Unificación Italiana y alemana

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La liquidación del período napoleónico por el Congreso de Viena había dejado a la península italiana dividida.
Austria conservaba la Lombardia y Véneto como provincias del Imperio. Los ducados de Parma, Módena y
Toscana estaban regidos por archiduques austríacos; el papa extendía su gobierno a las provincias del
Adriático. En Nápoles y Sicilia, volvían a gobernar los Borbones según métodos tradicionales.
Hasta el Piamonte, que con Saboya, Génova y Cerdeña formaba un reino casi italiano, toleraba con dificultad
el régimen constitucional. En las provincias austríacas el mayor crimen era hablar de constitución e
independencia.
Las sociedades secretas tuvieron mayor eficacia en la difusión de las ideas revolucionarias. Los carbonarios
de Nápoles habían empezado por reunirse en chozas de carboneros con un tronco de árbol por sillón
presidencial. Los carbonarios se extendieron hacía el norte de Italia; pero en algunos estados la masonería les
hacía la competencia.
LA UNIDAD ITALIANA
Víctor Manuel II, rey del
1849
Piamonte−Cerdeña
Entrevista
de Plombières:
1850
1858
apoyo francés a la causa de
Cavour,
la
unidadministro
italiana.de
Comercio y Agricultura en
1852
(4 de junio) El ejercito
el gabinete de d'Azeglio
italo−francés derrota a los
austríacos en Magenta.
Víctor Manuel designa
primer ministro a Cavour
(24 de junio) Nueva victoria
en Solferino
1859
(12 de julio) Napoleón III
firma el armisticio con
Austria.
(10 de noviembre) Paz de
Zurich
1860
1862
1866
1867
Un plebiscito sanciona la
Sin
apoyo
Garibaldi
anexión
deoficial,
Toscana,
Como
consecuencia
de la
intenta
conquistar
Parma, Módena y Roma.
participación
Romagna
al reino
italo−francesa
en ladeguerra
Piamonte.
austro−prusiana,
Austria
Nueva intentona de
cede Venecia al reino de
Garibaldi contra roma,
Italia.
desbaratada por la
intervención de las tropas
francesas y pontificias
1870
(2 se septiembre)
Derrota francesa en
Sedán. El ejército
francés se retira de los
Estados Pontificios.
Sobre todo, lo que unía a los italianos era la lengua. Podían estar separados por fronteras, con monarcas
extranjeros impuestos por la Santa Alianza.
Se proponían tres soluciones: una, la federación de los estados italianos con el papa a la cabeza; otra, la
República unitaria, liberal y constitucional, que era la solución de Mazzini, y por último, la anexión de todos
los demás estados italianos al Piamonte, que era el único que había reconocido la necesidad de la unificación.
La federación de los estados italianos bajo el amparo del papa parecía la más viable y tenía, antes de la
revolución de febrero (1848), muchos partidarios.
Pero no bastaba con un papa casi liberal: era necesario que la curia romana consintiera en aceptar una
constitución y tolerar funcionarios laicos en el gobierno de las cosas temporales. Sien esto no se podía
proponer el estado pontificio como centro de atracción de los demás estados de la península. Los
revolucionarios eran liberales; no sólo querían unidad de Italia, sino también constitución. El patriotismo local
en Toscana, en Sicilia, en Venecia, era todavía muy intenso.
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La segunda solución, propuesta por Mazzini, era la República italiana unitaria, barriendo de una vez los
tronos, únicos interesados en conservar fronteras dentro de la península. Esto era difícil; ya se había visto en
Francia. Las revoluciones republicanas de 1789 y 1830 habían acabado con restauraciones monárquicas.
Europa, cuando predicaba Mazzini, no estaba madura para repúblicas. La revolución de 1848, al derribar por
tercera vez el trono de Francia y enviar a Luis Felipe al destierro, evolucionaba hacía el Segundo Imperio de
Luis Napoleón, que fue la recaída en el régimen monárquico. Además, en Italia había la inmensa dificultad del
papado. Si el papa no era cabeza de la nueva Italia, sería un huésped difícil de mantener dentro de la
República. Sus derechos eran reconocidos por toda la cristiandad católica, y al atacarlo la revolución italiana
se suicidaría, porque un ejercito internacional acudiría a defender al pontífice amenazado.
Estas dificultades no arredraban a Mazzini. Conspiraba a favor de una Italia unificada, constitucional y con
Roma por capital.
