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COLECCIÓN
LA PLURALIDAD CULTURAL EN MÉXICO
Núm. 35
Coordinador
José del Val
COORDINACIÓN DE HUMANIDADES
Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad
COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
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Documentos fundamentales
del indigenismo en México
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DOCUM
FUNDAM
DELI
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UMENTOS
AMENTALES
LINDIGENISMO
EN MÉXICO
José del Val y Carlos Zolla
Con la colaboración de María Teresa Mejía Manjarrez
Universidad Nacional Autónoma de México
México 2014
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Val, José del, autor.
Documentos fundamentales del indigenismo en México / José del Val
y Carlos Zolla con la colaboración de María Teresa Mejía Manjarrez. –
Primera edición
852 páginas. – (Colección La pluralidad cultural en México; núm. 35)
ISBN 978-970-32-1679-6 (colección)
ISBN 978-607-02-6184-8
1. Indios de México – Historia – Fuentes. I. Zolla, Carlos, autor. II. Mejía
Manjarrez, María Teresa. III. Serie
F1219.V343 2014
LIBRUNAM 1691131
Primera edición: 21 de noviembre de 2014
D.R. © 2014 U niversidad N acional A utónoma de M éxico
Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, 04510, México, D. F.
programa universitario de estudios de la diversidad cultural y la interculturalidad
dirección general de publicaciones y fomento editorial
ISBN: 978-970-32-1679-6 (colección)
ISBN: 978-607-02-6184-8
Esta edición y sus características son propiedad
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio,
sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Impreso y hecho en México
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La revisión de estos hechos —hechos viejos sacados
recientemente del olvido— hace necesaria una filosofía que
ensaye la armonización de los aspectos contradictorios
que los mismos presentan. Nuestra generación se ocupa,
en efecto, de formularla. ¿Cuál es el futuro del indio en
México? ¿Qué ventajas y desventajas ofrece para la
civilización que intentamos crear? ¿Cuál es la verdad sobre
el cruce de razas? ¿Qué papel y qué porvenir tiene la cultura
blanca en México? ¿Dónde está el límite de la tolerancia
hacia la norma indígena? ¿Hasta dónde llega la sinceridad
de nuestro anhelo y la eficacia del esfuerzo para dar voz
efectiva en México a los ocho millones de indios
y campesinos, dos terceras partes de la población?
Los conquistadores españoles adoptaron su programa:
evangelizar y explotar; imponer sus usos
y costumbres, civilizar. Y ahora que nosotros, mexicanos,
nos acercamos al indio con planes y programas
formulados, ¿no corremos el riesgo de incurrir
en los errores de los soldados y de los misioneros de antaño,
así vayamos inspirados de la mejor voluntad del mundo?
moisés sáenz
Meditaciones sobre el destino de México, 1929
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Introducción
L a decisión de preparar una antología que reuniera lo que consideramos
la documentación fundamental del indigenismo mexicano —concentrándonos en materiales oficiales, institucionales, producidos a lo largo
del siglo xx—, plantea numerosas interrogantes a las que esta Introducción trata de dar respuesta, conscientes de que la tarea lleva implícita la
necesidad de hacer un conjunto de referencias a elecciones históricas que
fueron, a la vez, teóricas, metodológicas, políticas y programáticas.
El lector de este volumen distinguirá sin dificultad tres apartados
principales: la Introducción, la Selección documental y la Bibliografía con­
sultada; el segundo constituye el cuerpo central de la obra. El aparato
de citas y de notas se encuentra tanto en la Introducción como en la
Selección documental: en el primer caso, éstas fueron redactadas por
nosotros para consignar las referencias a materiales bibliográficos o
documentales citados en este texto preliminar; las notas y citas a pie de
página de los documentos de la antología son de dos tipos: el primero,
que aparece en la misma tipografía del documento, aunque en cuerpo
menor, conserva las anotaciones originales, que siempre hemos respetado; el segundo está constituido por notas o referencias redactadas por
nosotros, con aclaraciones, precisiones o comentarios que consideramos
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pertinentes, están presentadas con una tipografía diferente y llevan
entre corchetes la aclaración [Nota de los editores].
Advertimos, de entrada, que nos ha guiado el doble propósito de
ofrecer sistematizados y en una secuencia cronológica, aquellos materiales que, a nuestro juicio, constituyen la base argumental, institucional
y legal de uno de los pilares fundamentales de la política del Estado me­
xicano posrevolucionario1 hacia un sector de la población que, como
reconoce hoy la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
es el sustento original del carácter pluricultural de la nación: los pueblos indígenas. Así, también, que hemos renunciado a recoger aquí aquellas
obras de carácter antropológico que, aunque fueron determinantes en la
fundamentación de las políticas indigenistas,2 no constituyen, en sentido
estricto, documentos político-programáticos elaborados para orientar,
definir y aplicar la política del Estado posrevolucionario hacia los pueblos
indígenas. Cuando nos hemos visto obligados a recurrir a ese material,
lo hemos hecho con el propósito de apoyar el análisis de esta Introducción y no su inclusión en el conjunto de los documentos seleccionados.3
“…es a partir del proceso conocido como ‘la Revolución Mexicana’ —dice Alejandro Marroquín—, que la
actitud indigenista cobra un vigor inusitado, toda vez que dicho proceso trató de encontrar en los arcanos
indígenas las raíces profundas de la auténtica nacionalidad mexicana. Surgen así una serie de organizaciones que en cierta medida realizaban funciones indigenistas.” La referencia a México, por parte de Marroquín, es formulada al mencionar las acciones de gobierno entre 1921, en que se crea el Departamento de
Educación y Cultura para la Raza Indígena, hasta noviembre de 1970, siguiendo una recomendación del
vi Congreso Indigenista Interamericano de “que se llevara a cabo una evaluación de la labor indigenista de
los países miembros del Instituto”. Alejandro D. Marroquín, Balance del indigenismo. Informe sobre la política
indigenista en América, México, Instituto Indigenista Interamericano, 2ª. Reimpresión. Ediciones especiales:
76, 1977, pp. xii y 98-99 [la primera edición es de 1972]. Y también: “La Revolución iniciada en 1910,
entre otras de sus virtudes tuvo la de descubrir a México para los mexicanos”. Vicente Lombardo Toledano,
El problema del indio, Selección de textos de Marcela Lombardo, con una introducción de Gonzalo Aguirre
Beltrán, México, Sepsetentas, 1973, p. 183.
2
Éste sería el caso, entre otros, de La población del Valle de Teotihuacán de Manuel Gamio (1922), Tepoztlan.
A Mexican Village de Robert Redfield (1930), Chan Kom: A Maya Village de Robert Redfield y Alfonso Villa
Rojas (1934), Yalalag, una villa zapoteca serrana de Julio de la Fuente (1949) o El proceso de aculturación y
el cambio socio-cultural en México de Gonzalo Aguirre Beltrán (1957).
3
El lector advertirá también en esta Introducción el escaso desarrollo concedido a ciertos temas que, sin
embargo, tuvieron gran importancia en las “actitudes, políticas y acciones indigenistas” —para usar la
terminología de Alfonso Caso—, en el ideario de numerosos pensadores y políticos, y en los no menos
intensos debates que los temas suscitaron: es este el caso del mestizaje, de la reforma agraria, de la migración
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Se trata de una aclaración necesaria e importante en vistas de que, con
mucha frecuencia, se identifica a la antropología mexicana con el indigenismo, como si se trataran de una sola y misma cosa.4 Al producirse
esta identificación se obstaculiza la comprensión de las especificidades
y diferencias entre una y otro, y se desvanece la singularidad de la génesis, desarrollo e historicidad de ambos procesos. De allí que un objetivo específico de esta compilación sea, precisamente, el de mostrar
la relevancia de la labor de aquellos que, en su condición de científicos
sociales, se abocaron a la construcción teórica, política, institucional y
programática del indigenismo mexicano desde perspectivas claramente multidisciplinarias como fundamento de la acción integral, y cuyo
correlato objetivo es la documentación aquí seleccionada.5
indígena rural-urbana en el contexto de la industrialización y “modernización” del país, entre muchos
otros. Extrañará también las referencias a la eugenesia y a las políticas de educación, salud e higiene que se
vincularon al “mejoramiento de la raza”. Salvamos parcialmente la omisión recomendando para este último
tema la lectura de dos notables trabajos: Eugenesia y racismo en México de Laura Suárez y López Guazo,
México, unam, División de Estudios de Posgrado, 2006, e Historias secretas del racismo en México (1920-1950)
de Beatriz Urías Horcasitas, México, Tusquets, 2007. También Alexander S. Dawson, Indian and Nation in
Revolutionary Mexico, Tucson, The University of Arizona Press, 2004, en especial el primer capítulo, pp. 3 y ss.
4
No sin cierta razón, si tomamos en cuenta algunas formulaciones de autores como Aguirre Beltrán que
iban más allá de sostener, para decirlo con palabras de Alejandro Marroquín, que “las Ciencias Sociales, en
especial la Antropología, [eran el] sustentáculo teórico de la acción indigenista”. En El proceso de aculturación, el insigne veracruzano escribió: “La escuela antropológica mexicana, esto es, el indigenismo mexicano,
abierto a todas las tendencias, recibió, desde el principio, la influencia fertilizadora de ideas y prácticas
procedentes de dos escuelas distintas: la cultural estadounidense y la funcional inglesa.” Gonzalo Aguirre
Beltrán, El proceso aculturación y el cambio socio-cultural en México, México, uv-ini-Gobierno del Estado de
Veracruz-fce, 1992, p. 132, 1ª ed., unam, 1957.
5
La necesidad de distinguir entre el indigenismo y la antropología no atenúa los profundos y estrechos
lazos entre ambas, como se verá a lo largo de todo nuestro texto. María Bertely destaca este hecho al afirmar: “Con la creación del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (daai), la antropología adquirió
el status de ciencia oficial, inaugurándose también el indigenismo oficial.” Bertely ofrece pruebas suficientes
de esto en su “Panorama histórico de la educación para los indígenas de México”. Véase, entre otros trabajos de la investigadora del ciesas <http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_5.htm>.
No obstante lo anterior, una voz crítica como la de Margarita Nolasco, no vacila en afirmar: “La antropología aplicada —indigenismo— ha sido siempre una antropología colonialista, destinada al conocimiento
—y en consecuencia al uso— del dominado.” No obstante, matiza señalando: “En un principio [de su
ensayo] dijimos que el 90% de la antropología aplicada en México es indigenismo, pero esto no significa
que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros
técnicos, o sin la cooperación de ningún especialista.” Margarita Nolasco, “La Antropología aplicada en
México y su destino final: el indigenismo”, en Arturo Warman et al., De eso que llaman antropología mexi­
cana, México, Escuela Nacional de Antropología, enah, 1968, pp. 66-93.
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Y es que el hecho de que los pueblos indígenas (pese a las catástrofes
demográficas que los diezmaron a partir de los dos primeros siglos de
la conquista española, a la explotación histórica y actual, y a la profunda desigualdad que los afecta de múltiples maneras) se mantengan
como un referente ineludible y desafiante para cualquier política de
Estado, obliga a quienes nos interesamos en el tema y en los procesos
de descolonización, a la recuperación y re-lectura de aquellos textos
que fueron basales de uno de los movimientos socio-políticos más importantes del siglo xx en México y América.
Varios autores (entre ellos, alguno de nosotros 6) han sostenido que
la historiografía mexicana no ha producido una obra de conjunto, amplia y comprensiva del indigenismo,7 y que contribuir a ella replantea
la cuestión de establecer con la mayor precisión posible qué debemos
entender por “indigenismo”, en general, y por “indigenismo de Estado” en
particular. Máxime en nuestros días, en que las luchas de los pueblos
indígenas, el surgimiento de movimientos etno-políticos e, incluso, las
victorias electorales de líderes indígenas han llevado a algunos autores
(Mario Vargas Llosa o Enrique Krauze, entre otros) a hablar del “indigenismo” de Evo Morales o de Rigoberta Menchú. Extraña paradoja
6
Véase Carlos Zolla y Emiliano Zolla Márquez, Los pueblos indígenas de México. 100 preguntas, México, unam,
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial-Programa Universitario México, Nación Multicultural, 2004. Segunda edición actualizada, México, unam, 2010. En particular, la respuesta a la pregunta 58.
7
Luis Vázquez León, en un libro publicado por nuestro Programa, refuta esta idea, señalando que sí existe
una historiografía del indigenismo, pero ella “ha estado altamente ideologizada”. Y aunque sin duda menciona materiales historiográficos (nosotros mismos registramos varios de ellos en la selección bibliográfica),
creemos que la empresa ha tropezado con obstáculos objetivos. Por ejemplo, una limitación de este tipo lo
constituye, hasta nuestros días, la imposibilidad de acceso al archivo documental del Instituto Indigenista
Interamericano (ahora bajo custodia de la unam para su preservación, catalogación y digitalización, en
proceso), institución en la que los sucesivos directores e intelectuales mexicanos (de Manuel Gamio hasta
su último director, Guillermo Espinosa Velasco, pasando por Miguel León-Portilla, Gonzalo Aguirre Beltrán
y José del Val) tuvieron una activa participación en las tareas del indigenismo de Estado. Véase Luis Vázquez
León, Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán, México, unam, Programa
Universitario México, Nación Multicultural, 2010, en especial, pp. 184 y ss. También, a propósito del
desarrollo de la antropología aplicada y de la producción antropológica en México, véanse: Juan Comas,
La antropología social aplicada en México. Trayectoria y antología, México, Instituto Indigenista Interamericano, Serie Antropología Social, 16, 1976, y Carlos García Mora (coord.), La antropología en México, México,
inah, Colección Biblioteca del inah, 15 vols., 1987-1988.
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para quienes han sido críticos severos, precisamente, del indigenismo
como “la política aplicada hacia la población indígena por los no indios”, según la consagrada fórmula de Gonzalo Aguirre Beltrán.
Por todo lo anterior, nuestra obra lleva implícita también la intención de hacer visibles la complejidad del pensamiento y la acción indigenistas a la que contribuyeron algunos de los más destacados
intelectuales del siglo xx mexicano. El propósito de concentrarnos en
los documentos de la centuria pasada (en un panorama que abarca
desde una propuesta pionera de Manuel Gamio, de 1917, para crear
el Departamento de Antropología en la Secretaría de Agricultura y
Fomento,8 hasta los llamados Acuerdos de San Andrés Larráinzar
(1996), la reforma al Artículo 2º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (2001), la ley de creación de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas — cdi, que reemplazó
al ini desde el 21 de mayo de 2003— 9 y la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, de septiembre de
2007) merece una explicación más detallada.
No está de más señalar una característica distintiva de los instrumentos jurídicos o normativos que seleccionamos. En la mayoría de los
casos no contienen o apenas reflejan nominalmente los debates respecto
de lo sancionado o promulgado. Así, por ejemplo, mientras en el campo de
8
En Teoría y práctica de la educación indígena, México, sep, Septetentas, 64, 1973, pp. 151-152, Aguirre
Beltrán alude a la creación de Gamio de la “Dirección de Antropología y Poblaciones Regionales” en el seno
de la “Secretaría de Agricultura”, y a su “fundación en 1917 y su clausura en 1925”.
9
A propósito del cese de las actividades del ini y su reemplazo por la cdi, véase en la selección documental: Instituto Nacional Indigenista, Programa de Acción para el Desarrollo Social y Económico de los Pueblos
Indígenas de México de febrero de 1977. En él está planteado claramente por el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas que “el Instituto Nacional Indigenista, se reestructure con el carácter de comisión nacional
para el desarrollo social y económico de los pueblos indígenas”, en las páginas siguientes denominada
siempre Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, siendo “la Comisión Permanente
del Consejo Nacional de Pueblos Indígenas su órgano de dirección, justamente con los representantes de las
secretarías de Estado y organismos descentralizados conectados con los asuntos indígenas.” Incluso se
planteaba que los Centros Coordinadores Indigenistas sean denominados centros de desarrollo
indígena”. Como vemos, pasarían 25 años para que se concretara esta transformación de “inspiración
lopezportillista”; los representantes indígenas están integrados actualmente en un Consejo Consultivo,
cuyo presidente es miembro de la Junta de Gobierno.
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la sociología y la antropología se discutía el contenido de la categoría
“marginación” y si era teórica y políticamente aceptable establecer una
relación de sinonimia entre “indígena” y “marginado”, en los documentos
sólo obtenemos los cambios de nombres de direcciones, departamentos, coordinaciones o programas.
Finalmente, aludamos a un tema que pudiera ser materia de debate: la
ausencia, en la selección documental, de materiales producidos por los
indígenas (de autoría colectiva o individual), sumamente abundantes en
la segunda mitad del siglo xx y en la primera década del siglo xxi). Pese a
considerarlos fundamentales, decidimos que su inclusión nos desviaba
del propósito central de la obra. Por ejemplo, hemos incluido el documento Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas. Carta de Pátzcuaro.
Declaración de principios, Janitzio, Municipio de Pátzcuaro, Michoacán,
México, 9 de octubre de 1975, y en cambio omitimos la documentación
del Primer Congreso Indígena “Fray Bartolomé de las Casas”, San Cristóbal de
las Casas, Chiapas, 1974, que contiene las ponencias tzeltales, tzotziles,
choles y tojolabales sobre la tierra, el comercio, la edu­cación y la salud.
La Carta de Pátzcuaro y el propio congreso de 1975 fueron en buena
medida la respuesta oficial al congreso chiapaneco, promovida desde el ini
encabezado por Gonzalo Aguirre Beltrán. Sugerimos, al lector interesado
en la documentación indígena, la información contenida en el portal de
nuestro programa universitario <www.nacionmulticultural.unam.mx>,
en particular la reunida por el proyecto “50 años de movimientos indígenas en América Latina”. Para consultar la documentación del Congreso “Fray Bartolomé de las Casas”, véase: Varios autores, Declaración
final. Primer Congreso Indígena “Fray Bartolomé de las Casas”, en Anuario
Instituto Chiapaneco de Cultura. Departamento de Patrimonio Cultural e
Investigación, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, 1991(se
trata de un dossier de 369 pp.) También, por las múltiples referencias a
documentos indígenas inmediatamente anteriores y posteriores al Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas (1975): María Consuelo
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Documentos fundamentales del indigenismo en México
Mejía Piñeros, y Sergio Sarmiento Silva, La lucha indígena: un reto a la
ortodoxia, México, Siglo XXI Editores, 1987, y Julio Garduño Cervantes, El final del silencio. Documentos indígenas de México, México, Premiá,
1983.
La selección documental y las creaciones institucionales
La decisión de presentar en orden cronológico los documentos seleccionados no responde solamente al propósito de ofrecer una sistematización de materiales diversos, sino también mostrar cómo la elaboración
de políticas y estrategias se fue forjando progresivamente, tanto en el
orden conceptual como en el de la construcción institucional y en el de
sus proyectos específicos que evidencian el desarrollo, pero también
las contradicciones —advertidas o no en su tiempo— que resultaron
de las políticas de Estado al confrontarse con las realidades de los pueblos indígenas.
Señalemos, de paso, que este trabajo no pretende ser una historia del
indigenismo, aunque sí intenta contribuir a ella. Está elaborado a partir
del reconocimiento de una herencia indicativa de los vínculos entre una
teoría, una política y una “programática” o modelo para la acción indi­genista.
