41a REUNIÓN NACIONAL DE BIBLIOTECARIOS “Bibliotecas: puentes hacia universos culturales más amplios” 20 al 23 de abril de 2009 Asociación de Bibliotecarios Graduados de la República Argentina Conferencia magistral El bibliotecario de manuscritos e impresos antiguos en España: misión y circunstancias Julián Martín Abad Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios En el año 2008 se han cumplido 150 años de la creación en España del Cuerpo facultativo de Archiveros “guión” Bibliotecarios, así como suena, como un unicum profesional. En el año 2011 se cumplirán los 300 años de existencia de la Biblioteca Real, luego Nacional, en Madrid. Cuando alguien me pregunta desde cuando trabajo en la Biblioteca Nacional de España respondo rápidamente con una boutade: desde 1711; realmente llegué en 1984. Mi respuesta espontánea nace del convencimiento de que, al igual que en la vida de cada uno, también en la vida de las instituciones es imprescindible saber de dónde se viene para saber muy bien hacia dónde se quiere ir. Fui destinado a la “Sección de Manuscritos”, que, en ese momento, sólo contaba con un Facultativo de Bibliotecas, el Jefe, que trabajaba en solitario desde muchos años atrás. He recuperado un artículo que leí entonces y recuerdo agradecido. Lo habían publicado Viviana Jemolo y Mirella Morelli, en el Bollettino d´Informazioni de la AIB (Associazione italiana bibliotece), correspondiente a los meses de abril a junio de 19831, con un título realmente atractivo para mí en aquel momento: “Alla ricerca di un´identità: Variazioni sul tema «Il bibliotecario conservatore»)”. Presentaban las posibles experiencias de un joven bibliotecario italiano al llegar, como yo entonces, a una Sección de “Manuscritos” y/o a una de “Libros Raros”. Veintiséis años después ese texto no ha perdido su interés y creo que tampoco su oportunidad en el caso de la Biblioteca Nacional de España. Es sintomático. Yo lo leí entonces preocupado por perfilar mi elección profesional. 1 N.S. XXIII (1983), 2, pp. 121-133. 1 Carlo Federici, en un artículo de 1985, titulado “Uso o conservazione? Un falso dilemma”, incluido en la Gazette du livre medieval 2, recordaba el siguiente detalle, que traduzco: En Italia el status de esta categoría hay que decir que es un tanto anómalo, pudiendo destinarse al cuidado de los libros antiguos bibliotecarios próximos a su jubilación, y que tal vez durante muchos años se han ocupado de fichar los nuevos números de las publicaciones periódicas. La falta de un puesto de trabajo profesional bien definido, al cual se accede por concurso específico – para colmo de la ironía existe la Scuola speciale per archivisti e bibliotecari de la Universidad de Roma que expide un diploma, post laurem, de “conservador de manuscritos”-representa un grave handicap para el correcto funcionamiento de nuestras bibliotecas. Gracias a esta situación ocurre que bibliotecarios con una sólida preparación en el campo de los libros antiguos se ven obligados a ocuparse de materiales modernos y, por el contrario, que personajes carentes de un serio bagaje cultural en este sector – que no se obtiene ni por unción divina (en nuestro caso burocrática), ni redactando solamente catálogos de manuscritos, sino estudiando e investigando en el campo específico de la conservación y de la restauración-- gestionen la política italiana en este campo. En respuesta a la invitación de la profesora Rosa Monfasani a participar en esta 41.ª Reunión Anual de Bibliotecarios, pensé en la necesidad de una reflexión en voz alta. Pero les aseguro que, después de haber comprometido el título de mi conferencia, me arrepentí repetidas veces. Dicho arrepentimiento lo motivaba ciertamente un agudo sentimiento epigonal como bibliotecario español de manuscritos e impresos antiguos. Mi objetivo es muy concreto: caracterizar la figura --¿todavía posible, si es que alguna vez existió?-- del bibliotecario de fondo antiguo en España. Es muy difícil lograr el distanciamiento imprescindible para poder analizar sin pasión, y con suficiente objetividad, las mutaciones que uno ha vivido en el ejercicio de su profesión. Una solución posible está en reunir algunos testimonios, debidamente contextualizados, de bibliotecarios coetáneos pero pertenecientes a distintas generaciones. Desgraciadamente no abundan, pero he podido contar con algunos. Prestaré una particular atención a la Biblioteca Nacional, única institución en la que de hecho podríamos encontrar en España bibliotecarios especialistas en manuscritos e impresos antiguos. El bibliotecario de manuscritos e impresos antiguos en España: misión y circunstancias. Motiva mi subtítulo el recuerdo de la conocida conferencia pronunciada por José Ortega y Gasset, con ocasión del II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía de 1935, con el título Misión del 2 7 (1985), pp. 1-4: http://www.palaeographia.org/glm/art/dilemma1.htm. 2 bibliotecario. Peco, pues, de atrevido. Pero era necesario recordar las palabras del gran filósofo3: …para determinar la misión del bibliotecario hay que partir no del hombre que la ejerce, de sus gustos, curiosidades o conveniencias, pero tampoco de un ideal abstracto que pretendiese definir de una vez para siempre lo que es una biblioteca, sino de la necesidad social que vuestra profesión sirve. Y esta necesidad, como todo lo que es propiamente humano, no consiste en una magnitud fija, sino que es por esencia variable, migratoria, evolutiva –en suma, histórica. Habrá, pues, que descubrir si ha existido en España, realmente, esa “necesidad social” que requiriese los servicios de bibliotecarios de fondos antiguos. Para descubrirlo nada mejor que lograr fijar una etología profesional de los miembros del Cuerpo Facultativo, descubriendo las mutaciones acontecidas en el sistema de acceso a la profesión bibliotecaria4. Si existió tal necesidad, lógico es suponer que se incorporasen a las pruebas de acceso los ejercicios que permitieran seleccionar a los aspirantes mejor preparados también para servirla, aunque puedo adelantar que nunca se ha convocado ninguna oposición para puestos de trabajo especializados concretos, ni en el caso de los manuscritos, ni en el de los impresos antiguos, como tampoco en el caso de otras especialidades. En un Real Decreto del 17 de julio de 1858 se creó un Cuerpo de Archiveros-Bibliotecarios compuesto por tres categorías: ArchiverosBibliotecarios, Oficiales y Ayudantes. En el transfondo hemos de situar el nacimiento, como consecuencia de sucesivas desamortizaciones, de la conciencia del patrimonio nacional y la preocupación por su destino. Debemos hablar más que del descubrimiento de la necesidad de una profesión, del de la necesidad por parte del Estado de personas con unos saberes cuya docencia se había institucionalizado en la Escuela Superior de Diplomática5. Para ingresar en el Cuerpo era requisito indispensable haber obtenido el título de “archivero-bibliotecario” expedido por dicha Escuela. Se diría que se burocratizaba, simplemente, la profesión de erudito, que en ningún lugar más adecuado que en los archivos y las bibliotecas podía ejercerse. Pero descubramos el primer acontecimiento negativo de esta historia. Aunque el sistema de ingreso se realizaba siempre por la última plaza de las asignadas a Ayudantes y la carrera profesional-administrativa aplicaba rigurosamente el criterio de antigüedad, siendo necesario un concurso de 3 Misión del bibliotecario y otros ensayos afines. 2.ª ed. Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1967, p. 70. 4 Contamos con un detallado estudio de Agustín Torreblanca López: “El acceso al Cuerpo”, en Sic vos, non vobis: 150 años de archiveros y bibliotecarios. Madrid, Biblioteca Nacional, 2008, pp. 89-149. 5 Véase el estudio de Ignacio Peiró Martín y Gonzalo Pasamar Alzuria: La Escuela Superior de Diplomática: (Los archiveros en la historiografía española contemporánea). Madrid, Anabad, 1996. 3 méritos para ascender de categoría, el gobierno se otorgó el derecho de proveer por libre designación una plaza “de gracia” (atendiendo a méritos literarios, administrativos o políticos) de cada tres vacantes que se produjesen en las dos categorías superiores, dándose entrada en el Cuerpo a los denominados «gracianos», individuos obviamente distorsionadores. Se iniciaba de ese modo una situación permanente de enfrentamiento. Siguieron nombrándose “gracianos” hasta 1930, aunque en 1881 ya se habían institucionalizado las oposiciones como principal forma de acceso a las vacantes del Cuerpo. Hasta la supresión de la Escuela Superior de Diplomática en 1900 la endogamia será sin duda el otro rasgo caracterizador, supuestamente negativo, del sistema de acceso. No me propongo entrar en demasiados detalles: me basta con señalar que en las sucesivas modificaciones introducidas en el conjunto de ejercicios de la oposición, nunca faltó el que consistía en catalogar manuscritos e incunables. ¿Por qué únicamente esos dos tipos de materiales? Hay que tener en cuenta que en la Biblioteca Real los manuscritos constituyeron colección aparte desde los primeros tiempos frente a la colección de todos los impresos, pero en torno a 1761 ya los incunables se habían separado de este segundo conjunto y formaban una colección especial. Es, pues, inevitable la pregunta: ¿no existían otros impresos antiguos, de los siglos XVI, XVII y