El Estatuto Bioético de los Derechos Humanos de Cuarta Generación

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FRONESIS
Revista de Filosofía Jurídica, Social y Política
Instituto de Filosofía del Derecho Dr. J.M. Delgado Ocando
Universidad del Zulia. ISSN 1315-6268 - Dep. legal pp 199402ZU33
Vol. 19, No. 3, 2012: 350 - 371
El Estatuto Bioético de los Derechos
Humanos de Cuarta Generación
José Vicente Villalobos Antúnez
Juan Pablo Hernández
María Palmar
Universidad del Zulia
Facultad Experimental de Ciencias
Facultad de Medicina
[email protected], [email protected]
[email protected], [email protected]
Resumen
La experimentación biogenética ha transformado la manera de ver la vida
desde el develamiento del genoma humano. Ello le ha dado a la bioética herramientas para la reflexión sobre la justificación de los llamados Derechos Humanos
de Cuarta Generación. A partir de la doctrina de los dos niveles de Diego Gracia
(1996), se adelanta parte del estudio de la Declaración Universal sobre Bioética y
Derechos Humanos de UNESCO 2005, realizándose un intento de clasificación de
los principios en ella contenidos para la preservación de la vida y de la dignidad del
ser humano. Se argumenta que los dilemas que vienen acompañando la experimentación biogenética, permiten pensar en una doctrina jurídica que intente proteger la dignidad del ser humano proveniente de la vulnerabilidad a la que se ve
expuesta por motivos del descubrimiento del código genético. A partir de una disquisición sobre las llamadas generaciones de los derechos humanos, se reconstruyen los basamentos bioéticos de la cuarta generación. Finalmente se postula una
ciudadanía del siglo XXI formada a partir de los postulados principalistas de la
bioética, que mira la ciencia desde la preservación de la especie humana y como garantía de los derechos de las futuras generaciones, enarbolando con ello el concepRecibido: 02-02-2012 · Aceptado: 12-06-2012
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to de Responsabilidad Intergeneracional, de gran significación para una ética de y
para la vida.
Palabras clave: Estatuto Bioético de los Derechos Humanos de Cuarta Generación, Genoma Humano, Declaración Universal sobre Bioética y
Derechos Humanos, Responsabilidad Intergeneracional.
The Bioethics Statute of Fourth Generation
Human Rights
Abstract
Biogenetic experimentation has transformed how life is seen since the unveiling of the human genome. This has given bioethics tools for reflecting on the justification for so-called Fourth Generation Human Rights. Starting with the doctrine
of two levels by Diego Gracia (1996), part of the study of the Universal Declaration
on Bioethics and Human Rights UNESCO 2005 is advanced, making an attempt to
classify the principles contained therein regarding the preservation of life and human dignity. It is argued that the dilemmas accompanying biogenetic experimentation suggest a legal doctrine that seeks to protect human dignity from the vulnerability to which it is exposed by motives of uncovering the genetic code. Based on a
disquisition on the so-called generations of human rights, bioethical foundations
for the fourth generation of those rights are reconstructed. Finally, a twentyfirst-century citizenship, formed on the principalist postulates of bioethics, is set
forth that sees science from the viewpoint of preserving the human species and as a
guarantee for the rights of future generations, thereby upholding the concept of
intergenerational responsibility, which has great significance for ethics and for life.
Keywords: Bioethics Statute of Fourth Generation Human Rights, human genome, Universal Declaration on Bioethics and Human Rights, fourth
generation human rights, intergenerational responsibility.
1. Introducción. La experimentación biogenética y el futuro
de la naturaleza humana
¿Qué será de la naturaleza humana en el futuro caracterizado por expectativas de vida en un mundo contradictorio, donde lo más resaltante es
su pasado de los últimos cuarenta años de desarrollo tecnocientífico, justamente porque ha puesto en peligro de extinción las especies vivientes, según reportan documentos oficiales emanados de organismos internacionales como UNESCO (2005) o Human Rights Watch en sus diversos infor-
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mes sobre el estado de la vida humana y de los derechos humanos en el
planeta? ¿Cuál es la contribución del actual esquema de satisfacción de necesidades humanas a la preservación de la vida cuando lo que se reporta
en aquellos informes es el deterioro progresivo del medio vital? ¿Qué papel juega la tecnociencia en la capitalización de las expectativas de bienestar humano? ¿Qué será de la naturaleza humana si su supervivencia depende de la salud que el propio ecosistema podría no garantizarle, como
en tiempos remotos, precisamente debido a las consecuencias de aplicación
de estrategias económicas poco preservadoras del entorno vital, basadas en
un concepto de desarrollo sin límites, vale decir, aplicable ad infinitum?
¿A partir de ese sentido de satisfacción de necesidades puede entenderse entonces que solo aquél que posea recursos para explotar la naturaleza, será el que únicamente pueda aprovecharse de sus beneficios? ¿Y el
resto de los habitantes qué hace frente a sus necesidades que son también
válidas? ¿Qué será del futuro de la naturaleza humana, si en la búsqueda
de la piedra filosofal de la perpetuación de la especie, podría desviar su
ruta como ser viviente en tanto especie particular de vida y encaminarse
más bien hacia el alargamiento de la vida particular, retando las más complejas e intrincadas leyes de la naturaleza?
Las interrogantes anteriores hacen pensar en otras dudas de mucho
más alcance filosófico: ¿Vivir eternamente es vivir cada uno hasta el infinito o
es vivir hasta alcanzar la satisfacción de haber educado a la progenie bajo
conceptos y principios de protección de la vida en general y no de la vida
particular de X o Y? ¿Es el individualismo centrado en el culto a la persona
la causa del deterioro de la vida en el planeta? ¿Cuál es el rol que ha cumplido el individualismo en la educación descentrada en el hombre, tal
como lo recomienda la UNESCO en las distintas Declaraciones? ¿Cuáles
son los signos de deterioro del planeta? ¿Podrá ser detenido algún día el
afán transformador con fines no necesariamente reproductores de lo humano? ¿Por qué le interesa al ser humano perpetuar la especie? ¿Qué es
“perpetuar la especie”?
