La persona de Juan Pablo II - un mensaje pascual

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La persona de Juan Pablo II - un mensaje pascual en tiempos de
guerra y violencia
Reflexiones Romanas: Momentos del Vía Crucis
P. Alberto Eronti
La "semana mayor" del año ha pasado, ya vivimos el "tiempo pascual". Ha sido
una Semana Santa intensa, rodeada de una atmósfera muy particular por la figura
gigante de Juan Pablo II y su manera de ver y expresar la realidad de la Iglesia y el
mundo. Quería compartir hoy dos vivencias: la persona de Juan Pablo II y dos
momentos del Via Crucis del Coliseo.
Desde el mes de diciembre a esta parte se ha producido un enorme y múltiple impacto
del Papa en los medios. La guerra, que fue el suceso excluyente, dejó de ser una mera o
lejana noticia debido a los denodados esfuerzos del Pontífice por la paz, así como por la
energía de sus palabras y el sufrimiento evidente que el hecho producía en su ánimo y
en su físico. Que justo antes de iniciarse las hostilidades la Curia Romana hiciera sus
ejercicios espirituales, que el Papa dijera que se "retiraba a orar y ayunar", que una vez
iniciada la guerra él expresara de maneras diversas su sentir y pensar, nos han hecho
vivir el conflicto de una manera intensa, dolorosa, sufrida. Y lo digo no solo de la
Iglesia sino de toda la sociedad italiana. Uno de los fenómenos más llamativos en el
campo laical, ha sido que la izquierda política ha estado absolutamente identificada con
el Papa en la posición ideológica y práctica del conflicto.
No voy a escribir sobre la Semana Santa que he vivido en Roma ni sobre la Encíclica
"Ecclesia de Eucharistia" por dos motivos: porque sería largo describir todo y, cosa que
me alegra, porque la agencia "Zenit" ha hecho una cobertura muy buena sobre lo uno y
lo otro. Querría, por eso, compartir dos vivencias: la persona de Juan Pablo II y dos
momentos del Vía Crucis del Coliseo.
Como si la fuerza espiritual que emana de él cubriera su debilidad
El Papa, desde el Domingo de Ramos ha usado en todas las ceremonias una nueva silla
de ruedas. Fue diseñada y realizada especialmente para él. En las ceremonias públicas
siempre ha estado sentado, salvo en la procesión del Santísimo tras la celebración de la
Cena del Señor, el Jueves Santo, en que se puso de rodillas. Este gesto fue una nueva
rúbrica a la Encíclica que acababa de firmar en la Misa y en la que habla de los peligros
de "banalizar" el misterio de la fe. El Papa está más disminuido, se lo ve a simple vista.
Todos los movimientos que hace sin la silla denotan lo limitado que está y lo doloroso
que le resulta hacerlos, hay momentos que no se entiende lo que habla, todo le cuesta un
enorme esfuerzo; aún cuando estos días ha hablado con energía inusual y ha presidido
todas las ceremonias de la semana. Sin embargo la fascinación que produce aumenta día
a día. No he oído a nadie ridiculizar estas limitaciones; por un lado es como si no
quisiéramos darnos cuenta de ello y, por otro, como si la fuerza espiritual que emana de
él cubriera su debilidad. Todos le vemos, pero "de ello no hablamos" apenas. Es como si
un manto de amor y silencio cubriera toda esta realidad, a la vez que desearíamos que su
presencia no nos faltara nunca.
El buen Pastor
Esto me está haciendo revivir momentos que pasé viendo a nuestro Padre Fundador en
los últimos meses de su vida. Eran evidentes los signos externos de sus problemas de
salud; pero cada vez que lo veíamos y oíamos, el impacto de la fuerza interior que
irradiaba y la cumbre de su ser paternal, nos hacía olvidar su realidad física. El espacio
que ocupaba en cada uno y en toda la Familia era tal que nos resistíamos a pensar en
que un día no estuviera físicamente. Estas experiencias me han llevado a reflexionar
sobre lo que significan las palabras de los Hechos de los Apóstoles: "...vosotros
recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo
seréis mis testigos" (1,8). ¡He aquí la vivencia! Cuando un hombre es "revestido por la
fuerza de lo alto", su vida se hace luz, testimonio y experiencia de paternidad. Hoy,
como nuestro Padre al final de su vida, el Papa está en la cumbre de su paternidad, es
decir: se ha identificado con el Buen Pastor. Ayer, en la Plaza de San Pedro, viendo el
río de gente (más de 100.000 peregrinos) que llegaban para recibir la bendición "a la
ciudad y al mundo", pensaba que ante mis ojos se estaban realizando de nuevo las
palabras de Jesús: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Yo
soy el buen pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí." (Jn. 10, 11.14)
Un signo y un grito del dolor y del sufrimiento que padece el mundo en el momento
que la Iglesia vive "esta" Pascua.