La Joven Italia, como se llamaba el partido de Mazzini, tenía ramificaciones más o menos secretas por toda la
península. Los carbonarios y masones simpatizaban con la Joven Italia, porque era revolucionaria.
Después de varios golpes fracasados, Mazzini y Garibaldi comprendieron que Italia nunca conseguiría
desembarazarse de Austria sin un monarca con ejército regular que se pusiera decididamente de parte de la
revolución. Y este no podía ser más que el rey del Piamonte. El gobierno de Turín se dio cuenta de que la
revolución era inevitable, mejor dicho, que ya estaba en marcha. Cuando un país consigue el estado de
agitación revolucionaria que conmovía a Italia por antes de 1848, no se debe tratar de detenerla en modo
alguno, sino más bien de aprovecharla.
Se creyó que había llegado el momento cuando se recibieron las noticias de la revolución de febrero de 1848
en París, con la correspondiente secuela de los motines en Viena y la dimisión de Metternich. Venecia se
sublevó, y el pueblo de Milán, amotinado contra los austríacos, obligaba, después de cinco días de lucha por
las calles, al gobernador Radetzky con su guarnición de veinte mil soldados a retirarse al cuadrilátero
fortificado por Austria entre los ríos Minicio y Adigio.
Toda la Italia revolucionaria se movilizó en leva tumultuosa electrizada por los sucesos de Milán y Venecia.
Mazzini y Garibaldi acudieron precipitadamente a Lombardía con sus bandas de insurrectos. El entusiasmo
popular era irresistible. El Piamonte, poniéndose a la cabeza de todos los enemigos de Austria y haciéndose
eco de sus deseos, declaró la guerra el día 25 de marzo...
El 9 de agosto todo estaba perdido; Radetzky había recibido refuerzos de Viena y el rey del Piamonte, Carlos
Alberto, no tuvo más remedio que firmar un pacto.
Europa en equilibrio inestable, sufría una guerra en la que Austria tomaría parte; y entonces el Piamonte,
aliado con los enemigos de Austria, conseguiría al fin expulsarlos de Italia.
Los acontecimientos no vinieron exactamente en esta forma; Cavour tuvo que prestar los servicios antes de
sacar provecho del conflicto que esperaba. En una palabra, ayudó a los que debían ayudarle a él después sin
pedir nada de momento. La ayuda fue asociarse el Piamonte, Francia e Inglaterra en la guerra de Crimea,
donde el gobierno de Turín y los demás de la Italia tenían poco o nada que ganar.
Con objeto de evitar sentencias contrarias a los intereses de Italia, Cavour había incluido en el tratado de
alianza con Francia e Inglaterra que el Piamonte tendría voz y voto como las grandes potencias en el congreso
de la paz después de la guerra turco−rusa.
Las cláusulas del contrato eran que Austria tendría que ceder Lombardía y Venecia al Piamonte. Con Toscana
y los ducados se haría un reino para un primo de Napoleón. El papa quedaría señor de sus estados, Nápoles y
Sicilia continuarían borbónicos.
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La guerra empezó en abril de 1859. Napoleón III y Víctor Manuel, derrotaron a los austríacos en Magenta y
Solferino. De haber continuado es seguro que podían expulsar a los austríacos hasta del último terruño de
Italia; pero el tratado de Zurich convino los términos de la paz, según este tratado, Austria cedía a Francia −la
cual a su vez cedía al Piamonte− la Lombardía. Todo lo demás de Italia quedaba igual.
Según lo convenido, con Toscana y los ducados de la Italia central se tenía que formar un reino para un primo
de Napoleón. Pero los toscanos pedían la anexión al Piamonte, y el Piamonte se resignaba a aceptarlos. Los
ingleses propusieron la solución: un plebiscito. Para recompensar a Napoleón III, Cavour tuvo que cederle
Niza y Saboya.
Así, a comienzos de 1861 toda Italia estaba unida al Piamonte, con la excepción de Roma, todavía pontifica, y
Venecia, todavía austríaca.
Las revoluciones de julio (1830) y febrero (1848) en Francia repercutieron en Alemania. Los conflictos entre
la revolución y el absolutismo en Alemania cuentan, sin embargo, poco para el resto de Europa. Lo importante
fue la unificación de los diversos reinos, principados, ducados y ciudades libres en un Imperio alemán,
impuesto y mantenido por Prusia al margen de la revolución. Fue la obra de un solo hombre, Bismarck,
luchando a veces enteramente solo contra la fantasía revolucionaria, otras veces secundado por
revolucionarios románticos que veían en el nuevo Imperio la reviviscencia del pasado..., pro nunca Bismarck
fue el agente, el ejecutor de una fuerza nacional revolucionaria que le empujara a obrar o que, cuando menos,
le defendiera en sus horas de desaliento. Encontró una Germanía disgregada y feudal y dejó una Alemania
imperial y confederada.
