Ventana 654 ¿Cuánto falta para el futuro? 1 SECRETARÍA DE MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALES Ing. Alberto Cárdenas Jiménez Secretario Jaime Alejo Castillo Coordinador General de Comunicación Social Tiahoga Ruge Coordinadora General del Cecadesu SOCIEDAD MEXICANA PARA LA DIVULGACIÓN DE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA, A.C. Fís. Ernesto Márquez Nerey Presidente M. en C. Salvador Jara Vicepresidente M. en C. Roberto Sayavedra Soto Secretario Lic. Octavio Plaisant Tesorero La Colección Básica del Medio Ambiente es una coedición de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), a través del Centro de Educación y Capacitación para el Desarrollo Sustentable (CECADESU), y la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, A.C. (SOMEDICYT). Ilustraciones: Leticia Barradas José Luis Zárate Ventana 654 ¿Cuánto falta para el futuro? COLECCIÓN BÁSICA D E L MEDIO AMBIENTE Ventana 654. ¿Cuánto falta para el futuro? Primera edición, 2004 D. R. © SOCIEDAD MEXICANA PARA LA DIVULGACIÓN DE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA, A.C. (SOMEDICYT) Casita de la Ciencia, planta baja Museo de las Ciencias Universum Circuito Cultural, Ciudad Universitaria 04510 México, D.F. www.somedicyt.org.mx D. R. © SECRETARÍA DE MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALES (SEMARNAT) Bulevar Adolfo Ruiz Cortines 4209 Col. Jardines en la Montaña 14210 México, D.F. www.semarnat.gob.mx CENTRO DE EDUCACIÓN Y CAPACITACIÓN DESARROLLO SUSTENTABLE (CECADESU) Progreso 3, primer piso Col. Del Carmen Coyoacán 04100 México, D.F. [email protected] http://cruzadabosquesagua.semarnat.gob.mx PARA EL Revisión Técnica Nashieli González Pacheco Teresita del Niño Jesús Maldonado Salazar Miguel Ángel Domínguez Pérez Tejada Cecilia Escárcega Solís Edición, formación y coordinación editorial ADN Editores, S.A. de C.V. Norma Castillo y Myriam Núñez Diseño de la colección Carlos Gayou Ilustración de portada e interiores Leticia Barradas ISBN 968-7734-16-7 Derechos reservados conforme a la ley. Impreso y hecho en México con papel 100 por ciento reciclable sin cloro. ÍNDICE 1. Antes del juego 2. El juego 3. Después del juego 4. Ventana 654 GLOSARIO 7 29 67 97 115 Esta novela va dedicada a Verónica Murguía, David Huerta, Rax, Alberto, y a José Luis, quien recorrerá la Ventana 654. Un libro, cualquier libro, no puede ser escrito sin la generosa ayuda de otras personas que ignoran qué hará el autor, pero que confían en él y le ofrecen ese apoyo que hace que recorrer las ventanas de la imaginación sea un auténtico placer. Gracias a Nashieli, Teresita, Cecilia y Ernestina. 6 1 ANTES DEL JUEGO —Yo sólo fabrico ojos, sólo ojos, diseños genéticos. ¿Eres Nexus, eh? Yo diseñé tus ojos... —Me gustaría que pudieras ver lo que yo he observado con tus ojos. BLADE RUNNER —Ignoramos quién lanzó el primer ataque... lo que sí sabemos es que nosotros quemamos el cielo. MATRIX INSERT A DISC... L a mujer bajó corriendo las escaleras, con un portafolio lleno de papeles, buscando en su pesada bolsa, colgada al hombro, una docena diferente de cosas, mientras se decía que no debía olvidar los libros, las hojas, los apuntes, los boletos de avión. Miró su reloj: las 2.30 am. Apenas iban a llegar a tiempo al aeropuerto. Se detuvo un segundo en la entrada. ¿Tenía tiempo de subir, despertar a Raquel y decirle que se cuidara? —Mamá, ya tengo 13 años —diría su hija, muy seria, y, la verdad, no disponía ya ni de un minuto libre. Le pesó un poco no despedirse de Raquel, pero no tenía caso despertarla. Además, ya se habían puesto de acuerdo, y el encuentro de investigadores sólo duraba cuatro días. Salió, cerró, fue corriendo hacia el taxi mientras su marido mantenía abierta la puerta. En la oscuridad avanzaron a toda velocidad. —¿Traes todo? —se preguntaron al mismo tiempo. 7 8 —Sí —afirmó él con un tono muy poco convincente. —Sí (espero). —¿Te despediste de la niña? —En la noche, antes de que se durmiera, estuve con ella un rato... Pero no creas, me dieron ganas de despertarla y darle otro beso. —A mí también. Se miraron, sintiéndose un poco culpables. Tal vez en una vida tan bien planeada como la suya debería existir un espacio más grande para convivir con su hija. Por independiente que fuera, por grande que estuviera, por bien que se cuidara, aún era su bebé. Lo bueno es que se quedaba con Marina que, también, estaba acostumbrada a los largos viajes de la pareja, tal vez más numerosos en los últimos meses. Raquel pasaba más tiempo con ella que con sus padres. Pero los próximos meses lo arreglarían. De verdad. —Regresando llevaremos a Raquel a algún lugar que le guste. —Eso, todos necesitamos unas vacaciones. —Llegando... —Todo saldrá bien, ya verás. Le compraremos algo bonito en el viaje. Algo tradicional. ¿Qué le gusta? —Los GameBoys. —Bueno, eso. Muy tradicional. ¿Trajiste la conferencia? —¿Crees que esté bien? —¿La conferencia? —Raquel... —Por supuesto. ¿Qué podría pasarle? 9 En esos momentos, Raquel subía lentamente unas escaleras negras. Eran de piedra, lo cual representaba una ventaja: no rechinaban. Era necesario no hacer ruido alguno. Así no podrían localizarla. Había visto lo que hacían con los que encontraban. Subía casi a oscuras. Apenas podía ver. Los focos en las paredes funcionaban perfectamente, pero estaban cubiertos de una sustancia espesa, líquida, roja. Parecía que alguien hubiera arrojado una cubeta de pintura contra las paredes. Pero eso no era una pintura, y no habían usado una cubeta, precisamente. El cuerpo estaba acurrucado contra los escalones, un títere sin cuerdas. Lo que había pasado aquí fue rápido, terrible, mortal. Después de acabar con las personas del comedor, el o los enemigos habían subido las escaleras a toda velocidad y se habían encontrado a medio camino con ese hombre. Raquel se volvió lentamente, casi podía esperar ver algo subiendo apresuradamente detrás de ella. No había más que oscuridad. No se sintió tranquila en modo alguno, posiblemente esperaran arriba, a que terminara de subir. Y todas las puertas se encontraban cerradas. Había rejas en las ventanas que impedían que rompiera un vidrio y escapara al exterior. El lugar había sido construido para que nada entrara. Pero lo que fuera que querían mantener afuera, había entrado ferozmente, y ahora no había forma de salir. Tal vez el cuerpo a mitad de las escaleras tuviera una llave que sirviera en alguna de las mil cerraduras, tal vez ahí se encontraba lo necesario para escapar. Se acercó lentamente, sabía que el cuerpo iba a estar lleno de horribles detalles que no quería ver. Pero debía. Si iba a salir viva de aquí era necesario prestar atención a todo. 10 El hombre vestía un traje azul. Era un guardia de seguridad. En el cinturón llevaba un llavero repleto, lo cual era bastante bueno. No tenía arma alguna, lo cual era bastante malo. Raquel miró el brazo roto y supo que algo terriblemente fuerte le había arrancado el arma de las manos. Debía recordarlo. El enemigo iba, también, armado. Algo, a lo lejos, rió. Una risa no humana. Fue entonces cuando el guardia abrió los ojos. Ojos rojos, brillantes, con pupilas de gato. Con fuerza inusitada le agarró el brazo. A su pesar, Raquel se sobresaltó. ¿Qué hacer? Sin armas, indefensa, atrapada por algo que iba transformándose en una bestia terrible. Tenía, cuando mucho, un segundo para actuar. Pensó usar las llaves como arma, pero no era suficiente, no para detener algo con garras y colmillos. Para sobrevivir no bastaba con herirlo, debía inutilizarlo... Y a mitad de esas escaleras interminables no había nada que pudiera utilizar como arma. Nada: excepto las escaleras mismas. Sin ver el control que tenía en sus manos, marcó A, B, círculo, círculo y en la pantalla del televisor la mujer atrapada por el monstruo se dejó caer por las escaleras, arrastrando consigo al enemigo. Bastó un B, B, cuadrado, X para dar un elegante giro en el aire, usar su peso como palanca y, en un sorpresivo movimiento, lanzar sobre su hombro a la bestia, hacia el abismo de escalones... El guardia rebotó en cada uno de ellos, herido, pero no muerto. No podía morirse más de lo que ya estaba. Lo malo de los zombis es que demostraban, siempre, ser unos necios. No importaba las veces que los destruyeras, se ponían de pie y continuaban su sencillo plan de comerte. 11 Raquel aferró (triángulo, X) la barandilla esperando, tal vez, que se desprendiera y usarlo como mazo; sin embargo, la mujer en la pantalla se puso de pie en la barandilla y se deslizó como si se tratara de surf... Zuuuuuuuuum. Adiós, zombi... Pero abajo, dos más la esperaban, hambrientos. Eliminarlos era tan sencillo que Raquel suspiró. Entonces uno de ellos sacó el arma del guardia y empezó a disparar... Los dedos de Raquel se movieron con tal agilidad sobre el control que verlos era tan desconcertante como ver los movimientos de los personajes en la pantalla. El control tenía diez botones, con los que se podían hacer millones de combinaciones diferentes, y ella parecía usarlas todas. Así como una persona que conduce efectúa casi inconsciente los movimientos de la palanca de velocidades, los pedales y el volante, Raquel no podría decirte exactamente qué botón oprimía a cada momento, pero era indudable que no fue el azar quien logró que 25 zombis, tres vampiros y un comando armado fueran destruidos sin usar arma alguna. Raquel terminó tan satisfecha de su último movimiento que miró a su alrededor, buscando, tal vez, a alguien que la felicitara. Entonces fue consciente de que no se encontraba en una mansión de dos kilómetros de largo llena de mutantes hambrientos, sino en su cuarto, vestida con una bata rosa de ositos (que odiaba, pero que era la más cómoda de todas). Miró la caja donde había venido el juego: “La Casa de las Bestias IV”. En la portada, una mujer de ropa ajustada le apuntaba con un cañón a lo que parecía una medusa con los tentáculos llenos de navajas. Parecería que esa mujer nunca usó una bata con ositos. 12 Raquel guardó el nivel en la tarjeta de memoria, quitó el CD. Miró la pantalla. El logotipo de su consola de juego solicitaba que empezara a jugar de nuevo: “Insert a disc”. Durante un segundo dudó, ¿por qué no? Pero olvidaba algo. Mientras guardaba el disco compacto se preguntó por qué su casa estaba tan tranquila. —¿Mamá? —preguntó al aire— ¿Ya se fueron? Silencio. Miró sobresaltada el reloj. Se había mantenido despierta para despedirse, y para no dormir había colocado un ratito su nuevo juego. Pero el tiempo se le había ido como agua (tal vez cuando cayó en la piscina del spa maldito y esas cosas como arañas con aletas intentaron ahogarla). Ya no eran las 12 pm. —¿Mamá? —dijo, saliendo de su cuarto. —¿Papá? —llamó mientras bajaba las escaleras rápidamente, como si pudiera alcanzarlos, aunque ya sabía... Ya no estaban las maletas, ni la laptop de mamá, ni los boletos cuidadosamente puestos a mitad de la mesa para que no se les olvidaran. Sabía lo distraídos que eran sus padres a veces y ella había insistido en poner lo importante a la vista. Se habían marchado ya. Y no los oyó cuando se fueron, no pudo decirles adiós, no pudo darles otro beso de la buena suerte. “Ay, hija, es que cuando prendes tu juego te pierdes.” ¿Qué podía responder a eso en vista de que, esta vez, había sido cierto? Pero ellos tampoco vinieron a despedirse. Sin embargo, ¿no había quedado con ellos que no era necesario? Pero iba a extrañarlos y por eso quería despedirse. Raquel recorrió la sala vacía, la cocina sin nadie, se sirvió un poco de leche y se quedó mirando el vaso a mitad 13 de la mesa. Ella se sintió también un vaso a mitad de una mesa vacía. No tenía por qué estar triste. Había hablado del viaje con sus padres, se habían despedido antes de acostarse, Marina estaba en su cuarto, bien dormida. Mañana la levantaría temprano para llevarla a la escuela. Raquel tenía exámenes. No había por qué sentir que la garganta le dolía y los ojos se le humedecían. Lavó el vaso, lo secó cuidadosamente, lo puso en la alacena con los demás. Quién sabe por qué, tuvo el impulso de tocar en la puerta de Mari. Pero se arrepintió. Ya estaba grandecita. ¿Qué podría decirle? ¿Mari, me dio tristeza que se fueran mis papás? Después subió lentamente las escaleras de su casa (no había sangre ni oscuridad, pero igual le pesó mucho subirlas). Mientras insertaba el disco en la consola de juego se dijo que, tal vez, una legión de muertos-vivos no fueran tan mala compañía. LOADING... —Los retrovirus en las muestras de fauna amazónica desplazada —leyó Raquel, sobre el hombro de su madre—... Suena muy interesante, mamá. La mujer sonrió y dejó de escribir. —Vas a pedirme algo. —Voy a presumirte algo. —A ver. —Me llegó hoy. La carta que le mostró Raquel no tenía nada de impresionante. Un sobre blanco, una hoja impresa en computadora que empezaba con un impersonal: “Querido/ a Sr/Sra”, lo cual era signo de que había sido escrito por 14 una computadora, uno de los tantos mensajes automáticos que las compañías lanzan al aire. Correo basura. Sin embargo, éste llevaba el nombre de su hija en el remitente. Raquel Oviedo Presente Nos es grato invitarlo/a a participar en la contienda anual de survival horror de nuestra compañía, a celebrarse en... Grandes premios y oportunidades. (No es necesario comprar nada para participar) —¿No es maravilloso, mamá? —No veo nada maravilloso en que te inviten a algo llamado “horror de supervivencia”. —Es un tipo de videojuegos, mamá. Hay muchos tipos. Aquellos en los que tienes que dispararle a todo lo que se mueve se llaman “mata-mata”, también están los llamados “tirador en primera persona”, o los deportivos, los de competencia, los de estrategia y, claro, los que mejor se me dan: los “survival horror”, son esos en los que debes mantenerte vivo en un lugar donde tratan de matarte, como en Isla Zombi, CyberMasacre, La Casa de las Bestias... —Y después afirman que los videojuegos no son educativos. —Ay, mamá, tú me regalaste Ciudad de Muertos III hace un mes. —Tú escogiste el CD. Y recuerdo que la portada del videojuego que me enseñaste tenía unas muchachas jugando voleibol en la playa. —Sí, cuando regresan de las vacaciones, todos en su ciudad son zombis, y deben sobrevivir y no tienen más que... —Bikinis y tablas de surf. 15 —Exacto, al final todas terminan llevando equipo militar y un helicóptero blindado. Esos juegos son muy divertidos. Debes escapar de los malos, descubrir qué pasó para que el lugar donde estás se transformara en una trampa mortal, sobrevivir y escapar usando sólo lo que puedas encontrar en los escenarios. Y yo soy muy buena en esos juegos. Tan buena que me invitaron expresamente al campeonato. ¿Puedo ir?, ¿puedo?, ¿puedo?, ¿puedo? El asunto, naturalmente, no era si podía, sino si debía. Raquel estaba pasando demasiado tiempo con los videojuegos, ya había tenido un par de problemas en la escuela por tareas sin entregar y olvidos de exámenes motivados, siempre, por la máquina. Tenía la impresión, además, de que su hija no estaba durmiendo lo necesario. Sin embargo, también se sentía un poco culpable porque no había estado suficiente tiempo con ella últimamente, y porque no había podido cumplirle esas vacaciones en familia prometidas, ya que siempre se atravesaba algo nuevo. Y Raquel lucía tan orgullosa de la invitación. —Es como una competencia, un torneo, mamá. Y yo soy la mejor. Sé que soy la mejor. Bueno, una competencia quería decir gente, muchos participantes, personas con quienes hablar. Un mundo fuera del aparato. Fue por ello que dijo que sí. —Los atletas olímpicos van solos a las competencias —dijo Raquel a su mamá al día siguiente. —Llevan a sus entrenadores y como 50 cámaras de televisión. —Soy una ciberguerrera en una contienda altamente tecnológica. Está mal visto que a los ciberguerreros los acompañe su mamá. 16 —Me pondré en la última fila de asientos y fingiré que nunca tuve la dicha de tener una hija que me ignora. —Ay, mamá: no hay asientos. Había un montón de pantallas planas gigantes, muchas consolas diferentes de juego, kilómetros de cables negros reptando por todas partes, anuncios de nuevos CDs, un tipo disfrazado de erizo, otro de fontanero italiano, un río de gente. “Este es el mundo de mi hija”, pensó. Luces de halógeno, sofisticados controles, el aroma de la electricidad, paneles de aluminio, plástico por doquier. El lugar lucía más industrial de lo que era. Todo lo que había a la vista había sido diseñado para presumir que era alta tecnología. No había ventanas. Bueno, sí, pero no daban al exterior, sino a otros mundos. Cada pantalla mostraba un escenario completamente diferente. Había bosques de acero, horizontes extraterrestres, cuevas llenas de dragones, carreteras infinitas, caminos interestelares. Paisajes de colores imposibles, de ángulos que negaban la gravedad. Montañas hechas de agua, mares de agujas... Y todo moviéndose, girando, activo, pulsante. Después de enseñar su carta, a Raquel le dieron un gafete, una lista de competencias programadas y un mapa. Mientras se trasladaban a través del mar de gente, Raquel saludó a un par de muchachos: —ETech, Dos-0. —Extraños apodos. —No son apodos, mamá, eso es taaan viejo. Son nicknames. —¿Y de dónde los conoces? —De los juegos en la red. —¿Survival horror? 17 —Exacto, y mira, ahí viene uno de los mejores... Ey, Alberto, ¿también te invitaron? Nos vemos al rato... —¿Cuál es su nickname? —Alberto. Capaz y hasta es su verdadero nombre. Al llegar al sitio de competencia, la mamá de Raquel vio que, después de todo, sí había asientos, pero sólo para los contendientes. Con la vista fija en la pantalla, su hija aceptó, casi sin ver, un control. “Loading...”. El mensaje indicaba que el universo contenido en el CD empezaba a cargarse en la consola de juegos. Qué distinto era de los videojuegos de su época. Cuando ella jugaba Pac-Man bastaba un joystick y un botón. Miró el control que su hija sujetaba con familiaridad: parecía una M transparente para que pudieran verse los chips y tabletas que lo formaban. No pudo dejar de notar que había un minúsculo joystick y cuatro botones para cada pulgar. Y eso sin contar que los índices tenían también botones. En la pantalla un dinosaurio gigante empezó a perseguir un helicóptero. Los dedos de Raquel danzaron sobre los botones. Sonreía, sin notarlo, sin tomarse la molestia de ver el entorno, concentrada ya en el juego. Ya no estaba ahí. Su hija había salido por una de esas ventanas a otro universo. WAITING... En la pantalla de la computadora, en el Messenger, fue apareciendo, poco a poco, la conversación: RAQUEL DICE: Dime un empleo feliz. ALBERTO DICE: ¿Millonario? RAQUEL DICE: No, algo que te encantaría ser. ALBERTO DICE: Millonario. 18 RAQUEL DICE: Algo así como el que prueba en las fábricas de chocolate para ver si saben ricos... ALBERTO DICE: Los que usan los nuevos juguetes para comprobar si son seguros. RAQUEL DICE: El público que ve las películas antes del estreno para ver si les gustarán a todos. ALBERTO DICE: Catador de refrescos. RAQUEL DICE: ¿Qué es catador? ALBERTO DICE: Como el probador de chocolates, pero con líquidos... RAQUEL DICE: Ayudante de los Reyes Magos. ALBERTO DICE: El de los ayudantes es Santa Claus. RAQUEL DICE: Da igual. No sé... ¿qué otro empleo feliz se te ocurre? ALBERTO DICE: ¿Crítico de DVD al que le envían todos los estrenos? RAQUEL DICE: Tal vez. Ya sé. Cuidador de animalitos recién nacidos. ALBERTO DICE: Si te gustan los cachorros... No se me ocurren más. RAQUEL DICE: Ni a mí. Bueno, eso prueba lo que te decía: ninguno de ellos es más feliz. ALBERTO DICE: Es que nada se le parece. Nada es como ser B-tester. La mamá de Raquel releyó la carta nada impresionante que llegó, ahora con su nombre, en la que le informaban que su hija había sido la ganadora indiscutible de la contienda anual de survival horror (“Sólo no dejé que me comieran” comentó Raquel, modestamente) y le informaban que una firma de software deseaba su autorización para ofrecerle a su niña (“Ay, má, ya tengo 13”) un empleo como B-tester. Después leyó de nuevo el diccionario de informática en línea que su hija rápidamente le localizó para que 19 supiera que ser un B-tester no tenía nada de malo y sí muchísimo de bueno. Beta-tester Antes de que un programa de software salga al mercado es imprescindible una prueba de campo, en este caso, su uso por parte de un determinado número de usuarios, técnicos, programadores y especialistas con el fin de determinar fallas, errores u omisiones en su funcionamiento. A este grupo se le denomina Beta-tester. Su característica principal es que no deben pertenecer a la empresa que desarrolla el programa y que realicen las pruebas en un entorno real, en el medio en que se utilizará realmente, esto es, como si hubieran adquirido el programa y trabajaran diariamente con él. —Entonces... —Mamá, me van a pagar por usar videojuegos. Mi empleo será jugarlos. ¿No es maravilloso? Un par de días después se encontraban en una habitación gris, aburrida, sin revistas recientes. Las salas de espera son todas iguales. No importa si sus puertas llevan a un dentista, un trámite, o una compañía desarrolladora de videojuegos. Raquel leyó por octava vez la plaquita de plástico: SC Software Corporativo. —Al menos no es Nekronos Corporation —le murmuró Raquel a su mamá. —¿Perdón? —La compañía malvada que convierte a todos en zombis en Casa de Bestias. Está experimentando para crear supersoldados y libera un gen mutante que... bueno, ya sabes. Una corporación enorme. 