http://www.antoniojroldan.es 1 http://www.antoniojroldan.es 2 http://www.antoniojroldan.es 3 http://www.antoniojroldan.es “En la (parte) superior (de la puerta) se ven a la izquierda las figuras de Son Notem y de su mujer EI Nefer Ti sentados delante de una mesa que tiene un tablero de ajedrez. Es un dato curioso para las investigaciones del origen de este juego, evidentemente egipcio, y del cual se conocen representaciones aún más antiguas en otros sepulcros de Tebas.” “Son Notem en Tebas. Inventario y textos de un sepulcro egipcio de la XX Dinastía” – Boletín de la Real Academia de la Historia. Tomo X. Año 1887. Eduard Toda i Güell – Egiptólogo español (1855–1941) 4 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 1 La casa del abuelo La llama del farol oscilaba temblorosamente mientras Zahra miraba a su alrededor, temiendo que alguien la estuviera observando desde el valle desértico que había dejado atrás. Una inquietante calma, que cubría la arena como un manto invisible, le susurraba el eco de una tormenta traicionera que se avecinaba. Aunque la entrada a la cueva pareciera las fauces de alguna extraña criatura de las profundidades, estaba decidida a penetrar en la oscuridad de aquel lugar tenebroso y húmedo. Ya en el interior, las sombras parecían cobrar vida a su paso, como si la tenue iluminación despertara a los espíritus milenarios del vientre de la tierra. Tras cruzar la primera sala un diminuto haz de luz perla, procedente del exterior, acarició sus hombros posándose en uno de los dos caminos que se mostraban ante ella, contradiciendo a su instinto e indicándole la ruta a seguir. Dibujó con el spray, que llevaba en la mochila, una flecha en el suelo señalando la salida, porque imaginaba que con la caída de la tarde un velo negro barrería sus pisadas. La galería bajaba ligeramente, estrechándose progresivamente hasta que no le quedó más remedio que agacharse y avanzar en cuclillas por aquel gusano gigante de 5 http://www.antoniojroldan.es piedra, hasta que los restos de un derrumbe hicieron que se detuviese. Movió el farol para comprobar cuanto combustible había consumido. Estaba casi lleno, por lo que podía intentar aventurarse por una hendidura que había sobre la catarata de piedras, ya que el eco de una gota de agua cayendo indicaba que, no muy lejos de allí, habría una caverna más amplia. La llama vacilante del farol no era lo suficientemente intensa para adivinar que le aguardaría al otro lado sin entrar y arriesgarse. Con mucho cuidado asomó la cabeza, descolgando el brazo que sujetaba la luz para alumbrar la estancia que la aguardaba. Cuando comprobó que era bastante espaciosa, adelantó el farol, posándolo en el suelo y procurando que este no se rozara con las piedras. Giró sobre sí misma, arrastrando su cuerpo sobre el lecho de grava mojada, hasta que las piernas quedaron libres para dejarse resbalar. La galería continuaba pero, afortunadamente, parecía ensancharse de nuevo. Una vez erguida, llegó a un espacio amplio repleto de aquellas formaciones geológicas que tantas veces había estudiado en clase. Sonrió recordando como en los exámenes solía confundir estalactitas con estalagmitas. Trazó otra flecha a la salida de la galería y colocó el farol en el centro de la sala para contemplarla en toda su belleza. A pesar del frío se sentó en el suelo para dejarse invadir por la quietud del momento. Habían sido muchas horas andando para poder entrar en aquel refugio de soledad. 6 http://www.antoniojroldan.es Cerró los ojos por un instante y evocó una existencia en un reino subterráneo de hadas en el que ella era una especie de reina, hermosa y poderosa, capaz de dominar a la noche de las pesadillas. Entonces sintió el eco de unos pasos que se aproximaban. Por un momento pensó que su imaginación los había confundido con el goteo del agua caliza resonando por la bóveda, pero el ruido iba en aumento y parecía surgir de cada rincón. –¡Hola Zahra! –Una sombra se detuvo frente a ella provocando el grito de la chica–. ¿No me reconoces? –¿Quién eres y qué quieres? –Aquella voz le era familiar. –Soy tu abuelo. –¡Eso es mentira! –gritó angustiada–. Mi abuelo está muerto. –Criatura… Estás soñando conmigo –se agachó junto a ella mostrando su anciano rostro–. Yo formo parte de este lugar de recogimiento en el que buscas la paz. –¡No puede ser! ¿De verdad eres tú? ¡Abuelo! –se abrazaron–. No sabes lo que te he echado de menos todo este tiempo. ¿Vienes para quedarte? –El abuelo acarició la cabeza de Zahra con ternura, como tantas veces lo había hecho cuando le contaba sus historias de viajes por la selva, remontando el Nilo o buscando la presencia de Avalon en su tierra natal de Glastonbury. Sus ojos se movían inquietos vigilando cada una de las sombras que bailaban al brillo del farol. 7 http://www.antoniojroldan.es –No deberías estar aquí tú sola. Seguro que a tu madre no le gustaría. ¿A qué no? –A ella nada le gusta –Zahra escondió la mirada con tristeza–. Nunca me comprende. –Insisto. No deberías haber entrado en la cueva –el abuelo elevó la vista con preocupación hacia la oscura bóveda que los cubría–. Tú lugar está ahí fuera, no escondida de ti misma y del sol. –Pienso quedarme aquí para siempre –le respondió con una mirada retadora–. ¿No serás tú también como mis padres? – Entonces algo asustó al abuelo, que se levantó como un resorte girando su cabeza hacia atrás. –¿Qué ocurre? ¡Dime que sucede! –Niña mía, recuerda que nunca deberás rendirte. Cada objeto tiene su alma, su propia energía. Tu talismán… ¡No olvides mover tus fichas y jugar la partida hasta el final! De repente surcaron por encima de sus cabezas el aleteo de cientos de murciélagos, derribando el farol y provocando de nuevo las tinieblas en el seno de la cueva. Zahra gritó pidiendo ayuda, sin encontrar respuesta alguna más allá del alboroto que aquellos siniestros animales provocaban a su alrededor. Cuando sintió que la cueva entera se rasgaba como el papel, su abuelo le mostró la entrada de un pozo, cuya tapa de hierro forjado sobre madera dibujaba la misma forma que el colgante que le regaló cuando era más pequeña. El fondo era profundo y frío, pero a la vez una fuerza desconocida que envolvía su cuerpo lo hacía 8 http://www.antoniojroldan.es acogedor y seguro. Durante unos instantes el tiempo pareció detenerse y las piedras cayeron como plumas, meciéndose al compás de una plegaria que surgía de las entrañas de la tierra. Y allí estaba ella, una bella dama vestida de verde, cantándole con dulzura desde algún rincón del corazón donde se ocultaban todos sus miedos. Se dejó rodear por el pozo en un precipicio que no parecía terminar, hasta que sintió que unas manos la sujetaban con suavidad. –¡Zahra! ¡Hija! –Su madre encendió la luz de la habitación–. ¿Tenías una pesadilla? –¡Mamá! –Estaba empapada de sudor con la sábana caída sobre el suelo. –¿Te encuentras bien? –Se sentó junto a ella y le tocó la frente–. Estás helada. Espera que cierre la ventana. –No por favor, hace mucho calor. Estoy bien, te lo prometo. –Son los nervios del viaje, como siempre. –No estoy nerviosa –se giró sobre sí misma y se tumbó dando la espalda a su madre–. Siempre que duermo mal me dices lo mismo. –Lo que tú digas –se hizo el silencio–. ¿Quieres que me quede un rato contigo? El amor propio de sus quince años recién cumplidos le gritaba que ni hablar, que no iba a permitir que su mamá la acunara como cuando era una niña, pero la repentina presencia 9 http://www.antoniojroldan.es de su abuelo en el sueño y el súbito despertar le habían creado un sentimiento de desamparo y añoranza que estaba a punto de desembocar en un llanto dulce, pero desconsolado. Se dejó querer, porque necesitaba que unos brazos aguardaran junto a ella la llegada de ese cielo que vislumbró al final de la avalancha. Durante unos minutos, mientras admiraba la luna llena, sólo escuchó la respiración acompasada, y tranquilizadora, de su madre. La casa de Albaidalle siempre había sido un laberinto repleto de secretos en el que perderse cuando era una niña. Los viajes del abuelo, y las recientes expediciones de su padre, habían dejado poso en cada uno de los rincones del viejo cortijo, convirtiendo cada estancia en un pequeño museo en el que pasar las horas muertas soñando con aventuras fantásticas, tesoros escondidos o tierras por descubrir. Ella había pasado los días más felices de su infancia entre aquellos muros encalados que ahora reposaban tristes en el silencio de su abandono. Primero fue la separación de sus padres, hacía ya un año y medio, y luego la muerte de su abuelo en primavera, dejando un legado personal en su corazón, pero también una enorme colección de objetos entrañables, a la vez que valiosos, haciendo de aquel lugar un nuez seca, sin fruto, pero bella y dorada a la vez. Cuando el padre de Zahra envío un abogado con los papeles de la cesión de derecho hereditario a favor de sus hijos y su ex-esposa, dos cosas quedaron muy claras. Primero que aquel hombre tenía una nueva vida en África con sus necesidades materiales bien cubiertas; y segundo, que 10 http://www.antoniojroldan.es dejaba en manos de la madre de Zahra una labor larga y desagradable, pero que aliviaría los problemas económicos. Así que durante aquel mes de julio Marta Giménez tendría que organizarlo todo para inventariar los bienes, decidir que hacer con ellos y disponer la casa para su venta. Desde el divorcio las cuentas estaban muy ajustadas y no podía permitirse mantener aquel lugar abierto. El coche dejó atrás Albaidalle para adentrarse en la sierra, atravesando hileras de olivos que saludaban a ambos lados de la carretera. Hacía tanto calor que se diría que el propio coche respiraba con dificultad. Poco a poco los olivos iban dejando paso a un paisaje más variado, con pequeñas huertas y casitas que parecían manchitas blancas en la ladera de la montaña, y una ligera brisa más fresca que mecía los árboles aliviando la temperatura. Cuando la carretera parecía que iba a subir hasta el cielo tomaron una desviación a la derecha, un camino de tierra, bacheado por las lluvias de la primavera, que les llevaría a La Mugara. El muro del cortijo tenía desconchones bajo el tejadillo y daba una penosa sensación de abandono, hasta que se atravesaba la reja del patio de entrada, y la vida regresaba con sus naranjos, arriates de flores y cántaros con plantas. La mano del guarda, Tarek Moawad, todavía se notaba en aquellos detalles. Su presencia en la finca había liberado a Marta de muchos quebraderos de cabeza pero, por otro lado, le causaba inquietud la libertad con la que aquel tipo extraño se habría movido por la que temporalmente sería su propiedad. Tarek el Egipcio fue el 11 http://www.antoniojroldan.es fiel acompañante de su suegro en muchas de sus aventuras y con el tiempo se estableció en La Mugara al cobijo de su patrón y, ¿por qué no reconocerlo?, de su dinero. Su carácter huraño y seco causaba el miedo en los pequeños de la casa cuando jugaban por el cortijo y estropeaban alguna flor del jardín o subían sin permiso al despacho de su abuelo para ver los tesoros; pero también fueron frecuentes las veces que este les llamaba ceremoniosamente y les permitía acompañarle en su limpieza del mismo, siempre y cuando no tocaran nada. También Marta notaba en sus ojos negros sensaciones difíciles de comprender, pero que le provocaban una gran zozobra. Sin embargo, fuera por el propio interés o por la lealtad a la familia, la disponibilidad y la colaboración de aquel hombre desde que murió el abuelo había sido de gran ayuda para poder centrarse en su trabajo y sus hijos hasta la llegada del verano. Según iban sacando las maletas del coche, Tarek se acercó ceremoniosamente a la madre de Zahra, tendiéndole la mano con respeto. Parecía más gordo y su pelo canoso daba la impresión de estar más descuidado. –Buenos días señora. ¿Han tenido un viaje plácido? –Sí, gracias. ¿Me ayuda con esto, por favor? –Desde luego –miró a Zahra–. Señorita, bienvenida a La Mugara –giró la cabeza hacia el cansado David–. Tengo algún refresco en la nevera si lo desean. –Vamos dentro, Tarek, que estamos muy cansados –dijo Marta mientras cerraba el coche. 12 http://www.antoniojroldan.es Al entrar en el zaguán la temperatura descendió de golpe aliviando a los viajeros. Mientras Marta observaba el aparente orden y limpieza de la escalera y el recibidor, Zahra recordaba con nostalgia su ilusión de niña al llegar al cortijo del abuelo, subiendo impetuosamente al piso de arriba para ver que nueva sorpresa la aguardaba en su habitación, ya que él había estado viajando hasta que le fallaron las rodillas con setenta y dos años, y nunca se olvidaba de sus dos nietos trayendo algún recuerdo. Aún conservaba en su cuello el precioso amuleto que le trajo de Inglaterra. Tras la reconfortante comida que les había preparado Tarek, Zahra y David tomaron posesión de sus habitaciones. Como en los últimos años, Zahra pensaba acomodarse en la del torreón, el cuarto de soltero de su padre, un lugar increíble repleto de libros, recuerdos, juguetes antiguos y una enorme maqueta de un barco pirata colgada del techo. Pero en aquel verano, que iba a ser su última estancia allí, pensó que quizás le tocaba a su hermano pequeño el poder dar rienda suelta a la imaginación en aquel rincón tan fascinante. Así se lo ofreció y él aceptó el regalo encantado. Por eso ella se instaló en la otra habitación, contigua a la de su madre, que seguía abajo charlando con el guarda. Intuía que ambos tenían mucho de que hablar. Dejó la maleta junto a la cama y se tumbó para mandarle un mensaje de texto a Sonia, que debía estar en la playa en aquellos momentos. La echaba de mucho de menos, al igual que a Nico, su otro mejor amigo, que andaría con su familia en el pueblo. Ellas se habían llevado sus portátiles con el módem 13 http://www.antoniojroldan.es USB, pero Nico no tenía, porque estaba en una casita familiar en una aldea de Galicia en la que su padre quería disfrutar del campo, por lo que sólo podía acceder a la red en un locutorio. Habían quedado en chatear todos los días, cuando fuera posible, antes de acostarse. En agosto pasarían los tres unos días en Inglaterra repasando el idioma con una tía abuela de Zahra, Margaret Saunders, pero hasta entonces les tocaba estar separados. El sol entraba implacable por la ventana, cegando la pantalla del teléfono, por lo que se levantó a bajar la persiana. Desde el balcón observó como dos pintores encalaban la fachada que daba a los cobertizos. Era un síntoma más de la puesta de largo de la casa para su posterior venta, del fin de una etapa de su vida que irónicamente estaba coincidiendo con su adolescencia. Uno de los pintores, un muchacho poco mayor que ella, le hizo un amago de saludo al que ella no correspondió. No estaba para nadie. Se sentía cabreada con el mundo, la obsesión de su madre por librarse de la casa, la lejanía de sus amigos y el muermo de mes que le esperaba allí perdida en un monte sevillano. Iban a ser unas vacaciones ideales para gente como su hermano, pero no para una jovencita como ella. Últimamente notaba que nadie la comprendía, aunque en su interior presentía que era ella la que no se entendía a sí misma. Al caer la noche Zahra acompañó a su hermano al torreón y le bajó de la estantería un álbum de las aventuras de Tintín de su 14 http://www.antoniojroldan.es padre, en concreto un que a ella siempre le había impresionado por tratar de la amistad y la constancia en la búsqueda de un joven desaparecido en el Tíbet. Así David se dormiría tranquilamente con las viñetas. –¿Crees que Tarek guardará la piscina portátil o la habrá vendido como todo lo que había en los cobertizos? –No lo sé David. Somos ya muy grandes para meternos en ella… ¡Sólo entrarían los pies! Intenta dormirte. –Zahra. ¿Por qué mamá se empeña en vender la casa? Podríamos venir en vacaciones, ¿no? –Ella tiene sus razones. Está muy lejos y fuera de nuestras posibilidades. Tiene muchos gastos, la luz, el agua, el propio Tarek… Pero si la vendemos muchas cosas cambiarán. ¿Te das cuenta? Estos días tienes que ayudar mucho y ser más comprensivo. –¿Qué puedo hacer yo? –Para empezar no darle vueltas al tema de la venta. ¿No ves que ella sufre? –Es que a veces no puedo evitarlo. –Lo sé. Bueno… Si quieres algo estoy abajo. ¿Vale? No tengas encendida mucho tiempo la luz, que entran mosquitos –le acarició levemente la mejilla. Una vez acostado su hermano, Zahra se enfundó el pijama, conectó su notebook, se puso cómoda, con el gran almohadón a su espalda, y colocó el aparato en su regazo. Bajo la 15 http://www.antoniojroldan.es foto del escritorio, en la que estaba con Sonia y Nico en una convivencia del colegio, apareció un icono inesperado con un mensaje que le avisaba de que había una red wifi disponible. ¿Cómo era posible? En aquel lugar en mitad del campo sólo podría provenir del cortijo y su abuelo no tenía ordenador. Seguramente sería de Tarek, que se habría instalado la ADSL durante aquel año en su casa. Lo raro era que su madre no lo supiera, porque se lo habría dicho para no tener que comprarse el módem. Intentó conectarse a la red, que estaba deshabilitada y recibió el aviso de que ya estaba dentro a los pocos segundos. Pero la sorpresa vino después. Al entrar en el explorador aparecía una pantalla de acceso a la red, similar a la que había en los aeropuertos para entrar en las wifi de pago. Esa sí que era buena... Ocupando toda la pantalla, dos egipcios, un hombre y una mujer, jugaban al ajedrez con algún contrincante invisible, y en el centro un formulario de acceso pedía una contraseña para continuar. Evidentemente existía mucha afinidad entre el Antiguo Egipto y su abuelo, pero ninguna entre él y las nuevas tecnologías. Estaba claro que Tarek tendría relación con aquello, porque él era de origen árabe y había estado con su abuelo en su primera expedición arqueológica. Lo que no entendía era la necesidad de proteger la señal de internet en un lugar tan aislado. De todas formas al día siguiente le pediría la contraseña y así se ahorraría algo de gasto en su módem. Según se disponía a desconectar la wifi cayó en la cuenta de un detalle. La señal era extrañamente potente como para venir de la vivienda del guarda, situada detrás de la casa y a mucha 16 http://www.antoniojroldan.es distancia de la zona del torreón. Una de dos, o provenía de un emisor cercano o por allí había un repetidor como los que se situaban en los pasillos de su colegio. Miró el reloj y vio que todavía tenía tiempo hasta las once, hora en la que había quedado con Sonia, así que decidió explorar aquellas estancias en busca de la fuente de la señal. La habitación de su madre estaba vacía, por lo que supuso que seguiría en el despacho del abuelo poniendo papeles en orden. Escrutó el techo y las paredes para comprobar que no había cables. En la alcoba de los abuelos tampoco encontró nada, y mucho menos iban a estar en el baño. Aquello era como jugar al Cluedo. Quizás en el torreón, pero no valía la pena subir si David se estaba durmiendo. Se asomó a la escalera por si se adivinara alguna instalación eléctrica desconocida. Nada. En el zaguán se reflejaba la luz del despacho, así que bajó de puntillas para no ser descubierta. Debajo de su habitación había un saloncito con trofeos de caza donde se recibían a las visitas. La señal tenía que venir de allí o del torreón para poder tener semejante intensidad, pero para llegar hasta allí había que pasar junto a la puerta del despacho, desde el que llegaba la nítida voz de su madre discutiendo acaloradamente. –¡… Porque no me puede decir que no se ha dado cuenta! Cualquier comprador que se acerque por aquí va a darse de bruces con un muro que apenas se tiene en pie. Le dije que se encargara de todo. Ese era nuestro acuerdo. 17 http://www.antoniojroldan.es –Mire señora… Comprendo su disgusto si las cosas no están como usted deseaba. Mañana mismo bajaré al pueblo y dispondré lo que usted quiera. Nunca he sido contratista y es posible que la reforma vaya un poco despacio… –¿Un poco despacio? Tarek, la planta de arriba está como la dejé y esos pintores han empezado por la zona menos deteriorada. Eso no es ir despacio y usted lo sabe. Lo que pasa es que… –¿Sí? –Vamos Moawad, yo nunca le he gustado. Desde que entré en esta casa, y mi marido comenzó a viajar menos con ustedes, nunca ha ocultado su malestar hacia mí, como si yo fuera la causa de su vida aburrida y monótona –el guarda bajó la mirada–. Perdone Tarek, no quise decir eso, con franqueza, pero debe usted darse cuenta de que aquella etapa terminó hace años y que usted mismo debería jubilarse... –Señora, lamento profundamente haberle dado esa impresión. Sabe que dispone de mí como lo hizo la familia de su marido. –¿Se da cuenta? “La familia de mi marido”. Es igual, déjelo, porque no vamos a llegar a ningún sitio –se hizo el silencio–. Será mejor que mañana lo acompañe al pueblo y lo arreglemos todo, aunque cualquiera encuentra albañiles en verano. –¿Desea alguna cosa más? Es tarde y estoy algo cansado… 18 http://www.antoniojroldan.es –Sí, una curiosidad… Recuerdo que en este despacho, cuando venía con mi marido, se guardaban algunos objetos egipcios, como el ánfora blanca, la sillita o la figura del gato. ¿También los vendió mi suegro? –No recuerdo, señora. Es probable. Hace tanto tiempo… –Es igual Tarek, déjelo. Seguro que revisando los papeles encuentro las facturas… Puede usted irse a dormir. Zahra regresó a la escalera y se agazapó en ella para no ser vista a pesar de la oscuridad. Tarek atravesó el zaguán y salió de la casa cerrándola con llave. Se le notaba abatido. Los pasos de su madre yéndose del despacho hicieron que escapara presurosamente a su habitación. Se sentó en la cama y conectó el módem. Por fin entró en el chat y Sonia se introdujo en la conversación. –Buenas noches Zahra. ¿Cómo ha ido el primer día? –Esto es un muermo, tía… ¿Has hablado con Nico? –Sí, dice que hace muy mal tiempo y que sus primos son unos plastas. –¡Vaya mes que nos espera! ¿Y tú en la playa? –No está mal… Algún que otro pibón. A ver si hago un buen fichaje… –¡Qué envidia! Ya me contarás… –¿Vas a estar muchos días en Albaidalle? 19 http://www.antoniojroldan.es –Está la cosa chunga. Hay mucho que hacer y creo que esto va para largo. Por lo menos me parece que hay una línea de Internet para bajar y verme alguna peli. –No te encierres, que te conozco. Sal un poco, vete al pueblo o pasea por el campo. Si te quedas ahí vas a empezar a comerte el tarro y al final discutirás con tu madre, que tampoco debe estar dispuesta a aguantar tus neuras. –No conozco a nadie. Además, tengo que cargar con David, que tiene que estudiar matemáticas. –Vale, pero al menos inténtalo. ¿De acuerdo? Te dejo, que ya me ha dado dos toques. Es que has tardado mucho en conectarte, ¿sabes? –Estaba espiando a mi madre, je, je… –Estás fatal tía, de verdad. Lo dicho. Mañana hablamos. ¡Cuidate! –Lo mismo te digo. ¡Ah! Y mándame fotos de los pibones que dices. Besotes. Tras despedirse de Sonia, Zahra intentó conciliar el sueño poco a poco. Frente a ella el mueble de los juguetes de su hermano mostraba una colección de puzzles incompletos, algún coche destartalado y los restos de su primera videoconsola obsoleta. Al menos aquella noche se sentiría arropada por la tranquila y feliz niñez. 20 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 2 Son-Notem Fue en clase de tutoría. El profesor preguntó cuáles eran las desventajas de ser un adolescente y todos levantaron la mano listos para enumerar una lista sin final. Los granos, la responsabilidad, las drogas, los líos con ellos y ellas, aguantar a los padres… Entre toda aquella colección de desastres que los agobiaban llamó la atención la aportación de Nico. Dijo que de niños eran superhombres, grandes futbolistas que ganaban la liga en el último minuto, apuestos príncipes dispuestos a dejarse las rodillas para rescatar a su amada, astronautas de salón, médicos con “sanas intenciones” o soldados de fortuna absolutamente invencibles. Y un día, te levantas y empiezas a perderlo todo. El cuerpo se rebela para convertirse en el desgarbado hombre mutante; los partidos dejan de ser un juego y las cicatrices de la derrota van más allá de lo deportivo; el corazón se rompe y recompone una y mil veces al ser rechazado; las estrellas comienzan a alejarse; para ejercer la medicina hace falta un milagro; y la victoria comienza a convertirse en una meta inalcanzable. En definitiva, te vuelves patéticamente humano y defectuoso. Saber que las personas mayores son también frágiles e inseguras como uno mismo es descorazonador, pero a la vez tranquilizaba un mazo. 21 http://www.antoniojroldan.es Cuando Nico dejó su opinión a modo de epílogo, el tutor les preguntó entonces por las ventajas de dejar la infancia. Allí fue cuando Zahra descubrió que los mismos temas, que preocupaban a la clase, coincidían con los que les proporcionaban la ilusión y la esperanza para seguir creciendo. Desde entonces ella creía que cuando una puerta se cerraba siempre se abría otra, distinta y enigmática, pero con nuevas vivencias tras ella. Así que si el panorama que se le mostraba aquel mes de julio era patético, sería por algún motivo. ¿Conocería a algún chico? ¿Descubriría algún lugar misterioso como hacía su abuelo? ¿Cambiaría por fin la talla del sujetador? Tiempo al tiempo… Para comenzar el día, nada menos motivante que realizar los cuadernillos de verano de mates con David mientras que Tarek y su madre etiquetaban objetos por todo el despacho para ser catalogados a posteriori. Aquello era como explorar una selva de trastos en busca de un diamante; y ella con las dichosas cuentas. En una de las idas y venidas de Tarek por la salita de caza le detuvo para preguntarle por la contraseña de la wifi. –Disculpe señorita, pero no entiendo lo que me dice. ¿Qué es lo que quiere? –La contraseña para entrar en internet. –Para entrar en internet. Entiendo –se quedó mirándola pero de forma ausente–. ¿Para qué quiere usted entrar en internet? 22 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué para qué quiero…? Pues no sé. Como todo el mundo. De todas formas si la línea es suya tampoco quiero ser una molestia. –La línea que usted dice no es mía. –¿Cómo qué no? No hay nadie más por aquí. ¿De quién es entonces? –De la casa, por supuesto. –Pero si aquí… –El señor Saunders… Su abuelo, usaba un ordenador, así –dibujó un rectángulo en el aire–, de color gris. Un técnico del pueblo le puso el internet y esos aparatitos. –¿Qué aparatitos? –Pues todos, no sé, los cables y demás. –Ya… ¿Pero dónde está el router? ¿No hay un ordenador conectado en algún sitio? Yo no lo he visto –el guarda siguió en silencio con cara de extrañeza como si tuviera a una marciana enfrente. –No sabría decirle… Discúlpeme, pero creo que han llamado a la puerta. Mentía. Zahra estaba convencida de que mentía. Se estaba haciendo el tonto para quitarle las ganas de usar la wifi. Con lo obstinada que era ella, como para que le pusieran trabas. Iba a entrar en la red sí o sí, aunque tuviera que hackearla. 23 http://www.antoniojroldan.es –David, te dejo estas multiplicaciones, que vengo enseguida. –Qué morro tienes… –No he sido yo la que va mal en matemáticas. Cuando vuelva las quiero hechas. Según se aproximaba al despacho pudo contemplar la enorme cantidad de objetos que descansaban por el pasillo, mucho de los cuales se alborotaban entre sus recuerdos como si el tiempo no hubiera transcurrido. Entonces escuchó una voz desconocida que hablaba con su madre en el zaguán. Sería la visita que había librado a Tarek del interrogatorio. Inmejorable momento para buscar el dispositivo de la wifi en el despacho. Aquel lugar se había transformado en una auténtica leonera, con papeles por todas partes, libros ajados entre valiosos souvenirs, y otros enseres desperdigados sin ningún criterio. Tan sólo el cuadro de Stonehenge proseguía su tranquilo reinado en la pared. Su madre estaba más sobrepasada de lo que pensaba. Miró al techo. Nada. Había un espacio oculto sobre la librería, pero su altura rozaba los tres metros. ¿Por qué no intentarlo? Su abuelo tenía una preciosa escalera corrediza para alcanzar los libros, así que la colocó en el centro y ascendió hasta rozar el último estante. Le faltaba algo de estatura para poder investigar sobre ella, así que colocó el pie en el anaquel anterior y se agarró al borde de arriba tomando impulso. Como la escalera se moviera lo iba a pasar francamente mal. Sin embargo el esfuerzo valió la pena… 24 http://www.antoniojroldan.es A su izquierda, sobre el mueble, un pequeño aparatito destellaba muy ufano entre telarañas, señal de que estaba funcionando correctamente. Su cableado parecía caer por detrás de la librería, en dirección a la bodega o al suelo del mismo despacho. Aunque había encontrado la explicación al misterio de la señal en su habitación, seguía sin descubrir la fuente de todo aquello. Con mucho tiento se dejó descolgar hasta tocar un peldaño. Descendió por la escalera y se sacudió el polvo de la ropa y, especialmente, de las manos. Hacía tiempo que el guarda no pasaba un plumero por allí. De perdidos al río, o como decía Sonia de broma, “from lost to the river”. ¿Por qué no aprovechar la ausencia de su madre para cotillear un rato? Sobre la mesa se apilaban papeles oficiales, recibos y un cuaderno donde Marta estaba anotando todo lo que encontraba que tuviera algo de valor y que no supusiese un recuerdo. En aquel momento sintió verdadera pena por la labor ingrata que su madre estaba llevando a cabo. Estaba decidida a ofrecerle su ayuda. Cuando se alejaba para curiosear un cajón de figuritas indias cayó en la cuenta. En la mesa había recibos. Seguro que el de la línea ADSL estaba por allí. No tardó más de un minuto en encontrarlo. El alta de la línea era de hacía un año, seis meses después de la partida de su padre, por lo que era un tema que concernía a su abuelo. El contrato hablaba del coste de la línea, pero no del resto de la infraestructura. A lo mejor Tarek había dicho la verdad. 25 http://www.antoniojroldan.es Zahra continuaba registrando los papeles en busca de alguna garantía de compra cuando una sombra se acercó muy despacio por detrás. Se revolvió y descubrió una silueta impasible tras ella. –Señorita…–ella gritó ante una presencia que no esperaba. –¡Qué susto me ha dado, Tarek! Tenga más cuidado la próxima vez. –Siento el sobresalto. Quizás estaba usted muy ensimismada en sus pensamientos –eufemismo para decir que estaba muy concentrada olisqueando los documentos de la casa–. Aquí tiene lo que quería. –¿El qué? –Internet –le tendió un ordenador portátil con su cable de conexión. –¡Ah! Muchas gracias. ¿Es suyo? –Lo guardaba su abuelo en su dormitorio. Quizás no funcione. Por cierto… –¿Sí? –Si está buscando a su madre que sepa que está conversando con un caballero en el patio. –Gracias Tarek. –Lo que necesite –y se alejó de allí con una extraña mueca dibujada en su cara. 26 http://www.antoniojroldan.es Abrió el ordenador con cuidado, porque la carcasa estaba pegada con cinta aislante y no había rastro de la batería. Se notaba que su abuelo no había sido muy cuidadoso. A pesar de todo, aquello sí era el tesoro escondido que deseaba encontrar. Liberó a su hermano de sus obligaciones y subió a su habitación con la esperanza de que aquel viejo trasto se encendiera. Windows XP. Podría haber sido peor... Tardaba en arrancar, pero estaba en ello. Por fin una fotografía. No se lo podía creer. Era ella con su abuelo y el resto de la familia el día de su primera comunión. Una enorme ternura empezó a comerla por dentro dando paso a unas lágrimas furtivas. En su fuero interno sentía que aquello estaba mal, pero era su abuelo y si alguien tenía algún derecho a introducirse en su intimidad era ella, que llevaba su misma sangre. Recorrió un gran abanico de programas habituales y nada le llamó la atención. ¡Ploc! El equipo se había conectado automáticamente a la red. No perdía nada con intentarlo. Doble clic en el explorador y de nuevo la pareja egipcia frente a ella, pero esta vez con una notable novedad. El campo de la contraseña mostraba una serie de asteriscos. Su abuelo había optado por dejarle a la máquina recordar su contraseña. ¡Bravo por ti, abuelo! ¡Aceptada! Bueno, al menos podría usar ese equipo en la casa, siempre y cuando a su madre le pareciera bien. No había manera de ocultarlo si lo sabía Tarek. Tras la alegría inicial le aguardaba una sorpresa. Una segunda pantalla predefinida en el explorador mostraba un 27 http://www.antoniojroldan.es escritorio virtual que imitaba una mesa de madera. Sobre ella algunos objetos con hipervínculos. ¿Su abuelo tenía instalado un juego? Eso sí que era extraño. Elegiría un primer objeto a ver que sucedía, así que activó un globo terráqueo y la pantalla desapareció para dar paso a Google. ¡Por fin! Ya conocía el camino a seguir. Aquel cacharrito iba a convertirse en una nave pirata desde la que abordar las películas de estreno que no iba a poder ver en Albaidalle. Pero mejor dejar eso para más tarde. Regresó al escritorio de madera. ¿Y aquel otro? Parecía un termómetro o algo así. Doble clic y en la esquina superior surgió una especie de monitor meteorológico. Temperatura 15 grados. Humedad relativa… Ese programita estaba delirando, con el bochorno que hacía en el cortijo. ¡Quince grados! Volvió a la pantalla inicial. Mientras Zahra exploraba el ordenador, David se acercaba con gesto aburrido en dirección al torreón. –¿Qué haces? –preguntó. –Nada –Zahra bajó la pantalla. –¿Y ese ordenador? –Es…–al final se iba a enterar igual–. Era del abuelo. Estoy viendo si funciona. –¡Guau! ¿Por qué no me lo dejas? Tú ya tienes uno –de un salto se subió a la cama. 28 http://www.antoniojroldan.es –Espera un momento. Esto es un secreto entre tú y yo. ¿De acuerdo? Ya se lo contaremos a mamá y le daremos una sorpresa. –¡Genial! –Y ahora sube a tu habitación a recoger un poco. –Ya lo hice… Déjame que me quede, por favor. Me aburro. –Bueno, tú ganas, pero estate callado. El ratón se paseaba por el escritorio buscando otro objeto a examinar. Esta vez escogió una enorme llave, que al ser activada abrió una segunda ventana ocupada casi en su totalidad por la animación de un soldadito romano con una lanza amenazadora hacia Zahra. –¡Ahí va! –exclamó David–. Tiene juegos. ¿Me lo dejarás? –Prometiste estar en silencio… Bajo el soldadito que custodiaba una puerta apareció un cuadro de diálogo. Aquel muñeco pretendía establecer una conversación con el usuario. –¿Quién va? –Saunders –escribió Zahra, pensando en el apellido de su abuelo. –No sé quien es Saunders. –Te está hablando, Zahra. ¡Qué fuerte! 29 http://www.antoniojroldan.es –¿Quién va? –Esto es como buscar una aguja en un pajar. –Dile que eres gente amable, como saludaba a veces el abuelo –Zahra miró con escepticismo a su hermano–. Prueba… –Gente amable. –No sé quien es gente amable. –¿Lo ves? Por hacerte caso. –A lo mejor esperaba a Tarek. –No lo creo… Tarek. –No sé quien es Tarek. No eres bienvenido –y el programa se cerró. –Suele pasar, Zahra. A la tercera se bloquean estas cosas. –No importa. Mejor lo apagamos –postergando la investigación para cuando estuviera sola– y nos damos un paseo. ¿Quieres? –David asintió–. Sube a por las deportivas. Según Zahra recogía el ordenador y lo ocultaba bajo la cama, su madre apareció por la puerta preguntándole si podía ayudarle a limpiar unos libros. La cara de extremo agotamiento de Marta impresionó a su hija, que se había prometido a sí misma dejar a un lado su egoísmo y colaborar un poco en el difícil desmantelamiento del cortijo. –Claro mamá. ¿Quién ha venido? 30 http://www.antoniojroldan.es –Un pasante de antigüedades. Está muy interesado en echar un vistazo a la casa y comprar algunas cosas. Le he dicho que venga el sábado cuando esté todo más ordenado. –¡Qué prisas! La noticia de tu llegada se ha corrido por el pueblo rápidamente. –Sí, es raro –Marta pensó inmediatamente en Tarek Moawad. –¡David! –¿Qué? –respondió desde arriba. –Voy a ayudar a mamá. Esta tarde damos el paseo. –Vale. Al terminar la comida, Zahra subió a su cuarto para descansar un rato y leer un libro que le había dejado Sonia, uno de esos sobre vampiros adolescentes que tanto le gustaban a su mejor amiga. Deseaba que aquella lectura desembocara en una confortable siesta, pero allí estaba David para arruinar sus planes. La tomó de la mano y la subió al torreón. Ella le advirtió que no tenía ganas de jueguecitos, pero su hermano insistió en que lo siguiera. Sobre la mesa de su padre estaba el ordenador encendido. –¿Quién te ha dado permiso para cogerlo tú solo? –¡Eh! Que no es tuyo. Es del abuelo, y él me lo dejaría. –Como hayas estropeado algo, te corto la cabeza… 31 http://www.antoniojroldan.es –Son Notem –dijo David satisfecho–. Son Notem es la palabra que buscaba el soldado. –Pero, ¿cómo…? –Muy fácil. Déjame que te explique como lo he averiguado. Me fijé en la fotografía de los egipcios jugando al ajedrez, ¿no es así? Entonces probé las palabras Egipto, ajedrez y egipcios. El soldado se mosqueo y me cerró el acceso, por lo que tuve que volver a reiniciar el equipo. –Era demasiado evidente, ¿no? –Espera… Busqué en Google –David entró en el escritorio y activó el globo– egipcios jugando al ajedrez y descubrí que estaba equivocado, que ese juego se llama senet, no ajedrez. ¿Ves? –Entiendo, probaste con senet, ¿verdad? –Sí, pero no tuve acceso. Seguí buscando información y de repente me topé con la foto de los dos egipcios. Mira… –Puerta de la tumba de Son Notem… No puede ser tan evidente, no me digas que… –Escribí Son Notem y fallé por segunda vez –David regresó al escritorio e hizo clic en la llave–. Entonces probé a poner un guión entre Son y Notem, y… ¡Tachán! El soldadito atrajo la lanza hacia su pecho, sacó una llave que abrió cómicamente la puerta y saludó a su insigne visitante: –Saludos, Son-Notem. Bienvenido a la cueva del senet. 32 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 3 El graffiti Sábado, día de descanso matemático de David. No hay mal que por bien no venga, pensó Zahra. Si había que sufrir una buena temporada pasando calor en La Mugara, ¿por qué no aprovechar para tomar algo de sol y coger color? Así que se puso el bikini, se conectó el mp3 y se tumbó en la azotea para ponerse morena y no desentonar con Sonia en la conquista del territorio británico. Fue al darse la primera vuelta en la esterilla cuando observó aquella escena digna del cine mudo. Su hermano corría alrededor de la casa mientras que uno de los pintores lo perseguía brocha en mano. No había que ser una lumbrera para imaginar alguna trastada del ocioso David, pero tampoco debía permitir que aquel tipo le pusiera la mano encima a su hermano. Así que soltó el reproductor de música y bajó al encuentro de ambos. Cuando los tuvo a su alcance, el pintor ya había abandonado prudentemente su primer impulso homicida y regresaba al muro. –¡Oiga! Perdone… –¡Ah! ¿Es usted la…? –Aquel interfecto estuvo a punto de decir “madre” hasta que se fijó bien en Zahra–. ¿Estás con ese crío? 33 http://www.antoniojroldan.es –Sí, soy su hermana y quiero saber que ha hecho. –¿Qué ha hecho? Pues hacerme una pintada en el muro. Acababa de terminar esa parte y me la ha jodido toda –observó topológicamente a Zahra calibrando su edad–. ¿Puedo hablar con tus padres? –¿Mis padres? –aquel pintor sólo era algo mayor que ella, la había mirado de arriba abajo con descaro y encima la trataba como a una niña–. Puedes hablar conmigo. Es lo mismo. –Disculpa, pero no creo que tú seas la que firma las facturas –mostró una mueca de superioridad que acabó por encender a Zahra. –Pues no, pero puedo hacer que te manden a la puta calle, así que no te pases ni un poco, monín. –¡Vaya…! –El joven parecía sopesar la situación mientras aguantaba la risa–. No quería ofenderte, de verdad. Lo que pasa es que yo también le rindo cuentas a mi padre y no quiero problemas. Necesitaré gastar más pintura para tapar eso. –¿Tu padre? –Ya estaban empatados a uno–. Claro… Sólo lo ayudas. Ya suponía que no eras tú el encargado. –Como quieras, pero yo te lo he dicho y si hay problemas que se entiendan entre ellos –se dio media vuelta–. Adiós. –¡Espera! –¿Qué pasa? –A mi hermano ni tocarlo. 34 http://www.antoniojroldan.es –No soy estúpido –intentó sonreír a la imperturbable Zahra–. Sólo corría para asustarlo. –Pues eso. Tras dejar la conversación, Zahra fue a buscar a David para cantarle las cuarenta. No era la primera vez que Menéndez atravesaba aquella reja, ya que había tratado anteriormente con el tozudo de Saunders, una presa de caza mayor comparada con Marta Giménez. La primera impresión del encuentro anterior había sido la de una mujer que ocultaba tras una coraza de fortaleza algunas inseguridades y, sobre todo, poca preparación para comprender los negocios en los que se estaba metiendo. No era lo mismo vender una televisión que un ánfora nubia. Tampoco parecía que nadie la acompañara en aquella labor, por lo que esperaba finiquitar aquel asunto en poco tiempo logrando un suculento beneficio. –Tarek, acompañe al Sr. Menéndez al despacho –el guarda y él se miraron significativamente–. ¿Tomará algo? –Si tiene un zumo de tomate… –ella asintió mirando a Tarek–. Con un poquito de limón, por favor. A pesar de estar parapetada tras la gran mesa del abuelo, la corpulencia de Menéndez impresionaba a Marta. Desconfiaba de su amabilidad, un tanto forzada, pero por el momento era la única persona que parecía interesada, y que a la vez contaba con recursos, en adquirir las antigüedades. Le mostró el inventario. 35 http://www.antoniojroldan.es –Mandé una copia a Estela Doblas. Quizás la conozca – su interlocutor asintió sin despegar la mirada del papel–. Trabajó en el Museo Arqueológico y ahora colabora con la casa de subastas de Antonio Soria. Mantenía una amistad con el señor Saunders y me ha hecho este favor. Ahí están los márgenes de venta. Pienso que son razonables. –No acabo de entender esto, Marta –dijo Menéndez llevándose el zumo a la boca–. ¿Está usted tratando con más compradores? Le advierto que mi oferta será más que generosa. –Hasta ahora sólo he hablado con usted. –Entonces este inventario está equivocado. ¿Dónde está la colección egipcia? –Marta esperaba esa pregunta. –Sinceramente, no lo sé. –¿No lo sabe? –Dejó el papel en la mesa–. Esa colección es lo más importante. Todo lo demás es quincallería que iré colocando poco a poco. Estoy dispuesto a comprarlo todo, por hacerle el favor, ya sabe… Pero siempre y cuando se incluya en la venta esa colección. –Mire Menéndez… Por temas familiares, que no le voy a contar ahora, ni creo que sean de su incumbencia, no hablé mucho con mi suegro en estos años. Pienso que esa colección fue vendida hace tiempo, pero… –¿Sí? –No tengo constancia de ello. 36 http://www.antoniojroldan.es –No tiene constancia. Ya –la expresión de escepticismo de Menéndez se paseó en silencio por todo el despacho como si estuviera midiendo lo que iba a decir–. Moawad. Él lo sabe todo. –Ya he tratado con Tarek ese tema. Él no está al corriente. –Miente. Se lo digo con respeto, entiéndame. Si el Sr. Saunders hubiera colocado en el mercado esos tesoros yo me habría enterado, ¿no cree? Las noticias vuelan y nada se me escapa. Además, Tarek es egipcio… ¿Eso no le dice nada? –¿Insinúa que me está robando a mis espaldas, Menéndez? –Usted lo ha dicho, no yo. Él ha estado haciendo y deshaciendo este cortijo a su antojo estos dos meses. Además, y no se ofenda por lo que le voy a decir, usted nunca se ha movido en el mundo de las antigüedades. Puede que él se haya limitado a llevarse la colección y deslizar alguna factura falsa. –Parece saber mucho de esta casa… –Debo conocer a fondo mis inversiones –su rostro abandonó la sonrisa cortés que mantenía desde que se sentó–. No hay trato sin la colección egipcia, lo siento –se levantó para tenderle la mano–. Aquí tiene mi tarjeta por si aparece –hizo con las manos el gesto de unas comillas. –Me dijo Estela que podía rebajar algunos precios. Seguro que le resulta rentable. Piénselo. –Lo siento. Este punto es innegociable. 37 http://www.antoniojroldan.es Marta quedó sumida en un pozo de cansancio y aburrimiento por la situación. Al menos Estela Doblas le había dicho que contara con ella en última instancia, aunque perdiera dinero por las comisiones. Tenía poco tiempo, nadaba en un mar de tiburones que no conocía y quizás los más peligrosos rondaban por allí. Según se acercaba al coche, Menéndez vio como Tarek le inclinaba la cabeza a modo de saludo desde la ventana de la cocina, mostrando una sonrisa de satisfacción que a punto estuvo de soliviantarlo un poco más. Aquel no era el momento, pero ya tendría una conversación con aquel moro trilero. Condujo hacia la salida, traspasó la puerta y enfiló hacia el valle. Entonces lo vio. Frenó en seco, bajó la ventanilla y observó a un mozalbete tapando una pintada en el muro que dejaba entrever “Son– Notem”. No se lo podía creer. –Perdona chico. –¿Sí? –Estoy buscando un pintor para una casita que tengo en Écija. ¿Hacéis presupuestos? –Desde luego, señor. Espere un momento que voy a buscarle una tarjeta. Menéndez bajó del coche y se acercó al muro. Por lo visto no todo estaba perdido. Al poco tiempo el muchacho que había perseguido a David regresó con la tarjeta. 38 http://www.antoniojroldan.es –Puede llamar a este número y mi padre pasará un día a verle. Sin compromisos, claro. –No sabía que en esta zona hubiera graffiteros. –¡Qué va! Ha sido un niño de la casa. Es algo travieso. –La verdad es que se está perdiendo la educación. ¡Es una lástima! –Y que lo diga usted. Luego siempre nos toca a los mismos arreglar las cosas. –Gracias. Ya llamaré –y se alejó muy contento de allí. Son-Notem. Ante esa llamada el soldadito había abierto una puerta que daba paso a una pantalla negra. Zahra y David se miraron preguntándose si el programa se había colgado. Pero no fue así. La oscuridad fue difuminándose paulatinamente entre las rendijas hasta mostrar una cueva iluminada por un foco que se estaba encendiendo progresivamente desde que la imagen iba apareciendo. Parecía como si la conexión a través del portátil hubiera activado una cámara y una fuente de luz para poder visitar una cueva de forma virtual. Aquella imagen era de verdad. Además, la información meteorológica que activó el otro día el icono del termómetro se mostraba por defecto en el lateral de la imagen a modo de gadget. La retransmisión permitía apreciar en primer plano un juego similar al de la foto de los egipcios, así como otros utensilios, muebles o ánforas. Un pequeño museo 39 http://www.antoniojroldan.es que seguramente ocultaba su abuelo en alguna cueva de las cercanías. Evidentemente los enseres de la cueva debían ser muy valiosos para merecer aquel despliegue de medios electrónicos, y parecía claro que era imposible que Tarek no estuviera al tanto de todo aquello. Por eso Zahra se quedó de piedra cuando escuchó la conversación de su madre con el guarda aquel sábado, en el que ella le urgía a responder sobre una colección egipcia. Era la segunda vez que la espiaba en pocos días. –Menéndez sólo quiere comprar si se incluye en el lote esa colección. La necesito, Tarek, y sé que usted debe saber algo. –Señora, yo –estaba dudando, Marta notaba su lucha interior entre la lealtad y alguna motivación que desconocía–. Es posible que el Sr. Saunders no la vendiera. –¿Qué me está diciendo? –La madre de Zahra estaba perdiendo la paciencia pero luchaba por controlarse–. Si sabe algo, quiero que me lo diga, porque en caso contrario tendría que tomar mis medidas, aunque me doliera –¿Sería capaz de denunciarle?–. No se lo voy a preguntar dos veces. ¿Dónde están las antigüedades egipcias? –Señora, prometí… –por primera a vez desde que le conocía, Zahra creyó ver la expresión de la derrota en el rostro impasible de Tarek a través de la puerta entreabierta–. Él no quería que fueran vendidas. Por eso las ocultó. –¿Qué? Están escondidas. Pero, ¡por Dios! ¿Qué me está contando? –Marta se acercó a la puerta haciendo que Zahra 40 http://www.antoniojroldan.es retrocediera para no ser visa. Luego se volvió hacia el guarda–. ¿Dónde están? –Tarek miraba al suelo pensando una respuesta. –No quiso que lo supiera para evitar situaciones incomodas. –¿Cómo esta? ¿Verdad? –Tarek iba a responder algo, pero Marta no le dejó–. Estamos perdiendo un tiempo precioso. Será mejor que localice a mi ex-marido. Seguro que él me puede explicar toda esta historia. –Creo que será lo más conveniente, señora –aquello pareció tranquilizar al viejo guarda–. Él podrá orientarla mejor. Nico, el mejor amigo de Zahra, nunca había sido popular. No compartía con el resto de los chicos su afición por el deporte y la competitividad. Sin embargo su capacidad de escucha y sensibilidad hacia las emociones le acercaron al mundo de sus compañeras. Conocía a Zahra desde la educación infantil y ambos habían compartido una amistad incondicional que ahora, con la llegada de la adolescencia, pasaría su gran prueba. Ya no era el único hombre en la vida de ella, sino un valioso pañuelo en el que llorar los pequeños desengaños de los ritos de amor en el patio escolar que Zahra comenzaba a experimentar desde la pubertad. Habían pasado de compartir los juegos de aventura a contarse los del amor. Él también estaba enamorado, pero no podía abrir su corazón a su mejor amiga. No por ahora. El misterio del senet y la cámara había intrigado a Nico. ¿No era la historia su asignatura favorita? Por eso admiraba tanto 41 http://www.antoniojroldan.es al abuelo de Zahra, por aquellos viajes que les contaba cuando iba a Madrid en Navidad. Iba a echarlo de menos, como a tantos momentos mágicos de la niñez que ya no volverían. Disponía de tres euros para conectarse un buen rato a internet en el locutorio. A ver si al tacaño de su padre se le ocurría contratar una buena conexión, aunque quizás no llegara hasta la casita. A partir de la información hallada por David supo que la tumba de Son Notem pertenecía a un artesano llamado Sennedjem, que vivió bajo el reinado de Ramses II. La tumba fue encontrada sellada e intacta, lo cual era meritorio tras más de dos mil años de saqueos y búsquedas de tesoros por la multitud de pueblos que habitaron la zona. También encontró un programa para jugar al senet en el ordenador, que le mandó adjunto en un correo a David para que se distrajera un poco y no molestase mucho a su hermana. Aunque Nico tenía muchos motivos para investigar sobre temas que le apasionaban, sabía que su implicación también animaría a Zahra a recuperar algo del espíritu de curiosidad que había perdido en los últimos tiempos. La separación de sus padres, junto con los cambios de la edad, la habían vuelto más pesimista, desesperanzada y escéptica. El brillo de sus ojos azules y verdes se estaba apagando paulatinamente y sólo él parecía notarlo. La tercera pata del taburete era Sonia, pero sólo llevaba con ellos un curso escolar, tercero de secundaria, por lo que no había tratado con la Zahra niña, capaz de soñar con un barco pirata en un charco del parque o embrujarte con la sola presencia de su mirada. 42 http://www.antoniojroldan.es Mientras el viejo amigo de Zahra deseaba con todas sus fuerzas estar muchos kilómetros más al sur, Rai descansaba cerca de ella tras pasar una jornada más en La Mugara. No le quedaba otra opción desde la caída de su padre, una imagen que se le había quedado grabada en la mente para siempre. Se encontraba subido en una larga escalera para encalar, raspando con la espátula, y una esquina de un balcón, que se encontraba muy deteriorada, cedió golpeando su hombro y precipitándole contra el suelo. Rai se encontraba en la furgoneta sacando un cepillo cuando escuchó el crujido seco de las piernas quebrándose tras él. Fueron meses de convalecencia y dificultades, hasta que su padre se recuperó quedándose cojo de la pierna derecha. Desde entonces eran muchas las horas que pasaba con él para ayudarle a llevar el dinero a casa. Los estudios se estaban quedando en segundo plano y ya pensaba en dejarlos cuando acabara la etapa, para así centrarse en el negocio familiar. No parecía haber otra salida. En verano el trabajo aumentaba, pero también las horas libres que dejaba el instituto, así que al caer la tarde cogía su ciclomotor y se pasaba por el salón recreativo, donde quedaba con sus colegas para jugar al billar, una de sus distracciones favoritas. A veces cruzaba apuestas con chicos mayores que él, y muchos fueron los días en los que se sacaba sus buenos euros para su gran objetivo, comprarse una moto de 125 centímetros cúbicos. 43 http://www.antoniojroldan.es –Rai, te están buscando –le dijo Rafa, el encargado de las monedas yendo a la salita del billar. –¿Quién es? –Un tipo de calidad… No es de por aquí. –Estamos acabando. Enseguida salgo. Cuando Rai se encontró con Martín hurgando en una tragaperras, con su elegante camisa negra, se imaginó que era algún forastero que había venido a su casa por vacaciones y necesitaba un pintor, como el tipo que le preguntó a la salida de La Mugara. –Te llamas Rai, ¿no? –le tendió la mano–. Me dijeron que estarías por aquí. –¿Es para algún trabajo de reforma o pintura? –De pintura… Ya. Oye chaval –lo tomó por el hombro y se dirigieron hacia un rincón más discreto–. ¿Vas a estar mucho tiempo trabajando en el cortijo de La Mugara? –Pues… Creo que todo el mes de julio, por lo menos. Hay mucho curro, pero ¿cómo sabe que trabajo allí? ¿Quién…? Martín observó al muchacho procurando adivinar sus posibilidades. La mirada inteligente y vivaz de Rai ocultaba un halo de aburrimiento que él conocía muy bien. Estaba seguro de no equivocarse. –Excelente, negocios… 44 Rai. Ven conmigo, hablaremos de http://www.antoniojroldan.es Capítulo 4 El hombre de la plaza Transcurrida la primera semana en el cortijo de Albaidalle, la tensión de los primeros días parecía ir desvaneciéndose. Afortunadamente para la armonía familia, Tarek y Marta habían firmado el armisticio de la guerra, que ninguno recordaba haber iniciado años atrás, y mantenían una relación que, sin ser amistosa, era cordial. Zahra, ayudando a su madre, estaba recuperando muchos de los recuerdos de su infancia limpiando los tesoros del abuelo, y David mataba el tiempo –que le dejaban las matemáticas– practicando baloncesto con un macetero que le había colgado Tarek en la pared y convirtiendo el viejo portátil del abuelo en una videoconsola de juegos flash, senet incluido por cortesía de Nico. Zahra sabía que su madre necesitaba añadir los enseres egipcios al catálogo, pero el recuerdo de las palabras de Tarek sobre el deseo de su abuelo provocaban su silencio culpable. Aún así, seguía indagando por su cuenta cuando paseaba por los alrededores. Debía haber una cueva no muy lejos en la que descubrir el senet y el resto de objetos, pero ¿dónde? 45 http://www.antoniojroldan.es La oportunidad surgió una mañana, cuando el chico pintor estaba almorzando en el banco del patio. Él conocería la zona y preguntarle por la cueva no la comprometería a nada. Además, había estado muy brusca con él el otro día y podría ser una manera de mostrar normalidad. –¡Hola! Que aproveche… –Gracias –tragó a duras penas–. ¿Vienes a amenazarme de nuevo? –dijo burlón–. Desde entonces no duermo por las noches. –Tienes pintura en la cara. –Es maquillaje –arqueó las cejas haciéndose el interesante–. Este color va muy bien con mi piel. ¿Quieres? –Le ofreció la lata de refresco. –No, gracias. Oye, que siento mucho si estuve algo borde cuando lo de mi hermano. Tenía un mal día, ¿sabes? –No pasa nada –continuó dando cuenta de su bocadillo–. Me ha quedado perfecta esa pared. Espero que le guste a tu madre. –Me llamo Zahra –pensó que debía confraternizar con él antes de centrarse en el tema de la cueva. –¿Sara? –No, con zeta y hache intercalada. –Nunca lo había escuchado. 46 http://www.antoniojroldan.es –Cosas de mi padre. Tiene origen árabe –aunque le encantaba su nombre, le cansaba tener que dar explicaciones–. Puede significar flor, pero también estrella. Mi padre supo del embarazo de mi madre en un viaje a Tánger. –Me gusta... Yo soy Rai. –¡Vaya! ¿No es árabe también? –No te confundas, niña. Su origen es menos exótico de lo que te crees –susurró misteriosamente–. Se remonta a mis antepasados, en concreto a mi abuelo Raimundo. –¿Te llamas Raimundo? –Rai. –Vale… –Ahora es cuando nos presentamos con un par de besos, pero no creo que quieras probar mi maquillaje. –Pues no, francamente. –¿Qué haces por aquí, además de tomar el sol? –Se había fijado el muy voyeur. –Leer, pasear… Ya sabes. No conozco a mucha gente en Albaidalle. –Es que aquí arriba no es que tengas un gran planazo. Baja al pueblo, yo podría presentarte a mis colegas. –Algún día… –había que centrar la conversación en la cueva–. Es muy interesante esta zona. Quizás haga alguna excursión. Mi abuelo me dijo que había una cueva muy bonita – 47 http://www.antoniojroldan.es Rai se limitó a morder el bocadillo de forma distraída–. ¿La conoces? –Las hay a puñados. ¿Te has fijado en aquellas casas de la ladera? Casi todas son cuevas habitables. Puede haber más de cincuenta. Aunque… –¿Sí? –En el colegio me hablaron de una más grande. No vayas a pensar que es como la de Altamira. –No claro… –Pero por ahí le andará –Rai no quería desilusionarla. –¿Y dónde está? –No lo sé, pero puedo preguntar. De todas formas no creo que se pueda visitar. –Es por curiosidad, pero si te enteras de algo, dímelo. –Debo regresar con tu pared. –No es mi pared. –Recuerda que tenemos una cita pendiente. –¿Una cita? ¡Ah! Con tus colegas. ¡Genial! Ya quedaremos. ¡Gracias! Evidentemente Zahra no podía ir por la sierra casa por casa preguntando “Buenos días. ¿Tienen ustedes un tesoro egipcio? ¿No? Disculpen las molestias”. Aquello le recordaba al método de proyectos que aprendió en clase. Antes de moverse 48 http://www.antoniojroldan.es había que informarse, así que quizás había llegado el momento de bajar al pueblo, pero sin Rai, por ahora Al día siguiente, aprovechando que Tarek iba a Albaidalle a hacer unas compras, Zahra dejó el cortijo por primera vez desde que llegaron. Tenía previsto ir a la biblioteca del ayuntamiento y averiguar algo sobre la cueva o, al menos, la geología de la sierra. Haciendo gala de su habitual cortesía, no exenta de frialdad, Tarek le abrió ceremoniosamente la puerta de su andrajoso coche, creando una absurda ceremonia similar a la de Cenicienta subiendo a una calabaza. Arrancó el auto y enfiló la carretera del pueblo. Aunque el destartalado Renault por fuera parecía una lata con ruedas, el viejo guarda había decorado el interior con una alegre tapicería árabe de colores y algunas guirnaldas. Sobre la guantera se podían ver las fotos de una familia. –Mi hermana, mis sobrinos… –dijo Tarek advirtiendo la curiosidad de la joven–. Viven en El Cairo. –Algún día pienso ir a Egipto. –¿A buscar tesoros? –Sí, bueno, más bien no –hacía una mañana radiante, con todas las casas reflejando una luz tan blanca que cegaba los ojos. Esa misma luz es la que Zahra imaginaba que habría en el desierto–. Si se refiere a descubrir experiencias nuevas, o conocer otros pueblos, para mí sería un tesoro apetecible. No se trata del objeto en sí, sino de su esencia. No sé si me entiende. 49 http://www.antoniojroldan.es Tarek no respondió, pero había escuchado atentamente la respuesta de Zahra. Ella vio como él la había mirado con curiosidad por el espejo retrovisor mientras contestaba. Parecía sonreír imperceptiblemente, dentro de su hermetismo habitual. –Me alegro por usted, señorita. Su abuelo tampoco buscaba tesoros para coleccionar –parecía querer seguir hablando, pero dudaba, como si aquel hombre tuviera miedo de descubrir su juego, por lo que Zahra trató de allanarle el camino. –No me gusta la gente que comercia con las antigüedades. Cada objeto tiene, no sé, algo de su dueño… Merece ser respetado y apreciado –el guarda asentía en silencio–. A veces no queda más remedio que desprenderse de él, pero también pienso que si cae en buenas manos tampoco es tan grave. ¿No? –Su madre lo hará bien –dijo gravemente–. Es una gran mujer, si me permite que se lo diga. –Lo sé, Tarek. –Espero que ella también sepa que usted lo piensa –era como si con aquella respuesta la estuviera animando a reconocerle a Marta el esfuerzo que estaba haciendo. Súbitamente Zahra sintió un gran respeto por la persona que mejor había conocido a su abuelo en los últimos años. La biblioteca de Albaidalle no era demasiado amplia, apenas dos salas, una de consulta y otra de préstamo, pero tenía una hermosa 50 http://www.antoniojroldan.es librería bajo llave con volúmenes muy valiosos procedentes de la parroquia que estaba en la misma plaza. Su abuelo alguna vez le contó una historia sobre una escultura oculta en la biblioteca de aquella iglesia, que fue encontrada por un joven francés en un viaje en busca de sus raíces. A pesar de haber varios libros dedicados a la historia del pueblo, sólo un par de ellos citaban una cueva usada por bandoleros en la sierra, pero no daba más detalles sobre su ubicación o descripción. Así que le preguntó a la bibliotecaria, quien tampoco supo darle más información. Finalmente abandonó la biblioteca decepcionada. Aún faltaban media hora para reencontrarse con Tarek. Daría una vuelta por el pueblo. Cruzó la plaza en dirección a la iglesia, esquivando a unos críos que hacían skate entre los bancos. Uno de ellos se dio un buen trompazo al intentar sortear un escalón. Ella se agachó a tenderle la mano y fue cuando se dio cuenta. Un hombre que había estado leyendo el periódico junto a ella en la biblioteca la observaba atentamente mientras hablaba por el móvil. Al percatarse de que Zahra se había fijado en él, se dio la vuelta. Podía ser una casualidad, pero el corazón se le aceleró. Decidió entrar a la Iglesia, y descansar allí dentro al fresquito. Transcurrieron unos minutos antes de que decidiera emprender su camino. Se aproximó a la puerta de salida y apartó levemente el cortinón de la entrada. El tipo del móvil ya no estaba. Su calenturienta imaginación se la había jugado una vez 51 http://www.antoniojroldan.es más. Salió del templo, lo rodeó por la izquierda y prosiguió su camino hacia el mercado. El ambiente de la plaza de abastos era bastante alegre y bullicioso, con sus vendedores cantando la mercancía y el animado colorido de los puestos. Definitivamente las verdulerías de Madrid no olían tan bien como aquellas. Recorrió los pasillos buscando a Tarek, pero no parecía estar allí. Quien si estaba era el tipo calvo y cejijunto de la biblioteca, que cruzó fugazmente su mirada con ella mientras ojeaba los puestos. Llevaba una deslumbrante camisa blanca poco apropiada para hacer la compra. Una vez es casualidad, dos coincidencia, pero tres indicaba predeterminación. Habría que comprobarlo. Giró sobre sus pasos y empezó a correr, esquivando clientes, carritos y cajas, regresando a la puerta. Cuando alcanzó la salida, la luz del exterior la cegó y a punto estuvo de golpearse con una papelera. Miró a su alrededor buscando la panadería, pero no recordaba su emplazamiento. Había pasado mucho tiempo desde que bajaba con su madre en vacaciones al mercado. Todo aquello era absurdo. ¿Quién iba a perseguirla? Seguro que aquel pobre hombre había estado leyendo su periódico al fresquito antes de ir a por unos filetes para la cena. Estaba parana. Entonces vio a Tarek saliendo de una droguería y acercándose a donde estaba ella. Se hubiera muerto de vergüenza si la hubiera visto huyendo como una posesa por el mercado de un enemigo inexistente. –Señorita… ¿Ha acabado usted? 52 http://www.antoniojroldan.es –Sí Tarek. Ambos se dirigieron al coche que les esperaba aparcado a la vera del mercado. Zahra miraba a todos lados, por si el hombre de la plaza apareciera de nuevo, pero sin percatarse de los ojos de Martín que la observaban desde la puerta del mercado. Durante el camino de regreso, Tarek volvió a sumirse en su silencio. De regreso a casa, David jugaba en el patio y los hombres de la reforma reforzaban la techumbre de los cobertizos y lo adecentaban un poco, dejando la casa sumida en un silencioso vacío. Zahra subió a su habitación, deseando coger el ordenador y conectarse a internet, sabiendo que era una forma más de evasión y de huída del tedio. Soltó la mochila en la silla y se tumbó durante unos instantes a mirar el techo. Se avergonzaba de muchas cosas, como su decisión de ocultarle a su madre lo que sabía del senet o de creerse envuelta en una persecución por las calles del pueblo. Mientras se mesaba el pelo y respiraba profundamente, creyó escuchar unos ruidos en el torreón. Sólo podía ser su madre. –¿Mamá? –No hubo respuesta. Según subía la escalera percibió el tenue aroma a azahar del perfume de Marta. Sentada en la cama de David, la madre de Zahra hojeaba un álbum de fotografías familiar. Había tristeza en 53 http://www.antoniojroldan.es sus ojos, pero también ternura, mucha ternura. Sin decir una palabra, Zahra se sentó junto a ella y reposó su cabeza en el seno de su madre. Habían sido pocos los momentos de complicidad en los últimos meses y quizás el padre de Zahra estuviera relacionado con la mayoría. –Toda la vida respirando el aroma de los viajes, aventurándose más allá de los sueños… –cerró el álbum y acarició el pelo de su hija–. Pensé que algún día maduraría, que sentaría la cabeza, sin renunciar a su manera de ser. Quizás no supe quererle tal y como era –Zahra se contuvo para no decir nada–. ¿Sabes lo más gracioso? Tu abuelo me lo dijo, mucho antes de casarnos. Todo él va en el mismo lote, lo aceptas sin condiciones. –¿Le echas de menos? –Constantemente. –Yo también, pero es muy raro… Hay días que sueño con él, que daría lo que fuera por encontrarlo junto a la almohada diciéndome eso de “buenos días, ardilla”, pero otras veces, cuando lo necesito, siento que lo odio por dejarnos. No sé mamá, temo que en el término medio esté la indiferencia y que llegue un día en el que ya no me importe nada. –Eso no ocurrirá, ya lo verás. Frente a ellas, un viejo cuadro de Glastonbury mostraba a una deidad de la tierra, como una gran madre que proporcionaba las cosechas, otorgaba la vida, protegía a sus hijos y reinaba entre las brumas del reino de Avalon. 54 http://www.antoniojroldan.es –¿Sabes mamá? –¿Sí? –Me gustará ir el mes que viene al pueblo del abuelo. Marta siguió la mirada de su hija hacia el cuadro, y un pequeño velo enturbió sus ojos. Conocía la profundidad del corazón de Zahra y la fuerza con el que este sería capaz de amar. ¿Sabría sobreponerse a la atracción de lo desconocido, las ansías de volar o la energía del camino, o se limitaría a soltar todo el lastre egoístamente para escapar de la realidad como hizo su propio padre? Algo le decía que aquella adolescente, que había crecido dentro de unos límites marcados por ella misma, sabría encontrar la ruta de regreso a casa cuando llegara el momento de finalizar su propia exploración. De alguna manera, Zahra adivinaba parte de los pensamientos de su madre. A pesar de las disputas del curso pasado y de las discrepancias propias de la edad, la quería, tanto como para darse una tregua de vez en cuando y reencontrarse con ella en instantes como aquel. Allí, estando las dos solas en un torreón que parecía surgido de algún cuento infantil, Zahra comprendió las palabras de Tarek. Su madre era una gran mujer. –Te quiero, mamá. Las estrellas brillaban sobre la azotea, formando un corro de luces juguetonas, como si las hadas estuvieran divirtiéndose sobre el cielo de la sierra de Albaidalle. Todavía estaba en el 55 http://www.antoniojroldan.es suelo la toalla que usaba para tomar el sol. Se sentó en ella y conectó el portátil de su abuelo para chatear con Sonia y Nico. La brillante luz de la pantalla dejó ver una diminuta mancha blanca junto a la toalla, que resultó ser un papelito escrito a mano que decía: “Mañana te llevo al pueblo. Quedamos a las ocho. Rai”. No tenía sentido, pero su cuerpo, emboscado en la brillante oscuridad de la noche, respondió contra su voluntad ruborizándose. 56 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 5 El Homo-Etilicus No era una cita, por supuesto. ¿Por qué entonces estaba tan nerviosa? Aquel chico no le importaba especialmente, sólo había aceptado su invitación para cambiar un poco y conocer el ambiente del pueblo. Sin embargo allí estaba, frente al espejo, dudando si retocarse un poco los labios, escogiendo entre todos sus pendientes y estudiando la caída de la falda como si de ello dependiera el destino del universo. A las ocho en punto escuchó el sonido de una moto entrando en el cortijo. No había pensado en eso. ¿Estaría cómoda con aquella ropa para subirse a una moto? Y lo que era más importante, ¿sabría hacerlo? Porque sólo recordaba haber montado alguna vez rodeado de los brazos de su padre, pero nunca viajando de paquete. Se echó un poco de perfume, sin abusar, y bajó al patio. Su madre estaba allí con Rai, marcando terreno y observando con curiosidad al muchacho. –¡Hola! ¿Qué tal? –saludó Rai–. Te he traído un casco. Pensé que no tendrías. 57 http://www.antoniojroldan.es –¡Gracias! –¿Para eso se había estado lavando el pelo y peinando durante veinte minutos? –A las once, no más tarde, Zahra. –Sí mamá… Cuando Zahra se subió al asiento como si fuera un caballo de juguete, Rai advirtió su poca pericia y la invitó a acercarse y rodearle la cintura. –Así… Coloca los pies ahí. ¿Lo ves? –Ya he montado otras veces, no creas. Lo que pasa es que esta moto es distinta. –Claro, claro –dijo Rai aguantando una sonrisa–. Agárrate. Y la moto rugió dando un pequeño derrape, por aquello de impresionar a la pasajera, la cual sintió una subida de adrenalina que le resultó incluso excitante. A pesar de la temperatura, descender hacia el pueblo fue una sensación muy agradable, aunque en las curvas se apretara a Rai con todas sus fuerzas. A pesar de la colonia de bote que se había echado, todavía olía a pintura. Ya en el pueblo, se dirigieron a los billares a encontrarse con el resto de la pandilla. Casi todos eran mayores, salvo un par de chicas que debían ser como ella. Cuando fue presentada por Rai, percibió cierta conciencia de pertenencia a una manada en ellas y el análisis topológico de ellos. Aquello no iba a ser fácil. Había olvidado con el paso de los años el desdén que a menudo 58 http://www.antoniojroldan.es se mostraba a forasteros del verano por aquello de la competencia en el coto de caza. Finalizadas las presentaciones, tomaron de nuevo las motos y se dirigieron hacia las afueras del pueblo, a unos merenderos que había junto al río, donde un grupo de chicos preparaban un botellón. Así que era eso. El plan que tenía aquella gente era beber. ¡Genial! No tenía bastante con los de su clase en Madrid como para ahora tener que soportar lo mismo con gente desconocida. Mientras que uno de los chicos jugaba a ser barman, una amiga de Rai –que no le soltaba cual lapa– sacó tabaco para ofrecer. Zahra rehusó con un gesto cortés poco correspondido. Una vez que los vasos estuvieron colmados de aquella pócima perpetrada por el tipo de las botellas, se inició el reparto. Zahra decidió tomar el suyo, mojar los labios y dejarlo a un lado con disimulo. Rai advirtió la maniobra, pero no le dijo nada. Luego sacaron una baraja y estuvieron un rato con un juego llamado la carta corrida, durante el cual más de uno rellenó su vaso hasta tres veces. Estaba anocheciendo cuando el alcohol comenzaba a hacer sus efectos sacando lo peor de cada cual. Zahra se encontraba bastante incomoda en aquel ambiente y Rai parecía ignorarla y centrarse en su gente, y lo peor es que dependía de él para regresar. Tampoco sabría situarse para llamar su madre para que viniera a recogerla, además de ser una opción algo humillante. Miró el reloj. Quedaba una larga hora por delante. Entonces fue cuando alguna lumbrera tuvo la genial idea de dejar las cartas para pasarse al escondite por parejas, una novedosa 59 http://www.antoniojroldan.es variación del clásico juego en el que dos personas se perdían entre los árboles y debían ser descubiertas por las demás. Demasiado obvio. Y por si fuera poco, los nombres de los chicos y las chicas se colocaban en unas bolsitas por separado para animar el apareamiento. Tenía que pasar… Zahra fue la primera agraciada y junto a ella un mastuerzo que portaba en su estómago suficiente pócima como para atontar a un hipopótamo obeso. La velada se animaba por momentos. Mientras todos iniciaban la cuenta atrás, tumbados boca a bajo para no mirar a la pareja, el machiruli tomo la mano de Zahra, como quien agarra a una burra, y tiró de ella en dirección al escondrijo. Cruzaron el río, acariciando el agua con la falda, subieron a un bosquecillo y se sentaron tras una piedra. En la lejanía se escuchaba las voces de los buscadores emprendiendo la caza, momento en el que el Homo-Etílicus inició su cortejo nupcial con Zahra. Desgraciadamente para él, no había sabido calibrar a su presa y recibió un sonoro bofetón por parte de Zahra, acompañado por una advertencia sobre sus posibilidades de transformarse en un eunuco si volvía a la carga. El chico, confuso y aturdido por la bebida, miró a Zahra como si la viera por primera vez, inició un leve intentó de razonamiento pero, como no daba para más en ese momento, se limitó a murmurar algo de puta madrileña que ella prefirió ignorar para no estrangularlo con sus propias manos. El destino quiso que el primero en llegar fuera Rai. No puedo contenerse. 60 http://www.antoniojroldan.es –O me ayudas a salir de aquí o te juro que aparecemos en los periódicos… Según Rai y Zahra se alejaban hacia la moto, las risas y comentarios burlones se sucedían a sus espaldas. Mientras tanto el presunto galán del escondite vomitaba los restos de la pócima en soledad. Al llegar a La Mugara, Zahra vio a su madre asomada a la ventana y le hizo un gesto para que supiera que ya estaba allí. Le entregó el casco a Rai y prosiguieron con la conversación. –Te he dicho que lo siento. ¿Qué más quieres que haga? –Olvídalo, ¿quieres? –Son mis colegas, ¿sabes? No son perfectos… Pero… –Está bien, no le des más vueltas. Zahra se sentó en el poyete del muro y Rai se situó a su lado. El cielo brillaba de estrellas, como nunca lo hacía en la gran ciudad. –¿Por qué las cosas se vuelven tan difíciles? –dijo Zahra. –No te comprendo. –Desde hace un año todo es distinto. No sé, antes quedaba con mis amigos y lo pasábamos bien con nada. Paseábamos, nos sentábamos alrededor de una bolsa de pipas, veíamos una peli o jugábamos al escondite, el de siempre –miró significativamente a Rai–. Ahora parece que si no está el botellón o el tabaco nos falte algo. Todo es tan falso, tan artificial… 61 http://www.antoniojroldan.es –Bueno, son cosas de la edad. Todo cambia, ¿no? –Supongo que sí –su mirada se dirigía a las lucecitas de las casitas que destellaban en la noche–. Pero era más feliz cuando todo funcionaba, familia, estudios, amigos… –Un día mi padre tuvo un accidente mientras trabajaba con una escalera –dirigió sus ojos al casco que sujetaba–. Aquel día tuve que tomar una decisión: seguir disfrutando de mi niñez, centrarme en el estudio, pasarme el día jugando al fútbol, o… –¿Sí? –Elegí ser mayor, responsable si quieres, y ayudar a mi familia. Paso muchas horas subido a la misma escalera de la que se cayó mi padre y son muchos los días que me acuesto sabiendo que mi único horizonte será subir una y mil veces a esa escalera, tener una familia y disfrutar de mis amigos –en ese momento se volvió hacia ella–, sin más pretensiones. A veces las cosas no son tan sencillas como se ven desde fuera. –Ya lo sé, pero todo puede cambiar si te lo propones. –Eso es fácil de decir cuando tienes dinero. –Yo no soy rica. –Lo serás cuando vendas esta casa. ¿O no? –Bueno, eso es cosa de mi madre. –Vale, lo que tú digas –y se hizo un silencio tan sólo roto por la brisa que movía las hojas. 62 http://www.antoniojroldan.es –Mi padre vive en Tanzania –confesó Zahra–. No le veo desde Navidad. Por eso mi madre tiene que cargar con todo el lío de La Mugara. –¿En Tanzania? ¡Qué fuerte! Zahra recordó la imagen suya tomando el sol en la azotea mientras que Rai sudaba pintando el muro. Reconocía que en el fondo tenía razón y que tenía innumerables motivos de los que alegrarse en su vida. Era una persona afortunada en lo más esencial. Adivinó el rostro cansado de Rai, con su barba sin afeitar y el pelo caído hacia los lados, muy cerca de ella. Durante unos instantes creyó entender muchas cosas. –Nunca quise ofenderte, ¿sabes? –Lo sé. Da igual. –Podemos quedar otro día, con otro plan… –Sería una buena idea –se volvió hacia ella–. Te gustaban las excursiones, ¿no es así? Creo que sé algo de tu cueva. –¡Ah! ¿En serio? –Bueno, no es mucho. No sé si ves desde aquí aquel cerro –una silueta se dibujaba entre las sombras–. A sus pies está la entrada a una caverna. Me dijo uno de mis colegas que mucha gente la utiliza para hacer fiestas, beber un poco –sonrió culpable– y que está llena de basura. Pero lo mejor es que, una vez que penetras en ella, hay una galería que se pierde en el interior y que se puede atravesar con cuidado. –¡Es genial! Me gustaría ir un día. 63 http://www.antoniojroldan.es –Podemos ir juntos, si quieres. –¿No te importaría? –No, claro que no. Tendría que ser el domingo, salvo que me des día libre. –Muy gracioso… –En serio. El domingo no trabajo y podemos ir tempranito. –Estaría bien. –Bueno tía, me bajo al pueblo. –Tus amigos te estarán esperando y seguro que se van a pasar un montón contigo por mi causa. –No es culpa de nadie. Quizás no fue una buena idea llevarte allí. ¡En fin! –Se levantó hacia la moto–. Mañana nos vemos por aquí. –Adiós Rai. –¡Hasta mañana! Entonces lo vio. Al deslizarse una nube, la luna se reflejó en unos ojos que los observaban en la oscuridad. Zahra desvió la mirada hacia Rai, para disimular, y se acercó a él. –Rai, no mires hacia allí, pero al fondo hay alguien que nos está vigilando. –¿Qué dices? Será algún animal… –Puede ser la misma persona que me estuvo siguiendo por Albaidalle. 64 http://www.antoniojroldan.es –Te seguían en el pueblo. Pero… ¿De qué estás hablando? –Tengo miedo, Rai. No pensaba decírselo a mi madre, para no preocuparla más, pero ahora no sé que pensar. –Tengo una idea. Arranco la moto para irme y voy hacia donde estaba la sombra esa. ¿Quieres? –Zahra asintió–. Dame un beso. –¿Qué? –En la mejilla mujer, para despedirte y tal. De ese modo si hay alguien no creerá que nos hemos dado cuenta. –Vale –rozó su cara con los labios. La moto arrancó y Rai la aceleró con violencia, derrapando en dirección a los árboles. El faro de la moto iluminó la penumbra mostrando a un gato corriendo ante la irrupción inesperada. Zahra observó aliviada al felino huyendo hacia unos matorrales. Rai dio la vuelta, guiñó un ojo a Zahra, se puso el casco y partió hacia Abaidalle. A veces, durante la adolescencia, el espejo devuelve la imagen de una persona extraña, la silueta de un cuerpo que evoluciona sin permiso pugnando por escapar de la infancia, en contra de cualquier voluntad por aferrarse a la seguridad que nos proporciona el regreso al cuarto de los juegos. Recorriendo ese camino inevitable, que la llevaría a través de la juventud, Zahra se detendría en multitud de paradas, para descansar, revisar el 65 http://www.antoniojroldan.es mapa o simplemente gozar del paisaje. Aquella noche, sintiendo el aliento del Homo-Etilicus había tocado una de las fronteras que marcaban su crecimiento, conocida y visitada, pero no por ello deseable. También había permanecido sentada bajo un cielo hermoso, en compañía de Rai, abriéndose las compuertas de los sentimientos. Sus rostros se habían acariciado fugazmente cuando ella notaba el miedo en su corazón, estremeciéndose como no lo había hecho desde hacía meses. Por algún motivo, se sentía atraída por aquel chico. Las luces de Albaidalle parpadeaban entre las ramas de los árboles cuando Rai tomaba una de las curvas de bajada al pueblo. Por el retrovisor se acercaban los faros de un coche a una velocidad bastante superior a la aconsejable. Optó por orillarse un poco por si aquel tipo viniera algo cocido, pero para su sorpresa se situó en paralelo a él, bajó la ventanilla y le hizo un gesto para que se detuviera. Desgraciadamente conocía a aquel hombre. –¿A ti qué te pasa? –dijo Martín cuando bajó del coche –Nada… –¿Qué pretendías hacer cuando te acercaste a mí con la moto? –¡Ah! Era usted… –Pues claro que era yo. Me dejasteis bloqueada la salida hablando ahí en la puerta. ¿Me vio ella? 66 http://www.antoniojroldan.es –Bueno, pensó que era un gato –no iba debía decirle que le recordó a un que la persiguió en el pueblo. –¿De qué cueva hablabais? –De una que visitaremos el domingo. ¿Qué tiene eso que ver con…? –Escucha, no debes ocultarme nada. ¿Entendido? –Sus ojos brillaban amenazantes en la noche–. Absolutamente nada. Ya juzgaré yo lo que es importante. –Sólo es una excursión… –Te equivocas. ¿Ves esto? –Junto a Martín una especie de freaky con gafas sostenía un portátil. En él se veía el interior de una cueva en que descansaban objetos egipcios. Entonces Rai comprendió que estaba atrapado, que iba a ser utilizado por Martín, metiéndose en un lío mucho mayor del que esperaba. –Limítate a acompañar a la periquita a su cueva, que yo estaré cerca esperando. –Se suponía que yo sólo debía pasarle información. No quiero ser cómplice de nada más. –¿Tienes algún problema? –Martín zarandeó a Rai–. Soy negociante, te comprendo. Tendrás mil euros fuera de nuestro acuerdo por entrar en esa cueva y ayudar a la niña. ¿Te parece bien? Mil euros por encubrir o colaborar en una especie de robo. A Rai no le salían las cuentas, sobre todo pensando en que Zahra pudiera sufrir algún daño en manos de aquel bruto. Estaba 67 http://www.antoniojroldan.es claro que, por encima de cualquier amenaza, él era necesario y estaba en una posición de privilegio. Habría que lanzar un órdago a aquella gente a pesar del riesgo de salir trasquilado. –Mil euros y su promesa de caballero –aquello era mucho decir, pero había que intentarlo– de que a ella no le pasará nada – Martín y el informático se miraron socarronamente–. Es mi última oferta. –Vaya, vaya. Desde que te vi sabía que podía confiar en ti. Me gusta este chico –se quedó pensativo y metió su mano en la chaqueta. Por un momento Rai esperó ver la aparición estelar de una pistola, pero tan sólo era una billetera. De ella el hombre que siguió a Zahra sacó cinco billetes de cien euros como si fuera dinero del Monopoly–. Un adelanto –otro coche que subía por la carretera cortó momentáneamente la conversación–. Cuando tenga el senet en mis manos otros quinientos. –Bien, pero… –No hay peros –el tono se volvió más áspero–. Yo pongo las condiciones –entornó los ojos mirándole con ferocidad–. No tienes elección y este dinero es un regalo por las molestias. Ya sabes lo que pasará si te vas de la lengua. ¿He sido claro? –Sí señor. –Eso está bien… –recuperó su cordialidad–. Vámonos, que este no es sitio para conversar. 68 http://www.antoniojroldan.es Y Rai se quedó solo con una enorme desazón y quinientos euros en el bolsillo. Aún recordaba días atrás la primera conversación en los billares: – Ven conmigo, hablaremos de negocios… »Necesito que me cuentes todo lo que acontezca en La Mugara. –No le entiendo. –Verás, ando metido en un tema de compra y venta de antigüedades y digamos que toda información privilegiada es beneficiosa para mí. Se han perdido ciertos objetos egipcios, de esos que había en las pirámides –Rai asintió de mala gana ante la aclaración innecesaria–. Tú te mueves por la casa y seguro que puedes enterarte de algo. –¿Por qué iba a hacer eso? –Sé muchas cosas de ti, pero también de tu familia –sacó un papel del bolsillo y se lo mostró al chico–. ¿Recuerdas aquella inspección de trabajo en junio? Tu padre no debería realizar ciertos trabajos y esa es la razón de ese expediente en curso – Aquel desconocido tenía una copia de la carta que recibió su padre–. Yo lo puedo arreglar todo, todo. –Pero, ¿cómo? –No soy de los que reciben negativas por respuesta a un favor –y se alejó sin despedirse. Cuando Rai observó por la ventana del local de recreativos a Martín entrar en el coche, su mirada fría desde el 69 http://www.antoniojroldan.es asiento delantero se le quedó grabada como señal de advertencia para que aceptara el encargo. Hubiera preferido pactar con el mismísimo Diablo. 70 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 6 Tarek, el fellah Existía una gran diferencia entre despertarse en Madrid, sumergida en un océano de ruidos, y hacerlo en el campo, donde el latido de la vida es más imperceptible y bello. Los gorriones jugaban alegremente en el árbol del patio mientras que Tarek y su escoba se aplicaban arañando el suelo. Con el paso de los días Zahra había dejado de usar el móvil para despertarse, para así dejar a la luz del día penetrar en sus sueños susurrándole la llegada del amanecer. Madrugaba más que al principio, pero dormía mejor. Se levantó de la cama, con el sol acariciando tibiamente su cara, y se acercó al armario a por la ropa para darse una ducha. Fue una imagen fugaz, como si todavía los sueños se entrelazaran con la realidad, pero había algo allí, en el cajón, que no recordaba haber visto antes. De hecho estaba demasiado bien colocado en una esquina, junto a las camisetas, como para ser casual. La figurita de madera, con forma de peón de ajedrez estaba entre su ropa como aquellos jaboncitos que su madre ponía a veces a modo de ambientador. Estaba casi segura de no haberla visto antes, pero pudiera haber estado en el fondo del cajón y deslizarse cuando el día anterior metió las camisetas 71 http://www.antoniojroldan.es planchadas. Fuera lo que fuera, parecía más una antigüedad que una pieza de un juguete. Tras el aseo bajó a desayunar. Allí la esperaban David y Marta, que estaban terminando. Tarek la vio entrar y se puso a cortar pan para ella. –Buenos días, cariño –le dijo Marta–. ¿Has dormido bien? Anoche te acostaste tarde –miró a su hija con intención. Zahra conocía esa mirada, que venía a decir algo así como sé que lo has pasado bien, el chico es mono y me podrías contar algo, que para algo soy tu madre. Pero, desde hacía unos meses, Zahra se había vuelto más hermética en esas cuestiones, porque adivinaba que tras ese interés solían aparecer otras cuestiones sobre responsabilidad, normas y sexualidad que le resultaban algo cargantes. –He dormido genial. –Me alegro. ¡Vamos David, termínate la leche! Voy a bajar con tu hermano al pueblo. Podrías seguir limpiando los libros del despacho. ¿No? Así me ayudas… –Vale –de esa manera tendría vía libre para investigar sobre la piececita del cajón–. Vete tranquila. Una vez sentada en el despacho, rodeada de una pila de libros, se parapetó para encender el ordenador, saludó al soldadito y entró en la cueva para buscar el senet. Allí estaba. Algo le decía en el corazón que algún día, no muy lejano, quizás 72 http://www.antoniojroldan.es el domingo, estaría en sus manos. Junto a él había una caja con las fichas, pero no fue capaz de compararlas con la suya debido a la poca resolución de la cámara. Sin embargo si lo pudo hacer con otros senet que había en internet. Podría ser una de las piezas, pero era improbable. Primero porque si aquella antigüedad merecía tanta seguridad era debido a su valor, el cual quedaría muy devaluado si le faltara una de las fichas. Segundo, si por algún motivo había que separarla de su juego, el lugar más indicado no era el cajón de su ropa. Moraleja: aquel descuido se justificaba si esa ficha hubiera sido colocada de forma premeditada, para que ella la encontrara. Sólo había una persona que pudiera haber hecho algo semejante, aunque no entendía el motivo. Tarek. Así que apagó el ordenador y fue a buscarle. Encontró al guarda en la cocina, cosiendo uno de sus pantalones. Aquel hombre era una caja de sorpresas, capaz de realizar cualquier labor y a la vez parecer ajeno al mundo que le rodeaba. –Buenos días, señorita –hizo amago de levantarse–. ¿Necesita algo? –Sí Tarek, gracias. ¿Sabe que es esto? –Directamente al grano, y sin anestesia, le mostró la figurita. –Parece una talla de madera… –la tomó en su mano como si no la hubiera visto antes–. Es antigua. Probablemente egipcia. ¿Estaba en el despacho? –No exactamente. ¿Puede ser del senet de mi abuelo? –¿El senet? 73 http://www.antoniojroldan.es –Ese juego que debería estar en la colección egipcia. –No lo descarto señorita –le devolvió la ficha, bajó la mirada y retomó la labor de costura–. Es probable. –Probable… Ya. La estaba engañando, lo notaba; pero si él había puesto la ficha con la intención de que llegara a sus manos no era para despacharla y olvidar el tema. Era el momento de interrogarlo. –Usted ha pasado casi toda la vida con mi abuelo. ¿Por qué no me habla del senet? ¿Dónde lo encontró? –Aunque parecía ignorar la pregunta, Zahra intuía que él estaba meditando la respuesta. –No lo encontró exactamente. –¿No? –Lo ganó. –¿Como que lo ganó…? –Jugando a las cartas, en Londres. Hubo una vez… –se levantó e invitó a Zahra a seguirlo al despacho. Allí comenzó a buscar entre los libros hasta que dio con uno muy pequeño titulado “La muerte en el antiguo Egipto”. Se lo entregó a ella–. Eduard Toda –le dijo como única explicación. –¿Eduard Toda? –Era un diplomático español, amigo de Antonio Gaudí. Seguro que le suena el nombre –Zahra evocó su visita a la Sagrada Familia de Barcelona dos veranos atrás–. Estuvo 74 http://www.antoniojroldan.es destinado en Macao, Hong Kong, Shangai y El Cairo, donde ocupó el cargo de cónsul de España. –Pero si era amigo de Gaudí eso debió suceder hace muchísimos años, ¿no? –Finales del siglo diecinueve. Hay muchas historias sobre la amistad que unió a estos hombres, muchas relacionadas con una ideología llamada masonería, pero ahora no vienen al caso. Lo que nos importa es que estudió derecho y escogió la carrera diplomática. Como cónsul de Egipto que era, se fue a vivir con el resto de ciudadanos europeos en una colonia especial de El Cairo, donde pudo conocer a gente muy interesante. Era como un oasis occidental en mi país. Una de aquellas personas era Gaston Maspero, que dirigía el servicio de antigüedades de Egipto, al que acompañó en muchas de sus expediciones a través del delta del Nilo, buscando tumbas –se quedó observando con detenimiento la pieza del senet–. Desde que se recuerda todos los pueblos que han pasado por Egipto han saqueado los enterramientos en busca de riquezas, pero por entonces una nueva ley dictó la prohibición de realizar excavaciones y vender antigüedades. Fue una mala idea en mi modesta opinión. –¿Por qué? Así se protegería mejor el patrimonio. ¿O no? –No existen vigilantes suficientes para custodiar todo el Nilo. ¿Verdad? Además, muchos pueblos vivían de la venta de esos objetos y saqueaban las tumbas al cobijo de la noche. Fue un desastre. Todos los guardianes entraban en el reparto. Hay mucha corrupción en mi país, una auténtica lacra. 75 http://www.antoniojroldan.es »Las momias aparecían destrozadas por el suelo, las tablillas se dividían en trozos para multiplicar las ventas y muchos enseres de valor histórico se convirtieron en basura. –¡Qué pena! Lo que hace la avaricia… –No era la avaricia, señorita –corrigió con suavidad-. Era el hambre, el sustento de muchas familias, como el pueblo Fellah, que sueña con encontrar su tesoro durante toda una vida. Yo soy de origen Fellah –desde el fondo de los ojos negros de Tarek se produjo un leve destello de orgullo–. Maspero era un hombre inteligente, por lo que pensó que lo más práctico era autorizar a todo el mundo a buscar enterramientos, eso sí, con un permiso y la condición de que los objetos encontrados fueran previamente registrados por la autoridad y perfectamente custodiados. Luego se dividiría el hallazgo en partes iguales, dando prioridad de elección de los mismos a los descubridores – sonreía satisfecho–. Por eso un día Maspero y Toda recibieron la visita de un hombre de Gurnah explicando que había encontrado una tumba y que lo ponía en su conocimiento para acogerse al decreto de excavaciones. Resultaba que aquella tumba era de las pocas que permanecía intacta, un auténtico tesoro desde cualquier punto de vista. En reconocimiento a la ayuda prestada, Maspero le regaló a Toda la tarea de explorarla. –¡Qué emocionante debió ser! No me imagino lo que se sentirá al entrar en un lugar así. –La entrada a la tumba era un pozo de unos cuatro metros de profundidad. Luego había una galería, una antesala y otra 76 http://www.antoniojroldan.es galería que conducía a una puerta de madera. Tras ella las riquezas y legados que nunca habían visto la luz del día desde el último enterramiento. Aquella era la tumba de un artesano de renombre. –¡Yo conozco esa puerta de madera! ¡Claro! La he visto en Internet. Hay una pareja jugando al senet. –¿Quiere saber algo muy personal? –¿El qué? –Mi abuelo estaba entre los peones que trabajaron allí con Toda –levantó la cabeza con indisimulado orgullo. »Gran parte de la colección está repartida por el Museo de El Cairo y alguna pieza en el Arqueológico de Madrid. Sin embargo… –se acercó a ella como si fuera a confiarle un secreto–. En el inventario publicado posteriormente por Toda no figura un senet que estaba en la tumba. –¿Por qué? –Era un regalo de Maspero a Toda, demasiado valioso como para ser inventariado y luego entregado en forma de comisión. ¿Cómo se dice? Se lo entregó bajo cuerda, como algo personal. El problema es que uno de los colaboradores de Salam, el Fellah, el descubridor del pozo, también lo quería para él. Toda le ofreció mucho dinero para compensarle por el valor del senet, pero él le dijo que si le contrataba como criado a su servicio se daría por pagado y así podría contemplarlo siempre 77 http://www.antoniojroldan.es que quisiera. Muy astuto por su parte. Un trabajo valía más que una antigüedad. –¿Era su abuelo? –Tarek asintió feliz. –Cuando Toda se trasladó a Londres a vivir hizo mucha riqueza con sus negocios. Al regresar a España vendió el senet a un coleccionista de antigüedades londinense con una condición. –¿Cuál? –Que mi abuelo y su familia, que se quedarían en Londres, pudieran visitar el senet de forma eventual. Desgraciadamente aquel hombre no cumplió su parte y las puertas de su casa permanecieron cerrada para ellos. –¡Era de esperar! –No entendió lo que era el honor. De donde yo vengo un apretón de manos es un contrato. Tras la Guerra Mundial, mis padres regresaron a Egipto, a la tierra de sus antepasados. Habían ahorrado dinero y crearon una agencia de guías e intérpretes de inglés para los expedicionarios que iban al delta del Nilo. Así, siendo yo muy joven, conocí al señor, su abuelo, y pasé varios meses en su compañía. En una de nuestras conversaciones le conté la historia del senet. Tarek se fue hacia uno de los montones de libros y sacó un ajado álbum de fotos. Entre las viejas fotos, una de ellas mostraba a un joven apuesto con bigote, rodeado de baúles. Sentado en uno de ellos Tarek observaba al fotógrafo con su gesto arisco. 78 http://www.antoniojroldan.es –Es el día que nos fuimos a Inglaterra. Su abuelo se iba a casar y necesitaba un servidor para su casa en Glastonbury. Me dio una oportunidad para mejorar mi vida y acercarme al anhelo de mis mayores. –Pero… Él sabía que usted deseaba recuperar el senet. ¿No? –El senet no es nuestro, pero tenemos unos derechos sobre él. Por eso el Sr. Saunders localizó al propietario y le hizo una generosa oferta que este rehusó. Sin embargo corrían rumores sobre la afición al juego de este caballero, por lo que su abuelo jugó algunos de sus objetos egipcios contra el senet en una partida de cartas. Lo ganó –dijo orgulloso. –Es una historia muy interesante, Tarek, pero lo que no entiendo por qué usted le ha dicho a mi madre que no sabe donde está si yo creo que está oculto en una cueva. Mi madre lo necesita. Debe encontrarlo, junto al resto de objetos, para poder vender toda la colección. –Se equivoca, señorita –de repente se puso muy serio–. Es el propio senet el que encontrará a su dueño, como ha sido siempre hasta que Toda lo vendió. –No lo pillo… –Un día me dijo usted en el coche que creía en la esencia de los objetos. Por eso he confiado en que lo entendería –parecía decepcionado con Zahra. –Bueno… Sí, pero… 79 http://www.antoniojroldan.es –El senet no es un juguete. Es la llave para entrar en el reino de los muertos, en la Duat. No puede caer en manos codiciosas. Sólo merecen poseerlo las personas que sepan apreciar su verdadero valor y poder. Hay que acercarse a él con la veneración y el respeto debidos. –Mi madre es una buena persona. Sabe lo que tiene que hacer. –En efecto, señorita, lo es; pero está algo perdida y es vulnerable. Necesita tiempo, pero este se le acabará cuando esta casa se traspase –de repente la conversación cambió de tono. Tarek parecía nervioso y defraudado–. Siento haberla metido en esto dejándole la ficha en su habitación, pero pensaba que usted era la persona más adecuada para recoger la herencia de su abuelo. –¿Por qué yo? –Está iniciando un camino de búsqueda, muy propio de su edad, y su corazón es permeable a otras realidades. Su abuelo así lo pensó. Yo también, modestamente. A pesar de lo absurdo de la situación, algo le decía a Zahra que quizás hubiera verdad en aquellas palabras. Al fin y al cabo era muy posible que el domingo entrara en la cueva y le regresara el senet a su madre. Ahí acabarían todos los problemas y su remordimiento por conocer su paradero a sus espaldas. Aún así, pensó que un poco de ayuda sería bien recibida. –De acuerdo, Tarek. ¿Dónde está el senet? ¿En la cueva? 80 http://www.antoniojroldan.es –¿Dónde está? Si su destino es descubrirlo, así será. Yo no debo intervenir. Por cierto, no olvide llevar esa ficha siempre con usted, para completar el juego. Sin ella carece de valor. –¿Y si no lo encuentro? Mi madre perdería la venta. –No lo ha entendido… El senet nunca estará en manos de personas como Menéndez. Su madre tendrá que escoger a otro comprador. Lo siento… –Perderá mucho dinero. –Se equivoca, el senet le entregará una riqueza tal que nunca hubiera imaginado. Dicho esto, Tarek acarició torpemente la cabeza de Zahra y salió del despacho cabizbajo. Cuando la noche se posó sobre la sierra Zahra notó una gran fatiga mental y física. Se conectó al chat a la hora acordada con sus amigos. Sólo su fiel compañero, Nico, estaba disponible. –Me mandó un correo Sonia, que iba a estar en una fiesta del hotel –dijo Nico a modo de disculpa. –Esa sí que está disfrutando… –¡Oye Zahra! Prométeme que no vas a hacer ninguna tontería. Entrar en una cueva es muy peligroso. Debes contarle todo a tu madre. –No voy a ir sola. Iré con Rai. 81 http://www.antoniojroldan.es –¿Con el del botellón? Tú misma, pero no me gusta la idea. Tampoco estoy tranquilo sabiendo que ese tipo egipcio anda por la casa. Toda esa historia es muy extraña. –No sabría explicarte el porqué Nico, pero creo que de alguna manera las cosas deben suceder así. –Al menos sé muy prudente. –Lo seré. Que descanses, ángel de la guarda. –Ángel de la guarda… Hasta que dimita agotamiento. Buenas noches, Zahra. Un millón de besotes. 82 por http://www.antoniojroldan.es Capítulo 7 Que comience la partida Como en las grandes ocasiones, a David le brillaban los ojos. No es que el juego fuera lo más apasionante que había visto en su vida, pero no todos los días iba a ser él quien le enseñara algo a su sabihonda hermanita. El juego del senet, que le había mandado Nico, era similar al de la oca combinado con el parchís, pero mucho más simple. Podían participar dos personas, una con cuatro fichas, similares a unos carretes de hilo, y su contrincante con otras tantas en forma de peón de ajedrez pero más estiradas. El tablero tenía treinta casillas, repartidas en tres filas de diez cada una. No se usaban los dados en ese juego, sino cuatro tablillas, blancas por delante y negras por detrás, de tal manera que al lanzarlas el número de blancas indicaría la puntuación lograda. Todo negro significaba un 6, de modo que no se podía obtener el 5. El objetivo del juego era llevar todas las fichas fuera del tablero antes que el adversario, para lo cual existían algunas estrategias interesantes, como colocar dos fichas consecutivas a modo de barrera para el contrario, o mandar a la ficha enemiga a 83 http://www.antoniojroldan.es la casilla de salida si se la comía como en el parchís, excepto cuando estaba a salvo en las casillas 26, 28 o 29. Al igual que en la oca, caer en alguna de las treinta casillas podía traer alguna consecuencia, como en la número 27, que indicaba sumergirse en el Nilo y retroceder a la 15, salvo que estuviera ocupada y tuviera que rebotar hasta la salida. Una ficha en la 15, donde está el símbolo de vida eterna de una cruz ansada, estará protegida siempre y cuando no viniera de la 27. Si el jugador llegaba a la casilla 28, la Casa de los Espíritus, sólo podrá continuar sacando tres tablillas blancas. La casilla 26, la Casa de la Felicidad, era la antesala de la travesía final hacia el camino del Libro de los Muertos, y la 29, la Casa del Doble, ocultaba una última trampa de la que no se podía escapar, salvo que se sacara un dos en la próxima tirada. Aunque pudiera pensarse que aquel entretenimiento no era más que un pasatiempo para los antiguos egipcios, según Nico, acercarse a ese tablero significaba retar al destino a una partida contra la propia muerte, porque el senet, o juego de los treinta, era un medio para avanzar hacia la vida eterna. De hecho en algunas representaciones, como la de la propia tumba de Son 84 http://www.antoniojroldan.es Notem, el contrincante permanecía invisible a los ojos de los mortales. –Que comience la partida –dijo David tirando las tablillas–. Juego con los peones. ¡Un tres! Me voy a la nueve. –Un dos. Lo siento pardillo, pero te como la nueve con la de la siete. –¡Toma ya! Un seis. Ahora sí que no me pillas… 85 http://www.antoniojroldan.es –Eso lo veremos… 86 http://www.antoniojroldan.es 87 http://www.antoniojroldan.es –Has corrido demasiado, David. ¡Te estás ahogando en el Nilo! –No importa, porque ahora perseguiré tu ficha… 88 http://www.antoniojroldan.es –¡Un cuatro! Los dioses están conmigo, David. –No llegarás a tiempo… –Me basta con seis. Como este… 89 http://www.antoniojroldan.es La primera batalla cayó del lado de Zahra, pero según avanzaba la partida David fue capaz de mandar sus cuatro fichas al reino del más allá antes que su rival. Pasaron un buen rato practicando con el senet en el ordenador, hasta equilibrar el marcador en un empate a tres partidas que dejó el duelo servido para otro día. –Ha sido divertido –dijo Zahra para reforzar a su hermano–. Ojalá encuentre este domingo el senet y podamos jugar en uno de verdad –según pronunciaba esas palabras, fruto de su relajamiento, advirtió su indiscreción. –¿Has encontrado la cueva? ¿Vas a ir? –El secreto había dejado de serlo. A pocos metros de Zahra y David, emboscado junto al quicio de la puerta, Tarek rememoraba la última partida de senet que había presenciado unos meses antes. En aquella ocasión la derrota del abuelo de Zahra fue clara y rotunda. 90 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 8 La cueva del senet Rai no se lo podía creer. Allí, sentado tan ufano en la entrada, el hermanito de Zahra aguardaba equipado como un explorador que fuera a internarse en el Amazonas, así que hizo un aparte con Zahra para parlamentar. –¿Estás loca? No podemos meternos en la cueva con un niño pequeño. –Tiene diez años, sabe andar si es eso lo que te preocupa. Dejó el tacataca hace tiempo. –No digas chorradas. Bajar allí requiere concentración, fuerza… Ni siquiera sé si tú podrás aguantarlo. –¡Vaya! Habló el campeón de Pressing Catch. –Es tu responsabilidad. ¿Tu madre lo sabe? –Más o menos. –¿Más o menos? –Bueno sabe que vamos de excursión. Además, me amenazó con chivarse si no lo traía. 91 http://www.antoniojroldan.es –Vale, está bien, pero si pasa algo no será por mi culpa – Rai no se quitaba de la mente las palabras de Martín avisando de que estaría cerca de ellos. Tras abandonar la finca siguieron carretera arriba, dejando a la izquierda algunas casitas y huertos que jalonaban la cuneta. Según había sabido Rai, dos kilómetros más arriba había que desviarse por un camino que culminaba en un estrecho puerto. No tenían que ir tan lejos porque la cueva se encontraba al inicio del camino. Aunque estaba haciendo aquello por su padre, el aprecio que le estaba tomando a aquella chica y el dinero de Martín, que le empezaba a quemar, le hacían sentirse sucio y miserable. Dos ideas tenía en la cabeza. La primera se refería a lo que indagaba Zahra en una cueva perdida de la sierra; y la segunda que le importaba aquello a un tipo como Martín. Luego estaban las posibles consecuencias. En principio aquello no debía pasar de un simple robo, porque sería muy extraño que aquel hombre fuera capaz de algo más contra dos jóvenes y un niño. Si fuera así él mismo estaría en peligro por ser el testigo incomodo que le asociaba con Zahra y la cueva. Quizás la presencia de David supusiera un seguro a todo riesgo a prueba de cualquier desmán, porque había que tener muy pocas entrañas para atreverse con un pequeño y su hermanita mayor. Por eso poco a poco fue desterrando sus más funestos pensamientos para disfrutar de una mañana espléndida. 92 http://www.antoniojroldan.es Zahra lamentaba ocultarle a Rai su verdadera motivación para encontrar la cueva. Hasta su propio hermano la conocía. Rai era un muchacho mono, parecía buena persona, pero no confiaba plenamente en él. El problema era que si finalmente lograban recuperar el senet debía quedar muy claro que este pertenecía a su abuelo, para evitar malos entendidos. Eso hacía necesario preparar el terreno antes de llegar. Sabía que David no lo comprendería, pero no quedaba más remedio que decirle a Rai la verdad, o al menos parte de ella. –Rai… –No me digas que ya te has cansado, niña –detuvo su marcha y se volvió hacia ella. –No es eso. ¿Cómo me voy a cansar? Quería comentarte una cosa sobre la cueva. –¡Ah! –Por fin Rai iba a enterarse del meollo de la cuestión y saber a qué atenerse–. ¿El qué? –Estoy buscando algo. Mi abuelo escondió en una cueva algunas antigüedades egipcias. Bueno, eso creo –así que era eso, pensó Rai. –Yo no guardaría nada en una cueva. ¿Estás convencida de lo que dices? –No del todo… –prosiguieron la marcha detrás de un motivado David–. Sé que está en una cueva y no parece haber otra por aquí. 93 http://www.antoniojroldan.es –Te dije que había muchas… –aquello era un enorme error y parecía mentira que Martín se hubiera tragado esa historia–. Y en el caso de que así fuera, ¿no pretenderás que exploremos una cueva de kilómetros en busca de una momia? –¿Kilómetros? –¡Despierta, Zahra! No vamos de picnic, aunque tu hermano se lo esté creyendo. Vamos a asomarnos a ese agujero, nada más. ¿Tienes idea de lo peligrosa que puede ser una cueva salvaje? –No soy imbécil. –¡Eh, chicos! ¿Es ahí? –David interrumpió la discusión indicando una abrupta pendiente de pocos metros que desembocaba en lo que parecía una entrada en la roca. Rai avanzó hacia David mirando con enfado a Zahra. –Sí, debe ser. Espera un momento. Rai sacó una cuerda de la mochila y la estiró. Apenas tenía ocho o nueve metros de longitud. Al menos bastaría para aproximarse a la entrada y dejarse deslizar por la ladera. Tras anudarla con soltura a un árbol, tranquilizando a Zahra por su evidente pericia, inició el corto, pero arriesgado, descenso. La cuerda aguantaba bien. –Primero bajaré yo para probar. Si no es muy difícil, bajará David. –¿Por qué David? 94 http://www.antoniojroldan.es –Si no fuera capaz de llegar hasta allí, que al menos alguien con fuerza le pueda ayudar desde arriba y desde abajo. –Conforme, pero no conoces a mi hermano el tozudo. Rai se dejó caer cuerda abajo hasta quedar a un escaso metro del suelo. Desde allí saltó y se aproximó a la entrada. Cuando comprobó que la galería se perdía en la oscuridad, y que aquella debía ser la cueva que buscaban, hizo una seña a Zahra. –David, escúchame atentamente –su hermana se puso muy seria–. Te he dejado venir porque confío en ti. ¿De acuerdo? –Él asintió gravemente–. Has visto como lo ha hecho Rai, ¿verdad? Él estará abajo para recibirte. ¿Preparado? Aunque al principio pareció dudar, el benjamín de la expedición logró alcanzar a Rai. Luego llegó el turno de Zahra. Había tenido que subir y bajar por una cuerda en clase de educación física con alguna penalidad, lo que había provocado una quemadura en su mano derecha y una herida en su autoestima; pero en esa ocasión, fuera por la adrenalina o por la seguridad que le inspiraba tener al muchacho esperándola abajo, supo manejarse con más soltura de la esperada. Cuando Rai la tomó en sus brazos ambos se quedaron mirando fijamente. –¿Me sueltas o qué? –Un poco sobón, resultó el amigo. En el exterior, parapetado tras una roca, Martín había visto los preparativos para la exploración de la cueva. A partir de aquel instante sólo quedaba esperar. 95 http://www.antoniojroldan.es Abrieron las mochilas y se inició la revisión del equipo. Rai había traído las linternas, Zahra unas provisiones, con agua y barritas energéticas, y un pequeño botiquín que extrajo del coche de su madre. David llevaba una pequeña brújula de explorador y un spray de los que usaba para sus graffitis. Rai lo miró con curiosidad. –¿Para qué cojones quieres un spray ahí dentro? Como hagas una de tus pintadas la cueva se te quedará pequeña para salir corriendo. En ese momento Zahra recordó aquel sueño que tuvo con su abuelo. En él era ella la que utilizaba aquella pintura para no perderse. Esa era la intención de su hermano y quiso pensar que aquello no podía ser una casualidad, que ese debería ser el papel que el destino le había reservado. –Está bien, Rai. Lo quiere para marcar el camino de regreso, ¿no es así? –El niño sonrió satisfecho. –De acuerdo. Como en la cuerda… Yo delante y David en medio. Los primeros metros en la negrura de la tierra no pudieron ser más desoladores. Las paredes habían sido testigos de botellones y de más de un encuentro amoroso –Rai se encogió de hombros mirando a Zahra con cara divertida–. Junto a una bolsa de aperitivos vacíos descansaba la muda de una serpiente. Aquello fascinó a David, pero provocó un escalofrío en Zahra. Habían transcurrido unos minutos cuando surgió el primer 96 obstáculo. El estrecho sendero había quedado http://www.antoniojroldan.es interrumpido por una amplia corriente de agua de profundidad difícil de medir. Evidentemente se podía superar, pero requería cierta pericia. Rai observó la altura de la galería y el suelo que les aguardaba al otro lado, calibrando las consecuencias de un salto. –¿Qué hacemos preguntó Zahra? –Como siempre. Primero yo, luego tiramos de David y por último tú. –Adelante… Aunque las tres linternas alumbraban bastante, Rai no estaba seguro del éxito de la maniobra. De todas formas llevaba el bañador debajo y estaba mentalizado para darse un chapuzón. Hubo suerte. Logró alcanzar la otra orilla con más de dos palmos de holgura. Otra cosa sería que lo lograra el niño. –No me gusta, Zahra. Que tome carrerilla y que se lance hacia mí. –David, sería mejor que esperaras fuera. –¡No! Puedo hacerlo –el chico miró suplicante a su hermana. –Como te pase algo… Vale. Con todas tus fuerzas. David se tomó aquella prueba como si fuera la final olímpica de salto de longitud. Tanto corrió que en el último instante se trastabilló y tuvo que ser salvado del remojón por los brazos de Rai, que estuvo a punto de caer debido al 97 http://www.antoniojroldan.es sobreesfuerzo. Zahra ahogó un grito y respiró tranquila al verles a ambos sanos y salvos. Luego llegó su turno. Según avanzaban, la galería se iba estrechando considerablemente. Entonces llegaron a una pequeña sala en la que un nuevo túnel proseguía a la izquierda y una sima se ofrecía a la derecha. –¿Ahora qué? –preguntó Zahra –¿Qué de qué? ¿Bromeas? No pretenderás entrar en ese agujero –iluminó el pozo–. Ni tenemos el equipo ni los conocimientos para hacer eso. –Claro… –Si tu abuelo escondió ahí su momia te aseguro que nadie la encontrará. Tampoco nosotros. –¡No es una momia! –Pues lo que sea. Vamos por el túnel –David se puso a marcar el camino con su spray, cuando evidentemente no había posibilidad de perderse. Rai miró con disgusto a Zahra–. Quien con niños se acuesta… La nueva galería comenzó a descender peligrosamente, tanto que Rai se detuvo temeroso de caer rodando y no poder remontarla. Miró a sus compañeros significativamente y se detuvo. Eso era todo, amigos. Seguir bajando significaría cruzar la frontera entre el paseo matinal y la temeridad. –Se acabó. 98 http://www.antoniojroldan.es –No se acabó, Rai. Creo que un poco más adelante debe haber un derrumbe y tras él se llega a una gran bóveda. –¿De qué me estás hablando? ¿Conoces la cueva? –No exactamente –dejó a un lado a su compañero y se puso en cuclillas pegada a la pared para bajar lo más despacio posible. –¿No exactamente? Concreta… –Bueno, lo he soñado. –¡Lo has soñado! Pero… Tú estás loca. ¡No! Mejor aún, el loco soy yo por hacerte caso. Regresemos al exterior. –David –dijo Zahra haciéndole un gesto a su hermano–. Debes quedarte aquí –el niño comprendió que había rozado sus propios límites y esbozó un gesto de fastidio–. No tardaré mucho… –¿Dónde te crees que vas? –dijo airado Rai. –Sólo un poco más. Quizás fueran los ojos brillantes de Zahra bajo la luz artificial o la seguridad que irradiaba, pero el caso es que Rai se dejó convencer. –No te dejaré sola –y volvió a colocarse delante. Zahra guiñó a David y le dio una caricia para recordarle que debía aguardar allí a su regreso. Tras unos metros observaron un derrumbe, por lo que Rai miró a su compañera con fascinación, moviendo la cabeza 99 http://www.antoniojroldan.es incrédulo. Efectivamente ella tenía razón, pero existía un problema, y es que nadie podía pasar por la pequeña abertura que las piedras habían dejado. Ambos se miraron al unísono y pensaron en David. Quizás no fuera el spray la causa de su presencia, así que regresaron en su busca. Escoltado por los dos mayores, el niño logró llegar a la zona obstruida. Ahora se trataba de pasarle entre las piedras. Aunque parecía una misión fácil, pero intrépida para David, a Zahra le inquietaba el inesperado cambio de papeles respecto a su sueño y el papel protagonista que había tomado su hermano. Las piezas del puzzle habían dejado de encajar. Fueron unos segundos eternos hasta que David regresó abrazado a su linterna y arrastrándose por el suelo. Se había rasgado el vaquero y estaba cubierto de polvo. En otra ocasión Zahra habría pensado que su madre la mataría por aquello, pero no era aquel pantalón lo más grave que estaban haciendo aquel día. –¿Y bien? –preguntó Zahra. –Hay una cueva más grande… –¿Nada más? –dijo Rai. –Bueno, más botellas… –hizo el gesto de empinar el codo. –Pues aquí lo dejamos –sugirió Rai–. Hemos hecho más de lo que cualquier persona sensata hubiera hecho. –Llevas razón. No debemos ir más allá. Además… 100 http://www.antoniojroldan.es –¿Sí? –No tiene sentido que mi abuelo escondiera algo en un lugar tan inaccesible. –Y tampoco aquí hay Internet –añadió David muy serio. Rai lo miró como quien contempla a un loco de remate. –Pues vámonos. Ahora irás tú delante y yo detrás del niño. –No soy un niño –protestó un crecido David. –Lo que tú digas, mocoso. Como era de suponer, remontar la galería fue un trabajo penoso y lento que parecía no culminar nunca. Cuando al fin regresaron a la sala de la sima cayeron al suelo exhaustos. Rai miró fijamente a Zahra y a David y les informó de que la próxima excursión la escogería él. Tras unos minutos de reposo y un pequeño avituallamiento, se levantaron para continuar. Entonces ocurrió... David, desobedeciendo las indicaciones de Rai, enfiló la galería en dirección a la salida sin recordar el enorme agujero que se abría a sus pies. Aunque en el último instante casi logró asirse a una piedra, se hundió para horror de Zahra y Rai. Martín comenzaba a impacientarse. Ni que estuvieran descubriendo Altamira. Llevaban ya dos horas allí dentro. Decidió aproximarse a donde estaba la cuerda de bajada a la entrada por si se escuchaba algo. Silencio. Fue en ese momento 101 http://www.antoniojroldan.es cuando vio salir a Rai, cubierto de barro y tierra, corriendo hacia el exterior para encender su móvil. –¡Eh tú! ¿Qué pasa? –Rai ignoró el requerimiento–. ¿A quién llamas? –¡A la Guardia Civil! –¿Te has vuelto loco? –hizo un amago de deslizarse por la cuerda pero no se atrevió–. ¡Te rompo el alma! –¡El niño ha tenido un accidente! –Pero, ¿habéis encontrado el senet egipcio? –¡Qué egipcios ni que pollas! ¿No me ha oído? –Cago en… –y se fue de allí rápidamente. Mientras aguardaba la llegada de la ayuda, Zahra conversaba con su hermano, transmitiéndole toda la tranquilidad de la que era capaz. Al menos estaba vivo, aunque se encontrara a unos pocos metros atrapado en la fría oscuridad. 102 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 9 El secreto del Unicornio Se habían pasado de la raya. No sólo tuvo que soportar la lógica bronca de su padre, ser tachado de irresponsable por la colérica madre de Zahra –su compañera de aventuras también se llevó lo suyo– y el sermón del sargento López, sino que además fue visitado por tercera vez por Martín. Quizás el incidente de la cueva había supuesto un serio toque de atención a su propia conciencia, o quizás compartir aquel día con los dos hermanos, especialmente con Zahra, le había hecho reflexionar sobre las cosas que no tienen precio y el aprendizaje que va unido a los errores. El caso es que colocó el sobre con el dinero en la mesa de billar ante la mirada burlona de aquel tipo. –No entiendes nada, ¿verdad? –Martín se acercó a Rai pasándole el brazo por el hombro–. Cuando alguien trabaja para mí lo hace de forma indefinida, con una lealtad que siempre será correspondida. Tu ayuda no es negociable –el muchacho se estremeció ante su mirada gélida. –Mire, agradezco mucho su ofrecimiento, pero yo no entiendo de arte. Además, trabajo para esa familia y esto no está bien… 103 http://www.antoniojroldan.es –Sólo hasta final de mes. Conmigo tendrás siempre un buen amigo al que acudir. –No me interesa –se dio cuenta de lo arriesgado de su respuesta–. Bueno… Sí, no me interprete mal, pero no sirvo para estos negocios y temo que alguien resulte dañado. –Yo también lo temo. –Ahí tiene su dinero y no se preocupe, que no abriré la boca. –Te lo advertí. Nadie me da nunca el no por respuesta – Martín tomó el dinero y se alejó unos metros. Luego retrocedió hacia Rai–. Volveremos a vernos, estoy convencido –hizo una pausa para fijar sus ojos en los del asustado muchacho–. Pero esa vez ya estarás contra mí. No lo olvides –y abandonó la habitación. Cuando estuvo acomodado en el coche le hizo un gesto de disparo con la mano. Todo había sido estúpido. Así lo resumió Marta ante su hija. La idea de ir a la cueva, llevarse a David, pretender encontrar allí la colección egipcia e involucrar al pintor que trabajaba en la reforma. ¿En qué estaba pensando? Ella siempre había confiado en la lucidez de Zahra para manejarse de forma independiente en la realidad que les había tocado vivir desde que su padre las dejó. No estaba acostumbrada a un comportamiento tan poco reflexivo como el de aquella ocasión. Afortunadamente sólo había sido una pierna rota, pero no quería ni imaginarse que hubiera 104 http://www.antoniojroldan.es sucedido si la fosa hubiera sido algo más que un colapso con poca profundidad. Tras las disculpas del padre de Rai, este siguió trabajando en la finca, pero recibió más de una mirada poco cordial por parte de Marta. Zahra no fue castigada por su madre, quizás porque habitualmente no solía ser necesario. Quizás las cosas fueran a cambiar con la adolescencia, pero por esta vez Marta prefirió que ella misma repara el daño que había ocasionado, con el susto y la lesión de su hermano. Por eso la joven, decidió permanecer en La Mugara y dedicar el día entero a ayudar a su madre, a Tarek y algunas labores de limpieza propias de la reforma. Se acabó el tomar el sol y llevar una existencia ociosa en el cortijo. Por si fuera poco, por la noche también tuvo que aguantar la reprimenda cariñosa de Nico y los comentarios jocosos de Sonia sobre Rai, la cueva y demás. Si al comienzo de su estancia en Albaidalle pensaba que las vacaciones no podían ir a peor, se había equivocado. Inesperadamente la persona que mejor reaccionó fue Tarek Moawad. El anciano sirviente volvió a argumentarle que sólo encontraría el senet si así estaba escrito y que no debía angustiarse por el error cometido. –Sólo así se aprende. Nadie más que el que se adentra en una cueva conocerá sus secretos, pero también es verdad que entre ellos existen muchos peligros que suponen una buena 105 http://www.antoniojroldan.es enseñanza. Usted no ha encontrado el senet, pero se ha encontrado un poco más a sí misma. ¿No? –Tarek, casi mato a mi hermano –dijo mientras le ayudaba a pelar unas judías–. Ha sigo una gran pifia por mi parte. No sé en qué estaba pensando. –Sinceramente, no fue una buena idea buscarlo allí –dejó el cuchillo en la mesa de la cocina y se acercó a él. –Va a dejar que nos vayamos, que vendamos esta casa y que el senet se quede perdido para siempre. No, no me responda. ¿Lo quiere para usted? ¿Es por eso por lo que no me dice donde está? –Lamento escuchar eso –parecía sincero–. Yo no debo interferir, pero comprendo que se sienta defraudada. –¿Defraudada? ¿Qué me impide ir a hablar con mi madre y contarle todo lo que sé? –Yo no. Si esa es su voluntad… –Al menos dígame si es posible encontrarlo, o si necesito meterme dentro de un volcán o cruzar el mar a nado. –Quiere saber si existe esperanza en su búsqueda. –Eso es. –Lo siento, no lo sé, es su anhelo, no el mío. –¡Vale! ¡Genial! –Y salió de la cocina dando un portazo que retumbó en toda la casa. 106 http://www.antoniojroldan.es Según se iba hacia su habitación vio a Rai subido en una escalera pintando el techo del zaguán. Este le hizo un gesto de complicidad al que ella respondió pidiéndole que la dejará en paz. Cuando Zahra se encendía era mejor aguardar a que se apagara poco a poco. Iba a tirarse sobre la cama a llorar su rabia cuando recordó que su pobre hermano estaba arriba muerto de aburrimiento con su pierna en alto. Se lo debía. –¡Hola David! ¿Cómo te encuentras? –Me pica dentro de la escayola, pero mamá dice que no puedo rascarme. –Sé lo que es eso. ¿Te acuerdas cuando me torcí el tobillo el año pasado? Es un verdadero rollo. –¿Cuándo volverá mamá de Sevilla? –Marta se había ido a Sevilla para verse con Estela Doblas y negociar la venta de las antigüedades. –Cenará con esa amiga de la que te he hablado y luego se quedará a pasar la noche, pero ya te dijo que regresaría mañana. –miró a su alrededor buscando alguna distracción para su hermano–. ¿Quieres leer algo? –Dame uno de los cómics de papá –Zahra se acercó a la librería y tomó un ejemplar de Tintín llamado “El secreto del Unicornio” 107 http://www.antoniojroldan.es –Cuando lo acabes me avisas y te doy la segunda parte que debe estar por aquí –lo comprobó con la mirada–. Es una historia de búsqueda de tesoros en el mar. –¡Guay! –Bueno, te veo luego –se quedó observando la mirada inteligente de su hermano abriendo el libro–. ¿Sabes una cosa David? –¿Qué? –Estoy muy orgullosa de ti. Te has comportado como un valiente –y le dio un beso de reconocimiento. Al caer la tarde Zahra aprovechó la ausencia de su madre para acercarse a Rai. No es que tuviera prohibido hacerlo, pero creyó oportuno provocar una cuarentena preventiva para evitar que las cosas empeoraran. El muchacho estaba retirando los plásticos del zaguán para regresar a Albaidalle. –¡Vaya! Eres tú… ¿Piensas ladrarme como antes? –Perdona, había discutido con Tarek y lo pagué contigo. –Es un tío raro el moro ese, ¿no? –No lo digas así. Es un buen hombre, pero tiene su manera de ver las cosas, es mayor, ya sabes. Parece algo serio, pero tiene un buen fondo y ha acompañado a mi familia desde siempre. ¿Te ayudo con esto? –No, gracias. 