Videopresentaciones sobre Sulzer

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Curso “La Estética y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”.
TRANSCRIPCIONES DE LA VIDEOPRESENTACIONES:
Johann G. Sulzer y su “Teoría general de las bellas artes” (parte 1 de 2)
Johann G. Sulzer y su “Teoría general de las bellas artes” (parte 2 de 2)
Profesor: Juan Martín Prada
AVISO: Este documento se ha realizado a través de software de reconocimiento de voz,
partiendo de las videopresentaciones impartidas por el profesor Juan Martín Prada e incluidas
en este curso MOOC. Dada la dificultad en convertir una presentación oral en texto escrito,
este documento puede contener algunas variaciones respecto al material original.
Johann G. Sulzer y su “Teoría general de las
bellas artes” (parte 1 de 2)
Profesor: Juan Martín Prada
[inicio de audio]
Johann Georg Sulzer nació en 1720, en la ciudad suiza de Winterthur. Como veremos, su
filosofía está muy influida por los planteamientos de la metafísica de Leibniz y sobre todo por
la filosofía moral de Wolff. Muy interesado por las matemáticas, la botánica, la historia, la
arqueología y la filosofía, es también autor de importantes textos sobre arte, y sobre todo del
que vemos en la imagen, Teoría general de las bellas artes publicada entre 1771 y 1774. Un
escrito que fue duramente criticado por Goethe (quien en 1772 escribió una recensión sobre
uno de los textos que lo conforman) pero que fue muy apreciado por los enciclopedistas
franceses, y de hecho, fue en Sulzer en quien pensaron para confeccionar las entradas “Bellas
Artes” (Suppléments, Vol. I, págs. 587-596), y “Estética” (Suppléments, Vol. II, págs. 872-873)
de L'Encyclopédie, artículos que estarán integrados por fragmentos de la Teoría general de las
bellas artes.
Pienso que podemos iniciar este comentario recordando la siguiente afirmación de Sulzer: “La
naturaleza en general opera “trabajando (…) para que confluyan en nosotros (…) sensaciones
agradables” con la finalidad de “excitar y fortificar en nosotros una dulce sensibilidad”.
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Por ello, en su opinión, el ser humano, “embelleciendo todo lo que procede de su invención,
debe proponerse la misma meta que se propone la naturaleza misma cuando embellece con
tanto esmero sus propias obras”.
Correspondería, pues, a las bellas artes “revestir, con adornos diversos nuestros habitáculos,
nuestros jardines, nuestros muebles y, sobre todo, nuestro lenguaje, la principal de nuestras
invenciones; y no sólo, como tantas personas lo imaginan equivocadamente, para que
tengamos el simple disfrute de algunos adornos más, sino principalmente con el fin de que las
dulces impresiones de lo que es bello, armonioso y conveniente confieran un aire más noble,
un carácter más elevado a nuestro espíritu y a nuestro corazón” (p. 51).
Es decir, lo que está diciendo Sulzer es que a través de las bellas artes, el espíritu del ser
humano se eleva, se ennoblece, pues de las bellas artes surgiría, nos dice “un sentimiento más
tierno” con el que dejamos de estar ya “limitados a las sensaciones bastas, como todos los
animales”; para “convertimos en personas”. Por tanto, en opinión de Sulzer, con las bellas
artes “nos elevamos a las inteligencias superiores”. Y de ahí que reclame que esto sea tenido
en cuenta por el Estado, por los gobernantes, por los legisladores, como una prioridad: “El
legislador debe estar convencido de que es muy importante no sólo que los edificios y los
monumentos públicos, sino también que todo objeto visible elaborado por las artes, incluso
mecánicas, lleve la impronta del buen gusto”.
Sulzer incluso alude a un momento ideal, que imagina como un tiempo en el que las bellas
artes habrían sido acogidas universalmente en una nación: “En esas circunstancias, todo lo que
verá, todo lo que escuchará, llevará la impronta de la belleza y de las gracias”. Así la morada de
los ciudadanos, el mobiliario, los vestidos, todo lo que rodeara a las personas sería, gracias a la
influencia del buen gusto y al cultivo de los talentos y del genio, igualmente bello y perfecto.
En tal situación, no podríamos evitar, asegura, que los sentidos internos se emocionasen, al
mismo tiempo, por el sentimiento del orden, de la conveniencia y de la perfección. Todo ello
haría nacer en nuestro corazón una dulce sensibilidad, efecto natural de las sensaciones
agradables que cada objeto le aportaría (p. 54). Es evidente que Sulzer aquí está dando
continuidad a los planteamientos de Wolf y Baumgarten, al fundamentar su estética en la
premisa de que la experiencia de la belleza está basada en la percepción sensible de la
perfección. Y por eso, puede que convenga aquí preguntarnos ¿Y qué es la perfección para él?.
