dámelo todo de elena montagud - Leer Libros Online

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INDICE
Chocolate con leche de Marta de Diego ---------------------------------------------------------------------3
Perdido en Abril
de Lydia Syquier -------------------------------------------------------------------------- 16
Tentación en la noche de Lydia Alfaro --------------------------------------------------------------------- 37
Nuestro paraíso de Iris T. Hernández ----------------------------------------------------------------------- 60
Encrucijada Amorosa de Luisa Fernanda Barón ---------------------------------------------------------- 75
El oasis de Tutankamón: de Samanta Rose Owen -------------------------------------------------------- 90
¡Cuidado con Transilvania! de Castalia Cabott --------------------------------------------------------- 104
Eclipse de Verano de Anele Callas -------------------------------------------------------------------------- 124
Dámelo Todo de Elena Montagud --------------------------------------------------------------------------- 140
¡No te enamores de mí! De Eva P. Valencia -------------------------------------------------------------- 156
Mariposas Negras de Pilar Trujillo ------------------------------------------------------------------------- 179
Ladrón de Caricias de Chloe Santana ---------------------------------------------------------------------- 194
¿Te gustaría viajar a Asia con un desconocido? de Rose B. Loren --------------------------------- 205
Casi Dirty Dancing de Verónica García Montiel -------------------------------------------------------- 222
Créditos ------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 241
Dedicatoria -------------------------------------------------------------------------------------------------------- 242
CHOCOLATE CON LECHE
DE MARTA DE DIEGO
http://unaroma23.blogspot.com.es/
Cuando la vida te golpee, devuélvesela, pero el doble de fuerte. Ten
siempre una sonrisa en tu cara. Disfruta todos los momentos que te
brinda la vida.
Con ese mantra me levanto cada mañana. Desde que Joseph me
traicionó, he decidido que debo cambiar de vida, debo disfrutar, vivir,
experimentar… pero nada de sentir. No quiero sufrir.
Llevo tres semanas como una mujer soltera, sin compromiso. Mis
amigas no hacen más que llevarme de un lado a otro. Quieren verme
sonreír y vivir. Deciden organizarme unas vacaciones, de esas que
son la excusa perfecta para volvernos locas, y en las que la excusa
es… fulanita está muy mal y necesita todo nuestro apoyo. Como es
época de crisis y estamos todas en el paro, me llevan a Barcelona,
han alquilado un apartamento impresionante. Además tenemos
algunas amigas allí, por lo que aprovechamos para visitarlas y que
nos ayuden a encontrar un trabajo. Mientras tanto, cada día tienen
un plan distinto. Cena en casa de una, de la otra, en el apartamento,
en un restaurante, cine… y los fines de semana, de fiesta en fiesta y
tiro porque me toca. Disfruto cada momento que vivo con ellas, de
cada nuevo hombre que se acerca a mí. Paso de los tópicos en los
que se dicen, que las mujeres son unas cualquiera si se acuestan con
varios hombres. ¿Acaso a los hombres no se les considera unos
machotes? Pues nosotras somos unas “súper woman´s”, a quien le
guste bien, y a quien no… pues que mire hacia otro lado.
Llevamos toda la semana planeando el que va a ser nuestro fin de
semana apoteósico. Nos han invitado a una fiesta en la playa. Según
dicen, es de las que van los famosos. Me pregunto a quién me
encontraré por allí. Es de estilo ibicenca, por lo que debemos ir
vestidas de blanco completamente. Tengo un vestido perfecto para la
ocasión. Largo, escote palabra de honor, con encaje por toda la zona
del pecho. Estoy en la tranquilidad de mi habitación, arreglándome
para la súper fiesta, cuando de repente mi móvil comienza a sonar.
No es el tono de llamada habitual y al mirar la pantalla del teléfono,
aparece el rostro de Joseph. En ese instante, un escalofrió recorre mi
cuerpo. Señal de que nada bueno va a pasar.
—¿Qué quieres Joseph?
—A ti.
—Mira pedazo de burro, olvídate de mí y de que existo, métete entre
las piernas de quien te salga de las pelotas.
—Vamos muñeca…
—¡Joder! ¿Qué parte de que me olvides no entiendes? —Cuelgo el
teléfono, no quiero seguir escuchando a ese gusano. Vuelve a sonar.
Cuelgo. Y así unas cuantas veces más, hasta que se da por vencido, y
por fin consigo terminar de arreglarme sin interrupciones.
Cogemos mi coche, a pesar de que está previsto pillar la mayor
borrachera de la historia, nos lo llevamos porque vamos a dormir allí.
El que ha organizado la fiesta, por lo visto, es el dueño de la única
casa que hay en la playa. Al llegar a la dirección que me facilitaron,
me quedo embobada.
—¿Casa? ¡Eso es una mansión, como poco! —digo en voz alta, pero
me callo de golpe. En el interior del coche que hay a mi lado, está el
jugador de fútbol Aleix Arias, un morenazo de ojos castaños, con
barba de dos días que quita el sentido y que además me mira con
cara de pocos amigos. ¡Madre mía! ¡Qué bueno que está! Con esa
cara de mala leche… Ummm, lo que le haría ahora mismo a ese
machoman. Si pudiese leerme los pensamientos, creo que huiría
despavorido. Mi mente es lasciva, y más con esa mirada penetrante
con la que me está mirando. Le hacía un traje a base de lametones si
me dejara. De golpe la magia del momento se esfuma, ha dejado de
mirarme. ¿Por qué? Pues para poder centrarse en la súper pija y
rubia platino que lleva a su lado. Decido que dejo mi coche donde
está, aparcado al lado del suyo, aunque sea para ver el espectáculo
que me va a ofrecer el cachitas al salir del coche.
Abre la puerta, saca un pie fuera como punto de apoyo, se le tensa la
espalda en el mismo momento que hace el esfuerzo para salir del
coche. Y premio para mí, me deleita con una gran visión de su
redondo y duro culito respingón. Rápidamente cojo el móvil y le hago
una foto. ¡Ésta de recuerdo! —pienso para mis adentros. Pero ¡oh oh!
No he puesto el móvil en silencio, llevo la ventanilla abierta del todo,
y ha sonado el “click” de la cámara chivándose de que he hecho una
foto. Miro a mis amigas, que ponen cara de susto. En ese instante,
Aleix se agacha, hasta tener su cara a la altura de la ventanilla, y me
mira directamente a los ojos, con esa pedazo de cara de mala leche,
que me pone mala, malísima.
—¿Me has hecho una foto? —Yo me quedo mirándole como una
imbécil. No soy capaz de gesticular, ni soltar palabra. Lo único que se
me ocurre es ponerle ojitos y una sonrisa. ¡Qué patética soy! Pero
algo curioso ocurre, ¡ha colado! La cara de nena buena ha
funcionado. Me mira, y esboza una sonrisa que me deja sin
respiración. ¡Qué sonrisa más bonita tiene! Y verla en directo, no
hace más que aumentar su atractivo.
—¿Vais a la fiesta? —me pregunta de repente. Yo sin la capacidad del
habla de nuevo, asiento con la cabeza. —Imagino que iréis las tres.
—Sí, vamos las tres. —¡Por fin he conseguido hablar!
—Tienes una voz muy dulce, me gusta. Me pregunto si tus labios, al
besarlos, serán igual de dulces. —¡Uy, lo que me ha dicho! Y con la
rubia al lado, que podría haberle escuchado. Ha conseguido ponerme
nerviosita. Y no porque la otra haya podido escucharlo, no. Si no que
me ha encendido hasta las entrañas, que porque estamos con la
rubia presente y las chicas aquí, que si no…
—Pues tendrás que probarlo, para averiguarlo. —Soy un zorrón, no
tengo remedio. Pero es que este chico me pone y mucho. Y por lo
que puedo observar en su cara y sus gestos, mi réplica le ha gustado,
y desea lo mismo que yo. Devorarnos mutuamente.
—No dudes ni por un momento que no lo voy a probar. Quiero
degustar esa lengua, esos labios, y si me lo permites… —yo lo miro
sorprendida, no doy crédito a lo que estoy escuchando.
—Anda descarado, vete con la rubia, que te está esperando. Seguro
que ella también quiere que la pruebes. —Me mira, sonríe y me deja
por los suelos cuando suelta…
—Espero que no te estés refiriendo a la rubia que ha venido conmigo,
porque es mi hermana. Y créeme, no tengo ganas de probar su boca.
Mi cara lo debe de expresar todo, porque se marcha de mi lado con
una sonrisa y carcajeándose. Mis dos acompañantes se han quedado
como yo, sin habla y con la cara desencajada.
—¡Joder tía! Que acabamos de llegar y tú ya ligando. No solo eso,
sino que encima es con un jugador de fútbol. —Me recrimina Sara,
alucinada. Judith, mi otra amiga, se ha quedado catatónica.
—¿Ligando yo? ¿Qué te has fumado? Yo no estaba ligando con nadie.
—refunfuño. — Anda bajemos del coche y vayamos hacia la fiesta.
Al entrar en el pedazo de mansión, por poco y no me caigo de
espaldas. Es preciosa y moderna. Todos los muebles son de color
blanco. El salón está lleno de ventanales, por donde puedes mirar
directamente al mar. Las tres nos vamos adentrando poco a poco
entre el gentío, la música está alta, pero a un nivel en el que puedes
hablar sin tener que pegar voces. Está lleno de jugadores de fútbol,
famosos de la tele, del corazón. Nos sentimos cohibidas ante tanta
gente conocida. De repente, noto como unas manos rodean mi
cintura. No tengo que girarme para saber quién es.
—Hola Oscar.
—Hola princesas, al fin habéis llegado.
—Queríamos hacernos de rogar. —Fantaseo un poco, como si fuese
una diva. Oscar me mira divertido. Él es el que nos ha invitado a esta
fiesta, es amigo del que la organiza.
—Muy bien “Divas divinas”, disfrutad de la fiesta y de tanto chico
guapo, que yo voy a hacer lo mismo. Por cierto Noa... —le miro
atentamente, su gesto me ha llamado la atención. —Aleix me ha
estado preguntando por ti antes de acercarme a saludaros. Parece
que has conseguido llamar su atención. —Y después de semejante
bomba, coge y se larga. Judith y Sara se miran boquiabiertas,
después me miran a mí.
—¡Eh! Que yo lo único que he hecho es hacerle una foto a su culo. —
Las dos comienzan a reírse. En ese instante, noto otras manos que
rodean mi cintura y las dos risillas que tengo delante de mí, callan de
golpe y me miran con el rostro desencajado. Está claro que quien hay
detrás de mí, no es otro que ese pedazo de tío que me pone burra.
Me voy dando la vuelta lentamente y ¡BINGO! Me está mirando
directamente a los ojos, y eso me desarma completamente. Se
acerca lentamente al oído, para que nadie nos escuche. El roce de
sus labios, su cálido aliento… Ahora mismo estoy dispuesta a hacer lo
que me pida. Estoy nerviosa, ansiosa y lo que es peor, mojada.
—¿No crees que hay demasiada gente aquí? ¿Y si nos vamos tú y yo,
con una botella de champagne, a pasear por la playa? Y así dejas que
compruebe como de dulces son esos labios.
—¿Perdona? ¿Qué me acaba de decir? ¿Qué me vaya con él y
dejemos la fiesta? Miro a mis amigas en busca de una respuesta, algo
de ayuda… ¡Pero las muy perras se han ido a ligotear, dejándome
sola ante el peligro! Aunque no las culpo del todo… el panorama que
hay en la fiesta, es cuanto menos ideal para ligar y dar un
braguetazo. Miro a Aleix de nuevo, está claro que la decisión final, va
a ser solo mía. ¿Qué hago? ¿Me voy o no me voy con él?
Vamos paseando, sin hablar, sin mirarnos. La playa es de arena fina
y de un color tostado. En el horizonte se dibujan líneas malvas y
anaranjadas, mientras el sol va lentamente escondiéndose bajo el
manto del mar. De repente la mano de Aleix coge la mía con fuerza.
Y sin apenas darme tiempo a reaccionar, tira de mí mano, hace que
mi cuerpo quede pegado al suyo, cara a cara.
—Estaba deseando tenerte para mí y probar de una vez esos labios
que llevan provocándome desde que te vi. —Vale, no puedo
resistirme más. Mis brazos van directos a su nuca y la rodean. No me
hace falta forzar mucho la situación para que sus labios se junten con
los míos. Nos besamos. El beso es cuanto menos, dulce. Es más bien
apasionado, salvaje, caliente… Sin pensarlo dos veces, pego un
brinco, y rodeo su cintura con mis piernas. Como acto reflejo, sus
manos vuelan a mi trasero para sujetarme con firmeza, pero
perdemos el equilibrio y vamos directos a la arena. Nos separamos
un poco para mirarnos y ver que estamos bien, y no podemos evitar
reírnos como idiotas.
Aleix comienza a subir lentamente las manos por mis piernas, las
introduce por debajo de mi vestido. Sé exactamente hacia donde se
dirige, y me humedezco de golpe. Solo imaginar sus manos sobre mi
sexo, introduciendo, uno, dos o tres dedos, jugando con mi clítoris,
dándome placer…. Solo de imaginarlo me humedezco aún más, mi
excitación está casi rozando el cielo, y sentir su duro pene rozándose
contra mi sexo al tiempo que las manos de Aleix llegan a mi tanga y
lo rompen de un tirón, provoca en mi un estallido de locura y me
abalanzo sobre su boca. Lo devoro con ansia, necesito sentir su
cuerpo, su lengua, su verga. Lo quiero todo, totalmente para mí. Este
hombre me excita sobremanera, me vuelve loca desde el primer
momento que lo vi y me miró con esa mirada penetrante y oscura.
—Te necesito dentro de mí. —le susurro al oído.
Puedo notar como se tensa, como está deseoso de mi cuerpo, como
yo lo estoy del suyo. Con sus manos, aún debajo de mi vestido, me
empuja hacia arriba para que me separe de él. Obedezco, sé por qué
me lo está pidiendo. Como puede, se baja los pantalones junto a la
ropa interior y se coloca un preservativo. Por lo que se ve, aquí el
amigo, va siempre preparado. Después sube las manos hacia mi
escote, y me lo baja de un tirón, dejando mis pechos balanceando
delante de su cara. Con una mano coge uno y se lo lleva directo a la
boca, mientras que con la otra coge su pene y lo dirige hacia mi
hendidura. Me tienta con ella, mientras la pasea arriba y abajo por mi
vagina, hasta que finalmente soy yo la que toma el control. Con mi
mano cojo la suya y detengo su polla justo en el centro de mi sexo.
Aleix retira su mano y la lleva hasta el pecho que tengo libre,
juguetea con mi pezón y lo endurece.
Noto como la punta va entrando lentamente, y cuando estoy segura
de que entra sin problemas, me empalo en ella de golpe. Gimo,
gruñe. Todo es pura satisfacción. Comienzo a moverme de adelante a
atrás, levantando mi pelvis y dejándome caer en seco. Por su cara
puedo ver que se está volviendo loco y eso a mí me encanta. “¡Plas!”
¿Me ha dado un cachete en el culo? No puedo enfadarme, ya que me
ha gustado. Aunque nunca me ha ido eso de que me den palmaditas.
“¡Plas!” —¡Ahhh! —Me ha vuelto a dar y me ha encantado, hace que
me mueva y me clave más en él. Entonces, de repente, pierdo la
concentración. He oído un ruido, y caigo en la cuenta que estamos en
mitad de la playa, que cualquier persona puede aparecer y pillarnos.
Y lo que es peor, puede haber algún paparazzi haciendo fotos y que
mañana salgamos en todas las revistas del corazón. No me haría
mucha gracia que mi madre me viese en una foto, en la que salgo
retozando sobre la arena, semidesnuda. Aleix, al notar mi cambio de
actitud, me tranquiliza.
—Nena, tranquila. Esta playa es privada y nadie puede acceder a ella.
—Excepto los que están en la fiesta ¿no? —Él asiente. —Pues alguien
viene, he oído un ruido.
—Lo sé…
—¿Cómo que lo sabes?
—Le he pedido yo que venga. ¿Alguna vez has practicado la doble
penetración? —Mi cara es un poema, ¿doble penetración? ¡Ay mi
madre! ¿Pero dónde y con quien me he metido?
—No, nunca la he practicado y nunca he estado con dos hombres a la
vez. —Me mira pícaro y triunfador, por ser el primero en compartirme
con otro hombre. ¡Cheee quieta parada! ¿Cuándo has aceptado tú
esto? Está claro que él da por hecho que sí lo voy a hacer y, por lo
que parece, mi cuerpo opina y piensa igual que él. ¿Qué hago? ¿Me
dejo llevar por el morbo? La verdad es que pensar en que me posean
dos hombres, es algo que me está excitando mucho. Lo miro a los
ojos, un poco atemorizada.
—No te preocupes nena, no olvides que esto no va a salir de aquí. Yo
soy el primero que no quiere que esto salga a la luz, Y si en cualquier
momento quieres parar, solo tienes que decirlo. —Sus palabras me
terminan de tranquilizar, y mirándole directamente a los ojos asiento,
dando aprobación a que la otra persona entre en juego. —¡Puedes
venir, Nelson! —Dice, levantando un poco la voz. ¡Madre mía! De
detrás de una roca, aparece un mulato, que está de escándalo. Es
compañero del equipo en el que juega Aleix. ¡Dos jugadores de fútbol
para mí sola! ¡Olé! Veras cuando se enteren estas dos, ¡lo van a
flipar! El tal Nelson ya viene dispuesto, su escopeta se ve desde lejos,
viene cargada con mucha munición. ¡Pedazo de aparato se gasta el
amigo!
Sudores fríos empiezan a aparecer por mi cuerpo, al pensar que estos
dos hombretones me van a hacer suya. El mulato viene
desnudándose por el camino, Aleix me va embistiendo y estimulando
los pezones. Yo simplemente me vuelvo loca y gimo, gimo y gimo
más fuerte. Cada estocada de Aleix me excita más, y ver por el
rabillo del ojo como Nelson se va acercando me hace temblar de
emoción.
Cuando llega hasta nosotros, Aleix para y sale de mi interior. Me coge
de la nuca, me acerca a él y me besa, pero esta vez con dulzura. —
Tranquila, ahora él se va a colocar en mi lugar y seré yo quien te
penetre por detrás. —Lo miro medio asustada, pero él me tranquiliza
con la mirada. Cuando me ve más relajada, hace que me aparte a un
lado para que él pueda salir y le hace una señal a Nelson para que
ocupe el lugar en el que él estaba antes. Una vez tumbado, me
coloco sobre él, puedo notar su pene rozando mi vagina y me vuelvo
a humedecer. El miedo ha desaparecido de golpe. Por suerte para mí,
antes de que el pedazo de mulato se pusiera debajo de mí, ya se
había puesto un preservativo. Lo cual fue un gran alivio, ya que
estaba ansiosa por sentirlo dentro de mí.
Como si me leyese el pensamiento, me incorpora un poco, coge su
pene y lo comienza a introducir en mi interior. La sensación es
magnífica, de total plenitud. Disfruto, gozo, cada penetración hace
que me tiemble el cuerpo entero, que mi mente se nuble. Unas
manos, agarran mi cintura, la acarician. Giro mi cabeza y veo a Aleix
que está mirándome con devoción, está excitado. Se acerca a mí, me
besa con pasión y, al finalizar el beso, me muerde en labio inferior y
me susurra dulces palabras al oído para que me tranquilice. Pero el
efecto es el contrarío. Ahora viene lo fuerte, ahora viene cuando dos
hombres, a la vez, harán posesión de mi cuerpo. No me puedo creer
lo que estoy haciendo, jamás en la vida hubiese imaginado
encontrarme en dicha situación. Y menos a plena luz del día en una
playa en la que, por muy privada que sea, podría vernos alguien.
Pero así de morbosa me he vuelto. He descubierto que disfruto con el
sexo y quiero seguir adelante con ello. Me gusta, me divierto, no
tengo ataduras y cada vez quiero más.
Las manos de Aleix, van directas a mi trasero. Noto como algo líquido
se desliza por mi ano. ¿Saliva? No puede ser, está demasiado fresco.
Entonces caigo en la cuenta, entre tanta entrada y salida de Nelson
no me he percatado de que mi otro jugador, ha cogido la botella de
champagne y la ha descorchado. Me la vierte por la espalda, y va
chorreando por todas partes. Vuelve a verterla en mi trasero, y al
tiempo introduce un dedo. Yo arqueo mi espalda, la invasión no me
ha dolido, solo he notado una leve molestia, pero es una sensación a
la que poco a poco me voy habituando y me va gustando.
Cuando cree que estoy preparada, introduce un segundo dedo.
Mientras sigue vertiendo el champagne sobre mi cuerpo, con la
diferencia de que esta vez, noto como va recogiendo los restos con su
lengua. Mi otro acompañante alza las caderas y se clava más en mí.
Entre los dos me están volviendo loca. Hacen que casi pueda rozar el
cielo. “¡Plas!” otro manotazo y yo casi alcanzo la cúspide del placer.
Sentirme tan plena y que encima me des estos azotes, van a
conseguir que no aguante.
Cuanto más concentrada estoy en no correrme e intentar aguantar,
más difícil me lo ponen ellos. Nelson cada vez se clava más fuerte en
mí, al tiempo que Aleix mueve los dedos en el interior de mi ano. Y
de repente, mi mulato aumenta el ritmo.
—Si seguís así, conseguiréis que me corra. —Les digo entre jadeos,
casi sin poder hablar. Por lo que parece, no les importa, siguen, no
paran. Yo jadeo y jadeo. Me estremezco, estoy a punto, puedo
notarlo, voy a correrme. —¡No puedo más! —Y justo cuando mi
éxtasis llega, Aleix saca de golpe los dedos de mi interior, mientras
Nelson me taladra el interior con su miembro. Yo me incorporo, me
pongo recta encima del mulato, y chillo, chillo hasta casi quedarme
afónica. La sensación que acabo de experimentar, es casi imposible
de explicar. El placer que me han proporcionado estos dos hombres,
nunca en la vida lo había sentido. Ha sido algo increíble, glorioso.
—Quiero repetir…
Ambos me miran sonrientes, los muy pillines tenían claro que íbamos
a repetir, pero ahora va a ser distinto. Esta vez voy a tener a los dos
en mi interior. Fuera dedos, solo sus penes. Aleix me ha dejado más
que preparada para ser invadida. Y yo estoy más que dispuesta.
Quiero más y eso no me lo van a negar, puesto que a ambos se les
ve deseosos de seguir jugando conmigo. Me incorporo, y me
posiciono frente a Aleix.
—¿Me vas a dar más?
—¿Tú qué crees princesa? Piensa que nosotros, aún no hemos
satisfecho nuestras necesidades. La única que se ha corrido aquí,
eres tú. Así que ten por seguro que vas a tener más de lo que tanto
te ha gustado. Pero antes, vamos a darnos un baño refrescante en el
mar. Nos relajamos un poco y nos quitamos toda la arena que
llevamos encima. ¿Qué te parece nena? ¿Te apetece? —Lo miro
sonriente, me encanta que me llame princesa, nena. Es algo como
muy íntimo, a pesar de que acabamos de conocernos. Pero desde el
primer segundo ha habido conexión entre nosotros, química. Me
siento a gusto con él. Me coge de la mano, me da un apretón y se
acerca a mis labios para besarme. Entonces en un despiste me coge
en brazos, yo chillo, él se ríe. Y como alma que lleva el diablo, echa a
correr conmigo en brazos. Cuando llega al agua, no para, sigue
corriendo. Acabo abrazada bajo el agua por este pedazo de hombre,
con ropa incluida. ¡Ale! ¡Ahora a ver como volvemos a la fiesta!
Aunque pensándolo bien, para cuando lleguemos, ya estarán todos
borrachos y ni se fijaran en nuestro aspecto. Cuando salimos a
superficie, lo único que hago es escupir agua y más agua, y a modo
de regañina me separo un poco de Aleix y lo salpico. Él se ríe a
carcajada limpia.
Nelson, que en todo momento ha permanecido en un silencioso
segundo plano, aparece por detrás de mí. Me levanta los brazos y me
pide que los deje estirados hacia arriba. Entonces coge mi empapado
vestido ibicenco, y me lo quita por encima de los brazos, dejándome
totalmente desnuda. Al mismo a tiempo, el mismo Aleix se desnuda
por completo. Nelson le tiende mi vestido, lo coge y empieza a irse
hacia la orilla. Me entra el pánico, el juego comienza de nuevo.
Observo como mi chico de chocolate me hace una señal para que me
acerque hasta él. Obedezco sin rechistar. Me rodea la cintura con sus
manos, y me dice que rodee la suya con las piernas. Me nota
insegura, también es la primera vez que lo hago en el agua.
—Tranquila guapa, en el agua vas a gozar aún más. Pesas menos,
por lo que es aún más fácil manejarte. Y por las precauciones no te
preocupes, me he puesto uno nuevo. —Le sonrío, sin duda es igual de
atento que mí otro bomboncito. Hago lo que me ha pedido y le rodeo
la cintura con las piernas. Me penetra sin problemas, estoy abierta y
lubricada para él, además el agua ayuda bastante. Vuelvo a tener esa
sensación de plenitud, pero no es completa. Me falta él.
Unas manos que no son las de Nelson, rodean mi cintura. A la vez
que unos labios se posan en mi cuello y van dejando un reguero de
besos alrededor del mismo y van continuando a lo largo de mi
espalda. Estoy extasiada. Necesito sentirlos a los dos en mi interior.
Como buenos amantes, saben que es lo que necesito en todo
momento. Las manos de Aleix abandonan mi cintura y se posan en
mis senos. Los dedos buscan desesperadamente mis erguidos y duros
pezones. El agua fría y la excitación contribuyen a que estén en ese
estado. Me los pellizca, estira. Juega con ellos y a mí me vuelve loca.
Provoca que arquee mi espalda de tal manera, que Nelson consigue
una mayor penetración. Me encanta, estoy disfrutando todos y cada
uno de estos momentos. Pero sigue faltándome él. Lo quiero en mi
interior, lo necesito. Y como si lo notase, suelta mis pechos y
sumerge las manos bajo el agua hasta llegar a mi trasero. Busca mi
ano, y cuando lo tiene localizado introduce dos dedos. Al ver que no
le cuesta introduce un tercero, yo gimo. Los vuelve a sacar de golpe,
pero esta vez es para substituirlos por su pene.
Si antes la sensación era de plenitud, ahora no sabría explicar cuál
es. Esto es una auténtica locura, estoy en el cielo, lo han abierto solo
para mí. Estoy en una nube de placer, de la cual no quiero bajar en la
vida. ¿Cómo había podido perderme esto durante tanto tiempo? Estoy
tan excitada, tan enloquecida, que ahora mismo aceptaría cualquier
cosa que me pidiesen estos dos dioses del sexo. Los dos entran y
salen de mi interior acompasados, en un ritmo frenético. Tengo la
sensación de que el corazón se me va a salir del pecho. ¡Dios! ¡No
puedo más! Voy a estallar, y los dos lo notan. Todos gemimos,
chillamos sin miramientos. Nos da igual que alguien pueda vernos o
escucharnos. Estamos gozando, disfrutando. Nada ni nadie nos
importa. De repente, un estallido recorre mi interior. Desde la cabeza
hasta los pies, pasando por mi espalda, provocando que me arquee y
de más profundidad a las pollas de mis dos dioses del sexo. Dos
sonidos guturales suenan en el silencio de las olas, ambos han
alcanzado el sumun del placer al tiempo en el que yo he alcanzado el
éxtasis. Ha sido algo increíble, casi espiritual. Se podría decir que he
alcanzado el nirvana. ¡Qué sensación! ¡Qué maravilla!
Ambos salen de mi interior lentamente. No quieren lastimarme. Aleix
me rodea la cintura y me obliga a dar la vuelta para que quede frente
a él.
—Mírame a los ojos nena. —Lo hago. —¿Estás bien?— ¡Ohh, qué
mono! Se está preocupando por mí. ¡Si es que es para comérselo! Lo
miro sonriente y asiento con la cabeza para que se quede tranquilo.
Nelson se acerca por detrás, me sujeta la cintura y me besa en el
hombro.
—Ha sido un placer princesa. No dudéis en volver a llamarme para
otro juego de estos, pareja. —¿Ha dicho pareja? No, no, no… Este tío
bueno de aquí y yo no somos pareja. Pero antes de que pueda abrir
la boca y sacar a Nelson de su error, Aleix se me adelanta y habla.
—No lo dudes compañero, por lo que parece mi chica ha disfrutado
mucho contigo. Así que seguro serás buen candidato para otras
ocasiones. ¡Pero no te acostumbres! ¿¿Perdona?? ¡La cara de
gilipollas que se me debe de haber quedado! ¿Cómo que su chica?
¿Cómo que será buen candidato para otras ocasiones? ¿Conmigo?
¿Con nosotros? Vale, respira Noa, que te va a dar un algo. Pero
vamos a ver… ¡Que nos acabamos de conocer! Y como si escuchase
mis pensamientos, Aleix vuelve a mirarme de nuevo, sonriente.
—Sí, nos acabamos de conocer. Sí, he dicho mi chica, porque espero
que a partir de hoy así sea. Desde que te he visto en el aparcamiento
y has sacado una fotografía de mi culo me has cautivado. Me tienes
loco. Solo tenía ganas de raptarte y follarte una y otra vez, sin parar.
Pero la cosa ha ido a más. Sé que hemos conectado, sé que hemos
sentido lo mismo mientras te follaba. Quiero estar contigo, que lo
intentemos. ¿Es una locura? Sí, lo es. Pero… ¿Qué sería del mundo
sin este tipo de locuras?
Vale, ha conseguido dejarme sin habla. Estoy anonadada, atónita,
flipada, atontada. ¿Es posible que en un solo día haya conseguido
sentir tanto por una persona? ¿Sin conocerle? Sin saber apenas nada
de él, salvo lo que sale en las revistas del corazón. Y lo mismo él
conmigo, no sabe quién soy, no me conoce de nada, y sin embargo
ahí está, diciéndome que quiere tener algo conmigo. Y lo más
divertido de todo, ¿sabéis que es? Que a pesar de sentirme tan
insegura, a pesar de mis dudas y de no saber realmente quién es, me
ha encantado oír de su boca, que YO, era su chica. Así que decido
que sí, que voy a darle esa oportunidad, y me la voy a dar a mí
misma. Porque me lo merezco, porque me encanta como me siento
con él y las sensaciones que me ha hecho vivir y sentir. Por una vez,
voy a dejarme llevar por lo que siento.
—¿El mundo sin locuras? Sería un aburrimiento. —Le digo sonriente.
Me devuelve la sonrisa, me abraza fuerte y me besa dulcemente.
Noto como su miembro está de nuevo dispuesto a saciarse de mí,
pero no solo él está más que preparado, sino que yo también lo
deseo. Así que me lanzo a su boca y empiezo a devorarlo con ansia.
Necesito sentirlo nuevamente en mi interior. Pero a él parece no
apetecerle lo mismo que a mí, porque me aparta. Lo miro con mala
cara, enfadada. ¿De qué va? Me mira fijamente, sabe que me he
cabreado. Pero aun así, al guaperas se le escapa una sonrisa.
—Nena, no te estoy rechazando. Nada me apetece más que poseerte
de nuevo, pero si no te importa, me gustaría que volviésemos a la
casa y nos duchásemos juntos. Para después hacerte el amor una y
otra vez pero, esta vez sobre una cama.
—Ummm, eso me gusta, siempre y cuando me hagas tuya también
en la ducha.
—No lo dudes, no podría apartar las manos de tu cuerpo, aunque
quisiese.
Salimos del agua, aunque hay que reconocer que se estaba muy bien
en ella, me apetece la idea de pegarme una ducha con Aleix y
disfrutar del buen sexo en una cómoda y mullida cama. Recogemos
nuestra ropa, que está empapada y llena de arena. Por suerte para
mí, hay una ducha de agua dulce en la playa. Me dirijo hacia ella,
totalmente desnuda, bajo la atenta mirada de mi chico. En ella me
quito los restos de salitre y arena, aclaro el vestido y me lo pongo. Se
me trasparentan los pezones y el vestido se pega a mi figura sin
dejar nada a la imaginación. Miro a Aleix y sonrío, él está igual o peor
que yo, porque yo sí puedo disimular mi excitación, pero él no.
Volvemos a la casa cogidos de las manos, por el camino vamos
hablando sobre nosotros, nuestros gustos, aficiones, nuestras
familias. Para mi sorpresa descubro que tenemos varias cosas en
común, y eso me hace sonreír. Le cuento mi mala experiencia con mi
ex pareja y él me jura y perjura, que antes de hacer eso, me dejaría.
Aunque también me pone sobre aviso, de que a partir de que se filtre
lo nuestro a la prensa, van a salir novias y fotos por todos lados. Eso
me asusta un poco, pero lo asumo. Solo tengo que confiar en él. A
medida que nos vamos acercando a la casa, se va escuchando la
música y se empieza a ver toda la gente que hay en la terraza.
Cuando nos ven aparecer, puedo notar como muchas de las féminas
que allí se encuentran, me acribillan con la mirada. Quieren matarme,
lo sé. A la vez que también sé, que en nada saltará la noticia a la
prensa, ya que varias personas han sacado su móvil y nos han hecho
fotos. Mañana seremos primera plana en las revistas del corazón.
Entramos al gran salón y casi todos se voltean para mirarnos.
Algunos sorprendidos, otros sonrientes. Al fondo de la sala observo a
Nelson, con una pedazo de morena que coquetea con él, otra que se
va a llevar el chocolate para las cartucheras. De repente, noto como
unas manos se posan en mis hombros, me giro para ver quién es, y
me encuentro con las caras de alucine de mis dos amigas.
—¿Se puede saber dónde diablos te habías metido?
—¿Y qué es lo que te ha pasado?
Mis dos amigas me miran incrédulas, hay que decir que yo había
llegado monísima de la muerte junto con ellas, pero si me mirase
ahora en un espejo, seguro que saldría corriendo huyendo de mi
misma. Yo las miro con una amplia sonrisa, saben que me he ido con
Aleix, pero no se han percatado de que volvemos cogidos de la mano.
Con la mirada, les señalo nuestras dos manos unidas. Las dos se
quedan de piedra al darse cuenta de lo que les estoy diciendo.
—Aleix, perdona. ¿Podemos robarte a Noa un momento? —Le dice
Judith. Él mira con mala cara, no quiere soltarme.
—Son cosas de chicas—. Dice Sara para echar un cable.
Miro a Aleix para que se quede tranquilo, será solo un momento. Se
acerca a mí y me besa la punta de la nariz.
—No tardes nena, tenemos planes.
—No tardaré, te lo prometo.
Mis dos amigas no dan crédito a lo que acaban de presenciar. Me
cogen de la mano y me arrastran hasta un baño cercano. Nos
metemos dentro, cerramos con llave y yo me echo a reír al ver sus
caras de estupefacción. Sé exactamente lo que están pensando. ¿Esta
es la misma Noa que hasta hace unos pocos días no quería saber
nada de los hombres? ¿Esta es la Noa que no quería pareja ni
compromisos? Solo buen sexo. Las miro directamente a los ojos y
respondo a sus preguntas no expresadas.
—Sí, soy la misma Noa. Sé que hace poco que acabo de salir de una
horrible relación y sé que dije que no quería saber nada de los
hombres. Que solo quería disfrutar del sexo sin compromisos. Y eso
es exactamente lo que tenía pensado hacer con Aleix. Pero no sé
chicas, ha surgido algo, ha sido tan espectacular, ha habido conexión
entre nosotros y he hecho cosas que jamás pensé que haría. Y
cuando se ha referido a mí, como su chica, algo en mi interior ha
hecho “click” y me he dicho, date el gusto, te lo mereces. Y eso es lo
que he hecho.
Ambas me miran boquiabiertas, las he dejado sin habla, algo que es
realmente difícil de conseguir. La primera en hablar es Sara.
—Bueno cariño, es tu decisión, y si tu corazón así lo dicta, adelante.
No seré yo quién te diga lo contrario. Si tú eres feliz, yo soy feliz.
—Gracias Sara, eres maravillosa.
—Todo eso es muy bonito. —Dice Judith. —Pero lo que yo realmente
quiero saber es que es lo que ha pasado ahí afuera. Porqué has
vuelto de esa guisa. ¡Coño! Que se te transparentan hasta los
pezones. Y no estoy ni enfadada ni molesta, al contrario. Pero quiero
saber qué poder contestar mañana a tu madre y la mía cuando vean
una foto tuya con esas pintas en una revista de esas que ellas leen.
¡Madre mía! No había pensado en ese pequeño, gran problema.
Aunque bueno, siempre puedo decir que me tropecé y caí al agua.
Tengo dos opciones… La primera, mi madre me mata. La segunda, mi
madre me alaba, porque anda enamorada de Aleix desde que empezó
a jugar en primera división. Así que aparecer con el de la mano en
una fotografía, aunque salga con esas pintas, seguro que será un
punto a favor para que no me mate.
—Tranquilas chicas, vayamos viendo poco a poco que es lo que va
sucediendo.
—Vale, muy bien, así lo haremos. Pero no te andes por las ramas y
empieza a largar por esa boquita que es lo que ha sucedido ahí
afuera.
Las miro pícara. ¿Qué hago? ¿Se lo cuento? O ¿Las dejo con la intriga
hasta otro día?
—Solo os diré una cosa, por ahora, quizás mañana os relate algo
más.— Ambas me miran con curiosidad. —Desde ya, digo
públicamente que, ¡adoro el chocolate con leche!
Cojo la puerta, la abro y me voy. Dejando atrás a mis dos chicas, con
la mandíbula abierta y seguramente dando vueltas a mi frase del
chocolate con leche. ¡Lo siento chicas! Pienso mentalmente. Mi
hombre me espera, y me tiene preparada una larga noche de sexo
magnifico que no pienso perderme.
PERDIDO EN ABRIL
DE LYDIA SYQUIER
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COORDENADA: 18º28’35N 69º53’36”0/18.476388888889,-69.893333333333
El Airbus A-340/600 tomó tierra por fin a las tres de la tarde, hora
local, en el Aeropuerto internacional de Las Américas, en Santo
Domingo. La sofocante humedad le humedeció los cabellos de la nuca
en cuanto descendió las escalerillas del avión. Allí el calor era
asfixiante, las verdes y afiladas hojas de las palmeras se mecían
cadenciosas bajo el aplastante sol. Para protegerse de los agresivos
rayos ultravioleta, llevaba puesto un sombrero de paja adornado con
dos grandes flores azules. Como precaución, unos minutos antes de
salir del avión, se había untado el rostro con crema de máxima
protección solar. Quería evitar a toda costa que aparecieran las
fastidiosas pecas que tantas burlas le ocasionaron en su etapa
escolar.
Una vez sellaron su pasaporte, tras media hora; pudo arrastrar las
pesadas maletas por el derretido asfalto, para dirigirse al autocar
que, de forma gratuita, la llevaría al hotel de lujo donde pasaría una
semana de vacaciones. ¿Había dicho vacaciones? ¡Ja! Bufó varias
veces furiosa antes de dejarse caer de mala gana en el primer
asiento vacío que encontró. Ella jamás hubiera elegido ese fatídico
destino porque, al contrario de la mayoría de la gente, ella odiaba el
sol y el caluroso verano.
Soñaba que estaba clasificando una fabulosa colección de libros,
cuando un suave zarandeo en el hombro la despertó. Tuvo que alzar
el ala de su enorme sombrero para ver de quién se trataba. Ante ella
una cara tan redonda como una luna y tan oscura como un pozo.
―Señorita, ya hemos llegado a su destino ―habló con acento muy
parecido al canario. Sus gruesos labios perfectamente pintados de
carmín rojo esbozaban una tímida sonrisa.
Tardó unos segundos en reconocerla, era la guía. Se quedó dormida
bajo el influjo de su melodiosa y pausada voz, cuando explicaba con
pelos y señales, micro en mano, todos los placeres que los turistas
podrían encontrar en tan privilegiada isla. El cansancio venció al
fastidio y cayó profundamente dormida sin darse cuenta. Aún estaba
bajo el efecto de los tranquilizantes que se tuvo que tomar para
poder subirse al enorme avión.
―Gracias por avisarme, muy amable ―le agradeció incorporándose
con dificultad, le dolían todas las articulaciones, en parte por la
diferencia horaria y el agotador trayecto.
Una vez hubo bajado del autocar, se adentró en el amplio y espacioso
hall del hotel, no le quedó más remedio que admitir que era
realmente espectacular, tan enorme que se podría disputar un partido
de fútbol. Plataneros, orquídeas de todos los colores, pasiflora,
abundante bambú, y lámparas espectaculares en forma de araña
pendían de un altísimo techo forrado de hojas de palma. Pero, pese a
ser un lugar de lo más exótico, se sentía nerviosa…alterada ¿Furiosa?
Cuando la guía le deseó una feliz estancia, una vez se aseguró que no
había problemas con su reserva, se vino abajo. ¿Feliz estancia? Si ella
le contara… Loca de remate estaba por haberse dejado convencer por
Adriana, su hermana gemela. Tan idénticas pero, por suerte, tan
diferentes. Ella debía estar ahora pasando sus vacaciones en el
pirineo Aragonés en un pequeño y tranquilo hotelito perdido en uno
de sus maravillosos pueblos, y no en una isla achicharrante con una
humedad insoportable. Le entraron ganas de llorar cuando se dirigía
a su habitación.
Unas horas después...
Aun no podía dar crédito a lo que estaba a punto de hacer. Se
encontraba frente a la puerta de un lujoso bungaló. Una zona alejada
y privilegiada del hotel, donde se alojaba su pobre víctima. Ya había
anochecido pero, aun así, la temperatura seguía agobiante e igual de
latosa pese a que unas horas antes había caído un intenso chaparrón.
El enclave del hotel era privilegiado por estar situado frente a la
espectacular playa Bávaro, rodeada salvajemente de manglares y
cocoteros, con una arena blanca y suave, con un mar tibio y
cristalino. Se sorprendió a sí misma cuando sintió deseos de
adentrarse en esas aguas turquesas, contemplándolo desde la terraza
de su habitación. Si realmente se atrevía a hacerlo aunque solo fuera
por remojarse los pies, jamás lo reconocería frente a Adriana. Su
hermana llevaba siempre como salvapantallas en el móvil una idílica
playa como esa. En el suyo por descontado llevaba una foto de la
estación de esquí de Formigal.
Se recordó que solo debía alzar la mano y tocar el timbre de la
puerta. Fácil, muy fácil. Debía hacerse pasar por su hermana,
tampoco sería tan complicado… ¡Jolín sí que lo era! Odiaba
comportarse de forma tan frívola, y tomarse la vida como si siempre
fuera el último día. Le resultaba agotadora ver la vida de ese modo,
la sola presencia de Adriana era arrolladora, un huracán de categoría
cinco. Y allí estaba ella como un pasmarote frente a la puerta de un
desconocido a punto de hiperventilar. Se sentía ridícula ataviada con
un largo vestido de seda verde estampado con enormes pétalos
morados. Toda la ropa que contenía en las maletas que le entregó su
hermana entre suplicas, lloros y berridos, no le pertenecían.
Volviendo la vista atrás
Se lo explicó todo en breves minutos, la mañana que iba a coger el
AVE con destino a Huesca para pasar dos semanas de vacaciones. Era
de vida o muerte según ella (todo lo concerniente a ella, siempre lo
era). Le anunció la feliz noticia emocionada. Se la soltó con la misma
potencia que una bomba nuclear ¡Iba a casarse con un rico
portugués! Y se quedó tan pancha, cuando a ella se le removieron
hasta las entrañas. Se trataba de un viudo, afincado hacía un año en
Marbella con tantos millones en el banco, como canas y arrugas
poseía. Era adorable según ella, un amor. Se mordió la lengua para
no increparle que sus euros eran los adorables. Además… ¿Afincado
en Marbella? ¡Se había vuelto loca! Me ama y yo le amo, le repitió
hasta la saciedad. Cambiar de ciudad sería una magnífica
oportunidad. ¡Marbella era mar y lujosas tiendas! ¡Yujuuuuu!
Su cometido era muy sencillo, ella debía cambiar el rumbo de sus
vacaciones para convencer a su futuro hijastro que se quería casar
con su padre porque le amaba realmente. Se quedó atascada unos
instantes intentando digerirlo… Cuando de nuevo pudo coger el hilo
de la conversación, le estaba convenciendo de que sería perfecta para
lograrlo. No podía ir ella porque sentía terror a no estar a la altura.
Temía más que nada en el mundo perder a su amorcito llamado Joao.
― ¡Convéncele tú!―le contestó indignada― No puedo comprender
que me pidas a mí que cruce el Atlántico para que engañe a un
desconocido. ¿No te das cuenta de que lo que me pides es una
locura?―Por supuesto que no se daba cuenta, ella a lo suyo. A veces
se preguntaba si su hermana se daba cuenta de que cada vez que
mantenían una conversación, terminaba siempre en un agobiante
monólogo.
―Abril―le dijo muy seriamente esta vez su hermana―, tú eres
inteligente, eres dulce, precavida. Tienes todos los ingredientes para
convencer a Thiago. Yo soy impulsiva, suelto tacos a todas horas, mi
cultura se basa en leer el Vogue, el Cosmopolitan y el Hola para estar
al día. ¡Serás perfecta para lograrlo!
Sintió ganas de chillar, se negó en rotundo. No la convencería de
ninguna de las maneras. ¡Le horrorizaba volar! Entonces su hermana
le recordó que tuvo que posar desnuda largas horas para poder
pagarle su carrera. Los reproches fueron interminables, tanto que
consiguió que se sintiera tan miserable como una cucaracha. Quizás,
ese fue el momento más adecuado para echarle en cara, que ya se lo
había devuelto por triplicado, pero no fue capaz por la sencilla razón
de que ella era todo cuanto tenía. Perdieron a sus padres en la
adolescencia. Fue muy duro lo que vino después. Quería a su
hermana más que a nada en el mundo. Ambas mantuvieron la mirada
a través de unos idénticos iris. La suya desesperada, la de Adriana
lanzando fulgurantes destellos. Por unos segundos dudó si por una
vez en su vida lo que sentía era cierto y, solo por esa pequeña duda,
cedió.
Cuando echó el cerrojo, una estela de culpabilidad la acechó, un mal
presentimiento le acompañó durante todas las largas horas de vuelo.
Iba a fracasar, lo sabía...
De vuelta a la realidad
Aun así se veía incapaz de hacerlo, el corazón se le aceleró, le entró
pánico cuando se dio cuenta que empezaba a marearse. Asustada,
tomó la decisión de darse la vuelta y salir huyendo. Se recogió con
torpeza el bajo de su largo vestido para no tropezarse y romperse la
crisma con los altísimos tacones que calzaba. ¡A tomar por saco! Ella
no podía hacerlo, no podía, se repitió una y otra vez intentando que
el aire entrara en sus pulmones con normalidad.
Justo cuando bajaba el primer escalón, la puerta se abrió. Se quedó
helada cuando una voz masculina a sus espaldas se dirigió a ella.
Abrió la boca como un sapo intentando respirar, se estaba asfixiando.
―¿Qué demonios haces aquí? ―Su voz sonó fría, tanto que pasó de
estar acalorada, a sentir un frio glacial. Hablaba un español casi
perfecto, con una mezcla de acentos muy interesantes.
La asió del antebrazo sin delicadeza y le hizo bajar los escalones
apresuradamente. Estaba a punto de sufrir un ataque de pánico, no
se esperaba un recibimiento así. ¿Acaso no le había dicho Adriana
que se alegraría en cuanto la viera? Otra mentira más a la que
añadir a la larga lista. Su contacto la perturbó demasiado, tanto que
sintió como el rubor le teñía las mejillas.
La llevó hasta la arena, la brisa del mar con aroma a sal les envolvió.
No era consciente del gran magnetismo que desprendía, ni cómo
unos ojos hambrientos se clavaban en un escote que mostraba el
nacimiento de sus pálidos y turgentes senos. Sintió como sus tacones
se hundían peligrando su estabilidad. La mano que aún la tenía
sujeta, la aferró con más fuerza. Su rostro amenazante apenas era
visible bajo una luna con la cara vuelta, tan abochornada como lo
estaba ella. Tragó la saliva con dificultad. Comprobó azorada que tan
solo llevaba puesto un vaquero deshilachado que se ajustaba a unas
poderosas y largas piernas. Su torso era amplio, musculoso,
masculino. Hipnotizada, su vista se clavó en el gran tatuaje que
cubría su pectoral. No se esperaba que fuera un hombre tan sexy. Su
aliento se entrecortó cuando le observó más detenidamente. La luna
se dio la vuelta y dejó escapar un haz perlado sobre sus dos siluetas.
Su piel era muy morena. Intrigada, comprobó que el tatuaje que
llevaba grabado era una impresionante y gran águila tribal. Azorada,
alzó el mentón para admirar unos ojos de un color azul intenso,
embrujador. El cabello lo tenía muy negro y ondulado, y le rozaba de
forma descarada los hombros. Solo le faltaba ponerse una chupa de
cuero, un pendiente, unas botas y subirse en una Harley-Davidson
para desatar el desvanecimiento a miles de féminas. Era tan
sumamente atractivo, con esa pinta de chico malo, que sintió que se
le debilitaban las piernas.
Por otro lado… algo no encajaba. Rebobinó tantas veces que casi se
mareó. ¿Cómo era posible que su hermana le hubiera enviado a ella,
si parecían tal para cual? ¡Pero si no tenía nada en común con ese…!
¿Roquero? Ella era una bibliotecaria. Eran tantas interrogaciones a la
vez las que se le agolpaban en la mente, que no era capaz de
digerirlas todas a la vez. Esos ojos alargados y sexis que producían
escalofríos, la recorrieron de nuevo de arriba abajo de forma
insultante. Ruborizada, bajó la mirada de inmediato. Peligro…
―No vas a conseguir engañarme haciéndote la inocente ―la
reprendió. Su aliento llegó a ella cálido, con un breve aroma a whisky
―No sé cómo te has atrevido a venir hasta aquí―. Su voz ahora
destilaba un suave, pero desagradable desprecio.
Indignada ya no lo pudo soportar más, por eso se soltó de un tirón.
¡Chulo!
―¡No tienes modales! ―le espetó sonrojándose― He venido en son
de paz a hacerte una visita, solo eso ―mintió. Estaba tan nerviosa
que sintió el impulso de morderse las uñas, se contuvo cerrando los
puños.
―Contigo es imposible tenerlos ―le cogió unas de sus manos por
sorpresa y se la abrió sin miramientos, fijándose en las uñas―. No
sabía que tuvieras ese vicio tan feo. Desde que te conozco tus uñas
las has mantenido largas y bien cuidadas. ¿Acaso el viejo le ha visto
las orejas al lobo y vienes aquí buscando mi aprobación?
Por unos instantes pensó que había sido descubierta. De nuevo le
costó respirar. Solo quería desaparecer o esconder la cabeza como un
avestruz. ¡Iba a matar a su hermana! Lo peor era que ese hombre la
perturbaba demasiado, era frío y arrogante pero, aun así, sentía una
atracción tan poderosa que la tenía desconcertada. ¡Además los
hombres como él no le atraían! A ella le gustaban más normalitos.
¡Mentirosa! Le gritó su subconsciente una y otra vez.
Aunque le costaba reconocerlo, jamás le había ocurrido nada
parecido, quizás fuera la humedad, el entorno paradisíaco... Todo
junto fue el cóctel perfecto para que su imaginación se desbordara.
Cerró los ojos inconscientemente e imaginó lo que se sentiría si esa
sensual y ancha boca devorara la suya. Sus grandes manos
acariciando su cuerpo…su… ¡Para!
―Últimamente me pueden los nervios ―se excusó sofocada. La
tibieza que desprendía la mano en la suya le provocaba sacudidas en
su bajo vientre. ―Amo a tu padre y solo quiero que nos llevemos
bien. Tan solo te pido una oportunidad para que puedas conocerme
mejor y comprobar que mis sentimientos son verdaderos. Para tu
padre es muy importante que le des tu aprobación, por eso estoy
aquí―. ¡Ala! Ya había soltado la gran mentira. Ahora solo faltaba ver
qué sucedía después, ya estaba metida de lleno en el fango. ¡Qué
horror!
Alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos nuevamente pero, esta
vez más confiada, pues los nervios empezaban a disolverse
lentamente. El primer paso había dado resultado, no había sido tan
difícil como creía. Se había tragado de lleno que era Adriana, de eso
no había ninguna duda. El morenazo le soltó la mano con suavidad y
se le escapó un gemido. No quería que la soltara.
―Mañana te quiero aquí a las siete de la mañana.
Le miró confundida:
―¿Cómo que a las siete?― De nuevo los nervios aparecieron ¡Se
había vuelto loco! Inspira…expira…inspira…expira.
―Nos vamos a conocer como tú quieres. Acepto ―su sensual boca
esbozó una sonrisa que casi la tiró para atrás. ―Te doy tres días para
que me convenzas, y tengas mi aprobación. Tres ―le dijo
mostrándole solo tres dedos de su mano derecha.
Dándolo por zanjado se deshizo de los vaqueros, y se lanzó a las
oscuras aguas, sin darle oportunidad de discutirle que ella ni por todo
el oro del mundo se presentaría mañana a esa hora.
De camino a su habitación descalza —se habían quedado los altos
tacones clavados en la arena y ella no se había molestado en
recogerlos—, aún seguía en shock. Se preguntaba una y otra vez por
qué no había pensado en las consecuencias. Se quemaría su blanca
piel, las pecas aparecerían, se desmayaría de calor, no sabía nadar,
odiaba el mar. Y en su contra estaba que Adriana nadaba como un
pez, amaba el sol sobre todas las cosas, le encantaba broncearse y
tumbarse largas horas sobre la arena como un lagarto porque, a
pesar que las dos eran pelirrojas, a su hermana la bendijeron con una
piel inmaculada que no requería cuidado alguno. La suya era todo lo
contrario, una auténtica pesadilla. ¡La bronca que le iba a propinar su
dermatóloga! Tanto dinero invertido para conseguir una piel sin
manchas y en unas horas todo tirado por la borda. De nuevo le
entraron ganas de llorar.
Media hora después, pasado el primer trago, se acostó en la cama
tras una refrescante ducha, estaba agotada. Ya había decidido que no
se presentaría, a cambio le propondría cenas. Seguro que aceptaría.
Tres cenas y finiquitado. ¡Convencerle sería pan comido! Además…
¡Qué fácil había resultado engañarle! Y ella que presagiaba que no
colaría… a veces se culpaba por ser tan pesimista. Todo saldría
perfecto. Convencida de que así sería, se durmió encantada de la
vida.
SANTO DOMINGO 24:00 HORA LOCAL MADRID, 18:00 HORA LOCAL.
―No ibas mal encaminado ―su abogado le había llamado de nuevo
en tan solo media hora―. La amiguita de tu padre, tiene una
hermana gemela. Su nombre completo es Abril Lago Suelves. Tengo
un amigo que trabaja en el Registro Civil y para que me diera esa
información se ha jugado el puesto, a cambio me ha pedido que le
pague una cena a él y su novia en el Viridiana. Me debes una.
Thiago aun llevaba el pelo húmedo, tras un corta y fría ducha. Tan
solo llevaba puesta una toalla blanca de algodón alrededor de las
estrechas caderas. Se encontraba de pie tras la amplia pared de
cristal de su dormitorio, desde allí tenía una panorámica perfecta al
mar Caribe. Amaba esa isla, por sus venas corría sangre dominicana,
de ahí que su piel fuera tan morena. Dio un largo suspiro antes de
responder.
―Cárgalo a mi cuenta―estaba tan furioso que sentía tensa la
mandíbula―. Si me consigues todo lo que puedas de ella, pasado,
presente, futuro, todo, lo quiero saber todo, te vienes con tu familia
con todos los gastos pagados al hotel que tanto te gusta en Santo
Domingo.
―La última vez fue una semana, si consigo saber hasta que sueña,
me invitas un mes.
―Si eres capaz de eso, quédate el tiempo que quieras ―le contestó
fijando la mirada a unos elegantes zapatos de mujer.
―¡Hecho! ―contestó su amigo, y colgó satisfecho.
Cogió las sandalias del suelo, las había encontrado en la arena,
abandonadas. Lo sabía, lo presintió en cuanto la miró a los ojos, unos
ojos demasiado inocentes, demasiado puros para poder creerse que
se trataba de Adriana. Cuanto más la estudiaba más se convencía de
que no podían ser la misma mujer, la sintió temblar, sintió su
inseguridad. Adriana era fría, y muy segura de la sensualidad que
desprendía, por eso sabía sacarle provecho. Desde que se la presentó
su padre, pudo ver que tras esa bella pero falsa fachada había una
mujer que solo buscaba enriquecerse a costa de engañar a su viejo.
¡Por Dios, si se llevaban veintidós años de diferencia!
Dejó los zapatos con cuidado junto al armario. Si las gemelas querían
jugar, jugarían. Solo que él tendría el placer de hacerlo con ventaja.
Se quitó la toalla y se acostó desnudo sobre la cama. Las frescas
sabanas de raso negras, apenas contrastaban con su oscura piel. La
melodía de su móvil volvió a sonar. Comprobó de nuevo que se
trataba del cansino de su padre. Hizo oídos sordos. Tras la última
conversación que mantuvieron terminaron de malas maneras por
culpa de Adriana. Hablarían en otro momento, lo llamaría tras la
venganza que ya empezaba a tejer con meticulosidad. Luego
disfrutaría restregándoselo en las narices de su viejo. En unas horas
amanecería… ¡Qué empiece el juego! Se durmió con una sonrisa
dibujada en los labios, de lo más diabólica.
06:30 HORA LOCAL
Un pitido repetitivo la despertó, soñaba que el caniche de su vecina le
ladraba furioso en el oído. Cuando abrió los ojos, un sol cegador la
obligó a cerrarlos con rapidez. ¿Dónde estaba? Dio un salto en cuanto
lo recordó. Comprobó la hora dos veces y enseguida supo de quien se
trataba. Cogió el teléfono que había sobre la mesilla de noche con
desgana. ¡Pesado!
―Biquini, toalla, gafas de sol, y crema solar. Tan solo necesitas eso.
Te quiero aquí a las siete, si no vienes iré yo mismo a buscarte y si
me obligas a ir a por ti seguro que te arrepentirás ―colgó tan rápido
que la dejó con la palabra en los labios. Tres segundos después,
sujetando el teléfono en la mano, se dio cuenta de que su boca
permanecía abierta, confusa, la cerró y colgó. ¡Tres cenas y
finiquitado! ¡Ja! El chico malo se lo iba a poner difícil, pero ella iba a
ser un hueso duro de roer. ¡Ya vería!
Se levantó de la cama con rapidez, estaba tan nerviosa que le
temblaban las manos. Rebuscó en la maleta buscando un bañador
decente, pero lo único que encontró fueron minúsculos bikinis. Eligió
el que creyó más recatado y se lo puso. Cuando se contempló en el
espejo se le escapó un chillido, mostraba más que tapaba. Sus
pechos eran más abundantes que los de su hermana y los minúsculos
triángulos dorados apenas los cubrían. Encontró enseguida la
solución. Se puso un caftán estampado de hilo que tapaba sus brazos
y le llegaba hasta los tobillos. Un milagro encontrar algo así en la
maleta. No se desprendería de esa prenda mientras estuviera con él.
A toda prisa se lavó la cara, se cepilló los dientes, luego se peinó el
largo y abundante cabello y lo recogió en una alta coleta. ¡La crema!
Solo pensar estar expuesta al sol la amargó. Se encasquetó el gran
sombrero en la cabeza, a continuación metió todo lo que pensó que
sería imprescindible en una cesta de mimbre.
Cuando llegó al enorme comedor, tan sólo le dio tiempo a tomarse un
café y engullir varios pastelitos e irse a toda prisa al lugar de
encuentro. Cuando llegó al hall también se oía de fondo la melodía de
una bachata. ¿Dónde se había metido?
Miró a su alrededor
buscándole sin tener éxito. Tenía la excusa perfecta para largarse
pero, entonces, apareció él. ¡Maldición!
De día tuvo que reconocer que aún era más impactante. ¡Ay Dios
mío, si era el doble de David Gandy! Le tembló hasta la quijada,
inconscientemente se llevó la mano a la boca y se mordisqueó una
uña con nerviosismo.
―¡Shuuuu! ―La reprendió suavemente apartándole la mano una vez
se situó frente a ella. ―Tienes unas manos demasiado bonitas para
que las estropees ―le besó los dedos antes de soltarle. De nuevo la
asaltaron pensamientos húmedos y acalorados. Disimuladamente se
abanicó con la mano.
Thiago tuvo que enfocar la mirada unos segundos en un punto
imaginario para tranquilizarse. Esta mañana cuando había abierto el
correo en su ordenador portátil, tenía un informe detallado de la
joven. Trabajaba en una Biblioteca pública, tenía veintiocho años.
Quedó huérfana y había logrado sacarse una carrera. No salía por las
noches y no se le había conocido ninguna relación seria con ningún
hombre. Una monjita en toda regla, según parecía. También
especificaba que la chica era un poco rarita, lo más destacable era
que sufría de agorafobia. ¡Qué comience la diversión! Mañana a
mucho tardar huiría como una gata escaldada. Pero antes…alzó una
ceja con cinismo. ¡Se iba a enterar!
―Sígueme ―con grandes zancadas se dirigió al exterior.
Abril tuvo que correr para alcanzarle. El sol le dio la bienvenida con
una fuerte bofetada de calor. Se ajustó el sombrero y rápidamente se
puso las gafas de sol.
En ese momento aparcó delante de ella un horrible y destartalado
camión. La parte trasera estaba descubierta, con un toldo anaranjado
deshilachado y con asientos de metal a cada lado. Supuso espantada
que no esperaba que se subiera en ese vehículo. Sintió nauseas.
