Polémica Adrados, Comajoan y Del Valle en EL PAIS

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TRIBUNA: DEBATE ¿ESTÁ EN PELIGRO EL CASTELLANO EN CATALUÑA? FRANCISCO RODRÍGUEZ
ADRADOS
Un poco de racionalidad
FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS
EL PAÍS - Opinión - 19-02-2006
Ni hay centros de enseñanza en castellano, ni misas, ni anuncios en los centros oficiales
No sé si queda hueco para un poco de racionalidad. Voy a tratar de evitar el problema general del
Estatuto (¡el tercero, hay quien anuncia el cuarto!), aunque ya sé que todo va a lo mismo: a una
práctica independencia, cubierta por el uso ambiguo de la palabra "nación". Lean el Diccionario
de la Academia. Hay sentidos que sí corresponden a Cataluña, uno que no.
Me limito a las lenguas. No conocemos la redacción definitiva del nuevo Estatuto, pero a juzgar
por la desde el principio flagrante vulneración del artículo 3 de la Constitución española, algo
tolerado por todos los Gobiernos, tendremos más de lo mismo: "Lip service" al castellano y
monolingüismo catalán. De aquello de la obligación de aprender el castellano y derecho a usarlo,
nada de nada. Igual en el País Vasco y Galicia.
Nadie de a pie en Cataluña ha protestado contra el castellano, las dos lenguas se han llevado
siempre perfectamente. En Barcelona se oye tanto catalán como castellano o español, que de los
dos modos se llama. Sólo los políticos ven problema. Y no es, en este planeta, el único país
bilingüe. Es frecuente que en una nación existan una lengua común y otras dos o más en ámbitos
geográficos diversos.
Porque este es el problema: no entre un 50% de castellano-hablantes y un 50% de catalanohablantes, como dicen. Hay una lengua común, un 100% de castellano-hablantes, de lengua
común. ¿Por qué desprecian esa riqueza? ¿Por qué, prácticamente, no la enseñan?
El cambio lingüístico forzado es imposible. En el País Vasco, por ejemplo, los niños hablan en la
escuela en vascuence, en el recreo (el "segmento de ocio" de los pedagogos) en castellano:
español, porque es común a toda España y a gran parte de América, donde con naturalidad así lo
llaman. En fin, por mucha política, mucha legislación, muchos euros empleen para marginar al
castellano, tienen la partida difícil.
En Cataluña, el español va a sobrevivir, aun maltratado. Nadie es, a la larga, capaz de tener éxito
en las imposiciones lingüísticas. Ni Franco ni ellos. Si es que había un problema, hay mil
soluciones: desde la enseñanza bilingüe a las universidades en una u otra lengua, como en
Canadá. Pero no había un problema. Y si el español desapareciera, sería malo para Cataluña más
que para nadie.
De ser parte importante de una nación grande, Cataluña pasaría a ser una especie de Albania. Con
rotura total de la movilidad de las personas y un deterioro total de los servicios, de la vida. Sería
un problema artificial el que habrían creado los políticos, con daño para el pueblo catalán.
Quedaría fuera de las relaciones con todos, algo que en España no querríamos nadie, pienso que
en Cataluña tampoco. Un salto en el vacío.
Y un gran sufrimiento para todos. Ya lo es. En suma, creo que ese daño a un país que es bilingüe,
por el solo hecho de que al lado del catalán haya una lengua materna de muchos y común de
todos, no conviene a nadie. No es racional, es algo construido sobre bases fantasmáticas, sobre un
prejuicio acerca de lo que son una nación y una lengua, de visiones miopes. Hay naciones en
situaciones lingüísticas mucho más complejas. Los catalanes no se lo merecen. Los castellanohablantes en general, tampoco.
Hablan de Cataluña como de un ente esencial cargado de derechos históricos, agraviado, con una
lengua y una cultura que están invadidas. Son como iluminados. Pues no: el castellano o español
es también una lengua catalana, al menos desde el siglo XIV. Son tan propias la una como la otra.