Teoría, por cierto, que problematizó las ideas de la cultura, de la etnicidad y la identidad, de la historia de una población y de su “redención”,
de la forja revolucionaria de la nueva nación y, en ella, del papel del
Estado, e incluso de las propias teorías sociales.10
La selección privilegia aquellos documentos que establecen hitos en
la construcción categorial del indigenismo y sus repercusiones en las
En palabras de Alfonso Villa Rojas: “…entre nosotros ocurrió un proceso inverso, al dar a la teoría el
justo lugar que le corresponde en esta clase de estudios, ya no era tan sólo la solución inmediata de los
problemas prácticos lo que importaba, sino también, su cabal codificación dentro de un sistema de ideas
generales que permitiese ensanchar el horizonte del conocimiento estrictamente científico.” Alfonso Villa
Rojas, “Integración e indigenismo en el pensamiento de Aguirre Beltrán”, en Homenaje a Gonzalo Aguirre
Beltrán, México, I. I. I., 1973, t. 1, p. 3.
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políticas de Estado, conscientes de que el desarrollo institucional se
desenvolvió con una intensidad y una diversidad notablemente complejas, como se comprueba en el elevado número de direcciones, departamentos, institutos y programas que establecieron las distintas
administraciones en un periodo relativamente breve:
• Dirección de Estudios Arqueológicos y Etnográficos (1917), denominada Dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura
y Fomento a partir de agosto 15 de 1919.
• Departamento de Educación y Cultura para la Raza Indígena
(1921)
• Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (1921)
• Escuela Rural Mexicana (1922)
• Procuradurías Agrarias de Pueblos (1922)
• Casas del Pueblo (1923)
• Departamento de Misiones Culturales (1923)
• Casa del Estudiante Indígena (1924)
• Dirección de Misiones Culturales (1925)
• Estación Experimental de Incorporación del Indio (Carapan, Michoacán, 1931)
• Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (daai, 1935)
• Comisión Intersecretarial para investigar las condiciones generales de vida en la Tarahumara (1936)
• Departamento de Educación Indígena de la sep (1937)
• Comisión Intersecretarial de estudios y planeación en el valle del
Mezquital, Hidalgo (1937)
• Comisión Intersecretarial para estudios de las necesidades de la
región Mixteca, Oaxaca (1937)
• Departamento de Antropología en la Escuela Nacional de Ciencias
Biológicas del ipn (1938)
• Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah,1939)
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• Museo Nacional de Antropología (1939)
• Consejo de Lenguas Indígenas (1939)
• Primer Congreso Indigenista Interamericano y creación del Instituto Indigenista Interamericano (1940)
• Restablecimiento del Departamento de Misiones Culturales (1943)
• Instituto de Investigación para Indígenas Monolingües (1944)
• Dirección General de Asuntos Indígenas (1 de enero de 1947), en
reemplazo de la daai.
• Instituto Nacional Indigenista (ini, 1948)
• Museo Nacional de Artes e Industrias Populares (ini-inah, 1951)
• Comisión Intersecretarial de la región Yaqui (enero de 1951)
• Comisión de la región indígena del valle del Yaqui. Estación Vicam
(septiembre de 1951)
• Centro Coordinador Indigenista de la Región Tzeltal-Tzotzil,
Chiapas (1951)
• Centro Coordinador Indigenista Tarahumara-Tepehuano de Guachochi, Chihuahua (1952)
• Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital de la Huasteca Hidalguense (31 de diciembre de 1952)
• Centro Coordinador Indigenista de la Mixteca Alta, de Tlaxiaco,
Oaxaca (1954)
• Centro Coordinador Indigenista Mazateco, de Temascal, Oaxaca
(1954)
• Centro Coordinador Indigenista Mixteco-Costa, de Santiago Jamiltepec, Oaxaca (1954)
• Centro Coordinador Indigenista Maya, de Peto, Yucatán (1959)
• Centro Coordinador Indigenista Mazateco, de Huautla de Jiménez,
Oaxaca (1959)
• Centro Coordinador Cora-Nahua, de Jesús María, Nayarit (1960)
• Centro Coordinador Indigenista Mixteco-Tlapaneco, de Tlapa,
Guerrero (1964)
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• Servicio Nacional de Promotores Culturales y Maestros Indígenas
Bilingües (1964)
• Centro Coordinador Indigenista Tarasco, de Cherán, Michoacán
(1964)
• Centro Coordinador Indigenista Nahua-Totonaco, de Zacapoaxtla,
Puebla (1968)
• Centro Coordinador Indigenista Chichimeca, San Luis de la Paz,
Guanajuato (1969)
• Reorganización de las Misiones Culturales (1971)
• Dirección General de Servicios Educativos en el Medio Indígena
(1971)
• Centro Coordinador Indigenista Mixe, Ayutla, Oaxaca (1971)
• Centro Coordinador Indigenista Maya, Valladolid, Yucatán (1971)
• Centro Coordinador Indigenista Tzotzil, Bochil, Chiapas (1971)
• Centro Coordinador Indigenista Tzeltal, Ocosingo, Chiapas (1971)
• Centro Coordinador Indigenista Mazahua, Atlacomulco, Estado
de México (1972)
• Centro Coordinador Indigenista Nahua-Huasteca, Huejutla, Hidalgo (1972)
• Centro Coordinador Indigenista Zapoteco de la Sierra, Guelatao,
Oaxaca (1972)
• Centro Coordinador Indigenista Chinanteco, Tuxtepec, Oaxaca
(1972)
• Centro Coordinador Indigenista Nahua-Popoloca, Tehuacán, Puebla (1972)
• Centro Coordinador Indigenista Otomí, Amealco, Querétaro (1972)
• Centro Coordinador Indigenista Nahua, Zongolica, Veracruz (1972)
• Centro Coordinador Indigenista Totonaco, Papantla, Veracruz (1972)
• Dirección General de Educación Extraescolar en el Medio Indígena
(1972. Sustituye a la Dirección General de Servicios Educativos en
el Medio Indígena, de 1971)
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• Dirección de Educación Bilingüe, sep (1972)
• Primer Congreso Nacional de Pueblos Indios (1975)
• Dirección General de Educación Indígena (11 de septiembre de
1978)11
Con el propósito de mostrar el paralelismo y, no pocas veces, la convergencia entre las iniciativas institucionales y el desarrollo de la antropología aplicada, hemos elaborado un cuadro a partir de los datos
proporcionados por Juan Comas, precisamente en el volumen titulado
La antropología social aplicada en México. Trayectoria y perspectivas, México, i.i.i., Serie Antropología Social, 16, 1976, pp. 1-85.
En los artículos 25º al 29º del “Reglamento de la Ley Constitutiva
del Instituto Nacional Indigenista” (4 de diciembre de 1948, que reproducimos completo en nuestra antología de documentos) hay una explícita mención al “convenio celebrado con el Instituto Nacional de
Antropología e Historia”, por el cual
dentro de la Escuela Nacional de Antropología e Historia dependiente del
mismo, funcionará una Sección de Antropología Social que se dedicará
preferentemente a la preparación profesional del personal técnico que requiere el Instituto Nacional Indigenista en el campo de la Antropología.
[…] Los profesores de las materias que no se encuentren en el curriculum
de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, serán designados por el
Es pertinente señalar que este intenso desarrollo institucional no implicó necesariamente una evolución
escalonada de estrategias, sino en muchos casos supuso cambios intempestivos en diferentes ámbitos de la
acción institucional. La frágil hegemonía que el proceso institucional mostraba, derivaba de los cambios de
énfasis que, en el fondo, expresaban la influencia de distintas posiciones ideológicas, intereses políticos y
proyectos de gobierno en el seno del Estado. Una muy detallada cronología de las actividades ini-cdi para
el periodo 1948-2012 y, dentro de ella, de las creaciones institucionales (delegaciones, centros coordinadores, radiodifusoras, principalmente) en Comisión Nacional Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas,
Instituto Nacional Indigenista-Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 1948-2012, México,
cdi, 2012. El texto agrupa las actividades en los siguientes periodos: 1948-1970, 1970-1976, 1977-1982,
1983-1988, 1989-1994, 1995-2000, 2001-2003, 2003-2006 y 2007-2012. El documento en línea en
<www.cdi.gob.mx/dmdocuments/ini-cdi-1948-2012.pdf>.
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Director del Instituto Nacional Indigenista a propuesta del Jefe de la Sección de Antropología Social y con la aquiescencia del Director del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
la antropología social aplicada en méxico.
trayectoria y resultados
El listado distribuye la información en orden cronológico. Hemos respetado
la escritura del original y las fechas mencionadas por Juan Comas.
1 Junta para el mejoramiento y protección de la raza tarahumara.
Chihuahua. 3 de noviembre de 1906.
2 Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (1909). Museo Nacional de Antropología desde 1939.
3 Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana. 20
de enero de 1911.
4 Sociedad Indianista Mexicana ¿28 de marzo de 1910?
5 Dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura y Fomento. 15 de agosto de 1919.
6 Revista Ethnos. 1920.
7 Escuela Rural Mexicana. 1922.
8 Departamento de Misiones Culturales. 1923.
9 La Casa del Estudiante Indígena. 1924.
10 Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional
Autónoma de México. 11 de abril de 1930.
11 Estación Experimental de Incorporación del Indio. 1932-1933.
12 Escuela de Medicina Rural de México, ipn. 1938
13 VII Congreso Científico Americano. 1935.
14 Robert Redfield y la Institución Carnegie de Washington, y la colaboración del Departamento de Antropología de la Universidad de
Chicago, el Viking Fund y el Instituto Nacional de Antropología e
Historia de México. 1930 en adelante.
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la antropología social…
(continuación)
15 Summer Institute of Linguistics (Instituto Lingüístico de Verano).
1935. Convenio del Gobierno de México y el ilv, a través de la Dirección General de Asuntos Indígenas. 15 de agosto de 1951.
16 Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas. 1935. [Comas
anota 1° de enero de 1936.]
17 Comisión Intersecretarial para investigar las condiciones generales
de vida en la Tarahumara. 1936.
18 Comisión Intersecretarial de estudios y planeación en el valle del
Mezquital, Hidalgo. 1937.
19 Comisión Intersecretarial para estudios de las necesidades de la
región mixteca, Oaxaca. 1937.
20 Sociedad Mexicana de Antropología. 28 de octubre de 1937.
21 Escuela Nacional de Antropología y Departamento de Antropología en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (Instituto Politécnico Nacional) 1938.
22 I Asamblea de Filólogos y Lingüistas. 9 al 17 de mayo de 1939.
23 Revista Mexicana de Estudios Antropológicos. 1939.
24 Revista Mexicana de Sociología. 1939.
25 Consejo de Lenguas Indígenas. 1939.
26 Proyecto Tarasco. 1939.
27 Internado Indígena de Paracho, Michoacán. 1935.
28 I Congreso Indigenista Interamericano. 1940.
29 Instituto Indigenista Interamericano. 1940.
30 Revistas América Indígena y Boletín Indigenista del Instituto Indigenista Interamericano. 1941 en adelante.
31 Escuela Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia. 1942.
32 Conferencia Preliminar Interamericana sobre la Oncocercosis. Oficina
Sanitaria Panamericana e Instituto Indigenista Interamericano. 1943.
33 Primer Congreso Demográfico Interamericano. Octubre de 1943.
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la antropología social…
(continuación)
34 Instituto de Alfabetización en Lenguas Indígenas. 1945.
35 Instituto de Alfabetización para Indígenas Monolingües. 1945.
36 Dirección General de Asuntos Indígenas, sep. 1° de enero de 1947.
[Comas anota diciembre de 1946.]
37 Proyecto de la Cuenca del Papaloapan. Secretaría de Recursos Hidráulicos. 20 de febrero de 1947.
38 Instituto Nacional Indigenista. 1948.
39 Unidades Regionales de Promoción Económico-social y Cultural
Indígena. 1948.
40 Comunidades dirigidas de promoción indígena. 1950.
41 Congresos Nacionales de Sociología (desde 1950 en adelante).
42 Escuela Nacional de Antropología, con la colaboración del Instituto
Nacional Indigenista. Sección de Antropología Aplicada. 1951.
43 Comisión Intersecretarial de la Región Yaqui. Enero de 1951.
44 Comisión de la región indígena del valle del Yaqui. Estación Vicam.
12 de septiembre de 1951.
45 Centro Regional de Educación Fundamental para América Latina
(crefal). 9 de mayo de 1951.
46 Patrimonio Indígena del valle del Mezquital. Gobierno del Estado
de Hidalgo y Secretaría de Hacienda, Educación, Agricultura, Recursos Hidráulicos y Comunicaciones. 25 de junio de 1951.
47 Centros Coordinadores Indigenistas del Instituto Nacional Indigenista en Chiapas, Oaxaca, Chihuahua, Nayarit, Yucatán y Guerrero. 1951 en adelante. (Aunque la fecha oficial de creación del
primero, en Chiapas, es el 12 de septiembre de 1950.)
48 Comisión del Tepalcatepec. 1950.
49 Programa Interamericano de Ciencias Sociales Aplicadas. oea-Gobierno de México. 1959.
50 Acción Indigenista. Boletín Mensual del ini. Enero de 1963 en adelante.
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Los textos incluidos en nuestra compilación son documentos oficiales, en su mayoría mexicanos12 y anónimos, que, como tales, en general
no identifican a los autores que participaron en su elaboración, salvo
contadas excepciones de las que damos cuenta en las notas que acom­
pañan a los mismos. Constituyen, en efecto, un conjunto de materiales
que se hicieron públicos como leyes, decretos, reglamentos, acuerdos,
convenios, declaraciones, programas o exposiciones de motivos, gene­
rados para establecer, definir y orientar la acción del Estado hacia los
pueblos indígenas.
Una lectura atenta de los documentos seleccionados y de las circunstancias en que dichas estrategias debían desarrollarse, muestra una
persistente oscilación en el ejercicio de la hegemonía de la acción del
Estado a cargo del indigenismo y de sus instituciones especializadas
(característicamente el ini desde 1948-1951), en contraste con momentos de subordinación a otras estrategias e improntas institucionales.
Más allá de las diferencias (teóricas, metodológicas) entre el énfasis
puesto respecto de las lógicas de “asimilación”,13 “incorporación”, “inte­
gración” o “participación” de los indígenas en “la vida nacional”, es claro
que en ocasiones fueron determinantes los obstáculos y resistencias que,
intereses de diverso orden, se impusieron o confrontaron a los propósitos y a la acción indigenistas.
Bajo el gobierno de José López Portillo (1976-1982), el ini, dirigido
entonces por Ignacio Ovalle Fernández (cabeza también del Coplamar),
discutió el contenido de la “asimilación”, la “incorporación” y la “integración” indígenas, señalando claramente que la política indigenista
debía dirigirse a atender
12
Las excepciones la constituye un pequeño grupo de documentos de autores como Alfonso Caso y Gonzalo
Aguirre Beltrán y, sobre todo, no gubernamentales e internacionales (del I. I. I. y de la onu, en cuya elaboración o en su adhesión las posiciones oficiales mexicanas fueron fundamentales).
13
Sobre el concepto de “asimilación” en Gamio, véase op. cit., pp. 4-24.
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dos condiciones, una étnica y la otra de clase, y a dos tipos de reivindicaciones, una cultural y la otra económica […] Desde el punto de vista económico pierde consistencia la discusión conceptual sobre términos como
asimilación, incorporación e integración, en tanto fórmulas elaboradas
para vencer desde fuera de las comunidades étnicas el aislamiento y la mar­
ginación, ya que si bien se engloba a estos grupos en el universo de la marginación —porque ciertamente han quedado al margen de los beneficios del
desarrollo nacional y de la riqueza generada— nunca han estado al margen del trabajo productivo y de la explotación económica. En este sentido
siempre han estado integrados a la sociedad nacional. Por lo mismo, el
debate histórico desciende de la abstracción característica de los años
anteriores que planteaba “la integración a la sociedad nacional”, o la “incorporación”, o la “asimilación”, y se ubica en el plano de lo concreto. Los
conceptos de incorporación, asimilación e integración dejan de ser polémicos en sí mismos en el momento en que se les da contenido, esto es, en
cuanto está referidos a un proyecto político específico. Y en cuanto tal,
este proyecto político no puede ser sino una opción de los propios indígenas y así lo comienzan a expresar sus organizaciones.14
La revisión de los documentos de esta compilación muestra palpablemente que en el indigenismo mexicano y en las tempranas décadas del
siglo xx estaba sembrada la idea seminal de la diversidad cultural —y,
explícitamente, de la interculturalidad— como el elemento fundamental
de comprensión del carácter histórico y contemporáneo de la condición
multicultural de la sociedad mexicana, y de las relaciones interculturales
armónicas o asimétricas. Insistimos en el carácter histórico concreto
de la idea de interculturalidad en México y, específicamente, en autores como Manuel Gamio o Gonzalo Aguirre Beltrán, que construyeron
14
Instituto Nacional Indigenista, Bases para la acción, 1977-1982. Guía para la Programación, México, ini,
1976, pp. ix y x. Y, en especial, Ignacio Ovalle Fernández, “De la aldea al mundo”, que citamos en la
Bibliografía consultada.
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dicha categoría a partir de la observación de la desigualdad explícita
que aparecía articulada a la diversidad étnica y cultural, como expresión de las relaciones coloniales en el mundo contemporáneo.15 La capacidad heurística del concepto, que esclarecía el carácter asimétrico
de la relación intercultural en las regiones de refugio, no es ajena a las
teorías que diversos autores formularían poco más tarde a propósito de
los procesos de descolonización en América y el mundo. Los indigenistas
repararon en la compleja articulación estructural entre la diversidad
(étnica, cultural, social, lingüística) y la desigualdad, y sus implicaciones para hacer posible el difícil proceso de integración nacional. A esta
apreciación se contrapuso otra, según la cual entraban en relación la
“sociedad nacional homogénea” y las diversidades indígenas, sin advertir suficientemente que la homogeneización contenía la estructura de
la desigualdad y de la diversidad, no sólo en la relación con los pueblos
indígenas sino al interior mismo de la “sociedad nacional”. Las aspiraciones revolucionarias que inspiraron las políticas de igualdad y que
guiaron a la teoría indigenista quedaron subsumidas en los límites defi­
nidos por el modelo capitalista predominante. Hipótesis como la del
camino progresista del paso de casta a clase no sólo no atenuaban la
desigualdad sino que, por el contrario, la instalaban estructuralmente
y la legitimaban socialmente.
En cualquier caso, es innegable que el contenido de los documentos
muestra una persistente oscilación entre las orientaciones generales de
El primero de los documentos seleccionados por nosotros (Programa de la Dirección de Antropología…),
elaborado por Manuel Gamio, contiene íntegramente el texto denominado “La Dirección de Antropología”
que aparece contenido en Forjando Patria con la aclaración de que se trata del “Extracto de la segunda
proposición formulada y presentada por el autor ante el 2° Congreso Científico Panamericano” (1916). A
propósito de la interculturalidad, Gamio escribió: “¿No es indispensable analizar también las influencias
interculturales y de cruce sanguíneo producidas en cuatro siglos por la presencia de los españoles inmigrantes?” Véase Forjando Patria, México, Porrúa, “Sepan cuantos…” núm. 368, 2006, p. 17. Aguirre Beltrán
denominó a su libro sobre la acción sanitaria en las comunidades indígenas, publicado en 1955, Programas
de salud en la situación intercultural, México, Instituto Indigenista Interamericano. Hay varias reediciones.
Y, no menos importante, el primer capítulo de Teoría y práctica de la educación indígena del mismo Aguirre
Beltrán, denominado “Educación para la comprensión intercultural”, pp. 9-42.
