Alapalabra n.° 3 - Universidad Central

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alapalabra
Revista estudiantil de Creación Literaria
Vol. 2
n.º 3, julio-diciembre, 2015
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES,
HUMANIDADES Y ARTE
Departamento de Humanidades y Letras
alapalabra
Vol. 2, n.º 3, julio-diciembre, 2015
Consejo Superior
Comité editorial Alapalabra
Fernando Sánchez Torres
Presidente
Juan Sebastian Castillo
Director
Rafael Santos Calderón
Jaime Arias Ramírez
Jaime Posada Díaz
María Paula Maldonado
Editora
Carlos Alberto Hueza
Representante de los docentes
Germán Ardila Suárez
Representante de los estudiantes
Rector
Rafael Santos Calderón
Vicerrector Académico
Luis Fernando Chaparro Osorio
Vicerrector Administrativo y Financiero
Nelson Gnecco Iglesias
Departamento de Humanidades
y Letras
Isaías Peña Gutiérrez
Director
Óscar Godoy Barbosa
Coordinador académico
Natalia Gordillo
Laura Marcela Mateus
Diana Cortes
Nicolás Medina
Alejandro Salazar Valencia
Angélica Hernández
Maria Camila Aldana Molano
Natalia Cárdenas Morales
Sebastián Medina
Alejandra Urueña Ávila
Karol Nieto
Vanessa Pérez
Imagen de cubierta: Natalia Gordillo,
Dueto, 2015. Dibujo digital. 34 x 21 cm.
Colección de las vísceras.
Otras ilustraciones: Natalia C. Morales
Alapalabra es una publicación semestral
de los estudiantes del pregrado en Creación
Literaria.
issn:
2422-5037
Alapalabra, vol. 2, n.º 3
julio-diciembre · 2015
Ediciones Universidad Central
Varios autores
Calle 21 n.° 5-84 (4.° piso)
Bogotá, D. C., Colombia
pbx: 323 98 68, ext. 1556
[email protected]
Producción
Coordinación Editorial
Dirección: Héctor Sanabria Rivera
Asistente editorial: Jorge Enrique Beltrán
Diseño y diagramación:
Patricia Salinas Garzón
Corrección de estilo: Nicolás Rojas
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y difunda el resultado con la misma licencia del original.
Las ideas aquí expresadas, lo mismo que su escritura, son exclusiva responsabilidad de los escritores
y no comprometen a la Universidad Central ni a la orientación de la revista.
Contenido
Pág.
Nota editorial........................................................................... 5
María Paula Maldonado | Juan Sebastian Castillo
rémiges
narrativa
Bogotá noire............................................................................. 9
Sebastián Medina
Cenizas en tu cama.............................................................. 15
Juan Felipe Lozano Reyes
Gracielita sin nombre.......................................................... 17
Daniela Acosta Celis
La parvada de cuervos y una tortura china ........... 19
Árbol de Naranjas
Metálogo sobre la cuerda.................................................. 21
John Blair
Pintando...................................................................................... 26
Maria Camila
Un aroma................................................................................... 27
Camila González
Pág.
Una noche en el paraíso ................................................... 30
Clara Andrade Patarroyo
álulas
poesía
Cavilaciones marchitas ..................................................... 37
Lina Betancourt
Hipnosis ..................................................................................... 38
Lina Betancourt
Sueños suicidas ..................................................................... 39
Joal
Visión del mar extraño........................................................ 41
Brian Gélvez
Cenizas....................................................................................... 43
Karol Nieto
téctrices
ensayo y otros géneros
In memoriam José Emilio Pacheco............................... 47
John Meza Mendoza
apterilios
espacio del lector
Creación libre ......................................................................... 55
Los autores................................................................................ 57
5
nota
editorial
Sea esta aventura de compartires y descubrimientos,
el tercer número de Alapalabra, el espacio para celebrar el acto
que constituye nuestra tarea, nuestra vocación: la escritura.
Aquel juego de palabras en el que el mundo nos es revelado,
tanto sus reglas como sus trampas. Juego de luz pero también
de sombra, ofrenda de sentido y experiencia, encuentro con el
otro. La escritura, ya sea consciente o involuntaria, es flujo de
energía creadora, impulso y necedad. Es dentro de este juego
donde el escritor resulta prisma resplandeciente, lente a través
del cual la luz deviene palabra, y la sombra, silencio. Más que
una fuente, el escritor es desembocadura, transcurrir de saberes.
En la escritura Prometeo termina no solo por dar el
rayo que cae del cielo, sino por darse a sí mismo. Escribir es
entonces ofrendarse, pero también recibirse, pues el escritor,
cuando ser, cuando lector, cuando hombre común, se recibe en
el acto de la lectura. Es en la inevitable lectura donde se recibe
lo que se ha ofrecido: un cuerpo, un mundo, un compartir.
María Paula Maldonado Gómez
Juan Sebastian Castillo Galvis
rémiges
narrativa
[ré.mi.ges]
Las rémiges son las plumas que proporcionan el impulso para volar. Sus
formas son asimétricas en tierra, pero mientras conducen su vuelo son
simétricamente iguales. Cobran sus particularidades cuando se detiene
el movimiento vertiginoso de las alas y se puede finalmente apreciar las
variaciones en sus filamentos. Se les llama también remeras, pues son capaces de remar en el aire.
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Bogotá
noire
Sebastián Medina
Intenté salvarla. Quise hacerlo por ella y también por
mí mismo, por demostrar que correríamos más rápido que los
recuerdos si íbamos cogidos de la mano. Pero el pasado siempre
está ahí cuando miro hacia atrás; es un grillete, como el juego
de la zanahoria y el burro. La idea era no mirar atrás y que a
nuestro paso se fuera jodiendo solita esta ciudad inmunda que
tanto amé.
Pero ese fue nuestro error. Fui yo quien intentó quitarle su tesoro más preciado, la quería solo para mí y mi mortalidad
absurda. Antonieta pagó mi atrevimiento. Me quedé con poco
más que la humedad de la lluvia, el recuerdo de un estruendo que
humilló a los relámpagos y la imagen hermosa, atemporal e irremediable de ella tendida a mi lado, en el platón de una camioneta que nos iba a llevar lejos. Era un ángel, el cabello mojado que
cubría su rostro avergonzado me hizo pensar en que no la amé
lo suficiente en los últimos segundos antes de perderla.
Para ese entonces había dejado a Los Chapines varios
años atrás. Solían llamarme Walker, era un juego de palabras
entre Walberto Caminos, mi nombre, y mi parecido con un
personaje de una película policiaca del 67. El cine se había
10
Bogotá noire
vuelto un plan frecuente entre Los Chapines desde que inauguraron el Múltiplex Andino. Cuando no estaban vendiendo
drogas, cobrando deudas o bebiendo en su guarida, el bar
Highway Chapinero, estaban comiendo maíz pira en el cine.
Yo era uno de los encargados de las cobranzas, sin
embargo el que menos se ensuciaba las manos, el chofer, que
llevaba a los chicos a hacer el trabajo sucio. Manejaba una Ford
F-100 roja traída desde Brasil. Fue un regalo del jefe, el viejo
me apreciaba, era uno de sus favoritos. Bogotá se convertía en
un travelling constante; cuando la miraba a través del parabrisas,
de repente era la ciudad más bella del mundo, y la conocía tanto
que yo mismo podría tatuarme en todo el cuerpo y con los ojos
cerrados su malla vial.
