Algunos aspectos de la organización y

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ALGUNOS ASPECTOS DE LA ORGANIZACIÓN Y DESEMPEÑO DE LA
SANIDAD NAVAL DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
(1810 – 1820)
JULIO M. LUQUI-LAGLEYZE(1)
Departamento de Estudios Históricos Navales (DEHN)
Resumen
El propósito de esta investigación ha sido determinar el estado en que se encontraba la sanidad naval en las escuadras
de las Provincias Unidas del Río de la Plata durante la Guerra de Independencia, incluyendo las campañas corsarias
(1810-1820). Se estudió su impacto dentro de las operaciones bélicas y, asimismo, en la vida cotidiana de las
tripulaciones. Los médicos que accionaron en las escuadras argentinas fueron mayoritariamente de origen inglés y la
estructura que ellos montaron siguió la modalidad británica a la usanza de las guerras napoleónicas.
Palabras Clave: Sanidad naval, independencia americana, Independencia argentina, Provincias Unidas del Río de la
Plata, Guillermo Brown, corsarios argentinos.
Abstract
The focus of this research has been to determine the characteristics of naval medicine in the Squadrons of the United
Provinces of the Río de la Plata, during the South American War of Independence, including the Privateers
campaigns. Its impact was studied in military operations and crew's daily life. The Physicians belonging to the
Argentine fleet were mostly English, and the structure of the sanitary service was in the British style of the
Napoleonic Wars.
Keywords: Naval medicine, South American independence, independence argentine, United Provinces of the Río de
la Plata, William Brown, Privateers Campaigns.
***
Introducción
En 1810, la América colonial española inició un proceso emancipatorio que fue consolidado
mediante las guerras de revolución e independencia.
(1) El autor desea agradecer la colaboración en la revisión y redacción final, sugerencias y aportes a la Lic. María
Fabiola Serralunga del DEHN.
Julio M. Luqui-Lagleyze
Las naciones hispanoamericanas carecían de escuadras, pero esta grave desventaja pudo
equilibrarse por la decadencia en que se hallaba la Real Armada española después de las guerras
napoleónicas desplegadas en el escenario europeo.
En el ámbito local, los vecinos de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata,
constituyeron una primera Junta de gobierno que desbancó y enfrentó militarmente a las
autoridades reales replegadas a la ciudad de Montevideo.
En ese contexto, el poder naval realista se concentró en la Banda Oriental del río y amenazó
con dar fin a la revolución. Sólo seis marinos de la Real Armada Española se plegaron al gobierno
criollo, mientras que el resto se marchó inmediatamente después de los hechos de mayo de 1810
llevando sus buques rumbo al apostadero naval de Montevideo. Desde allí enfrentaron a la Junta
revolucionaria y defendieron los derechos de la Corona. Así, el gobierno criollo se encontró sin
poder naval, pues sólo contaba con una pequeña cañonera que había arribado del Paraguay.
Desde entonces, los sucesivos gobiernos locales constituyeron tres escuadrillas para
defender las márgenes de los ríos de la Plata y del Paraná (1810-1811, 1812-1813 y 1814). La
tercera escuadrilla de 1814 puso fin al poder naval de España en aguas del Río de la Plata. Luego,
la emancipación fue consolidada mediante las guerras de corso desarrolladas en las costas
sudamericanas e, incluso, en la España atlántica y mediterránea. Asimismo, la escuadra patriota se
desplegó en el Océano Pacífico Sudamericano y dio apoyo a la emancipación de Chile y a la
Campaña Libertadora del Perú, lo que significó, además, la consolidación de la propia
independencia.
Estas campañas navales fueron organizadas, protagonizadas y llevadas a cabo
mayoritariamente por extranjeros (ingleses, franceses, españoles y otras nacionalidades), que
ocuparon desde los altos mandos hasta las filas de la marinería, siempre que tuvieran experiencia
de mar, ya fuesen aventureros o compartieran las ideas de independencia. Eso explica que la
organización, disciplina y vida cotidiana de las embarcaciones bajo pabellón argentino siguieran
tanto las normas inglesas como la ordenanza española. En este contexto debe entenderse también
el ejercicio de la sanidad naval en combate.
En efecto, la mayoría de los médicos de las escuadras de la guerra de independencia, en
especial después de 1814 y en las campañas de corso, fueron de origen inglés, y la estructura que
ellos montaron, aún en forma precaria, siguió la modalidad británica que ellos conocían. Sin
embargo, desde el gobierno patrio y la comandancia de Marina se intentó brindar una
organización acorde con las ordenanzas españolas.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
La sanidad y los médicos navales de la época
En tiempos de las Guerras Napoleónicas, el conocimiento de la medicina bélica era muy
limitado; los métodos de tratamiento, primitivos,
y la higiene, inexistente. Más aún, en la
medicina general era desconocida la relación entre las bacterias y la generación de enfermedades e
infecciones; como asimismo, el uso de anestésicos [2].
Cualquier herida, no importando lo leve que ésta pudiera haber sido, era potencialmente
mortal; incluso, habiéndose efectuado amputaciones que evitaran la gangrena. Las enfermedades
venéreas, las infecciones digestivas y el escorbuto, junto con uno de sus síntomas como la fiebre,
eran tan preocupantes como las heridas.
Las instalaciones y servicios médicos castrenses eran poco considerados en la escala de las
prioridades. El puesto de médico militar era poco apetecido, dado que se vivía como un sacrificio
que implicaba perder la clientela que se tenía en las ciudades, marchar a campaña con el carácter
de combatiente y firmar un contrato mal pago y sin futuro. Los "enganches"[3] de médicos,
cirujanos o practicantes eran provisorios y tras el final de las operaciones se perdía el cargo y el
grado, sin retribución futura. Había muy pocas organizaciones militares en Europa que podían
llamarse verdaderamente "cuerpos médicos". La mayoría de los ejércitos no tenía más que unos
pocos enfermeros y sólo en algunos regimientos se contrataban médicos.