Supuso mal cuando lo vio encaramarse y la invitó a subir tendiéndole
la mano. De repente un grupo de turistas se agolparon a su lado y se
subieron al camión ocupando casi todos los asientos. Formaron tal
griterío, que parecían gallinas picoteando en un corral.
―Si no te decides, pelirroja, tendrás que ir de pie y creo que no te
gustara demasiado.
Trastornada por tener que subirse en ese vehículo tan poco fiable,
arrugó el mentón con intención de recular. Su sorpresa fue mayor
cuando de un tirón sintió que le agarró del brazo y la obligó a pegar
un torpe salto para subirse al camión. La subida fue tan brusca que si
no la hubiera sujetado más fuerte se hubiera caído de morros. El
sombrero se le ladeó y las gafas de sol se le resbalaron
peligrosamente hasta quedarse situadas en la punta su nariz. La
cesta por suerte tenía cremallera, si no, sus enseres hubieran salido
despedidos. Clic, clac… eran los sonidos de las cámaras de los turistas
que querían inmortalizar ese momento con diversión. ¡Qué
vergüenza!
El motor del vehículo atronó como un caballo estornudando y, de una
sacudida, acabó sentada en un asiento espatarrada en cuanto el
conductor arrancó.
―¡Estás loco! ―chilló acomodándose a su lado mientras con dificultad
trataba de colocarse las gafas y el sombrero― ¡Casi me matas!
―miró con desagrado la destartalada carretera que enfilaba el
camión, tuvo que sujetarse en una oxidada barra cuanto los baches
hicieron la primera aparición. ¡Pese al toldo, el calor era insoportable!
Gotas de sudor resbalaban entre sus senos.
Para rematar aún más la faena, comprobó con fastidio que Thiago se
estaba divirtiendo de lo lindo. Su sonrisa maléfica era demasiado
evidente. Le entraron ganas de estrangularle allí mismo. Encima
parecía que a él no le afectaba en lo más mínimo el calor, cuando a
ella ya se le formaban sarpullidos. Llevaba puesta una camiseta negra
ajustada, un pantalón corto estilo militar, y calzaba unos Rokland. Era
un hombre que llamaría la atención con cualquier atuendo que se
pusiera, exudaba por cada poro de su piel pura virilidad elevada al
cubo. Y esos ojos… ¡Dios mío que ojos!
―Te piensas las cosas demasiado Adriana, y déjame que te diga que
me sorprendes.
La sorprendida era ella, que nada le salía como ella esperaba. ¡Tres
cenas y finiquitado! Y allí estaba ella asándose como un pollo en
pleno día, dirigiéndose a saber dónde. Con angustia alejó un
mosquito de un manotazo.
Veinte minutos después, el camión paró de golpe en el arcén. Los
turistas aprovecharon para levantarse y fotografiar la selva que los
envolvía. Un grupo de papagayos volaron a ras de ellos, y la gente
lanzó muchos “Oh”, gratamente sorprendidos.
―Nosotros nos bajamos aquí ―le anunció bajando del camión con la
agilidad de una pantera.
Ella, asiendo la cesta, bajó de forma patosa. Se negó con
contundencia a que la ayudara. ¡Ya estaba bien de hacer el tonto!
Thiago no insistió pero comprobó disgustada que su sonrisa diabólica
no desaparecía ni con agua caliente. Lo vio dirigirse al conductor que
le hizo entrega de una mochila que acomodó en su ancha espalda.
Tras hablar brevemente con él, el camión partió. Los turistas se
despidieron con un vaivén de manos y una sonrisa de oreja a oreja.
No le quedó más remedio que corresponder del mismo modo.
Ahora se encontraban en medio de un camino a solas, con un calor
insoportable, esperando que le dijera adonde puñetas iban a ir y con
un miedo que se empezaba a enroscar como una boa en su garganta.
La melodía de un móvil rompió el silencio, vio como sacaba de su
bolsillo el teléfono y rechazaba la llamada. Lo volvió a guardar. No
sintió ni una pizca de curiosidad, lo que le preocupaba era otra cosa.
―¿Se puede saber a dónde me llevas? ―le preguntó fastidiada. El
caftán se le pegaba a la piel debido a la altísima humedad. ―Para
conocernos no hacía falta que te tomaras tantas molestias ―estaba
aterrada. ¿Y si le mordía una serpiente? ¿Y si sufría un ataque de
pánico? Tragó saliva con dificultad.
―Quiero llevarte a un lugar que te gustará, mi madre me llevaba allí
cuando era niño. Quiero que lo conozcas. ―Como llevaba unas
oscuras gafas de sol, se tomó la libertad de admirarla. Con su
hermana no había perdido ni un segundo en fijarse lo que era más
que evidente. Una muñeca tan preciosa como caprichosa y ambiciosa.
Cuando era más joven le bastaba que una mujer tuviera un buen culo
y unas buenas tetas para que le atrajera, su intelecto le importaba un
rábano, pero ahora que era más maduro ya no le iba bien cualquiera.
Se estaba volviendo demasiado exigente, tanto que llevaba tiempo
sin acostarse con una mujer. En cambio esa bruja mentirosa que
tenía delante, le estaba poniendo más duro que una piedra. Ya había
percibido pequeñas diferencias con su hermana. No estaba tan
delgada, sus curvas eran más exuberantes y su sonrisa era tan dulce
y tentadora como una tarta de fondant. Además, ¿para qué negarlo?
Llevaba tiempo sin divertirse tanto desde que se dio cuenta de que no
era Adriana, anoche cuando estaban sobre la arena y la sujetó más
fuerte para que no se cayera. Cuando sus ojos se alzaron y sus
miradas se cruzaron, en ese instante lo descubrió. Le miraba con
adulación mezclada con confusión, miedo, deseo… Con unos ojos
preciosos, verdes como el helecho, su piel demasiado blanca, su
cabello suelto de color cobrizo, con matices de caramelo fundido, tan
largo que casi le rozaba la cintura. Cuando la vio alejarse caminando
descalza por la arena, bamboleando las caderas con ese culito
respingón, la deseó tanto que tuvo que hacer acopio a su férrea
voluntad para no ir tras ella y besarla con ferocidad. Pero del deseo
pasó a la rabia, rabia por ser una tramposa, tan ambiciosa como su
hermana. ¡Se lo iba a hacer pagar! Estaba deseando ver la cara de
ambas cuando descubriera el engaño ante los asombrados ojos de su
padre.
―Es por aquí―le dijo adentrándose entre la vegetación. Abril le siguió
angustiada y tan nerviosa como un avispero.
En menos de cinco minutos llegaron a una pequeña playa. Allí no
había nadie, solo un hidroavión meciéndose suavemente en un
recodo. ¿No pensaría subirla en ese viejo y descascarillado aparato?
Porque eso sí que no, no y mil veces no.
Tuvo que reprimir una carcajada cuando se dio la vuelta y la miró. El
enorme sombrero apenas dejaba ver su rostro, pero se adivinaba lo
asustada y acalorada que estaba. ¿Qué pretendía vistiendo así tapada
hasta los pies? Ella misma.
―Pelirroja, hoy vas vivir una aventura inolvidable. Mi padre estará
muy orgulloso de ti ―se dirigió con paso decidido al aeroplano―. No
te quedes ahí parada, vas a coger una insolación ―le soltó de
manera despreocupada con la sonrisa diabólica dibujada de nuevo en
los labios.
Sin descalzarse se metió en el agua, sacó con agilidad la soga del
bolardo donde se mantenía el hidroavión sujeto y la guardó en uno de
los compartimentos, abrió la puerta que graznó como un pato, y
apoyó una de sus botas sobre uno de los flotadores que había
montado bajo el fuselaje del hidroavión. La estaba esperando tan
tranquilo, como si la esperase en la entrada de un McDonald´s.
No lo haría, se repitió una y otra vez.
―¡No pienso subirme en eso!― le gritó histérica. ¡Iba a estrangular a
su hermana! La muy zorra no le había advertido que ese hombre era
el mismísimo Jesús Calleja. ¡Normal que se hubiera decidido por el
padre! Y… ¿Para qué narices necesitaba ser culta para tratar con un
troglodita loco de remate? Cuando viera a Adriana se iba a enterar.
―Tú misma ―le respondió entrando tan pancho dentro del aparato y
cerrando la puerta. ¡Pam! Abril dio un brinco y miro en derredor
asustada. ¡No se atrevería a abandonarla en ese lugar plagado de
bichos! El sonido de la hélice dando vueltas, la sacó de dudas.
Maldiciendo y escupiendo víboras por la boca, se dirigió a la avioneta.
¡Se iba a enterar! Le iba a decir de todo menos bonito. ¡Qué calor,
qué horror! Se quitó las chanclas y se metió en el agua, con suerte a
ella le llegaría hasta las rodillas, si no fuera así se ahogaría. No sabía
si descuartizar primero a su hermana o a ese lunático por muy
buenorro que estuviera.
Thiago se ladeó en su asiento y le abrió la puerta para que entrara.
Tenía tantas ganas de reírse que sentía cosquillas en la barriga. Lo
que había tramado estaba resultando mucho mejor de lo que
imaginaba.
―¿Cómo te atreves? ―le chilló como una rata acorralada. Le lanzó la
cesta y las chanclas con todas sus fuerzas en dirección a la cabeza.
Con las manos, divertido, paró el impacto, cogió la cesta y la tiró sin
ningún miramiento en la parte de atrás.
―Haces honor al color de tu pelo con ese genio, pelirroja. Sube y
tranquilízate ―le entregó las chanclas que Abril le arrebató de un
tirón para ponérselas.
―¡Te odio! ―le gritó furiosa antes de acomodarse dentro del
habitáculo y ponerse el cinturón. Fue un milagro que no hubiera caído
al agua antes, con el vaivén dichoso. Miedito solo de imaginarlo. Se
quitó de un tirón el sombrero y las gafas. Con desagrado comprobó
que el cabello humedecido se le pegaba al cráneo, se quitó la goma
para dejarse el cabello suelto y ahuecárselo. Cerró los ojos muerta de
miedo cuando el aparato empezó a dar tumbos sobre el mar. Si no le
daba un infarto, sería un milagro.
―No había percibido que tienes unas pecas encantadoras ―le soltó
justo antes de que el hidroavión tomara altura.
Abril casi se atragantó.
7 KILOMETROS AL SUROESTE DE CABO BEATA.
La aeronave aterrizó sin problemas a orillas de una diminuta y
paradisíaca isla. Durante todo lo que duró el trayecto se mantuvo con
la boca cerrada, solo deseaba que acabara el día para largarse de
Santo Domingo. En cuanto llegara al hotel cogería un taxi para irse al
aeropuerto y coger el primer vuelo disponible. Lo sentía por su
hermana, pero esto era demasiado para ella.
―Ya hemos llegado, pelirroja ―habló contoneando el cuello para
aflojar la musculatura―Ya puedes abrir los ojos. Abrió la puerta y
saltó a escasos centímetros de la orilla. Dio la vuelta para ayudarla a
bajar. Hacía tiempo que no se divertía tanto.
―No ha sido tan duro como pensabas ―le abrió la puerta y como a
una niña pequeña le soltó el cinturón― Joder, Adriana no seas tan
irascible, te aseguro que esta isla es preciosa.
―¡Apártate! ―de un manotazo le hizo recular. Además odiaba cuando
la llamaba por el nombre de su hermana. No quería que se diera
cuenta de que tenía los ojos anegados en lágrimas, le escocían un
montón los ojos tratando de detenerlas. Se bajó sujetándose con
ambas manos para no caerse, solo le faltaba morir ahogada para
rematar el día―. No pienso pasarme todo el día aquí. Dos horas y me
llevas devuelta al hotel.
Tuvo que alzarse el caftán para no tropezarse pues, empapado, se le
pegaba a las piernas. Cuando llegó a la orilla, no pudo más y se echó
a llorar. No le sintió llegar, por eso se vio sorprendida cuando le dio la
vuelta asiéndola por los hombros. Sus manos ascendieron y le
enmarcaron con delicadeza el rostro, con los dedos suavemente fue
amparando las gotitas que caían como rocío al amanecer.
―Shhhh, si lloras me partes el corazón pelirroja ―le susurró muy
cerca, su aliento le acarició los labios, que ella humedeció. Ese gesto
le animó a proseguir y a recordarse que era una estafadora. ―Te
prefiero furiosa como una gata ―rugió. Era preciosa, exquisita, con
aquella candidez, inundando sus bellos ojos color esmeralda. Sintió
un pellizco de culpabilidad, quizás se había excedido. Pero aun así se
recordó que poseerla era parte del juego.
Entonces le alzó la barbilla y se apoderó de su boca de forma
posesiva, brutal, no fue un beso dulce fue un beso invasor. La sintió
vacilar, cambió de táctica. Su lengua tomó la suya y la succionó como
un refrescante helado. Su sabor seguía siendo demasiado inocente,
muy dulce, pero no se iba a dejar engatusar. Sus manos
descendieron hasta abarcar sus generosos pechos para acariciarlos,
cuando friccionó los pezones a través de la tela mojada a ella se le
escapó un breve gemido.
Abril sintió como su parte más íntima se humedecía, ardía. Deseaba
más, deseaba… Le rodeó con los brazos y acarició esos cabellos
negros, largos como los de un roquero. Se puso de puntillas para
frotarse contra su dura erección. Lo había deseado desde el primer
momento que le vio.
Su boca la devoraba, ella solo quería sentir su piel bajo sus manos,
tocar, palpar su espalda ancha y musculosa, su piel tan morena.
¡Nunca había deseado a un hombre de ese modo! La llevó bajo la
sombra de unas palmeras y la arrojó sobre una arena entibiada por el
sol. Con agilidad le quitó el caftán y su cuerpo quedó a expensas de
él. Su rostro enrojeció como el resto su suave piel. ¿Sería tan
inocente como aparentaba ser?
―Eres tan hermosa que no pareces real ―gimió excitado. Deseaba
besar, saborear cada sensual curva de su bello y excitante cuerpo.
¡Joder, para que negar, que la deseaba con tanta urgencia que temía
no estar a la altura! Ya no se trataba de hacerla suya como
venganza, ahora se trataba de querer complacerla, que no olvidara
ese momento jamás.
Abril cerró los ojos y se dejó llevar, por una vez en su vida se dejaría
llevar…
Le retiró la parte superior de su biquini dorado, para dejar expuestos
unos pechos blancos y tersos, con la lengua jugueteó con ellos hasta
hacerla suplicar. Por fin, succionó sus pequeños y excitados pezones,
mientras que la mano que acariciaba su vientre, bajó lentamente
hasta posarse en su feminidad. Los cordeles que sujetaban ese
pequeño triangulo de tela fueron fáciles de deshacer. Su boca
ascendió de nuevo a sus labios para tomarlos de nuevo y
mordisquearlos, con los dedos acarició sus labios vaginales hinchados
de deseo. Su vagina húmeda y dispuesta, casi le hizo perder el
control. Se le escapó un rugido cuando ella alzó las caderas y la oyó
jadear acompañada de movimientos ondulantes. ¡Dios como la
deseaba!
Abandonó sus labios para tomar otros con sabor a mar, con sabor a
cuerpo de sirena. Ella trató de apartarle avergonzada, quería cerrar
las piernas pero no le dejó.
―Deja que te saboree, me tienes embrujado ―suplicó entre sus
muslos sonrosados. Era preciosa, deseable. Su lengua jugueteó
primero con sus tiernos pétalos, para a continuación adentrarse al
punto más sensible y excitado. Sus cortos y tímidos gemidos le
volvían loco.
Abril abrió más las piernas, el orgasmo llegó a ella como un tornado
gigantesco, ascendió por los nervios de la planta de los pies hasta
llegar a la punta de sus largos cabellos. Gritó de placer, sus gemidos
fueron silenciados por su boca con sabor a estrella de mar.
Se estaba deshaciendo de los pantalones cuando ella se apartó
alarmada.
―¡Dios mío que estamos haciendo! ―exclamó incorporándose.
¿Cómo podía haberle dejado que la acariciara de ese modo? Se
suponía que si se hacía pasar por Adriana y era la prometida de su
padre, ¿Qué pensaría de ella? ―Lo lamento, no sé qué me ha pasado.
Yo…necesito que sepas algo…yo no…
―Pelirroja, has elegido un mal momento para echarte atrás ―no la
dejó terminar. Se puso a horcajadas sobre ella y la sujetó por los
antebrazos―. Si piensas que con disculpas y un lo lamento no vamos
a terminar lo que hemos empezado, estas muy equivocada. ―Joder,
si no la tomaba allí mismo iba a explotar. Nunca había deseado con
esas ansias a una mujer.
Ella bajó la mirada hasta centrarla en sus pantalones, el bulto de su
excitación era más que evidente.
―No podemos ―gimió abrumada. Necesitaba decirle la verdad, pero
por otro lado si se lo decía se perdería esa gran oportunidad. ¡Tener
un hombre así sobre ella, tan salvaje y duro! ¡Era tan excitante! Se
recordó que ella era Abril, no Adriana. Pues por eso mismo no podía…
por las dos. Pero el tren solo pasa una vez en la vida. ¿O no es así?
―Sí que podemos. ―La soltó unos segundos para quitarse la
camiseta y dejar su amplio y excitante tórax al descubierto, todo para
ella. Ya no pudo más, la boca se le hizo agua. Alzó las manos para
acariciarle ese tatuaje que tanto morbo le creó desde el primer
momento que lo descubrió, la pálida piel de su mano contrastaba con
la suya tan oscura. Lo deseaba, ambos se deseaban desde el primer
momento, ambos sintieron esa conexión sexual tan poderosa que les
envolvió desde el primer contacto visual. Que le perdonara su
hermana, pero la tentación era demasiado poderosa. Ahora sabía lo
que debió sentir su antepasado Adán. Si él cayó tentado por una
simple manzana, ¿cómo no iba ella a caer tentada por un hombre
como ese? Él era el indicado, era como si lo supiera desde siempre.
―Te deseo pelirroja ―gruñó mientras buscaba con su endurecido
miembro la entrada que le llevaría directo al mismo paraíso―.
Quiero hacerte mía.
Sus palabras la embrujaron, su aliento, sus caricias, todo en conjunto
la hicieron olvidarse de todo. Se abrió más para adaptarlo en su
interior. Cuando acabaran le contaría la verdad.
Cuando la penetró, Thiago se extrañó que fuera tan estrecha. Abril se
echó para atrás, le escocía un poco. Entonces lo vio claro, estaba
demasiado tensa, para ella era la primera vez.
La besó tiernamente, mientras intentaba entrar en ella poco a poco
para no hacerle daño. Más tarde lo aclararían. Se retiró para volver a
acariciarla con los dedos y dilatar su vagina. La asió por las firmes
nalgas para alzarla, retiró los dedos para tomar el relevo con la
lengua. Lamió una y otra vez sin miramientos.
―¡No puedo más! ―suplicó cuando se hizo presa de una nueva y
explosiva oleada de placer. Estaba sin aliento, sentía como si la
lanzaran al vacío sin paracaídas.
Entonces, fue cuando aprovechó ese momento para adentrarse en
ella, de un solo empellón la penetró. Abril se mordió los carrillos para
no gritar, por nada del mundo quería que se diera cuenta. ¿Cómo
explicarle que sufrió abusos? No podía saber lo duro que fue el día
que perdió a sus padres, lo que vino después fue un infierno… Por eso
justificaba siempre a su hermana, porque sabía que ella, muy en el
fondo sufría tanto como ella, solo que lo expresaba de distinta
manera.
Sus miradas se unieron en un fuego abrasador, ese breve lapso de
tiempo le sirvió para que las húmedas paredes de su vagina
acomodaran a su poderoso y endurecido miembro. Él no se atrevía a
moverse, estudiando su rostro, esperando que ella tomara las
riendas. No era tan duro como aparentaba el chico malote,
enternecida por ello elevó las caderas, la penetración fue más
profunda. Entonces le oyó gemir, un gemido salido de lo más
profundo de su ser. Se aferró a él, se entregó por entero, le entregó
su alma, su cuerpo y la conexión fue brutal. Thiago la embistió con
más fiereza. Abril se sacudió espasmódicamente cuando el orgasmo
llegaba a ella sin avisar. Pronunció su nombre en un sollozo cuando
ambos llegaron juntos a un clímax tan sublime, que hasta su corazón
hizo temblar la solitaria y paradisíaca isla.
Al día siguiente
Eran las cinco de la mañana y ya lucía un sol pletórico cuando Abril
tomó un taxi que le llevaría al aeropuerto. Se olvidó el sombrero, las
gafas de sol, se olvidó de sus cremas. Ya no le importaba que las
pecas hubieran aparecido de nuevo, lo único que le importaba era
llegar a su casa, necesitaba el amparo que le aportaba su pequeño
hogar, trabajar de nuevo entre los protectores muros de la vieja
biblioteca rodeada de sus libros. Necesitaba huir. Sentía tanto dolor
en su interior que era como si se descerrajara por dentro. Revivir lo
que vino después que terminaran, era tan humillante que apenas la
dejaba respirar.
Thiago se mesó los cabellos desesperado, cuando le informaron en
recepción de que la señorita Lago hacía más de tres horas que había
abandonado el hotel para tomar su vuelo. ¡Maldición! ¿Qué había
hecho? Su padre le había llamado hacía unos minutos, cada vez que
recordaba lo que le dijo hacía que se sintiera aún más miserable. Le
reprochó que no hubiera contestado antes sus llamadas. Se excusó
con que había olvidado el móvil y que no lo llevaba encima. Entonces
le volvió a recalcar, cuando se lo hubo explicado todo:
―Llegó ayer, por lo que veo aún no la has conocido ―supuso su
padre―. A Adriana no se le ocurrió otra fórmula mejor para que de
una vez saliera de una vida tan aburrida y angustiosa que la estaba
consumiendo, pensó que tú serías la excusa perfecta. Trátala bien
hijo y síguele la corriente. La vida ha sido dura para esa chica. Haz
todo lo que esté en tu mano para que se divierta.
Cuantos más detalles le daba su padre, más miserable y ruin se
sentía. Cuando colgó, lanzó el móvil y lo estampó contra la pared.
Joder… ¿Qué he hecho?
Dos meses después. Hotel Ritz (Madrid)
En la terraza, Thiago esperaba de pie junto a una pequeña fuente. El
gorgoreo del agua al caer sobre la pila de alabastro podía resultar
relajante en ese lugar donde el buen gusto y la opulencia eran la
marca de la casa, pero para él resultaba una molestia. Los vio llegar
muy juntos y agarrados de la mano. Su corazón le dio un vuelco a
medida que se iban acercando. Era como si viera de nuevo a Abril.
Subieron las escaleras hasta llegar frente a él.
―Hola hijo ―le saludó su padre tensamente. Pese a su edad aún
poseía un abundante cabello oscuro. Practicaba deporte diariamente y
eso quedaba reflejado en su porte atlético.
―¿Por qué no nos sentamos y tomamos un refresco? ―sugirió
Adriana tomando asiento bajo una elegante sombrilla. Abrió el bolso y
sacó un cigarro. ¡Tenía tantas ganas de estrangularlo! ¡Cabrón!
Ambos tomaron asiento, Thiago frente a ella. Su mirada fue letal en
cuanto se miraron. Se contuvo de montar un numerito, por respeto al
hombre que amaba con todo su corazón, solo por ese motivo no iba a
hacerlo.
―No pienso andarme con rodeos ―su voz sonó fría, demasiado. A
continuación dio una larga calada al cigarro que mantenía
elegantemente sujeto entre dos de sus dedos.
Thiago se fijó en las elegantes uñas, tan diferentes a las carcomidas
de Abril, pero mil veces más encantadoras.
―Querida, prometiste que lo ibas a dejar ―Joao le arrebató el cigarro
con ternura y lo apagó estrujándolo dentro de un cenicero.
Adriana, asombrosamente, calló y no dijo ni mu. Solo faltaba una
simple mirada para darse cuenta de que estaban realmente
enamorados, algo que él siempre quiso negar cuando era tan
evidente como la brisa que en estos momentos corría suavemente.
―¡Conocerte no pensé que fuera tan horrible! ―prosiguió Adriana
perdiendo los nervios―. Creí que erais el uno para el otro, pero me
equivoqué―. Se merecía que le arrancara el corazón de cuajo―. Y
por cierto, ¿qué cojones le hiciste que está convertida en un andrajo?
―¡Lo mato! ¡Lo mato! Su hermana, su dulce e inocente hermana. Ese
monstruo rastrero se las iba a pagar, jamás pensó que todo iba a
terminar tan mal. Esperaba que Abril algún día se lo pudiera
perdonar, ella lo había hecho con la mejor intención.
Thiago se levantó angustiado,
camarero.
justo cuando se acercaba el
―Traiga dos Ginger ale, por favor. Para mí nada, yo ya me iba ―El
camarero asintió y se alejó con discreción.
Su padre se levantó indignado.
―O arreglas lo que cojones has provocado, o tú y yo tendremos una
conversación que creo que no te resultara agradable. Habla con ella y
soluciónalo. ¡Ya!
―¿Y qué os pensáis que he tratado de hacer desde hace dos malditos
meses? ―se defendió antes de despedirse. El sol ya empezaba a
esconderse, era una buena hora para intentarlo de nuevo. ¡Ya no
podía más!
08:00 pm, hora del encuentro
Llevaba una taza de té en la mano, cuando Gandy ronroneó y se
friccionó entre sus piernas.
―Hola precioso ―le saludó al gato que le había regalado su hermana
un mes atrás tratando de que recuperara la ilusión. Un modo más
para disculparse y sonsacarle que pasó. Había detalles que jamás le
revelaría. Eran demasiado humillante, pensó tomando asiento.
Dejó la taza con cuidado sobre la mesilla, Gandy aprovechó para
subirse sobre su regazo. Abril le acarició lentamente el largo y suave
pelaje. El timbre de la puerta la importunó.
―¡Vooooy! ―avisó mientras se levantaba acomodando al felino entre
sus brazos. Esta vez no fue lo suficientemente precavida de mirar
antes por la mirilla. Abrió la puerta y en cuanto le vio, su intención
fue cerrar la puerta de un portazo, pero fue más rápido entrando
Thiago, quién cerró la puerta de ese modo. El gato saltó asustado de
sus brazos y se largó maullando.
―¿Qué diablos haces aquí? ―le preguntó hecha una furia.
Thiago esbozó una sonrisa diabólica, sus ojos eran todavía más
azules de lo que los recordaba. ¿Por qué era tan sumamente guapo?
¿Por qué no su corazón, si no toda ella se derretía nada más verle?
Su odio, su desprecio era todo lo que se merecía. No podía olvidar
las palabras que le dijo cuando aún temblaba entre sus brazos aquel
día en la playa. Lloró durante un mes desconsoladamente, y ahora
que estaba empezando a recuperarse no iba a permitir que volviera a
hacerle daño.
―Solo he venido a devolverte algo que te pertenece ―le mostró una
bolsa y lo que había dentro. Ella tardó unos segundos en arrebatarle
la bolsa que contenía los zapatos que ella olvidó el día que se
conocieron en la playa.
―Gracias, ahora ya puedes irte ―le agradeció fríamente. La bolsa la
dejó sobre una silla.
Thiago no podía apartar la mirada de ella. No saldría de allí sin
conseguir que le perdonara. ¡Dios, estaba preciosa! Solo verla ya le
había provocado una erección. Llevaba el cabello suelto y perfumado
sobre una simple camisola de algodón e iba descalza. Le recordó a
una zíngara, una hechicera pelirroja que le había robado el corazón.
Su rostro salpicado de pecas era adorable. Solo las oscuras ojeras
que surcaban sus claros ojos, le recordaron lo miserable que fue con
ella. La deseaba con todas sus ansias, deseaba volver a encender de
nuevo esa chispa en su mirada que había desaparecido gracias a su
abominable comportamiento.
―Te he llamado mil veces, he intentado verte pero no me has dado
ni una sola oportunidad para disculparme. Deja que te explique…
Abril se alejó cuando se percató de sus intenciones, no podía permitir
que la tocara, tenerlo tan cerca la debilitaba. Nada más verle
comprendió lo que intentaba negarse una y mil veces. Estaba
locamente enamorada de un bárbaro sin corazón que la odiaba. Si
venía a disculparse era por compasión y no lo consentiría. Estaba
harta de provocar lástima. No necesitaba a nadie. Ni tan siquiera
pensaba recurrir de nuevo a las terapias que necesitó durante años.
―Quiero que te vayas ―le suplicó―. No quiero volverte a ver, quiero
que salgas de mi vida para siempre―. Ya no podía más. Quería que
desapareciera. Su mano protegió su vientre en acto de reflejo cuando
intentó de nuevo sujetarla. Casi se atragantó cuando su mirada bajó
con curiosidad hasta su vientre, que por suerte aún se mantenía
plano.
―¿Dónde está el baño?
Le miró confundida. ¿El baño?
―La segunda puerta a la derecha ―contestó sin pensar. Cuando le
vio entrar como una tromba, entonces lo comprendió. ¿Cómo había
adivinado que lo guardaba allí? Evidente, todas lo hacemos. Se tuvo
que sentar cuando lo vio con el predictor en la mano.
―¿Cuándo pensabas decírmelo? ―le acercó la prueba a la cara―. Voy
a ser padre y tú intentabas ocultármelo. ¡No me lo puedo creer!
―exclamó con incredulidad―. Debí pensar que podía suceder―.
Entonces tiró de ella y su boca se apoderó de sus labios con un
hambre brutal. Aún le costaba creer que en tan poco tiempo hubiera
perdido la razón por esa pelirroja hechicera.
Ella aún estaba confundida, su mente giraba como un tiovivo.
―Me llamaste...me dijiste…
―Shhhh ―no la dejó terminar―. No vuelvas a repetir eso nunca
jamás. Lo dije para vengarme porque sentí terror cuando me vi
perdido, perdido en ti, Abril. Tan perdido y enamorado que te
necesito el resto de la vida a mi lado ―gimió antes de volver a besar
esos labios tan tentadores.
―El niño no debe ser para ti una obligación. Apenas nos conocemos
―intentó apartarle. Su camisola había desaparecido y su boca ya
succionaba sus sensibles pezones. Gritó de felicidad cuando la alzó en
brazos.
―Esta vez te quiero hacer el amor en una cama ―entre risas y besos
la llevó al dormitorio y la dejó caer con suavidad sobre las sábanas.
Se deshizo de la chaqueta de cuero con rapidez, después fue la
camiseta, los vaqueros, todo prenda por prenda. La pálida luz que se
colaba entre las cortinas jugueteaba creando sombras sobre su
cuerpo perfecto, y ese tatuaje… ¡Cómo le ponía! Un chico malote en
su cama, pensó emocionada. Aún no se lo podía creer.
―Dime si soy demasiado brusco y pararé ―le dijo besando su vientre
con suavidad, una y otra vez. Allí dentro, muy adentro empezaba a
crecer una parte de él―. Ve acostumbrándote porque te voy a adorar
el resto de mi vida ―. Ya no se imaginaba estar ni un instante sin
ella.
Abril se estremeció, tenía el poder de hacerla sentir una diosa, una
mujer especial, hermosa…
El gato entró inoportunamente en el dormitorio y ronroneó.
―Gavin ve fuera ―le ordenó débilmente. Estaba envuelta en sus
brazos, envuelta en una vorágine de placer.
Thiago interrumpió su ardoroso beso para preguntarle con curiosidad
―¿Pelirroja, qué clase de nombre es ese para ponerle a un gato?
Le encantaba que la llamara pelirroja.
―Cuando terminemos te lo explicaré ―gimió ―Tu sigue…
TENTACIÓN EN LA NOCHE
DE LYDIA ALFARO
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ype=bookmark
1
Ha sido una dura jornada de trabajo en la tienda, los sábados suelen
ser brutales. Por fin, entro en casa. El apartamento está en penumbra
y las luces juegan con las sombras mientras el crepúsculo comienza a
dar sus primeros pasos. No veo a Marcos en el salón pero escucho
murmullos apagados al otro lado de la puerta de nuestro dormitorio,
que está cerrada. Imaginando que está dentro hablando por teléfono,
abro la puerta...
Seller se llama este pueblo en medio de la nada. “El pueblo de los
gatos”, reza el cartel de la entrada. Me he perdido en un pequeño
enclave costero, de esos especiales que tienen a un lado majestuosas
montañas y, al otro, un maravilloso mar (en este caso el
Mediterráneo) brillando bajo la luz del sol de agosto. Qué idílico sería
este paisaje si no fuese porque he venido aquí a lamer mis heridas, a
perderme sin saber si quiero encontrarme de nuevo, a dejar de ser yo
para ser solo una transeúnte sin rumbo. Sin pasado, presente ni
futuro.
He dejado mi coche aparcado en un lado del camino sin asfaltar que
ahora mismo atravieso. No sé adónde me lleva pero no me importa.
Sólo quiero perderme... Cuanto más lejos mejor. Si es en el bosque
más profundo, que así sea. Las altas copas de los pinos me reciben y
me acunan acariciándome con sus ramas. Cojo una piña del suelo y
me la paso de una mano a otra mientras sigo andando y la fresca
brisa vespertina silva a mí alrededor provocándome un escalofrío.
Lo primero que veo al abrir la puerta es el culo de Marcos, flácido y
pequeño, se muestra apretado mientras se centra en el empeño de
bambolear entre las piernas de una mujer. Ella, totalmente
despatarrada, susurra su nombre entre gemidos. Él bombea y
bombea cada vez más rápido mientras yo me he quedado de piedra.
Creo que, incluso, mi mente ha salido volando por algún orificio de mi
cuerpo porque estoy paralizada y en blanco, solo puedo mirar una
escena que se me antoja surrealista. Marcos. Mi Marcos bombeando
en una vagina que no es la mía. No recuerdo haberle visto follar con
tanto empeño en años... Esto no me puede estar pasando.
El cielo se está tiñendo de rojo. No tardará en llegar la noche y estoy
metida en un maldito bosque. Me paro entre la arboleda y arranco a
reír como una histérica. Sí, definitivamente, me he vuelto loca. He
huido de la ciudad sin avisar a familiares ni amigos. El teléfono móvil
hace horas que dejó de sonar cuando lo lancé por la ventana del
coche mientras atravesaba a más de 140 kilómetros la autopista. No
quiero saber nada del mundo. Sí, puede que esto sea una reacción
inmadura. Al fin y al cabo, son unos cuernos, no el fin del mundo...
Pero estoy cabreada, mucho. Y no tengo cuerpo para aguantar las
miradas de pena de mis amigas ni de mi madre... Ni los exabruptos
de mi padre al enterarse de que su yerno es un hijo de la gran puta.
Al final, me canso de tanta risa y apoyo mis manos en las rodillas
flexionando mi cuerpo algo exhausto por el largo viaje y la caminata.
Estoy sudada y acalorada. El corazón me va a mil por hora y no sé si
será por la caminata o por el estado de nervios en el que me
encuentro desde hace algo más de veinticuatro horas. Puede que sea
un poco de las dos cosas.
Cuando voy a incorporarme, el suelo se inclina o quizás lo hago yo...
La cuestión es que termino dando con mi cabeza contra la raíz de uno
de los pinos y, después, todo se vuelve negro.
Todo estaba en completo silencio hasta que oigo el sonido de unas
ramas moverse cerca de mí. Pero no quiero abrir los ojos... Tengo
mucho sueño y estoy agotada. Un suave ronroneo me pone en alerta
y abro los ojos de golpe cuando un animal se posa con delicadeza
sobre mi pecho. Mi visión, algo borrosa, se va estabilizando y alcanzo
a ver un gato precioso, de un tamaño algo grande para un gato
común, con el pelaje atigrado de color gris y blanco. Sonrío.
El pueblo de los gatos... —viene a mi mente la mención del cartel de
la entrada del pueblo.
El ronroneo que emite el animal es cada vez más fuerte o quizás son
mis sentidos aletargados los que obran el relajante efecto. El gato me
mira fijamente, como si quisiese conocer mis pensamientos y yo le
devuelvo la mirada al mismo tiempo que gimo de dolor. La nuca me
palpita con fuerza de repente y me acuerdo del tremendo golpe que
me he dado. He debido estar inconsciente un buen rato, pues ya es
noche cerrada. Alargo la mano para acariciar al precioso felino y
consigo atrapar uno de sus bigotes suavemente.
—Qué guapo eres... —mi voz es un susurro que se pierde con el
viento y el sueño tira de mí con insistencia, no me da tregua. No
quiero resistirme. El ronroneo aumenta y me acuna como la más
efectiva de las nanas. Cierro los ojos y dejo caer mi mano a un
costado. Siento que el gato anda sobre mi pecho hasta llegar a mi
cara, me olisquea haciéndome cosquillas con sus bigotes y, de
pronto, ocurre algo muy extraño. El felino lame mi mejilla derecha
pero, cuando siento su húmeda lengua, no noto un tacto áspero y
minúsculo, sino una humedad suave y amplia... Parece una lengua
humana. Un inquietante calor invade mi vientre. No quiero abrir los
ojos, un repentino miedo surge en mí al mismo tiempo que mi vagina
se tensa. Pero el sueño me vence pese a todo, el ronroneo y la
húmeda caricia van quedando en segundo plano y no lucho. De
nuevo, oscuridad. Silencio.
2
Al día siguiente me despierto cubierta de polvo y con un dolor
tremendo de cabeza y articulaciones. Mi decadencia ha llegado a su
límite. He dormido en pleno bosque. En fin, al menos no ha sido fruto
de una borrachera o algo peor, ha sido un accidente pero... La
situación es triste igualmente. Cojo mi coche y me dispongo a
arreglar un poco mi situación. No voy a comprar un móvil nuevo para
contactar con nadie ni voy a volver a casa. No. Voy a hacer las cosas
bien y, al menos, voy a disfrutar de unas merecidas vacaciones antes
de tirarme por uno de los acantilados de este precioso pueblo
costero. Una se merece darse un capricho después de todo. Además,
todavía conservo la tarjeta de la cuenta bancaria que tenía en común
con Marcos y pienso gastar todo lo que me venga en gana. Que se
joda el maldito.
Así que ignoro los latigazos de dolor de mi cabeza y conduzco hacia el
pueblo para alquilar una habitación en algún hostal pero, mientras
paso por las calles atestadas de turistas, decido que no me apetece
nada estar en primera línea de playa y como el pueblo tiene parte de
montaña, me adentro en él buscando algo diferente y más tranquilo.
Al final doy con ello: unas preciosas casitas de madera, pintadas de
blanco, que tienen a sus espaldas una impresionante cadena de
montañas vírgenes, frondosas y muy verdes. El espectáculo al otro
lado, de frente a las casitas, es impagable: una pequeña cala de
arena clara y limpia. ¿Lo mejor de todo? No hay nadie... ¡Me encanta!
Aparco y cuando encuentro al dueño, un hombre de mediana edad
muy amable llamado Ernesto, acuerdo con él alquilar una de las
casas durante una semana. En verdad, ahora mismo, me gustaría
alquilar una casa aquí por tiempo indefinido pero, de momento, me
voy a dar una semana para relajarme y pensar qué hago con mi vida.
Dejo mis cosas dentro de la casa, que no es muy grande pero está
decorada de manera sencilla y bonita, además de estar muy limpia.
Un nudo se instala en mi estómago cuando descubro el dormitorio,
preparado expresamente para una pareja enamorada que va a pasar
unas inolvidables vacaciones. Las paredes son de madera barnizada,
hay dos mesillas de diseño rústico en madera clara y la cama es
amplia, cubierta por una colcha de color rojo.
Decido no dejarme llevar por pensamientos negativos y salgo
rápidamente de la estancia. Cojo una toalla y salgo de la casa en
dirección a la cala que me espera con los brazos abiertos.
Cuando me tumbo en la arena, subo los brazos por encima de mi
cabeza e inspiro fuerte dejando que la fresca brisa de la mañana
invada mis fosas nasales y purifique mis pulmones. Me quedo
dormida sin darme cuenta y al compás del sonido de las olas, un
suave ronroneo acaricia mis oídos subiendo de volumen poco a poco
hasta que me despierto sobresaltada. Me incorporo y miro hacia
todos lados pero no veo nada y, por supuesto, no hay ningún gato
atigrado y gris observándome. Un escalofrío recorre mi columna
vertebral. Seguramente, aquel gato solo existió en mi mente durante
mi inconsciencia tras el golpe en la cabeza.
Al anochecer, he aprovisionado la nevera de víveres para unos días.
Mientras ceno en el sofá a la vez que veo un programa de reportajes
en el televisor, recapitulo todo lo ocurrido en los últimos días. Mi vida
ha cambiado de un día para otro y me siento perdida. Es cierto que
mi lado racional me dice que descubrir el engaño es lo mejor que
podría haberme pasado... No soy partidaria del dicho que dice ojos
que no ven, corazón que no siente. Prefiero tener que reconstruir mi
vida de cero, acostumbrarme a estar sola después de tanto tiempo, a
contar conmigo para tomar mis propias decisiones... Y mientras
pienso en todo esto, de pronto, la soltería se me antoja atractiva. No
voy a tirarme por ningún acantilado ni voy a estrellar mi coche contra
un muro de hormigón. Voy a disfrutar de unas merecidas vacaciones
y si se me pone algún hombre a tiro, no pienso oponer resistencia al
sexo si me gusta. Me sorprendo al tener estos pensamientos y más
aún cuando un placentero hormigueo recorre de repente mi vientre
para morir entre mis muslos. Los aprieto e, inconscientemente, el
ronroneo vuelve a mi cabeza. Qué extraño. Termino de cenar y, tras
dormitar un rato en el sofá, decido probar la enorme cama de mi
nuevo dormitorio. Puede que uno de estos días la llene con compañía.
Sonrío cuando me arropo en ella pero no alcanzo el sueño. El estado
de relajación va desapareciendo para convertirse en un extraño
desasosiego. Doy vueltas y vueltas en la cama hasta que, cabreada
por mi desvelo, enciendo la luz y me encuentro sudorosa y acalorada.
Miro hacia la ventana abierta y el agua del mar está tranquila y
plateada gracias a la hermosa luz de la luna llena. De pronto, se me
antoja la visión más atrayente del mundo y, sin pensarlo, me levanto
y salgo de la casa en dirección a la cala. Llevo un simple camisón
negro de tirante fino, escote en uve y que me tapa lo justo el trasero,
pero no me preocupa.
Así que me adentro en el agua y siento un enorme placer al sentir su
abrazo cálido, tras todo el día absorbiendo el calor del sol.
—Es guapa la humana, ¿verdad? —Max observaba con avidez a la
mujer que salía a flote tras bucear un rato. El minúsculo camisón
negro que llevaba se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel,
ensalzando sus erguidos pechos y sus caderas. Joel le golpeó la
cabeza.
—No la mires así... —gruñó apretando los dientes— Ella es mía.
—Colega, ni siquiera la conoces. ¡Relájate!
—Anoche pude sentirlo cuando olí su esencia y saboreé su piel... —
Joel se movió incómodo y acomodó la espléndida erección que tenía
entre las piernas. La mujer estaba flotando en el agua boca arriba, su
expresión era feliz y podía ver como la línea de su cuerpo dibujaba
los tensos pezones envueltos en aquella sugerente tela negra.
Ansiaba meterse ambos en la boca y chupar hasta quedarse sin
sentido.
—Yo solo te digo que tengas cuidado. Es una humana y no debe
saber de nuestra existencia, ¿lo pillas? El viejo le ha alquilado la casa
porque nos viene muy bien el dinero pero debemos mantenernos
alejados de ella.
—Lárgate —escupió Joel sin dejar de mirar a la mujer.
—No has escuchado nada de lo que te he dicho, ¿verdad? ¡Estás
pensando con la maldita polla!
Joel le propinó un empujón a su compañero que, aunque estaba casi
tan fuerte como él, cayó de costado sorprendido. Se levantó
malhumorado limpiando la arena de sus ropas y se marchó
profiriendo maldiciones hasta que le dejó solo... Con ella.
Salió de su escondite detrás de una de las casas y decidió dejarse
ver. Se situó cerca del agua y siguió observándola excitado. En aquel
momento, ella se había puesto en pie de nuevo y se escurría el agua
del largo pelo azabache. Sus preciosos ojos marrones y almendrados
se dirigieron hacia donde él estaba, como si su instinto le indicase
adónde debía mirar y, entonces, una corriente eléctrica se adentró sin
remedio en los cuerpos de ambos. Joel ronroneó de placer y ella
jadeó asustada.
No puedo creer lo que ven mis ojos... Hay un tipo ahí fuera
comiéndome con la mirada. Debería sentir miedo, ¿no es así? Pero lo
que siento es un creciente calor en mis entrañas y unas cosquillas en
mi vagina, que ha comenzado a lubricar de manera incontrolada.
Es alto y fuerte, con amplios pectorales bañados por un poco de vello
oscuro, unos abdominales definidos y una estrecha cintura de la que
surgen esos músculos con forma de uve que tan loca me vuelven y
desaparecen debajo del pantalón vaquero que, por cierto, lleva
desabrochado, dejando entrever su pubis oscuro.
El desconocido me observa en silencio y con un brillo en su mirada
penetrante. Tiene un rostro muy atractivo enmarcado por una melena
larga y lisa, aunque no distingo su color por la oscuridad; una nariz
alargada y bien perfilada, un amplio mentón y unos labios gruesos
demasiado tentadores... Pero mi mirada baja de nuevo para
encontrarse con el importante bulto dentro de sus pantalones. Me
relamo sin querer. Pienso en qué puedo hacer... Yo no estoy en mi
mejor momento y el tipo es demasiado guapo. Mi cuerpo me está
traicionando y sé que había pensado en ser promiscua pero se trata
de un desconocido que bien podría estar esperándome para
atracarme o violarme. Decido, con voz temblorosa, soltar una
advertencia:
—Oiga, váyase o gritaré hasta alertar a los vecinos.
Sí, es una advertencia bastante absurda pero contando con que no
dispongo de teléfono y que me hallo dentro del mar, es improbable
que pueda amenazarle con llamar a la policía.
El desconocido sonríe antes de replicar:
—Señorita, no hay nadie a varios kilómetros. Me temo que no serviría
de nada.
Mi estómago se tensa. ¿Qué va a pasar? La excitación da paso al
terror y debe de notarlo en mi expresión porque acto seguido se
tensa y vuelve a hablar, esta vez, muy serio:
—Escuche, no le voy a hacer daño. Solo estaba mirándola... Es una
bella estampa, créame— y vuelve a sonreír mientras clava su
brillante mirada en mí. ¿De dónde sale ese brillo tan cautivador? Miro
a todas partes y no hay una maldita farola. Estamos solos en medio
del silencio y de la luz de la luna. Comienzo a tiritar de frío.
—Aléjese, por favor. Tengo que salir.
Él parece molestarse pero alza las manos en señal de rendición y se
marcha dejándome de nuevo sola. Corro como alma de lleva el diablo
hasta salir del agua, recojo las llaves de la casa que había dejado en
la arena y recorro la distancia que me separa de la seguridad de mi
provisional hogar en unos pocos segundos. Pero cuando estoy a
punto de abrir la puerta, algo suave me roza las piernas y el familiar
ronroneo vuelve a sonar. ¡Es el gato de mi sueño! Solo que ahora que
lo vuelvo a ver me doy cuenta de que aquello fue real; al fin y al
cabo, este es el pueblo de los gatos. Lo curioso es que todavía no he
visto a ninguno a parte de este ejemplar tan bonito y cariñoso. Me
agacho y le acaricio el lomo mientras él responde arqueando la
espalda y erizando su corto pelo por el placer.
—¿Quieres venir a casa conmigo, pequeño? —no puedo evitar
preguntar. El gato se alza y trepa por mi tronco hasta enganchar sus
patas delanteras en mi cuello, sin arañarme. No necesito más
respuesta. Sujeto al animal por el trasero y me meto con él en casa.
Ya tengo compañía. Es solo un gato pero, por el momento, servirá.
El baño parece que ha hecho efecto en mí y por fin siento como
Morfeo llama a mi puerta así que, tras poner agua y comida a mi
nuevo compañero de hogar, me arropo en la cama de nuevo, esta
vez para entrar en un confortable y profundo sueño. Antes de caer en
la inconsciencia, siento como el gato se sube a la cama y se recuesta
pegado a mi cuerpo ronroneando.
3
—Despierta, gatita.
Me desperezo y suelto un gemido de placer. El sueño ha sido
reparador y siento que he recuperado todas mis energías. Cuando
abro los ojos me encuentro con su cara a solo unos centímetros de la
mía. ¡Es tan guapo! La lámpara de una de las mesillas está encendida
y da un aire íntimo a la habitación medio en penumbra. Sonrío. Tiene
los ojos verdes y grandes, pero lo más especial de sus iris es que
tienen unas motitas amarillas, algo extraño pero a la vez fascinante.
Y el color de su pelo es negro pero —supongo que será por la poca
luz— desprende unos reflejos grises que también me resultan
fascinantes. Me muerdo el labio. Él me mira muy serio y parece que
me estudia de alguna manera. ¿En qué estará pensando?
—¿Cómo te llamas? —me pregunta sin cambiar el semblante, parece
absorto mientras me mira.
—Me llamo Lucía. ¿Y tú?
—Joel.
En ese momento caigo en la cuenta de que él está encajado entre mis
piernas. Su robusto cuerpo me tiene atrapada bajo un peso que,
hasta ese momento, no había notado y del que ahora soy plenamente
consciente. Me humedezco sin poder controlar los pequeños
espasmos que emite mi vagina al sentir su enorme erección
acomodada en mi pubis. Si esto fuese la vida real, seguramente
habría comenzado a gritar como una loca y le hubiese atizado una
patada en sus partes pero...
Esto es un sueño. Una bendita fantasía que yo misma me
encargar de convertir en algo muy sexual.
voy a
—Joel, quiero que me folles.
Él abre más los ojos y, finalmente, rompe el gesto serio para
regalarme una sonrisa pícara. Tiene unos dientes perfectos. En el
momento en que acerca su rostro al mío para besarme juraría que he
oído un ligero ronroneo que me recuerda a mi nuevo amiguito de
cuatro patas... Pero ahora no voy a pensar en el gato, no.
En cuanto siento sus mullidos labios posarse sobre los míos, no puedo
evitar gemir de placer. Su lengua entra en mi boca con fuerza y, en
cuanto choca contra la mía, una corriente eléctrica traspasa mi
cuerpo. Me pego a su piel, necesitada de todo el contacto posible.
Estoy ardiendo. Nuestras lenguas se rozan de manera frenética y
nuestra pasión va aumentando a medida que el húmedo beso se
hace más y más intenso. Joel empieza a mover sus caderas y su polla
me roza el clítoris por encima de la ropa. Ardo por completo. Quiero
que me toque, que me quite el tanga... ¡Toda la ropa! Y quiero que
me la meta bien fuerte y profundo. No me importa sentir dolor.
Necesito desahogarme y explotar. Quiero gritar. Ojalá el maldito hijo
de puta de mi ex pudiese vernos ahora mismo. La excitación se
mezcla con la intensa rabia que llevo acumulada estos días. Suelto un
rugido y, no sé cómo lo hago, pero me zafo del peso de Joel y lo
empujo con fuerza contra la cama. Entonces, mientras me observa
con una expresión sorprendida y un brillo en esa fascinante mirada,
me coloco a horcajadas sobre él y comienzo a bajarle los pantalones.
Me maravillo a cada centímetro de piel que veo expuesta y su pene
me recibe totalmente erecto, largo y grueso. Dejo un momento los
pantalones a medio bajar, a la altura de sus rodillas, mientras
observo su espléndido miembro lleno de venas hinchadas que quiero
lamer hasta perder el sentido.
Bajo la cabeza y le doy un largo y lento lametón desde la base hasta
la punta. Él emite un bufido y después ronronea. Me hace gracia que
me recuerde al gato cuando hace ese sonido. Me gusta. ¿Pero es que
hay algo de este hombre que no me guste? Sin entretenerme más,
me meto su pene en la boca y comienzo a mover mi cabeza de arriba
a abajo, despacio, degustando el manjar de su carne. Deteniéndome
a lamer el líquido que comienza a emerger de su prepucio. Acompaño
con la mano a mi boca y mis movimientos se hacen más rápidos a
medida que su respiración se agita y sus manos me guían, posándose
en mi pelo y, en algunos momentos, tirando de él. Me hace un poco
de daño pero no me importa. Estoy desatada y me siento muy
salvaje.
—Pequeña... —dice él con voz entrecortada— Ven, no quiero
correrme todavía.
Me incorporo y lo observo secando las comisuras de mi boca con un
dedo. Hoy soy una diosa sexual. Es mi sueño, mi fantasía. Y me voy a
tirar a este tío bueno a mi manera, es todo mío.
Joel intenta cogerme del culo para atraerme hacia él pero yo me alejo
de la cama y comienzo a subirme el pequeño camisón negro hasta
quitármelo. Solo llevo un pequeño tanga negro debajo. Él incorpora
su torso, se termina de quitar el pantalón y lo tira al suelo sin
quitarme ojo. Su expresión ahora es salvaje como la mía y sus ojos
parecen brillar más todavía. Su polla sigue dura y apunta hacia mí.
Cuando la miro, mi vagina se humedece más todavía y no puedo
esperar más. Me acerco a la cama y subo de rodillas hasta
encaramarme sobre su cuerpo de nuevo. Mi objetivo es cabalgar
sobre él. Pero esta vez Joel es más rápido que yo y me coge por la
cintura con fuerza hasta situar mi vulva a la altura de su cara. Me
estremezco al pensar en sus intenciones... De pronto, se me antoja
muy apetecible ver como posa su boca en mi sexo. Mi ex llevaba años
sin hacerme algo así...
Me sujeto cogiéndome de los barrotes del cabecero de la cama y Joel
coge con una mano mi tanga, lo estira con fuerza y lo desgarra. El
rápido tirón me excita más todavía si cabe. Y entonces, rozo las
estrellas cuando me aparta los labios vaginales con dos dedos y veo
como abre la boca y besa mi abertura. Su lengua se mete juguetona
dentro de mi canal vaginal y mientras sus labios se mueven como si
me estuviese dando un beso de tornillo, su lengua entra y sale de mí,
dura y húmeda. Yo solo puedo gritar de placer y comenzar a mover
las caderas como una posesa. Me está follando con la boca y yo estoy
al borde del mejor orgasmo de mi vida.
Termino estallando cuando él posa su boca en mi clítoris y chupa con
fuerza a la vez que mete dos dedos dentro de mí con fuerza. Me corro
sin control y grito tanto que si no fuese porque esto es un sueño,
pensaría que mañana voy a estar afónica.
Me quedo desmadejada sobre su rostro satisfecho, sujetándome de la
cabecera de la cama.
—Eres deliciosa —me dice.
—Tú eres fascinante —le digo yo como una tonta enamorada. En la
vida real me controlaría de decirle algo así a un tipo y menos a uno
como él... A los adonis no hay que regalarles tanto los oídos, ya
tienen suficiente con lo creído que se lo suelen tener. Pero me repito
que esto es un simple sueño. Bueno, no tan simple. ¡Es una pedazo
de sueño erótico! El mejor de mi vida.
—Ahora te voy a follar, gatita.
No sé si es su cara salvaje, su mirada, su sensual voz grave o las
palabras que pronuncia pero creo que acabo de tener un micro
orgasmo. Aunque no me doblego, es mi fantasía y yo decido.
—No. He decidido que te voy a follar yo a ti. Esta noche eres mío.
Vuelve a agrandar los ojos como antes, le he vuelto a sorprender. No
debe de ser un tipo acostumbrado a que lo dominen y lo cierto es que
yo no soy de las que llevan la iniciativa, pero esta noche es diferente.
Yo soy diferente.
Me dejo caer sobre su cuerpo y meto su pene dentro de mí con
decisión. Ambos gemimos al mismo tiempo cuando me penetra hasta
el fondo.
A partir de entonces las imágenes se vuelven confusas. Nos movemos
como dos animales salvajes en celo. Su pene me llena tanto que el
placer es indescriptible. Clavo las uñas en sus hinchados pectorales.
Él ruge y empuja fuerte sus caderas para metérmela tan adentro que
siento que me va a romper. La cama se mueve y los muelles chillan.
Menos mal que estamos solos.
Terminamos corriéndonos al mismo tiempo y siento como su semen
sale despedido dentro de mi cuerpo. Sonrío para mis adentros...
Aunque tomo la píldora, es un desconocido y no he usado protección
pero ¡esto es un maravilloso sueño! Qué práctica es la imaginación.
Puedo tener a un monumento de hombre sin tener que liarme de
verdad con ningún gilipollas... Porque todos terminan siendo iguales.
Caigo sobre su pecho sudoroso, muerta del cansancio y el placer.
Siento como me rodea con sus fuertes brazos y me acaricia la
espalda. Sigue dentro de mí y no me importa seguir así toda la
noche. Estoy cómoda, demasiado.
Restriego mi nariz en su piel como una gatita cariñosa y me duermo
con una sonrisa satisfecha.
4
—Buenos días, gatita.
Su sensual voz llega hasta mis oídos y... ¿Qué? Abro los ojos y pego
un salto pero respiro aliviada cuando veo que mi único compañero de
cama es el precioso gato que acogí anoche. Por un momento he
dudado de si realmente me tiré a aquel guapísimo desconocido y la
verdad es que la tranquilidad dura solo unos instantes. Los suficientes
para darme cuenta de que estoy desnuda, de que mi tanga yace roto
a un lado de la cama que, por otro lado, está hecha unos zorros; y al
correr al baño para comprobar mi semblante, compruebo que mis
labios están enrojecidos e hinchados.
Mi cara no me engaña: he tenido sexo y mi vagina hormiguea al
recordarlo.
¡Dios mío!
El gato emite un suave maullido y se roza contra mi pierna, mimoso.
Yo lo miro y gimo de manera lastimera dejándome caer en el suelo
mientras lo cojo en brazos y lo acaricio.
¿Qué he hecho? Y lo más inquietante de todo: ¿Cómo y en qué
momento se coló aquel tipo en la casa?
Decido hablar con Ernesto, el dueño del complejo, pero no se
encuentra aquí y su teléfono no da señal. ¿Dónde coño está todo el
mundo? Me meto en la casa de nuevo, desayuno y salgo fuera.
Necesito que me dé el aire. Quizás debería coger mis cosas y
largarme a otro lugar... De alguna manera, lo ocurrido me llena de
inquietud. ¿Y si aquel tipo me drogó y abusó de mí? Desde luego, fue
el mejor polvo de mi vida pero no deja de ser preocupante el hecho
de que un desconocido se colase en mi dormitorio y se aprovechase
de mí.
Me siento en el porche de la casa y me quedo en blanco mirando el
horizonte soleado. Unos cinco gatos aparecen de repente y se sientan
alrededor de mí. Todos me miran como si fuese una intrusa y la
verdad es que yo misma me siento así. Siento que mi vida se ha
desmoronado por completo y ya soy una intrusa en cualquier parte.
Una lágrima solitaria resbala por mi mejilla mientras contemplo a los
felinos que ronronean tranquilos. Recuerdo a la loca de los gatos de
la serie “Los Simpson” y una segunda lágrima baña mi rostro.
En ese momento, el precioso gato gris, sale de detrás de mí y se
eriza bufando violentamente a los gatos agolpados a mi alrededor.
Los felinos se ponen en guardia y le plantan cara pero, finalmente,
dan media vuelta y se van rápidamente. El gato me mira, ya más
tranquilo, y me estremezco al encontrar las motitas amarillas en sus
iris verdes.
La noche llega y, tras cenar y ducharme, me pongo una camisola
vieja de manga corta que no me favorece nada y unas sencillas
bragas de algodón blancas. Esta noche no me siento ni diosa ni sexy
ni nada. Solo me sentiré quizás guerrera si se me aparece el chulazo
de anoche y le doy un buen patadón en sus partes.
Salgo al porche y me siento en el suelo. Hace rato que no veo al gato
por ninguna parte.
—Buenas noches, Lucía.
Su voz me sobresalta y me levanto como si hubiesen colocado un
muelle en mi trasero. Está ahí, parado en la arena, con una camisa
blanca medio desabrochada y un pantalón vaquero que marca
demasiado. Tiene las manos metidas en los bolsillos y me observa
como si quisiera comerme, literalmente. Cuando le contesto, no
puedo evitar que mi voz suene demasiado aguda debido a los
nervios:
—Anoche no soñé lo que ocurrió, ¿verdad? —y grito como una
condenada— ¡Maldito cabrón! ¡Has abusado de mí! ¡Debería llamar a
la policía! ¿Cómo coño entraste en la casa?
Cuando me doy cuenta está a solo unos centímetros de mi cara. Me
asusto y voy a dar unos pasos atrás pero él me coge de las muñecas
y sujeta fuerte. Su voz, pese a su expresión grave, suena
extrañamente confortable:
—Cálmate, gatita. Más bien diría que fuiste tú la que abusó de mí. ¿O
es que no te acuerdas de quién folló a quién?
¡Maldito gilipollas! Intento liberarme pero su agarre es demasiado
fuerte.
—No sé quién eres y
hasta sonar lastimera,
sido un maldito sueño,
conozco de nada, así
patada en los huevos.
qué me hiciste... —mi voz baja varios tonos
me estoy viniendo abajo— Pensaba que había
yo... Yo no soy así. No me siento bien y no te
que suéltame si no quieres que te dé una
He recobrado un poco la compostura o, al menos, a la gallita que
llevo dentro.
Y cuando pienso que me va a soltar y voy a poder marcharme de este
lugar, Joel aplasta sus labios contra los míos, besándome con pasión.