XVIII, para cuyo tratamiento también se requerían conocimientos especiales? Recordaré que en 1873 se organizaría en la Biblioteca Nacional una Sección de libros raros y preciosos, pero a esa sección solo se incorporaron los incunables y una selección claramente bibliofílica: los “primeros libros impresos en pueblos de España, cuya imprenta haya comenzado después del siglo XV”, las “obras raras de autores españoles” y “de autores extranjeros”, los “libros con autógrafos de escritores y personajes célebres españoles” así como de “extranjeros”, las “impresiones notables” y las “encuadernaciones notables”. No se trataba, como se ha dicho, de la toma de conciencia de que “el tesoro bibliográfico español estaba también en los libros impresos” (en expresión de Manuel Carrión Gútiez6). En un Real Decreto de 4 de octubre de 1901, en el que se suprime la categoría de Ayudante, encontramos este texto: Y ya que tan modestos empleados no sólo estudian, sirven y clasifican también el rico tesoro que en manuscritos, incunables y objetos de arte de valor inestimable se encierran en nuestros Archivos, Bibliotecas y Museos, sino que los custodian con fidelidad probada, justo es mejorar su triste condición, dándoles medios para que no piensen en salir del Cuerpo, y lejos de considerar para sí de paso su estancia en el mismo, contradiciendo sus propias aptitudes y gustos, se consagren de lleno, sin desmayos ni flaquezas, a desenvolver indefinidamente y dentro de éste, sus aficiones en servicio del Estado. Obsérvese nuevamente esa consideración de tesoro únicamente a favor de los manuscritos y de los incunables. Un Real Decreto de 19 de mayo de 1905 volvía a insistir en la preocupación por “las emigraciones continuas… hacia el 6 La Biblioteca Nacional. Madrid, Biblioteca Nacional, 1996, p. 129. 4 Profesorado superior y de segunda enseñanza” de los oficiales y archiverosbibliotecarios. La situación se agravó hasta el punto de tener que nombrar funcionarios interinos. En 1920 se establecen unos nuevos ejercicios en las oposiciones. Merece la pena recordar que una primera prueba consistía en la traducción y el análisis, con ayuda de diccionario, de un texto latino clásico; en la traducción, sin diccionario, de un texto latino erudito tomado de las crónicas medievales; y finalmente en la traducción de una lengua viva sin ayuda de diccionario. Supone un cambio significativo. Las oposiciones habían ganado, manifiestamente, en dificultad. El Decreto de 19 de mayo de 1932 sobre la “Estructura y misión del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos” es pieza fundamental en esta historia: se propone “ensanchar la misión del referido Cuerpo asignándole, tanto en el campo de la investigación histórica como en el de la acción social para la difusión de la cultura, una participación más intensa...” Se consagra la división del Cuerpo en tres secciones independientes, con sus oposiciones propias, y se prescinde de la antigüedad a la hora de proveer cargos directivos. Tiene especial interés recordar los artículos 3.º y 4.º del Decreto: La misión del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos consiste, no solamente es custodiar y conservar los fondos que el Estado le encomienda, sino en facilitar su consulta y aprovechamiento mediante la formación y publicación de inventarios, catálogos e índices, y en contribuir con trabajos de investigación al estudio, interpretación y crítica de dichos fondos. La función pública propia del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, como parte integrante de la labor docente del Estado, debe tender especialmente a ayudar y completar las enseñanzas de las Escuelas, Institutos, Universidades y demás Centros docentes, y a favorecer el progreso y desarrollo del estudio e investigación de la Historia nacional. Merece la pena espigar algunos otros artículos; el 33, por ejemplo, refleja el alto aprecio que todavía recibe el trabajo de estos funcionarios eruditos, pues sin duda determinará claramente la dificultad creciente de las oposiciones: Se establecerán premios en metálico… para recompensar cada año los trabajos que más se distingan por su valor histórico y por el mérito de su elaboración entre los que los funcionarios del Cuerpo presenten a la Junta [facultativa] en disposición de ser publicados. E igualmente el 37, cuando, después de señalar que existirán en los establecimientos plazas de carácter especial y de carácter general, se establece: Serán consideradas como plazas especiales aquellas en que el trabajo que el funcionario haya de realizar requiera una determinada preparación técnica adecuada al carácter de la plaza de que se trata… 5 Aunque se encarga a la Junta facultativa del Cuerpo fijar cuáles serán esas plazas especiales, que podemos entender como plazas para especialistas, no he logrado documentar que se estableciese jamás esa clasificación. Para valorar plenamente el alcance de este decreto conviene recordar la situación de la que se intentaba salir. Nada mejor que recordar las palabras de un testigo directo, Justo García Morales7: … a mi juicio lo verdaderamente importante por revelar un cambio de espíritu en el Estado fue la metamorfosis de las denominadas bibliotecas provinciales o de los institutos; ya que todavía en 1930 en tantos y tantos casos se encontraban aún en sus vetustos locales y supervisadas por los directores de esta clase de centros docentes…Yo tuve ocasión de asistir… a este importante fenómeno de cambio. Todavía pude conocer establecimientos de aquella clase que en bastantes casos carecían de luz eléctrica, se hallaban situados en el peor lugar de los edificios, con consignaciones para material que casi nunca llegaban a las cien pesetas anuales. Al independizarse de los institutos, se actualizaron los fondos, que sólo consistían en los viejos manuscritos, incunables y obras de los conventos suprimidos, aparte de memorias estadísticas, no muchos libros locales y los donativos de las Bibliotecas de Depósito del antiguo Ministerio de Fomento, a la que iban a parar las obras llamadas de “interés nacional”, en realidad los impresos que adquirían los políticos ministeriales a sus amigos políticos y correligionarios, en la mayoría de los casos fondos sin ningún valor ni interés alguno… Lógicamente no voy a entrar en detalles, oposición a oposición. No son tampoco tan llamativos. Podemos decir que, entre 1933 y 1978, el sistema de acceso al Cuerpo facultativo, en la sección de Bibliotecas, incluyó en general pruebas que demostraban en el aspirante: preparación suficiente para traducir la lengua latina y al menos otras dos lenguas modernas; conocimientos de paleografía; dominio de la normativa catalográfica de manuscritos, incunables, libros raros (así como suena) y libros modernos, partituras musicales, planos, grabados, dibujos y fotografías; buena formación en bibliología, técnica del libro y su evolución histórica, biblioteconomía, bibliografía, historia de la cultura española, historia del grabado y de la encuadernación; y conocimientos sobre la gestión del Depósito legal y del Registro de la Propiedad intelectual. Las variaciones vienen a incrementar o a aminorar la dificultad, siempre alta, dependiendo del momento de la convocatoria, al tomar en consideración la experiencia de la realizada anteriormente, sobre todo si habían quedado plazas sin cubrir. Señalaré, no obstante, que, a partir de 1957, se incorporan algunos temas novedosos referidos a la conservación y a la reproducción. Y otro dato importante: en los primeros años sesenta se institucionaliza la Escuela de Documentalistas como centro de formación de funcionarios aspirantes a ingresar en el Cuerpo. En resumidas cuentas, se pretendía lograr bibliotecarios completos, capaces de dirigir en el futuro cualquier tipo de biblioteca. Luego, la 7 “Ortega y Gasset y los bibliotecarios”, Boletín de la ANABAD. 33 (1983), pp. 442-443. 6 experiencia de cada día no parece que justificase, casi nunca, la necesidad del esfuerzo realizado para superar unas pruebas de tanta complejidad y nivel. En 1978 el asunto de las oposiciones a facultativos de bibliotecas saltó a los periódicos, con apasionamientos de uno y otro signo. Consecuentemente las dos convocatorias siguientes pendularon cada vez más hacia la dificultad: la de 1982 fue especialmente dura y larga. La sufrí en mis propias carnes. Se produjo finalmente en la siguiente convocatoria, coincidiendo con un importante cambio político, una mutación significativa: ¿para bien, para mal? Ya no se pretendía seleccionar un bibliotecario completo, capaz de desempeñar todas las posibles especialidades. Se rompe definitivamente con la mentalidad conservadora y elitista: para ser bibliotecario facultativo no era necesario conocer latín, ni paleografía, ni codicología, ni incunabulística. La consecuencia más inmediata fue la desaparición de la Escuela de Documentalistas. Se trataba de seleccionar un bibliotecario general capaz de traducir con diccionario dos lenguas modernas; con conocimientos de biblioteconomía, documentación, bibliografía y bibliología; capaz de catalogar impresos modernos; hábiles a la hora de construir una bibliografía, redactar un resumen científico y resolver un supuesto sobre la distribución de espacio y mobiliario en una planta de un determinado tipo de biblioteca. A la altura de ese año gozne, el de 1983, en el que me