Responsabilidad penal de las personas jurídicas:

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LOS CRÉDITOS LABORALES ANTE LA TRANSFERENCIA
DEL FONDO DE COMERCIO, CON ESPECIAL REFERENCIA
A LOS RIESGOS DEL TRABAJO
Sumario: I. Introducción; II. El régimen de transferencia
del fondo de comercio; III. Su finalidad; IV. La cuestión
de los créditos laborales y el plenario Baglieri; V. Las
contingencias laborales derivadas de la ley 24.557; VI.
Conclusiones.
I. Introducción
Cuando se someten a revisión dos institutos del derecho en apariencia tan
disímiles como los que se proponen en este trabajo, surge la necesidad de corroborar su
posibilidad de coexistencia, ya sea a través de la priorización de uno de ellos sobre el otro,
ya sea mediante la coordinación y aplicación complementaria de ambos regímenes. Y en
nuestro caso es notoria la interrelación que existe entre las acreencias derivadas de un
contrato de trabajo y la transferencia de la empresa o establecimiento en el cual presta su
servicios el trabajador.
Es que muy difícilmente podamos imaginarnos la transmisión de un fondo de
comercio o establecimiento en el cual no se vean involucrados créditos de origen laboral.
Casi toda empresa comercial, ya sea productora de bienes o servicios, exige –presupone- la
mano de obra, el factor trabajo.
Se intentará a través del presente trabajo determinar los alcances de la
protección del crédito laboral, la medida en que los trabajadores pueden garantizarse el
cobro de sus acreencias ante la transferencia de lo que en definitiva representa la garantía
de su crédito, es decir el fondo de comercio, con especial énfasis en aquellas obligaciones
derivadas de las contingencias que prevé la ley 24.557 sobre riesgos del trabajo, es decir
las prestaciones dinerarias originadas en accidentes de trabajo o enfermedades
profesionales.
II. Régimen de transferencia del fondo de comercio
Cabe entonces hacer una circunstanciada referencia al régimen vigente, el que
nace hace más de 70 años como respuesta a los abusos en que los empresarios habían
1
incurrido, evadiendo el pago de sus deudas mediante la simple maniobra de deshacerse de
su hacienda mercantil por cualquier medio, siendo que la responsabilidad por las mismas
no se trasladaba al adquirente, quien asumía la explotación empresaria en forma
inmaculada.
Se sanciona entonces la ley 11.867 de transmisión de establecimientos
comerciales e industriales (B.O. 20/08/1934), mediante la cual se normativiza el proceso
de traspaso de un fondo de comercio, ya sea a título oneroso o gratuito, aunque no por ello
se hace obligatorio para las partes. Es que la transferencia, sea cual fuere su motivación o
instrumentación, sigue siendo plenamente válida entre las partes contratantes aún si no se
siguieran las pautas fijadas en la norma, en tanto ésta adquiere trascendencia sólo en
cuanto a su oponibilidad a terceros (cfr. argumento artículo 2º de la ley), precisamente por
ser ellos el objeto de protección legal. Cabe advertir sin embargo que quien prescinde de
los recaudos legales deberá asumir las consecuencias de su elección, en especial la
responsabilidad emergente y la inoponibilidad a los terceros, sean estos acreedores o no del
cedente.
Tampoco la ley se detiene en fijar un concepto de establecimiento comercial,
sino que opta por describir aquellos elementos que lo conforman, siendo esta enumeración
meramente orientadora o ejemplificativa, pues no se agotan en el artículo 1º todos aquellos
componentes de un fondo de comercio, ni es necesario que todos ellos estén presentes para
que se configure el mismo.