De verdad amé tanto a Bogotá que no pude evitar
perdonarla. De verdad amé tanto sus cafés amargos, sus verdes
oscuros, sus azules sanguíneos, sus grises ebrios, sus negros
salseros y sus blancos tullidos. Sus aves majestuosas y vulgares
a la vez, copetones, mirlas y pericas. En fin, sus parques, sus
iglesias, sus santos, sus putas, sus muertos, sus líderes muertos,
sus amantes vivos, sus chicos malos, sus cuerpos buenos, sus
cuerpos, sus cuerpos, ¡carajo, sus cuerpos! Amé tanto a esta
ciudad y sus cuerpos, vestidos, desnudos, cuerdos, etéreos o
como fuese. Amé todos y cada uno de ellos, pero amé y preferí uno en especial que superaba a todos los demás por pura
ventaja divina.
Ese cuerpo era de mujer. Su nombre, Antonieta Vega,
recordaba la fuerza de La Libertad guiando al pueblo y a la vez la
pureza de alguien que pediría perdón a su verdugo por pisarlo.
Antonieta podía ser cualquier Geraldine Doyle y a la vez cualquier Marilyn Monroe, cualquier mujer de la historia o de la
ficción que yo pudiese imaginar, y aunque en nuestro pequeño
mundo de pillos ella solo fuera la mujer del jefe, todas las apre-
Sebastián Medina
ciaciones que yo pudiese hacer de ella convergían en una sola,
era Bogotá en carne y hueso.
Cuando no estaba manejando por la ciudad, solía estar
en el Highway Chapinero bebiendo y escuchando música. Mis
encuentros con Antonieta pueden resumirse en mirarla, invitarla a un trago, sonreírle un poco y sacarla a bailar, todo en
silencio y cuando el jefe no estaba presente. Lo bueno es que
parecía que los chicos estaban de mi lado, en especial Toño, el
barman. Su lealtad romántica estaba conmigo, no dejaría escapar palabra alguna que estropeara el hecho de ver a Antonieta
sonreír con tanto esplendor. Ciertamente su sonrisa tenía una
naturaleza celestial. Después de extorsionar, traficar y matar,
los Chapines volvían al Highway Chapinero a buscar redención.
La sonrisa de Antonieta los exoneraba de sus pecados; verla
bailar, así fuera conmigo, les suponía pensar que todo estaba
bien, que era legal el comercio de drogas y que Los Chapines
eran una banda rola que se dedicaba únicamente a ir al cine y
a ver bailar mujeres hermosas.
Aquellos eran días buenos. Una tarde en que el sol
brillaba me volé un ratico con Antonieta, cogimos la Ford y nos
fuimos a pasear por La Candelaria. Manejar por esas calles era
como estar en un rodaje amateur sobre el amor de dos épocas, un
amor estático y definido, muy opuesto a los sentimientos implícitos que yo tenía por ella. Allí el tiempo se transformaba en
cajitas de colores que a la luz del sol reflejaban toda la incertidumbre de si allí vivían personas o sueños. Antonieta miraba por
la ventana y en toda la plenitud del asfalto por donde pasaba la
Ford se iban construyendo las casas con cada vistazo. No tuvimos
tiempo de mirarnos entre nosotros, pero sí de juntar esporádicamente nuestras manos en la palanca de cambios y yo, especulativo como de costumbre, me di cuenta de que, en ese silencio
fibroso de un cine para dos, estaba enamorado de Antonieta.
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12
Bogotá noire
Aquellos no eran días tan buenos. Poco después del
paseo por La Candelaria, fui con los muchachos al Múltiplex
Andino. Normalmente yo los esperaba afuera en la Ford, pero
insistieron tanto que terminé adentro comprando maíz pira y
gaseosa. Fuimos a ver El resplandor. Los muchachos se llevaron
la comida y las gaseosas mientras parqueaba la Ford porque la
había dejado sobre la avenida. Escuché varios estruendos que
provenían del cine, luego gritos y minutos después, el chirrido
de las llantas de un vehículo. Mi cuerpo se entumeció por unos
segundos y lo sentí absurdamente frío.
Aquellos eran días terribles. La gente salía corriendo de
la sala en donde se iba a presentar El resplandor y a medida que me
acercaba el miedo se hacía más agudo. Entré y el proyector
mostraba una pantalla blanca. Los muchachos estaban muertos,
abaleados, su juventud criminal les había sido arrebatada. ¿Quién
fue? No puedo saberlo, yo no me metía en esos asuntos, simplemente era el chofer, no era más que un inútil. Los muchachos
estaban muertos y el chofer estaba vivo. El chofer estaba vivo y
era un cobarde. El cobarde estaba vivo y era un cagón. El cagón
seguía vivo y lloraba. Lloraba y apretaba sus puños.
No tuve más remedio que irme en la camioneta. En la
radio pasaban la noticia de la masacre del Múltiplex Andino.
Apagué la radio. Mientras manejaba, todavía quieta, callada y
oscura, Bogotá se me caía a pedazos. Esa noche odié la ciudad
como se odia a un dios que no es misericordioso. Llegué al
Highway Chapinero, dejé la Ford en el parqueadero y no entré,
no lo hice en mucho tiempo. Me olvidé de mí mismo y decidí
volverme el hijo pródigo de esta ciudad. Duré semanas, días y
meses borracho, barbudo, sucio y desconcertado. Solía escabullirme en Monserrate por las noches y me sentaba mirando hacia
la ciudad. Cuando el sol comenzaba a calentar mi espalda, tomaba un buen trago y esperaba en vano que fuera un día mejor.
Sebastián Medina
El cobarde del Highway. El chochón. Ojalá lo hubieran matado también. Péguese un tiro, güevón. Borracho asqueroso. Debería darle pena. Tenga pantalones y plante cara. Eran
sus amigos... Todas las voces de mi cabeza tenían razón, ninguna podía ser más sabia y racional. Siempre fui un cobarde, pero
seguro de tanta borrachera se me había prendido el orgullo. Me
afeité, me di un buen baño y me vestí. Fui caminando hasta el
bar y entré como un cliente. Los Chapines, al verme, me miraron molestos, todos menos Antonieta que se sentó a mi lado en
la barra. Incluso meses después retomamos nuestro ritual como
si nada hubiese pasado. Todos allí querían comerme vivo pero
ella me perdonó y yo nunca la olvidé. Después de unos tragos
y unas miradas confusas, nos pusimos de pie y fuimos a bailar.
Bailamos dos canciones. Primero una vieja pero poderosa: Decisiones de Richie Ray y Bobby Cruz. Parecíamos dos
trompos, dos bestias; el universo de repente fue WalbertoAntonietacentrista. La segunda canción me afectó un poco,
pero Antonieta me retuvo y me clavó una mirada enriquecida
por su sonrisa: Decisiones de Rubén Blades. Me aturdí un poco,
no bailaba tan bien, pero no importaba, Antonieta cerraba los
ojos por momentos y sonreía, y eso me bastaba. Decisiones, todo
cuesta. ¡Salgan y hagan sus apuestas! Besé a Antonieta en medio de la
pista mientras seguía la música.
