congreso internacional de historia de las cajas de ahorros

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CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA DE LAS CAJAS DE AHORROS.
Murcia, 16, 17 y 18 de octubre de 2008.
La cooperación inicial entre las Cajas de Ahorros: la CECA desde su
fundación hasta la Guerra Civil, 1928-1936.
Eugenio Torres Villanueva
Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
1. Introducción. 1
El decenio de 1920 fue crucial para las Cajas de Ahorros de carácter benéfico,
pues a lo largo de él se forjó su unidad de acción –después de frustrarse algunos intentos
anteriores— mediante la fundación de la Confederación Española de Cajas de Ahorros
Benéficas (CECAB, en adelante) en 1928. El contexto en el que se produjo ésta y las
causas que la indujeron merecen ser explicitados, pues en gran parte permiten
comprender los principales problemas a los que se enfrentó el nuevo organismo
corporativo de las Cajas durante el periodo que analizamos en este artículo, es decir, los
primeros años de su funcionamiento como tal antes de que la Guerra Civil lo fracturase
en dos y sumiera a sus dirigentes y a las Cajas mismas en una situación de
excepcionalidad durante casi tres años.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta el mayor grado de intervencionismo
asumido por el Estado desde el final de la Primera Guerra Mundial, aunque menor sin
duda que en los países europeos beligerantes. El intervencionismo y corporativismo se
incrementaron durante la Dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. Las
ayudas a la industria y a los transportes se hicieron más intensas y sistemáticas en la
posguerra, y aumentó el componente corporativo de la sociedad y el Estado. Del mismo
modo, las regulaciones se extendieron a un mayor número de actividades al tiempo que
se intensificaron. En el ámbito financiero destacan dos: la Ley de Ordenación Bancaria
1
Este artículo está basado y resume parcialmente el contenido de los capítulos 3 y 4 de Comín y Torres
(2008), por lo que remito a él al lector interesado en conocer mejor los pormenores de los asuntos que
aquí han sido meramente esbozados o planteados de una manera genérica. Por esta misma razón, el texto
se ha descargado todo lo posible de notas y referencias documentales y bibliográficas, que pueden
consultarse en dicha obra.
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de 1921, que creó el Consejo Superior Bancario (CSB, en adelante) y fijó la
reglamentación de las entidades bancarias, y el Real Decreto-Ley de 9 de abril de 1926
sobre entidades de ahorro, capitalización y similares, transformado después en el
Estatuto del Ahorro de 1929, que reglamentó la actividad de estas entidades.
En segundo lugar, hay que considerar los cambios de carácter institucional que
se produjeron en la Administración del Estado y que afectaron de lleno a la actividad
benéfica de las Cajas. Así ocurre con la creación del Ministerio de Trabajo en 1920, que
se hizo cargo de las cuestiones de beneficencia y de seguros sociales –impulsados por el
Gobierno desde 1919 junto a otras medidas como la jornada laboral de ocho horas—,
enfocándolas de una manera diferente a como lo había hecho el Ministerio de la
Gobernación hasta entonces; y no debe olvidarse que las Cajas dependían
institucionalmente de este último, era su Ministerio protector. Este giro en la política
social se acentuó durante la Dictadura de Primo de Rivera, y el mayor protagonismo
alcanzado entonces por el Ministerio de Trabajo, Industria y Comercio, del que pasaron
a depender las Cajas, obligó a éstas a redefinir su carácter de entidades benéficas
acentuando su dedicación social en detrimento de la estrictamente benéfica.
En tercer lugar, aunque la rivalidad venía de antes, la creación del CSB otorgó a
los Bancos privados ventajas claras sobre las Cajas para influir en las regulaciones y en
la política financiera del Gobierno, lo que acentuó notablemente una rivalidad que se
sustentaba en esencia en la disputa del mercado nacional de ahorro (depósitos de
ahorro), en el que las Cajas iban erosionando lenta pero inexorablemente la posición
hegemónica de los Bancos y de las Cajas de Ahorros que ellos mismos tenían abiertas
como una parte más de su negocio (Cajas bancarias). Para contrarrestar esta influencia
en la Administración y los perjuicios que de ello se pudieran derivar, así como para
actuar en defensa de sus intereses, las Cajas se vieron abocadas a crear su propio
organismo corporativo: la CECAB.
Por último, debemos añadir un factor externo –procedente del extranjero, para
ser más exactos—, que influyó en el comportamiento seguido por las Cajas. Se trata de
la celebración del Primer Congreso Internacional del Ahorro en Milán en 1924, al que
acudieron a título individual representantes de algunas de las más importantes Cajas de
Ahorros españolas. En él conocieron de primera mano la experiencia asociativa
existente en numerosos países, especialmente en los europeos, constataron el retraso que
existía en España al respecto y comprobaron directamente que los problemas de estas
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entidades eran semejantes en casi todos los lugares del mundo, mostrándose la fórmula
asociativa como la mejor vía de solución para los mismos.
Con la constitución de la CECAB en 1928 apareció en el panorama financiero
español un nuevo organismo de carácter corporativo, con el que las Cajas pretendieron
hacerse visibles como colectivo, mostrar su peso en el sector financiero nacional y
resaltar la importancia de su acción benéfico-social, pero sobre todo trataron de adoptar
una actitud más activa ante los problemas que les afectaban actuando con una sola voz y
no de manera individual, como lo habían hecho hasta entonces. De todas formas,
tratándose de entidades que tenían una dependencia institucional de la Administración –
del Ministerio de Trabajo desde 1926—, sólo pudieron dar este paso con las debidas
garantías para sus intereses con el respaldo, al menos formal, de su Ministerio protector.
Así, las Cajas agradecieron al Gobierno que dictase normas que las protegiesen a
cambio de apoyar con entusiasmo la intensificación de su obra social. El compromiso
de reciprocidad entre ambas partes fue claro: una reglamentación que asegurase a las
Cajas un lugar al sol en el sistema financiero, protegiéndolas de la presión y la
influencia de la Banca privada, a cambio de su colaboración activa e intensa con la
política social del Gobierno. Para las Cajas, el principal problema de este compromiso
se encontraba en el grado de autonomía que les quedaba para operar ante la
eventualidad de que este “abrazo” del Gobierno significase la pérdida de su
independencia.
La CECAB estableció entre sus objetivos fundacionales la representación de las
Cajas ante el Gobierno, tanto para defender sus intereses ante la Administración como
para servir de enlace entre ésta y las Cajas en todo lo referente al cumplimiento de las
directrices que estableciese el Ministerio protector; la constitución e implantación de
aquellas instituciones, reglas y procedimientos que contribuyesen a mejorar la actuación
de las Cajas y su desarrollo; y el servicio de enlace entre las Cajas españolas y el
Instituto Internacional del Ahorro, creado en 1925 como resultado del Congreso de
Milán. Estos tres objetivos concentraron gran parte de la actuación de la Confederación
durante el primer decenio de su existencia, y en cierta medida puede decirse que su
consolidación como órgano representativo de las Cajas estuvo muy influida por los
resultados que cosechó en cada uno de estos tres ámbitos, pero sobre todo en los dos
primeros.
En las páginas siguientes damos cuenta de las principales actuaciones de la
CECAB durante los primeros diez años de su existencia, años que coinciden
4
esencialmente con una etapa de “afianzamiento institucional” de las Cajas de Ahorros 2 .
En el epígrafe 2 exponemos la labor que realizó para conseguir una regulación clara y
no perjudicial, cuando menos, de la actividad de las Cajas de Ahorros, tarea que estuvo
llena de dificultades tanto por los importantes cambios políticos que acontecieron en los
años estudiados como por las ingerencias constantes de la Banca privada, muy
interesada en hacer valer su criterio sobre cómo debía reglamentarse la actividad de las
entidades de ahorro. En el epígrafe 3 se explica el proceso de creación de un banco de
Cajas, constituido en 1933 con el nombre de Instituto de Crédito de las Cajas de
Ahorros (ICCA, en adelante), un organismo en el que los dirigentes de la Confederación
confiaron para potenciar la actividad financiera de las Cajas, pero que tardaría todavía
muchos años en desplegar todas las funciones para las que fue concebido. En el epígrafe
4 se aborda la dinámica de rivalidad y conflicto que mantuvieron durante estos años la
CECAB y el CSB con el trasfondo de la regulación de las Cajas y de los cambios en la
dependencia institucional de éstas. En el epígrafe 5 se repasan brevemente otras
actuaciones de CECAB, como su relación con el Instituto Internacional del Ahorro, la
labor de propaganda del ahorro en la sociedad española y su colaboración con la política
social de los Gobiernos de la Dictadura y de la República. Finalmente, unas breves
conclusiones dan contenido al epígrafe 6.
2. La cuestión de la reglamentación de las Cajas de Ahorros benéficas.
La participación en la elaboración del marco regulador de la actividad de las
Cajas de Ahorros fue un aspecto fundamental de la actividad de la CECAB durante los
primeros años de su existencia. De hecho, fue uno de los motivos principales que
impulsó su constitución en 1928, pues las Cajas se vieron obligadas a dar una respuesta
unitaria, conjunta, al contenido del Real Decreto-Ley de 9 de abril de 1926 sobre
entidades de ahorro, capitalización y similares, que se dictó sin contar con ellas y cuyo
contenido era muy lesivo para sus intereses. De acuerdo con esta norma, se obligó a las
Cajas a inscribirse en un registro en el Ministerio de Trabajo para poder ejercer su
actividad y quedaron sometidas a un régimen de inspección por parte de éste; se creó
una Junta Consultiva que habría de ser oída en todos los asuntos contemplados en el
Decreto, pero en la que no se dio representación propia a las Cajas de Ahorros; se
2
La expresión procede de Forniés y Palacios (1983), p. 73.
5
impusieron a éstas unos coeficientes de inversión obligatoria, sobre todo pero no
exclusivamente, en valores públicos del Estado español: el 40 por 100 de sus saldos de
ahorro a los Montes de Piedad y el 50 por 100 a las Cajas; se prohibió a éstas efectuar
inversiones en acciones u obligaciones propias, en moneda extranjera, en operaciones
de Bolsa “dobles”, en operaciones de agio o en especulación de cualquier género, así
como invertir en valores que no fuesen del Estado y rindiesen más del 6,5 por 100; y se
les obligó a satisfacer anualmente un impuesto no superior al 2 por 1.000 de sus saldos
de ahorro para compensar a la Hacienda de los gastos que ocasionase el servicio de
inspección y la Junta Consultiva.
Las Cajas se alarmaron ante el fuerte intervencionismo que el Decreto encerraba
y entendieron que ponía fin a su autonomía de funcionamiento y a la relativa libertad
con que hasta entonces habían sido creadas, pero la respuesta que dieron en un principio
fue individual y descoordinada. Sólo empezó a organizarse una actuación conjunta
cuando el Ministerio de Trabajo creó una Comisión asesora, con participación de todos
los sectores afectados –se abrió paralelamente una información pública—, para
dictaminar el Reglamento provisional de aplicación del Decreto-Ley. Esta Comisión
asesora, en la que las Cajas consiguieron una representación mayoritaria, comenzó sus
tareas bien avanzado 1928, cuando ya se había constituido la CECAB, por lo que las
Cajas pudieron diseñar una estrategia conjunta y actuar unidas en las negociaciones con
el Gobierno.
A pesar de todo, la elaboración de este Reglamento supuso un fuerte
enfrentamiento con la Banca privada, que tenía un representante en la referida Comisión
asesora: Enrique Ocharán, director general del Banco de Vizcaya. El CSB ejerció
presión ante los Ministerios de Hacienda y Trabajo, consiguiendo que se nombrase una
Comisión mixta de seis miembros (tres representantes de las Cajas y tres de los Bancos)
para que dictaminase el Reglamento. Esta Comisión llegó a un acuerdo y sus miembros
firmaron unas bases el 1 de junio de 1929, que se incorporaron al texto del proyecto de
Reglamento. Éste fue aprobado por el Gobierno por Decreto-Ley de 21 de noviembre de
1929, convirtiéndose en el Estatuto del Ahorro, norma que iba a tener un carácter
complementario del Decreto-Ley de 9 de abril de 1926, al que sustituía en todo lo que
fuese opuesto a éste. Además, una disposición adicional, que iba a tener después una
trascendencia innegable, estableció que, a fin de que estuviesen debidamente definidas y
conciliadas las actividades de las entidades de ahorro con las secciones de ahorro de la
Banca privada conforme a las normas fijadas por los representantes de unas y otras, se
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constituiría una Comisión mixta encargada de aclarar las dudas que se suscitasen, que
estaría formada por tres vocales de cada parte nombrados por la CECAB y el CSB.