Viven en paz. La cuestión es no utilizar a la una contra la otra, no intentar perpetrar un gloticidio.
Hay ya toda una larga serie de prohibiciones, sin duda irán a más en ese Estatuto, si alguien no lo
detiene. No quedan ya nombres de lugar sospechosos de castellanismo en las carreteras (para que
un extranjero, ignorante de que debe pasar por Lleida, no sepa cómo llegar a Madrid). Quitan el
español de los letreros de las tiendas y de toda la vida urbana, mercantil, popular. Multan al que
los conserva. Hay una policía lingüística, como en ciertos países una policía religiosa.
Ni hay ya centros de enseñanza en castellano, ni misas, ni anuncios en los centros oficiales. El que
no entiende catalán (y a nadie le obliga a ello la Constitución) se siente perdido. Angustiado. Para
que todos desconozcan la existencia de la otra lengua suya, como si fuera extraña. No lo es. El
precio es aislar a Cataluña y a los catalanes dejarlos náufragos, aislados. Dejarán de ir allí los
estudiosos y estudiantes extranjeros, como sucede ya.
Un poco más y Cataluña dejará de ser el primer centro editorial en español, la sede de grandes
periódicos en español, de una vida culta múltiple. Se aislará del mundo científico. Provocará
rechazos detestables. ¡Qué desgracia! Todo un récord en la historia de la persecución lingüística
(el País Vasco y Galicia se le acercan).
No admitirán, pretenden, a españoles de otras regiones como jueces, médicos o funcionarios.
Para mejor dividir a España, para aislarse, asfixiarse en la endogamia. No admitirán a nadie sin
apellido catalán para las consellerias y todo eso. Y ya tienen o pretenden tener tribunales, espías,
multas, contra los que hablan o escriben en español. Inquisición lingüística, diríamos. Leo que
hasta entre los escolares habrá espías y denunciantes. No acabo de creérmelo.
Por favor, reflexionen esos dirigentes a dónde llevan de pobreza y aislamiento a un sociedad culta
y múltiple. ¿Qué locura es esa? ¿Quieren romper lazos personales, culturales, mercantiles?
¿Hacer una prohibición como la de la antigua Paestum, en Italia? Cuando los oscos la
conquistaron, prohibieron hablar griego, ¡salvo un día al año, el día de la gran fiesta (algo así
como el día de Santiago)! Todos sabían griego. Como todos saben español, en Cataluña y en toda
España.
Por favor, reflexionen los que inducen a esto y coaccionan a todos para que les voten. Aunque
algunos lo hagan por la razón que sea, lo cierto es que, en lo hondo de su corazón, nadie apoya
esto en España (ni izquierdas ni derechas). Creo que en Cataluña tampoco. ¿En qué lengua van a
hablar con los separatistas de otras regiones? ¿En inglés? Lo dudo.
Llegará un día, si siguen así las cosas, en que pase en Cataluña lo que me pasó una vez en Gante
con el francés, en el que yo me dirigía a un flamenco: simularán que no saben español. O quizá no
lo sabrán ya. Pero las lenguas pueden conservarse largamente en las catacumbas. Salen de ellas
con el tiempo: como hizo el propio catalán. A la larga esa batalla la tienen perdida.
Los catalanes saben el español tan bien como nosotros. Desde el siglo XIV, las isoglosas del
catalán son, las más, comunes con el castellano o español (luego fue "purificado", "normalizado"
por Pompeu Fabra). Se hablaba allí ya entonces, se sigue y seguirá hablando, aunque en ciertos
ambientes haya una gran presión para que los catalanes no hablen en español. Ni los demás: para
que yo y el taxista de Jaén hablemos en catalán (lo oí proponer a alguien importante, no exagero).
En el trato personal, todavía hay respeto y cortesía.