Decisiones, todo cuesta. El jefe salió furioso, yo seguía
un poco atembado. Empezó a forcejear a Antonieta y a repetir
lo que decían las voces de mi cabeza. Me amenazó y me dijo
que me largara por las buenas. Yo solo la quería a ella, así que
le metí un manazo al jefe y la saqué del bar. ¡A lo love story! Todos
los Chapines se fueron detrás nuestro, pero los perdimos, a
excepción de uno. Seguíamos corriendo por Chapinero. Era de
noche y comenzó a llover. Las calles, solas, hacían eco de nuestros pasos húmedos. A punto de agotarnos, Toño llegó con la
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14
Bogotá noire
Ford como caído del cielo lluvioso. Subimos al platón y creímos
asegurar nuestra victoria.
Por ahí dicen que el problema de querer algo es el
miedo a perderlo o a no conseguirlo nunca. Detrás nuestro
había un hombre que había sido ofendido en su propia casa.
Ese hombre, un tanto viejo, se puso su sombrero para bloquear
la lluvia de sus ojos. Se quitó su abrigo pesado y sacó del estuche de su cinturón un revólver. No se es el jefe de Los Chapines
por cualquier vaina. Levantó el arma y alineó la mira con su
visión. Silenció el ruido de la tormenta por un instante. De las
dos sombras que estaban en el platón de la Ford, cayó una. Ahí
me encontraba yo, reconociendo mi error, o lo que faltaba de
él. Siempre supe que Bogotá, la maldita, asquerosa y bella ciudad,
era un beso en medio de palomas muertas. El beso ya estaba,
faltaba lo otro. Y el orgullo de esta ciudad es implacable.
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Cenizas en tu
cama
Juan Felipe Lozano Reyes
Ya no hay fuego esta noche. La llama se acaba de
consumir y ella está sentada en la cama, esperando. Con los
ojos cerrados, esperando. El fuego había crecido desde la tarde
anterior cuando dos fieras se entrelazaban. Se sentían y se
devoraban. Su pasión había incendiado las sábanas y tuvieron
que tirarlas al suelo para que no murieran calcinados. Afortunadamente solo se quemaron las sábanas porque eran solo ellas
las que habían sentido de primera mano la fuerza ígnea: el resto
del cuarto solo podía imaginarla.
Su figura se deslizó por la habitación. Recogió algo
del suelo y de pronto estaba lista: ya era otra. Él, por su parte,
la contemplaba. Era esa noche. No habría más noches. No la
conocería jamás. Su cabellera se revolvió por el cuarto, sus pasos
resonaron como campanadas en su cabeza, un-dos, un-dos,
un-dos. Ahora él está quieto como un gato y ella es el Mundo.
Tic tac, el tiempo pasa, y el carbón de mil incendios se amontona en el suelo: sabe muy bien que esa hoguera no se volverá a
encender. Pero valió la pena.
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Cenizas en tu cama
Ella trae una infusión. “Para que me olvides”. Él la
toma sin miedo; no desconfía, es un niño en brazos de una
madre desconocida. Sus ojos titubean mientras su cuerpo no
se mueve cuando ella saca su billetera del pantalón extendido
en el suelo. Se va. Y ahora solo mira por la ventana pensando
en que tal vez ella ya sea otra y el fuego esté calcinando otra
cama. Y las estrellas se van apagando, una tras otra tras otra...
17
Gracielitasin
nombre
Daniela Acosta Celis
En una banca del parque estaba la loquita, parece que
se llamaba Graciela, pero aún no se ha comprobado, dice que se
le fue el nombre en alguno de sus trabes y por más que siga
yéndose de sí en busca del sustantivo, nunca ha podido recuperarlo. Estaba con los brazos llenos de retazos sucios de quién sabe
qué ropas, de botellas para guardar, de bolsillos recortados para
conservar los plones y las fórmulas rateras que utiliza en la tienda de don Freddy o en el chuzo de la señora Mary. Allí sentada
se encontró en la orilla opuesta del parque, llevado por todo lo
que pueda arrebatar a una persona, a un nuevo colega, un compañero de las calles y las pérdidas. Se topó con su cuerpo inamovible, dado sin condición a convertirse en estorbo para los pequeños que disfrutaban del parque, y la posible Graciela pensó: ¿Y
si don señor viniera y de puro mierdoso me atracara? ¿Y si en el
atraco me pusiera a llorar como una magdalena y por ello se me
quita la mugre de los ojos y se enamora de mí? ¿Y si me enamoro
de él porque también se pone a llorar y se le quita la mugre de
sus ojos? ¿Y si luego nos robamos un Listerine y nos besamos? ¿Y
si nos pillan y no queremos ir a la UPJ y nos escapamos? ¿Y si se
18
Gracielita sin nombre
me caen todas las botellas y mis cosas y sus cosas y se las llevan
y nos quedamos sin nada corriendo por Bogotá? ¿Y si llegamos
al centro y nos vemos con unos viejos amigos y nos metemos lo
que encontremos? ¿Y si en esas nos da por ir a ver pasar los transmis en la Jiménez y elegir la persona que vamos a ser en la próxima vida? ¿Y si decidimos más bien que la otra vida no es un cielo,
ni un infierno, ni una reencarnación, sino por fin la decisión de
vivir si se nos da la gana? ¿Y si luego él se tira a un bus porque ya
no se le da la gana? ¿Y si lo salvo y nos caemos y nos gritan y nos
da miedo y lloramos y se nos limpia la mugre y nos enamoramos?
¿Y si luego queremos dejar la calle y las búsquedas y las pérdidas
y las liberaciones y los viajes? ¿Y si nos integramos a un grupo de
rehabilitación? ¿Y si nos curamos? ¿Y si luego nos casamos y
alquilamos una pieza? ¿Y si después consigo trabajo de recepcionista y él de celador? ¿Y si tenemos un hijo? ¿Y si ese hijo sale
marihuanero por genética? ¿Y si pillo al culicagado metiendo
yerba y le doy su pela? ¿Y si se enrabona y se larga de la casa? ¿Y
si me toca salir en las noches a buscarlo por la loma? ¿Y si lo
encuentro muerto por dieciséis puñaladas? ¿Y si me vuelvo loca?
¿Y si mi marido se vuelve loco? ¿Y si llamo a la policía y por sapa
me queman la casa? ¿Y si nos quedamos sin nada? ¿Y si nos toca
vivir en la calle? ¿Y si no lo soportamos? ¿Y si conocemos viejos
amigos de la Jiménez? ¿Y si nos dan trabes? ¿Y si nos trabamos?
¿Y si se me pierde el nombre? ¿Y si él no me encuentra? ¿Y si nos
perdemos el uno del otro? ¿Y si voy recogiendo por el mundo
retazos de quién sabe qué ropas? ¿Y si tengo botellas para guardar?
¿Y si recorto bolsillitos para cuidar mis plones? ¿Y si decido robar?