Evidentemente, estas interrogantes y otras más que están entre las tareas pendientes para la perpetuación de la especie humana, motivan la reflexión sobre el papel de la vida del ser humano en el planeta a partir del
rol que cumple la tecnociencia en tanto hecho social y cultural, especialmente si miramos las ciencias que tienen que ver con la salud y la enfermedad, o las que tienen que ver con la transformación de la naturaleza, pero
no solo la del ser humano sino la de todo ser viviente que habite en este ya
muy deteriorado nicho terráqueo. En las líneas que siguen, abordamos la
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crítica al quehacer científico, desde una perspectiva ética y jurídica, en el
camino de constituir un entramado normativo que permita a la vida sobre
la faz de la tierra, perpetuarse más allá de los catastrofismos, propios de un
discurso tecnoindustrial que pugna por apropiarse de los recursos y del conocimiento, especialmente aquél vinculado con la estructura genética de
los seres vivos y de la especie humana como especie suprema.
2. Bioética y Tecnociencia: ¿Más allá de la vida humana?
Los crecientes avances que en materia biogenética se han producido
en los últimos tres decenios, invitan a pensar seriamente en los problemas
de perpetuación de la vida, sobre todo si pensamos en los crecientes descubrimientos genéticos acerca del envejecimiento celular y de la estructura
del genoma humano, que es parte fundamental no solo en la vida y para la
vida, sino para determinar como producto del conocimiento biogenético el
tipo de vida de la cual es portador cada ser vivo. A partir de esta idea, se
han producido en los espacios sociales nuevas perspectivas en las relaciones
entre ciencia, técnica y sociedad, a partir de la nueva concepción del conocimiento que vincula ciencia y técnica. Esa relación ha llevado a pensadores
como David Bohm (1998), en otro contexto, a expresar que la ciencia es
tecnociencia.
Ahora bien, las razones que este físico cuántico y filósofo de la ciencia
señala como fundantes de su enunciado, se centran, según nuestro modo
de ver, en los vertiginosos avances experimentados a partir de los descubrimientos de la física cuántica y de la biología molecular y de sus conexiones
interdisciplinarias, sin cuyas aplicaciones la humanidad no habría podido
alcanzar el conocimiento sobre el mapa del genoma humano, por ejemplo,
ni tampoco habría podido resolver problemas de vieja data, como las antiguas deudas de la ciencia adquiridas para la sociedad, especialmente si
pensamos en los problemas de salud y de subalimentación o el hambre generalizada en el planeta; incluso, aquellos problemas referidos a los innumerables dilemas generados por la vida en sociedad, como la pobreza, la
exclusión fáctica y jurídica, el deterioro del ambiente, las guerras biológicas
o convencionales y el hambre por motivos de exclusión.
Si conjugamos esta afirmación con los planteamientos de María Casado (1999) en relación a la definición de salud como el estado normal del ser
humano, su realización ha representado un gran reto para la humanidad,
especialmente porque está en el plano axiológico la expansión de la responsabilidad ética hacia las futuras generaciones, dadas las características
de los avances tecnocientíficos y del estado del conocimiento sobre la es-
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tructura genética de los seres vivos. Desde esta perspectiva, puede decirse
que la biotecnología representa un estadio de desarrollo de avanzada de la
biología, la cual, mediante aplicaciones tecnológicas en torno a la genética
y al ADN recombinante, se ha internalizado en los confines de la naturaleza no solo para conocerla sino para modificarla, especialmente en los aspectos que tienen que ver con la vida humana y sus posibilidades de reproducción solo con la intervención de la mano del hombre. La manipulación
genética con fines reproductivos y curativos, ha renovado las esperanzas de
vivir una vida provechosa, según la vieja definición de Aristóteles, aunque
hoy agregamos una esperanza más: la longevidad gracias a los avances logrados en esta materia. Desde allí se proyectan en el entramado de la racionalidad de la convivencia, nuevos enfoques que propician una también
nueva manera de ver la vida, aunque estas motivaciones estén motorizadas
fundamentalmente por finalidades económicas, como veremos.
No muy lejos está el experimento de la oveja Dolly y sus repercusiones en el mundo de la ciencia, ilustrativo de lo que es capaz de hacer el ser
humano con los conocimientos tecnocientíficos, especialmente los biogenéticos. Se señala en Villalobos (2006), que la sola imaginación acerca de lo que
podría significar la clonación de seres humanos, nos hace pensar seriamente en las repercusiones de la reproducción asistida de seres vivos si no medimos sus consecuencias, pues nos coloca, se decía entonces, al borde del
abismo; los acontecimientos de orden natural ocurridos en los últimos tres
años, confirman que el calentamiento global no es mera fantasía reproducida por discursos fatalistas e impregnados en sí mismos de malos augurios.
Es todo lo contrario a lo expresado; es la extinción la que se avizora
como proyección de la vorágine de una racionalidad industrial que todo lo
corrompe en su afán de satisfacer las necesidades basadas en una economía
global. Estas reflexiones surgen sobre todo al pensar en la satisfacción de
necesidades creadas por una racionalidad tecnocientífica monológica y solipsista, cuya carta de naturaleza se origina con el proyecto de la primera
Modernidad en el siglo XVI (separadora de sujeto y objeto), pero que se
afianzan con la segunda Modernidad a partir del siglo XVIII, desde los
inicios mismos de la Ilustración (aunque a decir verdad y a juzgar por los
accidentes biológicos y nucleares, la ciencia de hoy no se avizora nada ilustrada; Cfr. Dussel, 1998).
Estas reflexiones en torno a la tecnociencia, motivan pensar profundamente en algunas ideas que interesa destacar, con el propósito de ordenarlas en la línea argumentativa sobre los Derechos Humanos de Cuarta
Generación, cuyas primeras ideas fueron esbozadas en Villalobos (2006 y
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2010). Desde finales del siglo XX, se observa que la humanidad ha alcanzado altos niveles de conciencia sobre el valor que tienen los avances tecnocientíficos y sobre sus consecuencias éticas, considerándose especialmente
los adelantos que en materia de biología molecular han llegado hasta los
espacios de la vida cotidiana. Ello hace pensar en el camino de la reflexión
ético-científica en el terreno de la biotecnológica, pues abre nuevas interrogantes en torno al recorrido de la humanidad sobre la Tierra, que busca el
camino hacia su perpetuación (Dussel, 1998).