Para la Confederación, el Estatuto del Ahorro no satisfacía por completo sus
aspiraciones –en especial, porque no se había logrado impedir que los Bancos siguiesen
usando la denominación “Caja de Ahorros” en sus secciones de ahorro propias—, pero
lo consideraba en gran medida un triunfo, sobre todo teniendo en cuenta la dura
oposición ofrecida por la Banca privada, con la que finalmente tuvieron que pactar los
aspectos más sensibles de su operativa financiera y con la que se vieron obligadas a
convivir en esa especie de órgano de vigilancia que era la Comisión mixta antes citada.
En opinión de la CECAB, el Estatuto tenía ventajas respecto al Decreto-Ley de 1926, ya
que definía la personalidad de las Cajas de Ahorros, garantizaba su inspección con
carácter oficial, les encomendaba en exclusiva las funciones sociales del Ministerio de
Trabajo y Previsión, robustecía la protección oficial que les dispensaba el Gobierno,
confirmaba el reconocimiento oficial de la CECAB asignándole ciertas funciones,
disponía la agrupación de las Cajas generales de Ahorros en Federaciones Regionales, y
señalaba las normas que permitirían una unidad de acción en el desarrollo de la obra que
venían realizando. Pero también tenía serios inconvenientes, ya que se mantuvieron o
incluso empeoraron algunas de las restricciones que el Decreto-Ley de 1926 impuso a
las Cajas en sus operaciones, como ahora se verá.
El Estatuto del Ahorro de 1929 se componía en realidad de dos Estatutos
especiales: uno para las Cajas generales de ahorro popular y otro para las Entidades
particulares de ahorro popular. El que aquí nos interesa, el que afectaba a las primeras,
era una extensa y prolija norma de casi dos centenares de artículos, en los que se
regulaban con minuciosidad todos los aspectos de la actividad de las Cajas.
Comentamos a continuación los contenidos que nos parecen más relevantes.
En primer lugar, se mantuvo un doble protectorado o dependencia institucional:
el Ministerio de Trabajo para las Cajas y el de Gobernación para los Montes de Piedad.
Esto provocó que hubiese Cajas importantes que tenían Monte de Piedad, como la de
Madrid y la de Barcelona, que optaran por seguir adscritas al segundo a diferencia de la
mayoría que quedaron bajo la tutela del primero, lo que sin duda no favoreció la
cohesión de las Cajas en el seno de la CECAB. De hecho, la Caja de Ahorros de Madrid
se dio de baja en esta organización después de acogerse a un artículo adicional del
Decreto-Ley de 21 de noviembre de 1929, por el que quedaban exceptuadas del Estatuto
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las entidades cuyos consejos de dirección o administración fuesen nombrados en su
totalidad por el Gobierno.
En segundo lugar, las Cajas se vieron sujetas a restricciones en sus operaciones
tanto de pasivo como de activo, lo que suponía, entre otras muchas cosas, el
establecimiento de límites máximos en las libretas de ahorro por encima de los cuales
no se abonaría interés alguno, límites también en los depósitos de valores hechos por
cuenta de los impositores, en las transferencias entre Cajas, en los préstamos con
garantía personal, en los préstamos con garantía de valores del Estado pignorables en el
Banco de España, y en los préstamos hipotecarios. Además, se mantuvieron y ampliaron
las operaciones prohibidas a las Cajas en el Decreto-Ley de 1926: las operaciones de
Bolsa denominadas “dobles”, las de agio, descuento de letras, giros, arbitrajes de
moneda extranjera, cuentas corrientes con talonario a nombre de particulares y
entidades, y los préstamos a gerentes y consejeros, siempre que no se tratase de
favorecer una obra benéfica o social.
En tercer lugar, el interés de las imposiciones de ahorro lo fijaría en adelante el
ministro de Trabajo a la vista de los que utilizase la Banca; y las Cajas estaban
obligadas a formar reservas destinando cada año un 25 por 100 de sus beneficios hasta
que alcanzar el 10 por 100 del saldo de impositores. El importe de estas reservas debía
estar invertido siempre en las inversiones permitidas por el Estatuto.
En cuarto lugar, se reglamentaron también con detalle las inversiones de las
Cajas. Debían colocar sus fondos en valores del Estado incluidos en la lista que
aprobase la Junta Consultiva del Ahorro, en inmuebles, en casas baratas y en los
préstamos personales, hipotecarios y pignoraticios a los que nos hemos referido antes.
Las inversiones en valores del Estado debían ser de al menos el 40 por 100 del saldo de
imposiciones, una vez deducidas las cantidades necesarias para atender las operaciones
diarias de las Cajas, las sumas destinadas a empeños en los Montes de Piedad y a otras
operaciones similares de orientación social. Y de ese porcentaje, una proporción a
determinar por la Inspección general debía colocarse en Deuda perpetua interior al 4 por
100. Además, se fijaron límites máximos a otras inversiones. Así, el montante de los
préstamos prendarios, una parte esencial de la actividad de las Cajas, no podía superar el
50 por 100 del total de los fondos de éstas; y los préstamos concedidos a sindicatos
agrícolas así como los realizados sobre valores no podían superar el 10 y el 20 por 100,
respectivamente, del total de sus inversiones.
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Por último, el Estatuto obligó a las Cajas a tener en sus oficinas los justificantes
de todas sus inversiones y situados en España todos sus bienes, al tiempo que les
impuso con carácter general la aplicación de las obligaciones contables establecidas en
el Código de Comercio, elaborando al final de cada ejercicio el balance, la cuenta de
resultados y una memoria del mismo.
Una vez aprobado, el Estatuto del Ahorro se encontró con el problema de su
aplicación, debido a que, apenas hubo entrado en vigor, la salida de Primo de Rivera de
la Presidencia del Consejo de Ministros dio paso al Gobierno Berenguer (la conocida
Dictablanda), con la consiguiente inseguridad sobre la continuidad de las normas
promulgadas por la Dictadura o sobre las reformas que introducirían las nuevas
autoridades. El Gobierno Berenguer realizó, en efecto, algunas reformas, como la que
permitió a las mutualidades, cooperativas, sindicatos agrarios y Cajas rurales (entidades
particulares de ahorro popular) quedar fuera de la normativa del Estatuto que les
afectaba, motivo por el cual la CECAB solicitó lo mismo para las Cajas y pidió una
revisión general de su contenido. Su propuesta encontró eco en el ministro de Trabajo
Pedro Sangro y Ros de Olano, mucho más receptivo con las demandas de la CECAB
que su predecesor en el cargo, Eduardo Aunós, y las Cajas tuvieron el camino
institucional expedito para acometer una revisión “simplista y pronta” –en palabras de
Francesc Moragas— del Estatuto del Ahorro. Por tanto, al advenimiento de la Segunda
República, la Confederación se hallaba de nuevo trabajando para modificar esta norma
apenas año y medio después de su aprobación.
La proclamación de la República truncó momentáneamente los planes de la
Confederación de conseguir una reforma rápida del Estatuto del Ahorro de 1929, para
convertirlo en una norma más reducida en extensión y más flexible en su aplicación. En
su Asamblea General de mayo de 1931 los dirigentes de las Cajas replantearon esta
reforma, debido a los interrogantes a que daba lugar la incertidumbre política del
momento. Ante la perspectiva de que España pudiera llegar a convertirse en una
República federal, la referida Asamblea se limitó a elaborar las bases generales –ocho
en concreto— de un nuevo Estatuto del Ahorro, para que pudieran ser aplicadas por el
Gobierno central. El propósito era dejar que las Regiones, en el caso probable de que
adquiriesen capacidad para fijar la regulación administrativa de las Cajas de Ahorros de
sus respectivos territorios, pudieran adaptar dichas bases a las particularidades de éstos.
Por su parte, el Gobierno provisional de la República se dispuso a establecer un
nuevo marco regulador para las Cajas con el propósito de otorgarles un papel
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importante dentro de su política social, liderada por un Ministerio de Trabajo controlado
por el socialista Francisco Largo Caballero. Así, por Decreto de 1 de junio de 1931,
suspendió la mayor parte de las disposiciones del Estatuto del Ahorro de 1929
referentes a las Cajas generales de Ahorro popular, lo que causó una evidente
satisfacción en los dirigentes de la Confederación. Aprovechando esta circunstancia, su
Comisión Permanente aprobó en seguida el contenido de un nuevo proyecto de Estatuto
de las Cajas de Ahorros a partir de las bases antes mencionadas, y lo presentó para su
tramitación a la Junta Consultiva de las Cajas de Ahorros en julio de 1931. Al mismo
tiempo, redactó y presentó ante esta misma instancia administrativa un proyecto
completo de estatutos del Instituto de Crédito de la Confederación, una nueva entidad
financiera que las Cajas querían crear y del que nos ocuparemos en el siguiente
apartado.
Pero la segunda disposición que adoptó el Gobierno provisional de la República
no gustó tanto a las Cajas, y en cierta manera dejaba traslucir la falta de un modelo
regulador homogéneo para estas entidades por parte de los Ministerios de Gobernación
y Trabajo, al frente de los cuales se hallaban en ese momento el liberal Miguel Maura y
el socialista Francisco Largo Caballero, respectivamente. Se trata del Decreto de 10 de
julio de 1931 del Ministerio de la Gobernación sobre los Montes de Piedad, que, so
pretexto de aclarar la confusión normativa que, a juicio de las nuevas autoridades, se
había producido a partir de 1926, insistía en el carácter benéfico de los Montes de
Piedad, a los que mantenía adscritos al Ministerio de la Gobernación, organismo
responsable de su protectorado, vigilancia y fiscalización (Inspección Técnica de
Beneficencia). En consecuencia, las Cajas con Monte de Piedad pasaban a tener dos
protectorados y dos inspecciones distintas: el Ministerio de la Gobernación para la
actividad de los Montes de Piedad, y el Ministerio de Trabajo y Previsión para las Cajas
propiamente dichas. Además, el Decreto obligaba a las Cajas a invertir el 70 por 100 de
sus saldos de ahorro en préstamos prendarios de los Montes y a incorporar a los
consejos de éstos a dos representantes externos: uno de la Unión General de
Trabajadores (UGT) y otro de la Dirección de Beneficencia del Ministerio.
La Confederación remitió al ministro de Trabajo, “representante supremo del
protectorado de las Cajas”, un duro escrito de protesta por no haber contado con su
opinión ni con la de la Junta Consultiva de las Cajas de Ahorros, y porque el Decreto no
estaba refrendado también por su Ministerio, a pesar de que afectaba a sus
competencias. Fuese o no resultado de su oposición al mismo, lo cierto es que el
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Decreto quedó suspendido provisionalmente un mes después de su publicación. El
incidente, además de evidenciar las diferencias existentes entre ambos ministerios sobre
el marco regulador de las Cajas, sirvió de acicate a la CECAB para insistir ante Largo
Caballero en que se acelerase la aprobación del proyecto de Estatuto del Ahorro que le
acababa de presentar. En cualquier caso, la pertenencia de las Cajas al protectorado de
este Ministerio –a su Servicio de Acción Social, sustituto de la anterior Dirección
general de Acción Social— se afianzó un poco más en noviembre de 1931, al
producirse una reorganización del mismo. Era un paso más en la estrategia del ministro
socialista de asegurar a su Ministerio el control del sector del ahorro benéfico.
Las expectativas sobre la aprobación de un nuevo Estatuto del Ahorro se
debilitaron desde finales de 1931, y seguramente en esto influyó la salida de Indalecio
Prieto del Ministerio de Hacienda y el final de la política de contención de la influencia
de la Banca privada, que había mantenido hasta entonces este político socialista. De
todos modos, la CECAB no dejó de buscar apoyos para este asunto allí donde pudo.
Así, en su Asamblea General de mayo de 1932, celebrada en las dependencias del
Ministerio de Trabajo con la presencia de los principales dirigentes del Instituto
Internacional del Ahorro, se acordó pedir al ministro Largo Caballero la aprobación de
esta norma.
