En Cámara Mercantil de Productos del País

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Estimados todos,
Es un verdadero gusto para mí encontrarnos nuevamente en esta casa,
que una vez más nos abre sus puertas para explicar cuáles son las líneas
de trabajo que venimos abordando y al mismo tiempo para recoger de
todos ustedes sus inquietudes y perspectivas.
Para el caso de la inserción internacional del Uruguay, concretamente en
lo que refiere a las disciplinas comerciales, nuestro marco de referencia
han sido las Bases Programáticas del Tercer Gobierno Nacional del
Frente Amplio 2015-2020.
En este sentido, quiero explicar por qué considero que nuestro actual plan
de trabajo desarrollado desde Cancillería está alineado con los objetivos
trazados en el plan de gobierno, en particular en lo que refiere a inserción
internacional, y plantear además un análisis de las nuevas condiciones que
actualmente determinan el comercio y la inversión en el mundo.
En primer término, afirmo esta convicción en el hecho de que las
mencionadas bases subrayan con claridad que el MERCOSUR ocupa un
lugar central en la estrategia de inserción externa del Uruguay y que
nuestra pertenencia al bloque es prioritaria.
Nada de esto ha sido puesto en duda desde que me encuentro al frente
del Ministerio de Relaciones Exteriores, muy por el contrario, es a partir
de este principio cardinal que hemos estructurado una estrategia de
trabajo que integra las dinámicas regionales tanto en su análisis, como en
su concepción. Esto de ninguna manera implica que no tengamos la
responsabilidad de remarcar las cosas que están mal, y los aspectos que
no han avanzado como se esperaba.
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En estos últimos meses hemos profundizado y ampliado la dimensión
política y social del proceso de integración, convencidos de que el acervo
mercosuriano en la materia tiene una significación muy importante,
porque creemos que en estos escenarios nuestros países fortalecen su
unidad, así como también su bienestar general.
Quien afirme lo contrario, o crea que nosotros pretendemos ir en contra
del proceso de integración, desconocen que durante el tiempo en que me
he desempeñado como Canciller de la República, el MERCOSUR aprobó el
ingreso de Bolivia como miembro pleno, al tiempo que se otorgó la
condición de Estado Asociado a Guyana y Surinam.
Esta expansión de la membrecía del bloque es un reconocimiento a la
gravitación geopolítica que tiene el proyecto, que busca consolidarse
como un actor regional con legitimidad para hacer valer sus posiciones en
el concierto internacional.
Asimismo, aquellos que dirijan con mayor atención su mirada hacia otras
áreas de la agenda interna del bloque, apreciarán que en la pasada
Cumbre de Presidentes se adoptaron cuatro decisiones relativas al Fondo
de Convergencia Estructural del MERCOSUR, una de las cuales prorroga su
vigencia por diez años, permitiendo a los países de menor desarrollo
servirse de recursos genuinos para avanzar en la interconexión física y
energética, además de desarrollar condiciones de competitividad y
acciones de fortalecimiento institucional.
De igual modo, a instancias de las gestiones desarrolladas por Uruguay, el
MERCOSUR adoptó la Decisión 23/15, con el objetivo de elaborar un plan
de acción que busque superar los obstáculos existentes al comercio intrabloque, identificando las barreras arancelarias y no arancelarias, medidas
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de efecto equivalente, y medidas que afecten la competitividad relativa de
los países, propiciando la superación de las mismas.
Este hecho es la penosa constatación de que 25 años después de iniciado
el proceso, aún seguimos trabajando para superar barreras arbitrarias e
injustas a nuestro comercio.
La agenda no se agota allí, ya que de hecho es mucho más vasta de lo que
puede ser resumido en esta ponencia. Entre otras disciplinas, este año se
avanzó en materia de salud, con la Decisión 4/15, en derechos de grupos
vulnerables, con la Decisión 9/15, y en promoción y educación en materia
de Derechos Humanos, con la Decisión 7/15 y la 8/15.
Esta continuidad en la agenda del bloque, es el nítido reflejo del
compromiso que tenemos y seguiremos teniendo con un proyecto que,
como mencioné al principio, es la piedra angular de la estrategia nacional
en términos de inserción con la región y el mundo.
Un segundo elemento que quiero enunciar, que también surge de las
Bases Programáticas de este Gobierno, es la concepción que tenemos de
Uruguay en la región y en el mundo.
Nuestro programa de gobierno establece que el país debe profundizar el
desarrollo de las relaciones Sur-Sur y buscar un equilibrio en la
construcción de una política exterior que fomente la consolidación de la
integración regional, pero sin perder de vista la relación con las demás
regiones, desarrollando vínculos con los demás países.