Señores políticos catalanes: eso que están imponiendo a los catalanes (y a los españoles todos) es
una represión y un empobrecimiento, algo fuera de toda racionalidad. Nuestro siglo no se lo
merece, España (que incluye a Cataluña), tampoco. Todos hemos convivido, nos hemos ayudado,
seguimos haciéndolo. Con el griego, el latín, el ibero, hablábamos la misma lengua. No había
suevos ni tartesios entre ustedes, tampoco una provincia Catalonia (la Tarraconense llegaba hasta
Lugo). Luego hubo dos lenguas emparentadas que convivían perfectamente. Ustedes se unieron a
Aragón, luego a Castilla, mediante bodas y tratados (no guerras). Vinieron a ayudarnos, frente al
moro, en las Navas de Tolosa. Nadie les obligó. Aprendieron español porque les era útil. Así se
difunden las lenguas.
Desde entonces, Cataluña es bilingüe, no impongan cosas forzadas. Ni en el corazón ni en la
lengua se manda. Respeten los hechos, dejen un hueco para la reflexión, abandonen esa pasión
mal razonada. Pierden, perdemos todos. ¿Va a perder ahora Cataluña el sentido de lo práctico?
Los hechos son verdades duras, ya lo dijo Lenin. Y un poco de racionalidad, es necesaria. Siempre
la ha tenido el pueblo catalán. Debemos no perderla ninguno.
Francisco Rodríguez Adrados es miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia.
TRIBUNA: LLORENÇ COMAJOAN y JOSÉ DEL VALLE
Lengua y "racionalidad"
LLORENÇ COMAJOAN y JOSÉ DEL VALLE
EL PAÍS - Opinión - 09-03-2006
No hay sociedad humana en la que el lenguaje no sea motivo de reflexión e incluso, con harta
frecuencia, de enconado debate. Sí, el afán por hurgar en las cosas de la lengua y del habla, por
definir su naturaleza, por regular y controlar su uso, es sin duda universal. Y no nos creamos que
este deseo asalta sólo a los expertos. Al contrario, el lenguaje es uno de esos objetos (como el
sexo) sobre los cuales todo el mundo se cree que "sabe" porque todos lo practican. Ante la
ubicuidad de lo metalingüístico, conviene recordar que a poco que uno arañe la superficie de tales
debates, se encuentra inevitablemente con anhelos y ansiedades que pertenecen a otros órdenes,
con problemas que van más allá, y mucho, del quién debe hablar cómo, cuándo y dónde.
Efectivamente, como objeto de polémica, la lengua es siempre metafísica de algo más. En
consecuencia, dada la relevancia económica, política y social de las cosas del lenguaje, nos parece
sanísimo que los especialistas en su estudio (entre los cuales se encuentran los lingüistas) se
sumen a otros "lenguólogos" y hagan incursiones en aquellos espacios donde se negocia este tipo
de discrepancias, aumentando así (ojalá) no sólo la cantidad, sino también la calidad de la
práctica democrática que se asienta sobre la esfera pública.
Suponemos que este espíritu de debate fue lo que inspiró la inclusión en las páginas de opinión de
EL PAÍS (24 de febrero de 2006) de sendos artículos de Miquel Siguán y Francisco Rodríguez
Adrados sobre la realidad lingüística catalana. Nada hay que objetar (muy al contrario) a tal
iniciativa y nada hay que objetar tampoco a la convergencia en ese espacio de individuos que
representan distintos campos del saber: un sociolingüista y un historiador. Con todo, para evitar
relativismos excesivos sería saludable apuntar ciertas diferencias fundamentales que les confieren
(o les deberían conferir) a ambos artículos un valor muy diferente en los debates públicos que en
España se libran sobre la cuestión lingüística.
