REVISTA DE LLETRES N.úm 11 - NOVEMBRE 1997 J. Albert / M.C. Alfonso García / R. A y m a m í / O. Barrero / J. Bento / M.T. Bertelloni / M.A. Caamaño A. Carvajal / F. Cros / A . M . Fagundo-S. Rolle-Rissetto / C. Feal / J . M . Fernández Gutiérrez M. Fuentes / S. García Castañeda / P. Gómez Bedate / R. Guillen / J . Hierro / M. M a n t e r o G.E. McNeer / R.M. M i r ó / E.C. Molina / E. Morillas / R. Navarro Duran / R. Navas Ruiz / A. Palacios M. Partesotti / J . M . Pujáis / S. Pujol / G.A. Renales / M. Riutort / A. Roselló Selimov / R.P. Sebold A. Ubach / J . Uceda / P.L. Ullman / O. Xirinacs «Ay, si ηυ me deshago, me des-hojo en palabras, y van mis hojas tristes alfombrando todo ya será olvido». el otoño, (Elena Martín Vivaldi) INDEX POEMES. OlgaXirinacs 3 POEMAS. José Bento 4 MEDITACIONES DE AGOSTO (FRENTE AL MAR DE GEORGIA). Manuel Mantera 6 POEMAS. Fernando Cros 8 POEMAS. Julia Uceda 9 PATIO DE LOS ARRAYANES. Antonio Carvajal 12 POEMES. Emili Caries Molina 14 LOS REMEROS DEL TIEMPO. Rafael Guillen 15 POEMA. Rosa Miró 16 25 DIES DE TARDOR A MÜNSTER. Macià Riutort 17 1936. Manuel Fuentes 18 POEMAS. Sara Pujol 20 RAPSODIA EN BLUE. José Hierro 22 TRECE CANTOS A MARZO TRECE: POEMAS DE CUMPLEAÑOS EN LA POESÍA DE ANA MARÍA FAGUNDO. Silvia Rolle-Rissetto 27 EL MARCO DE LAS NOVELAS DE MARIANA DE CARVAJAL. Rosa Navarro Duran 39 LA FIESTA BARROCA EN VALENCIA: LA IMAGEN DEL PODER Y LA DIFUSIÓN LITERARIA DEL CATALÁN. Gabriel Andrés Renales HACIA UN TEXTO NUEVO: SIGNIFICACIÓN DE LAS ANOTACIONES CRÍTICAS DE MORATÍN AL AUTO DE FE CELEBRADO EN LOGROÑO EN 1610. Marina Partesotti 47 54 REFLEXIONES SOBRE EL QUICONQUE VULT, CERVANTES, BAROJA Y LAS MATEMÁTICAS. Pierre L. Ullman 63 IMPOSTURA, ANTIHISTORIA Y NOVELA POLICÍACA EN NI REY NI ROQUE, DE ESCOSURA. Russell P. Sebold 69 CAMPOAMOR Y LA IRONÍA ROMÁNTICA. REFLEXIONES SOBRE EL LICENCIADO TORRALBA. Ricardo Navas Ruiz 76 LAALDEA Y LOS ALDEANOS EN LOS VERSOS DE PEREDA. Salvador García Castañeda .... 85 EL DONJUÁN TENORIO DE ZORRILLA: UNA CARTA, UNA APUESTA Y DOS SALVACIONES. Carlos Feal SENSIBILIDAD Y VEROSIMILITUD EN LA PROSA ROMÁNTICA: UN ACERCAMIENTO ALARTE NARRATIVO DE LAAVELLANEDA. Alexander Roselló Selimov 93 100 JORDI SARSANEDAS. PREMI D'HONOR DE LES LLETRES CATALANES 1994. ENTRE EL MITE I LAQUOTIDIANITAT. Joan M. Pujáis 108 JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y MALLARMÉ. Pilar Gómez Bedate 110 a AZORIN. DELANARQUISMO A LAS ESENCIAS INMUTABLES. José M. Fernández Gutiérrez 116 ELEMENTOS ARQUETÍPICOS Y MÍTICOS EN LA OBRA DE PEDRO SALINAS. María Ángeles Caamaño 121 YVONNE OCHART: EL ESPEJO DEL AGUA. María-Teresa Bertelloni 131 EL NARRADOR NARRADO (EN TORNO AL POEMA GÓNGORA, DE J.L BORGES). Manuel Fuentes EL PENSAMIENTO DUAL DE J.V. FOIX: UN COMENTARIO 135 INTRODUCTORIO. Óscar Barrero Pérez 140 LA CREACIÓN DE UN MITO. Antonio Ubach Medina 143 EL TEATRO OLVIDADO DE UN DECADENTISTA (ANTONIO DE HOYOS Y VINENT). María del Carmen Alfonso García 149 JOSÉ HIERRO Y ELARTE DE HACER POESÍA. Gordon Ε. McNeer 159 EXPOSTISMO MEDITATIO (UNA MEDITACIÓN DESDE EL POSTISMO). Amador Palacios .... 162 TRANSFORMACIONES CULTURALES EN LOS TEXTOS RIOPLATENSES: FABULACIONES EN EL RÍO DE LA PLATA. Enriqueta Morillas 167 LENGUA Y MITO: UN «DESLIZAMIENTO» HACIA EL ÍDOLO. Josefina Albert 173 AUTORS 182 ÍNDEX DE LA REVISTA ANTERIOR 188 PORTADA IILLUSTRACIONS Rosa Aymamí. Gravats. Direcció i coordinació: Sara Pujol. Redacció: Narcís Almena, Olivier Giménez, Luisa Mulet, Sara Paco, Meritxell Renard. La redacció agraeix a l'Anna Bermudo la cura amb que ha dut a la práctica les nostres idees de composició. Edita: S a / i / ϊ Λ Facultat de Lletres. Universität Rovira i Virgili. PI. Imperial Tarraco, 1, 43005 Tarragona. (Aptat. de Correus, 970. Tarragona). Amb el suport de: Facultat de Lletres. Universität Rovira i Virgili. Departement de Filologies Romàniques. Diputació de Tarragona. Fotocomposició i impressió: Gràfiques Moncunill-S.L. - Valls Dípc-sit Legal: Τ -651-86 ISSN: 1137-6651 POEMES Olga Xirinacs L'amor s'amaga entre les ombres, blau sobre verd, liquidesa de tarda aljardi. Les mallerengues mouen l'aire apenes. Levetat del pas furtiu a branques proveïdes. Pallida Hum travessa els arços i els xiprers, encara. Ales i aire que es retiren. I branda l'àlber cap a un núvol que deriva a ponent. Entres al cor del bosc i allá t'hi espera, immobil, l'aparença del verd definitiu. Molt endins creix l'opressió de vegetáis deliris en lluita a vida o mort, i ho notes com sifossis un hoste no esperat, i en sents la força. Pero tot se't rendeix quan al teupas s'amoroseix la molsa i eis líquens t'assenyalen el comí; l'esbarzer t'ofereix roses tardanes i lafalguera, llances; l'aritjol et presenta eis seus rdims madurs i eis aurons s 'il-luminen per tu amb una aura nova; la moixera s'inclina i el grèvol, brillant i esquerp t'anuncia la tardor. Quan seus a l'herba tendra el bosc sencer sospira: exhala blancs vapors de coriandre i fa vibrar compones violeta; l'olor de fusta molla χορα l'aire de pi i de ginebra. Tremolen tiges breus, encara, i s'esponja per a tu la terra fosca quan, finalment, t'hi adorms. NO TÚMULO DE MARTIN VÁZQUEZ DE ARCE (Na Catedral de Sigttenza) Quem acredita que a pedra é tâo duràvel como submissa ao escopro conformase e exalta sua reduçâo a um mineral; talvez assim o arroube um furtivo entusiasmo, urna promessa de perenidade certa porque nunca pode comprová-la. Isto deixou-nos esta imagem: ao toca-la os dedos prolongam em nos o frió e a rigidez aínda consistentes graças ao engenho que talhou este vulto e o cingiu com urna aura que enleia quem tente conhecê-lo. Chegamos a crer que esse contacto nos levaría a um interior defundura ignorada: parece conter a verdade do que o exterior mostra. Mas nao há outra substancia se nao a que os olhos apreendem, desde o fundo à superficie que é limite e louvor do poder de quem enfrentou a pedra. Por certo, esta escultura mantém de Martín Vázquez só o nome: ao querer dar-lhe vida urna segunda vez, seu pai apenas dispunha de palavras para sugerir o retrato do rosto em sua memoria toldado pelo afecto, de um garbo que ele viraflorescer 5 no porte onde supusera evidente a herança do que o seufora emjovem, - tudo desfigurado pela violencia da morte, pela saudade nao estancada por urna gloria cruenta, talvez pela ambiçâo de se ufanar e se perpetuar em alguém, embora mármore, de exibir o preço e o esplendor desta obra e seu brasâo mais alto pelo sangue lanceado. Perdida a batalha derradeira, como acontece a todos, e mais aos vencedores, Martín ainda exibe a armadura e a adaga. Todavía, o guerreiro despenhou-se em si mesmo e aquí sobrevive este que jaz numa luta diferente. A esta cabeça, estas mäos, esta lassidäo do corpo, agora um rio sem detencäo nemfoz, acaso só importe o livro que as ordena, onde alguns conjecturam modularse que sua alma desperte e alcance outra morada. CJ%^ Porque um escrito errante e cifrado fere tanto? Distantes, as que parecem aves só porque deslizam num bando disposto por um tino que mal suspeitamos sobre o nimbo ameaçador que submerge o céu inteiro, sem ouvirmos os brados que supomos entrelaçant para se manterem cúmplices e avançarem em arco, na cinza escrevem-no para quem, ao olhá-las, tudo teme. Atinge-nos assim urna elegía átona, a súplica num perigo onde logo nos precipitamos sem conhecermos defesa. Maniatados, acorremos a este apelo a ninguém que se abeira e intensifica até ser urna seta contra nos expedida por esse arco incessante. 6 MEDITACIONES DE AGOSTO (FRENTE AL MAR DE GEORGIA) Manuel Montero PASEO MARÍTIMO Esta amarilis grana como un beso, tan sólo un día ha de vivir y darse. Este cocuyo de aérea luz alegre, se apagará en la tumba del otoño. Este pino que anima verdes sombras, más que yo durará, que mi deseo. (Mientras los vanos hombres así piensan, yo soy en cada cosa para siempre). NO ES POSIBLE De tanto oír al mar ¿elpescador ya no lo oye? ¿Podréa tu cuerpo acostumbrarme un día? EN EL ESPEJO DEL AGUA Otro andaluz por el mundo. El que nació en lo más claro lo verá ya todo oscuro. A UN JOVEN POETA Tu nombre no lo escribas en la arena. Tu nombre no lo escribas en el viento. Tu nombre no lo escribas en el mar. Escríbelo, si puedes, en el sol. PARA QUÉ Tantos años llevé tantos disfraces, que al hoy querer ya nunca más llevarlos no me ha reconocido nadie. ESPERANDO LA LLEGADA DE DIONISOS Con qué alegría dimos nuestros dones, ebrios bajo la luna, al mar. Despacio el viejo sátiro, cantando, derramó vino en la orilla del mar. El niño le arrojó una flor y un grito, grito y flor que meció en su espalda el mar. Yo le di mi destino, el del poeta, que sabe cuántos años tiene el mar. Mas tuyo fue el mejor regalo, entera desnudándote, entrándote en el mar. MADRUGADA No es verdad que los dioses nos ignoren, tercos en su vivir de paraíso, esbeltos de arrogancia porque duran. Remotos, estelares, imposibles. No. En la noche descienden y nos ungen, mientras bebemos, con el esplendor de sus cuerpos desnudos hasta el alba. Y escapan. Y de pronto, en nuestras bocas notamos un sabor a eternidad. Siempre fue así. Aceptamos, pero es triste que gocemos a un dios sólo borrachos. 8 POEMAS Fernando Cms CADENA DE SIGNOS Tras el vaso y la persona que lo bebe habita el aire y la luz que permite la mirada. Algo eres, si ella quiere que tú seas; y serás -cuando ella quiera- una palabra, que se sabe y te revela, cuando calla. HACIA EL SONETO El mar rebelde y su borrasca dura serían un fantasma en la batalla oscura, enfrentados al torvo arrecife que los hiere y con los restos de su espuma hiciera nieve. Estaría el oleaje en el labio de la herida, sobre un marullo blanco que al romperse se mutila -sin medida- contra el filo de la roca malquerida, bajo el agua y en el agua enceguecida. Su murmullo en un rumor se arremolina como estela vaporosa de neblina: ¡es el agua que desciende sorprendida! A los cortes de la herida, con la sangre burbujeante y dolorida, por el golpe de una piedra que asesina. PALABRAS No moriré en un mundo de silencio me digo. No moriré en un mundo sin palabras, de voz en blanco y negro o sólo en negro, quietas, titilantes del fuego de las bocas, de los aires del corazón sin voz. Silencio. No: palabras. No. No las olvides pues te olvidas de ti. Paseé sobre ellas y eran el bosque, el mundo que habitábamos, la luz que, somos tiempo, revelaba la última pisada de quien tal vez fue un ángel. Recorría con ellas el pasado, y lo creaban desde la noche, cual si nunca él hubiera existido porque no son la misma la luz de la memoria y la que vemos. A veces puedes atar a ti con las palabras a quien olvidas luego, aunque más adelante su herida te lo traiga y entonces lo recuerdes. Y todo lo que estaba al otro lado de la memoria y sus enredos mostrará la pureza que tal vez nunca tuvo: ¿cómo comprobarlo? Eran diosa del fuego las palabras: llamas de un mundo que ni alcanzarse puede, aunque la boca intente tocarlo con la mano del sonido. El hielo conservaban las palabras: fuego, hielo que quisieron helar, quemar y confundir. Traspasar la palabra: herirla de todo lo que viva y sea y se disuelva en el poso que ya no necesita sonidos: al lugar al que solo nos lleva la palabra. DE LA MIRADA INTERIOR ¿Dónde cae esta nieve que aquí no cae? ¿Dónde se oyen las voces que aquí no oigo? ¿Dónde estoy cuando miro, sin ver, los techos o los cielos que pasan quién sabe a dónde? ¿Se repiten los cielos? ¿Son siempre otros? En el muro que soy, pinta una mano las figuras cambiantes de la memoria. ¿En dónde detenerme para encontrarlas como son, como fueron, como me hacen? Los nombres olvidados, ¿cuándo los dije? Nombres que me labraron o destruyeron en el fulgor que oculta mi solo nombre; esplendor que llamamos vida y que sólo nombra al puro vacío, al polvo incierto del silencio infinito tras nuestro paso. Todavía otro esfuerzo... Hechos de añicos, nieves de otro glaciar, huellas borradas, miradas que no miran sino a horizontes que aunque sean los mismos semejan otros cuando veo esta nieve que aquí no cae. ¿Llamaría tortura a los haceres del tiempo en lo que todos llamamos alma? La palabra es espejo, nube dispersa, forma que se deforma tentando ecos y final estructura de esos paisajes en los que el sol muriente al fin descubre aquello que creeremos que nos contiene mientras el mar se apaga con nuestros ojos. SEMANAS Cuántos lunes y martes en el polvo, detrás, por los caminos. Serían diferentes entre sí, pero todos parecían el mismo. Busco las sillas, las ventanas, los lechos de la fiebre o el llanto, del diente dolorido, a esos lunes o martes, y ya todos están fuera de sitio. Forman montón de cosas, horas, piedras, palabras, lápices, destinos, pero fueron cruzando la puerta de hacia adentro con mucho frío. A veces los despierta una canción antigua, una esquina, un amigo, y me hace gracia de que todos entonces me parezcan domingos. 12 (UTK icevthj JI&4 acorcho Men,fr l^ l í . ef-ejl)' C í i í v f - JUitZlL ÉW «?& t u O - U « ext -tí Χο^Λ. JU. ituAtx. $0A Jsr> ecj^it, Je. - / J H ^ · ^ . , U^L-í'y h-, -$,<& fi^C^lSÍQ ^u^Ui^ci^s γ /νια. >•( / r v < £-*' »v>/ ΙΛ' <Λ'ν" ^ Í . e^-> ^ ¿ Λ o^lfY 13 PATIO DE LOS ARRAYANES Antonio Carvajal Para Sara Pujol Rasgó desnudo con furor sus lágrimas, con dientes las mordió llenos de sombra, y se dejó caer entre los mirtos, hacia un frescor sin sueños: El estanque: Allí el silencio; allí, las flores leves; allí la muerte de los niños blancos que buscan una madre y otro seno; allí la paz. Y la perdida estrella. Con la mano en el agua fue siguiendo las huellas que marcaba brisa leve sobre la tensa faz fundida y fría. No le encontró sentido a su amargura y prefirió vivir, secos los ojos, y prefirió esperar tal vez más lágrimas. 14 Emili Carles Molina MARINISME En un éter d'oxigen ametista nolieges un místic. La canco eterna de l'amor, i el mascaró hi son aparellats pel Gran Artista. Uinfinit assoleix la teva vista antiga com l'aura que el murtó vespral aromatitza. La claror igualment t'illumina, Giambattista. El bucfrega l'oreig de la bosquina i et veu el colibrí des de la flor. Llavors, per un atzar, et miro jo. Veig la musa de proa. No és de fusta. Es viva, tabulaire. Es augusta. Surt la lluna. Baixeu a la cabina. s« SALMONS L'aigua de la vida s'estimba amb tanta jressa pel gran buit del temps que ressona com un corn a la valí negra de la mort. Lafressa de l'estrèpit emmascara la paraula que diuen els salmons. L'aigua de la vida es minva amb tanta pressa pel gran vuit del temps que ressona com un born al bail alegre del tort. La fresa de l'intrèpid: adés i ara la baula lligadora deis tres mons. Sir 2 15 LOS REMEROS DEL TIEMPO Rafael Guillen Acaso ese desliz en lo que es mera existencia, sin más, que hemos llamado tiempo, muestre a veces indicios de un ser propio y, de alguna manera, por sí mismo se manifieste. No rotundamente como posesionándose del aire que respiramos, ni ininterrumpida y sucesivamente, dando continuidad fingida a lo instantáneo, ni rotando en círculos concéntricos pues la existencia fluye sin centro alguno, sino superponiendo su decurso en láminas finísimas, en capas o en estratos en los que bien pudiera ser posible horadar y pasarse, no sé cómo, al de arriba o al de abajo y, al pronto, hallarse en otra historia. Y pudiera también que esta pulida mansedumbre, esta lámina de agua por la que me deslizo entre lamentos como canciones y entre roncas voces de antiguos siervos, sea uno de esos estratos, y me encuentre ahora y sin saber cómo remando en el tiempo, otro tiempo, entre los viejos remeros de este Volga que aún arrastran su miseria por tan indiferente superficie. Me palpo las andrajosas ropas, miro mis botas destrozadas por el hielo y pienso si algún día, en un futuro que se escapa a mis mientes, alguien navegará, quizás yo mismo, por estas aguas, estos horizontes de bosques y de brumas y podrá revivir este momento de lucidez atormentada. Yaroslavl (Rusia), 6-9-1996 A través de la ventana me envía el pensamiento el minuto invisible que eternicé en tu rostro y el poniente besado sin dureza ni olvido. Subo al crepúsculo, pues, despojándome del daño, queriendo L· vida en que te quise, porque el pulso del tiempo me ha dejado más próxima a mí misma, más cercana a la verdad que al espejismo, al contacto liberado que a los signos de esparto. Es el tiempo que en su inicio encadenó, lento y torpe, las piedras a las flores, el beso a la marisma, día tras día, noche tras noche, hasta que llegó -espontáneo y pleno- un gran mar de amatista en que bañar el rencor afilado que trajera el invierno. El tiempo... Ese sueño gozoso, agónico, ingenuo cómplice. Sí, a nadie confesé la crueldad de la lumbre que de pronto se me hizo cristalina. Sólo él, exhausto, se me entregó callado, reincidente. Sobre él vagué sin gloria y sin firmeza. En él creí, en su cuerpo y columna de erguidos resplandores. Con él sentí el vuelco que huyó de mi vigilia y por él luché pronunciando su nombre sin descanso. En su inmenso rodar llevé lejos la piedad y escapé, poco a poco, del ala desnuda de la insidia y de la imagen de un todo arrojado y el amor detenido que eran sólo morosidad del alma, del metal y luz vaga. El trayecto ha existido sin duda, y ha sido inevitable y necesario: tras el muro recóndito del tiempo se halla ahora a salvo ese rostro y su minuto y, a este lado de las olas lejanas, un manantial reclama el cauce en que amparar el aroma de la vida. 17 25 DIES DE TARDOR A MÜNSTER Macià Riutort A Upuaut I Upuaut El savi digue: posais a triar, trio el dolor al no-res. Perd triât el dolor, només el qui et té, Upuaut, -o t'ha sabut trobari et segueix, troba el comí i la porta, que per un instant de mel t'ancoraran en la vida calma. Upuaut, tu dones lapuresa d'esperit la que permet de veure i viure Vaurora com il-lusió de perfecta forma, fresca promesa del tebi sol que hi haurà i que mai, ai las, no em fregará. X He trobat coratge en el qui camina al davant. Vaig meditar i vaig considerar: que entre els homes ningú no em protegeix, que entre eis grossos, ningú no em ven. Vaigfer-me'n carree: He de trobar unpatró. I girant-me cap al senyor de Siiit, li vaig dir: Teva será la nieva fortuna i tots els meus béns, perqué reconec el teu poder amb eis meus ulls, la teva energía i la teva resolució. Ells emfan desconéixer la por i emfan estalvi deis moments del dolor. Si sóc ric, será perqué ho siguis tu, Upuaut, capdavanter deis déus, escolta'm, ara, que tot jo tineja repds en tes mans tu et capfiques per mi i em protegeixes i en tot el quefaig hi ets també tu. Cura dones del meu benestar i fés-lo resistent a qualsevol mal ara i sempre: fins que, sadoll de temps, m 'arribi el dia immobil. Manuel Fuentes Para Sara Pujol, por su amistad. Para María José Sánchez-Cascado, con quien compartí estas historias. 1949, INVIERNO Old man travelling Wordsworth A Gallostra le pegaron un tiro, inevitablemente. Pero tú y tres amigos habíais decidido Que el mar estaba bien hecho Y que al tiempo del horror, Las encinas resistieron. Te equivocaste. No se puede escribir contra la lógica del trigo, El temblor de las amapolas y el silencio de la nieve. El venía del ansia mineral de la tierra, De los caminos oscuros del cuerpo, Creía en el sol y en el brillo de la sangre, Era el ímpetu de mil ríos contra la historia. Tú venías de las brumas y de las rosas Y de los largos silencios cuando el cierzo sopla. Quién fue Cristo en aquella hora; Quién, Judas. Te equivocaste. La muerte aún estaba fresca en tu valle esmaltado, Y olvidaste la lección del viejo viajero. Sé que lo buscaste y que él no te encontró: Quizás, sin saberlo, estabais ya muertos. 1942, OTOÑO Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz.- Las armas, fábula de la muerte sin doncella Que defender. La patria, truco y embeleco De un sueño de oro para alimentar al cobre. El amor, vertical ambición de eternidades De un mármol olvidado al fondo del jardín. Las banderas, aquellos lábaros sombríos, Cobardes escuadras de gritos y calladas fosas. Los ojos deshacen el paisaje que la mano imita En cuadernos de un escolar vencido. Una ventana Quiere dar forma a la escarcha de la memoria, Pero las casas, las piedras, las calles Te están llamando, te están mirando ahora, cuando tus ojos vuelven a ser ojos. Arden los días, sobre las crestas de Ronda. 1940, PRIMAVERA En vano con mi suerte porfiando Villamediana La muerte no interrumpe nada Luis Rosales Coñac. Tabaco negro. Versos que no entiendo. Y esta sombra que me persigue desde aquel verano, Incluso aquí, en esta jaula del tiempo donde trabajo La oscuridad del Conde, las traiciones y los besos. A la vuelta del estanque, entre las glicinas, En la mirada del camarero, paseando hacia mi casa En mi espalda, sobre la mesa llena de ceniza Que deja las huellas de lo que seré mañana. Esa sombra, ese muerto invitado sin entierro Que cazaba grillos a la luz de la luna Pisando auroras. Esa sombra, ese muerto. Esta casa sin espejos, sin mar y sin cielo, Llena de voces que toco y veo. Y el humo frágil que inventa cuentos. Yo no estuve allí, cuando la metralla Decidió que callásemos para siempre, Yo no estuve allí. No estuve. Apago las luces de mi casa llena de humo Y ahora sé que la muerte todo lo interrumpe. 20 POEMAS Sara Pujol Domingo y aquí estoy, trébol de sangre, corazón de luna, corazón de olivo en el pecho, embrujo tallado en el alma. Aquí estoy, vestida de verde sauce, desnuda de olvidos, desnuda de verdes rejas, desnuda en la desnudez del mundo. Aquí me tienes nombrando lo oscuro, porque sentir la noche no basta; nombrando el aire de su mano, porque mi mano para el amor no basta; nombrando el sueño, porque soñar no basta para matar un falso sueño; nombrando el beso, el beso que muere en cada beso y en cada beso nace. Qué dulce el morir del labio. Qué dulce morir en el labio. Qué dulce morir como el beso. Morir como muere el tiempo. Clamor de lentitudes. Todo se detiene en tu cadencia: las sombras en los patios, las luces en las sombras. Inmensa paz. Inmensa esperanza que nace de inmenso sufrimiento. Quietud. Amor de amor sereno vencido. Feliz quietud. Trébol de luna en el pecho, corazón en sangre tallado, sauce vestido de sueños, desnudo de tierra dorada. Duerme la noche, duermen los cantos en las verjas dormidas, duermes como duerme el horizonte, y en tu belleza habito. No quiero ya más dicha que vivir en tu reposada dicha. Y aquí estoy, nombrando a la vida como te nombro en el beso. Octubre 1997 Ayer posé mi mano y mi aire en el aire de la fuente y un inmenso recuerdo fue la tarde. Me encontré mi risa y era una tarde de mayo. Toqué el dolor de lo lejano, de lo que fue y no fue, y de lo que fue y no supe saber que era; el dolor de estar lejos del romero, o de mí, o de ti, o de algo, y los dedos fueron sumida ensoñación, inmenso olor el agua. A veces pienso que toda mi vida es un olor: a silencio, a madre en el tallo de la rosa, a amor antiguo, a trigo que despierta con la luna, a presa de los sueños. Yo no sé. Toqué el dolor del sueño que nunca es lo soñado, y la noche fue cigüeña de bronce sin luz en mis hombros, vuelo dormido en mi vuelo, vuelo de sangre en mi savia. Si supiera. Si pudiera, al menos, posar lenta en el verso, posar la vida en el verso lento, posar el verso en el verso. Si pudiera posar desnuda de mí para el mar, para el río, para el cielo. Si pudiera posar, sólo posar en silencio. Octubre 1997 22 RAPSODIA EN BLUE José Hierro Durante una gira de conciertos, Wolfgang Amadeus Mozart comunicó a su padre el descubrimiento de un sonido muy peculiar, como de oboe que pulió su acento primitivo, nasal y campesino y asimiló el lenguaje cortesano. Dios sabe cuántas cosas le diría sobre el color, el timbre, la versatilidad, registros, maravillas potenciales del instrumento que cantaba con gallardía y con melancolía. (Un filón no beneficiado: pero Wolfgang sabía, lo leyó en Unamuno, que las cosas se hicieron, primero, su «para qué», después.) El clarinete suena ahora al otro lado del océano de los años. Varó en las playas tórridas de los algodonales. Allí murió muertes ajenas y vivió desamparos. Se sometió y sufrió, pero se rebeló. Por eso canta ahora, desesperanzado y futuro, con alarido de sirena de ambulancia o de coche de la policía. Suena hermoso y terrible. Por favor, por amor, por caridad: que alguien me diga quién soy, si soy, qué hago yo aquí, mendigo. Las ardiltos -esfinges de Central Parkme proponen enigmas para que los descifre: «viva y deje vivir». Y siento miedo. Soy el niño que en el pasillo oscuro oye el jadeo del jaguar, y canta, y canta y canta para ahuyentarlo, para que la sombra no sea. El cementerio entre los rascacielos no radía nuevas de la muerte. (Igual que los sarcófagos romanos, utilizados como jardineras en las que los colores de las flores nos hacen olvidar el fúnebre destino para el que habían sido imaginados.) Aquino ha muerto nadie nunca. Aquí nadie morirá nunca. Hubo excepciones: semidioses -filántropos, estrellas del cine o del deporte, economistas, escritores, senadores y presidentesque algún día zarparon con rumbo a otras galaxias y dejaron en son de despedida sus nombres cincelados sobre placas de mármol en las fachadas de ladrillo rojo. Aquí la muerte es la desconocida, la inmigrante ilegal; se la deporta a su país de origen. No es de buen gusto mencionarla. «Viva y mire vivir». La ciudad borbotea: las burbujas revientan en la superficie... esa vieja de piel de cuero requemado que increpa a las estrellas... el músico harapiento que arranca con dos palos sonidos de marimba o de vibráfono a una olla de cobre... el que golpea con las palmas de las manos, a la puerta del supermarket, embalajes vacíos en los que dormitaban ritmos feroces de la jungla... ancianos apoyados en bastones o conducidos -pálidas piernas fláccidasen sus sillas de ruedas que ¡oh prodigio!, cuando doblan la esquina de las calles reaparecen en las avenidas luminosos, metamorfoseados en estampida de muchachos ágiles, patinadores imantados por la flauta de Hamelin, que les llega a través de los auriculares... ¿ Quién que es podría no cantar al costear los puestos de hortalizas y frutas -cebollas, zanahorias, aguacates, manzanas, fresas, bananas y grosellas- acabadas de barnizar?... esa gaviota que dispara una pluma sobre mi cabeza, y atina, y me vulnera, y sangro y me desangro frente al oleaje de flores y más flores y colores tras de los que sonríen mágicos ojos orientales... el balines que pasa con su pareo ajedrezado, blanco y negro, arrastra un carro abarrotado de maravillas pestilentes extraídas de los contenedores, (dólar a dólar, brasa a brasa va ahorrando el fuego de la pira con el que pagará el peaje del padre hasta el país del otro lado de las nubes)... en la Milla de los Museos, Felipe IV, de salmón y plata, escucha a ese chismoso de Montesquiou-Charlus -huésped también de Frickcotillear, proustiano y minucioso, sobre la vida de las damas, dueñas de los perros de porcelana que pasea un portero engalanado. Los prismas de cristal, humo y estaño se otoñan al atardecer y depositan, sobre la seda fría y violeta del río, monedas de oro viejo, de inmaterial cobre parpadeante. La boca de la noche las engulle. Asaeteados se desangran los edificios por sus miles de heridas luminosas. La ciudad, hechizada, se complace en su imagen refleja, y se sueña a sí misma transfigurada por la noche... Transfigurado por la noche, oficio el rito de la transfiguración con libaciones de ginebra, bourbon, whisky, tequila, ron, humanizadas por el zumo de lima, ácido y verde, que habla mi misma lengua con acento más dulce. Alguien me avisa que estoy solo. Tomo a mi niño de la mano para espantar el miedo. Y no hay niño. No hay nadie, y yo lo necesito antes de que me vaya, antes que todo se evapore en la fragilidad de la memoria. He de recuperar la realidad en la que yo no sea intruso. Así que pongo rumbo a la calle 90, o a la 69, -nunca lo supe, o lo he olvidadoen el West Side donde algo prodigioso pudo haber sucedido o podrá suceder. Subo, Calisto, por la escala de seda hasta la planta cuarta, o quinta, o décima. Y la ventana está apagada. Y no está Melibea. O tal vez sigue los pasos de D. Francisco de Quevedo que avanza cojeando, sorteando las cacas de los perros, o que nunca haya sido Melibea más que un vellón del sueño del converso de Talavera de la Reina. La geometría de New York se arruga, se reblandece como una medusa, se curva, oscila, asciende, lo mismo que un tornado vertiginosa y salomónica. ¿ Qué, quién es esta sombra, este chicano que en español torpísimo, filtradas, aterciopeladas sus palabras por el humo de la mariguana susurra rencoroso, mirándome sin verme, «ellos me han robado el idioma»? No puedo más. Vomito blasfemias y jaculatorias de poseso. Grito, me desgañifo, rezo, ronco en latín de iglesia las divinas palabras cuyo sentido vagamente intuyo: ad Deum qui laetificat juventutem meam, canto a seis voces mixtas responsorios de Palestrina y de Vitoria acompañado por el son del río en pena, por los oráculos amarillos de la luna menguante: o vos omnes qui transistis per viam atendite et vivite... Los últimos murciélagos con alas de cartón acanalado y destellos de fósforo, amortajan a la ciudad. Luego, regresan a las cuevas de los contenedores. Y he aquí que tintinea una campana, no en campanario ni en espadaña con cigüeñas sino grabada en una cinta magnetofónica. Anuncia que la noche es ya domingo y vuelve todo a ser claridad y presente. La seda peregrina del Hudson, incansable y majestuosa, conduce a la ciudad hasta la libertad y la purificación definitiva de la mar siempre reciennaciendo. Buenos días. ¿En qué lugar del tiempo se han fundido la música que los astros destilaban con la que compusieron el alcohol y la sombra? Sobre la orilla de la playa del alba de la bajamar brilla el azul del cielo. ¡Lástima grande que haya sido verdad tanta tristeza! 29-VII-97 * Edición a cargo de Gordon Ε. McNeer. 27 TRECE CANTOS A MARZO TRECE: POEMAS DE CUMPLEAÑOS EN LA POESÍA DE ANA MARÍA FAGUNDO Silvia Rolle-Rissetto La poesía de Ana María Fagundo es un canto al ser, a la creación. No es extraño, pues, que por serlo sea precisamente la mujer quien entone dicho canto ya que para la poeta es el sujeto femenino quien representa todos los niveles de la creación. Una forma realmente innovadora de celebrar a la mujer y de celebrar su propio ser y estar en esta dimensión, es a través de los poemas de cumpleaños. A partir de su cuarto libro, Configurado tiempo (1974) y hasta su último poemario, El sol, la sombra, en el instante (1994), hay un total de trece composiciones de este tipo(1) en la obra fagundiana. En cada una de ellas se crea una apoteosis del ser, celebrándose la creación en sus tres niveles: 1) cósmico: la poeta / madre / diosa da a luz a la palabra y con ella crea y recrea el mundo; 2) artístico: la palabra / madre da a luz a la poeta, eternizándola en el poema: «Nacida y a punto de amanecerte otra vez, / de darte a luz, de dar a luz tu palabra, / de ser tú madre del único cuerpo que conoces / y que te conoce, / del único nido de tu útero, / del único espacio que sabes habitar»(2); 3) humano: la mujer / madre da a luz a la hija / poeta (poseedora de la palabra): «¡Guerra!, gritaban / y era marzo trece en una isla. / El cuerpo se me hacía duro / al salir del útero / y lloré mi primer llanto de mujer / con la sangre de otra mujer / todavía en mis mejillas; / la mujer que me había dado vida / y me había puesto nombre y palabra, / la palabra con que hoy escribo: marzo / sangre / isla, / la mujer que me había dado / la precaria piel de mi alegría» 0). El lúcido buceo intelectual y emotivo que supone la poesía de Ana María Fagundo parte de lo femenino: la palabra, la mujer. La fuerza primigenia y engendradora de la palabra poética se compara a la del ser femenino, reconocido y celebrado como su origen. Asimismo, la confluencia entre poeta y poesía, la intensional ambigüedad y fragmentación, tanto de la palabra como de la persona poéticas, transforman a la mujer dentro del proceso poemático, de musa en artista, de objeto en sujeto negándose a la escisión cuerpo / alma o amor / escritura, convirtiendo la relación en un intercambio mutuamente deseado y creador. Una vez establecida la importancia de la mujer como suprema creadora, como dadora del ser y de la palabra, Fagundo indaga en la raíz de ambas. La relación entre poeta y origen, ya sea éste el cuerpo de la madre en el que se copia, o el cuerpo del paisaje en el que nace y crece, conduce a un reconocimiento y restitución de la obra materna. Esta, como la obra artística, se eleva a carácter divino por encerrar en sí misma el misterio de la creación. Ana María Fagundo nace en marzo, en vísperas de la primavera en una isla volcánica de esplendorosa luz, Tenerife, abrazada de mar y cubierta por el cielo. Símbolo de afirmación vital, de la pujanza por ser, este escenario natal está presente en once de los trece poemas y constituye, junto con la recurrente mención de la fecha de su nacimiento (marzo 13), un eje esencial de su devenir en el tiempo a través de la palabra, así como del perpetuo devenir de la especie humana: «Sientes que tu apagado hogar se alumbra, / que trinan tus silencios por la casa; / que hay niños que alborean tu penumbra; / que suena a isla, a mar, a lava; / que irrumpe la alegría con su jungla / de amor que te persigue enamorada» (4). Para esta cantora isleña, marzo 13 es la fecha mágica de la recurrente primavera del ser de todo en lo todo; fecha mágica en que sucede el milagro de la luz, de la vida, del ser, del poema. California State University, San Marcos NOTAS 1- En mi libro La obra de Ana María Fagundo: Una poética femenino-feminista, Madrid, Fundamentos, 1997, se hace un estudio extensivo sobre dichos poemas, destacando la inscripción del cuerpo femenino a nivel literal, metafórico y simbólico y haciendo hincapié en la relación matrilineal manifiesta en los mismos. 2. Poema de cumpleaños en Configurado tiempo, Madrid, Oriens, 1974. 3. ¡Guerra!, gritaban en Desde Chanatel, el canto, Sevilla, Ángaro, 1982. 4. Trinos en Como quien no dice voz alguna al viento, Santa Cruz de Tenerife, Junta de publicaciones de la Caja de Ahorros, 1984. POEMA DE CUMPLEAÑOS Treinta y seis años después estás sobre la página en blanco, a punto de amanecerte, de respirar tu primer brisa sin el hilo umbilical, sin la atadura a su sangre, alimentándote de ti, única ya en hueso, piel y configurada ternura. Sola en tu treinta y seis años. Vivida e inédita. Hollada y virgen. Nacida y a punto de amanecerte otra vez, de darte a luz, de dar a luz tu palabra, de ser tú madre del único cuerpo que conoces y que te conoce, del único nido de tu útero, del único espacio que sabes habitar. Pero no importa, hoy estás a punto de poema, en ciernes de un parto repetido y siempre inacabado, rompiendo con dolor el nido donde vives. a salvo de lo externo: siempre del gesto a la mirada, del amor al amor siempre. Treinta y seis años amaneciendo. (De Configurado tiempo) MARZO Se aproxima marzo. Mi mes. Lo estoy sintiendo brotar por todas partes: su borboteo de verdes, su olor, sus campos en luz, el chorro crecido de sus aguas, su azul. Marzo está a punto de capullo en ciernes de voz, al borde del ala y del canto. Lo estoy sintiendo entre mis manos cansadas de febrero, lo estoy sintiendo crecer y erguirse, le estoy dando forma, cuerpo, poniéndole hechura de palabras, gesto y voz; lo estoy acariciando con la mirada y dándole la luz, la levedad de los tactos, el alborozo de la sangre amanecida, el ritmo armonioso de los cuerpos. Estoy amándolo en la colina con lluvia y en el prado a punto de verdes y en las aguas desprendidas de los hielos; lo estoy amando, acunándolo en mi útero, como al hijo, al hijo eterno, incipiente que llega siempre con cada primavera, al hijo que no quiero que el verano incendie ni el invierno hiele. Estoy amando a marzo, mi mes, al amor que se repite con cada primavera, al amor que hoy se llama marzo o luz o tacto o tibior a punto de poema. (De Invención de la luz) CONMEMORA LA FECHA SUS RIGORES «In the thisledown fall. He sings towards anguish. » Dyland Thomas Conmemora la fecha sus rigores sobre la piel y el canto que yo era cuando en retama la voz se me subiera de la falda a la cumbre en mil amores. Era yo peifil de lumbre en las alturas, era yo piel de mar en las arenas, era yo fiel reflejo de colmenas que en panales de miel daban su albura. Joven yo con isla y canto, retama y mar, alborozada estrenando lava y luz, orgía y llanto sobre un volcán encendido. Y hoy no sé si el nido es un llanto de pájaros de invierno sin sentido o es un nuevo canto en la llanura del camino. (De Desde Chanatel, el cantó) ¡GUERRA! GRITABAN Para mi madre ¡Guerra!, gritaban y era marzo trece en una isla. El cuerpo se me hacía duro al salir del útero y lloré mi primer llanto de mujer con la sangre de otra mujer todavía en mis mejillas; la mujer que me había dado vida y me había puesto nombre y palabra, la palabra con que hoy escribo: marzo sangre isla, la mujer que me había dado la precaria piel de mi alegría. Supe pronto de azul, de lava, de retama y pimentera, de soledad y canto. En la infancia se henchían las venas como velas al contacto de la palabra que ponía en mi piel el mar, la roca, el pozo y la cima. Ascenso y descenso y en el fondo sonando a dios, la isla, mis siete islas en una sola geografía. Yo las desgranaba en múltiples combinaciones: tantas como estrellas, tantas como vidas, tantas como siglos y hombres; ellas eran siete y eran una sola isla adentro, infinita, plagada por el misterio, flanqueada por el dolor y la alegría que acuchillaba de luz y sombra los acantilados y crecía retama entre las rocas más duras. Nací mujer de otra mujer, nací isla de una isla en primavera, marzo trece el país en guerra, un día azul, primer llanto de mujer en útero de mujer, primera sangre derramada para mi hoy, cuarenta años después, sin guerra, mi tributo de vida a quien me dio vida de isla adentro mujer que afirma huella perenne que no se borre, huella de punta de pirámide, teide arriba, huella de arena que no se pierde con el vaivén de las olas, vaivén que niega y afirma la soledad, la isla. (De Desde Chanatel, el canto) LLAMAMIENTO A LA PALABRA Yo sabía tu voz, Palabra. Ella me había amanecido cuando era noche y mis pasos se tambaleaban por caminos desconocidos; ella me guiaba; ella daba luz a mi incierto ir buscando no sabía qué alturas y ponía sendas para mis huellas y daba albor de regazo a mi frente. Juntas fuimos los años niños abriendo entre la maleza, fuentes claras, arroyos transparentes como las almas de aquella luz única. Éramos voz sin palabras, pero fuiste llegando tú cuando la tarde, cuando el cuerpo empezaba a brotar posibilidad de otras vidas y mis muñecas no tenían ya sueños que contar. Viniste tú, Palabra, a acompañarnos las noches y los días. Eras extraña. Nueva. Única. Pero yo te reconocía, lejana. Luchábamos. Hacíamos voz y palabra; un abrazo infinito de niña y mujer, de sueño de voz realizándose: la gloria de los versos estallando en luz una mañana de marzo. Era mi mes. Palabra, estoy en otro tiempo, con pasos que apenas reconozco. Y no te tengo, no tengo tu albricia de voz esperanzada, tu ritmo mío, tu isla única. Mi llanura de hoy, mi espacio abierto de tierra sin mar, te llaman para que guíes, Voz-Palabra, este desconcertado caminar y pongas canto de luz a esta incierta huella. Ven, para que en mi isla adentro se haga dios. (De Como quien no dice voz alguna al viento) TRINOS Para Sebastián de la Nuez y Luisa Ayala Contra tu ventana trinan los pájaros un canto perfumado de azahares esta mañana tímida de marzo, esta mañana llena de verdades. Y recoges sus trinos desde el viento que brota la primavera en tus manos este marzo que trae de sustento cuarenta y cuatro inviernos entrecanos. Sientes que tu apagado hogar se alumbra, que trinan tus silencios por la casa; que hay niños que alborean tu penumbra; que suena a isla, a mar, a lava; que irrumpe la alegría con su jungla de amor que te persigue enamorada. (De Como quien no dice voz alguna al viento) NACIMIENTO Para mi madre Modelaste mi arcilla con tu vientre mientras te florecían angustias de otro ser en las mejillas; pero ese era tu don, por él viniste a habitar el planeta, a ser presencia-mujer, cuenco abierto en voluntad de entrega. Y te habitó la arcilla de mi ansia y modelaste mi cuerpo como el tuyo: pechos, regazo, mujer. Te copiaste entera en mi materia y habitaste mi aliento con tu aliento. Hoy cuarenta y cinco años después, yo sé que soy tu ausencia, tu yo de aquellos tiempos que retorna a mi ayer, que quiere que tú vuelvas, tu mano de mujer junto a mi mano, y exploremos el milagro aquel de primavera, marzo trece, el país en guerra, y alcemos sobre el viento el templo de tu cuerpo que fue mi origen y junto a él mi cuerpo mi cuerpo en cuenco virgen de otro aliento y mi voz, esta precaria piel de mi alegría, lo único que se sabe arcilla modelada por el canto, lo único que rompe el silencio de tu entrega. (De Retornos sobre la siempre ausencia) CUMPLEAÑOS Para mi madre Viene marzo con su día trece, martes este año, estrenando como siempre el azahar y el canto enloquecido de los pájaros. No es un marzo nuevo, es el mismo de tantos otros marzos y los pájaros son iguales a los pájaros de antaño y el olor del azahar huele como olía en otros cumpleaños. Nada está cambiando. El tiempo se desliza suave por mis manos, suave por mis pechos, suave en mi regazo y esta suavidad es mi renovado ánimo cuando emplazo a las horas a que vengan a mi fiesta de azahar y pájaros esta alborotada mañana de marzo cuando escribimos con sangre, llanto y risa el primer poema del amor: Y soy ya mujer, dadora de la vida, 34 vientre ceñido al beso, vena dispuesta a la andadura, cuerpo sujeto a cuantos marzos diseñe, misterioso, el tiempo. (De Retornos sobre la siempre ausencia) AMANECER EN EL MONASTERIO DE LOS OLIVOS Para Julia González. Aquí la mañana la anuncian con sus diminutos clarinetes los pájaros que ayudan a la aurora a romper la sombra húmeda de la noche. El parloteo, arabesco sonoro que ellos tejen en la brisa, se hacen perfumado, suave y denso como el naranjo de marzo sin frutos ya pero abotonando de futuro a la primavera. Yo no sé si toda esta charla de pájaro en la brisa, o aurora en los pájaros o canto alucinado de la noche, yo no sé si todo este confuso tacto de los sentidos tiene un azul íntimo en sus recodos, un batir de mar en las arenas; si trae una luz reidora de otros días. Yo no sé a qué tanto trino trotando sobre la grupa del azahar en la brisa; a qué tanta luz de marzo alada entre los blancos naranjos. Yo ya no sé a qué tanto denso y suave perfume de trinos picoteando de aurora este aire. Yo ya no sé qué pensar de este marzo tan sonoro, tan luminoso, tan perfumado, tan perdido en un júbilo antiguo de otros marzos. No entiendo su devenir, su vieja figura de trinos, luz y naranjos. No sé porqué hoy viene hasta la sobria ventana, este alborozado, confundido marzo. Quizás haya sido la brisa, o quizás habrá sido un cuarenta y siete cumpleaños o tal vez es que marzo tenga la costumbre de meterse entre las horas como la luz, el trino de los pájaros, el azahar suave y denso de los naranjos... (De Retornos sobre la siempre ausencia) EN TORNO A OTRO CUMPLEAÑOS Quizás es que todo retorna y un cuarenta y ocho cumpleaños en un día trece de marzo marca, aun sin quererlo, el batir de las olas de otro instante contra el acantilado y la arena. Y se vuelve desde un recodo del tiempo a doblar las esquinas doradas del recuerdo y se es pulso refulgente, corcel joven, rojizo tajinaste desafiando a la cumbre. No se distingue ya el sueño de lo vivido; el ansia se yergue arrasando la serenidad de este noviembre en las venas y nace, virgen otra vez, la primavera: alboroto de niños, tersura de torso y senos, risa de espuma entre las rocas, desbocado caballo el sol a galope por la arena. El tiempo en un frenesí de luminosas retamas engarza su ímpetu virgen, joven y esbelto de entonces a la musculatura cansada de este hoy, de este hoy que se infinita de siempres y puja su bulliciosso chorro de energía verticalmente sobre el mar, enhiestamente sobre la lava, erguidamente sobre el pico de las cumbres más altas como si el espejo cóncavo del cielo fuera su cúpula, su imposible cúpula de mar al revés. (De Retornos sobre la siempre ausencia) NACIMIENTO Para Diana Battaglia Marzo trece hoy como una cumbre. Mi madre un canto, un sol, un útero pugnando contra el polvo su porfía de tiempo, su roja sed de infinitos y en el hollado camino mi trazo titubeante de siglos, de músculos que quieren ser sueño de horas, altos acantilado de amor, recios signos. Mujer de otra mujer, feliz designio de palabra que crea otra palabra, un resplandor de dios, un fulgurante abismo, un misterioso son que hace sendero y va marcando horas en sus pulsos. Gozoso el instante, profundo el surco y en medio de la nada: el sello poderoso, pletórico, único. (De El sol, la sombra, en el instante) CINCUENTA CUMPLEAÑOS Coger la pluma, el ala, el verso por la cintura. Apresar a Dios en un barco sin timón, sin proa, un barco de vela única. Poseer de nuevo la palabra en medio siglo, en una vida, en una siempre ardiente desazón de eterna, erguida isla en punta, en pugna, alborozada, transida, mediumúnica. (De El sol,L·sombra, en el instante) POEMA DE CUMPLEAÑOS 1992 El azahar como un novio celoso se ha adueñado de los naranjos y es que está aquí de nuevo marzo aligerándose de febreros de fríos, de noviembres de dolor, de diciembres de espinosos caminos sin la amarilla caricia de los verdores y la sangre apasionada de la flor de pascua. Marzo trae su sonrisa de otros tiempos, su dulzor claro de otras mañanas. Viene recién puesto de colores y de olores, viene a pactar con la alborada. Y yo lo miro, lo toco, lo huelo porque quiero que haga su morada entre mis huesos, que me llene las venas con su canto, que me inflame de esperanza las entrañas y se suba hasta sus ojos y los prenda de los míos. Y la tome entre sus brazos y la traiga hasta mis brazos. Y que vuelva aquella risa, aquel decir, aquel gesto sabio y suave como el tiempo, aquella voz honda y serena y me diga que no hubo invierno, que no se ha ido, que fue un sueño aquel otoño de la noche. Que nos ve a los que somos sangre de su sangre, a los suyos que dio vida con su cuerpo y su desvelo. Quiero que marzo me la desate y me la regrese a mi regazo que la estoy esperando para brizarle un cumpleaños, un arrorró de luz por las laderas de su isla y de mi isla, de su cuerpo y de mi cuerpo. ¡Quiero que dios me la devuelva! (De El sol, la sombra, en el instante) 38 39 EL MARCO DE LAS NOVELAS DE MARIANA DE CARVAJAL Rosa Navarro Duran El agustino Juan Pérez de Baldelomar en la aprobación que firma a 22 de setiembre de 1662 de las Navidades de Madrid y noches entretenidas de Mariana de Carvajal (o Caravajal) (υ y Saavedra, junto al preceptivo «no he notado en él [libro] cosa que se oponga a nuestra santa fe y buenas costumbres», añade: antes he admirado que haya en el recogimiento de una mujer estilo para que con sus honestos divertimientos dé materia para deleitar, aprovechando a quien le leyere (p. 6). La novelista en su epístola «Al lector» de los preliminares hace hincapié también en la d i v e r s i ó n que p e r s i g u e con sus relatos: los «sucesos que en este pequeño libro te AL LECTOR, TENTÓ, y cu/tofo Leííorfc auncjue no me fera ρρΐΉγ ble et coníYguir lazidosi defempcñüi *n el »Ktfta· de uo ¡CQBpciafh i\:t»ir miento rfflB por «iTod** orné d« fcruítfc con Ioí/uj «efierque en «¡Up««|i)e<| fio libro te oírexco, aborto tamil de mi corto in**1 genios y pnes-fe dirige« a felicitar euidadof» »guí* tofos,y hone (lo» entretenimientos) en que diuier* tas laspcrecofaj-nocliesdel erizado Invierno?te/ fuplico admirai mi voluntad ι perdonando los de fcftosdc· v-na tan mal coitada pluma-, en laquai liaHaraMnayoies defeos de fevuwte con vn librode dore Comedias, en que conozcas lo afeatuo» íodemidefeo. Pot prime; fueclîo deñt breut djf curfö'-r trprefento vn» Viudi> ρ vn Hutrfauo obligación precifa es- devn pecho nobt* el íííi »ifcat tan penofo defeonfuelo-, puenií major Atributo de que goMlo-nobkza, esptecj'aißiJiiiiie ofrezco» «se dirigen a solicitar» -dice- «gustosos y honestos entretenimientos en que diviertas las perezosas noches del erizado invierno» (2>. Y como avance de ese entretenimiento que anuncia, Mariana de Carvajal le presenta al lector la condición social de dos personajes: «Por primer suceso de este breve discurso te presento una viuda y un huérfano» (p. 5). No quiere despertar sentimientos de conmiseración, sino justificar el obligado consuelo al triste («obligación precisa es de un pecho noble el suavizar tan penoso desconsuelo») y, por tanto, la diversión que persigue su obra. Lo curioso será, c o m o v e r e m o s , que la viudedad va a ser condición de casi todos los p r o g e n i t o r e s ( h o m b r e s o mujeres) de los personajes de sus relatos y a la vez, en efecto, de la dama que preside el marco -cornice- narrativo. Mariana de C a r v a j a l , s i g u i e n d o el c a m i n o boccacciano (31, crea sus novelas enmarcadas. Cuando comienza su relato, doña Lucrecia de Haro no ha enviudado todavía, «estaba casada con un caballero anciano y enfermo, llamado don Antonio de Silva» (p. 13), pero su viudez se ha anunciado al lector. Tardará todavía en producirse dos años, tiempo suficiente para justificar la convivencia entre los personajes que crearán el marco del relato, pero de transcurso rápido ai no existir peripecia alguna. En este comienzo se destacan ya unos rasgos definitorios del relato: a) la preeminencia de la figura de doña Lucrecia, la futura viuda, b) el esquematismo de las relaciones amorosas entre los personajes; todos se enlazan desde el comienzo (hay un pequeño desconcierto que se solucionará en seguida), c) el gusto por la descripción del espacio de recreo. El texto se inicia con la indicación del lugar -Madrid- en donde «vivía una señora llamada doña Lucrecia de Haro»; se habla de su marido enfermo, de su hijo Antonio. Y se centra en la descripción de la casa (lugar de confluencia de los personajes), que también se nombra en relación con doña Lucrecia: Aunque doña Lucrecia tenía muchas casas, respeto de los achaques de su esposo gustaba de vivir en una labrada a la malicia, cerca de El Prado, por ser de mucho recreo. Tenía cinco cuartos principales y un hermoso y dilatado jardín, poblado de árboles frutales, hermosos naranjos... (pp. 13-14). 40 Describirá con detalle las dos fuentes que en este jardín había y pasará a la estructura de la casa con respecto a la morada de sus huéspedes: Pero no olvidemos que doña Lucrecia tiene que quedarse viuda porque para su consuelo se organizarán los festejos: Vivía doña Lucrecia en el cuarto de adentro, por dar los que caían a la calle a sus nobles moradores. En los dos alinde al suyo vivían dos hermosas y principales damas, la una llamada doña Lupercia y la otra doña Gertrudis. En los del patio, en el uno habitaban dos caballeros vizcaínos, residentes en la corte a pleitos y pretensiones; el uno llamado don Vicente, el otro don Enrique. Al cuarto frontero se mudó una viuda principal, mujer que lo fue de un maestre de campo, llamada doña Juana de Ayala. Tenía una hija de diecisiete años, tan hermosa como honesta, pues doña Leonor gozaba aquella fama tanto por su rara belleza como por sus conocidas virtudes H1 (pp. 14-15). Dos años vivieron todos con tan honradas correspondencias, que más parecía parentesco que vecindad. Y llegado el riguroso invierno armado de sus espesas nieves y empedernidos yelos, apretándole al doliente caballero los achaques con tan vehemente crueldad que los puso en cuidado, llamaron los médicos, halláronle peligroso, y mandaron que dispusiera las cosas de su alma (p. 16). Quedan ya presentados los personajes que v i v i r á n en ese espacio n a r r a t i v o que encuadra los relatos, que ellos mismos contarán. Falta establecer sus relaciones, y lo hace inmediatamente la narradora: «don Vicente estaba muy prendado de D.a Gertrudis» (p. 15). Don Enrique se enamorará de doña Leonor, la pide a su madre, pero ésta le da excusas y se la niega. Don Antonio -el hijo de doña Lucrecia- está también enamorado de doña Leonor, y ésta le corresponde, aunque no se le haya declarado. Es evidente que T I T ? LOS m/tM'mytuAsj FÄ;BV;£'AS Q J E SE contienen en efte '. Ijßro'., ι Τ AVcnasefeFcrrars. ? c Ti (O ' C "Ε Ό to CO 3 EI'Amänte^Ven'turofö. 4 EI Efcíauadcfu Eíclauo. •j Crujen'blcp; obra', fwmprç, ' ajcierca-. : ! Ö '^IbísVcriga^Üeípíecips. 7 La Induftria vence Defdehes.' 8 Amar fin iabc^àquien, NÄVI· 55 sólo hay dos personajes sin pareja: doña Lupercia, que quiere a don Enrique, y éste, que, al saberlo, olvidará su inclinación por la joven Leonor y le dedicará sus atenciones. Este pequeño desajuste que se subsana en seguida es la única peripecia que sucede en el marco, caracterizado por la cortesía: agasajos, regalos, música, canto, danza... y relatos. «A los últimos de octubre», doña Lucrecia ha pasado a ser ya «desconsolada viuda», y cuando faltan ocho días para la Pascua l5), la otra viuda, doña Juana, propone festejarla los cinco días de Pascua: Yo tomaré a mi cargo la Nochebuena, y daré a todos la cena. Y pues estamos libres de la murmuración de los vecinos, y este cuarto está retirado de la calle, tendremos un poco de música y otro poco de baile. El primero día de Pascua será la obligada la señora doña Gertrudis; el segundo, el señor don Vicente; el tercero, doña Lupercia l6>; y el último, el señor don Enrique. Cada uno ha de quedar obligado a contar un suceso la noche que le tocare (p. 17). Está ya establecida la organización del relato. Preside una viuda, y se festeja a otra (7). Los hombres, presentes, son comparsas. Envían regalos, como es su obligación; así dice don Vicente: que a dos hombres como nosotros toca por obligación, estando en una casa donde todas son mujeres solas, aunque son ricas, hacer demostración de Pascua, pues don Antonio, con su pena, no supone en esta fiesta y casa, (p. 17). Y una tía monja de don Enrique les solucionará el agasajo, «cuatro platos considerables», que se describirán minuciosamente: una costosa y bien aderezada ensalada, con muchas y diversas yerbas, grajea y ruedas de pepinos, labrada a trechos de flores de canelones y pesadillas. Otra con un castillo de piñonate, torreado y cercado de almenas cubiertas de banderillas de varios tafetanes... (pp. 18-19). También se detallará el aderezo de la sala que doña Lucrecia escoge para regalar a su vez a sus huéspedes: Mandó que aderezaran una sala que caía al jardín, adornándola de turquesadas alfombras, almohadas y sillas bordadas, ricas y costosas láminas, varias pinturas, lustrosos y grandes escritorios; dos braseros de plata, colmados de menudo y bien encendido errax, cercados de olorosos y ambarinos pomos; prevenidas luces, que a sus encendidos visos arrojaban las ricas alhajas cambiantes resplandores(8) (p. 18). 41 Queda sólo un elemento que irá adquiriendo mayor importancia en ese marco a medida que vayan relatándose las historias: el canto. Doña Leonor, con el arpa de doña Gertrudis, lo iniciará con una letra: «Jilguerillo que cortas el aire» (p. 19). La criada de doña Gertrudis, Marcela, será quien comience el baile, porque se elige una capona, baile «rápido y bullicioso» (9). No se da inicio a los relatos inmediatamente. Mariana de Carvajal gusta de recrear una atmósfera de ocio. Comen, se ríen m, juegan a las damas, se retiran a descansar(11). Al día siguiente, don Vicente le envía regalos a doña Gertrudis, y ésta le corresponde con otros. El ingenio y la cortesía presiden esos actos cotidianos sin peripecia. Los caballeros imaginan una burla como juego: don Vicente se finge herido de muerte. Doña Lucrecia, «discreta viuda», «aguda de dichos», que toma las riendas de ese pequeño mundo cortesano, no se dejará engañar. El fingimiento acabará al señalar el pecho como lugar de herida, que espera ser sanada por un ángel, doña Gertrudis. La metáfora amorosa justificará la escena sin malicia, que es en seguida interpretada por la carencia de aparato que hubiese comportado tal suceso; el venir solos es lo que le permite a la dama «leer» adecuadamente la actuación de los caballeros. Tras la cena, «alzadas las mesas», doña Gertrudis comienza su relato: es La Venus de Ferrara. No habrá intercomunicación entre los dos espacios narrativos, como en los Desengaños amorosos de María de Zayas ll2) . Las alabanzas sirven para el enlace con el siguiente narrador, don Vicente, la pareja de doña Gertrudis, quien menciona su burla para encarecer sus cualidades y suponer su éxito: -Vuesa merced saldrá del empeño -respondió doña Gertrudis-, que, pues sabe tan bien fingir unas heridas, también sabrá fingir un suceso verdadero, (p. 43). El esquematismo es manifiesto: los narradores, mujer-hombre, que se van sucediendo, están r e l a c i o n a d o s s e n t i m e n t a l m e n t e . El relato entretiene, pero no afecta a la vida del marco ni provoca reflexiones ni cambios de conducta en los personajes, cortesanos felices, que consiguen el equilibrio tras el pequeño desconcierto en una de las parejas antes de la narración de la tercera novela. No se romperá la armonía en toda la obra. Sólo algún comentario sobre el comportamiento de un personaje dará pie a la alabanza de una dama del marco y, por tanto, a situarse de nuevo en él. Cuando el auditorio alaba el recato de Doristea, don Antonio dirá: -Señores, aunque vuesas mercedes tienen razón de alabar esta dama, no excusaré decir que nació del temor que tuvo al suceso de Claudio. Aténgome al recato de mi señora doña Leonor, pues, en dos años que habernos gozado de tan honrada vecindad, ha sido menester que mi madre enviude para merecer verla en esta sala. Que si Doristea se guardó de don Carlos, fue temiendo no ser desgraciada (p. 67). La presencia del marco se convertirá en repetición de agasajos con precisión de regalos, dulces, cantos y galanterías. El relato se sitúa así en un contexto de divertimiento, como dice doña Lucrecia: «-Todo es menester [...] para divertir las horas del invierno, que, a no estarían entretenidas, no se p u d i e r a n llevar las noches» (p. 70) subrayando el título de la obra. Tras la solución del pequeño conflicto que dejaba a dos personajes sin pareja, que ocupa el prólogo al relato tercero, el tránsito entre ficción y ficción se abrevia. Incluso la intervención de doña Lucrecia que justifica la ampliación de la obra es breve: ante el gusto recibido, decide «que habernos de pasar adelante el tiempo que duraren las vacaciones» (p. 107) y anuncia que narrará un caso que le contó «don Antonio (que esté en el cielo)», y el piadoso recuerdo a su esposo m u e r t o parece darle bula para p a r t i c i p a r de m o d o a c t i v o en el entretenimiento. Luego, sin más explicación, se incorporará don Antonio. Don Enrique, doña Lucrecia, don Antonio y doña Juana narrarán las novelas cuarta a séptima, sin apenas preámbulo. Los antecedentes eximen de repetir los agasajos y cantos, que se mencionan sólo: «Y llegado el día siguiente, último de Pascua, las regaló don Enrique con tantos platos que se aventajó en dar a entender su franqueza» (p. 89); «Y tomando una vihuela cantó algunas letras. Y acabada la música, le dijo don Vicente que le tocase una pavana» (p. 107). Se anticipa el asunto del relato («mañana les he de contar un caso que un milanés me refirió estando en Salamanca, celebrando la industria que tuvo un caballero para vencer los desdenes de una dama» (p. 119), ose lo nombra. El título se lo pone antes de contarlo, así ocurre con El amante venturoso, novela tercera (p. 70), o al concluirlo, como en Quien bien obra siempre acierta, novela quinta (p. 119). Doña J u a n a , que había o r g a n i z a d o las sesiones, se incorpora por f i n . Subrayará la ejemplaridad del relato que va a narrar: Mañana les he de contar un suceso de una dama toledana que en algún modo servirá de ejemplar para que estas señoras no sean mal acondicionadas, pues sucede muchas veces que las mujeres terribles pierdan su ventura, o, ya que la tengan, vivan mal casadas (p. 133). A c a b a d o el r e l a t o , se p r o d u c e una impropiedad en el texto; es doña Lucrecia la que reclama el aplauso para su forma de contar y no para el contenido del suceso, que sí es apreciado. Y es doña Lucrecia la que decide conseguir los aplausos a su donaire y dotes de narradora diciéndoles una Fábula de Apolo y Dafne, que llegó a sus manos (p. 178). Si analizamos la estructura de la obra, vemos que doña Lucrecia ya narró Quien bien obra siempre acierta, X\\.u\o que ella dio al suceso que le contó su difunto esposo, y que debe ser doña Juana la que ahora lo haga. Sólo queda Leonor, su hija, y a ella se reservará la novela octava. 42 A Mariana de Carvajal, viuda también ella, se le funden las dos viudas en una sola. Ambas organizan, ambas disponen. Una de ellas va a reivindicar su donaire -no podía hacerlo una doncella- y, aunque por organización narrativa debe hacerlo doña Juana, la protagonista (131 se impone y le roba las riendas: Viendo doña Lucrecia que los aplausos que se debían de justicia al donaire con que les había referido la novela, y que no aplaudían sus huéspedes más que los sucesos de su relación, sin acordarse de lo donairoso con que los había entretenido, atajó la conversación diciendo... (p. 177). Leonor dirá la Fábula de Orfeo y Eurídice, tras grandes elogios de la voz de la narradora sobre su forma de contar: le daban sus acciones tanta viveza que, aunque no fuera lo referido de suyo tan gustoso [repite la fórmula ya vista antes], por el modo con que lo adornaba su donaire se daba a desear (p. 215). Parece que teme una reprimenda de su personaje, como si también quisiera emular en ello a su antecesora. La Fábula es asimismo burlesca. Η.. No es un simple error en el nombre -como había ocurrido con Lucrecia y Lupercia al comienzo-, porque habla de «sus huéspedes», desde la perspectiva de la dueña de la casa, y a partir de este m o m e n t o siempre se nombrará a doña Lucrecia y no a doña Juana. La forma con que «la entendida señora» dice la Fábula es «con un desahogo decente y una mesura despejada» (p. 178), términos que se deben, claro esta, a su condición de mujer; pero el estilo de la Fábula es burlesco, registro inesperado en boca de tal dama, reciente viuda, y en tal a m b i e n t e de refinada cortesanía hasta ese m o m e n t o ( U | . El yo poético de la Fábula es masculino: Si ella estaba sentada en cuclillas, a gatas, recostada, tendida o de rodillas, boca abajo o puesta de costillas, yo no lo sé, que no estoy obligado a saber de la fábula lo echado <p.179). O unos versos más adelante: «yo soy modesto, casto y vergonzoso» (p. 179). Los oyentes e x t r e m a n sus muestras de agrado -dada la reprimenda anterior-: Grandes fueron los aplausos y encarecimientos con que exageraron lo airoso y lo bien referido de la Fábula, que cuando ella por sí no fuera de tan buen gusto, la sazón que le dio el donaire de doña Lucrecia obligaba a que quedasen cortos todos los hipérboles que encierra en sus capacidades el encarecimiento (p. 186). La última narradora, doña Leonor, decide añadir también una fábula, la de Eurídice y Orfeo, a su relato. De nuevo cae en la confusión de los n o m b r e s la escritora, porque cambia la identidad de doña Leonor al decir de doña Lucrecia «que quiso galantear a su amiga doña Leonor con ocasión de festejar a su esperada hija» (p. 186); en este caso no tiene trascendencia la substitución porque en seguida volverá a ser doña Leonor quien era. Queda, tras el relato de Amar sin saber a quién, concluir la novela. Mariana de Carvajal anticipaba con el recitado de la Fábula su voluntad de dedicar un espacio narrativo amplio al marco antes de cerrar sus Navidades de Madrid. Doña AmarfinfaUcràquicn. Nouela Octdm. de Portugal, compucftoute diferentes nula, rañas, >• juguetes de alcorce , que (c Ueuausn. lojOíOs.Fiietjnd-ptendiJa le edición que las fuentes Je dulces (ecos ocuparon tojos los na. ñ-ae'osdc Dsmai,y Galanes , .1.1= le titilaron, pedentes , γ Je les lotaras, quedaron farisfe·chotlasctiadoi.losaua. lesentcaronam muuio. tiempo contantes band'i'aidegicarasde ches-ec.ete , que fin (es 11ceeiletio anderen corte· fies,ni cumplimientos» a im milnua tiempo has­ tio para.quc lodos Ictomailen. No ay palabras coa que eocaieccr 'los aplauiós, y agre Jecitvrtrntris.quctodusdierceiafiíhieariia,}-fjbcta lidaj. A rjueelrefpORdiocb-.funvifsiones coiecfcs,no lcaficntsilcii, rtocandolcdc cortc-i que biencoaoeia lo auia an· dado como. Vizcarno, a quienjiofelcauiapetradonada déla Co.te, liuo.loi gallos que trata ccaifigo las preteufictItes.y la afliilcucia en ella, pot ta otos dlat,ùou de le galla las mea véatela viJa,la fatud, los dineros,}- aun los aeítidos,quc el ( para darles buciias.mtcuas | les hazia fabidótes, Je; coma holuctia.iiu.-^aitia coa vicemiencict, ¿expíe anuían falido (¡ai informaciones-, aprobadas- del Coníeio; porque fnpajedcl Secrecatiolc acá* bauadedar las nueuas, quclcueimltiellcriipiies eran etaa todos tanfuvos,fe aireuitfle fu alegría en haierlosatodos partid antes de las albricias, /ieronle la norabuena eon grandes demoftracíones de güito los circundantes', y entraron de oueuo los diados con fuentes,enqueecnian riens pares démediasdefcda.conligas, yguantes de ámbar bor dados,mucha copia de bolfos de dnercmes labores, alai de ámbar bor dados,como deabnja, yde red, muchas eacteras,yv¡goierasdelaniii ma materia s defiaetic que aicaniopara todos Î 191 liberal agalTa|0¡ydef pues de euer repelido míenos dcfcmpenos fus dorevnosaorrosgottofosabracos de amulad, fe defpidieton las feno· ras madrinas Tituladas , tomaron fus coches , los de dentio de. cafa fe teeogicton a.fuá quanot , deeandafui efpeíancas preuenidas, paraeldiade las Veta-ciouctjcuque fe pro metían nueuoi feliejos,-y, laudóles,q cipero han Je dar motisionaraliaaerla fcguuda naste Je elle libio. Χό LAVS DEO. Jacinto Polo de Medina es el modelo de la anterior. «Contento estaba Apolo / cuando aquesto cantó Jacinto Polo» (p. 180). Como dice Cossío: Si es Góngora quien inicia el tratamiento burlesco de los temas mitológicos, puede afirmarse que es Polo de Medina quien fija una fórmula original de elaboración de este género de poemas. Su Fábula de Apolo y Dafne, aparecida en 1634, ha de ser el modelo de estas fábulas "5I. Cossío, que cita como imitadores de Polo de Medina a Antonio de Solís, a Gabriel del Corral y a García Medrano y Barrionuevo, no menciona estas fábulas burlescas que aparecen en la obra de Mariana de Carvajal. La desmitificación burlesca convierte a los héroes mitológicos en rufianes mal hablados. Así acaba la Fábula de Orfeo: Orfeo la miraba, y al demonio la daba, diciendo: «Irá contenta, porque hizo su gusto muy exenta. Pensó la disoluta que era hijo de puta, y que, muy fino amante, volvería al instante a suspender horrísonas cadenas y a divertir las penas... (pp. 224-225). Antes de levantar la sesión, don Antonio cantará a su amada Leonor bajo el nombre de Leonida, justa alabanza a dama tan decidora. Quedan las capitulaciones matrimoniales y cartas de dote: son tres las bodas pactadas que van a celebrarse la misma tarde. El espacio 43 narrativo del marco cerrado al exterior se abre a nuevos personajes. En realidad, el tiempo del relato ha t e r m i n a d o , se inicia el de una academia poética (16). Se incorporan los padrinos; doña Lucrecia convoca a «una señora llamada doña Teresa Fajardo, a quien se le daba señoría», que viene «acompañada de cuatro señoras tituladas» (p. 227). La celebración de las bodas será la razón del festejo (17), doña Lucrecia será el maestro de ceremonias que velará para que todos participen. Ella arbitra la solución: -Pues vuesas mercedes fían a mi disposición el que de todas sus gracias haga una ensalada, digo que, siendo yo la primera que salga a la palestra, aunque desaliñados los donaires, daré principio a nuestra fiesta advirtiendo que, en concluyendo con lo que me toca, tengo de citar de remate a uno de los caballeros presentes, para que, saliendo por mi fiador, no quede el puesto con quiebra, sino que se asegure la finca de que se mejora de créditos la dita del festejo. Y en cumpliendo el caballero quien yo citare de remate para que satisfaga por mí, quedará a su elección el elegir para su desempeño una de las damas presentes, a quien citará para crédito de su buena paga. Y la dama citará, en haciendo sus gracias, a otro caballero; y este, en cumpliendo con las suyas, a otra dama (p. 228). Ni melindres ni porfías; todos están obligados a participar. El «sazonado desembarazo» de doña Lucrecia es incentivo para olvidar encogimientos o recatos. Mariana de Carvajal hace así desaparecer fronteras entre galanes y damas. Todos pueden participar con el poema que quieran; el t o n o de las fábulas presagiaba ya la continuación, que no se quedará atrás. Doña Lucrecia dirá un romance subido de tono y lo envolverá en una preparación en donde ataca y alaba, censura el poco recato de la supuesta dama que recibe los versos y su mucho interés, pero subraya su alta cuna y sus calidades: Quién fuese el galán que se los envió, no lo sé; lo que no ignoro es que, por los versos, se conoce que no era lerdo, y que, sin ser sátira, pudo con su pluma quitar muchos hilvanes de vana a la señora, que por mostrarse interesada dio permiso a que no se le guardasen todos los decoros debidos a sus prendas (que yo la conozco y tiene en todas calidades las que bastan para ser dignas de estimación) (p. 229). Pero el tono apicarado no casa con tal pintura: S¡ te busco es porque entiendo que perdiste el pundonor desde el punto que perdiste de virgen la palma γ flor (p. 232). Por eso doña Leonor interviene, antes de que siga don Antonio, y hace un curioso discurso moral sobre las mujeres principales «que no atienden a lo mucho que se deben a sí mismas», que sería más apropiado para estar en boca de una de las dos damas viudas. Mariana de Carvajal no cuida el perfil de sus personajes, que son sólo piezas de una composición que funciona como suma de relatos o de poemas (o se equivoca de nuevo de nombre). La respuesta está en boca, en cambio, como corresponde, de doña Lucrecia, que achaca a la o c i o s i d a d de la corte el c o m p o r t a m i e n t o despreocupado de esas damas; si no lo fuera, no podrían «bizarrear con tanta diferencia de galas» (p. 234). Se zanja la controversia, y se prosigue el canto. Coplas de Juanilla acompañadas al arpa en boca de Antonio precederán a «octavas elegantes» sobre las estaciones del año, que dice «con bizarro donaire» doña Gertrudis. Se apagan así los ecos de la controversia, a la que se alude de nuevo y se cambia también de tono. La elegancia y la retórica sustituyen a la sátira y lo burlesco. Y aunque la dama señala que las octavas estaban «hechas por uno de los mayores ingenios de España, aunque no conocido por poeta por la modestia de su profesión» (p. 237), las alabanzas menudean por su buena elección y le dan «el vítor de cortesana y entendida». Ella citará a su amado, don Vicente, y éste cantará en dos romances a la primavera «en un alegre tono», que cambia al son del arpa. Una alusión final a las mudanzas y a las libertades de las mayas, comprensibles ya que mayo es tan mudable, quiere acabar con la disputa de las damas. La atmósfera cortesana se ha apoderado de la obra. Es el gusto por la charla, por el canto, por la diversión intrascendente. El marco narrativo es el espacio novelesco ,181 y, al dejar de enmarcar relatos, sin peripecia alguna, como fiesta final de libro de pastores, se nos muestra la diversión cortesana como sesión de academia lírica, en donde el poema ocupa el lugar central. Le tocará el turno a doña Juana, y el asunto de sus versos será el único recurrente en relato y marco: los hombres jugadores y las desgracias que a su familia acarrean (19): «es meter en una casa Nouela Séptima. LalnduftriavenceDefdcms, i ; 4 yrtttmSeietdtmm dt Pafhnt A\ clf.yCJn atjUtjUfZcrli, β«ίη«ψ>'?<& ... t}»tafitio4iX9Í*tki>Oeraiáfo, AnAiiUAmnrunvun y virU (iirtfiílutjti iíiqut liiAMAtiit, dift.iu*. <fy*uAtnHtUtm*<M ¡4niñ*tpiMn4,*ettiUtefiárUm ,,.μ.,.ρφφ%, Si ftnttr rslies 4 fu l'rimlutr*: í7i4i Dií>si/iigUiirJtt{'¡uiz;h, que JiiJsrwi »ptntArmA*t,futrá'st(ío, tlUtfuujfhu<l.<, tntiicli¡lji,¿g4(.ii,rtcefu4M, ttnJidj, u di radill.it. foc¿í.txo,ipt't¡lAiltC3j!ilfai, l'fisqucgrcfir,* fJUs mu dtlMtrfn SterU) fitttwtunmtnudot. quenofiwtrtn. α -venir dfnudon q»tJAIMÍUqut'etAttil,ÍAtiilty'4i juttaamth4 d< taper tenia tr^í.,],. dexa -el pint Attt amirtt par* tap. e¡ue,4 mod&es ptürreß \ JtioÙd<blbAX)i eirainjUnCU, 1"t*s<Í>?*r4,ñ,futbkstHl?r¿nU.t. Í V í i y i i ( j ( / ErimAine, q<irta¡>jft/j'i.uejw tonel m.tntù(ΐΙΑξΙΙ.ΙΙΙ,Ι IICHJIf.l/1, gHM¿iiaf.nuts umpoca Us vfiaA>tt f.triams.»( ζαιαή.ιι, ,ι fibtfdeU ÏAMAIO uh*dt¡. £j':¿ri.t,.t mi xtt,ftim mcingAño, tínU^M-At^tf« vßogtite, ,Λί,ΐ..^.. ra ti futía, di.¡nt ¡(fulla Λ ¿polo grAndtfctlo, $>híi 1,1 %·Ϊ0 íflf M Us Mát.U, eonqutfcrtfl,i>ç.int.uit,\svit}u. /rt(on»j»oir,tt.,„, ni l>eiit(H'4tfjpjtaUjn.iJÙri; tu do <tA CJr/iepur, ι, •JMtedoto (iijn.ii, ISgrtn h(ur,t. fAl 0.4 Ccn- continua guerra y pérdida de hacienda, honra y vida» (p. 249). Precisamente doña Juana había contado La industria vence desdenes, cuyo protagonista, don Jacinto, le cuenta a su tío la situación familiarcreada por la pasión por el juego 44 de su padre: «mi padre juega tanto qué estaba la casa rematada, y apenas se alcanzaba para una triste olla y a la noche guisado, y muchas veces faltaba» (p. 142). Y no es un detalle más porque Mariana de Carvajal insiste en él y hace que la protagonista, Beatriz, sea víctima también de tal situación: Fue hija de un caballero del hábito, de lo más noble de Portugal; jugaba tanto como vuestro padre, y las dejó tan pobres que no pasa el dote de mil ducados. Bordan casullas y otras cosas, y con eso sustentan una honrada familia, (p. 144). El conflicto central se apoyará en la esquivez de la d a m a , que nace precisamente de la convicción de su pobreza. En un momento de su desesperación, recuerda el origen de su desgracia: -¡Dios se lo perdone a mi padre que tanto mal me hizo, pues me falta la ventura cuando doña Leonor se atreve a competir porque tiene dinero, teniendo menos calidad que yo! (p. 149). El d i n e r o del tío c a n ó n i g o de don J a c i n t o solucionará el conflicto. En este relato también se acumulan los detalles sobre la vida cotidiana. Maria Grazia Profeti lo destaca -y subraya que es la más extensa de las novelas- como ejemplo del «ascenso de clases nuevas, capaces de hacerse su propia fortuna con "la industria", con el "obrar bien"» l20). La sátira contra los tahúres de doña Juana es aplaudida por todas las damas-y hay que subrayar esa precisión-: porque cada una vivía recelosa de peligro semejante como encontrar en su empleo la desdicha de haber de sufrir la ruina que trae a una familia un hombre jugador (p. 250). Don Enrique se atreverá con una jácara, testimonio del gusto cortesano por ese tipo de composiciones rufianescas. Mariana de Carvajal se extiende en subrayar la «modestia, compostura y asentado juicio» de don Enrique para no empañar su figura con el tono de los versos elegidos; pero no olvidemos que es ella la que maneja los hilos, es decir, los poemas y los personajes. Ni fábulas burlescas ni jácaras la detienen. Falta sólo el fin de fiesta. Para él se dará la voz a una de las señoras invitadas, condesa y madrina. Ella subraya esa apertura a «los de afuera» y volverá a las fábulas burlescas diciendo una Fábula del juicio de París. Las alabanzas no sorprenden por repetidas: «donaire, representación y compuesto desembarazo» (p. 263). Y ella citará a don Antonio para que cante «un tono que en otras ocasiones le había oído» (p. 264). Lo mismo hará luego don Antonio con ella invitándola a que cante «un romance que en otras ocasiones le había oído» (p. 266) y la cita se repetirá todavía, porque será don Antonio quien dé fin a la fiesta. Se pone así de manifiesto la relación entre ambos personajes al margen del texto, se crea un ámbito de convivencia que da hondura al relato. Tocan las campanas a maitines: el tiempo -cierre r e t ó r i c o - m a r c a , pues, el f i n a l del entretenimiento. Don Antonio es el personaje que utiliza la novelista para cerrar el libro y dejar abierto el texto. Recita la Fábula de Júpiter y Dánae, de la que un poeta sólo escribió la mitad, para concluirla el día de las tornabodas. Él será también quien ofrezca chocolate y fuentes de dulces secos. Pero antes de la despedida final y de la promesa de otros festejos para el día de las velaciones, que la novelista anuncia como materia de la segunda parte del libro, una nueva impropiedad nos sorprende. Don Antonio es vizcaíno y anuncia que va a volver a su patria con su pretensión l o g r a d a , c o m o acaban de c o m u n i c a r l e <211. No es, por tanto, don Antonio quien habla, sino don Enrique, que es vizcaíno y cuya tía monja es la gran repostera. Pero no tiene así sentido el papel final que se le da. Mariana de Carvajal no cuida en exceso a sus entes de ficción y rompe su lógica. Le interesan más los detalles que la coherencia de los personajes del á m b i t o narrativo en el que se insertan los relatos. Cuando la peripecia desaparece, y la narración se remansa en la recreación de una atmósfera, se olvida de las normas del relato. Lo que le importa es el comentario -la discusión sobre el comportamiento de las damas en la corte, por ejemplo-, el poema o la descripción de los m a n j a r e s , y no los personajes que van unidos a ellos. No se siente seducida tanto por el relato como por el rito social l22) . Agudamente M.G.Profeti señala -lo he indicado ya- cómo en Mariana de Carvajal se vislumbra el ascenso de clases nuevas: la urbanidad, la importancia atribuida a la música, a la danza, a la mesa, a la etiqueta en el cambio de los cumplidos, nos dicen qué ritos reservados a la nobleza ahora van extendiéndose a clases intermedias,231. Ese ámbito es el que seduce a la novelista y es el que presenta en el marco de Navidades de Madrid, presidido por la dama viuda, con dinero y con capacidad de decisión. No hay ataque a los hombres -como en el discurso combativo de María de Zayas- ni quedan excluidos de los festejos -sólo asoma la censura contra los jugadores-, pero las damas son las que organizan los entretenimientos. Una dama es la dueña del espacio y, en torno a ella, otra inicia los festejos. Cuando se introduce un personaje activo del exterior es también una mujer, la «madrina», que interviene en la academia lírica con sus poemas. Los c a b a l l e r o s serán excelentes comparsas; pero cuando quieren agasajar con dulces, deben recurrir también a la mujer, a una monja. Mariana de Carvajal dejará que uno de sus personajes masculinos, el rey Enrico de Navarra, de Amar sin saber a quién, sepa remedios de medicina casera. Cuando su amada Lisena cae al río, de donde él la saca sin sentido, manda a su servidor lo siguiente: 45 -Habéis de hacer que en una paila se ha de echar cantidad devino, unos sarmientos y cogollos de romero; y en hirviendo, habéis de empapar una sábana, cuan caliente se pueda; y desnudándola hasta la camisa, la envuelvan en ella, y cárguenla de ropa para obligarla a sudar. Hágase una infusión de camuesa y agua de azahar mixturada de coral, oro y piedra bezal; espesa y bien caliente se la apliquen al corazón, y prevéngase una bebida cordial para cuando vuelva del desmayo (p. 204). Es el espacio de la f i c c i ó n . En su m a r c o , la novelista le dejará a un personaje, d o n A n t o n i o (que h u b i e r a d e b i d o ser el hijo de la p r o t a g o n i s t a ) , q u e cierre la o b r a . La a r m o n í a preside esa a m a b l e c o n v i v e n c i a cortesana q u e se desarrolla en t o r n o a los relatos y los p o e m a s : la literatura c o m o gozo y e n t r e t e n i m i e n t o de un g r u p o culto regido por la m u j e r e n u n a p o s i c i ó n s o c i a l q u e le p e r m i t e d e s e m p e ñ a r ese papel lúdico relevante: es v i u d a y rica y t i e n e a d e m á s un hijo casadero. Mariana de Carvajal nos legó no s ó l o unas bellas novelas cortesanas -las tres ú l t i m a s sumamente interesantes-, s i n o una m u e s t r a de la poesía de m o d a e n ese c o m i e n z o d e la s e g u n d a m i t a d del s i g l o . Fábulas m i t o l ó g i c a s burlescas o jácaras están en boca t a n t o de d a m a s c o m o de c a b a l l e r o s ; no hay límite i m p u e s t o por el recato y la discreción a q u e se s u p o n í a o b l i g a b a la c o n d i c i ó n f e m e n i n a . La n o v e l i s t a c o n j u r a b a el p e l i g r o d e la c r í t i c a con s u m a habilidad a t r i b u y é n d o l e tales cualidades a las d a m a s q u e recitaban, a u n q u e lo q u e decían no se adecuase a ello: el d i s t a n c i a m i e n t o de la m a t e r i a p o é t i c a se c o n s e g u í a c o n el y o l í r i c o masculino. El m a r c o de Navidades de Madrid y noches entretenidas no es s o l a m e n t e una e s t r u c t u r a en la q u e se i n s e r t a n las n o v e l a s - c o m o m a r c a b a la tradición literaria-, es t a m b i é n un espacio narrativo de libertad para unas m u j e r e s , entes de ficción q u e hablan con gracia y soltura con sus c o m p a ñ e r o s literarios. Universidad de Barcelona NOTAS 1. El texto de la primera edición, de 1663, siempre dice Caravajal, M. Serrano y Sanz, en sus Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833, la cita como Carvajal, y así se la nombra modernamente siempre. Antonella Prato en su edición (Milano, Franco Angelí, 1988) respeta la grafía de la edición princeps, mientras Catherine Soriano, en la suya (Comunidad de Madrid, Clásicos madrileños, 1993), elige Carvajal. Siempre cito por esta última edición. 2. Habla a continuación de «un libro de doce comedias» de su pluma, pero no hay noticia sobre él. Serrano y Sanz nos aportó los datos biográficos de Mariana de Carvajal: nace en Jaén a principios del s. XVII. Casa con Baltasar Velázquez, alcalde de los hijosdalgo de la Real Cnancillería de Granada, hacia 1635. Su hijo Rodrigo nace en 1640 (el estudioso reproduce la partida bautismal); recibiría el hábito de Santiago. Al morir don Baltasar en 1656, vivían nueve hijos del matrimonio (transcribe su testamento; el testador nombra siempre a su mujer como Mariana de Caravajal y Piedrola, no Saavedra). Dña. Mariana suplicó al rey que se le pagara una pensión de 200 ducados concedida a su marido y alegaba su «mucha necesidad» por haber muerto éste «sin dejar hacienda alguna y dejando tres hijos varones y seis hijas»; pedía también «un hábito para uno de los dichos sus hijos o casar una de sus hijas». Serrano y Sanz, al hablar de las novelas, dice que «hay, a veces, un desenfado que raya en grosería, cual sucede en la fábula de Apolo y Dafne, intercalada en La industria vence desdenes» {Apuntes, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1903-1905, I, pp. 236-244). 3. Y al igual que María de Zayas, novelista con la que se la compara siempre y en su demérito. Noël M. Valis dice que «Carvajal, unlike María de Zayas, is no dissenter», «Zayas was the aberration; Carvajal confirmed the rule» (juicio que no comparto), y subraya el hecho -que considera lógico según este razonamiento- que «with few exceptions she should confine herself to restricted, closed-in space, because that is all a woman could know in her day», «The Spanish Storyteller: Mariana de Carvajal» en Women Writers of the Seventeenth Century. Ed. Katharina M. Wilson and Frank J. Warnke, The University of Georgia Press, Athens and London, 1989, pp. 251, 252 y 256. 46 4. También Lisis, la protagonista de las novelas de María de Zayas, vive con sus amigas (Lisarda, Matilde, Nise y Filis) en una misma casa, pero en distintos cuartos. Lo precisa la novelista al comienzo de sus Novelas amorosas y ejemplares (1637). 5. María de Zayas había elegido también la Nochebuena y los demás días de Pascua para la fiesta que entretiene a la enferma Lisis. 6. En el texto figura Lucrecia, pero es un error evidente. 7. Maria Grazia Profeti subraya en las ocho novelas «el protagonismo de la mujer, rica y "principal", con capacidad de decisión y de autogestión, casi siempre sola, libre de relaciones parentales, huérfana [...] o viuda [...] o alejada temporáneamente del padre», e indica cómo «este carácter pasa de las novelas al marco: la protagonista Lucrecia de Haro, en cuya casa se reúne la tertulia que va a contar las novelas, es viuda con un hijo, Antonio; viuda es una de sus huéspedes, doña Juana de Ayala, con su hija Leonor; solas están las dos "hermosas y principales damas" que viven juntas, doña Lupercia y doña Gertrudis», en «Los parentescos ficticios desde una perspectiva femenina: María de Zayas y Mariana de Caravajal» en Les parentés ficitives en Espagne (XVI-XVII siècles). Ed. de A. Redondo, Pubs, de la Sorbonne, 1988, p. 245. 8. Caroline Β. Bourland traza «el cuadro de la vida de familia a mediados del siglo XVII, mirada desde el punto de vista de una mujer» a partir de las novelas de Mariana de Carvajal en un artículo ya clásico: «Aspectos de la vida del hogar en el siglo XVII según las novelas de D." Mariana de Carabajal y Saavedra» en Homenaje a Menéndez Pidal, Madrid, Hernando, 1925, II, pp. 331-368. La califica como «escritora ingenua» y concluye que sus «sencillas narraciones, aunque poco nuevo añaden a nuestros conocimientos de la España del siglo XVll, sí reflejan con exactitud y gran riqueza de detalles la vida y actividades de cierto medio social. Escribiendo sin la conciencia de hacer obra de costumbrista, la autora trazó, sin embargo, un cuadro de la vida íntima de su época» (p. 364). 9. E. Cotarelo y Mori: Colección de entremeses, pp. 237-238. loas, bailes, jácaras y mojigangas, Madrid, Bailly/Baillière, 1911, I, 10. Carolina B. Bourland destaca dos características de las que ella llama «historietas»: «la risa y el espíritu de la juventud», art. cit., p. 364. 11. Shifra Armón lo subraya: «Polite social interactions function as both the object and subject of Carvajal's fiction» en «The Romance of Courtesy: Mariana de Caravajal's Navidades de Madrid y noches entretenidas», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, XIX, 2, 1995, p. 243. 12. Zelima, esclava de Lisis, referirá el primer desengaño y desvelará su auténtica identidad: es Isabel Fajardo, cristiana, de padres ilustres. Al final de los Desengaños amorosos, Lisis irá a un convento con Isabel, ésta tomará los hábitos y la protagonista del marco se quedará en él como seglar. 13 Frente a la joven Lisis, que es el centro de las Novelas amorosas γ de los Desengaños amorosos de María de Zayas -su madre, viuda, está en un segundo plano-, en las Navidades de Madrid, es la viuda doña Lucrecia quien lo ocupa; su hijo (como la hija de doña Juana) es el que tiene un papel secundario. 14. M.G. Profeti señala la importancia de «la presenza di generi típicamente «maschili», cioè satirici e bassi, tanto che l'autrice sente ripetutamente ¡I bisogno di giustificarsi.», «Introduzione» a Navidades de Madrid y noches entretenidas. A cura di Antonella Prato, p. 21. 15. José María de Cossío: Fábulas mitológicas en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1952, p. 680. 16. Serrano y Sanz reseña el opúsculo que se imprime en 1664 en Granada con la «Festiva Academia, celebridad poética» que se celebró el 12 de febrero en casa de don Rodrigo de Velázquez de Carvajal, hijo de Mariana de Carvajal. Contiene poemas de Juan Trillo y Figueroa, de Francisco y Rodrigo Velázquez de Carvajal y otros. No se menciona a doña Mariana, op. cit., p. 238. 17. María de Zayas también elige las anunciadas bodas de Lisis para el segundo «entretenido recreo» que serán los Desengaños amorosos (1647). Se celebrarán en las carnestolendas, pero no desembocarán en las bodas prometidas. 18. M.G. Profeti lo señala: «Verso la fine délia raccolta, nella comice -che assume un'importanza sempre maggiore- appaiono modalité nuove», introducción cit., p. 21. 19. Es indudable que el asunto le interesaba a Mariana de Carvajal, pero los intereses no deben confundirse con las vivencias; al menos nada puede deducirse con certeza acerca de su biografía a partir de ese tema literario que -eso sí- le preocupa mucho. 20. «Los parentescos ficticios desde una perspectiva femenina...», cap. cit., p. 244. 21. Antonella Prato anota en su edición: «I ruoli dei personaggi ¡n quest'ultima parte della cornice non risultano del tutto congruenti. Innanzi tutto a f. 174va si dice che è stato don Vicente a fare da paciere tra doña Lucrezia e doña Leonor, mentre ai ff. 165ra-166va questa funzione risultava chiaramente svolta da don Antonio. È poi don Antonio, uno degli sposi, che esorta ad interrompere i festeggiamenti (f. 188r), ruólo che spetterebbe al più autorevole dei presentí (Don Alvaro?). Infine qui don Antonio si dichiara vizcaíno, mentre nella introduzione la madre viene preséntate come di Madrid; invece vizcaínos, e pretendenti a vari benefici, sonó don Vicente e don Enrique», nota 98, pp. 249-250. 22. Shifra Armón dice que «Caravajal represents familiar features of the seventeenth century landscape under the sign of fiction», art. cit., p. 257. 23. «Los parentescos ficticios desde una perspectiva femenina...», cap. cit., p. 245. 47 LA RESTA BARROCA EN VALENCIA: LA IMAGEN DEL PODER Y LA DIFUSIÓN LITERARIA DEL CATALÁN Gabriel Andrés Renales Valencia cuenta con una larga tradición festiva que se remonta a la Edad Media y que se enriquece notablemente en el Renacimiento hasta consolidar en el siglo XVII un rico patrimonio de dispositivos organizativos y de recursos artístico-literarios que quedarán plasmados en una serie ininterrumpida de textos de relaciones, desde uno o varios pliegos meramente informativos hasta los voluminosos impresos conmemorativos. De este modo, el área levantina se sitúa plenamente dentro de los mismos procesos culturales supranacionales que, como señala R. Strong, determinaron en la Europa de mediados del siglo XVI la constitución de un nuevo género literario dependiente de tales celebraciones, hasta el punto que a principios del XVII era indispensable el recurso a la imprenta para culminartoda celebración de una cierta magnitud ni . LA IMAGEN DEL PODER Pero no sólo Valencia se sitúa en la órbita de tales procesos, sino que se dota ya en la segunda mitad del XVI de un p r o p i o p r o g r a m a de autopromoción político-cultural. Las instituciones valencianas participan en celebraciones cíclicas, litúrgicas, ligadas a la realeza, a la nobleza o a la Iglesia, tal como podía suceder en los otros reinos, pero además, s i n g u l a r m e n t e , se dota de un proyecto preciso que impulsa la selección de unos determinados motivos celebrativos, señalando los comitentes oportunos y, sobre todo, asignando un presupuesto bien preciso para los festejos. Así, en los fueros de las Cortes de 1585 figura una «Rúbrica 47: Deis gastos per la Beatificado y Canonizado de molts Servents de Déu Nostre Senyor», donde se prevé: [...] que per a la Canonizado del Benaventurat Pare Fray Lluys Beltran, de la Orde de Sent Domingo, natural de la ciutat de Valencia, se gastasen de pecúnies de la Generalität setze mília lliures; y sa Magestat ho tingué per bé [...], considerada la gran sanctedad de la vida del Benaventurat Pare Lluys Beltran, natural de la dita ciutat de Valencia, y les maravelloses obres que nostre Senyor Déu és estât servit fer y obrar per son medí e ¡ntercessió, així vivint, com après de mort, com és públich y notori, no sols en la dita ciutat y Regne, perö en molts altres Règnes e parts de España y de Italia ,21 . Disposiciones éstas renovadas (1604) y a m p l i a d a s con p o s t e r i o r i d a d (1612) para beatificaciones y canonizaciones de los no naturales del reino. Los mismos textos de las relaciones de fiestas hacen o c a s i o n a l m e n t e referencia a estas disposiciones: Es fuero de este Reino -como apuntó de pasohecho en las Cortes del año 1585, en 26 de Noviembre, que siempre y cuando se ofreciere pedir en Roma al Pontífice la canonización de algún hijo suyo, se den de la Generalidad diez y seis mil ducados; esto es: para la beatificación quatro mil y d[oc]e para la canonización; sin otros mil que la misma Generalidad distribuye en algunos gastos que se ofrecen venido el breve. Y ha llegado a tanto su piedad Christiana que en las cortes del año 1604, en el cap. 250, estendió este mismo fuero para con los estrangeros que viviendo en él murieron santamente, concediéndoles lo mesmo que a sus propios hijos, y con ser ello así acude siempre la dicha Ciudad con dos o tres mil ducados, y más, para ayuda a las fiestas de sus beatificaciones, lo que no es de maravillar, pues al santo catalán Raymundo las hizo tan grandiosas en su canonización el año 1602, con no haber nacido ni vivido en ella, sifno] sólo por ser de la Corona.,3> Los objetivos declarados son, pues, por una parte, el interés por atraer primero e informar sucesivamente a un público ausente, a través del cual lograr la necesaria resonancia del evento: [...] aunque esta Ciudad es de las mayores y más populosas de España, cargó tanta gente forastera a la celebración de estas Fiestas (aun con ser el tiempo más embaraçado en el Reino, por la ocupación y tarea de la seda), que a todas horas qualquiera calle estaba tan poblada de gente como en las horas del comercio las más frequentadas y assistldas; 48 sin duda debió casi doblarse el numero de los habitadores estos días, pero con una grandeza experimentada en otras iguales ocasiones del mismo concurso -ya en Fiestas Centenarias, canonizaciones de los naturales Santos, ya en entradas y casamientos de sus propios Reyes-, que sin alterarse los precios de los víveres y del comercio se ha hallado todo con mayor abundancia. I41 S e r á n o b j e t i v o s f i n a l e s d e la m i s m a c e l e b r a c i ó n y, en particular m o d o , de la relación i m p r e s a , la c o n s e r v a c i ó n de su m e m o r i a en el t i e m p o y, s o b r e t o d o , el l o g r o de una p r o y e c c i ó n propagandística, persuasiva, m á s allá de la epidixis a u t o c e l e b r a t i v a , q u e r e n u e v e los v í n c u l o s d e Valencia con la m o n a r q u í a , p o r u ñ a parte, y ensalce su p o s i c i ó n en r e l a c i ó n c o n l o s o t r o s r e i n o s p e n i n s u l a r e s , c o n Italia e s p e c i a l m e n t e y c o n el r e s t o d e E u r o p a . En e s t e s e n t i d o , r e s u l t a f u n d a m e n t a l q u e la resonancia de d i c h o p r o g r a m a a d q u i e r a la m a y o r d i m e n s i ó n posible, pues el fin ú l t i m o s e r á l o g r a r d e la c u r i a p a p a l n u e v a s beatificaciones o canonizaciones que vuelvan a r e a l i m e n t a r c i r c u l a r m e n t e el m i s m o p r o g r a m a a u t o c e l e b r a t i v o . Se p r e v é , a s í , u n a e x p l í c i t a d i m e n s i ó n p e r f o r m a t i v a de la f i e s t a b a r r o c a : e x a l t a n d o los f r u t o s de la historia y de la religión en Valencia se pretende m a n t e n e r un puesto de p r i m e r a línea e n t r e las n a c i o n e s c o n p r e s t i g i o c u l t u r a l y d e n t r o del o r b e del C a t o l i c i s m o . A s í , c o m o parte de los preparativos para la candidatura a la c a n o n i z a c i ó n de Fr. J e r ó n i m o S i m ó n en R o m a , se dan noticias s o b r e el alcance de la c a m p a ñ a de d i f u s i ó n de sus g r a b a d o s : La [gloria] que san Raimundo goza, aunque nuestros ojos flacos no la pueden mirar de hito sin deslumhrar, se puede echar de ver por la que en el mundo agora en su canonización le da el Pontífice y los reyes y reinos más principales de España y Italia, pues no ha quedado ciudad ni villa populosa do no se hayan hecho grandes demonstraciones del interior contento [...] IBI. P r o g r a m a q u e , c o m o se v e , l l e g a a d e s p l e g a r s e f u e r a de l o s c o n f i n e s de Valencia en una auténtica l a b o r de p r o m o c i ó n e i m a g e n («no sois en la dita ciutat y Regne, pero en m o l t s altres Règnes e parts de España y de Italia»), d o n d e la fiesta a d q u i e r e en el t e x t o de la relación y en los g r a b a d o s i m p r e s o s una m o d e r n a d i m e n s i ó n persuasivo-publicitaria: Sin las dichas figuras pintadas al olio y al temple, ha salido estampada una inmensidad délias; pues, según relación de los impresores, se han estampado en Valencia sola un millón y más figuras, sin las que han venido de Roma, Francia y Flandes [...]