Este concepto, reitero, está contenido en el documento base que sirve de
marco de referencia para pensar la inserción internacional del Uruguay.
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Concluimos por tanto, que la pertenencia al MERCOSUR en ningún caso
puede servir de excusa para postergar agendas de trabajo y esquemas de
diálogo con terceros países; no parece razonable a la luz de las propias
bases programáticas, así como tampoco es dable afirmar tal cosa
atendiendo las dinámicas que actualmente vemos en el mundo, que nos
imponen un intercambio dinámico con todos los países.
En este sentido, invito a aquellos que opinan lo contrario a detenerse un
momento para repasar la agenda de negociación externa que está
llevando adelante Brasil, de manera unilateral, con terceros países.
En efecto, con Estados Unidos y Japón ha avanzado en materia de acceso a
mercados para la carne fresca, en cooperación tecnológica y en
entendimientos aduaneros. Por su parte, con China ha creado un fondo
para la financiación de proyectos de logística e industria, que aspira a la
formación de joint ventures de ambos países.
Por otro lado, han llegado a entendimientos en materia de desarrollos
tecnológicos con Corea del Sur y Canadá, mientras que están avanzando
decididamente en la apertura del mercado ruso para la industria láctea,
con la expectativa de vender queso y manteca en el mediano plazo.
Este breve repaso es tan sólo una muestra de que los países miembros del
MERCOSUR por el hecho de estar vinculados entre sí, no abandonan en
ningún caso la potestad soberana que poseen de velar por la exitosa
inserción internacional de sus sectores productivos, y nosotros no
estamos aquí para ser la excepción a la regla.
Por ello es que hemos dinamizado nuestras conversaciones con países
como Chile, Colombia y Perú, y hemos profundizado nuestro acceso al
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mercado mexicano por intermedio del TLC que tenemos en vigor, todas
acciones que han sido posibles gracias a nuestra calidad de estado
observador de la Alianza del Pacífico; trabajamos sobre una agenda activa
con Venezuela; hemos venido gestionando habilitaciones sanitarias para
una inmensidad de mercados, entre los que destaca Estados Unidos, Rusia
y China; recientemente hemos aprovechado las vistas presidenciales a
Francia y Japón para hacer lo propio; mientras que me he encargado
personalmente de repasar nuestro acceso a los mercados de ASEAN e
India, en oportunidad de mi viaje a este último país, y mi participación en
la reunión de FOCALAE celebrada en el mes de agosto en Costa Rica.
Un tercer elemento que ha servido de base para cimentar nuestra
estrategia, también surge de las Bases Programáticas, y es la constatación
de que los nuevos espacios de negociación o mega-acuerdos que
actualmente comienzan a cerrarse en el mundo están llamados a
reconfigurar reglas básicas que obligan a todos los países, incluso a los
latinoamericanos, a redimensionar sus políticas comerciales,
ajustándolas a la nueva realidad.
Esta afirmación, relativa a la redefinición de las políticas comerciales de
nuestros países, aparece en la página 139 del programa de gobierno, y
vaya si está cargada de significación para la tarea que tenemos por
delante, pues reconoce que las nuevas condiciones materiales en las que
se desarrolla el comercio internacional necesariamente nos conducen a
redefiniciones; planteo del que venimos hablando desde mi asunción en
el mes de marzo.
Actualmente, con un Acuerdo Transpacífico firmado y con un Acuerdo
Transatlántico en la recta final de su proceso de negociación, debemos
reaccionar.
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De la lectura de estos movimientos en el escenario mundial, se desprende
la necesidad de introducir en la política de inserción comercial externa
ciertos ajustes, tanto en las definiciones estratégicas como en las propias
negociaciones seguidas hasta el momento.
Hace unas semanas afirmamos que debíamos comenzar a posicionarnos
frente a estos procesos comerciales, estudiarlos, evaluarlos, conocerlos.
Lejos de ser un hecho improvisado, o un cambio de rumbo repentino, es
un acto de responsabilidad, un deber, que como mencionaba
anteriormente, no sólo nos viene mandatado por el propio programa de
gobierno, sino que constituye en mi rol de Canciller de la República una
obligación.
Estos tres conceptos, (1) la pertenencia prioritaria al MERCOSUR, (2) la
obligación de mantener un relacionamiento activo con países de todas
las regiones y, (3) la imperiosa necesidad de redimensionar nuestra
política comercial visto los mega-acuerdos que se están negociando, son
básicos para entender la tarea que hemos venido desarrollando desde la
Cancillería, y que seguiremos profundizando en el futuro.