Es Zunino quien mejor interpreta la dicotomía que encierra el fondo de
comercio, al presentarlo en un primer momento como una realidad económico-jurídica
(conjunto heterogéneo de bienes que si bien conservan su individualidad e identidad,
constituyen sin embargo una unidad o masa relativamente independiente de los demás
bienes del titular de la hacienda, habilitando en consecuencia su transferencia en bloque,
valorizado así por encima del monto venal de los elementos que lo componen, y
aglutinados por un factor que en definitiva le da sentido a la unidad: el factor organizativo
dependiente de la actividad del titular, y dirigido a la obtención de beneficios económicos),
para posteriormente intentar su encuadre legal partiendo de la base de la definición de
Etcheverry, en cuanto define al fondo de comercio como una estructura jurídica apta para
2
permitir la enajenación de una organización o empresa económica en bloque o conjunto,
pudiendo el adquirente continuar con la explotación sin solución de continuidad.1
Otros autores, por su parte, han caracterizado al fondo de comercio o hacienda
mercantil como el elemento material de la empresa, formando un todo con otros dos
elementos: empresa y empresario. Se reconoce así al fondo como un patrimonio con
tratamiento jurídico diferenciado, aunque su proyección se limite en definitiva a ser sólo
una parte de la tríada mencionada.2
Se lo ha definido además como una universalidad de hecho aunque dinámica,
en tanto los bienes materiales que la componen, sumados a los inmateriales o intangibles,
se conjugan para formar un conjunto activo con el objeto de producir bienes o servicios.3
Se ha discutido en doctrina acerca de cuales elementos de los enumerados (u
otros) deben ser necesariamente transferidos para que la operación quede comprendida
dentro de la reglamentación; por nuestra parte, compartimos la posición de quienes
sostienen que deben ser aquellos que en forma suficiente impliquen la posibilidad de
continuar la explotación por parte del adquirente (transferencia del giro y la clientela). Se
descarta entonces que la transferencia deba comprender la totalidad de los elementos que
componen el establecimiento mercantil, bastando que cambien de dueño sólo aquellos
capaces de convertir al adquirente en el nuevo explotador de una organización destinada a
producir beneficios económicos, y al mismo tiempo el vendedor ya no pueda continuar su
giro comercial en la misma forma en que lo venía desarrollando.4
III. Su finalidad
Como señaláramos en el apartado anterior, la razón de ser de este instituto
radica en la defensa de los intereses de los acreedores del fondo de comercio, quienes
frente a una eventual transferencia del mismo, se verían desprovistos de aquella garantía
1
Cfr. Zunino, Jorge O., “Fondo de Comercio”, Ed. Astrea, 1982, págs. 1-10, quien a su vez desarrolla un
acabado análisis del fondo de comercio como integrante de la teoría de la empresa, más precisamente al
considerarlo como la tercera vía de acceso de la empresa en los sistemas jurídicos positivos, para terminar
asimilando ambos conceptos desde el punto de vista económico, pero diferenciándolos jurídicamente, en
tanto esa asimilación económica no es trasladable en un todo a la caracterización que del fondo de comercio
hace la norma bajo análisis, pues muestra a la empresa en un aspecto parcial, cual es el hecho de su
transferencia;
2
Cfr. Piedecasas, Miguel, “Régimen Legal de la Transferencia de Fondos de Comercio”, Ley 11.867,
Rubinzal Culzoni Editores, Buenos Aires, 2000, págs. 24-28;
3
Cfr. Gómez Leo, Osvaldo y Gómez Buquerín, Gastón, “Legislación Comercial Anotada”, Volumen 2,
Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1999, pág. 147.
4
Cfr. Zunino, Jorge, op. cit., pág. 73;
3
tenida en cuenta al contratar con el transmitente, dado que con anterioridad a la sanción de
la ley 11.867 el adquirente del establecimiento de comercio no respondía de las deudas de
su antecesor, salvo asunción expresa.5
Quien contrata con el titular lo hace teniendo en cuenta precisamente la
explotación que desarrolla, las expectativas acerca de la misma, las referencias personales
del dueño, su clientela, sus ventas o producción, y si ello desaparece, se desvanece también
la garantía de cobro de las acreencias, generadas tal vez en las mismas necesidades del
establecimiento, y es ahí donde el legislador decidió intervenir en prevención de eventuales
transferencias fraudulentas, es decir aquellas que se realizan al sólo efecto de eludir las
obligaciones previamente contraídas.
Una de las herramientas que provee la norma en salvaguarda de ese fin es la
publicidad con la que se recubre el proceso de transferencia, dando oportunidad cierta y
suficiente para que todos y cada uno de los acreedores de la casa de comercio puedan
anoticiarse de la cesión, y eventualmente hacer valer sus acreencias, cobrándose del
resultado de la operación. Para ello, luego de la obligada publicación de edictos que hacen
saber al público en general de la operación a llevarse a cabo, los acreedores (tanto los
incluidos en la nota que el enajenante presenta al adquirente de conformidad con el artículo
3º de la ley, como los omitidos en ella pero que hayan acreditado también sus derechos)
podrán hacer saber su oposición a la misma, notificando por cualquier medio ya sea al
comprador, ya sea al escribano designado al efecto.