. Pero qué mucho si en Roma, con mucho acuerdo, con privilegio y devoción notable, ansí de su Santidad como del Colegio de sus cardenales y Rota Romana, se han estampado en muchísimos tafetanes diversas estampas y figuras muy curiosas del Venerable Presbítero, grandes y pequeñas, y en papel, y han embiado de aquéllas assí al Cabildo de la Metrópoli de Valencia como por t o d a España y d e m á s Reinos de la Christiandad. <61 LA LENGUA CATALANA EN UN CONFLICTO DE PODERES En este c u a d r o resulta interesante contrastar las i n d i c a c i o n e s q u e hace, en 1640, u n o de estos autores de relaciones, M a r c o A n t o n i o Ortí, en Siglo Quarto de la Conquista de Valencia, a p r o p ó s i t o del c o n f l i c t o q u e s u p o n e la a c t u a c i ó n d e este p r o g r a m a - m a r c o a u t o c e l e b r a t i v o r e s p e c t o a la propia lengua. Se trata de d o s d i g r e s i o n e s , una en catalán, c o m o «Dedicatoria» p r e l i m i n a r , y otra en castellano c o m o «Discurso IV», q u e d a n noticias de t i p o s o c i o - l i n g ü í s t i c o , s o b r e la e x i s t e n c i a de a l g u n o s círculos c u l t o s p r o m o t o r e s del uso de la lengua local f r e n t e al castellano ,7): Algunes persones, de les que saberen que yo estava ocupaten escriure estos discursos, han tengut per detecte lo haverlos escrit en Mengua Castellana, pareixent-los que, tractant de festes de Valencia, fóra mes acertat escriureles en llengua Valenciana; y no puch deixar de confessar que en alguna part teñen rahó y mostren lo bon zel ab qué estimen la c o n s e r v a c i ó de son n a t u r a l idioma («Dedicatoria», h. 21v). Reflexiones m e t a l i n g ü í s t i c a s y m e t a t e x t u a l e s q u e d o c u m e n t a n c ó m o aún a p r i n c i p i o s de siglo subsistía una cierta e s t i m a y d i f u s i ó n de la propia l e n g u a en las capas altas de la s o c i e d a d , q u e ya a m i t a d de siglo cede a la i m p o s i c i ó n del castellano p o r razones de p r e s t i g i o c u l t u r a l , o c a s i o n a n d o c o n f l i c t o s «en m o i t e s o c a s i o n s ridicules experiències» de naturaleza s o c i o l i n g ü í s t i c a : Pero encara que en esta llengua participara aquest llibre de tanta elegancia com en la Llatina li poguera donar lo mateix Cicero, solament servira pera eis Valencians; y haventse el Is trobat presents a les festes, menys g ust tindrien de veure-les escrites que los que no les veren, y estos, essent de altres nacions, no les entendrien si se'ls donas la relació en llengua Valenciana; ans be, si lo succès haguera passât en Castella o altres Règnes, hon no teñen noticia de aquest llenguatge nostre, escriguera yo en Valencia la relació per a que se entretinguessen ab ella los Valencians. Y així succès de Valencia és mes acertat escriur-el en la llengua mes proporcionada ab la inteligencia de totes les demés nacions, ab qui se ha fet tan comuna la Castellana; a mes de acó, encara que hem sàpia mal, havre de dir tot lo que sent en orde a est particular, y és que no he pogut deixar de estrañar lo haver vist, queen aquest temps haja pogut trobar-se Valencia que repare en acó, perqué si en algún temps (y no tan antich que yo no'l haya alcançat) solía fer-se tan gran estimado de la llengua Valenciana, que quant en les juntes de la Ciutat, Estaments y altres c o m u n i t a t s , aigu dels Valencians, que's trobaven en elles, se posava a parlar en 49 Castellà tots los demés se enfurien contra ell, dient-l¡ que parlas en sa Mengua, és ara tan al revés, que casi en totes les juntes se parla en Castellà. Y encara ha arribat est costum a ¡ntroduhir-se tan estremadament, que no sois se fa particular estudi en procurar saber la Mengua Castellana, pero també en oblidar la Valenciana, per la molta abundancia que y ha de subjectes, que eis pareix que tota la sua autoritat consistix en parlar en Castellà, del qual estudi en la major part dels que posen sa félicitât en aço, ve a resultar un grandissim absurdo, y és, que après de haver-se cansat en fer totes ses diligencies ordenades a est fi, lo que conseguixen és no saber parlar la una Mengua ni l'altra, de que se han vist en moites ocasions ridicules experiències. Y si no fora lo principal motiu de aquest llibre lo procurar que la noticia de tan grandioses festes se estenga per tot lo mon, com elles ho mereixen, de bonissima gana lo haguera yo escrit en ma Ilengua materna, mostrant lo molt que la estime per propria y lo que'm pree de saberla parlar («Discurso IV», f. 16v). será el sacrificio de la propia lengua como vehículo de prestigio cultural, la acentuación del proceso de sustitución del valenciano por el castellano que se había iniciado desde el siglo XVI entre las altas capas de la nobleza y de la Iglesia (9) . Aun así, cabe señalar una cierta presencia de géneros literarios catalanes en las fiestas valencianas durante el siglo XVII. En alguna ocasión se incluyen sermones que se venían p r e d i c a n d o t r a d i c i o n a l m e n t e en valenciano en días señalados; más a menudo, en cambio, figuran poesías que concurren a las justas poéticas o bien se integran en los elementos iconográfico-textuales de los aparatos efímeros de las celebraciones (altares, carros procesionales, decoraciones externas de espacios urbanos o internas en edificios religiosos, etc.) (10). La presencia de poesías en catalán en justas y certámenes poéticos es más frecuente en las fiestas de las dos primeras décadas del siglo, con preponderancia absoluta de metros característicos de la lírica popular (redondilla, endecha, cansó y romance); ejemplos significativos son: La Iglesia t a m b i é n c o n t r i b u y e a esta castellanización, limitando el uso del valenciano en la predicación a unas pocas festividades, como las de S. Vicente, S. Dionisio y S. Jorge, según indica también Ortí en un pasaje donde atribuye al catalán una mayor capacidad para la oratoria sagrada respecto al castellano y a todas las demás lenguas: -Orta, Melchior: En lloor del glorios S.Vicent Ferrer, fill de Valencia, la matraca que als fills de Valencia se dona («Direos puix la festa o porta...») [en Francisco Tárrega, Fiestas en la traslación de la reliquia de S. Vicente Ferrer, Valencia, P. Patricio Mey, 1600, pp. 40-44]. -Martínez de la Vega, Jerónimo: redondillas en lengua valenciana («Lluys la raho ho demostra...») [en V. Gómez Corella, Los sermones y fiestas por la beatificación de S. Luis Beltrán, Valencia, Juan Crisóstomo Gárriz, 1609, pp. 170-173]. -Roig, Joan Batiste: Per la beatificado de Fr. Tomas de Vilanova, cansó valenciana («En la cortina de silenci, un tall...») [en J. Martínez de la Vega, Fiestas..., op. cit., pp. 358-360]. -Un llaurador del Ortá enamorat de Teresa li diu les seguents endeches («Teresa del cel...») [en Manuel Mendoza, Fiestas que el convento del Carmen de Valencia hizo a Sta. Teresa, Valencia, Felipe Mey, 1622, pp. 202-212]. -Lluis Joan: romance a Sta. Teresa de Jesús («Que es aço senta Teressa?...») [ib., pp. 215-222]. porque las excelencias, propiedades y energías deste idioma son más a propósito para la explicación de todo lo que se requiere para conseguir los fines que se solicitan por medio de la predicación («Discurso IV», f. 16v). El t e s t i m o n i o de Ortí, ya s i g n i f i c a t i v o por su singularidad apologética dentro de la Decadencia - e x p o n e , además, indicaciones interesantes sobre los orígenes y propiedades de la lengua catalana l81-, evidencia la importancia y el alcance de esta línea de autopromoción artístico-cultural elegida por los poderes locales para transformar festejos de especial resonancia pública en un proyecto de vasto alcance. En la fiesta barroca, pues, el horizonte de expectativa fijado por comitentes y relatores comprende a un cierto tipo de público espectador, que es, sin duda, mayoritariamente valenciano, pero que cualitativamente se intenta seleccionar también entre los visitantes a los festejos y, sobre todo, entre los espectadores-lectores cultos que fuera de los confines podrán acrecentar la resonancia del propio proyecto autocelebrativo. El balance g l o b a l sobre los o b j e t i v o s propuestos por los comitentes no puede ser más positivo, pues las beatificaciones y canonizaciones previstas de naturales y naturalizados del reino afluyen a un ritmo sostenido en estas primeras décadas del siglo, proporcionando nuevos laureles a su h i s t o r i a , nuevos referentes y nuevas posibilidades simbólicas para futuras celebraciones. Sin embargo, el precio de este proyecto La presencia de una métrica no específicamente p o p u l a r en catalán es escasa pero particularmente interesante. Ocasionalmente puede encontrarse algún ejemplo exclusivamente en catalán (v.gr., soneto anónimo: «Es Simo de virtuts un ciar dibuix...», en Salcedo de Loayza, Relación de la vida de Fr. Hieronimo Simón..., cit., pp. 118-119); sin embargo, cabe destacar la existencia de una serie de piezas de carácter culto -sonetos y octavas- que hacen del plurilingüismo un recurso más para la exhibición de ingenio compositivo. En tres casos, al menos, se trata de «poesías de doble lectura», bilingües en cuanto posibilidad de lectura castellano-catalán, como indican A. Rossich y A. Rafanell(nl. Otras veces son sonetos construidos a partir de algún género de artificio ingenioso, siempre en los 50 primeros años del siglo: el Soneto en loor de S. Vicent Ferrer en castellano y valenciano, con ecos de Melchior Orta («Dale tu al pueblo Valentino - tino») [en F. Tárrega, Fiestas en la traslación..., op. cit., p. 223], citado por A. Ferrando Francés, y el Soneto en cuatro lenguas a la ciudad de Valencia, de Pablo Castelví [en V. Gómez Corella, Los sermones y fiestas..., op. cit., pp. 394-395], citado también -junto a otros dos ejemplos parciales de bilingüismo (Gaspar Aguilare Isidoro Matheu i Sanz)- por A. Rafanell "2I. También en este apartado puede incluirse de M.A. Ortí, A las profecías que hizo el B. Francisco de Borja de la Cía. de Jesús, de voces castellanas y valencianas, octavas («Si alcança singular prerogative...») (en Siglo cuarto..., op. cit., fols. 65v-66v). UN DISCURSO DE CÓDIGOS MIXTOS Un ú l t i m o apartado en el á m b i t o de la presencia de textos catalanes en las fiestas barrocas valencianas puede establecerse con toda una serie de composiciones estrechamente ligadas a los aparatos efímeros de las celebraciones. En ciertos casos se trata del mismo tipo de metros populares que aparecían ocasionalmente en los certámenes poéticos de este tipo de fiestas en las primeras décadas y que se exponen ahora en los elementos procesionales, esta vez en forma anónima: -Letra o mote de un altar («Lluminaria, font de vi...») [en J . Martínez de la Vega, Fiestas..., op. cit., p. 81]. -Romance en un altar de los dominicos («O tu que mires suspens...») [en M.A. Ortí, Siglo cuarto..., op. cit., fols. 58r-60v]. -Redondillas («En aquesta processo...») en un carro procesional con los niños de S. Vicente y otras («Com la Águila Imperial...») en el carro de los herreros y cerrajeros [en M.A. Ortí, Solemnidad festiva..., op. cit., pp. 193-194 y 213]. Se trata de ejemplos significativos porque aparecen en las relaciones de dos autores esenciales para el estudio de e m b l e m a s y jeroglíficos a nivel peninsular y dentro del ámbito del arte y de la literatura barrocas castellana y catalana, indistintamente: Jerónimo Martínez de la Vega (13) y Marco Antonio Ortí. En estos ejemplos c i t a d o s la i m a g e n plástica fija (altar) o en m o v i m i e n t o (carro) encuentra un desarrollo explicativo en el texto didascálico -en versos castellanos o valencianos- que la acompaña y declara, con parecido sistema de referencias al que se encuentra en la forma triplex de los jeroglíficos (entre la imagen plástica, el lema y la declaración en versos), al menos desde que en 1531, Alciato adaptara en sus Emblemata la obra de Horapolo. Y es precisamente en estos géneros mixtos donde aparece un número significativo de estrofas breves en catalán (singularmente en los años centrales del período barroco, cuando es mayor el declive de otros géneros poéticos): se trata de letras de jeroglíficos presentes.en las dos relaciones de fiestas de Ortí, con grabados -los reproducidos en apéndice a este trabajo- en Siglo cuarto de la conquista de Valencia (1640); sólo descritos en Solemnidad festiva... (1659) ( U | y, finalmente, descritos sin i n c l u i r grabados ni versos en J. Rodríguez, Fiestas que hizo el Convento del Remedio a S. Juan de Mata y S. Félix de Valois (1669) y en otros autores. La presencia de textos catalanes en este ámbito de códigos mixtos característico de la fiesta barroca es mayor, en todo caso, en el espacio abierto y popular de las calles y plazas por donde pasa la procesión festiva. Comitentes de los f e s t e j o s , relatores del l i b r o de las fiestas, o r g a n i z a d o r e s de sus a p a r a t o s e f í m e r o s , espectadores... (emisores-receptores todos a un tiempo en la fiesta) logran elaborar un auténtico discurso ¡cónico, abierto en sus soluciones más eruditas a diferentes grados de significación y de e n m a s c a r a m i e n t o r e f e r e n c i a l , pero que en presencia de la lengua catalana parece concentrarse en un ámbito significativo más transparente a los receptores valencianos, el de los motivos de la tradición histórica local: El murciélago, símbolo de Valencia, victorioso ante los enemigos (representados como árabe en jeroglífico b-viii; tres niños desnudos en b-xxxvi y un gato en b-xvi), t r i u n f a l en estandarte {b-xxx¡¡) y en escudo (b-xxxiii). En otros tres jeroglíficos, que combinan motivos populares con otros cultos (gato y ratones en a-iii; león y abejas en b-xiií; mitológico Argos en b-xxxiv) es m e n o s t r a n s p a r e n t e la referencia. Un incesante proceso de re-utilización y re-generación de recursos artístico-literarios se despliega a partir de este p r o y e c t o g l o b a l competitivo del que se dotan las instituciones y los círculos intelectuales valencianos. A su servicio, los géneros literarios cultos de la literatura catalana quedan progresivamente marginados dentro de las relaciones de fiestas a lo largo del siglo; sólo parece mantenerse -e incluso aumentar- en el caso de estos géneros mixtos, formados por discursos iconográfico-textuales de no menor erudición, que aprovechan la dimensión pública de la urbe y del libro impreso para desarrollar las posibilidades emblemáticas de los motivos de la tradición catalana, sirviendo al mismo tiempo de marca e índice de su presencia, tal vez semioculta a otras formas literarias de este período de la Decadencia. Un importante apologista de la lengua catalana como Ortí es, desde esta perspectiva, una figura protagonista de la literatura catalana del período, como es particularmente valioso para la castellana y, más allá de las distinciones, para esa otra cultura de las imágenes que atraviesa todo el Barroco europeo (15) . Universidad de Cagliari (Italia) 51 NOTAS 1. Pueden seguirse las líneas generales de esta evolución en los estudios de J. Alenda y Mira: Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de España, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1903; S. Carreree Zacarés: Ensayo de una bibliografía de libros de fiestas celebradas en Valencia y su antiguo Reino, Valencia, 1925; P. Pedraza: Barroco efímero en Valencia, Valencia, Ayuntamiento, 1982; Roy Strong: Arte y poder: fiestas del Renacimiento 1450-1650, (versión esp. Maribel de Juan), Madrid, Alianza, 1988, p. 36. También en mi primer trabajo de un estudio aún en curso: «Una aproximación a los libros de fiestas barrocos», Studi Ispanici, 1991/1993, pp. 59-73, (Pisa). 2. Guillem R. Mora de Almenar: Volum, e Recopilado de tots los fvrs, y actes de Cort, qve tracten deis negocis, y affers respectants a la Casa de la Deputacio, y Generalität de la Ciutat, y Regne de Valencia; en execucio del Fur 83. de les Corts del Any M.DC.III... Valencia, Felipe Mey, 1625, pp. 334-336. En las citas en prosa en catalán y castellano intervengo normalizando, según las respectivas tradiciones filológicas, la acentuación, división de palabras y puntuación; en la ortografía sólo actualizo el uso de «h», «j - i - y», «u - v» (agradezco a Joan Armangue i Herrero la revisión de los textos catalanes); mientras que en los versos de los jeroglíficos he preferido mantener íntegro el original. 3. La cita es de Jerónimo Martínez de la Vega: Solenes, i grandiosas Fiestas, que la noble, i leal Ciudad de Valencia a echo por la Beatificación de su Santo Pastor, i Padre D, Tomas de Villanueva..., Valencia, Felipe Mey, 1620, pp. 9-10. G.R. Mora de Almenar, op. cit., p. 338: «[...] no sols que en aquell se criassen plantes naturals del dit Regne [Valencia], que el illustrassen ab sa santedad de vida, costums y mort; pero encara ab que v'inguessen a aquell a viure y morir algunes persones naturals de Règnes estranys, que ab ses exemplars vides y sants fins han illustrât lo dit Regne [...]». 4. Juan Bautista de Valda: Solenes Fiestas, que celebro Valencia, a la Immaculada Concepción de la Virgen Maria..., Valencia, J. Villagrasa, 1663, pp. 327-328. 5. Vicente Gómez Corella: Fiestas a la canonización de S. Raimundo de Peñafort, Valencia, Gaspar Manzano, 1602, p. 5. 6. Domingo Salcedo de Loayza: Relación de la vida de Fr. Hieronimo Simon, con los túmulos, honras, entradas y presentes..., Segorbe, Felipe Mey, 1614, pp. 220-221. 7. Marco Antonio Ortí: Siglo Quarto de la Conquista de Valencia, Valencia, Juan Bautista Marzal, 1640; cito por el ejemplar R-12.714 de la Biblioteca Nacional de Madrid que carece de portada impresa e incluye en su lugar una manuscrita con el título: «siglo quarto/ de la conquista de valencia / Compuesto / por el generoso ciudadano marco antonio de ortí secretario de la ciudad, y/reyno de valencia &.../ valencia de los edetanos / =ano de 1639»; «Dedicatoria», hs. 21v-23v. 8. Cf. José Ribelles Comín: Bibliografía de la Lengua Valenciana, III, Madrid, 1943, p. 109. 9. Proceso culminado en 1707 con el Decreto de Nueva Planta, que impuso el castellano como única lengua oficial. Entre otros, pueden consultarse para más datos y bibliografía específica: Joan Fuster, La Decadencia al País Valencia, Barcelona, Curial, 1976; F. Ferrer i Girones: La persecució política de la ¡lengua catalana, Barcelona, Edicions 62, 1985; P. Balsalobre y J. Gratacós (ed.): La ¡lengua catalana al segle XVIII, Barcelona, Quaderns Crema, 1995. 10. «Sermo de les Festes de les noves certes de la Canonizacio del Benaventurat Sanct Tomas de Vilanova [...]. Predical-lo Dotor Antoni Bonaventura Guerau [...]» [en M.A. Ortí: Solemnidad festiva a la canonización de S.Tomás de Villanueva, Valencia, J. Villagrasa, 1659, pp. 233-248]. Incluso, dentro del vejamen existen en ocasiones imbricaciones bilingüistas, p.e., en un vejamen de Gaspar de Aguilar éste introduce alguna estrofa en catalán aludiendo a un participante en esta lengua (en la relación de las Fiestas por la beatificación de Tomás de Villanueva, de J. Martínez de la Vega, op. cit., pp. 540-555). Vid. Albert Rossich: «Subordinació i Originalität en el barroc literari cátala: alguns paral-lelismes» en A. Rossich y A. Rafanell (eds.): El barroc cátala. Actes de les jornades celebrades a Girona els dies 17, 18 i 19 de desembre de 1987, Barcelona, Quaderns Crema, 1989, p. 536; August Rafanell: «Notes sobre la interferencia lingüística en la literatura catalana del Barroc» en A. Rossich y A. Rafanell (eds.), op. cit., p. 618. 11. A. Rossich, op. cit., p. 536, no registra composiciones bilingües en castellano-catalán o en catalán-latín y menciona ya estas piezas «de doble lectura»: 1) Jaime Orts, Soneto a S. Vicente en una lengua que es juntamente valenciana y castellana, a la devoción («De tal manera al criador agrada...») [en F. Tárrega, Fiestas..., op. cit., p. 246]; 2) M.A. Ortí: A las profecías que hizo el B. Francisco de Borja de la Compañía de Jesús, de voces castellanas y valencianas, octavas («Si alcança singular prerogativa...») [en Ib., Siglo Quarto..., cit., ff. 65v-66v]; 3) Josef Aragonés, A la noble ciudad de Valencia en alabanza de D. Marco Antonio Ortí su Secretario, soneto («Valencia insigne, Patria venturosa...»), [en M.A. Ortí, Solemnidad festiva..., op. cit., h. 7r]. Vid. también A. Rafanell, cit., p. 619 (η. 36), que indica como primer ejemplo de estas composiciones el Soneto a la muerte de nuestro emperador Carlos Quinto, en dos lenguajes de Joan Timoneda, en Cancionero llamado Sarao de amor, Valencia, 1561. 12. A. Ferrando Francés: Eis certàmens poetics valencians, Valencia, 1983, p. 908; A. Rafanell, cit., p. 620 (η. 40), indica también como precedente el Soneto en siete lenguajes de Timoneda, en Cancionero..., op. cit. 13. Autor de una breve exposición teórica sobre la composición de los jeroglíficos, en Francisco de la Torre: Reales fiestas a honor de la Imagen de la Virgen de los Desamparados..., Valencia, J. Villagrasa, 1668, pp. 84-88. Vid. sobre estos géneros mixtos, entre otros, los estudios generales de R. J. Clements: Picta Poesis. Literary and Humanistic Theory in Renaissance Emblem Books, Roma, 1960 y Mario Praz: Studies in Seventeenth-Century Imagery, Roma, 1964; el estudio específico sobre Valencia de Pilar Pedraza: Barroco efímero en Valencia, Valencia, Ayuntamiento, 1982; y, entre otros recientes, el detallado estudio con un rico panorama bibliográfico en F. Rodríguez de la Flor: Emblemas. Lecturas de la imagen simbólica, Madrid, Alianza, 1995. 14. Las proporciones de jeroglíficos con versos catalanes en Siglo cuarto. ..son: dentro de una primera serie de 17 jeroglíficos con grabados, sólo 2 en valenciano; y dentro de la segunda serie de 42 jeroglíficos, 8 son en valenciano y 5 en latín. En Solemnidad festiva...: de los 10 de la catedral, ninguno en valenciano; de los 12 de la procesión en el altar de S. Agustín, una mayoría (10) en valenciano («Sant Agosti, de Valencia...» [p. 91], «Qual vea ser mes Alexandre...» [p. 95], «Com me donaren per Sant...» [pp. 95-96], «Perqué volgui fer lo Sant...» [pp. 96-97], «Com diu be ab tanta riqueza...» [p. 97], «No vollo chipo del sastre...» [pp. 97-98], «Molts se menchen los pollastres...» [pp. 98-99], «Caminant entre beatos...» [p. 99], «Com dihuen que 52 no te cap...» [pp. 99-100], «Tal set li vingue a donar...» [p. 100]); y de los 36 del Convento de N.S. a del Socorro, sólo 5 («Anelladescentytres...» [p. 262], «Per obtenir mes blaso...» [pp. 266-267], «Com se diu aquest doctor...» [p. 281], «Basta la fe, pero es be...» [p. 282], «Per molt que espremer la vullgues...» [pp. 284-285]). 15. Considerar que la «promiscuïtat lingüística» de Ortí haya contribuido -como afirma A. Rafanell- a «obstaculizar el plantejament de la creació d'una Mengua literaria independent i moderna» me parece un enfoque algo reductivo; cf. August Rafanell. «Notes sobre la interferencia lingüística en la literatura catalana del Barroc» en A. Rossich y A. Rafanell (ed.): El barroc..., cit., p. 614. APÉNDICE JEROGLÍFICOS CON LETRA EN CATALÁN. SIGLO CUARTO DE LA CONQUISTA DE VALENCIA (1640) Jeroglífico a-lll [f.35v]: • Timuerunt timoré magno d.Mac.10) • Altres niu poden cercar, que si les vull perseguir, les mate, o les fas fugir. Jeroglífico a-IV [f.36r]: • Qui no porta, no rebat Si aqüestes me feren guerra, en mi no han pogut fer mella, perqué derrocada aquella, totes aniran per terra. Jeroglífico b-VIII [f.71r]: • Isto delentur sanguine pili. Perro ton enemich so, y si aixi la sanch me escarbes, pels arrasa, y ocasio tindre, si et pega en les barbes de tracta rte de capo. Jeroglífico b-XIII [f.73r]: • Animasque in vulnere ponunt Encara que em piquen, no ofensa tan atreuida podra mereixer blaso, perqué dexaran la vida hon se dexen lo fiblo. Jeroglífico b-XVI [f.74v]: Jeroglífico b-XXXII [f.82v]: • Altior in Regibus animus est • Tes intencionsforen males, pero no tan defallit tem hagueres atreuit, si me hagueres vist les ales. Jeroglífico b-XXXI tf.82r]: • Dum fueris Romas Romano viuito more. Qui tan polit me veura exir a festes, si espera saber la causa, entendra que pretench desta manera blasonar de Valencia Jeroglífico b-XXXIII [f.83r]: • Tunis habet reos. • /Equitas in armis eius. • Molt es que ningu el socorre quant sens culpa ni malicia vehuen que el porta el lusticia pera muntarlo a la torre. Pero molt prest restara aquesta pena difunta, que si per vna part munta, per altra sen baixara. • Si aigu de mes vngles pensa que han de arrapar y ferir, no li perdone la ofensa, perqué son pera tenir a la Ciutat en defensa. Jeroglífico b-XXXIV [f.83v]: • Vigiles custodiunt Ciuitatem. • Si els lurats vellen de dia, vella el Rat penat de nit, y en aquest se ha conuertit. Jeroglífico b-XXXVI [f.84v]: Oleum, et operam perditis. • Perros Turchs nous ocupeu en cacar lo Rat penat, que denit millor si veu, y apres de aueruos cansat a la lluna restareu. 54 HACIA UN TEXTO NUEVO: SIGNIFICACIÓN DE LAS ANOTACIONES CRÍTICAS DE MORATÍN AL AUTO DE FE CELEBRADO EN LOGROÑO EN 1610 Marina Partesotti En el presente artículo analizaremos un trabajo de Leandro Fernández de Moratín que a pesar de poder clasificarse dentro de su producción menor, los comentarios a las ediciones críticas de textos, contiene muchos de sus temas principales ligados a la sociedad de su tiempo, hasta poder considerarse casi un compendio de sus ideas más representativas. Nos parece, por lo tanto, interesante examinarlo desde el punto de vista temático y estilístico, ya que esto nos permitirá evidenciar la técnica de Moratín como prosista satírico. Nos referimos al «Prólogo» y a las extensas «Notas» que el comediógrafo escribió como comentario a un texto publicado en 1611: la descripción de un espectacular Auto de Fe m celebrado en la ciudad de Logroño en 1610 por la Inquisición española, obra de escasa calidad literaria, pero, indiscutiblemente, con una poderosa fuerza sugestiva, ya que en el mismo período había inspirado no sólo a nuestro autor sino también al Goya de los Caprichos. Aunque no sepamos quién fue el primero en conocer el texto del siglo XVII (2) , lo cierto es que, según Vivanco en su amplia documentación de las características históricas del Auto de Fe <3), Moratín, a pesar de no publicar su obra hasta 1811, ya la había presentado anteriormente y discutido con sus amigos, los «acalófilos». Quizá una de las razones de este retraso se pueda atribuir a su temor a caer en una eventual censura por parte de la Inquisición <4), actitud justificada en un período de constantes sospechas y delaciones (5), pues es suficiente pensar que, además de su carácter retraído que lo inducía a rehuir todo enfrentamiento, sólo pocos años antes, en 1806, había sido delatado al Santo Oficio con el objetivo de contrarrestar el éxito de El si de las niñas <6). Y probablemente los mismos motivos políticos y personales le indujeron a emplear el seudónimo de Bachiller Ginés de Posadilla (7). En primer lugar, nos interesa el carácter emblemático de este texto en cuanto a su contenido. Que Moratín publicara una obra como el Auto de Fe fue en realidad un pretexto: criticar los métodos crueles e irracionales del tribunal de la Inquisición y la mentalidad de quienes la secundaban participando en sus manifestaciones públicas. Y esta intención nada gratuita se perfila ya desde las primeras «Notas», donde se refleja claramente este rechazo iluminista por medio de su feroz ironía: AUTO DE FE celebrado en la c i u d a d d e Logroño en los días 7 y 8 d e Noviembre d e l a ñ o d e 1610. siendo I n q u i s i d o r general el C a r d e n a l , A r z o b i s p o de Toledo, don Bernardo de Sandobal y Rosas. V Φ*£ΆΧ3 R I D ;ιιριιε.·<τΑ De D O M I S Q O B L A X C O — L I £ C B I * D . 3 l ¿Qué tribunal ha habido jamás tan piadoso? Él no hacía otra cosa que aprisionar, atormentar, desterrar, confiscar, afrentar, excolmugar, azotar, ahorcar y quemar a los miserables que cogía debajo. Si se le morían en los calabozos, los condenaba en estatua y les quemaba los huesos: y los nombres, apellido y patria de éstos y de aquéllos los ponía en letras bien gordas a la entrada de las iglesias, para que todo el que supiere leer lo leyese, y durasen por siglos en las familias que dejaban los efectos de su clemencia clerical. Ni éstos debieron llamarse tribunales, sino congregaciones filantrópicas<8). Además, la acción de la Inquisición durante los dos siglos anteriores aparece indicada en el «Prólogo» como una de las causas del retraso en el que se ha visto sumido su país con respecto a las otras naciones europeas. Con esta finalidad, Moratín critica severamente a los autores extranjeros cuyos análisis le resultan superficiales o incompletos, ya sea por su «ligereza», o bien por culpa de los propios españoles que no han sabido «suministrar los documentos que son necesarios para ello» (9). Y en este sentido comenta al respecto: Es tiempo ya de producir documentos para que otras plumas, sin exageración, sin parcialidad, sin encono, describan el origen, los progresos y el suspirado término de nuestra calamidad.(101 No deja de demostrar, sin embargo, un cierto patriotismo -muchas veces negado por sus contemporáneos y por la crítica (11)- cuando justifica a los españoles y, en especial, a los grandes autores del pasado (Góngora, el conde de Villamediana, Quevedo y Cervantes), que nunca han denunciado los métodos y los castigos adoptados por la Inquisición. Pues en realidad estos artistas: 55 si no hubiesen temido la prisión, la tortura, la afrenta y la muerte, hubieran sido capaces de pintar en todo su horror, o de escarnecer con el azote de la sátira tan inicuos procedimientos, que no siempre el silencio es señal segura de complicidad ni de aprobación.,12) Este último comentario se podría considerar una suerte de autojustificación, pues, si por una parte, como autor iluminista, advierte la urgente necesidad de comprometerse socialmente en el progreso de la nación, por otra rehuye los riesgos que una empresa semejante puede comportar ( 1 3 ) . Sobre esta cuestión, Lázaro Carreter afirma: Moratín operaba siempre desde unos principios morales rectos y honestos. Pero ello era fruto de una convicción racional, tanto como de una contextura anímica sumamente peculiar, que determinaba en él una tendencia inequívoca hacia la templanza [...]. En todo era don Leandro moderado y hasta cobarde: se había constituido en prisionero de sí mismo, y necesitaba de un orden estable para que su intimidad pudiera sentirse segura. Cualquier situación que lo enajenara, que le expusiera a no ser dueño de su espíritu, fue siempre sistemáticamente evitada por él. ( U I El «Prólogo», por lo tanto, es representativo de las contradicciones y expectativas moratinianas. Es evidente que su actitud, por su intensa intervención crítica y enjuiciadora, no equivale a la del historiador que analiza los hechos objetivamente. Como tampoco se podría esperar de un racionalista del siglo XVIII un enfoque que tuviera en cuenta el relativismo historicista, una actitud comprensiva, afirmativa y no exclusivamente de crítica negativa con respecto a la Inquisición n5) . Y a pesar de esto, Moratín expresa varias veces su pretendida neutralidad, su deseo de ser objetivo, de actuar c o m o simple copista que transmite un texto «sin mudar letra», pues el Auto de Fe, como documento histórico, no ha sido en absoluto modificado. Su atención hacia el documento -recordemos su interés por los textos antiguos y su labor de bibliotecario-, así como su escrupuloso deseo de integridad, se relacionan con aquella idea de espíritu crítico que Bayle t o m ó del Essai sur les moeurs de Voltaire (16). Ahora bien, sin dejar de respetar el documento, al referirse a un pasaje del Auto que por su lenguaje y su contenido resulta excesivamente blasfemo y escabroso, en la «Nota 35» confiesa haber estado tentado por: hacer añicos el texto y la glosa, y desistir de la publicación de esta obrilla. Porque es, en efecto, tan groseramente necio y bestial cuanto aquí se refiere, y supone tan torpe y hedionda estupidez de parte de sus autores, que no parece posible, sin esfuerzo particular, llevar adelante su lectura. Y no sólo eso. Pues a partir de aquí introduce en la «Nota» un extenso diálogo entre cuatro personajes a quienes tras leerles el texto y las «Notas», les pide su opinión: el Editor, el Bachiller Ginés de Posadilla, y tres amigos, don Juan, don Tomás y don Pablo, que discuten sobre la oportunidad de publicar íntegramente el Auto de Fe o suprimir las partes que podrían escandalizar a los lectores. Como era de esperar, las opiniones son discrepantes: DON TOMÁS. Eso es abominable. No lo imprima usted. DON JUAN. Imprímalo usted, que precisamente es lo mejor de toda la obra. [...I DON PABLO. Imprímase enhorabuena el texto antiguo, y las notas con él; pero al llegar a eso de la misa, y lo que se dice más allá, salto y puntos suspensivos [...]. Posteriormente, el diálogo se centra en la oportunidad de efectuar eventuales recortes. Don Juan, que es el personaje más radical, tras haber denunciado los efectos nefandos de las acciones inquisitoriales en la «ilustración» y en la «moral pública», le pide al Editor que manifieste sus intenciones, es decir, si quiere defender o condenar semejante institución, ante lo cual el personaje afirma: Ni lo uno ni lo otro. Quiero únicamente retratarla o, por mejor decir, presentar el original mismo, para que no se diga que el artífice la favoreció ni la ofendió en la copia. Por eso he creído que valía más que muchas disertaciones la reimpresión de una obra que ella misma dictó, y por eso me inclino a conservarla entera, si más poderosas razones no me convencen. Pero, por su parte, don Tomás replica basándose en que ningún lector cristiano podría soportar tales blasfemias y obscenidades, y nuevamente don Juan alega que la responsabilidad es de la Inquisición por haber permitido la publicación y difusión del texto: «Ella debe responder, el señor no. Su oficio es copiar». El Editor rebate por enésima vez, en este caso las palabras de don Pablo, diciendo que la lectura del Auto de Fe no puede conllevar daño alguno: ¿Quién ha de hallar complacencia ni peligro en semejante lectura, sino algunas de aquellas almas groseras y enteramente corrompidas, a cuya depravación nada hay que añadir? [...] Ni ¿qué hombre piadoso y católico, cuando deteste la feroz ignorancia de nuestros abuelos, no seguirá venerando como es justo, el misterio más sublime de la religión, el más digno sacrificio que han ofrecido los mortales a la Divinidad?I17) Como podemos observar, Moratín en este caso se desentiende sin ambages de una responsabilidad que le parece excesiva. Este intercambio de opiniones puede interpretarse como una doble tentativa; 56 por un lado, anticipar las posibles críticas que la presentación al lector de un texto semejante podría suscitar; por otro, expresar sus propias incertidumbres y dudas utilizando la técnica del diálogo, procedimiento para el que, obviamente como dramaturgo, estaba más capacitado l18). Racional y firme en sus opiniones, guiado por una inmoderada sinceridad, recurre pues a este medio para presentar distintos puntos de vista o expresar sus propias inquietudes. Pero su pretendida objetividad científica, incluso en el ámbito histórico-literario, no es más que una ilusión, pues, evidentemente, el mero hecho de publicar un texto ya es, en sí mismo, un acto ideológico que implica una elección, que en este caso viene reforzada por el contenido de las «Notas». No olvidemos que el diálogo, además de cumplir con esta función de clarificación y justificación, se utiliza en otros contextos con una finalidad preeminentemente estética, como sucede en los dos diálogos colocados en la extensa «Nota 52», relativa a las vicisitudes de Carlos II. Aunque Moratín no cite las fuentes históricas en las que se fundamenta su «relación», nos presenta una crónica minuciosa y verídica de los intentos llevados a cabo para curar al rey hechizado, naturalmente, expuesta en clave satírica (19). Entre los muchos recursos utilizados para sanar al enfermo soberano, insiste en los más disparatados, pues ni las prácticas del Padre Forilán, ni las del Vicario de Cangas, ni mucho menos los exorcismos de Fray Mauro Tenda, que ha venido expresamente desde Alemania, sirven para aliviar a Carlos II de sus males. Parece así que la forma narrativa, aun siendo m u y incisiva, no le basta para evidenciar el aspecto ridículo de las prácticas, rituales y creencias vigentes entre el pueblo, juzgadas tan anticuadas como absurdas. Por ello se sirve del diálogo, primero entre el Vicario y el Demonio: VICARIO. ¿En qué se le dio el hechizo al rey? DEMONIO. En chocolate. VICARIO. ¿De qué se había confeccionado? DEMONIO. De los miembros de un hombre muerto. VICARIO. ¿Cómo? DEMONIO. De los sesos de la cabeza para quitarle la salud, y de los ríñones para corromper el semen e impedirle la generación. y después entre Fray Mauro y el Diablo: FRAY MAURO. ¿En qué se dio el maleficio? DIABLO. En polvo de tabaco. FRAY MAURO. ¿Ha quedado más? DIABLO. Sí, y está guardado en un escritorio. FRAY MAURO. ¿Qué reina dio el maleficio al rey? DIABLO. La que murió. FRAY MAURO. ¿Hay más maleficio del que dijiste esta mañana? DIABLO. Sí. (201 Pero no falta su comentario irónico, al rematar estos diálogos con la afirmación de que «todo es embrollo y behetría, y todo redundaba en perjuicio del augusto endemoniado, que cada vez estaba peor». Y posteriormente vuelve a utilizar la sátira en una «Nota» en la que, refiriéndose a otros curanderos religiosos, pinta una escena contemporánea que se desarrolla en un ambiente popular. En este caso la situación es mucho más prosaica pues para curar a los niños débiles, flacuchos, descoloridos, tristes, cuyo malestar es atribuido por sus madres, tías y abuelas regularmente a las lombrices, se pide ayuda a los Padres de San Bernardo, quienes: habían discurrido una oración ambidestra, que tan buena era para el chupamiento de brujas, como para las lombrices. Llenábase la portería de chiquillos entecos, y madres devotas, y hermanas opiladitas y ojinegras; bajaba un religioso de robusta estructura, ceja populosa, nariz adunca, cerviz taurina, ademán hercúleo, y le acompañaba un hermano motilón con el agua bendita y el libro. Saludaba el padre a aquellas afligidas mujeres, no quitaba ojo a las hermanas, y repartiendo la oración, las bendiciones, la estola y el aspersorio de canijo en canijo los dejaba como nuevos, y se volvía sudando a su celda. Yo bien te diría cuál es la oración; pero si no hay Padres que la administren, lo mismo sirve la oración que las coplas de Calaínos.<2» Y, asimismo, critica otra creencia popular potenciada por algunos religiosos para sacar provecho: Es cosa bien sabida que mientras no se le quite a un difunto el saco bendito que tiene encima no hay manera de llevársele al infierno, ni tocarle, ni hacerle daño alguno. Por eso los cereros venden hábitos de San Francisco a precio discreto, con lo cual aseguran la quietud de los finados, y a ellos también les resulta alguna conveniencia.(22) 57 Además no pierde la ocasión para ridiculizar la figura del Diablo; el demonio, que en el Auto de Fe posee un papel dramático, en las «Notas» es presentado, por contraste, no como antagonista de Dios, sino simplemente como un objeto de la superstición al que hay que desmitificar <23) . Y abogando por su lucha contra la superstición y la magia, pone de relieve que «no ha habido jamás nigromante, ni brujo, ni adivino, ni hechicero, por más intimidad que haya tenido con el Demonio que no haya muerto miserable» (241. M e d i a n t e la ironía, M o r a t í n , fiel a su proyecto i l u s t r a d o , pretende sobre t o d o e x t i r p a r las supersticiones ligadas a las creencias populares y potenciadas por la educación religiosa, aunque éstas pudieran resultar esperanzadoras para gran parte del pueblo que vivía en condiciones de extrema pobreza e ignorancia. Por ello, en su batalla contra los presuntos remedios milagrosos y la magia, se muestra impasible ante los sufrimientos humanos y la trascendencia de lo milagroso; como para la mayoría de los iluministas, su objetivo principal consiste en eliminar todos aquellos obstáculos que impiden usar libremente la razón y, consecuentemente, imposibilitan el progreso de las naciones. Sin olvidar que esta ausencia de implicación emotiva, no necesariamente atribuible a un «defecto» de humanidad (25), se ajusta a las propias leyes del género satírico, que requiere un distanciamiento, incluso ante los acontecimientos más trágicos de la vida (26). Pero la magia y la superstición no son los únicos blancos de la sátira moratiniana. El texto del siglo XVII, incluso en determinados pasajes de notable dramatismo, le sirve de pretexto para denunciar en tono burlesco también la amoralidad de la producción teatral de su época. En las «Notas», de hecho, el teatro no proporciona sólo la técnica de expresión (como en el caso del diálogo entre los amigos o el del Diablo y el Fraile), sino que, como en toda su obra, sigue siendo un tema prioritario, casi obsesivo. En concreto, considera que el teatro de magia y de santos es ofensivo con respecto a la religión y contrario a los principios de la verosimilitud, como se demuestra en esta enumeración: a cada paso se presentan La Peregrina doctora, El Diablo predicador, Marta la Remorantina [sic], El diluvio universal, El nazareno Sansón, El anillo de Giges, El Convidado de piedra, El lucero de Madrid y Pedro Vayalarde, con sus dos hijos endemoniados y el Cristo que habla y dice con voz acigarrada y aguardentosa: «ya estás perdonado, Pedro».(27> No es otro que un leit-motiv de su crítica contra la deplorable situación del teatro español, debida no sólo a los gustos y exigencias de un público ignorante, sino también a la utilización de los textos del Siglo de Oro por parte de los imitadores y a la superficialidad e incompetencia de los profesionales de la escena (28). Moratín ya había señalado este problema, por ejemplo, en su «Discurso preliminar» a las Comedias como denuncia de los autos sacramentales(29) prohibidos en 1765, gracias a la intervención de su propio padre y de Cadalso, entre otros. Pero, evidentemente, los directores de las compañías t e a t r a l e s no e s t a b a n d i s p u e s t o s a r e n u n c i a r a la espectacularidad escénica de las intercesiones divinas, ya que también en el «Prólogo» a los Orígenes del teatro español señala, entre las causas de la «corrupción», un «espíritu de mal entendida devoción, que profanó los sagrados de la fe, haciéndolos asuntos de las representaciones histriónicas» (30). Más incisiva y ejemplar de su pensamiento resulta la «Nota 55» que, aunque parezca discordante con respecto al texto del Auto de Fe, nos ofrece una verdadera y precisa caricatura del estado deplorable del teatro. Por medio del Bachiller Ginés de Posadilla, nos dice: Un sobrinito mío, que para esto del verso es un águila, acaba de escribir una tragedia de magia y música, intitulada: La venganza más horrenda y muerte de Marijuán, la cual se representará, sin remedio, en alguno de los teatros de la Corte para esta Pascua próxima. Y en cuanto al valor literario y la composición de la obra, considera que se trata de «una taracea, compuesta como otras de su género, de retazos de los más acreditados dramáticos antiguos y modernos, pegados unos a otros con admirable oportunidad y sutileza». Y más adelante, con un optimismo comparable al de don Eleuterio en La comedia nueva afirma: «Lo menos va a durar cuarenta días, háganla bien o háganla mal, llueva o no llueva» <311. Del m i s m o modo, al referirse a las condiciones en las que se asistía a los espectáculos, comenta: Tendrán grada las señoras mujeres; habrá a la puerta mantillas desgarradas, zapatos perdidos, abanicos rotos, capotes hechos trizas y asfixias y navajazos para adquirir billetes. 58 Como conclusión de su irónica apología, el Bachiller subraya uno de los elementos fundamentales de la producción teatral a fines del siglo XVIII con importantes implicaciones sociales, es decir, el deseo de los cómicos de enriquecerse fácilmente mediante una «nueva» actividad desarrollada c o m o puro diletantismo y sin ningún ánimo de perfección (32>, sólo para aplacar las peticiones de un público que aún no estaba educado en el «buen gusto»: «Los cómicos quedarán ricos, y por consiguiente querrá Dios que no vuelvan a representar en su vida». Además Moratín remata su «Nota» con un recurso claramente teatral, un reparto cuyos personajes están t o m a d o s del Auto de Fe, que a pesar de su extensión merece la pena transcribirse: Pondré una lista de los personajes para divertir la curiosidad de los apasionados, en tanto que Baus dispone las máquinas y adoba las garruchas. EL GRAN CABRÓN. Sultán y Capellán mayor del Aquelarre de Zugarramurdi. GRACIANA DE BERRENCHEA. Bruja. Reina y Papisa del Aquelarre. MARIJUÁN DE ODIA. Bruja, concubina del Gran Cabrón, jubilada y sin sueldo. ESTEBANÍA DE IRIARTE. Bruja, concubina del mismo, con ejercicio y gajes. JUAN SANSÍN. Su esposo, brujo y maestro de Capilla del Aquelarre. MIGUEL DE GOYBURU. Barba brujo, tamborilero y acólito del Gran Cabrón. MARTÍN DE VIZCAR. Barba brujo, alcalde del Aquelarre. JUAN DE ECHALAR. Brujo, verdugo del aquelarre y bufón de la reina. MARÍA DE ECHALECO. Bruja, graciosa. MARTÍN DE AMAYUR. Buen cristiano, hombre de bien y molinero tonto. MARÍA CHIPIA. Bruja vieja y tullida, maestra de novicios. SOCARRODILLO... CENTELLA. Diablos monacillos. RABILARGO. GARRILLAS... D. FERMÍN DE IPARRAGUIRRE. Natural de Yurre de Arratia, vicario de Zugarramurdi. D. IGNACIO JAVIER MARÍA DE ERRETARCHECOJAUNARENA. Sacristán de Zugarramurdi. Cuatro docenas de niños chupados. Acompañamiento de puercos, gatos, cabritos, zorros y garduños. Pajes del Cabrón. Acompañamiento de murciélagos, grajas, cemícalas, mochuelas y lechuzas. Camaristas de la reina. Coro de perros. Coro de sapos. (33) La cita habla por sí misma. Se trata evidentemente de una parodia, como ya lo había sido El gran cerco de Viena en La comedia nueva, donde nos mostraba un ejemplo de las obras «desatinadas» tan criticadas por él y del ambiente que las propiciaba. Sin embargo, en el Auto, sólo enumera a los personajes de una virtual representación dramática del mismo tipo, dejando que el lector imagine un posible desarrollo, por m u y esperpéntico que pueda resultar. Quedan claros también en este caso su intención cómica y su p r o p ó s i t o s a t í r i c o : en c u a n t o al p r i m e r o , piénsese en el efecto g r o t e s c o de los d i s t i n t o s acompañamientos y de los coros de sapos y perros; con respecto al segundo, en la utilización de p e r s o n a j e s p e r t e n e c i e n t e s a una r e p r e s e n t a c i ó n espectacular, el Auto de Fe, en un c o n t e x t o completamente diferente y, por lo tanto, con una finalidad diametralmente opuesta a la del texto original. Pues ahora quienes sufren las consecuencias de esta situación no son los protagonistas de la obra, sino los que han originado esta suerte de mundo al revés l34) en el que se replantean las jerarquías sociales laicas y religiosas (Sultán, maestro de capilla, reina, papisa, etc.). A s i m i s m o , absorto por completo en su intención crítico-satírica, se despreocupa nuevamente de los padecimientos de los personajes «históricos» del Auto y, por lo tanto, del aspecto dramático de tales manifestaciones. Y si los personajes y el ambiente de la obra base le han servido de pretexto para denunciar irónicamente el estado en que se encuentra el teatro, también serán utilizados para atacar a la «mala poesía» de su tiempo (35>. Refiriéndose a un pasaje del Auto en el que se describe con lujo de detalles la iniciación de los nuevos adeptos a la secta, comenta: ¡Excelente asunto para una égloga! Si yo fuera poeta introduciría un par de zagalejos, brujos novicios, los dos en cueros vivos, los dos chorreando ungüento verde y fétido, y pastoreando sapos por los campos de Barahona en una noche lluviosa de diciembre, y cantando uno y otro al son del tamborino sus celos, sus esperanzas, sus dulces amores con las brujas [...] como ya es costumbre inveterada que todas las églogas se concluyen al anochecer, la mía (por no parecerse a ninguna) se acabaría al cantar del gallo, y el quiquiriquí me serviría de desenlace.(361 Hasta aquí, todos los temas analizados: Inquisición, superstición, teatro y poesía, ponen de manifiesto c o m o la sátira moratiniana se dirige fundamentalmente a quienes ostentan t o d o tipo de poder o lo ejercen con alevosía. Y éste era el caso de la Inquisición que, convencida de poseer la verdad, recurría 59 a la tortura; de los frailes curanderos que fomentaban la superstición en beneficio propio; así c o m o , en el campo literario-teatral, de todos aquellos «artistas» que habían llevado a la nación a una situación cultural deplorable. Moratín elige pues el género satírico porque «lo que la sátira ataca no es la torpeza y deformidad naturales, sino su pretensión de no ser lo que son» (37). La ironía reside justamente en esto: en mostrar simultáneamente apariencia y realidad, denunciando así la hipocresía generalizada en la sociedad y la presunción de los poderosos, y formulando al m i s m o tiempo el ataque y la norma moral de acuerdo con ese deseo de moralidad siempre presente en su obra. Hemos visto c o m o la mayoría de las «Notas» suponen una auténtica digresión con respecto a la narración del Auto de Fe: pocos son los casos en los que s i m p l e m e n t e se c o m e n t a , amplía o aclara algo del c o n t e n i d o del t e x t o base, pues las llamadas al escrito del siglo XVII son un pretexto para ejercer la ironía, el diálogo y la prosa. En cuanto a ésta, generalmente los pasajes son m u y extensos y si en muchos casos responden a un preciso o b j e t i v o ; en otros, la f i n a l i d a d está más atenuada y p r e d o m i n a el simple gusto por la narración. Su deseo de contar distintas historias y anécdotas emerge de manera preponderante. Además del citado e j e m p l o sobre Carlos II, se incluye t a m b i é n un cuento sobre las leyendas de v a m p i r o s , así c o m o la historia de Micaela C h a u d r o n . En el primer caso, se describe irónicamente el encargo que Carlos II confirió al reverendo padre Calmet para descubrir en Hungría el escondite de un v a m p i r o que «se divertía en chupar a diestro y siniestro cuantas criaturas encontraba». Después de una intensa búsqueda «halláronle al picarón t e n d i d o en su ataúd, g o r d o , fresco, recolorete, los ojos abiertos y pidiendo de comer» (38). El segundo, la narración relativa a Micaela Chaudron, se basa en un caso de brujería t o m a d o del Comentaire sur le livre des délits et des peines par un avocat de province de Voltaire. Una vez más, se trata de una crítica a la t o r t u r a , a los t o r m e n t o s infligidos a los presuntos culpables para que confiesen sus delitos (391. En otras ocasiones mediante las «Notas» se ofrecen narraciones breves y anécdotas sobre c o s t u m b r e s y usos c o n t e m p o r á n e o s , sin que falten citas de distintos autores que atestiguan la a m p l i t u d de su cultura: pasajes de La Celestina, versos de Tasso y de Camoens, además de las consabidas referencias a Voltaire. Entre las técnicas más utilizadas destaca la de acumulación por enumeración, como ésta de la «Nota 33» referida irónicamente a los amuletos indispensables contra los maleficios: un colmillo de jabalí, una Santa Teresa de barro, la cruz de Caravaca, la regla de San Benito, un cuerno, una mano de tejón, la piedra del rayo, la piedra del águila, una pipa de San Ignacio, la firma de Santa Teresa, una higa de azabache con su media luna detrás, un Agnus Dei, un medalla de Santa Elena, un niño en cruces y una castaña de indias. O la expresiva enumeración de los castigos inquisitoriales aplicados a los condenados de Logroño, en la «Nota 60»: prisión, tormento, sambenito, corozas, soga, velas verdes, burro, azotes, multas, confiscación de bienes, destierro, cárcel perpetua, afrenta pública, pena capital, garrote y brasero. Otra técnica importante es la que une registros estilísticos distintos e incluso antitéticos. Es interesante la combinación de léxico popular, que nunca llega a la escatología, con citas en latín. Por ejemplo, en la «Nota 10» aparece una primera parte en estilo coloquial: No anda discreto el demonio en esto de presentarse tan feo y de mal humor en los aquelarres, porque puede echarlo todo a perder. Brujo habría, particularmente entre los novicios, que al verle de tan espantable gesto le hiciese una higa, y no volviera jamás a la tertulia. a la que sigue: «Pero ¿qué especie de fealdad es ia suya? Hoc opus, hic labor est». El m i s m o contraste se observa entre «Notas» consecutivas, por ejemplo entre la «Nota 16», en la que predomina el lenguaje popular, y la cita en latin de la «Nota 17»: «llliacos intra muros peccatur, et extra». Por lo que se refiere al lenguaje popular hay que destacar el uso frecuente de modismos c o m o : «no ver gota» («Nota 19»), «verse negro» («Nota 27»), «Pasárselo m u y ricamente» («Nota 36»), «no poderse tener de viejo» («Nota 45»), etc; de proverbios: «Adonde fueres haz como vieres» («Nota 15»); «Que el vestido del criado dice quien es el señor» («Nota 26»); «El abad de lo que canta yanta» («Nota 38»), etc. O de diminutivos, términos de uso c o m ú n y adjetivación familiar en las descripciones del diablo para redimensionar su figura y no atemorizar al receptor. Quizá el ejemplo más logrado de comicidad por antítesis sea la «Nota 25». En el Auto de Fe se habla de sapos-demonios que acompañan a las brujas para inducirlas a cumplir acciones malvadas, mientras que en el texto moratiniano, se dedican a ataviar a los sapos. Esta narración aviva su imaginación, ya que sitúa la descripción diabólica en el plano cotidiano y doméstico, utilizando una terminología rica en diminutivos y tópicos propios del lenguaje infantil: 60 La triste bruja que hubiese de vestir a tanto sapito de paño y terciopelo y traerlos a todos ellos decentes y aseados, como es regular, se vería muy apurada; pero el prudente demonio removió este obstáculo, disponiendo que los vestidos (por un continuado milagro) ni se los empuerquen ni se le rompan. Con su camisolita de percal, su chaqueta, su pantaloncito, sus medias botas y su gorro a cada uno, los tiene ya equipados para toda la vida. Es gasto, pero al fin se hace de una vez. Otro elemento que no pasa desapercibido por su reiteración es el uso intercalado de apostrofes al lector. Moratín se dirige al «lector benévolo», «lector candido», «lector amabilísimo», «lector carísimo», «lector suave», «lector amoroso» y, no sin ironía, al «lector escrupuloso y nimio» y al «lector inerudito y torpe». Por medio de este recurso entabla un diálogo con su lector ideal: un español erudito, o por lo menos ilustrado, o bien un lector extranjero, para afirmar su propio orgullo nacional, demostrando que también su país puede liberarse de su pasado y conquistar de este m o d o la modernidad. Y en una de sus últimas «Notas», en oposición al contenido dramático del Auto de fe, afirma con autoironía: «No quiera Dios que yo abuse jamás de la tolerancia de mis lectores, ni me empeñe a decirles todo lo que sé. Agradézcanme por todo lo que callo» <40). A lo largo de este análisis hemos podido observar cómo las «Notas» no son en absoluto gratuitas, sino que más allá de lo meramente explicativo, suponen un auténtico gesto ideológico hasta el punto de originar un texto nuevo. Por ello de la comparación entre los dos textos, el original del siglo XVII, o siguiendo la terminología genettiana, del hipotexto (A), y de las «Notas» moratinianas (B), compuestas posteriormente, se puede llegar a la conclusión de que no sólo cronológicamente, sino t a m b i é n ideológicamente, se ha originado una obra nueva, el hipertexto (C), descodificable sólo si se lee como una unidad indivisible: Hipotexto A Β Texto C Hipertexto Es precisamente en relación con el documento de Logroño, del que Moratín funciona c o m o editor, donde las «Notas» adquieren un valor estético y semántico. Irónicas y, a veces, incluso humorísticas, anexas a un informe que reproduce el clima tenso y dramático de un proceso de brujería, dan vida a un nuevo «género literario», a una obra distinta y autónoma. Las «Notas» se proyectan sobre el texto base desvelando la intrínseca irracionalidad de la Inquisición, y el texto base sirve para expresar sus amargas reflexiones en las «Notas», c o m u n i c á n d o s e r e c í p r o c a m e n t e . Las glosas nunca son p u r a m e n t e explicativas, sino que denotan un fuerte compromiso ideológico, ya que transforman sustancialmente la forma de lectura del hipotexto y la ironía tan marcada adquiere un valor hermenéutico, revelando al lector lo absurdo, ridículo y amargo del proceso y, por extensión, de la sociedad que lo ha permitido. Universidad de Bologna NOTAS 1. El título completo del Auto de Fe utilizado por Moratín corresponde ai de la edición princeps de la obra del siglo XVII: Relación de los personajes que salieron al Auto de Fe, que los señores D. Alonso Becerra Holguin [y otros] celebraron en la ciudad de Logroño en siete yen ocho días del mes de noviembre de 1610 años, Logroño, Juan de Mongastón, 1611. De la obra de Leandro Fernández de Moratín se conocen varias ediciones: Madrid, Imprenta Real, 1811; Cádiz, Imprenta Tormentaria, 1812; Mallorca, Imprenta Real, 1813; Madrid, Collado, 1820; Barcelona, Imprenta de Verdaguer, 1836; Obras de Don Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Rivadeneyra (B.A.E., II), 1848; además está incluida en el volumen Quema de brujas en Logroño en 1610, Madrid, Biblioteca de la Inquisición, [s.a.] [comienzos del s. XX], pp. 1-102, y en la nueva edición de las Obras de Don Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Atlas (B.A.E., II), 1944. Aquí seguiremos esta última edición; por lo tanto, las indicaciones de las páginas relativas a las «Notas» de Moratín se refieren a ésta. Pero hay que tener en cuenta que esta edición no incluye ni el «Prólogo» ni la última parte de la «Nota» final que contiene un elogio a Napoleón. Por lo tanto, todas las referencias al Prólogo pertenecerán a la primera edición de 1811. Hemos modernizado los textos según las normas actuales. 61 2. Edith F. Helman en su artículo «Moratín y Goya: actitudes ante el pueblo en la Ilustración española». Revista de la Universidad de Madrid, X, 1960, p. 597, piensa que Goya se inspiró no sólo en el Auto de Fe, sino también en el «comentario burlesco» de Moratín, pero no justifica dicha hipótesis. 3. Cf. Luis Felipe Vivanco: Moratín y la ilustración mágica, Madrid, Taurus, 1972, pp. 210-216. 4. Recuérdese que en España la Inquisición había sido abolida por Napoleón gracias al decreto del 4 de diciembre de 1808. Para una mayor profundizaron, vid. Pierre Dominique: La Inquisición, Barcelona, Luis de Caralt, 1973, pp. 301-311, y el ensayo indispensable, por ofrecer un cuadro exhaustivo del fenómeno, del historiador Gustav Henningsen: El abogado de las brujas. Brujería vasca e Inquisición española, Madrid, Alianza Editorial, 1983. 5. Cf. la carta que ya en 1787 Moratín le había enviado a su amigo Juan Pablo Forner, en Epistolario de Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Castalia, 1973, pp. 71-72. 6. Cf. Buenaventura Carlos Aribau: «Vida de Leandro Fernández de Moratín» en B.A.E., II, p. XXXII. 7. La utilización de seudónimos era frecuente entre los escritores de la época. Moratín ya se había servido de este recurso en distintas ocasiones; por ejemplo, en 1779 había participado en un certamen de poesía presentándose como «Efrén de Larnaz y Morante», en 1782 con el de «Melitón Fernández» y en 1786 publica La comedia Nueva con el de «Inarco Celenio». 8. «Nota 8», p. 618. También es significativa la «Nota 6», p. 618, en la que con un tono irónico-satírico se refiere a dos discursos pronunciados por los inquisidores, pero que no se transcriben en el texto del Auto de Fe: «¡Qué dos piezas de elocuencia se ha perdido la posteridad: el sermón del padre provincial y el del padre prior! Tan bueno sería el uno como el otro. ¡Y cómo resplandecería en los dos el espíritu de tolerancia, de mansedumbre, de caridad evangélica!». 9. «Prólogo», p. 5. 10. Ib., p. 6. 11. Para un ejemplo de tales posturas críticas, que proponían la imagen estereotipada de un Moratín «colaboracionista» y por tanto carente de todo sentimiento patriótico, puede considerarse el artículo de Santiago Melón R. de Gordejuela: «Moratín por dentro», Cuadernos de la Cátedra Feijóo, 16, 1964, pp. 13-20. 12. «Prólogo», p. 7. 13. En su carta del 23 de marzo de 1787 [Epistolario, éd. cit., pp. 47-48), Moratín expresa una de las posibles motivaciones de tal postura. Dirigiéndose a su amigo Forner afirma: «Créeme, Juan; la edad en que vivimos nos es muy poco favorable: si vamos con la corriente, y hablamos el lenguaje de los crédulos, nos burlan los extranjeros y aun dentro de casa hallaremos quien nos tenga por tontos; y si tratamos de disipar errores funestos, y a enseñar al que no sabe, la santa y general Inquisición nos aplicará los remedios que acostumbra». 14. Fernando Lázaro Carreter: «Estudio Preliminar» a L. Fernández de Moratín: La Comedia Nueva. El side las niñas, Barcelona, Crítica, 1994, p. XVIII. 15. Estudios recientes han abordado el período de la Inquisición expresando juicios menos severos. Vid. por ejemplo, JeanBaptiste Guiraud: Elogio dell'lnqu'isizione, Milano, Leonardo Editore, 1994. 16. En la misma obra Voltaire evidenciaba, además de la necesidad de actuar con espíritu crítico para distinguir en la historia lo verdadero de lo falso, la exigencia de seleccionar los hechos más representativos del pasado, eliminando los detalles superfluos injustificados que impedían relatar los grandes sucesos. También esta voluntad de ejemplaridad probablemente indujo a Motatín a su decisión de querer publicar el Auto de Fe. Pero el influjo de Voltaire en su pensamiento no se circunscribe únicamente al ámbito histórico. Recuérdese además que junto a su indiscutible conocimiento del Dictonnaire philopophique y del Essai sur les moeurs, pocos años después de la publicación del Auto de Fe, en 1814, tradujo el Candide, obra publicada postumamente en Cádiz en 1838. 17. La religiosidad es planteada por Moratín más como un problema social que personal. Muchos ilustrados o proponían una religiosidad de tipo deísta, o bien buscaban una regeneración del espíritu cristiano por medio de una purificación de los elementos supersticiosos. Podría incluirse a Moratín en este segundo grupo. Como justificación de esta hipótesis vid. la «Nota 18», en la que el autor critica la sensibilidad distorsionada del vulgo con respecto a la religión: la figura de Jesús, sacrificado por los hombres en la cruz, recibe de mala gana «una inclinación de cabeza» o todos los actos de devoción se reservan a la Virgen María. Para Moratín, la responsabilidad de todo ello reside principalmente en los religiosos: «ésta era teología de frailes (no de todos, pero de la mayor parte de ellos), y si no la más acomodada al espíritu de la religión, la más conforme a la estabilidad de los refectorios» (p. 620). 18. Son ejemplares los personajes de don Pedro y don Antonio en La Comedia Nueva o El Café, partidarios de soluciones extremas. El primero impaciente e hipercrítico responde al intento moralizador de Moratín; el segundo que hace de la ironía su única arma de defensa, corresponde a una distinta, pero también muy importante posición del autor. Crítica seria y crítica burlesca son dos componentes de su compleja personalidad. 19. Para un estudio detallado sobre la vida de Carlos II, vid. duque de Maura: Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Aguilar, 1990. 20. Los diálogos que tienen como protagonistas al Diablo y a los frailes eran bastante habituales. El propio Moratín en los Orígenes del teatro español cita parte de una obra atribuida a Gil Vicente en la que se representa una disputa entre dichos personajes. 21. «Nota 56», pp. 629-630. Moratín pone fin a esta «Nota» transcribiendo la oración recitada por los Padres de San Bernardo. Citamos parte de dicha oración como ejemplo de latín «frailesco»: «Ite, ite, ite, maledicti, in stagnum ignis, sive ad loca vobis a Deo assignata. Imperat vobis Deus Pater, imperat vobis Deus Filius, imperat vobis Sanctissima Trinitas unus Deus. Amen». 22. «Nota 55», p. 629. 23. Vid. la «Nota 45», en la que el autor, al hablar del demonio, afirma: «Confieso de buena fe que el maldito no lleva traza de morirse jamás, y que podemos contar con él hasta la consumación de los siglos, et ultra; pero nadie me quitará de la cabeza 62 que a este demonio le sucede, ni más ni menos lo que a Titón, esposo de la Aurora, que aunque era inmortal, no se podía tener de viejo. Pues, como digo, yo tengo para mí que padece de vejez, y está sifilítico y lleno de lacras, porque sólo hallándose derrengado y fuera de concierto pudiera olvidarse el picarón de las mañas antiguas. ¡Qué intrépido, qué lozano, qué de buen apetito en los oteros y barrancas de Zugarramurdi! y tan modesticoahoraytan para poco, que nadie refiere de él empresas amorosas, ni se sabe que haya dado ningún nuevo chiquillo a criar, ni se dice que se huelgue con él mujer alguna, ni burja, ni hechicera, ni judía, ni mora, ni buena cristiana» (p. 625). 24. «Nota 27», pp. 621-622. En esta «Nota» Moratín nos narra, si bien brevemente y de modo burlesco, las desventuras de algunos magos-adivinos que él mismo había conocido. Se trata del italiano Giulio Cesare Merendoniy de don Bernardino de Quiroga Pazuencos López de Almazán. 25. En cuanto al sentimiento en Moratín, vid. Rinaldo Froldi: «El sentimiento como motivo literario en Moratín» en Coloquio Internacional sobre Leandro Fernández de Moratín, Abano Terme, Piovan Editore, 1980, pp. 137-145. 26. Cf. Rosario Cortés: Teoría de la sátira, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1986, p. 87. 27. «Nota 20», p. 620. Las obras citadas por Moratín son las siguientes: La perla de Inglaterra o peregrina doctora (también titulada: El triunfo de la inocencia y perla de Inglaterra); Mayor contrarío y amigo y diablo predicador, de Luis Belmonte o Juan de Villegas; Marta la Romarantina, de José de Cañizares; El arca de Noé o diluvio universal, de Antonio Martínez de Meneses, Pedro Rósete y Jerónimo Cáncer y Velasco; El nazareno Sansón o el mayor valor del mundo por una mujer vencido, Juan Pérez de Montalbán; Ser rey y pastor a un tiempo y mágico de Lidia o el anillo de Giges, José de Cañizares o Herrera Barrionuevo; No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague y convidado de piedra, de Antonio de Zamora; El lucero de Madrid, San Isidro labrador, de Antonio de Zamora; El mágico de Salerno, Pedro Bayalarde, de Juan Salvo y Vela. 28. Leandro Conesa Cánovas en su estudio Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Epesa, 1972, describe el ambiente en el que se movían autores y actores, pues el teatro estaba «en manos de dramaturgos tan mediocres como Zamora, Cañizares, Scoti de Argoiz, Candamo y Salazar, todo en él era ramplonería, conceptismo, chabacanería, inverosimilitud, falta de inventiva y exceso de imitación. Y si así eran los autores, ¿cómo habían de ser los cómicos? El dilema que a éstos se les ofrecía no podía ser más lamentable; una de dos: o seguían representando las comedias del siglo anterior, en cuyo caso la declamación tenía que ser esencialmente lírica, o representaban las comedias contemporáneas, en cuyo caso la declamación lírica debía degenerar en el extravío y, a consecuencia del mismo, en la ridiculez» (p. 149). 29. El autor en el «Discurso preliminar» a sus Comedias (B.A.E., II, p. 316) comenta: «Entre los desaciertos del teatro, no era el menor la representación de los autos sacramentales. El ángel Gabriel anunciaba a la Virgen [...] la encarnación del Verbo, y al responder, traducidas en buenos versos castellanos las palabras del Evangelio: Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? los apostrofes hediondos del patio y las barandillas, dirigidos a la cómica, interrumpían el espectáculo con irreligiosa y sacrilega algazara, y hacían conocer a muchas madres cuan mal habían hecho en llevar consigo a sus hijas honestas». En un artículo atribuido a Moratín, pero cuya autoría es dudosa, titulado Sobre lo maravilloso en la epopeya, aparecido en el Diario de Valencia el 24 de abril de1813, el supuesto autor añade: «Pero un poeta cristiano, tratando un asunto de cristianos, ¿cómo hará visible esta intervención de la divinidad? Los ángeles buenos y los ángeles malos son una máquina empleada felizmente por el Tasso, pero que después de él ya no se hará más que repetir su conciliábulo infernal, y será imposible excederle, y quizá ni aun imitarle en la sublimidad de aquel pasaje. Pero aun cuando el poeta pudiese poner a diablos en escena con igual grandeza que el Tasso, ya faltaría el mérito de la novedad, y sobre todo el de la verosimilitud. Ya no hay en nuestros tiempos ideas tan groseras sobre la religión, que se crea que el diablo tiene poder para oponerse a los decretos del Omnipotente; el vulgo, es verdad cree todavía mil travesuras de Satán, pero no es sobre las opiniones del bajo vulgo sobre lo que debe fundar el poeta sus máquinas». Sobre este último texto, cf. Rafael Ferres: «Moratín en Valencia (1812-1814)», Revista Valenciana de Filología, VI, 1962, p. 188. 30. L. Fernández de Moratín: Orígenes..., B.A.E., II, p. 158. 31. Hallamos una referencia análoga en La Comedia Nueva o El Café, en la que don Eleuterio dice: «¡Hablar así de una obra que va a durar lo menos quince días! Y si empieza a llover...» (I, 5). 32. Sobre esta cuestión Jesús Pérez Magallón en su «Prólogo» a La Comedia Nueva. El sí de de las niñas, éd. cit., p. 11, afirma: «Cambiar casi diariamente de cartel exigía una provisión de obras -y, por lo tanto, una producción dramática- que sólo podía lograrse si los poetas (autores en el sentido actual) escribían casi a destajo. El fenómeno se acentuaba en el caso de los poetas que vivían de los ingresos que les producían sus comedias». 33. Todos los personajes, excepto los Diablos monacillos, pertenecen al Auto de Fe. Moratín además añade personajes del reino animal. 34. Sobre la ironía ligada a la representación del «mundo al revés», cf. Michail Bachtin: Dostoevskij. Poética e stilistica, Torino, Einaudi, 1968, pp. 159-172. 35. En cuanto a la producción poética moratiniana no hay que olvidar que además de las Sátiras y de los Epigramas, ya en 1782 había escrito la Lección poética subtitulada Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, y en 1789 escribe en prosa y poesía La derrota de los pedantes, o' J en la que critica a los «copleros» y a los «charlatanes!...] un número infinito de autores pedantes, serviles imitadores, cuyas obras nacen, mueren y se olvidan en pocos momentos». 36. «Nota 23», p. 621. También en este caso el autor invierte una situación, ahora tomada del mundo clásico de las églogas con una finalidad cómico-satírica. Aquí es evidente su deseo de tratar de ser original a toda costa, como respuesta al ansia de novedad del público de la época. 37. R. Cortés, op. cit., p. 94. 38. «Nota 53», p. 628. 39. Moratín declara en la «Nota 13» haber sacado la información del Dictionnaire philosophique 40. «Nota 57», p. 630. de Voltaire. 63 REFLEXIONES SOBRE EL QUICONQUE VULT, CERVANTES, BAROJA Y LAS MATEMÁTICAS Pierre L Ullman En el capítulo XXXIII del Quijote de 1605, en el cual se inicia la historia del Curioso impertinente, Anselmo pide a su amigo Lotario que le ayude a probar la virtud de su esposa. Al intentar disuadir a Anselmo de su loco propósito, Lotario emplea argumentos relativos a la honra, rebatiendo cada razón de su amigo según el ámbito a que pertenece, lo divino, lo humano o ambos. La amistad alcanza sólo usque ad aras, lo cual significa que no se debe apelar a ella en asuntos que van contra la voluntad de Dios. El matrimonio es un sacramento; el probar así a la esposa constituye una intrusión de lo mundano en el reino divino. Los parámetros para lo mundano son impertinentes, es decir no pertinentes, cuando los aplicamos a lo divino. A continuación, Lotario usa una analogía para expresar su dualismo: -Paréceme, ¡oh Anselmo! que tienes tú ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles, intelegibles, demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar, como cuando dicen: «Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales»; y cuando esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, háseles de mostrar con las manos, y ponérselo delante de los ojos, y aún con todo esto no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de mi sacra religión. Antes que nada, recordemos que «especulación del entendimiento» se refiere a la contemplación por medio de la intelligentia, una de las tres potencias del alma según el De Trinitate de San Agustín, las otras dos siendo voluntas y memoria, y que estas tres potencias reflejan las tres personas de la Trinidad, la memoria al Padre, la voluntad al Hijo y el entendimiento al Espíritu Santo. En segundo lugar, la cita atribuida a los moros es la tercera de las cinco Nociones Comunes de los Elementos de Geometría de Euclides, las cuales, junto con los cinco Postulados, forman la base del gran edificio de las pruebas euclidianas. ¿Qué podemos concluir de la comparación hecha por Lotario? Primero, que los principios cristianos concernientes a lo divino no son analizables por medio de la lógica matemática que solemos aplicar al reino de la materia; segundo, que los conocimientos matemáticos de los moros son rudimentarios. Es cierto que la contribución islámica a las matemáticas es inestimable. No sólo preservaron la ciencia griega durante las épocas bárbaras de la Alta Edad Media, cuando los europeos no estaban enterados ni de las ideas euclidianas, sino que añadieron a éstas el saber adquirido a ios matemáticos indios, además de los guarismos, lo cual les facilitó separar el álgebra de la geometría. 64 Por otra parte, Lotario y Anselmo, caballeros ricos y principales residentes en Florencia, deben de estar al tanto de los grandes progresos de sus compatriotas en matemáticas, mucho más allá de los moros, entre quienes la ciencia se ha estancado. Durante la primera mitad del siglo trece, Leonardo de Pisa «Fibonacci» ya había preparado el terreno para que la Cristiandad dejase atrás al Islam en este campo. A mediados del siglo catorce, Johannes Müller de Königsberg «Regiomontanus» estableció la trigonometría como rama particular de las matemáticas, independiente de la astronomía. Afines del siglo Fra Luca Pacioli di Borga había modernizado la disciplina, en la que la Universidad de Bolonia tenía un programa regular. En 1450 el Papa Nicolás V proclamó la reorganización de esta universidad, asignando cuatro cátedras a la ciencia matemática. En 1480 el número de profesores que la enseñaban ya llegaba a ocho. Ahí fue donde Scipione del Ferro descubrió la llamada «fórmula cúbica», confutando la conjetura de su maestro, Pacioli, de que la solución de la ecuación cúbica era tan imposible como la cuadratura del círculo (1). Algunos consideran la solución de las ecuaciones cúbica y bicuadrática e implícitamente una comprensión más profunda de las ecuaciones en general por Del Ferro, Tartaglia, Cardano y Ferrari como quizá la mayor contribución al álgebra desde hacía cuatro mil años <2). Más adelante en el siglo dieciséis, se comunicó sin duda a los matemáticos italianos la noticia de que el álgebra había sido librado de la necesidad de atenerse únicamente a ejemplos concretos, obra en su mayoría del francés François Vieta (1540-1603) l3>. No olvidemos que durante un largo período Bolonia fue la única universidad extranjera donde los españoles tenían derecho a estudiar, habiendo sido establecido el Colegio de San Clemente para recibirlos. Al considerar que Antonio de Nebrija, Antonio Agustín y Juan Luis Vives estudiaron allí, parece justificado suponer que los intelectuales españoles estaban enterados del progreso matemático conseguido en Italia. Les habría interesado sumamente la invención por Niccolo Tartaglia de una nueva ciencia, la balística. De todas maneras, tales ocurrencias no se limitaban a Bolonia. ¿A quién no habría llegado la noticia del concurso entre Cardano y del Fiore para solucionar problemas? ¿No se maravillarían del reconocimiento por Cardano de la existencia de los números imaginarios? También en el sur de la península, dominado por España, donde pasó Cervantes parte de su vida, el primer matemático del siglo dieciséis, Francesco Maurolico (1494-1575), enseñaba en la Universidad de Messina <4>. Por consiguiente, no hay óbice en deducir que para ridiculizar el retraso de la sociedad islámica en la ciencia matemática se puede pintar a los moros argumentando con ella a un nivel rudimentario. Así y todo, ¿por qué se metería un moro en «demostraciones matemáticas» al abordar un tema teológico? Es que para la mayoría de los cristianos los dogmas básicos se expresaban no sólo en el credo niceno sino también en el atanasio o Quicunque vult. Hasta muy avanzado el siglo diecinueve, este credo se usaba trece veces al año en la comunión anglicana, donde la aprendió Newton para luego dejar de acatarla. Tan a menudo se recitaba en la España aurisecular que Santa Teresa, en el capítulo penúltimo del Libro de su vida, lo llama salmo: Estando rezando el salmo de Quicunque vul [sic] se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres personas, tan claro, que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grande provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y para cuando pienso o se trata en la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede ser, y esme mucho contento. Como vemos, en esta ocasión Santa Teresa estaba ocupada en «especulación del entendimiento» en el sentido dado a esta frase por Cervantes. He aquí la primera mitad del Quicunque vult, fuente elemental de indoctrinación cristiana: Todo el que quiera ser salvo necesita ante todo profesar la fe católica. Y el que no la guardare íntegra y pura, perecerá sin duda eternamente. Es, pues, la fe católica: que veneremos un Dios en Trinidad, y una Trinidad en la Unidad. No confundiendo las personas ni dividiendo la esencia. Porque una es la persona del Padre, otra la persona del Hijo, otra la del Espíritu Santo. Mas del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad. Cual es el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado es el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno. Como no son tres increados, ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Del mismo modo, omnipotente es el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. De la misma manera, Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo. Así también, Señor es el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espíritu Santo. Y sin embargo, no son tres 65 Señores, sino un solo Señor. Porque así como la verdad cristiana nos obliga a confesar, que cada una de las personas separadamente es Dios y Señor, así la religión católica nos prohibe decir que son tres Dioses o Señores. El Padre por nadie es hecho, ni creado, ni engendrado. El Hijo es de solo el Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. Un Padre, pues, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada hay primero o postrero, nada mayor o menor; sino que todas tres personas son eternas juntamente e iguales. De manera que en todo (como queda dicho) se ha de venerar la Unidad en la Trinidad, y la Trinidad en la Unidad.(51 Por consiguiente, mientras que Santa Teresa se aproxima al Quicunque vult en una actitud contemplativa, los moros intentan sujetar su aritmética divina a los postulados y pruebas de las mundanales matemáticas griegas preservadas por ellos durante la Alta Edad Media y comunicadas a la Cristiandad. Tal conato se deberá, según Lotario, a su curiosidad impertinente. Ellos convendrán en que Dios es inmenso, voz equivalente al latín inmensus «inmensurable, sin límites» y al griego apeíratos, pero les parecerá insensato el proceso aparente de dividir por tres una inmensurabilidad, acabando con uno, debido a la indivisibilidad de la esencia. Lo mismo opinarán en cuanto a la igualdad, coeternidad, omnipotencia y señoría. En cambio, al hombre contemporáneo la doctrina trinitaria no le presenta dificultad alguna. Somos criaturas tridimensionales, pero nuestros científicos trabajan a veces hasta con ocho dimensiones. En efecto, a cualquier estudiante de álgebra moderna se le requiere solucionar problemas en una infinidad de dimensiones. Por consiguiente, si miramos la Encarnación como parte tridimensional de una deidad de infinitas dimensiones, podemos suponer que el Padre no sufre pérdida de resultas de la Encarnación del Hijo, pues infinidad menos tres es igual a infinidad. Es improbable además que un buen científico moderno encuentre algún obstáculo al emplear la teoría de los conjuntos para explicar cualquier otro aspecto de la Trinidad. Pero la conversión de los moros y otros pueblos presentaba grandes dificultades a los españoles. El Curioso impertinente no es el único pasaje de su obra donde Cervantes aborda el tema. Como indicó Américo Castro, el último capítulo del Quijote de 1605 contiene una sátira velada del asunto de los libros plúmbeos, un fraude practicado en tiempos del conato erasmista de evangelizar a los moros de Granada (6). En América surgieron semejantes problemas, a los que dan testimonio la Trinidad trimórfica heterodoxa pintada a menudo por los artistas de la Escuela de Cuzco. En Europa la Iglesia católica no permitía esta representación por trillizos (7). No podemos menos de llegar a la conclusión de que los cristianos enfrentaban grandes obstáculos teóricos al explicar la doctrina trinitaria a gentes acostumbradas o predispuestas a un teísmo unipersonal. Ahora bien, siempre ha existido alguna relación entre religión y matemáticas desde que la humanidad empezó a erigir templos (8>, túmulos y cenotafios, sobre todo cuando estas estructuras reflejaban de alguna manera la regularidad del movimiento de los cuerpos celestes y servían a interpretar su significación, dado que se puede «definir la religión como preocupación por una invariabilidad última» l91. En tales casos la fe fomentó la ciencia, pero al tratar ésta de independizarse, sufrió persecución por el fanatismo o, a lo menos, estancamiento por la presión del dogma. De tal destino no escaparon las matemáticas, debido a su conexión con la astrología y después con la astronomía (10). Por otra parte, refrenado que hubo la Ilustración las supersticiones perpetuadas por algunos elementos del establecimiento religioso, se volvieron las tornas. Ahora fueron las ideas religiosas de la filosofía secular las que impidieron el desarrollo de las matemáticas. Manuel Kant proclamó como axioma en la Crítica de la razón pura que «el concepto del espacio [euclidiano] no es de ninguna manera de origen empírico, sino que es necesidad inevitable del pensamiento» ( n l . Consiguientemente, como apunta Burton, «no había posibilidad de que existiese ningún otro sistema de geometría, pues ninguno era pensable. Discutir la idea de que el postulado de las paralelas inhiere en la estructura misma de la mente como intuición divinamente implantada era desafiar la teoría kantiana del conocimiento, llamada por Kant «la revolución copémica de la filosofía» (121. Por si faltaba algo, en 1755 Kant publicó su Historia natural universal y teoría del firmamento, cuyo objeto principal era «establecer la existencia de Dios mostrando que el universo newtoniano no es producto del azar sino más bien concebido para evolucionar de una manera metódica» (13). La actitud filosófica inculcada en la mente europea por el kantianismo iba a obstaculizar el progreso matemático durante años. A pesar de la desesperanza, el olvido y el desprecio que podían acarrearse, dos hombres indoctrinados desde la infancia con el dogma trinitario se arriesgaron a superar el dogmatismo kantiano para salvar los límites del espacio euclidiano. Podrán haber 66 contribuido a la creación de lo que Spengler habría llamado la matemática fáustica del capitalismo (14), pero es innegable que se criaron en una sociedad post-napoleónica cristiana y feudal. Al examinar la vida de estos creadores de la geometría no euclidiana, vemos que János Bolyai (1802-1860) era oficial militar del Imperio austríaco; y que Nikolai Lobachewsky (1793-1856) pasó toda su vida bajo el dominio del absolutismo zarista y, desde la niñez, no salió jamás de Kazan, la universidad más oriental de Europa(15). Karl Gauss (1777-1855), quien los había anticipado, no tenía tampoco ideas revolucionarias, pues declaraba que lo debía todo al patronato de su señor el Duque de Brunswick. Aparentemente, por temor a ser ridiculizado decidió no revelar sus resultados. En cambio, para Bolyai y Lobachewsky, miembros de una generación más joven, el ambiente romántico abría una pequeña brecha para abandonar ciertas modas intelectuales de la Ilustración, en particular el newtonismo kantiano. Newton había descubierto que lo que se sabía en su tiempo acerca del universo podía explicarse casi totalmente por la geometría euclidiana. Creía por consiguiente que con las matemáticas euclidianas Dios había creado un universo de relojería. ¿No tendremos derecho a suponer que Newton se volvió unitario -pues así pasó- porque la mística matemática trinitaria le parecía por ende no sólo inútil sino fantástica? ¿No tendrá Newton por eso bastante en común con los moros de Cervantes? Ahora bien, examinemos el reverso de la medalla y meditemos en lo siguiente: ¿no tenemos derecho asimismo a suponer que esta misma matemática mística de la fe trinitaria profesada por Gauss, Bolyai y Lobachewsky tuvo alguna parte en la creación de estructuras matemáticas menos mundanales que la que Newton aplicó al universo? Porque, si su fe en la suficiencia universal de la geometría euclidiana indujo a Newton a rechazar la aritmética divina del Quicunque vulty, de resultas, a hacerse unitario, estos tres matemáticos, firmes en su fe trinitaria, cuyas consecuencias aritméticas, en vez de inquietarlos, influían en sus procesos mentales, no hallaron óbice en idear una geometría no euclidiana. En 1918, cuando el modelo newtoniano estaba en vísperas de volverse obsoleto, Pío Baroja, en un discurso a sus paisanos, hizo la siguiente comparación: Cuando se ve a un moro que tiene en un libro toda la verdad, se comprende que su raza no podrá dar nunca un Kant o un Newton. La mayoría de los españoles, y la casi totalidad de los vascos, son moros que, en vez de llevar el Corán, llevan en el espíritu la doctrina del Padre Astete.(16) No se nos puede escapar el que en este caso la irrisión barojiana recae irónicamente sobre su autor. En primer lugar, como hemos notado arriba, Newton es el que se asemeja a los moros con respecto a su rechazo de la aritmética trinitaria implicada en la Doctrina cristiana del Padre Astete. En segundo lugar, la doctrina que ha sufrido a la luz de la ciencia es la de Kant, quien creía que la totalidad del mecanismo newtoniano puede deducirse a priori de las condiciones de la cognición empírica como tal. No puedo dejar de creer que el profesor de matemáticas que hizo una visita a Baroja después de aquel discurso no percibía la ironía. Leamos las palabras del mismo Baroja al respecto: Hoy ha venido un fraile a mi casa con un señora quien no conozco. Este fraile, profesor de matemáticas, ha charlado conmigo y en todo lo que hemos hablado estábamos conformes. No sé si cedía yo o cedía él, pero yo no he creído ceder en nada. Ha visto mis libros y me ha preguntado. -¿No tiene usted nada de matemáticas? -No. -¿No conoce usted la Geometría de Lobatchewsky? -No. -¿Ha oído usted hablar de ella? -Sí, pero ni siquiera comprendo el enunciado de esa Geometría no euclidiana. He leído una explicación de las teorías de Lobatchewsky sobre el espacio esférico y la cuarta dimensión en un libro acerca de los trabajos de Henri Poincaré y no saqué una idea clara. Me pareció o un juego o nada. -Si insistiera usted, corregiría usted su idea -me asegura el fraile. -No sé, creo que no. De la lectura de aquel libro no saqué más que dos consecuencias: una que los axiomas de la Geometría no son más que definiciones disfrazadas, en lo cual yo, como hombre de inclinaciones kantianas, estoy de acuerdo; la segunda, que las matemáticas están tan avanzadas que desde los cursos superiores que se estudian en las facultades hasta donde empiezan los trabajos de Poincaré y sus colegas hay aún una gran distancia, lo que hace que el número de personas que puedan comprender bien el trabajo de estos sabios sea pequeñísimo. 67 -Y a usted ¿qué le parece mejor -me dice el fraile-, este aristocratismo de la cultura o la vulgarización? -¿Qué sé yo? Indudablemente generalizar la alta ciencia es imposible. Lo más que se podrá llegar es generalizar la enseñanza primaria. -Enseñar lo necesario para la vida, pero más, ¿para qué? -Sí, claro. -La ciencia, el arte, la moral, todo lo refinado estará siempre en una pequeña minoría. Yo he asentido a lo que él decía, pero había una ligera diferencia en nuestro asentimiento y era que él afirmaba con cierta satisfacción y yo asentía con cierto pesar. Amino me gustaría ser un príncipe en medio de esclavos, ni un sabio en medio de idiotas, sino un príncipe en medio de príncipes y un sabio en medio de sabios.(17) Al conceder que sus inclinaciones kantianas lo llevan a aceptar la estipulación de que los axiomas geométricos no son más que definiciones disfrazadas, Baroja no obstante se niega a admitir que tal concesión debilita los argumentos kantianos acerca de la estructura de la mente conociente y del espacio euclidiano como inmutable noumenon. Es evidente además lo anticuado del kantianismo barojiano, pues una forma de geometría no euclidiana, específicamente la elíptica de Riemann, es necesaria para describir la curvatura del espacio producida por la gravitación según la teoría general de la relatividad. Por añadidura, la hipótesis kantiana de la creación ha sido radicalmente modificada. Es como si Baroja, aferrado a su anticlericalismo, dejara a su kantianismo impedirle ver que las matemáticas no eran solamente un juego. Observemos que el tipo de hipótesis propuesto por nosotros, sobre alguna conexión entre teología y matemáticas no relacionada con alguna oposición dogmática por parte de un establecimiento religioso, ya ha sido objeto de recientes estudios; por ejemplo, respecto a la caracterización de la segunda persona de la Trinidad por la voz logos al comienzo del Evangelio de Juan. Para los pitagóricos, esta palabra significaba una razón aritmética. De ahí que las connotaciones de tal locución ya vinculan las ideas cristianas tempranas a la terminología matemática <18). Otro posible ejemplo de este tipo de relación entre religión y matemática parece haber sido intuido por Spengler, quien postula tres etapas del hombre occidental basadas en el progreso matemático: el apolonio, el mágico y el fáustico. La sociedad apolonia era politeísta; la fáustica, obviamente cristiana; y aunque la segunda, la mágica, se inició con los bizantinos, el hombre mágico es en su mayoría árabe y musulmán, estrictamente monoteísta. En efecto, Spengler, al conocer el álgebra como invento árabe, la considera, desde el primer capítulo, como matemática típicamente mágica <19>. La visión histórica de Spengler supone implícitamente la identificación de los mágicos con el teísmo unipersonal y la de los fáusticos con el trinitarismo. Hemos visto cómo ciertos pasajes de la literatura española nos han inducido a proponer que la indoctrinación trinitaria, con su aritmética mística, podrá haber liberado el pensamiento cristiano de un concepto euclidiano del universo. Debido a la gravitación, la geometría no euclidiana, vista por algunos como mero juego, sirve para construir el modelo moderno del universo, mientras que la euclidiana, antes estimada como anclada en la razón, resulta ser una ilusión, pues sólo puede describir un espacio ilusorio; ilusorio porque la nada es en sí ilusoria. Si pudiéramos observarla, el observador crearía un campo gravitatorio que curvaría el espacio alrededor de él, y por ende la nada dejaría de ser lo que es (20>. Durante siglos la cultura española estuvo desfasada con respecto a la de otras naciones europeas. Sin embargo, desde un punto de vista ideológico, desfase no significa siempre retraso, pues la historia de las ideas tiene un carácter cíclico. Algunas ideas que en su propia época parecen periclitar tienen la oportunidad de renovarse en otra. La insistencia española en el dogma trinitario, reacción de larga duración contra el teísmo unipersonal de vecinos enemigos, quizá parezca retrógrada a primera vista, pero este dogma podrá poseer calidades que lo hagan más duradero de lo que se crea comúnmente. No es preciso ser dualista para reconocer que no hay ahora argumento aritmético que valga para rebatir el trinitarismo. Dada la relación existente a través de la historia humana entre religión y matemáticas, proponemos que la geometría no euclidiana podría llamarse invención cristiana. Quiero hacer notar que intenté saber, pero sin éxito, si esta hipótesis se ha propuesto antes. Una discusión del tema, sea para corroborar, sea para rechazar mis ideas, tendría quizá algún papel en la inacabada valoración cultural de lo que Menéndez Pidal ha llamado «España, eslabón entre la Cristiandad y el Islam» (21>. 68 NOTAS 1. David M. Burton: The History of Mathematics: An Introduction, Boston, Allyn and Bacon, 1984, p. 385. 2. Ib., p. 304. 3. Ib., pp. 303-304. 4. Ib., p. 436. 5. Oficios divinos y administración 1954, pp. 605-606. de los sacramentos y otros ritos en la Iglesia Española Reformada Episcopal, Madrid, 6. Américo Castro: «El Quijote, taller de existencialidad», fíev/sfa de Occidente, (2.a ser.), 18,1964, pp. 1-33 [22]. Como apunta Castro, el tema fue estudiado por José Godoy Alcántara en su Historia de los falsos cronicones, Granada, 1868. 7. Sin embargo, la encontramos en algunos iconos rusos. Los historiadores del arte la llaman abstracción paralógica. Vid. Leopoldo Castedo: The Cuzco Circle, New York, Center for Inter-American Relations & American Federation of Arts, 1976, p. 84. Un excelente ejemplo es Trinidad y Coronación de la Virgen perteneciente a la colección «Bading and Whyte» de cuadros de la Escuela de Cuzco en el Museo del Condado de Milwaukee. Varias obras de esta colección, raramente expuesta al público, fueron prestadas al Museo de Arte de la Universidad de Wisconsin-Milwaukee para una exposición titulada «Paintings from Spain's American Dominions: Ecuador and Peru» (del 21 de enero al 3 de marzo de 1985), organizada por su conservador, el Sr. Mark Chepp, bajo el patrocinio del Center for Latín America de esta universidad. 8. Esto no se encuentra sólo en el conocidísimo caso de las pirámides egipcias sino en las catedrales góticas. Vid. Notre Dame, Cathedral of Amiens: The Power of Change in Gothic, videocasete, New York, Media Center of Art History, Columbia University, 1996. 9. Granville C. Henry: Logos: Mathematics and Christian Theology, Lewisburg, Bucknell UP, 1976, p. 106. 10. El sistema de asentar los conocimientos científicos en libros sagrados, lo cual resultó en el atraso de los egipcios comparados a los babilonios (Burton, p. 53); el asesinato de un pitagórico por sus correligionarios por haber revelado a algunos no iniciados la prueba -secreta hasta entonces- de que la raíz cuadrada de dos es necesariamente un número irracional; el asesinato de Hipatia; la quema de lo que quedaba de la biblioteca de Alejandría; lo de Galileo; la resistencia por parte de las autoridades eclesiásticas contra la composición de música sagrada no fundada en los modos de la escala pitagórica, mucho después de la sustitución de la afinación por tercias por la de temperamento igual; las dificultades que enfrentó Diego de Torres Villarroel [vid. el «trozo» segundo de su Vida) al reavivar el estudio de las matemáticas en la Universidad de Salamanca, donde no se había enseñado desde hacía medio siglo. 11. Apud Burton, p. 552. 12. Loe. cit. 13. Burton, op. cit., p. 551. Aunque esta Historia universal pertenece al período precrítico de Kant, la idea de lo que demuestra el universo newtoniano se encuentra todavía en su período crítico. En las Bases metafísicas de la ciencia natural (1785), Kant postula juicios sintéticos a priori, precondicionados por las formas de nuestra sensibilidad (espacio y tiempo) y por las «categorías de nuestro entendimiento» (cantidad, calidad, relación, modalidad y sus subformas), arraigadas en estas formas y categorías, y consiguientemente válidas para todo objeto que aparece bajo forma de nuestra sensibilidad o pensamiento en términos de estas categorías de nuestro entendimiento. A continuación, sienta la posibilidad de que tenemos una cognición a priori de las condiciones universales que hacen que la naturaleza misma y la ciencia de la naturaleza sean posibles, lo cual, para él, está indicado por su suposición de que la totalidad de la física newtoniana puede deducirse a priori de las condiciones fundamentales de la cognición empírica como tal. 14. El primer capítulo de la primera parte de la célebre obra de Oswald Spengler, Der Untergang des Abendlandes (La decadencia de Occidente) (Munich, Oskar Beck, 1922), se titula «Vom Sinn der Zahle» («El significado de los números») y la primera parte del último del segundo, «Das Gelt» («El dinero»). En estos dos capítulos se expone lo que Spengler podría haber denominado la matemática fáustica del capitalismo. 15. Burton, op. cit., pp. 556 y ss. 16. Pío Baroja: Las horas solitarias, Madrid, Rafael Caro Raggio, 1918, p. 74. La Doctrina Cristiana (1599) del jesuíta Gaspar Astete es una de las obras españolas más traducidas y leídas de todos los tiempos. 17. Baroja, op. cit., p. 289. 18. Vid. G.C. Henry, op. cit., parte primera. 19. Oswald Spengler, op. cit. Además, según Spengler, como apunta Hughes, «A través de la Edad Media los judíos habían vivido en Europa como fósiles culturales -vestigios de la decadente civilización mágica varada en medio del vigoroso mundo fáustico. Manteniendo con celo sus propias tradiciones, no se preocupaban de comprender las fuerzas espirituales que movían a sus vecinos» (H[enry] Stuart Hughes, Oswald Spengler: A Critical Estimate, New York-London, Scribner's, 1952, p. 125). 20. Huelga añadir que los grandes matemáticos de ascendencia judía que ayudaron a desarrollar las matemáticas no euclidianas, v. gr. Amalie Emmy Noether, ya estaban asimilados en la sociedad fáustica, como diría Spengler (Hughes, ib.) y seguramente no preocupados con teorías teológicas acerca de la personalidad de Dios. 21. Es éste el título de una colección de sus ensayos (Espasa-Calpe, Austral, 1956). 69 IMPOSTURA, ANTIHISTORIA Y NOVELA POLICÍACA EN NI REY NI ROQUE, DE ESCOSURA Russell P. Sebold El arte de esta ficción de 1835 depende del entretejimiento de tres sorprendentes novedades: la inversión total de la identidad de un célebre impostor, la invención de un concepto de la historia que se opone a nuestro sentido histórico habitual, y la primera novela policíaca en lengua española. La primera de las tres novedades estriba en la identidad del que se presenta bajo el nombre del rey Sebastián de Portugal, a quien se creía muerto en la batalla de Alcazarquivir, en 1578; y el manejo de este personaje por Escosura representa uno de esos singulares aciertos que solamente se le conceden al escritor en el m o m e n t o más afortunado de su carrera. Queda claro que para Patricio de la Escosura (1807-1878) ese momento se dio en el año 1835; pues coincidieron en componerse durante el referido año la novela Ni rey ni roque y la otra de las dos obras más conocidas de este mejor amigo de Espronceda, quiero decir, el breve poema histórico-novelesco, en cuartetos de arte mayor y coplas de pie quebrado, sobre los comuneros de Castilla, El bulto vestido del negro capuz. El tema del presente ensayo es la novedad, el misterio y la expectación en el más importante de los dos relatos históricos escosurianos del annus mirabilis de 1835, y así tiene interés observar que también desempeña cierto papel en el otro el elemento del misterio y que entre los dos se dan paralelos en el léxico y la visión de algún personaje (1). Como ilustración del aludido paralelo, veamos primero unos trozos de Ni rey ni roque—la primera de estas obras en haberse empezado a escribir—. Se trata de un encuentro nocturno de dos figuras principales, don Juan de Vargas y doña Inés, aunque a ésta no la reconoce todavía aquél: Un bulto...La oscuridad no me deja distinguir quién sea; ¿si será ella? (...] Cerca de una hora pasó en aquel tormento [...], cuando vio salir déla villa un bulto negro [...]. El lejano ladrido de los perros, el son lúgubre de una campana, y hasta el susurro del viento en los sembrados, todo, en una palabra, contribuía en el momento de que hablamos a dar al paraje en que se hallaba Vargas el más siniestro aspecto. [.