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FOLLETO SOBRE RUANDA, Mayo de 1998
[Índice AI: AFR 47/19/98/s]
Hacer frente a la verdad:
Preocupaciones de Amnistía Internacional sobre Ruanda
INTRODUCCIÓN
Ruanda sigue atrapada en un ciclo de violencia. Cuatro años después del genocidio en el
que al menos un millón de personas perdieron la vida, el derramamiento de sangre aún no ha
cesado. Familias enteras están siendo eliminadas, y multitud de civiles, tanto tutsis como hutus,
están siendo asesinados cruelmente.
Esta violencia no es inevitable. La población tanto de Ruanda como de otros países puede
ayudar a cambiar la situación. El gobierno ruandés puede hacer más por proteger los derechos
humanos, y los dirigentes de los grupos armados de oposición pueden impedir las matanzas de
civiles desarmados. Los gobiernos y los habitantes del resto del mundo pueden garantizar que la
comunidad internacional no da de nuevo la espalda a Ruanda.
Como organización internacional no gubernamental de derechos humanos, Amnistía
Internacional trabaja para que en todos los países se respeten las mismas normas reconocidas
internacionalmente.
Este folleto tiene como objetivo exponer las preocupaciones de Amnistía Internacional
respecto a Ruanda, resumir las cuestiones principales de derechos humanos y abordar algunos de
los asuntos debates que se están debatiendo, como: ¿qué podría haber hecho la comunidad
internacional para poner fin al genocidio?; ¿se hará justicia alguna vez?; ¿cómo pueden protegerse
los derechos humanos en Ruanda hoy día?
Al responder a estas preguntas, este folleto responde también a algunas de las críticas de
las que ha sido objeto el trabajo de Amnistía Internacional sobre Ruanda.
TEXTO PRINCIPAL:
El genocidio de 1994
Entre abril y julio de 1994, más de un millón de personas murieron en un genocidio
organizado por elementos extremistas del gobierno y las Fuerzas Armadas Ruandesas (FAR),
dominados por hutus. Muchos de estos homicidios fueron cometidos por la milicia conocida como
interahamwe. La mayoría de las víctimas pertenecían a la minoría étnica tutsi, pero también
murieron miembros de la mayoría étnica hutu que no apoyaban a los extremistas o eran
considerados como opositores políticos.
La comunidad internacional debe aceptar su responsabilidad en el genocidio. Los
suministros de armas procedentes de compañías francesas, chinas y sudafricanas, y el respaldo
político de varios países extranjeros al gobierno del presidente Habyarimana ayudaron a los
extremistas a obtener el poder político y militar. Durante el genocidio, los autores de las matanzas
recibieron armas de Albania e Israel en envíos organizados por comerciantes afincados en el
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Reino Unido. La comunidad internacional no reaccionó a las señales de alarma previas al estallido
de violencia, y las fuerzas de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas se retiraron de
Ruanda en el momento culminante de las matanzas.
El genocidio llegó a su fin cuando un grupo de oposición armada dominado por tutsis, el
Frente Patriótico Ruandés (FPR), se hizo con el poder en julio de 1994. El nuevo gobierno
formado por este grupo se enfrentaba a enormes desafíos. Miles de personas habían perdido a
familiares; muchos habían perdido incluso a toda su familia. Hoy día, el recuerdo de la masacre
sigue vivo entre los supervivientes.
Los miembros del FPR también dieron muerte a muchos civiles en 1994, aunque sus
ataques no alcanzaron la escala de las matanzas llevadas a cabo por las fuerzas leales al gobierno.
Es preciso que los responsables del genocidio de 1994 comparezcan ante los tribunales
para así castigar uno de los crímenes más atroces contra la humanidad. Los homicidios cometidos
por el FPR deben ser asimismo investigados, y sus autores deben ser llevados ante la justicia.
No obstante, a menos que todos los acusados disfruten del derecho internacionalmente
reconocido a ser juzgados con las debidas garantías, y a menos que se restaure el respeto por los
derechos humanos en el país, los resentimientos y divisiones que han desgarrado la sociedad
ruandesa en el pasado seguirán desgarrándola en el futuro.