El puesto de médico de la escuadra o naval era menos atractivo aún que el de médico militar
siendo que, además, debía embarcarse. La situación empeoraba llegado el caso que fuera
contratado para largas navegaciones; en especial, si el destino era un buque corsario. Así, la
profesión médica naval no estaba bien estimada ni remunerada adecuadamente en ninguna marina
del mundo. Como dato significativo, en la Royal Navy hubo de esperarse hasta 1806 para que se
mejorara su paga y se le brindase una mejor posición.
En el caso de la corona española, las Ordenanzas Generales de la Armada Naval [4]
consideraban al “cirujano” como un oficial mayor. Sus responsabilidades consistían en el
reconocimiento de los enfermos, la preparación del informe del estado de las tripulaciones y la
organización de las enfermerías de combate. Sin embargo, la administración naval patriota no
[2] HAYTHORNTWAITE, Phillip., 1996:115
[3] El enganche fue uno de los sistemas de recluta utilizados durante el siglo XIX para el servicio de las armas.
Consistió en la firma de un contrato entre las autoridades gubernamentales y el enganchado, por el que éste se
comprometía a prestar sus servicios en un puesto y por un tiempo determinado (medido en años, duración de una
campaña o de una guerra), a cambio de una suma de dinero, generalmente abonada en cuotas, con un anticipo y un
premio pagadero al final.
[4] Las Ordenanzas Generales de la Armada Naval, promulgadas en 1793 por Carlos III, Rey de España e Indias,
estaban vigentes en la época que nos ocupa. Si bien brindaron el marco organizacional, disciplinario y penal de las
tripulaciones bajo pabellón argentino (incluso hasta la década de 1880) fueron implementadas de acuerdo a la
coyuntura y a la idiosincrasia propia de estas tierras.
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otorgó el mismo status a su personal, pese a que éste cumplió con las mismas obligaciones. A su
vez, el cirujano era asistido por los “sangradores” o “practicantes”, quienes tenían a su cargo la
preparación de los medicamentos menores y los tratamientos más leves, además de asistir en las
amputaciones.
En la teoría, no en la práctica, los barcos estaban adecuadamente provistos de personal
médico.
Según la regulación británica de la época se exigía un cirujano jefe y 3 surgeon’s mates
(cirujanos ayudantes) por cada buque de tres puentes de cañones; 2 mates en cada uno de dos
puentes, y uno de cada uno en cada fragata. En consecuencia, habría por lo menos un cirujano
cada 200 hombres [5].
En las escuadras inglesas existía además el physician o médico propiamente dicho y, por lo
tanto, el de mayor status. Ejercía las funciones de director de los hospitales o de supervisor de los
cirujanos de la flota y asesor del almirantazgo. Eran muy escasos en el servicio a bordo, llegando
al número máximo de quince. Por otro lado, existía el surgeon o cirujano, que hacía poco más que
las amputaciones y el “parar los sangrados”. De precaria formación, usualmente eran mal mirados
por las tripulaciones, de las que se recibían quejas constantes por su conducta [6].
Pese a estos problemas los buenos médicos cumplían infinidad de obligaciones, ya que cada
uno debía ser a la vez clínico, cirujano, sangrador y farmacéutico. Asimismo, se les entregaba la
responsabilidad de la salud de las tripulaciones de los buques. Entre sus obligaciones estaba la de
proveerse o tener en forma personal su caja de instrumentos completa, puesto que las autoridades
navales solo proveían los medicamentos y los vendajes. Debía revistar a los enfermos y dar una
lista diaria de ellos al capitán de su buque y llevar un diario personal de las enfermedades y listas
de los enfermos, así como de las cirugías y de las intervenciones realizadas. Debía, además,
revisar a cada hombre que llegaba al buque en calidad de tripulante, en especial a los de las levas
forzosas de vagos, a fin de detectar enfermedades -venéreas e infecciosas en especial-, y constatar
que no había estado en contacto con enfermos.
Vistas las generalidades de la profesión médica naval de la época, pasemos a reseñar su
organización a bordo y el desempeño de los que prestaron servicios en nuestras escuadras durante
la guerra de la Independencia.
[4] LAVERY, Bryan., 2000:212 y ss.
[6] Una de las causales de algunos motines fue el mal trato de estos “médicos navales”.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
Primeras escuadrillas 1810-1813
En el Río de la Plata, la Primera Junta de gobierno organizó su poder naval en torno a la
“Primera Escuadrilla” al comando de Juan Bautista Azopardo, marino corsario nacido en Malta
(isla del Mar Mediterráneo), que ya había estado al servicio de Francia y España en tiempo de las
Invasiones Inglesas (1806-1807). La misma quedó compuesta de esta manera: goleta Invencible,
balandra Americana y Bergantín 25 de Mayo.
El grueso de la tripulación de doscientos hombres se obtuvo mediante enganche. Fueron
contratados ingleses, franceses, italianos y algunos criollos partidarios de la causa. Asimismo,
fueron incorporados algunos castigados provenientes del Ejército de Línea. Ni siquiera hubo
tiempo de adiestrar a este personal. Debieron zarpar el 16 de febrero de 1811 con rumbo hacia la
isla de Martín García y de allí al río Paraná, con instrucciones de recalar luego en Santa Fe y
seguir viaje hasta Corrientes en apoyo de la expedición de Manuel Belgrano. Debía también atacar
y apresar a todo buque enemigo que le saliera al paso, y en especial buscar dos bergantines,
fuertemente armados que, procedentes del apostadero de Montevideo, iban presumiblemente con
rumbo a la Asunción en apoyo del gobernador realista.
A inicios de 1811, fue dado de alta el cirujano Juan Gordón, angloparlante, proveniente de
San Juan [7]. Sin embargo, declinó en sus funciones y la salida de la escuadrilla de Azopardo,
finalmente, no llevó medico a bordo. En concreto, esta marinería, enganchada improvisadamente,
tanto de forma voluntaria como coactiva, no recibió reconocimiento médico alguno. Se presume
que esa fue la constante para las escuadrillas posteriores [8].