20 —SC no suena muy atractivo, ¿verdad? —Y no tiene instalaciones subterráneas, ¿qué corporación no tiene instalaciones subterráneas? Hasta ese momento, SC la había decepcionado. Un edificio común y corriente en una calle del centro de la ciudad. Para colmo las oficinas estaban en el tercer piso. Nada de ambiente de alta tecnología. Aunque sabía que eso sólo pasaba en los videojuegos, esperaba pisos de aluminio, puertas deslizantes automáticas, o, por lo menos, lectores de retina y huellas digitales. Tal vez fuera mejor. En los videojuegos, mientras mejor lucieran los edificios de una corporación, peores eran sus intenciones. Y en esa salita gris no había mucho espacio para esconder mutantes hambrientos. Pero tampoco tenían carteles en las paredes, ni anuncios gigantescos de sus videojuegos, enmarcados en acrílico. El único adorno era una polvosa palmera en una maceta. Ni siquiera era de plástico. —Parece que alquilaron las oficinas... Se sentía atrapada en el waiting... (cuando la máquina te pedía que esperaras mientras acababa de organizar el juego). El instante eterno antes de empezar. Entonces se abrió la puerta, y un sonriente ejecutivo fue a recibirlas. Pasaron a una oficina que, para colmo, ni siquiera tenía una computadora a la vista. Raquel se enteró entonces que sólo habían ido a firmar papeles. Autorizaciones, permisos, sobre todo un documento llamado “Contrato de confidencialidad”, que parecía haber sido escrito por la propia Nekronos Corporation. En pocas palabras, Raquel se comprometía a no revelarle a nadie el contenido del software que iba a probar, cosa que le parecía de lo más lógica en el competitivo medio de los videojuegos; si contaba algo, cualquier cosa, a personas no autorizadas por Software Corporativo, las consecuen21 cias eran terribles: demandas, prisión y, lo peor, como era menor de edad, el castigo también llegaría a quien se hiciera legalmente responsable de sus actos. Su mamá, en este caso. Dudó un segundo, antes de firmar. Sí, las consecuencias de una indiscreción eran terribles, pero después de todo era sólo un videojuego. ¿Qué podía haber de secreto en un videojuego? “SC Software Corporativo” decía en el camión que se estacionó frente a su casa el día siguiente. Era un camión relucientemente negro, digno de aparecer en cualquier pantalla. Dos hombres hablaron con la madre de Raquel unos minutos antes de empezar a descargar cosas. La niña había supuesto que, simplemente, iban a pasarle un CD para que jugara y algún montón de papeles para que comentara todo lo que es importante en un juego: maniobrabilidad, inteligencia artificial, tiempo de respuesta de los controles, en fin, ese sencillo tipo de cosas. Nunca se imaginó que le llevarían equipo. Sin saber muy bien qué esperar, les enseñó su cuarto. Los hombres midieron distancias, sacaron un pequeño librero, uno de ellos empezó a modificar el contacto eléctrico visible. Otro fue trayendo cajas y cajas de las que sacaba relucientes aparatos. Raquel no cabía en sí de emoción. Comprendió que por eso el contrato de confidencialidad era tan severo. Iba a probar un nuevo juego, sí, pero al parecer también una nueva consola de juegos. Las más sofisticadas tenían el tamaño de una caja de zapatos. ¿Qué podía esperarse de una consola de juegos del tamaño de un escritorio? ¿Cuánta memoria habría libre para la creación de 22 imágenes? Mucha, muchísima. ¿Qué tipo de pantalla usarían? Esperaba que una de esas enormes pantallas planas que abarcaban una pared completa. Sería como estar ya en el mundo virtual, como si un par de pasos le permitiera estar adentro. Cuando se fueron, Marina miró desconsoladamente el montón de empaques de plástico rígido desechados que no iban a caber en las bolsas de basura... —32 cajas —dijo su madre—, metieron a la casa 32 cajas y algo que parecía un refrigerador negro. —Dicen que mañana van a traer más. —Ay, hija, créeme que ahora sí extraño al Pac-Man. CHOOSE A DIFICULT LEVEL... Había que vestirse para las graduaciones, para los bailes, para los eventos deportivos. Bien, parecía que dentro de poco habría que vestirse para los videojuegos. Raquel fue sacando de sus cajas las prendas de color azul oscuro, con ese aspecto entre tela y plástico de las ropas que usan los corredores olímpicos, o los hombres-rana. Naturalmente eran a su medida. Primero, una elegante chaqueta de neopreno, llena de bultos que eran, al parecer, microchips, una fuente de energía y un contacto inalámbrico; no tenía un cuello convencional, sino un collarín rígido. También había un par de guantes largos. Cuando los vio por primera vez creyó que eran los viejos data-gloves: controles en forma de guante para videojuegos. Eran algo más sofisticado que ello. Y por último, un casco negro, parecido a una escafandra increíblemente ligera. Raquel la tomó y se dijo que estaba a punto de comenzar su carrera de B-tester. De entrar a un juego que por el momento era únicamente suyo. Sonrió. Miró a su 23 alrededor, a los nuevos aparatos que casi llenaban su habitación. —Bien, es hora —dijo, para sí. Podía haberle pedido ayuda a Marina para vestirse o verificar los aparatos, o para que fuera testigo del inicio del juego. O esperar a que su mamá regresara del simposium al que se había ido. Pero este asunto era totalmente suyo, se lo había ganado, se comprometió a realizarlo y no revelarle nada a nadie. Ella iba a realizarlo sola. Sintió un agradable vértigo por todo ello. Se vistió con cuidado, sintiéndose a la vez un poco ridícula con todo ese estrafalario equipo encima, y a la vez muy bien porque estaba portando un vestuario creado única y exclusivamente para esta tarea: como los trajes de los astronautas o de los buzos de mar profundo. En cuanto cerró el chaleco empezó a escucharse un ligerísimo tono eléctrico, como una cámara cuando carga el flash. Se puso los guantes. Estaban hechos de un plástico suave, ligeramente húmedo; casi parecía piel, pues dibujaba los músculos que cubría. Eran tan largos que podían conectarse al chaleco. En cuanto unió las piezas, la fibra óptica que los rodeaba como costuras, se iluminó. La energía venía del vestuario mismo (“recuerda recargarlo en la noche”, se dijo), ningún cable la unía a las consolas de juego, o a los contactos de electricidad. Del mismo modo no necesitaba cables para dar instrucciones. No había ninguna posibilidad de enredarse con los controles, con la gruesa maraña de las conexiones. Era libre, gracias a toda esa alta tecnología. —¿Cuánto costará esto? —pensó. Bueno, ¿qué importaba? Por el momento era todo suyo. Se había sentido bastante desilusionada cuando no 24 trajeron ninguna pantalla gigante de alta resolución para el videojuego. Pero pronto descubrió que habían traído algo mucho mejor. Se colocó el casco. Pensó que debía verse extraña con esa cosa puesta, como si tuviera la cabeza dentro de una pecera negra. No era posible ver nada, completamente a oscuras. Lo apoyó en el collarín del chaleco. Con un ligero chasquido la pieza encajó perfectamente. Entonces la luz la inundó. El interior del casco era la pantalla del juego. Ponérselo era como sumergirse en la imagen. En este caso, una colina verde muy común y corriente. Un árbol a lo lejos, un río corriendo tranquilo por ahí, nubes algodonosas. Todo increíblemente detallado. El casco conservaba la perspectiva real. Si giraba la cabeza, las imágenes no se desplazaban como si hubiera portado unas gafas-pantalla. Se quedaban ahí y podía ver nuevas imágenes. Dio media vuelta y tuvo una perspectiva de 360 grados del lugar. Alzó la cabeza lo más que pudo y vio el cielo, tan azul y preciso que sintió un poco de vértigo. Bajó la mirada para ver el suelo: pasto verde. Era increíble. El casco debía calcular los movimientos que hacía (tal vez mediante el collarín) y los interpretaba para que su vista luciera real. Estaba dentro de la pantalla. Alzó las manos. Por un segundo esperó ver los guantes llenos de luz, pero aparecieron ante ella dos manos delgadas y largas. No eran reales, tenían ese color plástico que tiene toda piel en los videojuegos. Los guantes mandaban una señal que le permitía a Raquel ver sus movimientos realizados en ese mundo virtual. —¡Guau! —exclamó. Recordando las instrucciones, giró dos veces las muñecas y ante ella apareció un control de videojuego. Estiró sus manos virtuales y lo tomó. Con él podía avan25 zar como acostumbraba hacerlo en las consolas de juego. Con otro girar de muñecas el control desaparecía y podía tomar cosas del mundo virtual. Se agachó para tomar una roca, esperando, casi, sentir el tacto, la rugosidad del objeto, pero era sólo una imagen. Las imágenes no pesan. Era agarrar humo, niebla, nada. Sin embargo, el casco seguía siendo una maravilla. Raquel respiró profundamente, trató de relajarse. Era hora de comenzar el juego... Hizo aparecer el control. La primera sorpresa es que no apareció el conocido letrero de “Choose a dificult level...” No se le preguntó si deseaba que todo fuera fácil, promedio o difícil. Si deseaba enfrentar desafíos de aprendiz, experto o maestro. Cuando no preguntan nada así, Raquel sabía, por experiencia, que el juego era demasiado sencillo, o excesivamente duro, y el que empezó no fue sencillo en absoluto. START La mamá de Raquel guardó sus papeles, y pensó en su hija en ese momento. El simposium se había alargado un par de días. Y el trabajo que ella y su esposo presentaron llamó mucho la atención: tablas de migración de enfermedades. Los animales, desplazados de su medio ambiente por la deforestación, habían abandonado la selva y vivían en los bordes de las ciudades, llevando enfermedades e infecciones nuevas, que trasmitían a los humanos. Era necesario, urgente, preparar una proyección sobre esa tendencia; pensar en todas sus implicaciones, en todas sus consecuencias. Y éste era el mejor lugar y el mejor momento para hacerlo. 26 Reunirse con su hija iba a llevar un poco más de tiempo. Se la imaginó sentada frente a una máquina, sonriendo. Las vacaciones, se prometió de nuevo, debía organizarlas ya. A algún sitio tranquilo, alejado de médicos investigadores y B-testers a la vez. Si hubiera entrado a la habitación de Raquel en ese preciso instante, hubiera visto a su hija estirar la mano hacia la nada, tomar algo del aire, mover los dedos como si fuera un mimo haciendo la pantomima de usar un videojuegos. El casco negro y la ropa azul llena de cables y fibra óptica la hacían ver como si se hubiera topado con una telaraña luminosa. Con un gesto preciso, lleno de decisión, el índice oprimió el aire, del mismo modo que se aprieta un botón. Start, empezar. Con ese tono distraído con el que leía en voz alta, Raquel dijo: —Ventana 923. Entonces, a mitad de la habitación, Raquel dio un par de pasos atrás, y eso que estaba acostumbrada a zombis, vampiros y dinosaurios mutantes come-humanos. Tal vez recordara, entonces, que había sido elegida por ser una experta en el survival horror. Entonces... ¿qué veía?, ¿qué imágenes le ofrecía la máquina? 27 28 2 EL JUEGO VENTANA 923 L as palabras flotaron en el aire. Ventana 923. Nada más. No había ningún sofisticado corto informando la trama del juego. Y era una lástima; con semejante calidad de imagen, Raquel hubiera jurado que sería espectacular. Nadie le dijo el nombre de su personaje, quiénes eran los malos, cuál era su objetivo, cuántas vidas poseía. El letrero se apagó, y ante ella apareció, de pronto, un abismo. Todo lucía tan increíblemente detallado que durante un segundo sintió el vértigo de las alturas. Con el giro de muñecas hizo aparecer el control, y lenta, cuidadosamente, se asomó por el borde. Como el casco contaba con un sonido 3D realmente bueno, Raquel podía escuchar el mar allá abajo, entre la niebla aceitosa que casi lo ocultaba. El mar no sonaba como siempre, un murmullo continuo, una respiración salada, sino que emitía un sonido denso, pesado, succionante, desagradable. Las olas eran negras, lentas, se levantaban casi como tentáculos, se aferraban a las orillas decididas a no retirarse. Raquel se alegró de que el casco no reprodujera aromas, porque el agua se veía sucia, putrefacta. La luz, al tocarla, se convertía en una miríada de colores aceitosos. Las olas eran lentas por su excesiva densidad; las aguas estaban a punto de coagularse. “Nada podría vivir ahí dentro”, se dijo. Miró el horizonte lleno de montañas negras, que surgían de ese mar agonizante. “Así que los 29 30 océanos también pueden morir”, pensó. “Y éste es su cadáver...”. —Fantástico... —dijo, fascinada—, esto es más siniestro que la Casa de las Bestias. Con cuidado empezó a retirarse, y en ese momento el borde se desgarró. Caía al océano inerte... Trató de aferrarse a las grandes rocas negras que la acompañaban en la caída, pero sus dedos atravesaron la corteza. No eran rocas, por supuesto. Bastaba tocarlas para que se desgarraran en largas tiras aleteantes. Dentro había una pasta blancuzca, casi líquida, también... Aún así trató de aferrarse a ello. Una pantalla secundaria se abrió en el borde mismo de su visión. “Biopeligro”, leyó. Retiró sus manos virtuales de aquella repugnante pasta y las vio llenas de grumosas sustancias, y una aguja clavada en el pulgar. Raquel se estremeció. “Este juego no puede clasificarse para todas las edades” pensó, mientras se aferraba a lo que podía, lleno de filos o no. Cayó en una orilla, y un montón de esas “rocas negras” cayeron sobre ella. Ninguna pantalla informó de daño alguno. Eran como almohadas llenas de sobras y basura. Al menos no había caído al mar. Un toque de color la distrajo. Un personaje de caricatura la miraba sonriente, impreso en una larga hoja amarillenta. Había caído en el borde del agua, y lenta, densamente, el agua avanzaba por el dibujo, ahogándolo. Era un pañal absorbente. Las rocas negras estaban rellenas de pañales vueltos una masa blancuzca. Y agujas... Y quién sabe qué más. 31 Las rocas negras eran tan frágiles que caminar sobre ellas era un riesgo, sin saber qué desagradable sorpresa ocultaban en su interior. Un par de pantallas secundarias corrían información a un costado de su visión. Una de ellas desplegaba una lista de sustancias químicas presentes en el aire. Muchas estaban escritas en color rojo, igual que el letrero centellante de “Biopeligro”. Al parecer el océano era tóxico: el líquido blancuzco, la aguja que retiró del pulgar... En la otra pantalla, una silueta marcaba las heridas recibidas en la caída. Tal vez porque deseaba ver algo no tan desagradable, Raquel miró el personaje de caricatura. A pesar de no estar en el borde del agua, había sido ya tapado por lo negro. —Sí que es absorbente —se dijo, mientras se ponía de pie. La televisión estaba llena de anuncios de pañales, por eso no le extrañó a Raquel recordar que la buena absorción tenía que ver con los gelatinizantes. Su personaje empezó a toser, necesitaba alejarse de ahí. Con cuidado comenzó a subir la montaña, necesitaba un punto de vista alto para decidir el camino. No había más que montañas negras rodeadas por el mar. No había caminos, rutas, ¿cómo iba a escapar de esas aguas muertas, densas, lentas, casi coaguladas, gelatinizadas? Un momento... miró las montañas negras... ¿Cuántos pañales se necesitan para gelatinizar un mar? 32 Raquel sonrió, aferrada al mástil de su velero de poliuretano. Estaba formado por cajas, tiras de embalaje, cuerdas plásticas, botellas transparentes. No era un barco resistente, pero el mejor que pudo hacer con lo que había a su alrededor. Por alguna causa que no le era fácil precisar, el plástico se rompía al menor esfuerzo y se convertía en un montón de lajas quebradizas. Escamas sin resistencia alguna. Le daba la sensación de que era un plástico viejo, terriblemente antiguo. “¿Cuánto dura el plástico?”, se preguntó. No había herrumbre —no era metal—, pero parecía haber pasado miles, tal vez millones de años a la intemperie. El velero no iría muy lejos. Pero no deseaba eso. Quería llegar a otra de las montañas negras. Buscaba alimento. La pantalla de datos le informaba que se estaba muriendo de hambre (algo muy común en los videojuegos, sólo que ahí se llamaba “bajo nivel de energía”). En la anterior isla no había nada ni remotamente orgánico para comer. Con tanto desecho, debían haber programado unas ratas, muchas moscas, gusanos. Podría haber sobrevivido con unas cuantas ratas bien tostaditas, pero nada. Prepararse un menú de roedor no habría sido tan asqueroso como, por ejemplo, entrar en el interior de un gusano carnívoro en el videojuego de Nekromundo, y ese era uno de los atractivos del survival horror. Todo es posible, todo es necesario para la sobrevivencia. Raquel había mirado a su alrededor. El sonido 3D del casco la estaba poniendo nerviosa. Viento, el mar, el chasquido de las tiras de plástico contra el aire. Nada más. Sonidos muertos. Hasta un cuervo siniestro graznando amenazas habría sido bienvenido. “Falta vida en este basurero”, eso debía decirles a los programadores. Había, eso sí, mucho plástico. 33 Al principio construyó una balsa de botellas desechables, pero se quedaron pegadas en el mar denso. Comprendió entonces que no necesitaba nada que flotara, sino algo que cortara las aguas. Una especie de esquíes, o raquetas de nieve. El mar era tan denso que uno tardaba en hundirse. El barco de poliuretano se deslizaba sobre dos tiras de aluminio que, extrañamente, parecía herrumbroso. Una vela de bolsas de plástico la empujaba hacia delante. Raquel sintió el optimismo que todo capitán conoce. La nave avanza y hay mucho horizonte. ¿Qué podría detenerla? Nada, nadie mientras avanzara... A lo lejos (muy, muy a lo lejos) Raquel pudo ver tierra firme. No se dirigió hacia ella, porque no se veía más que una arena sucia y aceitosa en las costas. Era sencillo adivinar que se trataba del borde de un desierto gris. En la lejana tierra firme no pudo ver nada vivo, ni una planta, ningún animal. “¿Qué pasó aquí?” era una pregunta típica en los survival horror. No parecía un virus, ni algún plan de una corporación malvada. Parecía, simplemente, que este escenario estaba ahogado en desechos. Las nubes aceitosas se apartaron en lo alto, y todo quedó iluminado por la fuerte luz del mediodía. “Biopeligro”, parpadeó otra pantalla. ¿Ahora qué? Raquel giró las muñecas e hizo aparecer el control. Había un icono con el signo de interrogación, el típico para pedir aclaraciones. Alerta fotodermatológica Hiperplasia epidérmica Fotocarcinogénesis Inmunosupresión 34 Fototoxicidad Dermatosis fotoexarcebadas —Gracias —murmuró Raquel—, quedó perfectamente claro. Qué juego más extraño... —Los letreros aclaratorios no aclaran nada —se dijo. Debía recordarlo. Todo B-tester debe marcar los errores. La mano virtual que aferraba una cuerda empezó a cambiar de color. Unos círculos rosas aparecieron en todo el dorso, fueron creciendo alarmantemente rápido. Ante sus propios ojos, el rosa se volvió rojo, sanguíneo. Esto no estaba bien. En segundos, el rojo se convirtió en marrón. Soltó la cuerda y vio que el cambio de color no era uniforme. Una línea sana corría por la palma. —El lugar donde estaba la cuerda —dedujo. También había otra línea sana en el antebrazo, pero ninguna cuerda la cubría, nada la había tocado excepto... la sombra del mástil. Las partes sanas eran las que habían estado cubiertas o a la sombra. El peligro biológico venía de la luz —alzó la vista— del sol. —Oh, perfecto. No tenía nada con qué cubrirse. Nada, excepto la vela de plástico. Pero si el velero se detenía, iba a sumergirse en el agua negra. ¿Cuánto daño podría resistir hasta llegar a una isla de desechos? Debería enterrarse en ellos para protegerse, y quién sabe qué peligros habría ahí. Bueno, sería una carrera contra reloj. De una patada tiró todo lo innecesario por la borda. Se situó lo más posible en la sombra de la vela y se preguntó qué clase de planeta tendría un sol venenoso. 