¿Y si estoy en una banca del parque? ¿Y si veo a un tipo llevado
del putas? ¿Y si me encarto con vivir?
¡Qué vida tan dura hemos vivido, amor mío!
19
La parvada
de cuervos y una
tortura china
Árbol de Naranjas
La condición de Eisen siempre lo ha obligado a permanecer sentado con la nuca apoyada en el respaldo de una silla
simple, construida con madera robusta y oscura. Sin poder
cambiar de posición, a Eisen le es imposible impedir que una
gota de agua le golpee la frente a intervalos cortos y repetitivos.
Con su visión dirigida hacia el cielo, solo le es permitido evidenciar el paso de los días y las noches. Eisen encuentra
en la ausencia de luz una extrema comodidad, puesto que al no
estar el sol en lo alto, sus retinas no se queman y no ve por todos
lados esas incómodas manchas de todos los colores del arcoíris.
Eisen siempre se ha preguntado sin hallar respuesta:
¿qué es lo que produce la oscuridad? Frustrado en un día cualquiera como los tantos que ha vivido desde la eternidad, zafa
las amarras y estira la mano izquierda, intentando palpar, aunque
sea rozar, con la yema de los dedos, ese aparente velo negro que
cubre los cielos.
Su mano se sumerge en la acuosa oscuridad y siente
algo pasar entre sus dedos a gran velocidad. Intenta predecir y
20
La parvada de cuervos y una tortura china
con un movimiento ágil lo agarra; es algo que se mueve con
extrema furia y a su vez profiere horribles sonidos, que desgarran y adolorizan los oídos. Sin soportarlo más, Eisen suelta
aquello que atrapó y lo deja perderse de nuevo en los cielos.
Al amanecer, Eisen ve cómo su mano está llena de
heridas; los huesos se exponen en algunos de sus dedos y en su
palma hay un girón de carne que permanece prendida por una
delgada fibra muscular. Eisen chilla de odio y al caer la noche
eleva su mano derecha con extrema violencia a los cielos, calcula
la velocidad de las cosas que surcan los aires y lo atrapa después
de unos tantos intentos. Baja su mano desde lo alto y, teniendo
cuidado de no liberar lo que agarró (que de nuevo propina dolor
y sonidos), lo golpea con la mano izquierda, con la suficiente
fuerza para que esa rareza se silencie y detenga su movimiento.
Al aclarar de nuevo, Eisen eleva su mano más allá de
su cabeza para ver lo que atrapó. Entre sus dedos yace un cuervo moribundo que apenas respira. Eisen, conmovido por su
crimen, rompe en sollozos y un segundo después una voz que
nunca había escuchado emite lo que al parecer es una orden...
Resuenan unos pasos y, cuando estos se detienen, una
bala perfora el corazón de Eisen. Muerte instantánea.
—Traigan al siguiente, pero quiero que esta vez lo
torturen con paciencia; la locura los hace delirar, y en ese estado es imposible arrancarles información alguna. Tiren el cadáver a la fosa y que los cuervos se encarguen del resto.
***
Los cuervos se tiran en picada desde los cielos para
caer como cuchillos sobre la carne pálida del cadáver. Una
parvada gigante se aglomera en la fosa y Eisen pasa de observar
a convertirse en la siniestra y total oscuridad.
21
Metálogo sobre
la
cuerda
John Blair
Hace tiempo una idea ronda en tu cabeza: todo en esta
vida está unido por una gran soga invisible. Probablemente alguien
lo dijo antes de ti con mejores palabras y hasta con dibujitos; si
tomas el destino como una idea no preconcebida o si aplicas la
teoría de cuerdas de forma filosófica, posiblemente hablarías y
parlotearías sobre la soga y sus múltiples usos; pero para ti la idea
es simple: todo, absolutamente todo, está unido por una gran
soga invisible, una gran cuerda que adquiere forma a partir de
los actos y se rompe cuando llega la muerte.
El origen de la cuerda es un hilo, uno pequeño. Sin
embargo, no se trata de algo espontáneo que se crea al momento de nacer: si te abortan o mueres a los pocos días de nacido,
la vida no te entrega una soga, no tienes nada. El primer hilo,
de color dorado, se crea a partir de la conciencia del dolor, del
entendimiento sobre un gran daño que no fue producto de algo
necesariamente físico y que trajo una enseñanza. ¿Recuerdas la
primera vez que te partieron el corazón? Eras un crío todavía
y te acercaste con tu cara de “soyunidiotaenamorado”; ella te miró
de arriba a abajo con sus pequeños ojos oscuros antes de que
su boca se uniera con la tuya en un gran y apasionado beso de
22
Metálogo sobre la cuerda
película romántica de los noventa. Viste cómo se alejaba contoneando su cadera, y tú como idiota seguías creyéndote el rey
del universo. Ese mismo día te enteraste de que tu gran amor
había ido a la casa de tu mejor amigo a jugar videojuegos y una
cosa los llevo a la otra. Él se lo metió de otra manera: rudo,
fuerte, sucio; diferente a como tú lo hacías con ella.
Obviamente cortaron. Lloraste y duraste jodido mucho
tiempo, el amor no es eterno, y comprendiste que tu corona de
rey del universo estaba hecha de papel crepé. Tiempo después,
cuando sentiste que la herida había sanado, viste en internet
fotos de ella y él jugando desnudos; hacían una hermosa pareja. Te dolió de nuevo, te sobaste fuerte el corazón con alcohol
y entendiste que nunca hay una sincera interacción entre las
personas, solo posibles acercamientos. Las hebras de tu soga se
volvieron de acero, tiesas y duras.
Ahora bien, la vida sigue su curso, tú no eres un chico
suicida de los que andan llamando la atención, pero cada vez
son más recurrentes esas decepciones y fracasos porque esperas
algo de la vida. Creas una personalidad y te la pones como
armadura, el dolor va desapareciendo y todo es simple... por un
tiempo. Tus compañeros de universidad dicen que te aceptan
como eres aunque sabes que en los pasillos hablan de ti cosas
que se inventan y solo aparecen cuando se destapa una cerveza.
De tu familia es mejor no hablar, juzgan cada paso que das. La
cuerda se va trozando con cada mentira que creas. Cada hebra
que se rompe suena como si hubiera muchos pájaros chillando
dentro de tu cabeza.
Decides volverte un cazador: vas a bailar y te sientas
con tus amigos haciéndote el misterioso, el rebelde, y unas horas
después alguien está contigo en la cama. No importa si son
hombres o mujeres, la cuestión es cazar. Tu vida transcurre
entre los antidepresivos y la doble moral. Te aburres y la cuer-
John Blair
da se distiende, alguien te atrae y la cuerda se tensa. Nada nuevo
en estos días, pero la cuerda se va haciendo cada vez más gruesa por todo lo que acumulas. Una chica te envía la invitación
de su boda y te ríes recordando aquella vez que te la follaste en
la capilla.
Vuelves a tus cavilaciones y te das cuenta de que el
problema no es que alguien se vaya, sino que todo se reduce a
la permanencia efímera de las personas en tu vida. Tensas y
amarras. Cuando alguien dice que se queda, te asustas y te
imaginas agarrando un avión y empezando una nueva vida.