incorporé a la profesión, se nos ofrece un interesante testimonio personal, desencantado y desilusionado -son sus propias palabras- del ya recordado Justo García Morales, en una conferencia titulada “50 años de experiencia bibliotecaria”8. Se había incorporado en 1933 a la profesión, con la primera promoción del Cuerpo de Auxiliares (luego denominado de Ayudantes) y recordaba que dicho Cuerpo nació sin ningún carácter técnico, y sólo puramente administrativo, ya que había que suplir los puestos de esta naturaleza que no se cubrían, por la simple razón de que resultaban para dichos funcionarios administrativos económicamente muy poco atractivos. Nos regala en su reflexión cincuentenaria una observación certera y de especial interés para nuestro tema: Las funciones entre escribientes, oficiales, auxiliares y ayudantes nunca han estado ni se hallarán bien delimitadas, mientras no se especialice y se proporcione más altura al Cuerpo Facultativo. No basta la distinta titulación, ya que licenciados y hasta doctores los ha habido y los hay en número creciente en nuestros días en los dos escalafones y no resulta infrecuente que los ayudantes dirijan de hecho bibliotecas unipersonales con fondos muy antiguos o especializados… Considero que existe en este testimonio, que recupero, otro dato de particular interés para entender por qué muchos facultativos abandonaban prontamente el Cuerpo. Dejando al margen los detalles referidos a las experiencias vividas por su padre, nos recuerda el gran bibliotecario: Después de la “corrida” oposicional en bastantes casos, como en el de mi padre, había que desplazarse a varias provincias –Albacete, Murcia, 8 Boletín de la ANABAD, 34 (1983), 4, pp. 653 y 655. 7 Toledo- en las que siempre estaban vacantes los archivos de las Delegaciones de Hacienda, sin duda por lo insalubre de los sótanos en que se hallaban, por lo brutos que solían ser los delegados de Hacienda que, en la mayoría de los casos, no habían estudiado una carrera universitaria y ni siquiera el bachillerato; así como porque el único personal de tales archivos era –cuando lo había- un ordenanza con un gorrillo redondo y casi militar en la cabeza y que estaba generalmente herniado, por lo que no podía subir ni bajar los gruesos legajos ni los enormes libros de contabilidad. La más importante labor consistía en expedir certificaciones, clasificar y catalogar a la vista de los inventarios de entrega –por lo común mal hechos y rápidamente-- así como en localizar cuentas de tesorería y matrices de recibos de contribución que pedían los interesados… El mejor resumen de las consecuencias de todo lo relatado lo ha ofrecido Manuel Carrión Gútiez, uno de los pocos historiadores de la profesión bibliotecaria en España y testigo directo de muchos de estos últimos acontecimientos. El apretado resumen es de ayer mismo, con motivo de la ya recordada celebración, en 2008, de los 150 años de existencia del Cuerpo facultativo9: Hay muchos nacidos para servir a la sociedad en este frente, es decir, con vocación… Acaso, antes de que la profesión fuera felizmente arrollada por la presencia femenina hay menos verdaderamente vocacionados de lo que parece… La creación del Cuerpo ha forjado un tipo de funcionario con la eterna nostalgia (y con no poco de envidia) por la docencia, por la creación literaria, por la investigación bibliográfica, histórica, arqueológica y artística, por el asesoramiento editorial y hasta la posesión de editoriales, por la edición de catálogos, de inventarios y de índices impresos, por la publicación de memorias de excavaciones. Su movilidad geográfica, que con frecuencia terminaba en un nuevo asentamiento definitivo, ha contribuido, a mi parecer con eficacia nunca superada, al enriquecimiento de lo que se llaman «estudios locales». ¿Constituye todo esto el fundamento de las tareas profesionales? A la altura de nuestro tiempo hay que decir que no, pero la respuesta es distinta si se te ha encomendado ante todo la custodia y explotación de la parte más importante del patrimonio nacional. Y a la misma altura del tiempo, el sueño de un índice general que dé figura a ese patrimonio, que asomaba ya en las Bases de 1859, que se urgía en 1875 y en infinitas otras ocasiones… sigue siendo un sueño. ¿Y el usuario que debe ascender a la posesión consciente de ser persona? Ha llegado el momento, ya entrevisto anteriormente, en que el cumplimiento del lema del Cuerpo va a convertirse en necesidad y en demanda social. “Ha llegado el momento… “ Quiero convencerme a mí mismo de que todavía es posible la esperanza. Concretaré inmediatamente las posibilidades y mis 9 “Del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos”, en Sic vos, non vobis: 150 años de archiveros y bibliotecarios. Cit., p. 32. 8 miedos. Pero antes debo señalar que el texto que acabo de leer es totalmente válido respecto a la situación de los profesionales bibliotecarios españoles, englobando los pertenecientes tanto al Cuerpo Facultativo como al de Ayudantes, referido a los finales años ochenta del siglo XX. Aunque el análisis se ha ofrecido en 2008 creo que no se toma en consideración la última y muy preocupante mutación. Las últimas convocatorias de oposiciones al Cuerpo facultativo (tomo como base la convocatoria de 23 de abril de 2008) establecen dos primeros ejercicios para demostrar conocimientos de biblioteconomía (el bloque temático más extenso, plagado inevitablemente de siglas de organismos. de programas y de normas); bibliografía, documentación y técnicas de la información (bloque igualmente generoso en siglas); historia del libro y de las bibliotecas; y derecho (constitucional y administrativo). Un tercer ejercicio para demostrar conocimientos de inglés. Un último ejercicio consiste en resolver dos supuestos prácticos relacionados uno con la temática incluida en el bloque de biblioteconomía, y otro con la incluida en el bloque de bibliografía y documentación. Curiosamente en las últimas convocatorias de oposiciones al Cuerpo de Ayudantes (tomo como base la convocatoria del 24 de abril de 2008) nos sale al paso un modelo selectivo idéntico, con menor número de temas, lógicamente, y con una única diferencia: deben redactar el “asiento bibliográfico en formato IBERMARC, con clasificación decimal universal y asignación de encabezamiento de materias, de cinco publicaciones (dos monografías, una publicación periódica, un vídeo y una grabación sonora)…” La mutación es manifiesta: ya no se selecciona un bibliotecario, ni erudito, ni completo, ni general, sino un gestor de biblioteca (así se autodefinen quienes superan estas oposiciones). Si antes era posible el surgimiento de bibliotecarios vocacionales capaces de convertirse en especialistas en manuscritos y/o en impresos antiguos, temo que el sistema selectivo actual en España ha anulado de raíz esa esperanza. No puedo entrar en los mil y un detalles ofrecidos por Alejandro Nieto en su luminoso y realista ensayo del pasado año 2008, El desgobierno de lo público10, que muestran a las claras lo ocurrido en España como consecuencia de la partitocracia imperante. La desmembración de los Cuerpos de funcionarios es un dato plenamente comprobado, así como la politización de los cargos administrativos, con graves consecuencias para las que no se otea solución posible, simplemente porque los políticos no desean que la solución exista. La Administración pública forma parte del botín que reparte el partido ganador de unas elecciones. La pregunta que me hacía al comienzo es inevitable: ¿responde esta situación a la ausencia de una necesidad social? Demostraré comparativamente que no, pero ahora debo concentrar mi atención, inevitablemente, en la Biblioteca Nacional de España, en la que, debido a sus ricas colecciones de manuscritos, de incunables y de impresos antiguos, son absolutamente necesarios los bibliotecarios especialistas. Esa necesidad se descubre de inmediato si tomamos en consideración la historia de la formación de sus colecciones, la del control bibliográfico, la de la depauperación continuada de las piezas, la de la utilización cultural (en ocasiones espuria o política) de sus tesoros. La atención particular a la Biblioteca Nacional está 10 Barcelona, Ariel, 2008, particularmente las pp. 181-213. 