Y sólo quedará perfeccionada la transferencia respecto de tales acreedores o
terceros si el resultante de los créditos involucrados son efectivamente retenidos del precio
de la operación (para su posterior embargo por parte de los pretensores), lo que ha
ocasionado también discusiones doctrinales en cuanto a las transferencias a título gratuito,
u oneroso, siempre que el precio de la enajenación sea inferior al monto de los créditos
verificados. Este último caso está expresamente vedado por la norma, conforme se explaya
el artículo 8º, salvo expresa conformidad de la totalidad de los acreedores. Y se entiende
que la veda debe extenderse también en el caso de cesiones a título gratuito si existiera al
menos un crédito reconocido por el propio enajenante o expuesto y acreditado por algún
tercero. En este supuesto, el obstáculo legal podría verse removido si el cedente a título
5
Cfr. Piedecasas, Miguel, op. cit., págs. 45-49; Halperín, Isaac, en comentario a la ley 11.867, págs. 524-529;
4
gratuito deposita a embargo la suficiente cantidad de dinero para hacer frente a las
acreencias opuestas.
Sin embargo, todas estas trabas en el procedimiento –necesarias, entiéndasetienen una cortapisa temporal, en cuanto pueden ser ejercidas por los acreedores hasta el
décimo día posterior a la fecha de la última publicación de los edictos. Transcurrido ese
plazo, los involucrados en el negocio pueden instrumentar la transferencia, que ahora sí
tendrá plenos efectos en cuanto a todos los terceros, desinteresados los unos a través del
embargo de las sumas retenidas, y en expectativa los otros, por falta de la diligencia
necesaria, aún cuando puedan ejercer todos los derechos y prerrogativas del derecho
común, ajenos al régimen de la ley 11.867.
Estos recaudos de publicidad, si bien imprescindibles para el perfeccionamiento
del proceso de transmisión, no son los únicos. Deben a su vez complementarse con la
extensión por escrito del “documento de venta” –sic- e inscribirse el mismo en el Registro
Público de Comercio (artículo 7º de la ley 11.867).
Se ha puesto en evidencia la cita textual de la norma “documento de venta”,
pues no sólo allí, sino también en otras secciones de la ley 11.867 subyace un vocabulario
que lleva al lector a interpretar que la única operación a que se hace referencia en la
normativa es a la compraventa del establecimiento comercial (vgr. “comprador” en los
artículos 4º, 5º y 11º, “enajenación” y “vendedor” en el artículo 8º, entre otros), cuando
claramente ello no es así, puesto que el artículo 2º detalla con amplitud suficiente las
operaciones involucradas (“...toda transmisión por venta o cualquier otro título oneroso o
gratuito de un establecimiento comercial o industrial...”) Las equívocas referencias a la
compraventa en que incurre la ley son al mero efecto de identificar a las partes del negocio,
sin que ello convierta a la compraventa en la única variable de transmisión de la casa de
comercio.
Por cierto que la publicidad del régimen no es el único recaudo que se adopta a
los fines de la adecuada protección de los acreedores del fondo; no sería ello suficiente si a
la vez no se dotara a los eventuales damnificados de la posibilidad de ampliar
subjetivamente el horizonte de responsabilidades. Es así como, quien omita el
procedimiento o alguno de sus pasos, o transgreda la normas, será solidariamente
responsable por el importe de los créditos que resulten impagos, y hasta el monto
5
resultante de la transferencia, si se tratara del comprador, vendedor, martillero o escribano
interviniente.
Existen asimismo otros fines secundarios tenidos en mira por el legislador al
sancionar la ley, tales como la protección del propio adquirente del establecimiento
mercantil, quien antes de la norma podía llegar a asumir las deudas del anterior propietario
sin un verdadero conocimiento del pasivo; el mantenimiento de la unidad de la garantía; el
interés del estado en la continuidad empresaria sin perjuicio del cambio de titular; la
protección de otros terceros, no necesariamente acreedores, que podrían perjudicarse ante
la falta de publicidad de la transferencia, entre otros.
IV. La cuestión de los créditos laborales y el Plenario Baglieri6
Es en este punto cuando se entrecruzan los regímenes de transferencia de
fondos de comercio con el de contrato de trabajo: el acreedor no es ya cualquier tercero,
sino un trabajador ligado al enajenante por una relación laboral de carácter contractual, y
en consecuencia en relación de dependencia con él. Los créditos en cabeza de los
trabajadores merecen así una protección especial de la ley (principio protectorio del
derecho del trabajo), provocada por su naturaleza alimentaria, adquiriendo el carácter de
indisponibles e irrenunciables, dado además el carácter de orden público de la mayoría de
las normas laborales.