Finalmente, el acuerdo entre los Ministerios afectados de dar una solución al
asunto de la regulación de las Cajas de Ahorros, teniendo en cuenta el criterio de la
Banca privada sobre el particular, abrió el camino para la aprobación del Estatuto del
Ahorro. Esto ocurrió cuando un Decreto del Ministerio de Trabajo de 13 de junio de
1932, con el visto bueno del de Hacienda, dispuso que se constituyese una Junta
interministerial encargada de estudiar y resolver los temas incluidos en las conclusiones
firmadas por la Comisión mixta Banca privada-Cajas de Ahorros el 1 de junio de 1929,
teniendo en cuenta las modificaciones introducidas por la Ley de Ordenación Bancaria
de 26 de noviembre de 1931. Esta Junta interministerial ultimó el contenido del
Estatuto, de manera que el 14 de marzo de 1933 el Gobierno republicano-socialista
aprobó dos importantes Decretos: uno promulgando el Estatuto para las Cajas generales
de Ahorro popular, y otro haciendo lo propio con los Estatutos del Instituto de Crédito
de las Cajas generales de Ahorros. Los dos contaron con el refrendo de la Presidencia
del Consejo de Ministros y de los ministros de Hacienda (el propio Manuel Azaña) y de
Trabajo y Previsión (Francisco Largo Caballero). En el primer Decreto se incluyó
también el refrendo del ministro de la Gobernación (Santiago Casares Quiroga), lo que
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deja constancia del grado de consenso alcanzado en el seno del Gobierno republicanosocialista sobre la regulación de las Cajas de Ahorros y la creación de su Instituto de
Crédito.
El nuevo Estatuto del Ahorro, más ventajoso para las Cajas que el de 1929,
recogía las líneas generales del proyecto de la CECAB y fortalecía la vinculación
institucional de éstas con la Administración pública. A cambio de mantener sus
principales señas de identidad y de permanecer al amparo del Ministerio de Trabajo, las
Cajas de Ahorros se convertían en un gran instrumento financiero –mucho más
contando con un Instituto de Crédito propio— de la política social de los Gobiernos
republicano-socialistas. El Estatuto de 1933 era mucho más breve –constaba de
cincuenta artículos— que el de 1929, pues en gran medida sustanció el contenido de
éste eliminando las partes más perjudiciales para las Cajas, que recuperaron así gran
parte de las atribuciones que perdieron en el Decreto-Ley de 1926. Comentamos a
continuación sus aspectos más destacados.
En primer lugar, se definió a las Cajas como instituciones de patronato oficial o
privado exentas de lucro mercantil, así como instituciones benéfico-sociales bajo el
protectorado exclusivo del Ministerio de Trabajo; y se establecieron sus prerrogativas:
plena capacidad jurídica para actuar, el beneficio de la pobreza y las mismas exenciones
fiscales presentes y futuras que a las entidades benéficas. Las Cajas debían inscribirse
en un registro del Ministerio de Trabajo para poder funcionar, siendo este organismo el
responsable de autorizar cualquier cambio en sus estatutos. Asimismo, las
denominaciones Caja de Ahorros y Monte de Piedad quedaron reservadas,
respectivamente, para las entidades inscritas en el registro anterior y para los Montes
sostenidos por ellas y autorizados por el Gobierno. No obstante, se permitió seguir
usando la denominación Caja de Ahorros a la Caja Postal, a las Cajas bancarias
establecidas hasta entonces y a las entidades colaboradoras del Instituto Nacional de
Previsión.
En segundo lugar, el funcionamiento de las Cajas se guiaba por sus estatutos y
reglamentos particulares en cuanto no se opusiesen al contenido del Estatuto del
Ahorro. Además, debían secundar las indicaciones del Ministerio de Trabajo, realizar
una obra social, benéfica y cultural, y organizar secciones destinadas a cajas de auxilio,
jubilación, invalidez y supervivencia para su personal. Podían efectuar préstamos sin
desplazamiento de prenda y también pignoraticios, además de los tradicionales empeños
en sus Montes de Piedad. Les estaba permitido simultanear las operaciones de ahorro
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simple con otras de asistencia social. Se establecía el carácter gratuito de la
administración de las Cajas de Ahorros para los impositores, a los que se declaraba
acreedores privilegiados; y se atribuía al Ministerio de Trabajo, previo acuerdo de la
Junta Consultiva del Ahorro, la determinación de la cuantía máxima de las imposiciones
y de los intereses pasivos y activos de todas las Cajas.
En tercer lugar, en el asunto de las inversiones, uno de los más sensibles para las
Cajas, les estaba permitido realizar tres tipos de inversión: en cartera (fondos públicos
nacionales, obligaciones provinciales o municipales y valores industriales admitidos al
efecto), en inmuebles y en préstamos hipotecarios, corporativos, con garantía personal,
con garantía prendaria y sobre valores. Por lo que se refiere a la cartera, el Gobierno
determinaba la proporción y clase de fondos públicos que debía contener, y dicha
proporción nunca podría exceder, con carácter obligatorio, del 30 por 100 del saldo total
de imposiciones, un coeficiente más favorable a las Cajas que el establecido en la
normativa de 1929. Por el contrario, seguían teniendo prohibidas las operaciones de
Bolsa “dobles”, las de agio de cualquier clase u otras que conculcasen los principios del
Estatuto, el descuento de letras, el arbitraje de divisas extranjeras y los préstamos con
garantía personal a gerentes y consejeros de la propia entidad o con el aval exclusivo de
los mismos, a menos que se tratase de favorecer una obra benéfico-social.
Por último, se mantenían las obligaciones de carácter contable, incluida la de
remitir al Ministerio de Trabajo el balance, cuenta de resultados y memoria de cada
ejercicio, así como la de constituir el fondo de reserva siguiendo las reglas establecidas
en 1929. Se definía de una manera más precisa y más favorable para las Cajas el
contenido de la acción protectora del Ministerio de Trabajo y las funciones y
composición de la Junta Consultiva del Ahorro, cuyo sostenimiento financiero recaía en
la CECAB. Y se establecía la obligación de las Cajas inscritas en el registro oficial de
agruparse en federaciones regionales e interlocales.
El Estatuto del Ahorro de 1933 gozó de una prolongada vigencia, pues se
mantuvo como regulación básica de las Cajas de Ahorros hasta 1977. Durante mucho
tiempo éstas quisieron darle un rango legal más elevado –el de ley en vez de decreto—,
para hacer más difícil su modificación, pero no lo consiguieron. La aplicación de
algunos de sus preceptos, como el relativo a las exenciones tributarias concedidas a las
Cajas, resultó muy problemática, pues con frecuencia no se respetaron. De todos modos,
el Estatuto fue modificado a lo largo de 1934 por los nuevos Gobiernos radical-cedistas
en cuatro de sus artículos. De acuerdo con estos cambios, que en general fueron
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favorables a las Cajas, se permitió a éstas el descuento y redescuento de letras en los
préstamos a los agricultores con garantía de trigo; se modificó parcialmente la
composición de la Junta Consultiva del Ahorro, lo que hizo posible, entre otras cosas,
que la Caja de Ahorros de Madrid y los impositores tuviesen una representación directa
en ella; y se le añadió a este órgano corporativo una nueva función: ordenar el régimen
de inspección e intervención de las Cajas valiéndose del concurso de la CECAB y de
una Comisión inspectora, que debía ser creada siguiendo el sistema adoptado por el
Instituto Nacional de Previsión y sus Cajas colaboradoras.
El asunto de la inspección de las Cajas era especialmente sensible para sus
dirigentes, y su incorporación al Estatuto del Ahorro se hizo a petición de la CECAB,
cuando se produjo el traslado al Ministerio de Hacienda de la Inspección de Seguros y
Ahorro, adscrita hasta entonces al Ministerio de Trabajo. Éste se quedó sin su órgano de
inspección financiera y los dirigentes de la CECAB temieron que la nueva realidad
administrativa pudiese ser utilizada como un argumento a favor de la adscripción de las
Cajas al Ministerio de Hacienda. En efecto, uno de los grandes logros del Estatuto de
1933 consistió en fijar el protectorado de las Cajas de Ahorros de forma exclusiva en el
Ministerio de Trabajo y Previsión. Pero cuando la coalición radical-cedista llegó al
Gobierno, a finales de 1933, este Ministerio se convirtió en el de Trabajo, Sanidad y
Previsión y las Cajas de Ahorros estuvieron a punto de pasar a depender del Ministerio
de Hacienda. En cualquier caso, la Ley de 30 de junio de 1934 de Presupuestos del
Estado determinó que las Juntas Consultivas de Seguros y Ahorros pasasen a este
Ministerio. Ante ello, la Confederación hizo una fuerte campaña de presión sobre las
autoridades implicadas y consiguió evitar, por Decreto del Ministerio de Trabajo de 25
de octubre de 1934, la incorporación de la Junta Consultiva del Ahorro al Ministerio de
Hacienda. La posibilidad de pasar a depender de este Departamento, al que estaba
adscrito el CSB, causó verdadera preocupación en el seno de la Confederación, y en los
años siguientes fue uno de los caballos de batalla del enfrentamiento de la CECAB y del
CSB, como se verá en un apartado posterior.
3. La creación de un banco de las Cajas.
La cooperación entre las Cajas de Ahorros en lo relativo a ciertas operaciones
financieras comunes está en el origen del proyecto de crear un banco o instituto de
crédito específico para su servicio. En este sentido, podemos rastrear sus antecedentes
14
en los primeros años del siglo XX, cuando el desarrollo experimentado por las Cajas,
especialmente las urbanas, llevó a algunas de ellas a plantear el establecimiento de un
servicio interprovincial de transferencia de imposiciones (1904), o el de un sistema de
transferencias, giros y servicios bancarios sobre la base de una libreta única para todas
las Cajas (1906). Estas y otras propuestas similares estuvieron lejos de llevarse a cabo
durante mucho tiempo, pero la idea de cooperación o apoyo financiero mutuo no fue
olvidada nunca por sus dirigentes; y así, cuando se constituyó la CECAB en 1928 quedó
establecido en sus estatutos que uno de sus fines específicos era la implantación de “las
instituciones, obras y procedimientos” que más conviniesen al desarrollo de las Cajas.
Era un enunciado muy general que escondía, entre otras cosas, el propósito de los
dirigentes confederales de constituir, cuando fuese posible, un instituto de crédito de las
Cajas.
Durante los dos primeros años de su existencia, la CECAB tuvo que concentrar
toda su actividad en rectificar a favor de las Cajas la regulación que estableció el
Decreto-Ley de 1926, como se vio en el apartado anterior. De ahí que hasta después de
la aprobación del Estatuto del Ahorro de 1929 no hubiese ninguna iniciativa clara para
promover la creación de un banco de las Cajas. No obstante, una propuesta de esta
naturaleza estuvo de actualidad entre 1927 y 1929 como un instrumento a tener en
cuenta a la hora de resolver el problema de la financiación de la construcción de casas
baratas. Las Cajas lo plantearon en la Conferencia Nacional convocada por el Gobierno
en mayo de 1927 para tratar este tema, cuando el ministro Aunós dejó claro que la
Administración no disponía de suficientes recursos para impulsar la construcción de
casas baratas, como era su propósito, por lo que requería el concurso de las Cajas 3 . Lo
volvieron a plantear unos meses más tarde en el Primer Congreso Nacional de Casas
Baratas celebrado en Barcelona, pero el Gobierno de Primo de Rivera buscó otra
solución a este problema consistente en reformar los estatutos del Banco Hipotecario y
en crear un nuevo organismo autónomo estrechamente vinculado con él: la Caja para el
Fomento de la Pequeña Propiedad, constituida en 1928 y convertida en diciembre de
1930 en el Instituto de la Pequeña Propiedad.
Fue precisamente en 1930 cuando se produjo la primera iniciativa explícita de
constituir un instituto de crédito de las Cajas, y en ella participaron la Confederación, de
un lado, y el ministro Pedro Sangro y los dirigentes del Ministerio de Trabajo de la
3
Un breve panorama del contexto en el que la Dictadura trató de impulsar la construcción de casas
baratas puede verse en Velarde (2003), pp. 132-133.
15
Dictablanda, de otro. El Gobierno se planteó entonces la adopción de un conjunto de
medidas para enfrentarse a la crisis económica, en el que el Ministerio de Trabajo iba a
tener un gran protagonismo. Tanto el ministro Sangro como el director general de
Acción Social José Aragón Montejo consideraron que las Cajas de Ahorros debían
ayudar en la aplicación de este plan anticrisis, y a cambio de que éstas asumieran de
buena gana este compromiso, aceptaron dos exigencias de la CECAB: 1) que las Cajas
pasasen a depender de la Dirección general de Acción Social del Ministerio de Trabajo
para todo lo relacionado con las funciones de registro, protectorado e inspección, y 2)
que se constituyese una Junta Consultiva especial para estas entidades, distinta de la de
Seguros, a la que se le debía encomendar de inmediato el estudio de la revisión del
Estatuto del Ahorro en la parte que les afectaba. Y ya hemos visto en el apartado
anterior que, en efecto, la CECAB encontró el camino expedito para preparar una
reforma del Estatuto del Ahorro de 1929.