El vía crucis del viernes a la noche. El Coliseo iluminado de manera cálida y sacra, la
cruz ígnea que se elevaba en la noche de luna, a sus pies Juan Pablo II. El Papa hizo la
introducción a la oración. Su voz sonaba enérgica, aunque no siempre se le entendiera
bien. Captando el ánimo de los presentes, que eran en su mayoría jóvenes que llevaban
en sus manos las lámparas encendidas, lo que daba a la celebración un marco particular.
Los portadores de la Cruz para cada estación fueron elegidos para ser un signo y un
grito del dolor y del sufrimiento que padece el mundo en el momento que la Iglesia vive
"esta" Pascua. Cuando el Papa recibió la Cruz en la última estación, todos nos
conmovimos. Su concentración, sus gestos, su voz, todo nos hacía percibir que ahí, ante
nuestros ojos estaba el Vicario de Cristo identificado con su Señor. Algunas palabras de
él se me grabaron profundamente, trayéndome también a la memoria otras de R.
Cantalamessa, que esa tarde había predicado en la ceremonia de la Pasión y Muerte del
Señor en San Pedro:
"¡Qué numerosos son los vía crucis olvidados!.
"¡Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo! El hombre
no podía ‘inventar’ este misterio. Solo Dios podía salvarlo así". Pensé, oyendo al Papa,
que la muerte es la última palabra del hombre, pero es la penúltima para Dios. Para Dios
la última palabra es Vida, es decir: el hombre resucitado. De repente el Santo Padre dejó
de lado el texto escrito e improvisó. Esas palabras no "preparadas" salían al aire con
fuerza inusitada. Se conmovió y nos conmovió cuando dijo: "¡Qué numerosos son los
vía crucis olvidados!. He hizo alusión a las guerras y conflictos, a las injusticias, a la
muerte por hambre, realidades todas que colman de indignidad a tantos hombres y
pueblos. Cuántas acciones devastadoras que, para hacerlas, se invoca el nombre de
Dios, como si fuera un Dios de muerte y no de vida. "¿Podemos quedar indiferentes?",
preguntó el Papa.
0o le tengamos miedo a las heridas del hombre y de la sociedad
Aquí recordé algunas frases de la homilía de Cantalamessa. Comentaba, sobre la base
de un texto de San Pablo, que "Jesús destruyó la enemistad, no al enemigo. La paz de
Jesús es fruto de las victorias sobre uno mismo y no sobre los demás. Se trata de
victorias interiores, victorias espirituales. La única vía de la paz es matar a la
enemistad y no al enemigo. A los enemigos hoy se les mata con las armas, nosotros
queremos matar la enemistad con el diálogo".
Termino con estas palabras de Juan Pablo II de ayer al mediodía. Son una súplica: "Que
se rompa la cadena del odio que amenaza el desarrollo de la familia humana. Que Dios
nos conceda ser liberados del dramático choque entre culturas y religiones". Creo que
aunque a veces estos temas nos parezcan "lejanos", hemos de saber involucrarnos en
ellos y ser "pacificadores" y "constructores de la paz" en todos los sentidos y en todos
los campos. Escuchemos, transmitamos y realicemos el saludo pascual de Jesús a los
discípulos: "La paz con vosotros", sepamos hacer de las heridas de cada hombre y de la
humanidad un camino hacia la Vida, así como lo manifestó Jesús: "Mirad mis manos y
mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved…" (Lc. 24, 36.39) No le tengamos miedo a las
heridas del hombre y de la sociedad, ¡también son nuestra misión!
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