Las consecuencias de la carencia de médicos en esta campaña cobran dimensión si
consideramos los resultados del único enfrentamiento, producido en San Nicolás, en marzo de
1811. La escuadrilla de Azopardo fue descalabrada, quedando sólo un 25 por ciento de hombres
hábiles. La victoria fue para la fuerza naval española al mando del Capitán de Fragata Jacinto de
Romarate, quien capturó los buques revolucionarios, los amarinó y se los llevó a Montevideo,
junto con 62 prisioneros de las tripulaciones. La derrota se debió principalmente a la falta de
preparación en las improvisadas tripulaciones.
“Los cirujanos José Rodríguez y Diego Moreno de la escuadra realista debieron
atender a los heridos de ambos bandos, junto a boticarios y sangradores levados a
la fuerza en la misma población cercana al combate. Los prisioneros heridos que
[7] Cfr. RODRIGUEZ, H. et al, 1998:469 y 473.
[8] Habrá que esperar hasta 1825, en vísperas de la Guerra con Brasil, para que los exámenes médicos a la marinería
fuera norma. Cfr. AGÜERO, A., 1993 y 1986.
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fueron devueltos al gobierno de la Junta Grande se enviaron al Hospital de la
Residencia en Buenos Aires”[9].
En los años posteriores, los heridos desembarcados de la flota tras los combates, fueron
internados también allí. Por resolución del Primer Triunvirato, desde el 16 de noviembre de 1811,
se destinaron algunas salas para la atención de los heridos de la Marina; mientras que el Hospital
de Belén quedó exento de recibir tropa y marinería [10]. Buenos Aires no heredó de la metrópolis
el consabido Hospital Real de Marina, por no haberse constituido durante la etapa colonial en sede
del Apostadero Naval.
Una Segunda Escuadrilla fue organizada en julio de 1811 y operó hasta julio de 1813. Contó
con los bergantines Hiena y Santo Domingo, la goleta Nuestra Señora del Carmen y cuatro
embarcaciones menores (dos lanchones, una cañonera y una falúa). Hasta entonces, el gobierno de
Buenos Aires siguió administrando la flota bajo las ordenanzas españolas. Luego de 1814, junto a
la incorporación de oficiales ingleses y franceses, hubo de combinar esa organización con la
provista por la legislación británica.
Cuerpo Médico Militar
A principios de 1814, se aprobó el primer Reglamento de Medicina Militar, que daría lugar a
la formación del “Cuerpo Médico Militar”, con los médicos, cirujanos y profesores destinados a
los Ejércitos de la Patria.
El cuerpo englobaba a los profesionales de la medicina de los regimientos, quienes
respondían a un director considerado el Cirujano Mayor del Ejército.
El Director debía además controlar el material y medicinas remitidas a las unidades militares
y sus cirujanos. La Marina era entonces considerada una rama más de los Ejércitos, por lo que sus
cirujanos estaban bajo las órdenes y contralor del Cuerpo Médico Militar.
Camarotes sanitarios
Las enfermerías militares tuvieron una historia variable desde fines del siglo XVIII. Los
ingleses las denominaron como Sick Bay o Sick Berth. Asimismo, fue destinado espacio para las
“cámaras de amputaciones y cirugía”.
[9] Para entonces, el servicio sanitario en la ciudad puerto de Buenos Aires era dispensado por varios
establecimientos, entre los que destacan: el Hospital Santa Catalina, el Hospital de la Residencia o de Hombres, el
Hospital de la Caridad o de las Mujeres y el Hospital de Belén.
[10] Cfr. LICEAGA, J., 1955:536.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
En principio, no tuvieron un sitio fijo y generalmente se instalaba a los heridos en la cubierta
más baja, hacinados en hamacas donde el aire estaba enrarecido y costaba esfuerzo hacerles llegar
la debida atención. Muchos médicos, incluso, evitaban visitarlos allí. A fines del siglo XVIII, se
optó por ubicarlos en la parte más aireada del buque y era costumbre poner la enfermería cerca de
las cocinas y la salida de las chimeneas de estas (galley), porque se creía que el calor y el humo
eran beneficiosos para ciertas enfermedades [11]. Debe considerarse que, próximos a las cocinas,
se ubicaban animales vivos como provisión en las navegaciones largas que, si bien no fue el caso
de las escuadrillas patrias, sí de las posteriores campañas corsarias.
En los buques de fabricación a la inglesa, que fueron mayoría en nuestras escuadras de
entonces, el modelo de las enfermerías fue el inventado en 1790 por el capitán John Markham
[12], que tenía como lugar de ubicación el lado de estribor en la cubierta alta debajo del castillo de
proa. Estaba dividido y separado por mamparos para albergar los enfermos, y tenía un baño
(round-house) particular para los enfermos para evitar contagios con los otros tripulantes.
Posteriormente, en 1796, el almirante Lord St. Vincent, en colaboración con el médico naval
Thomas Trotter, inventaron un sistema de aireación para las sick bay que, mediante la instalación
de tubos de lona con forma de campana en las escotillas, hacía las veces de una chimenea en
reversa. La campana capturaba el aire y lo succionaba hacia el interior de las enfermerías. Ese fue
el origen de los cazavientos. Luego agregaron el uso del humo de los fogones de las cocinas, que
ayudó a mantener más secas las cubiertas bajas y a controlar la proliferación de insectos. Si bien
no existía aún el conocimiento de la relación entre humedad y falta de aireación con la generación
de microorganismos (bacterias y hongos), esas modificaciones y agregados
mitigaron su
aparición [13].
En 1800, este modelo fue generalizado en toda la flota inglesa por ser más aireado y
luminoso. Las enfermerías tenían hamacas pero además había camas y tarimas para los hombres
con fracturas u otras heridas. Junto al puente y en un lugar despejado, el cirujano tenía su cabina,
acondicionada para guardar las medicinas y las provisiones en anaqueles especiales. Los mates se
alojaban con los guardiamarinas.
La mayor actividad de la enfermería se verificaba en combate, cuando la cabina del cirujano
pasaba a ser la sala quirúrgica del buque. Contaba con la ventaja de estar alejada de los puntos u
objetivos de la artillería enemiga. Cuando se colmaba de heridos, se los alojaba en las baterías
bajas y en los depósitos. Los hombres se atendían por riguroso orden de llegada, salvo casos de
[11] Cfr. LAVERY, B., 2000:212 y ss.