La estructura productiva de nuestro país ofrece un escenario bien
particular, a partir del cual debemos pensar la forma en la que nos
insertamos al mundo.
Si tomamos como referencia el pasado año, el 64% de nuestras
exportaciones de bienes correspondieron a partidas que están alcanzadas
por el Acuerdo de Agricultura de la Organización Mundial del Comercio.
Podemos concluir por tanto que este instrumento, que se negocia en el
marco de la OMC en Ginebra, tiene un carácter trascendental, ya que de él
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depende una liberalización progresiva y sostenida de la protección que
afecta a una amplia proporción de nuestra producción exportable de
bienes.
En efecto, esta protección ha escapado históricamente al control de los
instrumentos multilaterales de comercio, los que han intentado regular un
aspecto que las economías desarrolladas se resisten a conceder. Aún hoy,
68 años después de la firma del primer Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio, los niveles de protección global de la producción
agrícola son alarmantes.
Según un informe de la OCDE, que estudió la protección a productores en
49 mercados que representan el 88% del valor agregado agrícola a nivel
mundial, en el período 2012-2014, estos países transfirieron anualmente
600 billones de dólares a los productores, mientras que gastaron 135
billones adicionales en servicios que beneficiaron el desarrollo del sector.
Estamos hablando de una transferencia de renta anual de 735 billones
de dólares; lo que equivale a casi 13 veces el PBI de nuestro país, es decir
una cifra que supera el PBI de Suiza. En este sentido, es importante
recordar que estas distorsiones que inciden en mayor medida en los
precios, y por ende en las decisiones que los agentes toman dentro de una
economía, nos han afectado históricamente, y nos continúan afectando
hoy día.
En anteriores oportunidades hemos hecho referencia a la relevancia que
tienen las rondas de la OMC para avanzar en la liberalización del comercio
agrícola, y por este motivo, el Acuerdo sobre Agricultura es el principal
elemento a tener en cuenta.
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Si bien la posición de nuestro país es tradicionalmente ofensiva en todos
los capítulos de la negociación agrícola, debemos presentarnos ante
ustedes con una lectura realista. Los escenarios que de momento nos
encontramos estudiando son poco alentadores, ya que los capítulos de
mayor interés para nuestro país, como lo es el pilar de acceso a mercados
y la eliminación de las ayudas internas, han sido postergados.
En resumen, de cara a la Conferencia Ministerial de Nairobi, los países se
encuentran negociando únicamente la eliminación de los pagos directos a
las exportaciones agrícolas. Quiero ser enfático en este sentido, ya que de
no alcanzarse un compromiso sólido en este capítulo, esto es, definiendo
un cronograma para la eliminación de estas subvenciones a las
exportaciones, la OMC deberá replantearse muy seriamente cuál es el rol
que deberá asumir en el presente y en el futuro, dada la falta de
compromiso de los actores globales con la organización.
Asimismo, las razones para explicar el debilitamiento de las posturas
ofensivas en materia de negociación agrícola, quizás las podemos hallar en
la fractura del Grupo Cairns y las posiciones históricas que siempre ha
tenido.
Es imperioso tener presente que Canadá, Australia y Nueva Zelanda han
negociado acuerdos preferenciales de comercio, proyectándose hacia los
mercados del Asia-Pacífico y Estados Unidos gracias al TPP, al tiempo que
miran con atención su acceso al mercado europeo; Canadá suscribió el
CETA con la Unión Europea en 2014, mientras Australia y Nueva Zelanda
ya se encuentran negociando por separado un acuerdo con Bruselas.
Esta coyuntura, que para nosotros no es más que un dato de la realidad,
implica que nuestros productos y servicios pierden competitividad
medida en términos comparados, es decir, descienden escalones con
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respecto a sus competidores directos cada vez que quedan en mejores
condiciones acceso arancelario y no arancelario.
Por su parte, la actual coyuntura se enmarca en un enlentecimiento de la
economía mundial y realidades económicas y políticas que apuntan a una
creciente competitividad. Mientras China crecía a tasas de 12% en las
últimas décadas, ahora lo hace en el entorno del 7%.
Este desaceleramiento tiene serias implicancias para países como el
nuestro, que hemos generado una dependencia muy marcada a la
demanda china de productos primarios. El impacto en Brasil es elocuente
en este sentido, con una economía que creció a un promedio de 4.5%
anual entre 2005 y 2010, que en 2014 aumentó solamente un 0.3%, y que
tiene previsiones de decrecimiento para el corriente año.