130.000 presos — ¿qué esperanza hay de justicia?
Actualmente, las prisiones de Ruanda albergan a unos 130.000 presos acusados de cargos
relacionados con el genocidio. Muchos de ellos llevan recluidos varios años sin haber sido
juzgados, y permanecen hacinados en prisiones cuyas condiciones constituyen en muchos casos
un peligro para su vida. Por ejemplo, en febrero de 1998 la Prisión Central de Kigali contaba con
un número de presos que superaba en casi cuatro veces su capacidad. Las condiciones de muchos
centros locales de detención (cachots) son aún peores, y los detenidos sufren sistemáticamente
palizas y otras formas de malos tratos.
Aunque se cree que muchos de los detenidos son culpables, también se cree que una gran
parte de ellos son inocentes. En algunos casos, la acusación de haber participado en el genocidio
parece haberse utilizado para detener a personas por otros motivos, por ejemplo en el contexto de
conflictos de tierras o porque se creía que esas personas eran opositores al gobierno actual. A
muchos de los detenidos ni siquiera se les ha abierto un expediente.
Ruanda ha ido reconstruyendo gradualmente su sistema de justicia, destruido casi por
completo en 1994. Los juicios contra los acusados de genocidio dieron comienzo en diciembre de
1996 y, hasta el momento, se ha juzgado a más de trescientas personas. Sin embargo, muchos de
esos juicios no han cumplido las normas internacionales relativas a la celebración de juicios con
las debidas garantías. En 1997, menos de la mitad de los acusados contaban con un abogado. En
muchos casos, los testigos no estuvieron presentes en los juicios, y a algunos testigos de la defensa
los amenazaron y les impidieron presentarse a declarar.
Amnistía Internacional pide que los acusados de genocidio sean juzgados sin demoras y
con las debidas garantías. Los que sean declarados culpables deben ser sentenciados de acuerdo
con la gravedad de su delito; los que se encuentran detenidos sin que existan pruebas en su contra
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deben ser liberados.
¿Cómo se castiga el genocidio?
La rabia y el deseo de venganza de muchos habitantes de Ruanda, especialmente las
víctimas del genocidio y sus familiares, han dado lugar a un apoyo generalizado a la pena de
muerte. En mayo de 1998, más de cien personas habían sido condenadas a muerte. El 24 de abril
de este mismo año, 22 personas fueron ejecutadas públicamente; las suyas fueron las primeras
ejecuciones judiciales de individuos declarados culpables de participar en el genocidio. Muchos
de los ejecutados no habían disfrutado de un juicio con las debidas garantías.
Amnistía Internacional reconoce que, para Ruanda, resulta difícil, tanto política como
emocionalmente, abordar la cuestión del castigo que debe imponerse a los autores de los terribles
crímenes de 1994. Sin embargo, la ejecución de las personas declaradas culpables de participar en
el genocidio no traerá consigo una solución ni reducirá las tensiones. Por el contrario, las
ejecuciones embrutecerán aún más a una sociedad que está tratando de superar el recuerdo de unas
atrocidades demasiado recientes.
Amnistía Internacional se opone de forma incondicional a la pena de muerte, que
constituye una violación del derecho a la vida autorizada por el Estado. La pena capital debe
excluirse incluso para los individuos declarados culpables de desempeñar un papel destacado en el
genocidio.
Refugiados ruandeses en Zaire — atrapados en el ciclo de violencia
Tras el genocidio, más de un millón de refugiados huyeron desde Ruanda al vecino Zaire,
más tarde rebautizado como República Democrática del Congo. Entre ellos se encontraban
algunos de los dirigentes políticos y militares que habían participado en el genocidio y que se
hicieron con el control de los campos de refugiados del este de Zaire.