-.] El bulto continuó marchando intrépidamente hasta estar a unos diez pasos de don Juan'21. En la otra narración de 1835, de ambiente nocturno en parte inspirado en la primera, encuéntranse los fragmentos siguientes: Por medio del monte, veloz cual la brisa, cual sombra melosa, cual rápida luz, un bulto, que apenas la vista divisa, camina encubierto con negro capuz. [...] Con planta ligera el puente atraviesa el bulto vestido del negro capuz. [...] En torno al cadalso se ven los soldados, que fieros empuñan terrible arcabuz, a par del verdugo, mirando asombrados al bulto vestido del negro capuz13'. Nótese, además, que en cada obra el bulto encubierto con negro capuz, de aspecto siniestro a primera vista, resulta ser una mujer honrada y la heroína de la obra: en el primer caso, es doña Inés, la cuñada del rey o impostor y futura esposa de don Juan de Vargas; y en el otro, es Blanca, la esposa del comunero ficticio Alfonso García, que se reúne a él en el momento de su ajusticiamiento. El ya aludido estímulo histórico para los cuatro i m p o s t o r e s que se p r e s e n t a r o n c o m o don Sebastián, milagrosamente rescatado de su óbito en la batalla, así como para la mayoría de las obras literarias basadas en este tema, se halla comentado en esta forma en Ni rey ni roque: todo el mundo sabe que este monarca, habiendo hecho, contra el dictamen de los más hábiles, una expedición, desapareció en una batalla que dio delante de Tánger, en la cual fueron los cristianos completamente derrotados, sin ser posible encontrar el cadáver del rey entre los demás ni saber su paradero (p. 86). La desaparición de los restos del rey Sebastián abrió paso a la impostura como instrumento con el que conseguir que volviera a manos portuguesas el trono luso, que ya había pasado a las de Felipe II, de España. El más romancesco de los cuatro impostores, Gabriel de Espinosa, «El Pastelero de Madrigal», es la figura central de la novela de Escosura, lo mismo que de las demás ficciones teatrales y narrativas dedicadas a este intrigante tema histórico' 41 . Gabriel de Espinosa tiene en 70 común con el Cid, Trotaconvetos-Celestiria, don Quijote, don Juan y la bella hebrea Raquel el ser uno de los llamados personajes autónomos de la literatura española, cuyo extraordinario vigor e interés los proyecta más allá de los límites de una sola obra o época. Mas ¿cuál es la nueva y o r i g i n a l í s i m a caracterización del pastelero Espinosa que se nos brinda en las páginas de Escosura? En t r e s c o m e d i a s del s i g l o XVII sobre Sebastián/Gabriel: El pastelero de Madrigal, de Jerónimo de Cuéllar; la Comedia famosa del rey don Sebastián, de Luis Vélez de Guevara; y La gran comedia del rey don Sebastián, de Francisco de Villegas; en El pastelero de Madrigal, de 1706, de José de Cañizares; así como en una refundición neoclásica de la c o m e d i a de Cuéllar; en la refundición de 1818, de la comedia de Cañizares, atribuida a Dionisio Solís; y en la narración histórica novelada, El pastelero de Madrigal o el rey fingido, que José Quevedo, bibliotecario de El Escorial, publica en la revista Museo de las familias, en 1845, se acatan los documentos históricos. Espinosa no es s i n o un h u m i l d e p a s t e l e r o , escogido y preparado para su papel de impostor por unos conspiradores portugueses, que son seguidores de don Antonio, prior de Crato, primo bastardo de don Sebastián y aspirante al trono de Portugal. En cambio —y la diferencia es rotunda—, en Ni rey ni roque, no se trata ya de un pastelero que se haga pasar por rey, sino de lo contrario, de un rey auténtico que, temporalmente, por razones de seguridad personal y estrategia política, se disfraza, nada más, como pastelero151. Por si fuera poca cosa tal inversión, sin la obra de Escosura y sin la inspiración que Zorrilla debió de encontrar en ella, no parece probable que el apasionado vallisoletano hubiera dado con la que es sin duda ninguna la más brillante de todas las interpretaciones del tema, en el drama romántico Traidor inconfeso y mártir; pues en esta obra Espinosa no sólo no es ya probablemente pastelero, sino que tampoco es absolutamente seguro que sea rey, «dándose ya por una persona, ya por otra», incluso a la hora de su suplicio capital, porque se propone morir, según sus propias palabras, «si impostor, con impávida osadía, / y si rey, con fiereza soberana» t6) . Incluso es posible que el rey/pastelero zorrillesco sea reencarnación del d e m o n i o " 1 . En la novela El pastelero de MadrigaK 1862), Manuel Fernández y González sigue a Zorrilla al no concretar la identidad del personaje <8>. Pero subráyese una vez más que la mayor innovación en la interpretación de Gabriel/Sebastián se debe a Patricio de la Escosura. Merced a un sagrado principio de la poética de la novela histórica, así como a la decisión de Escosura de presentar al pastelero de Madrigal como el auténtico Sebastián, se elabora en NI rey ni roque una ingeniosa historiografía del mundo novelístico. Según Ramón López Soler, el novelista histórico está obligado a escribir «esforzándose en desenvolver nuestro plan no desfigurando el carácter de los más esclarecidos varones» ,9) . Esto ¿qué s i g n i f i c a p r e c i s a m e n t e ? Pues, que lo consabido de las vidas de los grandes personajes históricos funciona c o m o el destino cuando aparecen en obras teatrales y novelas, impidiendo que el escritor les cambie mucho las acciones; y por tanto, el procedimiento normal en la novela histórica, es dar el papel principal a una figura ficticia y presentar a los personajes reales de la época en segundo término. El esquema de Zorrilla, según el cual el pastelero no es ni rey ni impostor, le escuda por sí solo contra este riesgo. Mas, para que, contra todos los testimonios de la historia, aceptáramos al aparente pastelero como monarca genuino, meramente disfrazado como hombre de oficio h u m i l d e , Escosura t u v o que hacer un esfuerzo más allá del común aludido por López Soler. Aunque la nueva orientación de la historia en Ni rey ni roque parece deberse ante todo al talento del escritor, un azar de la vida acaso le facilitara en cierta medida su ejecución. Se trata del destierro de Escosura a Olvera (Cádiz), en 1834, por sospechas de que fuera carlista, pues había sido presentado al Pretendiente y había asistido a tertulias frecuentadas por carlistas. Se refiere Escosura a este contratiempo en las «Advertencias» estampadas al final de Ni rey ni roque: más por complacerlos [a los amigos] que por otra cosa, di principio a la obra que hoy ve la luz. Pero entonces me hallaba en Madrid, donde me era fácil proporcionarme todo género de auxilios en libros y consejos, y cuando concluí el capítulo IV del libro primero me hallé, por un golpe de fortuna, confinado en un rincón de Andalucía. No he tenido, pues, a la vista ni un solo libro de historia, ni un mapa, ni un amigo a quien consultar (p. 197). Tales circunstancias habrán i n f l u i d o en la realización del plan de Escosura; pero de los cuatro primeros capítulos, compuestos en Madrid, salvo el final del cuarto, se desprende ya que tiene al menos igual importancia una nueva interpretación de la leyenda, concebida antes del exilio de Olvera. En efecto: ya por las primeras páginas de Ni rey ni roque resulta evidente que, en el mundo de ficción al que se nos ofrece el acceso, Gabriel y Sebastián son una misma persona. Mas dejemos por ahora a esta fascinante efigie, y concentrémonos en el marco en el que se nos presenta. Existe en Ni rey ni roque un nuevo concepto puramente artístico de la fidelidad histórica. Sea accidente de la vida del autor, o inspiración del artista, el resultado es feliz. En Sancho Salda ña o el castellanos de Cuéllar ( 1834), de Espronceda, se insinúa que ese otro mundo cercano de la ficción, tan semejante al nuestro, tiene, empero, sus propias crónicas y obras históricas que en medida tan importante como las del nuestro determinan la autenticidad de los sucesos relatados en las novelas. En Ni rey ni roque, el narrador va aun más lejos, pues pretende haberse basado principalmente en una relación 71 histórica concreta, desconocida de los demás historiadores. Se trata de una relación escrita por un antiguo y noble servidor del que en el mundo de la novela es el rey Sebastián de Portugal: Por la tía de Inés supo el marqués Domino el lugar de su retiro, y a él fue a terminar sus días. Poco más de dos años sobrevivió aquel fiel servidor, anciano venerable, a su amigo y rey; y no pudiendo ya en ellos hacerle otros servicios, se ocupó en redactar una relación de sus desgracias, de la cual se ha sacado la que vamos a terminar (p. 195). (Quede claro que no existe ni ha existido nunca la supuesta relación consultada para tan original historia del rey Sebastián.) Existen asimismo, en el orbe de Ni rey ni roque, otros dos documentos ficticios que han servido como fuentes para la crónica-novela de Escosura: el «Manuscrito de Inés», que ocupa todo el capítulo III y parte del capítulo V del libro tercero, y una partida de bautismo. El primero es la historia de la vida de Inés y su hermana Clara, esposa del rey Sebastián, y la segunda contiene una mención de Sebastián Miguel de los Santos, hijo de Juan de Vargas e Inés: Por una partida de bautismo existente en un libro antiquísimo de una parroquia vecina [al ya mencionado retiro de Vargas e Inés], parece que este niño casó, ya hombre y siendo caballero de Santiago y maestre de campo de los reales ejércitos, con doña Clara Contiño (p. 95). Sobre esta última se nos ofrece la muy fundada suposición de que debía de ser la hija del rey Sebastián. Como se ve, todo está rigurosamente documentado e interpretado, pero los documentos son tan ficticios como los seres cuya existencia se quiere confirmar por ellos. El recurso de autenticar relaciones ficticias por documentos desconocidos no es nuevo en sí, mas solía utilizarse en novelas de tema contemporáneo o reciente: Don Quijote, Fray Gerundio de Campazas, La vie de Marianne, de Marivaux, y las Cartas marruecas, de Cadalso. (Curiosamente, en las novelas de Cervantes e Isla, se d o c u m e n t a n sucesos m o d e r n o s con documentos antiguos, pues a la vez que se busca una verdad poética en esas obras, se satiriza la gravedad de los eruditos.) Lo nuevo es el uso del recurso del documento ficticio en una novela de t e m a h i s t ó r i c o . El resultado es la total independización del cosmos novelístico como realidad absoluta. No sólo pertenecen al mundo de la ficción los episodios narrados en la novela, sino que se han producido, en una extensión hacia atrás de ese mundo imaginario, todos los posibles antecedentes históricos de los episodios novelísticos. Antes la novela era ficticia; la historia en que se basaba, verdadera. Ahora ambas son ficticias. Es más: las crónicas, las fuentes para esa historia, las han compuesto historiadores ficticios, y sobre ellas ha hecho sus investigaciones un investigador igualmente ficticio. Tal novela será fiel a la historia, aun cuando no tenga nada que ver con la historia de nuestro mundo. Artísticamente, no tiene nada que ver con él Ni rey ni roque. Escosura no solamente ha dado una nueva dirección a la relación Sebastian-Gabriel, sino que también ha dado una dirección igualmente nueva a la armazón histórica. El historiador de carne y hueso que realiza investigaciones y escribe en nuestro orbe, coteja unos documentos con otros y con la criba del examen detenido va separando la verdad de las opiniones falsas, rechazando éstas por su inconsistencia con el patrón de la historia o las posibilidades físicas del suceder en el mundo real. En cambio, en Ni rey ni roque, el n a r r a d o r o h i s t o r i a d o r imaginario va poco a poco separando y rechazando elementos del mundo intruso de Escosura que no se conformen con la lógica de la historia ficticia en la que, mirando la novela desde dentro, parecen estar f u n d a m e n t a d o s los sucesos narrados en ésta. El concepto de cuál sea la verdad, cuál la mentira, se halla tan invertido como el de cuál sea la verdadera, cuál la falsa, identidad del personaje temático de la obra. Se logra de este modo una nueva clase de unidad entre estructura histórica y personaje histórico, y tal esquema está, muy evidentemente, al servicio de la verdad poética, verdad creada, de la narración escosuriana. Por un lado, el autor de Ni rey ni roque practica una historiografía insólita que le permite dotar a su microcosmo romancesco de una verosimilitud independiente de la del dato histórico; por otro, empero —curiosa paradoja que no hace más que robustecer la ilusión de realidad—, se inclina a comparar esos mundos contrarios valiéndose de una serie de trucos utilizados por t o d o s los novelistas desde Cervantes con la finalidad de conseguir una profunda identificación entre el lector, el autor y el personaje, si bien insistirían más en estos trucos los novelistas históricos de la época romántica. Este nuevo apoyo a la verdad poética consiste en que el narrador se haga acompañar por el lector al cruzar la frontera entre mundo físico y mundo ficticio; y como difícilmente podemos negar la realidad del sitio en que nos hallamos en un momento determinado, nos convencemos de la autenticidad del nuevo medio creado. Bastarán los ejemplos siguientes para ilustrar la técnica a la que me refiero: «Sigámosle [a Juan de Vargas] al monasterio de Santa María» (p. 9); «nos es forzoso volver atrás por un momento con el hilo de nuestra historia» (p. 26); «Volvamosa Madrid» (p. 28); «en la noche del día en que nos hallamos, salió Vargas de su casa» (p. 154). Es patente que los verbos, pronombres y posesivos que he escrito en cursiva representan a dos personas, que son el autor y el lector, y como son acercamientos a las efigies novelísticas, su efecto es incluir a éstas también y preparar un acceso directo a la identificación entre lector y ente de ficción. 72 Con la extensión de tal p r o c e d i f n i e n t o , Escosura logra una d e m o s t r a c i ó n aun más incontrovertible de la existencia o realidad del personaje ficticio, pues la actividad de éste se descubre ser simultánea con la nuestra: En tanto que esto hemos referido, don Juan, enterado ya de la historia de Inés, fue puntualísimo en presentarse en el locutorio, y su dama no le hizo aguardar (p. 145). Semejante a la simultaneidad de actividades entre lector y ente novelístico es la coincidencia de reacciones psicológicas entre ellos. A la cabeza del capítulo II, del libro segundo de Ni rey ni roque, en tres párrafos, se halla la conocida disertación de Escosura sobre la libertad del novelista romántico; y a c o n t i n u a c i ó n se i n t r o d u c e el cotejo de reacciones psicológicas que nos interesa: Poco más fastidiado que deberá estarlo el que ahora me lea con la impertinente disertación que precede, se hallaba don Juan de Vargas, en el mismo paraje y situación en que le dejamos al fin del capítulo anterior, esperando con ansia el resultado de una conferencia que indudablemente se estaba celebrando a pocos pasos de él, pues el rumor de varias voces, aunque vagas, hería sus oídos (p. 64). Con las muestras aducidas en los dos últimos p á r r a f o s , d i s p o n e m o s a la vez de nuevas ilustraciones del fascinante concepto del lector como personaje de ficción, sobre el que Francisco Ayala publicó un artículo en Río Piedras hace algunos años. En fin: la inversión de la historia del pastelero de Madrigal y la del mismo concepto de la verdad histórica, junto con los sostenes de la verosimilitud poética que acabamos de estudiar, dejan a los personajes de NI rey ni roque potencialmente más en libertad para su desarrollo que los de cualquier otra ficción del género histórico romántico. El caso contrario extremo es el de Mudarra, en la novela en verso del duque de Rivas, El moro expósito, en el que este personaje es controlado por el peso de su consabida h i s t o r i a : «Mudarra va tras su destino» n0) . En Ni rey ni roque, la historia real —al negarse— se priva de su peso o poder de destino. Pero ¿qué es lo que hacen los personajes de esta novela con tanta libertad, con la potencialidad de ser tan autónomos como los de cualquier obra de su género, o aun más? Pues, fuera de su papel de observadores y testigos, que ya se explicará, no hacen prácticamente nada con tanta libertad los personajes de Ni rey ni roque. Don Juan de Vargas es simpático, amistoso, generoso hasta el exceso, valiente, buen hermano, buen marido, buen padre. Sufre una depresión, pero ni esta aflicción nos permite penetrar suficientemente en su psique para poder variar nuestra descripción genérica. Doña Inés es excedida en perfecciones y fragilidades femeninas únicamente por su difunta hermana, doña Clara, a quien las emociones fuertes mataron. Don Pedro de Hinestrosa es el primo hermano y un buen amigo de Juan de Vargas y su hermano, el marqués de X, cuyo bien él protege con la mayor lealtad y ardor. No cabe mayor dignidad, gravedad ni virtud monárquicas que las que se dan en Gabriel de Espinosa, pero tiene tanto de estatua como de h o m b r e . Del m i s m o corte son los demás personajes. Ninguno de ellos causa la impresión de ser autónomo; ninguno parece motivado desde dentro; ninguno de sus actos parece producirse por una fuerte y consciente voluntad individual. Entonces, ¿qué es lo que lleva a tales personajes en su precipitada marcha a través de las páginas de Escosura, y qué es lo que nos interesa tanto por ellos? Contestaremos a estas preguntas al hablar del aspecto más original de la estructura novelística de Ni rey ni roque. Quedaría incompleto cualquier trabajo sobre la técnica novelística de Escosura sin alguna observación sobre su ya mencionada disertación en torno a la libertad del novelista romántico. Lo esencial de tal declaración de principios se explica en las palabras siguientes, que entresacamos: Uno de los i n f i n i t o s y más a g r a d a b l e s privilegios que el género romántico concede a los que lo cultivan es el de decir las cosas cuando y c o m o les v i e n e a c u e n t o , dispensándolos de la prolija obligación de empezar una historia por su principio, de referir hasta las veces que el protagonista fue azotado por el dómine en su infancia, y de seguirle paso a paso en el discurso de su vida. [...] El autor romántico [...] se ríe del orden cronológico (p. 64). Estas líneas se refieren a la enorme innovación que la novela romántica aportó a toda la novela posterior en el terreno del argumento y de la que hablan asimismo López Soler, Larra, Espronceda y Rivas, inspirados todos ellos acaso por unas agudas observaciones de Cadalso en las Cartas marruecas l11). Estos novelistas llaman al nuevo tipo de argumento desarreglado, descosido, desenlazado, desaliñado, desunido, desordenado, esto es, respecto del argumento unilineal siempre cronológico que imperó en la novela hasta los primeros decenios del siglo XIX, pues los nuevos argumentos habrán de constar de numerosos hilos de acción, diferentes pero simultáneos, entre los que el escritor va y viene a voluntad, de modo aparentemente caótico a veces, mas así se capta el ancho panorama social y el caos de la vida humana. En novelas en las que los personajes son autónomos y parecen moverse por sí solos con la mayor espontaneidad, el desarrollo a un mismo tiempo de varios hilos de acción protagonizados por diferentes figuras autónomas permite un notable florecimiento del análisis psicológico. Mas aun en novelas que se inclinan a ser relaciones más bien que novelas en el pleno sentido de esta palabra, como Ni rey ni roque, el argumento plurilineal, con sus repetidos principios nuevos in medias res, con sus repentinos cambios de una línea de acción a otra, con sus saltos atrás (12 ' 73 y con sus constantes motivos nuevos de la más acuciante expectación, le brinda al lector una experiencia muy absorbente. En la novela de Escosura, tal p l u r i l i n e a l i s m o se m a n i f i e s t a , verbigracia, por los viajes entre Valladolid y Madrigal, así como entre Valladolid y Madrid, que siempre se presentan como simultáneos con otras acciones; por los encuentros entre viajeros que han salido de diferentes puntos; por los choques entre personajes que han acudido a diferentes reuniones secretas en el mismo lugar; y por los amores del marqués de X y doña Violante, que forman otro hilo de acción a primera vista completamente separado, pero unido, no obstante, al argumento principal por la antigua relación entre ViolanteCamila y Gabriel-Sr. Álvarez-Sebastián. Resta explicar ese o t r o aspecto de la estructura argumentai de Ni rey n¡ roque que nos iluminará a la par sobre la motivación de los personajes. Lo característico del argumento de todas las novelas románticas es su forma laberíntica, mas lo original de tal forma en Ni rey ni roque es que recuerda la estructura de una antigua novela policíaca china, adaptada y publicada por Robert van Gulick, en chino en 1953, en inglés en 1956, bajo el título The Chinese Maze Murders {Los asesinatos en ei laberinto chino). En este libro singular, hay tres misterios, uno dentro del otro, como esos juegos de cajas y huevos chinos que, cada vez que se abre uno de ellos, hay otro más pequeño dentro. En Los asesinatos en el laberinto chino, se hallan, en fin, tres misterios concéntricos titulados: «El asesinato en la habitación cerrada», «El testamento escondido» y «La muchacha que carece de cabeza» (13>. Pues bien: Ni rey ni roque tiene una estructura idéntica. La novela de Gabriel de Espinosa es la novela exterior. En ésta se halla inserta la de doña V i o l a n t e , d e s c e n d i e n t e romántica de la dama fingida doña Estefanía de Caicedo en El casamiento engañoso, de Cervantes; y a su vez, en ésta, que está contada por el narrador principal, se halla inserta la novela de cómo esta señora vino a ser descubierta en la cama con el traidor don Rodrigo (en realidad, su alcahuete); siendo esta última una novela a lo Bocaccio o doña María de Zayas, que la engañosa amante del marqués de X inventa para disculparse y que ella misma cuenta c o m o narradora f i c t i c i a . Refiriéndose a Violante, Escosura dice que tal ficción es «su bien compuesta novela» (p. 109). ¿Cuál es la relación artística entre estas tres novelas? Hasta ahora hemos procedido desde afuera hasta adentro. Busquemos ahora el muelle real que hace andar esta complicada «máquina», según Escosura llama a su obra (p. 166),14>. Habrá que empezar con las novelas interiores, pues ellas son las que dan el tono al conjunto, y son ellas las que revelan el nombre de la fuerza que agita de manera más o menos convincente a los títeres de los personajes, o «figuras de barro», por usar la expresión con que Galdós caracteriza a los personajes de su novela de tesis Doña Perfecta. Hinojosa, que se encarga de la investigación en torno a la estafadora doña Violante, describe sus métodos a su primo y amigo Juan de Vargas: Desde que el dominico apareció aquí estoy sobre aviso: he observado los pasos del marqués; me he informado de la vida de Violante, y he sabido que el tal fraile era su confesor y la visitaba con frecuencia. Esto me ha bastado para averiguar el resto, para ir averiguando lo d e m á s ; pero a m a y o r abundamiento, el padre Teobaldo, confidente del marqués, se lo ha revelado al mayordomo; éste al ama de llaves, quien deposita sus secretos en el despensero; de éste pasó a cierta moza de retrete que no mira con malos ojos a mi lacayo, el cual me lo ha referido punto por punto. Y por si alguna duda nos pudiese quedar, tenéis al escribano, a quien he gratificado, pronto a enseñarnos la minuta del testamento, que está, gracias a Dios, claro y terminante, (p. 142; las cursivas son mías). Observar, informarse, averiguar, gratificar y entrevistar a todos los testigos para escuchar los secretos que puedan revelar o referir: se trata de procedimientos utilizados por el detective en c u a l q u i e r novela policíaca. En el pasaje reproducido se trata, desde luego, de las novelas de doña Violante. Pero a lo largo de Ni rey ni roque, he contado veintitrés pasajes en los que se e n c u e n t r a n usadas voces c o m o misterio, misterioso, misteriosamente, secreto, incógnito, desconocido, etc. He dicho a lo largo de la novela, porque los misterios a resolver no se limitan a los relatos interpolados, aunque tal vez se halle en éstos la mejor descripción de los procedimientos investigativos utilizados en la obra. El misterio de la identidad del rey o pastelero es, después de todo, el misterio principal que se quiere desenredar. Al mismo tiempo, he contado diecisiete pasajes en los que aparecen las palabras observar, observación y observador; y no se refieren a la adquisición por el autor de materiales para las descripciones, que es el sentido que suelen tener en el género novelístico romántico, sino que son referencias al más i m p o r t a n t e de los procedimientos que sirven para investigar y aclarar los misterios. Miremos algún ejemplo adicional de los métodos detectivescos en Ni rey ni roque. Ya en el umbral del capítulo II, del libro primero, nos llaman la atención unas líneas preciosas por lo típicas del género indicado. Juan de Vargas ha visto al redivivo rey de Portugal en el pueblo de Madrigal, pero no sabe aún a quien pertenece esa imponente y grave figura que le llena de asombro: [...] ni con éstos, ni con n i n g u n o de los habitantes, estaba el incógnito, como don Juan vio después de haber e x a m i n a d o apresurada y curiosamente la fisonomía de todos los circunstantes, incluso la del señor corregidor. [...] todas sus diligencias fueron i n ú t i l e s . Después de haber e x a m i n a d o detenidamente todas las inmediaciones de la iglesia, conoció que correr las calles de un pueblo desconocido en busca de un hombre 74 cuyo nombre, calidad y empleo ignoraba, sería sobre descabellado, infructuoso. Resolvióse, pues, a regresar a la pastelería, con ánimo de adquirir en ella, si posible fuese, algunas noticias sobre el objeto en cuestión, (p. 15). Examinar la fisonomía de las gentes, correr las calles tras un desconocido, inquirir en la pastelería: t o d o esto ú n i c a m e n t e p o r q u e le parece extraordinario o le cae mal un tipo que no ha visto antes en la vida. Así, exactamente, empiezan incontables episodios de telenovelas policíacas como Magnum, Se escribió un crimen, Starsky y Hutch, etc. El detective empieza su investigación e n t r o m e t i é n d o s e en lo que no le concierne en absoluto. Entrometerse, he dicho, y en Ni rey ni roque Vargas se entromete en la vida de Sebastián. A cada paso, en la obra de Escosura, se topan frases y palabras que apuntan a las tácticas del detective moderno. «Inés halló medio de observar todos los m o v i m i e n t o s de nuestro caballero» (p.40). El comendador Hinojosa (que es el investigador principal de los turbios asuntos de Violante) ha estudiado lo que hoy llamaríamos p s i c o l o g í a , f r e c u e n t e i n s t r u m e n t o de los detectives: Yo soy observador —dice—, y me intereso demasiado en el bienestar de don Juan, para que en más de un mes que hace que le vemos así, no haya estudiado su enfermedad. Estoy seguro, segurísimo de que los que padecen una demencia absoluta... (p. 48). La siguiente escena nocturna, en la que Vargas tiene los ojos vendados, está llena de deducciones detectivescas: [...] echaron a andar los que tenían agarrado a Vargas, y él también hubo de hacerlo con ellos, mal que le pesase. Durante algún tiempo, conoció don Juan que caminaban por las ruinas en razón de la desigualdad del terreno y a la multitud de escombros con que c o n t i n u a m e n t e t r o p e z a b a ; y aunque la extensión que en diferentes direcciones le hicieron andar, le pareciese mayor que la que las mismas ruinas tenían, lo atribuyó en parte a su turbación, y en parte a error en su primer cálculo, (p. 62). «Hinojosa es demasiado observador para que se le escapasen así las cosas» (p. 141) —dice el propio personaje hablando de sí mismo en tercera persona. Incluso la engañadora doña Violante, alias Camila, recurre a prácticas detectivescas cuando se siente acosada. Sebastián/Gabriel, alias el señor Álvarez, le ha recordado los detalles de su propia relación con ella, así como sus respectivos alias de ese tiempo. Violante o Camila, que todo es uno, había estado escuchando aterrada tan circunstanciada relación de una parte de su vida y milagros; pero, a pesar de ello, no dejó de examinar atentamente la persona del narrador, logrando al cabo recordar sus facciones (p. 145; la cursiva es mía). Sin que se repita el término utilizado en otro trozo reproducido antes, se vuelve a tomar en cuenta aquí la fisonomía o fisiognomía, que era la gran ciencia de los primeros decenios del siglo XIX para la interpretación del carácter y la conducta humana. ¿Y qué buen detective no se arma de la ciencia más adelantada de su tiempo? Preguntemos de nuevo: ¿Qué es lo que mueve a los personajes de Ni rey ni roque en sus desasosegadas andanzas? Según la crítica inglesa, los personajes de Dickens no se determinan desde dentro, no son autónomos, sino que el entusiasmo del autor por ellos los agita tan rápidamente, que no nos fijamos en su vacío psicológico, y son en realidad llevados por la marcha del suceder novelístico. En Doña Perfecta, de Galdós, esas figuras de barro o personajes simbólicos son agitados y llevados por la tesis que ¡lustran. Ahora bien: en la novela que nos ocupa, sucede algo muy parecido; pues los personajes son agitados y llevados por los misterios que se ciernen sobre ellos y los definen y que ellos ansian solucionar. Los elementos que hemos destacado en Ni rey ni roque obligan a considerar esta novela como un indispensable antecedente del género novelístico policíaco, que se lanzaría en forma ya totalmente moderna en el decenio siguiente. Pienso en «The Murders in the Rue Morgue», de Poe, publicado en Graham's Magazine, en 1841; o bien, en El dios del siglo (1848), de Jacinto de Salas y Quiroga, ya citado en una de nuestras notas, obra de inestimable valor y por tanto totalmente inatendida, como tantas veces pasa, en la que están presentes todos los rasgos de las modernas novelas policíaca y realista, obra que si se tuviera en cuenta para la historia del realismo, se vería que no tarda este movimiento hasta 1870 en inaugurarse 051 . Tales obras, desde luego, no se producen en el vacío: tienen sus antecedentes europeos, lo mismo que chinos, y así se explica la presencia ya en Ni rey ni roque de tantos trucos detectivescos que parecen de nuestros días. Suele mencionarse la novela Adventures of Caleb Williams (1794), de William Godwin, como la primera del género policíaco en lengua inglesa. Mas desde las primeras novelas góticas del siglo XVIII, como The Castle ofOtranto (1764), de Horace W a l p o l e , lo m a r a v i l l o s o / misterioso tiene la mayoría de las veces su explicación racional, a la que se llega por una forma de deducción en cierne de ser detectivesca. En castellano, puede citarse como obra precursora las Noches lúgubres, de Cadalso, en las que, aparte de otros rasgos de la literatura gótica, interviene en dos ocasiones el razonamiento científico m o d e r n o , para rebatir la existencia de los fantasmas que los personajes creen haber visto. Por fin, las efigies que pueblan las modernas novelas policíacas también son la mayor parte del t i e m p o simplemente tipos, instrumentos del argumento, cuyo primer móvil es la dinámica del misterio, que las ciñe, como tan claramente lo previo todo Escosura. 75 NOTAS 1. Se han preludiado algunas de las ideas siguientes en mi breve ensayo «Escosura y la novela policíaca», en el diario ABC, viernes 25/sábado 26 de diciembre de 1992, p. 80. 2. Patricio de la Escosura: Ni rey ni roque, Madrid, Tebas (Ediciones Giner) (La Novela Histórica Española, 5), 1975, pp. 57-58. Citaré esta novela siempre por la edición de Tebas, indicando las páginas de las demás citas entre paréntesis en el texto. Para información general sobre la vida y obra de Escosura, vid. los libros siguientes: Antonio Iniesta, D. Patricio de la Escosura, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1958; y María Luz Cano Malagón, Patricio de la Escosura: Vida y obra literaria, Valladolid, Secretariado de Publicaciones, Universidad de Valladolid, 1989. 3. En Antología de la poesía romántica. Edición de Luis F. Díaz Larios, Salou (Tarragona), Editorial UNIEUROP, 1977, pp. 97, 99,103. 4. Sobre la historia del rey Sebastián, los cuatro impostores, los documentos relativos a éstos, y las diversas obras literarias en que, a partir de la canción II, de Fernando de Herrera, «Por la pérdida del rey D. Sebastián», los poetas, dramaturgos y novelistas españoles de los siglos XVI a XIX contaron la muerte del rey y las aventuras del Pastelero de Madrigal, véase Mary Elizabeth Brooks, A King for Portugal. The Madrigal Conspiracy, 1594-1595, Madison and Milwaukee, University of Wisconsin Press, 1964. Pero conste que en la obra de Brooks no se toman en cuenta varias obras curiosas sobre el tema que quedan mencionadas en el presente trabajo. 5. Parece preverse la nueva interpretación por el título del antiguo manuscrito escurialense que José Quevedo refundió en su breve historia novelada. El título del manuscrito es: Tratado del suceso del fingido rey don Sebastián, del cual hasta hoy se supo qué hombre era, escrito por un padre de la Compañía. Aludo a las palabras qué hombre era. 6. José Zorrilla: Traidor inconfeso y mártir. Edición de Ricardo Senabre, Salamanca, Ediciones Anaya (Biblioteca Anaya, 31), 1967, pp. 151 (documento en prosa, leído por los personajes), 180. 7. Véase mi trabajo sobre este drama de Zorrilla, originalmente publicado en ABC, «Rey, pastelero y demonio», recogido en mi libro De ¡lustrados y románticos, Madrid, Ediciones El Museo Universal, 1992, pp. 171-175. 8. Por ejemplo, este trozo del cap. XXVII: «Si era el rey don Sebastián o no lo era, cosa es que está envuelta en el misterio y en un misterio que no puede aclarar la lectura del proceso ni la del infinito número de documentos históricos de que nos hemos valido, y que hacen de nuestra novela casi una historia» (Manuel Fernández y González: El pastelero de Madrigal, Barcelona, Círculo de Amigos de la Historia, 1968, p. 290). En Jeromín, del P. Luis Coloma, que es una biografía novelada de don Juan de Austria, se cuenta el episodio de los amores de Espinosa con doña Ana de Austria, su prima o presunta prima. 9. Ramón López Soler: «Prólogo» en Los bandos de Castilla o el caballero del Cisne, Madrid, Tebas (Ediciones Giner) (La Novela Histórica Española, 12), 1975, p. 11. 10. Duque de Rivas: El moro expósito o Córdoba y Burgos en el siglo décimo. Edición de Ángel Crespo, Madrid, Espasa Calpe (Clásicos Castellanos, 224-225), 1982, t. I, p. 226. 11. Vid. Russell P. Sebold: «La novela en su laberinto» en De ilustrados y románticos, pp. 127-131. 12. El primer término español para el salto atrás, escena retrospectiva, fue acuñado por un poeta romántico, convertido después en novelista realista, quiero decir, Jacinto de Salas y Quiroga, en cuya novela hay un capítulo titulado «Escena retrospectiva». Vid. Salas y Quiroga: El dios del siglo. Novela original de costumbres españolas, Madrid, Imprenta de D. José María Alonso, 1848, t. II, p. 9 1 . Sin la nueva estructura argumentai innovada por los románticos, habría sido inconcebible la acuñación del término escena retrospectiva. 13. Vid. Tage la Cour and Harald Mogensen: The Murder Book, Nueva York, 1971, p. 18. 14. López Solerfue quizá el primero de varios novelistas románticos en llamar máquina a su novela. En su «Prólogo», Soler habla de la imaginación necesaria «para forjar la máquina de una novela» (éd. cit., p. 8). En nuestro siglo, Paul Valéry diría que el poema es una máquina. 15. Vid. Russell P. Sebold: «Novela y teoría realista antes de 1850», ABC, viernes, 12 de agosto de 1994, p. 42. 76 CAMPOAMOR Y LA IRONÍA ROMÁNTICA. REFLEXIONES SOBRE EL LICENCIADO TORRALBA Ricardo Ramón de Campoamor y su obra han sido, lo son aún, un enigma, como aventuró hace tiempo Jaime Dubón (1929): Los críticos que han intentado penetrar en el fondo de ese temperamento literario no han acertado con la clave capaz de explicar el misterio y algunos, en el colmo del enojo, han llegado a tratarle mal. (p. 24). Ese enigma en cuanto a su poesía no se origina en la simple lectura: Campoamor contó y cuenta con muchos lectores que encuentran en ella bellezas literarias y hasta modelo de sus propios textos. No se basa tampoco en la descripción de sus características, efectuada con acierto desde su aparición. Estriba, al parecer, en la incapacidad para descubrir un metalenguaje -ésa sería la clave- que a r m o n i c e y e x p l i q u e con una t e r m i n o l o g í a suficiente la disparidad entre hombre y creación poética, las supuestas contradicciones internas de ésta y el valor de una escritura en oposición a ciertos gustos o hábitos. Una primera tarea para su descubrimiento exigiría desenmarañar la bien trabada tela de araña de elogios y reproches, visiones apresuradas y adivinaciones, condenas e instancias a explorar lo que se presiente como un valor incomprendido. No es fácil en el estado actual de los estudios campoamorescos. Seguidamente sería necesario terminar con el tópico del retorno. Periódicamente, a lo largo del siglo XX, ha habido llamadas que propugnaban la vuelta de Campoamor: Ortega y Gasset (1910), Rivas Cherif (1921), Alonso (1952), Gaos (1955), Cernuda (1957), Fernández Almagro (1957), Cano (1960), Murciano (1962), Montolí (1995,1996). Tales llamadas son en parte ilusorias -¿quién es capaz de resucitar a un muerto, si tal es el caso?-, en parte inútiles: Campoamor no tiene Navas Ruiz que volver porque no se ha ido. Las notas de M o n t o l í (1995, 1996) sobre su recepción e influencia dejan de una vez por todas claro este hecho. C a m p o a m o r puede no estar en la actualidad, pero sí en la historia. Su nombre es imprescindible en el estudio del desarrollo de la poesía moderna en lengua española. Más importante es revisar las características poéticas puntualizadas hasta ahora. Vicente Gaos (1955, 1969) las sistematizó con acierto: Toda la poesía campoamoresca está montada sobre esos contrastes o antítesis entre lo que son las cosas y lo que parecen [...] (p. 194). En Campoamor el humor y la ironía no son meros i n g r e d i e n t e s [...]. Su poesía es esencialmente humorística, irónica. También esto es causa de que la sintamos tan alejada del gusto actual [...] (p. 195). Como es intencionado otro rasgo, de igual propósito que da a esta poesía un aire de plebeyez conceptual y estilística que se hace difícil de respirai: la nomenclatura vulgar [...] (p. 196). Quería hacer nada menos que una poesía realista, una poesía prosaica [...]. Lo que él quiso fue restaurar la unidad perdida, acercar la lengua del verso a la de la prosa [...] (pp. 197-198). La definición que Campoamor da del arte aclara bien su oposición a la «poesía filosófica» como a la «poesía moral»: «Arte es convertir en imágenes las ¡deas y los sentimientos [...]» (p. 201). Ahora bien, la poesía de C a m p o a m o r en buena parte, ¿qué es justamente sino poesía novelesca, narrativa [...] (p. 203). Del abstruso simbolismo de estas últimas composiciones a la brevedad tajante de las Humoradas hay t o d a una compleja gama de modos poéticos nada fáciles de reducir a una denominación común [...] (pp. 204-205). Pocos autores -quizá uno sólo, Cervantes- han suscitado juicios tan dispares [...] (p. 206). 77 Ahí está más o menos lo que se ha dicho sobre la poesía de Campoamor y muy poco se ha avanzado desde entonces. Conviene reflexionar un poco más reposadamente sobre algunas notas como introducción al análisis que sigue. Hay consenso en lo que se refiere a la esencialidad irónica o h u m o r í s t i c a - t é r m i n o s que los comentadores confunden por más que encierren matices diferenciadores importantes- y a su fundamento antitético entre el ser y el parecer. De hecho, ambas cualidades son de algún modo complementarias. Palacio Valdés (1879) lo apuntó tras asociar con buen tino a Campoamor con Byron, Heine y Musset: en la afirmación del autor sobre la necesidad de un núcleo narrativo en toda poesía como sustento de otros elementos. Clarín (1881), Revilla (1883) y Balart (1894) d e f e n d i e r o n , en c a m b i o , el subjetivismo, su incapacidad para lo épico y lo dramático, la subordinación del mundo externo a su pensamiento. Pardo Bazán (1893) asumió también ardorosamente esta postura: Humorista, sin embargo, no es únicamente el que pone en contradicción su pensamiento con sus palabras, pues esta contradicción se observa en cualquier escritor satírico, sino más bien el que pone en contradicción su pensamiento con el pensamiento universal [...]. La novelista apunta la falsedad previa de la imagen femenina (petrarquismo, pastoral) frente a la verdad de la imagen campoamoresca. Y enfatiza, al hacerlo, el lirismo del escritor, radicado, como el de Salomón, en la mujer, de donde proviene todo dolor y toda poesía. Campoamor mismo, por lo que valga el testimonio, postulaba que el artista debía teñir las cosas con su propia visión. En la misma inolvidable evocación biográfica, Pardo Bazán se ha referido a otra cualidad que, aunque define primariamente su filosofía, se aplica también a su poesía. No conviene pasarla por alto. Lo llama «filósofo de libertad, o antes bien de anarquía» y recalca su capacidad corrosiva: El mismo Campoamor definió el humorismo en el prólogo a las Humoradas en estos términos: la contraposición de situaciones, de ideas, actos o pasiones encontradas. La posición de las cosas en situación antitética suele hacer reír con tristeza. No falta tampoco unanimidad al hablar de prosaísmo y de realismo, si bien hay diferencias interpretativas al respecto. No se ha elaborado suficientemente en qué relación se hallan tales términos ni cuál era el propósito de Campoamor al recurrir a la técnica que suponen, pues, cuando quería, era t a m b i é n capaz de creaciones intensamente líricas. De modo muy generalizado se ha implicado negativamente que la poesía prosaica representa una caída, la ruptura de una norma, pues se recurre a c o n n o t a c i o n e s derogatorias como plebeyez o vulgaridad para aludirla, aunque se reconozca la validez de una formulación teórica. El tema requeriría una amplia consideración, imposible ahora. Importa al menos puntualizar que acercar el lenguaje del verso al de la prosa no es precisamente un propósito plebeyo, sino una tarea de altas calificaciones intelectuales, y que buscar poesía en lo vulgar requiere asimismo un espíritu particularmente sensible. Campoamor era consciente de ello y ha dejado más de una observación sobre sus intenciones. Cejador y Frauca (1917) señaló con no poco entusiasmo la revolución que supuso el uso de un lenguaje llano, uso que anticipó y permitió el de Bécquer, aunque ambos poetas difieran en su objetivo. Cernuda (1957) recogió la idea al afirmar que el mérito principal de Campoamor fue el haber desterrado de la poesía española un lenguaje preconcebidamente poético. Problema d e b a t i d o resulta el de la clasificación de Campoamor como poeta lírico o narrativo. Gaos opina decididamente que su poesía es esencialmente novelesca o narrativa. Muchos, antes y después de él, sostienen lo mismo, basados Nuestro primer lírico en este respecto, y por orden de fechas, acaso sea Arriaza y después Campoamor. A Zorrilla debe contársele entre los épicos [...]. Desde Campoamor ha entrado en la lírica la mujer, y con ella el misterio, el ensueño, las lágrimas, la sonrisa. Sucédele a Campoamor (guardadas todas las distancias) lo que a Kant: derriba mejor que construye, ataca mejor que defiende [...]. Campoamor ha disuelto como el ácido, lo que de veras atacó, y ya pertenecen a la historia del pensamiento, donde apenas labraron surco, esas direcciones por él tan soberanamente manteadas. Sorprende, al leer estas caracterizaciones, que no se haya tratado de sistematizarlas bajo una teoría unificadora, como si Campoamor no tuviera un determinado propósito al escribir o no poseyera una visión coherente del mundo. Existe, sin embargo, un término que subsume todas las descripciones de esa poesía: ironía, humor, presencia del yo, contradicciones, negativísimo, poder corrosivo, prosaísmo, situándola adecuadamente en un contexto. Ese término es el de ironía romántica. El autor había apuntado la pista en una dolora: En mi vida infeliz paso las horas mientras llega la muerte, convirtiendo en dolores las tristes ironías de la suerte. González Blanco (1911) lo adivinó al hablar del humorismo transcendental, definido por Jean Paul Richter y practicado por Heine, como el propio de Campoamor: «el ciclo humorístico en que la humanidad, consciente de su derrota ante lo infinito, queda en un estado de suspensión decisivo y violento.» Este humor transcendental o ironía romántica no es exactamente lo que los críticos campoamorescos han tenido en mente al hablar 78 una y otra vez de su ironía. El concepto fue formulado por Friedrich Schlegel en Fragmentos (1798), Diálogo sobre la poesía (1800) y Sobre lo incomprensible (1800), tratando de encontrar la clave de la creación literaria de su tiempo. Frente al mundo clásico que conocía muy bien, identificó f i l o s ó f i c a m e n t e la raíz de lo nuevo con el predominio del yo como modelador del mundo, la condición radicalmente contradictoria de éste, la mezcla i n e x t r i c a b l e de las más distintas realidades. Reflejo y producto de estas ideas, el arte tenía que proclamar postulados que las encarnasen: ruptura de la unidad compacta y espesa de la obra, con apertura a múltiples perspectivas, fragmentándose como los añicos de un espejo roto; negación de cánones tradicionales, propiciando la confusión de géneros y estilos, de prosa y v e r s o , de t r a g e d i a y c o m e d i a ; distanciamiento de autor y obra, debiendo aquél dirigirla a capricho con la consiguiente destrucción de la falacia artística o ilusión de autonomía; autorreferencialidad o independencia con respecto a c u a l q u i e r c o n t e n i d o externo a sí m i s m o . Agrupados un tanto libremente bajo la expresión «ironía r o m á n t i c a » , estos p r i n c i p i o s fueron recogidos y ampliados por otros pensadores hasta convertirse en el núcleo mismo de la modernidad. dentro del lenguaje que podía explicarlas está en la raíz de su incomprensión o, al menos, de su valoración negativa. El romanticismo español ha sido víctima, entre otras cosas, de una persistente visión impregnada de valores tradicionales y clásicos. Un caso llamativo es Campoamor, hombre del siglo XIX, romántico después de todo, si por romántico se entiende no una estrecha cronología, sino un movimiento amplio y revolucionario, gracias al cual ser romántico es ser moderno. Habría naturalmente que plantearse ahora si el propio Campoamor tuvo conocimiento de la teoría de la ironía romántica, si de algún modo llegó hasta él la d o c t r i n a s c h l e g e l i a n a ya directamente, ya a través de comentadores. Con los datos que se poseen no cabe dilucidarlo en este momento. Parece que sí. Una lectura atenta de su Poética y otros textos relacionados revela datos que apuntan en esa dirección: la importancia dada al yo, la aproximación de prosa y verso, de poesía lírica y narrativa, la función del humor como revelador de las contradicciones de las cosas. En el capítulo III de la Poética habla en relación con las Dolorasde «contrastes de la vida, burlas de la suerte, castigos de la Providencia, ironías del Destino» o, como ha señalado Montolí (1996), en el prólogo a Cosas de este mundo de Julián Romea, dice: POÉTICA yo quería hacer reír llorando, atar los cascabeles de la locura al cetro de la filosofía y, entremezclando los asuntos, los géneros y los tonos, desviejar un poco la poesía. POtt D. RAMÓN DE GAMPOAMOR (DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA) -*^3^gt««~- MADRID LIBRERÍA DE VICTORIANO SUAREZ jACOiíETKEza, 72 1883 Algunas de estas ideas pueden espigarse dispersas en el lenguaje crítico español a lo largo del siglo XIX, pero nunca asociadas con un sistema explícitamente formulado en Alemania en sus albores ni mucho menos convertidas en poética. La consecuencia fue que, al no poseer un cuerpo coherente de doctrina, no se dispuso de un instrumento adecuado para el análisis de ciertos productos de la literatura decimonónica en losque, quizá por imitación, quizá porque así lo motivaba el espíritu del siglo, se puso en práctica la ironía romántica. La incapacidad de situar esas obras Este lenguaje, en el que incluso emergen los cascabeles carnavalescos de la locura, implica bastante familiaridad con el tema. De todos modos, por lo que a la práctica atañe, fue ferviente admirador de Byron, a quien dedicó un pequeño poema, Don Juan. Y es sin duda Don Juan, ese viaje entrecortado e incompleto de un yo alucinado por la existencia, quien le ha podido servir de lejano modelo de la mejor ironía romántica. Las reflexiones que siguen son un intento, limitado a ciertos aspectos, de aplicación de la teoría de la ironía romántica al análisis de una obra campoamoresca. Si resultase v á l i d o , cabría ampliarlo a toda ella. Vagamente citado, nunca estudiado en profundidad, El licenciado Torralba (1888) flota perdido dentro de la misma como un fantasma, olvidado antes de conocido. No es que en su día no merecería comentarios elogiosos como los de Alvear (1887), previo a su aparición, Herrero (1888) y Palau (1889). Se convirtió incluso en obligada referencia al mencionar al extraño personaje. Así, los redactores de la Enciclopedia Espasa-Calpe, en el artículo dedicado al mismo, consideraron oportuno incluir un juicio no exento de interés: Todo el poema está empedrado de una filosofía convencional y humorística en la que, al par de rasgos de humorismo chocante y original, se tropieza con paradojas, contradicciones y muchas notas muy poco poéticas y de gusto algo dudoso. 79 El poema comparte con otros anteriores, Colón (1853) y El drama universal (1869), la categoría de simbólico-metafísico. Montolí (1996) los agrupa en el apartado de «Las manías de Campoamor» y los considera como un posible intento del autor por perdurar en la obra extensa o por demostrar que podía ser un poeta serio, sin ironía tal como él la entiende. Gaos (1955, 1969), al mencionarlos de paso, los calificó de abstrusos. La calificación implica en el mejor de los casos un contenido de difícil comprensión o expuesto de forma compleja; en el peor, un contenido COLON. POEMA DOS RAMON DK CAMPOAMOR. VALENCIA, IMPRENTA DEJ. FERRRR DE ORGA, i B)íil! ií. lift. d i s p a r a t a d o . Si se recuerda que el poema simbólico-metafísico representa uno de los logros más ambiciosos y significativos del romanticismo, al que pertenecen Fausto, Manfredo, Don Juan, El diablo mundo, entre otros, no queda más remedio que situar a Campoamor dentro del movimiento del que sistemáticamente se le quiere excluir, pero del que nunca salió. Como ellos, El licenciado Torralba constituye una indagación en el sentido de la existencia, un lento e inexorable viaje a través del cambiante y contradictorio panorama de la peripecia vital. Y es dentro de ellos donde ha de ser examinado, no como una rareza aislada, sino como una continuación, como un fruto tardío y peculiar. En la tradición española, El diablo mundo marca una c o m p a r a c i ó n necesaria. Como Espronceda, a quien admiraba, Campoamor emprende un examen demoledor de valores sociales bien establecidos; pero gozaba sobre él de una evidente ventaja: un bagaje intelectual mucho más denso, aparte naturalmente una visión más amplia y privilegiada de su tiempo. Mientras Espronceda no puede controlar su sentimiento y, a pesar de todos sus intentos de distanciamiento, se deja arrastrar por el grito de protesta nacido de la experiencia inmediata, el escritor asturiano sonríe siempre frío, lejano y comprensivo como un buen ironista, poniendo el necesario espacio entre sí y su creación. Esa ironía, esa capacidad de jugar con la obra, con el lector, consigo mismo, quizá explique todo Campoamor. Espronceda cree todavía en soluciones; Campoamor destruye la esperanza. Frente a El diablo mundo, cuyo héroe es ficticio, también escoge como protagonista un personaje real, más próximo por lo tanto a don Juan o Fausto, porque en definitiva, si a aquél lo condiciona su existencia histórica, a éstos los marca otra f o r m a de existencia no menos importante, la tradicional. Pero, igual que Byron y Goethe t r a n s f o r m a r o n a sus personajes en s í m b o l o s de sus propias p r e o c u p a c i o n e s modernas, Campoamor convierte a Torralba en otro Campoamor, en un ser a b s o l u t a m e n t e decimonónico. Lo que está en debate no es el siglo XVI, sino el XIX. Esta ubicación, por lo demás, no debe llevar a suponer precipitadamente que Torralba sea una especie de Fausto, como sugirió Herrero (1888) ni mucho menos que parezca un don Juan, como afirma Montolí (1996), por más que el episodio de su muerte contenga ecos paródicos de la muerte del Tenorio zorrillesco. Tales equiparaciones, bastante dudosas, confunden más que aclaran. Eugenio T o r r a l b a , según f i g u r a en el manuscrito del proceso inquisitorial (1531) de Cuenca conservado en la Biblioteca Real de El Escorial y resumido por Clemencín (1833-1839), vivió a principios del siglo XVI. Se ignoran lugar y fecha de nacimiento. Nigromante, estudiante de medicina, poseedor de un d e m o n i o familiar llamado Zaquiel, podía volar y adivinar el futuro. Hallándose en Valladolid, su demonio lo llevó a Roma por los aires para que viera el saqueo de la ciudad por las tropas imperiales en 1527, lo que pudo anunciar a los asombrados oyentes de la ciudad castellana el mismo día en que ocurrió. La inquisición lo condenó a diversas penas corporales, pero no faltó juez que lo creyera loco y digno de ser recluido en un manicomio más que castigado. Cervantes lo cita en el Quijote. Convertir en protagonista de un poema simbólico-metafísico a tal personaje a fines del siglo XIX no era fácil. La historia de Torralba no ofrecía seguramente para un lector de ese momento otro interés que el puramente pintoresco o documental. A lo más hubiera podido servir para un cuento de brujería, un cuento fantástico o una novela antiinquisitorial. Porsupuesto, Campoamor no tenía más remedio que referirla de un modo u otro, pues el personaje era ya t o t a l m e n t e desconocido. Y optó por lo más hábil, eficaz y económico: resumirla por boca de un familiar del Santo Oficio en una serie de « c o n s t a n d o » acusatorios (Canto VIII, 3). Estos «constando» representan una certera incorporación del lenguaje jurídico a la poesía en una muestra de lo que la crítica llama prosaísmo, cuya transcendencia es innegable: unos treinta años más tarde, César 80 Vallejo escribió un poema en forma parecida, «Considerando en frío, imparcialmente.» Pero, hecho esto c o m o en una especie de inciso, Campoamor deja bien claro que no es contar esa vida lo que le interesa, sino transformarla en algo significativo, en una experiencia metafísica, en una indagación sobre temas de más alto interés. Para ello se aleja de lo anecdótico, reduce a un mínimo lo episódico, se centra en unas pocas incidencias, algunas posiblemente inventadas, que le permiten el a n á l i s i s del f u n c i o n a m i e n t o i n t e r i o r del nigromante y a través del mismo el planteamiento del sentido de la existencia humana. El poema se estructura en una introducción y dos partes. En la introducción se resume la c o n d i c i ó n del personaje (médico), su rasgo distintivo (le acompaña un demonio familiar) y su ideología básica (pirronismo, hedonismo, materialismo). La primera parte, titulada «La mujer», encara la experiencia amorosa a través de Catalina, a la que Torralba condiciona y moldea. Predomina un juego de idealismo e instinto, de ensueño y fastidio: Catalina pasa del ángel al hombre, del hombre al demonio, hasta que su muerte propicia un alma pura que desea unirse al primer amante. La segunda parte, titulada «El h o m b r e » , describe los experimentos de Torralba con el espíritu y la materia. Desencantado del puro idealismo que representa el alma de Catalina, busca la felicidad en la materia, en la m u l i é r c u l a , creación del barro y el infierno. El proceso inquisitorial acaba el juego con el descubrimiento de la condición brutal del hombre y el refugio en la nada. Un final ambiguo suscita la perplejidad del lector: ¿muere Torralba en el más horrible nihilismo? ¿Oye la voz de Catalina que lo conduce al cielo? ¿Es esa voz simple ilusión? Este modelo plantea algunos problemas de interés porque sitúa por sí mismo la obra decididamente dentro de la estética de la ironía romántica. El poema no responde a una estructura cerrada o compacta, sino abierta. Torralba le confiere solamente una unidad muy laxa. Masque p r o t a g o n i s t a , resulta un pretexto para abrir múltiples ventanas a otros personajes y episodios que permiten encarar la compleja y revuelta naturaleza de la realidad: ángeles, demonios, brujas, inquisidores, mujeres y amantes, cielo e infierno, amor y ciencia, deseos y logros, sueños ideales y caídas brutales, cinismo y m o r a l , perversión e inocencia. La primera y segunda parte f u n c i o n a n c o m o espejos que se r e f l e j a n , propiciando una perspectiva diversa en la misma desesperada busca del sentido de la existencia: mujer y h o m b r e recorren desde su peculiar sensibilidad el mismo camino de indagación, plasmando una imagen de totalidad de lo humano. La conclusión, supuestamente nihilista, queda relativizada mediante la ambigüedad. La sonrisa del ironista acentúa la contradicción última del ser: nada y esperanza, negación y búsqueda, sin solución final, en un eterno y sisifesco volver a empezar. Estructura abierta, espejos reflectantes, contradicciones y ambigüedad, he aquí un típico entramado irónico. Sé impone analizar cómo ha logrado Campoamor desde él construir un poema original y válido que, bien leído, no tiene nada de abstruso. Ello supuso una serie de operaciones, la mayor parte de las cuales no podían menos sino caer dentro de otros procedimientos de la ironía romántica. La primera, de hecho la fundamental, es la inversión de la estimación del personaje. Torralba, excéntrico, loco o malvado, brujo, estaba condenado a marginación, a repulsa intelectual, a una absoluta i m p o s i b i l i d a d para servir de paradigma inquisitivo. ¿Quién podía tomar en serio a tal personaje? Campoamor lo eleva de condición, le confiere dignidad y respeto, llega a equipararlo al maestro de la ironía y gran buscador de la verdad, a Sócrates (Introducción, 3, y Canto VIII). Como éste, posee un demonio familiar, aunque aquí sea ángel por voluntad humorística del autor, y somete a exploración la naturaleza de la realidad: Y cuando niego es que ¡mito el estilo de aquel divino Sócrates que, ciego, lanzó burlón de su sagrado asilo, con palabras de fuego, las potestades trágicas de Esquilo. La entereza con que el autor le hace enfrentar el suplicio inquisitorial transforma definitivamente la condición humana de Torralba en modelo consciente y ejemplar de conducta. Su muerte tiene algo de socrático. Tal inversión no dejó de inquietar y sorprender a los lectores. ¿Cómo es posible equiparar a Sócrates y Torralba? Evidentemente, ello suponía una atrevida destrucción de cánones bien establecidos, igualando entidades de distinto orden, un sabio ilustre y un desconocido alquimista, una filosofía consagrada y unos experimentos esotéricos. Este tipo de equiparaciones forma parte de uno de los mecanismos epistemológicos esenciales de la ironía romántica, consistente en la negación de determinadas jerarquías o cánones. Mediante tal estrategia se mina un principio fundamental del pensamiento occidental en el que se ha basado su propio progreso, el de la selección cualitativa, abriendo una ventana nueva a la crítica de los sistemas prevalentes y consagrados. ¿Por qué se aceptan unos y se rechazan otros? ¿Cuál es la marca de la; superioridad? ¿Por qué Sócrates y no Torralba, si ! ambos responden al mismo anhelo de encontrar la verdad, si ambos descubren al final la inutilidad del esfuerzo? Preguntas así no asombran a nadie familiarizado con la retórica de la modernidad y la postmodernidad, aunque todavía inquietan e irritan a muchos. Nadie, por ejemplo, al leer Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, se cuestiona la fina ironía con que Borges iguala y d e s t r u y e los sistemas filosóficos, llegando a concluir que «la metafísica es una rama de la literatura fantástica». En la España de Campoamor, conferir validez a las 81 indagaciones de Torralba por la misma razón que la tienen las de Sócrates resultaba, por lo menos, desconcertante. Lo malo es que no se siga entendiendo a Campoamor hoy. Realizada la i n v e r s i ó n , Campoamor, no obstante, mantiene la condición de excentricidad y aun de locura de Torralba. Y la mantiene, no por la simple razón de su evidencia, sino porque, como en el caso de Sócrates, sólo desde la marginación se puede someter a crítica el sistema dominante. Sólo desde allí cabe demoler la certeza de la normalidad. Notó bien Kierkegaard (1841) que el filósofo griego simbolizaba admirablemente al ironista romántico por haber atacado el orden social de Atenas representado por los sofistas con una doctrina periférica, la del no sé nada. Campoamor hace que Torralba someta a juicio los valores de su tiempo -el tiempo del autor, recuérdese- desde a c t i t u d e s no menos extrañas: el escepticismo absoluto del pirronismo, el goce v i t a l del h e d o n i s m o , las fantasías asombrosas de la n i g r o mancia. Hay que notar en qué grado tales doctrinas predisponen a cierta incredulidad, cierta comprensión humanizadora de las cosas, cierta aceptación serena de la existencia, cierta huida del fanatismo y la intolerancia. Nada tiene de sorprendente que, como Sócrates, sea también Torralba una víctima de la sociedad cuyos valores minaba tan peligrosamente. / / / Con esta operación desacralizadora quedaba expedito el camino para otros cuestionamientos a través de una visión del mundo fría unas veces, condescendiente otras, irónica siempre. En un nivel de menor importancia, El licenciado Torralba está sembrado de observaciones chocantes, muy en el estilo campoamoresco, que desmitifican creencias o mitos culturales. Tal puede ser describir un ángel usando i r r e v e r e n t e m e n t e r e p r e s e n t a c i o n e s pictóricas o esculturales: «a aquel niño de coro / grueso, blanco, sin barba y mofletudo» (Canto I, 2). Mucho más el referirse a Platón en estos términos: «¡Oh divino Platón, qué imbécil eres!» (Canto V, 9). Sobre la obviedad de las verdades científicas se burla en más de una ocasión: Y en ciencias, estudiando hasta el martirio, llegó sólo a saber, como el más lego, que al sublime Pitágoras el griego le gustaban las habas con delirio» (Canto II, 4); [...1 llegando así a saber que en todas partes calienta el fuego y que la nieve enfria (Canto IV, 6). ; • X A nadie escapa que tales juicios derogatorios se expresan concomitantemente en el estilo más prosaico imaginable, como si la degradación de los valores requiriera la estilística, o dicho más apropiadamente al revés, como si sólo un deliberado tono prosaico pudiera reflejar la deliberada vulgarización de los valores. Este tipo de desacralizaciones tiene sin duda su modelo, incluido el prosaísmo, en Don Juan de Byron. Espigando algunas al azar, a Platón lo llama éste: «You are a bore, / a charlatan, a coxcomb» (1,116). Sobre Petrarca afirma: «Even Petrarch's self, if judged with due severity, / is the Platonic p i m p of all posterity.» (V, 1). En cuanto a la p o s i b i l i d a d de resolver p r o b l e m a s de envergad u r a , o b s e r v a escépticamente: «If I agree that what ¡s, is, then this I call / being q u i t e perspicous» (XI, 5). La relación con Byron parece más f i r m e si se c o m p a r a cómo el inglés y el español r e s u m e n la d o c t r i n a de Sardanápalo. Según Byron, Sardanápalo aconsejaba: «Eat, drink and love; what can the rest avail us?» (II, 208). Campoamor sostiene que su divisa fue: «Come bien, bebe más, goza deprisa, / porque esto es todo y lo demás es Y//" nada.» (Introducción, V). No es el propósito de estas reflexiones enfatizar las relaciones evidentes entre Campoamor y Byron, sino tan sólo señalar el o r i g e n de ciertas desmitificaciones secundarias que esmaltan El licenciado Torralba. Mucho más importante es indicar la función de éstas. Por un lado, garantizan la continuidad de un estilo que es el habitual del autor; por otro, contribuyen a reforzar como pequeños apoyos auxiliares la visión central que forma la base misma del poema. Y ahí Campoamor, aun manteniéndose en una línea byroniana, se aleja del modelo y construye su propio mundo con fuerza creadora absolutamente original, sin caer en las abundantes digresiones, muchas veces intranscendentes, que terminan por hacer un tanto tediosa la lectura de Don Juan. Dignificado Torralba, Campoamor somete a examen a través de sus experiencias lo que se presenta como cuestión fundamental del ser humano: su naturaleza contradictoria que le hace oscilar de la materia a la idea, del espíritu al cuerpo, en una busca inútil de solución, o al menos de síntesis que proporcione paz interior y felicidad. El médico alquimista constata la insuficiencia de cada principio. Si, por un lado, acepta que «Quien ama sólo el alma, echa la vida / en el fondo sin fondo de la nada» (V, 5), por otro busca para su 82 muliércula, hecha de puro cuerpo, cierto espíritu que la anime, terminando por concordar con lo que dice la hechicera Estrella: «Lo que el alma no llena está vacío» (VI, 4). Pero es muy consciente de que no hay conciliación posible: Porque hallé en mi conciencia un insondable abismo, al meditar en calma que Dios, al dividirlo en cuerpo y alma, hizo al hombre enemigo de sí mismo. Campoamor, a través de Torralba, se ha planteado, pues, la relación de las dos doctrinas fundamentales de la filosofía en su capacidad para resolver el enigma del hombre, el idealismo y el materialismo, notando la insuficiencia de cada una. Años antes, en el «Epílogo» de El personalismo (1855), tras explicar su contacto con las mismas, concluía escépticamente: «No quiero volver a identificarme con nada, no sólo con la materia, pero ni con el mismo espíritu». Sería ésta buena ocasión para discutir la condición de filósofo de Campoamor así como la relación entre sus ideas y su conducta. Pero el tema requeriría mucho más espacio. Basten unas breves observaciones para situar el problema. Desde un punto de vista estrictamente literario no debería haber lugar a la discusión. La crítica española sobre el siglo XIX ha caído sistemáticamente en la falacia de querer ver filósofos donde sólo hay poetas. Pero filosofía y poesía son entidades diferentes por mucho que aquélla pueda ser ocasionalmente poética o ésta filosófica. Campoamor lo dejó claro de dos maneras: cuando quiso hacer filosofía, escribió libros filosóficos; cuando hizo poesía, advirtió bien claramente en su Poética su oposición a la de tesis, según Gaos (1955, 1969) recalcó oportunamente: «Arte es convertir en imágenes las ideas y los sentimientos». Lo más que cabe discutir es si existen ideas, si hay una visión del mundo en su poesía, y cómo es. Azorín (1922), después de una serie de juicios contradictorios, propuso lo que parece una solución adecuada: «Si la filosofía es una actitud del espíritu, es decir, la actitud de un contemplador, buen filósofo, con sutilidad y elegancia, es el poeta». No se trata de una filosofía propiamente tal, sino de una actitud del espíritu, esto es, de una cosmovisión. La sutilidad y elegancia que Azorín destaca no se compaginan con el calificativo más repetido en torno a la misma, la de filósofo de calendario o de andar por casa, asociado a la falta de sutileza pensante de la burguesía de su tiempo. Campoamor se mueve en un mundo de ¡deas bastante complejas que seguramente esas niñas caprichosas que maliciosamente se quieren presentar como lectoras favoritas del poeta no entendían. En este sentido no está de más recordar lo que J u a n Valera (1865 y 1883) o p i n a b a . Campoamor era para él, junto con Balmes, uno de los pocos pensadores originales de España, afirmación que seguramente ha de tomarse sin ironía a pesar de la discrepancia entre sus juicios públicos y privados sobre el escritor asturiano apuntada por Bermejo Marcos (1968). Sería una contradicción que pensador de esta índole se rebajase a crear una poesía chabacana. Tampoco resulta demasiado relevante para la apreciación de su quehacer poético la relación que exista entre él y su comportamiento. La imagen de un Campoamor pacato, buen burgués, católico de misa diaria, feliz en su matrimonio, a quien escritora tan maliciosa como Pardo Bazán (1893) se empeñaba en quererle encontrar no confesadas aventurillas, no casa -se dice- con su ideología escéptica, demoledora, cínica. Pero, frente a ello, no queda más remedio que reiterar que obra y hombre no tienen por qué coincidir en todo escritor; que en algunos la experiencia diaria es menos importante que la fantasía, los sueños, la imaginación; que el pensamiento puede originarse en consonancia o en contradicción con la vida, como un resultado o como una protesta. Campoamor, de hecho, es un ejemplo ideal de ironista romántico, pura contradicción entre ser profundo y apariencia s u p e r f i c i a l . Y ello es t o d o un desafío a reinterpretarlo. Regresando tras o b l i g a d o inciso a las indagaciones de Torralba, su suspensión epistemológica o duda radical acerca de la verdadera naturaleza del hombre y de las cosas se decanta en la práctica por una s o l u c i ó n de amargo negativísimo materialista, aunque en buen juego irónico siempre quede en lontananza un idealismo compensador y necesario. Este estudioso de «la materia eterna / que viene de lo mismo y va a lo mismo» (Introducción, 1) constata la prevalencia inexorable, casi determinista, del instinto en el sentimiento en que más idealismo ha vertido la cultura para d e s c r i b i r l o , el amor. Catalina desciende fatalmente del ángel al hombre, del h o m b r e al d i a b l o , arrastrada por el deseo incontrolable. La fuerza cósmica del sexo se exalta en versos que presienten la glorificación erótica del modernismo. Venus reina soberana: ¡Oh deidad del placer, la única eterna, que todo lo gobierna y desgobierna! ¡Tú al cielo y a la tierra de igual modo haces sentir un invencible halago, después que sepultaste en un gran lago de polen fecundante el orbe todo, en aquel día de expansión dichosa en que trazó el camino de Santiago con leche de sus pechos una diosa! (Canto II, 7). El ser humano es, en definitiva, un producto de «la siempre racional naturaleza» (Canto II, 6) que le obliga a cumplir con un bien pergeñado propósito sus deberes instintivos. En el debate sobre naturaleza y yo, naturaleza e historia, cuya transcendencia dentro del romanticismo alemán ha s i d o bien señalada por Eichner (1982), Campoamor se alinea claramente al lado de la naturaleza. También Schlegel había dicho en uno de sus Fragmentos que el hombre es naturaleza que reflexiona sobre sí misma. Y ello le permite someter a cuestionamiento los productos del 83 espíritu, la c u l t u r a . El escritor asturiano ha descubierto, como tantos otros, que la cultura es un valor negociable, oportunista y reemplazable, subordinado a los intereses básicos del ser humano. Debajo de ella late siempre el corazón primitivo y salvaje de la caverna prehistórica: la civilización es incapaz de transformar lo escrito profundamente en los genes. Campoamor se enfrenta bajo tales postulados con otro de los símbolos egregios del idealismo, supuestamente máximo logro del espíritu, la religión. La religión a nivel teórico aparece inconsistente: «como t o d o el que estudia religiones / se quedó al fin del curso sin ninguna» (II, 1). A nivel aplicado, identificada con el catolicismo, es asociada a la hipocresía y al fanatismo del clero, que ha manejado la inquisición en su beneficio (VIII, 2 y 4): Es muy malo el pecado, pero es mucho peor la hipocresía de unos viles hidalgos que a millares aspiráis al honor de familiares por no ser sospechosos de herejía. Desde ahí se produce un salto cualitativo a una ironía desacralizadora de calado más profundo. El cielo es reducido a una especie de museo donde los ángeles se aburren porque no hay mujeres. Torralba sostiene «como el Corán y otros cristianos / que no hay cielo mejor que el de Mahoma». También Byron había anotado en Don Juan (I, 18) sobre el paraíso y sus diversiones: «I wonder how they got through the twelve hours...» Su contrapeso, el infierno, es ridiculizado, al someterlo a distorsión heterodoxa en una línea no desmerecedora del ingenio quevedesco. El viaje de Torralba al lugar, descrito en el Canto Vil, en busca de un soplo anímico para su muliércula, es el pretexto para una serie de reflexiones arrasadoras. A nivel superficial resulta divertido descubrir que el viejo lugar haya sido trasladado de e m p l a z a m i e n t o p o r q u e , cuando Dante descubrió sus secretos, Dios tuvo miedo de que los demonios se contagiaran de la corrupción humana. O que el listón con la famosa inscripción «Perded toda esperanza los que entráis» tenga que ser usado por el guardián actual para atizar el fuego moribundo. Surge una inevitable imagen de arrumbamiento definitivo de una institución temida, reducida a ruinas y escombros irrecuperables. Toda una época, todas unas creencias han sido abolidas para siempre no mediante terribles argumentos o polémicas, sino mediante la sonrisa sutil y socarrona de un supuesto creyente. Pero ese infierno a nivel profundo ha dejado su herencia, resumida en tres símbolos que allí encuentra Torralba gracias a su amigo y servidor inquisitorial Juan García: las obras de Aristóteles, el libro de moral del diablo archivero Butibamba y el mensaje final del gran Demo. Campoamor construye con este recurso uno de los cantos más densos ideológicamente de todo el poema. Se burla del i m p o s i b l e a r i s t o t é l i c o escolástico de explicar lo divino por lo humano y deducir las ideas de lo sensible (Vil, 3). Hace a la Inquisición heredera de la moral del diablo que no es sino una exageración de la de Cristo: hipocresía, fanatismo, inculcar al hombre ideales falsos sabiendo su condición animal, engañarle con la esperanza y la vida futura (Vil, 5). Proclama una certeza, la que el gran Demo resalta en su discurso de despedida, el dolor universal de la existencia: Como todo en la tierra es miserable, de miseria en miseria hará vuestro dolor interminable en su cópula eterna la materia. [...I En vano, huyendo del dolor que espanta, la sustancia mortal se transfigura que en el hombre, en el mármol, en la planta, en el fondo de todo, hay amargura. (VIII, 9). En otras palabras, la herencia infernal se resume en el c o n f l i c t o i n s o l u b l e entre i d e a l i s m o y materialismo (Aristóteles), la falsa moral triunfante (libro de Butibamba) y el irremediable dolor de vivir (discurso de Demo). Cielo, i n f i e r n o , m o r a l , r e l i g i ó n , n o b l e s conceptos culturales, los más temidos, los más difíciles de atacar, han caído reducidos a nada, o peor si cabe, a irrecuperable chatarra. Campoamor pudo haber propuesto reemplazarlos por otros menos polémicos, más laicos, la historia, el arte, la ciencia. Pero tal no es el caso. Es la cultura misma en todas sus m a n i f e s t a c i o n e s lo que es denunciado. Implícitamente el hecho mismo de equiparar la n i g r o m a n c i a c o m o m é t o d o de exploración de la verdad a otros procedimientos más racionales implica la constatación de que, en r e a l i d a d , n i n g u n o lleva a n i n g ú n lado. Explícitamente se somete a cuestionamiento la capacidad de la ciencia, la historia y el arte para resolver problemas. Torralba, quizá haciéndose eco de Fausto, constata la s u p e r f i c i a l i d a d del descubrimiento científico («Y cual todos en física sabía / que el sol es un reloj bien construido», Introducción, 1) y su insatisfacción («no hay cansancio peor que el de la ciencia», Introducción, 5). La h i s t o r i a e m e r g e c o m o «un p r e s i d i o de inmortales» (IV, 7), que queda abolida por el olvido y la naturaleza: ¡Yes ley, pueblo querido, de que todo lo que es y lo que ha sido acabe al fin como acabó este infierno, que es el silencio eterno el diapasón final de todo ruido. (Vil, 9). En cuanto al arte, «pues yo sé quien a Cadmo lo ahorcaría / por ser el inventor de la escritura» (IV, 5). En las postrimerías del siglo XIX, El licenciado Torralba deja en herencia un desolado mensaje nihilista, mirando a un siglo próximo que elevaría el horror a dimensiones cósmicas. Su figura, inquieta y destructora, de ironista implacable. 84 p r e s i d e un c e m e n t e r i o en el que y a c e n , definitivamente inservibles como cacharros viejos, todos los valores. El ser humano, sin asideros, dejado a la fuerza bruta del instinto, tiene ante sí la nada que extiende por doquier su sombra impenetrable. Por ella vaga, perdido y solitario, a la busca desesperada de una verdad inexistente; en realidad, a la busca de la busca. Su condición cruel y miserable se proyecta como negro presagio sobre la hermosura física del mundo: «¡Es lástima - m u r m u r a b a el licenciado-, / que encubra tan inmensa podredumbre / la belleza exterior de lo creado». La naturaleza p r e p o t e n t e mira con indiferencia las tragedias que ese ser origina, recalcando la inutilidad del holocausto: al llegar otra vez la primavera, en el monte, en el [valle, en la llanura, se cubrirán los campos de verdura, la verdura de rosas, y las rosas después de mariposas. El dolor y la muerte se yerguen como única certeza. La náusea existencial, el asco absoluto de la vida, brota incontrolable: «Mi alma siente el tedio de la vida» (VIII, 5). La extinción total, la gran Nada flota en el horizonte como refugio y consuelo. Y, sin embargo, ¿no ha oído Torralba la voz de Catalina que lo llama al cielo? Esa herencia empezará casi inmediatamente a concretarse en el cielo de cartón piedra de Altazor, sus g r i t o s de e s p a n t o , la destrucción del último asidero de lo humano, el lenguaje, o junto a Altazor, de tantas páginas angustiadas de la vanguardia. ¡Es un dolor que muera tanta inocente y bella creatura; pero, después de esa tragedia impura, University of Massachusetts BIBLIOGRAFÍA ALONSO, Dámaso: Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Gredos, 1952. ALVEAR, Cayetano de: «La leyenda del licenciado Torralba», Ilustración Española y Americana, 47, diciembre 1887. AZORIN: «Autores del siglo XIX: Campoamor», ABC, 12 de noviembre de 1922. BALART, Federico: Impresiones, Madrid, Fe, 1894. Cf. «La Poética de Campoamor». BERMEJO MARCOS, Manuel: Don Juan Valera, critico literario, Madrid, Gredos, 1968. CANO, José Luis: Poesía española del siglo XX, Madrid, Guadarrama, 1960. CEJADOR Y FRAUCA, Julio: Historia de la lengua y literatura castellana, Vil, Madrid, Archivos, 1917. 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MONTOLÍ, Víctor: Releerá Campoamor, Barcelona, PPU, 1995. — : «Introduccción» en Antología poética de Ramón de Campoamor, Madrid, Cátedra, 1996. MURCIANO, Carlos: «Campoamor sobre el tapete», Cuadernos Hispanoamericanos, 151, 1962, pp. 107-121. ORTEGA Y GASSET, José: «Una polémica», El Imparcial, 19 de septiembre de 1910. PALAU, Melchor de: «El licenciado Torralba» en Acontecimientos literarios, Madrid, 1889. PARDO BAZÁN, Emilia: «Campoamor. Estudio biográfico», Nuevo teatro crítico, 28, abril 1893. PALACIO VALDÉS, Armando: Nuevo viaje al Parnaso, Madrid, Imp. Plaza Armería, 1879. REVILLA, Manuel de la: Obras, Madrid, El Ateneo, 1883. Cf. «Don Ramón de Campoamor». RIVAS CHERIF, Cipriano: «Introducción» en Poesías de Ramón de Campoamor, Madrid, Espasa-Calpe, 1921. VALERA, Juan: «Carta al Sr. don Ramón de Campoamor sobre su libro Lo absoluto», El Contemporáneo, 1865. — : Metafísica a la ligera, Madrid, 1863. 85 LA ALDEA Y LOS ALDEANOS EN VERSOS DE PEREDA Salvador García Castañeda Aunque los críticos hayan pasado de largo ante la obra en verso de Pereda, que es de escasa calidad, y que Cossío señalara «la ineptitud» de su oído para el verso (1) pienso que estas poesías merecen estudiarse desde otras perspectivas. Algunas tienen indudable valor costumbrista, otras, gran interés satírico y la mayoría descubren nuevos aspectos, o c o m p l e m e n t a n o t r o s conocidos, de la ideología o el quehacer literario de su autor por aquellos años. tampoco debió tomarse muy en serio pues fue primeramente poeta de circunstancias como lo eran los periodistas de entonces, tan dispuestos muchos de ellos a escribir una crónica de sucesos, un romance o un artículo de fondo. De hecho, algunas de estas composiciones van precedidas de la rúbrica «Gacetilla» y son hermanas de otras semejantes escritas en prosa. En su mayor parte son versos que deben su origen a circunstancias tan variadas como un hecho de armas, el elogio a una bailarina o la necesidad de llenar con una charada un espacio vacío en el periódico. Por ello hay aquí composiciones de carácter patriótico, narraciones como El jándalo, lo que podríamos considerar una obra teatral en verso (Las dulzuras de Himeneo), el «Prospecto» de El Tío Cayetano, poesías galantes con resonancias neoclásicas c o m o Idilio, composiciones satíricas y festivas, fábulas, un epigrama, charadas y hasta un anuncio. Me ocuparé aquí tan sólo de cuatro poesías narrativas las cuales, aparte de ser las más conocidas, son imprescindibles para estudiar al primer Pereda y tienen en común el tema campestre y la intención satírica. Tres de ellas aparecieron bajo el epígrafe de «Cuadros del país» [El trovador, Los pastorcillosy El jándalo), y éstos y La primavera vieron todos luz en El Tío Cayetano entre diciembre de 1858 y febrero de 1959 y reaparecieron en la primera edición de Escenas montañesas. Aparecieron a n ó n i m o s excepto El jándalo, f i r m a d o por «Félix Santa María», seudónimo que desapareció cuando El jándalo se recogió en Escenas. Son obras de juventud pues entre 1858 y 1869 dio a la imprenta cuarenta composiciones y desde entonces, que sepamos, dejó de hacer versos. Los poetas contaban todavía entonces con un público entusiasta que leía versos y gustaba de oírlos recitar. Pereda los hizo en sus años mozos, como los hicieron tantos otros, y luego, pasado el sarampión juvenil, los dio al olvido. Mientras los escribía para El Tío Cayetano y La Abeja Montañesa El trovador (Escena sentimental), es un romance octosílabo en tres partes; la primera, en e-a, es una narración en tercera persona (versos 1-56), la siguiente, en a-e, está ocupada por las «Endechas», un m o n ó l o g o s u p u e s t a m e n t e cantado, que va en primera persona (vv. 57-120), y comparten la última, en e-a, una narración en tercera persona (vv. 121-194), un diálogo (vv. 125166) y una narración (vv. 166-194). 86 El p r o t a g o n i s t a y la escena serían característicos de muchos otros del período romántico: de la oscuridad de la noche surge un personaje misterioso, al que preceden ciertos signos que aumentan la expectación (gentes que comentan sus buenas o sus malas cualidades, ruidos, su aparición embozado) y cuya identidad no se revela de inmediato. Acude secretamente al castillo o a la oscura callejuela para visitar a su amada y canta sus cuitas en unas endechas, acompañándose de un laúd. Esta le advierte de los obstáculos que impiden su felicidad (intransigencia de un padre, presencia de un rival, diferencias económicas o de clase) pero él la anima a ser constante y paciente hasta lograr la anhelada unión. El trovador pide una prenda de amor, que en el mundo caballeresco suele ser una cinta, una banda o un pañuelo, sigue una apasionada despedida y el amante desaparece en la oscuridad de la noche. Aquí el nivel es paródico por la trasposición de la escena y de los personajes al mundo rural más o menos contemporáneo. La acción se sitúa en Cueto, un pueblecito de Santander muy cercano al S a r d i n e r o , m o t i v o de chacota para sus habitantes, que han considerado siempre a los cuetanos como gente ruda y cerril, y a la que el autor alaba aquí hiperbólicamente. La evocación de la escena nocturna -«Nada turba su reposo, / nada su q u i e t u d altera»desciende a un nivel intencionadamente cómico por la Introducción de palabras o de frases prosaicas propias de la vida regional como los «escajos», el cencerro, o la vaca que brama. El personaje se anuncia aquí con dos «relinchos», palabra con doble sentido pues, por una parte, es el nombre dado en la Montaña al grito que lanzan los mozos aldeanos para anunciar su presencia, en son de reto o de fiesta (conocido en otros lugares como «ijujú») y, por otra, un ruido de los caballos. Se escucha el que hacen sobre los «morrillos» las «almadreñas» que calza, y se apresta a cantar echando hacia adelante la «jeta». Esta y los relinchos contribuyen a rebajar al personaje a nivel animal. La «endecha», según la primera acepción del diccionario de la RAE, es una «canción triste y lamentable», risible aquí por los nombres de los rústicos personajes («Lucu», «Nela», «Colas») y el ridículo prosaísmo con el que expresa el galán su frustración amorosa. Su discurso abunda en barbarismos («glárima», «sastisface», «entovía»), expresiones coloquiales vulgares («llorando a moco colgante») y detalles groseros como la mención de que Colas ya no come «a pienso» y de que las alubias no le sientan bien (no le «paran los bisanes»). La última parte está ocupada por un diálogo y una narración final en tercera persona. El diálogo tiene las mismas características lingüísticas que el parlamento del mozo; incluye además elementos eróticos (la liga que ella le da, todavía «bien caliente», o el furtivo beso) que pierden tal carácter por la vulgaridad de los detalles pues la prenda de amor es un trozo de esparto, los labios de Nela son «morros» y una «jeta» la cara de Colas. Cuando la insensible moza se pone a roncar el amante desaparece en la noche. La dedicatoria de Los castorcillos en El Tío Cayetano A ciertos vecinos suyos De cierto número cuatro En pago de ciertas cosas que le dieron de Aguinaldos, endosa este documento el vecino Cayetano, no es fácil de interpretar hoy. Sin duda iba dirigida a amigos o a otros periodistas y fue sustituida en la primera edición de Escenas montañesas (1864), muy apropiadamente, por los dos primeros versos de la Égloga Primera de Garcilaso: «El dulce lamentar de dos pastores/ he de cantar, sus quejas imitando». Los pastorcillos narra una escena bucólica. Un pastor duerme en el campo mientras pace su rebaño, le despierta una pastora que busca un ternero perdido, tienen un diálogo amoroso c o n v e n c i o n a l en que se entrecruzan celos, reproches, lágrimas y reconciliación. Pero nos hallamos de nuevo ante otra parodia. El título m i s m o es p a r ó d i c o pues los p r e t e n d i d o s «pastorcillos» son dos aldeanos cerriles. Bartolo está «panza arriba», se rasca, se duerme y ronca. Su nombre recuerda al de otros rústicos bobos de comedia y entremés y la descripción de su físico trae ecos quevedescos: Áspera crin sus cabellos, estacas sus dientes ralos, una zahúrda su boca, pequeños sus ojos garzos y la piel de sus orejas, como dos libros en cuarto. A poco llega B e r n a r d o n a , moza bravia cuya apariencia sugiere pobreza, s u c i e d a d y desidia: la camisa que fue blanca negra está de mugre y barro con más sietes y girones Descalzos lleva los pies del color de su refajo que es de estameña parduzca, cosido con hilo blanco. Despierta a Bartolo de un garrotazo para que le ayude a buscar el animal perdido. Son tan elementales y tan rudos que sólo saben expresar sus sentimientos con la violencia y pelean con golpes furibundos. Tras un diálogo lleno de recriminaciones y quejas llega la reconciliación con lágrimas de los amantes al modo clásico, pero el pastor llora «a todo trapo» y «la sensible pastora / hace retemblar el campo / con los mugidos que salen / de su pecho lastimado» y ambos forman «un estrépito tan magno» que los carneros «sa 87 asustan» y echan a correr. El final feliz da lugar a otro anticlimáticamente diverso: como la utilidad está por encima de los sentimientos, cada uno sale echando maldiciones en busca de sus animales, interrumpiéndose así la «sensible» escena de su reconciliación. La primavera, dedicada «A ciertos antiguos camaradas de Cayetano», con 328 versos, es la poesía más extensa que escribió Pereda. Se dan en ella, además de la interpretación degradatoria y caricaturesca de las gentes del campo, el amor por la patria chica y, por vez primera, la fobia por Madrid. Tiene forma epistolar por lo que va escrita en primera persona y dirigida a un poeta bucólico cortesano, apropiadamente llamado Fabio. Es un romancillo heptasílabo, y el vocabulario y las imágenes recuerdan de inmediato las propias del mundo anacreóntico dieciochesco. El tema es también el tradicional del campo frente a la aldea. Estructuralmente: 1) el autor recrimina a Fabio por su ignorancia de la realidad y enumera despectivamente los elementos que constituyen ese pretendido mundo pastoril libresco, que recuerda el del Pastor Clasiquino esproncediano. 2) Le contrapone la «verdadera» Naturaleza de la Montaña. Siguen una breve y entusiasta descripción de la patria del narrador, y la invitación a venir a conocerla. 3) Le aconseja después cómo ha de equiparse para vivir en ella. De nuevo se contraponen aquí la rusticidad literaria y la inclemente realidad. El autor se complace en exagerar d i f i c u l t a d e s para acobardar a los pusilánimes («hay charcos escondidos/y espinas... y culebras»), y para resaltar la virginidad prístina de esta naturaleza. 4) Sigue una entusiasta descripción del campo montañés, en la que aparecen e l e m e n t o s p r o p i o s de la poesía neoclásica pastoril cuyo tono lírico rebaja para lograr así un efecto cómico. Buen ejemplo sería el contraste del término «miruellas», nombre regional de los mirlos, con el de «alondras», de tan clara estirpe literaria. 5) «Nemoroso» y la «zagala gentil» son dos aldeanos recios, vítales y prosaicos, tan bárbaros como los protagonistas de El trovador y Los pastorcillos aunque presentados aquí de manera p o s i t i v a para c o n t r a p o n e r l o s a los enfermizos madrileños. 6) La moralización no se hace esperar. Pereda da gracias a Dios por haber hecho así a estos mozos y a estas mozas, «porque no son las rústicas / pasiones de la aldea / las que la sangre inflaman», quien lo hace es nuestra imaginación cuando evoca el mundo exótico y decadente que pintan las novelas. 7) Imagina luego que Fabio se enamora en el Retiro de una pastora, a la que describe con términos galantemente rococó («como las rosas fresca, / tejiéndose guirnaldas/con muelle negligencia»). 8) El Retiro encarna la escuálida naturaleza ciudadana y el autor amonesta a los poetas cortesanos para que no canten a la primavera «con tosca, ruda péñola». 9) Concluye reiterando la Invitación al madrileño a conocer la verdadera primavera, en la «noble tierra» m o n t a ñ e s a para que éste, «acaso convertido», cante una belleza tan grandiosa que «para cantarla es poco / la rica gaya ciencia». El jándalo vio luz por primera vez en El Tío Cayetano (ndm. 11,6 de Febrero de 1859, que llamo primera versión), en Escenas Montañesas (1864, segunda); (1877, tercera) y en Obras Completas (1885, cuarta versión). Es un romance octosílabo en í-o de 252 versos, ampliado notablemente al incluirse en la edición de 1864. A mi parecer, la mayoría de estas mejoras estilísticas es acertada, entre ellas, el mencionar repetidamente la llegada de una pretendida recua cargada de riquezas, que esperan el tío Perico, la familia del jándalo y las gentes del pueblo: «la consabida recua», «la recua que quedaba en el camino», y así hasta cinco referencias que adquieren un valor de leit-motiv. Entre la versión de 1864 y las dos siguientes, las variantes son escasas. El jándalo está d e n t r o de la c o r r i e n t e romancística t r a d i c i o n a l y trae ecos de los romances del duque de Rlvas, los de Zorrilla y los burlescos, como algunos de José Joaquín de Mora. A partir de 1864, se dividió en tres partes y, dentro de cada una, hay espacios en blanco que marcan los diferentes episodios del relato; la I cuenta el regreso del alegre y petulante jándalo al pueblo, su parada en el ventorrillo y el anuncio de la inminente llegada de la recua, la II describe la entrada triunfal en el pueblo y en la casa paterna y el reparto de regalos, y en la III, cronológicamente la más larga, el fin del verano coincide con el del dinero del protagonista quien vende todo lo que trajo, vuelve temporalmente al medio campesino que había abandonado y al fin regresa a Andalucía, tan pobre como había salido la vez primera, para empezar de nuevo ,2). Tiene éste dos identidades que representan dos mundos en contraste, el idealizado del Sur y el real del Norte. Al primero pertenece el exótico jinete que viste de modo fachendoso y colorista. Su manera de hablar es mucho más expresiva y graciosa que la de sus convecinos a quienes conquista con su labia. Cuenta y no acaba de la pretendida Jauja andaluza y se exhibe para que salgan «a verle pasar». La cena, gratis para todos y llena de promesas, es su apoteosis y lleva a pensar que es rico. En este personaje se da la situación típica del criado que imita el comportamiento, el habla y el modo de vestir de sus amos. Su estancia en el Sur le ha hecho olvidar la desconfianza y el sentido práctico de los montañeses y se dirige al ventero con la misma soberbia con que le hablaban a él sus parroquianos. Es la caricatura del valentón que teme viajar de noche, la exagerada versión del andaluz de saínete. Ya en el pueblo, se esfuerza diariamente en mostrar la superioridad del cosmopolita que come pan blanco, bebe rioja, viste bien y ha olvidado los nombres de gentes y cosas que conoció en su niñez. La llegada de la recua habría situado al jándalo dentro de la clase privilegiada de su 88 comunidad para siempre pero tanto su ausencia como la apertura de la maleta con los míseros regalos da comienzo al proceso de su decadencia. Esta d u r a apenas un v e r a n o y Pereda va describiendo en detalle la transformación del tipo y su reinserción en el duro vivir campesino a nivel lingüístico, laboral, indumentario y de costumbres. En esta ocasión, no cae en la tentación de ridiculizar a los aldeanos y también da a su personaje la humildad necesaria para aceptar la realidad de los hechos. Pero d e b a j o de tales disfraces hay un e l e m e n t o de v e r d a d : sus experiencias han diferenciado al jándalo de sus coterráneos. Es ya un ser híbrido, nostálgico pero desarraigado de la aldea, cuyo futuro está en esa Andalucía que ha influenciado su modo de ser más de lo que él creía. Yallátieneque volver pues ya no sirve para labrar la tierra. La historia tiene la esperada ejemplaridad y final didáctico con el bochornoso vencimiento y el regreso humilde del jándalo a lomos de un asno, que contrasta con su brillante llegada a caballo. Pereda nació en 1833, es decir, en pleno romanticismo, y su educación fue la propia de los muchachos de su tiempo en la que el latín y las Humanidades ocupaban lugar preeminente; a nivel personal, sus lecturas incluyeron a los autores románticos del día. Era escritor en ciernes cuando él y sus jóvenes contemporáneos identificaban ya el clasicismo con los palmetazos del dómine y cuando el romanticismo, a su vez, había dado paso a una nueva escuela. Sin embargo, los educados a la manera clásica no olvidaron lo aprendido y buena parte de los románticos, como Espronceda, y de los que vinieron después, comenzaron escribiendo poemas épicos, anacreónticas y tragedias. Entre los ú l t i m o s está Pereda, el detractor del mundo pastoril, quien al mismo tiempo que sus parodias escribe poesías galantes (Idilio y Fisionomía del Carnaval) y patrióticas (A los marinos del Pacífico) de carácter neoclásico, y se sirve con frecuencia del romancillo de seis y siete sílabas, tan propio de los géneros menores de aquella escuela. Al enjuiciar Los pastorcillos escribía Cossío que fue «blanco de su sátira literaria [de Pereda] el amanerado y convencional ambiente campestre neo-clasicista aún no desterrado del todo de nuestra poesía» ,3). Pero esa sátira y la de tantos otros está dentro de una tradición literaria que viene de Horacio y, en nuestras letras, podríamos recordar a los cómicos rústicos de Juan del Encina o las experiencias que tuvo Berganza de un mundo pastoril picaresco en el Coloquio de los perros w . Como advierte Noël Salomón (5) tanto en España como en el resto de Europa hubo desde la Edad Media una tradición aristocrática de irónico desprecio por el campesino, reflejada en la literatura y en el folklore. Este no era un personaje cómico por sí mismo pero desde el punto de vista de las clases dominantes su rusticidad equivalía ahora a una grosería, ignorancia y falta de seso que hacían reír. Resultaba además una contrafigura de los pastores delicados y sentimentales propios de la literatura bucólica. Como era de esperar, t a m b i é n nuestros autores vieron a los aldeanos de modo tradicionalmente d e r o g a t o r i o c o m o gente bárbara, deshumanizada al nivel de animales o de objetos. La sátira es aún más despiadada con las mujeres en cuya descripción entra además la misoginia. A partir de las serranas del Arcipreste, y pasando por las gallegas de Góngora -«mozas rollizas de anchos culiseos, / tetas de vacas, / piernas de correos»- (6) , los autores del XVIII, influidos todavía algunos por los autores del Barroco, continuaron esta t r a d i c i ó n . Gerardo Lobo asegura que confundió a una aldeana de los montes de Toledo con un jabalí i7\ el marqués de Casa-Cagigal, pintó a las montañesas descalzas y harapientas (8) y el autor de Morir viviendo en la aldea creyó que dos mozas salmantinas eran «dos lobos» (9). Los románticos continuaron la misma tradición y en las revistas del tiempo abundan poesías y artículos costumbristas que ridiculizan la inocencia de los bucólicos de ciudad y exageran el primitivismo de la aldea (10). Quienes hablaron de la visión realista que tuvo Pereda del mundo rural parece que no tuvieron en cuenta que seguía esta línea y que en sus obras t e m p r a n a s , t a n t o en prosa c o m o en v e r s o , caricaturiza, deforma, cosifica y animaliza a sus aldeanos. Una tendencia que es evidente hasta la llegada de la Gloriosa y que, a pesar de considerar después las aldeas como la reserva moral del país, no abandonó nunca por completo. En estos c a m p e s i n o s p e r e d i a n o s están presentes la violencia y la barbarie. Los padres dan palizas a sus hijas porque hablan con mozos que a ellos no les gustan, los amantes se insultan, se pegan con garrotes y se dan golpes terribles -«sopapo», «revés», «garrotazo», «linternazo»hasta hacerse sangrar, que apenas les afectan. Son «escenas sentimentales» e «idilios» que nada tienen de tales, exagerados para hacer reír a los lectores de la ciudad. No creo que ninguna otra composición de Pereda, ya sea en prosa, ya en v e r s o , dé una v i s i ó n tan caricaturesca, tan despiadada y tan condescendiente de los aldeanos como El trovador y Los pastorcillos, hasta el punto que suprimió esta última en sus Obras Completas m i . Sin embargo, en La primavera comienza a vislumbrarse otro aspecto de los aldeanos. Tienen aquí un papel doble pues, sin dejar de ser lo que son, el autor no insiste ya sobre una estolidez y una barbarie que les degradan sino sobre una fortaleza -«mocetona», «fornido atleta»- y una inocencia de primitivos que les ennoblece. Forman parte de esta Naturaleza vitalmente bravia, y concluye, satisfecho: «Así son los modelos / (al menos en mi tierra) / de las ninfas... y ninfos / que vagan por las selvas». Contrastan aquí con los alfeñicados madrileños y forman parte de aquella pretendida «raza cántabra» soñada por Pereda, ,á¡ 89 la que pertenecieron Tremontorio, los aldeanos de La puchera y Peñas arriba, y el cura don Sabas, hercúleos y sanos de corazón. Por otro lado, los aldeanos de El jándalo son una masa amorfa pues la atención va dirigida hacia el protagonista, aldeano también, pero satirizado por su condición de emigrante que renegó del pueblo natal. Aunque tanto El trovador como El jándalo parodian las narraciones románticas escritas en romance, en especial las del duque de Rivas, tanto su vocabulario como el de Los pastorclllos y La primavera, es el de la literatura pastoril dieciochesca. En términos generales, se diría que Pereda temió siempre que sus lectores no supieran distinguir cuando escribía en serio y cuando lo hacía burlando. Para evitarlo recurrió siempre a entrecomillar y, más aún, a subrayar aquellas expresiones o aquellos términos que usaba con doble sentido. Tratándose de obras que ridiculizan y parodian, la terminología tiene capital importancia pues la idealidad de los nombres contrasta con una realidad exageradamente vulgar que también aporta su propio vocabulario. Este abunda en barbarísimos, en l o c a l i s m o s y en palabras (arremendar, almadreñas, bisanes, morral, rufajo) que sugieren el zafio mundo pueblerino. Así, en Los pastorcillos, más de la mitad del romance está ocupado por un diálogo plagado de palabras y expresiones coloquiales y regionales, algunas vulgares hasta la grosería («A que te arrimo un sopapo?», «Pusno m'atientese\ sacu»). Pereda parece haber sido el primer escritor de costumbres que incorporó el habla aldeana (como es sabido, de autenticidad muy dudosa) a nivel literario y lo hizo ya en 1858 con El trovador. Su ejemplo debió incitar a otros a seguirle, a juzgar por un Romance lebaniego, dedicado «A los Sres. D. Jesús de Monasterio y D. Francisco de Asís de la Peña», firmado por Benigno de Linares y La-Madriz, en «Potes, agosto de 1863», escrito en un «lebaniego» convencional y que publicó La Abeja Montañesa (Núms. 7,9 y 11 de septiembre de 1863). Aunque el romance y el romancillo sean los metros p r e f e r i d o s por Pereda, tan sólo en El trovador y en El jándalo se advierte la intención de parodiar los procedimientos narrativos propios del duque de Rivas. A ella se deberían el dividir el relato en partes a la manera de capítulos, la intrigante aparición de un desconocido personaje, el ambiente de misterio, las descripciones del paisaje y de escenas nocturnas y los coloridos retratos ecuestres. [La luna] sobre el pardo caserío derramando sus reflejos como sobre los sepulcros de un tranquilo cementerio. Y en una desierta calle donde sus claros destellos una mitad alumbraban. la otra en sombras confundiendo estaba en la parte oscura, receloso y encubierto, un noble joven gallardo, no muy alto, aunque bien hecho. '"' [Cueto] duerme el sueño de los justos entre escajos y tinieblas. Nada turba su reposo, nada su quietud altera [...] De repente, y sin preludios, del fondo de una calleja un relincho se elevó hasta la celeste esfera, retumbando en las montañas cual la lúgubre trompeta llamando a juicio final al desquiciarse la tierra; y poco tiempo después, entre las zarzas espesas, vióse aparecer un hombre hacia el fin de la calleja avanzando a grandes pasos que delata con presteza, sobre los duros morrillos, el son de sus almadreñas. (El trovador) En un normando morcillo que respira espuma y fuego, cuya ligereza es rayo, cuyos relinchos son trueno; con un arnés que deslumhra del mismo sol los destellos, y en parte una veste oculta de carmesí terciopelo; y sobre el bruñido casco dando vislumbres al viento, un penacho blanco y rojo con rica joya sujeto... ml un jinete apareció presuroso sobre un bicho que desde el lomo a los pechos y desde el rabo al hocico iba envuelto entre alamares y entre borlas confundido. Todo un curro era el jinete a juzgar por el equipo: faja negra, calañés, y sobre la faja un cinto con municiones de caza, pantalón de lo más fino, marsellés, con más remiendos que mis calzones antiguos, y una escopeta al arzón unida por otro cinto. (El jándalo) Cuando escribía el joven Pereda, ya había pasado la hora del Romanticismo pero esto no quiere decir que hubiera dejado de existir, especialmente en provincias, y que hubiese i m i t a d o r e s y e p í g o n o s de Victor H u g o , de Espronceda, de Rivas o de Zorrilla, que siguieron escribiendo así durante muchos años. Un ejemplo curioso sería el de un Rogelio León, autor de Un contrabandista, romance del género andaluz, 90 que vio luz en El Despertador Montañés (num. 112, 29 de diciembre de 1850) nueve años antes que El jándalo p e r e d i a n o , que ofrece curiosas semejanzas con éste y que comienza así: Por las más ásperas cúspides que tiene Sierra-Morena va caminando un mancebo sobre corpulenta yegua. Ciñe en redor de la frente rico pañuelo de seda, que cubre en parte los rizos de su negra cabellera. Un sombrero calañas este pañuelo sujeta, casi tendido hacia un lado con graciosa ligereza. Un marsellés primoroso sobre los hombros ostenta guarnecido de clavetes de plata bruñida y tersa... Cuando me refería a La primavera mencioné el violento rechazo que hay allí por Madrid y todo lo que, según Pereda, representa. Este había vivido en la Corte un par de años, al parecer muy a su gusto, a juzgar por la conocida carta que escribió a Domingo Cuevas el 9 de diciembre de 1852 l14). En el 54 regresó con el fin de afincarse en Santander y, se diría, que con el de emprender una guerra personal contra Madrid y los madrileños, que solo cesaría con su muerte. A La primavera c o r r e s p o n d e r í a el h o n o r de ser la p r i m e r a composición en la que su autor manifiesta esta fobia con la pasión moralizadora propia de un padre del y e r m o . Y así exhorta a los poetas cortesanos a cantar un Madrid que para él son las tristes sábanas de calcinada arena donde la hispana corte su pedestal asienta; cantad al mar bullente que surcan en calesa tras chulos argonautas impúdicas sirenas; cantad al hambre, al frío. al lujo, a la opulencia, al vicio y a la intriga... al crup y a las viruelas En fin, desde sus primeros escritos en prosa y en verso muestra Pereda una extraordinaria capacidad para la parodia y la sátira, grandes dotes para observar la realidad y una finura especial para apreciar detalles y aspectos del mundo circundante que los demás no ven. Su capacidad mimética le permite reproducir (inventar, diríamos mejor) con una ironía no exenta de malicia, el modo de expresarse y los diálogos de las gentes de pueblo. Como escribí al principio de este trabajo, no pienso que Pereda tuviese pretensiones de poeta, q u i e n ejerció por unos años el o f i c i o para entretener a sus amigos y a sus lectores en aquellos tiempos felices en los que los versos entretenían. Sin embargo, habrá que hacer una excepción: a mi juicio, El trovador, Los pastorcillos, La primaveray El jándalo destacan entre todas las demás por su calidad, por su valor costumbrista y por su impacto satírico. Según la cronología de la obra perediana estas cuatro poesías junto con La cruz de Pámanes y El concejo de mi lugar, am bas en prosa, son los primeros escritos de Pereda con tema campestre e intención satírica. Esta visión suya de los aldeanos, con las variantes que señalé más arriba, continuará a lo largo de su carrera literaria pues, a pesar de su idealización de la aldea después de la Gloriosa, esta visión satírica seguirá viva en obras tan tardías como Agosto o Un tipo más. Convendría señalartambién, por lo temprano de su aparición, el amor por la patria chica y el enconado desdén por Madrid y los madrileños. El polemista no teme usar la pluma en defensa de sus ideas y el satírico hace blanco del ridículo al vejete indiano que compra a una jovencita o al pretencioso jándalo que abandonó la tierra de sus mayores. The Ohio State University NOTAS 1. «La obra literaria de Pereda» en José María de Cossío: Estudios sobre escritores montañeses, Santander, Institución Cultural de Cantabria, 1973, III, p. 151. 