Sangro y Aragón Montejo reconocían la importante obra social que realizaban
las Cajas, y lo que querían es que la acometiesen en perfecta colaboración con el
Estado. Pensaban que frente a la crisis económica era necesario llevar a cabo una
amplia, seria y eficaz obra de acción social. Se trataba de acometer tanto obras sociales
urbanas (intensificar la construcción de viviendas baratas, socorrer a las familias
numerosas) como agrarias (parcelaciones, colonización interior, sindicación y crédito
agrícola, etcétera), para las que se necesitaba mucho dinero, y esto junto con la
capacidad para acometer esas obras sólo lo poseían las Cajas de Ahorros. Para facilitar
su actuación en este plan, se iba a crear, con la ayuda de la Confederación, un Instituto
de Crédito para necesidades benéficas y sociales, siguiendo el ejemplo de las Cajas
italianas sobre el particular. Pero la salida de Sangro del Ministerio de Trabajo a
principios de 1931 desbarató el proyecto. La CECAB, por su parte, vio las posibilidades
que tenía la creación de una entidad de esta naturaleza en el contexto de la crisis
económica de los años 1930-31, y lo incorporó a su plan de actuación como uno de los
objetivos inmediatos a conseguir.
Cuando la Asamblea General de las Cajas de Ahorros de mayo de 1931 procedió
a elaborar las bases para un nuevo Estatuto del Ahorro, según hemos comentado en el
epígrafe anterior, se añadió a ellas el proyecto de constitución de un Instituto de Crédito
de la Confederación elaborado por dos de sus dirigentes más destacados: Eliseo Migoya
y Francesc Moragas. El Instituto estaría vinculado exclusivamente a la CECAB,
integrando sus órganos de gobierno sólo los miembros de ésta, tendría la exención de
16
impuestos para sus operaciones, y las aportaciones de las Cajas al mismo estarían
representadas por títulos nominales pignorables en el Banco de España. Las
aportaciones fundacionales serían insignificantes, pues la mayoría se verificarían en
cédulas, avaladas por el Estado, cuyo montante nunca excedería a las cantidades
invertidas en préstamos. Entre los fines del Instituto estaba el de contribuir a la
resolución de problemas sociales, como el de la vivienda barata o la parcelación de
fincas. A ellos destinaría créditos a un interés subvencionado por el Ministerio de
Trabajo.
La oportunidad de plantear, en los inicios de la Segunda República, la creación
del Instituto de Crédito estaba bastante justificada para los dirigentes de las Cajas. Por
un lado, porque, según Migoya, la Confederación no podía responder con la diligencia
deseada a los requerimientos de fondos que solía plantear el Ministerio de Trabajo con
cierta urgencia, como había ocurrido con la financiación de los organismos paritarios de
la Dictadura, según se verá en un epígrafe posterior. Y por otro, porque dicho Instituto
tenía que servir para ayudar a las Cajas que se encontrasen en apuros. Y entonces había
algunas en esa situación, aunque se trataba de algo infrecuente entre esta clase de
entidades. La idea era que el Instituto de Crédito actuase como un prestamista de última
instancia para resolver los problemas de tesorería, o de solvencia, de las Cajas en
apuros, ayudando así a prevenir los riesgos que comportaban estas situaciones críticas
para el conjunto del sector. Además, muchas Cajas seguían demandando, como a
principios de siglo, la necesidad de facilitar ciertas operaciones entre ellas. De este
asunto, en particular, se dejó constancia en una de las ponencias aprobada en la
Asamblea General de mayo de 1932, en la que se acordó que el Instituto de Crédito
cumpliese la función de agencia de las Cajas de Ahorros para facilitar las imposiciones
y reintegros entre ellas.
Cuando el Gobierno provisional de la República suspendió, por Decreto de 1 de
junio de 1931, la mayor parte de las disposiciones del Estatuto del Ahorro de 1929, la
Confederación envió en seguida al ministro de Trabajo un proyecto completo de
Estatutos del Instituto de Crédito de la CECAB junto con el nuevo proyecto de Estatuto
del Ahorro que tenía preparado. A partir de entonces, ambos proyectos corrieron una
suerte semejante. Los dos tuvieron que esperar un tiempo hasta que se pusieron de
acuerdo sobre su contenido los organismos oficiales involucrados –Ministerios de
17
Trabajo, Gobernación y Hacienda 4 —, y los dos fueron aprobados a la vez por sendos
Decretos de 14 de marzo de 1933, pero al Decreto que ahora nos ocupa se le reconoció
rango de ley el 7 de julio de 1934, fecha de la promulgación de la Ley de paro obrero
con la que el ICCA estaba llamado a colaborar.
En la exposición de motivos del Decreto de 14 de marzo de 1933 que aprobaba
la creación del ICCA y sus Estatutos constitutivos, se reconocía la importancia de la
CECAB en el aumento de la eficacia y en la mejora experimentada por las Cajas de
Ahorros. No obstante, se resaltaba que las funciones de carácter social y financiero de
éstas se desarrollarían mucho más ampliamente con la constitución de un Instituto de
crédito, semejante a los que ya funcionaban en otros países. El ICCA se creaba para que
las Cajas de Ahorros aumentasen su capacidad financiadora de la obra social del
Gobierno y, al mismo tiempo, para asegurar su solvencia financiera, fortaleciendo el
crédito de las más débiles, pero también para servir de intermediario en la negociación
de valores que las Cajas le encomendasen y concurrir a los empréstitos del Estado, para
facilitar el giro y la transferencia de fondos y libretas entre las Cajas participantes, para
servir de agencia de las mismas en las imposiciones y reintegros de su clientela, y para
emitir cédulas con la garantía de su patrimonio social.
El ICCA se constituyó por tiempo indefinido fijando su sede en Madrid. No
tenía finalidad de lucro y, consecuentemente, gozaba de una exención fiscal absoluta.
Debía limitar la prestación de servicios y la concesión de créditos al Estado,
Corporaciones públicas, Cajas de Ahorros participantes, asociaciones mutualistas,
culturales y benéficas, cooperativas, montepíos, sindicatos, pósitos y entidades de
previsión social. Su capital social se fijó en 50 millones de pesetas, integrado por cuotas
nominativas de 5.000 pesetas, a suscribir con carácter voluntario únicamente por las
Cajas de Ahorros confederadas hasta un tope máximo equivalente al 5 por 100 de sus
saldos de ahorro de primer grado. Estas cuotas sólo serían transferibles entre las propias
Cajas, operación que habría de ponerse en conocimiento de los responsables del ICCA.
Sus operaciones de activo se concretaban en conceder préstamos con garantía personal,
hipotecarios y pignoraticios sobre valores. En cuanto a las operaciones de pasivo, podía
admitir depósitos en cuenta corriente de las Cajas participantes (también valores en
4
En particular, fueron atendidas casi todas las objeciones planteadas por el Ministerio de Hacienda para
que la nueva entidad no entrase en competencia con la Banca privada o penetrase en la esfera de acción
del Banco Hipotecario. Así, se establecieron restricciones a la posibilidad de admitir depósitos y valores
en custodia, se limitó el tipo de entidades con las que se podían realizar operaciones crediticias, y se
eliminó el aval del Estado para las cédulas a emitir por el Instituto (Fernández, 2006).
18
custodia de éstas), pero lo más importante era la capacidad que se le otorgaba para
emitir cédulas en cuantía subordinada al montante de los créditos concedidos al Estado
o a terceros con garantía hipotecaria. El valor nominal de las cédulas en circulación no
podía rebasar el 75 por 100 de tales créditos más el 25 por 100 de la cuantía de los que
se hallasen en negociación. Eran cédulas al portador que tenían la consideración de
fondos públicos para la constitución de fianzas y depósitos en las contratas de obras y
servicios públicos, para las pignoraciones en el Banco de España y para integrar la
cartera de las Cajas de Ahorros. Debían ser retiradas de la circulación de una manera
proporcional a medida que se redujese el volumen de los créditos afectos a ellas, bien
mediante adquisición en el mercado, bien por amortización extraordinaria por orden de
antigüedad. Las Cajas participantes que patrocinasen algún proyecto relacionado con
sus fines sociales y que deseasen obtener el concurso del ICCA, debían adquirir estas
cédulas por un valor nominal no inferior al 75 por 100 del préstamo que solicitasen. Por
último, el ICCA estaba obligado a destinar el 5 por 100 de sus utilidades líquidas
anuales a dotar un fondo de reserva hasta que éste representase el 10 por 100 del total de
sus cuentas acreedoras. El resto de los beneficios se podría repartir entre las cuotas
participantes, pero nunca en una cantidad superior al 6 por 100 anual del capital
desembolsado.
Sus órganos de gobierno eran: la Asamblea General, donde las Cajas
participantes disponían de un número de votos proporcional al de cuotas suscritas; la
Comisión Inspectora, que era el órgano de enlace del ICCA con el Gobierno y tenía
entre sus funciones la de vigilar la solvencia de los créditos en curso, la de proponer las
operaciones financieras que considerase de interés público y la concesión de empréstitos
al Estado, y la de acordar la emisión y recogida de las cédulas; el Comité Directivo, en
el que las Cajas con mayor volumen de cuotas participativas podían tener hasta dos
vocales de un máximo de diez, y el Director gerente, cargo que se asignó al ex ministro
de Trabajo Pedro Sangro. En estos dos últimos órganos recaía la dirección y la gestión
diaria del ICCA, respectivamente.
El ICCA fue puesto en funcionamiento por la CECAB de una manera paulatina,
con cautela y discreción, entre otras cosas para evitar las posibles peticiones de ayuda
de las Cajas de Ahorros en dificultades y para no dar más argumentos a quienes se
oponían a su creación, como era el caso del Banco Hipotecario. Quedó constituido el 7
de agosto de 1933 con la concurrencia de 35 Cajas participantes, suscriptoras de un
capital de 26.705.000 pesetas. Pero un mes después eran ya 60 las Cajas participantes y
19
el capital superaba los 31 millones, cifra que se consideró suficiente para poder
empezar. Fue desembolsando poco a poco el capital suscrito y, antes de acabar 1933,
comenzó a formar una cartera de valores propia con Bonos del Tesoro, cédulas del
Banco Hipotecario, acciones de éste y del Banco de España, y fondos públicos que
diesen un rendimiento líquido mínimo del 4,90 por 100. Con el paso de los meses, esta
cartera se fue diversificando de forma apreciable y fue objeto de un notable
movimiento. Se convirtió en la principal partida de su activo y de ella salieron la
mayoría de sus beneficios hasta la Guerra Civil.
El 1 de septiembre de 1933 dieron comienzo algunos servicios, como el de
agencia, de cuya organización y puesta en marcha se encargó, con carácter interino y
personal propio, la Caja de Pensiones de Barcelona, si bien un mes después, ya con
personal del Instituto, comenzó formalmente esta actividad. Las Cajas que lo desearon
pudieron establecer una agencia propia en las oficinas del ICCA mediante el pago de
2.000 pesetas anuales por cada una de las ventanillas que utilizasen, con la posibilidad
de emplear personal propio pero bajo la jurisdicción de los jefes del Instituto. Estas
ventanillas podían ser compartidas por varias Cajas y también se ofreció la posibilidad
de utilizar una ventanilla colectiva, por la que cada Caja abonaría 250 pesetas anuales.
Este servicio de agencia fue interrumpido en 1934 por la oposición que mostró al
mismo la Caja de Madrid. Adicionalmente, en diciembre de 1933, a petición de la Caja
de Ahorros Municipal de Vitoria, se incluyó también el servicio de representación de las
Cajas en las juntas y asambleas generales de accionistas de empresas y Bancos, de los
que poseían acciones y obligaciones.
Complicado fue también poner en marcha el servicio de auxilio a las Cajas que
atravesasen dificultades, por más que se tratase de uno de los fines principales de su
constitución. Se decidió implantarlo, pero sin dar pasos precipitados. En los dos
primeros meses de funcionamiento, el ICCA recibió la petición de ayuda financiera de
tres Cajas que pasaban por apuros (Las Palmas, Valladolid y Gijón), y en los meses
siguientes se produjeron nuevas peticiones de Cajas más pequeñas (Yecla, Alberique,
Jumilla y Villarreal). En todos los casos, el Comité Directivo actuó con una extremada
prudencia y exigió, entre otras cosas, para conceder los préstamos solicitados, garantías
personales de los consejeros de las entidades peticionarias, además de las garantías
hipotecarias correspondientes. La consecuencia de esta actitud fue que no se pudo
efectuar la mayoría de estas peticiones de préstamo, y las Cajas de Ahorros afectadas
prolongaron sus apuros hasta que se liquidaron o fueron absorbidas.