Desde 2006 han surgido preguntas sobre el papel que juega la investigación biogenética en la convivencia humana, porque además es una pregunta surgida en los últimos veinticinco años de avances científicos y tecnológicos; incluso, como se afirmó en esa oportunidad, en la década de los setenta se patentizó y profundizó la pregunta por la investigación con seres
humanos, llevada a cabo sin la mediación de su consentimiento, ética y jurídicamente hablando, cuando específicamente en el estado de Alabama se
llevó a cabo la famosa experimentación con personas (casualmente todas
de “raza negra”) contagiadas de sífilis, conocido como Experimento de
Tuskegee (Del Cañizo, 2005). Como se sabe, el asunto consistió en no suministrarle medicamento a los sujetos del experimento para constatar la
evolución de la enfermedad, lo cual produjo un alerta dramático en la comunidad científica y en la sociedad en general sobre las consecuencias de
llevar a cabo experimentos con seres humanos con o sin su consentimiento,
precisamente en casos donde la pretendida cura traspasa los límites de la
condición humana: a sabiendas que la dignidad humana es definida por
tratados internacionales y declaraciones de derecho a lo largo de la historia
de la modernidad, aún así, se llevó a cabo el experimento (Cfr. Especialmente la Declaración de la ONU de 1948).
3. La Bioética principista y la Teoría de los Dos Niveles
de Diego Gracia
De este acontecimiento surgió, como consecuencia lógica, la enunciación de los denominados Principios de la Bioética en el último tercio del siglo XX: autonomía, beneficencia y justicia, luego ampliados por intermedio de la bifurcación del principio de beneficencia en dos conceptos complementarios: beneficencia propiamente dicho, y no-maleficencia. Estos
principios, como puede interpretarse, atienden a dos esferas distintas de la
subjetividad, ordenados en niveles hermenéuticos (aunque para Diego
Gracia tienen un carácter principista, deslindados en dos niveles de argumentación para su aplicación; Cfr. Gracia, 1996).
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La historia de la filosofía enseña que los cuatro principios enunciados
y definidos por el Informe Belmont, no son nada nuevos en la ética de la
ciencia (recordemos el Juramento Hipocrático); en cambio, lo que sí repercute como novedoso es lo que el filósofo español Diego Gracia en la obra
citada ha denominado, partiendo de su interpretación acerca de los principios de la bioética del siglo XX, Teoría de los dos niveles, que explicamos
sucintamente de seguidas, expuesta para resolver los conflictos éticos surgidos en el campo de la medicina, en forma especial, pero también en el
campo de otros quehaceres y dilemas propios de la interacción y la intersubjetividad humana, sobre todo en lo que se refiere a sus perspectivas y
consecuencias éticas, políticas, jurídicas y científico-tecnológicas.
En este artículo, se ilustran algunas ideas que han surgido por intermedio de algunos documentos emanados de organismos internacionales y
de legislaciones, para tratar de hilvanar alguna lógica que permita argumentar el estatuto bioético de los Derechos Humanos, en una tradición
que podemos denominar de “Cuarta Generación”. La mencionada teoría
del filósofo español (Gracia, 1996), agrupa los cuatro principios en dos niveles: Nivel I, integrado por los principios No-Maleficencia y Justicia, y Nivel II, integrado por los principios Autonomía y Beneficencia. El primer
nivel, según puede evidenciarse de las ideas del autor comentado, se encuentra en la esfera pública del sujeto, razón por la cual no pueden ser dispuestos a conveniencia de los intereses particulares.
Por el contrario, el segundo nivel se encuentra en la esfera privada
del sujeto, y en consecuencia, disponible mediante el ejercicio de su propia
libertad. Justamente, partiendo de esta interpretación, tomamos prestada
la teoría de los dos niveles para analizar, interpretar y comprender los más
recientes principios enunciados por la UNESCO en la Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos en 2005, y en la Declaración promulgada ocho años antes denominada Declaración Universal sobre el Genoma
Humano y los Derechos Humanos.
4. Bioética, transformación genética y definición
de Naturaleza
Antes de avanzar en los detalles centrales de este trabajo referido a
los derechos humanos y su estatuto bioético, cabe agregar alguna precisión sobre la investigación biotecnológica y el problema de la racionalidad
ética y tecnocientífica. El trabajo fundamental de la biología y su derivado
biotecnología consistente en la determinación de la estructura genética de
los seres vivos mediante el develamiento de la composición del ADN pro-
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pio de cada ser viviente, lo cual ha llevado a los límites filosóficos de la definición y de los significados del binomio categorial cosa (o naturaleza) e invento. Ello trae como consecuencias jurídicas el hecho que aquello que se
ha modificado genéticamente puede ser apropiado en su estructura no
tanto molecular, sino jurídica. Al poderse “descubrir” o “inventar” un ser
vivo o la estructura genética de las enfermedades, o incluso, poder “inventarlos” (Villalobos, 2010), cambia con ello el panorama de los significados de “vida” desde la razón iusfilosófica.
Pero más allá de toda consideración acerca de los problemas jurídicos
que conlleva la invención de seres vivos, es necesario reflexionar sobre el
problema acerca de la invención y subsiguiente procedimentalización de
terapias génicas y de alteración de las estructuras genéticas de seres vivos,
para así poder insertar los discursos fundacionales del derecho en la línea
argumentativa sobre los Derechos Humanos de Cuarta Generación y poder reflexionar entonces sobre las consecuencias y las responsabilidades
hacia las futuras generaciones, de la cual como civilización presente somos
portadores, dadas nuestras condiciones de poseer una naturaleza especial
en todo el entorno planetario llamada “naturaleza humana”. En virtud de
nuestra condición de portadores de la racionalidad caracterizada por la
subjetividad y por la posesión consciente de la responsabilidad humana hacia el nicho donde hemos desplegado la vida, es que queremos dejar sentado que los Derechos Humanos de Cuarta Generación cobran importancia
desde la fundamentación de la razón práctica y la razón teórica.