2. José Manuel González Herrén hizo un primer estudio de esta poesía en «Rosalía y Pereda, costumbristas: El cadiceño y El jándalo» en Actas do Congreso Internacional de Estudios sobre Rosalía de Castro e o seu tempo, Universidade de Santiago de Compostela, 1986, pp. 435-447. 3. Cossío, cap. cit., Ill, 1973, p. 160. 4. Sobre este tema, cf. mi artículo: «Suum cuique: La experiencia aldeana y el bucolismo dieciochesco» en Actas del Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Barcelona (Agosto 1992), II, pp. 1177-1183. 5. Recherches sur le thème paysan dans la comédie au temps de Lope de Vega, Bordeaux, Institut d'études ibériques et ibero-américaines de l'Université de Bordeaux, 1965. 91 6. Soneto XU en Obras completas, Madrid, Aguilar, 19676, (atribuido a Góngora), p. 541. 7. A Don Luis de Narváez, BAE, 6, pp. 42-43. 8. «Descripción poética del viaje que hizo a la Montaña el Excmo. Sr. Dn. Fernando de Cagigal, Marqués de Casa-Cagigal y Teniente Coronel de los Rs. Ejércitos, siendo subalterno en el lugar de Hoz de Añero en la provincia de Trasmiera a 4 de noviembre de 1775». Ms. autógrafo. Biblioteca Menéndez Pelayo, Santander. 9. Antonio Muñoz: Morir viviendo en la aldea y vivir muriendo en la Corte, Madrid, en la Imprenta de González, 1790. 10. Cf. «Capítulo V. El Costumbrismo», passim, en mi estudio Las ideas literarias en España entre 1840 y 1850, Berkeley & Los Angeles, California U.P., 1971, pp. 130-150. A nivel regional, señalaría «Delicias del campo» firmado por «Requiem» (La Abeja Montañesa, 1 de mayo de 1868, p. 3), sin duda un seguidor de Pereda. Es un romance en el que además de los tópicos acostumbrados aparecen otros favoritos de aquél, como el de la suciedad de las mozas, las marrullerías de los aldeanos, la valla de piedras que se cae sola y el uso de términos propios de la Montaña. 11. A principios de 1886 (15-1-1886) escribía Menéndez Pelayo a Pereda: «He visto en una librería la nueva edición de las Escenas montañesas. Aplaudo el que usted haya eliminado La primera declaración, pero no Los pastorcillos, que tienen su gracia y mérito como parodia realista. Yo no me acostumbro a verlos desaparecer del tomo». Pereda respondió a Menéndez Pelayo (25-1-86) explicándole así la omisión: «Supongo que Marañón te habrá entregado el 5to. de las mías [Las «Escenas»]. Por pensar lo mismo que tú vacilé mucho antes de eliminar Los pastorcillos, pero, en fin, me venció la repugnancia de cierta grosería que he notado siempre en el realismo de aquel cuadro». (Cf. «La obra literaria de Pereda», en Cossío, cap. cit., p. 160). 12. La buena-ventura, Ángel Saavedra, duque de Rivas: Romances históricos. Edición de Salvador García Castañeda, Madrid, Cátedra, 1987, p. 227. 13. La muerte de un caballero, Rivas, op. cit., p. 250. 14. Ricardo Gullón: Vida de Pereda, Madrid, Editora Nacional, 1944, p. 32. CRONOLOGÍA 1858 1. Pido ¡apalabrapara un asunto que interesa. [En colaboración con Antonio L. Bustamante]. Descripción del «tío Cayetano»: «Ya mi cale multiforme, / y mis clásicas chancletas, / y mi pantalón raído / y mi levosa mugrienta...» [TC1, 1, año 1, 5 de diciembre de 1858]. 2. Las dulzuras de Himeneo o Escarmentaren la ajena [«Plan que tiene Cayetano...»] [TC1,1, año 1, 5 de diciembre de 1858]. 3. Anuncio. Mitad del género humano... ITC1, 2, 12 de diciembre de 1858]. 4. Cuadros del país. Eltrovador (Escena sentimental) [«Ya del rubicundo Febo...»]. Entre la primera versión de El Tío Cayetano (1858) y las ediciones de 1864, 1877 y las Obras Completas hay numerosísimas variantes [TC1, 3, 19 de diciembre de 1858]. 1859 5. Apólogo [«Estaba Juan un día...»] es fábula pero no política [TC1, 5, 2 de enero de 1859], 6. Cuadros del país. Los pastorcillos [«Panza arriba está Bartolo...»] [TC1, 6, 9 de enero de 1859]. 7. Cuadros del país. El jándalo [«Después que lanza el invierno...»] («Por lo no firmado, Félix Santa María») [TC7, 6 de febrero de 1859]. 8. La primavera. A ciertos antiguos camaradas de Cayetano [«Deja, Fabio, esa lira...»] ITC1, 13, 27 de febrero de 1859]. 9. La vocación í «A Teresa amonestaba...»] [AM, 15 de septiembre de 1859]. 10. Romance de pura sangre [«Diz que dicen, oh lectores,...] [AM, 29 de septiembre de 1859]. 1860 11. Sensiblería [«Por qué, lirio de los campos...»] [AM, 22 de diciembre de 1860]. 12. Epigrama [«Uno que jugaba al monte...»] [AM, 22 de diciembre de 1860]. 13. Charada [«Altivo el genio del siglo...»] [AM, 22 de diciembre de 1860]. 1861 14. Un ente [«Tengo, lector, un vecino...»] [AM, 26 de enero de 1861]. 15. A paseo [«Niñas, las de quince abriles...»] [AM, 16 de marzo de 1861]. 16. Himno cantado por las niñas de la Casa de Caridad de Santander a SS. MM. y AA. [«Dad al aire los ecos de júbilo...»] [Hoja suelta, s.f., Julio 1861? Firma autógrafa de Pereda] (ViVi, 283-284). 92 17. A S.A.R. el Principe de Asturias [«Bello, inocente niño;...»] [Hoja suelta. 24 de julio de 1861] (ViVI, 285-289). Reproducido en AM, 25 de julio de 1861. 18. A los toros, a los toros! [«El tiempo está inmejorable,...»] [AM, 29 de agosto 1861]. 19. Fábula.La Abeja de marras, después del consabido Congreso de animales [«Cuenta no se qué libro...»] («La Abeja de la fábula») [AM, 31 de octubre de 1861]. 1862 20. Idilio [«Por llegar de los amores,...»] [«P»., AM, 19 de febrero de 1862. Varios IV]. 1863 21. Fábula [«Oye Juan una riña por si acaso...»] («J.P.», Almanaque Ilustrado de La Abeja Montañesa, 1863) (ViVI, 358). 22. Por si parece («Yo me casaría, lector...») AM, 13 de abril de 1863 (Vill, 244-245). 1865 23. Gacetilla. La Gandolfo [«Lola, tu gracia española...»] {AM, 1865) (Vill, 25). 24. Gacetilla. Viva la gracia! («Niñas, a vosotras solas...») {AM, 1865) (Vill, 29-30). 25. Gacetilla. Canastos!! («Oh sencillos gorriones...») {AM, 1865) (Vill, 35-36). 26. Gacetilla. Cuándo se da el baile? («Nadie se lamente...») {AM, 1865) (Vill, 37-40). 27. Gacetilla. Buen fin de año («Ya pasó la noche buena...») {AM, 1865) (Vill, 51). 28. Gacetilla. Medio caso («Teresa, que fugitiva...») {AM, 1865) (Vill, 52-53). 1866 29. Gacetilla. Ole con ole («Me asombras bailando, Juana...») {AM, 1866) (Vill, 69-70). 30. Gacetilla. Teatro. Al beneficio de la primera bailarina («Juana, de muy buena gana...») {AM, 1866) (Vill, 79-80). 31. Gacetilla. A los marinos del Pacifico («Gloria a los bravos que en lejana tierra...») {AM, 1866) (Vill, 85-86). 1867 32. Cantares [«Soñando paso las noches...»] [AM, 23 de mayo de 1867] (VilV, 591). 33. Por la misma tasación [«Por la misma tasación...»] [De el pleito de las cajetillas sostenido en la tertulia de La Casuca, 1867] (ViVI, 434). 1868 34. Fray Salustio el gordinflón... Villi, 45]. [«Fray Salustio el gordinflón...»] [«Espíritu de la prensa», TC2, 2, 15 de noviembre de 1868, 35. Fabulilla casera [«La sabia Naturaleza...»] [TC2, 2, 15 de noviembre de 1868]. 36. Romance morisco [«A dónde va el caballero...»] [TC2, 4, 29 noviembre de 1868], 37. Pesadilla [«Pasan nuevos días...»] [TC2, 6 de diciembre de 1868] (Villi, 133-135). 1869 38. Menudencias. Ya pasado lo de Málaga... [TC2, 11, 17 de enero de 1869]. Sin fecha 39. Fisonomía del Carnaval («Oyes la música...») (AM) (Vill, 368-376). Tanto esta poesía como la siguiente, titulada Charadíta, están sin fechar por Vial. Pereda colaboró en La Abeja Montañesa entre principios de 1858 y principios de 1968, tanto por su estilo como por el espíritu que la anima. Fisonomía del Carnaval, podría situarse fácilmente en cualquiera de estos años. 40. Charadíta («A todas las almas candidas...») {AM, 28 de marzo ?) (Vill, 376-381). 93 EL DON JUAN TENORIO DE ZORRILLA: UNA CARTA, UNA APUESTA Y DOS SALVACIONES Carlos Se alza el telón. Don Juan está escribiendo -¿quién no lo recuerda?- una carta a Inés, la cual ella leerá bastante más tarde en su celda, en presencia de Brígida. La trayectoria de esta carta y los problemas que suscita han sido bien expuestos y sutilmente analizados por Gustavo Pérez Firmat. Mas, para observar lo incongruente de la misiva donjuanesca, debemos referimos a una escena anterior a la de la lectura hecha por Inés. En la hostería del Laurel se dan cita don Juan y don Luis. Ventilan una apuesta efectuada hace un año sobre quién de los dos, en el plazo antedicho, seduciría más mujeres y mataría más rivales amorosos. Don Juan, como es sabido, gana. Excede a don Luis tanto en mujeres seducidas como en muertos. Aquí surge otra cuestión. Nadie, sorprendentemente, entre los que rodean a los dos donjuanes, disputa la veracidad de sus listas. Don Juan (o su autor) parece que tuvieran en cuenta esta posible objeción, y así el protagonista señala que posee testigos: Si lo dudáis, apuntados los testigos ahí están, que si fueren preguntados os lo testificarán, (vv. 657-660). Pero es ingenuo pretender -y aceptar- esto. ¿Testigos de todas las seducciones y muertes? Y, aun si los hubiera, ¿estarían dispuestos a testificar? Y, caso de hacerlo, ¿cómo asegurarse de que sus testimonios no eran falsos o que no eran falsos los mismos testigos? Realmente don Juan carece de pruebas. En un interesante artículo, Luis Fernández Cifuentes afirma, no obstante, que el lenguaje de don Juan es veraz cuando está dirigido a hombres, en vez de a mujeres. Se basa Cifuentes (p. 91) en las palabras de Catalinón sobre su amo en El burlador de Tirso: «Como no le entreguéis v o s / moza o cosa que lo valga,/bien podéis fiaros del». Escribe el mencionado crítico: durante el Acto I Don Juan mantiene una rigurosa distancia entre sus interlocutores masculinos, a los que presenta un texto dominado por los números y reconocido como «verdad», y sus interlocutores femeninos a los que dirige palabras engañosas pero eficaces (p. 91). Féal Distinción, pues, por un lado, entre los oyentes masculinos y femeninos, y, por otro, entre las palabras engañosas y los números exactos, a los que aquéllas se s u b o r d i n a n : «El n ú m e r o , en c a m b i o [frente a las palabras], es u n í v o c o , transparente» (p. 81). La distinción de sexo se desvanece, sin embargo, si notamos que, en el discurso de don Juan, andan por medio las mujeres, aunque no f o r m e n parte de su público. Alardear de seductor es, tanto como el acto mismo de seducir, un aspecto esencial del c o m p o r t a m i e n t o donjuanesco. El actor (fingidor), frente a su público de hombres en la hostería, sucede inevitablemente al burladordeféminas"'. No tiene máscréditoque el que sus oyentes quieran darle. Y, por supuesto, sus n ú m e r o s no son r e s u l t a d o de n i n g u n a operación matemática sino tan equívocos como sus mismas palabras, palabras ellos también. Si en la hostería del Laurel nadie cuestiona la exposición de don Juan, es porque éste deriva prestigio de las aventuras de otros don Juanes anteriores a él en el mundo literario. O sea, antes de surgir el héroe de Zorrilla, la figura de don Juan constituye ya un mito y estamos preparados, sin necesidad de pruebas, para ver en el nuevo don Juan una representación de ese mito. Por eso don Juan vence a don Luis: en la lucha entre ambos donjuanes, el llamado don Juan posee inicialmente una gran superioridad sobre el no llamado así. Se comprende ahora que el motivo de la lista no aparezca aún en El burlador de Tirso, pues el mito allí no está constituido al principio de la obra sino que se forma en el curso de la misma. Una vez f o r m a d o , s i e m p r e habrá h o m b r e s dispuestos complacidamente a abrazarlo (y, al tratarse de un mito, las pruebas -claro está- son innecesarias) (2) . Pero de la lista de don Juan falta, según don Luis, una n o v i c i a . A q u í ya s u r g e n las contradicciones de que hablábamos al comienzo de este artículo. En la escena inicial, como vimos, don Juan está escribiendo una carta a Inés, una novicia, con intención de seducirla. No podría entonces prever lo que más tarde ocurrirá en la hostería. Reina, por tanto, una gran confusión temporal y lógica. Pérez Firmat la expone con suma precisión: 94 The letter is both part of the background of the wager and a consequence of it; it is both an antecedent effect and an after-cause: the cause of its own cause, the effect of a cause that it itself created o l (p. 7). Volveremos pronto a la carta. Ahora me interesa comentar otra escena previa a la de la lectura por Inés. Se trata de la escena IX (Parte primera, acto II), donde asistimos al encuentro entre don Juan y Brígida. La tercera informa a su valedor: En fin, mis dulces palabras al posarse en sus oídos, sus deseos mal dormidos arrastraron de sí en pos; y allá dentro de su pecho han inflamado una llama de fuerza tal, que ya os ama y no piensa más que en vos. (vv. 1298-1305). La respuesta de don Juan es, a todas luces, sorprendente: Tan incentiva pintura los sentidos me enajena, y el alma ardiente me llena de su insensata pasión. Empezó por una apuesta, siguió por un devaneo, engendró luego un deseo, y hoy me quema el corazón, (vv. 1306-1313). En cuanto las palabras de Brígida a Inés coinciden en esencia con las de la carta de don Juan y con las luego pronunciadas por él en la escena del sofá, Fernández Cifuentes supone que don Juan se transforma al oír su propio discurso en labios de otro: «Don Juan escucha sus propias palabras y, sin reconocerlas, se deja transformar por su poder» (p. 85). Más exactamente, pienso, el enamoramiento de don Juan corresponde al sentido por Inés, de que Brígida le habla. Y esa extrema reacción de Inés obedece en primer lugar a una situación lamentable, confinada en la cárcel de un convento, desde su niñez, por designio paterno. El seductor y Brígida saben aprovechar esa situación. Pocas palabras, y bien simples, hacen falta para despertar los «deseos mal dormidos» de la novicia. No es seguro que Brígida haya leído la carta de don Juan a doña Inés. Ni lo necesita para nada, convertida en consumada celestina. El «poder» no reside tanto en las palabras (tan mostrencas que don Juan ni las reconoce como suyas propias) cuanto en la fuerza del deseo, que por más que lo acallen acaba encontrando indefectiblemente su objeto. Por eso, las palabras de don Juan no valen nada frente a Ana, a quien él debe conquistar utilizando otras tretas, como sobornar a la criada a fin de entrar clandestinamente en casa ajena y eliminar, haciéndolo prender, a don Luis, el prometido de Ana. Notemos, además, que a todo el discurso del seductor ha precedido la visión fugaz de éste por Inés, y en la mera visión de un ser supuestamente enamorado se enraiza el amor de ella (se alimenta ya el deseo): No sé: desde que le vi, Brígida mía, y su nombre me dijiste, tengo a ese hombre siempre delante de mí. (vv. 1616-1619). Sólo el nombre de don Juan (con su referencia inescapable al amor), junto a la presencia (sin palabras) del h o m b r e , bastan para causar la rendición de Inés ,4). . Lo portentoso es que don Juan sucumba asimismo tan fácilmente a ese amor. Comprensiblemente, Brígida se asombra: Os estoy oyendo, y me hacéis perder el tino: yo os creía un libertino sin alma y sin corazón, (vv. 1322-1325). Don Juan la tranquiliza: ¿Eso extrañas? ¿No está claro que en un objeto tan noble hay que interesarse doble que en otros? (vv. 1326-1329). Curiosas palabras: «interesarse doble» significa coloquialmente interesarse mucho, el doble de lo normal. Pero tal interés duplicado no supone ni mucho menos que don Juan, para lograr a Inés, deje de ser quien es, un burlador, y se enamore verdaderamente de ella. Esto último no es «interesarse doble» sino hacerlo de un modo muy distinto. La reacción inicial de Brígida está, pues, justificada y, en cambio, sorprende que las palabras de don Juan la convenzan ahora hasta el punto de decirle a él: «Tenéis razón» (v. 1329). Parece que Brígida, que un instante ve a don Juan, al libertino, como a un ser dotado de «alma» y «corazón», desecha ahora esa imagen. Don Juan, en el fondo, sigue siendo quien es para ella (un actor lleno de recursos), y el diálogo posterior abandona ya, en efecto, la nota apasionada, para referirse a los trucos donjuanescos de siempre. Don Juan, por tanto, se mueve en una zona imprecisa, entre el donjuanismo y el enamoramiento veraz. Difícilmente saldrá -si sale- de esa zona. Abordemos, en fin, la escena III (Primera parte, acto III), donde, alentada por Brígida, Inés lee la carta que le escribió don J u a n . La carta se desprende de un horario u orario, un libro de rezos, supuesto regalo del seductor: INÉS. BRÍGIDA. INÉS. BRÍGIDA. Mas, ¿qué cayó? Un papelito. ¡Una carta! Claro está; en esa carta os vendrá ofreciendo el regalito. (vv. 1588-1591). Si, como decía Antonio Machado, «A las palabras de amor / les sienta bien su poquito / de exageración» (Nuevas canciones, p. 285), añadiríamos aquí que no les sienta mal tampoco un poquito de regalito. Volviendo, pues, a un punto anterior: las palabras no lo pueden todo. Andan también por medio las tretas (sólo con ayuda de Brígida podrá don Juan entrar en el convento) y el 95 poderoso caballero don dinero: «Y si acierto / a robar tan gran tesoro, / te he de hacer pesar en oro.» (vv. 1342-1344), le promete don Juan a la celestina. Tras cuantiosas resistencias, se atreve al fin Inés a iniciar la lectura de la carta: «"Doña Inés del alma mía." / ¡Virgen Santa, qué principio!» (vv. 1644-1645). Brígida sale al paso: «Vendrá en verso, y será un ripio / que traerá la poesía.» (vv. 1646-1647). Sentimos extrañeza de nuevo. Brígida intenta quitar importancia al comienzo de la carta, cuyo apasionamiento atribuye a un ripio, una rima forzada. O sea, si don Juan se expresa así, lo hace de modo mecánico; no profundo, sincero. Claro está, Brígida teme que Inés, perturbada por el intenso tono amoroso, no siga la lectura de la carta. Pero ¿qué es peor, el tono apasionado, sincero, o el j u g u e t ó n , ripioso, donjuanesco? Tal vez sin quererlo, Brígida apunta a la verdad. El amor de don Juan por Inés, según se expone en esta carta, es una burla, un ejercicio estilístico, que no compromete los sentimientos profundos de su autor. Este se revela -o la celestina lo revela, lo mismo que hizo en un diálogo anterior: «La hablé [a Inés] del amor, del mundo,/de la corte y los placeres, / de cuánto con las mujeres / erais pródigo y galán.» (vv. 1286-1289)- como lo que es, un don Juan. Ε Inés no por ello se echa atrás. Continúa leyendo. La carta se refiere a c i r c u n s t a n c i a s desconocidas por don Juan en el momento de escribirla, como la oposición de don Gonzalo (el padre de Inés) y don Diego (el padre de don Juan) a la boda entre sus hijos, la cual, por otra parte, los dos padres habían concertado. Entre el momento en que la carta se escribe y aquel en que se lee transcurre un largo tiempo y, milagrosamente, se registran en el escrito de don Juan sucesos ocurridos durante ese período. Además, entre redacción y lectura de la carta se transforman (o han empezado a transformarse) los sentimientos de don Juan hacia Inés. Y, en este sentido, tampoco coinciden la carta escrita y la leída. Al cambiar la intención de don Juan, se altera igualmente la de las palabras de la epístola, la cual significa una cosa cuando don Juan la escribe y otra muy distinta cuando Inés la lee y se la cree. Se anuncia aquí «la hora del lector». El lector (Inés) dota a la carta de un sentido que no tiene originalmente e impone ese sentido al propio autor de la misiva. A la hora del lector corresponde, como hoy sabemos, la muerte del autor. La muerte, en este caso, de don Juan en cuanto tal. Pero hay lectores recalcitrantes -como don Gonzalo-, que se obstinan en practicar una crítica intencionalista. Y ante ellos don Juan está perdido. Don Gonzalo sabe las intenciones de don Juan, depositadas en esa carta descubierta luego por él y a la que califica de «veneno» (v. 2456). Escribe Pérez Firmat: the fate of the letter is that of any text: as it becomes detached from its author, and passes from interpreter to interpreter, it begins to accrue meanings that the author did not necessarily intend. The letter means different things to the different characters who have occasion to reflect upon it Ml. El comentario es ingenioso, mas encierra algunas dificultades. Si la carta, como un texto literario, suscita diversas interpretaciones, ello no ocurre porque resulte desvinculada de su autor (detached from its author). Todo lo contrario: la carta se i n t e r p r e t a de m o d o s d i s t i n t o s p o r q u e sus intérpretes la vinculan fuertemente a su autor y es éste, la imagen de éste, más que la carta misma quien suscita diversos comentarios. De hecho -y Cifuentes (p. 88) recalca este punto- don Gonzalo ni llega a leer la carta; le bastan el principio y la firma: « "Doña Inés del alma mía..." / Y la firma de don Juan.» (vv. 1896-1897). La firma, la autoría de la carta, invalida su comienzo y, por supuesto, todo lo que sigue. A don Juan, orientado carnalmente, el alma le importa un bledo. Inés, en cambio, conecta la carta con la imagen de un hombre amado, un presunto liberador. En cierto modo, aunque lea la carta enteramente, a ella también le bastaba con el principio y la firma. El nombre, la imagen de don Juan, se interpone siempre entre Inés y el texto (como se interpone entre ella y cuanto ve). Las diversas, opuestas, lecturas de la carta no tienen, por tanto, que ver con su «indeterminacy of meaning» (Pérez Firmat, p. 4) o con «la polisemia de sus signos» (Fernández Cifuentes, p. 88). Tienen sí que ver, en cambio, con los afectos contrarios (amor u odio) que don Juan provoca en los receptores de su texto -Inés y don Gonzalo- y al margen del mismo. Se dirá que la idea negativa de don Juan, para el Comendador, se apoya en las palabras de aquél, que tuvo la ocasión de oír en la escena de la hostería. Cierto, pero esas palabras -aun si las juzgásemos exageradas- no establecen 96 ninguna contradicción profunda entre los dichos y los hechos. No hay allí doblez; sólo jactancia. La lectura de la carta (o de su comienzo y su firma) por el Comendador es correcta. En el contexto en que el escrito se sitúa, y que don Gonzalo conoce, comienzo y firma constituyen una contradictio in terminis. La posible lectura errónea o misreading, término empleado por Cifuentes (pp. 87-88), no se aplica a la carta, en el caso de don Gonzalo, sino a su autor o, mejor aún, al presente de ese autor, quien no es ya (tal vez) el que fue. Contrariamente, Inés hace un misreading de la carta, al no advertir lo que ésta tiene de engaño en la intención de quien la escribió (del sujet de l'énontiation, diríamos). En principio, Inés está destinada a ser una mujer más en la lista de don Juan. Ante la reacción extrema de ella, leyendo la carta, dice la celestina para sus adentros: «(Ya tragó todo el anzuelo)» (v. 1710). Pero, frente a su padre y a Brígida, Inés hace quizás una lectura correcta de don Juan, cuya conversión (de hecho, falta de doblez para ella) da por válida. Nadie, pues, lee la carta como debe leerse un texto literario. Ya que, tratándose de obras de ficción, el recurso al autor y a sus intenciones no aclara nada decisivo. No contribuye, esto es, a desalojar la polisemia o ambigüedad consustanciales del texto. La famosa escena del sofá (Primera parte, acto IV, esc. Ill) plantea similares problemas a los suscitados por la carta. Con una diferencia i m p o r t a n t e : ahora el seductor de oficio y el enamorado de verdad coinciden en el tiempo; no corresponden ya, como en el caso de la carta, a dos momentos distanciados entre sí (el de la escritura y el de la lectura). Don Juan, de este modo, accedería al ser que de él ha hecho la lectura benévola de Inés. Ratifica con su discurso esa lectura original. Lo malo, sin embargo, es que no halla palabras apropiadas para comunicar su hondo afecto. Sus sentimientos han cambiado (supuestamente); sus palabras, en cambio, son las mismas de siempre. Cifuentes lo expone muy bien: «a falta de palabras que lo representen, Don Juan no puede dejar enteramente de serlo» (p. 92). De ahí que persista la dualidad: Don Juan-Satán y enamorado de verdad. O, si se prefiere, enamorado que se expresa donjuanescamente, satánicamente. ¿Es posible tal cosa? Advirtamos que Inés, la lectora ideal de don Juan, aunque enamorada, no es capaz de cerrar los ojos a ese satanismo: ¡Ahí Me habéis dado a beber un filtro infernal sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer, (vv. 2232-2235). Extrañamente, su lenguaje coincide con el del C o m e n d a d o r al encararse con don J u a n , mostrándole el pliego dirigido a Inés: ¡Ir a sorprender, ¡infame!, la candida sencillez de quien no pudo el veneno de esas letras precaver! (vv. 2454-2457). Pero quizás Inés ha evolucionado también. Si, en su candida sencillez, no pudo precaver el «veneno» de la carta, ahora intuye, en cambio, en el lenguaje donjuanesco, la presencia de un «filtro infernal». Mas ¿qué importa? Venenoso, como la serpiente, o infernal, ella lo ama. Lo ama diga lo que diga. No hay que minimizar, en este punto, la prestancia física de quien habla. En cualquier representación de la obra, es esencial que a don Juan lo encarne un joven apuesto. El seductor intenta tranquilizar a su amada: No es, doña Inés, Satanás quien pone este amor en mí; es Dios, que quiere por ti ganarme para Él quizás, (vv. 2264-2267). Don Juan se aparta ahora no sólo de su d o n j u a n i s m o sino i g u a l m e n t e de una vasta tradición amorosa, dentro de la cual el ser amado sustituye a la divinidad. Don Juan no comete semejante herejía; adjudica a la amada un papel meramente instrumental, el de conducirlo hacia Dios l5) . Diríamos que, en este estadio de su carrera enloquecida, lo que importa a don Juan, más que su mismo amor, es el negocio de su salvación. Como si el precedente tirsiano de la condena de don Juan lo afectara de raíz. El don Juan de Zorrilla, o, mejor aún, don Juan y Zorrilla al unísono, inseparables uno de otro, se esforzarán a partir de aquí en subvertir el final ominoso del drama setecentista. Sólo la idea de la salvación (y de la consiguiente novedad artística en la tradición literaria) permite entender que a don Juan lo conmocione hasta tal grado el amor de Inés. Pero oigamos el resto de la perorata del arrepentido y confuso seductor: No, el amor que hoy se atesora en mi corazón mortal, no es un amor terrenal como el que sentí hasta ahora; no es esa chispa fugaz que cualquier ráfaga apaga; es incendio que se traga cuanto ve, inmenso, voraz, (vv. 2268-2275). Lo terreno («amor terrenal») se contrapone a lo celestial o divino. Inés sería la mujer capaz de transformar a don Juan espiritualmente. Pero, por otro lado, don Juan considera todo amor anterior al de Inés como «chispa fugaz». Su amor por la novicia es, en cambio, «incendio que se traga / cuanto ve, inmenso, voraz». O sea, visto así, se trata de un amor sumamente apasionado y, como tal, de naturaleza destructora. No se entiende muy bien, entonces, la frase siguiente: «Desecha, pues, tu inquietud, / bellísima doña Inés» (vv. 2276-2277). Lo que dice don Juan es bastante inquietante. Un amor de tal tipo no retrocedería ante ningún obstáculo. Inés podría tranquilizarse pensando que don Juan la ama de verdad, pero debería inquietarse porque don Juan, si hace falta, para lograr su deseo incurrirá en las posturas más extremas. Inés, actualmente, no ignora ya la oposición de su padre a don Juan. 97 Don Gonzalo, en efecto, es nombrado en las siguientes palabras de don Juan, aparentemente sumisas: «Sí, iré mi orgullo a postrar/ante el buen Comendador» (vv. 2280-2281); pero lo que viene i n m e d i a t a m e n t e después insiste en la nota apasionada : «y o habrá de darme tu amor, / o me tendrá que matar.» (vv. 2282-2283). El desarrollo posterior del drama muestra lo que, sin duda, anda por la cabeza de don Juan en este momento, mas él no se atreve a decir: «y o habrá de darme tu amor, / o lo tendré que matar». Repetimos, el precedente tirsiano (muerte de la figura paterna) está inscrito, como un oráculo, en el destino del protagonista (nuevo Edipo o Segismundo). Y don Juan parece s a b e r l o ; de ahí la reacción c o m p e n s a t o r i a de su v i o l e n c i a : ese tender desesperadamente hacia Inés, posible salvadora, junto a la voluntad de dar su vida a cambio de la de su rival. La confrontación entre los dos hombres se produce muy poco después. Don Juan se defiende ante don Gonzalo: Wo amé la hermosura en ella, ni sus gracias adoré; lo que adoro es la virtud, don Gonzalo, en doña Inés. (vv. 2500-2503). Palabras que se prestan a duda. En la reciente escena del sofá, don Juan se d i r i g e a Inés llamándola «bellísima» (v. 2277). Es cierto que le atrae la «virtud» de ella, que entiende necesaria para salvarse, pero no creemos que le atrajera sin el sustento de la belleza <6). Si no hipócritas, sus palabras no parecen, pues, del todo sinceras. Don Juan sabe a quién se dirige y sabe el lenguaje que debe emplear; aquí está tratando de captar la benevolencia paterna. El parlamento defensivo de don Juan, ante el Comendador, c u l m i n a en su promesa de matrimonio (uno de los recursos favoritos, dirigido a la mujer, de! burladortirsiano). La promesa actual debe, pues, contemplarse a la luz de tantas promesas rotas. El pasado de don Juan, que el Comendador conoce, incapacita a aquél como emisario válido de promesas, y la situación específica en que esta última se formula no puede ser más desastrosa. Don Juan acaba de raptar a Inés y el Comendador ha descubierto, en la celda vacía de ella, la carta amorosa de don Juan. Lógicamente, pues, la promesa de don Juan resulta un fracaso: un misfire, en terminología de J.L. Austin (p. 16). Y no porque sea necesariamente falsa sino por cuanto constituye un paso en falso l7) . Exclama don Gonzalo: V me avergüenzo de mirarte así a mis pies, lo que apostabas por fuerza suplicando por merced, (vv. 2538-2541). Don Juan responde: «Todo así se satisface, / don Gonzalo, de una vez.» (vv. 2542-2543). Es decir, alcanzando el matrimonio por el que ahora suplica, don J u a n satisfaría t a m b i é n su apuesta. La c o n d u c t a donjuanesca s i g u e , por t a n t o , informando la del hombre dispuesto a casarse: no se establece una divisoria tajante entre las dos. Las palabras actuales de don Juan introducen de nuevo el elemento de burla y desacato, presente en la escena de la hostería. Don Juan ha encarnado tan bien su papel que no le es fácil, aun si lo quiere, desprenderse del mismo. La negativa del Comendador ocasiona la siguiente réplica del héroe: Míralo bien, don Gonzalo; que vas a hacerme perder con ella [Inés] hasta la esperanza de mi salvación tal vez. (vv. 2550-2553). A lo que don Gonzalo contesta: «¿Y qué tengo yo, don Juan, / con tu salvación que ver?» (vv. 25542555). A diferencia de don Juan, el Comendador ignoraría su vasta ascendencia literaria y el papel que juega en la condena de don Juan, como enviado del más allá. Tenorio, en cambio, sabe lo importante de congraciarse con esta implacable figura paterna. Por eso, le asusta la pérdida de Inés, ya que la vincula a la del favor paternal (y, en última i n s t a n c i a , c e l e s t i a l ) . De n u e v o , el a m o r se s u b o r d i n a al negocio i m p o r t a n t í s i m o de la salvación eterna. Pero, de momento, la fortuna se vuelca contra el héroe, quien no puede evitar -dando muerte al Comendador- aquel destino aciago de sus predecesores. Y también el autor pierde esta jugada, al condenarse a repetir (de momento también) modelos literarios pasados(8>. La muerte violenta del Comendador precipita a don Juan a su tipo de vida habitual, ya que ha sido frustrada la posibilidad de redimirse. La mítica estructura a la que está sujeto determina el curso de la acción. En el cementerio de Sevilla, adonde sus pasos lo conducen, da con la estatua funeraria de don Gonzalo: cuanto sigue lo sabe de antemano cualquier conocedor del mito. El autor, por ello, ha de ingeniárselas para, al tiempo que recorre (como su criatura) un camino trazado, desviarse (esto es, desviar a don Juan) del mismo <91 . Depara entonces a su héroe un nuevo encuentro con Inés, muerta asimismo y convertida -como su padre don Gonzalo- en estatua sepulcral. La p r o x i m i d a d de la m u e r t e i n e v i t a b l e , precedida (otro paso canónico) de la visión por don Juan de su p r o p i o e n t i e r r o , hace brotar su confesión de culpas: Yo a las cabanas bajé y a los palacios subí, y los claustros escalé; y pues tal mi vida fue, no, no hay perdón para mí. (vv. 3733-3737). Lo notable de estas palabras es que, salvo el final con su nota de desesperación (y una menor inflación del yo), repiten otras que don Juan pronuncia, mucho antes, en la escena de la hostería: Yo a las cabanas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé, y en todas partes dejé memoria amarga de mí. (vv. 506-510). 98 El verso sorprendente es el que se refiere a los claustros escalados por don Juan: se justifica la segunda vez, tras el intento de seducción de Inés, pero ¿cómo justificarlo en el enfrentamiento de don Juan con don Luis? ¿No es precisamente la novicia, situada en el claustro, la que faltaba en la lista de don Juan? De nuevo tenemos que las palabras de éste presentan como ocurridos en el pasado hechos que todavía aparentemente no se produjeron. O sea, don Juan aquí también se anticipa a los hechos, anulando las diferencias entre pasado, presente y futuro. La alusión al Carnaval, el «tiempo loco» de que habla Pérez Firmat, no explica todos estos casos. Más bien diríamos que el don Juan de Zorrilla asume como propias las aventuras de otros don Juanes. Es, repito, inseparable de la tradición o mito que ahora encarna en él. Así las «cabanas» y los «palacios» -el doble ambiente, plebeyo y refinado- lo asimilan al primer don Juan, quien seduce por igual a la pescadora Tisbea en su cabana tarraconense y a la duquesa Isabela en palacio. En este sentido, don Juan se revela como un conocedor de la literatura previa. Ahora se añaden los «claustros», que no figuran en los textos más antiguos, pero que el autor romántico, en su sed espacial y su exaltación de la pureza femenina, incorpora a la lista: lista de lugares, de escenarios, que discurre pareja a la de las mujeres seducidas. Pero este don Juan de Zorrilla es un fruto tardío del romanticismo y no es él, por tanto, el primero en incluir los claustros en su campo de acción. Todo, cabanas, palacios, claustros, le ha sido ya dado hecho (10) . Sólo puede repetir las acciones de otros don Juanes; incluso su misma conversión es r e p e t i c i ó n , aunque sin duda posea rasgos originales (11) . Por eso la secuencia temporal o lógica no le afecta, porque no se trata de un individuo cualquiera. Lo rige una fatalidad -la fatalidad donjuanesca- que inevitablemente pondrá en su c a m i n o m u j e r e s h u m i l d e s , mujeres nobles, novicias y oposiciones paternales, muertes y visitas de ultratumba. Lo destacable es que se expresa, oralmente o por escrito, con conciencia de lo que le espera: su futuro es su pasado (el pasado escrito por o t r o s don J u a n e s ) . Así e n t e n d i d o , el protagonista resulta un doble del autor, que es quien de veras conoce lo que va a ocurrir. Apropiadamente don Juan aparece primero en figura de escritor, redactando una carta, resumen o anticipo del drama <12). La carta, entonces, no es efecto de ninguna causa posterior (la producida en la escena de la hostería) sino que es causada por anteriores textos literarios. En ella se inscribe un pasado que, al actuar como un destino inevitable, resulta también en gran parte un futuro. Pasado y futuro son, pues, en cierto modo indistinguibles. El encuentro final entre el Comendador y don Juan se atiene al modelo establecido por Tirso. El Comendador extiende la mano a don Juan, en gesto de amistad que encubre la intención aviesa de arrastrarlo al i n f i e r n o . Pero la aparición providencial de Inés -y aquí radica la suma novedad de Zorrilla- frustra la voluntad paterna. Don Juan acaba exclamando: «¡Dios clemente! ¡Doña Inés!» (v. 3786). Aunque sólo Dios pueda en última instancia p e r d o n a r , nos p r e g u n t a m o s si el Comendador, en un mano a mano con don Juan -en vez de, como ahora, partícipe en un trío-, no se hubiera salido con la suya: «Ya es tarde» (v. 3770), responde a las palabras de arrepentimiento que don Juan profiere. Zorrilla sigue muy fielmente a Tirso: DON JUAN. Deja que llame quien me confíese y absuelva. DON GONZALO. No hay lugar; ya acuerdas tarde. (El burlador, vv. 2760-2761). Inés -en Zorrilla- lo altera todo, con su mentís rotundo al inmisericorde don Gonzalo. Como tantas veces se ha dicho, sería aquí el amor quien salva. Pero sólo Inés acredita el amor de don Juan, negado en la obra por otros personajes, como el Comendador, Brígida y hasta el mismo Dios, que lo llama «un amor de Satanás», según dice la sombra de Inés (v. 3005). Ε Inés -no lo olvidemosactúa en este final no tan sólo como abogada -frente al Comendador, el «fiscal del cielo», en denominación de Unamuno («Ante la estatua», p. 130)- sino también como parte. Pues, salvando a don Juan, se salva a sí misma. Subsisten, por tanto, las dudas. ¿Lee Inés verdaderamente el corazón de don Juan? Lo único que Inés, más allá de toda sospecha, puede agradecer a don Juan es el haber éste suscitado en ella -alma virginal y aprisionada por un padre carcelero- un amor muy intenso. Mas, claro está, para provocar ese amor, don Juan no necesita abandonar su donjuanismo. Y ni la carta ni sus versos melosos a Inés, en la escena del sofá, prueban que lo haya abandonado. Lo que le importa a don Juan es salvarse: para lo cual seduce a Inés -conquista fácil- con los recursos abundantes de que dispone, su parla meliflua y su apuesta presencia. Inés, agradecida (su muerte temprana la exime de apurar las heces del amor) salva a don Juan, o mejor aún, salva a un don Juan, cuyos sentimientos profundos -si los tiene- éste se lleva consigo a la tumba, el perfecto lecho nupcial para un romántico: «prepara un lado a don Juan / en tu misma sepultura.» (vv. 2952-2953). State University of New York en Buffalo 99 OBRAS CITADAS AUSTIN, J.L.: How to Do Things with Words, Cambridge, Harvard University Press, 19752. BLOOM, Harold: The Anxiety of Influence: A Theory of Poetry, New York, Oxford University Press, 1973. FEAL, Carlos: En nombre de don Juan (Estructura de un mito literario), Amsterdam / Philadelphia, John Benjamins, 1984. FERNÁNDEZ CIFUENTES, Luis: «Don Juan y las palabras», Revista de Estudios Hispánicos, 25.2, 1991, pp. 77-101. MACHADO, Antonio: Nuevas canciones. Poesías completas. Edición de Manuel Alvar, Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1989". MANDRELL, James: Don Juan and the Point of Honor: Seduction, Patriarchal Society, and Literary Tradition, Pennsylvania, University Park, Pennsylvania State University Press, 1992. MÉRIMÉE, Prosper: Les âmes du purgatoire. Romans et nouvelles, Paris, Gallimard, 1951. PÉREZ FIRMAT, Gustavo: Literature and Liminality: Press, 1986. Festive Readings in the Hispanic Tradition, Durham, Duke University PETREY, Sandy: Speech Acts and Literary Theory, New York, Routledge, 1990. SALINAS, Pedro: «El nacimiento de Don Juan» en Ensayos de literatura hispánica (Del Cantar de Mio Cid a García Lorca). Edición de Juan Marichal, Madrid, Aguilar, 1958, pp. 158-167. TIRSO DE MOLINA: El burlador de Sevilla y Convidado de piedra. Edición de Joaquín Casalduero, Madrid, Cátedra, 1977. TORRENTE BALLESTER, Gonzalo: «Nueva visión del Tenorio de Zorrilla» en Ensayos críticos, Barcelona, Destino, 1982, pp. 331-347. UNAMUNO, Miguel de: «Ante la estatua del Comendador» en Cuenca Ibérica. Prólogo de José Bergamín, México, Séneca, 1943, pp. 129-133. — : «Prólogo» en El hermano Juan o El mundo es teatro. Obras completas. Edición de Manuel García Blanco, Madrid, Escelicer, 1968, V, pp. 713-725. ZORRILLA, José: Don Juan Tenorio. Edición de Aniano Peña, Madrid, Cátedra, 19845. — : Recuerdos del tiempo viejo, I, Madrid, Publicaciones Españolas, 1961. NOTAS 1. Como afirma Unamuno: «Don Juan se siente siempre en escena» («Prólogo», p. 714). 2. James Mandrell piensa que «Don Juan evinces a superiority that is both numerical and discursive» (p. 100). Para mi, la superioridad de don Juan sobre don Luis reside en que la firma de su relato es mejor. Si fuera un autor literario (cosa que de algún modo es), vendería más ejemplares, esto es, seduciría a más lectores, porque su firma está ya suficientemente acreditada (y no, en cambio, la de don Luis). 3. Según Pérez Firmat, estas anomalías responden al tiempo del año en que la obra transcurre, el carnaval, «the so-called tiempo loco» (p. 9). Añade Firmat: «I mean to say that carnival by its nature establishes a dislocated, up-ended, reserved temporal flow» (p. 9). 4. Frente al don Juan de Tirso, el «hombre sin nombre» (v. 15), el de Zorrilla se configura literalmente como un nombre sin hombre; véase Féal, pp. 39-40. 5. Para Pedro Salinas, don Juan -en El burlador de Tirso-, seduciendo a Tisbea, destrona a la representante de la diosa del amor, cuyo poder se apropia: «Don Juan, al vencer en su aventura de galanteador, ha derrocado a Venus» (p. 166). No podemos decir, sin embargo, que la pretendida conversión de don Juan -en Zorrilla- restaure a la mujer como diosa del amor, ya que Inés es un medio, más que un fin. 6. Así comenta estos versos Gonzalo Torrente Ballester: «¡Bueno! Vamos a creerle [a don Juan], aunque nos cueste trabajo; vamos a tomar en serio eso de que la hermosura y las gracias no le han encandilado» (p. 342). 7. Escribe Sandy Petrey, glosando ideas de Austin: «As a statement cannot be abstracted from those who make it, so the truth cannot be dissociated from those who believe it. [...¡Truth [...] is happy or unhappy not in and of itself but in function of those among whom it hits or misses» (pp. 32 y 35). 8. Puede, a esta luz, interpretarse el drama de Zorrilla como un caso de lo que Harold Bloom llama la «ansiedad de la influencia» {anxiety of influence). La rivalidad edípica se manifiesta a la vez en el plano de los personajes (don Juan opuesto al Comendador) y en el del autor enfrentado con sus precedentes (o ascendientes) literarios. 9· Con razón se pregunta Pérez Firmat: «Might one not even interpret Don Juan's regeneration as a projection of Zorrilla's own desire to create a "new" Don Juan, to extract an original morphosisfrom the existing type?» (p. 20). Firmat, sin embargo, no se interesa por el motivo de la salvación. 10- El motivo de la lista donde falta una religiosa y el intento de rapto figuran ya en la obra de Mérimée, Les âmes du purgatoire (1834). Zorrilla, sin embargo, pretendió no conocer más precedente -cuando escribió Don Juan Tenorio- que El burlador de Tirso y No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague (1744) de Antonio de Zamora (Recuerdos, P· 148). 11- La salvación de don Juan, por medio de las ánimas del purgatorio, se produce en la obra citada de Mérimée. 12. Pérez Firmat hace esta fina observación: «The play begins, thus, with the portrait of an artist in the act of composition, portrait that perhaps will remind us of Zorrilla himself, hurriedly composing the play» (p. 3). a 100 SENSIBILIDAD Y VEROSIMILITUD EN LA PROSA ROMÁNTICA: UN ACERCAMIENTO AL ARTE NARRATIVO DE LA AVELLANEDA Alexander Roselló Selimov Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), poeta, dramaturga y novelista cubano-española, conocida en el mundo de las letras como Tula o la Peregrina, es una de esas grandes figuras de la historia literaria, cuya obra artística se estudia y se interpreta tradicionalmente en el contexto de su personalidad y su trayectoria existencial. En el caso de autores románticos c o m o ella, este procedimiento resulta especialmente atractivo debido a la disponibilidad de la información personal en forma de cartas y autobiografías n i , que r e p r e s e n t a n una f u e n t e valiosa para escrutinios psicológicos o análisis de la motivación. El p r o b l e m a surge cuando el interés por la personalidad y la biografía del autor se impone y opaca el aspecto artístico de su obra. Y es esto precisamente lo que ocurrió con la Avellaneda, luego de la publicación de su correspondencia privada en 1907. La fascinación del lectorado con la fogosa y apasionada expresión del sentir de Tula que emerge de su epistolario, la curiosidad por la intimidad de una persona célebre, y tal vez hasta cierta morbosa satisfacción de solazarse con la debilidad de la mujer admirada en vida por la intrepidez y la fortaleza de su espíritu, han c o n t r i b u i d o a la marginalización de su arte, reducido a una especie de complemento, por decirlo así, de su turbulenta«vida romántica» |2>. Roxana Pagés-Rangel ha notado que a raíz de la publicación de las cartas la obra pública de Avellaneda y sobre todo, la poética, se interpretan ya no como producto de su acción como escritora sino como subproducto de su pasión como mujer m. Ya Menéndez y Pelayo, aun sin haber conocido las misivas de la poeta cubano-española a su amante Cepeda, señaló que «lo mejor que hay en su poesía son sentimientos de mujer, así en las efusiones del amor humano como en las del amor divino» l4). En el año 1914, siguiendo la misma perspectiva pero ya en información biográfica Varona, literato y filósofo poemas de la Avellaneda su vida íntima posesión del caudal de privada, Enrique José cubano, subrayó que los vistos como el espejo de adquieren para nosotros no sólo nueva luz, sino un valor artístico insuperable [porque] [...] muchas de las efusiones que nos parecían hijas de artificio literario son exclamaciones, gritos a veces de una profunda, verdadera y humana pasión que la dominaba (5>. Para el crítico cubano, evidentemente, el lenguaje de Tula no tenía valor intrínseco como objeto de arte con anterioridad a la publicación del ya mencionado epistolario, por ser considerado tan sólo el fruto del talento y la imaginación y no el reflejo fiel y directo de una experiencia inmediata enraizada en la biografía. Conviene señalar que la tendencia a presentar la literatura romántica como sincera y espontánea efusión emocional del poeta o escritor se manifiesta ya en el siglo XVIII. Sobre las Noches lúgubres (1789-1790) de José Cadalso (1741-1782), por ejemplo, se llegó a decir que no era literatura, sino realidad [...] porque, según una opinión vulgar todavía corriente, lo único que tenían que hacer los románticos para escribir, era entregarse a sus sentimientos, y las palabras fluirían de sus plumas sin esfuerzo y ya perfectamente ordenadas |β\ Los propios románticos no escatimaron esfuerzos para promover la bonita pose del autor inspirado -Tula se describió como «poeta de inspiración más que de estilo» m-, así como, para afirmar la verdad de su escritura con declaraciones a veces irónicas como la siguiente de Fernán Caballero: «En cuanto escribo, no hay arte, ni saber, ni estudio». Algunos aceptaron dichas aseveraciones literalmente, sin darse cuenta de que se trataba de una estrategia narrativa, de la que ya se hablará. 101 Uno de los efectos s e c u n d a r i o s de la perspectiva, que niega el valor artístico a lo que toma por «artificio literario», fue y sigue siendo la falta de atención a la prosa creativa de Gómez de Avellaneda. Por ser pura ficción, su narrativa no se acomoda tan fácilmente como la poesía al criterio de «la sinceridad», y tal vez por ello resulta menos interesante para los estudiosos que sólo admiran en laobradeTula los arrebatos de pasión de una mujer y no la labor consciente del artista. Sin duda, sería un error descartar la influencia de las vivencias emocionales en la formación ética y estética de Tula. Su obra poética y narrativa quedó impregnada de sus «flores del estío»: sus sueños y anhelos, sus martirios y desilusiones. Percibimos muestras elocuentes de la presencia textual del «yo» de la autora t a n t o en las digresiones y los comentarios del narrador, como en la sutil identificación con distintos personajes. Distinguimos a Tula en el apasionado protagonista de la novela Sab (1841), esclavo magnánimo en su superioridad espiritual, y también, en la inocente Carlota, víctima, al igual que su creadora, de las propias ilusiones juveniles. La condesa Catalina de Dos mujeres (1842), desgarrada por la dialéctica entre la v i r t u d social y la v i r t u d natural, se vislumbra como un alter ego de Gertrudis, del mismo modo que la heroína de la novela histórica Dolores (1851), víctima de la opresión familiar, y el ilusionado soñador solitario, Gabriel, de La ondina del lago azul (1859), mártir de la búsqueda del bello ideal. Todo esto no nos impide ver, sin embargo, que en la amplia gama de vivencias ficticias del «yo» avellanedino late el deseo de manipular la recreación de la realidad de acuerdo con su intencionalidad ideológica y estética. Aunque con el cotejo de distintas fuentes -incluyendo entre éstas sus autobiografías y epistolario- nos sea posible dar con los elementos biográficos en la ficción de la Avellaneda, no significa ello que su escritura sea una transcripción directa y espontánea de sus sentimientos, porque aun siendo imagen de la realidad es una imagen artísticamente distorsionada. Por otra parte, aun cuando la obra de Tula fuese un espejo de su vida, esto ni quitaría, ni añadiría calidad a su arte, pues como demostraron René Wellek y Austin Warren hace ya medio siglo, simplemente no hay relación alguna entre «la sinceridad» del autor y el valor artístico de su obra ( Theory of Literature, p. 80). Para comprender la dimensión artística de la Avellaneda escritora, es preciso separar por un momento su obra de su trayectoria existencial, y ver su narrativa como lo que es: el fruto del ingenio y la imaginación, que se madura conforme a una poética y una lógica artística en el contexto de la creación literaria de su época. Y es que con una lectura atenta se revela en su prosa una estrategia discursiva que se acomoda a la realización del credo romántico, así como se percibe la influencia de los m o d e l o s literarios c r o n o l ó g i c a m e n t e a n t e r i o r e s . D i l u c i d a r la i n t e r r e l a c i ó n y la funcionalidad del lenguaje exaltado y las técnicas que acreditan la veracidad del discurso narrativo -dos elementos estructurales clave en el marco de la ya mencionada estrategia-, así como poner de relieve el enlace con la tradición literaria es el objeto primario del presente estudio. El lenguaje exaltado, lacrimoso y patético, que busca provocar en el lector una reacción e m o c i o n a l , es el i n s t r u m e n t o que sirve a la expresión literaria de aquellas grandes pasiones, eventos macabros y extraordinarios sucesos que atraen el interés de los románticos. En La ondina del lago azul, el personaje llamado Lorenzo, hace referencia directa a ese interés: Sólo por vos -contestó galantemente- pudiera prestarme a traer a la memoria en estos sitios, hechos capaces de volver auno loco. Lo haré, porque c o m p r e n d o no sois persona que indague las cosas por mera curiosidad, sino porque se interesa por cuanto es patético y extraordinario(81 (la cursiva es mía). La comunión de la forma y el contenido, es decir, la convergencia lógica entre el lenguaje exaltado y las situaciones patéticas, se ajusta en el arte avellanedino a la creencia en el valor estético de la representación de las emociones fuertes. Tula absorbe la influencia del modelo l i t e r a r i o que surge c o m o r e s u l t a d o de la efervescente fusión y evolución artística del período de entresiglos, en el que comienza a manifestarse la intención de mostrar expresamente el efecto de los tiernos sentimientos y hasta se llega a sentir cierto placer en el hecho de entregarse sin reservas al dulce llanto. Al igual que otros románticos decimonónicos, la Avellaneda toma conciencia del poder de ese lenguaje, que algunos censuran por artificioso y otros justifican por considerarlo producto de un puro y sincero arrebato emocional. Busca la complicidad entre el lector y el autor mediante el contagio emocional. Se expresa apasionadamente porque cree a la par con el «yo» narrador de la novela Sab que hay en los afectos de las almas ardientes y apasionadas como una fuerza magnética, que conmueve y domina todo cuanto se les acerca. Así un alma vulgar se siente a veces elevada sobre sí misma, a la altura de aquella con quien está en contacto!...] (91 . Cuando en su correspondencia con Ignacio Cepeda, Tula recurre al l e n g u a j e e x a l t a d o designándolo como único modo de expresión coherente con su sentir y cuando exclama «¡Ya lo ve usted, me arrastra mi corazón, no sé usar con usted el lenguaje moderado, que usted desea y emplea» (10), es porque espera encender con el fuego de sus palabras la chispa de la pasión en el frío corazón de su inconstante a m i g o . La selección del vocabulario y la estructura del discurso tanto en la prosa epistolar como en la narrativa sirven a este propósito, y ahí es donde el ideario romántico, iconoclasta e irreverente ante 102 la tradición literaria, se afirma más que nunca como heredero de esta misma tradición a la que por una parte ataca y por otra abraza. Según la preceptiva neoclásica, la obra dramática cumple su objetivo dejando al lector o al espectador conmovido por el desarrollo del c o n f l i c t o o el d e s t i n o de los personajes, deleitándolo y a la vez impartiéndole una lección. Afínales del XVIII algunos dramaturgos añaden la expresión exagerada de la sensibilidad sentimental y lacrimógena a la comunión clásica y neoclásica entre el deleite estético y la enseñanza moral porque toman conciencia de que una composición teatral que, bajo cualquier nombre que se le quiera poner, sabe muy bien herir el corazón con apasionados afectos e inspirar una útil moralidad, [...] tal vez logra más cumplidamente el fin deseado del teatro de deleitar e instruir, de lo que lo hacen la heroica tragedia y la burlesca comedia °". El propósito artístico que germina en esta época, y luego se convertirá expresamente en la misión romántica, es abrir los corazones a la emoción. El instrumento más apropiado, según los paladines de la nueva sensibilidad, es, de acuerdo con la lógica de la evolución artística en aquel momento, un lenguaje que incline al sentimentalismo. Para el romántico colombiano Jorge Isaacs (1837-1895) su «¡Dulce y triste misión!» -eco de la técnica sentimental dieciochesca-, es provocar en los lectores de su novela María (1867) la compasión y las lágrimas: «Leedlas [las páginas de María], pues, y si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto me probará que la [la misión] he cumplido fielmente» l121. En la novela Sab, el apasionado y generoso protagonista es galardonado con el mismo premio que espera obtener Isaacs de sus lectores: Pasó desconocido el mártir sublime del amor [Sab], pero aquella carta le sobrevivió y le conquistó el solo premio que sin esperarlo deseaba: ¡una lágrima de Carlota! (p. 286). En el fondo se trata de la misma educación sentimental que desde finales del dieciocho llevan a cabo los primeros románticos. Fomentan una c o m p l i c i d a d emocional entre el lector y los personajes de la obra de arte, mostrando hechos lastimosos y ardientes lágrimas. El propósito artístico del uso de esta técnica se sale de la esfera de la pura estética: verbigracia, Jovellanos (1744' 1811) con el lastimero y lacrimógeno Delincuente honrado (1773) se opone a la pena de muerte que se aplicaba en los casos de los duelos de honor a todo sobreviviente, tanto al ofendido como al ofensor. Por una parte elabora el lenguaje a fin de que produzca en sus lectores el deleite como r e s u l t a d o de una perfecta i m i t a c i ó n de la sensibilidad humana, pero por otra promueve la agenda de cambiar la opinión pública apelando al sentido de compasión. La Avellaneda se hace eco de esta postura, pero va más allá al atacar la aplicación de la pena de muerte en todos los casos, incluyendo a los bandidos de la talla del temible pero simpático Espatolino, protagonista de la novela del mismo nombre, quien poco antes de ser ajusticiado declara a su esposa: los legisladores humanos han buscado en la muerte del cuerpo del criminal la destrucción del crimen; pero se han engañado: el crimen no puede destruirse sino regenerando el alma, inmortal y perfectible, y así está establecido sin duda en la legislación divina (Obras, p. 79). A la expectativa del inminente suplicio, no podían faltar las lágrimas del héroe: En tan cruel momento, aún tuvo fuerzas Espatolino para pedir con patéticas voces compasión y miramientos para la interesante víctima de sus extravíos [Anunziata!; y cuando las lágrimas ahogaron su acento, cuando los sollozos -brotando con ímpetu de aquel pecho tan valiente- se hicieron oír por todo el vasto recinto, diciendo más al corazón de los espectadores que cuanto pudieran expresar las palabras... entonces un grito general -al que se asociaron los mismos jueces- se alzó, concediendo la piedad que reclamaba {Obras, p. 79; la cursiva es mía). En este fragmento más que en cualquier otro, se manifiesta el credo de los románticos y su m o t i v a c i ó n a concentrar en su discurso las emociones y las lágrimas. Éstas van derecho al corazón y suscitan la compasión de los oyentes con eficacia superior a la de cualquier explicación, razonamiento o justificación. Algunos ilustrados, como Montengón (1745-1824), a caballo entre el neoclasicismo y el romanticismo, interpolan las escenas lacrimosas en el discurso de sus novelas pedagógicas. En la novela Eusebio (1786-1788), dicho autor alicantino, hace a sus héroes derramar abundantes lágrimas, que nacen de la ternura y compasión, a fin de mostrar el efecto positivo de las buenas emociones. La Avellaneda, al igual que Cadalso, Espronceda (1808-1842) y Larra (18091837), entre otros muchos, no se detiene ahí, sino que insiste en el dolor como condición existencial humana vaticinado por un amor imposible. No pretende simplemente hacer llorar, sino que trata de conmover profundamente al lector, cuyas lágrimas brotan como consecuencia y prueba de su conmiseración con aquellos personajes que proclaman su dolor a cuatro vientos. En 1774, Tediato, protagonista de las Noches lúgubres, desesperado por la muerte de su amada, experimentó «un tormento interior capaz, por sí sólo de llenarme de horror» n3) . En 1841, el esclavo Sab se constituye en el icono de dicho tormento, cuya causa y efecto denuncia, cuando exclama con desesperación: Mi amor, este amor insensato que me devora, principió con mi vida y sólo con ella puede terminar: los tormentos que me causa forman mi existencia: nada tengo fuera de él, nada sería si dejase de amar. [...] Parecíale [a Sab] que temblaba la tierra bajo sus pies y que en torno suyo giraban en desorden el río, los 103 árboles y las rocas. Sofocábale la atmósfera y sentía un dolor violento, un dolor material como si le despedazasen el corazón con dos garras de hierro, y descargasen sobre su cabeza una enorme mole de plomo (p. 261). En o t r a n o v e l a , Tula s u b r a y a la naturaleza c o m ú n del s u f r i m i e n t o entre los seres h u m a n o s y la necesidad de v e r l o c o m p a r t i d o , d i l u i d o en t o d o lo que rodea al h é r o e r o m á n t i c o : «un g r a n d o l o r tiene necesidad de d e r r a m a r s e , de extenderse a cuanto le r o d e a , de ver sufrir la naturaleza eterna. Un d o l o r ú n i c o , e x c l u s i v o , sería el m á s i n s u f r i b l e de los d o l o r e s » ( U ) . Tula e m p l e a el l e n g u a j e e m o t i v o c o n plena conciencia artística, y lo d e m u e s t r a al a l u d i r a la gradación en la r e p r e s e n t a c i ó n de las e m o c i o n e s y a sus efectos: El llanto de la debilidad puede conmover, pero en la debilidad el llanto es natural, es fácil, es frecuente. Mas cuando una lágrima humedece un rostro varonil, cuando la fuerza y el orgullo pagan un momento de tributo a la sensibilidad y a la ternura, entonces la emoción que se experimenta es profunda, inexplicable {Dos mujeres, p. 136). Por eso y s ó l o por eso, en el m o m e n t o de m á s agudo sufrimiento, algunos héroes románticos d e r r a m a n una sola l á g r i m a , c u y o p o d e r s e g ú n Russell P. S e b o l d «no t i e n e límites c o m o e s t í m u l o de la c o m p a s i ó n » n s l , y c o m o nos lo deja v e r el m i s m o Sab, c u a n d o abraza a Luis en el lecho de muerte: Luis entreabrió los ojos, aunque sin d i r i g i r l o s a Sab, y alargó sus manecitas transparentes como para asir alguna cosa. Las tomó Sab entre las suyas, e inclinando el rostro sobre el del niño dejó caer sobre él una gruesa γ ardiente lágrima (pp. 281-282; la cursiva es mía). A h o r a b i e n , el requisito p r i m a r i o , sin el q u e la autora f r a c a s a r í a en su p r o p ó s i t o de e d u c a r y entretener p o r m e d i o de una escritura d i r i g i d a a exaltar las e m o c i o n e s , es c o n q u i s t a r la confianza del receptor del m e n s a j e , c o n v e n c i é n d o l o de que puede c o r r e l a c i o n a r los a c o n t e c i m i e n t o s , expuestos en la ficción de una m a n e r a poética, con su m u n d o real o, p o r lo m e n o s , con la experiencia de otras p e r s o n a s q u e c o e x i s t e n en la r e a l i d a d objetiva. En sus novelas, Tula f o m e n t a la c o m u n i ó n entre la v e r d a d (en el m a r c o artístico de la ficción) y la s e n s i b i l i d a d , c u y o efecto y f i n a l i d a d es el goce estético. P r e t e n d e c o n m o v e r los á n i m o s a p r o v e c h a n d o el e f e c t o d e la s i m p a t í a y la compasión, puesto que c o m o señaló Bernardo Lamy: Los hombres -dice- están enlazados el uno al otro con una rara simpatía, la cual hace que, n a t u r a l m e n t e , se c o m u n i q u e n sus pasiones vistiéndose recíprocamente de los pensamientos y afectos de aquellos con quienes tratan, como no haya algún obstáculo que d e t e n g a el curso de la naturaleza; y esto sucede porque nuestro cuerpo está de tal manera organizado y dispuesto, que la sola vista de una persona e n o j a d a , moviendo nuestros espíritus y nuestra sangre, nos comunica un cierto movimiento de enojo, y un s e m b l a n t e m e l a n c ó l i c o nos da melancolía. ( l e l El puente q u e viabiliza dicha c o m u n i c a c i ó n se c o n s t r u y e con técnicas entre las q u e se destacan la a c r e d i t a c i ó n de la v e r a c i d a d d e los h e c h o s n a r r a d o s , las referencias d e s c r i p t i v a s a los lugares existentes en la realidad o b j e t i v a , la i n t r o d u c c i ó n d e l o s p e r s o n a j e s h i s t ó r i c o s , a s í c o m o la d e s c r i p c i ó n detallada del espacio en q u e o c u r r e la a c c i ó n . En r e s u m e n , la estrategia del n a r r a d o r en un nivel g l o b a l estriba en la i n t e n c i ó n de p e r s u a d i r al lector de q u e se narra pura v e r d a d , y l u e g o , una vez g a n a d a su c o n f i a n z a , c o n m o v e r l o c o n la exaltada y patética p r e s e n t a c i ó n de los e v e n t o s trágicos y lacrimosos. Los p r ó l o g o s p u e d e n ser i n s t r u m e n t a l e s para la a c r e d i t a c i ó n de la v e r a c i d a d de lo n a r r a d o . C u a n d o en el p r ó l o g o a Dos mujeres (1842) Tula a f i r m a su i n t e n c i ó n d e « b o s q u e j a r c a r a c t e r e s v e r o s í m i l e s y pasiones naturales» (p. 7), sigue en p r i n c i p i o lo q u e ya Luzán había s e ñ a l a d o en su i n m o r t a l Poética (1737): Los objetos lastimosos y h o r r i b l e s , siendo verdaderos y estando presentes, afligen u horrorizan nuestra alma con mayor fuerza que estando lejos o siendo imitados, p o r q u e c o m o presentes hacen m a y o r impresión en los sentidos, de la cual se sigue m a y o r c o n m o c i ó n en el á n i m o ; y c o m o imitados, aunque ocasionen los primeros movimientos en el cuerpo, no llegan a mover el alma, que ya los conoce fingidos; [...] Por esta razón, mientras no se reconoce y advierte el engaño, lo imitado o imaginado mueve tanto como lo verdadero; y por esto mismo en las tragedias, como ya hemos dicho, se llora con gusto (Poética, p. 207). La A v e l l a n e d a alude a la v e r o s i m i l i t u d de los caracteres de su novela p o r q u e cree en q u e incluso la apariencia de la v e r d a d e m o c i o n a m á s q u e lo q u e a s a b i e n d a s es ficción o d e l i r i o de la m e n t e p o é t i c a . A l g u n a s de las a s e v e r a c i o n e s del «yo» n a r r a d o r en Dos mujeres h a c e n eco del c i t a d o p e n s a m i e n t o de Luzán, v e r b i g r a c i a : «es d o l o r o s o ver un p á l i d o b o s q u e j o de a q u e l l o s d o l o r e s q u e s e n t i m o s , y si la p i n t u r a acertase a ser exacto el c u a d r o nos horrorizaría!...]» (p. 178). La conciencia del e f e c t o q u e una h i s t o r i a t r á g i c a , p r e s e n t a d a c o m o v e r d a d e r a , p u e d e causar en el á n i m o del lector, es p r e c i s a m e n t e lo q u e la m o t i v a a hacer la s i g u i e n t e d e c l a r a c i ó n en una carta a b i e r t a q u e envía al Diario de la Marina, p u b l i c a d a a partir de e n t o n c e s c o m o p r ó l o g o a su n o v e l a h i s t ó r i c a Dolores: no soy inventora de los sucesos que en ellas [estas páginas] se refieren, ni puedo reclamar c o m o creación de mi h u m i l d e ingenio ninguno de los caracteres que juegan en este d r a m a d o m é s t i c o . Dolores, mi estimado amigo, existió realmente, como 104 todos los personajes de esta historia, que parece novela, y cuyos principales hechos hallará V. en las crónicas de aquel tiempo; si bien no tan detallados como en otra que yo guardo entre papeles de familia, y de la cual ha sido extractado el extraño episodio que a V. remito!...] {Obras, p. 85). Cotarelo y Mori tomó estas afirmaciones al pie de la letra, y al no encontrar nada que las documentase, señaló que asunto tan poco moral y tan inverosímil sólo podría tener disculpa si fuese una verdadera tradición o leyenda... Si, pues, hay que considerar esta novela como tal, como obra de libre invención, decae mucho el concepto que como novelista puede formarse de su autora (17'. Pero precisamente, la negación de toda invención artística es una técnica narrativa con la que la autora pretende hacerle creer al lector que no se trata de una ficción, sino de la verdad más prístina en su forma escrita. Y el hecho mismo de que un erudito se sintiese con la urgencia de investigar en los archivos para cotejar la verdad artística de la novela con la verdad histórica es un síntoma del triunfo de Tula como novelista. En las primeras líneas que siguen al prólogo se manifiesta la intención de crear la ilusión de la verdad histórica. Tula da la fecha y la hora exacta de los acontecimientos: «las nueve de la mañana del día 12 de enero de 1425» (p. 86) y luego define el espacio, donde tienen lugar los acontecimientos. Trata de ganarse la confianza del lector reconstruyendo el espacio y el tiempo históricos. Menciona la calle central que da a la Plaza Mayor en la ciudad de Valladolid y alude a los personajes históricos generalmente conocidos, como Juan II de Castilla, su esposa doña María de Aragón y el conde Alvaro de Luna. En esta novela, la opulenta y orgullosa condesa de Castro-Xeriz hace todo lo posible para impedir el matrimonio entre su hija adolescente Dolores y el primogénito de su enemigo político Alvaro de Luna, a quien creía inferior en cuanto a la pureza de su alcurnia. Sin que su esposo llegue a sospecharlo, la cruel madre simula la muerte de su hija con ayuda de un médico sin escrúpulos y luego sepulta a la inocente joven, víctima de su orgullo aristocrático, en el sótano de un antiguo castillo. Los amantes se mantienen fieles a su pasión y mueren sin traicionarla. La Avellaneda, al incrustar la intriga en un ambiente y contexto históricos presentados de una manera realista, logra hacer creíble una t r a m a de hechos extraordinarios y melodramáticos, y por tanto conmueve y deleita con mayor eficacia al lector, inclinándolo al mismo tiempo en favor de la ideología liberal que promueve. En la novela Sab, G e r t r u d i s Gómez de A v e l l a n e d a , desde el p r i n c i p i o m i s m o , da referencias detalladas de la localidad en la que se va a desarrollar el argumento de la ficción: el río Tínima y el camino de Cubitas que pasa por el medio de las tierras rojas. Al presentar a su primer personaje, lo ubica en el espacio con precisión matemática refiriéndose a los lugares existentes en la realidad objetiva: Hallábase el joven de quien hablamos a distancia de cuatro leguas de Cubitas, de donde al parecer venía, y a tres de la ciudad de Puerto Príncipe, capital de la provincia central de la isla de Cuba en aquella época[...| (p. 131). Es decir, el personaje de ficción, inventado por el genio novelístico de Tula, comienza a figurar como persona real, al ser colocado en el espacio físico de una provincia cubana, reproducido en la ficción. Con la realidad del c o n t e x t o se apuntala la verosimilitud de la futura acción. Algo similar observamos en otra novela intitulada La baronesa de Joux, en la que se describe a modo de introducción un antiguo castillo establecido en el Franco-Condado, en una de las principales gargantas del Jura, dominando los valles de la Cluse, y del río Doubs, cuyas rápidas corrientes llegan a quebrantarse a sus pies. Sus elevados torreones se pierden en un cielo frecuentemente nebuloso, y desde tal altura sirven de atalayas a las rutas de Pontarlier, Neufchatel y Lausanaí...] {Obras, p. 225; la cursiva es de la autora). La descripción que inaugura el relato da pie en los párrafos siguientes al discurso histórico, en el que se mencionan los nombres de Felipe el Hermoso, Carlos el Temerario, Luis IX, el marqués de Rotelín, y luego, la autora anuncia su fuente literaria y declara su propósito artístico: pintar con lujo de detalles el destino lastimoso y trágico de una joven baronesa, poetizado anteriormente por el escritor francés Demesmay. Dicho autor, dice Tula ha lamentado en melancólicos versos la deplorable suerte de una ilustre hermosura, a quien hizo nacer el cielo en los días más crudos de la que llamamos Edad Media. Nosotros nos proponemos desenvolver en un cuadro de algo mayores proporciones las trágicas escenas de su corta vida, apuntadas ligeramente por el poeta francés; sacando a luz, además, otras varias que le fueron desconocidas!...] (pp. 225-226). Nótese que Tula se refiere a la protagonista de la narración de manera tal que quede bien subrayada su supuesta existencia real, y por eso promete revelar escenas de su «vida» anteriormente desconocidas. Todo esto, aunque aparece al principio de la novela misma, tiene más bien trazas de ser un prólogo interpolado dentro del marco formal de la narración, pero deslindado de la historia del cuento tanto por su contenido como por su forma, es decir, su lenguaje. El propósito es acreditar como verídico e histórico el desarrollo de una acción que, a decir v e r d a d , presenta t o d o s los e l e m e n t o s de la imaginería romántica, y está basada en el motivo l i t e r a r i o del d e s g r a c i a d o t r o v a d o r Macías, 705 elaborado con admirable ingenio por otro autor romántico, contemporáneo de Tula, Mariano José de Larra, en su drama Maclas (1834) y su novela El doncel de don Enrique el Doliente (1834). En la narración La ondina del lago azul, la autora hace referencia a la topografía de los Pirineos Franceses. Adapta la postura de testigo visual y crea un «yo» autobiográfico, es decir, que entra en la ficción en calidad de narradora y personaje que ha visitado Gabarnie, Bagnères de Bigorre y el Pico del Mediodía, junto con un grupo de turistas. Luego de una cuidadosa reconstrucción del espacio, realizada a tono con los populares en aquella época apuntes de viaje, pero sin que falte la contemplación poética de la belleza natural, la autora introduce el tema fantástico: se trata de los amores de un joven soñador y una supuesta ondina. Para apoyar la verosimilitud de lo que ante los ojos del lector moderno no pasa de ser s u p e r s t i c i ó n popular, Tula inventa una conversación con un testigo ocular de los hechos, el ya mencionado Lorenzo. Además, introduce en la escena al padre del amante de la ondina, a quien describe en primera persona, adjudicándose con ello el papel del testigo. El viejo Santiago pasa de largo, y por su aspecto triste y melancólico provoca la curiosidad de la autora. Toda la historia es consecuentemente la respuesta de Lorenzo al interrogante de la Avellaneda. En resumen: la Tula persona real, al identificarse con la Tula personaje del cuento, presenta el texto como su testimonio personal y por tanto acerca lo fantástico a la realidad objetiva. En Sab, la técnica que sirve para aumentar la verosimilitud, además de la ya mencionada recreación detallada de la topografía cubana, es la interpolación de los párrafos descriptivos de tonalidad realista, entre los pasajes que llevan una fuerte carga emocional. Verbigracia, luego de un emotivo coloquio entre dos protagonistas de la novela, Carlota y Teresa, donde se mezclan la contemplación artística, la meditación poética, la melancolía y las lágrimas, la autora Introduce una descripción detallada de la habitación en que se realiza dicho diálogo: Era una pequeña sala baja y cuadrada, que se comunicaba por una puerta de madera pintada de verde oscuro, con la sala principal de la casa. Tenía, además, una ventana rasgada casi desde el nivel del suelo, que se elevaba hasta la altura de un hombre, con antepecho de madera formando una media luna hacia fuera, y compuertas también de madera, pero que a la sazón estaban abiertas para que refrescase la estancia la brisa apacible de la noche. Los m u e b l e s que a d o r n a b a n esta habitación eran muy sencillos pero elegantes, y veíanse hacia el fondo, uno junto a otro dos catres de lienzo de los que se usan comúnmente en todos los pueblos de la isla de Cuba durante los meses más calorosos. Una especie de lecho flotante, conocido con el nombre de hamaca, pendía oblicuamente de una esquina a la otra de la estancia, convidando con sus blandas undulaciones al a d o r m e c i m i e n t o que p r o d u c e el calor excesivo. (Sab, p. 143). La rigurosidad descriptiva de este fragmento y su detallismo referencial, quedan reforzados con alusiones costumbristas a la realidad objetiva de Cuba. Los «dos catres de lienzo» y la «hamaca» son parte del vivir cotidiano de los cubanos y al ser referidos de manera explicativa en el pasaje citado se convierten en una especie de puentes casi palpables entre la realidad de la ficción y la realidad objetiva. Tula se esfuerza por mantener dicha comunicación viva a lo largo del texto con referencias descriptivas como la que sigue a la aparición en escena del mulato Sab, personaje central de la novela El traje de este hombre no se separaba en nada del que usan generalmente los labriegos en toda la provincia de Puerto Príncipe, que se reduce a un pantalón de cotín de anchas rayas azules, y una camisa de hilo, también listada, ceñida a la cintura por una correa de la que pende un ancho machete, y cubierta la cabeza con un sombrero yarey bastante alicaído: traje demasiado ligero pero cómodo y casi necesario en un clima abrasador. Ahora bien, cuando la Avellaneda desconoce el terreno, como ocurre en el caso de su novela histórica Guatimozín, el último emperador de los aztecas, cuya acción tiene lugar en el México de la conquista, entonces recurre a otro procedimiento para acreditar su discurso: a las referencias historiográficas, que sirven para compensar la falta de definición en la pintura del espacio. En los primeros párrafos, la narradora no resalta su presencia, y el texto, salpicado de nombres de personajes y lugares h i s t ó r i c o s f l u y e sin digresiones: La muerte de Maximiliano I colocaba en la frente de Carlos V la corona imperial de Alemania, y mientras el nuevo César recibía el cetro en Aquisgrán, y la España, presa de la codicia y arbitrariedad de algunos flamencos, ardía en intestinas disensiones, el genio osado y sagaz de Hernán Cortés, ensanchando los límites de los ya vastos dominios de aquel monarca, lanzábase a sujetar a su trono el inmenso continente de las Indias Occidentales. ,18 ' En esta novela, Tula comienza con una introducción, pero no in medias res, como lo hace en Sab y Dos mujeres, porque necesita tiempo y espacio para familiarizar al lector con el contexto histórico y así garantizar la recepción de lo que trata de presentar como una versión de la verdad. Empieza por establecer el marco temporal con la mención de los acontecimientos europeos para luego pasar al c a m p o de los e v e n t o s de la conquista americana. El tono cambia luego de los primeros párrafos introductorios. El «yo» del narrador irrumpe con mayor fuerza en el espacio narrativo, y el lenguaje se torna poemático, a veces casi lírico. Mas, para 106 que la novela no pierda su carácter histórico, la Avellaneda se reserva el espacio al pie de página para todo tipo de explicaciones, como cuando aclara la morfología del nombre de una princesa: « L l a m a b a n a esta princesa los m e x i c a n o s Tecuizpatzín, según la costumbre que tenían de añadir la sílaba zin, entre ellos voz de respeto, a todos los nombres ilustres!...] (Λ/. de la A.)» (p. 62); o cuando da un comentario lingüístico comparativo: En la lengua mexicana, como en la griega, se compone una palabra de tres o cuatro simples. Teopixque, que significa «sacerdote» como hemos advertido antes, es una voz compuesta de téotl, que quiere decir «dios», y del verbo pía que es «custodiar» (p. 90). El d i s c u r s o de la f i c c i ó n y el d i s c u r s o explicativo al margen del desarrollo de la acción novelesca fluyen paralelamente. De esta manera, la Avellaneda mantiene al lector constantemente al tanto de su propia erudición y de su labor de documentación previa a la escritura artística. Cita las fuentes testimoniales de la época, como la Verdadera historia de los sucesos de la conquista de Nueva España de Bernai Díaz del Castillo (1492-1584), y las Cartas de relación de Hernán Cortés (1485-1547), entre otras muchas. Llega, incluso, a corregir al mismo Díaz, señalando ciertas incorrecciones que éste comete al proyectar el lenguaje y las categorías políticas de los h a b i t a n t e s a u t ó c t o n o s del Caribe sobre la civilización azteca: Los españoles llamaban caciques a los grandes vasallos del emperador de México: cacique era una voz de la lengua haitiana, que significa «señor»; pero en la mexicana su equivalente era tlatoanis; y este título se daba a los príncipes tributarios. A los nobles en general los llamaban teutlis, palabra que B. Díaz del Castillo traduce equivocadamente por «dioses», y que en nuestro concepto sólo quiere decir «caballeros» (p. 47). La A v e l l a n e d a alterna las técnicas de acreditación directa e indirecta para dotar a sus textos de una aureola de veracidad. En el caso de las narraciones menos extensas, cuando no dispone de mucho tiempo y espacio, frecuentemente da la preferencia a la acreditación directa, como cuando reafirma la veracidad de su discurso en la leyenda literaria La flor del ángel: Yo he visto, lectores míos, yo he tenido en las manos varias de esas flores de tan poética historia, que se encuentran en los sitios más sombríos y solitarios de las márgenes del Deva {Obras, p. 180). El propósito artístico que mueve a la autora a r e c u r r i r a esta t é c n i c a , es sin duda la ya mencionada búsqueda de la verosimilitud, puesto que la ilusión de la historicidad facilita al lector relacionar su experiencia vivencial, imaginaria o empírica, con la «realidad» del acontecer ficticio de la novela. Todo artificio dirigido a aumentar dicha ilusión en.cuanto a la representación del espacio, de la acción y de los personajes en la ficción, contribuye, por tanto, a garantizar la atención y la recepción positiva por parte del público. A u n q u e esta insistencia obsesiva en el carácter verídico de la obra narrativa refleje el deseo primario de conquistar la confianza del lector, para luego poder c o n m o v e r l o con el lenguaje exaltado, conviene aludir, aunque sea en breve, a otro elemento de la estética avellanedina que en parte d e t e r m i n a la selección de los procedimientos artísticos con los que se materializa el afán de verdad. Para comprenderlo, será útil recordar cierto precepto de la época ilustrada que en este caso nos ofrece la clave, y que ha tenido una vida literaria mucho más prolongada de lo que suele creerse. Como bien se sabe, la idea de que «el deleite poético procede de la belleza fundada en la verdad» (Luzán, Poética, p. 203) no desapareció con los últimos destellos de la Ilustración, sin dejar una impronta en la estética de los m o v i m i e n t o s literarios posteriores al neoclasicismo. Tula, la aplica al proceso de la creación literaria en el contexto romántico. Con lágrimas en los ojos busca la belleza de la verdad, y la encuentra en el artificio literario, del que Varona habló casi con desprecio y, que Luzán define como «aquella manera ingeniosa con que el poeta dice las cosas, la cual pende, como ya hemos dicho, del ingenio y de la fantasía del mismo poeta» (p. 243). El ingenio artístico fomenta la comunión entre la sensibilidad, la belleza y la verdad, porque el alma se deleita «en aprender verdades nuevas y maravillosas» (loe. cit.), así como «en aprender nuevos modos de decir las verdades» (loe. cit.). La Avellaneda, confiada en la eficacia del lenguaje emocional, hizo posible que el lector comulgase en el altar de los sentimientos, y se deleitase con la bella pintura emocional de las cuitas de sus personajes de ficción, que sin ser verdaderos lo parecen. Con el artificio literario se logra la ilusión de la verdad en la narrativa romántica de Tula, y se fomenta la receptividad del lector para solazarse con una experiencia atormentadora, provocada simpatéticamente por la visión del sufrir ajeno que por febril y lacrimosa no deja de despertar el deleite. La verosimilitud artística, por tanto, es hermana de la verdad ambiental y emocional, madre de la belleza e hija del artificio literario. Así, por medio de su arte, la Avellaneda despierta un vendaval de emociones en el corazón del lector, y esparce el atormentado sentir romántico que ella misma tal vez haya experimentado con más fuerza que nunca en aquel éxtasis de la creación literaria, siendo la primera catadora de los efluvios de su genio artístico. Universidad de Delaware 107 NOTAS 1. René Wellek y Austin Warren: Theory of Literature, New York, Harcourt, Brace & World, Inc. 1956, p. 77. 2. Carmen Bravo Villasante publicó una biografía de Gertrudis Gómez de Avellaneda con el siguiente título: Una vida romántica: La Avellaneda, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986. 3. Roxana Pagés-Rangel: Del dominio público: itinerarios de la carta privada, Amsterdam-Atlanta, Rodopi (Teoría literaria: Texto y Teoría, 20), 1997, p. 121. 4. Marcelino Menéndez y Pelayo: Historia de la poesía hispanoamericana, 1911, t. I, p. 265. 5. Enrique José Varona: Obras de la Avellaneda. p. XX, 1914. Madrid, Librería general de Victoriano Suárez, Edición nacional del centenario, La Habana, Imprenta de Miranda, I, 6. Russell P. Sebold: Cadalso: el primer romántico «europeo» de España, Madrid, Gredos (Biblioteca Románica Hispánica II. Estudios y Ensayos, 215), 1974, p. 156. 7. Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Carta a Luis Coloma» en «Gertrudis Gómez de Avellaneda como prosista» por G. Baquero: Gertrudis Gómez de Avellaneda. Edición de Carmen Bravo Villasante, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1974, p. 58. 8. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Obras de Gómez de Avellaneda, V, Madrid, Atlas (Biblioteca de Autores Españoles, 288), 1981, p. 184; todas las citas se harán por esta edición, indicándose en lo sucesivo el título abreviado Obras seguido de las páginas entre paréntesis en el texto. 9. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab. Prólogo y notas de Mary Cruz, La Habana, Instituto cubano del libro (Biblioteca básica de autores cubanos), 1973, p. 191; las siguientes citas se harán siempre por esta edición indicándose el número de la página entre paréntesis. 10. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Autobiografía autora). y cartas. Edición de Lorenzo Cruz, Madrid, 1907, p. 118 (la cursiva es de la 11. Juan Andrés: Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Vil, Madrid, Sancha, 1784-1806, p. 336. 12. Jorge Isaacs: María, México, Porrúa («Sepan cuantos...», 46), 1994, p. 3. 13. José Cadalso: Noches lúgubres. Edición de Russell P. Sebold, Madrid, Taurus, 1993. 14. Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Dos mujeres» en Obras de la Avellaneda. Edición nacional del centenario. V. Novelas y Leyendas, La Habana, Imprenta de Miranda, 1914, p. 179. 15. Russell P. Sebold: «"Una lágrima, pero una lágrima sola": sobre el llanto romántico» en Trayectoria del español, Barcelona, Crítica, 1983, p. 189. romanticismo 16. Ignacio de Luzán: Poética. Edición de Russell P. Sebold, Barcelona, Editorial Labor (Textos hispánicos modernos, 34), 1977, p. 209. 17. Emilio Cotarelo y Mori: La Avellaneda y sus obras. Ensayo biográfico pp. 202-204. y crítico, Madrid, Tipografía de Archivos, 1930, 18. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Guatimozín. Prólogo y notas de Mary Cruz, La Habana, Editorial Letras Cubanas (Biblioteca básica de literatura cubana), 1979, p. 43. 108 JORDI SARSANEDAS. PREMI D'HONOR DE LES LLETRES CATALANES 1994. ENTRE EL MITE I LA QUOTIDIANITAT Joan M. Pujáis Conseller d'Ensenyament de la Generalität de Catalunya "> Després de les intervencions que acabem d'escoltar sobre Jordi Sarsanedas, voldria afegir unes paraules en nom meu i en el del Conseller de Cultura, que ha tingut la deferencia de cedir-me aquest honor. Poe després de l'any 1950, gairebé simultàniament, apareixen dues de les obres mes significatives de Jordi Sarsanedas, una de poèmes en prosa, Mites, i l'altra, de poèmes versificats, La Rambla de les Flors. Manllevant les observacions de Joan Fuster, Mites és una obra «difícil de classificar», pero, al cap i a la f¡, constitueix «una experiencia dependent de la poesía, potser mes i tot que la prosa d'Espriu». Mes que de Mites, insisteix Joan Fuster, potser caldria parlar de «visions». I amb referencia a La Rambla de les Flors, he parlât de «poèmes versificats», completament d'acord amb les observacions de Josep M. Castellet i Joaquim Molas. Pero alio que voldria subratllar aquí és que, per un costat, eis Mites representen «l'evasió», i, per un altre. La Rambla de les Flors representa un «trencament». Jordi Sarsanedas va escriure Mites en eis difícils anys de la postguerra, dels que calía evadir-se urgentment. Calía la fíccíó absoluta per a superar aquella realítat que, tanmateix, es va fer rebel tants anys encara. Dues realitats provoquen el drama en el poeta: alio que sap ¡ alio que ignora. Dues realitats alterades, com el mateix poeta ens explica: «tot és ratlla per a mi, incomunicat de mi mateix, ja distint del que sé i distint del que ignoro». És la tercera dimensíó d'una realítat abstracta. És la realítat del somni, de la visió, del mite, en definitiva. El trencament generacional de La Rambla de les Flors, amb la tradíció anterior, és un revulsiu sense estridències tanmateix. Jaume Bofill i Ferro ens diu que «l'agilitat lírica de Jordi Sarsanedas té la virtut de sorprendre'ns sempre, pero sempre amablement, sense violències, gairebé amb un somrís. Té el pudor d'amagar-nos amb un caient de joe, el que hi ha de profund en la seva poesía. És per aquesta gracia profunda que ens fa pensar una mica en Cocteau». Aquest trencament no és exempt d'una certa vacil-lació, tal com observa el mateix Bofill i Ferro: «Aquests joves (eis de la seva generació), força allunyats ja de les tendencies poétiques catalanes de primers de segle, de fet semblen vacil-lar entre l'humanisme de Riba, el surréalisme francés i la poderosa melangia, que voreja la metafísica, de Hölderlin.» AI meu parer, un poema significatíu d'aquest trencament, d'aquesta melangia, d'aquest humanisme, és aquell que diu: Jo sóc amb tu, i amb tu, i amb tu. Junts hem alçat la gran ciutat de fusta per al foc mes ciar d'aquest amor on llegeixen la historia. I parlo de demà com d'un passât tot sec, tot esmollat, tot cendres. Amb mans de bons amies escric a'txó, amb ulls de bons amies he mirât les muntanyes i la ciutat que em pobla. I manllevo el captaire i manllevo la porta. Et deixo (aixô, si vols, si et fa servei) restes de joventut mal esmerçada i un gust per al vent ciar i el vi vermeil. 109 Les restes de joventut mal esmerçada es queden enrera, i el poeta invoca la «novetat del m ó n » , en un poema d'unes imatges agosarades, d'una gran bellesa plastica: El groe del taxi es un xiscle d'ocell, un tremolor de plomes. El vermeil del tramvia es un lladruc de gos. El camió cantabrio que torna de nits altes es un bou solemníssim. Colors i formes engendren altres sers vivents, altres coses. El poeta es un home que observa el món immédiat des de la solitud, entremig de caminants anônims: Ni se on soc. Quan es fa fose passejo sol per la ciutat. Estic citât amb qualsevol, amb mi mateix, amb no ningu arreu arreu. Es «l'home solitari-solidari». I Alex Broch afegeix: «Jordi Sarsanedas es un poeta urbà, un poeta de la ciutat». Precisament en aquesta quotidianitat urbana es on el poeta es fa solidari a m b l'home del carrer. Pero així c o m Salvat-Papasseit s'hi feia, de solidari, per proximitat o veínatge, Sarsanedas es fica en la pell dels altres: sóc tu, etsjo, es nosaltres, som ell, tu, jo, sou ell, nosaltres, son ell, sóc ell, ets ell. Si Jordi Sarsanedas ha estât considérât com un dels intel-lectuals mes respectât i de major prestigi de la literatura catalana contemporània, el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes es un reconeixement a aquests valors que l'honoren. El missatge d'aquests versos finals que ara llegiré i que liquiden un antic passât, pero que tanmateix s'obren al futur, no l'alliberen del seu compromis: Tot el que ha estât s'ha marcit entre fulles de llibres H-legibles. M'han caigut molts cabells i em cansen les escales. Deixem els veils records, que siguin pedrés a la ciutat dels morts, que tota tomba es pia. I baixem al carrer. L'obra de Jordi Sarsanedas no ha estât endebades ni s'ha marcit enmig de la fullaraca. Encara que li hagin «caigut molts cabells» i encara que potser «li cansin les escales», -Sarsanedas dixit-, l'esperem al carrer, perqué ell es veu, es paper, es ploma... I per aixö avui li f e m la festa. L'enhorabona, i que sigui per molts anys! NOTA 1. Actualment, Conseller de Cultura de la Generalität de Catalunya. 