CONTEXTO FILOSÓFICO DE KANT La Crítica de la Razón Pura

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CONTEXTO FILOSÓFICO DE KANT
La Crítica de la Razón Pura intenta resolver un problema específico que
enfrenta al racionalismo y al empirismo a propósito de la metafísica
racionalista. Explicaremos qué es la metafísica racionalista siguiendo a
Descartes.
Descartes concibe el proyecto de fundar el conocimiento de tal
manera que no quepa el error. Para conseguir tal grado de certeza emplea la
duda metódica. Las ideas de origen sensorial no ofrecen ninguna garantía
(qué es la cera de acuerdo con los sentidos). Además somos incapaces de
distinguir la vigilia del sueño. No podemos estar seguros ni siquiera de las
evidencias racionales más simples, pues cabe la posibilidad de la existencia de
un genio maligno que me haya hecho de tal manera no tenga más remedio
que engañarme cuando pienso tales evidencias. El balance de la duda
metódica es desolador: nada puede afirmarse con certeza.
Hay, sin embargo, un pensamiento que al ser pensado es segura su
afirmación: Cuando pienso que “yo existo” es completamente seguro que yo
existo en la realidad. Luego el pensar es capaz de establecer con total certeza
una realidad, una cosa (res en latín). ¿Puedo saber qué es esa cosa que está
cierta de existir cuando piensa que existe? Esa cosa coincide exactamente
con la idea de pensamiento. Esta es una idea innata. El racionalismo afirmará
que la razón dispone de ciertas ideas que no proceden de la experiencia, ni
son producto de la actividad de la razón. Esas ideas son connaturales a la
razón. Gracias a ellas podemos saber qué son las cosas. De momento la
primera cosa que podemos afirmar con certeza, la realidad del propio yo,
sabemos que es pensamiento, res cogitans.
¿Podemos conocer más realidades? Descartes piensa que entre
nuestras ideas hay una especialmente importante: la idea de infinito. Esta idea
representa algo que yo no soy, ni ninguna otra cosa puede ser, pues todas mis
representaciones lo son de algo finito. Descartes piensa que a partir de la idea
de infinito se puede afirmar con certeza la realidad de una cosa justamente
infinita. Por tanto, podemos estar ciertos de que existe una res infinita.
De modo espontáneo tendemos a considerar a los cuerpos como
realidades indubitables, sin embargo, Descartes aún no puede afirmar con
certeza su realidad. El análisis de nuestra idea de lo corpóreo se resuelve en la
idea simple e innata de extensión. Sabemos qué son los cuerpos, cualquier
cuerpo: pura extensión, un mero ocupar un espacio. ¿Podemos afirmar con
certeza la realidad de cosas extensas, de cuerpos? Descartes considera que la
hipótesis del genio maligno queda definitivamente descartada al afirmar la
realidad infinita (Dios). Por tanto, podemos dejarnos llevar por nuestra
tendencia natural y afirmar la realidad de los cuerpos. Luego existe con
certeza la res extensa.
El periplo cartesiano es extraño. Parte de una desaforada desconfianza
en nuestra capacidad de conocer y llega a alcanzar un conocimiento cierto
de toda realidad (Yo, Dios, cuerpos) y un conocimiento claro de qué son tales
realidades más allá de toda apariencia (pensamiento, infinitud, extensión). No
hay ninguna realidad que la razón no alcance a conocer con claridad
(esencia) y afirmar con certeza (existencia). La clave de un conocimiento así
radica en las ideas innatas. La experiencia no es fuente de conocimiento
verdadero, los sentidos sólo proporcionan apariencias que ocultan la
verdadera realidad. Mientras que la razón por sí misma, desentendiéndose de
la experiencia, es capaz de conocer la sustancia, o verdadera realidad más
allá de toda experiencia. Ese conocimiento puramente racional de la
sustancia, de la realidad tal cual es en sí misma, es lo que se llama metafísica
racionalista.
El empirismo niega tajantemente que haya ideas innatas. Por tanto,
todas nuestras ideas proceden de la experiencia. Tales representaciones
sensoriales alcanzan únicamente la apariencia de las cosas, no las cosas
mismas (sustancia). El empirismo conduce al escepticismo: no podemos
conocer la realidad en sí. El empirismo más moderado sostiene que podemos
afirmar la realidad de la sustancia (existencia), aunque no podamos saber qué
es (esencia).