35 —Bien, ahora sé lo que sienten los vampiros... La piel oscura parecía un hermoso bronceado, como el que se consigue después de tres o cuatro semanas de quedarse una hora en la playa con mucho bloqueador solar. Recordó que en los frascos de bronceador decía “Protección contra rayos ultravioleta”. Eso necesitaba. Un poco de eso. Algo así como 10 o 20 litros. La piel bronceada se estaba volviendo de un negro violáceo nada saludable, y empezó a descamarse. Comprendió entonces por qué no había ratas, moscas, insectos. El sol los había matado a todos, los había quemado... ¿Serviría de algo cubrirse con el agua oscura? Sumergió un dedo nomás para ver cómo el letrero de biopeligro centelleaba alarmado. No, el agua no iba a servir de nada. —Sólo falta que un tiburón mutante me coma. Pero seguía sin haber nada vivo a su alrededor. —Sólo yo —pensó— y no voy a durar mucho. Piensa-piensa-piensa. ¿No era la mejor superviviente virtual? ¿No había salido ilesa de DinoIsla? ¿No detuvo la invasión de Zombis en Nekroguerra? ¿Acaso no fue la única que dedujo la trampa final de Casa de Bestias II? (Bueno, Alberto también, pero se tardó dos días en resolver el acertijo.) ¿Cómo ganar velocidad? Quitando peso. Pero la materia con la que estaba formado su barco de por sí no pesa mucho. Estaba indefensa en medio del mar y no importaba lo buena que fuera moviendo los controles. ¿Qué podía hacer, sino esperar, mientras avanzaba hacia alguna orilla? Y cubrirse del sol era sólo una parte del problema: ¿dónde conseguir un poco de alimento? Con ese sol no iba a haber plantas en ningún lado, ninguna hermosa selva llena de plátanos, mangos de un amarillo reluciente. 36 ¿Qué organismos mutantes crecerían bajo ese sol asesino? Tal vez, sólo tal vez, hubiera algo creciendo bajo las montañas de basura, bien profundo, alejado de la luz. Musgo, hongos... algo. No puede estar todo muerto, ¿verdad? ¿Verdad? ¿Qué clase de juego era éste donde no había salida? ¿Quién iba a usarlo sólo para ser eliminado? ¿Quién podría encontrar divertido morir de hambre en un mundo muerto? Pero su personaje no murió de hambre. No tuvo tiempo. Una de las tiras de aluminio se rompió con un seco chasquido, y el barco de desechos empezó a naufragar, lejos, muy lejos de cualquier tipo de orilla. “Esto no es agua, es gelatina”, recordó. Tal vez estuviera lo suficientemente densa para resistir su peso. Dio un salto hacia el mar. No se hundió de inmediato. Empezó a correr sobre lo negro. Tal vez lo lograría, tal vez, tal vez... Las aguas primero alcanzaron sus tobillos (podía desprenderse y dar otro paso, pero entonces se hundía un poquito más), luego llegaron a sus rodillas y de ahí a su cadera. Entonces ya no pudo escapar y lenta, implacablemente se fue hundiendo. Cuando el líquido oscuro cubrió su cabeza, todos los letreros se pusieron en rojo. Explicaron, detalladamente, qué sustancias tóxicas estaba bebiendo... Raquel adivinó que en la ventana 923 no habría otra vida para continuar el juego. 37 Con un gesto decidido retiraron el contacto del cráneo de Neo. Morpheus, al lado, movió un poco la cabeza, regresando al mundo real. Neo intentó incorporarse, pero no fue sencillo. Mil dolores diferentes asaltaron su cuerpo. Incrédulo tocó sus encías, buscando la causa del horrible sabor metálico que inundaba su boca. En sus dedos... el brillante color de la sangre, su sangre. —Creí que no era real —dijo Neo, sorprendido de que el viaje a la realidad virtual tuviera una consecuencia dolorosa. —Tu mente lo hace real. Neo lo pensó un par de segundos. ¿Qué estaba diciendo Morpheus? ¿Acaso quería decir que...? —Si muero en Matrix... ¡¿muero también aquí?! —Oh, por favor... —musitó, irritada, Raquel. Neo era un quejica. Detuvo el DVD. ¿Acaso nunca habían jugado videojuegos? Morirse era lo más común y corriente en el mundo virtual. Ese era el chiste. Que morirse no tuviera consecuencia alguna. Por supuesto que era molesto. A nadie le agrada ser devorado por un zombi, que un espía internacional le dispare a uno, o morir ahogado en el mar de un mundo de basura. Pero ¿quién se metería a un mundo virtual que fuera tan peligroso como el real? Entonces ¿qué ventaja habría de crear algo enteramente nuevo? Raquel no dejó de respirar al sumergirse en el mar oscuro, no aferró su garganta en busca de oxígeno. No se ahogó en modo alguno. Es más, suspiró honda, densa, profundamente. Enojada consigo misma. Había sido humillante. No había durado nada en la maldita ventana 923. Como si hubiera sido una principiante, como si no hubiera ganado una contienda anual. 38 Y el juego se había desconectado a sí mismo. Cuando te matan en un videojuego puedes empezar y volver a intentarlo las veces que quieras. ¿Por qué no la dejó empezar de nuevo? ¿Era una falla, o parte de la programación? Apretó todos los botones que pudo encontrar. —Vamos —le gruñó Raquel al aparato, pero fue inútil. Se libró del casco, arrojó el chaleco sobre su cama, salió furiosa de su recámara. ¿Qué quería ese condenado juego? ¿Cuál era el objetivo? ¿Qué debía hacer? Todo era venenoso ahí, ¿cómo se supone que iba a sobrevivir alguien? Bajó a la cocina, se preparó un sándwich enorme con lo que pudo encontrar. Después, simple y sencillamente para pensar en otra cosa, conectó el DVD, pero no había servido de nada. Miró su plato, sorprendida. Vacío. Hubiera jurado que se iba a tardar lo que dura la trilogía de Matrix en acabar todo lo que se había preparado. Fue por un par de galletas más. —Ay, niña —dijo Marina— comes como un náufrago. Recordó el mar negro y a Morpheus diciendo: —Tu mente lo hace real. En ese momento se le atoraron las galletas a Raquel. VENTANA 661 Oscuridad. Ahora no iban a tomarla desprevenida... nada de movimientos bruscos, cubrirse era imprescindible, tal vez moverse sólo durante la noche. Unas letras flotaban en la nada. Estaba lista para enfrentar otra vez el mundo tóxico de... 39 —¿Cómo que ventana 661? ¿No iba a repetir el nivel, una y otra vez, hasta pasarlo? ¿Hasta cumplir la misión, o llegar a un checkpoint (es decir, esa especie de pequeña meta que marca que una fracción del juego ha sido completada y que ayuda, paso a paso, a cumplir todo el recorrido)? Muchas veces los videojugadores se parecían a las moscas que se golpeaban interminablemente contra los cristales transparentes. La mosca sabe que hay una salida, y los jugadores que es posible pasar a un siguiente nivel, porque nadie programa un solo escenario. Empezar con un nuevo nivel antes de haber tenido éxito en el anterior era extraño, inusitado. Nadie hacía eso, ningún juego comenzaba en otro lugar. Las letras desaparecieron y ella contuvo un segundo el aliento. Primero fue un mar muerto y un sol venenoso... ¿y ahora? —No te sugestiones —se dijo, recordando el plato vacío—, es sólo un juego... Ante ella tenía una puerta que se agitaba violentamente contra el marco. Oía un estruendo, un rugir, algo tan poderoso que era imposible determinar qué estaba escuchando exactamente. Se encontraba a mitad de un pequeño cuarto, a oscuras. Había unos cuantos muebles, sillas de plástico, una mesa de madera de un hermoso color azul eléctrico, pero casi no vio nada de ello, atraída su atención por la puerta, que empezó a agitarse violentamente, rechinando, crujiendo en los goznes, agrietándose en la cerradura. No iba a durar mucho, no podía contener aquello que se encontraba afuera. Paradójicamente, Raquel se sintió mejor. Se dijo que había un monstruo allá afuera, qué bien. Por fin algo normal. 40 Las paredes también se estremecían. Su refugio estaba condenado, y no había más escape que la puerta. Se acercó a ella, lentamente, sabía que en el momento menos esperado... La puerta se abrió de golpe y algo saltó hacia el rostro de Raquel, demasiado rápido para detenerlo. Con un rugido la tormenta la rodeó, devorándola. La calidad de la imagen era tan extraordinaria, que pudo ver claramente cómo la lluvia no le permitía ver nada... atisbos apenas de lo que había más allá de la puerta: imágenes dispersas de un río cercano, de casas a los lados, algunas con ventanas rotas, otras ya abandonadas. Trató de cerrar la puerta, pero no tenía fuerza suficiente para luchar contra el viento. Raquel, en su traje de juego, estaba cálidamente arropada, seca y a salvo. Sin embargo, era tal el rugir del viento, tanta la violencia de la tempestad, que se refugió detrás de una pared mientras recuperaba el aliento. No podía quedarse ahí. Por la puerta, la lluvia entraba sin cesar, una lluvia horizontal, llevada por el viento. Las sillas de plástico levantaron, sorpresivamente, el vuelo, impulsadas por el aire y fueron a estrellarse contra la mesa azul que se estremecía ya, dispuesta a su propio vuelo. Raquel se asomó hacia fuera, por un instante, buscando una ruta de escape... El río estaba cambiando de color: marrón, café, negro. A diferencia del mar gelatinizado, este río corría rugiendo, increíblemente rápido. Y, sin embargo, no estaba hecho sólo de agua. Era, también, un río de tierra, de lodo. De ahí su color, su consistencia densa, el horrible rugido chapoteante que lo acompañaba. Se agitaba en su cauce, se estremecía al pasar, serpenteando. 41 Lenta, implacablemente, comenzó a desbordarse, a correr libre fuera de cualquier límite. Raquel miró sus pantallas. Ningún signo de biopeligro. Por un instante creyó que le iban a informar que el agua era tóxica, o las paredes radioactivas, pero al parecer el juego había optado, esta vez, por el realismo. Lo que las aguas cafés rodearon era un auto Dodge Dart perfectamente reconocible; lo sacudieron como un niño agita a veces una sonaja, lo arrastraron como si fuera un juguete; impacientes, fueron a estamparlo contra una pared cualquiera con tal fuerza que el vehículo atravesó medio muro, y el río entró junto con el auto para ver qué cosas fascinantes había ahí dentro. Raquel fue consciente, entonces, de que el cauce llegaba hasta las casas, que las aguas se acercaban rápidamente. Había oído la expresión “la crecida de un río”, pero jamás pensó que fuera tan rápida. La fuerza inhumana... Salió a la tormenta, corriendo. Había un auto a la entrada, buscó en sus bolsillos virtuales una llave que seguramente... Sí, llevaba las llaves. Perfecto. Todo aficionado a los videojuegos sabe conducir virtualmente. Raquel metió primera, aceleró, giró el volante lejos del río. El auto no respondió, empezó a deslizarse hacia un costado; las ruedas no podían hacer tracción en el lodo que las rodeaba; el río las había alcanzado ya. De un salto, Raquel abandonó el auto, justo antes de que se partiera en dos contra un poste. Empezó a correr. Miró sus pies, tenía agua hasta los tobillos, pero no era del río. El agua brotaba como un surtidor de todas las atarjeas; la lluvia no tenía por dónde irse y se quedaba ahí, aumentando el cauce del río. 42 En Control Comando II escapó de una avalancha, y todo juego que involucraba antigüedades arqueológicas debía tener una piedra rodante; sin embargo, aquí las pantallas anunciaban que el agua en los tobillos frenaba todo intento de correr, y además era sumamente fácil resbalarse. Un crujido impresionante la obligó a mirar detrás de sí, a la casa que acababa de abandonar. Ya no estaba ahí. El cauce marrón se la había llevado a pasear, sin esfuerzo alguno. Pudo ver cómo flotaba sobre las aguas un instante, antes de que empezara a fracturarse, a convertirse en escombro, en astillas. Con las patas hacia arriba, como un perro muerto, flotaba a su lado la mesa azul. ¿A qué velocidad iría el río, qué fuerza tendría, para llevarse una casa así? ¿Qué le haría de alcanzarla? El río se acercaba rugiendo, como un monstruo múltiple, implacable, imposible de detener. Miró a su alrededor. Había un letrero que decía: “Al bosque”. Recordó entonces todas esas fotos de supervivientes aferrados a los árboles, rescatados por pacientes socorristas. Si llegaba al bosque, si tenía tiempo de trepar en un árbol, tal vez la corriente pasaría de largo. ¿Eran las raíces de un árbol más fuertes que los cimientos de una casa? Tal vez no, pero un bosque eran cientos de árboles, mil lugares donde la fuerza del río podría dispersarse. Era su única oportunidad. “Al bosque”, decía otra señal, “Camino del Bosque”, se leía en otro letrero, “Colina del Bosque 200 metros...” El río continuaba creciendo, casi la alcanzaba. Miró sus tobillos. Estaban rodeados de agua café... pero ¿cómo? El río estaba aún atrás. Dobló la última esquina y se encontró con la Colina del Bosque. Un relámpago le 43 permitió ver con una inusitada claridad todo el terreno, que se elevaba. El bosque: 100 hectáreas de árboles rotos, 100 hectáreas de bases de troncos, 100 hectáreas en donde nada sobrepasaba el metro de altura. El agua torrencial caía también ahí. Bajaba a toda velocidad hacia el pueblo, arrastrando la tierra que rodeaba la madera muerta, una corriente café que se reunía veloz con el río marrón que iba a su encuentro. Cuando las aguas rodearon a Raquel se encendió, por fin, el letrero de “Biopeligro”. Ahogarse, por supuesto, era muy malo para la salud. VENTANA 755 Esta vez las letras no fueron una sorpresa. Un nuevo número de ventana quería decir, entonces, un nuevo escenario. Las dos primeras ventanas fueron muy diferentes una de la otra, así que esta tercera podía ser cualquier cosa. “Espera lo inesperado”, se dijo. Raquel giró las muñecas, lista para tomar el control desde el inicio. Nada de cantidades industriales de agua. En primer lugar, no se iba a ahogar. Ahogarse le estaba quitando diversión al asunto; así pues, tal vez lo primero sería conseguirse un equipo de buzo, alejarse de cualquier cantidad de agua suficiente para cubrirla, ir a tierras altas antes de cualquier cosa. Se vio rodeada de una brillante luz solar. Vio pasar a un lado un edificio. Ella se desplazaba. La imagen se sacudía, a veces se inclinaba demasiado, lo cual era bastante molesto con una pantalla de perspectiva completa: se estaba mareando. Miró a su alrededor. Estaba en el interior de un Jeep traqueteante, casi podía sentir cada bache del camino, pero no iba conduciendo. 44 Había, además de ella, otras cuatro personas. Por un momento creyó que sus compañeros de vehículo eran zombis. Tenían toda la apariencia: ojos hundidos, expresión de sufrimiento, un color enfermizo. Sin embargo, uno de ellos iba leyendo algo, otro abría un walkman y miraba, desolado, un par de baterías muertas. Los zombis no se preocupan por cosas así. Entonces ¿qué eran?, ¿pasajeros enfermos? En los videojuegos nunca hay personas enfermas (excepto si eran víctimas de un virus que los convirtiera en vampiros, muertos-vivos o monstruos). “No en un videojuego normal”, pensó Raquel. Uno de sus compañeros le sonrió, cerró un puño y lo agitó débilmente. Era un gesto muy usado en los videojuegos de comando: “lo lograremos”. ¿Lograr qué? ¿A dónde iban? ¿Por qué lucían tan mal todos? En la pantalla aparecieron varias advertencias: “Bioalerta”, resplandeció un letrero. Alerta: DA DA del tipo hipotónica Sequedad mucosa Disminución turgencia cutánea Hipernea Hipotensión Hundimiento del globo ocular Pulso débil y rápido Pérdida de calor en extremidades Alerta: ph sanguíneo: muy elevado —Recordar que los letreros no ayudan —se dijo, pero al parecer su personaje virtual también llevaba los ojos hundidos típicos del zombi. 45 Entonces ¿ella lucía tan mal como sus compañeros? Trató de verse en el cristal del vehículo, pero no pudo porque había demasiado sol. —Ey, un momento... Ella conocía esa calle; miró a su alrededor francamente asombrada. Era un camino que había recorrido mil veces, calles familiares. Allá afuera se desplegaba la ciudad de México, ¿por qué no la había reconocido de inmediato? Lo descubrió enseguida: la ciudad nunca está silenciosa. No de este modo. Podía escucharse, únicamente, el motor del jeep. Nada más, ni la menor señal del rumor eterno de la ciudad más grande del mundo, de los millones de vehículos, personas y ruidos que producían un sonido tan pesado y constante que uno dejaba de percibirlo... hasta que faltaba. El jeep se detuvo. El sonido del motor perduró un segundo en el eco hasta desaparecer también. Raquel se sintió hundida en un vacío. Si no oía a la multitud... ¿quería decir que la multitud había desaparecido? ¿Qué sucedió aquí? Era divertido tratar de deducirlo en los survival horror, pero no en un lugar que conoces. Miró a su alrededor, las calles vacías de autos, autobuses, bicicletas. Fuera lo que fuera lo que había sucedido, se llevó consigo todos los vehículos. Alguien le aventó un rifle. No fue un gesto decidido y enérgico, sino lento y titubeante. Al parecer nadie tenía mucha energía para parecer un comando militar. Raquel siguió a los otros, que se habían pegado a la pared y avanzaban con precaución. Ella miraba a su alrededor, demasiado asombrada para interesarse en el arma que llevaba, o en la misión. No era raro que el jeep se hubiera agitado tanto. Había avanzado por una calle 46 atiborrada de basura. Todas lo estaban, pero también había papeles y muchos objetos dejados al descuido, como si un gigantesco desfile o carnaval hubiera pasado por ahí, tirando todo a su paso. Había, eso sí, muchas cajas de cartón en el piso, muchas aún con objetos dentro. Raquel se asomó a una, y una muñeca le sostuvo la mirada. —Esto se cayó de un camión de mudanzas —se dijo. Pero eran demasiadas cosas, o se había caído todo, o... O eran miles de carros de mudanzas, millones de personas retirándose con sus objetos... ¿La ciudad estaba vacía porque todos se habían ido? ¿Por qué? ¿Huían? ¿De qué? ¿De eso llamado “DA del tipo hipotónica”? Su comando, o lo que fuera, se había alejado. —Bueno, por lo menos aquí no hay mares, ríos, lagunas donde ahogarme. En el piso, moviéndose apenas, había algunos periódicos. Siempre hay periódicos revoloteando alrededor de los desastres. Y siempre eran papeles imposibles de leer en los videojuegos. O con titulares que daban una pista precisa. “¡MICROGRIETAS EN TODA LA CIUDAD!” —Oh, perfecto —se dijo Raquel—. No hay nada como la información precisa. “EL BORO ES RESPONSABLE DE LA ATROFIA: OLDF” “EXPERTOS AFIRMAN CULPA DE EXTRACCIONES DE MANTOS FÓSILES” Al parecer era el día de no entender nada. “LA EXTRACCIÓN PROVOCÓ EL DERRUMBAMIENTO DEL GIGANTE” “La grieta que este martes provocó el colapso de la Torre Latinoamericana puede deberse a la sobreexplotación del manto acuífero de...” 47 Se veía una fotografía borrosa de una gran nube oscura que cubría el Palacio de Bellas Artes. ¿Eso fue?, ¿por ello abandonaron todo? “EL SISTEMA CUTZAMALA SE DERRUMBA; LA INTERCONEXIÓN DEL SISTEMA SURESTE, INSUFICIENTE” ¿De qué estaban hablando? ¿Qué significaban esas fotografías de territorio reseco? Eso parecía un desierto, dunas y polvo, pero se podía adivinar la silueta de la ciudad de México a lo lejos. A lo lejos, muy apagados, se oyeron disparos. Raquel levantó la lista de los periódicos, sorprendida. El fragor de una batalla. Sin ella. Pero... ¿cómo? ¿No debían esperarla? ¿No es el jugador el que siempre marca dónde está la acción? Raquel aferró su rifle y corrió hacia el lugar de donde venía el sonido. Estaba furiosa, herida, sorprendida de que la acción se desarrollara sin tomarla en cuenta. —No me van a abandonar, no me van a dejar a un lado, no me van ignorar, no me van a prometer vacaciones que nunca llegan, tiempo que nunca encuentran para mí, no me... Uno de sus compañeros estaba tirado en el suelo; aferraba una bolsa con una mano, el arma con la otra. Evidentemente estaba muerto. No más señales optimistas de comando: él no lo había logrado. Al caer, la bolsa se había roto. Raquel se agachó para recoger aquello por lo que habían ido a pelear a fuego y acero, aquello por lo que valía arriesgar la vida y perderla. Una botella de agua. La bolsa estaba llena de ellas. Con una súbita intuición la abrió, y tomó un trago largo, enorme. Bioalerta Rehidratación oral iniciada. No es suficiente aún para tratar la deshidratación aguda: DA 48 Agua. Todos ellos estaban enfermos de falta de agua. ¿La ciudad había sido abandonada por...? En ese instante la botella estalló. Raquel la miró, extrañada. —¿Qué...? Por supuesto. Al parecer no habían dejado de dispararse, y ella se había quedado inmóvil ahí, convirtiéndose en un blanco perfecto. Una pantalla le informó todos los desastres que provocan las balas perdidas. Antes de que el juego la sacara de ahí pensó: —Bueno, logré ahogarme en un vaso de agua... no, en una botella de agua. RAQUEL DICE: ¿Alberto, nunca has pensado en lo mal que debe sentirse Mario? ALBERTO DICE: ¿Cuál Mario? RAQUEL DICE: Bros. Mario Bros. El pobre se despierta un día y descubre que alguien secuestró a su princesa y desde entonces no puede hacer otra cosa que buscarla en lugares llenos de estúpidas monedas, rodeado de enemigos por todas partes y laberintos donde brincar, saltar, huir y nunca, nunca puede tomarse un día libre, ir al cine, chatear con los amigos... ALBERTO DICE: Los juegos tienen pausa. RAQUEL DICE: La pausa es para los jugadores, las memory card son para que se olviden un rato del videojuego y, cuando quieran retomarlo, regresen a donde se quedaron, pero Mario sólo se queda inmóvil, y solo, y triste, y... ¡y no es justo! ALBERTO DICE: Es un juego... RAQUEL DICE: ¿Y si no lo fuera? ¿Si empezaras a pensar que no sólo es un juego? ¿Si te sintieras como el pobre de Mario? ALBERTO DICE: Te diría que necesitas desconectarte un rato. RAQUEL DICE: Tal vez. ALBERTO DICE: ¿Cómo sabes si has pasado demasiado tiempo conectada? RAQUEL DICE: Suena a chiste. 