Ivar Da Coll

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cuadernos de literatura infantil colombiana
ivar
day lacoll
crítica
1
créditos
2
3
4
5
Contenido
12
Ivar Da Coll: auténtico intérprete de la cultura infantil
18
Otras voces: Zully Pardo
19
Ivar Da Coll y la poética del libro-álbum
34
Otras voces: Alvaro José Sánchez
36
Ivar Da Coll: entre la permanencia y el cambio
45
Otras voces: Galia Ospina Villalba
46
Ivar Da Coll o el encanto de la inocencia
54
Otras voces: Paola Roa
55
Ivar y sus amigos
59
Otras voces: Juanita Cajiao
60
La obra
69
El autor
71
Bibliografía sobre el autor
74
La exposición
Beatriz Helena Robledo
María Elena Maggi
Fanuel Hanán Díaz
María Clemencia Venegas Fonseca
Margarita Valencia
6
7
8
9
10
La veía dibujar con mucho interés; y con la misma emoción se
sentaba durante horas a tocar el piano. Tal vez, observar a mi
mamá desde muy pequeño haciendo estas actividades me motivara
a imitarla; por esa razón, y desde que tengo claros mis recuerdos,
sé que dibujar es algo que me fascina. Por su parte, mi papá
entendió ese gusto y entonces se dedicó a comprarme cuadernos,
pinceles, lápices de colores… Eso sí, con la condición de que una
vez finalizara los dibujos, se los enseñara. Muchas veces, a cambio
de esas páginas, me dio dinero con el que pagué las entradas a
las funciones matinales de cine los domingos.
Mi papá murió cuando yo tenía once años. Para entonces,
comencé a trabajar en un grupo de títeres en el que no sólo actué
con los muñecos, sino que además diseñé varios personajes,
elaboré sus cabezas, sus vestidos, así como también los escenarios
en los que representarían las historias. Dentro de mis planes no
estaba convertirme en un escritor e ilustrador de libros infantiles,
más bien, siempre quise ser un pintor, pero creo que haber
trabajado en el teatro de títeres me llevó a tener este oficio.
Bien dice un dicho muy bonito: “Uno hace planes y Dios se sonríe”.
Y yo he logrado sonreírme, no sólo con Dios sino también cuando
me he enterado de que algunos niños han sido felices, aunque
sea por un ratito, con alguno de mis libros.
Iv a r D a C o l l
11
12
beatriz helena
robledo
Licenciada en Letras con
maestría en Literatura
Hispanoamericana por
la Universidad Javeriana
de Bogotá, donde es
profesora en el área de
Literatura Infantil. Escritora e
investigadora en las áreas de
Literatura Infantil y Juvenil
y en procesos de formación
lectora, con veinte años de
experiencia en el campo de la
lectura y la literatura infantil y
juvenil. Entre sus obras están
Antología del relato infantil
colombiano, Antología de
poesía infantil colombiana,
Antología de poesía juvenil
colombiana, Siete cuentos
maravillosos, Rafael Pombo,
la vida de un poeta, Un día
de aventuras y Fígaro. Fue
subdirectora de Lectura
y Escritura del c e r l a l c .
Actualmente es directora
de Taller de Talleres y se
desempeña como consultora
independiente.
Ivar Da Coll:
auténtico intérprete
de la cultura infantil
hablar de Ivar Da Coll es hablar de un creador. Creador
de un mundo expresado en doble clave: texto e imagen. Este
ejercicio creativo en el que, desde su origen, se fusionan
los colores, las figuras, las técnicas de la ilustración con las
palabras, la historia, el diálogo, requiere un gran talento.
Y eso es lo que tiene Ivar Da Coll: talento. Pero un talento
cultivado con oficio y vocación de explorador. Ivar es el único
representante en nuestro país de ese singular y delicioso
género –conquista de los libros para niños– llamado libroálbum. Género en el que no basta una simple relación entre
imagen y texto, sino en el que además es necesaria la tensión
y la lucha por el sentido entre estos dos lenguajes. Vendrán
otros, jóvenes creadores que se irán abriendo camino en este
campo que se instala con mesura en nuestro medio, pero él
seguirá siendo el pionero.
El camino para llegar al libro-álbum es diferente para cada
creador. Algunos vienen de las artes gráficas y por casualidad
o azar devienen en el oficio de crear libros para niños; otros
provienen del mundo de la pintura; y otros se forman en
la academia como ilustradores. Ivar viene de un espacio
que quizás logre explicar su vocación literaria: el teatro. Su
formación inicial es la de titiritero. Oficio que lo acerca desde
una mirada lúdica al universo de los niños, y que le da los
elementos esenciales para crear personajes. Y quizás estos
sean dos secretos que explican su consolidación como creador
de libros para niños: la construcción de personajes y una
intuición, expresada en voluntad creativa, para descifrar el
mundo infantil.
Personajes, sí, muchos, variados, inolvidables, singulares,
únicos. ¡Qué decir de su primer personaje! Aquel que le
entregó la carta mágica para trasegar por la literatura infantil
y los libros para niños: Chigüiro. Este simpático y tierno
13
Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
roedor oriundo de los Llanos Orientales de nuestro país no
necesitó –en manos de Ivar– palabras para contar todas sus
historias. Historias que no eran grandes hazañas ni enredadas
aventuras: sencillas anécdotas de la vida cotidiana que para
un niño hacen parte de su descubrimiento del mundo y de su
manera de relacionarse con su entorno: un lápiz mágico que
hace realidad lo que se desea; un flotador que sirve de rueda
de la chiva, desafiando las leyes de la física y resolviendo
una dificultad no menor, que logra evitar la frustración de
no poder ir a la playa de paseo; un palo que en manos de
Chigüiro, como en las de un niño, se transforma en múltiples
objetos.
Y este personaje inaugural, por supuesto, no vive solo.
Empieza así la creación de una variedad de seres que hacen
parte de su familia y de sus amigos. Animales que encarnan
cualidades humanas que para Ivar resultan fundamentales:
la solidaridad, la fraternidad, la clara y diáfana noción de
amistad. La familia y los amigos acogen al niño lector, lo
arrullan y lo protegen. Y ese es el primer nicho en el que se
detiene Ivar en su camino como explorador: la recreación
de la amistad. Esta se manifiesta de muchas maneras en
la vida cotidiana de los personajes: Hamamelis, Eusebio,
Camila, Úrsula, Ananías, Eulalia, Miosotis, tejen sus lazos a
través de pequeños pero grandes pactos: guardar un secreto,
hacer un regalo especial al amigo, un regalo anhelado que
demuestra conocimiento del otro; celebrar el cumpleaños
entre amigos, cumpleaños que todos habían olvidado; jugar a
las escondidas, disfrazarse para jugar a ser otro; acompañarse
en las noches oscuras cuando salen los monstruos… En esta
serie de libros, que no son necesariamente una época en la
trayectoria de Ivar, sino más bien una línea de expresión o un
leitmotiv que se manifiesta en diversas obras, los personajes
son creados en relación con el otro. No son sus aventuras
ni sus actos heroicos los que los caracterizan o los hacen
inolvidables, tampoco es su personalidad que podría llegar
a ser expresión egocéntrica: es su relación con los otros, con
el otro. Allí hay una ética del cuidado que supera el mero
divertimento o la admiración por la técnica. Chigüiro, Abo,
14
Ata, Carlos, Cochinita, Nano y sus amigos, Eusebio, Juan,
Diego, viven en función del otro llamado amigo, hermano,
nieto, madre, padre, y sus cualidades los definen. En esta
porción del mundo de Ivar que acoge a los lectores más
pequeños, no hay malos ni buenos. Hay seres que pueden
parecer, a los ojos del protagonista, ofensivos, extraños,
molestos, pero no malos, hasta que el personaje, en virtud de
la aclaración, comprende la verdadera naturaleza de lo que
ocurre. Esa sutileza de las relaciones la entienden mejor los
niños que los adultos, para quienes sí existe la maldad, como
en el caso de Los dinosaurios (2000). En esta historia, por
ejemplo, son los adultos –quienes casi siempre tienen ideas
muy tontas, como dice el narrador– los causantes de
la desaparición de los dinosaurios, al querer exterminarlos
con sus carros de ruedas, sus herramientas y sus antorchas
de fuego.
Otra constante que aparece en la obra de Ivar es el
juego. El juego expresado de diversas maneras: tejido de
una historia, basamento de una arquitectura narrativa,
como en el caso de Torta de cumpleaños (1990), Garabato
(1990), Chigüiro, Rana Ratón (1997). En todas estas obras
los personajes juegan: a las escondidas, a disfrazarse y
convertirse en otro, a divertirse. El juego hace parte esencial
de la vida del niño y es a través de éste que resuelve muchas
de sus confusiones sobre el mundo. El juego para un niño es
metáfora. O mejor, abre en la vida real la posibilidad de la
metáfora: juego de roles, juego tradicional con repeticiones
que dan seguridad, con estribillos que glosan y amplían el
sentido, juego de suposiciones. Ivar echa mano del juego,
como lo hacen los niños. Haciendo así uso de la expresión
más auténtica de la cultura infantil.
En esa vocación de explorador, Ivar incursiona en el
humor, con la misma comprensión del universo de la
infancia, en este caso, con el humor que puede arrancarle
una carcajada a un niño lector más grande, que ya imagina
recorridos largos por senderos y caminos. ¡No, no fui
yo! (1998) y Balada peluda (2001) son muestras de este
camino que, aunque no ha sido ampliamente desarrollado,
15
Los dinosaurios / Supongamos, Bogotá, Norma, 2007.
El Día de Muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.
demuestra aciertos. ¡No, no fui yo! es un ejemplo del
conocimiento de lo que para los niños puede ser divertido y
sobre todo liberador. Frente al mundo convencional y rígido
de los adultos, los personajes se comportan como todo niño
desearía comportarse, o como realmente lo hace cuando está
lejos de la mirada represiva y ordenadora de los mayores.
Y es en estos textos en clave de humor que Ivar se lanza a
explorar la versificación. Hay algo de la más genuina tradición
pombiana en estos cuentos en verso, donde lo que importa
es poder contar una historia versificada, buscando las rimas
menos reforzadas, pero sin sacrificar el sentido. El verso fija
la memoria del lector y a los niños los acerca a su propio
sentido del ritmo. Da Coll, con este ejercicio de versificar
las historias, pareciera seguir los caminos de Rafael Pombo,
nuestro padre poético, cuando afirmaba que el niño, desde
que nace, comporta un fuerte sentimiento del ritmo, de la
cadencia y medida de las palabras. Esta escritura versificada
la hace extensiva a otros textos no humorísticos como El Día
de Muertos (2003) y ¡Azúcar! (2005) (original homenaje a
Celia Cruz). En estos dos libros el derroche visual es generoso.
Allí surge el ilustrador que se inspira en la observación del
mundo, el explorador que mira a través de la lupa agrandando
los detalles. Pero también surge el escenógrafo que recrea
los elementos más insignificantes del vestuario, de la cultura
local, de los objetos y utensilios.
Para el titiritero que no ha dejado de ser, la imagen es
escenografía, es teatrino. La imagen además es la posibilidad
de mostrar a los personajes y su mundo en toda su expresión.
Hasta en los textos más narrativos, sale su condición de
dramaturgo. En sus obras los conflictos están concentrados y
se resuelven en el mismo escenario. El tiempo presente prima
por sobre el pretérito, lo que intensifica el conflicto; el diálogo
expresa a los personajes y en la dialéctica de la conversación
se resuelven las tensiones.
Podríamos referirnos a la obra de Ivar Da Coll como la
expresión de una dramaturgia, pero de una dramaturgia
referida a los conflictos cotidianos de la infancia. El miedo,
el olvido del cumpleaños del amigo, el drama de tener
16
un hermanito que desplaza la atención de los adultos, la
dificultad de guardar un secreto, las pesadillas encarnadas
en monstruos, la partida de la casa buscando la compañía
de un adulto que le dé lo que necesita, son los conflictos a
partir de los cuales Ivar crea los personajes y las historias. Y
en esta recreación de la vida infantil demuestra una agudeza
de percepción que le permite no sólo crear historias cercanas
a los niños, sino que además los interpreta, los revela y les
devuelve las vivencias de su propio mundo con una gran
calidad literaria y artística.
Los aciertos de Ivar también son técnicos y formales. Sus
personajes animales están lejos de una simple reproducción
de la realidad. Son creaciones muy suyas, algunos son
híbridos de varios animales que al fusionarse logran crear
seres con nombre y personalidad singular; otros representan
a un animal conocido. Vaca, gato, gallina, pato, pero
dibujados con expresiones que los hacen únicos. Eusebio
no es cualquier gato, es Eusebio: tierno, sensual, tranquilo,
amoroso… Eulalia no es cualquier vaca, es Eulalia: vanidosa,
suave y elegante. Y esos calificativos no están escritos en
ninguna parte, los construye el lector a partir de la imagen de
cada personaje. Allí está la maestría del creador. Quizás los
personajes humanos se parezcan más entre sí, pero por sus
expresiones sabemos si están tristes, alegres, atemorizados,
enojados, en fin, sabemos qué están sintiendo sin que el texto
nos lo haga explícito.
Al mirar el conjunto de su obra, podemos afirmar con
certeza que Ivar Da Coll logra crear un mundo poblado de
seres diversos a quienes les caben calificativos comunes: la
inocencia y la candidez propia de la infancia protegida que
aún no se ha enfrentado a la dureza de la vida. Por eso su
literatura acoge, arrulla, divierte y genera gozo en sus lectores
tanto pequeños como grandes.
Celebramos este homenaje a un artista consagrado a su
oficio y quien ha demostrado con su obra estar del lado de
los niños.
17
Otra Voz: Zully Pardo
Para algunos, Ivar Da Coll se dio a conocer con Chigüiro; unos pocos vieron
por primera vez su trabajo en los cómics de Lola, la vaca rosa, publicados en
la revista Dini, y muchos empezaron a distinguir sus ilustraciones y textos
con la serie del gato Eusebio. De cualquier manera, la obra de Da Coll
tiene una particularidad: ha logrado crear un sello personal que la destaca
y la distingue. Esta característica es particular en un medio como el de la
literatura infantil colombiana, especialmente porque se trata de un tipo
de literatura que aún se encuentra en construcción: su reconocimiento y,
sobre todo, su posicionamiento han requerido un esfuerzo importante desde
distintas instancias (ilustradores, autores, editores, promotores de lectura) a
lo largo de varias décadas.
En medio de las dificultades que se presentan en un ámbito con estos
rasgos, es importante resaltar el aporte de Da Coll a la renovación de la
literatura infantil colombiana, específicamente con respecto al libro-álbum
y el libro ilustrado. No sobra recordar que en los años ochenta fue Da
Coll el primer autor que creó un libro enteramente ilustrado, el precursor
del libro-álbum en Colombia: Chigüiro; tampoco, que su trabajo enfatiza
situaciones y conflictos del día a día de muchos niños y que, además, esta
cotidianidad no sólo se concentra en anécdotas sino que contempla también
un universo estético especial, y que los elementos de la tradición oral son
recurrentes y crean un ritmo poético en cada una de sus obras. Aparte de
eso, la construcción de sus personajes es completa e incluye la creación de
atmósferas alrededor de ellos. Cuando Da Coll es el autor e ilustrador del
libro, el equilibrio entre el texto y la imagen resulta armonioso, el ritmo de
cada uno de sus elementos es sugerente, aporta mucho más sentido a la
historia, da lugar a un libro completo, entero por sí mismo.
Puesto que se trata de un talentoso autor e ilustrador, las expectativas en
torno a su obra cada día crecen más. Sus últimos trabajos han dado de qué
hablar, pero lo más importante es que su obra, por encima de cualquier
cosa que pueda decir la crítica, es apreciada y querida por los primeros
lectores, una obra que ya ha marcado a una generación de personas que
crecieron con Chigüiro y que hoy no dudan en elegir un libro de Da Coll
para sus hijos.
18
maría elena
maggi
Licenciada en Letras,
investigadora, editora
y promotora de lectura,
trabajó en el Banco del Libro,
realizó una pasantía en la
Biblioteca Internacional
de la Juventud de Munich
(Alemania) e inició las líneas
editoriales infantiles de
Monte Ávila Editores y Playco
Editores; autora de libros de
información y ficción para
niños, en la actualidad se
desempeña como asesora,
facilitadora y editora del
Proyecto Papagayo de la
Fundación Banco Provincial,
coordinadora de la Colección
Nuevos Lectores del Banco
Central de Venezuela y
editora independiente.
Ivar Da Coll
y la poética
del libro-álbum
críticos e investigadores de la literatura y los libros
para niños se han dado a la tarea de profundizar en la lectura
y el análisis de los libros ilustrados y de diferenciar éstos de lo
que han llamado un “nuevo género”, un género específico y,
sin duda, el más representativo en la producción de los “libros
infantiles”: el libro-álbum1. En general, coinciden en señalar
a Randolph Caldecott, artista inglés del siglo xix, como
su creador, porque “sus libros presentaban dibujos vivaces
acompañados por textos sencillos, creados para entretener
y no para instruir”2, lo que de entrada apunta hacia algunas
de sus características: la importancia de las imágenes o
ilustraciones, mencionadas antes que los textos, y la diversión
y el disfrute como finalidad de su lectura.