20
Por otro lado, a pesar de que el ICCA fue una de las entidades a las que la Ley
sobre el paro de 7 de julio de 1934 designó para luchar contra esta situación, su
contribución al respecto fue prácticamente nula. La razón fue que el principal
procedimiento pensado para ello, que era la concesión de créditos a las cooperativas y
asociaciones constructoras de casas baratas, no entró en funcionamiento porque su
Comité Ejecutivo consideró que el Instituto no estaba en condiciones de aportar dicha
financiación si no se le permitía emitir las cédulas que estipulaban sus Estatutos. Pero a
esto se oponía el Banco Hipotecario, entidad que, en efecto, se mostró contraria a la
creación del ICCA, y especialmente se opuso a las exenciones tributarias concedidas a
éste y a su capacidad para emitir cédulas. El Hipotecario interpuso un recurso
contencioso-administrativo contra el Decreto de 14 de marzo de 1933, iniciándose así
un pleito sobre el que no recayó resolución judicial alguna antes de la Guerra Civil, de
manera que continuó abierto después de su finalización. El pleito se prolongó durante
los años cuarenta hasta que el Banco Hipotecario desistió del mismo.
El ICCA sostuvo también un conflicto con la Caja de Ahorros de Madrid, como
se ha apuntado antes, motivado por “la peligrosa competencia” a que daba lugar el que
las Cajas pudiesen abrir agencias en la capital, a juicio de la entidad madrileña. Ésta se
sentía perjudicada, y por esta razón pidió al Comité Directivo del ICCA, el 1 de octubre
de 1933, que suprimiese el servicio de agencias. Como el Instituto se demoró en dar una
contestación, la Caja de Madrid presentó una protesta formal ante el Ministerio de
Trabajo, pidiéndole que se prohibiese a las Cajas utilizar este servicio mientras no se
aprobase el Reglamento definitivo del ICCA. Los dirigentes de éste alegaron en contra
de tal pretensión, siendo atendidas sus razones por el Ministerio de Trabajo en un
primer momento, si bien poco después una Orden de 5 de febrero de 1934 estimó
atendibles las alegaciones hechas por la entidad madrileña, dejando en suspenso la
aplicación del Reglamento provisional del ICCA hasta que no fuese aprobado por su
Asamblea General y autorizado por el Ministerio. Esto obligó al Comité Directivo del
ICCA a suspender temporalmente las operaciones del servicio de agencias. El 20 de
febrero de 1934, la Asamblea General del Instituto aprobó el Reglamento y dos meses
después su Comité Directivo acordó interponer un recurso contencioso-administrativo
contra la Orden de 5 de febrero de 1934. Finalmente, el conflicto se resolvió a favor del
ICCA por sendas providencias judiciales de marzo de 1936 en un contexto de cambio
en la Dirección de la Caja de Ahorros de Madrid, cuyos nuevos responsables se
mostraron más favorable a la cooperación con el Instituto. A partir de entonces, quedó
21
expedito el camino para reanudar el servicio de agencias, pero esto ya no fue posible por
el comienzo de la Guerra Civil.
4. La rivalidad con la Banca privada.
La rivalidad de las Cajas de Ahorros con la Banca privada, manifiesta sobre todo
a través de la actuación de sus respectivos órganos corporativos, la CECAB y el CSB,
jalona todo el periodo aquí analizado. Como se dijo en la Introducción, aunque esta
rivalidad venía de antes, la creación del CSB en 1921 la acentuó, ya que los Bancos
privados tomaron una clara ventaja sobre las Cajas a la hora de influir en las
regulaciones y en la política financiera del Gobierno. Éstas no dejaron de ver la
influencia de la Banca privada en el contenido del Decreto-Ley de abril de 1926 sobre
entidades de ahorro, capitalización y similares, que tan perjudicial consideraron para sus
intereses, y desde entonces no dejaron de trabajar en la creación de un órgano propio de
representación equivalente al CSB. De ahí que, aunque entre los fines constitutivos de la
CECAB de 1928 no apareciese nada referido a la defensa de las Cajas contra las
interferencias y el poder del CSB, lo cierto es que oponerse a la actuación de la Banca
privada fue uno de los motivos fundamentales de su creación. Así lo expresaba Eliseo
Migoya, el primer presidente de la Confederación, en mayo de 1928 al reconocer que
“una de las razones más fundamentales que dio vida a la Confederación Española de
Cajas de Ahorros Benéficas, fue [...] la de hacer frente a la política exclusivista y
absorbente de los Bancos y oponerse a sus ambiciones e influencias”.
El primer gran enfrentamiento con la Banca privada se produjo entre 1928 y
1929 en el marco de la discusión del Reglamento para la aplicación del Decreto-Ley de
9 de abril de 1926, aunque ya había habido un episodio anterior en 1926, dentro de la
información pública abierta sobre esta norma, a propósito del escrito remitido al
Ministerio de Trabajo por Venancio Echeverría, director general del Banco de Vizcaya
y presidente en funciones de la Asociación de Bancos y Banqueros del Norte de España,
escrito en el que alababa la “sabia disposición” que era dicho Decreto-Ley. El
enfrentamiento al que ahora nos referimos se originó cuando Enrique Ocharán, director
del Banco de Vizcaya y representante de la Banca privada en la Comisión asesora
encargada de dictaminar el proyecto de Reglamento del citado Decreto-Ley, presentó un
voto particular a la parte referida a las Cajas generales de Ahorros, donde mostraba
numerosas y radicales diferencias con lo acordado por la Ponencia encargada de
22
redactarlo. Este contratiempo obligó a César Madariaga, director general del Ministerio
de Trabajo, a poner sus buenos oficios al servicio de un entendimiento entre Bancos y
Cajas. De esta manera, en febrero de 1929 se reunieron por primera vez en el Ministerio
de Trabajo dos representantes de la Cajas (Migoya y Moragas) con otros dos de la
Banca, y de allí parece que salió el compromiso de nombrar una Comisión mixta
formada por seis miembros, tres representantes de la Banca privada y tres de las Cajas 5 ,
que se reunió varias veces en los días finales de mayo, a fin de acercar sus respectivas
posiciones. Sin embargo, en esa reunión de febrero, Migoya y Moragas supieron que el
CSB había enviado al ministro de Hacienda José Calvo Sotelo, el 20 de junio de 1928,
un escrito que resultaba muy duro para las Cajas.
No es extraño que fuesen los dirigentes del Banco de Vizcaya los que llevaran la
voz cantante en este enfrentamiento con las Cajas, y que el propio presidente de la
CECAB, Eliseo Migoya, fuese director de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao,
pues la provincia de Vizcaya era desde mucho tiempo antes el escenario de una fuerte
competencia entre Bancos y Cajas por la captación del ahorro e incluso entre estas
últimas 6 . El propio Migoya lo advirtió, entre marzo y mayo de 1928, a sus colegas de la
Comisión Permanente de la CECAB al referirse a la actitud hostil de los Bancos del
Norte de España con las Cajas de Ahorros de esta región, a la irracional competencia
que les hacían, amparada “en las condiciones privilegiadas en que actúan”. Según él,
estos Bancos –y los de las demás regiones— estaban irritados con el “constante y rápido
crecimiento de las Instituciones populares de ahorro y de previsión”, y alarmados “por
su ininterrumpido desarrollo y progreso de su potencialidad económica”.
La Confederación y las Cajas aludidas en el escrito de la Banca, con el
asesoramiento de Ángel Ossorio y Gallardo, eminente abogado y político de
ascendencia maurista, redactaron otro duro escrito de respuesta, que enviaron al
Ministerio de Trabajo el 12 de abril de 1929. No me detendré aquí en analizar estos
escritos, pues sería demasiado largo y prolijo. Sólo indicaré que una de las cosas que
más irritó a las Cajas fue que los Bancos pretendieran explicar al ministro lo que eran
“en realidad” las Cajas, cómo funcionaban “muchas de las llamadas Cajas de Ahorros”,
cómo debían actuar, y cómo debía ser su nueva regulación. La respuesta de la CECAB
fue furibunda, acusando a los Bancos, entre otras cosas, de perseguir la ruina de las
5
Por la Banca estaban: Ramón A. Valdés, consejero-secretario del Banco Hispanoamericano, Pablo
Garnica, director del Banco Español de Crédito, y Venancio Echeverría, director gerente del Banco de
Vizcaya. Por las Cajas fueron Migoya, Moragas y Gainzarain.
6
Véase Valdaliso (2007), pp. 106-118.
23
Cajas para hacerse con todo el negocio financiero, especialmente a través de la
operativa de las Cajas de Ahorros bancarias, que quedaron fuera del Decreto-Ley de
abril de 1926; y de prevalerse del “fuero especial” que les daba la Ley de Ordenación
Bancaria de 1921 para imponer unos “límites estrechos” al desenvolvimiento de las
Cajas.
Desconocemos el efecto que pudo tener el escrito de la Confederación en la
opinión del ministro de Trabajo Eduardo Aunós, aunque parece que consiguió contener,
en alguna medida, la influencia que el CSB había ejercido sobre él. Lo cierto es que los
representantes de Bancos y Cajas en la Comisión mixta, que se nombró para solventar
las diferencias a que hacía referencia el voto particular de Ocharán, llegaron a un
acuerdo, como se dijo en un epígrafe anterior, y firmaron unas bases el 1 de junio de
1929, que se incorporaron al texto del proyecto de Reglamento que, con la aprobación
del Gobierno, se convirtió en el Estatuto del Ahorro. Dos de estas bases, siguieron
preocupando a los dirigentes de la Confederación antes y después de la publicación del
Estatuto. Una era la relativa a la fijación de los tipos de interés de las imposiciones de
ahorro, sobre la que habían pactado que sería competencia de la Junta Consultiva del
Ahorro y de la Comisión de la Banca privada. La otra se refería a las Cajas bancarias,
que seguirían como hasta entonces, pues no se había conseguido que la denominación
“Caja de Ahorros” fuese privativa de las benéficas (llamadas generales a partir de
entonces).
El siguiente enfrentamiento ocurrió entre 1931 y 1933 a propósito de la
elaboración y aprobación de un nuevo Estatuto del Ahorro y del proyecto de creación
del ICCA. La Banca privada ejerció presión ante el Ministerio de Hacienda contra
ambos proyectos y aireó en la prensa su radical oposición a los mismos. Y así,
publicaciones como El Economista, propiedad del presidente de Banesto José Gómez
Acebo, desprestigiaron desde sus páginas el proyecto de creación del ICCA de 1931,
augurándole una corta vida, o criticaron acerbamente el Decreto de creación de 1933,
por considerar que la nueva entidad financiera invadía el campo de actividad que la ley
reservaba a la Banca privada y por la “ilegal y absoluta” exención tributaria que se le
otorgaba 7 . Además, la caída de los depósitos bancarios en 1931 y el crecimiento de las
imposiciones en las Cajas fue un motivo adicional para redoblar sus críticas, basadas en
el reiterado argumento de que estas entidades no pagaban impuestos. La respuesta de las
7
Fernández (2005), pp. 69-70.
24
Cajas era que no existía ningún contribuyente español que soportase una carga tributaria
del 50 por 100 de sus beneficios anuales, como les ocurría a ellas, pues esa era la
proporción que destinaban a obras benéficas y sociales. Además, las Cajas de Ahorros
criticaban las trabas existentes a la incorporación a su operativa de determinados
instrumentos (cuentas corrientes, talones, cheques) considerados exclusivamente
bancarios, pero que, en realidad, según la Confederación, eran fruto del progreso
general, a cuyo acceso tenían derecho las Cajas. Por otro lado, la Caja Municipal de
Bilbao y la de Pensiones de Barcelona soportaron, en 1932, una campaña contra ellas
que la Confederación condenó enérgicamente.
La creación del ICCA fue un serio revés para la Banca privada, a pesar de que
sus estatutos recogieron finalmente las alegaciones presentadas por el Ministerio de
Hacienda, a fin de que no invadiese el campo de actividad de los Bancos. También lo
fue la aprobación del nuevo Estatuto del Ahorro –fue considerada por la Banca un grave
perjuicio para sus intereses—, si bien en este caso logró estar presente en su redacción
final, ya que ésta se completó, como se ha dicho antes, tras el informe de una Junta
interministerial Trabajo-Hacienda, nombrada a mediados de 1932, a la que se le encargó
la misión de estudiar y resolver los asuntos incluidos en las conclusiones firmadas por la
Comisión mixta Banca privada-Cajas de Ahorros el 1 de junio de 1929, teniendo en
cuenta las modificaciones introducidas por la Ley de Ordenación bancaria de 26 de
noviembre de 1931.