Estas argumentaciones llevan a Habermas (2001), por ejemplo, a
pensar en el futuro de la naturaleza humana desde una concepción dialógica, tejiendo y discutiendo un argumento que engloba la crítica filosófica
en torno a la negativa de tratar, con una única línea argumental, los derroteros del presente y del futuro de una eugenesia liberal, según la cual, no
es correcto atribuir el concepto de dignidad humana desde la fecundación
del embrión a una sola perspectiva filosófica; en fin, más allá de esta discusión de fondo, Habermas dedica especialmente algunas líneas a la pregunta por la eugenesia y por los diagnósticos pre-implantacionales, formulada
de forma muy especial sobre las repercusiones de las ocupaciones de nuestra existencia como seres vivientes. Citando a Max Frisch, el filósofo de
Frankfurt se pregunta por el tiempo de la vida humana en los siguientes
términos: “¿Qué hace el hombre con el tiempo que dura su vida?”. Expresada así, en términos indicativos, causan cierta irritación sociológica al filósofo, toda vez que es una pregunta sin sentido existencial; nuestro autor le
da a la interrogante, como es de su particular énfasis en todos sus trabajos,
un giro ético discursivo, y se pregunta más bien en un tono reflexivo, pro-
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pio del modo subjuntivo de discurrir verbalmente desde la ética: “¿Qué
debo hacer con el tiempo que dure mi vida?”.
Por ello, la presente comunicación trata un poco sobre este punto crítico de la vida humana, vinculada con la experimentación biogenética y
con las consecuencias éticas del accionar científico que proviene de la biología, la medicina y la ingeniería genética, considerando sus repercusiones
en el ámbito jurídico. A partir de este análisis, es que argumentamos junto
con los documentos señalados con anterioridad, algunas ideas sobre el Estatuto bioético de los Derechos Humanos de Cuarta Generación.
5. Bioética, Derechos Humanos y biogenética
Los dilemas que antepone la investigación biogenética y la experimentación con seres humanos con las consiguientes consecuencias de apropiación del conocimiento de la estructura genética de los seres vivos, colocan a la actual civilización en la siguiente encrucijada: o somos responsables de nuestras acciones y adquirimos conciencia de los límites (1), o es lo
contrario y en consecuencia desconocemos el carácter limitante de las conductas humanas. Frente a ello, los dilemas éticos sobrevenidos de la investigación biogenética pueden ser resueltos a la luz de la teoría de los dos niveles de Diego Gracia, la cual representa, a nuestro modo de ver, un carácter eminentemente dialógico y argumentativo, propio de una ética procedimental, en contravía de lo que se conoce como una ética de la conciencia
o principista.
En el sentido mencionado, cabe preguntarse, partiendo de los límites
de la condición humana y de la complejidad de su naturaleza ética, por la
responsabilidad con las futuras generaciones, conocida como responsabilidad intergeneracional, consistente en la responsabilidad de la presente generación frente a las futuras: una cosa es ostentar nuestra responsabilidad
como sujetos de nuestra generación y otra es representar una responsabilidad y unos derechos que otros virtuales seres humanos ostentarían (como
sujetos no nacidos ni pensados asimismo como seres por nacer).
Este es un dilema complejo que trataremos de abordar a partir de algunas interrogantes complementarias. Lo primero que nos atrae a la curiosidad dubitante es una pregunta fundamental: la humanidad de la presente generación tiene el deber ético, político y jurídico de resguardar las estructuras genéticas de los seres vivos, incluida la del ser humano; y lo segundo, si esos deberes pueden ser accedidos fácticamente desde la perspectiva procedimental por las generaciones futuras, y siendo cierto, bajo
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cuáles criterios acceder a una respuesta jurídica frente a una controversia
sobre los derechos fundamentales de sujetos por nacer o nacidos bajo criterios científicos eugenésicos aplicados en su reproducción. Ninguna de las
dos interrogantes tiene fácil respuesta, pero no por ello debe obviarse su
abordaje, cuestión que se trata de seguidas desde la perspectiva de los Derechos Humanos de Cuarta Generación.
Según criterios consignados por Habermas en El futuro de la naturaleza humana (2002), el problema es gravemente complejo si consideramos las
posibilidades de entablar querella alguna persona que haya sido engendrada mediante las técnicas del ADN recombinante, es decir, mediante la manipulación genética y el diagnóstica pre-implantacional (DPI), especialmente si esta se queja óntica, ética y jurídicamente de su curso predeterminado como persona debido a su origen genético, pues conforme a los procedimientos de manipulación no hay posibilidades de ser lo que se habría
podido ser como sujeto, es decir, ser sí mismo conforme al curso de la naturaleza, pues su vida y el tipo de vida que ha llevado, ha sido solo posible
mediante el primer acto humano de manipulación a través de técnicas de
reproducción, afectando gravemente el decurso de la aleatoriedad de la que
somos portadores durante nuestro proceso biológico en tanto seres vivientes; pero también como portador de un derecho fundamental, el de darse
una vida elegida personalmente por su propia voluntad, como correlato de
sus derechos garantizados por las generaciones anteriores a él (Villalobos,
2009 b). En consecuencia, pasemos a discutir nuestra posición ética en torno a los derechos humanos desde la perspectiva de la bioética como saber
transdisciplinar.
6. Sobre los Derechos Humanos de Cuarta Generación
Uno de los primeros documentos no universales pero sí oficiales respecto del patrimonio genético de los seres humanos, es la Recomendación
934 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa de 1984 (hoy
Parlamento Europeo; ver en Diego Gracia, 2001: 52), en el cual se afirma
que “…todo ser humano tiene derecho a un patrimonio genético no manipulado, salvo en aplicación de ciertos principios reconocidos como convenientes con el respeto a los derechos humanos (como en el caso de las aplicaciones terapéuticas)”.
Esos principios fueron recogidos trece años después en la Declaración
sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos de la UNESCO de
1997, donde se reconoce al genoma humano como patrimonio de la humanidad. Sin embargo, el autor citado reconoce no saber de qué se trata la
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afirmación sobre el patrimonio genético no manipulado, pero sospecha
que lo que quiere decir la Recomendación N° 934 es que toda manipulación genética es contraria a los derechos humanos, siendo la terapia génica
de las enfermedades nada más que una mera excepción de tal principio.