9 plenamente justificada por otro motivo: las últimas promociones de bibliotecarios estatales se han incorporado, casi en su totalidad, a la Biblioteca Nacional, dado que las Comunidades Autónomas y las Universidades seleccionan mediante oposiciones particulares a sus propios bibliotecarios. Manuel Carrión Gútiez11 ha resumido así los dos primeros siglos de la historia de la institución: Si en el siglo XVIII la Real Biblioteca se esforzó en recolectar el mayor número posible de documentos necesarios para la construcción de una historia nacional y se empeñó en los «trabajos literarios» de los bibliotecarios tendentes a la elaboración de una «historia literaria», en el siglo XIX evolucionará hacia una Biblioteca «Nacional», en el doble sentido revolucionario y romántico del término, para convertirla en su laboratorio bibliográfico. De 1808 a 1857 la Biblioteca no hizo ninguna publicación y se batió en una larga crisis de consolidación, pero, en la segunda mitad del siglo, experimentará un espectacular crecimiento y terminará por conseguir una sede cuando menos suntuosa. He de situarme, pues, en el madrileño Paseo de Recoletos, 20, en 1896, cuando la Biblioteca abre sus puertas en un espacio propio, en un edificio cuya conclusión se hizo esperar demasiado, con gravísimas secuelas negativas para sus colecciones. Situado en esa atalaya adelanto que mi opinión de historiador sobre el último siglo de vida de la Biblioteca Nacional de España no le es favorable en modo alguno. He tildado a la Biblioteca Nacional de España de ser una institución desmemoriada y epimeteica, claramente despreocupada de su propia historia e incapaz por lo mismo de aprender en los aciertos y errores de su propio pasado. Recordaré unas palabras de Ortega y Gasset de su célebre conferencia12: Todo tigre es un primer tigre; tiene que empezar desde el principio su profesión de tigre. Pero el hombre de hoy no empieza a ser hombre, sino que hereda ya las formas de existencia, las ideas, las experiencias vitales de sus antecesores, y parte, pues, del nivel que representa el pretérito humano acumulado bajo sus plantas. Ante un problema cualquiera el hombre no se encuentra solo con su personal reacción, con lo que buenamente a él se le ocurre, sino con todas o muchas de las reacciones, ideas, invenciones que los antepasados tuvieron. Por eso su vida está hecha con la acumulación de otras vidas; por eso su vida es sustancialmente progreso; no discutamos ahora si progreso hacia lo mejor, hacia lo peor o hacia nada… Consecuentemente, si algo caracteriza la historia de la Biblioteca Nacional ha sido la discontinuidad. Lo pone claramente de manifiesto su historia como centro responsable de la catalogación de sus propias colecciones 11 12 La Biblioteca Nacional. Cit., p. 39. Op. cit., pp. 79-80. 10 históricas o como centro editor. Consecuentemente también al esfuerzo profesional individual no le quedó nunca otra alternativa que la de dejarse la piel en el intento de continuidad. Como ya he tenido ocasión de escribir, la situación se ha agravado en los tiempos más recientes: se ha institucionalizado el hacer, periódicamente (con periodos de tiempo a veces muy cortos), tabula rasa, olvidando siempre que nos encontramos en una Biblioteca nacida en 1711 que ha llegado, con su pesada historia a cuestas, hasta el siglo XXI. En relación con el aspecto concreto que analizo, puedo asegurar que nunca se crearon en la Biblioteca Nacional de España auténticos equipos de especialistas en manuscritos, incunables e impresos antiguos, pero no faltaron nunca las actuaciones individuales que construyeron magníficos y todavía útiles repertorios bibliográficos de tipología muy diversificada. La Biblioteca Nacional constituyó siempre el referente más inmediato y provocaba la emulación de los bibliotecarios, facultativos y ayudantes, que trabajaban en bibliotecas provinciales y universitarias con fondos antiguos. No hay que olvidar que dichos bibliotecarios, debido al modelo de oposiciones que he historiado, estaban plenamente capacitados para animarse a construir catálogos de manuscritos o de incunables. Pero la realidad actual es determinante: la Biblioteca Nacional de España no es y posiblemente ya nunca lo sea, de verdad, la cabecera del sistema español de bibliotecas. Y ello a pesar de las propias leyes y de las grandílocuas declaraciones institucionales. Una negra previsión de Manuel Carrión, de 199713, parece pronta a cumplirse: Para el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico, que debe recoger en sus registros todo el patrimonio bibliográfico histórico español, la Biblioteca Nacional presta sus instalaciones y buena parte de su infraestructura bibliográfica, pero no puede hablarse de una cooperación decidida. El CCPB… es tarea que depende de la Subdirección General de Cooperación Bibliotecaria y constituye la empresa más ambiciosa (y necesaria, ya que está impuesta por las leyes vigentes) dentro del ámbito del patrimonio bibliográfico histórico y un modelo, cada vez más imitable de empresa cooperativa (también impuesta) entre la administración central y autonómica. Su publicación en CD-ROM y otros buenos augurios hacen pensar que la Biblioteca Nacional estará más activamente presente en él y que no se cometerá el error de pensar que se trata de tarea interminable… En este concreto año 2009, es ya noticia bien conocida que la Biblioteca Nacional ha decidido (aunque todavía no se ha materializado la decisión) no prestar más sus instalaciones y buena parte de su infraestructura bibliográfica al personal del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español, catálogo en el que hace años no participa institucionalmente, por incomprensible que parezca. La historia de los catálogos colectivos españoles es, si se me permite la expresión, profesionalmente desgarradora. 13 “El Patrimonio Bibliográfico Histórico y el mundo bibliotecario español. I. La Biblioteca Nacional. Situación y perspectivas”, Patrimonio Cultural y Derecho, 1 (1999), pp. 178-179. 11 Recordaré solo un par de acontecimientos de particular interés, al atisbar un buen momento profesional en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Es el único momento en que descubrimos en la Biblioteca Nacional un equipo de bibliotecarios especializados avant la lettre. Ve la luz, en primer lugar, en 1945, el Catálogo de Incunables de la Biblioteca Nacional14 de Diosdado García Rojo y Gonzalo Ortiz de Montalván. La trayectoria profesional de ambos permite documentar la gran movilidad de los bibliotecarios españoles, que indudablemente favoreció la discontinuidad a la que ya me he referido en el caso de la Biblioteca Nacional. García Rojo estaba destinado entre julio y diciembre de 1921 en el Archivo de Hacienda y en la Biblioteca Provincial de Logroño, conjuntamente; pasa luego a la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid; en agosto de 1930 llega a la Biblioteca Nacional; en 1936 se le comisiona para enriquecer la Sección de Incunables y Raros, siendo nombrado Jefe de esta Sección en 1942; en 1955 es enviado en comisión de servicio a la Biblioteca de la Real Academia de la Historia; retorna pronto a la Nacional y continúa al frente de la Sección de Incunables y Raros hasta su jubilación en 1958. Cuando Ortiz de Montalván llega a la Biblioteca Nacional en 1930 procede del Archivo General de Simancas, y antes, entre 1922 y 1924 había dirigido el Archivo de la Delegación de Hacienda y la Biblioteca Provincial de Huelva. Ambas trayectorias ponen de manifiesto que los archiveros podían ocupar puestos de trabajo específicamente bibliotecario, y viceversa. Un dato a tener en cuenta si queremos entender la causa de algunas antiguas decisiones profesionales, con graves secuelas en la conservación de las colecciones de manuscritos e impresos antiguos de la Biblioteca Nacional. Un Decreto de 2 de abril de 195415 reorganiza una vez más la Biblioteca Nacional: se crean tres Departamentos generales, y sus responsables tendrán la categoría de Vicedirectores: Conservación, Fondos Modernos, y Bellas Artes y Exposiciones. Al de Conservación, del que era responsable José López de Toro, correspondía la dirección de las Secciones de Manuscritos, Incunables y Raros, Cervantes, Hispanoamérica, Teatro y Varios. El acierto administrativo es manifiesto y lo declaran los resultados. El año 1953 había visto la luz el primer tomo del Inventario General de Manuscritos de la Biblioteca Nacional. José López de Toro fue sin duda alguna el alma de la empresa. Siendo jefe de la Sección de Manuscritos había asistido al Primer Coloquio Internacional de Paleografía, celebrado en París en abril de 1953. En este encuentro está el origen de un proyecto científico de largo alcance y amplia aceptación en toda Europa: la elaboración de catálogos nacionales de manuscritos en escritura latina, fechados, anteriores al siglo XVI. El aludido bibliotecario asumió oficialmente el compromiso y poco después se informa en la revista Scriptorium16 que España participará en ese proyecto a través de un “Instituto de Codicología”, de inmediata creación en Madrid. Todo quedó en agua de borrajas. 14 Madrid. Patronato de la Biblioteca Nacional. 1945. 15 Boletín Oficial del Estado, núm. 115, 25 abril 1954, pp. 2706-2707. 16 VII (1953), p. 269. 