Rodríguez Adrados tituló su artículo Un poco de racionalidad. Veamos. Menciona una posible
solución a la cuestión lingüística en Cataluña haciendo referencia al caso del bilingüismo
universitario en Canadá. ¿Acaso se olvidó Rodríguez Adrados de mencionar la política lingüística
de este país, la situación sociolingüística de Quebec o la potente ley 101? ¿Estará familiarizado con
la bibliografía que compara el caso catalán y el quebequés? Nos advierte también de que "si el
español desapareciera, sería malo para Cataluña. De ser parte importante de una nación grande,
Cataluña pasaría a ser una especie de Albania". Hacer tal afirmación a estas alturas sin referencia
a los estudios fiscales sobre la economía catalana y española y a los ensayos sociolingüísticos
publicados a raíz de la llamada hipótesis de la independencia de Albert Branchadell es pura
demagogia. ¿Rigor factual? Rodríguez Adrados dice que no hay español en los letreros de las
tiendas en Cataluña, que se multa al que pone letreros en español y que "ni hay ya centros de
enseñanza en castellano, ni misas, ni anuncios en los centros oficiales". Cualquier persona que
haya pasado más de un fin de semana en Cataluña se echará a reír al leer tales afirmaciones.
En cuanto al uso del catalán en la enseñanza (vamos a dejar las misas para otro día), la ley de
política lingüística en Cataluña aprobada en el año 1998 establece que el catalán es la lengua
vehicular de la enseñanza primaria y secundaria (no de la universitaria). Lo irónico de la polémica
es que mientras que unos denuncian la persecución del castellano en el sistema educativo catalán,
cualquier persona que tenga hijos o hijas escolarizados en el sistema de secundaria en Cataluña
sabe que gran parte de las clases no se hacen en catalán (como estipula la ley), sino en castellano.
De nuevo, un repaso a la bibliografía sociolingüística nos podría ser útil, ya que la brecha entre
legislación e implementación lingüística es un tema casi clásico dentro de la disciplina (por
ejemplo, la brecha entre la legislación a favor de las lenguas indígenas en Suramérica y su difícil
implementación).El colofón del artículo de Rodríguez Adrados es una condensada historia de la
convivencia lingüística en España. Según el historiador, los catalanes fueron a ayudar a los
castellanos "frente al moro" y de resultas aprendieron el castellano; es más, nadie obligó a nadie,
"aprendieron porque les era útil. Así se difunden las lenguas". De nuevo, cualquiera con
conocimientos de sociolingüística podría rebatir este argumento con algunos contraejemplos
(lenguas célticas, lenguas en Hawai, por no hablar de la convivencia de las lenguas indígenas y el
español en América). La tesis que sostiene que la extensión de las "grandes" lenguas es producto
de su utilidad y no de su inserción en un sistema de relaciones de poder está asociada con una
ideología neoliberal cada vez más disputada. La ideología de la utilidad (y rentabilidad) lingüística
padece de varios problemas. El primero es el presentismo, es decir, fijarse sólo en el presente sin
atender a la configuración histórica de la comunidad política en cuestión, España, en el caso que
nos ocupa. Abundan en nuestros días referencias a la utilidad del español frente a otras lenguas.
Pero ¿por qué no nos paramos a pensar cómo el español ha llegado a ser tan útil?
Paradójicamente, muchos de los defensores de la utilidad del español defienden su preservación
en Puerto Rico como importante elemento constituyente de la identidad hispánica (se ve que en
algunos casos, los rasgos identitarios de las lenguas valen, y en otros, no). ¡Ojo con el argumento
de la utilidad en situaciones de contacto español-inglés! El segundo problema es el de la profilaxis
histórica (Rodríguez Adrados lo llamaría "racionalidad"). En el artículo, el historiador torpemente
simplifica la historia de la "convivencia" de lenguas en la península Ibérica desde el siglo XIV.