De cualquier modo, la Banca privada fue muy beligerante con las Cajas durante
el resto del periodo republicano, en el que se produjo la aplicación del Estatuto del
Ahorro por parte de Gobiernos de derechas, sobre todo. Se propuso influir en ellos para
que se dictasen disposiciones complementarias, que sirviesen para trazar “con perfecta
claridad la línea divisoria que debe existir entre lo que se califica de benéfico y lo
propiamente comercial”. La Banca privada compaginó estas presiones con campañas de
prensa contra la actividad de las Cajas de Ahorros, lo que constituyó una de las razones
por las que la CECAB se planteó hacer propaganda en la prensa a fin de
contrarrestarlas. Los ataques de la Banca privada fueron contestados por la
Confederación insistiendo ante el Gobierno sobre todo en su reivindicación de las
denominaciones reservadas (Caja de Ahorros, libreta de ahorro) así como en la
supresión de las Cajas bancarias.
El recrudecimiento de la presión del CSB llevó a la Confederación, en febrero de
1935, aprovechando su buena sintonía con las autoridades del Ministerio de Trabajo, a
25
organizar una visita de su Comisión Permanente al Presidente de la República y al del
Consejo de Ministros. Iban a ir acompañados del ministro de Trabajo, el cedista José
Oriol Anguera de Sojo, y tenían el propósito no sólo de desenmascarar las campañas de
prensa que había en su contra sino también de solicitar que se elevase a rango de ley el
Estatuto del Ahorro de 1933. Pero la visita no llegó a efectuarse por los cambios de
Gobierno que se produjeron en los primeros meses de 1935. Además, los nuevos
gobernantes dictaron el Decreto de 3 de mayo de 1935, que, como ahora se verá,
provocó un profundo disgusto en la CECAB, al hacer depender parcialmente a las Cajas
del Ministerio de Hacienda.
El enfrentamiento entre la CECAB y el CSB se manifestó también en el seno de
la antigua Comisión mixta Banca-Cajas, que había creado el Estatuto del Ahorro de
1929, y cuyos miembros dejaron de reunirse desde entonces. Esta Comisión mixta,
transformada en Junta o Comisión interministerial Trabajo-Hacienda por Decreto de 13
de junio de 1932, fue utilizada por el Gobierno, desde principios de 1933, como un
instrumento corporativo de apoyo a su política monetaria. Con este fin, se reunió el 30
de marzo de 1933, pocos días después de la aprobación del Estatuto del Ahorro y del
ICCA, para discutir la pretensión del Gobierno de que Bancos y Cajas rebajasen los
tipos de interés de su pasivo. Ambas partes atendieron el deseo del Gobierno y pactaron
una rebaja de estos tipos de interés, aunque había Cajas que ya habían suscrito pactos
semejantes con los Bancos de sus respectivas localidades, mientras que otras se negaban
a aceptarla.
La Comisión interministerial Banca-Cajas siguió reuniéndose después, aunque
sin llegar a nuevos acuerdos, en particular los referidos a trasladar la rebaja de los tipos
de interés a las operaciones de activo, como defendía la Confederación, interesada en
especial en la reducción del tipo de descuento del Banco de España, cosa que no
consiguió. Con la coalición radical-cedista en el Gobierno, un Decreto de 27 de abril de
1934 dispuso que dicha Comisión continuase en funcionamiento. Los representantes de
la CECAB volvieron a ella y plantearon entonces a sus homólogos del CSB que había
que tratar el asunto referido a las denominaciones reservadas de Caja de Ahorros y
libreta de ahorro, así como el relativo a la supresión de las secciones de ahorro de los
Bancos, las denominadas Cajas bancarias. El CSB contestó que la Comisión no tenía
prerrogativas para tratar ninguno de estos asuntos, y a renglón seguido denunció la
competencia que las Cajas de Ahorros hacían a los Bancos, además de acusarlas de que
no acudían a los empréstitos públicos en la misma proporción que la Banca, que no
26
hacían obra social de importancia, y que no había diferencias entre sus consejeros y los
de la Banca, pues unos y otros percibían remuneraciones. El enfrentamiento fue
minimizado por los representantes de los Ministerios de Hacienda y Trabajo en la
Comisión, que trataron de reducir las enormes diferencias que separaban a ambas partes
y de salvar la continuidad de las reuniones de ésta.
A finales de 1934, el ministro de Hacienda, el radical Manuel Marraco,
comunicó a Bancos y Cajas su propósito de que redujesen otra vez los tipos máximos de
interés de los depósitos, para favorecer el abaratamiento del dinero. La Banca privada se
mostró favorable a la petición del ministro siempre que las Cajas de Ahorros lo hiciesen
en la misma medida. Ambas partes se vieron obligadas a tratar de entenderse, de nuevo,
en el seno de la Comisión interministerial, aunque no hubo tiempo para que ésta se
reuniese, pues el ministro decretó, el 26 de diciembre de 1934, una primera rebaja de los
tipos de interés y una segunda poco después. Esta decidida actuación del ministro y la
rivalidad con la Banca privada llevaron a las Cajas a plantear en la Asamblea General
de mayo de 1935 la necesidad de que los tipos de interés se fijaran con carácter general
por una organización corporativa de carácter económico, en la que estuviesen
representadas las Cajas de Ahorros, la Banca y otras entidades financieras, y que tuviese
competencia para proponer al Gobierno las normas apropiadas para resolver todos
aquellos asuntos que afectasen al crédito general y a la armonía de estos sectores entre
sí, es decir, a los problemas que ocasionaba la competencia entre ellos. Pero esto quedó
en un mero propósito, como se verá ahora.
Paralelamente a todo esto, la Banca y las Cajas sostuvieron otro enfrentamiento
por un asunto muy sensible a éstas: su paso a la dependencia del Ministerio de
Hacienda, al que estaba adscrito el CSB. En los primeros meses de 1935, el conflicto
alcanzó una intensidad inusual, porque las Cajas de Ahorros se vieron adscritas, contra
su voluntad, al Ministerio de Hacienda. En efecto, la Ley de Presupuestos del Estado de
30 de junio de 1934 ordenó el traslado de la Inspección de Seguros y Ahorros, que hasta
entonces había estado en el Ministerio de Trabajo, al Ministerio de Hacienda,
comprometiendo también el traspaso de otros organismos relacionados con las Cajas,
como la Junta Consultiva del Ahorro. Como las Cajas de Ahorros dependían de aquella
Inspección, su traspaso a Hacienda multiplicaba el riesgo de cambio de Ministerio
protector, algo que no querían de ninguna manera en la CECAB. Para compensar el
vacío dejado por la Inspección de Seguros y Ahorros, el Ministerio de Trabajo reformó
el artículo 49º del Estatuto del Ahorro, según se dijo anteriormente, creando una
27
Comisión inspectora de las Cajas de Ahorros; y la CECAB se apresuró, a principios de
1935, a redactar un Reglamento de inspección que llenase aquella laguna legal. Se
trataba de evitar que nadie pudiese acusar a las Cajas de aferrarse al protectorado del
Ministerio de Trabajo para no ser objeto de inspecciones financieras. Pero estas
maniobras de la CECAB no pudieron impedir que las Cajas pasasen a depender
parcialmente del Ministerio de Hacienda según un Decreto de 3 de mayo de 1935 de la
Presidencia del Consejo de Ministros (Alejandro Lerroux) y de los Ministerios de
Hacienda (Alfredo Zavala Lafora) y de Trabajo, Sanidad y Previsión (Eloy Vaquero
Cantillo). La dependencia se limitaba a sus actividades económicas y bancarias,
conservando la del Ministerio de Trabajo en lo referente a sus funciones benéficas y
sociales. El Gobierno monocolor del Partido de Lerroux, que lo había firmado poco
antes de dimitir, justificó esta decisión en la necesidad de establecer adecuadamente la
jurisdicción de estas instituciones.
Para la CECAB, el principal motivo de recelo hacia este Decreto era la
adscripción de las Cajas a la Dirección General del Tesoro y a la Delegación del
Gobierno en el CSB, con el consiguiente riesgo de quedar subordinadas a los Bancos,
algo inaceptable para ellas. Los dirigentes confederales lo atribuyeron a maniobras
políticas ocultas y se conjuraron para oponer toda la resistencia posible e impedir su
aplicación. La Asamblea General de la CECAB, celebrada a mediados de mayo de 1935
en San Sebastián, propuso enarbolar otra vez la bandera de las denominaciones
reservadas y exigir que se prohibiese el funcionamiento de las Cajas bancarias, al
tiempo que demandó la reforma del Decreto, para que se crease un organismo de
estudio de todas las cuestiones referentes al crédito público desde el que las Cajas
pudieran comprometer su responsabilidad de entidades de crédito para solucionar las
necesidades financieras de la Hacienda pública sin estar sometidas a los dictados del
CSB. Las gestiones y la presión de la CECAB ante el Gobierno se intensificaron en los
meses siguientes, y el CSB acentuó al mismo tiempo su beligerancia, llegando a enviar
una circular a las Cajas de Ahorros ordenándoles que no abriesen más sucursales. Eliseo
Migoya reunió a la Comisión Permanente de la CECAB en sesión extraordinaria en
junio de 1935, y pidió a sus miembros que, si las gestiones emprendidas fracasaban,
apoyasen una medida de presión que nunca hasta entonces había adoptado la
Confederación, consistente en convocar en Madrid a todas las Cajas confederadas. Él
personalmente asumía toda la responsabilidad de esta determinación, pues no estaba
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“dispuesto a entregar las Cajas de Ahorros en manos de la Banca privada”. La Comisión
Permanente le dio su apoyo incondicional.
Pero el escenario político no era favorable a los propósitos de la Confederación.
Desde la llegada de Chapaprieta al Ministerio de Hacienda se impuso una política de
saneamiento centrada en la conversión de la Deuda (Ley de Conversiones) y en la
reducción del gasto público y reforma de la Administración (Ley de Restricciones), que
dejaba poco margen de maniobra a las gestiones de Migoya. No obstante, la
inestabilidad política existente de finales de 1935 acabó siendo la mejor aliada de las
Cajas, pues impidió que se consolidasen esos cambios legales que tanto les podrían
haber perjudicado. Chapaprieta, con su talante conciliador, se mostró dispuesto a
negociar para reducir las diferencias entre Bancos y Cajas; pero fue inflexible en la
necesidad de controlar los tipos de interés de los depósitos de ahorro de todas las
entidades de crédito. El ministro de Hacienda pidió a Migoya que se entrevistase con
Pablo Garnica, presidente del CSB, para buscar una solución armónica al problema que
planteaba el Decreto del 3 de mayo de 1935, pero también para que conviniesen una
nueva rebaja de los tipos de interés, necesaria para la estrategia del ministro de proceder
a la conversión de la Deuda pública. En las entrevistas entre Migoya y Garnica, éste se
mostró partidario de reglamentar las relaciones entre la Banca y las Cajas, pero insistió
en que lo más urgente era acordar la rebaja de los tipos de interés solicitada por el
ministro y la prohibición a las Cajas de abrir nuevas sucursales. Posteriormente,
Migoya, muy a su pesar, asistió a una reunión del CSB, en la que estuvo presente
también el ministro Chapaprieta. En ella se acordó una nueva rebaja de los tipos de
interés de las operaciones de pasivo de Bancos y Cajas, como recogió el Decreto del
Ministerio de Hacienda de 31 de agosto de 1935, aunque Migoya se opuso a la
reducción del interés de las libretas ordinarias de ahorro. La CECAB se quejó de que ni
el Ministerio de Trabajo ni la Junta Consultiva del Ahorro hubiesen tenido intervención
en estas negociaciones. El ministro de Trabajo Federico Salmón tranquilizó a Migoya,
en septiembre de 1935, asegurándole que las Cajas seguirían bajo su jurisdicción, “salvo
las contingencias a que puede dar lugar la política”, ya que había defendido con éxito
este criterio en el seno del Consejo de Ministros. En cuanto a las sucursales, parece que
el criterio de Chapaprieta era que se podían abrir las que ya estaban proyectadas y
mantener las que estaban abiertas.
Migoya y Garnica trataron también de la manera en que podía reformarse el
Decreto de 3 de mayo de 1935 –que no había producido efecto alguno pero seguía
29
subsistente— sin que ninguno de los intereses que representaban salieran perjudicados,
pero llegaron a pocos acuerdos. Debatieron, ciertamente, la creación de un órgano de
relación entre las Cajas y la Banca privada para los aspectos puramente económicos,
pues el protectorado de aquéllas continuaría en el Ministerio de Trabajo con todas las
prerrogativas que le concedían las disposiciones vigentes. Pero las diferencias entre
ambas partes sobre la naturaleza de las funciones de este órgano, su dependencia
administrativa y su composición interna impidieron el acuerdo, y las negociaciones se
rompieron en el otoño de 1935.