La sospecha de Diego Gracia le lleva a afirmar a su vez que las restricciones a la libertad de investigación son tributarias de “una mentalidad naturalista, absolutamente inaceptable”. Pero pensamos que su debilidad argumentativa queda al descubierto, cuando en la Declaración UNESCO citada, se expresa que cada individuo tiene el derecho a que su dignidad y
derecho sean respetados, cualesquiera que sean sus características, ampliando con ello los contenidos significativos del concepto dignidad. Es por
ello que, pensamos, la debilidad argumentativa del autor no le permite reconocer las exigencias éticas formuladas como fundacionales de los derechos humanos de tercera generación, ni mucho menos como propios de alguna generación de derechos (como los que aquí denominamos de “Cuarta
Generación”, según se argumenta más adelante), pues el respeto a la dignidad es una tradición en todas las declaraciones de derechos, y por tanto, lo
más novedoso, consustancial con la naturaleza jurídica de la personalidad y
de la identidad genética.
En ese sentido, es bueno recordar en el contexto de esta comunicación, que la tradicional doctrina de los derechos humanos, como se sabe,
conoce tres generaciones clásicas: una primera generación que reconoce el
carácter libertario del “hombre”, la cual emerge desde los argumentos y articulado de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”
de 1793, hija esta declaración como se sabe de la Revolución francesa de
1789, donde se reconoce el carácter libertario propia de todo hombre. El
desarrollo de las doctrinas sobre estos derechos fue constituyendo los derechos civiles del sujeto tomado como individualidad: así por ejemplo el derecho a la propiedad, el derecho a la libertad, el derecho a la seguridad y
el derecho a la igualdad, para posteriormente afirmarse en la declaración
de 1793 que todos los hombres somos iguales por naturaleza y ante la ley.
Esta primera generación de derechos se estructura alrededor de una
concepción ética que parte del concepto de dignidad humana propio del
formalismo kantiano, contenido en el imperativo categórico, según el cual
al ser humano hay que tratarlo como un fin y no como un medio; es lo que
pudiera concebirse como el entramado de un antropocentrismo ético, que coloca al ser humano en el centro del proceso de constitución de su propia
humanidad. Para Kant, la ética se centra en la idea de referir las acciones
humanas solo en el camino del cumplimiento del deber. Se es ético cuando
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aceptamos sin más al ser humano como fin y no como medio, y por tal razón no podemos pensar ni en un solo momento tratar nuestras acciones
para la obtención de nuestros propios intereses. De allí que en la Declaración de 1793 se asuma la igualdad de los seres humanos como un correlato
de la naturaleza, fundándose con ello desde la doctrina kantiana el derecho natural racional, que asume la idea de ser humano no como cosa u objeto sino como humano en sí mismo, según los designios de la naturaleza,
deduciéndose la finalidad humana de la humanidad. No es una mera representación en el entendimiento humano, es un a priori que fundamenta
el conocimiento de la vida práctica propia de todo ente racional. Pensar en
el ser humano es pensar en su capacidad y posibilidad de conocerse por
anticipado como sujeto que es, formando parte de la naturaleza pero también formando parte de su propia auto-referencia humana.
Una segunda generación de derechos humanos va en el camino de
los derechos políticos y sociales, que tienen sus orígenes en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948, desde donde nace el concepto de dignidad humana, entre otros, reconocida como un derecho inalienable y como parte esencial de todo ser humano. Esta generación de derechos se sustenta en la doctrina ética del autoconocimiento humano como
parte de una vida diversa no solo en lo social, sino en lo cultural, étnico,
económico, político, jurídico, a partir de lo cual se generaron pactos internacionales que garantizan de forma expresa el cumplimiento por parte de
la comunidad cosmopolita, representada en los Estados, los contenidos
programáticos de respeto a la dignidad generados en la declaración. Hay,
en este sentido, una pluridiversidad humana que debe ser reconocida
como en efecto lo fue, por lo que su conformación como patrimonio no es
sino un espaldarazo a la preservación de la vida en sociedad, bajo los parámetros de la tolerancia entre los pueblos.
De esta forma se amplia la doctrina del antropocentrismo ético kantiana, redefiniendo la ética más allá del imperativo categórico, pues esta vez
se trata de la vida política y social en tanto que derecho a ser reconocido
como pueblo y como sociedad. Ya no es el reconocimiento del ser humano como fin; es la vida política de los pueblos la que es protegida, y la
vida social también: es el derecho a desarrollarse desde la autodeterminación y la autoproclamación como individuo pero también como pueblo;
podríamos decir que hay un auto-entendimiento humano entre la individualidad que nace en la Declaración de 1793, y la sociabilidad o pertenencia a una vida social, reconocida en la Declaración de 1948. He allí la
concepción antropocéntrica que se encuentra en esta última, trasladada al
ámbito socio-político.
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Una tercera generación de derechos humanos surgidos al fragor de
los reconocimientos del ser humano viviendo en sociedad y en su entorno
terráqueo, desde donde emerge el concepto de derechos ecológicos, derechos de las minorías, derecho a la no discriminación en razón del sexo, los
derechos sociales tales como los fundados en el carácter prestacional y la
dignidad del trabajo en la medida que se desconoce todo tratamiento esclavizante y denigrante de la persona humana. Esta generación encuentra su
sustentación en el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y
culturales, por un lado, y en el Pacto internacional de derechos civiles y
políticos, por el otro, ambos de 1966, pero en vigencia desde el año 1976,
año en el que fue reconocida y suscrita por la mayoría necesaria para su
puesta en vigor por parte de los Estados miembros de la Organización de
las Naciones Unidas.
El supuesto de esta generación de derechos lo constituye el ser humano viviendo en sociedad en el entorno planetario, pues sin un ambiente
sano no podríamos desarrollar la vida, instaurando así la nueva doctrina
ética centrada en el biocentrismo. El espacio para el hábitat humano se
despliega hacia toda la globalidad del planeta, pero solo comprendiendo
con ello en forma prioritaria la vida humana de toda la especie, dejando
fuera de la doctrina de la declaración, algunos problemas atinentes a la
biodiversidad de la cual depende la vida humana y cuyos dilemas son respondidos desde la ética del nuevo siglo, pero que nace, podríamos decir,
desde el último tercio del siglo pasado, tema que es abordado por una nueva tradición de derechos que podríamos llamar de “Cuarta Generación”.
