AGUSTÍN DE HIPONA (354-430) Contexto histórico. Vida y obras: Nacido en Tagaste (Numidia, África romana), vive entre 354 y 430. Es uno de los más importantes padres de la Iglesia. Su madre le enseño de pequeño los principios básicos de la religión cristiana, con poco éxito. Estudió filosofía, gramática y oratoria en Cartago, donde se sintió muy atraído por la literatura y el teatro, así como por la vida mundana de estudiante. Durante su juventud nunca abandonó los estudios, pero siempre los compaginó con una vida de placeres. A los 19 años leyó el Hortensius, de Cicerón, que le reafirmó su vocación filosófica. Por esa época conoció a la madre de su único hijo (Adeodato), con la que mantuvo una relación de 14 años. Pasó de una escuela filosófica a otra sin encontrar respuesta a sus inquietudes. Abrazó el maniqueísmo durante varios años, y después se hizo escéptico. En 383 parte hacia Roma, y al poco tiempo consigue un puesto de profesor de retórica en Mediolanum (Milán). Allí conoció al arzobispo Ambrosio y se sintió atraído por el Cristianismo y por la filosofía neoplatónica. Rompió con su mujer para vivir en la ascesis. En 386 renuncia a la cátedra y se retira a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse al estudio y la oración. Se bautizó en el 387, a los 33 años, en Milán. Ya bautizado, regresa a África. Cuando regresó a su casa en Tagaste, vendió todo lo que tenía y repartió el dinero entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a hacer vida monacal. En unos años, su comunidad le eligió sacerdote y después obispo. Su actividad no se reducía a la oración, sino que escribía continuamente y siempre estaba polemizando con sus adversarios de otras creencias o ideas. Participó continuamente en Concilios Murió en Hipona en el 430, mientras los vándalos sitiaban la ciudad. Como síntesis de su momento histórico, puede decirse que San Agustín es testigo del final del mundo antiguo, de la división del Imperio y de la decadencia final del Imperio Romano Occidental. En este tiempo de incertidumbre, la verdad cristiana es recomendada por él como el más firme asidero que pueda tener el individuo, y señala que más allá de las caducas ciudades de los hombres, está la Ciudad de Dios, a la que los creyentes pertenecen por encima de esos vaivenes. Obras: - - - “Las Confesiones”: 13 libros en los que cuenta su vida y reflexiona sobre Filosofía y religión. La principal para acceder a su pensamiento y su circunstancia. “La Ciudad de Dios”: una de sus obras maestras, es una síntesis de todo su pensamiento. La escribió para defender el Cristianismo de las críticas que recibía, pues en 410 los visigodos saquearon Roma, y muchos culpaban de esto al Cristianismo, sobre todo los romanos cultos y ricos que habían huido al norte de África. “Contra académicos”: polemiza con los escépticos “De vera religione”: apología de la religión cristiana. “La Trinidad”: su principal obra dogmática, en ella elabora ese dogma. - Conservamos unas 800 cartas, que dan prueba de su celo apostólico. Relación entre razón y Fe: DOCTRINA DE LA ILUMINACIÓN Las dos son fuente de conocimiento, y deben trabajar juntas para conducirnos a la verdad. Fe y Razón no son dos caminos para llegar a la Verdad Única, la fe es más directa porque no necesita demostración, mientras que el camino racional (Filosofía) requiere del auxilio de la Fe y de su guía. La Fe es un don sobrenatural, mientras que la Razón es una facultad natural. Lo ideal sería que se ayudaran mutuamente: “entiende para creer, cree para entender”. Puede verse la gran influencia platónica en esta creencia en el poder de la Razón, que podría llevarnos a la verdad última. A pesar de que para San Agustín la Fe es un camino más rápido y seguro, el obispo de Hipona caracteriza a la razón al modo platónico: lleva a trascender este mundo, hasta unas verdades inmutables últimas a las cuales desvela con exactitud. San Agustín se opuso al Fideísmo, que oponía la Fe a la razón y que proponía la sustitución de la inteligencia por la creencia: la Fe no solo no elimina la razón, sino que la estimula y promueve su intervención. San Agustín se opone al Fideísmo, porque esta opción elimina o margina a la Razón que él, por su formación platónica, valoraba como una cualidad natural muy