Me resisto a abrir la boca pero termino dejando entrar a su lengua
juguetona, que encuentra enseguida la mía. El beso se vuelve un
intercambio frenético de electricidad, sólo de notar su húmeda boca
fundida con la mía mi vagina se humedece también. Recuerdo como
la noche anterior me daba un beso como este ahí abajo... Y recuerdo
su preciosa erección apuntando hacia mí. Tan fuerte. Tan vigoroso.
Tan bello. ¿Qué me pasa?
Me separo como puedo de él e intento recobrar la cordura. Esto no es
normal.
—¿De dónde has salido? ¿Eres un turista? ¿Del pueblo? ¿¡Quién
eres!?
Él vuelve a pegar su cuerpo al mío, acaricia suavemente mi culo y lo
aprieta contra su henchido pene. Está muy duro.
Ya lo has tenido dentro de ti y puedes volver a tenerlo...
Esta vez soy yo quien ignora mis propias preguntas y paseo mi
lengua por sus húmedos y gruesos labios. Él me responde mordiendo
el mío inferior con un gesto salvaje y sensual al mismo tiempo.
—Eres mía y esta noche voy a ser yo el que te folle a ti, gatita.
En ese momento, recobro la poca cordura que me queda y le propino
un sonoro bofetón en la cara. Es tal el impacto, que me hago daño en
la mano y, sin embargo, él apenas ladea un poco el rostro y me mira
sorprendido. Le apunto con el dedo, furiosa:
—Vete a la mierda —. Me meto en casa y antes de cerrar la puerta en
sus narices, continúo— Como vuelvas a acercarte por aquí llamaré a
la policía.
5
Esta noche mi sueño es intranquilo y doy mil vueltas en la cama,
sudorosa y con un extraño anhelo que recorre mi cuerpo de manera
implacable. No dejo de pensar en el maldito Joel. ¿De dónde habrá
salido?
Mis sueños se convierten en pesadillas en las que entro en esta
preciosa casita, mi refugio, y me encuentro con mi ex bombeando
dentro de esa mujer. Ambos gimen mientras sus cuerpos se mueven
apasionados y ajenos a mi presencia. El gato gris aparece en escena
desde una esquina de la habitación, avanza con porte elegante hasta
llegar a mis piernas. Yo lo cojo y lo abrazo mientras lloro
desconsolada. Cierro los ojos y, de pronto, el felino se evapora de mis
brazos y, en su lugar, un cuerpo duro y fuerte me envuelve en un
abrazo protector. Apoyo mi cabeza en su amplio pecho y él acaricia
mi pelo con suavidad.
—Perdóname —me dice—. Quiero ganarme tu confianza. Yo jamás te
haría algo así...
—Mentiroso —le espeto con rencor—, todos sois iguales y a ti ni
siquiera te conozco. ¿Por qué debería fiarme de tu palabra?
—Te lo demostraré con actos si te quedas aquí... Conmigo.
—Solo quieres echarme cuatro polvos.
Me aparto de su abrazo y miro hacia la cama donde ya no hay rastro
de los dos amantes.
—Jamás debí meterme en tu cama sin tu permiso —me mira muy
serio y su expresión parece apenada—. El deseo me cegó.
—Yo tampoco es que me resistiese pero pensaba que era un maldito
sueño, como esto mismo —confieso, ya más calmada.
Joel coge mi mano y la besa pegando sus gruesos labios a mi piel con
intensidad. La corriente eléctrica traspasa mi cuerpo una vez más.
Sin dejar de mirarme a los ojos con esa mirada tan perturbadora
como fascinante, concluye el beso y me dice:
—Esta noche te espero en la playa a las doce.
Y en ese momento despierto y el sol da de bruces con mis ojos. Gimo
y me protejo la vista con el dorso de la mano. El gato, acurrucado en
mi costado, alza la cabeza y me mira bostezando. No puedo evitar
estremecerme al ver su mirada, si no fuese porque es imposible, diría
que son los mismos ojos.
***
Aquella noche, el cielo se derrumbó sobre sus cabezas literalmente.
Joel y su gente se vieron atacados sin previo aviso por esos dioses
que se supone que debían velar por su bienestar. Ofrendas y demás
ritos para mostrarles su adoración, una devoción y fe ciegas que
hacía demasiado que no se veían recompensadas... Una terrible
sequía asolaba la zona y para terminar de sumir a su pueblo en la
pobreza más absoluta, un ataque por parte de los vikingos había
causado muchas bajas en la población. Seller había quedado aislado y
saqueado por completo. Hartos de penurias y del olvido divino, una
noche en que los guerreros que quedaban se habían reunido,
maldijeron a los dioses con tan mala suerte que, esta vez, sí que
fueron escuchados.
***
Miro el reloj y veo que son casi las doce de la noche. Me acuerdo del
extraño sueño... Esta noche te espero en la playa a las doce.
Siento una tremenda atracción ante la idea de acudir a esa cita, pero
después lo pienso y me dan ganas de meter la cabeza en el horno.
¡Ha sido un sueño! Aunque también pensé que aquel polvo increíble
lo había sido y... Creo que este pueblo tiene algo extraño que me
está confundiendo. Recuerdo la primera vez que vi a mi nuevo
amiguito el gato, el cual todavía no tiene nombre, las sensaciones
que me produjo aquel encuentro entre la vigilia y la inconsciencia; la
misteriosa aparición de Joel en mi cama y este sueño en el que se
disculpaba por lo ocurrido...
No obtengo respuestas que me satisfagan puesto que las únicas que
vienen a mi mente son demasiado tristes: Joel pudo haber robado
fácilmente una copia de las llaves de la casa en recepción. Y lo del
gato, son simples tonterías místicas mías. Supongo que me fascinó lo
de “Seller. El pueblo de los gatos” y mi imaginación pretende hacer el
resto. Pero, entonces, ¿qué hago?
En fin, no tengo nada mejor que hacer y esa parte oscura que todos
tenemos, la del deseo más primario e irracional, me dice que salga de
aquí y le busque.
Así que salgo afuera y me dirijo hacia la playa. Llevo un sencillo
vestido color malva de tirante fino que cubre mis piernas por encima
de las rodillas. Hace calor pero a estas horas de la noche corre una
ligera brisa que resulta refrescante y placentera. Mi cabello suelto se
revuelve ante el asalto del viento. Y ahí está él. Joel se encuentra de
espaldas a mí, observando el suave mecer del mar bajo la atenta
mirada de la luna. En ese momento, mi boca se seca y no puedo
evitar quedarme silenciosa mientras le miro y me deleito ante tal
belleza. No quiero que me descubra todavía para poder recrearme
observando las suaves ondulaciones de sus músculos a los largo de
su ancha espalda que termina en una estrecha cintura. La silueta de
sus hombros dibuja una curva voluptuosa que continúa delineando
sus brazos de igual manera hasta llegar a unos poderosos antebrazos
y unas grandes manos de dedos largos y gruesos, que mantiene
cerrados en un puño mientras contempla el horizonte oscuro. Lleva
unos pantalones vaqueros negros que marcan su redondo y
respingón trasero a la vez que se adaptan a sus piernas largas y
fuertes.
Su cabello oscuro se mueve al compás del viento, igual que el mío. Lo
primero que viene a mi mente cuando mi cerebro vuelve a ponerse
en funcionamiento, es que parece un guerrero de esos que salen en
las novelas de amor paranormal.
Como si un sexto sentido le dijese que está siendo observado, Joel da
media vuelta y me mira dibujando una media sonrisa que termina por
desarmarme.
—Has venido, Lucía —se queda ahí quieto a unos metros de mí
mientras sus perturbadores ojos me traspasan.
—No entiendo nada de lo que está pasando —es evidente que la cita
era real y yo debo de haber alcanzado un nivel de “hartazgo de la
vida” bastante óptimo porque ni siquiera me altero al reconocer mi
confusión.
Joel se acerca a mí y me insta a sentarme en la arena. Entonces,
comenzamos a hablar y hablar... Y nos dan las cinco de la mañana
ahí sentados. Nos reímos, compartimos pensamientos y anécdotas.
Pese a cruzar miradas cargadas de intenciones deshonestas, él no
intenta nada y, cuando decido retirarme porque me caigo de sueño,
me acompaña hasta casa y se va dándome un suave beso en los
labios que me pilla desprevenida y me enciende como cuando
prendes una vela. Ahora voy a derretirme lentamente hasta que
vuelva a verle.
Esa noche sueño que vuelvo acostarme con Joel pero, esta vez, sí
que es solo un sueño... He notado la gran diferencia.
A lo largo de tres días, durante las horas diurnas soy como una
adolescente: canturreo por la casa, pongo la radio a todo volumen y
bailo como una posesa. Le he puesto nombre a mi precioso gato gris,
se llama Joel. Salgo y saludo con una gran sonrisa a mis vecinos;
nado hasta quedar exhausta y salto las olas riendo como una niña.
También pienso en que llegue el momento de verle de nuevo.
A lo largo de tres noches, nos encontramos en la playa y charlamos
de todo y de nada... Hablamos rozando temas importantes para
terminar declinando la posibilidad de ahondar en ello y pasar a
trivialidades y bromas. Hay una indudable atracción física y un feeling
considerable. Noche tras noche, alargamos nuestras conversaciones
cada vez más, como si no quisiésemos que terminase nuestro
interludio, ese momento en el que solo somos Joel y Lucía. No
tenemos pasado ni fracasos en nuestras conciencias. Solo somos dos
personas en un mundo demasiado grande e imperfecto.
Quiero acercarme a él y apoyar mi cabeza en su hombro. Me
descubro mirando sus apetitosos labios mientras habla y sonríe
sabiendo que me ha pillado. Le devuelvo la sonrisa y me doy cuenta
de que me estoy dejando llevar por un sueño que solo va a durar
unos días. Tengo que volver a mi vida, no puedo hacer durar mucho
más esta irracional huida. Quizás debería permitir que mis amigas me
abracen y que mi padre maldiga a mi ex. Estarán muy preocupados.
Joel se da cuenta de que mis ojos ahora lucen tristes. Coge mi
barbilla con una de sus fuertes manos y me obliga a mirarle. Sabe lo
que me ha ocurrido, fue uno de esos temas que rozamos... Pero no
dice nada, solo me atrae hacia él y noto su aliento en mi cuello. Su
respiración está entrecortada y eso me excita repentinamente. Nos
deseamos muchísimo y quizás —hoy es la noche de los “quizás”—, ha
llegado el momento en que sobran las palabras.
Esta vez invito a Joel a entrar en la casa. Lo hago mientras sujeto su
mano con fuerza. No hablamos, nuestras intensas miradas lo dicen
todo. Nuestros cuerpos arden por consumar el deseo imperante.
Curiosamente, el otro Joel, la versión felina, no aparece por ningún
lado. Mejor, no quiero espectadores... Entramos en la habitación y
nos quedamos de espaldas a la cama, a pocos centímetros el uno del
otro, observándonos. La electricidad crepita entre nosotros como una
intensa llamarada de fuego. Joel desliza sus dedos por los finos
tirantes de mi liviano vestido, los pasa por mis hombros y la prenda
cae al suelo, quedando solo el tanga. Sus sobrenaturales ojos verdes
se agrandan al contemplar mis pechos y las motitas amarillas que
adornan sus iris, se iluminan. Entonces, alza sus manos de leñador y
roza con los dedos mis pezones, que ya están más que duros y
oscurecidos por la excitación. Suspiro de manera entrecortada ante la
ola de placer que me envuelve. Joel cesa las caricias y hace que me
tumbe en la cama boca abajo. No sé qué pretende, pero estoy tan
excitada que no me importa. Quiero dejarme llevar y disfrutar. Se
estira cubriendo con su enorme cuerpo el mío, aunque sin descargar
su peso, solo siento la calidez de su piel al rozar la mía, lo que
provoca que me estremezca de arriba a abajo. Acerca su boca a mi
oído y me dice:
—Esta noche vas a ser mía de verdad. Vas a ser consciente de todo lo
que ocurra y me voy a ocupar de que nunca lo olvides... —me
acaricia el cuello con su nariz, un gesto muy gatuno que me hace
gracia. Después, abre la boca y se mete en ella el lóbulo de mi oreja,
el cual chupa con ímpetu para añadir con voz ronca—. Voy a
conseguir que no seas capaz de dejarme...
Sonrío para mis adentros. Ojalá fuese todo tan fácil. Dejar mi trabajo,
mi vida, a mi gente y quedarme en un pueblo costero junto a un
adonis al cual no conozco realmente pero que me tiene loca. En el
fondo, no suena tan mal, la verdad.
Joel se incorpora, abre un poco mis piernas y se sienta sobre mis
muslos, aprisionando mi cuerpo. Pasan unos segundos, y entonces
noto como comienza a masajear mi espalda con lentitud. Sus grandes
manos trabajan mis músculos doloridos por la tensión de estos días y
saca de ellos mil sensaciones placenteras. Siento un hormigueo que
nace en la nuca y revolotea por cada músculo hasta terminar
desembocando en mi vagina sensibilizada, que se humedece sin
remedio. Joel trabaja mi cuello, los omóplatos y la zona lumbar; sus
manos siguen bajando hasta llegar a mi trasero, el cual se lleva su
ración de masaje. Posa sus palmas sobre mis glúteos y los abre y
cierra lentamente.
—Puedo oler tu humedad, gatita... Y me estoy volviendo loco,
¿sabes?
Me humedezco más todavía si cabe al escuchar sus palabras
envueltas en su voz ronca y oscura. Solo soy capaz de gemir
suavemente, soy una gatita, como bien dice él.
Y, de pronto, sin previo aviso, noto como aparta el tanga y mete dos
dedos en mi interior, los hunde hasta el final.
¡Zas! Un violento orgasmo me arrolla al instante. Estiro las piernas y
apoyo los codos en la cama mientras suelto un grito. Escucho su
risita satisfecha. Entorno la cabeza y veo como Joel saca los dedos y
los chupa con dedicación mientras me mira pícaro. Esto es más de lo
que puedo soportar. Me retuerzo intentando liberarme de su agarre
para echarme encima de él y tomar todo lo que ansío, pero no me lo
permite. Niega con la cabeza sonriendo.
—Te dije que esta vez te follaría yo, ¿recuerdas?
—¡Hazlo ya! —le suplico con la razón nublada por el deseo.
Su mirada se oscurece y su semblante cambia. Me libera y baja de la
cama para quitarse los pantalones. Se desabrocha el botón y la
cremallera, yo contemplo extasiada como su polla asoma totalmente
erecta y de un tamaño considerable. No lleva ropa interior y eso me
excita más todavía. Se deshace de la molesta prenda y gatea por la
cama hasta llegar a mí. Me intento dar la vuelta pero me lo impide.
Vuelve a apresarme pero, esta vez, me abre las piernas más que
antes y se mete entre ellas. Siento los músculos de sus pectorales
contra mi espalda y su cálido aliento en mi cuello. Se incorpora de
nuevo y vuelve a masajear mi culo, abriéndolo y marcando mi piel a
fuego con sus fuertes manos. Gimo contra la almohada. Nunca había
sentido tantas sensaciones intensas con un hombre. En ese
momento, su pene roza mi húmeda abertura y se desliza por mis
labios vaginales, cubiertos de mi fluido, humedeciendo su miembro
con la fricción. Nos volvemos locos. Él gruñe y me dice que soy suya
una vez más. Entonces me penetra y noto como se mete en mis
entrañas hasta hacerme sentir una plenitud extrema. Ambos
gemimos al unísono. Joel comienza a moverse dentro de mí con
ímpetu y, lejos de sentir dolor, me descubro convertida en una leona
que clava sus garras en la almohada y grita de placer. Su polla entra
y sale de mí con envites rápidos y potentes. La cama se mueve y
chirría. Joel junta mis piernas y me envuelve con las suyas mientras
sigue penetrándome de manera implacable. Su boca pasea por mi
cuello y busca mis labios. Giro la cabeza y abro la mía para fundirnos
en un beso húmedo y salvaje. Nuestras lenguas se enredan, nuestras
bocas se comen. Al juntar las piernas, la fricción se torna más
intensa, siento su miembro apretado dentro de mi canal mientras sus
testículos golpean en mi trasero cada vez que él empuja. Las
sensaciones me abruman y me veo abocada a un nuevo orgasmo,
mucho más largo e intenso que el anterior. Joel se corre conmigo,
expulsa su simiente dentro de mí y se derrumba a mi lado.
—Tomas anticonceptivos, ¿verdad? —me dice sonriendo. Se le ve
relajado y feliz.
—Sí, aunque no te conozco de nada...
—No te preocupes, estoy sano y hacía meses que no me acostaba
con nadie hasta que te he conocido.
—No puedo creerme que un hombre como tú, tan guapo, no se
acueste con nadie en meses.
Joel se incorpora de lado, me mira colocando un codo en la cama y
apoyando la cabeza en su mano.
—Estoy harto de relaciones sexuales vacías, necesito algo más. A mi
edad, la necesidad de encontrar a mi compañera ya es apremiante...
Y hace meses decidí no acostarme con nadie hasta encontrarla.
Trago saliva. ¿Está diciendo que...?
—Hablas de una manera extraña. Eso de “a mi edad”, ¡si no llegarás
a tener los treinta! Y eso de “compañera” me recuerda a las novelas
de romance paranormal que suelo leer... ¡Ja, ja, ja! — Por supuesto,
me hago la loca con la indirecta que él me ha soltado.
Joel comienza a dibujar círculos con su dedo índice en el centro de mi
pecho. Se pasea de un seno a otro, recreándose en cada pezón, que
no tardan en responder endureciéndose de nuevo. No hace falta
añadir que yo también estoy a punto para un nuevo asalto.
—¿Y qué me dirías si te dijera que esas novelas tienen más realidad
de la que parece?
—Te diría que dejes de tomarme el pelo y que no pares de hacer eso
que estás haciendo —termino la frase suspirando y cerrando los ojos
por el placer. Joel ha bajado su mano por mi vientre y ahora los
círculos los dibuja sobre mi clítoris hinchado. Cuando me vaya, no sé
si volveré a encontrar a alguien que me haga sentir igual que él y
eso, de pronto, me entristece. Pero no me da tiempo a seguir
pensando en eso, porque se mueve y vuelve a colocarse sobre mí a
horcajadas. Sin dejar de acariciar mi húmedo y palpitante sexo, me
mira con esos ojos gatunos nublados por el deseo y me dice:
—Cuando acabe contigo, no querrás marcharte. Eres mía, Lucía. Lo
sentí desde la primera vez que te vi y te saboreé en el bosque. Tan
perdida y triste... Pero debo dar gracias al destino por traerte aquí.
Quizás viniste buscándome y no lo sabías.
Sus palabras han causado un cortocircuito en mi cerebro. ¿Qué dice?
¿En el bosque? Si solo vi a aquel gato... Que, por cierto, no sé por
dónde anda. Mirando sus ojos, una demoledora afirmación viene a mi
mente pero es tan perturbadora y surrealista que no puedo dar
crédito.
—¿Qué dices? Debes estar loco, yo... —me intento levantar pero él no
me lo permite. Apresa mis manos con las suyas y me empuja de
nuevo contra el colchón, colocando mis brazos por encima de mi
cabeza y estampando un beso arrollador en mi boca. Su lengua barre
todo lo que encuentra a su paso y no puedo resistirme ante tal
invasión. Me derrito al sentir sus gruesos labios chupando los míos,
su lengua acariciando cada palmo de mi boca.
—No pienses... Solo siente. Siénteme, Lucía.
Se aparta y baja hacia posar sus labios en uno de mis pezones. Lo
mordisquea y se lo mete en la boca con glotonería. Lo atormenta con
la lengua hasta hacerme perder el sentido y luego repite la misma
operación en el otro. Después, sin darme tregua, baja por mi
estómago dejando un reguero de besos húmedos y llega hasta mi
clítoris, que palpita de necesidad. Lo coge entre sus labios y lo
succiona con fuerza. Grito sin poderlo evitar y retuerzo las sábanas
con mis dedos. Joel, sin dejar de mirarme, me lame de abajo a arriba
todo el sexo con una pasada lenta de lengua. Se deleita lentamente
como si estuviese disfrutando del mejor de los manjares. Con un
dedo de cada mano, abre mis labios vaginales y veo como acerca su
boca abierta al interior de mi hendidura para meter su lengua dentro
de mí. Repite el movimiento varias veces haciendo que esté a punto
de correrme con esa pequeña penetración. No puedo evitar moverme
contra su bello rostro, necesito liberarme o me volveré loca de placer.
Joel entiende que no puedo más, me sujeta por el trasero y me
levanta contra su boca, entonces comienza un movimiento rápido y
demoledor con la lengua que recorre cada centímetro de mi vulva
hasta culminar en una presión y succión en mi clítoris.
Y en ese momento estallo, el orgasmo recorre cada terminación
nerviosa de mi cuerpo y yo grito sin importarme si nos oyen. Me
quedo desmadejada en la cama pero Joel no me da un minuto de
descanso. Con el trasero aun en vilo, me coloca las piernas alrededor
de su cintura y me penetra con fuerza. Yo sigo gritando y gimiendo
como una posesa, no doy para más. Me penetra una y otra vez con
movimientos rápidos y potentes, chocando sus testículos contra mi
sexo cada vez que empuja hasta la empuñadura. Vivo los minutos
más maravillosos de mi vida hasta que posa su mano en mi botón y
vuelvo a correrme, esta vez junto a él.
***
A la mañana siguiente, despierto cansada y dolorida, pero me siento
mejor que en mucho tiempo. Me miro al espejo y me veo hasta más
joven. ¡Cuánto necesitaba un tío que me hiciese el amor como es
debido! Joel no está en la cama y en su lugar, se encuentra mi
amiguito gatuno que responde al mismo nombre. Se despereza y me
mira soñoliento. Sus ojos... No puedo evitar acercarme y mirar sus
ojos. ¡Es que son iguales! Verdes con motitas amarillas. Debo de
estar loca pero mis labios van más rápido que mi cerebro al
preguntarle al animal:
—Eres él, ¿verdad?
Si no fuese porque es una completa locura, diría que los ojos del gato
brillan en ese momento. El animal maúlla y ronronea. Entonces, se
levanta y, de un salto, baja de la cama y sale corriendo. Voy tras él y
lo veo salir por una de las ventanas, que estaba medio abierta.
6
Joel saltó la ventana de la casa y corrió a buscar a los suyos.
Necesitaba hablar con Max. Llegó hasta el bosque y encontró al gato
negro durmiendo a los pies de un roble. Maulló y lo tanteó con el
hocico hasta que éste despertó bostezando. En forma animal, solo
podían comunicarse entre ellos a través de la mente.
—¿Qué tal te va con la humana?
—Va todo bien. Creo que ya está preparada para aceptar la verdad.
Sospecha que el lindo gatito que acogió y yo somos el mismo, pero
no se atreve a reconocerlo.
—Te felicito. ¡Los humanos y su obsesión por darle explicación
científica a todo! La verdad es que nos viene bien para conservar el
anonimato pero es un coñazo cuando se trata de encontrar a una
compañera y que no se vuelva majara en cuanto le cuentes tu
historia.
Joel percibió la tenue pena en los ojos de su amigo.
—La tuya también aparecerá tarde o temprano.
La noche en que sufrieron el ataque, nada volvió a ser igual en Seller.
Una terrible enfermedad asoló a los aldeanos y solo quedaron el pie
los guerreros que habían plantado cara a los dioses. Pero lejos de
verse libres de su ira, tuvieron que afrontar un castigo peor: la
inmortalidad, atrapados en un cuerpo que no era el suyo, un cuerpo
animal. Se convirtieron en felinos y así vagarían eternamente durante
el día, mientras que por la noche, podrían disfrutar de unas horas
como humanos. Solo podrían recuperar su verdadera condición si
encontraban a una compañera de vida, con lo cual, podrían alcanzar
la posibilidad de cambiar de forma a su antojo.
Muchos no aceptaron su nuevo destino y se quitaron la vida. Otros,
como Joel, decidieron sacar partido de ello y abrazar su nueva
naturaleza. Le gustaba su parte gatuna, correr libre por los bosques,
aspirar el aroma de los prados en primavera y no tener que
someterse a las normas y códigos sociales. Vivir en la clandestinidad
tenía sus ventajas. Con el paso de los siglos, Seller había vuelto a
prosperar y a llenarse de nueva población, pero había terminado
siendo conocido por ser el pueblo de los gatos, por la extensa colonia
de felinos que habitaba sus tierras.
***
Estoy mirando el horizonte oscuro, sentada en las escaleras de la
casa. Una noche más, espero su llegada. No puedo dejar de pensar
en Joel y en la noche tan caliente que hemos vivido. Aunque lo que
ha ocurrido con el gato y su ausencia no deja de dar vueltas en mi
cabeza. ¿Realmente estoy loca si me atrevo a formular la pregunta
que lleva bullendo en mi mente todo el día? Anoche, él me habló de
un modo extraño y dejó entrever que me había visto por primera vez
en el bosque... Mis pensamientos se interrumpen cuando escucho un
ruido y le veo girar la esquina de la casa. Joel se sienta junto a mí y
cogiendo mi cara entre sus grandes manos, me besa
apasionadamente. El beso dura unos minutos en los que mi cuerpo
vibra de dicha. No sé qué tiene este hombre que me enciende tanto.
A decir verdad, tiene muchos atributos, pero es abrumador sentirse
así de repente cuando vengo de sufrir un fuerte desengaño hace tan
pocos días.
—Mi gato Joel ha desaparecido esta mañana —le suelto sin pensarlo—
. Tiene tus mismos ojos, ¿sabes?
—¿Y si te dijese que está aquí contigo ahora mismo? —me contesta él
dejando que escrute esos ojos brujos para confirmar mis sospechas.
—Te diría que me ingreses en un psiquiátrico porque estoy teniendo
una alucinación y... —me levanto y hago aspavientos con los brazos—
Posiblemente, ni siquiera existas y esté hablando sola con el gato
gris. Sí, ¡eso es! Y luego vendrán los demás gatos y...
Joel se levanta y me sujeta por la cintura apretando mi cuerpo al
suyo.
—¡Cállate! No estás loca, ¿de acuerdo? Ven dentro, vamos a amarnos
toda la noche y después... Tenemos mucho de qué hablar.
Aunque no termino de tranquilizarme, me dejo envolver por sus
caricias y sus palabras. La noche vuelve a ser de nosotros y nuestros
sentidos. Destrozamos la cama mientras intentamos saciar nuestro
deseo salvaje, animal. Nos mordemos, besamos, chupamos y nos
recreamos en cada milímetro de piel expuesta.
No quiero que esto acabe, me resisto a irme... Quizás pueda
quedarme unos días más, aunque después de hacerme con un
teléfono nuevo y llamar a mi familia para que me maldigan por mi
mala cabeza. Le digo que no me haga daño, que no me quiero ir de
su lado, que le necesito... Mi aferro a Joel para evitar caer en
pensamientos que no me llevan a ninguna parte ahora... No existe
nada más, al menos esta noche, no.
—Despierta, gatita.
Abro los ojos y bostezo estirando todo mi cuerpo lenta y
perezosamente. Me siento tan bien que sonrío nada más encontrarme
con su cara a pocos centímetros de mí. Sonrío. Es la primera vez que
le veo durante el día.
—Estás aquí.
—Sí, y no pienso marcharme a ninguna parte.
Nos besamos y Joel comienza a hablarme de dioses y maldiciones. De
siglos de infortunios y de compañeras de vida. Me acomodo a su lado
como una gatita cariñosa.
Creo que hoy va a ser un largo día y, quizás, el principio de una
nueva era en mi vida.
NUESTRO PARAÍSO
DE IRIS T. HERNÁNDEZ
http://www.iristhernandez.blogspot.com.es/
Estoy en el avión sentada en un cómodo asiento de primera clase,
aún a la espera de que despegue, mientras miro en el teléfono móvil
los mensajes. Debe llegar en dos minutos, no me va a decepcionar, él
nunca lo hace. Miro a mi alrededor y observo a las parejas ¿van ellas
a disfrutar de su luna de miel al paraíso? El fin de mi viaje no es ese,
ni mucho menos, es muy diferente, yo necesito encontrar un tesoro y
la única persona que me puede ayudar es él, sé de primera mano que
es el mejor ladrón, después de mí, evidentemente. Siempre he ido un
paso por delante, y nadie puede negarlo, pero aunque no quiera he
de pedirle su ayuda.
Sonrío y niego con la cabeza, hasta que una vibración me alerta,
desbloqueo el teléfono y mi corazón se dispara. Ha llegado, está
esperando el avión y despegará justo cuando yo aterrice, lo sabía, ha
seguido las pistas y ha accedido a venir.
Abrí la tapa trasera del teléfono y extraje la SIM mientras
disimuladamente, saqué de mi bolso una pequeña tijera que en el
escáner no habían apreciado; ya me había encargado de que pasara
los controles sin ser vista. Y sin dudarlo la destruí, abrí el sobre de
azúcar que ya estaba vacío y lo rellené con los trozos de plástico de
ésta.
Vino la azafata para indicarme que debía apagar el teléfono y asentí
sonriente. Me preguntó si ya había terminado mi café y muy
amablemente le entregué la pequeña taza de porcelana junto con la
servilleta y el sobre que contenía la sim destruida.
Metí la mano en el bolso en busca de algo, removí hasta tocar un
sobre, lo atrapé entre mis dedos y una sonrisa ladina dibujó mi rostro
al ver la nueva sim, que coloqué dejando el teléfono apagado, una
vez aterrizara podría encenderlo y recibir el segundo mensaje.
Sentí que una mano se acercaba a mi bolso e inmediatamente abrí un
ojo y lo agarré rápidamente.
—Disculpe la he despertado, no era mi intención.
La voz de un joven rubio de ojos azules hizo que mi mirada recorriera
su cuerpo de arriba abajo, mientras pensaba que el viaje sería
ameno, más de lo que creí en un primer momento.
El avión aterrizó mientras el joven continuaba hablando de su
fantástica empresa de telecomunicaciones. No podía resultar más
aburrido. Si yo le contara de mi trabajo saldría corriendo y levantaría
sospechas, así que era mejor asentir con el tono más amable, y de sí,
soy una rubia tonta, en este caso pelirroja y de tonta ni un pelo, pero
él se sentía más varonil pensando que así era.
Bajé del avión y salí con mi maleta de piel de avestruz para dirigirme
en busca de un taxi acuático, que me llevaría directa al paraíso.
—Bienvenida a la Isla Hululu soy el encargado de llevarle a su
destino, se enamorará de las maldivas.— dijo mientras me colocaba
un collar de flores, costumbre al llegar a las islas.
Asentí y me senté en la proa mientras mi mirada se fundía en el
horizonte, en el agua turquesa que se cortaba en el horizonte
bruscamente por el azul marino del océano, era impresionante como
un arrecife de coral podía conseguir la mágica composición de colores
que tenía frente a mí.
La pequeña lancha se paró frente a una playa donde no había nadie.
Era privada, solo para nosotros dos. Frente a mí, había una gran
cabaña de madera. Escuché el motor de otra embarcación y me giré
rápidamente. Vi a una mujer rubia, nada nativa, su polo blanco con el
logo del conjunto de hoteles me indicó quién era. Bajé de un salto y
caí sobre la templada agua que mojaba mi falda blanca que llegaba
hasta los pies.
—Buenos días Señora Leblanc, espero que haya tenido buen viaje…
¿pero… su marido no venía con usted?
—Ha tenido un viaje de negocios pero ya está en camino, pronto
aterrizará. —pronuncié perfectamente con tono francés haciendo
honor del apellido y la nacionalidad de mi pasaporte.
—Estos hombres de negocios, siempre tan ocupados. Le doy la llave
de la cabaña…
—Muy amable por venir en persona. —mentí, su presencia no era
necesaria.
Me entregó la llave y se marchó en lancha tal y como había venido,
yo me despedí de mi taxista y navegó hacia el mismo destino que la
directora del hotel. Caminé hasta llegar a la cabaña.
Entré y dejé mis cosas bien colocadas, una vez todo organizado, abrí
las ventanas y dejé que la energía de las Maldivas ambientara la
estancia. Me deshice de la ropa y me quedé desnuda, era el primer
bautismo del año en aquellas aguas y no lo iba a demorar más, miré
el teléfono y aún no había llegado ningún mensaje, así que todavía
estaría volando.
Caminé hundiendo mis pies sobre la suave arena blanca que me
dirigía al agua turquesa, me lancé de cabeza y abrí los ojos, en busca
de la belleza más maravillosa del planeta. La fauna de aquél lugar era
única, pequeños bancos de peces que nadaban en masa y se movían
como si fueran uno, el conjunto de colores que resaltaban unos de los
otros.
Salí del agua e inhalé lo más fuerte que pude. Permanecí flotando con
la mente en blanco, parecía mentira que pudiera estar relajada y no
alerta de las personas que me rodeaban. Caminé hacia la hamaca
que había justo en la entrada y podría tomar el sol mientras llegaba
mi compañía. Desbloqueé el teléfono y vi un mensaje pendiente de
leer.
“¿He de decidir entre unas 1900 islas de cuál de ellas te has
encaprichado? Cada día me lo pones más difícil.”
Una carcajada salió de mi garganta, no sé cuánto le llevaría
encontrarme pero no le iba a ser nada fácil, la última pista que había
dejado sobre mi paradero, era dónde debía aterrizar en Hululu, allí
tenía miles de posibilidades que barajar antes de encontrarme.
Me tumbé en la hamaca solamente con mis gafas para que el
fantástico sol no dañara mis ojos azules, y pudiera broncear mi
delicada piel blanca. Escuché un motor, y alcé mi cabeza para
observar quién llegaba. No podía ser, me había encontrado, ¿tan
rápido? Sorprendente. Venía en un taxi acuático, su cabello estaba
revuelto del aire y sus grandes ojos grises brillaban desde la lejanía.
No podía evitar sentirme atraída por aquél hombre, desde el día en
que nos cruzamos en el museo, deseé con todas mis fuerzas que
fuera mío, pero era imposible, nuestros mundos gemelos eran
incompatibles.
Dio un salto empapando los pantalones de lino blancos que resaltaba
el moreno de su piel, caminó lentamente hacia dónde me encontraba,
pero yo no me moví, esperé tras mis gafas de sol mientras recorría
su cuerpo, ese que tanto deseaba.
—Bravo, cada día me sorprendes más, quince minutos solamente.
—Dejas cabos sueltos, he sido sorprendido por una directora de hotel
encantada de ayudar a encontrar a un guapo Sr. Leblanc a su mujer.
—Contestó mientras recorría con su mirada mi cuerpo desnudo y
lanzaba sobre el jacuzzi, que había justo al lado, su teléfono móvil.
—Nunca dejo cabos sueltos, al menos que sean intencionados. —Me
levanté para hacer lo mismo que él, agarré mi teléfono y caminé
contoneando mis caderas dejando que pudiera observar mis nalgas
desnudas, como seguían el ritmo de éstas.
Toqué el agua y me giré para mirarle mientras simulaba que caía el
teléfono junto al suyo, al fondo del jacuzzi. Mojé mis hombros con
mis manos, dejando recorrer las gotas de agua por mis voluminosos
pechos.
Escuchaba sus pasos, lentos y excitados, no podía negarlo, lo conocía
muy bien. El roce de la tela sobre mi trasero, consiguió que mis
pezones se activaran y se endurecieran esperando sentirle más.
—Amanda, ¿para qué me has hecho adivinar tantas pistas y llegar al
paraíso? No me digas que necesitas sexo, porque no te creo.
—¿Vacaciones? ¿Cuándo fue la última vez que te relajaste en una isla
como ésta?
—Fácil, tú lo sabes muy bien. Me robaste y desapareciste.
—Lo siento, la mente del delincuente a veces es traicionera. —
contesté con voz de niña buena. Agarró mis brazos y obligó a mi
cuerpo a voltearse quedándonos a pocos centímetros uno del otro.
Mi corazón se aceleró, mientras no podía dejar de mirar sus ojos, me
quitó las gafas y quedé desnuda completamente ante su cuerpo. Mis
manos desabrocharon su camisa y mis labios se acercaron a los
suyos sin llegar a tocarlos.
Permanecía inmóvil, analizando mi mente. Estaba desconcertado y
me excitaba, su radar de alerta conseguía volverme loca y desearle
más. Mi lengua bajó hacia su cuello recorriendo hasta su nuez, la cual
lamí en dirección a su barbilla.
Su mano agarró mi cabello por la nuca y me empujó hasta retroceder
mi cabeza y alzar mi rostro para mirarme. Mordió su labio y su
mirada ardía, tanto que no pudo resistirlo, se lanzó y devoró mis
labios, respondí mordiéndolos y comenzando el juego que debía de
durar una semana.
Mis manos terminaron de desnudar su torso, mostrando los músculos
perfectamente trabajados y definidos. Pero necesitaba ver más. Mis
manos fueron directas a sus pantalones bajando a la vez su bóxer
blanco y dejando al descubierto el mayor tesoro que jamás olvidaría.
Nico era consciente de que me provocaba pero yo conseguía el
mismo efecto en él llegando a nublar su mente, por ello me temía.
Nuestras manos se fundieron en caricias, caímos sobre la fina arena
blanca y comenzó a besar mis pechos mientras sus manos bajaban
hasta mis muslos, pero su mirada fija en la mía conseguía erizarme el
bello. Mi sexo estaba empapado, deseoso de ser suyo; y no se hizo
esperar. Sus yemas comenzaron a regalar tiernos pellizcos y caricias,
consiguiendo que mis estímulos nerviosos se activaran y mis caderas
se movieran en busca de sus dedos, de un contacto mayor.
Sus labios bailaban con los míos siguiendo el ritmo de una música
inexistente, nuestras lenguas se conocían, se ansiaban y no querían
separarse. Un dedo intruso entró, sin previo aviso, provocando en mí
un gemido gutural. Mis uñas se clavaron en su espalda bajando hasta
sus nalgas, las que me esperaban prietas, las acaricié, arañé y
pellizqué consiguiendo que su miembro palpitara sobre mi muslo.
Éste se movió buscando el contacto, sintiendo como crecía y se
endurecía con el roce de nuestra piel.
Hasta que su verga se posó en la entrada de mi sexo, abierto,
caliente y húmedo abriéndole el paso, pero no tenía intención de
entrar, no, quería ser deseado. La punta de su miembro acariciaba
las paredes de mi sexo pero sin llegar a introducirse; mi respiración
comenzaba a agitarse, la necesidad crecía y mis movimientos
buscaban ese contacto feroz al que estaba acostumbrada. Lo miré en
modo de súplica, mientras mi garganta se secaba y respondiendo con
una sonrisa lasciva, junto a una embestida imprevista, empujó mi
cuerpo, seguí su ritmo brusco y fuerte, sintiendo el placer que tanto
deseaba.
Nuestros cuerpos estaban tensos, cada uno buscaba su propio placer,
y egoístamente continuamos moviéndonos sin parar, gimiendo y
sintiendo el cuerpo del otro como el objeto sexual que necesitaba.
Pero el tiempo que había trascurrido era obvio y nuestros sentidos
estaban acelerados. Comencé a sentir un placer asfixiante, tanto que
mis piernas comenzaban a temblar. Mi estómago se encogía, pero el
movimiento de mis caderas era más brusco y rápido para conseguir
alcanzar el clímax que tantas noches me había quitado el sueño.
Un beso en mi cuello anunció lo que iba a ocurrir y, era consciente,
conocía muy bien su forma de actuar en la cama. Corroborando a mi
mente, sus embestidas fueron más bruscas que las anteriores,
consiguiendo que la sensibilidad que había provocado el orgasmo en
mi sexo, desgarrara gritos de placer de mis cuerdas vocales,
consiguiendo que él se excitara mucho más. Y un rápido movimiento
posó su duro y tembloroso miembro sobre mi pubis dejando salir el
fruto de su deseo, sin llegar a entrar en mi interior.
Permanecimos tumbados uno sobre el
respiración. Nuestros cuerpos estaban
ojos y vi su rostro apoyado en mis
ocasiones podía ver esa tranquilidad,
llegado para no irse de mi lado, pero yo
otro intentando recuperar la
cubiertos de sudor, abrí los
pechos, relajado. En pocas
parecía un ángel que había
sabía que no era posible.
Me moví intentando salir de debajo de su cuerpo, pero no podía,
abrió los ojos y se levantó para dejarme hacerlo. Respiré hondo y me
puse de pie, caminé lentamente mostrando mi fachada dura y fría y
me metí en el agua templando la temperatura de mi cuerpo y
dejando que se desprendiera de mí cualquier resto de la pasión que
acabábamos de sentir. Me giré y miré donde estaba él, estaba bajo el
agua de la ducha frotándose el cabello, dejando ver los músculos de
sus brazos y sus pectorales aún colorados de mis uñas.
Volví a sentirme excitada pero no iba a reconocerlo una vez más, me
di la vuelta y mis dedos se dirigieron a mi sexo, lo acariciaron
mientras mi mente recordaba la imagen de su cuerpo entrando y
saliendo de mí. Sintiendo sus caricias transformadas en mis dedos,
mi lengua simulando la suya lamiendo mis labios, y entrando y
saliendo de mi cuerpo tres dedos que corresponderían a su miembro
duro y grande como una roca que conseguía despertar hasta el último
estímulo de mi cuerpo. El único que lo había conseguido. Pocos
segundos después, mi mente y mi cuerpo conseguían llegar al
segundo orgasmo del día, sintiéndome en paz.
Ya estaba preparada para enfrentarme a él. Sabía que no iba a
desistir, no se fiaba de mí y querría saber mis intenciones pero, ésta
vez, lo necesitaba. Debía contarle algo, pero aun no era el momento
adecuado.
Caminé hasta llegar a él, que estaba sentado en la hamaca con un
machete en la mano y abriendo dos cocos para beber. Me senté a su
lado y me ofreció uno, lo cogí y di un sorbo a través de la cañita, que
consiguió hidratar mi garganta seca. Le miré y me estaba observando
sonriente.
—He inyectado suero de la verdad. ¿Sra. Leblanc es su verdadero
apellido?
—Claro.
—No ha hecho efecto, debería haber añadido más.
—Nico, gracias por venir, necesitaba verte. —Alzó las cejas, mientras
continuaba analizando mis gestos, intentando descubrir si le mentía o
no.
Hundí mis pies sobre la blanca y suave arena y toqué algo duro con
los dedos. Con el dedo índice de mi mano hurgué entre la arena y
saqué un trozo de coral, era precioso. Lo miré y volteé con cuidado
de no romperlo, pero su mano se puso sobre la mía indicándome que
se lo dejara. Lo miré atentamente y abrí la palma para cederle el
coral. Colocó uno de mis rizos naranja tras mi oreja y lo enganchó.
—El blanco coral destaca en tu cabello, podrías hacerte un pasador.
—Está prohibido llevarse los corales de este paraíso.
—Ya y también robar perlas y obras de arte de museos y nadie nos lo
impide.
Sonreí, sin poder rebatirle palabra alguna. Era cierto, éramos dos
ladrones y no había pieza que se resistiera, por mucha seguridad que
instalaran; los más buscados del mundo, los dos habíamos burlado la
seguridad de todos los aeropuertos, museos, hasta del FBI. Por ello
era tan peligroso estar juntos, nuestra captura sería el mayor triunfo
de muchos.
Escuchamos el motor de una lancha y se puso el pantalón deprisa
mientras miraba atento quién se acercaba. Pero le tranquilicé
diciéndole que era nuestra cena, había pedido que nos trajeran la
comida. Me pidió que me vistiera pero me negué diciéndole que no
era raro que hiciera el amor con mi marido. Me miró mientras reía
negando con la cabeza y se fue a buscar lo que el nativo nos traía.
Entré y preparé la mesa del salón para colocar lo que nos acababan
de traer, un atún presidía la mesa y una especie de albóndigas de
arroz lo acompañaba. Saqué de la nevera una botella de vino y la
coloqué en la mesa. Mientras me miraba sorprendido y me inquirió
que en aquél lugar era casi imposible conseguir alcohol, yo sonreí y le
indiqué que con dinero era posible cualquier deseo.
Nos sentamos y comenzamos a comer, pero no dejaba de mirarme.
Yo solamente tenía un fino pareo que tapaba lo justo, él seguía con el
pantalón de lino. La comida fue tensa, apenas hablamos. Ambos
comimos mientras nos analizábamos el uno al otro, éramos ladrones
desconfiados por naturaleza, y ninguno podía evitarlo. Justo cuando
terminamos de comer salimos fuera y nos tumbamos en una hamaca
los dos, estaba a gusto, me sentía feliz a su lado. Si en ese instante
me lo pidiera, lo dejaría todo por él. Le miré fijamente y le conté que
aquella cabaña era el refugio de mi abuela, ella y mi abuelo se
reunían allí clandestinamente, ya que también eran buscadores de
piedras preciosas. Él se giró para mirarme a los ojos y yo puse los
ojos en blanco afirmando lo que le estaba contando. Continué
explicando que mi abuela murió un mes atrás, y justo antes de morir
me confesó que debía venir y buscar algo que le pertenecía. Quería
que yo lo tuviese. Después de un mes buscando en su casa encontré
un mapa en el que estaba marcada esta isla y sus corales, en uno de
ellos escondieron unas perlas, de valor incalculable.
—¿Por qué me lo cuentas? Podrías buscarlas tú, no entiendo por qué
me lo dices, te arriesgas a que las busque y me vaya con ellas.
—Tú eres como yo, los recuerdos son nuestro punto débil y sé que
me ayudarás a encontrarlas. Estoy en un punto muerto, mi abuela
era poeta, la localización está dentro de una de sus poesías, pero por
más que la mire y lea me es imposible descifrar.
—Te ayudaré, pero no quiero secretos ni mentiras, ésta vez no, sino
te aseguro que se las venderé al mejor postor.
Asentí y le di un beso en la mejilla mientras me levantaba en busca
del libro de poesías de mi abuela y se lo entregué, lo leyó en voz alta.
Se quedó pensativo, y se puso de pie, su mirada perdida me indicaba
que estaba intentando descifrar. Le acaricié el torso mientras él
continuaba en otro mundo, su mente ya estaba trabajando en el
acertijo, pero yo sabía que no era tan fácil, así que lo disuadí y
conseguí que su cuerpo reaccionara a mis estímulos.
Y así fue, me miró a los ojos y podía ver la excitación que sentía. Sus
manos rodearon mi cintura y me guío hasta que mis muslos toparon
con el colchón de la cama, agarró mi cintura y me levantó hasta que
rodeé con mis piernas sus caderas. Mis brazos rodearon su nuca y
comenzamos a besarnos. Sus manos bajaron por mis nalgas hasta
poder acariciar mi ano, estaba excitada y dispuesta a dejar que
hiciera con mi cuerpo lo que quisiera, y así fue. Me lanzó sobre la
cama tirando del pareo hasta que éste cayó al suelo lentamente, se
colocó entre mis piernas y las abrió, su mirada y su sonrisa lasciva
me excitaban, estaba dispuesto a servirse el postre y no esperó. Su
lengua juguetona lamió mi clítoris succionando, consiguiendo que
necesitara cerrar las piernas, pero miró hacia mí y me dijo con su
dedo y el entrecejo levantado que no lo intentara. Alcé mi cabeza
agarrando la almohada y mirando al techo, cerré los ojos con fuerza y
dejé que mis sentidos se rindieran a él.
Mi sexo estaba húmedo, empapado, tanto que sus dedos se
acercaban peligrosamente a mi ano, pero el deseo mutuo servía de
lubricante. Sus dedos comenzaron a introducirse por ambos orificios
mientras su lengua recorría mi pubis consiguiendo que perdiera el
sentido. Colocó mis piernas sobre sus hombros para tener acceso
directo a mi sexo, pero algo desconocido hizo que abriera los ojos, su
lengua había dirigido su atención a un lugar que jamás nadie había
explorado. Instintivamente retrocedí, pero no me dejó, sus manos me
empujaron hacia su boca y dejé que explorara mi cuerpo a su antojo.
Su miembro estaba latente, preparado para ser la estocada que mi
placer necesitaba. Su verga se colocó y el pulso de mi corazón se
aceleró, deseaba ese contacto pero no, no iba a concedérmelo, quería
llegar más lejos. Sus manos me obligaron a ponerme boca abajo y se
dejó caer sobre mí, mientras su mano se colocó entre el colchón y mi
sexo para introducirse en mi vagina. Mis caderas se movieron contra
su cuerpo dejando espacio para que se moviera libremente en el
interior de mi vagina, pero necesitaba más contacto, mi estómago
estaba tenso, nervioso cuando sentí que su verga se colocaba en el
punto estratégico. Pero no me importaba, la necesitaba en mi
interior. No importaba el camino, solo el placer que me regalaría.
Mis glúteos se abrieron y su juguetona verga se posó, poco a poco
nuestros fluidos le ayudaban a que se colara en mi interior, mientras
mis uñas se clavaban en la almohada, estrujándola para soportar la
sensación de intrusismo en mi cuerpo, y las fuertes estocadas de
cuatro dedos que topaban en el interior de mi vagina y que
conseguían distraer mi atención.
De pronto, el ritmo se ralentizó tanto que mi piel se erizó, nos
movimos muy
lentamente, para que mi cuerpo y el suyo se
fusionaran. Durante unos minutos, mi respiración estaba
entrecortada hasta que un ligero dolor de placer apareció,
provocando que mis caderas presionaran contra su cuerpo e
intensificando que su pene interiorizara más profundamente. Fue el
botón de encendido a nuestros cuerpos, los movimientos comenzaron
a acelerarse consiguiendo que los dos jadeáramos al unísono, tanto
que tras unas embestidas que llegaron a hacerme perder el control,
consiguió que llegáramos al orgasmo a la vez, al mejor orgasmo que
había sentido en toda mi vida. El que me había dejado tumbada sobre
unas sábanas empapadas que emanaban el olor de nuestra pasión.
Pero sus fuertes brazos me agarraron y me llevó entre sus brazos
hasta el jacuzzi, me metió y encendió las burbujas mientras se
colocaba a mi lado. Mi cuerpo estaba cansado; no era habitual en mí,
siempre tenía ganas de más pero estaba exhausta. Sus manos
comenzaron un sinfín de caricias mientras me besaba, consiguiendo
que olvidara quién éramos y disfrutara de sus mimos. Nos fundimos
en otra fabulosa sesión de sexo, pero esta vez más pausado y
buscando el placer del otro, no el de uno mismo.
Nos tumbamos en la cama desnudos, con los rostros colorados y
nuestras miradas ardientes, pocas ocasiones podíamos estar de
aquella forma, y ahora sentía que pedirle que me ayudara a buscar
las perlas de mi abuela, supondría un antes y un después.
Abrí un ojo y me giré para poder abrazarlo y sentirlo cerca, pero no
estaba, miré a un lado y a otro y no había nadie, el corazón me dio
un vuelco al pensar que se había marchado y me había dejado sola.
Cogí un vestido que tenía sobre una silla y me lo puse, salí hacia
fuera y respiré hondo cuando lo vi en la hamaca tumbado comiendo
un trozo de papaya. Me acerqué y me ofreció un bocado, acepté
encantada, mordí mientras le miraba fijamente y me sonreía.
Pero me llamó la atención el papel que tenía entre sus manos, era la
poesía de mi abuela, lo miré extrañado y sonrió.
—Me he despertado pronto, desayuna que tengo unas preguntas.
Creo que lo tengo, solo necesito información que solo tú me puedes
dar.
Asentí sorprendida, fui corriendo al baño y me puse un biquini, antes
de salir a desayunar. Me senté curiosa por saber que había
descubierto, y se acercó con esa sonrisa, que le iluminaba el rostro.
Lanzó el papel sobre la mesa y estaba lleno de números, no
comprendía ninguno de ellos, pero comenzó a preguntarme en que
año mi abuela fue por primera vez a aquella isla, cuantos años tenía
ella.
—¿Qué sucede? Continúa.
—La última pregunta es el año de nacimiento de tu príncipe maldivo.
—me miró sorprendido, y yo no pude evitar reírme. Mi abuela era así,
siempre creía que el hombre de mi vida sería el que llevara a aquella
isla, y era él.
—Prueba tu año de nacimiento. —Abrió los ojos, y escribió las cuatro
cifras de su año, y su mirada se paralizo, me miró y me dijo que si
era, me pidió el ordenador portátil lo antes posible, y saqué de mi
maleta el notebook, lo encendí y abrió una aplicación para señalar los
puntos cardinales que según él mostraba la poesía. Sonrió y se llevó
las manos a la cabeza, me acerqué para ver la pantalla y vi que
marcaba un punto muy concreto delante de nosotros, era el coral a
treinta y tres grados desde nuestra posición.
—Vas a demostrarme por fin que eres una experta buceadora,
necesitamos equipos.
Agarré su mano obligándole a seguirme y rodeamos la cabaña hasta
llegar a la parte trasera, dónde tenía preparado todo lo necesario
para bucear.
No quería esperar más, me puse el traje de neopreno, saqué las
gafas y me ayudó a sacar las botellas de oxígeno, nos equipamos y le
mostré lo que había alquilado para ganar tiempo: dos scooter
submarinos para poder bucear más rápido. Carcajeó mientras se lo
explicaba, pero no perdimos tiempo, nos colocamos el equipo y
fuimos directos al agua. Él me indicó que debíamos ir hacia el arrecife
y buscar un coral púrpura. Yo me asusté, desconocía cuantos podría
haber, pero me indicó que tenía una forma característica, era una
especie de corazón robusto que nada podría romper.
Asentí y buceamos hasta el arrecife rápidamente. De camino nos
cruzamos con mantas, algún tiburón pequeño y bancos de peces de
todos los colores que eran preciosos. No podía evitar detenerme a
observar las maravillas que había frente a mí, y él me esperaba,
sabía que mi pasión era aquella fauna, alguna vez se lo había
explicado.
Fuimos hacia el arrecife al punto que había marcado en la poesía de
mi abuela, pero nada, no veía nada. Comencé a ponerme nerviosa,
pero él con sus manos me indicaba que me mantuviera tranquila, que
le siguiera.
Asentí con la mano y le seguí. Continuamos observando el coral, pero
no había corazón alguno, le pedí subir a la superficie y me agarró la
mano mientras el scooter nos llevaba a más de diez kilómetros por
hora hacia la superficie. Cuando mi cabeza salió del agua, me quité el
regulador y no pude evitar que mis lágrimas cayeran. Me sentía
impotente. Sabía que era imposible encontrar las perlas de mi abuela,
habían pasado muchos años y la corriente podría haberlas desplazado
del lugar.
—Amanda, ¿estás bien? Mírame. —le miré y vio que estaba llorando.
Intenté disimularlo pero sus ojos grises se entristecieron al mirarme.
—Escúchame, aunque sea lo último que haga en esta vida, voy a
encontrar ese tesoro. No te rindas, sigamos.
Lo miré y me lancé sobre él hundiéndolo, le abracé y tras salir a la
superficie le besé, cogió el regulador y me lo colocó animándome a
seguir. Mientras, me decía que nos desplazaríamos hacia el este.
Volvimos a sumergirnos y fuimos buceando ayudados del scooter
marino. Perdí la noción del tiempo, pero él estaba pendiente de mí,
de que no me quedara atrás. No dejaba de hacerme gestos con su
mano para saber que estaba bien. Yo levantaba el dedo pulgar
indicándole que estaba perfectamente. Se paró en seco y me señaló
hacia la derecha, dirigí la mirada hasta donde indicaba pero no veía
nada, el volvió a indicarme pero seguía sin ver nada, con la mano me
invitó a acercarme y así hice pero algo me llamó la atención, había un
coral fucsia, debía de ser ese, no tenía forma de corazón porque
estaba partido en dos.
Aceleré el scooter y me puse justo delante, uno a cada lado, con un
cuchillo abrimos paso mientras los dos nos buscábamos las miradas a
través de las gafas de buceo, yo me puse nerviosa y él lo noto,
agarró mi hombro para tranquilizarme y me pidió buscarlo él. Fue
tocando hasta que algo le llamó la atención y sacó una pequeña
bolsa, la agarró y me señaló la superficie, los dos emergimos
rápidamente, justo cuando llegué a la superficie comencé a gritar
liberando la adrenalina que sentía.
—¡Dime que lo tienes!
—Creo que sí. Vamos a la orilla, no quiero abrirlo, la bolsa puede
caerse.
Nadamos hasta llegar a la orilla, me ayudó a quitarme el equipo y me
lancé sobre la arena a respirar, se quitó el neopreno y se sentó a mi
lado. Alargó su mano y me ofreció la pequeña bolsa de tela, la abrí y
mi mirada se iluminó, no podía creer lo que tenía entre mis manos,
dos preciosas perlas negras de veintitrés milímetros que tenían un
valor incalculable pero sobretodo sentimental. Las miramos y nos
abrazamos alegres por el tesoro encontrado.
Me lancé sobre sus labios y comenzamos a besarnos, estaba tan
eufórica que no quería pensar, ahora no, le besé y saboreé su cuerpo
salado, hasta llegar a su verga, la cogí entre mis manos y lo miré,
sonreí y comencé a lamerla con tal esmero que en pocos segundos
estaba grande y deseosa, sus manos se enredaron entre mi cabello
presionándome para que llegara hasta el fondo, y no lo dudé su verga
topaba con el fondo de mi garganta consiguiendo que su sabor
comenzara a salir y pudiera degustarlo, así que agudicé mis
movimientos hasta que exprimí hasta su última gota. Lamí mis labios
sintiéndome triunfadora pero él no estaba satisfecho, me sentó sobre
sus muslos y tras llevarse uno de mis pechos a su boca, me coloqué
sobre su pene erecto que se introdujo sin ningún temor y
comenzamos un vaivén de movimientos en busca del placer, no
paramos hasta que los dos estuvimos exhaustos.
Me desperté por un sonido extraño, no sabía que era, miré hacia la
puerta de la cabaña y había una paloma blanca me acerqué y aleteó
sus alas, huyendo de mí.
—Nico, Nicooooooo despiertaaaa.
—¿Qué ocurre? —Me miró sorprendido, mientras yo señalaba hacia
los pies de la cama, que era donde se había posado la paloma. —¡Es
Violeta! —dio un respingo de la cama y se acercó llamándola por su
nombre y cogiendo un papel que tenía en un pequeño cilindro de su
pata.
Lo leyó y salió corriendo de la cabaña, no había duda que era un
mensaje y nada bueno. Salí tras él e intenté que se detuviera, que
me escuchara. Pregunté qué ocurría pero sus ojos brillaban; furia,
tristeza, algo malo ocurría y no sabía qué pero debía de contármelo.
Me dio el papel y lo leí:
“No vuelvas, huye, te han descubierto te buscan mundialmente. Yo te
envío lo que necesites Violeta será nuestro único contacto”
—Nico relájate, no te han cogido estas aquí y nadie lo sabe.
—Me encontraran, ese agente se ha propuesto encontrarme y lo hará.
—Aquí no, es mi refugio, y si quieres el tuyo.
—El sexo es alucinante, pero… no funcionaría. Hace meses me
robaste…
—Pero ahora estás a mi lado, me has ayudado, y tengo el dinero
suficiente para que nos quedemos aquí.
—No necesito tu dinero, tengo suficiente.
Me lancé sobre sus labios y le besé. No me respondía, estaba tenso,
pero al final consiguió relajarse y seguirme. No pensé que me
plantearía dejarlo todo por quedarme en aquella isla con él, pero el
destino me lo estaba sirviendo en bandeja y no podía darle la
espalda.
—Piénsalo, podemos quedarnos hasta que prescriban nuestros
delitos, y seremos libres para siempre. Tómalo como unas
vacaciones.
—¿Vacaciones? ¿Los delincuentes tienen vacaciones?
—Nosotros sí, de unos años hasta que seamos libres, para volver sin
peligro. Eres tú el que tiene que decidir. Yo ya lo tengo claro, estoy
dispuesta a dejarlo todo por ti. No me preguntes por qué, pero lo
haría.
Me levanté y fui hacia la cabaña dejándolo sentado en la arena blanca
mirando el horizonte. Observé las perlas y las guardé en mi maleta, y
miré al cielo, estaba a punto de ponerse el sol, así que decidí
preparar algo de comer. La directora del hotel nos había dejado la
nevera llena para poder picar, así que preparé un poco de todo y
puse la mesa. Me asomé a la puerta y lo busqué pero no lo encontré,
así que me senté y comencé a comer sola. Se me había quitado el
apetito, pero no iba a venir, estaba demasiado preocupado; si me
ponía en su lugar podía entenderle, me podría haber pasado a mí y
seguro que estaría histérica.
—¿Puedo?
Me giré y lo miré. Estaba serio, preocupado, pero le invité a sentarse
en la mesa, para comenzar a comer. Ninguno de los dos
mencionamos palabra alguna y, cuando terminé, nerviosa por el
silencio que instaba en la cabaña, me fui a la cama, me tumbé e
intenté dormirme, aunque parecía imposible.
Abrí los ojos y miré a mí alrededor. Estaba sola, mi mirada se dirigió
hacia mi maleta y estaba abierta, me levanté de un brinco y busqué
en ella, no me lo podía creer, se había ido con…
—Hola.
—¿Dónde está… Has dormido? —pregunté nerviosa pero relajada al
saber que no se había ido de la isla.
—No he podido. Contéstame sinceramente, ¿estás dispuesta a
quedarte en esta isla años conmigo?
—Es la primera vez en mi vida que estoy tan segura de algo y, fíjate,
la fecha clave de mi destino era tu año de nacimiento, puede que mi
abuela predijera el futuro y sabía que debíamos encontrar las perlas.
Sonrió y se lanzó a besarme, mientras sus manos retiraban la tela
que cubría mi cuerpo, cuando consiguió tirarlo se levantó y sin
quitarme la mirada se quitó el bóxer y se lanzó encima de mi
besando mi cuerpo mientras la excitación subía a un nivel máximo en
el que no era sexo, nos estábamos entregando la confianza que hasta
ahora nunca habíamos creído.
