EL OFICIO DE ENCUADERNADOR El tipo de encuadernación que

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EL OFICIO DE ENCUADERNADOR
El tipo de encuadernación que se elige para un libro concreto depende de un sinfín de
detalles. Deben tenerse en cuenta las modas imperantes, el uso al que esté destinado el
libro, o las posibilidades económicas de aquellos que encargan dicha encuadernación.
Teniendo en cuenta estas particularidades, el encuadernador comienza su trabajo.
El oficio de encuadernador está ligado al del copista o impresor y al del librero. Sin
embargo, las vías de distribución de los textos y de las encuadernaciones podían ser
muy diferentes; es decir, el libro no se vendía necesariamente encuadernado, y dicha
encuadernación siempre podía cambiarse, si no era del gusto del nuevo dueño o si se
había deteriorado con el tiempo.
Por otra parte, quién y cómo realizaba la encuadernación dependía del modo de
producción de las obras. En la Edad Media, los libros eran manuscritos, copiados por
monjes en los monasterios, y eran los propios monjes quienes se encargaban de
encuadernarlos. No obstante podía haber algunos ejemplares especiales, pertenecientes
a personas de alto rango o a la Iglesia para los que se demandaban cubiertas lujosas. Los
encuadernadores eran entonces también joyeros, carpinteros, bordadores, sederos…
importantes artesanos. Este derroche de opulencia servía para demostrar la riqueza del
poseedor, sin importar si sabía o no leer o si le interesaba el texto que se encerraba bajo
las tapas. Por otra parte, los libros destinados al culto, debían ser excepcionales, de la
misma manera que lo eran los cálices, las patenas, las túnicas, etc.
Con el tiempo esto no desapareció, pero la aparición de la imprenta supuso una
revolución. Los libros estaban al alcance de un mayor número de personas, puesto que
ya no eran tan caros. A esta situación habría que añadir la de la creciente importancia de
las universidades, que acogían más estudiantes, quienes a su vez demandaban libros
para sus estudios. Todo ello produjo un aumento del número de volúmenes, y en
consecuencia, se incrementó el número de ejemplares que tenían que ser encuadernados.
Por otro lado, los centros de distribución de libros impresos no tenían por qué coincidir
con los lugares donde desarrollaban su trabajo los encuadernadores. Los primeros, los
impresores, buscaban establecerse sobre todo en importantes centros comerciales,
puesto que de esta forma les resultaría más fácil vender sus productos. Por
otra parte, los encuadernadores se asentaban a menudo en lugares con universidades,
donde los estudiantes demandarían frecuentemente cubiertas para sus libros.
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Para ilustrar lo que venimos diciendo sobre la separación entre el comercio del libro y el
comercio de la encuadernación, aunque estén muy relacionados, podemos recurrir a la
legislación histórica sobre el libro. Carlos III aprobó en 1778 una Real cédula por la que
se prohibía absolutamente la introducción en sus reinos de “todos los libros
encuadernados fuera de ellos, a excepción de los que vengan en papel o a la rústica, y de
las encuadernaciones antiguas de manuscritos y de libros impresos, y se conceden seis
meses para la introducción de los que ya estén pedidos.” (Mercurio histórico, año de
1778, pág. 201.).
El librero solía ser también el encuadernador (incluso en ocasiones era también el
impresor). Sabemos esto por los numerosos utensilios para desarrollar esa actividad que
aparecen en los inventarios de diversos libreros. Como es lógico, vendían a diferentes
precios los libros encuadernados y aquéllos sin encuadernar.
En este caso para llegar a ser encuadernador, y librero, el proceso era similar al de otros
oficios. El maestro tomaba algunos aprendices a los que enseñaba las tareas propias de
la profesión y les proporcionaba cama y comida.
Además, continúan los pedidos excepcionales y suntuosos, en parte guiados por la
moda. Reyes, nobles y curia eclesiástica tenían sus propios encuadernadores. Recurrían
a auténticos artesanos, encuadernadores de renombre. Algunas personas de relevancia
exigían una misma encuadernación para toda su biblioteca, de ordinario con su propio
escudo heráldico, reencuadernando ejemplares que les llegaban con otras cubiertas.
A partir del siglo XVII y sobre todo XVIIII, la cantidad de nombres de encuadernadores
y libreros conocidos se amplía de manera considerable. Uno de los más famosos fue sin
duda Antonio de Sancha (1720-1790), también librero, impresor y editor.
Cuando aparece la encuadernación industrial, se va separando el trabajo del
encuadernador y el del librero, fusionado casi siempre hasta este momento. Asimismo,
tienden a desaparecer las encuadernaciones de lujo.
La industrialización produjo un mayor abaratamiento de libros y encuadernaciones y
una democratización de la cultura. Aunque en la actualidad siguen existiendo
encuadernadores artesanos, son muy escasos.
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BIBLIOGRAFÍA
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Sevilla del Quinientos. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2007.
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