poderosa y buena. Tanto, que todo cristiano debería cultivarla, porque si la usa bien (con la correcta supervisión de la Fe, a veces), puede clarificarle los puntos oscuros de la Revelación. Los fideístas suelen desconfiar de la razón, o la apartan de la religión a otro ámbito, mientras que San Agustín soñaba con que todos los cristianos, además de fieles creyentes, fueran personas versadas en la ciencia y dados a razonar al nivel que hacían los antiguos griegos, que él tanto admiraba. Por tanto, es San Agustín quien estimula, contra los fideístas, que razón y fe se usen conjuntamente. Comprender por medio de la razón es la recompensa que obtiene quien previamente ha alcanzado la Fe, para San Agustín. La Fe es una facultad no natural, porque no todos la tienen en su naturaleza, es extranatural o sobrenatural. Consiste en creer sin ver, sin demostración, y la da Dios, por lo que es una gracia. El que no tiene Fe no pude comprenderla y el que la tiene no la puede explicar. La razón humana es una facultad que, al modo platónico, podría llevarnos a las últimas verdades sobre Dios, pues tiene poder absoluto. Es una creación de Dios, y por ello debe ponerse al servicio de la Fe, porque dejada a su libre albedrío es fácil que se desoriente, debido a la imperfección que afecta al género humano desde el Pecado original. Así, para S. Agustín, hay una verdad y dos caminos para llegar a ella: Fe y razón. Por la razón cuesta más trabajo, es necesario demostrar todo lo que se dice; mientras que mediante la Fe no es necesario. Quien tiene Fe tiene verdad, la Fe no da demostraciones, es un camino privado hacia la verdad, un don de Dios privado y personal. San Agustín afirma que es necesaria y posible la colaboración entre razón y Fe. Si hay conflicto entre ellas es porque una de ellas se usa mal: o bien la razón se equivoca, que es lo más frecuente, o bien la Fe no es la correcta. La razón es falible, la Fe es infalible, las dos tienen que colaborar para solventar la falibilidad de la razón, ya que ella también proviene de Dios y las dos conducen a la misma verdad. Las verdades racionales y de Fe no difieren. Una de las formas que podemos emplear para llevar a la razón por el camino recto hacia Dios es probar racionalmente que existe Dios. Para esto San Agustín utiliza varios argumentos: Argumento del CONSENSUN GENTIUM: tiene que existir Dios, pues todos los pueblos se han planteado su existencia, aunque luego difieran según sus costumbres. Vía de las verdades eternas: La verdad está en el interior de cada uno. Cada uno posee certezas absolutas. Yo tengo la certeza absoluta de que yo soy yo y existo, al igual que existen una serie de certezas en la mente, prueba de que existe un mundo trascendente. La fuente de certeza no puede ser el mundo sensible, porque cambia, debe ser otro mundo trascendente. Perfección del mundo. La constatación de la perfección del mudo nos conduce a afirmar la existencia de un artífice, que es Dios. La razón accede a los conocimientos gracias a la luz proporcionada por la Fe. Esta es la denominada doctrina de la iluminación. La razón no se limita a captar las cosas corpóreas a través de la sensación, sino que las juzga conforme a criterios que son inmutables y perfectos. Estos criterios no pueden tener su origen en el alma humana que es imperfecta y mudable. Los criterios perfectos son modelos inteligibles que se encuentran en la mente de Dios. Las Ideas o Formas platónicas están en la mente de Dios que crea este mundo tomándolas como modelo. Dios no puede cambiar el sentido de las ideas, sus formas en sí, la lógica de las ideas, su esencia, no podría haber creado un mundo en el que lo bueno fuese lo contrario de los diez mandamientos, sería absurdo. Dios no podrá cambiar la esencia en sí de esas verdades eternas, por tanto tiene su omnipotencia limitada. Conocidas de primera mano las Ideas por Dios, están en su mente, y conforme a ellas como arquetipos crea este mundo, que vendría a ser una copia de ese mundo ideal por intermediación divina. Esto se denomina INTELECTUALISMO TEOLÓGICO, en Dios lo primero es su intelecto y después su voluntad. El alma puede llegar a conocer estos modelos inteligibles gracias a su condición intelectual y a la luz que Dios le proporciona. Dios ilumina el alma