Es dentro de dicho contexto que deben interpretarse las normas del Título XI de
la ley 20.744 de contrato de trabajo, que entre sus artículos 225 y 230 reglamenta la
transferencia del contrato de trabajo, con especial énfasis en cuanto a la transferencia del
establecimiento mercantil (art. 225 LCT) y las solidaridades laborales que ello genera (art.
228 LCT). Mientras el primero de tales artículos determina que en caso de transferencia,
por cualquier título del establecimiento –unidad técnica destinada al logro de los fines de la
empresa, a través de una o más explotaciones, cfr. art. 6 LCT-, el sucesor o adquirente
asumirá todas las obligaciones derivadas de los contratos de trabajo que el transmitente
tuviera con sus operarios, continuando así la relación laboral, el artículo 228 LCT impone
una solidaridad legal entre el transmitente y el adquirente en cuanto a las obligaciones
6
“Baglieri, Osvaldo c/ Nemec, Francisco y Cía. SRL y otro” CNAT en pleno nro. 289, 08/08/1997, LL 1997E, pág. 595;
6
emergentes del contrato de trabajo, mientras éstas fueran subsistentes a la fecha de la
transferencia.
Estas prerrogativas se instrumentan en beneficio del trabajador y de la
subsistencia de la relación de trabajo, sin que ello obste a que el trabajador pueda rescindir
su contrato de trabajo, ya sea por decisión personal, ya sea en tanto la modificación de las
condiciones de contratación derivadas de la transferencia acaecida le causen un perjuicio
de entidad suficiente que le impida la prestación de tareas o se la dificulten de una manera
insoslayable (argumento artículo 226 LCT). En este último caso, que habitualmente
concluyen con el despido indirecto del obrero, la responsabilidad solidaria entre
transmitente y adquirente del establecimiento se extiende a las indemnizaciones que la ley
de contrato de trabajo prevé para el distracto laboral.
Consecuentemente, las obligaciones laborales forman parte de la transferencia
del establecimiento en virtud de una delegación legal, sin perjuicio de la voluntad de las
partes involucradas en la operación, siendo inoponibles al trabajador los pactos que en
contrario se hubieran celebrado. La novación subjetiva del empleador, entendida como el
cambio de titular de la hacienda mercantil, no afecta entonces la continuidad del contrato
de trabajo, el cual se transfiere al sucesor, sin que el personal pueda resistirse a ser
transferido.7
Ello así en tanto si bien el contrato de trabajo es un típico contrato caracterizado
por prestaciones “intuitu personae”, lo es sólo desde el punto de vista del trabajador y del
servicio que presta, mas no del empresario, en tanto la persona misma del dador de trabajo
es indiferente para el trabajador, en cuanto sus obligaciones son claramente fungibles.
Sin embargo, la proposición del artículo 225 LCT es aún más amplia que la
mera transferencia de un fondo de comercio, pues la cesión o cambio de firma a que alude
el mentado artículo no comprende únicamente los casos reglados por la ley 11.867.8
En cuanto a la solidaridad entre transmitente y adquirente por las obligaciones
emergentes del contrato de trabajo, la misma es una imposición legal indisponible para las
partes, en cuanto su incorporación al título de cesión resulta inoponible al trabajador, aún
mediando renuncia expresa del propio obrero, en cuanto su crédito, como adelantáramos,
7
Cfr. Sardegna, Miguel A., “Ley de Contrato de Trabajo” Comentada, Anotada y Concordada, Editorial
Universidad, Buenos Aires, 1995, págs. 538/9. En el mismo sentido, López, Justo, “La solidaridad en las
relaciones obligatorias laborales”, en Revista de Derecho Laboral, La solidaridad en el contrato de trabajo,
2001-1, Rubinzal Culzoni Editores, págs. 32-33.
8
CNTrab., sala VIII, 14/11/1980, TySS 1981-2.
7
es irrenunciable, y lo previene de todo intento de fraude que pueda esconderse detrás de
estas operaciones. Es en este preciso punto que advertimos claramente la preponderancia
del derecho del trabajo que el legislador ha ensayado por sobre este régimen especial del
fondo de comercio.
