IMPRIMIR IMPRIMIR ARTICULO OPINIÓN ARTICULOS Día mundial para la igualdad ESTEBAN ARLUCEA/PROFESOR DE LA UPV La instauración del mecanismo internacional Imprimir Enviar de los días mundiales ostenta una filosof ía predominantemente reivindicativa en pos de la superación de cierto estado de cosas. Bajo esta perspectiva de cambio, se entiende que hacia mejor, tal día mundial es el reconocimiento de una situación a mejorar precisamente porque su presente no es reflejo del trato que debiera ser dispensado. Al socaire de lo anterior, hemos conseguido dedicar casi todos los días del año a causas justas que demandan una alteraci ón a su estado actual. Y cuando digo hemos me refiero a la comunidad internacional, que no es poco decir. Que se alcance un consenso mundial sobre las causas objeto de apadrinamiento por la mayor parte de los días del año no se antoja, precisamente, tarea fácil. Pero ah í está. En este calendario, los 28 de junio están dedicados a la celebración de lo que se ha dado en calificar de 'orgullo gay', en recuerdo de aquel 28 de junio de 1969 en el que tuvo lugar la llamada 'batalla del pub Stonewall' en Nueva York entre policía y gays y lesbianas. Volviendo al hecho reivindicativo, se trata de un día de especial sensibilización en la labor de ir asimilando socialmente la idea de que todas las personas somos diversamente iguales; de que quizá el prefijo griego 'homo' del término homosexual (igual sexo) deba ser sustituido por el sustantivo análogo latino 'homo', cambiando, de este modo, la anterior expresión 'homosexual' por la de igual fonía 'homo sexual' (con dos palabras), locución redundante, si se quiere lo admito-, pero que no califica en nada la vida afectiva de nadie, como primer paso para que no pueda prevalecer discriminación alguna por cualquier condición o circunstancia personal, en definitiva, para no caer bajo innecesarias etiquetas, sobre todo aquéllas que se emplean interesadamente como estigma. Y lo que se pretende alcanzar con las demandas que anualmente convergen en este día mundial es el reconocimiento de la igualdad de todo ser humano cuando no haya razón para que sea de otra forma. Este año, la celebración de este evento viene precedida de declaraciones y manifestaciones inusuales. Su razón de ser radica en el proyecto de ley de reforma del Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio; de un Código Civil, como digo, cuyo cuerpo nuclear data de un ya más que lejano 1888. Son unas manifestaciones públicas fundamentalmente alentadas desde la Iglesia católica bajo la pátina de entidades c ívicas, religiosas (concentración del domingo 12 de junio en Barcelona) o foros de familia, como la más espectacular de la tarde del 18 de junio en Madrid. Sin embargo, creo que en todo este escenario de declaraciones cruzadas hay que introducir elementos de debate a los que escasamente se está haciendo referencia y que precisamente son cruciales a la hora de entender esta novación legislativa que, repito, sólo trata de equiparar en derechos. Por de pronto, y no por obvio ha de dejarse de soslayo, el Parlamento, como depositario de la soberanía nacional, se encuentra elaborando una ley para la sociedad civil; en modo alguno interviene en el llamado Derecho canónico, modificando la similar institución matrimonial que allí se regula desde otros postulados, algunos, en efecto, an álogos, otros, en cambio, no. Dicho esto, los fieles católicos parecen tenerlo muy fácil: seguir al respecto los dictados de los cánones en lugar de los del Código Civil, puesto que el matrimonio en este ámbito es un derecho y no una obligaci ón. Mucho se ha hablado y debatido desde hace unos meses sobre esta institución matrimonial. Que si hunde sus raíces en la misma esencia humana, que si es lo natural entre mujer y hombre, que la comunión de voluntades que se alcanza en su seno es irreproducible bajo otras circunstancias, que en caso de descendencia el esquema madre-padre es el único que garantiza la equilibrada evoluci ón psicosomática del menor, etc étera. Mucho me temo que ninguno de estos argumentos resistiría un serio ejercicio de tuición, resultando muchos de ellos tributarios de una errónea e ideologizada comprensión de la pluralidad que encerramos las personas. Hace poco oíamos en la Comisión de Justicia del Senado declaraciones de un catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense que unía la palabra patolog ía a las personas homosexuales y, tras su intervención, el agradecimiento del senador Angel Conde, en cuyo alegato laudatorio hablaba, ni más ni menos, que de elementos de morbilidad en el comportamiento de estas personas. Decía que asistimos a diario a polémicas sobre la naturaleza de la institución matrimonial cuya apertura a las personas del mismo sexo se debate en las Cortes Generales, y apuntaba grandes ausencias respecto a su reflexión en el ámbito civil. Pasemos a ello. La Constitución señala que «el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica». Dos apuntes al respecto. La Constitución dice que hombre y mujer tienen derecho, cosa diversa a que sólo hombre y mujer tengan derecho, redacci ón esta última que sí cerraría las puertas a la ampliación de posibles sujetos titulares del derecho como se contiene en el proyecto de ley. Y, en segundo lugar, en 1978 el debate en torno a este precepto constitucional se centró fundamentalmente en resaltar la plena igualdad jurídica de los contrayentes, novedad que chocaba con la situación anterior y que se estimó que requería su lugar en el texto fundamental. El año 1978 representó la equiparaci ón en derechos de hombre y mujer en el ámbito matrimonial, as í como 2005 puede representar la equiparación de derechos en este ámbito entre heterosexuales y homosexuales, esto es, entre todos los 'homo sexuales'. El C ódigo Civil es m ás explícito. Siempre referido a hombre y mujer, aspecto no a sustituir sino a complementar con el proyecto de ley en elaboración (se pretende la adición de un párrafo 2º al art ículo 44 del CC que diga: «El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo»), insiste en la igualdad de derechos y obligaciones de los contrayentes, en el deber de respeto y ayuda mutua, de vivir juntos, de guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente, debiendo actuar siempre en interés de la familia. Ante ello, cabe preguntarse si estas pautas de comportamiento que legalmente han de estar presentes en esas relaciones de afectividad y que son el fundamento del matrimonio son subjetivamente universales o no. Creo que ninguna persona, sienta la afectividad que sienta, es incapaz de tales comportamientos, porque precisamente el matrimonio en nuestras normas, es decir, el llamado civil, más se inclina hacia una comunidad de sentimientos que exige ciertas conductas que a una institución exclusivamente surgente entre hombre y mujer cuya única justificación parecería estar en la procreación, la cual, como se ha visto líneas m ás arriba, no se encuentra entre las finalidades del matrimonio regulado en el Código Civil. Creo que en este punto el dictamen del Consejo de Estado de diciembre de 2004 sobre el anteproyecto de ley (en ese momento) que nos ocupa es desacertado cuando considera el principio de heterosexualidad como inherente al matrimonio. A un tipo de matrimonio sí (precisamente el canónico, al que para nada se refiere el proyecto de ley en elaboración), pero no necesariamente a la categoría, como lo pone de manifiesto la posibilidad de contraer matrimonio con cualquier persona en Bélgica y Holanda, categor ía que desde este planteamiento más se caracteriza por las conductas que impone entre los c ónyuges como reflejo de los sentimientos que los unen que por la orientaci ón sexual de los mismos. Enlaces Patrocinados Subir