108 http://www.antoniojroldan.es –¿Te vas ya? –Se aproximó a él –Sí. Mañana más –ambos salieron al patio. Al fondo esperaba el padre de Rai con la furgoneta. –Que descanses… –Lo mismo te digo. Saluda al mocoso. –Rai… –este se volvió hacia Zahra. –¿Sí? –Aún no te he dado las gracias por acompañarnos en mi absurda excursión –Rai sintió una punzada de remordimiento recordando la imagen de Martín. –En serio, no tienes que agradecerme nada –escondió la mirada–. Soy yo… ¡Déjalo! Ya nos tomamos algo un día, pero sin mi gente. –Claro. –Genial… ¡Hasta mañana! –Y subió a la furgoneta con su padre. Quizás fuera el cansancio de la jornada o el recuerdo de la amenazante despedida de Martín, pero según recorrían la carretera de regreso al pueblo, le pareció que el coche que se cruzaba con ellos montaña arriba le resultaba conocido. Un escalofrío recorrió su espalda. Tras la silenciosa cena con Tarek, Zahra subió a recoger la bandeja de la comida a su hermano. La ausencia de su madre le 109 http://www.antoniojroldan.es causaba cierta desazón, como si la casa estuviera más solitaria y lúgubre que en otras ocasiones. Sabía que el guarda dormiría en la vivienda de al lado, pero entre aquellas paredes ella estaría sola con David. Se animó a sí misma evocando su aventura en la cueva, un lugar mucho más intranquilizador que aquel cortijo centenario. Cuando subió al torreón, David se había quedado dormido con el libro de Tintín caído sobre los restos de la cena. Lo tomó con cuidado y lo llevó a la estantería. Recordaba haberlo leído con la misma de edad que su hermano y llevarse un gran chasco cuando sus héroes regresan a tierra firme sin haber encontrado el tesoro. Lo divertido fue descubrir que después de irse tan lejos resultaba que todas las riquezas permanecían escondidas en el sótano del castillo desde donde habían partido. Apagó la luz y tomó la bandeja. Según bajaba la escalera del torreón una idea sacudió su mente. Era una posibilidad remota, pero lógica. ¿No le había pasado al mismísimo Tintin? ¿Y si el tesoro estuviera en aquella casa? ¡Pues claro! No tenía mucho sentido que su abuelo se pusiera a esconder objetos monte arriba por muchas cuevas que hubiera. Además, el propio Rai le había comentado que muchas de las viviendas de la sierra habían sido construidas a partir de una cueva. Aquello era un cortijo, pero todo era posible. Eso explicaría lo de la señal de Internet. De repente se sintió como una inútil por no haberse dado cuenta de la opción más sencilla de todas. El senet estaba muy cerca de allí. Esta vez Tarek tendría que reconocerlo y ayudarla a recuperarlo, para así darle esa maravillosa sorpresa a su madre 110 http://www.antoniojroldan.es cuando volviera de Sevilla. Dejó la bandeja en un escalón, tomó la pieza del senet de la mochila y corrió excitada en dirección a la cocina. –¡Tarek! ¡Ya lo tengo! ¡Tarek! –Entró de forma impetuosa tropezando con la escoba. Allí estaba el sirviente, sentado en una silla, extrañamente quieto–. Creo que está aquí, ¿no es así? – Los ojos de Tarek suplicaban su silencio. –¡La que faltaba! –Una sombra surgió detrás de la puerta. Era Martín, el hombre que recordaba de la plaza. Zahra quedó muda del susto–. Siéntate en esa silla –ella obedeció al ver la pistola en su mano–. Seguro que tienes mucho que contarme... –Ella no sabe nada –dijo Tarek levantando la voz. –¿Qué no sabe nada? Esta nenita sabe latín –se acercó a la muchacha para provocarle–. Si tú no me dices nada lo hará ella. –¿Qué quiere de nosotros? –preguntó Zahra. –¿De verdad no lo sabes? Lo mismo que tú –Zahra miró a Tarek.–. Por cierto, ¿qué decías al entrar? ¿Qué está aquí? –Lo había oído. –Yo te llevaré a él, pero a ella déjala marchar. –De eso nada –la agarró del codo–. Ella viene conmigo y tú nos llevarás al senet. –De acuerdo, pero no le causes ningún daño. Está en la bodega. El último barril. 111 http://www.antoniojroldan.es –¿Sabes lo que es esto, niña? –Martín le mostró unas esposas–. Colócaselas y amárralo a uno de los barrotes de la ventana –Zahra se acercó al guarda. Este la animó con un simple gesto a que obedeciera al intruso–. A ver que lo compruebe. Perfecto. Ahora aléjate hacia el frigorífico. Escúchame viejo. Si intentas algo ella morirá. ¿Está claro? Pero si os portáis bien los dos nadie saldrá herido. ¡Vámonos! –Tomó bruscamente a Zahra del brazo. Ella sabía que debía conservar la calma. Sólo se trataba de un trozo de madera y no valía la pena arriesgarse por él por muy valioso que fuera. Además, David estaba arriba descansando como un bendito y ajeno a todo. No quería imaginarse las posibles consecuencias de un paso mal dado. Ayudaría a aquel tipejo pensando en la integridad de todos. Lo único que le preocupaba es si después de cometer el robo querría borrar del mapa a los testigos. Ambos recorrieron la hilera de barriles hasta llegar al último, un enorme tonel de aspecto inofensivo. Se miraron perplejos sin saber que hacer. –Intenta abrirlo –Martín la apuntaba con la pistola mientras Zahra buscaba inútilmente alguna rendija o asidero que le diera alguna pista sobre cómo proceder. – No sé… –finalmente encontró unas bisagras, por lo que se dirigió al extremo opuesto, donde había un pasador. Aunque estaba bastante encajado movimiento de la tapa. 112 logró sacarlo provocando el http://www.antoniojroldan.es –Excelente. Ábrelo. Los goznes del barril provocaron el encendido de unas lámparas de emergencia en los laterales. En el fondo había una puerta de metal similar a la de las cámaras frigoríficas y sobre ella un teclado junto a un display. No hacía falta ser una experta para entender que aquel aparato era un reconocedor de claves. –¿Qué hago ahora? –Escribe la contraseña. –¿Cuál? –Se encogió de hombros. –Tengo prisa. Si Moawad no ha dicho nada es que sabe que tú la tienes. ¿Por qué no? Era tan evidente que no se perdía nada con intentarlo: “Son-Notem”. Tras un zumbido se escuchó el sonido de un movimiento seco en el mecanismo de la puerta, deslizándose hacia arriba dejando visible la entrada de la cueva del senet. Era del todo absurdo, pero por primera vez en aquella noche se sentía protegida y a salvo. Apenas le dio tiempo para dar explicaciones a su padre. Descargó los cubos y fue corriendo en busca de la moto. Si existía alguna manera de purgar sus errores sería protegiendo a Zahra y a su hermano. La hipotética presencia de Martín en aquella carretera no podía presagiar nada bueno y no descansaría tranquilo hasta comprobar que todo eran imaginaciones suyas. 113 http://www.antoniojroldan.es Aceleró su ciclomotor carretera arriba, dándole gas a fondo, encaminándose a La Mugara. Efectivamente el coche se encontraba aparcado junto a la trasera de la finca. No se escuchaba nada. Saltó ese muro, que tan bien conocía, y anduvo muy despacio hacia el cobertizo, un lugar perfecto para ocultarse en la noche, él o el propio Martín. No parecía haber nadie, pero entrar allí le serviría para algo. Tomó una pala, la empuñó como si fuera una bayoneta y avanzó hacia la casa. Sólo se adivinaban tres puntos de luz, el patio –que siempre mantenía un farolito encendido–, la cocina y un ventanuco en la bodega. Quizás fuera su intuición, pero algo le decía que si había algún peligro este transcurriría allí abajo. La puerta de la bodega estaba abierta. Muy poco habitual en el egipcio el dejar una entrada franca en la casa para que cualquier extraño se aventurara en la noche. Descendió procurando no hacer ningún ruido y se asomó desde el quicio de la puerta. Allí estaba Martín, pistola en mano apuntando hacia el interior de una de las enormes barricas. –¡Niña! ¿Está el senet dentro? –El foco de luz que más de una vez había conectado desde el ordenador con su hermano iba aumentando su potencia de forma paulatina. Una agradable corriente de aire fresco, provocada por la climatización artificial, hizo estremecer a Zahra. –Sí, creo que está aquí –todo parecía más pequeño que en la pantalla del ordenador. 114 http://www.antoniojroldan.es Entonces se escuchó un doble golpe seco tras ella. El primer ruido procedía de la pala de Rai golpeando la espalda de Martín y el segundo surgió del disparo accidental de la pistola hacia el interior de la cueva. Como si estuviera fuera de su cuerpo y todo fuera una pesadilla, notó la sensación de tibieza de la sangre brotando entre su hombro derecho y el cuello. Decidió, como en tantas otras vigilias, despertar de su sueño y desechar todos los acontecimientos que estaba viviendo; pero esta vez todo era real y aquella bala había traspasado su cuerpo. Percibió un zumbido en sus oídos y apenas pudo vislumbrar la pelea entre Rai y el hombre de la plaza. Mientras tanto el joven se las veía con una persona bastante más fuerte que él, debilitada por el dolor del golpe recibido, pero dispuesta a vender cara su derrota. Ambos rodaban cuerpo a cuerpo sobre el suelo de la bodega, buscando el más pequeño resquicio en su adversario para propinarse golpes cortos, pero intencionados. En una de esas vueltas, la espalda herida de Martín se desplomó sobre unas botellas que se hicieron añicos por el peso, causando al instante heridas incisivas en la piel ya castigada. El alarido indicó a Rai la posibilidad de disponer de una tregua de unos segundos para tomar la pistola, pero esta había quedado fuera de su visa. Estiró el brazo hacia la pala, alcanzándola y propinándole un fuerte golpe en la cara al sorprendido Martín que le privó de la consciencia. Nunca en su vida Rai olvidara el chasquido del hueso de la mandíbula. Era la primera vez que peleaba por su vida y esperaba que fuera la última. 115 http://www.antoniojroldan.es Rápidamente se internó en el tonel en busca de su amiga, pero al acercarse a la puerta de metal se llevó una terrible sorpresa al comprobar como esta había vuelto a caer de forma automática, para mantener la temperatura ambiente, atrapando a la pistola de Martín contra el suelo y dejando una rendija libre hacia el exterior. A través de esa rendija pudo ver la huella de la sangre de Zahra. –¡Aguanta Zahra! ¡Aguanta! 116 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 10 La casa de la felicidad Tarek Moawad era un hombre sabio. Él conocía el secreto del senet, pero también presentía los anhelos del corazón de Zahra, aquella adolescente que se estaba transformando en una mujer. Perteneciente a una estirpe acostumbrada a descubrir los tesoros ocultos por la madre tierra, poseía la virtud de acariciar el alma con la misma destreza que otros excavan en busca de riquezas. Si existía alguien capaz de llevarla a través del tablero hasta la casilla de la Casa de la Felicidad, ese era él. Durante aquellos días de julio, sus palabras, pero también las puertas que le enseñó, condujeron a Zahra a un juicio prematuro, a una prueba que nadie debería afrontar a la corta edad de quince años. Sólo ella, frente a frente contra el destino que se había escrito, podría vencer en aquel juego contra la muerte. La última ficha que movió su abuelo estaba ahora en sus manos ensangrentadas. Era el momento de la revancha. El disparo había resonado en toda la casa, despertando de su sueño a David, el cual llamó a su hermana sin obtener respuesta. No se atrevió a bajar con las muletas el torreón sin la ayuda de 117 http://www.antoniojroldan.es Tarek, así que optó por llamarle, pero tampoco acudía a la habitación, por lo que ya se habría ido a su casa. Algo estaba pasándole a su hermana. Entonces fue cuando escuchó la voz de Rai preguntando si había alguien por allí. Con todas sus fuerzas gritó para ser escuchado desde la lejanía, hasta que el pintor apareció por la boca de la escalera. En pocas palabras le explicó que Zahra se encontraba malherida en la cueva y que estaba buscando a alguien para que lo ayudara a levantar una puerta que estaba atorada, a lo que él respondió que quizás estuviera Tarek en la cocina o en su vivienda. Rai regresó presurosamente a la planta baja. No podía ser tan fácil, pero valía la pena intentarlo. Por eso conectó el ordenador de su abuelo y se adentró en el sistema en busca del soldadito. A los pocos segundos el foco mostró la habitual escena del senet rodeado de objetos dorados, pero esta vez con una silueta familiar dejada caer a sus pies. La fuerte iluminación debería despertar a su hermana, que parecía desvanecida o sin fuerzas. Como no lograba hacerla volver en sí con la luz, manipuló el control de temperatura bajándola cinco grados, provocando que el motor del aire acondicionado comenzara a rugir. Zahra se movió y buscó con sus ojos la cámara. A pesar de su debilidad parecía comprender lo que estaba sucediendo. Sólo podía ser David el que estaba removiendo toda la cueva para que ella no se rindiera y luchara por sobrevivir. Bravo por él. Mientras tanto Rai había encontrado a Tarek esposado y con la muñeca en carne viva del esfuerzo por liberarse. Una de 118 http://www.antoniojroldan.es dos, o se afanaba en cortar la cadenilla con una sierra de metal o regresaba a la bodega en busca de la llave. Optó por lo más rápido. Pero Martín ya no estaba allí. Miró a su alrededor sintiendo que cientos de ojos le observaban desde cada rincón del sótano, como si un golpe mortal lo estuviera acechando para culminar su venganza. La pistola seguía atrancando la puerta, por lo que cabía dentro de lo posible que aquel tipo hubiera puesto tierra por medio o estuviera buscando en el coche cualquier otro medio para facturarle al más allá. –¡Zahra! ¿Me escuchas? –No esperaba contestación alguna, como le ocurrió minutos antes, pero inesperadamente escuchó la voz de su amiga al otro lado. –¡Aquí! –Rai se tumbó en el suelo intentando ver algo más que oscuridad y se sorprendió al comprobar que la estancia estaba ahora iluminada de nuevo por el foco, a pesar de estar la puerta bajada –¡Soy Rai! ¡No te dejes vencer por el sueño! Voy a llamar para pedir ayuda. –Bien, no tardes, por favor… Intentó de nuevo levantar aquella persiana de metal sin éxito. Necesitaba a Tarek. Tendría que ser con la pala. Salió de nuevo corriendo hacia la cocina mientras sacaba el móvil de su bolsillo. El guarda comprendió al instante la intención de Rai de romper la cadena de un golpe seco, pero también adivinaba lo inútil del esfuerzo. –No pierdas más el tiempo y llama a emergencias. 119 http://www.antoniojroldan.es Eran las dos de la madrugada cuando Marta entró en la finca. Había realizado todo el viaje llorando, con una mano en el teléfono y otra en el volante. La llamada del sargento López y su descripción de lo sucedido, unidos al espectáculo de todos los vehículos de emergencia frente al patio, le hicieron temer lo peor y que le hubieran ocultado algunos detalles para no asustarla. Se abalanzó hacia la ambulancia que estaba atendiendo a algún herido, empujando en su carrera a un policía que le franqueaba el acceso, y vio a Rai sentado, cubierto con una manta y la cara amoratada por los golpes. El chico la miró sonriente: –Está bien, señora. Se la han llevado, pero está bien. Tarek cuida de ella. Zahra estaba en el postoperatorio, monitorizada y controlada por una enfermera que no se había separado de ella desde su ingreso en el hospital comarcal. Tras el cristal Marta y Tarek, con su brazo en cabestrillo, la observaban satisfechos. A su madre le impresionó el aspecto de Zahra en la cama del hospital, pero no por la herida recibida o la intervención para sacarle el proyectil. Era la extraña sensación de estar contemplando a una persona mucho más mayor que antes, como si la experiencia vivida a las puertas de la muerte la hubiera hecho crecer de repente. Una doctora se acercó a ellos preguntando si eran los familiares. Tarek se apartó con discreción, pero Marta le asió la muñeca sana para que estuviera con ella. 120 http://www.antoniojroldan.es –Es difícil de explicar. Afortunadamente la herida en sí no dañaba ningún órgano vital, pero estaba perdiendo mucha sangre como pudimos comprobar en la cueva. Sin embargo… –la doctora parecía buscar las palabras adecuadas. –¿Qué? –Es como si no hubiera perdido toda esa sangre. Tiene usted una hija de una fortaleza enorme –y le tocó afectuosamente la mano a Marta–. En dos días está en casa. Sólo habrá que vigilar la cicatriz y quitarle los puntos–. Luego se alejó en busca de otros sets. Zahra adivinó las buenas noticias en el rostro de su madre y le mandó una sonrisa cómplice. En unos minutos podrían abrazarse. También miró a Tarek, intentando adivinar sus pensamientos, pero sólo pudo ver el rostro de un amigo feliz por verla sana, surcado por la vida, sereno, distante, pero a la vez tan cercano a sus emociones que se diría era que capaz de leer dentro de ella como un libro abierto. Cuando Rai terminó de explicarles a los agentes lo sucedido en la bodega, pidió permiso para saltar el cordón policial y contemplar de cerca el tesoro egipcio, el causante de los peores momentos que recordaba haber pasado en su corta existencia. Encajado entre las rocas, custodiando el resto de enseres, la milenaria madera del senet brillaba a la luz del potente foco. A sus pies estaba el charco de sangre y junto a él cuatro figuritas de madera y otras tres más pequeñas. La figurita que faltaba estaba 121 http://www.antoniojroldan.es todavía en el tablero, atrapada en la casilla 29, aguardando inútilmente su rescate mientras Zahra liberaba las suyas. Detrás de Rai, a unos centímetros de distancia, David observaba la escena desde la cámara de vídeo. Se sentía muy dichoso por haber presenciado el triunfo de su hermana en la que sería una de las mejores partidas de senet de la historia. 122 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 11 Nunca te olvidaré La tarde estaba cayendo cuando las pisadas de Zahra resonaron en las habitaciones vacías. Las siluetas de los cuadros, las bombillas huérfanas, las cajas de cartón etiquetadas o los antiguos colchones desnudos sobre el somier. Todas aquellas pinceladas de soledad reposaban ante ella como testigos de la despedida de su infancia, en la felicidad del rostro de una muñeca o en las voces de unos niños jugando al escondite. Deseaba llorar, pero no lo hacía, porque intuía que ese llanto surgiría desde sus recuerdos cuando en la edad adulta buscara con afán ese refugio seguro que fue la casa de su abuelo. Por eso ahora se esforzaba por atesorar en su memoria cada rincón, imagen o sensación, que fueran capaz de abarcar con sus sentidos en ese último día. Al final del pasillo estaba la escalera al torreón, la guarida de su padre, donde él comenzó un sueño que todavía se resistía a abandonar, como si la renuncia al mismo no fuera el inicio de otro que creía más bello aún. Ni siquiera ella, tan cercana a sus sentimientos, era capaz de entender la elección que había hecho. Subió con cuidado, procurando no golpearse la herida en un traspiés. Allí estaba esperando la caja de madera 123 http://www.antoniojroldan.es con los libros de Tintín. Su nombre estaba escrito en el lateral. Pocas cosas más quedaban allí salvo las muletas de David. Habría que devolverlas antes de irse. Tantas cosas que pensar… Se tumbó en el bastidor de la cama, cerró los ojos y dejó que su imaginación viajara a Tanzania, donde su padre surcaba los cielos en un globo emulando a Julio Verne, cruzando el mar desde Zanzíbar. Deseaba estar cerca de él, compartir sus aventuras y confesarle todo aquello que le preocupaba en la adolescencia, tomar su mano amiga y dejarse guiar por el incomprensible mundo de los adultos. Pero él no lo había querido así. Su madre sí, por eso era su heroína. –¿Zahra? –La voz de Rai la despertó de su ensimismamiento. Sintió mucha alegría al ver al muchacho. –¡Hola Rai! –Llevo un rato buscándote –se sentó a su lado–. Mi padre está ajustando las cuentas con tu madre. El cortijo ha quedado muy bonito. Es una pena que tengáis que venderlo. –Lo echaré de menos. Tantos años viniendo aquí… Mi abuelo… Y, ¡bueno! Nuestra gran aventura –se miraron fijamente. –Nunca podré perdonarme el haberte puesto en peligro. Ambos quedaron en silencio mirando la caja de Tintín. Zahra quería explicarle que cada pieza tiene su lugar en el tablero, que todos somos actores de una obra cuyo guión apenas adivinamos en los momentos de crisis y que si él había cometido 124 http://www.antoniojroldan.es un error para ser mejor persona, entonces todo lo sucedido habría tenido sentido. Sin embargo lo que más deseaba decirle a su compañero de espeleología era que su mayor tesoro había sido poder encontrarse con él. Algo susurraba en su interior para recordarla que guardara ese última imágen para sí misma, porque la distancia es un enemigo poderoso, pero fue él el que tímidamente acercó su mano a ella para a acariciar su rostro. –No es justo –el chico movía tristemente la cabeza–. Tú no deberías irte. Lo hemos pasado de puta madre juntos. Ambos se miraron muy serios y luego estallaron las risas. ¿Muy bien? Entre los dos casi despeñan a David, se involucran en un asunto de robo de obras de arte, ella casi se desangra en una cueva, y el ojo de Rai todavía mostraba las señales de la pelea con Martín. –¡Ven! –dijo Rai saliendo del torreón–. ¡Sígueme! Bajaron corriendo la escalera y se dirigieron hacia la azotea cogidos de la mano, como si fueran dos niños jugando por última vez en el patio del recreo. Allí, bajo las primeras estrellas, ambos contemplaron la sombra de la sierra evocando su exploración de la que creían era la cueva del senet. Una suave brisa los recibió. –¿Qué hacemos aquí? –preguntó Zahra deseando adivinar la respuesta. De alguna manera sabían que su primer, y último beso, ocurriría en un lugar donde no existieran las paredes, las bóvedas de piedra o el juicio del tiempo. Durante unos segundos, que 125 http://www.antoniojroldan.es parecieron días, sus labios se acariciaron, se encontraron y separaron, como si estuvieran destinados a vivir en el adiós desde el principio. El soplo de la luna disipó las nubes y bañó la azotea de una luz cómplice y cálida. –Nunca te olvidaré. –Yo tampoco, Rai. Aunque el camión del guardamuebles había partido una hora antes, el coche de Marta todavía esperaba con las maletas cargadas frente a la casita de Tarek. El viejo guarda observaba a las tres siluetas frente a él sin saber muy bien que decir. Él iba a ser el último en abandonar el barco en septiembre y sería la persona que entregaría las llaves a la inmobiliaria. Quizás ese último papel en la leyenda de La Mugara siempre había estado destinado a él. –Ya sabe que si necesita cualquier cosa aquí en España tiene a su otra familia –se aproximó a él para no ser escuchada por Zahra y David–. Pero si acepta mi oferta, para el negocio que tengo en mente, no dude en avisarme lo antes posible. –Gracias, señora. –¡Adiós Tarek! –David se aproximó a él, apoyado en Zahra, para abrazarlo envuelto en lágrimas. Por primera vez en aquellos días de verano el pequeño había tomado conciencia de dejar atrás una parte de su vida, que en su caso era toda su memoria–. ¿Nos mandarás una postal? 126 http://www.antoniojroldan.es –Las que usted quiera señorito. –Tarek, el fellah –Marta y David se miraron extrañados por el apodo con el que Zahra lo nombró–. Buscador de los tesoros del corazón –y lo abrazó con la misma fuerza con la que lo hacía con su abuelo cuando dejaba Albaidalle al final del verano. El guarda observó por última vez el colgante que ella llevaba al cuello y lo miró con detenimiento. –Glastonbury. Le gustará ese viaje, señorita. Descubrirá la energía y el alma de las cosas, la esencia que se esconde en la naturaleza y que nos negamos a contemplar. –Siempre te llevaremos en el corazón, Tarek. –¡Sí! –Interrumpió David–.Y pensamos ir a Egipto algún día. –Así lo espero –respondió Tarek con los ojos empañados–. Y ahora si me disculpan, tengo algunas tareas que hacer –hizo un leve gesto de saludo con la cabeza y se alejó en silencio en dirección a la cocina. Albaidalle iba quedando atrás abrazado entre las hileras de olivos, y tras él la sombra serena de la sierra, donde quedaban los recuerdos de Zahra custodiados por un viejo guarda. Se estaba despidiendo de una etapa de su vida más allá de las imágenes de una niña correteando por la azotea, escondiéndose en un torreón o soñando con barcos piratas en una piscina de plástico. Realmente las siluetas familiares que se reflejaban en el espejo 127 http://www.antoniojroldan.es retrovisor eran instantáneas de su niñez, pequeñas flores que sabrían aparecer cuando el camino a la edad adulta se volviera seco y pedregoso. Observó a su madre conduciendo dejando la mirada perdida en aquellas tierras, quizás preguntándose por qué la arena había sepultado el único oasis que provocaría el regreso del hombre que amaba, e intentando encontrar algún motivo que justificara su participación en aquella escenificación del adiós. Entonces se percató de los ojos de su hija fijos en ella y sonrió como hacía semanas que no lo hacía. Zahra apoyó fugazmente su cabeza en el hombro de Marta, compartiendo con ella la memoria de su vida y el repentino alejamiento de su niñez. 128 http://www.antoniojroldan.es Los farolillos encendidos del yate y la música contrastaban con el semblante pálido de Martín. Conducido por dos orangutanes a través de la primera cubierta, oculto de la vista de los invitados a la fiesta, parecía que iba a convertirse en el plato principal de la cena. Habían pasado casi dos semanas desde que el senet se había alejado definitivamente de sus manos, tiempo en el que había permanecido oculto de las pesquisas policiales y, aunque tratara de negarlo, de la ira de su propio jefe. Los tres hombres recorrieron el pasillo de los camarotes hasta llegar al espacioso despacho donde aguardaban a Martín, el cual tragó saliva y se preparó para aguantar estoicamente la que se le venía encima. –Buenas noches Martín –Menéndez le saludó de espaldas a la puerta, mientras atendía una llamada de teléfono y observaba la magnífica noche que se presentaba. Según conversaba se fue girando lentamente para clavarle una mirada fría y desdeñosa al causante de su derrota. Cuando finalizó, dejó el móvil muy despacio sobre la mesa y se acercó a su colaborador–. Has tardado en venir –Martín iba a decir algo, pero lo interrumpió con un movimiento de su mano–. Es más, estabas tan escondido 129 http://www.antoniojroldan.es que he tenido que ir yo mismo a buscarte. ¿Temías a la policía? No, claro que no. Lo que realmente te atormentaba era presentarte ante mí y contarme esa historia de un crío escayolado, un anciano, una niña de quince años y un pintor de brocha gorda, que pesa la mitad que tú, que te han birlado entre todos el senet ante tus propias narices. ¡Cómo se habrán descojonado a tu costa! –Jefe, deje que le explique… –No te he pedido explicación… –se detuvo observando como Martín parecía una caricatura de sí mismo, descompuesto y rendido ante la evidencia de la situación–. Aunque debería exigírtela. Pero el caso es que está todo muy claro, más de lo que te piensas. ¿Sabes que cuando termine la reforma del Museo Arqueológico de Madrid el senet mágico será uno de los esperados estrenos? ¿No te habías enterado? ¡Sí hombre! Es la comidilla en todas las subastas. Es más, tu sainete en la cueva lo ha revalorizado a ojos de aquellos que no ven en él más que una mesita de madera antigua. –Lo siento, de verdad, nunca más volverá a pasar. Todavía podemos planificar su robo. Tengo ideas, muchas ideas… El museo sigue en obras y es posible entrar, quizás sobornando a alguno de los obreros… –Por favor, no me aburras con tus juegos de niños, porque ya me has demostrado que ni con ellos eres capaz de manejarte. Eres un inútil, Martín –se quedó en silencio, con el rostro crispado y el puño alzado en dirección a él–. Quitadme a 130 http://www.antoniojroldan.es este muñeco de mi vista –se giró para contemplar la luna llena reflejándose en el agua mientras meditaba que hacer con aquel inútil. –¡No por favor! Deme otra oportunidad, no volveré a fallar –y Menéndez quedó solo ensimismado en sus pensamientos. Todavía tenía que ajustar algunas cuentas, pero estaba seguro de que el tiempo pondría a cada uno en su sitio. Aeropuerto de Madrid–Barajas. 3 de agosto de 2009 Marta miraba impaciente el reloj mientras observaba como la cola de facturación aumentaba poco a poco. Viajar con aquellas compañías de bajo coste obligaba a permanecer constantemente en tensión por si se producían novedades de última hora o suplicaban por megafonía que los pasajeros ayudaran a meter el equipaje en la bodega del avión. Todo era posible en la nueva etapa tras el 11–S. Aunque le inquietaba mandar a Zahra tan lejos a conocer la tierra de su abuelo, le tranquilizaba saber que estaría bien acompañada por Nico y Sonia, y que allí, en Glastonbury, la tía Margaret velaría por ella. De alguna manera se había ganado aquel premio por sus buenas notas y la estancia en Albaidalle junto a ella. También Marta se tomaría unos días libres en Lanzarote con su hermana y su hijo David. Habían sido unas vacaciones muy intensas y necesitaba reflexionar sobre el futuro y su nueva situación económica. 131 http://www.antoniojroldan.es Al fondo, con el elevado tono de voz propio de su edad, Sonia, Nico y Zahra se apresuraban con sus maletas hacia Marta, dispuestos a recuperar el tiempo perdido en julio contándose todas sus historias. Seguro que Zahra sería la protagonista de la mayor parte de ellas. –Cuídate hija. No olvides llamar todos los días y no darle guerra a tu tía, que está muy mayor. –Lo sé mamá. Descansa tú también. –Recuerda no hacer esfuerzos con ese brazo y realizar tus ejercicios. Todo ha salido tan bien que… –Seguirá bien, ya lo verás. –Nico, te quedas solo entre mujeres… –las chicas rieron. –Tranquila Marta, lo tengo todo controlado. –Eso te crees tú, rico –le respondió Sonia dándole una colleja amistosa. –¡Venga! Que hay que embarcar. ¿Lo lleváis todo? –¡Qué sí! –respondió Zahra muy ilusionada con el viaje. –Adiós. ¡Sed buenos! –Y los tres se alejaron hacia el control policial. Cuando el avión aceleró sus motores para levantar el vuelo, Zahra notó como un grupo de duendes invisibles jugaban alegres en su estómago. Agachó su cabeza y le pareció notar que su colgante, ese que un día le trajo su abuelo, brillaba más que de 132 http://www.antoniojroldan.es costumbre, quizás porque regresaba al sitio del que vino hacía unos años. Aquello tenía que ser una señal de buen augurio. Mientras tanto, muy lejos de allí, donde desemboca la línea telúrica del Dragón, la colina del Tor de Glastonbury era azotada por el viento tibio del atardecer, como presagio del alegre baile de las hadas. 133 http://www.antoniojroldan.es 134 http://www.antoniojroldan.es 135 http://www.antoniojroldan.es “Vosotros duendecillos, que a la luz de la Luna hacéis círculos de hierba amarga que la oveja no quiere comer; y vosotras, que por diversión criáis hongos nocturnos….” “La tempestad”- William Shakespeare (1564-1616) 136 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 12 La Madre de Fuego Una luz mortecina atravesaba la ventana de la habitación de Zahra formando un velo fantasmal. Tras la puerta, Ms Saunders subía la estrecha escalera en dirección al ático para despertar a Nico. El corazón de Zahra se desbocó pensando que su padre le había enviado un elefante desde África para pisotear su cabeza a modo de despertador. Había olvidado que su cama estaba colocada bajo una escalera, en una agradable estancia presidida por una chimenea polvorienta, de la cual no sería extraño que surgiera el espectro de Ebenezer Scrooge. Junto a ella descansaba Sonia, con la sábana a la altura de las rodillas y los brazos cruzados tras la cabeza a modo de almohada. –Sonia… –susurró mientras tocaba su hombro. Ella se giró perezosamente hacia su izquierda–. Es de día. ¡Vamos marmota! Como no obtuvo más respuesta que un gemido lastimero, optó por levantarse y acercarse al baño, esquivando las dos maletas para abrir la puerta. En ese momento su tía, Margaret 137 http://www.antoniojroldan.es Saunders, bajaba con soltura los irregulares y gigantescos peldaños acercándose a ella. –Hola Zahra –pronunció su nombre con esfuerzo, emitiendo una “Saada” deliciosamente cómico–. ¿Descansaste bien? –No la dejó responder–. Estoy cocinando los huevos y el café. Espero que no os demoréis. –No tía, enseguida bajamos. –Eso está bien, muy bien –y siguió descendiendo por aquella especie de pasarela reumática llamada escalera. El comedor de Ms Saunders combinaba la tradicional formalidad de un saloncito de té con la heterogeneidad propia de un bazar. Aunque a Zahra le costó lo suyo interpretar los cuadros que los rodeaban, todos parecían representar a distintas mujeres, la mayoría en el campo y con animales a su alrededor. No sabía que su tía abuela fuera aficionada al arte. Frente a Zahra, Sonia calibraba las salchichas y los huevos que aquella señora había dispuesto con esmero para el desayuno, imaginándose como cada una de esas calorías iban a encontrar acomodo en sus caderas, sentando los cimientos de unas confortables cartucheras veraniegas. Sin embargo, Nico metía mano a aquellos manjares deseando reunir las energías suficientes para olvidar su aburrido mes de vacaciones con sus padres en una aldea aislada del mundo moderno. –Le podrías decir a tu tía si tiene cereales. Esas salchichotas engordan una cosa mala –dijo Sonia. 138 http://www.antoniojroldan.es –“Sal, chichotas”. Muy apropiado –intervino Nico para quitarle hierro al asunto–. Pues a mí me apetecen, que la fruta de anoche me dejó igual. –No te preocupes, que ahora se lo comento. De todas formas mejor esto que el sándwich tres quesos del avión, que se me ha repetido toda la noche. –¿Habéis dormido bien las dos ahí abajo? –Sí, ¿verdad Sonia? –Yo estaba tan agotada que sólo recuerdo haber caído a plomo en la cama. –Pues en el ático el viento hacía crujir la madera del techo –dijo Nico con media salchicha en la boca–. Además, como olía raro… –¿Raro? –preguntó Zahra–. Bueno, es una casa vieja… –No es eso. Olía a misa. –¿Cómo a misa? –Sonia inició su descenso a los infiernos del colesterol con un trozo de pan chapoteando en su huevo frito. –Sí, a velas encendidas y todo eso. Me levanté de la cama y fui al baño para ver que era –bajó el tono de voz–. Un aroma dulzón salía de una puerta abierta y vi a tu tía arrodillada frente a un altar con velas. Estaba quemando algo en una vasija y canturreando una canción. –Te puedo asegurar que mi tía Margaret no es de las que rezan todas las noches. Mi abuelo me contaba muchas anécdotas sobre su alergia a las iglesias. 139 http://www.antoniojroldan.es –Es que no era un altar católico. –Ah… ¿No? ¿Qué era? –Pues un cuadro de una princesa con unos cuernos, rodeada de lucecitas; una gran luna al fondo… Salía de un bosque y vestía una túnica lila con símbolos celtas –los tres se miraron en silencio. –Ya me pareció ayer algo grillada la señora, Zahra –dijo Sonia con su habitual franqueza–. Eso o es una especia de bruja. Basta con ver el desayuno y probar el café. Nos quiere envenenar. –No seas burra, Sonia –le dio un disimulado manotazo-. En Glastonbury existen muchos cultos paganos, Nico. Será algo de eso. –Creo que me vio cuando estaba en esa capillita, pero no dijo nada. Por cierto, el cuadro era parecido a los de esta habitación. –No está mal el huevo, Zahra –dijo Sonia cambiando de tema–. Bueno, ¿qué vamos a hacer por la mañana? –Mi tía me ha prometido enseñarnos algunos lugares mágicos de la zona durante nuestra estancia, pero hoy estaba ocupada, así que podemos dar un paseo y conocer la ciudad por nosotros mismos –Sonia la miró con indiferencia–. Hay muchas tiendas de ropa hippy –algo se encendió de repente en su amiga. –¡Genial ¿Qué dices Nico? 140 http://www.antoniojroldan.es –Por mí estupendo, pero que no estemos todo el día viendo ropa, ¿vale? –Tranquilo, tranquilo –dijo Zahra mientras le hacía un guiño a Sonia. –¡Hola jóvenes! –En ese momento entró Ms Saunders en el comedor con unas pastitas de chocolate–. Les traigo algo para endulzar su desayuno. –Gracias, señora Saunders –dijo un motivado Nico. –Tía, te podías sentar a descansar con nosotros. Quedamos en que íbamos a repartir el trabajo de la casa. Déjanos ahora recoger todo esto. –Bien, si es vuestro gusto. –Señora –dijo Sonia mientras soplaba el café–. Tiene usted una casa preciosa. –¡Oh, gracias Sonia! Eres muy amable. –Me encanta esta decoración tan, tan… –Zahra temblaba ante la posible salida de tono de Sonia–. Colorida, ¡Sí! ¡Eso es! Colorida es la palabra. Son unos cuadros muy pintorescos. –Son algunos de los rostros de la Diosa, distintas maneras de percibir a la mujer. Me alegro de que te gusten. –¿A qué diosa se refiere, Ms Saunders? –preguntó Nico interesado. Los tres se dispusieron a escuchar atentamente la respuesta. 141 http://www.antoniojroldan.es –La Diosa Madre, la Luna, la Madre Tierra. ¡Tiene tantos nombres! Es la reina de Avalon, la que rige las estaciones de la tierra, la madre de toda la vida. Notareis su presencia por Glastonbury. Los tres amigos se quedaron en silencio mientras Ms Saunders se alejaba con la bandeja de la comida tan ufana, como si no hubiera dicho nada relevante. Zahra siempre había recordado a su tía como una persona alegre, vitalista, aunque algo original en el vestir y ajena a los convencionalismos, pero aquello sobrepasaba sus expectativas. A Nico aquel asunto de la Diosa le explicaba lo del altarcito que había visto la noche anterior, pero según Sonia aquellas palabras sobre deidades femeninas confirmaban que algo le patinaba en la sesera a la pobre anciana. Las tiendas de complementos, libros, ropa y esoterismo, de High Street, entusiasmaron a los tres jóvenes. Utensilios de magia, piedras curativas, artículos de ceremonia, souvenirs y, flotando en el ambiente, ese culto a la Diosa –the Goddess–que Ms Saunders les había contado en el desayuno, envuelto en el aroma a incienso que se quemaba en casi todos los locales. Sonia se quedó prendada de un colgante de piedra luna con forma de mujer; Nico aprovechó la visita para engrosar su biblioteca sobre laberintos; Zahra compró una guía de piedras, para su colección, y un saquito para guardarlas. 142 http://www.antoniojroldan.es Según bajaban a Magdalene St para visitar la Abadía, un pasadizo, que llevaba a un patio interior, llamó la atención de Sonia: –¡Eh gente! Aquí hay más tiendas –Nico y Zahra se miraron con gesto de hastío. Esa era Sonia, capaz de embobarse ante la contemplación de una flor, pero también proclive a engancharse en cualquier escaparate. Como ella decía a menudo, lo de las tiendas era un hobby como otro cualquiera y muy respetable, por cierto. Mientras Sonia se ensimismaba con unos zafiros ensartados en plata que vendían en una tienda de artesanía, Nico se sentó en las mesas de una terracita, rodeada de flores, a hojear su libro nuevo. Por su parte Zahra se acercó a examinar una pequeña estatua de una mujer que reinaba entre la exuberante flora de aquel patio interior. A su derecha, en una casita de madera blanca y azul, abría una tienda de inciensos dedicada a la luna, y sobre ella, en lo que parecía una vivienda privada, una escalinata de madera conducía a “The Goddess Temple”, el Templo de la Diosa. No lo dudó ni un momento. La puerta estaba entreabierta, así que asomó la cabeza con respeto, por si estuviera reservada la admisión. Olía a sándalo y a flores. No parecía haber nadie, así que entró sigilosamente. A su izquierda había un amplio círculo rodeado por nueve muñecas de mimbre de tamaño natural, cubiertas por bellos trajes de colores, como si fueran maniquíes de ropa ceremonial. Al lado contrario, otro un gran círculo estaba orientado hacia un altar, donde presidía un cuadro representando a una dama vestida de lila, con una cornamenta –como había 143 http://www.antoniojroldan.es narrado Nico–, un haz arco iris sobre la cabeza, cuyo reflejo sobre los hombros le otorgaba la forma de un ocho, que culminaba en un cáliz a la altura de su vientre. Tras ella se vislumbraba en la lejanía el Tor de Glastonbury y las ramas de un manzano. Ella surgía de un hermoso lago junto a un cisne y un gato que la observaba con altivez. A sus pies varias velas encendidas y algunas ofrendas. En un rincón otra pintura, más pequeña, con una dama desnuda y embarazada –supo más adelante que se trataba de la Diosa Ker–, sentada en un campo de trigo junto a piezas de fruta. Junto a ella una familia de cérvidos y, de fondo, el campo de Avalon presidido por una colina verde cuya forma se asemejaba a un volcán. Si, como había dicho su tía, la Diosa representaba a cada una de las mujeres, el mes de agosto estaría dedicado a las cosechas. Nunca en su vida había estado en un lugar como aquel, consagrado a una diosa femenina, pero intuía que aquel templo no le resultaba del todo desconocido, como si hubiera estado alguna vez allí hacía mucho tiempo. Glastonbury era la ciudad natal de su abuelo, por lo que ella portaba en su sangre la herencia de algunas generaciones arraigadas en el reino de Avalon. Quizás parte de su alma habría heredado el compendio de tantos siglos de creencias sin saberlo, o simplemente se tratara del mentiroso efecto “deja vu” que engaña al cerebro con la ilusión de haber vivido un momento o estado en un lugar determinado con anterioridad. Se sentó en un almohadón admirando la belleza de la imagen que ofrecía sus manos abiertas en señal de acogida. La Diosa evocaba una gran madre, como dijo su tía, pero también 144 http://www.antoniojroldan.es todo el poder y la fertilidad de la naturaleza. Durante unos segundos, que transcurrieron como minutos, cerró los ojos y dejó que su cabeza viajara muy lejos de allí. En sus pensamientos estaba Marta, su madre, que estaría en España descansando tras el duro mes que había pasado en el cortijo de Albaidalle. Era una gran mujer, hermosa y fuerte, como aquella que caminaba sobre el agua. También recordó a su padre, que buscaba un sentido a su vida en África, sin un rumbo fijo y borrando las pisadas que le podrían traer de vuelta a casa. ¿Y su abuelo? Desde que soñó con él en aquella cueva del senet habían pasado varias semanas. Temía que la despedida de “La Mugara” fuera algo más que una transacción inmobiliaria. Tampoco podía olvidar a Rai, sus aventuras juntos, el beso en aquel balcón al cielo y la tibieza de sus labios en su cuello cuando le dijo que nunca la olvidaría. Y, por supuesto, la partida contra la muerte, en la bodega oscura y fría, luchando contra Martín. Tantas personas a su alrededor habían sido capaces de tomar su corazón entre sus manos, que todavía no había sentido la necesidad de ser ella la que lo acariciara y reconociera. Desde la llegada de la adolescencia, con sus continuos cambios físicos, y los consecuentes en su ánimo y carácter, percibía que era una extraña la que cada día la miraba muy fijamente desde el espejo. La pintura de la Diosa era también el reflejo de la mujer que ella creía ser, pero trascendía más allá de la identidad femenina que la sociedad y su familia le habían inculcado. Un plácido relajamiento de su cuerpo acompañaba a su mente cuando notó que otra persona estaba sentada junto a ella. De un modo u otro estaba esperando que eso 145 http://www.antoniojroldan.es ocurriera. No se movió ni abrió los ojos: –Te estaba esperando – dijo una dulce voz–. No me mires, concéntrate en ti misma, en tu cuerpo. Recorre con la mente tu columna hacia abajo, donde se inicia el hueso sacro. Desde allí, como si fuera una gran fuente, que se abre poco a poco, tu fuerza vital fluye lentamente hacia tus piernas, columna, brazos… Siéntela, sumérgete en ella, goza del bienestar que te invade y permite que la energía roja de la tierra se funda con todo tu ser. Ahora concéntrate en tu zona genital. Descúbrela poco a poco, emanando placer, hacia ti y a los demás. Es una energía renovadora, anaranjada, estimulante y gratificante que se extiende bajo la piel, como un río de agua viva, formando un ciclo cuyo flujo te recorre por completo. »Por encima de tu ombligo están surgiendo tus emociones positivas, recogiendo la energía del universo. Eres poderosa, el centro de todo cuanto conoces. Escapa de ti misma, déjate llevar por el aire más allá de la tierra. Estas volando, eres ligera como una pluma. Estás adentrándote en las nubes; observas a la Madre Tierra alejándose de ti. Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno… Dejas atrás nuestro sistema. Las estrellas brillan en el universo y sus destellos aportan tus deseos y emociones, cuidando de que el equilibrio de la energía gravitacional apenas note tu presencia. Ahora regresa poco a poco, penetra en la galaxia, en el sistema solar, reconoce la tibieza del sol, Mercurio, Venus, la Tierra. Entra en ti y reconfórtate con tus propias emociones recorriendo cada uno de tus músculos con el fuego amarillo que surge próximo a tu corazón… 146 http://www.antoniojroldan.es »Imagina ahora que tomas con tus manos ese corazón. Está caliente y destila amor y paz. Acarícialo y límpialo del miedo, la ira, la desconfianza o cualquier otro lastre que te impida volar. Que cada latido se transmita por tus dedos, como el aire mueve la verde arboleda enraizada en tu tierra –un nuevo silencio hizo que Zahra quisiera abrir los ojos, pero los párpados pesaban sin apenas sentirlos–. Tu garganta está desprotegida, cúbrela de la energía del éter, para así alcanzar el conocimiento y creer en ti misma. A través de ese camino se pierden tus miedos y silencios. Un frescor azulado, como de hielo despeja, tu viaje hacia la intuición que va más allá de tu percepción sensorial, mostrándole a tu organismo el espejo de tu consciencia… »Has llegado al final del camino. La energía color violeta, surgida de tu interior, se dispone a discurrir por todo tu ser rodeándote en un gran abrazo. Ella toma tus manos y te acerca a tu destino, aquel que la intolerancia y la negación ocultaron a tu sangre mucho antes de que tu fuerza se materializara en la mujer que ahora te ofreces. La suave caricia de la Madre penetra por tu cabeza, ojos, cuello, corazón, estómago y genitales hasta regresar a tu fuente. Y tras recorrer junto a aquella voz misteriosa la imagen de su cuerpo, Zahra entró en un estado de profunda tranquilidad, del que no querría salir nunca. Su espíritu flotaba sobre el arco iris de sus emociones, tocando con las puntas de sus dedos cada partícula de luz, como polen de un eterno campo de flores, azotadas por el soplo de vida que ella emanaba en su tránsito por aquel mundo desconocido, pero reconfortante y seguro a la vez. 147 http://www.antoniojroldan.es Entonces la vio, sentada frente a un acantilado, una abuelita con sus blancos cabellos sacudidos por la brisa marina y por la misma energía que impulsaba a Zahra a moverse a través de la difusa frontera entre las emociones y la memoria. Ambas se encontraron en una fusión multicolor que transportó a Zahra a la realidad. Zahra escuchó la poderosa voz de Sonia, capaz de despertar del más profundo de los letargos a la Bella Durmiente. Abrió ojos y comprobó que junto a ella no había nadie. Se giró bruscamente y observó como una bella mujer, vestida con una preciosa túnica, buscaba algo en una librería que se ocultaba tras el círculo de trajes. Recortada por la luz, que entraba por la puerta, la silueta de Sonia la observaba con curiosidad. –Pero, ¿qué haces ahí sentada, tía? ¡Vámonos! Que Nico ya está harto de tiendas y dice que se va a ir comerse un Fish&Chips. Cuando yo te digo que vamos a regresar a casa hechos unas focas… –¿Sonia? –¿Estás bien? ¿Qué hacías? La sacerdotisa del templo se acercó a Zahra y le entregó una postal con una dama vestida de verde. –Es la Madre de Fuego, la Diosa de la primavera, del crecimiento, de la adolescencia. Acude a ella con tus sueños, confía en su calor y estos se verán cumplidos. –Muchas gracias, pero… ¿Quién es usted? 148 http://www.antoniojroldan.es –Soy Brigid, sacerdotisa de Avalon. Sé bienvenida al templo –la mirada de Brigid iba de los ojos a Zahra hacia el medallón que colgaba de su cuello–. Ese viejo colgante que llevas, ¿dónde lo conseguiste? ¿Te lo dio ella? –¿Ella? –¿No has visto a una anciana mientras meditabas conmigo? –Sí, eso creo. ¿Cómo lo sabe? –Brigid sonrió–. Era como un sueño… Se me está olvidando todo en lo que he estado pensando cuando estaba concentrada en sus palabras. –Quizás el colgante fuera suyo y eso te hizo pensar en ella. –Me lo regaló mi abuelo. Él nació en Glastonbury. –Es posible que alguien de tu familia haya conocido a la Diosa y se lo diera a tu abuelo para que fuera su memoria. La puerta de tu corazón está tan abierta como la propia tierra de Glastonbury. – En cierto modo… –iba a decirle a aquella mujer que estaba convencida de que así debía ser, pero temió estar dejándose llevar por la sugestión–. Bueno, no quiero molestarla y mis amigos me esperan. Gracias por la, la… La meditación. –Es posible que estos días escuches la llamada de Avalon. No la ignores y deja que esa energía que antes percibiste por todo tu ser encuentre el camino hacia tu alma. 149 http://www.antoniojroldan.es –¡Vamos Zahra, que es tarde! –Sonia deseaba sacar a su amiga de aquel extraño lugar. –Gracias Brigid, ha sido usted muy amable –y dejó unas monedas en el cesto por la postal. –Vuelve algún día, Zahra. Ya en la calle Sonia le dijo que si estaba loca, que desde cuando le gustaba meterse en casas privadas a practicar la brujería. Pero Zahra no la escuchaba. Se limitaba a mirar con atención la imagen de la dama de la postal que tan familiar le resultaba. Entonces fue cuando recordó la pesadilla en la cueva del senet, aquella que tuvo la víspera de su viaja a Albaidalle, rodeada por los murciélagos, cayendo por un pozo hasta notar la presencia de una hermosa mujer vestida de verde que la consoló de todos sus miedos. Entonces se volvió hacia el templo. En lo alto de la escalera Brigid la observaba con una sonrisa dibujada en sus labios. 150 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 13 El Espino Sagrado Cuando Margaret Saunders arrancó el polvoriento motor del Land Rover, un armatoste que tenía la friolera de cuarenta años, Zahra pensó por un momento que todos los tornillos y remaches iban a salir despedidos cual enjambre de avispas, convirtiendo el jardín en un depósito de chatarra. Sonia observaba con aprensión el suelo mugriento, donde se apreciaban claras evidencias de haber transportado algún tipo de ser vivo sin especificar, como mínimo gallinas, sin descartar otros bichos más voluminosos con olor a tocino. Acababa de descubrir que prefería el tufo a tabaco del coche de su padre al aroma a establo de aquella tartana. Nico parecía disfrutar más de la aventura, pero también de los caretos que ponía Sonia cada vez que algún pequeño detalle reforzaba sus sospechas de que en aquel vehículo se podían contar con los dedos de la mano las ocasiones en las que un Homo Sapiens habría acompañado a Ms Saunders en alguna de sus salidas por la carretera. Pero si aquella carreta reumática ya de por sí inspiraba poca confianza, qué decir de la conductora, con las gafas bailoteando sobre la nariz –a la altura del volante–en cada bache y los espejos retrovisores cubiertos de barro hasta formar grumitos. Afortunadamente para Sonia y Nico, Zahra había dado 151 http://www.antoniojroldan.es un paso al frente para ocupar el asiento delantero de forma heroica. Al fin y al cabo iban a ser unos minutos. Tras sortear alegremente una glorieta y girar hacia la derecha, sin indicación alguna –bocinazo de una furgoneta de reparto–, la tía Margaret depositó la lata de conservas en la cuneta de una carretera urbana que discurría por las afueras de la ciudad. Cerró la puerta –sin echar la llave, tentando a suicidas ladrones–e invitó a sus tres huéspedes a seguirla. Nico encogió los hombros pidiendo explicaciones a Zahra, que tampoco tenía claro lo que iban a ver. –Es un bonito paisaje, ya veréis –para estar jubilada, aquella señora parecía llevar el motor de las piernas ajustado para el autocross–. Pero no os quedéis atrás, seguidme –abrió una extraña verja, preparada para evitar salida de ganado, y los condujo por un zona de vegetación hasta vislumbrar una ladera verde, bastante empinada, que culminaba a cierta distancia en un altozano–. ¡Qué bonito día! ¿No es así? El sol pegaba lo suyo para estar en Inglaterra. Según ascendían por la vereda, Sonia observaba perpleja los excrementos de las ovejas que pastaban tan ricamente en la falda del cerro. –¡Por Dios, Zahra! –le dijo en voz baja a su amiga–. ¿A dónde coño nos lleva tu tía? Dijo que íbamos a ver Glastonbury y por ahora sólo he visto…–¡Chof!–. ¡Mierda! –Justo eso es lo que ibas a decir, ¿no es así? –observó Nico riéndose ante las maldiciones que Sonia soltaba a los cuatro 152 http://www.antoniojroldan.es vientos. Al final los tres estallaron de risa ante la visión de la zapatilla de Sonia untada de una especie de crema de cacao y la estela de la tía de Zahra que seguía subiendo a su ritmo muy ufana, hablando sola y suponiendo que tras ella seguían los tres jóvenes. Unos minutos más tarde, la pobre señora se sentó exhausta a los pies de un árbol cubierto por cintas de colores. Sacó un pañuelo de su bolso para secarse el sudor y dijo sus últimas palabras por el momento: –Niños… Wearyall, y abajo, Glastonbury. Giraron sus caras y vieron la ciudad entera a sus pies, una espectacular vista que se perdía en el horizonte de Avalon, presidida por la majestuosa presencia de la colina del Tor. El viento azotaba los rostros sorprendidos de los amigos ante la mirada satisfecha de Ms Saunders. –Valía la pena el esfuerzo, ¿no es así? –Ya lo creo tía, ¡gracias! –Es un paraje muy bello, señora Saunders –dijo Nico sentándose junto a ella–. No te das cuenta hasta que subes toda la cuesta. –¡Es flipante! –exclamó Sonia –No sé si os habéis dado cuenta de que estamos en un lugar sagrado. Hay muchos en Avalon –Margaret hizo un gesto hacia el árbol que les daba la poca sombra que había–. El Espino Sagrado –era un espino protegido por una valla de aros de hierro, 153 http://www.antoniojroldan.es de los cuales colgaban cientos de cintas de colores anudadas que expresaban los deseos más profundos de sus visitantes–. ¿Conocéis la historia de José de Arimatea? Según la tradición cristiana, fue un pariente de Jesucristo, quizás su tío abuelo. Se cree que él mismo era un seguidor de Jesús, pero su adinerada posición y su cercanía a Pilatos, le convirtieron en un discípulo clandestino. Tras la crucifixión pidió hacerse cargo del cadáver, cediendo un sepulcro para el entierro del Maestro. Supo dar un paso al frente sin ocultar su relación con Jesús, lo que sí hicieron muchos de sus otros amigos masculinos. Según la tradición, José tomó una de las espinas de la corona de Jesús, la plantó en la tierra y está germinó –los tres amigos miraron de forma incrédula hacia el árbol. Margaret adivinó sus pensamientos y negó con la cabeza para sacarles de la duda–. Tras su resurrección, Jesús le dijo que fuera a predicar por Europa; así que José tomó una de las ramas del espino, a modo de báculo, y otras reliquias, como el Santo Grial, y partió junto a otros hombres y mujeres, entre la que estaba la Magdalena. Dicen que tras un largo viaje, llegó a la costa inglesa y que al clavar el bastón en el suelo este echó raíces en lo que hoy es este monte de Wearyall, señal de que había llegado a su destino. Así que se instaló en Glastonbury. Dice la tradición que fundó la primera iglesia de la cristiandad en el lugar donde hoy están los restos de la abadía. –Ese espino que brotó… ¿Es este? –preguntó Nico. –Eso es. Durante el año florece dos veces, en Navidad y en Semana Santa. Las personas suben hasta aquí para dejarle sus deseos y, por supuesto, contemplar este delicioso panorama. 154 http://www.antoniojroldan.es –Es una pena no haber traído unas cintas para dejar nuestros deseos –dijo Sonia afligida. –Error jovencita, yo las traje para vosotros. –¡Gracias tía! –Tomad cada uno la suya y escribid en ella vuestro más fervoroso deseo. Nico fue el primero en decidirse. El nombre de su amada sería mecido por el viento del Tor y cobijado por las hojas del Espino Sagrado. Quizás fuera el sol, pero Zahra notó como las mejillas de su amigo mostraban un inesperado rubor. Ella no conocía aún el más escondido de los secretos del muchacho. Cuando Nico terminó, ocultó cuidadosamente su ofrenda entre sus dedos. Luego le llegó el turno a Zahra. Dudó. Pasaron por su mente muchas cosas, el recuerdo de Rai, un viaje a Tanzania para reunirse con su padre o algo tan prosaico como crecer un poquito más, pero una fuerza poderosa surgió de algún rincón de su ser y, durante un breve lapso de tiempo, regresó al mundo de colores que le había mostrado Brigid y al acantilado donde una presencia ancestral estaba aguardando su viaje a través de las brumas de Glastonbury. Zahra no conocía las palabras exactas capaces de describir su recién nacido anhelo, porque ni ella misma alcanzaba a comprender si todo había sido una jugada de su subconsciente o si en realidad la mujer del templo era la responsable de la apertura de sus sentidos a una percepción más allá de su físico, a través del flujo de su propia energía. No supo que anotar en el 155 http://www.antoniojroldan.es reverso de la cinta, salvo la palabra Avalon, la isla perdida de las manzanas, la tierra dragada de Glastonbury. De esa manera creía invocar a esa Diosa en cuyo templo se había sentido transportada más allá de su ser terrenal. Sonia por su parte cerró ceremoniosamente los ojos antes de escribir su deseo. Los estudios no iban bien y tampoco había tenido mucho éxito en su relación con Alberto, un compañero de clase del que creyó estar enamorada. Se estaba agarrando a todo aquello que le otorgaba consuelo a su castigada autoestima. Su cuerpo, la facilidad que tenía para caer bien a la gente o la satisfacción que le producía su poder de seducción, enmascaraban la tristeza que a menudo no lograba vencer. Tres palabras quedaron bordadas en la cinta: Encontrar mi camino. –Debéis saber que también cuenta la leyenda que José llevaba consigo el Cáliz Sagrado y que lo escondió en el Tor. Otro día os acompañaré. Es una buena caminata, pero ya veis que todo premio requiere su esfuerzo –Ms Saunders se levantó con dificultad–. Ahora acercaros uno a uno a los aros de metal y atad vuestra su cinta. Notaréis la energía del Espino Sagrado recorriendo las puntas de los dedos. Nico escogió la hilera de abajo. Estaba más desahogada y él quería realizar un nudo fuerte y resistente. Cuando Zahra se aproximaba al árbol, un golpe de viento arrebató a Sonia la cinta de sus manos, elevándose en un remolino sobre sus cabezas, alejándose hacia unos árboles que caían por la ladera opuesta a la de las ovejas, donde la tradición sitúa el puente Pontperles que 156 http://www.antoniojroldan.es unía Avalon con la tierra firme. Aunque Nico intentó atraparla de un salto, la cinta fue meciéndose colina abajo con Sonia corriendo tras ella. –¡Ten cuidado! –gritó Zahra al ver a su amiga bajar a trompicones en busca de su deseo. –Tengo más cintas –dijo inútilmente Margaret para evitar que la chica fuera a rodar como una piedra sobre el suelo–. ¡Qué mala suerte! Nico y Zahra se miraron. Sonia era la más ágil de los tres, capaz de doblarse como una hoja de papel y dar volteretas como quien no quiere la cosa. Había que confiar en su cuerpo atlético y en su buena cabeza. Eso último era más discutible teniendo en cuenta que era bastante obstinada y que no iba a dejarse vacilar por un poco de aire en movimiento. Llegó a la arboleda sin novedad, diluyéndose paulatinamente en aquella frondosidad que era como un oasis en el paisaje de pastos y hierba de la comarca. Sin embargo los minutos pasaban y Sonia no aparecía. –Tía voy a bajar con Nico. Espera aquí y quédate con los bolsos. –Por favor, sed prudentes, que si os pasara algo tu madre no me lo perdonaría. Zahra y Nico descendieron hacia los árboles, comprobando sobre el terreno que caminando despacio no existía tanto peligro como se adivinaba desde el Espino Sagrado. Tampoco el aire soplaba tan fuerte al dejar la cima de Wearyall 157 http://www.antoniojroldan.es Una vez abajo observaron sorprendidos como Sonia no aparecía por ningún lado. –Esta se ha ido en busca del Tor –dijo Nico sin ocultar su tono de preocupación–. Miraré por allí. Tú Zahra ve hacia esas casitas, que lo mismo el viento ha cambiado. –Nos vemos aquí. Zahra siguió bajando y llamando a Sonia. No había respuesta. Empezaba a inquietarse. Una cosa era no querer dejar escapar un deseo y otra muy distinta perderse para evitarlo. No parecía estar en esa ladera, así que regresó sobre sus pasos. Fue cuando la vio. Su amiga estaba bailando, literalmente, tras un árbol con la misma cara de satisfacción que ponía cuando sonaba la música en la gala del colegio y se dejaba llevar por el ritmo de forma sincopada. En su mano llevaba la dichosa cinta y parecía estar gozando con cada cabriola, como indicaba su sonrisa de oreja a oreja. –Tía, ¿estás tonta o qué? –se acercó a ella a grandes zancadas dispuesta a cantarle las cuarenta por el susto que les había dado. Pero Sonia parecía ignorarla. Estaba danzando en un círculo blanco que parecía formado por piedras, pero que luego resultaron ser vulgares setas–. ¡Sonia! ¿Me escuchas? De repente dejó de bailar y cayó al suelo sin conocimiento. Zahra se precipitó hacia el círculo, pero cuando se disponía a entrar en él se detuvo. Quizás fuera una tontería, o estaba influenciada por las leyendas de Glastonbury, pero no podía descartar que aquellos hongos contuvieran alguna especie 158 http://www.antoniojroldan.es de alucinógeno capaz de drogar a Sonia. Todo podía ser. Respiró profundamente y alargó el brazo hacia ella. Estaba extrañamente fría para el calor que hacía aquel día. Con un pie fuera del círculo y, aguantando la respiración –por aquello de que su fantasía le susurraba sobre unas hipotéticas esporas venenosas–, tiró de ella hacia fuera, llevándose por delante unas cuantas setas. Expiró con fuerza y se alejó unos instantes para volver a tomar aire. En ese momento Nico se acercó corriendo en busca de sus amigas. –¡Zahra! –¡Ven Nico! Algo le pasa a Sonia –y según decía esas palabras, volviéndose hacia ella, contempló la cara sonrosada de su amiga mirándola con gesto divertido. –¿Qué es lo que me pasa? Tengo la cinta –y la agitó ante los ojos atónitos de Zahra. Llegó Nico con gesto descompuesto y tomó de los brazos a Sonia. –¿Estás bien? –Pues claro. ¿Cómo voy a estar? –Si es una de tus bromas no tiene gracia. Estabas bailando como una loca posesa entre esas setas, y luego te has desmayado –Sonia observó seriamente a Zahra y su risa estalló ante la perplejidad de sus dos amigos. Nico no sabía a quien mirar–. ¿De qué vas Sonia? Yo no me río –y se fue sola cuesta arriba en busca de Ms Saunders y el espino. 159 http://www.antoniojroldan.es –Sólo he venido a buscar mi cinta. No sé qué película te has montado –la persiguió hasta darla alcance a mitad de la subida–. Era mi deseo… –O sea, que me lo estoy inventando –Zahra estaba indignada–. He tenido que tirar de ti para sacarte del círculo. Tenías los ojos cerrados y los dedos como témpanos –agarró su mano y estaba tibia–. No lo he soñado, ¿vale? –Calmaos las dos, por favor –dijo tranquilizador Nico–. Estamos todos bien. No estropeemos la excursión por una chorrada como esta. –No es una tontería, Nico –y mientras Zahra se alejaba hecha una furia, Sonia movía la cabeza desaprobando la conducta de Zahra. Nico no sabía qué pensar. El azul del cielo nocturno de Glastonbury era más oscuro y frío que el de Madrid. Zahra cerró la ventana, dejando las hojas de madera entornadas para que entrara algo de luz. Sonia estaba sentada en la cama hojeando una revista de moda inglesa que había comprado en el supermercado. Estaba metida en sí misma, como si el incidente del corro de setas le hubiera afectado más de lo que dejaba entrever, así que Zahra se acercó a ella de forma conciliadora, la tomó por la cintura y le dejó un beso en la mejilla. –No pasa nada, déjalo ya. ¿Quieres? Ya se me ha pasado el enfado, Sonia. 160 http://www.antoniojroldan.es –¿Perdona? –Lo de tu bailecito, que lo olvidemos de una vez. –Estás muy rarita, hija. Yo no he bailado ni nada de eso. –Lo que tú digas –estaba claro que se encontraba ofuscada y que no valía la pena seguir con el tema. Se levantó de un salto y dejó a su amiga sola con su revista y su “amnesia micológica”. Zahra ascendió por la escalinata en busca de la habitación de Nico y de su acostumbrada capacidad para escuchar. Tal era el enfado que llevaba que trastabilló en un escalón más estrecho que los demás, apenas unos centímetros. Cayó contra la pared, arrastrando con su espalda uno de los pequeños cuadritos con fotos que su tía había colocado en las paredes, haciendo el paso por aquel desfiladero unos centímetros más angosto de lo que ya era. Los reflejos de Zahra sirvieron para atrapar el cuadrito en su regazo. A causa del golpe le dolía lo que Brigid llamaría “el origen de su energía”. Se asió al diminuto pasamanos incorporándose con dificultad. Cuando iba a colgar las fotos en su alcayata una imagen le llamó la atención. Se trataba de una foto familiar en la que estaba su abuelo y su hermana Margaret. Junto a ellos otras personas sonreían felices con el círculo de piedras de Stonehenge al fondo. No parecía reconocer a nadie más, salvo a una mujer alta y regordeta que había visto antes en otro lugar, en concreto en sus pensamientos. Era la abuelita del acantilado, aquella que evocó, desde algún recuerdo de su subconsciente, durante la meditación en el templo de la Diosa. 161 http://www.antoniojroldan.es La iluminación de la escalera no daba para más, pero estaba convencida de que era ella. Dejó el marco en la pared y se dispuso a seguir camino del ático cuando la voz de Ms Saunders surgió de la habitación del altar. Un penetrante aroma a incienso inundó la escalera. –Querida, ¿te has caído? ¿Estás bien? –Sí, tía, ha sido un tropezón –descolgó de nuevo el portarretratos y fue al encuentro de ella–. Estaba viendo esta foto de mi abuelo –Margaret la invitó a entrar a la capillita. Colocó un cojín en el suelo, junto al suyo, y animó a su sobrina a sentarse con ella–. Aquí está. Es él, ¿no? –Pues claro. La fotografía fue tomada hace casi treinta años, cuando tu abuelo visitó por última vez a nuestros padres – señaló a la dama del acantilado–, ¿cómo se dice en español? Tu, tu… –¿Mi bisabuela? –Sí, eso es. Tu bisabuela Grace estaba muy enferma y él procuraba viajar desde España una vez al mes para acompañarnos. –¿Cómo era ella? –¿Grace? Este era su oratorio –recorrió la habitación en penumbra con la mirada–, pero su dormitorio era el que tú ocupas ahora. Era una mujer de gran carácter, quizás sea un rasgo de familia... Hoy te he visto muy disgustada con tu amiga. –Es agua pasada. 162 http://www.antoniojroldan.es –Ella tenía el don de la espiritualidad, veía más allá de sus ojos y había conocido a la Diosa desde niña. Podía sanar el alma con las palabras y la imposición de las manos, pero no supo curar la herida más profunda del amor que sentía por mi padre, Patrick Saunders, un agricultor que vivía en una pequeña casa cercana a Wearyall, allí donde crece el Espino Sagrado. Era atractivo, alto, fuerte, con el rostro quemado por el sol y unas manos tan grandes que las de tu bisabuela se perdían entre sus dedos. Muchas mujeres de Glastonbury suspiraban por él, pero su profunda religiosidad y unas convicciones morales muy claras, le habían hecho esperar hasta encontrar a la que fuera su mujer ideal –levantó los ojos hacia el techo ante el tópico machista–. Mi madre me dijo que un atardecer de agosto, tan ventoso como el de hoy, Patrick dejó la labor de la cosecha para regresar a Glastonbury en su caballo, cuando algo extraño sucedió –Tía Margaret le quitó con delicadeza el colgante a Zahra y lo colocó en el altar de la Diosa en un cuenco situado junto a las velas–. Un inesperado silencio se hizo en el campo, como si el aire se hubiera detenido súbitamente, pero sin dejar de mecer el trigal. Ni un insecto, ni un pájaro, nada, así que dio media vuelta para contemplar la puesta del sol y las sombras que empezaban a cubrir su campo. Entonces notó que algo en el paisaje había cambiado. Puso su caballo al trote y ascendió hasta una colina cercana, desde la que pudo contemplar como en su campo de trigo se había dibujado un “crop circle” con el signo del Chalice Well, el de tu medallón, el Pozo del Cáliz, donde las aguas curativas han manado desde que se conoce el lugar. El 163 http://www.antoniojroldan.es color rojizo de sus aguas siempre se ha asociado al Santo Grial, a la sangre de Cristo. –Así que mi colgante representa eso. Pensé que era algún símbolo celta –Margaret negó con la cabeza. –Patrick recordó haber visto a una de sus vecinas con este colgante –señaló el de Zahra–cerca de su casa y pensó que aquello era una señal de su Dios para que ella fuera su esposa. Aunque ella se sintió muy dichosa cuando Patrick Saunders pidió su mano, descubrió con el tiempo que aquel hombre, de moral firme e inquebrantable, no permitiría que ella perdiera el tiempo con falsas creencias que rozaban la herejía. Así fue como ella renunció a ser algún día sacerdotisa del templo y tuvo que asumir la religión imperante que seguía su marido. –¿Y esta habitación? –Cuando yo era una niña me subía al ático y me leía historias de Avalon y del Rey Arturo. También me mostró el calendario de la Rueda Sagrada, donde se recogen las festividades de la Diosa que siguen los eventos de la naturaleza y la luna. Ahora estoy celebrando Lammas, the Gule of August, el momento de la cosecha –se volvió hacia una imagen de una mujer embarazada sentada en un trigal–. A la muerte de mi padre, ella transformó lo que era un cuartito para guardar la ropa de temporada en un ofertorio a la Diosa. Vivió cinco años más que él, tiempo en el que quiso profundizar en aquella travesía personal que inició en su juventud. Estaba cansada y enferma, y sentarse en este lugar era un auténtico suplicio para sus huesos… 164 http://www.antoniojroldan.es –Ayer conocí a la sacerdotisa Brigid. Estuve en ese templo –los ojos de tía Margaret se iluminaron. –Mi madre me dijo una vez que alguna de las mujeres de nuestra familia retomaría el camino. Yo lo intenté, hice lo que ella me indicaba, fui al encuentro de las líneas de poder, los flujos de energía y la comunión con la naturaleza, pero siempre percibí que no era capaz de atravesar la superficie de las cosas. Digamos que unas pequeñas gotas apenas refrescaban mi rostro cuando me colocaba frente a la visión del mar. Nunca logré sumergirme en él. Ms Saunders recogió el colgante, lo acarició evocando el cálido recuerdo de su madre y lo puso en la mano de Zahra. –Tu abuelo había tenido una nieta, una preciosa niña nacida en marzo, en la festividad de la Madre de fuego, y sus ojos eran azules y verdes, como el mar. Aquella era una señal. Pasados los años fuiste creciendo y aquellos ojos profundos y bellos se confirmaron como la ventana a un corazón sediento de sentimientos y aventuras. Por eso tu abuelo tomó el colgante que un día se dibujo en los círculos de trigo y lo depositó en las mejores manos que podría estar. –Pero, yo no creo en nada especial. Ni siquiera soy capaz de entenderme a mí misma como para poder imaginar que hay más allá de la vida o si existe un Dios… A lo mejor yo no soy esa persona que mi abuelo creía adivinar en mí. –Recién acabas de nacer a la vida. Tienes por delante un hermoso camino que tú misma sabrás construir. Posees un alma 165 http://www.antoniojroldan.es fuerte y sensible, capacitada para decidir cuando llegue el momento cual será tu destino. Mientras tanto, déjate empapar por ese signo de primavera que marcó tu nacimiento y permite que otras realidades se hagan visibles en tu interior. Cuando Zahra se acurrucó en la cama aquella noche observó como la luna se reflejaba en el espejo del dormitorio. Un brillo fugaz le recordó que el colgante seguía en su cuello. 166 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 14 Danzando en el círculo de las hadas Glastonbury, Inglaterra, 8 de agosto de 2009 ¡Hola Rai! He empezado esta carta varias veces, pero nunca he sido capaz de escribir más allá del encabezamiento. Ya sé que no eres muy aficionado a usar internet y que eres más de móvil, pero tengo tantas cosas que decirte que iba a dejarme el teléfono canino de saldo. Antes que nada debes saber que no soy muy buena con esto de las cartas. La última que escribí fue a los Reyes Magos – ha llovido desde entonces–y el resultado fue desastroso al descubrir un espantoso jersey de Snoopy junto a mis zapatos y la triste realidad de asumir que mis padres eran capaces de mentir, aunque fuera por hacerme feliz. Así que espero que perdones mi indolencia frente a una hoja en blanco. Desde que estoy en Glastonbury no soy la dueña de mis sueños, si es que alguna vez lo fui. Anoche te vi junto al Espino Sagrado, contemplando una gran luna que asomaba tras el Tor como si fuera una luminosa orla de luz que se reflejaba en tus ojos. Corrí hacia ti nombrándote, pero al llegar junto al árbol el rostro de Martín, el hombre que nos atacó en Albaidalle, me observaba envuelto en una carcajada maléfica y cruel, 167 http://www.antoniojroldan.es atrapándome en una telaraña de sombras de la que no podía salir. Otras noches decenas de ojos me escrutan, como si hubiera penetrado en una cueva recubierta por murciélagos gigantes, pero de rostros sensuales y alas transparentes, como hadas vigilantes ante una intrusa perdida en el laberinto de la imaginación y la memoria. Mi cabeza se ha vuelto permeable a otra realidad, que me fascina y a la vez me asusta, y temo que la misma Zahra, que abandonara parte de sus recuerdos en un cortijo marchito de abandono, no sea la misma que regrese a casa. Por eso necesito escribirte ahora, para que aquella chica que un día conociste invada tu espacio antes de que el tiempo y la distancia borren la huella del verano. Como te decía, llevo una semana en Glastonbury, en casa de mi tía abuela Margaret, todo un personaje. Nos alojamos en una vieja casita de las afueras, con su jardincito inglés, sus patos y sus gallinas. Ella conduce una ranchera de la época del charlestón y debe tener un ángel de la guarda de los buenos, porque no ve bien y cada desplazamiento es una aventura. Es como Tarek, encariñada con su viejo coche hasta que un día explote. Yo duermo con Sonia frente a una chimenea muy curiosa en la que si sopla el viento parece que me llamara a alaridos. A Nico le ha tocado el ático. Su cama es tan alta que el otro día se quedó durmiendo leyendo un libro y este se cayó sobre el suelo pegándonos un susto de muerte a Sonia y a mí en el piso de abajo. Como Nico es tan educado y formal, se adapta muy bien al carácter inglés. Mi tía lo adora… Me preocupa más Sonia. 168 http://www.antoniojroldan.es Aunque no la conoces, te diré que es una persona muy divertida y extrovertida, capaz de montarla por donde quiera que vaya. Sin embargo algo le sucede. Un día me la encontré bailando entre unas setas y desde entonces parece como si se hubiera marchitado. Si sigue así hablaré con mi tía para llevarla a un médico. Temo que las setas fueran venenosas o alucinógenas y que la hayan afectado, aunque hayan pasado varios los días. También he conocido un extraño lugar, un templo dedicado a una Diosa, y a una mujer sacerdotisa llamada Brigid. Parece ser que mi bisabuela era seguidora de esa Diosa y que aquí en Glastonbury estaba la isla mítica de Avalon, una especie de reino de las hadas que permanece oculto tras la niebla. También existe una rara relación entre la ciudad y el origen del cristianismo. Por eso aquí todo gira en torno a esa mitología, el paganismo, los primeros cristianos y la cultura de los celtas. ¿Sabes una cosa? Te echo de menos, pero cada día te añoro de una manera distinta. Hay momentos que desearía visitar el castillo de Tintagel y adentrarme contigo en la cueva de Merlín, evocando nuestras aventuras en Albaidalle. También quisiera regresar a la azotea y verte pintar sin que te dieras cuenta de que una espectadora te observaba en silencio, viendo como te concentrabas en tu trabajo y te ponías tan serio – moviendo ese culito con tanta gracia–. Pero también lo daría todo por echar a volar, atravesar las brumas de Avalon y dejar que la energía que fluye por aquí me llevara a aquella noche en 169 http://www.antoniojroldan.es la que me besaste. Por eso temía tanto escribirte… No sé como dirigirme a ti. Tampoco te aseguro que tome el papel y el bolígrafo de nuevo, porque ni siquiera sé como terminar esta carta que finalmente ha brotado de mi alma como por arte de magia. Así que sólo te pido que no me olvides, y que si una tarde te aburres, y quieres darle una manita de pintura a esta caserón, pues que pilles la moto y te vengas un ratito para las Islas Británicas a darle un alegrón a tu aprendiz de bruja. Si la gasolina no te da para cruzar el Atlántico, siempre puedes pasarte tras el verano por Madrid, que allí siempre tendrás un sitio donde quedarte y un corazón al que reconfortar. Tu compañera de espeleología… Tu mirona… Tu amor de verano… Zahra Mientras Nico y Sonia ayudaban a Ms Saunders con la casa, Zahra se dirigía a High Street a echar al correo las cartas para Rai y su madre en la oficina postal que estaba en una casita de piedra rodeada de tiendas. Como la post office estaba desierta y la gestión había sido mucho más rápida de lo esperado –sin olvidar que la limpieza le aguardaba en casa de su tía–, optó por dejarse llevar por los escaparates y darse un ratito de placentera 170 http://www.antoniojroldan.es soledad. Según caminaba se detuvo ante la verja de una iglesia, contemplando un laberinto de piedras semienterradas en su jardín. Aunque deseó ser atrapada por aquel laberinto de juguete, la presencia de un vagabundo botella en mano durmiendo la mona junto a él, hizo que desistiera dejando la ilusión para otro día. En el lateral del jardín nacía un pequeño callejón de tiendas de aspecto encantador. Se adentró en él para cotillear los escaparates de bisutería y ropa de tendencia hippy. Ella, tan aficionada a la ropa de colores, se hubiera llevado un perchero repleto de vestidos que estaba expuesto junto a una puerta. Al fondo de la calle había una techumbre que cubría una placita en la que estaba instalado un mercadillo vecinal de comida preparada, plantas y enseres para la casa y el jardín. Por un momento se creyó una habitante más de la ciudad. Según regresaba en dirección a High Street le llamó la atención una preciosa tienda de antigüedades semioculta por una furgoneta del mercadillo. Se acercó a ella para contemplar tras el cristal lo que parecía un ajuar completo de vajilla, joyas, muebles y mantelerías, dando la impresión de viajar en el tiempo para ser una entrometida visitando una casa del siglo XIX. Entre los objetos que estaban a la venta le llamó la atención una tacita de porcelana con un grabado de la imagen del Tor. Tan sólo costaba diez libras y le hacía más ilusión que otras fruslerías de las tiendas de souvenirs. Así que entró en la tienda. Un hombrecillo de pelo canoso, y aspecto de rapaz, se movía con lentitud subido a una escalera, quitando el polvo de los estantes mientras tosía como si los pulmones estuvieran 171 http://www.antoniojroldan.es arrugándose en su pecho. Dirigió una mirada huraña a Zahra y prosiguió con su labor mientras la joven admiraba una vitrina de muñecas de cartón y tela. –Buenos días, señorita. Espere que la atiendo –recorrió la escalera lentamente hasta tocar tierra firme con parsimonia–. ¿En qué puedo ayudarla? –Quisiera ver una tacita del escaparate, la que tiene el Tor. –La tacita de té… No es muy antigua para mí, pero sí para usted, ¿no es cierto? Espere que voy a buscarla –el anciano caminaba encorvado hacia la cortina, la descorrió, tomó con sumo cuidado la pieza de porcelana y volvió a sumir la tienda en penumbras–. La tacita… Tome usted. Son diez libras, ocho por su valor intrínseco y dos porque este objeto tiene el enorme mérito de haber sobrevivido a las manazas de Mrs Smith, que se movía por su casa como lo haría una vaca lechera en el Museo Británico. –Es muy bonita. –¿Es usted italiana? No… ¿Española? Sí, eso es –ella asintió–. Interesante –fijó la vista en el colgante de Zahra–. Hacía años que no veía uno de esos medallones. Si le da usted la vuelta verá que el sello de la platería es una media luna. ¿Sí? –Zahra miró el reverso y reconoció la diminuta luna junto al borde–. Ya no existe ese taller, ni unas manos tan hábiles como las de Moon Brothers. Es una lástima. Le ofrezco cincuenta libras por él. La tacita de regalo. ¿Qué me dice? 172 http://www.antoniojroldan.es –Es un recuerdo familiar. No puedo vendérselo. –Ya comprendo, regatea… Sesenta. –Es usted muy amable, pero quiero conservarlo. –Bien, bien… Es usted una jovencita muy lista. No se hable más. Espere a que le envuelva su tacita. Cuando el anticuario se quedó sólo, y Zahra se fue con su recuerdo de Glastonbury en el bolso, un hombre de mediana edad apareció por la trastienda. –¿Algo interesante, padre? –Una taza de la subasta de Smith. Poca cosa. –A los turistas les gustan esas baratijas, no hay que despreciarlas. –Llevaba en el cuello un artículo de los Moon Brothers. ¿Quién lo iba a decir? No me lo ha querido vender porque decía que era algo de su familia, y eso que la chica era forastera. En cuanto los oyes hablar te das cuenta. –¿Cómo era el colgante, padre? –El Chalice Well… ¿No recuerdas a aquel coleccionista que estaba dispuesto a pagar mil libras por él? Me dejó su tarjeta. ¡Lástima! Hubiera sido un buen negocio. –Española… Muy curioso –y volvió a la trastienda. Según Zahra regresaba a High Street observó de nuevo la entrada al patio del templo de la Diosa. Miró el reloj y vio que aún era 173 http://www.antoniojroldan.es temprano y que su escaqueo podía prolongarse algo más. Otro motivo para regresar a aquel lugar, ahora que estaba sola, era el no tener que dar explicaciones a nadie. Así que cruzó la calle mirando a derecha y a izquierda –todavía dudaba con el sentido de la circulación del tráfico–y se encaminó hacia allí. La puerta estaba abierta. Entró en el templo y preguntó si había alguien. Una voz desde el falso techo la saludó. –¡Ah! Eres tú. Enseguida bajo –Brigid asomó la cabeza desde arriba–. Es una alegría verte de nuevo. ¿Vienes a visitar a la Diosa? Siéntate en el almohadón y enciende una cerilla –Zahra así lo hizo y luego se la entregó–. Brigid se acomodó a su lado y tomó el incensario, colocándolo en la mesita que había entre ellas y el altar–. ¿Cómo te encuentras? ¿Disfrutas de tu visita? –Glastonbury es un lugar precioso… –Es maravilloso que hayas podido pasar aquí tus vacaciones. –Sí. Mi tía Margaret Saunders nos invitó a mí y a mis amigos. –¡Oh! Eres sobrina de Margaret, una buena amiga de este templo. Maravilloso… ¿Querías algo en especial? –No tiene nada que ver con la Diosa, más bien con el campo y… –Zahra se sonrojó al verse en un lugar sagrado hablando de setas. –A lo mejor sí puedo ayudarte. La madre tierra se manifiesta de muchas formas en Avalon. ¿Por qué no me lo 174 http://www.antoniojroldan.es cuentas? Al fin y al cabo soy de la zona y conozco los alrededores. –El otro día fui a visitar el Espino Sagrado y paseando por allí me encontré con una circunferencia formada por setas. Nunca había visto nada parecido. Como en esta zona de Inglaterra abundan los círculos sagrados formados por piedras, me llamó la atención esa formación. No sé si existe alguna relación o es un capricho de la naturaleza. –Viste un corro de hadas. Es extraño tan pronto, en agosto. A veces surgen en los bosques, cerca de riachuelos, al cobijo de los árboles. No recuerdo haber visto ninguno por la zona de Wearyall. –¿Un corro de hadas? –Las hadas son unas criaturas que protegen el campo y viven en un reino oculto a nuestros ojos. Muy pocos han tenido la oportunidad de verlas, pero a veces se las puede sorprender bailando dentro de un anillo de setas o sentadas en ellas. Tienen aspecto de mujer, porque muchas de ellas fueron personas que hicieron daño a la naturaleza y, por ello, fueron castigadas a convertirse en una de sus guardianas. Son sabias, conocen los secretos de la tierra y de las plantas, y son capaces de realizar prodigios cuando se escapan de su mundo. –¿Pueden hacerle mal a alguien? –Muchas hadas desean regresar al mundo de los humanos y se aventuran a salir por las puertas que forman los círculos como el que viste. Luego nos atraen dentro del corro, donde 175 http://www.antoniojroldan.es bailan atrapando a todo aquel que penetre en él para robarle parte de su esencia humana. ¿Conoces Silbury Hill? –Zahra negó con la cabeza–. Es una colina sagrada cerca de Avebury. Aunque existen pequeñas puertas para entrar en el reino de las hadas, los círculos de setas son apenas unas claraboyas diminutas en la inmensidad, pero Silbury Hill penetra hasta el corazón de Avalon. Es muy peligroso dejarse caer por allí si no eres una de ellas. Sin embargo… –¿Qué? –Tú estás protegida –señaló al colgante. –¿Qué pasa con mi medallón? –Es un amuleto de protección. Las hadas lo desearán si te encuentras con ellas, porque les ayudaría a escapar de su confinamiento, pero a la vez saben que no deben tocarte. No te lo quites nunca, ¿me oyes? –La joven asintió. Zahra empezaba a sentirse saturada de leyendas y misticismo. Miró su colgante mientras bajaba la escalera del templo y se preguntó si su abuelo tenía idea de lo que le había regalado, un tesoro tan preciado que hasta era codiciado por seres mitológicos… Y anticuarios. 176 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 15 Stonehenge Una niebla espesa rodeaba al viejo Land Rover en su incursión a través de la carretera entre campos de cereales acariciados por los primeros rayos del alba. El frío de la mañana se colaba entre las rendijas escarchadas, condensando los cristales y rebelándose ante la tibieza que renacía en el horizonte. Nico roncaba plácidamente derramado sobre el asiento trasero, mientras Sonia abandonaba su mirada en un rebaño de ovejas que pastaba en un prado cubierto de rocío. Zahra ejercía de copiloto, con el termo de té caliente en la mano, pendiente de las necesidades de su tía, cuyos ojos no se apartaban del parabrisas. Para una mujer de su edad, conducir de madrugada por aquellos lugares era encomiable, pero algo peligroso cuando las facultades discurren paralelas a la antigüedad del vehículo. Los tres jóvenes agradecían de corazón el esfuerzo de Ms Saunders por enseñarles todas las bellezas de la región, pero también echaban de menos el poder dormir a pierna suelta más tiempo sin estar sujetos al espartano horario que su anfitriona imponía con marcial disciplina. Por eso cuando la noche anterior ella les anunció que pondría el despertador a las cuatro y media para ver un círculo de piedras, los tres se quedaron sin palabras, literalmente, mientras la buena señora se alejaba hacia la cocina con los restos de la fuente del asado de la cena. 177 http://www.antoniojroldan.es Era el turno de fregado de Sonia, por lo que Zahra aprovechó para tener un aparte con Nico. –Sonia sigue igual. –Ya, y ¿qué podemos hacer? No se encuentra mal… –Esta mañana estuve en el templo de la Diosa, con esa mujer sacerdotisa, Brigid. –¿Y? –Me contó que esos círculos formados por setas son entradas al reino de las hadas –Nico abrió los ojos como platos–. Bueno, es lo que ella dice. –¡Zahra, por favor! –Déjame que termine –le puso la mano en el brazo–. Ella asegura que los seres humanos pueden quedar atrapados en esos círculos porque las hadas anhelan la esencia humana para regresar a nuestro mundo, donde serían muy poderosas. –¡Estás loca! –Zahra chistó a Nico mirando hacia la cocina. –No es que lo crea, por supuesto, pero podrías subirte mi ordenador al ático y buscar por Internet. No sé, a lo mejor lo que Brigid llama hadas no es más que el colocón que producen esas setas cuando alguien inhala sus esporas. ¡Qué sé yo! –¿Y por qué no hablamos con Sonia? A lo mejor es que no está a gusto aquí. 178 http://www.antoniojroldan.es –¿Por qué no iba a estarlo? –Zahra se puso a la defensiva porque adivinaba lo que estaba insinuando Nico –Tu tía es un encanto, pero no nos deja ni a sol ni a sombra. Además, eso de desayunar a las siete de la mañana en vacaciones no va con Sonia, que es una dormilona. –Nuestra Sonia nos lo hubiera soltado sin tapujos. ¡Buena es ella! No, Nico, es otra cosa. Tenemos que averiguarlo. ¿Lo harás? –De acuerdo. –Súbete ahora. El módem está en la silla junto a la chimenea. –Pero es perder el tiempo, Zahra. –No. ¡Oye! Otra cosa. Ya que te pones, ¿por qué no investigas algo sobre esto? –Le tendió un papelito. –¿"Moon Brothers Jewelry"? ¿Y esto? –Sonia regreso a por los vasos y ambos se callaron. –Estoy harta de fregar –dijo Sonia–. A ver si le dices a tu tía que venda la carreta y se compre un lavaplatos. –Esa sí es nuestra Sonia –dijo Nico enarcando las cejas–. Me decías que buscara este nombre. ¿Qué es? –Es el nombre de la joyería donde fue fabricado mi colgante. Un anticuario, al que le compré una tacita, me hizo una oferta por él y me ha intrigado ese interés. Luego, hablando con Brigid, me insinuó que es una especie de amuleto muy valioso. 179 http://www.antoniojroldan.es –Zahra, ¿no tienes la sensación de estar influenciada por las leyendas de este lugar? Hadas, colgantes mágicos –negó con la cabeza–. No sé si este viaje ha sido una buena idea. –¡Claro que sí! Lo que pasa es que hay que tener una mente abierta. ¿Sabes? Nico observó con seriedad a su amiga. Estaba convencido de que había alguien más embrujada que la propia Sonia en aquella casona. Por otro lado, siempre había sido una especie de ángel protector de Zahra a lo largo de los últimos años, por lo que optó por hacer lo que ella le pedía, para así no quedarse fuera de juego y poder estar al tanto. –Tú ganas… –Zahra le dio un cariñoso beso en la mejilla. –Nico eres el mejor. –Ya, ya. Tienes un morro… La noche inundó sigilosamente el ático mientras Nico navegaba por Internet. No esperaba descubrir nada interesante, pero según iba saltando por los hiperenlaces se dio cuenta de la cantidad de referencias que había sobre los corros de hadas. Existía una explicación absolutamente racional al fenómeno. El causante de todo era un hongo que va creciendo, alimentándose de la hierba y creando una especie de calva sin vegetación, aunque también puede provocar un aumento de la altura de la hierba gracias a las sustancias en descomposición que fabrica. Por supuesto, también abundaban las webs con referencias más mágicas. Muchas de 180 http://www.antoniojroldan.es ellas ahondaban en la teoría de las hadas que Zahra había explicado. Existían hasta cuadros... Lo más curioso fue que una de las páginas profundizaba en el tema y explicaba que los seres humanos podían quedar atrapados en estos corros sumidos en una especie de danza hipnótica de la que no era posible escapar, salvo con ayuda del exterior, de alguien que no estuviera en el área delimitada por las setas. También decía que en muchos casos las hadas se quedaban con la persona que había caído en su trampa y devolvían un ser idéntico al exterior para que nadie la echara en falta. Durante un breve lapso de tiempo Nico sintió un escalofrío. Aunque sonara absurdo, la teoría casaba con lo sucedido a Sonia. Sin embargo podía ser una simple máscara de la realidad, una intoxicación por setas tamizada por la incultura de los campesinos. Lo raro era que no parecía existir ninguna seta capaz de envenenar sin ser ingerida. Sobre los joyeros no había demasiada información. Sólo encontró un relato sobre los recuerdos de infancia de una mujer que vivía en la “casa de enfrente de la Moon Brothers Jewelry” y una joya subastada en eBay. La joya en sí tenía un aspecto vulgar, incluso era de menor tamaño que la de Zahra. No era más que una piedra ensartada en una base de plata por la que algún comprador pujó con éxito hasta las setenta y tres libras. Buscó alguna referencia más a Moon Brothers en eBay, pero no había ninguna. Ya que estaba allí, probó fortuna con “Chalice Well” – el motivo de la decoración del colgante–y fue cuando se topó con una monumental sorpresa. Aquello iba a impresionar a Zahra más que la leyenda de las haditas y su discoteca de champiñones. 181 http://www.antoniojroldan.es A la izquierda de la carretera se vislumbraban unas piedras en un montículo sin que nada presagiara que aquella formación de apariencia vulgar fuera el célebre círculo de Stonehenge. Si Margaret no hubiera avisado a su sobrina, Zahra ni siquiera habría reparado en él. Tomaron la desviación y se aproximaron al desierto centro de visitantes. Mientras aparcaban junto a la taquilla, un guarda del English Heritage se acercó a Ms Saunders y ambos entablaron una amistosa conversación. –¡Estoy helada! –exclamó Zahra. –Fíjate, tu tía parece conocer a ese tipo –dijo Nico–. Espero que así sea, porque ahí pone que abren a las nueve. –¡Vamos chicos! –dijo una entusiasmada Margaret. Los tres se miraron muertos de sueño y bajaron por un pasadizo hacia el otro lado del camino, donde estaba la zona protegida por una alambrada. –No son horas –dijo Sonia rompiendo su mutismo–. Tu tía está loca, Zahra, y ese vigilante también por estar aquí en mitad del campo al amanecer. Ya le pueden pagar bien… –Valdrá la pena –respondió su amiga–. Seguro. Si no fuera así hubiéramos venido más tarde. Y así fue. Cuando se encontraron al otro lado, el sol comenzaba a surgir entre las piedras sagradas de Stonehenge, jugando con las sombras y calentando a los pájaros que revoloteaban entre las enormes piedras que formaban los círculos 182 http://www.antoniojroldan.es concéntricos. Una tenue luz rosácea parecía emanar del suelo mientras lengüetas de fuego se deslizaban como fantasmas entre los recovecos de los dinteles de arenisca. Alrededor de los pilares se abría un pequeño foso que rodeaba el conjunto, haciendo que Nico y Zahra se buscaran cómplices, evocando los círculos de setas. Envueltos en las brumas y la soledad de Stonehenge los tres jóvenes sintieron como el astro rey acariciaba cuidadosamente el conjunto, en una ceremonia que se repetía cada amanecer y en la que ellos eran los protagonistas aquella mañana de agosto. Zahra dirigió la mirada hacia su tía, que charlaba alegremente con el guarda en el camino que rodeaba el foso. Desde la distancia le dijo una sola palabra: Gracias. Un ligero viento golpeaba las columnas y agitaba la hierba, creando un murmullo metálico en el centro del monumento. Zahra se sentó frente al sol, dejando que aquellas primeras caricias recorrieran su rostro. Su colgante brillaba como nunca lo había hecho. Nico abrazó uno de los pilares, intentando adivinar que extraño misterio se ocultaba tras aquella obra de ingeniería milenaria capaz de acoger aquella luz y recrearse con su presencia. Sonia se sentó en una piedra que yacía a los pies del pilar mejor conservado. No miraba al sol, sino al suelo. Una vez superada la impresión inicial, Zahra sacó la cámara de fotos y le pidió a Nico que se reuniera con ella para conservar algún recuerdo de su amanecer en Stonehenge. Sería muy difícil sorprender al mismísimo sol en su guarida, pero no perdía nada con intentarlo. 183 http://www.antoniojroldan.es –Y Sonia, ¿dónde está? –preguntó Nico. –Espera, que voy a buscarla –y se adentró de nuevo en el círculo. Su amiga estaba tumbada sobre la piedra, con el aspecto de estar meditando–. ¡Sonia! ¿Quieres una foto? –No hubo respuesta–¿Me estás oyendo? –La chica no se movía, así que Zahra se abalanzó sobre ella–. ¡Sonia! ¿Qué te pasa? –Nico se acercó corriendo hacia ellas. –¿Está dormida? –¡No lo sé! –Le tomó la mano y comprobó que estaba helada como el día de las setas–. Avisa a mi tía y al guarda. ¡Rápido! Aunque sólo había sido un leve desvanecimiento y bastó con un té caliente, bien cargado de azúcar, Nico y Zahra siguieron inquietos por Sonia. Mientras ella recuperaba el color en la caseta de vigilancia, el guarda les contó antiguas historias sobre Stonehenge, entre las que abundaban las concernientes a baterías de móviles y cámaras que se descargaban sin motivo, personas que acudían en un estado próximo a la depresión y salían del círculo sagrado repletas de vitalidad; o el extremo opuesto, gente que liberaba la energía sobre las piedras como si fueran una enorme toma de tierra capaz de vaciarte en pocos segundos. Si Sonia andaba justita de pilas era más que probable que el madrugón, la impresión que causaba aquel lugar y el estar usando el combustible de la reserva fueran la causa de su desmayo. Cuanto más lo pensaba Zahra más plausible se le 184 http://www.antoniojroldan.es antojaba que lo que Nico había encontrado en internet tuviera sentido. ¿Y si aquella persona que les miraba desde el sillón del vigilante no fuera realmente Sonia, sino un reflejo imperfecto de ella surgido del extravío de su esencia danzando en el círculo de las hadas? Había llegado el momento de actuar. En Glastonbury obligaría a Sonia a quedarse reposando en casa logrando Zahra la libertad de movimientos para investigar por su cuenta. Durante el viaje de regreso a casa, Zahra estuvo planeando lo que harían. Necesitaba comprobar por sí misma si existía ese reino mágico de las hadas y si su amiga Sonia se encontraba atrapada como rehén de algo que deseaba escapar hacia la realidad. Analizando sus propios pensamientos se sentía como una imbécil sin remedio, pero debía descartarlo antes de llamar a su madre y decirle que Sonia no se encontraba bien y que quizás hubiera que adelantar el retorno a Madrid, lo cual no deseaba. Ensimismada en sus pensamientos, desvió la mirada hacia el retrovisor, discreta atalaya desde la que contemplar a la paciente. Su amiga estaba durmiendo en el regazo de Nico cuyos ojos no se despegaban de ella mientras acariciaba el pelo de Sonia, con tanta devoción que por un instante Zahra notó cierta incomodidad, como si fuera testigo involuntaria de una silenciosa declaración de amor. Podía ser un espejismo de su imaginación, pero si aquel viaje estaba cumpliendo con creces todas las expectativas, era lógico que sólo faltara la guinda del pastel: Nico y Sonia. 185 http://www.antoniojroldan.es Era pan comido. Tía Margaret se desvivía por hacerles felices y había que aprovecharse de ello. Además, Zahra no sentía ningún remordimiento por liar a la afable Ms Saunders, ya que era por una buena causa. Así que todo transcurrió en el tardío desayuno, mientras Sonia descansaba en la cama después de las ajetreadas primeras horas del día. No había tiempo que perder ni otro momento más oportuno que aquel, salvo por el pequeño inconveniente de no haber podido hablar con Nico a solas. –… Estoy preocupada por vuestra amiga. No tenía buena cara –dijo Ms Saunders–. Quizás habría que avisar a su familia. ¿No creéis, chicos? –Es verdad que está algo apagada, pero a veces le pasa – dijo Zahra con falsa naturalidad mientras Nico le echaba una mira recriminatoria–. Estoy seguro de que es el cambio de clima. Ella es muy deportista, muy vital… Sólo hay una cosa que odia. –¿Qué? –preguntó la tía. –Eso, ¿qué? –añadió Nico haciendo énfasis en el “qué”. –La bicicleta. Nunca le ha gustado, y es una pena en un sitio como este. ¿No es así Nico? –Eee… –¿Quién diría que a una chica como ella no le gusta pasear en bicicleta? Yo misma, a mi edad, suelo cogerla para ir por el pueblo. –¡Qué suerte tienes tía! A Nico y a mí nos encantaría dar un paseo en bici por cierta ruta que vimos en Internet –Nico 186 http://www.antoniojroldan.es corroboró sus palabras moviendo la cabeza y mirando a su amiga con ojos de asesino–. Pero era imposible facturar las bicis en el avión. Ya sabes como son estas aerolíneas de bajo coste. –Pero, ¡eso tiene solución! Yo os presto mi bicicleta y le pedimos una a mi vecina, Mrs Thompson. –¡Jo, tía! Eres un sol, pero no es tan fácil. Es un precioso camino que discurre entre Avebury y la colina de Sillbury, y eso está muy lejos de aquí. –Claro, es imposible –dijo Nico–. No vamos a ir hasta allí en bici, ¡ni que fuera el Tour de Francia! Es mejor olvidarlo, ¿no es así, Zahra? –¡No! ¡Se puede arreglar! –dijo Ms Saunders entusiasmada–. Mirad, se me ocurre una idea. –¿Sí? –preguntó Zahra con gesto inocente mientras dirigía una sonrisa beatífica a Nico. –Metemos las dos bicis en el coche y vamos a Avebury. Allí os dejó un ratito para que hagáis vuestra excursión. Conozco la ruta que han hecho para bicis y es muy segura –dijo satisfecha–. A mí no me importa sentarme en los alrededores a leer un libro en ese lugar tan apacible. –¿Y qué pasará con Sonia? –preguntó Nico a ambas–. Ya se encuentra bien, pero… –Mrs Thompson podría quedarse con ella en nuestra ausencia. Está roncando como una bendita. 187 http://www.antoniojroldan.es –Vale… –dijo Nico con desgana mientras interrogaba a Zahra con la mirada. –¡Tía! ¡Eres la mejor! –Y le dio un sonoro beso. –Mientras hablo con Mrs Thompson podéis recoger la mesa. –Claro, así Zahra y yo pla–ni–fi–ca–mos la excursión. ¿No es así? Una hora más tarde, después de escuchar las explicaciones de Zahra, Nico cargaba las dos bicicletas en el Land Rover. No eran mucho más modernas que la cafetera que conducía Ms Saunders Todo aquello era un disparate, pero estando Sonia por medio le concedería el beneficio de la duda a la locuela de Zahra. 188 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 16 El túmulo del Rey Sil Dice una leyenda que el mismísimo diablo iba a verter un enorme saco de arena sobre una ciudad, cuando los sacerdotes de Avebury lo descubrieron, obligándole a derramarlo en un paraje alejado de la ciudad, formando así la colina artificial de Silbury. De esta manera se le otorgó al lugar una simbología cristiana acorde con las necesidades del nuevo culto, ensombrecido por el paganismo de la región. Sin embargo, todo parece indicar que Silbury fue una colina en forma de espiral por donde alguna cultura antigua escenificaba el viaje del alma al mundo escondido, donde vivían los antepasados después de la muerte. También su propio nombre hace referencia al posible enterramiento del Rey Sil. El paso del tiempo erosionó la construcción, y los sedimentos milenarios permitieron que la vegetación ocultara la pirámide. Cuentan también que las hadas, conocedoras de los secretos de la vida y la muerte, descubrieron un día aquella puerta abandonada por los ancestros de los celtas y que, desde entonces, acogen a las mujeres que mueren por amor, llevándolas a su reino para que se aparezcan en las corrientes de agua a los desesperados que se lanzan a ellas presos del desdén de la persona amada. De esta manera ganan su derecho a regresar al mundo terrenal, repletas de sabiduría y dispuestas a disfrutar de 189 http://www.antoniojroldan.es una nueva oportunidad. Estas mujeres, que conocieron el reino de las hadas, se convertirían en hechiceras con poder para tomar el corazón de un hombre entre sus manos. Hacia esa puerta olvidada, colapsada por los túneles, que los científicos horadaron a principios de los años setenta, y transformada en una atracción turística entre campos de cereales, se dirigían Nico y Zahra en un intento por recuperar la esencia de Sonia, sin saber muy bien lo que buscaban y si aquel lugar les ofrecería alguna respuesta. –Estás monísimo en esa bicicleta para chicas. –¿Para chicas? Con todo mi respeto llamar chica a Mrs Thompson es muy gentil por tu parte, Zahra. El tonelaje de esa mujer ha dejado este cacharro para el desguace –atravesaban un tranquilo camino entre árboles, con el firme en mal estado por la lluvia–. De hecho disculpa que no te mire mientras conduzco, porque si pillo un bache te juro que me dejo los piños al intentar frenar. –Eres un gruñón… –Te la cambio, lista. –No gracias, rico. Cuando la zona frondosa desapareció, empezó a verse Silbury reinando entre una inmensidad amarilla tostada por el sol. La sombra de la colina se levantaba majestuosa, rotunda y oscura a pesar de estar cubierta de hierba. Sobre ella se recortaba un cielo que se había tornado cada vez más negro desde que 190 http://www.antoniojroldan.es dejaron Avebury, acompañando a los malos presagios el aire húmedo, que agitaba las espigas al paso de las bicicletas. Ambos amigos observaban las nubes sin atreverse a compartir sus pensamientos. Aquello olía a remojón histórico, pero una vez allí no habría marcha atrás. El camino llegó a las cercanías del túmulo hasta darse de bruces con una empalizada de alambre. Zahra y Nico se miraron ante la inesperada sorpresa. Era lógico que no dejaran entrar a nadie para permitir su conservación, y lo peor es que allí no había ningún enchufe de Ms Saunders, como el de Stonehenge, para traspasar la barrera. Silbury Hill parecía un enorme ser vivo agazapado sobre sí mismo, efecto que el viento y las historias que se contaban sobre ella acrecentaban. Debía ser muy entretenida una visita de noche y con tormenta, apta para corazones sanotes y sedientos de emociones. –Muy bonito el lugar, sacamos un par de fotos y de vuelta a Avebury –dijo Nico apoyando la bici contra la valla mientras Zahra fijaba su atención en unas ovejas que trepaban por una sus laderas–. No ha sido una excursión en balde, porque el paisaje es estupendo. Si no fuera por Sonia nunca habríamos venido tan lejos –las primeras gotas de lluvia comenzaron a motear la arena con violencia–. Tenemos que darnos prisa… –¿Por qué? Hemos traído los chubasqueros. –Tía, que Avebury está a cinco kilómetros y Margaret se puede preocupar si ve que hay tormenta –un trueno reforzó a un 191 http://www.antoniojroldan.es nervioso Nico, que reconocía el lenguaje no verbal de su amiga–. ¡Zahra! No vamos a entrar ahí. –Mira, los turistas se están metiendo en los coches. Nos vamos a quedar solos. Además, si esos animales comen y cagan sobre una montaña sagrada, eso significa que no está tan protegida como Stonehenge, y que si me llaman la atención puedo usar como escusa que no sé inglés y quería hacerme una foto con las ovejitas. –De eso nada, que nos podemos meter en un buen lío… Además pasa una avioneta de vez en cuando para localizar nuevos crops circles. –Tranqui, Nico. Además, si alguna de esas avionetas se aventurara con la tormenta estaría más pendiente en no darse una bofetada contra el suelo que en distinguir una ovejita de una chica con chubasquero blanco –se acercó a un muro derruido para calibrar la escasa altura de la empalizada. –No te dejare sola. Iremos juntos. –¿Y las bicis? No, serán unos minutos, Nico. En cuanto me veas regresar, llamas a mi tía para que venga a buscarnos con la excusa de la lluvia. Si alguien se molesta en delatarnos, que ya te digo que no hay nadie, tendrá poco tiempo. –Vamos a acabar detenidos, deportados, o algo peor. Hemos hecho muchas tonterías juntos, pero esta se lleva la palma. Mira ese letrero: “Please do not climb the hill”. –Confía en mí. ¿Quieres? 192 http://www.antoniojroldan.es Zahra apoyo un pie en un roca, colocó la mochila sobre el alambre y saltó holgadamente cayendo sobre la hierba mojada. Guiñó un ojo a Nico y empezó a correr agachada en dirección a la colina. El viento soplaba con fuerza azotando el rostro de Zahra con las gotas de lluvia, clavándose como piedras diminutas. ¿Por qué nunca hacía caso de Nico? Ni siquiera sabía lo que tenía que hacer. Además, cuanto más se acercaba a aquella construcción más grandiosa le parecía, y más difícil de escalar. Cuando por fin logró tocar con sus dedos la base del túmulo, se dejó caer exhausta escuchando sus latidos alterados. Sonó su móvil. –¡Dime! –¿Estás bien? –Como nunca, pero tengo los pantalones mojados hasta las rodillas. ¿Ves a alguien? –No, pero de vez en cuando pasan coches. Muchos camiones. Esto no es una buena idea, pero vas a subir de todos modos. Así que sé prudente, please. –Lo seré. Escúchame bien –se incorporó para mirar hacia arriba–. Por encima de mi cabeza hay una especie de reguero, demasiado empinado para usarlo con la lluvia. Creo que la rampa de acceso nace junto a la carretera. Vete allí y si viene alguien me avisas. –De acuerdo. No cuelgues, será más rápido. –Bien. 193 http://www.antoniojroldan.es Zahra rodeó Silbury hasta llegar al inicio de la rampa. No había nadie, pero se adivinaba la silueta de Nico con las bicicletas acercándose al aparcamiento, donde había un mirador para visitantes, un lugar perfecto para ver a su amiga y controlar la llegada de cualquier extraño. –Adelante. Estoy vigilando. –Genial. Empiezo a subir… Los primeros metros eran bastantes empinados y el barro y la humedad, convirtieron la estrecha vereda en una pista de patinaje. Tampoco parecía muy seguro salirse de allí para resbalarse por la hierba usando unas deportivas. Así que optó por clavar las punteras y avanzar en zigzag minimizando la pendiente. Una vez alcanzada la media altura, el camino iniciaba una circunvalación más suave desembocando en el cráter de la cima, cuyo origen se remontaba al colapso del terreno provocado por la lluvia hacía unos pocos años, dando la impresión de estar encima de un volcán de juguete. La tormenta sobre Silbury Hill atacaba a Zahra con violencia, impidiendo que casi pudiera ponerse en pie. Saludó a Nico a duras penas y le dijo que cerraba momentáneamente la comunicación, pese a las protestas del muchacho. Luego se sentó sujetando con una mano su colgante y con la otra la capucha del chubasquero, que estaba a punto de romperse. –¡Sonia! ¿Me escuchas? Soy Zahra… –pensaba que era lo más estúpido que había hecho en su corta vida–. He subido hasta aquí para llevarte conmigo. Por favor, si me estás oyendo 194 http://www.antoniojroldan.es házmelo saber. Nico te espera abajo –un relámpago rasgó el cielo–. ¿Sabes una cosa? Es mi mejor amigo, y también quisiera que lo fuera para ti. Algún día te contaré algo sobre él que tiene que ver contigo, pero necesito que regreses. Mientras Zahra intentaba de mil maneras comunicarse en soledad con una persona que dormitaba tranquilamente en su cama de Glastonbury, Nico recibía la llamada de Ms Saunders. –¡Ah! Hola Ms Saunders. Sí estamos bien. Nos hemos cobijado con los chubasqueros. ¿Qué viene para acá? Pues… ¡Estupendo! Supongo… Estamos en Silbury, eso es. En el aparcamiento, claro. Allí estaremos –y colgó el teléfono–. ¡Mierda! –Pulsó el número de marcado rápido de Zahra–. ¡Zahra! Tu tía está en camino. ¿Quieres bajar de una vez? –Ya voy, Nico. Aquí no hay nada que ver salvo una panorámica espléndida de una tormenta de la leche. Cuelgo. Se disponía a bajar de nuevo cuando notó una sombra junto a ella. Giró la cabeza y un golpe de aire la derribó, dando con su rostro en el suelo. Levanto la vista y por un instante creyó ver decenas de ojos a su alrededor, entre los cuales estaban los de color miel de Sonia. La atmósfera se había disuelto en un mar esmeralda cubierto por nenúfares que apenas dejaban pasar la luz. Zahra se hundía en un fondo sostenida por decenas de brazos invisibles, como si fuera una pluma meciéndose entre las hojas de un bosque de cristal. Abandonada a su suerte, sin fuerza ni voluntad para pelear de 195 http://www.antoniojroldan.es forma estéril por su vida, se sorprendía al notar como sus pulmones no parecían quemarse por la ausencia de aire. El tiempo transcurría lentamente, como si aquel lugar mágico fuera realmente la puerta a la eternidad y su cuerpo una estrella fugaz emergiendo de la inmensidad del universo. En algún momento, difícil de precisar, sus manos tocaron un suelo suave como terciopelo, que la acogió suavemente en el seno del reino prohibido de las hadas. Entonces aquellas presencias, que la habían recogido en la puerta de Silbury, se esfumaron en un destello interminable de diminutas burbujas que estallaban como fuegos artificiales. Frente a Zahra se abría una espesura cubierta de flores componiendo un extenso manto policromado que se mecía al compás del agua. En el centro de aquel oasis, un carrusel de hadas bailaba al ritmo de una reverberación similar al eco de una tamboreada y, entre ellas, destacaba una silueta alta, discordante entre los vestidos y las túnicas multicolores. Se acercó a ellas y tomó la mano de Sonia, rompiendo el corro de las hadas, y provocando el silencio de la música y las miradas desafiantes de sus compañeras de fiesta. Una de aquellas pequeñas mujeres se aproximó nadando hacia la intrusa y se quedó mirando su colgante. Había furia en su rostro. Zahra intuyó lo que iba a pasar y agarró con fuerza el símbolo de protección instantes antes de que el hada se abalanzara sobre él, mostrándoselo a la frustrada ladrona para escenificar su poder, sabiendo que tenía poco que perder. Mientras se celebraba aquel duelo, una bella mujer vestida de verde se acercó a ellas con una copa en la mano. Zahra se volvió 196 http://www.antoniojroldan.es hacia ella y reconoció la Madre de Fuego, aquella que se le apareció en la cueva de Albaidalle y en su ensoñación en el templo de la Diosa. De repente todo a su alrededor se agitó y ambas amigas fueron expulsadas a través de una chimenea, como si estuvieran envueltas en un geiser de luciérnagas, hacia el cráter de Silbury. Cuando Zahra se levantó la tormenta arreciaba sobre la colina. Estaba empapada y sola allí arriba. Ni rastro de Sonia. ¿Qué había pasado? Si realmente había perdido el conocimiento durante mucho tiempo, Nico ya estaría junto a ella y habría llamado a todos los servicios de emergencia de Inglaterra mientras ella sufría pesadillas acuáticas. Así que empezó a correr hacia el aparcamiento temiendo que algo le hubiera pasado a su amigo. Si por culpa de su fantasía y obstinación por subir hasta allí, Nico estuviera metido en algún problema, no se lo perdonaría en la vida. Al llegar a la carretera vio a su ángel de la guarda con su impermeable rojo, moviendo los brazos, con las bicis abandonadas bajo un árbol. –Así me gusta, que seas rápida. ¿Te ha servido de algo o simplemente ha sido una interesante manera de pillar un buen resfriado? –No me vaciles, Nico. Llevo una eternidad ahí encima. –Claro, trece minutos para ser exactos desde que te fuiste. –Te estás quedando conmigo. ¿No? 197 http://www.antoniojroldan.es –Tú tía debe estar al llegar. –Pero… He visto a Sonia, venía conmigo. Bajé al reino de las hadas y… –la cara de Nico era un poema. –Deja de decir sandeces. Sonia está en casa, descansando al cuidado de mamá elefanta. Mañana estará fresca como una lechuga. ¿Me oyes? –Tomó la mano de ella–. La que no parece estar muy allá eres tú. Este ambiente de mitologías, brujas y duendecillos te ha nublado el sentido común –sonrió–. Si es que tenías. Cuando Zahra se disponía a protestar con todas sus fuerzas y a contarle a Nico lo que creía haber vivido, el asmático rugido del motor del Land Rover de Ms Saunders hizo su entrada a lo grande, pisando un charco y cubriendo de barro a los dos amigos y sus bicicletas. La aventura de Silbury había finalizado. Aquella noche en la cena, Zahra y Nico apenas abrieron la boca salvo para dar cuenta del pastel de carne de Margaret. Estaban agotados y enfadados con ellos mismos por el colosal despropósito de irse a un túmulo funerario perdido de la mano de Dios a rescatar a una persona que yacía sin alma en una cama, pero que ahora masticaba la comida como si fuera una trituradora y con un semblante más sonrosado que una manzana de Glastonbury Abbey. –Esto está de muerte, señora Saunders. 198 http://www.antoniojroldan.es –Me alegra verte recuperada de tu desmayo. Te confieso que estuve a punto de llamar a Marta para que contactara con tus padres. –Pero sí estoy genial. Y vosotros dos –se dirigió a sus amohinados compañeros de mesa–, la próxima vez que os vayáis en bici sin mí os advierto que será la última. –¡Ah! –exclamó Zahra–. Siempre has dicho que no te gustaba pedalear. –Tú estás fatal, Zahra. La lluvia te ha encogido las meninges… –Que sí, es que no te acuerdas… Me lo contaste en casa de Susanita –respondió Zahra muy sonriente. Sonia dejó de masticar y se quedó mirando atónita a su amiga. –Susanita, esto… Sí, claro, pero eso fue antes de este verano. No veas las excursiones tan chulas que me hecho por la playa. Nico no entendía nada. ¿Quién era Susanita? Ms Saunders tampoco, pero estaba tan relajada de ver a Sonia en buen estado y a sus dos ciclistas tan secos después de la tormenta, que nada le importaba. Por primera vez en toda la cena el rostro de Zahra se había iluminado de satisfacción. Aquella sí era Sonia, incluso recordaba la palabra mágica que tenían las dos para inventarse trolas o seguirle el rollo a la otra: Susanita. Se volvió hacia Nico y le dedicó una amplia sonrisa. 199 http://www.antoniojroldan.es Ya en la cama, Zahra le contó todo lo sucedido a Sonia, desde que se metió en el corro de setas, pasando por el desvanecimiento y culminado en su aventura de Silbury. Ella recordaba todo, pero no reconocía que hubiera estado triste o ausente, es más, recordaba habérselo pasado muy bien hasta la bajada de azúcar en Stonhenge. –Tú estás parana, tía. De todas formas, si de verdad te has creído esas leyendas de hadas y bailes, te agradezco que te preocuparas tanto por mí –y la abrazó. –Hace unos días no estabas así, te lo prometo. Desde esta tarde has vuelto a ser Sonia. O ha sido Silbury o verdaderamente necesitabas dormir muchas horas. Por cierto, quiero enseñarte algo –sacó la tacita de la tienda de antigüedades–. Tiene un porrón de años. –¡Qué mona! Y esta es la torre del pueblo, ¿no? –Sí, la montaña del Tor –Zahra sonrió la miró con gesto de satisfacción–. Sonia… –Dime. –Ya la habías visto antes. –No te sigo… –El día que estabas peor te la enseñé. ¿No lo recuerdas? Esto demuestra lo ida que has estado. –¡Qué va! Claro que me acordaba, pero te estaba siguiendo el juego –era la primera vez que veía esa taza–. Me gustaría comprarle una a mi madre. ¿Había más? 200 http://www.antoniojroldan.es –Mañana te llevo –Zahra notó como el semblante de Sonia se había tornado más sombrío, pero mantenía sus rasgos habituales, su propia esencia, como cuando hacía un examen de matemáticas y le salía fatal. Parecía claro que no situaba esa taza en su memoria y que estaba esforzándose en recordarla. Ambas amigas quedaron en silencio, con la luz apagada, perdiendo sus miradas por la ventana. Zahra intuía que Sonia tardaría en dormirse presa del agotamiento después de ser presuntamente rescatada del reino de las hadas. Se adivinaba en la opacidad de sus ojos la vulnerabilidad del olvido y el desconocimiento, como si de repente desconfiara de su propia alma, capaz de ser atrapada por los hechizos de unos seres mágicos e invisibles para los sentidos. En ese instante Zahra comprendió que su amiga tenía el corazón aterido por las dudas y creyó que era el mejor momento para reconfortarlo. –¿Me guardas un secreto, Sonia? –Claro. Siempre lo hago, ¿no? –No. –Bueno, si lo dices por aquella vez que le dije a Noelia lo del maromo de cuarto… –Creo que a Nico le gustas –Sonia se puso ojiplática. –¿A Nico? No digas chorradas. –Estos días estaba muy preocupado por ti. Te miraba de una forma especial, no sé. Recuerdo nuestro regreso de Stonehenge, con tu cabeza entre sus manos, y el respeto y la 201 http://www.antoniojroldan.es adoración con los que te acariciaba. Créeme, que son cosas que una chica sabe distinguir. –No me lo trago. –¿A ti te gusta? –Se incorporó levemente apoyando su cabeza en el brazo para escrutar la reacción de Sonia. –No me lo he planteado… Es nuestro amigo, y ya está. Es muy mono, pero se comporta como si fuera mi padre. –Es su carácter. Prométeme una cosa. –¿Qué? –No le hagas daño. ¿Quieres? –Descuida, no soy una mujer fatal de esas –nunca haría sufrir al chico que tanto la atraía–. Buenas noches, Susanita. –Que descanses, Susanita. Mientras la calma se apoderaba de la casa, los deseos de Sonia y Nico se encontraron sin saberlo en un lugar indefinido entre el ático y el dormitorio de las chicas, más cerca del mundo de las hadas que de la realidad. 202 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 17 Malleus Maleficarum Tras la borrasca, que había surcado el suroeste de Inglaterra, la mañana amaneció radiante, con un sol que se resbalaba por los charcos de High Street provocando pequeños luceros que saludaban a los tres amigos en su caminar calle arriba. Tras lo acontecido en los primeros días, Zahra necesitaba gozar de la ciudad sin más pretensiones que cualquiera de los turistas que acudían al reclamo de las tiendas, para lo cual había convencido a Nico y Sonia para que pasearan por Glastonbury mezclándose con la cotidianidad de sus gentes, no sin antes pasar por la tienda de antigüedades donde compró la tacita. Aquella visita estaba motivada por la ilusión de Sonia por poseer una como la de Zahra, pero no era plato del gusto de su amiga desde que Nico le había contado que un colgante como el suyo se había subastado en eBay por la nada despreciable cantidad de 2500 libras, lo que hacía suponer que el vendedor volvería a la carga con una nueva oferta. Eso sí, esta vez le diría que para timarla que se buscara a otra. Afortunadamente aquel viejo usurero no estaba allí. –Buenos días, ¿en qué puedo servirles? –preguntó un hombre de mediana edad. 203 http://www.antoniojroldan.es –Buenos días. Queríamos una tacita del escaparate, una de las que tienen el Tor. –Me quedan dos. Si son tan amables de indicarme cuál es… –Sonia, tú hablas. –Pues –se asomó tras la cortina–, la del borde azul. La tuya lo tenía verde, ¿no? –¡Ah! Usted es la joven española que estuvo aquí el otro día, ¿no es así? –preguntó el vendedor tomando la tacita del escaparate y oteando con disimulo para encontrar el colgante de Zahra en su cuello–. Mi padre me contó que le compró usted una de estas. –Sí, así fue. –Bonito colgante –dijo mostrando una dentadura inquietante en su desorden–. ¿Sigue sin querer venderlo? –No me interesa. Quiero conservarlo. –Lo entiendo a mi pesar, es una pieza interesante – comenzó a envolver la tacita–. ¿Qué tal doscientas libras? –Ya le ha dicho que no quiere desprenderse de él –dijo Nico al quite. –De acuerdo. Son diez libras –Sonia tomó el paquetito y entregó el dinero–. Espero no haberla importunado con mi oferta. –No lo ha hecho –mentira–. Buenos días. 204 http://www.antoniojroldan.es Mientras los tres se alejaban de allí comentando lo del colgante, el comerciante se metió en la trastienda y se dirigió a su padre que estaba limpiando un primoroso joyero de porcelana. –Papá, voy a salir un momento. –Pero si acabas de llegar, William… –Ya lo sé, pero le prometí a Emma que le echaría una mano con la limpieza del garaje. –Vete, que yo me quedo, pero así nunca te harás con el negocio. Necesita plena dedicación y… –Que sí, que ya me lo has dicho muchas veces –y se alejó de allí dejando al anciano con la palabra en la boca. Mientras tanto los tres amigos se asomaron al laberinto de la iglesia de St John´s para hacerse unas fotos recorriéndolo. –Pues yo lo vendería tía. Con ese dinero te comprabas unos cuantos –dijo Sonia siguiendo las piedras blancas sobre el suelo. –No es tan sencillo. Para empezar ha sido de mi familia y resulta que es una especie de amuleto de protección. Eso no se puede tasar en libras. –¿Sabéis una cosa? –dijo Nico mientras ojeaba el mapa en el banco de enfrente–. Si vamos hacia el Chalice Well pasamos cerca de donde estaba la Moon Brothers Jewelry. Yo llamaría a esta excursión la “ruta del colgante”. ¿Qué os parece? 205 http://www.antoniojroldan.es –Es una buena idea. No tenemos otro plan –dijo Sonia obsequiando a Nico con una radiante sonrisa que no pasó desaperciba para Zahra. –Se supone que el Chalice iba a quedar para la tarde, pero da igual, podemos comer por aquí. –Venga chicas, colocaros en el laberinto con cara de perdidas, que os voy a retratar para la posteridad. –Tú sí que estás perdido, nenito –dijo Sonia con su habitual chulería. Al llegar a Silver Street Nico se adelantó con el plano en la mano en busca de la casa citada en internet. Sonia y Zahra compartieron un gesto cómplice observando el instinto de explorador del macho de la manada, concienciado de su papel de líder protector. Angelito, que siga creyéndose que las mujeres no sabemos interpretar un callejero. –Esa es –dijo señalando una casita de una sola planta–. Esto parece absolutamente abandonado. –Desde luego las joyerías de la calle Serrano tienen más glamour –dijo Sonia mientras hacía una mueca de asco al ver una caja de cartón con basura dentro. –No debió ser un negocio muy próspero –añadió Zahra. –De todas formas la tienda de antes tampoco era mucho más grande. Si te fijas la casa se extiende por detrás –dijo Nico con vocación topográfica. 206 http://www.antoniojroldan.es –Pues me alegro –concluyó Sonia dándose media vuelta para salir de aquella calle y proseguir con el paseo–. Parece mentira que un colgante tan elegante saliera de semejante antro… –¿Puedo ayudarles? –dijo una voz que provenía de la casa. Los tres amigos se miraron desconcertados. No se veía a nadie–. Aquí abajo, junto al seto –unos ojillos brillaban en un ventanuco del sótano de la casucha–. Aguarden, que subo. –Ese va a ser uno de los enanos de tu reino fantástico, Zahra –dijo Sonia mientras masticaba con más fuerza su chicle. –Ahí vive alguien… –murmuró Nico–. ¡Qué heavy! Al cabo de unos minutos interminables la puerta se entreabrió sola, sin que nadie pareciera estar tras ella. Como nadie daba el primer paso, Zahra apartó a Sonia y se acercó a la entrada. –¿Se puede? –No hubo respuesta, pero ella hizo un gesto con la mano para animarles a entrar–. Señor, ¿dónde está usted? –el inquilino de aquella ruina estaba encendiendo una pipa sentado en su sillón. –Pase sin miedo jovencita, y ustedes también, por favor. Están en su casa… –Que bien… –dijo Sonia para sí. –No quisiéramos molestar –se excusó Nico para no estar allí demasiado tiempo. 