La situación se modifica sustancialmente si el proceso de transferencia de la
casa de comercio se produce en el marco de un proceso de quiebra, puesto que la ley
24.522 contradice sustancialmente los principios que en la materia sienta la ley 20.744,
derogando expresando la solución de solidaridad laboral, conforme lo prescripto en los
artículos 198 y 199 LCQ, fijando en definitiva como único responsable de los créditos
laborales existentes a la fecha de la transferencia al vendedor concursado o quebrado.9
Diferente también es la situación de aquellos créditos laborales que se generen
con posterioridad a la cesión, pues ya en ese caso el cedente del establecimiento se ha
desligado de sus consecuencias, en tanto no pesan sobre él las obligaciones propias del
empleador como dador de trabajo. Si no es responsable de ello, mal puede cargar con sus
consecuencias.10
Sin embargo, y tal vez como desquite de las excepciones señaladas
precedentemente, el marco protectorio de los créditos derivados del contrato de trabajo
avanza por sobre el derecho de propiedad del adquirente de un establecimiento mercantil
con el dictado del plenario citado en el título de este capítulo. La Cámara Nacional del
Trabajo ha decidido en el caso Baglieri que “...el adquirente de un establecimiento en las
condiciones previstas en el art. 228 de la ley de contrato de trabajo es responsable por las
obligaciones del transmitente derivadas de relaciones laborales extinguidas con
anterioridad a la transmisión...”.
Previo a este plenario, la jurisprudencia estaba dividida entre los que admitían
la solidaridad por aquellos créditos resultantes de una relación de trabajo extinguida antes
de la transferencia, y los que la denegaban, y si bien se trata de un plenario de aplicación
9
Cfr. Piedecasas, Miguel, op. cit., págs. 170-172, quien sin embargo pone en duda la constitucionalidad de
las normas derivadas de la ley 24.522, las que en principio no podrían derogar normas de orden público como
las previstas por la ley de contrato de trabajo, amén de que tampoco hay una derogación expresa de los
artículos 225 a 230 de la LCT. No obstante ello, Piedecasas cita abundante –e importante- doctrina en
contrario, entre otros a Poclava Lafuente, Rivera, Roitman, Vítolo, y Rouillon;
10
Cfr. Mancini, María del Pilar y Pizarro, Ramón Daniel, “Algunas reflexiones en torno a las obligaciones
solidarias en el Derecho del Trabajo”, en Revista de Derecho Laboral, La solidaridad en el contrato de
trabajo, 2001-1, Rubinzal Culzoni Editores, pág. 102;
8
obligatoria sólo en el ámbito de su jurisdicción, su propuesta ha sido adoptada
pacíficamente en todo el país.11
Son importantes los argumentos de la mayoría del plenario, básicamente:
a) la extensión de una tutela más intensa a quien no sólo es acreedor sino que es
acreedor laboral;
b) la propia letra de la ley, en especial de los artículos 225 y 228 LCT, los que no sólo
no distinguen entre obligaciones originadas antes o después del distracto laboral,
sino que de su redacción, en cuanto a los usos gramaticales del singular y plural, se
desprendería que el adquirente debe asumir todas las obligaciones;
c) el cesionario, al adquirir el establecimiento está en condiciones de investigar el
pasivo que acarrea el transmitente, no así el trabajador;
d) las obligaciones derivadas de los contratos de trabajo, extinguidos o no al momento
de la cesión, serían obligaciones anexas al establecimiento mismo, con
independencia de su titular (principio de unidad de empresa);
No obstante el peso de los argumentos expuestos, no se coincide con la
resolución del caso. Adherimos en este aspecto a las razones de la minoría del plenario
(interpretación del art. 228 LCT en armonía con el art. 225 LCT; uso del argumento de
autoridad al recurrir a la propia opinión del redactor de la ley 20.744; la cesión tiene por
objeto los trabajadores con sus créditos, no los acreedores laborales –que luego del
distracto ya no son trabajadores propiamente dichos-, quienes tienen a disposición el
régimen de oposiciones de la ley 11.867; y la eventual incertidumbre jurídica que podría
provocarse de la interpretación que hace la mayoría).12
No es menor además la consideración a uno de los fines tenidos en cuenta por
la legislación referida a la transferencia del fondo de comercio, en cuanto persigue la
11
A favor de la solidaridad, CNAT, sala III, 16/3/1977, TySS 1977-369. En contra de la solidaridad, CNAT,
sala II, sentencia 44.021 del 18/3/1977; CATrab. de Rosario, sala I, 04/03/1975, J.A. 47-203; Ctrab.