La nueva doctrina de los derechos humanos se centra en la vida humana en interacción con todo el sistema planetario, pues va más allá de los
requerimientos de protección del individuo y de la especie humana, instaurando una nueva doctrina centrada en el geocentrismo ético, ya que se trata de la vida no ya de la humanidad, sino de la especie humana que hace a
la humanidad. En consecuencia, esa interacción no es solo con el ambiente
o con la vida humana o con la pacha mama; es una interacción del ser humano con toda la diversidad viviente y no viviente y con su propia naturaleza como especie humana. Por ello a finales del siglo XX emerge una nueva declaración que centra su entramado ético en la responsabilidad de la
actual generación hacia las generaciones futuras, en diferentes aspectos no
tratados por las viejas declaraciones de derechos humanos.
Las declaraciones de la UNESCO abordan los problemas atinentes a
la estructura genética humana y a las consecuencias intergeneracional provenientes de la experimentación biogenética, pero con la novedad de in-
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cluir una exhortación a la evaluación de su aplicación; esta evaluación por
parte de los organismos internacionales, trajo como resultado la discusión
y publicación de una nueva declaración, que sienta las bases del giro bioético del estatuto práctico de los derechos humanos para las generaciones venideras (incluidas la presente). Me refiero, en primer lugar, a la Declaración
Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos de la
UNESCO de 1997, y en segundo lugar, a la Declaración Universal sobre
Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO de 2005.
Pero estas novedosas fuentes de ética jurídica y de derecho nacional
que sustentan la nueva generación de derechos humanos desde su estatuto
bioético, hay que analizarlas e interpretarlas a la luz de la otra fuente ética
de derechos humanos que proviene de los argumentos filosóficos de una
ética mínima sobre la investigación con seres vivos, y en forma muy especial, con seres humanos, cuyos designios son cada vez más inciertos precisamente si juzgamos el correlato generado por la aplicación de las técnicas
del ADN recombinante, las cuales son cada vez más técnicas y más especializadas en su afán de crear seres vivos, o en estudiar y modificar su estructura genética con propósitos no solo curativos para el ser humano sino con
propósitos comerciales (cuestión que vemos con mucha cautela, toda vez
que en las declaraciones se observan ciertos rasgos de ambigüedad), o propiciados por intereses muchas veces no velados, problemas todos ellos que
son tratadas en la Declaración de 2005 y que encuentran un desarrollo anterior en las concepciones de la bioética, ya definida por Diego Gracia
(1996) como disciplina ética para el siglo XXI.
Conforme a estos argumentos, se funda un entramado de la praxis
que permite reconstruir el estatuto bioético de los derechos humanos de
cuarta generación, si atendemos a la anterior clasificación alineada a los
nuevos dilemas éticos y jurídicos emergentes a partir de la experimentación biogenética, de los cuales se ocupan las declaraciones mencionadas;
los derechos allí concebidos se articulan de forma especial con los problemas crecientes que traen consigo la también creciente manipulación genética, de cuya restricción se queja Diego Gracia en sus conferencias de 2001;
pensamos que sus enunciados son solo verdaderos en ciertos rasgos (como
por ejemplo, en la libertad para la experimentación en seres humanos)
pero que en otros no son tan verdaderos (como la posibilidad de atentar
contra la dignidad humana como consecuencia de esa experimentación,
razón por la cual se le debe poner algún coto).
La situación anterior justifica las interrogantes que se plantearon al
comienzo de este trabajo pero deja muchas lagunas en las cuales pensar,
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si consideramos la vinculación que tiene los efectos de la experimentación
en seres humanos con los fundamentos de sociabilidad para el ulterior desarrollo de la vida planetaria, emergente desde las nuevas esperanzas y expectativas de vida. Ya no se trata de los seres humanos con derecho a vivir,
se trata del derecho a que las generaciones futuras sean portadoras de la
estructura genética propia del ser humano, e incluso que los seres vivos
sean portadores de la estructura genética cuyas alteraciones no sean provocadas por la intervención del hombre, precisamente para garantizar la biodiversidad que posibilita la vida en el planeta, cuestión propia de los derechos de tercera generación, pues se trata de preservar y garantizar para las
futuras generaciones el medio ambiente dentro del cual los seres humanos
hemos desplegado la vida: este sentido de la responsabilidad ha sido denominada en otra oportunidad (Villalobos, 2008) a partir de la tridimensionalidad: cuidado de sí mismo, cuidado por el otro y cuidado por lo otro, propios de una ética de la responsabilidad intergeneracional de la cual se
ocupa precisamente la bioética en un sentido extendido de su campo de
problemas.
Es importante señalar, que antes de la publicación de la Declaración
Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, varios países comenzaron a
comprender profundamente este problema de la estructura genética del
ser humano y la de los seres vivos en general, como un problema consustancial con la supervivencia de la especie humana (la discusión acerca de si
convivimos o sobrevivimos supone la idea de perpetuación de la especie,
más allá de toda consideración jurídica; es la determinación de la praxis
humana desde la ética de la convivencia, como veremos). En este sentido,
naciones como Alemania y Francia, conscientes de la responsabilidad en las
investigaciones biogenéticas y de las posibles alteraciones a futuro de la genética de los seres vivos en general, y del ser humano en particular, comenzaron a tomar posición, tipificando como delitos algunas de las consecuencias relacionadas con la manipulación genética, todo lo cual nos lleva a
establecer algunos principios y requerimientos mínimos en el tratamiento
de los efectos de las ciencias que involucran la salud del ser humano, considerada en su perspectiva particular pero también en su sentido universal,
conforme a los criterios fijados en la Declaración de 2005 y de los cuales
haremos ciertos comentarios en torno a su tratamiento e interpretación.
Los principios recogidos en ese documento, están consustanciados, a
nuestro modo de ver, con el establecimiento de la humanidad del futuro,
en el sentido de ser poseedora de una clara y bien definida responsabilidad
intergeneracional, en cuyo centro antropo-ético coloca a la dignidad humana, asumida como estandarte para la convivencia y para el logro de la
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paz como un valor producto (sobre esta categoría, hemos disertado en otro lugar, pero se encuentra inédito en Villalobos, 2009), y lo que es de mayor
consideración, para la perpetuación de la especie sobre la faz de la Tierra.