207 http://www.antoniojroldan.es –Por supuesto que no molestan. No recibo muchas visitas –el extraño debía rondar entre los ochenta y los noventa años, si no eran más–. Allí al fondo tienen ustedes algunas sillas –Nico se apresuró a buscarlas y comprobó que hacía mucho tiempo que por allí no pasaba un buen plumero. Las fue colocando frente al sillón y movió los hombros como disculpándose ante sus damas por no sacar el pañuelo para limpiar los asientos delante del viejo–. Sangre nueva… –aspiró el humo de la pipa–. No son ustedes de por aquí, ¿no es así? –Venimos de España –dijo Zahra en nombre de los tres. –España. Hermoso país… –repasó las caras de sus huéspedes lentamente hasta detenerse en Zahra–. Decía usted en la calle que este negocio no debió ser muy próspero, ¿verdad? ¿A qué se refería? –Bueno… Realmente –miró a Nico en demanda de auxilio–. Buscábamos la joyería de Moon Brothers, o lo queda de ella. No sé, esperábamos encontrar algún escaparate o similar, u otro negocio ocupando el local, no una vivienda. –Moon Brothers… Era un negocio familiar y el taller estaba abajo –señaló al suelo–, pero las joyas se vendían en una tienda de High Street que tampoco existe ya, lo cual es una pena. Ahora proliferan esos locales de souvenirs y bisutería para niñatos que vienen para colmar sus vacíos existenciales con leyendas artúricas –soltó una larga bocanada de humo azul–. Por cierto, ¿no serán ustedes de esos? 208 http://www.antoniojroldan.es –No, en absoluto –dijo Zahra–. Estamos en casa de mi tía pasando unos días y aprovechamos para conocer Glastonbury. –Pues, si me lo permite, pequeña dama, no sé qué le dirían en la oficina de turismo, pero hay mejores sitios que este para pasar el día. ¿Qué buscaban exactamente? –Nico y Zahra se miraron. –Bueno –comenzó Zahra–, mi colgante fue confeccionado aquí y sentía curiosidad –el anciano sacó un monóculo del bolsillo de su bata y se incorporó levemente hacia ella. Luego se lo quitó y prosiguió deleitándose con el tabaco. –¿Me permite que les diga que eso no es del todo cierto, amiguitos? –Sonia se removió incómoda en la silla y suplicó por que aquella visita acabara cuanto antes–. No pretendo acusarles de embusteros, pero me han caído ustedes simpáticos y… ¡Qué demonios! No siempre recibo en mi salón huéspedes interesados en conocer la historia de los Moon. Les diré lo que ustedes querían saber –asintió la cabeza mientras abandonaba temporalmente la pipa sobre una bandeja de metal–. A ver si lo adivino, su colgante –Zahra se lo agarró instintivamente–no ha hecho más que llamar la atención, e incluso me atrevería a afirmar que más de un ladrón ha querido engañarla simulando su presunto desconocimiento de su valor. No hace falta que me respondan, sé que llevo razón. –La lleva… –dijo Zahra. –Claro que la llevo. Puedo parecer un viejo chiflado, pero no tengo un pelo de tonto –Sonia observó la brillante calva de 209 http://www.antoniojroldan.es aquel señor y se aguantó la impertinencia que tenía en la punta de la lengua–. Existen muchas obras de arte que surgieron del taller de los hermanos Moon, pero pocas, muy pocas, tienen el valor de la que usted lleva al cuello –el anfitrión de aquel nido de polvo levantó la barbilla y miró a su alrededor. Luego se agachó y susurró unas palabras–. Malleus Maleficarum. –¿Malleus qué? –preguntó Nico. –¿No sabe latín? Claro, es usted un imberbe todavía, con mi mayor respeto. El Malleus Maleficarum es un manual para defenderse de las brujas que recopila muchas de las creencias y antídotos para derrotarlas. En él se afirma que la mujer, por su naturaleza proclive al pecado, está más cerca del maligno que el hombre. Maleficarum es una declinación femenina. También el libro recopila métodos para torturar y matarlas. –¡Qué fuerte! –exclamó Sonia. –Tras el desastre de la Gran Guerra, un grupo de nueve mujeres de Glastonbury se reunían en una casa de campo para adorar a la Diosa a espaldas de sus familias. Pretendían recuperar los ritos ancestrales de la Madre Tierra y las celebraciones paganas. Su secreto estaba a salvo, hasta que un día ocurrió una gran desgracia –en ese momento algo crujió en la casa sobresaltando a los tres visitantes–. No se inquieten, sólo son los ratones… –¿Ratones? –preguntó Sonia alarmada. –En la noche de Samhain de 1920, lo que ahora se conoce como Halloween o, para los católicos, la fiesta de los difuntos, 210 http://www.antoniojroldan.es tres de aquellas mujeres fueron encontradas muertas en la casa cuando sus compañeras se disponían a realizar los ritos propios de la festividad. Habían sido asesinadas según las indicaciones del Malleus Maleficarum. –¿Quién pudo hacer algo así? –preguntó Zahra. –Dicen que algunos hombres pensaban que estaban endemoniadas y decidieron tomarse la justicia por su mano. Sin embargo ellas no abandonaron su empeño –tomó de nuevo la pipa–. Las seis supervivientes decidieron encomendarse a la protección del Chalice Well, el manantial del Cáliz, donde mana el agua ensangrentada por el Santo Grial que José de Arimatea enterró en Glastonbury. Mientras que el Tor era custodiado por los antiguos druidas, las mujeres adoradoras de la Diosa acudían a este lugar, que es otra de las puertas que existen con el otro mundo. Para ello buscaron la mejor joyería de la ciudad –con sus manos abarcó toda la estancia–para que reprodujera la tapa del pozo, que seguía el trazado de la Vesica Piscis, un símbolo usado en muchas tradiciones. Dicha tapa había sido diseñada por un arquitecto y arqueólogo, Frederick Bligh Bond, célebre por ser el director de las excavaciones de la abadía de Glastonbury, en las que empleó métodos, digamos, poco convencionales. –¿Poco convencionales? –interrumpió Nico. –Él los calificó de psíquicos, un eufemismo para describir sus contactos con las realidades espirituales del lugar. Ante semejante revelación fue despedido, lo más natural en aquella época. El caso es que las seis mujeres creyeron que Bligh Bond 211 http://www.antoniojroldan.es había sabido sintetizar en su diseño el significado de la feminidad del lugar con los diversos cultos de Glastonbury. –¿Qué es eso de Vesica Piscis? –preguntó Zahra mirando su colgante. –Si intersecamos dos círculos, procurando que sus centros formen parte de las circunferencias del otro, surge una aureola oval. Así –el anciano los dibujó sobre la capa de polvo de la mesa–. Lo habréis visto al estudiar arte, porque muchas figuras bíblicas se muestran encerradas en ella –Sonia resopló al sentirse en el colegio en pleno mes de agosto–. El caso es que los amuletos fueron fabricados en plata aleada con cobre. En sí no tenían mucho valor, por lo que no supuso un gran encargo para un taller acostumbrado a empresas mayores. Pero aquellos seis colgantes fueron llevados a los sitios de energía, Stonehenge, Woodhenge, Silbury, la abadía de Glastonbury y el Tor hasta terminar su peregrinación en el Pozo del Cáliz. En cada uno de esos lugares la plata absorbió el poder de la vida y la muerte, trasformándose en escudos protectores. –Una mujer me dijo que con él estaría a salvo… –Eso cuenta la leyenda. Durante el solsticio de invierno, la festividad de Yule, las seis mujeres volvieron a reunirse en su improvisado templo. Cuando realizaban sus ofrendas a la Diosa, alguien decidió convertir aquel lugar en una pira de purificación, según el rito del Malleus Maleficarum. Llevaba una lámpara de petróleo y una tea encendida. Cuando se disponía a lanzarlas contra la casa, un gato negro se abalanzó sobre él rompiendo la 212 http://www.antoniojroldan.es lámpara sobre el desdichado, que en poco segundos quedó carbonizado –Nico y Sonia fijaron sus ojos en el colgante de Zahra–. Nunca se supo quien era, ni tampoco nadie volvió a molestar a aquellas mujeres. –No me extraña –dijo Sonia–. A ver quien tenía los huevos… –hizo un gesto muy gráfico. –Este colgante era de mi bisabuela. ¿Sería ella una de esas mujeres? –Yo eso no lo sé, pequeña. Dicen que con la Segunda Guerra aquel primitivo templo desapareció y tampoco se conoce con certeza la identidad de aquellas morganas. Sólo hay suposiciones. –Muchas gracias por contarnos esa historia –dijo Nico mirando el reloj. –Me siento muy solo aquí. Ha sido un placer atenderlos. Ojalá pudiera ofrecerles algo de té. –No se preocupe, señor –dijo Zahra mientras llevaba la silla a su sitio–. Hemos disfrutado mucho de su compañía –Sonia miró con extrañeza a Zahra–. Prometemos volver en otra ocasión. –Me sentiría muy dichoso, jovencitos. Y abandonaron la casa cerrando la destartalada puerta tras ellos, sin percatarse de que alguien los vigilaba desde el otro lado de la calle. Cuando se hubieron alejado de allí, el hombre de la tienda de antigüedades se acercó a la vivienda de Moon 213 http://www.antoniojroldan.es Brothers a echar un vistazo. La puerta cedió sin resistencia, pues no tenía ningún tipo de cerrojo. En el interior el aspecto era desolador, porque se adivinaba que a menudo era usada por gente con ganas de juerga, como indicaba la basura y las botellas vacías acumuladas. ¿Qué habrían estado haciendo allí la chica del colgante y sus acompañantes? Se acercó a un viejo butacón destrozado, con los muelles saliendo por cada una de sus costuras, que se sostenía apuntalado por una mesa enclenque, sobre la que descansaba una pipa cubierta de espesas telarañas. Había oído muchas historias sobre aquella casa, algunas algo tenebrosas, pero nunca se le había ocurrido entrar en ella. Lo mejor sería no perder tiempo en aquella guarida de ratones y continuar su vigilancia sobre los españoles, porque aquella labor sería una gran inversión para su futuro. 214 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 18 Las razones de Clevedon William Clevedon se acercó a la puerta de la tienda, colgó el letrero de “closed” y puso el cerrojo. Aquel día no pasaría a los anales de la historia de su negocio. Por la mañana siguiendo a los niños españoles hasta una casa en ruinas y luego esperándoles a que salieran del jardín del Cáliz Sagrado. Menos mal que su paciencia había sido recompensada averiguando en qué lugar se hospedaba la portadora del amuleto y sus amigos. Ya por la tarde tuvo que liberar a su padre de la tienda para así compensar su ausencia. El viejo ya no estaba para muchos esfuerzos. En la soledad de la trastienda, donde de niño imaginaba que viajaba en un barco corsario de vuelta a Inglaterra con las bodegas llenas de tesoros, William contemplaba los últimos enseres polvorientos adquiridos por su padre, adivinando la mínima renta que supondría su venta. Abrió la persiana de un escritorio, con incrustaciones de nácar, que llevaba ahí desde que tenía memoria, y se puso a revisar la cartera de los clientes hasta toparse con la tarjeta de aquel tipo que recorrió la ciudad en busca de una obra menor de Moon Brothers, por la que estaba dispuesto a pagar una pasta considerable. Sabía que aquello no 215 http://www.antoniojroldan.es estaba bien, que sólo eran unos críos inconscientes, pero ya era hora de que su suerte cambiara aquel año. El encuentro de Clevedon con Joseph Vidak, coleccionista de objetos esotéricos, sucedió al día siguiente en una casa restaurada en Bristol, a orillas del río y cercana a una parada del ferry. Pulsó el botón del portero automático y la verja cedió lentamente mostrando un frondoso jardín con esculturas y otros ornamentos de piedra, entre los que abundaban escenas mitológicas, anacrónicamente fusionadas con símbolos de la cultura celta. Casi oculto a los ojos, se vislumbraba una reproducción a tamaño real del Chalice Well, cuyo forjado había sido copiado para el amuleto de Zahra. Tras hacer sonar la campana de entrada, un mayordomo de punta en blanco acompañó al visitante a una sala repleta de tesoros, muchos de los cuales valdrían el equivalente a cien tacitas con el Tor. Si se movía en aquel terreno de manera inteligente podría regresar a casa con el bolsillo más mullido y emprender una nueva etapa. –Mr Vidak estará con usted brevemente. –Gracias. En una vitrina se exponían pequeños huesos humanos, algunos procedentes de relicarios católicos, y otros profanados y ensartados en símbolos satánicos. Sobre ella un cristal, surcado por una fina estructura de plata, protegía preciados tratados sobre artes ocultas y religiones paganas. Sólo el valor de aquel mueble, decorado con cabezas de duendes malignos talladas de una pieza 216 http://www.antoniojroldan.es sobre la moldura, sería incalculable. Para colmo, daba la sensación de que aquella salita sólo contenía bagatelas para impresionar a los visitantes. Por lo que le tocaba a Clevedon, Vidak había logrado su objetivo. –¡Ah! Es usted, Clevedon –un hombre grueso, con una fina perilla que procuraba desviar la vista de su incipiente calvicie, se acercó al anticuario con la mano abierta para saludarlo. Creo recordarlo de mi última visita a Glastonbury. No estaba seguro sí sería usted o su padre. –Encantado de verlo de nuevo. –¿Le gusta esta pequeña muestra de mi biblioteca? Son mi auténtica pasión. Ya me falta sitio para colocarlos con algo de decoro… –mostró la habitación con su mano–. Pero, siéntese amigo. ¿Tomaría un poco de vino? Le advierto que dispongo de una de las mejores bodegas de Bristol. –Sí, claro. Sería un placer. –No le defraudará –hizo un gesto al mayordomo que esperaba marcialmente en la puerta–. Bueno, bueno. Me imagino que tendrá prisa por regresar a su casa. Quería hablar de un negocio, ¿verdad? –Sí, realmente. He localizado uno de esos colgantes de Moon Brothers que buscaba. No sé si todavía estará interesado – Vidak miró seriamente a Clevedon calibrando sus palabras y su respuesta. 217 http://www.antoniojroldan.es –Localicé uno por internet, fíjese que vulgaridad. Hay gente que recibe una herencia familiar y es capaz de exhibirla sin pudor al mundo entero. Lo mismo ponen en subasta una primera edición de Shakespeare que un aparato de gimnasia. Deprimente, pero atractivo para los cazadores como yo. –Entonces, ¿ya no lo quiere? –Clevedon no supo ocultar su decepción. –¡Oh, sí! En el mundo en el que me muevo abundan los intercambios. Me quedaré con el mejor de los dos y el otro me será de gran utilidad en futuras operaciones –el vendedor suspiró para sus adentros–. ¿Y bien? ¿Dónde está? –Hay un pequeño inconveniente. El colgante pertenece a una turista española, pero rechazó nuestra oferta de compra. –Es una lástima. ¿Fue usted generosamente amable con ella? A estas mujeres mediterráneas hay que entrarles con buenas artes, como los “toreadores”. –Se trata de una niña que no creo que sepa lo que lleva al cuello. Por eso intenté comprárselo yo, pero no disponía de los fondos para una mejor propuesta económica. –Una niña… –rió sin disimulo–. Perdone mi franqueza, pero me resulta incomprensible. ¿Por qué no acude directamente a sus padres y les pone en la mesa una chequera? Para ellos no debe ser más que un trozo de plata. –No es tan sencillo. Está aquí de turismo, viviendo con su tía en una casa… ¿Cómo se lo diría? La familia que ha vivido 218 http://www.antoniojroldan.es allí en el último siglo proviene de una mujer con fama de bruja. Es posible que el colgante sea una herencia, lo que explica su resistencia y apego. –Fama de bruja… ¡Vaya! Esto se pone interesante –en ese momento llegó el vino. Vidak sirvió las dos copas, dejándose embriagar por aroma de la botella abierta. Le entregó la suya a William y se retrepó en el sillón para realizar la cata mientras meditaba. –Es un gran vino. –Se lo dije, amigo mío –Vidak dejó la copa en la mesita y se incorporó de nuevo hasta Clevedon–. Mire, así es como yo veo el asunto. Yo desearía poseer un segundo colgante como el que usted me ofrece, pero me atan muchos asuntos en Bristol como para tener que desplazarme para tratar con un nena. De todos modos, tampoco tengo demasiado interés en conocer los pormenores de la dueña de la joya, su tía, su abuela o su casa. ¿Me sigue usted? –Francamente, no mucho. –Lo lamento. Necesito tener hombres despiertos por todo el mundo atentos a oportunidades como esta –fijo sus ojos pardos en el perplejo anticuario–. ¿Es usted uno de esos hombres, William Clevedon? –Sí, lo soy –apostó creyendo estar ante su gran oportunidad. 219 http://www.antoniojroldan.es –Es lo mejor que me ha contado hasta ahora –volvió a saborear el vino–. Cinco mil libras por el colgante y las molestias. ¿Le parece una oferta justa? –Por supuesto, pero… –No me cuente ni me pregunte nada. No quiero que me vuelva a llamar si no es para venderme el colgante. ¿Me he explicado con la suficiente claridad, estimado amigo? –Así lo creo. –A lo mejor resulta que no es usted el pardillo que creí adivinar cuando lo vi entrar como un ratón en las fauces de un gato. –Puede usted confiar en mí. Cuando William Clevedon, hijo y nieto de anticuarios, abandonó la casa, sabía que finalmente había apostado al todo o nada con la última carta que le quedaba en la baraja. Una extraña sequedad en la boca le indicaba que aquella copa de vino le estaba empezando a devorar las entrañas del alma. Durante una hora interminable permaneció sentado en la orilla del río realizando una desigual contabilidad personal, en la que abundaban las deudas con su amor propio y demasiadas ruinas en forma de desengaños. Sólo se trataba de un robo, un simple robo, nada más. Una vez cometido pasaría de ser un ratero a estar en la agenda de un hombre podrido de dinero. Tan sumido estaba en sus pensamientos que al principio no reparó en el hombre que se sentó junto a él. Un aroma como a 220 http://www.antoniojroldan.es tabaco perfumado, le sacó de sus pensamientos, para descubrirle una silueta delgada y andrajosa que le miraba con los ojos perdidos. –Tío, perdona que te moleste. Si quieres me voy, ¿vale? Que no quiero problemas –sin embargo se acercó más a él, obsequiándoles con un aliento de vino barato y hachís–. ¿No tendrías alguna libra para prestarme? Es que no he comida nada en todo el día… No sé, lo que tengas, cinco o diez, me es igual. –No tengo ganas de hablar contigo. ¡Márchate! –¡Eh! ¿Qué te pasa? Yo he venido con educación –le colocó la mano en el hombro y William trató de zafarse–. Ya me voy, ya me voy… Pero, ¿no tienes nada que dejarme? Mañana te lo devuelvo, tienes mi palabra. Aquí donde me ves soy un tío respetable. Estuve en la academia del ejército y sé manejar armas –se abrió la ajada cazadora vaquera y le mostró un enorme cuchillo de cocina–. No te equivoques. –Vale. Perdona si te he ofendido. Ahora, ¿te puedes marchar? No estoy de humor –Clevedon doblaba en corpulencia al indigente y no parecía que este tuviera la fuerza necesaria como para blandir el cuchillo. –¡Eres una rata! Sólo te he pedido algo para comer y te comportas conmigo como si fuera escoria, sí, la escoria de esta puta sociedad. ¡Pues te equivocas! –Puso su boca a un palmo del rostro de William–. Tengo más agallas que todos los mierdas como tú juntos. 221 http://www.antoniojroldan.es Clevedon se quedó mirándole en silencio. ¿Por qué no? El destino era a veces muy caprichoso. Aquella piltrafa humana no asustaría ni a una damisela, pero sí tal vez a una niña. Sólo había que tenerle a régimen de café unas horas y despiojarle para que no diera el cante en Glastonbury. Allí nadie lo conocería y sería más fácil hacerse con la llave de su fortuna. –Tú ganas, amigo. –¿Cómo? –Lo que oyes. Tú ganas. Tendrás tu dinero. –¡Oye! Perdona que te haya gritado. Sabía que eras un tío legal… –Doscientas libras. ¿Te parece bien? –Dosci… ¿Has dicho doscientas libras? –Sólo tendrás que hacer algo por mí –le observó con detenimiento–. Me caes bien… Que sean trescientas. 222 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 19 El jardín del Cáliz Sagrado Cuentan que durante la cultura celta existieron unos hombres sabios, sanadores, conocedores de los secretos de la vida y la muerte, que establecían puentes entre las deidades y los humanos. Eran los llamados druidas. Se sabe que muchos vestían de blanco y portaban una hoz de oro para cortar el muérdago. En su comunión con la naturaleza, adoraban a los árboles, las corrientes de agua, el fuego o las montañas. Pero también los druidas cuidaban de su pueblo, educaban a sus líderes y les aconsejaban en la guerra. Mientras los druidas vigilaban el bienestar de su gente, con la mano firme y cercana de un padre, el cuidado de la esencia del alma pertenecía a la figura materna. Las druidesas, más afines a la vertiente espiritual de la persona, en contraposición a los druidas –más pendientes de la realidad física–, representaban a la sociedad matriarcal en la que se reconocía el vínculo entre la mujer y los ciclos de las estaciones de la naturaleza. Al fin y al cabo, la concepción y la capacidad de generar nuevas vidas pertenecían al género femenino y por ello ellas eran llamadas a servir a la Diosa, la Madre Tierra. 223 http://www.antoniojroldan.es Cuando los pueblos celtas fueron conquistados por los romanos, y posteriormente evangelizados por la iglesia católica, dos culturas fuertemente patriarcales, el culto a la Diosa fue desapareciendo lentamente, quedando eclipsado por el poder masculino. Aquellas mujeres que mantuvieron las antiguas tradiciones celtas fueron tachadas de brujas y a menudo condenadas por tal motivo. Las morganas, las sacerdotisas de la Diosa, han seguido viviendo en un lugar a salvo de la persecución, en una realidad oculta tras las brumas de Glastonbury, donde muy pocos se han atrevido a aventurarse. La isla de Ynys Witrin, el llamado reino de las hadas, Avalon. Cuando Zahra llegó a la puerta del Chalice Well sintió que la silueta de Avalon se dibujaba por primera vez en horizonte. Tras las dos hojas de madera, el aire estaba en calma, pero la hilera multicolor de flores y setos del camino de entrada a Chalice Well temblaba ligeramente. Aunque el cielo comenzaba a ocultarse tras las nubes, el sol pugnaba por encontrar un resquicio por el que iluminar el jardín del Cáliz Sagrado. Zahra, Nico y Sonia recorrieron el camino de piedras hasta alcanzar una pequeña loma cubierta de hierba que culminaba en una fuente de color ferroso con forma de Vesica Piscis, el símbolo de las almas gemelas, rodeada de bancos de madera y más flores. Una cascada 224 http://www.antoniojroldan.es de agua rojiza caía entre las rocas a través de un conducto ondulado que permitía su decantación. Ascendieron por el jardín, junto a otro tramo de agua donde algunas personas se lavaban los pies y las manos en un diminuto estanque junto al manantial. Zahra observó como una visitante dejaba unas piedras junto al agua para que estas absorbieran la energía de la línea telúrica que bajaba del Tor cruzando aquel lugar. Un poco más arriba, en un surtidor con cabeza de león, la gente llenaba sus botellas. Sonia hizo lo propio con la suya, la probó y avisó a sus amigos de que aquel brebaje sabía verdaderamente a sangre. Nico recordó haber leído que se debía a una alta concentración de hierro. Dejaron el león a la derecha y continuaron por una senda rodeada de decenas de variedades de plantas, a cuál más vistosa o hermosa. Realmente la naturaleza tenía allí un pequeño altar. Al final de la vereda, una sencilla verja de metal abierta, anunciaba mediante una inscripción la presencia del pozo del Cáliz Sagrado. En un pequeño rincón, cubierto por la sombra de los árboles y rodeado por dos círculos concéntricos de piedras en los que sentarse, se levantaba la tapa del pozo. Al contemplar la tapa de metal forjado, pintada de negro sobre un disco de madera, Nico y Sonia dirigieron sus ojos hacia el colgante de Zahra reconociendo la maestría de los hermanos Moon cuando copiaron el original. 225 http://www.antoniojroldan.es Sentados alrededor del pozo, acompañados por un bello silencio, armonizado por el canto del agua y las oraciones del viento entre las hojas, los tres amigos se dejaron envolver por los brazos acogedores de la madre naturaleza. Mientras Zahra se imaginaba a aquellas seis mujeres dejando sus colgantes a modo de ofrenda, dialogando con la Diosa en busca de la protección contra la intolerancia, Nico cerraba los ojos procurando percibir la energía de aquella capilla de la tierra, abriendo sus sentidos a otra dimensión en la que no acaba de creer, pero que deseaba experimentar en su mente racional. Sonia tomó una ramita caída de uno de los árboles y empezó a juguetear con ella trazando dibujos en la arena. Cuando un grupo de señoras se acercaban por el jardín para realizar su visita, Nico pensó que era un buen momento para tomar algunas fotografías que sirvieran de recuerdo a Zahra, ya que en unos instantes aquello se llenaría de público. Los tres amigos dieron un último paseo por el jardín, despidiéndose de su quietud y espiritualidad, caminando con cuidado para no perturbar el corazón cansado de la madre tierra, cuyo latido se adivinaba en el alegre discurrir de las aguas por el pozo, como savia nueva para un mundo seco. Aunque pasaran muchos años, Nico tardaría en olvidar aquellas vigilias en el ático de Ms Saunders, sumergido en el rincón más inhóspito de una casa misteriosa, cuyos lamentos nocturnos de su madera crepitaban como si se quemara con el final del día. Con 226 http://www.antoniojroldan.es el paso de los días el miedo había cedido ante el descubrimiento de sus propios sentimientos derivados de su soledad. Su inquebrantable amistad por Zahra, cuya lealtad estaba siendo probada asumiendo unos ritos y creencias que no encontraban acomodo en él, y el amor que sentía por Sonia, inundaban su alma en las vigilias de su torre oscura, desde la que contemplaba una luna risueña capaz de embrujar desde cada uno de sus rostros. Como cada noche, en una especie de ritual, repasaba las fotos en el diminuto visor de su cámara digital, evocando cada una de las experiencias vividas al cabo de la jornada. Así pudo asomarse a los ojos cerrados de Zahra acariciando su medallón, deleitarse con las flores regadas con el agua sagrada y envolverse de ternura cuando contemplaba el rostro aniñado de la mujer de sus sueños dibujando sus pensamientos en el brocal de tierra del pozo. Hizo un zoom, deseando encontrar su nombre como ofrenda trazado en el suelo sagrado, pero tan sólo pudo vislumbrar unos dibujos sin sentido, ausentes en el propio ensimismamiento de ella, como si su esencia hubiera vuelto a perderse en el corro de las setas. No tenía sueño todavía, por lo que encendió el portátil para ver las fotos con más detalle. Sabía que todavía no había logrado la foto perfecta, esa instantánea de Sonia que llevaría consigo durante el curso para no olvidar aquellos días mágicos en Glastonbury donde compartían desde el desayuno hasta la llamada del sueño en el comedor de Ms Saunders. 227 http://www.antoniojroldan.es En la oscuridad del ático, la pantalla del ordenador se proyectaba sobre las pupilas del muchacho, cincelando cada fotografía en su memoria. Allí estaba ella… Acercó la imagen y pudo ver más claramente lo que había dibujado en la arena. Parecían esos palotes que a menudo se usan para contar, pero más irregulares. También reconocía el signo de la suma y el número Pi. Sonia tenía sus virtudes y defectos, pero no era una alumna aventajada en matemáticas. ¡Qué extraño! Recortó los gráficos y los guardó en otro archivo, que a su vez abrió con un programa de retoque fotográfico y así fue capaz de apreciarlo con más detalle. No era mal momento para ejercer la mente. Siempre le habían gustado los retos matemáticos. Suponiendo que se trataba de una suma, el número Pi, el opuesto de Pi –estaba invertido–, el cinco, el seis y otro seis –pero inclinado–, la operación resultante era: “+Pi –Pi 566”. Para empezar, sumar Pi para luego eliminarlo escapaba de la lógica de cualquier operación, a no ser que fuera la primera pista para saber que hacer con los números. También pudiera indicar algo relacionado con la geometría, en concreto con las circunferencias. Estaba delirando. ¿Iba a dedicarse Sonia a elucubrar acertijos matemáticos mientras descansaba junto al pozo del Cáliz Sagrado? La respuesta era obvia. Pero, ¿y si 228 http://www.antoniojroldan.es Zahra estaba en lo cierto y algo o alguien había conseguido atrapar el subconsciente de ella? Valía la pena volver a intentarlo por si acaso. Conectó el módem inalámbrico e inició la búsqueda. Mientras se fijó una vez más en los números: 566. ¿Por qué el segundo seis estaba en cursiva? Tenía que ser un seis distinto, o bien ese trazado ocultaba información extra. Si fueran tres seises podría acusar a Sonia de ser un demonio para acabar de apuntillar sus pocas posibilidades de ser correspondido. Un momento… ¡Claro! Podría indicar muchos seises, tantos como infinitos, un número decimal periódico en el que el cinco sería el anteperíodo. 0,566666… Una memez como un piano. Mejor dejarlo, porque emparentar la Vesica Piscis con los decimales era ya propio de “El Chanquete”, su profe de mates. Dos veces el número Pi, uno sumado y otro restado… Quizás tuviera relación con la Vesica Piscis del colgante de Zahra. Valía la pena un último intento. Indagó sobre esa relación en Internet y constató que la razón entre las magnitudes del pez – piscis–en cuestión equivalía a la raíz cuadrada de 3. Programas, accesorios, calculadora. La raíz vale 1,7 y no sé cuantos decimales más. Si al menos fuera el doble de 0,5666 ya tendría un escalón para seguir ascendiendo por el enigma. Veamos. 0,56666… Si se pasa a su fracción equivalente se obtiene que el número proviene de la fracción resultante de restar 56 menos el decimal exacto 5, y dividirlo todo por un 9 –en honor del 6–y un 0 –por el 5–. Numerador 51 y denominador 90. Nada interesante. Si se dividen los términos se obtiene 0,5666. Correcto, pero 229 http://www.antoniojroldan.es carente de valor. Salvo que… Dividió al revés, 90 entre 51. No se lo podía creer, 1,7 y una nueva ristra de decimales. Eso sí, no eran los mismos que en la raíz de 3. Resumiendo, Sonia se había sentado junto al pozo con la encomiable intención de acompañar a Zahra en su iniciación a los secretos familiares que residían en un regalo de su abuelo que llevaba al cuello, y mientras se entretenía en silencio, algún tipo de energía invisible la obligaba a trazar jeroglíficos matemáticos sobre las líneas geométricas que se mostraban ante ella. Imposible. Nico, estás fatal. Como decía el principio de la navaja de Occam, “en igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta”. Sonia simplemente mataba el tiempo dibujando chorraditas en el suelo. Ojalá algún día dibujara un corazón de tiza en las paredes del patio del colegio y este llevara su nombre. En la penumbra del dormitorio brillaba la lucecita azul del teléfono móvil de Zahra mientras redactaba un SMS para su madre Marta, contándole que lo estaba pasando muy bien y que hoy había conocido el verdadero símbolo que representaba su colgante. Sonia se removió inquieta en la cama, dándose la vuelta exageradamente, dando a entender que los pitiditos le impedían conciliar el sueño. –Ya acabo, tía. 230 http://www.antoniojroldan.es –No, si la culpa no es tuya –se volvió hacia Zahra–. Estoy desvelada eso es todo. ¿A quién escribes? –A mi madre, para que sepa que sigo viva y pueda dormirse –Sonia se quedó en silencio observando el teléfono. –¿Vas a escribir a tu padre? Seguro que le hace feliz saber que estás en la casa familiar, ¿no? –Si le hubiera hecho ilusión me habría llamado antes de hacer las maletas. Pasa de todo, ya sabes. Creo que tiene la extraña teoría de que si no se mete en nuestra vida nosotras no nos meteremos en la suya. –Es muy fuerte eso que dices. –Pero es la verdad. Al principio intenté comprenderle, pero es como si quisiera borrarnos de su memoria. –Cuando estuviste en el hospital te llamó. –¡Es lo mínimo! Como si en Tanzania usaran todavía los tambores…Por cierto, que no se me olvide mirar algo para David. El pobre estará en Lanzarote con mi madre y mi tía, más aburrido que una ostra. –Vamos, yo en Lanzarote no me aburriría ni loca. Además, piensa que a esas edades hacen amiguitos enseguida. –Sí, eso es verdad… –¿Por qué no sacas el mp3 y escuchamos algo? A ver si nos entra el sueño. 231 http://www.antoniojroldan.es –Vale, espera –Zahra se agachó sobre la mesilla, abrió el cajón y sacó el reproductor. Seleccionó una carpeta y le cedió uno de los auriculares a Sonia–. ¿Está muy alto? –No, está bien. … yo llevaba granos, tú por primera vez los labios con carmín, yo tan despistado, y tú que nunca parabas de reír, recuerdo aquel verano, al final me dejó su cicatriz, tú hablabas con los gatos y escribías poemas en el tejado… –¿Qué es? –Luis Ramiro. Me lo pasó mi prima. –Zahra… –¿Qué? –Si te cuento algo prometes no decírselo a nadie. –Claro –Sonia se aproximó un poco más a su amiga. –Ni siquiera a Nico. A Nico menos que a nadie –a Zahra le dio un alegre vuelco el corazón. –Tranquila tía. ¿Qué pasa? –¿Recuerdas lo que me dijiste de Nico, que si yo le gustaba y todo eso? –Zahra asintió en la oscuridad–. A mí él es un tío que me encanta, en serio. Me fijé en él nada más verle y no me preguntes el porqué. No era el más guapo de clase… Ese premio se los damos a… –se miraron riéndose y ambas exclamaron a la vez el nombre del ganador–. ¡Fernando! No en 232 http://www.antoniojroldan.es serio. Cuando me lo presentaste ya me pareció muy mono. Luego hablando con él en colegio noté que era especial. –Me estás diciendo… –se cogieron de la mano. –Pues sí, eso. –¡No! –Creo que sí. Lo que pasa que siempre había creído que la que le gustabas eras tú. –¡Qué va! Es mi mejor amigo y nunca hemos salido ni nada de eso. Mucha gente lo cree, como si fuera absurdo imaginar que un chico y una chica puedan tener una gran amistad. –Pero, ¿a ti te ha hablado de mí? –Realmente nunca en el sentido que Sonia deseaba. –Sé que le caes muy bien, y ya te dije como te miraba el día de Stonehenge –Sonia se quitó el mp3. –No estoy segura. Si luego resulta que no le gusto vamos a estropear nuestra amistad y eso sería una pena, ¿verdad? –Eso nunca va a pasar Sonia. –Si te enteras de algo, ¿me lo contarás? –De acuerdo. ¿Y si él me pide lo mismo? –Zahra esbozo una amplia sonrisa. –No sé, puedes organizarnos una cita a ciegas. ¡Eres más boba! 233 http://www.antoniojroldan.es –Va ser muy divertido observaros a los dos como si fuerais dos animalitos en celo de los que salen en los documentales de la tele. El Nicus Responsablus se arrima disimuladamente a un ejemplar de Sonias Lobata, iniciando un cortejo de palabras a la que ella responde mascando chicle para atraer al macho con su danza de lengua… –Sonia agarró la almohada y le propinó una buena tunda a su amiga, que no paraba de hablar. –¡Cómo te lo vas a pasar, cabrona! –¿Yo? ¡Qué va! Me dices cada cosa –y explotaron en carcajadas. Desde el piso de arriba, Nico escuchó una risa que recorrió su cuerpo como un manantial de agua viva. 234 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 20 Avalon La tarde lucía plena de luz sobre Glastonbury. Ms Saunders y sus tres huéspedes se encontraban sentados en el monte Wearyall, junto al Espino Sagrado, confeccionando unas pulseras de lana que ella había aprendido en sus “hippie times”, expresión que había fascinado a Sonia, que se la imaginaba subida en una furgoneta Volkswagen pintada de colores y recorriendo la costa de Inglaterra cantando canciones de “Hair”. En la improvisada clase se estaban rompiendo todos los estereotipos, ya que el alumno más pulcro y aventajado resultó ser Nico, para regocijo de la tía de Zahra. Sonia había escogido los colores negro y rojo, ensartando algunos abalorios dorados, causando la sensación de estar preparando un regaliz; Zahra pretendía jugar con el verde y el blanco, colores celtas, pero terminó perpetrando una especie de bufanda del Real Betis apta para enanos muy enanos; Nico se inclinó por el verde y el marrón para su alegoría sobre la tierra. Las dos amigas se miraron derrotadas y empezaron a meterse con Nico, que si era el preferido de la profesora; que si había copiado, que si su pulsera tenía color de mierda… 235 http://www.antoniojroldan.es Tras un nuevo error en el entrelazado de su pulsera, Sonia dejó a un lado su engendro y se tumbó sobre la hierba a recibir los rayos del sol en su rostro, ya que estaba comenzando a perder el moreno de la playa. Zahra la imitó y se colocó junto a ella, a prudente distancia del empollón y la maestra. –Muy habilidoso nos ha salido el chaval, ¿eh Sonia? –No veas. Este se nos queda aquí y se monta su tenderete de venta de adornos new age –ambas rieron con ganas ante el desconcierto del muchacho, que presentía que formaba parte de la conversación. –Mucha guasita percibo por allí –dijo sin levantar los ojos de su obra de arte–. Luego os pelearéis por esta pulsera tan maravillosa y se la daré a Margaret. –¡No chico! –respondió la interpelada–. Esa es para las niñas. –Ya la has oído, Nico –dijo Zahra dándole un codazo a Sonia. –Están con un pavo… –susurró Nico a Ms Saunders con un aire de cómica suficiencia. –Lo que tú digas, rico –dijo Sonia–. ¡Oye! ¿Por qué no damos una vuelta? –Zahra imaginó que seguía abierta la puerta de las confidencias. –Vale, pero el círculo de setas ni tocarlo, que no pienso volver a Silbury a buscarte al fondo del agua. –Pues venga… 236 http://www.antoniojroldan.es –Tía Margaret, vamos a dar una vuelta. –No os quiero lejos como la otra vez. Rodearon el espino y se dirigieron al bosquecillo donde estaba el corro de las hadas. Las dos sentían curiosidad por comprobar si había aumentado de tamaño o si estaría todavía. –Tenemos que convencer a tu tía de que cenemos hoy en la hamburguesería. Empiezo a cansarme del filete con verduritas asadas. –Hay una en Main Street. –Pues a ver si nos damos un homenaje –se acercaban al rincón donde Sonia encontró las setas. –¡Mira Sonia! No están, bueno, quedan los restos. Alguien ha estado haciendo prácticas de jardinería por aquí. –Yo más bien diría que quien haya sido se va dar un buen atracón de champiñones o lo que fuera aquello. –Fíjate… –Zahra se agachó–. ¿Qué se supone que son estas manchitas? –Es como cera azul derretida, ¿no? Otra posibilidad es que vivieran pitufos en las setas –dijo mirando a Zahra con intención de quitarle importancia a todo aquello. –O bien que para cerrar definitivamente esta puerta hubiera que hacer una especie de conjuro con velas azules. –Lo de los pitufos es más creíble. Con eso te lo digo todo… 237 http://www.antoniojroldan.es –La verdad es que nunca sabremos lo que ha pasado, Sonia. Es una pena, me hubiera gustado fotografiar el fenómeno este del corro de las setas. –Puedes fotografiar esa calva circular que han dejado. Es menos que nada. –Tienes razón –se levantó para irse–. Espera que voy a por la cámara –empezó a caminar, pero se detuvo al imaginarse que Sonia pudiera recaer estando sola–. Casi mejor ve tú, así se la pides a Nico, reina –y le guiñó un ojo. –No uses lo de Nico para justificar tu vagancia, que te veo venir –y se fue a por la cámara. Mientras Sonia regresaba, Zahra sintió unas inesperadas ganas de investigar. Asió con fuerza el medallón y toco con las puntas de los dedos lo que fue el círculo de las hadas. Nada. Ni siquiera una leve sensación u hormigueo que le reforzara sus sospechas de encontrarse ante un lugar mágico. Entones empezó a arañar lentamente la tierra baldía donde estuvieron las setas, esperando dar con el hongo culpable de aquel fenómeno. Según iba excavando la tierra aparecía más húmeda y descubría pequeños trozos del corro destruido, pero daba la impresión de no existir nada espectacular que descubrir. Entonces escuchó la voz de Nico a su espalda. –¿Haciendo castillitos de arena? –Muy gracioso… –Se ha empeñado en bajar –explicó Sonia. 238 http://www.antoniojroldan.es –Por algo es mi cámara, ¿no? –añadió Nico regañando con la mirada a Zahra, por tentar a la suerte, las hadas o lo que fuera. –¡Venga poneros juntas! –Sonia se sentó en el borde del círculo junto a su amiga. Una ráfaga inesperada de viento amenazó con despeinarla–. Decid a la vez “patata”, no mejor “cheese”, como los ingleses –el viento agitaba el pelo de las chicas–. Ya está. ¡Vámonos! Era la hora punta de la tarde en la hamburguesería y estaba repleta de turistas. Ms Saunders se dejó invitar por los chicos, porque sabía que estaban ilusionados, pero aquel tipo de comida no era precisamente de su predilección. Para Zahra, Nico y Sonia, aquella tarde era especial, un momento para regodearse entre calorías, grasas y bebidas azucaradas. Si fuera así todos los días acabarían como el pirao ese que había estado un mes tomando fast food para rodar una película; pero se trataba de una excepción y había que disfrutarla. –Nico, sácanos otra foto –pidió Sonia ante la extrañeza de Ms Saunders. –Espero que saques también alguna foto de mis cenas – respondió la tía de Zahra guiñándole un ojo al chico. –¡Mierda! –exclamó Nico–. Me la he dejado en el Land Rover. Ms Saunders, ¿me deja un momento la llave? 239 http://www.antoniojroldan.es –Aguarda, que voy yo –dijo Zahra que estaba en el extremo de la mesa con más fácil acceso a la salida. Tomó las llaves, dio un sorbo al refresco y se fue al parking. El viento continuaba, por lo que sólo había una familia con niños aguantando en la terraza. Unas nubes negras amenazaban con romper el cielo de un momento a otro, así que Zahra aceleró el paso en dirección al coche, abrió la portezuela, tomó la cámara y giró el cerrojo. Cuando se dio la vuelta, un hombre la tomó del brazo mostrándole un cuchillo que llevaba en la cazadora. –Si gritas te rajo –dijo muy nervioso. La condujo a trompicones hacia los cubos de basura y la miró amenazadoramente–. Dame algo de dinero y no te pasará nada, te lo prometo. –Vale, vale… Por favor –sacó su monedero y observó aterrada que apenas le quedaban seis libras. Le había dado a Nico el resto para pagar la cena–. No tengo más, se lo juro. –Ya, ya –acercó su rostro al de ella. Olía como el Homo Etílicus de Albaidalle, pero más rancio–. El dinero es lo de menos, lo que realmente quiero es tu colgante. –¿Mi colgante? Es un recuerdo de familia, no vale nada. Fíjese, en este reloj –se lo desabrochó a duras penas por el temblor de sus manos–, está casi nuevo… –Sólo el colgante y te dejaré ir. 240 http://www.antoniojroldan.es Una lágrima de rabia se resbaló por la mejilla de Zahra cuando se llevó sus manos al cuello para desabrocharlo. Muy pocas veces se lo había quitado desde que se lo regaló su abuelo, por lo que no lograba desenroscar el seguro entre los nervios y la falta de pericia. –¡Vamos! No tengo todo el día… Cuando sus dedos acertaron con el mecanismo, Zahra sintió horrorizada como algo vivo rozaba sus manos. El miedo a la amenaza de aquel hombre fue superado por su instinto a ser atacada por alguna araña o algo peor, así que no pudo evitar gritar y agacharse para quitarse de encima lo que fuera. El enviado de Clevedon no sabía que pasaba y lo último que pudo contemplar fue la cabeza de la chica apartándose para mostrar a un enorme gato negro, con el pelo erizado, sobre uno contenedores del restaurante. –¡No te muevas o…! –No pudo termina la frase porque el gato se abalanzó sobre su cabeza usando sus afiladas y sucias garras como arma para atacarle. El sorprendido ladrón cayó al suelo y emprendió un cuerpo a cuerpo con aquel animalito, que se defendía como un tigre, hasta que pudo tomar su cuchillo y herir al pobre animal. Este maulló desconsolado y comenzó a saltar en el aire sin poder calmar el dolor inesperado. El ladrón observó como la niña salía corriendo y decidió escapar rápidamente de allí antes de que alguien pudiera identificarlo. 241 http://www.antoniojroldan.es Cuando Zahra entró pidiendo auxilio, todos los clientes comenzaron a rodearla para enterarse de lo que pasaba. Ms Saunders, Sonia y Nico se abrieron paso entre la gente a duras penas, mientras que un grupo de jóvenes salían corriendo en busca del indeseable que había tratado de robar a una adolescente. Minutos después, los policías de un coche patrulla hablaba con Ms Saunders y el dueño de la hamburguesería, mientras que los tres amigos descansaban cabizbajos en una de las mesas del exterior. –No entiendo eso que dices –comentó Nico mientras acariciaba la mano de Zahra–. ¿Cómo va a querer sólo tu colgante? –Al principio habló del dinero, pero estoy segura que era un pretexto. En cuanto pudo se centró en el tema del colgante – Sonia permanecía en silencio sumida en sus pensamientos. –Pero si apenas se distingue de otros parecidos que venden a puñados en las tiendas. Yo creo que el tipo debía ser un ladrón experimentado y lo tasó mentalmente cuando te tuvo cerca. –Un momento –dijo Sonia saliendo de su mutismo–. ¿No os acordáis del relato del viejito de Moon Brothers? Cuando las mujeres iban a ser atacadas, un gato negro las defendió. A lo mejor ese colgante es realmente un amuleto –concluyó. –Esto no es una broma, Sonia –dijo Nico sin querer levantar la voz–, por favor. 242 http://www.antoniojroldan.es –Lo digo en serio. No es un medallón cualquiera y estoy convencida de que el gato defendió a Zahra influido por el poder que tiene –Nico iba a responder algo cuando uno de los empleados se aproximó. –¡Jefe! Mire esto… –todos se volvieron a los contenedores–. Es una auténtica pena. Si pillo al tío ese lo… Tras ellos, oculto por unas cajas manchadas de sangre, un gato negro agonizaba con una herida a la altura del cuello. Ms Saunders prohibió a sus chicos que vieran una escena tan triste y les hizo un gesto para que no se asomaran. –Es el gato, ¿no es cierto? –preguntó apenada Zahra–. Pobrecito animal… Ha sido por mí. –Nadie tiene la culpa, Zahra –Nico la abrazó. Sonia hizo lo mismo, tomando la cintura de los otros dos. El empleado se acercó a ellos y les dijo que el animalito ya había dejado de sufrir, argumentando que era lo mejor que podía pasarle. Se hizo un silencio tierno y suave, roto por la sacudida de un trueno que anunciaba que la tormenta estaba cada vez más cerca. Al trueno le siguió un sonido tenue y agudo que surgió tras ellos. –¿Qué ha sido eso? –preguntó Zahra. –Un trueno, ¿no? –dijo Sonia rompiendo el abrazo. –No espera, creo que ha sido otro gato, ¿no? –añadió Nico. –Puede… –dijo Zahra según se alejaba de ellos. 243 http://www.antoniojroldan.es Zahra se agachó junto a la rueda de un coche quedándose muy quieta. Sonia iba a decir algo pero su amiga le mandó callar con la mano. Se oyó un maullido pequeñito, casi inaudible. Esta vez si lo escucharon todos. Zahra se arrastró bajo el capó y vio una menuda silueta mirándole con ojos brillantes. Se incorporó y se aproximó al grupo que le esperaba. –Oiga –se dirigió al chico de la hamburguesería–. ¿El gato venía mucho por aquí? –Sí, siempre a la misma hora y solía revolver en la basura. Bueno, realmente era una gata y tenía algunas crías –el empleado se dio cuenta de lo que estaba pasando–. No me digas que… –Zahra asintió–. Espera –susurró–. Voy a por unas bolsas grandes de basura. Vigiladle. Los policías, Margaret y el dueño se miraban sin comprender el porqué los jóvenes comenzaban a rodear el coche, hasta que un fuerte maullido, esta vez más claro, nació de la panza del automóvil. –Llama a su madre –reconoció Ms Saunders–. Debe estar muy asustado. Sed cuidadosos niños, porque os puede arañar. Al regresar el empleado vino con una escoba y las bolsas. Entregó tres de ellas a sus compañeros de safari y se quedó con la escoba y la otra, para repartirse los cuatro puntos cardinales del vehículo e iniciar la captura. –¿Preparados? –Nico asintió con cara de profesional, Sonia meneó la cabeza con dudas más que razonables y Zahra, con el ceño fruncido, estaba concentrada en rescatar a aquel 244 http://www.antoniojroldan.es huerfanito que poseía una sangre llena de coraje y valentía–. ¡Ahora! –Sacudió el palo de la escoba y el aterrado minino salió escopetado hacia la bolsa abierta de Zahra. Zahra apretó la boca de la bolsa y se fue corriendo hacia un lugar iluminado con todos los demás tras ella. Se sentó en el escalón de acceso a las cocinas entreabrió la bolsa y se topó con una bolita de pelo negro de enormes ojos que se revolvía en su prisión mientras observaban con temor el rostro de su captora. Ms Saunders se quitó el chal que llevaba sobre los hombros y tomó la iniciativa ante las dudas de su sobrina. –¡Ven pequeñín! –Rodeó al gatito con la tela caliente de su cuerpo y lo sacó despacio de la bolsa –. Es muy chiquito, necesitará muchos cuidados –y lo colocó en su regazo para que lo vieran todos. –Yo lo haré –Pocas veces Zahra se había sentido tan segura de algo–. Nunca he tenido un gato, pero seguro que sabré hacerlo. –Está muy sucio, ¿no? –dijo Nico–. Mejor llevarlo al veterinario a ver si está sano, no te vaya a contagiar algo. Los policías estaban ya algo impacientes por irse, por lo que llamaron a Ms Saunders para despedirse. Ella colocó el gato en el regazo de Zahra. Nico se puso de pie tras su amiga y Sonia se agazapó junto al cachorro. Parecían un belén. –Zahra es tu nueva mamá –dijo Sonia mientras lo abrigaba con el chal–. No temas, porque ella es tan valiente como la de verdad. 245 http://www.antoniojroldan.es –¿Cómo quieres llamarlo? –preguntó San José. Una gran nube negra, como la panza del gatito, cubrió la ciudad por completo, hasta que la lluvia comenzó a martillear los tejados de Glastonbury. Entonces Zahra miró a su alrededor, percibiendo las pisadas en el suelo húmedo de presencias eternas, que habían vivido en aquel lugar desde la memoria de los tiempos. Recordó lo que había pedido en el Espino Sagrado y fue cuando tuvo clara su elección. –Avalon. Se llamará Avalon. 246 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 21 El código de Sonia Sentado en la báscula de la veterinaria, Avalon no merecería ni el calificativo de bola peluda, porque se encontraba algo desnutrido. La doctora anotaba los datos del gatito bajo las atentas miradas de Margaret y Zahra, que empezaban a ser conscientes de que la nueva mascota iba a demandar más cuidados de los esperados. –Bueno jovencita –la doctora se dirigió a Zahra–, este gatito necesita a su madre todavía y eso es imposible de reemplazar, pero sí podemos intentar imitar alguna de sus atenciones. Para empezar has tenido suerte por encontrarnos en verano, pero aún así debes mantenerle en un lugar en el que no se pueda enfriar, quizás con una bolsa de agua caliente y ayudándote de alguna prenda de lana con la que pueda evocar el tacto de su madre. Esto es muy importante. –Así lo haré. –Por otro lado precisa de tu cercanía, que note tu presencia, pero a la vez debes extremar tu propia higiene porque tiene las defensas muy bajas –le tendió un papel–. Aquí tienes el régimen alimenticio para esta primera semana. Si actúas como su 247 http://www.antoniojroldan.es propia madre, él podría esperar incluso que le indiques cuando debe hacer sus necesidades. Si ves que no lo logra, puedes estimularle el culito con algún bastoncillo o paño húmedo. –Gracias, doctora. –Otra cosa –miró un momento a Ms Saunders–. No quiero asustarte, pero este gatito está muy débil y por mucho que lo intentes, su madre era su madre. Pudiera ocurrir que enferme o que no logre superar esta prueba. Tú ya eres una mujercita y debes estar preparada para esa eventualidad –Zahra miró a su gatito que había regresado a la confortante manta de su regazo. –Ya lo sé, pero quiero pelear por él como hizo su madre conmigo. –Estoy convencida de que lo lograrás, pero a la menor duda que tengáis –de nuevo habló para las dos–no dudéis en venir por aquí. Por supuesto, antes del viaje a Madrid pásate por aquí que le hagamos una última revisión. –Ya has oído a la doctora, Zahra. Ser mamá es una gran responsabilidad –las dos adultas se lanzaron una mirada cómplice–. ¡Gracias cariño! –le dijo a la veterinaria según se levantaban–. Ya te contaremos qué tal se porta este bichejo. Cuando el Land Rover circulaba de regreso a casa, por la calle de la Magdalena, Zahra vio a Brigid, la sacerdotisa, entrar en el recinto de la abadía, y tuvo una brillante idea. ¿Por qué no encomendar su gatito a la Diosa? Al fin y al cabo el primer nombre que le había venido a la mente era el de Avalon y aquello tenía que ser una señal. Así que le pidió a su tía que le 248 http://www.antoniojroldan.es dejara bajar un instante para hablar con ella. Margaret consultó su reloj y le dijo a Zahra que todavía tenía que pasar por el súper. –Bueno, si quieres ve a hablar con ella y te recojo en veinte minutos. ¿Te parece? –Asintió feliz–. Pero no olvides que debes mantener a Avalon calentito. –Lo haré –y descendió rápidamente del vehículo. Al llegar a la puerta vio a Brigid alejarse hacia el interior y la llamó. Ella la oyó, retrocedió sobre sus pasos para salir a su encuentro. Cuando Zahra revolvía en su bolso para sacar dinero para la entrada, Brigid le hizo un gesto cómplice al vigilante y pudo cruzar la taquilla con ella. –¡Qué sorpresa! Pero… ¿Qué llevas ahí? –Un gatito, se llama Avalon. Es una historia muy larga. –Me encantará escucharla. ¡Vamos! –Y las dos se dirigieron hacia los restos simétricos de lo que fue el primer templo cristiano de Inglaterra. A unos metros de ellas Clevedon adquiría el ticket de entrada, esperando su oportunidad para hacerse con el colgante protector. La casa de Ms Saunders se encontraba en silencio. Mientras Sonia mataba el rato chateando en el ordenador de Nico, este estaba sentado en el suelo del desván limpiando con alcohol cada rendija de una cestita de mimbre que se iba a convertir en la improvisada cuna del nuevo miembro de la pandilla. De vez en 249 http://www.antoniojroldan.es cuando el muchacho observaba la cara de Sonia disfrutando en el Messenger, causando en él cierta desazón en forma de celos imaginándose a todos los chulazos del colegio metidos en conversaciones con ella. Lo que no podía imaginarse Nico era que aquella atmósfera silenciosa que ambos estaban compartiendo era para su amiga mucho más motivante que las cinco conversaciones que mantenía abiertas. –¿Nico? –Dime… –él seguía atareado en quitar una pegajosa mancha de mermelada. –¿Dónde tienes las fotos? Es que quiero enseñarle a un colega la de las setas. –Mis documentos, imágenes –maldita las ganas que tenía de que una de las fotos más bonitas de sus dos amigas cayera en manos de cualquier maromo de cuarto de secundaria. –Bien –la chica empezó a recorrer las carpetas hasta que se topó con la que ponía Glastonbury–. ¡Ah! Ya la veo. Gracias Nico. No le dio tiempo. Tan enfrascado estaba en prepararle al gato su “chabolo” que no recordó que había una carpeta muy especial llamada “Sonia”. Dejó con brusquedad la cesta y se fue hacia la cama, donde estaba sentada la chica con el ordenador. Demasiado tarde. Inmersa entre todas las fotos del viaje, Sonia había accedido sorprendida a la carpeta especial de Nico en la que se mostraba una extensa colección de fotos de ella tomadas durante la estancia en Glastonbury, algunas en primer plano en el 250 http://www.antoniojroldan.es que sus ojos se mostraban especialmente bellos. Nico no encontraba las palabras, azorado y atrapado como un niño al que se le ha pillado en una travesura. –Estaba colocando las fotos para dártelas en una presentación como regalo del fin del viaje. –Ya, claro… –como si ella fuera tonta. –Otro día las ves, que si no deja de tener gracia. –¡Espera! No corras tanto –el muchacho pasó sus brazos sobre los hombros de ella para manipular el ratón y cerrar la ventana del explorador–. Ahí está la de las setas. ¿Puedo verlas o me vas a estrangular? –Es lo que hubiera creído cualquier persona que viera la postura de Nico en aquel momento. –Sí, es muy bonita –y se retiró prudentemente de su lado. La foto del corro de las setas tenía la preciosa luz de la tarde sobre Wearyill, con Zahra y Sonia sonriendo a su mejor amigo desde el borde del círculo de las hadas. Cuando Nico tomó aquella foto supo que se convertiría en una de las mejores que había hecho desde que tenía su cámara nueva, y que esa imagen se encontraría entre sus preferidas en el futuro. Lo que no esperaba Nico era que al apreciar los detalles de la instantánea fuera a encontrarse algo tan inesperado. –No puede ser. –¿Qué no puede ser, Nico? –El chico hizo un zoom sobre el interior del círculo. –Hacía mucho viento cuando hice la foto, ¿no? 251 http://www.antoniojroldan.es –Ya ves… ¡Mira mi pelo! Parezco una leona. –¡Qué fuerte! –¿El qué? –Cuando estabas en el pozo del Cáliz Sagrado dibujaste unos signos matemáticos en el suelo. –¡Qué va! Tu deliras. –Pues sí, mira… –buscó en la carpeta la foto–. ¿Lo ves? –Es casualidad, tío. –Ahora mira los dibujos que el aire y la tierra, que removió Zahra, han hecho sobre la hierba. Los dos se fijaron en la foto y luego se miraron atónitos. Eran casi idénticos. –No entiendo nada, chaval –colocó su mano sobre la de Nico–. Te prometo que no sé qué diablos es eso. –Pues no te pongas a hacer cuentas como hice yo la otra noche, porque es perder el tiempo. Se quedaron en silencio mirando el código que estaba trazando ella en Chalice Well, sin imaginarse que meses más tarde descubrirían su significado en un rincón perdido del Barrio de Lavapiés. Ninguno se atrevía a decir que un elefante había ocultado al ratón por un instante, distrayéndoles de lo más obvio, que era el hallazgo de aquel rinconcito de fotografías que Nico había reservado para colocar con mimo las fotos de Sonia. Cada una de ellas llevaba la signatura de su nombre, no la del viaje. 252 http://www.antoniojroldan.es Frente a los dos laterales de la abadía, vestigios de lo que fue el templo, las dos monumentales paredes enfrentadas como un espejo, resguardaban a Brigid, Zahra y Avalon. La sacerdotisa se había quitado, de una cadena que llevaba al cuello con varios colgantes, una piececita de plata formada por una espiral cuadrada con cuatro haces, llamada la Cruz de Brigid. –Sí, Brigid, como mi nombre. Ella protegerá a nuestro pequeño aprendiz de héroe. Puedes colgársela al collar. –¡Es preciosa! No sé que decirte. Me encantaría poder darte algo tan bonito como esto. –Algún día regresarás a Avalon, vendrás a visitarme y ese será tu mejor regalo. ¿De acuerdo? –¡Claro que sí! Pienso volver aquí –Zahra abrazó a la morgana. Sentado en un banco, leyendo un periódico, Clevedon observaba con disimulo la escena. Él sabía que no tenía agallas y que el fracaso del aprendiz de ratero de Bristol en la hamburguesería había sido el suyo propio. Tenía que pensar algo y pronto. Entonces sintió una sombra sentada junto a él. No la había visto llegar, por lo que se sobresaltó. –William Clevedon –el anciano de la casa de Moon Brothers miraba a Zahra con la cabeza apoyada en un bastón–. ¿Todavía no lo has comprendido? –¿Perdone? ¿Nos conocemos? 253 http://www.antoniojroldan.es –No me has visto en toda tu insignificante vida. –¿Qué desea? –Ese colgante que lleva ella fue de lo mejor que he hecho en mis largos años como joyero –se volvió hacia el petrificado comerciante–. Puede resultar basto en su acabado, pero contiene mucha más belleza de la que tú nunca podrás admirar. –¿Quién es usted? –Los hermanos Moon habían muerto hacía decenios. –Soy la última oportunidad que tienes de que tu corazón no sea más que picadillo para alimentar a ese pobre gato escuálido –y señaló con la punta del bastón al envoltorio de lana que Zahra llevaba entre sus brazos. William Clevedon fijó sus ojos en las dos mujeres que reían sentadas en la hierba junto a la que cuentan era la tumba del Rey Arturo. Cuando Clevedon giró la cara para contestarle algo al viejo, su espectro había desaparecido. El ambicioso anticuario se levantó de un salto y se alejó de allí aterrorizado. Avalon pugnaba por asomar la cara a través de la mantita que lo reconfortaba. Fugazmente pudo ver la silueta de Clevedon perderse entre las piedras milenarias. El felino sonrió feliz y satisfecho. 254 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 22 La promesa del Tor Dice una leyenda que el Tor de Glastonbury es una de las entradas a Avalon, el mundo oculto de las hadas. Cuenta también esa leyenda que existen corazones intrépidos que han intentado cruzar esa puerta y que, tras pasar en ese mundo tan sólo unas horas, regresaron a Glastonbury transcurridos años. Una de aquellas personas que no temieron visitar aquel lugar fue al abad de Glastonbury que se aventuró a penetrar en sus confines con una botella de agua bendita pensando que iba a pisar las densas tierras del infierno. Cuando llegó allí se encontró con una fiesta a la que fue invitado. El monje, temeroso de quedar atrapado por siempre en el mundo de las tinieblas, arrojó el agua bendita contra aquellos seres que bailaban y reían, escapando y saliendo ileso de la que creyó una visión del abismo. Por eso sobre aquella colina maldita, se edificó un monasterio encomendado a San Miguel Arcángel, para que vigilara celosamente la entrada al infierno. De aquel primitivo lugar de culto tan sólo queda la torre al final del laberinto, reinando sobre todo Glastonbury. 255 http://www.antoniojroldan.es Como había pedido Brigid cada uno ascendió por los caminos del Tor siguiendo los dictados de su cuerpo y su alma. De esa manera poco a poco se fueron distanciando unos de otros en la ascensión a la torre. La primera persona en llegar fue Sonia, cuyo principal anhelo consistía en poder respirar aquella bruma de misterio que tantos días había acompañado su despertar. Abrió sus pulmones y dejó que el aire húmedo penetrara por su cuerpo. Luego rodeó la cima y se cobijó en la torre de la lluvia que comenzaba a caer. Tras Sonia llegó Nico, que había descansado unos minutos en una curva de la tercera terraza. Allí se imaginó a sí mismo liberando sus sentimientos y pasiones, derribando una sólida presa de hormigón que mantenía su caudal a salvo para los tiempos de sequía, pero que había convertido los alrededores en una zona baldía y seca. Cuando vio a Sonia asomada por la arcada de piedra se dirigió lentamente hacia ella, cuyos cabellos se diría que estaban siendo azotados por las mismas nubes celosas de su presencia. Los dos jóvenes se miraron. –Te quiero –dijo Nico, sabiendo que nunca había estado tan seguro de algo. Durante unos segundos Nico temió haber traspasado la puerta del reino de las hadas, porque la corta espera parecía el instante más largo de toda su vida. Nunca Sonia había estado tan bella como aquella mañana en la que la naturaleza se había 256 http://www.antoniojroldan.es conjurado para convertirla en una reina envuelta en el huracán de la colina sagrada de Avalon. –¿A qué estás esperando? –le dijo a Nico recuperada de la sorpresa inicial. Tomo las manos del muchacho y lo acercó hacia ella. Los labios de Sonia estaban fríos y húmedos, pero a la vez ardían sobre los de Nico, que la abrazó torpemente sintiendo que toda su vida se justificaba en aquel instante, como si la cadena de acontecimientos que lo habían forjado como persona se hubieran conjurado para besar a un hada en su propia morada. El sonido ronco del tambor de Brigid ascendía sobre la hierba, quedando atrapado dentro de la torre y acunando los corazones desbocados de Nico y Sonia. Cuando ambos se separaron, ella acarició la cara del chico que amaba preguntándose si una vez alcanzado el cielo sabría vivir en la tierra. Si realmente existía una pequeña posibilidad de haber quedado apresada en un círculo de hadas, deseaba con todo su ser haberse traído con ella unas pequeñas alas que la permitieran emprender el vuelo y arrastrar a Nico con ella en ese inesperado viaje. Tras Brigid, llegaron Margaret y Zahra con su cestito. Los seis se guarnecieron del temporal en el vientre de la torre, porque las gotas de agua azotadas por el viento golpeaban sus rostros como alfileres, y dirigieron sus miradas hacia arriba temiendo que bajo los pies surgiera una mano mágica que los 257 http://www.antoniojroldan.es arrastrara a una realidad invisible para la mente, pero no para la esencia del alma. La música que emanaba del tambor de Brigid comenzó a acompañarse por un canto a la Diosa que poco a poco fue entonado por todos según unían sus manos: “Todos venimos de la Diosa y a ella regresaremos como una gota de lluvia que retorna al océano”. Cuando Brigid terminó la canción, todas las manos se soltaron salvo las de Nico y Sonia. Zahra comprendió enseguida lo que había sucedido y sonrió emocionada a sus dos amigos. Avalon emitió un maullido de hambre en mitad del silencio respetuoso de los visitantes del Tor, provocando las risas del grupo tras las emociones vividas. El viaje a la isla de Avalon había concluido. El suelo del templo estaba sembrado de velas de colores cuando Zahra se acercó a despedirse de la sacerdotisa. Ya no se sentía como la intrusa del primer día que cruzaba el umbral de lo desconocido creyendo que cada uno de sus ademanes pudiera constituir una ofensa. Brigid la invitó a compartir con ella un rincón junto al altar. –Desde hoy mirarás la realidad con otros ojos, sin permitir que el regalo que has recibido te ciegue. Estás evolucionando, cada día que pasa será más visible en ti la mujer en la que estás convirtiéndote. Todo tiene su momento… 258 http://www.antoniojroldan.es »Hay tanto que debes vivir que sería un error pensar que ya lo sabes todo. Experimenta el amor, déjate atrapar por él, aunque a menudo te duela; explora la vida que hay a tu alrededor, pero sin olvidar conocerte a ti misma. Crece a nivel personal e intelectual, porque el conocimiento te hará ser más tolerante y abierta a otras culturas. Cuando te sientas preparada vuelve a preguntarte a ti misma por tu vida. Si en ese momento tus recuerdos de Avalon acuden a ti y sientes que debes regresar, te estaré esperando. –Así lo haré, Brigid. –En ese encuentro contigo misma, que se producirá durante tu juventud, deberás alejarte de tus padres para ir a su encuentro. Puede resultarte contradictorio, pero forma parte del proceso. Ámalos en sus virtudes y defectos, porque los hallarás en ti misma, y permite que ellos te abran y cierren algunas puertas que te llevarán a ser una mujer. –Mi padre no estará ahí, sólo mi madre –dijo Zahra bajando los ojos. –Creo que te equivocas. Al igual que te ha pasado a ti, tu padre está viviendo una segunda adolescencia y está buscando las respuestas para retornar a vuestro lado. Ten confianza en que volverá, quizás no como antes, no junto a tu madre como su pareja, pero sí para recomponer el hilo roto de la familia y ofrecerte la mano en este último tramo de la infancia que te dispones a recorrer. 259 http://www.antoniojroldan.es Zahra tomó una vela del suelo con sus manos y observó el cuadro de la Diosa. –Ya tengo ganas de ver a mi madre. Cuando los tres amigos se encontraron frente a Ms Saunders, con sus tarjetas de embarque en la mano, la anciana derramó una lágrima por cada una de las alegrías que aquellos tres jóvenes le habían proporcionado durante tres semanas. Por su parte, Nico, Sonia y Zahra habían recibido tantos regalos de aquella mujer que faltaban las palabras para agradecerle su cariño y hospitalidad. Los cuatro se abrazaron en una piña para fundirse con ella en la despedida. Nico sacó de su mochila un paquete envuelto en papel de regalo y se lo entregó a Margaret. Luego muy despacio, volviendo las miradas tras cada nueva barrera de seguridad que cruzaban, fueron abandonando el corazón de Avalon. Cuando la tía de Zahra abrió el paquete, encontró un Land Rover de juguete, en cuyas ventanas estaban pegadas las fotografías de sus tres “duendes”. En una tarjeta pegada sobre el capó ponía “Nos faltaba dinero para comprarte un nuevo coche de verdad. ¡Te queremos! Gracias por todo”. A unos kilómetros de allí, en la ladera de Wearyill, un nuevo corro de hadas había surgido entre la hierba, dispuesto a atrapar en su baile eterno a cualquier mujer sin alas que llegara con el alma sedienta de amor. 260 http://www.antoniojroldan.es Swinderby, Inglaterra. Feria Internacional de Antigüedades y Coleccionismo. 1 de diciembre de 2009 La desapacible mañana no había impedido que el público abarrotara la feria de antigüedades. Alrededor de los puestos cubiertos por lonas blancas, decenas de curiosos se arremolinaban ante los pequeños tesoros expuestos esperando encontrar una ganga. Situada al final del recorrido, la fastuosa carpa de Joseph Vidak recibía a sus distinguidos visitantes en una auténtica recreación de la antesala del infierno, donde una pequeña selección de sus enseres de brujería y esoterismo inquietaba a los comerciantes más susceptibles. Una mesa que según Vidak fue un su momento el potro de tortura de una mujer que había cohabitado con el propio Satán –difícil de comprobar según uno de los acompañantes que despartían con él–, servía ahora para cerrar negocios de compra y venta. Muchos de los anticuarios más célebres de toda Europa se daban cita en aquel oasis sumergido en la morralla que se ofrecía a los no iniciados. Uno de los vendedores sin derecho a entrar en el oasis era William Clevedon, que había intentado sin éxito ser recibido por Vidak aquel día. 261 http://www.antoniojroldan.es Entre los agraciados a sentarse a la mesa maldita había un coleccionista de origen español, apellidado Menéndez, que reía animadamente con las historias de aquellas piezas esotéricas con las que pretendía impresionar a sus visitantes. –… Y cuando aquel tipo abrió el cofre y se encontró con la mano momificada pensó que simplemente era una pieza de madera, una especie de amuleto africano. Así que lo llevo a la feria de Newark y lo colocó entre figuras talladas de ébano y marfil –tomo un sorbo de su copa de vino para hacer una pausa y refrescar la boca–. Uno de mis asistentes se topó con la mano, ofreciendo treinta libras por esa figurita y el muy botarate ni siquiera quiso regatear. Sinceramente, hay mucho mercader ignorante en estos eventos. –Pasa en todas partes –añadió con fastidio un italiano de prominente barriga–. Sin embargo son gente necesaria, porque hacen saltar la liebre para el cazador. –Estoy de acuerdo –intervino Menéndez–, pero a veces son tan ineficaces que asustan al animal alejándolo del punto de mira –por la mente de Menéndez pasó el rostro feroz de Martín, el hombre que fue incapaz de quitarle a Zahra el senet en Albaidalle. –Sé a qué se refiere. Este verano, sin ir más lejos, se me acerca un mequetrefe de Glastonbury. Por cierto –bajó la voz–, tiene un puestecito de chucherías en esta feria. Platitos, tazas, dedales, plumas… Lo que les decía, amigos. Aquel vendedor de quincallería me comenta que ha encontrado un colgante que me 262 http://www.antoniojroldan.es interesaba para mi colección, a pesar de que ya tenía uno similar. Le ofrezco cinco mil libras por él y le abro las puertas para que en el futuro pueda ser mis ojos en Glastonbury –los invitados sonrieron imaginando al muerto de hambre con las pupilas dilatadas por la generosa cantidad–. Pues resulta que el colgante pertenecía a una nena española –miró a Menéndez–, una teen, y el muy imbécil fracasa y me viene hoy balbuceando para hablar conmigo. ¡Un inútil! Un perfecto inútil, estimados colegas. –Es una historia muy interesante –dijo Menéndez con un aplomo disimulado, pues de repente se sentía incómodo en aquella reunión–. Me resulta extraño imaginar algo de tanto valor en el cuello de alguien con tan poca edad. –Parece ser que la mocosa tenía familia en Glastonbury y pasaba las vacaciones por allí con unos amiguitos. Ya les digo, no se debe dejar los negocios importantes en manos de aficionados. –¿Cómo era ese colgante, amigo Vidak? –preguntó con interés Menéndez. –Espere un momento –el coleccionista de Bristol se alejó de la mesa y regresó con un viejo libro–. Miren, este es el grabado del Chalice Well. La cría llevaba uno como este al cuello, una especie de amuleto de protección. Sólo existen seis copias y yo tengo una de ellas. No me hubiera importado tener otra, pero… –Realmente interesante –dijo Menéndez recordando la descripción que Martín le había hecho del colgante de la hija de 263 http://www.antoniojroldan.es Marta Giménez en Albaidalle–. Es una pena haber dejado escapar una presa tan sencilla. Cuando Menéndez abandonó la carpa de Vidak, se mezcló con el pueblo llano que disfrutaba admirando utensilios para decorar la casita de campo de los domingos. Según ojeaba los puestos encontró lo que buscaba. Un hombre de poco pelo, encorvado y de apariencia triste, leía un libro tras una mesa llena de menaje centenario, pero de escaso valor. Una de las tazas tenía dibujado el Tor de Glastonbury. –Buenos días –dijo Menéndez. –¿Puedo ayudarle en algo, caballero? –Creo que sí. Me envía Vidak –a Clevedon se le iluminó la cara–. Lamenta el malentendido de antes y me pide que le diga que quizás lo llame en el futuro para darle otra oportunidad. –Gracias, muchas gracias –William estrechó con fuerza la mano de Menéndez–. Dígale que no volveré a defraudarle, que todo ha sido una cadena de acontecimientos desafortunados y que… –Tranquilo, tranquilo… –abrió su billetera–. Me ha dicho que él continuará el negocio por usted –le tendió quinientas libras–. Por cierto, necesito los datos de la propietaria. –Mr Vidak es muy generoso no sé que decir… –Los datos –dijo secamente Menéndez. 264 http://www.antoniojroldan.es –No sé como se llamaba la niña, pero sí la señora que les hospedó. Margaret Saunders –el apellido golpeó la memoria de Menéndez–. Espere que le apunto la dirección –garabateó una de sus tarjetas de visita–. Tome. Y de nuevo le ruego que le transmita a Mr Vidak mi gratitud y lealtad. –Así lo haré, estimado… –miró la tarjeta–. Clevedon. No lo dude –y se alejó despacio hacia la salida de la feria. Hacía mucho tiempo que Menéndez no salía tan satisfecho de una feria de antigüedades. 265 http://www.antoniojroldan.es 266 http://www.antoniojroldan.es 267 http://www.antoniojroldan.es “Haz dos talismanes en un ascendente fasto con la Luna en Tauro y también Venus, y escribe en la primera efigie 220 números pares o impares, y en la segunda otros 284 pares o impares. Luego colócalos abrazados, entiérralos cerca uno del otro, y habrá amor eterno, reforzándose el mutuo cariño. A este talismán se lo conoce como el de los números del querer.” “Picatrix” Maslama al–Mayriti (Mediados siglo X–1007) 268 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 23 Hatshepsut Madrid, 8 de diciembre de 2009 ¡Hola Rai! Ya sé lo que vas a decirme, que hace tiempo que no te escribo y que soy una malqueda. Llevas razón, ¿cómo voy a negártelo? A pesar de quedar sólo como amigos, reconozco que me sentó muy mal aquello que me contaste hace un mes de la tal Ángela, la chica con la que estabas saliendo, Una cosa es asumirlo y otra muy distinta imaginarte con ella bajo las estrellas, ya sabes… Por eso odio con todas mis fuerzas es dichoso número, 580, los kilómetros que nos separan. Estoy tan parana que he consultado en internet un mapa de carreteras, y ahora sé que tu casa y la mía realmente distan 578,3 kilómetros. Así que no te odio ni a ti ni a tu amiguita, sino a las circunstancias. Por eso te pido perdón por haberme comportado como una niña celosa y posesiva. Ya está, lo he dicho. Por Madrid las cosas van de mal en peor. Te conté que mi madre está reformando un local para poner un restaurante egipcio, ¿no? Está todo muy adelantado y sabemos hasta el 269 http://www.antoniojroldan.es nombre, Hatshepsut. La sorpresa es que antes de irnos de Albaidalle ella le ofreció a Tarek venirse unos meses a Madrid, para supervisar el negocio y darle un toque más “auténtico”. Finalmente ha aceptado y se quedará hasta el verano. ¿No es estupendo? Quizás él te lo haya contado antes de venirse. La verdad es que mi madre está tan ocupada con las obras y papeleos, que apenas se está dando cuenta de lo mal que me va todo. Cuarto de secundaria es un curso muy hueso. Temo que me van a quedar varios suspensos, porque no me concentro en el estudio y ando tan atrasada en algunas materias que ya me estoy viendo chapando en mi habitación estas vacaciones de Navidad. Por si fuera poco, lo de Nico y Sonia no va bien. Sonia es muy alegre y cariñosa con todo el mundo, lo cual endemoniaba a Nico, que se ponía como yo en octubre con tu “Angelita”. Total que ni se hablan, y a mí me ha tocado estar en medio, con lo cual voy de pelotera en pelotera. A todo esto la tutora le ha pedido cita a mi madre para ponerme verde, así que intuyo que mañana, cuando hablen, se va a liar una buena. ¿Sabes lo peor? Es muy posible que nos vayamos de viaje de fin de curso a Roma, pero como las notas no sean lo que espera mi madre temo quedarme en tierra. Bien pensado no estaría mal, con tal de no aguantar a los Amantes de Teruel, tonta ella y tonto él. ¡Vaya rollo que te estoy contando! También podría hablarte de lo rara que me siento… No quiero ponerte los dientes largos para competir con tu chica, pero el invierno me está poniendo más “curvy” –como dice la teacher–, por lo que 270 http://www.antoniojroldan.es muchos moscones revolotean a mi alrededor cual tarro de miel. Que lo sepas, chaval. Tú te lo pierdes por vivir en Albaidalle. Te dejo ya, que tengo que hacer unos ejercicios de mates y ando más perdida con la dichosa álgebra que un pitufo en la NBA. Tu compañera de espeleología… Tu mirona… Tu amor de verano… Zahra El hall del colegio era un constante ir y venir de padres con niños que vociferaban con saña sus andanzas acontecidas a lo largo del día. Uno de ellos era David, que llegaba con la cariacontecida Zahra al encuentro con su madre y el juicio sumarísimo de doña Isabel. Ambas, madre e hija, asumían que de aquella entrevista surgirían nuevos motivos para sus cada vez más frecuentes desencuentros. Cuando la tutora apareció por la puerta de la sala de visitas Marta le pidió a Zahra que se quedara con David, para que fuera haciendo sus deberes, mientras ella lidiaba con el toro –vaca en este caso–que amenazaba con cornear la armonía familiar. –¡Buenas tardes, Marta! Pasa por aquí. –¡Buenas tardes, Isabel! La tutora, vestida con una bata blanca, con el cuaderno de clase abierto y parapetada tras su mesa, daba la impresión de ser una temible doctora tomando aire para soltarle al paciente que 271 http://www.antoniojroldan.es era el afortunado poseedor de alguna enfermedad incurable. En parte la adolescencia es como un sarampión que hay que pasarlo con resignación. –Bueno, bueno –dijo Isabel mientras revisaba la ficha de Zahra–. Las cosas no van bien, Marta. Tu hija tiene un total de catorce faltas por no hacer los deberes, amén de otras siete por charlar en clase. Los exámenes parciales de inglés, matemáticas y francés están suspensos y el resto de notas andan raspadas, salvo las de historia, que parece ser lo único que motiva ahora mismo a tu hija. –Mira Isabel, no quiero justificarme, pero estoy iniciando un negocio nuevo y llego a casa muy tarde. También mi hijo está más distraído, pero no tanto como Zahra. Lo que pasa es que está pasando una fase muy mala, supongo que por motivos de su edad… –Sí, es verdad que está con un pavo de manual, pero justo por eso tenemos que marcarle los límites. Es por su bien. ¿Sabes a qué me refiero? –Pues… No mucho. Siempre ha habido normas en mi casa y siempre se han respetado. –Su forma de vestir, por ejemplo. Este verano ha vuelto muy cambiada, llevando ropa de colores, pendientes largos… También está lo del maquillaje. –Es que hizo un viaje a Inglaterra que la impresionó mucho, pero no creo que sea ropa inadecuada. ¿No? Lo que me extraña es lo de pintarse. Ella no se maquilla para ir al colegio. 272 http://www.antoniojroldan.es –Todas hemos tenido su edad, Marta. ¿Para qué están los servicios? El problema es que en este colegio somos muy estrictos con ese tema y no me gustaría tener que mandarla a casa a cambiarse. –Hablaré con ella de todo esto. Ya te digo que en parte es culpa mía por estar a mil cosas. Tampoco hemos tenido muchos momentos de encuentro este verano. Supongo que te ha contado lo del incidente en el pueblo de su padre –la tutora asintió–. Quizás se ha juntado todo, ¿quién sabe? –Todavía estamos en diciembre y podemos remediarlo. Otra cosa es el tema de las notas. Si no espabila en estas dos semanas puede llevarse materias pendientes. –Entiendo. Procuraré estar encima… –Luego está lo de Sonia, su amiga del alma desde el año pasado. –¿Qué pasa con ella? –El otro día insultó a un profesor y tuvimos que expulsarla. No te puedo dar más detalles, pero sí te aviso de que está muy contestona y temo que entre una y otra se estén reforzando conductas. –Si Zahra hiciera algo así sería el colmo. Ella lo sabe. De todos modos estaré alerta. –Muy bien. Te llamaré si no mejora –la profesora cerró el cuaderno de anotaciones–. Es un momento complicado, como tú decías, por aquello de la adolescencia, pero ella ya es casi una 273 http://www.antoniojroldan.es mujer. Ahora cuestiona a todos los adultos y especialmente a la madre, que en tu caso tiene un doble papel en casa. –Lo sé. Ya te digo que charlaré largo y tendido con ella – se levantó–. ¡Muchas gracias, Isabel! No dudes en avisarme si vuelven las incidencias. Cuando regresó con sus hijos, el semblante de Marta anunciaba tormenta, por lo que los dos hermanos fueron detrás de ella hasta casa sin pronunciar palabra. David miraba a Zahra con pena, como si esta fuera a ser sacrificada en el Templo del Sol, como Tintín. La joven llevaba varios días mentalizada para recibir la bronca, por lo que se sentía segura y fuerte. En otra época estaría nerviosa por saber lo que había dicho su profesora sobre ella, pero no en aquellos días, como si se estuviera recubriendo de una concha formada por capas concéntricas, esculpidas con cada uno de los reveses de aquel otoño. Ya en casa, Marta mandó a David a estudiar y se acomodó con su hija en el salón. Era consciente de que Zahra se cerraría como una ostra y que era más que probable que acabaran las dos enfrentadas una vez más. –¿Y bien? ¿No tienes nada que contarme? –¿Qué te ha dicho de mí? –Zahra se sentó con los brazos cruzados. –Tus notas están bajando. ¿No pensabas decírmelo? –Pues no voy tan mal. ¡Qué alarmista es esa mujer! Todavía faltan los globales. ¿No confías en mí? 274 http://www.antoniojroldan.es –Me gustaría, de verdad. De hecho creo te voy a dejar libre para que me lo demuestres –Marta se escuchaba a así misma sin estar segura de lo adecuado de sus palabras–. Ahora, si vienen suspensos en la primera evaluación te meto en una academia. –Pues no pienso ir a una academia… –Eso no lo decides tú, hija. –¿Algo más? Porque querrás que vaya a chapar... –Pues sí, mira. Procura ser más prudente con la ropa, que ya conoces las normas del colegio. Y nada de maquillaje, por supuesto. Eso te lo reservas para el fin de semana. –¿Te ha dicho eso? No me lo puedo creer… Si tengo compañeras góticas que van peor que yo. Son ganas de jod… –¡Zahra! –Lo siento, pero es que esa tía me pone de los nervios. –Esa tía es tu tutora y te dice las cosas por tu bien –se hizo un silencio tan sólo interrumpido por las campanadas del reloj de pared. –¿Me puedo ir ya? –No olvides lo que hemos dicho. Sin suspensos. –¡Qué no! –Se levantó–. Ya lo verás. Según se alejaba se detuvo sobre sus pasos y se acercó a su madre por detrás. Si saber el porqué, dejando que su instinto 275 http://www.antoniojroldan.es venciera a sus hormonas, le dio un cariñoso beso a su madre en el carrillo. –Gracias, mamá. No te voy a defraudar, soy más responsable de lo que piensas. –Lo sé –respondió Marta enternecida por el gesto. Mientras Zahra tomaba posesión de su castillo, Marta observó la carpeta repleta de documentos del restaurante, como recordatorio de su loca aventura. Sumida en su abatimiento, añoraba la Zahra niña, pero también su propia juventud, aquella época en la que ella sufría los mismos síntomas que su hija, cuando el mundo de los adultos se convertía en un poderoso embrujo capaz de atraparte y decepcionarte a partes iguales. Por si fuera poco, los momentos de su propia adolescencia quedaban demasiado lejos, señal inequívoca del paso del tiempo y de su transición definitiva a la madurez. Resultaba irónico percibir que tanto Zahra como ella notaban el cambio en sus cuerpos, comportándose ambas como dos perfectas adolescentes. No envidiaba a Zahra, pero tampoco deseaba que viera como su físico también estaba evolucionando con los años. Tan sólo David parecía estar a salvo de las metamorfosis, pero por poco tiempo. El autobús rodeó el cementerio, situado en el Cerro de las Ánimas, y enfiló la cuesta arriba de la Vía Carpetana. A pesar de la oscuridad, Tarek creyó que aquel debía ser el lugar que le 276 http://www.antoniojroldan.es habían indicado, por lo que se acercó al conductor para asegurarse. El vehículo se detuvo en una parada solitaria, dejándolo frente a un parque moderno, de esos en los que los árboles deben ingeniárselas para introducir sus raíces entre las moles de hormigón, ensambladas en pequeños oasis verdes, regados con agua reciclada. Suspiró evocando su añorada sierra de Albaidalle. Madrid era una ciudad agradable, pero el egipcio no acababa de adaptarse. Las farolas apenas marcaban las veredas por las que los dueños de los perros caminaban correa en mano, comentando el frío que comenzaba a caer. En una zona más oscura, pegada al gran muro, que competía en altivez con la valla del cementerio, se adivinaban unas siluetas en movimiento, danzando al ritmo de una música que, a oídos de Tarek, no distaba mucho del sonido agónico de su coche pisando gatos. Iluminados por linternas, aquellos jóvenes se movían con soltura mientras pintaban la base del pilar de una pasarela. Uno de los chicos vio acercarse al viejo guarda de La Mugara surgiendo de las tinieblas del atardecer y avisó a sus compañeros de la llegada de un extraño. Aunque no tenía aspecto de ser un munipa, la música cesó y todos se agruparon en torno a uno de ellos, un joven con un pañuelo anudado a la cabeza. –Buenas tardes –dijo Tarek aparentando una tranquilidad que no sentía ante aquellos desconocidos–. Disculpen la interrupción. Estoy buscando a alguien. 277 http://www.antoniojroldan.es –¿A quién? –preguntó un chaval extremadamente delgado dando un paso al frente–. El club de ancianos está en la plaza de los Cármenes –todos rieron ante la ocurrencia. –¡Eh tíos! –exclamó el del pañuelo–. ¿A quién viene a recoger su abuelito? –¿Está Amir aquí? –dijo Tarek ignorando la broma. –¿Quién pregunta por él? –Mi nombre es Tarek Moawad. Deseo hablar con Amir de un negocio. Me dijeron que estaría por aquí –dijo en árabe para sorpresa de todos. Todos se volvieron hacia un chico alto, con barba recortada y gafas negras, con la cabeza cubierta por una gorra de baloncesto. Amir se quitó las gafas, mostrando unos ojos grandes e inteligentes. –Yo soy. No le conozco, amigo. –¿Podemos hablar en privado un momento? –El del pañuelo observó el gesto tranquilizador de Amir y conectó el aparato de música para proseguir con el baile. –Gracias –los dos se alejaron hacia uno de los pocos bancos que estaban totalmente iluminados–. Soy egipcio y estoy en Madrid para ayudar a una señora a montar un restaurante. Me han dicho que eres bueno en la cocina, Amir. –¿Quién se lo ha dicho? –Osama, un amigo de tu familia. 278 http://www.antoniojroldan.es –¡Vaya! ¿Y qué más le ha contado? –Todo lo que debía –Tarek miró fijamente a Amir. –Entiendo… –Se trata de un restaurante con comida típica de mi país. Yo te enseñaría a preparar la carta y con el tiempo, y algo de imaginación, podrías ampliarla. –No tengo mucha experiencia… –Estudiaste en una escuela de hostelería e hiciste las prácticas en una conocida cadena de catering y luego te contrataron en un local jordano, pero lo estropeaste, ¿no es así? –Me pagaban una mierda y… Bueno, parece que usted lo sabe todo. No creo que le den buenas referencias de mí allí. –Te equivocas. Osama dice que puedo confiar en ti. Amir miró a los ojos de Tarek. Parecía un hombre seguro de sí mismo, y por lo tanto instintivo. Aún recordaba cuando Jonathan, un amigo que estaba metido en un lío de trapicheo de drogas le hizo sisar de la caja cien euros, perdiendo así el trabajo y gran parte de sus posibilidades de prosperar como ayudante de cocina. La oferta del egipcio parecía la mejor noticia recibida en los últimos meses. Además, llevaba desde entonces sin curro estable, salvo alguna que otra escapada a obras en el extrarradio de la ciudad, en las que su falta de cualificación le hacían encargarse del traslado de los escombros por una miseria. –Le agradezco la oportunidad. Osama es un buen amigo – tendió la mano a Tarek, escenificando con ese gesto un vínculo 279 http://www.antoniojroldan.es más seguro que un contrato firmado y sellado–. No lo decepcionaré. –Ni a ti tampoco, ¿verdad? Eres muy joven todavía como para rendirte. Aún falta la entrevista con la dueña del negocio, pero ella ha delegado en mí y sé que le caerás bien –el fellah fijó la vista en la ropa de Amir–. Cuando uno va a trabajar lleva la ropa adecuada. –Descuide, amigo. El pequeño piso de Tarek, en la calle Alfonso VI, estaba a dos portales del “Hatshepsut”. Marta pensó que la cercanía con el restaurante le facilitaría la vida a Tarek, permitiéndole una mayor disponibilidad para supervisar las obras, a pesar de la dejadez mostrada en Albaidalle. Por eso tuvo la idea de delegar en él la búsqueda del contratista, preguntando a algunos de sus compatriotas residentes en Madrid y logrando que existiera un vínculo de honor entre ellos. Así, aconsejada por él, contrató a Amir, sabiendo lo del antecedente del robo, porque Tarek aseguró responder por el chico. Sin embargo Marta consideró que debía superar el habitual período de prueba y, de paso, echar una mano con la preparación de la futura cocina. Mientras la reforma continuaba, Amir ensayaba el menú en el piso de Alfonso VI, a la vez que Zahra y David estudiaban en el salón añorando las distracciones de casa, como el ordenador y la televisión, y Marta y Tarek 280 http://www.antoniojroldan.es pasaban la tarde entre el restaurante y la improvisada academia de cocina egipcia y matemáticas. El pequeño local, situado en el cerro árabe colindante con el Madrid de los Austrias, contaba con una planta baja y un sótano laberíntico donde estarían situados los aseos, el almacén y la cocina, conectada con el comedor mediante un angosto montacargas. Un tubo de humos ascendía por un minúsculo patio vecinal hasta la cubierta superior. La obra debía hacerse con sumo cuidado debido a la protección histórica del edificio, lo cual llevaba a Marta y a Osama, el contratista, por la calle de la amargura. Mientras Amir practicaba con unas berenjenas con carne y Zahra cruzaba pacientemente dos monomios para lograr un binomio de grado tres –aún resonaban en su clase las risas de Sonia cuando el profesor dijo que iban a “formar un trinomio” –, en el Hatshepsut se venía abajo la base de un tabique del sótano, dejando a la vista una especie de bodega oscura y polvorienta. Los obreros subieron corriendo a dar la mala noticia del accidente, prometiendo por lo más sagrado que sólo estaban picando la pared para sanearla. Marta, Tarek y Osama bajaron presurosos desde el que sería el flamante despacho del restaurante, para contemplar el desaguisado. Afortunadamente aquella hendidura en el suelo no era más que la esquina de un antiguo aljibe árabe, que fue destruido hacía siglos para construir los cimientos del inmueble vecino, pero lo bastante profunda como para inquietar al nervioso contratista, que no paraba de sudar murmurando: “Esto no bueno. Retrasos, más retrasos. 281 http://www.antoniojroldan.es Pagar más jornadas. No bueno”. Así que, para evitar nuevos estropicios, optaron por pulir el boquete para que se deslizara uno de los obreros y así reforzar el suelo desde abajo, logrando de paso averiguar si todavía le aguardaban nuevas sorpresas que amenazaran la reforma. Al día siguiente los escombros rebosaban el contenedor, por lo que Osama encargó uno nuevo, lo cual suponía otro imprevisto en el presupuesto inicial. “Contenedor caro. Eso tampoco bueno”. Mientras llegaba el camión, Tarek se esforzó por rellenar cualquier hueco con los sacos que todavía aguardaban su recogida en el sótano. Fue entonces cuando observó algo extraño. Entre los desgastados ladrillos relucía uno que destacaba por su color más oscuro y por conservar su forma primitiva. Se agachó y lo examinó atentamente. Se trataba de una masa de metal oxidada que ocultaba algunos relieves bajo la suciedad. No pesaba lo suficiente como para estar maciza, pero tampoco estaba vacía. Aquella caja escondía algo en su interior. –¡Marta! –La madre de Zahra asomó por la puerta del despacho–. ¿Se ha fijado en esto? –Ella tomó el objeto y lo miro con desgana. –¿Es un cajetín de la instalación eléctrica? Ya sabe que no entiendo de estas cosas, Tarek. –No es eso. Fíjese bien. ¿No ve unos caracteres árabes escritos? –Acaricio el frontal de la caja. –Sí, es verdad. Quizás estuviera oculto en la pared del aljibe. 282 http://www.antoniojroldan.es –Es probable… –Si fuera así, tendría mucha antigüedad –Marta se quedó pensativa–. No quiero ni pensar que en la Junta de Distrito me pusieran nuevas trabas para los obras… –Tarek comprendió al instante. –Esto no es un yacimiento arqueológico, si me lo permite. El aljibe sí que lo hubiera sido antes de destrozarlo cuando se edificó esta manzana. Ya sabe que tengo experiencia en limpiar metal antiguo con el señor Saunders. Déjeme que le eche un vistazo e intente ver su contenido –en ese momento sonó el móvil de Marta. –Lo dejo en sus manos. Luego hablamos –y regresó al embrión de lo que sería el despacho. Aquella noche Tarek Moawad frotó cuidadosamente la cajita con agua y jabón neutro. La zona más visible de la caja dejaba ver un resquicio que indicaba que se trataba de plata, así que preparó una papilla caliente con bicarbonato, en un pequeño cazo que tenía para cocer los huevos, y fue descubriendo poco a poco la inscripción con la ayuda de un cepillo de dientes. Aunque algunas letras se habían perdido bajo la presión de la pared, donde la caja había permanecido oculta durante muchísimos años, algunos fragmentos del texto eran perfectamente legibles sobre la tapa: “En el nombre de Dios, cuya luz muestra lo que hay tras los velos. Que de la nada hace surgir la existencia de las criaturas y las cosas. Que es la fuente 283 http://www.antoniojroldan.es del día y la noche, y de cuyo poder surge el destino de los hombres”. Rodeando la caja se intuían unas líneas del Corán sobre el milagro de la fragmentación de la luna que Tarek recordaba haber aprendido en su niñez: “La hora se acerca y la luna se ha partido en dos. Si ven un signo se desentienden y dicen: es magia persistente”. Tomando el paño enjabonado, envolvió la caja y trató de abrirla con todas sus fuerzas. La tapa fue cediendo lentamente hasta mostrar su contenido, un fino bolsillo de piel ajada con nuevos caracteres arábigos grabados a fuego, en los que se podía leer el nombre del propietario de aquel diminuto tesoro: Abu alQasim Maslama. Dentro del bolsillo se ocultaba, cuidadosamente doblado sobre sí mismo, un esbozo de un mapa de la península ibérica emborronado e inacabado. En el reverso del mismo, una rosa recorría la línea de plegado del pergamino, separando simétricamente dos números árabes a cada lado, ٢٢٠ y ٢٨٤. El número de la izquierda era el 220 y el otro el 284. Sobre cada uno de los números se inclinaban hacia la rosa sendas mitades de la luna para fundirse en una. Quizás fuera el sueño o el cansancio, pero Tarek creyó ver como ante sus ojos una luna dorada nacía triunfante del interior de la flor. 284 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 24 El mapa de Maslama La batalla había comenzado ante la rendición de los profesores que vigilaban el patio nevado del colegio, resignados a la algarabía festiva que impregnaba el recreo, mientras los proyectiles helados surcaban el cielo plomizo embarazado de invierno. Los exámenes del primer trimestre habían finalizado y aquello era un regalo navideño anticipado para todos los adolescentes que parecían inmunes al frío y a la humedad que los iba calando sin importarles. Zahra y Sonia emprendieron un duelo a muerte a bolazo limpio que acabó con las dos amigas con el pelo empapado y partiéndose de risa rebozadas en el suelo cual granizados. –¡Pareces el Yeti! –dijo Sonia mientras se quitaba la nieve hasta de las pestañas. –Porque no te has visto, mona, que tú estás peor que yo... –al incorporarse Zahra pudo ver a Nico sentado en un banco devorando su manzana muy concentrado–. Este sigue igual, tía. Tenéis que hablar. ¿No? 285 http://www.antoniojroldan.es –Yo no inicié la guerra –se levantó sacudiéndose los restos del bombardeo–. Fue él quien empezó a ponerse parana con los celos. –Ya sabes como es –se quedó mirándolo en silencio–. ¿Te importa que vaya con él? –En el fondo Sonia sabía que la única persona que los podía reconciliar era Zahra, por lo que se encogió de hombros y fue en busca de más balas de nieve para atacar a la división de la clase de 4º C. Los días mágicos de Glastonbury habían quedado atrás y el recuerdo de las promesas del Tor parecían haberse ido con el verano. Nico había descubierto que la distancia entre la felicidad y la tristeza era inmensa a pesar de poder rozar con la punta de los dedos la mano de Sonia en clase. –¡Hola muermazo! –Zahra se sentó con él– ¿Qué haces? –Desayuno... –¡Gracias tío! No me había dado cuenta... Si molesto me voy, pero eres el último bastión del patio que sigue seco. ¿Es una promesa o algo así? –Zahra... –Vale. ¿Quieres que me vaya? –No, quédate, por favor. –Voy a explicarte la situación para que la entiendas. Somos los mayores del recreo, tenemos un manto de nieve para nosotros solos y los profesores están emboscados tras el quiosco de las chuches, con más miedo que vergüenza. Sin embargo tú 286 http://www.antoniojroldan.es estás aquí ajeno a todo, como si te importara un huevo todo lo que pasa a tu alrededor. –Puede... –Puede. Ya... Nos conocemos desde hace años y pareces un viejo de quince años. No puedes seguir así, de verdad. Olvida ya el tema de Sonia y deja que las cosas fluyan solas. –No es tan simple, Zahra –se miraron a los ojos–. Es como si al volver de vacaciones se hubieran acabado las buenas noticias y todo me saliera mal. –¡Vaya novedad! Bienvenido a la adolescencia. –Lo digo en serio. –Yo también, ¿piensas qué eres el único que se siente así? No tienes ni idea de lo harta que he acabado este trimestre. Todos tenemos problemas, ¿sabes? –Lo sé, perdona –desde la lejanía Sonia los observaba mientras daba forma a su monumental bala de cañón–. Hace tiempo que no hablamos –Zahra se quedó pensativa. –¿Quieres salir conmigo? –¿Cómo? Sólo me faltaba... –No, tonto. Me refiero a quedar un día sin prisas, para hablar de nuestras cosas, como hacíamos antes. ¿Recuerdas? –Sería genial, de verdad. 287 http://www.antoniojroldan.es –Además, tengo que contarte algo increíble que ha pasado en el restaurante –dijo con tono misterioso mientras iba recogiendo la nieve entre sus zapatos. –¿El qué? –Si te lo digo hoy no tiene gracia. –Bueno, pero... –Con una condición. –¿Cuál? –Devuélveme esta –y le lanzó un bolazo en plena cara mientras emprendía la huída. Nico soltó la manzana y comenzó a perseguirla por el patio. Sonia observó la escena sonriendo ante la habilidad que tenía Zahra para confortarle el corazón. Los restos de la nevada del lunes impregnaban los rincones umbrosos del parque de El Retiro, formando finos regueros que discurrían entre el barro acumulado durante el día anterior. Algunos deportistas, de espíritu inquebrantable, proseguían con su ejercicio corriendo alrededor del estanque, esquivando a los turistas empeñados en obtener una instantánea del monumento a Alfonso XII más blanco de lo habitual. Nico y Zahra paseaban cogidos del brazo, rodeando lentamente el recinto. Cuando llegaron a una de las terrazas el muchacho quiso invitarla a un chocolate caliente. 288 http://www.antoniojroldan.es –...Me has contado lo de tu madre, lo de Rai, lo del chico ese árabe que practica en la cocina mientras escucha música rap, pero todavía no me has dicho ni una palabra sobre la sorpresa. –Espera –Zahra sacó una hoja de papel impresa con una fotografía-. El mapa de Maslama. –¿El qué? –Hace unos días apareció en la obra del restaurante una cajita de plata oculta entre los restos de un aljibe árabe de cuando Madrid todavía se llamaba Mayrit. ¡La prehistoria, vamos! Te estoy hablando del siglo X más o menos. –¡Guau! –Espera que hay más. En la cajita había una oración a Alá y unos breves versos del Corán. También Tarek encontró una bolsita de cuero con el nombre de un tal Maslama. Al principio no le dimos mucha importancia, pero mi hermano David empezó a buscar su nombre por internet y… –¿Qué? –Se trata de un famoso astrónomo y sabio madrileño de origen árabe. El nombre es muy complejo... Algo así como Abu al-Qasim Maslama. Aunque nació en Madrid, se marchó muy joven a Córdoba, donde tenía acceso a la enseñanza del Corán, pero también a muchos tratados de astronomía y matemáticas. En poco tiempo demostró su valía, por lo que se convirtió en el astrónomo del califato. Fíjate que muchos lo nombran como el padre de las matemáticas andaluzas. 289 http://www.antoniojroldan.es »Allí, en Córdoba, estaba el planisferio de Ptolomeo, que al parecer fue una obra muy célebre en la antigüedad. Pues bien, se dice que él fue la persona que lo tradujo a la lengua árabe, aunque sólo se conservan traducciones posteriores en otras lenguas. Si te fijas en la fotografía, él sentía mucha curiosidad por los mapas. El que hemos encontrado es un boceto dibujado a mano que debió copiar del original de Ptolomeo. »Dejando a un lado las mates, ahora que no me escucha el Chanquete… Bueno, me ha aprobado con un cuatro y pico, no es tan cabrón como parece. Pues eso, números aparte, Maslama era muy aficionado a la alquimia y a la magia. De hecho escribió una obra llamada Picatrix con plegarias y recetas para confeccionar amuletos mágicos en torno a los astros. Si te fijas este de la rosa está destinado a la luna. ¿Te imaginas que esto fuera una especie de encantamiento o algo así? –¿Y esos números? –preguntó Nico extrañado. –Pues no lo sabemos. Supongo que algún tipo de cálculo astronómico o similar. –¿En el siglo X? No sé, porque no irás a decirme que tu Leonardo da Vinci cordobés… –Madrileño. –Da igual. Por muy listo que fuera no iba saber tanto de jovencito. Tampoco había GPS. –Ya… –El camarero trajo los chocolates. –¿Por qué no le preguntas al Chanquete? 290 http://www.antoniojroldan.es –¿Estás loco? Es capaz de examinarme y bajarme la nota a última hora. No gracias. –Los del grupo C tienen su correo, porque es su tutor. ¿Quieres que lo intente? –¿Lo harías? –Sí, pero… –Nico bajó la mirada–. ¿Me ayudarás con Sonia? –Nico, ya sabes que ella hace como los caracoles, y si la incordias mucho se mete en la concha y no sale hasta que cree que todo está en calma. –Al menos prométeme que lo intentarás. –Según lo vea. ¿De acuerdo? –No me lo has prometido –dijo decepcionado. Zahra deseaba hacerle entender a su mejor amigo que aquel era su último año en el patio del colegio, y que hay promesas que sobreviven en ese mundo idílico de finales de fútbol de treinta minutos, besos con sabor a fresa o gominolas sobre el libro de sociales; pero que cuando crecemos, y el tiempo nos devora sin piedad, las palabras dejan de ser eternas para alejarse mecidas por vientos inesperados. Quizás Nico hacía de su semblante maduro y su comportamiento responsable unas muletas para caminar por una sociedad que amenazaba con devorarlo, pero que a la vez lo seducía con sus promesas de libertad vigilada. Todos guardaban sus miedos en un cofre oculto en el cuarto de los juegos, donde los adolescentes regresan 291 http://www.antoniojroldan.es cuando añoran la felicidad de la infancia. Zahra tenía derecho a acompañar a Tintín en sus aventuras durante los días de tormenta, al igual que Nico confiaba que las promesas le otorgaran la seguridad perdida, o Sonia emprendía el vuelo cada vez que notaba que el peso del tedio se acomodaba sobre sus alas. –Te lo prometo, plasta –y le dio un cariñoso beso en la mejilla. Ante las miradas expectantes de Tarek y Amir, la cocina del Hatshepsut iba poblándose de cajas de cartón y embalajes de los que saldría el mobiliario y el menaje necesario para que todo el esfuerzo y las horas transcurridas en el piso se amortizaran en forma de una carta de platos egipcios única en la ciudad. La tarde iba cayendo cuando uno de los montadores de los muebles salió a la calle a fumarse un pitillo y descansar un rato. Al fin y al cabo la jerarquía estaba para respetarla y él era el encargado de supervisar el trabajo del grupo. Se recostó sobre el nevado contenedor de obras, aspirando con deleite el humo de un purito, mientras observaba con ojos de entendido el acabado de la puerta de entrada. Un hombre se acercó cauteloso hacia el restaurante sin dejar de mirar hacia el interior. –Comida egipcia. Demasiado especiada para mi gusto – comentó el desconocido-. Úlcera –dijo a modo de aclaración. –Y usted que lo diga, jefe. Donde esté un buen cocido español que se quiten estas cosas de fuera. 292 http://www.antoniojroldan.es –Vivo por aquí cerca y nunca lo había visto por la obra. –Nosotros estamos de paso, para colocar la cocina… –Claro, claro… –Material de calidad. Luego habrá que ver qué meten en las cacerolas. –Oiga, y esto de las cocinas, ¿está bien pagado? –¡Qué va! Te dejas los riñones por cuatro duros. Si yo le contara… –No hace falta, me lo imagino –se giró hacia el camión al vislumbrar a Tarek tras el ventanal encaminándose hacia el despacho de Marta. El movimiento no pasó desapercibido al encargado de los muebles. –¿Problemas con el vecino, jefe? Martín miró de arriba abajo a su interlocutor, deseando no equivocarse como hizo con Rai en Albaidalle. Había llegado el momento de su venganza para ajustarle las cuentas a aquella familia causante de su desgracia ante Menéndez, el coleccionista de antigüedades. –¿Sabe lo que es esto? –Le mostró un ratón inalámbrico. –Pues –entornó la vista como si estuviera analizando una junta de la encimera–. Parece un cacharrito de esos para los ordenadores. En casa… –Usted se lo regala a Marta Giménez como si fuera un detalle de su empresa, ya sabe. 293 http://www.antoniojroldan.es –No lo sigo, caballero. –¿Qué tal trescientos euros? –Creo que voy entendiendo. –No hay nada de malo en un regalo. ¿Verdad? –Metió la mano en el bolsillo y sacó un plano de Madrid, donde había colocado seis billetes de cincuenta euros. –Por supuesto que no –tomó el periférico y el dinero sin dejar de escrutar a Martín. –Ha sido un placer conversar con usted, amigo –según se alejaba, retrocedió sobre sus pasos–. Por cierto, no me gustaría saber que este aparatito fuese a parar a las manos equivocadas o acabase en una papelera. Me sienta muy mal que me tomen el pelo –el encargado observó socarrón la calva de Martín con la naturalidad del que está obligado a ver un barco cruzando la Gran Vía–. Parece usted un tipo inteligente. –Descuide. Y se perdió entre las sombras con la misma rapidez con la que había aparecido. La habitación de Nico estaba sumida en la oscuridad, por lo que la pantalla del ordenador actuaba como un foco sobre los ojos tristes del muchacho. Acababa de recibir una presentación digital de su tía, en la que le felicitaba las navidades con una colección de ositos vestidos de Papá Noel que provocó en él su rechazo ante tan magna cursilada. “Que en estos días de amor, tan 294 http://www.antoniojroldan.es entrañables y familiares, se cumplan todas tus ilusiones…”. Hay que joderse, pensó mientras mandaba el correo a la papelera con un golpe violento de ratón. Ni siquiera se había molestado en disimular el plagio al mensaje anual del Rey. Apagó el monitor, dejando el ordenador bajándose una película, y se tumbó en la cama para perpetrar su enésima poesía de amor no correspondido. Aquello empezaba a oler y no era precisamente a tigre: “tu ausencia rasga mi corazón como un cuchillo de indiferencia”. Si algún día lo multaban por exceso de dramatismo le pasaría la factura a Sonia. Arrancó la hoja del cuaderno y mandó el simulacro lírico a la papelera, ensayando un lanzamiento triple con parábola. Falló. Era de esperar. Ti-Tón. Mensaje en el Messenger. Se incorporó hacia la mesa y conectó de nuevo el monitor. Sorpresa. El Chanquete había respondido a las pocas horas. Había juzgado mal a aquel tipo. Estimado Nicolás: Ante todo ¡feliz Navidad! Espero que usted y los suyos… –giró la rueda del ratón para saltarse las cortesías–…dos números muy interesantes. Resulta que los divisores de 220, autoexcluyéndose él mismo, (1, 2, 4, 5, 10, 11, 20, 22, 44, 55 y 110) suman 284. Pero lo más curioso es que los del 284 (1, 2, 4, 71 y 142) suman… ¿Lo adivina? Pues sí, 220. Cuando dos números se comportan así se los conoce como “números amigos”. Siempre han sido asociados a la magia y a los poderes 295 http://www.antoniojroldan.es ocultos relacionados con el amor y los conjuros para atraer a otra persona, pero eso es todo superchería, por supuesto. Le mando un enlace con una lista de números amigos. Se conocen muchísimos, pero los que usted me manda fueron descubiertos hace cientos de años. Espero haberle sido de utilidad. Un cordial saludo de su profesor. P.D. Me permito recordarle la importancia de trabajar el tema de álgebra estas vacaciones. Saber que los números tenían derecho a estar enamorados, provocó que Nico sintiera que hasta las matemáticas se regodeaban de su melancolía. Sin embargo, aquella revelación de su profesor le hizo interesarte súbitamente por el mapa de Zahra y sus secretos ocultos. Para recuperar a Sonia estaba dispuesto a pedir ayuda al mismísimo Maslama. 296 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 25 El amuleto del amor eterno El despacho de Marta olía todavía a pintura fresca, por lo que la música estridente, que penetraba por la puerta abierta, era la menor de las molestias. La madre de Zahra conectó el ordenador mientras realizaba una rápida comparativa entre su ratón y el inalámbrico que le habían entregado con la cocina. Todo lo que fuera quitarse de en medio cualquier cable era bienvenido en aquel laberinto de conducciones, que poco a poco iban quedando ocultas tras el revestimiento que daría al local un aspecto antiguo. –¡Zahra, cariño! ¿Podéis bajar la música? En la cocina del restaurante, Zahra y Amir se entregaban a la aburrida tarea de limpiar en profundidad, acompañados por una melodía repetitiva de percusión electrónica. Mientras que ella atacaba la mugre de las baldas de la cámara, Amir dejaba como los chorros del oro dos enormes cacerolas, a la vez que añadía una letra de su propia cosecha al sonido que surgía de los altavoces conectados al mp3. –¿Qué es eso que cantas Amir? 297 http://www.antoniojroldan.es –Nada en particular. Procuro seguir la música e ir improvisando. –Suena a rap… –Tengo algunos temas compuestos, pero también me gusta ir creando sobre la marcha. –Debe ser muy difícil hacer eso –el muchacho se secó las manos y cerró la puerta para no molestar a Marta. Luego subió el volumen. –¡Vamos! Dame una idea y lo intento. –¿Estás seguro? –dijo Zahra sonriendo ante la chulería del cocinero. –Venga chica, ¿te juegas algo? –Un almuerzo en el burger, listillo. –¿Qué te rapeo entonces? –Pues –miró a su alrededor con ojos traviesos–. ¡Ya lo tengo! Vas a crear el famoso rap del puchero. –Déjame un segundo… –seleccionó una pista del reproductor. Luego se caló la gorra, que descansaba en la percha, y tomo una alcachofa a modo de micrófono–. ¿Preparada? Pues allá voy. »¿Sabes? Un día me puse a escribir, y medité sobre el eslabón que me había tocado vivir. Yo soñaba con… Digamos con ir a Madrid, tener riqueza y ser el más importante visir, así crecí y monté mi propio imperio, poco a poco, con tiempo, y he 298 http://www.antoniojroldan.es sentido sofoco, pero disfruto mientras lo cuento. Buscaba fama en un principio, si lo niego miento –mientras se movía al ritmo de la música sus manos se pasaban “el micrófono”. »Digamos que mi vida ha tenido momentos picantes, como el pimiento; añádelo al puchero y espera un momento. Observas que para que quede bueno lo has cortado en taquitos, como si estuviera en mi alma, a trocitos, generando mi íntimo mito. »Ahora observa el arroz. Le das sabor con cada una de las especias, pero sin ellas no es nada, como una cateta en la ciencia; comprémoslo con inteligencia, a nuestra manipulable conciencia –Amir invadía el espacio de su interlocutora para dar énfasis a sus palabras, pero sin llegar a tocarla. »Sé improvisar sobre diversos temas, me guío por mi corazón y genero mis lemas cada vez que me siento solo… Escribo sin problemas, apago el fuego que se quema, se te ve a leguas la cara de empanada que se te queda cuando escuchas mis poemas. Tengo sobre mi vida diversos teoremas. »Observo esos guisantes y, la verdad, es que tengo millones de ellos que valen más que un diamante. Ahí queda mi estilo, flamante e invulnerable, en su punto, apagando el fuego – abrazó unas llamas invisibles para ahogarlas con sus palabras robando el oxígeno y tomando una bocanada de aire a modo de conclusión–. He mostrado lo que tenía en mente, batiendo tu ego y me ha salido perfecto. 299 http://www.antoniojroldan.es »Esta es mi receta y la guardo en secreto –abrió ceremoniosamente los brazos, esperando el aplauso del público, que en este caso se resumía en una divertida Zahra. –¡Es genial, Amir! Te debo una hamburguesa, te la has ganado. –Contaba con ello –retomó el trabajo. –¿Cómo puedes tener esa imaginación? Y, sobre todo, esa agilidad mental. Yo no me veo capaz, de verdad… –Mucha práctica, chica. Además, estoy ensayando para una batalla de gallos el día cinco de enero. Estás invitada. –¿Qué es eso de los gallos? –Es una pelea en la que dos freestylers, improvisadores como yo, compiten para derrotar al rival. Hay que usar rimas, seguir la música que te ponen manteniendo el flow, es decir, que tus palabras armonicen con la melodía sin atascarte y evitando las muletillas. Siempre tienes frases preparadas para que te sirvan de base, pero debes estar muy concentrado. –Suena interesante. Ojalá pueda ir, pero ya sabes que aquí en España hay muchos preparativos ese día. De todas formas, me lo recuerdas, ¿vale? Cuando Nico pasó el control de seguridad del Museo de la Ciudad, comprobó que era de los pocos madrileños que iban a dedicar la mañana a aprender la historia de su villa en vez de consumir de forma sincopada por las calles del centro. Tomó el 300 http://www.antoniojroldan.es ascensor a la tercera planta y dirigió sus pasos, cuaderno en mano, hacia una sala en la que se recreaba la capital de España en tiempo del dominio árabe. Alrededor de una maqueta de una casa de la época, los paneles mostraban lo que fue la situación de la Almudena, la Medina y los Arrabales, así como los sucesivos recintos árabes de Madrid en los siglos IX y X. Cerca de allí, un mosaico, como el que se usaba en el centro de la ciudad para indicar los topónimos de la calles, recreaba a tres habitantes de la época, ataviados con los ropajes de entonces, examinando una de las numerosas cuevas que existían bajo el barrio árabe. Como era de esperar, el restaurante Hatshepsut se encontraba inmerso en lo que fue la Morería tras la calle Segovia. La historia del aljibe tenía sentido por la situación del local. Sin embargo no encontró datos sobre Maslama, el motivo principal para visitar aquel lugar. Tras consultar unos mapas antiguos, se dirigió a uno de los vigilantes del museo y le preguntó por el astrónomo Abu alQasim Maslama, poniendo una pose de lo más intelectual, como si en vez de ser un estudiante de secundaria fuera un profesor universitario en busca de datos para una investigación. El vigilante lo observó detenidamente y lo invitó a seguirlo hasta la biblioteca. –Matilde, por favor –dijo el vigilante a la bibliotecaria, que miraba al joven con curiosidad–. Aquí el caballero –Nico percibió cierta guasa– se interesaba por Maslama de Madrid. No sé si tendrás algo para mostrarle. 301 http://www.antoniojroldan.es –Gracias. Ya me encargo yo. Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte? –Necesito información para un… Un trabajo de educación para la ciudadanía sobre Madrid y he pensado hacerlo sobre Maslama. –Maslama –recorrió con la mirada la estancia–. Bueno, realmente era madrileño, pero todos sus trabajos los hizo en Córdoba. Quizás por eso no has visto nada en el museo. Si buscas en internet encontrarás muchas referencias. –Ya… –En algunos de estos libros –se giró hacia las librerías– existen citas sobre Maslama y su época. ¿Sólo quieres su biografía o necesitas algo más? –Si tuviera algo sobre el barrio árabe de Madrid, sería realmente genial. Sin embargo… –Matilde inclinó la cabeza mostrando interés para animar al joven a aprovechar los recursos del museo–. Si tuviera el libro titulado “Picatrix” sería estupendo. –¿Pica qué? –Picatrix. Acabado en x. Es uno de los libros que escribió Maslama. –Me resulta vagamente familiar. Aguarda –acercó la silla al ordenador. Minutos después sonrió satisfecha–. Tienes suerte, porque hay una edición en eBook que circula por la red. Te anoto en esta hoja el enlace –tomó un pósit–. Si fuera para una tesis te 302 http://www.antoniojroldan.es diría que la traducción nunca es fiable, pero para secundaria… – observó detenidamente a Nico–. De todas formas no sé si el contenido de este libro se ajusta al programa de tu asignatura –el muchacho sonrió mientras se ruborizaba levemente–. También te voy a imprimir una página del periódico ABC del 18 de mayo de 1962 que habla sobre Maslama citando ese libro. –Es usted muy amable, gracias. –No hay de qué, chico. Espero haberte sido de utilidad – le entregó la hoja del periódico con la dirección para bajarse el libro pegada en una esquina. Cuando Nico llegó a casa se fue corriendo al ordenador para acceder a la copia del Picatrix. Al principio sintió un leve desencanto porque deseaba toparse con una edición antigua, algo así como un libro decorado con simbología del universo de Tolkien, pero aquel archivo no era más que una copia realizada con un procesador de textos de una traducción de un tal Marcelino Villegas en 1978. En la sencilla portada se leía esta frase: “Seudo Maslama el madrileño. El hijo es la esencia de su progenitor. Ben-Arabi”. Bajo el nombre del autor se adivinaba lo que parecía un grabado de una mano tocando una ventana de doble hoja y otra cita: “El fin del sabio y el mejor de los dos medios para avanzar”. El Picatrix constaba de cuatro tratados. El primero, de siete capítulos –tantos como planetas conocidos entonces–, explicaba la fabricación de talismanes. El segundo versaba sobre la astronomía y su influencia en la magia que nos rodea. El 303 http://www.antoniojroldan.es tercero retomaba la importancia de los astros en algo llamado “los tres reinos”, y el cuarto tratado recopilaba recetas mágicas de otras culturas. Según Nico iba avanzando en la lectura del primer tratado iba descubriendo un sinfín de hechizos para fabricar talismanes para lograr riqueza, amor, perdón, reconocimiento u otras aspiraciones terrenales. Fue en el capítulo 5 donde halló algunas relaciones entre la magia y el cielo, entre los cuales había uno muy similar al que Maslama trataba de confeccionar sobre el esbozo del mapa de Ptolomeo: “Haz dos talismanes en un ascendente fasto con la Luna en Tauro y también Venus, y escribe en la primera efigie 220 números pares o impares, y en la segunda otros 284 pares o impares. Luego colócalos abrazados, entiérralos cerca uno del otro, y habrá amor eterno, reforzándose el mutuo cariño. A este talismán se lo conoce como el de los números del querer”. Un reconfortante calor comenzó a consolar el corazón entristecido del muchacho. Aquello era un absoluto dislate, pero estaba decidido a ofrecer su amor a la luna y a recoger toda su energía en uno de aquellos talismanes. Entró en internet para buscar las próximas fases de la luna. Estaba de suerte. Durante la víspera de la nochevieja la luna llena iluminaría Madrid para ser testigo de su promesa de amor por Sonia. Gracias Maslama, eres todo un amigo. 304 http://www.antoniojroldan.es Los aprobados “in extremis” de Zahra supusieron un bálsamo en la relación con su madre y un inesperado crédito para disfrutar de las vacaciones con los deberes hechos. Estaba agotada tras las últimas semanas de estudio y trabajo en el restaurante, condimentadas –como diría Amir improvisando sobre su puchero– con las peleas de Nico y Sonia. Quizás había llegado el momento de recompensarse a sí misma con un merecido premio. ¿Por qué no? No se perdía nada con intentarlo. El despacho de Marta era un maremágnum de papeles, muestrarios y cables. Sumergida en sus pensamientos, la madre de Zahra se las veía y deseaba con una hoja de cálculo en la que anotaba los gastos del Hatshepsut. –Deberías ponerte las gafas, mamá. Acercas mucho la cara a la pantalla. –Casi es mejor no verlo –levanto la mirada fugazmente–. Nunca supuse que costaría tanto emprender un negocio de este tipo. Al menos la crisis suaviza un poco los costes, pero aún así me estoy pasando un poco del presupuesto. –¿Cuándo traerán las mesas del comedor? –¡Puf! Ahora con las fiestas… Me temo que para después de Reyes. En principio se podría abrir en febrero, pero todavía no estoy segura. –En ese caso… –Marta observó cuidadosamente a Zahra, adivinando que había sucumbido a alguna trampa adolescente. –¿Sí? 305 http://www.antoniojroldan.es –¿Por qué no celebrar aquí la Nochevieja? Podrían venir tus amigas y los mías. Incluso Amir prepararía algunas cosas en plan ensayo general. Sería como en las películas, un pequeño avance del argumento con algunas pinceladas de… –Estás loca, hija –siguió con sus cuentas como si Zahra no estuviera allí. –Entiendo, no te apetece… –¡Carguen los cañones!–. De todos modos ya tenía otro plan –¡Apunten!–. ¿Te acuerdas de Silvia? –Marta asintió mecánicamente mientras consultaba el menú de ayuda del programa–. Seguro que sí, es aquella a la que echaron tres días por hacerse unas pellas –¡Prendan las mechas!–. Resulta que me ha invitado a la fiesta de su primo, el de bachillerato, ese que tiene una moto y que suele parar en la plaza. ¡Va a ser la bomba! –¡Fuego a discreción!. –No sé qué película te has montado, pero yo no te he dejado ir con esa gente. –¿Cómo? –La estrategia del mal menor estaba dando resultado–. O sea, que ni puedo organizarla yo ni acudir a la de los demás. No sé para qué me he esforzado estos días… –Zahra… –…Aprobando todo, limpiando la cocina con Amir,… –Zahra, ¿me escuchas? –…Explicándole las dichosas matemáticas a David,… –¡Vale! Está bien. Déjame que lo piense. 306 http://www.antoniojroldan.es –¿Lo harás? –Se acercó a abrazar a su madre teatralmente. –Aún no te he dicho que sí. –Yo me encargaría de prepararlo todo, comprar las bebidas, decorar el local… –¿Puedo terminar lo que estoy haciendo? –Claro. –Gracias. Zahra se alejó victoriosa hacia la puerta, mientras su madre la observaba con una media sonrisa esbozada entre el cansancio. Había caído en sus redes como una novata, señal de que necesitaba descansar tras una larga jornada. Dejó el ordenador, apagó la luz y se dirigió hacia la salida. Una máscara de Tutankamon, hecha toscamente con escayola, la observaba con cierto bizqueo desde un estante. Cerró la puerta y contempló el luminoso apagado: Restaurante Hatshepsut. Lo fácil que hubiera sido adquirir una franquicia de una pizzería, sin tantos líos ni quebraderos de cabeza. Caminó hacia el coche, donde la aguardaba su pavita particular escuchando el mp3 y tecleando el móvil. –¿Ya te lo has pensado? –Marta se puso el cinturón y arrancó el vehículo sin contestar–. Va a ser la mejor nochevieja de la historia, mamá –y le estampó un sonoro, e interesado, beso a modo de postrero soborno. 