Tucumán, 18/2/1977, J.A. 1978-IV-229.
12
En contra, Simón, Julio César y Simón (h), Julio C., “Acerca del plenario Baglieri”, en Revista de Derecho
Laboral, La solidaridad en el contrato de trabajo, 2001-1, Rubinzal Culzoni Editores, pág. 259, quienes
aportan interesantes antecedentes y doctrina comparada acerca del tema, y Pose, Carlos, “Breves precisiones
sobre el sistema de solidaridad laboral y el plenario Baglieri”, Revista del Derecho del Trabajo Nº 10 de
octubre de 1997, pág. 2013 y ss.
9
continuidad del nexo económico productivo, lo que evidentemente se ve amenazado ante la
extensión de la solidaridad que propone el plenario.
Agregamos además que no es del todo cierto que el trabajador, cuando contrata,
tenga en consideración la hacienda mercantil de su empleador, pues no sólo no está en
condiciones de conocer la solvencia de su patrón –al menos no en mayor medida que quien
otorga un crédito a su empleador-, y muchas veces desconoce incluso si el mismo es dueño
de las propias herramientas o maquinarias de trabajo, sino que si así fuera no existirían
trabajadores dispuestos a ponerse a disposición de empleadores sin patrimonio sustentable,
y si el establecimiento no es garantía allí, tampoco lo es al momento de la transferencia a
un tercero.
Como dijéramos anteriormente, la persona del empleador, mayormente, le es
indiferente al trabajador, y es por ello que la transferencia del establecimiento incluye a los
contratos de trabajo celebrados por el transmitente, puesto que el cambio de empleador no
es de por sí motivo suficiente para romper el vínculo laboral, salvo casos de comprobable
perjuicio para el operario –en los términos del art. 242 LCT- o que la cesión del
establecimiento encierre una intención de defraudación hacía los trabajadores. Si ello es
así, no alcanzamos a ver como es que aquellos trabajadores cuyo contrato de trabajo cesara
antes de la transferencia del fondo de comercio puedan alegar algún desmedro en su
garantía, cuando además les queda abierto el régimen de oposición de la propia ley de
transferencia de fondo de comercio, como a todo otro acreedor.
Asimismo, siendo la solidaridad una consecuencia excepcional, siempre debe
interpretarse restrictivamente, más aún cuando en el caso particular podría existir una
sustancial afectación del derecho de propiedad, de clara raigambre constitucional, respecto
del adquirente, quien se vería compelido a saldar deudas que no responden a las
obligaciones asumidas.
V. Las contingencias laborales derivadas de la ley 24.557
Con anterioridad a la sanción de la ley sobre riesgos del trabajo, es decir
vigente aún la ley 24.028 y sus antecesoras, se discutía también la situación de las
acreencias laborales derivadas de los accidentes de trabajo o enfermedades profesionales.
La discusión básicamente radicaba en cuanto a si los perjuicios producidos tenían como
causa una responsabilidad contractual (artículo 75 LCT), o extracontractual (arts. 1109,
10
1113 y concordantes del Código Civil). Existiendo la opción que el artículo 16 de la ley
24028 le otorgaba al trabajador para reclamar sus acreencias -régimen especial y tarifado
de la ley o indemnización del derecho común-, la cuestión estaba debatida acerca de la
eventual responsabilidad solidaria del adquirente respecto de aquellas contingencias
laborales producidas con anterioridad al traspaso, pero aún no resarcidas.
Si bien entendemos que se trataría también de obligaciones derivadas del
contrato de trabajo, y por lo tanto susceptibles de generar la responsabilidad solidaria entre
los participantes de la transferencia, la jurisprudencia no siempre lo entendió de esa
manera, en especial cuando el operario optaba por perseguir el cobro con sujeción a las
normas del derecho común.13
La situación ha variado sustancialmente con el avenimiento del nuevo régimen
de riesgos del trabajo, particularmente en cuanto la ley 24.557 (de ahora en más LRT) ha
transformado radicalmente el régimen de responsabilidades de los agentes del sistema.