El CSB no tardó en desencadenar otro ataque frontal contra las Cajas de
Ahorros, enviando una queja al ministro de Hacienda sobre operaciones irregulares de
tres Cajas: abono de tipos de interés superiores a los establecidos para las libretas de
ahorro (Caja de Pensiones), uso de una libreta de ahorro al portador (Caja de Ahorros de
Zaragoza), y apertura de dos sucursales en Logroño y Haro (Caja de Ahorros de
Zaragoza y Caja de Ahorros Provincial de Álava, respectivamente). Estas acusaciones
fueron negadas por las Cajas concernidas, y la CECAB remitió un escrito al ministro de
Trabajo en febrero de 1936, en el que denunciaba que la inconsistencia de dichas
acusaciones sólo pretendía crear un ambiente contrario a las Cajas, y le pedía, entre
otras cosas, que liberase a éstas de la subordinación al CSB, en que las había dejado el
Decreto de 3 de mayo de 1935.
La Asamblea General de la CECAB, celebrada en Madrid a finales de mayo de
1936, reafirmó esta estrategia de oposición al paso de las Cajas a la dependencia del
Ministerio de Hacienda, y la buena sintonía con el ministro de Trabajo del nuevo
Gobierno Azaña, el republicano Enrique Ramos, dio pie a los dirigentes de la
Confederación a albergar esperanzas de que podría resolverse el problema creado con el
referido Decreto. Estas esperanzas aumentaron cuando, en un nuevo Gobierno formado
por Casares Quiroga a principios de mayo de 1936, Ramos pasó a ocupar la cartera de
Hacienda. Éste tenía una buena sintonía política con el nuevo hombre fuerte de la Caja
de Ahorros de Madrid, José Serrano Batanero, quien ofreció a los dirigentes de la
Confederación sus buenos oficios para que los ministros de Hacienda (Ramos) y
Trabajo (Lluhí i Vallescà) aceptasen reunirse con Migoya “a fin de tener con ellos un
cambio de impresiones que aclare la situación actual”.
Los resultados de estos contactos fueron positivos para los intereses de la
CECAB pues, el 13 de julio de 1936, el Subsecretario de Trabajo y Acción Social
convocó la Junta Consultiva del Ahorro para dar a conocer a sus miembros que el
30
ministro quería evitar a las Cajas una serie de competencias ilícitas mediante la
prohibición terminante de usar la denominación Caja de Ahorros a cualquier entidad
que no lo fuese, y que esperaba presentar al Consejo de Ministros, lo antes posible, el
proyecto de ley modificando el Estatuto de 1933. Lo había elaborado Luciano Vidán,
miembro de la Comisión Permanente de la CECAB, que acababa de ser nombrado
delegado del Gobierno en el ICCA. Pero el comienzo de la Guerra Civil unos días
después truncó una vía de solución, acorde con los intereses de la CECAB, que
probablemente hubiese puesto fin al problema creado por el Decreto de mayo de 1935.
5. Otras actuaciones de la Confederación.
La CECAB llevó a cabo también otras actuaciones de menor trascendencia que
las analizadas, pero no por ello menos útiles para las Cajas. Repasamos brevemente en
este epígrafe las referidas al afianzamiento de las relaciones de las Cajas españolas con
el Instituto Internacional del Ahorro, al fomento y desarrollo de la propaganda del
ahorro, y también aquellas de colaboración con los Gobiernos de la época que tuvieron
más resonancia.
Por lo que se refiere a la integración de las Cajas españolas en el movimiento
internacional de las Cajas de Ahorros, nacido en el Congreso de Milán de 1924 y
sostenido por el Instituto Internacional del Ahorro, creado al año siguiente, hemos de
decir que alcanzó cotas elevadas durante el periodo analizado. La Confederación
cumplió este objetivo estatutario desde su nacimiento, pues sus dirigentes estaban
persuadidos de la importancia de mantener “relaciones cordiales, directas y continuas”
con el Instituto y de apoyarlo por todos los medios a su alcance. De hecho, este
organismo atravesó por ciertas dificultades económicas desde 1929 y la CECAB atendió
las peticiones de ayuda recibidas de sus dirigentes elevando de manera transitoria la
cuota confederal. Esta aportación extraordinaria, que se mantuvo durante todo el
periodo estudiado, constituía un añadido a la de carácter ordinario que hacían las
Federaciones Regionales y las Cajas por su cuenta.
El primer encuentro directo e importante de los dirigentes de la CECAB con los
del Instituto Internacional del Ahorro y con los demás dirigentes de Cajas de Ahorros
del mundo tuvo lugar en el Segundo Congreso Internacional del Ahorro, celebrado en
Londres en octubre de 1929. Esta importante reunión fue aprovechada por aquéllos para
dar a conocer la nueva organización confederal de las Cajas españolas y la labor
31
realizada por ésta en la redacción del Estatuto del Ahorro. Además, contribuyeron a
difundir los homenajes a la vejez, obra social distintiva de la Caja de Pensiones de
Barcelona, en una propuesta que fue aprobada para que pudiese ser adoptada por las
Cajas de Ahorros de todos los países. Al año siguiente, la CECAB nombró a los tres
representantes que le correspondían en el Comité Permanente del Instituto Internacional
del Ahorro.
La Confederación afianzó su posición dentro del Instituto y sus relaciones con él
durante la República. En 1931, éste decidió celebrar en España una sesión de su Comité
Permanente prevista para 1932, al tiempo que Eliseo Migoya fue nombrado miembro de
su Comité Ejecutivo. La Confederación, además, corrió con los gastos de la citada
reunión e intentó captar los apoyos oficiales suficientes para darle al acto la importancia
que tenía, incluida una audiencia con el Presidente de la República. Además, aprovechó
la presencia en Madrid de los dirigentes del Instituto para recabar su apoyo a la
aprobación del proyecto de Estatuto del Ahorro que estaba tramitándose. Y en 1934, el
Instituto le encargó la composición del Himno del Ahorro para 1935, una tarea que cada
año, desde 1928, recaía en un país diferente. La CECAB lo presentó en el Tercer
Congreso Internacional del Ahorro celebrado en París en mayo de 1935, y se emitió por
Unión Radio en conexión con algunas emisoras extranjeras el Día del Ahorro de ese
año.
Paralelamente, las Cajas de Ahorros españolas tuvieron una destacada
participación en el referido Congreso de París, que registró una gran afluencia de
delegados de todos los países, debido principalmente a la necesidad de muchos de ellos
de intercambiar experiencias sobre la crisis económica y de encontrar remedios a los
problemas que ésta había planteado. La CECAB consiguió que el Ministerio de Trabajo
enviase a un representante oficial y que la delegación española fuese lo suficientemente
numerosa como para que se declarase oficial el idioma español, siendo, en efecto, una
de las lenguas admitidas en las discusiones del Congreso. Esta destacada participación
se completó con varias ponencias presentadas por parte de delegados españoles a
algunos de los temas debatidos.
El fomento de la propaganda del ahorro fue otro de los fines a los que la
Confederación prestó una atención especial en concordancia con las conclusiones de los
congresos internacionales. Los medios y procedimientos que utilizó solieron ajustarse
también a las directrices que venían de fuera, siendo la celebración del Día del Ahorro
el 31 de octubre el que más esfuerzos concentró en sus primeros años de existencia. Las
32
Cajas venían celebrando este día desde 1925 según la iniciativa particular de cada una, y
ésta fue la tónica de los dos primeros años de vida de la Confederación, en los que se
limitó a recoger los datos que aquéllas le remitían. De acuerdo con ellos, los progresos
en cuanto a actividades y participación en dicha fiesta fueron evidentes entre 1925 y
1928, y más modestos entre este último año y 1930. Por este motivo, en diciembre de
1929, la CECAB acordó dinamizar esta celebración, responsabilizándose ella misma de
darle un sentido unitario y general, sin perjuicio de que cada Caja pudiese realizar las
actividades particulares de su interés.
Poco después, a instancias de la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián, se
quiso darle mayor solemnidad, incorporando la propaganda cinematográfica. Se puso en
marcha un proyecto para establecer en España “La película del Ahorro”, al tiempo que
la CECAB se dirigió al Instituto Internacional del Ahorro y a las Cajas confederadas
que disponían de películas alusivas a este tema, para que pudieran cedérselas al resto de
las Cajas con el fin de que las utilizasen para solemnizar el Día del Ahorro.
Simultáneamente, se planteó montar para 1931 un servicio que permitiese extender el
cinematógrafo como medio de propagar la obra de las Cajas de Ahorros. Pero la crisis
económica restó posibilidades de realización al proyecto de la película del Ahorro, de
manera que en diciembre de 1931 se acordó dejarlo para mejor ocasión por la
imposibilidad de asumir su coste. No obstante, siguió ocupando la atención de los
dirigentes de la Confederación a lo largo de los años treinta, que apoyaron cuantas
iniciativas relacionadas con este asunto estuvieron a su alcance. Ninguna de ellas hizo
posible que las Cajas confederadas pudiesen disponer antes de la Guerra Civil de este
nuevo medio para la propaganda del ahorro, aunque es cierto que algunas Cajas
grandes, como la Caja de Pensiones de Barcelona, contaban con sus propios medios en
cuanto a películas y salas de proyección. Pero eran la excepción.
La participación más activa de la CECAB en la celebración del Día del Ahorro
no logró impedir su decaimiento durante la Segunda República. Sus dirigentes tuvieron
que reconocer en 1934 que se notaba “cierta pereza y cansancio por celebrar esta
fiesta”, que se temía “la monotonía de los actos”, y que su contenido se había desviado
de su misión principal, que era la de educar a la población en las virtudes del ahorro.
Tampoco ellos tenían un criterio unánime sobre la manera de darle más brillantez a la
celebración, por lo que las Cajas de Ahorros continuaron prestándole la atención que
cada una estimó más adecuada.
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Otra forma de propaganda del ahorro usada por la CECAB en estos años de una
forma todavía modesta fueron las exposiciones. La primera se había hecho en Barcelona
en 1929 con motivo de la Exposición Universal, en la que participó junto con varias
Cajas de Ahorros. La segunda tuvo lugar en mayo de 1932 en las dependencias del
Ministerio de Trabajo y Previsión, aprovechando la reunión en Madrid del Comité
Permanente del Instituto Internacional del Ahorro, que fue realmente el promotor de la
misma.
Por último, la Confederación desestimó muy pronto la posibilidad de publicar un
periódico para difundir su actividad y la de las Cajas adheridas, porque carecía de
recursos para ello. Sin embargo, esta idea fue retomada en las Asambleas Generales de
1932 y 1933 ante la necesidad de disponer de un medio de propaganda propio para,
entre otras cosas, combatir las campañas de prensa que se desataban contra las Cajas y
sus realizaciones sociales, pero tampoco llegó a concretarse en nada. Más tarde, cuando
la CECAB estaba en plena confrontación con el CSB a propósito del Decreto de mayo
de 1935, Migoya volvió a plantear la edición de una revista para contrarrestar los
ataques y las campañas de las instituciones bancarias. Se llegó entonces a encomendar a
José Sinués el estudio de un proyecto de revista, pero su propuesta fue desestimada por
considerarla demasiado ambiciosa y cara. No obstante, se acordó publicar un boletín,
que no fuese gravoso para la CECAB y que sirviese para difundir su labor y la de las
Cajas, pero su salida tuvo que esperar a que acabase la Guerra Civil.
Por lo que se refiere a las actuaciones más destacadas de la CECAB en apoyo de
la política social de los Gobiernos durante el periodo analizado, tres son las que
merecen ser consideradas. En primer lugar, está la financiación de los comités paritarios
creados por la Dictadura de Primo de Rivera. En cuanto quedó aprobado el Estatuto del
Ahorro en 1929, el ministro de Trabajo pidió a la CECAB y a las Cajas que se hiciesen
cargo de la recaudación en todo el territorio nacional de la cuota corporativa, guardando
su importe para aplicarlo a las necesidades de los comités paritarios según las
instrucciones de la Dirección general de Corporaciones. Recibirían por este servicio un
premio de cobranza, a determinar, sobre el importe de las cuotas recaudadas. El servicio
quedó delegado oficialmente mediante dos Reales Órdenes de diciembre de 1929 y
enero de 1930, pero el ministro solicitó a la Confederación recursos urgentes para el
sostenimiento de los organismos paritarios. Esta situación obligó a Migoya, que se
sentía responsable de la decisión de aceptar el servicio, a pedir a su Caja, la Municipal
de Bilbao, un crédito de 250.000 pesetas, con el que se empezaron a atender los
34
primeros anticipos. Se elaboró un Reglamento para fijar las relaciones de las Cajas
colaboradoras con las Juntas administrativas de los comités paritarios, y la mayoría de
los miembros de la Comisión Permanente de la CECAB aceptaron la colaboración,
concediendo a Migoya un amplio voto de confianza para resolver los detalles más
controvertidos de esta relación.
