El bibliotecario de manuscritos e impresos antiguos en

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41a REUNIÓN NACIONAL DE BIBLIOTECARIOS
“Bibliotecas: puentes hacia universos
culturales más amplios”
20 al 23 de abril de 2009
Asociación de Bibliotecarios Graduados de la República Argentina
Conferencia magistral
El bibliotecario de manuscritos e impresos antiguos en
España: misión y circunstancias
Julián Martín Abad
Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios
En el año 2008 se han cumplido 150 años de la creación en España del
Cuerpo facultativo de Archiveros “guión” Bibliotecarios, así como suena, como
un unicum profesional.
En el año 2011 se cumplirán los 300 años de existencia de la Biblioteca
Real, luego Nacional, en Madrid. Cuando alguien me pregunta desde cuando
trabajo en la Biblioteca Nacional de España respondo rápidamente con una
boutade: desde 1711; realmente llegué en 1984. Mi respuesta espontánea
nace del convencimiento de que, al igual que en la vida de cada uno, también
en la vida de las instituciones es imprescindible saber de dónde se viene para
saber muy bien hacia dónde se quiere ir. Fui destinado a la “Sección de
Manuscritos”, que, en ese momento, sólo contaba con un Facultativo de
Bibliotecas, el Jefe, que trabajaba en solitario desde muchos años atrás.
He recuperado un artículo que leí entonces y recuerdo agradecido. Lo
habían publicado Viviana Jemolo y Mirella Morelli, en el Bollettino
d´Informazioni de la AIB (Associazione italiana bibliotece), correspondiente a
los meses de abril a junio de 19831, con un título realmente atractivo para mí en
aquel momento: “Alla ricerca di un´identità: Variazioni sul tema «Il bibliotecario
conservatore»)”. Presentaban las posibles experiencias de un joven
bibliotecario italiano al llegar, como yo entonces, a una Sección de
“Manuscritos” y/o a una de “Libros Raros”. Veintiséis años después ese texto
no ha perdido su interés y creo que tampoco su oportunidad en el caso de la
Biblioteca Nacional de España. Es sintomático. Yo lo leí entonces preocupado
por perfilar mi elección profesional.
1
N.S. XXIII (1983), 2, pp. 121-133.
1
Carlo Federici, en un artículo de 1985, titulado “Uso o conservazione?
Un falso dilemma”, incluido en la Gazette du livre medieval 2, recordaba el
siguiente detalle, que traduzco:
En Italia el status de esta categoría hay que decir que es un tanto
anómalo, pudiendo destinarse al cuidado de los libros antiguos
bibliotecarios próximos a su jubilación, y que tal vez durante muchos
años se han ocupado de fichar los nuevos números de las publicaciones
periódicas.
La falta de un puesto de trabajo profesional bien definido, al cual se
accede por concurso específico – para colmo de la ironía existe la
Scuola speciale per archivisti e bibliotecari de la Universidad de Roma
que expide un diploma, post laurem, de “conservador de manuscritos”-representa un grave handicap para el correcto funcionamiento de
nuestras bibliotecas. Gracias a esta situación ocurre que bibliotecarios
con una sólida preparación en el campo de los libros antiguos se ven
obligados a ocuparse de materiales modernos y, por el contrario, que
personajes carentes de un serio bagaje cultural en este sector – que no
se obtiene ni por unción divina (en nuestro caso burocrática), ni
redactando solamente catálogos de manuscritos, sino estudiando e
investigando en el campo específico de la conservación y de la
restauración-- gestionen la política italiana en este campo.
En respuesta a la invitación de la profesora Rosa Monfasani a participar
en esta 41.ª Reunión Anual de Bibliotecarios, pensé en la necesidad de una
reflexión en voz alta. Pero les aseguro que, después de haber comprometido el
título de mi conferencia, me arrepentí repetidas veces. Dicho arrepentimiento
lo motivaba ciertamente un agudo sentimiento epigonal como bibliotecario
español de manuscritos e impresos antiguos. Mi objetivo es muy concreto:
caracterizar la figura --¿todavía posible, si es que alguna vez existió?-- del
bibliotecario de fondo antiguo en España.
Es muy difícil lograr el distanciamiento imprescindible para poder
analizar sin pasión, y con suficiente objetividad, las mutaciones que uno ha
vivido en el ejercicio de su profesión. Una solución posible está en reunir
algunos testimonios, debidamente contextualizados, de bibliotecarios
coetáneos pero pertenecientes a distintas generaciones. Desgraciadamente no
abundan, pero he podido contar con algunos. Prestaré una particular atención a
la Biblioteca Nacional, única institución en la que de hecho podríamos
encontrar en España bibliotecarios especialistas en manuscritos e impresos
antiguos.
El bibliotecario de manuscritos e impresos antiguos en España: misión y
circunstancias. Motiva mi subtítulo el recuerdo de la conocida conferencia
pronunciada por José Ortega y Gasset, con ocasión del II Congreso
Internacional de Bibliotecas y Bibliografía de 1935, con el título Misión del
2
7 (1985), pp. 1-4: http://www.palaeographia.org/glm/art/dilemma1.htm.
2
bibliotecario. Peco, pues, de atrevido. Pero era necesario recordar las palabras
del gran filósofo3:
…para determinar la misión del bibliotecario hay que partir no del
hombre que la ejerce, de sus gustos, curiosidades o conveniencias, pero
tampoco de un ideal abstracto que pretendiese definir de una vez para
siempre lo que es una biblioteca, sino de la necesidad social que vuestra
profesión sirve. Y esta necesidad, como todo lo que es propiamente
humano, no consiste en una magnitud fija, sino que es por esencia
variable, migratoria, evolutiva –en suma, histórica.
Habrá, pues, que descubrir si ha existido en España, realmente, esa
“necesidad social” que requiriese los servicios de bibliotecarios de fondos
antiguos. Para descubrirlo nada mejor que lograr fijar una etología profesional
de los miembros del Cuerpo Facultativo, descubriendo las mutaciones
acontecidas en el sistema de acceso a la profesión bibliotecaria4. Si existió tal
necesidad, lógico es suponer que se incorporasen a las pruebas de acceso los
ejercicios que permitieran seleccionar a los aspirantes mejor preparados
también para servirla, aunque puedo adelantar que nunca se ha convocado
ninguna oposición para puestos de trabajo especializados concretos, ni en el
caso de los manuscritos, ni en el de los impresos antiguos, como tampoco en el
caso de otras especialidades.
En un Real Decreto del 17 de julio de 1858 se creó un Cuerpo de
Archiveros-Bibliotecarios compuesto por tres categorías: ArchiverosBibliotecarios, Oficiales y Ayudantes. En el transfondo hemos de situar el
nacimiento, como consecuencia de sucesivas desamortizaciones, de la
conciencia del patrimonio nacional y la preocupación por su destino. Debemos
hablar más que del descubrimiento de la necesidad de una profesión, del de la
necesidad por parte del Estado de personas con unos saberes cuya docencia
se había institucionalizado en la Escuela Superior de Diplomática5. Para
ingresar en el Cuerpo era requisito indispensable haber obtenido el título de
“archivero-bibliotecario” expedido por dicha Escuela. Se diría que se
burocratizaba, simplemente, la profesión de erudito, que en ningún lugar más
adecuado que en los archivos y las bibliotecas podía ejercerse.
Pero descubramos el primer acontecimiento negativo de esta historia.
Aunque el sistema de ingreso se realizaba siempre por la última plaza de las
asignadas a Ayudantes y la carrera profesional-administrativa aplicaba
rigurosamente el criterio de antigüedad, siendo necesario un concurso de
3
Misión del bibliotecario y otros ensayos afines. 2.ª ed. Madrid, Ediciones de la
Revista de Occidente, 1967, p. 70.
4
Contamos con un detallado estudio de Agustín Torreblanca López: “El acceso
al Cuerpo”, en Sic vos, non vobis: 150 años de archiveros y bibliotecarios.
Madrid, Biblioteca Nacional, 2008, pp. 89-149.
5
Véase el estudio de Ignacio Peiró Martín y Gonzalo Pasamar Alzuria: La
Escuela Superior de Diplomática: (Los archiveros en la historiografía española
contemporánea). Madrid, Anabad, 1996.
3
méritos para ascender de categoría, el gobierno se otorgó el derecho de
proveer por libre designación una plaza “de gracia” (atendiendo a méritos
literarios, administrativos o políticos) de cada tres vacantes que se produjesen
en las dos categorías superiores, dándose entrada en el Cuerpo a los
denominados «gracianos», individuos obviamente distorsionadores. Se iniciaba
de ese modo una situación permanente de enfrentamiento. Siguieron
nombrándose “gracianos” hasta 1930, aunque en 1881 ya se habían
institucionalizado las oposiciones como principal forma de acceso a las
vacantes del Cuerpo. Hasta la supresión de la Escuela Superior de Diplomática
en 1900 la endogamia será sin duda el otro rasgo caracterizador,
supuestamente negativo, del sistema de acceso.
No me propongo entrar en demasiados detalles: me basta con señalar
que en las sucesivas modificaciones introducidas en el conjunto de ejercicios
de la oposición, nunca faltó el que consistía en catalogar manuscritos e
incunables. ¿Por qué únicamente esos dos tipos de materiales? Hay que
tener en cuenta que en la Biblioteca Real los manuscritos constituyeron
colección aparte desde los primeros tiempos frente a la colección de todos los
impresos, pero en torno a 1761 ya los incunables se habían separado de este
segundo conjunto y formaban una colección especial. Es, pues, inevitable la
pregunta: ¿no existían otros impresos antiguos, de los siglos XVI, XVII y XVIII,
para cuyo tratamiento también se requerían conocimientos especiales?