110 JUAN RAMÓN JIMENEZ Y MALLARME Pilar Gómez Bedate: Que la obra de Juan Ramón Jiménez (18811956) esté, de alguna manera, relacionada con la de Stéphane Mallarmé (1842-1898) es un principio que no necesita ser demostrado a pesar de que r a r a m e n t e se cite el n o m b r e del maestro del Simbolismo al hablar del poeta español. La simple situación de los primeros libros de Jiménez -desde Ninfeas y Almas de violeta (1900) hasta Sonetos espirituales (1914-1915)- dentro de la estética modernista y la sensibilidad decadente p r e s u p o n e n una a b s o r c i ó n de i n f l u e n c i a s mallarmeanas más o menos directa, más o menos precisa, pero, en cualquier caso, considerable e indudable que muchas veces va englobada en las reconocidas e x p l í c i t a m e n t e por el poeta -y mencionadas por la crítica- como dejadas en él por Verlaine, Laforgue, Moréas, Francis Jammes, Régnier, R i m b a u d , Pierre L o u y s , S a m a i n , Rodenbach, Paul Fort, Maeterlinck... Simbolistas mayores y menores, franceses o belgas, que Juan Ramón menciona una y otra vez en sus apuntes secretos o c o n f e r e n c i a s públicas sobre las relaciones de su poesía con la ajena, donde casi nunca aparece incluido Mallarmé, el maestro, con Verlaine, de todos ellos, que Juan Ramón no ignoraba, como prueban tempranos testimonios, y a quien admiró siempre (o casi siempre) como se ve en declaraciones hechas en distintos momentos de su vida. Si a estas circunstancias se suma el hecho de que el ideal de su poesía sea tan afín al de Mallarmé, y que su vida misma resulte en tantos sentidos paralela a la de aquel poeta en la discreción de la conducta -alejada de toda bohemia y malditismo-, la entrega a tareas intelectuales y la fidelidad a una vocación sentida como un Destino sagrado e ineludible (que implicaba la defensa de un ideal estético no compartido por la mayoría) uno se pregunta hasta dónde puede haber llegado la influencia de Mallarmé en Juan Ramón y por qué éste ha sido tan remiso en citarle entre sus fuentes cuando tan ansioso estuvo siempre de declarar el nombre de los poetas a d m i r a d o s con quienes sentía una afinidad especial. Como la cuestión del deslinde de influencias es muy delicada y laboriosa de documentar a nivel textual, pues los temas y motivos mallarmeanos esparcidos en la obra de Juan Ramón son muchos, pero están muy integrados en ella y transformados en vivencias propias, he optado por limitarme aquí a llamar la atención -como punto de partida al necesario trabajo exhaustivo que debe ser llevado a cabo- sobre la relación que Juan Ramón sostuvo con Mallarmé y trazar una línea, con algunos ejemplos, de lo que a mi entender fue tal relación, que c o n s i d e r o i n s e p a r a b l e de la conocida evolución de la poesía juanramoniana desde el modernismo de la primera época al simbolismo de la última, e inseparable, por consiguiente, de los cambios ocurridos en el gusto del poeta español desde su apasionamiento por la poesía francesa de 1900 hasta el tajante rechazo de esta poesía -juntamente con toda la que él llamó «latina» (es decir, románica o romance)- en los años treinta a favor de la de lengua inglesa, como apropiada a su ideal nuevo de esencialidad y desnudez. Inseparable, pero no igual, pues, como veremos, la admiración por Mallarmé sobrevivió al cambio de gusto y la lección estética de éste le había marcado tanto como la de Verlaine (que es umversalmente reconocida). Antes de entrar en ello querría, para destacar el interés de novedad que tiene la aproximación entre estos dos grandes poetas, referirme a que con alguna excepción, no existen aún estudios sistemáticos sobre el alcance real de la influencia en Juan Ramón de los autores franceses con quienes él ha proclamado su deuda reiteradamente -aunque contemos, al respecto, con el temprano y orientador trabajo de Díez-Canedo, Juan Ramón Jiménez en su obra (México, 1944), y con el clásico de Rafael Ferreres, Verlaine y los modernistas españoles (1975), así como last but not least, con el fundamental de Richard Cardwell sobre el aprendizaje modernista de Juan Ramón (J.R.J.: The Modernist Apprenticeship, 1977), pero el nombre de Mallarmé se viene con frecuencia a la pluma de los juanramonianos comparatistas que se han ocupado de situar al poeta en los contextos de la poesía francesa e inglesa modernas (como ha hecho Cardwell en la obra recién citada, y Howard T. Young en su The Line in the Margin. J.R.J, and his Reading in Blake, Shelley and Yeats, 1980) siempre que aluden a asuntos cruciales de la estética idealista de fin de siglo en cuya estela se sitúa Juan Ramón, tales como a la llamada de la Belleza absoluta, al concepto del poeta como sacerdote y vidente, la sacralización del erotismo o la importancia simbólica de las figuras femeninas vírgenes y sensuales que ejercen una atracción inextinguible e imposible. Dice, por ejemplo, Cardwell a propósito de las mujeres juanramonianas blancas y deificadas: «[...] el espíritu es afín a la virgen devota de la luna que aparece en la obra de Mallarmé, Flaubert, Samain, y los cuentos de Poe». Y, hablando del concepto de poeta: 111 En artistas como Musset, Bécquer, Mallarmé o Verlaine, encontramos no sólo la busca de la esencia de la Belleza en la experiencia individual y la intención de hacer preciso lo que es vago, sino asociada a la conciencia de que el ideal poético, al fin de su odisea artística, no puede ser alcanzado. Y, de n u e v o C a r d w e l l , al h a b l a r de los j a r d i n e s bañados por la l u z l u n a r q u e J u a n R a m ó n c o m p a r t e con sus h e r m a n o s m o d e r n i s t a s : Los jardines bañados por la luz de la luna son, como las habitaciones cerradas de Mallarmé o los efectos lánguidos y moribundos de Samain y Verlaine, un símbolo de la rebelión contra la v i d a , c o n t r a el esfuerzo y las inclinaciones naturales. Por su parte, H o w a r d T. Y o u n g , en el capítulo del libro c i t a d o q u e dedica a Shelley a f i r m a : Shelley, Keats, Mallarmé, Poe y Jiménez devolvían la Belleza a su pedestal, adorándola en r e p r e s e n t a c i o n e s de carne y hueso, inclinándose ante la imagen suya que tan imperfectamente representaba el Ideal. Y más adelante: La desconfianza que sentía Juan Ramón de la inspiración («me fío poco de ella») lo sitúa en la misma línea de simbolistas que empieza con la noción de Poe de la necesidad matemática de la composición y continúa a través de Mallarmé con el cuidadoso afilamiento de las palabras para adecuarlas a un estado de ánimo. En o c a s i o n e s d i f e r e n t e s -y, n a t u r a l m e n t e , de pasada, pues no es este el t e m a principal de su trabajo- a l u d e Y o u n g a M a l l a r m é a p r o p ó s i t o de Juan R a m ó n , y q u i e r o sólo señalar aquí aquélla en q u e , r e f i r i é n d o s e a Yeats, a f i r m a : Juan Ramón nunca denigró a Yeats como hizo con Mallarmé y Valéry, sus parientes franceses en la tradición simbolista, a quienes p r o b a b l e m e n t e , debe más de lo que es generalmente admitido. Pero entraré en materia. Hay una f a m o s a carta de J u a n R a m ó n a Luis C e r n u d a - p u b l i c a d a en El Hijo pródigo q u e editaba Sánchez B a r b u d o en Méjico en s e p t i e m b r e de 1943- d o n d e , e n f a d a d o nuestro poeta p o r el artículo q u e el sevillano había p u b l i c a d o s o b r e él en el Bulletin of Spanish Studies, del año anterior (y Sánchez B a r b u d o había r e p r o d u c i d o en El Hijo pródigo) d o n d e duda de su c o n o c i m i e n t o de H ö l d e r l i n y a f i r m a q u e no cree s i n c e r a su a f i r m a c i ó n d e a p a r t a m i e n t o d e lo francés, le r e s p o n d e : Pues bien, anglicista Luis Cernuda, desde 1916 las líricas inglesa, irlandesa y norteamericana contemporáneas me gustaron más que la francesa [...] Por aquel 1916, gran año para mi en todo, yo presentía ya la decadencia de la civilización francesa. Hoy, la realidad ha demostrado que yo tenía razón entonces [...] La Nouvelle Revue Française y sus derivaciones están tan exhaustas como quedó el Mercure cuando Gide, con su revista nueva, descartó a Rémy de Gourmont. Si yo, Luis Cernuda, publiqué todavía, después de 1916, algunas traducciones de los s i m b o l i s t a s mayores franceses (Mallarmé, por ejemplo), W i l l i a m Blake, Emily D i c k i n s o n , Robert Browning, A.E., Robert Frost, William Butler Yeats [...] f u e r o n mis t e n t a d o r e s más constantes. De una fecha p o s t e r i o r a 1943 es el escrito j u a n r a m o n i a n o t i t u l a d o «Dos f o r m a s de la lírica» q u e H o w a r d Y o u n g cita en su l i b r o (facilitado p o r Francisco Hernández-Pinzón, el s o b r i n o y heredero del poeta) d o n d e J.R., q u e r i e n d o ser m á s detallado s o b r e la e v o l u c i ó n de su g u s t o e s t é t i c o , explica c ó m o e n su p r i m e r v i a j e a Estados U n i d o s , en 1916, t u v o la v i s i ó n de la lírica latina (España, Francia, Italia, etc.) como una figuración geométrica y luminosa cargada de todas las armonías, propia del espacio y con poco arraigo verdadero en el suelo mientras que comprendió que la lírica propia de los nortes (Inglaterra y Estados Unidos principalmente, y la posible Galicia) era sencilla, natural, humana, con pie contra la tierra, y mano en lo profundo de la altura; cargada de observación psicológica y con música interior, más melodiosa que armoniosa. La v u e l t a a España, unos m e s e s d e s p u é s , le hizo, s e g ú n él, caer de n u e v o (entre 1924 y 1936) «en la lírica latina» m i e n t r a s q u e su r e t o r n o a A m é r i c a de 1936-que habría de ser ya la tierra d o n d e viviese hasta su m u e r t e en 1956- v o l v i ó a h a c e r l e e x p e r i m e n t a r «la m i s m a e x t r a ñ e z a p o r la lírica latina y la m i s m a c o m p r e n s i ó n de la v e r d a d e r a a m e r i c a n a » , e v i d e n t e m e n t e representativa para él de un ideal de poesía llana, lisa, sencilla, transparente, ideal y espiritual; sin exceso de luces, colores ni a r m o n í a s , con luz, c o l o r y m e l o d í a de sensibilidad, intelijencia y palabra, las tres hondas altas y tranquilas. Un ideal al q u e había aspirado s i e m p r e , pues: «diría q u e he e s t a d o s i e m p r e l u c h a n d o , u n a s v e c e s consciente y otras i n c o n s c i e n t e m e n t e , por e s c a p a r m e de m i a m b i e n t e c o n c e p t u a l y s i g l o de oro». Para interpretar r e c t a m e n t e estas r e f l e x i o n e s t a n c e r t e r a s en c u a n t o a a u t o a n á l i s i s p e r o t a n generalizadoras y r o m á n t i c a s , q u e p r e s c i n d e n de t o d a n o c i ó n de época y estilo y q u e s u p o n e n la creencia en el «espíritu de los p u e b l o s » , hay q u e tener en cuenta q u e las a p r e c i a c i o n e s críticas de J u a n R a m ó n (siendo t o d a s i l u m i n a d o r a s en a l g ú n sentido) están marcadas e n su o r i g e n - c o m o señalé en su m o m e n t o en el « P r ó l o g o » a m i e d i c i ó n de sus Prosas críticas (1981)- por el p r e j u i c i o (si es q u e p o d e m o s l l a m a r l o así en este caso) de la poética p r o p i a : no s o n un j u i c i o o b j e t i v o s i n o la m a n i f e s t a c i ó n de un g u s t o estético, una a d h e s i ó n 112 o rechazo vital de los autores que hacen al caso y, por c o n s i g u i e n t e , deben ser t o m a d o s c o m o manifiestos y como juicios de valor en relación con los propios proyectos y ambiciones. Desde este punto de vista, el texto de «Dos formas de la lírica» es suficientemente explícito y describe el cambio de gusto de Juan Ramón, quien, poco después de la temporada pasada en el Sanatorio del Rosario (1901-1904), es decir, de la época de la revista Helios de la que él fue el alma, y del triunfo del modernismo en torno a ella, empezó a oponer modernismo a simbolismo y terminó rechazando toda su obra de la primera época c o m o m o d e r n i s t a (y parnasiana) y a enaltecer lo que él ha definido como una rama universal de la poesía -y no un movimiento ni una estética- con la que se identifica. A esta familia espiritual de la que se siente parte la llamará simbolista e insistirá en que sus orígenes no están en el simbolismo europeo y americano del siglo XIX, sino en determinados poetas de distintas nacionalidades y épocas. Así -según Juan RamónGoethe, Hölderlin, Keats, Walt Whitmann, E.A. Poe, la poesía arábigoandaluza, el romancero, los cancioneros peninsulares y los místicos castellanos pertenecen al simbolismo universal en que él mismo se integra. Este es el contexto donde hay que situar el rechazo juanramoniano de la mayoría de los autores del Siglo de Oro, demasiado expositivos, moralizadores, satíricos o conceptuosos, para quien buscaba una poesía «llana, lisa, sencilla, trasparente, ideal y espiritual». En otras palabras, una poesía que sugiera y no explique: la misma que de adolescente le atrajo en Bécquer y más adelante le impresionó en Verlaine y Rubén Darío, sus modelos de estilo más importantes hasta el encuentro con el verso libre, que fue simultáneo a su primera estancia en América y al conocimiento de poetas norteamericanos de expresión sencilla y directa. La poesía, en fin, que habría de calificar de «desnuda», con una metáfora que ha sido señalada como tomada en préstamo a un célebre poema de Yeats, y que Young ha relacionado también con el significado de la desnudez en Blake como símbolo de la verdad y la ingenuidad. Pero, siendo esto así, existe un factor de la vida literaria española que Juan Ramón vivió durante los últimos años veinte, los treinta, y continuó viviendo a distancia en América durante el exilio, cuyo peso en la hostilidad manifestada en los cuarenta por la poesía «siglo de oro» y conceptuosa no se puede menospreciar. Se trata de la traición de que Jiménez se sintió víctima cuando algunos de sus jóvenes seguidores, que se contarían más tarde entre los llamados poetas del 27, se emanciparon de su tutela y, explorando caminos que él les había abierto en gran parte -después de haberle i m i t a d o en el c u l t i v o del romance y las formas neopopulistas, así como en el despojamiento formal de Diario de un poeta-, se apartaron de su canon estético y se entregaron a una admiración por Paul Valéry y la poesía pura francesa que a su juicio fue excesiva; o bien se embarcaron en experimentos vanguardistas qua el maestro encontró siempre extravagancias de pésimo gusto. La competencia que para Juan Ramón supuso el magisterio de Valéry entre sus discípulos españoles fue algo que nunca asimiló. Y creo que tampoco asimiló la reinterpretación del Siglo de Oro a través del neogongorismo que fue la marca de escuela del grupo del 27 y sus afines. En un artículo de 1936, publicado probablemente en El Sol, que recojo en las Prosas críticas antes citadas, escribe: Paul Valéry no es, creo yo, un poeta, un pensador, un crítico propiamente dicho, sino un virtuoso, un ejecutante «perlado», terso, demasiado redondo de la crítica, la idea, la poesía. Hay gran diferencia y distancia entre él y Mallarmé, su constante e imperecedero maestro: Valéry hincha, rellena, cae en lo académico de retorno, en lo platonizante discurseado: muchos discursos en honor de, etc. Mallarmé adelgaza, contrae y nunca deriva a lo académico. Contra lo que pudiera creerse, nadie menos académico que Mallarmé. Nos importa señalar que en esta muestra tan cáustica de la falta de simpatía por Valéry, Juan Ramón enaltece a Mallarmé, y se expresa por él la misma admiración sin reservas que aparece en un texto de la última época, publicado en 1953 (dentro de la serie «Alerta», en Buenos Aires literaria) titulado Casas de Poe donde en el transcurso del homenaje sentimental al autor de El Cuervo, y la reivindicación de su valor eterno y moderno en contra de la crítica americana que no lo apreciaba entonces así, surge espontáneamente la alusión a Mallarmé como parangón: si no suena este estilo a p e r p e t u i d a d [refiriéndose al de Poe], si no hay aquí color p e r e n n e , m u c h o m e n o s de hoy serán Baudelaire y M a l l a r m é ; ni es m o d e r n o entonces nada que no t o q u e a la burda sociedad y a la vaga sociedad, ni es moderno el espacio ni el tiempo, los siempre ¡guales, ni el desnudo, la poesía hacia dentro y hacia lejos. Y, más adelante: Mientras resuelva todo esto [lo relativo a la modernidad de Poe] una crítica norteamericana más dependiente de su propia verdad que mi crítica, voy a traducir (como recreo, justicia y tributo de mi conciencia moderna a la de Edgar Allan Poe, hoy metamorfoseada tan clarividentemente ahí cerca de esta casa de Maryland, bajo la piedra de Baltimore que Mallarmé introdujo en su soneto famoso «Tel qu'en lui-même enfin l'éternité le change») un fragmento de El vallecito de la inquietud. Yo suelo traducir el verso estranjero en mi prosa corriente: ¡Qué prosa la de Mallarmé en su introducción de los poemas de Poe! Podría ser de la misma época una de las anotaciones conservadas en la Sala ZenobiaJuan Ramón para un proyecto que el poeta 113 acarició durante largos años: publicar un libro que se titulase Fuentes de mipoesíay que estaría ¡ l u s t r a d o con f r a g m e n t o s de su o b r a . La anotación a que me refiero -que di a conocer en ínsula en el año 1981- lleva portítulo Fuentes de mi escritura y dice así: Siento hoy verdadero gozo declarando mis fuentes poéticas y literarias, mayores y menores, más constantes y más intermitentes. No las daré en orden cronolójico ni en ningún otro orden que no sea el de mi memoria sucesiva. Lo que quiere decir que no estarán todas en esta serie ni acaso en otras (sucesivas). Las que se me presentan hoy en un revuelto conjunto súbito son: el Romancero español, Bécquer, Rubén Darío, Víctor Hugo, Garcilaso, Mallarmé, Poetas orientales, Chinos, Persas, Baudelaire, Quevedo, Poetas griegos, Petrarca, Rimbaud, la Copla popular española, Browning, Tagore, Heine, Fray Luis de León, Shakespeare, Laforgue, San Juan de la Cruz, Verlaine, Goethe, Augusto Ferrán, Gautier, Shelley, Samain, Rosalía de Castro, Maeterlinck, Yeats, Francis Jammes... La lista es larga, pero en este caso -que es, que yo sepa, el único de este tipo en que aparece el nombre de M a l l a r m é - éste va en cabeza. ¿Lo consideraba Juan Ramón una fuente «literaria» en lugar de «poética» e «intermitente» en lugar de «constante»? Sería posible pensarlo a propósito de los poemas en prosa puesto que los declaraba nacidos de los suyos, pero, dadas sus ideas de la última época sobre la indiferenciación entre verso y prosa cuando de poesía se trataba, no parece probable. Y sí, en cambio, podría suponerse que estuviese pensando en el papel de orientador y guía estética, de modelo de vida e ideal que Mallarmé había representado para él, pues ¿qué estética sino la mallarmeana puede estar detrás de las siguientes palabras que dirige a Luis Cernuda en la misma carta de 1943, antes citada, en que manifiesta su rechazo de la herencia francesa? Yo he desdeñado siempre, y más cada día, el «asunto» y la «composición». Lo que siempre me tienta es la sensación que un fenómeno produce, la inquietud pensativa y sensitiva que queda después del asunto y antes de la composición; y lo que me interesa es libertar sensación e inquietud. En realidad, un recorrido diacrónico por las declaraciones estéticas de Juan Ramón s u p o n e el e n c u e n t r o c o n s t a n t e de ecos mallarmeanos en una multitud de cuestiones que van desde el fin y la materia de la poesía, la trabajosa dedicación a la obra («La lucha más grande de mi vida ha sido con el papel. ¡Con el papel i m p r e s o y con el b l a n c o ! » , dice un aforismo), la aspiración al ideal («Huir, huir de todos, como el viento, al infinito ¡al infinito!»), la r e f l e x i ó n s o b r e la o s c u r i d a d del e s t i l o («Me gusta e x p o n e r mi o s c u r i d a d pero no aclararme la ajena»), la preocupación del poder real de la palabra sobre las cosas («cuando yo a c i e r t o el n o m b r e de c u a l q u i e r cosa, un ser m a t e r i a l o m o r a l , esa c o s a , ese ser, me responden siempre»), o la conciencia de llegar a la palabra poética a través de un ritmo percibido con a n t e r i o r i d a d («A veces creo que estoy acariciando una idea y estoy acariciando un compás»), hasta la gran cuestión metafísica de fondo que es la muerte: y la inmortalidad lograda por medio del arte. No, Juan Ramón no rechazó a M a l l a r m é j u n t o con la poesía f r a n c e s a . Lo que quiso probablemente fue no ser contado entre sus discípulos al mismo título que Valéry. Y probablemente por dos tipos de razones: una intrínseca a su continuo modo de entender la poesía c o m o un f l u j o del alma y opuesta a la elaboración conceptuosa (detestada como la «pointe assasine» del «Arte poética» verleniana). Otra, más dependiente de circunstancias externas, que fue la boga del barroquismo gongorino como poesía de elite a partir de finales de los años veinte (precisamente surgida entre sus discípulos y, no debemos olvidarlo, dentro de la atmósfera de amor por lo raro en que tanto había influido, precisamente, Mallarmé). De manera que si la presencia de este maestro en su poesía fue confesada y abierta en los años primeros del siglo, más tarde, en su camino hacia la desnudez, huye de él, aunque su destino fuese volver a encontrarle. Voy a dedicar el resto de esta c o n f e r e n c i a a poner un e j e m p l o de lo que quiero decir. La primera edición de las Elegías -que no Elejías a ú n - j u a n r a m o n i a n a s , de 1908, va encabezada por una cita de Mallarmé. Es el verso final de la sexta cuarteta de Les fenêtres (Las ventanas), que dice: «Dans un grand nonchaloir chargé de souvenir» y puede traducirse por «En un vasto desmayo cargado de recuerdo». Las ventanas - a p a r e c i d o por p r i m e r a vez en el Parnasse contemporaine de 1866 e incluido más t a r d e por Verlaine en su f a m o s a serie de Los poetas malditos de 1884- es un poema muy baudeleriano en la forma, dividido en dos partes, la primera de las cuales pinta una estampa cruda de la vida real cuyo significado simbólico es expuesto en la segunda m i t a d . Pero en esta f o r m a b a u d e l e r i a n a , el j o v e n Mallarmé (de 21 años entonces) encerró su tema más definitivo: el de la rebelión contra la muerte y el deseo de vencerla por medio del arte y la elevación mística. Junto a ello, también, el hastío y la necesidad de e v a s i ó n que i m p u l s a al moribundo de su ejemplo a arrastrarse fuera de la cama del «triste hospital» hasta la ventana en cuyo cristal pega la frente para contemplar, impotente, el crepúsculo magnífico en que: Volt des galères d'or, belles comme des cygnes, Sur un fleuve de prourpre et de parfums dormir En berçant l'éclair fauve et riche de leur lignes Dans un grand nonchaloir chargé de souvenir. 114 Es decir: Ve galeras de oro, hermosas como cisnes en un cielo de púrpura y perfumes dormir meciendo el brillo rojo y rico de su línea en un vasto desmayo cargado de recuerdo. Las Elegías juanramonianas están, sin duda, d e n t r o de la atmósfera espiritual del verso mallarmeano que llevan al frente como lema; y la impresión causada en el poeta por el mundo visual de los recién citados versos es evidente, pues la imagen del cielo como un río, un lago o el mar, sobre el que avanzan nubes que son barcos, o que le bordean como masas de vegetación, tiene una descendencia larga en la poesía juanramoniana y se transparenta en muchas variantes de años posteriores. En Poemas mágicos y dolientes, de la misma época que Elegías (pues se publicó en 1909), hay una sección titulada «Marinas de ensueño» cuyo quinto poema lleva por epígrafe el comienzo de la cuarteta citada: «Voît des galères d'or», y es interesante observar que, en este caso, las galeras de oro que avanzan sobre el mar se resuelven en una estampa de lujo cortesano que más recuerda en la intención al Verlaine de Fiestas galantes que al Mallarmé metafísico de Las ventanas. Dice el poema: Una galera de oro tornaba de ultramar, hundida con el dulce peso de su tesoro; el viento melancólico cantaba sobre el mar, y el mar, bajo la cúpula flagrante, era de oro... La tarde daba al mundo gracia de primavera, y, en la confusión áurea del instante indolente, eran un hervir lírico el agua, la galera, el sol, los abanicos abiertos del poniente... Seda, hierro, lebreles y trompetas, la corte, entre jardines verdes, bajaba a las orillas... En la ciudad, ya en sombra las murallas a norte, soñaban extasiadas las torres amarillas... En este m u n d o encantador, decadente y s o n o r o -muy mallarmeano en el r i t m o , la musicalidad y la imagen, muy cercano también al mundo parnasiano de los primeros poemas de Mallarmé- tenemos un buen ejemplo del tipo de poesía que Juan Ramón iba a proscribir en su crisis estética de los años diez. Pero la proscrición, que formuló de una manera tan general, afectaba, en realidad, sólo a lo que el poeta fue considerando cada vez más superfluo y menos esencial: el ropaje de é p o c a , los t e m a s f r i v o l o s o p u r a m e n t e estetizantes y la tristeza sin sentido. En realidad, siguió un camino paralelo al que había impulsado al joven Mallarmé, en su día, a abandonar su primera y exitosa poesía parnasiana para adentrarse en el terreno de los símbolos que habría de convertirle en el Oscuro. La oscuridad mallarmeana se gestó entre preocupaciones de tipo esotérico y en medio de una iniciación en las vías del ocultismo que muchas veces aflora en su obra con un lenguaje de tipo alquímico en el que los metales nobles, las piedras preciosas, el fuego, los espejos, los jardines, tienen un significado de alusión a las riquezas que pueden encontrarse dentro de uno mismo y a la meditación y reflexión que requiere su busca. En el caso de Juan Ramón, que de ningún m o d o p o d e m o s c o n s i d e r a r a l e j a d o de las preocupaciones esotéricas sino todo lo contrario, muy inmerso en ellas, el lenguaje de tipo alquímico es frecuente, y, posiblemente, lo más llamativo y divulgado de él sea la denominación de Obra, con mayúscula, al esforzado trabajo en la poesía de toda su vida que aparece en su época intermedia -es decir, entre Estío (1916) y La estación total (1946)-, que es la época de su hallazgo de la poesía descrita con la afortunada metáfora de la desnudez, significando con ella la huida de la parte superficial del decadentismo. Es que había adquirido la fe en la utilidad de la poesía para encontrar una Verdad que debía estar oculta en el interior de su propia alma y creo, con H o w a r d Y o u n g , que el c o n o c i m i e n t o de la estética de Shelley y la aproximación a su obra durante la primera década del siglo, le guió hacia tal fe y fundamentó su voluntad de escribir para explorar la conciencia y sus movimientos esenciales con la finalidad de perfeccionarse a sí mismo: este fue el motivo de su rechazo de los disfraces del i m a g i n a r i o m o d e r n i s t a que t a n t o habían e x c i t a d o su imaginación y su sensibilidad pero que llegaron a confundirle y a ser un obstáculo a sus propósitos. Es esta historia la que cuenta en su famosa biografía estética de Eternidades (1916-1917): Vino, primero, pura, vestida de inocencia. Y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes. Y la fui odiando, sin saberlo. Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros... ¡Qué iracundia de yel y sin sentido! ...Mas se fue desnudando, y yo le sonreía. Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. Y se quitó la túnica, y apareció desnuda toda... ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre! En la poesía de la segunda época -o época intermedia- juanramoniana, la palabra se hace íntima y directa como una confidencia, adopta el ritmo libre que se pliega al pensamiento y en ella emergen los temas de «la mujer, la poesía y la muerte» que según el poeta son sus temas esenciales. Los e x p l o r ó con m i n u c i o s i d a d sistemática y con una palabra moderna que es tan distinta de la alambicada de M a l l a r m é , que podríamos decir, que en esto Juan Ramón es el anti-Mallarmé, porque revela los temas que aquel encubre, pero la afinidad espiritual y psíquica que se hace evidente entre ambos poetas es grande y, por otra parte, es muy verosímil que el impacto de la Escena de Herodías que leería, si no lo había 115 hecho antes, durante su estancia en Arcachón de 1901 (pues, si fue allí donde profundizó en el conocimiento del poeta como recogen todos sus biógrafos pudo tener entre las manos la primera etüción de las Poésies que es de 1899), fuese para él una cantera de temas que se le fueron revelando lentamente luego. En todo caso, Herodías es el personaje en que articula Mallarmé el triple tema de la mujer, la muerte y la poesía (y sus múltiples subtemas del recuerdo, la ensoñación, la magia y el sufrimiento). Virgen y esquiva, la princesa soñada por Mallarmé debe conservarse, como la poesía, alejada de contactos vulgares y, recluida en su torre rodeada de jardines, rechaza los perfumes, los adornos y «la emoción siniestra». Ella sola es su destino: «Sí, para mí, por mí, florezco yo, desierta», dice a su Nodriza cuando ésta se obstina en humanizarla. Y cuando habla a los jardines que contempla desde su t o r r e , sus palabras son s í m b o l o de la introspección, pues los jardines son parte de su alma, de cuyo fondo le viene la luz: Vosotros lo sabéis, jardines ocultos de amatista sin fin en los abismos sabios y deslumhrados, ignotos oros que guardáis la luz antigua bajo el sombrío sueño de una tierra primera. Piedras, vosotras, donde toman mis ojos, joyas puras, su melodiosa claridad. ¡Y vosotros, metales, que a mi joven cabello dais su esplendor fatal y su gesto masivo! Si hiciésemos un seguimiento de la evolución del tema de la mujer en la obra juanramoniana, e n c o n t r a r í a m o s una línea p r i n c i p a l m u y consistente asociada a la muerte, a la pureza y a la imposibilidad de realización de un amor soñado que comienza con las amadas niñas muertas de Rimas (1902) y Arias tristes (1903), continúa con las ensoñaciones vagas de Jardines lejanos (1904), se reviste con las ropas del amor profano en Laberinto (1913) y de nuevo se sublima en los Sonetos espirituales (1917) para bifurcarse en Diario de un poeta en dos líneas divergentes: la una, reflejo del amor real con quien fue su esposa (con sus vicisitudes de pasión, desilusión, ira, a r r e p e n t i m i e n t o , p l e n i t u d , etc.). La o t r a , la proyección de un anhelo profundo e inextinguible de comprensión absoluta y total que se encarna en una confidente privilegiada llamada unas veces alma, otras muerte y otras poesía. En cuanto muerte, esta figura se proyecta con los rasgos míticos de una diosa-madre a cuyo seno se vuelve, de una esposa en cuya unión se espera encontrar la paz. Ytambién como la tierra en cuyo interior el poeta ansia hallar la verdad: y de quien espera lograr la inmortalidad. Mallarmé no tiene una relación tan cálida con sus fantasmas proyectados en Herodías. En su plan final de esta obra que dejó incompleta, Las bodas de Herodías, prevalece la crueldad aunque la muerte del hombre ansiado provoque también la de la princesa y una mística unión de ambos. Pero ello no impide que pueda advertirse una correlación, a nivel profundo, entre todas estas figuraciones femeninas y que en ambos poetas sea evidente que a ellas confían su inmortalidad. Es un asunto en el que resulta imposible profundizar aquí pero del que, para terminar, quiero dar un ejemplo juanramoniano, elegido entre muchos. Se trata de un poema de Estío (1916), que dice: Jardín grato -¡alma míalde mi casa de carne; cual mi casa al jardín te siento sin mirarte, defendiendo mi vida con tu májico oasis. Sé que en ti siempre están por si yo los buscase, el ala y el olor, la luz, el agua, el aire; Sé que tú me conservas, por si quiero encontrarme -como te he dicho yo que yo soy- mi imagen. El alma, que es jardín, es también un espejo que guarda fielmente la imagen del poeta formulada por él y que equivale a esa otra imagen que la muerte fija e inmortaliza en diferentes ocasiones en Poesía (1917-1923), libro en que es central el tema de la muerte en relación con la eternidad y la nada, y en que es enfocado de un modo semejante al mallarmeano, pues Juan Ramón le pide a esta mujer/definitiva la consagración de la proyección de sí mismo que un artista puede haberse labrado en vida. Es la idea que Mallarmé formuló en el tan justamente célebre Epitafio a Edgar Allan Poe, recordado, junto con la tumba de Baltimore, en el poema en prosa juanramoniana Casas de Poe que he citado al principio: «Tel qu'en lui-même enfin l'éternité le change» (o: «Tal como en Él, al fin, la eternidad lo cambia»). Precisamente, dirá Juan Ramón en uno de sus poemas también de Poesía, invocando a la muerte: ¡Ven ya del fondo de tu cueva oscura, desnuda, firme y blanca, y abrázate ya a mi, fin de mi sueño! ¡Rétenme, en nuestro abrazo, como en una escultura material, que nada, nunca, altere ni desuna! ¡Dame, de pie, el reposo; dame, el sueño, de pie; dame, de pie y en paz, la sola idea, el solo sentimiento, la eterna fe en lo solo, en lo que tanto, y en vano, espero, espero! El sentimiento de salvación, de victoria sobre lo caduco que emana de la obra final de nuestro poeta, La estación totaly Dios deseado y deseante, ha dejado en la sombra la lucha contra la nada contenida en los libros anteriores, que encierran, en su riqueza (y con una riqueza que todavía el paso del tiempo tiene que descubrir en su verdadera magnitud) una lección aprendida, al menos en parte, en Mallarmé. 116 Ε. Inman Fox se quejaba en un artículo titulado «Azorín y el franquismo. Un escritor entre el silencio y la propaganda» n) de la falta de trabajos y análisis acerca de su postura política ante la realidad histórica del régimen de Franco y de estudios en los que se abordaran sus ideas políticas (las de Azorín). Tras las quejas, Inman Fox concluye con aplomo, por lo menos con el aplomo de la persona que parece estar a b s o l u t a m e n t e convencida de su rectitud de juicio, con la siguiente frase: «En el fondo, sólo sabemos que acabó asociándose con el régimen, hasta el punto de ser convertido en uno de sus escritores más exaltados y más premiados». Como a Inman Fox le parece incuestionable la «adhesión al régimen» de Azorín, se pregunta por las razones y apunta varias posibles: una evolución lógica de su pensamiento, el desencanto por el fracaso de la Segunda República y particularmente la que formula así: «¿fue sencillamente uno de los intelectuales a quienes Dionisio Ridruejo denominó como "sometidos y condicionados" por el franquismo?» (p. 82), idea esta última que retoma Inman Fox para reafirmarse en ella en la página 108. En cambio, a mí no me han parecido las cosas ni tan claras ni tan sencillas como a Inman Fox, por eso, en un artículo que publiqué con el título de «El zumo amargo de Azorín. Pensamiento político» l2>, argumentaba que el tan traído y llevado f a l a n g i s m o - f r a n q u i s m o de Azorín no es tan incuestionable y que de serlo, cosa que en principio no admito, habría que matizarlo mucho en muchos órdenes. De hecho, durante los primeros años de posguerra, 1939 y 1940, se dio orden de que no se le dejase escribir en los periódicos de España, p o r q u e , se decía, «Azorín es un tránsfuga» («El zumo amargo...», p. 92); porque la Dirección General de Seguridad tenía «fichado» a Azorín como «personaje sospechoso»; porque escribía artículos en los que se veían «claramente las veleidades críticas al Caudillo y al Régimen» («El zumo amargo...», p. 93). M Todo ello significaba que Azorín no había hecho «méritos suficientes para el r é g i m e n . No (había sido), por lo tanto, un escritor fascista. No (había purgado) suficientemente su pasado» («El zumo amargo...», p. 95). Téngase en cuenta que la m e m o r i a de anteriores actitudes no se había borrado del todo y que siempre hay gente dispuesta a pasar factura de ideas y las de Azorín, para un régimen como el de Franco, no eran la mejor carta de presentación. E f e c t i v a m e n t e , un f o l l e t o s u y o , el de Anarquistas literarios, todavía de Martínez Ruiz, finaliza con un brevísimo capítulo, el III, que resume, en verso, el pensamiento que había ido e x p o n i e n d o a lo largo de sesenta páginas precedentes. Allí leemos: El salvajismo es necesario cada cuatrocientos o quinientos años para revivificar el mundo, dicen los Goncourt en su Journal. El mundo muere de civilización. Antes, en Europa, cuando los viejos habitantes de una hermosa comarca sentíanse debilitados, caían sobre ellos desde el Norte bárbaros gigantescos que vigorizaban la raza. Ahora que ya no hay salvajes en Europa, son los obreros quienes realizan esta obra en una cincuentena de años. Llamarase a esto la revolución social 0I . ¿Cómo, con estos a n t e c e d e n t e s , con afirmaciones como la de que el salvajismo es necesario para vivificar el mundo, para sacudirlo de la modorra burguesa, puede una persona dejar de tener el «colmillo retorcido» a los ojos de un régimen dictatorial? Esto no se consigue sólo con protestas de haber cambiado y con unos cuantos escritos m o d e r a d o s y otros esporádicos de exaltación como cuando concluye su artículo «A los jóvenes» con un: «Jóvenes: ¡En pie y arriba España!». Y, si Azorín no había lavado suficientemente su pasado, Azorín no era en la posguerra un individuo de fiar; no era de los fascistas probados y no podía, por consiguiente, escribir a su antojo. 117 γ este asunto nos lleva a replantearnos las conclusiones de Inman Fox y a apuntar seriamente que no está tan claro cuál es el v e r d a d e r o pensamiento político de Azorín y a no hablar de falangismo, franquismo y fascismo porque tengo la sospecha fundada (que iré razonando) de que, de hacerlo así, procederíamos con poco rigor. Por otro lado, la inclusión que de Azorín hace Inman Fox en el grupo de los «sometidos y condicionados» de los que habla Ridruejo, no me parece v e r o s í m i l p o r q u e se f u n d a m e n t a esencialmente en su relación con la censura y ésta, como demostraré, fue una especie de «jaula de grillos» y porque la amistad con Ridruejo y Tovar no pudo favorecerle ya que, tanto Ridruejo como Tovar, cayeron en desgracia ya en la temprana fecha del 18 de mayo de 1941. La relación de Azorín con la censura está marcada, tal como yo la veo, por cuatro datos o momentos clave: 1. La depuración de los periodistas por orden de Serrano Suñer, en mayo de 1939, que resultó en la suspensión en el ejercicio de la profesión para muchos y hasta la condena a muerte y fusilamiento para otros (Inman Fox, p. 83). 2. A pesar del lenguaje exageradamente melifluo en la elegía a José Antonio, aparentemente intencionado para ganarse el favor del nuevo r é g i m e n , Gabriel Arias S a l g a d o , vicesecretario de la Falange y Jefe de Prensa, considerándole a Azorín «tránsfuga», da órdenes en 1940 para que no se le permita publicar en los periódicos (Inman Fox, p. 84). 3. A principios de 1941, Azorín recibe por fin la tarjeta de periodista [...]. También, en el marzo de 1941, la censura dio el visto bueno a sus dos t o m o s de m e m o r i a s , Valencia y Madrid, con dedicatorias respectivamente a Maximiano García Venero y Antonio Tovar, dos falangistas que trabajaban en la censura, siendo Tovar desde o c t u b r e de 1940 subsecretario de Prensa y Propaganda. [...] Y durante abril y mayo de 1941 escribe El escritor, novela que dedica a Dionisio Ridruejo, entonces Director Nacional de Prensa [...]. (Inman Fox, p. 85). 4. En agosto de 1943, la Dirección General de Seguridad ordena que se localicen los artículos que publica el escritor Azorín en ABC'AK La razón de las pesquisas y censura contra Azorín se sustenta en que Azorín, al lado de los artículos en ABCen los que ensalza al Caudillo, escribe otros sobre Silverio Lanza, personaje subversivo, con los que intenta remover al Régimen. Si nos guiamos exclusivamente por estos datos, Azorín se movió entre el rechazo y la aceptación, conquistada esta última aparentemente mediante el incienso al Régimen. Pero ya hemos d i c h o que la censura actuaba aleatoriamente, que caía sobre «todo bicho viviente que se les ponía entre ceja y ceja», i n d e p e n d i e n t e m e n t e de su p e n s a m i e n t o progresista o conservador y de su actitud «facha» o no facha. Deducir, por lo tanto, que Azorín fue c o n t r a r i o al Régimen p o r q u e padeció la persecución de la censura, es un error de bulto y deducir que fue un «tránsfuga» porque la censura le perdonó en su momento es un error tan grave como el anterior. Las espadas quedan, por lo tanto, en alto. Esto de la censura, según y cómo, es muy o r o p e l e r o , y c o n s i g u i e n t e m e n t e m u y poco riguroso. Antonio Beneyto en Censura y política en los escritores españoles (5), da una serie de pistas que me parecen definitivas para entender su funcionamiento. Francisco Candel -uno de los entrevistados por Beneyto- sentencia: «Ha habido mucha supeditación a los vientos que han soplado en las altas esferas gubernamentales» (6). Rafael García Serrano, uno de los escritores que, sin duda, por su vinculación al falangismo, podía escribir, en principio, sin cortapisas, dice: Me ha o c u r r i d o dar una i m p o r t a n t e y espectacular noticia a un ministro del ramo y a continuación de expresarme su gratitud [...] p r o h i b i r m e d e s p l e g a r en t o r n o al acontecimiento nada que superase unas q u i n c e o v e i n t e líneas [...]. Todo m u y pintoresco ">. A l o n s o Z a m o r a Vicente cuenta unas anécdotas sorprendentes, por ejemplo, que la censura, en una ocasión, le tachó trozos que luego, por un descuido del cajista, salieron publicados sin que pasase nada: «Un verdadero desbarajuste» (81, concluye. Luis María Ansón cuenta cómo la Dirección General de Prensa le suspendió la revista Círculo que dirigía, cómo fue multado en varias ocasiones, cómo tuvo que pasar por los juzgados, etc., y ello sólo por ser escritor católico y monárquico. Pero, en el polo opuesto, en el caso de Celaya, la censura actuó con la misma falta de criterios sólidos que con Ansón. A Celaya le «han tachado lo publicado fuera de España, aunque, hay otros libros más difíciles que se publicaron aquí, en España, sin inconveniente» (9>. Por lo tanto, a no ser que nos interesase hacer demagogia, el que Azorín haya sido más o menos vetado por la censura no es un indicio serio del que se pueda deducir que fuese ni de los de la «cascara amarga», ni de los afectos al régimen político de Franco. No, el tema es más profundo y si llegamos a convenirque Azorín devino en «gente de orden», yo creo que nos acercamos bastante a la realidad. Pero no quiero adelantarme porque todavía nos queda aclarar algo en relación con la censura y Azorín. Cuando Azorín recibió la tarjeta de periodista en 1941, al parecer debido a su cambio de actitud, y el «sometimiento» al Régimen quedaba de manifiesto por haber dedicado su libro Valencia a Tovar (Subsecretario de Prensa y Propaganda) en 1941 y su novela El escritor (escrita durante los meses de abril y mayo de 1941 ) a Dionisio Ridruejo (Director Nacional de Prensa), ha de tenerse en cuenta que tanto Tovar como Ridruejo cesaron en 118 sus cargos en fechas tempranas (BOE, 13 de mayo de 1941 y 17 de mayo de 1941). Lo anterior significa que Ridruejo y Tovar habían caído en desgracia y de personas de confianza habían pasado a ser sospechosos a ios que había que vigilar porque sabían más que otros y podían hacer más daño. ¿Cómo, en estas circunstancias, la dedicatoria de sus l i b r o s le iba a servir a Azorín de salvoconducto ideológico? ¿Cómo esta dedicatoria de los libros de Azorín iba a ser un síntoma del sometimiento al Régimen? Parece más bien que debería ser lo contrario: una nueva fuente de problemas y un nuevo dato que habría que tener en cuenta para vigilar y mantener a raya a Azorín. En suma, Azorín tal vez sea conservador, tal vez haya colaborado con el régimen, tal vez se alinease ideológicamente con él, pero esto nunca se puede deducir de sus «tira y afloja» con la censura, ni mucho menos de las dedicatorias de sus libros a Tovar y Ridruejo. Y, aclarado este asunto, podemos pasar, y vamos a hacerlo, a discurrir acerca de su postura política e ideológica; del cambio experimentado en su trayectoria, de las razones y del alcance del mismo. En un estudio serio -por lo menos a mí me parece serio y solvente- el realizado por JoséCarlos Mainer en Historia y crítica de la Literatura ll0) Española aparecen en el capítulo de introducción a Azorín una serie de juicios muy interesantes sobre la ideología y la actitud política de Azorín. Vamos a verlos porque de ellos vamos a extraer por lo menos dos cosas claras: que el pensamiento de Azorín cambió radicalmente de signo a lo largo de su vida y algunas de las razones, sentido y límite del cambio: 1. Convencido partidario de Maura, después de Juan de la Cierva, defensor del famoso millonario March durante la República, adhérente a la rebelión militar de 1936 y al Régimen que la siguió, Azorín casi caricaturiza en su t r a y e c t o r i a política la c o n o c i d a contradicción generacional que llevó a tantos del e x t r e m i s m o j u v e n i l a posiciones de inadaptación espiritualista y de confuso descontento (p. 375). 2. Si el c o n f o r m i s m o y la pasividad azorinianos pueden ser interpretados con razón como pura metáfora de sus posiciones políticas conservadoras... (etc.) (p. 375). 3. Antes de su brusca conversión al moderantismo político («Azorín reaccionario, por asco de la greña j a c o b i n a , escribió maliciosamente Antonio Machado»), el joven Martínez Ruiz había merecido de Leopoldo Alas y con harto motivo, la cariñosa reconvención de «anarquista literario» (pp. 375-376). 4. Con estos libros [se refiere a Los pueblos y El alma castellana], Azorín se despide de Martínez Ruiz y del compartido y acezante sueño radical pero apunta, como decía, a fines más constructivos: la educación de la sensibilidad literaria; la alianza de la inquietud nacionalista -radical- y las formas del pensamiento conservador» (pp. 376-377). Efectivamente, lo que define el pensamiento político de Azorín en la época de la España de Franco es el conservadurismo, la aceptación, forzada o no, de una tradición esencialista y heroica de la literatura española y la sobrevaloración de lo nacional (literatura, costumbres, hábitos de vida) como superior a lo de fuera. Lo de que Azorín publicase en ABC (30/ Xl/1939) una Elegía a José Antonio en la que relaciona al fundador de la falange con San Felipe Neri y que en el escrito dedicado «A los jóvenes» (11> terminase con las reiteradamente citadas palabras que dicen: «"El hombre -ha dicho Nietzsche- es el animal capaz de prometer y de cumplir sus promesas". Jóvenes: ¡En pie y arriba España! Todos en pie, tendido el brazo, abierta la mano, han gritado: ¡Arriba España!» Todo esto, con ser c u r i o s o , me parece absolutamente irrelevante y hasta banal porque es, utilizando una metáfora clásica, una simple gota en el océano inmenso. Una sencilla ojeada al Semanario de la Falangem\ como la estoy echando, nos lleva a numerosísima, legión de frases como: «La Falange es ante todo una cultura, una manera de ser y en este camino, no en el otro, la Falange salvará a España [...].» («Prólogo»); «¡Jóvenes españoles! Hay que lanzarse a la conquista de España y darle personalidad propia y esta la conseguiremos en cuanto España tenga unidad de pensamiento» (p. 1); «Y ahora, el brazo en alto y adelante. ¡Arriba España!» (p. 2); «Que tiemblen los separatistas y los que manejan las malas pistolas! [...] Porque un vuelo en círculo de pañuelos agitados y una lluvia de reliquias esperan estremecidos al héroe del arte nacional» (p. 2); «¡Ha llegado nuestra hora! ¡La de los romano-germánicos! Hora de la solera mística de Europa» (p. 3). Y así, en este tono y con esta doctrina, páginas y páginas. ¿Qué es un «¡Arriba España!», viudo, de Azorín, comparado con el incesante coro de consignas y la exaltación del pensamiento falangista? Nada. No es nada. Y si es algo, es una muestra azoriniana de tibieza, de miedo, de adhesión tenue: una música «marica» o con sordina. En este contexto en el que vamos acotando el pensamiento y la postura política de Azorín, me parece que es sobradamente elocuente una carta suya a Ramón Gómez de la Serna, fechada en Madrid el 15 de septiembre de 1944, que dice, entre otras cosas de interés que no reproducimos para no alargar nuestro estudio, lo siguiente: Recibo pocas visitas, y no contesto más cartas que las indispensables [...]. Dos cosas me preocupan, entre otras, tal vez más que otras; el respeto y los adjetivos. El respeto, en cuanto a la vida social; y el adjetivo en lo referente al arte de escribir. El respeto es, para mí, la base, no sólo de urbanidad, sino de la civilización. Y el adjetivo es esencial en el estilo. ¡No abuséis del adjetivo! I131 Evidentemente el respeto no es una virtud destacable del fascismo ni de la «dialéctica« falangista «de las pistolas». 119 La policía llegaba con una orden de registro a la sede de Falange, secuestraba sus archivos y su propaganda, rebuscaba cajones y los armarios en busca de armas de fuego (pero sólo llegó a encontrar porras de goma, único instrumento de defensa que e m p l e a b a n por entonces los falangistas), suspendía las publicaciones y, después de m u c h o s r e q u i l o r i o s , mandaba clausurar el local, con la disculpa de que se estaba conspirando contra la República. Más de sesenta camaradas que se juntaban allí, para entretener su hastío, jugando con sus novias al parchís o a las prendas, ingresaron en la cárcel, bajo la acusación de reunión i l e g a l . [...] En Cuatro Caminos, todas las semanas caía algún afiliado, en tiroteos con las j u v e n t u d e s socialistas y comunistas [...]. Perseguido por las balas adversas, ninguneado en la prensa (que se refería a él con el mote de «Juan Simón el Enterrador»), abandonado de sus financiadores, José Antonio se reunía con sus incondicionales (cada vez menos) en los cementerios de Madrid [...], como sacerdotisos de una liturgia fúnebre, o un aquelarre inofensivo. m ) . ¿Casa esta l i t u r g i a m e d i o de armas y clandestinidad y medio de violencia de club marginal con la virtud más querida por Azorín, la del respeto, como dice Ramón Gómez de la Serna? La respuesta, que es a la vez conclusión, es tan obvia que nos la ahorramos. Y cuestión zanjada. Otro asunto es que Azorín viviese la guerra como un enorme drama y que se pueda hablar por ello de un antes y un después en el pensamiento y en la actitud de Azorín. Pero esto no es nada extraño ni insólito. Paulino Masip decía en Diario de Hamlet García: Aquí está la razón de mi silencio. Estoy pariendo. Todos estamos pariendo. La guerra es un parto gigantesco de un útero múltiple y monstruoso. Todos parimos por él y con él. Madrid es la alcoba de una parturienta. [...] El 18 de julio a España se le rompió la bolsa de las aguas. Sí, esto fue, esto es lo que sucedió. Y comenzó el parto con sus estertores y su marcha bestial hacia atrás, y sus alucinaciones y sus dolores y su quedarnos ateridos de estupor y sus cruentos azares y sus mugidos [...] " 5I . Tras la guerra, (el parto, que dice Paulino Masip), Azorín se encontró desasistido, falto de asideros de todo orden, menesteroso, con pocos recursos económicos y con miedo, no sé si mucho o poco miedo al futuro, pero con miedo. ¿Tiene, por lo tanto, algo de extraño el que, además de refugiarse en su pensamiento conservador, lo acrecentase? Hay más. Azorín fue un e s c r i t o r de la generación de 1898, primero anarquista, después conservador y tras la guerra, tal vez, además de conservador, celoso guardián de las esencias inmutables. Pero esto no nos legitima para que se le relacione, indirectamente, pero se le relacione con Mussolini y Goebbels, como hace Inman Fox en «Azorín y el franquismo. Un escritor entre el silencio y la propaganda» <16). Esta relación señalada, la de Azorín con Mussolini, Goebbels, Serrano Suñery la Ley de Prensa y Propaganda es demagógica y hay que ir diciéndolo sin tapujos. Hay que ir asumiendo y difundiendo un nuevo e independiente discurso intelectual e incluso no sé si habría que reescribir parte de la historia de la literatura, por lo menos la historia de la literatura que tiene relación con la guerra civil española, parto que engendró tantos monstruos. Hay voces recientes que reclaman una nueva forma y un nuevo discurso intelectual independiente, como la de Eduardo Subirats, que llega tan lejos que afirma que la vida intelectual en España tiene un futuro magro en las instituciones públicas, o bien sumidas al poder obsceno de ignorantes elites (como el caso de nuestras universidades), o bien sometidas al poder inquisitorial de verdaderas mafias políticas (la prohibición de d e t e r m i n a d o s a u t o r e s y obras en determinados medios de información como una de las tácticas disuasorias normales para conservar el silencio intelectual en medio del r u i d o m e d i á t i c o que d i s t i n g u e n u e s t r o presente). Y eso quiere decir: ha llegado la hora de asumir de manera independiente un discurso intelectual sobre la vida española y sobre los destinos culturales que le esperan bajo el imperativo de una burocracia política incapaz de formular una perspectiva cultural transparente. I17) Por aquí van las cosas y en este contexto es como entendemos a Azorín y como enfocamos en este artículo lo de las «esencias inmutables». Y esto quiere decir también que no habrá discurso intelectual independiente en España mientras enfoques y análisis como los que hemos visto sobre Azorín sean materia de fe, herencia necesariamente asumible por los estudiosos de la Literatura. Téngase f i n a l m e n t e en c u e n t a que El Caballero Audaz (18) hubiera propalado a los cuatro vientos, si Azorín hubiera sido de los suyos (fascista) que era un colega, un correligionario. Y El Caballero Audaz no dice tal cosa, pero sí cuenta que don Juan de la Cierva le nombró (a Azorín) subsecretario de Instrucción Pública y que jamás existió en la administración pública un personaje tan singular, que se pasaba las horas en su despacho absorto en sus pensamientos, que en una ocasión tenía que salir en apoyo de su ministro y cuando se lo pidieron echó un vistazo al expediente que le habían presentado con la reclamación formulada y dijo que desconocía el asunto, pero que no tenía razón el ministro. Y concluye El Caballero Audaz: Aquel era el verdadero Azorín, el artista depurado que no sabía nada, que no quería saber nada de las intrigas y cacicatos políticos, porque le importaban y le siguen importando mucho más las verdades eternas del arte y de la ciencia encerradas entre las viejas páginas de un libro. Cuando Azorín escribe de política, m u c h o s españoles que le a d m i r a n se desazonan {191. 120 Obsérvese que El Caballero Audaz no duda ni un momento: a Azorín ni le ha importado, ni le importa, ni sabe, ni ha sabido de política. Y, lo mismo que ha hecho con otros personajes a los que entrevista, al Caballero Audaz le hubiese gustado mucho concluir su interviú a Azorín con una salutación jubilosa por haber llegado al redil, a la Santa Cruzada de la causa Nacional, a la Falange o al fascismo. Y no se puede dar este gusto. Por aquí van las cosas. De anarquista literario pasó (salto brusco) al «moderantismo político». Lo otro es torcer el asunto. EL CABALLERO AUDAZ ( C o n f e s i o n e s d e l Mfclo) * · 2.· SERIE — NOTAS 1. E. Inman Fox: «Azorín y el franquismo. Un escritor entre el silencio y la propaganda», Anales Azorínianos-4, Cultural CAM, 1993, p. 81. 2. José María Fernández: «El zumo amargo de Azorín. Pensamiento político», Ana/es Azorinianos-5, CAM, 1996. Fundación Fundación Cultural 3. Azorín: Anarquistas literarios, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1895, p. 70. 4. «Los informes reservados de la Dictadura sobre intelectuales y artistas», Tiempo, 17 de enero de 1994, p. 45. 5. Antonio Beneyto: Censura y política en los escritores españoles, Barcelona, Plaza y Janes, 1977. 6. Ib., p. 39. 7. Ib., p. 94. 8. Ib., p. 150. 9. Ib., p. 230. 10. José-Carlos Mainer: Historia y crítica de la Literatura Española, 6. Coordinada por Francisco Rico, Barcelona, Crítica, 1979. 11. Azorín: Obras Completas. Edición de Ángel Cruz Rueda, Madrid, Aguilar, 1962, t. VI, p. 384. 12. Semanario de la Falange, (Edición facsimilar), Madrid, Editora Nacional, MCMXLIII. 13. Ramón Gómez de la Serna: Azorín, Buenos Aires, Losada, 1957, p. 228. 14. Juan Manuel de Prada: Las máscaras del héroe, Madrid, Valdemar, 1996, pp. 502-503. 15. Paulino Masip: Diario de Hamlet García, Barcelona, Anthropos, 1987, p. 330. 16. Inman Fox: «Azorín y el franquismo. Un escritor entre el silencio y la propaganda», Anales Azorínianos-4, Cultural CAM, 1993, p. 87. Fundación 17. Eduardo Subirais: «¿Hacia un final sin salida?», El Mundo, 23 de noviembre de 1996. 18. El Caballero Audaz, después de la guerra, fue un señero defensor de la Causa Nacional, del Caudillo, de las virtudes de la Falange y del Fascio. Escribió en La Esfera unas entrevistas a personajes famosos y después en Galería, en la posguerra, las publicó de nuevo con un apéndice o añadido en el que explicaba la evolución de cada personaje desde la primera fecha de publicación hasta la reciente y aprovechaba la ocasión frecuentemente para verter juicios morales, sobre la ideología del personaje, etc. 19. El Caballero Audaz: Galería, Madrid, Ediciones Caballero Audaz, 1943, p. 438. 121 ELEMENTOS ARQUETIPICOS Y MÍTICOS EN LA OBRA DE PEDRO SALINAS María Ángeles La obra poética de Pedro Salinas es como la recta trayectoria de una flecha. Así, los títulos de sus textos ordenados cronológicamente dan fe del recorrido de la experiencia humana y poética del escritor. Como la cuerda tensa de un arco, fuerza y energía dispuesta a impulsar la aguda flecha, Presagios, el primer libro de poemas, contiene ya el anuncio de los temas y de las imágenes que el poeta desarrollará en su obra futura. Y a Presagios le sigue Seguro azar γ Fábula y signo. Presagios pues que no son pura deriva, mera fluctuación desorientada, presagios que corren certeros a su destino de la mano de un azar seguro, presagios que la voz poética elevará a fábulas y signos. Y, en el centro de la trayectoria saliniana, una trilogía cumbre: La voz a ti debida, Razón de amory Largo lamento. Meditación sobre el amor, el amor entre la esperanza y la ruptura, entre la ruptura y una esperanza nueva. A partir de ahí, la poesía de Salinas podría definirse como una conquista de la luz: El contemplado, Todo más claro y por último Confianza, libro postumo, como una flecha clavada ya en el centro exacto de su objetivo, de su destino. Desde el primer hasta el último texto, la obra poética de Pedro Salinas dibuja así un largo recorrido que se inicia entre voces de «presagios» para culminar con el canto a una «confianza» sabia y tenazmente conquistada. Y paralelamente a la creación poética de Salinas, su producción narrativa, teatral, eco de la voz, de los acentos, de los temas que refleja su universo poético n l . SALINAS Y LOS CUATRO ELEMENTOS ARQUETIPICOS Bachelard d e f i n e los cuatro e l e m e n t o s fundadores del cosmos (aire, agua, tierra y fuego) como las hormonas de la imaginación. En L'air et les songes, dice de ellos: Ils mettent en action des groupes d'images. Ils aident à l'assimilation i n t i m e du réel dispersée dans ses f o r m e s . Par eux s'effectuent les grandes synthèses qui donnent des caractères un peu réguliers à l'imaginaire. ,2 ' La escritura de Pedro Salinas dibuja unas determinadas estructuras simbólicas y míticas en las que aparecen con singular relevancia los elementos arquetípicos, esa materia primordial y altamente simbólica cuya sustancia y amalgama se encuentra en el origen de la organización y de Caamaño la percepción del cosmos. Y, en efecto, el análisis de estos elementos, la observación de su presencia o de su ausencia en mayor o menor grado, su a m b i v a l e n c i a i n t r í n s e c a , sus d i f e r e n t e s caracterizaciones c o m p l e m e n t a r i a s permiten esbozar, en gran medida, las grandes pautas o directrices que dinamizan el universo poético propio del escritor. La obra de Pedro Salinas contiene escasas alusiones al fuego y este elemento se presenta además como algo sumamente ambivalente. El imaginario saliniano configura así, por un lado, una imagen negativa del fuego estrechamente asociada a la destrucción. Es quizás en un singular poema titulado Radiador y fogata donde aparece más claramente la negatividad del fuego. El fuego, «salvaje y desmelenado» (F.S., p. 181), es también contorsión, gemido, tormento de las formas, danza macabra, anuncio de cenizas y de muerte, negación de toda esperanza. Es un elemento hostil, huidizo porque no puede ser conocido a través del tacto. Lo único que puede ser tocado es su reflejo que, paradójicamente, no propaga más que frío. Oponiéndose a la agresividad del fuego, el poeta considera el agua. Por el radiador sube «el calor sigiloso» (F.S., p. 181) del agua guiada por las f o r m a s v e r t i c a l e s de una « g e o m e t r í a / sin angustias» (ES., p. 181). Calor líquido del radiador, tangible, esta vez, silencioso: el calor reconfortante, íntimo, profundamente benéfico lo aporta aquí el agua, no el fuego. En otro poema titulado La llama, el fuego aparece de nuevo c o m o un e l e m e n t o de destrucción y muerte. Así la llama advierte a una ingenua mariposa que no se acerque a ella: «¿No me sientes, que te aviso?/No, no te quiero matar.» (C, p. 832). Junto a este fuego que devora, consume y quema, existe en el universo saliniano un fuego más atroz aún si cabe, en la medida en que ha sido creado por la mente y las manos del hombre: el fuego destructor bajo la forma de detonación o explosión. Es sobradamente conocida la posición de Salinas frente al problema de la violencia y frente a la utilización de los avances de la ciencia para fines bélicos. Sus ensayos dan cumplido t e s t i m o n i o de su preocupación por el t e m a . Su creación literaria t a m b i é n . R e c o r d e m o s simplemente, a título de ejemplo, la obra teatral titulada Caín o una gloria científica^ su narración La bomba increíble. 722 Y aún aparece en la obra poética de Pedro Salinas otro tipo de fuego, más amable esta vez, más inofensivo. Fuego luminoso, multicolor, fuego j u e g o , espectáculo: el fuego de artificio que curiosamente participa también de connotaciones negativas. Un castillo de fuegos en la noche serena de agosto: «Lleva el vicio / en sí de toda criatura humana: /vicio de no durar.» {R, p. 77). Fugaz, vano, ilusión efímera de claridad, el fuego artificial parece velar la verdadera luz de la noche, aquella que perdura. Sólo una imagen ascensional salva el fuego de artificio de su total inanidad. Así el poeta concluye diciendo: «Y del vano cohete sólo aprende / a ir preparando tu divino salto.» (R, p. 77). Son precisamente las imágenes ascensionales las que dan al fuego saliniano su valoración positiva. La primera imagen del fuego que aparece en la poesía de Salinas viene dada en Presagios por un poema en el que el alma del poeta es asociada a una columna de fuego, «lumbre de vida». (R, p. 70). El fuego es aquí verticalidad. La columna asciende día a día alimentada por la vida y por el amor del poeta: «Y ella va subiendo siempre / de tierra a cielo.» (P, p. 70). Pero el destino de este fuego-vida es apagarse. El poema se cierra así con la imagen de un humo y de una ceniza lentamente dispersados, confiados al aire, «ascendidos», casi se diría «transcendidos» por un «viento nuevo», como si el fin aludiese a un comienzo: Un día tu fuego se apagará con el mío; en la dulzura del alba, el humo se irá fundiendo y morirá la ceniza en brazos de un viento nuevo. (P., p. 71). Como todo elemento arquetípico profund a m e n t e s o ñ a d o , las i m á g e n e s del f u e g o configuradas por el imaginario de Pedro Salinas son ambivalentes. Bien es cierto que predomina una imagen del fuego estrechamente asociada a la agresividad, a la destrucción, a la violencia, a la h o s t i l i d a d . Pero el fuego adquiere decididamente connotaciones positivas de vida y de transcendencia cuando a él se unen las imágenes de la verticalidad (3). Y es que el imaginario de Salinas está dominado principalmente por el e l e m e n t o aire y por el e l e m e n t o agua que estudiaremos más tarde. Bachelard define así el principio fundamental de la imaginación ascensional, de la imaginación aérea: De toutes les métaphores, les métaphores de la hauteur, de l'élévation, de la profondeur, de l'abaissement, de la chute sont par excellence des métaphores axiomatiques. Rien ne les explique et elles expliquent tout [...] Quand nous aurons mieux compris l'importance d'une physique de la poésie et d'une physique de la m o r a l e , nous t o u c h e r o n s à cette c o n v i c t i o n : t o u t e v a l o r i s a t i o n est une verticalisation.<4> Bachelard define la imaginación aérea a partir de una serie de características generales. Se trata, sobre todo de una configuración de imágenes dinámicas proyectadas hacia una conquista de la altura, de la verticalidad, de la transcendencia. Para este tipo de imaginación, la ascensión equivale a la negación del abismo y del caos. En el aire, por el aire, el universo encuentra su orden y armonía. En el aire todo el cosmos reconoce su equilibrio. Así, el dinamismo ascensional es antes que nada una experiencia de liberación, de ligereza, de levedad psíquica e incluso física del ser. La imaginación aérea aspira a liberarse del peso de la materia, de la atracción inexorable de la tierra y de la oscuridad. El dinamismo ascensional es por ello una conquista de la luz, de la movilidad, conquista de un universo puro, diáfano, etéreo, conquista finalmente de la transcendencia. La imaginación dinámica, desde su capacidad inmensa de esperanza, crea proyectándose hacia un destino «alto». Las palabras de Bachelard que citamos a continuación describen con singular exactitud la trayectoria literaria y el universo poético de Pedro Salinas: L'imagination dynamique est soumise à une finalité d'une prodigieuse puissance. La flèche humaine vit non seulement son élan, elle vit son but. Elle vit son ciel. En prenant conscience de sa force ascensionnelle, l'être humain prend conscience de tout son destin. Plus exactement, il sait q u ' i l est une matière d'espérance, une substance espérante. Il semble que, dans ces images, l'espérance atteigne le maximum de précision. Elle est un destin droit. (5) La valorización de la verticalidad aparece ya en el primer poema de Presagios: verticalidad de la figura humana, verticalidad de sus aspiraciones, de sus obras, de su destino: principio ascensional que la obra de Salinas nunca desmentirá. Así todos los grandes temas de su creación literaria están sólidamente entroncados con las imágenes y con el simbolismo del aire. «Aéreos» son el amory la amada. Verticalidad, ascensión, altura. En La vozatidebida, el poeta dice a la amada: «Ponte en pie, afirma la recta/vol untad simple de ser/pura virgen vertical /[...] /Tu tarea/ es llevar tu vida en alto.» (V.D., p. 261). Y aparece también la ligereza, la levedad asociada a este dinamismo ascensional: «Y entonces viniste tú [...l ligera.» {V.D., p. 234). La amada es también «alta», alta sin atender a su estatura física: «Cuando te digo: "alta", / no pienso en proporciones, en medidas: / incomparablementetelodigo.» ( R A , p. 380). Y lo mejor de la amada y del amor se encuentran también relacionados con el elemento aire, con la verticalidad: Es que quiero sacar de ti tu mejor tú (...] Y cogerlo y tenerlo yo en alto como tiene el árbol la luz última que le ha encontrado al sol. 123 Y entonces tú en su busca vendrás, a lo alto. Para llegar a él, subida sobre ti, como te quiero [...] en tensión todo el cuerpo, ya ascendido de ti a ti misma. (V.D., p. 285). Porque el aire es el elemento por excelencia donde el ser alcanza su plenitud. La i m a g i n a c i ó n d i n á m i c a , c o m o hemos apuntado antes, es asimismo una conquista de la libertad. Lejos de la tierra, del triste peso de la materia que encadena, lejos de esa finitud y limitación que Salinas suele asociar al elemento tierra, los amantes gozan de una liberación total: Viven en la alegría fabulosa de saber que la tierra ya no vuelve, que ya no marcharán. Están al aire; el aire, el sol les dan triunfales signos de libertad. (R.A., pp. 441-442). Elevación, ligereza, libertad, tales son los valores de una expresión poética dominada por el elemento aire. Pero hay más. Como bien señala Bachelard en L'air et les songes, el dinamismo ascensional a p u n t a a una c o n q u i s t a de la profundidad. Es entonces paradójicamente, y a través de un espléndido oxímoron, cuando en lo más alto se encuentra lo más profundo: On peut trouver chez les grands rêveurs de la verticalité des images plus exceptionnelles encore où l'être apparaît comme déployé à la fois dans le destin de la hauteur et dans celui de la profondeur [...]. L'imagination dynamique unit les pôles. Elle nous fait comprendre qu'en nous quelque chose s'élève quand quelque action s'approfondit - et inversement quelque chose s'approfondit quand quelque chose s'élève.lel La verticalidad como dinamismo que conduce a la revelación de la profundidad se expresa en la obra de Salinas en un sinnúmero de oxímorones, figura retórica que caracteriza singularmente el universo del escritor. Y es justamente en los momentos en los que la poesía expresa los estados de plenitud amorosa cuando aparece con especial insistencia la relación dinámica de la verticalidad y de la profundidad a través de esta complementariedad de los opuestos. En Seguro azar, el poeta escribe: Qué exactitud repentina rompiendo al mundo la entraña, y el fondo del mundo arriba, donde él [el grito] llega, fugacísimo. (S.A., p. 127). Pero es sin duda en La voz a ti debida y en Razón de amor donde estas imágenes aparecen con especial frecuencia. Citaremos sólo algunos ejemplos más significativos. En La voz a ti debida, el poeta dirige a la amada los versos siguientes donde se amalgaman los elementos aire y agua: «Déjate bien flotar/ sobre el mar o la hierba / [...] / Te sentirás hundir /despacio, hacia lo alto, / e n la vida del aire». (V.D., p. 277). Y ese extraordinario encadenamiento de oxímoros al final de Razón de amor: «Sumergiéndonos, / suicidas alegres hacia arriba, / en el final acierto / de nuestra creación, que es nuestra muerte.» (R.A., p. 443). Y aún otros versos muy representativos de este dinamismo: «Se anda a tu lado / [...] / hundiéndose / hacia arriba / con un gran peso de alas.» (V.D.,<p. 269). Existen asimismo en la poesía de Salinas motivos muy concretos directamente relacionados con el dinamismo ascensional: la voz y el beso, por ejemplo. En el poema Vocación, Salinas describe el itinerario que le conduce al descubrimiento de su voz poética: «Silencio ha sido tu primer manera / de entrar en mí», dice (T.C., p. 711). El silencio es asociado aquí a la horizontalidad: «Gran escenario, horizontal silencio.» (T.C., p. 711). Y luego «unos labios se abren» {T.C., p. 711). Y nace la voz, una voz que desgrana palabras durante tiempo y tiempo. La voz no es todavía «vocación». Hay que esperar a que se c o n v i e r t a en canto para que irrumpa la voz poética. El trayecto que se dibuja desde el silencio y la voz hasta el canto, revelación de la vocación, responde al dinamismo ascensional. Así el poeta escribe: «Pero bien se sentía/que todo era subirme poco a poco,/por tu voz, a su más: que es este cántico.» (T.C., p. 712). Otro poema de Largo lamento recoge el mismo tema. «De entre todas las cosas verticales», el poeta escoge la voz para presentársela a su amada como objeto de recuerdo: Lo que te recuerdo son dos voces. Dos voces, una noche, de dos seres tendidos allí, en la misma cama. Y hablaron, y sus cuerpos, los derribados troncos de donde ellas nacían, seguían boca arriba, separados, sin volverse uno a otro, para no alterar la vertical pureza de su paralelismo por el aire. (L.L., p. 496). Este poema recuerda a otro de La voz a ti debida en el que aparece explícitamente la horizontalidad: «Horizontal, sí, te quiero. / Mírale la cara al cielo / de cara.» (V.D., p. 271). Desde la quietud de la horizontalidad, todo aspira a la verticalidad: mirada, voz, canto y beso, beso que es también ascensión: «Tú besas hacia arriba / librando algo de mí / que aún estaba sujeto / en los fondos oscuros». (V.D., p. 291). Dice Bachelard que todo elemento material en torno al cual gravita un imaginario determinado es forzosamente ambivalente. Para Pedro Salinas, el aire está tan cargado de connotaciones positivas que es difícil encontrar en sus textos imágenes de una verticalidad negativa. Los ejemplos son escasos pero se dan. Así, en La voz a ti debida, el alba, la irrupción de la luz en el mundo marca la separación de los amantes. La luz, vertical, se convierte entonces en una especie de fatalidad cíclica que interrumpe el sueño con la amada: 124 Te abrazo por vez última: eso es abrir los ojos. Ya está. Las verticales entran a trabajar, sin un desmayo, en reglas [...] El mundo va a funcionar hoy bien: me ha matado ya el sueño. (V.O., pp. 265-266). En otro poema de Largo lamento, la verticalidad es asociada a la soledad: «La verticalidad que más nos duele, / la de estar solos, solos, solos, solos.» (L.L, p. 495). Paralela y c o m p l e m e n t a r i a m e n t e a las imágenes del aire, el imaginario de Pedro Salinas se centra en el elemento agua. El agua valorizada por Salinas es siempre un elemento puro, cristalino, transparente. Es un agua que f l u y e sin cesar y es t a m b i é n espejo, reduplicación de la realidad, como analizaremos más tarde. El agua saliniana representa el elemento mágico que transforma el ansia y la duda en plenitud conquistada. El agua es un espacio donde «todo se aclara», donde toda dualidad, toda separación dolorosa es negada. El agua es el elemento arquetípico donde puede leerse una verdad que otros elementos niegan. El agua es así el elemento material de la revelación. En un extraordinario poema de Razón de amor, Salinas sintetiza todas las características que hacen del agua el elemento mágico por excelencia. Agua donde el deseo se convierte en promesa de realidad: «Mundo de lo prometido, / agua. / Todo es posible en el agua.» [R.A., p. 387); agua, elemento donde se muestra una verdad revelada: Apoyado en la baranda, el mundo que está detrás en el agua se me aclara, y lo busco en el agua, con los ojos, con el alma, por el agua. (R.A., p. 387); agua, elemento de la unión: Los vastos fondos del tiempo, de las distancias, se alisan y se olvidan en su drama: separar. Todo se junta y se aplana. (R.A., pp. 387-388); agua, espacio donde se refleja la imagen del deseo: Y el que tiene amor remoto mira el agua, a su alcance, imagen, voz, fabulosas presencias de lo que ama. (R.A., p. 388): agua, imagen del destino: De recta que va, de alegre, el agua hacia su destino, el terror de lo futuro en su ejemplo se desarma: si ella llega, llegaremos, ella, nosotros, los dos, al gran término del ansia. (R.A., p. 388). Curiosamente en Salinas y, contrariamente a una larga tradición filosófica y literaria, el movimiento, el fluir del agua no son nunca una imagen angustiosa de un destino trágico, una imagen de muerte. Bien al contrario. Se trata de un agua viva porque está permanentemente en movimiento, agua-vida invariablemente asociada a la consecución de un destino feliz, a la realización del deseo. En Largo lamento, el poeta repite: «Ya no hay quien nos separe /[...] / Vivimos / como la gota de agua / en el caudal del río, / rumbo a la confluencia». (L.L., p. 552). En una obra de teatro titulada La fuente del Arcángel aparece la m i s m a i m a g e n . En una recoleta plaza de un pueblo andaluz, se encuentra una fuente dominada por la soberbia estatua del Arcángel San Miguel blandiendo una espada. A lo largo del texto se descubre que la estatua originaria no representa al Arcángel sino a Cupido. Junto a la fuente, los enamorados se reúnen en las claras noches de luna. El agua fluye sin cesar a su lado, agua, deseo, agua promesa de destinos por cumplirse. Tampoco es de extrañar que el pueblo atribuya al agua de esta fuente, imagen de vida, milagrosos poderes curativos. Precisamente porque el agua clara y en m o v i m i e n t o es asociada a la vida y a la consecución de un destino feliz, nadie debe intentar detener su curso. Así el poeta escribe: Una lámina triste de agua inmóvil me lo dijo: el daño que hace el hombre al agua, orgía de sí misma, bailarina de oficio, es pararla. (L.L., p. 472). Pero el agua es también, para el imaginario de Pedro Salinas, el fabuloso mundo del reflejo. No es pues de extrañar que el agua-espejo o el espejo s i m p l e m e n t e aparezca con singular frecuencia a lo largo de toda su creación literaria. En L'eau et les rêves, Gaston Bachelard dedica unas páginas bellísimas al mito de Narciso. Efectivamente, el tema del reflejo de la imagen está asociado en Salinas a la búsqueda de la identidad de la amada, de la identidad del poeta y se encuentra además relacionada con cierta concepción del Cosmos. Bachelard escribe: Devant les eaux, Narcisse a la révélation de son identité et de sa dualité, la révélation de ses doubles puissances viriles et féminines, la révélation surtout de sa réalité et de son idéalité. "' El reflejo de Narciso en el agua tiende a ampliarse fabulosamente. Con Narciso, en el agua y por el agua, todo el cosmos se convierte en un reflejo inmenso. Es así como «près du ruisseau, dans ses reflets , le monde tend à la beauté.» m Y es que el doble reflejado parece ser más real y verdadero que el objeto mismo, la imagen parece captar mejor la esencia de misterios escondidos. Y sigue diciendo Bachelard: II semble que le reflet soit plus réel parce qu'il est plus pur. Comme la vie est un rêve dans un rêve, l'univers est un reflet dans un reflet [...]. L'image reflétée est donc soumise à une idéalisation systématique: le mirage corrige le réel, il en fait tomber les bavures, les misères.öl 125 La magia del reflejo revela pues identidades que para Salinas son esencias. Y existe t a m b i é n así un agua negativa, raramente presente en la obra de Salinas, que es precisamente el agua oscura, triste, el agua que no refleja: La lámina del lago, negándome mi estampa, me dejó abandonado a ese cuerpo hipotético, sin la gran fe de vida que da el agua serena al que no está seguro de si vive y la mira. (L.L., p. 458). Y aparecen también excepcionalmente falsos espejos en el universo saliniano. Falsos espejos que son falsas identidades como un personaje de la obra de teatro titulada El director que no se reconoce en un espejo porque finge. En Largo lamento, Salinas escribe: Las cosas tristes se aprenden en esos espejos fáciles fingidores de verdad. No, tu alma no es así. (L.L., p. 558). Y en otro poema de Seguro azar, una sola vez y sin crear p r e c e d e n t e s , el poeta prefiere decididamente la transparencia del cristal a la duplicación de la imagen de la amada reflejada en el espejo: «Para el cristal te quiero, / nítida y clara eres/[...]/Cristal. ¡Espejo, nunca!» (S.A., p. 159). Son éstas las escasas excepciones a una constante del i m a g i n a r i o s a l i n i a n o d o m i n a d o por la fascinación del espejo y del reflejo en el agua. Y es que, en efecto, la imagen reflejada lleva para Salinas la impronta de una verdad revelada. En Presagios aparece ya la figura de una amada caracterizada por su inaccesibilidad, una amada que cambia, se escapa, se disimula entre vaivenes, risas, palabras, apariencias. El tema de la dualidad o de la duplicidad de la amada se amplía en La voz a ti debida y en Razón de amor. Frente a la voz de un poeta ansioso de unidad y de transparencia, se alza permanentemente la imagen de una figura femenina doble, doble en su personalidad, doble en su deseo: «Se te está viendo la otra. / Se parece a ti.» (V.D., p. 299) o «¡Cuánto tiempo fuiste dos! / Querías y no querías.» (R.A., p. 363). Siempre, más allá de la contingencia, más allá de la apariencia, el poeta busca una esencia escondida, la revelación última del ser. El reflejo parece entonces actuar como un filtro. Así, Salinas escribe ya en Presagios: « ¡Cuánto rato te he mirado / sin mirarte a ti, en la imagen / exacta e inaccesible que te traiciona el espejo.» (R, p. 60). Y hacia el final de La voz a ti debida, cuando los amantes se han separado, ya el poeta formula la siguiente paradoja: «Distancíamela, espejo /[...] / Entrégame tú de ella / lo que no me dio nunca. /Aunque así/- ¡qué verdad revelada-I /aunque así me la quites». ( V.D., p. 302). Y el agua, elemento del reflejo por excelencia, cumple la misma función. Citemos únicamente unos versos de un poema titulado Otra tú: «No te veo la mirada / si te miro aquí a mi lado. / Si miro «I agua la veo.» (S.A., p. 109)(10). El agua participa además en el imaginario saliniano de un narcisismo cósmico. El agua parece absorber en ella toda la naturaleza, fundirla en sus reflejos. Es precisamente este narcisismo cósmico el que marca a menudo la unión de los elementos preferidos por la imaginación de Salinas, el aire y el agua. Citemos unos versos reveladores: «Ya se ha cerrado un anillo: / hay algo que se completa / [...]. / El cielo se vuelve al mar / y el mar al cielo regresa». (C, p. 825). Yen Largo lamento, el poeta escribe: En lo hondo de un lago lo que hay siempre es la copia de un ángel o de un dios, la figura de un ser que allí se mira, desde su verdadero ser celeste. (L.L., p. 53 V. Como dice Bachelard: «Le ciel donne à l'eau le sens de la plus lointaine patrie, d'une patrie céleste» (11). El elemento tierra, comparado con el aire y con el agua, aparece con escasa frecuencia en la obra de Pedro Salinas. Pero, como todo elemento profundamente soñado, la tierra y la materia se configuran en el imaginario saliniano como algo extraordinariamente ambivalente. Para un imaginario dominado por el aire y por el agua, la tierra representa el espacio limitado y tosco sometido a la inexorable ley del peso y de la opacidad. Es la materia densa y hostil que frena el vuelo, impide la ascensión, la aspiración a la verticalidad: «¡Qué caminos tan cerrados/cuando buscamos caminos/sobre la faz de la tierra!» (L.L., p. 555). Cuando el poeta alcanza la plenitud de la dicha amorosa, niega la tierra: «Ya no vivimos en la tierra, no.» (L.L., p. 552). Y, cuando el amor termina, vuelve, como el hombre, a la tierra: «Sólo muere/un amor que ha dejado de soñarse/hecho materia y que se busca en la tierra.» (L.L., p. 603). La tierra se carga además de las connotaciones negativas de la opacidad y del estatismo. Para un imaginario que valora tan altamente el agua por su transparencia, por sus reflejos y por su movimiento: «Todo lo niega la tierra, / pero todo se me da / en el agua.» (R.A., p. 389). La tierra es además desesperadamente lenta e insoportablemente regular y monótona en el cumplimiento de los ciclos vitales que genera. El ritmo de la tierra ignora el ritmo del amor: La tierra tarda, tarda en hacer su alegría, sus árboles, su flor [...] Pero las almas tienen un don de primavera, poder de dioses. (L.L., p. 559). Contrariamente al aire y al agua, la tierra es espacio de muerte. Añorando el mar de Puerto Rico, Salinas escribe: «Lindes de tierra por los cuatro lados,/cuna del esqueleto.» ( E C , p. 648). Y sin embargo, el imaginario de Salinas, negando y transformando un elemento hosco, lento, opaco, lo redime en ciertas ocasiones. En los momentos de plenitud amorosa, la materia se libera de su gravedad, de su peso, para adquirir la 126 levedad del vuelo: «La materia no pesa. / Ni tu cuerpo ni el mío, juntos, / se sienten nunca / servidumbre, sí alas.» (V.D., p. 291). Y cuando los amantes ya se han separado, loque pertenece a la valoración negativa de la tierra, no es la materia, el peso de la amada, sino su ausencia, su recuerdo: Tu forma corporal, tu dulce peso rosa, es lo que me volvía el mundo más ingrávido. Pero lo insoportable, lo que me está agobiando, llamándome a la tierra, sin ti que me defiendas, es la distancia, es el hueco de tu cuerpo. Sí, tú nunca, tú nunca: tu memoria es materia. (V.D., p. 292). El peso de la amada subvierte asf la valoración negativa que el poeta suele asociar a la materia. Sólo entonces la gravidez se convierte en deseo: Busca pesos, los más hondos, en ti, que ellos te arrastren a ese gran centro donde yo te espero. Amor total, quererse como masas. (V.D., p. 28 V. La profundidad y la verticalidad, según hemos estudiado refiriéndonos al elemento aire, son entonces espacios intercambiables. En el uno y en el otro, el poeta descubre esencias. Como en el amor, en los momentos en que el poeta siente y expresa la unidad del cosmos, el elemento material se despoja de sus características negativas. En un poema titulado Paz, sí, de pronto, paz, Salinas escribe: «La materia ha perdido / esa opacidad que la hacía materia.» ( L L , p. 547). En otro singular poema que lleva por título Cero, Pedro Salinas, mediante ese particular proceso de negación de la negación que configura su imaginario, redime la tierra y la materia de todas sus connotaciones negativas. Frente a un «cero» aterrador, sinónimo de caos, de destrucción, de muerte, amenaza cíclica que pesa sobre el tiempo y sobre el hombre, el poeta alza su voz para negarlo. El hilo conductor del poema no es otro que la materia, la tierra, mineral, roca, tumba; «Ruinas esparce un cero -autor de nadas, / obra del hombre-, un cero cuando estalla.» [T.C., p. 769). Tierra, masa, piedra y columna, estatua y templo, obra del hombre también, todo destruye un cero. Pero lentamente la tierra arruinada y muerta despierta, toma forma, genera vida y, más que vida, se convierte en el espacio de la transcendencia. Así Salinas escribe: Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora el torno la conduce hasta su auge: suave concavidad, nido de dioses. Poséidon, Venus, Iris, sus siluetas en su seno se posan. A esta crátera ojos, siempre sedientos, a abrevarse vienen de agua de mito, inagotable. Guarda la copa en este fondo oscuro callado resplandor, eco de Olimpo. Frágil materia es, mas se acomodan los dioses, los eternos, en su círculo. (T.C., p. 775). La tierra, materia hosca, «pobre arcilla» convertida en círculo, en copa (recordemos que éstos son d o s . d e los s í m b o l o s de Régimen Nocturno del imaginario descritos por Gilbert Durand en Les structures anthropologiques de l'imaginaire) guarda celosamente en su interior la promesa, no sólo de regeneración y vida, sino de transcendencia. Circular es pues la figura del cero, imagen de la destrucción periódica que se abate sobre la tierra y la reduce a escombros pero circular es también la forma misma de la tierra, «frágil materia» que día a día y gesto a gesto, ayudada por la mano del hombre, multiplica sus dones. Tiempo cíclico, como analizaremos más tarde, alternancia cíclica de destrucción y de reconstrucción, de muerte y de vida. Es una constante del imaginario de Pedro Salinas que a toda negación suceda siempre una afirmación. Tiempo de destrucción, estallido de ceros. La piedra es entonces tumba. Bajo el mineral inerte, el poeta busca una muerte «esperanzada / en no morir.» {T.C., p. 777). Imperceptiblemente la imaginación se desliza hacia la creación de una serie de imágenes donde la piedra va dotándose de movimiento, de sensibilidad, de vida. Quienes murieron, negando la muerte, confieren a la piedrasepultura temblores, latidos, inicios de vida. Y el poeta escribe: piedra que late así con un latido de carne que no es suya, entra en el juego -ruleta son las horas y los días-: el jugarse a la nada o a lo eterno el caudal de sus formas confiado: el alma de los hombres, sus autores. (T.C., p. 777). Y el inmenso espacio mineral, sustrayéndose a la ley de la gravedad y a su estatismo se convierte luego en un enorme bajel aliado del mar y del viento, del agua y del aire: Peripecia suprema noche y día, navegar tesonero empujado por racha que no atregua: negación del morir, ansia de vida, dando sus velas, piedras, a los vientos. (T.C., p. 778). Y la imagen se amplía para terminar una vez más con el canto a esa verticalidad transcendente que configura de manera tan constante el imaginario de Pedro Salinas. Piedras -velas- bajeles, galeras i n m e n s a s «no de v i v o s , no de m u e r t o s , / tripulaciones de querencias puras» (T.C., p. 778) cuyo rumbo y destino es «recalar en la celeste / ensenada segura, la que está / detrás, salva, del tiempo.» (T.C., pp. 778-779). Transformada, aliada del agua y del aire, la tierra es al fin promesa de eternidad. GEOMETRÍA SALINIANA. EL MITO DEL ETERNO RETORNO El poema Cero es sólo un ejemplo de toda una geometría que caracteriza de manera muy singular el imaginario de Salinas. Junto a la geometría espacial de la verticalidad y de la profundidad que hemos analizado, el universo 127 saliniano está configurado por una geometría de la recta, de la curva, del círculo que perfila una concepción definida del tiempo, de la existencia, del ser. El imaginario de Salinas, dominado por el agua, privilegia la ondulación, la sinuosidad, la curva frente a la recta. En un poema titulado El jardín de los frailes, se lee: ¡Qué seguro de ti mismo, qué distante de tu alma, entre cuatro ángulos rectos estabas, rígido [...] Pero el agua -¿ por qué te fuiste a mirar-? te bautizó de temblor, de curvas, de tentación [...I El agua te sacó el alma. (RS., p. 193). Y en Razón de amor aparece otra imagen similar: Los troncos rectos de árbol entregan su rectitud, ya cansada, a las curvas tentaciones de su reflejo en las ondas. (R.A., p. 387). Pero recta y curva, consideradas de forma complementaria, se convierten en grafía motivada, en símbolo. Así «el lenguaje /[...] / d e los sueños/ [...] /está hecho de dos letras cuyos trazos /aluden con su recta y con su curva / a la humana pareja, hombre y mujer. / "Sí", dice, sólo "sí"». {L.L, p. 482). Y si el amor se niega, seelige la recta y se renuncia a la geometría privilegiada de la curva, de la redondez: Tú, que al abrir tu amor día a día, beso por beso, varilla por varilla trazabas con tus líneas, de mujer o abanico, curvas de carne o aire sobre el fondo del mundo, ahora escoges la recta solución de la tumba. O tu estuche. A la vida renuncias, sí. La vida es un júbilo que inventa redondeces: astros, burbujas, senos en la tabla del pecho, primaveras redondas, cánticos que rebotan, elásticos, y labios, los labios siempre curvos. Redonda noche, cielo redondo, amor redondo: los amantes aprenden su gran geometría. (L.L., p. 503). El círculo, curva cerrada sobre sí misma, es la figura perfecta, la imagen de la plenitud, la promesa constante de vida, de renovación, de eternidad. La redondez, lo redondo son conceptos y términos especialmente significativos en la obra literaria de Pedro Salinas. A partir de ellos se desarrolla una larga serie de imágenes que apuntan todas hacia la expresión de una plenitud poética y vital. Ya en Seguro Azar, el poeta exclama: «¡Qué perfecto lo redondo!» (S.A., p. 114). Y el propio azar, ese azar objetivo tan cuidadosamente analizado, tan profundamente vivido por André Breton y por el grupo surrealista, es «redondo, seguro azar!» (S.A., p. 158). Redonda la sortija como redondo es el amor: «Una sortija, una promesa son lo mismo: / inspiran la ilusión, por ser redondas, / de que no tienen fin.» (L.L, p. 498). Y Redondez es el título de un poema donde se describe la contemplación de un mundo devuelto a la unidad y a la armonía: Ya se ha cerrado un anillo: hay algo que se completa [...] Un mundo rueda, tranquilo ¡Qué redondez tan perfecta! (C, p. 825). Redonda también la luz: «La luz es dicha redonda.» (C, p. 796). Redondo es el nombre del Contemplado, el mar de Puerto Rico: Por las noches, soñando que te miraba [...] maduró, sin yo saberlo, este nombre tan redondo que hoy me descendió a los labios. (E.C., p. 611). Y redondo sobre todo el tiempo y el amor en virtud de ese Principio de Similitud, de esa ley de la analogía que Gilbert Durand describe en Figures mythiques et visages de l'oeuvre. Porque, de la misma manera que invariablemente vuelven las estaciones del año, de la misma manera que con eterna regularidad cíclica el día sucede a la noche, así el amor, luz y oscuridad, el amor, paradójicamente único y múltiple, vuelve, se repite, se reinventa. El eterno retorno es pues confianza como Confianza es el libro de poemas postumo de Pedro Salinas. La voz a ti debida concluye con la referencia a un tiempo y a un amor cíclicos. El texto, historia de amor y de ruptura, termina aludiendo a un motivo importante de la temática saliniana: la s o m b r a . Sombras que aquí buscan materia, cuerpos en que encarnarse para vivir de nuevo un amor: V su afanoso sueño de sombras, otra vez, será el retorno a esta corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito. (V.D., p. 329). Lo cíclico, lo redondo, como dice el poeta, es siempre una eterna y renovada «promesa». Y así, cada ruptura trae consigo una esperanza nueva, una «confianza» ciega en el «redondo, seguro azar»: Creo en ti con la fe en el milagro, en el acaso, en el retorno de toda hermosura que ya ha sido y que por eso puede ser de nuevo. (L.L., p. 600). 128 GÉNESIS En el universo saliniano, el amor reproduce la creación del mundo e instaura paraísos fuera del espacio y del tiempo. La llegada de la amada, siempre largamente esperada, y sin embargo siempre repentina, destruye la opacidad del mundo y le devuelve una transparencia edénica. Transparencia de la palabra poética, en primer término. Motivación de la lengua, sueño atávico de una lengua primitiva donde la fatalidad del arbitrario lingüístico queda destruida. La palabra y el referente iguales al fin en una regresión vertiginosa hacia la ensoñación de los orígenes: inventar la palabra, estrenar una lengua como se estrena el mundo: «Lengua de paraíso, / sones primeros, vírgenes / tanteos de los labios.» (R.A., p. 353). Lengua substraída al desgaste del uso, palabra primera, única para nombrar lo primero, lo único. Porque el amor, cada amor, reinventa también el mundo. Y reinventa el mundo en sus orígenes, un mundo nuevo, virgen donde el tiempo participa de lo mítico negando el tic-tac de los relojes, donde el espacio estalla para recuperar mitos de los orígenes, paraísos perdidos: Hagamos nuestro tiempo nosotros mismos Inventemos nuestro espacio. (L.L., pp. 556-557). Espacios destruidos por cataclismos y vendavales son trocados entonces por islas nuevas por descubrir. Espacios fuera del espacio, tiempo de antes del t i e m p o que el a m o r recrea para encuadrarlos a veces dentro de un misticismo dionisíaco: Y todavía podemos huir más allá: fingirnos que no existimos, vivir en un mundo prenatal en donde estar juntos sea un inmenso estar perdidos uno en otro, indivisibles, como en el mar y en el cielo, antes que los separara Dios. (L.L., p. 580). Visión fabulosa también de una amada que se crea a sí misma: Y no recibes vida. Tú la creas. Tú, de tu propia criatura origen, del vago simulacro de tu antes te sacas tu nacer: recién nacida voluntaria a vivir. (R.A., p. 372). Y mientras el poeta dice agotarse en su don, ella, al contrario, se crece, vive y se recrea, en la doble acepción del t é r m i n o , dándose. Visión cíclica nuevamente de la amada de quien el poeta escribe: Y de pronto se siente, cuando ya te acabas en asunción de ti, que en tu mismo final, renacida te empiezas otra vez. (V.D., p. 279). Esta génesis perpetua de sí misma corre paralela a la génesis del mundo y del ser amado. La gran obra de la figura femenina en el universo saliniano es el don divino por excelencia de la creación. En una gran ensoñación sobre la «víspera del mundo», la amada fija espacios, nombres, rumbos, la amada, a través de la palabra, asienta los orígenes del mundo en una Creación repetida y sin embargo nueva. Al final, el poeta espera, impaciente, su asignación en el espacio y en el tiempo, una orden de existencia que se confunde con el amor: Y junto a ti, vacante, por nacer, anheloso, con los ojos cerrados, preparado ya el cuerpo para el dolor y el beso, con la sangre en su sitio, yo, esperando -ay si no me mirabasa que tú me quisieses y me dijeras: «ya». (V.D., pp. 241-242). La amada, revestida así de las atribuciones divinas, escapa al tiempo objetivo para instaurar como medida de su existencia su propio ritmo vital: «Sintiéndolos,tú, desnuda/de reló, en la muñeca:/ latido contra número.» (V.D., p. 267). Y escapa también a las comunes medidas del espacio: «Te siento huir, ligera/[...]/buscando/[...]/eldesorden celeste que es sólo donde cabes». (V.D., p. 266). Vuelta al caos de la indistinción, regresión al tiempo y al espacio de antes de la creación del mundo, recuperación primera de los orígenes, instauración del orbe, tales son las funciones de la amada, del amor y de la poesía. Mito fundacional pues de «otro mundo que éste nos rehusa.» (R.A., p. 439). LUCES Y SOMBRAS. EROS Y PSIQUIS «Por lo que no puedo ver / llevo los ojos abiertos» escribe Pedro Salinas en un poema titulado Mirar lo invisible (S.A., p. 145). Los motivos de la luz y de la oscuridad, la temática de la visión son constantes del universo saliniano. Y aquí se produce de nuevo ese fenómeno de inversión que caracteriza el sistema simbólico propio del escritor. Ojos abiertos, visión que a la postre se revela ceguera. Ojos cerrados, visión interior donde se revela la luz verdadera. Luz que desvela esencias, más allá de las apariencias, realidades últimas que escapan a la contingencia. Por eso como dice ya el poeta en Presagios: «Mano de ciego no es ciega: / una voluntad la manda, no los ojos de su dueño.» (R, p. 55). Voluntad que es «ambición de luz,/eterna ambición de asir/ lo inasidero.» (R, p. 55). Eros y Psiquis. A m o r sin luz, amor que, ignorando el sentido de la v i s i ó n , se vuelve deliberadamente hacia la oscuridad: «Llevo los ojos abiertos. / No te veo / [...] / Llevo los ojo$ cerrados. / No te veo, ya te siento, / ya te tengoMía», dice Salinas (S.A., p. 151). 129 Esa constante búsqueda de las esencias que se despliega a través de los textos de Pedro Salinas rechaza en un primer momento el sentido de la vista y reduce la visión externa y directa a la mera captación del f e n ó m e n o que no es más que apariencia: máscara, risa, c a m b i o , v e s t i d o , movimiento, vaivén (1Z1. Más allá de todo ello, detrás, dentro, se encuentra la esencia. La vista es por ello, el más engañoso, el más inseguro de los sentidos. «Para sentirte a ti / no sirven los sentidos de siempre.» (V.D., p. 269). Cerrar los ojos es pues ver con otros ojos, ver a través de otra luz. La claridad exterior es entonces vana: «La luz lo malo que tiene es que no viene de ti [...] Quiero más tu oscuridad.» (V.D., p. 262). Sentido nuevo, visión interna, la única que según la palabra clave del vocabulario saliniano «aclara». Lo demás es error: El amor que yo te ofrezco es como una oscuridad al principio y exige cerrar el paso a tantas luces fáciles para encontrar la suya, en las entrañas. (L.L., p. 475). Y después de Largo lamento el poeta escribe dos textos cuyos títulos se refieren a la visión y a la luz: El Contemplado y Todo más claro. Salinas parece haber encontrado aquí ya definitivamente esa luz verdadera que se esconde tras la oscuridad. El contemplado mar de Puerto Rico, mar a m a d o , l u m i n o s o , a n c h o , i n m e n s o , en un momento privilegiado, el mediodía, cuando la luz es más clara, más alta. Luz y mar, revelación al fin, plenitud total, transparencia: A ese fulgor de playa en mediodía no resisten arcanos. Y en impolutas láminas, la espuma sin prisa, rasgo a rasgo, el pensamiento aquel-nacido oscuro, lo pone todo en claro. (E.C., p. 623). Y el «acierto» último: mar y amor en paz, análogos, bajo la luz vertical del mediodía, «acierto» que vendrá cuando al universo se le aclare la razón final de tu movimiento: no moverse, mediodía, sin tarde, luz en paz, renuncia del tiempo al tiempo. La plena consumación -al amor igual, igualde tanto ardor en sosiego. (E.C., pp. 638-639). Así es el «radiante mediodía. En él, el alma / se reconoce: esencia.» (E.C., p. 628). Esencia ansiosamente buscada, esencia hallada al fin en esa verticalidad de la luz sobre el mar donde se revela el alma. Y de nuevo la misma ambivalencia referencia!: mar, amor y esperanza en la exaltación del contemplar. Ahora sí los ojos son ios seguros Lo que se ha mirado así, día a día, enamorándolo, nunca se pierde, porque ya está enamorado. Míralo aunque se haya ¡do. Visto o no, contémplalo. (E.C., p. 621). El Contemplado, conquista de la luz, conquista del mirar y conquista del espacio, del tiempo, última conquista sobre la muerte. El texto ya no construye su universo íntimo a partir de una voz poética debida a la amada. «Tú» no tiene ya por referente una imagen femenina a la que «yo» se dirige. «Tú» adquiere en El Contemplado las vastas proporciones del Océano: «tú» es el mar de Puerto Rico cargado de simbolismo cósmico, transcendido. Así se instaura una nueva forma de i n t i m i d a d entre el poeta que contempla y el contemplado mar. Dilatación del universo poético, vastos espacios e intimidad de los acentos, de la voz poética. De nuevo aquí se produce esa dialéctica de c o n t r a r i o s que caracteriza el Imaginario Nocturno Sintético descrito por Gilbert Durand en Les structures anthropologiques de l'imaginaire. Y paralelamente a esa ampliación cósmica del «tú» se produce una dilatación fabulosa del «yo». Multiplicación, acumulación vertiginosa no sólo de la mirada sino de la voluntad de ver. Quien contempla el mar (y casi se diría quien contempla, sin complementos) no es el «yo» sino todo el género humano en una convergencia de miradas que desafía los límites del espacio y del tiempo. Mirada transcendente bajo la luz vertical: ¡En este hoy mío, cuánto ayer se vive! Ya somos todos uno en mis ojos siempre abiertos [...] Ahora, aquí, frente a ti, todo arrobado, aprendo lo que soy: un momento de esa larga mirada que te ojea, desde ayer, desde hoy, desde mañana, paralela del tiempo. (E.C., p. 649). Los poemas reunidos en el volumen que lleva por título Todo más claro fueron compuestos por Salinas en los Estados Unidos entre los años 1937 y 1947. Poemas de exilio pues, escritos en país extranjero «abrazando a mi i d i o m a c o m o a incomparable bien.» («Prefacio» de T.C., p. 654). Durante esa década de convulsiones profundas, Salinas escribe paradójicamente un libro de poemas en el que habla de luz y de claridades. Y es que, como dice el poeta en el prefacio señalando la relación dialéctica entre la luz y la oscuridad: La poesía es siempre obra de caridad y de claridad [...] De esclarecimiento, aunque necesite los arrebozos de lo oscuro y se nos presente como bulto indiscernible, a primeras [...] Y al fin y al cabo, cuando Mallarmé sintió que necesitaba añadir un poco de oscuridad a cierto poema, esquequería poneralgo mucho más claro. («Prefacio» a T.C., p. 656). Poesía-claridad que termina en Confianzacon un poema que lleva el mismo título que este libro postumo: Mientras haya sombras que la sombra niegan, pruebas de luz, de que es luz todo menos ellas 130 Mientras haya trasluces en la ti niebla, claridades en secreto, noches que lo son apenas Ι.Λ Tantas palabras que esperan invenciones, clareando, -mientras hayaamanecer de poema. (C, pp. 841-842). LA COMPLEMENTARIEDAD DE LOS OPUESTOS Luz q u e necesita de la o s c u r i d a d para ser luz, v i d a q u e necesita de la m u e r t e para ser v i d a , a m o r q u e necesita del d o l o r para s e g u i r s i é n d o l o : «No q u i e r o q u e te v a y a s , / d o l o r , última f o r m a de amar.» (V.D., p. 319), r u p t u r a s q u e g e n e r a n esperanzas nuevas, m u n d o de lo cíclico, verticalidad q u e corre al e n c u e n t r o d e la p r o f u n d i d a d , m u l t i p l i c i d a d d o n d e se revela la u n i d a d : Plural todo, plural, luces, vidas y mares. A subir, a ascender de docenas a cientos, de cientos a millar, en una repetición sin fin de tu amor, unidad. (V.D., p. 252). Para el i m a g i n a r i o s a l i n i a n o , nada es sin la relación c o m p l e m e n t a r i a c o n su c o n t r a r i o l13). M u n d o d e la a n t í t e s i s , e s t a t i s m o d e l o s o p u e s t o s i r r e d u c t i b l e s : «Vivir a m e d i a s . » (R.A., p. 434). U n i v e r s o i n c o m p l e t o , u n i d a d e s c i n d i d a . Así, en un p o e m a t i t u l a d o Verdad de dos, Salinas p r e s e n t a una i m a g e n m a s c u l i n a q u e p a r t i c i p a ú n i c a m e n t e de la luz: « C o m o él v i v i ó de día, s ó l o un d í a , / n o p u d o v e r m á s q u e la luz.» ( f î . A , p. 433). En o p o s i c i ó n aparece s e g u i d a m e n t e una f i g u r a f e m e n i n a q u e s ó l o c o n o c e la o s c u r i d a d : Ella, sí. Nació al advenimiento de la noche, de la primer tinlebla clara hija, y en la noche vivió. (R.A., p. 433). Error de s o l e d a d e s , e r r o r de los o p u e s t o s aislados q u e s ó l o el a m o r t r a n s f o r m a en v e r d a d , «verdad de d o s » . Y el p o e m a c o n c l u y e d i c i e n d o : Hay que luchar la lucha que les cumple a los que pierden paraísos claros o tenebrosos paraísos, para hallar otro edén donde se cruzan luces y sombras juntos y la boca al encontrar el beso encuentra al fin esa terrible redondez del mundo. (R.A., p. 435). A m o r , naturaleza, relación dialéctica entre los c o n t r a r i o s . En e l l o s y p o r e l l o s se c u m p l e la v e r d a d e r a v o c a c i ó n del ser: U n i d a d . NOTAS 1. Para la realización de este estudio, hemos utilizado la edición de las Poesías completas de Pedro Salinas publicadas por Seix y Barrai en Barcelona, 1981. Al citar los textos, recurriremos a las siguientes abreviaciones: (P)Presagios, (S.A.) Seguro azar, (RS.) Fábula y signo, (V.D.) La voz a ti debida, (R.A.) Razón de amor, (L.L.) Largo lamento, (E.C.) El contemplado, (T.C.) Todo más claro, (C.) Confianza. Nos referiremos también al Teatro completo de Pedro Salinas, Madrid, Aguilar, 1957, así como a su obra narrativa completa publicada en Barcelona por Seix y Barrai en 1976. 2. G. Bachelard: L'air et les songes, Paris, J. Corti, 1953, p. 19. 3. Recordemos que vertical es también el trayecto del agua que fluye, cálida, por el radiador en el poema titulado Radiador y fogata. 4. Op. cit., p. 18. Para la explicación y el análisis detallado de las metáforas de la verticalidad, de la caída y de la profundidad, remitimos al lector a la obra de Gilbert Durand: Les structures anthropologiques de l'imaginaire, publicada por Bordas en 1975. 5. Op. cit., pp. 73-74. Por ello hemos empezado este estudio sobre Salinas con la imagen de la flecha. 6. Op. cit., pp. 126-127. 7. G. Bachelard: L'eau et les rêves, Paris, Corti, 1942, p. 34. 8. Op. cit., p. 38. 9. Op. cit., pp. 67-69. 10. No es solamente la imagen reflejada en el agua-espejo lo que revela la identidad y la realidad del ser. Mediante la inmersión en el elemento líquido se produce también el mismo fenómeno. El personaje central femenino de la obra de teatro titulada La Bella Durmiente dice sentirse más «verdadera» con el simple contacto del agua del baño. 11. Op. cit.,p. 68. 12. Son innumerables los textos en los que Salinas plantea el tema de la reducción de la apariencia a la esencia. Recordemos simplemente a título de ejemplo dos de sus obras de teatro: La fuente del Arcángel y La Bella Durmiente. En su poesía es quizás en La voz a ti debida donde el poeta se entrega de manera más vertiginosa a la búsqueda de las esencias. Citemos solamente estos versos extraordinarios: «Ansia/de irse dejando atrás/anécdotas, vestidos y caricias,/de llegar,/atravesando todo / lo que en ti cambia, / a lo desnudo y a lo perdurable. / Y mientras siguen / dando vueltas y vueltas, entregándose, / engañándose,/tus rostros, tus caprichos y tus besos,/tus delicias volubles,/tus contactos/ rápidos con el mundo, /haber llegado y o / a l centro puro, inmóvil, de ti m i s m a / y verte cómo c a m b i a s / - y lo llamas v i v i r - / e n todo, en todo, sí/menos en mí donde te sobrevives.» (V.D., p. 258). 