Con referencia a las tradiciones de legislación mencionadas, podemos
citar los casos, por ejemplo, de los delitos de fecundación de óvulos con fines distintos al embarazo, delito de implantación de más de tres óvulos en
el útero dentro de un mismo ciclo reproductivo, delito de producción de
un embrión híbrido, delito de comercialización o tráfico de un embrión
humano producido intra-uterinamente, delito de implantación de embriones producto de una fecundación híbrida, para el caso de la legislación
germánica; o delito de obtención de embriones sin cumplir con la normativa de salud pública, o de procreación de embriones humanos con fines comerciales e industriales; delito de obtención de gametos de una persona
viva sin su consentimiento; delito de violación de la confiabilidad en materia de donación de gametos, y finalmente el delito de procreación de embriones humanos con fines experimentales y de investigación, todos estos
para el caso de la legislación francesa.
Los ejemplos de legislación citados, son los que precisamente tenemos
en cuenta para la problematización y planteamiento de una perspectiva de
los derechos humanos, que contrariamente a lo planteado por Diego Gracia, mutatis mutandi, sí fundamentan una Teoría de derechos humanos de cuarta
generación, en la medida que el bien jurídico a proteger no es ya al ser humano concreto, como universal concreto, si pensamos en la doctrina sartreana, sino en forma mucho más profunda; la preservación de la especie
en virtud de la esencia de la cual como humanos somos portadores: la protección, de la denominada por Eugenio Trías, la humana conditio, como un
nuevo correlato del concepto de dignidad humana propio de las Declaraciones de 1997 y 2005.
Así pues, vemos como legislaciones y organismos internacionales han
comenzado a dar nuevos contenidos a la dignidad humana como un bien
ético y jurídico para las futuras generaciones.
Ahora bien, antes de pasar a discutir sobre el Estatuto bioético de los
derechos Humanos de Cuarta Generación, es conveniente resaltar una vez
más el cambio ocurrido en la fundamentación ética operada en la nueva
doctrina sobre la condición jurídica de la naturaleza humana, pero este
tema ya fue tratado, así que remito a esos comentarios ilustrativos, en Villalobos (2008), por lo que aquí no trataremos profundamente el tema.
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7. Sobre el Estatuto Bioético de los Derechos Humanos
de Cuarta Generación
En virtud del despliegue que surge a partir de nuestra interpretación
acerca del Estatuto Bioético de los Derechos Humanos, solo atenderemos
en este trabajo el argumento del estatuto bioético desde el documento oficial de la UNESCO que consideramos clave: la Declaración Universal sobre
Bioética y Derechos Humanos de 2005, pues en ella se establecen algunos
principios cuyos destinatarios para su ulterior desarrollo descansan en sus
Estados miembros, en especial las recomendaciones formuladas para evitar
traspasar la delgada línea de la Dignidad Humana que se dibuja con la argumentación bioética de los derechos humanos (su concordancia con la
Declaración de 1997 la dejamos para otra oportunidad). Veamos los principios que consideramos de mayor importancia para nuestro propósito,
aunque hay que dejar claro que todos ellos deben ser entendidos como
complementarios entre sí, pues la misma Declaración lo afirma como parte
de la nueva doctrina ius-filosófica planetaria.
Ciertamente, en esta declaración sobre bioética y derechos humanos,
se enuncian y se explicitan principios que van en dos órdenes, según se
desprende del documento, pues están marcados por los que se refieren,
uno, al fuero interno a la naturaleza humana y el otro, al fuero externo de
la estructura del ser humano. Las proposiciones éticas que se expresan en
el documento analizado, son denominados en este trabajo, así: a) Principios
bioéticos atinentes al orden interno de la naturaleza humana, y b) Principios bioéticos atinentes al orden externo de la naturaleza humana, pues están ordenados
según se desprende de su hermenéutica, en función de la visión que se
tenga de ellos tanto desde la perspectiva axiológica, como del punto de vista de su exigibilidad moral en el orden constitutivo.
De acuerdo con el criterio de clasificación mencionado, podemos entender los principios que se enuncian en la Declaración como nuevos valores éticos que se desprenden de la aplicación de la ciencia y la tecnología
genéticas, cuestión que atañe al fuero interno del sujeto deliberante sobre
el principio del cual se trate, debido a su internalización como valor solo
renunciable por él; o bien, como estructura de exigibilidad racional debido
a la naturaleza pública del principio: desde esta perspectiva, los principios
alcanzan un nivel en la esfera humana más allá de su propia subjetividad,
cuestión que no ocurre con los primeros, razón por la cual el sujeto ético
no puede ni debe renunciar a los efectos de su aplicación ni mucho menos
a su alcance. Esta estructuración de los principios mediante esta doctrina, es
una interpretación de la Teoría de los dos niveles de Diego Gracia (1996),
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a cuyos postulados remitimos para una mejor comprensión. Sin embargo,
esta es una primera aproximación al intento clasificatorio, por lo que está
sujeta al método de revisión constante que hemos adoptado como principio hermenéutico.
Así, podemos incluir en los Principios atinentes al fuero interno de la naturaleza humana, los siguientes: Beneficios y efectos nocivos (Art. 4); Autonomía y responsabilidad individual (Art. 5); Privacidad y confidencialidad
(Art. 9); No discriminación y no estigmatización (Art. 11); y Aprovechamiento compartido de los beneficios (Art. 15). Del mismo modo, atendiendo al criterio clasificatorio señalado, son principios bioéticos atinentes al orden
externo de la naturaleza humana, los siguientes: Dignidad humana y derechos
humanos (Art. 3); Consentimiento (Art. 6); Personas carentes de dar su
consentimiento (Art. 7); Respeto de la vulnerabilidad humana y la integridad personal (Art. 8); Igualdad, justicia y equidad (Art. 10); Respeto de la
diversidad cultural y del pluralismo (Art. 12); Protección del medio ambiente, la biosfera y la biodiversidad (Art. 17); Solidaridad y cooperación
(Art. 13); Responsabilidad social y salud (Art. 14); Protección de las generaciones futuras (Art. 16).