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una política cuyo referente capital (y en buena medida ideológico) es la
Revolución mexicana, la magnitud, diversidad y condiciones de vida de
los pueblos indígenas, y la vitalidad de una corriente de estudios antropológicos o, de manera genérica, de las ciencias sociales. Y aunque pueda
hablarse de una dimensión continental del indigenismo (como lo atesti­
guan las representaciones de los países en el Primer Congreso Indigenista
Interamericano, de 1940, y otras iniciativas multilaterales y panamerica­
nas), es evidente también la singularidad del caso mexicano.
La Revolu­c ión, en efecto —escribió Aguirre Beltrán en su obra mayor, El
proceso de aculturación—, hizo surgir al nivel de la conciencia de un pueblo
en crisis la gravedad de sus problemas sociales y la urgencia de su resolución. La antropología social, inevitablemente, tuvo que enfocar su interés
al estudio de esos problemas incisivos y actuales, bien distintos de los
puramente académicos que hasta entonces habían sido el objeto principal
de preocupación, y trató de encontrarles una respuesta […] De este modo
la antropología social en México, bajo la compulsión de un fenómeno social impetuoso, se convirtió en una fuerza activa y vital que suministró los
fundamentos teóricos y los instrumentos prácticos para la elaboración e
implementación de una política social y económica de integración nacional que recibe el nombre de indigenismo.16
Los hombres del indigenismo
El repaso de los documentos en relación a “los grandes momentos del
indigenismo mexicano” y a los entornos teórico, político, institucional e,
incluso, administrativo, permite comprobar sin demasiadas dificultades la existencia de una o dos generaciones excepcionales de hombres
Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación…, p. 132. La primera edición, es importante subrayarlo, en unam, 1957.
16
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(el predominio masculino es casi absoluto) que no sólo se comprometieron en la empresa revolucionaria y posrevolucionaria de construcción de
la nación, sino que simultáneamente se distinguieron como investigadores,
pensadores y teóricos, políticos y “agentes de la acción indigenista”. La
lista es significativa e incluye los nombres de Manuel Gamio, Miguel
Othón de Mendizábal, Moisés Sáenz, Luis Chávez Orozco, Isidro Candia Galván, Francisco Rojas González,17 Narciso Bassols, Alfonso Caso,
Francisco Plancarte, Vicente Lombardo Toledano, Mauricio Swadesh,18
Wigberto Jiménez Moreno, Alfonso Fabila, Gonzalo Aguirre Beltrán,
Julio de la Fuente, Juan Comas, Ramón G. Bonfil, Carlos Basauri, Ricardo
Pozas, Alejandro Marroquín, Agustín Romano Delgado, Alfonso Villa
Rojas, Carlos Incháustegui, Pedro Daniel Martínez, Salomón Nahmad,
Miguel León-Portilla, Rodolfo Stavenhagen y Arturo Warman, así como
políticos de la talla de Lázaro Cárdenas, y críticos como Guillermo Bonfil,
para integrar una lista seguramente provisional e incompleta. Alexander
Dawson señala que Sáenz, dispuesto a resolver los problemas que planeaba la asimilación de los indígenas, “reunió a los más importantes expertos
en asuntos indígenas”: Carlos Basauri, Pablo González Casanova,19 Miguel
17
Francisco Rojas González, Ensayos indigenistas, Introducción, compilación y notas de Andrés Fábregas
Puig, México, El Colegio de Jalisco-ciesas, 1998. Fábregas recupera el dato del trabajo del joven Rojas
González bajo el magisterio del antropólogo italiano Corrado Gini, uno de los teóricos del fascismo italiano
y autor del mundialmente famoso “Índice de Gini” de medición de la desigualdad, en el Comité Internacional para el Estudio de la Población. Gini y los antropólogos de la misión italiana que llegó a México
estaban interesados en el estudio y registro de “pueblos primitivos”. Rojas González participó en los trabajos
sobre la población de Oaxaca y del Valle del Mezquital. En la antología anotada por Fábregas se agrupan
los ensayos etnohistóricos, etnológicos y etnográficos del autor de El diosero.
18
Para reconstruir la amplia lista de lingüistas ligados al indigenismo, véase Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, México, ciesas, Ediciones de la
Casa Chata, 1983. Hay edición posterior en fce, 1993. Manuel Gamio, al crear la Revista Ethnos en 1920,
reunió “entre otros connotados antropólogos e indigenistas mexicanos y extranjeros” a Miguel O. de Mendi­
zábal, Moisés Herrera, Zelia Nuttall, Lucio Mendieta y Núñez, Paul Siliceo Pauer, Roque Zeballos, Agustín
Fermín, Federico Gómez Orozco y G. R. G. Conway. Véase también Ángeles González Gamio, Manuel
Gamio, una lucha sin final, México, unam, Segunda edición corregida y aumentada, 2003, p. 84. En nuestra
selección documental reproducimos el material de la Asamblea de Filólogos y Lingüistas, de 1939.
19
Se trata del lingüista y filólogo Pablo González Casanova (padre del sociólogo del mismo nombre), nacido en Mérida, Yucatán, en 1889 y muerto en la ciudad de México en 1936. Estuvo vinculado a Manuel
Gamio en los trabajos del valle de Teotihuacan y a Sáenz, efectivamente, en la Estación Experimental de
Incorporación del Indio, en la Cañada de los Once Pueblos, en Michoacán. Participó también en la crea-
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Othón de Mendizábal, José Guadalupe Nájera y Catherine Vesta Sturges.
Aguirre Beltrán, a su vez, ha recordado su gestión al frente del Departa­
mento de Asuntos Indígenas (dai, mencionado en numerosas ocasiones
como Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas), y a quienes respondieron a su llamado: Julio de la Fuente, Carlos Basauri, Calixta
Guiteras, Vicente Casarrubias, Cesáreo García Villarreal, Alfonso Villa
Rojas, Maurilio Muñoz y Ramón Hernández.20 En el Acuerdo que crea
el Consejo Consultivo del Departamento de Asuntos Indígenas, se inte­
graron los siguientes miembros: licenciado Alfonso Caso, doctor Daniel
F. Rubín de la Borbolla, ingeniero Alfonso Fabila, profesor José Gálvez
y profesor Guillermo Bonilla.21 Diversos autores han señalado el apoyo del
dai a la realización del I Congreso Indigenista Interamericano (Pátzcuaro,
Michoacán, 1940).
Aguirre Beltrán decía de Caso, al conmemorarse 40 años de la creación del ini y ya fallecido el autor de El pueblo del Sol:
Otro colega, menos ligado por el afecto a don Alfonso, como lo estoy yo,
podrá juzgarlo con absoluta equidad; sí deseo afirmar que sin su capacidad
político-administrativa, sin su prestigio de hombre de ciencia y su eficacia
ción del Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas de la Universidad Nacional, y en la revista especializada Investigaciones Lingüísticas. Ascensión H. de León-Portilla ha señalado: “Como Belmar unos
años antes, González Casanova fue un innovador en el panorama lingüístico mexicano de principios de
siglo, particularmente en cuanto al fonetismo y a la sociolingüística. Su corta vida quizá le impidió hacer
más estudios que hubieran sido muy buenas aportaciones en la lingüística y filología nahuas”. El apartado
en donde la autora consigna la información sobre González Casanova (y sobre Mariano Silva Aceves) se
denomina, significativamente, “Revolución e indigenismo”.
20
Alexander S. Dawson, op. cit., p. 31. Gonzalo Aguirre Beltrán, “Formación de una teoría y una práctica
indigenistas”, en ini. 40 años, México, ini, 1988, p. 13. Aguirre hará justicia a Fidencio Montes, “extraordinario maestro, zapoteca de nación”, orientador de los preceptores educativos y promotores culturales en el
cci Tzeltal-Tzotzil de Chiapas. A este núcleo central del indigenismo mexicano se asoció, desde perspectivas disciplinarias diversas y a propósito de numerosos proyectos o actividades, otro destacado grupo de
intelectuales, políticos, pedagogos, artistas y creadores. Caben así los nombres de Diego Rivera, Miguel
Covarrubias, Luis Villoro, Rosario Castellanos, Daniel Rubín de la Borbolla, Henrietta Yurchenco, Juan
Rulfo, Fernando Benítez, Alberto Beltrán y Alfredo Zalce.
21
Departamento de Asuntos Indígenas, “Acuerdo que crea el Consejo Consultivo del Departamento de
Asuntos Indígenas”, México Diario Oficial, miércoles 2 de abril de 1941, pp. 9 y 10. Véase en nuestra anto­
logía de documentos los seleccionados para dar cuenta de la creación y actividades del dai.
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como constructor y componedor de corporaciones e instituciones de inves­
tigación, docencia y ejecución, el ini no hubiera podido sortear los vendavales que soplaron recio durante los sexenios presididos por Ruiz Cortines
y Díaz Ordaz.22
Análogo retrato puede hacerse del propio Aguirre Beltrán.23
Finalmente, no debe soslayarse tampoco que, en todo este devenir
institucional contradictorio, el indigenismo construyó también una
base de funcionarios, empleados y promotores de campo indigenistas
que siendo el vínculo directo con las comunidades, asumieron cotidiana­
mente la responsabilidad de poner en práctica las diversas estrategias
diseñadas, dando continuidad a la acción indigenista en muchas ocasiones en contradicción con las directivas institucionales cambiantes.
Vocación solidaria e hilo conductor para el combate contra la discriminación ancestral hacia los sectores más marginados del país, que no
siempre aparecen reflejados en los documentos, pero que constituye
un elemento sustancial, no pocas veces existencial, del indigenismo
mexicano.
22
Gonzalo Aguirre Beltrán, “Formación de una teoría y una práctica indigenistas”, en ini 40 años, México,
Instituto Nacional Indigenista, 1988, p. 14. También: Carlos Brokmann, “Alfonso Caso, el indigenismo y la
política cultural”, en Óscar Cruz Barney, Héctor Fix-Fierro y Elisa Speckman Guerra (coords.), Los abogados
y la formación del Estado mexicano, México, unam, Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, México 2013, pp. 645-674.
23
Véase Carlos Zolla, “Antropología médica, salud y medicina en la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán”, en
Jorge Félix Báez (coord.), Memorial crítico. Diálogos con la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán en el centenario de
su natalicio, Veracruz, Gobierno del Estado de Veracruz, 2008, pp. 119-139. También, del propio Jorge
Báez, “Claves de un diálogo entre la antropología y la política (Estudio introductorio)”, en Gonzalo Aguirre
Beltrán, Crítica antropológica. Contribuciones al estudio del pensamiento social en México, México, uv-iniGobierno del Estado de Veracruz-fce, 1990. Y Guillermo de la Peña, “Gonzalo Aguirre Beltrán”, en ini 40
años…, ed. cit., pp. 355-382.
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El indigenismo a través de los documentos: algunas precisiones
conceptuales
Señalamos al principio de esta Introducción que la selección documental
la hicimos a partir del examen de un corpus —abundante y disperso—
de materiales producidos a lo largo del siglo xx. Aclaramos también que,
salvo alguna excepción, se trata de documentos institucionales, oficiales,
mexicanos en su gran mayoría, que constituyen el correlato objetivo,
jurídico y reglamentario de las políticas del indigenismo en México.
Sin embargo, a la luz de los contenidos de los propios documentos,
del contexto histórico, político y social en el que fueron elaborados, de
las posiciones teóricas y metodológicas de quienes formularon las tesis
básicas o actuaron en las coyunturas políticas, y de las ideas basales
que proveían las ciencias sociales, es claro que las expresiones “indigenismo”, “indigenismo mexicano” o “indigenismo de Estado (mexicano)” recubren —como las coberturas léxicas de las que hablaba Algirdas
Greimas— un campo de significaciones que está lejos de ser unívoco u
homogéneo. De allí su polisémica riqueza, pero también, no menos, su
polémica complejidad. Por supuesto, las diversas denominaciones exceden toda discusión lexicológica o semántica, por importante que
ésta pueda ser. Remiten a teorías sociales, momentos históricos, perspectivas políticas, intereses de todo orden y, no pocas veces, inercias
lingüísticas y acuñaciones ideológicas.24 Las páginas que siguen aluden, precisamente, a ese campo e intentan formular precisiones para
una mejor comprensión de él.25
24
Gamio, por ejemplo, llega a emplear el término “indianismo” para referirse a una “vigorosa” corriente que
“persiste desde que Cortés hincó su estandarte en las playas de Villa Rica” o que se expresa en “el zapatismo
legítimo o indianismo, según lo titulamos antes”. Manuel Gamio, Forjando Patria, ed. cit., pp. 176-177.
25
Aguirre Beltrán, multicitado por nosotros, escribió al respecto: “Como en todo movimiento político, en
el indigenismo es preciso estudiar: a) las ideas políticas que las condiciones sociales hicieron nacer; b) las
instituciones en que esas ideas cristalizaron; c) las relaciones políticas y los patrones de acción que derivaron de esas ideas e instituciones; y d) los cambios que alcanzó a realizar el movimiento”. Véase “Lázaro
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Documentos fundamentales del indigenismo en México
Con el propósito de precisar conceptos y denominaciones, parece
conveniente recordar, de paso, que el origen del vocablo “indigenista”
fue propuesto, según Aguirre Beltrán, por Moisés Sáenz:
El término indigenista, y su compuesto política indigenista, hasta donde
alcanzan mis conocimientos, fue confeccionado por Moisés Sáenz para
precisar las diferencias a que he hecho alusión y no obstante que lo consideró un barbarismo gramatical no encontró otro mejor para designar la
política que el grupo nacional dominante sigue respecto a las poblaciones
indias.26
La apelación a la historia a la que recurre nuestra obra es, entonces,
mucho más que la búsqueda de una guía para seleccionar y ordenar
aquellos documentos que han definido el perfil de un movimiento que
simultáneamente se planteó: la formulación de una política de Estado
hacia los pueblos indígenas, la construcción de un nuevo orden polí­
tico-institucional para México y América, la reorientación de las ciencias sociales para “la comprensión científica del problema indígena”27 (la
Cárdenas”, en Gonzalo Aguirre Beltrán, Crítica antropológica. Contribuciones al estudio del pensamiento social
en México, México, uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1990, pp. 256-257.
26
“El indigenista tiene puesto su interés en la nación como una globalidad y no en el indio como una
particularidad. Esto es preciso tenerlo siempre en cuenta porque a menudo se confunde al indigenista con
el indianista cuya atención está enfocada en el indio.” Gonzalo Aguirre Beltrán, “Indigenismo en México:
Confrontación de problemas” en Anuario Indigenista, vol. xxix, México, Instituto Indigenista Interamericano,
1970, pp. 280-306.
27
“El problema indígena” es una expresión que aparece en textos anteriores a la Revolución, y que se reitera
en numerosos escritos posteriores a 1917. La resolución formal, institucional de “el problema indígena”
como “apoyo al desarrollo y la promoción de las comunidades indígenas” a partir de la creación del ini ha
sido recordada por Stavenhagen en “Indigenismo y nación multicultural”, ponencia incluida en Natividad
Gutiérrez Chong et al. (coords.), Indigenismos. Reflexiones críticas, México, ini, 2000, pp. 89-95. Véase
también: Roger Bartra, “El problema indígena y la ideología indigenista”, Revista Mexicana de Sociología,
vol. 36. núm. 3 (julio-septiembre, 1974), pp. 459-482. Arturo Warman, “Pero [en el primer siglo de vida
independiente] ‘el problema indio’ era el problema del país y su prioridad no se discutía tanto como la
manera de enfrentarlo”. En “Pueblos y naciones del indigenismo”, Nexos, 1 de febrero de 1978. Y, además,
Lombardo Toledano, El problema del indio. Selección de textos de Marcela Lombardo, con una introducción
de Gonzalo Aguirre Beltrán, México, Sepsetentas, 1973. No pocos autores interpretan la fórmula en el
sentido de que, para los gobiernos, los indígenas constituían “un problema” de una alta y, no pocas veces,
indeseable complejidad.
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antropología, en primer lugar, pero también la arqueología, la lingüística, la sociología, la demografía, la biología, la filosofía y la propia
historia de las ideas y de los movimientos sociales), el establecimiento
de un orden aplicado por la impronta de la llamada “acción indigenista”
y la conciencia de una gesta que implicaba “la redención de los indios” a
partir de los postulados de la Revolución.
A propósito, precisamente, de la idea de “redimir al indio” —tópico
en el que nos detendremos brevemente aquí—, apuntemos que el tema
permeó gran parte de las políticas de Estado y de otros ámbitos de la
teoría política y de las artes latinoamericanas. Aunque, como veremos más
adelante al abordar las definiciones de “indigenismo”, Gonzalo Aguirre
Beltrán sostuvo en una reunión del Instituto Nacional Indigenista, el
13 de septiembre de 1971, que: “El indigenismo no es un apostolado,
ni busca ni pretende la redención del indio ni su salvación”, 28 la idea de
redimir a los indígenas fue un tema persistente en la literatura indigenista, incluida la novelística mexicana y americana de autores como
Alcides Arguedas, Ciro Alegría, José María Arguedas, Manuel González
Prada, Jorge Icaza, Clorinda Matto de Turner, Enrique López Albújar,
Miguel Ángel Asturias, Ricardo Pozas, Mauricio Magdaleno o Rosario
Castellanos. La labor “misional” que haría posible esa redención no
estuvo ausente ni en la filosofía de las iniciativas religiosas ni, menos
aún, en programas y proyectos gubernamentales. El ejemplo paradigmático es, sin duda, el de las “Misiones Culturales”, creadas en 1923;29
fueron suprimidas en 1938 y restablecidas y reorganizadas en 1942, y
consideradas por autores como Juan Comas, Alfonso Caso o Gonzalo
Aguirre Beltrán como uno de los “vehículos principales de la aculturación en México”.
“Intervención” de Gonzalo Aguirre Beltrán en: varios autores: ¿Ha fracasado el indigenismo? Reportaje de una
controversia [13 de septiembre de 1971], México, sep, Sepsetentas 9, 1971, p. 26.
29
Las Misiones nacieron en estrecha relación con las innovaciones educativas previstas en las facultades
otorgadas a la sep que incluía, entre muchos otros, al Departamento de Educación y Cultura para la Raza
Indígena (Decreto del 3 de octubre de 1921).
28
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Aunque han trascendido menos que las culturales, las “Misiones de
Mejoramiento” fueron otro de los pilares de acción indigenista desplegada por el Departamento de Asuntos Indígenas a partir de 1936 y,
sobre todo, desde 1941, durante el gobierno del presidente Manuel Ávila
Camacho. Las Memorias del Departamento de Asuntos Indígenas de los años
1941-1942, 1942-1943 y 1944-1945 registraron en detalle la intensa
labor de las Delegaciones del Departamento y, en particular, de sus
áreas específicas: Procuradurías, Centros de Capacitación Económica y
Técnica, y Misiones de Mejoramiento. La figura principal al frente del
Departamento —bajo el gobierno de Manuel Ávila Camacho— fue Isidro
Candia Galván, ex gobernador cardenista de Tlaxcala de 1937 a 1941.