13. Para un análisis detallado del Mito de Hermes, ver G. Durand: «Le XXème. siècle et le retour d'Hermès» in Figures mythiques et visages de l'oeuvre, Paris, Berg International, 1979, pp. 243-306. Y remitimos también al lector a El retorno de Hermes, Barcelona, Anthropos, 1989. 131 YVONNE OCHART: EL ESPEJO AGUA María-Teresa Del aire al aire, del fuego al fuego, del agua al agua. Así nace, crece y se regenera la palabra poética, leve como el aire, ardiente como el fuego y transparente como el agua de la fuente de Castalia. El agua es la última metáfora de la poesía, del signo transparente, que el poeta sueña, vive y persigue y alcanza, únicamente en el instante de la perfecta iluminación. Yvonne Ochart, una de las voces líricas más auténtica y realizada de la literatura puertorriqueña de hoy, ha publicado recientemente el último poemario titulado, precisamente, El libro del agua,1), con un prólogo del conocido crítico literario y escritor peruano Julio Ortega. En sus palabras, Berte Ilo ni Ortega no sólo reconoce la estatura poética de la autora sino que afirma algo que solamente puede decirse de la gran poesía: «[Yvonne Ochart] ha sido capaz de poner a riesgo, otra vez, la desnudez del lenguaje para hacerlo esencial». En un mundo en el que el oficio del poeta y de la poeta es usurpado, con demasiada frecuencia, por gente que conoce, tal vez, la técnica, pero no ha logrado entrar en contacto con el hontanar del lenguaje esencial, la voz de Yvonne Ochart es, además de refrescante y seductora en su decir denso y leve a la vez, iluminadora. En efecto, la densidad del concepto que, en el lenguaje filosófico, añade peso al estilo cuando no oscuridad, en el presente poemario ha logrado ser transmitida, aligerando la lengua poética y volviéndola de cristal y espejo para que a través de ella se transparente y se refleje el ser y su imagen. El libro, concebido como «Alabanza a Dios», se divide en tres partes que señalan las etapas del camino de la autora y de su palabra hacia la plena comunión con el Todo, que ella llama «el Invisible», pero que s a b e m o s , además, por los poetas inefable, indecible. Mas no una simple negación del decir, sino lo que está más allá de toda posibilidad de ser dicho. Para nuestra poeta el Invisible indecible es el dios conocido por la mediación cristiana, pero no es excluyente porque ella concibe el Todo de manera universal. Para otros, siempre que se acerquen a la poesía con cuidadosa atención y la mente libre de prejuicios, puede ser la energía universal que se oculta, cual causa prima, debajo de las manifestaciones vitales, o el misterio de los misterios que acecha, maravilloso e inefable, detrás de la vita y de las palabras que la traducen y la interpretan. El agua es el horizonte y, al mismo tiempo, el espacio sagrado en el que esta poesía, lanzada hacia la iluminación, canta la única canción que merece ser cantada: la de las maravillas del ser y su contemplación. 132 El p o e m a r i o , d i v i d i d o en tres partes, es el marco físico en el que la poeta ha querido constreñir su voz única, para ofrecer a otros, los que con ella reescriben los poemas al leerlos, las etapas de un auténtico /fer iniciático. Penetrar en el espacio de este poemario implica acallar los ruidos de las chacharas y de las miserias cotidianas; obliga a mirarse en la propia imagen en el espejo, huidiza e inasible pero irrepetible, para traspasar el azogue y entrar en el mundo otro que esta palabra abre en el profundo. La primera parte, titulada «Vías y pasadizos», comienza con el poema Was en el cual las palabras son vistas como signos equivalentes, en su transparencia, del agua y del laberinto de cristal, que con ellos se forma. Mas si la poesía, palabra que intenta ser la puerta abierta hacia el misterio, se asemeja a un laberinto, es sólo para aquel que pretende poseer el hilo de Ariadna para volver a encontrar la salida. Mas así no es, para eso no se creó ni se crea el mundo de la poesía. La poesía es el laberinto que lleva a la última respuesta, y quien lo entiende, con el entendimiento interno que la razón sistemática oscurece, no desea, ni lo intenta, volver a salir de su ámbito. El agua y la palabra poética son el camino, singular y siempre cambiante, que lleva al encuentro con el propio y o , m a n i f e s t a c i ó n e x i s t e n c i a l del Yo t o t a l , que únicamente se alcanza en la vivencia de un instante mágico. Así, dice en los tercetos finales el poema: Tal vez en esa agua de cristales, que forma la memoria del que busca, sólo encuentre respuestas singulares; porque de ella piden, como de un rito, el secreto último de los símbolos, sin saberla, transparente pasadizo. Nacida por la palabra, suspendida como todos los seres humanos sobre el abismo del misterio, Yvonne Ochart ha encontrado, en su oscuridad luminosa, el sentido radical de su existencia y el de la poesía. En el segundo poema, que lleva el título de El vaso de agua, encontramos la esencia de lo cotidiano, porque el vaso de agua es lo que pide el sediento, el moribundo, el buscador y con el vaso de agua se apaga el dolor y se escribe la historia: Sólo tú, oh vaso de agua poderoso, has circundado, con tu simple anillo, transparente y diamantino; la sed de todos los hombres, el ansia de todos los hombres, la historia, de todos los hombres. El poema siguiente, El agua de los amantes, es un claro poema de amor que presenta el agua como el testimonio del amor y de la purificación inherente a toda experiencia amorosa cuando, en la trayectoria más esencial del eros, se revela, en el instante supremo, como un instante huidizo y eterno de contemplación. Y es contemplación en la que la carne se ha hecho palabra del espíritu, camino y meta, búsqueda y encuentro. Mas es también, al final, poema del olvido y su última estrofa, con su tristeza difusa, nos prepara para el poema siguiente: Olvidada de sus ríos, ignorada de su esfuerzo, inconscientes de su magia, el agua de los amantes es mirada con desdén, es olvidada, para siempre. En efecto, la poesía titulada El agua del herido -y la dedicatoria al amigo muerto la transforma en epitafio- es el canto de la amistad, que es el aspecto más duradero y fiel del amor, y que aquí sufre el dolor de la herida en la solidaridad de los sentimientos de la inutilidad y desesperanza que las heridas de la muerte producen. Mientras en el poema anterior el canto del amor es el canto del éxtasis compartido y de la desmemoria de los amantes, en este el amor de la amistad, el conocido agapao griego, es la participación en el dolor límite, cuando el agua misma no trae ninguna salvación: «En su agua se confunde el deseo, la muerte acechante, el amor y el terror a lo futuro». Una de las características, poéticamente más significativas del presente poemario, es, como bien lo ha visto Julio Ortega, su luminosidad; y, otra, la musicalidad transparente del lenguaje, que logra transcribir la transparencia cristalina del agua que fluye bajo la luz del sol. Detrás de ella, sin límites en su absoluta claridad, el esplendor misterioso del Todo, que se revela en la contemplación de una noche estrellada: Cuando me tiro al suelo a contemplar el cielo, el Universo entero me susurra su secreto. Cuando me tiro al suelo a contemplar el cielo, como agua el Universo me sumerge en su secreto. Es el Todo que vuelve en el poema El amor y el agua, como Amor único y divino, del cual son reflejo los amores que amamos y nos aman, como dice la poeta, que dejamos y que nos dejan, que perdemos y nos p i e r d e n , porque todos son caminos hacia el único y definitivo, ese «Amor che move el Sol e le altre stelle» dantesco, que guía a los creyentes hacia la morada última. Como todo auténtico poeta, Yvonne Ochart, que en este poemario revela el descubrimiento de su propio camino de salvación y privilegia el espíritu sobre la carne, es profunda y visceralmente humana en la fe y en la duda, en la memoria y en la vivencia, en la afirmación y en la pregunta, y en el anhelo profundo de la catarsis definitiva, como en el logrado penúltimo canto de la primera parte titulado Aguas: 133 Pero entre tanta azulación de mar ¿No habrá agua que redima? Pero entre tanto canto de lluvia ¿No habrá un pozo que llegue al alma? Pero entre tanto claror de río ¿No habrá risa que desborde en alba? Pero entre tanto manantial oculto ¿No habrá respuesta para tanta ansia? La p r i m e r a parte t e r m i n a con una i n v o c a c i ó n al «agua final» para q u e , cual n u e v o inicio, la tierra y sus p o b l a d o r e s se salven c o m o c o n un «nuevo bautismo». La s e g u n d a parte la c o m p o n e un único largo p o e m a q u e representa un alto en el c a m i n o de la s a l v a c i ó n e t e r n a ; una p a u s a para el r e t o r n o al pasado y para recrear, en la m e m o r i a y m á s allá de ella, la casa q u e , a l g u n a vez, c o b i j ó la sangre de la p r o p i a s a n g r e , cual agua de v i d a . Es la casa en la q u e ha n a c i d o el y o m á s a u t é n t i c o en el a m o r y en el o d i o , en los j u e g o s y en los a b a n d o n o s , en la b ú s q u e d a y en el e n c u e n t r o y, en ella, p o d e m o s reconocernos t o d o s , a u n q u e nunca haya sido nuestra casa, p o r q u e a h o r a , creada por la palabra poética, lo es y para s i e m p r e : Es un casa en lo alto de un monte, allí vive todo el que vivió y el que ha muerto; todo el que taló y engendró todo el que domeñó y fue herido todo el que incendió y bailó todo el que marchó y vuelve, todo el que juró y pecó, todo el que amó y guerreó, todo el que maldijo, y fue olvidado. Era la casa de mi madre, de leña y selva pura, de locuras y de suicidios, de la fertilidad y de la muerte. La casa de la m e m o r i a es s i e m p r e la m i s m a casa; en sus h a b i t a c i o n e s v i v e n nuestros s u e ñ o s y nuestras pesadillas, n u e s t r o s p r i m e r o s placeres y, sobre t o d o , p o r q u e nos m a r c a r o n para s i e m p r e , nuestros p r i m e r o s d o l o r e s adolescentes. El d o l o r de crecer y de saberse v i v o en un m u n d o casi s i e m p r e h o s t i l , q u e o f r e c e y no c u m p l e sus p r o m e s a s , c o m o en los d o l o r o s o s y bellos versos del p o e m a A Silvia de G i a c o m o L e o p a r d i : O natura, o natura, Perché non rendí poi Quel che prometti allor? perché di tanto Inganni i figli tuoi? Por ello, en la casa cantada p o r la voz lírica, leve y c r i s t a l i n a de Y v o n n e O c h a r t , nos r e c o n o c e m o s t o d o s , c o n m e l a n c ó l i c a nostalgia y con ella p o d e m o s cantar q u e d a m e n t e : Movida entre ramajes, cercada por la envidia, amenazada por cataclismos y animales, atribulada por la angustia. estremecida por las dichas, acrisolada por nacimientos y funerales, por regresos y despedidas, ésta es la gran casa hundida como un beso, hacia el recuerdo de todo lo que fue, de todo lo que somos, de todo, lo que es. Si p o d e m o s r e c o n o c e r n o s y h a b i t a r la casa del agua de Y v o n n e Ochart es p o r q u e , c o m o dice G i a n n i V a t t i m o en Poesía β Ontologia, [...] la obra de arte funda un mundo en cuanto funda un nuevo sistema de significados; el encuentro con ella es como el encuentro con una persona, en el sentido que ella no se introduce s i m p l e m e n t e en el m u n d o como es, sino que representa una propuesta de una sistemación nueva del mundo, en este sentido [representa! también una [nueva] Weltanschauung(2). Esta nueva c o n c e p c i ó n del m u n d o se ofrece no sólo c o m o nueva sino c o m o n u e s t r a . Es una r e c o n s t r u c c i ó n del m u n d o q u e , tal c o m o es no nos satisface, y es t a m b i é n n u e s t r a p o r q u e nace de n u e s t r a l e c t u r a q u e r e c r e a , d e s d e la a f i n i d a d interior de la v i s i ó n y de los s e n t i m i e n t o s , recrea la palabra del p o e t a . La tercera y ú l t i m a parte del libro lleva p o r t í t u l o «Transparencia» y señala desde él a la poeta visionaria, cuya m i r a d a ha l o g r a d o traspasar el v e l o q u e esconde la v e r d a d y el ser. En efecto, es la parte en la cual los v u e l o s líricos alcanzan, a m e n u d o , la pureza t o t a l de la palabra, c o m o en esas f u l g u r a c i o n e s r e u n i d a s en « H a i k ú s d e l a g u a » . El haiku, q u e S i r G e o r g e S a n s o m definió c o m o «little d r o p s of poetic essence», es un b r e v í s i m o p o e m a q u e c o n t i e n e un t o d o s o l a m e n t e s u g e r i d o , p o r lo q u e el lector o el o y e n t e se siente r e a l m e n t e parte de la creación poética. Desde el p u n t o de vista g r á f i c o , Y v o n n e O c h a r t ha l o g r a d o en « H a i k ú s d e l a g u a » u n a especie particular, suya, de c a l i g r a m a : Una rama de bambú reflejada sobre el agua escribió este haikú del agua. Después de los «Haikús del a g u a » , el a l m a de la poeta y su m e n t e están listas para aceptar la r e v e l a c i ó n , q u e t e r m i n a en el l í m i t e de la «Zona sagrada». Dice, de h e c h o , la ú l t i m a r e v e l a c i ó n , q u e lleva el t í t u l o de Revelaciones V: Y hallar en la penumbra el agua milagrosa, tan dulce y desprendida de una clara aurora. Y hallar en el vacío, su nombre que le nombra, en la eterna ondulación que siempre le interroga. Y hallar, siempre después del llanto y de la risa, en la quietud de la honda, penumbra milagrosa... La agua desprendida, por siempre salvadora. 134 El uso de la conjunción «Y» para iniciar las tres estrofas y la reiteración del verbo «hallar» sugieren claramente una búsqueda en el tiempo, c o n t i n u a y e s c a l o n a d a , que t e r m i n a en la purificación final. Ahora es posible el paso a la zona sagrada, donde vive de siempre y para siempre la rosa mística. Así canta el poema La gota y la rosa: Oh gota transparente o roja, oh espejismo del agua, que mira desde su ojo infinito la aterradora eternidad de la que es siempre, la misma, inmutable rosa, γ es otra rosa y otra rosa y otra rosa. La poesía que despierta en el lector las sensaciones visuales precisas es siempre una poesía redonda, en la que no es posible ni pensable ninguna modificación, precisamente como este poema que puede uno imaginar como escrito en el aire mientras la gota cae lenta y pausadamente, como un beso espiritual, sobre el alma anhelante. Yvonne Ochart ha probado con este libro que es posible poetizar sobre los conceptos límite, cuya presencia tiende a pesar sobre la lengua poética, sin perder la sutileza, la transparencia y la ligereza de la expresión lírica; y también que, escuchando su poesía, se puede sentir y vivir la coincidencia de la voz y del silencio, de la nada y del ser, como en los últimos versos del poema Ahimsa: Y sobre ella la gota del agua santa, como se canta en el poema siguiente titulado La gota sobre la rosa. El poema, como otros, combina la forma con el concepto, logrando, en el lector, la sensación visual de la gota de agua que cae sobre la flor. Bañarme en ese otro río del silencio. Volver al agua transparente de la nada. Universidad de Puerto Rico - Mayagüez 9 AQUA 1 AQUA AQUA NOTAS 1. Yvonne Ochart: El libro del agua, San Juan, First Book Publishing of RR., 1996. 2. Gianni Vattimo: Poesía e Ontologia, Mursia, 1985, pp. 63-64. 135 EL NARRADOR NARRADO (EN TORNO AL POEMA GONGORA, DE J.L. BORGES) Manuel Fuentes Para Alberto Cuenta Borges, en esa hermosa y parcial historia de la literatura inglesa (1), que en vida de Robert Browning se formó una sociedad para analizar su obra -los «Clubs Browning»-. El poeta -continúa el escritor argentino- «asistía a las sesiones, felicitaba a cada intérprete y se abstenía de toda intervención». Tal parece el destino de los exégetas de la poesía de Borges: operar una suerte de parciales inquisiciones hermenéuticas desde el silencio de los textos. Fatigar -infinitivo del que gustó el poeta a r g e n t i n o , pero t a m b i é n el c o r d o b é s (2)- la bibliografía borgesiana no es el propósito de esta notícula. Modestamente se propone volver sobre un poema cuyo título -Góngora (3)- anuncia su asunto y que ha sido, recientemente, objeto de comentario (4). Reproduzco el poema, según la edición citada: Góngora Marte, la guerra. Febo, el sol. Neptuno, el mar que ya no pueden ver mis ojos porque lo borra el dios. Tales despojos han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno, de mi despierto corazón. El hado me impone esta curiosa idolatría. Cercado estoy por la mitología. Nada puedo. Virgilio me ha hechizado. Virgilio y el latín. Hice que cada estrofa fuera un arduo laberinto de entretejidas voces, un recinto vedado al vulgo, que es apenas, nada. Veo en el tiempo que huye una saeta rígida y un cristal en la corriente y perlas en la lágrima doliente. Tal es mi extraño oficio de poeta. ¿Qué me importan las befas o el renombre? Troqué en oro el cabello, que está vivo. ¿Quién me dirá si en el secreto archivo De Dios están las letras de mi nombre? Quiero volver a las comunes cosas: el agua, el pan, un cántaro, unas rosas... La aparente disposición del cruce de voces en la articulación del texto lo acerca y aleja de la conocida técnica del monólogo dramático que Browning, entre otros, desarrolló (5) . Se acerca en la medida que la voz narrativa de la primera persona crea la posibilidad de un verosímil poético -la conciencia del escritor del XVII- y por otra parte se aleja, puesto que la poética borgesiana se propone neutralizar, borrar, aniquilar los límites entre el personaje que narra y el que es narrado. Desde esta perspectiva, si el poema se aproxima al monólogo dramático se distancia totalmente del caótico stream of consciousness tan caro a cierta concepción literaria de principios de siglo. Borges radicalizó su oposición a la vanguardia inicial de los años veinte, que él contribuyó a instaurar (6) , desarrollando progresivamente el componente argumentai frente a la inconexión discursiva que caracterizó buena parte de aquella estética. Su rechazo de la metáfora brillante (7) y su predilección por las imágenes reiteradas y seminales -de las kenningaral juego con los cuatro elementos y a la repetición obsesiva de los mismos símbolos- le llevó progresivamente a acentuar el acto de la escritura como un espejo que reflejara hasta el vértigo las infinitas escrituras anteriores. Y es, en este sentido, como el poema, al alejarse del monólogo dramático, se acerca a una variante retórica de la sermocinatio clásica, la subiectio m. El poema se inicia con la exposición de la escritura elusiva típica de la poesía de Góngora. El nombre del mito personificado -Marte, Febo, Neptuno- no sólo elude, alude, sustituye o desplaza sistemáticamente a la cosa -guerra, sol, mar-, sino que oculta su presencia; de ahí que el poema se cierre sobre sí mismo al'afirmar en si último dístico Quiero volver a las comunes cosas. Sin embargo, ya desde el principio, el discurso del narrador ficticio Borges y del narrador narrado Góngora empiezan a identificarse, tal y como observa Gloria Videla de Rivero: 136 Pero ya desde el comienzo se insinúa la identidad Góngora-Borges. Cuando se dice: «el mar que ya no pueden ver mis ojos / porque lo borra el dios» podemos interpretar que la imagen de Neptuno se interpone y reemplaza la captación del bello, inmenso y misterioso mar. Pero también hay una sutil alusión de la ceguera personal, tantas veces aludida en su obra, que nos sugiere una identificación «Yo-Góngora» y «Yo-Borges» m. Ahora bien, más allá de la dualidad de la primera persona narrativa ésta i m p o n e a la escritura elusiva su condición de despojos, porque la escritura fundamenta la creencia -Marte, Febo, Neptuno- en los falsos dioses (repárese en la obvia o p o s i c i ó n dios/Dios) que han desterrado al supuesto Dios verdadero, al Dios del Catolicismo que es Tres y es Uno. Pero tanto éste como aquéllos, y quizás más este Dios Trino y Uno, son artefactos literarios -mitología- desarrollados por la creencia -idolatría-. La ambigua afirmación del dogma de la Trinidad impuesta por el narrador al sujeto de la narración ¿no implica ya, como el símbolo del secreto archivo-\a Cabala-, al final del poema, la alusión a la condición judía del escritor cordobés? En diversas ocasiones, Borges vio en la Trinidad una formulación tan increíble como la infinita sustancia de Baruj Spinoza, por ejemplo. Sirva el siguiente fragmento, en el que el escritor argentino llega incluso a perder su habitual correccción de estilo: Imposible definir el Espíritu y silenciar la horrenda sociedad trina y una de la que forma parte. Los católicos laicos la consideran un cuerpo colegiado infinitamente correcto, pero también infinitamente aburrido; los liberales, un vano cancerbero teológico, una superstición que los muchos adelantos del siglo ya se encargarán de abolir. La Trinidad, claro es, excede esas fórmulas. Imaginada de golpe, su concepción de un padre, un hijo y un espectro, articulados en un solo organismo, parece un caso de teratología intelectual, una deformación que sólo el horror de una pesadilla pudo parir. Así lo creo, pero trato de reflexionar que todo objeto cuyo fin ignoramos, es provisoriamente monstruoso. "0) Borges deliberadamente borra los límites entre la construcción imaginaria de un discurso puesto en boca de su narrador narrado -Góngoray su propia convicción poética; es decir, mientras que el dogma de la Trinidad es refutado por el narrador y parcialmente aceptado por el sujeto de la narración, la obsesión por Virgilio, el horaciano tópico del odi profanum vulgus... o el desprecio frente a la opinión común (11) son compartidos por ambos. Pero, ¿hasta qué punto es imaginable un viejo Góngora, empeñado en la batalla de las Soledades,que trata de volver a las comunes cosas? ¿Qué es lo que une y lo que separa la praxis poética gongorina, por la que el escritor argentino mostró su desprecio en distintas ocasiones (12) , de la borgiana? Al igual que su repugnancia ante Gracián (13), o sus reticencias ante Unamuno -ese paradójico «me propuse remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de U n a m u n o » - , Borges y Góngora confluyen en el mismo mar infinito: el texto. En ambos, cada estrofa es un arduo laberinto de entretejidas voces y esa imagen no es otra que el símbolo capaz de aunar por encima del tiempo a dos escritores empeñados en construir a sus lectores. El poema deviene un texto en su sentido etimológico -textusr. «tejido»- <ul ; de ahí que el texto se teja con diversos hilos/voces de distinta procedencia y ese entretejer, que la crítica contemporánea ha bautizado con el nombre de intertextualidad, lo llevará al último nivel de la escritura, a c o n v e r t i r l o en un objeto «autoreferencial». (15) Esa actitud del «extraño oficio del poeta» concebido como un textor implica al lector en un ejercicio fatalmente intelectual y ajeno a la v i s i ó n r o m á n t i c a ; puesto que desde el advenimiento del Romanticismo poema, autor y lector entran el falaz juego de la sinceridad olvidando la esencia misma de la poesía que, durante siglos, ignoró ia verdad como uno de sus componentes <16). Y el lector debe, frente al textor y al textus realizar el ejercicio inverso que la crítica contemporánea ha bautizado con el nefasto neologismo de desconstrucción, cosa que no viene a ser sino parcialmente la puesta en práctica de la antigua y clásica estrategia que ya Francisco Sánchez de las Brozas denominó retexere (destejer, desmontar, desconstruir) '">. Si todo texto deviene un entramado de voces que, por ajenas, se convierten en la voz personal, la práctica renacentista y barroca de la imitatio consolidó el arte de la lectura como un ir y venir del texto a los subtextos para provocar el placer basado en los procesos de revelar lo oculto, lo vedado al vulgo ll8) . Tal práctica -en palabras de Alicia Colombí de Monguióestructura y debe estructurar necesariamente, lo que el lector ha de anticipar al acercarse a un texto renacentista, definido desde su génesis por la relación entre sí mismo y el modelo m. Ahora bien, mientras que en la estrategia de un texto renacentista o barroco las fuentes que determinan su proceso de creación deben ser identificadas, a fin de que el modelo quede al descubierto <20), la técnica borgiana no trata tanto de imitar o emular su modelo sino de neutralizar los subtextos que le han servido de fuente convirtiéndolos en un texto invisible. De ahí que frente al texto renacentista, cuyas fuentes son fácil o difícilmente verificables, pero verificables al fin, las referencias a Góngora que Borges utiliza para dar vida a su personaje deben t a m b i é n ser verificadas. Así, los versos: Veo en el tiempo que huye una saeta rígida y un cristal en la corriente y perlas en la lágrima doliente I...] Troqué en oro el cabello, que está vivo pueden partir de los que a c o n t i n u a c i ó n se proponen. 137 La obsesión borgiana por el tiempo (2υ se manifiesta en esa serie de versos anteriores que alternativamente convierten lo fugaz en inmóvil: tiempo/saeta rígida; corriente/cristal; lágrima/ perlas. La formulación veo en el tiempo que huye una saeta /rígida, construida deliberadamente sobre una proposición subordinada adjetiva especificativa -tiempo que huye-, i m p l i c a la existencia de otro tiempo que no huye: la eternidad; esto es, el enfrentamiento entre el tiempo como Kairosy su opuesto, el tiempo como A'ion(221. Parafraseando al argentino, en este caso, la ausencia de una coma interroga al Universo l23). Góngora desarrolló en uno de sus magníficos sonetos finales la imagen del tiempo como saeta: Menos solicitó veloz saeta que Borges reprodujo como p a r a d ó j i c o h o m e n a j e a Quevedo en la antología que preparó l241 . Sin embargo, frente a la formulación gongorina veloz saeta, Borges opone el oxímoron saeta rígida (entendiendo rígida como « i n m ó v i l » ) m a n i p u l a n d o la f u e n t e gongorina. ¿Creyó Góngora en el ciclo del tiempo frente a la flecha del tiempo? I251, o más bien es Borges quien cree en el ciclo del tiempo y construye a su narrador narrado alterando la fuente de la que parte <261. La segunda asociación cristal/corriente entra en flagrante contradicción con la conocida y reiterada imagen del río como símbolo de la fluencia de las cosas en el tiempo al que Borges consagró numerosos poemas y ensayos a partir de la conocida sentencia de Heráclito, según la interpretación platónica, del «Nadie baja dos veces a las aguas / del m i s m o río» <271. Desde esta perspectiva, la conversión del río en cristal en la poesía de Góngora aleja a Borges de la concepción poética del cordobés, aunque éste escribiera, en estampa imborrable, detenida en el tiempo, la fusión perfecta de la mano de una hermosa zagala con las aguas inmóviles del río: juntaba el cristal líquido al humano(28). Finalmente, la asociación perlas/lágrimas atribuida por el narrador a su narrador narrado -asociación que amplía la tópica imaginística de la relación perlas/dientesparece indudable que el escritor argentino la recoge del soneto gongorino cuyos cuartetos rezan del siguiente modo: Cual parece al romper la mañana aljófar blanco sobre frescas rosas, o cual por manos hecha, artificiosas, bordadura de perlas sobre grana, tales de mi pastora soberana parecían las lágrimas hermosas sobre las dos mejillas milagrosas, de quien mezcladas leche y sangre mana.(2S" Y en la ficción -el verdadero dominio de la poesía-, un Góngora anciano, quizás a punto de m o r i r , i m a g i n a d o por un a n c i a n o Borges, rememora un viejo soneto de molde petrarquista que escribió con apenas poco más de veinte años. Y frente a la exuberancia ornamental, frente a los laberintos del tiempo y de las voces, que destruyen y ocultan las cosas y sus nombres, abocado a la muerte, el poema se cierra, quizás con un secreto h o m e n a j e c o m p a r t i d o ; puesto que en esas comunes cosas a las que tanto el narrador como el narrador narrado quieren volver: el agua, el pan, un cántaro, unas rosas... resuena, con perceptible eco rítmico que fija la memoria, otro verso quizás también compartido: en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada (301, que a su vez devuelve el eco al eco:Dios, que sabe de alquimia, lo convierte/ En polvo, en nadie, en nada y en olvido.,31) NOTAS 1. Cf. Jorge Luis Borges: Introducción a la literatura inglesa, Buenos Aires, Columba, 1965, p. 47. 2. En el Poema de los dones, uno de los textos en los que Borges quiso «sobrevivir» (Cf. Jorge Luis Borges: «Prólogo» en Obra poética (1923-1976), Madrid, Alianza Tres / Emecé Editores, 1979, p. 22. En adelante, OP.), escribe el argentino: «Yo fatigo sin rumbo los confines/De esta alta y honda biblioteca ciega» (en El Hacedor, 1960, OP., p. 119). Borges, al utilizar el cultismo semántico latino fatigar-'recorrer insistentemente un camino'-, envía no sólo a Virgilio, sino precisamente a Góngora, quien dará -tal y como apunta Joaquín Arce- «carta de naturaleza a la acepción latinizante de fatigar». La asociación gongorina fatigar/selva reinstaura en Borges la concepción de la biblioteca como símbolo de la incapacidad del lector para encontrar una salida del laberinto. Y no deja de ser curioso, finalmente, que la asociación borgesiana fatigar/libros fuera ya desarrollada, como afirma Joaquín Arce, por un poeta prácticamente desconocido: Jacinto Arnal de Bolea. [Vid. para este aspecto, Joaquín Arce: «"Fatigar selvas": ¿Virgilio o Sannazaro?» en Literaturas Española e Italiana frente a frente, Madrid, Espasa-Calpe, 1982, pp. 185-189). 138 3. Jorge Luis Borges: «Góngora» en Los conjurados, Madrid Alianza Editorial, 1985, p. 83. 4. Gloria Videla de Rivero: «Borges, juez de Góngora», Cuadernos Hispanoamericanos, 552, junio 1996, pp. 63-70. El excelente artículo de Gloria Videla traza la relación entre el escritor argentino y la obra de Góngora desde «Examen de un soneto de Góngora» en El tamaño de mi esperanza (1926) hasta el poema que nos ocupa. Remito, pues, al lector al artículo citado, ya que este análisis tiene como objeto completar lo que a mi juicio son algunas ausencias relevantes para la interpretación siempre inconclusa del texto. El poema es un espacio ideal donde ocasionalmente se encuentran las diversas voces que lo construyen. Y esas voces no son contradictorias, sino complementarias. 5. Borges rindió el homenaje a la técnica del poeta británico en el poema «Browning resuelve ser poeta», perteneciente a La rosa profunda, 1975, OP., p. 424. No obstante, la tensión en ese poema viene marcada por la insistencia, que ya su título sugiere, en los futuros imperfectos de indicativo: «[...] seré Judas que acepta / [...] / seré Calibán en la ciénaga, / seré un mercenario/[...]/seré el amigo que me o d i a . / [ . . . ] / y alguna vez seré Robert Browning». La deliberada voluntad d e s e r e n la ficción -así un hidalgo que resuelve ser caballero- se aleja, sin embargo, de la creencia borgiana de haber sido tanto en el otro como en los otros. Ocasionalmente, y a diferencia de Borges, el monólogo dramático de Browning se acerca más a una impostación, de ahí que la ironía -no muy frecuente en la poesía del argentino-sí aparezca en la del británico. {Vid. para este aspecto, Wayne C. Booth: Retórica de la ironía, Madrid, Taurus, 1974 (1989, reimp.), pp. 191-202). 6. Para esta cuestión: Carlos Meneses: Poesía juvenil de Jorge Luis Borges, Barcelona-Palma de Mallorca, Pequeña Biblioteca Calamvs Scriptorivs, 1978. Y recientemente del mismo autor: Borges en Mallorca (Ί919-Τ921), Alicante, Ediciones Altana, 1996. En el primero de los libros citados, Meneses recoge dieciocho poemas que Borges publicó entre 1920 y 1922 y que el escritor desechó; mientras que en el segundo, se reproduce el «Manifiesto del Ultra» que el escritor bonaerense junto a JacoboSureda, Fortunio Bonanovay Juan Alomar publicó en la revista Sa/earesel 15 de febrero de 1921 (Cf. Carlos Meneses, op. cit. (1996), pp. 93-94). Vista la trayectoria poética e ideológica de Borges se explica su frontal rechazo tanto ético como estético frente a aquel «juvenil error». Un breve fragmento del manifiesto citado anteriormente no necesita escolio alguno: «Pide [el Ultra] a cada poeta una visión desnuda de las cosas, limpia de estigmas ancestrales; una visión fragante, como si ante sus ojos fuese surgiendo auroralmente el mundo. Y, para conquistar esta visión, es menester arrojar todo lo pretérito por la borda.» (Carlos Meneses, op. c/'f.(1996), p. 93). 7. Los conocidos dicterios del argentino contra cierta concepción de la poesía y prosa españolas -Góngora, Gracián, A. Machado, Unamuno, Lorca- no deberían considerarse meros exabruptos, que le granjearon demasiadas enemistades, sino una afirmación de su concepción poética por oposición a cierto canon de la literatura española. De Góngora Borges desprecia, fundamentalmente, la metáfora huera, vana, impostada. Sin ir más lejos, escribe el poeta argentino: «Su virtud o su flaqueza [la de la metáfora] está en las palabras, el curioso verso en que Dante {Purgatorio, I, 13) para definir el cielo oriental invoca una piedra oriental, una piedra límpida en cuyo nombre está por venturoso azar, el Oriente: Dolce color d'oriental zaffiro es, más allá de cualquier moda, admirable; no así el de Góngora {Soledad, I, 6): En campos de zafiro pace estrellas que es, si no me equivoco, una mera grosería, un mero énfasis.» (Jorge Luis Borges: «La metáfora» en Historia de la eternidad, Madrid, Alianza Editorial, 19783, pp. 77-78). Y frente al desprecio de la metáfora gongorina, que salpicará la vanguardia de los años veinte, la tempranísima admiración por Quevedo. En una carta dirigida a su amigo Jacobo Sureda fechada en Buenos Aires en 1922 escribe Borges: «En Quevedo encontré 4 versos que copio, casi panteístas y que mucho tienen que ver con el asunto [que la cesación de la vida sea más inexplicable que la inmortalidad]: Medulas que han gloriosamente ardido/[...] {Cf. Carlos Meneses: «Del epistolario Borges-Sureda», Turia, 21-22, octubre 1992, p. 37). 8. Cf. Heinrich Lausberg: Manual de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1966, II, pp. 198-200. Como diálogo ficticio, la subiectio persigue un razonamiento mediante la refutación de las ideas del interlocutor ficticio. En el poema que nos ocupa, como más adelante explicitaré, los límites del narrador ficticio Borges y del narrador narrado Góngora se funden en un único espacio textual, a diferencia de la disposición clásica en la que los discursos del narrador y del narrador narrado están claramente delimitados. Por ejemplo, el hermoso soneto de Herrera D'el peligro d'el mar, d'el hierro abierto (Fernando de Herrera: Poesía castellana original completa. Edición de Cristóbal Cuevas, Madrid, Cátedra, 1985, Libro Segundo, soneto XXXVI, pp. 528-529) en el que el poeta hispalense narra la huida de Mario a Cartago para en el primer terceto ser el propio Mario quien tome la palabra. {Cf. Gregorio Cabello Porras: «Del paradigma clásico a una apertura significacional en el motivo de las ruinas a través de la poesía de Herrera», Analecta Malacitana, 4, 1981, p. 324). 9. Gloria Videla de Rivero: op. cit., p. 69. 10. Jorge Luis Borges: «Una vindicación de la cabala» (1931) en Discusión, Madrid, Alianza Editorial, 1976, p. 46. 11. Un repaso de las opiniones de Borges sobre las más dispares cuestiones, recogidas por Esteban Peicovich: Borges, el palabrista, Madrid, Letra Viva, 1980, muestra hasta qué punto el argentino se convirtió en uno de los escritores más políticamente incorrectos. Juzgado y condenado por sus opiniones se le negó el Premio sueco, al igual que la obra del cordobés sobrevivió en el purgatorio de las mofas más de dos siglos. 12. Sin ir más lejos, las Soledades serían un espécimen de museo o un juego destinado a la discusión de los historiadores o un mero escándalo. {Cf. Jorge Luis Borges: «Prólogo» en El otro, el mismo, OP., p. 174). 13. Gracián representa para Borges la culminación de un estilo-el barroco-convertido ya en parodia de sí mismo. Véase, por ejemplo, el hermoso poema «Baltasar Gracián» perteneciente a El otro, el mismo, OP., pp. 202-203. Ajeno el jesuíta a la voz de Virgilio, perdido entre retruécanos y emblemas nombró, afirma Borges, con palabra pecadora a las estrellas como Gallinas de los campos orientales. 14. Lo recordó hace unos años, en su excelente Silva gongorina (Madrid, Cátedra, 1993), Andrés Sánchez Robayna: «Y es que lo bordado o tejido pertenece a la misma órbita metafórica de lo escrito (la escritura, el texto o el tejido del mundo). Roland Barthes ha escrito: "Texto procede de textus, participio pasivo de fexo, que quiere decir tejer". El texto es un tejido de sentidos enmarañados; pero, asimismo, todo cuanto aparece como tejido puede leerse como un texto». 15. «Porque si el texto se autocomenta, ya sea a través de los personajes y de los narradores, quiere decir que genera un movimiento de intertextualidad consigo mismo (además de la intertextualidad creada por la parodia). Si el texto se hace diferente en los distintos niveles y ejercicios de lectura/escritura que propone y acumula versión sobre versión, significa qu0 139 la letra está comentando a la letra, que el signo vuelve al signo. El texto va a comenzar a apoyarse en el/los texto/s como lo único real que ocurre en el libro [añado yo, y en la poesía] y de ahí el funcionamiento y la importancia de la traducción y retraducción de los signos para edificar la novela [y la poesía, sigo añadiendo]. El texto se hace auto-referencial.» (Lelia Madrid: Cervantes y Borges: la inversión de los signos, Madrid, Pliegos, 1987, p. 49). 16. «Nuestro siglo ha perdido, entre tantas otras cosas, el arte de la lectura. Hasta el siglo dieciocho ese arte era múltiple. Quienes leían un texto recordaban otro texto invisible, la sentencia clásica o bíblica que había sido su fuente y que el autor moderno quería emular y traer a la memoria.» (Jorge Luis Borges: «Prólogo» a Francisco de Quevedo en Antología poética, Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 7) O dicho de otra forma no menos hermosa: «[...] el poema empezó por ser un objeto verbal forjado para mantenerse en la memoria (para ser ahí releído, recitado y aun si se quiere, redicho); y por ello se dispuso como una red de vínculos capaces de lograr que la evocación de un solo elemento arrastrara a la evocación simultánea de todos los restantes.» (Francisco Rico: Primera cuarentena y tratado general de literatura, Barcelona, El festín de Esopo, 1982, p. 14). 17. Cf. el clásico estudio de Eugenio Asensio: «El Ramismo y la crítica textual en el círculo de Luis de León. Carteo del Brócense y Juan de Grial» en Víctor García de la Concha (ed.): Academia Literaria Renacentista. I. Fray Luis de León, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1981, p. 62. 18. Escribe Pedro Díaz de Rivas: «el poeta no tiene obligación de regular la alteça de su ingenio con el juicio del vulgo, antes todos huyeron de agradarle»: E. J. Gates: Documentos gongorinos. Discursos apologéticos de Pedro Díaz de Rivas y Antídoto de Juan de Jáuregui, México, El Colegio de México, 1960, p. 20. (Cito por Luis Carrillo y Sotomayor en Angelina Costa (ed.): Poesía completa, Madrid, Cátedra, 1984, p. 24). 19. Alicia de Colombí-Monguió: «Estrategias imitativas del Siglo de Oro de Bernardo de Balbuena», BHS, LXVI, 1989, p. 227. 20. Ib., p. 231. 21. Sería vano, y fuera del propósito de este análisis, el intento de recoger en una nota al píela multitud de poemas y ensayos que Borges dedicó a una de sus obsesiones capitales que, directa o indirectamente, constituye el núcleo central de su producción; lo que llamó «el problema esencial [y no resuelto] de la metafísica: el tiempo.» (Cf. «Prólogo» en Borges oral: El libro, La inmortalidad, Emmanuel Swedenborg, El cuento policial, El tiempo, Barcelona, Bruguera, 1980, p. 9). 22. Cf. Erwin Panofsky: Estudios sobre iconología, Madrid, Alianza Universidad, 1994, (9.a reimp.), pp. 96-97. 23. La deliberada precisión de estilo del poeta argentino es impagable. Frente a esa construcción que afirma por ausencia la creencia en un tiempo sin tiempo, en un tiempo que no huye, el verso Troqué en oro el cabello, que está vivo implica el error, la imposibilidad de cambiar lo vivo por lo muerto. La imagen, por tópica, no merece comentario. 24. El soneto de Góngora mezcla ya el símbolo del paso vertiginoso del tiempo -la saeta- con las imágenes de la destrucción física, a través del tópico de las ruinas, en el último terceto [para esta fusión: Erwin Panofsky, op. cit., p. 97]: Mal te perdonarán a ti las horas;/las horas que limando están los días, /los días que royendo están los años. Borges reproduce el soneto de Góngora en la Antología poética de Quevedo {op. cit., p. 14). 25. Utilizo los conceptos flecha del tiempo y c/c/o de/tiempo tal y como los formula Stephen Jay Gould: La flecha del tiempo, Madrid, Alianza Universidad, 1992, pp. 28-33 y pp. 59-77. 26. Si admitimos la definición que Jay Gould ofrece del ciclo del tiempo {op. cit., p. 29): «En un extremo, que llamaré ciclo del tiempo, los sucesos no se consideran como episodios específicos con un impacto causal sobre una historia contingente. Los estados fundamentales son inmanentes al tiempo, siempre presentes y nunca cambiantes. Los aparentes movimientos son sólo partes de un ciclo que se repite, y las diferencias del pasado serán las realidades del futuro. El tiempo no tiene dirección», tal formulación parece una explicación exacta de la postura que Borges desarrolla, ya en el ensayo -«La doctrina de los ciclos», Historia de la eternidad, Madrid, Alianza Editorial, 19783, pp. 81-94-, ya en la simetría especular de algunos de sus cuentos, por ejemplo, La trama. 27. Cf. G.S. Kirk y J. E. Raven: Los filósofos presocráticos, Madrid, Gredos, (BHF), 1979, (2.a reimp.), p. 278. La sentencia heraclítea la reprodujo Borges en Heráclito en La moneda de hierro (1976), OP., p. 502. 28. Luis de Góngora: Soledad, I, 246. 29. Cito el soneto de Góngora por la edición de Biruté Ciplijauskaité: Sonetos completos, Madrid, Clásicos Castalia, 19783, p. 123. 30. Mientras por competir con tu cabello en Sonetos completos, éd. cit., p. 230. 31. Jorge Luís Borges: El alquimista en El otro, el mismo, OP., p. 255. 140 EL PENSAMIENTO DUAL DE J.V. FOIX: UN COMENTARIO INTRODUCTORIO Óscar Barrero Pérez J.V. Foix dejó para sus lectores un verso que los críticos nos sentimos obligados a citar a manera de apotegma que proporciona la clave interpretativa de su escritura. Es la probable síntesis de un pensamiento lírico más condensado que torrencial: «M'exalta el nou i m'enamora el veil». Foix se autotitulaba investigador en poesía, y de esa cualidad brota la especulación reflexiva que caracteriza una lírica de la que con razón ha escrito Pere Gimferrer que es una «poesía de pensamiento» <1). Y seguramente gracias a ese engastar el pensamiento en el cuerpo lírico el poema en prosa tiene en la producción del autor nacido en Sarria un peso tan considerable que nos permite hablar, como lo hizo Guillem Díaz-Plaja, de un Foix que es «poeta de prosa» y «poeta de vers» t2). Diríase que el marco del verso se le queda pequeño a Foix, que este necesita dar a conocer su literatura utilizando más medios verbales que los que permite emplear la ajustada estructura de la versificación. Quizá sea posible hablar de una tensión latente entre la escritura versificada y la prosa poetizada de Foix si se tiene en cuenta que en no pocos aspectos su literatura se nos presenta como un encuentro (que no enfrentamiento) de conceptos que una mirada superficial consideraría en principio opuestos. Con razón puede afirmarse, con Antoni Munné, que la «dialéctica de contrarios» se constituye en Foix «como un eje sobre el que el poeta vertebrará gran parte de su discurso poético» <3). En este encontramos, pues, lo físico y lo metafísico, lo real y lo irreal, lo interior y lo exterior, el yo y el nosotros («Quan jo die jo, sempre vull dir nosaltres, perqué cree que la meva experiencia és la comuna a tots els homes») y, sobre todo, lo clásico y lo nuevo. La escritura catalana de Foix es clásica, pero al mismo tiempo vanguardista w , paradoja esta comprensible (y, dicho sea de paso, no admitida por todos los críticos (5) ) si se acude a las palabras del propio autor en su Lletra a En Joan Salvat-Papasseit: «Res no s'assembla tant als usos hodierns mes desbragats com els costums antics». De ahí que el mismo poeta que antes de la guerra civil había escrito Sol, i de dol, un libro de sonetos (forma clásica por antonomasia), fuese capaz de publicar después de ella una obra que admite la adjetivación de hermética, Les irreals omegues (6). Considerando que Sol, i de dol incorpora poemas escritos en los años treinta resulta que ya en esa etapa de su creación Foix había encontrado la veta expresiva destinada a convertirse en el tronco que permite todas las ramificaciones posteriores: ese libro, en efecto, es el microcosmos en el que se engloban todas las preocupaciones del escritor. Acierta Esteban Padrós de Palacios al considerar Sol, i de dol como «el paradigma, algo así como el compendio ejemplar, de toda la obra foixiana posterior» (7). 141 En él, en cierto modo, están resumidos textos posteriores. Téngase en cuenta, no obstante, al interpretar este último adjetivo, la propensión de Foix a mezclar en sus obras escritos de diferentes épocas, y entiéndase así la dificultad de analizar una trayectoria literaria como la suya atendiendo a esos criterios diacrónicos que a los historiadores de la literatura nos resultan tan útiles, pero que no es fácil aplicar a nuestro poeta<8). La literatura de este ofrece, evidentemente, referencias comunes a todos los títulos que la integran, pero la existencia de aquellas no obsta para que el lector se percate, como lo hizo Gabriel Ferrater, de que «potser la primera observació que s'imposa és la de la diversitat d'estils dins de l'obra de Foix, l'énorme diferencia de formes entre certs llibres seus i d'altres, o fins entre certs poèmes i d'altres dins d'un mateix llibre» (9). Amén de las señaladas hasta aquí, otras dualidades podrían apuntarse en el examen crítico de la poesía de Foixt10>. Por ejemplo, la que establecerían en sus extremos la razón (el escritor siempre la utiliza para dar a conocer un texto inteligible) y lo que está más allá de ella, como pretendía estar (en la pura teoría, cuando menos) ese superrealismo que informa tantos versos de nuestro autor ya desde el principio de su carrera literaria. No por casualidad el último libro de Foix lleva un título, Cràniques de l'ultrason, que parece rendir homenaje a la inquietud por trascender la apariencia, inquietud que caracterizó siempre su escritura. Una escritura, la de Foix, que se instala más allá del lenguaje meramente comunicativo (y por eso no resulta fácil su asimilación), más allá también de la propia tierra (y a eso se debe la ruptura del molde localista, ruptura que en modo alguno implica el olvido de las raíces catalanas(111). Y también más allá de la vida terrenal, y de ahí la religiosidad del hombre y su obra: Enrique Badosa ha escrito de los poemas religiosos de Foix que «son la cumbre de su quehacer lírico» (12). Como ejemplo práctico de las dualidades y emparejamientos de ideas en apariencia discordantes (o no necesariamente concordantes) me quedo con una frase incluida en uno de sus poemas más tardíos, dedicado a Gabriel Ferrater. En 1973, con algunos años por delante, pero ya con toda una vida por detrás, escribía Foix: «Tot muda i tot roman». No hay, por consiguiente, rupturas cronológicas: queda excluida la posibilidad del salto en el vacío. Lo clásico y lo nuevo, la tradición y la renovación, el soneto y el superrealismo, Cataluña y la geografía universal, todo unido y mezclado... Me ampararé bajo el paraguas protector de Gimferrer para poner el punto final a esta casi telegráfica anotación. Decía el otrora poeta novísimo que «Foix ha sido en Cataluña, más que un escritor, toda una literatura» <13). Y en la literatura seguía pensando él cuando, incapaz ya de escribir, por razones de edad, dictaba la última de sus Cràniques de l'ultrason, en la que un personaje alecciona así a los poetas: «Recordeu, si us plau, eis vostres versos. Enriquiu-los amb mots de novella usança i a l'alba reciteu-los prou alt perqué el vent se'ls emporti mes enllà de la frontera que us encercla». Universidad Autónoma de Madrid NOTAS 1. «J.V. Foix, en tres tiempos» en J.V. Foix: Crónicas de ultrasueño, Barcelona, Anagrama, 1986, p. 11. 2. «Ritme i rima en la prosa de J.V. Foix» en De literatura catalana. Estudis i interpretacions, Barcelona, Selecta, 1956, p. 207. 3. «J.V. Foix, investigador de la poesía, especulador de la palabra», Quimera, 41, 1984, p. 32. 4. «J.V. Foix intenta, i ho assoleix plenament, d'arribar a la conjunció sintética entre classicisme, en sentit ample, i avantguardisme; en altres termes: entre tradició cultural i espiritual i modemitat» (Josep Romeu i Figueras: Sol, i de dol, de J.V. Foix, Barcelona, Empúries, 1985, p. 11). 5. Pienso, sobretodo, en Gabriel Ferrater: «Realment, h¡ ha una diferencia d'estil. Pero aquesta diferencia d'estil noconsisteix de cap manera en el fet que Foix sigui per un costat avantguardista i per l'altre costat un poeta arcaítzant. [...] Foix no és un esquizofrènic d'aquesta manera, i la seva poesía realment és unitaria i coherent, i éstan innovador en eis sonets de Sol, i de dolí en la seva poesía classicista com en la poesía ja exteriorment d'avantguarda» (Foix i el seu temps, Barcelona, Quaderns Crema, 1987, p. 68). Pero véase, por ejemplo, Mercé Tricas ¡ Preckler: «Aquesta curiosa síntesi de classicisme i avantguardisme és present tot al llarg de l'escriptura de J.V. Foix i confereix una Personalität especial a l'estil de fautor, i alhora mostra que la combinado de modemitat i de tradició, a primer cop d'ull contradictoria, és, tanmateix, possible» ( J. V. Foix i el surréalisme, Barcelona, Edicíons Anglo-Catalanes, 1986, p. 69). 142 6. Utilizo el adjetivo en un sentido próximo a aquel que le daba G. Díaz-Plaja al analizar la poesía de Foix, cuya obra, decía, es «sempre absolutament lírica, ésa dir, interior, reflex purd'una creació individual i intransferible, hermética en el sentit de secreta i, per aixö, plena de gracia creadora» («Josep Vicenç Foix» en Viatge a l'Atlàntida i retorn a (taca. Una interpretado de la cultura catalana, Barcelona, Destino, 1962, p. 141). 7. «El clasicismo de J.V. Foix, investigador en poesía» en VV.AA.: J.V. Foix. Premio Nacional de las Letras Españolas 1984, Barcelona, Anthropos-Ministerio de Cultura, 1989, p. 83. 8. La afirmación de P. Gimferrer en el sentido de que «l'obra foixiana és un bloc unie» {La poesía de J.V. Foix, Barcelona, Edicions 62, 1974, p. 99); la misma afirmación, en «Aspectos de la poesía de J.V. Foix», Destino, 27 de enero de 1973, p. 23, ha sido refrendada por Jaime Ferren {cf. J.V. Foix, Madrid-Gijón, Júcar, 1987, p. 120) y ampliada por Arthur Terry: «Cal preguntar si es pot parlar en rigor d'una progressió en l'obra foixiana. Fins a un cert punt, la pregunta sembla invitar a una negativa; [...] la seva obra és inseparable de l'ambient original en el qual es va crear. I aixo, que en un altre escriptor podría semblar una débilitât, és molt natural en un poeta que veu la seva tasca com la investigació d'una sola veritat, única i indivisible» {Sobre poesía catalana contemporanía: Riba, Foix, Espriu, Barcelona, Edicions 62,1985, pp. 107-108; el artículo reproducido apareció antes en Serra d'Or, 102, marc 1968). Me parece significativo el hecho de que una de las estudiosas más caracterizadas de la literatura de Foix, Patricia J. Boehne, estructure su libro sobre el escritor catalán en torno a un capítulo, «Experiments in Poetry, 1932-1974», que (las fechas lo ponen de manifiesto) abarca en realidad toda la poesía de aquel, excepción hecha de la inicial: la parcelación es, efectivamente, tan poco conveniente como en último término inútil. 9. «Prólogo» a J.V. Foix: Els lloms transparents, Barcelona, Edicions 62, 1969, p. 9. 10. La señalada por Albert Manent, vida cotidiana de Foix / m u n d o imaginativo de su literatura me parece significativa por lo que supone de abstracción del ejercicio creativo con respecto a las circunstancias ajenas al estro («Entre la llegenda i la vida de cada día», Serra d'Or, 160,15 gener 1973, pp. 23-26). Otra que merece la pena evocares la que encontró Laureano Bonet entre el hombre aislado y el mundo que lo rodea, dualidad esta que le permitía al crítico inscribir la literatura de Foix en esa orientación seguida por otros poetas del siglo XX cuya obra «testimonia abiertamente una radical incongruencia entre el hombre y el mundo o, mejor, entre el individuo y la sociedad de que forma parte» («El realismo transfigurado de J.V. Foix», Destino, 5 de septiembre de 1964, p. 34). 11. La frase con la que comienza Albert Manent su semblanza es clara: «A pesar de haber sido muy "racialmente" catalán, Foix es un escritor sin fronteras» («Perfil biográfico de J.V. Foix» en VV.AA.: J.V. Foix. Premio Nacional de las Letras Españolas 1984, éd. cit., p. 21). 12. «Prólogo» a J.V. Foix: Antología, Barcelona, Plaza-Janes, 19753, p. 27. Es, en el fondo, una lectura que Badosa había realizado ya muchos años atrás: todos los poemas de Foix, escribía en 1957, son «un apasionado canto a la libertad. No a la libertad que los hombres pueden constreñir. Sino a la libertad que habrá de proporcionar el absoluto conocimiento de lo creado, una vez lograda la visión de Dios» («De la poesía religiosa de J.V. Foix», Destino, 22 de junio de 1957, p. 38). Con posterioridad a esta primera cala, Badosa ha defendido ardientemente, sobre la base de su contacto personal con el autor, la religiosidad del poeta, que «era hombre intensamente atraído, preocupado por lo religioso», y que «murió en el seno de la Iglesia Católica» («Acercamiento a la obra de J.V. Foix» en VV.AA.: J.V. Foix. Premio Nacional de las Letras Españolas 1984, éd. cit., p. 77). Es la misma idea expuesta por Maur M. Boix, para quien «J.V. Foix presenta en els seus llibres expressions ¡ actituds que podem anomenar religiöses» («J.V. Foix, cristià», Serra d'Or, 160, 15 gêner 1973, p. 9). En parcial oposición a estas interpretaciones, escribe A. Terry que «mes que proclamar directament la seva fe en el Déu cristià, Foix ha anat investigant la seva experiencia d'un univers que, per a ell, és ordenat segons uns principis divins que, gracies a llur mateixa claredatenlluernadora, guarden sempre unions de misteri» {Sobre poesía catalana, éd. cit., p. 104). En su conversación con Narcís Comadira (transcrita por Xavier Febrés) hay varias observaciones de Foix sobre su pensamiento y sus sentimientos religiosos. Entresaco la siguiente: «La vida ha estât per a mi una successió d'instants. I cada instant m'ha posât en contacte amb l'eternitat» (Barcelona, Laia, 1985, p. 49). 13. «J.V. Foix, en tres tiempos», cap. cit., p. 13. 143 LA CREACIÓN DE UN MITO Antonio El caldero de oro de José María M e r i n o es una de las p r i m e r a s novelas de u n o de los autores más i m p o r t a n t e s de la literatura española actual < 1 ) . El análisis q u e sigue a c o n t i n u a c i ó n trata de e x a m i n a r c u á l e s s o n los e l e m e n t o s q u e d e t e r m i n a n s u s características n a r r a t i v a s . En esta o b r a el a u t o r c o n s t r u y e un m i t o , el q u e da t í t u l o a la n o v e l a , q u e enlaza pasado y presente para dar s e n t i d o a un hecho c o n t e m p o r á n e o e n r a m á n d o l o en la tierra en la q u e t i e n e lugar. Al c o m e n z a r el análisis, y la lectura, de la obra lo p r i m e r o q u e l l a m a la a t e n c i ó n es el t i p o de narrador. De a c u e r d o c o n M. a del C a r m e n Bobes (1993, p. 197), lo específico de la novela empieza... con la figura de un narrador, que sirve de centro para las distancias, las perspectivas, las visiones, las voces, y las manipulaciones del tiempo y de los espacios... es quien dispone de la voz en el discurso y de los conocimientos del mundo narrado... En este c a s o , se t r a t a de un n a r r a d o r en primera persona y a la vez protagonista de la acción que se va a desarrollar. Ya de por sí es esto un claro índice de s u b j e t i v i d a d , con el cual el autor pone de m a n i f i e s t o las p e c u l i a r i d a d e s de lo q u e encontrará el lector. Al elegir c o m o centro del relato el «yo» del p r o t a g o n i s t a , t o d o será f i l t r a d o por una conciencia única. La historia la conoce el lector sólo a t r a v é s de lo q u e d i c e , piensa y siente u n o de los personajes. Pero en realidad ese p u n t o de vista único i n c o r p o r a el de los d e m á s personajes que v a n a p a r e c i e n d o en la o b r a , m a n i f e s t a n d o su a p r o b a c i ó n o su d e s a c u e r d o con lo q u e los o t r o s t a m b i é n d i c e n , piensan y s i e n t e n . Eso explica q u e desde el c o m i e n z o el caldero ocupe un lugar central en su d i s c u r s o , ya q u e es el e l e m e n t o q u e unifica la p e r i p e c i a de t o d o s e l l o s . C o n él e m p i e z a la narración: Yo no sé si vi el caldero de oro alguna vez, o si nunca lo vi y es sólo el argumento de un relato maravilloso, muchas veces repetido, que ha ido i n c o r p o r á n d o s e tenaz a mi imaginación hasta convencerme de haberlo contemplado realmente, de haber escrutado de verdad su contextura metálica, tan vetusta, tan d e s l u c i d a , oro que no lo parecía, decepcionante amarillo sucio, cascarón que contradecía, con su apariencia ajada, las leyendas fabulosas de lo áureo (p. 5). Y es mención sí m i s m o del m i t o , Ubach Medina s i g n i f i c a t i v o el l u g a r d o n d e aparece esta pues el c a l d e r o , por lo q u e significa por y p o r su i m p o r t a n c i a en la c o n s t r u c c i ó n será el c e n t r o de t o d o el relato: Consideramos que los valores semánticos de la novela, es decir, el sentido l i t e r a r i o , se crean precisamente con las manipulaciones que el narrador efectúa sobre las unidades y categorías formales de la sintaxis dándoles un orden (un montaje) en un esquema sintáctico, que implica ya una valoración, pues no significa lo mismo un motivo colocado al principio, en el medio o al final de un discurso, o un motivo que se cuenta una sola vez frente a otro que se cuenta más de una vez... (Bobes, 1993, pp. 197-198). Ya aquí, en estas p r i m e r a s líneas, el n a r r a d o r a d v i e r t e d e la p o s i b i l i d a d d e q u e lo q u e está c o n t a n d o le haya sido c o n t a d o p r e v i a m e n t e a él («es s ó l o el a r g u m e n t o de un relato m a r a v i l l o s o , m u c h a s veces r e p e t i d o » ) . En su h i s t o r i a el lector no sólo va a e n c o n t r a r su p a l a b r a , s i n o t a m b i é n otras. Dice M i j a i l Bajtin (1989, p. 162): En la existencia cotidiana de nuestra c o n c i e n c i a , la palabra i n t r í n s e c a m e n t e convincente es seminuestra, semiajena. Su productividad creadora está precisamente en el hecho de que provoca un pensamiento i n d e p e n d i e n t e y una nueva palabra independiente; organiza desde el interior la masa de nuestras palabras, pero sin quedarse en situación de aislamiento e inmovilidad. Con todo, no es interpretada por nosotros, sino que se desarrolla libremente todavía más, se adapta a un nuevo material, a nuevas circunstancias, se autoesciarece con nuevos contextos. Para avanzar en ese proceso es preciso aclarar de q u i é n procede la palabra, q u i é n es ese «yo» q u e inicia la n a r r a c i ó n , lo cual o c u r r e p o c o d e s p u é s . Se t r a t a de a l g u i e n q u e se e n c u e n t r a en u n a s i t u a c i ó n vital m u y peculiar: Estoy tirado en el suelo, boca abajo, con el rostro apoyado sobre la mejilla derecha, los brazos casi en cruz pero con los antebrazos doblados, las piernas plegadas ligeramente en las rodillas, como en el amago de un pataleo, de un paseo imposible (p. 8). P a u l a t i n a m e n t e el l e c t o r v a d e s c u b r i e n d o j u n t o con el n a r r a d o r las c i r c u n s t a n c i a s en las q u e éste se e n c u e n t r a . Está h e r i d o , t i r a d o en el s u e l o , 144 y está despertándose poco a poco. Son sus ¡deas en ese proceso de recuperación de la conciencia las que aparecen en la obra. Se trata por tanto de un largo monólogo interior que además se produce en un momento muy particular: ese instante previo a la muerte en el que toda la existencia pasa ante nuestros ojos como si de una película se tratara. El relato de casi doscientas páginas se desarrolla, por tanto, en un tiempo real mínimo, o por lo menos cuya duración es difícil de establecer, pero también inútil porque no interesa el tiempo real sino el interior del personaje, que va desgranando su existencia ante los ojos del lector. Todo ello es también otra advertencia sobre loque se narra. Como ya aparece claro en el párrafo inicial de la novela, en las primeras palabras («Yo no sé»), habla de impresiones del presente y del pasado, de recuerdos evocados y de sensaciones del momento de cuya precisión no se hace garante, y así, de ese modo, se presentan al lector. El narrador se encuentra a punto de morir, cuando sin pertenecer ya al mundo de los vivos aún no se ha llegado al de los muertos, y por tanto la realidad no es como habitualmente la conocemos, y se mezcla con otras realidades de las que también es partícipe en ese instante: Estoy aquí, caído en la noche, contemplando de refilón las estrellas. ¿Estoy herido? Las estrellas chisporrotean porque es invierno, es una noche helada. Siento el frío también, aunque no del mismo modo que mi herida. Y escucho unos sonidos cercanos, algún gemido, un ansioso alentar. ¿Soy un guerrero herido? ¿Me rodean, pues, los restos de una batalla? ¿Es ese cuerpo tirado junto al mío el de otro guerrero, el del enemigo que abatí antes de caer, el del amigo que cayó a mi lado? (p. 9). La referencia al «guerrero herido» y a la «batalla» advierten de la existencia de otra historia, que no se concretará hasta la página 49. Así se inicia la fusión entre los diferentes narradores. En primer lugar el Chino, apodo infantil del protagonista pero que será el único nombre que reciba en toda la obra, otro ejemplo de imprecisión estrechamente relacionado con ese no estar contando nada a nadie fuera del propio narrador. Las diferentes etapas de su vida se mezclan y alternan en el discurso aparentemente caótico del m o r i b u n d o . Los acontecimientos que le han llevado a estar tumbado y herido en medio del bosque, en esa noche invernal, suceden a los veranos de su infancia en el campo, donde conoce a su primo Lupi y las historias del abuelo, que es el que le transmite el secreto del caldero. Ese mundo está totalmente separado de su vida en la ciudad, tanto de pequeño como ya de mayor, cuando está a punto de perder toda conexión con esa importante parte de su infancia hasta que la muerte del abuelo le hace volver a residir en la vieja casa familiar. Es entonces cuando comienza la etapa de su vida de adulto más cercana al momento inicial de la novela. Además de los pertenecientes a las diversas etapas de la vida del Chino, hay un grupo de narradores cuya identificación también se produce de manera similar, a medida que va avanzando su palabra, pero cuyas características los sitúan en momentos históricos bien diferentes unos de otros. Todos ellos se encuentran en una situación parecida a la del Chino debido a circunstancias que poco a poco se clarifican en el discurso: Al hilo del despertar, vas asumiendo el silencio que te rodea y la soledad de tu propio abandono como testimonios inequívocos de la derrota: la batalla debió terminar hace tiempo, acaso cuando los últimos reflejos de poniente, pero tú no lo supiste. Sientes en las entrañas un dolor cada vez más agudo y comprendes que estás malherido, que te estás muriendo (p. 49). En las fiestas, cuando venían los jóvenes del otro lado del río con sus caballos para competir, se hablaba de los invasores de Oriente con burla... Aquellos guerreros necesitaban una magia muy complicada para luchar: tenían que ponerse juntos, de mayor a menor, con aquellos escudos suyos rectangulares, pesadísimos, propios de guerreros excesivamente cautelosos, andando acompasadamente, bien pegados los unos a los otros (p. 52). Es el guerrero ibérico que se ha enfrentado a las legiones romanas y que recuerda, también en el instante anterior a la muerte, los últimos momentos de libertad de un pueblo que ha vivido en un estado primitivo de armonía con lo que les rodea y que ha sido vencido por una civilización superior. Es también él el que cuenta la historia del caldero: El caldero había venido con el pueblo, hacía mucho tiempo. Con los abuelos de los antiguos, mucho antes incluso de que fuesen viejas las noticias de los invasores venidos de donde nace el sol (p. 51). Es un objeto mágico cuyo origen se remonta a un pasado previo a la memoria y que era el centro de la existencia: El caldero era también el vértice de todos los cambios y de todas las mutaciones: presidía, colocado sobre la peña, los ritos de la vida (p. 52). De todo ello deriva su carácter mítico. Pero en este caso el narrador no emplea la primera persona como ocurre cuando es el Chino el que rememora sus propias peripecias. La persona verbal utilizada es el «tú», que es la persona del diálogo y ajena, en general, a la narración: Aunque la luz sea tan escasa (porque es de noche), es suficiente testimonio de tu lenta recuperación de la conciencia: la vas descubriendo poco a poco, como si ascendieses, sujeto de una cuerda, desde el fondo oscuro de una sima (p. 49). 145 El párrafo también describe el despertar a la conciencia del guerrero herido, con el que el Chino habla en ese momento del final de su existencia, y que es parte de un mismo momento en las dos vidas. Has sido lobo como has sido trucha, como has sido golondrina de pecho amarillo, y toro mugidor, y gallo de mil gallinas, y cigüeña, y rebeco. En el fluir infinito de la vida has sido muchas vidas distintas, vidas que no recuerdas pero que mantuvieron a través de los tiempos tu sustancia (p. 50). El diálogo, por tanto, no deja de ser un monólogo, sólo que entre un tú y un yo que han mantenido a través de los tiempos su sustancia, es decir, que poseen una misma identidad a pesar de que las circunstancias en cada caso sean bien diferentes. Es otra forma de ese tú con el que uno dialoga c o n s i g o m i s m o y que en este caso identifica una etapa de la conciencia en el largo devenir de una historia personal, que se remonta al principio de los tiempos y que sólo puede ser recuperada en ese instante peculiar, ya mencionado antes, en el que se está a caballo entre dos mundos. Por ello, también el «tú» aparece cuando comienza a recordar su infancia, ya que ésta es igualmente una etapa pasada de la vida que sólo se puede revivir en esta circunstancia un tanto particular: «-A mi me llaman Chino- le habías dicho al abuelo» (p. 13). Que el p u n t o de vista desde el que se contemplan los hechos tiene características propias lo muestra sin duda la utilización de los tiempos verbales: Ya anoche, desde el momento en que me senté a su lado en el escaño de la cocina, extendió el brazo izquierdo y, apoyando la muñeca en mi hombro, tomó mi pescuezo entre sus dedos, apretándolo intermitentemente mientras me hablaba... Aunque me costará unos días, al cabo aprenderé a alejarme del alcance de su brazo, y ese apartamiento me permitirá observarle de modo más completo... (p. 12). La alternancia en este párrafo del pasado, tiempo habitual de la narración, y el futuro, que en este caso se sitúa en el pasado respecto al presente del yo narrador, indica la mezcla total de las perspectivas temporales. Sobre todo porque inmediatamente la historia de la infancia del Chino continúa contándose en presente. Y ahí está la clave: todo es presente en ese momento para el narrador, las diferentes etapas de su vida y las diferentes vidas que aparecen. Antonio Candau (1992, p. 85) señala en esta obra «la presencia, c o m o m o d e l o s n a r r a t i v o s , de dos de las concepciones fundamentales sobre el tiempo: el eterno retorno y el Apocalipsis» (2) . Ese juego con los tiempos verbales implica la fusión de los diferentes planos temporales. Dice M. a del Carmen Bobes: El relato en pasado permite distanciar la acción, y aún más, distanciarla por partes; la narración del pasado desde el presente por medio de los recuerdos del personaje, permite un d e s d o b l a m i e n t o que j u z g a m o s m u y interesante: el sujeto analiza lo que ocurrió en el pasado y lo hace desde una distancia no sólo física, de los años, sino t a m b i é n psicológica: la superposición de dos estados de á n i m o puede servir para establecer c o n t r a s t e , o e v o l u c i ó n del carácter, o simplemente diferente visión (Bobes, 1985, p. 171). Sin embargo, aquí la simultaneidad de todas las acciones que aparecen se manifiesta en la utilización del presente. Es una simultaneidad en el recuerdo, sí, en el momento en que el Chino repasa su vida y la de sus antepasados, pero un recuerdo que se presenta c o m o revivido en ese i n s t a n t e , sin que aparezca, más que esporádicamente, como ocurren en el ejemplo de la página 110 citado más adelante, la reflexión sobre los hechos matizada por el paso de los años. El «tú» marca la aparición de otros narradores: pp. 49-54 y 186-191, el guerrero herido tras la d e r r o t a ante los r o m a n o s que recuerda la vida y los últimos momentos de su pueblo; pp. 60-64, el hispanorromano que espera la llegada de los bárbaros; pp. 80-84, el mozárabe emigrado a los reinos cristianos que rememora con nostalgia su vida entre los i n f i e l e s ; pp. 101-106, el conquistador español integrado en una aldea india al que sus compatriotas van a pedir ayuda como intérprete; pp. 130-134 y 145-148, el mestizo que ha regresado, impulsado por un fraile de su zona de origen en España, para estudiar en el seminario y que, envuelto en la guerra de la Independencia acaba casándose y recibiendo de su suegro el secreto del caldero. Todos ellos se encuentran en un momento de sus vidas en el que el cambio supone el final de una forma de vida, una etapa violenta que llevará a una nueva manera de concebir el mundo y las relaciones con el entorno y los otros, pero en las que siempre permanece inmutable el sentimiento de pertenencia a un lugar, a algo que va más allá del tiempo presente, simbolizado por el caldero, cuyo secreto pasa de unos a otros por caminos diversos. Y es siempre el enemigo exterior el que determina ese final en cada caso. El espacio en que se desarrollan las diferentes acciones adquiere igualmente un significado específico a lo largo de la obra. El lugar central, donde acontece la historia del caldero, es el pueblo en el que el Chino pasa los veranos con su abuelo. Allí aprende a estar en contacto con la naturaleza, con el mundo real, y allí establece unas relaciones que no tienen nada que ver con la artificiosidad de la ciudad. Esta es un elemento ajeno, que rechaza todo lo que se sale de lo habitual. Por eso el asombro del abuelo cuando el protagonista le dice el mote con el que le conocen en el colegio: 146 -A mí me llaman Chino- le habías dicho al abuelo. En el colegio, tú y Jaguayana, el filipino, sois personajes singulares: de tez morena, ojos muy oscuros y cabellos lacios, presentáis un aspecto exótico entre los muchachos sanguíneos y mofletudos (p. 13). Esa diferencia, que es fruto de la herencia mestiza y que no es aceptada, es la conexión que le permite enlazar con la historia del caldero. El abuelo enseguida revela el origen: un lejano antepasado que marchó con Cortés y casó con una princesa india. Pero esa historia, de la que el abuelo presume y en el pueblo es perfectamente aceptada, es rechazada por el padre ciudadano: También mamá decía lo de la princesa, pero con una sonrisa exculpativa que parecía defenderse de las reticencias de papá, si él estaba delante... -Mi padre asegura que un antepasado casó con una princesa de allí. Entonces, papá le miró severamente y contestó, con una voz baja y extraña: -Mujer, aquella gente eran caníbales (p. 24). Y es esa herencia lo que le une estrechamente a su primo Lupi, que se convierte en su compañero inseparable de las andanzas infantiles, y más tarde comparte con él su vida de adulto en el pueblo. Los dos pertenecen al mismo mundo y aceptan esa pertenencia. Ese mestizaje es el último eslabón de la cadena que se inicia con la conquista romana. Tampoco hay que olvidar que de la ciudad es de donde parten las agresiones. De la lejana Roma llegan los invasores, y de otra más cercana los ingenieros y trabajadores que construyen la planta que acabará destruyendo definitivamente el entorno del pueblo. Es en la ciudad donde el Chino lleva una vida vacía, ya de adulto, que le está destruyendo paulatinamente, y sólo se recupera cuando, tras la muerte del abuelo, regresa al pueblo a vivir en la casa. Y de la ciudad parte el pleito, interpuesto por su propia familia, que le hubiera obligado a abandonar la casa si antes no se hubiera quemado, a pesar de que el abuelo se la había dejado a él. La ciudad es la civilización, es decir, lo que no está en contacto directo con el mundo, lo artificial, en contraste con la visión del mundo que tienen las gentes del caldero: Porque los dioses y el pueblo eran expresión de la vida, y todo era vida y estaba lleno de vida... El número de los dioses y de las diosas era infinito... Porque la vida es dios, y es múltiple, cambiante, sucesiva. La vida es todos los dioses y los dioses son infinitos (p. 190). No de la ciudad, pero sí de lo que se considera civilización, es de donde provienen los españoles que van a visitar a su paisano para reclamar su ayuda cuando él ya está perfectamente integrado en el poblado indio, cuando ya incluso su lengua le parece ajena después de que, tras haberse salvado del sacrificio en el último momento, como miembro de esa comunidad que pertenece al caldero se da cuenta de lo que su conquista significa: Aquel lucero, aquel cometa, aquella estrella, brilla todavía sobre ti. Los dioses habían escuchado tus plegarias, pero no tus dioses. Era sin duda la piedad de aquellos otros dioses monstruosos. [...] Al fin quedaste incorporado a una comunidad, entraste en el ciclo de su vivir, te hiciste uno de los suyos. Te dieron mujer, ella te dio hijos (p. 167). Pero el quedar incorporado a una comunidad significa también renunciar a cosas y esa renuncia no es fácil. Sobre todo porque significa renunciar a una parte de la propia identidad que no puede desaparecer, que sale a la luz en los momentos más insospechados. Cuando va a buscarle su primo, recuerda: Viéndole ahora, después de tanto tiempo, encontrabas en sus rasgos, a pesar de la barba, las señales de la infancia lejana, cuando ibais juntos a nidos y a cangrejos y aprendíais entre golpes, con esfuerzo denodado, agarrándoos mutuamente del cinturón, las cabezas apretadas una contra otra y el sudor recorriendo las mejillas pegadas de ambos, la zancadilla y el traspiés, la cadrilada y la bolea, las mañas de los alucheslp. 106). Porque además esa identificación con el otro despierta un sentimiento de culpabilidad. La propia identidad no se puede negar, pero tampoco la del pueblo al que se quiere o cree pertenecer, como le ocurre al mozárabe al recordar su ciudad de origen una vez trasladado a tierras cristianas: Cierras los ojos y te parece encontrarte allí: y en esa imaginación hay un sentimiento gozoso que, sin embargo, se amarga en la sospecha de pecado y de traición. Acaso tu pecho esconde un corazón renegado. Y esa nostalgia... se ve interrumpida por la culpa, que brota en tu sentimiento como un matorral espinoso... (p. 82). Todos estos elementos van configurando la identidad del yo protagonista que poco a poco adquiere un sentido en las transformaciones sucesivas, y sobre t o d o en esa presencia contemporánea que es la historia del Chino, que resume y que explica todas las anteriores. Y así se llega a otro de los elementos que marcan las características de esta novela: el tiempo. Es éste un factor de capital importancia en la construcción de cualquier narración, y más en la novela. La novela recibe la consideración de arte temporal, como la música... sucesión y movimiento son los elementos de toda historia real y fingida, y sobre ellos se miden y se señalan el tiempo y el espacio (Bobes, 1993, p. 166). 147 Llega a convertirse, como señala la misma autora, en tema central de obras como las de Proust o Thomas Mann. Y hay a u t o r e s , c o m o V a l l e - l n c l á n , que pretenden dar una visión de varias acciones simultáneas en el tiempo, como si estuviesen paradas, para diseñar un panorama espacial como un retablo... (Ib.). El tratamiento del mismo aquí es diferente. Se trata de diversas acciones que ocurren también en distintos momentos, pero que se presentan como simultáneas, como intercambiables. A lo largo de la historia los personajes viven situaciones parecidas, cuya similitud sólo puede apreciarse cuando todo el relato, y todos los relatos que lo constituyen, llegan a su punto final. El proceso que vive el Chino, el protagonista de esa acción contemporánea al lector, es el que se describe con una mayor minuciosidad. El encuentro con el personaje que lo liga a su pasado, el abuelo, se produce en un momento de crisis. La llegada al pueblo es a causa de una enfermedad misteriosa que temen los padres por el resultado de una travesura en el colegio: él y su grupo de amigos, los mosqueteros, en su afán de aventuras se internan en una zona abandonada del mismo, se derrumba el suelo y uno de sus compañeros muere: Y me parece oír llorar de nuevo a Athos y a Porthos, tan lentamente... mientras recuerdo a la perfección aquel instante y vuelvo a ver los ojos inmóviles de D'Artagnan, el gesto estático de su boca entreabierta en aquella mueca a la que sólo daba algo de movilidad un insecto que recorría lentamente su frente antes de perderse entre su pelo (pp. 23-24). En ese momento de crisis, que no es vivido como tal por él, entra en contacto con un mundo que va adquiriendo, como para cualquier niño criado en la ciudad, las características de lo maravilloso. La edad y el momento propician un estado de plenitud en el que todo es posible. Y las historias del abuelo (la del caldero entre otras), los personajes que va conociendo allí (su primo Lupi, Olvido) contribuyen a crear una identidad de la que, aunque ya existente hasta cierto punto, como lo demuestra su afán de aventuras con los otros mosqueteros, no había tenido conciencia hasta entonces. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, se distancia de ese mundo. El descubrimiento de la relación entre el abuelo y Olvido provoca que los padres lo alejen de él. El Chino crece, va a la universidad, y cuando lo visita tras el primer curso en ella no es capaz de recuperar lo que les había unido: Yo venía cargado con un bagaje que juzgaba maravilloso, compuesto ya no de experiencias reales sino de artilugios para imaginarlas... (p. 109). El abuelo y Lupi le parecen dos palurdos alejados de las inquietudes intelectuales que acaba de descubrir y que por eso le parecen lo más i m p o r t a n t e . A los pocos días i n t e r r u m p e su estancia allí, justificando su nueva actitud con los reproches acumulados por el resto de la familia. Se ha d i s t a n c i a d o de ese m u n d o real que representa el pueblo. Pero en el fondo sabe que no tenía razón. Y, sin embargo, no fui capaz de asumir que mi decepción estaba solamente en mí mismo, que yo era el único responsable de aquel sentimiento (p. 110). A partir de entonces el alejamiento es casi definitivo. En medio de su vida gris en la ciudad, empleado en una empresa, recibe al cabo del tiempo un telegrama del abuelo que dice: «He muerto. Ven enseguida. Tu abuelo Manuel» (p. 35). Poco después una llamada de su hermano le confirma la noticia. Asiste al entierro, y el contraste con la vaciedad de su vida actual le hace tomar la decisión de regresar al pueblo, a compartir con Olvido y Lupi la casa que ha legado a los dos nietos. El pueblo ya no es el de su infancia. Pero sólo es consciente de ello cuando, después de perder el pleito interpuesto por la familia para revocar el testamento del abuelo, Olvido provoca el incendio de la casa y el Chino, al volver de la ciudad y encontrar las cenizas humeantes, se da cuenta de que sólo queda el aspecto exterior de lo que él recordaba, que las gentes ya son otras, pues la mayoría ha emigrado a las ciudades y sólo quedan viejos y algunas familias de las de siempre. Y recuerdo también, con idéntica precisión, cómo fui descubriendo que el incendio y la ruina de la casa del abuelo parecían formar parte de una realidad nueva y distinta: así, comprendí de modo paulatino que sólo se mantenía exteriormente, en su aspecto más inmediato, el pueblo que yo había conocido en mis veranos infantiles (p. 160). De esta forma, el proceso de urbanización ha desvirtuado un recuerdo que, al incendiarse la casa del abuelo, desaparece definitivamente. La gente ha emigrado a la ciudad y regresa en vacaciones pero ya no vive allí. En realidad, esa forma de vida a la que ha intentado volver ya casi ni existe. Y de la ciudad llega la amenaza que puede acabar d e f i n i t i v a m e n t e con ese m o d o de v i d a : la construcción de la planta. Y el Chino y Lupi acabarán muriendo por oponerse a la misma. Esa lucha contra el cambio es el punto común con los episodios de las otras vidas que aparecen en la novela, lo que los unifica. Sólo que en esos casos la desaparición de una forma de vida no supone el final de nada, pero sí ahora. «La Planta es el nuevo invasor; otro más y, a la vez, el último, pues la lucha contra ella es la que se lleva la vida del Chino» (Candau, 1992, p. 89). Y el Chino es el último representante de una estirpe que acabará con él. Por eso es él el que recuerda todas las otras vidas, y con él desaparece esa posibilidad de 148 recuerdo que ya sólo se da en el pueblo, pero que con la invasión de los cambios que traerá tampoco allí será posible. El centro, el hilo conductor de todo es el caldero: El caldero como objeto mágico guardando siglos de historia de la ribera de un pasado leonés, desde el del conquistador romano hasta el actual, en el que sucede la invasión de la industria energética, vista esta última como un elemento de distorsión de la cultura popular, rica en valores y conservada durante siglos (Asís, 1990, p. 262). Eso es lo que significa la planta, la destrucción de una forma de vida, simbolizada por el caldero, que desaparece con el último poseedor de su secreto. No importa su existencia real o no, sobre la que el Chino se interroga continuamente, pues como centro del mito lo fundamental no es su materialidad sino su significado: ser signo de la pertenencia a una estirpe que arranca del guerrero moribundo vencido por los romanos. Y esa estirpe desaparecerá porque los nuevos modos de vida que trae la planta le son completamente ajenos. No puede producirse la adaptación a las nuevas formas que trae consigo, como sí había ocurrido en los otros casos (el español con el indio, el indiano con los que habían permanecido en la patria). Es el final de un mundo, de ahí esa mención al Apocalipsis de Candau señalada arriba. Toda una serie de datos contribuyen a que el lector lo perciba de ese modo. Por ejemplo, un primer atentado contra las obras, y las consecuencias que este trae (p. 180). O las reflexiones que los cambios originados por la planta provocan en el Chino: Empecé entonces a reflexionar en mi futuro y a plantearme la conveniencia de marchar a otro sitio, de avanzar acaso río arriba en busca de esa identidad rural que aquí se estaba arruinando. Pero mi venida al pueblo del abuelo había sido, precisamente, para reencontrar unos lugares que yo creía verdaderos por haberlos vivido intensamente; y, desde ese punto de vista, ningún otro podía reemplazarlos (p. 181). No es posible abandonar el pueblo, pues significaría renunciar a la propia identidad. Así se ve envuelto en el intento de acabar con el invasor, urdido por otros que también habían llegado allá buscando un refugio, y en el que participa con entusiasmo Lupi. Este entusiasmo es el que rompe la habitual apatía del Chino, que siempre necesita los estímulos ajenos para actuar (del abuelo, de Olvido, del mismo Lupi). El sentido de esa lucha final queda claro en el siguiente fragmento: La aventura es muy peligrosa... Perteneces a un comando secreto, heroico, un comando en lucha contra la Planta que es el Gran Invasor, el Gran Conquistador. Su invasión, su conquista, es la condena a muerte para todos vosotros, sin remedio... La lucha contra esta Máquina era una batalla de una guerra mayor: la que pretendía evitar que el planeta todo terminase convertido en Máquinas y en Ciudades, unas ciudades donde los gatos, los canarios, los geranios y las carpas de pecera mantendrían el testimonio exclusivo de la fauna y de la flora del mundo (p. 176). La batalla, pues, tiene las m i s m a s características épicas que las otras que han aparecido anteriormente. Sólo que esta vez la derrota significa el aniquilamiento total, ¡dea que refuerza la fecha de ese último día en la vida del Chino, el 31 de diciembre. La aventura transcurriría en unas fiestas de Navidad, en una Nochevieja; una Nochevieja memorable, una Nochevieja crucial, definitiva, por ejemplo la última Nochevieja del siglo, la última por tanto del milenio... Este amanecer será el primero del año dos mil, un año verdaderamente nuevo, cuyo advenimiento había sido angustiosamente esperado, como si viniese a ser el resolvedor de todo (p. 176). BIBLIOGRAFÍA ASÍS GARROTE, M.a Dolores: Última hora de la novela en España, Madrid, Eudema, 1990. BAJTIN, Mijail: Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1991. BOBES NAVES, M.a del Carmen: Teoría general de la novela, Madrid, Gredos, 1985. — : La novela, Madrid, Síntesis, 1993. CANDAU, Antonio: La obra narrativa de José María Merino, León, Diputación Provincial de León, 1992. NOTAS 1. La primera edición se publica en Madrid, Alfaguara, 1981. Las citas que aparecen aquí se refieren a la 4.a edición, Madrid, Alfaguara, 1990. 2. Sobre el tema del Apocalipsis, véase un poco más adelante. 149 EL TEATRO OLVIDADO DE UN DECADENTISTA (ANTONIO DE HOYOS Y VINENT) Maria del Carmen Alfonso Ciertamente, corren buenos tiempos para Antonio de Hoyos y Vinent. En fechas más o menos recientes, artículos, tesis de licenciatura y tesis doctorales se han ocupado de una figura y una obra instaladas durante años en un espacio secundario al que, por fortuna, se va abriendo el mundo de la investigación, para acoger no sólo a los nombres mayores de nuestras letras sino a aquellos que en su día, de un modo u otro, fueron también grandes(1). Porque conocido y famoso fue en su época (lo que, de un modo aproximado, se corresponde con las cuatro primeras décadas del siglo) este marqués de Vinent, nacido en Madrid hacia 1884 o 1885 y muerto en esa ciudad el 11 de junio de 1940, que quiso ser como los antihéroes del decadentismo novelesco que siempre le atrajo y que él mismo creó en sus títulos más destacados (novelas como La vejez de Heliogábalo o El monstruo; colecciones de cuentos y novelas cortas como El pecado y la noche) y terminó sus días en la prisión de Portier, alejado de todos y de todo, arruinado, sordo, medio ciego, casi sin poder moverse -él, que había disfrutado de palacios, viajes, lujos y exquisiteces-. En realidad, su memoria ha quedado unida a aquello que literariamente más lo identifica: los relatos morbosos, a menudo de ambiente canalla y nocturno, hechos de placeres transgresores, que marcan los límites de un universo artístico del que, sin embargo, nuestro autor se apartó bastante en las pocas oportunidades en que cultivó el género teatral, probable causa de que, salvo excepciones, su producción dramática no haya suscitado el interés de los estudiosos, por más que resulte destacable que alguien como él, sordo desde la infancia, no se haya dejado vencer por las l i m i t a c i o n e s que p u d i e r a n d e r i v a r s e de la enfermedad, tanto en su condición de escritor como de espectador siempre crítico con lo que veía. Él mismo lo expuso en distintas ocasiones de esta manera: Muchas veces me tentó el teatro, ya que en arte es la imitación más exacta de la vida que puede darse, [...]. Algo me detuvo, sin embargo, mi falta de oído. Claro que no siendo s o r d o de nacimiento, [...] no veo la vida como una película muda, sino que los episodios que van desfilando ante mí tienen su expresión en la palabra l2). De buenas a primeras parece presuntuoso que una persona privada del oído hable del teatro; sin embargo, no es así. Una persona hecha a García leer y pensar [...], y a asistir a representaciones en que toman parte todos los grandes actores del mundo, puede «sentir» el teatro. Iba a decir que apenas se le escaparía el efecto de determinadas frases y determinadas palabras sobre el público; pero, ni aun eso; leída la obra se «siente» la frase que a cada efecto corresponde l31. En estricto orden cronológico, la primera de las obras de teatro que Antonio de Hoyos compone es la titulada Un alto en la vida errante, comedia escrita al alimón con Ramón Pérez de Ayala (4), a quien le unía en aquel entonces una amistad de peculiares características, conforme se deduce del nada benevolente retrato que el escritor asturiano diseña de su ocasional colaborador en Troteras y danzaderas, a través de un personaje llamado Honduras (5t. La verdad es que la historia de Un alto... está todavía incompleta, puesto que son numerosos los interrogantes que plantea, comenzando por el propio texto, hoy inencontrable. En 1964, José García Mercadal decía en el prólogo al primer volumen de las Obras Completas de Pérez de Ayala: ¿Qué se hizo de un drama titulado Un alto en la vida errante, [...], en el que, a los que lo conocieron, parecióles descubrir algo como la intensidad y fuerza de visión realista de La alegría que pasa, de Santiago Rusiñol? [...]. (Qué lástima que ya n i n g u n o de los colaboradores de esa obra, tal vez nonata, pueda informarnos! I6> Más concreto, a u n q u e , según v e r e m o s , impreciso, es el dato que aporta Constantino Suárez, quien en el espacio dedicado a Pérez de Ayala en su Escritores y artistas asturianos, señala que en enero de 1905 estrenó en Oviedo «la comedia original Un alto en la vida errante» m, año en que, de acuerdo con los datos aportados por J.J. Macklin en un artículo de 1980, vio la luz en Renacimiento Latino un texto que, a su juicio, pese a figurar bajo el mismo título, teniendo en cuenta su extensión, no ha de ser sino un fragmento o acaso adaptación de la obra que ahora nos ocupa y que el investigador reproduce tras su análisis (8) . Así las cosas, se debía c o m p r o b a r si efectivamente la comedia se había llevado a los escenarios y si coincidía con lo publicado en la revista madrileña. Ambas cuestiones encontraron una primera solución mediante la consulta de la prensa ovetense de la época, ya que el número de El Correo de Asturias correspondiente al 31 de 150 diciembre de 1904, incluía en sus paginas una nota anunciando para ese día «el estreno de la magnífica comedia en tres actos y un prólogo del joven literato D. Ramón Pérez de Ayala» (9), lo que, de manera general, contribuyó a despejar las dudas sobre la representación de la obra, que sí se produjo pero en fecha diferente a la señalada por Suárez, e indirectamente revelaba que el texto de Renacimiento Latino, compuesto de una sola escena, no podía identificarse con el de la obra en su conjunto. Pero, como era de esperar, ésta no es la única noticia que los periódicos del momento dieron sobre la función: El Carbayón (2 y 3 de enero de 1905), a través de una voz anónima, y El Correo de Asturias (3 de enero de 1905), de la mano de Clotaldo, incluyeron sendas críticas que creo interesante comentar. En principio, me parece pertinente subrayar el hecho de que en ambas reseñas se atribuye la autoría únicamente a Pérez de Ayala, omitiendo cualquier referencia a Antonio de Hoyos (101. Algo que, de forma obligada, se ha de relacionar, de un lado, con la circunstancia de que la escenificación se celebra en tierras asturianas; de otro, con la fama de que gozan entonces ambos literatos: Ayala ha visto editado su poemario La paz del sendero en ese mismo año de 1904 y es conocido por sus colaboraciones periodísticas, pero aún no es el novelista que después alcanzaría justa fama merced a las narraciones generacionales y p a r t i c u l a r m e n t e de las que salieron con posterioridad y que son fina expresión de su particular genio creador. En cuanto a Hoyos, ha dado a la imprenta Cuestión de ambiente (1903) y Mors in vita (1904), dos títulos sometidos a unas especiales condiciones de difusión, que hacen de él el paradójico novelista de una aristocracia que no lee, pero estima de buen gusto darse por enterada de los intentos iniciales de un muchacho que, perteneciendo a la clase, ha dado muestras de una inquietud artística que lo convierte en un ejemplo sin correlato sobre el fondo de una nobleza ganada por otro t i p o de intereses y que, a consecuencia de su desidia, exalta la producción de un joven que, heredero de la estela del padre Coloma, critica acerbamente la corrupción moral de ese mismo estamento que lo propone como modelo (11>. En definitiva, estamos ante dos autores que inician sus respectivas carreras literarias, por lo que no son de extrañar ese olvido, quizás involuntario, ni t a m p o c o el t o n o entre c o m p r e n s i v o y paternalista que adopta el crítico de El Carbayón, bastante más comedido en sus apreciaciones que su colega, cuando traza una semblanza favorecedora de la obra de un principiante que, pese a serlo, ha sabido dar la dirección adecuada a su esfuerzo, aunque todavía queden cosas por hacer: la obra [...] puede calificarse de hermosa y bien escrita. Claro está que si el joven escritor hubiera de verse un autor ya hecho, la crítica y el público serían más exigentes; como también es evidente que si el estreno se verificara en otra parte que no fuera Oviedo, de haber aplausos, no [hubieran sido] tan nutridos [...] " 2 \ ¿Qué es Un alto en la vida errante? Para el desconocido redactor, Es la fatalidad que se detiene un momento en su camino, para llenar de tristeza y amargura el hogar en que reinaban el amor y la alegría; es el viajero eterno, que lleva en su desgracia la desgracia de sus amigos, que se detiene un instante, para llevar en sus cuadros la melancolía del Otoño, y para llevar consigo las ilusiones de un hombre, hojas secas que hizo caer a su paso, como el paso del Otoño hizo caer las de su jardín. Es la desgracia que pasa, después de haber descansado, dejando en el hogar que le brindó reposo, su aliento, que envenena, que infiltra en el corazón la duda y el sufrimiento, y la infelicidad en dos almas " a . El argumento que desarrolla estas ideas parece girar en torno al surgimiento del amor entre Leonardo, artista al margen de las convenciones sociales, y Paz, una dama acomodada, casada con Alberto, que posiblemente sea un antiguo amigo de Leonardo, y madre de Baby. De modo que en el hogar feliz se introduce la sombra de la duda -la murmuración social actúa de manera destacada-, haciendo peligrar la estabilidad de la familia. Al final, tras diversos avatares entre los que no falta el reto del marido agraviado rechazado por su oponente, el intruso se aleja y la mujer se abraza a su esposo con la esperanza de recuperar la dicha pasada a través del vínculo que los une en un hijo débil y enfermizo, pero dotado de una intensa sensibilidad. Ajuicio del crítico, Un alto... presenta algunos errores estructurales, como el relativo al primer acto, puesto que el prólogo ya ha planteado la acción y hubiera podido prescindirse de él y pasar directamente al segundo -«lo mejor de la comedia» l u ) - y ciertas equivocaciones de enfoque, del tipo de la que se refleja en la escena principal del acto tercero -que interpreto hace referencia al climax- y que, desde una severa postura, es para el analista «un absurdo», pues, aunque se trate de defender «la dignidad de la mujer», «lo que nadie concebirá es que el esposo abra a la mujer que adora la puerta para que pueda huir con el amante, antes de manchar su pureza con el lodo de ia culpa» (1BI. Por ú l t i m o , el f i n a l , a u n q u e c o r r e c t o , vertebrado alrededor de un triste «¡quién sabe!», puesto en boca del marido y que se refiere al deseo de que el hijo vuelva a juntar lo que se separó, hubiese sido de más efecto «si el -¡quién sabe!- se hubiera p r o n u n c i a d o ante el n i ñ o , que se aproximara a sus padres hasta juntar sus cabezas entre sus brazos de enfermo, que los besara en la frente, acaso la impresión sería más honda, porque la esperanza aquella se acercaba mucho más» (1β). 151 Esto es lo que, en resumen, cabe destacar de la reseña ofrecida por El Carbayon. Pero ¿qué opinó Clotaldo en El Correo de Asturias? Como ya adelanté, su análisis, detallado, minucioso, resulta menos benevolente que el de su compañero, sin que ello s u p o n g a negar al c o n j u n t o el reconocimiento de una labor primeriza. De manera que si señala aciertos (el prólogo «amable y dulce», las escenas inicial y final del segundo acto -aquélla montada sobre un diálogo «hermoso, emocionante»; ésta, «de gran intensidad dramática»- o la «fuerza dramática» del desenlace) no deja de dar el oportuno relieve a numerosos fallos: la débil construcción del personaje de Leonardo -«no es un carácter... es un charlatán... [...]