[12] Idem.
[13] Cfr. POPE, D., 1987:147-148.
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extrema urgencia, y obviando el rango militar. Los heridos eran llevados por sus camaradas y en la
puerta eran recibidos por dos infantes de guardia, que evitaban que se escabulleran hombres que,
sin estar heridos, buscaban refugio de la artillería enemiga.
Figura Nº 1: Ubicación de la enfermería en buque “a la inglesa” (principios siglo XIX) a estribor,
cubierta debajo del castillo de proa
En otros buques, la enfermería se hallaba generalmente en el castillo de proa, separada y
tabicada, excepto en combate, pues formaba parte de las baterías e, incluso, contenía uno de los
cañones. En su interior, existía una mesa de amputaciones, una camilla y, en las más elaboradas,
anaqueles y estantes con las medicinas y los elementos de cirugía. En las embarcaciones donde tal
lujo no era posible, el cirujano debía arreglárselas con la mesa de la cámara de oficiales y un
simple botiquín, en caja o en funda de cuero.
La sanidad naval en la campaña de Montevideo (1814)
El Director Supremo Gervasio Posadas, a fines de enero de 1814, decidió la formación de la
tercera escuadrilla con el objetivo de enfrentar a los realistas con base en Montevideo, bastión
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
inexpugnable del rey, que -cercado por los patriotas, por tierra, desde 1812- era sin embargo
reabastecido por los buques españoles por mar.
Imagen 2: Espacio destinado a la “Sick Bay”. A estribor, cubierta debajo del castillo de proa, entre
el primer y segundo cañón
La tarea se confió al ministro de Hacienda Don Juan Larrea, comerciante peninsular
adscripto a la revolución desde 1810 y de estrechos contactos personales y de negocios con los
británicos. En su tarea, fue ayudado por la financiación, no exenta de interés económico, de
comerciantes de origen británico instalados en Buenos Aires desde 1810 y del angloamericano
Guillermo Pio White -ex espía inglés en 1806 y 1807-; la colaboración de varios marinos
extranjeros con experiencia naval y en el río, como el irlandés Guillermo Brown o el
norteamericano Benjamín Franklin Seaver, y el apoyo velado del comandante de la estación naval
en el Río de la Plata, Comodoro William Bowles.
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La fuerza naval estuvo compuesta por la fragata Hércules, la corbeta Zephir, el bergantín
Nancy, la goleta Juliet y buques menores. Luego llegaron la Belfast; la Agreable; la Itatí y la
Halcón.
El fracaso de la Primera Escuadrilla había demostrado que los buques eran reemplazables,
pero que era imposible navegar sin hombres de profesión marinera. De allí que el grueso de estas
tripulaciones y oficiales fuera de procedencia inglesa. Eso resultó un aspecto más a considerar en la
elección del comandante de la flota, que recayó en la figura de Guillermo Brown, marino irlandés con
ascendiente sobre la oficialidad y marinería [14].
En cuanto a la sanidad naval, el cirujano mayor del ejército Don Francisco de Paula Rivero
asesoró para su organización. Al haberse graduado de cirujano naval en el Real Colegio de Cirugía
de Cádiz en 1798, contaba con los saberes suficientes y necesarios para la tarea. En febrero de
1814 remitió un "Estado de las medicinas y utensilios con que pueden dotarse los buques,
arreglado a cien hombres de tripulación".
Para la asistencia de los heridos y enfermos de la nueva flota se ordenó embarcar al cirujano
Manuel Antonio Casal, que había estudiado en el Protomedicato de Buenos Aires [15] y servido en
las invasiones inglesas. Pero este se excusó por su “estado de salud” que le impedía cumplir tal
disposición. La respuesta del gobierno, fechada en Buenos Aires el 5 de febrero de 1814, fue
terminante; señalaba: “Al Ciudo D. Mn.l Ant.o Casal. Sobre su excusación del Empleo de Ciruj.no
de la Frag.ta de Guerra Hércules - previo informe del Gral. se proveyó: No ha lugar, y
embárquese hoy mismo”. No obstante, prestó servicios sólo unos días.
En su reemplazo fue nombrado Bernardo Campbell, quien se desempeñaba como cirujano
de la “Zephir” y se trasladó a bordo de la fragata “Hércules”, llevando consigo el botiquín
confeccionado según las ya mencionadas instrucciones impartidas por el cirujano mayor del
Ejército de la capital. De probable origen escocés, prestó servicios "temporarios" en la Armada;
sólo del 15 de enero al 31 de agosto de 1814, en que finalizada la campaña se le concedió la baja.
Con anterioridad había servido como cirujano en el Regimiento Nº 2 de Infantería.
El equipo y provisión médicos eran algo escasos a bordo de la nave insignia, ya que el
cirujano contaba sólo con cuatro torniquetes, ocho colchones, ocho mantas, veinte varas de lienzo
para vendas, diez libras de hilas para coser heridas, cuatro de estopa para hacer compresas y “parar
[14] En la elección de Guillermo Brown como comandante fueron decisivos tanto sus conocimientos de estrategia
naval como sus vínculos con los comerciantes británicos armadores de la escuadra y con el comandante de la estación
naval británica en el Plata.
[15] Los protomedicatos fueron cuerpos técnicos creados por el Reino de España en el siglo XV. Estaban encargados
de vigilar el ejercicio del arte de curar, así como de ejercer una función docente y atender a la formación de
profesionales. El “Protomedicato de Buenos Aires” fue creado en 1778 por el gobierno del Virreinato del Río de la
Plata debido a las serias deficiencias en los servicios hospitalarios de la ciudad.
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los sangrados”, cuatro férulas, además de una caja de instrumentos de probable origen inglés. Con
esa escasa provisión debió atender en el
combate de Martín García a 50 heridos que se
desangraban en las cubiertas (11 y 13 de marzo de 1814). Del botiquín usaba extracto de opio y
quina; aquél para los dolores y éste para bajar las fiebres.