El empirismo de Hume llega a criticar el argumento en que se funda la
realidad de la sustancia. Ese argumento descansa en la relación causa-efecto:
si no hay ideas innatas algo tiene que producir en nosotros las impresiones
sensoriales, es decir, las ideas. Estas son el efecto de una causa que
desconocemos, pero cuya existencia podemos afirmar. Hume sostiene que los
argumentos fundados en la relación causa-efecto no concluyen (aquí
omitimos la crítica de Hume) y, por tanto, que ni siquiera podemos afirmar la
existencia de algo más allá de nuestras impresiones. El escepticismo de Hume
es completo: no podemos conocer qué son las cosas, ni tampoco podemos
afirmar que haya cosas (sustancias). El pensar no puede dar un paso más allá
de sí mismo. Alcanzamos así la posición completamente antitética a la
cartesiana (racionalista). Descartes pretendía alcanzar la realidad tal cual es
desde la pura razón. Hume niega que quepa saber algo más que la pura
impresión, sólo advertimos nuestras propias ideas y desde ellas no podemos
saber nada que no sea la propia idea. Por eso el escepticismo de Hume suele
calificarse de fenomenismo.
Kant se formó en el racionalismo y compartió el ideal racionalista de
conocer la realidad en sí misma desde una razón pura, no mezclada con la
experiencia. La lectura de Hume le impresionó vivamente. Nunca admitió las
conclusiones escépticas de Hume pero consideró relevante la crítica del
empirismo a la metafísica racionalista. Kant dejó de ser racionalista pero nunca
fue empirista.
El enfrentamiento entre racionalismo y empirismo implicaba una disputa
sobre el alcance de las facultades de conocimiento y singularmente de la
razón. Kant pensó que el racionalismo pecaba de ingenuidad, pretendía
conocer la realidad sin establecer antes qué podemos conocer. Lo primero es
aplicar el conocimiento al conocer mismo. Esta tarea previa y capital que
consiste en examinar el conocimiento mismo para establecer si tiene límites y
cuáles es lo que Kant denominó tarea crítica, donde la palabra “crítica” es
sinónimo de “examen” o “inspección”. Se trataba, por tanto, de examinar la
capacidad de conocer de una razón sin contaminar con la experiencia, de
una razón pura. La metafísica racionalista era un saber sin límite alguno, la
realidad era transparente a la razón, nada escapa a la mirada de la razón
pura. Por el contrario, para Hume, la razón asistida por la experiencia era
completamente incapaz de conocer nada. De un saber puro sin límite,
pasamos a un puro no saber. Unos y otros, racionalistas y empiristas, piensa
Kant, han ignorado la tarea crítica. La filosofía kantiana se entenderá a sí
misma como una filosofía crítica y su primera gran obra será la Crítica de la
Razón Pura, donde se examinará la legitimidad de la metafísica racionalista.
El escepticismo de Hume no sólo cuestionaba el saber metafísico, sino
también el científico. La mecánica racional (física de Newton) proporcionaba
un saber de la Naturaleza capaz de deducir rigurosamente el comportamiento
de esta. Las leyes que proporciona la mecánica permiten predecir con
exactitud el momento, el lugar, y la magnitud de los eventos físicos. La física
exhibe las cualidades de un saber que claramente va más allá de los
fenómenos, afirmando entre ellos regularidades legales que se cumplen
inexorablemente. Hume se declara incapaz de explicar cómo es posible un
saber así.
Kant consideró siempre que la física newtoniana era ciencia en sentido
estricto. Por eso, nunca aceptó el escepticismo: el hecho de la ciencia lo
desmiente tajantemente. A este hecho Kant le llamó Factum de la razón Pura,
y juega un papel primordial en la filosofía crítica. En efecto, la pretensión de
conocer el alcance de las facultades humanas del conocimiento ha de
contar con el hecho incuestionable de que el saber físico, después de mucho
tiempo y de muchos intentos, ya es una ciencia constituida. Kant insistirá en
que esta situación contrasta con la de la metafísica, un saber muy antiguo y
que ha concitado muchos esfuerzos, pero que no ha emprendido todavía el
camino seguro de la ciencia. La tarea que se propone la Crítica de la Razón
Pura es doble: en primer lugar establecer cómo es posible la ciencia, y en
segundo lugar si es posible la metafísica como ciencia.
La lectura del prólogo a la 2ª edición de la Crítica te resultará asequible
si has entendido las consideraciones anteriores
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