Alemania, por obra de Metternich, quedó dividida en treinta y ocho estados muy diferentes por su importancia
y tradición. Contribuía también a diferenciarlos el carácter que les habían imbuido por su distinto
temperamento los príncipes de las diferentes familias reinantes.
Prusia, entendiéndose con sus vecinos, había conseguido convencerlos de la necesidad de formar una unión
aduanera. El Zollverein pasó por diferentes etapas de crecimiento. Empezando modestamente en el año 1818,
estimulado por los ferrocarriles, y alcanzo su máximo y definitivo esplendor en 1853.
La guerra de Crimea desprestigió y debilitó aún más a Austria y el resultado fue que el Piamonte, poniéndose
al lado de los aliados, consiguió libertar del yugo austríaco la mayor parte de Italia.
Todos estos cambios eran observados por el representante de Prusia en la Dieta del Bund, que entonces era
Bismarck. Nacido en 1815, con escasos estudios en Gotinga y un poco de aprendizaje en ministerios
prusianos, Bismarck no era entonces, ni lo fue nunca, el hombre taciturno y malhumorado que ha creado la
leyenda. En 1850−1852, cuando estaba en Francfort, era un agigantado prusiano de pelo oscuro y ojos negros.
Montaba a caballo como un antiguo escita, y cuando caía decía que lo único desagradable era sentir encima el
peso del caballo. Tal era la cordialidad de conversaciones de Bismarck, que las gentes no llegaban a creer que
sus genialidades pudieran expresar verdaderamente lo que pensaba. Las frases de Bismarck parece imposible
que llegara a pronunciarlas, y se diría que son estratagemas de un furioso que desea que lo inhabiliten. Y, sin
embargo, eran expresión de lo que pensaban los demás sin atreverse a confesarlo.
En septiembre de 1862, Bismarck fue nombrado ministro de estado de Prusia. La corona se encontraba en
situación difícil: El rey Guillermo I se había empeñado en mantener un ejercito permanente de sesenta y tres
mil hombres, y para ello necesitaba recursos que le negaba el Parlamento. Al ofrecer el puesto de confianza a
Bismarck, el rey le dio a leer antes su acta de abdicación, pues estaba decidido a renunciar al trono si no
encontraba un ministro que gobernara sin el Parlamento prusiano.
Bismarck gobernó así, con Cámaras hostiles, la mayor parte de su vida política. El rey lo sostenía. Bismarck
para legalizar su ación se valía de Cámara alta, la Cámara de señores, senado aristocrático que votaba todo lo
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que se le pedía. Con el rey y los señores frente al pueblo y al Parlamento no había peligro. Bismarck trató de
explicar su conducta diciendo que no podía aceptar que el soberano se reconociera sujeto a la voluntad de un
Parlamento.
Las guerras bismarckianas fueron tres en siete años: la de 1863 contra Dinamarca, la de 1866 contra Austria y
la de 1870 contra Francia.
La guerra contra Dinamarca tuvo por excusa una cuestión de nacionalismo, de países de frontera. Entre Prusia
y Dinamarca había unos ducados, Schleswig y Holstein. Ambos formaban parte de Dinamarca; pero mientras
Holstein estaba habitado casi exclusivamente por alemanes, Schleswig tenía sólo una fuerte minoría de
población de raza germánica.
Pero mucho antes de comenzar la guerra, Bismarck se había ya formado la idea de anexar los ducados a
Prusia. Embrolló de tal manera la situación, que obligó a Dinamarca a declarar la guerra. Fue aparentemente
una guerra de liberación de pueblos oprimidos. Austria cooperó con un ejercito de 23.000 hombres; los otros
estados alemanes aportaron contingentes menores.
La guerra de los ducados acabó con la derrota definitiva de Dinamarca. En la convención de Gastein se acordó
que Austria admitiera el Holstein y Prusia el Schleswig. En realidad, el convenio de Gastein no satisfizo a
nadie, y Austria y Prusia se prepararon para la guerra.