Todavía en 1963, como lo consigna Juan Comas, estaban funcionando
94 misiones de las cuales 34 operan en regiones con más del 20% de población indígena; y atienden anualmente a 17 000 personas. Estas misiones
están complementadas por la acción de 18 brigadas de mejoramiento con el
fin de “despertar el interés de los núcleos indígenas por auspiciar su acción
a la de las zonas en donde viven y aumentar su potencialidad económica
mediante el mejoramiento de su trabajo”; el esfuerzo de estas brigadas
aprovecha a cerca de 80 000 indígenas.30
En no pocas ocasiones, la literatura indigenista de la época alude, por
ejemplo, a “las misiones del ilv entre los indígenas de América”. Se ha
llegado a hablar, incluso, de “misioneros del gremio artístico” aludiendo
a Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins, Fernando Gamboa, Ramón Alva
de la Canal, Ángel Bracho, Francisco Dosamantes y Alfredo Zalce. En la
actualidad, como es fácil de comprobar, el sustantivo “Misión” es usado
junto a “Visión” para definir la vocación principal de una institución
30
Juan Comas, La antropología social aplicada en México. Trayectoria y Antología, México, Instituto Indigenista
Interamericano, Serie Antropología Social, 16, 1976, pp. 72-73. Véase en la Bibliografía las referencias a las
memorias del Departamento.
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(pública o privada) o de un proyecto. ¿Herencia histórica del lenguaje
o inercias ideológicas?
Otro ejemplo relevante de la idea de la “redención y regeneración de
los indios” lo ofrece Juan Luis Sariego, cuando señala que el extenso
territorio de la Tarahumara
ha sido a lo largo del siglo xx escenario de variados proyectos y experimentos indigenistas que han pretendido romper con el aislamiento de los
pueblos indios de la Tarahumara y vincularlos económica y culturalmente
a la nación. Los primeros de estos proyectos vieron la luz en la primera
década del siglo xx y fueron obra de gobernantes locales impregnados de
un celo reformista liberal que soñaron con la “regeneración” del indio.
Desde entonces hasta hoy han sido muchos los intentos institucionales de
gobiernos y organismos federales y estatales, así como de grupos religiosos
y sociales que han buscado “redimir” al indio de su estado de atraso, pobreza y abandono. A través de la escuela, el desarrollo forestal, el mejoramiento de las técnicas agroganaderas, la introducción de programas de
salud y bienestar social o simplemente del asistencialismo en casos —no
poco recurrentes— de hambrunas y pobreza extrema, el Estado nacional
ha intervenido en la Tarahumara.31
La política indigenista de la Revolución avanzó o intentó avanzar hacia
el establecimiento de un nuevo orden categorial (sobre el Estado, sobre el
ser indígena, sobre la identidad, sobre la cultura y la aculturación, sobre las distinciones entre casta y clase, sobre la comunidad y la región,
sobre la integración y, cuando menos, sobre la pluriculturalidad y la
interculturalidad), orden que debía ser asumido tanto en los ámbitos
31
Juan Luis Sariego Rodríguez, El indigenismo en la Tarahumara. Identidad, comunidad, relaciones interétnicas
y desarrollo en la Sierra de Chihuahua, México, ini-inah, 2002, pp. 16-17. Señalemos, de paso, las críticas
que autores como Juan Luis Sariego hicieron al “concepto mesoamericano de comunidad”, que fue determinante en la ubicación y organización de los Centros Coordinadores Indigenistas y que no se correspondía con las estructuras territoriales y sociales de la Tarahumara.
34
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académicos como en las instancias del poder público, y traducido en
acciones que gozaran del consenso de las comunidades.32
Pero esa apelación a la historia muestra también que no pocos autores ubican la génesis de indigenismo no en el parto que significó la
Revolución, sino mucho más atrás, específicamente en las políticas de
la corona española a partir de las Leyes de Burgos (las Ordenanzas Reales
para el Buen Regimiento y Tratamiento de los Yndios, aprobadas en la ciudad de Burgos, España, el 27 de diciembre de 1512) o bien en aquellos
escritos y denuncias de los que, no sin razón desde esta perspectiva,
han sido llamados “pioneros o precursores del indigenismo” a partir
del siglo xvi, materiales en los que destacan las defensas de los indios
debidas a fray Antonio de Montesinos (se ha dicho que las Leyes de Burgos
fueron, en gran medida, la respuesta de la Corona a las críticas de
Montesinos), Francisco de Vitoria, fray Bartolomé de las Casas, Ginés
de Sepúlveda o Francisco Suárez. Coincidimos con Arturo Warman
cuando señala explícitamente, en el texto denominado “Indios y naciones
del indigenismo” citado antes, que la literatura indigenista se inaugura
en México con las Cartas de Relación de Hernán Cortés y la Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo.
Sin embargo, el propio Warman aclara que respecto del tema indígena
Como es sabido, la categoría de “comunidad” pasó a ser central en la antropología y en las propias políticas aplicadas, ya sea como referente teórico o como destinatario principal, aunque no exclusivo, de la
acción indigenista. Existe, también en este caso, una vasta producción bibliográfica, que no detallamos
aquí, pero de la que dan buena cuenta textos de autores de muy diversa orientación teórica e ideológica:
Gonzalo Aguirre Beltrán, Agustín Ávila Méndez, Alfonso Caso, Bernardo García Quintana, Leif Korsbaek,
Oscar Lewis, Ricardo Pozas, Robert Redfield, Juan Luis Sariego, Rodolfo Stavenhagen o Arturo Warman,
por nombrar sólo algunos. Margarita Nolasco y Miguel Ángel Rubio han coordinado en el inah un ambicioso proyecto de investigación que, entre otros temas, plantea la cuestión de las llamadas “comunidades
indígenas multilocales” (denominadas también “multisituadas”, “internacionales” y “trasnacionales”), resultado de los procesos migratorios dentro y fuera del país. Véase Margarita Nolasco y Miguel Ángel Rubio
(coords.), Movilidad migratoria de la población indígena de México. Las comunidades multilocales y los nuevos
espacios de interacción social, México, inah, 2011, 3 vols. José del Val ha sugerido la idea de considerar que
en el núcleo de la comunidad indígena se encuentra un conjunto de familias autorreferenciadas. En El
indigenismo, Favre dedica un apartado de “La política indigenista” a la cuestión del desarrollo comunitario, y
en especial a mostrar los elementos que “la comunidad” pone en juego ante las estrategias de intervención
del Estado (véanse pp. 113-116). Volveremos más adelante sobre el particular.
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“las posiciones adoptadas fueron muy diversas y sólo forzando mucho los
argumentos pueden agruparse en dos: una que negaba los derechos de
los indios y hasta su calidad humana y la otra —que llamamos indi­
genista— que los afirmaba y defendía”.33 A lo anterior podría agregarse
el llamado de atención que una autora, Érika Pani, hace respecto de
la política indigenista del Imperio de Maximiliano, tema, por cierto, que está
a la espera de un número mayor de estudios y, agregaríamos siguiendo a
Pani, menos cargados de prejuicios. En efecto, esta investigadora afirma:
Así, tanto la historiografía tradicional —y hay que recordar que algunos de
estos autores, como Vicente Riva Palacio y José María Iglesias, participaron
activamente en la lucha contra el imperio— como la “versión oficial” de la
historia patria se han negado a hacer un análisis a distancia de las acciones de un “gobierno usurpador”, “impuesto” por las armas francesas. Éste
es el caso de la “política indigenista” llevada a cabo durante el imperio, que
comprendió tanto actitudes como medidas concretas […] Desde su llegada
a México los emperadores manifestaron gran simpatía e interés por la población indígena, y a favor de ésta se promulgaron leyes en materia agraria y se creó
la Junta Protectora de las Clases Menesterosas. Sin embargo, la historio­g rafía
ha catalogado someramente al “cacareado indigenismo” de Maximiliano.34
Otro tanto podría decirse de la necesaria revisión que reclaman obras
como las de Francisco Pimentel, llenas de luces y de sombras respecto
del ideario fundamental del indigenismo, de los más variados aspectos de
las culturas indígenas y del destino de los pueblos originarios.35
33
Arturo Warman, “Indios y naciones…” Una opinión semejante, aunque no siempre sostenida con este
énfasis, es la de Aguirre Beltrán cuando señala: “La política indigenista se inicia, de hecho, con el Descubrimiento y la Conquista”. Gonzalo Aguirre Beltrán, “Indigenismo en México…”, p. 287.
34
Érika Pani, “¿‘Verdaderas figuras de Cooper’ o ‘Pobres inditos infelices’? La política indigenista de Maximiliano”, Historia Mexicana, xlvii: 3, 1998, pp. 571-604.
35
Francisco Pimentel, Dos obras de Francisco Pimentel. Memoria sobre las causas que han originado la situación
actual de la raza indígena de México y medios de remediarla. La economía política aplicada a la propiedad territorial en México. Estudio preliminar de Enrique Semo, México, Conaculta, Cien de México, 1995. Sobre
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Nuestra obra —insistamos sobre ello nuevamente— parte de considerar la importancia de los antecedentes, pero privilegia la idea de que
el indigenismo mexicano es, esencialmente, una teoría, una política y
una programática para la acción generadas e instauradas en el siglo xx,
a partir del proceso revolucionario.36
Lo que no puede pasar inadvertido es la existencia de una fuerte
tendencia que ve al indigenismo como un movimiento, corriente, tendencia o política “favorable a los indios” (Favre), como “toda actitud
—valorativa o práctica— en pro de los indios” (Limón Rojas) o como
“una actitud que los afirmaba y defendía” (Warman). El imperativo de
justicia social impregna prácticamente todas —y con múltiples enunciaciones y modalidades— las posturas indigenistas, desde quienes
postulan la necesaria “redención de la clase indígena” (Gamio, 1907),37
hasta la definición “una nueva alianza de los pueblos indios y la sociedad mexicana […] para abatir los problemas ancestrales de los pueblos
indígenas y para facilitar su propio desarrollo” (Carlos Tello, 1995).38
Tampoco es posible obviar que la política indigenista se enmarcó
históricamente en la búsqueda, explícita y urgente, de “la viabilidad de
construcción de una nación moderna, en la realización de un proyecto
nacional y en la definición de una identidad”.39 Se comparta o no este
objetivo central en el orden nacional, debe destacarse el carácter ejemFrancisco Pimentel, Francisco Bulnes y Andrés Molina Enríquez, véase Luis Villoro, Los grandes momentos…, ed. cit., pp. 175-186, a quienes caracteriza como “precursores del indigenismo actual”.
36
Es importante no perder de vista las particularidades regionales. Así, por ejemplo, Juan Luis Sariego
señala: “la política indigenista en la Sierra chihuahuense tiene sus orígenes en la experiencia misionera
colonial […] a principios del siglo xvii”, con la cruzada evangelizadora jesuita en la Tarahumara. En cambio: “La moderna política indigenista en la Sierra Tarahumara puede decirse que inició a partir de las reformas sociales derivadas de los postulados de la Revolución […] al final de los años veinte”. Juan Luis
Sariego (comp.), El indigenismo en Chihuahua. Antología de textos, Chihuahua, enah-inah, Fideicomiso para
la Cultura México/USA, 1998, pp. 6 y 11.
37
Manuel Gamio, “La redención de la clase indígena”, aparecido originalmente “en el magazine Modern
Mexico. Edición correspondiente a marzo de 2007”, y reproducido en Forjando Patria, ed. cit., pp. 21-22.
38
Carlos Tello, Nueva relación Estado-Pueblos indígenas, México, ini, 1995. El texto completo está recogido
en nuestra selección documental.
39
Instituto Indigenista Interamericano, “El indigenismo: recuento y perspectiva”, México, I. I. I., 1990, pp. 63-91.
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plar de la preocupación constante del indigenismo de vincular estrechamente la reflexión y producción teóricas, la formulación de políticas
y el desarrollo de programas y proyectos aplicados hacia la consolidación
del nuevo Estado nacional. La necesidad de generar modelos de comprensión de una sociedad que emergía del proceso revolucionario, para
dejar atrás la condición colonial no superada en un siglo de Independen­
cia, impulsó el surgimiento de una nueva política de Estado y de una
antropología aplicada, a la par de la cristalización de innovadoras expe­
riencias institucionales como respuesta a la situación que legitimaba la
diferencia como desigualdad que presentaban los pueblos indígenas.
Coincidimos con Alfonso Villa Rojas cuando afirma:
Ante todo, es de recordarse que el indigenismo mexicano ha tenido un
desarrollo desigual y un tanto zigzagueante, ya que no todos los gobiernos
han mostrado el mismo interés por hacer salir al indígena de su estancamiento secular ni de su condición de explotado que lo ha caracterizado
[…] Es de recordarse que en los programas de desarrollo no siempre se
pone el mismo énfasis en los aspectos básicos del bienestar humano, que
el que se pone en el crecimiento puramente económico. En este último
tipo de acción lo que importa es el simple aumento de bienes y servicios y
no la justa distribución de ellos entre quienes más lo necesitan. Por vía de
simple ilustración, podrían mencionarse los resultados poco favorables y, en
veces adversos, que han tenido en el sector aborigen, algunas de las más
costosas obras de ingeniería hidráulica realizadas en el país. Aquellas miles
de familias mazatecas que fueron removidas de su hábitat ancestral para dar
asiento a una de nuestras más grandes presas, están todavía en espera de
que se acuda a ellas eficazmente, a fin de poder rehacer su existencia.40
40
Alfonso Villa Rojas, “El surgimiento del indigenismo mexicano” en ¿Ha fracasado el indigenismo?, México,
Sepsetentas, 1971, p. 229. Con diferencias respecto de lo planteado por Villa Rojas, en el vol. xxxv de
América Indígena, de 1975, Aguirre Beltrán respondió con virulencia a las afirmaciones de Alicia Barabas y
Miguel A. Bartolomé, contenidas en “Hydraulic development and ethnocide: The Mazatec and Chinantec
peoples of Oaxaca, México”, artículo publicado por iwgia, de Dinamarca, en 1974. A los ataques a los
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En vista de lo anterior, y de la diversidad de contenidos presente en
los documentos, creemos necesario subrayar —en contra de numerosas opiniones— que el indigenismo mexicano no desarrolló una política homogénea derivada de un modelo invariable de incorporación,
asimilación o integración aplicado uniformemente a lo largo de más de
medio siglo. En consecuencia, cualquier evaluación del indigenismo
requiere tomar en cuenta las diferentes posturas en el seno de los equipos de gobierno, la concordancia o no entre su orden discursivo y su
acción concreta, así como las posibilidades reales que tuvo de poder
llevar a la práctica su ideario fundamental ante circunstancias diversas
y no pocas veces contradictorias. Por ejemplo, la idea de que el indigenismo planteó la desaparición de las lenguas indígenas y su necesaria
sustitución por el español como único idioma nacional, resulta insostenible a la luz del examen de su labor lingüística y sus postulados
educativos, en contra de tendencias dominantes en el ámbito nacional
a las que —es necesario reconocer— se hicieron eco numerosos funcionarios gubernamentales y algunos del propio ini. La lucha por el
reconocimiento pleno y positivo de la diversidad acompañó —y no
pocas veces condicionó— la aplicación de las tesis fundamentales de
sus pensadores más preclaros.41 Sin embargo, el conflicto que se plan“antropólogos argentinos”, Aguirre Beltrán sumó una demoledora —y por momentos injusta— crítica a
tirios y troyanos: evolucionistas y relativistas culturales, imperialistas de todo cuño (de EU o de la URSS),
asimila­cionistas e incorporativistas, anarquistas y “racistas descarriados”, y calificó desde el título la
investigación de Barabas y como “una irresponsable denuncia del etnocidio en México”. Véase “xi. Etnocidio en México: una denuncia irresponsable”, recogido más tarde en Obra polémica, México,
uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1992, pp. 217-232. La 1ª ed., inah, 1976.
41
Gregorio Torres Quintero, uno de los más destacados educadores de comienzos del siglo xx, en el Primer
Congreso Científico Mexicano, de 1913, señaló en el Prólogo a la Memoria de la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas. Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, México, 1940: “No enseñándole en
su lengua el indio se verá precisado a aprender el español y esto es lo importante, aún cuando olvide su
lengua nativa. La poliglosis es un obstáculo para el progreso de una misma patria”. A esta posición respondieron con firmeza los lingüistas reunidos en la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas, reunidos en
la ciudad de México en 1940, de manera destacada Daniel F. Rubín de la Borbolla, jefe del Departamento
de Antropología de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Así, pues,
el indigenismo debió luchar contra las tendencias cientificistas dominantes hasta la Revolución mexicana.
Al respecto, Aguirre Beltrán señaló en 1983: “El uso de la lengua materna en la enseñanza o su desuso y
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teó resulta inocultable: Luis Vázquez León lo documenta a propósito
de las divergencias entre Lucio Mendieta y Núñez, por un lado, y el
Proyecto Tarasco, por otro. Las ideas de Mendieta y Núñez, afirma
Vázquez León,
muestran hasta qué punto su pensamiento chocaba con las ideas indi­
genistas de la época. En obvia referencia al Proyecto Tarasco de Swadesh
(que Renn identificó como la fuente del renacimiento étnico purépecha),
Mendieta condenó cualquier tipo de política lingüística revitalizadora que
pretendiera dotar al idioma “de un alfabeto especial y haciéndolo objeto de
enseñanza obligatoria en las escuelas oficiales de la región”. Más bien, sostiene, “será indispensable destruir su idioma primitivo, sustituyéndolo por
el idioma oficial de México, el castellano”.42
Propuestas de periodización del indigenismo
Al insistir en la idea de la no homogeneidad del indigenismo mexicano
cobran sentido dos series o conjuntos de hechos: por un lado, las diferen­
cias entre las posturas teóricas, disciplinarias, conceptuales y políticas,43
sustitución por otra a la que se dota de cualidades superiores son experiencias comunes en la historia del
mundo occidental y en la de los pueblos que, en el correr de los años, caen bajo su dominio e influencia.
La reflexión sobre el habla propia o el aprendizaje de un habla ajena, traducidas en hechos, constituyen
finalidades que configuran los programas de educación primaria. Le lectura y escritura del idioma nacional
son tareas de gran entidad en el desenvolvimiento cotidiano del esfuerzo escolar. El empeño comprende,
además, la enseñanza en lenguas vernáculas, es decir, la que se imparte a las comunidades étnicas minoritarias, con lenguas y culturas diferentes a las que dominan en la sociedad mayor. El uso de las lenguas
vernáculas en la enseñanza, bien sea como vehículos de instrucción o como elementos consustanciales del
contenido educativo es, en efecto, parte de la política de lenguaje en nuestra organización social.” Gonzalo
Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, México, uvini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1993, p. 7 (el original en ciesas, 1983), y también el ya citado
Teoría y práctica de la educación indígena. En la selección documental reproducimos completo el texto de
la Memoria de la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas, que fuera publicada originalmente por el
Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas.
42
Luis Vázquez León, op. cit., p. 241.