Contrato de afiliación mediante (la contratación del seguro se ha tornado obligatoria para
todos aquellos empleadores reseñados en el artículo 2º de la LRT), el único obligado al
otorgamiento de las prestaciones emergentes de la ley, ya sean de tipo dinerarias (capítulo
IV LRT) o en especie (capítulo V LRT), resulta ser la Aseguradora de Riesgos del Trabajo
(ART), con la sola excepción del deducible o franquicia del artículo 13º -los 10 primeros
días de la prestación dineraria por ILT (incapacidad laboral temporaria) son a cargo del
empleador afiliado-.14
Distinta es la situación del empleador que, de manera ilícita, omite afiliarse a
una ART, u opta por el régimen del autoseguro, pues en ambos casos el dador de trabajo
principal conserva sobre sí las obligaciones prestacionales de este subsistema de seguridad
social, conforme art. 28.1 LRT, y en estos casos la situación sería asimilable a aquella
vigente con anterioridad al 01 de julio de 1996.15
13
CNAT, 28/9/90, SD 34166, en Manuales de Jurisprudencia de La Ley, “...la responsabilidad civil
extracontractual por daños derivados del riesgo de la cosa (art. 1113 Código Civil) no es transmisible a los
adquirentes sucesivos de la cosa ni resulta alcanzada por los artículos 225 y siguientes de la LCT. Las
obligaciones y cargas de naturaleza contractual que se transmiten al adquirente del establecimiento son las
vinculadas con los contratos de trabajo que se transfieren junto con aquel, existentes al tiempo de la
transferencia o generadas por ésta...”.
14
Argumento del artículo 1º del Decreto 334/96 y del artículo 26.1 LRT, sumado a que no existe en toda la
extensión de la ley 24.557 ni una sola obligación prestacional en cabeza del empleador afiliado, salvo la
franquicia ya señalada.
15
Fecha de entrada en vigencia de la ley 24.557 conforme dictado del Decreto 658/96, que al aprobar el
listado de enfermedades profesionales cumpliera la condición suspensiva a la que estaba supeditada la
aplicación de la ley 24.557.
11
Pero detengámonos en el supuesto de la existencia del contrato de seguros, que
libera, por su sola suscripción, de toda responsabilidad al empleador co-contratante,
trasladando el riesgo en forma íntegra a la ART, sin poder hacerlo parcialmente, pues el
contrato de afiliación es un seguro de tipo social y legal, esto último en cuanto la cobertura
que brinda viene predeterminada por la ley misma, sin que las partes puedan modificar las
condiciones de contratación.
Incluso a través de la Resolución 39/96, el organismo de contralor del sistema –
la Superintendencia de Riesgos del Trabajo- ha fijado reglamentariamente el contenido del
contrato asegurativo, sin que los contratantes puedan pactar en contrario.
La responsabilidad de la ART por las contingencias que describe el artículo 6º
de la LRT, y que en definitiva se originan en la existencia previa del contrato de trabajo, se
ve determinada no ya en cuanto al synalagma contractual, sino por la propia letra de la ley,
que obliga al empleador a contratar el seguro y a la ART a tomarlo, sin poder negarse a
ello, y siempre en los términos y con la extensión prevista en la misma norma.
Es ahora la ART la única obligada respecto del trabajador por las prestaciones
de la LRT, pues tampoco la cabría al trabajador la opción de responsabilizar civilmente a
su empleador por los daños derivados de las contingencias laborales, de conformidad a la
veda impuesta por el art. 39.1 LRT (después veremos que no es tan así conforme la
reciente jurisprudencia de nuestra CSJN).
Aclarado este punto, fácil es concluir que si ninguna obligación derivada de la
LRT pesa sobre el empleador respecto de los accidentes de trabajo o enfermedades
profesionales padecidos por sus dependientes, mal podría asumir el nuevo empleador
adquirente del establecimiento esas obligaciones inexistentes, salvo, claro está, la
franquicia a que hiciéramos referencia ya en varias oportunidades.
No obstante esa regla general, que pone en verdad un valladar a la solidaridad
del adquirente, existen algunas situaciones particulares que cabría analizar:
a) El caso de aquellas contingencias que, probada su causa laboral, no generan
prestaciones de la LRT. Es la cuestión de aquellas enfermedades generadas
íntegra o parcialmente por las tareas laborales, que no se encuentran
contempladas dentro del listado de enfermedades profesionales del Decreto
658/96, y cuyo reconocimiento como profesional no puede lograrse a través
del procedimiento previsto en el art. 6.2 de la LRT (la enfermedad-
12
accidente es el típico ejemplo de ello). Dado el tema, la veda del art. 39.1
LRT16 no le es oponible a ese trabajador en cuanto la enfermedad padecida
no le genera prestaciones a su favor, y en ese caso el damnificado tiene
abierto el reclamo por daños del código civil contra su empleador. En este
supuesto nos enfrentaríamos entonces con una obligación que, sin perjuicio
de la discusión de su transmisibilidad –dueño o guardián de cosa riesgosa o
viciosa, o responsabilidad subjetiva por culpa o dolo-, recae sobre el
empresario que cede su establecimiento, y que podría originar la solidaridad
del empleador adquirente, en tanto ni la ART del primero ni la del segundo
podrán tomar a su cargo el riesgo de responsabilidad civil (ART de objeto
único, cfr. art. 26.3 LRT), no previsto como riesgo amparado por el seguro.