Dice que las dos lenguas coexistieron desde esos días, lo cual, aunque es parcialmente cierto,
esconde un anacronismo al trasladar la situación actual (con Estados-nación bien definidos y con
políticas lingüístico-culturales específicas) al mundo del siglo XIV (una situación mucho más
diversa, por cierto, de lo que a Rodríguez Adrados le hubiera gustado). Finalmente, el tercer
problema es el del fait accompli, es decir, lo hecho, hecho está, ¿qué se le va a hacer? En Cataluña
todos entienden el castellano; es así y punto.
No pretendemos descalificar la posición de Rodríguez Adrados contrastándola con una supuesta
arcadia científica y racional creada por la sociolingüística. Como en cualquier disciplina, hay
polémicas, y en ellas tienen cabida desde la milonga lacrimógena de las lenguas en peligro y el rap
panegírico de las jergas pandilleras hasta el pasodoble posmoderno que, a ritmo de guaguancó,
nos canta las glorias y conquistas del español. Como las hay en la propia sociolingüística catalana,
ya sea en torno a las metodologías, a la definición de términos ("normalización", "lengua propia",
"lengua habitual", etc.), a la perspectiva internacional de la sociolingüística, a la educación de los
inmigrantes. Pero pensamos que el principal problema en el debate en torno al catalán radica en
la dificultad de que los discursos más sobrios (aunque representen posiciones discrepantes)
converjan en la esfera pública. En este sentido, lo que en EL PAÍS parecía presentarse como un
"diálogo" acabó siendo una demostración de la imposibilidad del mismo al plantar ante el lector el
profundo contraste entre la racionalidad de las observaciones de Miquel Siguan (que por serlo, no
dejan de ser debatibles) y, contra lo sugerido por su título, la "emotividad" de las de Francisco
Rodríguez Adrados (que por serlo, no dejan de ser relevantes).
Llorenç Comajoan Colomé es profesor en Middlebury College y la Universidad de Barcelona, y José del Valle
es profesor en la City University of New York.
CARTAS AL DIRECTOR
Respuesta de Rodríguez Adrados
Francisco Rodríguez Adrados - Madrid
EL PAÍS - Opinión - 13-03-2006
Mi artículo del 19-II Un poco de racionalidad ha provocado una respuesta de los señores
Comajoan y Del Valle (EL PAÍS, 9-III). Gracias les doy por su atención, igual que al señor Siguán,
que siguió una línea diferente de la mía en el mismo periódico del 19-II (lo acepté cuando EL
PAÍS me lo propuso). Luego han venido varios más. No tengo más remedio que explicarme e
insistir.
Muchas de las cosas que dicen mis críticos yo las firmaría, en realidad las dije ya. Seguirá el
bilingüismo de castellano y catalán. Lo de Albania es exagerado porque, precisamente, el
castellano seguirá. Y no dije que nadie pusiera multas por hablar castellano. Continúa en las
relaciones personales mucho de la antigua normalidad. Lo dije.
Pero todos mis críticos olvidan el tema esencial: la persecución legal, social y política del
castellano hoy, su erosión, que dice Boadels. Su conversión en una lengua hablada de bajo nivel
(oficial, ninguno).
Porque los letreros en castellano en Cataluña son resto del pasado, ahora les ponen multas; lean
los periódicos esos catalanes radicados en Massachusetts y Nueva York. Y si algunos escamotean
la inmersión lingüística (ya lo decía yo), éste no es un argumento, salvo para que sea erradicada
por antinatural y forzada. Y nadie ha refutado lo de que exigen o quieren exigir el catalán para mil
cosas. Ni lo de la presión social para que se hable sólo en catalán en toda clase de reuniones (y en
el Parlamento). Nadie ha refutado que el castellano o español no es sólo la lengua de un grupo y la
lengua oficial de España: es la lengua común, general, de toda España, propia de todos. Esto no
quieren oírmelo.
Había libertad, ahora crece la agresión de los fanáticos. Ésta es la realidad, ¿por qué la esconden.