Bismarck, deseoso también de esta nueva guerra, una vez obtenida la aquiescencia del emperador de los
franceses, concertó una alianza con Piamonte, elevado a la categoría de reino de Italia. Bismarck contaba con
que cuando llegara la guerra y los prusianos atacaran Austria de frente, los italianos podrían atacarla por la
espalda, invadiendo las provincias que todavía conservaba en Italia.
La guerra contra Austria no era popular en Alemania como lo había sido la guerra contra Dinamarca. Era,
pues, necesario que fuera Austria la que atacara, cosa difícil en una nación acostumbrada más bien a triunfar
defendiéndose. Austria llevó sus quejas a la dieta de Francfort, y allí, en 1866, denunció la convención de
Gastein y propuso la resolución del problema de los Ducados. Al mismo tiempo, Prusia presentó un proyecto
de constitución unitaria de Alemania. La Dieta votó a favor de Austria y Prusia se declaró entonces separada
de la Confederación germánica.
A ello siguió la guerra. Esta vez Prusia sola contra Austria y los demás estados alemanes del Bund. El ejército
prusiano, maravillosamente preparado, y después de varias escaramuzas y marchas y contramarchas, Moltke,
con la batalla decisiva de Sadowa, acabó el 3 de julio de 1866 con la resistencia del Imperio Austríaco. Las
negaciones de paz terminaron con la adquisición por Prusia del Schleswig−holstein. El reino de Hannover, el
electorado de Hesse, Nassau y Francfort. Austria además de perder sus derechos a los ducados, cedía el
Véneto a Italia y quedaba eliminada de Alemania.
Para que no pareciera que se había hecho la guerra con el Bund imperial, de momento se dividió Alemania en
dos grupos de estados: la Confederación del Norte más arriba del río Main, y la Confederación del Sur, con
sólo cuatro estados. Por lo que toca a la Confederación del Norte no había duda de que necesariamente tenía
que ser dirigida por Prusia.
Faltaba una tercera guerra. Bismarck y Moltke pudieron darse cuenta de la fragilidad del segundo imperio
francés y consciente o inconscientemente, prepararon la guerra inmediata.
Esta casi grosería enojó a Guillermo I, pero no hasta el punto de hacerle pensar en la guerra. El embajador
francés lo había visitado en Ems, desde donde telegrafió la noticia a Bismarck. El telegrama de Ems llegó la
noche del 13 de julio al palacio de Wilhelmstrasse en Berlín, donde estaban cenando Bismarck, Moltke y
Roon. Bismarck tomó la pluma y redactó el texto del telegrama real.
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Este telegrama, ni exagerado, ni trucado, como generalmente se dice, fue redactado por Bismarck. Se
comunicó inmediatamente al periódico de la noche, obligándole a hacer una edición especial, y en Berlín se
interpretó como si el rey en Ems ya hubiera dado los pasaportes al embajador de Francia. Todavía hubiera
podido evitarse la guerra examinando el asunto con sangre fría.
Los estados del norte no vacilaron; enseguida declararon la guerra a Francia, y a los pocos días el entusiasmo
se había contagiado asimismo a los cuatro estados que componían la Federación del Sur y estos también
cooperaron con sus contingentes militares.
La guerra franco−prusiana fue una guerra fácil. La primera batalla fue el 2 de agosto, y el 31 un ejército
francés de 81.000 hombres, entre ellos el emperador en persona, se rendía en Sedán al rey de Prusia. Otro
ejército mandado por Bazaine quedaba sitiado en Metz. La fuerza militar de Francia estaba aniquilada por
muchos años. Para castigarla y debilitarla se la despojó de Alsacia y Lorena.
Cimentada la unidad alemana por la victoria, los soberanos de todos los estados de la Confederación del Norte
y los aliados del Sur reconocieron al rey de Prusia como emperador de Alemania. Se le coronó en Versalles.
El Reich o Imperio Alemán dejaba a los antiguos soberanos cierta autonomía, pero quedaban como
feudatarios del rey de Prusia.
• A.A.V.V. Historia Universal Salvat, Salvat editores, 1999.
• A.A.V.V. Historia, bitácora, ediciones SM, Madrid, 1998.
• Pastor Uguena A. Historia del Mundo Contemporáneo, colección Agora XXI, editorial Editex,
Madrid, 2000.
CONTENIDO PÁGINA
Risorgimento y Unidad Italiana...............................................2
Bismarck y Alemania...............................................................6
Bibliografía..............................................................................10
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