Los lesionados enviados al hospital debían ser controlados por los médicos navales que los
habían remitido y darles el alta. Mediante sus informes podemos advertir los estragos del combate
naval. Tal el caso del marinero Joaquín Altolaguirre, de quien el cirujano mayor Francisco de
Paula Rivero, hacía referencia:
“El marinero entró en este hospital de resultas de la acción de Martín García, con
una herida en la mandíbula inferior (o barba) complicada con la destrucción de
todo aquel hueso, producida por una bala de metralla, y aunque su curación ha sido
de las más felices, se encuentra totalmente inútil y precisado de no poder usar por
toda su vida más que alimentos líquidos”[16].
Varios de los heridos de Martín García quedaron inutilizados de por vida y debieron ser
socorridos por el gobierno.
El combate de Martín García, que costó 100 bajas y 50 heridos, demostró la necesidad de
incorporar más personal sanitario. El 15 de marzo de 1814, antes del combate de Arroyo de la
China (23 de marzo), ingresó Pierce Reading [17], irlandés y afincado en Buenos Aires, en calidad
de practicante y como ayudante de Campbell. Se embarcó en la “Agreable”.
Pero como aún era insuficiente la dotación de médicos de la escuadra y la partida a campaña
de la misma era inminente, se procuró conseguir un nuevo cirujano para la "Belfast", por pedido
expreso de Brown, quien ante el grado desesperante del problema, ya en navegación, escribía a
Larrea el 3 de abril:
"Adjúntole una minuta del cirujano por varias cosas ya reclamadas antes. A bordo
de la Belfast hace mucha falta un cirujano. Pasada la función, me atrevo a decirle,
podrá equiparse toda la escuadra con médicos, más lo que es ahora ninguno de
ellos desea servir, prefieren estar en el café”[18].
Así se decidió el embarque del Dr. Matías Rivero, cirujano del Regimiento de Patricios, pero
éste se excusó de embarcar –por motivos de salud- y en su reemplazo se nombró al cirujano
Francisco de Paula Ramiro, que había sido cirujano del Regimiento de Andaluces en la Invasión
[16] D'ONOFRIO, R., 1968:388.
[17] En los documento figura mencionado en las formas Rearden, Rardon, Reasden, y fue castellanizado como Pedro
Reyrdoni por el Dr. D'Onofrio. Cfr. D'ONOFRIO, R., 1968:388.
[18] Guillermo Brown a Juan Larrea, 4 de abril de 1814. En: D'ONOFRIO, R., 1968:387.
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Inglesa de 1807. Campbell, Ramiro y Reading fueron los que se desempeñaron en toda la
campaña, asistidos por los “capellanes doctores” (canónigos, pero con algún conocimiento
médico) Juan Andrés Manco Cápac de Tupac Amaru y Martín José Martínez.
El material y los medicamentos eran más que escasos, a la vez que necesarios y el
instrumental era de por sí bastante primitivo: lancetas, tablas de inmovilizar fracturas, jeringas,
sierras de amputación, rígidas o de cadena, fórceps, escalpelos, y catéteres de plata. En general, las
“cajas de medicina”, las “cajas de cirugía” y las de elementos clínicos eran fabricadas en varios
modelos y tamaños. Además, existían bolsas portátiles de cuero para instrumental personal de los
cirujanos quienes hacían sus pedidos por separado.
Después de las acciones de Martín García, Campbell se dirigió al gobierno solicitando
mejoras en su limitado equipo, y en carta a White lo explica, con un agrio tono para el armador de
la escuadra que lo había provisto de un botiquín casi inútil para la guerra naval, por más que
hubiese seguido las indicaciones del Cirujano Mayor:
“[…] varios de nuestros hombres más valientes estarían aun vivos quizá, si
hubiesen existido a bordo los medios con que socorrerlos. No los había y nuestro
botiquín era más apropiado para una vieja o para enfermos de consunción que para
marineros que estando sanos y en perfecta salud, solamente necesitan aquellos
remedios indispensables para curar heridas, accidentes, etc. de los cuales no se nos
ha provisto pudiendo afirmar con seguridad que una onza de tela emplástica con
un poco de seda para ligaduras habría sido de mayor utilidad en este buque que el
botiquín entero, que no contenía ninguno de estos artículos, y según hacía saber en
mi última, no tuve otro elemento de ligadura que hilo de carreto o cualquier otro
desecho de hilos que pude encontrar entre los sastres. Por tales razones, pido que si
se tiene respeto por la vida de hombres que la arriesgan en esta empresa, se me
provea de los medicamentos necesarios”[19].
A estos elementos se sumaban otros para costura de heridas, como los hilos con tintura de
mirra -que debería hacer de precario anestesiante-, calomel, y bálsamo de Capayba; Agua
Sylahagyre acetada; Rhabarbarvil; Finc Rhabarbarvil; Finc benzores comp; géneros de hilo para
vendajes, trapos para compresas y emplastrum cummini, que recomendaba adquirir en la
“Farmacopea de Londres”, que al parecer era una farmacia o importador de artículos de sanidad
británico.
[19] Bernardo Campbell a Pio White, 22 de marzo de 1814. En CARRANZA, A., 1916:72. En: LICEAGA, J.,
1955:535-536.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
Pedido de medicamentos del Dr. Campbell para la fragata Hércules. Fuente: AGN – Archivo A.J. Carranza,
Caja n° 31 (transcripción del original)
Para el combate de Montevideo se había mejorado en algo el botiquín de la Belfast, por la
insistencia reiterada de Campbell, quien además reclamaba desesperadamente los torniquetes,
pues los que envió a Buenos Aires colocados en los heridos de Martín García no le fueron
devueltos y sólo le quedaba uno a bordo; también pedía 4 o 5 onzas de "Emplastum Lythargynum,
crin gummi”[20] que, según sus consideraciones, podía obtenerse en la “Botica Italiana” de la
calle de San Miguel. Por último necesitaba género usado -es de suponer además, limpio- de hilo o
bramante para vendajes.