Pues bien, para Sulzer este término consistiría, por un lado, “en la rica variedad de lo diverso,
en su unidad” (recordemos que en este curso venimos al menos desde Hutcheson incidiendo
en la idea de que lo bello es la unidad en la variedad) pero también en otro elemento: el
completo acuerdo de lo que una cosa es con lo debiera ser, o de lo real con lo ideal.
Pero volvamos ahora al carácter reformador y comprometido de Sulzer: “dado que las bellas
artes, de acuerdo con su esencia y su naturaleza, deben servir como medios para acrecentar y
asegurar la felicidad de las personas, es necesario (…) que penetren hasta la última cabaña del
menor de los ciudadanos; es preciso que el cuidado en dirigir su uso y determinar su utilización
entre en el sistema político y sea uno de los objetivos esenciales de la administración del
Estado” (p. 62). Y a este respecto, los espectáculos ofrecerían, en su opinión, el medio más
excelente que se puede imaginar para conseguir “la elevación de los sentimientos” aunque
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añada que “por un abuso deplorable, a menudo son los que más contribuyen a la corrupción
del gusto y de las buenas costumbres”.
Como señalaba antes, y con este comentario quería terminar ya la primera parte de esta
presentación, las bellas artes deben servir, en opinión de nuestro pensador, como medios para
acrecentar y asegurar la felicidad de las personas. Y a este respecto, debemos tener en cuenta
que la felicidad es, para él, en último término, el objetivo de la moralidad. Y, por tanto, y esto
es muy relevante para comprender su pensamiento, las bellas artes tendrían un valor moral
directo, digamos que inmediato, dado que contribuyen a la felicidad, que es, asimismo, y como
ya he indicado, el objetivo también de la moralidad.
[fin de audio]
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Johann G. Sulzer y su “Teoría general de las
bellas artes” (parte 2 de 2)
Profesor: Juan Martín Prada
[inicio de audio]
Tras lo comentado sobre Sulzer en la primera parte de esta presentación, regresemos ahora a
cuestiones aún más generales para recordar, como decía antes, que para él el origen de las
bellas artes estaría en “la tendencia que nos empuja a embellecer todo lo que nos rodea”.
Hay que destacar que él habla de las bellas artes en términos de utilidad, siendo la verdadera
utilidad de las bellas artes la de “elevar el alma”. Y para ello, añade, las bellas artes deben
“emocionarnos vivamente”, conseguir “que el espíritu quede impresionado y el corazón
emocionado”.
De modo que las bellas artes serían capaces de adueñarse “de todas las facultades sensitivas
del alma: son las sirenas, cuyo canto es irresistible” (p. 53).
Pero lo que es más importante, en mi opinión, es lo que se hace explícito en el siguiente
párrafo: “Todas las fuerzas del alma se desarrollan y se purifican necesariamente cada vez más
en una persona, cuyo espíritu y corazón quedan impresionados y conmovidos a cada instante
por todo género de perfecciones. La estupidez, la insensibilidad de la persona inculta y basta
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desaparece poco a poco” (p. 55). Es decir, que para Sulzer la experiencia de las bellas artes
estaría ligada a un proceso de “ennoblecimiento”, de “purificación” del ser humano, con el que
la “estupidez” y la “insensibilidad” irían desapareciendo poco a poco. Una consideración ésta
sobre el papel educativo o perfeccionador de las bellas artes que aparecía ya en cierta manera
en Hume, y de hecho no hay que olvidar que Sulzer fue traductor de este autor al alemán.
Y de todo ello, que Sulzer señale como el efecto más universal de las bellas artes “la afinación
de ese sentido moral denominado gusto de lo bello”. Creo que es muy importante apreciar
que el gusto de lo bello aparece aquí identificado como un “sentido moral”, precisamente
porque la experiencia de las bellas artes es una experiencia “ennoblecedora” del ser humano,
porque, como decía antes, contribuye a la felicidad, y la felicidad es también el objetivo de la
moralidad.
Así pues, podremos leer lo siguiente: “La nación que, considerada en su totalidad, posea el
gusto de lo bello estará siempre compuesta de personas más perfectas que las naciones en
que el buen gusto aún no haya tenido ninguna influencia”.