43
Varios autores, entre ellos el multicitado Aguirre Beltrán, asocian la diversidad de posturas con los
antece­dentes políticos y doctrinarios de la propia Revolución mexicana: ésta, “al igual que otras grandes
revoluciones, no es un movimiento sólidamente conformado en su doctrina y en su modo de operar”, y
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que originaron a su vez propuestas de acción práctica disímiles y no
pocas veces inconciliables; por otro, la necesidad de los propios indigenistas y de los estudiosos de sus obras y trayectorias (Villoro, Medina,
Limón Rojas, Oemichen, Favre, Sámano Rentería y Korbaek) de periodizar el indigenismo en función de diferencias significativas. Para lo
primero, baste recordar, por ejemplo, la distancia teórica y política que
separa a Gamio de Sáenz y a sus respectivas formulaciones basales respeto de la “incorporación del indio a la civilización” (Gamio y la tesis
incorporativista) o, por el contrario, la integración siguiendo orientaciones propuestas por el relativismo cultural. No casualmente, nos parece,
Aguirre Beltrán escribió en 1975, es decir, a un cuarto de siglo de creado
el primer Centro Coordinador Indigenista, que le tocó dirigir:
En realidad, el indigenismo es la resultante del conflicto que plantea la
confrontación de las tesis contrarias; ni la incorporación coercitiva de los
grupos étnicos supérstites, ni la preservación pasiva de un pluralismo cultural que nos llevaría a una política de reservaciones y de legislación privativa, para evitar, dudosamente, la contaminación de las comunidades
originales con los morbos de la civilización. Mientras los partidarios de la
asimilación a outrance, al ignorar la lengua y la cultura, incorporan seres
sin identidad, enajenados, inauténticos, verdaderos harapos humanos, en
la sociedad global, los relativistas pretenden conservar como objetos de
museo, como cosa exótica, a los portadores de las culturas vernáculas.44
Según que se postulen los orígenes del indigenismo a partir de las Leyes
de Burgos (1512) y los inicios de la conquista y colonización de México
distingue claramente la existencia en su seno de dos corrientes contrapuestas: la democrático-burguesa,
representada por Andrés Molina Enríquez y Luis Cabrera, y la anarquista “que tiene como teórico más
destacado a Ricardo Flores Magón; como promotor sobresaliente a Emiliano Zapata y como realizadores a
los líderes campesinos agrupados en las ligas agrarias.” Gonzalo Aguirre Beltrán, “Introducción” a Vicente
Lobardo Toledano, El problema del indio, México, Sepsetentas, 1973, p. 20.
44
Gonzalo Aguirre Beltrán, “xi. El etnocidio…”, op. cit., p. 230.
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(1519-1521), o bien —como en nuestro caso— se concentre el análisis en
el indigenismo como una creación del Estado mexicano revolucionario
y posrevolucionario, los criterios y la segmentación misma en periodos
históricos varían, según el juicio de diversos y numerosos in­vestigadores,
aunque haya en la mayoría de los casos ciertos acuerdos conceptua­les
y cronológicos básicos. Como veremos, en varios casos se alude a esos
periodos desde el punto de vista conceptual y político, no temporal.
Otro rasgo que distingue a varias de estas propuestas de periodización
(Oemichen, Medina, Korsbaek, Sámano Rentería) es el de volverse más
analíticos de los tiempos finales del indigenismo, quizás por la cercanía de los acontecimientos o por la selección de hechos que se consideran relevantes.
Para ilustrar lo anterior hemos seleccionado varios ejemplos de periodización que, además, tienen en común haber sido formulados en
las dos últimas décadas del siglo xx, con la sola excepción de Luis Villoro en su clásico Los grandes momentos del indigenismo en México.
• Luis Villoro. “Creemos encontrar —dice Villoro— tres momentos
fundamentales en la conciencia indigenista, que señalarán otros
tantos estadios manifestativos del ser indígena y que se expresarán
en distintas concepciones indigenistas. Corresponde el primero a la
cosmovisión religiosa que España aporta al Nuevo Mundo, el segundo a la del moderno racionalismo culminante en la ilustración del
siglo xviii y en el ‘cientismo’ del xix, el tercero a una nueva orientación
de preocupación histórica y social.” 45 Las figuras representativas de
estos grandes momentos son: Hernán Cortés y Bernardino de SahaLuis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México, 1950. [Nuestra cita corresponde a la la edición ciesas-sep, México, 1987, Lecturas Mexicanas 103, Segunda Serie, p.
17]. Subrayamos que el libro, como confiesa el propio Villoro, fue escrito en 1949 —es decir, apenas unos
meses después de haber sido creado el ini, en diciembre de 1948— y publicado por primera vez en 1950.
Demás está decir que el de Villoro es un libro clave en la discusión sobre la identidad del mexicano, por lo
que no resulta casual la inclusión en la bibliografía de la obra textos de Samuel Ramos y Emilio Uranga.
45
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gún para el primero (“Lo indígena manifestado por la providencia”).
Francisco Javier Clavijero, para el segundo (“Lo indígena manifestado
por la razón universal”), aunque dentro de éste es posible distinguir
tres etapas: domina la figura de Clavijero en la primera; fray Servando
Teresa de Mier en la segunda; y Manuel Orozco y Berra, que “reina
en señor y amo” en la tercera. El tercer momento arranca, a juicio de
Villoro, con Francisco Pimentel y “se prolonga hasta nuestros días.”
Francisco Bulnes y Andrés Molina Enríquez son los autores citados
para una primera fase; Villoro alude también a una segunda, la del
“indigenismo actual”, en la aparecen como relevantes las figuras de
Miguel Othón de Mendizábal, Agustín Yáñez y, sobre todo, Manuel
Gamio. Asimismo, Alfonso Caso de quien menciona el ya clásico
documento “Definición del indio y lo indio”.46
• Miguel Limón Rojas, caracterizando al indigenismo como el conjunto
de actitudes —valorativas y prácticas— en pro de los indios desde
los tiempos de la Colonia hasta nuestros días, propone distinguir: 1) el
indigenismo del siglo xvi; 2) el indigenismo colonial; 3) el indigenismo de la Independencia; 4) el indigenismo de la Reforma; 5) el
indigenismo del Porfiriato; 6) el indigenismo de la Revolución; 7) el indi­
genismo actual.47
• Manuel Marzal señala:
Como esa sociedad [la mexicana] ha evolucionado por una serie de factores externos e internos en estos casi cinco siglos, puede hablarse de tres
grandes proyectos políticos que han organizado los gobiernos y cuyas metas pueden resumirse así: las sociedades y culturas indígenas deben “conservarse como tales” bajo control (defensa-explotación) de la sociedad
Ibid., Villoro cita a dos autores prácticamente olvidados hoy: Carlos Echánove Trujillo (Sociología mexicana, 1948) y Héctor Pérez Martínez (Cuauhtémoc; vida y muerte de una cultura, 1948), asociándolos a los
autores del tercer momento.
47
Miguel Limón Rojas, “Análisis histórico del indigenismo”, en Vs. As., México. Setenta y cinco años de
Revolución. Desarrollo social. I, México, fce-inherm, 1998, pp. 497 y 498-526.
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dominante (indigenismo colonial); deben “asimilarse” a la sociedad nacional para formar una sola nación mestiza (indigenismo republicano), o deben “integrarse” a la sociedad nacional, pero conservando ciertas peculiaridades (indigenismo moderno).48
• Henri Favre, a su vez, retoma y sintetiza las ideas de Villoro respecto
del “proceso intelectual que caracteriza al indigenismo” y las modalidades de éste en cada una de las etapas: “Primero, los indigenistas
intentan recuperar el universo indio, pero no para encerrarlo en
museos o reservas, como si se trata de un legado del pasado o de un
vestigio anacrónico, sino para integrarlo al mundo moderno. Después, tratan de reconocer en este universo algo de ellos mismos y de
descubrir en él un aspecto con el que se identifiquen totalmente.
Por último, tras haberlo recuperado y reconocido como parte esencial de sí mismos, se enfuerzan en restituirle todo su esplendor […]
El apogeo del movimiento indigenista se sitúa entre 1920 y 1970.”49
• María Cristina Oemichen Bazán distingue, en primera instancia, entre un “indigenismo antropológico” (“desde los años 20 hasta entrados los años 70”) y un “indigenismo de participación de corte
economicista” desde la década de los 70 en adelante. Su criterio de
periodización la lleva a distinguir: 1) un primer momento “orientado
a lograr la homogeneización de la población”; 2) un segundo momento (1934-1976) en el que “la política social, además de socializar a los
indios a través de la educación, trató de incorporarlos al modelo económico basado en la sustitución de importaciones”; 3) un tercero, en
el que a raíz de la crítica antropológica “la política social dejó de
hablar de integración para plantearse el ‘indigenismo de participación’”, pero que, sin embargo, “terminó por subsumir la diversidad
48
49
Manuel M. Marzal, Historia de la antropología indigenista en México y Perú, Barcelona, Anthropos, 1993, p. 44.
H. Favre, El indigenismo, ed. cit., pp. 9-10.
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cultural dentro de dos categorías económicas: la marginación y la
pobreza extrema”; 4) un cuarto momento (1989-1994), cuyos aspectos más sobresalientes estuvieron dados por la reforma al artículo 4ª
constitucional que reconocía el carácter pluricultural de la Nación
y las medidas para que las “tierras, recursos naturales, territorios y
esfuerzos productivos se incorporen de lleno a la lógica del mercado.”50
• Andrés Medina, a su vez, señala: “La historia de los 60 años de
política indigenista (1936-1996), si atendemos a sus inicios en el
contexto del nacionalismo revolucionario cardenista, o de los 50
años, si nos plegamos a sus orígenes desarrollistas, bajo la presidencia de Miguel Alemán (1948-1998), está llena de vicisitudes y
de un crecimiento que alcanza su plenitud en los años 70, para
luego iniciar su declinación y alcanzar su punto muerto a raíz del
levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln)
en 1994.” 51 Enfocado en el indigenismo del siglo xx , Medina describe como “Antecedentes” las diferentes políticas y medidas de gobierno desde los primeros días de la Colonia hasta los inicios del
cardenismo. Para aludir al “ciclo” o “ciclos del indigenismo” del siglo xx propone distinguir seis “fases” a las que denomina: 1) la
fundación (que abarcaría desde la creación del Departamento de
Asuntos Indígenas, dai hasta la realización del primer Congreso
Indigenista Interamericano, 1940); 2) la consolidación teórica y política (marcada por la incorporación del dai a la sep y la creación
del ini, en 1948, estimando que “la muerte de Caso, en 1970, cierra
esta fase”; 3) expansión y diversificación: coincide —grosso modo—
50
María Cristina Oemichen Bazán, Reforma del Estado. Política social e indigenismo en México, 1988-1996,
México, unam, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1999, pp. 57-58. La investigación fue concluida
en 1997 y publicada dos años después.
51
Andrés Medina, “Los ciclos del indigenismo: la política indigenista del siglo xx”, en Natividad Gutiérrez
Chong, Marcela Romero García y Sergio Sarmiento Silva (coord.), Indigenismos. Reflexiones críticas, México,
ini, 2000, pp. 63-80. Todas citas entrecomilladas corresponden a este texto. Para Medina es en este periodo
que comienza a hablarse de un “indigenismo de participación”.
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con los seis años del echeverrismo (1970-1976), y en él destacan la
expansión de los Centros Coordinadores Indigenistas, la influencia
de la Declaración de Barbados y la realización, en 1975, del Primer
Congreso Nacional de Pueblos Indígenas; 4) el declive: enmarcada
en los años de la presidencia de José López Portillo, Medina afirma
que “el Segundo Congreso Nacional de Pueblos Indígenas, en 1977,
marcó el declive político de Aguirre Beltrán y de la teoría integracionista.” La creación del Coplamar subsume a los pueblos indios
“bajo la amplia etiqueta de ‘marginados’ […], las organizaciones
oficialistas [indígenas] comienzan a languidecer y el indigenismo
asume una presencia de ‘bajo perfil’”; 5) la agonía: corresponde
esencialmente al periodo 1988-1994 (gobiernos de De la Madrid y
de Salinas de Gortari) en el que se definen y aplican las orientaciones neoliberales en política y economía. Animan la escena política
y política-institucional la modificación del artículo 4° constitucional, las controversias acerca del “descubrimiento de América”, la
aprobación del Convenio 169 de la oit, la descentralización de la
política indigenista y la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (tlc) con Estados Unidos y Canadá; 6) el indigenismo como
“guerra de baja intensidad”: la rebelión zapatista, las reacciones
frente al tlc, la conversión del territorio chiapaneco en un escenario de “guerra de baja intensidad”, el crecimiento de las organizaciones indígenas y la quiebra conceptual, política y práctica del
indigenismo son destacadas por Medina para esta fase, en la que se
asume, hasta por “los propios funcionarios gubernamentales que el
indigenismo ha muerto.”
Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano Rentería precisan que
se pueden distinguir tres grandes periodos del indigenismo en México: el
periodo que podemos llamar el “preinstitucional” que va desde el descu46
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brimiento y la conquista del Nuevo Mundo y la construcción de la Nueva
España hasta la Revolución Mexicana, el indigenismo institucionalizado
que empieza en el periodo posrevolucionario, para adquirir fuerza con el
Congreso de Pátzcuaro en 1940 y cuerpo con la creación del Instituto Indige­
nista Interamericano a nivel continental y del Instituto Nacional Indigenista
en México (1948) a nivel nacional y finalmente, el periodo de la crisis del
indigenismo institucionalizado que empieza en 1982, con la adopción formal y real del neoliberalismo como política oficial del Estado mexicano,
llegando hasta hoy a lo que hemos llamado el neoindigenismo.52
Sámano Rentería, a su vez y de modo mucho más analítico en otro trabajo, distingue: 1) los antecedentes del indigenismo institucionalizado
(1909-1934); 2) el ascenso del indigenismo institucionalizado (19361982); 3) el descenso del indigenismo institucionalizado (1983-2000).53
Seguramente el lector compartirá con nosotros que las distintas pro­
puestas de periodización mencionadas no siempre tienen una correspon­
dencia cronológica estricta, que parten de supuestos y de referentes
temporales, políticos e ideológicos diferentes, y que, finalmente, se incre­
menta su número para los tiempos modernos (el siglo xx, esencial­mente), en
contraste con periodos temporalmente dilatados (el del dominio colonial, característicamente).
Indígenas, indigenismo y acción indigenista
En vista de lo anteriormente expuesto y a la luz de la revisión de los
documentos seleccionados subsisten las interrogantes principales acerLeif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano Rentería, “El indigenismo en México: antecedentes y actualidad”,
Ra Ximhai, enero-abril, año/vol. 3, núm. 001, Universidad Autónoma Indígena de México, El Fuerte, México, 2007, pp. 195-224.
53
Miguel Ángel Sámano Rentería, “El indigenismo institucionalizado en México (1936-2000): un análisis”,
en José Emilio Ordóñez Cifuentes (coord.), La construcción del Estado Nacional: democracia, justicia, paz y
Estado de derecho, xii Jornadas Lascasianas, México, unam-iij. Serie Doctrina Jurídica núm. 179, 2004.
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ca de cuáles fueron las caracterizaciones del sujeto principal de sus
acciones (los indígenas) y las de las propias teorías y políticas forjadas
(el indigenismo).
Explícita o —más generalmente— implícita, la definición y caracterización del indio está prácticamente presente en toda la vasta literatura
indigenista, en ocasiones apelando a criterios o referencias históricas,
demográficas o biológicas, en otras de tinte más antropológico, sociológico o lingüístico, y no pocas veces jurídicas o legales. En general,
nadie en su sano juicio ponía en duda la existencia de la población
indígena,54 aunque —como no pasó inadvertido para Aguirre Beltrán—
existía una tendencia a negar al indio, que
últimamente, en algunos países mestizoamericanos jóvenes retrohegelianos
que alcanzaron posiciones de gobierno donde se toman las decisiones han
acudido al concepto de la negación, en interpretación asaz curiosa, para
resolver el problema que plantea la existencia del indio. Según aseveraciones
puestas de moda el indio no existe, es una creación mental de los técnicos
del indigenismo para provecho de su burocracia nacional e internacional. En
los países americanos sólo hay campesinos. La ficción de la inexistencia
del indio no es nueva. Los libertadores de América (quienes) con­g ruentes con
la filosofía liberal que prevalecía en los países desarrollados de Europa a
54
La cuestión tiene, sin embargo, sus excepciones. Moisés Sáenz comenta en “México y el indio” que “un
hombre venerable, educador distinguido desde antes de 1910, de fina mentalidad analítica, de sensibilidad
espiritual, pensador y filósofo” —de quien no da su nombre, aunque Aguirre Beltrán ha supuesto en Lenguas vernáculas que se trataba de Gregorio Torres Quintero, el autor de la Ley de Educación Rudimentaria—,
afirmaba: ‘Yo niego la existencia del indio en México. En México sólo existe un grupo y una clase de gente,
los mexicanos. Es verdad que hay ciertos grupos étnicos que desde el punto de vista cultural podrían ser
considerados como no completamente asimilados, pero de todos modos en intención y en propósito, en
teoría y de hecho, todos los habitantes de México formamos un solo pueblo; todos somos, sencillamente,
mexicanos’ ”. Moisés Sáenz, México íntegro. Precedido de “Moisés Sáenz y la escuela de la patria mexicana”
de José Antonio Aguilar Rivera” (pp. 11-30). México, Conaculta, 2007, 1ª ed. 1939, p. 134. Agreguemos, de
paso, que este argumento ha sido esgrimido, incluso hasta nuestros días, bajo el supuesto democrático
de la igualdad para, por ejemplo en materia de salud, no producir indicadores diferenciales para captar
información sobre población indígena, no obstante reconocer que se trata del grupo más vulnerable de la
población nacional.
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principios del pasado siglo, declararon a los indios ciudadanos y prohibieron
que de ahí en adelante se les designara con el antiguo nombre por considerarlo discriminatorio.
Y remataba, aludiendo al México porfirista: “En México no podía haber
indios, México era un país civilizado que competía con Francia en la
apariencia externa y en la cultura […] El estallido de la Revolución de
1910 puso fin a esta mascarada. La Revolución no tuvo vergüenza en
mostrar su rostro indio”.55
Pero, más allá del encuentro cotidiano con los indígenas en los más
diversos ámbitos de la vida social ahí estaban, como “pruebas modernas”, los censos de población levantados desde 1895, que al momento
de iniciarse la aplicación de las políticas indigenistas revolucionarias
(Censo General de Población, 1921) registraban una población total de
14 334 780, distribuida en las siguientes “Razas”: Mezclada: 8 504 561,
Indígena: 4 179 449, Blanca: 1 404 718, Cualquier otra raza: 144 094 y
Extranjeros: 101 958.56 Como ha mostrado Luz María Valdés, el censo de
1921 “reúne la lengua y el concepto de pertenencia a una raza o etnia,
[mientras que el] de 1930 suprimió el concepto de raza, manteniéndose el criterio lingüístico, siempre referido a los hablantes de lenguas
indígenas mayores de 5 años de edad. En 1930 se introduce información
sobre la condición de habla española al distinguir los monolingües y
bilingües, iniciándose una serie histórica que aún continúa.”57 Como
sucede hasta nuestros días, los criterios clasificatorios de los censos no
hacen sino reflejar parte de la discusión categorial sobre los rasgos
pertinentes para identificar a la población indígena, y llevan implícita
Gonzalo Aguirre Beltrán, “Negación del indio”, en Obra polémica, ed. cit., pp. 92-93.
Luz María Valdés, Los indios mexicanos en los censos del año 2000, México, iij-crim-unam, 2003, p. 19.
57
Idem, p. 5. Como es bien sabido, en la actualidad se han ampliado los criterios, ya sea para incorporar a
menores (de 0 a 5 y, ahora, de 0 a 3 años de edad) o a aquellos sujetos que se auto-adscriben como indígenas,
pero la apelación al conocimiento y uso de la lengua sigue siendo predominante.
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una definición de los sujetos: característicamente, es indígena el que
habla una lengua indígena.