A finales de 1996, los campos fueron atacados y miles de refugiados fueron asesinados
simplemente como «culpables por asociación» con los elementos armados de los campos. Estas
matanzas fueron cometidas por un grupo de oposición armada de Zaire encabezado por
Laurent-Désiré Kabila, la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación de Congo-Zaire
(AFDL), y por miembros del nuevo ejército de Ruanda, el Ejército Patriótico Ruandés (EPR).
Desde entonces, el general de división Paul Kagame, vicepresidente y ministro de Defensa de
Ruanda, ha reconocido el destacado papel del EPR en estos ataques.
Las nuevas autoridades de la República Democrática del Congo bloquearon la
investigación que estaba llevando a cabo la ONU sobre estas matanzas. Mientras tanto, sigue sin
conocerse toda la verdad y los responsables de estos graves abusos siguen sin comparecer ante la
justicia.
Una nueva guerra civil en Ruanda
En las regiones noroccidentales de Ruanda, los grupos armados de oposición y el EPR
libran una guerra brutal. La inmensa mayoría de las víctimas son civiles; millares de ellos han
muerto desde 1996. La mayoría pertenecen a grupos sociales vulnerables: desplazados, mujeres,
niños y ancianos que no pueden huir.
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Se cree que entre los grupos armados de oposición se encuentran miembros del anterior
ejército y de las milicias interahamwe que participaron en el genocidio. Los grupos lanzan
regularmente ataques despiadados contra los civiles, por ejemplo en aldeas, autobuses y campos
de desplazados. El 11 de diciembre de 1997, un grupo de oposición hutu atacó un campo de
refugiados de Mudende, en Gisenyi, y dio muerte a unos trescientos refugiados, la mayoría de
ellos tutsis de la República Democrática del Congo. Este incidente constituye la matanza aislada
más grande cometida por grupos armados de oposición de que se ha tenido conocimiento desde
hace más de dos años. Una mujer que se encontraba en la clínica del campo recuerda: «Los
atacantes llegaron a la clínica. Allí había más de cien refugiados. Me escondí bajo la mesa y me
quedé allí hasta la mañana siguiente. Fui la única superviviente». Su hijo y sus dos nietas de corta
edad murieron en el ataque.
El EPR ha respondido a estos ataques de los grupos armados de oposición con
operaciones militares de registro a gran escala durante las cuales los soldados del gobierno han
ejecutado extrajudicialmente a numerosos civiles desarmados; poblaciones enteras han sido
borradas del mapa. Por ejemplo, el 11 de enero de 1998 y los días posteriores, más de trescientos
civiles desarmados —hombres, mujeres y niños— fueron abatidos a tiros por soldados del EPR
durante una operación militar en la aldea de Keya, en Rubavu, Gisenyi. La aldea quedó vacía. Este
tipo de ataques del EPR, que se han cobrado las vidas de centenares de civiles, se han repetido con
regularidad.
Esto quiere decir que ambos bandos del conflicto violan los principios básicos de la ley
humanitaria, expuestos en los Convenios de Ginebra de 1949.
Algunas autoridades gubernamentales han justificado los ataques del EPR contra civiles
afirmando que dichos civiles apoyan a los insurrectos o que los individuos descritos como civiles
son en realidad insurrectos. Algunas autoridades gubernamentales han acusado a los habitantes del
noroeste de Ruanda de respaldar a la oposición armada y les han advertido que deberán atenerse a
las consecuencias.
Amnistía Internacional admite que el gobierno ruandés tiene el deber de defender al país
frente a los ataques de los grupos armados. Sin embargo, eso no otorga a las fuerzas de seguridad
el derecho de matar a civiles desarmados que no participan en las hostilidades o de cometer otras
violaciones de derechos humanos.
Amnistía Internacional ha sido acusada de tomar partido en favor de los insurrectos. Esa
acusación no es cierta. La organización condena enérgicamente los abusos contra los derechos
humanos cometidos por todas las partes del conflicto, y pide tanto al gobierno de Ruanda como a
los grupos armados de oposición que respeten los principios del derecho humanitario y garanticen
que no se permitirán, en ninguna circunstancia, las matanzas de civiles.