Sin embargo, podemos decir que esta definición vinculada
a su origen y que encierra su esencia, no expresa hoy la
riqueza y complejidad de un objeto o producto artístico que,
hace ya más de un siglo, ha generado en universidades y
centros de arte enjundiosos estudios dirigidos a interpretarlo:
establecer sus orígenes, su desarrollo y evolución en el tiempo,
sus características; reconocer sus más altos exponentes; o
registrar y valorar las experiencias de lectura –relación y
efecto– en lectores de muy diferentes edades y contextos. Un
género cuya estructura puede ser tan compleja que uno de
sus más emblemáticos representantes, el ilustrador Maurice
Sendak, lo ha definido como una “complicada forma poética”3
que, como ya se ha señalado, tiene vínculos, alimenta y a la
vez se alimenta de otras expresiones del arte y la cultura como
el teatro, el cine, la pintura, la literatura, el cómic, la televisión,
que, gracias a los avances tecnológicos en los procesos y
mecanismos de reproducción e impresión gráfica, se presta
para la continua experimentación, desafiando los límites de
imaginación e invención de sus autores.
19
Para diferenciarlo del libro ilustrado, Uri Shulevitz dice
que “en un verdadero libro-álbum las palabras no se sostienen
por sí solas”, “sin las ilustraciones el contenido de la historia
se vuelve confuso”, “tanto las palabras como las imágenes son
leídas” y conforman un todo, la relación entre ilustración y
palabra “es de contrapunteo: se complementan y se completan
unas a otras”4, mientras que Kenneth Marantz, lo define como
“arte visual” y afirma que “a diferencia de un libro ilustrado
es concebido como una unidad”, “una totalidad integrada por
todas y cada una de sus partes –portada, guardas, tipografía
e imágenes– diseñadas como una secuencia cuyas relaciones
internas son cruciales para la comprensión del libro”5.
Afirmaciones que nos permiten entender, por una parte, que
sus más destacados autores provengan del campo de las artes
plásticas o visuales y asuman la creación de las ilustraciones
y el texto, e incluso muchas veces el diseño y todos los
aspectos gráficos de la publicación, y por otra, que todas
las elecciones que hacen estos artistas para la elaboración
de un libro –técnicas, soportes, colores, formas literarias–
son importantes, se dirigen a un objetivo –comunicar un
significado– y hacen parte de su estilo.
A este innovador campo del libro-álbum es a donde nos
conduce Ivar Da Coll en su doble función de ilustradorautor, tanto en series de libros como en títulos sueltos que
se cuentan entre sus mejores trabajos; a éstos quisiéramos
referirnos, tal y como lo piden sus libros, con el mayor gusto y
libertad.
Chigüiro: la narración visual o contar con imágenes
Chigüiro y el lápiz, Bogotá, Babel, 2005.
Con la serie de Chigüiro, aparecida por primera vez en
1985 y ahora publicada en una edición mejorada6, Da Coll
nos ofrece, en una secuencia de imágenes sin palabras, breves
historias protagonizadas por un pequeño chigüiro7 en las que
se reflejan las reacciones, las emociones y la imaginación de
los niños pequeños, en situaciones –cotidianas o fantásticas–
relacionadas con el juego, la curiosidad, el descubrimiento y la
interacción con sus pares.
20
Da Coll crea un personaje original mediante la exageración
de algunos rasgos del animal, como el ancho de la nariz y
el largo de los bigotes, y la reducción de otros a su mínima
expresión, como los ojos –una pequeña raya oblicua–;
conserva su desnudez pero sus gestos y posiciones son las
de un niño, y su gracia y sus movimientos contradicen el
peso del animal. Chigüiro juega a la pelota; cuando ésta
cae en un charco y el barro lo salpica, decide bañarse con la
bola, para salir nuevamente a jugar. Chigüiro encuentra un
lápiz; comienza a dibujar lo que resulta ser una bicicleta; se
monta en ella, hace piruetas, la deja; luego, dibuja un helado
que se come; después, cansado, dibuja una cama donde se
duerme. Chigüiro persigue una mariposa, se interna entre
unos juncos y sale, sin darse cuenta, con unas ramas sobre la
cabeza; un mono y una chigüirita se ríen de él; se va a casa
triste, pero finalmente ve en un espejo lo que ha ocurrido;
decide volver donde sus amigos para reírse a pierna suelta
con ellos. Chigüiro intenta, sin éxito, alcanzar un racimo de
bananos; un monito se sube sobre su espalda, baja el racimo y
ambos comen las frutas. Chigüiro encuentra un palo que usa,
primero, para jugar béisbol, luego, como caballo y garrocha,
y finalmente como una escopeta con la que apunta al monito
que le sigue el juego, desternillándose de risa enseguida.
En estas nuevas ediciones prevalece el color blanco –en
portadas y tripa–, en contraste con las guardas naranja
que nos introducen en una atmósfera lúdica –imágenes de
Chigüiro jugando y haciendo equilibrio sobre una cuerda
floja–, y a pesar de que el tamaño de los libros es pequeño, el
blanco del fondo produce la sensación de un inmenso espacio
donde el personaje se mueve con soltura según convenga
a la narración, pues la estructura de los libros es parecida
a la de un cómic o a la de una película corta en la que se
suceden unas pocas escenas (14 a 16), que no corresponden
necesariamente al número de páginas sino al ritmo narrativo:
a veces se presentan varias secuencias en una sola página o se
introducen elementos, como la bicicleta o la chiva, cortados
en la página izquierda, lo que produce una sensación de
movimiento. Las líneas de los contornos y el rayado, muy
21
Chigüiro y el lápiz, Bogotá, Babel, 2005.
Chigüiro chistoso, Bogotá, Babel, 2005.
Chigüiro encuentra ayuda, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro viaja en chiva, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro encuentra ayuda, Bogotá, Babel, 2006.
fino, en tinta china, se entrecruzan para producir sombras y
volúmenes, y tanto el blanco como los colores suaves y cálidos
de la acuarela –marrones, verdes, amarillos– refuerzan la
inocencia o la ingenuidad expresada por el personaje.
Una serie que aborda el juego de la imaginación, apela a
sentimientos o emociones básicos e incorpora, a la vez, juegos
“metaliterarios” o “metaficcionales”8 que traspasan el marco
de la ficción o los límites del libro al plantear una interacción
con el lector: Chigüiro nos lanza la pelota, el monito nos hace
guiños o nos mira fijamente, Chigüiro tiene un lápiz mágico
con el que puede borrar incluso el título del libro que lo
contiene. Libros que, por su tamaño, pueden ser fácilmente
manipulados por niños pequeños que aún no saben leer, pero
que comienzan a independizarse, y que seguramente querrán
llevarse a la cama o guardar entre sus juguetes.
Un gato llamado Eusebio y sus historias en blanco y negro
Torta de cumpleaños, Bogotá, Babel, 2006
Garabato, Bogotá, Babel, 2006.
Tengo miedo, Bogotá, Babel, 2006.
Publicadas en un formato cuadrado un poco más grande
que el de los libros anteriores, las historias de esta serie, Torta
de cumpleaños, Garabato y Tengo miedo 9, protagonizadas por
un gato, reflejan situaciones significativas de la vida infantil,
como cumplir años, dibujar y sentir temor de la oscuridad
y la noche.
En la primera historia, el chivo Horacio se acuerda de
que su amiga Úrsula, una gallina, ha cumplido años y le
lleva una canasta de frutas; Úrsula se acuerda de Eulalia (que
cumplió años hace poco), ésta de Camila, ella de Ananías
y éste de Eusebio, que finalmente decide hacer una torta de
cumpleaños que todos los amigos comparten. En la segunda,
Eusebio toma sus lápices y sale a dibujar; intenta retratar a
cada uno de sus amigos, pero como todos se van antes de que
él pueda terminar, el resultado es un garabato con el pico de
uno, la cola de otro, el rabo de otro más y las patas del último.
En la última historia, Eusebio llama a Ananías –es de noche–
y le cuenta que tiene miedo de los monstruos con cuernos,
de los que escupen fuego, de los que son transparentes y de los
que tienen colmillos. Ananías le explica que esos monstruos
22
también deben tomarse la sopa y lavarse los dientes antes de
dormir y que, como él, también sienten miedo cuando están
solos. Eusebio se calma y puede ir tranquilo a dormir a su
cuarto.
Los vivos colores, casi fosforescentes, de las portadas
–naranja, amarillo, verde– anticipan la calidez de las historias,
que, como ya ha apuntado Beatriz Helena Robledo10, se
nutren de los cuentos tradicionales circulares, de repetición
y acumulación, en los que episodios, diálogos y frases son
reiterativos y van sumando elementos. El diseño, que sigue un
patrón único –texto a la izquierda, ilustraciones a la derecha–,
la letra capitular de las páginas y el marco que contiene la
ilustración remiten a esos cuentos tradicionales que evocan. Las
ilustraciones, hechas con rapidógrafo en tinta china negra, de
contornos bien definidos y líneas discontinuas, finas y pequeñas
y trabajadas con una técnica casi puntillista, centran la atención
en los personajes y sus expresiones: incorporan algunos close
up y transmiten de manera extraordinaria sus sentimientos,
especialmente las demostraciones de cariño de los animalitos
cuando se abrazan, y también retratan su entorno, puertas,
ventanas y tejas de las casas, cocinas y utensilios, veredas,
árboles y piedras, creando así un mundo ideal. En el último
título, el autor combina, en consonancia
con el tema, el dibujo minucioso con uno
más libre, gestual, a línea, con mucho
movimiento, en la representación de
las criaturas “maléficas” como el chivodemonio, el dragón, la bruja transparente
y el vampiro (Nosferatus), y logra así un
grado tal de complementariedad con los
textos que la frase que describe a cada
uno de los monstruos se hace una sola
con la ilustración. Un cuidadoso tejido del
lenguaje verbal y visual que nos conduce
nuevamente a temas como el afecto y
la amistad, y en el que comenzamos a
identificar motivos e imágenes recurrentes
en la obra del autor.
23
Garabato, Bogotá, Babel, 2006.
Tengo miedo, Bogotá, Babel, 2006.
Hamamelis y Miosotis:
criaturas fantásticas de un mundo vegetal
Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa,
1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
Un día de excursión, Da Coll preguntó el nombre de unas
semillas que resultaron ser de una planta llamada hamamelis.
Atraído por la palabra, comenzó a pensar en otras especies
que le gustaban y en crear historias protagonizadas por unas
criaturas que no se parecieran a ninguna otra11. Por eso, aunque
estos dos seres peludos, de ojos saltones, presentan algunas
características animales –rabo, patas, hocico– y podrían
asociarse con roedores, pertenecen al terreno de lo fantástico
y a un mundo vegetal, lo que se percibe en las portadas de los
libros: títulos enmarcados por ramas y flores y una superficie
que muestra la textura de la aguada, la humedad del papel y
el difuminado del color, nos sugieren una zona boscosa cuya
tonalidad continúa en unas guardas en las que se insertan
pequeños dibujos con elementos fundamentales de las historias
(cajas de juguetes o de regalos y otros).
En Hamamelis y el secreto* (1993) Miosotis le da a guardar
una bolsita a Hamamelis. Caléndula y Albahaca, curiosas,
intentan convencerlo de que la abra, pero él espera a su amigo,
quien finalmente revela el secreto, y todo termina en una
fiesta. En Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa* (1993) los
personajes se visitan, toman el té, se cuentan sus tristezas,
y como todos los años, piden un regalo, que resulta ser una
sorpresa y un verdadero gesto de amistad.
La estructura de estos libros es mucho más compleja en
todos los sentidos. En el primero, aparece un elemento gráfico,
una especie de globo que varía de forma y de tamaño, del cual
emergen las escenas, salen y entran elementos. Las imágenes se
ven distorsionadas, alargadas, como si se miraran a través de
un lente, el autor juega libremente con una deformación de los
objetos cercana al cubismo. El rayado, hecho con rapidógrafo
en tinta china y sepia, sale de los contornos, pero es mucho más
delicado pues el color sepia lo suaviza. Los colores, trabajados
en acuarela, son cálidos, amarillos, verdes, naranjas, marrones,
y la tipografía, que en el primer libro es dibujada, es sinuosa,
irregular, con puntas en espiral.
24
En el segundo libro, el recurso del globo se multiplica,
ahora hay más globos enlazados por curvas en alternancia
con ilustraciones sueltas. Todo el libro es sinuoso en sí mismo,
como si el lector acompañara a los personajes en sus idas y
venidas por una cuesta, con curvas y recovecos, y como si el
autor hubiera creado la historia en una larga tira de papel,
pues ni siquiera podríamos hacer una clara separación de las
secuencias. Las ilustraciones, muy pequeñas, casi miniaturas,
se presentan a diferentes alturas, arriba o abajo, al igual que los
textos; unas y otros se enlazan en ese movimiento, e incluso hay
líneas de texto que bordean el camino. Las imágenes aumentan
o disminuyen según el ritmo y la tensión de la narración –por
ello, el clímax, la escena en que abren los regalos, va a doble
página–, y muestran acciones que no se mencionan en el
texto, como la escena final, en la que los personajes suben al
techo a contemplar la luna y las estrellas. Igualmente adquiere
importancia el espacio en blanco, que ofrece detalles para mirar:
animales diminutos y un duende asomado entre las piedras.
Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa,
1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
¡No, no fui yo!: trasgresión y humor
a toda velocidad y a todo color
Juan, un cocodrilo, José, un oso hormiguero, y
Simón, un acure, van de excursión con sus canastos
llenos de comida. En la montaña, comen y descansan.
Cuando se disponen a regresar, a Juan se le sale un
viento; a la pregunta de quién fue, dice que él no,
que fue un ogro gigante. Huyen despavoridos, y
cuando se sientan a descansar, a Simón se le sale un
eructo; cuando le preguntan quién fue, dice que él
no, que fue un león feroz. Escapan a toda carrera, y al
detenerse, a José se le sale un moco, pero dice que no
fue él sino un gran pájaro que pasó aleteando. Llegan a
su casa muy cansados y se acuestan a dormir, mientras
en el techo se escuchan ruidos extraños producidos por
monstruos verdaderos.
La historia, contada en versos octosílabos, a la manera de
ciertos poemas humorísticos del colombiano Rafael Pombo
¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.
25
¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.
o del venezolano Aquiles Nazoa, aborda así un tema
escatológico y trasgresor, cuya intención se percibe también
en la creación de unos personajes por demás graciosos,
vivos y expresivos, en ilustraciones trabajadas en tinta y
plumilla con colores un poco más subidos, un trazo de mayor
fuerza, un rayado más gestual y desordenado orientado a la
derecha, lo que produce un efecto de velocidad y movimiento
favorecido también por el formato apaisado de la publicación.
Imágenes que también recrean las fases del día, desde la
mañana hasta la noche, y aumentan en función de los
momentos de más tensión de la historia: los episodios en
que los personajes corren muy asustados ante un paisaje con
árboles de apariencia inquietante.
Un libro que produce en los niños sonoras carcajadas,
liberación de culpas y mucha diversión, que además establece
un diálogo creativo, una relación de intertextualidad con
el libro Dónde viven los monstruos de Maurice Sendak12, al
recrear e incorporar elementos referenciales de esa obra –tres
personajes, el bosque amenazante y el dormitorio–, como un
homenaje del autor a este creador de libros-álbum que lo ha
influenciado positivamente.
Carlos: una familia de monstruos muy humanos
Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.
En esta ocasión, Da Coll recurre nuevamente a la prosa,
la acuarela, la tinta china y el rapidógrafo para crear cinco
pequeñas historias que convergen en un final: “La familia”, “La
señorita Flori”, “Mamá”, “La abuela” y “El bebé”, del que nos da
ya algunas pistas: un chupón o una madeja de lana. Primero
el narrador nos presenta a Carlos y a su familia –papá, mamá,
abuela (otras criaturas peludas) y a Cristóbal, su gato–.
Después Carlos asiste a la escuela y un día pregunta a su
mamá por qué tiene la panza grande, y se queda con su abuela
cuando sus padres van a la clínica. Cuando ellos regresan con
el bebé todo cambia, por eso una noche Carlos le grita al bebé
que se vaya. Su padre le explica que el bebé se quedará para
siempre y se convertirá en su mejor amigo, su mamá le lee un
cuento y su abuela le canta una canción. Cuando se duerme,
26
Carlos sueña que juega con el bebé y al despertar se siente
feliz de tener una familia más grande.
Tanto la fragmentación de la historia, apoyada en el uso del
cuadrado (cuadros de los miembros de la familia y recuadros
de diferentes tamaños para las ilustraciones), como los cortes
de texto se relacionan con los estados de ánimo del personaje.
Pero la página del sueño de Carlos es diferente: el ilustrador
codifica lo onírico con el color azul que envuelve la cama del
niño y se convierte en un sinuoso camino que nos lleva a los
globos con las imágenes de lo soñado; así, una vez más, se
aporta información no contenida en los textos.