Enfermedades, accidentes y heridas de guerra
No hay duda de que la salud de las tripulaciones ha sido y es uno de los factores más
importantes en el éxito o fracaso de una operación naval, ya que las enfermedades y los accidentes
[20] De acuerdo al Dr. D'Onofrio, era una preparación farmacéutica a base de plomo, usada en tratamiento de
quemaduras y algunas heridas de bala. Cfr. D'ONOFRIO, R., 1968:387.
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podían hacer más daño que las balas de la artillería enemiga. En 1810, las estadísticas de la
armada real inglesa señalaban que las enfermedades causaban un 50% de las bajas de la flota, un
31% eran por accidentes personales, un 10% por hundimientos o incendios y explosiones y solo
un 8% por la acción del enemigo [21].
Pese a todo, la medicina naval había mejorado bastante desde mediados hacia fines del siglo
XVIII, haciendo considerables avances y logrando solucionar las enfermedades y problemas más
comunes de las flotas en alta mar. Entre las enfermedades asociadas a la navegación de altura, la
más frecuente era el escorbuto (scurvy), pero hacia 1795 se había logrado controlarlo a través del
uso de fruta fresca con alto contenido de vitamina C (limas y limones). El tifus le seguía en orden
y se atribuía al hacinamiento, a la suciedad y la falta de aire en las cubiertas bajas. Las fiebres
como la amarilla eran graves también, en especial en zonas cálidas y no se conocía su cura, salvo
el uso de la quinina para la malaria. Las enfermedades digestivas y las diarreas a causa de la mala
alimentación y las aguas en mal estado, eran comunes, y las enfermedades venéreas eran una
verdadera plaga en las tripulaciones y una de las principales causas de baja por enfermedad.
Los accidentes o males más comunes, fuera de las enfermedades, eran las hernias por los
esfuerzos hechos al mover y cargar las piezas de artillería; el reumatismo por la humedad y el frío
de las cubiertas bajas; las pulmonías o neumonías por la exposición al agua y al frío. Entre las
heridas eran comunes las fracturas a causa de los accidentes en las faenas marineras y artilleras,
además de por los tiros en las acciones bélicas. No eran escasos tampoco los heridos por azotes y
torturas a causa de los castigos disciplinarios.
Las excoriaciones de guerra eran de distinta índole, siendo las más comunes y tratables las citadas
fracturas por tiros de fusil o golpes y cortes de sable al abordaje. La solución general en las
heridas graves en los miembros era la amputación, pues era menos peligroso que tratar de sacar el
proyectil o intentar salvar la pierna. La gangrena era una complicación habitual, puesto que el
concepto de la extracción del tejido muerto alrededor de las heridas no se hallaba desarrollado
aún. De ahí que la remoción del tejido –muerto o sano– y los huesos rotos, en su totalidad, era la
única forma de sobrevivir a una herida grave de guerra.
[21] Cfr. LEWIS, M., 2004:420 y LAVERY, B., 2002:212 y ss.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
Imagen 3: Buque de fabricación “a la inglesa” (principios siglo XIX) - Instalaciones sanitarias (el corte muestra el
buque a babor, considérese que las enfermerías se ubicaban a estribor)
Las amputaciones se hacían con celeridad, de forma de evitar el shock que causaba una
operación en regla, y sin anestesia. A veces, se hacían en tan poco tiempo que los dedos de los
asistentes podían ser accidentalmente amputados junto con el miembro herido. Un cirujano
cansado en medio del combate, con su cuchillo podía tardar unos veinte minutos en amputar una
pierna. La visión de los cirujanos en tales faenas era terrible; tal y como anotó un marino
británico:
“El cirujano y su asistente estaban cubiertos de sangre de la cabeza a los pies,
parecían más carniceros que doctores; la tarea era la más dolorosa de llevar, el
cirujano usaba su cuchillo y su sierra en la carne humana y los huesos tan
libremente como un carnicero en las presas (shambles)”[22].
El tratamiento era de lo más rudimentario y las heridas de bala que no habían destrozado
algún hueso eran exploradas por el cirujano introduciendo el dedo en el agujero del proyectil, con
la intención de localizarlo o extraerlo. No obstante, en la mayoría de los casos la bala se dejaba en
su lugar y a la espera que se enquistara, sanara o trabajara libremente. Cualquier procedimiento
era menos peligroso que la extracción.
Los heridos quedaban más expuestos si partes del uniforme, como los botones, se
introducían junto con los proyectiles o con los tajos de sable, ya que se creía provocaban
infecciones por la suciedad; de allí el hábito de cambiarse por ropa limpia antes de entrar en
[22] LAVERY, B., 2000:215.
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Julio M. Luqui-Lagleyze
combate o quitarse las camisas, lo que sólo era posible a bordo y no en campañas terrestres. Un
riesgo temido era la introducción accidental de bordados o hilos de las charreteras en las heridas.
Siendo imposibles de extraer, causaban severas infecciones [23].
Remedios usuales para enfermedades a bordo
Ciertos medicamentos debieron ser indispensables tanto para las tripulaciones de las
primeras escuadrillas como aquellas corsarias que surcaron los mares con pabellón nacional.
Citaremos la forma en que eran usados algunos de ellos y su posología.
Para las enfermedades gastrointestinales provocadas por el alimento salado, los salazones
podridos, la mala dentición, el agua en mal estado y los envenenamientos, se utilizaban purgantes
y colagogos. El “crémor tártaro” se usaba como purgante en solución; la raíz de ruibarbo era
tónico y purgante, colagogo y astringente. El azufre se usaba como laxante y diaforético en los
estreñimientos, sobre las enfermedades de la piel, en las respiratorias y hasta en las hemorroides.
El “vitriolo blanco”, que era un sulfato, se usaba como vomitivo en envenenamientos y astringente
de la diarrea. La “ipecacuana” era una raíz de efecto emético que se usaba como expectorante,
vomitivo para las indigestiones o envenenamientos; expectorante para laringitis y bronquitis, antihemorrágica y anti-disentería. El “cremor agárico”, producido en base a los hongos esponjosos
parásitos del alerce, se usaba para disminuir las secreciones excesivas, los sudores nocturnos, la
broncorrea y la diarrea.