Si ponemos atención en nuestra estructura productiva, veremos que el
64% de nuestras ventas de bienes en 2014 fueron explicadas por
posiciones comprendidas dentro del Acuerdo de Agricultura, a las que si
sumamos 2% de productos derivados de la pesca, luego podemos
identificar con un 34% al resto de los bienes catalogados como no
agrícolas, dentro de los que hay bienes industriales y minerales.
Si incorporamos al examen las estimaciones existentes con respecto al
sector servicios, apreciamos que cerca de 4/5 partes de todas las divisas
que ingresan a nuestro país de la mano del comercio exterior, se explican
por la venta de productos primarios y servicios, mientras que un quinto
viene dado por las exportaciones de minerales y productos industriales.
Esta composición de nuestra canasta de bienes y servicios no puede
quedar al margen del análisis.
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Para pensar una inserción internacional exitosa, nosotros hemos
estructurado una tríada de objetivos, sobre los cuales ya he expuesto en
varias ocasiones.
Hablamos de, (1) lograr una mayor apertura comercial, (2) lograr
mayores niveles de productividad con valor agregado y, (3) procesar una
diversificación y mejora del acceso a mercados.
Estos tres elementos se complementan entre sí, ya que operan de manera
sistémica para lograr las esperadas ganancias derivadas del comercio; esto
implica que deben darse concomitantemente para obtener resultados
positivos.
Para acceder a más mercados, necesariamente debemos procesar una
apertura comercial que venga a satisfacer las necesidades de la
contraparte. Al mismo tiempo, este acceso mejorado debe procurar cierto
grado de diversificación, para no generar dependencia a la demanda u
oferta de una única o una serie de economías.
Este proceso, que intensificará la competencia a la interna de nuestro
mercado local, deberá ir acompañado de reformas estructurales en las
condiciones sectoriales de competitividad. Se habla a menudo de la
inserción exitosa a las grandes cadenas globales de valor, pero pocas
veces se repara en el hecho de que el aprovechamiento real de las
oportunidades derivadas de este fenómeno se da siempre y cuando se
logre un elevado grado de competitividad externa.
Por este motivo, se deben profundizar los sistemas de innovación locales,
de modo que permitan una adecuada generación y adaptación de
innovaciones a las condiciones domésticas de producción. Estos trabajos
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de investigación deben estar orientados a facilitar la actualización o
upgrade hacia los segmentos de mayor valor en la cadena.
Para llegar a esta conclusión, partimos de la base de que un aumento en la
productividad mediante la incorporación de valor a los bienes y servicios
transados, es una precondición para competir a nivel internacional; tan o
más importante que la propia liberalización comercial.
Tenemos desafíos muy grandes por delante, dentro de los cuales se
espera de nosotros una lectura pragmática, que integre las necesidades de
todos los sectores e interlocutores involucrados. Estamos convencidos, de
que nuestra planificación estratégica conduce necesariamente a una
superación de las condiciones adversas a las que nos enfrentamos.
Asistimos a un nuevo escenario, que es cambiante y dinámico y del cual
debemos sacar el mejor provecho. Sabemos que no existen verdades
reveladas, ni estrategias dogmáticas, ni recetas únicas para pensar la
mejor forma de establecer asociaciones estratégicas con otros países.
Sabemos también que a nosotros nos compete estudiar cuál es la fórmula
más óptima y conveniente para pararnos frente al mundo, y eso es lo que
hemos venido haciendo, de manera coherente y sostenida.
Para finalizar, quiero culminar esta serie de reflexiones con una idea que
considero central y que a su vez no resiste ningún tipo de cuestionamiento
u objeción, es la necesidad que tenemos de repensarnos si es que
pretendemos seguir avanzando en el desarrollo económico y social del
Uruguay.
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En estos años que tenemos por delante, definiremos si sentamos las bases
para que las grandes conquistas sociales y políticas logradas en la pasada
década, sean perennes o bien corren el riesgo de perderse.
La estrategia implementada hasta ahora ha sido de utilidad, porque la
economía y el comercio internacional han transitado una fase expansiva,
pero en el mediano plazo, tendremos que concentrarnos en agregar
mayor valor a nuestros productos y servicios, diferenciando y tecnificando
a los primeros y haciendo intensivos en conocimiento a los segundos, si es
que queremos mantener niveles de crecimiento sostenidos, así como un
relacionamiento equilibrado con el resto del mundo.
Muchas gracias.
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