—Siempre me has gustado, cuando estaba lejos, no podía olvidarme
de ti.
—Desde el día que te vi en el museo no he podido pensar en otra
mujer, esos rizos pelirrojos que un día pensé que eran mi mala
suerte, hoy creo que era el anuncio de la suerte que iba a tener en el
destino.
Se movió para alcanzar algo del suelo, y me lo mostró, me quedé
mirándolo sorprendida no podía creer lo que estaba viendo. Era la
cosa más bonita que había tenido en mis manos jamás.
—Esta joya es perfecta para ti, es el tesoro de tu abuela y quiero que
siempre puedas tenerla entre tus manos, lo hice anoche.
Me coloqué el anillo que me había fabricado con la perla de mi abuela
y le besé mientras comenzamos a acariciarnos mostrando que mis
planes de buscar un tesoro, junto a mi dios del sexo, se iban a
transformar en las vacaciones permanentes que siempre nos
habíamos merecido.
***
Estaba en la hamaca leyendo un libro mientras Nico estaba en la
orilla, buscando conchas y piezas de coral para sus creaciones, había
una ley muy clara: no podía salir de las islas, pero de momento había
un vacío legal para crear piezas de joyería, que se venderían entre los
nativos. Había pasado de ser el delincuente más buscado a ser el
joyero más popular de las islas. Nuestros delitos ya habían prescrito y
podíamos irnos de aquél lugar, pero habíamos encontrado nuestro
hogar. Yo podía bucear, compramos un pequeño barco y pasé a ser
una de las guías más solicitadas del arrecife.
Una lancha irrumpió la tranquilidad de nuestra casa. Nico me dijo que
entrara en la cabaña, pero no le hice caso, caminé hasta su lado. Era
un policía, los dos lo conocíamos, nos avisó que estaría preparado
para el momento que incumpliéramos la ley, estaba seguro que lo
haríamos, su rabia era latente en su forma de mirarnos, y esperaba
que nosotros replicáramos.
—No pienso volver a delinquir, tengo todo lo que necesito para ser
feliz, puedes comprobarlo.
—Nos volveremos a ver Nico estoy seguro de ello.
Ignoró su presencia para besarme, mientras alcé una de mis manos
para decirle adiós, y éste comenzó a alejarse. Me sentía feliz,
enamorada, nuestros labios se devoraron, mientras mis manos
recorrían su espalda dejándonos caer sobre la blanca arena,
disfrutando de la pasión y el amor que había aparecido en aquél lugar
solitario, que lo habíamos bautizado como nuestro paraíso.
ENCRUCIJADA AMOROSA DE LUISA FERNANDA BARÓN
http://elrincondelafansatia.blogspot.com.es
Recuerdos cargados de emociones que incendian deseos codiciados.
La asediaban constantemente cuando su mente lo evocaba. Noelia lo
añoraba, lo deseaba, se debatía entre la euforia y la excitación
porque por fin iba a encontrarse con su querido amigo Marco,
después de varios meses sin verlo. Él era, ante todo, un gran amigo.
Sin embargo, resultaba muy difícil no encapricharse con el muchacho,
y como unas cuantas mujeres más, acabó convirtiéndose en una de
sus amantes. Soportaba muy mal compartirlo, o se acostumbraba a
eso, o lo perdía. Ella atribuía ese éxito con las mujeres, al meloso
acento argentino y a esa pasión que desbordaba en todo lo que hacía.
Para el chico, ella era especial y la quería, pero a su modo. Por eso, y
por todo el apoyo que le dispensó mientras vivían en Zaragoza, la
consideraba su reina. Se sentía tan agradecido desde que llegó a la
ciudad hasta que se marchó, que quería recompensárselo. Creyó que
invitándola y pagando el alojamiento en el mejor hotel de la
población donde ahora residía, era un buen regalo. El día que le
comunicó la sorpresa que le había preparado, a pesar de su apretada
agenda, Noelia no dudó en aceptarla. Merecía la pena y los recuerdos
vividos le pedían a gritos, a su adonis, al venerado dios Marco. Se
había prometido mil veces olvidarse de él y no lo había logrado. Ella
confirmaba, sin vergüenza, estar totalmente enganchada a él, y
«¿cómo no hacerlo? … si era un amante insaciable».
Se iba de vacaciones, la segunda semana del mes de Julio, al
recóndito lugar de España donde él se había instalado, Benasque, en
el Pirineo Aragonés, para volver a tener sexo salvaje sobre todo, y
hacer turismo si su cuerpo la dejaba. Sí era como en los viejos
tiempos, las chispas saltarían y todo ardería con ellos; de esta
manera le sería imposible visitar esos preciosos lugares naturales.
Contaba los minutos para estar de nuevo entre sus brazos, ningún
hombre había conseguido encenderla como lo lograba él. Soñaba con
sentirlo de nuevo entre sus piernas, para que la trasladara al éxtasis
sexual al que estaba acostumbrada.
Ordenaba la maleta y no conseguía dejar de pensar en él. Marco no
era especialmente guapo, ni alto… era, más bien, un tipo normal,
pero con mucho don de gentes; y lo más importante de todo, era que
se dejaba querer… Suspiró anhelándolo. Con todo ya preparado, bajó
al garaje para emprender el camino hacia el Valle de Benasque, fin
del trayecto y donde encontraría algo más que descanso y pasión.
El destino le había preparado una encrucijada que marcaría un antes
y un después en su vida.
Miró la hora cuando ya estaba saliendo a la calle, las diez de la
mañana. Le quedaban más o menos dos y media de trayecto, pero
decidió que se lo tomaría con calma. Se relajó cuando ya corría por la
autovía y canturreó llena de ilusión. Decidió comer en Barbastro y
descansar un rato. Abandonó la pequeña ciudad cuando el calor ya
había bajado un poco. No tenía prisa. El paisaje iba cambiando poco
a poco, cada vez todo era más verde y el cielo parecía más azul, un
color intenso y a la vez más puro. Esas imágenes oriundas llenaron
su alma simplemente por su sencillez. Abrió la ventanilla para percibir
ese
aroma
tan
característico
de
la
montaña,
un
olor
inconfundiblemente natural. Como iba cambiando la vista, también
cambió la carretera. Había tramos de interminables curvas y de una
estrechez inimaginable, sin embargo la zona que más le sorprendió
fue esas montañas impresionantes que tenía a su derecha, parecía
que entrabas en el averno. Nunca había conducido por sitios como
ese, así que decidió reducir la velocidad y tomárselo con calma. A un
lado de la carretera había pared rocosa y al otro lado un abismo.
Marco le advirtió de la belleza de esos parajes y de lo que peculiares
que eran. A medida que se iba adentrando se acordó del nombre, El
congosto de Ventamillo, y de la mayor característica, su estrechez….
Admiró embelesada la belleza que la rodeaba.
Estaba enfrascada mirando el paisaje, cuando casi choca con el
vehículo que se incorporaba por la derecha. Frenó en seco. Agradeció
a la vida que no le hubiera pasado nada. El hombre que había
provocado el incidente paró preocupado por su despiste. Salió y
caminó hacia ella. Cuando vio a la conductora del coche, algo nació
en su interior, un estremecimiento desconocido comenzó a invadirle.
Se acercó y golpeó la ventanilla. Ella lo miró. Estaba enfurecida y su
cara lo decía todo. En aquel instante, sus miradas se cruzaron y el
mundo para ellos pareció detenerse.
—Lo siento señorita… ¿se encuentra bien?— se disculpó.
Intentaba mantener la calma, y lo consiguió, su voz sonó dulce y
tranquila.
Sin embargo, Noelia no supo qué contestar cuando
aquellos ojos azules, como el cielo que los cubría, se clavaron en los
suyos. Su piel se erizó, fue un segundo que se hizo inmenso. Recobró
la compostura y le contestó llena de indignación y rabia:
—Sí, estoy bien… pero debería ir con más cuidado, casi provoca un
accidente.
—Casi… —susurró mientras se marchaba hacía su coche hechizado
por esos ojos negros que le acusaban.
La actitud de aquel hombre la enfureció mucho más porque se había
marchado sin acabar la conversación. Esperó a que él arrancase para
poder continuar la marcha y llegar pronto a Benasque, quería estar
relajada para la cena que le había prometido Marco. No llegaba a
comprender cómo ella, una joven de 29 años, se exacerbaba con un
hombre como él, que parecía un carca No pudo alejar esa sensación
de ira que le había provocado ese individuo. Sus nervios estaban
llegando al límite, sin entender muy bien el motivo. Estaba claro que
ese hombre la sacaba de sus casillas.
Jorge, el hombre que casi choca con Noelia, se sentó en el coche
mucho más tranquilo. La miró por el espejo retrovisor y vio como
ésta parecía hablar sola mientras movía los brazos exageradamente.
En aquel momento tuvo claro que hacer. Puso el coche en marcha y
comenzó a circular lentamente, la carretera, las curvas y la estrechez
del trazado lo marcaban; y claro estaba, la chica también lo merecía,
era joven y guapa. Tenerla detrás era un precioso regalo que no iba
desperdiciar. El conocía muy bien el trayecto, iba habitualmente al
Valle, siempre por trabajo: la fotografía. Intuyó que en cuanto
pudiese adelantar ella lo haría, pero él no se lo iba a poner nada fácil.
Le apetecía jugar y deseaba tener enfurecida a aquella muñequita.
Reconoció que esa fierecilla le gustaba y que le había provocado
sensaciones nuevas. Verla enfadada le encantaba. Los viajes al Valle
se habían vuelto aburridos, aunque disfrutaba con los encargos; estos
pequeños sucesos eran lo único que valía la pena. Las noches eran
otro aliciente de los viajes, como no le resultaba difícil ligar, siempre
encontraba con quien compartir cama.
En todo este tiempo, Jorge nunca halló alguien que despertará en él
un sentimiento puro y verdadero. A sus cuarenta años había desistido
en encontrar la media naranja del que todo el mundo hablaba. Él solo
había hallado, limones, pomelos y mandarinas, pero nunca su mitad.
Había dejado de preocuparle, excepto cuando su madre se ponía
pesada con el tema de los nietos. Volvió a mirar por el retrovisor para
ver si la fierecilla se había tranquilizado. Una extraña ilusión le hizo
desear que ella terminara su viaje donde él lo hacía, en Benasque.
Sin embargo, no podía imaginar que el destino ya había decidido...
Pasó todo el trayecto jugueteando con ella. Se reía mientras la
observaba. Le parecía una chiquilla encantadora, porque a pesar de
no saber su edad se adivinaba en ella un cuerpo joven muy
apetecible, a pesar de poseer un tremendo carácter. Noelia intentaba
calmarse mientras rezaba para que tomara cualquier desvío que se
encontrara en la carretera y no fuera hasta la población donde
finalizaba su trayecto.
Cuando vio las primeras casas y luego el cartel donde se anunciaba la
localidad a la que habían llegado, ella suspiró. Ese era su destino y
aunque sus deseos no se habían cumplido, por fin se iba a librar del
pelmazo que tenía aún delante. Paró a la derecha unos segundos
para memorizar como debía llegar al hotel en el que Marco le había
hecho la reserva. De nuevo en la carretera, dobló en la primera calle
a la derecha, era una vía descendente. Al principio se veían unos
edificios y tras ellos donde parecía que el pueblo se terminaba, allí se
levantaba el majestuoso hotel. Al final de una gran hilera de pinos,
vio el letrero y la zona de aparcamiento. Giró, entró y estacionó en el
primer hueco que había libre, olvidándose por completo de lo
sucedido anteriormente. Apagó el motor y respiró profundamente,
por fin había llegado. A partir de ese día, le quedaban seis más para
disfrutar de la pasión de Marco y de esa bella tierra que se abría ante
sus ojos, todo parecía perfecto.
Sin embargo, a veces las cosas no salen como pensamos. El destino,
en esas vacaciones, le preparaba a Noelia unos días inolvidables, y a
la vez se vería en medio de una gran encrucijada.
Salió del coche contenta, cogió su equipaje y se dirigió
tranquilamente pero embobada al edificio modernista, con un toque
rustico, que tenía ante sí. Llegó al hotel y las puertas se abrieron. Se
detuvo para buscar la recepción y una vez localizada se dirigió hacia
ella. El vestíbulo era grande pero la distancia al mostrador era todo lo
contrario, mínima. Avanzaba contenta cuando el tono de una voz la
detuvo en medio de aquel espacio. Sabía que esa voz masculina le
era familiar, o por lo menos la había escuchado antes. En esta
ocasión la curiosidad le iba a jugar una mala pasada.
Revisó visualmente el espacio para intentar captar de dónde provenía
la voz. Detuvo sus ojos en un hombre que hablaba por el móvil.
Tenía que saber quién era él y ponerle cara a ese timbre que le
resultaba tan familiar. Se acercó, aguijoneada por un impulso. A
medida que se aproximaba, su tono de voz dulce y el color de su
ropa, descorcharon los recuerdos. Avanzó rápidamente cuando vio al
hombre desocupado. Era él, estaba segura. Era el tipo con el que casi
tiene un accidente. La rabia brotó en ella otra vez. Con cara de pocos
amigos y con los brazos en jarra, se plantó delante del atractivo
hombre.
— ¡Eres un maleducado! Por lo menos podías haberme pedido perdón
y…
— Ah… ¡qué casualidad! —le cortó Jorge sin seguir su juego.
El inesperado encuentro le divertía.
— Será mejor que se calme, señorita. ¿No querrá dar un espectáculo
en un lugar cómo este, no?
Noelia no pudo contenerse y olvidando donde estaban levantó
excesivamente la voz:
— ¡Qué más da!
Las pocas personas que en aquel momento circulaban por el vestíbulo
se detuvieron al escuchar la exclamación de la muchacha. En
segundos, dos personas uniformadas, empleados del hotel, se
acercaron hasta ellos para aliviar la tensión y que no fueran el foco
de atención de los clientes.
— Señor Santos, le estábamos esperando. Acompáñeme, por favor y
le daré la tarjeta de su habitación. — Una mujer le invitó para que le
siguiera mientras cogía una maleta.
Al mismo tiempo, un amable joven le preguntó a la chica:
— ¿Le puedo ayudar en algo? ¿Tiene reserva ya en este hotel?
— Perdón… yo —se disculpó ella mientras recomponía
compostura— Sí, tengo una reserva a nombre de Noelia García.
su
— Muy bien, pues acompáñeme para que pueda darle su tarjeta.
Subía en el ascensor pensando en la escenita que acababa de montar
en el vestíbulo. Ella no era así, y no entendía porqué ese desconocido
la sacaba de sus casillas y se alteraba tanto ante su presencia,
aunque reconocía ahora que lo había visto de cerca que ese madurito
tenía gancho. Dio carpetazo a aquella absurda situación cuando las
puertas del ascensor se abrieron en la cuarta planta, que era la
última. Fue en ese momento cuando se percató de la calidad del
Hotel. Sonrió pensando en Marco y en el detalle de invitarla a ese
sitio tan lujoso y excepcional. No tuvo que buscar mucho, en esa
planta solamente había tres puertas. Introdujo la tarjeta en la ranura
de la habitación 402. Abrió y con la maleta en la mano llegó hasta el
medio de la habitación, una breve exclamación de asombro salió de
su boca. La pared del cabecero era de piedra y la cama… no podía
creer lo que veían sus ojos, una cama de forja negra con dosel y
finísimas cortinas, tanto como el papel de fumar, lo demás era
perfecto… Sentía como si hubiesen trasladado sus sueños a ese gran
espacio.
Radiante y satisfecha eran las palabras idóneas para definir su
estado.
Tumbada, y tras haber cerrado la puerta, perdió su mirada en los
grandes ventanales de la habitación, a través de ellos, podía admirar
el verde de las montañas, el cielo azul oscureciéndose, en ese
momento se percató de lo tarde que debía de ser. Un sonido de
WhatsApp la hizo removerse:
«Espero q hayas llegado bien. T espero n l restaurante dl hotel a ls
22:00. T deseo reina.»
Miró el móvil, faltaban sólo dos horas para bajar a cenar. Se dio
prisa, cogió la maleta, la subió encima de la cama y la abrió:
— ¿Qué es esto? —Gritó sorprendida al ver que esas no eran sus
pertenencias.
Se notaba que todo lo que había en ella era de hombre y no la suya.
Exasperada la cerró inmediatamente. Repasó la escenita del vestíbulo
e imaginó, que ésta sería del tipo que le sacaba de sus casillas. Al
pensar en él, sus preciosos ojos azules invadieron su mente y un
cosquilleo recorrió su cuerpo. Apartó esas incomodas sensaciones. El
inconveniente retrasaba sus planes, relajarse.
Tenían que intercambiarlas. Llamó a recepción y explicó la situación,
en diez minutos volvía a tener su maleta. Cuando la abrió hizo una
inspección visual para ver si había sido removida y parecía que no.
Faltaban dos minutos cuando se detuvo en la puerta del restaurante.
— ¡Qué bien hueles fierecilla! —le susurraron al oído.
No quiso contestar, no sabía que decir, su cuerpo habló solo y su piel,
traicionándola, se erizó. No era Marco el que le estaba hablando,
era…. Él, el del coche, el del vestíbulo, el de la maleta… Estaba
desarmada, así no sabía jugar…
Por suerte para ella, un camarero vino a su encuentro diciéndole que
el Sr. Santoni la estaba esperando, suspiró aliviada y se fue tras él.
Jorge la observaba perderse entre las mesas. Su caminar femenino,
su cuerpo cubierto de ese fino y estrecho vestido, y sus sandalias de
tacón, hicieron que el domador que llevaba dentro surgiera como por
arte de magia. Estaba convencido que tendría más ocasiones de
encontrársela. Esa joven le gustaba: su carácter, su espontaneidad,
su cuerpo menudo, le hacían soñar y… enloquecer.
La cena era magnifica. Ambos deseaban acabar pronto para estar
solos, se les notaba, y dar rienda suelta a su pasión. Nada más entrar
en el ascensor, se buscaron con desesperación, como si el mundo se
fulminara en unos instantes. Se besaban, y mientras, con mucha
dificultad, abrían la puerta de la habitación. Marco como siempre llevó
el ritmo de la situación, entre besos y escasas caricias, caminaron
hasta la cama.
Sus manos recorrieron su cuerpo hasta detenerse en el final del
vestido, y sin decirle nada se lo quitó. Se quedó totalmente desnuda,
ya nada cubría su cuerpo. Noelia sabía lo que le volvía loco y, como
siempre, había acertado. Él se apretó contra ella para que notara su
súbita erección. Se separó de la chica y la contempló sin decir nada.
Respiraba de manera agitada, e inmediatamente
desnudarse con rapidez para seguir saboreándola.
comenzó
a
Ya nada cubría su cuerpo cuando tumbó a Noelia en la cama y se
puso encima de ella. La besaba pasional y frenéticamente. Apenas
acarició su bello y delgado cuerpo, sus dedos fueron directamente a
su entrepierna. Se movió con agilidad para poder tocar su clítoris con
facilidad. Con tan solo un par de dedos, consiguió excitarla y tras
comprobar que estaba lista, que la humedad bañaba su mano,
introdujo su miembro con una fuerte embestida. Ella arqueó su
cuerpo y lo recibió satisfecha sabiendo que aquello solo era el
comienzo. Marco se incorporó paseando sus manos con ferocidad por
el cuerpo de la chica hasta llegar a sus pechos. Agarrándolos entre
sus dedos, comenzó a moverse. Primero lentamente, como siempre
hacía, para luego aumentar el ritmo hasta que Noelia tuviera el
primer orgasmo. Él había aprendido a controlarse, y solo tras tres o
cuatro éxtasis de su amante, tenía el suyo. Era un dios y a la vez
una fiera. Normalmente tenían sexo durante 3 o 4 horas, todo
dependía de lo que ellas aguantaran.
Noelia durmió toda la mañana del día siguiente. Cuando comenzó a
abrir los ojos paseó su mano por la cama y notó que estaba sola,
odiaba que Marco le hiciera eso, le encantaba despertarse con él,
pero claro, ella estaba de vacaciones y él ahora se debía a su trabajo.
No tenía prisa, se desperezó con parsimonia, aunque sus tripas
rugían. Se movió hacia la mesilla para ver la hora. Dio un salto en la
cama y se sentó, era más tarde de lo que pensaba. Estaba segura
que a esas horas de la tarde el restaurante del hotel estaría cerrado.
Se prometió, que se pondría un despertador para la mañana
siguiente, porque a pesar de estar de vacaciones quería recorrer
aquel maravilloso espacio natural donde el aire olía diferente
haciéndole sentirse distinta.
Se levantó y vio una nota en el borde de la otra mesilla. Fue hasta
ella despacio intuyendo que lo que iba a leer no le iba a gustar.
«Reina, esta noche no podemos quedar, lo siento, tengo un
compromiso. Tuyo Marco»
Las palabras la atormentaban mientras se duchaba. Ella sabía cómo
era Marco, nunca le había prometido nada y sabía que no debía
hacerse ilusiones con él, pero había imaginado que por lo menos
estos días que ella estaba allí, pasarían las noches juntos. Se vistió
de mal humor y decidió salir para comer algo y conocer el pueblo.
Cogió su cámara de fotos, a pesar de estar de vacaciones, no
desaprovechaba ninguna ocasión. Muchos de sus trabajos como
diseñadora gráfica tenían como base fotos que ella misma había
tomado. Aunque más de alguna vez había tenido que pedir varios
favores a uno de los mejores fotógrafos de Zaragoza: Jorge Santos,
que por razones de tiempo y de horarios nunca se habían llegado a
conocer.
Ahora el destino le había preparado una sorpresa, se lo servía en
bandeja.
Había saciado ya su apetito cuando comenzó deambular por la calle
fijándose en todo. Divisó un puente y con paso decidido se dirigió
hacia allí. A medida que se acercaba se maravilló con la construcción.
De piedra y majestuoso se alzaba la vieja obra. Se quedó atónita al
comprobar su peralte. Sacó su cámara de fotos y agachándose
comenzó a fotografiar los diferentes ángulos que más llamaron su
atención. Se levantó y dio varios pasos hacia atrás. Estos
movimientos hicieron que chocara con alguien. Se giró para
disculparse y cuando lo vio, bufó:
— ¿Tu?... Pero bueno me persigues o ¿qué?
— Para nada, pura coincidencia. Debe de pensar señorita, que
Benasque no es una población muy grande, y el puente es una de las
zonas más visitadas y fotografiadas.
Noelia se marchó despidiéndose con un tono irónico:
— Ya, ya… pura casualidad.
Estaba harta, rabiosa y furiosa. «Este tío parece estar dispuesto a
amargarme las vacaciones».
Se marchó como una posesa hacia el hotel para relajarse en el
jacuzzi antes de ir a cenar.
Bajó al comedor relajada, sin pensar en nada de lo ocurrido,
simplemente hacia planes para el día siguiente. Cogería el coche y se
acercaría hasta el embalse de Eriste, le habían dicho que ofrecía unas
vistas magníficas para fotografiar. Estaba segura que sería un día
tranquilo.
Los días, a veces, parecen tener vida propia. Nada ocurrió como ella
esperaba.
Cuando llegó al comedor, éste estaba lleno, no había ni una mesa
libre. El maître le sugirió que se tomara algo en el bar mientras se
desocupaba alguna. Acababa de pedir una cerveza cuando el mismo
hombre que la había atendido, se acercó hasta ella y le dijo:
— Hay un caballero que dice conocerla y que la invita a cenar a su
mesa.
Se sorprendió. Enseguida pensó que esa propuesta venía de él, del
tipo que parecía perseguirla. No quiso comprobarlo y amablemente
rechazó la invitación diciendo que había decidido ir al pueblo. La
noche fue peor que el día, un verdadero desastre, el segundo de
vacaciones y ya estaba deseando volver a su rutina. Puso la alarma
para levantarse temprano y se tumbó en la cama para leer. Con el
libro entre las manos, su mente se evadía de las letras que tenía
delante, impidiendo que se concentrara en la lectura, solo hacía que
pensar en el hombre que parecía cruzarse constantemente en su
vida. Intentó apartarlo de su mente pero por una extraña razón que
se escapaba a su entendimiento, no podía.
Sin saber el porqué, sacaba lo peor de ella, sentimientos que no eran
habituales.
« ¿De dónde sacaba esa rabia? ¿Por qué lo exasperaba de esa
manera si no lo conocía de nada? Tenía que admitir que tenía los ojos
más azules que jamás había visto. Su mirada estaba llena de paz y
tranquilidad. Era una mezcla que en ella causaban un revuelo de
emociones encontradas.»
La alarma la despertó. Se levantó contenta dispuesta a disfrutar de
aquella maravillosa jornada. Despejó los cortinajes de los ventanales,
y tras ellos, vio un claro y limpio cielo azul que la sorprendió. Los
rayos se colaban por las montañas dejando una estampa digna de ser
inmortalizada, con una luz increíble. Se vistió con agilidad, cogió la
cámara y bajo a desayunar.
Se sentía contenta. Abrió el coche, puso música y enfiló carretera
memorizando el trayecto. A lo lejos comenzó a divisar el lago y
aminoró la marcha buscando el desvío que la llevara hasta alguna
zona donde poder aparcar. Salió feliz del coche y con la cámara
colgada del cuello comenzó a caminar por el pequeño puente. Se
respiraba calma, el paisaje invitaba a ella. Todo era paz. Ese
apartado lugar, el agua del río que desembocaba en el lago, los
patos, los cisnes y el canto de los pajarillos, parecía el sitio perfecto
para pasar la mañana tranquilamente. Caminaba por el sendero de
tierra observando el paisaje con detenimiento. En su trayecto se
cruzaba con paseantes, niños, perros, y gente fotografiando el
magnífico paraje, todo en perfecta armonía. Se detuvo cerca un
hombre que tomaba instantáneas a los hermosos patos que a cambio
de posar, esperaban su recompensa. Estaban situados en un recodo
donde apenas había visibilidad, por eso cuando el ciclista tomó la
curva y los vio gritó:
— Cuidaaadooo... ¡Lo siento! —se disculpó mientras intentaba no
atropellarlos y a la vez se incorporaba al camino.
El percance llevó a Noelia a arrimarse, e inconscientemente se agarró
al hombre que tenía a su lado. En cuanto pasó el ciclista, se disculpó
avergonzada:
— Lo siento… yo… espero no haberle hecho mal.
Él se giró.
«Era él otra vez» pensó ella nada más verlo.
Jorge también la había sujetado suavemente para que no se cayera.
Estaban tan cerca el uno del otro que podían sentir sus alientos. Ella
instantáneamente clavó su mirada en la inmensidad de sus ojos
azules. Su perfume, su cara y la cercanía, la dejaron hipnotizada sin
poder articular palabra, eso la desarmó. Estimulada por una atracción
anónima se acercó más para rozar sus labios con los de él.
Aquello les produjo a ambos una descarga eléctrica que los llevó a
unir sus bocas en un extraño beso; era como una suave caricia, pero
a la vez los devoraba un fuego arrasador. El brazo de Jorge
descansaba en la sinuosa cadera de Noelia. Él comenzó a percibir una
ligera incomodidad entre sus piernas, su miembro respondía al fuego
que la piel de aquella fierecilla desprendía. El beso se alargó. El
aprovechó el momento para apoyar su otro brazo en el otro lado de
su cuerpo. Ella al sentirse rodeada por sus brazos, se escabulló y sin
decirle nada, comenzó a correr hacia el coche. Una vez dentro,
sentada, cerró los ojos pensando en lo que había pasado mientras su
respiración se normalizaba. No lo entendía, y menos la reacción que
el beso había dejado en ella. Cuando se encontró lo bastante serena
para conducir, se incorporó a la carretera, no sabía a donde ir, pero sí
sabía que no quería volver todavía a su habitación. Simplemente lo
hizo para no pensar.
Llegó a Benasque cuando el sol se estaba escondiendo entre las
montañas. Aparcó el coche y entró en el hotel. Una voz desde
recepción la reclamaba. Se acercó con un estado anímico de
cansancio y sorpresa. La recepcionista con mucha amabilidad le
tendió un sobre diciéndole que le habían dejado una nota. Pensó que
era de Marco y tras darle las gracias, se marchó para subir a su
habitación.
Una vez dentro, corrió emocionada para tumbarse en la cama
dispuesta a leer la nota, pero al averiguar el contenido su semblante
cambió; las palabras eran de Jorge. La rabia de verse olvidada por
Marco la engulló. Movida por el despecho y sin pensarlo, miró la hora
para comprobar si aún disponía de tiempo para ducharse, arreglarse
y aceptar la cena con Jorge. Llamó a recepción para que le dejaran
un mensaje a Jorge.
A la hora acordada Noelia estaba en la puerta del restaurante del
hotel, en cuanto el maître la vio, la acompañó hasta la mesa donde él
la estaba esperando. Estaba un poco cohibida y a medida que
pasaban los segundos, se arrepentía de haber aceptado, pero ya no
podía dar marcha atrás.
Jorge, por su parte, se sentía de nuevo como un quinceañero. Los
nervios lo devoraban, no estaba seguro que ella aceptara la cena,
que al final se arrepintiera o que le diera plantón. Cuando la vio
aparecer detrás del maître, en aquel momento se sintió el hombre
más afortunado del mundo. En cuanto se sentó en la silla, la actitud
de Noelia hacia él cambió completamente, ya no estaba a la
defensiva y la velada transcurrió como un soplo de aire fresco para
los dos. Se entendían más de lo que ambos hubiesen imaginado. No
eran tan diferentes como creían. Lo único que parecía que los
separaba era la edad. Ella veía que él tenía demasiada edad para
tener una relación con él, y él creía que ella era muy joven, pero le
gustaba y estaba dispuesto a luchar por demostrarle que la edad no
importa si el corazón es correspondido.
Durante el café, las miradas entre ellos habían cambiado, había
brotado una excitación que antes no existía. Noelia se levantó de la
mesa con la excusa de que necesitaba descansar y Jorge, temiendo
perderla, también hizo lo mismo. Con amabilidad le preguntó si podía
acompañarla hasta la habitación, sin embargo, lo que él realmente
deseaba, era tener la oportunidad de sentir de nuevo la suavidad de
sus besos.
En el ascensor, él le cogió la mano y sin decirle nada la atrajo hacía
su cuerpo. Su aliento le calentaba la cara, estaban tan cerca el uno
del otro, que casi podían sentir sus deseos. Fue él quien dio el primer
paso y posó sus labios en los de ella. Experimentaron algo especial
que nunca antes habían sentido, deseaban más de eso que los estaba
volviendo locos de pasión.
En cuanto Noelia abrió la puerta de su habitación, él la cogió entre
sus brazos, y tras cerrarla con el pie, anduvo hasta la cama donde la
depositó con cuidado. No hacía falta encender la luz, en el exterior la
luna llena lucía hermosa dando la iluminación adecuada a la
habitación.
Jorge se arrodilló en la mullida alfombra y con delicadeza la descalzó.
Besó sus pies y sus labios fueron ascendiendo por las piernas hasta
detenerse en el borde de su vestido, se paró para acariciar con un
solo dedo sus deliciosos muslos. Ella estaba sedienta de más,
deseaba sentirlo ya dentro y gozar horas como estaba acostumbrada,
pero nada sucedió como ella esperaba. Él se entregaba en cuerpo y
alma cada vez que compartía cama con alguna mujer, y esta vez no
iba a ser diferente.
Puso sus manos en la prenda que tapaba el cuerpo de su amada, y
muy despacio se lo subió. Se lo quitó acabando la acción con un
suave pero ardiente beso en la boca. Noelia no sabía qué hacer, las
sensaciones la paralizaba, era una experiencia nueva la que estaba
viviendo. Nunca nadie la había tratado así, por eso, se dejó hacer.
Jorge le susurraba palabras al oído alternando besos con ternura.
Lamía su cuello y recorrió su piel hasta llegar al borde del sujetador.
Depositó besos húmedos en esa zona mientras se lo quitaba, y a la
vez con voz sensual le repetía lo guapa que era y lo mucho que la
deseaba. Ella suspiraba, se sentía flotar en un mar de placer
desconocido. La joven estaba muy excitada, su respiración era
agitada. Él sonrió al notar como sus besos en sus grandes pechos y
en sus deliciosos pezones empezaban a hacer efecto. Descendió con
otro reguero de besos por su vientre hasta detenerse en el tanga,
una minúscula pieza que cubría lo esencial y lo que más deseaba. La
quería ya, su entrepierna se quejaba desde el momento en que había
tocado la suavidad de su piel.
Rozó el tanga mojado con su pierna mientras le susurraba lo mucho
que la deseaba e infinitas de palabras, que jamás le habían dicho
cuando follaba con otros, esto era diferente... era amor.
Entre jadeos, Noelia le suplicó que quería sentirlo dentro de ella. El
paseó una mano por la fina tela del tanga, lo que hizo que se excitara
más. Comenzó a desvestirse sin dejar de besarla, no sin dificultad.
Cuando su cuerpo estaba totalmente desnudo, la despojó de la única
prenda que llevaba. Ambos estaban ya sin ropa. Él comenzó otro
juego, empezó besando el interior de sus muslos, quería saborear su
esencia aunque solo fuera un segundo. Lamió su sexo y lo besó.
Inmediatamente se puso encima de ella y la penetró. Cabalgaron al
unísono como si ambos estuvieran hechos el uno para el otro. Sus
respiraciones agitadas iban a la par, gritaron y se desahogaron con
palabras, con un atrevimiento desconocido.
Aquella experiencia fue maravillosa para los dos, después de pasar
horas amándose se durmieron abrazados. Fue una noche especial,
tanto que marcaría un antes y un después en la vida de Noelia.
Los primeros rayos de sol sorprendieron a los dos amantes dormidos
todavía en la cama, y los fueron despertando poco a poco. Se
miraron a los ojos, estaban sorprendidos y algo cohibidos. Ninguno
de los dos dijo nada, simplemente retenían en sus pupilas al ser que
tenían delante, como si en aquel momento el mundo se fuera a
acabar, queriendo grabar en sus almas aquel amor inesperado que
les había sorprendido entre las montañas. Él sin dejar de
contemplarla, puso un dedo en sus labios y seguidamente la besó.
Fue un beso tierno, pero con la fuerza de querer demostrar que
realmente la amaba. Tras esa manifestación, Noelia suspiró.
— Mi fierecilla, ya eres mía y ahora que ya te he encontrado, no voy
a dejar que te escapes tan fácilmente. Me gustas mucho —le susurró
al oído vocalizando las palabras para que le quedara claro.
— Yo…necesito tiempo… tengo que… aclarar muchas cosas —
sentenció llena de un mar de dudas al comparar a Jorge y Marco,
eran tan diferentes.
Jorge le respondió que no tenía prisa, que la esperaría todo el tiempo
que hiciera falta, que se quedaba allí toda la semana pero que,
después,
lo
encontraría
en
Zaragoza.
Y
tras
besarla
apasionadamente, abandonó la habitación.
Noelia se quedó sola, encima de la cama, desnuda, pensativa y
recordando lo que había vivido la última noche, su cuerpo reaccionó;
su corazón se aceleró y mil mariposas revoloteaban en su interior.
Las imágenes de ambos rondaban por su mente, y poco a poco las
vivencias con Jorge iban ganando la batalla que tenían con las de
Marco. Pensaba que más que unas vacaciones, eso era una tortura.
Inapetente y con la moral hecha trizas repasó esos dos días que
llevaba allí y suspiró al pensar en los que todavía le quedaban hasta
el domingo. Decidida a solucionar sus dudas, marcharse o quedarse,
llamó a Marco. Después de hablar con él, sintió como la frialdad de
sus palabras y de su comportamiento se adueñaban de ella. No
entendía nada de lo que estaba pasando.
− ¿Había estado ciega hasta ese momento? o ¿realmente Marco era
así? —Se preguntaba sin obtener respuesta.
Noelia aún no se había dado cuenta, de que la noche que había
pasado con Jorge, le había mostrado las dos caras de una relación, la
del amor y la del sexo.
− ¿Y si pudiera tener las dos cosas en una misma persona? —se
preguntaba aturdida.
Su estómago no daba signos de admitir comida. Mientras miraba la
hora, un golpe en la puerta de la habitación la sacó de su ensoñación.
Se vistió y la abrió.
Un trabajador del hotel, le entregaba un ramo de rosas rosas y una
caja pequeña. Cerró la puerta y apoyada la espalda en ella respiró el
aroma, se notaba que no eran de floristería. Le acababan de alegrar
la tarde, se fue corriendo a la cama para leer la nota. Se sorprendió
cuando vio la pulcra y cuidadosa letra, que ya conocía. Ella pensó que
era un regalo de Marco disculpándose, pero lo que se encontró era
totalmente diferente a lo que imaginaba. Aquellas frases la hicieron
suspirar. ¿Por qué Jorge? ¿Por qué a mí? Sentía que había puesto en
un pedestal a su amigo Marco. La distancia le estaba demostrado que
entre ellos, nada había cambiado. No había servido para avivar lo que
supuestamente creía que él sentía, pero sí, simplemente para
confirmar que él no iba a cambiar ni por ella, ni por nadie. Era
magnífico en la cama, pero poco más, una buena persona, sincera,
amigo de sus amigos. Marco solo servía como amante, no pensaba en
el amor.
«Por fin me he dado cuenta, he tenido una venda en los ojos todo
este tiempo. Ahora solo me queda una duda, ¿qué hago con Jorge?»
Pensó mientras saboreaba un bombón de los varios que contenía la
caja. Combatió aquel malestar que era desconocido para ella, con
media caja de bombones.
Se acercaba la noche y cada vez estaba más decidida a dar la cara y
agradecer ese bonito gesto que Jorge había tenido con ella. Se duchó,
se arregló y decidió bajar a cenar, su intuición le decía que estaría en
el comedor. Estaba en la puerta esperando al maître para preguntar
por el Sr. Santos. Al confirmárselo, le indicó que por favor la
acompañara hasta su mesa. A medida que se acercaba, su corazón
comenzaba a latir más rápido y sentía un nerviosismo poco habitual
en ella. Al verlo, algo se le encendió por dentro, una nueva sensación
que le hacía flotar. Simplemente se miraron y una sonrisa en la boca
de Jorge bastó para tranquilizarse. Pasaron otra inolvidable velada.
El tiempo se les pasaba volando cuando estaban juntos. La noche, de
nuevo, fue el aliado de él y acabaron amándose otra vez en la
habitación de ella.
Jorge y Noelia pasaron el resto de las vacaciones haciendo pequeñas
excursiones. Visitaron Cerler, Los Llanos del Hospital y pasearon
compartiendo confesiones e ilusiones. Lo que más le llenaba a
Noelia, era la atmósfera que Jorge conseguía crear cada vez que
hacían el amor. Ambos comenzaban a sentir algo más que una simple
atracción pasajera, pero ninguno de los dos se atrevió a decir nada
hasta que llegó la última noche. Al día siguiente dejarían Benasque
para volver a la gran urbe, Zaragoza, y centrarse cada uno en su
vida. Solo les quedaba esa noche y Jorge no la iba a desaprovechar,
iba a jugar su última baza. Se habían amado en silencio, sin
pronunciar ninguna palabra de amor, pero sus cuerpos ya lo sentían.
Exhaustos después de un orgasmo intenso, abrazados y mirándose a
los ojos Jorge le confesó sus sentimientos. Noelia suspiró, sus
palabras eran lo que ella quería oír, le besó intensamente y tras
separarse unos segundos le respondió que ya no se libraría tan
fácilmente de su fierecilla, que era como él la llamaba cariñosamente
desde que la vio la primera vez enrabietada en el coche.
A Noelia solo le quedaba una cosa pendiente para la mañana
siguiente antes de marchar, despedirse de Marco. En su encuentro, él
percibió un brillo especial en sus ojos, una mirada serena que jamás
había visto. Le resumió lo ocurrido y se despidió de él, asegurándole
que su amistad seguía siendo la misma y que siempre estaría para
escucharle. Se abrazaron y despidieron como dos buenos amigos.
De camino al coche pensó en lo caprichoso que muchas veces se
volvía el destino y recordó por un instante, pero esta vez con una
sonrisa en la boca, en la encrucijada que la vida le había preparado;
un encuentro que le enseñaría el verdadero amor.
EL OASIS DE TUTANKAMÓN: DE SAMANTA ROSE OWEN
http://passionporlalectura.blogspot.com.es/
Pasar el verano a tres mil quinientos kilómetros de distancia de tu
casa, renunciar a tus vacaciones de verano y tener que trabajar, es
malo, pero que tu jefe, director de uno de los periódicos más
importantes de Madrid, te diga a ti, becaria de su periódico, que
tienes que realizar un artículo de investigación en mitad de la nada,
rodeada de piedras, arena, tierra y escorpiones, es lo peor que te
puede pasar. Aunque todo se ve de otro modo si te dicen que a
cambio de dicho esfuerzo puedes ganarte un puesto de trabajo en su
periódico. Cuando comencé, realizaba las típicas tareas que le suelen
tocar a un becario; pasar artículos al ordenador, actualizar la web del
periódico, ordenar archivadores, reciclar y preparar café. Justo
cuando empecé a desesperarme por las tareas que me asignaba,
comenzaron a dejarme hacer pequeños escritos, opiniones,
búsquedas de información…etc. Cuando mi jefe me asignó un artículo
de investigación casi me vuelvo loca de la emoción. Por fin iba a
ejercer de lo que realmente era, una periodista. El problema vino
cuando supe que me habían asignado dicho artículo porque nadie
quería hacerlo. A nadie le importaba la maldición de Tutankamón o lo
que sucedía en el viejo Egipto. Ninguno de mis compañeros estaba
dispuesto a fastidiarse sus vacaciones de verano para estar en un
lugar desértico, a una temperatura media de cuarenta grados y sin
apenas sombras. Esas eran las objeciones para los hombres, las
mujeres tenían el añadido de ir a un país donde eran claramente
discriminadas. Pero yo, que era la becaria, no podía renunciar a este
trabajo si quería destacar por primera vez en el periódico.
La historia que tenía que investigar estaba basada en la maldición de
Tutankamón. Esta maldición es solo una leyenda que se contó hace
años cuando se produjo el hallazgo de la momia de dicho faraón. La
leyenda cuenta que más de treinta personas que tuvieron relación
con dicho descubrimiento, murieron en extrañas circunstancias a los
pocos años. Su principal descubridor, Lord Carnarvon, murió once
días después de que se produjese la apertura oficial de la cámara
sepulcral. Mucha gente comenzó a hablar de ello y a coger miedo a la
posible venganza fantasmagórica. Pero la leyenda se empezó a hacer
más creíble con las demás muertes que se fueron produciendo. Con
el paso del tiempo, compañeros de Lord Carnarvon fueron muriendo
en extrañas circunstancias. Su hermano que estuvo presente en la
apertura de la cámara real murió al poco tiempo. El hombre que dio
el último golpe al muro para entrar, murió sin ninguna explicación
médica. El hombre que hizo varias radiografías a la momia, enfermó
y murió dos meses después. El profesor de Carter, que investigó con
él el hallazgo murió de un ataque cerebral en el mismo Cairo y su
secretaria, murió de un ataque al corazón. El padre de la joven se
suicidó al conocer la noticia. Después de esto, muchos periódicos y
revistas se lanzaron a contar esta maldición. Algunos escritores
investigaron sobre el tema y vaticinaron que existía un texto árabe
antiguo en el que se avisaba que los intrusos que rompieran el sello
de una tumba cerrada sufrirían el peor de los castigos: la muerte. Se
escribieron muchas novelas y se rodaron muchas películas de cine,
pero años después, esta leyenda fue desmentida por historiadores,
médicos y otros profesionales. Algunos decían que solo era un cuento
para asustar a los posibles ladrones de joyas y tumbas; otros, que las
muertes se debían a ciertas partículas y microorganismos que
pudieron ser respiradas al entrar en un lugar que llevaba más de tres
mil años cerrado. Finalmente, todo quedó en un mito urbano.
Mi trabajo no consistía en volver a analizar dicho pasado, sino
investigar las recientes muertes que se habían producido al trasladar
a la momia desde su sepulcro al museo del Cairo. Al parecer, el
museo más importante de Egipto, quería exhibir la momia durante
unos meses, una oportunidad única para ganar visitantes. Pero tres
de las seis personas que habían realizado el traslado de la momia,
habían fallecido recientemente en extrañas circunstancias. Por lo que
todo el mundo volvía a hablar de la maldición y su posible regreso.
Tenía que investigar qué o quién estaba detrás de todo esto y escribir
mi punto de vista. Para ello, iba a contar con la ayuda de Arthur
Carter, el nieto de Howard Carter. Este hombre llevaba más de
treinta años trabajando en el museo del Cairo y conocía todos los
secretos de esta leyenda, no solo por las anécdotas que había
heredado de su abuelo, sino por su formidable trayectoria como
egiptólogo. Así que lo primero que hice nada más aterrizar en el
Cairo, fue acudir a mi cita con él. Sin lugar a dudas, la mejor parte de
este trabajo era cuando alguien experto en la materia que tú ibas a
investigar, te contaba todos sus secretos y su versión de la historia.
Si había algo que me gustara más que el periodismo, era el escuchar
a las personas. Una vez que pregunté a una persona de seguridad del
museo donde se encontraba el despacho del señor Carter, caminé
hasta dicho lugar. En cuanto vi el cartel con su apellido, respiré
profundamente y llamé dos veces.
—Pase —dijo una voz seria y profesional.
Intenté que esa voz no me afectara, pero lo hizo. Yo era una chica
joven e inexperta. Todavía estaba comenzando a dar mis primeros
pasos como periodista y no quería que eso se me notara ante un
profesional como Arthur Carter con muchos años de estudio a sus
espaldas. Me animé a mí misma a que podía conseguirlo y parecer
más profesional de lo que en realidad era. Así que entré con la mejor
de mis sonrisas.
—Buenos días, señor Carter —dije entrando y cerrando la puerta.
Cuando por fin me giré y vi el rostro de aquel hombre, volví atrás las
imágenes de mi cabeza para recordar si me había equivocado o no,
de despacho. Estaba claro que la edad de este chico no cuadraba con
la de Arthur Carter. Pero, ¿de dónde habían sacado a este egipcio tan
sexy? ¿Dónde estaba la cámara oculta?
—Buenos días señorita Fernández, la estaba esperando. Siéntese —
dijo el chico sin nombre.
—Perdone, supongo que usted será el secretario del señor Carter,
tengo una cita con él ahora —dije sin dejar de mirar sus preciosos
ojos color avellana.
—Yo soy el señor Carter —dijo él más serio de lo normal y algo
ofendido por mis palabras.
—Debe de haber una confusión —dije sin saber cómo salir del
problema.
El señor Carter o quien fuese este chico emitió una risa sin ganas en
la que me dio a entender que ya estaba acostumbrado a tener que
debatir por este tema. Pero a mí nadie me había indicado que la
persona con la que me iba a encontrar era aproximadamente de mi
edad, alto, con pelo y barba de color moreno, piel bronceada, unos
preciosos ojos color avellana y un atractivo exótico y diferente que
me hacía temblar. Yo, más bien, me esperaba a un señor mayor, de
unos sesenta años, barrigudo, con gafas y alguna que otra cana.
—Yo soy Taleb Carter, el nieto de Arthur Carter. Mi abuelo ha decidido
jubilarse y yo estoy ejerciendo su oficio —explicó Taleb.
—Entonces es un becario como yo —dije sin pensar.
—No soy ningún becario, soy egiptólogo —dijo defendiéndose de mis
palabras.
—Y yo periodista —dije contraatacando.
—Pues ahora que ya sabemos lo que somos cada uno, empecemos
nuestro trabajo —dijo Taleb de forma algo grosera.
No quería cuestionar si su escasa trayectoria profesional iba a ser
suficiente para mi artículo, pero su actitud a la defensiva y su forma
de hablarme, lo hacía inevitable. Podía ser muy atractivo pero era un
borde. Obviamente prefería tratar con un hombre mayor, experto y
educado, no con un chico arrogante que había heredado el puesto de
papa por gracia divina. Ya me habían avisado de que los egipcios
eran bastante reservados y serios, pero si además se encontraban
con una mujer de un mismo nivel cultural, la cosa empeoraba. Debido
a sus ideologías, no entendían que una mujer tuviera estudios y
trabajara. Quizás sus malas contestaciones se debían a eso. Decidí
ignorar sus palabras y centrarme en lo que había venido a hacer, así
que saqué mi libreta de notas y comencé con mis preguntas.
—Se sabe ya lo que sucedió en la muerte de sus tres trabajadores —
dije a modo de interrogatorio.
—Todo el mundo sabe lo que sucedió —dijo Taleb haciéndose el listo.
—De lo que todo el mundo habla es de la maldición, no de lo que
realmente sucedió —dije rápidamente.
—Los tres iban en el mismo vehículo y tuvieron un accidente.
Murieron antes de llegar al hospital —dijo de forma correcta.
—Supongo que algún perito hizo un informe indicando que tipo de
fallo tuvo el coche. ¿Qué dice ese informe? —dije buscando otra
salida.
—No hay ningún informe.
—Es decir, que el coche no chocó contra nada, cosa poco probable en
una zona desértica, pero aun así volcó lo suficientemente fuerte para
matar a tres personas, lo que indica que o perdieron el control o hubo
un fallo mecánico, y ¿me está usted diciendo que nadie ha estudiado
dicho accidente? —dije sorprendida.
—Exacto, eso es lo que le estoy diciendo —dijo él como si fuese yo la
que no entendiera nada.
Algo no cuadraba. Tres personas mueren en un accidente de coche en
mitad de la nada, ¿y nadie lo investiga? En mi lista de posibles
sospechosos apunté; policía, autoridades o políticos. Nadie tenía más
poder que ellos para tapar ese accidente. Mientras mi cabeza seguía
pensando, Taleb me condujo hacía una especie de almacén apartado.
Aproveché ese momento para mirarle el culo, un bonito culo oculto
tras unos pantalones de tela ligera. Ni siquiera sé porque mis ojos se
dirigieron en esa dirección, así que me reprendí por ello. Cuando
llegamos, encendió una luz tenue y se dirigió hacia una enorme urna
tapada con una sábana.
—Bueno, pues aquí está el causante de todo este lio —dijo Taleb
levantando la sábana y mostrándome la momia del faraón.
—Puag, es asqueroso —dije sin poder controlarme al ver ese
esqueleto ennegrecido.
—No le ofendas o serás una presa más de su venganza —dijo Taleb
elevando sus preciosos y carnosos labios en una sonrisa.
Era la primera vez que Taleb mostraba un lado diferente, más
divertido y algo bromista. Estaba tan guapo cuando sonreía que mis
braguitas ya se habían humedecido por una solo sonrisa. ¡Alex
contrólate, esto es trabajo no vacaciones eróticas con egipcios sexys!
Pero no podía dejar de recorrer con mi mirada todo su cuerpo. Quería
ver qué escondía esa túnica holgada a pesar de lo grosero que estaba
siendo conmigo. ¿Era sadomasoquista? Quizás debajo de su grosería
podía haber un chico normal. No, esta belleza no era la de un chico
normal. Lo mejor, era continuar con el consejo que me habían dado
al salir de España; no te fíes de los egipcios. Pude intuir que él no se
creía la leyenda, pero aun así me aventuré a preguntárselo.
—No cree usted que la maldición sea cierta, ¿verdad? —me aventuré
a decir.
—Por favor, no me trates de usted. Aunque no lo parezca, todavía soy
joven. Llámame Taleb —dijo moviendo los labios y mandando un
impulso directo a mi sexo.
—Estoy de acuerdo, me parece más cómodo. Puedes llamarme
Alejandra o Alex, como prefieras —dije devolviéndole la sonrisa.
—Pues como te estaba comentando, Alejandra, me gustaría creer que
hay un espíritu faraónico vengándose por interrumpir su descanso. Es
un buen tema para una novela de misterio, pero no, no creo que el
causante sea él —dijo con sinceridad.
—¿Sabes quién puede estar detrás de todo esto? —dije de forma
curiosa.
—No. Supongo que todos somos sospechosos. A todos nos conviene
que se vuelva a hablar de este faraón —dijo Taleb mirando a la
momia mientras le daba vueltas a algo.
—¿Recibes mensajes amenazadores? —dije siguiendo mi línea de
investigación.
—Todos los días desde que estoy en este puesto y mi padre igual. Hay
mucha gente que está en contra de que los tesoros que esconde
Egipto sean explotados y mostrados al mundo. Supongo que la clase
pobre no está muy de acuerdo con que los tesoros que esconden sus
tierras lleguen a manos de gente con poder. Y como en todos los
países, extremistas hay en todos los lados —dijo Taleb
posicionándose.
En ese momento quise abrazarle y protegerle de cualquier persona
que quisiera hacerle daño. Estaba claro que en Egipto había un
conflicto de intereses. Pero la solución no era matar a personas
inocentes. Tenía que encontrar a la persona que estaba detrás de
todo esto.
—Me gustaría ir hasta la tumba y pasar por donde fueron sus
hombres. Quizás en el escenario del crimen encuentre alguna pista —
dije sacando mi vena investigadora.
—¿Escenario del crimen? Perdóname Alejandra, pero creo que tienes
ideas equivocadas. No ha habido ningún crimen —dijo Taleb en un
tono cortante.
—Mueren tres de sus hombres en un extraño accidente, el cual,
sospechosamente no se ha investigado, ¿y tú crees que no es un
crimen? —dije totalmente sorprendida.
—Exacto —dijo Taleb de forma concisa.
—Aun así quiero ver la tumba e ir por la misma carretera que fueron
sus hombres —dije ignorando sus palabras.
—Como quieras, pero esperaremos a que el sol este más bajo —dijo
Taleb comenzando a caminar.
El rato que estuvimos en el museo, no pude dejar de comérmelo con
la mirada mientras él hablaba extensamente de la historia de este
joven faraón y su corto reinado. Quería ser disimulada, pero no
podía. Aunque la verdad era, que si se me notaba, él sabía disimular
mi descaro bajo una cara seria y profesional. También me mostró
algunas de las preciosas joyas que rescataron de su tumba, pero a mí
me daba igual las joyas. Solo quería saber las miles de maneras en
las que me podía hacer disfrutar en la cama.
Cuando el sol dejo de brillar, ambos salimos del museo. Antes de
llegar a su Jeep, Taleb me miró de reojo y sacando un enorme
pañuelo del asiento de atrás dijo:
—Será mejor que te tapes con esto. Vas demasiado…destapada —dijo
mirando de reojo mis pechos descubiertos.
¡Ya empezábamos con las rarezas! Estaba de acuerdo en respetar la
cultura de cada país, por eso, a pesar de que mi camiseta era de
tirantes y escotada, había decidido ponerme un fular que escondiera
esa parte de mi cuerpo. Pero no me iba a tapar con un enorme
pañuelo con este calor solo porque esas fueran sus ideas, además la
idea de que me hubiera observado los pechos me excitaba. Quería
provocarle.
—No pienso ponerme esa manta sobre mi cabeza y mi cuerpo solo
porque tus ideas musulmanas te impidan ver el cuerpo de una mujer.
Ya estoy lo suficientemente tapada —dije totalmente indignada.
—Nunca dejaría que unas ideologías me impidieran ver unas curvas
tan hermosas como las tuyas. Si te pido que te lo pongas es porque
el Jeep es descapotable y si no te lo pones, acabaras con el cuerpo
lleno de arena. ¡Ah, y por cierto! Soy cristiano —dijo Taleb sin dejar
de mirar mis curvas.
Tragué saliva para comprobar si con ello podía tragarme mis
palabras. Había metido la pata hasta el fondo. Pero a pesar de que
era cristiano y no musulmán, como yo había pensado, seguía
creyendo que tenía ciertos comportamientos del típico hombre
egipcio; posesivo, serio y formal. ¿Sería igual en la cama? ¡Alex,
relájate! Al final, el cauce del río Nilo no iba a ser nada comparado
con el cauce de mis bragas.
Tuvimos más de seis horas de trayecto hasta el valle de los Reyes y,
en ese largo viaje, ambos nos pusimos a tono. Yo provocándole
intencionadamente con mis movimientos inocentes mientras me lo
imaginaba mordiéndome los pechos, penetrándome hasta el fondo y
llevándome hasta el placer más intenso. Y él observando mis piernas
desnudas con disimulo, agarrando con fuerza el volante para que no
volaran hasta ellas y mirando de vez en cuando hacia abajo para
comprobar que su centro del deseo no crecía desmesuradamente.
¿Así que le afecta la imagen de mis piernas no, señor Carter? Cuando
bajamos de su Jeep, noté que sus gestos habían cambiado, de nuevo
estaba serio y parecía algo preocupado. Miraba continuamente a su
alrededor y trató de convencerme de que lo mejor era entrar a plena
luz del día y no de noche.
—¿Qué? ¡Ni hablar! No he hecho seis horas de viaje para nada.
Pienso entrar a la tumba contigo o sin ti —dije cabreada por su
negativa.
—¡Menudo carácter! No te dejare entrar sola, así que entraras detrás
de mí. Ten mucho cuidado y no te separes de mi lado —dijo sonando
algo afectado.
Me asusté por la expresión de su cara, se notaba que tenía miedo de
algo, pero no sabía de qué. Taleb me cogió de la mano y un escalofrío
recorrió mi cuerpo. Sus manos eran suaves y grandes, tuve que
contenerme de acariciarlas y dirigirlas a mi cuerpo. Después de
recorrer varios corredores a oscuras y solo agarrados de las manos,
Taleb se detuvo. De repente, soltó mi mano y entonces fui yo la que
se asustó. Estaba totalmente perdida y a oscuras.
—Taleb, no me asustes. ¿Dónde estás? —dije dirigiendo mis manos en
la oscuridad.
Sin quererlo, mis manos se posaron en algo duro pero a la vez
blandito. No era piedra, sino de carne. ¡Vaya, había metido otra vez
la mano donde no debía!
—Creo que ya me has encontrado, ¿no? —dijo una voz sensual llena
de deseo ferviente.
Tenía la mano sobre su miembro, ¡que torpeza la mía! Pero algo me
impedía apartarla de ahí.
—Ven, acércate. Quiero mostrarte algo —dijo él de forma erótica.
—Creo que tú también me has encontrado —dije al sentir su mano mi
pecho.
Aunque el lugar no era el idóneo, tener sexo en una tumba no era
una de mis fantasías, la oscuridad y nuestro toqueteo me estaba
poniendo a diez mil por hora. Quería continuar con ese juego, pero
entonces él encendió la luz del móvil y ambos nos separamos
instantáneamente. No quería mirarle a los ojos porque si no iba a
notar mi vergüenza y excitación, así que me adelanté y miré hacia la
entrada de la tumba. Estaba llena de inscripciones, jeroglíficos y
dibujos. Era impresionantemente hermoso y presentaba muy buen
estado para tener más de tres mil años de antigüedad. Pero una
inscripción encima de la entrada a la tumba, llamó mi atención.
—¿Qué significa eso que pone ahí? —pregunté al atractivo egiptólogo.
—Todo aquel que entre en la tumba del faraón y perturbe su descanso
hallará su peor castigo: la muerte inesperada —dijo Taleb mirándome
serio y preocupado.
En ese momento, se escuchó un ruido lejano y el correr de unos
pasos. La cara de Taleb cambió de preocupación a pánico y no por él,
sino por mí.
—No digas nada ni hables y corre. Corre todo lo que puedas —dijo
cogiéndome la mano e iniciando una carrera.
Sin saber cómo ni porqué, comencé a correr mientras el miedo
invadía cada poro de mi piel. No entendía que era lo que estaba
sucediendo, simplemente confié en él y le seguí. Oímos como unas
cuantas personas nos seguían y cuando por fin salimos y montamos
en su Jeep, él me dijo que escondiera el rostro con su pañuelo.
Cuando arrancó el coche vi como un grupo de hombres salían de la
tumba con armas. Antes de que pudiera darme cuenta comenzaron a
dispararnos y yo grité asustada. Escuché como unos coches nos
seguían de cerca mientras Taleb miraba continuamente hacia atrás e
intentaba tranquilizarme. Estaba atacada de los nervios. ¿Quién
quería matarnos y por qué?
Casi una hora más tarde, después de escuchar gritos en otro idioma,
disparos y pasar mucho miedo, Taleb consiguió despistarles al
escondernos detrás de una enorme duna.
—¡¿Qué narices ha sido todo eso?! ¿Por qué han intentado matarnos?
—grité cabreada.
—¡Esto es culpa tuya y de todos los jodidos europeos que no os
enteráis de nada! Venís a nuestras tierras solo por interés pero ni
siquiera sabéis como está el país. Solo os preocupáis por vosotros
mismos mientras que aquí la gente muere cada día —dijo Taleb
explotando toda su ira contra mí.
—¡No es culpa mía! Yo soy una simple becaria que aceptó esto para
poder conseguir un trabajo. Así que no me hables así o me voy —dije
ofendida.
—¡Eres una inconsciente! Has puesto en juego tu vida por un trabajo
en el cual no te pagan y sin saber a lo que te enfrentabas. ¡Podíamos
haber muerto los dos!
Ni siquiera me quedé a escucharle más, me giré y comencé a
caminar. El culpable de todo era él por ocultarme lo que realmente
estaba pasando. Desde el principio tuve claro que lo que sucedía aquí
no era que el fantasma de Tutankamón se aburriera y matara gente.
Detrás de esas muertes habían personas reales dispuestas a matar y
a hacer justicia por su cuenta. Taleb me siguió mientras me gritaba
que adónde pensaba ir si estaba en mitad del desierto, pero me daba
igual. De repente, él me cogió por la cintura desde atrás y ambos
perdimos el equilibrio cayendo a la arena. Él se tumbó encima de mí
reteniendo mis manos por encima de mi cabeza.
—Eres una inconsciente —dijo Taleb aprisionándome con su cuerpo.