Recordaré que en 1873 se organizaría en la Biblioteca Nacional una Sección
de libros raros y preciosos, pero a esa sección solo se incorporaron los
incunables y una selección claramente bibliofílica: los “primeros libros impresos
en pueblos de España, cuya imprenta haya comenzado después del siglo XV”,
las “obras raras de autores españoles” y “de autores extranjeros”, los “libros
con autógrafos de escritores y personajes célebres españoles” así como de
“extranjeros”, las “impresiones notables” y las “encuadernaciones notables”.
No se trataba, como se ha dicho, de la toma de conciencia de que “el tesoro
bibliográfico español estaba también en los libros impresos” (en expresión de
Manuel Carrión Gútiez6).
En un Real Decreto de 4 de octubre de 1901, en el que se suprime la
categoría de Ayudante, encontramos este texto:
Y ya que tan modestos empleados no sólo estudian, sirven y
clasifican también el rico tesoro que en manuscritos, incunables y
objetos de arte de valor inestimable se encierran en nuestros Archivos,
Bibliotecas y Museos, sino que los custodian con fidelidad probada, justo
es mejorar su triste condición, dándoles medios para que no piensen en
salir del Cuerpo, y lejos de considerar para sí de paso su estancia en el
mismo, contradiciendo sus propias aptitudes y gustos, se consagren de
lleno, sin desmayos ni flaquezas, a desenvolver indefinidamente y dentro
de éste, sus aficiones en servicio del Estado.
Obsérvese nuevamente esa consideración de tesoro únicamente a favor de los
manuscritos y de los incunables. Un Real Decreto de 19 de mayo de 1905
volvía a insistir en la preocupación por “las emigraciones continuas… hacia el
6
La Biblioteca Nacional. Madrid, Biblioteca Nacional, 1996, p. 129.
4
Profesorado superior y de segunda enseñanza” de los oficiales y archiverosbibliotecarios. La situación se agravó hasta el punto de tener que nombrar
funcionarios interinos.
En 1920 se establecen unos nuevos ejercicios en las oposiciones.
Merece la pena recordar que una primera prueba consistía en la traducción y el
análisis, con ayuda de diccionario, de un texto latino clásico; en la traducción,
sin diccionario, de un texto latino erudito tomado de las crónicas medievales; y
finalmente en la traducción de una lengua viva sin ayuda de diccionario.
Supone un cambio significativo. Las oposiciones habían ganado,
manifiestamente, en dificultad.
El Decreto de 19 de mayo de 1932 sobre la “Estructura y misión del
Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos” es pieza fundamental en
esta historia: se propone “ensanchar la misión del referido Cuerpo asignándole,
tanto en el campo de la investigación histórica como en el de la acción social
para la difusión de la cultura, una participación más intensa...” Se consagra la
división del Cuerpo en tres secciones independientes, con sus oposiciones
propias, y se prescinde de la antigüedad a la hora de proveer cargos directivos.
Tiene especial interés recordar los artículos 3.º y 4.º del Decreto:
La misión del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos
consiste, no solamente es custodiar y conservar los fondos que el
Estado le encomienda, sino en facilitar su consulta y aprovechamiento
mediante la formación y publicación de inventarios, catálogos e índices,
y en contribuir con trabajos de investigación al estudio, interpretación y
crítica de dichos fondos.
La función pública propia del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y
Arqueólogos, como parte integrante de la labor docente del Estado, debe
tender especialmente a ayudar y completar las enseñanzas de las
Escuelas, Institutos, Universidades y demás Centros docentes, y a
favorecer el progreso y desarrollo del estudio e investigación de la
Historia nacional.
Merece la pena espigar algunos otros artículos; el 33, por ejemplo,
refleja el alto aprecio que todavía recibe el trabajo de estos funcionarios
eruditos, pues sin duda determinará claramente la dificultad creciente de las
oposiciones:
Se establecerán premios en metálico… para recompensar cada año
los trabajos que más se distingan por su valor histórico y por el mérito de
su elaboración entre los que los funcionarios del Cuerpo presenten a la
Junta [facultativa] en disposición de ser publicados.
E igualmente el 37, cuando, después de señalar que existirán en los
establecimientos plazas de carácter especial y de carácter general, se
establece:
Serán consideradas como plazas especiales aquellas en que el trabajo
que el funcionario haya de realizar requiera una determinada
preparación técnica adecuada al carácter de la plaza de que se trata…
5
Aunque se encarga a la Junta facultativa del Cuerpo fijar cuáles serán esas
plazas especiales, que podemos entender como plazas para especialistas, no
he logrado documentar que se estableciese jamás esa clasificación.
Para valorar plenamente el alcance de este decreto conviene recordar la
situación de la que se intentaba salir. Nada mejor que recordar las palabras de
un testigo directo, Justo García Morales7:
… a mi juicio lo verdaderamente importante por revelar un cambio de
espíritu en el Estado fue la metamorfosis de las denominadas bibliotecas
provinciales o de los institutos; ya que todavía en 1930 en tantos y tantos
casos se encontraban aún en sus vetustos locales y supervisadas por
los directores de esta clase de centros docentes…Yo tuve ocasión de
asistir… a este importante fenómeno de cambio. Todavía pude conocer
establecimientos de aquella clase que en bastantes casos carecían de
luz eléctrica, se hallaban situados en el peor lugar de los edificios, con
consignaciones para material que casi nunca llegaban a las cien pesetas
anuales. Al independizarse de los institutos, se actualizaron los fondos,
que sólo consistían en los viejos manuscritos, incunables y obras de los
conventos suprimidos, aparte de memorias estadísticas, no muchos
libros locales y los donativos de las Bibliotecas de Depósito del antiguo
Ministerio de Fomento, a la que iban a parar las obras llamadas de
“interés nacional”, en realidad los impresos que adquirían los políticos
ministeriales a sus amigos políticos y correligionarios, en la mayoría de
los casos fondos sin ningún valor ni interés alguno…
Lógicamente no voy a entrar en detalles, oposición a oposición. No son
tampoco tan llamativos. Podemos decir que, entre 1933 y 1978, el sistema de
acceso al Cuerpo facultativo, en la sección de Bibliotecas, incluyó en general
pruebas que demostraban en el aspirante: preparación suficiente para traducir
la lengua latina y al menos otras dos lenguas modernas; conocimientos de
paleografía; dominio de la normativa catalográfica de manuscritos, incunables,
libros raros (así como suena) y libros modernos, partituras musicales, planos,
grabados, dibujos y fotografías; buena formación en bibliología, técnica del libro
y su evolución histórica, biblioteconomía, bibliografía, historia de la cultura
española, historia del grabado y de la encuadernación; y conocimientos sobre
la gestión del Depósito legal y del Registro de la Propiedad intelectual. Las
variaciones vienen a incrementar o a aminorar la dificultad, siempre alta,
dependiendo del momento de la convocatoria, al tomar en consideración la
experiencia de la realizada anteriormente, sobre todo si habían quedado plazas
sin cubrir. Señalaré, no obstante, que, a partir de 1957, se incorporan algunos
temas novedosos referidos a la conservación y a la reproducción. Y otro dato
importante: en los primeros años sesenta se institucionaliza la Escuela de
Documentalistas como centro de formación de funcionarios aspirantes a
ingresar en el Cuerpo. En resumidas cuentas, se pretendía lograr bibliotecarios
completos, capaces de dirigir en el futuro cualquier tipo de biblioteca. Luego, la
7
“Ortega y Gasset y los bibliotecarios”, Boletín de la ANABAD. 33 (1983), pp.
442-443.
6
experiencia de cada día no parece que justificase, casi nunca, la necesidad del
esfuerzo realizado para superar unas pruebas de tanta complejidad y nivel.
En 1978 el asunto de las oposiciones a facultativos de bibliotecas saltó a
los periódicos, con apasionamientos de uno y otro signo. Consecuentemente
las dos convocatorias siguientes pendularon cada vez más hacia la dificultad: la
de 1982 fue especialmente dura y larga. La sufrí en mis propias carnes. Se
produjo finalmente en la siguiente convocatoria, coincidiendo con un importante
cambio político, una mutación significativa: ¿para bien, para mal? Ya no se
pretendía seleccionar un bibliotecario completo, capaz de desempeñar todas
las posibles especialidades. Se rompe definitivamente con la mentalidad
conservadora y elitista: para ser bibliotecario facultativo no era necesario
conocer latín, ni paleografía, ni codicología, ni incunabulística. La consecuencia
más inmediata fue la desaparición de la Escuela de Documentalistas. Se
trataba de seleccionar un bibliotecario general capaz de traducir con diccionario
dos lenguas modernas; con conocimientos de biblioteconomía, documentación,
bibliografía y bibliología; capaz de catalogar impresos modernos; hábiles a la
hora de construir una bibliografía, redactar un resumen científico y resolver un
supuesto sobre la distribución de espacio y mobiliario en una planta de un
determinado tipo de biblioteca.