12 Manuel Sánchez Mariana, durante muchos años Jefe del Servicio de Manuscritos, Incunables y Raros, ha subrayado la incomunicación de los bibliotecarios españoles con los del resto de Europa en esa época y ha destacado la importancia que para establecer esa necesaria comunicación tuvo la asistencia de López de Toro a dichos coloquios internacionales17. Es seguro que su amistad personal con el investigador belga Guy Fink-Errera fue muy positiva para la puesta en marcha del proyecto de Inventario de manuscritos. Este investigador es quien fijó el modelo de noticia y es sin duda alguna el autor de la documentada “Bibliografía” con que se inicia el volumen I. Como ha enfatizado Sánchez Mariana, ese prólogo “evidencia unos conocimientos bibliográficos que entonces no estaban a disposición de los especialistas españoles”. La euforia del prologuista del volumen I, Francisco Sintes y Obrador, Director General de Archivos y Bibliotecas, que le lleva “a pensar en la pronta realización completa del proyecto” no estaba justificada, en modo alguno. En el tercer volumen, de 1957, existe un brevísimo prólogo del Director General de Archivos y Bibliotecas, en el que leemos: “la continuidad en las grandes empresas es una exigencia ineludible, y sin ella se frustrarían las tareas de mayor aliento y resultarían inútiles los cimientos más sólidos”; y refiriéndose en particular al Inventario dice que “sería injusto truncar esta labor arredrándonos por dificultades de orden económico o de tipo técnico o de largos plazos”. No obstante adelantaba un triste acontecimiento: “Sirvan estas líneas de estímulo para quienes lo realizan y de felicitación para la Biblioteca Nacional, que llena con esta empresa uno de sus principales fines y con estos trabajos de equipo es ejemplo de solidaridad intelectual y nos asegura no habrá fisuras en los eslabones de esta cadena que son la sucesión de los años y de las personas”. Los años se han sucedido, pero desgraciadamente no se han sucedido las personas necesarias para hacerlos fructificar. El Inventario continuó publicándose, con un equipo de bibliotecarios cada vez más menguado. En el volumen 9, del año 1970, ya ha desaparecido el nombre de José López de Toro, debido al affaire de los manuscritos de Leonardo da Vinci, a partir del 13 de febrero de 196718. Las secuelas de ese acontecimiento, el hallazgo en circunstancias nunca plenamente aclaradas, de dos manuscritos de Leonardo da Vinci en el depósito de la Biblioteca Nacional fueron desastrosas para la Sección de Manuscritos: el proyecto del Inventario General de Manuscritos se abandonó de hecho y en 1978 ya solo trabajaba en “Manuscritos” un facultativo, el Jefe que yo me encontré en 1984. Pedro Sorela, periodista que se muestra bien informado, presentaba esta realidad, bajo el título “La soledad de los manuscritos”, en el diario El País, del 10 de febrero de 1985: 17 “Repertorios Bibliográficos (VIII): El Inventario General de Manuscritos de la Biblioteca Nacional”, Pliegos de Bibliofilia, 12 (2000), pp. 55-66. 18 Véase mi trabajo sobre “Los manuscritos vincianos de la Biblioteca Nacional (Códices Madrid I y Madrid II)”, en Leonardo da Vinci el ingeniero = Leonardo da Vinci ingeniaria. Bilbao, Fundación Escuela de Ingenieros de Bilbao, 1997, pp. 3065. 13 La Biblioteca Nacional sólo tiene catalogados 5.699 manuscritos de los más de 23.000 que se encuentran en sus depósitos. Los demás están simplemente inventariados. Durante muchos años trabajó en esta sección un solo bibliotecario; ahora lo hacen dos. A la Biblioteca Nacional le falta personal y espacio: tiene 74 bibliotecarios, 10 más que la sección de Bellas Artes de la Biblioteca Nacional de París, y necesitaría 1.000, según su director, que ocupa el cargo con carácter vitalicio. Para realizar las reformas que se imponen, “el tiempo apremia”, dice una bibliotecaria. Como he escrito en alguna ocasión no es posible hallar una justificación para la despreocupación institucional respecto a su impresionante colección de manuscritos. Obviamente no puedo ser historiador imparcial de los últimos veinte años con mil y un nombres de Secciones, Servicios, Áreas y Departamentos, y otros tantos de personas que llegaron y marcharon, casi siempre sin dejar constancia de especial interés. Me ahorro inevitablemente el breve relato (im)posible. Tampoco debemos olvidar otros acontecimientos que relata igualmente el mentado periodista de El País. Su testimonio es sintomático: En el mes de junio, desde temprano, se puede ver una larga cola de jóvenes que sale del edificio y dobla la esquina. Son estudiantes que acuden allí porque Madrid necesita unas 100.000 plazas en bibliotecas universitarias y dispone, según apreciaciones, de muchas menos. Para Hipólito Escolar, director de la Biblioteca Nacional, con ello se cubre una necesidad social. No piensan lo mismo diversos bibliotecarios ni altos cargos del Ministerio de Cultura, para quienes la biblioteca debe reservarse a la investigación. ... La cafetería del centro está más o menos llena 12 horas al día, y en alguna ocasión puede verse, en la sala general, a un joven que dobla a su novia desde atrás sobre la silla y la besa con cariño. Sus vecinos no se inmutan. “Esa es la sala donde se desbrava a los que acuden, sobre todo, a leer como a una biblioteca pública”, explica Escolar. Los investigadores, que han de demostrar su condición de tales, tienen acceso a otras salas con mayores comodidades y, también, mayores medidas de seguridad... El hecho de que la Biblioteca Nacional no haya terminado la catalogación de sus más de 23.000 manuscritos ..., la convierten en “la última gran biblioteca del siglo XIX”, dice una fuente del centro, pues todas las grandes bibliotecas terminaron esta labor el siglo pasado… Los dos bibliotecarios de la sección (el segundo llegó hace tres meses) apenas pueden hacer algo más que rellenar permisos para investigación. Trabajos puntuales, como la catalogación de manuscritos griegos o hebreos, se han realizado por contrato con especialistas… Los últimos textos, aunque periodísticos, convenía recordarlos para centrarnos en un problema vivido, y sufrido, intensamente, durante muchos años en la Biblioteca Nacional de España. Acudo a una pluma autorizada, la de Manuel Carrión Gútiez, Subdirector durante muchos años de dicha Biblioteca y 14 conocedor inmediato de estos acontecimientos y en parte responsable de la toma de decisiones19: “… la Biblioteca Nacional de Madrid ha venido arrastrando la condena de servir de biblioteca pública popular (primero con la mayoría de su fondos y más tarde por medio de su Sala General y Sección Circulante), mientras veía nacer, para el cumplimiento de sus funciones de biblioteca nacional, una serie de organismos más o menos burocráticos incapaces de cumplir con la que en modo alguno debería haber sido su función…” Él mismo nos ha concretado, con precisión y oportunidad20: Y, ya que los problemas del patrimonio bibliográfico se hallan unidos a los de las bibliotecas, si estudiamos el movimiento bibliotecario español, hallaremos que, como el de tantos otros países con suficientes restos culturales escritos/impresos, discurre entre la necesidad cultural de conservar el patrimonio bibliográfico español (del que una parte lo es ya desde el principio y otra se va progresiva e ininterrumpidamente convirtiendo en “tesoros” bibliográficos) y la urgencia social de dotar a los ciudadanos de medios suficientes de información para su desarrollo individual y profesional y para su participación activa en la vida de la comunidad. A medida que crece y se diversifican los medios disponibles para la comunicación del conocimiento, se acentúa este doble carácter distintivo en buena medida y propio de las bibliotecas, puesto que… son ellas, entre los sistemas de información, las encargadas de velar simultáneamente por la conservación y la difusión de los registros “escritos” del conocimiento. Las tensiones que este fenómeno producen en la gestión bibliotecaria, agravadas a veces por circunstancias concretas (como es el caso de España por la proliferación de los estudios locales y de los intentos de reconstrucción de colecciones al socaire de la administración autonómica, de la explotación de la curiosidad genealógica y heráldica y de la frecuencia de ediciones anastáticas), con un verdadero banco de pruebas para los bibliotecarios y han llevado a veces a soluciones impopulares, otras arriesgadas, algunas extremadas y, en casos singulares, tan drásticas (aunque suavizadas en el curso de su realización) como el desmembramiento de la vieja y noble Bibliothèque Nationale de París con la creación del nuevo edificio y biblioteca de Tolbiac.” Me detendré un momento en esta última alusión. Precisamente, en la larga polémica sobre la Biblioteca Nacional de Francia, durante los últimos años ochenta y los primeros noventa del pasado siglo, cuando se proyecta la construcción de la gran Biblioteca de Tolbiac, una de las plumas de mayor presencia y más riguroso trazo fue la de Marc Fumaroli. En uno de sus 19 “Bibliotecarios e investigadores o batalla campal de perros y lobos”, en Homenaje a Justo García Morales: Miscelánea de estudios con motivo de su jubilación. Madrid, Anabad, 1987, p. 75. 20 “El Patrimonio Bibliográfico Histórico y el mundo bibliotecario español. I. La Biblioteca Nacional. Situación y perspectivas”, cit., pp. 158-159. 