—Sí, y una jodida europea —dije elevando las caderas y notando su
erección.
—Una jodida europea a la cual quiero joder para llevarla al placer
más intenso —dijo él con una voz erótica y cargada de deseo.
—¡En tus sueños! —dije forcejeando.
—Eres diferente Alex, tu carácter fuerte, tu inteligencia y belleza. No
me gustan las sumisas pero en el sexo mando yo, preciosa. Así que,
ríndete —susurró en mi oreja.
Tal y como yo me esperaba, Taleb era un hombre de carácter y
dominador, pero estaba claro que él no había estado con ninguna
mujer española. Desde el primer momento en el que lo vi me lo
imaginé dentro de mí, así que cedí a sus encantos para demostrarle
quien iba a mandar en el sexo. Taleb posó sus labios en mí y me besó
con fuerza y deseo. Su lengua penetró hasta lo más profundo de mi
boca mientras yo le devolvía el beso con el mismo deseo ardiente.
Noté como comenzaba a impulsarse fuertemente hacia mí para que
yo notara su erección haciendo que la arena se moviera entre
nosotros. Yo como respuesta a su deseo, le mordí el labio inferior a la
vez que mi lengua salía a consolarlo. Él gruñó como un animal herido
y en respuesta a mi provocación, me subió la falda hasta la cintura y
me penetró con dos de sus dedos dándome placer con un tercero que
se posó en mi clítoris.
—Siéntelo preciosa. Siente como te voy a penetrar mientras que tú
gritas. Grítame cuanto te gusta —dijo Taleb hundiendo sus dedos en
mí mientras trazaba círculos alrededor de mi clítoris.
Intenté morderme los labios para no gritar, no quería. Él, al ver cómo
me resistía a seguirle el juego, apartó con sus dientes mi sujetador y
comenzó a succionarme uno de los pezones. Sin querer solté un
pequeño jadeo, el placer estaba invadiendo cada poro de mi piel.
Cuando ya no podía más, Taleb se bajó los pantalones y me penetró
hasta lo más profundo de mí ser. En ese momento grité, mezcla del
dolor por el tamaño de su pene y por su intensidad. Él sonrió
satisfecho. Lo tenía en mi mano, así que con agilidad, lo giré y lo
puse debajo de mí. Comencé a cabalgar encima de él, me quité la
camiseta dejando mis pechos al aire y llevé sus manos hasta ellas.
—Señor Carter, la que manda aquí soy yo —dije sonriendo mientras la
metía y la sacaba de mi interior.
—¡Oh, joder, Alejandra! Nunca pensé que diría esto, pero continúa.
Tómame.
En medio de una duna, en mitad de la nada y con las estrellas y la
luna encima de nosotros como única luz, me hundí en él hasta que
ambos nos corrimos de placer y él llenó mi interior de semen. Los dos
gritamos como auténticos animales, demostrándonos lo mucho que
nos había gustado. Después caí rendida en sus brazos, los cuales me
protegieron y abrazaron posesivamente el resto de la noche. Cuando
desperté, los primeros rayos del amanecer aparecieron en el
horizonte. Taleb me besó cariñosamente en la frente y me dijo que
debíamos irnos a un lugar seguro. Por primera vez, lo noté dulce y
amable conmigo, como si de verdad quisiera refugiarme de cualquier
peligro.
Taleb me llevo a su casa ya que, según él, era el único sitio seguro de
todo Egipto, un verdadero oasis en mitad del desierto. Su casa era de
una única planta llena de arcos. Todo era blanco y entraba mucha luz
por todos los rincones. Las ventanas daban a una pequeña piscina
con vistas al desierto. Un oasis, un egipcio sexy, un faraón, aventuras
peligrosas y sexo en el desierto. ¿Todo era un sueño? Si esto era un
sueño seguiría disfrutándolo al máximo. No me lo pensé dos veces y
en cuanto me mostró su habitación, me lancé a sus brazos a besarle.
Su barba me hacía cosquillas en los labios por lo que intensifiqué el
beso para sentirlo más. Bajé lentamente mi mano por su cuerpo,
recorriendo su cuello, sus firmes pectorales, las curvas de su
abdomen, semejantes a las dunas del desierto, para terminar
introduciendo mi mano en su pantalón. Cogí con fuerza su miembro,
lo saqué y lo observé. Era oscuro, grande y muy apetecible. No
entendía lo que me sucedía con Taleb, pero quería hacerle todo tipo
de perversiones aunque no nos conociéramos.
—¿Has visto lo que me haces, Alejandra? Desde que entraste en mi
despacho y me dijiste si era el secretario del señor Carter, quise
tumbarte en mi mesa abrirte de piernas y follarte hasta llegar a la
locura. ¿Qué voy a hacer contigo?
—Todo —susurré en su oreja mientras le chupaba el lóbulo.
Comencé a jugar con su pene y a sentir como su respiración se iba
agitando. Gruñía, jadeaba e incluso gritaba. Sus manos no podían
detenerse en ninguna parte de mi cuerpo. Iban desde mi rostro a mis
pechos para terminar en mi culo, el cual agarraba y pellizcaba.
Cuando supe que estaba alcanzando la locura, paré. Él me miró
extrañado y confuso. Lentamente me arrodillé delante de él y
comencé a bajarle los pantalones. Taleb sonrió mostrándome su cara
de chico malo cuando adivinó mis intenciones. Pero entonces, me
levanté, me quité la falda, me tumbé en el borde de su cama y le dije
con voz de mando:
—Arrodíllate.
Él me miró dubitativo. No estaba acostumbrado a que nadie le
mandase en el sexo, pero conmigo era diferente. Finalmente sonrió y
dijo:
—Chica mala.
Ante mi sorpresa, Taleb se arrodillo, cogió mis piernas y enrolló sus
brazos entre ellas. Comenzó con pequeños mordiscos entre mis
muslos, tentándome, y cuando notó mi impaciencia, sus labios
carnosos se posaron en mi sexo. Besó mis labios íntimos como si
estuviera besándome la boca. Mi mente se imaginó esos labios que
me volvían loca devorándome y comencé a jadear tal y como a él le
gustaba. Taleb me abrió más los labios íntimos con sus dedos y dejó
que su lengua viajara por mi clítoris haciéndome perder la cordura.
Mientras su lengua se ensañaba con mi clítoris, sus dedos me
penetraban y sus dientes se dejaban ver de vez en cuando por mis
labios exteriores. El ritmo de mi respiración, mis jadeos y el
hormigueo que sentía por todo el cuerpo, me indicaba que era el
momento de alcanzar de nuevo ese oasis de placer. Exploté entre
jadeos y gritos en los que no dejaba de decir su nombre. En cuanto
mi respiración volvió a la normalidad, tumbé a Taleb en su cama y le
besé desesperadamente. Sabía a sexo y a mí, pero no me importaba,
le necesitaba. Él, sorprendido por mis ansias, dijo:
—Haces que pierda el mando, me ordenas y luego me besas
desesperadamente como si hoy fuese nuestro último día en el mejor
oasis. ¡Estás haciendo que pierda la cordura!
Sonreí por sus palabras y por lo que mi mente le tenía preparado. Si
todavía no había perdido la locura, lo iba a hacer ahora. Bajé
lentamente por su cuerpo dejando un reguero de besos y cuando
llegué hasta sus caderas, fui directa hasta su miembro y lo devoré.
Taleb emitió un grito de sorpresa y placer. Escondí mis dientes entre
mis labios e inicié el movimiento. Descendí mis manos para
ayudarme. Mientras una de ellas bajaba su prepucio, la otra
acariciaba sus testículos con ansia. Sabía que esto último iba a darle
un punto extra de placer y así fue. Taleb comenzó a jadear y a
decirme que nunca le había gustado tanto como ahora. Noté que sus
piernas empezaban a temblar, por lo que agilicé el movimiento de
mis labios y saqué mi lengua para acariciarlo. Me avisó de que iba a
correrse por si quería apartarme, pero continué. En ese momento,
explotó entre gruñidos desesperados y llenando la habitación de
gritos placenteros. Limpié bien mi boca y me tumbé a su lado
agotada. Él, me cubrió con sus brazos y me besó la cabeza.
Durante unos minutos nos quedamos así, en silencio, desnudos,
abrazados y con leves caricias. Al cabo de un rato, Taleb se levantó
de la cama y me cogió en brazos. Completamente desnudos, él me
llevó hasta la terraza de su casa. Por un momento, temí que alguien
nos viera. Pero lo único que había en aquellas vistas era arena y paz.
Taleb camino hasta el borde de la piscina y después comenzó a
descender conmigo entre sus brazos, los escalones de esta. A fuera la
temperatura estaba a unos cuarenta grados, por lo que el contraste
con la temperatura del agua era reconfortante. En cuanto estuvimos
cubiertos por el agua, enrollé mis piernas alrededor de su cuerpo y él
me abrazó. Ahora que nos habíamos vuelto a desahogar, las dudas
invadieron de nuevo mi mente. ¿Por qué me había mentido desde el
principio? ¿Por qué había ocultado el crimen de sus trabajadores?
¿Quién estaba detrás de esas muertes? ¿Qué estaba sucediendo en
Egipto desde hacía tantos años?
Taleb observó que mi rostro había cambiado. Frunció el ceño y con
voz de preocupación dijo:
—Aquí estás a salvo. No dejaré que te suceda nada.
Y efectivamente así me sentía, a salvo. Pero esta vez podía ver algo
diferente en sus ojos como si yo fuera su refugio y no quisiera
perderme. Algunos lo llaman amor. Yo ni siquiera sé lo que podía ser.
Cerré los ojos y lo besé de nuevo. Ambos nos besamos con dulzura,
mimo y cariño. Inevitablemente la pasión nos llevó a hacerlo de
nuevo, pero esta vez quise pensar que hicimos el amor. Cuando
salimos de la piscina, Taleb preparó algo de comer. Él sabía que
estaba esperando a que él hablara. Así que finalmente lo hizo.
—Egipto siempre ha sido un país pobre. Pero cuando se empezó a
descubrir que bajo nuestros pies había una riqueza inmensa entraron
en juego los intereses políticos. Todo el dinero que se consiguió con
esos descubrimientos fue a parar a los bolsillos de políticos corruptos
en vez de al pueblo. Así que la gente se empezó a rebelar. Se
formaron grupos organizados para robar en las tumbas y saquearlas.
La gente no entendía que robar la propia riqueza del país no era la
solución, porque eso solo daba de comer a unos cuantos durante un
tiempo mientras el problema seguía existiendo. Justo cuando
empezaron las excavaciones para el hallazgo de la tumba de
Tutankamón, se formó una organización nacionalista que impediría a
cualquier persona saquear nuestro patrimonio; los soldados del oro.
Lo que empezó como un grupo que luchaba por la paz y por la
injusticia de nuestro pueblo, terminó convirtiéndose en un grupo
terrorista. Todo aquel que invadió nuestras tierras a base de dinero y
saqueó nuestros tesoros fue asesinado.
—Entonces, ¿todas esas muertes que han ido sucediendo a lo largo
de los años han sido causadas por este grupo terrorista? ¿Incluso la
muerte de tus trabajadores?—dije escandalizada.
—Sí, fueron ellos. Cualquier persona que intente sacar provecho de
nuestras riquezas es asesinada a sangre fría. Si todavía no me han
matado a mí o a mi abuelo ha sido porque nuestra familia perteneció
a su grupo —dijo Taleb algo avergonzado.
—¿Cómo? ¿Tu familia ha sido partícipe de todas esas muertes? —dije
asustada.
—Sí y no. Mi abuelo era inglés y cuando se enamoró de mi abuela se
enteró de que ella pertenecía a esta banda. Quisieron ingresarle como
un miembro más pero él se negó y logró convencer a mi abuela de
que ese no era el mejor método para paliar la corrupción de mi país.
Ambos intentaron pararles, pero ni la policía ni el gobierno hace nada
por detenerlos. Ellos están tan asustados como nosotros de lo que
son capaces de hacer. Así que durante todos estos años hemos
aprendido a vivir bajo amenazas de muerte y rodeados de asesinos —
dijo Taleb cabizbajo.
—Pero, tenéis que hacer algo. Está muriendo gente inocente —dije
cabreada.
—Llevo intentándolo durante años, pero nunca he hallado la solución
hasta ahora. Nuestra solución eres tu Alejandra. Tienes que poner en
ese reportaje la realidad de lo que está ocurriendo aquí y llamar la
atención de los políticos internacionales para que intervengan. Sé que
lo que te pido es peligroso, pero no dejaré que te ocurra nada. Daré
mi vida por ti si es necesario. Te ayudaré a hacer ese reportaje y
tendrás un testimonio de primera mano; el mío y el de mi abuelo.
—Pero si hago eso y digo que tú y tu abuelo me habéis ayudado, os
matarán. No voy a correr ese riesgo Taleb. No pondré en juego tu
vida —dije posando mis manos en su rostro.
—Lo harás, porque gracias a ti he podido descubrir en estas últimas
veinticuatro horas lo que puede llegar a ser vivir feliz y en paz.
Quiero pasar mi vida con una mujer como tú Alex, que me haga
sonreír y, sobre todo, que sepa que puedo caminar con ella por las
calles del Cairo agarrados de la mano sin miedo a que la maten.
Cumple mi sueño, publica ese artículo y vuelve a mi oasis —dijo Taleb
cogiéndome el cuello con sus manos.
No quería publicar ese artículo, no quería poner en juego su vida, no
podía perderle, no. Pero en las últimas horas, había logrado ver a un
Taleb feliz, sonriente y lleno de paz, y no el Taleb que me encontré
cuando entré en su despacho; frío, serio y ausente. Ni siquiera sé
cómo había ocurrido, quizás el destino nos había unido por algún
motivo. Quizás esta era mi oportunidad de dar buen uso de mi
profesión para ayudar a los demás. ¿Y a quién mejor que a Taleb?
Ese egipcio que había conseguido enfadarme, gustarme, cabrearme,
atraerme, seducirme, y sí, enamorarme en menos de veinticuatro
horas. Nuestro trato se selló con un beso lleno de amor, esperanza y
con sabor a segundas oportunidades.
Un mes después, y con el apoyo del periódico, mi artículo fue
publicado en primera plana. Le conté a mi jefe lo que realmente
estaba ocurriendo en Egipto y las pruebas que iba a aportar gracias a
los testimonios de Arthur Carter y su nieto Taleb Carter. Cuando mi
jefe leyó mi artículo, dijo que era uno de los mejores que había leído
desde hacía muchos años, así que me contrató y me hizo reportera
internacional para cubrir las noticias más importantes que fueron
surgiendo en Egipto a partir de este artículo. Una vez publicado, tuvo
tal repercusión a través de noticiarios e informativos, que llegó hasta
los oídos de importantes políticos internacionales. No tardaron mucho
tiempo en comprobar que mis palabras eran ciertas, por lo que la
ayuda internacional llegó a tiempo. A día de hoy, gracias a la ayuda
de soldados de todo el mundo han podido detener a la mayor parte
de los intrigantes de esta banda terrorista.
Después de unos cuantos meses de tensión en los que temí por la
vida de Taleb, hoy miro desde la piscina de su casa con mi cuerpo
enrollado al suyo, el oasis de paz que hemos construido. Por fin el
espíritu de Tutankamón ha hallado su oasis.
¡CUIDADO CON TRANSILVANIA ! DE CASTALIA CABOTT
https://www.facebook.com/pages/Castalia-cabott/451225784957343?fref=ts
Déjenme aclarar algo: los vampiros existen y si alguien de metro
noventa, musculoso por donde lo mires, moreno, de brillantes ojos
oscuros rodeados por asquerosas, espesas y arqueadas pestañas tan
oscuras como su pelo y bastante pálido, de hecho muy pálido, se te
acerca y te cuenta que te ha mordido y que es un vampiro. ¡Créele!
Los vampiros existen. ¡Existen! Y si no lo crees y alguien que dice ser
tu mejor amiga, después de trasnochar durante años, leyéndose a
toda escritora viva o muerta que escriba sobre vampiros te invita a
conocer Rumania, la tierra de tus antepasados, da la media vuelta y
sigue tu vida. No, mejor: busca el arma más cercana y envíala al otro
mundo. Si lo dudas entonces serás más feliz en la cárcel que evitando
visitar Transilvania. Aunque llegar ahí no fue un sendero de rosas
para mí.
Vivo en Buenos Aires, del otro lado del mapa si te paras en Rumania.
Me llamo Anabel Cimenescu, y sí soy una más de las descendientes
de inmigrantes rumanos que llegaron a Argentina en el siglo pasado.
Mis abuelos nacieron en Transilvania y todo lo que sé del país me lo
enseñaron ellos. No es raro que mi sueño más anhelado haya pasado
por conocer la tierra de mis ancestros. Fue simplemente contarle
como una anécdota al pasar a mi amiga Laurita que siempre quise ir
a Transilvania que ella se enganchó y me convenció. Ella, conocería la
tierra de Drácula y yo visitaría Arges, lugar donde mis abuelitos
nacieron. Según Laura nuestros destinos estaban ya escritos. El
castillo de Poienari está muy cerca del valle de Arges, ¿Conocen este
nombre? Pues ahí vivió Vlad Tepes, el famoso conde Drácula. Como
les contaba, para ella el que nos hubiéramos conocido en la salita de
5, en el jardín de infantes, fue algo providencial. ¿Acaso puede
considerarse azaroso azar el hecho de que una descendiente real de
rumanos reales, nacidos en el mismo pueblo de Arges, que soy yo; y
la mayor conocedora de vampiros de toda Latinoamérica, o sea ella,
coincidiéramos en la salita Azul? Para ella eso se llama destino, para
mí infortunio. Pero en esos días, dos años antes de embarcarnos, no
lo sabía.
El tema es que nos pasamos ahorrando dos años, haciendo
empanadas los domingos, y tortas de cumpleaños para conseguir los
euros para visitar a nuestra amada Transilvania. Dos años llenos de
planes, haciendo rutas, planeando cada centímetro de nuestro viaje.
Dos años llenos de risas y sueños. Dos años maravillosos que
terminaron el día que Laura Pereyra, mi ex amiga me dijo:
—Hoy conocí al chico perfecto.
Dicen que los hombres piensan con sus braguetas, y algunas mujeres
solo piensan con la marcha nupcial. Pareciera que si no te casas no
serás nada. Laurita hizo eso, se puso de novia y de repente, dejó de
verme, ya no hacía empanadas, no repartía pedidos de tortas, salía
del trabajo y no me esperaba y todo por irse con él (trabajamos en la
misma empresa) hasta que un día, asquerosamente corto, apareció
por casa, yo no estaba, y me dejó una invitación a su boda. En la
tarjeta escribió de su puño y letra: “Algún día entenderás”. Perra
traidora.
¿Qué tenía qué entender? ¿Qué mi amiga me cambió por un par de
pantalones y un anillo de bodas? ¿Qué se enamoró como me dijo? ¿O
qué decidió gastar todos sus ahorros para una megafiesta que dejó a
todo el mundo con la boca abierta? A todos menos a mí. O no, a lo
mejor pensó que yo entendería el que decidiera pasar su luna de miel
en el Caribe, República Dominicana y sus “paradisíacas playas” en
vez de hacer realidad “nuestro perfecto plan”. Ni siquiera tuvo la
decencia de ser coherente con las horas dedicadas a él. ¿Acaso no fue
ella quien metió en mi cabeza la idea de conocer Rumania? ¿Acaso no
trabajé como posesa sábados y domingos para ahorrar? ¡Claro que sí!
La perra traidora al menos podría haber decidido otro lugar para la
luna de miel. Se lo pedí, y más de una vez.
—Pasa tu luna de miel en Transilvania, yo los acompaño. Ni siquiera
notarás mi presencia. Javier (así se llama el tipo ese), Javier lo
disfrutará, hemos planeado hasta el último segundo.
No hubo manera, se largó a reír la primera vez que se lo dije, y
cuando insistí más de una vez y notó que yo no estaba bromeando
¿Por qué lo haría? Tuvo la desfachatez de enojarse. Esa noche lloré y
tomé una decisión: viajaría sola. Soy una mujer adulta, moderna, y
tengo el dinero ahorrado. Cuando me levanté, el día se veía mejor,
dejé en el olvido mis últimos espantosos meses, viendo venir mi
infortunio y sonreí frente al espejo.
Tenía el pasaje, mis cheques de viajero, mi seguro médico, mi
pasaporte y mi recorrido. ¡Transilvania, espérame!
Si tan solo hubiera imaginado lo que pasaría no habría estado tan
feliz.
1
Después de haber pasado prácticamente 20 años, desde la sala de
cinco, escuchando hablar de vampiros, leyendo por amistad todos los
libros de vampiros que se han escrito, y todo por amor a mi ex
amiga, cuando puse el primer pie en Bucarest, honestamente no me
pareció que la capital rumana fuera un escenario especialmente
vampírico, pero era imposible no comenzar mi viaje soñado sin
visitarla. Y ya que estaba allí recorrí los enormes parques de
Cismigiu, Tineretului, Herastrau. Mucho calor, considerando que yo
venía del invierno porteño.
El segundo día visité el interesante museo etnográfico al aire libre
conocido como Museo de la Aldea durante la mañana. Y aunque
estuve pensando mucho si ir o no, el odio que Laurita me había
dejado lo transfería al tema, al final me decidí. ¿Cuántas veces iría a
Transilvania? Esta era la primera y no podría asegurar que también
fuera la última. Soy una simple asalariada. El asunto es que lo decidí:
conocería al personaje en el que Stoker se inspiró para crear su
famoso de Drácula, Vlad Tepes, o Vlad, el empalador príncipe de
Valaquia como lo llamó la guía. Y hacia allá fui, lo encontré en el
Museo Nacional de Historia donde se expone un retrato de este
malvado considerado por los rumanos un héroe nacional por haber
expulsado a los turcos.
Mi drama comenzó ahí, mirando el documento más antiguo que
atestigua el nombre de la ciudad, fechado en septiembre de 1459 y
firmado por el propio Empalador. Fue tan sorprendente, tan increíble
ver su firma que no me di cuenta y perdí a mi contingente. Cuando
levanté la vista mi grupo y mi coordinadora ya no estaban. Mis
abuelos solo me habían enseñado palabras sueltas y alguna que otra
oración sencilla en rumano, pero nunca pude ni siquiera imaginar
que, los que estaban como yo visitando el museo, solo hablaban
inglés. Entre mi paupérrimo rumano, y mi amado castellano, no
lograba armar una sola palabra en inglés. Recuerdo que vagué por el
museo buscándolos, luego por los jardines, y una vez más volví
adentro, fui hasta donde habíamos dejado el bus, y nada.
La noche me encontró perdida, buscando un taxi. La inseguridad,
amigas, no es privativo de Buenos Aires. Y en un lugar desconocido,
como Transilvania, tu mente imagina las cosas más terribles,
supongo que no saber el idioma lo hace más terrorífico.
Los tres hombres venían por la acera, primero sentí miedo. Luego
alejé mis fantasmas y supuse que como yo esperarían un taxi justo
donde yo estaba de pie, debajo del cartel que decía: taxi. Los vi
acercarse y me preocupé, pero intenté alejar este pensamiento.
Bucarest no es una zona desolada, la gente pasaba caminando,
conversando y riendo. El tráfico era intenso. La ciudad llena de luz
me recordó mi propia ciudad. Pero ellos no se detuvieron. Al pasar
junto a mí, además de respirar aliviada, comprendí que estaban algo
pasado de copas. Cuando me vieron comenzaron a decir cosas y
gritar, solo Dios sabe qué. Había esperado en vano que no se
ocuparan de mí. ¿Por qué lo harían? No soy una belleza
cinematográfica. Una delgada castaña, de simples ojos marrones, que
usaba gafas debido a una miopía bastante severa; que apenas medía
el metro sesenta, vestida con vaqueros, sandalias livianas y una
remera de manga corta. Me había puesto un gorrito porque no sabía
si pasaría mucho tiempo al sol y una chalina, más por coquetería que
por otra cosa. El asunto es que los hombres pasaron frente a mí, me
dijeron algunas cosas en rumano, y por suerte, siguieron de largo.
Uno de ellos se volvió y se me acercó, aferré mi cartera. Tenía mi
pasaporte y algo de dinero, poco, pero algo. El hombre gesticuló,
mostró el reloj, y dijo un montón de cosas que no entendí. Y pensar
que creí que dominaba el rumano lo suficiente como para hacerme
entender. No es así. No entendí ni una sola palabra de lo que dijo.
Por como mostraba el reloj supongo que me preguntaba la hora. Pero
ni siquiera llevaba reloj. Se lo dije en castellano. Pero no entendió.
Los amigos le gritaron y el hombre siguió diciendo algo y luego giró y
me dejó sola. Respiré aliviada.
En Buenos Aires los taxistas se dan el lujo de pasar y no levantarte.
Pero si te ubicas en una parada, tarde o temprano consigues uno. En
Buenos Aires, porque en Budapest no es igual.
Y ahí me quedé parada. Cuando no sabes ni donde queda el norte, ni
el sur, ¿hacia dónde caminas? ¿Y si no sabes el idioma, a quién le
preguntas? Pues haces lo que yo, si estás debajo de un cartel que
dice “Taxi” ahí te quedas. Y eso hice. La peor decisión que pude
tomar… creo.
Las cosas se pusieron densas, el tránsito decayó, la oscuridad se hizo
más intensa y las parejas caminando y charlando se convirtieron en
grupos de hombres raros y espantosamente amenazantes. Cuando
ese grupo me rodeó, me encomendé a Dios. Llevaban el cabello
teñido, con piercing, y eran bastante jóvenes. Me quedé sosteniendo
mi cartera bolso, hasta que mis manos se quedaron sin sangre.
Cuándo dos de ellos se adelantaron hacia mí, quise huir, lo intenté
pero me había demorado demasiado. Me atraparon, y como si no
pesara nada me elevaron en andas y llevaron hacia un callejón. Grité
pidiendo ayuda, lo hice y nadie de los que pasaban quiso meterse. El
miedo no tiene idiomas, ni ayuda.
Van a violarme. Eso fue lo único en lo que pensé. Intenté
defenderme, pateé, mordí, grité por más ayuda, insulté, todo en el
más puro argentino. Alguien rasgó mi remera y ni siquiera me di
cuenta el momento en que perdí mi calzado. Golpeé con todas mis
fuerzas, no se las haría sencillo para ellos. La rabia me inundaba. Es
extraño, mi miedo dio paso de un segundo a otro a una furia
inmensa, una ira irracional que aún sin calzado me llevó a patear con
toda mi furia a uno de mis agresores que no tuvo más remedio que
liberarme. Al mismo tiempo mordí y arranqué un pedazo de carne de
un brazo. Ni siquiera sentí asco, la furia me cubría. El hombre gritó e
intentó golpearme, lo intentó porque algo lo detuvo. La mano de un
hombre. Alguien me ayudaría. Cuando pasas situaciones como las
que viví, tu mente se mueve a una velocidad increíble, tienes tiempo
de pensar miles de cosas como: debo cuidar mi pasaporte, van a
violarme, nadie me ayuda, sí, sí, alguien me ayuda…
Mi ayuda dijo algo. Algo que no entendí. Pero como si fuera magia los
hombres me soltaron. Aún en el piso me hice hacia atrás y los vi,
cuatro hombres frente a uno. Y lo miraban aterrorizados. Un delgado
joven había detenido con solo unas palabras a una horda de
violadores malnacidos. Sus rostros reflejaban algo que no entendí,
pero la primera palabra que se me cruzó fue: miedo. ¡Le tienen
miedo! Y sonreí, sonreí llena de esperanza. Ese sentimiento me duró
apenas unos segundos, mi cerebro me dijo, ¡Huye! ¡Vete! ¡Aléjate!
Cuatro contra uno no significa nada. Entonces intenté levantarme y
huir mientras esperaba que lo atacaran. Intenté ponerme de pie, de
hecho lo logré, busqué escapar. Alcancé a ver que también los
hombres salieron corriendo. Noté que mi salvador alcanzó a uno, le
dijo algo y lo golpeó con tanta fuerza que lo lanzó de lleno contra sus
tres secuaces. El tipo voló y no estoy siendo exagerada, voló
limpiamente en el aire yendo a caer justo a los pies de la banda. Ellos
y yo nos quedamos sin palabras, mi cerebro entró en estado de
coma, no podía asimilar lo que mis ojos habían visto: mi defensor
había levantado a un tipo en el aire y lo hizo volar como si fuera una
simple pelota de goma. Entre los tres lo levantaron y huyeron. Mi
salvador los vio correr y giró a verme.
Su rostro…
En un castellano cortado pero entendible me preguntó:
bien?
—¿Estás
No podía alejar mis ojos de su rostro. Afirmé y caí redonda al piso. El
alto moreno se acercó y extendió las manos hacia mí, por puro
instinto me hice hacia atrás pero me alcanzó. No me tocó,
simplemente tomó las dos partes de mi blusa rota y las ató bajo mis
pechos uniéndolas.
El ruido de pasos llevó mi mirada hacia atrás, los hombres volvían, y
había más. Mi defensor se puso frente a mí, y yo me puse de pie y
corrí.
Un auto. Mi mente registró ese solo pensamiento. Un auto; y pude
ver en cámara lenta mi cuerpo volando en el aire. Hasta recuerdo con
perfecta nitidez los jirones de mi camiseta flotando en el aire. Todo se
oscureció, creo que me desmayé, lo último que recuerdo fue su rostro
y no estoy segura de entender qué vi.
2
El mundo de los sueños es extraño. Pero esta vez sabía de dónde
salían mis sueños. Había visto su retrato y me había demorado en su
firma. En mi sueño el príncipe de Valaquia, el auténtico Drácula, se
sentaba frente mí en una especie de café, pero no rumano, sino
parisino, no vayas a Transilvania ni en sueños, parecía decirme mi
subconsciente. Lucía igualito que Bela Lugosi, el pelo peinado a la
gomina, un impecable smoking, la piel tan blanca que era translúcida,
y los labios muy rojos… el mundo de los sueños es impredecible.
Recuerdo que me mostró su documento de identidad y se veía su
nombre Vlad Draculea, y su fecha de nacimiento, decía 28 de junio de
1431. ¡Cumplíamos años el mismo día! Recuerdo que eso me
emocionó mucho. Mientras él pedía un café yo pensaba, ¿un café? La
gente y algunos autores son tan malos, todo este tiempo diciendo
que Vlad fue un personaje sediento de sangre, y él pedía café.
Metafóricamente hablando era claro que no bebía la sangre de sus
víctimas. De pronto, el café se llenó con esos tipos llenos de piercing
y con crestas teñidas de rubio y comenzaron a golpearme mientras
yo gritaba por ayuda.
—Tranquila… tranquila. Ya estás bien.
Esa voz tan masculina no era de Laura. ¿Dónde está Laura?
—¿Laura?
Recuerdo haber preguntado mientras abría mis ojos para
encontrarme a un completo extraño que en nada se parecía a Lugosi
y sí mucho a James Franco pero con ojos oscuros y pelo largo.
—No soy Laura —respondió.
Y sonreí. Por supuesto que no lo era. Laura es morena también pero
definitivamente no tan impactante como este hombre. ¿Quién sería?
Al instante recordé todo de golpe: el museo, la parada de taxi, los
hombres… salté de la cama intentando ponerme de pie y no pude
más que quedarme sentada.
—Aún no puedes caminar —me dijo el hombre deteniéndome.
Le quité las manos de mis brazos, y pregunté algo asustada: —
¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? —Castellano, me
dije de pronto, la certeza me golpeó con tanta fuerza como… habla en
castellano. —¿Dónde estoy?
—Cálmate, estás en mi casa.
Supongo que eso debió calmarme, pero no fue así, de pronto me
acordé de mi compañera de trabajo, Sonia, ella me había prevenido;
dijo que en Europa oriental la trata de blancas era moneda corriente,
que me cuidara mucho o terminaría en un burdel en Rusia.
—¿En Rusia?
—¿Qué? No. No es Rusia. Transilvania.
Mi pecho largó el aire que la histeria me había hecho tomar. Al menos
estaba en Transilvania.
—¿Quién es usted? ¿Por qué estoy en su casa? ¿Es médico? ¿Dónde
está mi bolso? ¿Qué hizo mi pasaporte? —Lo que comprendí al
segundo en que tiraba todas mis dudas sin respirar, la certeza de mi
estado me congeló hasta las pestañas.—¡¡¿DÓNDE ESTÁ MI ROPA?!!
Mi grito lo asustó, estoy segura, ya que se alejó un poco de la
gigantesca cama donde estaba. Levanté la sábana y me cubrí hasta la
barbilla. La vergüenza me cubrió, le había estado mostrando mis
pechos. Y en honor a la verdad, no es algo que muestre a menudo,
no son motivo de orgullo, la fuerza de la gravedad está ejerciendo su
efecto. En realidad hace como dos meses hice un recuento de todo lo
que se me caía: pelos, culos y tetas.
El hombre me miraba como sorprendido. Levantó sus manos y me
dijo en un tono algo fuerte: —¿Puedo contestar cada una de sus
preguntas? Me llamo Vladimir Snagov; esta es mi casa; fue atacada y
un taxi la atropelló; perdió el conocimiento, y no, no soy médico, soy
lingüista y traductor. Está aquí, porque… porque…. Sí, porque en su
cartera solo tiene el pasaporte, no encontré en su bolsa ni un solo
teléfono dónde llamar, ni una dirección. Se encuentra en mi casa,
porque… no sabía dónde llevarla y en cuanto a su pasaporte, está ahí
—dijo y señaló hacia la mesita de noche al lado de la cama. Era
verdad, ahí estaba, lo veía perfectamente. Volví a respirar. ¡Un
momento…!
—¿Me atropelló un taxi?
—Sí. El hombre afirma que usted apareció de improviso.
Un taxi, lo esperé horas, y cuando aparece me atropella. Y… —¿Qué
hizo con mi ropa?
—Tenía sangre… y…
Me zambullí debajo de la sábana y la verdad es que no entendí qué
más decía porque me dediqué con mucho cuidado de hacer un
recuento de mi cuerpo. Mi inspección me dijo que no estaba herida,
algo dolorida, sí. Pero herida. No. Todo en su lugar. Saqué de nuevo
mi cabeza de abajo y lo miré. Podrá ser igualito de James Franco,
pero su manera de mirarme no me dejaba dudas: es un pervertido.
Tenía que salir de ahí, rápidamente.
—Y… —repitió continuando con un discurso del que no había
escuchado mucho. —la camiseta ya no servía.
Afirmé con la cabeza. Tenía razón, recordé que la habían rasgado,
miré los ojos oscuros de Vlad, Vladimir… y recordé el rostro de mi
salvador: era el mismo que veía frente a mí pero sus ojos en ese
momento habían sido rojos y… ¿colmillos? ¿Vi colmillos? Volví a
contener la respiración.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó más sorprendido.
¿Qué le decía? —Su… —sacudí mi cabeza, alejándome de colmillos y
ojos rojos— mi... ropa… ¿cómo salgo de acá?
—¿Salir? Eeeeee, este… sí, salir.
—¿Sucede algo?
—No… sí... es decir…
—¿Sí o no? Me está asustando.
—Lo siento. Me temo que… tengo algo que decirle.
—¿Algo cómo qué?
—Como que sufrió un accidente…
—Ya me lo dijo. Me atropelló un… —me sentí indecisa, su rostro se
veía algo preocupado— un taxi…
—Un “serio” —recalcó él— accidente, sí, con un taxi.
Sonreí. —No tan serio… —agregué— estoy muy bien. No se preocupe.
—Muy serio —repitió.
Y lo sentí. Una sospecha me dejó sin aire. Mi mente se movió a la
velocidad de la luz: ojos rojos, dientes largos… colmillos, vampiros,
Vlad Tepes…. Mis manos se movieron igual de rápido y se apretaron
sobre mi cuello. Lancé una nerviosa carcajada de alivio. Nada allí, ni
herida, ni sensibilidad diferente, nada. Miré a Vladimir y me
sorprendió verlo afirmar con la cabeza. ¿Afirmar? ¿Qué tiene que
afirmar? Mi carcajada se diluyó. El hombre volvió a afirmar con su
cabeza.
—Lo siento. Fue la única manera de salvarte la vida.
Me largué a reír. Dios mi mente llena de novelas había armado toda
una película en tan solo unos segundos. Mi estado de nervios me hizo
decir: —Ah por Dios, qué imaginación la mía, por un segundo pensé
en vampiros.
Su silencio y la expresión de su rostro, cortó mi risa. Mis manos
instintivamente, una vez más, apretaron mi cuello, no había nada allí.
Transilvania te hace pensar en cosas raras. Intenté desechar mis
locas ideas y esbocé una sonrisa y creo que hasta una carcajada
nerviosa. El hombre seguía conservando una mirada seria. No sé
cuánto tiempo lo miré pero la seriedad de su rostro me lanzó directo
a la lona. Y volvió a afirmar. Y yo negué sin palabras, y él reafirmó. Y
yo me levanté de un salto bajando de la cama sin importarme si
estaba o no vestida. Y negué de nuevo mientras decía: —¿Sí qué?
¿Qué es ese sí? ¿Es broma, no? —lancé otra risita que no reconocí
como propia.
—Sí es sí, fuiste mordida y sí, tuve que morderte. No encontré otra
manera de salvar…
Ni siquiera terminó su oración, de improviso levanté mis manos y mis
dedos índices formaron una cruz y la puse entre él y yo.
—¡Oh, por Dios! —exclamó enfadado—. Salvé tu vida, se supone que
debes decir gracias, no amenazarme con una cruz. ¡Qué ridícula!
—¿Ridícula? ¡RIDÍCULA!
¿Quién acaba de decirme que me ha
mordido? ¿Estás bromeando verdad? Claro que sí, estás bromeando
con la pobre turista que viene por primera vez a Transilvania. Sí,
debe ser un chiste nacional, “te mordió un vampiro”, —lancé una
carcajada cavernosa— asustemos a las extranjeras.
No sé cómo pasó, si como en las películas de ciencia ficción o en las
de terror, de pronto me sentí empujada contra la pared. Mis pechos
se apoyaron en el fuerte torso del hombre, solo atiné a querer
arañarlo, sin éxito alguno por dos razones, uno: mis uñas eran
demasiado cortas, me las como, y dos, el hombre era demasiado
rápido.
—Se valiente — me pidió antes de que sus oscuros ojos se volvieran
casi rojos, y sus labios se abrieran dejando salir dos colmillos.
Vladimir, Vlad… vampiro… esto era una pesadilla. Me sentí aliviada, y
en esa idea me refugié: es una pesadilla, estoy dormida, teniendo
una pesadilla, quizás ni siquiera he puesto un pie en Rumania. Reí y
me dejé deslizar al sueño profundo.
O me desmayé.
No importa, todo se hizo oscuro.
3
Antes de abrir los ojos percibí cada mueble de mi cuarto; mi cama, la
mesita de luz, el baúl de la abuela con la ropa de cama de invierno, el
perchero con mi piloto para los días de lluvia y las cortinas que cosió
mi mamá; mis botas de lluvia nueva, las de color verde militar
camuflado. Inhalé buscando el olor de todos los días pero no lo
encontré. Lo intenté y con desesperación. Quería sentirme segura y
mi casa era mi único refugio; lo intenté y sin éxito alguno. En ese
instante asumí que tal vez no estaba donde esperaba.
Se valiente escuché en mi mente. ¿Acaso no lo he sido siempre?
¿Acaso no decidí viajar al otro lado del mundo, bajo el riesgo de ser
presa de trata de blancas? Soy valiente, claro que lo soy. Solo tenía
que abrir mis ojos y aceptar lo que fuera que hubiera en realidad
sucedido. No pude evitar lagrimear, soy valiente, pero a veces lloro.
Abrí mis ojos y los peores temores se hicieron ciertos. Aún estaba en
un cuarto que no era del hotel ni de mi casa. Una amplia y algo
oscura habitación llena de encantadores muebles que en otro
momento me habrían hecho delirar. Me senté de golpe apoyando los
pies desnudos sobre el suelo. Alguien había cubierto mi semi
desnudez con una camisa demasiado grande, de hombre sin duda. De
pronto no pude contener mis sollozos. Apreté la pechera de mi
enorme camisa y me largué a llorar. No recuerdo cuanto tiempo
después una pálida mano me pasó un pañuelo descartable y como
alcancé a verlo en medio de mi diluvio propio lo tomé y me soné la
nariz con fuerza. Luego lo devolví.
En medio de hipos, y casi sin respiración pregunté lo obvio: —¿Qué
me pasó?
—Te vi en el museo de la familia…
Claro que sí, qué otra cosa puedes encontrar en Transilvania que un
familiar directo de Drácula.
—...parecías una niña mirando los dulces de una dulcería. No creo
haber visto nada más bonito en los últimos quinientos años…
¿Eehhhh?? ¿Está haciéndose el gracioso? ¿Bonita yo?
—... luego noté que tu grupo se iba, pensé en advertírtelo, pude
hacerlo, tu coordinador pasó justo frente a mí, y me mordí la lengua.
Pensé que podría acercarme y preguntarte qué hacías en
Transilvania…
—Vacaciones —dije sonándome la nariz por enésima vez— vine a
visitar la tierra de mis abuelos. —Y le hice un ademán para que
siguiera.
—Pero no me atreví. Tomabas tu cartera con tanta fuerza que pensé
que si me acercaba pensarías que era un…
—Ladrón. Tenía mi pasapor…. Perdona, sigue.
—… desconocido con malas intenciones. Así que decidí cuidarte desde
lejos…
—Asustaste a esos tipos… y a mí.
—Lo siento. Pensé que seguirían de largo después de decirte algunas
cosas, pero cuando te arrastraron hacia el callejón…
Un escalofrío recorrió mi espalda. Alargué la ya larga camisa sobre
mis piernas intentando cubrir lo que ya estaba cubierto. Mis ojos
volvieron a llenarse de lágrimas.
—Gracias por eso.
—Dudé. Pensé que alguien más te ayudaría. Me demoré en ayudarte.
Lo siento mucho.
Y creo que recién ahí lo vi. Me miraba como jamás nadie me ha
mirado desde que murieron mis padres: con preocupación.
—Gracias —repetí. Un poco para disimular que lo estaba mirando de
arriba abajo.
—El taxi te dio de pleno.
Y empecé a temblar. Vladimir buscó una manta a los pies de la cama
y me cubrió con ella. ¡Qué atento es! Creo que susurré otro “gracias”.
—Te… estabas desangrando. Y no lo soporté. Tan joven y hermosa. Y
te mordí…
Ese comentario me quitó el frío de golpe. ¿Estaba hablando de mí? —
Debo… debo ir al baño. ¿Dónde está?
—¿Qué? Ah, sí. —Y me señaló una puerta. Aferrando mi manta corrí
al baño. Si se le puede llamar simplemente baño. Era una piscina con
inodoro incorporado. Vladimir tenía debilidad por las cosas lindas. ¿Yo
linda? Hice pipí y vi el espejo que cubría de arriba a abajo una de las
paredes. Cerré mis ojos, y cobré valor. Me puse delante de él. Esa
mujer frente al espejo no era yo. Se parecía en los rasgos, los colores
y en nada más. ¿Qué hizo con Anabel? Me veía rozagante. Parecía
que mi primer día en Transilvania me había rejuvenecido diez años,
qué va… quince años. La idea se presentó mientras me miraba de
cuerpo entero. Solté la manta, tomé aire, llené mis pulmones y me
quité la camisa. Definitivamente ese cuerpo no era el mío. Bueno, era
pero todo en su sitio… y levantado. ¿Esto hace ser mordida por… lo
que sea? No pude evitar pensar, ya lo dije soy una asalariada, y eso
equivale a decir que vivo pensando cómo llegar a fin de mes y de
dónde obtener ganancias… si una mordida te deja así…¡millones
querrían ser mordidas y millones…!! ¡San Expedito! Mi clink-caja cayó
ante la evidencia de mi angustia. ¿¿¿¡¡¡HE SIDO MORDIDA!!!???
Me vestí, me arropé con la manta, y me senté a llorar al borde de la
piscina. Cuando me quedé sin lágrimas levanté la vista y ahí estaba el
causante de mi nuevo cuerpo y estado lamentable. Me pasó un rollo
de papel higiénico, los pañuelos con mi desborde serían insuficientes,
y cuando estuve en condiciones comencé:
—¿Me mordiste? ¿Eso dijiste?
—Sí, Eso te dije. No podía dejarte morir.
—Hablas muy bien castellano, pero creo que algo se me ha escapado
—no era fácil hablar mi nariz goteaba sin parar y mi voz se había
enronquecido— ¿Me mordiste?
Esta vez solo afirmó.
—Co… co…
Señaló sus dientes mientras abría la boca. Terminé mi pregunta: —
¿Cómo un vampiro?
Y volvió a afirmar.
—¿Eres un... —cómo les decía Laura?— un… muerto viviente?
—No.
Solté el aire y arranqué otro puñado de papel higiénico. Mi mente era
un caos. —¿Me estás diciendo que no eres un vampiro?
—No. Te dije que no soy un muerto viviente. Ese nombre es una
estupidez sin lógica que algún trasnochado de Hollywood inventó.
No lo dije pero soy muy buena con las palabras, así que volví a atacar
y esta vez en forma directa:
—¿Eres un vampiro?
Afirmó.
—¿No eres un muerto viviente?
Negó.
—A ver: estaba herida, un taxi me atropelló…
—Casi muerta.
—… casi muerta y para salvar mi vida, me mordiste.
—Así es.
—¿Y ahora? ¿Qué pasará conmigo? ¿Deberé vivir de sangre? ¿Solo
saldré de noche?
Mi mordedor tomó una silla muy linda que había cerca y se sentó. Al
parecer iría para largo. Les resumo (este relato es breve): El cine
miente, exagera e inventa con tal de conseguir espectadores. Los
vampiros existen, muerden, y en algunos casos te salvan la vida.
Como en todo hay buenos y hay malos y ricos y pobres .No. Vladimir
no es el legítimo Drácula, pero si un descendiente. No. No son
inmortales y sí, sí tienen largas vidas, considerando que Vlad tiene
ochocientos treinta y dos años, bastante largas. Y no son criaturas
nocturnas, solo los que viven de parrandas; algo fotofóbicos y nada
más. Y están vivos no son muertos, solo súper longevos, de alguna
manera mejorados, ven mejor, mencionó de pronto —ahí lo
comprendí, ya no llevaba gafas y ni me había dado cuenta y veía
todo, si no fuera que ni siquiera podía explicarme qué pasaba debería
haber saltado de alegría por ello. Sacudí mi cabeza y retomé su
discurso.
—…Lo demás es invento de algunas autoras y escritores que ya no
saben qué decir con tal de vender libros. Ah, por cierto. Comen de
todo y prefieren las proteínas antes que las harinas.
Luego se silenció. No sé cuánto tiempo, supongo que el suficiente
como para asimilar todo lo que había dicho y pasado. Después le hice
dos preguntas, que solo una mujer podría entender: supe que mi
peso no es algo por lo que a futuro deba preocuparme y que por
alguna extraña razón nos volvemos lampiñas, una especie de
depilación plus de regalo; ah también me dijo mi envejecimiento
sería muy lento, milenariamente lento… sí, ya se los conté, perdonen.
Al instante me encontré pensando con felicidad que ya no debería
depilarme nunca jamás, en ese microsegundo disfuncional comprendí
que mi estado mental no era el más sano. ¿Con todo lo que me había
dicho me quedé pensando solo en depilación? Al parecer la mordida
trae vaivenes emocionales y es necesaria una guía para los primeros
días. Cuando pregunté por puro sarcasmo
—¿Algo más?
Me miró como diciendo ¿te parece poco? Pero agregó:
—Abre la puerta del baño.
Lo miré extrañada.
—Anda, ve y ábrela.
Obedecí arrastrando la manta. Tomé el picaporte y me quedé con él
en la mano. ¡Soy una súper mujer! Tan pronto como subió mi euforia
por el descubrimiento caí en el más hondo pozo depresivo, vaivenes
emocionales, ¿recuerdan? Cuerpo nuevo, súper fuerza y solo San
Expedito sabía qué cosa más… nada es gratis en este mundo, nada.
¿Qué es lo que no sé?
—Dame las malas noticias. —le pedí devolviéndole el picaporte,
sumida ya en desesperación.
—¿Malas noticias? —repitió. Y por el tono esperé lo peor—. Tu…
apetito crecerá.
Respiré aliviada. ¡Ja! Qué me importa tener más apetito. —¿Eso es lo
peor? Me dijiste que mi cuerpo no cambiaría nunca. No engordaría.
—Todos tus apetitos... —agregó en un lento pasar de sílabas. Eso me
sorprendió.
—¿De qué hablas?
—De tu apetito… —¿Tenía que hacer una pausa?— …sexual.
Creo que mi boca estaba abierta porque sentí un hilo de baba
cayendo sobre la manta. Me apresuré a cerrarla y de paso me
cercioré de cubrir con mis brazos los pechos. De pronto fui muy
consciente de mi desnudez, aún bajo la manta. Y de él. Fue… cómo lo
digo para que se entienda, como cuando ves agua y piensas “tengo
sed”; o como cuándo suena el teléfono y decís “alguien llama”. Bueno
lo vi y pensé, “te deseo”. Y juro que sentí mi propia inundación. Creo
que me debo haber puesto colorada. Es vergonzoso darte cuenta que
puedes oler tu propia excitación y… la ajena.
¡Por San Expedito, él también me desea!
—¿Usas condón?
Sí, eso pregunté. ¡Cómo pude largar algo así! No es que sea
carmelita descalza, por San Expedito que no lo soy. Tampoco una
mujer promiscua. Pero preguntar algo así a un completo desconocido,
que afirma ser un vampiro y que me ha mordido. ¿Quién en su sano
juicio se come una historia como esta? Yo ni loca. Y ahí estaba,
lanzando una fuerte, clara y más que vigorosa invitación al sexo a un
completo desconocido que podría estar más loco que una cabra,
como decimos vulgarmente. No me contestó, simplemente sonrió.
¡Madre Santa! Mi apetito era fuego corriendo por mis venas. Sonrió y
comenzó a desvestirse.
—No lo necesitamos —me dijo con voz ronca—. ¿Has hecho el amor
en baño? —Lanzó mientras yo miraba cada uno de sus movimientos.
¿Baño? ¿No es la piscina? Creo que moví mi cabeza diciendo no, pero
no puedo recordar si contestaba su pregunta o la mía. De cualquier
manera era la misma para ambas.
A falta de una cama, buena está el agua.
Desde que llegué a Transilvania las cosas han salido de lo normal y
esperado. Y mis pensamientos se han vuelto… digamos igual de
caóticos. Mientras pensaba que James Franco se estaba desvistiendo
para mí, comprendí que en realidad era RC7 , todo durito, todo. Y no
pude ser menos. Soy muy pragmática: si tienes la oportunidad,
aprovéchala. ¿Acaso no lo demostré viajando a Transilvania?
Y tenía razón. Mi apetito me devoraba.
Los folletos decían que Transilvania es un lugar evocador como
pocos, con montañas sorprendentes, castillos góticos, iglesias
fortificadas, oscuras aldeas, luz de luna y criaturas sedientas de
sangre. Fuera de esta evocación, toda la parafernalia draculiana en
esta región es absolutamente real y carnal. Tomó mis pechos en sus
grandes manos, yo también lo hubiera hecho si las mías no
estuvieran ocupada recorriendo su más que tonificado abdomen, ya
les he contado que todo se ha vuelto a su lugar, aunque siendo
realmente honesta han subido y redondeado más de lo soñado alguna
vez. Y cuando sentí mis pezones ser raspados por sus dientes creo
que enloquecí. No sé si fue la abstinencia no deseada de los últimos…
¡ejem! …diez años, o el duro cuerpo frotándose en toda su
magnificencia contra mí, pero enloquecí, el placer me dobló y no digo
eufemismo alguno, me hice hacia atrás con tanta fuerza, que de
pronto me encontré escupiendo agua. Su risa me encontró mirándolo.
Había caído a la piscina y él me siguió. Mi nuevo y mejorado yo, se
hizo cargo. Caminé juguetona hacia atrás, no porque no lo deseara,
ya les dije que mi cuerpo ardía, sino porque me sentí hermosa, sexi y
sensual. Y jamás me había sentido así, supongo que vino con la
mordida. Cuando mis pantorrillas tocaron la escalinata me detuve.
Vladimir avanzó lentamente. Un hombre sensual y hermoso, fuerte y
moreno, estaba a punto de calmar mi desmedido apetito. Y mi única
neurona solo pensaba en: Sí. Tómame.
¿Han tenido sexo en una piscina? Yo nunca hasta ahora pero se ha
convertido en el más memorable de mis recuerdos. Hollywood jamás
le ha hecho justicia al apetito sexual de un vampiro, ni siquiera con
Brad Pitt. ¿Y el Kama Sutra? ¡Por San Expedito! No hacen falta mil
posiciones cuando la vara que te penetra es tan gruesa y dura que
sientes que puede partirte y cuando el dueño de esa impresionante
verga parece el muñeco duracell.
Miguel Mateos cantaba “solo vi luz y subí” y creo que yo también.
Solo vi luces y subí, subí y subí… se le llama orgasmos múltiples y
pensar que hasta ahora creí que era otra expresión made in
Hollywood, ya saben exageraciones o mitos para las no tan
afortunadas.
Del agua pasamos a la cama, tracka, tracka, tracka, imparable mi
duracell. Si mi destino ya estaba escrito y esto es lo que me tocó en
suerte, amigas no me envidien. Aprendí más de mí misma en esa
cama que en los treinta siete años de vida que tengo. Y tenía razón:
mi apetito ha crecido exponencialmente a la práctica. No me quejo y
no veo que Vladimir lo haga tampoco.
He llegado a dos conclusiones, tuvieron razón Michael Douglas y Colin
Farrel cuando se internaron por adicción al sexo. Es adictivo y si has
pasado media vida en completa sequía, parece que es peor. Al menos
eso entendí cuando Vladimir me pidió descansar unas horitas.
¿Comprenden la magnitud de su pedido? Un vampiro casi milenario,
me pidió a mí, una mujer atropellada por un taxi y casi violada
descansar unas horas. Las mordidas de vampiros son una cosa seria.
Mi hermoso vampiro se quedó dormido a los dos segundos que me
bajé de él. No creo que pueda haber otro hombre más hermoso. Esas
larguísimas pestañas arqueadas eran un suplicio. Su miembro en
reposo, anidado en esa mata de pelo tan suave, no me quedó más
remedio que lamerme los labios y eso fue después que sintiéndome
algo pícara, bajé hasta él y le di algunas chupaditas. Vlad protestó
pero abrió sus piernas para darme más acceso. Me porté como una
dama y lo dejé reponer fuerzas. Como si me hubiera tomado una
tonelada de vitaminas con doscientos litros de Speedy, salté de la
cama, como Dios me trajo al mundo. Eso me hizo pensar: qué
diferente te mueves cuando tu cuerpo se siente bien amado. Me puse
una de sus camisetas y salí a recorrer la casa. Con mi mano en la
puerta, recordé que ya no era la misma, así que procuré abrir con
suavidad. Dio resultado: la puerta se abrió y el picaporte quedó en su
lugar. Surrealista. Esa es la impresión que me dio lo que me había
pasado. Si Laura lo supiera… si se hubiera imaginado que encontraría
un vampiro real, jamás se habría casado con el imbécil ese. Y sonreí.
Por una vez los hados me elegían. Ella se lo perdió.
Después de recorrer la casa que más parecía un museo de arte
europeo, el ruido de voces me hizo consciente de que no estaba sola
en ese tremendo palacio. Me fui acercando despacito, hablaban en
rumano, la única palabra que entendí fue pan. La mujer que salía de
la cocina se sorprendió tanto como yo. Me sonrió amistosamente no
antes de echar una ojeada a mi escaso vestuario. Por primera vez
desde que Vlad me tocó, la nube de lujuria en la que había estado
inmersa, me abandonó. Luego entendería que eso me pasaría
siempre: Vlad y yo podíamos tener sesiones interminablemente
calientes de sexo, pero también sentirnos como personas normales.
Si estaba acostumbrada o no a ver mujeres en ese estado no lo sé. Y
no quiero enterarme. Por ahora yo estaba aquí, disfrutando del
presente. Ella me dijo no sé qué y yo le contesté.
—Mis disculpas señora no la entiendo.
—Te pregunta si quieres cenar. —la oscura y sensual voz de Vladimir
me evitó un dolor de cabeza. Giré sorprendida.
—Dijiste que dormirías.
—Ya dormiremos, estaba preocu… —no completó la palabra pero lo
entendí muy bien, de inmediato agregó un salamero —te extrañé—
que me dejó temblando. No la dejaría pasar tan fácilmente.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Temí que… huyeras.
—¿Sin ropas? —pregunté sonriendo y enternecida. Estoy mirándolo,
conversando con él, un completo extraño, muy íntimo por cierto,
después de lo que vivimos. Le creí. Creí en su temor, en su palabra y
en la forma tan cálida que me miraba— No te preocupes, no saldré
sin decírtelo. Lo prometo.
La mujer dijo algo y Vlad lanzó una carcajada, me tomó una mano y
me acercó a ella.—Anabel Cimenescu, quiero presentarte a Daria
Olsesku, mi ama de llaves.
Luego supongo que me presentó de manera formal porque escuché
nuestros nombres al revés. La mujer hizo una pequeña venia y luego
se adelantó para abrazarme muy efusivamente. Cuando encontré la
mirada de Vlad pregunté: —¿Qué te dijo?
—Solo está feliz de ver que no has acabado conmigo.
Bueno, soy morena, pero me pongo fácilmente colorada. Interesada
por cambiar de tema ataqué: —¿Qué le dijiste? —casi lo susurré, al
parecer mi desinhibición en la cama no existe en posición vertical.
—Daria, quiero presentarte a Anabel Cimenescu, mi mujer.
Me ahogué. No lo esperaba. Y comencé a toser. Daria desapareció y
regresó con un vaso de agua. Vladimir reía mientras golpeaba
suavemente mi espalda. Definitivamente surrealista.
5
Por mucho que quieran los lugareños que viven de vender souvenirs,
con corazones sangrantes e imágenes de Vlad Tepes, el castillo de
Bran, propiedad de la familia de Vladimir, no tiene nada que ver con
Drácula ni con el famoso Vlad. Daria me contó que se cree que el
príncipe hizo una parada en él, allá por el siglo XV, pero nunca fue su
residencia. Con todo, la marcada silueta del célebre castillo, con sus
torres de cuento de hadas alzándose desde lo alto de un risco entre
montañas, resulta todo lo vampírica que se puede imaginar. También
me contó —avanzo bastante en mi rumano— y me mostró el lugar
donde dice que Vlad Tepes fue asesinado en 1476. Un encantador
rincón en los bosques que rodean la Isla de Snagov, en cuya iglesia
se dice que está la tumba del príncipe. Vladimir dice que ese es un
rumor infundado. Eso significa que puede que el Vlad Tepes esté
caminando por algún lado. Da cierto escozor tal idea, pero ya me
estoy acostumbrando.
A los dos meses de llegar a Rumania, la embajada argentina se hizo
presente. Al parecer Laura Pereyra había llamado e insistido en que
algún grupo de trata de blancas me había secuestrado para
convertirme en su esclava sexual. Me costó convencerlos que
simplemente me había enamorado. Ni una sola palabra de mordidas o
vampiros salió de mis labios. Imaginarán el por qué. Esa visita puso
en evidencia que era hora de perdonar a Laurita por su abandono, y
que ahora sí la entendía: cuando uno se enamora pasa a una
dimensión paralela donde solo viven dos.
Mi vida ha cambiado completamente. Y no solo mi ropa. Vladimir es
un hombre muy generoso: he cambiado por dentro y por fuera: Una
dama por fuera y una hambrienta de sexo por dentro. Una súper
mujer, subí sin el menor agotamiento los 1.426 escalones cuando
Vlad me llevó, a insistencia mía por cierto, al real, único y verdadero
castillo de Drácula, ese que queda en Valaquia. Una parte
considerable del castillo, se yergue encima de un peñasco. La subida
tiene su recompensa y nunca la olvidarás: una visión fabulosa de las
gargantas de los Cárpatos con paisajes asombrosos. Personalmente
fui gratificada con un rapidito al aire libre. El solo saber qué puedes
ser descubierta por cualquiera hace que el sexo sea glorioso, y si no
pregúntenle a la Maxwell. Por suerte eso no pasó. Mi hermoso
vampiro sí sabe cómo alimentar mis apetitos. Mirando los bosques no
pude evitar preguntarle:
—Vlad,¿conoces a Raven y al príncipe Mikhail Dubrinsky?
—¿Dubrinsky? No. No lo registro. ¿De dónde son?
—Carpatianos, Vlad, no me hagas caso. Siempre pensé que solo eran
personajes literarios, pero vista la realidad de Transilvania, por un
segundo tuve la esperanza de que podría conocerlos.
—¿Mi Bella se puso mal?
Lo juro él jamás leyó a la Meyer, simplemente decidió acortar mi
nombre. La primera vez que me lo dijo fue antes de la maratón de la
semana pasada. Simplemente estaba sentada con una novelita de
Marisa Citeroni, (la compré, lo juro) mientras Vladimir traducía no sé
qué pergamino al inglés, un encargo de la Universidad de Stanford
me dijo. Estaba sonriéndome mientras leía cuándo sentí el silencio.
Vladimir es ruidoso, y si tienes un súper oído, es bastante ruidoso.
Pero el silencio llamó mi atención. Levanté la vista y me encontré los
oscuros ojos de Vlad fijos en mi persona. Cuando él trabaja en su
escritorio yo me siento junto a la ventana. La luz ahí es hermosa y
mis sentidos agudizados me hacen sentir como si estuviera justo en
el medio del jardín de rosas. Amo ese lugar. Ese día, como les dije el
silencio fue tan intenso que levanté mi cabeza extrañada y al
segundo encontré a Vlad quien se abalanzó sobre mi persona como si
yo fuera un pábilo encendido y él una mariposa suicida.