Una historia de celos con una más que hermosa resolución,
que sin duda resulta, además de entretenida, terapéutica para
muchos niños y sus padres.
Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.
Supongamos: el mundo invertido en defensa de las ranas
La portada de este libro* no sólo anticipa sino que hace
explícito su contenido: una maestra-rana le enseña a su
grupo de alumnos-rana un diminuto niño atrapado en un
frasco. Porque, justamente, esta historia parte de un supuesto:
imaginar un mundo al revés, en el que las ranas se comportan
como humanos y los humanos como ranas que croan, saltan
en los charcos y pueden terminar, tal vez, en una mesa de
disección.
Las primeras escenas siguen una misma estructura: una
breve frase y una viñeta a la izquierda, en página par, que
nos empujan a mirar con atención la ilustración de la página
derecha. El clima amenazante y de tensión que se va creando,
reforzado por puntos suspensivos y silencios, llega a su clímax
cuando los aplicados alumnos preguntan a la maestra qué
harán con los niños, y ella responde: “Abrirlos por la mitad
con estas tijeras”. En una última escena, que en este caso no
quiere decir resolución o cierre, el autor dice inteligentemente:
“y no continuemos suponiendo porque supongo que esta
historia tendría un final fatal”, una frase sin viñeta que reafirma
*n. de la e. La autora se refiere a la edición que publicó Norma en la
Colección Buenas Noches en 2000.
Los dinosaurios / Supongamos, Bogotá, Norma, 2007.
27
la expresa omisión del final y nos impulsa a mirar la imagen de
la derecha: una demasiado apacible charca en la que, bajo un
sol deslumbrante, sólo se ven juncos y nenúfares.
Aquí las ilustraciones de Da Coll han dado un vuelco: la
línea de cada contorno es una sola, muy gruesa, en guache de
color sepia; las pinceladas son gruesas, enérgicas, los colores,
también en guache, son mucho más vivos que en sus libros
anteriores, amarillos, verdes, marrones, rojos y rosas subidos,
que potenciados por el papel glasé brillante, resultan casi
chillones.
Hay escenas en las que aparecen tres planos simultáneos
y se utiliza el close up para las figuras de adelante, con lo se
crea la ilusión de profundidad; se juega con la desproporción
entre elementos –una flor es más grande que un tobogán,
por ejemplo–, y algunas ranas tienen ojos rectangulares,
angulosos, y una mirada maléfica. Recursos que coadyuvan
en la intención cáustica y corrosiva del autor, que esta vez
ha puesto la mirada en un objetivo: cuestionar la práctica
escolar de diseccionar animales vivos, desnudar la crueldad
que encierra ese tipo de experimentos ante el cual muchos
niños se sienten verdaderamente afectados, destilando un
humor negro similar al de autores tan exitosos entre el público
infantil como Roald Dahl o Luis María Pescetti. Un libro
que inquieta y pregunta, que odiarán algunos profesores de
biología, pero que amarán los defensores de los animales.
¡Azúcar!: un álbum en su salsa
Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.
La portada de este libro apaisado –el de mayor tamaño
entre los del autor– es una verdadera explosión de color: la
imagen de medio cuerpo de la morena Celia Cruz enmarcada
por un pentagrama de notas musicales en el que se insertan
elementos como banderas de Cuba, tumbadoras y palmeras,
con el título en azul eléctrico brillante, destaca sobre un fondo
naranja que continúa en las guardas.
Mezcla de biografía, libro de información y cuento en
verso, es sobre todo un homenaje a esta cantante que el
autor, como lo expresa en palabras preliminares, escuchó
28
por primera vez a los doce años de
edad y fue determinante en su gusto
por la música. Para contarnos su vida,
Da Coll utiliza el recurso de ilustrar
en tonos marrones, sobre páginas
en sepia, fotografías de la familia,
para luego presentarnos bajo la frase
“Aquí comienza la historia…” una de
sus mejores ilustraciones: una vista
espectacular del malecón de La Habana
que refleja la luz y el color del Caribe,
llena de minuciosos detalles, lo que nos
impulsa a continuar con la lectura de
la narración en verso, en una rima que,
aunque no es perfecta, va creando un
sabroso contrapunto con las imágenes
de muy diferentes tamaños y ubicación.
Se abren algunos paréntesis: “Azúcar”, para explicar
cómo nació esta expresión que caracterizó a la cantante;
“Zapatos sin tacón”, para mostrar los zapatos que utilizaba;
“Mil vestidos” o “Cien pelucas”, para contarnos sobre la
indumentaria que Celia llevaba en sus conciertos.
Da Coll vuelve a utilizar el guache en una combinación
de colores aún más contrastantes: naranja, azul marino y
azul claro, rojos y rosados fuertes. Su estilo se acerca más al
hiperrealismo y a cierto barroquismo, tanto por la fidelidad
con la que pinta al personaje como por la abundante
incorporación de ornamentación y la mezcla entre ficción y
realidad, cuyo punto culminante son las escenas finales en las
que aparece la cantante en medio de las nubes, acompañada
de angelitos negros y bailando con uno de ellos.
Un libro con algo de retablo popular y de puesta en
escena de un gran espectáculo, que enaltece al personaje y a
la música y nos deja imágenes indelebles como la del malecón
o la del mapamundi de la salsa, donde personas y animales
bailan animadamente, que brinda mucha satisfacción a los
admiradores, grandes y pequeños, de la cantante.
29
¡Azúcar!, Nueva York, Lectorum, 2005.
Varios lápices y una gran nariz
A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.
Uno de los últimos trabajos del autor es el libro A un
hombre de gran nariz (2007), una recreación del conocido
poema que Quevedo le dedicara a su rival don Luis de
Góngora. El ilustrador parte de las imágenes literarias del
poeta para narrar una historia paralela, un día en la vida de
un rico pero torpe hombre de la corte madrileña del siglo
xvii, utilizando para ello sólo lápices de plomo de diferentes
grosores (2, hf, b2, b4, b5 y b6). Las tapas doradas del libro,
que desembocan en las guardas azul rey, hacen las veces de
una antigua puerta que se abre al pasado, y el primer verso
nos presenta al personaje: un caballero de zapatos de tacón,
mangas de encaje, sombrero, bigotes ensortijados y, por
supuesto, una gran nariz que nos recuerda la de Pinocho. Los
sucesivos episodios son la representación de una comedia en la
que el personaje se levanta, toma el desayuno, se da un baño y
se acicala, asistido y rodeado por sus sirvientes, moja su nariz en
un tintero para escribir sobre un pergamino, lee su obra durante
una visita a unas cortesanas, que bien se burlan de su impostura,
va al puerto, se disfraza de faraón, lleva una serie de objetos
guindados en su nariz, y finalmente cae de bruces, metiendo la
nariz en una torta, es decir, literalmente pone la torta.
El ilustrador dispone los versos o las estrofas a su
conveniencia, inserta imágenes
solas a doble página y crea una
extraordinaria simbiosis; y aunque
sabemos que tanto el poema
como las imágenes pueden leerse
independientemente, ya que guardan
una secuencia, sorprende ver cómo se
potencian unas y otras para alcanzar
un nuevo y mayor significado, cómo
se relacionan algunos elementos
que aparecen a lo largo del libro –el
galeón, las tres cortesanas y el gato–,
así como el tratamiento simbólico de
las imágenes.
30
Da Coll se muestra como un dibujante de gran soltura,
utiliza el rayado profusamente y logra una escala de negros
y grises, claroscuros, sombras y volúmenes. Reproduce con
maestría los afectados ademanes del caballero y las vívidas
expresiones de los demás personajes, y se detiene en minuciosos
detalles –los pequeños objetos que carga en la nariz en las
últimas escenas, las cortesanas enmascaradas y el minúsculo
retrato de Quevedo– que demuestran su gusto por la miniatura.
Palabras finales o colofón
Podemos decir entonces que Ivar Da Coll es un excepcional
creador de historias –fundamentalmente de las protagonizadas
por animales, criaturas y monstruos simpáticos–, un ilustrador
versátil que puede moverse en distintas técnicas y adentrarse
en la más pura fantasía, y un escritor con habilidad para
expresarse en prosa y en verso, para decir lo esencial con
mucho humor y una persistente intención poética.
Como autor de álbumes, ha pasado de los primeros y
pequeños libros de imágenes a propuestas cada vez más
audaces, a formatos más grandes o apaisados, probando nuevos
temas y técnicas que representan también nuevos retos, pero
conservando los rasgos de un estilo propio (la tipología de sus
criaturas, el rayado fino, los patrones sinuosos o laberínticos,
ciertas gamas de color).
Su obra se ha nutrido de la tradición oral, los cuentos
populares, el nonsense y los limericks ingleses; de la obra
de escritores como Rafael Pombo, Roald Dahl y Luis María
Pescetti, sólo para mencionar algunos; de grandes artistas
del libro-álbum, Sendak, Arnold Lobel, Max Velthuijs, David
Mckee, Monique Felix; de libros como Alicia en el país de las
maravillas de Lewis Carroll y las inseparables ilustraciones
de Tenniel; de grandes pintores como Chagall, Rosseau o El
Bosco; de manifestaciones como el cómic, el cine, la televisión;
y sobre todo del teatro de títeres, algo que puede verse tanto en
la creación de personajes, ya desde sus nombres originales, y en
la agilidad de sus diálogos, como en la escenografía donde se
desenvuelven13.
31
Sus temas, el afecto, la amistad, el amor, la inocencia, la
imaginación, el juego, las primeras experiencias, los temores y
sentimientos infantiles, el sarcasmo y la crítica a convenciones
sociales, son universales, pero a la vez se enraízan en
nuestra realidad, y aunque algunos son conocidos tópicos
de la literatura para niños, él los aborda con originalidad,
recurriendo a la experimentación en libros que resultan
“complicadas formas poéticas” cuyas interpretaciones van
mucho más allá de lo anecdótico y ratifican lo dicho por los
estudiosos del género: que los libros-álbum no sólo se dirigen
al público infantil sino a todo tipo de público, porque su obra,
como toda obra artística, es polivalente y se presta a muchas y
variadas lecturas e interpretaciones.
Da Coll se ha ganado un lugar entre los autores de álbumes
y ha recibido premios y reconocimientos por estos libros que
reúnen elementos para permanecer en el tiempo y dejan una
honda resonancia en pequeños y grandes lectores.
Notas
1Uri Shulevitz et al., El libro-álbum: Invención y evolución de un género para
niños, Caracas, Banco del Libro, 2ª edic., 2005.
2Kenneth Marantz, en Uri Shulevitz et al., op. cit, p. 16.
3Maurice Sendak, en “El significado de la ilustración en los libros para niños”,
entrevista de Walter Lorraine, Parapara: Revista de Literatura Infantil, Banco
del Libro, Caracas, núm. 1, junio de 1980, p. 6.
4Uri Shulevitz, op.cit., pp. 10-11.
5Kenneth Marantz, op. cit., p. 19.
6Chigüiro y el baño, Chigüiro y el lápiz, Chigüiro chistoso, Chigüiro y el palo,
Bogotá, Babel Libros, 2005.
7Roedor originario de América del Sur, conocido en la región con diversos
nombres: capibara, carpincho, ponche, etc.
8Artículos de Teresa Colomer y David Lewis, en Uri Shulevitz et al., op. cit., pp.
40-45, 86-102.
9Publicadas originalmente entre 1989 y 1990, han sido editadas nuevamente en
2006 por Babel Libros; son las ediciones que comento.
10En “En torno a la obra de Ivar Da Coll”, www.imaginaria.com, revista
quincenal sobre literatura infantil y juvenil, núm. 37, 1º de noviembre de 2002.
11www.ivardacoll.com.
12Madrid, Altea-Santillana, 1995.
13En entrevista realizada por Beatriz Helena Robledo, Da Coll reconoce el
origen de sus historias en su temprana experiencia en el teatro de títeres.
Beatriz Helena Robledo, “Ivar Da Coll: Ilustraciones sobre un ilustrador”, en
www.imaginaria.com, núm. 37, 1º de noviembre de 2000.
32
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editorial”, en Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil,
Bogotá, Fundalectura, núm. 11, enero-junio de 2000.
33
Otra Voz: Álvaro José Sánchez Santos
De acuerdo con la clasificación que presenta Antonio Ventura1, hay dos
tipos de ilustradores: los que manejan técnicas “puras, es decir, aquellas
que utilizan un solo material o pigmento, o mixtas, en las que encontramos
mezclados o yuxtapuestos diversos materiales”. Ivar es un autodidacta de
las técnicas puras. Al respecto, en el uso del grafito y el uso de la tinta,
encontramos trabajos suyos de los últimos años como el que realizó con el
soneto de Francisco de Quevedo A un hombre de gran nariz (2007) o el de la
serie Historias de Eusebio, creada años antes (1990).
Se observa en estos dos ejemplos a un conocedor gradual de los
materiales y a un juicioso aprendiz de su propio proceso: el artista
experimenta con rigor las posibilidades del recurso pictórico y, sin saturar
las imágenes, define modesta y acertadamente un límite en la aplicación
de la tinta o el lápiz. Por lo general, este final se debe a una concepción
personal del volumen o cuerpo, habitualmente iluminado, inocente y
ocurrente.
Estos cuerpos iluminados son una constante en su oficio de inventor
de ficciones, otra característica esencial de Ivar Da Coll que influencia
positivamente la técnica de ilustrar para niños. Por ejemplo, en la famosa
serie Chigüiro (1985), el personaje, también elaborado en un sólo material
(guache), se presenta ante los ojos de los niños pequeños con pocos
elementos que, sumados, cuentan una historia, según Silvia Castrillón,
para “descifrar, interpretar y recrear”. En este caso, el talento del autor se
respira en la lectura de la imagen, es decir, en la intención de narrar una
historia rodeando de sentido cada elemento, que primero colorea y luego
dibuja. Dos acciones plásticas para expresar grandes sentimientos.
En este proceso de trabajo el autor ha desarrollado un lenguaje propio,
cuya singularidad se evidencia en el libro Hamamelis, Miosotis y el señor
Sorpresa (1993). Dibujo y color se combinan para asegurar una obra técnica
y conceptualmente madura: profusión en la coloración, precisión en los
contornos, esmero en los detalles, locuacidad en la creación.
34
Llama la atención una constante que se presenta en toda la producción
de este artista de la literatura infantil: el movimiento en las imágenes,
continuo, permanente, armonizado. Como si fuera una melodía, el
movimiento define la composición de la página, ya sea para brindar al
lector, a través de la imagen, secuencias narrativas, como en el libro
¡No, no fui yo! (1998), y otras veces ornamentales, como en el homenaje
a la cultura mexicana, engalanada en El Día de Muertos (2003).
El sentido en algunas de sus creaciones está dado por las circunstancias
que rodean la aparición de las imágenes, como en el caso de Balada peluda
(2001); Ivar Da Coll da inicio a un relato de leyenda con estos versos:
“Conocí una cabeza que tenía un par de dudas. / No sabía con certeza si
era bella o muy greñuda”, y en ese momento el absurdo cobra vida, en un
proceso de recreación de la imagen a partir de la imaginación febril del
juego con la palabra. De ideas con sentido está llena la obra de Ivar, tanto
en los cuentos que él mismo inventa e ilustra, como en los que ilustra para
otros autores.
Se puede especular mucho sobre el proceso creativo de este autor, pero
en cuanto a las técnicas para ilustrar, se observa a lo largo de sus más
de sesenta libros una búsqueda centrada en preservar la aparición de la
imagen libre y espontánea, y en construir la identidad del ilustrador a
partir del concepto gráfico con que aborda el texto.
En el primer aspecto se produce una paradoja frente a esa actitud
espontánea y libre para la creación de las imágenes, en las cuales
permanecen la inocencia, el humor, el afecto y la comunidad, como
características propias del mundo que ha inventado. Con respecto a la
identidad del ilustrador a partir de precisar y delimitar el concepto gráfico,
el autor ha bebido de varias fuentes de inspiración: la tradición inglesa,
el arte chicano.
1En “Cien años de la ilustración española. Las técnicas en la ilustración infantil”, www.cvc.cervantes.es.
35
fanuel hanán díaz
Licenciado en Letras con
maestría en Televisión. Fue
director del Departamento de
Selección del Banco del Libro.
Ha dictado conferencias y
talleres en diferentes países
de América Latina y ha sido
becario de la Internationale
Jugendbibliothek de
Alemania. Autor, crítico e
investigador en el área de
Literatura Infantil.
Torta de cumpleaños, Bogotá, Babel, 2006.
Ivar Da Coll:
entre la permanencia
y el cambio
A las personas que podemos inventar un libro para
niños, la vida nos premió otorgándonos el beneficio
de no perder la capacidad de asombro, y en eso
nos quedamos siendo niños. Al crear un libro me
divierto, eso mismo espero que le suceda al lector.
i va r da c o l l
e n e l c on texto latinoamericano, el concepto de libroálbum tiene un desarrollo bastante reciente. Quizás porque
es un género cuyos orígenes son extraños a nuestra tradición
editorial, o también porque dentro de la producción de libros
para niños han dominado otras tendencias.