La violencia oculta: las «desapariciones»
Desde finales de 1997, los informes sobre personas «desaparecidas» en distintas partes de
Ruanda se han hecho cada vez más frecuentes. Muchas de las víctimas son individuos que
procedían del noroeste del país. Algunos de ellos estaban en poder de soldados cuando se les vio
por última vez, y es posible que se encuentren en campamentos militares. Sin embargo, las
autoridades niegan el acceso a los centros militares de detención, por lo que resulta imposible
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determinar el paradero de estos «desaparecidos».
En otros casos no se ha podido establecer ni la identidad de las víctimas ni la de los
responsables de la «desaparición». Se han encontrado cadáveres —algunos de ellos mutilados—
en diversos lugares, incluida la capital, Kigali, pero las circunstancias de la muerte de esos
individuos sigue siendo un misterio.
También han «desaparecido» algunas personalidades destacadas. Por ejemplo, a Ladislas
Mutabazi, fiscal de Gisenyi, no se le ha vuelto a ver desde enero de 1998. Juvénal Bagarirakose,
ex maestro que colaboraba en proyectos de resolución de conflictos no violentos, «desapareció»
también ese mismo mes. Se teme que los dos estén muertos.
El gobierno ha asegurado que los casos de «desaparición» son investigados. Sin embargo,
los resultados de esas investigaciones rara vez se hacen públicos, y los familiares de los
«desaparecidos» siguen sin saber nada de sus seres queridos.
Protegidos por el silencio
Las violaciones de derechos humanos cometidas por las actuales fuerzas de seguridad
ruandesas siguen, en gran medida, sin ser conocidas. Muchos medios de comunicación tanto
nacionales como internacionales retratan la situación de una forma incompleta y parcial. Informan
sobre los homicidios cometidos por los grupos armados de oposición, pero rara vez sobre los
cometidos por el Ejército Patriótico Ruandés (EPR). Además, algunos de los homicidios
cometidos por soldados del EPR se han atribuido públicamente a los grupos armados de
oposición, con lo cual se perpetúa la noción errónea de que sólo uno de los bandos es responsable
de estas atrocidades.
Muchas zonas del noroeste de Ruanda son en estos momentos inaccesibles a causa de la
situación del país, lo cual dificulta enormemente la supervisión y las investigaciones
independientes. Además, el gobierno ejerce un fuerte control sobre la información que los medios
de comunicación publican acerca de la guerra civil. En la actual atmósfera de terror, la verdad está
siendo silenciada.
Quienes expresan opiniones críticas o independientes o quienes hablan de las violaciones
de derechos humanos cometidas por el EPR corren peligro de ser víctimas de ataques y de ser
calificados de interahamwe, término que ahora se utiliza para designar a cualquier persona
considerada como una amenaza para el actual gobierno. De igual modo, quienes denuncian los
abusos contra los derechos humanos cometidos por los grupos armados de oposición corren el
riesgo de morir a manos de estos grupos por «colaborar» con las autoridades. La población se ve
así atrapada en su propio silencio.
El papel de la comunidad internacional
Una vez puesta de relieve la incapacidad de la comunidad internacional para impedir el
genocidio de 1994, se han tomado algunas medidas para garantizar que el delito de genocidio no
queda impune. La ONU ha creado un tribunal penal internacional encargado de procesar a los
principales organizadores de ese genocidio. Además, se ha proporcionado ayuda extranjera al
poder judicial ruandés para que pueda hacer frente al enorme desafío que supone enjuiciar a una
cifra tan elevada de acusados.
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Tras el genocidio, la ONU estableció una Operación de Derechos Humanos en Ruanda
entre cuyas tareas se encontraba la vigilancia de la situación de los derechos humanos. Sin
embargo, en mayo de 1998 el futuro de esta Operación parecía incierto, ya que el gobierno
ruandés parecía reacio a permitir que continuara con su labor de vigilancia.