49 ALBERTO DICE: Sientes que a tu nombre le falta una @. No, en serio, empiezas a pensar en que los personajes de videojuegos son reales. Que comen, duermen, se aburren fuera del argumento del videojuego, que tienen vida propia, y empiezas a... RAQUEL DICE: Ya sé, a imaginar historias con ellos. Y acabas escribiendo fanfics. ALBERTO DICE: “El amor secreto de Lara Croft”, “La triste infancia de Iori Yagami”... RAQUEL DICE: “Los sueños de Ash Ketchum”. ALBERTO DICE: Bueno, cuando tradujeron del japonés a los pokemon cambiaron los nombres, en realidad se llama... RAQUEL DICE: ¡Ja! Y dices que YO he estado demasiado tiempo conectada. ALBERTO DICE: Ey, eres tú la que se siente Mario Bros. RAQUEL DICE: Me gusta más Luigi. ALBERTO DICE: Raquel Bros. RAQUEL DICE: Si pasaras lo que Mario tiene que pasar, si sintieras lo que sienten cuando los laberintos no llevan a nada, o los matan una y otra vez. No sé... empiezas a pensar en que estar perdido, rodeado de enemigos y con todo buscando tu muerte... bueno, piensas que es una forma muy extraña de divertirte. ALBERTO DICE: El chiste es que es un juego, Raquel. Es como una película de miedo: te permite conocer monstruos sin la desventaja de que te coman. RAQUEL DICE: Tienes razón. Lo padre del asunto es que no es real. Y si parece real, pues más chiste. Y si casi te convence, pero puedes hablar después de que te mataron por una botella de agua, mejor, y si te ahogas en gelatina, pero puedes ver Matrix... bueno... creo que entiendo. ALBERTO DICE: Qué bien, porque yo no te entendí nada. VENTANA 723 Raquel simplemente escuchó el ruido del motor, apenas tuvo tiempo de girar y observar dos grandes columnas de agua acercarse a toda velocidad. Sin pensarlo se sumergió de inmediato, y fue rodeada por una gruesa columna de 50 burbujas, tan densa que apenas pudo ver pasar junto a ella una hélice girando a toda velocidad, a centímetros escasos de su nariz. Emergió, para ver a la moto acuática alejarse, dejando una gruesa estela y levantando surtidores de agua como si fueran un par de alas líquidas. —¿Cuál es la prisa? ¡Idiota! —le gritó, antes de recordar que ningún videojuego, desde los primitivos tiempos del ping-pong electrónico, ha respondido jamás a los insultos. La calidad de la imagen seguía siendo inmejorable, y en esta ocasión le mostraba cómo el agua escurría por una escafandra, empañando la vista. Raquel llevaba un traje de buzo completo y la bioalarma indicaba que había bastante aire en los tanques y la mezcla de gases era la correcta. Al parecer, los buzos no sólo respiran oxígeno... Miró a su alrededor en busca de motos, lanchas, barcos. Ni en el mar podía uno dejar de preocuparse por el tráfico. Había muchos, pero muy lejos, ocupados en sus propios asuntos. Bien, tenía el lugar para ella sola. Lo cual es excelente cuando se visita una ciudad sumergida en agua: calles, cuadras enteras, parques, jardines, tiendas. Algunos edificios estaban bien cerrados, con lo cual se trataba de evitar que el mar inundara las habitaciones, mientras que otros tenían puertas y ventanas abiertas, cuyas cortinas se movían como algas llenas de encajes. Aún se levantaban postes aquí y allá, algunos hasta con sus cables eléctricos colocados; las calles relucían bajo el líquido y todo parecía muy normal, como si nada más se hubiera el aire convertido en agua. Por supuesto era una impresión falsa: aún se podían ver grandes barricadas de sacos de arena, y presurosos 51 muros, y canales, y construcciones que trataron de detener el nivel del mar, que al parecer fue creciendo, hasta que se tragó la ciudad entera. Parecía que hubo tiempo suficiente para evacuar la zona, pues no se observaban objetos abandonados en la vacía ciudad de México. O tal vez las cajas de cartón y su contenido desparramado se fueron flotando por ahí... Había partes en las que todo lucía tranquilo y sereno. Un mundo común y corriente vuelto extraordinario por el simple hecho de encontrarse bajo el agua. Por ejemplo, esa casa con un automóvil estacionado a la entrada, como si aún esperara que alguien lo abordara. Raquel nadó sobre la calle y se posó en un farol. —Así nos ven los pájaros —pensó desde las alturas. Aunque, claro, ella tenía que ver a través de manchas de aceite y agua gris. Raquel había visto ciudades sumergidas antes (generalmente Manhattan), pero en todas ellas se suponía que el agua era totalmente clara y se mantenía inmóvil. Del auto estacionado surgían largas tiras de líquidos oscuros, tal vez el aceite, o la gasolina, formando una nube que, al moverse el agua, parecía palpitar. Ni un pez nadaba en los alrededores, y Raquel los comprendía perfectamente. La ciudad había sido tragada por un mar aceitoso, y reluciente. O tal vez era agua limpia y el contacto con todos los desechos de una ciudad había creado esas aguas grises. Como iba cubierta por un traje completo, la bioalarma no registraba peligro alguno, pero Raquel no se creaba falsas esperanzas. Cerca del auto había un parque con bancas de hierro forjado y un área de juegos infantiles: un columpio de metal, un sube y baja, el tradicional juego de tubos. El 52 metal a su alrededor aún no empezaba a oxidarse, lo que indicaba que ese lugar tenía muy poco tiempo de haberse inundado. Raquel no pudo evitar sentarse en la banca, fingir que todo era normal, imaginar que en cualquier momento iba a aparecer alguien paseando un perro, algún niño corriendo hacia la maravilla de los tubos de colores. Fue hacia los juegos y descubrió que es imposible columpiarse bajo el agua, y no había con quién jugar al sube y baja. De un salto llegó hasta la resbaladilla y se dejó ir por ella, pero antes de tocar el piso flotó hacia arriba, después se lanzó de cabeza, luego deslizándose en surf, girando, todas las formas imposibles que se le ocurrieron. Pudo haberse divertido por lo fácil que era jugar con el laberinto de tubos sumergidos, pero el lugar era demasiado silencioso. Era claro que, después de ella, nadie iba a volver a jugar ahí. Se quedó sobre la resbaladilla mirando los árboles que debieron dar sombra y frescura alrededor del parque. Estaban muertos. De pie aún, aferrados de sus raíces, pero ahogados por la inundación. Las hojas de un verde enfermizo, la corteza desprendiéndose poco a poco... Raquel se estremeció. Éste era otro mundo que había fallecido, sin peces, sin algas, sólo aguas negras y la ciudad abandonada. En las bancas de hierro forjado podía leerse aún: “Ayuntamiento de Veracruz”. Ella nunca había recorrido el puerto, ignoraba si se parecía al lugar real, pero ya que el juego había reproducido fielmente el DF, ¿por qué no habría de imitar 100 por ciento las bancas, el parque, los edificios blancos manchados de gris? ¿Y para qué preocuparse tanto por el 53 realismo si al lugar le había sucedido algo realmente extraño? ¿O acaso todas las ciudades costeras habían sido inundadas? ¿Qué significaba eso? Una sombra la obligó a levantar la vista, una nube de metal se acercaba a ella. Lenta, majestuosamente, un barco empezó a avanzar entre los edificios. Un barco enorme, un trasatlántico o algo por el estilo, un buque tanque a juzgar por las largas paredes de metal, por las inmensas anclas que trataban desesperadas de aferrarse a algo, abriendo una larga herida en el asfalto, arrastrando y partiendo en dos al auto estacionado. Aún bajo el agua, Raquel pudo escuchar la frenética sirena de la embarcación. No estaba ahí por gusto. Gracias al videojuego de Masacre Pirata, sabía lo imprescindibles que eran las cartas de navegación. Los pilotos de las naves necesitaban la descripción precisa de las costas, era vital saber qué obstáculos existían bajo las aguas y qué tan lejos estaba el fondo del océano. Si el puerto de Veracruz estaba inundado, significaba que la costa había cambiado, que ahora había otros obstáculos en la ruta, que las cartas de navegación no servían ya, y un barco podía perderse y chocar contra el nuevo arrecife formado ya no por coral, sino por ladrillo y concreto. De hecho, eso fue lo que ocurrió: el barco arremetió contra un edificio, y éste se derrumbó en cascotes y escombro, pero dejó una larga hendidura en el metal, por donde el agua entró a borbotones. Raquel se dio cuenta de que ver un naufragio desde esa perspectiva era mala idea. Se alejó nadando lo más rápido que pudo de la desigual lucha entre el barco y las construcciones. Poco a poco se fue acercando a los buzos que trabajaban por ahí, sacando objetos de los edificios, 54 transportando enseres que habían sido abandonados durante la huida y que siempre resultan imprescindibles. Vio que algunos llevaban un par de ataúdes de metal. Al parecer, alguien había regresado por sus muertos. Pero todos miraban en su dirección. Bueno, en dirección al barco cuya sirena todavía aullaba. De pronto vio un resplandor. Algo había estallado a sus espaldas. ¿Habría chocado el barco contra algo inflamable? Tanques de gas, gasolineras repletas; el agua misma parecía llena de petróleo. Raquel se dio media vuelta buscando, tal vez, ver una bola de fuego bajo el océano, un incendio submarino. Y sí, lo vio. Una esfera brillante en el centro de otra esfera ondulante que iba a toda velocidad hacia ella: el frente de la explosión, la onda expansiva. La bioalarma no tuvo tiempo siquiera de advertirle nada, antes de que la oscuridad la rodeara. —¿Te lavaste los dientes? —Sí, mamá. Me lavé los dientes, me cepillé el pelo, y puse a cargar el traje y el celular. —Ésa es mi niña. —Ay, ma, tengo ya... —13 años, ya me enteré. Buenas noches. —No te vayas. Quédate un segundo. —¿Te sientes bien? —Sí, pero, no sé, quiero platicar un poco contigo. La señora trató de no ver su reloj. Había planeado terminar un artículo, pero ¿cuántas veces le había dicho después? —¿Quieres que te cuente un cuento antes de dormir? 55 —Ja. Nunca terminaste ninguno. No, te quiero preguntar algo, pero es en serio. —¿Algún novio? —Dije en serio, ma. —A ver. —¿Te acuerdas cuando usaste por primera vez un videojuego? —Ay, hija, ¿no puedes pensar en otra cosa que no sea...? —Por favor. —Al menos no me preguntaste si había videojuegos en mis tiempos. —Bueno... la verdad... —Me haces sentir vieja, nena. Sí había videojuegos en mis tiempos, y para que lo sepas no hace mucho que existen. El primer videojuego se vendió, no sé, en los 70 más o menos. Era el gran regalo de navidad: una cajita negra con una perilla que giraba, para que jugaras ping pong; dos rayitas y un círculo blanco era todo lo que se veía en la pantalla. El juego traía una pieza de plástico que se pegaba a la pantalla del televisor: mostraba el cuadrado de la cancha. Y el único sonido que hacía era, cuando mucho, un pong cada vez que la pelota rebotaba. Después aparecieron otros que eran más o menos iguales: líneas en una pantalla, bloques que bajaban, todos tenían una música muy irritante; los timbres de celular tienen más tonos que los viejos videojuegos. —¿Recuerdas por qué jugaste con ellos? —No sé, tal vez porque eran nuevos, porque era un reto, y deseabas saber cuánto tardabas antes de que el aparato te ganara... —¿Y te ganaba siempre? 56 —Por supuesto. Creo que por eso nunca me llamaron la atención. Siempre perdías: aceleraban cada vez más hasta que era imposible alcanzarlos. —¿Y si aceleraran de entrada, si desde el inicio fuera imposible ganar? —Supongo que los habría jugado un par de veces y los habría abandonado, pero no recuerdo ninguno que pareciera invencible al principio. —Sí, lo sé. Parecen tan sencillos... Ma, ¿crees que alguien compraría un juego que jugara a derrotarte? —Depende de la publicidad, creo, tal vez lo vendieran como el juego imposible que sólo los ases ganan o algo por el estilo. —¿Y si los ases también perdieran? —Creo que a la larga no venderían muchos juegos. —Sí, yo también lo creo. Raquel suspiró. —¿Estás bien, mi amor? —preguntó la señora, preocupada al notar a su hija agotada, con grandes ojeras. —Sólo un poco cansada —sonrió, valerosa—. Nada más, mamá. No te preocupes... ¡y no vayas a tomarme la temperatura! —Las desventajas de tener una madre doctora. —Odio cuando me tomas la presión, esas cosas aprietan. —Mira que nunca te he medido la glucosa. —Ya lo hiciste... —Bueno, ¿segura que estás bien? —Sí. Es que ya es noche y tengo sueño. —Bueno, que duermas bien, tengo que ir a escribir un rato, nena. —Lo sé. Los retrovirus en las muestras de fauna amazónica desplazada. 57 —Ése ya lo terminamos, ahora es un estudio estadístico de los vectores de infección animal. —No suena como un buen cuento antes de dormir. —En realidad no es algo agradable para escuchar antes de dormir. —¿Ma?... —¿Sí? —¿Por qué hace uno cosas que no son agradables? —No lo sé. A veces porque es necesario hacerlas. En ocasiones, si uno las deja así se ponen peor... depende. —¿Y si no fueran importantes?, ¿si sólo fuera, no sé, un juego...? ¿Por qué jugarías algo desagradable? —No creo que lo jugara. Bueno, tal vez un minuto o dos, hasta que sintiera que no me gusta; después de eso, si no me estuviera divirtiendo, lo dejaría por la paz. Pero, precisamente eso es lo bueno de los juegos, que puedes abandonarlos... ¿verdad? “Yo no puedo”, pensó Raquel. Tres días: 72 horas exactas. Era el tiempo que restaba para que terminaran las pruebas del juego. Raquel recordó lo bien que se había sentido cuando le ofrecieron ser B-tester, la sensación de ser adulta al ver su nombre en papeles legales, el que le tuvieran la confianza necesaria para dejar a su cargo aparatos sofisticados. Y todo eso estaba terminando. Lo cual, a fin de cuentas, era un alivio. No más aparatos abarrotando su cuarto, no más ventanas. Eso era lo mejor de todo. Nunca pensó que fuera pesado ponerse el traje de juego, que deseaba inventar cualquier pretexto para no conectar los controles, que hiciera girar sus muñecas sin 58 decidirse a prender el programa, que hubiera preferido hacer cualquier cosa, cualquiera, en vez de entrar a un survival horror. Pero así era. Mucha alta definición de imagen, excelente sonido 3D, respuesta precisa de controles y todo ello, pero lo único que en verdad quería era no entrar a ninguna ventana nueva. Aunque no iba a abandonar el juego. Claro que no. Y sabía por qué: le dijo a Sofware Corporativo que iba a hacerlo, se había comprometido a jugarlo, y, sobre todo, no iba a entregar el juego sin ganar, al menos, un nivel. Un programa no iba a derrotarla. No, señor, no a ella... VENTANA 731 Un vehículo blindado era un buen principio. Tanto acero brinda un poco de seguridad. Botellas de agua a la mano, un rifle con todos los aditamentos posibles. Perfecto. Raquel decidida al volante. ¿Qué podía pasar? Se acercaba a un lago. Antes de meterse de lleno al escenario descrito por esa ventana debía hacer inventario. Se detuvo, para ver a su alrededor. “Raciones”, decía en un paquete a su lado, el cual no tenía el aspecto industrial de lo hecho en serie. Envuelta en papel aluminio, se veía una como pasta verde repugnante. La desmenuzó: eran algas compactadas. Antes de bajar del vehículo sacó un dedo por la ventanilla. Podía arriesgarse a perder el dedo. La bioalerta no se activó. No había aire tóxico ni luz envenenada por el momento. Se bajó con cuidado, el arma en la mano. Su vehículo era una camioneta con mucho acero remachado, cubierto por más placas de metal. Muy casero, también. Había un 59 amplio cajón atrás que contenía una pala, una especie de rastrillo, restos largos de plantas... algas. Por lo visto cosechaba lo que comía. Así pues, la misión era ir al lago por una carga más de plantas de un verde oscuro repugnante, para tener más raciones. Perfecto. El tipo de misión sencilla que generalmente es mortal en los videojuegos: recoge monedas, ve por paquetes de municiones, recolecta algas. Miró al cielo. Las nubes, de un horrible color mostaza, no se desplazaban con su acostumbrada lentitud densa y algodonosa, sino rápidamente, como si fueran de mercurio, casi líquidas. Un rayo las iluminó desde dentro y, la verdad, no mejoró su aspecto. Raquel no quería saber qué clase de lluvia transportaban. Tal vez era una misión contra reloj. Acercó el vehículo hasta las orillas del lago, que se movía en largas olas, densas y pesadas en sentido contrario al viento. Ni siquiera pensó que fuera una falla de programación. Ese lago tenía algo raro, aparte de su color negro con líneas plateadas aquí y allá. Bajó de la camioneta con las armas listas. De pronto, la superficie del lago se elevó hacia las alturas y apareció... ¿el tentáculo de un monstruo gigante? Pero este juego de las ventanas nunca ofrecía cosas sencillas como ésa. El tentáculo se acercó a ella, veloz. No le dio ni siquiera una oportunidad. Raquel empezó a disparar. Naturalmente era inútil. Las balas se sumergieron en esa oscuridad y desaparecieron sin dejar rastro. El tentáculo estaba formado por millones de pequeños cuerpos sólidos, algunos de los cuales fueron a estrellarse contra Raquel. Eran moscas, comunes y corrientes, un tornado de insectos, una marea viva que, demasiado 60 ocupadas en alimentarse del lago, de su superficie de peces muertos, ni siquiera reparaba en Raquel. Alerta: Peligro de sofocación. Conductos respiratorios pueden ser obstruidos por insectos. Se recomienda no respirarlos. Perfecto. Podía ahogarse respirando moscas. ¿A quién se le ocurrían estas cosas? “Oh, sí, para esta ventana necesitamos un millón de sabandijas, no, seis millones, y peces muertos, un lago cubierto por algas repugnantes, un cielo lleno de nubes asquerosas y sí... pensemos en algo más desagradable aún, porque eso sólo es el inicio del juego.” Raquel sentía una opresión en el pecho, tal vez temía aspirar profundamente. Porque una cosa es ver una masa de insectos palpitando en una pantalla, y otra sentir cómo esa marea viva te rodea por todos lados. Moscas grandes y pesadas, verdes o negras, de cuerpos jugosos, delgadas y esbeltas, del tamaño de una uña o minúsculas y casi invisibles; las más notorias eran las grandes, pero de las que había mayor cantidad era de las pequeñas, polvo vivo... Raquel se dejó caer al piso. Tal vez ahí no hubiera tantas y pudiera respirar bajo el tentáculo de insectos... Cerró los ojos para que las moscas no se arrastraran dentro de ellos, sin reparar en que no eran más que imágenes presentadas por un aparato. Abrió la rendija de un párpado. Los moscas volaban arriba de ella. Frente a su nariz había una piedra pulida, con un extraño dibujo, casi como si la hubieran modelado con plastilina Play Doh de color roca; era posible imaginar que esas largas protuberancias eran los dedos del artista... Tomó firmemente la piedra, no para arrojarla contra los insectos y 61 dispersar el tentáculo de moscas, sino para comprobar si podía cargarla, llevársela en su viaje. Una gota de lluvia cayó frente a ella, y las moscas se dispersaron por todas partes, huyendo. Excelente, había algo que desagradaba incluso a moscas alimentadas con pescados muertos. El agua, naturalmente, era tóxica. Viniendo de esas nubes, no le extrañaba en lo más mínimo. Inmersa por completo en ese mar de moscas, corrió hacia la camioneta lo más rápido que pudo; sólo 600 o 700 entraron con ella a la cabina. Tal vez tanto blindaje era para protegerse de la lluvia. Tal vez. Pero lo mejor era resguardar el vehículo de esa agua siseante. Encendió el motor, que se estremeció violentamente antes de apagarse. Ella no sabía que los vehículos también podían sofocarse. La combustión controlada del motor necesitaba aire relativamente limpio. La camioneta tomó un sorbo de las moscas casi invisibles y se atascó con ellas. —¿Y ahora qué? Lluvia tóxica afuera, algunas moscas dentro. No era una ventana muy emocionante. Su ración de comida fue cubierta en un instante por una masa negra palpitante, que zumbaba. Bioalerta: Vectores infecciosos presentes Raquel recordó el trabajo de su mamá. Esto también es fauna. En un lago de peces muertos, con agua tóxica, ¿qué enfermedades podían desarrollarse? Miró afuera y se dio cuenta de que, a excepción de ella, no se veía nada humano a kilómetros de distancia. No había otras camionetas, casas a lo lejos, luces. Recordó, entonces, que las ventanas que había recorrido estaban 62 casi vacías. Los pocos personajes que vio fueron eliminados casi sin esfuerzo, una baja más. Tamborileó en el volante. ¿No iba a haber batalla en su última ventana? Aún aferraba la roca que había recogido afuera. Como botín era demasiado poco. Por alguna causa esa piedra la incomodaba. Parecía tan real. Extraña, pero real. Una roca deformada por quién sabe qué horrible proceso. Probó otra vez encender el motor: ni siquiera vibró en esta ocasión, estaba muerto. Raquel debía regresar al refugio sin algas ni camioneta. Afortunadamente para ella, la lluvia cesó en ese instante, por lo que podía irse caminando. Tomó la piedra, el arma y empezó a seguir las huellas del vehículo. El lugar estaba devastado, no había ni una pizca de vida, hierba, árboles, animales. Sólo el lago con sus moscas y sus algas y sus rocas torturadas. El disparo la tomó por completo desprevenida. Cayó sin comprender por qué el suelo se levantaba a recibirla. Al cambiar la perspectiva, Raquel perdió el equilibrio y el golpe que se dio en el piso le añadió realismo a su caída en el mundo virtual. ¿Eran nazis?, ¿monstruos con metralletas?, ¿ejércitos mutantes? Oyó pasos, vio las botas de sus atacantes. Se trataba de niños, niños que corrieron felices a la camioneta, con ganchos de metal y barretas. Así, pues, el blindaje no era para protegerse de tornados de insectos, ni de lluvia tóxica, sino de otros humanos. Uno de ellos salió comiendo el paquete de ración sin apartar las moscas. No había mucho que hacer. Esperar que la bioalarma determinara en qué momento había sangrado lo suficiente para sacarla del juego. Entonces comprendió. La muerte era el checkpoint en ese juego de ventanas. La muerte era la meta del juego. 