Recuerdo que para el momento en que se publicó la
serie Historias de Eusebio (1990), yo estaba prácticamente
comenzando a trabajar en el Banco del Libro. Para mí fue una
verdadera sorpresa descubrir que esas historias tan sencillas,
contadas con textos e ilustraciones, atrapaban por igual a
grandes y chicos.
Así fue que comenzó mi relación con el mundo de Ivar
Da Coll, uno de los autores-ilustradores latinoamericanos de
mayor proyección dentro y fuera de su país. Y uno de los que
mayor variedad de propuestas ha presentado en su evolución.
A simple vista, pasando revista a la obra de Ivar, no es difícil
percibir lo heterogéneo de su estilo y el riesgo de muchos de
sus libros, a veces interesantemente extraños.
La serie Historias de Eusebio abre mis más lejanas
conexiones con la obra de este autor. Para mí, Tengo miedo,
Torta de cumpleaños y Garabato resultan libros entrañables.
Cuando tuve la oportunidad de evaluarlos, me sorprendió
descubrir que con una gran economía de recursos se podían
crear historias muy sencillas, con argumentos lineales e
ilustraciones a una tinta.
36
En estas imágenes hay un trabajo muy interesante con el
volumen de los personajes, de los objetos, de los detalles. Y
una tendencia a lo geométrico. Las escenas, llenas de gran
ternura, transmiten una calidez muy especial que se acentúa
por el minimalismo de los espacios y cierta expresividad en
las miradas, en los gestos. Eusebio integra una comunidad de
amigos que viven experiencias muy comunes entre los niños
pequeños, como celebrar el cumpleaños, hacer un dibujo o
sentir miedo antes de dormir.
El trabajo en tinta es minucioso, con una trama de líneas
se crean texturas y zonas de luces y sombras. Pero lo más
interesante es el desarrollo de situaciones muy elocuentes
mediante la caracterización de personajes, como los del
catálogo de monstruos que forman parte de las pesadillas de
Eusebio.
En todas estas ilustraciones resalta una puesta en escena
teatral, no sólo por las poses de los personajes sino también
por su dosis de rigidez, que forma parte de ese encanto
particular que logra transmitir en esta serie.
Los libros de Chigüiro, anteriores a Eusebio, muestran al
personaje más emblemático de la obra de Ivar. Es imposible
hablar de este autor sin que se nos venga a la cabeza este
simpático roedor, en parte representante de la idiosincrasia
colombiana, pero también de la de una porción de América
Latina.
Chigüiro muestra una personalidad ingeniosa y
despreocupada. En Chigüiro y el lápiz (1985) el personaje
dibuja una bicicleta sobre la cual juega hasta cansarse, luego
diseña un helado muy apetitoso, y finalmente, también
con su lápiz, crea una cama para descansar. Son los deseos
básicos de un niño hechos realidad mediante un lápiz mágico.
En Chigüiro y el palo (1985) se muestran las posibilidades
imaginativas de todo lo que se puede hacer con un palo:
batear una piedra, usarlo como caballito, jugar al salto,
simular que es un rifle… De alguna manera, en esta última
secuencia se enmascara una crítica a la lucha armada, ya que
al final Chigüiro y su amigo el mono terminan riéndose de
esta ocurrencia para desmontar una imagen elocuente de
37
Torta de cumpleaños, Bogotá, Babel, 2006.
Tengo miedo, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro y el palo, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro y el baño, Bogotá, Babel, 2005.
Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
esa violencia. Chigüiro chistoso (1985) plantea una situación
divertida cuando, involuntariamente, unas hojas de maleza le
otorgan un disfraz improvisado al inquieto roedor. Chigüiro
y el baño (1985) recrea todo el ritual de tomar una ducha, el
juego y el apego a las cosas sencillas. En Chigüiro encuentra
ayuda (1985) alimentarse puede resultar algo incómodo si
no se encuentra una mano amiga. Y en Chigüiro viaja en
chiva (1985) el desplazamiento físico puede resultar una
oportunidad para usar la creatividad ante un accidente y
compartir un agradable paseo.
En todas las historias, narradas completamente en
imágenes, los argumentos son extremadamente sencillos y
los recursos, escasos. Casi no existe el fondo sino que hay
un predominio de las figuras sobre el espacio en blanco,
de manera que éstas adquieren mayor resonancia. El lector
realmente logra identificarse con el personaje, despreocupado
y muy práctico para resolver algunas situaciones. El mundo
de Chigüiro se sostiene en las preocupaciones y los deseos de
cualquier niño, el juego, la comida, el sueño, la diversión. Pero
también consolida un estilo vinculado a esa primera fase en la
obra de Ivar, que tiene mucha relación con la representación
escénica, el manejo del volumen y un trabajo con líneas
tramadas o puntos para lograr texturas.
Después de este planteamiento inicial, se hace difícil
reconocer a Ivar: su estilo cambia hacia algo más refinado;
las figuras, en un caso, se alargan; utiliza, en otros casos,
una paleta distinta; hace algunas apuestas interesantes y
arriesgadas; experimenta y asume diferentes técnicas.
Siguiendo el estilo de las Historias de Eusebio, que logran
crear las coordenadas de un mundo donde un grupo de
amigos se conecta por el afecto, se encuentran las historias de
Hamamelis y su compañero Miosotis, emparentadas con las
de Arnold Lobel. Esta tendencia va a marcar la particularidad
de una apuesta por la síntesis, de argumentos muy tranquilos,
historias que se cierran de una forma muy divertida, pocos
personajes y un respeto al vacío. En Hamamelis, Miosotis y
el señor Sorpresa (1993) se logra un juego dinámico entre las
ilustraciones y el recorrido que realizan los personajes;
38
el movimiento se incorpora así de una manera más recurrente
en las ilustraciones de Ivar, con giros inesperados en algunos
casos y con un gran dominio del círculo.
Llegados a este punto, nos parece importante destacar que
muchos personajes de Ivar están inspirados en animales, a
veces de cierto valor fantástico, con nombres muy sonoros
o chistosos, Hamamelis, Ananías, Caléndula, Albahaca…
Sin duda alguna, el autor muestra un talento especial para la
caracterización y el desarrollo de situaciones muy cálidas y
seguras.
Uno de sus proyectos más transgresores en esta fórmula
es ¡No, no fui yo! (1998) no sólo por la presentación hilarante
del tema de lo escatológico, sino también porque ya se siente
una evolución plena de su estilo para los más pequeños. Los
personajes adquieren rasgos más contemporáneos, con cierta
estética de dibujos animados que forman parte de la cultura
de la infancia, el color interviene de una forma expresionista y
hasta poética, especialmente en la escena nocturna donde los
personajes duermen después de su carrera desenfrenada y, en
el tejado, unos monstruos certifican ese homenaje a Maurice
Sendak. El cielo se presenta con un dinamismo singular, de
líneas que siguen un patrón, y la perspectiva logra mantener
un encanto en las ingenuas representaciones de los árboles
acostados, de proporciones más pequeñas o acoplados a las
formas de las montañas. Se evidencia, ciertamente, otro estilo
muy diferente al de ese primer Ivar de las Historias de Eusebio
y Chigüiro.
Como ilustrador, Ivar asume el reto de acompañar las
historias de la brasileña Ana María Machado, ganadora del
Hans Christian Andersen. Sus obras clásicas Raúl pintado
de azul (2001), Pimienta en la cabecita (1999) y Un montón
de unicornios (2002) se publican en una colección junto con
otros de sus textos. La tendencia a incorporar argumentos
de la oralidad, acumulativos, o historias de cuentos de hadas
tropicalizadas abre un abanico interesante de propuestas
donde Ivar cambia su mirada. Cada libro ofrece una
propuesta estética muy diferente, en una gama que va desde
un trazo ingenuo y menos formal, como en Un montón de
39
¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.
Ana Maria Machado,
Un montón de
unicornios, Bogotá,
Norma, 2002.
Ana Maria Machado,
El barbero y el coronel,
Bogotá, Norma, 1999.
Balada peluda, Bogotá, Fondo de Cultura
Económica, 2001.
Los dinosaurios / Supongamos, Bogotá, Norma, 2007.
unicornios, hasta una representación más lírica, en El barbero
y el coronel (1999). Se observa un abanico de posibilidades
más amplio y cambios en los encuadres, los rostros y hasta en
la gama de colores. En esta serie se observa un apego por la
figura humana, un poco dentro de una tendencia a alargar los
cuerpos o a darles un tratamiento más geométrico. Se utilizan
técnicas mixtas en las que el trazo fuerte de los contornos da
paso a figuras bien delineadas.
De su trabajo como autor, hay tres libros que resultan
arriesgados. El primero de ellos, Balada peluda (2001),
desentona por el tipo de historia disparatada y las
ilustraciones grotescas orientadas a acentuar este ejercicio en
que intervienen el humor y cierta dosis de escatología. Una
cabeza llena de pegotes llega a una peluquería donde tendrá
un tratamiento de belleza… El dibujo a una tinta adquiere un
sentido de caricatura algo estridente.
En Los dinosaurios (2000) y Supongamos (2000), dos
historias muy cortas, plantea una explicación de cómo se
extinguieron los dinosaurios y qué pasaría en caso de que los
humanos fueran ranas. En ambas historias el planteamiento
gráfico adquiere una gran soltura, los dinosaurios-mascota
son figuras adorables, mientras que los niños-rana y las
ranas-niño adquieren fisonomías muy particulares. Se respira
en esta última un aire de Keiko Kasza en sus historias para
los más pequeños.
El señor José Tomillo (1999) nos cuenta la historia de un
hombre que cambia de colores, y María Juana (1999) es
un relato más tradicional dentro de esa dosis de ternura y
amistad que ha sido una constante en los libros de Ivar para
los más pequeños. También vemos una ruptura con su estilo
gráfico tradicional. El señor José Tomillo presenta una fórmula
desgarbada (es decir, tanto el personaje como el trazo, los
fondos, todo luce intencionalmente desaliñado) en una
oposición entre la figura del personaje principal y el fondo
gris de los escenarios urbanos. Es como si convivieran dos
mundos distintos. En María Juana, por su parte, Ivar utiliza
la técnica del creyón y da volumen a sus figuras redondeadas
y chatas.
40
La revisión de estas propuestas nos señala a un autor
proteico, que cambia de forma y es capaz de variar su mirada,
incluso de experimentar con técnicas diferentes. En algunos
casos, es visible esa intención de generar una respuesta en el
lector, tal como lo expresa Ivar: “Todo buen libro nos deja
una sensación de ‘incomodidad’, o nos hace volver a él
muchas veces”.
¿A qué se refiere exactamente con esa sensación de
“incomodidad”? ¿Acaso el lector debe sentir cierto desagrado
después de cerrar un libro? ¿Acaso un cambio de perspectiva
o simplemente una incomprensión que lo lleve a revisitar ese
libro? Yo creo que, en parte, depende de ese efecto que al final
se registra en la búsqueda que cada propuesta plantea.
A pesar de estas rutas que emprende en su viaje como
autor-ilustrador, Ivar mantiene una constante en presentar
historias de gran calidez, de espacios que cobijan esas
inquietudes y emociones que mueven a los primeros lectores.
En Carlos (1999), la llegada de un nuevo hermano puede
ser el conflicto más importante para un niño que se siente
desplazado en los afectos. Las escenografías adquieren más
detalles, pero se mantiene ese respeto por el orden y lo
esencial. A veces se prefiere el blanco de la página como fondo
y se mantiene la presentación de secuencias simultáneas.
En Una cama para tres (2003), de la autora Yolanda Reyes,
el tema de los miedos nocturnos se encarna en la imagen
del monstruo que espanta a Andrés y luego a su padre.
Realmente este es un personaje protagónico, de un verde y
una gracia muy particulares. Andrés y su padre se encuentran
conectados por esta figura, en un mensaje que también
cuestiona al adulto. La cama se convierte en un espacio
simbólico, donde la seguridad y el miedo se resuelven en los
cambios de tamaño, a veces la cama se hace chica, vulnerable,
pero también puede crecer y convertirse en un especio
protector.
Uno de los trabajos más sueltos de Ivar se evidencia en
El libro de Antón Pirulero (1989), de Sergio Andricaín y
Antonio Orlando Rodríguez. La figura de este personaje de
la tradición oral adquiere una dimensión de arlequín, vuela
41
El señor José Tomillo, Bogotá, Norma, 1999.
Yolanda Reyes, Una cama para tres,
Bogotá, Alfaguara, 2003.
Sergio Andricaín, El libro de Antón Pirulero,
Bogotá, Panamericana, 1989.
El Día de Muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.
por las páginas, se divierte, se transforma y entusiasma a una
galería de personajes. El gran colorido de su traje, la acuarela
de colores brillantes y el ritmo cobran un sentido de jolgorio y
divertimento.
En sus últimos trabajos, Ivar da un salto importante.
Comienza a integrar los colores fuertes y un manejo
del detalle en sus escenografías. También, emprende
una búsqueda más sólida para expresar los rasgos de lo
latinoamericano en sus libros infantiles. Asimismo, incorpora
ya el concepto de libro-álbum con todo su vigor y desarrolla
un lenguaje rimado que hace juego con el ritmo de sus
ilustraciones.
En El Día de Muertos (2003), la abuela viene a visitar a
sus nietos para celebrar el ritual del altar de muertos, cargada
de un montón de sorpresas, calaveras de azúcar, papeles
de colores, flores, frutas… En medio de esta celebración,
tan enraizada en la tradición mexicana, las calaveras se
entusiasman con sus bailes fantásticos y divertidos. Tocan
música, bailan, se casan, se visten con trajes típicos y hacen
grandes fiestas. Numerosos símbolos de la mexicanidad,
como las banderas, los sombreros, la geografía, los adornos,
intensifican el carácter latinoamericano de esta celebración
y puntualizan en ese mosaico de colores una deuda con gran
parte de ese valor visual que caracteriza a nuestras culturas.
La representación de las calaveras tiene un tono de carcajada,
el tema de la muerte se mira desde la celebración, no hay
dolor sino una burla permanente que se acentúa en los rostros
destemplados, en las pequeñas historias que se cuentan y
en detalles tan elocuentes como los perros-calavera o los
esqueletos que salen bostezando de las tumbas.
Sin embargo, la obra más madura en cuanto a esa
tendencia de la representación de lo latinoamericano es uno
de sus últimos libros, ¡Azúcar! (2005) que presenta la vida
de la guarachera cubana Celia Cruz. La estética adquiere un
tono naïf, tanto por el uso de los colores como por los planos
de representación y el manejo de las figuras. Hay un repaso
por diferentes épocas, pero también por diferentes espacios,
desde los más abiertos, como el malecón de La Habana, hasta
42
¡Azúcar!, Nueva York, Lectorum, 2005.
los más íntimos, como la escena donde Celia escucha la
radio con su padre. Se incorpora un recurso que ya aparece
en otro de sus libros: se trata de los retratos fotográficos de
los personajes, en este caso en tono sepia. El concepto de
secuencia es hábilmente manejado, no sólo como sucesión
del tiempo sino también como plano descriptivo, los zapatos
que amaba Celia, sus pelucas y sus vestidos se exhiben de una
forma visualmente ingeniosa.
Desde este punto de vista, pienso que uno de los aportes
más importantes de Ivar es haber asumido una biografía de
esta forma tan desenfadada, empezando por la escogencia del
personaje, que quizás no hubiese permitido otro tono. Las
escenas a veces son delirantes, como en la presentación en el
teatro Fausto, con esas bailarinas que se retratan con el pie
al aire mientras Celia canta extasiada con los ojos cerrados.
Otras son más emotivas y cargadas de esa ingenuidad y esa
ternura que nunca han abandonado la obra de Ivar.
Los ángeles y los cupidos revoloteando en las escenas,
los colores estridentes, las orlas de aves de intenso azul y
corazones casi púrpuras, las rosas robustas del escenario,
las flores inmensas del cubrecama, los bananos en el tren,
el pianista que llevan cargado hacia el avión y las casas a
veces ladeadas certifican esa deuda con la pintura caribeña,
pero también una incursión en la estética kitsch que resulta
deliciosa y completamente coherente.
43
¡Azúcar!, Nueva York, Lectorum, 2005.
A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.
El deseo de experimentar sigue nutriendo las incursiones
de Ivar a nuevos planteamientos y el uso de recursos
inesperados. En su interpretación del poema de Quevedo
A un hombre de gran nariz (2007), recurre a la exageración,
también refinada, para lograr la caracterización de un
personaje barroco, de gestos aristocráticos y ademanes
teatrales. El uso del lápiz muestra un gran dominio del
dibujo, y muy especialmente del manejo de las luces y
sombras, pero sin transiciones fuertes, lo que le otorga cierta
dimensión poética y dulce, a pesar de la cruel y aguda crítica
que se esconde en los versos.