A la altura de ese año gozne, el de 1983, en el que me incorporé a la
profesión, se nos ofrece un interesante testimonio personal, desencantado y
desilusionado -son sus propias palabras- del ya recordado Justo García
Morales, en una conferencia titulada “50 años de experiencia bibliotecaria”8. Se
había incorporado en 1933 a la profesión, con la primera promoción del Cuerpo
de Auxiliares (luego denominado de Ayudantes) y recordaba que dicho Cuerpo
nació sin ningún carácter técnico, y sólo puramente administrativo, ya que
había que suplir los puestos de esta naturaleza que no se cubrían, por la
simple razón de que resultaban para dichos funcionarios administrativos
económicamente muy poco atractivos. Nos regala en su reflexión
cincuentenaria una observación certera y de especial interés para nuestro
tema:
Las funciones entre escribientes, oficiales, auxiliares y ayudantes
nunca han estado ni se hallarán bien delimitadas, mientras no se
especialice y se proporcione más altura al Cuerpo Facultativo. No basta
la distinta titulación, ya que licenciados y hasta doctores los ha habido y
los hay en número creciente en nuestros días en los dos escalafones y
no resulta infrecuente que los ayudantes dirijan de hecho bibliotecas
unipersonales con fondos muy antiguos o especializados…
Considero que existe en este testimonio, que recupero, otro dato de
particular interés para entender por qué muchos facultativos abandonaban
prontamente el Cuerpo. Dejando al margen los detalles referidos a las
experiencias vividas por su padre, nos recuerda el gran bibliotecario:
Después de la “corrida” oposicional en bastantes casos, como en el de
mi padre, había que desplazarse a varias provincias –Albacete, Murcia,
8
Boletín de la ANABAD, 34 (1983), 4, pp. 653 y 655.
7
Toledo- en las que siempre estaban vacantes los archivos de las
Delegaciones de Hacienda, sin duda por lo insalubre de los sótanos en
que se hallaban, por lo brutos que solían ser los delegados de Hacienda
que, en la mayoría de los casos, no habían estudiado una carrera
universitaria y ni siquiera el bachillerato; así como porque el único
personal de tales archivos era –cuando lo había- un ordenanza con un
gorrillo redondo y casi militar en la cabeza y que estaba generalmente
herniado, por lo que no podía subir ni bajar los gruesos legajos ni los
enormes libros de contabilidad. La más importante labor consistía en
expedir certificaciones, clasificar y catalogar a la vista de los inventarios
de entrega –por lo común mal hechos y rápidamente-- así como en
localizar cuentas de tesorería y matrices de recibos de contribución que
pedían los interesados…
El mejor resumen de las consecuencias de todo lo relatado lo ha
ofrecido Manuel Carrión Gútiez, uno de los pocos historiadores de la profesión
bibliotecaria en España y testigo directo de muchos de estos últimos
acontecimientos. El apretado resumen es de ayer mismo, con motivo de la ya
recordada celebración, en 2008, de los 150 años de existencia del Cuerpo
facultativo9:
Hay muchos nacidos para servir a la sociedad en este frente, es
decir, con vocación… Acaso, antes de que la profesión fuera felizmente
arrollada por la presencia femenina hay menos verdaderamente
vocacionados de lo que parece… La creación del Cuerpo ha forjado un
tipo de funcionario con la eterna nostalgia (y con no poco de envidia) por
la docencia, por la creación literaria, por la investigación bibliográfica,
histórica, arqueológica y artística, por el asesoramiento editorial y hasta
la posesión de editoriales, por la edición de catálogos, de inventarios y
de índices impresos, por la publicación de memorias de excavaciones.
Su movilidad geográfica, que con frecuencia terminaba en un nuevo
asentamiento definitivo, ha contribuido, a mi parecer con eficacia nunca
superada, al enriquecimiento de lo que se llaman «estudios locales».
¿Constituye todo esto el fundamento de las tareas profesionales? A la
altura de nuestro tiempo hay que decir que no, pero la respuesta es
distinta si se te ha encomendado ante todo la custodia y explotación de
la parte más importante del patrimonio nacional. Y a la misma altura del
tiempo, el sueño de un índice general que dé figura a ese patrimonio,
que asomaba ya en las Bases de 1859, que se urgía en 1875 y en
infinitas otras ocasiones… sigue siendo un sueño. ¿Y el usuario que
debe ascender a la posesión consciente de ser persona? Ha llegado el
momento, ya entrevisto anteriormente, en que el cumplimiento del lema
del Cuerpo va a convertirse en necesidad y en demanda social.
“Ha llegado el momento… “ Quiero convencerme a mí mismo de que todavía
es posible la esperanza. Concretaré inmediatamente las posibilidades y mis
9
“Del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos”, en Sic
vos, non vobis: 150 años de archiveros y bibliotecarios. Cit., p. 32.
8
miedos. Pero antes debo señalar que el texto que acabo de leer es totalmente
válido respecto a la situación de los profesionales bibliotecarios españoles,
englobando los pertenecientes tanto al Cuerpo Facultativo como al de
Ayudantes, referido a los finales años ochenta del siglo XX. Aunque el análisis
se ha ofrecido en 2008 creo que no se toma en consideración la última y muy
preocupante mutación.
Las últimas convocatorias de oposiciones al Cuerpo facultativo (tomo
como base la convocatoria de 23 de abril de 2008) establecen dos primeros
ejercicios para demostrar conocimientos de biblioteconomía (el bloque temático
más extenso, plagado inevitablemente de siglas de organismos. de programas
y de normas); bibliografía, documentación y técnicas de la información (bloque
igualmente generoso en siglas); historia del libro y de las bibliotecas; y derecho
(constitucional y administrativo). Un tercer ejercicio para demostrar
conocimientos de inglés. Un último ejercicio consiste en resolver dos supuestos
prácticos relacionados uno con la temática incluida en el bloque de
biblioteconomía, y otro con la incluida en el bloque de bibliografía y
documentación. Curiosamente en las últimas convocatorias de oposiciones al
Cuerpo de Ayudantes (tomo como base la convocatoria del 24 de abril de
2008) nos sale al paso un modelo selectivo idéntico, con menor número de
temas, lógicamente, y con una única diferencia: deben redactar el “asiento
bibliográfico en formato IBERMARC, con clasificación decimal universal y
asignación de encabezamiento de materias, de cinco publicaciones (dos
monografías, una publicación periódica, un vídeo y una grabación sonora)…”
La mutación es manifiesta: ya no se selecciona un bibliotecario, ni
erudito, ni completo, ni general, sino un gestor de biblioteca (así se autodefinen
quienes superan estas oposiciones). Si antes era posible el surgimiento de
bibliotecarios vocacionales capaces de convertirse en especialistas en
manuscritos y/o en impresos antiguos, temo que el sistema selectivo actual en
España ha anulado de raíz esa esperanza. No puedo entrar en los mil y un
detalles ofrecidos por Alejandro Nieto en su luminoso y realista ensayo del
pasado año 2008, El desgobierno de lo público10, que muestran a las claras lo
ocurrido en España como consecuencia de la partitocracia imperante. La
desmembración de los Cuerpos de funcionarios es un dato plenamente
comprobado, así como la politización de los cargos administrativos, con graves
consecuencias para las que no se otea solución posible, simplemente porque
los políticos no desean que la solución exista. La Administración pública forma
parte del botín que reparte el partido ganador de unas elecciones.
La pregunta que me hacía al comienzo es inevitable: ¿responde esta
situación a la ausencia de una necesidad social? Demostraré
comparativamente que no, pero ahora debo concentrar mi atención,
inevitablemente, en la Biblioteca Nacional de España, en la que, debido a sus
ricas colecciones de manuscritos, de incunables y de impresos antiguos, son
absolutamente necesarios los bibliotecarios especialistas. Esa necesidad se
descubre de inmediato si tomamos en consideración la historia de la formación
de sus colecciones, la del control bibliográfico, la de la depauperación
continuada de las piezas, la de la utilización cultural (en ocasiones espuria o
política) de sus tesoros. La atención particular a la Biblioteca Nacional está
10
Barcelona, Ariel, 2008, particularmente las pp. 181-213.
9
plenamente justificada por otro motivo: las últimas promociones de
bibliotecarios estatales se han incorporado, casi en su totalidad, a la Biblioteca
Nacional, dado que las Comunidades Autónomas y las Universidades
seleccionan mediante oposiciones particulares a sus propios bibliotecarios.
Manuel Carrión Gútiez11 ha resumido así los dos primeros siglos de la
historia de la institución:
Si en el siglo XVIII la Real Biblioteca se esforzó en recolectar el mayor
número posible de documentos necesarios para la construcción de una
historia nacional y se empeñó en los «trabajos literarios» de los
bibliotecarios tendentes a la elaboración de una «historia literaria», en el
siglo XIX evolucionará hacia una Biblioteca «Nacional», en el doble
sentido revolucionario y romántico del término, para convertirla en su
laboratorio bibliográfico. De 1808 a 1857 la Biblioteca no hizo ninguna
publicación y se batió en una larga crisis de consolidación, pero, en la
segunda mitad del siglo, experimentará un espectacular crecimiento y
terminará por conseguir una sede cuando menos suntuosa.
He de situarme, pues, en el madrileño Paseo de Recoletos, 20, en 1896,
cuando la Biblioteca abre sus puertas en un espacio propio, en un edificio cuya
conclusión se hizo esperar demasiado, con gravísimas secuelas negativas para
sus colecciones. Situado en esa atalaya adelanto que mi opinión de historiador
sobre el último siglo de vida de la Biblioteca Nacional de España no le es
favorable en modo alguno.