63 UN RESPIRO Era hora de acomodar todo, de guardar el traje de juego, de esperar a que vinieran a recoger los aparatos. Raquel acomodó la chaqueta de neopreno sobre su cama y se le quedó viendo un par de segundos. En verdad ignoraba cuál sería su aspecto con el equipo completo, desde fuera. Pensó en decirle a su mamá que le tomara una fotografía, pero recordó que el contrato de confidencialidad prohibía guardar recuerdo alguno. Y era una lástima, el traje se veía realmente bien. ¿Sería el neopreno, la fibra óptica y los bultos de los aparatos la próxima moda? ¿Por qué no? Escogió un par de pantalones azul oscuro y los acomodó debajo. La silueta se veía deportiva, atlética... Conectó los guantes para ver el tejido de luz. Colocó el casco en el collarín, y se sorprendió cuando éste se iluminó con una tenue luz ámbar. —Cabeza de televisor. No le preocupaba que el juego iniciara al conectar el traje. Eran necesarios bastantes movimientos para empezar. Se quedó mirando el conjunto un par de minutos. Le había parecido tan divertido todo, al principio. Un juego. Se suponía que todo eso era un juego. Alargó la mano para quitar el casco. Fue entonces cuando el traje respiró. Raquel dio un salto hacia atrás. El pecho de la chaqueta de neopreno se levantó como quien inspira profundamente. Ella se quedó ahí esperando ya cualquier cosa, que el casco girara lentamente para mirarla o algo así de escalofriante. Como en los videojuegos. El traje continuó simplemente ahí. Unos segundos después, una parte de la manga izquierda del guante se 64 infló hasta donde estaba un anillo, ligeramente arriba del codo. El espanto fue sustituido por la curiosidad. Raquel reconoció ese círculo rígido. Hija de doctora, sabía que ése era el lugar perfecto para tomar la presión arterial. Era necesario hacer una ligera presión para medir la velocidad con la que se desplazaba la sangre por su cuerpo. Tocó el pecho de la prenda. Otro anillo de goma rígido se infló, seguramente de modo automático al conectar el traje. En el pecho pueden medirse los latidos del corazón, el ritmo de respiración, quién sabe qué cosas más. El traje leía en ella. Datos médicos: presión, pulso, respiración. ¿Para qué? ¿A quién podía importarle saber la velocidad con la que respiraba, el ritmo en que palpitaba su corazón? Lentamente los anillos de goma se fueron desinflando, como si nunca hubieran estado ahí. La chica tocó el lugar donde habían estado. ¿Por qué no los había notado? Naturalmente, porque no se habían inflado de inmediato. Habían esperado hasta que ella estuviera inmersa en el videojuego, hasta que las imágenes que la rodeaban absorbieran toda su atención. Eso le gustó menos que saber que a Software Corporativo le interesaran datos de su organismo. Le molestaba que fuera furtivo, que leyeran a escondidas. 65 66 3 DESPUÉS DEL JUEGO MENSAJE DE TEXTO A l celular de Raquel llegó un mensaje de Alberto: “Dónde estás?” Sin molestarse en ver las teclas del celular, ella escribió perfectamente: “árboles, + árboles, sólo árboles”. Era increíble lo rápido que se puede teclear utilizando sólo un pulgar. Una habilidad pulida, sin duda, por el uso de los controles de videojuego. Oprimió send. El aparato cabía perfectamente en la palma de su mano, lo cual era magnífico porque se suponía que se había quedado guardado en casa. —Nada de aparatos durante las vacaciones —había dicho su mamá— es un viaje de desintoxicación. Tú no llevas videojuegos, nosotros no llevamos la laptop. Raquel no había protestado primero porque, increíblemente, las vacaciones tantas veces aplazadas estaban ahí, y segundo, porque después de usar el casco de pantalla y el traje del juego de las ventanas, la pantalla plana y los controles normales habían perdido un poco su atractivo. Además, después de tanto escenario muerto, era agradable estar rodeada de colores cálidos, verdes vivos y un cielo, aunque algo nublado, no apocalíptico. Cuando el último aparato de Software Corporativo salió de la casa, la mamá le dio la noticia a su hija: iban a festejar el fin de su primer empleo como B-tester, vacacionando. Era estupendo. 67 68 Viajaban en una camioneta de amplias ventanas, cerradas para no desaprovechar el cálido aire acondicionado. Raquel pensó que viajaban en una pecera, dentro de un casco de realidad virtual. Bajó la ventanilla para disfrutar la humedad y el frío. Abrió la boca para paladear esa sensación de frescura. —No te vayas a tragar un insecto —dijo, sonriente, su papá. Un insecto, uno solo, no era un problema. El celular vibró en su mano. Era un mensaje de Alberto: “Manda fotos”. Raquel levantó discretamente la mano, abrió los dedos para darle espacio a la diminuta lente de la cámara del celular y disparó. La imagen registrada, con esa luz y a esa velocidad, era únicamente un manchón verde indeterminado. Pero era un verde sano, un verde vivo. Después de las imágenes de las últimas semanas, era justo lo que necesitaba. Eso y la sensación de que no iba a meterse a un callejón sin salida en donde todo iba a matarla y no tuviera la más mínima oportunidad. Ahora podía dormir tranquilamente de noche; las comidas no le sentaban mal, no sentía una ansiedad injustificada ni las palmas húmedas a todas horas. Ella no podía saber que con el poco tiempo que había usado el juego, había desarrollado los primeros síntomas de la fatiga de combate. Sus padres, doctores, no pensaron que fuera eso. ¿A qué situación de fuerte estrés y sin control alguno podía enfrentarse una niña de 13 años? Raquel se veía feliz, mirando el bosque, cubierta por una colcha de cuadros rojos, sonriente. Todo estaba bien. —Espero que no estés jugando videojuegos con el celular... 69 —Este... no, mamá (son horriblemente sencillos). —¿Trajiste el celular, Raquel? —No regañes a la niña, tú también trajiste el tuyo, querido. —Puede presentarse una emergencia. —No hay problema. La mamá de Raquel se recargó en el asiento y disfrutó de la increíble vista del camino arbolado, de la luz suave filtrándose entre las hojas, y de lo que el personal de las cabañas le informó sobre la pésima recepción de los celulares en el lugar. Alberto escuchó, una vez más, el mensaje automático: “El número que ha marcado no contesta. El usuario puede tener el celular apagado o se encuentra fuera del área de servicio. Gracias.” MULTIMEDIA La cabaña estaba bien. Las camas eran lo suficientemente suaves. No había televisión por cable, pero eso lo sabía desde que su mamá insistió en unas vacaciones naturales. Todo olía a madera, y a humedad, pero, claro, humedad fresca. —Ya sé cómo es oler una nube —dijo su mamá. Raquel hubiera descrito el lugar como multimedia. Era posible percibir con cada sentido el lugar: oírlo, verlo, paladearlo, olerlo, sentirlo... A su papá le gustaron los ventanales. —Miren, miren —dijo. Abrió las cortinas de golpe, como un mago que hace aparecer un tigre blanco, y surgió una magnifica vista del bosque, de los árboles y de... —Un río, nena ¿no es bonito? Casi al alcance de la mano. 70 Raquel se obligó a sonreír. —Precioso. ¿Sabes si es temporada de lluvias? —¿Cómo podría saberlo? —¿Puedo preguntar en la recepción? —No hay prisa. Desempaquemos antes. Raquel miró el río, que corría sin prisa alguna; por suerte, era azul y cristalino, y no marrón y lleno de lodo. Recordó el videojuego de las ventanas: “Brommmmm”, había rugido la inundación, ocultando todos los demás sonidos. Se prometió estar atenta, en cuanto esas aguas dejaran de murmurar sabía que era tiempo de escapar. —Deja las llaves del auto a la mano, papá. Nunca se sabe cuándo se van a necesitar. Raquel contó los pasos de su cabaña al río. Doscientos treinta y cuatro. Arrojó una ramita a la corriente y la vio irse, perezosamente. Por el momento no había peligro alguno que arrasara con todo a su paso. Pero nunca hay que dejar de tener un plan B. La puerta de la habitación se abría hacia fuera, lo cual podría ser un problema si un viento tormentoso presionara contra ella. Pero una silla arrojada al ventanal brindaría la salida de emergencia necesaria. La luz naranja del atardecer fue apagándose poco a poco. Como si fuera una señal, los grillos comenzaron a cantar. Eso, sumado al rumor del río, dio como resultado una suave cascada de sonidos, un delicado y lento ritmo. Raquel, que pensaba en esos instantes en rutas de escape, no se dio cuenta de inmediato. Poco a poco comenzó a percibir esa paradójica calidad de los bosques: el silencio susurrante. Los leves sonidos nuevos de otro lugar la rodea71 ban suavemente. “No hay prisa”, parecían decir. El rugiente desastre de la ventana no estaba ahí. No aún. “Al bosque”, decía el cartel, innecesariamente porque los árboles estaban a todo el rededor, y el viento se dispersaba entre los troncos. Había empezado a llover, pero era una lluvia suave, tranquila. Casi como si la niebla se hubiera convertido de golpe en gotas, pero gotas casi tan insustanciales como el manto blanco de la niebla. Una mujer con un uniforme verde paseaba a lo lejos con los señores Oviedo. Era una guía de ecoturismo. Raquel sonrió. Sus papás necesitaban datos para sentir que habían estado en un lugar. Otros papás se llevaban figuritas, tazas de cerámica, pero ellos preferían las estadísticas y los números. Seguramente, para decidirse por ese lugar para vacacionar fue tan importante la guía de ecoturismo como las cabañas, los servicios y el río. ¿Se darían cuenta ellos de eso? Los alcanzó para escuchar también la explicación. La guía decía algo sobre los servicios ambientales que, al parecer, era algo así como valorar lo intangible, lo que no podía venderse de forma inmediata: —La regulación del clima, el amortiguamiento del impacto de los fenómenos naturales, la generación de oxígeno, mantener el ciclo bosque-agua... Pero como no puede verse ni comercializarse ni usarse de manera inmediata, no se valora. Y si desaparece, también desaparece lo demás. Si no hay bosque no hay manera de fijar la tierra, resurtir los mantos acuíferos, etcétera, y el terreno ya no sirve, no sólo como bosque sino 72 tampoco como pastizal o tierra de cultivo. Una hectárea de bosque puede valorarse, no sólo por la madera que se vende al cosecharse, se debe valuar también lo que se ganaría al no tocarla. —Debe ser muy difícil establecer una tasa de valor, un precio para algo que no se puede tocar ni ver ni oler —dijo la mamá, fascinada por el reto de números y cifras. —Puedes dar una cifra, pero ¿cómo convences del valor? —observó el papá, a quien también le gustaban esos temas. Raquel escuchaba a medias, contenta sólo de estar caminando junto con su familia, sin prisa alguna. —Una cifra no dice nada a menos que tenga un significado. A menos que lo sientas. Todos saben qué significa un millón de pesos, pero ¿qué vale para ti no tocar este bosque? ¿Qué significa que desaparezca? —¿Como habitante, como consumidor, como empresario? Las cifras sirven para establecer un valor sin importar quién seas. —¿Y si la cifra no significa gran cosa? Si un bosque cuesta lo mismo que un Ferrari, ¿no preferirías el Ferrari? ¿Cómo hacer sentir a alguien un valor? —Una buena pregunta. Sonrieron, felices. Así descansaban, haciéndose preguntas que no se habían hecho antes. Le pidieron a la guía que continuara hablando... —Podemos entender los servicios ambientales como los procesos y funciones de los ecosistemas que, además de influir directamente en el mantenimiento de la vida, generan beneficios y bienestar para la gente y las comunidades. No es volver intocables los recursos naturales, es usarlos sustentablemente. 73 A lo lejos, Raquel vio una fascinante colección de hongos rojos. Sólo los había visto de ese color en los videojuegos. Inmensos y perfectamente simétricos. Tenía que ver cómo eran realmente. —Ma —susurró—, los alcanzo después. Para alcanzar los hongos bastaba con deslizarse por la colina, pero debía hacerlo con cuidado, si no, podía... —Supongan que hay una inundación —dijo la guía— y no hay bosque. Raquel perdió el equilibrio. De pronto ya no estaba ahí, al borde del camino. Se escuchó un deslizarse de tierra, una exclamación y algo que caía pesadamente. Un instante después, la chica trepó hasta donde estaban sus padres, sacudiéndose la tierra de las rodillas. —Yo sé —dijo, como si no hubiera pasado nada—. No habría de dónde agarrarse para que no te llevaran las aguas, ¿verdad? —Bueno... sí. —Y nada detendría el viento. —Correcto. —Y habría dos corrientes: la del río, y la que baja de las montañas, ¿no? —También, y al no haber árboles, no hay raíces, ni forma de fijar la tierra que cubre las laderas y esta sería... —Arrastrada hacia el río. Y las aguas son color café, y el lodo agarraba las cosas y se las llevaba, y... y fue horrible cuando me pasó... —¿Perdón? —dijo la guía, con expresión incrédula. ¿Cómo explicarle lo de las ventanas y el traje de juego, y todo eso? —Digo, cuando me pasaron un documental en la escuela fue horrible. Recuerdo que había casas arrasadas, como si fueran de palillos, y autos partidos en dos, y... y 74 todo era muy espectacular. Era terrible, pero con una imagen increíble, y recuerdo un bramido que lo cubría todo... —Creo que estás describiendo un flujo de lodo. Es una mezcla de rocas, tierra y agua que se desprenden de un cerro muy árido, sobre todo cañones y laderas bastante empinadas. Ocurre después de una lluvia muy intensa. Es un evento muy violento, extremadamente rápido. Debido a que no hay vegetación que contenga la fuerza del desplazamiento... —¿Sabe si hay alguna manera de pasar el nivel? —¿Pasar el nivel? —De sobrevivir. —Simplemente alejarse de la corriente. Raquel pareció meditarlo un segundo. Después se dirigió de nuevo hacia los hongos rojos. Antes de irse dijo: —Alejarse es muy difícil, señorita. Se lo digo por experiencia. .JPG —¿Recuerdas cuando las fotos se ponían en un álbum y no se mandaban por e-mail? —preguntó el papá de Raquel, mientras se sentaba frente al televisor. —Tú escogiste la cámara digital —dijo la mamá, acomodándose a su lado. —Pa, esto es un álbum —afirmó Raquel, colocando el CD que había quemado con las fotografías—, sólo que digital. —¿Y quién descubrió que se podían ver en el DVD? —Raquel, ¿quién más? 75 —Ay, ma, la etiqueta dice “compatible con formato .jpg”. —¿Cómo se me pudo escapar? —Recuerdo las diapositivas... —Esa foto es bonita, papá, cuando te caíste al río. —Preciosa. —Y aquí estás, Raquel, hablando con la guía. —Y aquí también... y aquí, y aquí... y aquí... —En ésta, la guía se ve muy alegre... —Es que ya nos íbamos. —¿Y por qué le preguntaste si una lluvia podía inundar Veracruz? —Se me ocurrió. —Hmmm. —¿Y puede? —No. Por mucho que llueva, no es suficiente para que la cubra por completo. Ni un huracán podría. ¿Qué es eso? —Mi zapato, creí que había apagado la cámara. —Aquí me veo horrible. —Siempre te ves preciosa. —Gracias, amor. —El efecto invernadero podría... —¿Qué? —Inundar todas las costas del mundo, incluyendo Veracruz. Si la temperatura de la Tierra crece, se derretirían los polos, y entonces el nivel del agua subiría lo suficiente, y puede que eso suceda pronto... ¿no es increíble? Y calentamos la Tierra con la contaminación atmosférica, si continuamos deforestando, si se rompe el equilibrio del agua, entonces la atmósfera... —Aquí se ve a Raquel jugando con el celular. —Lo sabía. 76 —Estaba organizando mi directorio, ma, y entonces la atmósfera... este... ¿En qué iba? —Efecto invernadero. —Pues eso. Que estamos derritiendo los polos y después... ¡Un pajarito! —A las siete de la noche todo estaba lleno de pajaritos chillones, no fue nada difícil fotografiar uno. —La guía no supo decirme qué era un peligro fotodermatológico. —Cuando la luz afecta la piel —dijeron a coro sus padres. —¿Qué es eso? —Una mariposa volando, pero no supe enfocar. —¿Y si la piel se pone oscura, bronceada y luego negra? —¿En qué tiempo? —Minutos. Pa, ¿fotografiaste el ventanal? —Era hermoso. Suena a quemaduras de rayos ultravioleta. —Dos fotos más del ventanal... Una quemadura en minutos sólo podría ocurrir ante una fuente inmensa de UV... —Me pregunto cómo se vería en el despacho. —No, no, no. Me distraería demasiado. Y también si no hubiera capa de ozono. —La atmósfera debería cambiar... —¿No está cambiando por los gases de los sprays? Creo que son los hidrofluorocarbonos, ¿o eran los clorofluorocarbonos? —Tal vez con cortinas. —¿Qué tienen que ver las cortinas con el ozono? —El ventanal. —Aquí está papá jugando con su celular... 77 NEKRONOS CORPORATION Afuera de su ventana el sonido del río fue aumentando su volumen. Era extraño porque se encontraba en su recámara y no en la cabaña de las vacaciones. Sin embargo, ese rugir era inconfundible. Se puso de pie y fue acercándose al ventanal. Antes de llegar a él, una luz verde y repugnante iluminó las cortinas. Era el color de las cosas venenosas, de la radiación y el ácido. Raquel había visto los suficientes videojuegos para saber que si un verde resplandecía en la oscuridad era peligroso. Las rendijas de su puerta se iluminaron también. No podía salir con esa luz, estaba atrapada. Pero no sola, no a salvo. Algo, denso y pesado, empezó a respirar detrás de ella. Lentamente se dio la vuelta. En medio de su recámara había una silueta. No era ninguna persona, nada humano. Era el traje del juego que se movía por sí mismo. Las luces que recorrían el tejido, como costuras luminosas, cambiaron de color, de un blanco azulado a un verde infeccioso, pulsante, putrefacto. El casco negro se cubrió de signos, de pinceladas verdes que casi formaban un rostro. Parecía algo construido por la propia Nekronos Corporation. —Tú sabes —gruñó el traje, con una voz metálica. Raquel, experta en los juegos de supervivencia, no gritó. Buscaba con la vista algo que pudiera usar contra eso, si decidía atacarla. —Sabes lo que las ventanas no son. No podía negarlo. Sabía. Junto a su cama había un vaso con agua. ¿Esa cosa haría cortocircuito con un vaso de agua? 78 —Sabes lo que no queríamos que supieras. Tal vez si le rompiera una silla encima al casco... —Sabes lo que ocultamos. —¡Pues qué mal ocultan las cosas! —le gritó ella, furiosa porque un pedazo de ropa se atreviera a amenazarla, furiosa porque, la verdad, sí la estaba asustando— ¡Son pésimos para guardar secretos! El traje se arrojó sobre ella. Raquel trató de apoyarse en las cortinas para subir las piernas dos metros y que el traje pasara por debajo de ella, se estrellara contra el ventanal y lo atravesara... pero no puedes subir las piernas dos metros sin entrenamiento, y de todas maneras las cortinas no aguantaron su peso y cayeron a su alrededor atrapándola a ella junto con el traje: un revoloteo de tela. Antes de que pudiera hacer algo, lo tenía frente a ella. La luz del casco era roja... Los guantes del traje aferraron su garganta. Piensa-piensa-piensa. Raquel recordó entonces el punto débil que todo traje, asesino o no, tiene. Y aunque habían empezado a estrangularla, ella se permitió sonreír. Alzó ambas manos y abrió los cierres que unían las mangas con el chaleco. De inmediato, los guantes perdieron su fuerza, se desinflaron como globos. Con un rápido movimiento abrió el largo cierre del chaleco: el traje cayó informe en el piso. Lo único que se movía por sí mismo era el casco. Giró lentamente para verla. —Su secreto... —le gritó Raquel— ¡lo sé, lo sé, lo sé! Entonces, despertó. Pero lo cierto es que sabía lo que el juego de las ventanas ocultaba. Algo muy sencillo. Simplemente que el juego de las ventanas... —...no es un juego —susurró Raquel, sorprendida de no haberse dado cuenta antes, pero era tan claro ahora; eso explicaba por qué era tan extraño, la falta de ins79 trucciones, el que ese equipo fuera tan grande para tratarse de una simple consola de juego, lo avanzado de los controles y el traje. Eso no era un videojuego. Nunca lo fue. PLANTA DE ORNATO Todos los jugadores de survival horror comparten la misma característica: aman la acción directa. ¿Hay una bestia terrible en el lugar? ¿Qué mejor que ir y enfrentarla? —Es increíble lo bien que puede caer una pesadilla —se dijo Raquel esa mañana. Se sentía bien. Activa, llena de vida, dispuesta a todo. Ganar el