Aparece ella. Poco a poco se va quedando más que otras personas en tu casa y no sabes cuándo sucede, pero ya tienes una
relación: sales muy poco con los demás, dejas la bebida y las
fiestas; el cazador murió y apareció un buen chico, una especie
de drogadicto rehabilitado. No importa la manchita oscura en
su muslo derecho ni el colmillo pronunciado: las imperfecciones de ella te atraen. Inclusive puedes hablar de felicidad y no
entiendes por qué antes estuviste en ese periodo tan oscuro en
tu vida. Parece que la vida va muy bien, puedes dormir a su lado
sin necesidad de pagar con promesas o dinero. La cuerda parece estar tranquila, amarrándose alrededor de tu corazón.
Conozco el futuro y quiero decírtelo. Todo transcurrirá normalmente hasta que un día comenzarás a escupir sangre
en las mañanas. Irás al médico pero te dirá que tu organismo
está bien, aunque te enviará exámenes para revisar el hígado. La
cuerda se tensa, pero no sabes por qué. No hay errores en tu
vida: eres el hombre con el trabajo perfecto, con un buen nivel
de estudio y dinero; incluso todavía después de tanto tiempo
continúa el buen sexo y la confianza en la relación. Tranquilo,
muchacho, en este planeta solo importa ser feliz, no cómo
conseguir serlo. Una voz dice que estás jodido por dentro, pero
prefieres ignorarla antes que preocuparte y tensar la soga.
23
24
Metálogo sobre la cuerda
Después de un nuevo examen con resultados normales, saldrás
y te encontrarás con ella en un parque, se acostarán en el pasto,
hablarán de algún tema del posgrado en Física que estás cursando y otras estupideces como la permanencia de las personas en
la vida. Después de un rodeo muy grande, lanzarás el dardo y
le preguntarás por la posibilidad de pasar la eternidad juntos.
Palparás tu bolsillo, el anillo todavía estará allí. Ella, al verse
entre la espada y la pared, te dirá que ya no siente nada por ti.
Recordarás las últimas veces que no quiso ir a tu casa, te dijo
que estaba cansada, y los pájaros volverán a chillar en tu cabeza mientras sientes la sangre pasar de tu esófago a la garganta.
Es amarga. Tratarás de levantarte para tomar un poco de aire
y conseguir un baño dónde vomitar pero es tarde. Trasbocarás
en el pasto y le salpicarás su vestido. No pasará nada, es rojo.
La cuerda se tensará y destensará en tu corazón, apretará fuerte. Insisto muchacho, en este planeta solo importa ser feliz, no
cómo conseguir serlo.
Ella te mirará, te limpiarás la boca y le preguntarás
por el nombre de su amante. En ese instante recordarás que ya
lo habías escuchado. Te alejarás de ella y empezarás a caminar.
Los letreros son confusos, supondrás que está preocupada por
ti pero no te darás la vuelta para ver a esa perra. La ira te hará
ver bien. Caminarás rápido hasta que escuches un sonido, un
crack, los cuellos de los pájaros que chillan en tu cabeza. Un
chorro saldrá nuevamente de tu boca, pero este será más grande y más espeso que los anteriores. La cuerda se tensará y
apretará el alma. Te desmoronarás en el charco de sangre que
has producido. La gente te mirará pero solo será por el morbo
que produce la muerte. Los paramédicos llegarán a atenderte
las convulsiones, ella no estará. Nadie estará en tu vida.
John Blair
Más adelante te enterarás de que nadie sabe lo que
sucede en tu organismo, pero no tienes derecho a reparaciones.
Soñarás con el incidente del parque y con una oveja morada que
se sienta a escribir un relato. A veces te imaginarás las cuerdas
que están atadas a tu cuerpo, sabes que eres un títere pero nunca
podrás verle la cara al titiritero. Seguirás con la idea de que todo
en esta vida está unido por una gran cuerda. Las vigas del
cuarto son robustas, muy robustas, extrañarás el sonido de los
pájaros en tu cabeza. Pensarás en colgarte y buscarás en eBay,
las sogas que soportarán tu peso estarán a muy buen precio y
demorarán solamente tres días en llegar a tu casa. Tranquilo,
chico, si quieres puedes pagar con tu tarjeta de crédito y puedes
decidir que el banco costee tu muerte. Piensa en tu futuro.
Aunque no puedas cambiarlo porque no puedes romper la soga
que te ata al universo.
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Pintando
Maria Camila
Débil y aún con sangre fresca en su rostro, ella sonríe
con una excitación que sube como pólvora a sus ojos. Está lista
para el próximo golpe.
Uno más fuerte. Uno más profundo. Uno que le quite
la poca cordura que le queda.
¿Qué más da? Un golpe más, un moretón más...
Su interior está vacío, en blanco, diferente a su exterior,
en donde se empiezan a evidenciar los hematomas que aparecen
con rapidez en su cuerpo, pintándolo del morado más feliz que
ella haya visto.
Ni siquiera se molesta en limpiar su rostro, lo exhibe
como un trofeo.
Sigan creando en su cuerpo, a ella le gusta, quiere
pintar su exterior, escribir su piel.
No piensen en detenerse, pues ni al notar la quietud
la verán levantarse. Nunca la verán alzar su mirada con la adrenalina que luego morirá en su sonrisa.
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Un aroma
Camila González
Un aroma sutil le llegó desde el fondo de la cocina.
Escrutó los mesones, el lavaplatos, la puerta, incluso el techo,
pero no halló nada extraño. Se volvió lentamente hacia la
estufa y continuó vertiendo agua en la olla que acababa de
poner al fuego.
Aquel aroma la había estado persiguiendo todo el día.
Casi estaba segura de que pertenecía a alguien conocido, pero
no podía identificar a quién. Sacó uno a uno los ingredientes y
empezó a picarlos distraídamente.
El olor del tomate ahogó aquel aroma extraño y
espantó la inquietud que, por breves momentos, había llenado
a la mujer.
Dejó caer la pasta de tomate en el sartén, y cuando
estiró la mano para tomar el cuchillo de nuevo, sus ojos pasaron
sobre la franja de piel blanca en el dedo anular. Aunque el anillo
no había ocupado ese espacio durante dos años, la marca seguía
ahí para recordarle la noche en que la cama le pareció demasiado grande para ocuparla toda y demasiado fría para que le
permitiera conciliar el sueño.
Tomó el cuchillo con una mano y la cebolla con la
otra.
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Un aroma
Había creído que ese matrimonio duraría para siempre,
que sería el último y la acompañaría hasta el día de su muerte.
Se había equivocado. Había tenido la esperanza de tener hijos,
pero sin un hombre era imposible, y no le parecía justo someter
a un niño a una vida solitaria con una madre que se ausentara
para mantenerlo y un padre ausente por falta de compromiso.
Para ella, una infancia solitaria desembocaba, irremediablemente, en una vida solitaria.
Durante su niñez su abuela se “ocupó” de ella. Se
“ocupó” porque no era su trabajo hacerlo y nada más se encargaba de proveerle comida y compañía ocasional. Sin embargo,
la recordaba con cariño.
La cebolla cayó junto al tomate; al cabo de un rato,
modificó el olor, lo volvió más agrio.