humana para que pueda captar esos arquetipos inmutables. Antropología y teología agustiniana El ser humano es concebido como un compuesto de cuerpo y alma. El ser humano por el que se interesa San Agustín no es una abstracción, sino por el “yo” concreto. Alma y cuerpo son buenos porque fueron creados por Dios. Lo que ocurre es que el cuerpo, por nuestra culpa, desde el pecado original, es fácil ocasión de pecado. El cuerpo y el alma son igualmente sagrados, por lo tanto se restaurará la unidad cuerpo-alma y se producirá la resurrección del cuerpo. El alma tiene el papel director en esa misión, porque tiene la virtud, el alma es una, no se reencarna. La resurrección de los cuerpos que aparece en la Biblia es tomada por San Agustín en sentido alegórico, no literal. El hombre es libre, pero Dios conoce previamente todo lo que va a elegir el ser humano, conoce lo que hará el hombre con su liberad. Esto recibe el nombre de predestinación. Y a esa libertad le conviene una orientación, que es la Iglesia. Para conocerse a uno mismo San Agustín propone seguir el camino de la interioridad, es en ese viaje al interior del alma donde el ser humano descubre a Dios. Nos reconocemos como imágenes de Dios. Sin embargo, como el reconocimiento auténtico de una imagen solo puede hacerse desde el original, debemos admitir que en la hondura de nuestra alma se encuentra algo que la trasciende: a modo de un pensamiento divino que se reconoce a sí mismo. Tres características de Dios son: Trascendente: está más allá de la creación. Creador: “Creatio ex nihilo”, (creación a partir de la nada absoluta). Es esencia plena: “Yo soy el que soy”. La creación del mundo, reflexión sobre el tiempo y la existencia del mal En la mente divina se encuentran desde siempre las Ideas ejemplares de todas las cosas del mundo. Empleando esas ideas, Dios crea la realidad. San Agustín afirmó que Dios creó toda la realidad desde el principio y en un acto único, pero solo a unas pocas cosas les concedió la existencia actual, mientras que a las demás les proporcionó una potencia para existir, de forma que acabaran desarrollándose en momentos sucesivos. Esta teoría de S. Agustín fue denominada doctrina de las razones seminales. Relacionada con la creación, existe la cuestión del tiempo. S. Agustín lo definió como una suma de instantes. El pasado, que son las cosas que ya no son y que solo las recuerda el alma: el presente, que son las cosas que no son, pues es infinitesimal, no es dimensional: el futuro, que son las cosas que aún no son, solo están en la imaginación. El tiempo es el paso del pasado por el presente hacia el futuro. El tiempo es una ilusión de la razón, se usa como prueba de la falibilidad de la razón. Un problema de todo esto es cómo explicar el origen del mal. Puesto que Dios es infinitamente bueno, es imposible que sea la causa del mal. El mal no es ser, sino una privación de ser, una carencia de ser que afecta a los seres finitos y creados. Es decir, el mal no existe, es ausencia de bien y la ausencia de bien no existe, lo que existe es el bien (es importante ver en esta cuestión del Mal visto como privación lo que hay de platonismo: Platón mismo habría firmado esa idea de que el Mal no existe, porque es oscuridad). Para analizar el mal profundamente debemos considerar tres perspectivas: Desde el plano metafísico. Dentro del universo creado por Dios existen distintos grados de ser. Los seres inferiores, comparados con los superiores, padecen una privación de ser, y esta privación es concebida como un mal. Desde el plano moral, el mal es el pecado. El origen de la maldad moral se encuentra en una mala elección del ser humano. La voluntad debe tender, por su naturaleza, al bien. La mala voluntad y el pecado, consisten en preferir un bien inferior rechazando un bien superior. También se definen dos tipos de mal: Mal físico. Las catástrofes naturales. Es la falta de armonía en los elementos naturales. Ante esto solo se puede mirar con resignación y agradecimiento. Mal moral. Es el precio de la libertad. Si eres libre puedes obtener la recompensa si haces el bien. Filosofía de la historia La historia de la humanidad tiene una concepción lineal. Comienza con la creación, un acto espontáneo y generoso, hecho por Dios para tener a