combate contra el traje asesino le recordó lo que había olvidado desde el mismo momento en que entró al asunto de las ventanas: que ella era la mejor en los juegos, que era una ciberguerrera. Es increíble lo rápido que se acostumbró a perder, a ser arrastrada por las circunstancias. Cambió de una experta en survival horror a una mera víctima, una espectadora. Se convirtió en alguien a quien podían engañar, mentir, ocultar. Software Corporativo la contrató para ser una B-tester, pero ¿cómo probar algo si se desconocía cuál era su función exacta? Raquel se levantó dispuesta a derribar el edificio de Software Corporativo con sus propias manos si no le daban las respuestas necesarias. Si no tenían nada qué ocultar, no habría problema alguno. Si era una empresa como Nekronos Corporation, entonces tal vez no fuera tan sencillo salir de ahí... No podía ir simplemente y entregarse como un corderito al lobo feroz. Era necesario ir con el hada madrina, o un tanque totalmente armado. O con una carta bajo la manga. O, mejor, con una carta sobre el escritorio: 80 “Abrir sólo en caso de que no regrese”. Ella hubiera jurado que escribir algo así sería emocionante, que se iba a sentir como un detective o una bella y valiente periodista de tantas historias, pero, la verdad, le había dado un poco de pena hacer la carta, marcar el rótulo, dejarlo ahí. ¿Y si lo abrían antes? “Fui secuestrada por Software Corporativo” sonaba tan melodramático si no pasaba nada... pero, ¿no era mejor que no pasara nada? Se vistió con ropa cómoda, que le permitiera correr con soltura (por desgracia no era ninguna vestimenta oscura como la de los comandos y los ninjas). No tenía un walkie tolkie militar, pero sí algo mejor: su celular bien cargado y con suficiente crédito. Y necesitaba un vehículo de escape. —¡Ma! ¿Me puedes llevar al centro? El pretexto era un CD. Le dijo a su mamá que los de Software Corporativo habían olvidado un compac disc en su recámara y que era mejor regresárselo. Hasta le enseñó un CD, brillante y sin marca alguna. —No, mamá, no tiene caso que subas... Era cosa de un minuto; mejor que la esperara en el estacionamiento con el motor encendido... La chica sacó su celular, marcó el teléfono de su casa (donde no había nadie) y esperó a que se conectara el buzón de voz. —No borres este mensaje. Estoy en el edificio de Software Corporativo y voy a subir. Si no vuelvo a llamar en cinco... no, en cuatro minutos, estoy en problemas. Colgó. ¿No era magnífica la tecnología? Era como llevar el micrófono oculto de las series policiacas. Si no pasaba 81 nada, bastaba con llegar a su casa y borrar todos los mensajes. Si pasaba algo... bueno, estaba registrado. Cuatro minutos después volvió a marcar. —Casa de la familia Oviedo. —Marina, ¡no deberías estar en casa! Digo, hola. —Hola, niña ¿qué se te ofrece? —Que cuelgues y no respondas, por favor, estoy probando el correo de voz. —Tú y tus inventos. Click. —Como no bajaba el elevador, subo por las escaleras, voy a las oficinas de Software Corporativo. Si no hablo en cinco minutos, estoy en... oh, no. —¿Qué traes ahí? Raquel miró el botín. Las oficinas de Software Corporativo estaban vacías, no había escritorios, secretarias, plaquitas de plástico con el nombre, nada, sólo una delgada capa de polvo. Eso quería decir que el lugar llevaba bastante tiempo vacío. Tal vez abandonaron el sitio poco después de que fueron su mamá y ella. Era una fachada. Nunca fueron oficinas reales. No habían dejado nada atrás, excepto... —¿Qué haces con esa palmera seca? —Estaba sola ahí. Pero no sólo encontró esa planta de ornato. Había, en medio de la nada, unos papeles pulcramente puestos a mitad de todo, en una carpeta azul eléctrica. Nadie que entrara en las abandonadas oficinas podía dejar de verlo. Raquel abrió la carpeta: “Contrato de confidencialidad”, decía. 82 UN VISITANTE Software Corporativo había necesitado un frente falso. Tal vez ni siquiera se llamara realmente así. Todo era muy misterioso. Las ventanas no eran un juego. Y el traje tampoco era simplemente un control más sofisticado, sino que tenía otras funciones que Raquel desconocía. Funciones ocultas, ¿no era magnífico? En DinoIsla no había más que cuerpos tirados por todas partes, instalaciones militares deshechas, muchas barreras rotas, y cosas que se escondían de la vista. En Nekromundo, los zombis eran la menor de las preocupaciones, porque resultaron ser sólo títeres de una compañía malvada que deseaba abrir una dimensión paralela, ¿pero quién iba a creer que esos come-humanos sólo eran víctimas? —Yo —se dijo Raquel—, yo lo supe. Sabía que era muy buena para ese tipo de acertijos y misterios. Y ahora tenía un acertijo que le pertenecía, un misterio todo suyo. Una pregunta típica en los survival horror: ¿Qué pasó aquí? Había visitado cinco ventanas. Les había dado nombres provisionales: Mundo Basura, Inundación, Sed (ésa era la vacía ciudad de México), Veracruz y Moscas, aunque, la verdad a la última podría haberle puesto también Piedra. Esa roca que parecía moldeada con plastilina la molestaba, ignoraba por qué. Con todo lo que había visto en el juego: ¿qué tenía de particular? Parecía amarillenta, deformada, como si la hubiera hecho de Play Doh un niño con dedos enormes. Bueno: Basura, Inundación, Sed, Veracruz, piedra. Mundos vacíos o en proceso de quedarse sin nada vivo. ¿Qué más? ¿Qué más? Piensa-piensa-piensa. 83 ¡Los números! Cada ventana tenía un número. Los había apuntado, porque suponía que cada B-tester haría algo parecido. Miró la lista: 923 Mundo Basura 661 Inundación 755 Sed 723 Veracruz 731 Piedra Cada ventana era diferente (muy diferente) de la anterior. Tal vez porque había saltado de número en número. Los acomodó de menor a mayor: 661 Inundación 723 Veracruz 731 Piedra 755 Sed 923 Mundo Basura La inundación era un paisaje muy cercano. Podría haber sido el lugar donde vacacionó. A la guía de ecoturismo no le parecía algo imposible, sino que había ocurrido ya. El número más lejano correspondía a Mundo Basura, con su aspecto casi extraterrestre; pero, según sus papás, la luz tóxica era posible aquí en la Tierra. Al principio pensó que las ventanas eran como canales de TV; o, simplemente, un catálogo de pesadillas mortales. Pero, ¿y si los números querían decir algo? 84 —Para el carro, Marina, ¡Párate! —¿Qué? ¿Qué pasa? —¿Viste? ¿Viste? —¿Si vi qué? —El anuncio. Por eso me molestaba tanto. ¡La había visto antes! —¿De qué estás hablando, niña? —¿Puedes estacionarte? ¿Puedes? Tengo que verla de nuevo, tengo que saber. —Ay, niña, si es un anuncio de juguetes... —Ey, ya tengo 13. —De ropa, de discos, de lo que sea, no es necesario tanto grito. ¿A ver, dónde lo viste? —Ahí. —¿La piedra? ¿Nos bajamos para ver el anuncio de una piedra? Raquel se quedó sin decir una palabra más: ahí estaba, amarillenta, torturada, la roca que vio cuando trató de huir de un tentáculo de moscas. Fuera de la ventana. En el mundo real. En su mundo. Aquí. Aunque el cartel incluía una dirección, Raquel sólo podía ver la frase publicitaria: “Un visitante del mañana”. Había carteles, maquetas, dibujos, mapas de suelo, esquemas que todo mundo reconoce: un mar, una flecha que sube hasta una nube, lluvia, una flecha que baja hasta el mar, el sol: el ciclo de la lluvia. Sólo que este esquema incluía fábricas y humo negro y fórmulas químicas que nada tenían que ver con el H2O. Por lo que se veía alrededor, lo que se había unido al ciclo de la lluvia no era 85 nada agradable. Fotos de peces flotando inmóviles, algas putrefactas, árboles con aspecto de envenenados y animales muertos. Alguien había traído una parte del techo de un edificio. Se veía carcomido. “Hormigón expuesto”, decía el cartelito. Raquel había esperado encontrarse con una exposición de mundos virtuales, videojuegos, software, incluso máquinas de tiempo y muestras de rocas de otros planetas. No con una exposición sobre el clima. Sobre la lluvia. El nombre de la exposición era “Los efectos de la lluvia ácida”. Raquel se prometió comprarse un paraguas de inmediato. Miró el folleto que le habían dado en la entrada. ¿Qué es la lluvia ácida? Cuando la atmósfera recibe fuertes dosis de óxidos (de azufre y nitrógeno), provenientes generalmente de la contaminación, estos compuestos, por reacciones químicas complejas, se convierten parcialmente en ácido sulfúrico y nítrico. Algunas de esas partículas permanecen en la atmósfera, se combinan con la humedad de las nubes y caen con la lluvia, la nieve y el rocío: es la lluvia ácida. ¿Ácido cayendo del cielo? Sonaba digno de un survival horror, pero los videojuegos pueden apagarse. —Los de la visita, aquí, por favor, los de la visita guiada... ¿Vienes con la primaria? —Ey, ya tengo trec... este, sí... ¿puedo hacer preguntas? —Por supuesto. —¿Dónde está la roca del cartel? —Al final del recorrido. Espera... no te adelantes, queremos darles información importante. —¿La lluvia ácida crea tentáculos de moscas? 86 —¿Perdón? ¿Moscas con tentáculos? —Digo, ¿la lluvia ácida puede crear moscas? —Nada crea moscas más que otras moscas, pero la larva de mosca puede sobrevivir bastante bien en aguas ácidas, y los depredadores naturales de ellas (como los peces) no, por lo que tienes el principio de una plaga si el desequilibrio es serio. —¿Y la lluvia ácida puede crear un lago de peces muertos y muchas, muchas algas? —En los lugares más contaminados por este fenómeno ahora sucede lo siguiente: los productos químicos de la lluvia ácida se filtran a los cuerpos acuáticos, en especial el nitrógeno, y algunas especies de algas se multiplican mucho más allá de los números normales, cuando esto sucede y las algas mueren, bloquean la relación natural entre el aire y el agua, y ésta se pudre, es decir, se le agota el oxígeno. El resultado es que la mayoría de las especies que viven en ese cuerpo de agua se mueren, por un fenómeno conocido como hipoxia, es decir, oxígeno escaso. Por eso, de pronto pueden aparecer cardúmenes enteros flotando panza arriba y muertos, ahogados dentro del agua. —¿Y esto pasa en realidad? ¿Nadie se lo inventó? —Nadie lo inventó. No a propósito. La quema de carbón y otros combustibles minerales es la causa de que se vierta a la atmósfera el óxido de azufre. Las altas temperaturas de las combustiones combinan químicamente el nitrógeno y el oxígeno presentes en el aire y forman el óxido de nitrógeno. Las centrales eléctricas, las industrias grandes y pequeñas y las casas donde se quema carbón son los responsables, junto con los usuarios de petróleo, de este tipo de contaminación. 87 Raquel miró de nuevo su folleto. Era como si le dijeran la dirección exacta del spa del horror, como si fuera posible ir en ese instante a la Casa de las Bestias IV. Ahí estaba. La piedra torturada, deformada. Si le llovían continuamente esos productos químicos no era de extrañar su aspecto enfermizo. —Esta roca es un visitante del mañana. Los niveles de lluvia ácida que han bañado esta roca no existen en la actualidad, pero de no detener la contaminación existirán: es el aspecto que tendrán todas las rocas si no eliminamos este tipo de contaminación, es la figura del futuro si dejamos que las cosas continúen como hasta ahora, queremos mostrarles la forma exacta del mañana... El resto de la gente que recorría el lugar no parecía muy impresionada. Raquel podría decirles que no todo se limitaría a una piedra. Ella, en cierta forma, había estado en ese futuro. —Y no duré mucho —pensó—. La experta superviviente no duró nada. RAQUEL DICE: ¿Sabes lo que es un contrato de confidencialidad? ALBERTO DICE: ¿Uno que te impide decir cualquier cosa a nadie? RAQUEL DICE: Más o menos. Así que no te voy a decir nada. ALBERTO DICE: Perfecto. RAQUEL DICE: Voy a dejar que lo adivines. ALBERTO DICE: No me metas a cualquier cosa que quieras meterme. RAQUEL DICE: ¿No te interesa resolver un enigma? ALBERTO DICE: No, la verdad. RAQUEL DICE: Es un reto, es... ALBERTO DICE: Algo prohibido en algún papel que firmaste. RAQUEL DICE: Bueno... si me ayudas puedo decirte cómo terminar el último nivel de Casa de Bestias IV. 88 ALBERTO DICE: ¿Para qué? El chiste es averiguarlo uno mismo. RAQUEL DICE: No es fácil. ALBERTO DICE: Yo puedo hacerlo. RAQUEL DICE: Lo que digas. ALBERTO DICE: De veras. RAQUEL DICE: No lo estoy negando. ALBERTO DICE: En serio. RAQUEL DICE: Hay una espada... ALBERTO DICE: ¿Una espada? No he visto ninguna espada. RAQUEL DICE: Lástima... me avisas cuando termines... ALBERTO DICE: ¿En serio hay una espada? RAQUEL DICE: Bueno, al principio, Lord Ravenhard le teme a la pócima Esmeralda. ALBERTO DICE: ¿Qué pócima? RAQUEL DICE: Ups. Ya dije demasiado, y como lo quieres averiguar tú mismo... ALBERTO DICE: ¿Tiene que ver con la Séptima Puerta? RAQUEL DICE: ALBERTO DICE: ¿Raquel? RAQUEL DICE: ALBERTO DICE: De acuerdo, ¿cuál es el enigma? RAQUEL DICE: ¿Cuándo un juego no es un juego? ALBERTO DICE: Cuando es otra cosa. RAQUEL DICE: Ja, ja. Lo sé. Sé que es otra cosa. ¿Y si no se nota? ¿Cómo sabes si no lo es? ALBERTO DICE: ¿Suena a juego? RAQUEL DICE: Se ve como juego, suena a juego, se juega como juego pero no es un juego. ALBERTO DICE: Puede ser la manga del mago. RAQUEL DICE: ¿La qué? ALBERTO DICE: Cuando un mago te enseña que no tiene nada oculto en su manga te está distrayendo, dirige tu atención a donde no está el truco. RAQUEL DICE: ¿Y si no aparece ningún truco? ¿Si sólo enseña la manga? ALBERTO DICE: ¿Es atractivo el juego que no es juego? RAQUEL DICE: Mucho. ALBERTO DICE: Puede ser la envoltura de algo sin buen sabor. 89 RAQUEL DICE: Lo has descrito perfectamente... Pero si es una envoltura, lo que vende está dentro. Pero lo de adentro es horrible... ¿quién va a vender algo así? ALBERTO DICE: Alguien que espere que se lo compren. RAQUEL DICE: ¿Y quién compra algo horrible? ALBERTO DICE: Alguien que no sabe que lo es. O a quien le guste ese tipo de cosas. RAQUEL DICE: No hay nadie a quien le guste eso. ALBERTO DICE: ¿Nunca te has puesto a pensar que nosotros compramos cosas así, como Casa de Bestias IV? RAQUEL DICE: Pero Casa de Bestias no es real. No le sucede a nadie. Es un juego. ALBERTO DICE: Bueno, piensa en algo más simple: policías y ladrones, cuando apuntas con un dedo o con una pistola de agua. ¿Es divertido que te disparen? RAQUEL DICE: Con un dedo sí... porque no es real, es de mentiritas, es... es... creo que entiendo. ALBERTO DICE: Entonces, creo que ya te respondiste la pregunta “¿Y cuándo un juego no es un juego?” RAQUEL DICE: Cuando sucede en realidad. ALBERTO DICE: Ahora, sobre esa espada... RAQUEL DICE: ¿Estás loco? No hay espadas en Casa de Bestias IV. ¿Qué se necesita para una deducción? Música, por supuesto. El soundtrack preciso. Raquel pasó 15 minutos escogiendo el CD exacto. Como no es posible detenerse una vez empezado el proceso de descubrir el secreto, se preparó un sándwich, llevó suficiente líquido a su recámara, y por si el asunto resultaba más complicado de lo previsto: unas galletas. Después es imprescindible tumbarse en la cama, y poner alrededor todo lo necesario: papeles, una libreta, otro CD por si acaso. Sin zapatos es mejor. Y debe disponerse de tiempo para pensar, de ese tiempo durante el cual 90 parecería que simplemente se está viendo el techo y comiendo galletitas. Bien, Alberto había confirmado lo que ella sabía. Las ventanas no eran un juego. ¿Qué eran entonces? El mundo ofrecido por las ventanas parecía una Isla de la Fantasía al contrario: en vez de encontrar ahí lo que uno deseara, encontraba lo que no quería tener. ¿Era un catálogo de pesadillas? Raquel miró su lista: 661 Inundación 723 Veracruz 731 Piedra 755 Sed 923 Mundo Basura Bueno... sí. Según la guía de ecoturismo la inundación sucedía: se necesitaba un bosque destruido, una lluvia torrencial, laderas empinadas. Un Veracruz sumergido era posible, si continuaba el calentamiento global. La ventana que mostraba la piedra era el resultado de la lluvia ácida. Algunos de los efectos del Mundo Basura, como la luz tóxica, también eran posibles, así que: 661 Inundación POSIBLE 723 Veracruz POSIBLE 731 Piedra POSIBLE 755 Sed 923 Mundo Basura POSIBLE ¿Y la ventana Sed, de la vacía ciudad de México? Tomó un largo sorbo de refresco. Nadie podría sobrevivir en una ciudad sin agua. 91 Escribió “posible”. Entonces eran pesadillas posibles. Pesadillas (según la exposición de la roca) a punto de ser reales. Pesadillas que, de suceder, no le pasarían sólo a una persona. Recordó lo indiferentes que parecían esos mundos, no la atacaban precisamente a ella, simplemente eran mortales para cualquiera. Y eso que era una experta superviviente. Así pues, las ventanas no era mundos imaginados completamente por algún programador, como Nekromundo, donde todo ocurría en unas cuevas imposiblemente grandes, o en DinoIsla que si bien tenía una selva muy detallada, era irrealmente simétrica. Eran escenarios 100 por ciento realistas, como los que hacían para los videojuegos de autos y algunos deportivos que ocurrían en estadios famosos. Pero, según los de la lluvia ácida, no eran escenarios actuales, eran, este... eran... Se puso de pie, se sacudió unas migajas, y arrastrando sus chanclas fue hasta la recámara de sus papás. —Ma... ¿cómo se llama lo que haces? Su mamá miró el cepillo que tenía en las manos. —¿Peinarme? —No, no, eso de unos animalitos desplazados, que iba a pasar si seguían desplazándose... Eso de decir que va a pasar pero todavía no pasa... —Proyecciones. —Gracias... proyecciones, proyecciones realistas... Regresó a su recámara. Inundación y Veracruz tenían que ver con el clima. Piedra y Mundo Basura con la contaminación. La vacía ciudad de México sufría por falta de agua. ¿Clima o contaminación? Parecía obra humana. ¿No lo era también la deforestación, el calentamiento global, la lluvia ácida? 92 ¿No eran problemas que el hombre creaba? ¿Ése era el punto común? Proyecciones realistas de desastres creados por el hombre. Como había hablado mucho con la guía de ecoturismo y acababa de ir a la exposición de la lluvia ácida tenía muy claro el nombre: problemas ambientales. Las ventanas eran proyecciones ecológicas. Justo lo que iba a suceder si todo continuaba como iba. Pero... ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Qué tenía eso que ver con que el traje leyera furtivamente su presión arterial, su respiración? ¿Por qué Software Corporativo iba a usarla a ella para sus secretos planes? ¿Cuáles secretos planes? Tal vez debería ir por otro sándwich... SPYWARE RAQUEL DICE: Sobre el asunto del que no te estoy diciendo nada... ALBERTO DICE: ¿Sí? RAQUEL DICE: Aparecen unos números y no sé qué significan. ALBERTO DICE: Ajá. RAQUEL DICE: No son sucesivos, y no puedo descifrarlos. ALBERTO DICE: ¿Algún tipo de clasificación? Pueden ser números de un catálogo, de un archivo, como los clasifican en alguna biblioteca. RAQUEL DICE: Pueden ser las páginas de un muestrario de desast... de hechos. Las páginas de un libro. Los años que faltan... ¿crees que en 755 años podamos reconocer de un vistazo la ciudad de México? ALBERTO DICE: Lo dudo mucho. ¿Por qué no me pasas los números y tal vez pueda ver qué tienen en común? RAQUEL DICE: Van... Raquel miró su lista: 661 Inundación 723 Veracruz 93 731 Piedra 755 Sed 923 Mundo Basura Empezó a teclear “661, 723, 731, 755, 923”. Entonces la pantalla se apagó. Al principio creyó que se había ido la luz, pero el zumbido de la computadora continuaba suave a su lado. Y el LED verde del monitor seguía encendido. —¿Qué...? Unas letras verdes empezaron a escribirse por sí mismas en su monitor: “Dar esos números no es buena idea, ¿no crees Raquel?” El celular sonó en ese instante y ella estuvo a punto de dar un grito: —¡No me asustes! —le dijo Alberto. —¿Que yo no te asuste? —¿No escribiste en el messenger: “La información que está a punto de recibir puede incriminarlo en espionaje industrial y exponerlo a las sanciones correspondientes. Por favor, interrumpa esta conversación”. —Yo no. —Vino de tu computadora. —Mi computadora me está amenazando a mí en este instante. —¿Le has metido programas nuevos? —Ninguno. Bueno, me dieron un programa... —¿Quién? Software Corporativo le había dado un programa con preguntas que debía contestar sobre las ventanas. Preguntas del tipo: ¿están bien los colores?, ¿hay atraso en el tiempo de acciones?, y cosas así. —Este... no creo que deba decírtelo. —De acuerdo. No me digas nada. ¿Sabes qué es un spyware? 94 —¿Spyware? —Un programa espía. Un programa instalado en tu máquina para vigilar tus actividades, graba lo que haces y lo transmite a otra parte, y da acceso libre a quien quiera usarlo. —¿Y cómo...? —Tal vez está programado para actuar si escribes en tu computadora algo en particular, tal vez se activó cuando marcaste los números... “¿Sabes que también es muy sencillo escuchar tu celular?” —Alberto no sabe nada. —¿Perdón? ¿Raquel, con quién estás hablando? —¿Qué quieren? “Pasar al siguiente nivel”. 