307 http://www.antoniojroldan.es A pocos metros de allí, oculto tras un parabrisas tintado, Martín archivaba la última grabación de datos y voz que su roedor informático había emitido en la última hora. Hacía mucho frío en aquel barrio, pero estaba convencido de que la paciencia, que le faltó en Albaidalle, sería la clave de su desquite. Según Marta y Zahra enfilaban la calle Segovia en dirección a casa, un mensaje entró en el móvil de la joven: Hola, compañera de espeleología. Estas vacaciones me voy a Bilbao con mi familia a visitar a una hermana de mi madre. El día 5 de enero hacemos noche en Madrid. Me pondré un lacito y seré tu regalo de Reyes. Besos. Rai. 308 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 26 La fiesta Sentada en el banco de la plaza, Sonia esperaba a su mejor amiga, con un carrito de la compra a rebosar de cotillones comprados en la “tienda de los chinos”, lo cual la molestaba más que la impuntualidad de Zahra, por la estampa de maruja precoz que ofrecía a los abuelotes que tomaban el sol. Así que se consolaba en su soledad releyendo una y otra vez las sandeces variadas que le estaban llegando vía móvil a modo de felicitación de fin de año. Feliz año tía. Aún faltan muchas horas, pero estoy llamando primero a las que no se comerán una rosca en el 2010. Besos Ana. Una gracia tremenda –pensó Sonia–. Para morirse. Que en el 2010 tengas sexo, que los ángeles ya se sabe. ¡Feliz entrada! Pedro –patético–. En esta noche especial que reine el amor y que todos tus sueños… No aguantó más. Se levantó del asiento y dio unos pasos para calentar las piernas. Una silueta conocida bajaba hacia ella. Estaba claro que el día prometía bastante. –¡Hola! –dijo Nico bajando la mirada–. ¿Aún no ha llegado Zahra? –Era obvia la respuesta. –Pues no –aquello tenía cierto tufillo a encerrona. Sonia no sabía que Nico iba a ayudar en los preparativos. Una cosa era asumir que entrarían juntos en el nuevo año y otra muy distinta 309 http://www.antoniojroldan.es pasar la mañana colgando serpentinas mano a mano–. ¿Vienes para lo de la fiesta? –Igual que tú, ¿no? –El chico se sentó en el banco fijando la mirada en el carro estampado. Un silencio espeso se hizo entre ambos–. Has comprado muchas cosas. –Mira, ahí viene esta pesada –Sonia se alejó del banco caminando con celeridad en busca de Zahra. Nico se quedó quieto confortado por el dulce aroma de la que había sido su chica fugazmente–. Tía, ¿qué pinta Nico aquí? –¡Hola Sonia! Lo mismo que tú. –Me podrías haber avisado, ¿no? –Pero si os veis todos los días en el colegio, ¿qué más te da? Además hay mucho que hacer –hizo un gesto al chico para que se acercara a ellas–. ¿Habéis esperado mucho? –Nico negó con la cabeza e hizo un amago de llevarle el carrito a Sonia, a la cual no le hacía nada de gracia aquellos típicos gestos de machito, por lo que le lanzó una mirada desafiante. Cuando llegaron al Hatshepsut, el cierre estaba levantado y Amir se encontraba ya trabajando en la cocina, con la expectación e ilusión de su debut en sociedad. Tan sólo acudirían algunas amistades de Marta, que habían prometido pasarse a lo largo de la noche, y unos quince compañeros de clase de Zahra, dispuestos a imaginar que se encontraban en una macrofiesta de esas que se anunciaban por las calles. Un público variado y exigente para empezar. 310 http://www.antoniojroldan.es –¡Buenos días, Amir! –dijo Zahra asiendo al cocinero por el brazo para presentárselo a Nico, que ya andaba algo mustio, y a Sonia. –Encantado de conoceros –hizo una leve inclinación de cabeza y prosiguió picando una cebolla. Sonia miró intencionadamente a Zahra, arqueando las cejas mientras observaba el final de la espalda de Amir bailando al ritmo de la música. El gesto no pasó desapercibido a Nico, que salió de allí rápidamente murmurando entre dientes. –Vente Sonia, que tenemos que ir a buscar a Susanita… –¿Susanita? –Era la palabra mágica de las dos amigas–. Por supuesto. Ya en el comedor, Zahra ofreció una silla a Sonia y se aproximó a ella. –Adivina quien viene la semana que viene. –Ni idea. –¡Rai! –¡Tía! ¿Y eso? –Él y su familia van a pasar por Madrid y convenció a sus padres para pernoctar aquí y ver el ambiente navideño. Sólo serán unas horas, pero podremos vernos –el tono de Zahra no era lo eufórico que esperaba Sonia. –No te veo muy entusiasmada. –Tengo muchas ganas de verle, pero… 311 http://www.antoniojroldan.es –Pero… –Recuerda que sale con una chica en el pueblo y que quedamos como buenos amigos. No sabré como comportarme. –Igual que lo harías con Nico, ¿no? –Zahra movió la cabeza ante la sonrisa irónica de Sonia. –No es lo mismo y lo sabes. –Mientras lo sepas tú, loba mía… Estás enganchada a un tío que no dudó en meterte en un lío de pelotas y que ahora se lo pasa pipa con fulanita de tal. Se viene a ver a los Reyes Magos a Madrid y les pide un triciclo, un disfraz de Spiderman y un rollito con su amor de verano, mientras que la legítima deshoja una margarita en la cancela de su casa pensando que su cariñito está devorando los kilómetros pensando en ella. No irás a caer en la trampa, ¿verdad? –Como te pasas… –Dime en qué me equivoco y lo retiro. –Anda, ayúdame a inflar los globos para la fiesta. –Para globo el que tienes en la cabeza. Sentado sobre unas cajas de refresco, Nico observaba al gatito de Zahra acurrucado en su cesta del almacén. Adoraba a aquel bicho porque le hacía evocar los días felices con Sonia en Glastonbury, cuando durante un breve lapso de tiempo creyó haber besado a un hada que lo embrujó para siempre. 312 http://www.antoniojroldan.es Se acercó a Avalon y este saltó en dirección a una portezuela que comunicaba con la escalera de las viviendas del bloque. Nico lo siguió, temiendo que se perdiera por aquellos recovecos, pero el animalito se había vuelto muy ágil desde el verano y apenas podía alcanzarlo. Trepó por los peldaños hasta alcanzar la última planta con Nico pegado a sus pezuñas. –¿Quieres pararte de una vez? –Finalmente lo atrapó cuando se disponía a colarse por una ventana que debía conducir al tejado –. ¿Dónde te crees que ibas, bribón? Cuando Nico iba a regresar al restaurante, observó unos escalones de madera carcomida, que se encaramaban en dirección a una trampilla por la que se vislumbraba la luz del exterior. Dicen que la curiosidad suele matar al gato, pero esta vez sólo le indicó un camino. Con una mano sostuvo a su cómplice y con la otra corrió el pasador de hierro, que cedió con alguna dificultad. El resplandor del sol le cegó por un instante. Se encontraba en una pequeña azotea, casi cubierta por la nieve, en la que una antena de televisión amenazaba con desplomarse sobre el tubo de ventilación de la cocina de Amir al menor golpe de viento. Avalon maulló de vértigo cuando Nico se asomó a la calle para contemplar el hermoso paisaje invernal de Madrid a través de una reja mohosa, a modo de quitamiedos, por la que se enredaban los cables que bajaban. Sacó un papelito que llevaba en el bolsillo en el que se leía “Luna llena. Día 31 de diciembre a las 19:14”. Su rostro se iluminó. Si aquella era la noche escogida para hacer su conjuro de amor, ¿por qué no hacerlo allí, cerca de ella durante la fiesta de nochevieja? Avalon maulló aprobando su 313 http://www.antoniojroldan.es decisión. Sólo faltaba un pequeño detalle por resolver. Con el pié removió los restos de nieve para ver de cerca el suelo. Se trataban de unas losetas bastante antiguas, muchas de las cuales estaban resquebrajadas y mordidas por el hielo y el paso de los años. Fue probando con todas hasta que una de ellas cedió con poco esfuerzo dejando al descubierto una placa de mortero que se desmenuzaba fácilmente con los dedos. Sacó unas llaves del pantalón y rascó hasta confeccionar una pequeña oquedad de unos dos dedos de ancho, donde colocó dos monedas de euro. A continuación la ocultó con la loseta y advirtió satisfecho como está encajaba a la perfección. De nuevo la retiró, para sacar las monedas, y la dejó en su sitio. –Avalon, me has traído mucha suerte. Eres un gatito muy valioso –ambos abandonaron la azotea y regresaron al restaurante. Desde la calle desierta llegaban los ecos de los cohetes y las tracas de celebración por el año nuevo. Tras los cristales empañados del Hatshepsut se adivinaban las siluetas de los invitados a la fiesta, la mayoría gente del colegio. Marta departía con unas amigas y saboreaba los aperitivos egipcios de Amir presentados con suma cortesía por Tarek. David pasaba el rato jugando con su videoconsola de bolsillo y ejerciendo de discjockey improvisado, atendiendo las peticiones de los colegas de su hermana Zahra, que andaba entretenida ejerciendo de anfitriona ante sus amigos, delegando parte de la tarea en su “jefa 314 http://www.antoniojroldan.es de relaciones públicas”, cargo que ostentaba Sonia enfundada en un trajecito negro que dejaba las piernas libres para bailar y, de paso, para volver loco a Nico, que se perdía una y otra vez en el camino que iba desde el tobillo a los muslos. Lo mismo le pasaba a Álvaro, un chico de bachillerato, que se acercaba una y otra vez a la zona de influencia de Sonia siendo ignorado repetidamente. Eventualmente las miradas de los dos galanes se cruzaban entre canción y canción, retándose a un duelo invisible cual leones subastando a una hembra. Zahra iba y venía a la cocina para darle alguna vuelta a Amir, nervioso en su primera velada. –Está todo exquisito, Amir. Te has lucido en tu gran día. –Gracias amiga. Gran parte del merito es de Tarek, ya sabes. Prueba esto –le mostró una especie de croquetas verdes–. Son rollitos de arroz y carne envueltos en repollo –Zahra probó uno de ellos–. Algo picantes… –¡Guau! Están deliciosos. Escucha Amir, si ya has terminado, ¿por qué no vienes a bailar un poco con nosotros? –No sé si tu madre… –Zahra lo tomó de la mano. –¿Qué dices? Está tan contenta con la comida que has preparado que seguro que te sube el sueldo. ¡Vamos! Cuando Sonia vio llegar a su amiga, acompañada de Amir, se desplazó hacia ambos girando sobre sí misma al son de la música. La maniobra no pasó desapercibida a Álvaro y Nico. Hasta el cocinero iba a competir con ellos. Aquella fue la gota que colmó el vaso para Nico, por lo que el muchacho se alejó en dirección a la puerta del almacén para jugar su última carta 315 http://www.antoniojroldan.es conjurando a la luna con la ayuda de Maslama y su tratado de magia. Sonia se percató, con el rabillo del ojo, de la huída de Nico y, por un instante, dudó sobre lo que debía hacer, pero justo en aquel instante Amir puso un disco de música árabe en la cadena para enseñarles unos pasos egipcios a Zahra y, de paso, al resto de la concurrencia, que observaba con curiosidad la irrupción del egipcio. El baile propuesto por el cocinero permitía cogerse de la cintura participando todos juntos, Tarek incluido, que hacía muchos años que no ejecutaba aquellos pasos. Marta y sus amigas reían con ganas viendo al grupo de adolescentes rodeando a Tarek, el cual procuraba recuperar el tiempo perdido recordando tiempos más jóvenes. Finalizada la canción, Amir tomó a Zahra y trató de ejecutar con ella una danza en la que ella giraría y se movería de izquierda a derecha, a la vez que simularía levantar el vuelo de una falda. Al principio la contemplación del cisne egipcio y la pata española causaron las risas de todos los asistentes y más de una grabación de móvil para inmortalizar aquel momento tan divertido. Poco a poco Zahra logró acompasarse con él y se fueron formando nuevas parejas para imitarlos. A pesar de la música y las risas, Marta pudo escuchar el sonido del teléfono de su despacho. Por un momento su cara se ensombreció temiendo que algún vecino estuviera molesto por la música y hubiera llamado a la policía, porque poca gente conocía aquel número y nadie, salvo los presentes, podría imaginar que estuviera en el restaurante a aquellas horas. 316 http://www.antoniojroldan.es –¿Diga? ¡Ah! Eres tú… Zahra seguía rodando en torno a Amir y, en una de las vueltas, creyó ver a su madre hablando por teléfono. Estaba demasiado seria como para tratarse de una felicitación de año, por lo que agarró a Sonia por el codo y la invitó a ocupar su lugar, lo cual hizo añadiendo un poco más de sensualidad a los movimientos de su predecesora. Marta vio a su hija acercarse y le hizo un gesto tranquilizador. –Es para ti, hija –y salió del despacho con el rostro cansado. –¿Quién es? –Soy papá, Zahra. –¡Hola! ¿Cómo estás? –Te oigo muy lejos… Me encuentro bien, gracias. Sólo llamaba para desearte feliz año, ya sabes. –Igualmente. –Hacía mucho tiempo que no escuchaba tu voz –se sentía a alguien hablando en suajili al otro lado–. Estoy en una fiesta de año nuevo, en Baraza, un complejo turístico. Mañana llevo a un grupo de italianos en globo por la isla. No sé si llegarán a mañana, porque tienen todos unas moñas... Bueno, no te quiero aburrir con mis cosas. ¿Te lo estás pasando bien? –Sí, claro… La fiesta en el restaurante está siendo un éxito. Han venido Nico y Sonia, la chica de la que te hablé. 317 http://www.antoniojroldan.es –Suena genial –había tristeza y melancolía en el tono apagado de Víctor Saunders–. Quisiera compartir contigo momentos como ese. –¿Vas a venir pronto? –Su padre titubeó y finalmente suspiró. –Sabes que me gustaría, pero aquí tengo mucho trabajo, afortunadamente y, bueno, no depende sólo de mí. –No te entiendo papá. ¿No puedes tomarte una semana libre para venir a España? –Ojalá fuera tan fácil. Tenemos una buena racha… –Si me lo explicaras podría entenderlo, porque ya no soy una niña. –Lo sé, lo sé. Por eso quisiera que vinieras algún día conmigo, aquí, a mi casa… –¿Ir yo a Tanzania? –¿Quién sabe? Aunque esté trabajando, tú podrías acompañarme en mis excursiones y conocer a… Eso… Saber más de mi vida aquí. Tengo muchas ganas de verte, grumetillo. –Yo también, Capitán Haddock. –No te olvides de darle un abrazo de mi parte a Moawad. Me tranquiliza mucho saber que está con vosotras y que arropa a tu madre en el restaurante. ¡En fin! Oye, que no puedo estar mucho rato, que me ha dejado el teléfono el recepcionista, que es coleguita mío. Haz el favor de llamar a tu hermano… Por cierto, os mandé mi regalo de Reyes, espero que llegue bien. 318 http://www.antoniojroldan.es –Tú serías nuestro verdadero regalo, papá –al otro lado del auricular el silencio dejaba escuchar a los italianos armando jaleo. –Quizás el año que viene. Paciencia. –Vale. Un besote. Voy a por David. –Adiós, hija. Una enorme luna brillaba sobre Madrid cuando Zahra salió del restaurante para caminar sola por la plaza. Desde decenas de hogares llegaba la algarabía y las risas, mientras los petardos resonaban por las estrechas calles del barrio árabe. Se sentó en uno de los bancos helados y miró hacia el cielo, evocando las nocheviejas felices con toda la familia unida. Recordaba a su abuelo celebrando el cambio de año cada hora, adaptándose al horario de los países que había conocido en su vida y siguiendo los ritos propios de cada cultura. Miró el reloj: las tres y media. También en Glastonbury tía Margaret estaría en su altarcito hablando con la Diosa. Una silueta se acercó a ella, enfundada en un anorak rojo inconfundible. –Tía, ¿qué haces aquí? –preguntó Sonia–. Te he visto salir y me he preocupado. ¿Era tu padre el que ha llamado? –Sí. –Lo suponía. Sonia rodeo a su amiga con el brazo y la acurrucó sobre su pecho. Ambas quedaron en silencio mirando hacia el 319 http://www.antoniojroldan.es restaurante. Se lo estaban pasando muy bien y no iban a dejar que los hombres les aguaran la fiesta. No muy lejos de allí, en la azotea, Nico las observaba deseando ser en aquel instante el motivo de las confidencias entre Zahra y Sonia. Su mente racional había sido doblegada por el corazón y se disponía a jugar con las fuerzas de lo desconocido para recuperar el amor perdido. 320 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 27 El conjuro a la luna Aunque había descendido mucho la temperatura, Nico no supo – o no quiso–, explicarse el origen de su temblor cuando retiró la baldosa. Sacó de su bolsillo las dos fichas de madera, una blanca y otra negra, que había sustraído de un juego de las damas que conservaba en el trastero de su casa. Sobre ellas, ayudándose de una navaja, había grabado el número 220 junto al nombre de Sonia en la blanca, y el 284 con el suyo en la negra. Tal y como había leído en el Picatrix, debía colocar ambas fichas abrazadas, así que puso el reverso de su ficha sobre la de ella y las depositó con delicadeza en el pequeño espacio. Junto a ellas necesitaba algún objeto que perteneciera a Sonia, pero no encontró ningún recuerdo que cupiera en aquel diminuto espacio, por lo que optó por doblar una copia de la fotografía de Sonia en el Tor. Luego miró hacia la luna llena y entonó la frase que había traducido Tarek de la caja que contenía el amuleto del amor eterno: “En el nombre de Dios, cuya luz muestra lo que hay tras los velos. Que de la nada hace surgir la existencia de las criaturas y las cosas. Que es la fuente del día y la noche, y de cuyo poder surge el destino de los hombres”. Situó la loseta en su sitio y sonrío al 321 http://www.antoniojroldan.es cielo. Un soplo de aire frío lo invitó a regresar abajo. Aunque en el fondo reconocía que todo aquel rito no era más que un juego para consolar su alma entristecida, le pesaba la sensación de haber fracasado ante un revés emocional no resuelto. –Hay que joderse… –dijo para sí según bajaba la escalera–. Aquí jugando como un crío. Entonces apareció ella. –¿Qué hacías ahí arriba? –preguntó Sonia. –Nada –¿Estaba funcionando el encantamiento? Tenía que ser una casualidad. –¿Nada? Esta es la fiesta de Zahra y tú su mejor amigo, así que no te amuermes, ¿quieres? –se volvió y descendió unos peldaños mostrándole el camino. –No. –¿Cómo qué no? –Retrocedió y se aproximó a él desafiante–. No te entiendo... Sé que todo esto es por mí, y créeme si te digo que lo siento de veras, pero no puedes encerrarte así en ti mismo. Si no lo haces por ti hazlo por nosotras. –¿Por vosotras? –Sí Nico. Te queremos mucho y te necesitamos a nuestro lado como antes. Para mí eres un tesoro que quisiera conservar – Sonia giró la cabeza hacia la azotea, ocultando sus ojos emocionados–. Somos muy jóvenes y, como dice la tutora, estamos cambiando cada día. No somos los mismos de 322 http://www.antoniojroldan.es Glastonbury ni los mismos que entraron hace unas horas a la fiesta. Debemos crecer, mirarnos en el espejo cada día para reconocernos, y eso requiere tanto esfuerzo –tomó con cariño las manos del muchacho–. Ni siquiera sé si me quiero a mí como para saber lo que siento por ti. ¿Me entiendes? –Yo sí lo sé. –No es tan simple –se separó con cuidado de él y dejó que una lágrima furtiva se escapara de sus ojos. Para no mostrar debilidad ante él se alejó en dirección a la azotea–. Déjame un rato sola, ¿quieres? Así que eso era todo. El poder del talismán, o la euforia de la fiesta, había posibilitado que Sonia acariciara el alma de Nico, mostrándole sus emociones como quien contempla una estrella fugaz. Quizás ella tuviera razón, pero también sus palabras animaban a vivir el momento. Carpe Diem. Entonces miró hacia arriba y adivinó la sombra de Sonia, esculpida por la luna, derramándose entre la oscuridad y tocando con sus dedos su rostro, y supo que ella lo esperaba, y que la magia del Tor todavía era dueña de su voluntad, por encima de cualquier encantamiento o hechizo. –Soy un perfecto memo –y galopó sobre la escalera en busca de ella. De espaldas a la puerta, el cuerpo de Sonia se recortaba inmerso en el resplandor lunar, mientras dos diminutos pajarillos parecían revolotear tras ella. Algo no cuadraba en la escena. Miró hacia el suelo y se sorprendió al encontrarse el refugio de 323 http://www.antoniojroldan.es sus amuletos abierto, mostrando tan sólo unas cenizas humeantes de lo que fuera la imagen de Sonia. Ni rastro aparente de las dos piezas de madera. A no ser que… No, no eran dos pajarillos los que flotaban en el aire, sino dos pequeños discos sostenidos en el vacío, como plumas acunadas por un aliento invisible, una presencia que se intuía en el ambiente. Con un rápido movimiento reflejo, Nico atrapó una de las fichas, provocando la caída inmediata de la otra y el inesperado desvanecimiento de Sonia. Apenas tuvo tiempo de sujetar su cabeza para que no se golpeara. Su rostro estaba tan blanco como el día de Stonehenge, pareciendo que las hadas hubieran acudido a la fiesta de Zahra para tomarse las uvas y volver a danzar en su círculo. Una nube negra oscureció más la madrugada durante unos instantes, tras lo cuales Nico observó atónito las dos fichas de madera en su mano. Los números seguían ahí, pero los nombres de los amantes habían sido borrados con fuego, dejando sus trazos carbonizados. La fiesta estaba en su apogeo cuando Zahra vio a Nico acercarse exaltado hacia ella, seguido de Sonia gritándole no sé qué de una paranoia. Estaba claro que no iban a dejarla en paz ni en nochevieja. –Han vuelto, Zahra –dijo el muchacho elevando el tono de voz para vencer a la música egipcia de Amir. 324 http://www.antoniojroldan.es –No le hagas caso. Es que ya no sabe que inventarse para que lo escuchen –aclaró Sonia. –Se ha desmayado, Zahra, y no recordaba nada. Como este verano. –Vale, callaos los dos de una vez. Vamos abajo para poder hablar. En el almacén olía a humedad, porque todavía estaba fresco el cemento. Zahra sentó a Nico sobre un cajón de frutas y a Sonia en un barril de cerveza, quedándose ella de pie frente a ellos, con los brazos cruzados y dispuesta a cantarles las cuarenta a los dos. –¿Sabéis? Empiezo a cansarme. En serio. Con lo bien que lo pasamos en tercero y este curso parece que está maldito… ¿No os dais cuenta? –Eso es lo que trato de decirle a Sonia, pero no me quiere escuchar. –¡No digas más tonterías! –gritó la aludida. –¿Qué es lo que os pasa? –Nico se acarició el cuello y mostró una mirada culpable que su amiga Zahra conocía muy bien–. Vale. Dime lo que has hecho. –Pues… ¿Recuerdas todo lo que me contaste sobre el mapa de Maslama? –Claro. –¿Qué mapa? –preguntó Sonia. 325 http://www.antoniojroldan.es –Lo que encontramos en el sótano. –¡Ah! Lo del señor árabe ese que guardaba tesoritos… –El mismo. ¿Qué pasa con eso, Nico? –He investigado lo de los números de la caja, así como otros encantamientos que Maslama recopiló en un libro. Había uno de ellos que hacía referencia a los números 220 y 284. Se llamaba talismán del amor eterno… –No me lo puedo creer…–Sonia se levantó muy nerviosa, caminando sin sentido por la estancia–. No tienes remedio, tío. –Déjale hablar, ¿quieres? Sigue, Nico. El joven les contó todas sus andanzas, desde su visita al Museo Municipal hasta el momento en el que encontró a Sonia en la azotea. Las dos amigas lo contemplaron en silencio sin saber si reír o llorar ante la ocurrencia de Nico. Finalmente Zahra esbozó una sonrisa y miró alternativamente a la pareja. Sonia no parecía ver nada divertida aquella historia: –¿Me estás diciendo, perfecto melón, que me has hecho un encantamiento como si fueras una especie de brujo? ¡Por Dios! Estás peor de lo que pensaba… –No deja de ser romántico –añadió Zahra conteniéndose la carcajada. –Lo siento Sonia, de verdad. –Está bien –Sonia hacía un esfuerzo por centrarse y retomar el control de la situación–. Estábamos de fiesta, ¿no es así? Olvidemos todo lo que ha pasado y subamos a bailar – 326 http://www.antoniojroldan.es avanzó hacia la puerta y está se cerró con estrépito. Se acercó a girar el picaporte, pero estaba atrancado. –¿Qué pasa? –preguntó Zahra borrando de su cara la expresión divertida de antes. –No sé, la puerta… Entonces una brisa helada como el hielo cruzó el sótano desde lo que fue el aljibe hasta el techo, apagando la bombilla que colgaba de un cable polvoriento. Los tres amigos se quedaron de piedra. –¿Quiénes te han hecho la reforma? ¿Manolo y Benito? – preguntó con impaciencia Sonia. –Espera que saque el móvil –Nico encendió el teléfono para alumbrarse–. ¡Mierda! Debe estar sin batería. –Pues el mío tampoco funciona –descubrió Zahra extrañada–. No puede ser, si lo cargué antes de… El gritó de Sonia resonó en toda la estancia. La tenue luz que se colaba por la rendija apenas permitió a Zahra ver como su amiga se derramaba literalmente sobre la pared, deslizándose en un murmullo inaudible mientras Nico se abalanzaba entre la oscuridad al rescate de la chica. En cuestión de segundos la cabeza inerte de Sonia descansaba sobre los brazos de sus compañeros, que se preguntaban inútilmente qué estaba sucediendo. 327 http://www.antoniojroldan.es Entonces la luz regresó y un ligero crujido surgió de la cerradura de la puerta. Nico tenía razón. Sonia tenía la misma cara que cuando visitó el reino de las hadas meses atrás. La sopa caliente que Amir ofreció a Sonia le supo a gloria. Como en Inglaterra, la joven recuperó su buen color rápidamente, por lo que el cocinero los dejó solos entre los fogones y regresó a la fiesta. Zahra le recordó que no debía decirle a nadie que Sonia se encontraba algo mareada. –¿Y bien? –preguntó Zahra acariciando la cabeza sudorosa de Sonia –. ¿Qué ha pasado? –Nada. –¿Nada? –dijo Nico preocupado–. Sufriste otro desvanecimiento. Deberías ir al médico. –Estoy bien, de verdad –se le notaba impaciente y con ganas de zanjar el tema–. Álvaro traía una petaca y, bueno, tomé un buchito de alcohol. Eso es todo. –Álvaro es un imbécil –sentenció Nico-. Si tu madre se entera… –Luego hablaré con él –dijo Zahra retomando la conversación-. Pero ahora, dime, ¿por qué gritaste? Sonia dudó un instante y luego negó con la cabeza. –Fue el alcohol, tía. Nada más. El delirio ese… –¿De qué hablas? 328 http://www.antoniojroldan.es –Pues eso, que vi a la mujer esa, allí enfrente –Nico y Zahra se miraron sorprendidos. –¿Qué mujer, Sonia? –insistió Zahra. –Cuando estábamos en el sótano vi a una dama vestida con un traje blanco, muy lujoso, sentada en un trono. Junto a ella había otro trono vacío. Sus ojos estaban apagados, de un color gris perla, muy opaco. Se giró hacia Nico –el muchacho se removió inquieto en el taburete de la cocina– y extendió sus manos mostrando en cada una algo así como… –trató de dibujar algo en el aire con poco éxito–. No dejaba de pronunciar unas palabras en otro idioma. –Toma –Nico le tendió un bolígrafo y un cuaderno que usaba Amir para anotar las recetas de Tarek–, intenta dibujarlo. Sobre el papel fueron surgiendo dos semicírculos asimétricos de 180º, uno como una luna creciente y el otro menguante. –Luego juntó las manos y una esfera brillante me cegó ocultando tras ella a esa señora. –¿Qué decías que tenía la petaca de Álvaro, bonita? –dijo Zahra para quitarle hierro al asunto. –Esperad un momento –Nico se levantó y comenzó a pasear alrededor de la mesa de la cocina–. La oración del Corán. ¿Recuerdas lo que ponía en la caja de Maslama, Zahra? –La chica se encogió de hombros a la vez que abría los ojos indicándole inútilmente a Nico que abandonara el tema de una vez–. “La hora se acerca y la luna se ha partido en dos. Si ven un signo se desentienden y dicen: es magia persistente”. 329 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué es eso? –preguntó Sonia. –Se trata del milagro del fraccionamiento de la luna. Estuve leyendo algo sobre el tema cuando me documentaba para… –Nico se sintió avergonzado al recordar sus intentos de lograr el amor de Sonia mediante brujería–. Eso, ya sabéis, lo de las fichitas –se ruborizó ligeramente–. Se trata de un milagro del profeta Muhammad. Separó la luna en dos mitades exactas para demostrar a la gente que lo escuchaba que él era en verdad un enviado de Alá. Eso debía interesar mucho a Maslama, ya que era astrónomo. –Si no me he perdido… –comentó Zahra–. ¿Estás relacionando el conjuro de los amuletos con las dos mitades de la luna? –Algo así. Es como esos colgantes que representan un corazón dividido en dos partes y que encajan a la perfección. Dos mitades, dos números, dos discos… –Esperad, aprendices de Harry Potter –interrumpió Sonia con mal humor–. Os prometo no beber nunca más, ¿de acuerdo? –Sonia lleva razón Nico –concluyó Zahra–. Estamos como en Glastonbury, dejándonos llevar por la excitación de lo ocurrido. –Lo sé, ya sabes lo que pienso de estas cosas. Son todo supercherías. –Pues podrías haberte ahorrado la escenita de arriba, rico, que una ya es mayorcita como para que la engatusen con 330 http://www.antoniojroldan.es abracadabras y lunitas. Así que vamos a terminar bien la fiesta, gente. –Está bien Sonia, pero ahora voy a tener unas palabritas con Álvaro –y los tres se alejaron en dirección al comedor, desde el que llegaba el sonido de la alegría por el nuevo año. Sumido en la oscuridad de su habitación, Martín hacía un desesperado zapping buscando algún programa que no fuera un especial de nochevieja ni la película “¡Qué bello es vivir!”. Bebió un trago de la botella que había comprado en una tienda de alimentación, regentada por una familia de chinos que parecían ajenos a la algarabía de la capital. Su pecho latía con fuerza, como un animal que se encontrara ante un peligro del que sólo quedara una última oportunidad de escapar. Tomó el teléfono, cuya pantalla le iluminó los ojos enrojecidos, y marcó el número abreviado que tantas veces había usado antes de ser humillado en la cueva del senet. La bronca voz de Menéndez surgió de forma abrupta en su interior: –Creo que te dejé bien claro que no quería volver a saber de ti. No me digas que llamas para felicitarme el año, porque entonces pensaré que además de ser un inútil eres también un tonto del culo. –Perdone jefe, sólo quería… –No soy tu jefe, ni siquiera se me ocurre un motivo para no colgarte. 331 http://www.antoniojroldan.es –En cierto modo es verdad que llamo esta noche para darle un regalo de año nuevo. –No me toques las pelotas, ¿quieres? –¡Espere! Tengo algo sobre Marta Giménez que ni se puede imaginar –se hizo un silencio que Martín interpretó como una tregua. –Si es sobre el senet o el amuleto que lleva la niña, llegas tarde. Es un asunto que tengo pendiente, pero todo tiene su momento. –¿El amuleto? No, deje que le cuente… –Tienes veinte segundos para provocar mi interés. Veinte… Diecinueve… –La familia ha montado un restaurante en Madrid, algo sencillo, de temática egipcia, aprovechando algunos de los enseres de Albaidalle. –¿No querrás que vaya allí a cenar y a presentarles mis respetos? –Los he estado espiando y he descubierto algo que le puede fascinar a un coleccionista de mapas antiguos –se escuchó el suspiro de impaciencia de un aburrido Menéndez–. El inmueble está situado en el antiguo barrio árabe de Madrid. Durante la reforma encontraron una cajita con un boceto de un mapa, una copia en lengua árabe procedente de la traducción del planetario de Ptolomeo… –Querrás decir planisferio, burro… 332 http://www.antoniojroldan.es –Eso, planisferio. Creo que lo guarda bajo llave en el despacho de ella, en el restaurante. –No existen copias en árabe del planisferio de Ptolomeo, aunque sí creo recordar… ¿Cómo se llamaba el moro aquel de Córdoba? –¿Maslama? –Sí, Maslama, me suena ese nombre, pero ¿qué sabes tú de historia árabe? –Es el autor del mapa, eso entendí. –Escúchame bien, Martín. Si eso que me estás diciendo es cierto, ese mapa, o lo que quede de él, es único en el mundo. Me extraña que lo tenga Marta Giménez. –Ya le he dicho que estaban haciendo obras y… –¡Silencio! Déjame pensar… Conozco personas que pagarían miles de euros por ese trozo de papel. No sería difícil colocarlo. –Aunque la obra ha finalizado, el contratista no volverá hasta el día cinco por la tarde. Ese día Marta Giménez ha quedado con él para comentar los retoques de última hora. Supongo que Moawad estará con ella. –¿Cómo? ¿Todavía anda ese por España? –Así es. Ese día les haré una visita y me llevaré el mapa. –Bien, bien… Si lo consigues quizás me plantee de nuevo que trabajes conmigo –Martín apretó el puño en señal de 333 http://www.antoniojroldan.es victoria–, pero si vuelves a fracasar esta habrá sido la última vez que hablamos. –No le fallaré. Tendrá el mapa de Maslama en sus manos dentro de unos días. –Por cierto. Si te topas con la niña, fíjate si lleva el medallón de plata, el de los dos círculos que se cortan, como esos conjuntos que forman una intersección, aquello que vimos en matemáticas cuando éramos niños. Es una especie de amuleto pagano, relacionado con ritos de brujería. Me interesa. –Veré lo que puedo hacer. –Pero, sobre todo, quiero ese mapa. No me importaría quitarle el colgante a la niña con mis propias manos más adelante. –Muy bien. Gracias por esta oportunidad, señor Menéndez. –Ya lo sabes. Ni un error más –y colgó el teléfono. Saboreando una copa de champán, el coleccionista de arte observaba el mar tenebroso aquella madrugada destinada a nuevos propósitos. Recordó el día en el que perdonó a Martín como un momento de debilidad. ¿Quién le iba a decir que todavía le sería útil? Nadie se había burlado de él hasta la fecha y aquellos que lo intentaron tarde o temprano pagaron su precio. Las doce campanadas habían marcado la hora de pasarle factura a los Saunders. 334 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 28 La esencia enamorada Los primeros rayos de sol del 2010 se emboscaron en la estrecha calle de San Ginés, cuyos alrededores se habían transformado en un vertedero de vasos vacíos de chocolate y servilletas embarradas por el suelo. Nico caminaba delante de sus amigas, en dirección a la calle Arenal, pateando uno de aquellos vasos, mientras recordaba su patético intento de realizar magia en una azotea, acusando una punzada en su autoestima por haberse comportado como un niño pequeño, incapaz de asumir que le han birlado su juguete. Por si fuera poco, Sonia había cogido una pajita del mostrador y había salido a la calle usándola como varita mágica para perpetrar conjuros a diestro y siniestro, por lo que las risas de las chicas reforzaban su patetismo. –Muy divertido, ya lo sé. ¿Os queda mucho? –No sé. Aún no pareces una rana –comentó Sonia unos metros atrás agitando la pajita–, pero estoy en ello. Escucha Zahra: Ranus Nicolarus, que el poder de las dos lunas te transforme en batracio –las dos rieron con ganas. 335 http://www.antoniojroldan.es –Ja-ja-ja. Sois muy graciosas, me troncho. –No te mosquees, Nico –dijo Zahra–. Sólo es una broma. –La primera vez vale, pero ya os estáis rallando. Lleváis casi toda la noche con la chorradita. –La verdad es que algo verde si se está poniendo –añadió Sonia al ver el acaloramiento de Nico. –¡Bah! Déjalo ya. Eres nuestro príncipe –Zahra corrió hacia el chico y lo tomó del brazo, dándole un sonoro beso en la mejilla–. No te enfades, ¿quieres? –No me enfado, pero es que… Los alrededores de la plaza de Tirso de Molina eran un muestrario de zombies resacosos buscando su autobús o procurando no confundir cualquier sumidero con la boca de metro. Zahra sintió cierta inquietud por dejar a su amiga volver sola a casa. –Tranquilos. Hay mucha gente. En quince minutos estoy allí. ¿A qué hora quedamos para limpiar? –No hace falta que vengáis. Somos muchos. –No rica, que aquí todos pringamos. –Sonia, tiene razón. ¿Te parece bien a las cinco? –Bien, pero para dar una vuelta por el centro. –Ya veremos –dijo Sonia mientras comenzaba a bajar al metro–. Bueno gente, yo me abro, que estoy que me caigo. Luego nos vemos en el restaurante. 336 http://www.antoniojroldan.es –¿No quieres que te acompañe? –preguntó Nico adivinando en el gesto de impaciencia de Sonia la respuesta. Tras dejarla en Tirso de Molina, Zahra y Nico se dirigieron a la parada del autobús. Zahra seguía asida al brazo de su mejor amigo. Apoyó la cabeza en su hombro y observó su perfil mustio. –¿Cómo estás? –Ese sueño que tienen algunas personas en el que están desnudos frente al público, ¿te suena? –Ella asintió–. Pues mucho peor. He hecho el ridículo delante de ella. Siento tanta vergüenza que… –Nico, parece mentira que no la conozcas todavía –se detuvieron en la dársena de la línea de su barrio–. Estoy segura de que en el fondo a ella le ha halagado lo que has hecho… No sé, es muy tierno intentar conjurar a la luna por ella. –¿Tierno? Es lo más patético que he hecho en mi vida. –¡Anda! ¿Y es que los demás no tenemos un curriculum lleno de pifias? –Sonia no creo que haya hecho nada tan pueril como lo mío. –Me va a matar por contarte esto –dijo Zahra con ojos traviesos–. Todo sea por la causa… –¿El qué? –Con doce años Sonia se enamoró de uno de los cantantes de Operación Triunfo y fue con su abuela a la puerta 337 http://www.antoniojroldan.es del hotel durante la gira. Cuando los cantantes bajaban hacia el bus, todas las chicas gritaban histéricas delante de la cámara de televisión. Pues bien, días más tarde apareció en el programa, en hora de máxima audiencia, el vídeo del hotel en el que se veía a Sonia gritándole al fulano que era un tío bueno, con su abuela emboscada tras ella y una buena muestra de acné en la cara. –¡Qué fuerte! –El muchacho recuperó la sonrisa, no por la anécdota, sino por el esfuerzo de Zahra por animarlo–. No me la imagino. –Pues ya ves. ¡Cómo le digas que te lo he contado, te mato! –Ya viene mi bus –Nico miró con cariño a su compañera de tantas aventuras en la infancia y ahora portadora de sus secretos–. Eres lo mejor, Zahra. –Descansa. Luego nos vemos –y se dieron un abrazo de despedida–. ¡Feliz año, Mr Potter! –¡Feliz año, Hermione! Mierda. El metro enfilaba el túnel dejando el andén desierto. Sonia se aproximó inútilmente hacia el panel de horarios, sabiendo que en esas festividades la frecuencia de paso disminuía, y más en Año Nuevo. Resopló, añorando su cama para gozar de una siesta escandalosa, y se sentó a esperar. Frente a ella una pandilla de talluditos hacía el ridículo, con unos cuernos de ciervo adornando su cogorza, delante de una mujer 338 http://www.antoniojroldan.es que dirigía al grupo con los tacones en la mano. En aquel momento se imaginó a sus padres en actitud similar con sus amigotes en la sala de fiestas. De vergüenza ajena, como cuando sus profesores bailaban Grease en la gala del colegio. El metro se adentró en la estación para recoger a los tipos de los cuernos, devolviendo la tranquilidad a su espera. Silencio. Una parejita se sentó unos metros a su derecha, acurrucándose el uno en el regazo de la otra. Inevitablemente lo asoció a Nico, tan dulce y atento, pero con la madurez de una bellota cuando se trataba de gestionar sus sentimientos. A pesar de todo, si quisiera salir con un chico, lo elegiría a él, pero no era lo que necesitaba en ese momento. La vida se mostraba llena de oportunidades y experiencias nuevas, por lo que no deseaba llevar lastre por ahora. Los minutos pasaban. El eco lejano del tren acercándose surgía de las fauces del túnel. Entonces lo percibió. Fue algo fugaz, casi inapreciable, pero creyó notar que las puntas de unos dedos habían acariciado su cuello. Un escalofrío recorrió su espalda al comprobar que seguía sola en el banco. Giró la cabeza bruscamente por si alguna rata hubiera osado abandonar las vías para conocer mundo. Nada. Debía ser el agotamiento de la fiesta que se manifestaba en forma de hormigueo. La entrada del convoy era inminente, por lo que fue a incorporarse. Sin motivo aparente, su cuerpo estaba trabado sobre el asiento, como si sus músculos no obedecieran. La voz no le salió de la garganta cuando descubrió aterrada que decenas 339 http://www.antoniojroldan.es de manos blanquecinas, surgiendo del suelo y la pared, sujetaban sus piernas, hombros y brazos. El metro hizo su aparición provocando su liberación y precipitándola hacia las vías, quedándose a unos pocos centímetros del borde, por lo que el conductor tocó el silbato al pasar junto a ella. Sonia gritó y miró hacia el banco solitario. Entonces una nueva mano la sujetó del codo, a lo que ella reaccionó cayendo al suelo sin darse cuenta de que esta vez era el chico de la parejita, que se había acercado a ella al verla gritar. –¿Estás bien? –le dijo. –Sí, eso creo –y entró corriendo en el vagón. El conductor se asomó desde su ventanilla moviendo la cabeza en señal de desaprobación, dando por seguro que todo se debía a los excesos de la fiesta. Sonia se acomodó en una fila de asientos. Junto a ella viajaban los dos novios, que murmuraban sobre ella, y un hombre de mediana edad de gesto aburrido. El tren arrancó y prosiguió su marcha hacia la estación de Sol, con Sonia sujetándose la cabeza con las manos, reconociendo que en su interior algo no iba bien y que lo que le estaba pasando aquella noche no se debía al sorbito de la petaca de Álvaro. Algunos pensamientos funestos sobre su salud pasaron rápidamente por su mente, desde una esquizofrenia hasta el tumor cerebral, sin descartar la herencia genética de su bisabuelo, aquel que buscaba agua con un palito por el campo. Frotó sus ojos queriendo despertarse de aquel mal inicio de año, pero de nuevo regresó la pesadilla. 340 http://www.antoniojroldan.es Ahora Sonia se encontraba sentada en una tosca silla de madera coronada por una barra de metal a modo de asidero y girada en el sentido de circulación. Sobre ella una mortecina bombilla oscilaba dentro del farol de metal del techo. Una mujer, cubierta por una toquilla, de mirada perdida y fija en el suelo, sujetaba a un bebé en el asiento contiguo. Al fondo del vagón, un hombre vestido con un sucio uniforme, viajaba con la mano apoyada en una palanca de la pared, moviéndose al compás del traqueteo. Olía a pobreza y desinfectante. Se levantó sobreponiéndose al mareo que trataba de vencerla y observó como algunos campesinos armados la acompañaban en el viaje, así como otra madre enlutada con un chiquillo de la mano. En ese momento la débil iluminación de Sol penetró en el convoy como una diminuta posibilidad de escapar de la pesadilla. El tipo del uniforme hizo girar la palanca para abrir las puertas, dejando a la vista el desolador paisaje de decenas de refugiados de los bombardeos del bando nacional acampados bajo la bóveda protectora. Aunque se vislumbraba el letrero de la parada de Sol entre los enseres y los sacos, Sonia estaba convencida de no estar allí, al menos en el año 2010. Un murmullo, proveniente de los vomitorios de salida, fue en aumento hasta distinguirse el eco de una sirena, capaz de solapar en intensidad los chirridos del tren. Gritos, idas y venidas, sacos que pasaban de mano en mano atrapando a la joven en el inesperado tumulto de los ciudadanos que buscaban cobijo ante la caída de las bombas áreas. Corrió en dirección a la salida, siendo empujada y zarandeada por querer escapar hacia un infierno que ella consideraba al menos más real. 341 http://www.antoniojroldan.es Cuando Sonia logró alcanzar el hall, se topó con unas antiguas taquillas empotradas,, con sus verjas abiertas para facilitar que todas las personas pudieran alcanzar el andén cuanto antes. Una terrible detonación hizo vibrar el techo, mientras ella trataba de deslizarse por la pared para no ser pisoteada. Un miliciano, de rasgos difusos y borrosos, la cogió del brazo y le afeó su actitud por entorpecer la operación. –¿No has oído la alarma? –exclamó regalando a Sonia un amargo aliento a tabaco de picadura requemado. Cuando finalmente logró salir al exterior, un fuerte fogonazo la cegó, cayendo sin sentido al suelo. En su subconsciente creyó escuchar voces que se arremolinaban para ayudarla, gritando algo sobre un médico. Unas siluetas ocultaron paulatinamente la claridad del sol y entre ellas surgió la presencia dulce y sosegada de una mujer vestida de blanco que la tomó de la mano. La misma del sótano del restaurante. Su rostro, triste e inmóvil, se asemejaba al de una muñeca de porcelana desconchada, en la que un certero golpe hubiera partido la frente en dos. Unas palabras en árabe surgían de la boca sellada de aquella aparición, penetrando por el corazón de Sonia hasta transformarse en un mensaje comprensible para su alma: –Te extraño. ¿Dónde estás? ¿Por qué me has abandonado? ¿He hecho algo mal además de amarte? Sé que tus besos jamás me pertenecerán y entiendo que en tus ojos no me he de ver jamás, pero espero que no hayas dejado de quererme, porque sé que lo nuestro es imposible, pero verdadero. Aunque estemos lejos, 342 http://www.antoniojroldan.es siempre que quiera encontrarte, te buscaré donde eternamente estarás: en lo más profundo de mi lastimado corazón. Entonces Sonia sintió una bofetada en la mejilla y de nuevo los primeros rayos del amanecer quemando sus pupilas. Alguien estaba tratando de hacerla volver en sí, sin saber que en aquel momento la joven se encontraba totalmente consciente en algún lugar perdido entre el presente y el pasado. Los ojos cansados de un sanitario fueron los primeros que vio Sonia cuando recobró el conocimiento. –¡Vaya nochecita que llevamos! –le dijo– Hay que saber beber, guapa. La máquina bufaba mientras Amir preparaba los cafés. En una mesita de la esquina, Nico y Zahra observaban preocupados a Sonia, que permanecía con la cabeza escondida entre los brazos y apoyada sobre la mesa. Lo que les había contado era aún más difícil de creer que lo de la fiesta. –Nico tiene razón, tía. Debió sentarte mal algo que tomaste anoche y… No sé, el cerebro es un misterio. –De todas formas tendría que verte un médico –añadió Nico ante la reprobadora mirada de Zahra–. Lo digo por si tienes algún problema de azúcar o algo así. Sin moverse un músculo, Sonia emitió una especie de gruñido que venía a decir algo así como basta de chorradas y vamos a afrontar el tema de una vez. Con gran dificultad, la 343 http://www.antoniojroldan.es mirada ojerosa de Sonia asomó de su madriguera y miró alternativamente a sus amigos. –La culpa es tuya, Nico –y regresó a su estado inicial. –Esa es buena. Sigues empeñada en que el conjuro de magia árabe en la azotea es la causa de todo –dijo el muchacho sintiéndose abrumado. –Sonia, ¿desde cuando Nico es capaz de invocar a los fantasmas? Piensa un poco. Tiene que haber otra explicación – llegó Amir con la bandeja y se dispuso a servirles. De nuevo Sonia abrió el caparazón, pero esta vez levantó más la cabeza buscando a Amir, que regresaba tras la barra para seguir secando los vasos de la fiesta. Antes de que Sonia llamara al cocinero, Zahra adivinó sus intenciones. –¡Sonia…! –Amir, chato. ¿Puedes venir un momento? –No irás a… –Déjame un momento, ¿quieres? La tía del sueño hablaba en árabe, ¡y la entendí! Te puedo asegurar que no tengo ni papa de esa lengua. Además, llevo un buen rato escuchando vuestras opiniones y sigo pensando que el Maslama ese de los mapitas es el causante de todo –lanzó a Nico una mirada capaz de helar un soplete–. Bueno, sin menospreciar las habilidades de aquí, el abracadabrante Grandalf. –Dime Sonia –contestó Amir acercándose a la mesa. –¿Puedes sentarte un momento con nosotros? 344 http://www.antoniojroldan.es –Esto confirma que no estás bien –dijo Zahra acomodándose en la silla para asistir a la absurda escena que se iba a desarrollar. Amir escuchó con asombro el relato de Sonia, casi sin pestañear, procurando no perderse detalle alguno. Nico no paraba de marear el café con la cucharilla sin saber donde meterse. Cuando Sonia acabó, los tres miraron expectantes a Amir. Hasta el propio Avalon alzó el cuello desde su cesta para ver que se estaba cociendo allí. –No se debe jugar con los muertos –sentenció Amir–. Yo he oído historias pavorosas sobre jóvenes que creyeron que se podía conjurar a los antepasados para echarse unas risas con los amigos y luego sufrieron castigos terribles. –Si lo dices por lo de hacer el tonto con la ouija, por ahí hemos pasado todos –dijo Zahra procurando quitarle importancia a la opinión del cocinero. –En mi cultura existe gente capaz de invocar a las fuerzas del más allá, adueñándose de voluntades y logrando la capacidad de manejar el destino de las personas –susurró Amir mirando a su alrededor con aura misteriosa. –Si pretendes asustarme te diré que por aquí lo llaman mal de ojo y se cura con un par de ajos –dijo Sonia moviendo la cabeza impaciente–. Lo que quiero saber es si conoces alguna forma de comprobar si hay relación entre el hobby de Nico –el aludido depositó la taza con estruendo, sin argumentos para 345 http://www.antoniojroldan.es protestar– y la aparición de una mujer enamorada que se pasea por mi sesera recitando en árabe. –Yo no puedo asegurarlo, aunque ya te digo que mis mayores cuentan historias y... –¿Conoces a alguien que pueda ayudarnos? –interrumpió Sonia. –Creo que sí –de nuevo Amir bajó la voz para hacerse el interesante, pero no te saldrá gratis. Preparad un sobre con dinero a modo de ofrenda. –Mientras no me pida el alma... Esa carta la tengo reservada para aprobar la prueba de acceso a la universidad. –Se trata de un célebre oráculo que vive en mi barrio. –Genial, ¿nos llevarás? –preguntó Sonia –No me lo puedo creer –dijo Zahra con un tono responsable que se contradecía con su propia expresión ilusionada ante la aventura. –Genial. Si me ayudáis a limpiar este desastre os acompaño y damos un paseo hasta allí. Los vasos sucios y la perspectiva de visitar la guarida de un hechicero prolongaban la sensación de Nico de estar sometido a una penitencia por sus pecados contra la razón. ¿Quién le mandaría a él ponerse a jugar con la luna? 346 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 29 El mago de Lavapiés La antigua judería de Madrid era ahora un barrio mestizo, en el que convivían vecinos de decenas de países. Si tras la Guerra Civil Lavapiés se convirtió en un refugio para miles de personas, de avanzada edad y pocos recursos, sus viviendas en corralas también supusieron un techo donde cobijarse para muchos de los extranjeros que fueron llegando a la capital en los años ochenta, buscando rentas asequibles y locales baratos en los que emprender sus negocios. La noche estaba cayendo cuando los cuatro jóvenes salieron de la boca del metro. Amir hizo un gesto para que lo siguieran y se fue internando por las estrechas calles, donde el aroma de las especias, emanadas por los restaurantes, las tiendas de mayoristas y la acumulación de polvo en algunos portales, evocaban mercados míticos como Khan el Khalili de El Cairo o el Gran Bazar de Estambul, pero a una escala bastante más modesta, como si pasear por allí fuera un espejismo lejano construido en el recuerdo del pasado perdido de los comerciantes. Las postales de Lavapiés eran simples destellos de un esplendor oculto en la memoria de sus habitantes. Sin embargo, aquella colección de imágenes fugaces constituía el 347 http://www.antoniojroldan.es propio encanto del pequeño pueblo cosmopolita, emboscado junto al centro turístico de Madrid. La puerta del portal estaba entreabierta, rendida a cualquier intento baldío por incrustarle un nuevo cerrojo en su carcomida madera. Frente a ella, a la derecha, una escalera ascendía tan vertical como la de la casa de Ms Saunders en Glastonbury y, a la izquierda, un patio de vecinos donde sudaba la colada. Amir inició la subida al último piso, sin percatarse de las caras de sus acompañantes. Sonia procuraba no rozar ni la pared ni, mucho menos, tocar el pasamanos. Nico llevaba el móvil en la mano por si tenía que llamar urgentemente al número de emergencias ante cualquier derrumbe o eventualidad delictiva. Zahra sonreía recordando su entrada en la galería de la cueva de Albaidalle, poco más angosta que aquel pasillo por el que discurría la escalera. Pensó en Rai y en las horas que faltaban para que llegara a Madrid. Aquel reencuentro le causaba más intranquilidad que la visita al mago en aquel inmueble oscuro y extraño. –Bueno, pues hemos llegado –Amir se dio la vuelta para mostrar una puertecilla azul bajo la cual el cartero podría introducir un ladrillo certificado. Sobre el marco había dos peces azules mirando a una mano abierta. –¿Nos has traído a una pescadería? –preguntó Sonia con su brutal franqueza. –Son símbolos para atraer la suerte y evitar los malos espíritus –respondió Amir mientras llamaba con los nudillos. 348 http://www.antoniojroldan.es Una voz femenina respondió al otro lado y la luz se hizo en el lúgubre pasillo. Los ojos negros y brillantes de una joven, vestida con una chilaba, observaron a sus visitantes. Amir animó a sus amigos a pasar y a sentarse en el suelo cubierto de modestas alfombras coronadas por un círculo de cojines. En el centro un pequeño brasero de gas confortaba la estancia. Mientras la mujer pasaba a otra habitación, separada por una cortina, un niño, que estaba viendo una pequeña tele en un rincón, se acercó a los visitantes para hacerles preguntas. No tendría más de cinco o seis años. –¿Cuál es tu nombre? –le dijo a Zahra. Ella le contestó– Es un nombre árabe. El mío es Asalah. –Es muy bonito, Asalah. Luego se volvió a Nico, que permanecía con la antena detectora de peligros en alerta roja, y le hizo la misma pregunta. –Yo soy Nicolás, pero me llaman Nico. –Es muy raro tu nombre… –y regresó riéndose con su hermano. La mujer que los había recibido volvió con una bandeja de té y unas pastas. Resultaba extraño recibir aquel agasajo en un lugar tan humilde. Amir les explicó la importancia que tenía la hospitalidad en su cultura, por encima de las necesidades. Era preferible no cenar ese día a no atender debidamente a un huésped. 349 http://www.antoniojroldan.es El niño se levantó a una indicación de su madre acercándose a encender un incensario que había frente a la ventana, quizás para calmar el ambiente cargado que amenazaba con indisponer a Sonia, sin imaginar que aquella nueva mezcla de olores resultaría aún más molesta para la nariz exclusiva de la mejor amiga de Zahra: –Por Dios, ¿quieren narcotizarnos o algo así? –Tranquila Sonia, es sólo algún tipo de hierba aromática– dijo Nico procurando que Amir no se diera cuenta de la incomodidad de la chica. Transcurridos unos minutos, en los que Amir y la dueña de la casa hablaron en árabe de sus cosas, y los demás se entonaban con la tibieza del té caliente observando atentos la austera habitación, un chico desgarbado asomó tras la cortina e invitó a Amir y a los demás a seguirlo. Los cuatro se levantaron y vieron con perplejidad como dejaban el piso y retornaban a la pegajosa escalera. Aunque se suponía que estaban en la última planta, una falsa ventana daba paso al entresuelo, una especie de palomar repleto de viguetas, de madera roída y reforzada con yeso, iluminado por una bombilla que, según Nico, fue de las primeras que patentó Edison. Caminaron unos metros encorvados hasta atravesar el falso techo de punta a punta. Al final los aguardaba un último recodo desde el que llegaba otro aroma de los que le gustaban a Sonia. Hacía cada vez más frío. El joven le dijo algo a Amir y regresó por donde habían entrado. –¿Y ahora? –preguntó Zahra. 350 http://www.antoniojroldan.es –Es ahí –dijo Amir señalando una cortinilla iluminada por la luz interior–. Esperádme aquí. Amir se acercó al lugar y penetró dentro. Los tres amigos se interrogaron con la mirada. –Creo que algo vivo me ha rozado la pierna –exclamó Nico preocupado. –Pues si está vivo, has tenido suerte –añadió Sonia–, porque esa paloma del rincón ha muerto de hambre o de algún rito vudú. ¡Qué asco! –Callaos los dos, por favor. Tenemos que confiar en Amir. Por eso hemos venido, ¿no? –Creo que mi vacuna del tétano caducó hace un año y no la renové –comentó Nico pensativo. –Pues procura no clavarte alguno de estos hierros oxidados, criatura, que todavía tienes que curarme del sortilegio que me hiciste. Luego ya te mataré yo misma con estas manitas. –Eres una borde. –Y tú un aprendiz de brujo, como Mickey Mouse, que no sabe ni manejar una escoba sin provocar un cataclismo. –De verdad, sois patéticos. –Gracias Zahra, yo también te quiero. Amir apareció de nuevo y se aproximó a ellos. Tenemos que entrar en silencio, sentarnos en círculo y dejar que él hable. ¿Entendido? –Los tres asintieron con expectación. 351 http://www.antoniojroldan.es Sobre el techo de la corrala, en una esquina, donde el tejado había cedido años atrás, se había habilitado una pequeña habitación de forma cúbica con cuatro ventanas, una en cada punto cardinal. Sobre el techo estaban pintadas toscamente las veintiocho mansiones de la luna en un círculo rodeado de caracteres arábigos. En el centro, un recipiente plano emanaba el calor de sus brasas endulzadas con inciensos, izando un humo casi invisible que rodeaba un corazón de piedra verde que permanecía clavado sobre las cenizas. Un hombrecillo de barba blanca muy poblada, de corta estatura y edad avanzada, contemplaba un tablero de madera con cuadrados pintados, muy similar al del ajedrez, pero con mayores dimensiones. Sobre él una bolsita de piel aguardaba en el centro. Cuando todos estuvieron sentados alrededor de las cenizas, el mago de Lavapiés tomó un frasco de cristal y espolvoreó las brasas, intensificando los efluvios dulzones que tan poco motivaban a Sonia. Los huidizos ojos de aquel anciano se posaron en Nico, el cual tragó saliva cuando vio que su mano huesuda y temblorosa le acercaba la taleguilla del tablero. Amir le susurró que escogiera una piedra de su interior. Lo mismo hicieron Zahra y Sonia. Después el mago tomó las tres piedras, las analizó detenidamente y las devolvió a la bolsa para lanzar todo su contenido sobre el tablero. Como si fuera el campo de batalla tras una jaque mate, las piezas se esparcieron por las casillas, envueltas en una atmósfera nebulosa con destellos que brotaban del brasero. El hombre fijó su atención sobre la combinación resultante y cerró los ojos durante unos instantes. 352 http://www.antoniojroldan.es Luego habló muy despacio, dirigiéndose primero a Nico. Amir iba traduciendo en voz baja: –Si templas tu corazón, dominarás los elementos, la tierra –el mago contempló el exterior por la ventana que daba al sur–, aire –giró la cabeza hacia el este–, agua –oeste– y fuego –norte–. No es un camino sencillo ni tampoco podrás lograrlo sin un maestro. Debes visitar al encantador que te inspiró en tus lecturas y pasar una noche bajo el árbol dorado, junto al Espejo de las Hadas. En los sueños te será revelado tu destino. La cara de estupefacción de Nico hizo sonreír a Sonia, que se imaginaba a su amigo vestido con una túnica sin saber que hacer con su varita. Rápidamente cambió su semblante al percatarse de que había llegado su turno. Amir intercambió algunas palabras con el mago y comenzó a traducir. –Tienes una esencia fuerte, poderosa, tanto que eres capaz de atraer a las almas débiles y perdidas. Hace poco te has mostrado tal y como eres, como el agua que se vierte entre las rocas más… ¿Cómo se dice cuando una roca es así muy afilada y profunda? –Escarpadas –ayudó Nico. –Vale… Entre las rocas más escarpadas. Serás consuelo para esas almas, pero muchas de sus cargas caerán sobre ti. El amuleto, que te vinculó con una de esas esencias perdidas, deberá ser enterrado en suelo santo y ella desaparecerá. Siempre será así… Tendrás que asumirlo y ser generosa en tu vida–Sonia frunció el ceño ante aquel comentario que sonaba a amenaza–. 353 http://www.antoniojroldan.es Veo también a una mujer, atormentada entre las ruinas de un pueblo muerto. Forma parte de tu familia y espera que un día la rescates de su cautiverio. –¿De qué está hablando Amir? –protestó Sonia inútilmente ante el gesto claro del cocinero para que se callase y seguir escuchando. –En tu transitar por el mundo de los muertos deberás protegerte –el mago de Lavapiés abrió un cofre de madera que yacía junto a las cenizas y extrajo una fina hoja de lata del tamaño de una moneda, con la forma de una mano y un ojo grabado en la palma–. La Jamsa, la Mano de Fátima az-Zahra cuidará de ti. Por último se volvió a Zahra: –Tu destino ya ha sido revelado no hace mucho, allí donde el elemento agua discurre disuelto en sangre. Tienes una cita con tus ancestros en el lugar que fue dictado por las hojas del bosque. El alma que te cuida aguarda allí, protegida entre las montañas, y será ella la que te hable. Pero ten cuidado, alguien quiere tu perdición y su ángel de la venganza te seguirá hasta el final. Su corazón es frío y no se detendrá ante nada –todos miraron a Zahra. El mago quedó sumido en un profundo letargo provocando un espeso silencio en la habitación. Entonces Amir indicó a sus compañeros que había llegado el momento de irse. La fría oscuridad del entresuelo aguardaba de nuevo al otro lado. 354 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 30 En el corral de San Isidro Los restos de nieve se ocultaban del aletargado sol que apenas iluminaba los murales de graffiti. En una parcela cuadrada de césped seco un grupo de jóvenes formaban un círculo rodeando a dos de sus compañeros, enfrentados verbalmente en una batalla de gallos, una pelea de improvisaciones en el que se procuraba tumbar al contrario a base de ingenio, descalificaciones y juegos de palabras. La cercanía de la Ermita del Santo y del cementerio del mismo nombre, sirvió de pretexto para bautizar como Corral de San Isidro al pequeño ring de pelea. Fue allí donde Tarek fue a buscar a Amir para ofrecerle trabajo, el mismo parque donde el joven de origen egipcio acudía aquella mañana con Zahra, Nico y Sonia. Aunque algunas de las palabras del mago parecieron confusas, había quedado muy claro que para liberar a Sonia era necesario colocar las dos fichas de madera del conjuro a la luna en tierra santa. Enseguida Amir recordó la cercanía de varios cementerios al corral de sus habituales peleas, por lo que sugirió ir allí. Nico quiso debatir el concepto de “tierra santa”, ya que aquel era un cementerio cristiano, no musulmán, pero Amir respondió con gravedad que sólo existía un Dios, aunque se lo conociera con distintos nombres. 355 http://www.antoniojroldan.es –¿Son aquel grupo tus colegas, Amir? –preguntó Zahra señalando al grupo que se movía al ritmo del hip-hop. –Sí, si queréis luego os los presento. Bueno, os dejo. Esperaré allí en el parque. Luego me contáis. –Gracias Amir –dijo Zahra. –Hace falta muchas ganas para ponerse con este frío a pegar saltos –comentó Sonia. –Bueno, vamos a lo importante –interrumpió Nico–. Repasemos el plan… La entrada al cementerio está al final de esta calle. En principio no creo que nos pongan problemas, pero si nos preguntaran que a dónde vamos tenemos que decirles que deseamos visitar el Panteón de los Hombres Ilustres… –…Que es donde están Larra, Espronceda, Rosales – añadió Zahra mirando seriamente a Sonia, que parecía muy ausente. –Eso es. Luego buscamos un rinconcito para enterrar las fichas de madera y nos vamos. ¿Alguna otra cuestión? –Sí –dijo Sonia–. Yo no entro ahí. –¿Por qué? ¿Qué te pasa ahora? –preguntó impaciente Nico. –Estoy temblando… –La joven miró a través de la puerta de metal cerrada que dejaba ver centenares de tumbas y nichos que se perdían a lo largo del recinto. –Yo también estoy helada, Sonia, pero… 356 http://www.antoniojroldan.es –No lo comprendéis, ¿verdad? Noto como si estuviera, no sé, tocando cada una de esas tumbas y percibiendo la muerte a través de las yemas de mis dedos –su rostro estaba descompuesto. –¿Por qué no te vas con Amir? –Zahra sujeto sus manos heladas–. Nosotros podemos hacerlo solos, ¿verdad Nico? –Esto… Claro, vete con Amir –la imagen de Sonia rodeada por un grupo de maromos cruzó traicioneramente por la imaginación de Nico, pero como este se sentía responsable de lo sucedido no puso objeción. –¿De verdad no os importa? –Zahra abrazó cariñosamente a su amiga–. Genial, allí os espero. El ascenso por la pista de entrada al camposanto supuso una experiencia sorprendente. A la izquierda, un extenso armazón de hormigón, con aspecto de ser el aparcamiento de un centro comercial, albergaba multitud de lápidas coronadas por cruces, colocadas en paralelo en la semioscuridad, como si fueran los vehículos abandonados por unos dueños que se perdieron con sus carritos de la compra para siempre. A la derecha, unos hangares tenebrosos dejaban vislumbrar más tumbas hacinadas como enseres de un trastero maldito. Zahra y Nico se miraron sorprendidos sin pronunciar palabra alguna, recordando la presencia de seres humanos en aquellos monstruos de cemento y metal. Afortunadamente, unos metros más arriba, los aparcamientos daban paso a patios al aire libre que recogían el 357 http://www.antoniojroldan.es tímido calor que se colaba a través de las nubes. Tras coronar la ascensión al cementerio, una reja verde dio paso a la zona señorial y más antigua del cementerio. En otra puerta más amplia, un grupo de dolientes aguardaba la llegada de un cortejo fúnebre. –Esto lo hago por Sonia –dijo Nico según cruzaba la verja–. Sé que toda la culpa es mía y que me corresponde a mí reparar este entuerto. Por eso te agradezco tanto que me acompañes, Zahra. –Como siempre, ya sabes –le guiñó un ojo. El panorama cambió por completo. Esculturas, ángeles custodios, flores… En la muerte también existían las clases sociales. Un cartel que señalaba la dirección donde se encontraba el Panteón de Hombres Ilustres les hizo tomar la vereda de la izquierda, donde una mujer enlutada llenaba un jarrón de agua en una fuente, sentada con dificultad en una escalera plegable que yacía atada con una cadena a un tronco. Otras muchas escaleras oxidadas, algunas de ellas abandonadas, permanecían abrazadas a los árboles cercanos a los nichos. Nico y Zahra siguieron hacia un emplazamiento superior, donde la calidad de los ornamentos hacía pensar que se encontraban en la zona más rica. Un gato se acercó a ellos con gesto amenazante, como si se dispusiera a defender su territorio. –Podrías haberte traído a Avalon para que nos sirviera de intérprete. Bueno, ¿qué hacemos? Todo está cubierto de cemento y grava. ¿Dónde se supone que vamos a enterrar los amuletos? 358 http://www.antoniojroldan.es –No sé, Nico. Si no encontramos un lugar adecuado se pueden poner al pié de un árbol… –Mira, ese círculo de lápidas en abanico debe ser el famoso panteón –Nico recorrió de un vistazo los nombres–. Larra, Espronceda, Jerónima Llorente, Antonio Vico… Este no me suena mucho, pone que era un actor. –Ni idea. La verdad es que esperaba algo más impresionante, como un monumento o algo así. –Zahra –Nico señaló a un pasillo oscuro de nichos–. Allí había un tipo observándonos. Al verlo se ha escondido. –No digas tonterías. Este lugar ya de por sí impresiona como para que me andes con bromitas de ese tipo. –Te lo juro. –Bueno, vamos hacia la entrada, que estamos muy lejos – retomó sus pasos hacia la salida del patio. Cuando cruzó cerca del sitio donde Nico había notado que estaban siendo espiados, Zahra se detuvo en seco. A su lado una cruz de mármol, a la cual le habían arrancado una placa dejando la huella centenaria en su vientre, marcaba dos tumbas sin nombre que en su momento debieron pertenecer a alguien importante. Posiblemente se tratara de un traslado a otro cementerio. Una de ellas tenía la lápida levantada y apoyada en la otra, dejando ver el interior. –¿Qué haces, Zahra? –Voy a asomarme. 359 http://www.antoniojroldan.es –¿A asomarte? ¿Para ver un cadáver? –exclamó Nico asustado mientras ella se inclinaba hacia la fosa–. ¿Qué hay? – preguntó temiendo recibir una respuesta evidente. –Bloques de ladrillo, malas hierbas y… –se volvió rápidamente hacia su amigo levantando los brazos– ¡Muertos, muchos muertos! –Nico gritó asustado ante la broma de Zahra. –¡No ha tenido gracia! ¿Sabes? –Perdona –Zahra no paraba de reír–. No hay nada. Creo que hemos encontrado nuestra sepultura para tus amuletos. –Yo ahí no me meto ni harto de vino –Nico se fijó en los escombros y plantas que milagrosamente pugnaban por crecer por el único rincón que se encontraba bendecido por la luz. –No hará falta. Tiramos la ficha y la cubrimos con grava. Con eso bastará. –Vale. Yo soy el culpable y yo lo haré –Nico se acercó a la fosa y dejó caer las dos fichas arrimadas a la pared, para que fuera más fácil cubrirlas–. Vamos a por las piedras. –Fíjate allí –Zahra señaló la presencia de la silueta de una hormigonera asomando por un pasillo de nichos–. A lo mejor hay más materiales de construcción. –Es verdad, espera… –Nico se fue hacia allí y regresó al poco tiempo con la sonrisa en los labios–. Hay mucha arena –le mostró a Zahra la que llevaba en sus manos y la lanzó sobre el hueco donde reposaban los amuletos. Luego fue a por más. 360 http://www.antoniojroldan.es Cuando Nico hubo terminado, ambos se alejaron de la fosa, mirando a todos lados por si alguien los hubiera visto. Entonces fue cuando Zahra se detuvo en seco. –Tenías razón, Nico. Había alguien por aquí –y señaló una silueta vestida con chaqueta de cuero que permanecía de espaldas a ellos al otro lado del patio, contemplando una tumba con una escultura de una mujer que velaba a su esposo moribundo. El hombre tenía el pelo totalmente rapado y los brazos echados a la espalda. Parecía imposible, pero Zahra estaba segura de conocer a aquella persona. –Nico, no puede ser él… –¿Quién? –El rostro descompuesto de Zahra no presagiaba nada bueno. Entonces aquella sombra petrificada recobró la vida, girando lentamente hacia ellos, mostrando unas grandes gafas de sol que reflejaban decenas de cruces como una amenaza. Su sonrisa se abrió, y en una de sus manos se estiró el dedo índice como si evocara una pistola fantasmal. La mano simuló un disparo hacia ellos y se recogió de nuevo. No hizo falta nada más. Zahra reconoció a Martín en aquel espectro que retornaba de sus pesadillas en una cueva de la sierra sevillana. –¡Corre Nico! ¡Corre! –El chico no entendía nada, pero nunca había visto a Zahra tan asustada desde que fuera atacada en Glastonbury, por lo que salió disparado tras ella en dirección a la hormigonera. 361 http://www.antoniojroldan.es Aquella gruta cubierta de nichos hasta el techo era una ratonera. La salida estaba cerrada con un panel de madera. Nico tomó una pala, que había para mezclar el cemento, y la sostuvo como si fuera un bate de béisbol. Emboscados en la negritud del túnel se sabían en ventaja ante el sicario, salvo que este estuviera armado. –Hay que llamar a la policía –susurró Nico. –¿Y que les decimos? Que estamos en un cementerio rompiendo un hechizo y que un calvo con mala leche nos ha mirado. Espera un poco, que lo mismo han sido imaginaciones mías y ese hombre sólo estaba visitando a su abuela. –Yo por si acaso… –Nico desbloqueó el móvil y su tenue iluminación les mostró una canastilla con huesos procedentes de algún saneamiento del osario–. ¡Mierda! –¡Joder, qué susto! –dijo Zahra ante la calavera que los observaba con gravedad–. Vamos a tranquilizarnos. Mira, según se sale a la vuelta hay otro patio. Saldremos corriendo hacia él y veremos si hay alguien, porque aquí encerrados estamos perdidos si nos encuentra, pero no creo que se atreva a hacernos nada a plena luz del día. Además, con un poco de suerte nos topamos con el entierro de antes. ¿Te parece bien? –De acuerdo. A la de tres… –Una… –Dos… –Ambos se miraron asintiendo. 362 http://www.antoniojroldan.es –¡Ahora! –Salieron disparados, pateando en su carrera los huesos, provocando un sonido similar al de una bolera de juguete. Cuando iban a alcanzar la luz, una enorme sombra los eclipsó. –¿Qué coño estáis haciendo? Las carcajadas de Sonia, Amir y el resto de jóvenes solapaban la música en el corral. La historia del sepulturero que había pillado a Zahra y a Nico jugando con unos restos humanos en el cementerio, no tenía desperdicio. Con la fuerza de un gorila los agarró por los brazos y los sacó a trompicones de allí, jurando por todos los muertos de allí –ya es jurar– que si los volvía a ver husmeando por el cementerio los radiografiaría sin rayos-X y los depositaría en el osario más putrefacto que hubiera. A pesar del buen humor de todos, parecía evidente el disgusto de Zahra por lo acontecido, por lo que uno de los chicos del corral le entregó a Amir un viejo micrófono inservible y le guiñó un ojo. El cocinero miró a Zahra y conectó la música: –Yeah, estás sorprendida por tu aventura, pero los muertos no salen de sus fosas, tan sólo murmuran y hablan de sus cosas. Bien está esa sonrisa, olvida la amargura, y presta atención a mis frases ingeniosas. »No des patadas a las calaveras, que, por suerte, de óbitos de faraón, de la muerte, y sus tránsitos, sé mogollón. Ellas soñaban con banderas piratas, nunca quisieron ser la casa de un ratón 363 http://www.antoniojroldan.es Jonathan, el líder del grupo, negó con la cabeza, se puso sus gafas negras, señaló a Sonia, para brindarle la respuesta, y tomó el micrófono de Amir. – Fácil, me lo han puesto a huevo, rapear con una momia polvorienta, rastrear su aroma me revienta, ágil te contesto, me atrevo. Restregada queda mi afrenta. »Tú, el que enciende los fogones, no pienses que los pantalones me bajo, entiendes que hace una rasca del carajo, y me tienes hasta los cojones; pero una virtud te reconocemos, al menos, a pesar de tu ineptitud, sabemos, que estas chicas, con las que te relacionas, más que ricas, están realmente buenas– Jonathan le tiró el micro a Sonia, que se lo estaba pasando bomba, y saludó a la concurrencia. La cara de Nico era de lo más expresivo. Sin embargo, Zahra continuaba con el pensamiento ausente. No le hacía ni pizca de gracia la certeza de haber reconocido a Martín en el tipo del cementerio. Por mucho que Nico intentara convencerla de que sólo era una cuestión de parecidos, surgidos en una atmósfera bastante inquietante, ella aseguraba que era él. Para colmo, al día siguiente llegaría Rai a Madrid, lo cual explicaba que sus recuerdos de Albaidalle estuvieran tan frescos esa mañana. Mientras una nueva batalla se iniciaba en el parque, Martín observaba la escena sentado en un banco emboscado en un cerro cercano. 364 http://www.antoniojroldan.es –¡Vaya, vaya! Nuestra niña se relaciona con lo mejor de la sociedad. Se la ve entretenida entre moros y panchitos. Mejor para ella –arrojó el cigarrillo al suelo, se subió el cuello de la chaqueta y se alejó de allí. Los ojos de Avalon brillaban en la oscuridad de la habitación observando atentamente a su dueña chateando en el ordenador, una fuente de luz que intrigaba al gato. –…No sé tía, a mí me parece mono. –Pues yo no pienso decirle a Amir que nos lleve de nuevo al corral. Eso es cosa tuya. –Claro, como tú estás pendiente de tu sevillano… –No es mi sevillano, sólo es un amigo. –Un amigo, sí claro… Por eso esta tarde has ido a cortarte el pelo y te has comprado ese jersey rojo. ¡Venga ya! A otra podrás engañar, pero no a mí, reina. –Está saliendo con otra chica. –¡Oh, sí! ¡Pobrecito! Se habrá comprometido con su novia, a la que ha jurado castidad eterna. Te crees que me chupo el dedo. –Bueno, ya veremos. ¿Vendrás a conocerlo? –A mí no me metas de carabina… Si quieres podemos “coincidir” unos minutos, ya sabes, por aquello del morbo. Además, me encanta verte colorada cuando estás por un tío. 365 http://www.antoniojroldan.es –Te estás vengando por lo de Glastonbury… –Descaradamente. –Mira que hablamos de Jonathan y de Nico… –Mi madre me está berreando que apague el ordenador. –Sí claro, ahora cambia de tema. –Mañana hablamos, Zahra. No olvides apuntarme en la carta de Reyes. –Como ya no tienes edad para Barbie, le pediré a Melchor que te traiga el maromo con gorra, el de los ripios espantosos. –Muy ocurrente tía. Me parto. –Una que lo vale. Adiós Susanita. –¡Hasta mañana, Susanita! 366 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 31 Te dije que no te olvidaría Caminar por el centro de Madrid se había convertido en una verdadera gincana, esquivando a la gente agobiada con los encargos para los Reyes Magos del último día. Nico y Zahra estaban inmersos en la suicida misión de hallar un videojuego para David, de nombre impronunciable, pero relacionado con un universo apocalíptico tras la autodestrucción del planeta Tierra por el calentamiento global, la falta de energía y un meteorito a modo de guinda final. –Hay que joderse con los niños de hoy –comentó Nico tras darse de bruces con una abuela kamikaze que se lanzaba a por una muñeca–. Piden unas cosas de lo más violento. El acabose, vamos. –¡Anda! No me hagas recordarte cuando te echaron el disfraz del malo de Star Wars e ibas por la casa dando mamporros con la dichosa espadita. –Bueno, todos tenemos un borrón en el expediente. No olvides que siempre me pedía libros, algún juego de química y… –Ya… Mira, este es; vámonos de aquí antes de que nos llenen de moratones. 367 http://www.antoniojroldan.es Tras lograr escapar indemnes de las compras, los dos amigos hallaron refugio en un burger plagado de adultos exhaustos que, abrazados a sus bolsas, vigilaban a sus vecinos de mesa con mirada desafiante, dispuestos a matar a quien osara arrebatarles cualquiera de sus trofeos de caza. –¿Sabes una cosa Nico? La festividad de los Reyes pierde gran parte de su magia cuando dejas de ser niña –dio un largo sorbo a su refresco. –Bueno, yo creo que simplemente es distinto. Sin ir más lejos, tu regalo viene en tren en lugar de camello –sonrió con picardía. –Hemos quedado a las cuatro. Estoy muy nerviosa. –¿Por qué? Él está saliendo con la chica esa… –Ángela. –…Pues eso, tómatelo con naturalidad. Un amigo pasa por Madrid unas horas y quiere saludarte. No es tan grave. –Sí lo es. No sabré como comportarme ni qué decirle. –¿Todavía te gusta? –No lo sé. Ya han pasado cinco meses desde aquello. Supongo que cuando lo vea lo sabré. –Creo que llevas razón con lo de abandonar la infancia. Antes era todo mucho más sencillo. Ambos quedaron sumidos en silencio, desviando la mirada hacia un niño que aporreaba un juguete que le habían 368 http://www.antoniojroldan.es regalado con el menú infantil. Los padres parecían ignorar su contumaz determinación de descabezar al muñeco. Entonces retomaron la conversación al unísono, riéndose ante la casualidad. –Tú primero, Zahra. –No, tú. –Pues eso, que hace unos años éramos más felices. –Se lamenta el corazón herido. ¿Te acuerdas aquel día que en tutoría tratamos sobre los síntomas de la adolescencia? – Nico asintió–. Aún recuerdo lo bien que hablaste… Me llamó la atención cómo nuestro humor y emociones variaban tanto de un día para otro. Lo que hoy es negro mañana será blanco. –Es que llevo muchos días de un negro carbón que voy a dejar a sus majestades sin existencias para mañana. –Ten paciencia. Al menos pudimos arreglar lo de los talismanes. –¿Estás segura? –Anoche en el chat me comentó que se encontraba más tranquila y que no había vuelto a marearse. –Aún es pronto para saberlo. –Mira que eres cenizo, majo… –Por cierto, no se me va de la cabeza lo que nos dijo el anciano. 369 http://www.antoniojroldan.es –Vas a ser un gran mago –tomó una patata frita a modo de varita mágica y la agitó ante el rostro circunspecto de Nico–. Ahora debes encontrar a tu maestro. –Me llamó la atención esta frase que me dijo: debes visitar al mago que te inspiró en tus lecturas. Desde pequeño me han entusiasmado las historias sobre Merlín el Encantador, por aquella película de Walt Disney que me regaló mi abuela. Quizás sea ese maestro que necesito y deba buscar libros que traten sobre él. –Tenía entendido que no es más que un personaje literario. –Bueno, sí, pero basado en algunos magos reales, aunque distantes en el tiempo. Se puede decir que Merlín forma un conglomerado de varías historias. –Investígalo… –Quizás esta noche lo haga mientras vienen los Reyes. También quiero insistir con el mensaje de las matemáticas que Sonia y el viento escribieron en Glastonbury. Estoy convencido de que esa es tu revelación –Zahra esbozo una tierna sonrisa hacia su mejor amigo–. Él dijo que fue hecha allí donde el elemento agua discurre envuelto en sangre. –Sí, puede que lleves razón y se refiera al Jardín del Cáliz. –Lo que pasa es que ya lo he probado todo y no tiene sentido nada de lo que pone. 370 http://www.antoniojroldan.es –Si realmente esa inscripción fuera un mensaje, ¿en qué lengua estaría escrito? ¿En matemáticas? No lo creo. –Lo lógico sería que usaran la propia del lugar, el inglés. –O un inglés más primitivo, ¿quién sabe? –Ya te contaré. –Se nos hace tarde. ¿Nos vamos? –Vale. Zahra y Nico caminaron, cogidos del brazo hasta el Hatshepsut, inmersos en sus pensamientos. Años atrás la única certeza que tenían en un día como ese era la cercanía de la gran noche de la ilusión; pero en aquella víspera de Reyes sus deseos parecían alejarse hacia un horizonte muy lejano, por donde los sueños de los niños ya no volarían como globos de colores en un cielo perfecto. Parapetada tras el abeto de navidad del hall del hotel, Zahra escrutaba a cada una de las personas que salían del ascensor o descendían por la escalera, como si el poco tiempo transcurrido fuera suficiente para volver a Rai irreconocible. La aventura en la cueva del senet, la excursión absurda en la que David cayó por el pozo, el botellón con la pandilla del Homo-Etílicus y, dominando cada uno de sus recuerdos, el beso en la casa de su abuelo. Luego vinieron las cartas, cada vez más espaciadas, y las llamadas al móvil, momentos de ilusión y tristeza a partes iguales, pinceladas breves de un atardecer de verano que se 371 http://www.antoniojroldan.es apagó con el regreso a la realidad. En la primera carta la revelación de la existencia de Ángela, la novia que pasaba unos días en la playa mientras Rai pintaba las paredes del cortijo y espiaba a Zahra tomando el sol. No le dolió, quizás porque era la segunda vez que el chico no se mostraba totalmente sincero con ella. La primera vez casi le cuesta la vida a causa del disparo del hombre de Albaidalle, ese mismo que creyó ver en el cementerio. El ascensor se abrió una vez más, mostrando a un Rai sonriente, abrigado hasta las cejas, como si en vez de en Madrid estuviera en Siberia. Cuando descubrió a Zahra sentada junto a la recepción, se le iluminó la cara. Ambos jóvenes fueron al encuentro y se detuvieron a unos pocos centímetros, sin saber como saludarse. Finalmente Zahra tomo la iniciativa y propició un largo abrazo. –Llevas tanta ropa que casi no puedo abarcarte –dijo ella. –Es que no veas el frío que tengo aquí. Cuando vi en la tele lo de la nieve le dije a mi madre que me comprara este plumas... –¡Si es que los del sur estáis muy mal acostumbrados! – Se quedaron los dos mirándose con atención–. Echo de menos tu media barba. –Es que en verano me daba más pereza afeitarme – recorrió a Zahra de arriba a abajo–. ¡Vaya! No mentiste en la carta estás más... Eso, más... Mayor. 372 http://www.antoniojroldan.es –Ya –Zahra se ruborizó un poquito, pero con el calor del hotel apenas se notó–. Bueno, como tú, llevo más ropa. –¡Ah! Pues será eso. –Hoy soy tu guía por Madrid. ¿Qué te gustaría ver? –Esto... ¿Queda muy lejos el museo del Real Madrid? –¿Cómo es posible que todos los tíos seáis tan predecibles? Intuía que querrías ir. Si no te importa será mejor que decida yo, ¿te parece? –¡Oye! Que los museos son cultura... –Que sí tío. Lo que tú digas –y lo agarró del brazo para salir del hotel. Cruzaron la avenida, ascendieron por la Cuesta Moyano, una calle célebre por sus puestos de libros de segunda mano, y cruzaron la puerta de El Retiro. –No me jodas... ¿Vamos a ver arbolitos? –No son arbolitos, como dices. Este es uno de mis lugares favoritos de la ciudad. –Pues seguro que en el Bernabeu haría menos rasca... –Para ver copas y patorras puedes darte una vuelta por internet. ¿No? –Sabes que no tengo de eso. Nunca me ha motivado. –Pues a ver si se lo pides a los Reyes, que a mí lo de comprar sellos... –Tras recorrer una calle empinada llegaron a 373 http://www.antoniojroldan.es una rotonda–. Fíjate en esta estatua –Rai la observó con algo de indeferencia–. Un monumento al ángel caído, ¿no es flipante? –¿Por? –No hay en el mundo otra como esta dedicada al demonio. Además, está construida a 666 metros sobre el nivel del mar. –Muy curioso... ¿No es ese el número de los satánicos? –Sí. ¿Recuerdas el Apocalipsis? –No mucho, pero tengo una amiga que viste de negro y siempre está amargada con esas cosas, porque es románica o gótica, no sé –prosiguieron el paseo hacia el Palacio de Cristal. Luego rodearon el de Velázquez y llegaron al estanque grande, donde el tímido sol invernal jugaba con el agua tranquila. –Es bonito todo esto. No eres tan mal guía al fin y al cabo –ambos se asomaron a la barandilla. Tan sólo un par de parejas se atrevían a remar en sus aguas. –Siendo niña mi padre me traía a montarme en las barcas. Me contaba historias increíbles sobre los peligros del río Congo, las cataratas Victoria, el Yukón, el Canal de Suez... Y yo allí, en mi bote de remos, navegando en “El Unicornio” con el Capitán Haddock al timón, sintiendo que el mundo estaba a tiro de vela y que no habría viento traidor ni tempestad capaz de hacerme naufragar. ¿No conoces las historietas de Tintín? –Algo me suena. El maromo ese del tupé rubio, ¿no? Ese que tenía un perrito blanco... 374 http://www.antoniojroldan.es –Sí. Guardaba todos los álbumes de Tintín en mi habitación de Albaidalle. Me hice una promesa a mí misma, visitar todos los países y tierras lejanas que descubrí en sus viñetas. Tendría que partir del Congo, luego Norteamérica, Egipto, India, China... –Rai movió la cabeza divertido ante las aspiraciones de su amiga–. Acabaría en Sydney y Sudamérica. –Eres grande, Zahra. Y yo entusiasmado por visitar Madrid. Para todo eso que quieres ver necesitarás ganar mucho dinero y ahorrar muchos años –un grupo de patos se acercó a ellos esperando que cayera algo que llevarse al pico. –Este año termino la ESO. Luego dos años de bachillerato y a la universidad. Allí pediré una beca Erasmus para estudiar fuera de España. Quizás conozca a algún chico y prolongue mi estancia allí –le hizo un gesto pícaro a Rai, que la observaba con admiración–. Luego buscaré trabajo en algún lugar muy alejado de Madrid. –Pero si, pongamos el caso, te enamoras y quieres formar una familia, no sé... Tendrías que aterrizar y aparcar esos sueños. –Si encuentro a ese alguien y decido compartir mi vida con él, seguro que será tan inquieto como yo. –Pues yo no aspiro a tanto. –Venga, cuéntame tus planes –Zahra lo cogió por la cintura para seguir caminando. Hacía mucho frío para estarse quietos. 375 http://www.antoniojroldan.es –Mi amigo Antonio es albañil y tiene echado el ojo a un almacén, a la salida del pueblo. Hemos estado meditando sobre un negocio. –¿Cuál? –Montar una empresa de reformas. Necesitaremos más personal, pero todo es cuestión de empezar. Mi padre no puede seguir así y cada vez trabaja menos, así que me toca a mí llevar dinero a casa. Luego me casaré –miró significativamente a su amiga para estudiar su reacción – y tendré dos o tres Raimunditos. Si todo prospera me compraré un abono para el Ave y otro para el Bernabeu, para venir a ver al Madrid cada finde, ya que tú no me has dejado ir hoy –Zahra le dio un buen manotazo a modo de protesta. –¿Y qué tal con Ángela? ¿Entra ella en tu cuento de la lechera? –Nos conocemos desde niños, Zahra. Siempre ha estado conmigo... –No suena muy romántico. –Según lo mires. Es una gran chica, ¿sabes? –Pero, ¿la quieres? –Claro –el tono no parecía muy convincente–. ¿Cómo no la voy a querer? Es mi novia –se hizo un espeso silencio según caminaban hacia la Puerta de Alcalá. 376 http://www.antoniojroldan.es Un día de julio dos cometas levantaron el vuelo sobre la sierra de un pueblecito de la provincia de Sevilla. Una de ellas se izaba sobre un cortijo, sin cordel que la atara al suelo, iniciando una despedida de la infancia escenificada en el desmantelamiento de la vida de su abuelo, recuerdo a recuerdo, como lastre emocional que se sacrifica para asomarse al viento del tiempo y perderse a gran distancia de allí. La otra cometa se agitaba con brusquedad, enraizada a los cimientos de una existencia planificada desde el instante que renunció a beber la libertad, manantial fresco y esquivo, honrando a su padre y arrinconando para siempre la amistad de los libros. Aquellos dos pedazos de tela, azotados por el aire cálido del verano, se entrelazaron, pugnando por liberarse, poniendo a prueba la elasticidad y la flexibilidad de sus estructuras. Unidas resistieron la mayor de las pruebas, sin darse cuenta que una sola cuerda no puede sostener a dos cometas a la vez. La llegada del invierno curó las heridas de las nubes, que la danza multicolor de las cometas arañó enamorada, dejando unas cicatrices blancas que se confundieron con la nieve recién caída en el año nuevo. –Rai, te dije que nunca te olvidaría –el rostro del muchacho se iluminó. –Es lo que me pasa con las mujeres, que dejo en ellas huellas eternas –estalló en risas mientras Zahra lo observaba 377 http://www.antoniojroldan.es procurando adivinar los dictados de su corazón. Luego lo cogió de la mano y salieron del parque. –¿Sabes? En la Cibeles hay un autobús que nos lleva al Bernabeu. Aún estamos a tiempo. ¿Todavía quieres ir? –Tía, eres increíble, te agradezco un montón que... –Mejor cállate y no me des coba, que para pelotas las que vamos a ver ahora, monín. Eso sí, luego quiero que vayamos a la cabalgata de los Reyes, para que conozcas allí a mis amigos Sonia y Nico. –Hecho –y se estrecharon las manos para sellar el contrato. Y así los dos jóvenes se alejaron de El Retiro, dejando tras ellos a las dos cometas separándose en la bóveda perlada del Madrid invernal. La referencia del Mago de Lavapiés al lenguaje de las hojas de los árboles, y la probable relación con el Cáliz Sagrado, sirvieron de acicate a Nico para asaltar de nuevo el enigma del código de Sonia, aquellos caracteres de aspecto matemático que trazó junto al brocal del pozo y que el viento dibujó sobre lo que fuera el corro de las hadas en Glastonbury. Con aquella nueva información no le fue difícil acceder en internet al alfabeto ogham de los druidas, una serie de signos basados en la naturaleza que podían relacionarse fonéticamente con algunos sonidos del latín y de ahí a otras lenguas derivadas, 378 http://www.antoniojroldan.es en lo que parecía más un divertimento que una traducción coherente. Editó en la pantalla la fotografía de la inscripción de Glastonbury y comenzó a buscar la equivalencia de las letras. El corazón le dio un vuelco al comprobar que la traducción obtenida, aunque desconocida, quizás no careciera de sentido. La palabra oculta durante aquellos meses era “aldeir”. El prefijo “al” era un artículo muy usado en la lengua árabe, presente en muchos topónimos españoles. Como sabía por el mago que estaba buscando un lugar, quizás se tratara de alguna ciudad. Rápidamente introdujo “aldeir” en el buscador de mapas y encontró dos referencias en Brasil y Perú con poca relevancia turística o cultural. La excitación inicial se desvaneció prematuramente, pero no se desanimó. Activó la pestaña de fotos para ver si aparecía alguna imagen interesante, y entonces llegó la sorpresa: sólo faltaba el guión para obtener la palabra Al-Deir. El llamado Monasterio de Petra era una imponente construcción tallada en la roca, similar al mundialmente conocido Tesoro, pero oculto entre las montañas y accesible tras una caminata con ochocientos escalones. Para muchos la peregrinación desde el valle nabateo hasta la cima del 379 http://www.antoniojroldan.es Monasterio era como dirigirse al fin del mundo. Tenía que ser allí, un emplazamiento ideal para recibir una revelación. Nico envió un correo a Zahra con toda la información, para que, tras el regalo de la visita de su amor de verano, recibiera otro adelanto de los Reyes. Tras la euforia inicial, llegó la calma. El descubrimiento del secreto de Al-Deir era una prueba más que evidente de que algún ente, espíritu o fuerza de la naturaleza, con facultad de razonamiento, era capaz de penetrar en el alma y vincular las emociones con otras realidades difíciles de comprender. Si constatar algo así ya suponía para Nico un fuerte golpe a sus creencias, la capacidad de un anciano, escondido en una estrecha torre en un barrio popular de Madrid, para unir un mensaje con su destinataria, lo animaría a conocer los cuatro elementos que el mago nombró en su sesión, para ser capaz de dominarlos como él profetizó. Nico corrió a por la escalera de mano y subió al altillo de su habitación. Allí, entre viejos tebeos infantiles y algunos juguetes, sonrojantes para el historial de un adolescente, anidaba entre polvo el libro sobre Merlín que su padrino le compró el día de su primera comunión. Si se trataba de percibir el mundo desde otro punto de vista, empezaría por recuperar la mirada de la infancia que tan rápidamente estaba abandonando en los últimos años. 380 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 32 La venganza de Martín Los automóviles atravesaban el Paseo de la Castellana emulando un juego de pistas de slot, superándose unos a otros por todos los carriles y volcando sus frustraciones del día en la identificación con el célebre campeón de la Fórmula 1. Rodearon la glorieta de Castelar, pisándose unos a otros el trazado, hasta toparse con un inoportuno semáforo. Entrada en boxes. Un niño, cuya estatura apenas le valía para contemplarse en un retrovisor, ascendió con suma pericia al capó de un coche de alta gama, para lustrarle el parabrisas y el monedero al afortunado piloto. Tras un sinfín de improperios y amenazas del conductor, ducha de líquido limpiador incluida, el avispado crío logró dejar el cristal de un emborronado de lo más aparente, lo cual significaba una factura de al menos cincuenta céntimos. El poseedor del bólido argumentó que no se llamaba Rita y que ya le pagaría la susodicha, a lo que el mocoso contestó sacando un diminuto destornillador de la manga y apuntándolo hacía la puerta, ofreciéndole al avaro cliente un recuerdo a modo de autógrafo grabado en la brillante pintura, algo así como cuando yo trabaje para Ferrari, y sea muy famoso, esta firma indeleble en tu portaegos valdrá unos miles de euros, así que afloja la pasta gansa si no quieres que, según salga la bandera a cuadros, te 381 http://www.antoniojroldan.es obsequie con un recuerdo para la posteridad, y así no me olvides cuando hables con el seguro o con la periquita de turno que lleves en tu buga. Mano de santo. El aludido soltó lo primero que tuvo a mano, que fue un euro, y pisó el acelerador insultando al jodío crío y mentando la madre del ponente de la Ley de Extranjería. A la derecha del chantajeado, Martín observaba la escena muy divertido desde el asiento trasero de un taxi. Ordenó al chófer detenerse por allí cerca y se acercó al semáforo. El niño aguardaba a la siguiente oleada de chanchitos motorizados junto a su hermana o madre, ya que al tratarse de una mujer joven, pero algo envejecida, no estaba muy claro el papel de cada cual. Se acercó a ella y le hizo una oferta interesante, equivalente a una semana de trabajo. La que resultó ser la tía del niño lo miró con desconfianza, pero cien euros era un dinero considerable. –Veinte euros ahora y ochenta al acabar. Martín había escuchado una conversación de Zahra y su madre, gracias al ratón grabador que había logrado que se colocara en el despacho de la dueña del Hatshepsut. –¿Rai? ¿Tu amigo de Albaidalle? –Marta evocó el hospital, las diligencias de la policía, el accidente de la cueva y la relación del muchacho con el hombre que intentó robar el senet. Rai siempre estuvo ahí. –Está de paso en Madrid y he quedado con él. También con Sonia y Nico, claro –verdad relativa, ya que la cita con los 382 http://www.antoniojroldan.es amigos sería de lo más breve–. Luego cenaremos por el centro y por eso llegaré más tarde a casa. –Ya... –Marta miró a su hija de arriba abajo, procurando adivinar más lo que escondía que lo que contaba–. Bueno, pero cuando vuelvas no despiertes a tu hermano. ¿De acuerdo? –Zahra asintió satisfecha–. ¿Dónde vas a cenar? –Le he dicho a Nico que nos esperen en el Palacio de Linares a eso de las ocho, así que seguramente iremos a algún lugar de Chueca –el rostro desconfiado de Marta animó a Zahra a tranquilizarla–. Mamá, con lo de la cabalgata estará todo lleno de gente. –Vale, pero me llamas desde allí para que yo sepa por donde paras. –Gracias –y le estampó un sonoro beso antes de irse para casa. Tarek Moawad cerró la puerta del piso y se dirigió por la oscura calle hacia el restaurante. Llevaba con él una bolsa de regalos, los primeros que compraba en su vida para celebrar aquellas fechas. En los meses que había pasado junto a Marta y sus hijos se había convertido en uno más, desterrando la mala imagen que se había forjado de la nuera de su patrón durante muchos años, para ahora apreciarla de corazón y compartir con ella todas las preocupaciones inherentes a la puesta a punto de un negocio en plena crisis económica. 383 http://www.antoniojroldan.es Al llegar a la puerta del Hatshepsut, vio que estaba cerrada, pero que al fondo se vislumbraba la luz encendida del despacho de Marta. Sacó la llave para entrar y entonces notó que no estaba solo. Una sombra le asió del brazo a la vez que le colocaba el frío cañón de una pistola en el cuello. –Vaya, vaya. Si es mi amigo el moro –la reconocible voz áspera de Martín martilleó la memoria de Tarek–. No hagas tonterías, porque primero te avío a ti y luego a tu “amita”, porque sigues siendo un esclavo de la familia, ¿verdad? No, no me contestes. Pasa y dame la llave –Tarek obedeció y mostró el llavero al sicario–. Así me gusta, colega, que seas razonable. Avanzaron hacia el despacho y le hizo un gesto a Tarek para que llamara a la puerta. Marta estaba acostumbrada a que tanto su hija como él lanzaran una voz cuando entraban con la llave, por lo que se llevó un buen sobresalto, y más cuando surgieron del comedor las dos figuras unidas por un arma de fuego. –¿Qué esto? ¿Qué ocurre? –Marta se levantó rápidamente. –Vengo a hacerles una visita de cortesía. ¿No pensaban invitarme a cenar en este antro? –Tomó a Tarek por el hombro para que se sentara y movió la pistola de arriba abajo para indicarle a la madre de Zahra que hiciera lo mismo–. Buenos chicos, sí señor. Lo que les decía, no sé cómo será la comida, pero la decoración es flipante, de veras. Han trabajado ustedes muy duro aquí. Sería una pena tener que quemarlo. 384 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué pretende? –preguntó Marta. –Sin embargo, sin despreciar su museo de cartón piedra, echo algo de menos entre toda esa quincallería egipcia –le dio una colleja a Moawad–. ¿Dónde está el puto senet? –Entonces Marta lo comprendió todo. Recordó la descripción de su hija sobre el atacante de Albaidalle y descubrió al instante que aquello no era un robo cualquiera, sino más bien un acto de venganza, por lo que afrontaban un peligro considerable–. No, no hace falta que me respondan, está en el museo. Aunque sé que ahora mismo lo darían todo por tenerlo, y entregármelo con un lacito, zanjando así el asunto. Entiendo que está complicado eso de llamar al arqueológico y explicarles que todo ha sido un error, así que voy a ser comprensivo y me conformaré con una compensación por el daño causado y las molestias. –Sólo tengo unos cuatrocientos euros en efectivo. Tómelos y déjenos, por favor –suplicó Marta. –Me parece que no lo ha pillado –Martín mostró su rostro más feroz–. Por culpa de su hija, y del niñato del pueblo, las he pasado muy putas, ¿sabe? –De repente Marta recordó que justamente en aquellos momentos Rai se encontraba con Zahra, una terrible casualidad que, de ser descubierta por aquel matón, pondría en peligro a ambos. Confiaba en que él no lo supiera –. No quiero su dinero, sino algo que sea más apreciado en el mundo en el que me muevo. –Dígame lo que quiere y se lo daré. 385 http://www.antoniojroldan.es –El mapa de Maslama –los ojos de Tarek y de Marta se cruzaron sorprendidos–. Ese que guarda en el cajón. ¿Se dan cuenta que están tratando con un profesional? Lo sé todo, y cuando digo todo, es todo –cuando enfatizó la última palabra, lanzó una mirada heladora a Marta, que de nuevo sintió un vuelco en el corazón pensando en Zahra. Tras entregarle a Martín la caja, este tomó los móviles de sus prisioneros, arrancó el cable telefónico y les ordenó sentarse al fondo del despacho mientras él iba retrocediendo lentamente, portando la pistola y el ratón del ordenador. En aquel momento Tarek sujetó cálidamente la mano de Marta, temiendo que aquello fuera el fin. Sin embargo Martín no deseaba tener ese tipo de delitos sobre su espalda si quería regresar con Menéndez. –Eso es todo, amigos –simuló morder la pistola como si fuera la zanahoria de Bugs Bunny–. Gracias por vuestro regalo de Reyes –cerró la puerta bruscamente y la bloqueó con una silla. Apagó la luz del comedor y se guardó la cajita con el mapa. Entonces el gatito Avalon saltó desde la barra del bar y le arañó la cara al ladrón. Martín escuchó el maullido y notó la punzada del dolor y la sangre en su mejilla, pero no iba a perder el tiempo en cazar a aquella alimañita en el día de su revancha. –Puto gato. Con más tiempo te hubiera cortado los huevos. 386 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 33 La noche de la ilusión En el Corral de San Isidro los espectadores se arremolinaban alrededor de una hoguera para esquivar el frío que descendía desde la sierra. La música surgía de un amplificador conectado a un reproductor de mp3, animando al personal a moverse al ritmo cíclico de la melodía. Amir dio un paso al frente, retó con la mirada a su contrincante, Gato Salvaje, y tomo el micrófono para algarabía de sus colegas: “Noche de la ilusión en la caravana de regalos, comienza la recepción y la cabalgata de magos, en el lejano cielo una estrella se esconde, duele mi desconsuelo y ella no responde...”. Hacía un buen rato que Rai y Zahra se habían ido a cenar. Nico y Sonia se quedaron solos entre el público, contemplando aquel desfile de carrozas y espectáculos dirigido a todo aquel que conservara en su corazón algún rastro del niño que fue. La situación era de lo más extraña, porque ninguno hacía referencia a lo más evidente, que eran dos adolescentes rodeados por cientos de críos que mataban por cada uno de los caramelos que llovían desde el cielo. Nico decidió ser el primero en romper el hielo: –Por allí viene el rey Melchor. 387 http://www.antoniojroldan.es –Genial. Lloraré de emoción –dijo Sonia mientras acariciaba la Mano de Fátima que se había colgado al cuello para estrenarla aquella tarde. –Ya... –nuevo silencio–. Oye, que cuando quieras nos vamos. –Estoy bien, de verdad. Pensaba en lo nerviosa que me ponía la víspera del día seis. Ahora también, no creas... En mi cada nos tomamos muy en serio esto. –Y..., bueno. ¿Qué has pedido? –¡Bah! Lo de siempre, ya sabes. Bueno, así especial una maleta muy bonita que vi en Sol el otro día, con florecitas y muy fuerte, para el viaje fin de curso. ¿Y tú? –Sonia se volvió a Nico mientras pasaba el rey Gaspar–. Si es que crees en estas cosas. ¡Espera! No me lo digas, la saga de Harry Potter. ¿Verdad? –Muy graciosa la niña... Para que te enteres, lo que yo quiero queda entre Baltasar y yo. –Claro, la intimidad es importante vuestra relación. –Vale. Le he pedido algo que deseo mucho y que hoy por hoy es imposible. –¿Tan caro es? –No tiene precio –y miró a Sonia con los mismos ojos enamorados del día del Tor. Ella se dio cuenta al instante y retomó la atención en la cabalgata. 388 http://www.antoniojroldan.es “...Maldita sea la sociedad, no es oro lo que brilla, y bendita sea la suciedad, donde lloro por mis pesadillas. Aunque imaginé mi vida como un cuento de hadas, sé que terminé la partida sin aliento para nada...”. El niño le indicó a Martín donde estaba cenando la chica de la foto, la que había quedado con unos amigos en Cibeles. El sicario le pagó lo convenido, más otros cinco euros de propina. El chaval salió corriendo en busca de su tía, que lo esperaba calle abajo. A la salida del restaurante, Rai y Zahra comenzaron a callejear por las estrechas calles del barrio de Chueca. Al joven pintor le inquietaba un poco recorrer la barriada gay de Madrid, del que había oído hablar, pero que imaginaba como una especie de gueto en el que una pareja hetero no podría pasear. –Eres de lo más gracioso, Rai, en serio. –Es que nunca antes había visto a dos tíos besándose. –Aquí en Madrid se besa la gente por la calle con naturalidad. –Ya, pero... No sé, no es lo mismo. –Tu prefieres a las chicas, ¿no es eso? –Zahra acarició la mano de su amigo–. Pronto estarás con Angelita y podrás demostrar tu masculinidad. No sufras, no es contagioso. –No es momento de hablar de ella. Hoy estoy contigo y hasta que nos despidamos me daré el gustazo de pasear por 389 http://www.antoniojroldan.es Chueca con la madrileña más guapa de la ciudad –Zahra se detuvo en seco y acarició el rostro de su amigo. Durante unos segundos, el cielo cómplice de Albaidalle surgió abriéndose paso entre las nubes de Madrid, susurrando una canción de amor y despedida, una promesa en el tiempo que aguardaría dormida para levantar una cometa cuando la ausencia de aire amenazara con traer desesperanza. –Te lo dije antes, Rai. Nunca te olvidaré. –Vuelve a besarme y calla. “...Al menos porto un tesoro, a ella durmiendo en mi corazón, en sueños absorto la adoro, doncella dueña de mi razón, aunque la luna sea su esencia y callada alma, sé que la bruma de su presencia me dará la paz...”. La cabalgata había terminado y el rey Melchor se acercó al estrado para dirigirse a los niños. Sonia y Nico se miraron abochornados. Una cosa es ver las carrozas y otra tragarse el discurso. –Será mejor que nos vayamos, ¿no? –propuso Sonia. Ambos jóvenes caminaron ensimismados en sus pensamientos hasta la boca de metro de Retiro. Pasaron el billete por el torno de entrada y se despidieron quedando en llamarse al día siguiente para citarse con Zahra y cotillear sobre los regalos y Rai. Cada uno iba a un andén distinto, por lo que el foso de las 390 http://www.antoniojroldan.es vías les separó dejándolos enfrentados. Un niño, sentado junto a Nico le preguntó a su madre si los Reyes Magos le traerían lo que había pedido. Sí, porque has sido bueno. Entonces el muchacho miró de nuevo a Sonia, y ella a su vez presintió que era observada por él. Nico se levantó y salió del andén, cruzó el hall y bajó en busca de su hada del Tor. –Es que tú eras mi regalo, Sonia –se encogió de hombros. –¿Qué voy a hacer contigo? Eres un caso perdido –abrazó a Nico y le dio un fugaz beso en los labios, casi un leve roce. El metro entraba en la estación cuando Sonia se retiró enjugando una lágrima furtiva–. Feliz noche de la ilusión, brujito. –No te vayas, por favor. ¡Espera! Y así quedó Nico, con la huella de su regalo todavía presente en su boca, mientras las luces del último tren se iban apagando en las fauces del túnel. “...Gato salvaje, de felino sólo tienes apodo, niñato sin coraje, te defino Cuasimodo, derrotado en la basura, no me dará pena, verte llorando con la amargura de una nena...”. La carcajada de Martín resonó en la oscuridad. Rai apartó bruscamente a Zahra y se volvió hacia él. Aquella era la última persona que esperaba encontrarse allí. –Enternecedor. Esto sí que no me lo esperaba. Dos presas al precio de una. 391 http://www.antoniojroldan.es –Hijo de puta. ¿Qué estás haciendo aquí? –Rai avanzó envalentonado hacia él, recibiendo un fuerte puñetazo en el estómago. Cuando el chico se arrodilló, doblado por el dolor, Martín le obsequió con una patada en la cara. –Cuenta saldada, nene. Te dejo los huevos intactos, que veo que los vas a usar. Cortesía de la casa. –¡Socorro! –gritó Zahra buscando algún transeúnte por la calle. Martín la agarró por el cuello. –Escúchame una vez y no me hagas que te lo repita. Primero vas a cerrar la bocaza, por el bien de tu chico. Segundo –buscó en el cuello de la chica el colgante del Chalice Well–, me quedo con este recuerdo de nuestro encuentro. Como le decía al periquito, por mí ya quedamos en paz. Aunque aún tengo una cuenta con tu gato –señaló una herida reciente en la cara–, pero será en otra ocasión –tiró con fuerza de la cadena y el amuleto de Moon Brothers quedó en su mano–. Un placer volvernos a ver. ¡Felices fiestas, muñecos! Mientras Martín desaparecía entre las tinieblas, Zahra se agachaba para acariciar el rostro dormido de Rai. “...Y así termino. Lo lamento, hoy me confortó ceder; y sí, soy felino, te lo advierto, no me importa perder; sé que la derrota me acercará a la victoria, porque, toma nota, así acabará la historia, allí donde reina la madre naturaleza, allí donde la arena esconde su belleza”. 392 http://www.antoniojroldan.es El ferry a Ibiza partió con puntualidad. Martín dormitaba en su asiento tras conducir de noche hasta Valencia, recordando paso tras paso su magistral trabajo aquellos días en la capital. Llevaba en la maleta dos regalos para Menéndez como pasaporte para retornar por la puerta grande. Los Reyes Magos habían sido de lo más generoso, al menos una vez en su vida. No tenía un buen recuerdo de su infancia. La herida de la bestezuela del restaurante le estaba escociendo de lo lindo. Aunque se la había curado con algo de whisky temía que aquel bicho asqueroso le hubiera contagiado algo. Según el sol iba dorando el cielo, el escozor se transformó en quemazón, por lo que fue al servicio para echar un vistazo. Sus ojos enrojecidos por la falta de sueño y el alcohol, con el que celebró en soledad su venganza, contemplaron en el espejo la inflamación de su cara. De manera inexplicable, las marcas paralelas del zarpazo se habían recolocado sobre la piel, provocando aquella tirantez y marcando una cicatriz con forma de Vesica Piscis. No, no era posible. Abrió su maleta, sacó el colgante de la niña y, colocándolo junto a su mejilla, comprobó 393 http://www.antoniojroldan.es que su impresión inicial era cierta. Aquella cicatriz le recordaría para siempre la noche de la ilusión. David abría torpemente los paquetes, sin percatarse de los rostros preocupados de Marta y Zahra. Era el mejor día del año y había que hacer un esfuerzo por transmitirle al niño tranquilidad. Tras colocar en el sofá los regalos, Zahra trajo el roscón y el chocolate, para celebrar una nueva llegada de sus majestades. Cuando los tres estaban sentados a la mesa, sonó el timbre de la puerta. Era Tarek. –Buenos días, Tarek –dijo Marta apreciando de veras la visita de su compañero de secuestro en el Hatshepsut. –¡Hola familia! Los Reyes han pasado por mi casa. –¡Bien! –dijo emocionado David. –Marta, me he permitido pedirle esto –un enorme cilindro llegó a las manos de la madre de Zahra–. Es una manta egipcia, hecha a mano, que formará parte de su maravilloso negocio. –Pero, Tarek, es una maravilla, no puedo... –Los Reyes proceden de Oriente y allí están los mayores tesoros para las buenas personas–se volvió al niño–. David, esta pequeña vasija de esencias también debe venir de allí y tiene aspecto de ser muy, muy antigua. –¡Genial! Así puedo antigüedades, como la del abuelo. 394 empezar mi colección de http://www.antoniojroldan.es –Sabía que le agradaría, por eso se lo escribí a los Reyes –se sentó junto a Zahra–. Señorita, en uno de mis zapatos, los Reyes dejaron este marco de fotos para usted. Tras desenvolver el papel, primorosamente doblado por algún paje paciente, apareció un portarretratos de madera con una foto muy antigua, protegida por un sucio cristal. Era la viejecita de Glastonbury, aquella que se le apareció en su meditación, y que fue la dueña del colgante que le había quitado el hombre de Albaidalle. Su mano derecha parecía apoyarse en el corazón, pero lo que realmente sostenía era aquel amuleto que fue forjado en la tierra de Avalon. Zahra se levantó y abrazó con todo su sentimiento al hombre responsable de que su alma se sintiera reconfortada aquella mañana gris. –Zahra, hija… –dijo Marta feliz de verla sonreír de nuevo–. Hay todavía dos envoltorios con sello de África. –¿Dónde, mamá? –exclamó el niño exultante. –Están colgados en el árbol. Ambos saltaron hacia allí. David encontró un sobrecito que decía: “Tu regalo africano está debajo de la cama de mamá”. Allí le esperaba un arco de verdad con flechas romas. El sobre de Zahra contenía una carta: Mi pequeña Zahra. No, ya no tan pequeña. Perdona. No hay mucho por aquí que pueda gustarte, ya que la moda africana quizás no sea bien vista por las calles de Madrid. Es broma. 395 http://www.antoniojroldan.es He hablado con mamá y me ha contado lo de tus notas. Yo sé que vas a mejorar y que acabarás la secundaria tan bien como lo hiciste con la anterior etapa. Confío en ti, grumetillo. Sé que ella te ha prometido dejarte ir al viaje de fin de estudios a Roma si tus notas van progresando. Te va a encantar, ya verás. Yo por mi parte quiero darte algo parecido... El negocio de los globos va viento en popa, nunca mejor dicho, así que te ofrezco un nuevo incentivo, que hoy por hoy me puedo permitir: un viaje este verano a Tanzania con tus amigos –deberás elegir a dos, aunque supongo que una plaza será para el eterno Nico–, si tu media llega al menos a notable, claro. Ambos nos jugamos mucho, porque verte es lo que más deseo en este mundo. Así que hinca bien los codos y prepárate para pasar mucho calor en uno de los lugares más bellos del mundo Espero que este día tan mágico te haya colmado de presentes. Tu capitán Haddock, que te quiere y te añora. Mientras Zahra leía la carta de su padre, Rai viajaba rumbo al norte con la cara hinchada y el corazón encendido, Nico se debatía entre su fidelidad al mago Merlín y a los de Oriente, y Sonia meditaba si lo del metro había sido una nueva aparición fantasmal que debía olvidar. Aquella noche Zahra se refugió en su dormitorio junto a sus regalos, con Avalon en su regazo, observando el cuello desnudo 396 http://www.antoniojroldan.es en el espejo de su tocador. Acarició el colgante ausente y una punzada de miedo e ira le recorrió todo el cuerpo evocando a Martín. Recordó entonces las palabras que le dirigió el mago de Lavapiés: “Tienes una cita con tus ancestros en el lugar que fue dictado por las hojas del bosque. El alma que cuida de ti te aguarda allí, protegida entre las montañas…”. En su rincón de los recuerdos colocó la foto de su bisabuela, iluminándola con una de las velas sagradas que trajo de Glastonbury en verano. La llama temblorosa parecía otorgar vida al rostro blanquecino de la anciana. Zahra besó el marco y susurró unas palabras para que el fuego encendido las llevara hasta el corazón lejano del Chalice Well: –Te prometo que recuperaré nuestro amuleto. Aunque tenga que ir al fin del mundo a buscarlo. Los ojos de Avalon se encendieron satisfechos al imaginar el reencuentro de sus garras con su presa Martín. Para entonces ya sería un magnífico y temible felino. 397 http://www.antoniojroldan.es 398 http://www.antoniojroldan.es 399 http://www.antoniojroldan.es “Y si el alma en aquel momento no encontrara aquella ordenación que procede de la justicia de Dios, sufriría un infierno mayor de lo que el infierno es, por hallarse fuera de la jerarquía que participa de la misericordia divina, que no da al alma tanta pena como merece. Y por eso, no hallando lugar más conveniente, ni de menores males para ella, se arrojaría allí dentro, como a su lugar propio”. Tratado del purgatorio (nº 12) –Santa Catalina de Génova (1447-1510) 400 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 34 Civis Romanus sum Como un balandro intrépido y dócil, la azotea de La Mugara navegaba a través de los recuerdos de Zahra, surcando un mar de estrellas donde los ojos de Tarek Moawad encontrarían cobijo junto a las perseidas veraniegas. Aquella niña inquieta, que devoraba los relatos de viajes de su abuelo, nunca olvidaría la primera impresión que le causó la mirada del fellah, siempre atento a la limpieza de la escultura de la diosa Bastet, bañándola en agua para eliminar el barro que ocultaba un gato de granito negro. Fueron aquellos ojos ancianos, dos piedras de insondable y húmeda opacidad esculpida por sus antepasados en las arenas del desierto, los que recorrieron despacio la estancia hasta posarse en la maleta abierta de Zahra. –Su nombre es Falco, aunque todos le dicen profesor Falco. Era compañero de su abuelo… Bueno, lo es de todo aquel que tenga relación con el mundo del coleccionismo de antigüedades. De hecho, está considerado y respetado como el más sabio de todos. Seguro que ahora está pensando en un millonario excéntrico, encerrado en un castillo custodiado por un foso de seguridad. No, señorita. Nada más lejos de la realidad. 401 http://www.antoniojroldan.es Aunque vive con desahogo, su poder y fama nacen de sus conocimientos y de los trueques que realiza, no siempre ventajosos para él. ¿Se acuerda de cuando coleccionaba cromos? Pues algo así… –Acarició suavemente el lomo de la guía de Roma. »Ha recorrido los cinco continentes en busca de objetos especiales, únicos, tanto como sus dueños. Ya lo verá… Su agenda de contactos es muy amplia y pocas cosas suceden en las convenciones o subastas sin que él se entere. Por eso, si alguien está moviendo nuestro…, su colgante, él lo sabrá. »¿Confiar en él? No queda otro remedio. Me consta el aprecio que sentía por el señor Saunders pero, aún así, considero conveniente que le lleve algún presente. Cromo por cromo. Mire –Tarek sacó una funda de piel, oscurecida por el paso de las décadas, y se la mostró abierta a Zahra–. Es una brújula que perteneció a Lawrence de Arabia. ¿Recuerda la afición de su abuelo por los juegos de cartas? Este trofeo se lo ganó en buena lid a un aristócrata británico que perteneció en la Segunda Guerra Mundial al escuadrón 601, un selecto grupo de millonarios y nobles amantes de la diversión, pero valientes y leales a su país a la vez. Esta reliquia fue el amuleto que este hombre llevaba consigo cuando volaba en su avión de combate. Sé que le gustará mucho al profesor Falco… »No. Tiene que aceptarlo. Su abuelo me la regaló a mí y yo soy dueño de hacer con ella lo que quiera. Mi deseo es que le sirva para recuperar el colgante de Glastonbury. Por eso debe 402 http://www.antoniojroldan.es buscar a Falco en esta dirección –colocó con delicadeza un papel doblado en las manos de Zahra– y contarle su historia. »Estoy casi convencido de que existe un vínculo entre el hombre de la cueva y un comerciante llamado Menéndez, que no hacía más que atosigar al señor Saunders con la compra de la colección egipcia. No puedo probarlo, pero quizás Falco nos aporte alguna información útil. »Eso es todo, señorita Zahra. Pienso, de corazón, que va a disfrutar de Roma, como lo hizo su padre con su misma edad. Creo recordar que así me lo contó… Y por favor, no le comente a su madre lo del profesor Falco, que tiene muchas preocupaciones y quizás no apruebe esa visita no programada en el viaje de estudios. Sea muy prudente. »Otra cosa… El restaurante ha empezado con buen pie. Amir es muy espabilado y creativo. ¿Qué me retiene en Madrid? Para su abuelo era muy importante que usted guardara el colgante del Chalice Well. Su robo ha destrozado mi corazón y no regresaré a Egipto hasta que lo recuperemos. »Sí, creo que es necesario. Debe recuperar el medallón para luego decidir su camino, porque aún es joven y tiene la vida por delante. Algún día lo comprenderá. La entrada a la hospedería del monasterio, un raro ejemplar del escaso neogótico romano, era un pequeño caos, con ochenta y siete adolescentes de cuarto de secundaria rodeados de maletas y emboscados en una cerca invisible formada por cuatro columnas. 403 http://www.antoniojroldan.es Cerca de ellos vigilaban unos improvisados pastores, que se preguntaban por qué habían accedido a llevarse de viaje a aquella pandilla de energúmenos. Al frente de la expedición, don Alfonso, alias “El Chanquete”, profesor de matemáticas con treinta años de experiencia y un hueso duro de roer. Un paso por detrás, doña Isabel, tutora de Zahra, conocedora del paño y de serenidad envidiable, pero poseedora de una extraño tic nervioso en el ojo cuando sacaba a sus borreguitos a pastar fuera de la granja. Junto a ellos, Enzo, el guía italiano de la agencia, un pedazo de pibón para mojar pan y comerse el plato cual pizza pepperoni, palabras textuales de Sonia. Enzo, sudando abundantemente, intentaba aunar las preferencias de los alumnos, la estrategia de vigilancia nocturna de los profesores y la disponibilidad del monasterio, para realizar el reparto de habitaciones. Entre el corral y los pastores, una extraña pareja, Borja y Josefina –por cortesía de la AMPA del centro–. Él era el padre de Carol, una alumna sentada sobre un macetero que permanecía sumida en un mutismo absoluto, mascullando algo sobre la supuesta condena que recibiría si lanzara a su padre desde lo alto del Coliseo Romano. Su imagen oscura, con el collarín de púas al cuello, no invitaba al optimismo al respecto. La acompañante de Borja, Josefina, era conocida por “Supermami” porque siempre figuraba en todos los saraos del colegio, desde la mañana hasta el cierre de las instalaciones con los entrenamientos deportivos. Afortunadamente para su hija – fotocopia reducida de la madre–, esta cursaba todavía tercero y se iba a librar de pasar vergüenza ajena en la ciudad eterna. Así 404 http://www.antoniojroldan.es que, dejando a un lado al Chanquete, todo parecía indicar que el camino hacia la diversión estaba más que asegurado. Minutos más tarde, don Alfonso llamó a sus alumnos y comenzó a repartir las llaves. –¡Nos ha tocado él! –dijo Nico a Zahra. –¿Quién? –El Johnny. –¡No fastidies! –Sonia empezó a reírse a carcajadas imaginándose a Nico y a su compañero Pablito, “El Hobbit”, compartiendo habitación con el macarra del colegio. –Lo que oyes. Estamos fritos… –Una cosa es segura, no os vais aburrir –añadió Zahra guiñando un ojo a Sonia–. Nosotras estamos con Carol, que está con un muermo… –Casi prefiero estar con ella, aunque me asuste por la noche. He intentado protestarle al Chanquete, pero casi me fulmina con su mirada asesina. –Como que lo ha hecho adrede para que le vigiléis –dijo Sonia para preocupar más al muchacho–, no vaya a ser que saque la navaja por la noche y haga una carnicería. –¿Nunca te han dicho que eres única dando ánimos? ¡En fin! No hay nada que hacer… Voy a buscar a Pablo y nos subimos. Luego os veo. 405 http://www.antoniojroldan.es –Vale Nico. ¡Hasta ahora! –dijo Zahra dándole un beso en la mejilla. –Eso, despídete de él, que como se pase de listo el Johnny lo avía en dos bocados. –Anda, vamos a buscar a Carol. La habitación de Zahra, Sonia y Carol se encontraba en la segunda planta. El sencillo mobiliario consistía en una litera triple de recia estructura –que aprovechaba a la perfección la gran altura de la celda–, una mesa de estudio con una silla, un armario casi tan alto como la litera, un retrato de una monja orando, un crucifijo y un arcón que parecía robado de un cementerio. En un lateral se abría la puerta del aseo, en el que el habilidoso arquitecto había logrado situar el plato de la ducha haciendo esquina de manera que cupiera un pie entre él y el lavabo. Seguro que jugó mucho al Tetris en el bar de la facultad. –Tanto amenazarnos en clase con llevarnos a un reformatorio que al final el Chanquete se ha salido con la suya – dijo Sonia mientras contemplaba el desolador panorama desde la cima de la litera–. Por cierto, me pido arriba. –Tiene su punto –dijo Carol observando las vigas apolilladas del techo–. Yo me pido abajo, por si me voy de exploración, para no despertaros. –Vale –dijo Zahra resignada–, pues yo en el medio. 406 http://www.antoniojroldan.es –¿A dónde dará esta ventana? –preguntó Sonia mientras intentaba abrirla desde su privilegiada atalaya–. Nada está atrancada. –Está así para que las monjas no se suiciden… –aclaró Carol muy ufana–. ¡Cuántos pingüinos habrán estirado aquí la pata! Quizás en esta misma cama. –Bromitas las justas, rica –sentenció Sonia mientras descendía al suelo–. Además, serían celdas individuales. Esta litera es moderna. –Vamos a darnos prisa, que hay que bajar a comer y se van a enfriar los manjares italianos–dijo Zahra. –¿Manjares? Somos unas “pringuis”. Nos vamos de viaje a Roma para seguir degustando comida de monjas. Espero que sepan hacer mejor la pasta –dijo Sonia–. Menos mal que hemos traído el alijo: gominolas y patatas –mostró su maleta abierta. –Chorizo de mi pueblo y chocolatinas –exclamó Carol relamiéndose y pasando el testigo con la mirada a Zahra. –Nubes, regaliz, gusanitos y… ¡Peta Zetas! Las conversaciones de los estudiantes trepaban por las paredes del refectorio para reunirse en la bóveda, provocando un estruendo similar al que prologaba una sesión de cine en el salón de actos. El sonido de una campanilla y la vos atronadora del Chanquete apaciguaron a los hambrientos estudiantes. La monja que presidía la mesa principal rezó algo en latín y luego bendijo 407 http://www.antoniojroldan.es la mesa empleando un dulce castellano. Sonia suspiró sin disimulo: –Tanto preámbulo espero que sea una buena señal, porque desde la cocina llega un aroma extraño… La monja observó detenidamente todas las mesas, como si pasara revista a un ejército: –Buenas tardes, queridos visitantes. Soy la madre Bianca, superiora del monasterio y su anfitriona en Roma. Es para mí una gran satisfacción recibir a un colegio hermano de nuestra orden… –Miró con felicidad a los dos profesores. –Como si no hubiéramos pagado… –le dijo Sonia a Zahra al oído. Esta respondió con un disimulado codazo. –La comunidad se ha esmerado en preparar su visita, por lo que esperamos que todo sea de su agrado. Si surgiera algún inconveniente, no duden en comentarlo con sus monitores. De igual modo, les rogamos que no olviden la naturaleza de esta casa. Van a compartir con nosotras la comida en el refectorio y algunos de nuestros horarios, por lo que procuraremos adaptarnos con buena voluntad y flexibilidad. Un parque móvil de carritos de comida aguardaba al fondo de la sala, custodiado por las cocineras. Según Nico sólo faltaba la bandera a cuadros para lanzar la carrera hacia las mesas. –Cada una de estas mesas acoge a ocho comensales, así que les rogaría que para la cena no muevan las sillas de lugar, como han hecho en esta ocasión. También les invito a cambiar de ubicación de forma periódica, para compartir con otros 408 http://www.antoniojroldan.es compañeros este momento de convivencia –las componentes apiñadas en una mesa de trece comensales se miraron con inquietud. »El ala este pertenece a la comunidad. No deberán acceder a ella si no son invitados por alguna de nosotras. La zona oeste pertenece a la hospedería, donde se encuentran sus habitaciones. En ella encontrarán una confortable sala de juegos con chimenea, donde podrán departir con sus compañeros. –Yo he estado antes con Pablo –comentó Nico–. Si os gusta jugar al Trivial en italiano o con unos bolos de plástico, ese es vuestro sitio. –Tranquilo, Nico. Ya montaremos la fiestuqui en la habitación –dijo Zahra con expresión pícara. »A las diez de la noche se hará silencio en la hospedería y permanecerán todos en sus respectivas habitaciones –se giró hacia la mesa de los adultos–, ¿no es así, don Alfonso? –Este se levantó con desgana para dirigirse a sus alumnos. –Por supuesto –hubo un murmullo de desaprobación entre sus pupilos–. Tanto doña Isabel como yo vigilaremos las alas de los chicos y las chicas, y aquellos que molesten por la noche, o salgan de sus habitaciones, serán castigados. –No creo que sea necesario –dijo amablemente la madre Bianca–. Son todos unos jóvenes estupendos –Varias cabezas giraron hacia la mesa del Johnny, el cual respondió con una expresión desafiante a más de uno–. Y ahora, disfruten de esta comida reparadora tras el largo viaje. 