Generalmente tenemos nuestro atracón de apetitos en el dormitorio.
La verdad, me sorprendió.
—¿Qué pasa? —pregunté bastante asustada.
Sonrió. Ya saben, sonrió como sonríes cuando buscas estacionar y
justo en ese exacto momento un automóvil sale dejándote su lugar, o
como sonríes cuando te pones un pantalón y te queda enorme; o
como cuando escuchas los silbidos de admiración después de haber
pasado por una obra. Sonrió como si supiera algo que yo no sabía.
—Mi hermosa Bella —me dijo— ¡Gracias!
Y empezó a desnudarme. La verdad es que no entendía nada. Eso no
impidió que colaborara en su tarea.
—¿Gracias? ¿Por qué me das las gracias?
—Por venir hacia mí, por perderte en el museo, por darme tu amor y
por…
—¿Por…?
—Por no odiarme por lo que nos resta de vida luego de mi mordida.
Pero por sobre todo por darme la posibilidad de ser padre.
Oh sí. Lanzó la bomba al mismo momento en que su argumento más
contundente se hundía con profundidad en mi cuerpo. Sé que grité.
Siempre grito, pero esta vez no sabía si por sentirlo estirarme hasta
hacerme perder la consciencia de si éramos dos o uno o por la sola
idea de lo que acaba de decir. Si él sería padre, ¿yo sería la madre?
No es que los vampiros tengan un evatest incorporado, me contó que
primero sintió el cambio en mi olor, a pesar del intenso perfume de
las rosas y luego percibió, en la quietud de la tarde, el latido del
corazón de nuestro bebé en ciernes.
Ese día y los siguientes tuvimos la más larga maratón de la que tenga
memoria. La interrumpió Daria, pensó que nos habíamos muerto. No.
Solo dormíamos recuperando fuerzas.
Y aquí estoy, viviendo en un castillo, con un vampiro real,
embarazada y esperando que Laurita y su marido nos visiten,
gentileza del señor de Snagov. He hablado varias veces con Lau y le
he asegurado que recorreremos cada uno de los sitios que habíamos
imaginado ver juntas. Solo por hacerla sufrir le he pedido reservas en
el Hotel Castel Drácula, en Pieatra Fantanele, en el valle del Borgo,
mejor conocido como Castillo de Drácula. Con 53 habitaciones, se
encuentra en el sitio donde Stoker ubicó la ficticia residencia del
personaje. Y acertó con el escenario: las vistas del paso de Tihuta son
espléndidas. Vladimir me contó que el arquitecto que diseñó el
edificio a principios de los ochenta había estudiado, sin duda, las
películas de Drácula. Las habitaciones, algunas muy pequeñas, son
más bien eclécticas, con muebles de madera, baños no precisamente
espectaculares (con toallas temáticas), teléfonos estilo años setenta,
mucho rojo sangre por doquier y dibujitos de dragones. Es increíble y
Lau no lo sabe pero ellos dormirán en su máxima atracción: la
mismísima habitación de Drácula. Se baja por unas oscuras escaleras
crujientes para dar una vuelta al féretro del vampiro, a la luz de las
velas. Al final del recorrido hay una sorpresa destinada a sobresaltar
a los visitantes… ¿Cuál? Bueno imaginen algo de Bela Lugosi y
tendrán la respuesta (no es para tanto, aunque un canadiense sufrió
un infarto hace unos años al verla). O mejor aún, ¿qué tal si pasan
sus próximas vacaciones en Transilvania?
Ya saben: nadie sabe lo que dos colmillos te pueden dejar marcado.
ECLIPSE DE VERANO DE ANELE CALLAS
http://historiasanele.blogspot.com/
Quedarse sin vacaciones tampoco está tan mal. Es la ventaja de vivir
en un sitio como Cádiz, vivimos en verano la mayor parte del año.
Parece mentira que haya pasado todo un mes desde que Daniela me
lio para que asistiera con ella a unas clases de fotografía todo el mes
de Julio. Ya le avisé que yo no tenía ni pajolera idea del tema pero
ella insistió hasta que di mi brazo a torcer. Craso error, ahora lo sé.
Desde el primer día, el apuesto pero intratable profesor no me ha
dado un respiro. Creo que la muy perraca nos apuntó al curso por él,
por Adrián del Valle, un famoso foto-periodista que trabaja para la
Agencia Magnum. Que si distancia focal, que si velocidad de
obturación, profundidad de campo, ISO… todo me sonaba a chino y
eso parece ser que le ponía de los nervios. Daniela omitió que el
curso era de nivel avanzado y casi le mato cuando me enteré, pero
ya era tarde. Dijo que era una buena oportunidad para conocer gente
nueva. Sí, sí, gente nueva… la conoceré yo, ésta me ha arrastrado
hasta el curso para conocer al tipo de chicos que le gusta. Menos mal
que he contado con la ayuda de Emilio. Desde el primer día de clase
me resulta muy simpático y, aunque no es guapo de manera
arrebatadora, no está mal. Ahora que lo observo desde lejos puedo
encontrarle incluso atractivo.
Esto de celebrar todos juntos que acabamos el curso tomando unas
copas en uno de los chiringuitos de moda en plena playa ha sido una
gran idea. Así puedo verle en un entorno más relajado que en clase,
sin escuchar los agrios comentarios de Adrián del Valle. ¡Joder! Es
mentar al diablo y Adrián se gira de la barra para mirarme con sus
ojos verdes cargados de no sé… ¿odio? Menos mal que se marcha
pronto a cubrir yo no sé qué guerra y no me lo cruzaré más. Ya
vienen los chicos con las copas hasta nuestra mesa. Cada vez estoy
más convencida de que le gusto a Emilio. Me encanta como me mira,
es el típico intelectual que esconde un par de ojazos negros tras sus
gafas de pasta, con ese aire bohemio que tanto me gusta. Alto,
delgado, despeinado… parece un artista o un poeta aunque, según
me ha contado, él mismo es diseñador gráfico. No es muy guapo pero
es un encanto de tío que me ha ayudado muchísimo. En cambio
Adrián es la antítesis. Es guapo, sí, no lo niego, pero el más
antipático y anti-sociable que he conocido. Todas las chicas del curso
babean por él y yo por más que me paro a mirarlo no le encuentro el
punto. Bueno, es cierto, tiene un físico de infarto y es uno de los
hombres más atractivos que he visto en mi vida… ¡Basta Raquel,
céntrate! Tengo que recordarme que cuando abre esa boquita y
suelta esos malintencionados comentarios que van dirigidos la
mayoría de veces hacia mi persona se me baja la libido.
Bien, encima se sienta enfrente de mí. Esos glaucos ojos se clavan en
los míos y me provoca la misma sensación que la mirada que me
lanza un gato con el lomo erizado a punto de lanzar su zarpazo. Su
verde mirada me taladra y me pongo a la defensiva, lista para su
ataque inminente.
Las chicas comienzan a intentar impresionarle con temas de
conversación de actualidad, es un foto-periodista y creen que
llamarán más su atención hablando de cosas que ni ellas mismas
comprenden. Me resulta patético. Miro a mi derecha y Emilio me
sonríe con la mirada tras sus gafas de pasta pero Raúl llama su
atención y comienzan a hablar entre ellos sin que pueda
incorporarme a la conversación. Daniela que está a mi izquierda
forma parte de la corte de aduladoras de Adrián así que cojo mi
mojito y comienzo a beber presa del aburrimiento.
A veces pienso que mis amigas no se dan cuenta de que no se
necesita a ningún hombre al lado para sentirse completa. Bueno,
reconozco que tampoco es que me haya acompañado la suerte en el
amor pero puedo decir que me gusta mi vida tal y como la vivo.
Daniela está empeñada desde hace un tiempo en arreglar su vida
sentimental y la mía de paso, todo sea dicho, mientras que yo soy
feliz saliendo y entrando en mi casa sin dar explicaciones a nadie.
Bueno, a nadie no… a mi pobre Paco lo llevo frito, pero él es mi lorito
gris africano y tenemos bien definida nuestra relación. Yo le cuento
mis cosas y él me regala sus serenatas. Desde que el primer día de
tenerlo le puse el vídeo de Beyoncé bailando el “Paco, Paco, Paco” de
Encarnita Polo no para de repetir el estribillo. Pero es mi Paco, mi
Paquillo y lo quiero con locura… al fin de cuentas es el único que me
soporta. ¡Ay, me acabo de poner melancólica! ¡No sabes cuánto te
extraño, Paco mío! Eres el único que me entiende de verdad.
—¿Y tú qué opinas? ¿Estás de acuerdo con los pinchos? —Emilio se
dirige a mí con sus negros ojos escrutándome bajo sus lentes.
Acabo de volver a la realidad y no sé de qué puñetas me están
hablando. Por lo visto todos participan de una interesante
conversación. He oído pinchos y creo que algo de palomas. Bien, no
me gustan nada esas ratas voladoras desde que hicieron un nido en
mi ventana y no me dejaban dormir. Todos están esperando mi
respuesta, así que allá voy.
—Pues… me parece bien.
¡Oh, mierda! Respuesta equivocada. La cara con la me miran no
dejan lugar a dudas… acabo de meter la pata hasta el fondo.
—¿Te parece bien que pongan «pinchos anti-vagabundos» en los
portales de las casas londinenses? —Emilio me está preguntado como
si acabara de confesarle que yo maté a Kennedy.
Y a ver ahora como salgo yo del paso…
—¡Por favor, Raquel! No esperaba esto de ti ¿Es que no has oído lo
qué hemos dicho? ¡No son palomas! —dice Daniela para echar más
leña al fuego.
—¡Nooo! Claro que no estoy de acuerdo con que se trate así a nadie,
de una forma tan inhumana a toda esa gente sin hogar, pero también
entiendo que los ciudadanos londinenses defiendan su derecho a la
propiedad. —«Bien, Raquel, acabas de cubrirte de gloria, di algo más
y arréglalo»—. Lo que debería preocupar realmente es que no haya
una política que evite la exclusión social y que apenas haya
infraestructuras públicas para ayudar a toda esa pobre gente.
No sé qué coño acabo de soltar pero ha quedado bien. Todos siguen
mirándome como si fuera tonta o peor aún… un ser ruin y
despreciable a la que no le importa tratar a seres humanos como
simples y vulgares palomas mientras yo me estoy atiborrando de
mojitos en un moderno chiringuito de la playa rodeada de música,
alcohol y diversión veraniega. Evito mirar a Adrián porque sé que
estará disfrutando del embrollo en el que me he metido ¡Capullo!
—En serio, si todos nos solidarizáramos con toda esa gente y les
proporcionáramos comida y techo estoy convencida de que muchos
de ellos podrían salir de las calles, pero mientras que no se les dé esa
oportunidad esto seguirá siendo como el pez que se muerde la cola —
digo esperando que alguien me respalde.
—Demagogia barata para salir del paso. —«¡Cómo no! Adrián, el
señor cortapuntos no podía quedarse calladito»—. Seguro que eres
de las que piensa que no queda nada estético que un vagabundo
trasnoche en tu puerta. Por no hablar del olor tan desagradable que
dejan… ¿me equivoco?
—Pues sí, por supuesto que te equivocas. —La sangre me hierve. Se
está pasando tres pueblos conmigo y lo peor es que lleva
molestándome desde que entré en el dichoso curso y ya me está
cabreando de verdad. Que no me caliente porque mi lengua se
dispara.
—¿Me equivoco entonces al pensar que no te veo capaz de darle
techo, un baño caliente y ofrecerle una buena cena a alguien que
encuentres dormitando en tu casapuerta?
Este tío es gilipollas. ¿Cómo voy a meter un desconocido en casa,
viviendo sola y con la de cosas que se oyen? Mejor pienso otra
respuesta, no quiero quedar encima de insolidaria, cosa que no soy
por supuesto, aunque me quedo con las ganas de soltarle lo de
«gilipollas» en su cara.
—Mira listillo, me estoy hartando de tus impertinencias. Habrás visto
muchas cosas en tu interesante vida periodística y me imagino que
eso de alguna manera ha hecho que guardes siempre tan bien las
distancias con todos… y la vida normal y cotidiana te parezca banal y
superficial, pero no tienes ni idea de cómo soy o qué pienso. El único
hipócrita en la mesa eres tú, que te empeñas en juzgarme sin darme
siquiera la oportunidad de mostrarme tal como soy. Desde los quince
años llevo colaborando con varias ONGs. ¿No me crees capaz de eso?
Ese es tu problema, que piensas que siempre vas a encontrarte con
gente tan mezquina y ruin como tú… y que además no ven más allá
de sus narices deslumbrado quizás por el rolex que luces en tu
muñeca ¿Y tú te atreves a hablarme a mí de demagogia barata?
¡Anda y que te zurzan!
Aparento seguridad pero en mi interior estoy temblando como un
flan. El silencio es devastador. Noto la incomodidad en el ambiente y
antes de que nadie diga nada y de levantarme de la mesa, me dirijo
en voz baja a Daniela.
—Lo siento, de verdad. He aguantado todo lo que he podido pero
ahora que ya ha terminado el curso no tengo que contenerme más.
Creo que lo mejor que puedo hacer es irme y dejar que sigáis la
noche en paz. —Me vuelvo hacia Emilio y le dedico una sonrisa—.
Gracias, ha sido un placer conocerte y me lo estaba pasando
realmente bien… hasta ahora. —Miro descaradamente a Adrián y
sostengo la mirada sin apartarla de sus rasgados ojos verdes y hablo
más alto para que pueda oírme con claridad—. Lo has conseguido,
me has sacado de mis casillas y me has amargado la existencia
durante este mes. Enhorabuena. Tú ganas.
—Vamos, Raquel. No te lo tomes como algo personal. Sigamos con la
fiesta… queda mucha noche por delante —me dice Emilio haciendo
que me tranquilice y sujetándome del brazo para que no abandone la
mesa—. ¿Qué me dices? ¿Te quedas conmigo? Lo pasaremos bien, en
serio.
Me mira levantando la ceja por encima de la montura de sus gafas
negras esperando mi respuesta. Tomo un gran sorbo de mi mojito,
tomo aire y le sonrío.
—Porque tú me lo pides —digo movida por la atracción creciente que
siento por Emilio en estos momentos. No pienso darle el gusto a
Adrián… ahora mismo me mira como si estuviera cometiendo el peor
de los crimen. ¿Querías guerra? Pues toma… ahora pienso pasarlo en
grande bebiendo, bailando y estoy convencida de que el chico que
está a mi derecha estaría dispuesto a darme una alegría para mi
cuerpo. ¡Bien por Emilio!
***
Por suerte, todos hacen como si aquello no hubiera pasado. A estas
horas de la noche, con unas copas encima y con una agradable
conversación todo me da igual. Las estrellas lucen en esta hermosa
madrugada de Agosto y, aunque hace calor, una suave brisa ha
comenzado a soplar. Todos ríen y bailan al son de la música de
Rihanna.
Emilio y yo nos vamos hasta una zona más apartada. Estamos
hablando de muchas cosas y de nada en concreto. El tonteo es
evidente, me dejo acariciar el pelo mientras yo le pongo ojitos. Me
corta el punto descubrir las miradas de desprecio de Adrián que
parece espiarme desde la distancia. Nuestras copas están vacías y
como Emilio va hacia la barra a invitarme a otra ronda aprovecho
para ir al lavabo. Me miro al espejo y me pregunto qué estoy
haciendo, no puedo quitarme de la mente esa fría mirada de Adrián
del Valle. Le odio. No entiendo la animadversión que siente por mí
desde el primer día, pero he de reconocer que esa mirada me vuelve
loca. ¡¿Qué me pasa?! ¡Se me están cruzando los cables! Necesito un
respiro.
Me retiro un poco de la fiesta, veo que Emilio está en la barra
intentando hacerse un hueco para pedir nuestras bebidas. Hay
muchísima gente esta noche en la playa y el calor invita a tener una
bebida fría que palíe la sed en esta bonita noche de Agosto. La pista
de baile está a reventar y una sensación de agobio me invade.
Camino hasta la orilla, me descalzo y sumerjo mis pies en el agua.
Las olas los golpean suavemente y el eco de la música se funde con
el murmullo del mar. Miro al cielo y contemplo las estrellas. Sin
darme cuenta comienzo a bailar. Mi pelo se ondula al compás de mis
vaivenes. La visión de ese maravilloso manto estrellado sobre mí y el
viento azuzando mi melena me da una agradable sensación de
libertad. Mis pensamientos vuelan y creo estar flotando en medio de
aquel mar de astros azules, una sensación de ingravidez me invade.
Siento que mi cabeza gira y gira a causa de mi contoneo, y tengo que
reconocer que también influyen las copas de más que llevo encima
para que me embriague de esta paz. Un carraspeo me saca de mi
ensoñación y me detengo bruscamente.
Sus ojos verdes lucen en la oscuridad como los de un felino a juego
con sus andares lentos e insinuantes. No sé por qué, pero se me seca
la garganta. Su imagen aparece amenazadora pero seductora al
mismo tiempo… sus ojos se clavan en los míos y no pestañea hasta
que se para justo enfrente mía. Trago saliva y me preparo para lo
que su afilada lengua tenga que decirme esta vez. Me siento muy
pequeña ante su imponente anatomía. Me saca una cabeza, no me
había fijado en lo alto que es. El tono tostado de su piel contrasta con
el gris de su fina camisa, que deja intuir unos trabajados músculos.
Me fijo irremediablemente en sus antebrazos. Detonan fuerza,
virilidad… ¡Pero de verdad que no sé qué me pasa esta noche! Este
tío ha estado machacándome todo el mes y hace un momento ha
intentado ponerme en ridículo nuevamente, provocándome con sus
comentarios y haciendo que me sintiera de lo más incómoda. Su boca
se tuerce en una media sonrisa que hace que se me acelere el
corazón. ¡Maldita sea! Es mucho más atractivo en esta media
oscuridad. Sus ojos centellean y compruebo que el verde de su
mirada es mucho más enigmático viéndolos desde tan cerca. Sobre
su frente un mechón de pelo negro pelea con el viento dotándole un
aire salvaje que me hace estremecer. La misma brisa que juega con
sus cabellos se arremolina bajo mi vestido y hace que se levante mi
falda cubriéndome la cara. ¡Fantástico! No podía sentirme más
humillada. Intento recomponerme rápidamente pero me mareo. Mi
corazón retumba sobre mi pecho… pero las copas y el baile han hecho
el resto. Antes de que caiga me sostiene en sus brazos. Me
equivocaba. La situación podía ponerse peor. Acabo de derramar su
copa sobre su camisa.
—Lo siento, en serio… Lo siento muchísimo —es lo único que acierto a
decir.
Miro atónita el desastre que acabo de ocasionar. Una enorme mancha
pardusca se ciñe a sus pectorales y puedo comprobar que son tan
duros como aparentan cuando con la mano intento limpiar el
desastre.
—No creo que eso sirva de mucho —dice mientras pellizca con
suavidad mi barbilla y hace que le mire. Una de sus manos me
sostiene firmemente pegada a su cuerpo.
¡Ay mi madre! No lo puedo evitar y mi pulso se acelera mientras yo
me sumerjo en un estado catatónico perdiéndome en el verde de sus
ojos. Me ruborizo cuando me percato de que él sonríe de nuevo de
manera que me deja sin respiración.
—Será mejor que te vayas… Emilio parece que te está buscando —
dice señalando con la mirada hacia mi espalda. Me giro pero él
mantiene su mano sobre mi cintura y observo en la distancia como
mi plan de esta noche intenta dar con mi paradero sin éxito con
nuestras copas en la mano. Su pecho se pega a mi espalda y su
aliento en mi cuello me provoca un escalofrío que me recorre todo el
cuerpo. —Me voy en pocos días y te debo una disculpa, pero ahora tú
me debes una camisa, y es una de mis preferidas. Te advierto que te
va a salir muy muy caro. Sin embargo, dejaré que sigas disfrutando
de la noche... de momento.
Mis piernas comienzan a temblar. Entre el mareo que tengo y el
soponcio que me ha entrado ante la amenaza de ese «de momento»
siento que voy a caerme sobre la arena si sigue hablándome de esa
manera. Sin decir más separa su mano de mi cintura y veo que se
aleja camino a la zona de baile. ¡Respira Raquel, respira o te vas a
desmayar! Ahora miro a Emilio y no me apetece nada seguir con el
jueguecito que habíamos comenzado. No consigo desterrar de mi
mente el eco del susurro de Adrián en mis oídos y el calor sofocante
que me ha asaltado de repente.
Tras inspirar hondo, vuelvo hasta donde están todos y Emilio por fin
me divisa y viene en mi busca. Sostiene un nuevo mojito para mí. Ya
he perdido la cuenta de cuantos llevo pero agradezco que humedezca
de nuevo mi boca. Me mira anonadado cuando me zampo de un trago
todo el vaso. Necesito evadirme y me lanzo como una loca a mover
las caderas al son de las calientes melodías veraniegas. Emilio se
pega a mí como una lapa y no pilla mis indirectas ni mi cambio de
actitud. La noche sigue avanzando y de vez en cuando un escalofrío
recorre nuevamente mi espalda cuando descubro esos ojos verdes
devorarme con la mirada. Ya somos pocos los compañeros que
quedamos en la pista de baile y el resto comienzan a marcharse ya a
sus casas. Daniela me hace señas y consigo despegarme un
momento del pulpo en el que se está convirtiendo Emilio.
—¿Qué vas a hacer? Nosotros vamos a coger un taxi. ¿Te quedas con
él? —dice señalando con la mirada hacia Emilio y cuchicheando a mi
oído muy bajito para que no puedan oírle los demás.
—¡Noooo! Espera un momento a que me despida y vuelvo… prefiero
irme con vosotros.
Emilio parece decepcionado, incluso diría que enfadado cuando se lo
digo. No me da tiempo a reaccionar cuando Adrián se planta frente a
todos. Los demás comienzan a despedirse de él y le desean lo mejor
en su próximo destino. Un nudo se me hace en el estómago, recuerdo
a qué se dedica y que siempre anda metido en la boca del lobo. Me
sorprendo al sentir una enorme angustia pensando en que le pueda
pasar algo mientras está en medio de guerras y conflictos armados.
Parece adivinar mi tensión mientras que su mirada no se aparta de la
mía. Empiezan a subir al taxi y yo siento que mis piernas comienzan
a temblar de nuevo.
—No pienso quedarme con las ganas —me dice en alto para que
todos se enteren.
Tan rápido e inesperado como el ataque de un gato, posiciona sus
manos a ambos lados de mi cara y me besa. Todo gira a mi
alrededor. Sus labios surcan los míos con un ansía devastadora, su
lengua intenta abrirse paso en mi boca que se entreabre gustosa de
recibirla. El fuego que me quema el paladar comienza a expandirse
por el resto de mi cuerpo, que tembloroso concentra el calor en mi
entrepierna. Jamás nadie había conseguido tal reacción con tan solo
besarme.
—Tú y yo tenemos una deuda pendiente —dice mientras continuo
pegada a su cuerpo casi sin poder respirar.
Se despega de mí y sin mediar palabra me toma de la mano y me
arrastra hasta su Kawasaki. Coloca un casco sobre mi cabeza, yo sigo
sin reaccionar. Se sube a su moto, me sonríe y me hace un gesto con
la cabeza invitándome a subir. Nos marchamos de allí ante la
estupefacción de mis compañeros que atónitos no dan crédito a lo
que han visto.
***
No hemos ido muy lejos, nos paramos en uno de los altos edificios
que hay en el Paseo Marítimo. Sin decir palabra bajamos de la moto y
con su mano apretando fuertemente la mía le sigo hasta el ascensor.
No me atrevo ni a mirarle, mi respiración se agita cuando las puertas
del elevador se abren y descubro que nos encontramos en su ático.
Entramos y cierra de un portazo haciendo que yo pegue un respingo.
Sigue sujetando mi mano. El corazón se me va a salir por la boca, lo
noto retumbar en mi pecho con una fuerza atronadora.
Eleva mi mano y gira a mi alrededor como si estuviéramos bailando
mientras me estudia minuciosamente. Me rodea completamente
escrutando toda mi anatomía, yo voy a morirme de un infarto de un
momento a otro. Se separa de mí unos metros y siento mis mejillas
teñirse de rojo ante la intensidad con la que me contemplan sus
rasgados ojos verdes. Soy incapaz de sostenerle la mirada y agacho
un poco la cabeza. Se quita con parsimonia su camisa gris y se planta
frente a mí.
Vuelve a mostrarme esa media sonrisa mientras levanta mi mentón
como hizo en la playa. Sus dedos parecen fuego por el calor que
siento ante su leve roce. Mientras levanto mi mirada puedo recorrer
con la vista la línea de vello que nace bajo la tela de su pantalón
vaquero y se dibuja hasta su ombligo, me fijo en los trazos de un
tatuaje que asoma por encima de la cinturilla en una de sus caderas y
babeo ante la tableta de tostado chocolate que hace juego con sus
marcados pectorales. ¡Ay, Raquel que te pierdes! Y por último y, para
rematar la jugada, recalo en sus enigmáticos ojos verdes
irremediablemente.
—Me debes una camisa —me dice sosteniendo en alto la camisa gris
en uno de sus dedos a forma de percha.
—Y tú me debes una disculpa —respondo yo sacando toda la dignidad
y aplomo de lo que soy capaz.
Sonríe ampliamente sin despegar sus labios y dos graciosos hoyuelos
aparecen en sus carrillos. ¡Qué me pierdo, ahora sí que me pierdo!
—Está bien, hagamos una cosa. Yo me disculpo si me das una prenda
a cambio de mi camisa.
Ahora sí que estoy encendida. Noto el calor expandirse por todos los
rincones de mi cuerpo. ¡Todos! Él sigue sosteniendo mi cara con un
suave pellizco de modo que no le puedo ocultar mis reacciones.
Arquea una ceja y espera. Soy incapaz de moverme, estoy anclada
en sus glaucos ojos.
—¿Y bien? —me pregunta.
—Puedo darte uno de mis zapatos —digo como una tonta.
Menea la cabeza de un lado a otro y chasquea la lengua.
—No. Eso es trampa. Si me hubieras derramado el cubata en un
zapato podría darlo por bueno, pero no ha sido el caso, ¿verdad?
Quiero una prenda.
—No puedo darte mi vestido —digo con apenas un hilo de voz—. Con
este escote no puedo llevar… nada más debajo.
Siento que voy a estallar en llamas en cualquier instante. Mi vestido
va cogido al cuello y llevo la espalda al aire, por lo que no llevo
sujetador. Tengo la suerte de tener unos pechos que se lo pueden
permitir.
—Ese no es mi problema. Dame mi prenda si quieres mis disculpas.
Sus ojos se pasean por los míos, de uno a otro y luego fija su mirada
en mi boca. Reconozco que esta situación se está tornando en un
juego muy excitante. No sé por qué lo hago, me dejo arrastrar por la
excitación del momento y llevo mis manos a la nuca para desatar el
nudo que sujeta mi vestido. Dejo que resbale por mi cuerpo y aterrice
en el suelo. Me muero de la vergüenza. Él no aparta la mirada de la
mía. Sé que se muere de ganas por echar un vistazo pero sigue
sosteniendo mi barbilla para que no deje de mirarle a la cara.
—Buena chica —dice mientras su media sonrisa se torna demasiado
sugerente.
—Ahora te toca a ti —me atrevo a decir provocando su risa.
—Muy bien. Es lo justo… —Me suelta y ladea la cabeza como si
estuviera preguntándose algo pero sin apartar sus ojos de los míos—
¿Por dónde empiezo? —Me quedo a cuadros. No sé a qué se refiere.
Mis nervios están a flor de piel—. ¿Por qué motivo de mi lista quieres
qué me disculpe primero?
—No te entiendo —le digo.
—La cosa es que hay mucho por lo que tengo que disculparme
contigo.
Trago saliva porque, por primera vez desde que me he quitado el
vestido, hace un recorrido por mi cuerpo. Me parece ver una mueca
de aprobación y una sonrisa canalla ilumina su rostro haciendo
aparecer sus dos tentadores hoyuelos cuando intento cubrirme en
vano con mis manos.
—¿Por dónde comienzo? Déjame ver… ¡Ah, sí! Por el beso que te he
robado esta noche.
Se acerca a mi boca pero ni siquiera la roza. ¡Ay, podría morirme si
me besa en este mismo instante! Sus labios están a tan solo unos
milímetros de los míos. No me toca, no tengo contacto con ninguna
parte de su cuerpo y, sin embargo, la sensación que tengo es tan
intensa como si sus manos estuvieran recorriendo toda mi piel
incendiando mi entrepierna. Temo que note la excitación que me
provoca esta tentación, mi humedad comienza a ser evidente. Inspira
hondo y su mirada se vuelve más turbadora cuando casi apoya su
frente en la mía.
—Perdona por la insolencia de mis labios y mi lengua… porque al
parecer se han quedado con ganas y se mueren por probarte de
nuevo —musita pegado a mi boca.
Sus susurros me hacen enloquecer. Cierro los ojos y espero. Espero
que vuelva a asaltarme como lo hizo antes delante de todos pero
nada. Abro los ojos y ya no está enfrente. Está situado a mi espalda.
Su voz vuelve a provocarme un súbito escalofrío cuando ronronea
cerca de mi cuello.
—Permite que continúe con mis disculpas, preciosa. Perdona por
haber pagado contigo mi enfado… la frustración de saber que no te
podía tener a menos que dejaras de ser mi alumna, son las normas.
Perdona por disfrutar provocando tu enfado, estás preciosa cuando tu
mirada se enciende y resoplas intentando controlar tu temperamento.
Perdona por sentirme un idiota viendo como otros tenían la
oportunidad de acercase a ti y aspirar el embriagador aroma que
desprende tu pelo, eso me ha puesto muy muy celoso esta noche.
Por no ser el centro de tus miradas y el causante de tus suspiros.
Perdona que tu indiferencia hacia mí y tu desdén en tus
contestaciones alienten mucho más estas ganas de hacerte mía.
Perdona por querer recorrer cada curva de tu cuerpo, por querer ser
el que provoque tu placer y hacerme el dueño de tus gemidos.
Simplemente, perdóname por desearte, preciosa.
Mi respiración está tan agitada que casi hiperventilo. Todo mi cuerpo
clama por sus caricias, por sus besos… No me he dado cuenta de
cuánto lo deseo hasta haberle oído decir lo que yo necesitaba
escuchar. No aguanto más. Me giro y quedo frente a frente. Su verde
mirada se clava en la mía y lo que estoy deseando que ocurra no se
demora más.
Su boca envuelve mis labios y su lengua comienza a enredarse con
mi lengua. Sus manos se pasean por el contorno de mis caderas con
descaro, con desesperación. Noto como mi cuerpo salta de alegría
cuando una de sus manos se adentra por mi ropa interior y se posa
en mis nalgas. Comienza a masajear mis glúteos y sus dedos
comienzan a juguetear adentrándose un poco más abajo, hasta la
humedad que comienza a empapar mis braguitas.
Gime al notar que estoy lista para él, que no ha tenido ni que
rozarme para provocar que una oleada de placer arrastre mis fluidos
hasta su orilla. Me levanta en volandas y me posa sobre la mesa que
está cerca de la terraza. Rompe de un solo tirón el elástico de mis
braguitas y las arroja al suelo. Sonríe al descubrir mi tatuaje. Un
pequeño sol tribal que tengo escondido en una de mis caderas, cerca
de la ingle. Pasa sus dedos sobre él y su sonrisa se torna enardecida.
—Señor del Valle, ahora me debe usted una prenda —le digo con
picardía.
Adrián sonríe y despegándose de mí se desabrocha la bragueta.
—Todo tuyo, preciosa —dice dirigiéndome una traviesa sonrisa.
De un salto me bajo de la encimera y comienzo a quitarle el vaquero.
Él disfruta con mi pudor al comprobar que bajo su bóxer se adivina
una gran protuberancia. Deja que le despoje del pantalón y antes de
que consiga levantarme me sujeta por los hombros.
—Espera, esta prenda también te la regalo —dice señalando sus
calzoncillos.
Siento que mi cara arde cuando su miembro caliente y palpitante
salta del tejido que lo cubre mientras que lentamente va deslizándose
hasta caer al suelo. Me quedo quieta, no puedo creer que tenga un
tatuaje casi en misma zona que yo pero en la cadera contraria. Es
una luna, una luna tribal mucho más grande que mi sol. No sé qué
hacer hasta que lo oigo reír.
—Preciosa, me parece que hoy habrá un gran eclipse.
Miro hacia arriba y sus ojos verdes destilan el mismo deseo que yo
siento mientras que se muerde el labio inferior incitándome a
morderlo. Me levanto y me precipito hasta su boca para deleitarme
con el dulzón sabor que el alcohol ha dejado en sus labios,
lamiéndolos con gula. Me lanzo a succionar y muerdo su labio inferior
hasta que le hago gemir.
—Ven aquí, Raquel. Es mi turno —dice al fin separándome de él y
elevando mis nalgas hasta posarlas en la mesa nuevamente.
Sus besos y mordiscos por mi cuello me transportan a una nueva
dimensión. La brisa que se cuela por la abertura de una de las
puertas correderas que dan a la terraza azuza mi melena que cae en
bucles sobre mi espalda. Una de sus manos se enreda en mi pelo y
tira con fuerza hacia atrás, dejando a su alcance mis pechos. Lame
mis pezones con premura, como si estuviera degustando un caramelo
pero, una vez que estoy relajada y disfruto con esas caricias tan
húmedas, un mordisco hace que me retuerza de dolor. Afloja la
opresión de sus labios y abarca casi toda la aureola para comenzar a
torturarme con unos rápidos movimientos de su lengua que
transporta la sensación de placer hasta mi sexo. Un nuevo mordisco
hace que mi espalda se arquee y sus labios aprisionan con más ganas
mis senos. Se cuela entre mis piernas y su pecho se restriega ahora
sobre el mío mientras que su boca comienza a recorrer mi clavícula y
sube por mi cuello hasta llegar a mi oreja.
—Eso es, preciosa, disfruta… no sabes el esfuerzo tan grande que he
tenido que hacer para mantenerme alejado de ti todos estos días.
Su ronca voz hace que me excite aún más y acerco mis caderas hasta
dar con su pelvis. Busco insistentemente rozarme contra su miembro
pero él hábilmente esquiva mis movimientos. Me urge sentirlo entrar
en mí, sentir que invade mi cuerpo que ya le está llamando a gritos
pero él me castiga con su negativa a concederme este capricho.
—¡Shhhhh, tranquila! No tengas prisa… yo también me muero por
estar dentro de ti pero todo a su tiempo.
Pone una mano sobre mi pecho y me empuja hasta que quedo
recostada sobre la mesa. Acerca una silla y se sienta colgando mis
piernas sobre sus hombros. Vuelve a pasar sus dedos sobre mi
tatuaje. Dibuja el contorno de mi sol con la yema de sus dedos y
deposita un beso.
—Me encanta, preciosa. Es el mejor amanecer que puedo contemplar
nunca.
Una oleada de placer me invade cuando noto su lengua recorriendo
mi entrepierna de abajo a arriba con lentitud, suavemente, haciendo
que toda yo me contraiga. Pasa una de sus manos alrededor de mi
muslo y abre mi sexo que queda expuesto para su goce. Con la otra
mano juguetea en la abertura de mi vagina mientras que su lengua
se pasea por mi clítoris haciéndome gemir de placer. Hace círculos
húmedos que lo rodean y me desesperan. Una gran pasada con su
lengua y me siento recompensada por su tortura para empezar de
nuevo. Sus labios aprisionan suave pero firmemente mi clítoris y tira
cuidadosamente de él. Mi sexo arde y comienzo a notar mis flujos
resbalando por mis mulsos. Uno de sus dedos entra en mí y se
adentra haciendo círculos en mi interior. Sus labios cercan ahora los
íntimos míos y comienza a succionar mientras su lengua danza a un
ritmo frenético. Creo que voy a morir de gusto cuanto añade otro
dedo a la aventura en mi oquedad y como si de un garfio se tratara
los presiona contra la parte superior de mi vagina, apuntando a mi
pubis. Unas oleadas de intenso placer comienzan a sacudir mi cuerpo
y una serie de espasmos hace que mi interior vibre con cada nueva
lamida. Arqueo la espalda y exploto en un suceder de orgasmos que
me hacen rozar el cielo. Estoy temblando, mis piernas son incapaces
de responder y quedo tumbada sobre la mesa.
Abro los ojos y solo puedo ver su fulgente mirada que tiñe de su
verde toda la estancia. Su canalla sonrisa hace que vuelva a la
realidad. De una patada retira la silla, se encaja entre mis piernas y
se cuela en mi interior lentamente, disfrutando de cada centímetro
que conquista su firme y enhiesto miembro mientras que su mirada
sigue clavada en la mía. Carga mis piernas a cada lado de su cintura.
Sigue devorándome con esos ojos de felino que hace que me olvide
del mundo. Sale lentamente de mí, observando cómo le pido que no
lo haga, que no deje vacío este húmedo rincón de mi cuerpo que
implora que él lo explore y lo inunde con su ser. Como si leyera mi
pensamiento, de una sola estocada se clava en mi sexo sin
contemplación ninguna.
—¡Oh, dios mío! —se escapa de mi boca.
—Puedes seguir llamándome Adrián —contesta con sorna y una
sonrisa ansiosa que potencia su atractivo.
Comienza a moverse dentro de mí a un ritmo constante. Dentro,
fuera. Su luna tapa mi sol, se juntan en cada empellón que me
propina y vuelve a aparecer una y otra vez, como si un suceder de
amaneceres se tratara. Dibuja círculos con su pelvis golpeando en mi
ingle y a cada embestida la temperatura de mi cuerpo vuelve a subir
más y más centrando todo el calor en el vértice de mis piernas. El sol
tatuado en mi piel parece quemarme. Coloca mis tobillos sobre sus
hombros y se adentra aún más haciendo que mi respiración se
entrecorte. Ahora con sus manos libres puede masajear mis pechos y
pellizcar mis pezones a su antojo. Cuando me ve estremecer, su
sonrisa aparece marcando sus irresistibles hoyuelos. No puedo cerrar
los ojos y abandonarme al placer, no quiero… esa felina mirada me
tiene hipnotizada y solo me permito nadar en sus enigmáticas aguas.
No quiero que esto acabe. Nunca. Me quedaría así toda la noche,
perdida en este mar de ardientes gemidos y cuerpos que parecen
besarse en cada empellón.
Con la palma de su mano presiona mi pubis mientras que con el
pulgar comienza a trazar círculos estimulando mi clítoris llevándome
al límite. Antes de que pueda llegar al culmen de mi placer se detiene
y se separa de mí sin apartar su feroz mirada de mis ojos. Deposita
mis pies en el suelo y me da la vuelta quedando mis manos y
antebrazos sobre la mesa.
Abre mis glúteos y busca la más que húmeda gruta que ha dejado
desprovista de su calor. Mi cuerpo lo recibe envolviéndolo de mi
palpitante interior mientras que Adrián me ase de las caderas y me
empuja hasta él para invadir hasta el último rincón de mi sexo. Sus
embestidas me enloquecen hasta el punto de casi desfallecer y
cuando ya creo que no puedo resistir más se queda quieto, clavado
en mí. Tira de mi melena para levantarme y quedarme pegada a su
pecho. Noto su respiración en mi cuello y el calor de su torso en mi
espalda. Sus caricias desesperadas se escurren por todo mi cuerpo,
mis pechos, mis caderas, mi pubis… Comienza a mover sus dedos
rápidamente sobre mi clítoris y ya no aguanto más. Exploto en medio
de jadeos y gemidos descontrolados con él aún dentro de mí. No le
hace falta más que un par de arremetidas y sucumbe a su propio
placer en medio de gruñidos que me recuerdan a los rugidos de un
animal salvaje.
Mi cuerpo lánguido y extenuado tras la intensa experiencia es
sostenido por sus varoniles brazos. Me abraza fuerte y hunde su
cabeza en mis rizos, aspira mi perfume y besa mis cabellos.
—No sabes cuánto he deseado tenerte así, entre mis brazos,
preciosa.
Me lleva a su cama y caigo en un profundo sueño. Cuando despierto
de mi letargo me giro buscándole pero él no está conmigo. Observo a
mi alrededor y me maravillo con todas aquellas fotos que tiene
repartida por la estancia. No había reparado en la decoración de su
apartamento antes porque en su presencia todo se nubla y carece de
importancia. Salgo en su busca con la sábana enrollada tapando mi
cuerpo. A primera vista no le encuentro pero me percato que la
cortina de la cristalera que da a la terraza se mece al vaivén del
viento de levante que ha comenzado a soplar con algo de más fuerza.
Salgo y allí está él, con su mirada felina tras su cámara, fotografiando
el mar en el que aún se bañan las estrellas que acunan la ciudad y
que dotan a la playa de una mágica luminosidad. Solo viste unos
vaqueros y puedo contemplar tranquilamente su bien torneada
espalda desnuda a la luz de las estrellas.
Se vuelve hacia mí al percatarse de mi presencia y dispara con su
objetivo.
—¡No, por favor! A estas horas y con estos pelos ni se te ocurra.
Se acerca a mí con una sonrisa que me derrite y me rodea con sus
brazos.
—Tonterías, estás más preciosa que las estrellas… y mira —dice
haciéndome girar y abrazándome por detrás—, contempla y dime si
no está bonita la noche.
Asiento y él me gira de nuevo arrancándome la sábana. Coge su
cámara y comienza a fotografiarme todas y cada una de las partes de
mi cuerpo. Me dejo mimar por su objetivo que recorre cada
centímetro de mi piel. Al llegar al tatuaje del sol se detiene. Lo besa
lentamente y me mira con esos ojos que ya me tienen loca de
remate.
—Esta prenda la quiero de recuerdo —dice enfocándolo con su
cámara.
Se levanta y toca mi piel desnuda que está helada por la humedad
del ambiente. Coloca de nuevo la sábana sobre mí y me abraza. Me
besa en la cabeza y contemplamos como la intensa oscuridad del
cielo nocturno comienza a clarear desdibujando las hermosas
estrellas poco a poco.
—Vamos dentro, preciosa. El sol que quiero que me caliente es el que
amanece en tus caderas y que llega a eclipsarme por completo.
Su voz hace que pegue un respingo y él comienza a reírse. Todo es
tan irreal que, al encontrarme con su verde mirada rasgada, quedo
atrapada como si de un sueño se tratara. Llego a pensar que todo
esto ha sido un sueño, el sueño de una noche de verano, como la
obra de Shakespeare. Pero no. Adrián del Valle, el famoso fotógrafo
que todas desean, que todas sueñan con conquistar me tiene a mí y
solo a mí en sus brazos.
***
No he vuelto a verle desde que se marchó a Siria, pero ahora, al
recibir esta carta sin remitente mi corazón vuelve a palpitar con
fuerza porque algo en mi interior me dice que es cosa suya. Abro el
sobre y solo encuentro una fotografía. Es mi tatuaje y tan sólo hay
una frase escrita a mano en el dorso:
«No sabes la falta que me hace que haya un eclipse… y eso será muy
pronto, preciosa»
Alguien llama a la puerta sobresaltándome y como es habitual
en casa, mi Paco comienza a cantar la canción de Pimpinela «¿Quién
es? Soy yo. Qué vienes a buscar…». En esos momentos abro y unos
ojos verdes me envuelven parándome el corazón.
—A ti —contesta Adrián con su media sonrisa y sus hoyuelos
irresistibles antes de que Paco termine con su serenata.
Me lanzo a su cuello y soy feliz porque vuelve a mí el único eclipse
que me eleva hasta las estrellas y tiñe del verde de sus ojos de felino
todos mis sueños.
DÁMELO TODO DE ELENA MONTAGUD
http://elenamontagud.blogspot.com.es/
¿Estás hart@ del trabajo y tu jefe te ha dado tan solo una semana de
vacaciones?
¿Tu pareja te ha dicho que “no eres tú, soy yo, pero esto tiene que
acabar”?
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no sabes por dónde tirar?
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Cuando vi aquel anuncio en una página de ofertas de vacaciones de
verano vía Internet, me pareció fantástico. Podría decirse que yo era
una pringada, pues podía responder de forma afirmativa a las tres
preguntas deprimentes. Mi “fantástica” jefa me había pedido —
aunque para mí era una orden, por mucho que ella asegurara que
no— que ese verano trabajase más, ya que con los recortes de la
empresa habían despedido a un par de empleados. Sí, en realidad
tenía suerte porque yo conservaba el trabajo, pero sentía que en
cualquier momento iba a caer redonda debido al estrés.
Tres meses antes, el tío con el que me había prometido me engañó
con una amiga. Y no una mía, eso sería bastante normal, sucede cada
día aunque penséis que no. Pero mi ex pareja me puso los cuernos
con una amiga de su madre que, según él, se había convertido en su
alma gemela, en una amistad que le llevó a descubrir nuevos
mundos. Entendí a lo que se refería con nuevos mundos cuando me
enteré que esa señora era un poco hippy y que le daba bien a la
marihuana. Él la probó y me aseguró que ya no podía acostarse con
alguien sin estar fumado y que, como yo era antitabaco y con toda
seguridad también antimaría, sintiéndolo mucho teníamos que
dejarlo. Si dijese que ya estoy recuperada, estaría mintiendo. En
realidad, lo echo de menos casi todas las noches. Soy una romántica
empedernida, de esas que sueñan con pasar toda la vida con un solo
hombre. Manuel no era el primero, pero quería que fuese el último.
Sin dudarlo más, llamé al número de teléfono que acompañaba al
original anuncio. Había estado buscando toda la tarde, pero nada me
llamaba la atención. Sin embargo, este había despertado mi
curiosidad. Hablé con una chica muy amable que me estuvo
informando sobre el lugar: podía ir sola o en pareja —no, gracias—, y
era posible reservar una cabaña para dos o una compartida con unas
diez personas. No tenía nadie con quien ir y lo que me interesaba era
dejar mi vida atrás y conocer gente nueva, tal y como aseguraba el
anuncio. Quedarme toda la semana escapaba a mi presupuesto, así
que pedí un finde. Tras colgar, aluciné con la suerte que había tenido,
pues había un hueco libre para una persona justo en mis vacaciones.
Y no quedaba nada para ellas.
El viernes señalado amaneció espléndido y yo ya estaba en el coche a
las ocho de la mañana, dispuesta a llegar lo más pronto posible al
destino. Se encontraba en mi provincia, así que apenas tardé un par
de horas. La naturaleza me envolvió de repente al abandonar la
carretera. Mientras conducía y trataba de esquivar unos cuantos
baches, eché unos rápidos vistazos al lugar en el que me encontraba.
Verde y más verde, montañas a lo lejos y un esponjoso cielo azul
sobre mi cabeza. Si mi GPS no estaba equivocado, en cuestión de
minutos aparecería ante mí el complejo. Solté un gritito de júbilo en
cuanto mis ojos descubrieron las espléndidas cabañas: modernas y,
al mismo tiempo, tradicionales. Por mi mente cruzó el pensamiento
de que parecían casitas de juguete. Una de ellas tenía un tamaño
considerable. Imaginé que debía de tratarse la que yo había elegido.
Llevé el coche hasta una zona en la que se alzaba un vallado de
madera, donde ya se encontraban aparcados un par de vehículos
más. Sentí que el estómago se me encogía, pero me obligué a
tranquilizarme. Si quería divertirme, tenía que mostrarme abierta y
segura de mí misma. Allí nadie me conocía, nadie sabía que mi pareja
me había engañado con una mujer treinta años mayor que yo, y
nadie descubriría nunca que era una oficinista aburrida que en su
tiempo libre escribía poesía.
Abrí el maletero y cogí mis bártulos. Era un lugar perfecto, idílico, en
el que fundirse con la naturaleza. A mi derecha divisé un cartel con
una flecha que indicaba la dirección del lago, a tan solo diez minutos
de allí. Sonreí al pensar lo fantástico y relajante que iba a ser el fin
de semana. Todo estaba en completo silencio, tan solo se escuchaba
el insistente chirriar de los insectos y el graznido de algún pájaro que
revoloteaba por el cielo. Me dirigí hacia las casitas más pequeñas. En
una de ellas un cartel anunciaba que era la destinada a la recepción e
información.
—¡Hola! —saludé, asomando la cabeza. No había nadie detrás del
mostrador. En la pared de enfrente, una puerta cerrada me provocó
un escalofrío en la espalda. Había visto demasiadas películas de
terror. Quizá habían tenido que salir por algún motivo y yo me estaba
montando mi propia película
De modo que regresé fuera y me senté en uno de los tocones de
madera que se alineaban formando unos incómodos asientos. Apoyé
la mano en la barbilla y me puse a pensar en mis cosas, pero al cabo
de cinco minutos me cansé y decidí explorar el lugar. En realidad, me
apetecía saber cómo era el lago. Me acerqué al coche y coloqué la
maleta en él. A continuación seguí la indicación de la flecha de
madera y caminé durante unos cinco minutos por un hermoso camino
en el que la vegetación a ambos lados casi llegaba a medio cuerpo.
Un par de minutos después divisaba los contornos del lago, el cual
parecía bastante grande. Aceleré el paso con una sonrisa en el rostro,
pero entonces capté un movimiento por el rabillo del ojo y, como acto
reflejo, me agaché y me oculté en unos matojos. En un principio me
regañé por ser tan tonta, pero segundos después lo agradecí: en el
agua había un hombre.
El corazón me empezó a palpitar de forma inusitada. Me avergoncé al
notar el calor que subía por mi cuello hasta las mejillas. Él estaba de
espaldas, pero… ¡Menuda espalda! Tan solo podía ver el inicio de su
trasero… pero se me antojaba perfecto. Tenía unos brazos
musculosos sin serlo demasiado. Me pregunté cómo se sentiría una al
ser rodeada por esos brazos… Volví a amonestarme. No era de esa
clase de mujeres que se dejaban llevar por el físico de los demás. Mi
ex novio era guapo, pero de él me enamoraron otras cualidades.
El problema era que el hombre del lago estaba despertando en mí
algo oculto. El modo en que los músculos de su espalda se tensaron
al inclinarse hacia delante me secó la boca. Y cuando se giró, el
corazón me latió con más fuerza. No le podía ver la cara porque se la
estaba tapando con las manos, pero de todos modos no me importó,
porque la visión de sus fantásticos abdominales y de su vientre en V
me dejó sin armas. Deslicé la vista por su pecho hasta las ingles… El
resto se lo tapaba el agua, pero mi mente había empezado a
montarse una historia por su cuenta. Sin siquiera darme cuenta, llevé
mi mano a la entrepierna. Estaba húmeda. No podía dejar de pensar
en cómo sería hacer el amor con ese hombre en el lago. Me acaricié
por encima del pantalón, conteniendo un suspiro. ¿Pero qué estaba
haciendo? ¡Me había convertido en una voyeur pervertida que se
tocaba observando a un hombre!
De repente, un gigantesco insecto se posó en una de las ramitas que
se hallaban a mi lado. Me tapé la boca para no gritar, pero la postura
en la que me encontraba no ayudó mucho y, con toda mi vergüenza,
caí hacia delante. No quería alzar la vista porque sabía lo que iba a
encontrarme, pero de todos modos lo tenía que hacer más tarde o
más temprano. Para mi sorpresa, él me observaba con curiosidad,
con una sonrisa divertida en el rostro. Quería que la tierra me
tragase, aún más al darme cuenta de que el vestido se me había
subido con la caída y se me veía parte del culo.
—¡Eh! —me llamó él, con una mano alzada.
Yo levanté la mía intentando sonreír, pero me temblaba la comisura
de los labios. Entonces, él hizo algo que no me esperaba. Nadó hacia
mí y salió del agua… ¡Completamente desnudo! Me quedé en el suelo
con la boca abierta, hasta que pude reaccionar y me tapé los ojos con
las manos. Pero ya lo había visto y… ¿Por qué mi sexo me pedía a
gritos que estuviese dentro de mí?
—Soy Lucas, el gerente del complejo —escuché su voz sobre mí.
Entreabrí un ojo con miedo, pero por suerte él se había colocado unos
vaqueros bastante bajos. Podía adivinar sus ingles. La línea de su
vello me estaba poniendo cardíaca. Me obligué a mostrarme serena,
pues no podía perder la razón tan solo porque ante mí se encontrara
un hombre semi desnudo.
—Alma —respondí, adelantando una mano. Él me la cogió y, con una
fuerza, sorprendente, me aupó. Yo no había puesto nada de
resistencia porque no esperaba aquello, así que mi pecho chocó
contra el suyo y a punto estuvieron de hacerlo también nuestras
narices.
—Encantado, Alma —se rio él, muy cerca de mi rostro—. Un nombre
precioso.
Tenía la voz un poco grave y la forma en que pronunció mi nombre
me hizo estremecer. Observé sus labios, rosados y carnosos, y a
continuación ascendí por su nariz hasta llegar a sus ojos,
sorprendentemente verdes. Me quedé un rato en ellos, perdida en
pensamientos que me avergonzaban, hasta que conseguí apartar la
mirada y me eché hacia atrás.
—Yo… Solo estaba buscando a alguien. No encontré a nadie en la
recepción —traté de cambiar de tema. Mi tono de voz sonaba
inseguro.
—Eso es porque estoy aquí —respondió él, ensanchando la sonrisa.
Agitó la cabeza y de su cabello oscuro se desprendieron un par de
gotas—. A estas horas hace bastante calor y se nos estropeó el aire
en la cabaña de recepción.
Asentí con la cabeza, sin saber bien qué decir. No podía aguantar su
intensa mirada de felino, así que una vez más, tuve que retirarla. Me
froté las manos, esperando a que él dijera algo.
—¿Así que has venido a pasar unos días con nosotros? —preguntó.
—Sí. El fin de semana.
—Vaya, eso es muy poco —se llevó una mano al vientre y se lo rascó.
Unas pequeñas gotas transparentes brillaban en él. Quise lamerlas.
Ansié beber de su cuerpo.
—Lo aprovecharé al máximo —le aseguré.
—Eso espero —me guiñó un ojo, provocando
cabalgara una vez más. Entonces se acercó a mí y
hasta que comprendí que lo único que quería
avergoncé por haber imaginado cosas extrañas—.
recepción? Comprobaré tus datos.
que mi corazón
yo di un respingo,
era pasar y me
¿Me acompañas a
Asentí con la cabeza y lo seguí. Una vez allí, Lucas se colocó tras el
mostrador y tecleó en el ordenador. A continuación la impresora
gimió y segundos después Lucas me entregaba unos papeles. Firmé y
al entregarle los papeles, él me dedicó una bonita sonrisa que me
sacudió toda.
—Has decidido quedarte en la cabaña grande —dijo con ojos
brillantes.
—Me pareció una buena idea para conocer a más gente —respondí,
encogiéndome de hombros.
—Por supuesto. ¿Vienes y te la enseño?
Una vez más lo seguí, comiéndome con los ojos su ancha espalda.
Tenía el perfecto tono de bronceado. La forma elegante y segura con
la que caminaba me convenció de que Lucas había estado entre las
piernas de muchas mujeres.
La cabaña me pareció muy bonita, decorada con sencillez pero buen
gusto. Una enorme alfombra de pelo se extendía por el amplio salóncomedor, en el que también había una chimenea, una mesa larga y
un par de sofás ante una tele de plasma. A continuación me llevó a la
que iba a ser mi habitación, la cual compartiría con otras tres chicas.
—No hay nadie porque hoy han salido de excursión a unas ruinas
cercanas —me explicó, apoyado en el marco de la puerta—. Pero a
media tarde ya estarán aquí y así podrás conocerlos.
—¿Cuántos somos en total? —pregunté, echando un vistazo a la
habitación, en la que se disponían tres pequeñas camas.
—Este fin de semana ocho. Cinco chicas y tres chicos —dio unos
golpecitos en el marco de la puerta, sobresaltándome—. Te caerán
bien —me dedicó otra de sus mortíferas sonrisas—. Si te apetece,
podemos comer juntos y te enseño un poco más la zona.
Acepté de forma tímida. Él se despidió y salió de la habitación,
dejándome sola con mis pensamientos. Lucas era muy amable y no
parecía para nada un gerente, sino un compañero más. Me pregunté
si pasaría todo el fin de semana con nosotros o se marcharía. Yo
ansiaba lo primero, cómo no.
Dejé la maleta sobre una de las camas y rebusqué entre la ropa que
había llevado para ponerme la más cómoda. Diez minutos después,
Lucas aparecía por la puerta con una mochila. La palmeó y dijo:
—He metido unos bocadillos y unas bebidas. ¿Nos vamos?
Dejamos las cabañas atrás en completo silencio. Mientras
caminábamos, me atreví a escrutar de forma disimulada su perfil.
Tenía unas marcadas mandíbulas que le daban un aspecto más
varonil. Cuando sonreía, se le marcaba un hoyuelo en la mejilla.
Definitivamente era uno de los hombres más atractivos que veía en
mucho tiempo. Mejor dicho, en toda mi vida. Y ahora que llevaba una
camiseta, me sentía más tranquila a su lado.
—Espero que estés en forma, Alma —me dijo, señalando un
pronunciado camino—. Comeremos allí arriba. Hay unas vistas
espectaculares —alzó el dedo y yo contemplé con el estómago
encogido la montaña a la que se suponía que íbamos a subir.
No quise decirle que me pasaba ocho horas encerrada en una oficina
y que los fines de semana me tiraba en el sofá y no había quien me
levantara. Lucas estaba en muy buena forma y seguro que le
gustaban las chicas deportistas y amantes de la naturaleza, así que
me armé de valor y agradecí haberme puesto unas deportivas ese
día.
A mitad de la subida, tuvimos que detenernos. Yo estaba roja como
un tomate y no podía casi con mi cuerpo. Me senté en el suelo de
golpe y solté un ruidoso suspiro. Lucas se acuclilló ante mí, abrió su
mochila y sacó de ella una botella de agua. La bebí casi de un trago
bajo su atenta mirada. Decidimos quedarnos a comer allí, con la
sombra de unos cuantos árboles.
—¿A qué te dedicas, Alma? —me preguntó mientras comíamos el
bocadillo de jamón.
—Soy un alma libre. Cada vez me dedico a una cosa —mentí,
haciendo un juego con mi nombre.
—¿Ah, sí? —Me había pillado. O era muy listo o yo mentía muy mal.
—En realidad soy oficinista —respondí en tono triste. Qué rápido me
había confesado aunque me había prometido que no iba a contar
nada cierto de mí.
—¿Y qué hay de malo en ello?
—Pensé que la gente que viene a este lugar tendrán trabajos
interesantes —dije, dándole un mordisco a mi bocata.
—Pues en realidad no —contestó Lucas, haciendo una bola a su papel
de plata—. La mayoría tenemos una vida monótona y aburrida y nos
descargamos aquí.
—Oh —me limité a decir.
—Como tú, ¿no, Alma? —De súbito se inclinó sobre mí, clavándome
su intensa mirada—. ¿Qué has venido a buscar? ¿Qué es lo que te
apetece?
Poco me faltó para atragantarme con el bocadillo. El tono en que me
había formulado esas preguntas era demasiado sensual.
—Conocer gente y pasarlo bien —me terminé el jamón y me limpié
las manos y los labios.
Él asintió con la cabeza, como muy satisfecho de mi respuesta. Tras
la comida nos tumbamos bajo los árboles y estuvimos hablando sobre
nuestras vidas. Lucas era abogado y estaba separado, algo que me
sorprendió, puesto que yo había pensado que era más joven. En
realidad lo era, pues tenía treinta años, pero se había casado pronto
y no había funcionado. Me contó que tras el divorcio, un amigo y él
decidieron crear ese lugar de vacaciones. Me sorprendió que
pudiésemos hablar de esa forma tan sincera, sin preocupaciones, sin
pensar en lo que el otro iba a decir. Incluso le conté mi afición
secreta a la poesía. Él no puso caras raras como tantos otros habían
hecho antes. Lucas me miraba mientras yo hablaba, se limitaba a
asentir o a dar su opinión, pero sin juzgar. Jamás me había sentido
tan cómoda con un hombre. Y ni siquiera su rostro atractivo y su
cuerpo de escándalo me cohibían.
Hasta que me rozó.
Del brinco que di me incorporé. Había sido un roce involuntario al
cambiar él de postura, pero mi piel despertó de golpe, sin avisos. Se
apoyó en los codos y me miró con expresión interrogativa.
—Me has dado electricidad —murmuré. No era del todo mentira. Todo
mi cuerpo se había encendido con esa simple caricia.
—¿Te molesta que te toque? —preguntó con una extraña mirada.
—Eh… No… —me senté de nuevo a su lado, tratando de disimular.
—Porque me gustaría tocarte mucho —dijo de repente, clavando en
mí esa mirada de felino seductor—. Por todas partes.
No supe qué responder. Pensé que me estaba gastando una broma o
que en su agua había drogas. Pero entonces su mano se posó sobre
mi muslo desnudo. Lo miré asustada, pero él se limitó a devolvérmela
con un gesto muy caliente.
—No acostumbro a tener relaciones con clientes.
¿Relaciones? ¿A qué se estaba refiriendo? ¿Por qué su rostro estaba
tan cerca del mío y yo no podía apartarme? Su cuello desprendía un
fresco aroma, como a hierbabuena, mezclado con algo salvaje. Me
moría de ganas de hundir mi nariz en su piel, pero me contuve. ¿Qué
significaba todo aquello?
—Pero al descubrirte en el río y saber que me estabas mirando, me
he puesto cachondo.