95 96 4 VENTANA 654 UN VIEJO AMIGO M ientras esperaba con su mamá el elevador, Raquel se dijo que debía haberlo adivinado. Cuando por fin llegó y entraron en él, no oprimieron el botón correspondiente al piso de las abandonadas oficinas, sino el del sótano. Software Corporativo, como toda buena compañía misteriosa, tenía instalaciones subterráneas. Una secretaria gordita las recibió, les pidió una identificación, les dio gafetes de visitante, les pidió amablemente que dejaran en recepción su celular si es que éste llevaba cámara integrada. Había en todos lados carteles que ofrecían extraños productos: “HMSTT para su empresa”. “El HMSTT es la ventaja corporativa, nosotros se lo ofrecemos a bajo precio”, y cosas por el estilo. También había carteles que proclamaban: “¿Sabe cuánto falta para el futuro?” —Están mejores estas oficinas, ¿no crees? Raquel quiso gruñir. Había sido amablemente invitada a visitar Software Corporativo una vez más. El hecho de que tenían pruebas (en su computadora) de que había incumplido el contrato de confidencialidad no se mencionó siquiera. Pero no todo estaba perdido. —Soy una ciberguerrera —se dijo—, una experta superviviente. Algo se le ocurriría. Algo debía ocurrírsele porque, la verdad, no veía salida alguna. 97 98 —¿Pueden acompañarme? El lugar estaba lleno de cubículos, cajas con papeles, aparatos de alta tecnología, y de gimnasia. Había decenas de caminadoras desarmadas, una especie de círculo lleno de un gel oscuro, y un hombre con unos zapatos especiales andaba encima de él. El gel se desplazaba en sentido contrario al hombre: una caminadora de 360 grados. Los zapatos eran de neopreno, y llevaban el tejido luminoso que Raquel reconoció de inmediato como el de su traje de juego. Ella había usado sólo el chaleco, los guantes y el casco. Era claro que aquí diseñaban las prendas que faltaban para que la sensación de ciberespacio fuera total. A su pesar, Raquel se interesó en las posibilidades. Si lograban que esa caminadora funcionara, no serían necesarios controles estilo videojuego del traje para desplazarse. Simplemente se caminaría por los escenarios sin salir del círculo del aparato. “¿Sabe cuánto falta para el futuro?”, preguntaban aquí también los carteles. Al parecer no mucho. —Por aquí, pueden pasar. Entraron en una oficina con paredes de madera donde había un sillón muy cómodo y la media docena de aparatos que Raquel reconoció de inmediato como los que habían llevado a su casa. La secretaria llevó a su mamá hasta el sillón, le ofreció revistas recientes (todas de tecnología); le preguntó si deseaba un café. Después abrió una puerta que daba únicamente a una habitación casi vacía. A mitad de todo, el círculo con el gel. Y un sillón con un viejo amigo: el chaleco, los guantes, el casco, además de un pantalón azul y los zapatos de tejido luminoso: un traje de juego completo. Así pues, la entrevista no iba a ser en estas oficinas, en el sótano de Software Corporativo, sino dentro de las ventanas. 99 En cuanto conectó el casco, la imagen parpadeó un segundo y Raquel se encontró de pie ante unas escaleras realmente grandes, que descendían hacia la oscuridad. Las paredes eran de un desagradable color gris. Ella podía ver a su alrededor, pero, por alguna causa, todo parecía desaparecer en la noche a un par de metros. Una antorcha intentaba inútilmente iluminar lo negro. A lo lejos se oyeron gritos, disparos continuos, el ruido insensato de la violencia. Y, más cerca, el sonido de alguien que subía hacia ella. Era un guardia de seguridad. El hecho de que llevara el cuello roto y aun así siguiera subiendo, implacable, no fue lo que sorprendió realmente a Raquel, sino descubrir dónde estaba. El guardia sonrió, desnudando unos colmillos enormes. “La Casa de las Bestias IV”, pensó Raquel. En la pantalla del televisor, el guardia parecía sólo un enemigo más; en la increíble precisión de las ventanas, Raquel se dio cuenta de que medía un metro más que ella, y lucía extraordinariamente compacto, invulnerable, indestructible. Ella se agachó, hizo girar la pierna a toda velocidad y trató de derribarlo con la fuerza de la patada. Creía que el golpe lo atravesaría como humo. Cuando el golpe le dolió, no pensó en la sorprendente tecnología del traje que permitía sensaciones de ese tipo, sino en que las piernas del guardia eran tan sólidas que no se movieron ni un milímetro. —¿Sabes cuánto falta para el futuro? —preguntó esa cosa, con una voz llena de líquidos. Raquel reflexionó que si podía sentir lo que pasaba en esa ventana, ¿qué sentiría si la atrapaban? Giró para 100 correr, y en el último instante se dejó caer y rodó sobre su espalda para escurrirse de las garras del guardia, y se dirigió hacia las escaleras, las cuales empezó a bajar de dos en dos, dejando atrás al monstruo y su pregunta: —¿Sabeeeeeeees...? En el videojuego, las escaleras bajaban por muchos niveles; en la ventana, Raquel se dio cuenta de que medían dos o tres kilómetros y era muy pesado recorrerlas. No estaba a salvo en ellas, había signos claros de disparos de bala, muchos escalones derruidos, súbitas manchas de sangre. También había un montón de relojes rotos, todos destruidos, cuando faltaba muy poco para la medianoche. Relojes digitales que parpadeaban “11.59.59”. Recordaba que en este lugar había reptadores, gusanos carnívoros, tecnobuitres, zombis, todos esos especímenes típicos del survival horror. Se detuvo a recuperar aliento, mientras se preguntaba, seriamente, por qué no había elegido juegos del tipo Hello Kittie, ahora estaría huyendo de pasteles de crema. Estaba en problemas. Piensa-piensa-piensa. El sitio se veía como la Casa de las Bestias, pero no lo era. Otro debía ser su objetivo. Esperaba que fuera otro y no simplemente que el programa intentara matarla. ¿Cuál era el checkpoint?, ¿cuál la meta? Entonces la escalera empezó a vibrar. Algo enorme bajaba a toda velocidad hacia ella. Raquel recordó el surf del barandal. Sin querer se asomó al abismo que se abría al otro lado de las escaleras, pero no tenía más opción. El barandal también vibraba y, sorpresivamente, escapó de sus manos. Lo había arrancado allá arriba el ente que descendía. Rodando a gran velocidad, una repugnante esfera de casi tres metros, hecha de algún material putrefacto, ba101 jaba hacia ella. No había a dónde huir. Se habían acabado las opciones. Estaría enseguida sobre ella. No tenía a la mano más que un reloj roto: “11.59.59”. Miró la esfera acercarse y se dijo que iba a ocupar los últimos instantes de su vida viendo esa cosa descender. Supo entonces la respuesta a la pregunta “¿cuánto falta para el futuro?”. —Un segundo —dijo en voz alta y clara, y todo a su alrededor se inmovilizó. KILIMANJARO —Perfectamente contestado —dijo una voz detrás de ella. Raquel se dio vuelta esperando al mismo Lord Ravenhard, el malvado dueño de la Casa de las Bestias IV, pero sólo había un joven muy común y corriente. —¿Esta cosa me habría matado de no contestar correctamente? —preguntó ella. —Simplemente te hubiera sacado de aquí. Game Over. Raquel alargó la mano para tocar la esfera. —Ugh. —Bonita, ¿verdad? Hicimos esto para ti. Los programadores estaban encantados. La Casa de las Bestias les fascina. No puedo creer que descansen de la programación jugando videojuegos. Ninguno creyó que pasarías este nivel. Es que no te conocen. Trabajas muy bien bajo presión. Presión que habían creado para ella. —¿Quién eres? —Un presidente en turno, un accionista mayoritario, el diseñador en jefe de este proyecto... en realidad, podría decir que soy Software Corporativo. 102 —Vaya. —El casco observa tus pupilas, Raquel, mide tus expresiones. Me dice en este instante que estás enojada. —¡No necesita un casco para saberlo! Me obligó a venir aquí. —Sí, ¿verdad? Pero fue para ahorrar tiempo. Tarde o temprano habrías venido por tu propio pie. Tienes mucho que preguntarme. —No quise incumplir el contrato de confidencialidad... —Seguro no revisaste la carpeta que te dejé en las oficinas vacías. Si la hubieras visto con detenimiento, te hubieras dado cuenta de que era mi copia firmada. Te regresé el único documento que te ataba. Era un regalo. —Yo no... —Lo sé, el personal de Proyectos dice que no me doy a entender bien, que me paso de simbólico. —Pues mejor vaya explicándose bien porque tengo muchas cosas que preguntarle: ¿Por qué el traje medía mi presión? ¿Qué son las ventanas? ¿Quién va a usarlas? ¿Son proyecciones o qué? ¿Por qué me escogieron a mí? —En resumen, ¿qué demonios pasa aquí? —En resumen, sí. Con un ademán, el joven hizo aparecer una caja que le ofreció a Raquel. “HMTT a 865KHZ ¡Incluye USBkey!”, decía en alegres colores; se veía la ilustración de un microchip que planeaba feliz sobre un campo con borreguitos. —¿Sabes que el hombre que hizo esa ilustración no sabe dibujar? —No se ve tan mal. —Quiero decir que esas imágenes no surgieron de ningún lápiz o pincel, sino que fueron tecleadas en la máquina; usaron un programa Photoshop. 103 —¿Qué tiene que ver...? —Hace 10 años no había mercado de trabajo para photoshopistas. Hace 30 años, nadie creería la cantidad de gente que trabaja alrededor de los videojuegos. Un videojuego, si es exitoso, puede ganar más dinero que la película más vista del año. ¿Sabes la cantidad de dinero que es eso? Trabajar con computadoras, con entornos virtuales, tenía que ver con el futuro. —Falta un segundo para el futuro. —Exacto. Estamos trabajando para empresas del mañana que nadie, nadie se imagina en este instante. El joven hizo un ademán y la Casa de las Bestias desapareció. De pronto, estaban en un helicóptero, volando sobre una imponente montaña nevada, que se levantaba majestuosa en el aire azul; parecía capaz de perforar el cielo, y el blanco de su nieve trasmitía una sensación de pureza, de infinito... —Las nieves del Kilimanjaro —dijo el joven—. Ernest Hemingway escribió sobre ellas y las hizo famosas para el mundo, pero siempre se han considerado montañas sagradas. Son la principal fuente de recursos para el gobierno de Tanzania. Vienen tantos turistas a verlas que se ha construido un aeropuerto internacional para recibirlos. Raquel podía entenderlo; era un mundo de nieve, un universo blanco. En el frío extremo es posible notar la precisa nitidez de cada objeto, era la naturaleza perfectamente delineada. —En 10 años... El joven, con un suave ademán, señaló la montaña. La nieve se estremeció, perdió su color blanco, se fue volviendo azul, y luego marrón; el agua empezó a correr cuesta abajo, en cantidades inconcebibles; la roca bajo la 104 capa de hielo surgió, como huesos rotos, negro bajo lo blanco; fue como si la montaña entera enfermara, muriera y se pudiera ver cómo su cuerpo era consumido en segundos. —El calentamiento global, el cambio de los patrones de clima, la contaminación han hecho que la capa de hielo de 50 metros de espesor que cubre la montaña se esté derritiendo. Las nieves del Kilimanjaro están a punto de desaparecer, como si nunca hubieran existido. El joven hizo un gesto al piloto, y el helicóptero se fue alejando de ahí. —Para impedirlo —continuó— se necesita una enorme cantidad de dinero, una inversión realmente grande. Se ha pensado en construir dispersores de calor, fijar capas de hielo mediante ingeniería, crear corrientes de aire frío para mantener la temperatura. Pero... ¿quién va a invertir en eso? ¿Quién comprende lo que realmente sucede? Sólo es una montaña, sólo es nieve. Descendieron en un aeropuerto derruido, donde había aviones abandonados, jets herrumbrados... —Esto es lo que se llama una proyección. Se extrapolan los datos, se calcula qué pasará en el futuro. Creímos que sólo veríamos derrumbarse la economía de Tanzania, porque la proyección nos mostró que el Kilimanjaro es el principal proveedor de agua de la zona; así pues, el derretimiento primero inundará el lugar y después lo hundirá en la sequía. La nieve desaparecerá junto con todo cultivo de la zona. ¿Recuerdas la ventana de la ciudad de México? Era la extrapolación de un par de sencillos factores: la deforestación de la zona, una época de sequía en la cuenca del Golfo, y el derrumbamiento del sistema Cutzamala, que aporta agua del exterior. No importa lo imponente que sean, las ciudades son frágiles, delicadas 105 flores de mil pequeñas raíces. La ventana del Kilimanjaro, una de las más importantes, fue retirada. Salieron a una ciudad abandonada, vacía bajo el sol. —Según nuestros datos, éste es el futuro si la montaña deja de ser blanca. En el horizonte se levantaba la montaña negra; a su alrededor, yacía una ciudad derribada, huellas de una cruenta batalla, un tanque quemado bajo el sol... —El futuro... —dijo Raquel. —Sí. Y sólo falta un segundo para el futuro. 10 años no es nada... BETA-TESTER Con un preciso ademán, el joven proyectó ante Raquel un escenario de la convención anual de survival horror. —No reconozco a nadie... —Ésta no es una proyección tan realista. Simplemente es un escenario. Caminaron entre la multitud; de vez en cuando, alguien los atravesaba sin darse cuenta. Eran fantasmas. No podían tocar nada, nada podía tocarlos a ellos. “Es cómo vivir en una pantalla sin tener el control remoto”, pensó Raquel, y se estremeció. —Como dedujiste adecuadamente, fuiste escogida para usar las ventanas. Enviamos observadores a las convenciones buscando un tipo de persona especial. —Los ganadores de los videojuegos. —No, por supuesto que no. Puede que encontremos algún modo de emplear a los que ganan en los tapetes de baile electrónico, pero aún no... —¿Entonces? 106 —Nuestros buscadores de talento saben qué va a ocurrir en el videojuego. Conocen el instante exacto en que saldrá la bestia, el monstruo, el enemigo. Ven tu reacción ante lo inesperado. Tu decisión, tu inventiva... Por cierto, nos encantó tu barco de desechos... —No sirvió de mucho. —No, pero fue ingenioso. Eres alguien que ha vivido rodeada de imágenes, cuya realidad es primordialmente visual; es más, eres de una generación que nunca ha existido antes: una donde las imágenes responden. —Multimedia. —Interconectividad, hipertexto, feedback. Los nombres son muchos, pero puede resumirse en que la tecnología te ofrece mundos nuevos y para ti es normal usarlos, te sientes tan cómoda con ello que incluso juegas. Eras la persona ideal... —Para mentirme, para engañarme. No estaban probando las ventanas. —Exacto. El traje y las proyecciones no necesitan un B-tester. —¿Entonces...? —Tú eras lo que necesitábamos probar. Otro ademán del joven los “colocó” en un laboratorio blanco. Había unas siluetas en azul, tridimensionales, girando. Raquel había visto los suficientes programas para reconocer un holograma médico. Números y fantasmales órganos flotaban en el interior de esas siluetas. —Tus mediciones, Raquel. Presión, latidos del corazón, reflejos controlados, reflejos inconscientes... —¿Ése es mi esqueleto? Qué mal me veo. —Tal vez necesitas hacer más ejercicio al aire libre... —¿Y para qué necesitaban probarme? 107 —Es tu respuesta ante las imágenes, porque las ventanas simple y sencillamente son eso. Las mejores que podemos conseguir con la tecnología actual, las más realistas jamás creadas, pero imágenes al fin. Descubrimos que hay una increíble respuesta fisiológica. Tu cuerpo reaccionó ante lo que veía. —Tu mente lo hace real —dijo Raquel, recordando el diálogo de Morpheus. —Matrix. Mi película favorita. Y sí, pero no. —Muy claro. —Eso de que mueres si mueres en Matrix es fantasía. Nosotros descubrimos midiéndote que las reacciones no son reflejas: si te golpeas en la ventana no te aparecen moretones... no, tu cuerpo reaccionaba ante estímulos emotivos. —No entiendo. —Jugaste en el Veracruz inundado. O lo intentaste. Subiste a una resbaladilla y de pronto dejaste de hacerlo. —Esos juegos nunca los usarían otros niños... —Sabías que las moscas eran falsas, y aun así te cubriste los ojos para que no te entraran. —Se veían tan reales... —... tan reales que tu cuerpo lo sintió. Sintió esa realidad. Justo lo que necesitábamos saber, lo que nos dijo que las ventanas son un éxito. —No entiendo. —Las ventanas son proyecciones ambientales. Son mundos que serán. Ya lo habías deducido, ¿verdad? —Una es lluvia ácida, otra deforestación, una más capa de ozono, otra... —¿Sabes lo que son los servicios ambientales? —En mis vacaciones lo averigüé: es comprender el valor de cosas como mantener el ciclo agua-bosque, los beneficios de no deforestar, el... 108 —Es hacer una proyección y comprender lo importante que es actuar antes del desastre. —Mi mamá escribe sobre unos animalitos que... —La fauna desplazada. He leído los informes de sus conferencias. Muy interesantes. Deberíamos hacer una ventana sobre ello. ¿Sabes por qué? —No. —Porque las ventanas nos permiten una reacción emotiva. Sentimos la proyección, el escenario. —Nadie aprende en cabeza ajena, ¿verdad? —Eres la gente que necesitamos, Raquel. Exacto. Nadie aprende en cabeza ajena, la gente necesita sentir lo que pasará en el futuro. —¿Qué eran los números? 661, 723 y los demás. —Pasos. Pasos que hemos dado para que al final no sobreviva nadie. Hechos que hemos llevado a cabo, procesos que hemos puesto en marcha. —¿Faltan 923 pasos para llegar al Mundo Basura? —¿Mundo Basura? —El mar gelatinizado por los pañales desechables. —Bueno, también hubo otros factores, reacciones químicas diversas con materiales no biodegradables, pero no es mala descripción. ¿Sabes que el plástico tarda miles de años en desintegrarse? —Todo parecía viejo... —No quiero que ése sea nuestro futuro. En vez de grandes obras de la humanidad, que lo único que nos recuerde sean montañas de desechos. —¿Entonces faltan o no 923 pasos para llegar al Mundo Basura? —No, claro que no. —Menos mal. —Faltan menos. 109 —¿Para la luz tóxica y todo eso? —Sí, porque hoy no estamos en el paso 0. Llevamos bastante camino andado. —No entiendo. —Si hiciéramos una ventana del presente sería la... déjame ver... la ventana 654. Sí, éste es nuestro tiempo, hoy, este momento. La ventana 654. —Pero no es todo, ¿verdad? No sólo es un viaje al país de los desastres. El joven rió, hizo un ademán y se encontraron en un zepelín, sobrevolando maizales. A lo lejos, mil zepelines más, perfectamente plateados, creaban una sombra errática sobre el sembradío. —A un B-tester se le ocurrió cómo cultivar bajo sol extremo... Para sobrevivir, el mañana estará lleno de trabajos y empresas que nadie se imagina en este instante... si funciona necesitaremos diseños de zepelines, por ejemplo... tu idea de navegar el mar gelatinizado también es buena... las proyecciones de desastres ambientales también nos permiten imaginar qué hacer... —Econautas. El joven se rió. —Qué excelente nombre. Econautas... deberé recordarlo. Lo define perfectamente... Raquel, necesitamos viajeros en las ventanas, creadores en las ventanas. Hay muchos científicos y ecólogos creando los datos, haciendo las proyecciones, investigando los efectos. Todo esto es resultado de su trabajo. Las ventanas son un resumen visual de ello. Pero necesitamos también quien piense usando esos datos transformados ya, necesitamos perspectivas nuevas, gente que maneje estas imágenes como nadie lo ha hecho antes... 