409 http://www.antoniojroldan.es Los carritos iniciaron sus maniobras portando unas soperas humeantes para desmotivar a los estómagos anhelantes de pizzas y pasta italiana. –Gente… No podrán con nosotros –dijo Sonia. –Pues esto parece una cárcel –respondió Nico algo desanimado. –Sólo pretenden meternos miedo –comentó Zahra para tranquilizar a su amigo–. La primera noche estarán frescos, pero después caerán como benditos y será nuestra hora. –Estáis las dos muy confiadas. Dicen que el Chanquete estuvo el año pasado tres noches sin dormir y que regresó a dos alumnos para Madrid el primer día. Para mí que tiene poderes... En clase de matemáticas os juro que tiene un ojo en el cogote. –¡Bah! –exclamó Sonia mientras arrojaba barquitos de pan en la sopa– Son leyendas de los veteranos. –Ya, pero mi habitación será la más vigilada del monasterio. No olvides que tenemos a Al Capone dentro… –¡Es verdad! Lo siento chico, pero te perderás la degustación de chocolatinas de esta noche –dijo Sonia mirando al Johnny de reojo. Este sorbía la sopa con cara de pocos amigos. –Tenemos toda la tarde para investigar –susurró Zahra–. Lo primero es saber dónde duermen los profes. –Yo lo sé –intervino Carol–. Mi padre es tan pardillo que me lo ha dicho por si le necesito. –Genial –respondió Sonia–. Cuenta… 410 http://www.antoniojroldan.es –Veréis… El ala de los chicos está sobre la de las chicas. Son prácticamente iguales. Si os habéis fijado en la cabecera del pasillo de cada planta hay una puerta cerrada. Ahí estarán el Chanquete e Isabel haciendo guardia en sus zonas respectivas. Frente a la zona de las chicas hay un pequeño pasillo, que atraviesa el descansillo de la escalera, con más habitaciones. En dos de ellas están Supermami y mi padre. Frente a los chicos creo que duerme el personal de cocina y mantenimiento. –Te lo has currado, tía. En serio. O sea, en la práctica sólo hay dos puntos conflictivos –resumió Zahra. –Pues como haya que esperar a que se duerman los dos… –sentenció Nico pesimista. –¡Esperad! Hay algo más… Al otro extremo de los dormitorios hay una segunda escalera –añadió Carol satisfecha. –Ya, la puerta de acceso está cerrada con llave –aclaró Nico–. Lo comprobamos antes. –¿Y qué? Vosotros tenéis al Johnny –Zahra y Sonia se rieron ante la ocurrencia de Carol. Un siseo exagerado llegó desde la mesa de los profesores. –¿Estás loca? –dijo Nico. –A ver chico, ¿no fue él el que abrió el quiosco de las chuches el año pasado? Ese tío sabe lo que se hace. –Tranquilo Nico –dijo Zahra–. Te está vacilando. –No es verdad, hablo en serio, tía. 411 http://www.antoniojroldan.es –Gente, ya vienen los carritos de nuevo –interrumpió Sonia dejando a un lado el cuenco de la sopa. –¿Qué eso que flota en la salsa? –preguntó Zahra mirando el puchero. –Parecen trozos de carne –dijo Carol. –Pues yo creo que son espinacas… –corrigió Sonia con cara de asco–. ¿Qué me dices ahora, Nico? ¿Os apuntáis a la orgía del chocolate? –Hablaré con Johnny, plastas. Tras la primera comida en el monasterio, Enzo reunió a lo que llamaría “la mia famiglia” desde aquel momento. El grupo bajó hacia la Via del Foro Imperial, caminando en dirección al Colosseo en una formación tan caótica que si las antiguas legiones levantaran la cabeza convertirían a Enzo en proteínas para leones. Josefina a lo suyo, “tomando instantáneas”, y los demás delante con el guía, observando atentamente los restos del Foro. Borja no le quitaba ojo a su hija, que seguía maldiciendo su suerte lo más lejos posible de él. Al llegar al Colosseo, unos romanos, que parecían recién escapados de una galera o estar disfrutando de un permiso penitenciario facilitado por la Cosa Nostra, se ofrecían a los turistas para hacerse unas fotos. Como era de esperar, Josefina picó el anzuelo al grito de “¡qué alucinante!” y agarró a tres alumnas para acompañarla. Sonia exclamó un “patético” que se 412 http://www.antoniojroldan.es escuchó en todo el grupo y Nico imaginó una pelea en la arena entre aquellos tipos y el Johnny. Estaría muy igualado. Una vez situados bajo los soportales, la fila circular avanzaba lentamente hasta que por fin pudieron acceder al recinto. Tras unas breves explicaciones por parte de Enzo, cada uno exploró el Colosseo a su ritmo. Zahra se encontraba asomada a una de las gradas, cuando Carol se acercó a ella: –No es distinto de nuestras plazas de toros… –Esto es más impresionante, Carol. ¿Te imaginas a la gente gritando? Los leones, los gladiadores, el emperador decidiendo la suerte de los derrotados… Si las piedras hablaran… –Había dos puertas –dijo Carol mirando circunspecta hacia la arena–. Una era la de la vida, por donde entraban los animales y los gladiadores, pero existía también la puerta de la muerte, por donde sacaban los cadáveres –Nico y Sonia se acercaron a sus compañeras–. La sangre y los restos se limpiaban con agua y esta iba a parar a un desagüe que rodeaba el edificio. Ese líquido sanguinolento se derramaba en la Cloaca Máxima de Roma, tiñendo de rojo el río. –¿La Cloaca Máxima? –preguntó Nico. –Supongo que Enzo lo explicará. Vamos a buscarle –dijo Sonia sonriendo. –Tranqui Sonia –Zahra la tomó del brazo riendo–, que para loba ya está la de Rómulo y Remo. 413 http://www.antoniojroldan.es Carol se alejó lentamente de allí dejando que su mente viajara en el tiempo. Los tres amigos se quedaron muy serios contemplando el coso. –Podemos juntar tu Johnny con nuestra Carol, Nico –dijo Sonia–. Uno destripando romanos y la otra gozando con la sangre. ¡Dame más, Johnny! ¡Dame más…! –No me extraña que su padre se haya apuntado a la excursión –añadió Nico–. Tiene una psicópata en casa. –Es una forma distinta de ver el mundo –dijo Zahra–. Sólo es eso. Seguro que a ti te interesa más lo del sistema de ascensores que nos ha explicado Enzo al entrar –Nico asintió–. Ella siente atracción por… Por… –No te líes Zahra –interrumpió Sonia–, asume que tenemos una vampira en la habitación y punto. Por si acaso no tomes muchas chuches, que la sangre cuanto más dulce más delicatessen. Eran las seis de la tarde cuando la famiglia de Enzo abandonó el Colosseo. Doña Isabel y Borja fueron reuniendo a los alumnos que buscaban souvenirs por los alrededores, para que todos pudieran escuchar las instrucciones que el Chanquete iba a comunicarles. –¡Escuchen! Disponen de dos horas libres. A las ocho en punto en el monasterio sin dilación, que nos conocemos. ¿Alguna pregunta? De acuerdo. No se alejen demasiado y sean 414 http://www.antoniojroldan.es prudentes. Recuerden que la cena es a las nueve, así que nada de hartarse de comida basura. El que no cene como es debido ayudará a las hermanas con la limpieza del comedor. Eso es todo. Se produjo una desbandada general, como si el mismísimo Júpiter hubiera derramado una bolsa de canicas por la Via del Fori Imperali. –Bueno gente, ¿a dónde damos? –dijo Nico acelerando el paso. –Pues, tengo que visitar a alguien… –dijo Zahra mirando a sus dos amigos con cara de inocente. –¿A quién? – dijo Sonia olisqueando alguna pista morbosa relativa a rolletes pretéritos. –Se llama Falco. Era un profesor amigo de mi abuelo y a lo mejor me puede ayudar a recuperar el colgante. Se supone que estamos aquí para conocer la ciudad –comentó Nico que intuía una encerrona de su compañera de aventuras–, que para profes ya tenemos al nuestro, y si a las ocho no estamos de vuelta se alimentará de nuestra carne cruda. –No te rayes, chaval. A ver, tía, ¿dónde está el tipo ese? –Unos veinte minutos andando, cerca del Panteón. ¿Qué decís? Será rápido y luego estaremos libres y podremos tomarnos una pizza por ahí. –Por mí vale, que tengo las espinacas serpenteando por mis intestinos. ¿Nico? 415 http://www.antoniojroldan.es –Valdrá, pero espero no meternos en ningún sitio extraño, porque… –Colleja de Sonia. –Te seguimos, Zahra. No hagas caso a papá Nicolás. 416 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 35 El profesor Falco Caminaron hasta la plaza Venecia, donde contemplaron el Monumento Nazionale a Vittorio Emanuele II, que les recordó a uno dedicado al Rey Alfonso XII en el parque de El Retiro de Madrid, aunque este último era mucho más pequeño. Luego avanzaron por la Via del Corso para girar posteriormente a la izquierda en dirección al Panteón de Agripa, un templo dedicado a los dioses romanos. –¿Y ahora? –preguntó Nico mirando el reloj. –Bueno, según el mapa esta es la plaza de la Rotonda. Tenemos que rodear el edificio y pasar un obelisco con forma de elefante. –Siempre pensé que los obeliscos eran más estilizados – comentó Sonia observando el mapa de Zahra–. Venga, sigamos. Unos minutos más tarde llegaron a su destino. La dirección existía, pero correspondía a una pequeña iglesia. De su anterior uso sólo quedaba una Madonna, cubierta de excrementos de paloma. Bajo ella, dos portones de moderna factura indicaban que todo el edificio había sido remodelado recientemente. 417 http://www.antoniojroldan.es –Aquí no cantan misa desde los tiempos de san Pedro – exclamó Sonia–. ¿Has leído bien el papelito? –Chicas, hay un portero automático –señaló Nico. –Puede tratarse de otro monasterio, ¿no? –dijo Zahra mientras acercaba el dedo a uno de los dos botones–. No se pierde nada con preguntar si conocen la casa de Falco. –¿Desde cuando sabes italiano, chica? Buenas tardis, busco al profesorini Falquini, amiguetini de mi abuelini y… – bromeó Sonia. –Pronto, ¿Chi é? –respondió una voz de mujer desde el telefonillo. Los tres se miraron sin saber que decir. –Esto… –Nico se aproximó a la puerta–. Ciao, somos… Venimos de la España… Queremos hablar con el profesor Falco y… –No tiene a nadie citado –dijo la voz con un español americano norteño, bastante dulce. –¿Habla español? ¡Qué bien! –exclamó Zahra–. Sólo serán unos minutos. –Lo siento de veras. El profesor no quiere ser molestado. Que tengan un buen día. –¡Espere! Solamente dígale estas dos palabras: Saunders y Tarek. –Bueno, esperen un poquito… –Esta nos suelta a los “perrini” –susurró Sonia. 418 http://www.antoniojroldan.es –¡Calla! Que te va a oír… –respondió Zahra. –¡Genial! Las siete menos cuarto. O nos damos prisa o acabamos en el calabozo –Nico empezaba a resignarse a ser castigado el primer día de viaje. De repente se escuchó un zumbido y uno de lo portones cedió, mostrando una estancia resplandeciente que alumbró la calle ya en tinieblas. Una silueta salió de una cabina acristalada y se aproximó a ellos. Se trataba de una mujer joven, vestida con un mono negro entallado, el pelo recogido en una larga coleta y un cinturón decorado con una pistola enfundada. –¡Coño! Lara Croft –musitó Sonia. –El professore Falco subirá a recibirles. Por favor, pasen de uno en uno por el arco de seguridad. Un panel de metal abatible ocultaba el resto de la iglesia de cualquier mirada curiosa. Nico calculó que aquel espesor era a prueba de balas y de cualquier proyectil no atómico. Desde luego no iban a visitar a un ancianito para tomar té con pastas. Los tres fueron minuciosamente analizados por el escáner, tras lo cual el muro de metal se plegó lateralmente en tres hojas por cada extremo. La vigilante asintió y señaló con la mano el interior del edificio. Aunque la oscuridad parecía absoluta, paulatinamente unos mortecinos faros de automóvil fueron alumbrando muy despacio la entrada, hasta apuntarles directamente a los ojos, cegando momentáneamente a los visitantes y cincelando una silueta de gran envergadura que avanzaba entre las sombras. 419 http://www.antoniojroldan.es –¿Profesor Falco? –preguntó Zahra. No hubo respuesta. Uno de los brazos del aquel hombre se alzó por encima de las cabezas de los jóvenes izando un mando a distancia que provocó la iluminación progresiva de la nave. Zahra recordó la sensación que sintió cuando penetró en la cueva del Senet, por lo que se toco la cicatriz de la bala espontáneamente. Ocho focos delineaban otros tantos pilares de granito. Una espesa nube de polvo flotaba entre los centenares de antigüedades que cubrían por completo la iglesia, dando la impresión de estar penetrando en un desván de proporciones inmensas. Un ejército de reflejos dorados y sombras vivas se movía tras el profesor Falco, que observaba con curiosidad a los tres jóvenes que acudían en nombre de Saunders y Tarek, mientras acariciaba con sumo cuidado el negro automóvil que franqueaba el paso. –Angelo Roncalli, patriarca de Véneto, viajó en este coche cuando acudió al cónclave donde sería elegido sucesor de san Pietro. Juan XXIII era un Papa extraño: creía en Dios. ¿No es fascinante? –bajó la voz para hacer la confidencia–. Es la única huella de santidad que hallaréis en mi morada –sus ojos recorrieron las paredes como un maestro de ceremonias dispuesto a dar la bienvenida a su público–. Existe otro coche, un Mercedes-Benz en Alemania, que usó cuando vivía en el Vaticano. No quiero ser pretencioso, pero no lo adquirí para mi colección porque estaba contaminado. –¿Contaminado? –preguntó Nico. 420 http://www.antoniojroldan.es –Demasiados pasajeros con el Papa y no todos deseables. Pero, decidme, ¿por qué me buscáis? –Soy Zahra Saunders, profesor, y estos son mis amigos Nicolás y Sonia. Estamos realizando un viaje de estudios por Italia, y hemos aprovechado para traerle un presente de parte de Tarek Moawad, en recuerdo de la amistad que le unió a mi abuelo –Sonia y Nico observaban a Zahra con perplejidad. –Lamento profundamente el fallecimiento de tu abuelo y mi amigo… Me llegó la ingrata noticia. Un hombre notable, capaz de encontrar una aguja en un pajar o conseguirla mediante su astucia –hizo una pausa para fijar sus ojos en el envoltorio ajado que Zahra había sacado del anorak–. Dime, pequeña Saunders. ¿Qué me traes? No, espera, he formulado mal la pregunta –Introdujo la mano por la ventanilla del coche y apagó los faros que estaban cegando a los muchachos–. ¿Qué quiere Tarek de mí? Un fellah es como un gusano en un nido de serpientes, adopta los usos de sus mayores, pero sabe manejarse mejor en el barro. –Es una brújula de Lawrence de Arabia –abrió la funda de piel y la puso en las manos del coleccionista–. Él dijo que sería de su agrado –El profesor Falco sacó unas gafas de su bolsillo y analizó con cuidado el regalo de Zahra. Cerró los ojos acariciando la reliquia del conquistador de Akaba. –Interesante, pequeña Saunders, ¿vas a pedirme la Luna? –Se llama Zahra –replicó Sonia–. No la llame así. 421 http://www.antoniojroldan.es –Vaya, tu amiga se ha molestado, pequeña Saunders. Quizás no sepa que parte de la esencia de tu abuelo está dentro de ti, al igual que la de Roncalli impregnó este coche. –Puede llamarme pequeña Saunders, no me importa – miró a Sonia abriendo mucho los ojos para que le siguiera el juego. –Acepto este objeto como prueba de amistad de tu familia. El profesor Falco se volvió hacia su derecha y se quedó pensativo mirando a un mueble de caoba con vitrinas que tapaba parte de un retablo. Pulsó una combinación de teclas, en el mando que sostenía, y una escalera comenzó a moverse desde el altar mayor, avanzando hacia el lugar que había escogido para colocar la brújula. Caminó hacia la escalera, se subió a ella con algo de dificultad, y trepó hacia uno de los estantes, sin soltar el preciado objeto de su pecho. Durante unos minutos acarició otras piezas de su colección, escrutando cada rincón y sopesando alguna decisión. –¿Qué hace este hombre? –preguntó Sonia. –Yo creo que está valorando cuál es el mejor sitio para colocar lo que le ha traído Zahra. Por cierto –Nico se volvió hacia ella–, ¿sabes el valor que puede tener esa brújula? Espero que sepas lo que haces. –Confío en Tarek. 422 http://www.antoniojroldan.es –Mira, tu profe está sonriendo –señaló Sonia–. Y ahora está depositando el regalo ahí arriba. Tras descender de la escalera, Falco se aproximó a los tres jóvenes. De nuevo activó el mando y un prisma de cristal se iluminó junto a lo que debió ser la sacristía del templo primitivo. Había un gigantesco huevo blanco en su interior. –Salvador Dalí –dijo Falco según se iba deslizando la puerta transparente que protegía el huevo–. Lo conseguí de uno de los albañiles que trabajó en su casa de Portlligat. Se estropeó durante su elaboración. Una pena. Para Dalí era el símbolo del útero materno, duro por fuera, blando por dentro. También representaba el amor y la esperanza. Para nosotros algo más prosaico… El ascensor –El coleccionista abrió la portezuela del huevo. –Esto no puede estar pasando –dijo Sonia a Nico–. Ni que fuéramos pollitos. –Sólo cabe una persona. A menos que quieran bajar por la escalera, iremos de uno en uno. Mi pequeña Saunders tendrá el privilegio de iniciar el descenso. –De acuerdo. ¿Qué hago? –Entra, yo lo activaré. Zahra montó en su angosto ascensor y en pocos segundos llegó a su destino muy lentamente. Al abrirse la puerta, descubrió el despacho de Falco, que ocupaba toda la cripta de la iglesia. Había tantos estantes con libros que no se veía ni la pared. Olía a 423 http://www.antoniojroldan.es tabaco de pipa y papel viejo. En el centro de la estancia una mesa de patas arbóreas sostenía un ordenador y una pila de libros con señales para su consulta. Un perro disecado se acurrucaba junto a una butaca de cuero negro y madera, con cinco ruedas y doble asiento, en la que se distinguía el sello presidencial de los Estados Unidos. En un carrito con ruedas, una vieja máquina de escribir Remington contenía una hoja amarillenta con un texto en inglés: “To me she seems very well,” Robert Jordan said. Maria filled his cup with wine. “Drink that,” she said. “It will make me seem even better. It is necessary to drink much of that for me to seem beautiful.” “Then I had better stop,”. –¿Y esto? –preguntó Nico al aterrizar en la cripta. –Debe ser su despacho. Habrá miles de libros aquí dentro. –¡Guau! Más tesoros… Un hombre interesante, este Falco. Cuando los cuatro se encontraron en la cripta, Falcó interrogó a Zahra sobre el motivo de su visita. Se sentó en el sillón de Kennedy y escuchó atentamente la historia, desde la aventura en la cueva del Senet, pasando por robo del colgante en Glastonbury hasta llegar a la aparición del hombre del cementerio cuando estaba con Rai. El profesor asintió mientras meditaba sobre lo escuchado. Cerró los ojos y pareció quedarse dormido. –Le has aburrido Zahra… –¡Calla Sonia! Está pensando. 424 http://www.antoniojroldan.es –Vale –Falcó regresó de su mutismo–. Creo que el viejo Tarek está en lo cierto. La descripción del hombre que te robó el colgante me resulta familiar. ¿Te suena el nombre de Vidak, pequeña Saunders? –No. –Es un coleccionista británico de antigüedades esotéricas, amuletos mágicos, símbolos religiosos… Organiza un encuentro todos los años para los que nos movemos en ese mundo. Hace tres años acudí a la feria de Swinderby para pujar por una reliquia y creo haberme encontrado con él y con Menéndez, el hombre que has nombrado. Es un tipo grande, de modales afectuosos, pero rudo en la conversación… Solía acompañarle un tipo con el pelo rapado, que ejercía como chófer y, quizás, guardaespaldas. También había un caballero con el pelo canoso, que llevaba sus asuntos. –¿Podría ser él? El calvo… –Espera… –Se levantó y fue hacia un armarito con gárgolas talladas–. Tiene que estar por aquí… ¡Bien! Tengo una foto –regresó muy contento a la mesa y abrió una revista inglesa donde aparecía una reseña de la feria de Swinderby. Un grupo de coleccionistas posaban junto a una carpa. Entre aquellos hombres se adivinaba la frente brillante de Martín–. ¿Podría ser este? – Nico y Zahra se miraron. –No estoy segura, está muy borrosa, pero se parece. –Da igual. Trabajaré en este supuesto. 425 http://www.antoniojroldan.es –¿Cómo piensa ayudar a Zahra? –preguntó Nico. –La mejor manera de cazar a un dragón es llamándolo. El único problema es que no sabes por dónde surgirá el fuego. –¿Va a preguntarle directamente a ese tío? No creo que reconozca un robo así sin más –añadió Sonia. –Tenemos un foro privado para las “alertas de caza”. Si algún coleccionista busca algo no tiene más que pedirlo. Dejaremos nuestro mensaje para ver si acude el dragón –movió el ratón y se escuchó un pitido. A pesar de su peinado juvenil, las canas que cubrían por completo su cabeza no presagiaban una gran soltura con las nuevas tecnologías. Sin embargo, a los pocos segundos, un monitor LED surgió del techo, giró hacia la mesa y mostró la imagen del explorador de internet–. Contraseña, nuevos temas… Ya está. Pequeña Saunders, comienza la descripción. –Es un colgante fabricado en Glastonbury, por los Moon Brothers. Representa la tapa del pozo del Chalice Well, dos círculos entrelazos formando la Vesica Piscis, que simboliza el cielo y la tierra, o el espíritu y la materia… –Aquí tengo la foto del pozo que dices. La añadiré al post. ¡Ya está! Ahora debo decir el motivo por el cual estoy interesado en la pieza. Debéis saber que toda mi colección está formada por objetos que pertenecieron a alguien notable. –Bueno, también puede necesitarlo para hacer un trueque –dijo Nico. 426 http://www.antoniojroldan.es –No es mala opción… Seguiremos la idea del ragazzo – Nico sonrió orgulloso–. Ahora sólo queda esperar. Pueden pasar días… ¿Cuándo os vais? –Estaremos por aquí casi una semana. –Excelente. Apúntame aquí –le tendió un pósit– tu correo y el número de tu móvil, pequeña… Zahra, y te mantendré informada de las novedades. Toma esta tarjeta con el mío. –Sé que es difícil recuperar mi colgante, pero me dijo Tarek que usted era el único que lo podría conseguir. –¿Eso dijo? Me sobrestima, pero sabe halagarme como buen egipcio –se levantó y rodeó la mesa con lentitud. Estudió a sus huéspedes con detenimiento–. Y ahora, ¿disponéis de un ratito libre? –Pues la verdad es que tenemos algo de prisa –se apresuró a sentenciar Nico–. En una hora hay que estar de vuelta en el monasterio y… –Tenemos tiempo, ¿verdad Zahra? –dijo Sonia mientras desenvolvía un chicle. –Unos minutos. ¿Por qué lo pregunta? –Jovencitos, habéis penetrado en mi casa por las puertas consagradas de una iglesia, vislumbrando el paraíso de mi colección, cientos de objetos pertenecientes a artistas que mostraron al mundo nuestras glorias y miserias, santos que intercedieron por nosotros en la Tierra, hombres de estado que creyeron en un mundo mejor… Todo cielo tiene su contrapunto. 427 http://www.antoniojroldan.es –¿El infierno? –preguntó Nico inquieto. –Correcto muchacho. No suelo llevar a mis invitados a visitar el fuego eterno, pero nunca bajé con el viejo Saunders y, al fin y al cabo, tengo aquí a Zahra –acarició paternalmente la mejilla de la muchacha–. ¿Habéis leído a Dante? –No creo –dijo Sonia mascando nerviosamente el chicle. Zahra notaba inquiera a su amiga y temía que toda aquella atmósfera oscura estuviera sugestionándola, como en Glastonbury o en la bodega del Hatshepsut. –Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada; la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor –Falco caminó hacia una puerta negra–. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. El profesor introdujo una tarjeta magnética y luego sacó una enorme llave que se ajustó con dificultad a la cerradura. Se escuchó un crujido al otro lado. Falco pulsó un botón de su mando a distancia y la puerta se abrió sola. –¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! Las cuatro siluetas se perdieron por una escalera hacia las profundidades, donde descansaban las lágrimas de las almas condenadas. 428 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 36 Animata res Bajo la iglesia del barrio de la Rotonda descansaba una nave romana de forma circular, en la que Falco había colocado una plataforma de madera girando con decenas de enseres sobre ella. Un pebetero imperial marcaba el centro de la tabla, consumiendo con su llama algún tipo de incienso que ascendía a una campana situada en el techo. –La “coenatio rotunda” fue la mesa del comedor rotatorio que el emperador Nerón mandó construir tras incendiar Roma y acusar del crimen a los cristianos. Se movía constantemente para imitar el movimiento de la tierra y así impresionar a sus súbditos. –Pues a mí me parece un tiovivo –susurró Sonia a Nico. –¿Es la original? Parece moderna –preguntó Zahra. –Aguarda un poco –contestó Falco–. Te cuento toda la historia. Las paredes contenían piedras preciosas y vistosas pinturas. Posiblemente en el techo se pudieran admirar las constelaciones recreadas para dar la impresión de flotar en el cielo. En ese refectorio de Nerón se celebraron banquetes y fiestas sexuales. Cuando el palacio del emperador fue despojado 429 http://www.antoniojroldan.es de su riqueza, quedó enterrado bajo unas termas, pero se ha encontrado un gigantesco pilar sobre la que se apoyaba con la ayuda de cuatro esferas y un sistema hidráulico. Una de esas esferas está debajo de esta recreación, haciendo de este dispositivo otra animata res. –¿Qué es una animata res? –preguntó Nico. –Yo no atesoro antigüedades, Nicolás. Recojo objetos que pertenecieron a personas relevantes en la historia y que conservan en su interior la esencia de su poseedor. Materia física que atrapa parte del alma, resultando una animata res. –Entonces nos está diciendo que el huevo donde nos ha metido antes contiene un trocito de Dalí, ¿no? –quiso saber Sonia. –Simplificando las cosas, sí, podría ser... –Ya… –Ahora Sonia miró intencionadamente a Nico antes de hablar, evocando el amuleto de Maslama–. ¿Y se pueden crear animatitas de esas con un par de discos de madera y un encantamiento árabe? –Suena extraño eso que me dices. No lo creo. –Me quedo más tranquila –Nico suspiró impaciente. –Así que el regalo que he traído de Tarek contiene un poquito del alma de Lawrence de Arabia y por eso él sabía que le gustaría, ¿no? 430 http://www.antoniojroldan.es –¡Claro! Objetivamente los logros de ese hombre pueden calificarse como positivos, por lo que merece pertenecer a la planta de arriba. Sin embargo, todo lo que ves girar ante tus ojos emana la maldad de sus dueños –se acercó hacia la mesa–. ¿Qué pensáis que es esto? –Parece el escudo de un caballero –señaló Zahra observando una placa de metal de borde azulado, fondo amarillo y una cruz negra–. Podría tratarse de alguna orden religiosa, como los templarios o los hospitalarios, ¿no? –Se ve que te gusta la historia, pero lo único piadoso que hizo Gilles de Rais en su vida fue seguir a Juana de Arco. Este noble francés asesinó y torturó a centenares de niños en su corte de adoradores de Satanás. Irónicamente, se consideraba a sí mismo un hombre de fe. –¡Qué espanto! –exclamó Nico. Falco esperó a que la mesa avanzara para contemplar una nueva pieza de su colección. De nuevo marcó el código correspondiente en su mando para detener la rueda. –¿Qué oculta ese cofre? –Ojalá fuera un tesoro –respondió Sonia–, pero seguro que es algo más macabro como la muela del juicio de Hannibal Lecter o una transfusión de Drácula. –Una almohada, sólo una pequeña almohada, pero sobre ella reposó la cabeza del rey Leopoldo II el día de su fallecimiento. Está cuajada de remordimientos y culpabilidad. Es 431 http://www.antoniojroldan.es responsable de la muerte y la mutilación de unos diez millones de congoleños, tan sólo para enriquecer a Bélgica, y a sí mismo, gracias a la demanda que existía de caucho en Europa y América –Falco abrió el cofre dejando ver un tejido blanco, cuidadosamente doblado, sobre el que reposaba la foto del cadáver del rey en su cama–. ¿No es interesante? –Sonia y Zahra se miraron con aprensión. Nico consultaba el reloj una vez más. De nuevo Falco hizo girar la mesa. –Están llegando nuevas sorpresas… La vitrina de los pequeñines. ¿No son adorables? Mirad, un bisturí del doctor Menguele, responsable de experimentos atroces en los campos de exterminio de los nazis. –¿Y ese botón dorado que hay junto a él? –preguntó Zahra. –¿Ese? Estaba en una de las casacas militares de Augusto Pinochet. Más de tres mil muertos o desaparecidos en Chile. –Creo que ya nos hacemos una idea de lo que hay –dijo Sonia–. Además, hace mucho frío aquí abajo... –…Y nos espera el Chanquete –añadió Nico. –¿No estás cómoda, Sonia? Te comprendo. Pocos lugares existen tan malditos como este. Quizás tú seas una persona especialmente sensible a ellos. ¿Notaste algo arriba? –Nada especial –mintió Sonia sin lograr engañar a Falco. Al regresar al despacho, la vigilante de la entrada les esperaba con una bandeja de paninis humeantes y unos refrescos. 432 http://www.antoniojroldan.es –Será mejor que nos vayamos –comentó Nico–. Tenemos que estar pronto con los demás, ¿verdad Zahra? –Sí, profesor. Nos ha encantado la visita pero se hace tarde. –Sólo serán unos minutos. ¡Gracias Lupe! Mientras tomáis el aperitivo voy a buscar unos regalos para vosotros. –No se moleste, de verdad –dijo Zahra mientras observaba a Sonia servirse sin prisa la merienda. –Un minuto nada más, chicos. Lo prometo. Se hizo un silencio espeso mientras los amigos daban cuenta de los paninis delante del rostro feroz de Guadalupe. Sonia quiso romper el hielo con su habitual sinceridad. –¿Nunca le han dicho que se parece a Lara Croft? – Codazo de Zahra–. ¿Qué pasa? Es verdad, ¿no? –Agradezco tu cumplido, muchacha –respondió la mujer regresando en dirección al huevo para subir a su puesto. –No llegaremos a tiempo… –dijo un afligido Nico. –Ha dicho que venía enseguida. ¿Veis? –Bueno, bueno… –Falco llevaba una cajita de madera abierta–. ¿Qué tenemos aquí? A ver… –Pequeña Saunders, toma este destornillador del siglo XIX. Perteneció a Ada Lovelace, hija de Lord Byron. Fue precursora de la computación y la programación. Creo que te ayudará a desmontar algún misterio. 433 http://www.antoniojroldan.es –Gracias, pero no sé si debo… –Tranquila, arriba conservo de ella un precioso lote de programas en tarjetas perforadas. Debes saber que todo lo que guardo aquí son mis objetos repetidos –siguió rebuscando en la caja–. ¡Ajá! Esto es para mi nuevo amigo Nicolás –le entregó un mechero abollado–. Perteneció a un gran fumador de pipa: Albert Einstein. ¡Mira! Todavía funciona… –Una triste llamita osciló tras cuatro intentos. –¡Gracias, profesor! Siempre me ha interesado la física… –Me queda Sonia. Veamos… No es fácil. Creo que esto te traerá suerte. En esta bolsita hay dos dados de los años cincuenta. –Vaya… –dijo ella con poca emoción. –No los desprecies. Frank Sinatra tuvo una tarde de suerte en un casino de Las Vegas gracias a esta parejita. El crupier se los guardó de recuerdo. Te serán de gran ayuda, ya lo verás. –Eso espero, porque últimamente parece que me ha mirado un tuerto… –Y ahora, muy atentos. Esas baratijas –los tres se miraron sorprendidos por el calificativo– que os he regalado deben ir siempre con vosotros. Es muy importante que no lo olvidéis. Repetid conmigo: siempre con nosotros. –Siempre con nosotros –dijo casi riendo Zahra. 434 http://www.antoniojroldan.es –Nicolás… –Falco lo señaló. –Pues sí, claro, ¿por qué no?, siempre con nosotros. –Ahora tú, Sonia. Para que tus dados funcionen, repite: siempre… –Siempre con nosotros. ¿En la ducha también? –Ha sido usted muy amable con nosotros, profesor, pero Nico tiene razón. Tenemos que marcharnos ya. –Bien, pequeña Saunders, subamos pues –concluyó Falco–. Quedamos en contacto y cuando me entere del paradero de tu colgante, hablamos. Quizás en otra ocasión podamos compartir una comida juntos y recordar a tu abuelo. –Sí, pero no en la mesa de Nerón –dijo Sonia dando un paso al frente para ser la primera en subir al huevo. Tras despedirse del profesor, Guadalupe les dijo que tenía órdenes de dejarles en la puerta del monasterio. Los tres muchachos protestaron inútilmente, para no causar más molestias, pero cedieron pensando que de esa manera no llegarían tarde. La vigilante de los tesoros de Falco cerró la puerta de la iglesia y se dirigió a un garaje situado a dos casas de allí. Levantó el cierre y encendió la luz para mostrar una nueva sorpresa: un fiat “Cinquino” rojo con cuatro ventanas laterales de madera y longitud de limusina. El lujo interior no tenía nada que 435 http://www.antoniojroldan.es envidiar al de un Rolls y cada uno de los extras era nuevas animatas. –¡Es formidable! –exclamó Nico ilusionado. –Una cosa está clara. Como nos vean llegar en este trasto esta noche vamos a ser muy famosos en la cena –opinó Zahra. –¿No son esta gente célebre por las Vespas? –comentó Sonia–. Vaya manera de dar la nota por la calle. Guadalupe abrió la puerta corredera y cedió el paso a sus visitantes. Antes de pasar al habitáculo del conductor les explicó que el coche original sirvió al profesor para recorrer en los años sesenta toda Europa en busca de animatas. Tras pasarse casi veinte años abandonado en un garaje lo había restaurado convirtiéndolo en una peculiar limusina y, de paso, en otra sala de su museo personal. El vehículo se deslizó lentamente hasta colocarse en la calle para avanzar hacia la Vía del Corso. El interior estaba insonorizado. Contaba con hilo musical, asientos de cuero rojo y unas vitrinas con emblemas de automóviles clásicos, diversas piezas mecánicas y accesorios procedentes de salpicaderos. Cada una tenía su pequeña etiqueta. –A mí este tal Fittipaldi me suena… –dijo Nico recreándose en un volante de Lotus–. ¿No se llama así al que corre mucho? –¡Eh! Mirad, tenemos hasta bombones –descubrió Sonia. 436 http://www.antoniojroldan.es –Es un hombre extraño el profesor Falco –reflexionó Zahra–. Vive ahí encerrado en ese lugar. Quiera o no, es una especie de cementerio, oscuro y tenebroso. –No hemos visto su vivienda –dijo Nico mientras seguía contemplando los enseres–. Aunque había otras dos puertas a la izquierda de la entrada. –¿Qué es esto? –preguntó Sonia tocando una pantallita táctil que había junto a su asiento. La pantalla mostró un menú y saludó con voz sintetizada: –Buona notte, proffesor Falco. –¡Coño! –grito Sonia. –No toques nada, por favor –le regañó Zahra–. Seguro que es algo personal. –Che cosa volete? –Quiero una pepperoni con extra de queso –dijo la chica riendo. –No te puedes estar quieta… –dijo Nico regresando al asiento. –Non capisco. Che cosa volete fare? –No sé que me dices, encanto. La mampara que separaba a Guadalupe de sus pasajeros bajó muy despacio. –Malas noticias. Hay un carro mal estacionado. No nos deja pasar. 437 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué hora es, Nico? –preguntó Zahra preocupada. –Las ocho menos cinco. Estamos fritos, chicas. –Guadalupe. ¿Cuánto falta para llegar? –Estamos a pocas manzanas… Finalmente la limusina roja aparcó frente a la hospedería a las ocho y dos minutos. La silueta corpulenta del Chanquete aguardaba con su carpeta y bolígrafo en posición de firmes. –Espero que tenga el reloj algo retrasado –dijo Nico mientras descendía del coche. –¿Saben que hora es, señores? –La cagamos –comentó Sonia–. Seguro que regresar en esta salchicha lo tomará como agravante. –Don Alfonso, sólo han sido dos minutos –protestó Zahra. –Usted lo ha dicho. ¿Y vienen con una desconocida? Se han pasado tres pueblos. Ya hablaremos, jovencitos. –¿Lo ves? Ni siquiera los dados de Frankie cambiarán mi suerte. Al menos tú puedes quemarle las barbas con el mecherito y Zahra apretarle el tornillo que le falta a este descerebrado. Tras estacionar la limusina, Guadalupe volvió a la iglesia de Falco. Comprobó de nuevo los sistemas de seguridad y descendió por la escalera al despacho. El huevo sólo se empleaba para impresionar a los invitados. 438 http://www.antoniojroldan.es El profesor estaba sentado en el sillón de Kennedy concentrado en la escucha de “La Gazza Ladra”, de Rossini, pieza que utilizaba cuando tenía que reflexionar. Ella lo sabía, por lo que le dejó unos minutos a solas mientras avisaba por teléfono a la cocina para interesarse por la hora de la cena. Cuando la música cesó se acercó a la mesa a recoger la caja de los animatas para obsequios que el profesor había sacado para sus invitados españoles. –¿Eran ellos, profesor? –Sin duda, aunque pensé que serían más mayores. ¡Dios! Son apenas unos críos. –Hacía tiempo que no tenía esos sueños premonitorios. –Es esa chica… –Falco se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro–. Sonia, provoca una gran atracción en las almas perdidas y ha alterado el equilibrio de esta casa. Estoy convencido de que ha cruzado alguna vez la puerta y no lo sabe. Una persona tan joven es descuidada e inexperta. No me imagino la terrible carga que debe llevar encima. Necesitará ayuda para poder sellar la entrada. No le será nada fácil si nadie la guía. –Algún familiar cercano, tal vez. Quizás habría que explicarle el peligro que corre. –Es todavía una adolescente. Tiempo, necesitará tiempo para comprenderlo. Y también están sus amigos… –¿Qué pasa con ellos? 439 http://www.antoniojroldan.es –Mi pequeña Saunders es una persona muy espiritual y su unión afectiva con Sonia es fuerte e indestructible. Luego está el chico, muy cerebral, pero a la vez sensible y con un vínculo amoroso que le hará seguirla hasta el final. –¿Podrá hacer algo por ellos? –Guadalupe se llevó la caja mientras conversaba–. En su visión de la semana pasada parecía que los tres perecerían en las tinieblas de la ciudad. –Su destino no está escrito, sólo esbozado. Al menos les he entregado las herramientas necesarias. –¿Cuáles? –La habilidad, la genialidad y la suerte. Confío en que su amistad incondicional las armonizará. –Ojalá sea así. –Ve encendiendo los sahumerios en la iglesia, que el ambiente está muy cargado y temo una noche complicada. El profesor Falco cruzó de nuevo la puerta del infierno para calmar con su presencia la tormenta que se había desatado tras la presencia de los chicos. La rueda de Nerón giraba a gran velocidad. 440 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 37 La marca del Purgatorio Aunque don Alfonso había aplazado la sentencia para después de la cena, estaba claro que habría un castigo. De nada serviría explicarle que sólo habían sido unos minutos, porque el veterano profesor planeaba un castigo como advertencia general y dejar así las cosas claras desde el primer día. Luego ya habría tiempo de soltar cuerda. –Alea iacta est –dijo Nico mientras descuartizaba el escalope a la milanesa. –No te enfurruñes –le dijo Zahra acariciando la cabeza de su mejor amigo–. Somos las cabezas de turco por todo el jaleo que se formó en el avión. Eso es todo. Piensa un poco. Lo que hemos visto esta tarde, ¿no merece la pena? –No, si tienes razón, pero… –Además, no será muy severo por tan poca cosa. –Pues creo que al Johnny también le han pillado en alguna –intervino Carol–. ¡Chitón, que viene mi padre! 441 http://www.antoniojroldan.es Borja, que iba de “poli bueno”, se acercó a la mesa y se sentó en una esquina del banco. Movió la cabeza con reprobación y les dijo: –¡Venga tíos! Las normas están por vuestro bien. Nos duele mucho castigaros, en serio, es un marrón para todos. Sin malos rollos, ¿eh? Mañana borrón y cuenta nueva, pero ahora os quiero ver en la biblioteca. Carol lanzó a su padre una mirada feroz, más teniendo en cuenta la siniestra sombra de ojos que había escogido para bajar al comedor. Miró a sus compañeros de mesa, se aclaró la voz y gritó con intención: –El castigo será cosa del Chanquete, que es tan retrasado mental como mi padre. Ni la madre Bianca con la campanilla en el refectorio hubiera logrado ese silencio sepulcral. –¡Hija! –exclamó Borja. –¡Señorita Balboa! –chilló fuera de sí don Alfonso desde su mesa –. El murmullo fue creciendo hasta convertirse en una carcajada general. –¡Genial, chicos! Creo que os voy a acompañar –dijo Carol satisfecha–. ¿Os gusta la lectura? –Estás loca, tía –dijo Sonia riendo con ganas–. Al final la juerga la montaremos de todos modos. Cuando Borja llegó a la biblioteca con los reos, Johnny ya estaba sentado en una de las mesas escuchando un sermón de doña Isabel. Esta se incorporó al ver llegar a los nuevos prisioneros: –Ya os vale. El primer día dando problemas –Los 442 http://www.antoniojroldan.es cinco permanecieron en silencio–. Ahora íbamos a hacer la velada en la sala de juegos. Evidentemente vosotros os quedáis aquí a reflexionar sobre lo sucedido… Y tú, Carol, que sepas que has avergonzado a tu padre. Deberías disculparte con él. –Es que es muy malota… –susurró Johnny. –¡Tú a callar! Que todavía te vas a Madrid –la profesora salió dando un portazo. A los pocos segundos llegó Borja entreabriendo una rendija para asomar la cabeza: –Chungo, tíos, muy chungo –sonó el cerrojo y se hizo el silencio. –¿Sabéis? –dijo Carol–. Tener un padre imbécil tiene sus ventajas, porque me hará madurar más rápidamente. –Esto no puede estar pasando… –le comentó Nico a Zahra en voz baja–. Atrapados con una psicópata y un delincuente. Sonia se aproximó al Johnny y le preguntó sobre lo que había hecho para estar allí. Nico observó los movimientos lentos y estudiados con los que ella se sentó junto al macarra oficial del colegio. Aunque llevaban varios meses sin salir juntos, notó una punzadita de celos en el corazón. –¡Nada! La Supermami esa, que esta parana. No va y me suelta que si le he tocado el culo a Mónica. –¿Y lo has hecho? 443 http://www.antoniojroldan.es –¡No…! Bueno, un poco sin querer… Es que a ella le mola y… ¡Claro! Le he dicho a la tipa esa que a ella sí que le gustaría. –¡Cómo te pasas! –exclamó Sonia. –¡Eh! Este sitio me flipa un montón –gritó Carol mientras toqueteaba las viejas estanterías de la biblioteca. –Zahra, yo le insinuaría a vuestra compi de cuarto que deje todo en su sitio, que ya hemos pringado bastante por hoy. ¿No te parece? –No te lo tomes así Nico, mañana nos reiremos de todo y… La luz amarillenta de la biblioteca comenzó a parpadear. Sonia se puso repentinamente muy tensa, giró la cabeza hacia Zahra y susurró asustada el nombre de su amiga, la cual se acercó a ella. –¿Qué te pasa? –Le tomó la mano para tranquilizarla. –¿Quién está haciendo el capullo? –dijo Johnny dispuesto a ajustarle las cuentas al que jugaba con los interruptores. –Zahra, ya me pasó en el infierno de Falco pero no quise decírtelo. Lo noto otra vez… Las presencias y todas esas movidas… –¿A qué te refieres? –No estamos solos. Hay una mujer… –¡Qué fuerte! –dijo Carol con los ojos brillantes. 444 http://www.antoniojroldan.es –¡Tú cállate! Que no sabes de la misa la media –dijo Nico separándola de Sonia–. La estás agobiando. –¿El libro? –preguntó Sonia con los ojos entornados–. ¿Esconderlo? –¿De qué libro hablas? Escúchame, Sonia. No dejes que te venza el cansancio, que no quiero que te pase como otras veces… –Zahra temía por otro desmayo como el que tuvo en el corro de las hadas. –¡Ah! Os han castigado por darle al canuto –comentó entre risas Johnny–. Y parecíais unas mosquitas muertas en clase. –Voy a avisar a los profes –dijo Nico alejándose hacia la puerta. De repente la luz se apagó definitivamente. Un aleteo comenzó a surgir de las baldas, elevándose hacia el techo y cayendo hacia los castigados. Una bandada de sombras voló sobre sus cabezas provocando un pequeño vendaval a su alrededor. Sonia volvió a decir algo sobre un libro, pero nadie la escuchó porque el ruido era ya ensordecedor. –¡Nico! ¿Has abierto la puerta? –preguntó Zahra–. ¡Son murciélagos! –¡No! Son los libros… Estoy tumbado en el suelo y uno casi me ha golpeado. –¿Puedes avanzar? –Apartó un pequeño volumen que se había atascado en su regazo. 445 http://www.antoniojroldan.es –No veo nada. Zahra palpó a su alrededor hasta notar la cercanía de Sonia, que seguía sentada. La obligó a tumbarse para que no fuera a resultar herida, aunque su instinto le decía que eso no sucedería, porque aparentemente no se trataba de un ataque y se limitaban a girar alrededor del grupo. Por su parte, Johnny intentaba atrapar alguno dando manotazos a ciegas, mientras que Carol murmuraba algo sobre el señor de las tinieblas. Nico intentó arrastrarse hacia la salida, pero un gigantesco tomo cayó con estrépito a pocos centímetros de su nariz en forma de aviso disuasorio. El soplido de las hojas fue aumentando hasta convertirse en algo similar al zumbido de un enjambre de abejas furibundas. Fue entonces cuando empezaron a oírse los golpes secos de los volúmenes contra la madera y el estruendo fue apaciguándose. –¡Se están guardando de nuevo! ¡Es increíble! –observó Zahra. La luz fue regresando paulatinamente y la estancia retomó la calma. Nico descansaba confuso sobre las frías losas; Zahra y Sonia permanecían en posición fetal abrazadas entre sí; Carol se había quedado sentada bajo una mesa con los brazos extendidos, como si iniciara algún tipo de trance; Johnny seguía golpeando a una inocente Vulgata de San Jerónimo, que permanecía ajena a todo lo ocurrido: –¡Ya eres mío, puto libraco de mierda…! 446 http://www.antoniojroldan.es –Esto es… Esto es… ¡La caña! –dijo muy excitada Carol–. ¿Lo has hecho tú, Sonia? –No digas chorradas, Carol. ¿Estás bien, tía? –preguntó Zahra a su mejor amiga. –¡Un momento! Todavía podemos cazar a uno de estos cabrones –dijo Johnny señalando un libro que se mecía en el aire sobre un escritorio, como si un hilo invisible lo sostuviera con una fuerza tan débil que el lomo temblaba. Todos dirigieron sus miradas al lugar indicado por Johnny. –Pero… ¿Cómo? –Nico se incorporó muy despacio y se acercó al grupo. – ¿Qué es eso? –Bueno, debe ser lo que llaman un incunable –bromeó Zahra. –No, lo sujeta alguien. Es una monja, muy joven, pero parece enferma, o muerta –dijo Sonia cerrando los ojos–. ¡Que se vaya, Zahra! Haz que se vaya, por favor. –¡Déjala en paz! –gritó Zahra. Al tiempo que la luz alcanzaba su máxima intensidad, Sonia musitó “ya se fue” y el libro cayó con estrépito sobre el mueble, agitando sus hojas como si fueran los últimos estertores de un pájaro agonizante. Silencio. Johnny apartó a Carol en su carrera para llegar el primero al murciélago de tapas de cuero, pero se detuvo en seco al verlo de cerca. 447 http://www.antoniojroldan.es –¡Joder! Aquí hay algo raro… –dijo el muchacho. –¿Qué es? –preguntó Zahra. –Está abierto… –observó Carol abrazando a Johnny por detrás y asomando la cabeza lentamente–. Ha dejado una mancha negra… –… Con forma de mano –acertó Sonia desde la lejanía–. Zahra, no quiero pasar por esto otra vez –su amiga le dio un beso y acarició su frente húmeda–. El mago de Lavapiés lo sabía, nunca me libraré de esto, lo sé –Una primera lágrima refrescó su mejilla. –Estaremos siempre juntas, no te preocupes. Te seguiré siempre y no te librarás de mí. Nico se acercó al escritorio y examinó atentamente el libro. El ajado ejemplar que yacía humeante en el escritorio se llamaba “Panarion” y estaba escrito en latín por un tal Epifanio. Estaba abierto y una mano de fuego había quemado la hoja de la izquierda, dejando que el dedo índice señalara dos palabras: “Evangelium Hevas”. –El Evangelio de Eva, supongo… –le dijo Nico a Zahra cuando esta se acercó a mirar. –No me imagino a Adan y Eva escribiendo en la Biblia entre manzana y manzana –reflexionó Zahra–. Cuando Sonia esté más relajada hablaremos con ella sobre la mujer que ha visto. 448 http://www.antoniojroldan.es –Será mejor cerrar el libro –concluyó Nico–, que como nos acusen de pirómanos nos van a llevar al scriptorium a copiar cien veces “no quemaré libros voladores durante un castigo”. –Eso puede ser el menor de nuestros problemas, Nico. Prefería vérmelas con duendes y hadas… Emboscada bajo la gruesa manta de lana de la cama, Zahra navegaba por Internet mientras aguardaba a que Sonia lograra dormirse sin murmurar en sueños. Recordó las palabras que el mago de Lavapiés le dedicó a su amiga: “tienes una esencia fuerte, poderosa, tanto que eres capaz de atraer a las almas débiles y perdidas...”. Lo había vuelto a hacer, como pasó con la amada de Maslama. Algo, o alguien, se aferraba a Sonia como única posibilidad de encontrar el camino a la salvación. Parecía evidente que ella poseía un don que, de persistir mucho tiempo, podría amargarle la vida. Por el momento estaba estropeando el inicio del viaje por Italia. Una vez conectado el módem USB, introdujo las palabras “Mano de fuego”. Nada importante, algunas fotos artísticas, imágenes de cómics y hasta una pistola. Había que concretar… “Marca de fuego mano”. La primera foto mostraba un masaje entre dos mujeres bastante calentito, pero sin llegar al fuego. Sin embargo la segunda imagen sí mostraba una quemadura similar a la del libro. Movió el ratón y llegó a artículo titulado “Marcas de fuego. ¿Mensajes del Purgatorio?”. El corazón se le aceleró y de 449 http://www.antoniojroldan.es inmediato sintió miedo, más del que provocaron en ella los libros alados. “En 1897 el párroco de la iglesia del Santo Corazón del Sufragio, en Roma, inició una extraña colección: las huellas de fuego dejadas por las almas que piden ayuda desde el Purgatorio. Dichas huellas se graban en ropa, papel e incluso piedra…”. Casualidad o no, la respuesta a sus dudas estaba en la misma Roma. ¿Dónde exactamente? Anotó en la barra del buscador “Sagrado Corazón del Sufragio” y llegó hasta una entrada en la que se describía a la iglesia como de estilo neogótico. El templo donde estaba el museo fue fundado por un sacerdote llamado Víctor Jouet, creador de una asociación para ayudar a las ánimas del purgatorio. Muy curioso. Y más aún leer que la primitiva iglesia ardió en un aparatoso incendio en 1864 y que, tras su reconstrucción, un segundo incendio dejó la marca de un rostro triste y apesadumbrado que “evidentemente” debía ser un alma en pena purgando sus pecados para alcanzar el Cielo. Fue cuando Jouet ideó recoger huellas del Purgatorio por toda Europa para su museo. Estaba decidido, aunque un segundo castigo la llevara a Madrid. Había que visitar la iglesia aprovechando su estancia en la ciudad. Al día siguiente tendrían tiempo libre por la tarde y esta vez habría que planificar bien la hora para no llegar tarde. La luz brillante de la pantalla empezaba a cansar su vista tras un día agotador de emociones y sobresaltos. Tenía mucho 450 http://www.antoniojroldan.es sueño, pero debía darle una vuelta a Sonia antes de dormirse. Apagó el ordenador y salió de su guarida de lana para asomarse a la litera de arriba. Por fin Sonia roncaba plácidamente. Cuando se iba a meter de nuevo entre las sábanas, observó que Carol no estaba. Saltó al suelo y recorrió la habitación. Tampoco la halló en el baño. Entonces escuchó un crujido en la madera y una sombra abrió la puerta de la celda sobresaltando a Zahra. Era Carol. –¿De dónde sales, tía? Ya he tenido muchos sustos por hoy… –Perdona, he salido a estirar las piernas. –¿Estás de la olla? –dijo Zahra en voz baja para no despertar a Sonia. –A lo mejor los chicos nos esperan… –Después de lo visto hoy no cuentes conmigo para pasear por este caserón de noche. Ya haremos la fiesta con ellos el último día, que no hay nada que perder. –De todas formas, fui a ver la puerta que da a la otra escalera por curiosidad. –Pues ahora toca acostarse. –Estoy desvelada, ¿me dejas el ordenador? –Mañana, hoy toca planchar oreja, ¿no te parece? Por cierto, quítate ese maquillaje, que como manches las sábanas el próximo castigo será en la lavandería. –¡Oye Zahra! 451 http://www.antoniojroldan.es –Dime, plastita. –¿Crees que Johhny está bueno? –El bufido de Zahra para aguantar la risa estuvo a punto de sacar a Sonia de su merecido letargo. –Pues mira, tiene su puntito, algo “makoki”, pero lo tiene si te gusta el macho ibérico de pata negra. –¿A qué sí? Sé que es un poco… –¿Primario? –¡No! Digamos que resulta algo instintivo. –Vaya viajecito me estáis dando… ¡Anda! Acuéstate de una vez y que sueñes con tu piboncito. Minutos más tarde, los párpados de Zahra cayeron víctimas del agotamiento. La pregunta de Carol provocó que el recuerdo de Rai en la azotea de Albaidalle fuera la primera gota en el lago de los sueños de aquella noche. 452 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 38 La Bocca Della verittà La Piazza del Popolo estaba situada junto a una de las fronteras amurallas de la Roma Imperial, donde se iniciaba la calzada que enlazaba la ciudad con los pueblos del norte. Allí, en el centro de la inmensa explanada, alrededor del Obelisco Flaminio, dedicado al faraón Ramsés II, Enzo reunió a su familia para inaugurar el segundo día del tour. Tras él, dos iglesias gemelas, Santa Maria dei Miracoli y Santa María in Montesanto, y un haz de calles que comunicaba la puerta norte con el Tíber y el puerto, con el Foro y la Piazza de Spagna. Por eso el guía consideró que era un buen punto de partida para el paseo. Aunque el día había amanecido nublado y húmedo, por cortesía del río, Sonia no se separaba de unas gafas de sol que ocultaban las huellas de las pesadillas y los recuerdos de lo sucedido en la biblioteca. Según le explicó a Zahra, había percibido una voz que le susurraba unas palabras en latín, como preludio de la visión de una mujer con ropajes oscuros y rostro blanquecino de cuencas hundidas. Aquella inquietante aparición de una monja, que no debería distar mucho de la madre Bianca tras una dieta centenaria sin sol y alimento, invitó a Sonia a que la siguiera, pero la joven sintió mucho miedo y agachó la cabeza, 453 http://www.antoniojroldan.es provocando el ataque de los libros murciélago. Cuando Sonia volvió a mirar hacia la aparición, todo regresó a su estado original y fue entonces cuando el espectro extrajo el volumen de san Epifanio señalando con su mano la cita sobre el Evangelio de Eva, dejándola impresa a fuego sobre él. Según Nico, la marca había traspasado casi veinte hojas. Zahra y Sonia permanecían cogidas del brazo mientras Enzo hacía una breve disertación sobre el estilo arquitectónico de la plaza. –Tía, ¿cuándo nos darán de nuevo tiempo libre? – preguntó Sonia. –Espera sentada, que esto acaba de arrancar. El grupo de adolescentes enfiló por la Via del Corso y luego por Condotti, en dirección a la Piazza de Spagna, donde los primeros turistas buscaban en vano el sol prometido en el parte meteorológico. El guía explicó que el origen del nombre de la plaza estaba en la escalinata, regalo de la corona española para conectar su embajada con la iglesia de Trinità dei Monti mediante unos elegantes peldaños franqueados por terrazas. Nico, Sonia y Zahra se hicieron una foto de recuerdo en la fuente de Barccacia, que estaba al pie de la escalinata, llamada así por su parecido con un barco semihundido. La famiglia siguió a Enzo escalera arriba, encabezada por los reyes don Alfonso y doña Isabel –plasta ella, plasta él, Sonia dixit–, con Borja y Supermami en la retaguardia. Tras contemplar las pinturas de la iglesia, bajaron a la Piazza 454 http://www.antoniojroldan.es Barberini, presidida por otra fuente, la del Tritón. Subiendo de nuevo llegarían a las Quattro Fontane, pero antes Enzo tenía prevista otra visita. Mientras el guía ensalzaba los méritos de Barberini, Carol aprovechó para acercarse a sus compañeras de habitación: –He hablado con Johnny. –Loba… –dijo riéndose Zahra. –¡Déjame hablar! Esta noche haremos por fin la fiesta en su habitación. –¿Perdón? –Nico tenía la antena puesta y se metió en la conversación–. Ni de coña. No lo permitiré, que con un castigo ya basta. –¿Qué vas a hacer? –le pregunto Sonia–. Si se va a producir el morboso espectáculo de una pelea entre tú y el Johnny me avisáis, os embadurnáis de aceite y llevo palomitas. –Pero, ¿cómo vamos a subir? –quiso saber Zahra. –¿Vamos? –interrumpió de nuevo Nico. Desde el otro lado de la fuente, doña Isabel les hizo una seña para que se callaran. –Hablad más bajo… –recomendó la hija de Borja–. Johnny sabe cómo abrir la puerta de la otra escalera. Será fácil. Anoche los profes abandonaron a las doce y cuarto, aunque el Chanquete se paseó por la zona de los tíos sobre las dos… –Es un zombi, estoy convencida –sentenció Sonia quitándose las gafas. 455 http://www.antoniojroldan.es –…Por eso hemos pensado pasarnos a la una menos cuarto. ¿Qué os parece? –Mira, nosotros no… –Zahra pisó a Nico para indicarle que dejara de hablar. –Lo que Nico quiere decir es que allí estaremos –dijo Zahra en nombre de los tres. –¡Estupendo! –Nico y Sonia se miraron extrañados, ya que doña Isabel les había dicho que ni una más. Cuando Carol regresó para orbitar alrededor de Johnny, Zahra tomó de la cintura a sus dos mejores amigos y les dijo: – Cruzaremos esa puerta, cortesía del compi de Nico, pero no para ir a la fiesta. –Ah, ¿no? –dijo Sonia sorprendida. –No. Volveremos a la biblioteca a terminar lo que empezamos. Lo de ayer tiene que ver con el Purgatorio. –Mala idea –dijo Nico–. Ya viste lo que le pasó a Sonia, y si nos pillan nos colocan en el primer avión, barco o tren que nos lleve a España. –Nico tiene razón por esta vez. Decía Obelix que los romanos estaban locos, pero lo tuyo es de camisa de fuerza e internamiento –dijo Sonia. ¿Quién te ha contado eso del Purgatorio? –Hay una iglesia en Roma que… ¡Chitón! Que viene Supermami… 456 http://www.antoniojroldan.es –Niñas, por favor, debéis prestar atención. Por cierto, ¿me sacáis una instantánea? Una vez vista de cerca la Fuente del Tritón, continuaron por Via Veneto hasta alcanzar la iglesia de Santa María de la Concienzione, una iglesia romana más si no fuera por su cripta. –Querida famiglia –dijo Enzo mientras iba sentando a su rebaño en los bancos–. Vamos a visitar un lugar muy interesante, quizás algo lúgubre, por lo que debo preveniros para los que seáis más impresionables. –Esto promete –dijo Sonia suspirando. –La decoración de la cripta está trabajada con una materia prima barata y abundante. ¿Alguno de estos inteligentes pupilos sabe de qué se trata? Una avalancha de sugerencias, cimentadas en el suelo fértil y hormonado de un cerebro adolescente, fueron surgiendo en una carrera desbocada destinada a decir una burrada de mayor calibre, pasando por los excrementos o las albóndigas de restos del comedor del colegio. Afortunadamente para los oídos más sensibles, don Alfonso dio un paso al frente y desafió con su mirada felina a toda la concurrencia. –Huesos, queridos amigos. Cuatro mil esqueletos de monje que bien combinados pueden conformar una estampa artística única en el mundo –se hizo un silencio espeso. –¿No les bastaba con poner unas cortinitas? –le dijo Sonia a Nico al oído. 457 http://www.antoniojroldan.es –Debe ser espeluznante –le contestó su amigo–. Lo que no sé es si tú… –¿Yo qué? –Bueno, quizás pueda afectarte dada tu propensión a… Eso, ya me entiendes, a los espíritus, animatas o lo que sea. –Tú sí que eres un espectro, macho. Bajaré como todos y si alguna de esas momias quiere que la deshuese un poco más, que intente provocarme y verá lo que es bueno –y se alejó del muchacho para ponerse la primera en la fila. Nico seguía extraviado en tierra de nadie. Aunque Sonia y él habían dejado de salir, conformaban junto a Zahra un triángulo muy unido –equilátero según Zahra, isósceles para Sonia y claramente escaleno según su propia apreciación–. El beso del Año Nuevo apenas fue un reflejo fugaz de los días de Glastonbury, pero le proporcionó renovadas esperanzas de volver a estar con ella. Mientras tanto, no podía evitar etiquetar cada jornada según la cercanía que ella le concedía o los celos sufridos cuando hablaba de las excelencias de sus rivales. Para su tranquilidad, Zahra solía recordarle aquello de perro ladrador, poco mordedor. –¿Preparados, famiglia? –Se escuchó una especie de bufido fonéticamente similar a una afirmación–. Bien, veremos la cripta de la Resurrección, la de las Calaveras, las Pelvis, las Tibias, los Fémures y, por supuesto, los Seis Esqueletos. Observarán como las formas de estos restos se usaron para lograr 458 http://www.antoniojroldan.es figuras bastante reconocibles en arquitectura, incluyendo el escudo de la orden. Al principio de la visita eran muchos los alumnos que disimulaban su impresión con bromas y bravatas, especialmente los chicos pero, tras vislumbrar una galería de cuarenta metros, intersecada con seis celdas decoradas con huesos humanos y algunas osamentas dentro de los hábitos ajados, se hizo paulatinamente el silencio. Algunos de los monjes seguían erguidos con sus espaldas cansadas o fijando sus ojos invisibles en los hermanos enterrados en el centro de la sala, dormidos en el descanso eterno bajo un jardín de cruces. Era un espectáculo irreal para una generación acostumbrada a las salas acondicionadas de un tanatorio moderno. –¡Qué fuerte! –comentó Zahra–. ¿Habías visto algo parecido? –le preguntó a Sonia. –No, tía –hizo una pausa para apretarse el pañuelo al cuello–. No se lo digas a Nico, pero he bajado para demostrarme algo a mí misma… –¿El qué? –Que no estoy grillada del todo. Está claro que no está en mi cabeza. –No te sigo ahora… –Ahora mismo siento el cuello y las muñecas como si los recorrieran un ejército de hormigas, frías, muy frías. –¡Sonia! 459 http://www.antoniojroldan.es –Disimula por favor, y pégate a mí. Las paredes se asemejaban a telares tejidos por la muerte, cuya simbología también había sido representada con huesos. Las calaveras otorgaban profundidad a las hornacinas y a los falsos nichos, vigilados por pupilas ciegas que escrutaban el alma desde el más allá; las vértebras brotaban como flores de lis talladas en un tronco encorvado por el paso del tiempo; las extremidades descarnadas eran nervaduras góticas encaramadas por las paredes encaladas, combinándose con las costillas para trazar rosetones; y los huesos más pequeños, pedrería escamoteada a los relicarios, se encajaban perfectamente para volver a ser estructura, pero ahora de una pequeña lámpara o tal vez de una planta enlutada, dejando los más estilizados para abrirse como panochas fosilizadas. Lo más inquietante para los estudiantes era comprobar que algunos de los cráneos, emboscados tras la capucha franciscana, preservaban aún una delgada epidermis curtida por la podredumbre, pero capaz de esbozar el rictus final, exhibiendo algunas expresiones realmente tenebrosas. Enzo sonreía satisfecho, como un prestidigitador escenificando un truco inesperado a una audiencia ilusionada. Congregó al grupo junto a la salida de la cripta y señaló un letrero en el que se podía leer: “quello che voi siete, noi eravamo; quello che noi siamo, voi sarete”: –Esas calaveras tuvieron cara una vez, como vosotros ahora, saludables y plenos de vida. Este aviso, a modo de epílogo o advertencia final, viene 460 http://www.antoniojroldan.es a decir que esos monjes fueron alguna vez como nosotros, por lo que no debéis olvidar que en un futuro los que ahora gozamos de la existencia terrenal, nos veremos reducidos a una polvorienta osamenta. –Como esta noche pongan pollo me haré con los huesitos un llavero –comentó Johnny provocando las risas de los compañeros y la mirada asesina de sus profesores. –Mi abuelo me contó que en la República Checa había una iglesia parecida –dijo Zahra. –A mí me ha gustado mucho –dijo Carol–. ¿Puedo hacerte una pregunta? –Por supuesto, y si es interesante te invito a un capuchino –Enzó regaló a la chica una sonrisa seductora, que provocó suspiros entre ellas, abucheos entre ellos y una asimetría en las cejas de Borja. –¿Hay fantasmas en este lugar? –Los castigados del día anterior la miraron con más terror que el que provocaron los libros alados. –Bueno, nunca he pasado aquí la noche… ¿Os atreveríais? –segunda exposición de dientes al auditorio con eco de risitas nerviosas–. Según la religión católica, cuando alguien muere existen tres destinos. Si la persona no pecó gravemente, y cumplió los sacramentos, su alma verá la luz del Padre Eterno. –O sea, que sube al cielo, vamos… –resumió un compañero de Nico. 461 http://www.antoniojroldan.es –Eso es. Por otro lado, los que faltaron a Dios con mala voluntad, y no supieron arrepentirse antes de la muerte, arrastrarán para siempre su pena y su culpa. Decía santa Catalina de Génova que Dios siente compasión por estos condenados, por lo que la pena que sufren no es infinita en la cantidad, tan sólo en el tiempo. Es como si os pusieran una sanción muy leve en el colegio, pero que esta fuera para toda la vida. –Pues casi me da igual que me da lo mismo –comentó Carol buscando protagonismo. –Pues sí –Enzo bajó ahora la voz–. Sin embargo, son muchas las almas que aceptan la voluntad de Dios y que se mantienen puras gracias al arrepentimiento de sus pecados. ¿Por qué entonces se demoran en ir a su encuentro? –Los alumnos se miraron unos a otros sin saber que responder. Don Alfonso le susurró a doña Isabel algo sobre unos zoquetes hijos de las sucesivas reformas–. Os lo diré: están manchados por los pecados que cometieron. Es como si uno de estos apuestos caballeros invitaran a una chica a salir y tuviera en la nariz uno de esos granos apestosos cicatrizando –grititos y muecas de asco–. ¿Qué haría nuestro preocupado Casanova? Esperar a que desaparezca y luego llamarla. –Pues para eso están las cremas, ¿no te jode? –le dijo Pablo a su vecino de litera, Nico. –Santa Catalina lo explicaba más o menos así… Imaginad que esta noche en la cena las hermanas sirven una única pizza gigante, tan enorme que todo el mundo podría 462 http://www.antoniojroldan.es repetirse y quedar saciado. También suponed que hay alumnos castigados –murmullo– que saben que esa mega pizza existe, porque su aroma se cuela por los rincones de todo el monasterio. Pues bien, los sancionados, purgando su pena, desean esa pizza, y cuanto más pasa el tiempo más hambre y desesperación sienten. Su único consuelo es comprender que los que se han precipitado hacia el infierno han abandonado toda esperanza de probar su crujiente masa o su queso fundido, pero que ellos aún la conservan... –Para entonces estará como una puta suela –dijo Johnny causando un alboroto entre sus amigos. –¡Calla, tío! –le recriminó Sonia. –Lo que iba diciendo. ¿Cómo ayudaríais a esta pobre gente? –Yo lo tengo claro –respondió Carol–. Buscaría un trozo de pizza y se lo bajaría a la biblioteca. –No es tan fácil –dijo Enzo–. Está vigilada por los profesores –todos se volvieron a los guardianes como si realmente ocultaran una Margarita. –Bueno, pues entonces pediría clemencia para sacarlos de la biblioteca –dijo Nico con poca convicción. –¡Muy bien, chico! ¿Te llamas…? –Nico. –Por eso a veces las almas del purgatorio tornan entre los vivos, para pedir ayuda y así limpiarse la herrumbre del pecado, 463 http://www.antoniojroldan.es mediante la compensación de sus malas acciones o a través de las oraciones a Dios. Esas apariciones están aceptadas por El Vaticano como una muestra más de la existencia de ese lugar. –Pero, entonces, en la cripta, ¿habrá almas con ganas de pizza? –insistió Carol. –Cuatro mil restos humanos has visto aquí abajo. ¿De verdad crees que todos ellos están purificados? Francamente, yo no me daría un paseo por aquí de madrugada –se dio la vuelta y continuó caminando hacia la salida. Luego se detuvo, teatralmente, y miró a los estudiantes con gesto adusto–. Yo, si fuera vosotros, esta noche tampoco saldría de las habitaciones. Estáis avisados –dijo muy serio. A continuación reanudó la marcha aguantando la carcajada. –Esto se lo ha dictado el Chanquete para que no nos movamos –le dijo Carol al oído de Johnny. –Pues van listos si creen me van acojonar con cuentos de brujas. La visita continuó por la Fontana di Trevi –una orquesta sinfónica de agua perfectamente conjuntada, según Enzo–, el impresionante Panteón de Agripa, la Piazza Navona y el monumento a Víctor Manuel II, para finalizar el recorrido en la iglesia de Santa María in Cosmedin, lugar frecuentado por muchos turistas por la presencia de la Bocca della Verità, un rostro masculino barbado de mármol en el que los ojos, la nariz y la boca están perforados. Se encontraba muy cercana a la 464 http://www.antoniojroldan.es magnífica Cloaca Máxima, por lo que pudiera formar parte del saneamiento de la ciudad clásica. Según la leyenda quien introdujera su mano en el hueco de la boca y no expresara la verdad de las cosas perdería su mano. –¿Quién empieza? –preguntó Zahra. –Tú misma, reina –contestó Sonia–. Veamos algo facilito… Vale, ¿qué tal esta? En este viaje no hay ningún chico que te guste. ¿Verdad o mentira? –Fácil, ¡menuda fauna! –dijo Zahra riendo–. No te enfades, Nico, a ti no te incluyo. –Venga esa manita… –pidió Nico mientras enfocaba la cámara–. ¡Ya! Ha salido genial. –Tienes la mano entera –dijo Sonia entristecida–. Como estés en lo cierto esto va a ser un muermazo de viaje. –Espera a ver que pasa con Carol y Johnny… –le bisbiseo Zahra. –¿Qué dices? –¡Calla y ponte tú, guapa! –Venga, la preguntita… –Yo te haría la misma que a Zahra –dijo Nico muy interesado. Las dos chicas tenían bien calado a su amigo e intuyeron por dónde iban los tiros. –Mira que te rayas al cabo del día, chato –le respondió Sonia con impaciencia. 465 http://www.antoniojroldan.es –¿Tienes miedo a perder la mano? –dijo Nico preparándose para la foto. –¡Ya veis, pringadillos! En este viaje no me mola ningún chico… Sonia introdujo la mano e instantáneamente se quedó absorta examinando la boca. Intentó retirarla sin éxito y se preguntó qué estaba pasando. Nico y Zahra se miraron preocupados. De repente Sonia dio un paso brusco hacia atrás, con la mano oculta bajo la manga y mostrando el muñón. Nico y Zahra dejaron escapar un grito de sorpresa. Sonia, la manca, estalló en carcajadas. –Como sois tan pardillos. ¿No habéis visto la película “Vacaciones en Roma”? Vamos para dentro, que hay unas reliquias de San Valentín y quizás nos den suerte para ligarnos a un buen macarroni. Nico observó perplejo la Boca della Verità. Estaba convencido desde hacía semanas que Roma sería cómplice de su reencuentro. Por eso deseaba con todo su corazón que aquella boca estuviese defectuosa. Como decían los Monthy Python: al fin y al cabo, ¿qué han hecho los romanos por nosotros? 466 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 39 Sacro Cuore del Suffragio –La explicación de Enzo en la cripta ha sido más elocuente que todo lo que yo os pueda decir ahora –dijo Zahra a sus dos amigos mientras atravesaban la Piazza Navona en dirección al río–. Por eso creo que necesitamos volver a la biblioteca y averiguar qué quiere de nosotros esa persona que nos demanda ayuda. –¿Persona? –preguntó Nico–. Seguro que si te la topas entre los libros te agradecerá de corazón que la incorpores semánticamente al reino de los vivos y que, de paso, le laves la sabanita. Hay más vida en el cerebro de Johnny. Zahra, sabes que siempre escucho tu opinión y procuro hacerte caso, pero esta vez creo que no te estás oyendo a ti misma… –Quizás no sea tan mala idea –musitó Sonia deteniéndose frente a Zahra. –¿Tú también? –Nico quería protegerla. –Antes de recibir otro susto, prefiero elegir yo la hora y el lugar de la cita para mentalizarme. Además… –¿Sí? –preguntó Zahra. –… ¿No decía doña Isabel que a nuestra edad tenemos que explorar el mundo para conocernos? 467 http://www.antoniojroldan.es –Bueno, vale, pero… –iba a protestar Nico. –Pues toca aprender de mí misma… –¡Genial! –exclamó Zahra–. Iremos tú y yo solas, ya que Nico parece atemorizado –guiñó un ojo a Sonia. –¡Sí, chicas! Que os voy a abandonar, para que os pase algo –reemprendió la marcha él solo inmerso en sus propios nubarrones. –Es tan manipulable que me da hasta pena –sonrió Sonia–. Además, estos aires romanos le sientan bien. ¡Está muy mono! Sobre todo cuando se mosquea. Mírale con su mapa, dirigiendo a sus dos ovejitas para que no se pierdan. –Está tan coladito por ti que es capaz de acompañarte al infierno, y lo sabes. –Ya… Bueno. –Pues eso, tía. Que no te aproveches… –Zahra le dio una palmadita–. Y en la gala de despedida a ver si le concedes un baile, que sé que le haría mucha ilusión. –Aún queda tiempo… Ahora toca ver tu museo de fantasmitas. Cruzaron un puente hacia la plaza del Tribunal, dejando a la izquierda el Castello de San Angelo, y prosiguieron por el margen del río hasta llegar a una pequeña gasolinera, por la que pasaba una estampida de motos procedente del semáforo. Entonces una voz familiar se escuchó desde un interminable coche rojo que permanecía estacionado en el lateral de un 468 http://www.antoniojroldan.es subterráneo: –¡Vaya! Que casualidad –dijo el profesor Falco saliendo al encuentro de los tres amigos. –¡Profesor! –exclamó Zahra muy contenta de ver al amigo de su abuelo. –Mi pequeña Saunders… ¿Cómo os va? –Muy bien. Hoy también tenemos tarde libre y estamos recorriendo la ciudad. –Extraordinario, yo también me encontraba estirando las piernas. Sería un placer poder acompañaros, si no os importuna cargar con un viejo, por supuesto. Prometo no incordiar en exceso. –¿Estirando las piernas con la limusina? –le susurró Nico a Sonia–. Para mí que miente, seguro. –Calla, que te va a oír… –Sería un placer, profesor. Justamente íbamos a visitar esa iglesia que asoma por ahí. ¿La conoce? –Por supuesto –le hizo una leve seña a Guadalupe que fue a comprar el ticket de estacionamiento. Nico pensó si habría que sacar más de uno por ocupar casi tres plazas–. Lo que me intriga es vuestro interés por un lugar tan poco… turístico. –Realmente no es el edificio en sí –Zahra miró a Nico y a Sonia por si hablaba más de la cuenta–. Nos han dicho que cuenta con un museo muy extraño y nos picó la curiosidad. –El museo de las Almas del Purgatorio, claro. Es sólo una pequeña vitrina. La conozco muy bien, ya que daría algunas 469 http://www.antoniojroldan.es piezas de mi colección por tener una animata post morten – suspiró con exageración–. Allí no hay ningún guía, sólo alguna fotocopia traducida, así que hacedme el honor de mostraros la colección. –Sería genial, ¿verdad? –Sonia asintió con una sonrisa cortés, pero Nico percibía que aquel encuentro era del todo menos imprevisto. ¿Los estaba vigilando? Falco ofreció un brazo a Zahra y cruzaron la calle hacia la iglesia, un edificio neogótico con el aspecto de tarta nupcial, franqueado por una verja. Recordaba al Duomo de Milán, pero a escala diminuta y mucho más blanco. Había tres puertas de madera, bastante austeras, cuyos tímpanos se sostenían con columnas de mármol rojo. La entrada principal estaba coronada con un relieve en piedra que recreaba una escena del purgatorio enmarcada por una inscripción en latín que decía "Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis”. Dentro del templo las ventanas, con vidrieras de vivos colores, permitían que la luz anaranjada del atardecer penetrara tímidamente a través del ábside sin lograr ocultar las alargadas sombras del interior, creando así la ilusión óptica de estar en una fastuosa catedral cuya bóveda se elevaba hacia el cielo. Una ancianita, de estatura infantil y cuerpecito doblado, proclamaba una plegaria inaudible hacia el retablo del altar mayor, donde una imagen del Sagrado Corazón de Jesús surgía triunfante sobre las ánimas del Purgatorio. 470 http://www.antoniojroldan.es El profesor Falco caminó en dirección al altar mayor, hizo una genuflexión y se dirigió a la sacristía. Allí una misionera de rasgos sudamericanos leía plácidamente un libro. Ambos se saludaron con cariño e intercambiaron algunas palabras en italiano. Luego el profesor regresó con un disco compacto en la mano y les condujo a otra estancia que se encontraba sumida entre tinieblas. –Bien chicos. Esta es la historia –levantó el disco y se lo entregó a Zahra–. A finales del siglo XIX había aquí una iglesia muy humilde, apenas algo más que un altar a la Virgen del Rosario que velaba un pequeño cementerio. Un día las velas que la alumbraban provocaron un incendio, quizás afortunado, porque fue el germen de la primitiva iglesia, de estilo neoclásico. Curiosamente también esta segunda iglesia se quemó y tras la destrucción quedó una imagen grabada en el muro que parecía un hombre atormentado, sufriente… Dicen los historiadores que en esta zona del margen del río había numerosos enterramientos humanos, por lo que todo el mundo pensó que aquella silueta pertenecía a un alma en pena. Podéis verla al entrar a la izquierda –los tres amigos observaron con prevención la puerta de la habitación–. Un sacerdote llamado… –Jouet –interrumpió Zahra. Los demás la miraron con perplejidad y admiración. –Eso es, muy aplicada, pequeña Saunders. Los fieles avisaron del fenómeno a Jouet, un misionero del Sagrado Corazón que, intrigado por lo sucedido, pidió permiso al 471 http://www.antoniojroldan.es Vaticano para buscar más señales como aquellas por toda Europa y custodiarlas en la que sería el nuevo templo reconstruido. Como os podéis figurar, nuestro hombre se topó con infinitas trabas para recibir el visto bueno del Santo Padre. Aún así logró reunir una gran colección de objetos que habían sido marcados por las ánimas. Quizás demasiados… ¿Por qué? –Supongo que la picaresca y los rumores pondrían a prueba la avaricia de algunos religiosos –dijo Nico tajante. Sus amigas lo miraron con sorna por su erudición–. ¿Qué os pasa? ¿No habéis leído “Los pilares de la tierra”? –Eso fue en la Edad Media, bruto –le espetó Sonia dándole un manotazo. –Ya lo sé, pero la Iglesia actual sigue anclada en esa época, ¿o no? –Es muy interesante vuestra discusión, pero estamos interrumpiendo al profesor... –No pasa nada, me gusta escuchar –el profesor se aclaró la voz–. La llegada del siglo XX trajo consigo la inauguración del museo en el monasterio de al lado y la llegada de muchos visitantes intrigados por lo que se contaba de él. Doce años más tarde, mientras enseñaba a un grupo la obra de su vida, nuestro sacerdote falleció repentinamente. –Pues se uniría al club –dijo Sonia para romper la atmósfera lúgubre que el lugar y el relato estaban creando. 472 http://www.antoniojroldan.es –Digamos que ese club que dices expulsó a muchos de sus socios. Tras su muerte la Iglesia purgó la colección y retiró gran cantidad de elementos dudosos. Recordad lo que decía antes mi amigo Nicolás. Por eso lo que vais a ver a continuación os puede decepcionar, porque tan sólo queda una vitrina cuyo contenido ha sido autentificado y colocado en esta estancia. Aún así, lo que hay os va a asombrar… –miró fijamente a los ojos de los tres amigos, para calibrar su estado de ánimo–. Y ahora, por favor, seguidme –penetró en la habitación y encendió la luz. –Pues sí, no es mucho –comentó Zahra algo desencantada al comprobar que la exposición sólo ocupaba una pared. –¿Te parece poco? –gimió Sonia apuntando hacia una mano de fuego, como la que señaló el Evangelio de Eva. –Veo que a Sonia le ha interesado esta tablilla. Data del siglo XVIII, cuando la madre Chiara Isabella Fornari, Abadesa de las Clarisas de Todi, percibió unas extrañas sombras en su celda, una de las cuales le resultó familiar, la del padre Panzini, Abad de Mantua, solicitando la intercesión de ella por su estancia en el Purgatorio. Nuestro etéreo amigo se molestó en dejar sus huellas de fuego en la mesa de la sorprendida monja, en un papel, en su hábito y en la camisa que tenía bajo el mismo. La Iglesia decidió aserrar el trozo de madera y llevárselo. –Alucinante –exclamó Nico observando de reojo a Sonia. –¿Puso las zarpas en la camisa de la monja y pretendía redimirse? ¡Qué morro! –comentó Sonia. 473 http://www.antoniojroldan.es –Fijaos en ese devocionario con tres dedos ígneos. Se supone que por allí pasó la hermana del párroco de San Andrea Apostolo, en Berni, que tres meses después de su fallecimiento regresó a pedir unas misas. Poca paciencia… Quizás la buena señora pensó que su hermano le haría una carta de recomendación –rió ante su propia ocurrencia–. ¿Qué pensáis sobre la tradicional rivalidad entre una esposa y su suegra? Escuchad esto: una mujer de Metz estaba trabajando tan ufana en su granero cuando ve a una anciana bajar por la escalera. La aparición le aclara que es su suegra, fallecida treinta años antes, y que necesita que su abnegada nuera peregrine al santuario de Nuestra Señora de Mariental para encargar dos misas por su salida del Purgatorio. La aterrorizada Margarita, que así se llamaba la mujer, no tardó nada en cumplir el encargo… –¡Cómo para escaquearse! –exclamó Zahra. –Luego regresó al granero y el alma de la anciana volvió a para darle las gracias a su benefactora y dejarle como herencia póstuma una huella de fuego sobre el libro que veis ahí, “La imitación de Cristo”. Hay más casos, como ese gorro de dormir, ese otro volumen… ¿No es impresionante? Sin embargo no debemos engañarnos. –¿Por qué? –preguntó Sonia–. ¿Son objetos falsos? –No, no es eso. Me refiero… –miró en dirección a la iglesia por si hubiera alguien. Luego prosiguió bajando la voz–. Las almas perdidas, en su desesperación, buscan cualquier rayo de esperanza, en forma de oración o la tibieza del amor de un ser 474 http://www.antoniojroldan.es querido. Lo sabe el demonio, y manipula con astucia a estas esencias, descuidadas en su memoria y emociones, para atraer los vivos, a aquellos que por piedad pueden confundir una convocatoria de sus parientes con un enredo del infierno. –¿Cómo se distingue las marcas buenas de las malas? – preguntó Zahra mientras tomaba de una mesita la guía del museo en castellano. –No lo sé. Supongo que es como todo, una cuestión de fe. Sólo puedo decirte que huellas similares a estas se han manifestado cuando algunas personas intentaron un pacto con Satanás. –Genial… –dijo Sonia tomando el brazo de Zahra. –Mis queridos nuevos amigos… Estáis en Roma, sois jóvenes, ¿vais a pasar la tarde viendo huellas de la muerte? No, claro que no. ¿Os puedo acercar a algún sitio? –Gracias profesor, es usted muy amable, pero preferimos callejear hasta la hospedería –aclaró Zahra. –Muy bien, la ciudad espera ser descubierta. Lástima del poco tiempo, pero antes… –sacó un sobre y se lo mostró a Zahra–. Mi pequeña Saunders, aquí dentro está la respuesta a tu búsqueda. Nuestro dragón ha picado, pero hay un problema… –¿Cuál, profesor? –Justo eso, que es un auténtico dragón. No te va a ser fácil recuperar tu colgante salvo que pelees con él. 475 http://www.antoniojroldan.es –Nosotros estaremos siempre con ella, ¿verdad Sonia? –Claro que sí. A mí los dragones me parecen lagartijas grandes con ardor de estómago. –Aún así, sed prudentes –examinó con detenimiento a los tres adolescentes, cuyos semblantes casi infantiles pretendían aparentar una seguridad y tranquilidad que inspiraba la ternura del profesor–. Por cierto, ¿me podéis enseñar los objetos que os regalé? –Tras un intercambio de miradas de extrañeza Nico extrajo el mechero de un bolsillo, Zahra sacó el destornillador de la mochilita que llevaba, y Sonia agitó los dados que guardaba en su enorme bolso de colores–. Perfecto… ¿Cuándo os vais? –El jueves volamos a Venecia –explicó Nico–. Allí pasamos un día y luego regresaremos a Madrid. –Volveremos a vernos. –¿Cuándo? –preguntó Zahra. –No estoy seguro, pequeña Saunders, pero así será. Sentados frente a una pizza y a unos refrescos, Nico, Sonia y Zahra miraban el sobre de Falco con desconfianza. La teoría de Nico sobre el encuentro con el profesor junto a la iglesia era compartida por los tres. Demasiada casualidad. Era como si aquel extraño coleccionista y su Lara Croft particular les estuvieran siguiendo. Incluso Sonia empezó agitar sus dados por si llevaran un localizador GPS dentro. Lo que más tranquilizaba a Zahra eran las referencias de Tarek. El egipcio nunca la 476 http://www.antoniojroldan.es pondría en peligro. En cuanto al “dragón” anunciado por el profesor, podría ser muy feroz, pero ella estaba dispuesta a seguir buscando su amuleto del Chalice Well, aunque tuviera que pelear con él. Así que limpió uno de los cuchillos, impregnado de tomate, y rasgó el sobre: Pequeña Saunders, hay tres coleccionistas obsesionados por la magia, las ciencias ocultas y las religiones. El más célebre era un escocés, vecino de la isla de Iona, que atesoraba todo aquello que tuviese relación con la cultura celta y las religiones paganas. Desgraciadamente murió al año pasado y sus sobrinos están arrasando el castillo donde vivía, calentando el mercado y dando satisfacciones a mucho buitre que esperaba este momento con ansia. Descartado este, pasé al segundo, Vidak, “El Alfil Negro”, cuyas ceremonias y extrañas adoraciones son conocidas a lo largo del mundo. Él sabe que todo tiene un precio y su cartera está bien repleta. Me puse en contacto con él para preguntarle por un colgante como el tuyo y me respondió su secretario lamentando que había tenido uno a la venta, procedente de España, idéntico a otro que ya formaba parte de la colección, pero que lo había adquirido mi tercer candidato: Rami Al Nasser. ¿Sabes quién es el contacto de Vidak en tu país? Menéndez. ¿Y quién trabaja para él? Sí, el mismo. Martín, el “cabeza huevo” que te atacó. A lo que iba… Al Nasser es un beduino jordano que vive a caballo –a camello en este caso– entre Amán y el desierto de Wadi Rum. En Amán guarda una impresionante colección de tesoros artísticos nabateos, algunos de los cuales han sido donados al museo de la ciudad. Se dice que su fortuna tuvo 477 http://www.antoniojroldan.es origen en el saqueo de los trenes que su bisabuelo hizo junto a Lawrence de Arabia. La brújula que me regalasteis era en sí misma una muestra de la intuición de Tarek. Lo comprendí enseguida. Viejo zorro... Moawad había seguido la pista hasta ahí y sabía que él no podría ir más allá sin mi ayuda. El fiel compañero de tu abuelo estaba en lo cierto... Al Nasser tiene dos esposas, una en el palacio y la otra en el desierto. La primera vive de forma occidental, con todo tipo de lujos. La otra es curandera o hechicera, no sé cuál será el término más adecuado, y cada vez que Al Nasser regresa con ella al Wadi Rum suele llevarle algún objeto mágico, como tu colgante. Cuando anoche contacté con Al Nasser le pregunté por el colgante y me comunicó que era un regalo para una de sus esposas y que no estaba en venta. Innegociable. Si quieres rescatar tu tesoro, no vayas sola, mi pequeña Saunders. Por cierto, Lupe siempre quiso conocer Petra. Quizás haya llegado el momento de darle esa satisfacción. No soy eterno… Al pie de un macizo de jebbels, el humo de una pequeña fogata se elevaba por encima de un campamento de jaimas. La mano que preparaba el té agitaba una pulsera con monedas y amuletos, entre los que brillaba el colgante del Cáliz Sagrado. 478 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 40 La Cloaca Maxima Discreción y cautela, mucha cautela. Esas eran las directrices que Nico pidió a sus dos amigas antes de iniciar la “Operación libro chamuscado”. No comentarlo con nadie ni hacer el más mínimo ruido. La fiesta en su habitación, por cortesía del Johnny, sería el pretexto para que este facilitara la comunicación entre ambos pabellones. –Ya, pero ¿qué le decimos a Carol? –preguntó Sonia–. Tú tranqui tía, que vamos a jugar a los cazafantasmas sin ti, disfruta de tu maromo y de las patatas fritas mientras nosotros nos sumergimos en las tinieblas del otro mundo. –Llevas razón, hay que inventarse algo, no sé… –Nico pensó también en el propio Johnny y en el pelmazo de Pablito. –Lo mejor es decirle la verdad –reflexionó Zahra. –¿Y si se nos acopla? –Sonia negó con la cabeza–. Por una vez coincido con Nico. A más gente, más posibilidades de que nos deporten a Barajas. –Deja que me explique, Sonia. Ella está colada por Johnny, ¿por qué no aprovecharlo? Estoy convencida de que prefiere echarse unas risas con él y tomarse una copa antes que irse a investigar por el monasterio. 479 http://www.antoniojroldan.es –Quizás Zahra lleve razón, pero no debemos arriesgarnos. –Nos estamos complicando, chicas. Que yo sepa somos un mínimo de seis habitaciones en la lista de invitados, lo que hacen un total de dieciocho personas. No nos echarán de menos. –Sí, es la mejor opción –opinó Zahra–. Yo me ofreceré voluntaria para vigilar al principio, así permaneceré junto a la escalera, mientras que vosotros podéis salir con… Algún pretexto –a Zahra le entró la risa floja–. Ya me entendéis, mis tortolitos. –Eso sí que no, tronca –protestó Sonia. –No lo pillo… –dijo Nico. –¿No lo pillas, criatura? Esta bruja quiere que simulemos que nos hemos enrollado, ¿verdad? –Bueno parejita, a nadie le extrañaría con vuestro expediente. –No es mala idea –dijo Nico escondiendo la mirada. –Claro que no. Salís de allí y os vais directos a la escalera. –Sí, y mañana salimos en primera plana y aguantamos el coñazo de los demás. Paso, lo siento. –Podemos mejorar la idea de Zahra, ya que no quieres que te mezclen conmigo… 480 http://www.antoniojroldan.es –Dramitas los justos, chaval –se irritó Sonia–. Sabes que no van por ahí los tiros. –¿Qué propones, Nico? –Que discutamos y salgamos a hablar, papel que Sonia hará de maravilla –Nico clavó sus ojos heridos en ella. –Genial –concluyó Zahra–. ¿Quedamos así? –Por mí vale, tía. –Yo también, ¡qué remedio! –Pues vamos a comer –Zahra se adelantó hacia la puerta siguiendo una señal que le hizo Sonia. Nico iba a hacer lo mismo cuando Sonia le agarró con fuerza del brazo. –Tú te esperas. –¿Qué quieres ahora? –dijo de mala gana. –Tranqui, ¿vale? Quiero que sepas que no me importa que me relacionen contigo. Eres genial, pero no tengo ganas de soportar a las maripipis de clase dándole a la lengua. Sólo es eso –ella le acarició la mejilla con ternura–. Perdóname si te he herido. Ya me conoces. Soy un poco bruta. –Sigo esperándote –dijo el muchacho dando un beso a aquella mano que lo confortaba–. Siempre voy a estar ahí, hasta que un día me canse –separó con delicadeza los dedos de Sonia y se alejó hacia el comedor. Sonia se quedó sola observando el caminar inseguro de su querido Nico. ¿Cómo explicarle que al regresar del verano 481 http://www.antoniojroldan.es ella comenzó a podar las ramas de la infancia y que él había caído con ellas por accidente? Glastonbury fue maravilloso, pero le mostró a un Nico agobiante, con tanto miedo a perderla que acabó por lograrlo. Aunque estaba convencida de hacer lo correcto, su contestón corazón se empeñaba en acelerarse cuando se aproximaba al muchacho. Al menos tenía la delicadeza de no bombear en dirección a sus mejillas. Todo un detalle. Pasaban treinta minutos de la una de la mañana cuando Nico y Sonia se acercaron por el pasillo iluminados por los móviles. Zahra suspiró de alivio al adivinar sus siluetas: –Ya era hora. Doña Isabel se ha dado una vuelta de patrulla por el pasillo hace unos minutos y temí que entrara en nuestra habitación. ¿Qué tal vosotros? –¡Fatal! El Johnny ha preparado un calimocho y la van a montar. Nos descubrirán a todos, seguro –susurró Nico. –Con actores como tú, ¿qué esperas? –Sonia le agarró del pelo con suavidad–. Si le hubieras visto acercarse en plan becerro en celo y cogerme de la cintura como quien agarra un saco. No me ha sido difícil enfadarme con él, porque casi le dejo la cabeza como a la niña de “El exorcista”. –Ya vale, los dos. Nos espera la biblioteca. –Pues nos vamos a dar una buena leche con tan poca luz. –¡Cállate, cenizo! 482 http://www.antoniojroldan.es Afortunadamente las lámparas de emergencia permitieron que apagaran los móviles al abandonar la zona de la hospedería. Dejaron a un lado la puerta lateral de la capilla y la entrada al refectorio, hasta llegar a la antesala de la biblioteca. Se escuchaban gotas de agua indecisas resbalándose por el sistema de calefacción. Un reloj de pared dio tres campanadas asustando a los exploradores. –Bueno –Zahra acercó la pantalla del móvil a la cerradura de la puerta–. Toca cruzar los dedos y esperar que no hayan echado la llave. Nico, te dejo los honores. –Muy amable –gruñó mientras bajaba con cuidado el picaporte. Este cedió con un fuerte crujido–. Creo que no me voy a librar de esta: está abierto. Paso yo delante, que para algo soy el macho –dijo con ironía. Al igual que en el resto del edificio, varios apliques de seguridad mitigaban la oscuridad. Instintivamente Nico miró a Sonia: –¿Y ahora qué? –Yo que sé. Habrá que esperar a que pase algo, ¿no? A eso hemos venido –Sonia se asió del brazo de Zahra. Nico volvió a activar el móvil. –Chicas, mala suerte, nos hemos equivocado de biblioteca… –¿Cómo dices? –Zahra prendió también su pantalla para reconocer mejor la estancia. Para su sorpresa había una escalera de caracol que descendía a la planta de abajo que no estaba la otra vez–. No, sí es la misma habitación pero... 483 http://www.antoniojroldan.es –…Pero con una escalera –añadió Sonia apretando el brazo de su amiga–. La ha puesto ella para nosotros. Es por ahí… –¿Cómo lo sabes? ¿Seguro que no hay otra biblioteca? – preguntó Nico–. Mejor volver arriba. –¿Te vas a rajar? Vamos –Zahra dio el primer paso y se asomó a la negritud del hueco que se mostraba ante ellos –. Ahora me toca a mí ir la primera. Tú, Sonia, entre los dos. Tenemos que ahorrar baterías, así que sólo encenderemos mi móvil y nos cogeremos de la cintura. Descendieron por la escalinata lentamente, temiendo toparse con alguna sorpresa desagradable a la vuelta de cualquier escalón. Aquel pasadizo parecía no acabar nunca. Zahra sudaba a pesar del frío y la humedad que le atravesaban los huesos como una daga. Un creciente murmullo de agua llegaba desde el fondo, tranquilizando en parte a los tres jóvenes ante la perspectiva de que no terminara nunca la bajada. Finalmente Zahra dejó atrás el último peldaño y se quedó con el pie al aire. Sonia se dio cuenta de lo que pasaba y tiró de su amiga hacia la escalera, derrumbando a Nico. –Pero ¿qué hacéis? –Casi me caigo, menos mal que tienes buenos reflejos, Sonia. Iluminad conmigo este lugar –Sonia y Nico pasaron los teléfonos por encima del hombro de Zahra –. ¡Mierda! –¿Qué hay? 484 http://www.antoniojroldan.es –Pues eso, mierda. Una alcantarilla, con un canal de agua discurriendo a toda velocidad. Aquí deben dormir todas las ratas de Roma. –¿Qué hacemos? –dijo Nico a su espalda. –Hay un bordillo. Pasad con cuidado hacia la derecha. –Huele peor que el baño del recreo –comentó Sonia mirando con asco el oscuro cauce de residuos y apretándose contra la pared. –Esto no es una alcantarilla cualquiera –dijo Nico analizando de cerca las gigantescas piedras de las paredes-. ¿Recordáis el año pasado la excursión a Segovia y los pilares del acueducto? –Las dos chicas se volvieron hacia Nico–. Bienvenidas a la Cloaca Máxima de Roma. –Es verdad, Carol nos habló de ella cuando estuvimos en el Coliseo –Zahra observó con prevención como el túnel se perdía por ambos extremos–. Debe ser todo un laberinto. Será mejor regresar. Nos podemos extraviar por las galerías. –Por mí de acuerdo –Sonia se dio por vencida ante la evidencia–. Además, mi móvil está agonizando y como nos perdamos aquí vamos a ser delicatessen para alimañas. Vamos Nico, camina. –No puedo, tenemos un problema técnico. La escalera se ha ido. –¿Cómo se va a ir, mendrugo? ¡No puede ser! –gritó Sonia. 485 http://www.antoniojroldan.es –Bueno, hay algo en su lugar… Pero no sé… –¿Qué es, Nico? –preguntó Zahra mientras rodeaba con ansiedad el cuerpo de Sonia para ver de cerca lo que sucedía. –Lo siento, yo tampoco tengo demasiada carga en el móvil. Es como una pequeña puerta de madera. –¿Tiene picaporte? –Espera… –Nico pasó la mano por la superficie–. No, pero hay cuatro tornillos, uno en cada esquina. –¡Genial! –exclamó Sonia–. ¿Y de donde sacamos un destornillador ahora? Estamos listos... –No, no es posible… –Nico miró a Zahra–. Dime que… –¡Sí! ¡Lo tengo! –¿De qué habláis? –Del regalo del profesor Falco. Dijo que lo lleváramos con nosotros. ¡Nico! ¿Tienes el encendedor de Einstein? –el chico asintió entusiasmado–. Acércalo para que veamos mejor. El destornillador encajó a la perfección, tras un esfuerzo colosal para raspar una capa de herrumbre y suciedad, y la primera esquina fue liberada. Mientras tanto Sonia observaba sus inútiles dados con perplejidad. O el profesor Falco había errado con ella o todavía les aguardaba un nuevo reto. 486 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 41 Nunc adeamus bibliothecam Un tupido velo tenebroso de aire muerto serpenteó alrededor de Nico cuando cayó la plancha de madera sobre el suelo, despertando la tierra seca y provocando en él un fuerte ataque de tos. Se trataba de una estancia cuadrada, poco mayor que el dormitorio del monasterio, pero con el techo más bajo. Dos anaqueles esculpidos en piedra, culminados en arcos, ocultaban su contenido tras las estériles telarañas, trampa inútil en un hábitat yermo y mustio. Un túnel, más negro que la Cloaca Máxima, atravesaba aquel extraño lugar a ambos lados de los estantes polvorientos. Era como una diminuta estación de metro sin raíles. Mientras sus compañeras abrían con dificultad los ojos, cegadas por el polvo, Nico apartó una de las telarañas para hacer un macabro hallazgo: huesos humanos. El muchacho dio un paso atrás por la impresión, pero luego se animó a descorrer la segunda telaraña. Esta vez no se encontró con un cráneo observándolo circunspecto. –¿Qué hay, Nico? –preguntó Zahra sacudiéndose el polvo. 487 http://www.antoniojroldan.es –Parece una tumba, pero también hay libros de piel – tomó un objeto avejentado con una costra seca por encima–, esta palmatoria y un cruz de madera. –Por aquí hay un cántaro –añadió Sonia arrugando la nariz al ver también lo que parecía ser un excremento de rata. –¿Dónde estamos, Zahra? –En Roma y con huesos sólo puede ser… –Una catacumba. ¿Cómo no lo he pensado antes? –Sí, pero no creo que los antiguos cristianos conocieran la imprenta y bajaran a leer libros con sus ancestros –apostilló Zahra. –¿Entonces? –Alguien los colocó ahí, para leerlos. Quizás fuera nuestra monja, la que nos ha traído hasta aquí –dijo Sonia acercándose a la librería y tomando un tomo al azar–. Aquí hay uno que dice “Biblia Lugduni per Scipioné de Gabiano”. –No tiene sentido –concluyó Zahra–. ¿Por qué iba una monja a refugiarse en una catacumba para leer la biblia? –Vete a saber… –Nico retiró otro libro para comprobar que había más detrás de la primera fila–. Por lo menos aquí hay medio centenar de volúmenes. –Sí, pero sólo uno nos interesa… –aclaró Sonia– Nico y Zahra se miraron –. El Evangelio de Eva. ¡Hay que buscarlo! –Se abalanzó hacia el nicho. 488 http://www.antoniojroldan.es –Lo siento Sonia –Nico la agarró por el brazo–, pero Einstein olvidó recargar el mechero y cada vez vemos menos. Es lo malo de ser un sabio distraído… Será mejor salir de aquí cuanto antes. ¿Soy el único que se da cuenta de que estamos en graves dificultades? –Es verdad, Sonia. Nos hemos tropezado con algo increíble, pero podemos bajar mañana… Seamos prudentes por una vez. –Tenéis razón chicos –miró a ambos lados de la cripta–. ¿Derecha o izquierda? –Parecen iguales –Nico suspiró agobiado–. Ni siquiera tenemos cobertura para llamar a emergencias. Estamos encerrados en una catacumba que no ha sido descubierta y la única salida posible se ha desvanecido como por arte de magia. Tenemos que dividirnos y el que logre salir que pida ayuda. –¡Los dados…¡ –exclamó Sonia mientras hurgaba en su bolsillo. –No puede ser tan sencillo… –Zahra no quería ilusionarse tan pronto. –Par, tomamos el camino de mi derecha. Impar, el de la izquierda. –No quiero jugarme la vida al parchís –dijo Nico desesperanzado–. Vamos a pensar un poco lo que hacemos, por favor. –Ojalá no te equivoques, tía. ¡Venga lánzalos ya! 489 http://www.antoniojroldan.es –Va por ti, Frankie… –Besó los dados. –¡Estáis como dos putas cabras! ¿No os dais cuenta de…? –Los dados volaron por el suelo y señalaron un diez. –¡Diez! Mi número favorito. Por la derecha, gente. –¿En serio crees que voy a obedecer a un par de dados? –Nico –terció Zahra–, si no confías en nosotras hazlo en el profesor Falco –tomó su cabeza entre sus manos–. Venga… –De acuerdo. Al fin y al cabo existen un cincuenta por ciento de posibilidades de… –No calcules, que a lo mejor ninguna tiene salida –dijo Zahra encendiendo de nuevo el móvil para iluminar el pasadizo que iban a atravesar. –Sí la tiene –dijo Sonia muy convencida. La tenue luz de los móviles y el agonizante mechero de gas apenas eran capaces de mostrar el suelo, por lo que más de una vez se rozaron con las irregulares paredes y alguna que otra depresión en la cueva. Fueron cinco minutos de tránsito por un sendero franqueado por más tumbas, algunos de cuyos restos yacían precipitados a los pies de los tres jóvenes. El angosto corredor giraba hacia la izquierda continuamente, disminuyendo progresivamente su amplitud. Sin duda aquella espiral, que dibujaba la ruta marcada por los dados, debía converger en la salida o cerrarse sobre sí misma como trampa de un laberinto, en cuyo caso tendrían que retroceder sobre sus pasos lo más rápido posible. Cuando el radio de giro era de poco más de un metro 490 http://www.antoniojroldan.es apareció ante ellos una reja, corroída por la humedad y el paso del tiempo, que descansaba sobre un único gozne decidido a cumplir su misión hasta el final. Tras la reja, les aguardaba la escalera de caracol que les había traído a las cloacas de Roma. Un afortunado derrumbe había favorecido el colapso del cerco de piedra, dejando una rendija como escapatoria. –¿Veis como hice bien en ir al gimnasio tras el atracón de Navidad? –preguntó Sonia satisfecha–. Si no fuera así hoy me quedaba a hacerle compañía a san Cucufato y su cuchipandi. –Primero las damas –dijo Nico más relajado. Subieron la escalera a gran velocidad, deseando estar de vuelta lo antes posible en la biblioteca, pero se dieron de bruces con una oquedad cubierta por otra chapa de madera. –Nena, saca la herramienta –le dijo Sonia chulescamente a Zahra. –No hace falta –observó Nico–. Cede con facilidad. De hecho… ¡Es un cuadro! Casi lo tiro al suelo. Esperad que me asome… –¿Y bien? –preguntó Zahra. –Estamos en la biblioteca, chicas. ¡Viva Frank Sinatra! –¡Genial! ¡Yujuuu…! –voceó Sonia con gran alegría. –Baja la voz –Zahra reprendió a su amiga–, que todavía no estamos en la habitación. Al menos se acabó el hacer el topo por hoy. 491 http://www.antoniojroldan.es Enzo no había exagerado ni un ápice. Si existía un adjetivo para la Basílica de San Pedro era el de colosal. Al cruzar la puerta de entrada los estudiantes se sintieron como hormiguitas sobre los primorosos suelos de mármol y las hercúleas columnas que se perdían en la bóveda. A la derecha, mucho más pequeña de lo esperado, la Piedad de Miguel Ángel hacía las delicias de un grupo de japoneses digitalmente motivados y, más adelante, en el mismo lateral, se visitaba el cuerpo visible de Juan XXIII, provocando la curiosidad morbosa de los visitantes de menor edad y el respeto de aquellos que habían vivido su pontificado de esperanza conciliar. A la izquierda las impresionantes columnas salomónicas, quizás la imagen más conocida del interior de la monumental basílica. A los pies del altar mayor, se encontraba la escalinata a la tumba de san Pedro, de la cual sólo se veía una lápida escondida tras un sencillo enrejado. Después de recorrer la basílica, capitaneado por Enzo y el Chanquete, el grupo abandonó la plaza de San Pedro, rodeando un gran muro y dirigiéndose a la entrada de los Museos Vaticanos, dejando a un lado una gran fila de sufridos turistas: – Bueno, famiglia… Nosotros tenemos reserva, no se preocupen. La madre Bianca y doña Isabel conversaban animadamente, mientras que Borja procuraba no perder de vista a “Supermami”, que no paraba de hacer sus célebres instantáneas. Riqueza, mucha riqueza, en pinturas, suelos, esculturas… A Zahra le costaba asociar aquellos excesos con la doctrina de Jesucristo, por lo que se preguntaba si la rebeldía que le provocaban se explicaba por su insurrecta adolescencia o por un 492 http://www.antoniojroldan.es atisbo de claridad de inquietante presunta madurez. Desde que gozaba de la edad del pavo se cuestionaba todos los principios inculcados desde el colegio. A Nico le fascinaban aquellos tesoros, muchos de los cuales había visto en los temas de historia del arte, pero sobre todo admiraba la propia arquitectura, las líneas que se perdían en figuras geométricas y la luz que iluminaba las descomunales salas. Sonia seguía pensativa, pero con la mente puesta en la excursión por la catacumba de la noche anterior, paradójicamente uno de los lugares donde comenzó a forjarse la fastuosidad que estaba contemplando en esos momentos. Tras abandonar la Capilla Sixtina, bajaron a comer a un autoservicio que había bajo el mueso. Allí compartieron mesa con Johnny, Carol y Pablo, que no paraban de comentar las anécdotas de la fiesta y de soltar puyas a los tres ausentes. Finalizado el almuerzo, la madre Bianca se presentó con un sacerdote que llevaba un cleriman que Sonia calificó de “traje de Armani para curas”, por lo que de inmediato el elegante religioso obtuvo el mote para el resto del día. –Queridos alumnos –la madre Bianca dio una palmada de satisfacción al dirigirse a sus huéspedes–. Tengo una grata noticia que ofrecerles. Les presento al padre Salvatore Huggel, de la Biblioteca Apostólica Vaticana. Huggel era un hombre de mediana edad, atlético y bien parecido, lo cual provocó algún que otro suspiro y la mirada cómplice de doña Isabel y Josefina. Borja y los chicos hicieron lo 493 http://www.antoniojroldan.es propio, pero para tomar conciencia de género ante la llegada de un nuevo león a la manada. Don Alfonso se limitó a lanzar fuego por los ojos cuando el Johnny se puso a hacer el payaso. –La biblioteca se encuentra actualmente en obras pero, gracias a la amistad que nuestra congregación tiene con el padre Huggel, vamos a poder realizar una breve visita privada a una de sus salas. Deben saber que es un gran privilegio que ustedes se han ganado con su buen comportamiento –hubo risitas y bufidos entre los asistentes a la fiesta en el garito del Johnny. –¡Silencio todos! –bramó don Alfonso. –Buena tarde, amigos españoles –la voz varonil y aterciopelada del sacerdote fue más poderosa que el grito del Chanquete–. Mi español es correcto, pero “imperfeto”. Como decía nuestra hermana, van a tener ustedes el maiuscolo piacere de entrar en una de las dependencias destinada a la investigación y estudio. Por ello les rogaría no hicieran fotografías y se abstuvieran de tocar nada. Sigan mis explicaciones con atenzione y les resultará gratificante. Por favor, tengan la bondad de seguirme. –¡Vamos a entrar en el archivo secreto! –exclamó jubiloso Nico. –Menos lobos, caperucito –le tranquilizó Sonia–. Vamos a ver más libritos y punto. No te montes películas. Cruzaron un largo pasillo hasta llegar a un control policial en la planta baja. Allí pasaron todos por el escáner y se acercaron a unos lectores magnéticos similares a los del metro de 494 http://www.antoniojroldan.es Madrid. Debido a la reforma, estos estaban desactivados, pero un guarda hacía la vigilancia en una mesa. Huggel le hizo una seña y los visitantes fueron pasando hacia el otro lado. Traspasaron una puerta de madera noble, donde unos operarios instalaban un detector de metales. La amplia sala disponía de dos niveles cubiertos de estanterías a la derecha, mientras que a la izquierda las ventanas iluminaban la estancia dejando ver en la lejanía la cúpula de la Basílica de San Pedro. Decenas de mesas se amontonaban para facilitar la instalación del nuevo cableado y los ordenadores. Estaba claro que el siglo XXI se instalaba definitivamente entre aquellos muros. –¿Y bien? ¿Qué les parece? La Biblioteca Vaticana cuenta hoy con más de un millón y medio de libros, miles de documentos, grabados e incluso una interesante colección numismática. Tenemos tantos fondos que muchos de ellos siguen sin ser catalogados –Salvatore Huggel sacó de su bolsillo un adhesivo plano con un circuito impreso–. Chip de seguridad. Cuando dentro de dos años esta biblioteca abra de nuevo, ningún libro podrá salir de su sala sin permiso, logrando un perfecto control del mismo y, naturalmente, una mejoría sustancial en su accesibilidad al público. Para celebrar esta meravigliosa nueva etapa, a final de este año celebraremos una exposición con algunos de nuestros fantásticos tesoros –la madre Bianca aplaudió teatralmente–. Y ahora estoy a su disposición por si desean hacerme alguna pregunta. –¿Por qué no se pueden hacer fotos? –preguntó Pablo. 495 http://www.antoniojroldan.es –Por motivos de seguridad. Sin embargo habrán visto en el museo que una de las antiguas salas es hoy una librería con recuerdos. Ahí si pueden hacer fotografías –Que jodío, pensó Sonia. –¿Es verdad que existe un archivo secreto en el Vaticano? –quiso saber Nico. –Cierto. Allí se encuentran documentos históricos de valor incalculable, correspondencia papal, las actas de reuniones… En la exposición mostraremos algunos, siempre con el visto bueno de Su Santidad. –Muchas gracias. ¿Eso no se visita? –Todos rieron con la fingida candidez de Nico. –Siento decirle que no, salvo que en el futuro sea un insigne historiador o uno de los mejores restauradores del planeta. Manda tu currículo dentro de unos años –guiñó el ojo. –Pues ya sé que estudiar –dijo Pablo muy ufano para ver si lograba el mismo éxito que Nico. –Deben saber que los contenidos de ese archivo es un enigma hasta para el mismo Papa. ¿Por qué? Existe tanto por clasificar y digitalizar que nadie sabe que encontraremos en los próximos años. ¿Alguna otra pregunta? –Yo tengo una –Sonia levantó la mano provocando el pánico en Zahra, que temía cualquier salida de tono que acabara en otro castigo–. ¿Aquí se guardan los evangelios originales? 496 http://www.antoniojroldan.es –Buena pregunta. Tenemos copias muy antiguas, en varios idiomas. Por ejemplo, no hace mucho hemos adquirido el papiro Bodmer, que contiene fragmentos del Antiguo y el Nuevo Testamento. ¿Quiere una primicia, bella amica? Vamos a sacarlo al público en la exposición. Tienen que venir con sus padres… –Ya, pero… –Sonia parecía querer profundizar en el tema. –¿Sí? –¿Tienen alguna copia del Evangelio de Eva? –Nico y Zahra hubieran deseado ser tragados por la tierra y escapar por otra catacumba. El semblante del sacerdote mudó totalmente y dirigió sus ojos hacia la madre Bianca, cuya cara hacía honor a su nombre. El resto de personas presentes admiraron los conocimientos de Sonia, incluyendo sus dos profesores, que estaban habituados a las ocurrencias de su alumna y por lo tanto valoraban su interés por la historia de las escrituras sagradas. Todas las miradas se desviaron hacia Huggel, el cual recuperó su buen porte rápidamente. –Si mal no recuerdo, el Evangelio de Eva es una obra herética de la que no existe ninguna copia. San Epifanio lo nombró en uno de sus tratados, pero poco más. –¿Qué significa herética? –preguntó Zahra ganándose la expresión agradecida de su amiga. Como solía decir Sonia, “from lost, to the river”. 497 http://www.antoniojroldan.es –Pues es aquella que contradice el dogma establecido por la Iglesia. –Muy interesante, gracias –y Sonia se volvió a ocultar entre el público con la dulce expresión de quien nunca ha roto un plato. Zahra observó cómo la madre Bianca parecía descompuesta por la pregunta de Sonia. ¿Escandalizada? En absoluto. La chica estaba convencida de que su alocada amiga había metido el dedo en la llaga y que en aquel instante sólo había en la biblioteca cinco personas que conocían un secreto relativo a un libro prohibido vinculado al monasterio donde se alojaban. Antes de salir giró la cabeza y vio como la monja y el sacerdote hablaban con vehemencia sin perder de vista al grupo de estudiantes. Si le quedaba alguna duda para regresar aquella noche a la catacumba, esta acababa de esfumarse de inmediato. Lo haría por Sonia, por supuesto, pero también para saciar su curiosidad. El Evangelio de Eva esperaba allí abajo, y esta vez acudirían a la cita bien preparados. Por fin la esencia perdida podría descansar. 498 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 42 El evangelio de Eva El crepitar de la chimenea de la sala de juegos no podía competir con las risas de los huéspedes españoles. Algunos jugaban a las cartas con una mano, mientras con la otra chateaban a través del móvil. Pablito había convencido a algunos compañeros para ver un partido del Inter en la televisión, por lo que la contaminación acústica iba creciendo poco a poco. Era el momento de la libertad, mientras los profesores, Borja y Josefina tomaban el café con la madre Bianca en una mesa apartada del refectorio. Zahra y sus amigos planificaban la noche en el rincón de la prensa. –¡Mirad al Johnny y a Carol! Están tan acaramelados que me voy a volver diabética –dijo Sonia–. Lástima que hoy no haya fiesta porque no hemos comprado las linternas para jugar a las tinieblas –Sonia infló un globo de chicle que estalló a un palmo de la cara de Nico. –Yo no lo veo… ¿Cómo voy a escapar de la habitación sin que me descubran Johhny y Pablo? Además, la única forma de bajar es abrir de nuevo la puerta del fondo? Va a ser imposible sin el delincuente ese… 499 http://www.antoniojroldan.es –Lo haremos sin él –Zahra bajó la voz–. Me ha contado Carol que ayer Johhny usó una navajita para accionar la cerradura. –¿En qué está pensando el Chanquete? Debería cachear a este tipo y… –Calla y escucha a Zahra. –He pillado un cuchillo de la carne durante la cena. Al menos lo intentaremos. –¡Bravo! Robo, allanamiento y tráfico de libros heréticos. Chicas, en serio, ¿no os dais cuenta de que…? –Pero mira que llegas a ser cansino, tronco… Bueno, por mí lo intentamos con tu cuchillo, pero antes hay que escabullirse de los demás. –Por eso hoy bajaremos más tarde, cuando estén todos fritos. Lo peor que puede pasar es que tengamos que esperarnos los unos a los otros un buen rato. –No saldrá bien… Mis padres me van a matar cuando me vean mañana llegar al aeropuerto con grilletes. Yo que quería conocer Venecia… –Irás a Venecia, chato –dijo Sonia estampándole un sonoro beso en le mejilla–. Tienes nuestra palabra. –Y la palabra de dos brujas siempre se cumple. 500 http://www.antoniojroldan.es El cuchillo destellaba a la luz de la linterna sostenida por Sonia. Zahra introdujo la punta en el orificio y trató de girarla. Sorprendentemente no hizo falta esmerarse demasiado. –No te lo vas a creer… –¿Qué? –Se la han dejado abierta. –¡Coño! Pues, adentro... Vamos a buscar a Nico. Cerraron la puerta con cuidado y alumbraron la escalera. Una sombra apareció en un rincón provocando el grito ahogado de Zahra. –Soy yo… –¡Nico! Casi me matas del susto. ¿Cómo has llegado hasta aquí? –Mi puerta estaba… –…Abierta. También la nuestra. Alguna monja ha olvidado hoy hacer sus deberes –dijo Zahra poco convencida. –Pues, ¿a qué esperamos, gente? –Espera Sonia –interrumpió Nico-. ¿Y si la cierran y nos quedamos fuera? Es mejor que Zahra ensaye con el cuchillo en la de los chicos. Una cosa es venir con el pijama debajo de la chupa y otra muy distinta quedarse a dormir en la biblioteca. –Nuestra primera fiesta del pijama con chicos, Zahra… – contempló a su amigo–. ¿No está para comérselo? 501 http://www.antoniojroldan.es –Otro día… Nico tiene razón. Voy a probarlo –Zahra volvió a intentarlo desde el otro lado de la cerradura y comprobó que no era tan fácil–. Algo gira, pero creo que no lo suficiente. –Da igual, tía, nos arriesgaremos. ¿Van a venir a cerrar a las dos de la mañana? Además, estaremos de vuelta en unos minutos –agitó la linterna para recordar que esta vez iban preparados. –Vale. Pues a la biblioteca… Nico apaga tu linterna, que con esta tenemos de sobra. Sigilosamente rehicieron el itinerario de la noche anterior hasta acceder otra vez a la biblioteca. Rodearon el atril, donde quedó impresa la marca del Purgatorio, y se colocaron frente al cuadro. Zahra lo levantó con cuidado sin descolgarlo y enfocó el oscuro acceso. –Parece que esta vez no necesitaremos escaleras fantasmas… –Un momento Zahra –dijo Nico fijando la vista en la pintura–. Juraría que… –¿Qué te pasa ahora, hijo? –Sonia empezaba a impacientarse por permanecer demasiado tiempo en aquel lugar. –Ayer había un ángel descendiendo a los infiernos. –Pues eso veo yo –concluyó Sonia. –No. Hoy está luchando en el infierno. Recuerdo que anoche sólo bajaba con una lanza en ristre. 502 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué quieres decir, Nico? –Es una advertencia. Ella nos avisa de algún peligro que nos aguarda abajo –Zahra se acercó a comprobar lo que decía Nico. –Has debido deslumbrarte con la linterna. Está igual que ayer. Compruébalo tú mismo. –No, hoy… –Volvió a examinar la escena–. Pero, ¡no es posible! El ángel está de nuevo arriba. –Haz caso a Zahra y vamos para adentro. –Sé lo que he visto, ¿vale? –Estamos todos nerviosos. No te preocupes. Los tres amigos penetraron en el pasadizo, depositando el cuadro con suavidad, y enseguida advirtieron que la travesía hasta la cripta parecía más amplia con las potentes linternas que habían comprado en las dos horas de tiempo libre. Se colaron por el resquicio de la reja y siguieron deambulando por la catacumba, apreciando más restos humanos en los laterales, consecuencia de la claridad de aquella segunda visita al subsuelo romano con mejor equipamiento. No tardaron en llegar a la cripta de los libros. –¡Vamos! –Zahra apuntó el foco al estante–. Los vamos examinando y apilando en el suelo. 503 http://www.antoniojroldan.es Hubo que retirar la colección casi al completo para descubrir un fino volumen sin título en el lomo. Era el último, por lo que los tres amigos fijaron sus ojos él. –Sonia, haz los honores –dijo Nico con falsa cortesía. –De acuerdo. Sonia apartó con aprensión la última cortina de polvo, tomó el libro con suma delicadeza y descubrió la portadilla que, para su sorpresa, estaba escrita a mano. –Es el Evangelio de Eva. Realmente no parece un libro – Zahra y Nico la rodearon para verlo–. Es un cuaderno con mucho texto escrito en latín. La letra es bonita… –No hay otro –concluyó el muchacho –. Esto es lo que hemos venido a buscar. Ahora tenemos que depositarlo en la biblioteca. –¿Crees que eso es lo que espera ella? –preguntó Sonia con la tranquilidad de quien estuviera hablando de una amiga. –¿Qué si no? –añadió Zahra. –Buenas noches, jovencitos –dijo una voz a sus espaldas. La atlética silueta del padre Huggel surgió entre un aura inesperada. –¡Qué susto! –dijo Zahra colocándose delante de Sonia. Su amiga trató inútilmente de ocultar el libro dentro del chaquetón. 504 http://www.antoniojroldan.es –¿Nos ha seguido? –La pregunta de Nico fue tan absurda que el sacerdote no pudo evitar una sonrisa de ternura ante la inocencia de los tres exploradores. –Sí. Debía protegerles. Este no es sitio para que bajen unos niños solos. –A mí sólo me llama niña mi abuela, curita –dijo Sonia crecida ante la que consideraba una impertinencia del bibliotecario. –Disculpe, señorita, no pretendía ofenderla. –Pues lo ha hecho. –Bueno, será mejor que subamos al monasterio antes de que sus profesores les echen en falta. Arriba nos espera la madre Bianca y ha prometido no delatarles. Es una mujer muy buena y estaba tan interesada como yo en que esto terminara bien – Huggel extendió la mano para que Sonia le diera el libro. Ella miró al suelo y fingió no darse por aludida. –¿Cómo sabía que estábamos aquí? –preguntó Zahra con verdadera curiosidad. –La pregunta de ayer. Demasiada casualidad… –Por eso estaban todos los accesos abiertos, ¿verdad? – preguntó Nico. –Digamos que era una posibilidad remota, pero nada desdeñable. Afortunadamente para todos he acertado. 505 http://www.antoniojroldan.es –Entonces… –Zahra reflexionó en voz alta–. Usted conocía la existencia de este sitio. –Más o menos. Nunca he estado aquí, claro. Verán, estamos en el inferno –dijo tranquilamente el sacerdote–. ¡No pongan esas caras de pasmo! Se llama así al lugar donde se guardan los libros prohibidos. Suelen existir escondrijos como estos en monasterios, palacios, castillos… Este en concreto parece haber estado oculto durante décadas –contempló muy despacio el habitáculo–. ¿Les cuento un secreto? Sí, se lo merecen… Al fin y al cabo me han hecho ustedes un inestimable favor –Nico asintió en nombre de los tres–. Escuchen. Hace más de cien años una novicia, durante el sacramento de la confessione, le reveló al padre visitador de la orden que había localizado una entrada a un depósito de libros prohibidos y que entre ellos había una copia manuscrita de un extraño evangelio con el nombre de Eva. Ella admitió haberlo leído y sentirse muy turbada por su contenido demoníaco y perverso. Lógicamente el confesor la animó a entregárselo a la madre superiora, pero ella prefirió que aquel libro permaneciera olvidado en su escondite. –Seguro que el visitante ese se chivó –dijo Sonia. –No, señorita. El sigilo sacramental es inviolable, bajo pena severa de excomunión. Es algo muy serio para nosotros. –Entonces, ¿cómo conoce usted la historia? –Nuestra hermana falleció a los cuarenta y dos años, víctima de unas fuertes fiebres de origen desconocido. Arrepentida y vislumbrando la cercanía de la muerte, le contó a 506 http://www.antoniojroldan.es la madre superiora su historia, rogando que nadie regresara en busca del libro maligno, por lo que no desveló la entrada a este infierno. La historia llegó hasta el Vaticano y allí supieron que una copia de aquel evangelio, que se suponía extraviado desde hacía siglos, podía estar oculto entre las paredes de un monasterio romano. Tan cerca y tan fácil. La madre superiora debió acceder a la petición de la moribunda y si llegó a tropezarse con la entrada de la biblioteca, estoy convencido de que la mandó tapiar, ya que la Sagrada Congregación del Santo Oficio, lo que fue la Inquisición hasta que Pio X la renombró así, estuvo buscando por todo el edificio infructuosamente, dada la importancia del hallazgo. Así pues, siempre esta historia ha planeado por esta santa casa. –Pues bastaba con levantar el cuadro… –dijo orgullosa Zahra. –Es una entrada reciente. Alguien ha querido facilitarles la búsqueda. ¿Por qué a ustedes? Los designios del señor son así. Han sido elegidos por alguna de las hermanas para devolver a la Iglesia un auténtico tesoro que le pertenece. –En cierto modo ha debido ser así –dijo Sonia para sí misma. –Y ahora, si les parece… –de nuevo extendió el brazo hacia Sonia para que le cediera el libro. –Zahra –Sonia asió a su amiga de la muñeca–, este no es el final de la historia. Ella no quería que cayera en manos de nadie. Su deseo es que quedara enterrado para siempre. 