No obstante que se reconoce cierta constante en muchos
de sus guiones y en parte de su estilo, Ivar sorprende por
esas formas múltiples: ensaya con técnicas diferentes,
humaniza a personajes animales, los distorsiona, desarrolla
la figura humana en formas cortas o alargadas, otorga
refinamiento en ciertos casos, en otros adquiere cierto
carácter chocante. La tendencia a la experimentación
muestra esa capacidad para medirse con el riesgo o saltarse
las fórmulas tradicionales y para revisar esos rasgos de lo
latinoamericano: dentro de un torrente más reposado, Ivar
es el autor de la ternura y el humor, conquistador de los
lectores más pequeños, y padre de Chigüiro, uno de los
personajes más queridos y recordados para muchos lectores
que ahora disfrutan de otras aventuras de este multifacético
autor, ilustrador y creador de libros para niños. 44
Otra Voz: Galia Ospina Villalba
¿Qué puede evocar la configuración de un autor e ilustrador de libros-álbum?
Podemos encontrar una aproximación a esta compleja pregunta en los libros de
imágenes de Ivar Da Coll.
El arte de ilustrar trasciende el dominio de una técnica específica. Implica mirar
el mundo con renovados ojos y saquear de éste toda la vida que contiene.
Cautivado por un mamífero de los Llanos Orientales colombianos, Ivar crea la
serie de imágenes Chigüiro. Las imágenes sin textos guardan sonidos latentes e
historias posibles. Basta tocar las superficies con la mirada o la magia de la voz
para empezar a descender en sus abismos.
Chigüiro y el lápiz (1985) es uno de esos libros-álbum en que la secuencia visual
cuenta una historia sin palabras, que teje correspondencias con El libro del Osito
de Anthony Browne. Ambos personajes emprenden la aventura con un lápiz
en sus manos. Chigüiro dibuja una bicicleta, un cono de fresa y una cama con
un cobertor celeste para abandonarse al sueño. Osito descubre que el gesto
violento del gorila se suaviza al dibujarle un oso de peluche que lo acompañe.
Con un lápiz es posible crear el universo en un ejercicio incesante. El ilustrador
está atento, escucha el silencio y discierne lo esencial entre el arabesco de las
formas. La imagen es un concepto, condensa la densidad de la mirada en el
espacio y en el tiempo. El autor ha aprendido que mostrar es también callar,
resaltar la limpieza en los recursos expresivos, permitir que la ilustración
irradie a sus lectores y continúe resonando adentro. Como dice Daniel Goldin,
“una ilustración bien lograda siempre resulta inagotable. Es un remolino que te
sumerge en su profundidad y, a la vez, un estanque que te invita a contemplar
tu reflejo y a dar un chapuzón en tus propias profundidades”1.
1. D. Goldin, “El álbum, un género editorial que pone en crisis nuestro acercamiento a la lectura”, en Revista
Nuevas Hojas de Lectura, Fundalectura, Bogotá, núm. 12, p. 14, 2006.
45
maría clemencia
venegas fonseca
Maestra, bibliotecaria
escolar e investigadora
colombiana. Licenciada en
Ciencias de la Universidad
de Salford (Inglaterra),
con especialización en
Educación de la Universidad
de Manchester (Inglaterra)
y maestría en Lectura de
Wheelock College (Boston,
Estados Unidos) y Gestión
curricular de la Universidad
Externado de Colombia.
Autora de numerosos libros
sobre la promoción de lectura,
las bibliotecas escolares y los
materiales educativos.
Ivar Da Coll
o el encanto
de la inocencia
i var da c ol l no puede calificarse como un autor
colombiano nuevo, ni ingenuo, ni carente de experiencia.
De hecho, es un ilustrador y autor muy prolífico que ha
incursionado en muy diversos tipos de tareas y obras en el
campo de los libros para niños. Ha sido editor, ilustrador
y formador de ilustradores, y ha hecho escuela con sus
ilustraciones originales, de líneas limpias, de formas y
colores delicados. Sus ilustraciones combinan su gentil (y
particular) forma de humor y candor con calidez y ternura
genuinas, sin facilismos maniqueos, ni copias, todas sus
imágenes son absolutamente originales. Como ilustrador,
ha trabajado en obras de grandes escritores de la literatura
infantil latinoamericana, y como autor tiene más de cuarenta
títulos, muy exitosos, de cuento, álbum, libro ilustrado, novela
corta y poesía (género en el que ha incursionado con coplas
colombianas, calaveradas mexicanas, biografías rimadas y
narraciones humorísticas en verso). Ha explorado la forma
de llevar su arte a otros lenguajes (el soporte electrónico, por
ejemplo, en el que ha experimentado con una versión digital de
Medias dulces). No es, pues, un recién llegado al mundo de los
autores para niños. Probablemente se trata del más genuino y
original autor e ilustrador colombiano, cuya obra completa ha
resistido ya el paso de los años (más de veinte desde la primera
edición de Chigüiro, publicado en 1985); su trabajo como autor
se ha decantado y renovado y sirve de carta de presentación
para una literatura infantil nacional con un particular y
auténtico sabor colombiano, al lado de Pombo, Castro Saavedra
y otros. Nada mal para un autodidacta, en un país donde la
literatura infantil nacional tiene aún mucho por aprender
y muchos “ismos” graves (infantilismos condescendientes y
pedagogismos cargantes, los más detestables de todos) de los
que debe librarse para convertirse en verdadero arte.
46
Su obra ha sido calificada por la crítica (y por el público
comprador) con entusiasmo. De hecho, ha publicado con
las grandes casas editoriales, tanto en Colombia como en el
extranjero, sin dejar de lado nuevas editoriales nacionales y
pequeños proyectos novedosos, fuera de colección, con los
que aún Da Coll toma riesgos. Es uno de los pocos autores
nacionales que puede vivir de su trabajo como escritor.
Sus libros tienen en las bibliotecas públicas y escolares
una circulación muy alta y suelen desintegrarse rápido,
destrozados por cuenta del desmesurado amor y manoseo
de los lectores infantiles. Ha sido el único autor colombiano
aspirante al premio Andersen en el renglón de ilustración,
al lado de gigantes como Anthony Browne y otros. Premio
que, seguramente, algún día ganará, como se ha ganado el
reconocimiento y el afecto de los lectores colombianos. Es
decir, sin palancas ni roscas.
Pero, ¿qué decir de Ivar Da Coll como autor, es decir de sus
textos propiamente dichos, sin tenerlos en cuenta al lado de las
ilustraciones mismas sino como producciones literarias per se?
Chigüiro y la chiva Bogotá, Babel, 2006.
El día que a Chigüiro “le salieron letreros”
Los primeros libros de Da Coll fueron libros mudos (sin
texto) que aparecieron en una serie publicada por Editorial
Norma, dedicada a un personaje muy colombiano, un animal
de la fauna de los llanos colombo-venezolanos. El chigüiro,
el roedor más grande de América, estaba en ese entonces a
punto de extinguirse por cuenta de la caza indiscriminada de
la que era objeto en razón de su delicioso sabor. Es importante
mencionarlo porque Chigüiro, que desde 1985 hasta 1992
permaneció mudo (aunque sus gestos “hablaban volúmenes”
en los primeros seis títulos de la serie de Norma), comenzó,
cuando cumplió siete años de publicado, a tener su propia
voz. En 1992 nació la serie en que Chigüiro habla, en la
que, a través de tres títulos se revela como un personaje más
complejo, con dificultades y dudas muy humanas. El rostro
de Chigüiro ha cambiado un poco; las proporciones de su
cuerpo lo hacen ver más aniñado, sus ojos pequeños son
47
falta
Chigüiro Rana Ratón, Bogotá, Norma, 1997.
más expresivos, su coloración es más tenue. Además, en esta
segunda etapa lleva ropa un poco más grande y desgarbada,
igual que la de un niño. Gracias al texto y a la presencia de
otros capibaras mayores en edad y que hacen las veces de
acudientes, es posible constatar que Chigüiro no es (como
podría suponerse en los anteriores títulos) un animal adulto
y divertido sino un cachorro que experimenta toda la gama
de sentimientos propios de la primera infancia humana.
Aparecen por primera vez en su entorno dos adultos a cargo;
una afectuosa familia que en Chigüiro, Abo y Ata (1992) le
enseña al menor las ventajas y limitaciones tanto de crecer
como de ser pequeño. También el texto y el manejo del lenguaje
de Da Coll permiten explorar el sentido del humor de cada
uno de los personajes, y no simplemente la comicidad de las
situaciones gráficas de títulos anteriores. Ahora bien, todos los
sentimientos de Chigüiro no son exclusivamente felices. La
relación de Chigüiro con sus pares y con los adultos no siempre
está libre de conflictos o, por lo menos, de las contradicciones
cotidianas normales en la vida de un niño: en Chigüiro se va,
nuestro protagonista decide abandonar el hogar, aburrido de las
normas adultas. En Chigüiro Rana Ratón (1997), seis amigos,
todos de muy distintas especies, características y preferencias,
pactan la forma en que van a jugar. Chigüiro tiene la visión
egocéntrica y tozuda de cualquier niño: su necesidad de ser el
centro de las actividades provoca la negociación entre pares
de normas y acuerdos de libreto, típica del juego dramático
espontáneo en los niños. Son relatos aparentemente simples,
con textos desprovistos de adjetivación, casi lacónicos y que, sin
embargo, con increíble sencillez, dan cuenta de sentimientos
muy complejos con los que cualquier lector puede identificarse:
rivalidad, identidad, aceptación y respeto por el otro, empatía
y humor. Los finales son impecables: optimistas, felices, de
resolución negociada gracias al afecto, y no a la autoridad.
Otros hermanitos
En 1990, y gracias a la colección OA Infantil de Carlos
Valencia Editores, de formato cuadrado e inicialmente en
48
blanco y negro (posteriores versiones aparecieron a color), se
publicó, antes del Chigüiro parlante, otra serie, esta vez con
animales domésticos como protagonistas. Se trata del gato
Eusebio, que convive con animales como la gallina Úrsula,
el pato Ananías, la cabra Eulalia, la gata Camila y el perro
Horacio, igualmente afectuosos y solidarios. La serie Historias
de Eusebio tuvo tres títulos: Tengo miedo (1990, Lista de Honor
de ibby 1990), Torta de cumpleaños (1990, premio aclij
1991) y Garabato (1990). En esta serie el protagonista tiene
una intensa vida interior. Eusebio complementa su poético y
rico mundo íntimo gracias a las interacciones que tiene con
sus amigos. En la serie aparecen temas importantes como el
miedo, la frustración de la creación trunca y el temor a no ser
aceptado, que se resuelven gracias al ingenio de Eusebio o a
la ayuda colectiva. El narrador está fuera del gato atigrado,
un personaje tímido y tierno inspirado en los gatos que Da
Coll suele tener en casa y adora. El texto, aunque en tercera
persona, habla en presente y en ocasiones tiene ecos de voz
interior: también hay allí una vena secreta y frágil, muy poco
felina, con elementos de autorretrato, sin duda.
Casi al mismo tiempo con Chigüiro parlante aparecen
(1993) dentro de la colección Ponte Poronte, de la editorial
Ekaré en Venezuela, el personaje Hamamelis y sus amigos. Los
dos títulos de Hamamelis (Hamamelis y el secreto, Hamamelis,
Miosotis y el señor Sorpresa, Lista de Honor de ibby, 1996)
son bien diferentes de Chigüiro, y en particular en el segundo
título de la colección, en el que es posible notar más claramente
en las tramas la influencia de los libros de la entrañable serie
de Sapo y Sepo de Arnold Lobel. La serie de Hamamelis ahora
nos presenta otros animales, no necesariamente reconocibles
(Miosotis, por ejemplo, ¿es una rata, un perro de agua, una
zarigüeya?), entre quienes siempre se aparece una especie de
amable problema en cuya resolución interviene siempre el
candor, así como el acuerdo de pareceres entre amigos. Son
dilemas infantiles con soluciones también infantiles (es decir
autónomamente encontradas sin la intervención adulta), al
parecer un poco tontas –como la llegada de un amigo, las
preocupaciones de qué regalar a quien más se quiere, etcétera–,
49
Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa,
1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
Arnold Lobel, Días con Sapo y Sepo,
Bogotá, Alfaguara, 2002.
Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.
Nano va a la playa, Bogotá, Norma, 2006.
pero que jamás pierden la autenticidad y la lógica interna
del razonamiento infantil, al mismo tiempo que subrayan la
importancia del profundo lazo de amistad y confianza entre
los protagonistas. Leerlos es recordar claramente cómo se
razonaba (y confiaba) cuando se era niño. Las tramas suelen ser
reiterativas, encadenadas, circulares o acumulativas (se repite
la pregunta, se involucra en el dilema un nuevo participante,
se intenta una solución nueva, etcétera). Algunos elementos,
tales como el uso de cartas y mensajes escritos que van y
vienen entre los personajes, recuerdan nuevamente a Lobel y
a Minarik (este último en sus libros de Osito, ilustrados por
Maurice Sendak, con otro protagonista adorable pero cuyo
carácter le trae problemas con el mundo). Esta vena de Da Coll
para trabajar historias de amigos y familias que se ayudan, con
ternura y humor, ha continuado trabajándose en álbumes tales
como Nano y sus amigos (2004), Nano va a la playa (2006) y
Carlos (1999), que explora los celos fraternos frente a la llegada
de un bebé a la familia.
Es interesante mencionar algunos álbumes de Da Coll
para la colección Buenas Noches, de Norma (Los Dinosaurios
y Supongamos, 2000). Estos álbumes hablan a los niños con
un sello muy personal de humor y por primera vez usan la
fantasía y el absurdo para presentar una postura iconoclasta
del autor frente a algunas “verdades indiscutibles” entre
adultos acerca de la crianza y la escuela (el valor nutricional
de la sopa y la inutilidad de las disecciones de anfibios). Con
el recurso argumental de invertir los roles de humanos y
animales o de construir el relato con un supuesto que invierte
las escalas de tamaño muy propio de Rodari, Da Coll extrapola
las consecuencias lógicas para enfrentar a los adultos con los
efectos de sus detestables actos.
Las raíces italianas
Ivar da Coll es nieto de un ingeniero sueco que por avatares
casi macondianos llegó al país a construir carreteras y en
Chinchiná conoció a la mujer colombiana con quien fundó
su familia. Las tradiciones orales italianas, que sin duda Ivar
50
escuchó de su otra abuela, italiana, cuando era niño, son la
inspiración de Medias dulces (1997), una narración basada
en la tradicional Befana, la abuela bruja que, volando en
su escoba, lleva los regalos (o los trozos de carbón para los
traviesos), que deposita según la costumbre navideña en
Italia, en las medias colgadas a los pies de las camas, en las
chimeneas o en las ventanas durante la celebración de la
Epifanía. El tema ha sido explorado por el ilustrador-autor
norteamericano Tomie De Paola con su serie Strega Nona,
en el que Befana es una dulce viejita de capa roja que hace
“buena” magia. En la obra de Da Coll se usa el recurso de
la caja china (una historia en el pasado dentro de otra, en
tiempo más cercano) para mezclar elementos de lo folclórico
(un relato de tradición oral) con una narración oral que se
desarrolla en un ambiente cotidiano contemporáneo. Da Coll
funde las dos historias para explicar cómo una alianza entre
desjuiciadas (una nieta hoy, una nieta ayer y una bruja sin
habilidades manuales) puede servir a los propósitos de las
tres y, al mismo tiempo, explicar por qué hay tantas medias
nonas en las casas y por qué se cuelgan las medias en las
ventanas cada 6 de enero. Esta vez el reto de un texto más
largo pone en evidencia el talento de Da Coll para construir
diálogos cotidianos perfectamente verosímiles, en lenguaje
coloquial, natural y auténticamente actual. Medias dulces fue
incluida en la Biblioteca de los Niños que la Alcaldía
de Bogotá seleccionó para dotar de cien títulos de
literatura infantil a todas las escuelas de la
ciudad en 1997.
51
Strega Nona, New York, J. P. Puntman’s Sons, 1996.
Medias dulces, Bogotá, Norma, 1997.
Música en la cabeza
“El señor José Tomillo
es muy flaco y amarillo”.
El señor José Tomillo, Bogotá, Norma, 1999.
Sin duda el mejor acierto literario de Da Coll ha sido
comenzar a trabajar textos en verso para acompañar sus
series dirigidas a los niños más pequeños. Una serie en
cartoné de seis títulos: El señor José Tomillo, María Juana,
¡Qué cumpleaños! ¿Quién ha visto?, Cinco amigos, y Bien
vestidos (1999) marca el comienzo de sus devaneos con
la poesía, todos muy exitosos. Se trata de un trabajo casi
siempre en versos pareados y en cuartetas que recuerdan,
por momentos, la repentización folclórica. Pero lo mejor
no es sólo la musicalidad de su verso y el afortunado fraseo
(en rima asonantada y con licencias), sino además el trabajo
maravillosamente complementado por la ilustración,
que construye una clase muy particular de humor, entre
irreverente y pícaro, que le hace un guiño al lector y lo invita
a hacer múltiples lecturas de los textos y la historia. El mejor
exponente de este trabajo es el poema narrativo ¡No, no fui yo!
(1998). Allí reúne Da Coll lo mejor de su cosecha: animales
colombianos, narrativa picaresca, sonoridad de coplas y la
irreverencia de hablar de lo innombrable y lo escatológico,
con la complicidad de los amigos (que incluyen al lector,
claro). Es probablemente el más popular de sus libros; arranca
carcajadas por igual a niños y adultos frente a las aventuras
de un cuy, una babilla y un oso hormiguero que se inventan
excusas, que hacen realidad sus mentiras para cubrir la
vergüenza de tres inocentes gaffes sociales.