Aunque Amnistía Internacional considera satisfactorias estas iniciativas de la comunidad
internacional, también lamenta que muchos gobiernos estén haciendo caso omiso de las graves
violaciones de derechos humanos cometidas por las actuales fuerzas de seguridad de Ruanda y
que estén limitándose a condenar los abusos cometidos por los grupos armados de oposición.
Parece que algunos gobiernos cuya política exterior apoya enérgicamente al gobierno de Kigali,
como Estados Unidos, Reino Unido o Uganda, consideran que no es conveniente reconocer la
verdad sobre la situación de los derechos humanos en Ruanda.
Y lo que es peor, algunos gobiernos extranjeros han contribuido a que se cometieran
violaciones de derechos humanos. Según los informes, empresas y ciudadanos de diversos países,
como China, Israel, Rumanía y Sudáfrica, han proporcionado material militar al EPR, en
ocasiones a través de Estados vecinos. Los grupos armados de oposición se han apoderado de
armas y munición del EPR y han obtenido armas ligeras mediante el tráfico ilegal en la región de
los Grandes Lagos, a pesar del prolongado embargo de armas impuesto por la ONU contra las
anteriores fuerzas armadas ruandesas. Estas transferencias de material militar pueden contribuir a
que se cometan nuevos abusos contra los derechos humanos y, por lo tanto, es preciso impedirlas.
Muchos gobiernos —por ejemplo, los de Tanzania, la República Democrática del Congo y
Gabón— han repatriado a refugiados ruandeses que se encontraban en sus territorios, a pesar de
que estaba claro que no podía garantizarse la seguridad de estos refugiados en Ruanda. En algunos
casos, los refugiados repatriados han «desaparecido» o han muerto de forma violenta. Todos los
gobiernos tienen la obligación internacional de no devolver a refugiados a países en los que
puedan correr peligro de sufrir violaciones graves de derechos humanos.
El trabajo de Amnistía Internacional
Amnistía Internacional es una organización internacional no gubernamental que trabaja
contra las violaciones de derechos humanos en todo el mundo. Cuenta con miembros y oficinas en
todos los continentes, incluidas diez Secciones nacionales en África.
La investigación sobre las violaciones de derechos humanos la lleva a cabo el Secretariado
Internacional en Londres. En el caso de Ruanda —al igual que en el de otros países del resto del
mundo— Amnistía Internacional recibe información de una amplia variedad de fuentes tanto de
dentro como de fuera del país. Además, Amnistía Internacional realiza visitas periódicas a
Ruanda, donde se reúne con víctimas y testigos de abusos contra los derechos humanos y con
organizaciones locales e internacionales. La organización mantiene asimismo conversaciones con
representantes del gobierno para debatir la forma de proteger y promover los derechos humanos.
Amnistía Internacional sólo hace pública la información una vez que ha hecho todos los
esfuerzos posibles por confirmarla y verificarla. Si esa verificación resulta demasiado difícil, la
organización hace constar esa incertidumbre en sus informes. A pesar de las dificultades para
llevar a cabo labores de investigación en las regiones afectadas por el conflicto armado, Amnistía
Internacional ha podido reunir información sobre una amplia variedad de abusos contra los
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derechos humanos cometidos tanto por los grupos armados de oposición como por las fuerzas de
seguridad.
Amnistía Internacional nunca guardará silencio sobre los abusos contra los derechos
humanos, independientemente de la identidad de los autores o las víctimas. La violencia no es
inevitable y, para ponerle fin, es preciso contar la verdad. Se puede cambiar la situación con la
ayuda de individuos y organizaciones del propio país y de fuera de él; Amnistía Internacional hace
un llamamiento general para que todos ellos contribuyan a lograr un futuro más pacífico para
Ruanda.
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Selección de informes de Amnistía Internacional sobre Ruanda:
- En junio de 1998 se publicará un nuevo informe (AFR 47/23/98)
- Civilians trapped in armed conflict. Diciembre de 1997 (AFR 47/43/97)
- Nadie habla ya de ello. Casos de llamamiento. Octubre de 1997 (AFR 47/31/97/s)
- Poner fin al silencio. Septiembre de 1997 (AFR 47/32/97/s)
- Ruanda: Juicios injustos: justicia denegada. Abril de 1997 (AFR 47/08/97/s).