b) En una situación similar a la anterior se coloca a aquellos empleadores
involucrados en una transferencia de fondo de comercio que incluya la
cesión de algún trabajador que haya obtenido judicialmente el
reconocimiento de su crédito derivado de una contingencia laboral, previa
declaración de inconstitucionalidad del art. 39.1 LRT, conforme pautas ya
fijadas por nuestro máximo tribunal en el precedente Aquino.17 Abierta la
vía civil de reclamo contra el empleador, cabría entonces aquí también la
posibilidad, discutible como ya viéramos pero posibilidad al fin, de extender
solidariamente la obligación así declarada al adquirente del establecimiento.
Sin perjuicio de todo lo expuesto, entendemos que en el caso particular de
aquellas obligaciones derivadas de contingencias laborales, la protección que podría
brindarse a los trabajadores tanto en el régimen de transferencia de fondos de comercio
como, en mayor medida, en la ley de contrato de trabajo, resultan subsidiarias de la
protección que brinda, en forma sustancial, el régimen de riesgos del trabajo, pues éste no
sólo interpone como responsables a los agentes del sistema (ARTs), cuya solvencia es
periódicamente controlada y supervisada por el organismo de contralor respectivo
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Dice el mentado artículo que “...las prestaciones de esta ley eximen a los empleadores de toda
responsabilidad civil frente a sus trabajadores...”.
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CSJN, “Aquino, Isacio c/ Cargo Servicios Industriales SA s/ accidente de trabajo”, 21/9/04, ElDial
AA242F
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(Superintendencia de Seguros de la Nación), sino que adopta previsiones válidas para los
casos de insolvencia que puedan presentarse.
Así es como el sistema de riesgos del trabajo ha previsionado la existencia de
diversos fondos de aplicación subsidiaria: i) el fondo de garantía del art. 33 LRT, sobre
cuyos recursos se abonarán las prestaciones en caso de insuficiencia patrimonial del
empleador no asegurado o autoasegurado; y ii) el fondo de reserva de la LRT, sobre cuyos
recursos se abonarán las prestaciones en caso de liquidación de la ART contratada por el
empleador; asegurando así el cobro de las prestaciones de la ley 24.557 a todo trabajador
víctima de un accidente de trabajo o una enfermedad profesional.
VI. Conclusiones
a) Durante los últimos setenta años, el régimen de transferencia de fondos de
comercio ha protegido adecuadamente, aún con sus deficiencias y
limitaciones, a aquellos acreedores del establecimiento objeto de la cesión.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia, a través de numerosas obras y
fallos, han delimitado claramente su concepto y sus alcances;
b) El derecho del trabajo, a través del título XI de la LCT, ha brindado una
segunda red de contención, esta vez por supuesto con alcances restringidos
a los créditos laborales. Los acreedores de origen laboral, en consecuencia,
adquieren una segunda prerrogativa: solidarizar al adquirente, sumar un
nuevo obligado al pago de sus acreencias;
c) En lo que estimamos un exceso jurisprudencial, por cierto con no escaso
apoyo doctrinal, la solidaridad laboral ha alcanzado aún cotas mayores, al
solidarizar al adquirente también por créditos laborales derivados de
relaciones contractuales ya rescindidas en fecha anterior al traspaso
(doctrina del plenario Baglieri);
d) Y en cuanto a las obligaciones emergentes de las contingencias laborales
derivadas del sistema de riesgos del trabajo, la situación ha dado un giro
copernicano, dada la transferencia del riesgo operada. Las obligaciones
emergentes de los accidentes de trabajo, salvo las excepciones descriptas
oportunamente, han quedado excluidas del régimen de transferencia del
fondo de comercio, pero no por ello han sido libradas al azar. La protección
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de tales créditos dentro de la ley 24.557 es aún más certera que su eventual
incorporación a los regímenes de las leyes 11.867 y 20.744.-
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