507 http://www.antoniojroldan.es –¿Quién es ella? –preguntó incrédulo el sacerdote. –¿Recuerdas las obras de la nueva línea de metro que vimos el otro día? A lo mejor este lugar iba a salir a la luz y… No sé. Algo me dice que si se lo damos a este tío no cumpliremos su voluntad. –No sé que les preocupa. Les puedo garantizar que será restaurado con suma delicadeza y que permanecerá en un sitio digno, sin ratas ni humedad –el hedor que surgía del angosto paso hacia la Cloaca Máxima resultaba insoportable en aquella cipta sin apenas ventilación. –¿Sabéis lo que os digo? –dijo Sonia girando la cabeza hacia el otro extremo del túnel–. Que no pienso dejar que unos dados gobiernen mi vida. –No entiendo que… –masculló Salvatore Huggel mirando la cara de pánico que se le estaba poniendo a Nico al oír lo de los dados. –¡No, Sonia! –dijo Zahra mirando la negritud del otro pasadizo, el que habían desechado al azar veinticuatro horas antes–. No lo compliques más, ¿quieres? Dale el dichoso libro de una vez y volvamos a las habitaciones. Ya hemos cumplido y nos toca disfrutar del viaje. ¡Venga! Días más tarde Nico lo recordaría como un simple cortocircuito en su cerebro, o quizás un impulso de su corazón enamorado, capaz de seguir a su dama al fin del mundo, literalmente. Nunca olvidaría aquel instante, cuando creyó ver un 508 http://www.antoniojroldan.es tocho de un tal Montesquieu flotando a unos milímetros del suelo y, borracho de adrenalina, se lo lanzó al estupefacto sacerdote, que cayó al suelo desequilibrado por el golpe. –¡A la mierda! –gritó Nico–. ¡Corred! Zahra dudó por un momento, pero no permitiría que aquellos dos chalados se perdieran solos por los subterráneos. Tras ellos percibieron una expresión impropia de un religioso, que superaba con creces la blasfemia. En su carrera descontrolada por la catacumba, con las linternas agitándose entre las tinieblas, Sonia tropezó con una gran piedra, gimiendo de dolor al rasparse la mano con el suelo. Nico la tomó por la cintura y la animó a continuar, mientras que Zahra tomaba resuello enfocando la luz a su alrededor. –¿En qué estabais pensando? –Zahra clamó procurando no ser oída en la lejanía–. ¿Y ahora qué? ¿Dónde estamos? Nos hemos metido en una buena. –O es muy sigiloso o no nos sigue –comentó Nico ignorando a Zahra. –Yo tampoco lo haría si fuera él –añadió Zahra pateando una piedra–. Tenemos que volver y disculparnos. Pensad por un momento cómo terminará esto. –Vale, no te enfades. Te escuchamos –concedió Nico. –Primero tenemos que averiguar una forma de huir de este laberinto oscuro. Una vez fuera regresaremos a la hospedería, donde nos estará esperando el cura, la madre Bianca 509 http://www.antoniojroldan.es y el Chanquete con nuestros pasaportes en la mano. Eso si no llaman a la policía, claro. La hemos cagado, pero bien. –Llevas razón, Zahra. Ya está hecho y no tiene remedio – dijo Sonia abatida. –Esperad, aún no estamos perdidos –Nico se sentó en el suelo a pensar–. No, no puede hacer eso. Imaginad la noticia en los medios de comunicación. Tres estudiantes españoles detenidos… –O asesinados por su profesor –aclaró Zahra. –Espera. Detenidos por encontrar un evangelio perdido. O mejor, no hace falta detenerlos. Sólo con contar nuestra historia meteríamos al “Armani” en un buen embrollo. –¿Qué propones entonces? –Aún no lo sé, pero estoy casi convencido de que Huggel es el primero que quiere arreglar este asunto con suma discreción. Él debe estar ahora tan confuso como nosotros. –Es la primera vez que atisbo un destello de optimismo en ti, Nico –dijo Sonia satisfecha–. De hecho, lo que has hecho allí es de lo más intrépido que te he visto. –Gracias. Tú también has sido muy valiente. –Bueno, ya vale de echarse piropos, parejita. Considerando que Nico tuviera razón, ahora la cuestión es cómo evadirse de esta ratonera. Para empezar, ahí tenemos dos cavidades para escoger. ¿Alguna idea? 510 http://www.antoniojroldan.es –Iba a decir algo de mis dados, pero no está el horno para bollos. –¡Escuchad! –Nico se aproximó a una grieta que había detrás de Sonia–. Es el eco de una corriente de agua, quizás la alcantarilla de nuevo. Es la mejor opción posible, ¿no? –En ese caso el camino más lógico sería el de la derecha –expuso Zahra poco convencida. –Pues vamos allá, que me estoy congelando –dijo Sonia frotándose la herida. –¿Te duele la mano? –Nico la tomó con indisimulada veneración. –¡Qué va! Es un rasguño, mi aprendiz de Indiana Jones. –Como os pongáis a coquetear ahora os juro que sigo sola. Venga, busquemos la cloaca. Arriba, en la portería del monasterio, Salvatore Huggel marcaba un número en su móvil, mientras la madre Bianca juntaba los dedos en una plegaria desesperada para que aquella lamentable situación se arreglase lo antes posible. –¿Pietro? Soy Huggel… Sí, ya sé la hora que es… ¡Escucha! Necesito tu ayuda urgentemente. Unos niños se han metido por unos túneles y…No, la policía italiana no. Es un asunto nuestro, reservado… Sí, ya me entiendes, eso es. Trae a Leone, porque habrá que seguirles el rastro. ¿El comandante? No 511 http://www.antoniojroldan.es le despiertes, no quiero dar más explicaciones, ya que al fin y al cabo son tres críos… ¿Cómo? No hace falta pase, si te ponen alguna pega que me llamen a mí. Muy bien. Toma nota de la dirección… –Sabía que esto no era una buena idea. –No es culpa suya, madre. Además, lo importante es que hemos logrado que nos lleven hasta el libro. Antes del amanecer estará en mis manos. –Quizás habría que avisar a los profesores… –Tranquila Bianca –el sacerdote tomó su mano con afecto–, no va a pasar nada. Confíe en mí. –Lo que usted diga –y se adentró en el edificio en dirección a la capilla. La tenue llama del cirial temblaba inmersa en las sombras que rodearon la figura enjuta de la religiosa. Palpando los bancos llegó hasta el pie del altar y se arrodilló frente al sombrío retablo. Dirigió sus plegarias por los tres alumnos españoles y por su fe ciega en la virtud de la obediencia. Una caricia helada se deslizó por su cuello y supo que no estaba sola en su oración. Ella la acompañaba una noche más. Quizás era su manera de despedirse y cerrar la puerta de su infortunio. 512 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 43 Gatti di Roma La luz mortecina de las farolas teñía de amarillo la noche invernal en las ruinas de Largo di Torre Argentina, donde algunos árboles, inclinados por el viento, pugnaban por levantarse por encima de las columnas, orgulloso vestigio entre los muros vencidos de los templos republicanos y del teatro de Pompeyo. En aquel oasis, a salvo del tráfico, el abandono o el maltrato, más de un centenar de gatos se cobijaban del frío en las grietas y hendiduras de los cimientos, mientras que los enfermos convalecían en el refugio de los voluntarios, aguardando los cuidados y mimos de la mañana siguiente. Gaspare descansaba en el altar del templo de Aedes Fortunae Huiusce Diei, sin imaginar que aquel lugar estuvo consagrado a la “suerte del día de hoy”, lema que él tenía muy presente desde que fue rescatado de una papelera por un barrendero, cuando apenas tenía unos días de vida. Sí, sabía que debía vivir el presente y gozar de los cuidados de esa mujer que le cambiaba el agua al alba y le dejaba un poquito de pienso. Lo de las siete vidas era un cuento chino para perros, y más le valía prolongar la suya lo máximo posible. 513 http://www.antoniojroldan.es Hacía una rasca de bigotes y lo más conveniente para no estirar la pata, sería irse a las arcadas para que el relente no le jugara una mala pasada, pero no podía dejar de observar la imponente luna que le alumbraba como un foco. Siempre le pasaba lo mismo. Aparecía ella en todo su esplendor y todos se alteraban. ¿Por qué sería? Para colmo Candelina andaba en celo esos días y no había parado de insinuarse. No se podía ser tan apuesto, con ese pelo color canela y esos ojazos azules. ¿O eran verdes? Se consideraba un minino de bandera. Mientras tanto, a mil cuatrocientos kilómetros de allí, Avalon, el gato de Zahra, se despertaba sobresaltado. La misma luna inundaba el comedor y se reflejaba en sus pupilas. Saltó al suelo y se dirigió a la escalera de la azotea para apreciarla más de cerca. Cruzó la gatera, recibiendo un pequeño azote, y giró su cabecita hacia el cielo aguardando a que las nubes mostraran de nuevo aquella luz cegadora. Dos nimbos, que flotaban al viento, advirtiendo de la llegada de la lluvia, trazaron una efímera silueta que Avalon conocía bien. Muchas noches se había dormido enredado en aquel colgante. Entonces ella vino a su memoria y al instante lo comprendió. Trepó al pretil y maulló con todas sus fuerzas hacia las estrellas. Una nueva oscuridad eclipsó el fulgor mágico y creyó haber sido escuchado. Gaspare no podía creer lo que estaba viendo. Una gata blanca, de ojos incandescentes, avanzaba lentamente hacia él. ¿Estaba soñando? Como despertara Candelina, y lo sorprendiera con aquella monada, el Campo de Marte iba a saber lo que era una auténtica destrucción, por no mencionar el efecto que las 514 http://www.antoniojroldan.es garras de su amada podrían causar en sus sensibles criadillas. ¿Quién le mandaría dejarse embrujar por el plenilunio? La visitante rodeó a Gaspare como si fuera una tigresa dispuesta a devorar a un ratón, provocando que su presunta víctima se atusara el pelaje con la lengua para dejar un cadáver bonito y atildado en el caso de que muriera de amor o asesinado por Candelina. Sin embargo, a pesar de su espléndido olfato, Gaspare no percibía en aquel bomboncito ninguna señal de belicismo sensorial, ni tampoco el más leve aroma gatuno propio de la especie. Es más, si entornaba un poco los ojos, casi podría jurar que la minina estaba tan desnuda que ni siquiera tenía piel. Raro, muy raro. ¿Y ese brillo? Gaspare miró hacia la luna, temiendo que a esta se le hubiera caído un trozo en forma de gata. Imposible no espachurrarse. Sólo los mentecatos afirman que los gatos caen de pie. Afortunadamente para su acelerado corazón, la vampiresa siguió su camino con una manada gatuna, procedente de todos los rincones del recinto, andando muy sumisa tras ella. ¡Candelina, cariño! ¿Tú también olfateando el culo inodoro de esta fulana? No me digas que te has vuelto… ¡Ah! Que me una al grupo. Pues bueno, no tengo nada mejor que hacer. Pero ya sabes que tres son multitud, y no digamos cincuenta, que uno es enredador, pero muy tradicional. Siguiendo el rumor del agua, los tres amigos atravesaron una estrecha galería con nuevos nichos longitudinales en las paredes, 515 http://www.antoniojroldan.es algunos de los cuales gozaban de un mejor acabado, desembocando finalmente en un cubículo circular presidido por un crismón. –Esto debe ser una especie de iglesia, ¿no? –comentó Sonia con un prolongado suspiro de cansancio. –Es lo más seguro –respondió Zahra. –Pues no es bueno visitar el Vaticano y las catacumbas el mismo día –sentenció Sonia–. Una se vuelve revolucionaria y rebelde. Me gustaría comentarle al cura de los libros lo que pienso de sus ostentaciones y riquezas. –Pues no lo digas dos veces –Nico siseó a Sonia–. ¿Soy el único que oye voces detrás de nosotros? –¡Es verdad! –Zahra se aproximó a la entrada de la sala–. Además… ¿No es eso…? –¡Un perro! –gritó Nico–. Nos quieren cazar como a conejos. –Rápido, sigamos por ese pasillo –Zahra iluminó el otro camino que nacía de la pequeña capillita–. No debemos estar muy lejos –Nico y Sonia la siguieron procurando no caerse de nuevo en su escapada. Los ladridos eran cada vez más cercanos y los tres sudaban copiosamente a pesar de la baja temperatura. De repente, a la vuelta de un amplio recodo, una enorme losa se interpuso ante ellos. El sonido de la corriente era más perceptible 516 http://www.antoniojroldan.es que nunca y el aire húmedo de la calle refrescó sus rostros acalorados. –¿Dónde está la salida? –preguntó Nico moviendo su linterna en todas direcciones. –¡Mira! Allí arriba –Sonia señaló una abertura que había por encima de sus cabezas. La presencia de un bloque de piedra tallado junto a ella provocó un destello de esperanza. –Hemos llegado a la Cloaca Máxima –comprendió Zahra–. Nico, tú eres el más alto. Primero nos ayudarás a nosotras, luego tiraremos de ti. –Pero deprisa, que nos están pisando los talones. Zahra ascendió por la pared apoyándose en el estribo que Nico había formado con sus manos, trepando con dificultad hasta asomar la cabeza por la rendija. Enfocó hacia al otro lado y descubrió satisfecha el bordillo de la alcantarilla. Giró la cabeza hacia sus amigos y pudo contemplar el rostro enojado de Huggel. Junto a él había otro hombre, con el pelo rubio bien cortado a navaja, y un perrito que abultaba poco para el escándalo que estaba montando. Game over, pensó al instante. –Bueno jovencitos, al menos me he demostrado a mí mismo que sigo en forma. Vamos por partes… No os va a pasar nada. Os lo prometo. Sólo la madre Bianca conoce la situación y quiero ser generoso –recuperó su porte habitual mostrando una amplia sonrisa de inmaculada dentadura–. Me dais el libro y olvidamos todo lo sucedido. ¿De acuerdo? 517 http://www.antoniojroldan.es –Por mí puede meterse… –Sonia iba a sugerir otro acuerdo alternativo cuando un estruendo surgió a sus espaldas. Decenas de gatos invadieron el angosto corredor, precipitándose hacia los estupefactos demandantes del Evangelio de Eva. –¡Ahora! –Zahra tendió la mano a Sonia, que no dejaba de mirar a una gata blanca que la observaba sin mover un músculo. Tras ella también Nico escaló hacia la libertad. Al fondo del corredor una escalera se elevaba por encima del nivel del agua, eludiendo así el río Tíber y permitiendo la entrada del resplandor procedente del cielo. Era la primera vez que respiraban aire puro en dos horas. Gaspare aguardaba marcialmente en su puesto de guardia a la salida de la Cloaca Máxima. Era un buen soldado, aunque no tuviera claro quién era su capitán. Zahra contempló perpleja al gato y recordó la tarde en que la mamá de Avalon la defendió de forma parecida en Glastonbury. Pensó en su querida mascota y buscó inútilmente el amuleto en su cuello. Una idea absurda cruzó por su mente, pero prefirió reírse de sí misma y acariciar la cabeza de Gaspare. Por fin Avalon pudo conciliar el sueño. 518 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 44 Acta est fabula La limusina de Falco los envolvió en un calor seco y confortante tras iniciar la madrugada perdidos bajo tierra. El profesor tenía el rostro cansado bajo un gracioso gorro de lana indígena que le hacía parecer un venerable abuelito. –¿Cómo sabía…? –empezó a preguntar Zahra. –Mi pequeña Saunders. Hace unos días soñé con tres adolescentes enfrentados a una puerta atornillada, a oscuras y sin saber qué camino escoger. Os reconocí nada más veros –Señaló a Sonia un armarito–. ¿Te importaría sacar de ahí el termo con el chocolate y unos vasitos? –Ella lo hizo sin soltar el libro–. Otra noche también os presentí, tiritando de frío junto a este puente, por lo que anoche pasé con Lupe una vigilia larga, pero inútil. Hoy sí hemos acertado, ¿verdad? Tengo una mente bastante compleja y a menudo ni yo mismo sé interpretarme… Inconvenientes de vivir con animatas. ¿Azúcar, niños? –¿Soñó con nosotros? –preguntó Nico. –Parecías más moreno y más fuerte pero, sí, eras tú, Nicolás. Pero no perdamos más tiempo con mis problemas de insomnio. ¿Me podéis explicar si estoy envuelto en algo turbio o simplemente he rescatado a tres turistas extraviados? ¡Vamos! ¿Quién empieza a cantar? 519 http://www.antoniojroldan.es Los tres se miraron conscientes de que ya no podían ir más allá y que estaban metidos en un embrollo de verdad. Zahra se mesó el cabello, suspiró y empezó a narrar la historia desde el castigo en la biblioteca hasta el ataque de los gatos. El profesor Falco escuchó atentamente y luego ordenó a Guadalupe que les llevara al monasterio. –Tenemos que devolver el libro, ¿no? –preguntó Zahra conociendo de antemano la respuesta. –Junto a una disculpa, pequeña. Conozco a Salvatore Huggel… Es inteligente. Negocié con él la venta de unas cartas de Pio XII hace un par de años. También hemos coincidido en alguna subasta. Un hombre íntegro y leal en su trabajo. –Pues bajó a buscarnos con un perro –Sonia salió de su mutismo. –Por prudencia, supongo. ¿Cómo buscarías tú a tres locos en un laberinto? –Sonia se encogió de hombros–. Debo tener su número todavía… –sacó su teléfono y buscó en la agenda. –¿Qué nos va a pasar? –quiso saber Nico. –Un momento, por favor… ¿Padre Huggel? Soy Falco, el coleccionista… El mismo, no, no estoy loco. Me hago cargo de la hora que es. Sí, sé que está ocupado, por eso le llamo. Escúcheme… Los pececitos están conmigo… Sí, ellos. Creo que están muy arrepentidos y le devolverán el libro. ¿Cómo? Es una larga historia, no viene al caso… Estupendo. En cinco minutos nos vemos. 520 http://www.antoniojroldan.es –¿Y bien? –preguntó Nico. –Os perdonará, seguro, porque le interesa y es muy paciente y un gran negociador. Aún así, estaba de un humor de perros. Lo digo sin segundas, Sonia. –Debemos parecerle unos irresponsables, ¿verdad? –dijo Zahra sorbiendo el chocolate. –Mi pequeña Saunders… La experiencia en la vida no tiene nada que ver con los años, sino con los errores que has cometido a lo largo de tu vida. Tenéis derecho a equivocaros, a medir vuestros límites y a conoceros. Es necesario que así sea, ¡por supuesto! La adolescencia no dista mucho del Purgatorio. Medita sobre eso. –Mi profesor de matemáticas siempre se alegra de nuestros fallos –dijo Nico imaginando al Chanquete con el hacha preparada en la puerta de la hospedería–. Dice que así aprendemos más. –¿Lo véis? Esa alma, que Sonia percibió, no ha podido descansar hasta reparar su error. –¿Por qué nos haría buscar el libro? –preguntó Zahra. –Nunca lo sabréis. Quizás encontró ese libro peligroso, o inadecuado, y quiso esconderlo. Por alguna razón su secreto no estaba a salvo y necesitaba vuestra ayuda –el coche se detuvo frente a la puerta del monasterio, donde la madre Bianca y Huggel aguardaban con gesto muy serio. Afortunadamente no había rastro de los profesores–. ¿Preparados? –Los tres asintieron 521 http://www.antoniojroldan.es de mala gana–. Ahora apartad vuestro orgullo y atesorad para siempre esta madrugada, porque sois un poquito más sabios… El profesor Falco acertó en su pronóstico. Salvatore Huggel resultó ser generoso y pragmático, por lo que consideró que los arañazos de los gatos, la noche en vela y el moratón que le causó el libro lanzado por Nico eran un precio barato a cambio de regresar al Vaticano con un tesoro tan valioso entre sus manos. Por su parte, la madre Bianca pudo respirar aliviada al ver que todo volvía a estar bajo control, incluso aquel penoso asunto de la leyenda del infierno perdido en aquella casa, así que decidió esmerarse en la gala de despedida que tendría lugar en el refectorio el último día. Y así, despidiéndose poco a poco de la Ciudad Eterna, las horas pasaban rápidamente entre visitas turísticas, pizzas, risas y fotografías, incluyendo las instantáneas de Supermami. La víspera de la partida los tres amigos se sentaron a tomar un café caliente en Sant´Eustachio, muy cerca de la Piazza Navona. Aprovechando que Zahra se había ausentado para ir al baño, Nico tomó la mano de una sorprendida Sonia. –¡Eh! ¿Qué haces, pulpito? –Sonia, irás a la gala conmigo –Ya, porque tú lo digas, rico. –¿Qué te apuestas? –Lo que quieras. 522 http://www.antoniojroldan.es –Un beso. –¡Vale! Pienso ir sola, con el cartelito de “libre” y el taxímetro a cero. –Trato hecho, no olvides la apuesta. –No, melón. Que plastita te pones a veces… Las galerías del monasterio eran un ir y venir de chicas intercambiando maquillaje y de chicos debatiendo sobre el algoritmo del nudo de la corbata. En mitad del bullicio un alboroto surgió de la calle y el nombre de Sonia fue coreado por los alumnos que esperaban a entrar en la gala. –¿Qué les pasa a esos orangutanes? –preguntó Sonia mientras marcaba los labios en el espejo. Carol se asomó a la ventana y tomó a Zahra del brazo para que viera el espectáculo. –Tía, me temo que te esperan abajo –dijo Zahra partiéndose de risa. –Dime que no es Nico… –sus dos compañeras asintieron–. Voy a descuartizarlo y esparcir sus restos en la cripta de los capuchinos –salió corriendo de la celda dando un portazo. Zahra y Carol la siguieron. Cuando Sonia llegó a la puerta, se había formado un pasillo humano que conducía a la calle. La interminable limusina roja de Falco aguardaba estacionada, con Guadalupe vestida de chófer abriendo la puerta ceremoniosamente. Dentro, Romeo aguardaba vestido con un esmoquin y una copa de champán en la 523 http://www.antoniojroldan.es mano. La chica recorrió los metros que le separaban de su cita a grandes zancadas, fulminó con la mirada a la sonriente mexicana –que hizo una graciosa reverencia– y se metió en el Fiat dando un portazo. –¿Qué cojones te crees que estás haciendo? –le dio con el bolso en la cabeza. –Invitarte a salir, mi..., ¡Ejem!, dulce bambina. –Esta me la pagas, te lo juro. –¿Debo tomarlo como un sí? –Claro. ¡Qué remedio! Ahora, te aseguro que como no me lo pase como nunca te comes el cochecito y el traje alquilado. –Suena romántico… ¡Ah! La Dolce Vita... –Sin guasitas que todavía hoy cobras –agarró al muchacho de la mano, como quien arrastra a un caniche, y juntos hicieron la entrada triunfal entre los vítores de los compañeros, como dos gladiadores que han obtenido la gracia de vivir. 524 http://www.antoniojroldan.es Salvatore Huggel cruzó el umbral de la basílica de Santa María del Popolo, mezclado con un grupo de turistas que avanzaban en tropel hacia el altar para contemplar las pinturas de Caravaggio. Discretamente se acercó a la pila de agua bendita y se santiguó. Luego se dirigió a uno de los bancos que había junto a la capilla Chigi, donde estaba el famoso “Hueco del diablo”, un mosaico que representaba una alegoría de la Muerte con alas. Sacó un librito negro y simuló estar concentrado en sus oraciones. Muy cerca de él Guadalupe rezaba arrodillada. Su presencia no pasó inadvertida para el sacerdote, por lo que se giró para descubrir a Falco al otro extremo del banco. –Buen giorno, padre. –Profesor… Tengo poco tiempo y muchas obligaciones así que espero que sea importante lo que tiene que decirme. –Decía Kant que la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte. ¿Ha leído usted a Kant, Huggel? –Al grano, Falco. –Como quiera –se aproximó a él como si estuviera en confesión–. Le voy a contar una historia que usted ya conoce. 525 http://www.antoniojroldan.es Desde hace años la Iglesia sospechaba de la existencia de ese infierno de libros malditos y últimamente temía que las futuras líneas de metro en proyecto provocaran su descubrimiento por la sociedad civil. ¿Voy bien? Desde su llegada a los archivos sus conversaciones con la madre abadesa se habían intensificado y todo estaba preparado para realizar una prospección desde la cocina y, de paso, dar un repaso al viejo tejado y a las instalaciones eléctricas. Favor por favor. –¿Quién le ha contado…? –Lástima que esos tres niños se le adelantaran. ¿No lo cree así? Es verdad que se van a ahorrar un dineral en excavaciones, porque lo de la reforma seguirá adelante para que ninguna hermana incumpla el voto de obediencia. Todo parece haberle salido a pedir de boca, salvo dos pequeños detalles. –¿Cuáles? –El primero soy yo. Sé demasiado y nada me impide contar el fabuloso hallazgo de un evangelio perdido. –¿Qué quiere a cambio de su discreción? –Huggel estaba rojo de ira. –Soy barato. Un pase de semana para deleitarme con la consulta de algunos raros ejemplares de su biblioteca. –Hecho. ¿Algo más? –Consideraría elegante por parte de las hermanas que donaran cierto libro a mi colección. ¿Qué es un viejo ejemplar de 526 http://www.antoniojroldan.es san Epifanio al lado de un tejado nuevo? Una minucia… Se trata de una copia del “Panarion” que los chicos vieron. –No creo que haya problemas. –El segundo detalle también se refiere al “Panarion”. Encontrará usted una extraña marca en la cubierta de mi libro – enfatizó el “mi”– que le hará pensar sobre cuál debe ser el destino del Evangelio de Eva. –Me he perdido, profesor… –Sus problemas terrenales terminan conmigo y con la hermana Bianca pero, ¿sabrá usted calmar al alma que deseaba ocultar el tesoro? No quisiera vivir en su piel. Piense en ello –se levantó–. Algún día todos tendremos que purgar nuestros pecados y suplicaremos a los vivos que nos rescaten de nuestra pesada carga. Usted y yo también. Padre Huggel, nos vemos uno de estos días para formalizar mi carné de lectura –y se alejó de allí en compañía de Guadalupe. Aquella misma mañana, Salvatore Huggel cogió el Evangelio de Eva, lo guardó en un sobre lacrado y tomó un ascensor hacia las antiguas catacumbas de San Pedro. Allí se ocultaba un enorme almacén de documentos y objetos sin catalogar desde hacía casi un siglo. Pasó la tarjeta por la ranura de seguridad, atravesó la nube de polvo y avanzó hacia un rincón en el que se apilaban decenas de cajones. Escogió uno al azar y abandonó la carga que había traído consigo. Un golpe de aire helado anunció la presencia de infinidad de dedos que acariciaron ávidos su piel. Apagó la luz y se alejó aterrorizado. 527 http://www.antoniojroldan.es Zahra nunca olvidaría aquella noche veneciana, víspera de carnavales, con las tiendas repletas de máscaras y el colorido de las calles. Descubrió la ciudad más bella que había conocido y se prometió a sí misma regresar de nuevo con alguien especial. No pudo evitar pensar en Rai, pero presintió que era una sombra más. Imposible no grabar para siempre en la memoria el paseo en la góndola. Johnny y Carol babeando, con Pablito de carabina sin saber dónde meterse; el Chanquete en otra embarcación haciendo lo propio –vox populi – con Borja y Josefina. Sólo quedaban dos embarcaciones por fletar, una para Zahra y sus inseparables amigos, y otra para Enzo y doña Isabel. Nico fue el primero en acomodarse, por lo que tendió la mano a Sonia, que se colocó frente al muchacho. Cuando Zahra iba a subir, se detuvo en seco y miró a su profesora. Fue divertido que todos se dieran cuenta de lo que pasaba, salvo Nico. –Ni se te ocurra tía –dijo Sonia levantándose y haciendo que la góndola se meciera peligrosamente. Doña Isabel suspiró haciendo acopio de paciencia y le dijo a Enzo que ordenara al gondolero que partiera hacia el puente de los Suspiros–. ¡Me las pagarás, alcahueta de todo a un euro! –Los gritos de Sonia se alejaban lentamente. Durante los primeros instantes Nico y Sonia, permanecieron en silencio, escudriñando las sombras de los canales en el crepúsculo veneciano, hasta que ella decidió 528 http://www.antoniojroldan.es romper el hielo: –Anda acércate un poco, que tengo frío –dijo buscando en el cielo la luna de los gatos, para que iluminara aquellas mansiones tenebrosas que la desasosegaban, pero que ahora eran cómplices de su momento. –Sonia te va a matar por dejarla con su cariñito –dijo doña Isabel ya en la góndola con su alumna y el guía–. Sería una pena que os pelearais siendo tan amigas. Tanto habéis vivido juntas… Catacumbas, cloacas, libros ocultos… ¡En fin! –¿Lo sabe? Pero… ¿Quién? –La madre Bianca. Tranquila, nadie se va a enterar pero, en lo que a mí respecta, vosotros tres acabáis de ser contratados para ayudarme con el anuario escolar en mayo. Siete tardes con derecho a merienda. ¡Ah! Y quiero un artículo sobre los primeros cristianos, sólo por jorobar, como hacéis vosotros –se ajustó la bufanda cuando se adentraron en el canal–. Que ganas tengo de volver a mi casa, por Dios. –Siento mucho lo sucedido, de verdad. Al menos este curso tendremos un excelente anuario –dijo Zahra con picardía. –Más te vale, pequeño demonio. 529 http://www.antoniojroldan.es 530 http://www.antoniojroldan.es 531 http://www.antoniojroldan.es “Y también había visto al león real, antes del alba, bajo la luna menguante, cuando cruza la pradera gris camino de casa después de la matanza, y deja una oscura estela en la hierba plateada, con el rostro todavía rojo hasta las orejas, o durante la siesta, al mediodía, cuando reposaba satisfecho en medio de su familia sobre la hierba corta y a la delicada sombra primaveral de las anchas acacias de su parque africano”. Memorias de África –Isak Dinesen (1885-1962) 532 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 45 Reencuentros Arusha, 29 de mayo de 2010 Querida Zahra: Te escribo desde el campsite, donde Bakari y yo solemos recoger a los turistas para los safaris en globo, sentado en un velador frente al graffiti de un bisonte que me mira con aviesas intenciones. Tengo junto a mí la carta de tu madre que me dejaron en el hotel hace una semana. En ella me cuenta que tu segunda evaluación ha sido fabulosa y que en un mes tendré una hija graduada en secundaria, o como se diga. Me haces mayor, grumetillo… Lo prometido es deuda, Tanzania te espera en agosto. Los Reyes Magos te debían este regalo aunque, en esta ocasión, han sido manipulados en mi propio beneficio. Dice mamá que intuye que tus dos acompañantes serán Nico y Sonia. Prometo escribirle una carta a los padres de Nico, a los que recuerdo con gran afecto. Dame la dirección de la familia de Sonia, porque creo que lo más correcto es contarles lo que haremos por aquí, aunque confío plenamente en tu madre para estos menesteres. David es todavía muy pequeño pero, si mi experiencia africana continúa, le tocará en unos cuatro o cinco años. 533 http://www.antoniojroldan.es Tenemos por delante muchos trámites, incluso alguna vacuna. Por eso le he dado a tu madre el teléfono del mayorista con el que trabajamos en Madrid, para que te haga los trámites propios de una agencia de viaje pero cobrándome a mí la tarifa de amigo, ya sabes. Tanzania en agosto tiene menos gente, estamos en plena estación seca, por lo que me he reservado esos días sólo para vosotros. ¿Te puedes creer que Bakari ha cambiado sus vacaciones para coincidir con vosotros y echarme una mano con el globo? ¡Va a ser genial! Visitaremos el Ngorongoro y un parque con pinturas rupestres donde conocerás a una buena amiga mía, Geno, que trabaja para Cooperación Española catalogando y cuidando los hallazgos arqueológicos. Vais a congeniar… Una primicia: dentro de un par de semanas embarco a un famoso actor de Hollywood. Te enviaré la foto para que presumas ante las amigas. Por supuesto, mi pasajera vip siempre serás tú. Este viaje es muy importante para nosotros y deseo que todo salga de fábula. Espero que acabes el curso tan bien como parece y que disfrutes de la primavera madrileña. Muchos besos Capitán Haddock 534 http://www.antoniojroldan.es Dos meses más tarde… Los últimos clientes del Hatshepsut habían abandonado el comedor pasada la medianoche. Zahra, cansada de servir mesas, le pidió a su madre subirse el portátil a la azotea para intentar conectarse de nuevo con sus amigos, que ya debían estar en Madrid tras el mes de intercambio en Francia. Le hubiera gustado acompañarles, pero su madre la necesitaba y ya tendría agosto para descansar y compartir buenos momentos en la próxima aventura en Tanzania. Las escaleras crujieron a su paso, con Avalon enroscado en sus pies. Abrió la vieja puerta y respiró profundamente el aire fresco de la noche deseando que se esfumara el olor a especias. La luna se escondía tras una gran nube. [email protected]: –¿Estáis ahí? Acabo de terminar… [email protected]: –Has tardado, Zahra. Pensaba que te habías olvidado. [email protected]: –No le hagas caso, es que aquí mi amorchurri lleva el despertador de serie incrustado en el trasero. N: –Pues si no fuera por mí te hubieras quedado dormida el día de la excursión a Saint-Michel, lista. S: –Hubiera sido mejor, porque me llegó el barro hasta la barbilla… N: –Tendrá morro… Si estuvo genial y te encantó. 535 http://www.antoniojroldan.es Z: –¿Hola…? Estoy aquí… N: –Pardon, mademoiselle. S: –Eso, perdona tía. Z: –¿Lo habéis pasado bien? S: –¡La leche! Mi familia era un poco rara. Tenían gallinas y un huerto con su espantapájaros y todo. Un cuadro... El niño era una especie de psicópata que me miraba con ojos de pez cuando tomaba el sol en la piscina… Bueno, más que una piscina era una bañera algo crecida, pero refrescaba. Z: –¿Y tú, Nico? N: –No me puedo quejar. No tenían ni idea de español, así que lo que es el francés sí que lo he practicado. Eran muy simpáticos… S: –Y estaba Sophie, la Dama del Lago, con aquella cara de no haber roto un plato. Z: –¿Nico…? N: –No hagas caso a Sonia. Es que había una niña un poco plasta. S: –Te cuento, Zahra: se refiere a una nenita de trece años que no paraba de hacerle cucamonas y que cuando me pasaba a buscarle, y nos veía cogidos de la mano, se encendía como un gusiluz. Es lo que tiene nuestro Nico, que nos vuelve locas a todas. N: –Hablan los celos… 536 http://www.antoniojroldan.es S: –¿Celos? ¿De ese simulacro de pendón? Poco me conoces, chatín. Z: –¡Qué rabia no haber estado allí! S: –Pues sí, te has perdido a Nico con su varita mágica jugando de nuevo a Merlín. N: –No empecemos… Z: –¡Nico! ¿Otra vez con los encantamientos? N: –¡Qué va! Sonia, que es muy exagerada. S: –Sí, ya te contará. Te vas a partir la caja. N: –Bueno, chicas. Me retiro que todavía tengo la maleta por recoger y mi madre ya me está calentando la oreja. Mañana hablamos. S: –Que descanses, patetito a las finas hierbas. N: –Y tú también, briochito. Z: –¡Basta! No me habléis de comida, que llevo un mes… N: –Je, pues te he traído un recuerdo de lo más apetitoso. Ya verás, ya… Lo dicho. Mañana más. Besotes. Z: –Noto a Nico muy suelto, le ha venido bien el mes fuera de casa. S: –Pues sí, le está sentando bien el verano. Viene muy morenito y… Guapetón, el nene. Z: –Me alegro un montón de veros así tan… Tan… 537 http://www.antoniojroldan.es S: –¿Bollitos? No, gracias. Lo que pasa es que estamos más relajados, sin movidas. Z: –Querrás decir que Nico te agobia menos, ¿no? S: –Puede… Eso sí, a veces se me desata el gen lobuno y me lo como a bocados. Sabe rico, algo empalagoso, pero con el verano tiene un toque más salado. Z: –¡Qué fuerte! Ya me darás detalles, si quieres. S: –¿Y tú? Me tienes que contar la movida de Rai. No creas que te vas a escapar, lista. Z: –No hay mucho que contar. Se ha comprado un móvil… S: –¡Vaya! Saliendo de las cavernas… Z: –Debe tener tarifa plana o algo así, porque me estuvo dando la vara una semana entera –Avalon buscó el regazo de Zahra–. Resulta que tuvo bronca con su novia… S: –¡Ah, sí! Angelita, la de la boina. Z: –¡Sonia! Sí, esa. Parece ser que Rai le soltó lo del día de Reyes. Ella se encabronó y le respondió que se había enrollado con el “Homo Etilicus”, aquel maromo que me tocó en el jueguecito de Albaidalle, por despecho, al saber que él iba a parar en Madrid. S: –Una tía más espabilada de lo que se podía suponer. Se olió la tostada. La verdad era que estaba cantado. Todos adivinamos lo que iba a pasar. Tú también, no me pongas ese emoticon de mala leche, que sabes que es verdad. 538 http://www.antoniojroldan.es Z: –Total, que me he estado tragando todas sus neuras entre mesa y mesa. Fíjate que me basta con oler la salsa curry de Amir para acordarme de Rai. S: –Amir… Hummm… Que ese culito no pase hambre. ¿Con ese no hay confidencias? Z: –Alguna hay, pero no de las que tú imaginas. Por cierto, recuerda que ahora eres una mujer casada. S: –Lo que tú digas. ¿Y en qué estado (civil) estás con Raimundito. Z: –En el de clínex… Está muy lejos, a todos los niveles. S: –Pues bien que te acercaste en Navidad. Tú misma, reina del barrio moro. ¡Oye! Me tienes que hacer un favor. Z: –Acabas de regresar de las vacaciones y ya estás incordiando… S: –Vacaciones no. Se dice viaje-de-estudios-paraafianzar-el-francés, rica, que no te enteras. Z: –Ya... A ver, ¿qué necesitas? S: –Por donde empiezo… Mañana te espero en Atocha a las diez de la mañana. ¿Puedes traerte cincuenta euros? Ando algo justa de pasta. Y si le birlas al culito algo de la cocina en plan “take away” no le voy a hacer ascos. Z: –¿Para qué? ¿A dónde vas? 539 http://www.antoniojroldan.es S: –¡Uf! Es una larga historia… Voy a pasar un día en Zaragoza para hacerle un recado a una parienta de Belchite, el pueblo de mi madre. Z: –Me estás vacilando… S: –No, en serio. Además, necesito que me cubras, Susanita. Z: –¿Te escapas de casa? ¿Huyes con Nico? ¿Vas a poner una vela a la Pilarica? No cuela, mentirosa. O sea, que vas a ver a un familiar y tu madre no lo puede saber. S: –Quedamos que con Susanita siempre sería suficiente, ¿no? Z: –Ya lo sé, pero es normal que me preocupe. ¿Qué dice tu paté a las finas hierbas? S: –Destierra de tu mente retorcida cualquier historia tórrida sobre primos lejanos. El fulano al que voy a ver tiene casi el siglo cumplido, por lo que no computa en el expediente. Z: –Mañana estaré allí, pero a la vuelta quiero un relato con pelos y señales. S: –Tranqui tronqui. Palabra de Susanita. Z: –Tienes un morro… ¿A las diez? S: –En punto, con la pasta y el tupper con los falafeles o como se llamen esas albondiguitas que hace tu rapero. 540 http://www.antoniojroldan.es Martín observaba a un crucero aproximarse por el Bósforo desde la orilla asiática de la ciudad. El Cuerno de Oro brillaba a su derecha desde la terraza del Hotel Conrad, con las mezquitas sosteniendo el cielo del atardecer. A su lado Menéndez consultaba el catálogo de la subasta que había reunido a muchos coleccionistas de antigüedades rusas aquellos días en Estambul. El calor húmedo adhería la ropa al cuerpo a pesar de los ventiladores. Si pudiera, Martín se iría a la piscina dejando a su jefe con sus cábalas. Mientras tanto, se conformaba con matar el tiempo admirando a una atractiva mujer que se sentaba dos mesas más allá. Ya se había fijado en ella durante la copa que les ofrecieron en la exposición de la colección. Ojos negros, algo rasgados, melena oscura recogida en una coleta que contrastaba con un elegante traje de chaqueta blanco. Escote interminable, suave pero bravo, coronado con un medallón rojo a juego con dos pendientes de motivos aztecas. Sobre la mesa una botella de Don Julio y un ordenador portátil cerrado. Menéndez blasfemó al ver en el catálogo el precio de salida de un icono de plata del siglo XVII de los que fácilmente podría colocar en España, pero no por más de los cuatro mil euros indicados. Empezaba a desilusionarse con la ausencia de auténticas gangas. Desde que jugaba en primera división cada vez resultaba más improbable encontrar la perla en la ostra. Mientras murmuraba para sus adentros la dama giró la cabeza hacia la silueta del palacio de Topkapi dibujada sobre el Mármara, cuyos barcos iluminados parecían estrellas fugaces que cayeran desde la torre Adalet Kulesi, custodia del harén. 541 http://www.antoniojroldan.es Fugazmente su mirada se cruzó con la de Martín, que le dedicó una abierta sonrisa. Ella correspondió alzando su vaso de tequila a modo de brindis. Transcurrieron unos minutos antes de que Menéndez decidiera bajar a cenar y reconocer que la mejor postura que podía hacer en el Conrad sería por el menú y no en el remate de obras rusas. Martín le comunicó que todavía no tenía hambre y que prefería quedarse un rato más para avistar desde allí la iluminación de Santa Sofía tomando algo de fresco en la terraza. Menéndez iba a argumentar algo sobre el presunto amariconamiento de su ayudante cuando se percató de la presencia de la dama. –Tú mismo. Pídete un sándwich y cárgalo en la cuenta. Me acordaré de ti cuando devore mi bürek con raki. Si te vas de farra que sepas que te quiero a las nueve clavado en la recepción. ¡Que te vaya bonito! Martín encendió un purito y miró de nuevo a su vecina, la cual fijaba ahora la atención en uno de los puentes colgantes que se estaba iluminado en tonos azules. Había que jugársela a todo o nada. –¿Es usted española? –preguntó levantando un poco la voz. Ella le observó con seriedad–. Me preguntaba si era usted también española. –¡Ah! Hablaba conmigo… No, soy mejicana. –El tequila, claro. ¡Qué torpe soy! La vi el otro día en la exposición. 542 http://www.antoniojroldan.es –¿Por qué no se sienta conmigo y me cuenta sus impresiones? –Martín pegó un salto desde su asiento, con poco disimulo. –Será un placer. Espere que coja mi vaso… –Veo que su patrón se ha ido sin usted –Martín se acomodó sin quitarle ojo a la botella de tequila. –Ya sabe, es de los que no perdonan una buena cena. –Se le nota –rió Guadalupe–. Está fuerte… –Digamos que le gusta la buena mesa. –Pues mire usted por donde, amigo Martín, a poco nos ha servido, que ya tenía yo ganas de tratar con usted. –¡Vaya, qué sorpresa! ¿Me conoce? –Por supuesto. Se habla mucho de usted en esta reunión de Estambul. –¿De mí? ¡Más quisiera! Digamos que no soy el socio capitalista de la empresa. ¡Bueno! Ni siquiera el socio. Soy la mano derecha, el hombre de confianza… –Perdone, me he explicado mal –tomó el vasito de tequila y se lo tomó de un trago. Lo rellenó de nuevo muy despacio. Martín calibró la transparencia de la botella medio vacía por si contuviera agua–. Decía que es usted célebre por el asunto de la Navidad en Madrid –se lo dijo muy despacio, marcando cada sílaba y entornando los ojos con pose felina. Martín notó como la sangre le bajaba a los pies. 543 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué Navidad? ¿De qué me está hablando? –¡Vamos, güey! Déjeme que le recuerde. Aquella morrita rubia, de unos quince años, la mismita que le quitó el jueguecito egipcio en la cueva, a pesar de su fusca… –¿Quién le ha contado eso? –Martín acercó su cara a la de ella. –Espere compadre, que finalizo: ¿Y ese chavito metiche que se interpone entre un collarcito y usted en Madrid? Usted putazo tras putazo hasta que se queda en el suelo y la pavita llorando. ¡Qué hombretón sois! Luego se abre con el colgante y se lo vendéis al jordano a través de Vidak. ¡Negocio padre! –No sé de dónde ha sacado todo eso pero no es verdad. Tampoco creo que se comente en el hotel, así que dígame quién es usted y qué quiere. –Chale, pues mire, va a ser que sí. Se lo voy a contar… Soy Guadalupe Díaz. Un placer –le tendió inútilmente la mano–. Mi compa Zahra Saunders va a recuperar su colgante, más pronto que tarde y, ¿sabe lo mejor? Que también quiere el mapa de Maslama. Consideraría un acto de reparación que usted mismo tuviera la gentileza de colaborar, para evitar incomodidades. ¿Cómo lo ve? –Martín se levantó muy despacio, rodeó la silla de Guadalupe hasta situarse tras ella, agachó la cabeza y le susurró unas palabras al oído. –Abre la boca y te jodo viva, perra mejicana –La llamada al rezo del Yatsi por toda la ciudad acompañó a la amenaza. 544 http://www.antoniojroldan.es Guadalupe lanzó el contenido del vaso a los ojos de Martín. Esté blasfemó y se trastabilló hacia la mesa de al lado, golpeándose el hombro con un macetero. Rugió de dolor. Mientras se retorcía en el suelo sujetándose el brazo, un camarero corrió hacia ellos. –Por cierto, huevón, bonita cicatriz –Guadalupe se levantó lentamente, se secó las manos, tomó el bolso y su portátil, y proclamó al resto de clientes, en un dulce inglés, que los españoles eran muy malos bebedores de tequila. El taxi de la estación llevó a Sonia a una residencia de la tercera edad en las afueras de Zaragoza. Era un edificio moderno, casi vanguardista, lo cual provocaba un extraño contraste con la visión de decenas de ancianos dispersados por los rincones en el hall de entrada. La recepcionista estaba parapetada en una enorme pecera en el centro de un salón redondo. –Buenos días, ¿puedo ayudarla? –Busco a don Marcelino López. –¿Es usted pariente suyo? –preguntó sin levantar la vista del ordenador. –No… Bueno, sí, realmente soy una sobrina lejana. Le traigo una cosita de parte de una tía. –De acuerdo, pero me temo que sólo dispone de diez minutos. Su turno va a comer a pronto. ¿Ve usted a aquel caballero en silla de ruedas? 545 http://www.antoniojroldan.es –¿Cuál de ellos? –El que mira fijamente por la ventana. Supongo que conoce su estado. –Pues… Algo me ha dicho mi tía. –Se lo advierto porque quizás no la recuerde. –Veremos, gracias –y se acercó a él. Marcelino, con la cabeza inclinada sobre uno de sus hombros, observaba a unos pajaritos jugar en el único árbol del patio interior. Sonia tomó una silla y la colocó junto a él. –Buenos días, Marcelino –no hubo respuesta–. Vengo de Belchite para traerle un regalo –colocó una cajita de metal en su regazo–. No me conoce, pero alguien muy especial me dijo que esto era suyo. Marcelino, con el pulso tembloroso intentó inútilmente quitar la tapa de la caja. Sonia la retiró con suavidad abriéndola por él. Extrajo unos papeles amarillentos y se los mostró. Durante unos segundos Marcelino observó su regalo con perplejidad, entornó los ojos y se encogió de hombros mirando por primera vez largamente a Sonia. Ella comprendió. –No tiene aquí sus gafas, claro. ¿Me permite? –El anciano emitió un sonido imperceptible que Sonia interpretó como una afirmación–. Muchas de estas cartas están escritas de su puño y letras Marcelino. ¿Me sigue usted? –Él negó con la cabeza, pero la joven no estaba segura de si estaba dudando de la autoría de las cartas o si trataba de despertarse de un sueño–. 546 http://www.antoniojroldan.es Todas, salvo una. La que está debajo nunca llegó a su destino. ¿Quiere que se la lea? –Evidentemente el pobre Marcelino no entendía nada de lo que estaba pasando, por lo que Sonia decidió ser algo más directa–. ¿Lo ve? Es la letra de Pilar. Su Pilar… ¿Quiere saber qué pone? Sonia percibía en su rostro de estupefacción absoluta, como si ella fuera un ángel que se le hubiera aparecido o una muestra más del deterioro de su cerebro. De repente Marcelino tomó aire y Sonia creyó escuchar el nombre de Pilar, como un quejido que surgiera de algún rincón oculto de aquel cuerpo decrépito. Fue como si una puerta se hubiera abierto al cabo de una eternidad y el aire enclaustrado hubiera volado en busca de libertad. –Pilar… –Querido Marcelino. Hace tres meses que te fuiste al frente y me duele saber que vas a jugarte la vida pensando que no te quiero, y que nunca te he correspondido, cuando la realidad es otra. No respondí a las cartas que le dabas a María porque mi padre te considera enemigo suyo, por la dichosa política que nos ha llevado a esto. Quiero que sepas que te esperaré, que cuando todo termine nos casaremos, diga lo que diga mi familia. Te he querido desde niña, y siempre te querré. Estamos cercados por los tuyos, así que espero poder entregar esta carta cuando el pueblo sea tomado, para que ellos te la hagan llegar. Ojalá esta guerra acabe pronto y que ninguna bala perdida te haya alcanzado. No podría vivir sin ti. 547 http://www.antoniojroldan.es Mª del Pilar Marcelino no se inmutó. Solamente una lágrima furtiva descendió desde uno de sus ojos. El otro estaba medio cerrado y parecía apagado. Sonia acarició su mano rugosa, metió la carta en la lata de membrillo y la depositó con suavidad en sus manos. Marcelino murmuró algo y fijó su vista en el rostro de Sonia, como si acabara de descubrir que algunos de esos rasgos le resultaran familiares. Entonces una de las auxiliares se acercó a ellos y se dispuso a incorporarlo a la fila del comedor –Don Marcelino, que hoy tenemos gazpachito… Despídase de su sobrina, ande. Sonia le dio un tierno beso en la mejilla y vio como la silla de ruedas se alejaba con aquella silueta encorvada con su regalo. –Su sobrina… Más quisiera yo –musitó Sonia. 548 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 46 Bakari Desde la llegada al hotel apenas tuvieron tiempo de visitar algunos canales de Ámsterdam y darse un paseo por el conocido Barrio Rojo, donde la prostitución y el consumo de drogas eran actividades toleradas. Las mujeres se ofrecían como muñecas en las ventanas de elegantes casas, decoradas con fondos iluminados de rosa, mobiliario de cabaret y algún taburete vacío, sonriendo a los curiosos y clientes, muchos de ellos ebrios de cerveza y marihuana. A pesar de la aparente normalidad de las actividades, no faltaban camellos clásicos por las esquinas o chicas con aire despistado. Viendo el panorama, Nico sacó el mapa y sugirió regresar hacia la plaza Dam y cenar algo por allí. Al día siguiente les esperaba un largo vuelo de ocho horas y media hasta llegar al Kilimanjaro. Sonia comentó que en el avión podrían dormir una larga siesta y que era mejor disfrutar de las pocas horas que tenían libres. Como Zahra secundó la propuesta, siguieron caminando hasta la estación, bajaron por el barrio gay y desembocaron más tarde en la plaza, donde compraron unas porciones de pizza antes de irse a descansar. Al día siguiente probaron el escáner corporal en el aeropuerto, antes de subir al vuelo que les llevaría a África, provocando un debate en la sala de embarque sobre lo cachondos 549 http://www.antoniojroldan.es que se pondrían los policías cuando vislumbraran los encantos de “bellezones como Zahra o Sonia”. Nico argumentó que alguna holandesa también pegaría los ojos a la pantalla ante la imagen nítida del macho ibérico en plenitud, pero no tuvo mucho eco. Las horas transcurrieron lentamente entre pantallitas, libros y aperitivos, hasta que el comandante anunció, a la derecha del avión, la presencia imponente del Mawenzi y, un poco más adelante, el Kibo. Fue en ese momento cuando Zahra sintió el hormigueo en el estómago, por ver el Kilimanjaro y por saberse más cerca de su padre. La terminal del aeropuerto, pomposamente autoproclamado como la entrada al África salvaje, consistía en un alegre edificio de una planta. Había un patio con sillas en el que se sentaba el viajero durante varias horas a esperar su vuelo con suma paciencia. Si en otros países había que facturar dos horas antes allí convenía hacerlo con medio día de antelación por si te quedabas atrapado con el coche de camino allí. Visto desde fuera, aquello parecía una macroestación de servicio en una autovía de España. La torre de control pasaría inadvertida en cualquier colonia de apartamentos. Una vez fuera del avión, y colocados los huesos en su posición natural, obviando los crujidos, una parsimoniosa fila les esperaba para obtener el visado, previo pago de los cincuenta dólares por cabeza. Ya les dijo el padre de Zahra que trajeran muchos dólares, y cuantos más billetes de uno, mejor. 550 http://www.antoniojroldan.es Tras concluir los trámites, a Zahra se le aceleró el corazón imaginando la reunión con su padre. Había pasado demasiado tiempo. Algunos operadores turísticos mostraban los carteles con los nombres de sus clientes, pero Víctor Saunders no estaba allí. –Es muy raro –dijo Zahra encendiendo el móvil. –Chicas, ¿habéis visto a ese gigantón…? Bueno. Creo que nos está sonriendo. Zahra y Sonia se volvieron hacia el fondo de la sala y creyeron ver a la viva imagen de Bob Marley, si siguiera dándole a la guitarra y al canuto, treinta años después de su muerte. Aunque encorvado, medía cerca de los dos metros y mostraba unas rastas bastante polvorientas que difícilmente disimulaban su incipiente calvicie. Gastaba un pantalón militar negruzco con una chaqueta de trapo que parecía sacada de un almacén de beneficencia. –Lleva un cartel –dijo Sonia–. Si ese es nuestro guía me vuelvo a Roma a buscar a Enzo. –Creo que es Bakari, el ayudante de mi padre. Mira, ahí pone Saunders. –Esto promete, reina –dijo Sonia observándolo de arriba a abajo. –Una cosa está clara –dijo Nico–. Con este tipo al lado nadie nos va a toser. 551 http://www.antoniojroldan.es –Saunders –dijo Bakari satisfecho–. Tú hija Saunders. Nice to meet you. Ellos colegas –miró algo que tenía escrito en el reverso de la hoja–, Nico y Sona. –Sonia –corrigió la chica. –Sunia. –Sooonia. –Sonia. Zahra, Nico, Sonia. Lauggage, vamos. –Quiere los resguardos de la maleta –aclaró Zahra–. Toma. –¿No las venderá en el mercado negro? –dijo Nico siguiendo su tarjeta de embarque con la mirada. A los pocos minutos regresó con un carrito. –Come on... Cenar y dormir. –Vamos gente –dijo Zahra aguantando la risa al ver la cara de prevención de sus dos amigos–. Bienvenidos a África. Un antediluviano Toyota amarillo les esperaba en el aparcamiento. En la puerta estaba dibujado el anagrama de Saunders Globus, pero apenas se podía leer porque todo el lateral estaba cubierto de barro seco. Bakari tomó las maletas y las subió a la parte trasera. Acomodó a Nico a su izquierda –el volante estaba a la derecha– y a las chicas en el asiento trasero. Allí olía a selva auténtica, se apresuró a comentar Sonia. El todoterreno rugió con cierto ahogo, por lo que Bakari le dio un potente acelerón arrancándolo con brusquedad para salir escopetado del aeropuerto en dirección a Arusha. Ante la mirada 552 http://www.antoniojroldan.es inquieta de Nico, el presunto dueño de su destino en los próximos minutos conducía con una mano mientras que con la otra hurgaba en la guantera en busca de una vieja casete de música africana. Daba la impresión de no necesitar los dos ojos para manejar aquel trasto. –Ritmo, baile, music y mujeres –le dijo en confidencia a Nico–. Gustar mucho –unos tambores atronaron desde los laterales del coche, provocando un respingo en Zahra y Sonia, que no se habían percatado de la maniobra. Estaba anocheciendo y los mortecinos faros apenas alumbraban más allá unos metros. –Classic car –dijo Nico para charlar con Bakari. –Nineteen eighty-four. Buen coche. Yo reparo y cuido. Mecánica y buenas manos –mostró una dentadura perfecta. –Great car. –¡Great, Nico! –le ofreció la mano para chocarla. –Great, very great. Las calles de Arusha eran un caos de burros, bicicletas, alguna moto y decenas de peatones que esperaban a las furgonetas que les llevarían a sus barrios. Según se alejaban de la zona más poblada de la ciudad comenzaban a escasear las farolas y la visibilidad era muy mala. –No se ve un pijo –dijo Sonia mientras un bache la lanzaba contra Zahra. –¿Qué dice? –preguntó Bakari a Nico. – Poca luz. Darkness. 553 http://www.antoniojroldan.es –No importar, recto, todo recto. Hakuna Matata. –Se lo diré –Nico se volvió con mucha guasa–. Sonia, dice el caballero que “Hakuna Matata”, así que ya sabes, todo controlado. –¡Ah! Pues dile a Pumba que me alegro, mi Simba, pero que esto está a tomar por culo. Usa tu spanglish, anda. –Dice la señorita que está a tomar por culo. Far, very far. –Paciencia, tomar por culo pronto. Don´t worry. Veinte minutos después llegaron al campsite, una casita colonial rodeada de una extensa superficie verde, donde se podía acampar o alquilar alguna pequeña habitación. Bakari bajó el equipaje con la ayuda de un mozo, que salió de la recepción, y lo metieron en una amplia tienda de campaña con ventanas y un tenderete a la entrada. El palacio de una scout, comentó Zahra. En el lateral ponía también: Saunders Globus. –Es de mi padre. Bakari, ¿dónde está él? –Víctor mañana. Business. Vosotros tres dormir. Allí mi tienda –señaló un armazón cubierto de lona caqui bastante sucia, como si acabara de llegar del desierto–. Baños allí, cena también –miró el reloj–. Are you hungry, people? It´s time to dinner. Papeo para gusa, ¿no? ¿Gustar serpiente al fuego? –Zahra, dime que está de coña –dijo Sonia escrutando los ojos de Bakari. –¿Serpiente? –preguntó Zahra. 554 http://www.antoniojroldan.es –I was only jocking, my friend, pero todo posible si hay hambre. Buen chef aprovecha todo –comentó mientras les mostraba el camino al comedor. Cuando una hora más tarde se instalaron en la tienda, la temperatura había bajado bastante y las estrellas moteaban ya el cielo de Arusha, centelleando con una intensidad tal que parecían moverse sobre sus cabezas a pocos metros del suelo. –Da pereza meterse en el saco –dijo Nico asomándose por la ventana mientras Sonia lo cogía por la cintura–. Nuestra primera noche africana, cariño. –Es verdad. ¿No es increíble? –Pareja, que estoy aquí de florero. No os pongáis tiernos, que me tendría que ir con Bakari, y ese debe tener más peligro que un león a dieta de tofu. Así que como oiga algo sospechoso me coloco entre los dos. –Vale, plasta. Buenas noches, mi león –y le estampó un fuerte beso a su chico. Otro para ti, Lady Bakari. –A descansar, chicas –dijo Nico colocándose el chaleco de explorador a modo de almohada. –Mañana será increíble, ya lo veréis –dijo Zahra imaginándose la entrada triunfal en el Ngorongoro con su padre al frente. Tantas veces figurándose ese momento que Zahra lo tenía escenificado desde hacía mucho tiempo. Nos dejaste solas; te 555 http://www.antoniojroldan.es estás perdiendo los mejores años de mi vida; no has tenido la vergüenza suficiente para coger un vuelo y aparecer en Navidad; ni siquiera tuve tu consuelo en el hospital cuando recibí una bala que pudo haber sido para ti; pero tengo un problema: a pesar de todo, eres mi padre, y te quiero. Me diste una primera infancia feliz, plena de aventuras, y sólo por las historias que me contabas por las noches bastaría para indultarte. Crecí con Howard Carter, Livingstone –supongo–, Tintín, Haddock y el Sirius, y Pedro Páez, el jesuita español que descubrió las fuentes del Nilo Azul. Otras tuvieron a Blancanieves, a la Cenicienta o a Caperucita. ¡Pobrecitas! Por eso asumí que algún día el destino te llevaría a África, pero nunca supuse que lo harías sin tu familia. Sí, ya sé que el amor se acaba y que ya soy mayorcita para asumirlo, pero de mí no te divorciaste. Sólo se rompió el lazo que te unía a mamá, el nuestro era tan fuerte que hubiera movido el Kilimanjaro. Y, ¿no pensaste en David? ¿No tenía derecho, como yo, a crecer soñando con tumbas de faraones, tribus caníbales o corsarios del Rey? Te merecerías que te odiara, pero mi corazón me dice que no podría. África te devoró el alma y no te importó porque era lo que más deseabas. Así que lo más sencillo para ti era juntarte conmigo aquí, en Tanzania, esperando que yo cayera presa de su encanto, comprendiera tus motivos y que te diera mi beneplácito. Bien planeado, papá, pero has cometido un error de cálculo, porque me hecho muy mayor, tanto que ni yo misma me reconozco cada mañana. ¿Lo harás tú? ¿Verás en esta mujer a la niña que fui? 556 http://www.antoniojroldan.es La sombra de Víctor Saunder se deslizó dentro de la tienda, ocultando el sol del amanecer que estaba cegando a Nico. El muchacho comprendió y le ofreció una sonrisa franca al aventurero que admiraba de niño, culpable de tantos recuerdos de excursiones, relatos de viajes y pequeños tesoros al alcance de la mano que protagonizaron los juegos desde que conoció a Zahra y se hicieran inseparables. –Buenos días, grumetillo. La voz de su padre surgió emboscada en el sueño africano, como lo haría el leopardo, sigiloso, ante una presa en el momento de debilidad cuando refrescaba su memoria en un arroyo calmo. –¡Papá! –se incorporó de un salto y se fundió con él en un abrazo. Maldito corazón, que perdonas contra voluntad y muestras las grietas del amor. La pequeña caravana regresó a Arusha para emprender desde allí el camino hacia el cráter del Ngorongoro por una de las pocas carreteras pavimentadas de la región, ciento treinta kilómetros de ruta que se recorrerían en algo más de una hora por cualquier autopista europea, pero no así en el corazón de África. Zahra viajaba con su padre en un moderno Toyota verde de techo retráctil, con el remolque del globo detrás. Nico y Sonia encabezaban la marcha con Bakari en la lata de espárragos –mote cortesía de ella–, brincando sobre la presunta suspensión al ritmo 557 http://www.antoniojroldan.es de la música. Según Nico aquello era como estar en una película de Tarzán, subidos con Chita en un elefante que trotara huyendo de una tribu de pigmeos animada por los tambores. Había echado en la mochila las pastillas para la diarrea y la crema solar, pero nadie dijo nada de los mareos. Atravesaron Arusha sorteando algún rebaño de cabras y más de un tenderete improvisado donde cualquiera que tuviera algo que vender, desde un caja de fruta hasta una rueda de bicicleta, pasando por unos zapatos de segunda o tercera mano, se colocaba muy digno a ofrecer su mercancía sumergido en una nube de polvo que el viento se limitaba a trasladar, como si hubiera desistido en su vano empeño por sacarlo de allí. A la salida de la ciudad el ambiente se hizo más respirable y la otra África, la de los safaris y los documentales de animales, iba surgiendo perezosamente a ambos lados de la pista, a menudo compartida con camiones asmáticos y motoristas temerarios que portaban con ellos una carga equivalente a su propio peso. Al paso por las aldeas, la fauna humana resultaba más variada que la animal. Niños que corrían con plátanos en la mano para acercarlo a las ventanillas y sacarse algún dólar; policías que paraban los vehículos con cualquier pretexto, para obtener su mordida; autoestopistas que miraban hacia la carretera en busca de un rostro conocido o algún camión con espacio libre en su caja. 558 http://www.antoniojroldan.es Para Zahra todo aquello parecía irreal, con su padre a su lado, cerca del Kilimanjaro y sus amigos con ella. Sí, era un gran regalo. –Supongo que no debo preocuparme por la suerte de Sonia y Nico en manos de Bakari, ¿verdad?–dijo Zahra divertida al ver el culebreo del todoterreno. Víctor emitió una especie de gruñido que venía a decir que sí, que puedo hablarte, pero que si ves que no te hago mucho caso es porque no quiero tragarme ese bache–. ¿Cómo conociste a Bakari? –Bueno, digamos que él me encontró a mí. Es de origen masai, de una familia numerosa, el varón más joven. En un año de sequía y dificultades sus padres prefirieron enviarlo a la misión, para que aprendiera a leer y escribir. No había ganado para todos y ya te conté una vez lo importante que es para ellos. Uno de los religiosos le consiguió una beca y pudo estudiar mecánica, lo cual resultó una magnífica idea. Piensa que por aquel entonces no había mucha competencia. »Te decía que él vino a mí. Fue el día que fui a comprarle el globo y el Toyota a Wallace, un inglés que regresaba a casa y quería dejar el negocio en buenas manos. Era una oportunidad para hacer algo distinto de los safaris tradicionales. Saunders Globus... Cerramos el trato en el campsite. Luego fuimos a remolcar la barquilla y vimos que este trasto no funcionaba. A los pocos minutos tenía un corro de curiosos y “expertos” dispuestos a dar su diagnostico, pero no hubo manera. Entonces un muchacho dijo “Bakari, Bakari”. Se 559 http://www.antoniojroldan.es repitió como un eco y él mismo tomó una bicicleta y vino con él. ¡Menuda entrada! Acababa de despertarse y parecía más ido de lo habitual. ¡Imagínate! Pidió una lata vieja para derramar el aceite, tomó mi caja de herramientas, sacó medio motor y lo volvió a montar. Arrancó a la primera. Según me juró Wallace, rugió como el día que lo compró. Le di cincuenta dólares y me dispuse a montar el globo. Él se quedó para ver todo el despliegue, que no es poco, ya lo verás. »Hice una levantada con amarre, para comprobar la lona, los cables y los quemadores. Algún remiendo por hacer y poco más. Podría haber dado un vuelo si hubiera tenido más gas. Total, que recogimos todo y cerramos el trato. –¿Y qué hizo Bakari? –Se fue, pero a la hora de la cena me llamaron y me dijeron que el mecánico me esperaba en la recepción. Me lo encontré allí, con una tienda de campaña del ejército y un petate al hombro: –Tú necesitas ayuda y yo soy un buen trabajador. ¡Mejor mecánico! ¿Puedo quedarme contigo, mzungu? –No sé si te conviene. El negocio irá lento y los dólares tardarán en caer. Será duro. ¿Estás seguro? –Deseo volar, tú me llevarás por el cielo y yo te guiaré por la tierra. Quiero estar cerca de Ngai. Ngai tajapaki tooinaipuko inona –proclamó mirando hacia poniente–. Le pedía a Ngai, su Dios, que le cobijara bajo sus alas. Dicen que un guerrero masai no debe llorar. Por eso, la primera vez que nos 560 http://www.antoniojroldan.es elevamos, fijé discretamente la mirada en un precioso baobab que quedaba a nuestros pies. 561 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 47 Nogorongoro Al llegar a la puerta de Lodoare, la entrada al Área de Conservación de Ngorongoro, el asfalto se despedía bajo el arco de un edificio de madera moderno y elegante. Los trámites fueron algo lentos, ya que había numerosos vehículos esperando en el aparcamiento y había que negociar con el guarda para que aceptara a Víctor como guía oficial, le cobrara como a un tanzano más y no les pusiera una sombra a cargo del grupo dispuesta a llenar su bolsillo de billetes de un dólar. Finalmente lo lograron y depositaron el remolque del globo en el aparcamiento. Víctor Saunders guardó la cartera y les hizo un guiño cómplice a sus invitados. La ascensión al cráter consistía en un simulacro de rally de todoterrenos circulando a toda velocidad por una pista estrecha de tierra rojiza rodeada de frondosidad. Una hora más tarde ocurrió el milagro. El padre de Zahra detuvo el vehículo e invitó a los tres amigos a contemplar el cráter por primera vez, con sus veinte kilómetros de diámetro de sabana africana, donde animales de todas las especies vivían en una caldera con su propio microclima, más caluroso dentro que en sus límites naturales. La estación seca obligaba a los animales a merodear en determinadas zonas donde el acceso al agua era más fácil, 562 http://www.antoniojroldan.es conviviendo con los miles de turistas que cada año bajaban a visitarlos. –Es increíble, papá… –musitó Zahra mientras cogía del brazo a Víctor. –Es como estar dentro del Rey León –añadió Sonia. –Suponía que os impresionaría. Esta zona tiene las condiciones perfectas para el safari fotográfico. Lo malo es que, a pesar de la estación seca, seremos demasiados, pero Bakari y yo sabemos dónde tenemos que ir para ver a los animales. ¿Recordáis los cromos de cuando erais pequeños? Preparad las cámaras, porque ninguna colección de animales estará completa sin el Big Five. –Esa me la sé –dijo Nico ilusionado. –Espera –dijo Zahra–. Veamos… Uno es el león, ¿no? –Sólo llevas uno, hija. Sigue. ¿Sonia? –Bueno, si hablamos de big, debe haber elefantes. –Dos. Te toca a ti, Nico –¿Rinoceronte? –Tres. –Pues otro grandote… Hipopótamo. –¡Ping! Error. Zahra… –Búfalo. 563 http://www.antoniojroldan.es –Falta uno. Es muy escurridizo y suele ocultarse en los árboles. –¿Algún monito de esos que te roban cosas? –sugirió Sonia. –Frío. Tened en cuenta que hablamos de animales que eran muy difíciles de cazar por su peligrosidad: el leopardo. –¡Anda! –exclamó Zahra. –Bakari lo encontrará, pero creo que se convertirá en nuestro último cromo. Llegó el momento. Subid a los coches y disponeros a entrar de verdad en África. Comenzó la incursión en el cráter con rampas que, según Nico, no tenían nada que envidiar a ninguna montaña rusa. Inmersos en la sequía, afloraban pequeños lagos donde bebían cebras, antílopes, impalas, ñus y algunos elefantes. Cientos de aves, de todos los tamaños, revoloteaban sobre los animales en el pequeño espacio disponible en el agua, algunos devorando simbióticamente buenos manjares en forma de insectos. Los avestruces cruzaban los caminos con elegancia. El primer cromo no tardó en llegar. La sombra de una manada de búfalos avanzaba lentamente entre las matas secas. Asomados por el techo izado del Toyota los tres amigos hicieron las primeras fotos, siguiendo la ruta que les marcaba Bakari al frente. Cerca de ellos, emboscados para unos ojos poco acostumbrados, un grupo de leonas descansaba plácidamente 564 http://www.antoniojroldan.es ignorando a unos y a otros. Un león bostezaba unos metros más allá. –No parecen muy motivados con los búfalos –dijo Nico observándolos por los prismáticos. –Estarán satisfechos. En esta estación no suelen desaprovechar las oportunidades –señaló el padre de Zahra–. De todas formas tened en cuenta que un búfalo puede pesar casi los novecientos kilos. Para merendárselo deben atacar todos juntos y pillar a alguno que este separado de la manada. –¡Menudo bicho! –exclamó Sonia–. Seguro que se han zampado alguno de esos y lo están digiriendo a la bartola. –¿Quién sabe? Fijaos… Nico, dirigió los prismáticos hacia la derecha. ¿Qué ves? –¡Cebras! Los búfalos se están juntando con ellas. –¡Bakari! –Víctor le hizo un gesto al otro todoterreno para avanzar un poco más –. Sujetaos, que vamos a bajar por aquella pista para cruzar entre ellos. –¡Genial! –dijo Zahra ajustándose el cinturón. Los dos vehículos entraron por un nuevo camino que aún conservaba un profundo socavón de la época de las lluvias. Primero pasó Bakari, rozando los bajos con el suelo. Luego pasó el Toyota grande con algo más de facilidad. Desde ahí aceleraron y un grupo de cebras comenzaron a correr paralelas a ellos acompañadas por un facóquero que lo hacía en sentido contrario, muy ufano, hacia el territorio de los leones. Los búfalos 565 http://www.antoniojroldan.es comenzaron a cruzarse delante de Bakari y este se detuvo a un lado para que Víctor se situara a su altura y pudieran hacer las fotos más de cerca. Uno de los bisontes miró con indiferencia a los visitantes mientras un ave de plumaje oscuro revoloteaba sobre él. También había algunos ñus emboscados entre las cebras. –Nunca imaginé que hubiera tantos animales a la vista – comentó Nico. –Hay más en época de lluvias, a partir del otoño. Tened en cuenta que puede haber unos veinte mil mamíferos en el cráter. Las poblaciones varían, pero los herbívoros proliferan bastante para alegría de los depredadores –Bakari hablaba por la radio con alguien–. Creo que nos están localizando algún hipopótamo. Aún tenemos tiempo. –Pues deben estar sequitos estos días –dijo Sonia. –Bueno, hacen lo que pueden. Quizás no los veas nadar, pero si chapotear alegremente en el lodo y lo que no es lodo. Algo es algo. ¡Venga! Sentaos, que vamos a virar hacia el este. Durante unos kilómetros la pista se ensanchó de nuevo y el paisaje árido se salpicó con baobabs de poca altura. Según aumentaba la vegetación se adivinaban las primeras siluetas de más animales envueltas en espejismos. Poco a poco comenzó a brillar el reflejo de una pequeña laguna y, junto a ella, tras unos matorrales, se movían con falsa torpeza dos hipopótamos bajo la mirada atenta de una decena de turistas que los fotografiaban desde sus todoterrenos. 566 http://www.antoniojroldan.es –Parecen unos bonachones –dijo Nico. –No te fíes. Digamos que estos se han acostumbrado a nuestra presencia, pero hay muchas historias de pescadores que han muerto en lagos y ríos por un hipopótamo de mal carácter. Son más peligrosos que el león y el leopardo juntos. –No me gustaría encontrarme uno de esos en la piscina con sus manguitos–comentó Sonia–. ¡Menudas boquitas! –Se alimentan básicamente de hierba, por decenas de kilos –dijo Víctor pasándole los prismáticos a su hija–. ¿Te imaginas lo que es alimentar ese cuerpo con hierba? –¿Los leones pueden con ellos? –quiso saber Zahra. –¡Uf! Pasa como con los búfalos, si atacan todos a la vez y pillan a alguno separado del resto, es posible. El problema es que los leones temen al agua, por lo que es raro que se fijen en los hipopótamos. En la estación seca es probable, porque están más hambrientos y tienen menos platos para escoger en el menú –Víctor consultó el reloj–. Si queréis hacer alguna foto más… Vamos a parar ahora en un picnic site para comer algo, que hay mucho público hoy y se puede llenar rápidamente. Luego regresaremos al borde para acampar y pasar la noche. –Estupendo, yo ya voy teniendo hambre –informó Nico. –Pues ya sabes –dijo Sonia dándole una palmada en la tripa–. Hay hierba seca, y si te sabe a poco ponte a torear búfalos. 567 http://www.antoniojroldan.es El campamento estaba ubicado en el borde del cráter, con las nubes rozando las copas de los árboles. Víctor y Bakari colocaron los vehículos alineados, para que sirvieran de parapeto al frío de la noche. La tienda de los tres amigos tenía planta cuadrada y estaba coronada con un techo de caída que se prolongaba por una enorme lona beige que formaba un porche en la entrada. Allí Bakari instaló una cubierta de aislante y un par de sillas plegables. Pared con pared, estaba la tienda de Víctor Saunders, con algún que otro parche y más estropeada que la otra. Al otro extremo la del masai. Mientras Bakari preparaba el fuego, con la ayuda de Nico, Sonia y Zahra se alejaron hacia la zona común, para darse una buena ducha. Pasaron por el barracón de la cocina, donde un aroma familiar a comedor les hizo recordar el colegio. Las duchas eran de agua fría, pero al menos servían para quitarse el polvo de todo el día. –Van a conseguir que eche de menos la hospedería de la hermana Bianca en Roma –dijo Sonia mientras su pie jugaba con el chorrito de agua. –Mientras terminas voy a hacer una incursión en los baños, que prometen ser apasionantes –dijo Zahra mientras se encaminaba en dirección a una construcción de hormigón situada a la sombra, junto a la que revoloteaban unos pájaros. No había vallas que protegieran el campamento. Cuando Zahra salió del baño, que cumplió todas sus expectativas, vio a unos niños corriendo hacia las duchas para 568 http://www.antoniojroldan.es unirse a varios curiosos que, cámara en mano, inmortalizaban a un elefante que bebía agua de la cisterna con inmensa tranquilidad. Era de suponer que esa agua estaba destinada a Sonia, por lo que no pudo evitar una sonrisa imaginándose la escena. Entró en las duchas, a escasos metros del culo del paquidermo, y llamó a su amiga. –¡Sonia! ¿Estás bien? –Más o menos… El agua va y viene. A ver si al menos me puedo quitar el jabón. Detrás de Sonia, a través del hueco que había entre el tejado y la empalizada de troncos, una trompa se movía con destreza sobre el depósito. Zahra comenzó a reír a carcajadas señalando más allá de la espalda de su mejor amiga. –Pero, ¿qué te pasa, tía? –Zahra se volvió hacia la ventana–. ¡Coño! –Creo que le gustas… –Ya sabes, son animales muy inteligentes… –Eso, o la operación bikini de este año no ha tenido mucho éxito, elefanta mía. –¡Anda! Pásame la toalla. Te toca ducharte con Dumbito. Falco observaba la fachada del Museo Arqueológico Nacional de España dejando que la energía de las vetustas animatas fluyeran 569 http://www.antoniojroldan.es a través de él. Ascendió por las escaleras, no sin cierta fatiga, y llegó a la taquilla. Saco su entrada y preguntó por la colección egipcia. Evidentemente aquello no era el Louvre, pero había piezas muy variadas que permitían hacer un recorrido amplio por la civilización del Antiguo Egipto, con diversos enseres funerarios, momias y pequeñas esculturas acompañadas por piezas de orfebrería. Ideal para una visita escolar, pero algo insuficiente para un hombre de mundo como él. No había excesivo público aquella mañana de verano, tan sólo un abuelo con su nieto, que parecía hipnotizado ante la contemplación de un sarcófago, y una silueta corpulenta que observaba la vitrina donde se exponía el senet de los Saunders. –Es realmente una belleza. Las fotos no le hacen justicia –dijo Falco situándose junto al otro visitante. –¡Profesor! –exclamó Tarek al encontrarse con el viejo amigo del abuelo de Zahra–. ¡Qué alegría tenerle ya en Madrid! –le estrechó respetuosamente la mano. –Ciao amico mio. ¿Cómo está? El tiempo pasa, ¿no es así? –Pero seguimos, que es lo importante. A usted, si me permite la observación, le encuentro más estilizado. Roma le cuida. –Gracias, pero no es un signo de salud, créeme –se puso las gafas para examinar los detalles del senet–. Es formidable, el 570 http://www.antoniojroldan.es gran tesoro de Salam, el Fellah. Supongo que sentirá mucho orgullo por verlo aquí expuesto. –Fue uno de los motivos para venir a Madrid. Eduard Toda se comprometió con mi familia a que siempre podríamos visitar el senet y yo le prometí a mi padre permanecer cerca de él –los ojos de Moawad se reflejaron en el cristal–. Había otro motivo, que era ayudar a la familia Saunders con el restaurante egipcio que han puesto gracias al dinero de la venta de La Mugara. –La Mugara… ¿Sabe que estuve allí en un encuentro de coleccionistas? Antigüedades árabes, creo recordar. Adoro Andalucía. ¿Recuerda esos días? –Por supuesto, siempre detrás del señor gestionando el transporte y, más de una vez, untando a los aduaneros para poder embarcar las piezas. –Justamente ahora mi asistente, Lupita, está representándome en Estambul… Tesoros rusos. –Estambul… Las cajas intercambiadas entre barcos en pleno Mármara; las negociaciones en las barras de narguile fumando tabaco aromático; la fiesta de despedida... No me importaría regresar, francamente. –Y, dígame, caro amico. El senet está en depósito temporal, ¿no es así? 571 http://www.antoniojroldan.es –Sé que ha quedado registrado a nombre de la señorita Zahra. Creo recordar que el préstamo es por diez años, prorrogables. –Eso me habían dicho –tomó a Tarek por el brazo e iniciaron el recorrido por el resto de la sala –. Por eso he pensado en hablar con la madre de Zahra antes de dar ningún paso. –¿A qué se refiere, profesor? –Quisiera llevarme el senet una temporada a Roma. –¿A Roma? Pero, ¿cómo…? –La Comune de Roma lleva tiempo sugiriéndome la posibilidad de realizar algún tipo de exposición con parte de mi colección, y creo que ya ha llegado el momento de hacerles caso. –Será todo un acontecimiento…–el profesor se detuvo un instante para reflexionar. –Supongo que sí, pero tendría que hacerla en la nave de la iglesia donde vivo. No hay mucho espacio, por lo que resultará bastante humilde. –No sé si le interesa mi opinión –Falco asintió sonriendo–, pero eso implicaría muchas molestias en el quehacer diario. –Por supuesto, pero todo tiene una explicación. Para empezar yo hago mi vida abajo. La iglesia es un inmenso hall para las visitas. Perdería algo de intimidad para estar con mis 572 http://www.antoniojroldan.es colecciones de los estantes, eso parece inevitable, pero también estaría cerca de mis animatas y, especialmente, del senet. –Lo que no acabo de entender es la presencia del senet en esa exposición. –Amico Tarek, la muestra de animatas, que tengo en mente, estaría formada por objetos pertenecientes a personas cuya muerte no fue natural. De hecho, algunas de ellas saldrán directamente de mi infierno particular. Serán semanas muy agitadas. ¿Imagina cuál será el título? –Tarek negó con la cabeza–. “Jugando con la muerte”. Por eso la estrella de la exposición será el senet. –Suena fascinante, profesor, pero, ¿cómo logrará que le presten la pieza? –Se lo contaré, Tarek. Antes… –se paró de nuevo y consultó el reloj–. ¿Por qué no me lleva a comer al mejor restaurante egipcio de la ciudad? –El fellah sonrió complacido–. Así hablaremos más tranquilos. –Será un honor recibirle en el Hatshepsut. 573 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 48 La magia de Merlín Las cinco sombras se arremolinaban junto al fuego que Bakari había preparado en un hogar rodeado de tres grandes piedras, al modo de la cocina masai, ennegrecidas por algún campamento anterior. Aunque la temperatura seguía siendo agradable, con la noche se notaba más la diferencia entre el borde y el interior del cráter. –Pollo frito frío y arroz con especias –comentó Sonia–. No es un manjar, pero se deja comer. –Tenemos también un montón de fruta –respondió Víctor mientras apuraba uno de los huesos. –Mi abuelo me contaba historias de los masais, Bakari – este miro de reojo a Zahra sin dejar de comer–. ¿Es cierto que hacían fuego con un par de palos? –Pues aquí hemos usado unas cerillas… –aportó Nico. –Hija, Bakari es un masai del siglo XXI. ¿Verdad, amigo? –Palos sólo para las fotos de los mzungus… Fotos son dólares para cerillas –dijo Bakari burlón. 574 http://www.antoniojroldan.es –En los circuitos turísticos se incluyen visitas a los poblados masai. Allí bailan, venden abalorios y encienden el fuego de forma tradicional –el padre de Zahra tomó una rama que había en el suelo y la puso vertical sobre el suelo–. Sacan punta al palo con un cuchillo. Luego colocan el cuchillo sobre el suelo, con una tablilla de madera blanda por encima. Con las dos manos hacen girar el palo de arriba abajo sobre la tablilla, como hacemos nosotros para calentar las manos los días de frío. Es una tarea muy cansada y es mejor si tienes ayuda. –Víctor, así sólo ampollas, no fuego –dijo Bakari llevándose a la boca una mano con arroz. –Ya, bueno, más o menos. Cuando se logra la combustión, las brasas de la tablilla caen sobre el cuchillo. Luego se precipitan sobre hierba seca o yesca preparada a partir de cortezas… –Estoy con Bakari en lo de las cerillas –añadió Sonia mientras se limpiaba los dedos. –Luego se sopla ligeramente hasta que prende del todo. –El fuego masai es bueno para cocinar, pero mejor para contar historias –dijo Bakari mientras se levantaba a por la caja de frutas. –¿Os apetece? –dijo Víctor entusiasmado, pero prudente, con la poca seguridad del que no está acostumbrado a tratar con adolescentes. 575 http://www.antoniojroldan.es –Genial –apoyó Nico–. Además, yo os tengo que relatar todavía mi aventura en Brocelandia. –Vale, chato –Sonia frenó el entusiasmo del chico–, pero que empiece Bakari, ya que se ha escaqueado de hacer el numerito de los palitos. –Todavía tenemos tiempo, ¿verdad, papá? –La agencia somos nosotros, así que no hay que madrugar si no queremos. De todas formas, hija –dijo Víctor mirando la nube de insectos que revoloteaban alrededor de la lámpara de aceite–, vete a mi tienda y saca del botiquín una bobina para mosquitos. –Esos son los viajes que me molan –dijo Sonia mientras cogía una naranja–. Venga, Bakari, cuéntate algo. –Otra noche os puedo contar la history del elmoran que se encontró con un white lion, león con piel de luna, o la del árbol de la historia. Pero hoy ser primer día y yo masai, así que hablaré de mi pueblo. Bakari empezó a pelar unas papayas y a cortarlas en cubitos. Luego los regó con el zumo de un limón y, finalmente, espolvoreó azúcar sobre el plato. Se lo pasó a Nico para que lo repartiera. Mientras tanto, el padre de Zahra ya había prendido la espiral de incienso repelente de mosquitos. –Esta es la leyenda de Le-Eyo, el padre de nuestros padres –dijo Bakari mientras encendía un maloliente cigarro de 576 http://www.antoniojroldan.es liar–. Él nos robó la inmortalidad… –Miró hacia el cielo y señaló la luna, que todavía no estaba llena–. Ella se la llevó. »En la aldea de nuestros abuelos murió un niño muy querido por todos. Le-Eyo pidió ayuda a nuestro dios del sol, Ngai, para… Bring back… Bring back… –Traer de vuelta –intervino Nico. –…Para traer de volta al niño. ¿Qué hacer? Ngai estaba casado con la diosa de la luna. Bad marriage. Mujeres muchos problems –se rió provocando un golpe de tos–. Ngai le dijo a LeEyo que dijera estas palabras: hombre pequeño, muere y regresa; y tú, luna, muere y quédate lejos. Ngai very clever, inventar divorcio. –¡Qué capullo, ese Dios! –exclamó Sonia–. Bueno, sin que te ofendas, Bakari. –Según lo mires, cari, pretendía salvar al niño. Suponía un sacrificio –intercedió Nico. –Lo que tú digas. –…Le-Eyo era sabio, pero ese día menos sabio. Él dijo mal oración: hombre pequeño, muere y quédate lejos; y tú, luna, muere y regresa. Cuando vio error, ya tarde. El conjuro había sido gastado. Imposible repetir. Niño no volver, luna siempre volver. Masais mortales, luna inmortal. Luego Ngai pelearse con luna. Cuando el sol brilla mucho, es porque quiere ocultar los golpes de sus peleas con la luna. Mujeres africanas muy duras… 577 http://www.antoniojroldan.es –Pues si la luna hablara… –añadió Zahra–. ¿Termina así la historia? –Cuando Le-Eyo viejo, enfermo, preguntó a sus dos hijos qué deseaban como herencia. El first-bon son… –Primogénito en español –aclaró Víctor. –El primogénito quiso un poco de todo, vacas, ovejas, arcos… El más pequeño le pidió a su padre un recuerdo suyo y este le regaló un fan –hizo el gesto abanicarse–. El hijo mayor fundó una tribu débil y mansa, pero extensa, los bantúes. El pequeño se convirtió en una extirpe guerrera, los masais –puso la mano en el pecho. –Lo que da de sí un abanico –comentó Zahra. –El recuerdo de los padres, de los antepasados… Orgullo y guerreros. Luego el guerrero coger vacas, cabras y ovejas de otras tribus, porque masais somos los dueños de todo el ganado del mundo. –Nuestro amigo Bakari tiene muchos abuelos ancestrales, pero no tiene abuela, ¿no os parece, chicos? –comentó Víctor. –¡Qué historia más chula! Gracias, Bakari. ¿Quién va ahora? –preguntó Zahra. –Venga, Nico. Cuéntale a Zahra tus aventuras en Brocelandia –propuso Sonia. –Vale, pero sin acotaciones tuyas, que te conozco. –Yo calladita… –hizo el gesto de la cremallera en la boca. 578 http://www.antoniojroldan.es –Resulta que Sonia y yo hemos estado en la zona de Rennes, en la Bretaña francesa, para mejorar nuestro francés. Speaking french, Bakari –este asintió mientras recogía el plato de la fruta vacío –. Aunque nos hemos visto poco hicimos alguna excursión todos los alumnos juntos. –O sea, que cada alumno dormía con una familia distinta, ¿no? –quiso saber Víctor. –Eso es. Un día nos recogieron para ir al bosque de Brocelandia… Un lugar mágico –Nico arqueó las cejas con poca gracia. –Venga plasta, no te enrolles –le dijo Sonia. –En ese bosque los caballeros de la tabla redonda buscaron el Santo Grial, pero a mí lo que realmente me interesaba era la leyenda de Merlín, que vivió y murió en Brocelandia. ¿Por qué? Porque otro mago, que vive en Lavapiés, ¿verdad, chicas?, me dijo una vez que si templaba mi corazón dominaría los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego, para lo cual debía visitar al encantador que me inspiró en mis lecturas y pasar una noche bajo el árbol dorado para recibir la revelación. –Hey man, tú contar gran historia –interrumpió Bakari–, pero muy difícil de entender para mí. –Espera, Bakari, que sigo. –Lo del mago de Lavapiés no lo pillo –dijo Víctor–. Perdona, Nico. 579 http://www.antoniojroldan.es –Zahra te lo contará en otro momento. Han sido dos años muy movidos. –Comprendo –el padre de Zahra sentía que estaba cayendo en la trampa que deseaba evitar, reconocer su desidia en los últimos tiempos hacia la vida de su hija. –El caso es que nos llevan de excursión allí, dejamos las maletas en un hotel de Paimpont y regresamos al bus para ir al bosque. Era un lugar frondoso, de caminos tortuosos y estrechos… Un bosque de cuento. Al llegar al “Valle sin retorno”, llamado así porque Morgana, hermanastra de Arturo, atrapaba a los caballeros que no respetaran las promesas de fidelidad que hubieran hecho a su amada… –Ni que decir tiene que Nico salió bien parado de Morgana… Es un tipo fiel, a pesar de tener una loba en su casa. Seguro que la Sophie se le ha metido más de una noche en sus sueños artúricos mientras contaba ovejitas. –Tranquila Sonia. Nico es un caballero de los de antes – dijo Zahra dándole un pescozón a su amigo. –¡Qué plastas con la francesita! ¿Me vais a dejar terminar? A ver… En el valle había un lago llamado “El espejo de las hadas”. Se supone que si te miras en él puedes ver tu futuro o tu verdadero rostro. Yo lo hice… No sé si fue la corriente o qué, pero por un instante vi el reflejo de lo que parecía un tronco seco con las cicatrices de las ramas perdidas. Luego se dibujó mi rostro, pero más maduro, como si me hubiera hecho más adulto. 580 http://www.antoniojroldan.es –Aclaro que había poca luz, gente –explicó Sonia. –¿Y qué? Tú también te miraste y no viste nada especial. –Yo soy un hada, no lo olvides. Ese espejito no me afecta –Bakari, algo perdido, optó por levantarse y llevarse los cacharros al lavadero. –Sigue Nico, que está interesante –pidió Zahra. –¿Sabéis lo que había muy cerca del lago? Un castaño dorado, rodeado de cinco robles quemados. Los pusieron para conmemorar un incendio que hubo y recordar que la vida puede renacer desde las cenizas. ¿Os dais cuenta? Es lo que me dijo el mago de Lavapiés. Así que aprovechando que íbamos a comer por allí, me eché una siesta cerca del árbol, para ver si se cumplía la profecía. Lo malo es que esta plasta no me dejaba en paz… –Irte al campo a sestear –dijo Sonia–. ¡Como los abuelos! –…Y soñé que me dormía junto a un árbol, presa de un encantamiento, como hizo Viviana con Merlín para encerrarle tras seducirle y obtener sus secretos, y que en mi prisión bajo tierra había una rendija de luz, una hendidura bajo una gran piedra. ¿No es fascinante? –Sé lo que estáis pensando, pero en el viaje los monitores vigilaban mucho el tema del alcohol… –¡Sonia! Yo siempre he respetado tus movidas de hadas y fantasmas. 581 http://www.antoniojroldan.es –Claro, pero es que la loca oficial soy yo. Cuando tú cuentas esas cosas suena, no sé, menos creíble. Tú eras el tío sensato de la cuchipandi… Bueno más o menos. –Hija, creo que me tienes que contar tantas cosas que habrá que volver a invitarte a Tanzania –comentó Víctor mientras se levantaba a avivar el fuego. El cielo anaranjado del Ngorongoro se alejaba, dando paso a las primeras estrellas, las más brillantes que Zahra había visto en su vida. Nico rascaba el suelo con un palo, algo enfurruñado. –¡Bah! Venga, sigue contando –dijo Sonia aproximándose a él y estampándole un sonoro beso. –Pues eso. Sonia me despertó del sueño porque regresábamos al autocar para visitar la tumba de Merlín, donde Viviana encerró al mago bajo dos enormes piedras. El lugar no era gran cosa pero, ¿sabéis lo más fuerte? –Fijó los ojos en Zahra y su padre–. Entre las rocas de la tumba estaba la hendidura de mi sueño y, escondida en ella, una pequeña ramita, pero no una cualquiera, no. Aquella ramita era la imagen del tronco que me regaló el Espejo de las Hadas. Supuse que ese era el regalo del 582 http://www.antoniojroldan.es mago Merlín, la revelación que esperaba, por lo que la tomé y la guardé. –Esperad, que ahora viene lo bueno. A ese palito lo llama su varita mágica. Incluso le ha tallado las muescas que observó en el espejo de agua. –La tengo aquí, mirad –Nico sacó una cajita de madera alargada y la abrió mostrando su tesoro. –Es una bella historia –terció Zahra–. ¿Verdad, papá? –Sin duda. Además, en Inglaterra circulan muchas leyendas de druidas y varitas. Los druidas conocían los secretos de la naturaleza y eran capaces de comunicarse con ella. Las varitas estaban hechas de madera de árboles sagrados, como el tejo o el roble. Se consideraba que el poder de estos impregnaba la madera creando un cauce para comunicarse con la naturaleza y así… Dominar los elementos. Interesante… –todos quedaron en silencio observando la cajita de Nico. –No hay que olvidar que algunos zahoríes usan varitas de madera para encontrar agua o metales –añadió el muchacho. –¿Imagináis a nuestro Nico con su boina y su varita buscando pozos en su pueblo? –preguntó Sonia. –Te iba a hacer una pregunta absurda –dijo Zahra tomando con cuidado la varita–. Suena a chiste pero, ¿la has probado? Te lo digo sin coña –miró sin disimulo a Sonia. –Si te refieres a si he hecho un expecto patronum o un expelliarmus, como en los libros de Harry Potter, o alguna otra 583 http://www.antoniojroldan.es chorrada, pues la respuesta es que no. Pero… –se quedó en silencio arqueando enigmáticamente las cejas– …Me pasó algo extraño esa misma noche. Entre que hacía un bochorno horroroso y que la siesta me había cortado el sueño, me desvelé. Me asomé a la ventana a ver si me daba un poco el aire. Calma chicha. Así que se me ocurrió… –…Volver a hacer de aprendiz de brujo como en nochevieja –añadió Sonia–. El Nico es el único animal que tropieza sopotocientas veces con el mismo pedrusco. –¡No! –dijo Zahra llevándose la mano a la boca. –Me temo que sí, Zahra –dijo Sonia–. ¿A qué tengo paciencia? –Saqué la varita y la agité muy concentrado: “viento, aparece”. –¿Y pasó algo? –pregunto Víctor. –Al principio nada, pero a los pocos minutos se levantó una tormenta seca. ¿No es genial? –O sea, que piensas que… –Zahra miraba divertida a Sonia. –Pues sí, mi Merlincito está convencido de haber convocado al viento con su palito. –Está claro, chicas. Lo dijo el adivino de Lavapiés: dominaré los cuatro elementos. –Supongo que estás bromeando, Nico –dijo Zahra mientras observaba el rostro estupefacto de su padre. 584 http://www.antoniojroldan.es –Pues no sé, chica –Sonia le acarició el pelo como si fuera un niño pequeño–. Yo creo que tiene algún tipo de trastorno –Nico la empujó hacia Zahra–. ¿Lo ves? –No hables de trastornos, que lo tuyo en Belchite es peor que lo mío. –¿Belchite? ¿El pueblo de tu madre?–preguntó Zahra cuando lo que realmente quería saber es si lo que iba contar tendría relación con la escapada furtiva de su amiga antes de venir a Tanzania. –Sí, Susanita. –¿Susanita? –preguntó Víctor algo perdido. –Es lo que dicen ellas cuando tienen secretos –le explicó Nico al padre de Zahra–. Sígueles la corriente. Es lo mejor. –No es ningún secreto –aclaró Sonia–. Mañana superaré la historia de este. Bakari regresó con los platos limpios, momento que aprovecharon para recoger y preparar los sacos de dormir. Sólo Nico quedó sentado mirando con curiosidad su varita. Como nadie estaba mirando, la agitó hacia la fogata: fuego, apágate. No sucedió nada, por lo que la guardó de nuevo y se fue a la tienda con sus amigas muy pensativo. Cuando todos estaban ya acostándose, Bakari plegó las sillas y las metió en el Toyota con el resto de enseres. Luego tomó la cacerola con agua que había traído para apagar el fuego pero, para su sorpresa, de este sólo quedaban unas pocas brasas. 585 http://www.antoniojroldan.es La luna rielaba en los ojos del masai. 586 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 49 Big five Los minaretes negros se izaban sobre el cielo en el atardecer de Estambul, como si fueran arpones clavados en el Cuerno de Oro, ese gran pez plateado esquivo a los pescadores del puente de Galata. La Glastron Laraya, alquilada por Menéndez, cruzaba el Bósforo en dirección a la orilla asiática, donde aguarda el yate de Rami Al Nasser, dejando atrás la estela de los barcos que regresaban de los cruceros por el estrecho y acercándose al puente colgante, que comenzaba a colorearse de azul para fundirse con la noche. Junto a Menéndez viajaba Saúl, el piloto, Agnieszka, la mujer que frecuentemente le acompañaba en los viajes de negocios y, últimamente, en los de placer, y Martín, el hombre para todo que había regresado al equipo tras su éxito en Madrid. Todos vestían sus mejores galas para asistir a la recepción del coleccionista jordano, el anfitrión del próximo encuentro que se llevaría a cabo a finales de año en su país. La impresionante embarcación del Al Nasser medía casi noventa metros de eslora y catorce de manga, contaba con helipuerto, y era capaz de alcanzar una velocidad de crucero de quince nudos. Los invitados eran recibidos en el salón principal 587 http://www.antoniojroldan.es con la suave música de un piano de cola y agasajados con un cocktail y canapés de frutos del mar. Junto a la barra del bar, un camarero, vestido con la kufiyya roja jordana, prepara vasos de arak, una bebida alcohólica transparente de alta graduación que mezclada con agua adquiría un aspecto lechoso. Menéndez les hizo un gesto a Martín y a Saúl para que salieran de la cubierta vip y subieran al otro salón, donde podrían departir con el resto del personal. No echarían de menos estar con sus patrones. Al fin y al cabo siempre lo pasarían mejor allí hablando de sus cosas y contándose anécdotas de la semana en Turquía. Cuando se estaban alejando, entró Guadalupe Díaz, la mujer mejicana con la que Martín tuvo la disputa en el hotel. Ella pareció no verle, así que él se ocultó tras una escultura de cristal y tomó el móvil para llamar a Menéndez. –¿Jefe? Sí, perdone… Fíjese en una mujer que acaba de entrar con un traje rojo. Lleva el pelo tirante hacia atrás… Eso es. Sí… Es la mejicana del otro día, la que dijo lo del colgante y el mapa –Saúl encogió los hombros con extrañeza, diciéndole a su compañero que los demás iban a arrasar con la comida si se demoraban mucho. Martín le sujetó el brazo para indicarle que esperara, que era importante–. Estoy seguro, claro. Perfecto. Procuraré que no me vea. Adiós. –¿Qué pasa? –Nada, tema de negocios. Vamos. Tras la cena, Vidak y Menéndez hicieron un aparte junto a uno de los tresillos que había frente a los ventanales. Había 588 http://www.antoniojroldan.es más corrillos repartidos por la cubierta, en los que se intercambiaban impresiones sobre las compras y trueques llevados a cabo, aprovechando también para abonar el terreno para el encuentro de diciembre. –¿Has reparado en la mujer que departe con Al Nasser? – dijo Menéndez mirando hacia la oscuridad del mar. –Muy hermosa –respondió Vidak observándola con menos disimulo que el español–. ¿No habías tenido el gusto? Es la ayudante de Falco, el romano loco, ya sabes. Creo que es doctora en arqueología y de hecho deben gustarle mucho las antigüedades, puesto que sigue con él. ¿Qué pasa con ella? –Me preocupa. El otro día se encaró con Martín, el que me proporcionó el colgante que le vendiste al jordano. Conocía a fondo toda la historia. –¿Confías en tu hombre? –Le tengo bien cogido por los huevos. –¿Entonces? –El colgante pertenecía a la nieta de Saunders, y Falco tenía buena amistad con él. Parece claro por donde vienen los tiros. –¿Te puede denunciar? –Vidak sorbió un poco de whisky con hielo y dejó de mirar a la mujer. –Para empezar, si está aquí es porque irá a Jordania. –¿Y? 589 http://www.antoniojroldan.es –Pues que ya he apalabrado con Al Nasser la venta de un viejo mapa árabe por diez mil dólares. Temo que la pajarita cante más de la cuenta y me fastidie la operación. –No veo la relación… –El colgante y el mapa los conseguí el mismo día – Menéndez miró fijamente al “Alfil Negro” –. Puedo tener dificultades. –Será tu palabra contra la suya. Además… –¿Qué? –Menéndez sacó un cigarro de su pitillera. –El colgante se lo vendí yo al jordano. No te preocupes, que ya inventaré alguna historia de subastas o cualquier otra cosa para dejarte al margen. Un mapa árabe, interesante –Vidak tomó a Menéndez por el hombro y comenzaron a caminar hacia el exterior–. Cuéntame algo más sobre ese papel tan valioso que le vas a colocar a nuestro beduino… Las ruedas levantaban un polvo rojizo, que iba cubriendo el vehículo y que siempre acababa por impregnar la ropa, y disparaban las piedras y las ramas contra el chasis. El “Toyota bueno”, como fue bautizado el primer día, iba delante con Sonia, Nico, Zahra y su padre. Unos metros más atrás iba Bakari con el equipaje y el campamento. De nuevo dejaban el borde del cráter para descender hacia la caldera en busca de nuevos paisajes y encuentros con animales. 590 http://www.antoniojroldan.es Tras cruzarse con otro todoterreno, Víctor notó que la dirección el vehículo se desviaba un poco hacia la derecha, así que decidió detenerse un momento para comprobar si ocurría algo. –Lo que me temía, chicos. Hemos debido pinchar hace un kilómetro, en la cuesta pedregosa de antes. Bakari, puncture. –¿Se tarda mucho? –quiso saber Zahra. –Aquí es algo muy habitual. Bakari nos cambia la rueda en unos minutos. Sentaos ahí en la cuneta, que estamos cerca de la curva. Toma, Nico –le tendió un triángulo reflectante–. Colócalo unos metros más adelante. Mientras que el padre de Zahra y Bakari sacaban el gato y el resto de las herramientas, Sonia tomó los prismáticos para observar el cráter. –Tía, qué pasada. Se ven las sombras de las nubes sobre el pasto seco. ¡Fíjate! Allí hay una fila de hipopótamos –se los pasó a Zahra. –¿Dónde? –Por allí, donde los arbolitos esos… –¿Son como cuatro o cinco? –¡Sí! –Me troncho –dijo Zahra mientras estallaba en una carcajada. –¿Son búfalos? 591 http://www.antoniojroldan.es –¡Qué va! Son todoterrenos. Tienes que graduarte la vista, monina. –No me jodas. A Nico ni una palabra, que me devuelve lo de la varita. –Ya… Zahra siguió recorriendo la panorámica desde la carretera. Dejó a la derecha la caravana de turistas y bajó un poco los prismáticos hacia una zona moteada cercana, para ver si era alguna manada. Sólo baobas. Iba a pasarle de nuevo los prismáticos a Sonia, cuando de repente creyó ver algo muy próximo a donde estaban. Paró la mano de Sonia, que se disponía a mirar, y giró la rueda de enfoque. Un león. No, dos. Permanecían muy quietos, con las cabezas pendientes de una roca en la que había otro animal. Parecía un león, pero con la piel muy clara, como si se hubiera rebozado en harina. Repentinamente, el león giró la cabeza y, a pesar de la distancia, parecía que estuviera mirando fijamente a Zahra desde su atalaya. –¡Papá! ¡Un león! ¡Muy cerca! –Víctor y Bakari dieron un salto hacia la joven. –Déjame, hija –Víctor cogió los prismáticos y siguió la dirección que ella le indicaba–. Los veo. Son dos hembras, pero están alimentadas y a mucha distancia. Estaremos pendientes, pero no corremos peligro. De momento. –Ya, pero el otro es muy grande. 592 http://www.antoniojroldan.es –Sólo veo dos. –En la roca. Con la melena y el pelo blancos… –¿Un león albino? ¿Aquí en Tanzania? Imposible. –¿Qué pasa? –quiso saber Bakari. –Dice que ha visto un león blanco. –White lion? Calor, mucho calor –Bakari negó con la cabeza mientras lanzaba contra el suelo la rueda pinchada. –Sé lo que he visto, ¿vale? –Tu padre va a pensar que se ha traído a tres locos desde Madrid –dijo Nico mientras le pasaba la rueda nueva al masai. –En Sudáfrica sería muy difícil encontrar uno, pero no imposible. En Tanzania hace décadas que no hay leones albinos y las referencias que se cuentan de otras épocas suenan a leyendas. –Era lo más bonito que he visto en mi vida… Parecía tan real. –Hay algunos zoológicos que lo tienen… ¿Cómo va eso, Bakari? –Terminando –Nico se levantó para recuperar el triángulo. –Víctor… –El chico señaló hacia el frente. La maleza se agitaba a la derecha. –¿Una jirafa? 593 http://www.antoniojroldan.es –No con esa fuerza –corrigió Bakari–. Rueda nueva. Subamos… –¿Qué es, papá? –Probablemente un elefante. El Toyota avanzó lentamente hacia la curva, con gran expectación por parte de los tres amigos. Efectivamente, un elefante devoraba los frutos de un pequeño árbol, pero tras él había otros dos, incluso una cría. Víctor detuvo el vehículo, pero sin apagar el motor, por si hubiera que arrancar a toda prisa. –¿Qué vamos a hacer? –preguntó Nico –. Ocupan todo el camino. –Pues tocará esperar a que se aparten –uno de los elefantes empezó a rascar el suelo con una de sus patas delanteras, como lo haría un toro antes de embestir. –A lo mejor podemos mandarles a Sonia, que se lleva muy bien con ellos –sugirió Zahra recordando la escena de la ducha. –Sobre todo estemos quietos, chicos, que no perciba que somos una amenaza. –Por la izquierda llegan otros dos –anunció Sonia. –Esto puede ir para largo –Víctor tomó la radio–. Bakari, ¿qué hacemos? –¿Cuántos son? –respondió el ayudante –Seis o siete. Hay una cría… 594 http://www.antoniojroldan.es –Go on. Horn. –¿La bocina? –preguntó Nico–. ¿Quiere que les toquemos la bocina por cruzar indebidamente? –Más o menos –Víctor aceleró un poco el motor para ver como reaccionaban los elefantes–. Agarraros, que vamos a provocar una estampida. El motor del primer todoterreno rugió y el padre de Zahra tocó el claxon con reiteración. El elefante más amenazador dio un paso adelante, pero al comprobar que no era un farol, giró sobre sus pasos con mucha elegancia y barritó alarmado hacia el resto de la manada. Entonces se desplazaron todos hacia la derecha, dejando la ruta libre y permitiendo que los dos vehículos se lanzaran a toda velocidad en busca de la caldera del Ngorongoro. –¡A por ellos, que son pocos y cobardes! –gritó Zahra eufórica mientras ayudaba a tocar el claxon. –¡Adiós pringaditos! –les dijo Sonia a los espantados paquidermos. Víctor miró por el espejo retrovisor hacia Bakari, que reía alegremente cigarro en mano. Nunca dejaría de sorprenderle. Una vez en las pistas llanas, aumentaron la velocidad. Bakari dejó abierta la radio y sintonizó la frecuencia que usaban algunos de los mayoristas que operaban por el cráter. Su objetivo era conocer nuevos avistamientos de animales interesantes. Entre ellos no estaría el león blanco que la joven creía haber visto. 595 http://www.antoniojroldan.es Por el camino vieron a un grupo de unos treinta impalas, caminando muy despacio hacia lo que quedaba de la laguna, un buen lugar para encontrar animales en la estación seca. Entonces Bakari llamó por la radio y ambos Toyotas se detuvieron. –Dime… –Rino. –¿Dónde? –Víctor hizo un gesto a los jóvenes para que estuvieran atentos. –A la derecha. Trescientos metros. –De acuerdo. Nos orillamos en ese claro. –¿Qué ha visto? –quiso saber Nico. –Una pareja de rinocerontes. Están un poco lejos de la pista y se van alejando, pero tenemos las cámaras y los prismáticos. Esperad, que abro el techo solar y desde aquí los podréis ver. Las sombras oscuras de aquellos fabulosos animales se movían lentamente en dirección a las montañas. A pesar de haberlos visto en el parque zoológico, Zahra nunca podría olvidar la majestuosidad con la que recorrían el Ngorongoro aquellas siluetas que parecían surgir de épocas pretéritas. En los tres días que llevaba en África había descubierto que había seres cuyas esencias se fundían con la tierra en la que nacieron, como el elefante o el hipopótamo, pero que fuera de ella, en una jaula o en un documental, perdían su armonía. Sin embargo el ser humano suele explorar muchos caminos antes de encontrar su 596 http://www.antoniojroldan.es bandera o su hogar siguiendo la voz de su corazón. Quizás su padre continuaba su busca y había descubierto que África era el reflejo más nítido de ese paraíso que llevaba dentro y que le había alejado de sus seres queridos. Por eso se emocionó al vislumbrar aquellos rinocerontes fantasmales porque, aunque podría apreciar sus detalles en cualquier pantalla, nunca, como en esa mañana, volvería a palpar el rastro de sus almas. También ahora percibía con más claridad a su padre, pero aún no se había reencontrado con aquel espíritu pleno de ilusión que recordaba de su niñez. –¡Qué pena que estén tan lejos! –se lamentó Sonia. –Al contrario, tía. Hemos sido afortunadas por verlos en Tanzania. –People –Bakari se acercó al Toyota–. Big five! –¿Un leopardo? –preguntó Víctor. –Sí. Radio. Van todos para allá. Dame el mapa. –¿Tenemos el leopardo? –Nico bajó para enterarse. –En el cruce –Bakari señaló dos caminos que convergían frente a un arroyo–. Arboleda. –Eso está a unos quince kilómetros –estimó el padre de Zahra. –Habrá que correr –a Zahra le brillaban los ojos. –Pues vamos. Todos a bordo. Estamos a veinte minutos del leopardo, tenemos el depósito medio lleno, es de día y llevamos gafas de sol. ¡Vamos! 597 http://www.antoniojroldan.es Al cabo de unos años, Víctor había retomado ese guiño cinéfilo que solía decirle a su hija cuando cogían el coche. Durante un instante Zahra creyó evocar a ese padre que tanto echaba de menos. Cuando llegaron allí les aguardaba un auténtico embotellamiento, como el que se solía formar en los picnic sites. Aparcaron al final de la fila y se dirigieron a la cabecera, donde decenas de turistas, cámaras en mano, apuntaban a unos árboles algo mustios. Sobre la rama de uno de ellos dormitaba un leopardo aburrido de tanto intruso pendiente de sus movimientos. –¡Menudo gatito! –exclamó Sonia–. Ese es más grande que Avalon. –Sí –Zahra evocó a su querida mascota–. ¿Qué estará haciendo ahora? A mucha distancia de allí, Avalon se retorcía entre los pies de Marta, la madre de Zahra, en una de las mesas del Hatsheptut. Frente a ella el profesor Falco, y a su derecha Tarek. Inés, la nueva camarera les llenó parcialmente las copas de vino y se retiró. –Vamos a ver si lo he entendido, porque me reconocerá usted que no es fácil –dijo Marta–. Resulta que el Museo Arqueológico de Madrid va a cerrar por reforma, dejando una pequeña muestra con sus piezas más populares, por lo que usted quiere aprovechar la ocasión para solicitar un préstamo del senet, para lo cual necesita mi ayuda. 598 http://www.antoniojroldan.es –Eso es. –Hasta ahí, de acuerdo, pero lo que no acabo de comprender es el papel de Zahra en todo esto y lo del viaje a Jordania. –¿Me permite, Marta? –intervino Tarek tras exprimir el limón sobre el ful medames egipcio–. Nuestro amigo Falco podría limitarse a hacerse cargo del seguro del senet y a compensarnos con una gratificación económica, pero lo que nos ofrece a cambio es algo mucho más valioso para Zahra: recuperar el colgante. Para ello es primordial que ella acuda al encuentro de coleccionistas en Jordania. –Profesor, Tarek sabe que no entiendo todo ese mundo de la arqueología, los tesoros y las antigüedades –miró con cansancio al egipcio–. Incluso él sabe que me ha causado más dolor que otra cosa. Además, estamos hablando de un delito y fue denunciado en su momento. Comprenderá que prefiera esperar y que no apruebe esa idea de llevar a mi hija frente a esa persona –Marta se llevó la copa a la boca–. Sobre lo del préstamo, perfecto, no se preocupe. Mañana mismo llamo al museo e intentamos complacerle. –Señora Giménez –Falco la miró a los ojos con una inmensa sonrisa–. Le voy a contar una historia… –Avalon trepó a las piernas del profesor. –¡Avalon! ¡Bájate de ahí! –ordenó Marta. –¡No, por favor! Déjele, que él forma parte de esa historia –Avalon cerró los ojos y se acurrucó en su regazo–. Imagínese a 599 http://www.antoniojroldan.es un gatito como este escapando por una puerta entreabierta y a una mujer llamándolo por toda la casa. Nuestra protagonista sale a buscarlo, pero descubre que el jardín, las calles, su ciudad, han desaparecido, sólo queda un vasto desierto. –Profesor, yo… –Marta soltó los cubiertos e interrogó con la mirada a Tarek. –… La mujer llama inútilmente al gato y este parece que ha sido tragado por la arena. Entonces ella se tira al suelo, excava con sus manos, pero sólo logra que los diminutos granos se derramen entre sus dedos. Llora, se desespera y se arrodilla vencida. Entonces una sombra se acerca a ella y pronuncia su nombre. La mujer lleva ahora unos hermosos ropajes beduinos, se da la vuelta, y ve la esbelta silueta de un viajero que le muestra a su gato. –No es posible –dijo Marta levantándose bruscamente de la mesa–. ¿Cómo puede saber…? –El viajero le ofrece la mano y la mujer le acompaña. Donde estaba la casa hay ahora una jaima. Donde había una vida mustia ahora nace la pasión. –¡Es el sueño que tuve hace unos días! ¡No se lo he contado a nadie! –Falco se levantó muy despacio y ayudó a Marta a sentarse con suma delicadeza–. ¡Tarek! ¿Qué está pasando? –Señora, yo… –Tarek estaba tan sorprendido como ella. 600 http://www.antoniojroldan.es –Marta, el colgante de Zahra es un animata res muy poderosa. Alguien vela por su hija, y eso nos ayudará, pero el tiempo juega en nuestra contra. Hay que decidirse... Avalon abrió los ojos y lamió la mano del profesor Falco. Ronroneó y estiró sus patas, al mismo tiempo que lo hacía un leopardo en la lejana África. 601 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 50 Belchite –Recuerdo que me desperté sobresaltada, como esas veces que te ves cayendo y saltas de la cama –Sonia sorbió un poquito de su refresco sin dejar de mirar la fogata–. La luna iluminaba toda la habitación. Me pareció hermosa… –Nico instintivamente miró hacia el cielo despejado del cráter–. Entonces me vestí sin pensarlo, cerré la puerta de la habitación y anduve con mucho sigilo hacia el aparador. Me agaché y tanteé entre las herramientas hasta encontrar la linterna. –¿Qué pensabas hacer? –preguntó Zahra. –No sé. Estaba metida en un sueño, como me pasó en Glastonbury o en nochevieja –Nico acarició la mano de Sonia–. Salí a la calle y avancé hacia la carretera. Al fondo, tras los últimos faroles la oscuridad del pueblo viejo. –El pueblo viejo de Belchite se conserva tal y como quedó tras una terrible batalla de la Guerra Civil Española – explicó Víctor mirando hacia Bakari. –Cuando me detuve frente al Arco de la Villa comencé a sentir frío, como ya me ha sucedido otras veces –Sonia se ajustó el jersey sobre los hombros. En la lejanía, más allá del campsite, 602 http://www.antoniojroldan.es se escuchó el rugido de un león. Los tres jóvenes observaron de soslayo a Bakari, que seguía jugando con su cigarrillo tan ufano. »Allí, asomada al portón, carcomido por las balas y los golpes, se asomó una mujer joven, vestida de negro. Su rostro opaco, de párpados caídos, estaba atravesado por un surco de sangre coagulada. »¿Sabéis lo más extraño? No fue el terror lo que me paralizó y me impidió correr, no. Paulatinamente el temblor dio paso a una calida sensación de paz. Entonces lo supe. Ella me estaba esperando y no me haría daño. Intenté aproximarme, pero se desvaneció. –¿Recuerdas lo que dijo el mago de Lavapiés, Zahra? – intervino Nico mientras su chica hacía un alto en el relato y azuzaba el fuego–. Dijo que entre las rocas más escarpadas Sonia sería consuelo para las almas perdidas, como en la bodega del Hatshepsut, pero que muchas de sus cargas caerían sobre ella. También habló de una mujer de su familia que estaba atormentada entre las ruinas de un pueblo muerto. Sonia debía rescatarla de su cautiverio. –Claro que lo recuerdo… –¿Te das cuenta? Merlín, Belchite… Las profecías se están cumpliendo. ¿No es fantástico? –Bakari, con una sonrisa burlona, observó la cara estupefacta del padre de Zahra. –Bueno, Nico. Déjame que termine –Sonia le dio un beso en la mejilla–. Yo pensé lo mismo que él, lo del mago y toda esa 603 http://www.antoniojroldan.es movida, así que le pedí a mi tía que me enseñara fotos de la familia de mi madre, que tenía mucha curiosidad por conocer la historia de la guerra y todo eso. –Falsa… –le dijo Zahra tirándole una avellana. –Me tuvo una eternidad explicándome cada una de las fotos que guardaba en una caja de zapatos. Comuniones, bautizos, bodas… Debo tener más primos que espinillas… Mi madre estaba atónita, porque sabe que siempre he pasado mucho de estas cosas. Al cabo de una hora encontré lo que buscaba. –¿El qué? –se impacientó Víctor. –Estaba muy vieja, pero se veían a tres mujeres con unos cántaros junto a una fuente de metal. Una de ellas era una tía abuela que había muerto de joven durante los bombardeos. No tendría más de quince años en esa foto. Le di la vuelta y ponía “Abuela, mamá y Pilar. Abril-1935”. –Según lo que he visto por internet, la ofensiva sobre Belchite fue en septiembre del treinta y siete –aportó Nico. –¡Qué joven! Es una pena –comentó Víctor. –La tía Pilar quería pedirme algo –dijo Sonia sonriendo con melancolía–. Después de comer, me fui sola al pueblo viejo. Hacía un calor asfixiante, pero era una buena hora para no toparse con turistas curiosos. »Pasado el arco comienza una larga calle, que tuvo que ser muy señorial viendo las altas fachadas. Al principio da un poco de miedo, porque parece que las paredes van a desplomarse 604 http://www.antoniojroldan.es sobre ti. Hay que hacer un esfuerzo para entender que llevan ahí aguantando desde hace setenta años sin que pase nada grave. »Las estructuras, pilares, muros, todavía permanecían como esqueletos sin encarnadura. La verdad es que acojonar, sí que acojonaba un poco. Los muros eran ocres y estaban perforados por la metralla y el estallido de los obuses. La mayoría de los techos se habían derrumbado liberando la madera. Algunos balcones habían perdido el suelo dejando la forja aferrada a los salientes. »Las calles eran estrechas veredas de cascotes flanqueadas por pequeños arbustos. Algunos arcos se mantenían alzados, como si se rebelaran ante la destrucción, y las vigas que habían rodado sobre las montañas de ladrillos eran ahora apuntalamientos improvisados. Era como si… No sé… –¿Como si el pueblo se resistiera a desaparecer? – preguntó Zahra. –Algo así. Sí. La tierra estaba… Estaba como quemada de soledad. Hasta unos escarabajos negrísimos corrían como si el suelo ardiera. Las ramas de algunos árboles se retorcían para abrazar a las casas más orgullosas, como si las protegieran. ¿Os dais cuenta? Había vida en todo aquel escenario de destrucción. Por un lado me tranquilizaba, pero por el otro… –¿Notabas algo especial? –quiso saber Zahra. –Serían las tres o las cuatro de la tarde, pero sentía que el sudor me helaba el cuerpo. 605 http://www.antoniojroldan.es »Llegué a la Plaza Nueva, donde estaba lo que fue la fuente que había visto en la foto. Más adelante, en la Plaza Vieja, la Cruz de los Caídos, forjada por prisioneros republicanos, que fue colocada sobre el lugar donde reposaron los cadáveres tras el cerco a la ciudad. Tras ella había un muro derruido… Comencé a tiritar y me pareció oír las descargas de los pelotones de fusilamiento. –¡Qué fuerte! –exclamó Zahra. –Sentí una tremenda congoja. Corrí, corrí sin rumbo… Notaba unos dedos de hielo invisibles que me rozaban los hombros y los brazos avisándome de que Pilar no estaba sola. Grité su nombre, suponiendo que ella guiaría mis pasos. –Cariño… –musitó Nico acariciando el pelo de Sonia. –En mi huída, recorrí toda la calle Mayor hasta llegar a la Iglesia de San Martín. Su silueta irreal, con sus puertas entreabiertas, curiosamente me resultaba acogedora. En una de ellas, una tierna, pero triste, leyenda: pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres. La escribió Natalio, un vecino de mi tía. Crucé el dintel, impresionada por la inmensa desolación del lugar. Las naves laterales mantenían sus arcos, pero no quedaba ni rastro del techo. La cúpula de los Evangelistas, que conservaba algunos frescos, entre ellos un cordero, estaba horadada por los impactos de los obuses, a través de los cuales se colaba el sol. »Había un montículo de cemento en el suelo que parecía tapar algo. Puse la mano sobre él y creí ver como este 606 http://www.antoniojroldan.es desaparecía para transformarse en un agujero negrísimo. Una bocanada de aire viciado me echó para atrás. Me levanté y me dirigí hacia la salida. »Entre las dos puertas rendidas distinguí dos siluetas. La lejana torre del Reloj y, bajo el dintel, la esencia de Pilar. Dejé de sentir miedo, caminé hacia ella, pero desapareció como la noche anterior. »¿Recuerdas, Zahra, lo que me pasó en la estación de Sol en nochevieja? –Su amiga asintió–. Pues debió ser algo premonitorio, no sé… Al salir de San Martín el llanto de un niño se escuchaba a mi derecha, donde estaban los restos del convento de San Rafael. También se percibían en la lejanía los motores de un avión, pero el cielo estaba vacío. El ruido era cada vez más fuerte, hasta que el silbido de una bomba pasó cerca de mí y se produjo el impacto cerca de una de las tantas casas derruidas. –¿Viste algo? –preguntó Víctor, que estaba realmente asombrado. –¡Nada! Calma chicha. Me aproximé a esa casa. No tenía puerta, así que me metí. –¡Qué huevos tienes! –comentó Zahra. –La habitación estaba llena de basura y restos de muebles. Una pared seguía preservada con gran parte de su pintura azul original y, sobre ella, la madera de lo que fue la escalera, bajo la cual subsistían los restos de un armario empotrado, como una alacena. Alguien había dejado allí una 607 http://www.antoniojroldan.es litrona de cerveza. A la izquierda, una pendiente muy pronunciada, cubierta de escombros, llevaba al sótano. Mi tía me ha contado que durante la guerra los vecinos comunicaron las bodegas mediante túneles, para estar juntos y protegerse. »Estuve tentada de bajar, pero tenía miedo a tener un accidente y que nadie me encontrara. Ya regresaba a casa cuando, al pasar junto a la litrona, descubrí un objeto que antes no estaba allí: una caja de hojalata de una pastelería zaragozana, bastante oxidada y con la tapa abollada. Dentro había un taco de cartas atadas con un cordel y otra en un sobre. La tomé con delicadeza, sabiendo que era el tesoro que había venido a buscar al pueblo de mi madre. –¿Y? –preguntó Víctor. –Localicé al destinatario de esa carta en una residencia de Zaragoza. Era muy mayor, pero todavía vivía. Le entregué la caja de Pilar y le leí la carta que ella nunca pudo mandar. –¿Volviste a verla alguna vez? –preguntó Zahra. –Creo que sí… La noche antes a mi vuelta a Madrid de nuevo me desperté sin motivo. Esta vez no me fui al pueblo viejo, sino que me senté junto a la ventana a contemplar el cielo. Entonces vi una sombra cruzar la calle, detenerse frente a la ventana, y continuar su camino. Me sentí reconfortada por dentro y, sí, pienso que fue ella, que vino a despedirse de mí y a recordarme su encargo. 608 http://www.antoniojroldan.es –Bakari, ¿has visto que historias traen estos chicos desde España? –Too young for big spliff… –el masai se levantó entre risas para recoger la cena. –¿Qué ha dicho? –quiso saber Sonia. –Algo sobre un porro –dijo Zahra riendo–. Entre el mago de Nico, los fantasmas de Sonia y mi león blanco, nuestro amigo va a pensar que estamos de la olla. –Me temo que sí, hija –Víctor también empezaba a planteárselo. –¿Y tú, papá? –Sonia y Nico se alejaron cogidos de la cintura para hacer una última visita a los baños antes de dormir, por lo que padre e hija quedaron solos entre los rescoldos de la hoguera. –Tu abuelo contaba muchas historias… –Víctor encendió otro farol. –¿Sobre fantasmas? –No, bueno… Cosas de Glastonbury. Lo del colgante y todo eso. –De cría, cuando me iba a acostar, me leías algún tomo de Tintín o me enseñabas algún objeto que hubieras traído en uno de tus viajes y te inventabas fabulosas trolas sobre él –A veces eran ciertas, no creas… –Pues las he echado de menos estos años. 609 http://www.antoniojroldan.es –¿En serio? Pues ya eres muy mayor. He notado el cambio, ¿sabes? Un padre percibe esas cosas. –Quizás por eso ya no valen las mentiras o las fábulas de mi niñez. ¿Por qué no me hablas de Glastonbury, de la bisabuela Grace y del colgante? –¿Ahora? –Papá, mira el firmamento –las estrellas bailaban alrededor de la luna–. ¡Qué bonito! Comprendo que te hayas enamorado de África –Víctor bajó un poco la mirada–. Es el lugar y el momento para descubrir más cosas de mi familia. ¿No te parece? –De acuerdo. Tú ganas. Eres tan obstinada como tu madre –Zahra se acurrucó sobre él. –Ojalá estuviera aquí… –Víctor encogió los hombros con impotencia–. Pero, ¡venga!, no perdamos el tiempo, que es tarde. –Veamos… La bisabuela Grace era muy especial. Era una de las sacerdotisas de la Diosa, ¿lo sabías? –Zahra asintió–. Yo la recuerdo con sus largos vestidos de colores, arrodillada ante el altar, ayudando a los vecinos de Glastonbury que acudían a ella. Su marido, Patrick, era distinto… Digamos que menos espiritual o no en el mismo sentido. –Me contó la tía Margaret que él era cristiano. –Sí, por eso creo que nunca llegó a ser feliz del todo con ella. La quería con pasión, pero sé que discutían bastante por el tema de la religión. Se suponía que ella había renunciado a la 610 http://www.antoniojroldan.es Diosa por amor, para casarse como una católica más, pero realmente nunca lo hizo. –Sé cómo se enamoraron, lo del crop circle y demás. También conozco el origen del colgante y su fuerza como amuleto de defensa. –Entonces, ¿qué quieres saber? –Por ejemplo, ¿qué debo hacer con el colgante, papá? –No sé… Grace decía que una mujer de su descendencia estaba destinada a seguir sus pasos y que sería capaz de dialogar con la Diosa a través de la naturaleza, arte que ella nunca llegó a dominar. Su matrimonio con Patrick, un hombre aferrado al campo, era el complemento que necesitaba para reforzar ese vínculo con la tierra. –Creo que eso lo entiendo. –Siempre pensó que la tía Margaret sería esa persona. Sé por tu abuelo que ella hizo todo lo que le pidió su madre, entró en el templo, asumió las enseñanzas, pero no logró esa especie de comunión con la naturaleza. Llevó el colgante mucho tiempo y tuvo varios gatos… –¿Gatos? ¡Yo ya tengo el mío! –Los gatos fueron perseguidos en la Edad Media por asociarse con la brujería y los cultos paganos. Grace hablaba con ellos y ellos la cuidaban. –Avalon… 611 http://www.antoniojroldan.es –Efectivamente. Cuando tu madre me contó lo de la gata que te defendió en el aparcamiento de Glastonbury me di cuenta de que tu abuelo podría estar en lo cierto. Él te regaló el colgante porque naciste en la festividad de la Madre de Fuego y lo tomó como una señal. Decía que tenías que ser tú, que Grace llevaba razón. Imagínate a tu pobre madre cuando le escuchaba hablar de todo eso… –Nico y Sonia saludaron y entraron en la tienda. –Por mí seguid con vuestras cosas –dijo Sonia dándole un mordisco a Nico. –¡Sonia! –protestó este sonriendo. –Será mejor que terminemos, hija, que tienes que irte con tus amigos. –Entonces, ¿tú también crees que algún día debería regresar al templo de Glastonbury y probar si es mi sitio? –¡No! ¡Claro que no! Eres tan joven –acarició su pelo–. Tienes que vivir, estudiar mucho, enamorarte, viajar… Puede que algún día sientas esa llamada. Si Grace estaba en lo cierto, llevas en tu sangre lo esencial de lo masculino y de lo femenino, del sol y de la luna. Y algo mucho más valioso que ella nunca supuso. –¿El qué? –El corazón fuerte de tu madre. –Siempre me he preguntado el motivo por el que… 612 http://www.antoniojroldan.es –¿No te parece que ya hemos hablado bastante por hoy? – Le cogió de la nariz como si fuera a quitársela. –Vale, pero me debes otro fuego nocturno –le dio un beso. La noche cerrada cubría el cráter. Sonia y Nico dormían abrazados. A un lado, Zahra soñaba con su gatito Avalon y una sonrisa se dibujó en su rostro calmado. En el exterior la luz del farol, mecida por la brisa, se agitaba inquieta sobre la lona de la tienda, iluminando fugazmente una silueta blanca que velaba el descanso de Zahra. 