- Ruanda: Se olvidan los derechos humanos en la repatriación de los refugiados. Enero de 1997
(AFR 47/02/97/s).
- Ruanda: Alarmante reanudación de los homicidios. Agosto de 1996 (AFR 47/13/96/s)
- Ruanda: Armas para los autores del genocidio. Junio de 1995 (AFR 02/14/95/s)
- Ruanda: Informes de homicidios y secuestros cometidos por el Ejército Patriótico Ruandés,
abril - agosto de 1994. Octubre de 1994 (AFR 47/16/94/s)
- Ruanda: Matanzas cometidas por partidarios y soldados del gobierno en abril y mayo de 1994.
Mayo de 1994 (AFR 47/11/94/s)
- Persecution of Tutsi minority and repression of government critics, 1990-1992. Mayo de 1992
(AFR 47/02/92)
Estos y otros informes pueden obtenerse en la oficina de Amnistía Internacional en su país
o pidiéndolos a:
Central Africa Team
Amnesty International
International Secretariat
1 Easton Street
London WC1X 8DJ
Reino Unido
Tel.: +44 171 413 5500
Fax: +44 171 956 1157
QUÉ PUEDE USTED HACER
1.
Escriba al Ministerio de Asuntos Exteriores de su propio país e ínstele a utilizar su
influencia sobre las autoridades y los grupos de oposición de Ruanda para impedir nuevos
abusos contra los derechos humanos.
2.
Haga llegar a individuos, organizaciones y medios de comunicación la información sobre
los abusos contra los derechos humanos cometidos por las fuerzas de seguridad ruandesas
y por los grupos armados de oposición de Ruanda.
3.
Póngase en contacto con su Sección local de AI y únase a nuestra campaña mundial en
favor de los derechos humanos.
He aquí algunas de las críticas que ha recibido Amnistía Internacional:
«Amnistía Internacional es demasiado crítica con el gobierno ruandés»
«Amnistía Internacional respalda a los autores del genocidio»
«Amnistía Internacional no es imparcial»
«Amnistía Internacional no sabe qué es lo que está pasando en el país»
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FOTOS
© Reuters
Superviviente del genocidio, en 1998.
SILAS MUNYAGISHALI.
Silas Munyagishali, ex ayudante del fiscal de Kigali, fue declarado culpable de complicidad en
matanzas cometidas durante el genocidio, y fue ejecutado públicamente el 24 de abril de 1998.
Durante su juicio, varios testigos de la defensa recibieron amenazas, y a algunos de ellos incluso
se les impidió testificar.
Amnistía Internacional no se encuentra en situación de determinar si Silas Munyagishali es
culpable o inocente de los delitos de los que fue acusado. No obstante, existen indicios de que
podría haber sido detenido por criticar las irregularidades cometidas en los procesos judiciales
contra los acusados de genocidio y por negarse a autorizar la detención de personas contra las que
no existían pruebas.
MUNICIPIO DE RUBAVU
En enero de 1998, los soldados del EPR mataron a más de trescientos civiles en el municipio de
Rubavu. Grandes extensiones de Gisenyi, en el noroeste del país, se encuentran actualmente
desiertas, pues sus habitantes han huido o han sido asesinados. El ejército ha obligado a la
población a destruir sus plantaciones de bananas (que aparecen en esta fotografía) y de otros
productos, alegando que los insurrectos las utilizaban para ocultarse. La zona noroccidental, una
de las más fértiles de Ruanda, sufre ahora una grave escasez de alimentos como consecuencia
directa de la guerra.
«Una persona que sufre una enfermedad incurable tiene muchos sueños. ¿Cuándo
tendremos paz?»
Extracto de un testimonio de Gisyeni, noroeste de Ruanda, marzo de 1998
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