. Las grandes creaciones dramáticas no hablan, obran»-, el «lirismo declamatorio que hace de los personajes seres d e s m i r r i a d o s y e n f á t i c o s » - , «el peso abrumador de lo prosaico, de lo vulgar» que se deja sentir en el primer y segundo actos o el simbolismo «apriorístico» que preside la obra y lleva su desarrollo por caminos alegóricos no siempre de feliz resolución (17). Ahora bien: ¿qué transmite el fragmento recogido en Renacimiento Latino? Posiblemente corresponda al prólogo de Un alto... -de hecho, éste es el término que encabeza el texto-. Sin pretender alcanzar a discernir lo que se debe a Pérez de Ayala y lo que es aportación de Hoyos, lo cierto es que la escena presenta un tono decadente y modernista que creo actualiza a partes iguales los intereses de los dos escritores. En un espacio característico, un «jardín abandonado» (18), pleno de otoñal melancolía, donde contrastan la negrura de los cipreses y el intenso azul del agua del estanque que irisa las t o n a l i d a d e s ocres de las hojas muertas, se desenvuelve el diálogo entre Leonardo y Paz y un niño, Baby. La conversación descansa en los parlamentos cruzados de los adultos, mientras que Baby interviene esporádicamente. Leonardo, poseedor de una no muy buena reputación -[mi marido] «me decía que en sociedad hablaban mal de ti y que él era tu defensor», comenta Paz (191- es también la encarnación del arquetípico desengaño del fin de siglo, lo que quizás explique su conducta al margen. Por eso tiene un concepto desencantado de la vida, a la que una vez pudo animar el consuelo del arte y hoy está entregada a un escepticismo demoledor, que ha anulado los ideales y revela lo insustancial de una sociedad en la que nada ni nadie es original y t o d o se reduce a una serie i n f i n i t a de reproducciones. Hombres y mujeres son una especie de muñecos perfectos, movidos por el resorte del debery de la sensualidad, pero sin alma, sin e s p í r i t u , lo que los vuelve inútiles para participar de emociones verdaderas como la amistad y el amor. Paz es, por el contrario, una mujer con una gran fortaleza interior, segura de sí, aparentemente inscrita en una convencionalidad burguesa que le transmite felicidad y una actitud serena, a pesar de que la reciente enfermedad de Baby ha estado a punto de causarle la muerte. Baby, en fin, es un niño singular, indirectamente definido a través del diálogo como un ser hiperestésico, quizás, al igual que Leonardo, cansado de la vida -«Hay criaturas que parecen vivir contra su gusto», dirá el pintor t201- y tal vez con una inteligencia excesiva para su edad, que le ocasiona una suerte de dolor moral. Estos temas generales de la experiencia vivencial y amorosa descienden a un nivel más concreto cuando Leonardo le declara a Paz su profunda admiración hacia ella, hacia lo que representa de nobleza y de confianza en sí misma, a lo que la convierte en alguien original, sin imitación posible, y que, por eso, conoce la felicidad. Tal admiración no es sino amor puro, en el que «nada hay de terrenal» (21) , que ha traspasado el corazón del indiferente, comunicándole un sosiego hasta entonces desconocido, en virtud de una fuerza superior que los ha unido. Así, la serenidad de Paz ha entrado en contacto con la angustia de Leonardo y ambos han sido partícipes de un instante trascendente, dominado por una sensación de i n m o v i l i d a d que encuentra su correlato en las aguas del estanque. Sin embargo, Baby, que se había alejado, regresa trayendo un montón de hojas secas que arroja al estanque, cuyas aguas perderán el estatismo, agitándose y transfigurando la realidad, al igual que Paz, a partir de las revelaciones de Leonardo, perderá su tranquilidad, estremeciéndose como «la imagen de la tierra se estremece sobre el agua» (22). En opinión de Macklin, esa alteración supone la muerte de un sueño articulado sobre la base de un « m o m e n t o fugaz, [...], p o é t i c o , lleno de significado inefable y de extraña belleza» |23). A mi juicio, su valor es otro: los personajes se han comunicado en un estadio que se sitúa más allá de la simple comprensión intelectual, lo que no hace más que preludiar el conflicto que está en los cimientos de la obra, con lo que se justificarían la i n m o v i l i d a d de la escena, acorde con su condición de pórtico, y ese final retador («Y tú... también te estremeces» (24|>, lleno de sugerencias que el hispanista reconoce al afirmar que se trata de una «obra enigmática» (251, si bien no estamos ante la comedia completa sino únicamente ante el prólogo, que cumple su función, abriendo paso a diversas expectativas que el posterior desarrollo se encargará de confirmar o desmentir. Acaso algunas de las características hasta aquí descritas -las pretensiones simbolistas, los temas tan finiseculares, alejados de las inquietudes del público en general-, unidas a la, según quien la presenció, no muy afortunada ejecución de los actores de la Compañía Salas-Tallaví (26L sean el motivo por el que, a pesar del cuidado escenográfico que revela la circunstancia de que para el estreno se encargaran dos decorados al «Sr. Amorós» (¿Manuel Amorós?) <27) y a pesar de los aplausos que el redactor de El Carbayon y Clotaldo mencionan como prueba del entusiasmo de los 152 espectadores, la obra no se mantuviese más que un mínimo tiempo en cartel -Fernández Avello habla de tres representaciones (28)-, ya que en el número de aquel periódico del 3 de enero de 1905 se anunciaba que no se reanudaría la actividad en el Teatro Campoamor hasta el día de Reyes, con el fin de tener tiempo para «montar algunas obras estrenadas últimamente en Madrid» (29). Claro está que cualquier comienzo es difícil (en el caso de Pérez de Ayala lo fue doblemente, ya que pocos días antes había fracasado en el mismo escenario su adaptación de La Intrusa de Maeterlinck <30) ) y por eso Antonio de Hoyos no se desanimó. Así, en los años siguientes, sin que pueda fijar la fecha exacta, aunque con anterioridad a 1912, realiza dos nuevos intentos: Una cosa es el amor..., comedia en dos actos escrita en colaboración con Melchor Almagro San Martín, y Frivolidad, comedia en tres actos y cuatro cuadros, que es probable guarde alguna relación con la novela de ese título que el autor había publicado en 1905. Dado que me ha sido imposible acceder a los textos, me limito a consignar su existencia, con la esperanza de que aparezcan los ejemplares que permitan el análisis(31>. El 28 de julio de 1912, Anita Martos estrena en el Teatro Principal de León El Fantasma, drama grand guignol en un acto, del que el propio m a r q u é s de Vinent explicaba la génesis al periodista argentino Pablo Suero: -¿También le ha gustado a usted el teatro? -Sí... Estrené hace muchos años... Anita Martos, la gran actriz, hoy profesora del Conservatorio, viendo conmigo un drama Grand Guignol, por entonces muy en boga, me dijo: -Anda, hazme uno... Voy a una tournée y te lo estreno... -Con mis 22 años -prosigue Antonio- me entusiasmé e hice El fantasma. Se estrenó. Gustó [...]<32>. Se trataba de una «función de beneficio» que el Diario de León anunciaba así: El próximo domingo celebra su función de beneficio la simpática y elegante primera actriz Anita Martos. El programa no puede ser más sugestivo, pues se estrenan dos obras, una de ellas del inspirado autor Jacinto Benavente, titulada Sacrificios, y la otra original de Antonio [de] Hoyos que lleva por título El Fantasma, en un acto estilo Grand G u i g n o l y escrita expresamente para Anita Martos. Dadas las muchas simpatías con que cuenta la beneficiada en León, no dudamos que habrá una magnífica entrada, pues son muchas las distinguidas familias que se han dado cita en el Teatro para la noche del domingo ,33). Por lo demás, al aceptar este encargo, Hoyos participa de una práctica bastante frecuente en el mundo teatral de la preguerra, ya que componer para un determinado actor o actriz era algo muy habitual en una época en que los intérpretes ocupaban un puesto destacado en el concierto escénico y la diversificación del espectáculo se asociaba a nombres y locales concretos especializados en distintos tipos de representación t34). De ahí que Hoyos y Vinent cambie su registro y, pensando en la Martos como protagonista, realice este drama grand guignol que José Deleito y Piñuela definía genéricamente como sigue: drama sumario, formado por un solo hecho, que busca meramente sacudir los nervios del espectador, con un trallazo o una descarga de electricidad. No es una reflexiva melancolía, sino una angustia fisiológica, lo que esos dramas producen; tanto más fuerte, cuanto más corta y concentrada ,36). El argumento gira alrededor de Rosalía, hija de don Facundo y doña Felisa Baldón, aristócratas venidos a menos económicamente, que perdió a su novio, Joaquín Novales, la víspera de la boda, hace cinco años. Desde entonces vive obsesionada con la ¡dea de que un fantasma lo mató y que, frente a lo que se ha creído, no se suicidó. En el presente, Aurora, la hermana de Rosalía, va a casarse con Ramón, hermano de Joaquín. Todo el mundo, incluso Rosalía -que regresa del sanatorio psiquiátrico en que ha estado internada-, acude a la casa solariega de los Baldón para asistir a la ceremonia. La protagonista, pese a su mejoría y para disgusto de sus familiares, sigue aferrada a sus pensamientos, que, finalmente, se revelarán ciertos cuando logra desenmascarar a Ramón, quien mató a Joaquín para apoderarse de la cuantiosa herencia de un pariente lejano destinada al segundo. Por ello, vengando a su prometido, la heroína disparará contra su futuro cuñado, que muere en el acto. El drama está integrado por diez escenas que se desarrollan en el mismo lugar («el salón de una casa de campo antigua, no excesivamente rico, pero severo y con empaque señoril. La h a b i t a c i ó n parece haber sido d e s t i n a d a a despacho; por encima de los muebles se ven armas y arreos de caza») y en «la tarde de un día otoñal» l36). De acuerdo con las exigencias del género, cada escena no hace sino ir proporcionando diversos indicios que, en el desenlace, compondrán la solución del enigma que venía torturando a la protagonista. Desde el comienzo, a través del diálogo entre algunos de los invitados, se explican los antecedentes de la historia o se van subrayando d e t e r m i n a d o s aspectos que después serán importantes: la herencia millonaria que Ramón recibe por sorpresa, el suicidio de su hermano en extrañas circunstancias y, por encima de todo, las a f i r m a c i o n e s de Rosalía t o c a n t e s a haber presenciado el asesinato de su novio, de donde se hace derivar ese carácter turbador que origina sea t o m a d a por loca en el seno de una f a m i l i a bondadosa pero inconsciente, espejo de una sociedad frivola que construye un universo huero, cuyo centro radica en una religiosidad rutinaria y 153 las preocupaciones del abolengo, la riqueza o las apariencias, una atmósfera muy bien retratada por el autor en algunas de sus novelas anteriores como Cuestión de ambiente (1903). Y es precisamente esa condición banal de los demás la que confiere, por contraste, una suerte de grandeza solemne a la heroína, instalada en su propio mundo, ajena a cualquier cosa que no sea esclarecer la v e r d a d de lo s u c e d i d o y poseedora de una intuición que, para enfado de su hermana, le conduce a desconfiar de Ramón, sin que éste, antes al contrario, haya dado motivos para ello. Desde su aislamiento, Rosalía luchará por hacerse oír ante un coro de incrédulos, que opta por llevarle la corriente, sin participar sinceramente de su angustia; una angustia que, sin embargo, logra t r a n s m i t i r al espectador mediante un lenguaje cargado de melancolía, expresión de un carácter que, en comunión con una clarividencia s u g e r e n t e , acaso de raíz m a e t e r l i n c k i a n a , abandona el terreno de lo argumentativo para entraren contacto con el misterio de los fantasmas y los miedos particulares que otorgan al personaje un estatuto sobrenatural, dado que su percepción traspasa los límites de la simple realidad, al sentir opresivamente la presencia de ese espectro ignorado por los demás: -¡Escucha! Es algo horrible, atroz, más fuerte que la razón humana lo que voy a decirte. Es algo tan espantoso, tan extraordinario que algunas veces creo que sueño, que soy víctima de una pesadilla escalofriante, que mi razón se columpia aún entre la realidad y la locura...<37) Y todo ello convenientemente acentuado por los comentarios concernientes al campo como espacio para el horror y por la ubicación temporal en la tarde-noche de Difuntos, que da pie a la utilización funcional de una leyenda, sin probable base tradicional, según la cual, en esa fecha, el alma de un caballero llamado don Caín se pasea errante por las inmediaciones, purgando sus desvarios terrenales. Es costumbre que los mozos del lugar salgan a cazar al fantasma, lo que proporciona la ocasión de que, debido a la curiosidad despertada en los forasteros y a las numerosas ocupaciones domésticas en vísperas de la boda, Rosalía se quede sola y, desde la puerta vidriera, vea llegar a Ramón, observando que éste da un rodeo para evitar pasar por el sitio en que murió Joaquín, lo que confirma a la joven en sus sospechas. Por eso, después de una fuerte discusión que marca el climax de la obra, donde las emociones largo tiempo contenidas de la protagonista alcanzan el paroxismo, la muchacha disparará sobre su futuro cuñado, usando una de las armas colocadas en el despacho. De esta manera, al igual que los lugareños han ido a dar caza a un espíritu, Rosalía matará al que la había condenado a la infelicidad. En síntesis, un producto dentro de los cánones que gradúa adecuadamente la tensión (pese a que algunos acontecimientos capitales ocurren fuera de la escena, como el gesto delator de Ramón) y logra crear un ambiente de misterio no sólo por los hechos en sí, sino por la psicología de la protagonista, que, situada en los límites de lo sensible, incorpora una serie de experiencias que confieren el tono de necesaria inquietud en esta modalidad dramática. Hacia 1922, José García Mercadal entrevistaba al marqués de Vinent, a quien formulaba esta pregunta: -¿Y no pensó nunca en escribir para el teatro? -Escribo en este momento -contestaba el autor- Al día siguiente, para María Guerrero, y El hijo del hombre, para Catalina Barcena, si se atreven en Eslava con ella (381. No parece, empero, que ninguno de los dos títulos mencionados llegase a buen puerto, por cuanto en 1936, en la ya referida conversación con Pablo Suero, Antonio de Hoyos afirma haber «estado quieto» desde El Fantasma hasta que Chicote y Loreto Prado, esta temporada, me dijeron: «Levántate y anda...» Y escribí la comedia que acabo de estrenar, con éxito que debo al cariño del público y al arte admirable de Loreto y Chicote...I39) Esa comedia aludida es La plataforma de la risa, obra en tres actos estrenada el 11 de enero de 1936 en el Teatro Cómico de Madrid por la Compañía de Loreto Prado y Enrique Chicote. Un nuevo encargo que, si atendemos a los comentarios de Hoyos, no responde a sus aspiraciones: Pero no es éste el teatro con el que sueño... Quisiera hacer algo que fuera violencia, pasión, odio, rebeldía...I401 Por lo que he podido apreciar. La plataforma... es una buena muestra del teatro comercial al uso, lo que quizás justifique su inmediata publicación en «La Farsa» (4,), ya que, en líneas generales, es fiel al retrato que John W. Kronik traza de la especie de la mayoría de las obras editadas en esta colección: la comedia tipo que se reitera [...] fue compuesta con el propósito de agradar a los espectadores, de entretenerlos [...]. La lógica consecuencia de tal actitud es un teatro que rehuye lo profundo y lo intelectual a la misma vez que las formas experimentales; un teatro del momento y sin mañana ,42>. Su argumento, bastante complejo por las d i s t i n t a s acciones e n t r e c r u z a d a s , a l g u n a s mínimamente desarrolladas, presenta sus puntos y ribetes de m o r a l i n a b u r g u e s a , c i e r t o s componentes de intriga policial -probable eco del éxito que en el momento obtienen las comedias de este g é n e r o - y la censura de a c t i t u d e s trasnochadas, sobre todo en lo relativo a los matrimonios de clase. En la «Autocrítica» que figuraba en el ABC del 9 de enero de 1936, explicaba Hoyos que la suya era «una comedia sencilla, casi un juguete», cuya idea era demostrar que: 154 el exceso de confianza en nosotros mismos, la vanidad, la petulancia, llevan a caer ante el desdén irónico: sólo con un fuerte y claro apoyo sentimental podemos sostenernos (43). De ahí que La plataforma de la risa, título tomado de un aparato de feria muy popular en aquel momento, enseñe, según J. Dosa, encargado de hacer la reseña del estreno en ABC, cómo la vida va lanzando de su círculo giratorio a los inexpertos y atrevidos, a los descentrados o alocados que no supieron guardar el equilibrio por no haber sabido armonizar sus desmesuradas ambiciones o sueños con la realidad de sus verdaderas facultades o méritos, o por salirse del plano social o político sin haber medido los riesgos de su empeño 1441. Y esto fundamentalmente a través de dos personajes: Socorrito, una muchacha que, a la muerte de su padre, ha visto menguada su fortuna como consecuencia de las maquinaciones de sus parientes y ahora reside con su madre, Olvido, en un modesto «hotelito» a las afueras de Madrid, y Adela, una antigua sirvienta de la casa, convertida en Adria del Tintoreto, mantenida por un protector que la ha encumbrado a lo más alto de la escala social. Junto a ellas, jovencitos pedantes que, bajo la máscara de un anarquismo que les es absolutamente ajeno, esconden turbios negocios de tráficos de drogas, chicos serios y correctos, s o l t e r o n a s p i n t o r e s c a s ancladas en v i e j o s principios, viudas al encuentro del último amor y republicanos eminentes que, en su conjunto, alumbran una galería de tipos enredados en una azarosa existencia, dando vueltas hasta encontrar la senda a la que el destino pondrá la marca de la j u s t i c i a y la f e l i c i d a d : los c r i m i n a l e s serán detenidos; Socorrito logrará prometerse con Fabián, venciendo la hostilidad de Olvido, quien, sin recordar que ella fue también una víctima de las disposiciones paternas, quiere que su hija se case con un joven de adecuada situación económica y social; las aristócratas arruinadas recuperarán sus bienes y la entretenida contraerá matrimonio con el caballero. Todo lo cual está presidido por un tono a veces cómico, a veces escéptico, pero sin mayores alarde ni complicaciones, dentro de una corrección que, conforme indicaba el autor, aspiraba a «distraer un rato, ahora que tanta falta nos hacen [...] las distracciones» (45). Creo que, en el fondo, le asistía la razón al marqués de Vinent cuando, de acuerdo con lo visto, decía que La plataforma... era un «juguete». No sé si estaba pensando en la modalidad dramática así caracterizada, pero lo cierto es que lo limitado de sus recursos, basados de ordinario en juegos de palabras de escaso i n g e n i o |46), la dudosa profundidad psicológica, el cúmulo de conflictos y la flojedad dramática, así como ciertas inverosimilitudes -por ejemplo, Fabián ignora que su padre, con quien v i v e , es m u y rico, lo que solucionaría algunos de sus p r o b l e m a s - , la convierten en un producto cercano al definido por Andrenio como juguete cómico cuando comentó Secretaria particular, de Antonio Estremera y L. Linares Becerra, y habló de «vaudevilles agravados» donde los enredos se convertían en «embrollos» y brillaba por su ausencia «la leve proporción de verosimilitud que puede haber en un vaudeville» ,47). Fue en esta línea en la que se colocaron, con mayor o menor rotundidad, Morales Darías en La Época, quien escribió que «La plataforma de la risa, que se dice comedia, es un barullo de escenas en las que se advierte [...] falta de método [...], ausencia de interés y, sobre todo, pesadez» l48>, y J. Ortiz Tallo en El Debate: «Un poco descuidada en la técnica, no se para mientes en procurar la debida motivación [...]» I49). Por lo demás, creo que las opiniones de esta índole quedaron sintetizadas en Heraldo de Madrid a través de las palabras de A l f r e d o M u ñ i z : «la obra en sí, c o m o pieza dramática, carece en absoluto de consistencia, es desvaída, inocente; poco afortunada, en suma» (60) . Sin embargo, no todos los juicios fueron como los que anteceden, al extremo de que en ocasiones da la impresión de que los críticos reseñan el estreno de obras diferentes. Así, frente a lo que hasta ahora vimos, cabe señalar que J. Dosa hablaba en ABC de una «comedia fina, pulcra, bienintencionada» (511 y José Ojeda, si bien con alguna reserva, manifestaba en La Libertad: «la comedia está muy bien planteada; luego surgen en ella claras inexperiencias» (52). Pese a todo, buscando quizás el equilibrio compensatorio, fue prácticamente unánime la alabanza a la labor literaria de nuestro autor. Casi siempre se señalan los méritos de su producción novelesca, lo que, de o r d i n a r i o , da pie para establecer la dignidad de estilo de La plataforma..., pero también para exigir mayor altura a un teatro que algunos creen que se inicia con el título que ahora comentamos y que, de acuerdo con Morales Darías, no puede depender de la más o menos correcta interpretación de los actores: Y menos mal que las apariciones de Loreto Prado acaparaban la atención a modo de oasis en un desierto de aburrimientos. Con la primera actriz, Enrique Chicote, por el lado serio, da la medida de su gran calidad de actor [...]. El p ú b l i c o del C ó m i c o Mega en su devoción por Loreto a perdonarle que ampare con su influencia desdichas como ésta (...) y así, al cobijo de tan excelente valedora, pudo el autor [...] ver c ó m o los espectadores juntaban las manos, al parecer en homenaje a su obra, pero seguro que los aplausos decían a Loreto: «Bueno, maja, que esto lo hacemos por ti» <531. Una sola vez más volvería Hoyos a recibir la ovación de los espectadores en un día de estreno, si bien en unas circunstancias diferentes a las que acabo de mencionar y m uy vinculadas a su peculiar b i o g r a f í a . De ahí q u e , antes de reseñar lo específicamente teatral, convenga aludir al hecho 155 de que en torno a 1935, Hoyos y Vinent, antiguo y moderado defensor de la dictadura de Primo de Rivera desde las páginas de ABCm, ingresa, por razones que aún no están claras, en las filas del Partido Sindicalista fundado por Ángel Pestaña en 1934, lo que hace que, en plena guerra civil, se convierta en una figura especialmente alabada en los círculos anarcosindicalistas, exaltándose la actitud de quien, pudiendo tenerlo todo, a todo renuncia en aras del apoyo al pueblo español. De otro lado, su fama se acrecienta también merced a las numerosísimas ocasiones en las que colabora en El Sindicalista, órgano de la citada agrupación política, que, tras una breve etapa barcelonesa, saldrá en Madrid primero semanal y a partir del comienzo de la guerra casi diariamente entre septiembre de 1935 y marzo de 1939 l55). Cabe m e n c i o n a r que bastantes de esos artículos abordan temas de índole cultural, no siendo la menor de las preocupaciones del autor -tampoco una preocupación de última hora- la que tiene que ver con el penoso panorama del teatro en Madrid durante la contienda (56> . Ese interés, en c o i n c i d e n c i a con muchas de las o p i n i o n e s expresadas en la época, se manifiesta tanto en lo que hace a la chabacanería de a l g u n o s espectáculos, auténticos agentes «quintacolumnistas» l57 \ como a la urgencia de realizar la «revolución teatral» -en su concepto, vinculada s i e m p r e al r o b u s t e c i m i e n t o m o r a l de los espectadores- que, según el criterio de Antonio de Hoyos, ha de abarcar necesariamente la «limpieza y depuración de repertorio», la «multiplicación de espectáculos amenos, cultos, [...]» y el «paso a valores nuevos, [el] culto a los viejos valores reales, [y la] devoción a los clásicos (algunos, como Fuenteovejuna o El alcalde de Zalamea, más revolucionarios que todas las [obras] que se estrenan» (58>. Reconoce no estar plenamente de acuerdo con experiencias c o m o la a d a p t a c i ó n de la Numancia de Cervantes realizada por Rafael Alberti y llevada a las tablas por el Teatro de Arte y Propaganda que dirigía María Teresa León. A su j u i c i o , pese a la i n d u d a b l e c a l i d a d , el resultado final es poco «humano» ,59), siendo así que, según dirá en otra parte, es objeto del «teatro revolucionario [...] poner a la vista del público ambientes y figuras, mostrarle el horror de ciertos medios, [...]; descubrirle el calvario atroz de ciertas vidas» (601. En resumen: «teatro revolucionario es... romper los moldes». Ε implicándose de una forma personal -«conste que sangro por la herida»-, da cuenta de un nuevo intento dramático dentro de su producción -el «arreglo» de una de sus más famosas novelas: El caso clínico ( 1916),61)- y de los avatares que antes de la guerra sufrieron el texto y su creador hasta abandonar el proyecto: Un autor famoso y aplaudido me dijo que como obra de vanguardia era perfecto. Se lo llevé a Eugenia Zúffoli, que pareció entusiasmada; luego... En su construcción, en el género de Maya, requería muchas mutaciones y decoraciones, personajes...; además, el público bien, el abono...; total, durmió meses. Hablé a la Ladrón de Guevara y quiso la obra; pero la tenía la Zúffoli y yo no quería sin su aquiescencia... En fin, surgió el movimiento y no me ocupé más(621. ¿Pudiera ser ésta la concreción de aquellos deseos manifestados al hablar de La plataforma de la risa y señalar que esta obra no colmaba sus aspiraciones? Es probable; desde luego, sí parece evidente que la adaptación de El caso clínico hubiese supuesto un g i r o i m p o r t a n t e en la trayectoria dramática del escritor. Este objetivo se realizó, quizás, el día 2 de octubre de 1938, cuando se lleva a efecto una idea lanzada desde El Sindicalista, consistente en rendir un homenaje a Hoyos y Vinent, en reconocimiento a su actitud cívica y patriótica (63>, donde se representa el que pienso es el último trabajo del literato: La casa de los fantasmas, «episodio dramático en un acto», puesto en escena en la Sala Ariel, un pequeño local con aforo para unas cuatrocientas personas instalado en los bajos del Lope de Vega, antes Alkázar, que ocupaba el lugar del antiguo cabaret del coliseo y que a la sazón era el Teatro de las Escuelas Profesionales del Sindicato Único de Espectáculos del Centro, iniciativa muy provechosa de Valentín de Pedro (64). En o p i n i ó n de quien hizo la crónica del acontecimiento en El Sindicalista, La casa... queda definida como «una estampa viva de color, con ritmo de sangre», dominada por «la exaltación lírica». Existen en ella «pinceladas de humorismo y brochazos de emocionante aguafuerte: el de la madre que cruza la escena desfallecida con el hijo en brazos y soportando los latigazos de la vieja que la sigue» l65>. 156 Pese a la parquedad de datos, cabe imaginar que se trata de una obra de circunstancias que, en palabras del anónimo redactor, «fue acogida con cálidos aplausos y Hoyos salió al palco escénico para agradecer la e m o c i ó n que su e s t a m p a c r u d a y de c o r r e c t o e s t i l o había despertado [...]» (ββ). De esta manera, he llegado al final. A mi modo de ver, las conclusiones no ofrecen dudas: no fue A n t o n i o de Hoyos y Vinent un drama­ t u r g o de primera línea, pero sí un aceptable cultivador de algunas de las corrientes teatrales más características de las etapas de preguerra y guerra civil: desde las veleidades simbolistas (en su caso, en eso se quedaron probablemente) hasta el juguete cómico; desde la tensión grand guignol hasta el compromiso político. Es verdad que estas ¡deas pueden modificarse el día en q u e , v e n c i d a s las d i f i c u l t a d e s b i b l i o g r á f i c a s que s i e m p r e a c o m p a ñ a n a la investigación sobre un autor menor, se logre acceder a los textos que hoy no se consiguen y su lectura revele la presencia de nuevos elementos temáticos o técnicos. Sin embargo, mientras esto no llega, este artículo ha querido atenderá la parte m e n o s f a v o r e c i d a , por más i g n o r a d a , de la p r o d u c c i ó n de un escritor q u e , a u n q u e con modestia, contribuyó a la vida teatral española de los primeros cuarenta años de nuestro siglo. Y justo era reconocerlo. Universidad de Oviedo NOTAS 1. Al respecto, he tenido noticias de varias memorias de licenciatura realizadas en la Universidad de Besançon y dirigidas por la profesora Claire-Nicolle Robin. Sé también que se está llevando a cabo una tesis doctoral, aunque desconozco los términos exactos de la investigación, y yo misma me doctoré en 1993 con un trabajo, quesera publicado por el Departamento de Filología Española de la Universidad de Oviedo, cuyo título era Vida y literatura de Antonio de Hoyos y Vinent. En cuanto a los artículos, cabría citar los siguientes: Antonio Cruz Casado: «La novela erótica de Hoyos y Vinent (1885-1940)», Cuadernos Hispanoamericanos, 426, diciembre 1985, pp. 101-106; »Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece. Antonio de Hoyos y Vinent», Álbum, 30, 1991, pp. 75-83; Claire-Nicolle Robin: «El expresionismo en Hoyos y Vinent», Angélica, 2, 1991, pp. 107-114. (Lucena). 2. Antonio de Hoyos y Vinent: «Autocrítica: La plataforma de la risa», ABC, 9 de enero de 1936, p. 44. 3. Id., «El teatro mudo o el séptimo arte», ABC, 24 de febrero de 1927, p. 7. 4. Como recordaba Enrique Díez-Canedo, «el sistema de colaboración» fue muy habitual en el teatro español de preguerra, lo que, a su juicio, comportaba numerosos riesgos: «La obra dramática, concebida por una mente y llevada a cabo con libertad, viene a ser, entre colaboradores, producto frío y mecánico, en el que se podría ganar mucho si la crítica de cada uno atenuara o avivara las aportaciones del otro. Lejos de esto, suele ser medio de trabajar más deprisa y de ejercer doble influjo personal en la política de bastidores» (Enrique Díez-Canedo: Artículos de crítica teatral. El teatro español de 1914 a 1936, México, Joaquín Mortiz, 1968,1, p. 35). 5. Vid. Ramón Pérez de Ayala: Troteras y danzaderas, Madrid, Castalia, 1973, p. 228. Cf. también, Andrés Amorós: Vida y literatura en Troteras y danzaderas, Madrid, Castalia, 1973, pp. 120-121. 6. José García Mercadal: «Prólogo» a Ramón Pérez de Ayala: Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1964,1, pp. IX-LXXV [LI]. He podido comprobar que el texto no figura tampoco entre los fondos de la biblioteca de Ramón Pérez de Ayala, adquirida hace un tiempo por la Consejería de Cultura del Principado de Asturias. 7. Constantino Suárez Fernández: Escritores y artistas asturianos. Indice bio-bibliográfico. Edición, adiciones y prólogo de José María Martínez Cachero, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1957, VI, pp. 131-164 [137]. 8. Vid. J. J. Macklin: »Un alto en la vida errante: un texto olvidado de Ramón Pérez de Ayalay de Antonio de Hoyos», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 101, septiembre-diciembre 1980, pp. 525-535. 9. Anónimo: «Teatro Campoamor», El Correo de Asturias, 31 de diciembre de 1904, [s.p.]. 157 10. La ignorancia acerca de quién era nuestro autorse manifestó incluso en los anuncios de la representación publicados en la prensa, en los cuales se le nombraba como Antonio de Hoyos Vincent {cf. Manuel Fernández Avello: Recuerdos asturianos de Ramón Pérez de Ayala, Oviedo, Biblioteca Popular Asturiana, 1980, p. 45). 11. A semejantes conclusiones llegaba José María Carretero, El Caballero Audaz, cuando prologaba en 1917 la novela de Hoyos y Vinent titulada La procesión del Santo Entierro, Madrid, Hispania, [s.a.] [1917], pp. 5-15. 12. Anónimo: «De Teatros: Un alto en la vida errante», El Carbayón, 2 de enero de 1905, [s.p.]. 13. Vid. nota 12. 14. Id. 15. Id. 16. Id. 17. Clotaldo: «Teatro Campoamor: Un alto en la vida errante», El Correo de Asturias, 3 de enero de 1905, [s.p.]. Mucho más amable fue la postura de Penayani, seudónimo de Eduardo Serrano Suárez, quien en su crónica, publicada en El Heraldo de Asturias de La Habana, se refería a las «ovaciones entusiastas [...] como premio a la obra estrenada» {cf. Manuel Fernández Avello: Recuerdos asturianos..., p. 49). 18. Vid. J.J. Macklin: «Un alto...», p. 530. 19. Vid. nota 18, p. 532. 20. Ib., p. 531. 21. Ib., p. 534. 22. Ib., p. 535. 23. Ib., p. 529. 24. Ib., p. 535. 25. Ib., p. 529. 26. Clotaldo («Teatro Campoamor: Un alto...»), decía: «la ejecución ha sido bastante mediana; mentaré, no obstante, al señor Tallaví, que hizo muy discretitamente su papel de Alberto, y a la Srta. Álvarez -niño Baby- a quien ya tenía ganas de hacer justicia». 27. Así se indicaba tanto en la nota publicada en El Correo de Asturias el día 31 de diciembre de 1904, como en la segunda parte de la crítica anónima que El Carbayón publicaba el 3 de enero de 1905. Ocurre, sin embargo, que no he podido confirmar si se trata realmente de Manuel Amorós, el reputado pintor de decorados discípulo de Amalio Fernández, o de otro «Sr. Amorós» relacionado con la escenografía del momento. Creo, no obstante, que el hecho de que se llame la atención sobre el particular indica que estamos ante alguien famoso, por más que se atribuya al artista un origen valenciano -Manuel Amorós era madrileño-, probable confusión con Antonio Amorós, destacado pintor alicantino del momento. 28. Cf. Manuel Fernández Avello: Recuerdos asturianos..., p. 50. 29. Entre las mencionadas figuran Francfort, El Místico, La doncella de mi mujer, Al Natural, Militares El Adversario. y paisanos o 30. Cf. Manuel Fernández Avello: Recuerdos asturianos..., pp. 41-44. 31. La anterioridad a 1912 se deduce de la relación de obras del autor, según todos los indicios cronológica, que figura en la colección de relatos El pecado y la noche, (Madrid, Renacimiento, 1913), en la cual se mencionan los dos títulos que acabo de citar después de Un alto... y antes del que trataré a continuación. 32. Pablo Suero: «Antonio de Hoyos y Vinent, escritor, marqués y sindicalista» en España levanta el puño, Buenos Aires, Noticias Gráficas, [s.a.] [¿1936?], pp. 157-161 [160]. 33. Diario de León, 26 de julio de 1912, p. 2. Debo el conocimiento de este texto a la amabilidad de doña Susana Vergara Pedreira, actual redactora jefe del Diario, por quien he sabido también que el periódico no publicó ninguna crítica de la representación. 34. Véase sobre la cuestión, Dru Dougherty y M." Francisca Vilches de Frutos: La escena madrileña entre 1918 y 1926. Análisis y documentación, Madrid, Fundamentos, 1990, pp. 37 y ss. 35. José Deleito y Piñuela: El sentimiento de tristeza en la literatura contemporánea, Barcelona, Minerva, [s.a.] [1922], p. 398. 36. Antonio de Hoyos y Vinent: El Fantasma, Madrid, Velasco, Imp., 1913, p. 7. 37. Vid. nota 36, p. 24. 38. José Garcia Mercadal: «Las hogueras de Castilla, por Antonio de Hoyos y Vinent» en Propios y extraños, Madrid, Espasa-Calpe, 1929, pp. 24-29 [261. 39. Pablo Suero: «Antonio de Hoyos y Vinent...», p. 160. 40. Vid. nota 39. 41. Vid. Antonio de Hoyos y Vinent: La plataforma de la risa, «La Farsa», 445, 28 de marzo de 1936. 42. John W. Kronik: «La Farsa» (1927-1936) y el teatro español de preguerra, Chapell Hill, University of North Carolina, Department of Romance Languages, 1971, p. 22. 158 43. Antonio de Hoyos y Vinent: «Autocrítica: La plataforma de la risa», art. cit. 44. J . Dosa: «Cómico: La plataforma de la risa», ABC, 12 de enero de 1936, p. 63. 45. Vid. nota 43. 46. Oigamos un ejemplo: «DOÑA TRÁNSITO.- Total, te pusiste a servir y... ADRIA.- Primero entré con una señora que no lo era, pero lo parecía. Mucho respeto y mucho ringorrango y más tocada que un piano. Luego con otra que lo era, pero no lo parecía. Decente, pero más sonada que un piano de manubrio. DOÑA TRÁNSITO.-Todo cosa de música. OLVIDO.- ¿Y luego? ADRIA.- Luego entré en casa de un señor solo. DOÑA TRÁNSITO.- Malo. ADRIA.- [Extrañada, interpretando mal las palabras) ¡Qué había de ser malo! ¡Buenísimo!» (Antonio de Hoyos y Vinent: La Plataforma..., p. 27). 47. Cf. Añórenlo [Eduardo Gómez de Saquero]: La Época, 24 de mayo de 1919. Cito por Dru Dougherty y M.a Francisca Vilches de Frutos: La escena madrileña..., p. 35. 48. Morales Darías: «Cómico: Estreno de La plataforma 13 de enero de 1936, p. 8. de la risa, comedia original del marqués de Vinent», La Época, 49. J. Ortiz Tallo: «Cómico: La plataforma de la risa, de Hoyos y Vinent», El Debate, 12 de enero de 1936, p. 13. 50. Alfredo Muñiz: «Cómico: La plataforma de la risa», Heraldo de Madrid, 13 de enero de 1936, p. 8. 51. Vid. nota 44. 52. José Ojeda: «Cómico: La plataforma La Libertad, 12 de enero de 1936, p. 5. de la risa, comedia en tres actos, original de Antonio de Hoyos y Vinent», 53. Vid. nota 48. He de hacer constar que esta postura fue compartida por la mayoría de los críticos, quienes, con mayor o menor énfasis, reconocieron en el buen hacer de Loreto y Chicote uno de los factores del éxito de público de la comedia. 54. Vid., por ejemplo, «El valor del tiempo y el de la oportunidad en el tiempo», ABC, 4 de enero de 1924, pp. 12-13 o «Pequeñas causas», ABC, 8 de febrero de 1924, p. 7. 55. En mi artículo «De la decadencia al anarquismo: Hoyos y Vinent en El Sindicalista (1935-1939)», Archlvum, XXXIX-XL, 1989-1990 [pero 1992], pp. 7-50, el lector encontrará un inventario de las colaboraciones del autor en este periódico. 56. En torno a los años de la Primera Guerra Mundial, Antonio de Hoyos había desarrollado una continuada labor de crítica literaria y de espectáculos en El Día, donde ya había manifestado su interés por el estado del teatro español del momento {cf., por ejemplo, «Comentario», 28 de enero de 1917, p. 6, acerca de la falta de autores y creaciones de valor, o «Comentario. Los culpables», 3 de febrero de 1917, p. 6 -sobre la escasez de buenas obras dramáticas que determina el predominio del género cómico-). Después seguiría exponiendo sus ideas en otras publicaciones como ABC (cf. «El teatro mudo...», art. cit., donde habla de las ansias de lucro de los empresarios y de la pereza del público como causas fundamentales del estancamiento de la vida teatral de la época). 57. Vid. Antonio de Hoyos y Vinent: «Modos y maneras. La "quinta columna" en la calle», El Sindicalista, 17 de septiembre de 1937, p. 4. 58. Id., «Modos y maneras. La misión del teatro en la revolución», El Sindicalista, 29 de diciembre de 1937, p. 4. 59. Vid. nota 58. 60. Antonio de Hoyos y Vinent: «Modos y maneras. La moral, el teatro, los caracteres, los fantoches y las marionetas». El Sindicalista, 27 de abril de 1938, p. 1. 61. El caso clínico se publicó por primera vez en la colección «La Novela Corta», (3, 29 de enero de 1916) y al año siguiente, en la serie que el propio Hoyos bautizó como «Biblioteca Llamarada. Las novelas de la pasión», apareció en la Biblioteca Hispania con un prólogo del Dr. Simarro. Sin duda, fue uno de los grandes éxitos del escritor y también una de sus obras más polémicas, debido, creo yo, a muchos de los motivos que conformaban un argumento que narraba la historia de M." de las Angustias, la joven hija de un psiquiatra que ayuda a su padre en las tareas médicas en la clínica «El Reposo», cuidando a los perturbados mentales. El desarrollo de la trama muestra cómo la protagonista, a punto de casarse con el más aventajado de los discípulos de su padre, es un auténtico caso clínico, con unas tendencias masoquistas que la obligan a buscar todas las noches el placer sexual del suburbio. Al final, morirá quemada a manos de los locos, que, de esta manera, se vengan por no haberla podido ofrecer en sacrificio en el curso de una misa negra -la liturgia exigía que la víctima fuese virgen-, 62. Vid. nota 60. 63. Cf. A n ó n i m o : «En homenaje a Hoyos y Vinent. La Medalla de Madrid para el ilustre literato», El 23 de septiembre de 1938, p. 1. 64. Para más información al respecto, vid. Robert Marrast: El teatre durant la guerra civil espanyola. Assaig i documents, Barcelona, Publicacions de l'Institut del Teatre i Edicions 62, 1978, pp. 88-89. Sindicalista, d'historia 65. Anónimo: «El homenaje a Hoyos y Vinent. Sala Ariel. La casa de los fantasmas», El Sindicalista, 3 de octubre de 1938, p. 166. Vid. nota 65. 159 JOSÉ HIERRO Y EL ARTE DE HACER POESÍA Gordon José Hierro es un poeta cuya distinguida carrera abarca cinco décadas. Con la publicación de Agenda en 1991 y la subsiguiente concesión del Premio Nacional de las Letras, el poeta se situó de nuevo al frente de las letras españolas. Se ha generalizado ya el hablar de la obra de Hierro en términos de reportaje y alucinación. Baste recordar que la mayor parte de la crítica coincide en que los poemas del autor presentan al lector a un poeta convertido en testigo (en poemas c o m o Reportaje, Réquiem, Pasaporte) o en visionario (en poemas como Cinco cabezas). Si bien estos términos son herramientas útiles para entender la poesía de Hierro, omiten, no obstante, un principio estético que ha venido siendo fuerza motriz en su trayectoria poética desde sus inicios: su preocupación por la poiesiso el proceso poético. El recorrido poético de Hierro empieza con una visión del mundo basada en la poesía simbolista francesa del siglo XIX. Una visión reforzada, además, con las lecturas de los poetas españoles que siguieron la tradición de esta poesía m . Si atendemos al primer cuarteto de Correspondances, de Baudelaire, observaremos qué influencias ejerció este tipo de poesía sobre el joven Hierro: La Nature est un temple où de vivants piliers Laissent parfois sortir de confuses paroles: L'homme y passe à travers des forêts de [symboles Qui l'observent avec des regards familiers, (p. 11). El primer cuarteto de Correspondances, que muy bien sirve como manifiesto simbolista, expresa la doctrina según la cual el mundo es infinitamente sugestivo e interactivo: la realidad y el poeta se conocen mutuamente. Lo que continúa en el poema no es tan sólo una celebración de la riqueza de esta experiencia, sino también una dramatización del papel que juega el poeta como intérprete de este posible mundo. Finalmente, Correspondances es importante en nuestro estudio en torno a Hierro porque representa la doctrina simbolista del poema como icono: la experiencia -una vez expresada- se convierte en una entidad estética en sí misma. Verra sin nosotros, publicado en 1947, es el primer poemario de Hierro y, como cabía esperar, son muchos los poemas en los que el poeta atestigua las brutales consecuencias de la Guerra Civil española; un hecho que facilita el etiquetar la obra con el término reportajeo poesía testimonial <2) . Ε. McNeer No obstante, un examen detallado del poema Entonces, que inicia tanto Tierra sin nosotroscomo la carrera poética de Hierro, plantea una historia diferente. El poema empieza: Cuando se hallaba el mundo a punto de que el prodigio sucediese. Cuando las horas esperaban que unas manos las exprimiesen. Cuando las ramas opulentas daban su sombra a nuestras frentes. Cuando en el mundo se morían todos los tristes y los débiles. Cuando el soñar, el sentir hondo, cuando el beber ávidamente la luz, la brisa, el agua, el aire, eran primero que la muerte. Cuando las tardes solitarias, cuando los árboles más verdes, cuando las conchas de colores a nuestras madres sonrientes, a nuestras novias de ojos grises como la escama de los peces. Cuando eran pena y alegría nuestros amables timoneles y no existía otro paisaje que el que alzaba su luna enfrente: mundo que abría cada día sus lejanías, frutalmente. (pp. 17-18). Aunque Entonces no intenta ser un arte poética per se, el hecho de que abra el poemario y se presente en letra cursiva invita a considerarlo como una implícita declaración de doctrina estética. Como veremos, muchos de los elementos poéticos de este primer poema reaparecen a lo largo de la trayectoria poética de Hierro con un grado creciente de sofisticación y complejidad. Al igual que en el poema s i m b o l i s t a Correspondances, la naturaleza es un «prodigio», un milagro a punto de ocurrir. Los reiterativos versos a base de eneasílabos, que traen a la memoria resonancias musicales de la Primavera delgada de G u i l l e n , representan un m u n d o estallando con fuerza. Una vez más, el papel del poeta, o del p r o t a g o n i s t a del p o e m a , es el de i n t é r p r e t e . C o n s i d e r e m o s este e n s u e ñ o interrogativo: (¿Eras así, tan sin palabras primaverales que te expresen? ¿Tan de elementos terrenales: arena, piedra, hierba, nieve? ¿Nombres de tiempos, de lugares 160 deshojados diariamente: Piélagos, Hoces, Montes Claros octubre, enero, abril, noviembre?) (p. 18). La creación de un protagonista que cuestione la autenticidad del poema en el proceso mismo de creación es un rasgo peculiar en Hierro. En la penúltima estrofa del poema, el protagonista reivindica la absoluta toma de conciencia de su ensueño poético a la vez que cuestiona su validez: Yo no te pinto otros colores que los colores que tú tienes. ¿Eras así, mi paraíso, rumor del agua cuando llueve, hacha que hiere la madera, fuego que incendia la hoja verde? <p. 18). La transición hacia la estrofa final de Entonces es brusca. Hay muchos momentos fundamentales de esta índole en la poesía tardía de Hierro; como cuando el protagonista, desde su presente, se detiene para contemplar, atónito, el proceso de creación: «Yo no me acuerdo ya de aquello. / Un día tuve que perderte» (p. 18). De forma igualmente abrupta, el ensueño inicial del poema es reinsertado como leit motlvy la obra alcanza su desenlace lírico: Cuando se hallaba el mundo a punto de que el prodigio sucediese. Cuando tenía cada instante un ritmo nuevo y diferente, cada estación sus ubres llenas, rebosantes de blanca leche, (p. 18). Entonces es un poema que aborda la irreparable pérdida de la inocencia j u v e n i l . Considerándolo arquetípicamente, se trata del Paraíso Perdido, del destierro del Jardín; de un icono para un momento único que brilla en nuestro recuerdo. El poeta dedica tan pocas energías a la descripción de la Caída y tanta pasión a la creación del ensueño poético como icono que, al igual que en el caso de «Volverán las oscuras golondrinas» de Bécquer o que en las Coplas de Manrique, nos hallamos inmersos en un clima de consuelo en lugar de sentir remordimiento. La musicalidad de los dos p r i m e r o s versos, r e i n t r o d u c i d o s en la estrofa final c o m o leit motlv, c o n t r i b u y e significativamente a lograr esa sensación cabal de bienestar. En Entonces, se v i s l u m b r a ya el nacimiento de un gran maestro en el quehacer poético. Tras un cuarto de siglo de silencio, Hierro publica Agenda, un poemario que inició en 1975. El libro viene introducido por un «Prólogo de libélulas y gusanos de seda». Un «Prólogo» que supone una actualización de su concepción poética. Como en Entonces, Hierro pinta un mundo cargado de energía, pero ahora este mundo subyace bajo la fuerza y el ímpetu del acto creativo en el instante de su creación: Es cosa de libélulas, de caballitos del diablo: aletean eléctricos, vibran como cuerdas de una guitarra que alguien acaba de pulsar, zigzaguean como relámpagos, rubrican la mañana azul. (p. 15). Como primera imagen dominante del poema. Hierro elige a la libélula, una criatura preciosa en el estado final de su metamorfosis. Decide hacer de la imagen una imagen múltiple con el fin de enfatizar su condición de ser cambiante B). El proceso poético, sin embargo, no atañe sólo al poema ya finalizado, que es lo que simboliza la libélula. También versa sobre los cazadores de libélulas, los poetas; los entomólogos, los críticos; y sobre «nosotros», la audiencia a quien está destinado el poema. La poiesis es un juego mortalmente serio, tal y como lo evidencia el «grumillo de muerte» dejado en «nuestras» manos cuando entramos en contacto con el objeto de la inspiración del poeta: «Cosa también de cazadores de libélulas: / nos dejan en los dedos un grumillo de muerte, / un residuo viscoso, una turbiedad amarilla» (p. 15). En raras ocasiones acaece el milagro y el poema alcanza su madurez. Casi inmediatamente, sin embargo, el e n t o m ó l o g o inicia su «tarea primorosa» y el poema deviene mera «apariencia de vida», un cadáver maquillado y embalsamado: «A veces se realiza el milagro: / el cazador cobra su pieza intacta y viva». Comienza entonces la tarea primorosa del entomólogo: le clava en alfiler para que muera poco a poco a fin que conserve intacta su belleza, su perfección, su apariencia de vida (porque de eso se trata). Es cosa de entomólogos, es cosa de poetas, maquilladoresy embalsamadores de cadáveres, (p. 15). Hierro pudo haber optado por finalizar su prólogo en este punto, dejando a todas las partes implicadas -poeta, críticos y lectores- con una perspectiva inquietante del proceso poético. En vez de ello, continúa desarrollando su imagen en torno a la libélula. En esta ocasión elige otro insecto, el gusano de seda, primero en su estado de larva: Es cosa de gusanos de seda: segregan tenues hilos de oro con los que van edificando su alcázar, cárcel, túmulo, su oscuridad definitiva; se desangran en oro, resignados a no ver desde fuera nunca jamás su obra [concluida, (p. 16). Mediante el uso de versos como: «su alcázar, cárcel, túmulo,» y «a no ver desde fuera nunca jamás su obra concluida», Hierro dramatiza el proceso poético considerándolo como una gloriosa iniciativa condenada al fracaso, o ¿no es así? En la siguiente estrofa, Hierro plasma el poema en desarrollo y a su creador cual gusano de seda en su estado de crisálida. ¿Resucitará 161 la criatura convertida en humilde gusano o llegará a trascenderse y metamorfosearse en imponente mariposa, rivalizando, de este modo, en belleza con la libélula? Vence la belleza y la mariposa nace: Un día algo despierta en el recinto silencioso -resurrección o transfiguración-: ya no es el tejedor apresurado de la saliva de oro sino una mariposa, torpe y gorda, que ni siquiera lo recuerda (igual que el cuerpo no recuerda al alma que era suya antes de que él naciera). (p. 16). Este proceso de creación tendrá, sin embargo, su coste. Nos hallamos ante la visión de una crisálida violada, de un útero abierto y vacío: «La nueva criatura nace a cambio / de destruir lo que fue la razón de v i v i r y de m o r i r / d e alguien quefue ella misma / y que es ahora nada más que un hueco» (p. 16). Es en ese momento central del poema cuando el poeta, José Hierro, se introduce a sí mismo y observa, con detenimiento, el poema desde la perspectiva de la poesía que acaba de ser elaborada. Podemos imaginar su sorpresa: Se trata ahora de un hueco donde ocurrió el [prodigio, de una sombra en la entraña de la seda, de una sombra y un hueco en el que suena un motor de automóvil. Escucho ese motor desesperadamente para saber que no soy sordo, (p. 17). La a p a r i c i ó n inesperada del «coche» representa el tercer y último estado en el desarrollo de la compleja imagen dominante a lo largo de la composición: libélula, gusano de seda, automóvil. El coche es la crisálida y el poeta, la criatura que en su interior está desesperada por trascender su condición presente: Segrego seda para probar que sigo vivo, para encerrar conmigo el automóvil y no dejar jamás de oír su música (yo, como Marinetti, creo ahora que un automóvil es más bello que la Victoria de Samotracia). (p. 17). Mientras se halla en estado de crisálida, el poeta-criatura se percata de que está condenado a ver transcurrir su vida atrapado en el interior de un artilugio mecánico de metal, cristal, plástico y goma: «Pero es únicamente un artilugio mecánico / -metal, cristal, plástico, goma-, / esclavo dócil que obedecerá / mientras mi mano sea firme» (p. 18). En la última estrofa del poema, Hierro es ambas cosas, su creador y su víctima. Sólo podemos contemplar con agrado cómo esta reencarnación de don Quijote, a finales del siglo XX, acepta el desafío de la poiesis de nuevo, y entra en batalla sentado en su fiel automóvil, mientras le cuenta historias de libélulas y gusanos de seda: Entro en la seda del poema roto donde alguien, que fui yo, murió más de una vez. No hay nadie, nada: tan sólo un automóvil. Pongo el motor en marcha: le hablo de libélulas, de gusanos de seda. Le pregunto qué será lo que yo quería decir, (p. 18). A lo largo de su carrera, José Hierro ha estado preocupado por la naturaleza del proceso poético. En su obra más reciente, su preocupación por la poiesis se ha visto intensificada, invitándose a sí mismo, a su audiencia de críticos y a su público entusiasta, a ser testigos de su búsqueda del «momento irrepetible». Si algo hemos aprendido de los versos introductorios de Agenda es que la vida no tiene nada que ver con las cosas que hacemos a diario. Sino con libélulas, con libélulas y gusanos de seda, y con aquellos de nosotros que hemos aprendido a verlas claramente. Al fin y al cabo, «Tout le reste est littérature». OBRAS CITADAS BAUDELAIRE, Charles: Oeuvres complètes. Edición de Claude Pichois, Paris, Éditions Gallimard, 1975. DARÍO, Rubén: Poesías completas, Madrid, Aguilar, 1961. HIERRO, José: Agenda, Madrid, Ediciones Prensa de la Ciudad, 1991. — : Poesías completas, Madrid, Ediciones Giner, 1962. LANZ, Juan José: «Esquema biográfico» en Encuentro con José Hierro, Madrid, Ministerio de Cultura, 1992. RIBES, Francisco (ed.): La antología consultada de la joven poesía española, Valencia, Distribuciones Mares, 1952. NOTAS * Leído en The Seventeenth Annual Cincinnati Conference on Romance Languages & Literatures. May 8-10, 1997. 1. Téngase en cuenta la observación de Hierro acerca de la poesía testimonial en La antología consultada de 1952: «Confieso que detesto la torre de marfil. El poeta es obra y artífice de su tiempo. El signo del nuestro es colectivo, social.» (p. 106). 2. Repárese en la información que nos proporciona José Lanz acerca del temprano interés de Hierro por la poesía francesa: «Lee en francés a los principales poetas simbolistas y post-simbolistas [Baudelaire, Mallarmé y Valéry], haciendo de Las flores del mal uno de sus libros de cabecera.» (p. 24). 3. La crítica ya ha señalado la presencia de la libélula en la poesía de Bécquer y Juan Ramón Jiménez. Rubén Darío bien podría también ser otra fértil fuente: «¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!» (p. 624). 162 EX POSTISMO MEDITATIO (UNA MEDITACIÓN DESDE EL POSTISMO) Amador Palacios 0. La justificación de los párrafos que siguen viene dada por mi intención de realizar una reflexión sobre el Postismo eludiendo, en el momento de realizarla, cualquier consulta de la bibliografía, tanto activa como pasiva, del movimiento estético que me ocupa. Por tanto, prescindo de citas literales y transcripciones a la vista de las páginas de los libros y documentos y sólo me atengo a mi propia memoria y a las impresiones surgidas únicamente desde mi ejercicio de concentración ante el blanco papel, sin más apoyaturas que los recuerdos, como digo, el poso de un humilde conocimiento y las modestas conclusiones sacadas tras la lectura de la obra postista que conozco, las aproximaciones críticas a la misma y las conversaciones sobre el tema en que he podido participar con tan buenos estudiosos del Postismo, casi todos amigos. Creo que es buen quehacer que uno ande reescribiendo el fenómeno postista con asiduidad, enmendándose una vez tras otra y colocándolo en el más justo término interpretativo que uno pueda. A estas alturas ya hay que alertarse ante la tendencia a seguir confundiendo el Postismo con ciertas superficialidades o espejismos que puedan dar lugar a engaños duraderos. Habrá que ser cautelosos al analizar la llamada boutade postista, las anécdotas jocosas acontecidas en la andadura del Postismo como parte de su decurso y el tono juguetón y cadencioso (eurítmico) implantado en sus obras. Todo ello existe, pero sería muy lamentable tomarlo como lo primordial de un estado pasajero que no estuviese dotado de la suficiente trascendencia. Jaume Pont, en su tratado monumental sobre el Postismo, advierte que bajo la máscara del humor postista subyace una tragedia auténtica. Ory, certeramente, define el movimiento postista como entidad dotada de alegría, sí, pero comparando esta alegría con una risa que él califica de risa zen. Y la euritmia, buen ritmo, o esa coruscancia musical que acierta a precisar Félix Casanova de Ayala, no sólo es la estructura dominante en el planteamiento combinatorio de palabras de la creación postista; también ésta conlleva un sentimiento liberador del léxico, que no ha de basarse tan sólo en esa alogia sintáctica que parece ser tan característica de la pieza postista, pues se hunde, asimismo, en una distorsión del sentido, en una imagen obtenida a través de un pensamiento desfigurado; una euritmia o un juego instalado en las estructuras profundas del lenguaje, en el fondo de la obra, aunque su forma pueda ser, incluso, escrupulosamente respetuosa con la norma lingüística. La corroboración de estas suposiciones se puede hallar en el poema de Ángel Crespo Versos de la oveja, del que recuerdo algunas estrofas: Cuando la lana del colchón se acuerda de su oveja, lo mejor es dormir en las baldosas. [...] Suele ocurrir también, cuando ese pelo se acuerda de aquel manso animal que tenía, que intente devorarnos por la noche. Ocurre, pues, que en el aniversario de la oveja nacida entre las redes se remueve la lana en los colchones y muerde a las mujeres en las piernas y a los hombres debajo de la ropa. El Postismo, como declararon sus fundadores, no fue un invento de ellos, sino el hallazgo de un tesoro inmemorial que logra desenterrar quien se siente capacitado para acceder a él. Por consiguiente, pienso que es un flujo, una corriente que, estando siempre en movimiento, siempre en posible disponibilidad, hay que saber captarla y cerciorarse de que la hemos abarcado. 163 Ser postista, más que hallarse en el uso de una locura inventada, es poseer el genio y la pericia para poder tener puesto el «pie en la alimaña», símil con el que los postistas querían significar, sobre todo, lo que el Postismo posee de materia nerviosa, palpitante e inaprehensible si te descuidas en atraparla. Para sentirse postista no basta con mirar cómo esa alimaña corretea y regodearse sólo en la visión, sino poner con tino y con delicadeza, como si se pusiese el corazón, el pie sobre ella, contener su respiración e impregnarse de la verdad postista que brota en todo momento. Gabino-Alejandro Carriedo ponía el pie en la alimaña, por ejemplo, cuando decía que olfatear el ejemplar de un libro es lo primero que habría que hacer para cerciorarse de si el libro en cuestión es bueno. Eduardo Chicharro jamás separó el pie de la alimaña al redactar su vasto y cósmico poema Música Celestial, una unidad centrífuga y centrípeta, adensadora y dispersante, donde, por cierto, hay poco sarcasmo, escasísima jocosidad y nulo casticismo. Por supuesto, la lectura de esta meditación no debe servir de prólogo, para el posible lector neófito, a la obra postista que ya tenemos impresa ni adelantarse al conocimiento de los buenos estudios que actualmente se han divulgado sobre los testimonios, fundamentos y legitimidad del Postismo, realizados por acreditados especialistas como Pont, Cózar, Van Hooft, Grande -por nombrar sólo a cuatro-, autores, asimismo, de completos listados bibliográficos sobre este asunto. Estas palabras mías en verdad digamos que pertenecen a la opinión de la calle, son simplemente el resultado de una experiencia agradecida. 1. El momento histórico del Postismo hace ya medio siglo que acaeció y hasta ahora -últimamente, por mejor decir-, mucho, o no poco, se ha hablado sobre su impronta. Así como otros aconteceres literarios pronto se divulgaron en los manuales, al Postismo se le negó la entrada de un modo absoluto a los libros de texto; sólo en el último decenio se le ha podido ver referenciado en ellos, si bien tímidamente. Han sido, más que nada, las puras publicaciones literarias, por un lado, y, por otro, algunos encuentros promovidos por entusiastas, los que han llamado la atención sobre este movimiento singular ocurrido en la España pobrísima y difícil de los años cuarenta. Alrededor de las calendas de julio de MCMXCIV participé como ponente en un curso de verano organizado por la Universidad de Castilla-La Mancha que, bajo el título Perfil y presencia del Postismo literario, nos reunió, dentro del muy hermoso y sobrecogedor marco de la ciudad de Cuenca, a la mitad o, como mucho, a un tercio (o a lo sumo a una cuarta parte, si ustedes quieren) de los interesados que interpretamos asiduamente el Postismo en este país. Mi conferencia, versando sobre la llamada Segunda Hora del Postismo, creo que fue bastante neutra y meramente informadora de esas secuelas que devinieron tras el estricto Postismo fundacional. La intervención de Jaume Pont, tenido como el documentalista del Postismo, fue, además de agradable y suelta (amena), aclaradora al máximo, lo cual suele ser habitual en todas sus interpretaciones al respecto, de los elementos cimentadores de este movimiento estético que se tuvo como vanguardia. Rafael de Cózar desarrolló, a lo largo de unos brillantes trechos, y con ejemplos muy escogidos y atractivísimos, las ineludibles afinidades entre la recopilación postista propiamente dicha y las realizaciones heterodoxas que han existido en todos los tiempos y épocas culturales de la humanidad. José Luis Calvo Carilla puso, sobre todo, en unión la narrativa del Postismo con el espíritu experimentalista de buena parte de la restante narrativa española del momento, y estas, a su vez, con el poderoso influjo que había donado la narrativa mundial, tanto europea como norteamericana, surgida del periodo de entreguerras. Por fin, el afamado poeta, narrador y articulista Luis Antonio de Villena, último ponente del curso, confesando honradamente no ser frecuentador, con su pluma, de las esencialidades postistas, trazó, sin embargo, un justo y muy prosódico panorama de ubicación del Postismo en la historia reciente de la poesía española, otorgándole, con verdad, ese «estilo» o ese prestigio que quizá no tuvieron en tanto grado las demás tendencias conniventes. Por lo demás, las dos mesas redondas programadas, moderadas con interés por Joaquín González Cuenca, director del curso, exhibieron un carácter bastante deslucido en líneas generales, pese a las opiniones conciliadorasde José Fernández Arroyo y al empeño de los dos secretarios del curso, Jesús María Barrajón y Asunción Castro, por que todo saliera bien. Esos fallos habidos en las mesas redondas y en el transcurso de los debates, pienso que originaron confusión en los escasos y «heroicos» alumnos matriculados en el curso, que no dijeron, tal vez temerosos o, ¡seguro!, desconcertados, «esta boca es mía». 164 2. El Postismo se gestó en experiencias íntimas, fruto de la amistad y sus potencias exacerbadas. Primero fue el conocimiento de los dos condiscípulos aventajados de la Academia de España en Roma: Gregorio Prieto y Eduardo Chicharro. Corría 1928 cuando, estimulados por el deseo de realizar esas fantásticas fotografías que hoy se pueden contemplar bajo un empotro del Museo Gregorio Prieto, en Valdepeñas, los dos salían, tan juveniles y fogosos, por la puerta de la Academia, cámara en ristre, y Don Ramón del Valle-Inclán, que había sido o era en esos momentos director de la mencionada institución, exclamaba: «¡Ahí van esos dos locazos!». Tres lustros después se materializó el encuentro, ya en Madrid, y en uno de sus cafés, entre un culto y maduro Eduardo Chicharro, casi cuarentón, y el nene intuitivo y disparatado, de unos veinte años, Carlos Edmundo de Ory. Tuvo que ser un momento fuerte el primer contacto entre ambos, refrendado por las palabras de Chicharro cuando refiere -no hace falta que tome literalmente la cita, de sobra muy conocida- que se originó entre ambos un flechazo poético en el Pombo y que, por consiguiente, fundieron inmediatamente sus órbitas. Sabemos que meses después los dos disfrutan de unas jornadas veraniegas en Ávila, excitando sus fiebres fraternales hasta el punto de componer al alimón, ¡en sólo unos días!, los 700 poemas que componen Las patitas de la sombra, práctica parangonable, en esencia, a ésa de Roma que acabamos de resaltar, una en el ámbito de lo plástico y otra en el de lo literario, pero las dos accionadas por la energía de la amistad. «Amicitia -nos dice Cicerón- res plurimas continet» (la amistad comprende tantísimas cosas...). Si el Postismo, por un lado, hunde sus raíces en unos elevados y fructíferos juegos amistosos, liberales e independientes de todo dogmatismo (recordemos la encarecida defensa del juego, de la imaginación, del juego imaginativo como punto programático primordial de los postulados postistas), por otro, su aparición pública como una vanguardia hecha y derecha, con todos sus requisitos y formalismos adjuntos, es incuestionable. Para Rafael de Cózar, y nosotros concordamos con él, tres condiciones son necesarias para que exista una vanguardia, un nuevo ismo: manifiestos, revistas y estrépito. Y el Postismo cumplió con este trámite y no sólo para salir del paso, para cubrir el expediente, sino dando coherencia, solidez y altura a estas tres condiciones requeridas para la formación de una vanguardia artística. Con respecto al estrépito, se hizo lo que se pudo, lo que las intransigentes circunstancias políticas del momento permitían, lo que la astucia de los fundadores del Postismo posibilitaba. Como la situación no daba para bromas, al percatarse las autoridades competentes de que el Postismo llevaba adscritas ciertas sospechas por el hecho de ser afín a los ismos europeos de vanguardia que habían flirteado con las «malditas» terminologías del comunismo, al cabo, tras la prohibición del nombre de nuestro movimiento y una condicionada permisividad resuelta en un corto cordel, el saldo resultó favorable a los postistas, si no en lo tocante a una expedita divulgación de sus posturas, sí en lo concerniente a tener limpias sus conciencias, pues, como dice Francisco Nieva, el franquismo, con su innegable cerrazón, lo que hacía era fecundarlos, enriquecerlos inconscientemente a resultas de unos efectos secundarios y paradójicos, no sintiéndose, en consecuencia, nuestros hombres obligados a dar las gracias al Régimen por nada. Pese a todo, tanto los textos de creación literaria como programáticos del Postismo se conocieron sin tapujos, y los escasos lectores interesados de entonces pudieron comprobar cuánta clarividencia y ecuanimidad había en la conformación del recién bautizado ismo. Al redactar el Manifiesto del Postismo, Eduardo Chicharro, el maestro, el mago, el gran olvidado, como escribe Fernández Arroyo en uno de los versos de su último libro, ese Chicharro impregnado de un sagaz humanismo supo poner en claro los procesos y las esencias de un arte libre de prejuicios. Lo que exprime este manifiesto es toda una poética universal, fuera de integrismos de escuela, fuera de conjeturas egoístas. Su intención, entre otras, es didáctica; sus balances son mesurados y el espíritu de su letra no se dirige contra nadie. Desde luego hay claras defensas y explícitos ataques: dos de ellos -recordemos- al creacionismo español y al lorquismo, pero son suaves; creemos que el primero recibió los denuestos porque a Chicharro le parecieron los planteamientos creacionistas, y tal vez con razón, un camelo de simples juegos malabares carentes de la debida fuerza artística; su rechazo al lorquismo viene dado por el sincero asco que el autor sentía hacia ese tópico español habitado por majas, chulos, subdesarrollo, machunguería, patrioterismo. Pero la voz que puebla el Manifiesto del Postismo no es violenta, ni tan siquiera radical, aunque este último término es muy válido para otros aspectos del análisis. Hay Postismo como sinónimo de alegría, oponiéndose al pesimismo y destructivismo del dogma surrealista o dadaísta. Hay esperanza de camaradería en torno al Postismo, pero está ausente la perspectiva de realizar un reclutamiento forzoso de 165 postistas o una rabiosa exclusión y señalamiento de los que no lo sean. El manifiesto termina con esta última frase que acaba admitiendo: «¡Qué solos vamos a estar, pero qué bien!». Nada de cabreos. Y si el Postismo es revisionista y dice síes y noes, también se muestra conciliador, lleno, incluso, de sentimientos humanitarios, cosa que no se halla en la mira del surrealismo, aterradora en cuanto al enunciado de acto perfecto surrealista: el de salir a la calle disparando con un revólver a la multitud, indiscriminadamente. La obra postista, ya lo dijo Chicharro, comparte llama con el surrealismo, aspirando a una escritura o producción espontánea, surgida directamente de los resortes del subconsciente. El Postismo, en esto, añade, o vislumbra, una pieza o puente eficaz abogando por una selección consciente de materiales, al igual que acoge la ética, que esos ismos franceses negaban o fingían negar, ética considerada como moral indispensable para que la consecución del aliento e incluso respiración rítmica de cualquier obra artística sea posible. Es más, el Postismo no abjura de la tradición, de la tradición del soneto, de la tradición del romance, dos piezas intensa y perfectamente cultivadas en la producción postista y que no traicionaban el vigor refrescante de su estética. Chicharro, debido a su sólida formación cultural, sabía que bajo formas tradicionales se había creado mucha heterodoxia. Conviviendo con este respeto a la tradición existía el llamado «enderezamiento» postista, consistente en convertir cualquier texto, por muy insulso que fuese, en una pieza imaginativa, abierta y constantemente fecundada y dispuesta para otro enderezamiento posible. El Manifiesto del Postismo, en definitiva, asentó unas bases con el objetivo de que, por fin, la utopía se realizase y saliese de las cavernas especulativas e irrealizables que habían conformado las vanguardias antecesoras. Un barbecho fue así meticulosamente arado y abonado. Tuvo la culpa, como siempre, la condición humana de que esta sana ambición no se llevase a cabo. El Manifiesto del Postismo, si no se estructuró tan complejo o psicoanalítico como el del Surrealismo o el del Dadaísmo, sí ofrecía más luz o una luz nueva de la que carecía el pensamiento de Breton o Tzara. Pues realmente fue, más que un ismo, una declaración arquitectónica de la actitud que hay que adoptar tras la polvareda de ismos que se iban agotando o ciertamente lo estaban ya. NO HEMOS CREADO SINO DESCUBIERTO EL POSTISMO, nos recuerda insistentemente y en mayúsculas (así lo hemos transcrito) Carlos Edmundo de Ory. Y también nos recuerda Ory que, más que un ismo, Postismo es un umbral. Fue, y es, sencillamente, una verdad. Diríamos esencial si alguna verdad no lo fuera. 3. En 1945 estallaron unas proclamas, hubo unos responsables de las mismas y unos seguidores enardecidos que las llevaron a cabo hasta donde pudieron. Pasó el revuelo en un total de, como mucho, cinco años, y en diez años ya no quedó ni rastro, pero el Postismo, pese al silencio después de su trajín y a la serena reflexión que del mismo estamos haciendo hoy, no ha caducado un ápice, porque, en realidad, aunque su apariencia se conformó, sin lugar a dudas, como una vanguardia histórica, fue más que nada el redescubrimiento de una verdad artística que ya existía desde los orígenes de la cultura. Ya lo hemos dicho e insistimos en ello. Del sintagma que comprende la voz Postismo se infiere, es obvio, que Postismo es aquello que sucede después de que el sufijo haya cumplido una función definidora en el mundo del arte. Observamos que el término con que es bautizado el movimiento carece de lexema, o raíz, y sólo consta de un prefijo preposicional, que indica un término, y el gastado sufijo. Ese vacío es cubierto con ventaja por el valor semántico de esa verdad desnuda, aglutinadora y ecuménica (universal) de la que estamos hablando. Esta es la primera originalidad del Postismo con respecto a otros ismos portadores de lexema, más cargados de concreción y, por lo tanto, de materialidad caducable (impresion-ismo, cub-ismo, futur-ismo, fauv-ismo, surrea/-ismo, etc.). Por tanto, ¿es el Postismo un comodín para el pensamiento y la praxis artística? ¿Es un principio incorruptible? Uno de sus mayores méritos, a nuestro juicio, se establece en que aún conserva un orden vigente, perfectamente aplicable hoy, sin perder una de sus propiedades, a cualquier intento de renovación artística que pudiera surgir; vigente y no sólo aprovechable, como ocurre con otros movimientos estéticos prestigiosos de los cuales se pueden emplear todavía algunas de sus enseñanzas. Seguramente que el Postismo sea una vía más que una meta. Si meditamos sobre el Postismo abstrayéndonos de su imagen en el tiempo como un discurso unidireccional, despojándonos de la apabullante idea de que el tiempo es algo que siempre hace 166 cesar, c o m p r o b a r e m o s que el Postismo es un centro ambivalente; tanto se presta a la correspondencia con el pasado como con el futuro. Es decir, si, como cabalmente afirma Ory, el Postismo remonta a Homero, asimismo penetra en el resultado artístico que se pueda emprender cualquier día de mañana. Por este motivo, yo mismo he escrito que el Postismo, al manifestarse en una época, se comportó, en relación con sus efectos ulteriores, más como una bomba atómica que de relojería, produciendo verdaderas reacciones en cadena más que una repercusión puntual. Rafael de Cózar, en el curso conquense antes comentado, nos dio pruebas muy contundentes de esa teoría y práctica de la creación, que los postistas llamaron Postismo y que existió netamente en tantísimas realizaciones pretéritas, desde caligramas griegos fechados varios siglos antes de Cristo a piezas de una apoetasía y un sentido de juego total pertenecientes a nuestra Edad Media, a nuestro Barroco y, en definitiva, a una considerable variedad de autores de toda nuestra historia literaria. Por eso mismo, no resulta gratuito que Ory haya deducido en más de una ocasión que han de existir postistas funcionando en toda contemporaneidad, o que Nieva le dijera al mismo, un cuarto de siglo después del evento del Postismo, que había conocido a gente muy joven que seguía haciendo cosas igualitas a las que ellos hacían en ese momento de la irrupción de los postulados, las tribunas y los textos postistas. Los artistas de mañana podrán recrear perfectamente el Postismo sin necesidad de redactar una constitución «neo-postista» (término que sienta tan mal a la entidad de nuestra idea) ni una carta magna repleta de hechos, defensas y reivindicaciones; podrán seguir produciendo postismo sin saber para nada quiénes fueron los que acuñaron este nombre y aún el nombre mismo, como hizo postismo Cortázar sin tener idea -creo yo- de toda esta historia de Chicharro y Ory. Gómez de la Serna sí tenía ¡dea, pero tampoco, en apariencia, les hizo caso. Y también Gómez de la Serna estuvo tantísimamente -bajo esa forma de permanencia, parecido a Ory- en una actitud de cosas que tiene mucho que ver con el fondo trágico del enamoramiento y la escenografía postista. Las sustancias del Postismo son primigenias y naturales. Es como si, comparando de una manera un poco tosca, a la Iglesia se le va el Papa, los cardenales, los obispos, el Vaticano y la miríada de templos y parroquias y simples curas; ¿perecerá por eso el Cristianismo, su mensaje basado en certidumbres esotéricas, aunque la época de Cristo, y el Cristo mismo, entren ya en el terreno de la mitología? El Postismo, por tanto, en cierto modo es evangélico. Sus manifiestos y sus textos lo son, tal una biblia. En suma, el Postismo no es más que una revelación, verbo de una verdad artística inmarchitable. De forma que hay Postismo como algo virginal, inalterable, imputrescible, y hay postistas en los que han recibido un verdadero bautismo de sus aguas lustrales, fuera de contextos históricos. Más graduación, de todos modos, han de tener unos que otros, como es lógico suponer. A pesar del choteo que se han traído los que pasaron bajo esas aguas repitiendo alternativamente que ora sí son postistas ora no lo son (dejemos a un lado esos filopostistas inclasificables de que trata Carriedo), en el fondo yo creo que todos concuerdan con Ángel Crespo cuando confiesa aquello de que el Postismo imprime carácter, y que la obra posterior de los que «perpetraron» creación postista está marcada por ese paso artístico decisivo. Es el factor de permanente operatividad que una periodista atribuyó a Carriedo partiendo de las fuerzas del Postismo. No se podrá entender el Introrrealismo de Carlos Edmundo de Ory, ni sus Aerolitos, ni su Taller de Poesía Abierta, sin el Postismo; ni el largo poema Música Celestial, de Eduardo Chicharro, cronológicamente posterior al Postismo como lapso; ni los fragantes aforismos de Ángel Crespo; ni el teatro de Francisco Nieva; ni, incluso, el tono utilizado por Gabino-Alejandro Carriedo al conformar su poesía cívica en la gran moda de lo social. No sé si todo lo dicho anteriormente está en lo cierto; yo al menos así lo siento sinceramente. Lo que no dudo es que, siguiendo la opinión de Luis Antonio de Villena, hoy el Postismo está considerado al menos, lo que no es poco, como un magnífico ejercicio de estilo lleno de prestigio. Ya siento, finalmente, que hay que corregir de inmediato y recobrar a tiempo otra meditación. Nada más. TRANSFORMACIONES CULTURALES EN LOS TEXTOS RIOPLATENSES: FABULACIONES EN EL RÍO DE LA PLATA Enriqueta Observaba Julio César González, a propósito de la primera edición española de Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata 0I , de Félix de Azara, la trascendencia de este texto para el estudio científico e histórico de la región. Escrita hacia 1790 para el Cabildo de la Asunción y reelaborada más tarde, vio la luz en Madrid en 1847 y fue distribuida por don Agustín de Azara, Marqués de Nibbiano, heredero y «sobrino de don Félix, con el sólo o b j e t o de regalarla a las bibliotecas y literatos» (2). La biblioteca de Mitre, una de las más nutridas del continente en textos de tema americanista, pudo contar luego de infructuosas búsquedas con un ejemplar de la Descripción... de Azara, que don Bartolomé anotó cuidadosamente. Hacia 1863 e s t i m a b a e s p e c i a l m e n t e la parte histórica contenida en el segundo tomo: [...] excelente historia crítica de la conquista, población y descubrimiento del Río de la Plata. Basado en los cronistas, con juicio y con conocimiento del país, es lo único serio y digno de consultarse que hasta el presente se haya escrito sobre la materia, no obstante algunos juicios ligeros o apasionados y varios errores a que ha sido inducido por las autoridades que ha seguido. Sospecho que esta parte del trabajo de Azara, ha tenido entre nosotros la misma suerte que la 1a. ed. de sus Viages, es decir, que nadie la ha leído... Parece que el destino de este autor fuera el decir la verdad para no ser leído de nadie. Es la luz bajo el celemín (31. Este juicio no ha de variar: ha de ponderar las excelencias del texto de Azara en materia geográfica, etnológica, histórica; sus aptitudes para el estudio de la zoología y de las razas a b o r í g e n e s , l l e g a n d o a revelar un m u n d o desconocido y orientando a los que continuaron más tarde su tarea Ml. Juicio que posteriormente confirmarán Juan María Gutiérrez y Luis María Torres, considerando el iluminismo cientista que orienta al texto de Azara. LOS PAPELES ANTIGUOS, LA TRADICIÓN DE LOS ANCIANOS, LAS HISTORIAS DEL PAÍS Como nuestro propósito es examinar la literatura del período y, más específicamente, las primeras manifestaciones literarias de y sobre la región del Plata, nuestra lectura está dirigida a establecer no su rigor histórico, sino su aptitud imaginística y fabuladora. También son de nuestro Morillas interés las formaciones discursivas y genéricas que originan las primeras textualizaciones sobre el i n m e n s o Sur d e s c o n o c i d o y, claro está, innominado. En este sentido, el texto que analizamos nos sorprende gratamente: Félix de Azara no solamente elabora mapas trabajosamente, dada la complejidad de los innumerables ríos y sus ramificaciones, con tributarios que atraviesan las llanuras y bosques inmensos y múltiples. También p r o c u r a o b s e r v a r y c l a s i f i c a r las especies, fundamentalmente las aves y cuadrúpedos que hallaba en profusión: No se limitó mi atención a dicho mapa, porque hallándome en un país vastísimo, sin libros ni cosas capaces de distraer la ociosidad, me dediqué los veinte años de mi demora por allá a observar los obgetos que se ofrecían a mis ojos en aquellos ratos que lo permitían las comisiones del gobierno, los asuntos geográficos y la fatiga de viajar por despoblados y muchas veces sin camino. Pero como para esto estaba yo solo, y los obgetos que veía eran muchos más de los que podía examinar, me vi precisado a preferir, después de lo dicho, la descripción de los pájaros y cuadrúpedos quedándome pocos momentos para reflexionar sobre las tierras, piedras, vegetales, pescados, insectos y reptiles.(51 Esos objetos «que eran muchos más de los que podía examinar» y que constantemente «se ofrecían a mis ojos», no son solamente las especies que con rigor de naturalista ha de estudiar. Tienen interés para nosotros la compulsa de los «papeles antiguos de los archivos de las ciudades de la Asunción, Corrientes, Santa Fe, Buenos Aires y de los pueblos y parroquias», como también el hecho de que Azara consultase «la tradición de los ancianos» y el que leyese «algunas historias del país, que en bastantes cosas no estaban acordes con dichos papeles originales (6i. Como antes había o c u r r i d o con los historiadores de Indias, Azara se siente compelido a dar noticias de las naciones y los indios, de su situación y costumbres y a corregir «los yerros y equivocaciones que han c o m e t i d o dichos escritores, algunas veces por ignorancia y otras con malicia». Como se sabe, el Viaje al Río de la Plata, del soldado raso Ulrico Schmidel, integrante de la tripulación de don Pedro de Mendoza, fue escrito originariamente en alemán. Los sucesos que narran la primera fundación de Buenos Aires en 168 1540 y su posterior despoblamiento y abandono por los sobrevivientes y su traslado a Asunción, tienen en Schmidel a su primer relator. Los episodios que nos cuentan del hambre padecida por los habitantes de la casa-fuerte sitiada por los indígenas, las luchas, expediciones por el Paraná y los diferentes encuentros con los indios canos, constituyen la materia del primer texto conocido sobre los orígenes históricos de la región del Plata. Cuando su autor regresa a su tierra natal, veinte años después, produce la primera versión en alemán. Con posterioridad fue traducida primero al latín y luego al castellano (7). [...] historia de los hechos que había presenciado, estropeando, corrompiendo y trocando tanto los nombres de las personas, ríos y lugares, que sólo las puede entender quien los conozca por otra parte. Su obra se tradujo al latín y de éste al castellano sin corregir la nomenclatura. Quitado este defecto es la más esacta que tenemos, la más puntual en las situaciones y distancias de los lugares y naciones y la más ingenua e imparcial ,sl . Estropear y corromper los nombres -Woonnaz Eiresz, reiz, etc.- y también cambiarlos por otros, clara enunciación del proceso lingüístico del trasplante cultural, proceso de traducción que pone al descubierto las funciones del lenguaje y las arbitrariedades del significante. Los significados aparecen detrás de los enigmas, resueltos o n o . Su c o n o c i m i e n t o i m p l i c a una d i f í c i l aproximación, otro descubrimiento. El español mechado de vocablos procedentes del alemán y de la jerga de los landsquenetes y de la marinería tiene una a p t i t u d que Azara, en efecto, no pondera. Es capaz de enfatizar la diferencia, pues pone en relieve precisamente la mirada que recae sobre la alteridad americana, diseño que habrá de seguir una buena cantidad de textos hasta nuestros días. La ingenuidad e imparcialidad del autor tienen como límite su lealtad a Irala, pues ya en el tramo correspondiente a la Asunción, una vez despoblada, incendiada y abandonada la plaza fuerte que fue en rigor la primitiva Buenos Aires, S c h m i d e l t o m a partido por el bando de los comuneros. Significativamente, en el texto no se describen los acontecimientos correspondientes a los dos años que mediaron entre su llegada y el arribo Alvar Núñez: Entonces elegimos por capitán al referido Irala, hasta que el Rey mandase otra cosa; porque siempre se había mostrado justo y benévolo, especialmente con los soldados.,91 Juntos todos en Buenos Aires, mandó el General despachar los bergantines, y en ellos todos los soldados: hizo quemar las demás naves, y guardar el hierro. Navegamos otra vez el río Paraná arriba, y llegamos a la ciudad de la Asunción, donde esperamos dos años las órdenes del Rey. M0) Azara refiere también las exageraciones del bávaro: amplía el número de los enemigos y de las bajas y alude a supuestas defensas indígenas -«[...] f o s o s , estacadas y f o r t a l e z a s » - para engrandecer los méritos propios: Alguna vez para dar variedad a su historia, añade que algunos indios tenían vigotes y que criaban aves y animales domésticos, faltando así en esto a la verdad que usa en lo demás generalmente. <11) Este juicio ha de variar completamente al considerar los textos de otros historiadores. Los Comentarios a los Naufragios de Alvar Núñez para él no es sino obra «a veces tan confusa, que no se entiende, y otras altera y cambia los nombres». En realidad, sabemos que sólo en los primeros capítulos de la redacción del libro intervino el Adelantado. El resto pertenece a la pluma de Pero Hernández, su e s c r i b i e n t e andaluz y es un panegírico y también un alegato en defensa de la actuación de Alvar Núñez. Influyó favorablemente en el extenso proceso que se le sustanciara. Sin embargo, la sensualidad del texto no nos deja indiferentes c o m o lectores. Frente a la parquedad del alemán, éste ostenta imágenes f r o n d o s a s , descripciones abundantes y una imaginería visual que estimula las apetencias del lector: plumas y otros atavíos, canoas, ríos, etc. C o n s i g u e , a d e m á s , i n t e n s i f i c a r el relato al multiplicar las acciones, como en los de aventuras (de hecho, el relato de aventuras es uno de los modelos que conforman el libro). El capítulo XIV merece señalarse en este sentido, pues, como lo dice el narrador, el lector recibe la impresión de que «[...] en todo este tiempo las balsas no dejaban de caminar por el río abajo, así de día como de noche»; y como las balsas, todas las acciones se repiten vertiginosamente: [...] de ellos supo el gobernador y fue certificado que los indios naturales del río habían hecho gran junta y llamamiento por toda la tierra, y por el río en canoas, y por la ribera del río habían salido a ellos, yendo por el río abajo en sus balsas muy gran número y cantidad de los indios, y con grande grita y toque de tambores los habían acometido, tirándoles muchas flechas y muy espesas, juntándose a ellos con más de doscientas canoas por los entrar y tornar las balsas, para los matar, y que catorce días con sus noches no habían cesado ni poco ni mucho de los dar el combate...!...] era tan grande la vocería y alaridos que daban los indios, que parescía que se juntaba el cielo con la tierra [...]. Los comentarios siguientes de Félix de Azara enjuician las dos Argentinas. Trata despectivamente al texto de Martín del Barco Centenera: [...] Los profesores juzgarán su mérito poético; yo en cuanto a historia considero esta obra tan escasa de conocimientos locales, y tan llena de tormentas y batallas, de circunstancias increíbles, á los que conocen a aquellos naturales, y de nombres y personas 169 i n v e n t a d o s por é l , que creo no se debe consultar cuando pueda evitarse. Pero su e m p e ñ o m a y o r es d e s a c r e d i t a r á los principales y a los naturales, siguiendo en esto el genio característico de todo aventurero y nuevo poblador como él lo era.<121 Se n o s h a c e d i f í c i l n o r e p r o d u c i r e s t o s párrafos y g l o s a r l o s : las apreciaciones t i e n e n una precisión e n v i d i a b l e y nos llevan d i r e c t a m e n t e al d e s l i n d e d e lo f i c t i c i o q u e a t a ñ e a l o s d a t o s h i s t ó r i c o s c o n lo f i c c i o n a l . Los d a t o s h i s t ó r i c o s f a l s e a d o s p u e d e n recaer en las personas o en el a m b i e n t e ; en a m b o s c a s o s , s o n m a g n í f i c o s d e l a t o r e s d e la p o s i c i ó n d e l n a r r a d o r y de la i n t e n c i ó n de escritura. Pero p o r otra parte están esas « t o r m e n t a s y batallas», esas «circunstancias increíbles» y los « n o m b r e s y p e r s o n a s i n v e n t a d a s por él», que parecen indicar representaciones f i c c i o n a l e s , e l a b o r a c i o n e s p r o p i a s de las narraciones fictas. Este es el p u n t o en el cual la v e r d a d histórica cede el paso a la f a b u l a c i ó n , y el p r o p i o Azara, naturalista y a m a n t e del r i g o r del d a t o histórico p r e c i s o , n o s i n d i c a las p u e r t a s de e n t r a d a a la ficción en el análisis de nuestras crónicas. Corrobora de este m o d o el i m p a c t o que e x p e r i m e n t a el lector de n u e s t r o s días f r e n t e a la lectura de estos relatos de n u e s t r o s orígenes y explica en buena m e d i d a la incitación a su n o v e l a c i ó n . A l referirse a la Argentina manuscrita invalida el t e s t i m o n i o de Ruy Díaz de G u z m á n , al cual considera poco e s c r u p u l o s o : Lo dicho basta para que no lo tengamos por escrupuloso y para que no nos cause novedad si vemos que en vez de verdades cuenta novelas, como son: la leona que defendió a la muger: la transmigración de los chiriguanos: el viage de Alejo García, el haber conocido a su hijo, y cuanto refiere de las alhajas de plata llevadas del Perú al Paraguay. " 3 I Este t e x t o , sin p a r a n g ó n para a c o m e t e r el análisis m i n u c i o s o de los p r o c e d i m i e n t o s escritúrales f i c t o s en el t e x t o de Ruy Díaz, será m a t e r i a de u n a n á l i s i s m á s d e t a l l a d o . Por el m o m e n t o , b á s t e n o s a d v e r t i r la lista de m e n t i r a s o n o v e l a s q u e A z a r a d e n u n c i a , a m á s de o t r a s , c o n s i s t e n t e s en a l t e r a r f e c h a s y t a m b i é n en «[...] i n t e r c a l a r e x p e d i c i o n e s f i n g i d a s . Forja g r a n d e s batallas, ejércitos n u m e r o s o s , fortalezas, f l e c h a s e n v e n e n a d a s y o t r a s cosas q u e i n v e n t a para h o n r a r a su p a d r e , a b u e l o y t í o » . I U I Félix de Azara ha de ir aún más lejos en su d e n u n c i a de los d a t o s falsos y las f a b u l a c i o n e s de los c r o n i s t a s , i n t e r e s a d o s en p r o p o r c i o n a r v e r s i o n e s a su a n t o j o casi s i e m p r e en defensa de i n t e r e s e s m a t e r i a l e s : así, ve a A l v a r Núñez «...achacándoles / a sus c o n t r a r i o s / la avaricia y o t r o s v i c i o s q u e eran s u y o s » ; a M a r t í n del Barco C e n t e n e r a , s e n c i l l a m e n t e lo ve «[...] s i g u i e n d o en esto el g e n i o característico de t o d o a v e n t u r e r o y n u e v o p o b l a d o r c o m o él lo e r a » . Ruiz Díaz de G u z m á n n o le m e r e c e o t r o j u i c i o q u e el de un m e n t i r o s o y a g r e s i v o o p o r t u n i s t a . A la p r e g u n t a de por q u é los t o m a en c u e n t a e n t o n c e s , Félix de Azara a d m i t e su c o n d i c i ó n d o c u m e n t a l única, pero n o d u d a e n d e n u n c i a r s u s f a l s e d a d e s ni en corregirlos: Aunque yo conozca los defectos de los citados autores he tenido que valerme de ellos, porque creo que no hay otros originales; pero los he corregido cuando he podido por los papeles auténticos que he visto en los archivos, y por los conocimientos del país y de las costumbres de sus naturales. En efecto, sabiendo que estas son en aquellos indios tan fijas e inalterables según deduzco del cortejo de relaciones antiguas con las del día, y no hallándose rastro ni tradición de idolatría, de comer carne humana, de flechas envenenadas, ni de conservar en la guerra cautivos a los varones adultos, quedan destruidas todas estas fábulas con que algunos escritores adornan sus historias.<151 Félix de Azara ha de c o n f i r m a r la matriz del relato de a v e n t u r a c o m o una de las i n t e g r a n t e s en la f o r m a c i ó n genérica de las c r ó n i c a s . INDÍGENAS, PARDOS, CAMPESINOS, GAUDERIOS La descripción de las t r i b u s i n d í g e n a s del Río de la P l a t a e s f r a n c a m e n t e a m p l i a y rica. Son t r i b u s cuyas c o s t u m b r e s p o d e m o s c o n o c e r en sus p o r m e n o r e s . C o n s t a n t e m e n t e Azara c o n f r o n t a sus i n d a g a c i o n e s o t r a b a j o s de c a m p o c o n los datos de los c r o n i s t a s . A s í c o n f i r m a los j u i c i o s a n t e s sintetizados: De modo que me he propuesto hacer saber el número y la situación de casi todas las naciones que hay y ha habido en aquel país, para que se puedan entender y corregir las relaciones antiguas. Estas, como hechas por los conquistadores, multiplican el número de naciones y de indios, con la ¡dea de dar esplendor a sus hazañas. Los historiadores que han copiado dichas relaciones, no las han corregido ni se han propuesto describir aquellas naciones. La mayor parte de las relaciones convienen en asegurar que casi todas las naciones eran antropófagas y que en la guerra usaban flechas envenenadas; pero uno y otro lo creo falso, puesto que nadie de las mismas naciones come hoy carne humana, ni conoce tal veneno, ni conserva tradición de uno ni otro, no obstante estaren el pie de que cuando se descubrió la América, y de que en nada han alterado sus otras costumbres antiguas. " 6 I En todas estas páginas investiga las creencias, m o d o s de a l i m e n t a c i ó n , del v e s t i d o , los rituales y a veces da i n f o r m a c i o n e s v a l i o s í s i m a s acerca del s e n t i d o de los m i s m o s . Considera n a c i ó n al g r u p o é t n i c o u n i d o por i d e n t i d a d de « e s p í r i t u , f o r m a s y costumbres, con idioma propio». D e s c r i b e a m p l i a m e n t e las d e los c h a r r ú a s , p a m p a s , g u a r a n i s , g u a n a s , albaias, p a y a g u a s . Y da noticias breves de o t r a s t r i b u s (yarús, b o a n e s , chañas, minuanes, aucas, balchitas, uhiliches, telmechís, tupís, guayanas, nalicubgas, guasarapós, g u a t o s , o r e j o n e s , etc.). 170 Los capítulos X y XI describen y también narran ritos, usos y costumbres. No solamente se preocupa de su localización g e o g r á f i c a , denominación y singularidades aspectuales, sino que incorpora el relato de hechos históricos protagonizados por estas naciones. La admiración de Azara es advertible: los indígenas tienen buena contextura física, estatura y vigor. Casi siempre destaca su «estatura, armas, fuerzas y talento», lo cual no le impide criticarlos. Sus lenguas, hábitos guerreros, ceremonias, aparecen puntualmente considerados junto a la narración de tramos de su historia. Guerras, alianzas, fusiones, invasiones diversas son localizadas con fecha precisa. Pero estas observaciones históricas conviven con las valoraciones abundantes y con los episodios particulares que, como sucede con muchos de nuestros cronistas, f o r m a n cuadros y hasta adquieren tensión narrativa, generando pequeños cuentos. Véase esta comparación con los hombres europeos: Entre las muchas cosas comunes a todas o casi todas mis naciones hay algunas que pueden considerarse como peculiares suyas, y otras como tomadas del hombre europeo. Las primeras son las crueldades estravagantes en sus grandes fiestas, en sus duelos, en poner el barbote y en agrandartan enormemente sus orejas. Ellos no dan razón ni saben el objeto niel motivo de tales cosas, y yo estoy lejos de adivinarlo, como que si no las hubiese visto practicar, me parecería imposible pudiera ocurrir a nadie tales barbaridades ni aun un motivo para hacerlas. La facilidad con que paren las indias sin mala resulta, sin que les falte la leche y sin dejar de hacer el mismo día lo que les corresponde: los dientes siempre blancos y bien puestos, la plena libertad para todo, sin conocer autoridad ni amistad particular, el dirigirse sin saber por qué por unas prácticas como si les fuesen innatas; el no conocer ambición, juegos, bailes, cantares, instrumentos , músicos, la apatía con que soportan sin quejarse la intemperie, la escasez, las enfermedades, dolores, duelos y fiestas; la igualdad de clases y no servir unos a otros; el no saber la edad que tienen ni cuidar de lo porvenir aun para hacer provisiones; limitándose a tener para el día; el comer mucho de una vez, sin avisar ni convidar a nadie, bebiendo antes o después y nunca a media comida, el no tener hora fija para nada...<171 Mestizos, pardos, mulatos: Azara denomina «pardos» a los individuos resultantes de la mezcla racial inclusiva de blancos, indios y negros. Distingue a continuación a los «mestizos», hijos de blancos e indios, y «mulatos», de negro y blanco. Considera que la mezcla es la constante de la primera generación rioplatense, por la ausencia de mujeres españolas. Pero, además, opina que hasta el momento en que escribe su libro no han ¡do al Paraguay h o m b r e s ni mujeres europeos, de manera que los descendientes de la mezcla se unieron a su vez en las generaciones sucesivas. en tanto en el Río de la Plata el arribo de nuevos contingentes europeos trae hombres y mujeres que se unen, a los mestizos h i j o s de los conquistadores. Su opinión es favorable a este mestizaje en el cual la raza europea tiende a prevalecer, «es más inalterable que la india, pues a la larga desaparece ésta y prevalece con ventajas aquella». Pero el mestizo conserva el elemento añadido en algunas cualidades que lo mejoran. En cambio, en Buenos Aires, no ocurre lo mismo con la nueva raza: (...] se ha ido haciendo más europea, no se ha conservado tan pura ni conseguido las ventajas dichas de ios paraguayos; los cuales, en mi juicio, por esto aventajan a los de Buenos Aires en sagacidad, actividad, estatura y proporciones(1βι. Se advierte claramente que Azara cree en la diferencia racial, pues vincula la noción de raza con la fisonomía moral de los pueblos con los cuales convive y hacia los cuales no es indiferente. Vimos cómo al tratar de las poblaciones indígenas se refiere a ellas como a «mis naciones de indios». Los conquistadores llevaron pocas o ninguna mujer al Paraguay, y uniéndose con ellas, resultó una multitud de mestizos a quienes la corte declaró por entonces españoles. Observándolos yo encuentro en general que son muy astutos, sagaces, activos, de luces más claras, de mayor estatura, de formas más elegantes, y aún más blancos, no sólo que los criollos o hijos de español y española en América, sino también que los españoles de Europa, sin que se les note indicio alguno de que descienden de india tanto como de español.m) Puede apreciarse aquí que la observación científica del ilustrado no impide el unir a ella ideología, pues ¿qué otra cosa es esta mitología del mestizaje sino apreciación valorativa y por lo tanto ideología? Como sabemos, el mito de la diferencia racial como instancia generadora de la índole de los pueblos resulta, en el mejor de los casos, falaz y se halla plagado de confusiones. En este caso, Azara aprecia la raza mestiza como regeneradora. Tal vez su pasión americana se sustente en esto, es decir en la muy española esperanza de regeneración. Campesinos: Pero es al abordar el tema del campesinado español d o n d e la descripción adquiere mayor espesor y los rasgos ficcionales se liberan de la observación más estrictamente científica. Resulta i m p o s i b l e glosar aquí las múltiples, sagaces y minuciosas apreciaciones de Félix de Azara. Pero el lector actual recibe el recuento de un rosario de costumbres y de ritos y de comportamientos singulares narrados de manera atractiva e impactante. Voy a citar a título de ejemplo: Aunque son inclinados al juego fuerte, la embriaguez sólo se nota entre los más despreciables, a mi ver tienen mucho despejo. 171 e ingenio tan claro y sutil, que si se dedicasen con la aplicación y proporciones que los europeos, creo sobresaldrían mucho en las artes, ciencias y literatura. (20 ' [...] los españoles campestres, diciendo que me parecen más sencillos y dóciles que los ciudadanos y que no alimentan aquel odio terrible que dije contra la Europa. Sus casas, por lo general, son unos ranchos o chozas desparramadas por los c a m p o s , bajas y cubiertas de paja, con las paredes de palos verticales juntos clavados en tierra, y tapados sus clavos con barro. (2 " Da cuenta de las parroquias rurales, cada una con un maestro que enseña a leer y a escribir, las misas oídas desde lejos y sin apearse de las cabalgaduras, la medicina librada a las recetas de los curanderos y otros practicantes improvisados del arte de curar, problema de mayor envergadura en el Paraguay. Divide al campesinado en agricultores y estancieros. Los primeros en opinión de Azara «son mentecatos» en estos países donde los estancieros o pastores pueden vivir una vida holgada. Los campesinos no son únicamente de origen español, sino «de todas las castas de hombres». Describe sus viviendas, enseres y alimentación. Los hábitos campestres muestran una cultura sumamente rústica y ruda. La elementalidad de sus costumbres no carece de pintoresquismo. Llama nuestra atención el hecho de que los estudiosos de la literatura gauchesca no tomen en cuenta los cuadros de Azara, que agregan información a los comúnmente conocidos de Sarmiento y de Alonso Carrió de la Vandera. El capítulo XV, que comentamos, lleva el título «De los españoles» y merecería su reproducción íntegra dada su escasa o nula difusión y el hecho de que no se lo examine ni en las historias de la literatura ni en los estudios dedicados a la expresión de la vida rural en el Río de la Plata. Cito algunos párrafos: En las casas pastoriles es general no haber más muebles que un barril para llevar agua, un cuerno para bebería, asadores de palo para la carne y una chocolatera para calentar el agua del mate. ' " ' No comen sino carne asada en un palo, y para esto no suelen esperar hora, ni unos a otros, ni beben hasta haber comido. Entonces no t e n i e n d o mesa, m a n t e l ni servilleta, se limpiana la boca con el mango del cuchillo, y enseguida a éste y los dedos en las botas.(23' [...] los jornaleros y criados suelen no tener camisas ni calzones, aunque no les falta nunca el poncho, sombreros, calzoncillos blancos y el chiripá, que es un pedazo de jerga atado a los ríñones que les llega a la rodilla. Llevan también botas de medio pie, sacadas de una pieza de la piel de las piernas de potros o terneras, sirviéndoles la corva para talón. I24> Por supuesto no tienen otra instrucción que la de montar a caballo, ni sujeción ni amor patriótico; y como se ocupan desde la infancia en degollar reses, no ponen el reparo que en Europa en hacer lo mismo con los hombres, y esto con frialdad y sin enfadarse. Son en general muy robustos, se quejan poco o nada en los mayores dolores. Aprecian poco la vida y se embarazan menos por la muerte. Nadie se mezcla en disputas agenas ni pendencias, ni arrestan a ningún delincuente. Miran estas cosas fríamente, y aun tienen por maldad descubrir a los reos, y el no ocultarlos y favorecerlos. l25 ' Para j u g a r a los naipes a que son m u y aficionados, se sientan sobre los talones, pisando las riendas del caballo para que no se lo roben, y a veces con el cuchillo o puñal clavado a su lado o en la tierra; (...) Las pulperías o tabernas que hay por los campos son los parajes de reunión de esta gente. No beben vino sino aguardiente; y es su costumbre llenar un vaso grande y convidar a los presentes pasando de mano en mano...