alguien a quien hacer el Bien; tiene un punto central, la redención, cuando Dios envió a Jesucristo para guiarnos y ayudarnos; y tiene un final, el juicio final, pensaba San Agustín que iba a suceder, en concordancia con la crisis del imperio romano. El obispo de Hipona, interpreta lo que ha de venir al final de los tiempos a la luz de lo que ocurre hasta entonces. El sentido de la historia está revelado, puesto que Cristo ha anunciado su segunda venida, el fin de la historia misma y el juicio de los hombres y de los pueblos. Este final, sin embargo, no está predeterminado, en el sentido de destino. El gran misterio de la historia es que en ella se conjuga la acción y sabiduría de Dios con la libertad de los hombres. De ahí que el cristiano deba mantener la esperanza y tener una actitud optimista ante los tiempos, por difíciles que parezcan. Del mismo modo la sociedad política, el Estado, debe saber que no es ella la última instancia en la que los seres humanos existen y buscan el bien. En esta historia existen siempre dos sociedades mezcladas: la Ciudad de Dios y la Ciudad de los Hombres. La “Ciudad de Dios”. Compuesta por hombres que siempre han amado y que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos, hombres creyentes que se entregan a Dios. En esta sociedad impera la justicia, definida como un orden natural en el cual el creyente hombre obra racionalmente, investiga la naturaleza y, sobre todo, reflexiona sobre sí mismo y las verdades que en él encuentra, y de esa manera la razón le abre el camino hacia Dios. En esta actividad, la Fe puede ser una guía, ya sea porque la hayamos obtenido por la Gracia divina, o ya sea porque tengamos confianza en la Iglesia. Una sociedad así planteada tendrá a Dios como mandatario, y sus componentes llevarán al extremo el amor a Dios. Lo más parecido que existe es la Iglesia cristiana, pero no es lo mismo. La Iglesia es pecadora, lo cual es inevitable porque está hecha de seres humanos. Es una comunidad de creyentes que aclara, conserva y difunde le mensaje cristiano. La Iglesia está en el plano terrenal, al contrario de la Ciudad de Dios que está en el ideal, no es eterna y llegará a su fin. Todo lo que vemos aquí caerá, incluida la Iglesia, y sólo Él sabrá separar la auténtica “Ciudad de Dios”, que coincidirá con quienes están en la iglesia, o quizá no del todo. No sabemos, ni nos corresponde juzgarlo. La Iglesia se acabará, eso está en la Biblia (Apocalipsis, por ej.), y en medio de la desolación bajará de nuevo Cristo… Por eso la esperanza es una virtud cristiana básica. La “Ciudad de los Hombres”. Donde la justicia no existe planteada como anteriormente. De esta manera se no se construye un verdadero pueblo, no existe una verdadera política. Las ciudades planteadas por el amor egoísta del hombre hacia sí mismo, alejado de Dios. Son meras comunidades inestables de intereses egoístas, alejados de Dios, la Fe y la razón. Estas “Ciudades” son los Estados. Organizaciones destinadas al sustento material de los hombres, a las necesidades materiales no espirituales. Podrán estar diferentemente organizados pero su finalidad es la misma. Todos los estados perecerán, pues son temporales y no eternos, al estar centrados en los intereses humanos. Los estados no son malos, son necesarios, el problema es que se produzcan interferencias, que pretendan asumir las tareas de otros: por ejemplo, o bien el Estado pretende instruir espiritualmente, cosa que no sabe porque no es su función; o bien la Iglesia se convierte en un estado, o dentro de un estado pretende interferir en cuestiones estales o materiales, cosa que no debería porque trata de cuestiones espirituales, una forma de esto sería regular la libre investigación. Esta filosofía consiste en que “Dios impere sobre la sociedad”. Es decir, que la Iglesia pueda tener el poder temporal que necesite, aunque no sea el poder temporal su finalidad. Las relaciones entre el Estado y la Iglesia debería ser de un muto respeto, y siempre con el consentimiento por parte de cada Estado de que la Iglesia puede ejercer su labor, o de que los creyentes puedan desarrollar su actividad sin impedimento alguno. Ante todo, la Iglesia debe poder ejercer su labor. No es imprescindible, pero un camino para conseguirlo es la subordinación