En las vagas imágenes que ocupaban su memoria, su
abuela estaba siempre en la cocina, rodeada de todo tipo de
olores. Tarareaba en silencio, pues la mujer no recordaba la
melodía, y sonreía. Parecía feliz.
Mientras la cebolla tomaba color, el aroma volvió a
hacerse presente. No provenía de ningún rincón de la cocina,
estaba más cerca.
Tomó la camisa, la alzó hasta su nariz y la olió. El olor
de la cebolla había impregnado su ropa, resultaba desagradable.
Como por acto de reflejo tomó un mechón de cabello y lo olió, la
cebolla lo había alcanzado también. Se sintió molesta, bajó el fuego
hasta el tope y salió de la cocina mientras se quitaba la blusa.
Cuando la prenda alcanzó su nariz descubrió que el
aroma estaba justo allí. Se quedó quieta en el pasillo con los
brazos en alto y la blusa aún sobre la cara, y cerró los ojos.
Su abuela tenía el cabello blanco, las manos cubiertas
de manchas y la cara poblada por arrugas que guardaban celosamente los olores de la cocina.
Camila González
Descubrió el olor de la cebolla y el de su cabello, que
era un poco más dulce. Había algo más, algo que tiraba de sus
recuerdos y la hacía evocar a su abuela tarareando en silencio,
ocupando la cocina.
Su abuela olía a algo picante como la cebolla y algo
dulce como las cremas que solía usar. Y algo más que hacía que
esa mezcla de olores fuera indiscutiblemente suya.
Apretó la blusa contra su nariz y aspiró fuerte, la
cebolla y el detergente llegaron a su nariz, pero nada más. Tiró
la blusa a un lado y aferró lo que pudo de su cabello para olerlo, cebolla, champú, la cebolla estaba en todos lados. Dobló el
cuello todo lo que pudo, estiró la copa del sostén hacia adelante, había sudor y un jabón dulce. Sus manos brincaron inmediatamente a la cremallera, se sacó el pantalón a los tirones, lo
acercó a su nariz, detergente, sudor, nada más.
Tiró el pantalón a un lado. El aroma seguía allí. Sus
ojos se pasearon frenéticos por la ropa en el suelo y llegaron,
finalmente, a su cuerpo. Levantó un brazo y lo apretó contra
su nariz, encontró algo sutil, familiar, amargo. Se pasó las manos
por la cara y descubrió el aroma sujeto a sus manos, se arrodilló y lo encontró en sus piernas y pies, cubría toda su piel.
El olor le recordaba a su abuela muda, cocinando,
sonriente. Apretó los ojos, se obligó a recordar con las manos
aplastadas contra su nariz, inhalando el olor a cebolla, champú
y el aroma que resultaba extraño y familiar al mismo tiempo.
De repente, los recuerdos cesaron, solo vio negrura. El
olor subió por su nariz y alcanzó el lugar más profundo de su
cabeza. La melodía empezó a sonar. Era una melodía simple,
pacífica, una melodía que su abuela le cantaba mientras la
abrazaba, la aferraba contra su pecho y la impregnaba con su
olor, el mismo que la mujer había encontrado aferrado a su piel,
su olor a anciana.
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Una noche
en el
paraíso
Clara Andrade Patarroyo
Escucho los pasos cada vez más cerca, aprieto fuertemente mi linterna de pescador y alumbro. No se ve nadie.
Mi ropa sigue ahí, justo donde la dejé al desempacar.
—¿Quién está ahí? —grito.
Nadie responde.
Sigue acercándose, ¿será medianoche? No sé.
Jeremías lo había dicho:
—Mire, profe, por acá hay un ladrón, es el ladrón del
pueblo. Se llama Adán y se roba los cultivos, sobre todo los
limones; aunque también le gusta la ropa. Los interiores los vende
en la plaza y el resto se lo pone. Así uno sabe cuándo ha robado.
Escucho su respiración, imagino su sonrisa. Él sabe
que estoy aquí: una mujer sola y sin mascotas. Una profesora
que no debe llevar armas. Lo presiento a través de las paredes
de angeo, con sus botas y quizás un machete.
Vuelvo a gritar, aunque sé que no tiene sentido:
—¿Quién es, hijueputa? ¡Lárguese, malparido!
Acaballada en mi hamaca, con las pantaneras puestas,
la linterna en la mano y dispuesta a pelear hasta que algo suceda.
Clara Andrade Patarroyo
Recuerdo que en esta casa (si a esto puede llamársele
casa) nunca hay dinero, ni siquiera otro fogón que no sea de
leña. Recuerdo las historias de la selva: la curupira, el mochacabezas.
Esto es peor: es la verdadera violencia que solo conoce alguien
que ha vivido en una ciudad como Bogotá.
Pienso que debí tener un perro, tal vez un pastor alemán
furioso y cuidador, pero se me ocurre que lo habría matado el
veneno del piojo’e culebra, o quizás lo habría atacado el alacrán
que espanté hace dos noches.
Con las botas puestas (porque hay que ser precavida),
termino de levantarme de mi hamaca y doy una vuelta por toda
la maloca, intento alumbrar con la linterna y maldigo mil veces
por todo (maldita electrificadora de Leticia, tan corrupta e
infame como toda la ciudad. Malditos ladrones de pueblo).
—¡Maldita sea!, ¿quién está ahí? —grito.
Fueron largas noches de espera, noches enteras sin
dormir, acompañada por una linterna y muchos paquetes de
cigarrillos. Por fin llegó la hora, finalmente Adán me descubrió
y vino por mí.
Silencio.
Adentro de mi maloca solo puedo preguntarme qué
sucede. Escucho el sonido de la noche: la selva entera me dice
que este no es un lugar seguro, que cada paso me conduce a una
serpiente. Percibo una respiración agitada, pero puede ser la
mía. Los días calurosos se convierten en noches frías, aun así
mi cuerpo está bañado en sudor helado y pegajoso; el temblor
de mi mano derecha me impide alumbrar lo que quiero.
Dejo que la linterna alumbre desde la mesa, busco un
encendedor en el bolsillo trasero del jean y saco un cigarrillo de
las botas. Será otra noche larga.
Intento fumar pausadamente, pero de nuevo vienen
los pasos. No se ha ido. Ahora da una vuelta alrededor de la
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32
Una noche en el paraíso
casa, busca la puerta de entrada (no ha de tener una navaja para
romper fácilmente el angeo). Se detiene.
Debí tener a mano, al menos, un cuchillo de cocina,
debí ser una mujer más ordenada (como, según dicen, deberían
ser todas las mujeres). Tomo de nuevo mi linterna y camino
hacia la puerta: si entra, tendrá que matarme primero.
Sin explicación posible, Adán se aleja, se pierden sus
pasos en la selva.
—Debe ser que le dio miedo— me dicen los niños al
día siguiente.
—Será que pensó que solamente una loca viviría sola
en esa casa —respondo riendo— y él sabrá que las locas somos
las más peligrosas.
Cinco noches después me mudé de El Edén y nunca
más volví.