Abrí la boca pero no conseguí soltar palabra. Su mano ascendía por
mi muslo. Me había puesto unos pantalones muy cortos y tenía
demasiada carne a la vista. Sin embargo, cuando se detuvo casi a
punto de rozar mi ingle, quise rogarle que no parara. En cuanto su
respiración se acercó a mi cuello, el sexo se me puso a palpitar. Y mi
parte aguafiestas, que es muy tocapelotas, se rebeló en ese mismo
instante. Me aparté de golpe y me incorporé, dejándolo con gesto
totalmente sorprendido.
—Me gustaría ir volviendo. Quiero conocer al resto de la gente —
disimulé.
Lucas se levantó sin decir nada, aunque en su rostro se leía
confusión. Le di la espalda para que no se diese cuenta de que estaba
acalorada. No solía dejarme llevar por mis instintos, y menos con un
hombre al que había conocido unas horas antes. Por mucho que
hubiésemos conectado, continuaba siendo un desconocido para mí.
De vuelta al complejo apenas nos dirigimos la palabra. Como era
cuesta abajo, no me resultó tan difícil y me mantuve delante de él.
Sentía sus ojos paseando por todo mi cuerpo, devorándolo sin
piedad. Y mi sexo se humedecía cada vez más. Había perdido el
control de mi piel con la presencia de aquel hombre.
Los últimos metros hasta la cabaña casi los cubrí corriendo. Supuse
que Lucas estaría pensando que era una niñata, una tonta o algo
parecido, pero mi parte tímida y nerviosa se había antepuesto a la de
unas horas antes, aquella que quería divertirse el fin de semana.
Cuando estaba a punto de entrar, él me atrapó del brazo y me
detuvo.
—Supongo que quieres reservarte para esta noche.
Lo miré con los ojos muy abiertos. Jamás me había topado con un tío
tan atrevido. Por suerte, en mi habitación estarían otras chicas, así
que él no sería capaz de entrar y pillarme por sorpresa. Me limité a
soltarme de su mano y entré en la cabaña, a la que había llegado el
resto de huéspedes. Esa tarde conocí a gente muy simpática, de
distintas zonas de España. Todos ellos parecían muy alegres y
cómodos de estar en aquel lugar. Me obligué a ser abierta con ellos,
charlar y responder a todo lo que me preguntaban. Las chicas que
dormían conmigo eran también valencianas. Dos de ellas trabajaban
en una oficina y la otra era profesora. Conectamos enseguida y nos
pusimos a hablar de nuestras fallidas relaciones. Uno de los chicos
era también muy guapo y estuvo mucho rato hablando conmigo. Me
di cuenta de que Lucas nos observaba de forma disimulada con una
sonrisa en los labios, pero hice caso omiso.
La noche llegó rápida y me sorprendió con un par de cervezas en el
cuerpo. Cenamos las hamburguesas que prepararon Lucas y otro de
los chicos. Yo apenas probé la mía, lo único que me apetecía era
beber. Tenía muchísima calor y la cerveza estaba fresca y deliciosa.
De normal, cuando salía de fiesta, apenas bebía alcohol. Sin
embargo, esa noche, animada por el resto, decidí dejarme llevar y
pillarme una borrachera. Tras unas siete cervezas, la cabeza me daba
tantas vueltas que lo único que podía hacer era reír.
En un momento dado, noté que alguien me cogía de la cabeza. Al
enfocar la vista descubrí a Miguel, el chico atractivo. Cuando quise
darme cuenta, me estaba besando. Y de repente, noté una mano en
mi espalda, acariciándomela. Imaginé que era él, pero descubrí que
las suyas estaban apoyadas en mis mejillas. Me giré y casi choqué
con los labios entreabiertos de una de mis compañeras de habitación.
¡Estaba a punto de besarme! Aparté a ambos de forma brusca y me
levanté del sofá en el que me encontraba, totalmente confundida. Y
entonces, vi que todos los allí presentes estaban liándose unos con
otros… ¡Estaban practicando una orgía! Incluso una pareja ya se
encontraba desnuda: ella se movía de forma lasciva sobre el chico.
Me llevé la mano a la cabeza, aturdida y mareada. ¿Dónde me había
metido?
Miguel quiso cogerme de la mano para sentarme otra vez, pero me
escabullí. Me tropecé con otra compañera de habitación y una chica
más. Ambas se besaban y acariciaban de forma apasionada. Sin
entender muy bien por qué, sentí una cosquilla en el vientre.
Asustada, me dirigí hacia la puerta de la cabaña. Pasé por delante de
Lucas, el cual salía en ese momento de la cocina con una cerveza y
me miró con preocupación, pero no le hice caso. Una vez en el
exterior, respiré el aire fresco y puro. El corazón me bombeaba como
nunca. Sin pensarlo, eché a correr. Mi cuerpo ardía demasiado… Y lo
único que me podía calmar era el lago. No podía quitarme de la
cabeza todas esas bocas besándose, esas manos acariciándose unos
a otros… ¿Dónde me había metido y por qué mi vientre palpitaba al
recordar dichas escenas?
El lago asomó ante mí en todo su esplendor. Un rayo de luna recaía
en él, dotándolo de un aspecto casi irreal. Me despojé de las
zapatillas y continué corriendo, hasta que escuché un grito.
—¡Alma! —la voz de Lucas atronó en el silencio.
Me detuve en la orilla del lago y me quedé quieta, sin atreverme a
girarme hacia él. Segundos después lo tenía a mi espalda, con la
respiración agitada sobre mi cuello. Me estremecí y él pareció darse
cuenta, porque me cogió del brazo y me obligó a darme la vuelta y
mirarlo. Tenía el semblante preocupado, pero también había algo en
sus ojos que me hizo temblar… de deseo.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Alguien te ha molestado?
Me mantuve callada unos segundos hasta que conseguí enfocar la
vista en él. Todo me daba vueltas; el alcohol cada vez se me subía
más y la piel me quemaba.
—Creo que me he equivocado al venir aquí —murmuré.
—¿Por qué dices eso, Alma?
—No entiendo qué hace toda esa gente dándose el lote…
Lucas pareció entender lo que me ocurría. Esbozó una sonrisa y
meneó la cabeza.
—Alma, esto son cabañas de sexo —calló unos segundos para
comprobar mi reacción—. Aquí la gente viene a… Pues eso, a tener
sexo. De forma libre. Con quien quiere y como quiere. Sin prejuicios.
No me lo podía creer. Lucas era el gerente de un lugar en el que se
realizaban todo tipo de prácticas eróticas. Y yo era una tonta por no
haberme informado bien. No sé cómo pude llegar a ese anuncio, la
verdad. ¡Menuda mala pata la mía!
—Tú… —lo señalé con un dedo.
—Al principio. Hace mucho que no participo. Pero no quiere decir que
ellos estén haciendo algo malo.
—No he pensado eso —respondo, un tanto molesta.
—No tienes que hacer nada que no quieras…
No lo dejé terminar. Quería deshacerme del fuego que había
inundado mi cuerpo y no podía hacerlo teniéndolo delante,
contándome que él había sido el iniciador de aquel lugar que, en el
fondo, me despertaba morbo. Yo no era así. Yo practicaba sexo
tradicional. Y con amor. Y con una sola persona. Y hombre. Pero mi
mente no podía sacar la imagen de las chicas besándose.
Me lancé al lago, hundiéndome en él. Era bastante profundo y el
contacto del agua fresca en mi piel fue maravilloso. Cuando salí a la
superficie, el corazón me dio un vuelco: Lucas se estaba quitando la
camiseta. Observé con la vista borrosa sus marcados abdominales y
su vientre liso moviéndose mientras alzaba los brazos y la sacaba por
su cabeza.
—No, Lucas, no… —dije desde el agua, alzando un brazo—. Estoy
muy borracha y…
Hizo caso omiso de mi petición. Se quitó las zapatillas y se acercó a la
orilla a paso lento, sin apartar la mirada de mí. Yo negaba con la
cabeza una y otra vez.
—Solo quiero darme un baño contigo —repuso, doblando la comisura
de los labios y esbozando una pícara sonrisa.
—Yo…
—Tú estás excitada —murmuró, situándose frente a mí—. Aunque no
quieras reconocerlo, ver todos esos cuerpos dándose placer, te ha
puesto a mil.
En el fondo, tenía mucha razón. Por eso había huido, intentando
calmar la excitación que tenía. Cuando sus brazos me rodearon, supe
que no podría librarme de él. No quería. Deslizó la mano derecha por
mi espalda hasta posarla en la parte baja. Con la otra me acarició la
mejilla. Clavó su oscurecida mirada en la mía. Era demasiado
caliente… Me devoraba con ella. E inmediatamente después, fueron
sus labios los que comenzaron a devorarme con lascivia. Se me
escapó un gemido en cuanto su lengua se abrió paso y chocó contra
la mía, como un látigo implacable. La saboreé, paladeando su
excitación. Nos separamos unos segundos para tomar aire, y nos
miramos con las respiraciones agitadas. Su pecho desnudo subía y
bajaba de forma acelerada y su mirada era tan sensual que creí que
iba a perder la cabeza en ese mismo instante.
—Te lo he dicho, Alma. No suelo hacer esto con clientes. No desde
hace mucho —suspiró contra mi cuello, y luego me lo mordió con
suavidad, arrancándome otro gemido—. Pero desde que nos hemos
encontrado esta mañana, no he podido dejar de mirarte. Desde que
he visto tu estupendo culo cuando te has caído. Te he hecho de todo
en mi mente, y quiero llevarlo a la realidad.
—Me pasa lo mismo, pero yo…
Me interrumpió con otro de sus húmedos besos. Nuestros dientes
chocaron. Las lenguas bailaron a un ritmo desenfrenado. Todo mi
cuerpo temblaba con cada uno de sus besos. Cuando su mano se
posó sobre mi trasero, no se lo impedí. Y mucho menos que lo
estrujara entre sus dedos, provocándome un cosquilleo en la parte
superior de los muslos. Gemí en su boca y él jadeó, apretándome
más contra su fuerte pecho. Apoye las manos en él y se lo acaricié,
observándolo con adoración. Era suave, demasiado perfecto.
De repente, me cogió en volandas y se dirigió hacia la orilla. Mi ropa
chorreaba cuando me depositó en el suelo y se puso sobre mí, sin
apenas rozarme, apoyando sus manos en la tierra húmeda. Acercó su
rostro al mío y me plantó pequeños besos en la frente, las mejillas, la
nariz y la barbilla, hasta terminar en la boca, donde el beso se
prolongó más, terminando en una unión llena de deseo y pasión.
Jadeé una vez contra su lengua y él acercó su cuerpo al mío. En
cuanto noté su erección contra mi vientre, perdí el control. Era
magnífica, y esa dureza contra mi piel medio desnuda —puesto que
se me había subido la camiseta— provocó en mí un latigazo de
placer. Mi sexo palpitó al pensar en tenerlo en lo más profundo de mí.
Me subió la camiseta y con rapidez me la quitó. Leí en sus ojos lo
excitado que estaba y lo mucho que me deseaba. Acercó su rostro
hasta mis pechos desnudos y lamió un pezón con delicadeza. Su otra
mano se afanaba en el pecho derecho, cuyo pezón también había
despertado gracias a sus expertas caricias. No pude evitar gemir
mientras lamía, chupaba y mordía mi carne. Mi sexo se humedecía
más y más con cada uno de sus besos. Como si lo supiese, bajó la
mano derecha por mi vientre, dibujó un círculo con el dedo índice en
mi ombligo, y se detuvo en el pantalón. Arqueé el cuerpo, presa del
deseo, para que continuase descendiendo.
—¿Qué es lo que tenemos aquí…? —preguntó, alzando la cabeza y
mirándome de forma pícara.
Le dediqué una sonrisa tímida, a la que él correspondió con un beso
en el cuello. Entonces me bajó el pantalón y me dejó con tan solo las
braguitas de encaje. Las rozó con sus dedos de forma delicada,
mientras yo me retorcía, ansiando el momento en que tocara mi piel.
Pero en ese momento se levantó y se desabrochó el botón del
vaquero, dejándome con las ganas. Su bóxer asomó y yo me mordí el
labio, ansiosa de lo que iba a mostrarme. Se bajó los pantalones y se
quedó ante mí en ropa interior. Lo observé desde el suelo, con el
corazón a mil por hora. Me sorprendía que pudiese guardar algo de
semejante
tamaño
en
unos
vaqueros
tan
ajustados.
Inconscientemente, me llevé la mano a la entrepierna y me acaricié
por encima de las braguitas. Él se volvió a colocar sobre mí,
apartándomela, y apretó su estupenda erección contra mí. Estaba
durísima, incluso me hacía daño, pero yo no podía más que
contonearme bajo su abrazo y deleitarme en las cosquillas de placer
que ese simple roce me provocaba.
Deslizó su cuerpo hacia abajo, hasta colocar sus hombros entre mis
piernas, las cuales me abrió con dureza, agarrándome de los muslos.
Suspiré al comprender lo que iba a hacer. A mi ex pareja no le
gustaba mucho, y a mí ni siquiera me provocaba placer. Sin
embargo, en ese momento, con la cabeza de Lucas entre mis piernas,
todo se me antojaba demasiado morboso. Estaba tan excitada que di
un brinco cuando su lengua me acarició por encima de la tela de las
bragas.
—Estás muy húmeda… —murmuró contra los encajes. Alzó el rostro y
clavó su intensa mirada en mí—. Y no es por el agua del lago.
No pude responder porque entonces separó la tela y en un abrir y
cerrar de ojos noté su lengua en mi sexo. Lo rozó con la punta, pero
con tan solo un movimiento más tuve que arquear el cuerpo porque
el placer que sentía era indescriptible. Cuando su lengua comenzó a
explorarme, solté un gemido que reverberó en el silencio de la noche.
Su lengua alcanzó mi clítoris hinchado y empezó a juguetear con él:
lo succionó, mordió y lamió de tal forma que los espasmos de placer
no me daban tregua.
—No, no… —le pedí, cogiendo un puñado de tierra húmeda con las
manos.
—Dámelo, Alma —susurró en mi piel—. Quiero saborearte.
Sus palabras me encendieron más. Arqueé la espalda y arrimé el
sexo a su boca, para que no se detuviera. Sentía que iba a morir en
cualquier momento, más aún cuando uno de sus dedos exploró mi
entrada y, al instante, se introdujo en mí. Su boca se apretó contra
mi sexo mientras me agarraba de las nalgas y me alzaba. Posé una
mano en su pelo y se lo revolví, tiré de él sin dejar de gemir. Su
lengua jugueteó un rato más con mi clítoris, al tiempo que el dedo se
metía y salía de mí, después otro, consiguiendo que mi sexo se
contrajera con cada uno de los vaivenes. Cubrió mi clítoris con los
labios y a continuación lo rozó con sus dientes. Cerré los ojos sin
llegar a comprender cómo podía estar dándome tanto placer un
hombre al que apenas conocía.
—Dámelo… Dámelo todo —dijo Lucas entre jadeos, alzando el rostro
para observar mi reacción.
Quizá fue su cabello revuelto, el carmesí de sus mejillas o sus labios
rojos y mojados a causa de mis fluidos. O tal vez el oscuro cielo,
inundado de estrellas, que descubrí al abrir los ojos. Pero me
desboqué. Me corrí en su boca como nunca lo había hecho. Grité su
nombre durante los interminables segundos en los que mi cuerpo caía
y caía hacia un vacío maravilloso. Él no detuvo los movimientos de su
lengua y su dedo mientras yo me deshacía en sus manos.
—Me gusta tu sabor… Es dulce, y al mismo tiempo, salvaje —me dijo,
deslizándose hacia arriba y acercando su rostro al mío. Volvió a
besarme con fervor y noté en mi lengua mi propio sabor que, para mi
sorpresa, me excitó. En cuestión de segundos me encontraba
preparada para recibir placer una vez más.
—Te quiero dentro —le pedí con voz temblorosa. No me reconocía a
mí misma. Pero deseaba a Lucas como nunca me había ocurrido con
otro hombre.
Llevé las manos hasta la gomilla de su bóxer y tiré de ella. Se los
bajé por el trasero y se lo acaricié. Dios, estaba muy prieto. Tenía
una forma perfecta. Se lo toqué con ganas y él sonrió orgulloso. Se
terminó de bajar la ropa interior y se apretó más contra mí,
clavándome su sexo en el pubis. También estaba húmedo, tanto o
más que yo. Me mordí los labios, separando las piernas más, con la
intención de que me penetrara. Vi que palpaba la hierba en busca del
pantalón. Minutos después se había colocado un preservativo. Me
sorprendió que llevara uno encima, aunque dado el lugar y las
circunstancias, era totalmente normal.
—¿De verdad lo quieres? —me rozó el cuello con la nariz, y cerré los
ojos para concentrarme en las cosquillas que me provocaba—. ¿Y
cómo lo quieres? —Su voz era tremendamente erótica y mi sexo se
abría cada vez más, esperándolo con impaciencia—. ¿Así? —Acercó la
punta de su pene a mi entrada y me rozó, haciendo circulitos con su
cadera. Jadeé, retorciéndome bajo su fuerte cuerpo—. ¿O así? —Sin
previo aviso, se introdujo un poco en mí, arrancándome un gemido.
Se movió con parsimonia, logrando que notara cada parte de su
tremenda excitación en las paredes de mi vagina—. ¿O tal vez así? —
Se metió hasta el fondo con una sacudida. Grité al sentir un poco de
dolor. Pero lo quería, lo quería de esa forma.
—Así, así —rogué con la voz preñada de deseo.
Su mirada se oscureció ante mi petición. Se clavó en lo más profundo
de mí sin piedad alguna. Volví a gemir de dolor, pero este se
mezclaba con un curioso placer. Sin previo aviso, empezó a entrar y
salir con unas tremendas sacudidas. Me aferré a su espalda y se la
arañé, con los ojos muy abiertos. A pesar de que ya lo tenía muy
dentro, lo quería aún más, hasta que me sintiera morir. De repente,
me cogió de la cintura y me dio una vuelta, colocándose él tumbado y
poniéndome a horcajadas encima de su vientre.
—Quiero que me folles tú.
Sin pensármelo dos veces, eché la cabeza hacia atrás y empecé a
mover mis caderas hacia delante y hacia atrás. Él me sujetó del
trasero y lo apretó con sus dedos.
—Joder, qué bien te mueves —murmuró entre jadeos.
No había pensado jamás en ello. Pero la cuestión es que en ese
instante, necesitaba moverme sobre él, darnos a los dos el máximo
placer posible. Di unos saltitos sobre él, introduciéndome su
palpitante miembro una y otra vez. No podía parar, mi sexo cada vez
ardía más. Sentía que la llegada del segundo orgasmo era inminente.
—Alma, dámelo… Dámelo… —dijo Lucas entre gemidos. Subió una
mano hasta mi pecho y me lo estrujó. La otra la depositó en la
cadera, ayudándome a moverme con más rapidez.
Era sexo carnal, duro, sin condiciones. Pero me estaba gustando.
Quería tenerlo así una y otra vez y otra más. Cerré los ojos para
dejarme llevar por el placer.
—No, Alma. Mírame, joder, mírame…
Obedecí a su petición. En su rostro se dibujaba todo el placer que le
estaba dando. Me incliné para besar sus labios entreabiertos y
húmedos. Saboreé el sabor de la excitación que desprendía su
lengua. Jadeó contra mi boca, sujetándome del cabello, obligándome
a moverme más deprisa, con más violencia. Mi trasero subía y bajaba
de forma dura y seca, chocando contra sus piernas.
Al cabo de unos segundos, su sexo empezó a palpitar en mi interior.
Apreté las paredes para notarlo más. Abrió mucho los ojos y me
atrajo a su boca, besándome con posesión, lamiendo mi lengua.
—No. Puedo. Más —gimió en mis labios.
Yo aceleré los movimientos, sacudiendo mi cadera hacia delante y
hacia atrás para llevarlo al límite del placer. Lucas apretó mi cadera y
jadeó. Descargó en mi interior sin dejar de mirarme. Yo también lo
observé, y fue el deseo y el placer que vi en sus ojos, los que me
arrastraron a olas de placer infinito. Grité una vez más, y al final no
tuve más remedio que echar la cabeza hacia atrás, desbocada por los
continuos calambres de placer que azotaban mi cuerpo entero.
Segundos después, aterricé en su pecho, cansada y satisfecha. Lucas
me acarició el cabello. Ambos respirábamos con dificultad y nos
mantuvimos en silencio durante un buen rato; él todavía en mi
interior. Al cabo de un rato, me cogió de las mejillas y me dedicó una
extraña mirada. Mi estómago se encogió, asustada de lo que podría
estar pensando.
—Alma… —murmuró.
No dije nada. Me moría por volver a besarlo, pero la timidez típica en
mí parecía estar volviendo, así que lo único que hice fue apartarme,
sacarlo de mi interior y buscar mi ropa como una posesa. Pero él no
me dejó: me aferró de las muñecas y me colocó tumbada en el suelo
bocarriba; él encima como al principio. Me dedicó una magnífica
sonrisa.
—¿Adónde crees que vas? ¿Es que acaso no te ha gustado? —me
preguntó con expresión curiosa.
—Claro que sí —declaré, un tanto vergonzosa.
—Entonces te vas a quedar aquí, conmigo, el resto de la noche —dijo,
pasándose la lengua por los labios. Mi sexo despertó una vez más con
ese gesto. Me acarició el costado desnudo, y pellizcó mi pezón de
forma juguetona—. Quiero follarte hasta que me pidas que pare.
¿Qué me dices?
Pensé en el dinero que me había gastado en ir hasta allí. Era una
tontería, pero mi mente calculadora hacía de las suyas en momentos
inoportunos. A continuación, comprendí que mi cuerpo ansiaba
continuar disfrutando toda la noche de un sexo sin límites, sin
condiciones, con un hombre al que apenas conocía pero que sabía
cómo tocarme para hacerme tocar esas estrellas que brillaban sobre
mi cabeza.
—Te digo que quiero dártelo todo —respondí, recuperando la
seguridad. Lucas sonrió y me besó.
El resto del fin de semana fue caliente, excitante, húmedo.
Y dejadme adelantaros que hubo muchos más… El lago se convirtió
en un lugar de disfrute de los sentidos. De juegos que jamás había
imaginado…
Pero disculpadme, esas son ya otras historias que quizá algún día me
atreva a contaros.
¡NO TE ENAMORES DE MÍ ! DE EVA P. VALENCIA
http://www.evapvalencia.blogspot.com.es/
—¡Maldito cabrón! ¡Lo ha vuelto a hacer…!
La joven de cabellos negros y ojos grises sintió como la piel bajo
aquel minúsculo uniforme de camarera, la abrasaba. Aquellos dedos
gruesos y encorvados, de nuevo, se clavaron en las carnes de sus
nalgas. ¡Otro pellizco! El segundo recibido en aquella calurosa tarde
de julio.
André Coupier, un hombre de mediana edad, de ojos lóbregos y tez
sonrosada, la escrutó de arriba abajo mientras babeaba como venía
siendo costumbre. Al poco, aún no satisfecho, se detuvo con
vergonzoso descaro justo a la altura de su escote.
—Hace demasiado calor, Lena… deberías desabrocharte alguno de los
botones.
La joven palideció al instante y rápidamente sintió como la sangre le
comenzó a hervir en el interior de las venas cuando, quién presumía
apodarse “su jefe”, acercó con presteza las manos al primer botón del
cuello de su camisa.
—Recuerda que te pago para complacer a mis clientes, pero sobre
todo... a mí.
Lena lo miró con hastío. No sólo por el modo en cómo abusó de su
autoridad sino más bien por el tono burlesco que emanaba de sus
repulsivas palabras.
André dio un paso más y el hedor a cerveza barata chocó contra los
temblorosos labios de la camarera.
—Señor…
—murmuró. Pronto quedó arrinconada entre la mesa
escritorio y el seboso vientre de él—. Haga el favor de retroceder…
Él rompió el silencio en una risa estridente y el repugnante aliento
rebotó en la cara de ella.
—¿Por qué crees que sigues trabajando para mí después de un mes?
—enarcó una ceja como si esperara una respuesta y luego prosiguió—
: Eres toda una calamidad. Te equivocas continuamente al servir los
pedidos, eres la empleada que menos propina aporta al bote y
además, llegas tarde casi a diario…
—Señor Coupier… le aseguro que eso no volverá a pasar.
—Y eso ¿por qué? —inquirió desafiante.
Lena ya no estaba dispuesta a seguir aguantando que sus ojos la
desnudaran con la mirada, que su boca la humillara con palabras
obscenas y estaba harta de sus constantes intentos por llevarla a la
cama.
Inspiró hondo e hinchió de aire sus pulmones.
—Renuncio. Ahora mismo le redactaré la carta de despido…
—¡De eso nada! —le gritó apretando su cuerpo al de ella.
«¿Eso es lo que creo que es…?», pensó para sus adentros,
desconcertada.
Abrió los ojos como platos, revolviéndosele las entrañas.
«¡El muy cerdo está excitado…!»
El pene, duro como una piedra, se clavó con insistencia en el vientre
de ella mientras deslizó la mano bajo la falda.
—¡Basta! —vociferó.
El grito traspasó las paredes de la trastienda en dirección a la
cafetería.
Lena comenzó a forcejear y cuando logró liberarse, le asestó una
sonora bofetada que le giró la cara de golpe.
Perpleja por lo que acababa de ocurrir, corrió rauda hacia la calle;
quería huir de aquel lugar y olvidarse cuanto antes de André Coupier.
Cruzó la concurrida calle Peachtreet en dirección al apartamento. Aún
continuaba temblando.
«¿Por qué me tocarán siempre los jefes pervertidos? Si sumo esta
última adquisición a mi lista, ¡ya van tres en lo que llevo de año…!
Una estadística como poco, aterradora. ¿Es posible que ejerza algún
tipo de extraña atracción sobre ese tipo de degenerados…?»
Por fortuna para Lena todo había llegado a su fin.
Buscó las llaves en el interior del bolso y abrió la puerta
encontrándose con la habitual canción que día sí, día también,
Bridget, escuchaba: It’s my life de No Doubt.
—Porque eres mi mejor amiga… y te lo perdono todo, porque de no
ser así, el Cd hace años que habría desaparecido. —Murmuró en voz
baja.
—¿Ya estás en casa Lena? —le preguntó dejando el reproductor en la
mesita y caminó hacia su lado—. ¿Acaso estás enferma?
La miró ceñuda y colocó la mano sobre su frente.
—No tienes fiebre… Sin embargo, no tienes buen aspecto. Parece
como si hubieras corrido la maratón de Nueva York. ¿Qué es lo que
ha pasado?
Bridget entrecerró los ojos y la escrudiñó a conciencia mientras
cruzaba los brazos.
«¡Dios! No me pongas esa carita de madre superiora, ya sabes que
no puedo resistirme…»
Y, como si fuera capaz de leerle el pensamiento, añadió:
—¿Qué ha pasado con tu jefe?
Lena bajó la vista a sus manos y le confesó:
—No volveré a la cafetería. Al final… se propasó, tal y como
vaticinaste.
Bridget negó con la cabeza, alterada.
—El muy… ¡cabrón! Se veía venir... —frunció el ceño malhumorada
al tiempo que le cogió de ambas manos y Lena soltó un quejido de
dolor—. ¿Te ha hecho daño?
—No, al contrario. —Afirmó sin poder evitar sonreír con sorna—.
Espero que se acuerde de mí por mucho, mucho tiempo.
De repente, la conversación fue interrumpida por unos pasos que se
acercaban por la espalda.
—¡Vaya! Cuánto tiempo… pecas.
Lena se quedó paralizada.
«Aquella voz… ¡No, no era posible…! ¿Patrick? ¿El insoportable y
maleducado… Patrick?»
Ella se giró sobre sus talones con displicencia.
—Cinco, ¿no? —continuó él, divertido.
—Sí, cinco años. —enfatizó con desdén.
La sorpresa se adueñó de ella cuando al acabar de girarse no se
encontró con el mismo chico desgreñado y regordete que recordaba,
sino a un joven extremadamente atractivo que la observaba con una
arrebatadora media sonrisa dibujada en su rostro. Estaba tan
cambiado que le costó reconocerlo.
—Vaya, vaya… —profirió Patrick en tono hilarante—. Dejo al patito
feo en Alabama y a la vuelta de Londres me encuentro con el cisne
blanco.
Lena
enmudeció
al
instante,
sin
saber
qué
decir.
Desafortunadamente, no había sido una niña muy agraciada; había
llevado ortodoncia la mayor parte de su adolescencia y debido a la
medicación, tardó más tiempo en crecer.
Ella y Patrick durante toda la vida se habían estado llevando como el
perro y el gato. Lena jamás soportó sus chistes fáciles ni sus bromas
sin gracia, por lo que, presumía que todo continuaría de la misma
forma.
—He de ir a ducharme, me espera John para ir a cenar. —Dijo Bridget
y besó a Lena en la mejilla. A continuación, se acercó a su oído y le
susurró unas palabras:
—Cuida de mi hermano… y, por favor, comportaros y no os peleéis en
mi ausencia. —Le sonrió, le guiñó un ojo y, antes de que pudiera
responderle, se encerró rauda en el cuarto de baño.
«¡Maldita sea! Me ha dejado a solas con él…», resopló.
—¿Así que este año te licencias?
reclamando toda su atención.
¿Abogacía?
—preguntó
él
Lena puso los ojos en blanco. Estaba convencida de que aquella sería
una pregunta con trampa, por lo que, esperó anhelante al nuevo
asalto; preparada para contraatacar.
Patrick al percatarse de sus intenciones, alzó los brazos en señal de
rendición y después se echó a reír.
—Tranquila pecas, por hoy ya has tenido tu ración. Mañana más…
Continuó riendo mientras caminaba hacia el final del pasillo y se
encerraba en la habitación de invitados.
Lena soltó el aire poco a poco, tratando de relajarse mientras
masajeaba con movimientos circulares la sien y se repetía a sí misma
como si de un mantra se tratara:
«Ignóralo, por tu bien y el de la humanidad, es el hermano de tu
mejor amiga… ignóralo»
2. ¡Bye, Bye! Alabama, ¡Bienvenido! San Andrés
Lena ojeó, una vez más, el prospecto de las merecidas vacaciones
que Bridget y ella habían organizado con tanto anhelo,
desprendiéndose de los ahorros de los últimos tres años.
El destino elegido era San Andrés; una preciosa y paradisíaca isla de
Colombia.
La joven miró a través de la minúscula ventanilla del Boing 747
instantes antes de apagar el iPhone y guardarlo en la bandolera de
cuero.
Su amiga Bridget, se había puesto en contacto con ella para
explicarle que tenía que resolver unos asuntos importantes antes de
tomar el avión.
Lena aprovechó para acomodarse en el asiento, se descalzó y tras
colocarse los auriculares para escuchar música, trató de relajarse
mientras se le cerraban los párpados sin ser consciente de ello.
—¿Está ocupado?
Ella abrió los ojos y se incorporó de un respingo. Al parecer, alguien
había ocupado el lugar de Bridget. Cuál fue su asombro, al descubrir
que se trataba de nada más y nada menos que de Patrick.
—Pero, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó perpleja—. ¿Dónde
está tu hermana?
—Esas son dos preguntas, pecas.
—¡¿Dónde está Bridget?! —le preguntó esta vez muy alterada.
—Me ha dado esto para ti.
Ella abrió la boca para quejarse pero Patrick se anticipó mostrándole
un trozo de papel doblado por la mitad. Lena arrugó el entrecejo y sin
perder un ápice, lo abrió y lo leyó del tirón, tras acabar, su enfado
había alcanzado límites inconmensurables.
—¡No voy a permitir que arruines mis vacaciones! ¡No vas a
acompañarme!
—¿Te crees que para mí será grato? Pues te equivocas, pecas.
Bridget lo explica todo en esta nota. Se ha visto obligada a renunciar
a sus vacaciones para tratar de resolver cuanto antes un
desafortunado incidente ocurrido en su compañía. Me ha rogado que
te acompañe, porque sabe lo importante que es este viaje para ti y,
te puedo asegurar, que lo hago sólo por ella.
Lena se tapó la cara con las manos y negó con la cabeza; un
angustioso nudo oprimía la boca de su estómago.
«Esto no puede estar pasándome a mí… dos semanas con él… con
¿Patrick? ¿El insoportable, maleducado e impertinente… Patrick?»
Lo volvió a mirar imaginando cómo sería compartir quince días a su
lado.
«Creo que voy a vomitar…»
3. ¡S.O.S…!
¡Prefiero mil veces a Freddy Krueger y a sus pesadillas en Elm Street!
Lena abrió los ojos tras oír la grave voz del capitán informando a la
tripulación de que tomarían tierra colombiana en breve.
Al parecer, se había quedado profundamente dormida, sin darse
cuenta. Bostezó y continuó acomodándose en el mullido respaldo.
—No recordaba que roncaras y mucho menos que… babearas
mientras duermes.
La risa burlesca de Patrick la despertó del apacible letargo y encendió
sus mejillas de un rojo intenso, al instante.
—¡No ronco… y mucho menos salivo! —lo increpó, sulfurada.
Él desvió la mirada hacia su boca entreabierta y tras meditar varios
segundos, humedeció la yema de su dedo índice con la lengua y, con
osadía, frotó la comisura de los labios de Lena.
—Ésta es la prueba de que sí babeas, pecas.
Lena no cabía en sí del asombro.
«¿Ha hecho lo que creo que ha hecho? ¿Me acaba de limpiar los
restos de saliva de mi boca? ¡Será… cretino, insolente… ¿qué más…?!
¡Joder! No se me ocurre más descalificativos en este momento…»
Patrick sonreía para provocarla deliberadamente mientras ella cada
vez estaba más molesta. Aquel ser conseguía exacerbarla sin apenas
proponérselo, era una realidad.
—No te enfades… pecas.
—¡Deja de llamarme pecas! Ya no soy aquella niña a la que puedes
manejar a tu antojo. —Hizo una pausa para retomar el aliento; las
venas de su cuello estaban a punto de explotar en cualquier
momento—. En cuanto pisemos tierra, cada cual se irá por su lado.
No quiero que vuelvas a cruzarte en mi vida. —Lo fulminó con la
mirada—. Me costó cinco años olvidar tus menosprecios y tus
insultos… y cinco son los minutos que voy a tardar en olvidarte de
nuevo.
—Lena… —se quedó sin palabras.
Aquella fue la primera vez en años que la llamaba por su nombre
real.
***
Más de cuarenta asfixiantes grados a la sombra y una humedad
pegajosa, se adhirió a sus cuerpos nada más descender las escaleras
del avión.
Patrick desde el altercado producido entre ambos, no volvió a mediar
palabra, ni siquiera a cruzar una mirada con la de ella y en cierta
forma, Lena, lo agradeció.
La isla de San Andrés era bellísima, de un encanto sin igual.
Palmeras, manglares, ceibas… playas blancas de ensueño… todo un
verdadero paraíso.
Los cautivó al instante.
Por suerte, una guagua pintada de llamativos colores, en seguida
apareció y los trasladó a Diamond’s Beach, un impresionante
complejo hotelero.
Al llegar a recepción, Lena se dirigió al mostrador. Patrick por el
contrario se quedó algo rezagado, dejándola hacer.
Al poco, una joven isleña de tez oscura y ojos pardos, le dio la
bienvenida ensanchando los labios en una afable y bonita sonrisa.
Lena aprovechó su dominio de la lengua hispana para solicitar dos
habitaciones.
—De momento, no hay ninguna disponible. Es temporada alta.
—Le pagaré. —Insistió angustiada.
—Lo siento. No es cuestión de dinero.
Patrick dejó las maletas apoyadas en el suelo y se acercó a su lado al
verla tan abatida.
—No te preocupes, dormiré en el suelo si es preciso.
Lena ladeó la cabeza y se volvió hacia él. Poco después, se resignó y
accedió a regañadientes.
La guagua los trasladó por el interior de las dependencias, cruzando
un sendero delimitado por pequeñas casitas blancas a ambos lados.
Lena parecía una niña con zapatos nuevos; maravillada por la
enigmática magia de aquel lugar y por un momento se alegró de
estar allí, aunque la compañía no fuera la deseada.
Entonces, el joven isleño giró el volante de golpe y se adentró por un
estrecho pedregal. Los baches y su peculiar forma de conducir, casi
provocó que perdieran las maletas a medio camino.
Cuando por fin la guagua se detuvo y pudieron apearse, se toparon
de bruces con la cruda realidad: una choza casi en ruinas en medio
de la nada.
Ambos se miraron sorprendidos, sin dar crédito.
—Creo que ha habido un error. —Murmuró Lena con un hilo de voz.
—No. No lo creo, señorita. —Repuso el joven ojeando un blog de
notas—. Es la cabaña Diamond’s Beach, la misma que usted solicitó.
—Pero…
—Mire. —Le mostró señalando a su alrededor—. Ésta es la mejor
playa que encontrará en San Andrés y la más virgen.
—¿Nos está tomando el pelo? —le preguntó Patrick avanzando unos
pasos de forma intimidante.
El joven retrocedió un poco y aprovechando que lo reclamaban a
través del walkie talkie, se marchó dejándolos allí.
—¡Maldita sea! —exclamó Patrick dando una patada a una de las
piedras del camino—. Quédate aquí mientras regreso a recepción
para reclamar una habitación en condiciones.
—No quiero quedarme sola.
—Lena... —resopló—. Calculo que habrá más de media hora a pie y
tienes la piel muy blanca; bajo este sol abrasador, te quemarías
enseguida. Prefiero que te quedes aquí y te cobijes en el interior de la
cabaña.
—No. —Se cruzó de brazos—. Si tú vas, yo también.
—¡Joder! Había olvidado lo terca que eras… —musitó con los dientes
apretados a punto de perder la paciencia mientras se dio una
palmada en el brazo aplastando a un mosquito anofeles—. Venga,
andado… démonos prisa porque cuando éste mosquito toca las
narices, es señal de que va a llover.
Hizo un gesto con la cabeza señalando el camino al tiempo que cogía
las maletas.
Lena comenzó a seguirle a pesar de que el calzado no acompañara;
las piedras del camino traspasaban la suela a cada paso.
Patrick giró la cabeza observando cómo Lena aullaba de dolor tras
clavarse una nueva piedra en la planta del pie.
—Cabezota… —murmuró.
—¡Te he escuchado! —lo fulminó con la mirada.
Él negó con la cabeza, la agachó y ocultó una divertida sonrisa.
De repente, cuando únicamente habían caminado unos pocos metros,
el sol quedó oculto bajo un manto de nubes negras. Pronto, un
relámpago iluminó la isla caribeña como si del fin del mundo se
tratara e instantes después, el fragor amenazante de una violenta
tormenta tropical les obligó a regresar al punto de partida.
Al llegar a la astrosa cabaña, él entró primero para inspeccionar el
interior.
Lena echó un vistazo observando por encima de su hombro.
—Yo no pienso entrar.
Y justo al acabar de pronunciar aquellas palabras una cortina de agua
cayó sobre su cuerpo, empapándola de pies a cabeza, en una fracción
de segundo.
Patrick la agarró de la muñeca y la obligó a entrar casi a rastras.
—Cámbiate o pillarás una pulmonía. —Puso las maletas sobre la cama
y abrió una, hurgando entre la ropa de Lena.
—Disculpa. —Le arrebató de las manos un sujetador de encaje negro
muy sugerente—. Creo que puedo hacerlo sola.
—Ejem… —carraspeó con voz ronca—. Perdona.
Cuando eligió las prendas de ropa, cruzó la estancia en busca del
cuarto de baño. No tardó en hallar algo similar. Entró y cerrando la
puerta, comenzó a desvestirse. Mientras tanto, Patrick miró en la
despensa. El viaje y la interminable sucesión de acontecimientos le
habían abierto el apetito.
—Menudos rácanos, ni cesta de fruta de bienvenida ni champagne…
Se echó a reír atrapando un par de latas con los dedos. Leyó una de
las etiquetas: cebiche de camarones.
—Parece tener buena pinta… —murmuró, levantó la lengüeta y volcó
el contenido en un par de cuencos de cristal. Luego, se reclinó un
poco y olfateó el alimento—. ¡Qué hambre…!
—Por mi puedes comértelo todo, no pienso comer nada de esta
guarida.
—No da la impresión de que la tormenta vaya a aminorar. —La
observó
con
detenimiento—.
Sabe
Dios
cuánto
tiempo
permaneceremos aquí encerrados.
—¿No hablarás en serio? ¿Tú y yo juntos entre estas paredes? ¡Ni lo
sueñes!
Patrick jugueteó con la comida antes de cogerla con los dedos y
llevarse un camarón a la boca.
—No te queda otra, pecas.
Lena se lo quedó mirando con cara de pocos amigos mientras trataba
de reprimir soberanamente las ganas de soltarle una palabra
malsonante.
—Olvídate de mí. ¿Tanto te cuesta entenderlo?
—¿No has pensado que tal vez y sólo tal vez, estemos aquí porque el
destino quiere que arreglemos nuestras diferencias?
Él la miró con curiosidad.
—En absoluto. —Dijo dándole la espalda y añadió—: Lo que pienso
es que alguien ahí arriba debe de odiarme porque sólo me topo con
cretinos.
***
Horas más tarde el sol lucía con intensidad en la isla de San Andrés.
Lena abrió los ojos, se incorporó de la cama y estiró los brazos al
aire. Echó un vistazo rápido a su alrededor y al darse cuenta de
dónde se encontraba, dejó caer los brazos abatida.
—Adiós a mis dulces sueños, bienvenida a mi horrible pesadilla… otra
vez.
Miró a la puerta que permanecía entreabierta y en seguida, el olor a
mar salada y el dulce vaivén de las olas al chocar contra las rocas,
alimentó su curiosidad. De un salto, se puso de pie y caminó descalza
hacia la playa.
Al llegar cerca de la orilla se sentó sobre la blanquecina arena; era
tan fina y pura que parecía polvo de ángeles. Atrapó un puñado y lo
fue soltando poco a poco.
De repente, un chapoteo clamó su atención. Entrecerró los ojos,
vislumbrando una figura humana que lentamente iba tomando forma.
Quienquiera que fuera, era un experto nadador.
Aunque quisiera apartar la vista de aquel desconocido, le fue del todo
imposible. Algo le atraía, quizás su destreza o…
—¿Patrick…?
Lena abrió la boca, atónita y se quedó sin respiración unos instantes.
El joven salió del agua como Dios le trajo al mundo, completamente
desnudo. Sus miradas se cruzaron sólo un instante y ella tras
observar con detenimiento su impresionante cuerpo y su bien dotado
miembro viril, bajó la vista hacia sus manos, abochornada.
Patrick por el contrario sonrió y con una naturalidad innata, se acercó
a ella.
—Si nunca has nadado desnuda, deberías probarlo. —Se inclinó para
coger la toalla de la arena—. Apuesto lo que quieras a que se te
bajaría los humos, pecas.
Ella no respondió. Se levantó, caminó en dirección a la cabaña
mientras Patrick se anudaba la toalla a la cintura y la seguía con la
mirada.
Lena entró
empedrado.
y
poco
después,
salió
decidida
hacia
el
camino
—¿Adónde te crees que vas? —le preguntó desde la distancia.
Ella tras escuchar su voz grave y dictatorial se detuvo en seco, se
volvió hacia él, enderezó la espalda y lo fulminó con la mirada para
responderle:
—A perderte de vista cuanto antes.
Y sin esperarlo, alzó un pie para saltar unas cañas amontonadas en el
camino y se adentró a paso firme en el sendero.
«Con esa carita angelical nadie sospecharía que escondes a una
tigresa enjaulada dispuesta a atacar en cualquier momento y dicho
sea de paso…. eso me encanta»
Patrick dejó caer la toalla y vistiéndose únicamente con el bañador,
corrió a su encuentro para convertirse en su inseparable sombra. Ni
loco se arriesgaría a dejarla vagar sola por aquellos parajes.
Cuando llegaron al destino, Lena trató por todos los medios de
conseguir una habitación individual para ella sola, pero no fue así,
continuaba sin haber una libre.
Algo molesta, echó una ojeada a su alrededor y vislumbró a lo lejos
un cartel que indicaba la palabra: restaurante. Lena siquiera se lo
planteó, salió disparada como una flecha en aquel sentido y tomó
asiento junto a un gran ventanal con vistas a una enorme piscina.
Patrick por el contrario, al no ser invitado, buscó una mesa al fondo
con vistas a los aseos.
Había pillado la indirecta, Lena con aquel comportamiento quiso darle
a entender que pensaba ignorarlo lo que quedaría de las vacaciones.
4. No eres mi príncipe azul
Al caer la noche, Lena fue invitada por el personal hotelero a una de
las fiestas que organizaban cada día tras la cena. Como no tenía
planes y la idea era muy sugerente, accedió encantada.
Se trataba del Bullerengue, una danza típica colombiana efectuada
sólo por mujeres.
Al poco, un tambor hembra acompañado de otro macho, comenzaron
a llevar el ritmo de la música, seguido de las maracas, la tambora, la
totuma con un plato de loza quebrado en su interior y las tablas.
Varias mujeres salieron al patio en fila, palmoteando con las manos
en alto y en posición muy erguida, con pasos cortos, similares a la
cumbia; danzando y utilizando las faldas simbolizando la ofrenda de
la fertilidad, mientras el coro daba palmas acompañando a la música.
Lena sin darse cuenta, empezó a seguir el ritmo, primero moviendo
una pierna, poco después la cabeza y finalmente los hombros.
Pronto, una joven salió del coro y se acercó a su lado. Le sonrió
enseñando una hilera de perfectos dientes blancos y acto seguido, le
tendió la mano, invitándola a formar parte del espectáculo.
—No, gracias. —Negó con timidez—. Soy una negada para esas
cosas… No sé bailar.
—No te preocupes, nadie te observará. Serás una más.
Aunque se sintiera tentada, volvió a denegar el ofrecimiento.
—Vamos… —insistió de nuevo—. Sólo déjate llevar. Te prometo que
lo disfrutarás de lo lindo.
—De verdad que te lo agradezco pero…
Y antes de que pudiera acabar la frase, la muchacha la agarró de la
muñeca y tirando de ésta, la obligó a ir al centro del patio.
Patrick que bebía de un vaso de aguardiente, al verla como se unía al
grupo, estuvo a punto de ahogarse con el abrasador licor destilado de
caña y anís.
Los ojos de él no dejaron de observarla en todo momento.
Permaneció atento a cada uno de sus movimientos: de la pelvis, de
las caderas, de las piernas…
—El cisne blanco batiendo sus alas preparado para izar el vuelo… —
murmuró bebiendo de nuevo del vaso sin apartar la vista de Lena.
Cuando el baile dio a su fin, ella regresó a la mesa para sentarse
mientras escuchaba a su paso el clamor de los presentes, rompiendo
en vítores y aplausos.
Lena sin pretenderlo, había despertado el interés de algunos jóvenes
isleños, en especial, a uno que no le había quitado el ojo durante el
tiempo que había durado el baile del Bullerengue.
Éste, vestido completamente de blanco, se acercó sin miramiento.
—¿Me permite que le invite a una copa?
Lena ladeó la cabeza y después lo miró a sus increíbles y chispeantes
ojos verdes.
—No bebo, gracias.
Negó con la cabeza y después añadió:
—Además, el alcohol no me… —se quedó en silencio, al darse cuenta
de que Patrick los miraba desde la distancia. Y para fastidiarlo,
cambió de planes—: Pero, ¿sabes qué?
—No, guapa. —Ronroneó en tono conquistador.
—Que hoy voy a hacer una excepción.
El joven ensanchó los labios en una enorme sonrisa de oreja a oreja
como si le hubiera tocado el premio gordo de navidad y, sin pedir
permiso, arrastró una silla colocándola muy cerca de la de ella.
Luego, ni corto ni perezoso, alzó el brazo y pidió dos aguardientes.
Patrick se pasó la mano por el pelo, algo alterado. La expresión de su
cara era un poema. Se veía a leguas que aquel personajillo, lo único
que pretendía era una cosa: llevarla a la cama y después, dejarla
tirada. Respiró hondo, conteniendo las ganas de salir disparado hacia
allí y ahuyentar a ese lobo con piel de cordero.
La noche avanzaba, al igual que las copas que Lena se había tomado;
había perdido incluso la cuenta. Manrique, el joven isleño, aprovechó
para proponerle un paseo por la playa.
Lena, cuando se puso en pie, a duras penas podía mantener el
equilibrio.
—Yo te sujeto, mi amor. —Susurró al oído mientras se pegaba a su
cuerpo y le rodeaba la cintura con los brazos—. La brisa marina, te
sentará bien, ya verás linda.
No supo ni cómo había llegado a la arena, pero allí se encontraba,
tendida sobre ésta.
Todo le daba vueltas: las estrellas, la luna llena… Manrique.
—Eres muy bella. —Le susurró acercando sus labios a los de ella—.
Y… voy a besarte.
Lena sonrió, como si las palabras las escuchara lejanas. Estaba tan
borracha que sólo tenía ganas de cerrar los ojos y dormir.
Manrique aprovechó para colocarse encima de su cuerpo y besarla.
Los cálidos y temblorosos labios de Lena que no podían dejar de
sonreír en ningún momento, tenían el gusto amargo del aguardiente.
Él guiado por el entusiasmo, fue un paso más allá y comenzó a
manosear sus pechos por encima de la ropa mientras pegaba largos
lametones a su cuello sin dejar de respirar agitadamente.
—Espera… —pronunció Lena desorientada y confusa—. ¿Qué estás
haciendo?
—¿Tú qué crees? —se rió esta vez deslizando una de las manos bajo
la falda del vestido y prosiguió—: Pues… divertirme, ¿qué si no?
Lena quiso apartarlo con las manos pero pesaba demasiado.
—No quiero seguir. —Dijo ella, en tono severo.
Él se echó a reír haciendo oídos sordos e ignorando deliberadamente
sus ruegos.
De repente, unos pasos se aproximaron a ellos.
—¿Acaso no la has oído? —Le inquirió Patrick exaltado, acudiendo al
lugar como un resorte—. ¡Aparta las manos de Lena!
—Venga, tío… deja que me divierta con ella. —Dijo con una sonrisita
perversa en los labios—. Además, no soy celoso y si quieres,
podríamos tirárnosla los dos. Mírala, está tan borracha que mañana ni
siquiera se acordará de nosotros.
Patrick sintió verdaderas náuseas.
Se inclinó, lo agarró del cuello de la camisa y lo lanzó con fuerza
contra el suelo, haciendo rodar a éste por la arena.
—¡Laaaargo! —le gritó enfurecido—. ¡Márchate y no se te ocurra
acercarte más a ella!
Manrique lo miró unos segundos meditando qué hacer para poco
después, huir y salir corriendo hasta perderse entre un espeso
matorral de icaco.
Patrick tras comprobar que estaban a solas, se arrodilló a su lado
para ayudarla a incorporarse.
—Vamos, Lena, coloca los brazos alrededor de mi cuello y sujétate
fuerte. —Le ordenó con suavidad.
A duras penas, consiguió hacer lo que le pidió mientras él la cogió en
brazos para llevarla a la choza.
Al llegar allí, se había quedado dormida en sus brazos, así que tras
abrir la puerta de la habitación la acostó con cuidado en la cama.
—¿Quién eres tú? —preguntó Lena sin reconocerlo. Al parecer, todo
seguía girando a su alrededor como una peonza— ¡Ahhh! Ya me
acuerdo… —se echó a reír—. Pero si eres Patrick, el capullo arrogante
que lleva toda la vida burlándose de mi aspecto.
Patrick se entristeció al oír aquellas palabras porque jamás había
pretendido causarle daño, sino todo lo contrario. Todos aquellos años,
tuvo un único objetivo en mente: clamar su atención. Había asumido
que una chica guapa, inteligente y dulce… jamás podría llegar a
fijarse en un joven tímido, regordete y desaliñado como lo era él.
Poco después, ella se quedó profundamente dormida y Patrick
comprobando que no le escuchaba, aprovechó para confesar todo lo
que sentía y que había estado guardando con recelo en su corazón
durante tanto tiempo.
Se acercó a su boca para besar sus labios pero en el último
momento, se echó atrás y prefirió besarla en la frente.
—Siempre he estado enamorado de ti, Lena.
5.¡No te enamores de mí!
Lena se despertó a la mañana siguiente con un fuerte dolor de
cabeza. Bajó los pies de la cama para apoyarlos en el suelo, cuando
de pronto, se escuchó el gruñido de alguien.
—¡Auuuu! —se quejó Patrick tras ser pisoteado.
Lena se espantó, se llevó las rodillas al pecho y las rodeó con los
brazos. Poco después, estiró el cuello y bajó la vista. Patrick estaba
estirado encima de un par de toallas de baño.
—Lo siento. —Se disculpó—. Esta noche te cederé la cama y seré yo
quien duerma en el suelo.
Patrick se rió con ganas y Lena se puso a la defensiva, mirándolo con
escepticismo.
—Acaso, ¿no me ves capaz de dormir en el suelo?
Él la miró de arriba abajo y le tocó la punta de la nariz con el dedo,
después se marchó sonriente hacia el cuarto de baño y, antes de
entrar, se volvió para responderle:
—No. Eres demasiado urbanita, pecas.
Y dejándola con la palabra en la boca, comenzó a desvestirse con la
puerta entreabierta y poco después, se metió bajo el chorro de agua
de la ducha.
Lena apartó la mirada de golpe. Aquella era la segunda vez que
Patrick mostraba sin pudor su cuerpo desnudo. Aunque, en esta
ocasión, bajo su estupor y sin saber muy bien por qué, se sintió
tentada a seguir mirando.
Alzó lentamente el mentón y dirigió la mirada hacia allí, de tal forma
que pudo contemplar sin censuras y desde la distancia, todo su
esplendor.
Los ojos de Lena vagaron libremente por el cuerpo bronceado y
atlético del joven. Recorriendo sin prisas la piel brillante y desnuda:
la espalda, los músculos, las caderas y… los contorneados y prietos
glúteos. Y… descubrió algo que le llamó la atención: una frase
tatuada en la cintura, Omnia vincit amor1.
Lena se tensó y tragó saliva costosamente.
Aquello no podía estar ocurriendo. Maldijo en voz baja, se levantó de
la cama y corrió en dirección a la playa mientras se condenaba a sí
misma por lo que Patrick, aquel ser detestable, acababa de despertar
en ella: El deseo.
***
Los días transcurrían con demasiada normalidad. Cada cual dedicaba
el tiempo libre a su manera y por separado. Patrick, la mayor parte
del día se marchaba a pescar y no regresaba hasta casi caer la noche,
Lena por el contrario, solía pasear, leer y tomar el sol. Apenas
coincidían y cuándo esto ocurría ni siquiera se dirigían la palabra a
menos de que fuera vital; simplemente se ignoraban, como si
ninguno existiera para el otro.
Por su parte Patrick había perdido toda la esperanza de acercamiento,
aun sabiendo de que sus vidas nada más aterrizar en Alabama
tomarían rumbos distintos: Lena estaba a punto de licenciarse y él,
por el contrario, regresaría a Londres. Tal vez las cosas hubiesen
adquirido un cariz muy distinto si él le hubiera confesado
abiertamente sus sentimientos, o quizás no.
Las vacaciones estaban llegando a su fin. Aquella sería la última
noche que dormirían en la isla.
Patrick, había planeado algo. Dedicó gran parte de la tarde en
perderse por los mercadillos del pueblo y comprar algo especial, con
el firme propósito de sorprenderla. Entró en una tienda y poco
después, tuvo claro lo que quería:
—Me quedo con éste. —Ensanchó los labios en una sonrisa mientras
señalaba uno de los colgantes.
La joven dependienta buscó la calculadora en uno de los cajones del
mostrador y comenzó a teclear unos números. Al acabar alzó una
ceja asombrada y después le mostró el resultado:
—Serán 1.200.000 pesos.
Patrick abrió los ojos como platos, dejó de sonreír de golpe, tragó
saliva con disimulo y añadió:
—¿Aceptáis tarjetas de crédito?
(1)Omnia vincit Amor; et nos cedamus Amori: Tópico literario que aparece en la Égloga X de
Horacio, cuyo significado se traduce como: El amor lo vence todo, dejémonos vencer por él.
1
—No, señor. Sólo moneda; pesos o dólares americanos. Nada de
tarjetas. —Le insistió casi molesta.
—Vale. Y… ¿cuál es su precio en dólares?
Ella resopló ruidosamente y, tomándose su tiempo, realizó la
operación de conversión en la diminuta calculadora.
—Pues, serán 600 dólares americanos, señor.
Él se rascó el mentón pensativo tratando de hacer memoria del
dinero que le quedaba mientras abría la cartera y miraba en el
interior. Poco después, sacó el fajo de billetes y comenzó a contarlos
uno a uno. Cuando separó la cantidad deseada del resto, lo dejó
sobre el mostrador para que ella pudiera contarlos.
Cuando la joven le cobró y envolvió el regalo, Patrick lo guardó en el
bolsillo del short y se puso de camino hacia la choza. Debía darse
prisa, estaba oscureciendo y era fácil perderse por aquellos parajes
paradisíacos.
Al llegar allí, notó algo extraño. Lena acostumbraba a cerrar la puerta
de la entrada pero al parecer ésta estaba algo entreabierta.
Frunció el ceño.
—Algo pasa… —murmuró.
Subió deprisa los tres escalones que le separaban de descubrir por
qué todo estaba en completo silencio y casi en la más absoluta
oscuridad.
Patrick irrumpió como una exhalación. Acabó de abrir la puerta y se
quedó paralizado en el sitio.
—¡Ni se te ocurra acercarte o le rajo el cuello! —alguien gritó a
Patrick.
El individuo, cuya edad rondaría la treintena, agarró el puñal con
fuerza y lo acercó al cuello de Lena, justo sobre la yugular.
Lena tembló horrorizada y Patrick dio un paso para acercarse a ella.
—¡¡Atrás!! ¡O ya puedes ir despidiéndote de ella! —vociferó
presionando la afilada hoja de acero en la frágil piel, hiriéndola
levemente.
Lena apretó los dientes y soltó un quejido de dolor.
—¡Joder! —alzó las manos en señal de rendición al tiempo que dio
unos pasos atrás—. No le hagas daño… por favor. —Le suplicó con la
voz quebrada—. Te daré cuanto tengo.
Patrick trataba de hablar de forma calmada para no ponerlo más
nervioso mientras aprovechaba para estudiarlo concienzudamente.
Era un ladrón inexperto, era evidente. Había venido solo y ni siquiera
ocultaba su identidad.
Pensó con rapidez, necesitaba actuar con diligencia, debía de idear un
plan y ganarse su confianza.
—En la choza no encontrarás nada de valor. Pero, tengo algo que
puede interesarte.
—¿Qué… qué es? —tartamudeó tentado por la curiosidad.
—Lo tengo en el bolsillo. Hizo un gesto señalando a los shorts.
—¡Espera! No me fio…
Patrick maldijo entre dientes y apretó los puños con fuerza.
—Es una esmeralda colombiana. —Confesó finalmente.
El ladrón, durante unos instantes, lidió con su propia batalla interior
pero, poco después claudicó. Esa joya probablemente si la vendía al
mejor postor, podría proporcionarle sustento durante un corto
período de tiempo.
—¡Vale… sácala! Pero, muy despacio. —Le advirtió mientras se
secaba el sudor de la frente con la mano libre—. Quiero ver en todo
momento tus manos… y al más mínimo error, le rebano el cuello
delante de ti.
Patrick sacó el pequeño paquete del bolsillo muy despacio ante la
atenta mirada del atracador.
—Será tuyo cuando liberes a Lena. —Le advirtió con voz firme.
Patrick buscó los ojos de Lena. Cuando éstos se encontraron, le rogó
con la mirada que confiara en él y que todo saldría bien. Esperó a que
ella le hiciera un gesto aprobativo con los párpados y entonces,
añadió:
—Sepárate de ella y te lanzaré la esmeralda.
Rasgó el papel y abrió la caja.
—¡Mira! —sujetó la esmeralda tallada entre sus dedos y alzó la mano
en alto mostrándosela—. ¿La quieres?
—¡Dámela, joder! —gritó cegado por el hallazgo; prácticamente se
había olvidado de su rehén.
—Da unos pasos a tu derecha y esta preciosidad, será tuya. —Sonrió
a medias.
—Tú ganas.
El joven miró a Lena a los ojos y después desvió la mirada a la joya.
Poco después se desplazó unos pasos a su derecha.
—Vamos… ¡atrápala!
Patrick con un movimiento rápido de muñeca, lanzó con fuerza la
piedra a su tórax para que al chocar contra éste, rebotara y cayera al
suelo.
Todo pasó en una fracción de segundo. Lena se armó de valor y sin
siquiera meditarlo, le dio una patada en la entrepierna con fuerza.
El joven cayó de rodillas.
—¡Jodida hija de…! —aulló retorciéndose de dolor.
Patrick salió disparado y se abalanzó sobre él para acabar de abatirlo.
Le asestó un par de puñetazos al vientre y a la cara y, cuando éste
imploró clemencia, dejó de golpearlo.
—¡Lárgate de aquí y no se te ocurra volver! —lo amenazó.
El joven, aturdido, con la cabeza agachada y caminando a pata coja,
salió a trompicones de la choza.
Patrick lo siguió hasta el exterior para cerciorarse de que cumplía a
pies juntillas con lo prometido y poco después, volvió a entrar y cerró
la puerta colocando el pestillo.
Lena lo observó desde el otro lado de la habitación. Patrick tenía el
pelo alborotado y un leve rubor en las mejillas, la respiración
jadeante y varias salpicaduras de sangre en la camiseta.
A Lena se le cortó la respiración y empezó a sentir como un delicioso
cosquilleo nacía en su vientre y se expandía rápidamente por todo su
cuerpo.
Lo observó desde la distancia, tratando de reprimir la excitación que
él le provocaba.
Sin embargo, fue del todo inútil.