Para las enfermedades pulmonares (tuberculosis) y las afecciones articulares con
complicación cardio-respiratorio se usaban expectorantes. El “tártaro emético” se usaba en
neumonías como antiflogístico y como vomitivo; el “tártaro antimonio” como expectorante. El
“alumbre en polvo” se usaba como astringente en laringitis y úlceras. La “goma arábiga”, en base
a la savia sacada de la acacia, era la base para emulsiones y jarabes. El “éter sulfúrico” se usaba
por inhalación como estimulante cardíaco, antiespasmódico y analgésico. No se descubrieron sus
propiedades como anestésico hasta 1846.
Entre las afecciones articulares más frecuentes encontramos la artritis, artrosis y el reuma
articular agudo, generadas por las condiciones de humedad, mala alimentación y trabajos pesados.
Eran tratadas con rubefacientes (aquello que produce calor) como las “cantáridas” (coleópteros o
moscas secas, aplicadas de forma externa sobre la zona adolorida). Asimismo, con analgésicos
[23] Recuérdese que el cirujano de Nelson, que extrajo la bala de su espina, luego de muerto, la conservó en un
relicario con el trozo de charretera que el proyectil había arrastrado desde el hombro. Así se conserva en el Museo de
Greenwich.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
como el opio. El “extracto de saturno” era una solución de plomo que se usaba para preparar el
“agua saturnea” con alcohol alcanforado, que a su vez era un estimulante y rubefaciente.
En cuanto a las enfermedades venéreas, su tratamiento se realizaba con diferentes productos
a base de mercurio: “píldoras mercuriales” (sales de mercurio), “ungüento de mercurio” usado
para fricciones en afecciones locales, y “mercurio dulce” (cloruro de mercurio) administrado en
polvo.
En las fiebres altas se usaba la “quina” o “quinina”, corteza del árbol del mismo nombre,
contenedora de alcaloides.
El opio -fuerte alcaloide- se usaba como analgésico en todas las formas, exteriores e
interiores, contra el insomnio, como calmante muscular y como sudorífico.
El té se usaba como estimulante; el amoníaco inhalado era antiácido y estimulante de la
respiración, en uso externo era rubefaciente. El ajenjo era un tónico estimulante, febrífugo y
emenagogo.
Los “ceratos” -mezclas de cera y aceite de almendras- y los ungüentos a bases de ceras o
resinas, algunos con mercurio, tenían variados usos, pero generalmente eran para uso externo en
heridas o quemaduras. El aceite de oliva se usaba como linimento y en emplastos.
Las semillas de lino se hervían y la infusión fría servía para hacer lociones, fermentos o
enemas y en polvo molido, para cataplasmas; las de cebada se usaban como demulcente y las de
mostaza en semilla o harinas, por ingestión, como estimulante y hasta vomitivos, en tanto que en
pasta o molidas se usaban como contra irritante o revulsivo.
La “piedra infernal” era nitrato de plata y se usaba como cáustico. El vinagre, ácido acético,
se usaba como cáustico, mientras que el vinagre de vino fue considerado algún tiempo como un
efectivo preventivo del escorbuto.
El alcanfor, ya fuera en madera o semillas, era irritante y estimulante local, excitante de los
centros respiratorios y vasomotor, se empleaba en neuralgias, cefalalgias y ataques maníacos.
Médicos y sanidad en las Campañas Corsarias (1815-1821)
Durante 1815 y 1821, las campañas navales de la guerra de Independencia se llevaron a
cabo en un ámbito completamente marítimo. Las Provincias Unidas del Río de la Plata utilizaron
el sistema de corso, consistente en contratar a particulares que navegaban los mares del mundo
bajo pabellón nacional. Esta guerra se llevó específicamente contra el comercio y las
comunicaciones marítimas españolas con América.
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Julio M. Luqui-Lagleyze
Las campañas corsarias de la independencia se desarrollaron principalmente en el Océano
Atlántico y en el mar Caribe. No obstante, también fueron llevadas hasta las costas españolas
atlánticas, e incluso mediterráneas. A éstas se sumaron otras acciones en el Pacífico Sur y Norte y,
en menor medida, en el Índico. En su accionar, los corsarios bajo pabellón argentino se mezclaron
con los de otros gobiernos y caudillos insurgentes: aquellos del caudillo Artigas -que combatían
tanto a españoles como a portugueses-, otros de la Nueva Granada y Cartagena de Indias, y
quienes se encontraron al servicio del Libertador Simón Bolívar. Compartieron objetivos,
santuarios, puertos seguros y Tribunales de Presas.
En el ámbito del Océano Pacífico Sudamericano también se llevaron campañas navales
formales, desde las costas del Sur chilenas a las del Norte peruanas y ecuatorianas. Allí se dieron
los combates navales por la emancipación de Chile y la Campaña Libertadora al Perú, las que
contaron con colaboración argentina y que significaron además la consolidación de la propia
independencia.
El sistema de corso fue implementado por distintas naciones como una forma de guerra en el
mar. El gobierno de un estado otorgaba patente de corso y grado naval a un particular y le permitía
llevar adelante acciones militares contra las naves del enemigo; en especial, contra su comercio
marítimo. La guerra de corso estaba contemplada en el derecho internacional.
En principio, las Provincias Unidas concedieron patentes de corso bajo las heredadas
ordenanzas españolas de 1801. La norma establecía que el capitán corsario debía poseer patente
firmada por la máxima autoridad naval y debía estar sometido al reglamento que limitaba sus
acciones a solo atacar las naves y el comercio de la nación con la que se estaba en guerra. Estaba
autorizado a registrar naves neutrales para verificar si llevaban mercancías o documentación
destinadas a puertos enemigos; de no cumplir con la reglamentación establecida se les imponía
penas muy severas, llegándose en algunos casos a la pena de muerte. Las patentes habilitaban al
corsario por un tiempo, generalmente un año, pasado ese período no podía llevar a cabo
apresamientos o registros de naves, y si los efectuaba era acusado de piratería y condenado a la
horca.