15 artículos, en Le Monde, del 25 de junio de 1993, bajo el título “El combate por la Biblioteca Nacional” escribió21: También es el momento de acordarse de lo que significan las propias palabras de Biblioteca Nacional: una institución mnemotécnica y científica única en su género, destinada a poner a disposición de los investigadores del mundo entero la memoria escrita de Francia. El cuerpo de los conservadores de nuestra Biblioteca Nacional, que en su profesión son el equivalente al Colegio de Francia, ha sido y es una familia de eruditos respetados en el mundo entero. Los instrumentos de trabajo científico que edifican a partir de colecciones tan diversas de la Biblioteca Nacional son indispensables en toda suerte de especialidades sabias. La modernización técnica debe facilitar su elaboración y consulta; pero jamás reemplazará a la experiencia y el método acumulados por una tradición que se honra con los nombres del abate Bignon, de Ernest y Jean Babelon, de Léopold Delisle. Ahí se está en la realidad. Ese pasado y este presente se alzan como garantes del futuro”. (p. 428). Esta no era la realidad de la Biblioteca Nacional de España en los años noventa del pasado siglo, menos aún en el año 2009. La carencia de una revista científica propia es un dato rotundamente indiciario. He podido constatar que son poco conocidas entre los bibliotecarios españoles las Normas de conducta ética para bibliotecarios de manuscritos, libros raros y fondos especiales aprobadas en 1987 por la Association of College and Research Libraries, que fueron traducidas al español con un llamativo retraso, en 2003, por el Grupo de Trabajo de Patrimonio Bibliográfico de REBIUN [Red de Bibliotecas Universitarias]22 y que permiten claramente perfilar la personalidad de un auténtico bibliotecario especialista en manuscritos e impresos antiguos. Se recuerda en esas Normas que “los bibliotecarios de fondos especiales no deben contrariar, alterar o disimular su opinión profesional con el fin de acomodarla a una decisión de gestión…” Prescindo de mis personales experiencias durante estos últimos años. Se admite y se valora en el bibliotecario de fondos antiguos, contemplado en esas Normas, la afición bibliófílica (no la pasión, proclive a la patología), la dedicación a la investigación, las publicaciones y las actividades docentes y editoriales. Debo concluir inevitablemente. Ya me he excedido. Finalizaré aludiendo a los aspectos que me preocupan en particular, dejando de lado muchos temas de especial interés y que justifican la necesidad actual de bibliotecarios especializados en España, muy en particular en la Biblioteca Nacional: la conservación (compartiendo responsabilidad con los restauradores), la 21 Véase El Estado Cultural: Ensayo sobre una religión moderna. Trad. de Eduardo Gil Bera. Barcelona, Acantilado, 2007, p.428. 22 Normas de conducta ética para bibliotecarios de fondos especiales. Madrid, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Subdirección General de Información y Publicaciones, 2003. 16 accesibilidad (materializada en el control bibliográfico científico y exhaustivo, y en la construcción de instrumentos de información), y la facilidad de acceso y disponibilidad de los manuscritos, los incunables y los otros impresos antiguos (que obliga a tomar en consideración las relaciones entre bibliotecarios e investigadores, y sin dejar de lado los muchos problemas que plantea el uso de la piezas). Respecto al primero de los aspectos, el de la conservación, las actuaciones llevadas a cabo en la Biblioteca Nacional de España se han orientado prioritariamente a la restauración y nunca han respondido a una planificación. Esas actuaciones han sido positivas pero insuficientes. Hay que tener en cuenta que el deterioro de las piezas es consecuencia en gran parte de prácticas bibliotecarias inadecuadas, por exceso o por defecto (sellado, reencuadernación, almacenamiento inadecuado, consulta incontrolada, etc.), y no precisamente por agentes climatológicos. Los recuentos realizados periódicamente en los depósitos sensibilizan de inmediato sobre estas realidades negativas. En claro contraste con la situación de la falta de bibliotecarios especialistas en fondos antiguos, está la situación del equipo de profesionales de la restauración en la Biblioteca Nacional de España. Desde la creación, en 1969, del Servicio Nacional de Restauración de Libros y Documentos se han formado equipos de encuadernadores y restauradores, muy vocacionales, y la Biblioteca ha podido contar con esos especialistas, aunque nunca se les ha considerado o valorado como profesionales especializados. Durante muchos años, ya demasiados, debido al auge de las exposiciones, han dedicado la mayor parte de su tiempo a realizar intervenciones muy concretas, a veces sin el tiempo suficiente, sobre las piezas seleccionadas para dichos eventos. La consecuencia inmediata ha sido el nacimiento del desencanto. Me preocupa igualmente, y mucho, un futuro en que los bibliotecarios facultativos carecerán de la formación necesaria para intercambiar información con los restauradores y lograr buenas soluciones en intervenciones delicadas por razón de la antigüedad y el estado de las piezas o por culpa de actuaciones vandálicas en las mismas. En la mente de todos están las viejas imágenes del bibliotecario enemigo del lector. Recuerdo como muestra la ofrecida por Stefan Zweig, en Mendel el de los libros23: “... por entonces yo estaba realizando una investigación sobre el médico y magnetizador paracélsico Mesmer, aún hoy poco conocido. Por cierto, con poco éxito, pues la bibliografía sobre el tema en cuestión se reveló insuficiente, y el bibliotecario, al que yo, cándido neófito, había pedido información, me gruñó en términos poco amables que la documentación era cosa mía, no suya...” Nos sigue contando el investigador, refiriéndose a Mendel: “Mi amigo me presentó y yo expuse mi demanda, para lo cual –la argucia me la había recomendado expresamente mi amigo- empecé por quejarme, en apariencia furioso, del bibliotecario que no me había querido dar información alguna. Mendel se echó hacia atrás y escupió con cuidado. Después soltó una breve risa y, en la marcada jerga de los judíos orientales, exclamó: «¿Que no ha querido? No. ¡No ha podido¡ Es un parch, un burro apaleado con el pelo gris. Le conozco, para mi 23 Trad. del alemán de Berta Vias Mahou. Barcelona, Acantilado, 2009, pp. 1315. 17 desgracia, desde hace veinte años largos, pero sigue sin haber aprendido nada. Embolsarse el sueldo... es lo único que saben hacer esos doctores. Deberían acarrear piedras en lugar de andar metidos entre libros»”. Hace unos años, en 1989, los redactores de la Gazette du livre médiéval propusieron el texto de una “Déclaration des droits du Manuscrit, du Lecteur et du Conservateur”24, que merecen una lectura atenta, al igual que antes la exigía para las Normas de conducta ética para bibliotecarios de manuscritos, libros raros y fondos especiales, pues es texto presumo que muy poco conocido. Me limitaré a espigar y traducir algunos de los artículos que considero necesario subrayar y que no precisan de mayor comentario. Se dice en el artículo 6: “Para que sea conocido, todo manuscrito debe ser catalogado. El bibliotecario (“conservateur”) tiene el derecho y el deber de redactar y de difundir, en plazos razonables, una descripción o al menos una noticia de inventario de los manuscritos que custodia”. Me interesa destacar el texto del artículo 12: “Todo manuscrito tiene una historia. Forma o ha formado parte de una biblioteca o de un fondo que contribuyen o han contribuido a crear su personalidad. Este aspecto «social» del manuscrito debe salvaguardarse”. Finalmente los artículos 14 y 15; se dice en el primero “La garantía de los derechos del manuscrito necesita de un cuerpo de bibliotecarios especializados. Los bibliotecarios de manuscritos tienen el deber de adquirir la competencia y la especialidad profesional requeridas por su función y el derecho a que se les reconozcan ambas cosas por parte de las autoridades públicas”, y en el último artículo recordado: “Los bibliotecarios (“conservateurs”) tienen el derecho y el deber de ejercer, en el marco de sus obligaciones profesionales, una actividad investigadora centrada principalmente sobre los manuscritos que están a su cargo”. En la última revisión, de 2009, de la Declaración de principios internacionales de catalogación (“Principios de Paris”, aprobados en 1961) se declara que “El principal [principio que debe dirigir la creación de los códigos de catalogación] es el interés del usuario”. Se señala en esa declaración que “Las decisiones referentes a la creación de las descripciones y las formas controladas de los nombres para los accesos, deben tomarse teniendo en mente al usuario”. Se necesitan diferentes tipos de catálogos. Es necesario tener muy en cuenta las necesidades del investigador que acude a consultar manuscritos o libros impresos antiguos. Se descubren actualmente ciertas actitudes profesionales, más bien diría institucionales, radicalizadas a favor de una norma catalográfica única, olvidando que un catálogo es un instrumento de información y que existen diversos tipos de usuarios. Acudo a un texto ajeno, de Manuel Carrión Gútiez25, aludiendo a un programa de investigación, que se pretendía poner en marcha en 1994 en la Biblioteca Nacional de España y que no logró materializarse, donde se alude a esta problemática: 24 14 (1989), pp. 40-43: http://www.palaeographia.org/glm/art/declar1.htm. 25 “Tres lecciones sobre la Biblioteca Nacional de España”, en El libro antiguo en las bibliotecas españolas. Ed. a cargo de Ramón Rodríguez Álvarez [y] Moisés Llordén Miñambres. Oviedo, Universidad. Vice-Rectorado de Extensión Universitaria. Servicio de Publicaciones, 1998, p. 35. 