CARTAS AL DIRECTOR
Respuesta de Comajoan y Del Valle
Llorenç Comajoan Colomé y José del Valle
EL PAÍS - Opinión - 20-03-2006
Damos la bienvenida y agradecemos también la respuesta (EL PAÍS, 13 de marzo de 2006) de
Rodríguez Adrados a nuestro artículo Lengua y "racionalidad" (EL PAÍS, 9 de marzo de 2006).
El filólogo nos reprocha que "olvidamos el tema esencial: la persecución legal, social y política del
castellano hoy", y escribe además que nadie ha refutado dos argumentos: que se exige o quiere
exigir el catalán "para mil cosas" y que el castellano es "la lengua común, propia de todos".
Primero, invitamos al señor Rodríguez Adrados a que se lea una cartelera de cualquier ciudad en
Cataluña o la parrilla de televisión y entienda la distorsión que es hablar de "la persecución del
castellano" en Cataluña.
Segundo, lo vago de las "mil cosas" nos impide saber a qué se refiere exactamente, pero
suponemos que habla, de nuevo, de la cuestión de los carteles, las misas y el sistema educativo.
Basta aquí aducir que el uso exclusivo del catalán no es requisito, ni mérito, ni práctica en ningún
ámbito de la sociedad catalana. Se valora el conocimiento del catalán y se fomenta la rotulación
en esta lengua (y que conste que las normas no exigen la rotulación sólo en catalán, sino en
catalán como mínimo).
Tercero, que el español es la lengua común de todos los españoles, y de muchos pueblos a ambos
lados del Atlántico, es un hecho incuestionable, desde luego. Que se ha llegado a esa situación en
buena medida por coerción, también. Pero para entender estas polémicas hay que notar que la
lengua común, convertida en tópico, ha sido instrumentalizada: tanto en las refriegas territoriales
españolas (donde, ciertamente, también se han instrumentalizado el catalán, el gallego y el vasco)
como en la promoción de la hispanofonía mercantil. Digámoslo de manera simple: el que
compartamos el conocimiento de una lengua común no implica que tengamos la obligación de
sentirla como propia. Por ejemplo, el catalán y el gallego forman parte importante de nuestros
respectivos repertorios lingüísticos, y esto no ha impedido que nos hayamos dedicado durante ya
muchos años a enseñar el castellano en Estados Unidos y España, ni que seamos conscientes del
gran valor que para nosotros ha tenido esta lengua. Lo que sí queremos señalar es que el abrazo
acrítico del neoliberalismo lingüístico, la idea de que unas lenguas son más "útiles" que otras y,
por tanto, su extensión o imposición debe ser aceptada sin más, sería peligroso si se adoptara
como pilar central de la política lingüística española. Sería un incómodo compañero, por ejemplo,
de la diversidad cultural defendida desde el ministerio de Cultura.
Como en su artículo original, a medida que avanza el escrito del profesor Rodríguez Adrados,
parece aumentar su nivel de adrenalina, y esta vez acaba con un "había libertad, ahora crece la
agresión de los fanáticos". El contraste entre los ambiguos "antes" y "ahora" no deja más clara la
posición ideológica del filólogo: en el pasado, el español se extendió por España y las Américas en
plena libertad, sin coaccionar a nadie, mientras que ahora el catalán se impone a la fuerza. Una
lectura más contemporánea del "antes" y el "después" de Rodríguez Adrados lo entronca con las
ideas negacionistas de la represión del catalán y otras lenguas en nuestro siglo. Desde nuestra
perspectiva, durante ciertos "antes" hubo muchísima más represión que "ahora".
Finalmente, no nos sentimos en absoluto identificados con esos fanáticos a los que alude (y que
sin duda los habrá). Estos dos profesores de lingüística (catalán uno, gallego el otro) llevamos
mucho tiempo dedicados a dar clases de español y otras disciplinas en Estados Unidos y España,
poniendo en práctica nuestro bilingüismo y promoviendo una diversidad lingüística que
signifique tolerancia y que, creemos, se fomenta practicándola y no aplastándola con argumentos
supuestamente racionales.
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