He tildado a la Biblioteca Nacional de España de ser una institución
desmemoriada y epimeteica, claramente despreocupada de su propia historia e
incapaz por lo mismo de aprender en los aciertos y errores de su propio
pasado. Recordaré unas palabras de Ortega y Gasset de su célebre
conferencia12:
Todo tigre es un primer tigre; tiene que empezar desde el principio su
profesión de tigre. Pero el hombre de hoy no empieza a ser hombre, sino
que hereda ya las formas de existencia, las ideas, las experiencias
vitales de sus antecesores, y parte, pues, del nivel que representa el
pretérito humano acumulado bajo sus plantas. Ante un problema
cualquiera el hombre no se encuentra solo con su personal reacción, con
lo que buenamente a él se le ocurre, sino con todas o muchas de las
reacciones, ideas, invenciones que los antepasados tuvieron. Por eso su
vida está hecha con la acumulación de otras vidas; por eso su vida es
sustancialmente progreso; no discutamos ahora si progreso hacia lo
mejor, hacia lo peor o hacia nada…
Consecuentemente, si algo caracteriza la historia de la Biblioteca
Nacional ha sido la discontinuidad. Lo pone claramente de manifiesto su
historia como centro responsable de la catalogación de sus propias colecciones
11
12
La Biblioteca Nacional. Cit., p. 39.
Op. cit., pp. 79-80.
10
históricas o como centro editor. Consecuentemente también al esfuerzo
profesional individual no le quedó nunca otra alternativa que la de dejarse la
piel en el intento de continuidad. Como ya he tenido ocasión de escribir, la
situación se ha agravado en los tiempos más recientes: se ha institucionalizado
el hacer, periódicamente (con periodos de tiempo a veces muy cortos), tabula
rasa, olvidando siempre que nos encontramos en una Biblioteca nacida en
1711 que ha llegado, con su pesada historia a cuestas, hasta el siglo XXI.
En relación con el aspecto concreto que analizo, puedo asegurar que
nunca se crearon en la Biblioteca Nacional de España auténticos equipos de
especialistas en manuscritos, incunables e impresos antiguos, pero no faltaron
nunca las actuaciones individuales que construyeron magníficos y todavía
útiles repertorios bibliográficos de tipología muy diversificada. La Biblioteca
Nacional constituyó siempre el referente más inmediato y provocaba la
emulación de los bibliotecarios, facultativos y ayudantes, que trabajaban en
bibliotecas provinciales y universitarias con fondos antiguos. No hay que olvidar
que dichos bibliotecarios, debido al modelo de oposiciones que he historiado,
estaban plenamente capacitados para animarse a construir catálogos de
manuscritos o de incunables. Pero la realidad actual es determinante: la
Biblioteca Nacional de España no es y posiblemente ya nunca lo sea, de
verdad, la cabecera del sistema español de bibliotecas. Y ello a pesar de las
propias leyes y de las grandílocuas declaraciones institucionales. Una negra
previsión de Manuel Carrión, de 199713, parece pronta a cumplirse:
Para el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico, que debe
recoger en sus registros todo el patrimonio bibliográfico histórico
español, la Biblioteca Nacional presta sus instalaciones y buena parte de
su infraestructura bibliográfica, pero no puede hablarse de una
cooperación decidida. El CCPB… es tarea que depende de la
Subdirección General de Cooperación Bibliotecaria y constituye la
empresa más ambiciosa (y necesaria, ya que está impuesta por las
leyes vigentes) dentro del ámbito del patrimonio bibliográfico histórico y
un modelo, cada vez más imitable de empresa cooperativa (también
impuesta) entre la administración central y autonómica. Su publicación
en CD-ROM y otros buenos augurios hacen pensar que la Biblioteca
Nacional estará más activamente presente en él y que no se cometerá el
error de pensar que se trata de tarea interminable…
En este concreto año 2009, es ya noticia bien conocida que la Biblioteca
Nacional ha decidido (aunque todavía no se ha materializado la decisión) no
prestar más sus instalaciones y buena parte de su infraestructura bibliográfica
al personal del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español,
catálogo en el que hace años no participa institucionalmente, por
incomprensible que parezca. La historia de los catálogos colectivos españoles
es, si se me permite la expresión, profesionalmente desgarradora.
13
“El Patrimonio Bibliográfico Histórico y el mundo bibliotecario español. I. La
Biblioteca Nacional. Situación y perspectivas”, Patrimonio Cultural y Derecho, 1
(1999), pp. 178-179.
11
Recordaré solo un par de acontecimientos de particular interés, al atisbar
un buen momento profesional en los años cuarenta y cincuenta del pasado
siglo. Es el único momento en que descubrimos en la Biblioteca Nacional un
equipo de bibliotecarios especializados avant la lettre. Ve la luz, en primer
lugar, en 1945, el Catálogo de Incunables de la Biblioteca Nacional14 de
Diosdado García Rojo y Gonzalo Ortiz de Montalván. La trayectoria profesional
de ambos permite documentar la gran movilidad de los bibliotecarios
españoles, que indudablemente favoreció la discontinuidad a la que ya me he
referido en el caso de la Biblioteca Nacional.
García Rojo estaba destinado entre julio y diciembre de 1921 en el
Archivo de Hacienda y en la Biblioteca Provincial de Logroño, conjuntamente;
pasa luego a la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid; en
agosto de 1930 llega a la Biblioteca Nacional; en 1936 se le comisiona para
enriquecer la Sección de Incunables y Raros, siendo nombrado Jefe de esta
Sección en 1942; en 1955 es enviado en comisión de servicio a la Biblioteca de la
Real Academia de la Historia; retorna pronto a la Nacional y continúa al frente de
la Sección de Incunables y Raros hasta su jubilación en 1958. Cuando Ortiz de
Montalván llega a la Biblioteca Nacional en 1930 procede del Archivo General de
Simancas, y antes, entre 1922 y 1924 había dirigido el Archivo de la Delegación
de Hacienda y la Biblioteca Provincial de Huelva.
Ambas trayectorias ponen de manifiesto que los archiveros podían
ocupar puestos de trabajo específicamente bibliotecario, y viceversa. Un dato a
tener en cuenta si queremos entender la causa de algunas antiguas decisiones
profesionales, con graves secuelas en la conservación de las colecciones de
manuscritos e impresos antiguos de la Biblioteca Nacional.
Un Decreto de 2 de abril de 195415 reorganiza una vez más la Biblioteca
Nacional: se crean tres Departamentos generales, y sus responsables tendrán
la categoría de Vicedirectores: Conservación, Fondos Modernos, y Bellas Artes
y Exposiciones. Al de Conservación, del que era responsable José López de
Toro, correspondía la dirección de las Secciones de Manuscritos, Incunables y
Raros, Cervantes, Hispanoamérica, Teatro y Varios. El acierto administrativo es
manifiesto y lo declaran los resultados.
El año 1953 había visto la luz el primer tomo del Inventario General de
Manuscritos de la Biblioteca Nacional. José López de Toro fue sin duda alguna
el alma de la empresa. Siendo jefe de la Sección de Manuscritos había asistido
al Primer Coloquio Internacional de Paleografía, celebrado en París en abril de
1953. En este encuentro está el origen de un proyecto científico de largo
alcance y amplia aceptación en toda Europa: la elaboración de catálogos
nacionales de manuscritos en escritura latina, fechados, anteriores al siglo XVI.
El aludido bibliotecario asumió oficialmente el compromiso y poco después se
informa en la revista Scriptorium16 que España participará en ese proyecto a
través de un “Instituto de Codicología”, de inmediata creación en Madrid. Todo
quedó en agua de borrajas.
14
Madrid. Patronato de la Biblioteca Nacional. 1945.
15
Boletín Oficial del Estado, núm. 115, 25 abril 1954, pp. 2706-2707.
16
VII (1953), p. 269.
12
Manuel Sánchez Mariana, durante muchos años Jefe del Servicio de
Manuscritos, Incunables y Raros, ha subrayado la incomunicación de los
bibliotecarios españoles con los del resto de Europa en esa época y ha
destacado la importancia que para establecer esa necesaria comunicación tuvo
la asistencia de López de Toro a dichos coloquios internacionales17. Es seguro
que su amistad personal con el investigador belga Guy Fink-Errera fue muy
positiva para la puesta en marcha del proyecto de Inventario de manuscritos.
Este investigador es quien fijó el modelo de noticia y es sin duda alguna el
autor de la documentada “Bibliografía” con que se inicia el volumen I. Como ha
enfatizado Sánchez Mariana, ese prólogo “evidencia unos conocimientos
bibliográficos que entonces no estaban a disposición de los especialistas
españoles”.
La euforia del prologuista del volumen I, Francisco Sintes y Obrador,
Director General de Archivos y Bibliotecas, que le lleva “a pensar en la pronta
realización completa del proyecto” no estaba justificada, en modo alguno. En el
tercer volumen, de 1957, existe un brevísimo prólogo del Director General de
Archivos y Bibliotecas, en el que leemos: “la continuidad en las grandes
empresas es una exigencia ineludible, y sin ella se frustrarían las tareas de
mayor aliento y resultarían inútiles los cimientos más sólidos”; y refiriéndose en
particular al Inventario dice que “sería injusto truncar esta labor arredrándonos
por dificultades de orden económico o de tipo técnico o de largos plazos”. No
obstante adelantaba un triste acontecimiento: “Sirvan estas líneas de estímulo
para quienes lo realizan y de felicitación para la Biblioteca Nacional, que llena
con esta empresa uno de sus principales fines y con estos trabajos de equipo
es ejemplo de solidaridad intelectual y nos asegura no habrá fisuras en los
eslabones de esta cadena que son la sucesión de los años y de las personas”.