18 [El programa] ... trata de robustecer uno de los aspectos esenciales de la actividad bibliográfica de la Biblioteca, encomendando, como es natural a los Servicios que trabajan con fondos históricos cuya catalogación resulta esencial no sólo para los investigadores, sino también para la edición de los distintos catálogos colectivos. Claro está que el trabajo estaría en parte realizado de existir una base ARIADNA comprensiva de todos los fondos de la Nacional; pero los catálogos especiales deben ser especiales también en su forma de catalogación y en la aportación de datos bibliográficos menos normalizados y por tanto es probable (no quiero pensarlo ahora) que hayan de seguir existiendo siempre, aun cuando se hayan reconvertido y vertido en ARIADNA las decenas de catálogos existentes en la Biblioteca Nacional. No se puso en marcha ese programa y tampoco se logró reunir la totalidad de libros impresos antiguos (unos 300.000 volúmenes) bajo la responsabilidad del Servicio de Manuscritos, Incunables y Raros, a pesar de que ese era uno de los propósitos declarados de la reforma del edificio que se prolongó durante demasiados años. Respecto al tercer aspecto que he mencionado: la facilidad de acceso y disponibilidad de las piezas, los problemas mayores se plantean, sin duda, en relación con los códices. La relación del bibliotecario de fondos antiguos con el investigador supone casi siempre un enriquecimiento mutuo. Es la opinión de Paul Canart26, quien hace ya muchos años proclamaba su esperanza en que cada vez más los bibliotecarios de manuscritos se incorporarían a los equipos de investigadores particularmente en los campos de la paleografía y la codicología. ¿y por qué no, se preguntaba igualmente, las propias bibliotecas facilitando la formación de futuros especialistas, la realización de catálogos especializados y de exposiciones de alto valor científico? En el caso de la Biblioteca Nacional de España podríamos afirmar que ha existido una cierta dejación de funciones. Lo ponen especialmente de manifiesto las exposiciones que desde hace muchos años no son la consecuencia de una planificación propia o debida a sus propios bibliotecarios. Hace algunos años la Biblioteca Nacional de España incorporó a sus papeles, su banderola y sus acontecimientos un eslogan, que no se ha anulado a pesar de haber cesado la Directora General que lo impuso: Custodiamos todos los libros. Recupero una frase de un benemérito bibliotecario español, Fernando Huarte Morton, leída en un artículo del año 1987, titulado “El libro, el bibliotecario y el lector de fondo antiguo en la biblioteca”27: “Que no tanto se hable de que custodiamos kilómetros de estantería como de que tenemos identificado cada adoquín”. Sorprende el mantenimiento del eslogan, cuando una nueva Directora General ha escrito recientemente: “Todos debemos ser 26 “Les bibliothèques face aux nouvelles formes de recherche philologique, paléographique et codicologique”, Gazette du livre medieval, 12 (1988), pp. 711: http://www.palaeographia.org/glm/art/recherche1.htm. 27 En Homenaje a Justo García Morales: Miscelánea de estudios con motivo de su jubilación. Cit., p. 309. 19 conscientes de que, en la era de la bibliotecas digitales capaces de constituir colecciones virtuales sobre la base del «diálogo» entre máquinas, la importancia de las bibliotecas no estará ya tanto ligada a la riquezas de las colecciones que custodian sino, sobre todo, a la calidad y variedad de servicios que proponen. El concepto de «competividad» será cada día más relevante para el futuro de nuestra profesión a lo largo del siglo XXI…”28 El gran bibliólogo Neil Harris, en una reflexión sobre las colecciones históricas de las bibliotecas italianas, habla en un catálogo reciente de incunables e impresos del siglo XVI de la Biblioteca Comunale de San Gimignano, de la existencia de bibliotecas muertas29. Nos recuerda el abierto abanico de motivaciones posibles. Alguna parece no preocupar lo que debiera: una biblioteca camina hacia su muerte cuando sus catálogos (incluso automatizados) no estén a la altura de las necesidades de quienes necesiten consultar sus volúmenes. Por supuesto también habrá que reflexionar sobre la baja calidad e intensidad de las propias consultas. Puede resultar preocupante. Recordaré una frase de Claude Jolly, tomada de un informe de 1992 titulado Politique patrimoniale de l´Établisement public de la Bibliothèque de France, que traduzco: “El catálogo constituye la puerta obligada para acceder a las colecciones patrimoniales y justamente por eso muchos investigadores apuntan que se valorará a la institución futura por la calidad y exhaustividad de su catálogo”30. Creo que es buen momento para recordar el concepto de “libro histórico”, definido con acertada y rotunda precisión por Manuel Carrión Gútiez31: Asciende el libro a esta condición, cuando deja de interesar por lo que dice (trasvasado ya generalmente a nuevas y “mejores” ediciones o incorporado a estudios nuevos que han venido a incrementar el conocimiento social) e interesa por lo que es: testimonio y objeto cultural de un tiempo. No hablamos, pues, de lo que el libro “vale” (de su precio de mercado) ni tampoco, claro está, del libro como objeto artístico. El interés se centra en el libro todo entero, pero no en sí solo, sino en relación con todo un flujo espaciotemporal. Son libros que no se usan ya para lo que fueron creados: difundir unas ideas, manifestar un pensamiento nuevo, entretener el ocio, ejercitar la crítica social, 28 “Ser bibliotecario hoy”, firmado por MIlagros del Corral, en Sic vos, non vobis: 150 años de archiveros y bibliotecarios. Cit., p. 160. 29 “Il vivo Mattia Pascal”, en Gli incunaboli e le cinquecentine Della Biblbioteca Comunale di San Gimignano. A cura di Neil Harris. San Gimignano, Comune di San Gimignano, 2007, I, p. 11. 30 Citado por Martine Delaveau, Yann Sordet e Isabelle Westeel, en “Penser le catalogage du livre ancien à l´âge du numérique”, Bulletin des Bibliothèques de France, 50 (2005), 4, p. 55. 31 “Tres lecciones sobre la Biblioteca Nacional de España”, en El libro antiguo en las bibliotecas españolas. Cit., p. 12. 20 promulgar una ley o aclarar las dudas fundamentales… Y no es que, en muchos casos, los libros hayan perdido su condición de “libro instrumento” ni que se hayan reducido a la condición de “libro objeto” (valioso por su condición de obra de arte, por su rareza o por su antigüedad), sino que han pasado a ser objetos culturales, testimonios para la historia de la comunicación, campo para la historia del libro, en esa tierra de nadie que dejan libre o a medio ocupar otras disciplinas históricas y para la bibliografía material a mitad de camino entre la historia y la crítica textual.” Teniendo en cuenta esta definición, es oportuno recordar unas palabras de Roger Chartier al señalar que “las mutaciones de nuestro presente modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer”. Tras haber insistido en la necesidad de “no separar jamás la comprensión histórica de los escritos de la descripción morfológica de los objetos que los difunden”, nos recordaba en su Lección inaugural en el Collège de France, pronunciada el 11 de octubre de 2007, bajo el título “Escuchar a los muertos con los ojos”32: El sueño de la biblioteca universal parece hoy más próximo a hacerse realidad que nunca antes, incluso más que en la Alejandría de los Ptolomeos. La conversión digital de las colecciones existentes promete la constitución de una biblioteca sin muros, donde se podría acceder a todas las obras que fueron publicadas en algún momento, a todos los escritos que constituyen el patrimonio de la humanidad. La ambición es magnífica, y -como escribe Borges- “cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad”. Pero, seguramente, la segunda impresión debe ser un interrogante sobre lo que implica esta violencia ejercida sobre los textos, dados a leer bajo formas que ya no son las que encontraban sus lectores del pasado. Se podría decir que semejante transformación no carece de precedentes... Seguramente. Pero para comprender las significaciones que los lectores han dado a los textos de los que se apoderaron, es necesario proteger, conservar y comprender los objetos escritos que los han transmitido. La “felicidad extravagante” suscitada por la biblioteca universal podría volverse una impotente amargura si se traduce en la relegación o, peor aun, en la destrucción de los objetos impresos que han alimentado a lo largo del tiempo los pensamientos y los sueños de aquellos y aquellas que los han leído… Concluyo. Los proyectos de digitalización presuponen e implican un gran conocimiento previo de las colecciones y su control bibliográfico. En el caso de los manuscritos un inventario bibliográfico, en el pleno sentido del término, permite realizar la mejor selección de las piezas y también fijar los elementos descriptivos imprescindibles. Hay que asumir la singularidad y disparidad de 32 Escuchar a los muertos con los ojos: Lección inaugural en el Collège de France. Trad. por Laura Fólica. Buenos Aires: Katz, 2008. (Conocimiento; 3039), pp. 9-15. 