110 —Necesitan gente experta en el survival horror. —No. Necesitamos gente llena de recursos, inventiva y decisión, que no tema aventurarse en lo desconocido y busque cómo usar su entorno para sobrevivir. Gente proactiva. Tu viniste a buscarnos, no te quedaste con nuestras explicaciones, actuaste para resolver el misterio. Eres justo lo que necesitamos. Piensa, Raquel, ¿quieres trabajar en el futuro? —Las ventanas no son divertidas. —No. No lo son. La supervivencia no es un juego cuando es real. Pero debemos actuar ahora. Es todo el tiempo que tenemos antes del futuro. Necesitamos tus habilidades. —Las ventanas son muy duras. —Pero tú las manejaste bien. Más ahora que sabes lo que son. Más si comprendes que no estás sola en el fin del mundo y hay una misión... —No sé. No creo. No, mejor no... Pero... —¿Sí? —Pero es el máximo juego de supervivencia, ¿verdad? —Sí. —Y si lo gano no sólo ganaré puntos, ¿verdad? —Tal vez salvemos vidas. —Déjeme pensarlo, porque, señor Software Corporativo, aún creo que no me esté diciendo toda la verdad. El joven se rió, hizo un ademán y una puerta se abrió. Saludó como un mago al final del espectáculo y antes de salir dijo, sonriente: —¿No es mejor, siempre, un poco de misterio? CONECTANDO Mil veleros se desplazan y, sobre ellos, los zepelines plateados, que transportan unas bandejas enormes de líque111 nes, algunos de los cuales han empezado a subir por los costados curvos; a lo lejos puede verse un globo casi cubierto por las plantas, un desconcertante bosque de líquenes suspendido en el cielo. ¿Quién iba a creer que hubiera nutrientes en la atmósfera? A ella se le ocurrió, simplemente, que si el suelo se había vuelto inadecuado en esta ventana, y la poca tierra fértil se cubría de agua, siempre quedaba el aire... Además, los jardines flotantes eran hermosos. “Estoy diseñando este mundo, lo estoy construyendo, intento salvarlo”, pensó. Por supuesto que sólo se trataba de una imagen, una proyección. El medio ambiente no se salva mágicamente; hace falta trabajo, recursos, mucha gente ocupada en ello y, también, imaginación. Y ése era su trabajo. Y lo ejecutaba excelentemente. Tampoco se le escapaba que la prioridad era la ventana 654, la cual era el presente, la realidad. Lo que era necesario hacer no podía realizarse más que en esa ventana: el presente, un segundo antes del futuro. Había mucho trabajo que realizar al otro lado de la pantalla: pasos que dar, desastres que evitar, medidas que aplicar ya. Falta un segundo para el futuro. Fue contratada para imaginar, pero le gustaba imaginar también en la realidad. ¿Cómo salvar a la ciudad de México si se quedaba sin agua? Parecía una pregunta sencilla, pero había un millón de tareas que realizar. Por lo pronto, ella y un grupo de B-tester estaban proyectando un plan de emergencia, una página web sobre utilización racional del agua, y algunas maravillosas proyecciones que parecían imposibles, pero hermosas. ¿No bastaba con acercar una montaña o dos al DF? Mientras pensaba cómo hacerlo, también organizó un par 112 de jornadas de reforestación, y repartió folletos sobre el cuidado del agua. Grandes planes y el pequeño, pero necesario, actuar real. La montaña y un vaso de agua ahorrado. Un mundo de jardines en el aire, y un nuevo árbol plantado. Era mejor llegar al futuro con más de una carta que jugar. Miró su reloj de pulsera y le divirtió que existieran horarios en los mundos virtuales. Pero quería estar con los econautas que iban a explorar el Mundo Basura. Sin embargo, aún tenía tiempo. Sonó un repiqueteo en sus auriculares y una figura empezó a formarse a su lado. Alguien se estaba conectando a esta ventana. Un nuevo econauta, quien miró a su alrededor, absolutamente sorprendido. Todos lo hacen en el primer instante dentro de las ventanas. Y señalan. Y preguntan siempre: —¿Qué es eso? Eso dependía de cada ventana programada, en este caso era el globo ardiendo. El primer incendio forestal en el aire. Habría que pensar un método para alejar el peligro de los rayos. De todas maneras, por el momento, su papel era recibir al nuevo. —Bienvenido. ALBERTO DICE: ¿Ya viste la Casa de las Bestias V? RAQUEL DICE: ¿Me creerías que he estado muy ocupada? ALBERTO DICE: No. RAQUEL DICE: La verdad estoy esperando que unos amigos la adapten para mi equipo. ALBERTO DICE: Eso sí sonó misterioso. ¿Te compraste el nuevo X-play? 113 RAQUEL DICE: Frío, frío. ¿Y qué tal está el juego? ALBERTO DICE: ¿Te cuento de las espadas que se necesitan para terminarlo? RAQUEL DICE: Mejor de la contienda de este año... ALBERTO DICE: Gané, gané. E-Tech por poco me elimina. Me extrañó no verte. RAQUEL DICE: ¿Firmaste? ALBERTO DICE: ¿Qué cosa? RAQUEL DICE: Lo que se supone no me puedes decir, pero lo que yo puedo adivinar. Es sencillo, lo sé porque lo niegas. ALBERTO DICE: ¿Decirte no es como decir sí? RAQUEL DICE: No. ALBERTO DICE: O sea sí. RAQUEL DICE: Que no, o sea sí. ALBERTO DICE: Quedamos en que no te estoy diciendo nada, ¿verdad? RAQUEL DICE: Quedamos. No te voy a decir que estoy muy contenta. ALBERTO DICE: Gracias, yo tampoco te voy a decir que sospecho que tiene que ver algo con el juego que no es juego. RAQUEL DICE: Yo tampoco te diré que es mejor que haya sitio extra en tu casa para cierto equipo. ALBERTO DICE: Gracias por no decírmelo. RAQUEL DICE: No te diré que es posible que trabajemos juntos. ALBERTO DICE: No te estoy diciendo que eso me gustaría. RAQUEL DICE: No te daré las gracias. ALBERTO DICE: Yo tampoco diré “de nada”. Bueno, no te diré que mi mamá grita que está llegando un camión negro con cosas. RAQUEL DICE: Ni creas que voy a contarte que voy a conectarme a mi trabajo en este instante. ALBERTO DICE: Bueno, nos vemos. RAQUEL DICE: Antes de lo que crees. ALBERTO DICE: ¿No es estupendo chatear para dejar claras las cosas? 114 GLOSARIO .jpg 1. Abreviatura de joint picture expert group. 2. Cosa que no explica nada, pero que significa que si algún archivo de computadora termina con .jpg contiene una imagen. Beta-tester 1. Los que prueban los programas de computadora y buscan todos los errores que puedan tener. 2. Que es más o menos como si un cocinero te acercara algún guiso de extraño aspecto y te dijera: “pruébalo para saber si está sabroso”. Biopeligro 1. Riesgos ligados al funcionamiento del cuerpo de una persona. Se incluyen los agentes que producen enfermedades, materiales infecciosos, toxinas, Contaminación, radiación, etcétera. 2. Quien se acerca a ver qué es exactamente lo biopeligroso y no es experto en su manejo, no acostumbra durar mucho tiempo. Son del tipo de gente que al ver un tigre de Bengala dice: “gatito, gatito”. CD 1. Normalmente se refiere a compact disc. Otras abreviaturas relacionadas son: CD-ROM, CD-R y CD-RW. Un CD para computadora es capaz de almacenar cerca de 650 Mb de información. 2. A principios del siglo XXI, soporte donde guardamos información para computadoras. No va a ser por mucho tiempo. Antes se usaron casetes y disquetes y ahora nos parece ridículo que hubiera entrado algo en ellos. Chat 1. De charla. Servicio de comunicación instantánea que permite que los usuarios de internet se comuniquen por medio del teclado de la computadora. Por eso se dice que se “chatea” cuando su utiliza ese medio. 2. Es hablar con los dedos, pero ahora ya puede usarse audio y video. Aunque no se trata de que sea un videoteléfono, sino recaditos. 115 Checkpoint 1. Punto de comprobación. En los videojuegos, un lugar al que se debe llegar para seguir jugando, una meta momentánea. 2. En la vida real, cuando estás subiendo una colina y no puedes más te dices: “nomás llego al arbolito y descanso”, sabiendo que aún falta más para subir, pero que es necesario tener una meta al alcance de la mano para continuar. Choose a dificult level... 1. “Escoge un nivel de dificultad”. 2. Lo cual es bastante deprimente cuando marcas “Extremadamente fácil” y te eliminan a los dos segundos. Clorofluorocarbonos 1. Familia de productos químicos que contienen cloro, flúor y carbono. Se utilizan como refrigerantes, propulsores de aerosoles, disolventes de limpieza y en la fabricación de espumas. Constituyen una de las principales causas del agotamiento del ozono. 2. “Nomás es tantito”, acostumbran decir sus fabricantes, que es como darle cucharaditas de veneno a alguien a ver si se acostumbra con el tiempo, o sólo por llevar la contraria se muere. Dermatosis 1. Término general para adjetivar cualquier afección de la piel. 2. ¿Oh, Dios, qué es esto? Esto puede ser un millón de padecimientos: manchas, pústulas, descoloramientos, escamas, etc., etc., etc., y a todo se le llama dermatosis. Modo elegante de decir que pasa algo en la piel. Dermatosis fotoexacerbadas 1. Dermatosis que tienen una respuesta anormal a las radiaciones solares en forma indirecta. 2. Sí, el Sol es una reacción nuclear del tamaño de cientos de planetas Tierra. A algunas pieles les parece muy mala idea tenerlo a sólo 8 minutos-luz de distancia. Deshidratación aguda 1. Se denomina deshidratación aguda a la pérdida de agua y electrolitos, que comporta un compromiso más o menos grave de las prin- 116 cipales funciones orgánicas (circulatoria, renal, pulmonar, nerviosa). Es el estado que resulta de la pérdida de líquidos. 2. ¿Ves cómo se pone una planta a la que se te olvidó echarle agua por un mes? Bueno, a los humanos nos pasa igual, sólo que en mucho menos tiempo. Deshidratación del tipo hipotónica 1. Cuando el sodio sérico es inferior a 130 meq/l. Cuando las pérdidas de sodio son mayores que las de agua. 2. Hubo hace tiempo un anuncio en que encuentran a un náufrago, con los labios secos, muerto de sed, y antes de tomar un líquido pide galletas saladas. Parecía un chiste, ahora sé que padecía de deshidratación hipotónica. Disminución turgencia cutánea 1. Es una anomalía en la capacidad de la piel para cambiar de forma y retornar a la normalidad (elasticidad), y está determinado por varios factores, como la cantidad de líquidos corporales (hidratación) y la edad. 2. Es parecido a tener piel de lagarto. La pesadilla de quienes se echan muchas cremas cosméticas. DVD 1. Disco digital mejorado, con una capacidad muy superior al CD. Siglas de digital video disk o digital versatile disk. Al igual que en los CD, hay distintas variantes según si sólo puede leer, leer y escribir, etc.: DVD-ROM, DVD-RAM, etc. La capacidad de un DVD va desde los 4.7 Gb hasta los 17 Gb. 2. Alta tecnología informática que se raya muy fácil. No acostumbres transportarla junto con tus llaves. Fotocarcinogénesis 1. Nombre que indica que la radiación solar, particularmente las radiaciones ultravioleta (UV del tipo A y B) son causa de cáncer, dependiendo del efecto acumulativo de las UV y del tipo de piel. Otro factor que aumenta el riesgo de contraer cáncer por exposición a las radiaciones UV es la disminución de la densidad de la capa de ozono, que se atribuye a la presencia de fluorocarbonos en la atmósfera. 117 2. Si vas a atravesar el desierto del Sahara y te quemas fácilmente es imprescindible que lleves una sombrilla. Fotodermatológico 1 . Afecciones dermatológicas que directa o indirectamente están provocadas por las radiaciones solares. Se puede afirmar que todas ellas tienen como común denominador una topografía característica que corresponde a las superficies expuestas al sol. En nuestro país, la radiación lumínica está presente prácticamente todo el año. Las fotodermatosis en conjunto constituyen, sin lugar a dudas, uno de los grupos de afecciones dermatológicas más frecuentes. 2. Tienen que ver con tiempo de exposición al sol, tipo de piel, alimentación, salud general. No vayas a creer que debes convertirte en vampiro, simplemente no exageres con el bronceado. Fototoxicidad 1. Cuando la exposición a radiaciones lumínicas resulta dañina, hecho generalmente asociado con administración de determinadas sustancias químicas. Esta reacción se debe a la absorción de radiaciones lumínicas por la sustancia fotosensibilizante y que transfiere su energía a las estructuras vecinas, dañando directamente las células, y aparece, por lo general, unas cuantas horas después de la exposición. 2. Pregúntale a Drácula. Hidrofluorocarbonos 1. Gases artificiales producto de la sustitución de hidrógenos por átomos de flúor en las moléculas de hidrocarburos acíclicos, y las mezclas de dichos gases. Esta denominación genérica de gases no se ajusta estrictamente a la realidad, ya que de este conjunto de productos los hay que son líquidos a presión y temperatura ambientes. Suelen ser considerados como una de las causas del efecto invernadero. 2. No es necesario un cañón del tamaño de la Luna para acabar con un planeta, a veces bastan muchos aerosoles. Hipernea 1. Cuando se fuerza el ritmo respiratorio se habla de hipernea. Respiración profunda, pesada, densa. 118 2. Como respiras cuando tu mamá te explica que tiró toda tu colección de historietas porque al fin y al cabo “ya las habías leído”. Hiperplasia epidérmica 1. Hiperplasia es el incremento en la producción celular de un tejido normal del cuerpo, lo cual hace que un órgano aumente de tamaño. Epidérmica, de la piel. 2. Algo que es mejor que le pase a alguien más. Hipotensión 1. Presión sanguínea baja. Es una condición anormal en la que la presión sanguínea de una persona, es decir, la presión de la sangre contra las paredes de los vasos sanguíneos durante y después de cada latido cardiaco, es mucho más baja de lo normal, lo que puede causar síntomas tales como vértigo y mareo. Cuando la presión sanguínea está demasiado baja se presenta flujo insuficiente de sangre al corazón, al cerebro y a otros órganos vitales. La deshidratación puede provocarla. 2. En la televisión, los argumentistas creen que quienes lo padecen se desmayan lo suficientemente lento para encontrar siempre un sillón a la mano, y basta con darle unas palmaditas en el dorso de la mano para que se les quite. Cuando en la vida real no sucede así se desconciertan mucho. HMTT 1. Producto que vende Software Corporativo. 2. Algo muy caro, del tipo de cosas que los fanáticos de computadoras consideran imprescindible y uno no tiene la menor idea de qué sea. Hundimiento del globo ocular 1. Signo de padecimiento general, deshidratación aguda, agotamiento agudo. 2. Tarde o temprano el espejo te mostrará cómo te verías si actuaras en una película de zombies. Inmunosupresión 1. Trastorno o condición en la cual se presenta disminución o ausencia de la respuesta inmune. El sistema inmunológico protege 119 al organismo de las sustancias potencialmente dañinas (antígenos) tales como microorganismos, toxinas, células cancerígenas. 2. Cuando el sistema de defensa biológico de tu cuerpo se desconecta. Insert a disc 1. “Inserte un disco.” 2. Lo que toda consola de videojuegos pide. Original, por supuesto. Joystick 1. El control de un videojuego. 2. Los primeros eran un bastoncito negro con un botón. Entonces era suficiente. Algunos pretenden que en el futuro se parezcan al tablero de un jumbo jet. Por el momento basta con que puedan llevarse en las manos. Tienen mucho cable que, cuando no es insuficiente, se enreda. kHz 1. Kilohertz. Mil ciclos por segundo. Frecuencia. Número de ciclos completos por unidad de tiempo para una magnitud periódica, como en las ondas de radio, en donde se usa el hertz o hercio, equivalente a un ciclo u oscilación por segundo. Se usan los múltiplos del hertz (kilohertz, megahertz, etc.). 2. El tipo de cosas que te explican una y otra vez y olvidas de inmediato. Información importante en cajas de equipo de cómputo. Laptop 1. Computadora portátil. 2. En la mayoría de los casos, delgada, negra e increíblemente cara. Loading 1. “Cargando.” 2. No es que la consola de videojuego se levante y haga pesas. Es simplemente cuando la máquina procesa el programa que se va a jugar. Mantos fósiles 1. El agua que penetra en las capas más profundas de la tierra forma mantos subterráneos. Si éstos llegan a una depresión superficial 120 puede aflorar el agua. También puede no hacerlo y quedar bajo tierra, formando los llamados mantos fósiles. 2. ¿Sabes cuántos mantos fósiles hay en tu cuarto, sobre todo en las orillas y bajo los muebles? Microchip 1. Circuito muy pequeño, compuesto por miles, y a veces millones, de transistores impresos sobre una oblea de silicio. 2. ¿En qué se parecen los peces de colores a los microchips? En que es más sencillo y barato reemplazarlos que repararlos. Microgrietas 1. Minúsculas grietas, por supuesto. Aparecen por diversos factores: torsión, deformación de cimientos, etc. A veces, cuando se sobreexplotan las reservas de agua subterránea, aparecen en casas y edificios. 2. La unión hace la fuerza. Muchas microgrietas en un lugar pueden derribarlo. Multimedia 1. Información que utiliza conjunta y simultáneamente diversos medios, como imágenes, sonidos y texto. 2. Piensa en la publicidad de la última película de moda. Imágenes, carteles, sitios web, entrevistas con los actores, la canción del film, etc., etc. Todo eso es publicidad multimedia. Nickname 1. El nombre que te representa en internet. 2. Algunos usan las iniciales de su nombre; otros, nombres de juegos o programas de TV; algunos más, palabras que les son importantes (y, como casi siempre ésas ya están ocupadas, alguna extraña combinación). Pronunciarlos en voz alta suele ser difícil. Ozono 1. Gas cuyas moléculas contienen tres átomos de oxígeno y cuya presencia en la estratosfera constituye la capa de ozono. En elevadas concentraciones, el ozono es tóxico para los seres humanos, los animales y las plantas. Cuando se produce en las partes bajas 121 de la atmósfera actúa como contaminante, pero en las partes altas absorbe eficientemente la radiación ultravioleta. 2. Es como nuestra tía madrina, a la que adoramos cuando está lejos, pero a quien no soportamos cuando está de visita una semana en nuestra casa. Photoshop 1. Programa de retoque fotográfico por computadora. 2. Planeado inicialmente para limpiar defectos fotográficos, como ojos rojos, rayones, etc, actualmente se utiliza para modificar las imágenes a niveles increíbles y muy pocas veces para lo que fue diseñado. Quemadura solar 1. La quemadura solar se origina por exposición a radiaciones ultravioleta. Puede causar un daño fotoquímico directo o un daño oxidativo indirecto a biomoléculas estratégicas como el ADN y las proteínas. La quemadura solar se reconoce fácilmente. Después de la exposición aparece eritema y dolor, aumento de la temperatura, edema, e incluso ampollas. 2. Cuando te quemas bajo los rayos del sol hasta ponerte como camarón, siempre hay alguien que te palmea alegremente la espalda y dice: “¿Cómo te fue en la playa?” Retrovirus 1. Es un virus que tiene su genoma ubicado en el ARN y no en el ADN. Los retrovirus usan transcriptasas inversas para convertir el ARN en ADN. 2. Claro, ¿verdad? Los virus ya son difíciles de tratar. Los retrovirus lo son aún más. Send 1. “Enviar.” 2. Justo lo que tus papás no quieren que aprietes en tu celular. Sistema Cutzamala 1. La mayor obra hidráulica para abastecimiento de agua potable de nuestro país. Tiene capacidad para suministrar a la ciudad de México hasta 19 m3/s de agua potable, aprovechando las aguas de la 122 cuenca alta del río Cutzamala, provenientes de las presas Tuxpan y El Bosque, en el Estado de México, así como de la presa Chilesdo, que fue necesario construir para aprovechar las aguas del río Malacatepec. Se integra también por un acueducto de 140 km que incluye 19 km de túneles y 7.5 km de canal; una planta potabilizadora con capacidad de 24 m3/s y seis plantas de bombeo. 2. Que todo ese esfuerzo no se vaya al caño, no la desperdicies. Software 1. Las instrucciones de la computadora, las órdenes que las hacen funcionar, los programas, lo que le dice a una máquina cómo portarse. 2. “Lávate los dientes”, “arregla tu cuarto”, etc., son algunos ejemplos de software paterno. Sonido 3D 1. Sonido envolvente. 2. El sonido no tiene forma, así que ¿cómo puede ser tridimensional? En realidad, quiere decir que viene de todos lados, pero 3D se ve mejor en las cajas de altavoces que te venden. Spyware 1. Programa espía. Diseñado inicialmente para recabar información de clientes que usan la red: páginas visitadas, veces que regresan a un sitio de internet, etc. A veces son maliciosos y buscan claves y números de tarjetas. Lo grave del asunto es que generalmente tú lo instalas sin saberlo. 2. Es como un hermanito chismoso que averigua lo que haces, y va y lo platica todo. Start 1. “Comenzar”, “poner en marcha.” 2. El botón del videojuego que puedes oprimir con calma y tranquilidad, sin prisa ni problema alguno, después... ah, después ya no puedes ni respirar... Survival horror 1. Una clasificación de videojuegos. Son del tipo “recorrer un lugar que trata de matarte”. 123 2. Lo divertido del asunto es llevarle la contraria al programa y sobrevivir. USBkey 1. “Llaves USB”, dispositivos del tamaño de un llavero, muy útiles para transportar información entre ordenadores. También llamados memorias flash o stick USB. Existen llaves USB de diferentes capacidades: 64, 128, 256, 512 MB. Estos dispositivos han pasado a sustituir a los disquetes convencionales de capacidad 1,44 MB, ya obsoletos debido a su escasa capacidad frente a estas llaves USB. 2. Se rompen si las giras en una cerradura. UV 1. Radiaciones ultravioleta. Radiaciones solares con longitudes de onda entre la luz visible y los rayos X. Las UV-B (280-320 nm) son una de las tres bandas de las radiaciones UV, son nocivas para la vida en la superficie de la Tierra y son absorbidas en su mayor parte por la capa de ozono, que está en riesgo por la contaminación. 2. Ups. Vectores 1. Agente que transporta algo de un lugar a otro. Ser vivo que puede transmitir o propagar una enfermedad. 2. Si las enfermedades fueran un chisme, el vector de infección sería quien lo va divulgando en todas partes. Waiting 1. “Espere.” 2. Mientras la consola del videojuego carga el programa, reconoce el disco o simplemente cuenta hasta diez antes de empezar. 124 TÍTULOS DE LA COLECCIÓN 1. Claudia: un encuentro con la energía María Trigueros y Ana María Sánchez 2. La dosis hace el veneno Martín Bonfil Olivera 3. El narrador de prodigios Edith Polanco Jaime 4. Cosas del ruido y algo más Ernesto Márquez Nerey 5. Una voz en un planeta único Gloria Valek Valdés 6. El taco nuestro de cada día Guillermo Bermúdez 7. Herederos de la Tierra Arcadio Monroy Ata 8. El suelo: ese desconocido Elizabeth Solleiro Rebolledo 9. Aguas con el agua Ernesto Márquez Nerey 10. Campamento Biofilia Alejandra Alvarado Zink 11. La nube de Magritte Mónica Lavín 125 Ventana 654. ¿Cuánto falta para el futuro? consta de 9,000 ejemplares y se terminó de imprimir en diciembre de 2004 en los talleres de Sevilla Editores, S.A. de C.V., San Andrés Atoto 21-A, Col. Industrial Atoto, Naucalpan 52519 Estado de México. 126