Las insuficiencias conceptuales y categoriales de los censos para registrar cabalmente la población indígena no pasaron inadvertidas para los
pioneros del indigenismo de Estado del siglo xx. Al respecto, Gamio lo
consignó explícitamente en un artículo denominado “Las caracterís­
ticas culturales y los censos indígenas”, señalando:
Anteriormente dijimos que por su carácter exclusivamente lingüístico los
datos de los censos existentes no permiten saber a ciencia cierta cuántos y
quiénes son los individuos y grupos que pueden considerarse como indiscutible e integralmente indígenas o sea aquéllos cuya raza, cultura y no
sólo el idioma son heredados de sus antecesores prehispánicos. También
hicimos ver la imposibilidad actual que hay para hacer un censo a base de
datos raciales, y sugerimos la conveniencia de adoptar una clasificación
de características culturales dividiendo a éstas en: Características propiamente
indígenas o sea de origen prehispánico y además aquéllas muy contadas que
se crearon e inventaron después de la Conquista sin influencias de culturas extrañas.58
Añade a éstas las Características de cultura extranjera y las Características mixtas, ofreciendo así no una definición del indio o de la población
indígena, sino postulando que el predominio de estos rasgos permitiría identificar “indiscutible e integralmente” a los indígenas genuinos.
En relación a definir al sujeto de la acción indigenista, la formulación paradigmática fue establecida por Alfonso Caso, el creador del
Instituto Nacional Indigenista, en el mismo año de la fundación de éste
58
Manuel Gamio, op cit., pp. 185-187. Gamio propone “clasificar características de cultura material”, subrayando que: a) la unidad de análisis es la familia y no el individuo; b) ubicada en el medio rural, y c) en
cuyo seno se haga el inventario de sus bienes. Aparecerían así como indígenas aquellas que poseen metates
(corn grinding stone), usan huaraches (sandalias) y cerámica, consumen tortillas de maíz, y fabrican y usan
canoas, etcétera, etcétera.
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(1948) y en su frecuentemente citado artículo “Definición del indio y lo
indio”. Manifestando sus “grandes temores” para establecer una definición
y, decimos nosotros, en una enunciación con resabios cientificistas y
evidentes tautologías, Caso afirmó:
Es indio aquel que se siente pertenecer a una comunidad indígena, y es
una comunidad indígena aquella en que predominan elementos somáticos
no europeos, que habla preferentemente una lengua indígena, que posee
en su cultura material y espiritual elementos indígenas en fuerte proporción y que, por último, tiene un sentido social de comunidad aislada dentro de las otras comunidades que la rodean, que hace distinguirse asimismo de los pueblos de blancos y de mestizos.59
El ii Congreso Indigenista Interamericano, celebrado en Cuzco, Perú,
del 24 de junio al 4 de julio de 1949, abordó también el problema de la
definición. En su Resolución 10ª, el Acta Final señaló:
Que desde el punto de vista antropológico puede definirse el “Indio” y “lo
indio” en la forma siguiente: “El Indio es el descendiente de los pueblos y
naciones precolombinas que tienen la misma conciencia social de su condición humana, asimismo considerada por propios y extraños, en su sistema de trabajo, en su lengua y en su tradición, aunque éstas hayan sufrido
modificaciones por contactos extraños […] Lo indio es la expresión de una
conciencia social vinculada con los sistemas de trabajo y la economía, con
el idioma propio y con la tradición nacional respectiva de los pueblos o
naciones aborígenes […] Tales definiciones no afectan en absoluto a la
Alfonso Caso, “Definición del indio y lo indio”, en Homenaje a Alfonso Caso, México, Patronato para el
Fomento de Actividades Culturales y de Asistencia Social a las Comunidades Indígenas, 1996, p. 337.
Publicado originalmente en América Indígena, vol. viii, núm. 5, México, 1948. Una vez más, Aguirre Beltrán
leyó a (y polemizó con) una serie de autores —específicamente, Rodolfo Stavenhagen y Luis Villoro— que
criticaron la definición de Caso. Véase: “Prólogo” a Alfonso Caso: La comunidad indígena, México, sep, Sepsetentas 8, 1971, en particular pp. 9-12.
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condición del indio en aquellos países cuya legislación especial establece
otra caracterización jurídica.60
Moisés Sáenz, a su vez, aporta a la caracterización del indio proponiendo
un triple distinción: 1) biológica, racial y cultural; 2) social; 3) subjetiva.
Así, afirma:
Etnológicamente el indio es innegable. Acordémonos de los ochenta y tantos grupos descritos en los tratados. Algunos de estos gru­p os o familias
son pequeños; en cambio hay otros, como el de los aztecas, importantísimos desde el punto de vista de su número, de su historia y de sus características. Todas estas familias indígenas son más o menos singulares en
cuanto a idioma, folclore y costumbre. Algunas son todavía nomádicas, de
diseño cultural arcaico, primitivo y elemental. Otras —muy pocas—, son
aguerri­d as, bárbaras y hostiles. La mayor parte de ellas, sin embargo, pertenecen a un tipo cultural avanzado —siempre dentro del cuadro de lo
primitivo, se entiende—, tipo que, aun cuando perturbado por elementos
históricos adversos, conserva una tradición vestigial estimable. Por razones derivadas de su propio estado de evolución, los grupos son locales, de
horizonte limitado.
Y por la experiencia colonial que los afectó de múltiples maneras,
a pesar del localismo, del aislamiento y de la relativa impermeabilidad de
la celdilla indígena, culturalmente hablando, es ya muy difícil encontrar
indios puros.61 Por otra parte —continúa Sáenz—, ser indio en México, es
no sólo un hecho biológico y racial sino también una condición social. La
60
En Boletín Bibliográfico de Antropología Americana <http://www.jstor.org/stable/40972628>.Este último
párrafo es ilustrativo de la particular forma de juridicidad que se ha aplicado a los pueblos indígenas desde
1949, en este congreso, hasta la fecha.
61
M. Sáenz, op. cit., pp. 136-137.
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Colonia, clasificando la sangre (grados de mestizaje), asignaba el puesto
en el esquema social. Ahora la sangre es elemento que no se cuenta pero
la condición social del individuo determinada por el factor cultural, económico o geográfico, establece de facto, la categoría indígena.
Y finalmente: “Todavía hay un tercer indio en México, que no es el
biológico ni el social. Me refiero al indio que todos los mexicanos llevamos dentro del pecho y de cuyo aliento tenemos conciencia en mayor o menor grado. Es el sedimento de actitud, religión, cultura, la
memoria folclórica, que aflora a cada instante en esta alma mestiza que
nos anima. Pero no compliquemos el cuadro. Mi descripción habrá de
referirse únicamente al indio objetivo, no al subjetivo”.62
Aguirre Beltrán, quien volvería reiteradamente a la caracterización
del indio en la mayor parte de sus obras y a propósito de los más diversos problemas siguió, nos parece, dos estrategias discursivas: una consistió en “rodear el tema” haciendo aflorar rasgos y procesos para,
deductivamente, componer una caracterización del indígena; otra, mucho más denotativa o referencial, que alude directamente al sujeto.
Ejemplo de ello es ésta, que contiene ecos de la caracterización que
hacía Sáenz y que parece una anticipación de la que propondrían más
tarde el Informe Martínez Cobo y el Convenio 169 de la oit: “La calificación de indio —escribe Aguirre Beltrán— determina una condición
social. Llamamos indio a todos los descendientes de la población originalmente americana que sufrió el proceso colonial de la conquista y
quedó bajo una dependencia colonial que, en las regiones de refugio,
se ha prolongado hasta nuestro días.”63
Ibid., pp. 137-138.
Gonzalo Aguirre Beltrán, en ¿Ha fracasado el indigenismo?, ed. cit., p. 26. Tan fuerte es, siempre según
Aguirre, la persistencia de estructuras coloniales, que: “A decir verdad, las culturas que llamamos indígenas
son configuraciones de ideas y complejos de conducta peculiares a las formaciones sociales coloniales,
porque de ella derivan. En efecto, la organización política, la estructura social, la tecnología y la economía
en que fundan los grupos originalmente americanos su genuina manera de vivir, no son otra cosa que re62
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En efecto, en el llamado Informe Martínez Cobo, que no es citado en
el indigenismo mexicano con demasiada frecuencia, puede leerse:
Son comunidades, pueblos y naciones indígenas los que, teniendo una
continuidad histórica con las sociedades anteriores a la invasión y precoloniales que se desarrollaron en sus territorios, se consideran distintos a
otros sectores de las sociedades que ahora prevalecen en esos territorios o
en parte de ellos. Constituyen ahora sectores no dominantes de la sociedad y tienen la determinación de preservar, desarrollar y transmitir a futuras generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica como
base de su existencia continuada como pueblo, de acuerdo con sus propios
patrones culturales, sus instituciones sociales y sus sistemas legales. Esta
continuidad histórica puede consistir en la persistencia, durante un largo
periodo de tiempo y hasta el presente, de uno o más de los siguientes factores: 1) Ocupación de territorios ancestrales o parte de ellos; 2) Linaje en
común con los ocupantes originales de esos territorios; 3) Cultura en general o en manifestaciones específicas (como son religión, sistema tribal
de vida, afiliación a una comunidad indígena, indumentaria, modo de
subsistencia, estilo de vida, etc.); 4) Lenguaje (tanto si es utilizado como
lenguaje único, medio de comunicación habitual en el hogar o en familia,
o empleado como lengua principal, preferida, habitual, general o normal);
5) Residencia en ciertas partes de su país o en ciertas regiones del mundo;
Otros factores relevantes.64
interpretaciones de ideas, valores y patrones de acción europeos que se mantienen en las regiones interculturales de refugio, y constituyen residuos de la antigua explotación colonial. Si algo permanece auténticamente
indio en esas regiones, ese algo son las lenguas vernáculas; cuando éstas desaparecen la identidad india
pierde sus símbolos más representativos. No tenemos por qué preservar los remanentes coloniales que
contribuyen a formar una conciencia de subordinación, pero sí podemos y debemos conservar, muy especialmente, los idiomas nativos que son los sistemas simbólicos en que se expresan los valores que dan
sentido, significado, a los modelos propios de vida”. Gonzalo Aguirre Beltrán, “xi. Etnocidio en México…”,
en Obra polémica, ed. cit., pp. 230-231.
64
onu, doc. núm. e/cn.4/Sub.2/1986/87. El conocido internacionalmente como Informe Martínez Cobo, en
referencia al ecuatoriano José R. Martínez Cobo, nombrado Relator Especial de la onu en 1971 y encargado
de preparar el Estudio del problema de discriminación contra las poblaciones indígenas, “presentado en sucesivas
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A su vez, el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países
Inde­pendientes (1989) de la Organización Internacional del Trabajo, señala que éste se aplica:
A los pueblos en países independientes, considerados indígenas por el hecho
de descender de poblaciones que habitan en el país o en una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la conquista o la colonización
o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera
que sea su situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones
sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.
La conciencia de su identidad indígena o tribal deberá considerarse un
criterio fundamental para determinar los grupos a los que se aplican las
disposiciones del presente Convenio.
Más allá de los vaivenes teóricos o discursivos que se observan en la
caracterización de los sujetos del indigenismo, la definición de Caso a
la que hemos aludido importa no sólo por sus contenidos conceptuales, sino también por la condición de su autor, fundador y director del
ini. Esta definición planteaba así una segunda cuestión, ya que no sólo
se trataba de identificar a los individuos o las poblaciones, sino a estos
en el seno de la unidad social que —como no pasó inadvertido en el
balance de Comas sobre la antropología social aplicada en México— se
convertía, para Caso y el ini, en “el sujeto de la política indigenista”:
la comunidad. La teorización, la planeación y la acción indigenistas se
dirigieron a esos colectivos esencialmente rurales, herederos de antiguas
entregas entre 1981 y 1984 (y cuyo) amplio trabajo de investigación comparativa que le subyace lo llevó a
cabo Augusto Willemsen, guatemalteco”, y su importancia para otras iniciativas de la onu, en Carlos Zolla
y Emiliano Zolla Márquez, op. cit., pp. 301-304. Véase también: onu-ecosoc, Comisión de Derechos Humanos. Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección de las Minorías. “Los derechos humanos
de las poblaciones indígenas. Estudio sobre los tratados, convenios y otros acuerdos constructivos entre
los Estados y las poblaciones indígenas. Informe final presentado por el Sr. Miguel Alfonso Martínez,
Relator Especial.” e/cn.4/Sub.2/1999/20, 22 de junio de 1999.
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civilizaciones nativas y cuya persistencia los convertía en un segmento
demográfico y cultural que exigía una política diferencial.
Finalmente, a propósito de las posiciones teóricas o políticas subyacentes a la definición de indio, y como prueba irrefutable de la complejidad de la tarea citemos, también con cierta extensión, a Guillermo
Bonfil: “El indio ha evadido constantemente los intentos que se han
hecho por definirlo. Una tras otra, las definiciones formuladas son objeto de análisis y de confrontación con la realidad, pruebas en las que
siempre dejan ver su inconsistencia, su parcialidad o su incapacidad
para que en ellas quepa la gran variedad de situaciones y de contenidos
culturales que hoy caracterizan a los pueblos de América que llamamos indígenas”.
Y luego de una minuciosa revisión de los diferentes intentos de definición o caracterización, Bonfil propone: “La categoría de indio, en
efecto, es una categoría supraétnica que no denota ningún contenido
específico de los grupos que abarca, sino una particular relación entre
ellos y otros sectores del sistema social global del que los indios forman parte. La categoría de indio denota la condición de colonizado y
hace referencia necesaria a la relación colonial”.65
En cualquier caso, es claro que en esta línea que venimos analizando
subyacían a las definiciones las preocupaciones por la “acción indigenista”
como una estrategia en la que era visible la cuestión de la hegemonía
del Estado. Ésta, formulada como de alcance nacional, se ejerció predominantemente en el ámbito rural —donde la demografía mostraba
la alta concentración de la población indígena— y, en especial, en las
áreas que la construcción teórica del indigenismo definió como las “regiones interculturales de refugio”. Es decir,
65
Guillermo Bonfil, “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”, en Obras
escogidas de Guillermo Bonfil. Selección y recopilación de Lina Odena Güemes, México, ini-inah-dgcpConaculta-Fifonafe/sra-ciesas, 1995, tomo I, pp. 337-357. El original fue publicado en 1972. En la minuciosa revisión del tema, Bonfil analiza textos de Comas, Gamio, Mendieta y Núñez, León-Portilla, Carrasco,
Caso, Ribeiro, Balandier, Lipschutz, y Ricardo e Isabel Pozas.
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se dejó de ubicar a la comunidad como destinataria principal de los programas, y se consideró a la región intercultural y a las regiones de refugio
indígenas como las áreas de la acción gubernamental integral. Aunque a
veces se emplean ambas expresiones como equivalentes, los textos del indigenismo de formulación más rigurosa reservan la primera —la región
intercultural— para designar al espacio geo-cultural en donde interactúan
indígenas y mestizos (o ladinos) y que consta de un núcleo rector (una
ciudad primada) y su hinterland que abarca un número variable de comunidades indígenas, conformándose así la región intercultural de refugio propiamente dicha.66
Sin embargo, a pesar de que el indigenismo del ini —y, en particular, del
periodo animado por Aguirre Beltrán— propuso superar el planteo de la
comunidad por el de la región, el peso de aquélla siguió siendo decisivo. Invocando la definición de Caso que hemos transcrito, Aguirre no
vacila en afirmar: lo que la acción indigenista
realmente encuentra es la presencia de un considerable número de comunidades indígenas independientes. Pueden muchas participar, y de hecho
participan de una cultura común y de una lengua con variaciones dialectales de poca monta; más no obstante ello cada comunidad, místicamente
ligada a su territorio, a la tierra comunal, constituye una unidad, un pequeño núcleo, una sociedad cerrada que a menudo se halla en pugna y
feudo ancestral con las comunidades vecinas de las que, siempre, se considera diferente. El individuo que forma parte de tal comunidad no se siente
pertenecer sino a su comunidad, a su linaje y a la tierra del linaje. No tiene
conciencia de ser solamente un fragmento de un grupo étnico, más amplio
66
Carlos Zolla y Emiliano Zolla Márquez, Los pueblos indígenas de México. 100 preguntas, México, unam,
2004, p. 93. En 1971, ya como director del ini, Aguirre Beltrán aludió a “las 54 regiones interculturales
que existen en el país”. Gonzalo Aguirre Beltrán, en ¿Ha fracasado el indigenismo?, México, Sepsetentas,
1971, p. 28. Naturalmente, el tema constituye el núcleo central de su obra Regiones de refugio. El desarrollo
de la comunidad y el proceso dominical en Mestizoamérica, México, ini, 1967.
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que la simple sociedad nuclear, cuando ese grupo excede las dimensiones
de una comunidad. Mucho menos se considera miembro de una nación,
abstracción que rebasa el mundo conceptual que abarca la estrecha cultura que tiene por patrimonio.
He aquí el sujeto esencial a valorar y el desafío mayor para los programas
aplicados; será condición esencial para la acción integral e integradora
“el conocimiento cabal de las formas de vida particulares de cada comu­
nidad y el estudio continuado de los cambios inducidos para ratificar o
rectificar los métodos y técnicas en uso”.67
Sin embargo, no obstante el énfasis puesto en la importancia del conocimiento de la comunidad, justamente al analizar los intentos de definir
al indio y lo indio, Aguirre Beltrán propondría teórica y programáticamente la ampliación del campo aplicativo de la comunidad a la región intercultural. Llamamos la atención sobre dos circunstancias a las que no
son ajenas la historia del proceso, la forja de las categorías basales del
indigenismo y la ubicación institucional del autor. En El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México (destacamos: concluido en 1956
y publicado en 1957), Aguirre dedicó el capítulo iii, conclusivo de la obra,
a la “Integración regional” que, a su vez, contenía un apartado titulado
“Definición del indio”. En éste considera que los enfoques adoptados por
los estudiosos de la comunidad indígena y de las culturas folk explican
la importancia exagerada que se dio a la definición del indio y de lo indio
durante todo un lapso que alcanzó hasta la celebración, en 1949, del ii
Congreso Indigenista del Cuzco, donde esta preocupación epistemológica
alcanzó su clímax. […] Esta idea sobrevino, en gran parte, bajo la influencia de patrones individualistas que tuvieron su origen en países altamente
67
Gonzalo Aguirre Beltrán y Ricardo Pozas Arciniega, La política indigenista en México. Métodos y resultados.
Tomo ii: Instituciones indígenas en el México actual, México, ini, 1981, pp. 22-25 (la edición original de
1954).
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industrializados y que tenían, entre sus preocupaciones, la de tratar con
remanentes de una antigua población indígena numerosa que había quedado reducida al status de una simple minoría […] Sin embargo, en el caso
de los países mestizo-americanos, la definición del indio no era fácil ni
aun acudiendo a la suma de los criterios definitorios mencionados, ya que
la línea que separa a indígenas y mestizos en tales países es en tal forma
borrosa, que ni el criterio racial, ni el cultural, ni el lingüístico, bastaban
para llegar a una buena definición del sujeto de la acción indigenista. Las
dificultades prácticas para operar en tales circunstancias, atendiendo exclusivamente a aquellos que podían ser definidos como indios, eran a tal
punto insuperables, que hubo de abandonarse la idea de una definición
personal, propia de las sociedades que tienen en alta estima los derechos
del individuo, para intentar otra de tipo social que pusiera un énfasis preciso en el grupo organizado.68
Con respecto a la importancia de la estrategia de ubicar la acción indigenista en la regiones interculturales de refugio y a la ubicación institucional de su autor, Aguirre Beltrán, ya convertido en Director del ini,
volvería sobre este postulado y al trabajo sobre el medio rural, como lo ha
hecho notar Juan Comas en el volumen de La antropología social aplicada en México. La ubicación de las “unidades aplicativas de la agencia
indigenista”, los cci (Centros Coordinadores Indigenistas, como vimos
68
Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México, México, uv-iniGobierno del Estado de Veracuz-fce, 1992, pp. 166-170. La primera edición en unam, 1957. Con el rigor
y la erudición que caracterizan a la mayor parte de sus estudios, Aguirre Beltrán agrega a lo anterior la siguiente nota: “Gamio (1924); Lewis y Maes (1945); De la Fuente (1947) y Caso (1948); discutieron la
importancia de fijar la identificación del indio como base para el desarrollo de una política indigenista.