Da Coll ha continuado trabajando textos en verso. Tiene
dos títulos recientes: ¡Azúcar! (2005) y El Día de Muertos
(2003). El primero es una biografía de la popular cantante
cubana Celia Cruz, con ilustraciones y estrofas que recuerdan
(ambas) las estridencias del arte popular callejero en el Caribe
con claras pinceladas de arte naïf. El uso del verso en esta
narración es un homenaje a las canciones (también coplas)
llenas de color y calor de la sonera de Cuba y a la alegría de su
estilo para cantar.
El libro El Día de Muertos es una composición en verso
que ingeniosamente pone al narrador a declamar dos veces
52
en medio del relato (también en verso) para echar sus
calaveradas sobre cómo un niño recibe cada año la visita de su
abuela para festejar el Día de Muertos. El libro incluye no sólo
ilustraciones de colores brillantes de sabor muy mexicano,
sino también versos típicos de la celebración novembrina,
con la sonoridad, picante y cadencia de las coplas
picarescas que se improvisan en México en la semana
alrededor del Día de Muertos, el 1º de Noviembre. Fieles
al origen de la fiesta, los poemas incluyen nombres, datos
y expresiones propias de las costumbres prehispánicas,
pero, sobre todo, el delicioso humor muy latino de reírnos
hasta de la muerte.
Esta última muestra del trabajo de Da Coll pone en
evidencia una vez más uno de sus grandes talentos: el de
ser un narrador asombrado, transparente, genuinamente
candoroso frente a todas las maravillas que puede ver, él,
que sí tiene a su niño interior intacto. “La Sonora Matancera,
una orquesta importante
buscaba una gran solista,
una excelente cantante.
Celia cantó para ellos
guarachas y guaguancós.
Así cautivó a la orquesta;
también a su director.
“En cada noviembre
que viene la abuela
nos trae, como siempre,
historias, sorpresas.
Entonces nació una estrella,
y además nacieo un amor.
El que tocaba trompeta,
de Celia se enamoró.
Papeles picados
con mil calaveras.
Pan rosa endulzado
y atole de fresa.
Ella le echó los ojitos,
también le gustó el señor.
Así entre música y ritmo
Pedro Knight la conquistó”.
Y del cempasúchil,
las flores del muerto,
cargando en sus brazos
racimos inmensos”.
Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.
El día de muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.
53
Otra Voz: Paola Roa
Ponerle ritmo a la tristeza, al miedo, a la tradición de las medias llenas
de dulces o al festejo de los muertos. Que predomine la música antes
que los discursos sublimes y las misiones pedagógicas, porque siempre
será un buen motivo para estar feliz, como diría Hamamelis a Miosotis,
leer un poema que te haga sonreír y encontrar una rima que sea rima
sin que se esfuerce en serlo. Ivar Da Coll no se empeña en relatos
elaborados pero tampoco seduce con la tontería; quizás por ello sus
historias reconfortan, alegran, nos permiten acercarnos a los monstruos
o a la obstinación de los adultos a través de un mundo donde imperan
la dulzura, la tranquilidad y la ensoñación de los gatos, un mundo donde
cada personaje nos trae remembranzas de otros porque tienen la misma
cadencia, porque se comunican con juegos de palabras que se quedan
en la voz.
La vida es un disparate, está llena de señores que cambian sin querer,
como José Tomillo, de amigos que, al igual que Eusebio, olvidan los
cumpleaños, de sorpresas que no esperas, de especies que se extinguen,
como los dinosaurios. La vida es un disparate, e Ivar Da Coll se la cuenta
a los niños con ritmo y colores, demostrando siempre que es con humor
como se debería tomar lo cotidiano, con la solemnidad sonriente de la
poesía y del juego. Y son ese humor y ese juego los que hacen que la
lectura en voz alta de los libros de Ivar se convierta después en muchas
lecturas, porque los niños (y no sólo los niños) quieren aprenderlos de
memoria, quieren llegar una y otra vez al punto donde se produce la
carcajada, “Mas José respiró tanto por la boca y la nariz que un moco salió
volando al lanzar un fuerte atchís”, o el asombro, “y supongamos que al día
siguiente en la escuela las ranas preguntan a la maestra – profe, ¿qué vamos
a hacer con estos niños? Y que la profe respondiera: – abrirlos por la mitad
con estas tijeras”. Carcajadas y asombros que no dejarán de ser leídos,
que con su sutileza se van quedando en el repertorio de quienes le
leen a otros y, a su vez, en la memoria de cada lector, en el repertorio
rítmico y visual de los niños.
54
margarita
valencia
Se ha dedicado a los libros,
en el campo de la edición, de
la traducción y de la escritura.
En la actualidad prepara una
serie de ensayos sobre las
bibliotecas personales.
Ivar y sus amigos
“¿Por qué no haces mejor una tapa tipográfica?”
c a r l o s va l e n c i a g o e l k e l
i var da c ol l es un hombre grande y de andar un poco
desmañado, como esos adolescentes que no acaban de
acostumbrarse a los brazos o a las piernas que les salieron de
pronto; es un hombre tímido, también, que se esfuerza mucho
por pasar desapercibido; y se ríe como si fuera una persona
bajita, con una risa que le sale cautelosamente de un lado de
la boca; pero la cautela no sirve mayor cosa porque igual se
sacude todo, y las gafas se le escurren de la nariz, y no hay
manera de ignorar esta amenaza de explosión que después
—mucho tiempo después, cuando se acomoda y olvida por
un instante su timidez— se convierte en una verdadera
explosión, con manotada sobre la mesa o sobre la rodilla.
Durante unos momentos, Ivar se transforma en un ruidoso
campesino italiano; pero rápidamente se recoge, pone las
dos manos sobre las rodillas, y pone cara de ser el hombre
menudito y gris que quisiera ser pero que no es.
Recuerdo a Ivar entrando a Carlos Valencia Editores, en
1986, de la mano de Camilo Umaña; también de la mano
de Camilo llegó la ilustradora Olga Cuéllar —cuya risa es
el antónimo de lo cauteloso—; y de la mano de Olga, un
poco después, la diseñadora Camila Cesarino (que en esa
época trabajaba para El Áncora, creo). Hacíamos libros y
nos divertíamos: en las aventuras de Lola, la vaca rosa, que
Ivar hizo para Dini unos años después, quedó testimonio de
nuestras tonterías. Nos burlábamos a gritos de nosotros y de
todo lo que nos rodeaba, hablábamos atropelladamente de
música y de literatura, y discutíamos con pasión y vehemencia
la ética y la estética del oficio.
Por cuenta del oficio pasamos mucho tiempo juntos: el
primer libro que hicimos con Ivar fue Del Moncada a la
victoria. La estrategia política de Fidel, de Marta Harnecker,
una tapa verde con un paisaje abstracto, vagamente
55
Ivar con Kika, Bogotá, 2007.
amenazador, con cañones rosados y montañas vestidas de
camuflado. Hacer ese libro en ese momento ya era anacrónico,
pero disfruté de mi primera negociación internacional, y los
cubanos —de quienes conocíamos la mítica revista de Casa
de las Américas y algunas publicaciones hechas con mucha
seriedad que circulaban misteriosamente— nos merecían
respeto. La tapa que Ivar ilustró a continuación sigue siendo
una de mis favoritas: un señor grande y redondo escribe a
máquina sentado en el aire, y en su cabeza descansa otro
señor que hace lo mismo. El escandaloso saco de rayas y
las serpentinas que lo rodean (y que salen de la máquina
de escribir) contrastan con la expresión vacía del rostro del
escribiente. La tipografía gótica que usó Umaña le da al libro
—el ya por entonces clásico Ciencia propia y colonialismo
intelectual, de Orlando Fals Borda— un aire divertido, casi
burlesco. También tienen mucho humor las dos ilustraciones
que hizo después para los dos volúmenes de Psicología y
clases sociales, de Álvaro Villar Gaviria (un texto denso, largo
y complicado en cuya corrección casi naufraga Ana Roda):
algunas de las figuras borrosas y puntiagudas, dibujadas
en lápiz, que se afanan de aquí para allá dentro de un
discretísimo marco de color han perdido inadvertidamente
la cabeza; una sola de estas cabezas mira al lector desde la
esquina inferior izquierda con gesto desolado, como si se
hubiese resignado a no entender.
El humor sutil de esas ilustraciones es lo que más me gusta
de los Chigüiros de la primera etapa, publicados por Norma
bajo la tutela de María del Mar Ravassa y Silvia Castrillón. En
esos libros, casi cuadrados, Chigüiro va por la vida tranquilo
y silencioso, sin marco que lo constriña, y eso le permite
desplazarse tranquilamente de una página a otra con un lápiz
en la mano, o unas ramas en la cabeza, o montado en una
chiva. Es grande y un poco peludo y no es particularmente
expresivo, aunque sonríe discretamente la mayor parte del
tiempo (y eso subraya momentos tan memorables como
cuando suelta las manos del manubrio de la bicicleta y se
muestra absolutamente feliz). Casi siempre lo vemos de perfil
—corriendo tras una mariposa o jugando a la pelota—, pero
56
en ocasiones nos regala una mirada cómplice de frente, como
si estuviera cerciorándose de que seguimos ahí o de que nos
estamos divirtiendo tanto como él.
Chigüiro tiene amigos —mico, chigüira, gallina—, pero
sus encuentros con ellos son más bien casuales, y los objetos
domésticos en su vida aparecen cuando los necesita y
desaparecen después: se podría decir que su hogar es la hoja
en blanco y lo que su imaginación quiera hacer con ella. En
cambio Eusebio y sus amigos son un parche, como diría un
joven amigo, y habitan un mundo perfectamente civilizado.
Aunque tampoco usan ropa, sí tienen cuidado de cocinar
con delantal y duermen con piyama, y hablan como ingleses
acomodados: “Qué dicha que te acordaras”, dice Camila
cuando Eulalia le lleva una canasta con frutas, huevos y crema
por su cumpleaños. Las buenas maneras que caracterizan sus
intercambios son reflejo del respeto que cada uno de ellos siente
por los demás, y también de genuino afecto: cuando Eusebio, un
gato atigrado que podría ser amarillo pero que en la edición de
Carlos Valencia Editores es morado, no puede dormir porque
tiene miedo, no duda en despertar a Ananías, y el pato se ocupa
con gentileza de las angustias de su mejor amigo.
Tengo miedo es el segundo tomo de las Historias de Eusebio,
y el más entrañable: las imágenes del comienzo —Eusebio
sentado en la cama de Ananías con osito, piyama de lunares
y pantuflas y Ananías con cara de dormido— dan lugar a la
más divertida serie de ilustraciones que haya dibujado Ivar:
a una primera ronda de miedos expresados por Eusebio
(diablo, dragón, bruja, fantasma, vampiro) sigue otra en la
que Ananías los desarma con paciencia y mucho buen humor:
particularmente delicioso es el fantasma que se baña en la tina,
y que Houghton Mifflin nos obligó a quitar en la edición
en inglés.
Para Carlos Valencia Editores, Ivar dibujó además el
reyecito desenfadado que ilustra la tapa de Antología de lecturas
amenas de Darío Jaramillo y que se convirtió en emblema de
la colección infantil y juvenil; el señor verde que pasea el libroperro del cartel de la colección Nueva Narrativa, y una señora
muy seria y circunspecta que almuerza un libro gustosamente
57
Torta de cumpleaños, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1989.
Garabato, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1990.
Tengo miedo, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1990.
en otro cartel de la misma colección (originalmente en lápiz
e impreso en verde y morado: Umaña, obligado a usar dos
tintas, era muy bueno creando la sensación de color, y no
teníamos que pagar policromías, absurdamente costosas).
Para Ekaré, Ivar creó a Hamamelis, que después fue adoptado
por Alfaguara; Carlos circuló en México, si no recuerdo mal,
y los tres alegres compadres de ¡No, no fui yo!, Juan, José y
Simón, aparecieron publicados por Panamericana en 1998,
después de dar muchas vueltas. En la segunda etapa de
Chigüiro aparecieron los abuelos, Abo y Ata, sabios adorables.
* * *
Boceto de la ilustración del señor verde que
pasea el libro-perro del cartel de la colección
Nueva Narrativa de Carlos Valencia Editores.
Olga, Camilo y Camila siguen bregando en el oficio, y aún
discutimos a voz en cuello la caída de fortalezas éticas que
alguna vez consideramos inexpugnables. Ivar también, y su
perseverancia y su talento se han visto recompensados: fue
nominado al Hans Christian Andersen en el 2000 y formó
parte de la Lista de Honor de ibby; ha publicado en Estados
Unidos, España, México y Venezuela y su obra, además de
ser ampliamente conocida, le permite vivir de su trabajo
y dedicarse exclusivamente a hacer libros. De entre sus
últimas creaciones quisiera destacar dos, bastante atípicas
y verdaderamente espléndidas: la primera es ¡Azúcar!, una
biografía de Celia Cruz publicada por Lectorum en Estados
Unidos con unos colores fuertes, chillones, que en nada
recuerdan la gama de los pasteles que Ivar suele favorecer,
y una estética francamente kitsch. La segunda, en el otro
extremo, es A un hombre de gran nariz, recientemente editado
por María Osorio en Babel. El dibujo aquí es a lápiz (entiendo
que por culpa de María), y la precisión en ciertos detalles
(véase, de nuevo, la escena de la tina) contrasta con otras
páginas en las que el boceto basta (como en el caballo que tira
del carruaje). En Celia y el hombre de la gran nariz vemos
a un Ivar que ha crecido con su trabajo, que no tiene miedo
de intentar cosas nuevas. Me parece que es ese decoro el que
aprendimos juntos: es un gusto saber que sigue vivo entre los
libros y entre los amigos. 58
Otra Voz: Juanita Cajiao
Con frecuencia, los autores de libros-álbum, hábiles para ilustrar y escribir,
terminan siendo identificados sólo como ilustradores pues es tanto lo que
dicen las imágenes que los textos se camuflan en lo que éstas cuentan.
Éste no es el caso de Ivar da Coll, pues la belleza de sus ilustraciones está
resaltada por los textos claros y directos que las acompañan. Sus palabras
bien articuladas, en verso o en prosa, llenan de pasión, sentido del humor
y caricias las páginas de sus libros, en los que las imágenes terminan de
narrar y describir las situaciones y personajes.
Probablemente esta forma de contar, con pocas pero bien buscadas palabras,
es lo que hace que sus libros se conviertan en traductores de preguntas,
pensamientos y experiencias infantiles. En cómplices que no pretenden
enseñar o explicar sino simplemente acompañar al niño en su vida cotidiana,
a través de una mirada al mundo muy semejante a la suya.
Ivar reconoce en sus lectores a pequeñas cabezas pensantes que pueden
ser parte de una historia sin que todo les sea descrito con palabras, de una
historia en la que las palabras bien dichas pueden abrir un universo enorme
de posibilidades. Sus textos crecen con las ilustraciones y con los lectores;
así, en los libros de Chigüiro, dedicados a los más pequeños, las palabras
son tantas como las que su público pronuncia, pero al llegar a ¡Azúcar!
(2005), el texto puede contar tanto como necesita un lector mayor para saciar
su curiosidad, sin ser excluyente y lograr satisfacer siempre a los públicos de
todas las edades.
59
La obra
reseñan: fundalectura [fl] valeria baena [vb]
Serie Chigüiro
Chigüiro y el lápiz
Chigüiro y el baño
Chigüiro y el palo
Chigüiro encuentra ayuda
Chigüiro chistoso
Chigüiro viaja en chiva
Inspirado en el chigüiro, enorme
roedor suramericano, Ivar Da
Coll creó esta colección de libros
de imágenes cuyo protagonista
recuerda los peluches que a los
bebés les gusta abrazar. Quizás
por eso los más pequeños suelen
identificarse con este simpático
personaje, casi siempre sonriente
y muy creativo. Pero tal vez lo
que más les gusta a los niños es
que Chigüiro vive situaciones
estrechamente relacionadas
con sus experiencias: encuentra
un lápiz, y su imaginación se
desborda en trazos que hacen
real lo imaginado; juega, se
ensucia, tiene que tomar un baño;
intenta sin éxito trepar alturas
imposibles, pero encuentra ayuda
para alcanzar lo que quiere; va a
la playa y allí hace nuevos amigos.
El expresivo chigüiro y todas sus
actividades ocupan con facilidad
la atención del lector, pues cada
página tiene generosos espacios
en blanco que invitan a mirarla
una y otra vez. Sin necesidad de
palabras, el ilustrador colombiano
Da Coll ha logrado transmitir en
estas historias una amplia gama de
emociones infantiles. [fl]
60
La granja
Este libro sin palabras muestra
cómo es la vida en una apacible
granja. Los miembros de una
familia trabajan sin pausa en
el cuidado de sus animales
domésticos, vacas, cerdos, ovejas,
gallinas, patos, gansos; laboran
la tierra –desde el arado hasta la
cosecha–, trabajan en los establos
y obtienen leche y sus derivados.