Las gestiones de Migoya en los Ministerios de Hacienda y Trabajo del Gobierno
Berenguer, que modificó en seguida el régimen económico de los organismos paritarios,
dieron como resultado que se rectificasen los términos en los que se cedía el servicio a
la CECAB, que en adelante sólo iba a ser responsable de anticipar en forma de préstamo
a las Juntas administrativas regionales las cantidades que se autorizasen por real orden
mientras se normalizaba la recaudación de las cuotas, ya que esta tarea sería de la
exclusiva responsabilidad de las citadas Juntas. En mayo de 1930, Migoya tuvo que dar
explicaciones sobre este asunto en la Comisión Permanente de la CECAB, ya que lo
había gestionado y decidido él solo. Según sus palabras, había tenido que dar una
respuesta urgente a los requerimientos del ministro de Trabajo, Pedro Sangro, para
efectuar préstamos a las Juntas administrativas de los organismos paritarios, razón por
la cual ni había podido reunir a la Comisión Permanente ni había ofrecido a otras Cajas
la posibilidad de que participasen en la concesión de estos préstamos; que los había
hecho exclusivamente su Caja sin perjuicio de que los pudiesen hacer después otras que
tuviesen interés en ello; y que la actuación de su Caja no se hizo en beneficio de sí
misma sino de la CECAB. El montante de los saldos de los créditos concedidos superó
las 600.000 pesetas en 1930 y, aunque el más importante era el de la Caja de Ahorros
Municipal de Bilbao, también participaron otras. No obstante, Migoya asumió que el
compromiso era suyo y que, por tanto, su Caja sería la responsable en última instancia
de abonar los créditos a las Cajas que no deseasen continuar. La situación del presidente
de la CECAB fue tan comprometida que el propio Pedro Sangro tuvo que asistir a la
Asamblea General de mayo de 1930, celebrada en Bilbao, a dar las gracias a la
Confederación por la ayuda prestada, que le había permitido a su Ministerio salir de una
situación difícil. Por lo demás, el régimen de funcionamiento de los organismos
paritarios continuó hasta la llegada de la República, razón por la cual la CECAB se vio
en la necesidad de exigir al Gobierno provisional el reconocimiento de las cantidades
que le adeudaba el Ministerio de Trabajo por este concepto.
En segundo lugar, está la colaboración de las Cajas de Ahorros con los
Gobiernos de la República en la adquisición de valores públicos de la denominada
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Deuda de Cultura, aunque ésta no llegó a representar verdaderamente una inversión
cuantiosa en el conjunto de la cartera de las Cajas. Estos títulos se emitieron para
financiar el plan del Gobierno republicano-socialista de construcción de escuelas. Éste
consultó a la Confederación, en agosto de 1932, sobre un proyecto de emisión de 400
millones de pesetas en Deuda pública destinada al Ministerio de Instrucción Pública. El
órgano corporativo de las Cajas mostró entonces reparos a participar en la operación,
argumentando que no se concretaban las condiciones de la misma ni cómo les afectaría
a éstas. Una vez publicada la Ley de 16 de septiembre de 1932 que autorizaba al
Gobierno a emitirla, seguía habiendo aspectos importantes sin aclarar, como el trato que
dispensaría el Banco de España a estos títulos en las pignoraciones, o la forma de
computar la obligación que se les imponía a las Cajas de invertir en estos títulos el 20
por 100 de los aumentos que experimentasen trimestralmente sus depósitos. Esto último
desagradó notablemente a la CECAB, pero más todavía que no hubiese sido consultada
en el trámite parlamentario de la Ley, periodo durante el que las Cajas de Ahorros
padecieron una campaña de desprestigio.
En noviembre de 1932 se hizo la primera emisión de veinte millones de pesetas,
y la Confederación, a la que el Ministerio de Hacienda dio instrucciones sobre las
características de estas emisiones y la forma de proceder por las Cajas de Ahorros, actuó
como representante de las que estuvieron interesadas en adquirir estos títulos, pues esta
primera emisión fue voluntaria. Las emisiones posteriores fueron de suscripción
obligatoria para las Cajas. Debían hacerlo trimestralmente, según el aumento de sus
depósitos de ahorro. En total, entre 1932 y 1936, las Cajas confederadas suscribieron
apenas 40 millones de pesetas, que suponían el 50,3 por 100 de la Deuda de Cultura
emitida. Era, ciertamente, una cantidad muy pequeña comparada con los 242 millones
de pesetas de Deuda pública adquirida por las Cajas de Ahorros en el mismo periodo.
Y en tercer lugar, está la colaboración de las Cajas en la política agraria de los
Gobiernos de la Segunda República y, más específicamente, en la política triguera.
Durante los primeros años, la CECAB hizo intentos por estar presente en los
organismos encargados de aplicar y financiar la reforma agraria, que tuvo un gran
protagonismo social y político. Así, en julio de 1931, solicitó un puesto en la Comisión
Técnica que estaba estudiando el proyecto de reforma agraria, al tiempo que pidió al
vocal de su Comisión Permanente, Fernando García Sánchez, presidente de la Caja de
Ahorros de Salamanca, que redactase un informe sobre los aspectos de este proyecto
que afectaban a las Cajas. Como resultado del mismo, se formularon unas peticiones
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que fueron aceptadas, en septiembre de 1931, por la Junta Consultiva de las Cajas de
Ahorros, pero que no fueron atendidas por las autoridades responsables de la reforma
agraria. De hecho, una vez aprobada la Ley de Reforma Agraria en 1932, las Cajas de
Ahorros no pudieron seguir concediendo préstamos a los agricultores con garantía
hipotecaria de fincas rústicas en las provincias a las que alcanzaba la aplicación de la
misma. Por esta razón, la Confederación pidió al Gobierno que las Cajas de Ahorros se
asimilasen jurídicamente en este aspecto al Banco Hipotecario y al Banco de Crédito
Local, petición que fue atendida por el Instituto de Reforma Agraria.
Para la financiación de la reforma agraria se proyectó la creación de un Banco
Nacional Agrario, un organismo del que la Confederación no quiso permanecer
desvinculada por el temor a que su operativa invadiese el campo de las Cajas de
Ahorros de las zonas rurales. La Comisión Permanente de la CECAB fijó, en diciembre
de 1932, su posición sobre este asunto, consistente en: 1) recabar la libertad de las Cajas
en lo relativo a la colaboración con este Banco; 2) defender la creación del ICCA como
el medio más apropiado para hacer efectivas las eventuales aportaciones económicas de
éstas al capital del Banco; y, 3) que las Cajas de Ahorros que venían operando en el
sector agrícola tuviesen preferencia para que pudiesen convertirse en delegaciones
comarcales del Banco Nacional Agrario, y así evitar concurrencias lesivas para el bien
público. Estas condiciones fueron recogidas en el proyecto definitivo de Banco
Nacional Agrario que se presentó a la aprobación del Gobierno, pero las Cajas no
pudieron evitar que se suscitasen recelos sobre su participación en una entidad que,
finalmente, no se creó. Sí se constituyó, en cambio, el Servicio Nacional de Crédito
Agrícola, en el que las Cajas de Ahorros no participaron hasta 1935.
A partir de 1933, la colaboración de las Cajas de Ahorros con el Gobierno en
materia de préstamos agrícolas, con o sin desplazamiento de prenda, se orientó hacia la
solución del problema triguero. Esta colaboración fue posible gracias a la reforma del
Estatuto del Ahorro de 1933, que permitió a las Cajas el descuento de letras de cambio
en las operaciones de préstamo con garantía de trigo. El problema del trigo se acrecentó
en los años siguientes, y en 1935 las Cajas de las zonas agrícolas intensificaron sus
préstamos sin desplazamiento de prenda a los agricultores. De esta manera, se atenuó
dicho problema y, también, las Cajas fueron admitidas, por fin, como delegaciones del
Servicio Nacional de Crédito Agrícola, según un Decreto de 31 de enero de 1936. De
hecho, 1935 fue el año de mayor preocupación de la CECAB por las cuestiones
agrarias. Al comenzar el mismo, ante la posibilidad de que se crease por el Gobierno un
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Consorcio del trigo, los vocales de la Comisión Permanente más preocupados por este
problema pidieron que la CECAB estuviese representada en aquél. Con este motivo, en
septiembre de 1935 se nombró una ponencia para estudiar la intervención de las Cajas
de Ahorros en el crédito agrícola, a cuya iniciativa se debe tanto la intensificación de los
créditos a los agricultores como la colaboración de éstas como delegaciones del Servicio
Nacional de Crédito Agrícola.
6. A modo de conclusión.
El sector del ahorro benéfico, representado por las Cajas de Ahorros benéficas o
generales –como se llamaron a partir del Estatuto del Ahorro de 1929— experimentó un
cambio profundo en apenas un decenio –entre 1926 y 1936— en lo referente a su marco
regulatorio y al grado de institucionalización que éste le proporcionó. Tanto el DecretoLey de 1926 como el Estatuto del Ahorro de 1929, pero sobre todo el Estatuto de 1933,
que fue la norma que subsistió hasta 1977, proporcionaron a las Cajas un marco legal en
el que desenvolver su actividad equilibrando adecuadamente sus crecientes funciones de
carácter financiero como las habituales de naturaleza social (la Obra Social).
Estos años fueron también trascendentales para las Cajas, pues durante ellos
lograron sentar las bases institucionales de su cooperación como entidades con unas
señas de identidad específicas a preservar. Esto lo consiguieron en 1928 cuando
constituyeron la Confederación Española de Cajas de Ahorros Benéficas, que fue su
órgano de representación desde entonces. Las Cajas pusieron a prueba en el seno de la
Confederación sus diferencias y su capacidad para cooperar entre sí, pero casi siempre
consiguieron que ésta actuase con una sola voz, sobre todo en los asuntos de mayor
importancia. Durante los primeros años de existencia, la CECAB ejerció esencialmente
su función representativa o de lobby, que estuvo centrada en la consecución de un
marco regulador que reconociese las características propias de las Cajas y les permitiese
desenvolver su actividad sin excesivas cortapisas. Y verdaderamente resulta muy difícil
comprender cómo las Cajas podrían haber conseguido estos mismos resultados sin la
existencia de la CECAB, pero también cómo ésta pudo consolidarse tan rápidamente
como órgano corporativo de las Cajas de no ser por su labor en este terreno.
En el periodo analizado, la función de lobby la ejerció la Confederación frente a
los Gobiernos de la Dictadura y de la República y frente a sus rivales, los Bancos
privados, agrupados en el CSB, que desde 1921 estaban determinados a influir en cómo
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debía regularse la actividad de las Cajas de Ahorros. Las relaciones y los resultados
cosechados con los primeros fueron desiguales. Las Cajas encontraron mayor
receptividad a sus demandas y una actitud más favorable hacia su labor en el Gobierno
Berenguer (Dictablanda) que en la Dictadura de Primo de Rivera, y en los Gobiernos de
la coalición republicano-socialista que en los que formó la derecha a partir de 1933,
aunque esto último exige matizaciones, como ha quedado de manifiesto en las páginas
anteriores. Con la Banca privada, por el contrario, las relaciones fueron siempre tensas y
el enfrentamiento, abierto o soterrado, resultó ser el hilo conductor de la actuación de
sus dos órganos de representación: la CECAB y el CSB. Este enfrentamiento seguía
completamente abierto al comienzo de la Guerra Civil, lo que era un claro augurio de su
prolongación más allá del periodo de excepcionalidad bélica.
Bibliografía citada.
COMÍN, Francisco (con la colaboración de E. TORRES) (2008), Historia de la
cooperación entre las Cajas. La Confederación Española de Cajas de Ahorros, 19282007, Madrid, Alianza Editorial.
FERNÁNDEZ, Eloy (2005), “Las Cajas de Ahorros en la prensa económica (19231936)”, Papeles de Economía Española, núm. 105-106, pp. 66-79.
FERNÁNDEZ, Julio César (2006), Historia del Instituto de Crédito de las Cajas de
Ahorros en el periodo 1933-1962, Madrid, Universidad Complutense (Tesina de
Licenciatura inédita).
FORNIÉS, José Francisco y PALACIOS, Luis (1983), “Política y ahorro popular
durante la Segunda República”, Información Comercial Española, núm. 595, pp. 73-81.
VALDALISO, Jesús Mª (2007), BBK (1907-2007). Cien años de compromiso con el
desarrollo económico y con el bienestar de Bizkaia, Bilbao, Fundación Bilbao Bizkaia
kutxa.
VELARDE, Juan (2003), “El movimiento de las Cajas de Ahorros en los años veinte
(Dictadura) y treinta (II Republica)”, en Siglo y medio de ahorro en España, Madrid,
CECA, pp. 121-142.
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