del Estado a la Iglesia. San Agustín no hubiera visto con malos ojos la unión Estado-Iglesia (que de hecho se dio en el Imperio Romano en el que él vivía). SAN ANSELMO DE CANTERBURY (s. XI) Es considerado por algunos autores como el primer filósofo escolástico, compartió con Agustín de Hipona la misma idea sobre la relación entre Fe y razón. Su filosofía se basó en los siguientes supuestos: La Fe abre camino a la razón, “cree para entender”. Postura típicamente agustiniana. La Fe en Dios es el comienzo de la salvación, la cual, por lo que respecta al sujeto humano, no es asunto meramente intelectual. La salvación es un don de Dios, pero exige que la persona acepte libremente la verdad revelada. La verdad no se refiere solo a la inteligencia, sino también a la voluntad. Una vez creemos que Dios existe nos damos cuenta de que Dios es de tal modo que ni siquiera podemos pensar que no exista. En este contexto formula Anselmo el ARGUMENTO ONTOLÓGICO. Como S. Agustín, S. Anselmo parte de la Fe, porque el hombre concreto no se salva por sí mismo, sino mediante la aceptación de la gracia. Según el argumento ontológico, todos (incluso el ateo) tienen una idea o noción de Dios. Todos los que dicen “Dios” entienden un ser tal que es imposible pensar otro mayor que él; ahora bien, un ser tal ha de existir, no solamente en nuestro pensamiento, sino también en la realidad. En caso contrario, cabría pensar otro ser mayor que él, es decir, uno que existiera realmente (además de en nuestro pensamiento). Así el que dice “Dios no existe” cae en el absurdo de estar diciendo que el ser mayor que se puede pensar no es el ser mayor que se puede pensar. Por lo tanto, Dios existe no solo en el pensamiento, sino también en la realidad. Dios se defino como “el ser acerca del lo cual nada mayor puede ser pensado”. Un ser que posee todas las perfecciones, que son las que cada uno imagina para sí, pero que él ya las tiene (sabiduría, bondad,…). La existencia es una perfección añadida a la esencia. Una cosa es más perfecta si existe que si no existe. Si Dios posee todas las perfecciones, Dios posee la existencia, por lo tanto Dios existe. El ser Dios implica su existencia, su esencia implica su existencia. Averroísmo latino: Sigerio de Brabante Sigerio de Brabante (s. XIII) es un pensador cristiano que formula la “Teoría de la doble verdad” inspirándose en los escritos de Averroes (filósofo musulmán del s. XII) para hacer compatible la enseñanza del aristotelismo con el Cristianismo. A este movimiento se le denomina “averroísmo latino”. Sigerio de Brabante defendió la DOCTRINA DE LA DOBLE VERDAD. Según esta doctrina dos tesis contraria, e incluso contradictorias podrían ser ambas verdaderas, una para la razón y otra para la Fe. Nuestra razón nos puede conducir a una verdad distinta de la de la Fe: según Aristóteles, el alma es mortal desde el punto de vista de la razón, según la Biblia, el alma es inmortal desde el punto de vista de la Fe. Existe una verdad de razón a la cual te lleva la razón, opuesta a una verdad de Fe a la que te lleva la Fe, pero las dos son verdaderas desde el punto de vista de cada una. La doctrina de la doble verdad sólo fue una argucia para introducir el aristotelismo en las Universidades cristianas. Texto de San Agustín resuelto: SAN AGUSTÍN DE HIPONA “Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe, igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo; donde no hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses comunes y, por tanto, no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede haber política.” (AGUSTÍN DE HIPONA, La ciudad de Dios, XIX, cap. 23). Respecto al texto (a) sitúa al autor en su momento histórico, (b) señala el tema o el problema del texto, (c) indica las ideas principales y (d) muestra las relaciones entre ellas y e) explícalas. a) San Agustín de Hipona (354-430) vive en la convulsa época de la caída del Imperio Romano. Su incesante búsqueda de la verdad le llevó desde Cicerón, al maniqueísmo, después al escepticismo, después a Platón y al Neoplatonismo y así hasta su conversión al Cristianismo. Aunque puede ser considerado como la figura más importante de la Patrística, también es tomado como el primer gran filósofo cristiano de la Edad Media. Su influencia es enorme, al menos, hasta el siglo XIII, e incluso más allá de la Edad Media. b) Una sociedad será justa o de derecho, sólo si se funda en la justicia divina. c) Las ideas principales son: 1. Si no hay justicia no hay una sociedad fundada en el derecho. 