21 estos materiales bibliotecarios33. Se impone también la especialización en los proyectos de digitalización. Recuérdese el proyecto Dediche derivado de la base de datos EDIT16, que responde al interés despertado en estos últimos años por el paratexto de los libros impresos. La Biblioteca Nacional de España, institucionalmente obsesionada por disponer en el más breve tiempo posible de un catálogo automatizado global, no tanto cualitativa sino cuantitativamente significativo (en términos políticos), orientado hacia un proyecto de digitalización masiva de sus colecciones, no cuenta con la opinión de los bibliotecarios especializados de manuscritos e impresos antiguos, pues carece de ellos. Nada hay que objetar a la emulación entre las grandes Bibliotecas Nacionales, pero tengo mis reservas frente a la imitación coyuntural, sin atender a la historia de las otras Bibliotecas. Sin duda en el caso de la Biblioteca Nacional de España el referente es, a este respecto, la Nacional de Francia, pero sin tomar en consideración debidamente la diferente historia de ambas respecto al control bibliográfico de sus colecciones. La digitalización masiva es un medio, no un fin, y a veces se olvida. Mi opinión, absolutamente personal, apuntalada en la experiencia del pasado, nacida de la atención a las preocupaciones que se descubren en los congresos de la IFLA34 y en los proyectos y nuevas bases de datos35 orientados al estudio de los libros antiguos, manuscritos e impresos, como productos históricos, es inevitablemente insistente en la necesidad de asumir un pasado desfavorable y fijar proyectos a largo plazo de recatalogación, contando con un personal debidamente preparado en las tareas de identificación y descripción, y estable, con el que ciertamente no puede contarse en España recurriendo a la empresa privada, y por la simple razón de que hace muchos años ya que no ha existido una oferta docente específica, ni por parte de la Universidad ni por parte de las Asociaciones profesionales. Las actuaciones de otras grandes Bibliotecas Nacionales, y cito de nuevo a la Biblioteca Nacional de Francia, invitan a una reflexión seria36. Quizás la celebración de los 300 años de su arrastrada historia 33 Véase el artículo de Joy Humphrey: “Manuscripts and metadata: Descriptive metadata in three manuscript catalogs: DigCIM, MALVINE, and Digital Scriptorium”, Cataloging & Classification Quarterly, 45 (2007), 2, pp. 1939: http://ccq.haworthpress.com. 34 Véase IFLA. Section on Rare Books and Manuscripts: Newsletter. January 2009: http://www.ifla.org/VII/s18/index.htm. 35 Léanse las reflexiones de Ezio Ornato en “Bibliotheca manuscripta universalis: Digitalizzazione e catalografia: un viagio nel regno di Utopia?”, Gazette du livre medieval, 48 (2006), pp. 1-13: http://www.palaeographia.org/glm/art/utopia1.htm. Tiene particular interés examinar la historia ya larga de la HPB Database [Hand Press Books Database] del CERL [Consortium of European Research Libraries] que ha cambiado recientemente el significado de la primera letra de su sigla: Heritage of the Printed Book Database. 36 Véanse los artículos de Ursula Baurmeister: “Cataloguing the incunabula of the Bibliothèque Nationale: problems of text identifications”, en Bibliography and the Study of 15th-Century Civilisation: Papers presented at a Colloquium at the 22 propicie esa reflexión. No anulo la esperanza, aunque sea una esperanza agónica. De lo que sí estoy totalmente seguro es de que la creación humana ex nihilo produce inevitablemente monstruos. Inventarse una Biblioteca Nacional de España del siglo XXI, diferente cada 3 ó 4 años y carente de pasado, conlleva caminar por una noche empedernidamente negra. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------MARTÍN ABAD, Julián (San Bartolomé de Pinares (Ávila, España), 1946). Doctor en Filología Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid, y en posesión del Diploma de Documentalista expedido por la Escuela Nacional de Documentalistas de Madrid, pertenece al Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, y desde 1983 trabaja en la Biblioteca Nacional de España, siendo desde el año 1994 al 2006 Jefe del Servicio de Manuscritos, Incunables y Raros, y en la actualidad Jefe del Servicio de Manuscritos e Incunables. Académico numerario de la Academia de Historia y Arte de San Dámaso (1997); Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia (2001); Miembro Numerario del Instituto de Estudios Madrileños (2002); Sócio correspondente estrangeiro da Academia das Ciências de Lisboa (2004); y Miembro correspondiente del Centro para la Edición de los Clásicos Españoles (2005). Ha desarrollado una intensa actividad docente en relación con el libro antiguo, invitado por Universidades y Asociaciones profesionales (bibliotecarios, libreros anticuarios, etc.). Más de 200 publicaciones, entre las que se pueden recordar los libros siguientes: Contribución a la bibliografía salmantina del siglo XVIII: la oratoria sagrada. (1982); Manuscritos de España : Guía de catálogos impresos (1989, y Suplemento: 1994); La imprenta en Alcalá de Henares : 1502-1600 (1991); Repertorios bibliográficos de impresos del siglo XVI (Españoles, portugueses e iberoamericanos) : Con una fórmula abreviada de referencia. (en colaboración, 1993); Los incunables de las bibliotecas españolas: Apuntes históricos y noticias bibliográficas sobre fondos y bibliófilos (1996); La imprenta en Alcalá de Henares : 1601-1700 (1999); Postincunables ibéricos (2001); Estanislao Polono (en colaboración, 2002); Los primeros tiempos de la imprenta en España (c. 1471-1520) (2003); Los libros impresos antiguos (2004); Los manuscritos de interés bibliográfico de la Biblioteca Nacional de España (2004); Post-incunables ibéricos: (Adenda) (2007); En plúteos extraños: Manuscritos, incunables y raros de la Biblioteca capitular de Ávila en la Biblioteca Nacional de España (2007); El enredijo de mil y un diablos: (De manuscritos, incunables y raros, y de fondos y fantasmas bibliográficos) (2007); La descripción de impresos antiguos: Análisis y aplicación de la ISBD(A) (en colaboración, 2008); y Un libro de horas incunable, en latín y francés, iluminado para el condotiero Ferrante d´Este (2008). Se encuentra en prensa su Catálogo bibliográfico de Incunables de la Biblioteca Nacional de España. Una breve selección de sus artículos y capítulos de obras colectivas: “La edición española fuera de España” (En Historia de la edición y de la lectura en España, 1472-1914. Madrid, 2003, págs. 105-113); “Sobre incunables españoles y sobre incunables de las British Library 26-28 September 1984, organised in conjunction with the Warburg Institute of the University of London. Edited by Lotte Hellinga and John Goldfinch, London, The British Library, 1987, pp. 147-153; y “The recording of marks of provenance in the Bibliothèque Nationale de France and other French Libraries”, Papers of the Bibliographical Society of America, 99 (1997, dec.), pp. 525-538, y el de Michel Huglo: “Catalogue détaillé ou inventaire sommaire?: Réflexions sur le catalogue des manuscrits de la Bibliothèque nationale de France”, Gazette du livre medieval, 46 (2005), pp. 49-56: http://www.palaeographia.org/glm/art/huglo1.htm. 23 bibliotecas españolas: las últimas aportaciones” (En Juan Párix primer impresor en España. Segovia, 2004, págs.. 45-63; “Los Reyes Católicos y la imprenta” (Insula, LIX (2004), 691-692, págs. 17-19); “La biblioteca de Don Quijote” (En Cervantes, Miguel de: Don Quijote de la Mancha: Volumen complementario. Ed. del Instituto Cervantes 1605-2005. .Dir. por Francisco Rico. Barcelona, 2004, págs. 1037-1071); “Del manuscrito al impreso” (En Isabel la Católica: Los libros de la Reina: [Exposición]. Burgos, 2004, págs. 67-87); “Los talleres de imprenta españoles en la época de Cervantes” (En Don Quijote en el Campus. Tesoros Complutenses: [Exposición]. Madrid, 2005, págs. 51-67); “La Biblioteca Nacional como palimpsesto (A modo de prólogo)” (En Ruiz García, Elisa: Libro de Horas de los Retablos: Ms. Vitr. 25-3 de la Biblioteca Nacional. Madrid, 2005, págs. 9-21); “El Quijote y las imprentas americanas” (Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXI (2005), págs. 241-263); “Las primeras traducciones del Quijote” (En La razón de la sinrazón que a la razón se hace: lecturas actuales del Quijote: Vol. II. Burgos, 2006, págs. 13-35; “Los Archivos Personales en la Biblioteca” (En Seminario de Archivos Personales. Madrid, 2006, págs. 11-13); “Una palabra de moda: incunable. (Con un breve ejercicio de memoria histórica)” (Orbis Tertius, 2 (2007), págs. 19-31); “Incunables y postincunables: Bibliografía y bibliofilia” (En El libro como objeto de arte: Actas del II Congreso nacional sobre bibliofilia, encuadernación artística, restauración y patrimonio bibliográfico: Cádiz, abril de 2004. Cádiz, 2008, págs. 57-95); “¿Mutatis mutandis, una pequeña desamortización?, o Sobre 34 incunables de la BP de Cáceres en la BN de España, y sobre otros acontecimientos bibliográficos” (Revista de Estudios Extremeños, LXIV (2008), 1, págs. 201-232); y “La pasión por los incunables: (aproximación histórico-bibliográfica)” (En Bibliofilias: Exposición con motivo del 38º Congreso Internacional y 21ª Feria Internacional de ILAB (The Internacional League of Antiquarian Booksellers). Madrid, 2008, págs. 33-44). Ha desarrollado además una importante tarea en la recuperación de textos ofreciendo ediciones anotadas de obras de Konrad HAEBLER (Introducción al estudio de los incunables, 1995; con nueva «ed. especial [corregida], conmemorativa de la inauguración de la sede del Grupo Editorial Bertelsmann. España, Portugal, Iberoamérica, 1998»); Antonio ODRIOZOLA (Catálogo de libros litúrgicos, españoles y portugueses, impresos en los siglos XV y XVI, 1996); James P.R. LYELL (La ilustración del libro antiguo en España, 1997); F.J. NORTON (La Imprenta en España, 1501-1520, 1997); Ronald B. McKERROW (Introducción a la bibliografía material, 1998); Colin CLAIR (Historia de la Imprenta en Europa, 1998); Harry G- Carter (Orígenes de la tipografía: Punzones, matrices y tipos de imprenta (Siglos XV y XVI), 1999); y Oscar JENNINGS (Primitivas iniciales xilográficas, 2009). Director de la Colección «Instrumenta Bibliologica» de la Editorial Arco/Libros. 24