Dispuestas en doble página, las
ilustraciones muestran situaciones
habituales de la vida en el campo
(cuidado del ganado, crianza
de las aves de corral, cultivo y
cosecha, ordeño), de manera que
los lectores pueden explorar los
detalles, establecer relaciones y
construir historias completas.
[fl]
Ensalada de animales
Las ensaladas son una variedad de
coplas populares de la tradición
oral de los Llanos colombianos
y venezolanos. Ensalada de
animales, un libro lleno de humor
y ritmo, es un ejemplo de este tipo
de composiciones. Ivar Da Coll
ilustra este canto a la naturaleza
con dibujos coloridos y muy
divertidos. Esta ensalada “lleva”,
entre otros animales, tigre, oso
hormiguero, garrapata, caballo
viejo, perico gracioso, caimán,
ruiseñor, culebra, curí, jabalí,
ornitorrinco, avispa y mangosta.
Ah, también, venao, y por eso
el poeta anónimo canta: “y
que apronten de contao / unas
cuarenta pesetas / para pagarle
al poeta / desta famosa ensalada”.
[vb]
se r i e H i s to r i a s d e E useb i o
Garabato
Tengo miedo
Torta de cumpleaños
Eusebio, un hermoso gato de
mirada entre dulzona y triste,
tiene un sólido grupo de amigos:
la gallina Úrsula, el pato Ananías,
la cabra Eulalia, la gata Camila y el
perro Horacio. Ellos demuestran
ser una verdadera red de cuidado
mutuo en Torta de cumpleaños,
historia en la que Horacio
recuerda de repente que Úrsula
cumplió años y empaca unas frutas
que corre a regalarle; Úrsula, a su
vez, recuerda que Eulalia también
cumplió años, entonces añade a las
frutas unos huevos y va a visitar
a su amiga. De casa en casa, la
canasta se va llenando y, al final,
Eusebio decide hacer una torta
para todos.
En Garabato, de nuevo los
amigos giran alrededor de Eusebio,
que una alegre mañana decide
ponerse a dibujar. Cuando se
enteran, todos desfilan frente a él
para pedirle que los retrate. Sin
embargo, cada vez que Eusebio
empieza el dibujo de alguno,
recuerda que tiene que irse.
Cansado, Eusebio se decide por
el paisaje, pero ellos vuelven a
pedirle que los dibuje. Una prueba
para la paciencia de cualquier
artista, pero, como se ve al final,
Eusebio encuentra por casualidad
la solución.
En Tengo miedo, Eusebio siente
tanto temor de los monstruos que
no puede dormir. Por fortuna,
Ananías encuentra la forma de
devolverle la calma. El pato le
61
revela que, como él, los monstruos
deben hacer cosas que no les
gustan y también, como él, tienen
debilidades, como el helado de
colores.
Con un gran sentido del
humor, la colección propone
juegos de acumulaciones verbales
y visuales, y por supuesto, el
descubrimiento de la amistad
y sus bondades: complicidad,
diversión, solidaridad. [fl]
Chigüiro, Abo y Ata
Chigüiro está intrigadísimo,
quiere comprender cuál es el
secreto de los adultos para ser
tan grandes, tan serios, tan
comelones. ¿Por qué él no puede
comer tanto como Abo, o tener
un sillón como el suyo, o cocinar
con cuchillos afilados como Ata?
Los adultos siempre le dicen que
es muy chiquito, que cuando
sea grande… ¿Pero cuándo será
grande? “Cuando pase el tiempo”,
lo consuela Abo. Mientras pasa el
tiempo, Abo le muestra el mundo
de los adultos a Chigüiro, y éste
decide que a la larga es aburrido
ser grande, y que será mejor
esperar a crecer, y seguir, mientras
tanto, comiendo dulces, montando
en triciclo y pintando con crayolas
en su propia mesa de chiquito. [fl]
Chigüiro se va…
Tras pelear con Ata, el pequeño
Chigüiro decide marcharse y
va a parar a casa de Vaca. Allí
la pasa de maravilla, pero no
está conforme con la merienda
y nuevamente sale en busca de
un mejor lugar para quedarse.
62
Así llegará primero a la casa de
Tortuga y luego a la de Oso, ambas
las explora encantado pero al final
lo invade la añoranza de las cosas
que ha dejado en casa de Ata.
Sin darse cuenta será su mismo y
errático recorrido el que le dé la
oportunidad de reconsiderar sus
decisiones. [fl]
Hamamelis y el secreto
Como Hamamelis tiene fama de
ser muy discreto, Miosotis, su
mejor amigo, le lleva a casa un
pequeño “secreto” para que se lo
guarde. Hamamelis deposita el
secreto cuidadosamente en un
baúl, junto con una espada, una
corona de príncipe y una pelota a
rayas. Pero… el secreto empieza a
moverse y a hacer ruidos extraños.
Hamamelis tendrá que pelear
contra la curiosidad que le causa el
ruido, resistir la tentación de abrir
el baúl que contiene el secreto, y
lo más importante, tendrá que ser
fuerte para no dejarse convencer
de su amiga Caléndula, que le
ofrece unas deliciosas galletas
a cambio de dejarle conocer el
secreto. ¡Qué lío! [fl]
Hamamelis, Miosotis
y el señor Sorpresa
El señor Sorpresa es un misterioso
personaje al que nadie ve, pero
a quien todos conocen. Cuando
se acerca su visita, las casas se
decoran con velas, cintas y flores;
detrás de las puertas se colocan
bolsas para que, llegado el día, el
señor Sorpresa deje allí los regalos
que le han pedido en cartas que el
viento ha llevado hasta él.
Hamamelis y Miosotis, dos
amigos a los que les gusta visitarse
para conversar mientras toman
chocolate caliente y comen
galletas, también hacen sus
peticiones al esperado visitante.
Sólo que, en vez de pedirle
obsequios para sí mismos, cada
uno prefiere pedirle algo que, con
certeza, hará muy feliz al otro. [fl]
Chigüiro Rana Ratón
Chigüiro ha crecido y sus amigos
ocupan un lugar mucho más
importante en su vida. Del juego
en solitario de los primeros años,
Chigüiro pasa a buscar a los
otros para proponerles maneras
de pasar el tiempo. Pero, como
todos los amigos, los de Chigüiro
no siempre son receptivos y un
día lo desdeñan. Chigüiro los
deja por aburridos, y entonces
tropieza con Rana y Ratón, con
quienes juega de lo lindo… hasta
que ellos se quedan dormidos.
Contrariado otra vez, Chigüiro
se aleja y, por el camino, vuelve a
encontrar a sus primeros amigos.
Sin resentimientos, el juego vuelve
a empezar.
Libro sobre los desencuentros y
los acuerdos, en el que Da Coll
suma a sus expresivos dibujos los
diálogos de los personajes. [fl]
Medias dulces
Para evitar que Julia siga haciendo
travesuras, su abuela le cuenta
la verdadera historia de Befana,
la bruja buena, amiga de los
niños, que cada 6 de enero
pone chocolates y regalos en las
medias que los pequeños han
dejado colgadas en su casa para
ella. Según la abuela, Befana ha
recibido una invitación de sus
amigas brujas para ir a una fiesta
en la que premiarán las medias
más lindas. Befana quisiera
ir, pero no usa medias ni sabe
tejerlas. La magia no le funciona.
Ya resignada a no ir a la fiesta, de
pronto encuentra a Ana, una niña
aburrida de portarse muy bien,
que ha decidido portarse mal.
Las dos se hacen amigas. Befana,
feliz, descubre que Ana lleva unas
lindas medias, y eso le da una
gran idea… [fl]
¡No, no fui yo!
Tres grandes amigos viven una
historia llena de gracia y picardía
un día de excursión. Después
de comer y dormir la siesta,
uno de ellos deja escapar un gas
maloliente. Para ocultar su “falta”,
inventa un personaje extraño a
quien echarle la culpa. Los otros
dos no sólo le creen sino que de
inmediato echan a correr, presas
del pánico. Después serán ellos los
que vivirán situaciones similares.
Un libro que despierta en el lector
complicidad y ternura hacia los
personajes. [fl]
Bien vestidos
¿Quién diría que vivir con dos
gatos y un perro puede deparar
tantas sorpresas, tanto desorden
en el ropero? Los tres animales
son muy educados, se lavan los
dientes antes de dormir y usan
piyama. A través de divertidos
personajes y de situaciones fuera
de lo común, narradas en verso,
63
el lector conoce qué tipo de
prendas de vestir existen y algunas
de las situaciones en las que se
utilizan. [fl]
Cinco amigos
Con imágenes llenas de color, el
autor hace un recorrido por los
cinco sentidos para contar a los
niños qué pueden hacer con cada
uno de ellos. El autor personifica
los sentidos y los presenta como
amigos que nos permiten conocer
el mundo que nos rodea. [fl]
¡Qué cumpleaños!
Personajes simpáticos y
situaciones inesperadas se dan
cita en este libro en donde el día
más importante del año parece
empezar mal para el único niño
del cuento: al despertar ve una
enorme araña gris sobre su
cama, luego se tropieza con dos
cocodrilas en la bañera, con tres
serpientes en el lavamanos… El
niño pasa de la sorpresa a la rabia
y a la resignación: todos quieren
estar en su casa y él no sabe por
qué. Poco a poco descubrirá
por qué todos llegan en grupos
cada vez más grandes, por qué se
acicalan y están tan ocupados. Al
final, el lector sabrá lo mismo que
el autor: que contar es útil para
recordar siempre a todos los que
vinieron a una fiesta especial. [fl]
¿Quién ha visto?
La pregunta reiterada de ¿quién
ha visto? abre al lector la puerta
a un lugar maravilloso, en donde
lo divertido surge por cuenta
del ordenado absurdo del circo,
64
donde los animales presentan su
función. Muy elegante, el elefante
inaugura el espectáculo: la foca
y el payaso saltan, tres perros
y un marrano tocan el piano,
la cebra traga llamas, los micos
brincan, los gatos van en triciclo,
otros tocan música. El público,
admirado, contiene el aliento, y
el lector va de un detalle a otro,
invitado por la rima sencilla que
lo invita a contar y explorar las
imágenes. [fl]
María Juana
Este libro en verso cuenta la
historia de María Juana, una
viejita que vive acompañada de
sus animales y dedica su día a
cuidar de ellos. Las ilustraciones
muestran a los animales y los
sonidos que cada uno hace, de
modo que los niños pueden
familiarizarse con los habitantes
de una granja y conocer su
apariencia y su voz. [fl]
El señor José Tomillo
El señor José Tomillo está dando
un paseo. De pronto, algo lo
pica. Empieza a sentir comezón
y cambia de colores, pasando del
rojo al negro y, en medio de su
angustia, del verde al azul y luego
al morado. Una ambulancia lo
rescata y lo lleva al hospital, donde
un doctor lo salva. Con excelente
ritmo, esta es una historia llena
de humor que, de paso, enseña a
los niños los colores. El manejo
de la perspectiva y los gestos,
los abundantes detalles, hacen
de esta una historia divertida e
inolvidable. [fl]
Carlos
Carlos va todos los días a la
escuela, donde se divierte mucho
con la señorita Flori y con sus
compañeros. Cierto día, Carlos ve
que a su mamá le ha salido una
barriga enorme; ella le explica
que no duele, que adentro hay
un bebé. Cuando papá y mamá
llegan del hospital con el nuevo
hermanito de Carlos, las cosas
cambian: papá ya no dibuja con
él, mamá no le lee cuentos, la
abuela no puede jugar porque
está ocupada arrullando al bebé.
Una noche, Carlos desaparece;
lleno de celos, quiere que el
pequeño se vaya. Mamá, papá y
la abuela le explican entonces que
su hermanito se quedará para
siempre, y que más adelante se
convertirá en su mejor amigo.
[vb]
Los dinosaurios
“Hace miles de millones de años
existieron los cavernícolas. Y
también los dinosaurios”, que
eran las mascotas de los niños
cavernícolas. En esos tiempos,
los hombres inventaron la sopa,
que los niños odiaban. Por eso,
apenas veían la ocasión, los
pequeños se escapaban al jardín
y la enterraban. En cada lugar
donde había sido enterrada una
sopa, crecieron las plantas de
asquerosopa, que los dinosaurios
empezaron a comerse. Sucedió,
entonces, que los dinosaurios
crecieron hasta convertirse en
enormes animales. Los adultos
cavernícolas decidieron entonces
que los dinosaurios debían
desaparecer; pero los niños
tuvieron una muy buena idea
y los salvaron… Sin embargo,
pasaron por alto un detalle, y los
dinosaurios desaparecieron para
siempre de la faz de la tierra. [vb]
Supongamos
En este libro el autor invita a
imaginar qué pasaría si niños y
ranas cambiaran de lugar; si las
ranas se vistieran y hablaran, y
los niños nadaran y dijeran “cro”;
si cada rana debiera llevar a su
clase de biología un niño en un
frasco para hacer un experimento.
Lejos del ecologismo que raya en
la histeria, esta es una historia de
refrescante humor negro que se
detiene justo a tiempo. [fl]
Pies para la princesa
Ivar Da Coll nos lleva al mundo
fantástico de una princesa que ha
perdido los zapatos… y también
los pies. Furiosos, sus padres
la mandan a su habitación, sin
televisión. Pero ella no se amilana:
pone un anuncio en la prensa:
“Princesa contrata pies”. Entonces,
empieza una extraña romería de
personajes excéntricos y divertidos
que llegan hasta el castillo. La
princesa tiene mucho de donde
escoger, pero sólo quiere unos
buenos pies para caminar. El final
es tan leve como la alegría que da
encontrar al fin lo que por tanto
tiempo hemos buscado. [fl]
65
El niño que no sabía escribir
Diego, el hermano mayor de Juan,
va todos los días a la escuela;
cuando llega a casa, juega un
rato con su hermano pequeño.
A Juan lo que más le gusta es
que su hermano haga las tareas;
un día, Diego tiene que escribir
un cuento, y Juan decide hacer
un dibujo que acompañe la
historia: va corriendo a su cuarto
por su caja de colores y por un
cuaderno grande que le regaló su
tío Alberto. Pero primero, Juan
pinta una cebra y, ante la mirada
incrédula de su mamá, escribe el
nombre del animal bajo el dibujo:
Micaela. [vb]
Balada peluda
Esta balada peluda cuenta las
peripecias que le ocurrieron a
una cabeza después de haber
tenido una pelea con una sopa,
que le dejó el pelo hecho un
mazacote. Aunque el enredo
estaba imposible, un peluquero
hizo su trabajo en la sala de
belleza: el secador, las tijeras, la
peinilla, el champú, el fijador y
otros amigos lograron dejar a la
cabeza limpia y bien peinada…
Todos estaban un poco locos, y
tenían ganas de pelear, así que la
cabeza, asustada, decidió escapar.
El narrador aconseja a los lectores:
“No busques nuevos caminos / ni
cambies de peluquero / no dejes
que a tu destino / lo afecte un
corte de pelo”. [vb]
66
El Día de Muertos
El 1º de noviembre, la abuela llega
a celebrar con sus nietos el Día de
Muertos, una fiesta mexicana en
la que se prepara un banquete y se
ponen ramos de flores en el altar
donde están los retratos de los
muertos de la familia. Los niños,
sentados con su abuela, escuchan
las divertidas historias de muertos
que ella les va contando, como la
de un esqueleto que está aburrido,
o la de una fiesta de muertos en
la que una pareja de esqueletos se
enreda y cae al suelo. Termina la
tarde y la abuela se despide. Como
es de suponer, los niños anhelan
que llegue pronto el otro 1º de
noviembre, con nuevos cuentos y
nuevo altar. [vb]
Nano y sus amigos
Nano va caminando con un
regalo en las manos. De repente,
tropieza con una piedra, pero en
ese momento, por fortuna, Goyo
llega a ayudarlo y alcanza a agarrar
el paquete en el aire. Abrazados
como buenos amigos, Nano y
Goyo siguen caminando, pero
encuentran un precipicio. Menos
mal que Serpi está al otro lado y
se estira y se estira para ayudarlos
a pasar; sin embargo, los niños
pierden el equilibrio, y a Nano
se le cae el regalo de las manos.
Felizmente, el pájaro Tito viene en
su ayuda y alcanza a coger el regalo
en el aire. Felices, Nano, Goyo, Serpi
y Tito siguen su camino, abrazados
como buenos amigos. Al fin, logran
llegar a la casa de Anita, que ese día
celebra su cumpleaños, y pueden
entregarle el regalo. [vb]
¡A nadar!
Cierto día el león sale de paseo
en su carro. En el camino se
encuentra con un amigo y decide
invitarlo a ir con él. Más adelante
se topan con el oso hormiguero y
con un pájaro, y ellos también se
suman al paseo. Finalmente llegan
todos a la playa; felices, corren a
nadar en el mar. Este libro en verso
de la serie de Ivar Da Coll para los
más pequeños, contiene dos títeres
de dedos que hacen aún más
divertida la historia. [vb]
¡Me gusta!