Caso afirmó que: ‘lo verdaderamente importante desde el punto de vista cultural y social, desde el punto
de vista de la antropología teórica y de la antropología aplicada, lo que importa determinar en una política
indigenista de nuestra población de América Intertrópica, es fundamentalmente la comunidad indígena’, no
al indígena como individuo”. Ibid., nota 7, p. 225. Remitimos al lector interesado en ampliar la información sobre este tema capital, al clásico texto de Alfonso Caso La comunidad indígena (1971) y al no menos
importante de Gonzalo Aguirre Beltrán y Ricardo Pozas Arciniega La política indigenista en México. Métodos y
resultados, Tomo II: Instituciones Indígenas en el México Actual, México, ini-sep, 1954, reeditado en 1973 y 1981.
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en el listado de la primera parte de esta Introducción) es prueba clara
de esta elección.69 El vínculo indígenas-territorio, y la comprensión del
territorio como esencialmente rural, estaban planteados en México
desde larga data, pero en el indigenismo moderno del siglo xx fue Gamio
quien, tanto a nivel teórico como en su gran proyecto sobre Teotihuacan, lo convirtió en postulado esencial de la política al sentar las bases
programáticas del Departamento de Antropología en la Secretaría de
Agricultura y Fomento, en 1917, pero se extendió significativamente en
la apertura de numerosos cci durante la presidencia de Luis Echeverría
Álvarez, periodo en el que la impronta de Aguirre Beltrán —dentro o
fuera del ini — resultó determinante.
Un proceso semejante es el que puede observarse a propósito de la
caracterización del indigenismo, en general, y del indigenismo contemporáneo del Estado mexicano en particular. Las diferencias de interpretaciones o de opiniones llevaron a Alfonso Caso a escribir un
breve artículo al que, significativamente, denominó: “Lo que no es
indigenismo”, y que lleva por epígrafe una frase del presidente Gustavo Díaz Ordaz, calcada de un texto del propio Caso. Esta postura del
creador del ini quedaría claramente plasmada en el documento (que
incluimos en nuestra selección) denominado: “Los ideales de la acción
indigenista”:
Entendemos por indigenismo en México, una actitud y una política y la
traducción de ambas en acciones concretas. Como actitud, el indigenismo
consiste en sostener, desde el punto de vista de la justicia y de la conveniencia del país, la necesidad de protección de las comunidades indígenas
para colocarlas en un plano de igualdad, con relación a las otras comuni69
Aunque la migración indígena a las ciudades y, en particular, a la ciudad de México, es un proceso de
larga data que se acentuó con la industrialización, resulta significativo que recién en 1989, siendo director
del ini Arturo Warman, se diseñó el Programa de Atención a los Indígenas del Área Metropolitana. Véase
ini “9. Atención a la población indígena del Área Metropolitana de la ciudad de México” en Instituto Nacional Indigenista 1989-1994, México, ini, 1994, pp. 175-182.
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dades mestizas que forman la masa de la población de la República. Como
política, el indigenismo consiste en una decisión gubernamental, expresada
por medio de convenios internacionales, de actos legislativos y administrativos, que tiene por objeto la integración de las comunidades indígenas en
la vida económica, social y política de la nación. Una actitud y una política
no bastan. El indigenismo encuentra su cabal expresión cuando de modo
sistemático o planeado, la actitud y la política se traducen en acciones
acordes a una y otra.70
El último párrafo del texto de Caso constituye, a nuestro juicio, la referencia más explícita a la “acción indigenista” formulada como programática de una institución gubernamental especializada, el ini, del cual
el autor de El pueblo del Sol era por entonces su director. El documento,
por lo demás, contiene 14 apartados que especifican “las bases en las
que se funda la acción indigenista del Gobierno Mexicano” (véase el
texto completo en la sección documental de este mismo volumen).
En otras palabras, aparecen así íntimamente relacionados los conceptos basales de la caracterización del indio, del indigenismo y de la acción
indigenista. Nuestra introducción no quedaría completa si, en vista de
lo anterior, no hiciéramos referencia a esta última, es decir, al campo
programático-aplicativo del indigenismo que constituye el núcleo central de los documentos seleccionados como fundamentales. Inscritos o
no en lo que hemos llamado “el indigenismo de Estado en el siglo xx”,
es claro que los autores de las políticas hacia los pueblos indígenas
proponían, como fin último, la “asimilación”, la “incorporación” o “la
70
Instituto Nacional Indigenista, “Los ideales de la acción indigenista”, en Memorias. Realidades y Proyectos.
16 años de trabajo. México, ini, 1964, vol. x, pp. 11-13. Véase el documento completo en la selección
nuestra, con datos sobre las diversas ediciones del texto, en 1978 y 1996. Limón Rojas, a su vez, señala:
“Por indigenismo debemos entender toda actitud —valorativa o práctica— en pro de los indios. Su carácter histórico nos indica que las perspectivas y planteamientos que han pretendido favorecerlos se han
visto transformadas en su naturaleza desde los tiempos de la Conquista y la Colonia hasta nuestros días,
pasando por las épocas de Independencia, Reforma y Revolución”. Miguel Limón Rojas, “Análisis histórico
del indigenismo”, en 75 años de la Revolución Mexicana, 1994, fce-imehrm, tomo i, pp. 495-532.
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integración” de la población originaria a las estructuras mayores de
“la Nación”, “la sociedad nacional” o “la comunidad nacional”, expresiones —unas y otras— que, por cierto, no siempre mantienen entre sí
una relación de sinonimia, que son el reflejo de posiciones divergentes
y que dieron lugar a formulaciones teóricas, políticas y programáticas
también distintas, y no pocas veces contradictorias: confirman que el
indigenismo no fue, según afirmamos antes, el agente de una política
social homogénea, lo que marcó, como escribió Alfonso Villa Rojas, su
“desarrollo desigual y un tanto zigzagueante”. Pero en lo que todos
coinciden es en la necesidad de pasar de la formulación teórica o política a los programas y acciones aplicadas.
Vista desde la perspectiva actual —y a la luz del contenido de los
documentos seleccionados— la acción indigenista aplicada a partir del
fin de la Revolución armada tuvo en Manuel Gamio a su primer artífice,
y en Sáenz, Caso y Aguirre Beltrán a sus máximas figuras protagónicas.
Más allá de las orientaciones de los programas hacia la incorporación
o la integración, hay una constante preocupación por la acción integral
y una recurrencia a la aculturación como el instrumento que —en palabras de Caso— debían emplear “los promotores del cambio cultural
o promotores culturales” para el trabajo en y con las comunidades. Esa
ruta zigzagueante de la que hablaba Villa Rojas se explica al analizar
las diferentes posiciones que se expresaron para fundamentar las políticas hacia la población indígena, definir los modelos de intervención
y operar efectivamente en las regiones.
La cuestión presentaba una enorme complejidad, no sólo porque
la justicia social revolucionaria y su “política indiana” debían pagar la
deuda histórica, sino porque en el presente persistían todos lo resabios
de la explotación colonial y moderna, y los modelos ideológicos que
fundamentaban la dominación y la explotación. Y porque —como escribió Moisés Sáenz en un texto cargado de dramatismo— pese al vigor
de su cultura y al hecho evidente de que
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estos indígenas de nuestro suelo son hombres dignos y mesurados, tranquilos, de modales suaves y refinados, corteses y amables […] No nos equivoquemos. Este mundo indígena es un mundo deficiente y fatal, en el que las
gentes vegetan, donde la tierra, cansada o pobre, no da lo bastante para
calmar el hambre; es un mundo de enfermedades y de plagas, un mundo
donde la gente se emborracha por hambre o por fatiga; un mundo de enconadas pasiones, de intrigas pueriles; un mundo de gentes miserables,
aterrorizadas y explotadas.”71
Por ello, agregaba:
El propósito de nuestro nacionalismo no debe ser otro que la integración de
todos los elementos y de todas las fuerzas […] Que desaparezca esa vieja separación, característica del desarrollo mexicano: señor y siervo, explotador y explotado, clases y masas […] Hay que destruir las mentiras de
nuestra historia; hay que estar dispuestos a oír a los contrarios. El liberalismo de México no debe ser lo que fue en el periodo de su implantación,
escuela de doctrinarismo intransigente.72
Permítasenos un breve paréntesis para aludir al modelo de explotación
al que se enfrentaron los indigenistas que, en el caso del primer cci del
ini, mostraban “el carácter de la situación colonial de los Altos de Chiapas a mediados de siglo.” Aguirre Beltrán lo narra así:
A los primeros pasos de mi estancia en los Altos de Chiapas entro en conflicto con el monopolio alcoholero de Hernán Pedrero quien paga vigilantes
armados, con nombramiento y autoridad de fiscales, encargados de impedir
se fabrique de manera clandestina aguardiente en territorio indio. Unos
71
72
Moisés Sáenz, México íntegro, ed. cit., pp. 138-139.
Ibid., pp. 159-160. Las cursivas son nuestras (Del Val-Zolla).
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cuantos de ellos caen sorpresivamente sobre un trapiche rústico estable­
cido en un paraje de Chamula y hay muertos y heridos en la refriega. Me
encamino al lugar de los hechos a prestar auxilios médicos y regreso a Las
Casas donde presento ante el presidente municipal formal protesta contra
el monopolio y le exijo cesen los atropellos en contra de los indios a quienes en el campo se les veja y en la ciudad se les prohíbe caminar por las
banquetas; si lo hacen se les empuja al arroyo. El gobernador del Estado
me llama a Tuxtla y, después de la larga espera, me hace entrar a su despacho para decirme que de seguir soliviantando a los indios, sin más aviso, me expulsará de la entidad por la vía aérea en compañía del shalik
Erasto Urbina y de Manuel Castellanos, mis malos consejeros. Con la Iglesia
no nos va mejor; la ciudad primada nos cataloga como anarco-comunistas
peligrosos, al punto de no poder contratar a una secretaría-mecanógrafa ni
a un intendente sino tiempo después, cuando se advierte la inofensividad
de nuestra conducta en la cotidianidad.73
La integración de todos los elementos y de todas las fuerzas, es decir, la
política de integración nacional, vista a la luz del desarrollo histórico
del indigenismo implicaba al menos afrontar las siguientes las cuestiones: 1) la comprensión de que los pueblos indígenas constituían el segmento demográfico que presentaba las mayores carencias, habitando
ese mundo “deficiente y fatal” (Sáenz), explotado durante la Colonia y
abandonado también por la Independencia, no obstante ser “el más
numeroso y el que atesora quizás mayores energías y resistencias biológicas a cambio de su estacionamiento cultural” (Gamio); 2) la necesidad de que el gobierno revolucionario cumpliera, con ellos, su papel
redentor; 3) la comprobada inadecuación de todo el aparato gubernamental para afrontar “el problema indígena”, que en lo jurídico mostra73
Gonzalo Aguirre Beltrán, “Formación de una teoría y una práctica indigenistas”, en Instituto Nacional
Indigenista 40 años, México, ini, 1988, p. 18.
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ba dramáticamente que “las clases indígenas han sido forzadas a vivir
bajo el gobierno de leyes que no se derivan de sus necesidades sino de
las de la población de origen europeo, que son muy distintas”, pero que
presentaba desafíos semejantes que iban desde lo geográfico, lo económico y lo político, hasta las particularidades que en materia de “razas,
idioma y civilización” exhibía esa multitud de “pequeñas patrias” indígenas; 4) la urgencia de basar las políticas y las acciones de gobierno en
un nuevo paradigma científico que —ignorado por los políticos y sus
aparatos institucionales y provisto “axiomáticamente por la Antropo­
logía”— permitiera la exacta comprensión de los problemas sociales, el
“buen gobierno de los hombres” y “un desarrollo evolutivo normal”;
5) y, quizás el desafío mayor (un cambio civilizatorio, diríamos hoy),
“encauzar las poderosas energías hoy dispersas de esas agrupaciones
indígenas, atrayendo a sus individuos hacia el otro grupo social que
siempre han considerado como enemigo, incorporándolos, fundiéndolos con él, tendiendo, en fin, a hacer coherente y homogénea la raza
nacional, unificando el idioma y convergente la cultura.”74
Otra muestra determinante de la concepción de la acción integral es
la que puede obtenerse del Acta Final del i Congreso Indigenista Intera­
mericano (Pátzcuaro, 1940, que reproducimos en la sección documental).
La convicción de que el tema indígena es transversal y se vincula a la mayor
parte de las actividades y campos de la vida social, cultural y material
74
Todas las citas entre comillas del párrafo corresponden a Gamio y fueron extraídas de las páginas 5 a 22
de Forjando Patria. Insistimos en subrayar que estas propuestas programáticas de la incorporación corresponden esencialmente a Gamio y a los momentos inaugurales del indigenismo revolucionario. El propio
autor de La población del Valle de Teotihuacán representa —no obstante su relevancia teórica, política y programática— una de las vertientes del indigenismo oficial. El propio Gamio tomaba distancia, por ejemplo,
de “los que predican y hacen obra indigenista, enaltecen ilimitadamente las facultades del indio, lo consideran superior al europeo por sus aptitudes intelectuales y físicas. Dicen que si el indio no vegetara oprimido,
ahogado, por razas extrañas, habría de preponderar y sobrepasarlas en cultura: Altamirano, Juárez y otros
casos aislados de indios ilustres, son ejemplos que aducen para fundar sus opiniones.” (Ibid., pp. 23-24). En
reconocimiento de los méritos de Gamio, Aguirre Beltrán señala: “‘el conocimiento de la población (como)
básico para el desempeño del buen gobierno’ es la premisa en la que se funda la política indigenista integral”. Aguirre Beltrán, Gonzalo y Ricardo Pozas Arciniega, La política indigenista…, ed. cit. p. 25.
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—y, correlativamente, al conjunto de los organismos oficiales sectoriales
o especializados que deberían ocuparse de abordarlos con las acciones de
gobierno—, se ve reflejada en la documentación del Congreso, que despliega una amplia lista que va desde “I. Repartos de tierras a los indígenas”
hasta “ lvi. Elevación de la mujer indígena” (Véase el listado elaborado
por nosotros en el siguiente recuadro), enunciación que convertía al Acta
en “un documento de consulta de capital importancia para toda obra
futura que se emprenda a favor de los grupos indígenas del Continente.”75
Resoluciones, Conclusiones, Declaraciones, Acuerdos,
Proposiciones y Recomendaciones.
Acta Final del I Congreso Indigenista Interamericano, Pátzcuaro,
Michoacán, México, 1940
pp.
i repartos de tierras a los indígenas
7
ii protección a la pequeña propiedad individual y colectiva
iii estudio sobre el desgaste del suelo
8
iv obr as de irrigación
v capacidad expresiva de las lenguas indígenas con la
posibilidad de extender su vocabulario
vi alfabetos para lenguas indígenas
vii nupcialidad y unión libre
9
viii planes integrales en la investigación de los pueblos
indígenas
ix congreso inter americano de lingüística indígena
aplicada
x la antropología y el problema del indio en las américas
10
xi las aportaciones de los etnólogos a la solución de
los problemas que afectan a los grupos indígenas
75
Instituto Indigenista Interamericano, Acta Final del Primer Congreso Indigenista Interamericano. Resoluciones,
Conclusiones, Declaraciones, Acuerdos, Proposiciones y Recomendaciones. Celebrado en Pátzcuaro (México,
abril de 1940). Suplemento del Boletín Indigenista, Instituto Indigenista Interamericano, México, D. F., marzo,
1948, pp. 1-35.
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Resoluciones, Conclusiones… (continúa)
xii las ciencias antropológicas frente a los problemas de
los núcleos indígenas
xiii protección de las artes populares indígenas por medio
11
de organismos nacionales
xiv exposición inter americana de muestr as de artes
11
populares
xv fomento de música , danzas y teatro autóctonos
12
xvi certamen internacional de música y danzas
xvii creación de refectorios escolares gr atuitos y
organización de restaur antes populares
13
xviii patología indígena
xix creencias indígenas sobre enfermedades
xx estudio sobre el mal del pinto
xxi la onchocercosis
xxii la botánica medicinal indígena
14
xxiii el paludismo en la población indígena
xxiv escuelas de medicina rur al
xxv atención de la mujer en estado de gr avidez y atención
del niño
xxvi la importancia de la ranicultur a en el mejor amiento
de la alimentación de los grupos indígenas
xxvii los problemas de la alimentación indígena
15
xxviii centros de medicina en las poblaciones indígenas
xxix la pesca costera
xxx defensa de la cultur a indígena para enriquecer el
acervo cultur al de cada país
xxxi sobre que se incluyan en los censos las características
16
cultur ales de los grupos indios y mestizos
xxxii sobre caminos y sobre crédito agrícola
xxxiii la parcela de propiedad virtual y su aprovechamiento
colectivo
xxxiv la base de la economía indígena
17
xxxv la política de la educación indígena de la revolución
mexicana
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Resoluciones, Conclusiones… (continúa)
xxxvi educación indígena
xxxvii experiencias de la escuela rur al indígena
xxxviii plan de educación indigenal
18
20
21
xxxix las estadísticas sobre los presupuestos familiares en los
grupos indígenas con fines a la formación de censos
xl rectificación de división político -territorial
22
xli recomendación especial de los representantes
indígenas de méxico sobre división político -territorial
xlii oficinas de asuntos indígenas
23
xliii legislación española y mexicana sobre asuntos indígenas
xliv preparación de personal idóneo para trabajo entre los
indígenas
xlv defensa social de las razas indígenas por medio de las
leyes protectoras de las mismas
xlvi sobre organización cooper ativa de las comunidades
24
xlvii formación de centros de población indígena
xlviii mejoramiento de la habitación indígena
xlix mejoramiento de la habitación indígena
l servicio social del niño indígena
25
li redistribución de los grupos indígenas de méxico
lii situación social de los grupos indígenas
liii integración de la comunidad indígena como base para
26
27
promover el desenvolvimiento de los grupos autóctonos
liv la mujer indígena y la civilización moderna
lv la población indígena ante el problema de las
28
inmgraciones en américa
lvi elevación de la mujer indígena
lvii mejoramiento de vida y trabajo de los grupos indígenas
lviii asambleas nacionales de grupos indígenas
lix el día del indio
lx homenaje a los precursores del actual movimiento
29
indigenista
lxi declaración sobre no afectación de constituciones y
sistemas legales
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Resoluciones, Conclusiones… (continúa)
lxii declar ación solemne de principios fundamentales
lxiii voto de agradecimiento al señor alfonso de
30
rosenzweig díaz
lxiv homenaje a los ilustres benefactores de los indígenas
lxv homenaje a los empleados que han trabajado en el
congreso
lxvi la sede del próximo congreso
lxvii libros para la biblioteca “gertrudis bocanegr a”
lxviii homenaje a los indios que han luchado por la libertad
31
lxix voto de agradecimiento a los gobiernos que enviaron
delegados al congreso
lxx comisión permanente del congreso
lxxi instituto indigenista interamericano
lxxii declaración de que los acuerdos del congreso no
32
35
comprometen a los gobiernos representados
Una vez más, Caso es explícito respecto de lo anterior: “La labor del
Instituto Nacional Indigenista ha sido concebida para tratar los problemas de las comunidades indígenas en forma íntegra, conservando y
promoviendo los aspectos positivos de la cultura de esas comunidades
y proporcionando los medios para elevar el nivel cultural en todos los
aspectos de la vida colectiva.”76 Y lo ratifica al señalar:
76
Alfonso Caso, “El ideal que perseguimos”, en Homenaje a Alfonso Caso…, ed. cit., p. 383. Aparecido
originalmente en Indigenismo. Alfonso Caso, México, Instituto Nacional Indigenista, México, 1958. En los
“Antecedentes” con que se inicia el informe institucional denominado Instituto Nacional Indigenista.