613 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 51 Saunders Globus Kondoa, situada en la región de Dodoma, tenía un paisaje muy distinto al del cráter. Grandes piedras, resquebrajadas por las fallas y el transcurrir de los siglos, brotaban del suelo creando cuevas, voladizos y refugios naturales donde los primeros habitantes plasmaron con sus pinturas rupestres, sus creencias y hechos cotidianos. En casi doscientos lugares distintos de la región se conservaban dibujos trazados sobre las rocas, siempre con pigmentos rojizos o anaranjados. Mientras que los animales solían distinguirse por sus rasgos más realistas, los hombres se mostraban con cuerpos muy estilizados, manos incompletas y cabezas voluminosas. La mayoría de las escenas parecían representar momentos de cacería, ritos o peleas para conseguir el favor de una mujer. Si las carreteras de Tanzania nunca obtendrían la categoría de comarcal en España, las que se adentraban en Kondoa eran simples pistas de grava muy degradadas. Ese inconveniente, añadido al peso del remolque del globo, provocó que Zahra y los demás no llegaran al campamento hasta la noche. El yacimiento, patrocinado por la Comunidad Europea, reunía a tres arqueólogos que realizaban labores de catalogación 614 http://www.antoniojroldan.es y consolidación de las pinturas encontradas en un conjunto de rocas que se levantaba treinta metros por encima del suelo. Kisarka, un guía nativo, vigilaba la zona y hacía labores de conductor. También estaba Serbuli, el cocinero e intendente del campamento. Víctor y Bakari saludaron a Serbuli con familiaridad. Por ellos supieron que Geno, Isabella y Will, que formaban el equipo de trabajo, y Kisarka no regresarían hasta el día siguiente, ya que habían ido al aeropuerto de Arusha para recoger unos materiales que llegaban desde Bruselas. Serbuli les ayudó a montar las tiendas sobre unas plataformas construidas con piedra y argamasa que aislaban del suelo. Junto a ellas había dos cabañas, una chocita con materiales y más tiendas de campaña. Entre las dos cabañas, una cuerda con ropa tendida y un bidón abierto que hacía de lavadero. Al otro extremo, junto a las tiendas, había una empalizada donde estaba la letrina y la ducha, con un depósito y un extraño artefacto similar a una bicicleta estática muy rudimentaria. Cuando Nico se interesó por él, el padre de Zahra le explicó que se usaba como bomba de agua. Tras montar el campamento cenaron a base de latas de conserva para acostarse pronto, porque al día siguiente tocaría madrugar para realizar el esperado viaje en globo. El sol se desperezaba muy despacio sobre Kondoa, jugando al escondite entre las quebradas rocas del entorno del campamento. 615 http://www.antoniojroldan.es La envoltura del globo estaba compuesta por franjas rojas y blancas, al “estilo colchonero”, según apuntó Sonia. Bakari y Víctor estiraron la gigantesca tela de nylon, que estaba unida a la canasta de junco mediante cables tensores. En la anilla de la envoltura se colocó un ventilador que funcionaba con un motor de gasolina. A los pocos minutos, el aire fue moldeando la habitual silueta del globo, momento en el que Víctor realizó una inspección de las costuras y revisó que no hubiera desgarros. Una vez fuera dirigió los quemadores hacia el aire atrapado y poco a poco este fue levantando el globo. La canasta estaba dividida en dos compartimientos, uno para el piloto, los quemadores y el gas, y otro, con un toldillo, para los pasajeros. Zahra se colocó con su padre mientras que Nico y Sonia lo hicieron en el otro, con bastante más espacio para moverse. Desde fuera daba la impresión de tener unas dimensiones más reducidas. Cuando los amarres se tensaron, Bakari fue soltándolos y el globo comenzó a elevarse. Víctor hizo la primera prueba con la radio. –Subiendo… –Okey –respondió Bakari desde el Toyota nuevo. El masai colocó de nuevo el remolque y arrancó para seguir al globo desde la distancia. Siempre se conocía el origen, pero nunca el destino. Víctor debía aprovechar las corrientes favorables y estar muy pendiente de la velocidad del viento, 616 http://www.antoniojroldan.es porque si esta se tornara excesiva convendría aterrizar. Todavía no era un piloto experto. El globo comenzó a surcar el cielo africano, meciéndose con suavidad. Sólo se escuchaba el rugido de los quemadores. La sombra redonda iba derramándose por el suelo, como una nube solitaria que apenas cobijara. Aunque la pelea de los ingleses contra la mosca Tse-Tse, que dependía mucho de la población de antílopes, había diezmado mucho la fauna en esta zona de Tanzania, algunos babuinos descendían de los árboles para contemplar el extraño fenómeno de aquel sol rojiblanco con la leyenda “Saunders Globus” impresa alrededor. El viento fresco de la mañana azotaba los rostros de los tres amigos, menos curtidos que el de Víctor, llenando sus pulmones de aire puro y vitalidad. Nico y Sonia se abrazaron emocionados por la experiencia y se dieron un largo y profundo beso. Zahra se dio la vuelta y se agarró a su padre. –Se les ve muy enamorados –comentó Víctor algo azorado. –Estaban predestinados, seguro. –¿Y tú, cariño? –¿Yo? –Te vas a reír, pero siempre pensé que Nico… –Es mi mejor amigo. Le quiero un montón. Tenemos más química que física. 617 http://www.antoniojroldan.es –¿No hay…? Ya me entiendes… –¿Un novio? –O pareja o como lo llaméis ahora. –¡Eres un cotilla! –Dale al quemador. Ahí… Perfecto. Encima que no te cobro por subirte… Merezco algo de información, ¿no? –Vale. Alguna cosita ha habido. –Me contó tu madre lo del chico de Albaidalle, el de la cueva, el hijo del pintor, que vino a verte a Madrid y trató de impedir que te quitaran el colgante. Creo que le recuerdo de cuando era niño… –Tiene su chica en el pueblo, así que olvídate. –Mejor, que vive muy lejos. –¡Papá! –Hay que ser prácticos y buscarse el ligue cerca. –No busco… –¿Sabes qué decía tu tía Margaret? –Zahra negó con la cabeza, pero esbozó una amplia sonrisa al recordar a su entrañable anfitriona en la tierra de Avalon–. Cuando dejes de buscar encontrarás. –Ah, ¿sí? Giro la botella. ¡Plin! Te toca. ¿Y tú qué? –Espera que mire el viento… –¡Cobarde! 618 http://www.antoniojroldan.es Sonia le pasó una cámara a Zahra para que les fotografiase. Luego Zahra se la pasó a Sonia para así nunca olvidar su encuentro con su padre en África. Rodeando los quemadores, Víctor fue capaz de encuadrar a los tres amigos. Años más tarde, aquella foto quedaría como el instante de suprema felicidad de una adolescencia que pronto tocaría a su fin. Por un instante, Víctor sintió envidia de la vitalidad de aquellos tres jóvenes, pero se consoló recreándose en la inmensa pereza que le daría empezar de nuevo la vida adulta. Cambiaría algunas cosas, por supuesto, pero estaba seguro de cometer nuevos errores al intentar evitar otros. No valdría la pena. Cuando el gas se estaba agotando, Víctor fue comentando con Bakari posibles zonas de aterrizaje. El masai estacionó en una llanura con pocas rocas, cercana a la pista, y desde allí avisó a su jefe. –Chicos, se termina el viaje. No hay mucho viento pero, por precaución… Agarraos muy bien a la cesta por la parte interior. –¿Dónde vamos a caer? –preguntó Nico. –No seas cenizo, tío –contestó Sonia–. Se dice aterrizar. –Pues eso, aterrizar. –Mirad, allí está Bakari esperando –Víctor fue abriendo la válvula–. Nos ha preparado un picnic para recuperar las 619 http://www.antoniojroldan.es fuerzas mientras recogemos el globo. ¿Os ha gustado la experiencia? –Flipante, papá. –Y pensar que te pagan por esto –dijo Sonia–. No es mal trabajo. –Hay épocas y épocas. Durante las lluvias salimos poco y nos trasladamos a Zanzíbar para volar con amarre en las playas. –¿Qué es eso? –quiso saber Nico. –Pues ascendemos el globo con turistas, pero sin soltar la cuerda, en vertical, para que contemplen el paisaje. A ellos les sale muy barato y nosotros vendemos muchos boletos. Calcula seis o siete pasajeros cada treinta minutos. –Ya estamos descendiendo –apuntó Zahra–. Esto me recuerda al vuelo de avión de los protagonistas de Memorias de África. –No, es más bello en globo, porque sólo se escuchan los pájaros y el viento –corrigió Sonia tomando la mano de Nico y colocando su cabeza sobre ella–. ¡Es mágico! –Me hacéis muy feliz, chicos –añadió Víctor–. Ya estamos cerca. ¡Zahra, agarra ese cabo! El globo fue descendiendo cuidadosamente, hasta que la canastilla rozó el suelo, dio un pequeño rebote y avanzó un par de metros depositándose sobre el pasto seco. Bakari agarró el cabo de Zahra y lo anudó al remolque. Luego tomó otro cabo que le ofreció Nico y lo fijo al enganche del Toyota. Víctor abrió 620 http://www.antoniojroldan.es totalmente la válvula, saltó de la canastilla y acudió con Bakari para tumbar la envoltura. Sonia y Nico se besaron una vez más para despedir su primera gran aventura en globo. Zahra les iba a hacer una foto furtiva cuando un mono babuino saltó sobre la canastilla. Sonia notó que una masa gris peluda le rozaba el hombro y gritó asustada. –Esto te pasa por empacharte de Nico, mi loba –dijo Zahra persiguiendo al mono con la cámara. –¡Qué susto me ha dado el cabrón ese! El animalito saltó hacia el quemador, tocó la boquilla de metal, chilló dolorido y huyó hacia los árboles, donde otros babuinos parecían burlarse de su temerario compañero. Bakari reía alegremente con su cigarro en la boca, mientras ayudaba a estirar la lona: –This is Africa, my friends… Nunca sabes qué pasará… El masai tomó a Sonia de la mano, haciendo una reverencia a Nico, y comenzó a canturrear y a bailar una canción de Bob Marley, al cual escuchaba a todas horas en el Toyota viejo: So, Africa unite, cause the children wanna come home, Africa unite, cause we're moving right out of Babylon, yea… Nico y Zahra se unieron a la improvisada fiesta haciendo también el ganso. En el cielo, el sol cercano de África iluminaba ya toda la estepa anunciando un nuevo día en el centro de Tanzania. 621 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 52 El león blanco Había una distancia de poco más de un kilómetro entre el campsite y el yacimiento, por lo que Víctor consideró que era mejor recorrerla en el Toyota. Bakari se quedó para echar una mano a Serbuli, que hoy tendría más trabajo del habitual. El área de trabajo consistía en dos rocas casi cilíndricas, con un hueco en medio cubierto de vegetación, donde estaba la entrada a la cueva. Will, de origen británico, había bautizado el lugar como el “Big Mac”, por su parecido a una hamburguesa. Cuando el padre de Zahra comentó esto por el camino, los tres jóvenes suspiraron por una dieta sin conservas, arroz, pollo o pasta de maíz. A la llegada les recibió Kisarka, con un uniforme militar que contrastaba con su amplia y blanquísima sonrisa. –Saunders, amigo. –Kisarka, ¿qué tal? –se apretaron las manos para aproximarse en un rápido abrazo –. Te traigo unos visitantes muy especiales. –You are welcome, amigos. –Ella es mi hija Zahra… Sonia y Nico. 622 http://www.antoniojroldan.es –Hija guapa. ¿Seguro que es tuya? –No me cabe duda… ¿Están dentro? –Sí, claro –el vigilante hizo sonar el claxon de su pickup. La figura alta y delgada de Will apareció entre las rocas. También iba vestido de verde caqui, por lo que Sonia le puso el mote inmediatamente: –Aquí tenemos al pepinillo del Big Mac. –¡Calla tía, que te va a oír! –le sugirió Zahra. Tras las presentaciones, Will les condujo a visitar el interior. Descendieron por una escalera de madera junto a la que había una cuerda enganchada a una polea. Zahra no pudo evitar recordar su aventura en Albaidalle, cuando buscaba el senet en compañía de Rai y de David. Durante un leve instante se le encogió un poquito el corazón por la añoranza. Al final del descenso vieron un generador eléctrico que funcionaba a toda potencia para llevar la corriente a los focos. Junto a él una nevera portátil y unos cofres de plástico con material. Al otro extremo de los cables estaban Geno e Isabella. La española era doctora en arqueología y llevaba dos años trabajando en Kondoa tras colaborar con la Unesco. A sus treinta y ocho años era ya toda una autoridad en el tema de las pinturas rupestres. Isabella había llegado en diciembre desde Milán y estaba haciendo el doctorado con Geno. –¡Buenos días, señoras! –dijo Víctor adelantándose al resto. La primera en reaccionar fue Geno. Depositó en el suelo su casco y el pincel, y se acercó a él. 623 http://www.antoniojroldan.es –Ya estás aquí, cariño –y le dio un cálido abrazo. Víctor detuvo el ímpetu de la arqueóloga con delicadeza. –Todavía no… –dijo Víctor para insinuarle a su pareja que Zahra aún no sabía nada. –¡Coño! –exclamó Sonia mirando de soslayo a su amiga. –¿¡Papá…!? –Hija… –carraspeó levemente–. Esta es Genoveva, una amiga… Muy… Especial. Geno mostró orgullosa las pinturas que estaban limpiando a sus visitantes. La mayoría eran figuras humanoides, muy altas y estilizadas, pero con cabezas desproporcionadas. En la cara norte estaban bailando o realizando algún ritual con las manos cogidas alrededor de otro ser algo más indefinido. Según Isabella podría tratarse de algún tipo de hechicero con ropas litúrgicas. Will apostaba más por algún animal que iba a ser sacrificado. –Si hubieran visto la película de ET comprenderían algunas cosas… –comentó Sonia. –¿Por? – preguntó Nico –A mí me parecen marcianitos –explicó la amiga de Zahra. –Es lo que dicen algunas personas –dijo Geno tras escuchar el comentario–. Los pseudocientíficos, que viven de publicar libros casi esotéricos, se agarran a este tipo de arte para justificar la llegada de seres de otros mundos. He leído teorías 624 http://www.antoniojroldan.es increíbles sobre las pirámides, Stonehenge, Sacsayhuaman, las propias pinturas de Argelia, que son similares a estas… ¡En fin! Todo el mundo tiene derecho a ganarse el pan como puede. –Yo creo que hay cosas que son difíciles de explicar – corrigió Zahra–. No hay que cerrarse a otras posibilidades. –Entiendo lo que quieres decir –respondió Geno divertida ante la mirada inquieta de Víctor–, pero la ciencia tiene explicaciones para casi todo –avanzó hacia el otro lado de la cueva–. Fíjate bien en estos dibujos. Las mismas personas, pero cazando cérvidos con arcos y flechas. Parece evidente que se trata de razas antecesoras de los masais, un pueblo de alta estatura, como Bakari. –¿Y eso? Parece un peine con ojos –preguntó Nico antes de que Zahra se atrancara en una discusión cuerpo a cuerpo con la que parecía la novia de su padre. –Quizás represente una máscara ceremonial–respondió Isabella–. Si te das cuenta, todas las pinturas son rojizas salvo esa, que es blanca. Pensamos que es posterior… –… Puede ser caolín o algún excremento de ave –explicó Will. –Lo que sí tenemos claro es que es posterior –aclaró Geno. –No eran grandes artistas aquí mis amigos –comentó Sonia acercando la cara a los cazadores–. Mi primito de seis años hace los monigotes con más arte. 625 http://www.antoniojroldan.es –Bueno, yo creo que por hoy toca descansar –Geno depositó los guantes en uno de los contenedores–. ¡Kisarka! –¿Os lo lleváis todo, como en mayo? –preguntó Víctor. –No queda otra solución –respondió Geno–. Nos robaron el andamio otra vez. También se llevaron el foco grande. –¿Hay ladrones por aquí? –Nico miró e hizo una mueca de sorpresa. –Hay gente que pasa mucha hambre –comentó Isabella–. Todo esto lo pueden vender o reutilizar. Por eso el gobierno nos ha puesto a Kisarka. –Al menos cubren el expediente… –dijo Geno. Los tres amigos salieron del Big Mac para esperar a que terminaran. Nico y Sonia se acercaron con intención a Zahra. –¡Qué fuerte lo de mi padre! –Es verdad –apoyó Sonia–. Con lo maciza que está la italiana, liarse con la española. Además, es mucho más joven. Geno podría ser tu madre… ¡Es de locos! –No me refiero a eso y lo sabes –comentó Zahra. –Sonia, a ella le ha dolido que su padre no le contara nada. –Ya lo sé, sólo pretendía quitarle hierro al asunto. –La verdad es que no sé si me duele más el verlo con otra mujer o el que no se haya atrevido a decírmelo antes de venir. 626 http://www.antoniojroldan.es –Míralo desde otro punto de vista –reflexionó Nico–. Tenía miedo de que te enfadaras y que te quedaras en Madrid. Eso significa que le importaba mucho reencontrarse contigo. –Dale una oportunidad a… A los dos, claro –dijo Sonia sosteniendo su mano–. Tus padres son todavía jóvenes y pueden volver a empezar. –Cuidadito que ya salen –avisó Nico. Ya en el Toyota, Nico y Sonia se sentaron atrás, como siempre, pero esta vez se pusieron a jugar con el móvil para dar la sensación de que estaban a lo suyo. Víctor se acomodó junto a su hija y metió la llave de arranque. Antes de emprender el regreso, acarició la mejilla de su hija: –Sé que debía haberte avisado, pero no sabía cómo reaccionarías. –¿Y cómo lo he hecho? –Pues, sinceramente, mejor de lo que esperaba. Tienes carácter… –Me debías una historia en el fuego… ¿Era esta? –Sí, claro. –¿Lleváis mucho tiempo? –Poco más de un año, pero nos vemos poco. Yo paso muchos días con los clientes y ella debe cumplir unos plazos. –Si lo piensas despacio, realmente esto no cambia nada… –Me alegra oír eso. Estaba preocupado. –Quizás porque no había nada que cambiar. 627 http://www.antoniojroldan.es –¡Huy! Eso ha dolido, pequeña –Víctor acariciaba el volante–. Yo quiero que desde este viaje todo sea distinto. Te lo prometo. Voy a esforzarme. Reconozco que no podía soportar la vida en Madrid, la ciudad… Tampoco es fácil convivir conmigo. –Mamá lo ha pasado muy mal… –Lo sé. –… Y David se ha perdido tantas cosas que yo sí tuve… Sólo dime que ha valido la pena. –Sólo si os recupero a los dos. Zahra observó pensativa la recogida de los enseres de la cueva a través del espejo retrovisor. Will y el vigilante cargaban la pickup mientras Isabella y Geno gesticulaban sin dejar de observar el Toyota de Saunders Globus. –Capitán Haddock… –¿Sí, grumetillo? –Odio el mundo de los adultos. –Es lo que sucede cuando te haces grande. –¿Te cuento un secreto? –su padre asintió–. No dejaré que el mundo me cambie. Yo lo cambiaré a él. Víctor Saunders la observó con atención. Aquella futura mujer era su hija, la niña soñadora e inquieta que siempre quiso descubrir tierras desconocidas de la mano de Tintín y sus aventuras. Si había sido capaz de venir hasta África para 628 http://www.antoniojroldan.es perdonar a su propio padre, ¿cómo dudar de su determinación y de la fuerza de su corazón? –¡Claro que sí! –exclamó Víctor–. Que se prepare el mundo, ¡por mil millones de cañones a babor! –Aún no te he perdonado, graciosillo… Y el vehículo enfiló el camino hacia el campamento. A pesar de la divertida velada de la noche, en la que Bakari, Kisarka y Serbuli contaron anécdotas sobre turistas de safari, Zahra se acostó con un poso de tristeza. El descubrimiento de que su padre se había vuelto a enamorar parecía el definitivo portazo a su infancia y un recordatorio de que el final de la adolescencia ya se vislumbraba en la lejanía. Nico y Sonia dormían a su lado, enfundados en sus sacos, pero abrazados como dos gusanitos enamorados. Aquel niño que le acompañaba en sus juegos, su confidente, el amigo inseparable, también había iniciado la transición hacia la juventud. Su abuelo ya no estaba y su madre tampoco tardaría mucho en encontrar el amor. Rai estaría con su Angelita tomando palomitas y haciéndose cosquillas en un cine de verano. Tarek algún día regresaría a Egipto y David… David abandonaría la infancia muy pronto comenzando a explorar el mundo adulto en busca de su autonomía. Fue entonces cuando la soledad se abalanzó sobre ella. Durante unos minutos un viento de desesperanza la zarandeó 629 http://www.antoniojroldan.es hasta depositarla en la tierra, junto al resto de hojas secas. Y lloró… Era un desahogo largamente esperado. Ocultó su rostro sobre la manta que usaba como almohada y se llevó las manos a su corazón, para reconfortarlo. El cansancio la venció y las imágenes de la jornada se agolparon en su subconsciente. Allí acudió su fiel gatito, Avalon, para colocarse en su regazo y escrutarla con sus ojazos. Él siempre permanecería fiel. Juntos contemplaban el amanecer en Stonehenge, sentados sobre una de las pesadas losas de piedra. El astro rey los cegaba, pero la tibieza de sus primeros rayos secaron las lágrimas de Zahra. El círculo de piedra parecía incendiarse con el comienzo de un nuevo día. Deslumbrada, acarició a Avalon, cuyo pelo negro se aclaraba con la luz. El color de las pupilas de su mascota también se tornaron blanquecinas. Al verlo así, Zahra se sobresaltó liberando al gatito, que correteó hacia el centro de Stonehenge. El rostro níveo de Avalon se vislumbraba tras la lona. Se levantó muy despacio, para no despertar a sus amigos y se asomó al exterior. La visión del león blanco la asustó, lanzándose de espaldas hacia el saco. Sonia se removió inquieta. La silueta del majestuoso animal seguía inmóvil en el exterior. El recuerdo de Avalon la tranquilizaba y su instinto le decía que no debía temer nada. Con más sigilo se incorporó de nuevo y entreabrió la rendija de entrada. El león se había tumbado junto a uno de los faroles de Bakari, el cual le daba un 630 http://www.antoniojroldan.es aspecto fantasmal. Su cabeza, de pelo lechoso, estaba apoyada sobre las patas delanteras, en lo que parecía un gesto de sumisión o respeto. Zahra se sentó frente al felino y le miró a los ojos. Ambos se quedaron quietos durante unos instantes, hasta que el león se giró muy despacio y comenzó a alejarse. Como la joven no se movía, él se detuvo y dirigió su mirada hacia ella. Luego se internó en la oscuridad, por detrás de los vehículos, resplandeciendo entre la vegetación. Asombrada de su propia temeridad, Zahra sacó de la tienda sus botas y se las puso para caminar en pos de aquella aparición surgida de la noche. A los pocos metros lo vio de nuevo, centelleando entre la maleza seca, y avanzando con cuidado, como si se dispusiera a cazar. Así transcurrió un tiempo que para Zahra fue una eternidad. De vez en cuando el animal se paraba y olisqueaba el aire y el rastro de la propia joven. Ascendieron uno de los numerosos montículos de rocas que había en la cercanía del campamento y allí se detuvieron. El león se tumbó como antes y bajó la cabeza. Zahra se aproximó con cautela, notando como su pecho latía desbocado, y se colocó a poco más de dos metros de él. Era consciente de su fragilidad y de que un solo salto de aquel león acabaría con ella, pero algo le decía que aquello no pasaría. Se agachó y avanzó a gatas hasta situarse a poca distancia de él. Levantó su brazo y lo observó incrédula, como si un titiritero estuviera jugando con su 631 http://www.antoniojroldan.es voluntad. La pequeña mano de la muchacha toco la melena albina que resplandecía en la noche africana. El león blanco no se movió, así que Zahra acercó la otra mano y dio un paso más. En ese momento el suelo vibró bajo sus pies. La pesada piedra sobre la que estaban, lisa y redondeada, giró sobre sí misma, haciendo que Zahra perdiera el equilibrio. Cuando vio que cesaba el movimiento levantó la mirada hacia su compañero, que ya estaba de nuevo erguido y arrastrando una de sus patas sobre la arena que había destapado la roca. Se escuchó un crujido y la boca de una cueva se abrió a sus pies. Entonces regresaron a su mente los recuerdos de un sueño que tuvo con su abuelo: –Niña mía, recuerda que nunca deberás rendirte. Cada objeto tiene su alma, su propia energía. Tu talismán… ¡No olvides mover tus fichas y jugar la partida hasta el final! En aquella pesadilla, previa a su aventura con el senet, la caverna se había venido abajo y ella se había precipitado en las entrañas de la tierra, donde una mujer la recogió con suavidad, meciéndola con su canto. Buscó con la mirada al león, para intentar comprender lo que estaba pasando, pero en su lugar sólo pudo adivinar dos pequeños luceros que creyó reconocer al instante. Su gatito saltó alegre a sus brazos, dándole el valor que necesitaba. –Tú nunca me fallarás, truhán. Lo sé. Ante ellos el agujero se mostraba como un insondable pozo que conducía a las entrañas de Kondoa. Zahra agarró con fuerza a su mascota y se sentó en el borde. 632 http://www.antoniojroldan.es –¡Avalon, no permitas que me pase nada! –y se arrojó al foso tenebroso que se mostraba a sus pies. 633 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 53 Las pinturas de Kondoa Tumake reposa sentado junto a su choza, estudiando la disposición de las estrellas y escrutando con sus cansados ojos el valle donde los “mzungus juegan con las piedras”. En su condición de laibon adivino, presiente el destino de su tribu y habla con los espíritus guardianes que Ngai ha otorgado a su pueblo. Cuando la tierra y el cielo se separaron, el dios se dio cuenta de que el pasto para sus animales había quedado en la tierra, por lo que eligió a los masais para que los cuidaran en su nombre. Por eso los masais son los dueños de todos los rebaños de África y gozan de la protección directa de Ngai a través de esos espíritus que les acompañan hasta el día de su muerte. Aquella noche Tumake percibe el regreso del guardián más poderoso, el león blanco, el hijo del Sol, que camina por Kondoa como el más preciado regalo que nadie pudiera recibir. Todo el campo ha enmudecido esta noche, como lo hizo en otra época según le contaron sus abuelos, los anteriores laibones. Hay una mujer joven, en cuyo pelo dorado se refleja el rey del cielo, pero cuya piel es la imagen de la luna. Ella también 634 http://www.antoniojroldan.es goza del favor de Yemojá, la madre de todas las mujeres, la diosa de las aguas, que vela por su destino. Todo es oscuridad en la aldea masai. Tumake toma un poco de fuego y penetra en su choza. Desenvuelve la piel de vaca donde guarda todos los abalorios y los va examinando con detenimiento, porque la vista le está abandonando. Finalmente encuentra lo que busca y lo coloca en el suelo. Realiza sus plegarias Ngai, a Yemojá y se encomienda al Sol y a la Luna. El camino al campamento mzungu es corto para un guerrero, pero no para un anciano. Debe guardar fuerzas. Mira por última vez al cielo y se tumba sobre el lecho de cuero sobre ramas que le sirve de lecho. Mañana se levantará temprano y acudirá al encuentro de la protegida del león blanco. Con los primeros rayos de luz, el sueño de la pareja se vio interrumpido por los gritos de Víctor buscando a Zahra por el sobre techo de la tienda. –¡Nico! ¡Sonia! ¡Despertad! –gritó el padre de Zahra. –Pero, ¿qué pasa? –preguntó Nico. –¿Cómo que qué pasa? ¿Dónde está Zahra? –¿Zahra? –Sonia palpó el suelo en busca de su amiga. Sólo estaba el saco vacío–. Ni idea. ¿Habrá ido al baño? Víctor no respondió y se alejó hacia el círculo junto a los demás. 635 http://www.antoniojroldan.es –No lo entiendo –dijo Bakari–. Mira… Hay huellas de león, pero también las de tu hija. Si león atacar, habría sangre, mucha sangre. –¿Qué me dices, Bakari? –Caminaron juntos… –¿Cómo va a caminar mi hija con un león? –Víctor, mira… – Kisarka le mostró más huellas que se internaban en el campo–. No son muy amplias, el león iba despacio. Tu hija también. –No tiene sentido… –Víctor cargó el rifle–. ¡Serbuli! ¡Will! Os quedáis vigilando, que las mujeres y los chicos no salgan de las tiendas. –De ninguna manera –protestó Geno–. Yo voy contigo. –Sólo tenemos cuatro rifles y nosotros nos llevamos dos. Hay que ser prudentes. Por favor… –Geno observó el rostro demacrado del padre de Zahra y optó por no crearle más problemas. –De acuerdo, pero yo me voy al Toyota de Bakari para estar pendiente de la radio. En cuanto sepas algo nos llamas –y le dio un rápido abrazo. Bakari, Víctor y Kisarka subieron al Toyota nuevo. El vigilante lo hizo en el estribo del conductor para intentar no perder el rastro. El vehículo arrancó con brusquedad y se alejó de allí. 636 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué ocurre, Geno? –preguntó Sonia al salir de la tienda. –Kisarka ha encontrado huellas de un león cuando se ha levantado y tu amiga no está. –¡No! Por favor… –Sonia se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar –Geno la rodeo con sus brazos. Nico permanecía tras ellas petrificado–. Chicos, no hay rastro de sangre. Ella se ha ido caminando por su propio pie. –¿Con el león? –preguntó Nico incrédulo. –Eso parece… –¡Nico! –Sonia fue al encuentro de su chico y se dejó caer sobre él–. Que no le pase nada, por favor… Casi un kilómetro más allá Víctor detuvo el Toyota a una señal de Kisarka. Este pidió uno de los rifles y comenzó a caminar. Bakari descendió, blandiendo un enorme machete y se puso a unos metros del vigilante. Cuando Kisarka estaba a pocos metros de un montículo de rocas, asintió a Víctor y este descendió también. Luego rodeo muy despacio la loma y regresó al punto de partida. Levantó el brazo y llamó a los otros para que se aproximaran. –¿Y bien? –preguntó Víctor. –Las huellas del león se pierden hacia poniente, pero las de ella desaparecen en las rocas. –Dios mío… –susurró Víctor. 637 http://www.antoniojroldan.es –Yo iré primero –ofreció Bakari sujetando al padre de Zahra. Bakari corrió hacia allí y se encaramó con agilidad pese a su gran envergadura. Al instante se puso de pié y miró hacia los demás encogiéndose de hombros. Kisarka y Víctor se acercaron también, mirando a todos los lados por si hubiera alguna pista. –¡Zahra, hija! ¡Somos nosotros! ¿Dónde estás? –gritó Víctor. Bakari hizo lo mismo e inesperadamente obtuvo una lejana respuesta. –¡It´s she! –exclamó el masai apartando unas ramas quebradas que ocultaban una brecha entre las piedras–. ¡Zahra! Yo Bakari. ¿Estás bien? –¡Sí! No puedo subir, está muy alto. –¡Hija! –Víctor trepó hacia donde estaba Bakari y se asomó al oscuro agujero–. ¿Estás herida? –No, papá. Quizás algún rasguño en el brazo… ¿Y el león? –¿El león? Aquí no hay nada. Me tienes que explicar… –No veo nada… ¿Tienes un mechero o algo? –¡Kisarka! ¡Trae una linterna del coche! –el vigilante se apresuró y se la acercó. Víctor iluminó el agujero y pudo ver a Zahra con la ropa cubierta de tierra. Se encontraba en una cueva, de las muchas que había por la zona. 638 http://www.antoniojroldan.es –¡Papá! ¡Qué alegría verte! –Sí –alargó el brazo y dejó caer la linterna sobre la arena junto a Zahra–. Bakari ya ha ido a por el Toyota. Te sacaremos con la cuerda del torno. ¿Quieres agua? –No. Me encuentro bien… Sólo quería ver una cosa –y desapareció del campo visual de su padre. –¡Hija! Pero, ¿dónde vas ahora? –Es un momento, no te preocupes. –Kisarka, ¿puedes llamar al campamento? –pidió Víctor mientras anudaba un estribo en la cuerda para que su hija pudiera subir con más facilidad. Zahra alumbró las paredes para contemplar en detalle lo que le pareció vislumbrar durante la noche a la luz del móvil, un conjunto de pinturas similares a las de Geno. Efectivamente, allí estaban. La primera, una figura que parecía coronada con unas plumas y que llevaba un bastón, entregaba a una niña un objeto cuya forma le recordó a Zahra su propio colgante: dos círculos intersecados formando la Vesica Piscis. La idea parecía inverosímil, pero el león blanco, Avalon o su propio subconsciente la había llevado hasta allí por algún motivo. No podía descartar que hubiera una relación con ella más allá de la casualidad. 639 http://www.antoniojroldan.es Enfocó un poco más a la derecha y se sorprendió con la segunda escena. Un guerrero, con su arco y las flechas, alargaba las manos hacia el colgante, mientras que la niña parecía que se lo entregara. ¡Martín en la noche de Reyes!, pensó Zahra. Su corazón se aceleró por la emoción y evocó la noche pasada con su gatito transformado en un imponente felino albino. El tercer 640 http://www.antoniojroldan.es dibujo reflejaba el día anterior. Su llegada en globo y la aparición del león. Había un bosquejo más en la pared, congruente con la profecía del mago de Lavapiés. Nico tenía razón: había que creer… 641 http://www.antoniojroldan.es El descubrimiento de las nuevas pinturas pilló al equipo de arqueólogos con el pie cambiado. Toda la zona había sido rastreada en las últimas décadas y nadie esperaba que tan cerca pudiera quedar algo por catalogar. –Os cuento –dijo Geno sentada frente a las pinturas de Zahra–. La primera escena es muy habitual en Kolo. El hombre, quizás un laibón por llevar bastón, lleva rastas a lo masai –miró a Bakari– y la figura pequeña puede ser un niño al que le entrega un arco para la caza ceremonial del león. –Es el colgante –dijo Nico negando con la cabeza–. Si tuviera cobertura en el móvil te enseñaría una foto del Chalice Well. –Todo es libre de interpretación… –prosiguió Geno pacientemente–. Aquí las figuras del arco y las flechas son evidentes. Parece que nuestro artista anónimo nos quiere decir que el joven logrará con su iniciación ser un cazador adulto, ¿Verdad, Will? –Eso creo. ¿Isabella? –Puede… –Vamos con la tercera… Esta es casi idéntica a la del “rapto de la mujer”, que también está en Kolo, donde cuatro hombres parecen sujetar a una joven, y a la izquierda un cazador se oculta tras un escudo, con el 642 http://www.antoniojroldan.es sol al fondo, para atrapar un antílope. En este caso tenemos un león… –…Blanco –completó Zahra. –Bueno… El sol lo está iluminando, hija –corrigió Víctor–. En Tanzania no hay leones blancos, ¿verdad Bakari? – este no dijo nada y se limitó a acercarse a la pared para contemplar mejor los detalles. –Pues yo creo que Zahra tiene razón –aportó Sonia–. Blanco y en botella, nunca mejor dicho. En mi pueblo eso es un globo. Pero Zahra no tiene esa cabeza de berenjena. –Lo que no tengo muy claro es cuál será el original y cuál la copia –dijo Will. –Esta tiene más nitidez, pero ha estado protegida aquí dentro –comentó Isabella. –Lo que resulta evidente es que ambas están relacionadas –concluyó Geno–. Vamos con la última… Ahora el guerrero tiene el arco y se lo ofrece al niño… –El león es su espíritu protector –interrumpió Bakari. –Además, él lleva como una espada –dijo Nico. –No, los masai no usan espada –aclaró Geno–. Debe ser otra cosa… –Pastor –dijo de forma escueta Bakari. –Explícate… –pidió Víctor. 643 http://www.antoniojroldan.es –Mucho ganado, mucho dinero. Es un garrote de pastoreo. –Es decir… –siguió Will. –Guerrero joven caza gran león, hijo del sol. Ahora él más poderoso. –Falta un elemento por estudiar –dijo Nico dando un paso hacia Zahra–. La montaña. –¿Qué montaña? –preguntó su amiga. –Al Deir, el monasterio de Petra. Nos lo dijo el mago… – todos miraron al chico con perplejidad. –Lo que importa es que hemos realizado un hallazgo maravilloso y que habrá que trabajar mucho –concluyó Geno. –Y, sobre todo –Víctor abrazó por detrás a su hija–, Zahra está a salvo. Con el apoyo de Kisarka fueron ascendiendo de nuevo a la superficie. Los últimos en hacerlo fueron el masai, que ayudó a los demás usando su altura, y Zahra. –White lion… Magic. –¿Cómo dices? –preguntó Zahra. –It´s a white lion. No hay leones blancos en Kondoa. Sí en Sudáfrica. Tu león… Magic. –Gracias, Bakari –y le acarició con afecto el brazo que sujetaba la cuerda. –Hay hombres sin color. También leones… 644 http://www.antoniojroldan.es El masai comenzó a canturrear una de sus melodías reggae mientras ayudaba a Zahra a subirse al estribo: I'm on the run but I ain't got no gun, see they want to be the star, so they fighting tribal war and they saying iron like a lion in zion, iron like a lion in zion… Martín aguardaba sentado en uno de los butacones de cortesía de la recepción del hotel, esperando que bajara Meléndez para regresar a Ibiza y retomar el veraneo en el barco, lejos del calor húmedo de Estambul. Junto a él un grupo de turistas realizaba el check out tras su guía, un turco con cara de aburrido que sudaba la gota gorda entre las maletas y las necesidades de sus clientes. Demasiado ruido, pensó. Se disponía a abandonar el hall, para fumarse un cigarro lejos de allí, cuando vio a la mejicana salir del ascensor. Guadalupe iba hablando por el móvil y llevaba detrás a un mozo con el equipaje, en el que destacaban las fundas de largos vestidos de noche. Martín se colocó las gafas de sol y se puso a hojear un periódico árabe con fingido interés, procurando no perder de vista a la ayudante de Falco. –…sí, salgo a la una y media y espero estar en casa sobre las cinco. –Estupendo –respondió Falco al otro lado del teléfono–. Esta noche ceno con la madre de Zahra y con una conservadora del Museo Arqueológico de Madrid para la cesión del senet. Por cierto, ¿qué tal anoche? 645 http://www.antoniojroldan.es –El jordano es duro de pelar, no quiere que nada pueda estropear el encuentro de su casa, pero se hace cargo. Necesitaremos conocer más detalles del mapa árabe. –¿Y los españoles? –A distancia… Precisamente el huevón está muy cerca de mí, jugando a los espías. –Ten cuidado, Lupe. –Tranquilo, profesor. Ya tuve la chance de intercambiar pareceres aquí con el compadre Martín. Fíjese que, por un momento, anduvo tras mis huesos. Se llevó un chingadazo madre. –Llámame cuando llegues. –Así lo haré, profesor –y colgó. Tras pagar y devolver la llave, Guadalupe fue en busca del chico, que ya le había buscado el taxi. Al pasar a la altura de Martín le sonrió. Esta hundió la cabeza tras el periódico. –¿Qué tal, amigo? –se acercó a él–. Estuvo bien la pachanga de despedida, ¿verdad? –¡Ah! Eres tú… –lanzó el periódico sobre el asiento–. Debo reconocer que tienes coraje, burrita. –Pero, mi cuate Martín. ¿No me diga que todavía me guarda rencor? Siento el madrazo, pero pensaba que usted era un machín, un hombre fuerte… 646 http://www.antoniojroldan.es –No me vaciles. En España decimos que el que ríe el último ríe mejor. Apúntate esa copla, corrido o como lo llaméis en Panchitolandia. –No me ningunee, Martín, que somos hermanos de gremio –ella cogió muy despacio el periódico–. Ignoraba que supiera leer árabe. Es usted una caja de sorpresas… –En eso estamos de acuerdo –le respondió arrancándole el periódico de las manos. –Lamento separarme de usted de mala onda. De todos modos, nos veremos en Jordania, ¿cierto? Así pues, aquí muere nuestro encuentro –dijo Lupe tendiéndole la mano. Martín dudó un instante, pero finalmente aceptó el reto y le dio un firme apretón–. Hasta entonces, pues –y se alejó de allí, con la coleta meciéndose a su paso. Al poco rato, el mozo que había llamado al taxi se acercó a Martín con un pequeño bote y se lo entregó. –Dice la señora que esta crema es para… –carraspeó señalando la marca que le había dejado el gato de Zahra en Madrid–. Para cuidar las cicatrices. Martín se levantó como una exhalación hacia el exterior. Un rostro sonriente se despedía de él desde la luneta trasera del coche amarillo. –Perra… 647 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 54 El collar de Yemojá Tras una mañana de emociones, el trasiego había terminado en el campamento de Kondoa. Mientras los tres arqueólogos, con la ayuda de Víctor y a Kisarka, realizaban los trabajos preliminares en la cueva descubierta, Zahra descansaba en su tienda de campaña, muy cerca de Sonia y de Nico, que saboreaban un rico cacao con leche, cortesía de Serbuli, junto al hogar de piedras. –Geno puede decir misa, que las pinturas se refieren a Zahra –comentó Sonia–. Lo que no entiendo es… No sé… –¿Cómo es posible? –Justo. –¿Quieres saber mi teoría? –Sonia asintió–. Todo empezó en el verano anterior, en Glastonbury. Zahra volvió con el colgante del Chalice Well al sitio donde fue creado y en el que recogió toda su energía original. No olvides aquella historia de las morganas y los joyeros. De alguna manera, y no me preguntes cómo, Zahra recogió ese poder y nuestro vínculo con ella nos hizo, en cierto modo, cómplices. –Explícate, porque no te sigo. 648 http://www.antoniojroldan.es –Tú me contabas el otro día, cuando lo de Belchite, que siempre has sido muy intuitiva hacia los sentimientos de los demás. Si alguien sufría eras la primera en saberlo y, al contrario, cuando alguien iba a desvelar una buena noticia lo adivinabas con verle la cara. –Sí, es algo que desde niña he notado. –¿Lo ves? Esa cualidad tuya ha crecido a un nivel en el que percibes emociones que ya no existen, como la de Pilar en Belchite o las sombras de la Guerra Civil en Madrid. –Rebuscado, pero vale. ¿Y tú? –¿Yo? Siempre me han gustado la historia y la física, no sé… Creo que porque deseaba conocer y entender el mundo desde un punto de vista racional. –Pues ahora crees en magos, mensajes ocultos y varitas de Harry Potter. –¡Ahí está! He dado un paso más allá y he abierto mi mente. ¿No es eso crecer también? –Puede… De todas formas, y con todos mis respetos, tu evolución tiene mucho que ver conmigo –sonrío con picardía. –¿Y eso? –No todos los mortales pueden presumir de ser amados por alguien como yo, chiquitín. Medita sobre eso… –y se acercó a él para estamparle uno de sus sonoros besos. En ese instante apareció una silueta en la entrada al campamento–. ¡Coño! 649 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué sucede? –Hay un tipo muy raro allí detrás –Nico se giró y vio a un anciano muy quieto, acompañado por una mujer joven. –Serán amigos de Serbuli … –volvió la cabeza en dirección al lavadero, donde estaba el cocinero–. ¡Serbuli! Tienes visita –él se aproximó a los dos jóvenes y se secó las manos con el delantal. –¿Qué pasa? –Creo que te busca tu abuelo… –Sonia señaló al anciano. –Son masais… ¡Bakari! –este asomó bajo el Toyota, el cual estaba revisando. –Laibón –respondió el ayudante de Víctor. –¿Qué significa eso? –preguntó Nico. –Hombre sabio masai. Voy a hablar –y se aproximó a él. Bakari se situó cerca del laibón y este le saludó imponiéndole una mano sobre su cabeza. La mujer permanecía en segundo plano. –Lo mismo tienen sed y han venido a pedir agua – comentó Sonia. –¿Te has fijado en los collares que lleva la mujer en el cuello? –No podemos irnos a casa sin comprar algo de artesanía masai. ¡Mira! Bakari viene hacia aquí. 650 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué quieren? –quiso saber Nico. –Regalo para Zahra –los dos amigos se miraron extrañados. –No te entiendo, Bakari –dijo Nico. –Él venir desde la aldea para traer regalo. Far away. –¿La conoce? –preguntó Sonia. –Sí. Ella es la protegida del White Lion. Nico se levantó y examinó en la distancia a la extraña pareja. Luego miró a Sonia y se encogió de hombros: –Habrá que despertarla… –Nuestra amiga siempre nos sorprende con algo. Voy… – y se levantó hacia la tienda. Zahra apareció desorientada y todavía con un pie en la siesta. Sonia le había dicho que un laibón buscaba a la protegida del león blanco y que ella era la única que tenía un perfil similar. –Tú estás loca, tía… –¡Mira quien habló! ¡La normalita! –¿Quién es? –Uno de aquellos dos de las túnicas rojas. El señor importante es el primero. ¡Anda! –y le indicó que fuera a la entrada. 651 http://www.antoniojroldan.es Zahra avanzó hacia ellos, con Bakari a su lado. Al llegar a su altura, el anciano dijo algo en su lengua y Bakari se lo tradujo. –Yo soy Tumake. ¿Eres tú la protegida del hijo del Sol? –Me llamo Zahra. No sé si soy lo que usted dice –Bakari transmitió las palabras de Zahra. –¿Has conocido al león blanco? –Zahra miró a Bakari con desconcierto y luego al laibón. –Sí, pero, ¿cómo lo sabe? –el anciano mostró una amplia sonrisa. Luego giró la cabeza hacia su acompañante, la cual se quitó un collar, con cuentas blancas y azules, y se lo puso en la mano. –El hijo del Sol te protege en la tierra. Yemojá, la diosa madre, cuyos hijos habitan el mar, cuidará de ti en el agua. Entonces, sus enjutos brazos se alzaron con dificultad para colocar el collar sobre los hombros de Zahra. Luego le impuso la mano, como a Bakari. Sus dos amigos se acercaron intrigados. –Gracias –dijo Zahra acariciando el regalo del laibón–. Es precioso. Serbuli se acercó con una taza de metal llena de agua. Primero la tomó la mujer, pero sólo bebió un sorbo. Lo mismo hizo Tumake. También les entregó una naranja a cada uno. La mujer las guardó bajo su capa. 652 http://www.antoniojroldan.es –Bakari, ¿no quieren sentarse a descansar un rato? – preguntó Zahra. –No. Ellos lejos de casa. Tienen que volver. –¿Por qué no les llevas en el coche? –Bakari miró con extrañeza a la joven. –No querrán… Zahra tomó a Tumake de una mano y este la siguió muy despacio hasta el viejo Toyota amarillo. El laibón pareció dudar, pero finalmente hizo un gesto a la mujer y ella también entró en el campamento. –Dice que él acepta tu regalo también. –¿Viven muy lejos? –A un par de horas. Llegaré para cenar, si el Toyota no se rompe… –Bakari, eres un amigo… –Dos cosas: dile a tu león que me proteja de los pinchazos… –¿Y la otra? –dijo Zahra mientras tocaba una vez más el amuleto de Yemojá. –Quiero un buen ugali con birra a mi regreso. ¡No! Dos birras… –Hecho. 653 http://www.antoniojroldan.es El Toyota se alejó de allí muy despacio, con los inquietos ojos del laibón mirando por la ventanilla. Entonces Zahra lo supo: África permanecería para siempre en su corazón. 654 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 55 El regalo de Falco Zanzíbar. Unos días después… El arrecife había transformado la playa privada del complejo hotelero en una inmensa piscina azul turquesa. Mientras Nico se entretenía con sus gafas de buceo, Zahra y Sonia descansaban en las confortables tumbonas que se disponían bajo una techumbre de madera y paja elevada sobre una arena blanquísima. –Así que el paraíso era esto… –comentó Sonia–. ¡Vaya! –Hay que reconocerle a mi padre que se ha portado. –Por eso me tenéis que dejar que invite a la cena en Stone Town. Mi madre me dio el dinero para eso. –Como quieras, tía… –Además, nos hemos ganado algunos lujos: duchas de agua caliente, mosquiteras limpias, inodoros de verdad, comida decente… Este viaje ha sido como regresar a los campamentos de verano de primaria. –Te olvidas de internet. –Es verdad. Tenemos que pedirle el portátil a Geno, para ver los mensajes y colgar alguna fotito. –Creo que se ha ido a la ciudad. –¿Con tu padre? 655 http://www.antoniojroldan.es –No, él está organizando con el gerente del hotel lo del globo para la próxima estación húmeda. Mejor así, a ver si le pillo sin la lapa. –Están enrollados, ¿qué quieres, hija? –Ya lo sé pero, cuando les he visto dándose un piquito o llamándose cariñito, me sigue picando. Entiéndelo… Me viene a la mente mi madre y, no sé, se me hace raro –Zahra se incorporó para sentarse–. Quizás sea muy egoísta. –Te entiendo. Al menos piensa que él está más feliz y que estos días, además, ha podido disfrutar de ti. Yo os he visto muy bien… –Sonia se aproximó a su amiga y le dio un beso–. Mira a mi Capitán Nemo buscando pececitos –señaló al muchacho–. Le ha sentado bien el aire africano. Está más… Salvaje. –¿Nico salvaje? No le pega. –Dejémoslo en salvaje controlado. Mira nos saluda – Sonia movió la mano–. ¡Tarzanito! Parece un crío jugando. Me gusta. –Ya hace un año de Glastonbury y de tu bailecito con las hadas. ¡Qué fuerte! –Ahora somos más brujas todavía, tú con tus felinos y yo con mis fantasmitas. Tenemos hasta un aprendiz con varita mágica. –Siempre hemos sido un poco viboritas, ¿no? –Sobre todo yo. Tú con ese pelito rubio y esos ojos engañas bastante. Falsa, más que falsa. 656 http://www.antoniojroldan.es –¿Te apetece pescar un tiburón? –preguntó Zahra señalando a Nico. –¿Te refieres al merluzo que nos mira con ojos de atún? –El mismo. –La última tiende las toallas –y Sonia comenzó a correr hacia el agua, con Zahra agarrándole del brazo. El restaurante de Stone Town estaba situado en una gran casa con balconadas de estilo indio desde las que se podían ver las barcas de madera de los pescadores y algún pequeño velero. La iluminación era muy romántica y la cercanía de la costa traía aromas de mar que se mezclaban con las especias y los platos de marisco. Víctor contó historias de piratas, de tesoros y de barcos naufragados. También habló de los mercaderes de esclavos que hubo en la isla y de viajeros perdidos que se enamoraban de aquella tierra y que nunca regresaban. En aquella última cena hubo risas y muchos recuerdos de las mejoras anécdotas del viaje, los animales del cráter, el elefante que le robaba el agua a Sonia en el campsite, los monos cleptómanos de los picnics y las ocurrencias de Bakari, que en ese momento estaba en Arusha tomándose unas jornadas de asueto. Nadie hablaba de las pinturas o del león blanco, aunque su sombra siempre aparecía entre los silencios. 657 http://www.antoniojroldan.es Tras la cena, dieron un paseo por las calles más cercanas y visitaron una tienda de artesanía cuyo vendedor iba vestido con indumentaria masai. Era la primera vez que iban de compras en todo el viaje. Sonia le regaló a Nico un arco con flechas, para “resaltar más su lado indómito”. Víctor eligió una máscara de coco, para que Zahra se la llevara a su hermano David, y un bonito pañuelo rojo para su hija. Después caminaron hacia la playa, contemplando las estrellas, tan cercanas en África. Sonia y Nico se besaron junto al mar una vez más. Zahra aprovechó para quitarse los zapatos y caminar por la orilla en soledad. Algún día volvería, pero con alguien que acariciara su corazón como lo hacía la marea en la noche de Zanzíbar. Sentados en la cama, con las mosquiteras desplegadas, los tres amigos no le quitaban ojo a la pantalla del ordenador de Geno. –Somos unos yonkis con el síndrome –comentó Sonia–. ¿Cuándo me toca? –Ahora estoy yo. ¿No es Geno la novia de mi padre? Pues tengo prioridad por parentesco indirecto. –¡Venga Sonia! ¿Esperamos fuera? –propuso Nico mirando hacia las hamacas del jardín. –Eso, así me dejáis en paz un rato. –Como quieras, borde, pero en diez minutos cambiamos –dijo Sonia mientras se dejaba arrastrar por su chico. 658 http://www.antoniojroldan.es En la bandeja de correo tenía decenas de mensajes. No podía verlos todos, así que recorrió la lista con los asuntos por si había algo importante. El remitente de uno de ellos tenía prioridad para [email protected]. Zahra: ¡Cuánto había pensado en ella esos días! ¡Hola hija! Aunque ya sé que no podrás leer el correo hasta llegar al hotel, tenía muchas ganas de escribirte. Espero que hayas disfrutado mucho de África (y de tu padre). Seguro que tienes cosas que contarme y que has hecho muchas fotos. Por cierto, David se está mordiendo las uñas de impaciencia pensando en el regalo que le vas a traer. ¡No lo olvides! Nosotros estamos muy bien. Han venido más clientes de lo que esperábamos y Tarek, Amir, Inés y yo no paramos ni un rato quietos. Aunque cerraremos la última semana de agosto, cuanto vuelvas tendrás que echarnos una mano de nuevo. También ha venido a vernos un amigo de tu abuelo, el profesor Falco, al que conoces muy bien de tu viaje a Roma (no me dijiste nada, guapita). Quería invitarnos a pasar el fin de año en Jordania, pero hemos quedado en pensarlo a tu vuelta. Hay muchas cosas que no comprendo, hija, y que creo que deberíamos hablar tranquilamente… Eso sí, Tarek lo tiene muy claro y creo que va a ser tu aliado. Lo dicho. Ya veremos… 659 http://www.antoniojroldan.es El martes, cuando hagas el tránsito en Ámsterdam, dame un toque para que sepa cómo vais de tiempo, ¿de acuerdo? Portaos bien los tres y no deis mucha guerra. Un beso. Mamá. Zahra bajó la tapa del portátil y saltó de la cama para dar la noticia del regalo de Falco a sus amigos. –¡Nico! ¡Sonia! –¿Qué pasa? –preguntó Nico cuando vio a su amiga corriendo hacia ellos. –¡Es Falco! La profecía del mago… El mensaje de Glastonbury… –Toma aire, criatura –dijo Sonia sosteniendo las manos de su mejor amiga–. ¿De qué hablas? –Nos invita a todos a Jordania. Bueno, casi seguro… –Al-Deir –susurró Nico–. ¡Al-Deir! ¡Por fin! –¡Sí, Nico! Recuperaremos el colgante –se abrazaron. –Estáis los dos como cabras, niños… ¡En fin! Hakuna matata… –y Sonia se unió a ellos. Desde su habitación, el padre de Zahra vio a los tres jóvenes reír, saltar y bailar en la arena, iluminados por su querida luna africana: –Ojalá se cumplan vuestros sueños, cachorrillos… –y apagó la luz. 660 http://www.antoniojroldan.es Roma. 31 de octubre de 2010. Víspera de todos los santos. La acumulación de coches por la Piazza Minerva, junto a la presencia de la policía, indicaba que en las cercanías del Panteón se estaba produciendo algún tipo de evento, por lo que el grupo de niños, capitaneado por el Conde Drácula, decidió seguir a aquella gente tan trajeada hacia su destino. Especialmente intrigante resultó descubrir que una señora vestida de negro llevaba un folleto con la leyenda “Giocando con la morte”. ¿Jugando con la muerte? Aquello debía ser una fiesta de Halloween para mayores. Golosinas a sacos. En la portada de la antigua iglesia donde vivía Falco, colgaban dos grandes carteles anunciando la exposición de objetos relacionados con la muerte, una colección surtida de su infierno particular y ampliada con el préstamo de algunos museos del mundo. Muchos romanos pagarían entrada sólo por penetrar en el reino del excéntrico profesor, por lo que ni siquiera hubo que publicitar en exceso el acontecimiento: las entradas estaban agotadas hasta finales de enero. 661 http://www.antoniojroldan.es El diminuto fantasmita dio un paso al frente. Drácula se había rilado en el momento de la verdad al ver un esqueleto en la primera vitrina. Morticia miró al vampiro con desdén y tomó la mano del niño de la sabanita. Tras ellos, la bruja Befana, Freddy Krueger y el avergonzado Drácula. Los adultos disfrutaban de canapés y bebidas, pero las chuches no daban señal de vida. El fantasmita, crecido por el aroma a fresa de Morticia, se acercó a uno de los camareros, un tipo estirado vestido de pingüino, y le pidió un refresco. El hombre, que llevaba más de una hora viendo todo tipo de horrores por los rincones de aquella nave, pensó que los críos formaban parte del espectáculo, así que les condujo hacia la barra y les sirvió todo lo que pidieron. De las Coca-Colas pasaron a los paninis y de ahí a los pastelitos. Aquello era un sueño, pero no había nada que llevarse a la cesta. Drácula, decidido a recuperar el terreno perdido, no dudó en adentrarse más en aquel lugar para buscar gominolas y caramelos. Su prestigio estaba en juego: –¡Mirad! ¡Eso parece un huevo de pascua! –¡Vamos! –exclamó Freddy avanzando hacia el elevador de Dalí. Todos le siguieron. –Es un ascensor… –comentó Morticia–. ¡Qué original! ¿Quién se viene conmigo? –El fantasmita y Drácula se retaron con la mirada. –¡Yo! –¡No, iré yo! 662 http://www.antoniojroldan.es –Vale. Los dos vendréis conmigo. Vosotros os quedáis vigilando –Freddy y la bruja se miraron desilusionados. Morticia pulsó el botón para abrir la puerta y cedió el paso a sus temerosos compañeros. El huevo comenzó su descenso hacia la cripta que le servía a Falco como despacho. –Está muy oscuro –musitó Drácula. –¡No! Allí hay luz –anunció Morticia señalando una puerta abierta. –¿No estaremos en un lugar prohibido? –quiso saber el fantasmita. –No. Si nos han invitado a merendar es que no les importa que estemos en este museo –concluyó la niña avanzando hacia la escalera que conducía al infierno de Falco. –¿A qué huele? –preguntó Drácula. –A velas encendidas –respondió el fantasmita, el cual estaba perdiendo el valor a chorros. –¡Mirad! –Morticia recogiendo un muñeco de caramelo caído en uno de los escalones–. ¡Debe ser aquí! –¡Es verdad! –dijo Drácula–. Y no hay más niños. ¡Chicos, hemos encontrado un tesoro! –¡Sí! El tesoro de Halloween –dijo un reanimado fantasmita. Los tres bajaron, muy despacio, hasta encontrarse con la mesa de Nerón, la gran reliquia en la que Falco custodiaba sus 663 http://www.antoniojroldan.es animatas malditas. Un pebetero ardía en el centro y en una esquina de la estancia había una mesa cubierta de velas encendidas y objetos. –¿Y eso? –dijo Morticia acercándose con precaución. El altar de muertos estaba cubierto de cráneos humanos, fotografías, flores, guirnaldas, frutas y, como era de esperar, los deseados caramelos. Los tres niños se miraron espantados. ¿Calaveras? ¿Fotografías de difuntos? ¿Qué demonios significaba aquello? –¡Es vudú! –gritó el fantasmita–. Lo he visto en internet. Matan pollitos y se beben sangre. –¡Qué asco! –dijo Morticia–. Pero aquí no se ve nada de sangre… –¡Mirad! –Drácula se aproximó al altar y cogió uno de los retratos–. Un señor con bigote vestido de mexicano. –Mejor no toques nada –sugirió Morticia–. A lo mejor sí es algo de vudú y nos sucede algo. Entonces una voz surgió de la nada: –¿Os gusta, chavitos? –¿Quién ha hablado? –dijo Morticia agarrando las manos de sus amigos. –Estáis viendo un altar de muertos. Es un homenaje a mis antepasados. –¿Dónde estás? –preguntó el fantasmita. 664 http://www.antoniojroldan.es –Sentada en la mesa –esta seguía dando vueltas. Guadalupe llevaba la cara maquillada de blanco y un largo traje ceremonial de colores. Sostenía una gran vela y su rostro lucía marmóreo. Sólo sus ojos negros parecían portar algo de vida. Los tres exploradores treparon por la escalera gritando hasta quedar afónicos. Guadalupe bajó de la mesa, colocó la vela en el altar y movió el retrato de su abuelo al lugar original. –Feliz Halloween, monstruitos –dijo buscando con la mirada a los niños. Arriba Falco charlaba con sus invitados mostrándoles las piezas expuestas. En el centro del crucero, donde habitualmente solía estar el coche de Juan XXIII, reposaba, en una vitrina negra, la estrella de la colección: el senet de los Saunders. 665 http://www.antoniojroldan.es 666 http://www.antoniojroldan.es 667 http://www.antoniojroldan.es “Por el día el ardiente sol nos fermentaba y el fuerte viento nos aturdía. Por la noche nos empapaba el rocío y los innumerables silencios de las estrellas nos avergonzaban hasta la insignificancia”. Los Siete Pilares de la Sabiduría –T.E. Lawrence (1888-1935) 668 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 56 El mensaje de Dios Cuando el sol iniciaba su descenso hacia el Tor de Glastonbury, la mies se hacía más quebradiza, por lo que Patrick cambiaba la hoz por la horca para recuperar el trigo caído fuera de las gavillas. Apenas le quedaban un par de acres para terminar la cosecha del año, pero aquella tarde de agosto, ventosa y desapacible, no invitaba a prolongar la faena. Por la mañana temprano, a lomos de Gallant, regresaría para segar el trigo húmedo del amanecer regado con el rocío del final del verano. Sentado a la sombra del toldillo, que resguardaba el pajar, sacó dos manzanas, una para él y otra para su caballo. Mientras mordía la fruta, regada con té frío, se imaginaba a sí mismo surcando el campo con un moderno tractor, como el de su amigo Bobby, o vendiendo la finca para poner una carpintería donde su padre pudiera sentirse útil y él aprender el oficio. Su padre, desde que su cansado corazón le obligara a dejar la tierra en manos de Patrick, mataba el tiempo fabricando utensilios de madera que vendía por Glastonbury, lustrando su orgullo cuando llevaba a casa el dinero obtenido. Ambos vivían solos, añorando a Helena, la madre y esposa que les dejó cuando Patrick apenas tenía diez años, interrumpiendo para siempre una infancia feliz. 669 http://www.antoniojroldan.es Algún día se casaría pero, ¿qué mujer tendría la fortaleza para reconstruir junto a él un hogar que amenazaba desesperanza? Para incrementar sus dudas, en una tierra impregnada por el paganismo, sus fuertes convicciones católicas a menudo chocaban con las creencias en las deidades de la naturaleza de algunas jóvenes de Glastonbury, especialmente con las de Grace, su vecina y compañera de juegos en Wearyall Hill desde que le alcanzaba la memoria. Patrick nunca olvidaría aquella tarde que se escapó de casa con ella, terminando la aventura cobijados de la lluvia en el Tor. Allí, con sus trece años recién cumplidos, la besó por primera vez y se prometieron amor eterno. Cuando fueron encontrados por su padre, este agarró a ambos y llevó a la niña con los suyos. Aquel día Patrick recibió la única bofetada de toda su vida: –Es una niña pagana. Sólo te traerá desgracias y deshonrarás la memoria de tu madre, que te educó cristianamente. Años más tarde Grace fue la más joven de las seis mujeres de Glastonbury que adoraban a la Diosa y que se salvaron de la matanza de 1920 a manos de un perturbado. También su madre sobrevivió. Aquellas sacerdotisas, conscientes del peligro que corrían, se encomendaron al Chalice Well encargando unos amuletos que representaban el Pozo del Cáliz, recientemente forjado, y que absorbieron el poder de la vida y la muerte en una peregrinación por los lugares sagrados de la ciudad. Aun así, las mismas manos intolerantes intentaron convertir de nuevo su templo en una pira que purgara los pecados de brujería pero, en esta ocasión, un gato negro lo 670 http://www.antoniojroldan.es impidió provocando que la lámpara de petróleo cayera sobre él quemándolo vivo hasta quedar irreconocible. Siempre se contó la historia de un veterano de la Gran Guerra que regresó sumido en la locura y que vivía obsesionado con el infierno. Nunca se supo su nombre ni nadie reclamó su cuerpo. Aquel dramático hecho terminó por hacerlas desistir y el lugar de adoración quedó cerrado para siempre. Grace quedó marcada por aquellos sucesos y no fue cortejada por ninguno de los jóvenes de Glastonbury. Patrick fue profundizando en sus creencias espirituales, trabajando la tierra y sopesando la idea de servir a Dios entrando en el seminario. Sólo la responsabilidad del cuidado de su padre se lo impidió. Gallant relinchó y le sacó de su ensoñación. El joven agricultor se levantó para colocarle la silla al caballo, el cual se mostraba más nervioso de lo habitual, quizás por el viento que tanto le había molestado durante la faena. Más atrás, las espigas se mecían inquietas bajo una gran nube que ennegreció el campo, provocando un repentino silencio en el canto de los pájaros. –Va a caer el diluvio. Mejor será que nos apresuremos, Gallant. Metió sus herramientas y las gavillas en el pajar y cerró la puerta. Se aupó al caballo y comenzó el camino de vuelta. Tras ascender la ladera notó algo extraño en el terreno. El cielo encapotado se concentraba sobre su trigo, pero el sol del atardecer seguía reinando en Glastonbury, como demostraba un valiente rayo de luz que surgía de la negrura. Creyó ver un 671 http://www.antoniojroldan.es reflejo brillante sobre el cereal, como si la luz hubiera jugado con alguno de sus utensilios, así que repasó mentalmente lo que había guardado. Entonces advirtió un cierto tono áureo en la labor, quizás originado por un torbellino que hubiera tronchado los tallos del cereal. Alarmado, azuzó a Gallant y escaló hacia la cima del monte. Desde allí divisó el mensaje de Dios. El trigal había sido esculpido trazando el símbolo del Chalice Well. Patrick cayó arrodillado al suelo y oteó el cielo aterrado. Luego asió de nuevo las riendas de su caballo y descendió hacia su parcela para comprobar que sus ojos no le engañaban. Sin soltar a Gallant se agachó y tomó una de las espigas que formaban parte de aquel misterio. Estaba doblada en un ángulo perfecto, como todas las demás, sin ningún indicio de haber sido pisada. –¿Grace…? –musitó. 672 http://www.antoniojroldan.es De un saltó ascendió al caballo y se dirigió a galope al pueblo. Ató a Gallant a la verja de la Iglesia y corrió en busca del Padre Smith. –¡Padre! ¡Padre! ¿Dónde está? –El sacerdote alarmado salió al encuentro de Patrick. –Pero… ¿Qué te ocurre, muchacho? Estás blanco como la nieve –George Smith le abrazó y le condujo hasta uno de los bancos–.¿Qué ocurre? ¿Es tu padre? Patrick narró todo lo sucedido, dejando al religioso muy sorprendido. El sacerdote se retiró a rezar a la capilla de la Virgen e invitó al agricultor a hacer lo mismo. Tras unos minutos de meditación Smith decidió que lo mejor era acudir él mismo al sembrado al amanecer y ver con sus propios ojos el fenómeno. Al día siguiente Patrick esperó impaciente la venida del sacerdote. Con la llegada de la mañana, el trigo volvía a brillar mostrando la herida del Chalice Well en todo su calado. Smith llegó en su pequeño carruaje y, casi sin saludar al atribulado Patrick, caminó hacia el crop circle. Sin duda podría tratarse de una llamada de Dios para erradicar el paganismo, pero no había que descartar que el propio maligno estuviera tentándole para que no abrazara su deseada vocación. Si todo era una treta del demonio entonces este había dado en hueso: la religiosidad de Patrick Saunders estaba tan enraizada que nada ni nadie pondría en peligro su alma. –¿Cuándo terminarás de cosechar? –Hoy mismo iba a segar por allí. 673 http://www.antoniojroldan.es –Pues hazlo, y no le cuentes a nadie lo sucedido –apoyó el brazo sobre el joven y le invitó a deambular junto a él alrededor del pajar–. Si realmente es una señal debemos evitar que se malinterprete. Mucha gente todavía rememora con amargura la historia de las morganas, las sacerdotisas de la Diosa. La herejía hizo mucho daño en estas tierras y estoy seguro de que todas aquellas mujeres se han arrepentido y que esperan nuestras manos tendidas –se detuvo un instante contemplando en la lejanía la silueta de la casa familiar de Grace–. Quizás hemos esperado demasiado tiempo para mostrarnos generosos con ellas. Se les hizo mucho daño y nuestras gentes no procedieron como buenos cristianos. –Grace nunca dejó de sonreírme, a pesar de mi silencio. –¿Qué te dice el corazón, muchacho? –Siempre la he amado… Desde que éramos dos críos. –¿Quién sabe? Lo mismo Dios confía en ti para rescatarla de su herejía –se volvió bruscamente hacia Patrick–. Quizás te está invitando a un matrimonio redentor, a una unión cristiana que erradique una de las pocas sombras que quedan del paganismo en esta comarca. –Hace tiempo que apenas cruzamos palabra. Le prometí a mi padre renunciar a ella. –De tu padre me encargaré yo, que soy más obstinado que él. Ve al encuentro de Grace, hijo, mírala a los ojos y hallarás una respuesta. Estoy seguro. El Señor no te ha abandonado, al contrario, quiere que seas la semilla de algo 674 http://www.antoniojroldan.es grande. No le defraudes. Además, Grace es una mujer alegre y bondadosa, aunque mal influenciada por su madre. Seguro que queda en ella todavía un rescoldo de fe cristiana que sólo necesitaba ser avivado. Cuando el carruaje del religioso se perdió en el horizonte, Patrick se acercó al campo y se dispuso a segar el mensaje de Dios pero, al contemplarlo de nuevo, se sintió insignificante y le faltaron las fuerzas para arrancarlo de la tierra. Lo haría, porque así se lo había requerido el Padre Smith, pero antes era preciso que Grace lo viera. Si con su destrucción ella no titubeaba entonces estaría convencido de su plena conversión. Subió a lomos de Gallant y partió al trote en dirección a la hacienda de los Hardie. Al llegar allí halló a Grace y a su madre lavando la ropa en la entrada. Ambas lo observaron con curiosidad, ya que había pasado mucho tiempo desde que Patrick les hizo la última visita. Grace apartó su cabello rubio y escrutó el alma de Patrick. Percibió en su mirada el mismo brillo con el que recibieron juntos a la luna bajo la torre de San Miguel en el Tor, cuando ambos despertaban a la vida. Patrick extendió su mano hacia Grace y ella giró la cabeza hacia su madre, que dio un paso al frente para increparle: –Patrick Saunders, ¿qué pretendes? Ya has causado mucho daño a mi hija con tu desdén. –Soy consciente de ello, señora. Mi comportamiento no ha sido digno de la amistad de tantos años que unía a nuestras familias. Sé que tanto mi padre como yo les hemos provocado mucho dolor, justo en el momento que más nos necesitaron. Pero 675 http://www.antoniojroldan.es ahora tengo un regalo para Grace que será una prueba del cariño que siento por ella. Es bello, pero efímero, así que tenemos cierta premura. Debemos partir ahora, Mrs Hardie… –Mamá… Mrs Hardie se aproximó a Patrick y le tomó la mano para palpar su aspereza de agricultor. Él notó como ella leía dentro de su propia esencia, buscando la sombra del niño que fue en la del hombre que había venido a buscar a su hija. –De acuerdo, vete con él, pero te quiero aquí antes de la hora de comer, que hoy tu padre regresará pronto –Se alejó del caballo y tocó la mejilla ruborizada de Grace, que se aferró al fuerte brazo de Patrick para auparse al caballo. –No se preocupe –dijo Patrick–. Será puntual. –Gallant …–dijo Mrs Hardie mientras acariciaba las crines del caballo–. No les pierdas de vista. Cuando la pareja desapareció en la entrada del valle, Mrs Hardie entró en la casa y encendió una vela en el altar junto al retrato de la Madre Ker. Luego cerró los ojos y entonó un canto ceremonial: Madre Ker, escucha mi llamada Tú que me diste este cuerpo, esta esencia, mi vida. Que me enseñaste a sentir y dar amor. Que bendijiste mis ojos para ver en los corazones. Que regalaste el poder de la curación a mis manos. 676 http://www.antoniojroldan.es Que compusiste este canto para mi voz. Que otorgaste a mis pies el secreto de tu danza. Que sólo pediste a cambio la fidelidad de mi corazón. Arrebátame todos tus regalos y entrégaselos a mi hija. Protégela de sus sentimientos y guíala en su caminar. Que así sea para siempre, y a las hijas de sus hijas. Noventa años más tarde… Más que un trastero aquello parecía una leonera. Nada más abrir la puerta la bicicleta infantil de David se deslizó hacia su dueño tirando a su vez de la sombrilla de playa, que todavía guardaba el aroma de la arena de Lanzarote, precipitándola sobre Zahra. –Mamá no exagera cuando dice que alguna vez habría que limpiar todo esto –reflexionó David. –¡Bah! Para lo poco que lo usamos –respondió Zahra–. Bueno, pues a rastrear… Creo que era una caja verde y cuadrada. –¿Y este baúl? ¿Lo puedo abrir? –Ahora estamos buscando los adornos de Navidad… Ahí están las cosas del abuelo que trajimos de La Mugara. Papá las inspeccionará cuando venga. –¡Pues puede pasar mucho tiempo! 677 http://www.antoniojroldan.es –No digas eso, David –Ella era consciente de que su hermano tenía razón, así que optó por darle un capricho para cambiar de tema–. Bueno, te dejaré ver algunas cosas, pero sé cuidadoso, ¿vale? –¡Qué sí, pesada! Con esmero retiró la colcha que había por encima y levantó la tapa. Lo más visible era el cuadro de Stonehenge y bajo él varias bolsas colocadas sobre pilas de libros antiguos. Entre ellos una fotografía familiar enmarcada en la que aparecía un niño, que debía ser su abuelo, con cuatro o cinco años, subido a lomos de un caballo. Junto a él estaba una mujer de larga melena, quizás su madre, la bisabuela Grace. Zahra recordó su visión de ella junto a un acantilado. –¡Mira qué libro tan antiguo! –“Travels in Syria and the Holy Land”, escrito por Johann Ludwig Burckhardt –Zahra lo abrió y comprobó que llevaba la firma de Grace–. Pues sí, era de la bisabuela… –Una fotografía se deslizó del tomo. –¿Otra foto del abuelo? –No, esta es de… Juraría que… Espera, hay más papeles dentro, recortes, otra foto… Es Jordania, el país que conoceremos en Nochevieja. ¡Fíjate! Este es el monasterio, AlDeir. Creo recordar que el autor del libro de viajes es el propio descubridor de Petra. –A mí me parece una iglesia. 678 http://www.antoniojroldan.es –No creas, es más espectacular. Arriba te enseñaré la Casa del Tesoro en el libro de Tintín, el de “Stock de coque”. –¡Es verdad! ¡Ya me acuerdo! –Bueno, pues ya has visto algunas cosas del baúl. Coge la caja de Navidad y subamos con mamá. –Pero me tienes que enseñar más otro día, ¿eh? Tras la cena Zahra se fue a su habitación y se sentó en el tocador. Allí estaba la rueda de festividades paganas situada en Yule, la fiesta del solsticio de invierno que se celebra en la noche más larga del año. El cristianismo acomodó la fiesta de la Navidad al solsticio para así facilitar la conversión de otras culturas. Encendió un carboncillo y derramó sobre sus brasas incienso mezclado con agujas de pino, clavo y romero. Una intensa humareda blanca se extendió rápidamente por la habitación, para ir disipándose con el paso de los minutos. Luego Zahra arrancó una hoja del cuaderno de mates, descorrió la cortina, para saludar a la Luna, y se tumbó en la cama a escribir una carta que no iría ni a Tanzania ni a Albaidalle. Querida Grace: Aunque no llegué a conocerte, desde hace poco más de un año te percibo muy cerca de mí, tanto que tu presencia conforta mi alma en algún recóndito lugar de mi ser que ni yo misma había explorado. Desde que dejé de perseguir los sueños para pelear 679 http://www.antoniojroldan.es por hacerlos realidad, siempre he creído que nada es fruto del azar, que lo que nos ocurre es consecuencia de nuestras propias decisiones. Casi estoy convencida de que adivinaste que tu colgante me llevaría hacia ti y que también albergabas la esperanza de que yo misma realizaría esa visita tan anhelada para ti, como era la ciudad perdida de Petra. Creo que ya he aceptado las reglas del juego porque ahora miro hacia atrás y vislumbro un vasto teatro de marionetas en el que mis aliados, e incluso mis enemigos, se han movido al dictado de mi destino. Tampoco sé si me esperarás allí o si seré yo misma la que te lleve conmigo. Hoy en día soy un mar de dudas que rodea a una isla desconocida. Puedo ver la carta de navegación pero no sé interpretarla. Esa soy yo… La niña mujer que no distingue las preguntas de las respuestas. Perdí el miedo en Kondoa cuando seguí la sombra blanca de mi espíritu protector hasta lograr perfilar las pinceladas de mis últimos temores. Dentro de unos días prepararé mi equipaje con lo imprescindible, abandonando en el cuarto de los juguetes mis temores de la infancia, mi egoísmo y el lastre del rencor. Estoy preparada, mamá Grace. No te inquietes si me retraso, porque estoy segura de llegar. Te quiere… Zahra. 680 http://www.antoniojroldan.es Dobló la carta con delicadeza y la introdujo entre las brasas. Una nueva bocanada de humo ascendió hacia la ventana acariciando delicadamente el rostro de la Luna. 681 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 57 Los siete pilares de la sabiduría El alojamiento en Amán estaba próximo a la embajada de Estados Unidos, por lo que el conductor del monovolumen les indicó que se abstuvieran de realizar fotografías a la misma para evitar problemas. Cuando llegaron al hotel una tanqueta aguardaba en la puerta principal con una patrulla de soldados armados con metralletas. Por si fuera poco, el conserje les invitó, con suma cortesía, a pasar todo el equipaje por un control de seguridad antes de entrar en el hall. Primero lo franquearon Zahra, Sonia y Nico. Tras ellos Marta y David. Tarek se había quedado en Madrid con Amir e Inés, la camarera del Hatshepsut. Les pareció impresionante. Sólo el espacio de la recepción ocupaba toda una manzana, con los dorados, las esculturas, los centros de flores o las exclusivas tiendas de marca. –¡Qué pasada! –exclamó Sonia. –Realmente esto no es la hospedería de Roma –añadió Nico. Marta se acercó al recepcionista y le mostró el fax de reserva que le había mandado Falco desde Italia. 682 http://www.antoniojroldan.es –Mrs Giménez. Welcome to Amán. Please, wait a minute…–marcó un número de teléfono y mantuvo una breve conversación–. La signora Díaz estará pronto con ustedes. Ruego su espera, por favore. –Esa es Lupe, mamá. Te encantará. –Me pareció muy cordial por teléfono. –Nuestra Lara Croft particular es muy apañada –comentó Sonia–. Hasta sabe conducir limusinas –miró con intención a Nico y le lanzó un besó. Minutos más tarde la elegante figura de Lupe, envuelta en un vestido en tonos blanco y negro, avanzó muy despacio hacia ellos. Al verles aceleró el paso y se dispuso a abrazar a los tres jóvenes. –¡Mis chavitos! –¡Lupe! –¡Guapa! –Mamá, esta es Guadalupe. Lupe, mi madre Marta y mi hermano David. –Es un inmenso placer, señora. –Lo mismo digo. Tenía muchas ganas de poder agradecerle todo su interés y el tiempo que ha dedicado a preparar este viaje. Estamos encantados, ¿verdad, chicos? También el padre de Zahra le manda un cariñoso saludo. 683 http://www.antoniojroldan.es –Ella lo sabe, mamá –dijo Zahra muy emocionada por el reencuentro. –Tomen las llaves de sus piezas– les entregó las tarjetas–. Los espero en una hora para salir a comer. No se demoren, amigos. Las calles residenciales de la zona noble de Amán resultaban muy solitarias pero según se adentraron en el centro de la ciudad, enclavada sobre siete colinas, aparecieron los comercios y el bullicio cercano a las mezquitas. También algunos coches de gama alta destacaban entre los taxis amarillos, que volaban entre los colectivos, algunos de ellos vetustos minibuses que se detenían a dedo, incluso en las carreteras. En los zocos, coloridos y alegres, en contraste con las franquicias de lujo de otras zonas, los vendedores salían al encuentro de las turistas sin perder la cortesía. A las chicas les llamó la atención el poco recato de los escaparates de las tiendas de ropa femenina en un país de mayoría musulmana, pero quizás Amán fuera la ciudad más occidental del Oriente Próximo. El restaurante se encontraba situado en un bello palacete, en el que sólo la presencia del aparcacoches y de un empleado con pinganillo indicaba que se trataba de un local público. En uno de los reservados Lupe ofreció a sus invitados una comida a base de mazzeh, pequeños platitos, similares a lo que en España serían tapas variadas. También había hummus, carnes 684 http://www.antoniojroldan.es y falafeles. Cada vez que uno de los camareros retornaba con nuevos platos surgían dos preguntas: qué era y dónde encontrar un hueco en la mesa para colocarlo. Cuando llegó el turno de los pasteles, Lupe mudó un poco el semblante y explicó la ausencia del profesor Falco: –Nuestro profesor está enfermo. Me rogó que les presentara sus excusas. Su mayor deseo era acompañarnos, pero no ha sido posible. –Teníamos tantas ganas de reunirnos con él –comentó Nico–. Espero que no sea nada importante –Lupe escondió la mirada y sorbió un poco de agua. –Temo que lo sea, amigo Nico, pero él es un hombre fuerte y lo superará. –Me pareció un señor muy afable cuando estuvo en Madrid –añadió Marta. –Todavía llevo conmigo los dados de Frankie… –dio Sonia hurgando en su bolso. –No nos agüitemos, cuates –cerró Lupe–. Este viaje va a ser padre, ya lo verán. Esta noche nos congregamos los coleccionistas en el hotel, con Al Nasser, en una cena de bienvenida, y pasado mañana saldremos hacia el Wadi Rum. Ustedes viajarán en la misma minivan de hoy. Aunque tienen preparadas sus jaimas deberán mantenerse un poco aparte. Todo forma parte del plan del profesor… –Lupe –intervino Marta–. Sigue sin convencerme lo de involucrar a mi hija en este asunto. ¿Está totalmente segura de que es necesario? 685 http://www.antoniojroldan.es –Tranquila Marta, que no hay cuidado. Pasarán un día en el Wadi Rum y luego reanudarán su viaje turístico hasta Petra – Miró a Zahra–. Si todo va según lo previsto, nuestra güerita entrará en la ciudad nabatea luciendo su colgante –Zahra se llevó la mano instintivamente al cuello, tocándose el collar de Yemojá que le regaló Tumake en Kondoa. –No sabe el cabeza huevo la que le espera –aportó Sonia refiriéndose a Martín–. Si hace falta le digo a mi Merlincito que le convierta en babosa con su varita. –Lo que haga falta, cariño –respondió Nico con ironía. –Mañana dispongan del chófer para que les traslade por la ciudad. Les dejo este librito para que planifiquen la visita. –¡Genial! –exclamó Zahra. –Gracias de nuevo, Lupe –dijo Marta sonriendo. –Así quedamos pues. Un brindis por nosotros. –¡Sí! Por nosotros… –dijo Sonia dándole un sonoro beso a su chico. –Y por el profesor… –dijo Zahra. Aquella noche, mientras Sonia hacía zapping rastreando alguna cadena musical entre la variada oferta de canales por satélite, un mensaje se coló en el móvil de Zahra. –Tía, tienes un mensaje. 686 http://www.antoniojroldan.es –¡Voy! –Tomó el teléfono y leyó: “Enciende el ordenador y conéctate al Skype.” –. ¡Es Falco! –¿Qué querrá? –La última vez que chateamos quiso que le contará más detalles de mi aventura en la cueva del senet –Zahra fue a por el portátil–. Supongo que será para las conferencias que están dando con motivo de la exposición de animatas. –No me digas que no rentaría volver a Roma y ver lo que han montado en su casa. Todavía siento escalofríos cuando recuerdo aquel infierno con la mesa giratoria. –Ya estoy dentro… Parece que la señal es potente. ¿Hola? –El rostro avejentado de Falco, con la vista al fondo del despacho en la cripta, apareció en la ventana del programa. Sonrió al ver las caras alegres de sus jóvenes amigas españolas. –¡Pequeña Saunders! ¡Sonia! Os sientan bien los aires jordanos. –¡Hola profesor! –dijo Sonia acercándose más a la webcam. –¿Cómo está? –quiso saber Zahra. –Pues a ratos, como una animata res más, pero contento de intuir que todo va bien. –Estamos muy ilusionadas –anunció Sonia. –Será la mejor nochebuena de nuestra vida… 687 http://www.antoniojroldan.es –Me place tanto escucharos… Y ahora atenta, pequeña Saunders. ¿Has traído algo valioso para el trueque? –¡Sí…! –Desapareció del ángulo de la cámara y regresó con el collar de Yemojá en la mano–. Es un verdadero amuleto Masai, el que me regaló el laibón. Le tengo mucho aprecio, pero anhelo tanto el colgante del Chalice Well… –Bastará, sin duda. En el desierto nos costará más comunicarnos, así que esperaré impaciente las buenas noticias. –¡Así será! –dijo Zahra lanzando un beso al profesor. –¡Cuídese mucho, por favor! –pidió Sonia. –Se hará lo que se pueda. ¡Buenas noches, chicas! –Y el programa se cerró. –Se le ve más desmejorado –comentó Zahra mientras recogía el ordenador. –Es verdad, ha perdido ese brillo en la mirada… –Hay que convencer a mi madre para ir a verlo –se bajó de la cama y fue hacia el trasportín para liberar a su gatito Avalon–. ¡Hola bichejo! –Este maulló desconsolado por el cautiverio–. Sonia, acércame ese cuenco con agua. –Venga, refréscate, tigretón. Todavía me sorprende que Marta te dejara traértelo –Avalon se agachó a beber mojando la Cruz de Brigide que llevaba al cuello. –Realmente fue idea de Falco. Decía que él también era protagonista de esta historia y que merecía celebrar nuestra victoria. 688 http://www.antoniojroldan.es –Me sorprende lo seguro que está el profesor. Yo no las tengo todas conmigo –Zahra se alejó hacia el baño para abrir la latita de comida para Avalon. –Tú y yo no sabemos movernos en ese mundo de las antigüedades, pero él sí. Hay que confiar. Sonia tomó el mando a distancia y subió el volumen de la tele. El Waka-Waka de Shakira atronó en la habitación y las dos amigas comenzaron a bailar. Avalon las observaba de reojo mientras daba cuenta de su cena. Entonces Zahra lo agarró y lo introdujo en la coreografía. La expresión de sorpresa del pequeño felino parecía describir lo dura que era la vida de las mascotas de los adolescentes. La pequeña orquesta tocaba música de influencia beduina mientras que algunas bailarinas interpretaban la danza del vientre al gusto de los occidentales. Menéndez, Martín y Agnieszka fumaban en pipas de agua en una mesa cercana al escenario central. Tras la cena, con el resto de coleccionistas y anticuarios, quiso compartir impresiones con sus acompañantes: –Creo que el mapa de Maslama lo colocaremos por nueve o diez de los grandes a Al Nasser –comentó Menéndez–. El error ha sido revelar su existencia a Vidak, que ahora lo quiere a precio de amigo. Quizás no quede más remedio que hacer una carambola a tres bandas. –No confío en el Alfil Negro… –dijo Martín tras dar una bocanada de humo–. Ya nos la jugó en Varsovia con los iconos. 689 http://www.antoniojroldan.es –Cierto, pero el resto de ocasiones nos ha ido bien. La clave está en Walid Yudeh, el representante de Al Nasser en España y Portugal. Creo que está rastreando el mercado andaluz. Ahí podemos serle útiles. Ya sabes, pierde hoy para ganar más mañana –Una de las bailarinas se acercó insinuante a los dos hombres, ignorando a la compañera de Menéndez y agitando el ombligo ante él. –Y, ¿qué pasará con los niños? –quiso saber Martín. –¿Los niños? Pues con su mamá –respondió el anticuario–. Me dijo Saúl que se habían traído hasta el gato. Parece ser que ya están bajo el ala de la gallinita mejicana, a la cual saludé educadamente en la cena. Ni rastro del macarroni. No creo que venga… –Sí, pero ¿para qué habrán venido los Saunders si no es para tocarnos los huevos? Huelo la mierda desde aquí –Se llevó el dedo a la punta de la nariz. –Yo también… Por si acaso será conveniente que te vayas a Áqaba y me esperes en el barco. El mapa se quedará aquí. Agnieszka me acompañará –acarició levemente su mano. –Sí, es lo más prudente. Lo tendré todo a punto hasta su regreso. El camarero se acercó con unos vasos y una botella de tequila. Les señaló un velador al otro lado de la pista en el que se encontraba una dama vestida con una blusa roja. Martín se levantó como un resorte para comprobar lo que estaba 690 http://www.antoniojroldan.es sospechando: Guadalupe Díaz. Esta izó su vaso a modo de brindis. –Es una pena no poder ir con usted al Wadi Rum para ajustarle las cuentas a esa… –Cálmate. Te está provocando, ¿no lo ves? Sonríe… ¡Vamos! –Le juro que… –¡Sonríe, coño! Así… –De acuerdo –Martín rellenó su vasito, se puso de pie y se lo mostró a Lupe–. Va por ti, morrita. La mejicana asintió y prosiguió su tertulia con sus compañeros de mesa. Al llegar al acceso del centro de visitantes del Wadi Rum, el conductor de la minivan les ordenó que no se apearan del vehículo hasta que él localizara a los guías que les dirigirían al campamento de Al Nasser. Una colección variopinta de jeeps ocupaba el aparcamiento, la mayoría con sus propietarios apostándose junto a los turistas que llegaban para ofrecerles excursiones por el desierto y venderles los tickets no oficiales. –Yo no pienso subirme en eso –afirmó Sonia señalando un destartalado camión–. Que ya tuvimos bastante con la lata de espárragos de Tanzania… –Fíjate. Allí va nuestro guía –Nico señaló unos relucientes 4x4–. Esos no están tan mal. 691 http://www.antoniojroldan.es –¡Qué pasada! –dijo David–. Ojalá sean los nuestros. –Pues eso parece –comentó Zahra al ver descender a dos hombres con el traje típico jordano–. Vienen hacia aquí– Avalon maulló como dándole la razón a su dueña. Los cinco pasajeros se acomodaron en la caja de una pickup, no sin antes ponerse los sombreros para evitar el exceso de sol. Nico optó por anudarse la kufiyya roja, un pañuelo rojo similar al palestino, a la cabeza con la ayuda de uno de los beduinos que les acompañarían durante el trayecto. A poca distancia de ellos, todo el equipaje fue colocado en un 4x4 algo más descuidado. A una señal del guía la pickup arrancó y se dispuso a atravesar la aldea de Rum. A pesar de la buena amortiguación no tardaron en percatarse de que aquel viaje iba a ser una dura prueba para espaldas delicadas. Las casitas eran blancas y humildes, con muchos niños jugando entre ellas, algunos saludando con alegría el paso de los nuevos turistas. Poco a poco la aldea quedó atrás y los invitados de Al Nasser fueron empequeñeciéndose en la inmensidad que se abría ante sus ojos. La pista trazada por el paso de los todoterrenos era una línea que se perdía en un horizonte naranja y azul. Un monte parecía surgir como una gigantesca aleta en el mar de arena. El guía detuvo la camioneta y les dijo que su nombre era “Los siete pilares de la sabiduría”, no sólo por estar formado por siete jebels, sino también como homenaje al libro homónimo de Lawrence de Arabia en el que cuenta su campaña 692 http://www.antoniojroldan.es en el desierto más hermoso del mundo, el Valle de la Luna, el Wadi Rum. –Así que esto es el desierto –dijo Sonia dando un paso al frente. Nico se acercó por detrás y la abrazó–. No tenía mal gusto tu abuelita de Glastonbury. –Ya –respondió Zahra–. Pero creo que ella nunca pudo visitar Jordania… –¿Quién te lo ha dicho? –preguntó Nico. –Nadie, pero lo intuyo. –Yo también creo que fue así –añadió Sonia–. Lo noto aquí dentro –Y se señaló el pecho. –No empecemos, no empecemos… –dijo Nico temiendo que sus brujitas particulares comenzaran a ejercer de nuevo. –Perdona, Merlincito. Zahra había sido afortunada en los inicios de su juventud. Sabía lo que era recibir al sol en Stonehenge, recorrer la historia del catolicismo desde las catacumbas hasta El Vaticano o visitar el paraíso terrenal en Ngorongoro, pero ya nunca podría olvidar las lágrimas furtivas que derramó al cruzar la puerta de entrada al corazón de la tierra. Mientras tanto, a unos cincuenta kilómetros de allí, Martín nadaba en la pequeña piscina del yate de Menéndez. El sol caía con fuerza sobre Áqaba cuando uno de los marineros se acercó a 693 http://www.antoniojroldan.es él: –Como se entere el patrón que usas el barco como picadero te va a cortar los huevos. –Pero, ¿qué dices, gilipollas? –Pues eso. Ya ha llegado la chica que has encargado – Martín nadó hacia la escalera. –No sé qué coño me estás contando… –Salió del agua y tomó la toalla. Una silueta que le resultó muy familiar asomó por la cubierta. –¡Buenos días, compadre Martín! ¿Cómo le va? – preguntó Lupe. –Debo reconocer que tienes agallas, panchita. ¿Qué haces aquí? –Pues mire usted que pasaba por el puerto… –encendió un purito y dejó escapar una larga bocanada de humo–. Y me dije que sería una descortesía no saludarle. Martín se puso la toalla sobre los hombros y se aproximó con chulería a la secretaria de Falco hasta que sus rostros apenas distaron un palmo. –Puedes largarte por donde has venido –Martín miró hacia el coche que esperaba en el muelle con un guardaespaldas tan alto como ancho–. Tu papaíto te espera. –Vamos, Martín, que usted gusta de los bisnes con mucha lana. 694 http://www.antoniojroldan.es –No me jodas que me quieres comprar –Se dio la vuelta y fue en busca de las zapatillas de goma–. Al final va a resultar que estás desesperada. –No se trata de tragar o trampear. Tratemos entre carnales, manito… Nos necesitamos, Martín. –Háblame en cristiano, americana –Y se dejó caer en la tumbona para tomar el sol. –Su jefe y el Alfil Negro le van a joder. Por eso le han mandado aquí solo. –Eso no te lo crees ni tú –se puso las gafas negras y tanteó el suelo en busca de la pitillera. Sacó un cigarrillo y Lupe le ofreció lumbre. –¿Qué tal tres mil dólares, transporte a Tel Aviv y el perdón de la chavita? –Martín se quitó las gafas y examinó a Guadalupe con curiosidad. –Estás buena, pero lástima que te patinen las neuronas. Martín miró en dirección al desierto. Reunión de pastores significaba oveja muerta. ¿Y si la mejicana estuviera en lo cierto y Menéndez le hubiera alejado de la plaza para estocarlo en los toriles? El sevillano se la tenía jurada desde lo de Albaidalle, así que no perdía nada con escuchar a aquella mujer. –Muy bien. Tienes cinco minutos para convencerme. Luego desapareces. 695 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 58 El palacio de arena Acodados sobre la barandilla del yate, Martín y Lupe degustaban una cerveza bien fría en el pequeño bar de Menéndez mientras contemplaban el avance de otro barco de recreo que se internaba en el Mar Rojo remolcando a una mujer que hacía esquí acuático. –No somos tan distintos, compa Martín. Ambos cobramos en los mismos caladeros y a veces cazamos como coyotes, wuey, apañamos de aquí y allá. Lo malo es que a veces uno está amolado, sin dinero y entonces se vuelve ruin por una baratija, una chingadera de tres al cuarto –Martín, sin dejar de prestar atención, tomó la jarra vacía de Lupe para traerse otra ronda–. Jalarle el colgante a la niña, y el mapa a la madre, sólo fue un modo de hacerle la barba al jefazo. Zahra no se lo tendrá en cuenta, siempre y cuando recupere lo que le pertenece. –Me vas a enternecer, morrita –dijo Martín mientras tiraba la caña con cuidado para que no tuviera demasiada espuma–. ¿Has venido hasta aquí para decirme que soy muy malote? –Como dicen ustedes, iremos al grano, porque chocolate que no tiñe es que está claro. Yo le propongo el asunto y, si sale, 696 http://www.antoniojroldan.es tan amigos. Que no le cuadra, pues por esa misma puerta que me retiro. –Habla de una vez –regresó con las dos cervezas y le hizo un gesto para sentarse en las hamacas. –¿Recuerda nuestra primera entrevista en Estambul? – Martín dio un sorbo y miró hacia el horizonte como si buscara el Mármara–. Procure que no se le enfaden los atributos, pero no le va a gustar lo que tengo que contarle. –Dime algo que no sepa… –Grabé nuestra conversación, esa en la que usted me amenazaba si contaba todo lo sucedido en Madrid –Martín tensó los músculos, pero hizo un gran esfuerzo por contener su ira–. Su patrón no imagina que Al Nasser ya conoce la historia. Cuando intente venderle el mapa de Maslama este se lo dirá: oiga usted, que el papel que me quiere enjaretar se lo ha robado usted a la familia de los Saunders, con los que todos tuvimos una gran amistad. Y por si fuera poco, el colgante que le compré a Vidak también tiene la misma procedencia. Claro que Vidak no se llenará de mierda por un colgante, así que dejará en la estacada al amigo Menéndez. Si este lo niega todo, pues tendrá que pasar la vergüenza de escuchar su voz, querido Martín, y alejarse de allí con la reata bien escondida entre las piernas. Entonces vendrá todo enrabietado a resarcirse en esta cárcel de oro donde le ha confinado. Las cuentas son claras. –Maldita seas… ¿Qué es lo que quieres? 697 http://www.antoniojroldan.es –Del colgante me encargo yo, descuide, pero necesito ayuda para hacerme con el mapa. Luego usted se abre y se monta la vida padre. –¿Con tres mil dólares? Ni lo sueñes. –Que sean cuatro, y además le sacamos del país. ¿O es que pensaba robar esta chalupa? –Eres buena, jodía. Hubiéramos hecho grandes negocios. –En otra ocasión. Ahora debo irme, compadre. Tome este teléfono –le tendió un papelito con un número–. Si llama antes de una hora para darme la información que necesito estará fuera del país al anochecer. En caso contrario entenderé que no le interesa el negocio. Así de simple. –No tienes que esperar… Yo mismo le entregaré el mapa a la niña. Así quedaremos en paz y quizás retire la denuncia. Un cuatro por cuatro y un hombre de apoyo me bastarán. –¡Vaya, me salió usted un sentimental! –Lupe lo observó detenidamente–. Llevaba usted razón, broder, hubiera sido padre trabajar juntos –Abrió su bolso y le entregó una tarjeta–. Por si algún día desea visitar el Coliseo Romano. –No lo descartes, mejicana. –Pues vamos a prepararlo todo. Hay un lugar muy especial para Zahra… 698 http://www.antoniojroldan.es Tras descender por una duna muy pendiente otearon por primera vez el campamento de Al Nasser, donde una gran carpa blanca reinaba entre las jaimas. En el ala este predominaba el color negro de las lonas del personal, el humo de los hogares y los camellos reunidos tras una empalizada. El otro lado no se diferenciaba mucho de un camping europeo, con su generador eléctrico, sus depósitos de agua y las tiendas levantadas sobre tarima y distribuidas en estancias independientes, incluyendo una sencilla ducha, un lavabo de campaña y un inodoro portátil. A Nico le llamó la atención un gran entoldado de lona atravesado por un mástil que cubría a los vehículos. El cuatro por cuatro surcó la zona noble y se detuvo ante una tienda de campaña familiar. Un tubo de aire acondicionado penetraba en su interior para calentarla por la noche, cuando el invierno se hacía notar en el Valle de la Luna. –Sólo falta una recepcionista para ser totalmente un hotel –comentó Zahra. –Pues ahí viene –dijo Nico al ver acercarse a una mujer para obsequiarles con unos vasitos de té beduino que portaba en una bandeja. Todos tomaron el suyo, aunque David dudó un poco porque le recordaba a la manzanilla de los días que estaba mal de la tripa. –¡Gracias! –dijo Zahra depositando el vaso vacío de vuelta. La mujer hizo el gesto de llevarse la mano al corazón. –Está muy rico, sin desmerecer al de Tarek –afirmó Marta. 699 http://www.antoniojroldan.es –Se le echa de menos… –añadió Zahra mientras acariciaba la patita de Avalon que asomaba por el entramado de su cajón. La recepcionista, que se quedó con ese mote por cortesía de Sonia, les mostró el interior de la tienda, distribuido en tres estancias con dos camastros cada una. Marta se adelantó para repartirlas antes de que Nico o Sonia tuvieran alguna idea. Al fin y al cabo la responsabilidad ante sus padres era de ella. –Nico y David pueden quedarse en la de la puerta. Las chicas en la grande y yo en el medio. ¿Os parece? –Ya lo has oído, mi león del desierto –le dijo Sonia a Nico sin el menor disimulo–. Aquí a dieta de lechuga… –¡Sonia! –exclamó el muchacho. –Confío en ti, Nico –respondió la madre de Zahra–. Te has ganado estos años ese derecho. –Pues no sé, mamá, porque últimamente se está desmadrando. La “recepcionista” regresó para avisarles de que podían disfrutar de un refrigerio en la carpa grande, así que, tras colocar el equipaje, los tres amigos y David se fueron a tomar algo mientras Marta se retocaba un poco tras la travesía por aquel mar de arena rojiza que se metía por toda la ropa. Según estaba perfilándose los labios escuchó el maullido de Avalon en demanda de algo para beber. Marta lo sacó de su encierro, vertió agua en su mano y se la ofreció al minino. La pequeña mascota 700 http://www.antoniojroldan.es agitó la lengua con avidez, como si realmente hubiera descubierto un oasis. De repente estiró sus orejas, como solía hacerlo cuando adivinaba que Zahra regresaba de clase, y salió disparado fuera de la tienda. –Pero, ¿dónde vas? –exclamó Marta a la vez que resbalaba con el agua derramada. Salió al exterior, pero no lo vio por ninguna parte–. ¡Avalon! ¡Vuelve! No podrá ir muy lejos… Se agachó al suelo buscando alguna huella. Entonces alguien se acercó a ella y pronunció su nombre: –¿Marta Giménez? Creo que este gato debe ser suyo. No es habitual viajar por estas tierras con animales de compañía… –¡Muchísimas gracias! Temí haberlo perdido –Abrazó al gatito y le dio un ligero azote–. Habla usted español… –Mi nombre es Walid Yudeh. Trabajo en España por cuenta del señor Al Nasser. Me pidió que viniera a presentarle sus respetos. –Y a atrapar a este bicho… –Marta se fijó en los ojos negros de Walid, tan oscuros como la noche en el desierto, pero no exentos de brillo. Durante un leve instante sintió algo parecido a un rubor, una sensación que llevaba mucho tiempo dormida. Pero tras la sorpresa inicial se le alteró el semblante evocando aquel sueño que tuvo en Madrid y que fue descrito por el profesor Falco: “Donde estaba la casa hay ahora una jaima. Donde había una vida mustia ahora nace la pasión”. –Tiene usted mala cara. Adaptarse al desierto lleva su tiempo. Hay personas que creen haber pertenecido siempre a este 701 http://www.antoniojroldan.es mundo inhóspito. Otras se sienten extranjeras sin motivo aparente. Permítame que la acompañe a beber algo –Marta metió a Avalon en su jaulita y se levantó muy despacio. Walid le indicó el camino y ambos salieron en dirección a la carpa. Otra partida perdida, y ya iban cuatro. Aquel juego egipcio dependía mucho del azar y, por si fuera poco, Falco todavía era un novato en la estrategia del senet. Las reglas que le había explicado Zahra muy aunque eran claras, el significado de cada casilla se prestaba a diversas interpretaciones. Según le había explicado la pequeña Saunders, ella sólo había jugado un par de veces con su hermano, pero le había bastado para ganar la partida en la cueva de La Mugara en Albaidalle. Quizás se estaba obsesionando y convenía descansar. Se quitó las gafas, bajó la tapa del laptop y se levantó para recorrer la cripta, buscando el consuelo silencioso de sus libros ante su falta de pericia para retar a la muerte. Quizás no ocurriera esa noche, ni la siguiente, pero la progresiva fatiga, los sueños premonitorios y la velocidad con la que giraba la rueda de Nerón en la infierno de las animatas, le recordaban que el tiempo estaba concluyendo. Le tranquilizaba saber que arriba, sumido en la oscuridad, descansaba el senet en su vitrina. El precio había sido alto. Su 702 http://www.antoniojroldan.es casa llena de visitantes morbosos y, lo peor, la ausencia de Lupe, que estaba ayudando a la nieta de Saunders a recuperar su colgante. Con Guadalupe junto a él volvería parte del coraje que demandaba su estado. A lo mejor se trataba de eso, de encontrar ese espíritu ganador. ¡Claro! ¿Por qué no? Subió a la iglesia, donde estaba la exposición, tomó el mando a distancia y se aupó a la escalera para acercarse a la zona de los deportes: baloncesto, fútbol atletismo… Le llamó la atención un sombrero de cowboy que parecía estar en el lugar equivocado. Miró la etiqueta. Perteneció a Thomas Austin Preston, conocido por Amarillo Slim, quizás el mejor jugador de póker de la historia. Falco, algo aliviado por la ausencia de testigos, se caló el sombrero y evocó una de las más célebres frases de su dueño: si te sientas a jugar y no ves a ningún perdedor es porque el perdedor eres tú. A lo mejor se trataba de eso: un rival tan inalcanzable que ya salías derrotado de antemano. Era preciso templar el corazón y azuzar a la mente. Sería un ganador, como lo fue Zahra y como lo había sido él toda su vida hasta que la enfermedad le había herido. 703 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 59 La traición del Alfil Negro Bajo la gran carpa un proyector exhibía cada uno de los tesoros ofrecidos con un rotulo superpuesto que indicaba el nombre del coleccionista. Cada nueva imagen iba acompañada por un comentario de Walid, a través de un pequeño equipo de megafonía, y de un murmullo de satisfacción que solía terminar con un aplauso. Menéndez percibió la cálida acogida del mapa de Maslama, pero no notó el mismo interés por una momia de cocodrilo y un arcabuz de los tiempos del Gran Capitán. Finalizada la exposición se abrió el bar y, con él, los corrillos. Vidak fue rápidamente requerido por un anticuario berlinés y un representante de una casa de subastas de Lisboa encaprichados por una lápida celta que había traído de Inglaterra. Al Nasser, valiéndose de su condición de anfitrión, tomó al Arfil Negro del brazo y se lo llevó a una de las mesitas de té. –Tu lápida y la rueca de la bruja han sido todo un hallazgo. Nunca nos defraudas, amigo. –Ya sabes que detesto las baratijas… 704 http://www.antoniojroldan.es –Por supuesto…–El beduino se quedó pensativo–. Pues mira, ahora que sacamos el tema de las baratijas. Hay un asunto delicado que debemos tratar –Vidak se removió incomodo en el almohadón. –¿De qué se trata? Siempre hemos sido claros en los negocios. –¿Recuerdas el colgante que me vendiste para mi esposa? –Sí, valiosa pieza –dijo esgrimiendo una falsa sonrisa. –Resulta que me lo han reclamado. –No te comprendo… –Martín, un colaborador de Menéndez, el sevillano, se lo robó a la nieta de Saunders, nuestro añorado Saunders. También logró llevarse ese mapa traducido que ha mostrado hoy. –Es muy enojoso enterarse de esto. Yo… –Tranquilo. Entiendo que tú ignorabas su procedencia. –Por supuesto. De todas formas, ¿cómo sabes que la nieta no miente? –Hay una grabación de voz hecha en el hotel de Estambul. No te voy a decir quién era la persona que trataba con él, pero un interlocutor era Martín. –Mal asunto –Vidak juzgó oportuno soltar lastre–. Entiendo que no podemos dejar pasar esto por alto. Son las reglas –Al Nasser se levantó e invitó a su acompañante a buscar 705 http://www.antoniojroldan.es un lugar más reservado para hablar–. He pedido que llamen a Menéndez para reunirnos en mi tienda. Vamos… Menéndez esperaba con un vaso de whisky irlandés, recorriendo la jaima como un animal encerrado, cuando vio entrar a sus dos colegas: –¡Vaya! No me digáis más… Ambos queréis negociar por el mapa, ¿verdad? No existe en el mundo ninguna otra traducción de Ptolomeo como esta, aunque sólo sea una página. De hecho creo que he sido muy generoso con el precio de salida. –Sí, es un gran hallazgo y, claro, estamos todos interesados –respondió el jordano–, pero sólo si no hubiera sido sustraído a su legítima dueña. –Me he perdido –Menéndez se puso pálido. –Tengo copia de una denuncia en un juzgado de guardia de Madrid sobre un robo con agresión en un restaurante. En ella figura una descripción muy clara del mapa. Además, mi informante me ha hecho llegar una grabación hecha a uno de tus hombres, Martín. –Tiene que ser una manipulación, una burda falsificación de alguien que ambiciona ese documento. ¿No os dais cuenta? – Vidak y Al Nasser se miraron. –Eso no es todo. El colgante de Moon Brothers también era de procedencia dudosa –añadió Vidak con fingida indignación–. Luego yo se lo vendí a nuestro compañero. No esperaba eso de ti, francamente. 706 http://www.antoniojroldan.es –¿Tienes algo que alegar antes de que borre el mapa del catálogo? –preguntó Al Nasser. –Pero, no me lo puedo creer, ¿os vais a tragar ese cuento de una niña y del inútil de Martín? Sólo trabaja conmigo por lástima. ¡Esto es increíble! Seguro que lo han untado para ser grabado. –Albergamos dudas muy serias. Lo siento de corazón. Son las normas –aclaró Al Nasser. –Muy bien. Vosotros mismos. Nunca olvidaré esta humillación. Volveremos a vernos cuando haya aclarado esta inmenso error –Dejó el vaso en una mesita y clavó los ojos en Vidak–. Cuando juegas con serpientes es fácil que alguna vez recibas su mordedura. –Dispones de mi gente para regresar a Amán –ofreció Al Nasser–. Ojalá todo fuera una confusión, sinceramente. –No lo olvidéis. Tendréis que disculparos por esta afrenta –y salió de allí tirando de la cortina con ira–. Regresaré en cuanto pueda desmontar esta mentira. El sol se acostaba sobre el lecho rojo del Wadi Rum ante los ojos enamorados de Sonia y Nico, que contemplaban el prodigioso espectáculo abrazados bajo a una manta. El cielo limpio se oscurecía iluminado por centenares de estrellas, mostrándoles la otra cara del desierto, tan bella como la del día. Ni siquiera tenían el valor de romper la magia con las palabras, porque sus 707 http://www.antoniojroldan.es jóvenes corazones intuían que nunca podrían olvidar aquellos instantes, esos que a lo largo de su existencia recordarían con ternura o añoranza, según soplara el viento del destino que buscaban juntos. –Te quiero –susurró Nico posando sus labios en el cuello de Sonia. –Lo sé. –Eso es lo que le decía Han Solo a la Princesa Leia… –¿Qué quieres? Ya estaban todas las frases famosas cogidas… –Acercó la cabeza de su chico y le besó muy despacio–. Este beso tampoco era original. –Pues no estaba mal… –respondió Nico. –¿Lo ves? Tienes una pareja de película. Zahra se acercó por detrás con una bandeja de plata. En ella llevaba la cena para los tres. –¡Hola, potitos! –Fíjate, Merlincito. En este hotel tienen servicio de habitaciones… –¿Qué traes? –dijo Nico observando con apetito la comida. –Pues esto es lo que habían enterrado en una vasija para asar: pollo y cordero. Está de muerte. También hay arroz, agua, pan cocido en las cenizas del suelo y té recién hecho. 708 http://www.antoniojroldan.es –Lo que te decía. Este hotel no es de cinco estrellas, sino de mil –y Sonia puso sus ojos de nuevo en el cielo que cobijaba el Wadi Rum. –¡Vaya! Os dejo unos minutos solos y os volvéis poetas… –Colocó la bandeja a sus pies y se sentó con ellos–. Tengo noticias muy frescas. Por cierto, aquí no se usan los cubiertos, así que a pringarse. Usad la mano derecha. –¡Cuenta! –dijo Nico mientras tomaba un puñado de arroz con carne. –Parece ser que Menéndez se ha pirado. Me lo ha contado mi madre, que estuvo hablando con Lupe. Le han acusado sus compañeros de quitarnos el mapa y el colgante. –¡Bravo por Lupe! –exclamó Sonia mientras miraba con aprensión un trozo de cordero algo negruzco–. ¿Y ahora qué? –La mujer de Al Nasser quiere conocerme para hacer el trueque que me comentó Lupe. Iremos a verla al amanecer. No está aquí… –¡Claro! –dijo Nico–. A los saraos de coleccionistas Al Nasser acude con la otra legítima. De oca a oca. –No sé, es otra cultura… –comentó Zahra mientras servía el té–. Tenemos que cruzar las dos montañas que guardan el campamento, pero… A lo mejor no os apetece venir –sonrió enigmáticamente. –Tú estás fatal, tía, ni loca me pierdo ese momento. –Yo tampoco, ¿cómo puedes pensar que…? 709 http://www.antoniojroldan.es –Hay que ir en camello. –¡No me jodas! –exclamó Sonia mientras colocaba con poca pericia una bola de arroz en la boca. –¿No será peligroso? –quiso saber Nico–. Creo que eso te deja la entrepierna muy… –Pues te pones un cojincito, mi macho man –dijo Sonia tirándole de la oreja. –Creo que es sólo un ratito, tranquilos. Pensad que por la noche nos vamos al hotel, para celebrar la Nochevieja, así que tardaremos poco. –¿Sabéis? –dijo Nico–. Antes me ilusionaba mucho lo de recibir el año nuevo en el hotel, pero tampoco me disgustaría hacerlo aquí, en el desierto. ¿Os imagináis contando las campanadas con dátiles? –El calor saca lo más extravagante que llevas en tu sesera, Nico. –Seguro que lo pasamos bien–añadió Zahra–. Lo que pasa es que este lugar nos ha hechizado. Os vais a reír pero este silencio, que casi se puede escuchar, me recuerda a mis noches en La Mugara. Cuando cenábamos, los mayores se quedaban charlando de sus cosas, por lo que los niños nos íbamos solos a la habitación. El cortijo estaba sumido en la oscuridad, pero a veces las hojas de los árboles jugaban con la luna y parecía que las sombras se movieran. Os confieso que me daba mucho miedo, pero tenía que aparentar lo contrario por ser la hermana mayor. 710 http://www.antoniojroldan.es –A mí me sucedía lo mismo en el pueblo –confesó Nico–. Además, en Galicia te cuentan muchas leyendas de fantasmas, almas en penas o la Santa Compaña. Recuerdo visitar por las noches el baño en una caseta de madera que había detrás de la casa, echar el cubo de agua y salir corriendo de allí. –Sin embargo… –Zahra miró hacia el horizonte y sólo adivinó la silueta de los jebels recortarse en la lejanía–. En estos dos años nos hemos enfrentado a tantas situaciones increíbles que a veces noto que nos han arrebatado la infancia de golpe – lanzó un hueso de pollo hacia la fogata. –Es verdad tía –Sonía suspiró–. Y por si fuera poco estos tres primeros meses en bachillerato han sido la puntilla. Ya no podemos ser niños, todo son responsabilidades… Echo de menos hasta las tutorías de la ESO con doña Isabel. Notas medias, trabajos, avisos sobre el paro juvenil… Se te quitan las ganas de todo. –También puedes verlo desde otro punto de vista, cari… ¿Cuántos de nuestros compañeros han vivido experiencias como las nuestras? Somos afortunados. –¿No lo dirás por mis desmayos o mis problemas con… Con… –Los fantasmitas –completó Zahra. –Eso. No ha sido divertido. –Todo tiene un precio –concluyó Nico–, pero no me arrepiento de nada. 711 http://www.antoniojroldan.es –¡Qué listo! Comprendo que ligarte a la reina de las hadas te haya fascinado, pero no te crezcas –dijo Sonia estampándole un sonoro beso. –No os podéis quejar, tortolitos. Gracias a mi colgante os he regalado esta escapadita romántica –Zahra observaba el baile de las llamas que se reflejaba en las pupilas de los jóvenes–. En eso Nico tiene razón… Quizás todo haya valido la pena. Aun así… –Le estás dando vueltas a algo, que nos conocemos –dijo Nico. –Me ocurrió lo mismo en Tanzania… Mi padre tiene una nueva vida en África. Vosotros… eso. Mi madre, desde que el restaurante da beneficios se la ve más feliz. Hasta juraría que lleva media tarde tonteando con el beduino de la barbita recortada. –¡No jodas! –Sonia casi se atragantó con el té. –Mientras todos habéis empezado un nuevo camino yo me limito a cruzar indemne el puente entre el bachillerato y la universidad. Me falta algo, pero no sé lo que es. –Pues yo creo que sí lo sabes –dijo Nico dejando el vaso y tumbándose en el regazo de Sonia. –Explícate, listillo –le dijo Sonia tirándole del pelo. –Avalon. 712 http://www.antoniojroldan.es –No seas mendrugo. ¿Cómo va a realizarse Zahra cuidando de un gato? Que, por cierto, se cuida bastante bien él solito… –Me refiero a Glastonbury. –Puede ser, Nico –Zahra también colocó su cabeza sobre las piernas de su amiga–. Por un lado tengo ganas de subir a Aldehir, pero… –…Por otro tienes miedo. De ahí vienen tus dudas. –¡Oye, que la que va para psicóloga soy yo! Para empezar, mis muslos parecen un diván. ¿Estáis cómodos, guapines? –Siempre estaremos contigo, ¿verdad, Sonia? –dijo Nico. –Sois los mejores… –No lo somos –respondió Sonia–, pero es lo que hay y te toca conformarte. Así que levanta el culo y vete a por unos dulcecitos morunos de esos, que mañana será un día muy largo y necesitaremos azúcar. –Golosa –sentenció Nico. –Plasta –contestó ella. –No sé para qué voy a traer dulces si vuestra presencia ya empalaga. Menéndez y Agnieszka abandonaron el todoterreno tras recoger su equipaje. El anticuario dio un portazo, a modo de despedida, y 713 http://www.antoniojroldan.es se dirigió bufando hacia el muelle. La pasarela estaba retirada, por lo que llamó por teléfono a Martín. Tras unos segundos fue informado de que el número no estaba disponible. –Las gaviotas se van a dar un festín con quien yo me sé – Marcó el teléfono de a bordo y, tras dos intentos, contestó Saúl–. ¿Dónde coño estabais? –Disculpe. Había oído el teléfono, pero estaba fregando la cubierta… –Pues estoy aquí… Saca la pasarela. ¿Y Martín? –¿Martín? No está. –En la ciudad, como si lo viera, gastándose mi dinero en algún garito. –No sé, realmente… –Ahora hablamos –apagó y se dirigió hacia el barco. Una vez arriba Saúl, el piloto, le explicó que Martín se había ido para investigar un posible negocio. Menéndez estalló. No eran esas sus instrucciones. ¿En qué estaría pensando aquel mastuerzo? Pero entonces cayó en la cuenta y le preguntó a Saúl si había pasado algo especial en su ausencia. –Vino una mujer a buscarle… –¿Una mujer? ¿Una fulana? –No, era muy distinguida… Tomaron algo en la popa. –No me jodas, Saúl, no me jodas. ¿Era morena? ¿Hablaba con acento sudamericano? 714 http://www.antoniojroldan.es –¡Sí! ¡Esa es! ¿La conoce? –¡Me cago en sus muertos! –Arrojó el maletín al suelo y se dirigió al camarote de Martín para corroborar que se había llevado sus cosas. Luego fue a su cabina, donde estaba la caja fuerte. Introdujo la combinación y al momento se percató de la ausencia del mapa. Saúl se interesó por lo ocurrido y se llevó un inesperado empujón. –¡Inútiles! Estoy rodeado de inútiles y sabandijas. ¿Dónde están los otros? –Les dio el día libre… ¿No lo recuerda? –¡Llámalos y que se presenten en el barco cagando leches! Tenemos que atrapar a ese traidor antes de que se esconda en su madriguera. Desde una terraza del puerto Martín había observado la llegada de su antiguo patrón imaginando todo lo que estaría sucediendo en el barco. La mejicana tenía coraje, pero también era astuta, pensó. Había logrado que le echaran como predijo. Ahora tocaba ponerse a salvo y resolver el tema de la niña. Echó una mirada a su alrededor, buscando alguna amenaza, como si quisiera acostumbrarse a su nueva vida desde el principio. El vehículo, que Lupe le había puesto a su disposición, aguardaba en la puerta del bar. Subió al asiento trasero, le dio instrucciones al chófer y ambos se perdieron por las calles de Áqaba. 715 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 60 Yemojá y la Madre Tierra La caravana de camellos avanzaba entre dos jebels con sus monturas anudadas por parejas a un tercer jinete experto. Así Sonia y Nico se ubicaban en la cabecera, mientras que Zahra hacía lo propio con David. Walid sólo arrastraba un camello, el de Marta, porque Lupe prefería ir sola. Lo más difícil para los novatos consistía en evitar la caída cuando el animal se izaba. El traqueteo ya sería trabajo para la espalda. –Dos cosas son seguras sobre Lawrence de Arabia–dijo Sonia–. Primero, que no tenía olfato… –¿Y la segunda? –quiso saber su chico. –Que tenía un buen culito para aguantar esto. –Ya escuchaste al beduino, haz un poco de fuerzas con las piernas. –Sólo faltaría que este bicho se pusiera cachondo conmigo. –No jorobes… –dijo Nico guiñando un ojo. –Como empieces con tus jueguecitos de palabras te juro que te tragas una de esas boñigas. 716 http://www.antoniojroldan.es Unos metros más allá, Zahra recordaba las aventuras de Tintín compartidas con su hermano, especialmente “El cangrejo de las pinzas de oro”. Había que reconocer que el pequeñajo se estaba portando como un auténtico campeón, lo mismo que Avalon, que viajaba muy confortable en una mochila portabebés. Marta y Walid proseguían su diálogo sobre España, Jordania o las antigüedades, conversaciones banales pero muy cordiales, por lo que su hija procuraba no quitarles ojo. Sólo faltaba que su madre se liara con un jordano e hiciera como su padre, trasladarse a otro país. Saber que Walid pasaba la mayor parte del año en España le tranquilizaba un poco pero, al mismo tiempo, le inquietaba que surgiera una relación a la vuelta. Todos los camellos fueron formando una hilera para emprender la subida al campamento. Las sillas, cubiertas de mantas de vivos colores, y las borlas, que decoraban la cabeza de los camellos, daban un aspecto regio a la comitiva, algo habitual en el Wadi Rum, pero que no dejaba de sorprender al forastero. Guadalupe se puso un momento a la altura de Zahra, acarició al gatito y le hizo una carantoña a la joven para tranquilizarla ante aquel momento que sería muy emocionante para ella. Habían apostado muy fuerte para recuperar el colgante. Uno de los dos jebels, que resguardaban a las jaimas situadas en una pequeña meseta, mostraba una pequeña cueva que solía servir como refugio invernal. En la entrada había un hogar donde preparaban el agua caliente para el arroz y desmenuzaban la carne para el mediodía. Según asomaba el 717 http://www.antoniojroldan.es primer camello ya aparecieron algunos niños, que sonreían a los visitantes, mostrando su alegría por recibir a Walid y sus amigos, y ayudaban a sujetar los camellos, ya que estos doblaban la rodilla para tumbarse y a menudo tiraban al suelo a los jinetes poco avezados. Una chica, de pelo azabache, se acercó a Nico y quiso saber, en un dulce inglés, de dónde venían. –We are from Madrid, Spain… –¡Real Madrid! –dijo un niño con cara de pillo–. Yo Barcelona, Messi. –Muy bueno… –dijo Nico chocando la palma con él. Sonia descendió llevándose las manos a las lumbares. Había sido una dura prueba para los que nunca habían paseado en camello. Y todavía quedaba la vuelta... Walid ofreció su mano a Marta, que resultó disfrutar de un camello muy amistoso que se colocó en la arena con suma delicadeza. Zahra descendió con más problemas al llevar a Avalon en su regazo, por lo que finalmente se enganchó en la silla y tuvo que soltar un brazo. El gatito, que ya estaba de por sí muy alterado, saltó hacia el suelo y empezó a correr hacia el jebel. –¡Avalon! ¿Dónde vas? –exclamó Zahra haciendo un gesto a Sonia. –Demonio de gato… –dijo Sonia–. ¡Nico! ¡Atrápalo! ¡Por allí! Cuando quisieron darse cuenta ya había rodeado el fuego y se internaba en la cueva. Los tres amigos se miraron, sin 718 http://www.antoniojroldan.es atreverse a comentar lo que estaban pensando, que el gatito había olfateado el colgante, lo cual era imposible tras el tiempo transcurrido desde el robo. –Para mí que tu amuleto está ahí dentro –dijo Nico con poca convicción. –Puede… –dijo Zahra–. ¿Lupe? –Este bichejo es listo. Allí encontraremos a la esposa de Al Nasser. Se llama Qamra, que significa “Luna”. –Tenía que ser Luna… ¡Claro!–añadió Sonia. Walid estrechó la mano de un beduino. Se dieron tres besos y se saludaron con “La paz sea con vosotros”. Luego hablaron sin dejar de mirar a los recién llegados. El beduino inclinó su cabeza llevándose la mano al corazón, y les invitó seguirles hacia la cueva. Allí se acomodaron en una alfombra tejida a mano y fueron convidados a té beduino. –Sólo puede entrar Zahra –informó Walid–. Los hombres no debemos hacerlo y sería una descortesía que sólo pasaran las damas. –No sé árabe. Sólo saludar –se excusó Zahra. –Bueno, chavita, no creo que importe –dijo Lupe–. Ella sabe a lo que vienes y seguro que se entienden. –Es cierto –añadió Walid–. Será fácil. –Vamos hija… –Marta le acarició la mejilla–. Te espera. 719 http://www.antoniojroldan.es En ese instante Avalon apareció alegre para saltar a los brazos de su dueña. Ese era el último aliento que esperaba la joven. Se levantó y ambos se internaron en la cueva. El recuerdo de La Mugara regresó fugazmente, evocando la compañía de Rai. La primera estancia tenía otra alfombra y estaba iluminada por una lámpara de gas que dejaba ver algunos enseres arrinconados en la pared. Se descalzó para no manchar de tierra la alfombra y siguió deambulando por la cueva, sin dejar de abrazar a su gatito, hasta toparse con una cortina que un brazo, con ricos tatuajes de gena, descorrió con suavidad. –Qamra… –susurró Zahra poniendo su mano en el pecho. –As-salamu alaykum, Zahra –dijo la esposa de Al Nasser ofreciendo la mano a su invitada. –Wa alaykumu s-salam –respondió Zahra. El encuentro con Qamra se produjo en un pequeño rincón de la cueva, una especie de oratorio donde la beduina atesoraba una gran cantidad de objetos religiosos que se entreveían a través del humo que procedía de algún tipo de incienso o resina que la joven no supo identificar. Sobre su túnica azul Qamra llevaba un cadena con piedras de colores, que sujetaba la mano de Fátima Az-Zahra, cuyos cinco dedos representan los pilares del Islam, la creencia en Alá, la oración, la limosna a los más necesitados, el ayuno y la peregrinación a La Meca. Era el mismo amuleto que el Mago de Lavapiés le regaló a Sonia el año anterior. –Jamsa –dijo Zahra señalando la mano de Fátima. 720 http://www.antoniojroldan.es –Jamsa –respondió Qamra haciendo que toda su cara sonriera dentro de su elegante hijab estilo Al-Amira con hilos dorados–. Mariam… –Le mostró una medalla de plata de la Virgen María con Jesús. –María –dijo Zahra. Qamra ofreció un almohadón a Zahra y luego se giró hacia un joyero de dos puertas de madera tallada, con motivos árabes y florales, pintadas con pigmentos del desierto, que abrió ceremoniosamente para mostrar toda su colección de amuletos, collares, anillos y otros complementos que brillaron ante sus ojos. Casi todos estaban relacionados con las deidades femeninas de culturas ajenas al Islam, pero no daba la impresión de que Qamra se hubiera alejado de sus creencias. Zahra se acercó al joyero, buscando inútilmente su colgante. Qamra comprendió y se subió la manga de su túnica, dejando visible una pulsera con más amuletos. El Chalice Well brillaba iluminado por la lámpara. Zahra lo observó muy quieta, como si temiera asustarlo y que este desapareciera de nuevo. Se enjugó una lágrima y llevó sus manos a la nuca para desabrocharse el collar de Tanzania. –Yemojá –dijo Zahra acercándoselo–. Madre… –señaló a Mariam–. Tierra… –Levantó un poco el borde la alfombra y acarició el suelo. –Yemojá –dijo también Qamra tomando el regalo y tocando cada una de las cuentas como si fuera un rosario. Zahra señaló su amuleto, cerró los ojos y apretó sus palmas abiertas sobre su corazón. Avalon dio un paso al frente y 721 http://www.antoniojroldan.es con su patita tocó la pulsera de Qamra. Ella tomó al gatito y lo acarició con una ternura infinita. Luego se desabrochó la pulsera y sacó el amuleto de la cadena. Avalon maulló satisfecho y levantó su cuello, como si buscara algo en la bóveda, dejando al descubierto la Cruz de Brigid que le regaló la sacerdotisa de Glastonbury. Qamra la observó fascinada. Zahra lo entendió, acarició a su mascota y le dio un beso en su pequeña cabeza. –Avalon… Es tuya –El animalito agitó sus pezuñas con alegría–. Quieres regalársela, ¿verdad? –Zahra se secó los ojos y desenganchó la cruz de la correa–. Brigid, Glastonbury. Qamra tomó la Cruz de Brigid y el collar que el Laibón regaló a Zahra en Kondoa. Puso sus dedos sobre los de Zahra y al retirarlos el colgante del Chalice Well estaba allí. Zahra lo acarició y musitó: –Gracias. Shukran laki. –Shukran laki. Instantes más tarde, Zahra y Avalon retornaron a la entrada, donde todos esperaban mientras degustaban el té con cardamomo. Pasados los días, Sonia le contó a su mejor amiga que nunca olvidaría la impresión que le causó verla salir entre la oscuridad de la cueva, con su gato negro en un brazo, el amuleto de plata, cincelado por los Moon Brothers, centelleando, y el rostro cansado de la que ha recorrido un largo camino por el desierto. 