No obstante, en mayo de 1817 ratificaron su propio Reglamento Provisional de Corso que
incluyó otros aspectos y reguló su actividad: fue contemplada la lucha contra buques negreros y
las acciones contra las propiedades españolas. Asimismo, se constituyó un Tribunal de Presas que
entendió en la legalidad de los buques capturados, la fiscalización de los apresamientos y el
pabellón a utilizar durante los combates.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
En estas campañas corsarias, la sanidad naval giró en torno de aquellas enfermedades
vinculadas a largas navegaciones y a otras de naturaleza endémica, circunstancia que determinó el
tipo de provisiones solicitadas por los médicos [24].
En la campaña corsaria del almirante Brown al Pacífico, la expedición llevó en la Hércules
al Dr. Carlos Handford, inglés, nacido en 1763 y afincado en Buenos Aires desde 1811. Había
sido dado de alta en septiembre de 1815 y se haría famoso por su participación en el ataque a
Guayaquil y gestiones posteriores cuasi diplomáticas. Siendo enviado por el comandante ante los
patriotas colombianos, fue hecho prisionero por los españoles, condenado a muerte y liberado
después de tres años. Otro de los profesionales fue el Dr. Luis Lavy, cirujano de la Halcón, quien
había realizado la campaña con Hipólito Bouchard. De los aspectos sanitarios, podemos destacar
que al atacar el Callao, una de las presas, el bergantín San Pablo, fue desarbolada y amarrada
como “pontón-hospital” en la Isla de la Hormigas, frente al Callao, para atender los heridos
habidos en los ataques.
Como médico del crucero La Argentina de Bouchard se halló fray Bernardo de Copacabana,
fraile betlehemita y médico, que había sido vicepresidente del Hospital de la Residencia de
Buenos Aires y contaba al momento de su embarque con 37 años. En el crucero hizo las veces de
médico, a veces duro e inmisericorde y con prácticas poco ortodoxas aunque eficaces; además de
ayuda espiritual y hasta de valeroso guerrero en los combates. Entre su curiosa práctica médica se
menciona el método utilizado para combatir una epidemia de escorbuto desatada en el viaje a Java
a causa de la falta de fruta fresca. Él decidió enterrar a los enfermos en la playa dejándoles la
cabeza afuera en espera de que se curaran, se supone por transferencia de las fiebres a la arena. El
resultado fue que los muy enfermos regresaron a la madre tierra en poco tiempo, pero los demás
mejoraron al repetirse la operación varias veces. Es probable que la notable mejoría se debiera al
consumo de fruta o verdura fresca con vitamina “C” que su permanencia en tierra posibilitó.
En cuanto a las provisiones médicas, conocemos el botiquín embarcado en la
“Consecuencia”, al comando de Hipólito Bouchard. Se estima que habría sido el mismo que llevó,
cuando fue rebautizada “La Argentina”. Fue comprado en Buenos Aires por el armador Vicente
Anastasio de Echevarría, en la botica de Don Manuel Hermenegildo Rodríguez, e incluía una caja
completa de elementos de cirugía, de la que no se detallan los componentes, y que costó siete
[24] Sobre las características y acaeceres de las campañas corsarias en general, recomendamos leer el libro de Miguel
Ángel De Marco, Corsarios Argentinos, de Ed. Planeta, 2008 y reediciones.
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onzas de oro, equivalentes a 119 pesos, de los 207 que costó toda la provisión médica, pagada el
26 de junio de 1817 [25].
Imagen 4: Fuente: Armada Argentina, Archivo DEHN. Cajas de la colección de Dn. Vicente Anastasio
de Echeverría sobre el armado de la expedición corsaria de Hipólito Bouchard (transcripción del original)
Conclusiones
En el presente avance de investigación se ha comprobado que durante las campañas navales
de la guerra de independencia, la medicina o la sanidad naval, así como la militar, estaban apenas
en sus comienzos. Los conocimientos eran limitados, los métodos de tratamiento primitivos y la
higiene y los anestésicos inexistentes. En el Río de la Plata la situación no era distinta del resto de
los teatros de operaciones en tiempos de las guerras napoleónicas, en las cuales la independencia
de América estaba inmersa y era una consecuencia.
[25] Archivo del DEHN, cajas del Archivo de Don Vicente Anastasio de Echevarría sobre el armado de la expedición
de Bouchard.
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Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval…
Con los escasos medios financieros y médicos de que se disponían, los gobiernos armaron
las escuadras y proveyeron lo mejor posible a los cirujanos convocados para las campañas. La
mayoría de ellos, de origen inglés, montaron las estructuras sanitarias en forma precaria pero
siguiendo la modalidad británica que conocían.
En lo referente a las medicinas y los modos de curación, las listas de “medicamentos” y las
formas de tratar heridas que se describen en los documentos, así como sus resultados, son muestra
de que no estábamos ni mejor ni peor que el resto del mundo.
Referencias bibliográficas
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RODRÍGUEZ, Horacio y Pablo Arguindeguy. Nómina de Oficiales Navales Argentinos
1810-1900, Buenos Aires, Instituto Nacional Browniano, 1998.
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Julio M. Luqui-Lagleyze
Julio Luqui-Lagleyze. Profesor en Historia por la Universidad de Belgrano (1982). Actualmente, culminando su
doctorado en Historia en la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Especialista en Historia Argentina y
Americana. Especialista en Historia Militar, Naval y Marítima Hispanoamericana. Docente superior titular de la
Armada Argentina en el Departamento de Estudios Históricos Navales desde 1988. Es miembro académico de número
del Instituto Nacional Sanmartiniano y del Instituto de Historia Militar Argentina. Es miembro del Grupo de Historia
Militar de la Academia Nacional de la Historia y fellow de la Company of Military Historians de los EEUU. Ha sido
galardonado con el 1er Premio de Investigación por el Ministerio de Defensa de España (“Ejército 2004”). Cuenta con
veinte libros editados sobre temas de historia militar y naval hispanoamericana.
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