Aunque no es una persona real, Hamlet es todo un carácter, existiendo una serie de rasgos que son definidos como hamletianos. Al acercarnos a él tratando de elucidar las razones ocultas de su extraño comportamiento, debemos tener presente que es un personaje muy abierto, que puede tomar diversas formas sin dejar de ser el mismo. De hecho, no sólo está el Hamlet de cada actor sino, inclusive, el de otros autores, como el de Jules Laforgue, por poner un ejemplo, del que Maeterlinck ha podido decir que en ocasiones resulta más hamletiano que el de Shakespeare. Desde el comienzo de la obra Hamlet se muestra profundamente deprimido y en las primeras palabras que pronuncia cuando está solo manifiesta un ansia de morir: ¡Ah, si esta carne demasiado, demasiado sólida se fundiese, se derritiese y se disolviese en un rocío! ¡Oh si el eterno no hubiera fijado su ley contra el suicidio! ¡Oh Dios, oh Dios! ¡Qué fatigosas, rancias e inútiles me parecen todas las costumbres de este mundo! ¡Qué asco me da! ¡Ah, qué asco, qué asco! Este largo soliloquio finaliza con reproches a la Reina Gertrudis por su precipitación en contraer un nuevo matrimonio, que le ha hecho cambiar bruscamente la imagen que tenía de ella, llenándolo de perplejidad y amargura. Pero aunque sueña con la muerte, Hamlet teme que ella sea una pesadilla de la que no sería posible despertar. El conflicto trágico arranca desde el momento en que se le aparece el espectro del padre y le revela que ha sido asesinado por su hermano, el actual Rey y esposo de la Reina. Apelando al amor filial exige ser vengado con la muerte de Claudio. Hamlet se precipita a acatar el mandato pero luego dará muchos rodeos antes de realizar lo prometido. Se ha discutido mucho si el espectro es o no es una alucinación de Hamlet. Aunque los primeros en verlo son Horacio y Marcelo, también es cierto que su aparición responde a un deseo previo de Hamlet, quien dice a Horacio: Mi padre...me parece ver a mi padre. ¿Dónde, señor? En la visión de mi alma, Horacio. En ese momento éste le dice que cree haberlo visto esa noche, por lo que podríamos suponer que es Hamlet quien al invocar al padre provoca su retorno como muerto vivo. Más adelante, cuando sus amigos tratan de evitar que siga al espectro, Horacio dice: Se vuelve frenético con sus imaginaciones. La sombra del padre vuelve a presentársele en la escena del Acto III que se desarrolla en la habitación de la Reina, la que al no ver con quién él está hablando piensa que está loco: Ay, cómo estás tú, que pones tus ojos en el vacío y conversas con el aire sin cuerpo?, dice Gertrudis. Esta escena, que podría ser un argumento a favor del carácter alucinatorio del espectro, sin embargo no lo es, pues como nos lo recuerda A.C.Bradley, los fantasmas de la época isabelina podían limitar su aparición a una sola persona. De todas maneras, más que un habitante de otros mundos, la sombra del padre es algo que se halla en el alma de Hamlet, en su ánimo sombrío y en sus oscuros presentimientos. Desearía creer que Hamlet no realiza lo que prometió al espectro por ser la única manera de preservar su libertad y su subjetividad. Después de su juramento, conserva la duda y hasta la esperanza de que todo no haya sido más que un engaño: El espíritu que he visto puede ser el Diablo, y el Diablo tiene poder para tomar una figura agradable, sí, y quizá, por mi debilidad y mi melancolía, como es tan potente con tales espíritus, me engaña para condenarme. Duda también de sus capacidades. Ayer nacido para arreglar el mundo, hoy débil y melancólico ante el Diablo, que es el que tiene los poderes. Una vez confirmada la culpabilidad de Claudio, cuando tiene todos los motivos para actuar, Hamlet se encuentra con su inhibición, con que le falla la voluntad. Los términos de su juramento de fidelidad tienen algo de autoinmolación a un ser divino: ...¿Recordarte? sí, de la tabla de mi memoria borraré todos los recuerdos triviales y necios, todos los dichos de los libros, todas las formas, todas las impresiones pasadas que han copiado allí la juventud y la observación; y sólo tu mandato vivirá en el libro y el volumen de mi cerebro, sin mezclarse con materia más baja: sí, sí, por el Cielo. Aunque la obediencia al padre era mucho más severa en los días de Shakespeare que en los nuestros, en estas palabras hay algo excesivo que sobrepasa al típico sometimiento neurótico a la voluntad paterna. Hamlet se vacía de sus pensamientos e intereses para llenarse únicamente con el mandato superyoico del espectro, cuyas palabras son un llamado directo a la pulsión, al margen de las funciones normativas y las de autoconservación. El efecto traumático de esas palabras no sólo priva a Hamlet de recuerdos, haciendo imposible el duelo, sino que trastoca toda su organización subjetiva, sostenida en una vida representacional que anuda lo psíquico con lo somático y con la realidad, y cuya alteración produce el desprendimiento de los objetos de investidura, extinguiendo el deseo y liberando pulsión de muerte. Si antes del encuentro con el espectro Hamlet amaba a Ofelia, a partir de ese momento la trata de una forma despectiva y cruel, abandonándose a un goce sadomasoquista que incrementa el proceso autodestructivo; terminará destruyendo al objeto de su amor y de su deseo que lo ligaba a la vida. Al no haber puesto límites a su entrega a la sombra del padre tampoco puede ponerlos a su agresión, como se aprecia en la escena en que expulsa violentamente a Ofelia de su vida, enviándola a un convento. No es casualidad que en Duelo y melancolía Freud se acuerde de Hamlet. Al referirse a la autodenigración como rasgo clínico principal de la melancolía, pone como ejemplo una de sus frases: Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado? Y en otro momento le dirá a Ofelia: Yo mismo, soy medianamente honrado y, sin embargo, me podría acusar de tales cosas que más valdría que mi madre no me hubiera parido. Como es sabido, la autodenigración encubre la denigración del objeto, que ha sido incorporado; la dualidad y la ambivalencia que caracterizan al combate melancólico con el objeto son presentadas en la obra de un modo manifiesto, pues lo que en ocasiones es para Hamlet la sombra venerada del padre, en otras es tratada con burla y desprecio, llamándole viejo topo, buena pieza o el compadre del sótano. Pero estas palabras de advertencia son desmentidas por el comportamiento de Hamlet, que no piensa ni actúa como correspondería a su condición de príncipe, sino que se ubica en una posición de cierta marginalidad desde la que cuestiona las costumbres y las normas de la corte, con la que no se muestra identificado. Es un príncipe peculiar hasta la anomalía, lo que despierta los afectos de Ofelia hacia el.