Los años se han sucedido, pero desgraciadamente no se han sucedido las
personas necesarias para hacerlos fructificar.
El Inventario continuó publicándose, con un equipo de bibliotecarios
cada vez más menguado. En el volumen 9, del año 1970, ya ha desaparecido
el nombre de José López de Toro, debido al affaire de los manuscritos de
Leonardo da Vinci, a partir del 13 de febrero de 196718. Las secuelas de ese
acontecimiento, el hallazgo en circunstancias nunca plenamente aclaradas, de
dos manuscritos de Leonardo da Vinci en el depósito de la Biblioteca Nacional
fueron desastrosas para la Sección de Manuscritos: el proyecto del Inventario
General de Manuscritos se abandonó de hecho y en 1978 ya solo trabajaba en
“Manuscritos” un facultativo, el Jefe que yo me encontré en 1984.
Pedro Sorela, periodista que se muestra bien informado, presentaba
esta realidad, bajo el título “La soledad de los manuscritos”, en el diario El
País, del 10 de febrero de 1985:
17
“Repertorios Bibliográficos (VIII): El Inventario General de Manuscritos de la
Biblioteca Nacional”, Pliegos de Bibliofilia, 12 (2000), pp. 55-66.
18
Véase mi trabajo sobre “Los manuscritos vincianos de la Biblioteca Nacional
(Códices Madrid I y Madrid II)”, en Leonardo da Vinci el ingeniero = Leonardo da
Vinci ingeniaria. Bilbao, Fundación Escuela de Ingenieros de Bilbao, 1997, pp. 3065.
13
La Biblioteca Nacional sólo tiene catalogados 5.699 manuscritos de los
más de 23.000 que se encuentran en sus depósitos. Los demás están
simplemente inventariados. Durante muchos años trabajó en esta
sección un solo bibliotecario; ahora lo hacen dos. A la Biblioteca
Nacional le falta personal y espacio: tiene 74 bibliotecarios, 10 más que
la sección de Bellas Artes de la Biblioteca Nacional de París, y
necesitaría 1.000, según su director, que ocupa el cargo con carácter
vitalicio. Para realizar las reformas que se imponen, “el tiempo apremia”,
dice una bibliotecaria.
Como he escrito en alguna ocasión no es posible hallar una justificación
para la despreocupación institucional respecto a su impresionante colección de
manuscritos. Obviamente no puedo ser historiador imparcial de los últimos
veinte años con mil y un nombres de Secciones, Servicios, Áreas y
Departamentos, y otros tantos de personas que llegaron y marcharon, casi
siempre sin dejar constancia de especial interés. Me ahorro inevitablemente el
breve relato (im)posible.
Tampoco debemos olvidar otros acontecimientos que relata igualmente
el mentado periodista de El País. Su testimonio es sintomático:
En el mes de junio, desde temprano, se puede ver una larga cola de
jóvenes que sale del edificio y dobla la esquina. Son estudiantes que
acuden allí porque Madrid necesita unas 100.000 plazas en bibliotecas
universitarias y dispone, según apreciaciones, de muchas menos. Para
Hipólito Escolar, director de la Biblioteca Nacional, con ello se cubre una
necesidad social. No piensan lo mismo diversos bibliotecarios ni altos
cargos del Ministerio de Cultura, para quienes la biblioteca debe
reservarse a la investigación.
...
La cafetería del centro está más o menos llena 12 horas al día, y en
alguna ocasión puede verse, en la sala general, a un joven que dobla a
su novia desde atrás sobre la silla y la besa con cariño. Sus vecinos no
se inmutan. “Esa es la sala donde se desbrava a los que acuden, sobre
todo, a leer como a una biblioteca pública”, explica Escolar. Los
investigadores, que han de demostrar su condición de tales, tienen
acceso a otras salas con mayores comodidades y, también, mayores
medidas de seguridad...
El hecho de que la Biblioteca Nacional no haya terminado la
catalogación de sus más de 23.000 manuscritos ..., la convierten en “la
última gran biblioteca del siglo XIX”, dice una fuente del centro, pues
todas las grandes bibliotecas terminaron esta labor el siglo pasado…
Los dos bibliotecarios de la sección (el segundo llegó hace tres meses)
apenas pueden hacer algo más que rellenar permisos para
investigación. Trabajos puntuales, como la catalogación de manuscritos
griegos o hebreos, se han realizado por contrato con especialistas…
Los últimos textos, aunque periodísticos, convenía recordarlos para
centrarnos en un problema vivido, y sufrido, intensamente, durante muchos
años en la Biblioteca Nacional de España. Acudo a una pluma autorizada, la de
Manuel Carrión Gútiez, Subdirector durante muchos años de dicha Biblioteca y
14
conocedor inmediato de estos acontecimientos y en parte responsable de la
toma de decisiones19: “… la Biblioteca Nacional de Madrid ha venido
arrastrando la condena de servir de biblioteca pública popular (primero con la
mayoría de su fondos y más tarde por medio de su Sala General y Sección
Circulante), mientras veía nacer, para el cumplimiento de sus funciones de
biblioteca nacional, una serie de organismos más o menos burocráticos
incapaces de cumplir con la que en modo alguno debería haber sido su
función…”
Él mismo nos ha concretado, con precisión y oportunidad20:
Y, ya que los problemas del patrimonio bibliográfico se hallan unidos a
los de las bibliotecas, si estudiamos el movimiento bibliotecario español,
hallaremos que, como el de tantos otros países con suficientes restos
culturales escritos/impresos, discurre entre la necesidad cultural de
conservar el patrimonio bibliográfico español (del que una parte lo es ya
desde el principio y otra se va progresiva e ininterrumpidamente
convirtiendo en “tesoros” bibliográficos) y la urgencia social de dotar a
los ciudadanos de medios suficientes de información para su desarrollo
individual y profesional y para su participación activa en la vida de la
comunidad. A medida que crece y se diversifican los medios disponibles
para la comunicación del conocimiento, se acentúa este doble carácter
distintivo en buena medida y propio de las bibliotecas, puesto que… son
ellas, entre los sistemas de información, las encargadas de velar
simultáneamente por la conservación y la difusión de los registros
“escritos” del conocimiento. Las tensiones que este fenómeno producen
en la gestión bibliotecaria, agravadas a veces por circunstancias
concretas (como es el caso de España por la proliferación de los
estudios locales y de los intentos de reconstrucción de colecciones al
socaire de la administración autonómica, de la explotación de la
curiosidad genealógica y heráldica y de la frecuencia de ediciones
anastáticas), con un verdadero banco de pruebas para los bibliotecarios
y han llevado a veces a soluciones impopulares, otras arriesgadas,
algunas extremadas y, en casos singulares, tan drásticas (aunque
suavizadas en el curso de su realización) como el desmembramiento de
la vieja y noble Bibliothèque Nationale de París con la creación del
nuevo edificio y biblioteca de Tolbiac.”
Me detendré un momento en esta última alusión. Precisamente, en la
larga polémica sobre la Biblioteca Nacional de Francia, durante los últimos
años ochenta y los primeros noventa del pasado siglo, cuando se proyecta la
construcción de la gran Biblioteca de Tolbiac, una de las plumas de mayor
presencia y más riguroso trazo fue la de Marc Fumaroli. En uno de sus
19
“Bibliotecarios e investigadores o batalla campal de perros y lobos”, en
Homenaje a Justo García Morales: Miscelánea de estudios con motivo de su
jubilación. Madrid, Anabad, 1987, p. 75.
20
“El Patrimonio Bibliográfico Histórico y el mundo bibliotecario español. I. La
Biblioteca Nacional. Situación y perspectivas”, cit., pp. 158-159.
15
artículos, en Le Monde, del 25 de junio de 1993, bajo el título “El combate por
la Biblioteca Nacional” escribió21:
También es el momento de acordarse de lo que significan las propias
palabras de Biblioteca Nacional: una institución mnemotécnica y
científica única en su género, destinada a poner a disposición de los
investigadores del mundo entero la memoria escrita de Francia. El
cuerpo de los conservadores de nuestra Biblioteca Nacional, que en su
profesión son el equivalente al Colegio de Francia, ha sido y es una
familia de eruditos respetados en el mundo entero. Los instrumentos de
trabajo científico que edifican a partir de colecciones tan diversas de la
Biblioteca Nacional son indispensables en toda suerte de especialidades
sabias. La modernización técnica debe facilitar su elaboración y
consulta; pero jamás reemplazará a la experiencia y el método
acumulados por una tradición que se honra con los nombres del abate
Bignon, de Ernest y Jean Babelon, de Léopold Delisle. Ahí se está en la
realidad. Ese pasado y este presente se alzan como garantes del futuro”.
(p. 428).
Esta no era la realidad de la Biblioteca Nacional de España en los años
noventa del pasado siglo, menos aún en el año 2009. La carencia de una
revista científica propia es un dato rotundamente indiciario.