Al protagonista de esta historia le
gusta ir a la playa de paseo, llevar
su gorro, su toalla, meterse al mar
junto a los peces y las tortugas,
jugar con su balde en la arena.
También le gusta nadar en la
piscina con su calzón a rayas, su
flotador y sus gafas de agua. Pero
lo que más le gusta a este pequeño
es bañarse en la tina con mamá
y papá. ¡Me gusta! está escrito en
verso, y las ilustraciones son de
trazos muy definidos y suaves
colores que contrastan entre sí.
[vb]
¡A bañarse, ratón!
A ratón le gusta que su mamá lo
bañe en la tina con agua y jabón.
Después del baño, entre bailes y
risas, le pide a mamá ratona que lo
seque. Cuando llega el momento
de irse a la cama, ratón quiere
que su mamá le lea un cuento, lo
acueste, lo bese. ¡A bañarse ratón!
está escrito en verso, y hace que
bañarse sea algo muy divertido,
gracias a las ilustraciones y los
títeres de dedo que lleva dentro.
[vb]
Cochinita, ¿dónde estás?
Mamá Cochina y Cochinita están
jugando a las escondidas. Mamá
busca y busca a su hija, y no la
encuentra. Recorre toda la casa,
busca en el armario, dentro de la
lámpara de la sala, debajo de la
mesa, no la encuentra. Al fin, la ve
dormida en el sofá. Mamá la alza,
le da un beso, le pone la piyama y
la acuesta, es de noche, es hora de
descansar. [vb]
¡Azúcar!
“…en mil novecientos y… no sé
qué tantos” nació una de las más
importantes y queridas leyendas
de la salsa: Celia Cruz. Esta es la
biografía de la famosa cantante
cubana, contada en verso e
ilustrada con vivos colores por
Ivar Da Coll. Desde pequeña,
Celia cantaba “guarachas, ritmos
tropicales, tango y boleros muy
sentimentales”. Gracias a su
exitosa carrera al lado de su
esposo Pedro Knight y de muchos
músicos, Celia se convirtió en la
Reina Guarachera, esa que gritaba
¡Azúcar!, se ponía zapatos sin
tacón, y tenía mil vestidos y cien
pelucas. [vb]
67
Nano va a la playa
Un buen día Nano decide ir a la
playa. En el camino se encuentra
con Tito y Serpi y los invita a ir
con él, y más adelante, con Goyo
y Anita, que también se unen
al paseo. Ya en la playa, todos
juegan a esconderse detrás de
las plantas; más tarde se ponen
gorro y vestido de baño y van
a nadar. Pero el mar está muy
contaminado… flotan una llanta,
una botella, un ladrillo… Nano
tiene una muy buena idea: si
todos ayudan, pueden resolver
el problema. Entonces recogen
los desperdicios; cada vez que
levantan algo, un animalito echa
a correr. Cuando terminan de
limpiar, en el mar comienza una
fiesta; los animales, agradecidos y
felices, los invitan a la celebración.
[vb]
A un hombre de gran nariz
Éste es un clásico de la literatura
española, uno de los sonetos más
conocidos del poeta Francisco de
Quevedo. Se trata de una burla a
uno de los grandes de la poesía
española, Luis de Góngora, con
quien Quevedo sostuvo una
archiconocida batalla literaria.
Quevedo exagera los rasgos e
invierte la proporción entre el
cuerpo y una parte del cuerpo,
en este caso, la nariz: “Érase un
hombre a una nariz pegado /
érase una nariz superlativa”. Las
ilustraciones de Ivar Da Coll, en
blanco y negro, de trazos muy
definidos, resaltan el humor y la
gracia del poema. [vb]
68
La obra como
autor
Chigüiro y el lápiz, 1ª edición , Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2005.
Chigüiro y el baño, 1ª edición , Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2005.
Chigüiro chistoso, 1ª edición , Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2005.
Chigüiro y el palo, 1ª edición , Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro encuentra ayuda, 1ª edición , Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro viaja en chiva, 1ª edición , Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2006.
La granja, Bogotá, Norma, 1987.
Ensalada de animales, Bogotá, Norma, 1988.
Garabato, 1ª edición , Bogotá, Carlos Valencia, 1990. última edición, Bogotá, Babel, 2006.
Tengo miedo, 1ª edición , Bogotá, Carlos Valencia, 1990. última edición, Bogotá, Babel, 2006.
Torta de cumpleaños, 1ª edición , Bogotá, Carlos Valencia, 1990. última edición, Bogotá, Babel, 2006.
Chigüiro se va…, Bogotá, Norma, 1992.
Chigüiro, Abo y Ata, Bogotá, Norma, 1992.
Hamamelis y el secreto, 1ª edición , Caracas, Ekaré, 1993. última edición, Bogotá, Alfaguara, 2004.
Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa, 1ª edición , Caracas, Ekaré, 1993. última edición, Bogotá,
Alfaguara, 2004.
Chigüiro Rana Ratón, Bogotá, Norma, 1997.
Medias dulces, Bogotá, Norma, 1997.
¡No, no fui yo!, 1ª edición , Bogotá, Panamericana, 1998. última edición, Bogotá, Alfaguara, 2004.
Bien vestidos, Bogotá, Norma, 1999.
Cinco amigos, Bogotá, Norma, 1999.
El señor José Tomillo, Bogotá, Norma, 1999.
María Juana, Bogotá, Norma, 1999.
Carlos, Bogotá, Alfaguara, 1999.
¡Qué cumpleaños!, Bogotá, Norma, 1999.
¿Quién ha visto?, Bogotá, Norma, 1999.
Los dinosaurios, Bogotá, Norma, 2000.
Supongamos, Bogotá, Norma, 2000.
Balada peluda, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2001.
The Story of Half-chicken: A Folktale from Spain an Latin America, Boston, Massachusetts,
Houghton Mifflin, 2001.
El niño que no sabía escribir, Madrid, Anaya, 2001.
Pies para la princesa, Madrid, Anaya, 2001.
El día de muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.
Cochinita, ¿dónde estás?, Bogotá, Norma, 2004.
69
¡A bañarse, ratón!, Bogotá, Norma, 2004.
¡Me gusta!, Bogotá, Norma, 2004.
¡A nadar!, Bogotá, Norma, 2004.
Nano y sus amigos, Bogotá, Norma, 2004.
Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.
Nano va a la playa, Bogotá, Norma, 2006.
A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.
La obra como
ilustrador
Buitrago, Fanny, Cartas del palomar, 1ª edición , Bogotá, Carlos Valencia, 1988.
última edición , Bogotá, Panamericana, 1998.
Andricaín, Sergio y Antonio Orlando Rodríguez, El libro de Antón Pirulero, Bogotá,
Panamericana, 1989.
Murzi, Jean, Dieciocho fábulas del lobo malo, Bogotá, Norma, 1990.
Murzi, Jean, Diecisiete fábulas del rey León, Bogotá, Norma, 1991.
Ulibarri, Sabine R., Purupupú, Boston-Massachusetts, Houghton Mifflin, 1992.
Uribe, Verónica, Diego y los limones mágicos, Caracas, Ekaré, 1994.
Uribe, Verónica, Diego y el barco pirata, Caracas, Ekaré, 1996.
Ramos, Antonio, El príncipe de Blancanieves, Bogotá, Norma, 1997.
Disher, Garry, Flaminio, el piano, Bogotá, Norma, 1997.
Prieto, Ileana, La princesa del retrato y el dragón rey, Bogotá, Norma, 1997.
Ramos, María Cristina, Ruedamares, pirata de la mar bravía, Bogotá, Norma, 1997.
Pennac, Daniel, La mirada del lobo, Bogotá, Norma, 1997.
Machado, Ana Maria, Un buen coro, Bogotá, Norma, 1998.
Rocha, Ruth, Nosso amigo Ventinho, São Paulo, Ática, 1998.
Machado, Ana Maria, Ah, pajarita si yo pudiera, Bogotá, Norma, 1999.
Machado, Ana Maria, El barbero y el coronel, Bogotá, Norma, 1999.
Machado, Ana Maria, Pimienta en la cabecita, Bogotá, Norma, 1999.
Reyes, Yolanda, María de los dinosaurios, Bogotá, Norma, 1999.
Machado, Ana Maria, Raúl pintado de azul, Bogotá, Norma, 2001.
Bojunga Nunes, Lygia, Chao, Bogotá, Norma, 2001.
Uribe, Verónica, Diego y la gran cometa voladora, Caracas, Ekaré, 2002.
Machado, Ana Maria, Un montón de unicornios, Bogotá, Norma, 2002.
Reyes, Yolanda, Una cama para tres, Bogotá, Alfaguara, 2003.
70
Bibliografía sobre el autor
esta bibliografía, elaborada por fundalectura, puede ser consultada en el centro de documentación de esta institución.
Colsubsidio, Taller de Talleres, Seis ilustradores colombianos de libros para niños : Alekos, Olga Cuellar,
Ivar Da Coll, Ana María Londoño, Rodez, Esperanza Vallejo, Bogotá, Colsubsidio, Taller de Talleres,
1998. (Libro que recoge la exposición organizada por Colsubsidio, Red de Bibliotecas y Taller de
Talleres, con el auspicio de Panamericana Editorial Ltda., Bogotá, octubre 23-noviembre 20 de 1998).
Comfenalco - Metro de Medellín, Exposición autores latinoamericanos de literatura infantil y juvenil
(septiembre 23 a octubre 20 de 1997), Medellín, Comfenalco-Metro de Medellín, 1997.
Comfenalco Antioquia, Autores latinoamericanos de literatura infantil y juvenil, Medellín, Comfenalco
Antioquia, 2000.
Comfenalco Antioquia, Ilustradores de literatura infantil y juvenil, Medellín, Comfenalco Antioquia, 1998.
Fundalectura, “Colombian Section of ibby Proposes Ivar Da Coll Author and Illustrator of
Books for Children as a Candidate for Hans Christian Andersen Author’s Award 2000”, Bogotá,
Fundalectura, 1999.
Guerrero, Olga Viviana, “El papá del chigüiro”, en Revista Credencial, Bogotá, núm. 71, vol. 12, octubre
de 1992, pp. 68-70.
Herrera Mulligan, Michele, “Meet Colombia’s Dr. Dolittle”, en Críticas, An English Speaker’s Guide to the
Latest Spanish Language Titles, Nueva York, núm. 4, vol. 3, julio-agosto de 2003, p. 25.
“Hoja de Vida: Ivar Da Coll”, en Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, Bogotá, núm. 3,
enero-junio de 1996, pp. 34-35.
ibby, Honour List 1990, by Writing, Basilea, International Board on Books for Young People, 1990.
ibby, Honour List 1996, by writing, Basilea, International Board on Books for Young People, 1996.
ibby, Honour List 2004, by Writing, Basilea, International Board on Books for Young People, 2004.
“Ilustres ilustrados”, en Cromos, Bogotá, 11 de septiembre de 2000, p. 102.
“Ivar Da Coll, Author Finalist Hans Christian Award 2000 • Colombia”, en Bookbird, ibby, Basilea,
núm. 3, vol. 38, septiembre de 2000, p. 33.
“Ivar Da Coll”, en Nuevas Hojas de Lectura, Fundalectura, Bogotá, núm. 3, septiembre-diciembre de
2003, pp. 38-39.
“Ivar Da Coll : Hoja de vida”, Bogotá, s.e., 1999, 52 p.
Libreros, Matilde, “Vamos al grano”, en El Espectador, Bogotá, 24 de abril de 1993.
Medina, María Beatriz, “Cómo ilustrar la fantasía”, en El Nacional, Caracas, 7 de julio de 1991, p. 7.
Pombo, Mauricio, “Torre de cartón”, en Cambio, Bogotá, núm. 80, 7 de junio de 1999.
Robledo, Beatriz Helena, “En torno a la obra de Ivar Da Coll”, en Revista Latinoamericana de Literatura
Infantil y Juvenil, Bogotá, núm. 3, enero-junio de 1996, pp. 36-41.
Robledo, Beatriz Helena, “Ivar Da Coll: Ilustraciones sobre un ilustrador”, en Hojas de Lectura,
Fundalectura, Bogotá, núm. 34, junio de 1995, pp. 20-24.
Rodríguez, Antonio Orlando, “Entrevista con Ivar Da Coll”, en Revista Latinoamericana de Literatura
Infantil y Juvenil, Fundalectura, Bogotá, núm. 3, enero-junio de 1996, pp. 42-43.
Rodríguez, Antonio Orlando, “Ivar Da Coll o cómo ponerle un traspié a la solemnidad”, Cuatrogatos,
Revista de Literatura Infantil, Fundalectura, www.cuatrogatos.org/nonofuiyo.html, núm. 1, eneromarzo, 2000.
Sánchez L., Carlos, “Alfabetos de la belleza”, en Magazín Dominical, Bogotá, 14 de diciembre de 1997, p. 24.
“Torta de cumpleaños”, en Parapara - Selección, Caracas, núm. 1, octubre de 1990, p. 22.
71
El autor
Ivar Da Coll nace en Bogotá, Colombia, el 13 de marzo de 1962. Hijo de
padre italiano y de madre hija de suecos. Realizó sus estudios de bachillerato
en el Liceo Juan Ramón Jiménez. A los 12 años se vincula al grupo de teatro
de títeres Cocoliche, con el que trabaja en diversos escenarios y en una
serie de programas de televisión.
Su formación como ilustrador y escritor de libros infantiles es autodidacta.
En 1983 comienza a trabajar con distintas editoriales como ilustrador
de libros de texto. En 1985 realiza para el Grupo Editorial Norma la serie
de libros de imágenes Chigüiro, cuyo personaje central es un mamífero de
la fauna suramericana, que alcanza una excelente acogida por parte de los
lectores infantiles y adultos. Ese trabajo lo introduce de lleno en el mundo
del libro infantil, en el que alterna la función de autor con la de ilustrador de
textos creados por otros escritores. Ha publicado también con las editoriales
Carlos Valencia Editores (Colombia), Alfaguara (Colombia-México), Ediciones
Anaya (España), Ediciones Ekaré (Venezuela), Houghton Mifflin Company,
Mc Graw-Hill y Simon & Schuster (Estados Unidos). Tres de sus libros (Tengo
miedo, Torta de cumpleaños, Garabato) han sido traducidos al inglés por
algunas de estas editoriales.
Fue durante siete años colaborador de Dini, revista infantil mensual del
Diners Club.
Ha recibido numerosos reconocimientos tanto nacionales como
internacionales:
1990 Tengo miedo hace parte de la Lista de Honor i b b y en representación
de Colombia.
1991 Torta de cumpleaños recibe el premio
aclij
al mejor libro colombiano.
Garabato se hace acreedor del premio de la Cámara Colombiana del
Libro a la mejor carátula.
Torta de cumpleaños y Tengo miedo son seleccionados por el Banco del
Libro entre “Los mejores libros para niños 1991”.
1996 Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa representa a Colombia en la Lista
de Honor i b b y .
2000 ¡No, no fui yo! forma parte de la selección The White Ravens, elaborada
por la International Youth Library con sede de Münich.
2000 Es nominado por Colombia como candidato al premio Hans Christian
Andersen.
2003 Pies para la princesa recibe la mención especial del premio “Los mejores
libros para niños” del Banco del Libro.
2004 Pies para la princesa representa a Colombia en la Lista de Honor i b b y .
Es nominado por Colombia como candidato al premio Astrid Lindgren.
2007 ¡Azúcar! es escogido entre “Los imprescindibles de la biblioteca”
en el evento “Los mejores libros para niños” del Banco del Libro. Es
nominado por Colombia al premio Astrid Lindgren en su versión 2008.
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La exposición
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DEJAR ESPACIO PARA FICHA DE CATALOGACIÓN EN LA FUENTE
La Biblioteca Nacional agradece a todas las personas que participaron en la elaboración de este
libro, y muy especialmente a Fundalectura y a las editoriales Babel Libros y Santillana.
© Biblioteca Nacional de Colombia, 2007
© de los textos:
Concepto: María Osorio + María Fernanda Paz Castillo
Edición: María Fernanda Paz Castillo
Dirección de arte: María Osorio
Diseño: Camila Cesarino
Fotografías: Alberto Sierra
Escáner: Sandra Ospina
ISBN:
Hecho el depósito legal
Impreso en Colombia por Panamericana Formas e Impresos S.A.
Exposición
(PONER TODOS LOS CRÉDITOS)
CONTRAPORTADA
Esta compilación de artículos críticos en torno a la obra de Ivar Da Coll buscan acercar a los
lectores interesados en la literatura infantil herramientas para abordar la obra de uno de los más
reconocidos autores colombianos contemporáneos.
Este primer título de la recién creada colección Cuadernos de literatura infantil colombiana
dedicado a Ivar Da Coll acompaña la exposición que realizó la Biblioteca Nacional de Colombia
de la obra de este autor; todo ello en función de la nueva línea de acción de la principal
biblioteca: el estudio y promoción de los principales autores e ilustradores de literatura infantil
de Colombia.
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Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.
Chigüiro y el lápiz, Bogotá, Babel, 2005.
Cuentos pintados de Rafael Pombo, Bogotá, FCE (en preparación).
El día de muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.
Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.
Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.
A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.
¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.
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Descargar