[...] En cada pulpería hay una guitarra y el que la toca bebe a costa agena. Cantan yarabis o tristes que son cantares inventados en el Perú, los más monótonos y siempre tristes, tratando de ingratitudes de amor y de gentes que lloran desdichas por los desiertos. l26 ' Azara se detiene en la importancia del caballo en la vida del campesino, puntualizando que «cuasi todo lo hacen a caballo». Elogia su portentosa habilidad para montar a cualquier potro y su conocimiento de estos animales como así también la mención de los vaquéanos, quienes son capaces de conducir al viajero al lugar que solicite «por terrenos horizontales, sin caminos, sin árboles, sin señales ni aguja marítima, aunque disten cincuenta y más leguas».<27) Finalmente, nos da noticias acerca de los gauchoso gauderios, desclasados y malhechores, fugitivos de las cárceles de España y del Brasil y habitantes de los desiertos: Su desnudez, su barba larga, su cabello nunca p e i n a d o y la o s c u r i d a d y p o r q u e r í a de semblante, les hacen espantosos a la vista. Por ningún motivo quieren servir a nadie, y sobre ser ladrones, roban también mujeres. Las llevan a los bosques y viven con ellas en una choza, alimentándose con vacas silvestres. Cuando tiene alguna necesidad o capricho el gaucho, roba algunos caballos o vacas, las lleva y vende en el Brasil, de donde trae lo que le hace falta. I28 ' Volvamos a nuestro punto de partida. Julio César González anota cuidadosamente que si bien la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata se publica por vez primera en Madrid en 1847, en edición postuma, se considera el año de 1790 como fecha de su elaboración por el autor «[...] que originariamente escribió Azara para el Cabildo de la Asunción, en 1790, y luego reelaboró a su regreso a España» (29). De ser esto verdad, nos preguntamos qué ocurrió con el texto de Azara en todos estos años anteriores a la primera edición de 1847. Pensamos en el Lazarillo de ciegos caminantes de Carrió de 172 la Vandera y en el Facundo de Sarmiento. Por ahora, dejamos de lado el problema de la primacía en el tiempo de sus observaciones sobre la vida rural. En cambio, vemos la correspondencia y corroboración de las noticias y la intención de escritura que los tres textos comparten: fueron producidos para impactar al lector comunicándole hábitos y costumbres casi extraordinarias. Ningún lector europeo interesado en el Nuevo Mundo puede o m i t i r la rareza y singularidad de las «naciones» de Azara. Nos parece f r a n c a m e n t e de interés la incorporación de los cuadros vividos de Félix de Azara al capítulo correspondiente de la historia de nuestra literatura. La semblanza del campesinado y las primeras noticias acerca de los gauchos o gauderios admiten una lectura no solamente desde la serie histórica, sino desde la literaria. Las imágenes y los hechos reconocen la matriz del relato. Se trata, pues, de narración e interpretación de las noticias sobre el Río de la Plata que superan el dato escueto y consiguen mantener en vilo la atención del lector. Podemos observar en ellas no solamente la intención de verdad comprobable de ios hechos históricos, sino también advertir los ficticios y hasta los ficcionales. Las noticias de Azara resultan, como dijimos, de su cuidadosa investigación de campo, de los textos precedentes y de los escuchados de viva voz en su larga estancia entre las poblaciones del Río de la Plata. Universidad Nacional del Comahue. Neuquén (Argentina) NOTAS 1. Félix de Azara: Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata. Obra postuma de don... ¡a publica su sobrino y heredero del señor don Agustín de Azara bajo la dirección de de D. Basilio Sebastián Castellanos de Losada, 2 tomos, Madrid, 1847. 2. Cf. «Nota preliminar sobre Mitre y Azara», por Julio César González, Editorial Bajel, Buenos Aires, 1943. 3. Nota de Mitre incorporada al texto. Carta de Mitre al historiador chileno Diego Barcos Arana, del 20-11-1875, en Archivo del General Mitre, t. XX, Correspondencia literaria. Cf. J.C. González, op. cit., pp. IX-XIV. 4. Ib. 5. Ib., p. 5. 6. lb. 7. Cf. Julio Caillet-Bois: «La literatura colonial» en Rafael Alberto Arrieta (dir.): Historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Peuser, 1958,1, núm. 16, pp. 22-24. 8. Azara, op. cit., p. 6. 9. Schmidel, Ulderico: Viaje al Rio de la Plata y Paraguay, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1936, cap. XXVI, p. 290. 10. Ib., cap. XXX, p. 296. 11. lb. 12. Azara, op. cit., p. 7. 13. Ib., p. 8. 14. Ib., p. 8. 15. Ib., p. 9. 16. Félix de Azara: Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata, Buenos Aires, Bajel, 1943. 17. Ib., pp. 162-163. 18. Ib., pp. 192-193. 19. Ib., p. 192. 20. Ib., p. 197. 21. Ib., p. 197. 22. Ib., p. 199. 23. Ib., p. 200. 24. Ib. 25. Ib., p. 201. 26. Ib., pp. 201-202. 27. Ib. 28. Ib., p. 203. 29. Cf. la «Nota preliminar sobre Mitre y Azara», ed.cit., pp. IX-XIII. 173 LENGUA Y MITO: UN « » HACIA EL ÍDOLO Josefina 0. Toda designación lingüística implica una multitud de sentidos, que se imponen como una evidencia, como un «sentimiento de comprender» c o m p l e t a m e n t e natural. Cada palabra es un complejo de asociaciones, que dependen la mayoría de las veces, no sólo del cambio en el conocimiento que tenemos del referente, sino incluso de nuestra actitud ante las cosas. Es evidente que nuestras esferas de pensamiento ligadas a las circunstancias pueden marcar la «dirección justa» en la evocación que despierta en nosotros la palabra oída o leída. En las páginas siguientes nos proponemos estudiar algunos de los significados que recogen los Diccionarios de las voces ídolo y mito. Por supuesto que podemos estudiar un vocablo con exclusión total de cualquier otra relación que no sean otras palabras que pertenezcan al sistema de la lengua, pero no es el caso: estudiaremos dichos vocablos t a m b i é n en relación al objeto que designan o pueden designar, lo que significa también que debemos estudiar el objeto en cuestión. Partimos del supuesto de que ídolos/ mito no son una especie de flatus vocis, sino palabras que apuntan a objetos del mundo real; es decir, asociados a un ser, una noción, un acontecimiento o cualquier otro ente conocible. Ambos términos son utilizados en el mundo de hoy para designar cosas o personas, o también realidades de características diferentes. Desde luego, el significado etimológico de /'do/otiene que ver mucho con elementos de la antigua cultura griega. Con mito sucede otro tanto, aunque cuando hoy nos referimos a los «ídolos o los mitos de nuestro tiempo», esos periodos de la historia de la h u m a n i d a d quedan bastante lejos. Los referentes actuales de tales palabras, como es lógico, aun siendo diferentes guardan algún tipo de parentesco. En efecto, el paso de las palabras griegas a las correspondientes de las lenguas modernas se funda en la posibilidad de existencia de algún vínculo entre el pensamiento contemporáneo y aquellos aspectos de la cultura clásica. Así, pues, el estudio consistirá en una aproximación a la palabra y al objeto. En primer lugar, a c u d i r e m o s a los D i c c i o n a r i o s para establecer el significado y la historia de ambos v o c a b l o s e i n t r o d u c i r la discusión sobre la diferenciación lingüística entre ídolo y mito para relacionarlo, posteriormente, con sus respectivos referentes. Albert 0 . 1 . Rastreando en los v o c a b u l a r i o s y diccionarios el origen e historia del término ídolo, no sorprende en absoluto, aunque no tenga nada que ver con su origen etimológico, lo que sobre su significado decía Alfonso de Palencia en 1490 en su Universal Vocabulario: Idolus es statua fecha a forma humana y tenida por cosa sacra cerca de la significación o interpretación del vocablo. Algunos dizen que ¡dolo tomasse nombre de dolo que es engaño porque el diablo engañosamente induxo quel honor deuido a dios fiziense a la criatura m . Sebastián de Covarrubias, que acierta en la etimología m, relaciona idolum con simulacrum e ¡mago; y, por supuesto, con estatua, la qual se venera por semejança de algún dios falso, como Júpiter, Mercurio, y los demás que reverenciavan los gentiles, o otro demonio o criatura de la que los indios y demás bárbaros reverencian y adoran, induzidos los unos y los otros por el demonio. De aquí se dixo [...] idolatría, simulacrorum, cultura, nombre compuesto de [...] simulacrum et [...] cultus seu culturaa). La etimología la establece Corominas en su Diccionario. Se trata de una palabra tomada del griego eidolon, 'imagen'. El grecolatino idölum ('imagen, espectro') gozó de uso semipopular durante la Edad Media, como nombre de peñascos en f o r m a de ídolo o i m a g e n , en algunas descripciones de límites o linderos, especialmente en territorio portugués. Pero yendo ya a los diccionarios de la Real Academia Española, el de Autoridades (1726-1739), al referirse a ídolo dice lo siguiente: «Estatua de alguna falsa deidad, à quien venera la ciega idolatría», acepción que, con algunas variantes en su formulación, recogerán las sucesivas ediciones del denominado DRAE. La última de ellas, la vigésimo primera (1992), lo define (acepción primera) como: «Imagen de una deidad, adorada como si fuera la divinidad misma». Es el valor que tiene en la Biblia y, consiguientemente, en la historia del pensamiento cristiano. Ahora bien, cuando hablamos de los «ídolos de nuestro tiempo», como el poder, el dinero, el prestigio, la ciencia o cualesquiera otra cosa o persona, nos estamos refiriendo a las acepciones que figuran en segundo y tercer lugar en la redacción de la definición. El primer Diccionario 174 de la R.A.E., el ya mencionado de Autoridades, curiosamente presenta entradas diferentes con cambios en la tipografía (mayúsculas para la acepción etimológica y versalita, o de un cuerpo más pequeño, para las otras), según que la defina etimológicamente o no. Así reza la acepción a la que nos referimos: «Metaphoricamente se llama objeto demasiadamente amado ù la passion que arrastra algún sugéto». El jesuíta Esteban de Terreros y Pando, en su Diccionario castellano (1787), a juicio de Seco (1987, p. 9) la segunda obra cumbre lexicográfica del siglo XVIII, recoge el significado con estas palabras: «ídolo, se dice f i g u r a d a m e n t e del o b j e t o de una pasión vehemente, y también de una persona insulsa, y que parece insensible». Estas acepciones coinciden con la del DRAEen su última edición: «Fig. Persona o cosa excesivamente amada o admirada». Esta última acepción de ídolo es la que utilizaremos en el análisis lingüístico de algunos fenómenos de nuestro tiempo. El vocablo mito procede igualmente del griego (con el significado de «fábula, leyenda»): no en vano el mito, una construcción del mundo griego, era considerado por Platón como una forma de manifestar ciertas verdades y visiones, que van más allá de la razón y de lo opinable. En Horacio será palabra, discurso, hasta llegar a ser el equivalente a fábula, como relato de carácter especial, que es la que trae el DRAE, como primera acepción, en la edición de 1992. El mito en el s e n t i d o que acabamos de señalar ha sido incorporado a la antropología occidental como un elemento esencial de su cultura a lo largo de los siglos, considerándolo como una exigencia natural, individual y de la sociedad. Con razón Aristóteles definía al ser humano como philomythés, es decir, «amante de los mitos». Pero dejemos la acepción etimológica y, en correspondencia con ídolo, vayamos a las otras dos, que son las que servirán a nuestro propósito. La acepción segunda reza así: «Relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valiosa o más atractiva», y la número 3: «Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima», acepciones que se incorporan en 1992 por primera vez a la última edición del DRAE. 0.2. Si ahora cotejamos este significado con lo que dice la acepción n ú m e r o 2 de ídolo («Persona o cosa e x c e s i v a m e n t e amada o a d m i r a d a » ) , c a p t a m o s matices s e m á n t i c o s diferentes entre amada (Deseo y goce del bien ajeno) y estimada (Aprecio de alguien o de algo), diferencias que no resultan significativas para el objetivo que perseguimos. Creemos, sin embargo, que la distinción semántica entre las palabras excesivamente y extraordinaria sí puede resultar p e r t i n e n t e . El s e n t i m i e n t o lingüístico de un conocedor competente de la lengua entiende el adverbio {excesivamente) como un modificador con ciertos valores semánticos negativos, mientras que el a d j e t i v o (extraordinaria) evoca un significado de valor positivo. En efecto, lo excesivo es lo que va más allá de lo lícito, lo que rebasa los límites de lo justo, mientras que lo extraordinario tiene que ver más con lo excepcional; es decir, que se aparta de la regla, pero sin sugerir ningún tipo de valoración. Aludiremos a estas diferencias semánticas, cuando analicemos el «paso» de la construcción lingüística del mito al ídolo. 1. ¿Qué tiene que ver la lengua con todo esto? ¿Acaso el ídolo o el mito dependen de ella? Voy a intentar probarque, en efecto, la lengua no es ajena en absoluto a la creación del mito. Una breve reflexión sobre el lenguaje me permitirá centrar y establecer las posibles conexiones entre lengua, mito e ídolo. 1.1. La importancia de la lengua para la formación del ser humano es reconocida por especialistas de diversas disciplinas. Al utilizar la lengua para comunicarnos con el exterior entran en juego todos los fenómenos de la psique y aún el ser humano como totalidad. La capacidad de abstracción y categorización, tanto del individuo como de la humanidad, es condición sine qua non para su desarrollo lingüístico e intelectual, y, precisamente, el aprendizaje de la lengua lleva consigo la adquisición de esa capacidad. La lengua, pues, es conocimiento: nuestras percepciones, intuiciones y conceptos se han fundido con sus términos y formas lingüísticas, hasta tal punto que son menester grandes esfuerzos para romper el vínculo entre las palabras y las cosas, como sucediera antaño. Para la mente primitiva la palabra se convertía en una fuerza natural y hasta sobrenatural: la palabra mágica era capaz de someter a la naturaleza. Pero el hombre a medida que evolucionaba comenzó a ver la relación entre el lenguaje y la realidad a una luz diferente. Dice Cassirer que: «la función mágica de la palabra se eclipsó y fue reemplazada por su función semántica» (1975o1, p. 169, [1944]. En efecto, aquí radica su fuerza: ya no puede cambiar la naturaleza de las cosas, ni doblegar la voluntad de los dioses o de los demonios, pero eso no quiere decir que haya perdido su poder. Ahora la palabra deviene mágica por su s e n t i d o (el que le dan los diccionarios o el que se le atribuye): con la palabra se obra (ese es su valor y su función pragmática) en nuestro mundo social y político. Con ella podemos facilitar el crecimiento del otro y también destruirlo, de la misma manera que las palabras que usan los demás para describir nuestras relaciones con ellos pueden fortalecer o devastar nuestro ego. La palabra es inexorable. La lengua, como una trama de elementos intervinculados que significan, sirve para expresar también las relaciones y los procesos que se dan entre las realidades. Palabras y frases son recuerdo y suscitación de los mismos; hacen surgir algo que sólo con ellas y a través de ellas existe. La lengua, como asegura Malmberg (19745, p. 116, [1966]), 175 es nuestro único camino hacia el conocimiento; ella propicia el acceso a lo real y, al mismo tiempo, constituye un obstáculo, en tanto es capaz de configurarse de manera diferente dependiendo de nuestra percepción de la realidad, y viceversa: dispone la mente y la atención para ver la realidad de manera también distinta con sólo articular el lenguaje de cierta forma. Es como un camino de ¡da y vuelta: de la lengua a lo extralingüístico, y del mundo a la lengua. No podemos salimos de ella. Solamente mediante un gran esfuerzo, y nunca por completo, logramos liberarnos de sus presiones, de sus convenciones; por doquier impone sus patrones. De ahí que lo decisivo sea profundizar en el sentido radical de la expresión lingüística y descubrir el papel real que juega ésta en el desarrollo de la personalidad humana y en las decisiones que tomamos. En una conferencia pronunciada en 1953 en la Universidad de Copenhague, que trataba sobre la forma del contenido lingüístico como factor social, Louis Hjelmslev hacía un análisis semántico intentando aplicarlo a los problemas de nuestro t i e m p o y constataba a la vez que la técnica moderna pone sus recursos a disposición de los gobiernos y que ningún poder puede ni quiere dejar de emplearla en su lucha. Lo semántico, el significado, es precisamente lo que convierte la palabra en un potente i n s t r u m e n t o de manipulación peligrosa. Su poderse manifiesta de una manera privilegiada en la lengua hablada, que alcanza hoy a millones de seres sobre la tierra; los mensajes, la propaganda y los eslogansse lanzan a las muchedumbres a golpe de bombo y platillo. La fuerza de éstos, en ocasiones, resulta aterradora, y, lo que es peor, su contenido significativo puede ser falseado, distorsionado de tal manera que resulte casi irreconocible, sin que el lector o el oyente lo perciban. 1.2. Un ejemplo podrá servirnos de ilustración sobre lo que acabamos de plantear para descubrir las argucias del lenguaje. De todos es sabido que dos personas no tienen nunca idénticas experiencias en qué basarse, por lo cual tampoco suscitaría en ellas iguales asociaciones una palabra o un enunciado. Sin embargo, existen creencias generales que son aprovechadas por los políticos, o por otros grupos, con la intención de manipular a la gente. La expresión cualquiertiempo pasado fue mejor, una creencia tan espontánea como colectiva (sobre todo en personas de mediana edad hacia arriba), puede ser aprovechada para fines no confesados. Pongamos por caso una sociedad políticamente corrupta, en donde la honradez y la ética brillan por su ausencia, la frase hoy cada uno va a lo suyo, como eslogan de propaganda política en una campaña electoral, tiene visos de triunfar en dos sentidos: para abstenerse o para votar a un determinado partido. En el primer caso, se saca la conclusión de que todos son iguales (antes casi estábamos mejor) y, por lo tanto, no merece la pena molestarse en ir a votar. En el segundo, lo suyo se contrapone a lo ajeno, que es lo nuestro (el pueblo y mi grupo político); antes de que llegaran éstos había esperanza en el progreso (palabra mágica, por cierto), en la libertad, en el trabajo bien hecho en favor de la sociedad, etc. Van a lo suyo. Y lo suyo, el mensaje, se carga de v a l o r e s n e g a t i v o s , p o r q u e se asocia repetitivamente a unos intereses contrarios al pueblo y se presenta con «un grado de libertad muy superior en el sentido de que sus destinatarios tienen el sentimiento de ser sus emisores, de expresarse a través suyo» (Reboul, 1978, p. 179). Es entonces cuando, cualquier actuación personal o grupal en defensa de lo propio y legítimo, automáticamente, se convierte en una acción contra el pueblo, por lo que debe ser rechazada de plano. ¿Qué ha sucedido? Sencillamente que se ha manipulado la fórmula lo suyo, asociando la expresión a conceptos muy concretos, resultado de una intencionada manipulación lingüística. Un vocablo, cargado de una significación peculiar cuidadosamente trabajada, se o p o n e a otro vocablo cargado, a su vez, de prestigio. Son ellos (el g r u p o político c o n t r a r i o , el c o n s i d e r a d o enemigo) frente a nosotros. Luego tu/usted no puede estar con ellos: esa es la deducción que corre por cuenta del oyente. El entimema funciona así: se trata de una forma de razonamiento en el que no aparece expresa una de las dos rationeso premisas. Es un fragmento de lenguaje social, que, mediante una operación lógica, inconscientemente, el destinatario lo transforma en fuerza persuasiva l5). El lenguaje manipulado así, en ocasiones, produce una fuerza perturbadora, casi violenta, nutrida por la energía del silogismo, que puede llegar a provocar un verdadero rapto. En cierta manera, se da un dilema implícito: ellos o nosotros, como blanco se opone radicalmente a negro; no existe término medio. Estas fórmulas retóricas vienen de antiguo. Recordemos que en la vida ateniense del siglo V el lenguaje se convirtió en un instrumento para propósitos definidos, concretos, prácticos; constituía el arma más poderosa en las grandes pugnas políticas. Nadie podía esperar desempeñar un papel capital sin poseer este instrumento. Y debido a que revestía una i m p o r t a n c i a vital e m p l e a r l o de manera adecuada y mejorarlo y aguzarlo constantemente, los sofistas crearon una nueva rama del conocimiento, la Retórica, cuya única finalidad era despertar las emociones humanas pertinentes para inducir a los seres humanos a realizar ciertas acciones. Era el arte de la persuasión, no muy diferente en sus estrategias que el que actualmente utilizan determinados medios de comunicación de masas, para convencer a los destinatarios de sus mensajes a que realicen lo que ellos se han propuesto. El significado, las asociaciones semánticas, el juego de palabras, la retórica, aquí como en otras muchas ocasiones, juegan un papel fundamental: el lenguaje de la ideología no hace más que utilizar 176 las bazas estratégicas que le proporciona la lengua. Y la lengua común está indudablemente llena de trampas: en el lenguaje alienta un dinamismo soterrado de gran eficiencia que puede ser utilizado para fines ideológicos con sólo conocer ciertas leyes de la comunicación y de la psicología de los hombres y las comunidades; un dinamismo que, gracias al poder expresivo de los vocablos, es capaz de orientar la mente humana en una determinada dirección (e>. Hay que r e c o n o c e r l o : la s e m á n t i c a es una ciencia útil en grado eminente como aliada en la lucha contra el poder de la lengua sobre el pensamiento. Decía Hjelmslev con mucha razón que «el que quiera ser dictador hará bien en estudiar semántica» ,7>: el lenguaje constituye un medio muy sutil de manipular a los demás y persuadirlos de que son perfectamente libres cuando se pliegan al peor de los vasallajes: el de la inteligencia y el lenguaje. Por eso, no sólo los dictadores la necesitan para poder llevar a cabo, subrepticiamente, su arte de seducción; la necesitan también todos aquellos que consideran como tarea más a p r e m i a n t e la lucha contra esos dictadores, surjan de donde surjan. 2. Vayamos ahora a la construcción lingüística del mito, referente del significado que hemos recogido en 0.2. («Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima»). Es una acepción que aparece a simple vista como un significado que modifica el valor de estima (aprecio, evaluación de las cosas y/o personas), definición que implica, en cierta manera, una «deformación» de la realidad (persona, objeto o acción) a la que se le puede poner esa etiqueta lingüística. Es decir, que del referente en cuestión se da una imagen falseada, sin que necesariamente, en principio, tales palabras, deformación y falseada, deban sugerir valoraciones negativas. Partimos del principio de que el mito, que no se define por la materia de que está construido, ya que, en principio, cualquier objeto del mundo real puede ser mitificado arbitrariamente, es un sistema de comunicación, un mensaje, y como tal se expresa a través de una lengua que, como veremos, reformula y transforma el orden de las cosas, haciendo variar la realidad. Recordemos que Saussure define la lengua como un sistema de signos y que en el signo se reconocen dos niveles: el significante (imagen acústica) y el s i g n i f i c a d o (concepto), en cuya relación de interdependencia yace la esencia de la lengua m i s m a (8). El m i t o es t a m b i é n un sistema semiológíco susceptible de ser analizado como un lenguaje y, por ello, en él se encuentra el mismo esquema tridimensional que en el sistema de la lengua: el significante, el significado y el signo, aunque el mito constituye un sistema particular, ya que se construye a partir de una cadena semiológica que existe antes que él: una lengua con diversas significaciones segundas estructuradas sobre una lengua humana ya existente que le sirve de lenguaje-objeto. El sistema lingüístico del mito es lo que denomina Roland Barthes. (1957, p. 221) un sistema semiológíco segundo: el signo del primer sistema (la lengua humana ya existente o lenguaje-objeto), que se construye a partir de un significante y un significado, deviene significante para el segundo. Por ello, en el mito se reconocen dos sistemas semiológicos: la lengua-objeto, de la que se sirve para construir su propio sistema, y la segunda lengua dentro de la cual se habla de la primera. De esta manera, la lengua-objeto representa a la vez el término final del primer sistema y el término inicial del segundo: la forma o significante, que, por un lado se muestra vacía (el significado se evapora), no quedando más que la forma, y así se constituye en significante mítico, y, por otro, llena, ya que el mito para establecerse necesitará apoyarse parcialmente en el sentido (el mensaje lingüístico del primer sistema) de la lengua. En todo caso ese «sentido» queda un tanto alejado, quizás empobrecido, pero en ningún caso ignorado totalmente, porque de él necesitará el mito para nutrirse. Ahora bien, entre el sistema semiológíco de la lengua y el denominado por Barthes sistema semiológíco segundo existen diferencias notables en las relaciones significante /significado: la lengua se construye en la correlación del concepto con la imagen acústica, p r o d u c i e n d o el s i g n o l i n g ü í s t i c o . N i n g u n o de los tres t é r m i n o s (significante, significado y signo) tiene existencia propia fuera de tales relaciones. En el mito, por el c o n t r a r i o , el significante y el s i g n i f i c a d o se muestran a la observación directa y la relación posterior que se establece entre ellos «utiliza» la cara llena del significante, como punto de partida para «llegar» a su existencia m í t i c a . Para establecerse c o m o m i t o ha d e b i d o producir necesariamente una deformación al abrirse fisuras en la representación misma del sentido («original»). Esta dislocación del signo, ahora signo mítico, puede llegar, en algunos casos, a la inversión total del sentido. 2 . 1 . La a c t u a l i d a d reciente me ha p r o p o r c i o n a d o el e j e m p l o adecuado para la construcción del mito. En las últimas semanas (cuando redacto este artículo nos encontramos a finales de septiembre de 1997) la prensa se ha convertido casi en un monográfico, llenando páginas y más páginas, así como la sucesión casi initerrumpida de los medios audiovisuales, sobre lo sucedido en París en el accidente que le costó la vida a la Princesa de Gales. El pasado día 8, exactamente dos días después del ostentoso ceremonial de las exequias de Diana, el corresponsal de TVE en Londres decía que «los b r i t á n i c o s están i d o l a t r a n d o a Diana». Y la Vanguardia del día 13 anunciaba, en tipografía más que destacable, el vídeo que el susodicho periódico ha elaborado sobre Lady Di con estas palabras: «DE PRINCESA DE GALES A MITO UNIVERSAL». 777 Antes de que Diana Spencer se convirtiera en miembro de la familia real inglesa era una perfecta desconocida. A raíz de su matrimonio con el heredero de la corona británica su imagen se ha «paseado» p o r t o d o e l mundo, y bastante más con motivo de su divorcio del Príncipe Carlos. En una reflexión sosegada no podíamos imaginarquecon su muerte las agencias de prensa del mundo entero, y los medios de comunicación en general, le dedicaran atención tan dilatada en el tiempo y en el espacio. Claro que, como casi todo, cuenta con una explicación, que no justificación, de tipo pragmático, que el lector puede adivinar, y a lo que, si procede, haremos mención más adelante. Situémonos ahora en el terreno de la lengua. El nombre D/ana(9), como signo lingüístico, consta de un significante (secuencia de sonidos, o imagen acústica según Saussure) y un significado (el c o n c e p t o ) , q u e , asociados y puestos en funcionamiento en la comunicación, hace posible que el receptor le dé un sentido y, simultáneamente, remita a un referente concreto al oír dicha secuencia de sonidos. El nombre Diana adquiere valores diferentes, dependiendo del momento en que se emita y de otras c i r c u n s t a n c i a s extralingüísticas. 2.1.1. En el análisis que vamos a realizar, distinguimos los signos lingüísticos siguientes: Dianal (antes de que Lady Di se convirtiera en Princesa de Gales), Diana 2 (ya miembro de la casa real inglesa) y Diana3 (después de su muerte). El signo lingüístico del primer sistema semiológico (Dianal), entidad concreta (como lo son los otros d o s ) , es r e s u l t a d o de la r e l a c i ó n entre el significantel y un significadol (conceptol). El concepto funciona como un tejido transparente, que deja entrever aquello a lo que debe su existencia, el referente del signo, Diana, un personaje desconocido, que más tarde saltaría a los medios de comunicación. Ahora Diana2, como s i g n o l i n g ü í s t i c o t a m b i é n consta de un significante2 (el signo lingüístico Dianal) y un nuevo significado2, cuyo referente es ahora la Diana, Princesa de Gales y madre del futuro rey de Inglaterra. Es claro que el valor del signo lingüístico Diana2 difiere notablemente del de Dianal. Y como cualquier signo puede servir de significante al siguiente' 101 . Igualmente se puede p r o c e d e r con Diana3, sólo que ahora el significantes está constituido por el signo Diana2, y el significado3 (concepto3) evoca un referente que enriquecido con todos aquellos atributos y cualidades personales o vinculadas a situaciones como el divorcio de la Princesa, causa, según la prensa, de su infelicidad matrimonial. A ello se pueden añadir sus apariciones públicas en apoyo de d e t e r m i n a d a s i n s t i t u c i o n e s b e n é f i c a s , circunstancias que han mejorado bastante la imagen pública de Lady Di. Así da comienzo un proceso de idealización que alcanza a presentar su figura rodeada de un cierto halo: es objeto de admiración, al mismo tiempo que despierta una cierta compasión por su infelicidad, que, lejos de empañar su imagen, en cierta manera, la refuerza (una mujer tan hermosa, tan elegante y tan rica, no merece de ninguna de las maneras ser infeliz). Ahora el referente del nombre Diana (signo lingüístico Diana3), siendo el mismo el objeto, ha variado el contenido; no tiene los mismos valores connotativos de antaño. Si con todo ello, Diana de Gales se ha situado como un personaje de gran renombre y reputación, al conocerse las circunstancias de su muerte, todo se ha magnificado: su imagen aparece más resplandeciente que nunca. La muerte trágica de la Princesa de Gales, injustamente despojada del tratamiento de alteza, y cuando parecía que por fin iba a serfeliz, es lo que ha provocado todo este revuelo informativo. Ha muerto como los grandes mitos; una muerte que, en el sentir popular, merecía menos que nadie. Los medios de comunicación se han encargado de silenciar cuidadosamente cualquier aspecto que pudiera empañar su figura, como la famosa entrevista en la que confesaba haberle sido infiel a su marido. El volumen informativo desplegado a nivel m u n d i a l , ¿está j u s t i f i c a d o s u f i c i e n t e m e n t e ? El personaje Diana parece haber a d q u i r i d o proporciones excesivas, traspasando todos los límites de lo ecuánime y lo sensato. El mito Diana, expresado lingüísticamente, se corresponde a la perfección con la definición del DRAEen su tercera acepción, como señalábamos al principio de este a r t í c u l o («Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima»). Así, cuando oímos la secuencia de sonidos D-i-a-n-a (significante mítico), lo relacionamos automáticamente con un concepto (significado) para producir el signo lingüístico Diana3, cuyo referente coincide con lo que Diana significa hoy, es decir, un personaje realmente rodeado de extraordinaria estima. 2.1.2. Puede parecer a simple vista que el signo lingüístico (Dianal) y el signo mítico (Diana2 o DianaS), en su funcionamiento semiológico, se conforman punto por punto hasta llegar a coincidir exactamente en su constitución, pero ya hemos percibido que no es así. Mientras que en el sistema de la lengua, la relación significantesignificado es arbitraria; es decir, no existe ningún lazo natural entre ambos niveles; en el caso del mito no es así: la relación significante-significado nunca es completamente arbitraria, ya que el significante mítico se presenta de una manera ambigua y hasta contradictoria: es a la vez sentido y forma. Decíamos en 2. que el mito se nutre de la cara llena del significante (signo en el sistema de la lengua), lo que significa que la palabra mítica está formada de una materia ya trabajada (la lengua-objeto) con vistas a una comunicación apropiada. Existe una cierta analogía entre la forma mítica y el sentido lingüístico primigenio: el mito ha transformado el sentido en forma (sin vaciarse totalmente del sentido) y para ello se ha 178 apropiado (es un hurto) del lenguaje, como dice Roland Barthes: «le mythe est toujours un vol de langage» (1957, pp. 239-245). De ahí que el significante del m i t o {D¡ana3) nunca podría asociarse a un significado que nada tuviera que ver con el signo del primer sistema (Dianal o Diana2), y es en este sentido en el que se puede decir que el signo que expresa el mito está o es motivado: Diana3, como decimos, jamás podría tener un referente distinto, el que apunta a la Princesa de Gales después de su muerte. Este s i g n o se ha creado para darle un s í m b o l o secundario a un complejo que ya está estructurado por la naturaleza. Cualquier secuencia de sonidos o de letras que signifique es apta para expresar el mito; basta con crear las condiciones adecuadas para ello. En principio no existe ley natural que impida que cada objeto del mundo, designado por la lengua, «peut passer d'une existence fermée, muette, à une état o r a l , ouvert à l ' a p p r o p i a t i o n de la société» (Barthes,1957, p. 216). Los objetos del mundo, las ideas o las historias «reales», al «entrar» en la lengua haciéndose lenguaje, se despojan al instante de su caparazón histórico, quedando convertidos en un mero «reflejo» de lo extralingüístico. En esa especie de juego de prestidigitación que ha trastrocado y trastornado lo real vaciándolo de historia, ha podido identificar el significante mítico111' con la Opinión Común, con el Sentido Común, con la Norma, haciendo de la naturaleza cultura. Lo natural a la lengua es crear una e s t r u c t u r a c i ó n , no dada p r e v i a m e n t e , mediante la denotación (un camino de ida), mientras que el signo mítico (camino de vuelta}, si se me permite expresarlo así, funciona como un símbolo secundario (en el sentido peirciano del término), merced a los valores connotativos de que se ha cargado la expresión lingüística. Por eso se puede afirmar que el lenguaje y el mito son especies próximas, como dos brotes diferentes de una misma raíz. 3. También el mitoy el ídolo, como referentes lingüísticos o signos que apuntan a realidades «extralingüísticas», son especies próximas, ya que ambos son generados por el lenguaje. A pesar de que la lengua puede engendrar directamente el mito, y, en efecto, en muchos casos sucede así, hay que decir que la mayoría de los objetos o las personas que han sufrido tal metamorfosis han debido pasar necesariamente por el estadio precedente, es decir, el del mito. En páginas anteriores hemos establecido la relación lengua-mito; corresponde ahora buscar la que p u d i e r a e x i s t i r entre m i t o - í d o l o . Dos reflexiones nos ayudarán a clarificar el tema. 3.1. La primera es ésta: de lo dicho hasta este momento se colige que la lengua no sirve sólo para comunicar, sino también para crear estereotipos^ ofrecer modelos: no hay que olvidar que a partir de las lenguas naturales se conforman los sistemas culturales: el lenguaje es condición de la cultura, en el sentido de que constituye el molde en el que se vierten las estructuras que corresponden a la cultura en sus distintos aspectos, y también porque el individuo la adquiere principalmente por medio del lenguaje (Lévi-Strauss, 19808, p. 63, [1958]). Así, el mito, como «creación» cultural que es, se presenta t a m b i é n c o m o un c o n f i g u r a d o r de valores <12) e impone un modelo dado, lo que implica, en cierta manera, una renuncia a la libertad. El mito, ya lo hemos constatado, es un sistema semiológico, pero el lector no lo percibe así: consume el mito de una manera inocente porque lo ve como un sistema inductivo: la palabra mítica, definida más por su intención que por su letra, muestra un carácter imperativo e interpelante. Para el receptor consumir el mito es lo l ó g i c o , lo n a t u r a l : «là où il n'y a q u ' u n e équivalence, il [le consommateur] voit une sorte de procès causal: le signifiant et le signifié ont, à ses yeux, de rapports de nature» (Barthes, 1957, p. 239). El mito se impone al sujeto en la medida en que transfiere sus propios valores, que, por otra p a r t e , deben ser r e c o n o c i d o s c o m o realidades estimables y dignas de que se les sacrifique la propia vida si ello fuera necesario (recuérdese que Rodolfo Valentino, a raíz de su muerte, llegó a provocar el suicidio de alguna de sus admiradoras). La segunda reflexión está en relación con las causas de la aparición del mito en la sociedad a c t u a l . Podemos a f i r m a r , en una p r i m e r a aproximación, que el surgimiento del mito tiene mucho que ver con la imagen que cada uno posee de sí mismo y de los demás, y una de las claves de nuestra cultura es, precisamente, la idea de imagen, de mensaje, y de manipulación del público por medio de un conocimiento de sus motivaciones más profundasin]. Y no olvidemos que la imagen tiene mucho que ver, entre otras cosas, con el éxito, el prestigio, el culto a la personalidad y el dinero, que son, en cierta manera, la traducción de ese «oscuro deseo de trascender los límites de la condición humana» (Eliade, 19942, p. 193). Nuestra sociedad es un campo abonado y privilegiado de significaciones míticas a causa de la alienación del individuo1141. Muchos de nuestros comportamientos y modos de proceder son de origen mítico, y no tienen otra explicación, como dicen los mitólogos, que el subconsciente humano donde el m i t o del o r i g e n , c o m o un «eterno retorno», se hace presente disfrazado de múltiples necesidades. ¿Bajo qué condiciones podemos afirmar que el mito deviene ídolo? En primer lugar, hay que señalar que no todos los mitos llegan a su transformación en ídolos: desaparecen como mitos de la misma manera que habían aparecido. El paso de mito a ídolo depende de múltiples factores, entre los que se puede destacar su naturaleza (una persona, un objeto, una idea) y/o su duración. La vida de determinados ídolos suele ser bastante efímera: 179 apenas si han arraigado en la sociedad cuando ya están en trance de desaparecer. Algunos de los que perduran pasan a un estado de latencia durante largos periodos de tiempo para volver a emerger, aunque sólo sea para recordarlos con motivo de cualquier evento o aniversario. Pudiera parecer que son las personas las más proclives, si se me permite el barbarismo, a ¡dolizarse, pero no tiene por qué ser así. Objetos como el dinero, el poder o el prestigio pueden llegar a esclavizar a una p e r s o n a y hacerlo de una manera absolutamente subrepticia: algunos ídolos nunca dan la cara; se camuflan bajo múltiples formas, difíciles de descubrir. Para el sujeto c o n s u m i d o r de m i t o s , la transformación en ídolo va unida casi siempre a la desmesura en la percepción de aquellos atributos y valores que hacen atractivo e irresistible el objeto mítico. En la misma medida en que se produce este proceso de percepción hace acto de presencia la necesidad de consumirlo hasta que se convierte en una fuerza imperiosa e irresistible. El ídolo es una adicciónytodaadicción encamina al individuo a autorrealizarse en los mitos, perdiendo así parte de su propia autonomía y libertad. Tales c o n d i c i o n e s p r o p i c i a n el c o m i e n z o de la m e t a m o r f o s i s del mito hacia el ídolo, convirtiéndose en fuente de una intoxicación peligrosa desde el momento en que inmuniza contra la intranquilidad (Kolakowski 1990, p. 29, [1972]). El ídolo, pues, no es sino un objeto mitificado, en el que las cualidades que lo hacían atrayente como tal mito, se han exagerado hasta el extremo. La f o r m u l a c i ó n lingüística de ídolo que acabamos de describir se conforma exactamente con la expresión que el DRAE recoge para la acepción «Fig. Persona o cosa excesivamente (la cursiva es mía) amada o admirada». Su valor semántico con respecto al adjetivo extraordinaria la establecíamos en el apartado 0.2. Decíamos allí que la definición de ídolo aporta un rasgo negativo con respecto a la de mito, más cercano a un significado positivo o, en todo caso, neutro. El ídolo responde siempre a un objeto que ejerce una fuerte fascinación sobre el sujeto que lo consume; exige s o m e t i m i e n t o y opera una influencia irresistible sobre el ánimo de quien lo sigue. El mito, sin embargo, es objeto de admiración: causa sorpresa en los s e n t i d o s ; atrae el e s p í r i t u , d e s l u m h r á n d o l o en cierta manera, pero sin esclavizarlo. El ídolo va hacia al sujeto para atraparlo; el mito, por el contrario, se deja atrapar por él. 3.2. El mito, y consiguientemente el ídolo, es legible bajo los enunciados anónimos de la prensa, de la publicidad, del objeto de consumo de masas; es una determinación social. En la actualidad el«opio del pueblo» es la propaganda política, la cultura, la economía, cuya arma más eficaz e ilusión más insidiosa es la de persuadirnos de que los signos son las cosas. El significado proporciona el producto. Se venden símbolos que funciona a niveles subconscientes e inconscientes totalmente i r r a c i o n a l e s . No c o m p r a m o s c r e m a s , sino imágenes de la juventud, y no compramos un coche sino que compramos prestigio. De ahí la importancia del nombre, del envase, de la imagen de la marca. Quizás a través del eslogan es como mejor se ve la creación de los mitos y de los ídolos. La f u n c i ó n del eslogan es la de asegurar el mantenimiento de los estereotipos, adaptándolos a situaciones nuevas. André Gide lo definía como una fórmula concisa, fácil de retener en razón de su brevedad y capaz de impresionar el espíritu, lo que está en perfecta consonancia con lo dicho más arriba: el eslogan es tanto más eficaz cuanto las necesidades colectivas son más confusas, debido a que, con el pretexto de clarificarlas, las orienta hacia un fin preciso. Lo propio del eslogan es «arrastrar» a la gente, hacerle actuar sin que pueda discernir la fuerza que le empuja. No sin razón, el ministro de Propaganda e Información del lil Reich, Josep Goebbels, decía que no se habla para decir algo, sino para conseguir cierto efecto. Así es: el mejor eslogan es el que deja al adversario sin respuesta. Al cerrarse la comunicación, el receptor no tiene más elección que callarse o repetirlo. El eslogan, y el mito expresado a través de él, como acto verbal que es, para ser más eficaz se alia con las funciones del lenguaje (Bühler, 1979, pp. 48-52, [1965]) <15>, y más frecuentemente con la conativa y la expresiva. Aquélla es la que apela al destinatario; lo incita a que realice o consuma lo que se le propone; y ésta, la función emotiva, como prefiere denominarla Roman J a k o b s o n , que «apunta a una expresión directa de la actitud del hablante ante aquello de lo que está hablando» (Jakobson, 19812, p. 353, [1974]), por sus particulares características1161, resulta útil cuando el mensaje lleva una cierta carga ideológica, ya que permite al emisor identificarse con la ideología del receptor y manipularlo más fácilmente. 4. Como conclusión, querría insistir una vez más en la importancia del lenguaje en el seno de la vida social y, muy particularmente, en esa su imposición de modelos de comportamiento que cercenan ia libertad interior y condicionan la toma de d e c i s i o n e s . Es preciso percatarse de la existencia de determinados vocablos que ejercen un gran poder de seducción, hasta llegar a convertirse en una fuerza casi perturbadora para espíritus poco avezados en el juego dei lenguaje y desconocedores de las innumerables trampas que ofrece la lengua común. El peligro radica muchas veces en el contraste entre determinados vocablos cargados de prestigio, frente a otros desprestigiados y cuidadosamente seleccionados al efecto. Los que manejan el lenguaje c o m o arma de c o m b a t e t r a t a n de i m p o n e r su p e n s a m i e n t o a los demás para p e r s u a d i r l o s a que a d o p t e n d e t e r m i n a d a s actitudes, disminuyendo así su capacidad de 180 juicio. Para ello subrepticiamente se afanan en hacer c u a n t o les es posible por escamotear determinados conceptos, haciendo uso estratégico de la lengua, lo que les permite falsificar y alterar la verdadera condición de las cosas y de los a c o n t e c i m i e n t o s , en v i t u d del p o d e r c o m u n i c a t i v o del lenguaje. No lo o l v i d e m o s : cada manipulador posee su propia escritura tras la cual se esconden las verdaderas intenciones. De ahí la n e c e s i d a d de la c l a r i f i c a c i ó n de conceptos mediante el diálogo enriquecedor, evitando de este modo la presión lingüística que se e j e r c e s o b r e el i n d i v i d u o i m p o n i e n d o e x p r e s i o n e s c a r g a d a s de c o n t e n i d o sin su asentimiento. Seamos conscientes de que vivimos entre los signos y a darnos cuenta de su naturaleza y de su poder. Esta conciencia semiológica podrá convertirse en el futuro en la propia garantía de nuestra libertad. BIBLIOGRAFÍA BAJTIN, M.: Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus Humanidades, 1991 (reimp.) [1975]. BARTHES, R.: Mythologies, Paris, Éditions du Seuil, 1957. — : El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura, Barcelona - Buenos Aires - México, Paidós Comunicación, 1994M1984L — : «Proust y los nombres» en El grado cero de la escritura, México, España, Argentina, Colombia, Siglo XXI, 19815 [1972], pp. 171-190. BÜHLER, Κ.: Teoría del lenguaje, Madrid, Alianza Universidad, 1979 [19651. CALVET, L.-J.: Historia de palabras. Etimologías europeas, Madrid, Qredos, 1996 [1993]. CASSIRER, E.: Antropología filosófica, México, Fondo de Cultura Económica, 19753 (3.a reimp.) [1944]. ELIADE, M.: Mito y realidad, Barcelona, Labor, 19942 [1963]. HIRSCHBERGER, J.: Historia de la Filosofía I, Barcelona, Herder, 19779. 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Α.: Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, Madrid, Alianza Editorial, 1996. SECO, M.: Estudios de lexicografía española, Madrid, Paraninfo, 1987. NOTAS 1. En efecto, el ¡dolus latino, según Gaffiot (1934), en Cicerón (De officiis, 3, 60) tiene el valor de fraude, engaño, y de ahí su relación semántica con ídolo. 2. Hay que recordar que en el Tesoro de la lengua castellana, o española (1611), Covarrubias en la entrada bada dice textualmente que «no ay lengua que no haya tenido origen de la hebrea». Como se ve, la tendencia generalizada del siglo anterior de considerar el hebreo como lengua madre universal sigue teniendo adeptos en el siglo XVII. 3. Covarrubias, aquí como en otras muchas palabras, se explaya no sólo en la palabra ídolo, sino sobre algunos de sus derivados, como es el caso de idolatría. La idolatría, según el autor del Tesoro de la lengua castellana, o española, hay que situarla unos veintidós siglos antes de Cristo, cuando Nino, un personaje legendario que fue rey de Asiría, a la muerte de su padre: «para consuelo suyo y memoria, fabricó un templo y en él puso su estatua o retrato, y reverenciavala ofreciéndole sacrificios. Franqueó aquel lugar para asilo y refugio de culpados, y pidiendo gracia y perdón, con echarse a los pies de la estatua quedavan libres». 181 4. La forma griega eidolon junto con ¡dem constituyen la misma dualidad, la visión y el conocimiento, que se expresaba en indoeuropeo mediante la raíz *weid«ver para conocer». De ideTn, hermano y sinónimo del latín vidêre, deriva 'apariencia, imagen' (idea «representación que la mente se hace de las cosas»). Por lo tanto, están emparentados ídolo con idea y con ver. Eso es lo que explica que Coraminas / Pascual en su Diccionario crítico etimológico remitan en la entrada ídolo (dentro del artículo IDIOMA) al artículo ver. (Consúltense, Edward A. Roberts y Bárbara Pastor, 1996. También Louis-Jean Calvet, 1996 [1993]). 5. Un estudio interesante sobre la persuasión viene en el libro de Kathleen Κ. Reardon: La persuasión en la comunicación. Teoría y contexto (1983 [1981]). Reardon expone críticamente las principales corrientes teóricas y metodológicas del concepto de persuasión y propone un nuevo modelo teórico sobre este concepto. 6. Véase a este respecto: Alfonso López Quintas (19802): «La manipulación del hombre a través del lenguaje» en Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, donde el autor presenta una serie de esquemas de comunicación formados por términos estratégicos sutilmente manipulados con la finalidad de prestigiar unos vocablos en detrimento de otros, según intereses comunicativos concretos. También es útil para este propósito, e ilustrativo en otros aspectos del lenguaje, Amando de Miguel (19943): La perversión del lenguaje. 7. Citado porMalmberg (19745, p. 121, [1966] (.Véase a este respecto en la misma obra el capítulo 6: «Lengua y pensamiento. El poder de la lengua», pp. 117-129. 8. Recuérdese que para el autor del Cours de Linguistique général (1916) el signo lingüístico es psíquico (asociación entre una imagen acústica y un concepto). Si bien es cierto que hablamos de unidades de la lengua, como no podía ser menos, y, por lo tanto, como unidades abstractas, en el análisis concreto, puesta ya la lengua en funcionamiento, es decir, como medio de comunicación, hay que situarla en el habla, donde la lengua traspasa sus propios límites. 9. Creo que no es pertinente, y en todo caso me desviaría mucho del objetivo de este artículo, entrar en la discusión gramatical sobre si el nombre propio conviene a u n sólo ser a diferencia del nombre común que conviene a varios seres, así como de si se trata de una simple etiqueta pegada a un referente y, consiguientemente, con el valor único de denotar, que no de connotar. Véase a este respecto, R. Barthes: «Proust y los nombres», 1981 5 [1972], 10. Es decir, un primer signo, en cierta manera, se puede decir que ha retrocedido para transformar su sentido en nuevo significante, y el signo resultante ha recorrido el mismo camino para engendrar un nuevo signo. Y así hasta el infinito: no se detiene jamás, con lo que la «escritura está generalizada», como dice Roland Barthes (19942, p. 85, [1984]). 11. Bajtin, al hacer referencia en el modo de percibir la palabra en el plano literario y lingüístico general, y que viene bien traer aquí ahora, dice lo siguiente: «La unión absoluta entre la palabra y el sentido ideológico concreto, es, sin duda alguna, una de las características constitutivas esenciales del mito que, por una parte, determina la evolución de las representaciones mitológicas, y, por otra, la percepción específica de las formas lingüísticas, de las significaciones y de las combinaciones estilísticas» (1991, pp. 184-185, [1975]). 12. Los valores no siempre se corresponden con objetos y procesos de lo que pertenece a la realidad extralingüística. Pueden consistir también, como dice Francis Bacon (1561-1626), en falsas nociones que impiden el adecuado conocimiento de la naturaleza. El autor de Novum Organum dice que frecuentemente se rinde adoración a cuatro ídolos: los idola theatri (ideas que se mantienen únicamente por tradición de escuela), idola fori (son los ídolos de la plaza que consisten en que el hombre sólo cree y repite como papagayo las palabras que oye), idola specus (los ídolos de la caverna tienen que ver con los hombres que no son capaces de ver más allá de sus ¡deas), y los idola tribus (los prejuicios que permiten que absolutamente todo se subjetivice). (Tomado de J. HIRSCHBERGER, 19779, pp. 496-97, [1963]). 13. Un magnífico estudio sobre este tema es el libro del norteamericano Vance Packard (1975'2). El autor presenta todo un complejo mundo de expertos en psicología y relaciones públicas, que las grandes empresas utilizan para vender más y mejor sus productos. Estos vendedores de imágenes investigan las necesidades («La venta de ocho necesidades ocultas» es el título del capítulo 7), los deseos, las aversiones ocultas, las frustraciones del público con vistas a echar el anzuelo en el mejor momento. El análisis de cómo persuadir, no sólo a los compradores, sino a los ciudadanos en general, está basado en experimentos realizados por diferentes grupos empresariales y compañías de publicidad, como es la Color Research Institute o la Chrysler Corporation, por poner dos de los muchos casos que se recogen en el libro. 14. La alienación del individuo se manifiesta de muchas maneras. Nuestros comportamientos nos delatan, a veces, en ese esfuerzo por superar la indiferencia del mundo (no ser reconocido, no ser parte esencial de él) mediante la apropiación tecnológica de las cosas, que, aunque no me permita dominar el lenguaje del ser, en cambio produce en mí el sentido del valor real. Pero luego resulta que, en lugar de que la cosa venga humanizada por mí, que soy su poseedor, vengo yo determinado por la cosa como mía, y en la satisfacción de la posesión genero lo contrario de lo que quería alcanzar: con ella me convierto en la suma de las cosas poseídas por mí. 15. La primera edición de la Teoría del lenguaje de Bühler en alemán es de 1934, y la primera traducción al español la hizo Julián Marías en 1950, y la publicó la Revista de Occidente. 16. El libro de Reboul (1978 [1975]) trata sobre el poder del eslogan a través de la palabra. El autor va desgranando página a página la función de ésta como manifestación del eslogan, que debe tener unas determinadas características para ser eficaz. Además de hablar de diferentes tipos de eslogans (políticos, nacionalistas, pedagógicos, etc.), dedica un capítulo muy interesante a lo que denomina «retórica de la construcción», en la que trata de las características que debe reunir para ser eficaz. La palabra se convierte en un arma cuando se utiliza para hacer cosas, e incluso para producir algo distinto de lo que se dice. (Reboul, p. 127). Y en ello radica uno de los aspectos del poder del eslogan, no tanto en crear necesidades cuanto en transferirlas: proporciona un objeto para saciar una necesidad (beber, por ejemplo), gracias a otra necesidad, el prestigio de consumir tal objeto. 182 AUTORS JOSEFINA ALBERT GALERA. Nace en Huércal-Overa (Almería) en 1938. Licenciada en Filología Románica en la Universidad de Santiago de Compostela. Doctora en Filología Románica (1982) por la Universidad de Murcia. Ejerció la docencia en Enseñanza Primaria desde 1967 y universitaria desde 1976. Catedrática de Escuela Universitaria, actualmente es Profesora de la Universität fíovira i Virgili (Tarragona). Ha publicado varios trabajos sobre Semiótica y Pragmática Lingüística. Entre ellos, Estructura funcional de los Milagros de Berceo (1987), «El componente pragmático-lingüístico de una teoría semiótica» (1986), «El texto, lugar de encuentro de la semiótica» (1991), «Retórica del personaje y sentido. (Aplicación a un texto de Galdós)» (1990), «Semiosis textual y superposición de mundos» (1992) y «Yerma o el juego de los contrarios: semiosis y sentido» (1995). M.a DEL CARMEN ALFONSO GARCÍA. Nace en Luarca (Asturias) en 1961. Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, fue becaria del Plan de Formación del Personal Investigador entre 1985 y 1988, y desde 1989 es Profesora Asociada adscrita al Departamento de Filología Española de esa Universidad. Explica Literatura Española Moderna y Contemporánea. Sin excluir otros temas, como la tradición oral, su actividad investigadora se centra fundamentalmente en estos dos campos: la literatura del final del siglo XIX y las relaciones de la mujer y la literatura, ya sea para considerar la producción de ciertas autoras, ya para analizar determinados personajes femeninos. Entre sus artículos cabe citar: «Mujer y fin de siglo (XIX): un uso intencionado de la mitología», «Sobre novela rosa y condición femenina en la España de posguerra», «¿Otra mirada sobre el mismo paisaje?», «Bárbara Jacobs: una voz de la memoria familiar», «En otro tiempo, en otro lugar: lo exótico (y lo colonial) en La Esfera entre 1914 y 1918» o «Un recuerdo: Ataraxia, de Luis Portal». Próximamente se publicará su tesis doctoral sobre la vida y la narrativa de Antonio Hoyos y Vinent. XIX, la novela de posguerra de nuestro siglo y la poesía de Jorge Guillen. Ha pronunciado diversas conferencias en España, la República Checa y Polonia. Especializado en el estudio de la novela contemporánea, es autor de una treintena de artículos sobre las literaturas española e hispanoamericana de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, así como de varios trabajos de carácter lingüístico y reseñas en d i f e r e n t e s m e d i o s . Ha p u b l i c a d o los siguientes libros: La novela existencial española de posguerra (1987), Historia de la literatura española contemporánea (1939-1990) (1992) y, como editor. El cuento español, 1939-1980 (1989) y Relatos de Francisco Ayala (1997). JOSÉ BENTO. Nace en Pardilhó (Portugal) en 1932. Ha publicado poemas en periódicos, revistas y libros que se reúnen en el volumen Silabario (1992). O Enterro do Senhorde Orgaz e Outros Poemas ha sido traducido al español por Mario Míguez (1986). Ha publicado las traducciones de: las Coplas de Manrique, La Celestina de Rojas, Epístola Moral a Pablo de Fernández de Andrada, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, Por tierras de Portugal y de España de Unamuno, las Poesías Completas de Fray Luis de León y de San Juan de la Cruz; antologías de Garcilaso, Santa Teresa de Jesús, Quevedo, Bécquer, Machado, Juan Ramón Jiménez, Aleixandre, Lorca, Cernuda, Hernández, Gil de Biedma, Brines, Ramos Sucre, Vallejo y Neruda. Además de una Antología da Poesía Espanhola Contemporánea, Antología da Poesía Espanhola do «Siglo de Oro» y una antología de Lírica Espanhola de Tipo Tradicional. ROSA AYMAMÍ. Neix a Reus el 1963. Llicenciada en Belles Arts per la Universität de Barcelona. Actualment es professora de Dibuix d'ensenyament secundari. Entre les sèves exposicions individuals destaquem Austre i una altra a l'Antic Ajuntament de Tarragona. CoMectivament ha participât en diverses exposicions internacionals de gravats i mini prints. Ha exposât amb el grup Stampa, a la Galería For i a l'Art Style Gallery de Barcelona, i a la Mostra de Mini print Internacional de Cadaqués. MARÍA TERESA BERTELLONI. Nace en Pietrasanta (Italia) en 1936. Licenciada en Jurisprudencia y Filosofía por la Université deglí Studide Pisa en la que se doctoró. Fue profesora de Lengua y Literatura italiana en la UASD de Santo Domingo y encargada de los asuntos culturales de la Embajada de Italia en la República Dominicana. Catedrática de Filosofía y Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez desde hace más de veinte años. Miembro del Consejo consultivo de la revista Folia Humanística de Barcelona y del Consejo directivo de la Sociedad Internacional para la Fenomenología y la Literatura. Ha dedicado parte de su trabajo crítico al estudio de la poesía de Ángel Crespo, del que es fruto su libro El mundo poético de Ángel Crespo. Ha publicado numerosos artículos sobre los poetas herméticos italianos, el teatro clásico griego y francés. Sus últimos trabajos comparatistas se centran en la obra en prosa de Pirandello y Unamuno. ÓSCAR BARRERO PÉREZ. Nace en Madrid en 1961. Doctor en Filología Hispánica, con Mención Especial, por la Universidad Autónoma de Madrid, en la que se licenció con Premio Extraordinario y donde ejerce como Profesor Titular de Literatura Española. Ha sido miembro del Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, en el que colaboró en la redacción del Diccionario Histórico de la Lengua Española, y ha formado parte de distintos grupos universitarios de investigación dedicados al estudio de la narrativa del MARÍA ÁNGELES CAAMAÑO PIÑEIRO. Profesora Titular de Filología Francesa de la Universität Rovira i Virgili (Tarragona). Especialista en Literatura Francesa de los siglos XIX y XX, y en mitocrítica. Pertenece al GRIM (Grup de Recerca sobre l'ímaginari i mitocrítica), asociado al CRI [Centre de recherche sur l'imaginaire) de la Universidad de Grenoble (Francia). Autora de diversos trabajos y publicaciones sobre Chateaubriand, Victor Hugo, Andró Breton y el surrealismo, Marguerite Yourcenar, André Malraux y J.M. Le Clézio. 183 ANTONIO CARVAJAL. Nace en Albolote (Granada) en 1943. Doctor en Filología Románica por la Universidad de Granada. Profesor del Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada. Su intensa actividad como poeta se inicia con Tigres en el jardín (1968) y continúa con: Serenata y navaja (1973); Casi una fantasía (1975); Siesta en el mirador (1979); Sol que se alude (inédito hasta que aparece en Extravagante jerarquía); Sitio de ballesteros (1981) y Extravagante jerarquía (1983), volumen en el que se compila su obra hasta 1981. Publica, además, Servidumbre de paso (1982); Del idilio y sus horas (1982); Después que me miraste (1984) y Del viento en los jazmines (1984), donde se recogen sus tres libros anteriores. Le siguen Noticia de setiembre (1984); Enero en las ventanas (1986); De un capricho celeste (1988); Testimonio de invierno (1990), que recibió el Premio de la Crítica en 1991; Silvestre de sextinas (1992); Miradas sobre el agua (1993); las antologías: Rapsodia andalusa, en italiano, (1994) y Ciudades de provincia (1995); Raso, Milena y Perla (1995) y, recentísimamente. Alma región luciente (1997). FERNANDO CROS. Nace en Ponce (Puerto Rico). Crítico de arte y de literatura. Realizó estudios doctorales en Filosofía y Letras (UNAM). Dicta cursos en la Escuela de Bellas Artes y en la Universidad Interamericana. Curador del Museo de Arte Contemporáneo. Editor en México de la revista Torre de Papel y de las colecciones de poesía: Palabra Encendida y Poesía Reunida. También obtuvo en su país el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1989). La Oficina del Gobernador de Puerto Rico le o t o r g ó , en 1992, el premio de Excelencia Gubernamental en el área de edición literaria. ANA MARÍA FAGUNDO. Nace en Santa Cruz de Tenerife en 1938, Graduada en Literatura Inglesa y Literatura Española por la Universidad Redlands (California) en 1963. Doctora en Literatura Comparada en las especialidades de Literatura Inglesa, Norteamericana y Española por la Universidad de Washington desde 1967. Profesora de Literatura Española del siglo XX en la Universidad de California (campus de Riverside). Fundadora, en 1969, de la revista de poesía, narración y ensayo Alaluz. Ha publicado nueve poemarios: Brotes (1965), Isla adentro (1969), Diario de una muerte (1970), Configurado tiempo (1974), Invención de la luz (1978, Premio Carabela de Oro 1977), Desde Chanatel, el canto (1981, Finalista del Premio Ángaro 1980), Como quien no dice voz alguna al viento (1984), Retornos sobre la siempre ausencia (1989) y El sol, la sombra, en el instante (1994). Su obra poética, desde Brotes hasta Retornos..., se recoge en un volumen titulado Obra poética 19651990. Aparece, también, en diversas antologías, ha sido leída en numerosas universidades, estudiada en revistas especializadas y en ponencias, y traducida a diversos idiomas. En prosa ha dado a la imprenta una compilación de cuentos: La miríada de los sonámbulos (1994). Ha editado varios ensayos sobre poesía, teatro y novela española, hispanoamericana y estadounidense, así como tres libros de crítica literaria: Vida y obra de Emily Dickinson (1973), Antología bilingüe de poesía norteamericana: 7950-7980(1988) y Literatura femenina de España y las Americas (1995). CARLOS FEAL. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Fue lector de español en las universidades de Lyon y Nantes, Assistant Professoren la Universidad de Michigan (Ann Arbor), y actualmente es profesor en la State University of New York (Buffalo). Entre sus publicaciones figuran: La poesía de Pedro Salinas, Eros y Lorca, Unamuno: El Otro y don Juan, En nombre de don Juan (Estructura de un mito literario), Lorca: tragedia y mito. Y, en colaboración con Rosemary G. Féal, Painting on the Page: Interartistic Approaches to Modern Hispanic Text. Es también autor del estudio y notas a la edición Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de U n a m u n o , así como de numerosos artículos sobre literatura española. JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ. Nace en León en 1942. Doctor en Filología Románica por la Universidad de Oviedo con una tesis publicada con el título de Enrique Díez-Canedo: su tiempo y su obra. Catedrático en excedencia de Bachillerato y, en la actualidad, Profesor Titular de Literatura Española en la Universität Rovira i Virgili (Tarragona). Entre sus publicaciones destacan los ensayos titulados La Novela Corta galante: Felipe Trigo y Cinco ensayos sobre Santa Teresa de Jesús, Premio Nacional de Ensayo de la Dirección General del Libro y de la Cinematografía. De sus ediciones, cabe citar 4 novelas eróticas de Felipe Trigo, El Lazarillo de Tormesy una Antología poética de Enrique Díez-Canedo. La mayoría de sus artículos versan sobre literatura contemporánea: «Azorín y León Felipe ante don Quijote», «Reflexiones sobre el hecho teatral en Azorín», «El lugar de Díez-Canedo en medio siglo de periodismo literario español» y «El zumo a m a r g o de Azorín. Pensamiento político», entre otros significativos. MANUEL FUENTES. Doctor en Literatura Española. Profesor del I.B. Martí y Franqués y Profesor Asociado de Literatura Española de la U.R.V. Ha publicado y tiene en prensa: «De viejas historias, inciertos mitos y antiguas leyendas», con el Colectivo Etcétera; «Defensa de la palabra» en Homenaje a Joaquín Díaz; «El espejo de obsidiana: En torno a dos colaboraciones de Azorín en la revista Escorial»; «Notas a un texto de Poeta en Nueva York». Su tesis doctoral versó sobre la poesía de posguerra. SALVADOR GARCÍA CASTAÑEDA. L i c e n c i a d o en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo. Doctor en Lenguas y Literaturas Románicas por la Universidad de California, Berkeley. Ha sido director del Instituto Hispano-Árabe de Cultura en Baghdad, Iraq (1959-1962). Assistant Professor en San Francisco State University y en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Actualmente, es Catedrático de Literatura Española en The Ohio State University, Columbus. Trabaja sobre temas del siglo XIX, especialmente sobre el periodo romántico; la obra de José María de Pereda y la literatura popular (auques, pliegos de cordel). Entre sus publicaciones destacan Las ideas literarias en España entre 1840 y 1850 (1971), Don Telesforo de Trueba y Cosío (1799-1835). Su tiempo, su vida y su obra (1978), Miguel de los Santos Álvarez (18181892). Romanticismo y poesía (1979), Los montañeses pintados por sí mismos. Un panorama del costumbrismo en Cantabria (1991), Valentín de Llanos y los orígenes de la novela histórica (1991); y ha realizado las siguientes ediciones críticas: Don Juan Tenorio de José Zorrilla (1975), Los amantes de Teruel de Eugenio Hartzenbusch (1975), Romances históricos del duque de Rivas (1987), La venganza de Don Mendo de P. Muñoz Seca (1988) y Escenas Montañesas. Tipos y paisajes en Obras completas, I (1989) y Tipos Trashumantes. Esbozos y rasguños en Obras Completas, II (1989) de J . M . de Pereda. 184 PILAR GÓMEZ BEDATE. Profesora Titular de Literatura Española de la Universität Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido Catedrática de Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico. Como estudiosa de poesía ha publicado ensayos sobre diversos poetas españoles y extranjeros. Entre los primeros se cuentan Luis Cernuda, Jorge Guillen, Vicente Aleixandre y Juan Ramón Jiménez, cuyas Prosas críticas (1981 ) ha editado (así como su Antología ¡enera! en prosa (1981), esta última en colaboración con Ángel Crespo). Se ha ocupado también del simbolismo francés y es autora de una biografía y estudio sobre Mallarmé (1985), que incluye una amplia serie de traducciones de su poesía, Es, asimismo, autora de conocidos estudios sobre diversos temas literarios, y de traducciones de las obras de Boccaccio: Decamerón (1983), La elegía de Doña Fiameta (1989) y Corbacho (1989). RAFAEL GUILLEN. Nacido en Granada en 1933. Formó parte del grupo «Versos al aire libre» desde su comienzo en 1953 y fundó y dirigió, junto con José G. Ladrón de Guevara, la colección «Veleta al Sur». Obtuvo, entre otros, los premios «Leopoldo Panero» (1966), «Guipúzcoa» (1968), «Boscán» (1968) y «Ciudad de Barcelona» (1969). Ha escrito y publicado una veintena de libros siendo traducidos sus artículos y poemas a varios idiomas. Algunos de sus libros son: El Gesto (1964), Tercer Gesto (1967), Los vientos (1970), Límites (1971), Moheda (1979), Mis amados odres viejos (1987), Poesía Completa (1988), Los estados transparentes (1993). JOSÉ HIERRO. Nace en Madrid en 1922. Doctor honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Entre los años 1939 y 1944 es encarcelado por razones p o l í t i c a s . Al salir de la cárcel colabora activamente en varias revistas literarias, entre ellas Garcilaso, Proel y Corcel. En 1947 aparece su primer libro de poesía, Tierra sin nosotros. Le siguen varias obras más en una carrera que acaba de cumplir su cincuentenario: Alegría (1947), Con las piedras, con el viento... (1950), Quinta del 42(1952), Estatuas yacentes (1955), Cuánto sé de mí (1959), Poesías completas (1962), Libro de las alucinaciones (1964), Agenda (1991 ) y Cuaderno de Nueva York (en ms.). Ha recibido varios premios, entre los más destacados figuran el Premio Adonais (1947), el Premio de la Crítica (1957 y 1964), el Premio March (1957), el premio Príncipe de Asturias (1981) y el Premio de las Letras (1990). Colaborador en diversos periódicos y revistas. Su obra poética ha sido extensamente estudiada por la crítica y recogida en varias antologías. MANUEL MANTERO. Nace en Sevilla en 1930. Profesor en las Universidades de Sevilla y Madrid. Desde 1969, Full Professor en Western Michigan University. Desde 1973, tiene una Cátedra especial de Research Professor de Literatura Española en la Universidad de Georgia. Su tesis doctoral versó sobre el pensamiento filosófico del poeta Giacomo Leopardi. Premio Nacional de Literatura, Premio Fastenrath de la Real Academia Española de la Lengua, Consultante del Comité Nobel de la A c a d e m i a Sueca para el Premio Nobel de Literatura, entre otros. Miembro de diversas instituciones españolas y americanas. Colaborador en diversos diarios y revistas. Conferenciante en Europa y América. Su poesía ha sido extensamente estudiada por la crítica, recogida en numerosas antologías y traducida a varios idiomas. Entre sus obras poéticas cabe destacar: Misa solemne (1966), Poesía 19S8-1971. Poesía completa (1972), Memorias de Deucalión (1982); sus dos novelas: Estiércol de León (1980) y Antes muerto que mudado (1990); y sus estudios: Poesía española contemporánea. Estudio y antología (1966), Los derechos del hombre en la poesía hispánica contemporánea (1973) y Poetas españoles de posguerra (1986). Posteriormente publicó el libro de poemas Fiesta (1995, Premio Andalucía de la Crítica) y acaban de aparecer sus poesías completas se recogen bajo el título Como llama en el diamante (1996). GORDON Ε. McNEER. Nace en EE.UU. Doctor en Filología Románica por Princeton University. Escribió su tesis doctoral sobre la vida y obra del poeta José Luis Hidalgo. Ha enseñado en Princeton University, University of Florida, University of California y Georgia State University. Ha escrito varios trabajos sobre literatura española y ha participado en conferencias universitarias. Su campo de investigación gira entorno a la poesía. Actualmente, es Assistant Professor de español en North Georgia College & State University, donde prepara una traducción al inglés de Cuaderno en Nueva Yorkde José Hierro. ROSA M.a MIRÓ. Nace en Reus (Tarragona), en 1959. Es licenciada en Filología Hispánica. Forma parte del grupo literario tarraconense «L'Espiadimonis» con el que trabaja a nivel de creación e investigación. Ha colaborado en revistas literarias y participado en los libros colectivos Versifonies (1988) y Mansardes (1997). Fue miembro fundador de Salina. EMILI CARLES M O L I N A . L l i c e n c i a t en F i l o l o g í a Catalana. Professor de Llengua Catalana en centres d'ensenyament secundari. Forma part del grup literari tarragoní «L'Espiadimonis» amb el quai treballa a nivell de creació i i n v e s t i g a d o . Ha publicat poèmes en diverses revistes literàries i ha col-laborat en eis llibres poetics col-lectius Tramada (1980), Versifonies (1987) i Mansardes (1997). ENRIQUETA MORILLAS VENTURA. Nace en Godoy Cruz (Mendoza, Argentina). Licenciada en Letras Modernas por la Universidad de Nacional de Córdoba (Argentina). Doctora desde 1982 por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis La narrativa de Felisberto Hernández. Adscrita como colaboradora al Departamento de Literatura H i s p a n o a m e r i c a n a de la U n i v e r s i d a d Complutense. Profesora Ayudante por concurso L.R.U. (1983-1986). Desde 1986, Profesora Titular de Literatura H i s p a n o a m e r i c a n a en d i c h o d e p a r t a m e n t o , con excedencia voluntaria desde 1995. Catedrática por concurso de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de C o m a h u e . Crítica de Literatura Hispanoamericana, ha colaborado con una treintena de estudios, publicados en revistas, actas de congresos y libros colectivos, sobre Felisberto Hernández, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, Roa Bastos, Francisco Ayala, Alejo Carpentier, Cristina Peri Rossi, Daniel Moyano, Adolfo Bioy Casares... y la novela abolicionista, entre otros. Asimismo, es autora de El relato fantástico en España e Hispanoamérica (1991) y de la edición crítica: Nadie encendía las lámparas de F. Hernández (1992). Directora del Proyecto de Investigación «España y Argentina en sus relaciones literarias: transformaciones culturales y perfil histórico», que reúne a profesores de universidades argentinas y españolas (en curso de realización). 185 ROSA NAVARRO DURAN. Catedrática de Literatura Española de la Edad de Oro de la Universidad de Barcelona, de cuyo Departamento de Filología Española fue directora de 1991 a 1997. Entre sus ediciones de textos figuran la del anónimo Libro de suertes (1986), los dos diálogos de Alfonso de Valdés: Diálogo de Mercurio y Carón (1987) y Diálogo de las cosas acaecidas en Roma (1992), La dama boba. La moza de cántaro de Lope de Vega (1989), las Obras de Luis Carrillo y Sotomayor (1990), la Poesía de Francisco de Aldana (1994), las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes (1995), etc. Autora, además, de La mirada al texto. Comentario de textos literarios (1995), ¿Por qué hay que leer los clásicos? (1996) y de numerosos artículos sobre problemas textuales, tópicos y comentarios de textos de la Edad de Oro y contemporáneos. RICARDO NAVAS RUIZ. Doctoren Filología Moderna por la Universidad de Salamanca. Ha sido profesor en diversas u n i v e r s i d a d e s c o m o las de Salamanca, Sao Paulo, G i n e b r a , C a l i f o r n i a , N o r t h w e s t e r n y Massachussetts. Ha dado numerosas conferencias en Europa y América. Autor de dos libros poéticos, Oscura región y La noche iluminada, se ha d e d i c a d o fundamentalmente a la investigación filológica. Ha publicado numerosos artículos en prestigiosas revistas, varios libros y ediciones de texto, y ha colaborado en periódicos como O Estado de Sao Paulo. Destacan en lingüística: Ser y estar (1963, 19883) y El subjuntivo castellano (1986). A la literatura ha contribuido con Literatura y compromiso (1963), El romanticismo español (1972, 1990"), Imágenes liberales (1979), Historia y antología de la literatura hispánica en tres volúmenes (1971-1975) y La poesía de José Zorrilla (1995). Entre sus ediciones textuales cabe mencionar: Lanuza y Don Alvaro del duque de Rivas (1975), Artículos políticos de Larra (1977), El señor presidente de Asturias (1986), Martín Fierro de Hernández (1983), Antología poética de Josefa Massanés (1983) y Obras Completas de Gustavo Adolfo Bécquer (1995). AMADOR PALACIOS. Nace en Albacete en 1954. Tiene realizados estudios de filología española. Ha publicado varios libros, entre poesía, ensayo y traducción de literatura en lengua portuguesa. Asiduo comentarista del movimiento postista y colaborador en medios españoles, portugueses, americanos y centroeuropeos. Ha sido fundador, director o consejero de diversas publicaciones: La Mujer Barbuda, Barcarola, San Juan Ante-PortamLatinam. Ha ejercido profusamente el periodismo literario como columnista en Diario 16, Bisagra, Lanza, ABC, entre otras publicaciones. Ha sido becado en varias ocasiones, en razón de su interés por la literatura portuguesa, cumpliendo estancias, por este motivo, en Portugal y el Reino Unido. Libros de poesía: Rito amoroso (1972), Notas cotidianas (1978), Ejercicios de versificación (1979), Billete heterónimo (1985), La cúspide y la sima (1987), Enemigo admirable (1994) y Exarconte de un coro (1994). T r a d u c c i o n e s : Lembranças e deslembranças de G.A. Carriedo (1988), ¿Dónde se acumula el polvo? de Casimiro de Brito (1989), La moneda perdida. (Antología) de Ledo Ivo (1990), Donde el cuerpo acaba de Casimiro de Brito (1991), Clepsidra de Camilo Pesanha (1995) y El libro de Cesário Verde de Cosario Verde (en prensa). Otras obras: estudio y antología de Poetas toledanos vivos (1981 >; biografía de Gabino-Alejandro Carriedo, su continente y su contenido (1984); edición e introducción de Los últimos días de Kant de Thomas de Quincey (1989) y el ensayo Jueves postista (1991). MARINA PARTESOTTI. Nace en Buenos Aires. En la actualidad está afincada en Bologna (Italia), donde trabaja como lectora de Lengua Castellana en la Facoltà di Lingue e Letterature Straniere Moderne. Ha realizado e s t u d i o s de crítica literaria tales c o m o Mondo immaginario e mondo reale nel teatro di Alejandro Casona; El burlador de Sevilla, di Alejandro Casona, así como trabajos de traducción entre los que destaca El Trovador-ll Trovatore de Antonio García Gutiérrez, de próxima publicación. JOAN MARIA PUJALS I VALLVÉ. Neix a Vila-seca, Tarragona, el 1957. Conseller d'Ensenyament entre 1992 i 1995, i actual Conseller de Cultura de la Generalität de Catalunya. Ha conreat la biografía i l'assaig de tema historie, literari i etnografía De la seva obra cal destacar: Sant Bernât Calvó i el seu temps (1980), De bat a bat. Paisatges de Tarragona (1991), La ¡luna de Nissan (1994), Paisatges de Tarragona. Costa Daurada (1995) i Catalonia. Presencia de Catalunya (1995). GABRIEL ANDRÉS RENALES. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Español/Lengua extranjera, y lector en la Universidad de Cagliari (Cerdeña). En la actualidad realiza estudios sobre el Siglo de Oro. De entre sus estudios p u b l i c a d o s , detacar: «Una aproximación a los libros de fiestas barrocos», «Lo straniero nella Florida del Inca Garcilaso», «Los coloquios de Barlaimont: un género-modelo para la proyección del español en Europa desde el siglo XVI». MACIÀ RIUTORT. Neix a Petra, Mallorca, l'any 1959. Des de 1984 fa classes a la Universität Rovira i Virgili de Tarragona, on hi ensenya Historia de la Llengua Alemanya. Les sèves especialitats académiques son la historia de les llengües alt i b a i x - a l e m a n y a i la dialectología baix-alemanya. Actualment prepara l'edició crítica de la traducció al baix-alemany mitjà de la Llegenda Auria de Jaume de Vorágine. SILVIA ROLLE-RISSETTO. Nace en Rosario (Argentina) en 1963. Graduada en 1987 por la Universidad Estatal de California en Long Beach con tres especialidades: Español, Francés e Italiano, donde recibió la Maestría en Literatura Española y Lingüística Aplicada en 1989. Doctorada en Literatura Española, en 1996, por la U n i v e r s i d a d de California en Riverside con las especialidades: Poesía Hispánica, Literatura Española C o n t e m p o r á n e a , Literatura de M u j e r e s y Crítica Feminista. En la actualidad es profesora de Literatura Hispánica y Lingüística Aplicada en la Universidad Estatal de California en San Marcos. Su dedicación a la poesía abarca la crítica literaria, las conferencias especializadas, la traducción, las lecturas poéticas y la propia creación. Ha publicado: La obra de Ana María Fagundo: Una poética femenino-feminista (1997) y diversos artículos: «Tras la esencialidad del ser en el decir poético de Elena Andrés» (1993), «La búsqueda de Dios en la poesía de Olga Orozco» (1993) y «Frases evolutivas y vertientes temáticas en la obra de Carolina Coronado» (1998). Ha dictado conferencias sobre diversas autoras hispanas contemporáneas, así como de Sor Juana Inés de la Cruz, y se dedica también a la traducción literaria, sobre todo de la obra poética de Ana María Fagundo, publicando tanto prosa como poesía, en inglés y en español. Desde 1996, colabora como directora adjunta y coeditora de Alaluz. 186 ALEXANDER ROSELLÓ SELIMOV. Doctor en Filosofía y Letras por ia Universidad de Pennsylvania (1996). Profesor de Literatura Española de los siglos XVIII y XIX en la Universidad de Delaware (Estados Unidos). Autor del ensayo «La historia de dos Adanes: la estructura integral de El diablo mundo» (1995). En congresos recientes, ha presentado ponencias sobre el teatro de Nicolás Fernández de Moratín (1995) y la novelística de Pedro Montengón (1996). Ha publicado varias reseñas en revistas prestigiosas. Tiene tres artículos en prensa y está preparando un libro sobre el arte novelístico de Gertrudis Gómez de Avellaneda. RUSSELL P. SEBOLD. Nacido en Dayton (Ohio, Estados Unidos) en 1928. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Princeton y doctor honoris causa por la Universidad de Alicante. Es catedrático de literatura española en la Universidad de Pensilvania. Fue director de la Hispanic Review durante 29 años. Entre sus publicaciones, cuenta con rigurosas ediciones de clásicos castellanos: el Fray Gerundio del P. Isla, las Visiones y la Vida de Torres Villarroel, la Numancia destruida de Ignacio López de Ayala, el teatro cómico de Tomás de Iriarte, la Poética de Luzán, una antología de crítica de Bécquer en «El Escritor y la Crítica», las Rimas de Bécquery últimamente las Noches lúgubres de Cadalso. En colaboración con David T. Gies, ha editado el Suplemento IV a Historia y Crítica de la Literatura Española. En colaboración con Jesús Pérez Magallón, ha editado El hombre práctico (1680), del tercer conde de Fernán Núñez (en prensa). Entre sus libros de crítica pueden mencionarse: El rapto de la mente. Poética y poesía dieciochescas (1970, 1989), Cadalso; el primer romántico «europeo» de España (1974), Novela y autobiografía en la «Vida» de Torres Villarroel (1975), Trayectoria del romanticismo español. Desde la Ilustración hasta Bécquer (1983), Descubrimiento y fronteras del neoclasicismo español (1985), Bécquer en sus narraciones fantásticas (1989) y De ilustrados y románticos (1992). Ha escrito capítulos para tres tomos de la extensa Historia de la literatura española que Espasa-Calpe tiene en vías de publicación. Colaborador de revistas profesionales de América y Europa, así como en el diario ABC de Madrid. Becario de prestigiosas f u n d a c i o n e s c o m o la Guggenheim, la American Philosophical Society y el American Council of Learned Societies. Ha impartido clases y conferencias en diversas universidades españolas. Es miembro correspondiente de la Hispanic Society of America. Académico correspondiente de la Real Academia Española y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. ANTONIO FERNANDO UBACH MEDINA. Doctor por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis El Regidor o el Ciudadano, de Juan Costa. Edición y estudio. Profesor asociado en la Facultad de Ciencias de la Información de dicha universidad. Ha participado como ponente en diversos congresos y publicado diversos trabajos: «Don Juan y la Regenta» (1990), «Bibliotecas y fomento de la lectura» (1993), «El uso del refrán en la obra de Juan Costa» (1993), «El "afán" cervantista en Juegos de la edad tardía» (1994), Teatro. Siglo X X (Actas de las que es coeditor, 1994), «Escenas costumbristas del siglo XX» (1994), «Raúl Guerra Garrido. Una incursión en el problema vasco» (1995), «José María Merino: escenas madrileñas del siglo XX» (1995), «Reivindicación de la herencia» (1995), «La última novela de Leonardo Sciascia» (en prensa) y la edición de la obra de Juan Costa (1584): Gobierno del ciudadano. JULIA UCEDA. Nace en Sevilla en 1925. Doctora por la Universidad Hispalense con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo. Entre 1965 y 1973 es Distinguished Visiting Professor^ Full Professor de la Michigan State University (Estados Unidos). Catedrática de Literatura Española de INEM y de Escuelas Universitarias. Colabora colabora en revistas literarias especializadas de Estados Unidos y de España. Ha dado conferencias en España, Estados Unidos e Irlanda. Sus poemas se han traducido al portugués y al inglés, y antologados y editados en diversas publicaciones norteamericanas y españolas. Miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Codirige la «Colección de Poesía Esquío». Ha publicado: Mariposa en cenizas (1959), Extraña juventud (1962, Accésit al Premio Adonais), Sin mucha esperanza (1966), Poemas de Cherry Lane (1968), Campanas en Sansueña (1977), Viejas voces secretas de la noche (1981), De camino de Humo (1994). Sus poemas se encuentran editados en diversas antologías y recoge un sector amplio de su obra la edición titulada Poesía de Francisco Javier PeñasBermejo (1991) y The Poetry of Julia Uceda de Noël Valis (1995). De su labor crítica, pueden citarse: José Luis Hidalgo. Antología poética (1970), «Prólogo» a Réquiem por un campesino español (1970) y La Expresión. Aproximaciones a la poesía de Jorge Guillen (1981), «Las criaturas senderianas. (Variaciones sobre una obra abierta)», «El rostro interior. (La imagen femenina en Rubén Darío)» (1997). Ahora trabaja sobre la influencia de los cuentos de hadas en la educación femenina. PIERRE L. ULLMAN. Nace en Niza. Doctor en Literatura Española por la Universidad de Princeton. Profesor Emérito de la Universidad de Wisconsin en Milwaukee (Estados Unidos). Es autor de: Mariano de Larra and Spanish Political Rhetoric (1971) y A Contrapuntal Method for Analyzing Spanish Literature (1988), además de unos cincuenta artículos sobre el Libro del buen amor, el Quijote, El caballero de Olmedo, Rojas, Zorrilla, Larra, Galdós, Clarín, Palacio Valdés, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela y Carmen Laforet. Se le han encargado varias reseñas y traducciones de literatura española al esperanto, que se le han encargado. Ha colaborado con Papers on Language and Literature, Estudios Ibero-Americanos y Symposium como redactor asociado. Ha sido director estatal para Wisconsin de la sociedad honoraria universitaria «Sigma Delta P¡» para estudiantes de español, la cual le concedió el ingreso en su Orden de los Descubridores. OLGA XIRINACS. Viu i treballa a Tarragona, on va néixer. Obra poética: Botons de tiges grises (1977), Clau de blau (1978), Llençol de noces (1979), Preparo el te sota palmeres roges (1980), Marina (Premi de la Crítica 1987), Llavis que dansen (Premi Caries Riba 1987), Lapluja sobre eis palaus (1990), La Muralla (1993). Obres en prosa: Música de cambra (1982), Interior amb difunts (Premi Josep Pía 1992), Al meu cap una llosa (Premi Sant Jordi 1984, Premi de la Crítica 1986), La mostela africana i altres contes (1986), Zona marítima (Premi Ramon Llull 1986), Mar de fons (1988), Relets de morts i altres matèries (1988), Tempesta d'hivern (1990), Enterraments lleugers (1991), Josep Sala o l'equiiibri deis déus (1993), Cerimanía privada (1993), Sense malicia (Premi Ciutat de Palma 1994). També els llibres per a infants: Sóc un arbre I El árbol de mi patio (1994), Patates fregides/ Patatas fritas (1994); i eis juvenile: El far del capita I El faro del capitán (1994), Xocolata (1994), El meu pare és capita I Mi padre es capitán (1995), Final d'estiu / Final de verano (1996), Vol de dràcula / Vuelo de drácula (1996), Wendy torna a volar (1996), Suçant el melindro (1996). 187 186 ALEXANDER ROSELLÓ SELIMOV. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Pennsylvania (1996). Profesor de Literatura Española de los siglos XVIII y XIX en la Universidad de Delaware (Estados Unidos). Autor del ensayo «La historia de dos Adanes: la estructura integral de El diablo mundo» (1995). En congresos recientes, ha presentado ponencias sobre el teatro de Nicolás Fernández de Moratín (1995) y la novelística de Pedro Montengón (1996). Ha publicado varias reseñas en revistas prestigiosas. Tiene tres artículos en prensa y está preparando un libro sobre el arte novelístico de Gertrudis Gómez de Avellaneda. RUSSELL P. SEBOLD. Nacido en Dayton (Ohio, Estados Unidos) en 1928. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Princeton y doctor honoris causa por la Universidad de Alicante. Es catedrático de literatura española en la Universidad de Pensilvania. Fue director de la Hispanic Review durante 29 años. Entre sus publicaciones, cuenta con rigurosas ediciones de clásicos castellanos: el Fray Gerundio del P. Isla, las Visiones y la Vida de Torres Villarroel, la Numancia destruida de Ignacio López de Ayala, el teatro cómico de Tomás de Iriarte, la Poética de Luzán, una antología de crítica de Bécquer en «El Escritor y la Crítica», las Rimas de Bécquery últimamente las Noches lúgubres de Cadalso. En colaboración con David T. Gies, ha editado el Suplemento IV a Historia y Crítica de la Literatura Española. En colaboración con Jesús Pérez Magallón, ha editado El hombre práctico (1680), del tercer conde de Fernán Núñez (en prensa). Entre sus libros de crítica pueden mencionarse: El rapto de la mente. Poética y poesía dieciochescas (1970, 1989), Cadalso: el primer romántico «europeo» de España (1974), Novela y autobiografía en la «Vida» de Torres Villarroel (1975), Trayectoria del romanticismo español. Desde la Ilustración hasta Bécquer (1983), Descubrimiento y fronteras del neoclasicismo español (1985), Bécquer en sus narraciones fantásticas (1989) y De ¡lustrados y románticos (1992). Ha escrito capítulos para tres tomos de la extensa Historia de la literatura española que Espasa-Calpe tiene en vías de publicación. Colaborador de revistas profesionales de América y Europa, así como en el diario ABC de Madrid. Becario de prestigiosas f u n d a c i o n e s c o m o la Guggenheim, la American Philosophical Society y el American Council of Learned Societies. Ha impartido clases y conferencias en diversas universidades españolas. Es miembro correspondiente de la Hispanic Society of America. Académico correspondiente de la Real Academia Española y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. ANTONIO FERNANDO UBACH MEDINA. Doctor por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis El Regidor o el Ciudadano, de Juan Costa. Edición y estudio. Profesor asociado en la Facultad de Ciencias de la Información de dicha universidad. Ha participado como ponente en diversos congresos y publicado diversos trabajos: «Don Juan y la Regenta» (1990), «Bibliotecas y fomento de la lectura» (1993), «El uso del refrán en la obra de Juan Costa» (1993), «El " a f á n " cervantista en Juegos de la edad tardía» (1994), Teatro. Siglo XX (Actas de las que es coeditor, 1994), «Escenas costumbristas del siglo XX» (1994), «Raúl Guerra Garrido. Una incursión en el problema vasco» (1995), «José María Merino: escenas madrileñas del siglo XX» (1995), «Reivindicación de la herencia» (1995), «La última novela de Leonardo Sciascia» (en prensa) y la edición de la obra de Juan Costa (1584): Gobierno del ciudadano. JULIA UCEDA. Nace en Sevilla en 1925. Doctora por la Universidad Hispalense con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo. Entre 1965 y 1973 es Distinguished Visiting Professor y Full Professor de la Michigan State University (Estados Unidos). Catedrática de Literatura Española de INEM y de Escuelas Universitarias. Colabora colabora en revistas literarias especializadas de Estados Unidos y de España. Ha dado conferencias en España, Estados Unidos e Irlanda. Sus poemas se han traducido al portugués y al inglés, y antologados y editados en diversas publicaciones norteamericanas y españolas. Miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Codirige la «Colección de Poesía Esquío». Ha publicado: Mariposa en cenizas (1959), Extraña juventud (1962, Accésit al Premio Adonais), Sin mucha esperanza (1966), Poemas de Cherry Lane (1968), Campanas en Sansueña (1977), Viejas voces secretas de la noche (1981), De camino de Humo (1994). Sus poemas se encuentran editados en diversas antologías y recoge un sector amplio de su obra la edición titulada Poesía de Francisco Javier PeñasBermejo (1991) y The Poetry of Julia Ucedade Noël Valis (1995). De su labor crítica, pueden citarse: José Luis Hidalgo. Antología poética (1970), «Prólogo» a Réquiem por un campesino español (1970) y La Expresión. Aproximaciones a la poesía de Jorge Guillen (1981 ), «Las criaturas senderianas. (Variaciones sobre una obra abierta)», «El rostro interior. (La imagen femenina en Rubén Darío)» (1997). Ahora trabaja sobre la influencia de los cuentos de hadas en la educación femenina. PIERRE L. ULLMAN. Nace en Niza. Doctor en Literatura Española por la Universidad de Princeton. Profesor Emérito de la Universidad de Wisconsin en Milwaukee (Estados Unidos). Es autor de: Mariano de Larra and Spanish Political Rhetoric (1971) y A Contrapuntal Method for Analyzing Spanish Literature (1988), además de unos cincuenta artículos sobre el Libro del buen amor, el Quijote, El caballero de Olmedo, Rojas, Zorrilla, Larra, Galdós, Clarín, Palacio Valdés, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela y Carmen Laforet. Se le han encargado varias reseñas y traducciones de literatura española al esperanto, que se le han encargado. Ha colaborado con Papers on Language and Literature, Estudios Ibero-Americanosy Symposium como redactor asociado. Ha sido director estatal para Wisconsin de la sociedad honoraria universitaria «Sigma Delta Pi» para estudiantes de español, la cual le concedió el ingreso en su Orden de los Descubridores. OLGA XIRINACS. Viu i treballa a Tarragona, on va néixer. Obra poética: Botons de tiges grises (1977), Clau de blau (1978), Llençol de noces (1979), Preparo el te sota palmeres roges (1980), Marina (Premi de la Crítica 1987), Llavis que dansen (Premi Caries Riba 1987), La pluja sobre eis palaus (1990), La Muralla (1993). Obres en prosa: Música de cambra (1982), Interior amb difunts (Premi Josep Pía 1992), Al meu cap una llosa (Premi Sant Jordi 1984, Premi de la Crítica 1986), La mostela africana ialtres contes (1986), Zona marítima (Premi Ramon Llull 1986), Mar de fons (1988), Relats de morts i altres matèries (1988), Tempesta d'hivern (1990), Enterrements lleugers (1991 ), Josep Sala o l'equilibri deis déus (1993), Cerimónia privada (1993), Sense malicia (Premi Ciutat de Palma 1994). També els Hibres per a infants: Sóc un arbre I El árbol de mi patio (1994), Patates fregides I Patatas fritas (1994); i eis juvenile: El far del capita I El faro del capitán (1994), Xocolata (1994), El meu pare és capita I Mi padre es capitán (1995), Final d'estiu / Final de verano (1996), Vol de dràcula / Vuelo de drácula (1996), Wendy torna a volar (1996), Suçant el melindro (1996). 187 188 índex del número anterior (N. úm 10 - Novembre 1996) PRELIMINAR. Joan Martí i Castell. Rector de la Universität Rovira i Virgili VIDALBA (VITIS ALBA). Olga Xirinacs 3 LLEGAR HASTA ISLA NEGRA. Rafael Guillen 4 CANCIÓN ÚNICA. Rafael Inglada 6 POEMAS. José Corredor-Matheos 7 REGRET POUR LA MORT D'ÁNGEL CRESPO. Françoise González-Rousseaux 9 SONETOS. Francisco Aguilar Piñal 10 CÓMO PESCAR CON MOSCA. Stephen Clark 12 DOS POEMES. Macià Riutort 13 LA VERDAD QUE ES SILENCIO PARA SIEMPRE. Ramón García Mateos 14 DOIS POEMAS. José Bento 15 CAMINO DE TAGASTE. Manuel Fuentes 17 POEMES. Valent! Gómez i Oliver 18 POEMAS. Jesús Pérez Magallón 20 POEMA. Sara Pujol 22 POEMES. Rita Baldassarri 23 HAWORTH, AGOSTO DE 1996. Ana María Rodríguez 25 LA VIOLETA I EL PONT DE COTÓ-FLUIX. Josep Maria García 28 «NO PLANTES NINGÚN ÁRBOL ANTES QUE LA VIÑA». Joana Zaragoza Gras 33 DÉLIE: TRATAMIENTO DE CONCEPTOS Y SÍMBOLOS ERÓTICOS. M." del Carmen Fernández Díaz 37 APUNTES PARA UN ESTUDIO DE LA INTERROGATE EN GARCILASO Y QUEVEDO. María del Carmen Sigler 44 ISLAS EN EL TABLADO. Maria Grazia Profeti 51 PREDICACIÓN DIVINA, PALABRA Y TÓPICA EJEMPLAR EN LOS SIGLOS DE ORO: MAGIS MOVENTEXEMPLA QUAM VERBA. José Aragüés Aldaz SOLEDAD DE GÓNGORA Y SUEÑO DE SOR JUANA. Elias L. Rivers 55 69 LOA DEL AUTO A SAN HERMENEGILDO: SOR JUANA FRENTE A LA AUTORIDAD DE LA SABIDURÍA ANTIGUA. Georgina Sabat-Rivers 76 LAS CAUSAS DE LAS ACCIONES EN EL QUIJOTE: ACCIONES FEMENINAS. Luisa López Grigera 83 AVENTURAS DE JUAN LUIS. HISTORIA DIVERTIDA QUE PUEDE SER ÚTIL (1781 ) DE DIEGO VENTURA REJÓN Y LUCAS. M. s de los Ángeles Ayala 88 POEMES D'HÖLDERLIN. Tradúcelo i notes de Macià Riutort 95 NOVELA Y EPOPEYA EN LOS BANDOS DE CASTILLA DE LÓPEZ SOLER. Russell P. Sebold 105 EL CAMBIO DE VALORIZACIÓN DEL SATANISMO EN LA COSMOVISIÓN ROMÁNTICA: EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA DE ESPRONCEDA. María-Paz Yáñez 116 SOBRE LAS TRAGEDIAS CLASICISTAS DE LOS ROMÁNTICOS. Ermanno Caldera 127 EL AMBIENTE TEATRAL MADRILEÑO EN LA LITERATURA COSTUMBRISTA: SOBRE PÚBLICO, LOCALES, REPRESENTACIONES CASERAS Y ACTORES. Joaquín Alvarez Barrientos 135 VARIACIONES NARRATIVAS EN LA OBRA DE CLARÍN. Ana L. Baquero Escudero 148 EL POEMA DEL TRABAJO (1898): UN LIBRO TEMPRANO DE GREGORIO MARTÍNEZ SIERRA. Marta Palenque .... 155 ROMANTICISMO Y TRAGEDIA: AMOR DE PERDIÇAO DE CAMILO CASTELO BRANCO. M.a Rosa Álvarez Sellers. 161 «LOS MOTIVOS DE ANTEO» EN ÁNGEL CRESPO. (NOTA PRELIMINAR). Pilar Gómez Bedate 169 14 CARTAS INÉDITAS DE JORGE GUILLEN. Edición y notas de Ezequiel González Mas 174 LA POESÍA DE PEDRO RODRÍGUEZ PACHECO. Manuel Mantero 179 TODOS MIENTEN: CRÓNICA DEL DESENCANTO Y SUBLIMACIÓN DE LA DIFERENCIA. Jesús Pérez Magallón .... 183 LA HISTORIA COMO METÁFORA (TRES LECTURAS DE UNA NOVELA DE C. FUENTES). José Andrés Rivas 190 JOSÉ CORREDOR-MATHEOS, POETA CHINO Y JAPONÉS. José María Balcells 195 LA ESCRITURA EN TENSIÓN DE FRANCISCO BRINES. Armando López Castro 198 LA PERSONALIDAD CREADORA DE ANA MARÍA FAGUNDO. Francisco J. Peñas-Bermejo 213 «EL PENSAMIENTO ES UNA ENFERMEDAD SAGRADA Y LA VISTA UN ENGAÑO»: LO SPETTACOLO DEL ROMANZO EN EL DESORDEN DE TU NOMBRE DE JUAN JOSÉ MILLAS. Giovanni Cara ... 221 A PROPÓSITO DEL RECEPTOR EN EL ARTE DE LENGUAJE: DE RETÓRICA A LITERATURA. Tomás Albaladejo .... 226 INTERPRETACIÓN Y ESTILO (A PROPÓSITO DE MICHAEL RIFFATERRE). Juan Carlos Gómez Alonso 230 LA COMUNICACIÓN LITERARIA QUE VIENE. Javier Rodríguez Pequeño AUTORS ÍNDEXS de Salina, núms. 1-10 (1986-1996) 234 236 242 s alma Sali Iña 700 agraeix la col-laboració de: X ht/Kl Kibceria \ Λ mhh 4i VS. ma: "Rambla ïRooa, 94 bi& / £el. 27 ^δι? Tarragona COPISTERIA ••'' :&*.. . . Ä J ;:::·¥ίϊί: • FOTOCOPIES EN B/N I COLOR • ENQUADERNACIONS • PLASTIFICATS • TREBALLS D'IMPREMTA • SERVEIDEFAX • ENQUADERNACIÓARTESANALDE FASCICLES • ENQUADERACIÓ RÚSTICA I GRAVATS Avgda, Estanislau Figueres, 62 - Tel. i Fax 977 - 22 78 11 • RESTAURACIÓ DE LLIBRES • ESPECIALISTES EN TESIS 43002 TARRAGONA ENQUADERNACIONS ARTESANES Avda. 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Estanislao Figueras, 47-bls 43002 - TARRAGONA f&uxm ^ixxiiitxsxtàxm ht ©arragtftm In vino Veritas: Metí m est propossitum in taberna mori. Cel. 909 32 44 öS 196 ACCESORIS Avda. Francesc Macià, 8 Tel. i Fax 22 09 05 43005 TARRAGONA Tit Estètica| Roger de Flor, 153-157 Telefon 93/232 34 06 08013 BARCELONA Tel. 21 30 86 / 21 37 19 Fax 21 37 19 C/ Gasometre, 24 · C/ Soler, 20 TARRAGONA DISTRIBUIDORA Po. Industrial Francoll Parcela 15, Naus Centrals, η.β 2 Telefon 54 08 63 LLIBRES: PRE-ESCOIAR - Ε.G. Β. F.P. - B.U.P. - LLIBRES TÈCNICS MATERIAL OFICINA DIDÁCTICA Sevilla, 20, baixos Telefon 21 6968 43001 TARRAGONA *s *5