8. Discusión sobre los criterios de clasificación
De la clasificación de los Principios anteriormente señalada, se desprende la nueva doctrina bioética sobre los derechos humanos que aquí
justificamos como de cuarta generación. Hay que aclarar sin embargo, que
muchos de estos principios han sido incorporados por algunas legislaciones antes de la publicación de la Declaración, especialmente europeas,
pero debe indicarse que los criterios de interpretación y dilucidación de los
dilemas éticos y jurídicos propios de una doctrina de esta naturaleza, no
son del todo claros toda vez que esas legislaciones no han desarrollado de
manera conveniente los principios hermenéuticos que permitan señalar caminos seguros que orienten a la humanidad en su quehacer cotidiano frente a este tipo de problemas.
Aunque se debe profundizar el estudio a lo interno de la jurisprudencia constitucional de cada país, a los fines de evaluar su aceptabilidad y su
tradición histórica como principios acogidos e incorporados a sus legislaciones (este punto sobre la interpretación de los valores y criterios morales
presentes en la Norma Fundamental, desde los conceptos de Principio y
Norma, interceptados por la noción de indeterminación del derecho, fue analizado en Villalobos, 2010).
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De esta manera, y siguiendo el orden propuesto, decimos que el Principio de Autonomía y Responsabilidad individual, se enmarca dentro del
primer nivel clasificatorio, porque su naturaleza es la de pertenecer a la esfera privada del sujeto, y es él quien debe explicitar su alcance a la hora de
plantearse algún dilema en su aplicación. Expresa este principio lo siguiente: “Se habrá de respetar la autonomía de la persona en lo que se refiere a
la facultad de adoptar decisiones, asumiendo la capacidad de éstas y respetando la autonomía de las demás. Para las personas que carecen de la capacidad de ejercer su autonomía, se habrán de tomar medidas especiales
para proteger sus derechos e intereses”.
Si bien pareciera que la directriz es ordenada como principio erga omnes, en realidad se trata de la libertad del sujeto de tomar sus propias decisiones en torno a situaciones que pudieran interpretarse como invasivas
de su propia esfera de actuación; aunque en lo atinente a la responsabilidad individual, el principio no agrega nada en especial; solo que si se trata
de tomar decisiones desde la esfera del sujeto en ejercicio de su libertad,
ese carácter de individualidad no puede ni debe extenderse hasta la toma
de decisiones que afecten la convivencia humana, ni mucho menos la salud
de los demás. Esta característica del principio ha sido analizada en otro
contexto como propia de una ética de la complejidad, según se ha afirmado como doctrina de la bioética, constituida por un entramado tridimensional conceptualizada a través de lo que se llama ética del cuidado (Villalobos, 2008).
La autonomía y la responsabilidad individual, se estructuran desde el
cuidado de sí, desde el cuidado del otro, y desde el cuidado de lo otro. Solo se
destaca aquí la idea que el ser humano posee una autonomía como sujeto
ético en la medida que es capaz de cuidarse a sí mismo en atención al deber de perpetuar la especie desde sí mismo, porque cada individuo o cada
sujeto es un “yo” particular con referentes éticos particulares conjugables a
la esfera pública solo por vía de mi propio cuidado como ser humano. De
manera que si me es posible renunciar a mi propio cuidado, entonces puedo decidir en algún momento de mi vida poner fin a la propia existencia
tan solo con el hecho de no atender mis requerimientos fisiológicos. La
cuestión argumentativa en torno a este principio, es similar en los otros de
la Declaración agrupados en el primer nivel, razón por la cual, su interpretación la dejaremos pendiente de ampliación.
En otro sentido, los principios que hemos denominado como atinentes
al orden externo de la voluntad racional, son, desde la teoría de los dos niveles
de Diego Gracia citada, ubicables en el nivel uno de interpretación en caso
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de dilemas para su aplicación; es por ello, que su elaboración doctrinal
apunta hacia la conformación de un cuerpo conceptual filosófico y jurídico
desde el ámbito de la exigibilidad pública, toda vez que al sujeto concreto
no le es dado renunciar en virtud de esa exigibilidad en tanto que principio de orden público. Estos argumentos están siendo elaborados y serán
presentados con posterioridad.
9. Reflexiones Finales: Bioética y Ciudadanía
en el Siglo XXI
Frente a estas exigencias de preservación de la especie humana como
universal, queda planteado el panorama sobre el cual erigir la ciudadanía
del Siglo XXI. Más allá de los intereses particulares y de grupo de los consorcios internacionales que invierten grandes capitales y sumas de dinero
financiando proyectos de investigación en el área de la biotecnología, cuyos
resultados apuntan hacia el develamiento de las estructuras genéticas y hacia su alteración en seres vivos animales y vegetales (incluso mediante la invención” de especies), con propósitos científicos nobles aunque algunas veces orientados por intereses comerciales, se configura el establecimiento de
las bases para una discusión de la ciudadanía desde la perspectiva de la positivización de los Principios Universales consagrados en las Declaraciones
de 1997 y 2005 de la UNESCO tal como ha ocurrido con Francia que ha
promulgado una Ley de Bioética: Ley No: 2011-814 de 07/07/2011). Es
por ello que puede hablarse de la bioética como la reflexión filosófica propia del presente Siglo, que configura a su vez el ejercicio de los espacios de
participación en la toma de decisiones sobre los asuntos de intereses eminentemente humanos. Así, la bioética como entramado teórico y práctico
para la radicalización de la democracia, nos lleva a plantear con Toulmin
que la misma se erige como la tabla de salvación de la ética de estos tiempos de crisis.
El derecho a la preservación de la estructura genética y molecular humana, el derecho al libre acceso al conocimiento del mapa genético humano, el derecho a la preservación de la herencia genética y a la no modificación de la estructura genética de las especies vegetales y animales y otros
derechos derivados de los Principios, garantizan el ejercicio pleno de la
ciudadanía en el presente siglo, en torno a la configuración de una sociedad planetaria, según se lee en los postulados de las éticas de finales del siglo XX y de lo que va del siglo XXI.
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Notas
1.
Afirma Fernando Savater que no todo lo que es técnicamente posible, es éticamente realizable.
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