“El Señor es mi luz y mi salvación” Libro del Profeta Isaías (Is. 9,1-4) “En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado de Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro los quebrantaste como el día de Madián.” Salmo Responsorial (Salmo 26) R/. El Señor es mi luz y mi salvación. El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de vida; ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré; habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor. 1,10-13.17) “Hermanos: Os aseguro en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos diciendo: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo” ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? No me envió Cristo a Bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.” Aleluya Aleluya, aleluya. “Jesús predicaba el Evangelio del Reino, curando las enfermedades del pueblo”. Aleluya. Evangelio de san Mateo (Mt. 4,12-23) “Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.” Reflexión El hombre hoy vive envuelto en cantidad de situaciones y proyectos varios, debatiéndose entre el dolor y la alegría, las lágrimas y el gozo, los sueños e ideales y los fracasos, los momentos de paz y de angustia, de vida y de muerte... Ante tantos interrogantes, la palabra de Dios nos ilumina y nos recuerda que debemos fortalecer nuestra fe y nuestra esperanza. Jesús llega y se establece en Carfarnaún para comenzar lo que había sido dicho por medio del profeta Isaías. El texto del evangelio de este domingo es la introducción general al ministerio de Jesús, y las precisiones geográficas que están contenidas tienen un aspecto doctrinal: Jesús con sus actos cumple la profecía de Isaías. Todos sabemos muy bien que la luz es una de las necesidades primordiales del hombre. Ella no es sólo un elemento necesario para su vida, sino casi la imagen de la misma vida. Esto ha influido profundamente sobre el lenguaje, como lo vemos en: "ver la luz" y "llega a la luz" significa nacer; "ver la luz del sol" es sinónimo de vivir. Al contrario, cuando un hombre muere, se dice que "ha cerrado sus ojos a la luz". La Biblia usa esta palabra como símbolo de salvación. El salmo responsorial pone la luz en estrecha relación con la salvación, mostrándole la equivalencia: "El Señor es mi luz y mi salvación". San Juan nos dice: "Dios es luz y en Él no hay tinieblas" (1Jn 1,5). En Él habita una luz inaccesible" (1Tim 6,16). En Jesús la luz de Dios llega a iluminar todo lo creado: "vino al mundo la luz verdadera, aquella que ilumina a cada hombre" (Jn 1,9). "Yo como luz he venido al mundo, para que quien cree en mí no permanezca en las tinieblas" (Jn 12,46). Rescatado de las tinieblas del pecado e inmerso en la luz de Cristo a través del bautismo, el cristiano debe realizar la obra de la luz: "Si en un tiempo fuiste tiniebla, ahora eres luz en el Señor. Compórtate por esto como hijo de la luz" (Ef 5,8). El paso de las tinieblas a la luz es la conversión, la entrada en el reino de Dios. "Convertirse" y hacer penitencia, indica un cambio radical en nuestra vida, un reordenamiento en la escala de valores que el mundo propone y de nuestras preocupaciones cotidianas que no son ciertamente aquellas propuestas por el evangelio en el discurso de la montaña. El reino de Dios está presente o distante, se acerca o se aleja según sea nuestra voluntad de conversión. La conversión, a su vez, no es jamás una operación realizada una vez por todas, si bien una tensión cotidiana, como la fidelidad no es un dato que se pueda adquirir con una promesa, sino una realidad para vivir minuto a minuto. De otra parte el cristiano, aunque después del bautismo, no es jamás pura luz; es una mezcla de luz y de tiniebla; por esto su vida es una lucha. Pero Cristo lo reviste con las armas de la luz (Ef 6,11-17). Así el cristiano está seguro que después de haber "aquí abajo participado de la suerte de los santos en la luz" (Col 1,12), "resplandecerá como el sol en el reino del Padre" (Mt 13,43) y "su luz verá la luz" (cfr. Sal 35,10). Juan Bautista y Cristo sintetizan su predicación con la invitación a la conversión: "Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca". Los hebreos que escucharon este llamado formulaban demasiadas objeciones: nosotros somos hijos de Abraham, vivimos en la seguridad de un pueblo escogido por Dios, tenemos las instituciones religiosas que nos garantizan la posibilidad de observar la Ley; no tenemos necesidad de convertirnos (cfr. Mt 3,9s). Similar, aunque demasiado inconsciente, está la actitud de muchos cristianos, para quienes la palabra "conversión" resuena extraña, lejana, aplicable sólo a quien "vive en las tinieblas del error y del pecado". No olvidemos que la evangelización cristiana se inicia en Cafarnaúm con la llamada de Jesús: "Convertíos". Este anuncio del Reino que llama a la conversión debe resonar continuamente en el corazón de nuestras familias y en nuestras comunidades. Hay necesidad de un retorno a la evangelización, al primer anuncio. Francisco Sastoque, o.p.