He podido constatar que son poco conocidas entre los bibliotecarios
españoles las Normas de conducta ética para bibliotecarios de manuscritos,
libros raros y fondos especiales aprobadas en 1987 por la Association of
College and Research Libraries, que fueron traducidas al español con un
llamativo retraso, en 2003, por el Grupo de Trabajo de Patrimonio Bibliográfico
de REBIUN [Red de Bibliotecas Universitarias]22 y que permiten claramente
perfilar la personalidad de un auténtico bibliotecario especialista en manuscritos
e impresos antiguos. Se recuerda en esas Normas que “los bibliotecarios de
fondos especiales no deben contrariar, alterar o disimular su opinión
profesional con el fin de acomodarla a una decisión de gestión…” Prescindo de
mis personales experiencias durante estos últimos años. Se admite y se valora
en el bibliotecario de fondos antiguos, contemplado en esas Normas, la afición
bibliófílica (no la pasión, proclive a la patología), la dedicación a la
investigación, las publicaciones y las actividades docentes y editoriales.
Debo concluir inevitablemente. Ya me he excedido. Finalizaré aludiendo
a los aspectos que me preocupan en particular, dejando de lado muchos temas
de especial interés y que justifican la necesidad actual de bibliotecarios
especializados en España, muy en particular en la Biblioteca Nacional: la
conservación (compartiendo responsabilidad con los restauradores), la
21
Véase El Estado Cultural: Ensayo sobre una religión moderna. Trad. de
Eduardo Gil Bera. Barcelona, Acantilado, 2007, p.428.
22
Normas de conducta ética para bibliotecarios de fondos especiales. Madrid,
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Subdirección General de
Información y Publicaciones, 2003.
16
accesibilidad (materializada en el control bibliográfico científico y exhaustivo, y
en la construcción de instrumentos de información), y la facilidad de acceso y
disponibilidad de los manuscritos, los incunables y los otros impresos antiguos
(que obliga a tomar en consideración las relaciones entre bibliotecarios e
investigadores, y sin dejar de lado los muchos problemas que plantea el uso de
la piezas).
Respecto al primero de los aspectos, el de la conservación, las
actuaciones llevadas a cabo en la Biblioteca Nacional de España se han
orientado prioritariamente a la restauración y nunca han respondido a una
planificación. Esas actuaciones han sido positivas pero insuficientes. Hay que
tener en cuenta que el deterioro de las piezas es consecuencia en gran parte
de prácticas bibliotecarias inadecuadas, por exceso o por defecto (sellado,
reencuadernación, almacenamiento inadecuado, consulta incontrolada, etc.), y
no precisamente por agentes climatológicos. Los recuentos realizados
periódicamente en los depósitos sensibilizan de inmediato sobre estas
realidades negativas.
En claro contraste con la situación de la falta de bibliotecarios
especialistas en fondos antiguos, está la situación del equipo de profesionales
de la restauración en la Biblioteca Nacional de España. Desde la creación, en
1969, del Servicio Nacional de Restauración de Libros y Documentos se han
formado equipos de encuadernadores y restauradores, muy vocacionales, y la
Biblioteca ha podido contar con esos especialistas, aunque nunca se les ha
considerado o valorado como profesionales especializados. Durante muchos
años, ya demasiados, debido al auge de las exposiciones, han dedicado la
mayor parte de su tiempo a realizar intervenciones muy concretas, a veces sin
el tiempo suficiente, sobre las piezas seleccionadas para dichos eventos. La
consecuencia inmediata ha sido el nacimiento del desencanto. Me preocupa
igualmente, y mucho, un futuro en que los bibliotecarios facultativos carecerán
de la formación necesaria para intercambiar información con los restauradores
y lograr buenas soluciones en intervenciones delicadas por razón de la
antigüedad y el estado de las piezas o por culpa de actuaciones vandálicas en
las mismas.
En la mente de todos están las viejas imágenes del bibliotecario
enemigo del lector. Recuerdo como muestra la ofrecida por Stefan Zweig, en
Mendel el de los libros23: “... por entonces yo estaba realizando una investigación
sobre el médico y magnetizador paracélsico Mesmer, aún hoy poco conocido. Por
cierto, con poco éxito, pues la bibliografía sobre el tema en cuestión se reveló
insuficiente, y el bibliotecario, al que yo, cándido neófito, había pedido
información, me gruñó en términos poco amables que la documentación era cosa
mía, no suya...” Nos sigue contando el investigador, refiriéndose a Mendel: “Mi
amigo me presentó y yo expuse mi demanda, para lo cual –la argucia me la había
recomendado expresamente mi amigo- empecé por quejarme, en apariencia
furioso, del bibliotecario que no me había querido dar información alguna. Mendel
se echó hacia atrás y escupió con cuidado. Después soltó una breve risa y, en la
marcada jerga de los judíos orientales, exclamó: «¿Que no ha querido? No. ¡No
ha podido¡ Es un parch, un burro apaleado con el pelo gris. Le conozco, para mi
23
Trad. del alemán de Berta Vias Mahou. Barcelona, Acantilado, 2009, pp. 1315.
17
desgracia, desde hace veinte años largos, pero sigue sin haber aprendido nada.
Embolsarse el sueldo... es lo único que saben hacer esos doctores. Deberían
acarrear piedras en lugar de andar metidos entre libros»”.
Hace unos años, en 1989, los redactores de la Gazette du livre médiéval
propusieron el texto de una “Déclaration des droits du Manuscrit, du Lecteur et
du Conservateur”24, que merecen una lectura atenta, al igual que antes la
exigía para las Normas de conducta ética para bibliotecarios de manuscritos,
libros raros y fondos especiales, pues es texto presumo que muy poco
conocido. Me limitaré a espigar y traducir algunos de los artículos que
considero necesario subrayar y que no precisan de mayor comentario. Se dice
en el artículo 6: “Para que sea conocido, todo manuscrito debe ser catalogado.
El bibliotecario (“conservateur”) tiene el derecho y el deber de redactar y de
difundir, en plazos razonables, una descripción o al menos una noticia de
inventario de los manuscritos que custodia”. Me interesa destacar el texto del
artículo 12: “Todo manuscrito tiene una historia. Forma o ha formado parte de
una biblioteca o de un fondo que contribuyen o han contribuido a crear su
personalidad. Este aspecto «social» del manuscrito debe salvaguardarse”.
Finalmente los artículos 14 y 15; se dice en el primero “La garantía de los
derechos del manuscrito necesita de un cuerpo de bibliotecarios
especializados. Los bibliotecarios de manuscritos tienen el deber de adquirir la
competencia y la especialidad profesional requeridas por su función y el
derecho a que se les reconozcan ambas cosas por parte de las autoridades
públicas”, y en el último artículo recordado: “Los bibliotecarios (“conservateurs”)
tienen el derecho y el deber de ejercer, en el marco de sus obligaciones
profesionales, una actividad investigadora centrada principalmente sobre los
manuscritos que están a su cargo”.
En la última revisión, de 2009, de la Declaración de principios
internacionales de catalogación (“Principios de Paris”, aprobados en 1961) se
declara que “El principal [principio que debe dirigir la creación de los códigos de
catalogación] es el interés del usuario”. Se señala en esa declaración que “Las
decisiones referentes a la creación de las descripciones y las formas
controladas de los nombres para los accesos, deben tomarse teniendo en
mente al usuario”.
Se necesitan diferentes tipos de catálogos. Es necesario tener muy en
cuenta las necesidades del investigador que acude a consultar manuscritos o
libros impresos antiguos. Se descubren actualmente ciertas actitudes
profesionales, más bien diría institucionales, radicalizadas a favor de una norma
catalográfica única, olvidando que un catálogo es un instrumento de información y
que existen diversos tipos de usuarios. Acudo a un texto ajeno, de Manuel
Carrión Gútiez25, aludiendo a un programa de investigación, que se pretendía
poner en marcha en 1994 en la Biblioteca Nacional de España y que no logró
materializarse, donde se alude a esta problemática:
24
14 (1989), pp. 40-43: http://www.palaeographia.org/glm/art/declar1.htm.
25
“Tres lecciones sobre la Biblioteca Nacional de España”, en El libro antiguo
en las bibliotecas españolas. Ed. a cargo de Ramón Rodríguez Álvarez [y]
Moisés Llordén Miñambres. Oviedo, Universidad. Vice-Rectorado de Extensión
Universitaria. Servicio de Publicaciones, 1998, p. 35.
18
[El programa] ... trata de robustecer uno de los aspectos esenciales de
la actividad bibliográfica de la Biblioteca, encomendando, como es
natural a los Servicios que trabajan con fondos históricos cuya
catalogación resulta esencial no sólo para los investigadores, sino
también para la edición de los distintos catálogos colectivos. Claro está
que el trabajo estaría en parte realizado de existir una base ARIADNA
comprensiva de todos los fondos de la Nacional; pero los catálogos
especiales deben ser especiales también en su forma de catalogación y
en la aportación de datos bibliográficos menos normalizados y por tanto
es probable (no quiero pensarlo ahora) que hayan de seguir existiendo
siempre, aun cuando se hayan reconvertido y vertido en ARIADNA las
decenas de catálogos existentes en la Biblioteca Nacional.
No se puso en marcha ese programa y tampoco se logró reunir la totalidad de
libros impresos antiguos (unos 300.000 volúmenes) bajo la responsabilidad del
Servicio de Manuscritos, Incunables y Raros, a pesar de que ese era uno de
los propósitos declarados de la reforma del edificio que se prolongó durante
demasiados años.