álulas
poesía
[á.lu.las]
Las álulas son un grupo muy pequeño de plumas que están en el borde
interior del ala, en su parte superior. Son indispensables en el aire y por esto
se les asocia más a un vuelo que a un aterrizaje. Al ser las encargadas de
enfrentarse al viento, permiten un vuelo lento, sin caídas inesperadas, lo que
las une a la indispensable necesidad de equilibro.
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Cavilaciones
marchitas
Lina Betancourt
Mi letra no es la misma,
la voz no se quiebra igual que ayer,
la piel continúa fría.
La juventud, una ilusión.
Aquello que afirmo, un sueño.
Aquello que niego, sustancial.
La juventud, una ilusión.
Mi espíritu sumido en el fango,
embalsamado de oscuridad,
sudor amargo resbalando por la espalda.
La juventud, una ilusión.
Todo se va con el primer rayo del sol,
morir es distinto a lo que suponemos.
La juventud, una ilusión.
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Hipnosis
Lina Betancourt
Te imaginé doblando la esquina,
te imaginé entre recuerdos tardíos,
te imaginé entre azules eternos,
imaginé tu voz en medio de un cántico treno.
Ilusión fascinante,
infinito vacío de un papel en blanco,
tañido de campanas,
espiral de rojizo desconcierto.
Te imaginé en un febrero alunado,
te imaginé doblando todas las esquinas,
habitando todos los espacios,
asaltando todos mis caminos.
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Sueños
suicidas
Joal
Tan cruel y súbito es el sueño con el que me despierto,
mientras siento despertar en la simetría de otro sueño...
—Así respondió su propia sombra o quizá su otro yo.
Un sueño utópico, un sueño enredado entre las espirales
de una consciencia vesánica... Confundido entre los
sedimentos de la realidad, entre los cauces de la fantasía,
jamás comprendió el porqué de su existencia, tan fría
como su habitáculo, el mismo lugar de donde emergen
más preguntas, más pensamientos sacrílegos y suicidas...
Sentado en el abismo de su siniestra tristeza, meditabundo y sin emoción de perder la razón, recuerda la noche, el
sol, el deambular con el peso de la lúgubre melancolía
enredada entre su barba, el dejar huellas por un camino
desbordado; así terminan sus horas dentro del tiempo
segregado, con la lobreguez en sus pupilas, despertando de
nuevo, esta vez alejándose de sí mismo...
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Sueños suicidas
Es un sueño parapléjico... uno más intentando sobrevivir
de las garras de una inexorable existencia...
—Así respondió, no su sombra, tampoco su otro yo... Así
respondió la muerte sonriéndole a sus más trémulos
lamentos...
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Visión
del mar
extraño
Brian Gélvez
Azul de mar que azul
verde ensangrentado
viento de seis nudos
que las velas ha arrastrado
nubes de formas pastosas
y oleaje picado
que bulle en manos múltiples
de vello rizado.
El hombre-barco que zarpa
con el torso muy curvado
hacia costas de puertos
de muelles desbaratados.
El hombre-barco que grazna
con el torso muy curvado
atravesadas en su espalda
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Visión del mar extraño
las piernas astilladas
mástiles de ron amargo
y sus brazos suplicando
por un horizonte no alcanzado
y su rostro suplicando
por la profundidad que yace abajo.
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Cenizas
Karol Nieto
Observo mis labios convertidos en las cenizas
del cigarro de mi padre. Afuera, la primavera llora tierra
y me recuerda que las palabras ya no me son suficientes.
La inefabilidad abre sus piernas y yo, con un suspiro,
trago las volutas de aire estrelladas contra los cristales.
Cierro la ventana con la certeza de que jamás podré regresar
al mundo etéreo, en donde la vida se estrella infinitamente
contra los cristales, y los hígados de mis esferos explotan
en el silencio definido con un trazo que solo puedo entender
con los ojos cerrados. Adentro, logro hundirme en el infinito
sueño del canto de las mirlas.
Téctrices
ensayo y otros géneros
[téc.tri.ces]
Similar a las tejas de un techo, estas plumas se encargan de proteger a sus
aliadas en el vuelo. Su tamaño no es siempre el mismo, porque aquellas
plumas que cubre y abraza tampoco suelen ser iguales. Por encima de su
indudable delicadeza, estas plumas resisten a condiciones externas en las
que en el aire, las otras plumas no siempre podrían sobrevivir.
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In memoriam
José Emilio
Pacheco
John Meza Mendoza
José Emilio Pacheco abre su novela Las batallas en el
desierto con un epígrafe tomado de la popular novela inglesa The
Go-Between, de L. P. Hartley: “El pasado es un país extranjero.
Allí se hacen las cosas de un modo diferente”. La pregunta en
común de ambas obras queda en el aire: ¿Es el pasado un lugar
extraño, en el que quizás hemos estado y del que guardamos
memorias, pero que ya no podemos habitar? Ya en 1981 Pacheco era una figura consagrada en el campo literario mexicano y
latinoamericano. Se le reconocía tempranamente, con cuarenta
años, como uno de los escritores “más sorprendentes y originales de la literatura actual en nuestra lengua”, si elegimos
creerle a la solapa de la primera edición de Las batallas.
Sin embargo, en 1999 Pacheco se reconocía a sí mismo
—no creo que sin algo de falsa modestia— apenas como “un
lector común sin más aspiraciones” que publica unas “notas
marginales” en un libro de ensayos, Jorge Luis Borges: una invitación
a su lectura. Sus “pocas” aspiraciones tan solo le fueron suficientes para escribir, a lo largo de cincuenta años, cerca de quince
48
In memoriam José Emilio Pacheco
poemarios, siete obras de narrativa, traducir a Eliot, Beckett,
Schwob, Wilde y Tennessee Williams, y para escribir el guion
de una película, sin contar su labor como editor de literatura y
suplementos culturales, sus numerosos ensayos y su obra crítica, en la que dejó testimonio de sus lecturas y opiniones acerca
de la literatura latinoamericana. Tanto se puede decir de Pacheco como podría decirse de escritores monumentales de la talla
de Carlos Monsiváis o Elena Poniatovska y, en suma, de la
llamada Generación del 50 en México.
No obstante, en su amplia obra son constantes algunas
—más bien pocas— obsesiones de autor. Una de ellas, para mí
una de los más importantes, es la obsesión con el pasado —el
propio y el de su nación—, el pasado como un “país extranjero” que no puede sino evocarse a medias en el recuerdo. El
pasado como pregunta —pocas veces como respuesta— está
presente en la gran mayoría de sus poemarios e incluso en
cualquiera de sus escritos, en la medida en que el ejercicio de la
escritura intenta recuperar cierta experiencia vivida. No es
gratuita la contundencia de la cita de Hartley ni la nostalgia
que se evoca a lo largo de Las batallas en el desierto, al recordar, por
ejemplo, que “volvía a sonar en todas partes el antiguo bolero
puertorriqueño: Por alto que esté el cielo en el mundo...”, y que
se cierra una vez más con una idea de la memoria que no regresa, que nunca ha estado: “Qué antigua, qué remota, qué imposible esta historia. [...] Se acabó esta ciudad. Terminó aquel país.