Realidades y proyectos. 16 años de trabajo. Memorias: Realidades y proyectos. vol. x (ini, 1964, 206 pp.), que
suponemos escritos por Caso, éste sintetiza el proceso que llevó del Primer Congreso Indigenista Interamericano —y los compromisos de crear en los países de América institutos que fueran filiales del nuevo
Instituto Indigenista Interamericano—, a la creación del ini ocho años después: “Siendo el actual director
del ini, Secretario de Bienes Nacionales en el Gobierno del Presidente Miguel Alemán, propuso a este alto
funcionario organizar un Instituto Nacional Indigenista, para cumplir con la obligación internacional que
México había contraído. El Presidente Alemán ordenó la redacción de un proyecto de ley y durante varios
meses, reunió en la Secretaría de Bienes Nacionales, a un grupo de expertos en asuntos indigenistas que
discutieron ampliamente la mejor forma de organización. Al concluir el trabajo y haber elaborado el proyecto de ley, el Presidente Alemán lo aprobó en todas sus partes, y lo remitió al Congreso como iniciativa
de Ley del Ejecutivo. El Congreso hizo algunas ligeras modificaciones en el artículo séptimo y promulgó la
ley que fue publicada el 4 de diciembre de 1948” (op. cit., p. 9).
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Los problemas de los indígenas de México deben resolverse en forma integral. Generalmente, se piensa que no hay diferencia entre una comunidad
indígena, que habla fundamentalmente una lengua que no es el español y
una comunidad mestiza en donde se emplea exclusivamente la lengua castellana […] La diferencia entre una comunidad indígena y una mestiza no
estriba sólo en que la primera habla una lengua indígena y la segunda español; sino que una gran cantidad de elementos de la cultura, en la comunidad indígena, no existen ya en los otros pueblos de México, que han
sufrido una rápida transformación que se acelera todos los días. Por esta
razón no puede, simplemente, tratarse el problema indígena considerando
un solo aspecto de la cultura, como sería el económico, el higiénico, el
médico, el educativo; hay que considerar todos los aspectos y darles un
tratamiento especial; es decir, hay que tratar a la comunidad indígena en
forma integral, en todos los múltiples y complejos aspectos que caracterizan la vida de una agrupación humana.77
En esto, sobre todo a partir de la creación del ini, la política indigenista
reinscribía sus tareas en la gran empresa de la Revolución, pero tomaba distancia para modernizar teórica y prácticamente las estrategias y
los modelos de intervención. Reconocía la importancia “de los diversos
medios encaminados todos a lograr la pronta integración nacional”,
sobre todo en materia de
restitución de las tierras usurpadas a las comunidades, seguido de un intento de modernización agrícola mediante el otorgamiento de créditos.
Vino luego una campaña de educación, a través de la escuela rural y las
misiones culturales; […] creó un organismo específicamente encargado de
77
Alfonso Caso, “Un proyecto piloto para atacar el problema indígena”, en idem anterior, p. 385. También
aparecido en Indigenismo…, 1958. Naturalmente, el “proyecto piloto” era el Centro Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil de Chiapas, creado en 1951 y dirigido por Gonzalo Aguirre Beltrán.
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buscar el mejoramiento por la erección de internados de capacitación técnica, procuraduría de pueblos y comunidades de promoción.
Pero, se precisaba:
El primitivo énfasis en la educación y la subsecuente relevancia de la economía fueron sustituidos por un énfasis en la acción integral […] Asimismo
se vio la necesidad de coordinar los programas específicos de acción desarrollados por cada una de las agencias gubernativas para conducirlos, en
plan único y equilibrado, a la finalidad que se había propuesto. Educación,
salubridad, agricultura, procuraduría, crédito, comunicaciones, todo es
aplicado conjunta y armoniosamente.78
No está de más señalar que los autores publicaron esto en 1954, es decir,
prácticamente al mismo tiempo que se registraba el acta de nacimiento
de los primeros Centros Coordinadores Indigenistas, y que a pesar de que
se proponía enfocar la acción en todos y cada uno de los temas de la
“acción integral”, se dio prioridad a la educación, la salud y la medicina, la economía local y regional, las comunicaciones y la procuración
de justicia, y que no pocas veces hubo contradicciones significativas
entre los modelos aplicativos de las instancias federales (secretarías de
Estado, fundamentalmente) y los planes y programas de la institución
indigenista. Las críticas a la Secretaría de Educación por la imposición
del modelo de educación formal, con total secundarización de la educación informal, familiar y comunitaria, y a la Secretaría de Salubridad
y Asistencia por su desprecio y escaso interés en las ideas locales sobre
la etiología de las enfermedades, la medicina tradicional y el componente mágico reli­g ioso de las terapias indígenas están claramente documentadas en dos textos de Aguirre Beltrán: Teoría y práctica de la
78
G. Aguirre Beltrán y R. Pozas Arciniega, La política indigenista en México, ed. cit. pp. 23-24.
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educación indígena y Programas de salud en la situación intercultural elabo­
rados, lo subrayamos una vez más, en 1953 y 1955, respectivamente, es
decir cuando el autor se desempeñaba como director del cci TzeltalTzotzil y subdirector del ini.
Es preciso subrayar que, pese a las contradicciones que el indigenismo
tuvo en su seno o con respecto a otros sectores gubernamentales, la
política y la acción indigenistas fueron un monopolio del Estado nacional. Aunque algunos autores —como el destacado investigador de la
Sierra Tarahumara, Juan Luis Sariego— señalan una presencia no desdeñable de la Iglesia en las comunidades indígenas rarámuris o, podría
agregarse, la labor de la catequesis del obispo Samuel Ruiz en Chiapas,
se trata de expresiones minoritarias que no contradicen la tesis básica:
la presencia dominante y hegemónica del Estado, y del indigenismo
dentro de él, en relación a los pueblos indígenas.
¿El fin del indigenismo?
Esta antología de documentos —y, en particular, los más recientes—,
aunque reveladora de aspectos esenciales del indigenismo del Estado
mexicano, no es sin embargo lo suficientemente indicativa de lo que se
ha denominado “el fin del indigenismo” o expresiones equivalentes en
la pluma de numerosos autores: “la agonía del indigenismo”, “la muerte
del indigenismo”, “el fracaso del indigenismo”, “el reemplazo del indigenismo por un nuevo y diferente ‘neoindigenismo’”, etcétera.79 ¿Dónde
79
Una revisión de la trayectoria indigenista, si bien centrada esencialmente en la labor del ini, fue la realizada en la Sesión Extraordinaria del Consejo del Instituto Nacional Indigenista el 13 de septiembre de
1971, presidida por el presidente Luis Echeverría y en la que la nutrida concurrencia reunió a la plana
mayor de la institución, a secretarios de Estado, representantes de instituciones académicas y técnicos de
oficinas centrales y de Centros Coordinadores. Los resultados fueron publicados bajo el sugestivo título
de ¿Ha fracasado el indigenismo? Reportaje de una controversia, en la Colección Sepsetentas que, también
significativamente, era alentada por Aguirre Beltrán en su doble condición de director del ini y subsecretario de Cultura Popular y Educación Extraescolar de la sep. En realidad, una de las pocas voces discordantes fue la de Fernando Benítez.
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encontrar, entonces, en los documentos oficiales y en el entorno de propuestas institucionales, los indicios de esta clausura teórica, política, programática y práctica? La referencia al entorno de propuestas institucionales no
es indiferente: en julio de 1996, siendo Carlos Tello director general de
Instituto Nacional Indigenista y en el seno del “Seminario Permanente
sobre Asuntos Indígenas” del propio ini, la institución convocó a un
debate al que se denominó, precisamente, “¿El fin del indigenismo?” y
en el que participaron Rodolfo Stavenhagen, Carlos Moreno Derbez,
Agustín Romano, José del Val y Luis Villoro.80 Un año antes, el documento elaborado por Carlos Tello como base teórico-política de la nueva administración se denominó “Nueva relación Estado-Pueblos
indígenas”, y el propio Tello subrayaría, en efecto, la necesidad de una
“Nueva relación Estado-Pueblos indígenas-Sociedad nacional”.81 ¿Puede
verse en él uno de esos indicios de acabamiento de un ciclo histórico y
la necesidad creciente de un cambio sustancial ante nuevas circunstancias
de alcance nacional e internacional? Condiciones objetivas y mutaciones sustanciales en la conciencia de los más diversos sectores sociales
volvían imperiosa la necesidad de una renovación profunda de las ideas
y políticas “indigenistas”, en razón de lo verificable:
Hoy, no sólo en México sino en el mundo entero, se ha demostrado que la
idea y práctica de lograr naciones homogéneas no significa un camino viable y deseable a la rica diversidad del mundo, ni un camino adecuado para
la democratización de las sociedades. Por el contrario, esta aspiración se
reveló como empobrecedora y como un potente obstáculo para su desarrollo
80
Instituto Nacional Indigenista, Memorias del Seminario Permanente sobre Asuntos Indígenas, México, ini,
junio y julio de 1996, pp. 5-31 y 33-58. La edición recoge dos testimonios: la de los autores mencionados
conforme al orden de sus intervenciones en el debate sobre “¿El fin del indigenismo?”, y una segunda mesa
redonda denominada “Los derechos de los pueblos indígenas y la Constitución”, en la que participaron
Magdalena Gómez, Adelfo Regino, Víctor Manuel Bullé-Goyri, Gilberto López y Rivas y Jorge Fernández
Souza. La presentación del primer debate estuvo a cargo de Carlos Zolla, director de Investigación y Promoción Cultural del ini.
81
Carlos Tello, op. cit. El texto completo aparece en nuestra selección documental.
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futuro […] Sin el concurso de los pueblos indios y sus soluciones no hay
integridad posible […] La nueva alianza implica un cambio sustantivo de
la política estatal a partir del reconocimiento autocrítico de la insuficiencia de las estrategias para abatir los problemas ancestrales de los pueblos
indios y para facilitar su propio desarrollo. Y de la ausencia de corresponsa­
bilidad de los otros poderes del Estado en los diversos niveles de gobierno
y de la sociedad en su conjunto.82
Situándonos en el seno mismo de los documentos y en los escritos
teórico-políticos que sustentaban las tesis centrales de aquéllos, es legítimo preguntarnos: ¿Previeron los indigenistas el posible, necesario,
deseable o indeseable fin del indigenismo? Cuestión nada sencilla que
obliga a establecer una distinción entre el fin (teleológico), la finalidad del
indigenismo, como necesario acabamiento de un proyecto por los cambios positivos producidos o inducidos por él, por una parte, o, por el
contrario, como la derrota histórica del mismo.83 Habría que recordar
también otras ocasiones en las que se hizo explítica la interrogante sobre
la persistencia o no del indigenismo, su declinación o su insuficiencia,
quizás como reflejo de ese “camino desigual y un tanto zigzagueante”
del que hablaba Villa Rojas. Recordemos, así sea de paso, que en la ya
citada Sesión Extraordinaria del ini —ante Luis Echeverría y un amplio auditorio de funcionarios oficiales— el propio Villa Rojas hace un
recuento de diversos “momentos del indigenismo”, ve clausurada la
etapa de las políticas de la incorporación que, celebra, han sido sustituidas
por “el concepto de integración que es el que priva actualmente en la
Idem.
El propio Aguirre Beltrán había sugerido el fin del indigenismo como cumplimiento de un gran objetivo
de política social y, en consecuencia, como necesario cierre de un proceso se daría con la plena integración de
indios y ladinos al proyecto nacional revolucionario. Véase, entre otros textos de Aguirre, “De eso que llaman
Antropología mexicana” en Obra polémica, México, uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1993,
especialmente pp. 116-119. La primera edición, inah, 1976.
82
83
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política indigenista”.84 Con inocultable entusiasmo, el autor de Los elegidos de Dios elogia el propósito presidencial de dar “fin a la marginalidad de tres o cuatro millones de indígenas”, y si “unido a esto se tiene
en cuenta el espíritu profundamente humanista que anima la política
del actual gobierno mexicano, entonces, será fácil de comprender el
sentimiento de eufórico dinamismo que va penetrando hasta los más
lejanos rincones del mundo aborigen”.85 En consecuencia no se trata, para
ese momento, del fin del indigenismo, sino del de una política de incor­
poración y asimilación que, desde Sáenz al menos, debía ser sustituida
por la de la plena integración de los indios a la sociedad nacional. El
sexenio de Echeverría trajo así una serie de novedades que los actores
institucionales de la época veían como altamente positivas: en primer
lugar, la significativa ampliación de la estructura operativa del ini, con
la aparición de nuevas delegaciones estatales y de numerosos centros
coordinadores en las regiones de indígenas mixes, mayas, tzotziles,
tzeltales, mazahuas, nahuas, nahuas-huastecos, nahuas-popolucas, zapotecos, chinantecos, otomíes y totonacas entre 1971 y 1975, sumado
a la realización del Primer Congreso Nacional Indígena y la creación de
la Dirección General de Educación Indígena. Sin embargo, estaban frescas
las heridas del 68, los más recientes ataques de la antropología crítica
a los que se sumaban las posiciones adoptadas por la Declaración de
Barbados, el Congreso Indígena de San Cristóbal de las Casas, y los
señalamientos y recusa al Congreso Nacional Indígena que buscaba, se
decía (desde el gobierno, el pri y el ini), una base consensual de sectores clientelares indígenas con el impulso a los Consejos Supremos.
Pero quizás —en el orden institucional— uno de los documentos más
elocuentes de la necesidad, como más tarde en Tello, de la propuesta
de una nueva relación Estado-Pueblos indígenas es el texto que Arturo
84
85
A. Villa Rojas, “El surgimiento…”, p. 231.
Ibid., pp. 232-233.
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Warman elaboró desde la direccón del ini y que rápidamente se convertiría en la base política, programática y operativa del organismo
especializado: “Políticas y tareas indigenistas” (1989). No pocos autores ven aquí la fecha inaugural del “indigenismo de participación” o
del “neo-indigenismo”, después de la parálisis de la institución que le
había dejado el sexenio de Miguel de la Madrid.86
Postulando como marco de referencia el Programa Nacional de Solidaridad, Warman definió tres “principios generales de acción” esenciales para el despliegue de la política institucional: 1) “La participación
de los pueblos y comunidades indígenas en la planificación y ejecución de
los programas de la institución”; 2) “La participación debe culminar en
el traspaso de funciones institucionales a las organizaciones y colectividades indígenas, así como a otras instituciones públicas y grupos de
la sociedad involucrados y comprometidos en la acción indigenista”;
3) “La coordinación con las instituciones federales, estatales, municipales, y de la sociedad, así como con los organismos internacionales, será
una característica permanente en toda la acción del Instituto.” 87
Lo que marcaba las diferencias sustanciales respecto de lo anterior
era el fuerte impulso a los procesos organizativos y, sobre todo, el traspaso de funciones, sin intermediarios, a las comunidades y sus núcleos
organizados —mayoritariamente en el medio rural, pero con atención
a los procesos migratorios indígenas a las ciudades— en los terrenos
de la producción, la cultura, la salud y la defensa de los derechos:
86
La situación presupuestal del ini, poco menos que insostenible a juicio de numerosos funcionarios de
oficinas centrales, delegados y directores y técnicos de Centros Coordinadores, era el signo más evidente
de esa parálisis. Sin embargo, incluso algunos de esos mismos miembros del ini elogiaban a los Cocoplas
(Comités Comunitarios de Planeación), y el propio Warman señalaría: “Desde el mes de junio de 1986, a
través del decreto que establece los mecanismos de participación indígena en la elaboración, planeación y
evaluación de la política indigenista del Gobierno Federal, el ini cuenta con espacios formales para la partici­
pación de los indígenas a todos los niveles, lo que lo coloca en una situación de privilegio para el cumplimiento
de los lineamientos del Programa Nacional de Solidaridad.” En Políticas y tareas indigenistas, p. 3.
87
Ibid., pp. 2, 4 y 7.
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Las condiciones históricas en que surgió y se desarrolló el ini motivaron
que muchos de sus programas de ejecución de obras para el desarrollo se
implantaran para suplir la ausencia de instituciones públicas en el medio
indígena, y de manera privada, de organizaciones reconocidas para ser
sujetos de las acciones de promoción del desarrollo. Los cambios en la
sociedad y sus organizaciones y en las instituciones públicas y sus políticas, hoy permiten y propician que las acciones de suplencia puedan traspasarse, en ciertas condiciones a sus sujetos naturales.88
Es por eso que, a la luz de los acontecimientos —y no sólo de los documentos— sea discutible ver una línea de continuidad sin fisuras del
“neoindigenismo” a partir de 1989 y hasta la desaparición del ini.
Resulta significativo que en el mismo contexto institucional, 25 años
después de la reunión del ini con el presidente Echeverría, se reflexionara sobre “¿El fin del indigenismo?” Convocado por el ini el debate
tiene, pese a su brevedad, la virtud de hacer explícita desde la institución
la necesidad de análisis y pronunciamientos. En ese escenario es posible
distinguir, en las diversas intervenciones, aquellas posturas concordantes
sobre el final de un ciclo histórico-político, otras que se con­centran en la
enunciación de las condiciones estructurales que explican la declinación, y unas más en las que afloran las distintas percepciones sobre el
ini, el quehacer indigenista y el indigenismo. En general, todas coinciden en comprobar la crisis de un modelo de política de Estado y la
necesidad de advertir, alentar o inscribirse en una dinámica de cambios
sustanciales en las que los actores y sus escenarios —y la significación
política, económica, jurídica o cultural de ambos— han cambiado para
forjar nuevos desafíos. Valga esta referencia puntual: al elaborarse, durante el periodo en que Carlos Tello fue director del ini, el Estado del
desarrollo económico y social de los pueblos indígenas de México, 1996-1997,
88
Ibid., p. 4.
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Luis Villoro colaboró enviando una versión revisada de su intervención en el debate sobre ¿El fin del indigenismo?
Si nos preguntamos qué pasa con el indigenismo actualmente, no podemos menos que remitirnos, para entenderlo, a la idea de nación que está
detrás de él […] Esta idea corresponde a la de un Estado-nación homogéneo, en el cual no puede haber diversidades esenciales […] Si la nación
nueva se concibe como plural con respecto a la multiplicidad de las culturas, se concibe también como una nación con múltiples sujetos que la
construyen […] [El indigenismo] cumplirá plenamente ese fin cuando se
realice una nueva idea del Estado nacional y sean las comunidades indígenas las que realmente sean sujeto de su propia recuperación dentro del
Estado mexicano.89
89
Luis Villoro, “¿El fin del indigenismo?” en ini, Estado del desarrollo económico y social de los pueblos indígenas de México, México, ini-pnud, 2000, t. i, pp. 35-37.
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