Respecto al tercer aspecto que he mencionado: la facilidad de acceso y
disponibilidad de las piezas, los problemas mayores se plantean, sin duda, en
relación con los códices. La relación del bibliotecario de fondos antiguos con el
investigador supone casi siempre un enriquecimiento mutuo. Es la opinión de
Paul Canart26, quien hace ya muchos años proclamaba su esperanza en que
cada vez más los bibliotecarios de manuscritos se incorporarían a los equipos
de investigadores particularmente en los campos de la paleografía y la
codicología. ¿y por qué no, se preguntaba igualmente, las propias bibliotecas
facilitando la formación de futuros especialistas, la realización de catálogos
especializados y de exposiciones de alto valor científico? En el caso de la
Biblioteca Nacional de España podríamos afirmar que ha existido una cierta
dejación de funciones. Lo ponen especialmente de manifiesto las exposiciones
que desde hace muchos años no son la consecuencia de una planificación
propia o debida a sus propios bibliotecarios.
Hace algunos años la Biblioteca Nacional de España incorporó a sus
papeles, su banderola y sus acontecimientos un eslogan, que no se ha anulado
a pesar de haber cesado la Directora General que lo impuso: Custodiamos
todos los libros. Recupero una frase de un benemérito bibliotecario español,
Fernando Huarte Morton, leída en un artículo del año 1987, titulado “El libro, el
bibliotecario y el lector de fondo antiguo en la biblioteca”27: “Que no tanto se
hable de que custodiamos kilómetros de estantería como de que tenemos
identificado cada adoquín”. Sorprende el mantenimiento del eslogan, cuando
una nueva Directora General ha escrito recientemente: “Todos debemos ser
26
“Les bibliothèques face aux nouvelles formes de recherche philologique,
paléographique et codicologique”, Gazette du livre medieval, 12 (1988), pp. 711: http://www.palaeographia.org/glm/art/recherche1.htm.
27
En Homenaje a Justo García Morales: Miscelánea de estudios con motivo
de su jubilación. Cit., p. 309.
19
conscientes de que, en la era de la bibliotecas digitales capaces de constituir
colecciones virtuales sobre la base del «diálogo» entre máquinas, la
importancia de las bibliotecas no estará ya tanto ligada a la riquezas de las
colecciones que custodian sino, sobre todo, a la calidad y variedad de servicios
que proponen. El concepto de «competividad» será cada día más relevante
para el futuro de nuestra profesión a lo largo del siglo XXI…”28
El gran bibliólogo Neil Harris, en una reflexión sobre las colecciones
históricas de las bibliotecas italianas, habla en un catálogo reciente de
incunables e impresos del siglo XVI de la Biblioteca Comunale de San
Gimignano, de la existencia de bibliotecas muertas29. Nos recuerda el abierto
abanico de motivaciones posibles. Alguna parece no preocupar lo que debiera:
una biblioteca camina hacia su muerte cuando sus catálogos (incluso
automatizados) no estén a la altura de las necesidades de quienes necesiten
consultar sus volúmenes. Por supuesto también habrá que reflexionar sobre la
baja calidad e intensidad de las propias consultas. Puede resultar preocupante.
Recordaré una frase de Claude Jolly, tomada de un informe de 1992
titulado Politique patrimoniale de l´Établisement public de la Bibliothèque de
France, que traduzco: “El catálogo constituye la puerta obligada para acceder a
las colecciones patrimoniales y justamente por eso muchos investigadores
apuntan que se valorará a la institución futura por la calidad y exhaustividad de
su catálogo”30.
Creo que es buen momento para recordar el concepto de “libro
histórico”, definido con acertada y rotunda precisión por Manuel Carrión
Gútiez31:
Asciende el libro a esta condición, cuando deja de interesar por lo
que dice (trasvasado ya generalmente a nuevas y “mejores” ediciones o
incorporado a estudios nuevos que han venido a incrementar el
conocimiento social) e interesa por lo que es: testimonio y objeto cultural
de un tiempo. No hablamos, pues, de lo que el libro “vale” (de su precio
de mercado) ni tampoco, claro está, del libro como objeto artístico. El
interés se centra en el libro todo entero, pero no en sí solo, sino en
relación con todo un flujo espaciotemporal. Son libros que no se usan ya
para lo que fueron creados: difundir unas ideas, manifestar un
pensamiento nuevo, entretener el ocio, ejercitar la crítica social,
28
“Ser bibliotecario hoy”, firmado por MIlagros del Corral, en Sic vos, non
vobis: 150 años de archiveros y bibliotecarios. Cit., p. 160.
29
“Il vivo Mattia Pascal”, en Gli incunaboli e le cinquecentine Della Biblbioteca
Comunale di San Gimignano. A cura di Neil Harris. San Gimignano, Comune di
San Gimignano, 2007, I, p. 11.
30
Citado por Martine Delaveau, Yann Sordet e Isabelle Westeel, en “Penser le
catalogage du livre ancien à l´âge du numérique”, Bulletin des Bibliothèques de
France, 50 (2005), 4, p. 55.
31
“Tres lecciones sobre la Biblioteca Nacional de España”, en El libro antiguo
en las bibliotecas españolas. Cit., p. 12.
20
promulgar una ley o aclarar las dudas fundamentales… Y no es que, en
muchos casos, los libros hayan perdido su condición de “libro
instrumento” ni que se hayan reducido a la condición de “libro objeto”
(valioso por su condición de obra de arte, por su rareza o por su
antigüedad), sino que han pasado a ser objetos culturales, testimonios
para la historia de la comunicación, campo para la historia del libro, en
esa tierra de nadie que dejan libre o a medio ocupar otras disciplinas
históricas y para la bibliografía material a mitad de camino entre la
historia y la crítica textual.”
Teniendo en cuenta esta definición, es oportuno recordar unas palabras
de Roger Chartier al señalar que “las mutaciones de nuestro presente
modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de su
reproducción y diseminación, y las maneras de leer”. Tras haber insistido en la
necesidad de “no separar jamás la comprensión histórica de los escritos de la
descripción morfológica de los objetos que los difunden”, nos recordaba en su
Lección inaugural en el Collège de France, pronunciada el 11 de octubre de
2007, bajo el título “Escuchar a los muertos con los ojos”32:
El sueño de la biblioteca universal parece hoy más próximo a hacerse
realidad que nunca antes, incluso más que en la Alejandría de los
Ptolomeos. La conversión digital de las colecciones existentes promete la
constitución de una biblioteca sin muros, donde se podría acceder a todas
las obras que fueron publicadas en algún momento, a todos los escritos
que constituyen el patrimonio de la humanidad. La ambición es magnífica,
y -como escribe Borges- “cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba
todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad”. Pero,
seguramente, la segunda impresión debe ser un interrogante sobre lo que
implica esta violencia ejercida sobre los textos, dados a leer bajo formas
que ya no son las que encontraban sus lectores del pasado. Se podría
decir que semejante transformación no carece de precedentes...
Seguramente. Pero para comprender las significaciones que los lectores
han dado a los textos de los que se apoderaron, es necesario proteger,
conservar y comprender los objetos escritos que los han transmitido. La
“felicidad extravagante” suscitada por la biblioteca universal podría
volverse una impotente amargura si se traduce en la relegación o, peor
aun, en la destrucción de los objetos impresos que han alimentado a lo
largo del tiempo los pensamientos y los sueños de aquellos y aquellas que
los han leído…
Concluyo. Los proyectos de digitalización presuponen e implican un gran
conocimiento previo de las colecciones y su control bibliográfico. En el caso de
los manuscritos un inventario bibliográfico, en el pleno sentido del término,
permite realizar la mejor selección de las piezas y también fijar los elementos
descriptivos imprescindibles. Hay que asumir la singularidad y disparidad de
32
Escuchar a los muertos con los ojos: Lección inaugural en el Collège de
France. Trad. por Laura Fólica. Buenos Aires: Katz, 2008. (Conocimiento;
3039), pp. 9-15.
21
estos materiales bibliotecarios33. Se impone también la especialización en los
proyectos de digitalización. Recuérdese el proyecto Dediche derivado de la base
de datos EDIT16, que responde al interés despertado en estos últimos años por
el paratexto de los libros impresos.
La Biblioteca Nacional de España, institucionalmente obsesionada por
disponer en el más breve tiempo posible de un catálogo automatizado global, no
tanto cualitativa sino cuantitativamente significativo (en términos políticos),
orientado hacia un proyecto de digitalización masiva de sus colecciones, no
cuenta con la opinión de los bibliotecarios especializados de manuscritos e
impresos antiguos, pues carece de ellos. Nada hay que objetar a la emulación
entre las grandes Bibliotecas Nacionales, pero tengo mis reservas frente a la
imitación coyuntural, sin atender a la historia de las otras Bibliotecas. Sin duda en
el caso de la Biblioteca Nacional de España el referente es, a este respecto, la
Nacional de Francia, pero sin tomar en consideración debidamente la diferente
historia de ambas respecto al control bibliográfico de sus colecciones. La
digitalización masiva es un medio, no un fin, y a veces se olvida.