No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le
importa”. Pero, intencionalmente, la obra de Pacheco hace memoria de su país y de su entrañable y compleja Ciudad de México,
bien cuando describe en Las batallas los pormenores de la vida
cotidiana de la Colonia Roma y de Polanco o cuando expresa
exactamente el tono de un campesino norteño que ve que “la
cosa se ponía bien durazno”, porque “los campesinos eran más
John Meza Mendoza
inorantes que ahora”, o bien cuando contrapone, en su poemario Desde entonces, el presente de México D. F. con el pasado
colonial y novohispano para advertirle irónicamente al lector:
“no creas en la nostalgia inmemorable”.
Como no hay que creer en ella, Pacheco en realidad
invita a desvelar la nostalgia, como un secreto oculto y latente
que en realidad grita a voces. La manera de descubrir la nostalgia es leyendo —en la literatura, por supuesto— el propio
pasado, buscándolo de frente. Hoy suena a pasado lo que para
él en algún momento fue un futuro quizá lejano: la muerte. En
su poema “El libro”, dice a la vez sobre la lectura y la muerte:
“Lo compré hace muchos años. Pospuse la lectura para un
momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en
sus páginas estaban el secreto y la clave”. Hoy, con su muerte,
nos queda a sus lectores la ligera esperanza de releer su obra y
enfrentarnos de cara a un presente ya sin la compañía de uno
de los más grandes poetas, críticos, narradores y ensayistas de
lengua hispana.
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apterilios
espacio del lector
[ap.te.ri.lios]
Alapalabra deja esta sección exclusivamente en manos de
sus lectores, para que, sin apegarse solo a recorrer con sus
ojos su contenido, participen en la revista de una forma
alterna a las convocatorias de narrativa, poesía y ensayo.
54
Los lectores que quieran compartir las creaciones resultantes de esta
sección lo pueden hacer a través del hashtag #yoleoalapalabra, en las
páginas de Facebook o Instagram de la revista. Las dos creaciones más
originales saldrán en el próximo número de Alapalabra.
[para escribir o dibujar]
57
los
autores
Sebastián Medina
Nací el 18 de abril de 1995. Estudié en el Colegio
Miguel Antonio Caro. Después de abandonar la carrera de Arquitectura, entré a estudiar Creación Literaria
en el segundo semestre del 2013. Soy evaluador de
textos en esta revista, donde publiqué una minificción
en el primer número. Además de la literatura, me gusta
cualquier tipo de expresión que enseñe, irónicamente,
la majestuosidad de las pequeñas cosas de la vida y de
la vida cotidiana en general, cosa que también intento
plasmar a la hora de escribir.
Juan Felipe Lozano Reyes
Bogotano. Lector permanente y escritor ocasional.
Daniela Acosta Celis
Tengo 18 años, soy de Bogotá, donde actualmente
resido. Soy estudiante de la Universidad Nacional de
Colombia en la carrera de Estudios Literarios. Participé en los talleres de Escritura Creativa por localidades que ofrece Idartes, en el año 2014 en su segundo
semestre. Y he decidido enviar un par de intenciones.
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Alapalabra vol. 2 · n.º 3, 2015
Árbol de Naranjas
Tengo veinte ramas y cada año, cada primavera, doy
de doce a dieciséis naranjas.
John Blair
De mi biografía prefiero hablar poco, porque me achanta la idea de que se pueda resumir la existencia en unas
solas líneas. Mejor voy al epitafio: “No lo culpen; le
dijeron que en el infierno había mejor cerveza”. Realmente de mí no hay mucho que contar, soy humano
nacido en marzo y no un robot que viene del futuro o
un espíritu del pasado. Si acaso soy alguno de ellos, me
lo tengo tan bien guardado que ni yo mismo lo sé. En
el momento de esta publicación posiblemente tendré
treinta y un anillos en cada pupila y mi amor al multiverso será como una anfetamina. Lo del seudónimo de
Blair es algo de lo que no tiene sentido hablar, me
encanta más la idea de que todas las noches vea mujeres/
monstruos en mis sueños. Si desea hacerme algún reclamo por mala escritura o se quiere pasar un rato por mi
universo, lo invito a que se acerque y hablemos; si no lo
quiere hacer, siempre está la opción de pasar la página
y leer cosas más bonitas.
Maria Camila
Nació el 9 de octubre de 1996 en Bogotá. Es estudiante de Creación Literaria.
Camila González
Estudiante de séptimo semestre del pregrado en Creación Literaria, escritora desde mucho antes de iniciar
estudios profesionales en las letras.
Los autores
Clara Andrade Patarroyo
Soy profesional en Estudios Literarios y actualmente
curso la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. He publicado algunos
cuentos en la revista Phoenix (Universidad Nacional),
el periódico Echando Lápiz y la revista La Piedra (México).
Lina Betancourt
Bogotana, estudiante de Humanidades y Lengua Castellana. Amante de la poesía y la escritura como lugar
de reflexión política y espiritual.
Joal
Joal, nombre artístico de Jonathan Molano, inició su
trayectoria como escritor desde los quince años; hoy
a sus veintidós años ha conseguido participar en varios
eventos multiculturales dando a conocer quién es en
el mundo de la escritura. Estudia actualmente Filosofía. Su escritura nace de esta idea: la poesía como forma
de expresión es influyente dentro de la literatura y debe
ser emotiva para ser obedientemente escuchada. Sus
poemas enfatizan un mensaje crudo, emotivo y personal, mediante el cual da a conocer la existencia del ser
humano en esta inexorable realidad. Muestra, además,
dentro de sus escritos un mundo “ideal” pero inexistente a la vez, jerarquizado por el hombre máquina.
Encontrarán en ellos temas como la muerte, los deseos
obsesivos, el sentimiento de estar solo, como también
la decadencia de la humanidad por su reverencia ante
una Religión-Iglesia.
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Alapalabra vol. 2 · n.º 3, 2015
Brian Gélvez
El miedo. La ciudad. Correr. Los cuerpos inmóviles
comulgan con el orden. La contradicción. La ficción
como emulación del sueño. Caer si fuera involuntario.
Estudiante de creación literaria. 21.
Karol Nieto
Estudiante de Creación Literaria, amante de la narrativa, la poesía, el teatro, el cine y el chocolate. Joven
inconforme, hedonista y algo perezosa. Creadora de
atmósferas y relatos oníricos que nadie entiende, pero
que a todos les parecen “muy bonitos”. Tesista estresada y pronto egresada olvidada.
John Meza
Cursó la Carrera de Estudios Literarios en la Universidad Nacional. Ama aprender idiomas extranjeros,
como alemán e inglés. Le gustaría aprender sánscrito
e hindi. También le interesa la astrología y su relación
simbólica con la vida cotidiana. Actualmente es editor
en la Pontificia Universidad Javeriana.
La preparación editorial de este número de Alapalabra
estuvo a cargo de la Coordinación Editorial
de la Universidad Central.
En la composición del texto se utilizaron fuentes
Quicksand y Centaur. En las páginas interiores se utilizó
papel Holmen Book de 60 g y en la cubierta, papel Royal
Sundance Warm White de 176 g. La revista se terminó
de imprimir en Nuevas Ediciones S. A., en agosto
de 2016, en la ciudad de Bogotá.
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