722 http://www.antoniojroldan.es El hotel estaba situado en la carretera de Wadi Musa, como si fuera un oasis, abrigado por las montañas que ocultaron Petra a las caravanas durante siglos, hasta que Burckhardt llevó su historia al resto del mundo. El frío del invierno iba cayendo sobre la arena en el exterior del restaurante, donde los huéspedes se iban acomodando en sus mesas, decoradas torpemente con serpentinas, banderitas occidentales y motivos navideños que parecían sacados de algún bazar. Casi todo el comedor estaba cubierto con escayola y pintura dorada, quizás imitando, con escaso éxito, algún templo de la antigüedad de una cultura imprecisa, lo cual desentonaba bastante con el vestuario de gala de los clientes. Era como si se celebrara una boda en un salón que llevara más de treinta años sin reformar. A pesar del entorno, había mucha emoción en el ambiente por recibir al 2010 en el desierto casi a las puertas de la ciudad perdida de los nabateos, especialmente en la mesa de los españoles. Zahra lucía en el escote de su vestido, color malva, el medallón de su familia, que brillaba como en sus mejores tiempos gracias a la gestión de Lupe con una de las limpiadoras que le había prestado una crema abrillantadora para la plata. Nico y Sonia celebraban con especial ilusión aquella Nochevieja recordando las anécdotas del año anterior, cuando “Merlincito” conjuró a la luna. También para David era una cena especial, porque luego habría discoteca y eso le hacía más mayor. ¿Y qué decir de Marta? Conocer a Walid, al que se podría calificar como “el hombre de su sueño”, había despertado en ella sentimientos 723 http://www.antoniojroldan.es de la adolescencia que no se atrevía a compartir con nadie. Confiaba en que el jordano cumpliera su promesa de acudir algún día al Hatshepsut cuando volviera a España para trabajar. Sólo Guadalupe simulaba una felicidad que no sentía. Las noticias que llegaban de Roma eran poco tranquilizadoras. La enfermera que asistía a Falco había llamado a Jordania para comentarle a Lupe la necesidad de internar al profesor en un hospital dado el empeoramiento de su estado de salud. Falco había exigido quedarse en su casa, bajo su responsabilidad, y no había permitido que ningún médico volviera a visitarle. Lupe tenía muchos motivos para creer en su patrón, pero temía que este se equivocara y que se produjera el desenlace que llevaba esperando desde hacía unos meses. Por eso observaba sin disimulo a Zahra, exultante con su símbolo del Chalice Well al cuello, la joven que había vencido en la partida del senet. Ojalá que Falco estuviera en lo cierto. Faltaban treinta minutos para la medianoche cuando Zahra recibió la llamada de su padre: –¿Grumetillo? –¡Papá! ¿Eres tú? –Sí, hija. Aquí estoy, de nuevo en Zanzíbar, creo que en el mismo teléfono del año pasado. Por aquí están todos medio bolingas para recibir el año. Geno muy animada y Bakari con más de cinco cervezas entre pecho y espalda. ¿Qué tal vosotros? –¡Muy bien! En el hotel de Wadi Musa. Aquí también faltan unos minutos. –Espero que lo estéis pasando en grande… 724 http://www.antoniojroldan.es –¡Papá! ¡He recuperado el colgante! –¿Qué me dices? ¿En serio? Grande, muy grande el amigo Falco. Es una noticia increíble. ¿Y han detenido al tipo ese? –Ya te contaré… –Zahra tapó el móvil para decirle a David que era su padre. Este tiró la servilleta y se acercó a su hermana impaciente –. Por lo pronto a Menéndez lo han expulsado de la subasta. –Tened cuidado con esa gente. No creo que olvide lo sucedido… Debería haber estado allí, pero… Ya sabes… –Ya… Geno, África, Bakari… No te preocupes. ¡Oye! Dale un beso a todos. Está aquí el hámster, que quiere hablar contigo. –Os he mandado los regalos. Espero que os gusten. –Nos encantarán… Papá… –¿Sí? –Te echo de menos. –Y yo, hija. Dale una abrazo a mamá, aunque ya hablé con ella la semana pasada. –¡Claro! Te paso al enano… –David cogió el teléfono y se alejó un poco para escuchar mejor. –¿Qué tal por el reino del león blanco? –quiso saber Sonia. 725 http://www.antoniojroldan.es –Pues está en Zanzíbar con… –observó como su madre charlaba con Lupe–. Está con Geno y Bakari en Zanzíbar. Deben pasarlo muy bien… –Parece que fue ayer cuando estuvimos de safari por el Ngorongoro –comentó Nico. –Sí, fueron unos días grandes –corroboró Sonia–. Me acuerdo de las canciones de Bob Marley que se marcaba nuestro amigo el masai. Por cierto, habría que decirle al tipo del bigote que deje de poner música árabe y se modernice. –¿Qué os parece si le colamos el mp3? –dijo Zahra con picardía. –No se va a dejar… –afirmó Nico. –Tengo en el bolso unos veinte dinares –dijo Zahra–. ¿Lo intentamos? –Por mí vale –Sonia sacó otro billete–. Que sean treinta… –Nico, ve tú, que te hará más caso –pidió Zahra. –¡Vale! Siempre me tocan a mí estos marrones –el chico tomó los billetes–. Dame el mp3… –Nico abordó con una sonrisa al joven de los auriculares y comenzó a negociar. –¿Qué hay en el mp3? –quiso saber Sonia. –Pues sobre todo música pachanguera de los ochenta, Hay que animar a los mayores –miró a Marta y a Lupe. 726 http://www.antoniojroldan.es –Si te oyen llamarlas mayores estás muerta, tía. ¡En fin! Confío en ti. De repente se hizo el silencio. Al principio la música sonaba muy apagada, pero rápidamente el discjockey subió el volumen y, para sorpresa de la madre de Zahra, sonó su canción favorita de cuando ella tenía la misma edad que ahora su hija. Nico regresó triunfante, ante la mirada extrañada del resto de turistas, algunos de los cuales eran también españoles y celebraron la irrupción de Alaska y Dinarama corriendo hacia la pista: Haces muy mal en elevar mi tensión, en aplastar mi ambición, sigue así, ya verás. Mira el reloj, es mucho mas tarde que ayer, te esperaría otra vez, no lo haré, no lo haré. ¿Dónde esta nuestro error sin solución, fuiste tú el culpable o lo fui yo? Ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme… Zahra tuvo que remontarse a los años felices, cuando ella era una niña y sus padres compartían con ella su amor, para ver a su madre tan sonriente como aquella noche, bailando en una pista de parqué diminuta. Su hermano, sus amigos, Lupe… Todos brincando en un corro acompañados por las palmas del resto de las mesas. Hasta Avalon parecía agitar las patitas. Los camareros iban recogiendo las mesas y preparando las copas de champán para recibir al 2010. Mientras el año nuevo se acercaba, en el exterior se producía el milagro de aquel invierno: unos diminutos copos de nieve caían suavemente sobre la tierra del Wadi Musa. Al día siguiente sólo quedaría una pequeña capa de escarcha a ambos lados de la carretera que 727 http://www.antoniojroldan.es conduciría a Zahra a Al Batra, Petra, la ciudad esculpida en la piedra en el valle de Aravá. 728 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 61 El camino de Al-Deir Sevilla, 17 de mayo de 1962 Querida madre: Han pasado cuatro meses desde que entré a España por Irún, siguiendo la ruta de David Roberts, el autor de tu admirado grabado de Al-Deir, ese lugar mágico de la ciudad nabatea de Petra con el que tantas veces has soñado. Desde allí continué destino Burgos, Madrid, Córdoba, Granada y, finalmente, Sevilla, siguiendo su rastro perdido hace más de un siglo. Resulta paradójico recordar que él tuvo que huir de España al llegar a esta ciudad, debido a una epidemia de cólera. Una vez me contaste que Roberts tomó un barco y desembarcó en Falmouth con sus acuarelas y grabados de España, que luego reprodujo en su libro “Picturesque Sketches in Spain”, ese que atesoras con tanto cariño. A veces la fortuna te sonríe dos veces… En el Museo del Prado de Madrid me hablaron de un comerciante sevillano que tenía una acuarela de la Giralda, el campanario de la ciudad del Guadalquivir, pintada por Roberts. Por eso, al llegar a Sevilla, pregunté por él en el consulado y supe que estaba en una encantadora casa de campo de un pueblo cercano llamado 729 http://www.antoniojroldan.es Albaidalle. Allí me presenté, como coleccionista de arte y antigüedades, y obtuve el privilegio de contemplar aquella acuarela, repleta de colorido y costumbrismo, de un estilo distinto a la de los trabajos de Oriente, pero de una belleza que me conmovió. A pesar de mi oferta económica, y a que negocié un posible trueque, no fue posible convencerle. Sin embargo, aquel hombre poseía muchos objetos adquiridos en los zocos del norte de África, por lo que me invitó a alojarme bajo su techo para poder enseñármelos antes de regresar a Sevilla. Madre, fui en busca de un tesoro al cortijo de La Mugara, y finalmente encontré dos… Muchas veces has pedido a tu Diosa que sentara la cabeza, que aparcara la maleta y las aventuras para formar una familia. También sé que deseabas que me uniera a alguna de las mujeres de Glastonbury descendientes del Templo, pero el destino es caprichoso. Ella se llama Magdalena, y es la hija del comerciante de Albaidalle. En la cena con sus padres apenas nos dijimos nada, pero sus ojos negros me atraparon poco a poco hasta que las palabras de mi anfitrión parecieron flotar entre mis sentidos. Desde que la conocí aquella noche, embrujado por el azahar de los naranjos de La Mugara, supe que ya nada sería igual. Por eso negocié algunas compras carentes de interés, para poder regresar días más tarde a aquel lugar privilegiado, emboscado en un monte mágico donde la primavera respiraba por cada una de sus cuevas. Y en Sevilla sigo, soltando mis 730 http://www.antoniojroldan.es últimas pesetas en un pequeño hotel y viajando de vez en cuando a La Mugara con cualquier pretexto, aunque la sonrisa de los padres de Magdalena ya parece indicar que mis sentimientos han dejado de ser un secreto. Este es el motivo de mi silencio de las últimas semanas. Necesito ordenar mis ideas y conocer más a Magdalena. Pase lo que pase, en agosto estaré en Glastonbury, para la celebración de Lammas, y entonces mi corazón escuchará en la distancia susurrándome su veredicto, mientras estoy cerca de ti para escuchar tus sabios consejos. Tu hijo, que te quiere. Grace se levantó de su butaca y llevó la carta al altar de la Diosa, para depositarla con las otras en una cajita de plata. Luego encendió una ofrenda y entonó un canto de amor mientras buscaba en la estantería su encuadernación de las litografías de Petra. Allí estaban las tumbas reales, el arco del Siq o la Khazneh. La bisabuela de Zahra se detuvo en su grabado favorito, Al-Deir, aquel rincón de Petra oculto entre las montañas de Wadi Musa, con el que tantas veces había soñado y que le había llevado a interesarse por la obra de David Roberts. En el llamado Monasterio de Petra los nabateos habían adorado a la diosa Al-Lat bajo la forma de un bloque de piedra blanca. Al-Lat era la diosa del sol para los prósperos habitantes de la ciudad de las caravanas, la fuente de vida. Su símbolo era un león, un 731 http://www.antoniojroldan.es felino poderoso, como aquel gato negro que protegió a las seis mujeres del Templo de Glastonbury. Grace intuía que España había hechizado para siempre a su hijo y que así se esfumaba la última posibilidad que le quedaba de poder viajar a Jordania. De nuevo se sentó ante el altar. Tomó el libro, abierto por el grabado de Al-Deir, y lo colocó junto a la vela. Tras una larga meditación acarició su amuleto del Chalice Well. Su alma se había sosegado pensando que quizás, si su hija Margaret no lo conseguía, algún día tendría una nieta, una mujer sensible a las enseñanzas de la Madre Tierra, que llevaría su esencia, años más tarde, por el camino que se dirige hacia AlDeir. (David Roberts-Al Deir, Petra) 732 http://www.antoniojroldan.es El Centro de Visitantes de Petra era un sencillo edificio presidido por los retratos del rey Hussein, fallecido años atrás, y de su hijo Abdullah II, monarca actual del Reino Hachemita de Jordania. Allí Lupe se encargó de comprar las entradas e introducir a sus invitados por la senda de la ciudad secreta del desierto. La ruta comenzaba con un leve descenso a través de una explanada donde el visitante podía alquilar un caballo, un camello o un pequeño carruaje por el que adentrarse a través del desfiladero que conduce a Petra. También algunos guías se ofrecían a acompañarles durante la visita, lo que Lupe rechazó siempre con una sonrisa. Algunos jóvenes vendían botellines de agua, recuerdos y hasta gafas de sol. Poco a poco la pista de tierra iba mostrando los bloques Djinn, construcciones con forma de prisma cuyo uso no estaba claro, pero que podría tratarse de representaciones de dioses. Más adelante, a la izquierda, la tumba de Los Obeliscos, una fachada coronada por estos en la que se realizaban en la antigüedad banquetes funerarios en honor de los difuntos. Luego el camino se iba estrechando hasta adentrarse en el desfiladero, el Siq, un cañón por el que discurría el agua, desde tiempos inmemoriales, erosionando las paredes anaranjadas de arenisca y conformando un paisaje inhóspito. Sólo los avanzados conocimientos nabateos sobre hidráulica habían permitido que aquella corriente de agua, que se producía durante las escasas lluvias, se pudiera canalizar para ser almacenada y aprovechada sin causar daño a los monumentos excavados en la piedra. 733 http://www.antoniojroldan.es Los tres amigos, junto a Marta, David y Guadalupe, observaban cada detalle de las tumbas horadadas en la roca y las acequias que seguían el Siq, regueros enyesados que todavía mantenían pequeños charquitos causados por la breve nevada de la Nochevieja. Sonia y Nico se fotografiaron junto a una escultura de un beduino y sus dos camellos que se adivinaba desfigurada por el viento y la humedad. De vez en cuando un carrito aparecía a toda velocidad transportando turistas, generalmente de edad avanzada o con algún impedimento, lo que obligaba a los peatones a apartarse. Casi todos los tramos del Siq estaban cubiertos por arena, acumulada desde hacía dos milenios, pero otros mostraban la calzada original, provocando que los carruajes aminoraran para no romper el eje o la espalda de los pasajeros, algunos de los cuales miraban la manta sobre sus rodillas con cierta aprensión. Como comentó Sonia, aquellas mantitas tenían más vida que las sillas de los camellos del Wadi Rum. Lupe se detuvo junto a una higuera, emboscada en la umbría, que se retorcía entre las rocas. Comprobó, antes de hablar, que en aquel momento estaban solos y que reinaba el silencio: –Mis amigos… Hay que recorrer el Siq como si fuéramos a adorar al mismísimo Dushara, el Señor de las Montañas –Señaló una hornacina dedicada a él–. Olviden que son unos turistas más. Deben abandonarse a su interior, y dirigir sus pasos hacia el corazón de Petra de forma iniciática, porque realmente van a culminar aquí su viaje y, en algún caso –miró 734 http://www.antoniojroldan.es significativamente a Zahra–, es algo que deseaban con expectación. –Así lo haremos, Lupe –contestó Zahra ilusionada–. ¿Verdad chicos? –Todos asintieron, salvo David que no comprendía bien la recomendación de la mejicana. –Caminemos, pues. Llegará un momento en el que las paredes del Siq parecerán que se vuelcan hacia ustedes. Entonces comprenderán que están a punto de encontrarse con El Tesoro. Cada cual debe andar esos últimos metros mostrando lo más hermoso que porte en su alma, porque así entonces será capaz de valorar lo que tiene ante sus ojos. Y allí estaba, oculta tras la última rendija del Siq, la Khazneh, conocida como El Tesoro de Petra, por una leyenda que afirmaba que alguno de los reyes de la ciudad había ocultado muchas riquezas en la urna que coronaba el monumento. La impresionante escultura de piedra, de cuarenta metros de altura, estaba soportada por seis columnas. En su interior aguardaba una sala en la que posiblemente se realizaran rituales en honor a los inquilinos de las tumbas que estaban enterrados bajo el suelo. –¡Zahra! –exclamó David–. Esto sale en las Aventuras de Tintin… –¡Claro, enano! Ahí llegaban el Capitán Haddock y Tintin cuando van a buscar al Emir Ben Kalish en el libro “Stock de coque”. La fachada era la entrada al refugio excavado en la montaña. 735 http://www.antoniojroldan.es –¡Es verdad! –respondió el hermano de Zahra. –Impresionante… –comentó Marta–. Creo que nunca he visto algo tan… tan majestuoso. –No te esfuerces, Marta –prosiguió Lupe–. No existen adjetivos que pueden hacerle justicia. –¿Os imagináis la cara que puso Burckhardt cuando descubrió este lugar? –preguntó Nico. –Debió flipar tanto como nosotros –añadió Sonia. A la izquierda había un tenderete con souvenirs, alrededor del cual pululaban niños que ofrecían piedrecitas, fósiles o bisutería. Algunos camellos descansaban en la explanada, haciendo las delicias de los que buscaban un encuadre más vistoso para las fotografías. El grupo avanzó hacia el interior, dejando a ambos lados las imágenes esculpidas de Cástor y Pólux. Las paredes revelaban las vetas de su interior, estratos de colores que iban desde el blanco al negro recorriendo toda la gama de rojos. Parecía increíble que aquella estructura soportara el peso sin colapsarse sobre el hueco robado a la tierra. Tras inmortalizar el momento con las cámaras, prosiguieron la visita por la Calle de las Fachadas, una ladera cubierta por decenas de tumbas nabateas cuyos frontales parecían lápidas gigantes con un orificio de entrada. Continuando el descenso paulatinamente el paisaje se ampliaba, hasta que se encontraron a las puertas del valle, donde se hallaba el anfiteatro, 736 http://www.antoniojroldan.es de inspiración griega, pero que fue ampliado por los romanos cuando tomaron Petra. En la vertiente opuesta se vislumbraban cientos de enterramientos reales, algunos tan inmensos como el propio Tesoro, pero más erosionados al no estar protegidos por el Siq. Era un espectáculo fascinante contemplar aquella ciudad vertical tallada hacía más de dos mil años en las montañas, bajo las cuales discurría la calzada romana, con sus pavimentos originales, las columnas, los restos de edificios civiles y el templo que los beduinos llaman de la Hija del Faraón, posiblemente la única construcción de Petra que no había sido ahondada. Mientras los adultos no descansaban en su inútil empeño por almacenar todas las imágenes de Petra en sus cámaras, y Avalon gruñía a un gatito color canela que retozaba junto a una columna, David, algo más aburrido, jugueteaba brincando de piedra en piedra, con tan mala fortuna que en un salto se trastabilló con su pierna mala haciendo que el tobillo se doblara hacia dentro. Marta lo vio caer y salió corriendo en su busca. –¿No te he dicho que te estuvieras quieto? –le recriminó– . ¿Te has hecho daño? –¡Sí! En el pie… –Déjame –Su madre tomó la zapatilla de deporte y la movió arriba y abajo–. ¿Ahí? –No –Marta hizo el juego lateral hasta ver la mueca de dolor de su hijo–. ¡Ahí! ¡Ahí! –Los demás se percataron de lo sucedido y fueron hacia allí. 737 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué pasó? –quiso saber Lupe. –Parece el tobillo… ¿Puedes andar, hijo? –No sé… –David apoyó con cuidado y dio un par de pasos hacia Zahra–. Voy bien, pero me duele un poquito. –Nos vendría bien algo de hielo –dijo Marta suspirando–. No estamos en el sitio ideal, me temo… –Yo podría buscarlo en el chirinquito que había antes del anfiteatro… –se ofreció Nico. –No hace falta –dijo Lupe–. Al final de la avenida tenemos el restaurante. Allí pediremos el hielo. –¡Mira que eres oportuno…! –dijo Zahra. –Quien con mocosos anda… –añadió Sonia dándole un pescozón cariñoso al hermano de su mejor amiga. –Anda, súbete al camello –dijo Nico animando al niño a auparse a su espalda. –Te advierto que pesa lo suyo –dijo Zahra. –Mi camellito puede con todo –dijo Sonia riéndose y agitando la mano como si fuera a azotar a la montura. David se acomodó en la espalda de Nico y todos continuaron, ahora con más celeridad, hacia el restaurante. Más allá de la zona romana de Petra, aguardaba un auténtico oasis, el Basin, un promontorio cubierto de toldillos donde los visitantes podían descansar, visitar el baño y comer en al autoservicio. 738 http://www.antoniojroldan.es Gracias a la amabilidad de uno de los camareros, Marta se hizo con una bolsa de hielo que envolvió cuidadosamente en una kufiya jordana, que había comprado en Aman, y se lo puso en el tobillo a David. –Mira por donde yo sé de uno que regresará al microbús subido en uno de esos carritos –comentó Nico mientras mezclaba la carne con el arroz. –¿Está vacunado de la antitetánica? –se interesó Sonia. –No están tan sucios como para eso –argumentó Lupe–. Lo que pasa es que los animales bufan de lo lindo, pero los tienen cuidados con tiento. –Bueno, había que preguntarlo… –dijo Sonia agarrando a Nico por la barbilla–. Este camellito si lo tengo muy aseado. –¿Queda mucho por ver? –preguntó Marta mientras sorbía un poco de su refresco. –Bueno… falta el Monasterio, Al-Deir –Los tres amigos se miraron–. El problema son los cientos de escalones que hay que subir, sin contar las cuestas, las piedras resbaladizas… Mucho me temo que será imposible que nuestro chavito pueda trepar hasta allí. –Es un problema… –dijo Marta. –Mamá, subiremos solos. –Ni lo sueñes, bonita. –Lupe… –suplicó Zahra. 739 http://www.antoniojroldan.es –No se preocupe, Marta. Usted puede quedarse con David, que yo acompañaré a esta pandilla hasta Al-Deir. –¡Gracias! –Sonia le estampó uno de sus sonoros besos. –Me parece bien –dijo la madre de Zahra. –¡Mamá! Nico podría subirme a camello… –protestó David. –Va a ser que no, granuja –respondió Nico–. Que me deslomas. –¡Jo! –El niño cruzó los brazos enfurruñado. –Ya eres muy mayor para no darte cuenta de las consecuencias de lo que haces. Mamá te dijo que tuvieras cuidado. –¡Vale! Pero luego me subís en el carrito, ¿hay trato? –Que sí, plasta –terminó Zahra. A unas mesas de allí un beduino, que comía en solitario, observaba la escena tras sus gafas de sol. No se perdía detalle de lo que estaba pasando y adivinaba que el accidente del crío quizás hiciera más fácil su encuentro con Zahra. El profesor Falco despertó súbitamente de su siesta. Un fuerte dolor le cogía desde el pecho hasta el brazo. No se dejó llevar por el miedo. La iglesia en la que vivía estaba vacía, ya que el día de Año Nuevo la exposición “Jugando con la muerte” cerraba al público y él había soñado que todo sucedería cuando se 740 http://www.antoniojroldan.es encontrara solo. Por eso siempre pensó que la Negra Dama acudiría a su cita durante la noche. Se incorporó muy despacio, con la respiración entrecortada, y sacó una pastilla de la cajita que llevaba en el bolsillo. Los síntomas se fueron apagando como otras veces, pero sin desaparecer. El ascensor de la cripta transportó a Falco hacia la planta superior, donde estaba montada la exposición presidida por el senet, el juego egipcio en el que se decidiría su tránsito al más allá. Parecía que hubiera pasado un mundo desde que viajó a Madrid para reencontrarse con Moawad y con la nieta de Saunders para pedirles el préstamo de aquella reliquia. Por eso, como agradecimiento a la familia, ahora debía afrontar la hora suprema sin la compañía de Lupe, que estaría en algún lugar de Jordania, posiblemente en Petra, para facilitarle a la dueña del amuleto de Glastonbury que culminara su peregrinación. La llave encajó suavemente en el dispositivo que abría la urna y desconectaba la alarma. Suspiró profundamente y un latigazo de dolor le rasgó el pecho. Se apoyó sobre el pedestal y reunió todas las fuerzas que le quedaban hasta tomar el senet con delicadeza y situarlo a su lado. Luego sacó el teléfono móvil y se dispuso a escribir un mensaje, a pesar de sufrir una especie de vértigo que le impedía fijar la mirada. Finalmente lo logró: “Hubiera deseado sentirte a mi lado. Ahora debo jugar. Si pierdo la partida ya sabes lo que tienes que hacer. Beso tu alma una vez más”. 741 http://www.antoniojroldan.es Lupe dejó la terraza del restaurante e indicó a los tres amigos que la siguieran, señalando un letrero de madera en el que se podía leer “Monasterio”. –Bueno, chicos, creo que llevan tiempo aguardando este día, ¿no es así? –Sobre todo Zahra –dijo Nico–. Ya te contamos lo del mensaje en el Chalice Well y la predicción del mago. –Sí, Lupe –añadió Zahra–. Por eso nunca podré agradecerte lo suficiente el que nos acompañes. Una vereda, con una fila de escalones que serpenteaba entre las rocas, se abría entre las montañas. Los cuatro se detuvieron expectantes. –¿Estáis preparados, jóvenes? –Sí –dijo Sonia mientras se hacia una coleta con una goma. –Por mí adelante –dijo Nico tomando de la cintura a su chica. Zahra notaba su corazón acelerado. A pesar de la luz invernal que iluminaba la ascensión, algún tipo de sombra se cernía sobre ella. No quiso compartir su sensación con los demás, y se limitó a dar un paso al frente, hacia el primer escalón, iniciando así el camino a Al-Deir. 742 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 62 El reencuentro con Martín Si el ascenso al Monasterio era una empresa complicada debida a la orografía de la zona y a la sobriedad de los escalones, el cruce con los burritos, que bajaban al trote con sus dueños en busca de nuevos clientes, lo hacía todavía más arduo. Sin embargo el paisaje del valle de Petra, que iban dejando atrás, justificaba un alto en el camino para volver la cabeza de vez en cuando para contemplar el sol de la tarde jugando entre las montañas. –¿Habéis visto ese puesto de artesanía? –dijo Sonia señalando a un tenderete donde una mujer confeccionaba un collar mientras vigilaba a sus dos niños, los cuales ofrecían algunas pulseras en un trozo de porexpan a los turistas. –¿Vamos bien de tiempo, Lupe? –preguntó Zahra. –¡Claro! Están ustedes en forma. No deben quedar más de veinte minutos para alcanzar la cima. –Pues echemos un vistazo, que todavía nos sobran muchos dinares. ¡Nico, quédate con Avalon! –¡Eh! Sonia… No te gastes el billete que tiene un beduino, que me prometiste que era para mí –rogó Nico. 743 http://www.antoniojroldan.es –Pues cámbiamelo por otro. Los collares y pulseras estaban fabricados con plata, huesos, piedras e hilo natural. Las dos amigas disfrutaron unos minutos eligiendo algún recuerdo de su ascenso a Al-Deir. Lupe se mantenía a una distancia prudente, moviendo el móvil con impaciencia. –¿Qué te ocurre, Lupe? –se interesó Nico. –Llevo toda la tarde intentando comunicarme con el profesor, para ver cómo ha empezado el año, pero en este país no andan muy listos con la cobertura de los celulares. –Bueno, realmente no me extraña –comentó Nico–. Antes, según subía, me preguntaba que pasaría si alguna de esas turistas de gran tonelaje que suben en burro se cayera por una de las grietas. Primero que alguien pueda llamar al Centro de Visitantes, luego que vengan las asistencias y lleguen hasta aquí… Para entonces la susodicha ya estaría más allá que acá. –Supongo que lo tendrán previsto… –Avalon comenzó a gruñir. –¿Qué te pasa a ti, eh? –preguntó Nico mientras acariciaba la cabecita de la mascota de Zahra –. ¿No te gusta mi compañía, bribón? –Lleva todo el día inquieto, quizás porque también su dueña lo está –concluyó Lupe–. Estos animalitos suelen ser muy intuitivos para estos menesteres. 744 http://www.antoniojroldan.es –Fíjate, hasta tiene el pelo como más erizado… –Avalon se tensó golpeando con sus patas la barbilla de Nico, el cual no pudo evitar soltarlo–. ¡Avalon! ¿Qué narices…? –¡Nico! –avisó Lupe–. Se escapa… Zahra y Sonia se percataron de que algo acaecía y dejaron el puesto de bisutería para advertir como Avalon saltaba de peldaño en peldaño, adelantando a una pareja de avanzada edad que se llevaron un buen sobresalto a notar algo peludo que se enredaba entre sus piernas. Tras recorrer algunos metros más, ya con sus perseguidores tras él, dio un brinco definitivo hacia una gran roca plana, donde un beduino aguardaba tranquilamente con su cigarro en la mano. Tan prodigiosa debió parecerle a Zahra la acrobacia de su gato, que aparentaba haber duplicado su tamaño, que se detuvo incrédula: –¡Avalon! El beduino no pudo esquivar la embestida de aquel gato negro que se movía como una exhalación, dando la impresión de ser una felino tan grande como una pantera. Para sorpresa de Lupe y Zahra, las gafas de sol del agredido se precipitaron vereda abajo dejando entrever el rostro de Martín bajo la kufiya. Nico fue el primero en llegar y logró apresar al minino por el rabo, separándole de Martín, para finalmente agarrarlo con todas sus fuerzas liberando a aquel pobre hombre, sin figurarse que estaba ante el agresor de Zahra. –¡Puto gato! –exclamó Martín cuando Lupe y las chicas se situaron a su altura. 745 http://www.antoniojroldan.es –¡Eres tú! –gritó Zahra mientras recogía a Avalon de los brazos de Nico–. ¡Martín! –Pero… ¿Qué dices? –preguntó Nico. –Tranquilos, chicos –dijo Lupe mientras le daba la mano al ladrón del colgante para que se incorporara–. El amigo Martín viene en son de paz, ¿no es así, compadre? –Sonia y Nico clavaron su mirada en el beduino y luego se volvieron hacia Zahra, que no dejaba de tranquilizar a su gatito. –¿Es él? –preguntó Sonia acercándose a Zahra para tomarla de los hombros. –No temáis nada, chavitos –dijo Lupe–. Esta vez el bisnes de nuestro cuate porta buena onda. –¿Buena onda? –dijo Nico dando un paso con el puño cerrado. –¿Qué le das de comer a ese gato? –preguntó Martín mientras se miraba el brazo y la cara en busca de arañazos. Entonces Sonia se percató de la cicatriz que llevaba en la mejilla, muy similar al símbolo del Chalice Well: –Joder, tía… Es tu… eso –¿Por qué te lo has tatuado? –dijo Zahra mientras rozaba su colgante con la punta de los dedos. –¿Tatuado? –Martín se sacudió el polvo–. No me hagas reír… Fue tu gato el que me lo hizo cuando estuve en el restaurante. Un bicho muy interesante –sacó un mechero del 746 http://www.antoniojroldan.es bolsillo y encendió otro cigarrillo, mientras que los tres amigos observaban a Avalon, que no paraba de bufar. –¿Cómo le fue por Áqaba? –preguntó Lupe. –Fue divertido ver al gran gorila recorrer la cubierta resoplando, pero tampoco me quedé allí mucho rato, no fuera a ser que me salpicara su rabia. Por cierto, panchita, gran tipo el hombre que me has puesto… Silencioso y eficiente. –Tenemos que llamar a la policía –musitó Nico pensando en la falta de cobertura. –No –respondió Zahra–. Se supone que Lupe sabe lo que hace, ¿no es así? –Se acercó a la mejicana. –¡Claro, mi niña! Nuestro bato ha tenido que cambiar de chaqueta, no sé si con gusto, pero antes nos ha hecho un trabajito, dígame que sí. Martín depositó el cigarrillo en una roca, se agachó a recoger su bolso de cuero y extrajo una cajita de metal. La abrió cuidadosamente y sacó una funda de plástico que dejaba ver un documento conocido para Zahra. –¡El mapa de Maslama! –exclamó. –Pues sí –dijo Martín soltando una aliviadora bocanada de humo–. Creo que ya he saldado mi deuda. Has recuperado tu joyita y tu mapa, disfrutando de este pedazo de excursión a cuenta del tito Falco, y te has dado el gustazo de ver cómo tu gato me toca la moral por segunda vez. Sólo espero que convenzas a mamá para que retire la denuncia y que dentro de 747 http://www.antoniojroldan.es cierto tiempo pueda darme un garbeo por España. Es lo acordado con aquí, tu amiga. –Supongo que lo haré… –dijo Zahra acariciando con ilusión el documento encontrado en Hatshepsut. –¡Zahra! –dijo Sonia agarrando a su amiga por el codo–. ¿Vas a permitir que se vaya de rositas? –Sonia tiene razón. Él no dudó en hacerte daño –recordó Nico–. Piensa en Rai. –¡Eh, chavales! Que yo a ella no le toqué un pelo. Lo de la cueva fue un accidente y en lo de Madrid, en todo caso, el que tendría que quejarse sería el rapaz de Albaidalle. Como dice aquí Guadalupe, eran bisnes, negocios. Aposté mal un par de veces y ya está. Ahora he venido a cuadrar las cuentas. –No te entiendo, Zahra –suspiró Sonia llevándose a su amiga hacia la escalinata para hablar en privado–. ¿Vas a perdonarlo o es otro de tus jueguecitos con Lupe? Porque no vas a decirme que no sabías nada de esto. –Lupe me explicó que todo iba a salir bien, que había contactado con él y que estaba todo resuelto. Lo de olvidar lo sucedido ya es cosa mía, no forma parte del acuerdo. Tampoco esperaba encontrármelo aquí… –Ni siquiera sé si podemos fiarnos de Lupe. –Sí podemos… Sonia… –¿Qué? 748 http://www.antoniojroldan.es –Cuando llegue a Al-Deir quiero estar en paz con todos, y eso incluye a ese hombre y al otro, al anticuario del Wadi Rum que intentó vender el mapa. ¿Lo entiendes? De hecho algo me dice que lo que le ha ocurrido a David ha sido positivo… –A ti estos aires tan secos te han deshidratado las meninges. –¿Te imaginas si mi madre se topa con él? La encerró y la amenazó. Hubiera sido todo más difícil. –No me acordaba de lo de Marta –reflexionó clavando con fiereza sus ojos en Martín, que seguía en la roca fumando muy relajado–. ¿Lo ves? Ese tipo es un cabrón, por mucho que hable de negocios. –¡Sonia! Necesito que me apoyes… Por favor, Susanita. –¡Encima juegas sucio! ¡Susanita! –Se puso con los brazos en jarras–. Vale, vale… Tú ganas. Cuando ambas regresaron con los demás Zahra le devolvió el gato a Nico, se acercó a Martín y le ofreció la mano: –Espero que no se meta en más líos. –¡Zahra! –exclamó Nico negando con la cabeza. –Buena decisión, muchacha –dijo Martín estrechándole la suya–. Quizás me dé otra vuelta por Turquía y monte mi propia… empresa. ¿Quién sabe? Tengo algo de dinero y muchas ideas –se llevó el dedo a la frente. 749 http://www.antoniojroldan.es En ese momento el móvil de Lupe emitió un pitido que ella identificó rápidamente como la entrada de un SMS. Se disculpó y se dispuso a leerlo: –¡Dios mío! –¿Qué sucede? –se interesó Zahra. –Es un mensaje del profesor Falco… –¿Pasa algo? –preguntó Sonia. –Se está… Se está despidiendo. –No te entiendo, Lupe –dijo Zahra. –Se nos muere, mi niñita… Falco escogió los peones, por pura superstición, ya que eran las fichas preferidas de David, el hermano de Zahra. Además, ella le había contado que con los peones había logrado su gran victoria en la cueva del senet. Lanzó las cuatro tablillas y dos de ellas mostraron su lado blanco, por lo que Falco adelantó hacia la casilla número diez. 750 http://www.antoniojroldan.es Alrededor de Falco se movían las esencias de las animatas que habitaban su hogar. Eso le hacía notarse más seguro, porque el aliento del talento y las buenas intenciones le mantenían con la fuerza indispensable para no rendirse. Tras su primer movimiento en el senet, una mano invisible parecía apretar su corazón causándole un dolor indescriptible. Entonces una de las fichas de su oponente emprendió la persecución del peón que había escapado, dejando al de la casilla siete en vanguardia, a la espera de próximas fugas. La pelea se presentaba más dura de lo previsto. Las lágrimas de Lupe hicieron que hasta el propio Martín se interesara por lo que estaba aconteciendo. Las palabras de la mejicana resultaban muy confusas: –Se la está jugando pero… tan solo... No debía ocurrir tan pronto –se llevó el móvil al pecho. –Pero, ¿está en un hospital? –preguntó Nico. –¡No! Está en su casa, abandonado a su destino. El senet… –sollozó. 751 http://www.antoniojroldan.es –¿El senet? –Zahra miró a sus amigos–. ¿Qué tiene que ver el senet con todo esto, Lupe? –La mejicana no paraba de llamar a Roma sin resultado. La línea no estaba disponible. –Por eso os lo pidió prestado y organizó la exposición, para vencer a la muerte. –¿El mismo senet de Albaidalle? –preguntó Martín sin obtener respuesta y ahorrándose alguno de los comentarios sobre la salud mental de Falco que circulaban en el mundillo del coleccionismo de antigüedades. –¿Dónde habrá más cobertura, en la cima o en el restaurante de abajo? –reflexionó Nico. –En el restaurante, seguro –dijo Martín–. Aunque tardé un poco, antes pude hacer una llamada. –¡Lupe! –Zahra tomó sus manos con delicadeza–. Bájate con mi madre y llama a Italia para que manden una ambulancia. –El mensaje es de hace dos horas… –¡No importa! ¡Vete! –añadió Sonia. –No os puedo dejar solos… –No te preocupes morrita –Martín dio un paso al frente, como un soldado que se ofrece voluntario para una misión peligrosa–. El tito Martín les acompañará –dijo algo zumbón. Si no fuera porque era imposible, Nico hubiera jurado que Avalon había emitido un bufido de contrariedad. 752 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 63 Jugando con la muerte Martín transitaba a buen paso rumbo a Al-Deir. Tras él, a unos metros, los tres amigos. Sólo Zahra miraba al falso beduino con confianza. –Esto es surrealista –comentó Nico ofreciéndole su mano a Sonia para atrancar un pequeño salto producido por el desprendimiento de uno de los escalones–. Si no fuera porque es necesario llegar arriba hubiera sido más sensato regresar con Lupe. –Nico, la profecía del mago se ha cumplido con nosotros. Sólo falta Zahra, y lo va a hacer pase lo que pase. –Ya, pero escalar hasta allí con ese matón haciendo de escolta… –Tranquila pareja. Todo sucede por algo –aclaró Zahra–. Si no fuera por Martín no hubiera visitado Jordania hasta dentro de muchos años. De alguna manera le debemos esta oportunidad. –Bonita… –dijo Sonia–. No te lo tomes a mal pero, ¿has oído hablar sobre el Síndrome de Estocolmo? –Mejor no te respondo. 753 http://www.antoniojroldan.es –No, si en el fondo me parece bien. Si algún jordano se motiva por nuestros cuerpos serranos estaremos bien protegidos con nuestro gorila. –Se le ve en forma –dijo Nico atisbando hacia arriba–. Fumando como un carretero, pero ahí le tienes, como si estuviera de paseo por el campo. –Me pregunto cómo estará el profesor –reflexionó Zahra. –Es verdad –Sonia puso una mueca de disgusto–. Es tan majo… Si ha tenido fuerzas para escribirle a Lupe también la habrá tenido para llamar a un médico. Sería lo normal. –Ya, pero yo no calificaría de normal a nada de lo que rodea a Falco –reflexionó Nico. –No sé… –Zahra se detuvo de nuevo para coger aire y divisar los escalones que había dejado atrás–. Lo del senet me ha extrañado mucho. Quizás la culpa haya sido mía por la historia que le conté sobre la cueva de Albaidalle. –No te sigo… –dijo Nico. –¡Uf! ¿Qué decirte? No es fácil… Te debo una historia. Avalon vigilaba desde la distancia a Martín, pero también fijaba sus ojillos en su dueña, tratando de comprender por qué esta había tolerado asociarse con el hombre que tanto le había hecho sufrir. De repente el gatito maulló lastimeramente, como aquella vez que una maceta del restaurante cayó sobre su rabo causándole una herida muy dolorosa. 754 http://www.antoniojroldan.es –Pero, ¿qué te ocurre…? –Zahra no pudo terminar la frase. Sus brazos, inertes, dejaron caer al gatito. Su cuerpo poco a poco se fue desplomando hasta quedar tumbado sobre un charco de barro. Cuando el peón de Falco se comió una de las fichas del rival, este colocó otra en la casilla número veintiséis, sumergiéndose en el Nilo y retrocediendo a la quince, dando un giro inesperado a la partida. El corazón del profesor recuperó parte de su vigor, por lo que rápidamente lanzó las tablillas y un dos le sacó de la casilla veintinueve, la Casa del Doble, salvando un segundo peón. Por su parte el contrario se vio atrapado en la Casa de los Espíritus a causa de un inoportuno tres. La partida prosiguió y, aunque regresó la igualdad, Falco estaba cada vez más cerca de la victoria. 755 http://www.antoniojroldan.es En la casilla treinta estaba su último peón, sólo amenazado por otra ficha, a más de seis puntos de él. Incluso en el hipotético caso de que fuera comido, podría jugarse la victoria en un mano a mano con la pieza que todavía aguardaba en la casilla inicial. Nico llamó a Martín para que bajara a socorrerles. Zahra estaba pálida, como si la sangre le hubiera abandonado, por lo que Sonia comenzó a darle pequeñas bofetadas con la intención de reanimarla. Cuando Martín llegó se agachó, le quitó con cuidado el anorak, para usarlo como almohada, y la colocó en la posición lateral de seguridad. Entonces se dio cuenta: –Me cago en... ¿Qué coño ha pasado? –Y señaló una herida que manaba entre su hombro derecho y el cuello–. Esto es… Parece un balazo. No puede ser… –¡No! –Sonia se arrodilló ante su amiga. –¡Chaval! –Martín agarró a Nico del brazo y lo atrajo hacia Zahra–. Escúchame atentamente. Procura taponar la herida con tus manos y no dejes de hablar con ella. Yo voy a intentar pedir ayuda –miró a su alrededor buscando inútilmente el origen de lo sucedido por si pudiera sobrevenir un segundo disparo. –Esa herida… –Nico procuró tranquilizarse–. Esa herida es la de la cueva. –¿Qué cojones dices? –Martín marcaba el teléfono con ansiedad. Como la chica se muriera se iba a comer un marrón como el sombrero de un picador. Todo por intentar reponer el 756 http://www.antoniojroldan.es daño causado y, ¿por qué no admitirlo?, hacerle el favor a la mejicana. –¡Zahra! –Sonia intentaba ser oída por su amiga. –Digo que nadie ha disparado a Zahra –afirmó Nico con seguridad–. Es la herida de Albaidalle, que se ha vuelto a abrir. –Eso es imposible –dijo Martín moviéndose de un lado a otro para lograr cobertura. –Tampoco tiene explicación lo de su cicatriz y ahí está. –¡Qué mierda de país! –Martín estuvo a punto de despeñar su teléfono. –Martín… Tenemos que subirla a Al-Deir. Allí sanará – dijo Nico encarándole para que le escuchara. –Estás loco. Es mejor no moverla. Además, arriba creo que no hay nada más que un bar. ¿Quién la va a curar? –Grace… –musitó Sonia girando su cabeza hacia la cima. –¡Claro, Sonia! –exclamó Nico–. Esto es sólo la última prueba. Las palabras del mago… –¿Quién es Grace, niña? –Era algo así como… –Nico cerró los ojos buscando concentración–. En el lugar que fue… escrito por las hojas del bosque. El alma que te cuida aguarda allí, entre las montañas, y… Ella te hablará. También hablaba de alguien que quería su perdición, que la seguiría hasta el final para vengarse –Nico miró a Martín significativamente. 757 http://www.antoniojroldan.es –¡Cabrón! ¡Has sido tú! –Sonia comenzó a llorar. –No sé de qué mago habláis, pero yo no he sido. –Lleva razón, Sonia, él iba delante. Lo que importa es que llevemos a Zahra hasta Al-Deir. ¿Y si fuera la muerte la que se venga y no Martín? Zahra la esquivó en Albaidalle… Pudo liarse el mago, ¿qué sé yo? –Estáis como putas cabras. O nos movemos o perdéis a vuestra amiga. Hay que decidir rápido. Una tablilla blanca y tres negras. Falco había derrotado a la muerte. El aire del Wadi Musa penetró a través de la boca del profesor hasta hinchar sus pulmones con violencia. Un fuerte dolor apretó sus sienes y cayó exhausto al suelo. Entonces lo supo. Cerró los ojos y vio como un remolino cubría de arena el rostro níveo de Zahra en Jordania. Tenía que haberlo presentido. Se sentía estúpido y miserable por haberla expuesto de esa manera. –Mi pequeña Saunders. ¿Qué está sucediendo? ¡No puede ser! ¿Cómo iba a imaginar que…? 758 http://www.antoniojroldan.es Su instinto de supervivencia había sido más fuerte que su poder para ver el destino de las personas. Falco apartó con desprecio el senet y se dirigió con paso inseguro hacia la estantería donde guardaba su colección de animatas. Buscó desesperado el mando a distancia, que estaba sobre el panel eléctrico, y conectó la escalera móvil. Tras un atisbo de duda, recordó dónde había guardado la brújula de Lawrence de Arabia que Zahra le había traído como regalo durante el viaje de estudios a Italia. Con la brújula en sus manos, Falco se sentó en la silla que solía usar el vigilante de la exposición. Procuró concentrarse, a pesar de la zozobra que le invadía, y bajó los párpados lentamente. –¡Mi niña! ¿Puedes oírme? No te rindas, por favor… Martín cargó a Zahra y comenzó a descender hacia el valle, a pesar de las protestas de Nico y Sonia, que insistían en que faltaba muy poco para Al-Deir y que valía la pena intentarlo. –¡Por favor! Confíe en nosotros… –suplicó Sonia. –Ni de coña… Soy aquí el único adulto y si ocurre una desgracia seré señalado como el responsable –Bajaba tan deprisa que los jóvenes tuvieron que correr para ponerse a su altura–. Además, con mis antecedentes, podéis imaginar que me van a dar el rey de bastos si no la salvo. 759 http://www.antoniojroldan.es Entonces Avalon, comenzó a trotar para coger carrerilla y, de un salto se colocó en el hombro de Martín, que a punto estuvo de trastabillarse. La cicatriz del Chalice Well comenzó a quemarle por dentro y Martín, preso del dolor, se detuvo, depositando a Zahra de nuevo en el suelo. Nico y Sonia vieron su rostro desencajado llevándose la mano a la antigua herida y retorciéndose entre las piedras. Avalon se subió sobre su pecho y caminó muy despacio hasta llegar a la altura de su cara. Martín dejó de moverse y miró asustado al gatito. Este torció un poco la cara, como si evaluara la situación, y dejó asomar su lengua para lamer la zona afectada. Cuando el felino se retiró, el dibujo de Glastonbury había desaparecido. –Avalon… Le has perdonado –dijo Sonia mientras sostenía la cabeza de Zahra con sumo cuidado–. ¡Tú si que eres mágico! El teléfono de Falco interrumpió su meditación. Se maldijo a sí mismo y observó la pantalla. Era Lupe. –¡Lupita! –¡Está vivo, profesor! –He vencido, querida amiga. Lo he logrado, pero no sé si estaré pagando muy cara mi osadía… –¡Gracias a Dios! Pensé que… –¡Por favor! ¡Atiende! 760 http://www.antoniojroldan.es –¿Qué sucede? –Se trata de Zahra. Ella fue la última en jugar al senet. También ella escapó con vida en su momento, pero temo que mi partida haya hecho que todo volviera al punto inicial. ¿Está contigo? ¿Se encuentra bien? –Está camino de Al-Deir con sus amigos y con… Con Martín. –¿Cómo que con Martín? ¿Por qué? –Tuve que retornar para poder llamarle y… –La comunicación se cortó. Lupe maldijo el teléfono e intentó inútilmente volver a retomar la comunicación. –¿Qué pasa? –quiso saber Marta. –El profesor está bien. –¡Genial! ¿Ves como era una falsa alarma? –Me decía algo sobre Zahra. Decía que todo había vuelto a empezar, ¿qué puede significar eso? –Me dejas de piedra. No tengo ni idea. –Es extraño. Bueno –sonrío a David–. ¿Qué tal otra Coca-Cola, chavito? Tenemos mucho que celebrar. –¡Guay! –exclamó el hermano de Zahra. Avalon le había demostrado a Martín que había razones para creer más allá de la realidad y que, a veces, nuestros sentidos 761 http://www.antoniojroldan.es niegan todo aquello que escapa del entendimiento por miedo a lo desconocido. Sonia y Nico, pese a su juventud, habían sido bendecidos con la amistad de Zahra, compartiendo sus descubrimientos y abriendo sus mentes para ver el mundo con ojos nuevos. La comitiva estaba muy próxima al Monasterio cuando Sonia empezó a notar una nueva presencia. Si en Madrid y Roma había sufrido ante aquellos encuentros con las esencias perdidas, esta vez se vio invadida por una paz interior a la que no estaba habituada en situaciones similares. –Ella está cerca, Nico. –¿Quién? –Grace –Sonia cerró los ojos–. ¡Es increíble! –¿El qué? –Me está tranquilizando. ¡Nico! ¡Zahra vivirá! –¿Cómo puedes estar tan segura? –Lo presiento. ¡Corre! –Y se adelantó ladera arriba ante la cara atónita de Martín, que iba detrás de la pareja. Zahra había dejado de sangrar y parecía que estaba volviendo en sí. A veces dejaba escapar palabras sin sentido, pequeños gemidos de dolor que no evitaban que alguna sonrisa se dibujara en su rostro. –¡Venga, jovencita! –le decía Martín–. Tus amigos te van a salvar. Si sales de esta, prometo… No sé, lo que sea. Tú no dejes de escucharme y si ves una luz blanca, o tu vida pasar a 762 http://www.antoniojroldan.es toda hostia, corre hacia el otro lado, como le decían a la niña de Poltergeist… Vamos, campeona, que ya se ve ahí a la gente. Son los últimos escalones… Unos metros más y lo habrás conseguido. El profesor Falco paseaba inquieto por la iglesia, sin dejar de acariciar la brújula. Necesitaba una idea, algo que le ayudara a conocer el destino de Zahra. No bastaba con el regalo que le había traído desde España. ¿Qué más conservaba? Recordaba el día que la conoció, sus conversaciones por Internet y su rescate desde las fauces de la Cloaca Máxima. Y entonces le vino a la cabeza el libro con la marca del Purgatorio que logró gracias a su promesa de silencio. Corrió hacia el huevo de Dalí y descendió a la biblioteca. Allí estaba, con la mano ardiente sobre la cubierta. Se acomodó en el sillón de Kennedy y regresó a la meditación. –Pequeña Saunders… Tu corazón se repone. ¡Bravo! La imagen de Zahra se apareció en el sueño de Falco sobre las rocas de Petra. Junto a ella Nicolás jugaba con su varita mágica, provocando el movimiento de las nubes, la caída de la nieve sobre la ciudad nabatea y un atardecer rosáceo que iluminaba el Wadi Musa. Sonia también estaba con ellos, divisando el Valle de Moisés, y hablando desde su corazón con una esencia perdida, la sombra de un anhelo que se materializaba desde el alma de Zahra. 763 http://www.antoniojroldan.es Zahra sonreía, acariciando a su gato y posando sus ojos claros en la conciencia de Falco, cuyos latidos retomaban el ritmo habitual: –Profesor, he llegado. En la planta de arriba el senet seguía tirado sobre el piso de la iglesia. Las fichas y los peones habían vuelto a su posición inicial, aguardando al próximo jugador que se atreviera a retar a la Muerte. 764 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 64 La revelación Al-Deir. El sol del atardecer acariciaba la fachada del Monasterio provocando un bello contraste con las sombras que iban cubriendo la explanada. El edificio era similar al Tesoro pero, mientras que la Khaznhe estaba totalmente incrustada en la montaña, Al-Deir sobresalía como si fuera un cristal de cuarzo. La altura era similar a la Khaznhe pero medía casi el doble de ancho. Otra diferencia era su ubicación, que la mantenía más alejada del turismo de masas. Cuando el grupo llegó a Al-Deir, algunas personas tomaban un té helado y recuperaban el resuello en un chiringuito cercano. A nadie pareció extrañarle que una joven subiera derrengada en los brazos de su padre. –¿Cómo está? –preguntó Nico acercándose a Martín. –La herida seca y ella despertando. Estoy no hay Dios quien lo comprenda –dijo Martín encogiéndose de hombros–. Hay que esperar –concluyó–. No sé lo que ha podido pasar, pero tiene hasta buen color –Miró a Avalon–. Seguro que si este jodido gato pudiera hablar nos aclararía muchas cosas. –¿Y ahora qué? –dijo Nico mirando la entrada a Al-Deir– . No sabemos lo que hay que hacer. Sonia… 765 http://www.antoniojroldan.es –Dejadme que entre yo sola, ¿vale? –¿Lo sientes? –preguntó Nico. –¿El qué? –Quiso saber Martín. –Digamos que ella es muy sensible a… Ciertos fenómenos –aclaró Nico. –Vosotros mismos… ¿Os importa que la acomode en esa roca? La espalda me está jodiendo pero bien. –¡Claro! –dijo Nico–. Cuando le explique a Zahra quién le ha aupado hasta aquí... El invierno de la casa familiar de Glastonbury era especialmente frío y húmedo para Margaret Saunders, por lo que procuraba pasar muchas horas al calor del hogar. Mientras cosía junto a la chimenea, la televisión, siempre encendida para darle algo de compañía, mostraba las distintas entradas al año nuevo que la noche anterior habían acontecido por todo el planeta. Cuando apareció la Puerta del Sol de Madrid no pudo evitar recordar a sus tres huéspedes, Zahra, Nico y Sonia, que tanta alegría habían dado a la casa tiempo atrás. Dejó la costura sobre el sillón y se acercó a la ventana para ver el monte del Tor solitario y nevado aguardando la caída de la noche. Luego se dirigió al borde de la chimenea para tomar entre sus manos el christmas que los tres jóvenes le habían enviado desde España. Sonrío y se lo llevó a una estantería para colocarlo junto al Land Rover de juguete que le regalaron antes de irse. 766 http://www.antoniojroldan.es Unos días antes, durante la festividad de Yule, Margaret le había confesado a Brigide, la sacerdotisa del Templo de la Diosa, que se encontraba en una época más melancólica y que la casa parecía cada día más sombría: –Es verdad que me sucede cuando llega el invierno, especialmente en los días de Navidad, que tanto celebraba mi padre. ¿Te cuento un secreto? Incluso estoy dándole vueltas a la posibilidad de montar un bed & breakfast o alquilar la habitación grande. –Muchas veces recibo correos interesándose por Glastonbury y por el templo, y suelen preguntarme por alojamientos económicos. No me parece mala idea pero, ¿no sería un exceso de trabajo para ti? –No lo fue cuando vino mi sobrina y sus amigos. –Ya, pero ellos te echaron una mano. A un cliente no puedes pedirle que te ayude a limpiar la cocina. Por eso me gusta más la idea del bed & breakfast. Podrías probar y si ves que no te supone muchas molestias continúas. –Claro… –Margaret tomó su vela naranja, que representaba al sol y que había estado en el altar durante la celebración, y la colocó en un cuenco, donde estaba pintada una dama vestida de blanco–. Te dejo, querida, que tengo que terminar de decorar el tronco –Ambas mujeres se abrazaron. –Antes de que te vayas… ¿Has sabido algo de Zahra? –No te lo vas a creer, pero se va a Jordania. Esta chiquilla lleva lo de los viajes en la sangre. 767 http://www.antoniojroldan.es –Como su padre y su abuelo… –Es una Saunders, pero se parece tanto a mi madre… Me mandó la foto del colegio y tiene la misma expresión que Grace en el retrato de su boda. –Ya me di cuenta cuando estuvo aquí. –Sin embargo David, el pequeño, es clavadito a su padre. Bueno, ya hablamos… Y se fue del templo con su ofrenda para Yule. Por eso su propósito para el año que comenzaba era adecentar la habitación donde durmieron Sonia y Zahra para ofrecer cama y desayuno a los jóvenes que quisieran conocer Glastonbury. Además del dinero obtendría esa alegría que tanto añoraba. Regresó al sillón y retomo su labor. A los pocos minutos, un extraño golpe se escuchó arriba. Estaba todo cerrado y ella vivía sola, por lo que Margaret temió que algún ratón hubiera regresado al ático. Se levantó y fue a la cocina a por la escoba. El recuerdo del gatito de Zahra pasó fugazmente por su memoria. Subió la estrecha escalera y al pasar por la habitación de Grace, la que usaba como oratorio, vio que la puerta estaba abierta. Quizás había sido una corriente. Cuando iba a cerrarla vio algo en el suelo: un libro había caído del estante. Resuelto el enigma… Fue a recogerlo y se percató de que estaba abierto por una página que contenía un grabado de Jordania. ¡Qué casualidad! Justo donde estaría su sobrina en esos 768 http://www.antoniojroldan.es momentos. También había una hoja en el suelo que, posiblemente, estuviera entre las páginas del libro. Se puso las gafas, que llevaba al cuello, y la examinó. Aparecía dibujada una mujer, posiblemente alguna deidad, con una mano señalando al sol y la otra apoyada en un león blanco. Bajo el dibujo, un texto: Colocar las cuatro piedras, blancas o de luna, junto al fuego, rodeadas de sal. Luego realizar la plegaria. Tu amor y generosidad, Al-Lat. Tu vida y sabiduría, Al-Lat. Tu poder en el cielo y la tierra, Al-Lat. Tu luz protectora y presencia, Al-Lat. La más grande de todas, Al-Lat. Protege la casa, mi familia, Al-Lat. Riega la tierra de abundancia, Al-Lat. Que así sea siempre. Margaret recordaba que Al-Lat era una diosa madre de las tribus árabes, por lo que no le sorprendió que aquella hoja estuviera junto al grabado de Al-Deir. Pensó en Zahra y le pareció una bonita coincidencia. Buscó entre los minerales, que tenía junto al altar, una piedra luna y otras tres de color claro antes de bajar al comedor en busca de la sal. 769 http://www.antoniojroldan.es Limpió un poco la leñera y dispuso las cuatro piedras junto al fuego. Luego se concentró en sus recuerdos de Zahra y leyó la oración. Margaret siempre había lamentado no cumplir las expectativas de su madre y profesar en el templo, pero al menos había procurado mantener el culto a la Diosa en aquella casa como homenaje a Grace, de la misma manera que honraba a su padre cada Navidad. Con el paso de los años había vivido momentos muy intensos gracias a la guía de su amiga Brigide, pero en aquel atardecer había sentido una serenidad que no recordaba haber percibido en mucho tiempo. Deseó fervientemente que parte de ella hubiera viajado hasta la heredera del colgante del Chalice Well. Sonia fue caminando muy despacio hacia la entrada de Al-Deir, que parecía el brocal de un pozo oscuro e inhóspito. Giró la cabeza un instante para buscar la confianza en los ojos de Nico. Junto a él, Zahra descansaba con la espalda apoyada en la roca. Parecía sonreír en sus sueños. Martín había ido a comprar algo de agua y a pedir un azucarillo para ver si lograba que Zahra se recuperara lo antes posible. Según Sonia se iba aproximando al Monasterio su piel comenzó a enfriarse, a pesar de que el sol seguía dorando el cielo de Petra. La silueta de una mujer, vestida con un ropaje ceremonial de color verde, empezó vislumbrarse en el dintel de la entrada. 770 http://www.antoniojroldan.es –¿Grace…? –musitó Sonia. Martín había retornado junto a Nico y a Zahra, pero no venía solo. Todos los valientes que habían subido aquella tarde a Al-Deir se acercaban cámara en mano. Sonia no comprendió lo que pasaba hasta que levantó la vista hacia la urna de piedra que coronaba el Monasterio para ver a un joven jordano que había ascendido hasta allí, jugándose la vida por unas monedas, caminando por las cornisas asiéndose con destreza a los salientes. Era el momento ideal para que Zahra pudiera visitar tranquila Al-Deir. Sonia se agachó hacia Zahra y acarició su rostro con ternura. Tomó la botella de Martín y se la acercó a los labios. Zahra bebió un poco y le regaló a sus amigos una alegre sonrisa. –¡Hola! –¡Por fin! ¡Bienvenida! –dijo Nico–. ¿Qué ha pasado? –No lo sé… Estábamos subiendo, ¿no? –Tienes sangre alrededor de tu antigua herida pero, descuida, no se ha abierto –explicó Sonia. –¿Sangre? –Zahra se tocó el hombro y observó perpleja la mancha templada–. Esperad… Noté el mismo dolor que en la cueva de Albaidalle. ¿Me han disparado de nuevo? –No –contestó Martín–. Ni un roce. ¿No te duele? –Pues un poco, pero es soportable. –Zahra… –Sonia le tomó la mano–. Te están esperando. 771 http://www.antoniojroldan.es –No os preocupéis –dijo Martín consultando su reloj–. Estamos abajo en unos cuarenta minutos. Yo te porto a mis hombros. –Creo que la he visto –dijo Sonia. –Es verdad. Estás pálida, como otras veces –Zahra pasó sus dedos por la mejilla de Sonia. –Ahora están todos pendientes de un chaval que está brincando como una cabra por el Monasterio –Zahra miró hacia arriba incrédula–. ¿Quieres entrar? Estarás sola… –Sí, vamos –Tomó a Avalon, se agarró a sus dos amigos y paulatinamente fue andando sin esfuerzo. Sonia hizo el amago de entrar con ella, pero Nico la retuvo con suavidad. –¡Oye! A ver si se va a marear ahí sola –dijo Martín. –No se preocupe –dijo Sonia–. Está en buenas manos. –¿Lo dices por el gato? ¡Joder con el tigre! –Y se dispuso a prender otro cigarro mientras negaba con la cabeza. Dentro había una sola habitación con una escalinata que conducía a un nicho. Zahra se sentó en el centro, con las piernas cruzadas, y procuró recordar aquella meditación que hizo con Brigide en el Templo de Glastonbury. …Has llegado al final del camino. La energía color violeta, surgida de tu interior, se dispone a discurrir por todo tu ser rodeándote en un gran abrazo. Ella toma tus manos y te acerca a tu destino, aquel que la intolerancia y la negación 772 http://www.antoniojroldan.es ocultaron a tu sangre mucho antes de que tu fuerza se materializara en la mujer que ahora te ofreces. La suave caricia de la Madre penetra por tu cabeza, ojos, cuello, corazón, estómago y genitales hasta regresar a tu fuente… Zahra se vio a sí misma flotando entre las nubes, acariciando con la punta de los dedos los campos aterciopelados de Glastonbury, surcando las olas de los mares, tocando las cimas de las montañas y saludando a la Luna cuando la tierra quedaba sus pies. Era como un pájaro, capaz de aletear entre las emociones y los sentimientos de las personas que le saludaban a su paso. Allí estaba Lupe, con una maleta recorriendo las calles de Roma por primera vez, sintiéndose muy lejos de su hogar. Y el profesor Falco, encogiendo las piernas para guiar el Fiat que algún día convertiría en limusina. Rai se lanzaba cuesta abajo con su bicicleta, imitando el sonido de una moto de gran cilindrada para impresionar a la niñita que vivía al lado. Amir, en brazos de su madre, llorando en la zona de tránsito de un aeropuerto. Tarek Moawad, enjugaba una lágrima al contemplar la Gran Pirámide desde la ventanilla del avión junto al que Zahra se deslizaba. Incluso el propio Martín, había acudido a su mente, cargando chatarra en una trapería de Sevilla. El viento mecía el trigal de Glastonbury cuando Zahra se imaginó a Grace paseando entre el campo de espigas, donde se había dibujado el símbolo del Chalice Well, mientras su marido animaba a Gallant al último esfuerzo de la jornada. El abuelo y 773 http://www.antoniojroldan.es tía Margaret jugaban a su alrededor persiguiendo a una mariposa azul. Más allá, Nico y Sonia se buscaban alrededor del Tor, riéndose y besándose en el reino de las hadas. Avalon, tendido en la hierba, no les quitaba ojo. El gatito saludó a Zahra cuando ella sobrevoló la torre. Sus padres, Víctor y Marta, como salidos de un álbum de fotos, ascendían por Wearyal cogidos de la mano años atrás. Se sentaban sobre la hierba y anotaban un nombre en la cinta que colocarían como deseo en el Espino Sagrado. Las letras, sacudidas por el viento formaban el nombre de la que sería su hija mayor. Y a las puertas del templo de Glastonbury un corro de mujeres danzaba al ritmo del tambor de Brigide, rodeadas de flores, entonando cantos a la Diosa en la celebración de Ostara, recibiendo a la primavera en la fiesta del amanecer y del despertar a nuevos caminos. El corro se abrió para acoger a la recién llegada como si fuera un nuevo brote que acunar tras el invierno. Y entonces Zahra dudó. De repente toda la paz que portaba con ella se transformó en vértigo: Todavía no estoy preparada... Una de las mujeres, dejó el corro, con el rostro iluminado de felicidad. En ella Zahra reconoció el rostro de la anciana de su meditación en Glastonbury, aquella que descansaba frente a un acantilado. También adivinó en ella los rasgos de la dama vestida de verde que acudía a rescatarla en sus pesadillas, como la de la 774 http://www.antoniojroldan.es cueva de los murciélagos que sufrió en Albaidalle el año que murió su abuelo. Grace se quitó su colgante de plata y lo colocó con delicadeza en el cuello de Zahra. Prometo regresar, Grace. Soy joven y tengo mucho tiempo por delante. Mi padre me dijo una vez que tenía que vivir, estudiar, enamorarme, viajar, antes de reconocer la llamada y tomar una decisión. ¿Verdad que no te decepciono? También me dijo que heredé de ti lo esencial de lo masculino y de lo femenino, del Sol y de la Luna, pero que poseía el regalo de la fortaleza de mi madre. Por eso nunca tuve miedo en llegar hasta aquí o de penetrar en las entrañas de Kondoa. Sé que lo comprendes y que ya permanecerás eternamente en mi corazón. En su meditación Zahra pudo a ver a su gatito acercarse desde el corro de las morganas, con la Cruz de Brigide, que había sacrificado en el Wadi Rum, observando a su protegida con la misma majestuosidad con la que se mostró en África. Él siempre estaría con ella en su transitar por la juventud, cuidando de la portadora del colgante del Cáliz Sagrado. En el exterior del Monasterio, Nico y Sonia aguardaban la salida de Zahra. El sol seguía escondiéndose lentamente. Uno de sus rayos entró por la puerta del monumento iluminando el arco interior, donde antiguamente se colocaba el bloque de piedra que representaba a Al-Lat. –Cariño… –dijo Nico señalando hacia Al-Deir–. Fíjate en cómo el sol cincela el arco. ¡Es precioso! –¡Es verdad! Espero que Zahra lo esté viendo. 775 http://www.antoniojroldan.es –¡Eh! Chavales –dijo Martín–. ¿Habéis visto la peli del Rey León? –Señaló hacia la montaña que estaba enfrentada a AlDeir. Nico y Sonia giraron la cabeza y descubrieron como el sol brillaba cegando la visión del horizonte del oeste de Petra, recortando sobre la montaña la silueta de un gigantesco león de arenisca que estuviera contemplando el atardecer. La tierra milenaria del Wadi Musa les hacía su último regalo. –Es como regresar a África, cari –dijo Nico abrazando a Sonia por la cintura. –¿Recuerdas las pinturas de Kondoa? ¡Se han cumplido! Martín, era el guerrero que le quitó el colgante y el que ha propiciado su recuperación. También Zahra está sobre la roca… Y ahí tenemos a nuestro león. ¡Es impresionante! Nico y Sonia se percataron de que Zahra estaba despidiéndose lentamente de Al-Deir, atesorando el juego de luces que la propia Al-Lat, la diosa del sol que se solía representar con la figura de un león, había trazado sobre la explanada. Junto a ella caminaba, con la cabeza erguida, y el paso orgulloso del rey de los felinos, un pequeño gatito negro rescatado de los bajos de un coche en Glastonbury. Su sombra se proyectaba sobre la arena anaranjada, agrandando su silueta y desafiando a cualquiera que se atreviera a volver a robarle su colgante a Zahra. –Creo que te equivocas –le dijo Nico a Sonia–. Ahí tienes al verdadero león de Kondoa. 776 http://www.antoniojroldan.es 777 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 65 La despedida Madrid, mayo de 2012 Para Isabel, la que fuera tutora de Zahra en cuarto de ESO, los pasillos de bachillerato eran igual de ruidosos que el resto del colegio, pero sin el colorido y la alegría de otros niveles. Cuando bajaba a secundaria tenía que administrar su paciencia ante los conflictos de sus alumnos con los profesores y sus compañeros, pero cuando cogía el ascensor para visitar a los mayores el ambiente era otro. Ya ninguno de sus “pavitos” la paraba por el pasillo para contarle algún desencanto amoroso o la pelea con sus padres. No. Ahora lo seguían haciendo para consultarle dudas del temario o solicitarle un aplazamiento de algún examen o trabajo. Era cierto que a veces se topaba con miradas que venían a decir algo así como “¿Recuerdas nuestras charlas en el patio? Tengo tanto que contarte, pero ahora prefiero pasar el recreo con los amigos. También ellos saben escuchar como lo hacías tú”. Pero a menudo, cuando se disponía a descansar taza de café en mano, observaba a algunos de aquellos jóvenes con los ojos más apagados que de costumbre y, deformación profesional, no podía evitar sentarse a su lado para ofrecer un hombro en el que desahogarse o unas simples palabras de ánimo. 778 http://www.antoniojroldan.es Zahra había oído el timbre pero seguía sentada en la silla acariciando su carpeta de apuntes, forrada con los recuerdos de sus viajes, fijando su atención especialmente en la foto que tomó del atardecer en Al-Deir un año y medio atrás. –Anda, mira quién está aquí con la buena mañana que hace afuera –dijo Isabel entrando en el aula vacía. –¡Buenos días Isabel! Ya salía… –Sé de una que todavía le está dando vueltas a lo de leer el discurso de despedida. –¡No! ¡Qué va! Ya le ha dicho al tutor que acepto. De he hecho lo estoy preparando con la ayuda de la clase. Me hace mucha ilusión… –Pues, hija, mucho no se te nota. Andas con una cara. –Es por otra cosa… –Dudó si sería buena idea confiar en doña Isabel que, al fin y al cabo, tendría línea directa con su madre. –¿Me lo quieres contar mientras bajamos al patio? –Vale –Zahra cogió el bocadillo y la profesora cerró la puerta con su llave general. –Pues tú dirás. –Es sobre las charlas de orientación del otro día. –¡Ah! –Respondió Isabel aliviada, porque a esas edades se podría encontrar con auténticos embrollos. 779 http://www.antoniojroldan.es –Nos están machacando con el tema de los idiomas – recorrieron el pasillo en busca de la escalera–. Yo no estoy muy puesta con el inglés, a pesar de mi apellido, ya que mis padres, bueno, ya lo sabes… Con eso de la separación, mi madre no andaba muy bien de dinero como para mandarme fuera. Nico y Sonia si han estado de intercambio en Francia e Irlanda, por ejemplo –Isabel asintió–. Sin embargo, sigo teniendo familia en Inglaterra, lo cual es estupendo y… –Zahra puso cara de pilla. –¿Y? –Se me estaba ocurriendo tomarme un año sabático en Glastonbury, en casa de mi tía. Ella tiene un pequeño negocio, un bed & breakfast, y le vendría bien un poco de ayuda. Además, la casa es muy grande y podría dar clases particulares de español. En el pueblo no hay apenas oferta y… –Para, para. Un momento. ¿Me estás diciendo que no vas a ir el año que viene a la universidad? –Pues… –se pararon en el descansillo de la escalera–. Más o menos. Sólo sería un año para dominar el idioma. Luego haría el Grado de Antropología Social y Cultural, que son cuatro años. ¿Cómo lo ves? –Isabel hizo una pausa para reflexionar y continuaron bajando. –Suena bien… Sólo me da miedo que durante el curso que viene pierdas un poco el hábito de estudio. Eso, unido a que tendrás tus primeras ganancias, puede hacer que te desvíes de tus objetivos. Supongo que eso lo has pensado. 780 http://www.antoniojroldan.es –Y ahí está lo mejor –Zahra sonrió mirando a su profesora con ilusión–. Hay un máster en la universidad de Bristol, cerca del pueblo de mi tía, que trata sobre arqueología y antropología. La escuela de campo se hace en el misterioso castillo de Berkeley y luego puedes seguir con las prácticas en lugares como Jordania o África del Este. ¿No es genial? Incluso me he planteado hacer el propio grado en Bristol. Mi tía no me iba a cobrar la estancia, ya que yo le ayudaría con su negocio y le haría compañía. –En algún lugar me he perdido… Tu plan parece sensato, aunque te veo muy optimista con la financiación. ¿Piensas pagarte la universidad en Bristol con clases particulares? –¡No! ¡Qué va! También tendría una beca. –¿Una beca? –Del Museo Falco de Roma. –No me suena…Y mira que conozco Roma. Bueno, tú más en profundidad… –examinó a su alumna con intención. –Lo he pillado –dijo Zahra riendo–. No conoces el museo porque lleva abierto pocos meses. A la directora, que es amiga mía, le conté mis planes y me ofreció esa posibilidad si lograba firmar un convenio de colaboración con Bristol. –Ya… ¡Te mueves en altas esferas! –Sólo existe un problema… –¿Sólo uno? Me encanta… ¿Cuál? 781 http://www.antoniojroldan.es –Pasaría mucho tiempo lejos de mi familia, mis amigos… –Bajó la voz–. Y todavía no se lo he contado a mi madre. –¿A qué esperas? –No sé cómo hacerlo… –¡Anda! Pues de la misma forma que me lo has soltado a mí. Suena razonable, de veras. Zahra e Isabel llegaron al patio, donde los niños más pequeños jugaban al balón y correteaban felices sin responsabilidades. –Voy a echar de menos el colegio. No sólo a los compañeros, también a vosotros. –Luego volvéis y nos contáis vuestras correrías. Nos hace mucha ilusión, porque nos tranquiliza comprobar que no lo hacemos tan mal como decís. –Lo habéis hecho genial. Si no fuera así mi media no habría mejorado tanto en bachillerato. Por cierto, ¿sabes la gran noticia? Mi padre va a venir a la graduación. –¡Qué bien! Al final lo conseguiste. A cabezona no te gana nadie. –Va ser uno de los mejores momentos de mi vida… –Vendrán más, ya lo verás. A partir de ahora vas a despedirte de muchas cosas. La juventud es maravillosa, pero tiene el defecto de renegar de la infancia. Cuando tengas mi edad querrás recuperar esa infancia perdida, así que procura no 782 http://www.antoniojroldan.es guardarla en un baúl y tirar la llave. Consejo de veterana: conserva la llave. –Lo haré, gracias por el consejo. –Es de las pocas cosas que te darán gratis sin la beca Falco esa –Y ambas se fundieron en un abrazo antes de que Zahra se fuera en busca de sus amigos. Hace quince años llegamos a las puertas de nuestro colegio con la inquietud reflejada en nuestras caritas y enfundados en un baby con nuestro nombre impreso y sujeto con un imperdible. Las horas iniciales entre estas paredes transcurrieron entre los colores alegres de las aulas de infantil, donde nuestras señoritas se afanaban por acogernos con la mejor de sus sonrisas. Con ellas aprendimos los colores, los números, las letras, pero también las normas de convivencia más elementales, como tomar de la mano a tu compañero en las excursiones o escuchar cuando alguien te habla. Las primeras semanas en primaria nos las pasamos buscando a nuestras seños de infantil. Ellas nos recibían con los brazos abiertos, pero también nos animaban a afrontar esa nueva etapa de responsabilidad. Querían que dejáramos el nido para volar sin miedo, porque éramos mayores. Ahora lo pienso y creo que eso me lo han dicho en cada uno de los cursos que nos han llevado hasta aquí. 783 http://www.antoniojroldan.es Primaria fueron seis años maravillosos en los que aprendimos a multiplicar, a redactar con pocas faltas de ortografía, a conocer el mundo en el que vivimos, pero también a jugar, a imaginar, a crear…Una profesora me dijo una vez que no tirara la llave del baúl de la infancia. Así lo haré. Apenas tuvimos tiempo de reconocer nuestra pubertad en sexto cuando de improviso llegó la secundaria. Muchas materias, profesores más serios y una exigencia académica en la que el concepto de deberes daba paso al estudio diario y la planificación. Cada mañana te levantabas de la cama y el espejo te mostraba los cambios de tu cuerpo, que no solían ser ni armónicos ni deseados. Así salías de casa, con la sensación de ser un monstruo, pero con la motivación de saber que aquí había más monstruos como tú y que disfrutarías de tu segunda familia: Los Monsters. Con ellos reíamos, salíamos los viernes, contábamos nuestras alegrías, nos enamorábamos, pero también compartíamos las tristezas. Con algunos de esos monstruos he vivido historias increíbles –Zahra dirigió sus ojos hacia la tercera fila, donde Nico y Sonia asistían emocionados a los discursos de los delegados–. Hacíamos frente común contra la otra familia, la de toda la vida. No me extraña que hoy celebremos este día, padres y madres, porque hemos vuelto. Nos habíamos alejado de vosotros para poder reencontrarnos al final del colegio. Fue una travesía dura, también para vosotros, deseosos de convertirnos en personas autónomas, pero sin romper ese vínculo, que se deterioraba por días, pero que necesitábamos como respirar. 784 http://www.antoniojroldan.es Vuestros límites y normas eran nuestra brújula, ahora nos hemos dado cuenta. Éramos vuestras cometas, azotadas por el viento, libres en el cielo, pero con un fino cordel que les daba la seguridad de vuestras manos. Es posible que algunos andemos todavía perdidos por algún paraje extraño, pero os garantizo que seguimos preguntando, a quien nos quiera escuchar, cuál es el camino que nos llevará a casa –Esta vez Zahra miró al gallinero del salón de actos, donde estaban los suyos. Hizo una pausa para contener sus sentimientos y pasó a la segunda hoja. Bachillerato. Exigencia, medias, obsesión por las notas de corte, pero también autonomía, libertad y ganas de devorar la vida. Los primeros meses pensábamos que nunca seríamos capaces de pasar esta prueba. Nos equivocamos, como tantas otras veces. Habíamos olvidado algo importante, que supimos desde los tres años, y era que nunca caminaríamos solos. Familias, profesores, personal de mantenimiento, cocina, administración, todos trabajando en equipo para que en el futuro nos integráramos en la sociedad y pudiéramos decir con orgullo que un día estudiamos en este colegio. Personalmente descubrí que las personas que menos imaginas pueden marcar tu vida para siempre. Y así se despiden vuestros niños, que ya no lo son tanto. La puerta del patio que se nos abrió durante quince años se nos cierra, aunque sé que nos colaremos por portería para recorrer los pasillos de la que siempre será nuestra casa. Ahora buscaremos nuevas puertas, llevando en nuestro corazón el 785 http://www.antoniojroldan.es recuerdo imborrable de todo lo aprendido y vivido. ¡Muchas gracias! Todo el salón de actos aplaudió las palabras de los representantes de las tres clases de segundo de bachillerato, especialmente las de Zahra, con las que terminaba el turno de los alumnos. Doña Isabel observó a su compañero de matemáticas, el temido “Chanquete”, derramando una lágrima inoportuna, por lo que le ofreció con disimulo un clínex: –Gracias, Isabel. Siempre me emocionan estos hijos de Satanás. El patio de butacas era una fiesta de abrazos entre los alumnos, carreras por localizar a las respectivas familias, agradecimientos a los profesores y destellos de las cámaras para inmortalizar aquel día. Zahra le pidió a su compañera Carol que le hiciera una foto con sus padres, sus abuelos maternos y David. Cuando estaban todos colocados se dio cuenta de que faltaba alguien muy importante, Tarek. El fellah se sorprendió ante la insistencia de Zahra: –Señorita, yo… –Tarek, he sido afortunada por tener más abuelos que nadie… –Y le abrazó con fuerza–. ¡Vamos, ponte! Luego, bajó de nuevo en busca de sus amigos inseparables, Nico y Zahra. Nico, elegante con su traje nuevo y su corbata de estrellitas, estaba atrapado en una charla informal entre sus padres y el profesor de física, calibrando las 786 http://www.antoniojroldan.es posibilidades que tendría si escogía esa carrera. Zahra, sin pararse a saludar, tiró con fuerza del chico con el que había crecido y se lo llevó en busca de Sonia, que no paraba de hacerse fotos con todo el mundo. Cuando Zahra ya tuvo en su poder a la pareja, los sacó de allí para colarse en el patio a través del comedor. Los tres jóvenes corrieron por la arena, bajo el anochecer de Madrid, en dirección a su banco favorito, que aguardaba como siempre bajo el árbol en el que tantas veces habían repasado los esquemas antes de un examen. –¡Por fin! ¡Lo conseguí! –dijo Zahra–. Mis padres han hablado… ¡Me dejan irme a Glastonbury un año! –¡Genial! –gritó Sonia. –¡Fabuloso! –exclamó Nico abrazando a ambas. –En julio voy para allá… ¿Os venís un par de semanas? –Estás loca… –respondió Sonia–. De atar. Como un puto cencerro, pero como cabra hueles mejor que el Land Rover de Margaret. Además, con los exámenes me he quedado en los huesos y coger veinte kilos comiendo en casa de tu tía no me vendría mal. –¿Nico? Por favor…–Zahra le cogió las dos manos. –Pues… ¡Qué remedio! No os voy a dejar solas, que luego os perdéis en el reino de las hadas ese y me toca a mí rescataros. 787 http://www.antoniojroldan.es La alegría vital de los tres amigos, haciendo planes para el verano, contrastaba con el silencio del lugar donde tantas veces habían jugado a ser mayores. 788 http://www.antoniojroldan.es Capítulo 66 Lo hubiera dejado todo por ti Los parasoles protegían del calor sevillano la terraza del restaurante en la Plaza de los Venerables. Zahra y Rai tomaban una caña de cerveza a la espera de la comida. Había sido un día muy intenso en el juzgado, tratando de retirar la denuncia contra Martín presentando un escrito en el que renunciaban a cualquier acción civil o penal contra él, aunque el proceso siguiera su curso. Ahora le tocaba a la fiscalía decidir si continuaba de oficio o escuchaba la recomendación del tribunal. Marta le había dado permiso para pasar unas horas con Rai mientras ella aprovechaba para relajarse por las calles de la ciudad hispalense. La madre de Zahra necesitaba esos momentos de soledad que la ayudaran a encontrarse consigo misma, lejos del negocio y de las preocupaciones propias de la edad de sus dos hijos. –No sabes lo que te agradezco que hayas acudido a los juzgados –dijo Zahra sonriendo al que siempre llamaba “su compañero de espeleología”. –Lo he hecho por ti, porque ya sabes que no estaba dispuesta a echar una mano al cabrón ese –Zahra iba a responder pero Rai le hizo un gesto para que se detuviese–. También acudí 789 http://www.antoniojroldan.es a Madrid el año pasado, porque te lo había prometido, pero sigo sin entender tus motivos. –Ya te expliqué que deseaba cerrar esta etapa en limpio, sin ataduras ni malos recuerdos. No sé, necesito estar en paz conmigo misma y con el mundo. –Hay que cosas que no se olvidan… Fue duro. –La verdad es que tú te llevaste lo tuyo –acarició fugazmente la mano de su amigo. –Ya, bueno… Pero reconozco que fueron buenos momentos. Lo que pasó en la azotea de La Mugara –Rai bajó un poco la mirada–, nuestro paseo por Madrid, las cartas que me escribías… –Ahora, como has salido de las cavernas, es todo más fácil –dijo Zahra señalando el móvil que había en el velador. –¿Nunca te han dicho que eres muy graciosa? –Le tiró un altramuz a la cara. –Muchas veces. Yo creo que la culpa es de Sonia, que me ha ido pervirtiendo –Ambos desviaron su mirada hacia un par de músicos que interpretaban una célebre sevillana con una guitarra bastante desafinada. –Tengo que darte una noticia –dijo Rai mientras Zahra sorbía un poco de su cerveza–. Al final me caso. –¿Te casas? ¿Ya? –En marzo del año que viene. Llevamos una eternidad juntos y como su padre nos va a dejar el bar, pues eso, que nos 790 http://www.antoniojroldan.es lanzamos a la piscina. Lo de la empresa de reformas era imposible con el tema de la crisis, pero el bar tiene una clientela fija y el personal de toda la vida seguirá allí –Zahra lo escrutó con una sonrisa–. Sé lo que piensas, porque ya me lo soltaste en su momento, pero nos apetece, a pesar de que somos muy jóvenes. –Me alegro mucho por ti, y por ella, no creas. –No te veo muy convencida… –Lo que importa es que lo estés tú –El camarero llegó con los salmorejos–. Quiero decir que la debes querer mucho para dar ese paso. –¡Claro! –Rai asintió con énfasis–. Si no lo estuviera no me casaría. –Pues entonces –Zahra levantó su vaso–, brindemos por vuestra felicidad. –Brindemos –Y se pusieron a comer en silencio. Tras el almuerzo, se encaminaron hacia el Paseo de Colón, en la ribera del río Guadalquivir, para continuar despacio hasta el aparcamiento donde Rai tenía su moto. Zahra le había explicado su proyecto en Glastonbury y su deseo de especializarse en antropología y seguir viajando por el mundo. Rai le dio más detalles de su próxima boda, y así el tiempo fue pasando hasta que llegaron a su destino. –Pues toca despedirnos –dijo Rai. –Sí, es tarde –Zahra tomó su mano. 791 http://www.antoniojroldan.es –Me gustaría que vinieras a mi boda. Podrías traerte algún chico, si lo hay, claro. –No sé si le gustaría a tu novia. ¡Cariño, he invitado a un rollito que tuve en unas vacaciones! –Tú no eras un rollito y lo sabes –Rai torció el gesto–. Lo hubiera dejado todo por ti. –¿Qué quieres decir? –Zahra se arrepintió al instante de hacer esa pregunta. –Me enamoré de ti, de verdad. Cuando fui a Madrid iba a decírtelo… Que dejaría a mi chica y olvidaría mi idea de montar la empresa, con tal de irme algún día a la capital a buscar un curro, de lo que fuera, para estar contigo. Pero cuando me contaste tus planes en la universidad, tu intención de estudiar fuera de España y tu esperanza de encontrar un chico capaz de seguirte, me sentí tan diminuto a tu lado que te dije que yo no aspiraba a tanto. Quizás pensaste que me refería a tus sueños, pero al decirlo te miré a los ojos. –Yo también estaba enamorada de ti, pero sólo era una cría comparada contigo, demasiado pequeña para salir con un chico que vivía tan lejos. Tú ganabas ya tu propio dinero y yo estaba en la ESO… –¡Oye! Que nos estamos poniendo trascendentales. Lo que importa es que siempre seremos amigos y, sí, me gustaría que vinieras a mi boda. 792 http://www.antoniojroldan.es –Lo intentaré –Acarició aquel rostro que tantas veces había rebuscado en su memoria en los malos momentos–. Pero no te lo prometo. –¡Ah! Nada de escenas del tipo si alguien tiene algo que decir que impida este matrimonio que hable ahora o que calle para siempre… Ya me entiendes –guiñó un ojo. –Seré buena –Ambos se abrazaron. –Cuídate por Glasgow. –Glastonbury… Y tú haz feliz a Angelita, ¿vale? La moto de Rai se alejó de allí a toda velocidad en dirección a Albaidalle, el puerto seguro de la niñez de Zahra, un lugar en el que descubrió que existía la magia y que ya formaría parte de su esencia. Madre e hija observaban la campiña sevillana desde su asiento en el tren de alta velocidad. Zahra no pudo evitar recordar el mismo viaje tres años atrás, pero en el coche familiar. Aquella vez Zahra había apoyado su cabeza en el hombro de Marta, buscando su cobijo porque se encontraba perdida ante la llegada de la adolescencia y el alejamiento de la niñez. Ahora era la propia adolescencia la que se deslizaba como la arena entre sus dedos. –Mamá, ¿te he dicho alguna vez que te admiro? –Nunca –respondió Marta volviéndose sorprendida–, pero me gusta que me lo digas, aunque sea para pedirme algo. –¡Qué va! Lo digo de verdad –y le dio un cálido beso. 793 http://www.antoniojroldan.es Ambas quedaron ensimismadas mirando el atardecer y despidiéndose de la tierra donde un joven inglés se había quedado a vivir por amor medio siglo antes. –Hija… Tu padre quiere regresar a Madrid. –¿Qué me cuentas? –Zahra dio un respingo sobre el asiento. –No quiere perderse la adolescencia de David, como hizo con la tuya. Te escribirá cuando lo decida. –¿Entonces? –¿Qué? –A lo mejor, ahora que él ha roto con Geno y Walid se ha ido a Grecia pues, eso… Ya me entiendes… ¡Te quiero, mamá! –Ni lo sueñes, pequeña alcahueta. Madrid aguardaba, y Glastonbury, más al norte, en la antigua isla de Ávalon, donde las hadas bailan en corros y la tierra ofrece sus secretos al que sea capaz de viajar siguiendo los dictados de su corazón. 794 http://www.antoniojroldan.es Restaurante Hatshepsut. Septiembre de 2014 Debo reconocer que fui poco original cuando les sugerí a Nico y a Sonia que el restaurante Hatshepsut sería un lugar idóneo para vernos, pero la saga de “Las aventuras de Zahra” había concluido y me agradaba retornar a uno de los escenarios de los libros. Mientras esperaba su llegada, Marta y Amir se desvivieron por llenarme la mesa de aperitivos, cada uno más sofisticado que el anterior. No me extrañó que el joven cocinero hubiera ganado el concurso de tapas organizado para la feria de alimentación de Lavapiés unos meses antes. El caso es que no estoy habituado a ser tratado como un vip, más cuando sólo soy un profesor de matemáticas que a veces vuelca su creatividad en la escritura para que su imaginación siga fluyendo, por lo que me sentí algo observado por los comensales de las mesas vecinas. Me sorprendió percibir a los dos tan mayores aunque, haciendo cuentas, ambos rondaban ya la veintena y yo los había conocido cinco años atrás. Parece que fuera ayer cuando decidí explorar la narrativa juvenil justo en el verano que visité Glastonbury. Sonia traía una bolsa de una popular librería madrileña en la que llevaba el último libro de psicología que se había comprado. Estaba entusiasmada con la carrera y contando los 795 http://www.antoniojroldan.es días que faltaban para regresar a la facultad. También Nico me confesó que había obrado correctamente al elegir ciencias físicas, pero se le notaba algo disgustado con algunas materias bastante correosas. Yo, que he estudiado exactas, sobreviviendo a duras penas, le aconsejé que tuviera mucha, pero que mucha paciencia. Mientras saludaban a Marta, Amir y a Inés aproveché para observar más detenidamente el local. Había que reconocer que la decoración había mejorado con todos los enseres que Tarek les había mandado desde Egipto, donde vivía ahora con la familia de su hermano. Supe que tuvo que lidiar con una neumonía, pero el viejo corazón del fellah aguantó bien el envite. Uno no puede evitar creer en el mito del amor romántico, como diría Trini, mi compañera de vida, que es psicóloga y este tema lo tiene muy trabajado (ya le he pasado su correo a Sonia para que hablen de sus cosas). Por eso me alivió comprobar que la relación sentimental entre mis dos invitados gozaba de buena salud y que, por lo tanto, podía permitirme el lujo de fisgar en la trayectoria del resto de personajes. Para empezar, Sonia me habló sobre el cambio de Amir, que nunca dejaría de agradecerle lo suficiente a Tarek y a Marta la segunda oportunidad que le dieron. Según su apreciación seguía atesorando un aceptable culito –palabras textuales de mi interlocutora–, pero había ganado en presencia y cordialidad con la clientela, eso sin olvidar su progreso como rapero de pucheros de varios tenedores. La otra mitad del Hastshepsut, Marta Giménez, había estado saliendo con Walid, como yo había 796 http://www.antoniojroldan.es supuesto tras su encuentro en Jordania, pero la cosa no cuajó y, para colmo, por si quedaban dudas, Al Nasser lo había enviado a Grecia para pescar en plena crisis económica. Nico interrumpió la narración para anunciarme que también Víctor se había quedado soltero y sin compromiso. Según nuestro aprendiz de Merlín, el viaje a África de Zahra había sido muy esclarecedor para su padre. Aquella mujercita que se plantó en Tanzania distaba mucho de ser la niña a la que le leía los cuentos de Tintín, por lo que Víctor temió perderla de nuevo y, también, cometer el mismo error con David, que por cierto, ya había entrado en la edad del pavo por la puerta grande. Hasta tenía pelusilla, el tío. Tras una breve interrupción de Inés, que traía las bebidas a los recién llegados, Sonia, que disfrutaba poniéndome al día con los chismes sobre los personajes de mis relatos, retomó el hilo de nuevo. Víctor vendió el globo y le regaló el Toyota a Bakari, para que este le sacara algo de dinero y pudiera montar su propio taller. Ante mi cara de extrañeza, por el poco rendimiento que daría la venta de un vehículo tan machacado como ese, Sonia me aclaró, con algo de orgullo, que los que han estado en Tanzania saben muy bien que en esos talleres importa más la imaginación y las habilidades que los medios. A su llegada a Madrid, Víctor Saunders se acomodó en el piso que había dejado Tarek y se puso rápidamente a usar sus contactos para implantar el negocio de los globos en España. Finalmente estableció como campo de despegue las afueras de Segovia y, en un año, se había hecho un hueco en el negocio. 797 http://www.antoniojroldan.es Sonia se levantó y fue hacia el expositor de propaganda de la caja para traerme un folleto de “Saunders Globus”. El globo nuevo lucía espléndido sobrevolando el acueducto de Segovia. Otra cuestión que me intrigaba es saber qué había sucedido con el profesor Falco tras su intensa partida en el senet. Esta vez fue Nico el que me relató las novedades. El profesor se había recuperado del infarto que tuvo la nochebuena del 2012, pero el médico le había dicho, aparte de abroncarle por no haber llamado a emergencias, que debía llevar un régimen más saludable. Desde que había dejado de viajar Falco se había vuelto muy casero, jugando con sus animatas, leyendo en su despacho o navegando por Internet. Total, que desde entonces se levantaba muy temprano para caminar un par de horas por la mañana, incluso se daba pequeños paseos en bicicleta. Por eso, cuando decidió convertir su colección en un museo permanente, dado el éxito de la exposición “Jugando con la muerte”, nombró a Guadalupe directora del mismo, dándole plenos poderes para organizarlo todo. La mejicana hizo cuentas, y se busco una empresa de seguridad y otra de limpieza, para abaratar costes, centrando sus esfuerzos en seleccionar personal técnico. Como no encontraba el perfil adecuado, se le ocurrió buscar en la universidad a jóvenes con ganas de investigar y echar unas horas a cambio de una beca. Fue un éxito rotundo. De hecho cada año incorpora a dos o tres estudiantes. Sin embargo, Nico se guardaba lo mejor para el final: –¿A qué no sabes cuál es la única persona que tiene Lupe en nómina? –No se me ocurre… –respondí intrigado. 798 http://www.antoniojroldan.es –Martín –se adelantó Sonia. –¿Martín? –En el fondo no me extrañaba. –¡Cariño! –protestó Nico–. Que ahora me toca hablar a mí. –No te ofendas, pero es que vas a aburrir a Antonio con tu tono de telediario. –¡No! ¡Qué va! Sigue, por favor… –le pedí. –Pues eso. Nuestro viejo amigo Martín. Es el que suele asistir a las subastas, gestiona las compras y, agárrate, representa a Falco en los encuentros de coleccionistas. –Eso sí que me cuesta creerlo… –dije sorprendido. –Bueno, él tenía mucha experiencia. Es verdad que al principio se le miró con desconfianza e hizo falta que el propio Falco mandara una explicación formal a sus colegas, pero finalmente el instinto de Lupe no falló. El tío sabe lo que se hace. –Si te quieres reír –Sonia me pasó su móvil–, hay una foto en el Facebook del último encuentro en Milán. Mira… Era como si los integrantes de una cumbre mundial hubieran posado delante del Duomo de Milán. Allí estaban todos, con los atuendos de gala de sus respectivos países. Al Nasser, como siempre, se las había arreglado para situarse en el centro. Vidak muy cerca de él, pero en la fila del fondo, dada su envergadura. Martín, como buen novato, en uno de los extremos, luciendo un traje italiano que le hacía parecer un mafioso con aire distraído. 799 http://www.antoniojroldan.es –Realmente es muy chocante –le devolví el aparato. –Además, yo creo que Lupe y él acabarán liados –dijo Sonia mirándome con intención. –¡Cari! No vuelvas a empezar… –protestó Nico. –Bueno, ella siempre me dice que son negocios. A mí eso me huele a chamusquina. Seguro que a Zahra se lo ha contado. Aproveché la mención a la protagonista de mis relatos para interesarme por su historia desde que dejó el bachillerato, lo cual deseaba, pero a la vez temía. Ellos notaron mi nerviosismo, y esta vez se pelearon para cederle al otro el privilegio de iniciar el relato. Comenzó Nico, quizás por aquello de la “antigüedad”. Como ya le había anunciado a su profesora Isabel, Zahra se trasladó a Glastonbury, para ayudar a su tía Margaret y dar algunas clases de inglés. Aunque al principio le costó adaptarse al idioma, al clima y, Nico hizo hincapié en esto, a la comida, al llegar la primavera Zahra era una vecina más del pueblo. Mientras Nico daba un sorbo a su té helado, Sonia aprovechó para meter baza. En primavera los padres de Zahra le ofrecieron cursar los estudios en la Universidad de Bristol desde el principio, ya que el dinero obtenido de La Mugara todavía daba para mucho y había que aprovechar la oportunidad, por lo que Zahra se había hecho allí la matrícula. Cada día se tragaba los treinta y siete kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, pero luego optó por compartir piso con otros compañeros de lunes a viernes, para así ayudar a su tía los fines de semana. También les había contado que el sábado y el domingo acudía al Templo de 800 http://www.antoniojroldan.es Glastonbury para echar una mano a Brigide y continuar con su formación para algún día ser melissa. Estaba muy ilusionada por dar ese primer paso y, si alguna vez sentía la llamada, podría ser sacerdotisa de Avalon. Nico me dijo que Zahra había conocido a un compañero de facultad, de origen indio, que también estaba muy interesado en hacer algún día el posgrado en arqueología y antropología, por lo que ambos se habían ido conociendo y terminaron saliendo. Sonia precisó que todavía no llevaban ni un año, pero que el mozo en cuestión estaba para mojar pan, sin desmerecer a Nico, y que llevaba una melenita negra recogida que hacía suspirar a las inglesitas, las cuáles se preguntaban qué tendrían las mujeres españolas para llevárselo crudo. Nico le indicó que eso último se lo estaba inventando. Luego ambos empezaron a darme su parecer sobre los perfiles de sus personajes, que si Nico era demasiado protector, que si Sonia tenía demasiadas salidas de tono… Así pasamos la tarde. Reconozco que me lo pasé estupendamente con ellos. Quedamos en vernos cuando se publicara el sexto libro. Me despedí de Marta y de Amir y regresé a casa donde, casualidades de la vida, me esperaba un correo de la propia Zahra: Querido Antonio: Hoy me he llevado al Jardín del Cáliz Sagrado el manuscrito que me mandaste para revisar. Me he sentado junto 801 http://www.antoniojroldan.es al pozo, cuya tapa fue forjada con el símbolo de la Vesica Piscis que llevo en mi colgante. En ese lugar siempre encuentro la paz, en momentos como este. Y eso que Avalon está por aquí jugando con una mariposa azul y no para quieto. Me he emocionado al recordar el final de mi adolescencia, el viaje a Al-Deir o mi reencuentro con Martín y Rai. Aunque hay algunos pequeños detalles que tienes que revisar (te los he escrito en rojo), en general me parece que te has ajustado a lo que pasó y que has sabido reflejar todo lo que sentimos aquellos días en Jordania. Como te digo siempre, me sorprende que a alguien le pueda interesar la vida de una persona como yo, ¿o vas a decirme que “tus pavitos” del colegio ya no observan el mundo con los ojos del alma para ver más allá de sus sentidos? No me lo creo… Por cierto, sobre la cuestión que me planteas la respuesta es que sí, que estoy de acuerdo contigo. Aquí lo dejamos. El resto de aventuras, que espero que sean muchas, quedarán entre tú y yo. De todas formas, te has comprometido a regresar a Glastonbury, ¿no? Pues te tomo la palabra. Por aquí nos vemos. Un fuerte abrazo de tu heroína. PD. Dale recuerdos a Trini. 802 http://www.antoniojroldan.es Eduard Toda i Güell nació en 1855 en Reus, Tarragona, donde coincidió en el colegio de los escolapios con el famoso arquitecto Antonio Gaudí y el médico Josep Rivera. Los tres compartieron sus inquietudes sobre la arquitectura y la historia. Estudió Leyes en Madrid e ingresó en la carrera diplomática. Así estuvo en Macao, Hong-Kong y Shangai. En 1884 fue nombrado vicecónsul en Egipto, donde conoció a Gaston Maspero, Director de Antigüedades de Egipto, lo cual supuso renovar sus aficiones de juventud y a unirse a los trabajos de los egiptólogos occidentales que trabajan en el país. Así pudo visitar Gizah, Menfis, o Sakkara. 803 http://www.antoniojroldan.es En enero de 1886 se unió a una expedición de Maspero acompañado por los mejores egiptólogos de la época a través del Nilo. Al llegar a Luxor, y tras visitar el templo de Karnak, un beduino de la zona informó a Maspero del descubrimiento de la entrada a una tumba intacta en la ciudad de Deir el-Medina, que resultó pertenecer a Sennedjem –traducido como Son Notem por Toda–, un “Servidor en el lugar de la verdad”, que podría ser un artesano del “Valle de los Reyes” o del “Valle de las Reinas”. Como Maspero estaba muy ocupado le pidió a Eduard Toda que se encargara de catalogar todos encontrados, los enseres incluyendo la magnífica puerta en la que Sennedjem juega al senet, junto a su esposa, luchando contra la muerte. Los trabajos realizados por Toda en la tumba se encuentran descritos en su libro titulado “Son Notem en Tebas. Inventario y textos de un sepulcro egipcio de la XX dinastía”. La lectura de esta obra de Toda resulta muy amena e interesante, especialmente la primera parte. Está disponible en internet, en un boletín de la Real Academia de la Historia –Tomo X 1887–que se puede consultar en la web http://www.cervantesvirtual.com. En ese pequeño libro se hablan de los fellah –el pueblo de Tarek–y contiene un estudio profundo de todos jeroglíficos y 804 http://www.antoniojroldan.es enseres hallados, entre los que no se nombra ningún senet salvo el grabado en la puerta. El senet y el resto de objetos que he usado para la portada se encuentran en el Museo Egipcio de El Cairo y fueron encontrados en la tumba de Tutankamón. En el año 2009 tuve la inmensa suerte de poder visitar tanto los originales de El Cairo como las copias que han viajado por el mundo en una exposición que llegó a Barcelona. No se conocen las reglas exactas del juego del senet, aunque parece claro su doble objetivo como juego de mesa y puerta al reino de los muertos. He procurado que la partida entre Zahra y David se rija por un resumen de todas las teorías que se han escrito sobre la forma de mover las fichas y el significado de las casillas. La “Cueva del Senet” se desarrolla en el pueblo imaginario de Albaidalle, que usé en el primer relato que escribí, titulado “El prisionero entre lágrimas de cera”. El nombre de la finca “La Mugara” significa en árabe “La cueva”. 805 http://www.antoniojroldan.es El título del noveno capítulo “El secreto del Unicornio” es un homenaje a Hergé, el autor de Tintín –que se nombra en este libro–, con el que aprendí más geografía e historia que con los libros de texto del colegio. Por eso, cuando viajé siendo un adulto a Bruselas, sentí que peregrinaba en busca de un viejo amigo con el que compartí grandes momentos en la infancia. 806 http://www.antoniojroldan.es Cuando visité “The Goddess Temple” en Glastonbury, descrito en el primer capítulo –http://www.goddesstemple.co.uk/–, conocí a la sacerdotisa Georgina Sirett-Hardie, en la que me inspiré para el personaje de Brigid, cuyo nombre recuerda a una de las divinidades paganas. Georgina tuvo la amabilidad de invitarnos a todos las personas presentes a compartir una meditación con ella, algunos de cuyos pasajes aparecen en la que Brigid realiza con Zahra, con ciertos añadidos que explican aspectos de los chakras del cuerpo humano o que pertenecen a otras técnicas de relajación. 807 http://www.antoniojroldan.es El culto a la Diosa inunda todo Glastonbury, pero se percibe especialmente en el Jardín del Cáliz –Chalice Well–, cuya tapa del pozo es el símbolo que porta Zahra en su colgante, y que se suele relacionar con la deidad femenina. Al igual que Brigid tuvo su equivalente cristiano en Santa Brigida, el Chalice Well ha sido identificado con el Santo Grial por la presencia en el lugar de José de Arimatea y el color rojizo del agua que mana, como mínimo, desde hace dos mil años. El lugar es relevante para casi todas las religiones, por lo que fue nombrado Jardín de la Paz Mundial. Es un oasis de tranquilidad y belleza a los pies de la montaña del Tor, también señalado como su equivalente masculino. El Espino Sagrado de Wearyhall, descendiente del cayado que José de Arimatea trajo a Glastonbury, florece en Navidad y Semana Santa. Está comprobado que es originario de Oriente Medio y que data de aquella época. Desde Wearyhall se divisan las mejores vistas de Avalon. 808 http://www.antoniojroldan.es El monumento megalítico de Stonehenge está formado por cuatro círculos de piedra rodeados por un foso. Stonehenge pertenece a un complejo ceremonial muy amplio surcado por avenidas monumentos y otros menores. Parece demostrada su finalidad como lugar de culto a la muerte – en contraposición a su hermano de madera, Woodhenge, destinado a celebrar la vida–, aunque todavía existen voces que opinan que se usaba como observatorio astronómico. De hecho todavía hoy se celebra en él el solsticio de verano y es conocido como el Templo del Sol, como el del cómic de Tintin. Nunca olvidaré la experiencia de ver los primeros rayos del amanecer acariciar sus milenarias piedras. Cuando caminas por la comarca de Avebury, cubierta por los campos de trigo –a menudo esculpidos por los misteriosos crop circles–, impresiona la silueta de la colina artifical de Silbury Hill, el mayor montículo artificial levantado por el hombre. Aunque existen numerosas teorías sobre su uso, quiero creer en la leyenda que dice que los propios druidas la 809 http://www.antoniojroldan.es construyeron para albergar el reino de las hadas, aquel en el que Zahra se sumerge para rescatar a Sonia. El libro titulado “Malleus Maleficarum”, que se nombra en el relato, es un tratado sobre las brujas, escrito en 1496 por dos monjes inquisidores en Alemania. Fue muy usado en los juicios contra las brujas y su posterior tortura. En él se explica que las mujeres son más débiles que los hombres y así más propensas a los engaños del mal. En la cima de la colina del Tor permanece una torre como único resto del que fue el monasterio de San Miguel, el vigilante de la puerta de los infiernos. Quizás ello es debido a que se dice que en este lugar está la entrada al mundo de Avalon o al reino de las hadas. La tradición cristiana de la comarca sitúa en su interior la morada del Santo Grial. Si a esto unimos que es un lugar de gran energía, azotado por el viento y situado en un lugar privilegiado, entenderemos porque la subida a la torre nunca deja indiferente al peregrino. 810 http://www.antoniojroldan.es Conocí la tierra de Tarek y Amir durante la preparación del boceto de lo que sería “El mapa de Maslama”, por lo que la estructura de esta historia fue escrita durante dos atardeceres en la cubierta de un barco que surcaba el Nilo en diciembre de 2009, unos días antes de la “noche de la ilusión”, cuando transcurre el desenlace de la trama. Durante mis procesos de creación procuro encontrar lugares cercanos a la naturaleza, pero debo decir que, hasta ahora, ninguno de ellos ha sido tan fértil como Egipto durante mis jornadas de crucero por el Nilo. Este país es un escenario de luces y sombras, en el que la belleza convive con la pobreza, y la antigüedad con los excesos del siglo XXI. Ahora, mientras reviso el borrador del libro, el pueblo egipcio se encuentra en la calle pidiendo reformas. Quizás por ese motivo el final de “El mapa de Maslama” tiene un tono más agridulce que los otros. Abu al-Qasim Maslama está considerado como uno de los matemáticos árabes más prestigiosos del siglo X. Aunque nacido en Madrid, 811 http://www.antoniojroldan.es la mayor parte de su obra la realizó en el califato de Córdoba donde fue célebre como maestro de alquimia y astrónomo. El encantamiento de Nico está basado en su libro Picatrix, un compendio de oraciones a los planetas para realizar amuletos. Otro de los logros más relevantes de su vida fue traducir el planisferio de Ptolomeo. Por eso la plegaria a la luna está escrita sobre el esbozo de un mapa. El Hatshepsut lo he imaginado en lo que fuera la zona árabe de Madrid, un enclave elevado colindante con el barrio de los Austrias y cercano al curso del río Manzanares. Todavía hoy los nombres de sus calles recuerdan ese origen. Hay constancia de la existencia de subterráneos y pasadizos que comunicaban unas casas con otras, así como aljibes, pozos y patios. Durante la documentación para este libro me fue de gran utilidad visitar el Museo Municipal de Madrid, al cual también acudió Nico en su investigación. 812 http://www.antoniojroldan.es Se conoce como batallas o peleas de gallos a una competición de improvisación entre dos raperos cuyo objetivo es superar a su contrario mediante frases con rimas que se cantan sobre una base rítmica. He situado el Corral de San Isidro en uno de los parques de la Cuña Verde de Madrid, donde se puede contemplar una zona decorada con graffitis murales de gran vistosidad. El rap del puchero, que interpreta Amir en la cocina, está escrito para este libro por uno de mis alumnos de secundaria, Víctor Sánchez Fraile. También he contado con la aportación de otra de mis alumnas, Sonia Alastrué de Asenjo, gran aficionada a la escritura, que preparó las palabras que dice la esencia de la mujer enamorada de Maslama cuando Sonia se desvanece en Sol. ¡Gracias a los dos! El resto de los raps han sido compuestos por mí, procurando seguir algunas de las rimas y musicalidad usadas en el género, asumiendo mi inexperiencia y torpeza a cambio de mi curiosidad por aprender. Debo agradecer también a la Casa Árabe de Madrid su gentileza por mandarme y explicarme el sistema de numeración de la escritura árabe, para traducir los dos números amigos, el 220 y 284. La escena de Sonia en la estación de metro de Madrid surgió de una de las muchas historias de misterio ligadas al suburbano de la capital. Se cuenta que en 1920, durante la 813 http://www.antoniojroldan.es construcción del anden de Tirso de Molina, aparecieron restos humanos procedentes de una antigua ermita situada en el lugar y que algunos vecinos escucharon tras las obras lamentos y gritos. La estación a la que llega Sonia, en plena Guerra Civil, está inspirada en la de Chamberí, conocida como la “estación fantasma”, que hoy se conserva como museo. Realicé la visita al Cementerio de San Justo una bochornosa mañana de agosto. La soledad inundaba el lugar, y la suntuosidad de algunas de las tumbas contrastaba con el abandono y deterioro de otras. Había más gatos que personas, y el viento que hacía aquel día inundaba de ruidos lejanos cada uno de los patios. Comprendo que alguien con la capacidad de percepción de Sonia intuyera que no era un sitio para ella, sino para espectros del pasado como Martín. 814 http://www.antoniojroldan.es Hasta mi tercera visita a Roma –gracias, Trini– no entré en la iglesia del Santo Cuore del Sufragio, un lugar situado fuera de los circuitos turísticos habituales. Quizás sea debido a las leyendas que circulan sobre el museo o los incendios, pero no es un templo muy concurrido. Conviene consultar su restringido horario para contemplar las piezas visibles de la colección de Jouet. También es muy recomendable bajar a la cripta de los monjes capuchinos de Santa María de la Concepción, menos artística que el osario de Sedlec en la República Checa (ver foto en la página 3), pero con un mensaje más claro sobre la fugacidad de la vida. Escribí el capítulo número cuatro en el verano del 2011, junto al Lago Ness en Escocia, uno de esos lugares que invitan a la creación por su belleza y aura de misterio. La corrección del mismo la hice en Glasgow antes de regresar a España. 815 http://www.antoniojroldan.es Recuerdo mi estancia en Roma en la Navidad del año 2008, como una muy experiencia grata. Cometí el mismo error que Sonia, Nico y Zahra, porque una mañana recorrí las catacumbas de San Sebastián y por la tarde penetré en la Basílica de San Pedro, preguntándome cómo aquellas primitivas iglesias habían podido evolucionar hasta llegar a convertirse en una inmensa demostración de riqueza, que te atrapa en su majestuosidad, pero que no deja de ser un fastuoso monumento que poco tiene que ver con la doctrina original del cristianismo. Sólo existen unas pequeñas salas visibles de lo que fue la primera biblioteca original en el itinerario de los Museos Vaticanos, y se encuentran anexas a una tienda de recuerdos, por lo que he tenido que investigar en internet para poder describir la sala donde Huggel recibe a los alumnos. 816 http://www.antoniojroldan.es La salida de la Cloaca Maxima al río Tíber aún se conserva, pero está sin señalizar y en una zona del cauce algo degradada y descuidada. Cuando uno desciende para admirarla de cerca llevarse puede una decepción, porque hoy en día parece un desagüe lleno de basura más que un vestigio de la ingeniería romana. Vale la pena cruzar el río e imaginarla cómo fue en su momento sin la tapia que la cubre parcialmente. Todavía existen tramos de la Cloaca Maxima por explorar y descubrir, porque todo el subsuelo de Roma es un laberinto de túneles, catacumbas y restos arqueológicos, lo cual explica la lenta expansión de la red de metro. 817 http://www.antoniojroldan.es Roma es la ciudad de los gatos y el Área Sacra del Largo Argentina es su santuario. Allí viven más de doscientos cincuenta gatos cuidados por personas voluntarias que los alimentan y sanan. Entre ellos están Gaspare y Candelina, a los que una mañana de septiembre encontré correteando entre las piedras milenarias. Tengo en mi casa una vitrina de “animatas” que no pertenecieron a personas célebres, pero sus almas todavía se presentan cuando duermo y a veces me susurran la vida de Zahra. Así la morada del profesor Falco, el descenso al infierno de los libros prohibidos y la esencia de la religiosa, que usó a Sonia para mostrarle el camino al Evangelio de Eva, surgieron en mis sueños y fueron hilvanados para narrar esta pequeña historia. Hoy en día no existe constancia de la existencia de ninguna copia del llamado Evangelio de Eva, un libro herético, leído por los gnósticos, que proponía llegar a Dios mediante el uso de los sentidos y el placer. De hecho su nombre podría tener su origen en la experiencia de Eva “tras morder la manzana”. 818 http://www.antoniojroldan.es La leyenda del león blanco siempre ha formado parte de la mitología de África, considerándose un animal sagrado para las tribus. Los indicios reales existencia principios de primeros de su datan de los años setenta en el sur de África. Parece ser que el origen de su extraño color tiene que ver con un gen recesivo, pero no con el albinismo. Hoy en día se pueden encontrar en algunas reservas o en parques zoológicos, como el del anuncio de la fotografía que encontré en Quillan (Francia) He visitado dos veces las ruinas del pueblo viejo de Belchite. La primera vez lo hice por mi cuenta, adentrándome por sus calles asoladas por las bombas de la Guerra Civil. La segunda vez estuve acompañado por una guía local, que nos narró la interesante historia del pueblo 819 http://www.antoniojroldan.es antes, durante y después de las batallas. Su aspecto fantasmal y su historia han hecho del lugar un punto de peregrinación para los buscadores de indicios paranormales. Por eso el ayuntamiento se ha visto obligado a organizar las visitas y así tratar de evitar el vandalismo. Las pinturas de Kondoa que aparecen en el libro las he dibujado a partir de las imágenes originales. Aunque me he tomado muchas licencias para ajustarlas al argumento, curiosamente la que es más fiel a la realidad es la del globo, que ha dado lugar a muchas teorías, más o menos fantásticas, sobre visitantes de otros mundos. Aunque resulta difícil cuantificar su número, se cree que hay entre ciento cincuenta y cuatrocientos yacimientos con pinturas en esta área de Tanzania. Los más antiguos podrían ser de hace tres mil años. Tengo muy buenos recuerdos de mi estancia en Estambul. Aunque la ciudad me pareció fascinante, el entorno marítimo y las vistas al Cuerno de Oro al atardecer son las estampas que quedaron grabadas en mi memoria con más empeño. Asistí al ocaso de la tarde desde una terraza cercana a la Torre Gálata, muy similar al lugar donde Guadalupe y Martín se conocen. Desde allí pude presenciar la entrada de los barcos desde el mar de Mármara hacia el estrecho. Me pareció que una 820 http://www.antoniojroldan.es fiesta en uno de esos lujosos yates, entre Europa y Asia, era el colofón ideal para el encuentro de los coleccionistas. El bosque de Brocelandia, o bosque de Paimpont, que Nico describe en su viaje a Francia resulta un entorno natural fascinante, situado en la Bretaña francesa. En él se pueden visitar lugares muy sugerentes relacionados con el Rey Arturo, Merlín, los Caballeros de la Mesa Redonda y la búsqueda del Grial, la tumba del mago, la fuente de la eterna juventud o un bello lago llamado el Estanque de las Hadas. Recuerdo los días que estuve caminando sobre sus estrechas veredas, rodeado de árboles centenarios que parecían respirar a mi paso. La varita mágica que aparece en el libro es la que conservo de mi encuentro con 821 http://www.antoniojroldan.es Merlín y que uso en algunas dinámicas de tutoría con mis alumnos. Mi primer intento para volar en globo fue en la ciudad de Sevilla. Tras madrugar y llegar al lugar de la cita, el viento nos impidió llevar a cabo el viaje hacia el sur. La segunda vez fue en Aranjuez… Todo parecía ir bien, pero de nuevo una persistente racha de aire nos hizo desistir. Semanas más tarde regresé Aranjuez y el buen tiempo nos permitió despegar. El aterrizaje se hizo en un campo de cultivo, por lo que escogí para mi diploma de vuelo el sobrenombre de “Águila Tomatera”. Nunca olvidaré la percepción de estar volando como un pájaro, mucho más real que la que se tiene en un avión. Esa libertad, que sentí aquel día, debió ser muy similar a que gozaba Víctor Saunders en sus travesías por África. Por eso decidí que el padre de Zahra pilotara un globo como forma de ganarse la vida. 822 http://www.antoniojroldan.es Las aventuras de Zahra se han desarrollado en diversos escenarios, algunos en España, pero otros en lugares tan distantes como Inglaterra, Tanzania, Italia o Jordania. Por eso siempre me ha gustado reservar un hueco en mis viajes para escribir. “El camino de Al-Deir” arrancó junto al Monasterio de la Vid, en Burgos, y el guión inicial fue tomando forma durante mi estancia en Irlanda. Como en las anteriores entregas casi todas las páginas fueron escritas entre Madrid, L´Escala y Guadarrama. En la región de Glastonbury, durante la pueden cosecha, encontrarse los llamados Crop Circles, dibujos resultantes del deformado y doblado de las espigas de trigo, que cubren grandes extensiones. El origen de este fenómeno no está muy claro y se suele achacar o a la mano del hombre o a un origen paranormal. Yo pude ver uno de ellos, que representaba el Ying y el Yang, muy cerca de Sillbury. 823 http://www.antoniojroldan.es El mismo año que visité Glastonbury, también viajé a Jordania. Hay muchos lugares que me han impresionado en mis viajes, pero pocos tan bellos y tan desolados como el Wadi Rum. Quise realizara que Zahra su peregrinación a Al-Deir en la misma fecha que yo la hice, un primero de enero tras recibir al año nuevo en un hotel de Wadi Musa, con algunos copos de nieve que cuajaron al amanecer. La travesía por el Siq es una experiencia única, en la que cada curva te va descubriendo pequeñas pinceladas de la cultura nabatea, hasta que vislumbras el Tesoro de Petra entre las paredes del desfiladero. Es de esos momentos que guardas en tu memoria y evocas con ilusión. 824 http://www.antoniojroldan.es La subida a Al-Deir, con sus ochocientos escalones a través de los macizos del Wadi Musa, tiene algo de iniciático. Alcanzar la explanada del Monasterio, tras una fatigosa caminata, y toparte con la fachada, iluminada por los últimos rayos del sol, es otra de esas imágenes que ya siempre atesorarás. Hay muchas teorías sobre la función de Al-Deir, algunas de las cuales hablan de su posterior uso cristiano, como indicaría el sobrenombre del Monasterio. Pero parece que en origen fue un templo para adorar a algún dios nabateo o a Al-Lat, una diosa árabe del sol, considerada como una de las hijas de Alá, y representada por un león. En el solsticio de invierno los últimos rayos del sol recortan la silueta de un león sobre la montaña que hay junto al Monasterio, penetrando por la puerta del mismo para iluminar el altar donde estaría la piedra blanca, de forma cuadrada, que representaba a la diosa. Aunque Zahra y yo estuvimos una semana más tarde, quise incluir este fenómeno en el relato por la importancia que el león y los felinos tienen en esta historia. Por cierto, es habitual pasear por Petra y tropezarse con sus numerosos gatos. 825 http://www.antoniojroldan.es Duele despedirse de los tres amigos con los que has vivido tantas aventuras durante cinco años. Aunque me apetecía mucho culminar este proyecto de “Las aventuras de Zahra”, sentía que realmente estaba alejándome de Zahra, Nico y Sonia, al igual que ellos iban dejando atrás su adolescencia. Por eso me animé a concederme un último capricho y escoger el Hatshepsut para entrevistarme con ellos. Siempre me ha atraído la cocina árabe, especialmente tras probarla en Egipto, Jordania y Turquía, países que de algún modo están presentes a lo largo de los libros. Todavía mantengo contacto con Zahra a través del correo electrónico, y sigo fascinado por su curiosidad y permeabilidad hacia otras culturas. Por eso no me importará pasarme algún día de nuevo por Avalon, tomar el té con tía Margaret y volver a echarle una mano a Brigide con las ofrendas en la ceremonia del Templo del la Diosa. 826 http://www.antoniojroldan.es [email protected] [email protected] [email protected] 827 http://www.antoniojroldan.es El prisionero entre lágrimas de cera: Un agente francés, François Lenoir, antiguo combatiente republicano en la Guerra Civil Española, retirado, gravemente enfermo y dedicado a labores de escritor, recibe un último encargo de su unidad. La lealtad hacia el soldado que le salvó la vida, y que vivió a su servicio hasta su muerte, le animará a realizar la misión junto a Miguel, el nieto de este. Al joven, el viaje a la tierra de su abuelo, le servirá para entregar una carta reveladora sobre una desaparición ocurrida en los comienzos del conflicto bélico, y para descubrir el despertar de un país que había estado aletargado durante casi cuarenta años. La difícil situación política española en el año 1977, avivará los recuerdos de Lenoir y abrirá una ventana a Miguel que le mostrará el corazón del abuelo desaparecido. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/prisionero Una nariz en mi oreja: Érase una vez un niño que vivía en el Barrio Salamanca, una de las zonas con más clase de Madrid, junto a un parque tan bonito que había pertenecido a reyes. En su idílico mundo también estaba David, el más incondicional de sus colegas, la imagen que en el espejo hubiera deseado ver nuestro niño cada mañana si hubiera dispuesto de un genio con lámpara maravillosa Y, por supuesto, estaba Alicia, aquella niña rubia de ojos como el mar, que perseguía ilusionado y encelado por el mercado, el bulevar o el Retiro, y que un día le metió la nariz en la oreja mientras sus labios acariciaban fugazmente su colorada mejilla, provocando en su organismo una reacción química descomunal que se transfiguró en su primer amor. Los años le convirtieron en un adolescente perpetuo, situación puente entre la ilusión y la conformidad. Y entonces, en el año 2001, regresó David para recordarle unas promesas pendientes que ambos escribieron en un papel y que llevaría al amigo a los confines del Sistema Solar. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/oreja 828 http://www.antoniojroldan.es El diario de Kayleigh: Fue en septiembre del 2003 cuando ellos se cruzaron en mi camino. Aquella tutoría necesitaba a alguien con ganas de echarles una mano y yo buscaba nuevos motivos para recargar mis energías en aquellos días extraños. Con su ayuda e ideas, escribí una historia de una adolescente como ellos, para trabajar en la tutoría del curso siguiente, llamado “El diario de Kayleigh”. Con sus aportaciones el argumento fue creciendo y mejorando. Por eso, gran parte de los diálogos y sentimientos que aparecen no son míos. Yo sólo he sido el ratero emocional de un grupo de adolescentes. "El Diario de Kayleigh" está repleto de diálogos, con pequeñas pausas para tener las reflexiones justas para seguir adelante. No es una obra literaria, es un espejo novelado de las inquietudes que nacen en la edad del pavo, aunque Kayleigh no entienda la relación que existe entre un ave de la familia de las phasianidaes y ella. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/diario.htm Corazones de tiza en las paredes del patio: En el año 1985 llegó a mis manos un disco de Marillion, “Misplaced Childhood”, que me recordaba que la infancia iba quedando atrás, pero a la vez me anunciaba que esa etapa tan feliz de mi vida nunca se perdería y que estaría para siempre presente en mi madurez. Veinte años más tarde me encuentro ejerciendo la docencia con jóvenes que, en muchos casos, demandan brújulas a las personas que les rodean de su familia o entorno escolar. Mi pasión por la enseñanza me animó en el 2003 a confeccionar una web de apoyo para mis asignaturas y a principios del 2007 añadí un blog sobre educación y sociedad. Cuando decidí el estilo del blog, recordé el disco de Marillion, concretamente la canción llamada “Kayleigh”, un tema de amor que transporta en el tiempo a dos niños al patio donde se enamoraron. Mi blog se convirtió en un evocador viaje hacia atrás, para recargar fuerzas y seguir adelante desde la ilusión de un niño que pintaba “Corazones en las paredes del patio”. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/corazones 829 http://www.antoniojroldan.es La máscara del Bufón: Cuando hace un año terminé, y publiqué, la trascripción de mi anterior blog “Corazones de tiza en las paredes del patio”, dedicado a la educación en el contexto de los cambios sociales de este principio de siglo, sentí la necesidad de profundizar más en los dos temas por separado. Según escribía “Corazones…”, algunos lectores me animaban a continuar con los artículos relativos a educación, pero también surgió en mí la necesidad de enfrentarme a un bufón de máscara dorada que estaba acechando en los artículos que describían los males de nuestro mundo. Este fue el motivo por el que decidí centrar mi segundo blog en ese bufón, por si pudiera desenmascararle poco a poco con la ayuda de mi cámara de fotos y un poco de música. Tras diez meses de confrontación, en las que él siempre ha prevalecido con su atractiva risa y su dorada indumentaria, creo que por lo menos he merecido el derecho a quedarme con un precioso trofeo: Su máscara. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/Mascara La esencia del Nephilim: Y en el valle un suave murmullo anuncia que el aire puede volver a silbar. Un mar invisible se remueve inquieto desde los confines del tiempo, la tierra hierve, escapando entre las rocas como una erupción y la mano quemada de Daoud surge del suelo aferrando con sus dedos cada partícula de vida en suspensión. Está vivo. Vuelve a nacer de las entrañas del desierto. Se levanta y sacude la arena que le cubría. Por fin el prisionero abandona sus cadenas para volver a amar. El cuerpo entumecido de Daoud reanuda el camino mientras su alma viaja ya hacia el paraíso lejos de allí. Su búsqueda ha comenzado. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/Esencia 830 http://www.antoniojroldan.es La Pavoteca. Explorando tu mundo: “La Pavoteca” trata sobre la adolescencia desde el punto de vista de sus protagonistas, jóvenes, familias y docentes. Como subtítulo del libro he escogido la frase “Explorando tu mundo”, porque su lectura ayuda a los adultos a explorar el fascinante mundo de “los pavitos”, un lugar maravilloso de contradicciones y contraindicaciones, pero repleto de vida y esperanza. Pero el subtítulo también tiene otro sentido, el de la exploración que el adolescente hace de la realidad adulta, forjando su propia personalidad dentro de los límites que le marcamos, en una apasionante búsqueda de uno mismo en el espejo que se ha construido a lo largo de su vida. Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/Pavoteca Las aventuras de Zahra: Descarga gratuita: http://www.antoniojroldan.es/Zahra 831 http://www.antoniojroldan.es 832