Sin embargo, Sulzer va a plantear algunas exigencias más concretas al artista y que en cierto
modo evidencian que para él este valor directo de las bellas artes en su autonomía, ha de
verse sometido a cuestiones morales. Así, más adelante en el texto, reconocerá que no sirve
simplemente embellecer el mundo mediante las obras de arte: “las bellas artes tienen que
consagrar la fuerza mágica de sus encantos a los dos bienes más necesarios para la
humanidad: la verdad y la virtud”. Es decir, que lo que está proponiendo es, en última
instancia, volver a subordinar el arte a los conceptos de verdad y virtud, lo cual no deja de
suponer sino una drástica limitación de su autonomía, haciendo que las artes sigan siendo
instrumento de los valores morales, y no medios de ennoblecimiento totalmente autónomos.
En opinión de Sulzer, las bellas artes tienen una poderosa capacidad para “despertar en
nosotros esas máximas fundamentales ((es decir, morales y vinculadas a lo bueno y a la
virtud)) y grabarlas de una manera imborrable”. Es decir, que si por un lado las bellas artes nos
prepararían “para sentimientos delicados” su verdadera misión sería la de inculcar en nosotros
máximas y principios morales. Y de hecho, nos dice Sulzer, “sin esa dirección hacia una meta
superior, las musas no serían más que peligrosas seductoras”.
Por tanto, para nuestro filósofo, “las artes no despliegan el encanto que les es propio más que
para atraer nuestra atención hacia el bien y hacer que lo queramos”. En el fondo, como vemos,
insisto en ello, Sulzer está negando la autonomía del arte subordinándola a una finalidad
puramente moral. Es, pues, indispensable, añadirá, el someter la utilización y el uso de las
bellas artes a la dirección de la razón, pues a principal finalidad de las bellas artes no será otra
sino la de “excitar un sentimiento vivo de lo verdadero y de lo bueno”. Y para explicar su
posicionamiento moralizador en relación al arte, Sulzer recuerda cómo Cicerón (De Officiis, lib.
I) deseaba poder presentarle a su hijo una imagen de la virtud, persuadido de que no se podría
ver (es decir, de que no se podría mirar a la virtud) sin enamorarse perdidamente de ella,
siendo ése, para Sulzer “el servicio inestimable que pueden ofrecernos realmente las bellas
artes”, esto es, el ofrecernos imágenes de la virtud.
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Pues aunque late en Sulzer, como decía, la creencia en un potencial ennoblecedor “directo” de
las bellas artes, éste acabará afirmando que “las bellas artes pueden resultar fácilmente
perniciosas para la persona”, pues son “semejantes al árbol del jardín del Edén, que da los
frutos del bien y del mal”. Aquí, evidentemente, lo que está distinguiendo es un arte “virtuoso”
de otro que puede ser “pernicioso”, lo cual, evidentemente, va a estar vinculado a la elección
del tema. Por tanto, en Sulzer el arte no puede ser considerado desde una perspectiva
puramente lingüística o formal, sino que necesariamente tiene que estar vinculado a temáticas
apropiadas a esta finalidad moralizadora.
Lo cual nos lleva a valorar la enorme importancia que para él tiene la elección de tema; el
artista debe elegir “objetos adecuados para influir provechosamente en el espíritu y en el
corazón”. Esos objetos, esos temas, serían para él los únicos “dignos de emocionarnos
fuertemente y de producirnos impresiones duraderas”.
Y de hecho, Sulzer defiende que de las bellas artes deberíamos esperar varios servicios: por
una parte, “presentar, con todos los encantos imaginables, las virtudes, los sentimientos de un
corazón honesto y los actos buenos que exijan las circunstancias”; por otro lado, “desplegar
toda su magia para poner de manifiesto toda la fealdad del crimen, de la maldad, de las
acciones viciosas y para exponer todos los horrores de sus consecuencias”.
Y si bien no debemos entender esto, nos dice, como una prohibición de “todo tema que no sea
precisamente moral”, es decir, que no se trata, escribe, de “prohibir al artista esculpir una
copa o, al pintor, pintar un vaso de beber”, sin embargo, en su opinión, “de todas las obras de
arte las que tienen la utilidad más importante son las que graban en nuestro espíritu nociones,
verdades, máximas, sentimientos adecuados para hacernos más perfectos y formar en
nosotros, los caracteres, que no nos podrían faltar sin perder algo de nuestro valor, sea en
calidad de personas o de ciudadanos”. No obstante, asegura nuestro filósofo, “a falta de
semejantes temas, el artista habrá cumplido su deber si su obra nos reafirma y nos perfecciona
en el gusto de lo bello“ es decir, que (como señalaba al principio de esta presentación), el
desarrollo del gusto ya tendría per se una capacidad ennoblecedora del ser humano, pero que
en todo caso ha de completarse, o mejorarse, digamos, con el empleo de temas adecuados en
las obras de arte.