Mi opinión, absolutamente personal, apuntalada en la experiencia del
pasado, nacida de la atención a las preocupaciones que se descubren en los
congresos de la IFLA34 y en los proyectos y nuevas bases de datos35 orientados
al estudio de los libros antiguos, manuscritos e impresos, como productos
históricos, es inevitablemente insistente en la necesidad de asumir un pasado
desfavorable y fijar proyectos a largo plazo de recatalogación, contando con un
personal debidamente preparado en las tareas de identificación y descripción, y
estable, con el que ciertamente no puede contarse en España recurriendo a la
empresa privada, y por la simple razón de que hace muchos años ya que no ha
existido una oferta docente específica, ni por parte de la Universidad ni por parte
de las Asociaciones profesionales. Las actuaciones de otras grandes Bibliotecas
Nacionales, y cito de nuevo a la Biblioteca Nacional de Francia, invitan a una
reflexión seria36. Quizás la celebración de los 300 años de su arrastrada historia
33
Véase el artículo de Joy Humphrey: “Manuscripts and metadata: Descriptive
metadata in three manuscript catalogs: DigCIM, MALVINE, and Digital
Scriptorium”, Cataloging & Classification Quarterly, 45 (2007), 2, pp. 1939:
http://ccq.haworthpress.com.
34
Véase IFLA. Section on Rare Books and Manuscripts: Newsletter. January
2009: http://www.ifla.org/VII/s18/index.htm.
35
Léanse las reflexiones de Ezio Ornato en “Bibliotheca manuscripta
universalis: Digitalizzazione e catalografia: un viagio nel regno di Utopia?”,
Gazette du livre medieval, 48 (2006), pp. 1-13:
http://www.palaeographia.org/glm/art/utopia1.htm.
Tiene particular interés examinar la historia ya larga de la HPB Database
[Hand Press Books Database] del CERL [Consortium of European Research
Libraries] que ha cambiado recientemente el significado de la primera letra de
su sigla: Heritage of the Printed Book Database.
36
Véanse los artículos de Ursula Baurmeister: “Cataloguing the incunabula of
the Bibliothèque Nationale: problems of text identifications”, en Bibliography and
the Study of 15th-Century Civilisation: Papers presented at a Colloquium at the
22
propicie esa reflexión. No anulo la esperanza, aunque sea una esperanza
agónica. De lo que sí estoy totalmente seguro es de que la creación humana ex
nihilo produce inevitablemente monstruos. Inventarse una Biblioteca Nacional
de España del siglo XXI, diferente cada 3 ó 4 años y carente de pasado,
conlleva caminar por una noche empedernidamente negra.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------MARTÍN ABAD, Julián (San Bartolomé de Pinares (Ávila,
España), 1946).
Doctor en Filología Hispánica, por la Universidad
Complutense de Madrid, y en posesión del Diploma de
Documentalista expedido por la Escuela Nacional de
Documentalistas de Madrid, pertenece al Cuerpo Facultativo de
Archiveros y Bibliotecarios, y desde 1983 trabaja en la Biblioteca
Nacional de España, siendo desde el año 1994 al 2006 Jefe del Servicio de Manuscritos,
Incunables y Raros, y en la actualidad Jefe del Servicio de Manuscritos e Incunables.
Académico numerario de la Academia de Historia y Arte de San Dámaso (1997);
Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia (2001); Miembro Numerario del
Instituto de Estudios Madrileños (2002); Sócio correspondente estrangeiro da Academia das
Ciências de Lisboa (2004); y Miembro correspondiente del Centro para la Edición de los Clásicos
Españoles (2005).
Ha desarrollado una intensa actividad docente en relación con el libro antiguo, invitado por
Universidades y Asociaciones profesionales (bibliotecarios, libreros anticuarios, etc.).
Más de 200 publicaciones, entre las que se pueden recordar los libros siguientes:
Contribución a la bibliografía salmantina del siglo XVIII: la oratoria sagrada. (1982); Manuscritos de
España : Guía de catálogos impresos (1989, y Suplemento: 1994); La imprenta en Alcalá de
Henares : 1502-1600 (1991); Repertorios bibliográficos de impresos del siglo XVI (Españoles,
portugueses e iberoamericanos) : Con una fórmula abreviada de referencia. (en colaboración,
1993); Los incunables de las bibliotecas españolas: Apuntes históricos y noticias bibliográficas
sobre fondos y bibliófilos (1996); La imprenta en Alcalá de Henares : 1601-1700 (1999); Postincunables ibéricos (2001); Estanislao Polono (en colaboración, 2002); Los primeros tiempos de la
imprenta en España (c. 1471-1520) (2003); Los libros impresos antiguos (2004); Los manuscritos
de interés bibliográfico de la Biblioteca Nacional de España (2004); Post-incunables ibéricos:
(Adenda) (2007); En plúteos extraños: Manuscritos, incunables y raros de la Biblioteca capitular de
Ávila en la Biblioteca Nacional de España (2007); El enredijo de mil y un diablos: (De manuscritos,
incunables y raros, y de fondos y fantasmas bibliográficos) (2007); La descripción de impresos
antiguos: Análisis y aplicación de la ISBD(A) (en colaboración, 2008); y Un libro de horas
incunable, en latín y francés, iluminado para el condotiero Ferrante d´Este (2008). Se encuentra en
prensa su Catálogo bibliográfico de Incunables de la Biblioteca Nacional de España.
Una breve selección de sus artículos y capítulos de obras colectivas: “La
edición
española fuera de España” (En Historia de la edición y de la lectura en España, 1472-1914.
Madrid, 2003, págs. 105-113); “Sobre incunables españoles y sobre incunables de las
British Library 26-28 September 1984, organised in conjunction with the
Warburg Institute of the University of London. Edited by Lotte Hellinga and John
Goldfinch, London, The British Library, 1987, pp. 147-153; y “The recording of
marks of provenance in the Bibliothèque Nationale de France and other French
Libraries”, Papers of the Bibliographical Society of America, 99 (1997, dec.), pp.
525-538, y el de Michel Huglo: “Catalogue détaillé ou inventaire sommaire?:
Réflexions sur le catalogue des manuscrits de la Bibliothèque nationale de
France”,
Gazette
du
livre
medieval,
46
(2005),
pp.
49-56:
http://www.palaeographia.org/glm/art/huglo1.htm.
23
bibliotecas españolas: las últimas aportaciones” (En Juan Párix primer impresor en España.
Segovia, 2004, págs.. 45-63; “Los Reyes Católicos y la imprenta” (Insula, LIX (2004), 691-692,
págs. 17-19); “La biblioteca de Don Quijote” (En Cervantes, Miguel de: Don Quijote de la
Mancha: Volumen complementario. Ed. del Instituto Cervantes 1605-2005. .Dir. por Francisco
Rico. Barcelona, 2004, págs. 1037-1071); “Del manuscrito al impreso” (En Isabel la Católica:
Los libros de la Reina: [Exposición]. Burgos, 2004, págs. 67-87); “Los talleres de imprenta
españoles en la época de Cervantes” (En Don Quijote en el Campus. Tesoros Complutenses:
[Exposición]. Madrid, 2005, págs. 51-67); “La Biblioteca Nacional como palimpsesto (A modo
de prólogo)” (En Ruiz García, Elisa: Libro de Horas de los Retablos: Ms. Vitr. 25-3 de la
Biblioteca Nacional. Madrid, 2005, págs. 9-21); “El Quijote y las imprentas americanas” (Boletín
de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXI (2005), págs. 241-263); “Las primeras traducciones del
Quijote” (En La razón de la sinrazón que a la razón se hace: lecturas actuales del Quijote: Vol.
II. Burgos, 2006, págs. 13-35; “Los Archivos Personales en la Biblioteca” (En Seminario de
Archivos Personales. Madrid, 2006, págs. 11-13); “Una palabra de moda: incunable. (Con un
breve ejercicio de memoria histórica)” (Orbis Tertius, 2 (2007), págs. 19-31); “Incunables y postincunables: Bibliografía y bibliofilia” (En El libro como objeto de arte: Actas del II Congreso nacional
sobre bibliofilia, encuadernación artística, restauración y patrimonio bibliográfico: Cádiz, abril de
2004. Cádiz, 2008, págs. 57-95); “¿Mutatis mutandis, una pequeña desamortización?, o Sobre
34 incunables de la BP de Cáceres en la BN de España, y sobre otros acontecimientos
bibliográficos” (Revista de Estudios Extremeños, LXIV (2008), 1, págs. 201-232); y “La pasión
por los incunables: (aproximación histórico-bibliográfica)” (En Bibliofilias: Exposición con motivo
del 38º Congreso Internacional y 21ª Feria Internacional de ILAB (The Internacional League of
Antiquarian Booksellers). Madrid, 2008, págs. 33-44).
Ha desarrollado además una importante tarea en la recuperación de textos ofreciendo
ediciones anotadas de obras de Konrad HAEBLER (Introducción al estudio de los incunables,
1995; con nueva «ed. especial [corregida], conmemorativa de la inauguración de la sede del
Grupo Editorial Bertelsmann. España, Portugal, Iberoamérica, 1998»); Antonio ODRIOZOLA
(Catálogo de libros litúrgicos, españoles y portugueses, impresos en los siglos XV y XVI, 1996);
James P.R. LYELL (La ilustración del libro antiguo en España, 1997); F.J. NORTON (La
Imprenta en España, 1501-1520, 1997); Ronald B. McKERROW (Introducción a la bibliografía
material, 1998); Colin CLAIR (Historia de la Imprenta en Europa, 1998); Harry G- Carter
(Orígenes de la tipografía: Punzones, matrices y tipos de imprenta (Siglos XV y XVI), 1999); y
Oscar JENNINGS (Primitivas iniciales xilográficas, 2009).
Director de la Colección «Instrumenta Bibliologica» de la Editorial Arco/Libros.
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