1.1. La justicia consiste en que Dios impere sobre la sociedad. 2. Si no hay tal justicia, tampoco puede haber propiamente “pueblo”. 3. Y en consecuencia, tampoco política o “Estado”. 4. Ni el hombre individual podrá llevar una vida ordenada en la que el alma rija al cuerpo y la razón domine los vicios. d) En el texto se parte de la idea de justicia que defiende S. Agustín: “que Dios impere sobre la sociedad”. Y como el derecho es la expresión de lo que se entiende por justicia, coherentemente deduce el autor que sin ésta no existe sociedad de derecho, ni tampoco propiamente “pueblo” o sociedad, ya que esta noción implica o hace referencia a “derechos e intereses comunes”, ni, por último, “política” o empresa común del pueblo. Luego la estructura del texto consiste en la deducción de una serie de consecuencias a partir de la idea de justicia que defiende el autor. e) La tesis que el autor defiende en este texto hay que entenderla desde la visión cristiana que impregna toda su obra. Además de esto, creo que realiza una serie de deducciones a partir de las dos ideas siguientes: 1) La definición de “pueblo” que da Escipión, que, a su vez, comenta una obra perdida de Cicerón (“La república”). La definición que da Escipión de pueblo es: “Un pueblo es una multitud reunida en sociedad por adopción en común acuerdo de un derecho y por la comunión de intereses”. 2) La tradicional definición de justicia: la virtud de dar a cada uno lo suyo. Pues bien, S. Agustín, llevado quizá de un rigorismo teológico, considera que no es justicia auténtica sino aquella en la que a Dios se le dé lo que debe dársele y puesto que somos criaturas de Dios, debemos someternos a su autoridad y no a otras autoridades. “La justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad” Por eso concluye que sólo es una sociedad ordenada, justa o de derecho aquella en que se realice tal idea de justicia, es decir, aquella que es orientada por las órdenes o mandamientos de Dios, permitiendo así que cada hombre de esa sociedad pueda llevar una vida ordenada, como la del creyente que tiene por objeto de su amor a Dios y al prójimo. Se trata, pues, de una sociedad orientada o iluminada por la fe cristiana. Sólo una sociedad impregnada por esos valores o por esta idea de justicia es una sociedad de derecho o justa. Por eso afirma, yendo más allá, que sin la vigencia de esa justicia, no hay propiamente sociedad (o pueblo), ni comunión de intereses que es lo que permite a un pueblo configurarse en Estado porque no tiene una empresa común (política); lo que habrá, en realidad, es un “conjunto de bestias”, no un pueblo o sociedad y, al mismo tiempo, tampoco podrá el hombre individual llevar un vida “como Dios manda”, una vida en la que “ el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios”. En resumen, S. Agustín está describiendo el fundamento de lo que él llama “Ciudad de Dios” una sociedad presidida por el amor a Dios sobre todas las cosas, frente a la “ciudad terrenal” que sólo es motivada por el amor del hombre a sí mismo hasta el olvido de Dios. Este ideal de sociedad es perfectamente coherente con la posición del autor en las relaciones entre razón y fe. Aunque la razón (con el añadido de la gracia) pueda conducirnos a la adquisición de la fe, es la fe la que iluminará a la razón en sus posteriores indagaciones, ya que la fe va más lejos que la razón. Del mismo modo, si la sociedad no está orientada por los criterios de la fe, esa sociedad no será justa, ni permitirá a los hombres alcanzar el fin al que están llamados. Luego, la sociedad debe estar orientada por esta idea de justicia para así permitir a cada hombre alcanzar el fin al que está, en principio, destinado. Por último, cabría añadir que quizá en esta postura de S. Agustín esté el origen de la teoría de la primacía de la Iglesia sobre el Estado, teoría que va a perdurar a lo largo de la Edad Media con altibajos, y cuyos hitos principales son la teoría de las “dos espadas” y la bula “Unam sanctam” de Bonifacio VIII.