“via humanitatis” el camino vocacional de la humanidad

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ITINERARIO DE ORACIÓN VOCACIONAL
Agosto de 2013-noviembre de 2014
“VIA HUMANITATIS”
EL CAMINO VOCACIONAL DE LA HUMANIDAD
DÉCIMOQUINTO ESQUEMA octubre de 2014
LLAMADOS A DAR GRACIAS A DIOS POR SUS DONES
Guía: “Dar gracias es una gran oración” afirma el Padre Alberione. En la gratitud se
encierra la consciencia de ser destinatarios de la benevolencia de Dios y de la de los
hermanos y hermanas. Dar gracias por los dones materiales y espirituales es la
demostración de una vida que sabe agradecer, apreciar, gustar y compartir.
En este tiempo de oración vivamos la gratitud como actitud del corazón que abre a la
“gratuidad”, que se hace intercesión ante el Señor para que atienda y provea con
ternura a las dificultades materiales y espirituales de los llamados.
Canto inicial
De la Via Humanitatis
La Iglesia, en Jesucristo, es maestra de oración y de vida espiritual.
Ella ha recibido y administra los sacramentos. El bautismo da la vida, la
confirmación le da nuevo vigor, la reconciliación la restaura, la eucaristía la
alimenta, la unción de los enfermos la completa, el matrimonio funda la
sociedad civil, el orden sacerdotal garantiza la continuidad de la Iglesia (cf
1Co 14,1-25).
Invitación a la plegaria
Salmo 33 (32)
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones.
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió;
él lo mandó y todo fue creado.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza;
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salvan;
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
A la escucha de la Palabra
De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (14,1-25)
Esforzaos por conseguir el amor y anhelad también los dones espirituales,
y, sobre todo, el don de profecía. Pues el que habla en lenguas, no habla
para hombres, sino para Dios, pues nadie lo entiende, ya que él habla en
espíritu cosas misteriosas. Por su parte, el que profetiza habla para
hombres, edificando, exhortando, consolando. El que habla en lenguas, se
edifica a sí mismo, mas el que profetiza edifica a la Iglesia. Mi deseo es que
todos vosotros habléis en lenguas, pero más todavía que profeticéis. Es
mayor el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las
interprete y contribuya así a la edificación de la comunidad.
Pues bien, hermanos: si yo llegara a vosotros hablando en lenguas, ¿de qué
os serviría, si no os hablase con revelación, o bien con ciencia o con
profecía o enseñanza? Lo mismo ocurre con los instrumentos musicales
inanimados, como por ejemplo una flauta o una cítara: si no emiten sonidos
que puedan distinguirse unos de otros, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la
flauta o con la cítara? Y si una trompeta emitiera un sonido indefinido,
¿quién se prepararía para la batalla? Lo mismo vosotros, si no emitís con
vuestra lengua palabras con sentido, ¿cómo se sabrá lo que habláis? Es
como si hablarais al aire. Es cierto que las clases de lenguas que hay en el
mundo son muchísimas y no hay nadie que no tenga su propia lengua; por
ello, si yo desconozco el valor del sonido, seré un extraño para quien me
habla y el que me habla será un extraño para mí. Lo mismo vosotros: ya
que anheláis tanto los dones espirituales, procurad sobresalir para la
edificación de la comunidad. Por ello, el que hable en lenguas, que pida en
la oración poder interpretar. Pues si yo oro en lenguas, ora mi espíritu,
mientras que mi mente se queda sin fruto. ¿Entonces qué? Oraré con el
espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la mente. De otro modo, si bendices con el espíritu, ¿cómo
va a decir «Amén» a tu acción de gracias el que asiste como simple oyente,
si no entiende lo que estás diciendo? Porque es verdad que tú das gracias
de forma adecuada, pero el otro no se edifica. Doy gracias a Dios porque
hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar
cinco palabras con sentido para instruir a los demás, que diez mil palabras
en lenguas.
Hermanos, no seáis niños en vuestros pensamientos, antes bien,
comportaos como niños en lo que toca a la maldad pero en lo que toca a los
pensamientos, sed adultos. En la ley está escrito que
por medio de gente que habla lenguas extranjeras
y por medio de labios de extraños
hablaré a este pueblo;
pero ni aun así me escucharán,
dice el Señor. Así pues, las lenguas son un signo no para los creyentes sino
para los no creyentes, mientras que la profecía es un signo no para los no
creyentes, sino para los creyentes. Por tanto, si se reúne toda la comunidad
en el mismo lugar y todos hablan en lenguas, y entran en ella personas no
iniciadas o no creyentes, ¿no dirán que estáis locos? En cambio, si todos
profetizan y entra una persona no creyente o no iniciada, esta es
convencida por todos, examinada por todos, quedando al descubierto lo que
hay oculto en su corazón; y así, postrado rostro en tierra, adorará a Dios,
proclamando que «Dios está verdaderamente entre vosotros».
Canon
A la escucha del Fundador
Estamos aquí reunidos para cumplir con un triple deber. El 20 de agosto de
1914, con la celebración de la Misa, una hora de adoración y la bendición de
una minúscula tipografía, comenzamos la Familia Paulina. Los jóvenes eran
pocos, la casa pequeña; en la capilla no había ni siquiera espacio para
aquellos pocos. Ahora han pasado cuarenta años y en este tiempo hemos
recibido innumerables gracias; de ahí el deber de ser agradecidos. Después
hemos cometido muchas infidelidades y faltas de correspondencia, de ahí el
deber de la reparación. Además, mirando adelante, tenemos el deber de
continuar la misión que el Señor nos ha encomendado.