En cuanto a los géneros artísticos, nos recuerda que “Los antiguos (…) creían que la poesía es
de alguna manera la primera filosofía, que nos muestra desde la infancia el camino de una vida
ordenada y que nos imprime las costumbres, los sentimientos y el amor a las grandes acciones
por medio de lecciones agradables”, y aquí recuerda a los pitagóricos, “quienes sostienen que
el poeta es el único sabio verdadero”.
En definitiva, para Sulzer las bellas artes serían “los únicos medios adecuados para inspirar a
las personas la pasión general de lo bello y de lo bueno; para hacer que la verdad sea activa y
la virtud amable; para incitar a la persona al bien de todo tipo; y para apartarla de toda
desviación perniciosa”.
Y a este respecto, podríamos preguntarnos nosotros ¿ha habido en la historia alguna época en
la que las bellas artes hayan ejercido realmente esta función en los términos planteados por
Sulzer? Pues bien, en opinión del pensador suizo, los griegos sí que habrían considerado las
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bellas artes como “medios adecuados para formar las costumbres y para apoyar las máximas
de la filosofía y de la religión”. En Grecia, nos dice, “Todo tenía una relación con las bellas
artes: las deliberaciones públicas, los elogios solemnes instituidos en honor de los héroes y
ciudadanos muertos en defensa de la patria, los monumentos destinados a conservar la
memoria de las grandes acciones (..) Había una dedicación tan seria a las bellas artes que
incluso se hicieron reglamentos para perfeccionar el buen gusto e impedir que degenerara o,
lo que aún es peor, que se corrompiera por un exceso de refinamiento” (p. 69). Sin embargo,
“a medida que los sentimientos generales del bien público se debilitaron, que los dirigentes y
principales del Estado separaron su interés particular del interés común y que la codicia y el
gusto del lujo ablandaron el carácter, las bellas artes dejaron de servir al bien del Estado, se
convirtieron en artes de lujo y, pronto, se perdió de vista su verdadera dignidad”. Y el teatro,
“lo que, en su origen, estaba destinado a encender un vigor patriótico en el corazón de los
ciudadanos sirvió para alimentar la ociosidad y apagar todo sentimiento del bien público. Los
grandes tuvieron artistas, como tenían cocineros; y las artes, que antes preparaban los
remedios saludables del alma, ya no ofrecían más que cosméticos y perfumes. Ese era el
estado de las bellas artes en Grecia y Egipto cuando los romanos conquistaron estas
provincias; y esa es la razón de que las artes conservaran ese mismo carácter en Roma” (p. 71).
Y para Sulzer el arte de su época estaría sufriendo la misma situación: “parece que a todas
luces se ha perdido la idea adecuada de su utilidad e importancia”, poniendo como ejemplo la
situación presente de la ópera: “¿Hay algo menos significativo y más insípido y que responda
peor a la finalidad de las artes que la ópera? Y, sin embargo, este mismo espectáculo que, en el
estado actual, apenas merece la atención de los niños, podría ser exactamente la producción
más noble y útil de todas las bellas artes juntas”.
Para Sulzer, pues, la ópera de su época sería una prueba bien clara de que “se desconoce por
completo el poder de las bellas artes y de que “no se tiene más que una idea infame de su
uso”, de que “no se las hace servir más que para el lujo y la ostentación, o se las confina a los
palacios de los grandes, cuya entrada está prohibida siempre al pueblo”. Una crítica ésta a que
las bellas artes no sean accesibles a toda la población que, es sin duda, de enorme interés.
Y en otro orden de cuestiones, y ya para ir terminando esta presentación, creo que vale la
pena que recordemos también que para Sulzer “El oído es el primero de nuestros sentidos que
transmite al alma percepciones”; dado que el sonido “puede expresar la ternura, la
benevolencia, el odio, la cólera, la desesperación y otras diversas pasiones, que agitan al alma”
la música sería “el arte primero y más poderoso de todos”. Después del sentido del oído
vendría “el de la vista, cuyas impresiones son menos fuertes, pero también mucho más
diversificadas y de una amplitud mucho más vasta”. Aunque serían, no obstante, escribe, “los
espectáculos dramáticos la invención más bella de las artes” y que “pueden convertirse en el
medio más adecuado para inspirar sentimientos nobles y elevados”.
En definitiva, no vamos a ver, insisto en ello, en el pensamiento de Sulzer todavía una teoría
clara que pida para las bellas artes una autonomía respecto a lo bueno y la virtud, sino que
éstas seguirán siendo medios o instrumentos para “excitar lo más posible todas las fuerzas del
alma” y para grabar en ella esas impresiones de la virtud “de una manera imborrable”. Una
concepción instrumentalista de las bellas artes, heterónoma, sometida a la formación de las
6
costumbres, que será totalmente puesto en cuestión con la exigencia de total autonomía para
el arte que traerá la estética romántica.
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