Cuarenta aniversario: es como un día de retiro en el que, sin embargo, no
examinamos sólo un breve periodo de vida, sino los cuarenta años
transcurridos. Y luego, con la mente dirigida hacia el futuro, hagamos
propósitos y oraciones muy humildes, pero confiadas, al Señor. Ir adelante
hasta que podamos decir: «He completado el camino» que Dios me había
indicado.
1. Acción de gracias al Señor.
El pasado se considera para cantar el Gloria a Dios; y para aprender las
lecciones que nos da; historia que es maestra de vida. Las gracias han sido
innumerables y de toda especie: de orden espiritual, de orden sobrenatural,
de orden material, de orden intelectual.
Entre ellas hay que recordar especialmente el don de la vocación. Esta es la
voluntad eterna de Dios sobre un alma; voluntad que determina el camino
que esa alma debe seguir en su vida; y, si son muchas las vocaciones al
Instituto, está claro que muchos son los signos de que el Señor quería la
Familia Paulina. Desde toda la eternidad, en su sabiduría y en su amor, ha
destinado las personas que debían formar esta Familia.
¡Las vocaciones! Y son tantas las personas en las Casas Paulinas.
Deber de agradecimiento por todas las demás gracias. Especialmente las que
tienen que ver con nuestra formación. La formación en la Familia Paulina es
compleja y nunca se está suficientemente formados. Vemos diariamente que
estamos aún por debajo de nuestra misión y no logramos realizar en las
almas todo el bien que está en los planes del Señor. Esta formación atañe a
la inteligencia, atañe a la voluntad y atañe al corazón. Debemos desarrollar
nuestra personalidad. La inteligencia, con la ciencia; la voluntad, con la
virtud; el corazón, con la oración, con la gracia; el cuerpo, santificando todos
los sentidos. Quien vive castamente con los ojos, con la lengua y, en general
con el cuerpo, tendrá una gran gloria el día del juicio.
Demos gracias al Señor también por esas gracias que ni siquiera hemos
advertido, de las que ni siquiera nosotros nos hemos dado cuenta, gracias
concedidas en los comienzos de la Congregación y que continúan cada día.
Todo lo ha hecho Dios, y sólo Dios. ¿Por qué? Porque nosotros no teníamos
nada, ni siquiera lo pensábamos. Nada en cuanto a medios materiales y ni
siquiera podíamos pensar que el Señor quería encomendarnos a nosotros
este apostolado para las necesidades de este siglo. Toda la vida de la Familia
Paulina ha venido de la Eucaristía, pero fue transmitida por san Pablo. De la
Eucaristía porque Jesús es la vida, pero la Hostia santa para entrar en
nuestros corazones necesita que alguien la lleve. Y ha sido san Pablo quien
ha realizado esta obra de comunicarnos la vida de Jesucristo. [...]
2. Es nuestro deber en este día reparar las ofensas cometidas. […]
Es muy difícil que podamos enumerar las ingratitudes y las faltas de
correspondencia de cuarenta años. ¡Quién sabe cuánto más se esperaba de
nosotros el Señor, y que nosotros en realidad no hemos hecho!
Debemos reparar porque no hemos correspondido al primer fin de la vida
religiosa, [no hemos] procurado del todo la mayor gloria de Dios. Debemos
reparar por no haber realizado del todo el segundo fin: la santificación.
Debemos reparar los pecados cometidos también hacia la humanidad. Quizás
el día del juicio tendremos que reconocer que no hemos dado a los hombres
todo lo que de verdad y de luz podíamos dar. Reparar por no haber
contribuido siempre al progreso espiritual y apostólico de la Familia Paulina.
[…] Pero: cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? ¿Cómo podré
yo dar o recuperar ante Dios y ante la humanidad lo que ha faltado por causa
mía? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor. Tomar el
cáliz; no teniendo nada que ofrecer, ofrezcamos a aquel que se ha ofrecido
en la cruz: Jesucristo. Sus méritos, su sangre, tienen un valor infinito y
bastan para toda iniquidad. Se necesita sólo nuestra humillación por una
parte y nuestra confianza por otra.
Aquí debería seguir el Miserere.
3. Un deber que hay que cumplir en este día es la renovación de nuestros
propósitos, acompañados con la oración.
Hay que guardarse de la tentación de vivir de recuerdos o complacerse del
pasado; san Pablo enseña: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea
perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por
Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una
cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por
delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde
arriba en Cristo Jesús» (Flp 3,12-14). Y en cambio, ¿qué hemos sido? Por
eso: No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia.
(Con ocasione del cuarenta aniversario del Instituto, a la Familia Paulina, 20 agosto 1954)
Silencio – Reflexión – Condivisión
Para compartir: Señor te pido por… (una pareja de esposos, un sacerdote, un
consagrado/a…)
Oremos
Te doy gracias, Maestro divino,
autor de los sacramentos administrados por la Iglesia.
En ellos tú actúas con tu fuerza divina.
Por ellos vivimos y actuamos en ti,
como el sarmiento vive de la vid y produce frutos por la vid.
Por ellos somos tu gozo eterno.
Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Jesús Maestro, Camino, y Verdad, y Vida, ten piedad de nosotros.
María, Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.
Canto final
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