Lena por fin comprendió que era mejor dejarse arrastrar por sus
instintos más libidinosos que luchar contra su voluntad.
Corrió hacia él y cuando lo tuvo justo enfrente, se puso de puntillas,
estiró de la camiseta y atrapó su boca con descontrolada y salvaje
posesión.
Patrick no se amilanó y le devolvió el besó con el mismo fervor.
Rápidamente y con torpeza, comenzaron a desvestirse el uno al otro.
Él le alzó los brazos y le quitó el vestido por la cabeza. Ella hizo lo
mismo, dejando su torso al descubierto. Ambas prendas volaron por
la habitación.
Patrick se acercó más, aprisionándola contra la pared.
Ella ahogó un gemido y él la besó con tanta intensidad que creyó por
un momento que iba a perder el conocimiento.
—Siempre te he deseado, Lena. —Su voz sonaba ronca a la vez que
varonil.
Ella prefirió no responderle con palabras sino con hechos. Cogió su
mano y la colocó cubriendo su sexo.
—Pues, demuéstramelo. —Ronroneó melosa.
Completamente excitado, separó la ropa y acarició su punto de
placer. Poco después deslizó un par de dedos en su interior al tiempo
que lamía y succionaba perezosamente uno de los pezones.
Lena arqueó la espalda, jadeó y le clavó las uñas con fuerza.
Cuando casi estaba al borde del orgasmo, él le rompió el tanga y
cogiéndola en volandas, la penetró, de forma brusca y de una sola
estocada.
Ella gritó y tiró de su pelo con fuerza cuando fue sorprendida por un
violento orgasmo. En seguida él la acompañó y ambos alcanzaron el
clímax.
Mientras la dejaba con cuidado en el suelo, Patrick la contempló. Se
dio cuenta de que Lena había cambiado, ya no era la misma niña de
cinco años atrás. Ahora era toda una mujer: bella, inteligente y…
llena de sorpresas.
Ella lo miró dubitativa y luego preguntó:
—¿Qué es eso tan gracioso que te ronda por la mente?
Él empezó a negar con la cabeza.
—La forma en cómo te has enfrentado a la situación. Esta noche me
has sorprendido, has cambiado.
—Patrick no he cambiado, sigo siendo la misma. Con la única
diferencia de que has dejado de odiarme.
Patrick apartó la vista. La sinceridad con la que pronunció aquellas
palabras lo hirieron.
—Lena, jamás te he odiado. —Le cogió una mano y la miró a los ojos
antes de continuar—: Únicamente lo hice para captar tu atención. —
Inspiró hondo—. Porque asumí que, una chica tan especial como tú,
jamás se fijaría en alguien como yo.
Lena lo miró con melancolía.
—Pues te equivocaste.
Patrick se quedó pensativo un buen rato hasta que la miró fijamente
a los ojos y se armó de valor para proponerle aquello que le rondó
por la cabeza:
—Aún no es tarde para recuperar el tiempo, Lena.
Acercó la mano a su mejilla y la acarició con ternura.
—Déjame conocerte. —Hizo una breve pausa y luego prosiguió tras
regalarle una sonrisa—. Ven a Londres conmigo.
Ella se quedó con la boca abierta, confundida.
—¿Estás hablando en serio?
—Completamente.
—No funcionará. —Aseguró Lena negando con la cabeza.
—Si no lo probamos, jamás lo sabremos.
Patrick le sonrió esperanzado, la besó en los labios y luego añadió:
—¿Qué podrías perder? —le preguntó con los ojos muy brillantes
esperando con ansia su respuesta.
Ella tras meditarlo varios segundos, lo miró muy seria.
—Con una condición.
—Dispara. —Afirmó con cautela y le apartó un mechón de la frente
con cuidado.
Lena lo miró casi suplicante.
—Que no te enamores de mí.
Los ojos de la joven reflejaron temor y él, al darse cuenta, la rodeó
con sus brazos y le susurró al oído:
—Me temo que ya es demasiado tarde...
6.Siempre fuiste tú
Varias semanas después mientras sobrevolaban Londres, Patrick se
levantó del asiento para coger el equipaje de mano y abrirlo ante la
atenta mirada de Lena.
—¿Qué estás buscando? —le preguntó con curiosidad.
—Ahora lo verás. —Le sonrió y le dio un beso en la frente.
Al cabo de un rato, halló lo que buscaba.
—Recógete el pelo y después cierra los ojos, Lena.
Con una sonrisa divertida, hizo lo que le pidió.
—Me tienes en ascuas…
Él no le respondió. Miró el colgante y poco después rodeó con éste su
cuello.
El frío del mineral en contacto con la cálida piel de Lena, la hizo
estremecer levemente.
—Ya puedes abrir los ojos.
Al hacerlo, pudo comprobar de qué se trataba: una esmeralda
colombiana tallada en forma de un precioso cisne batiendo las alas.
Patrick la observó con nerviosismo y esperó su reacción.
Lena sostuvo la figura entre sus manos y poco después, se volvió
hacia él.
—Es precioso… —susurró ella con la voz quebrada. Se abalanzó sobre
él y lo besó con efusividad en los labios.
—He esperado el momento adecuado para regalártelo.
—Gracias. —Repuso ella emocionada—. Significa mucho para mí.
—Siempre fuiste tú... siempre fuiste un bello cisne.
Lena con los ojos llenos de lágrimas, le sonrió y poco después
concluyó:
—Un bello cisne que después de mucho, mucho tiempo… por fin se
decidió a abrir las alas y volar.
MARIPOSAS NEGRAS DE PILAR TRUJILLO
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Una huella del color burdeos de su barra de labios sellaba el borde del
aspersor de la ducha. Las gotas de agua salpicaban y resbalaban por
la mancha de su boca sin borrarla, sin dañarla. A diferencia de sus
pensamientos, resbalando de su mente a su corazón, esparciendo el
veneno por todo el cuerpo. Exterminándola lentamente.
Darla intentaba relajarse. Deshacerse del hierro incandescente que
ese hombre había dejado en su interior. Le gustaba sentir el agua a
presión cosquilleando en sus labios. Esa costumbre tan insalubre de
“besar” la ducha y sentir que ésta le devolvía la caricia con sus finos
chorros de agua tibia y reconfortante.
El vapor comenzaba a llenar la habitación y las manos se deslizaban
por el cuerpo mojado, rozando con suavidad allí donde él la había
tocado. Recordando su tacto, el vello se le erizó y su sexo se
contrajo. Sus dedos siguieron bajando como en un abrazo tembloroso
y necesitado. En su mente, la imagen de los labios de Román la
torturaba. Esa mirada pilla que había utilizado contra ella apenas
unas horas antes bastaba ahora para hacerle cerrar los ojos y
acariciarse entre las piernas. El torso de él en su espalda, ese olor en
la piel, el bulto de su pantalón rozándose mientras bailaban… sus
dedos se movían solos por aquella abertura, al son de esas
sensaciones tras sus párpados, cada vez más rápidos, más
placenteros… y al volver a saborear en su memoria cómo Román le
invadió la boca sin previo aviso, sus dedos se introdujeron en su
cuerpo sintiendo el calor que su lengua le había provocado.
Un solo beso más de aquel tipo acabaría con ella. Sentía mucho haber
“abandonado” la fiesta de cumpleaños que con tanta ilusión habían
preparado para Katerina. Había salido huyendo prácticamente. Pero
no podía permitirse un segundo más cerca de él y lo sabía. Ya
encontraría la forma de compensar a sus amigas.
Se desplomó sobre la almohada como si no utilizase una desde hacía
años, sintiendo que la cabeza le explotaría si introdujera un nuevo
pensamiento. Se durmió oyendo en algún lugar de su mente la voz
calmante de su difunta abuela contándole una vez más sus fábulas
para ir a la cama: Zoya estrenaba sus trece años la noche que casi
pierde el corazón en su carrera por el bosque. Latía tan, tan fuerte
que estaba absolutamente segura de que lo vomitaría la próxima vez
que abriera la boca para oxigenar sus pulmones extenuados. Pero en
lugar del corazón, al despegar los labios, un puñado de bichos negros
surgió de la garganta de la chiquilla, mezclado con su propia sangre.
La joven Zoya no alcanzaba a entender nada de lo que sucedía: un
siniestro huésped había vaciado la posada que sus padres regentaban
ante su negativa a acompañarlo y ahora parecía que regurgitaba sus
tripas descompuestas. El extraño había asegurado poder encontrarla
en cualquier parte, le había advertido sobre la inexistencia de los
secretos para él. Ningún escondrijo le serviría y, aun así, ella corrió y
corrió hasta que su cuerpo se deshizo por dentro y se pudrió por
fuera cubriéndose de finas líneas negras. Cerró los ojos pensando que
las fuerzas y la vida la abandonaban. Pero al asomar las primeras
luces del alba, los parpados le ardían y comprobó que, aunque había
logrado escapar del diabólico huésped, algo había hecho con ella que
ningún escondite, ciertamente, habría podido evitar. Su piel seguía
teniendo aquel ramaje negro. Su corazón se había vuelto mudo y el
aire ya no llegaba a ningún punto del cuerpo, simplemente entraba y
salía de sus fosas nasales. El huésped propuso un trato. Sus
instrucciones fueron sencillas. Sus explicaciones, breves: Cada noche
Zoya debía ocultar su rostro y deslizarse en silencio hasta el lugar
indicado. Allí esperaría prudente su llegada y solo cuando él ya se
hubiera marchado ella debería hacer su parte. Ese era el precio a
pagar por la vida. Su destino. Él le permitía continuar pero no sin
recibir algo a cambio…
Ahora que Darla podía pensar por sí misma, las discusiones con su
madre se habían vuelto tan frecuentes como inaguantables, y si a eso
le añadía el tortuoso recuerdo de Román y la frustración por la
prematura pérdida de su abuela, la estancia en Ekaterimburgo se le
hacía enormemente insoportable. Tenía que salir de allí. Sus sueños
le habían dado la respuesta y sus amigas la excusa perfecta. Alcanzó
su teléfono móvil y envió el mismo mensaje de texto a todas: Llenad
la maleta con vuestros mejores biquinis. Golden Sands nos espera.
Katerina, Irina, Ania, Ágata y Darla arrastraron sus maletas hasta la
puerta del impresionante hotel costero. Atravesaron las puertas de
cristal y metal dorado y se dirigieron al mostrador de recepción.
Recogieron sus llaves y subieron a las habitaciones. Los balcones casi
comunicaban las dos habitaciones contiguas que las chicas habían
reservado. Las vistas al frente mostraban el mar celeste e infinito.
Abajo, las diferentes piscinas multiformes con sus barras dentro, los
bares a pie de playa y los chiringuitos atestados de juventud.
Gritaron emocionadas ante la perspectiva de sus vacaciones,
cambiándose de ropa para probar cuanto antes las aguas del Mar
Negro.
A los baños y al sol le siguieron los mojitos y las caipiriñas que las
enredaron en la noche playera, entre chicos guapos, camareros
malabaristas que les guiñaban el ojo y mucho alcohol. La música
tenía a las chicas encantadas como serpientes ante flauta pungi. Se
movían con ritmo, copa en mano y una sonrisa boba, reflejando la
más pura delicia. Ese era el momento. Darla se escabulló habilidosa
entre el gentío, tenía otros asuntos que atender y pocas explicaciones
podía dar.
No tardó mucho en volver con sus amigas, decepcionada y con la
sensación de tener el tiempo pegado al culo, mordiéndola. Pero…
¡Cuánto buitre revoloteando en derredor! Y en el fondo ellas estaban
encantadas. Dedicaban sonrisas y miradas a unos, bailaban con
alguno, rehuían a otros… y entre tanto guaperas el estómago de
Darla dio un brinco al vislumbrar esa mirada azul. Cerró los ojos un
segundo, tragó el buche de caipiriña que había tomado y volvió a
abrirlos. Buscó entre la gente la melena cobriza que acompañaba a
aquellos ojos. Falsa alarma. El alcohol debía estar jugando con su
deseo.
—Chicas, ¿Mañana más y mejor? —preguntó Ágata sin dejar de
sonreír y tambaleándose un poco mientras cogía el bolso y se
encendía un cigarrillo.
Salieron del local, cruzaron la avenida y se dirigieron al hotel. Al
llegar a la puerta Darla buscó las llaves de su habitación.
—¡Mierda! —se rió de sí misma—. Me he dejado el bolso en el bar.
Espero que no lo haya cogido nadie. Voy corriendo a buscarlo. Id
subiendo.
Darla se apresuró a llegar al bar, localizó el bolso en el banquito
donde lo había dejado, se hizo con él, echó un último vistazo entre la
gente y volvió al hotel, dejó a la derecha el mostrador y subió en el
ascensor. Buscaba la llave mientras caminaba por el pasillo con la
cabeza gacha, pero unos metros más adelante algo llamó su
atención.
Avanzó unos pasos más, como hechizada. Román se acercó con una
media sonrisa tremendamente turbadora, la camisa blanca abierta y
desabrochada, descubriendo su divino torso. Unas suaves cosquillas
en el estómago de Darla le impidieron moverse del sitio. Su cara era
una mezcla de temor, sorpresa y deseo que hizo borrar la sonrisa de
él. La mirada de Román se tornó amenazadora. Los ojos se le
llenaron de placenteras advertencias. Se humedeció los labios, algo
más fino el superior, irresistible el inferior. La agarró por la nuca y la
cintura. Se cernió sobre ella y le invadió la boca con su lengua,
fuerte, sin dejar lugar al aire entre sus cuerpos. Apretando el torso
contra sus pechos. Le acarició el cuello y alborotó su melena oscura
con ansias. Giraron sin separarse y él abrió la puerta de la habitación
por la que acababa de salir. No encendió la luz. La guió entre dulces y
feroces besos hasta la primera superficie con la que chocaron. Darla
se sentó sobre la mesa con la que habían topado, junto al balcón
abierto. Las cortinas se movían dejando entrar la luz del cielo
despejado, lleno de estrellas. Román se separó unos segundos sin
dejar de mirar sus labios. Se quitó la camisa con prisa. Su abdomen
se iluminó un momento y Darla quiso tocarlo ya.
—Sé que me has echado de menos —la miró con profundo deseo. La
besó una vez más, le subió el vestido y se lo sacó por la cabeza—.
Vamos, ven aquí, amor.
Él se sentó en el borde de la cama. Ella se quedó de pie, frente a él
que observaba con fascinación cada centímetro de su precioso
cuerpo. Darla se agachó sintiendo entrar la brisa del amanecer por el
balcón acariciando su espalda y le quitó el pantalón. Su erección se
liberó dura y dispuesta para ella. La saboreó lenta y maliciosa
mirando con enormes ojos castaños cómo él se derretía ante la
humedad de su boca en su falo. Román la instó a alzarse buscando
sus labios y la atrapó en un profundo beso tierno como la piel de ella,
que no podía dejar de apretar. La sentó a horcajadas sobre él
friccionando sus sexos entre vaivenes que iban subiendo de
intensidad al mismo ritmo de sus lenguas. Le acarició las nalgas con
ambas manos, la elevó un poco, ella colocó su miembro igual de
deseosa que él y Román volvió a bajarla despacio, sintiendo cómo se
introducía en el cuerpo de aquella mujer, notando como ella lo
apresaba entre sus piernas, apoderándose de él con cada movimiento
de cadera. Sus pechos blandos y calientes le acariciaban el torso.
Bajó la cabeza y se los humedeció con la lengua. Besó su cuerpo y
disfrutó la expresión de su rostro lleno de gusto, mordiéndose el labio
al contraluz del amanecer. Pasó los brazos por su espalda cubriéndola
casi por completo, posó los dedos en sus hombros y la estrechó con
él sin dejar de moverse, ambos a un compás cada vez más exigente,
mirándose a los ojos, jadeantes, extasiados. Darla sujetó la cabeza
de Román y la pegó a su cuello, uniéndose más aún si cabía,
apretándose con fuerza, sintiendo a sus cuerpos rugir de gozo en
medio de irreprimibles gemidos y suspiros roncos de él contra su
garganta.
Los dos cayeron extenuados sobre la cama. Aliviados.
El sonido de las olas rompiendo sobre la arena la despertó y
comprobó horrorizada que él estaba allí. Sus mariposas volvieron a
pronunciarse y Darla cogió sus cosas y cruzó el pasillo a toda
velocidad.
—Vaya cenicienta, llegas tarde. ¿Quién se llevó tu bolso? ¿Brad Pitt?
¿El Correcaminos?
Ágata estaba enfadada, normal, había desaparecido sin decir nada.
Pero seguro que la curiosidad le podía. ¡Dios! ¿Qué hacía él allí? ¿Qué
iba a hacer ahora ella?
—Es que… cuando volvía de recoger el bolso… ¿Sabes quién está
prácticamente en frente de nuestra habitación?
—Pues para que te haya enredado de esta manera sí que debe ser
Brad Pitt, sí—ironizó sarcástica y molesta Ágata mientras preparaba
su bolso para bajar a la playa.
—¿Pensabais iros sin mí? ¡Qué preocupación! ¡Qué sin vivir! —Darla
aprovechó un descuido y se metió en la ducha con el bolso de su
amiga. Así no tendrían más remedio que esperarla.
Bajaron a desayunar todas juntas, deseando saber detalles que no
hicieron falta al pasar por recepción. Román estaba allí, dirigiendo al
que parecía un recepcionista nuevo. Las chicas se quedaron
boquiabiertas. No sabían a quién mirar primero, a quién reprochar.
—Buenos días señoritas. Soy el nuevo director, temporal, del hotel.
Espero que su estancia aquí sea lo más agradable posible —anunció
el chico con galantería. Salió de detrás del mostrador para saludarlas
a todas—. He tenido que venir a sustituir a mi padre unos días. No
podíamos dejar el hotel en manos de un principiante en pleno verano.
¡Qué casualidad que os hayáis alojado aquí! ¿Verdad?
—Sí, y qué casualidad también que tu habitación sea la de enfrente
¿Eh? —apuntó Ágata divertida, con pillería.
Román le dedicó una de sus preciosas sonrisas y se acercó a Darla.
—No me has dejado darte los buenos días esta mañana —susurró
casi en su oído.
—Nos vamos a desayunar. Llegamos tarde —soltó en voz algo más
alta de lo normal Darla, nerviosa, empujando a sus amigas.
Todas la miraban con cara de explicaciones, pero ella no estaba para
tonterías. Con la luz del día las preocupaciones habían vuelto. Tenía
cosas que hacer y Román la estaba distrayendo.
La noche pasaba factura y se habían dormido tumbadas al sol. Así
que Darla aprovechó, aunque sabía que no tendría mucho tiempo,
pronto apetecería un baño.
—¿De dónde vienes, golfa?
Ya estaban. Ahora iba a ser blanco fácil de bromas durante todas las
vacaciones.
—Del lavabo. Sola. Mal pensadas. Envidiosas —rió Darla y sacó del
bolso un cartel que había encontrado pegado por ahí—. Mirad, esta
noche hay… ¡Fiesta en la playa!
Román la observaba contonearse en la distancia con esa mirada de
devorador y esa media mueca en la boca tan suyas, como
relamiéndose ante el banquete que Darla suponía para su paladar. Y
ella se daba perfecta cuenta, por eso no rechazó ni uno de los bailes
que los chicos le proponían, desafiándolo.
—Eso no son miradas, son secretos gritados en público —se burló
Darla de él en la barra, mientras pedían unas bebidas.
Él iba a replicarle justo cuando ella cogió su copa y se giró con gracia
hacia la hoguera. Se tragó su cara de tonto. Qué facilidad tenía esa
chica para pasar de él. Rió perverso y buscó la zona de baile. Ahora le
tocaba a él.
Darla observaba con rabia cómo Román le seguía el juego a una rubia
con pinta de facilona. Ni siquiera miraba si ella estaba pendiente a él
o no. Eso la enfurecía más aún. Solo podía taladrar con los ojos a la
tipa esa meneándose delante de su polla. No apartaba su mirada
furiosa de los dos. Entonces Román miró hacia allí, la vio vigilando
con aquella expresión airada y abrió la boca en gesto de dramática
sorpresa mal fingida, burlándose de ella claramente. ¡Qué ganas de
arrearle en todos los dientes! Se bebió la copa de un trago y fue a por
otra. Estuvo un buen rato en la barra, mirando bailar a sus amigas,
evitando sacarle los pelos a la rubia oxigenada esa. Hasta que las
malditas mariposas de su estómago la devolvieron a su cruda
realidad: no podía sentir aquello por él. Ni por nadie. Cogió la copa
que tenía a la mitad y se alejó del bar. Se fue hacia el agua dando
pataditas a la arena, esparciéndola a su paso, pensando en su
desgracia y dejando a Román allí, con la otra. Se sentó a la orilla
oscura y el frío del agua la sobresaltó. Recogió los pies y se abrazó
las piernas dando los últimos sorbos al ron… “Si algún día llegaba a
conocer el amor, este le costaría la vida”…
A lo lejos podía oírse aún el alboroto de la fiesta. Darla miraba
embelesada el reflejo del cielo en el agua negra y, de la nada, unos
brazos silenciosos y fuertes rodearon su cintura. El torso desnudo de
Román cubrió su espalda helada por la brisa de la madrugada. Lo
sintió arrodillarse en la arena tras ella y besar su nuca repetidas
veces. Lo dejó hacer. Torció la cabeza dándole libertad. Él subió una
de las manos hasta su cara y la acarició, con la otra aprisionó sus
pechos y los manoseó. Le giró la cara y le hizo besarlo. Se acercó
más a ella, abriendo las piernas y acogiéndola entre su cuerpo. Siguió
besándole los hombros, la espalda. Bajaba las manos de los pechos al
vientre, acariciaba sus muslos y volvía, introduciéndolas en las
braguitas. Jugaba con ella.
—Soy rencorosa. Pero mi memoria no debe seguirme en eso —
susurró Darla entre incontenibles suspiros.
—Shh —chistó él dulcemente sin parar de besar su columna
vertebral. Guiándole la mano hasta el bulto de su bañador. Subió las
manos por la cintura y espalda y le desabrochó el lazo del biquini. A
ella estaba resultándole tan atrayente, tan irresistible…—. Vamos,
estás deseándolo. No me digas que no.
—Román, no puedo… —Darla intentaba hablar, pensar. Ese hombre
era superior a sus fuerzas—. Esto no puede ser. No lo entiendes… No
me hagas esto.
Era su forma de mirar, quería que solo tuviera ojos para ella. Esa
manera de besarla, sus labios en su cuerpo nada más. La ternura con
la que la tocaban sus grandes manos… se giró y lo tumbó en la arena
echándose sobre él, que disimuló muy bien lo inesperado poniendo su
mejor cara de soberbia, pagado de sí mismo. Cogió el rostro de la
chica y la mantuvo separada unos instantes para poder admirar lo
bonita que era, para recrearse con sus labios voluptuosos y aquellos
ojos pardos. Volvió a besarla sin avisar. ¡Cómo le gustaba a Darla que
hiciera eso! Despertaba todos sus sentidos. Y un hormigueo la
recorría desde los pies hasta la punta del cabello. Sus mariposas se
esparcían. Sintieron el agua tocarles la piel y como la arena se
humedecía y desvanecía bajo sus cuerpos.
Román la abrazó, ambos se dieron la vuelta y él se puso sobre ella
abarcando todo con sus anchos hombros, su pectoral, su barbilla. Los
ojos llenos de fuego, ardiendo, como sus sexos, mirando con la
misma intensidad con la que la tocaba. Le abrió las piernas con
delicadeza e hizo a un lado las bragas del bikini azul que llevaba.
Besó sus labios de nuevo y con una larga caricia llegó hasta el
vientre. Lamió la abertura de su cuerpo mientras le acariciaba los
muslos, meloso, suave. Volviéndola loca.
Darla notaba el pelo mojado, moviéndose a merced del romper de las
olas. Su cuerpo comenzó a temblar de gusto y Román quiso beber de
su placer. Con ambas manos acariciaba su entrepierna, con la lengua
humedecía su hendidura y ella apretaba la arena mojada en los
puños. Entonces, sin previo aviso, como ya acostumbraba, él se
deshizo de su pantalón y se introdujo en ella con fuerza, con
movimientos rápidos que la estaban colmando de sensaciones
desquiciantes. Las caricias del agua, el bamboleo de las olas, el tacto
de la arena fina y mojada, la oscuridad de la noche en la playa, las
brillantes estrellas que poblaban el cielo esa noche y que Darla podía
ver cada vez que abría los ojos. Todo eso los estaba llevando a un
estado de embeleso que hacía olvidar absolutamente todo lo demás.
Solo estaban él y ella, haciéndose el amor.
Román, dentro de su éxtasis, aún podía observar como la llenaba de
amor, como los ojos se le cerraban para deleitarse con sus estocadas
y la boca se contorsionaba, presa del gusto. Ella elevaba la barbilla,
rindiéndose al orgasmo y el contraía los músculos reteniendo aquel
momento en su interior. Tenso y gozoso de verla disfrutar así. De
disfrutar ambos, el uno del otro de aquella manera.
Otra vez. Sus tripas se llenaron de aleteos al abrir los ojos y ver a
Román a su lado. Esto no podía seguir así. Lo sabía de sobra. Cogió
sus cosas y salió corriendo de allí, volviéndolo a dejar dormido, solo,
antes de que la marea lo despertase y quisiera retenerla. No tenía
tiempo. Ya no.
Regresó al hotel a la hora de comer. Ni quería, ni podía aclarar nada
a nadie. Estaba abatida y necesitaba a sus amigas. Pero no podía
dejar de pensar en Román y esas malditas mariposas que no
desaparecían de su cuerpo.
—Mejor ni preguntar dónde te has metido ¿Verdad?
Sus amigas, algo molestas, ya estaban listas para la infinity pool y
sus interminables fiestas en la piscina llena de chicas con sugerentes
trajes de baño, chicos guapos, música veraniega y muchas ganas de
brillar al sol.
—Me cambio en un segundo —intentó sonreír y se dirigió veloz a su
habitación.
¿Otra fiesta era lo que necesitaba para deshacerse de aquel
malestar? No escapaba porque no le gustara. Ni siquiera por miedo a
encapricharse o volverse adicta a aquellos encuentros. Había
forcejeado contra su propia voluntad porque sabía sin duda alguna
que se enamoraría de él. Y no podía permitírselo.
—La próxima vez no voy a dejarte dormir en toda la noche —
ronroneó Román tras ella, muy cerca de su mejilla. Darla se había
subido al ascensor tan absorta en sus cosas que no había reparado en
la compañía—. No volverás a escapar de mí.
—No habrá próxima vez —sentenció Darla temblando por la
cercanía—. No podemos continuar así. Ya no tengo el mismo interés
en ti.
—No seas mentirosa —Román le acarició el pelo y se lo colocó tras el
hombro, se acercó y le besó el cuello. Un escalofrío recorrió la espina
dorsal de la chica, que se envaró, tensa, alerta, a la defensiva. Y él lo
notó.
—Déjame a mí decidir lo que soy —se apartó con brusquedad y bajó
del ascensor.
—No será tan grande la diferencia de la noche al día cuando hay
gente a la que le sobra tiempo para cambiar mientras pasamos de
una a otro.
Darla miró atrás un breve instante, lo suficiente para verlo pronunciar
aquellas palabras cabizbajo y decepcionado, antes de que las puertas
volvieran a cerrarse.
Su corazón se encogió y sintió el pinchazo por todo el cuerpo. Ahora,
sin más remedio, cientos de aleteos la devoraban por dentro cada vez
que ese hombre la tocaba. Tenía que olvidarse de él. Ya.
Las amigas de Darla parloteaban sin parar. Ella no estaba prestando
mucha atención a sus burradas y chismorreos. Su mente pasaba de
un pensamiento a otro a toda velocidad sin coherencia ni conexión.
—¿Mañana os apetece ir a ver la exposición del hotel? Es temporal,
podríamos aprovechar —propuso Katerina—. Un poco de relax y
cultura no nos vendrían mal.
Darla asintió. Moviéndose automáticamente. Observando aburrida al
personal.
—Tienes una cara tan bonita que es una pena estropearla con este
fastidio —un monumental moreno la observaba, esperando su
sonrisa—. Vamos, te invito a una copa. Habrás venido a divertirte
¿No?
De pronto un pensamiento tan fugaz como estúpido había cruzado su
mente. Se levantó y sin decir palabra se fue a bailar con él. Sería
perfecto para sacarse a Román de la cabeza.
Bailaron, bebieron y rieron toda la tarde. Darla se sintió feliz, no
sabía si era a causa del alcohol o del ambiente o… no le importaba.
Bailaba y bailaba. Se acercaba peligrosamente Iván, el moreno de
catálogo. Sus bocas se habían rozado en más de una ocasión ya y se
podía respirar la tensión sexual en el ambiente. Caricias por el
ombligo, sonrisas fugaces, miradas achispadas. Manos entrelazadas,
roces de ambos sexos entre contoneos. El torso duro del chico en el
pecho semidesnudo de ella. Piel con piel… labios con labios y el
inevitable y apasionado beso.
Román ya había visto suficiente. Dejó su copa sobre la baranda desde
la que observaba, en el piso de arriba de la piscina y se marchó
furioso. No quería irse directamente al hotel y descargar toda aquella
rabia y celos con quién no lo merecía. Bajó a la playa y se sentó un
buen rato a observar el movimiento del agua yendo y volviendo entre
furiosas olas que rompían en la más apacible calma. Pero el tacto de
aquella arena en sus pies le recordó la noche anterior con Darla plena
de placer entre sus brazos y volvían todas aquellas preguntas sin
respuesta. Estaba volviéndolo loco.
Había oscurecido. Decidió volver al hotel y descansar. Salió de la
playa con los zapatos aún en la mano. Cruzó la avenida y entró al
pequeño jardín principal del hotel. Un bulto en el suelo delante de la
puerta principal llamó su atención. Se aproximó cauteloso. No se
distinguía muy bien pero era grande, más o menos del tamaño de…
—¡Darla! ¡Darla! —Román gritó y zarandeó su cuerpo inerte tirado en
el suelo—. ¡Abre los ojos! ¡Vamos! ¡Mírame!
Comprobó su pulso, aliviado de oírla respirar. Llevaba el mismo
biquini rosa de aquella tarde. Intentó incorporarla y descubrió
horrorizado algo parecido a unos bichos podridos, muertos en un
charco de vómito negro. Se quitó su camiseta y la cubrió, estaba
helada.
—¡Darla! —la zarandeó una vez más y ella entreabrió los ojos—. Oye,
chica guapa, tranquila, soy yo. ¿Qué ha pasado?
Pero al abrir la boca volvió a vomitar aquella masa negra y
asquerosa. Román estaba de veras asustado. No entendía nada.
Pero, si la llevaba a un hospital. ¿Cómo explicaría aquello? Y, ¿querría
explicarlo ella? La había visto escapar de todos con tanta frecuencia…
La cogió en brazos, entraron por la puerta de servicio y la subió a su
habitación sin dejar de comprobar en todo momento que seguía
respirando. Preparó un baño para hacerla entrar en calor. La desnudó
con cuidado y la llevó hasta el agua.
—¿Me he muerto ya? —Darla abrió los ojos y una nueva arcada subió
desde su estómago al ver la tierna mirada azul de Román frente a
ella.
—Pero… ¿Qué dices, niñata? —La cogió por los hombros, apretó la
carne con rabia y la soltó impotente ante una nueva regurgitación—
¿Qué te está pasando?
—No lo sé. Estaba con un chico, bailando. Salimos a tomar el aire… —
se paró a pensar lo que iba a decirle. Claro que sabía lo que había
pasado. Se habían besado. Después habían ido a más. Y entonces,
ella comenzó a temblar. Román no salía de su cabeza y su estómago
se revolucionó. Comenzó a vomitar sus propias entrañas. Todo el
amor. Las mariposas, el aleteo que solo él provocaba en su vientre—.
Y perdí el conocimiento. Oí tu voz. Y cuando abrí los ojos, los tuyos
estaban ahí, enajenados.
—¡Ese maldito desgraciado! ¡El muy hombre te ha dejado ahí tirada!
—Román daba miedo. Estaba colérico.
Darla temía vomitar de nuevo si abría la boca. Le ardía la garganta y
sentía las finas alas de las mariposas arañándola por dentro. Gimió y
Román la miró dejando a un lado su ira. Estaba pálida. Tenía el
cabello oscuro y mojado pegado a la cara. Los labios habían perdido
el color y las comisuras guardaban restos de negrura en una mueca
de congoja. Temblaba. La abrazó. Chasqueó la lengua y la apretó
contra su pecho desnudo y caliente, acariciándole el pelo y dando
gracias por haber sido él quien la encontrara.
No quiso comer nada, pero se la veía algo mejor. Román le dejó algo
de ropa y la obligó a meterse en la cama. Esta vez no la dejaría
marchar.
—¿Qué es lo que has tomado? ¿Qué es lo que vomitabas? —Román
estaba sentado en la cama. Tenía la cabeza de Darla apoyada en sus
piernas. Miraba a la nada, pensativo, acariciándole el pelo.
—Ojalá fuese tan sencillo —Suspiró pesadamente y le cogió la mano,
quería sentirlo con ella—. Pero nunca se puede ser todo lo sincero
que uno quiere, ¿sabes? Cuando yo era pequeña mi abuela viajaba
con frecuencia y cada vez que volvía traía una fábula nueva y
maravillosa que me contaba antes de ir a dormir. Con el tiempo, se
fueron convirtiendo en algo más que simples cuentos y es por eso por
lo que he venido aquí. Estoy buscando lo mismo por lo que mi abuela
viajaba y, antes que ella, mi bisabuela, mi tatarabuela… El único
objeto capaz de acabar con la Maldición de la Mariposa Negra.
Román la miró perplejo y ella se incorporó hasta sentarse en la cama,
junto a él. Le sonrió y prosiguió:
—Mi abuela me contaba historias sobre la Mariposa Negra. Una
mariposa oscura que se posaba en las ventanas de las casas,
advirtiendo con su presencia un mal augurio. Allí se quedaba
esperando entre el silencio la llegada de la muerte al hogar escogido
y entonces alzaba de nuevo el vuelo para mostrar el camino a las
almas recién llegadas. Un embriagador ser que embaucaba las almas
de los difuntos guiándolas hasta el otro lado donde serían juzgadas —
contó risueña. Hizo una pausa, miró a Román que la escuchaba con
atención y continuó en un tono más despreocupado—. Todo el mundo
ha oído alguna vez la historia de un ser parecido, alguien o algo que
ayuda a las almas desorientadas que acaban de dejar la vida sin
saber qué viene después. Otra de ellas narraba como todo un pueblo
temió durante interminables años la presencia de una oscura mujer
que seducía a los hombres para sorberles sus almas. Conocida como
la Vida Negra. Quizás por el acento de los habitantes al pronunciar
“viuda” o quizás un seudónimo para ocultar su identidad.
—“¡Que viene la Vida Negra a llevarse tu alma!” —bromeó Román
besándola. Y una nueva arcada sobrevino a Darla que ensombreció el
gesto y agravó el tono:
—Los habitantes rezaban desesperados a su Dios para que perdonara
sus ofensas y les devolviera la paz. Las plegarias no fueron en vano y
aquella mujer fue castigada con una maldición por todo el daño que
había causado durante tanto tiempo. La maldición condenaba a Vida
Negra, como en toda fábula, a sufrir un eterno desamor. Profetizaba
que si algún día llegaba a conocer el amor, este le costaría la vida —
Darla se separó un poco de él, agachó la cabeza y miró hacia otro
lado. Entonces lo vio. Era el folleto que anunciaba la exposición de la
que habló Katerina. “El oro de Varna” en exclusiva en una exposición
temporal que, seguro, atraería a curiosos al hotel. En la publicidad
había varias fotos de los objetos que se mostrarían. Y ella la
reconoció al instante.
—Entonces tú crees, dando por entendido que todas las leyendas
hablaban de ella, en cierto modo, que la maldición de la Mariposa
Negra ha existido —Román hablaba relajado y sonriendo, intentando
quitarle importancia al asunto y distraer a la chica hasta sus brazos
otra vez.
A Darla, este detalle no le pasó por alto. Así que rectificó
mentalmente.
—Yo lo único que sé, no creo, sé, es que esta reliquia existe, acabe o
no con maldiciones. Y quiero encontrarla —espetó con cierto recelo y
se giró dispuesta a marcharse y dejarlo allí plantado—. Mi abuela lo
intentó. Pero no pudo gozar del tiempo suficiente para lograrlo. Así
que yo no voy a seguir perdiendo el mío contigo.
Se apoyó en la mesita de noche y cogió unas llaves con disimulo.
Echó a andar sin mirar atrás, y cerró la puerta al salir, pensando que
ya había hablado lo suficiente. No merecía saber más al fin y al cabo.
Aún tenía muy mal aspecto cuando llegó a su habitación, así que
pudo excusarse perfectamente para no salir aquella noche con las
chicas. Quería estar sola y pensarlo todo bien, no tenía mucho más
tiempo. “El oro de Varna”… ¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Ese
tesoro era el más antiguo vestigio de oro del mundo! Si la máscara
que buscaba estaba en Varna, no podía ser de otro modo, la
antigüedad corroboraba las historias. Bendito destino que por fin le
sonreía.
Esperó a que las chicas se fuesen, insistiendo en descansar su
estómago de tanto alcohol, que estaría bien allí. Bajó al bar del hotel
minutos después, se pidió un par de copas para calmar su desgarro
interior y cuando todo estuvo más en calma aprovechó para
curiosear. Encontró la sala donde se preparaba la exposición con más
facilidad de la que pensó. Sacó las llaves que le había robado a
Román y probó. Alguna tenía que ser. La puerta pronto hizo “click” y
se abrió. ¡Perfecto! Ahora solo tenía que buscar meticulosamente
entre las vitrinas y las cajas que aún estaban sin desembalar.
No hizo falta. Justo en el centro de la sala, en una vitrina alta,
delgada y negra, reposaba sobre terciopelo rojo una máscara dorada
de rostro masculino y alguna magulladura. Se acercó despacio con
cuidado de no pisar ni romper nada.
—Si lo que querías era una visita guiada en privado podías habérmelo
pedido. No era necesario robarme —Román la observaba apoyado en
la puerta con los brazos cruzados.
Darla dio un respingo al oír su voz y casi se le cae la máscara al
suelo.
—No lo entiendes. Nunca lo entenderías. Yo… —realmente no sabía
qué decirle—. Lo siento. La necesito.
—Así que era eso —Se acercaba a ella con paso tranquilo, con una
expresión mezcla del desconcierto y la decepción, que la penumbra
de la sala ocultaba.
Darla se alejaba hasta el fondo de la sala. Pero él siguió avanzando
hasta que pudo cogerla por los brazos. Ella no tenía tiempo para esto
ahora. Se acabó.
—Román. Tienes que escucharme. Yo… estoy… estoy… ¡Estas
malditas mariposas me están matando! —le gritó a dos palmos de su
cara y se zafó del agarre. Lo miró desafiante. La iba a escuchar sí o
sí—. El tiempo ha ido eliminando detalles de la maldición hasta que el
boca a boca ha separado la verdadera historia en diferentes mitos. Mi
abuela contaba cada una de sus fábulas con astucia y me enseñó a
seguir las pistas.
—¿De verdad pretendes que crea que todo esto es por unos cuentos
de vieja? —Román quiso escupirle en esa cara de niña inofensiva un
par de palabrotas y otro par de verdades.
Darla observó la reliquia y se maravilló admirando cada detalle.
—Mi tatarabuela era Zoya Volkova. “Vida” en ruso, como ya sabrás.
Zoya la maldita. La Mariposa Negra.
Darla levantó la vista del objeto un breve instante y miró a Román.
“Vida Negra” mascullaba entre dientes. Su cara era un verdadero
poema. Uno del romanticismo sin duda, con esa inevitable tragedia
final en la noche oscura inyectada en el rictus.
Volvió a su pequeño tesoro y sin dejar de mirarlo continuó hablando:
—Y la maldición de la Mariposa Negra no murió con ella… —alzó la
máscara entre sus rostros—. La tristeza es sentir. El dolor significa
vivir. Pero la felicidad es no existir, es perderse en un limbo eterno,
sumergirse en un sueño que no acabará. Y yo quiero vivir.
Acercó la reliquia a su cara. Dejó que Román mirase sus ojos una vez
más, llenos de lágrimas implorando un perdón que sabía que no
merecía. Y se la puso. Cayó al suelo al instante, sin pulso esta vez,
resbalando entre los brazos de un Román absolutamente anonadado
que hincó las rodillas en el suelo, a su lado y miraba su cuerpo
rápidamente de arriba abajo sin comprender del todo lo ocurrido.
Darla se movió. Abrió los ojos. Negros completamente. Y dio una
exagerada bocanada de aire como si quisiera recuperar el aire que
debería haber respirado en el tiempo que había estado muerta.
Román dio un salto hacia atrás y ella se incorporó con gracia, casi
levitando, con la ligereza del humo de un cigarro. Lo miró curiosa,
entre la diversión y la fascinación y se acercó. Le acarició la cara y lo
rodeó.
—Zoya fue aquella niña que no pudo escapar de su destino, que cada
noche abría sigilosa su capa oscura, como alas de mariposa que la
envolvían en la negrura de la noche para guiar las almas de los
difuntos. Aquella que se llevaba más almas de las que debiera y que
por ello fue condenada a sufrir su propio veneno —continuaba
paseando en círculo, alrededor de Román, observándolo con esa
mirada negra, poniéndolo nervioso—. Se había aprovechado de su
don como Mariposa Negra para embaucar a los hombres y ahora, se
cambiarían las tornas: cuando ella fuese la embaucada, al
enamorarse, sentiría miles de mariposas aleteando en su interior,
miles de mariposas que acabarían con su alma y su cuerpo. Pero ella
era lista, y fuerte. Cuando el amor le llegó se internó en la búsqueda
de su salvación: un objeto capaz de contener el don de la Mariposa
Negra. El único que podía acabar con la maldición que suponía la
extirpación del don.
Se detuvo en seco frente a él y lo besó en los labios.
—Me enamoré, sí. Y ahora este es el precio a pagar por vivir: el don
de la guía de almas.
Le sostuvo la cabeza con ambas manos y volvió a besarlo, esta vez
de forma más intensa.
—Te quiero.
Tras las palabras, de los labios de Román, escapó una pequeña
mariposa azabache que se posó en el pecho de Darla, junto a su
corazón. Ella observó cómo se deshacía a cada aleteo en
pequeñísimos granos de polvo negro que se grababan en su piel.
Soltó la máscara en la vitrina de dónde la había cogido y salió de la
sala con cuidado de no pisar el cuerpo sin vida de Román.
—¿Tatuaje nuevo Darla? ¡Qué hortera! Una mariposa en todo el
escote…
Darla rió ante el comentario de Ágata y siguió con la mirada al guapo
camarero que acababa de dejarles la bebida en las tumbonas de la
piscina.
LADRÓN DE CARICIAS DE CHLOE SANTANA
http://entierradeletras.blogspot.com.es/
Tenía un verdadero problema si no era capaz de disfrutar de mis
vacaciones. Vacaciones obligatorias, por cierto. Y supongo que ahí
radicaba el verdadero problema. Tomarse vacaciones está bien, pero
cuando te obligan a ello, la adicta al trabajo que hay en mí se recoge
la coleta y se golpea en el pecho muy disgustada.
En realidad, el verdadero problema tenía nombre propio, medía
metro ochenta y cinco y vestía jeans que le quedaban de muerte. Era
pura tableta de chocolate, bíceps duros y glúteos redondos. Un
verdadero problema, si tenía en cuenta que yo era la encargada de
encarcelarlo de por vida.
Porque yo no tenía un trabajo corriente. Ese era mi segundo
problema. Me podría haber dedicado a la agricultura de nabos o a la
noble tarea de rellenar de crema los pasteles que tía Molly preparaba
en su exitosa pastelería, pero yo había elegido la vida de la justicia.
Todo comenzó el día de mi decimonoveno cumpleaños. Yo era una
chica corriente y moliente. Con mechas rosas en el pelo y mi carpeta
de apuntes forrada con el último ídolo juvenil. Estaba estudiando el
segundo año de ortodontista en la universidad de Malibú, y supongo
que mi primera práctica no fue todo lo que yo esperaba. La halitosis
es complicada, créeme. Entonces apareció el Señor Thompson, un
tipo vestido con un traje caro y gafas oscuras. No tengo ni idea de
qué vio en mí, pero el caso es que me reclutó para trabajar en el FBI.
Y a eso había dedicado los últimos diez años. A trabajar encarcelando
a los criminales más buscados.
Desdentados, apestosos, grotescos... Cuando mi carrera iba viento en
popa y estaba a punto de ganarme mi primer ascenso, apareció
Brian. Con su cabello oscuro y despeinado y sus ojos vivaces. Brian,
el ladrón de arte más buscado. Un acaudalado caballero inglés que
dedicaba su tiempo libre a robar las joyas de arte más valoradas de
la historia.
Sabía que la persona que se escondía bajo la máscara de La Sombra
no era otra que Brian. Todas las pistas conducían a él. Todas. Y
entonces, no tuve otra cosa mejor que hacer que inculparlo y tomarle
la declaración. Pero sucedió que Brian era más listo de lo que yo
pensaba, yo más ingenua de lo que creía, y mi jefe me quería menos
de lo que yo imaginaba. Resumiendo: la cagué. Las cosas no salieron
como yo pensaba, hubo un escándalo, los medios de comunicación se
hicieron eco del gran error (que no lo era, pero yo no podía
demostrar lo contrario), y fui señalada por la oficina como la culpable
del reciente ridículo del FBI.
Conclusión: vacaciones obligatorias. Simplemente mi jefe estaba
tratando de decidir qué era lo que iba a hacer conmigo.
Probablemente me enviara a la otra punta del mundo, a investigar un
caso de escasa importancia que me tuviera alejada del candelero
durante el tiempo suficiente para que se olvidaran de mí. Es decir, de
mi gran cagada.
Había elegido la isla de Mýkonos, perteneciente a las islas Cicladas.
Las islas griegas siempre me habían parecido el paisaje perfecto para
perderse, o esconder la cabeza y la vergüenza, como yo estaba
haciendo en aquel momento. Edificios de roca blanca, ventanas de
madera y un mar turquesa de fondo visible.
El camarero, un atractivo mulato de intensos ojos verdes, se acercó
con mi bebida, un cóctel con alcohol del color de la frambuesa. Le di
un sorbo y disfruté de las espectaculares vistas. El mar Egeo bañaba
la arena dorada sobre la que descansaban mis pies desnudos.
Sí, podía acostumbrarme a esto. Sólo debía dejar de pensar en Brian.
En su increíble atractivo y en el hecho de que su simple existencia me
había amargado la apacible y ordenada vida que yo llevaba.
Me eché hacia atrás y cerré los ojos. Al principio, sólo percibí el olor.
Un olor almizclado, intenso, difícil de eludir. Está bien, en mitad de la
playa, el olor a sal debería haber silenciado a mis espabiladas fosas
nasales, pero yo estaba emocionada con el hecho de volver a verlo.
Abrí los ojos y me incorporé sobre mis codos. El corazón palpitaba
muy rápido sobre mi pecho y el sudor comenzó a correrme por los
laterales de mis sienes. Cuando me encontré con sus ojos castaños y
aquella sonrisa ladeada, sentí que el mundo entero se me venía
encima.
A continuación, una creciente furia me invadió las entrañas.
—¡Me cago en la puta! —exclamé, lo cual era muy raro en mí. Yo era
la clase de persona que siempre mantenía el control sobre mí misma.
Pero Brian conseguía que yo lo perdiera en una milésima de segundo.
—Hola Rachel —me saludó. Tan jovial, tan tranquilo, que sentí ganas
de estamparle una bofetada. Y luego darle un beso.
—¿Qué...tú...? —comencé a hiperventilar y me puse de pie. En dos
zancadas, llegué hasta donde se encontraba y lo encaré. Traté de
tranquilizarme y respiré hondo, pero todo lo que conseguí fue
balbucear— ¿Tú...qué...por qué aquí...?
—Yo...estar...vacaciones... —respondió, imitándome burlonamente.
Deseé estar a solas y no rodeada de turistas, para golpearlo como me
habían enseñado en la academia. Así no se reiría tanto. Pero estaba
segura que ir golpeando a millonarios por la playa costaba una
sanción estratosférica que yo no podía pagar.
—¿Me has seguido hasta aquí? —le pregunté sin rodeos.
Brian se carcajeó.
—¿Yo a ti? Más quisieras. Te recuerdo que intentaste meterme en
chirona.
—Porque eres un criminal.
—Estoy deseando que lo demuestres. Ah...no, que eso es imposible
—me desafió—. He venido pasar mis vacaciones. No eres el centro
del universo, Rachel, pero sí de todas formas quieres ver las estrellas,
yo te las puedo enseñar con un par de movimientos.
Le miré la pelvis sin querer. Luego sacudí la cabeza y enarqué una
ceja, anonada. Allí estaba Brian, de nuevo. El tipo seguro de sí mismo
que se creía capaz de derretir a todas las mujeres.
—Ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de la tierra. Me
resultas repugnante —le mentí.
Brian dio un paso hacia mí e intentó tocarme, pero yo le apreté la
muñeca. Él se encogió de hombros y se apartó de mí.
—Rachel, Rachel... Ambos sabemos que has estado pensando en mí
demasiado tiempo. Venga nena, puedo dejarte un buen recuerdo
para tus vacaciones. Mejor que una fotografía.
—Yo también te puedo dejar un buen recuerdo. Uno que no olvidarías
nunca. Mi rodilla en una parte de tu anatomía que tienes en gran
estima. No te atrevas a desafiarme, porque te dolerá —lo amenacé.
Si mi amenaza tuvo efecto alguno en su entereza, él no lo dejó
entrever, porque volvió a ladear una sonrisa y me acarició la mejilla
con su pulgar, estremeciéndome de la cabeza a los pies. El corazón
se me aceleró con aquel toque.
—Acepto el reto —decidió con voz ronca, mirándome los labios.
Asustada, di un paso hacia atrás y estuve a punto de tropezarme,
pero Brian me sujetó por la cintura, me pegó a su pecho y me besó
sin permiso. Sus labios aprisionaron los míos y sus manos apretaron
mi cintura de manera posesiva. El beso me sobresaltó y fui incapaz
de reaccionar. Luego traté de resistirme, pero Brian siguió insistiendo
y me mordió el labio inferior, enloqueciéndome. Nos besamos
salvajemente y mis manos le acariciaron los bíceps.
Podía sentir mi cuerpo exigiendo placer bajo el suyo y sus manos
resbalando por mi piel, acariciando mi cuerpo con descaro. Mi cintura,
mi cadera... Agarró mis glúteos y me presionó contra su erección.
Abrí los ojos, excitada y asustada, y le di un empujón, recobrando mi
sentido común.
Mientras yo me llevaba las manos a la cabeza y trataba de
tranquilizarme, Brian me observa con ese gesto tan pagado de sí
mismo que yo odiaba. Porque lo odiaba, ¿No?
—Estoy esperando ese rodillazo... —se burló.
Apreté el puño, deseando golpearlo. Pero entonces, hice lo único
sensato que podía hacer. Lo observé con un profundo desprecio,
apreté los labios y me di media vuelta, encaminándome hacia mi
habitación.
Cuando llegué, me metí bajo la ducha y me calmé con agua helada.
Incomprensiblemente arranqué a llorar, y terminé temblando
acuclillada sobre el suelo de la ducha. Hasta que no me calmé, no me
enrollé en una toalla y salí del cuarto de baño.
Me tumbé en la cama y me llevé las manos al rostro, exigiéndome a
mí misma una explicación por mi comportamiento infantil. Sabía que
Brian me excitaba y que me volvía loca. Pero llorar tras un simple
beso no era la respuesta de una mujer de treinta años.
Aunque no había sido un simple beso.
Brian me enloquecía. Quería que me enseñara las estrellas a golpe de
pelvis. Era mi talón de Aquiles y, lo peor de todo, es que él debía ser
consciente de ello. De la influencia que tenía sobre mí.
¡Qué estúpida era! Encapricharme de un criminal siendo agente del
FBI.
***
No me sentía con ganas de salir a cenar al restaurante del hotel, por
lo que pedí que me subieran la cena a mi habitación. En realidad, lo
que me sucedía es que no tenía fuerzas para enfrentar a Brian y
encontrarme con su sonrisa burlona.
Cené en el silencio de mi habitación, una crema de champiñones y
unas frutas silvestres que saciaron mi estómago y me hicieron sentir
miserable. Necesitaba un buen revolcón. Lo que fuera, con quien
fuera, que me hiciera olvidar a Brian y a su magnetismo feroz.
Llamaron a la puerta de mi habitación y me enfundé en una bata de
tela fina para abrir la puerta. Supuse que era el camarero, que venía
para recoger los restos de mi cena, por lo que ni siquiera me molesté
en adecentarme.
Cuando abrí la puerta, me encontré con el rostro de Brian. Tras la
sorpresa inicial, intenté cerrar la puerta pero su pie bloqueó mi
intento.
—Por favor, no cierres hasta que te diga una cosa —me pidió.
Aquella petición me resultó inesperada. No estaba acostumbrada a
que Brian pidiera las cosas, y mucho menos que se desprendiera de
su altivez natural.
—¿Qué quieres? —le espeté sin amabilidad alguna.
—Venía a pedirte perdón. Te he buscado por todo el hotel, pero no te
encontraba. Siento haberte besado sin tu permiso, no volverá a
ocurrir —me prometió.
Brian echó un vistazo a mi atuendo y sus ojos se clavaron en mis
pechos. Mis pezones se entreveían bajo la fina tela y aquella mirada
hambrienta que encontré en sus ojos me hizo sentir incómoda. Y
luego emocionada.
¿Sentía Brian el mismo deseo que yo?
—No te besaré a menos que tú me lo pidas —sentenció, guiñándome
un ojo.
Puse los ojos en blanco.
—Desde luego que eres prepotente.
Aquello lo sobresaltó.
—Si fuera tan prepotente como piensas, no habría venido a pedirte
perdón.
—Ya... ya, a pedirme perdón a tu manera. Sin perder esa arrogancia
de niño rico que te caracteriza. Esa que te hace pensar que puedes
tenerlo todo, incluso lo que no es tuyo —lo acusé, recordándole que
él era un ladrón y que ambos lo sabíamos.
Brian dio un paso hacia mí y empujó la puerta. Aquello no me asustó.
Yo era una agente de la ley, se lo podía demostrar si se ponía chulo.
Pero estaba nerviosa, con su cercanía, no era para menos.
—Mira Rachel, creo que he sido lo suficiente directo para que alguien
como tú, que parece una chica lista, se dé cuenta de mis intenciones.
Me trae sin cuidado lo que pienses de mí. Ahora mismo sólo soy un
hombre, pidiéndole a una chica a la que deseo que pase la noche
conmigo. Me gustas, por si no te has dado cuenta. Joder, me gustas
mucho. Y debo de estar loco, porque intentaste meterme en la cárcel.
Abrí la boca, y no supe que responder. La piel me hervía de deseo
ante la inesperada confesión, y los ojos de Brian me observan sin
rodeos buscando una respuesta.
—¿Me deseas? —pregunté, aún a riesgo de parecer una tonta.
Brian me cogió la mano y se la llevó a su entrepierna. La presionó
contra su erección, dejándome alucinada.
—Discutir contigo me la pone dura. Fíjate si me gustas.
Su voz destilaba incomodidad. Estaba claro que Brian tampoco se
sentía cómodo ante aquella atracción que había entre nosotros.
Empujó la puerta y, contra todo pronóstico, yo no hice nada por
detenerlo. Se aproximó a mi cuerpo, me empujó hacia dentro de la
habitación y cerró la puerta. Su pulgar se deslizó sobre mi mandíbula,
y me dedicó una sonrisa tierna. Diría que incluso ansiosa.
—Dime que te gusto, Rachel. Joder, necesito escucharlo de esos
labios que estoy deseando besar.
—No me gustas. Ni un poquito —le mentí, mirándole los labios.
Brian volvió a sonreír, y me rodeó entre sus brazos.
—Mira que eres testaruda. Tendré que arrancarte las palabras a mi
manera.
—Acepto el reto.
Perdí la noción del tiempo cuando Brian me empujó contra la pared e
inclinó su cabeza sobre la mía. Sus labios me besaron, me mordieron
y me volvieron a besar. Sus manos acariciaron todo mi cuerpo, ¡y de
qué manera! Yo le clavé las uñas en esos antebrazos fuertes que me
hacían sentir segura y viva, y Brian me sentó sobre la mesita de
noche. La lámpara se estrelló contra el suelo y el teléfono de mesa se
estampó contra la pared. Poco me importaba.
Aquel sexo salvaje y primitivo que nos prometíamos me tenía
absorbida. Cuando Brian introdujo su mano dentro de mis muslos y
comprobó mi humedad, yo me mordí los labios y comencé a jadear.
Su mano libre me deshizo el nudo de la bata y la abrió, mostrándole
mi cuerpo desnudo y mis pechos henchidos por la pasión del
momento.
Hundió la cabeza en mis pechos y acarició mi sexo con sus manos. Yo
comencé a jadear enterrando las manos en aquel cabello castaño y
despeinado. La boca de Brian succionó mis pezones hasta que me
ardieron de placer y se volvieron tan sensibles que el simple roce de
su lengua me provocó el primer orgasmo de la noche.
Grité al llegar al éxtasis, pero Brian estaba lejos de sentirse
satisfecho. Sin pudor alguno, me abrió las piernas y se arrodilló sobre
el suelo, dejando su rostro sobre mi monte de Venus. La palma de su
mano derecha me acarició el tobillo y se lo llevó sobre el hombro.
Hizo lo mismo con el otro, sin dejar de mirarme, de una forma tan
profunda e íntima que me sentí morir.
—¿Lo quieres despacio, o rápido? —su voz sonó ronca.
Lamió el interior de mi muslo sin dejar de mirarme.
—¿Profundo... o suave?
Comencé a respirar apresuradamente cuando mordisqueó el exterior
de mi vagina.
—Lo quiero ahora. Como lo hagas me da igual —repliqué, necesitada.
Brian se rió y, cuando pensé que él iba a responderme con otro de
sus comentarios burlones, enterró la cabeza en mi sexo y comenzó a
lamerme ávidamente. Me tomó con su lengua y succionó mi clítoris
posando aquellos labios que me volvían loca. Me retorcí de placer
sobre la mesita de noche, y apreté los tobillos contra su espalda
trabajada, haciéndole saber que me enloquecía lo que me estaba
haciendo.
Cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y susurré su nombre.
—Brian...
—Dilo otra vez. Grita mi nombre. Quiero saber que soy yo quien te
enloquece de placer.
Como si no fuera evidente...
Y por supuesto que grité. Grité su nombre cuando me penetró con un
dedo y siguió besándome. Llegué al segundo orgasmo de la noche y
supe que el sexo con Brian prometía. Por supuesto que prometía. Aún
no lo había tenido dentro de mí y ya me había hecho ver las estrellas.
En cuanto me recuperé de aquel orgasmo devastador, lo que
básicamente me supuso dos minutos, empujé a Brian sobre el
colchón y le desabroché la camisa. Me llevé una sorpresa cuando sus
manos agarraron mis muñecas y las detuvieron.
—No tan deprisa —me pidió.
Aquello me desconcertó.
—¿Ahora quieres ir despacio? Nos conocemos lo suficiente, Brian...
Él me cogió de la barbilla y me besó profundamente.
—Empiezo a pensar que no te conozco... —respondió sin perder la
sonrisa— pero quiero hacerlo a mi manera. Permíteme disfrutar de tu
cuerpo, sin prisas. Si sigues así, vas a acabar conmigo en un minuto.
Su sinceridad me dejó desarmada. El Brian arrogante que yo conocía
había desaparecido.
Me tumbé sobre él y deslicé mis dedos por los botones de su camisa
sin dejar de mirarlo. Sin prisas, porque sabía que teníamos toda la
noche. Brian acarició mis senos, parecía embobado y aquella mirada
de ensoñación que me dedicaba, me hizo sentir la mujer más bella
sobre la faz de la tierra.
Desabroché sus pantalones y le bajé los boxers, descubriendo una
considerable erección que me hizo relamerme. Brian se quitó los
pantalones de una patada, cogió mi cabeza y la acercó a su erección,
sin pudor alguno, haciéndome saber lo que deseaba.
Y yo se lo di. Lamí su erección, la tomé entre mis labios y le produje
el placer que tanto ansiaba. Me sentí poderosa, a pesar de que era él
quien me tomaba con los labios. Sentí que era yo quien lo poseía. La
dueña del juego.
—Detente... todavía no —pidió.
Tenía la mandíbula apretada y los ojos cerrados. Estaba a punto y yo
también.
Me senté a horcajadas sobre su erección y me introduje en ella. Brian
me agarró de las caderas, alzó la pelvis y provocó tal unión que me
sentí completada de una forma muy íntima. Me moví lentamente,
provocándolo con cada nuevo movimiento. Brian agarró mis pechos y
pellizcó mis pezones, haciéndome gemir.
De repente, me empujó contra el colchón y se colocó encima. Sabía
lo que pretendía. A ambos nos gustaba dominar, y yo no iba a
ponérselo fácil. La fricción que sentí me enloqueció y, durante unos
segundos, cerré los ojos y me dejé llevar.
Luego le coloqué las manos en el pecho, tratando de recobrar la
autoridad, pero él agarró mis muñecas y las aprisionó por encima de
mi cabeza. Podía sentir cada músculo de su cuerpo presionando sobre
el mío.
—Sin reglas, Rachel.
Me mordió el labio inferior y tiró de él, obligándome a abrir la boca
para responder a su beso. Yo me negué por pura terquedad, pero al
final, presa de aquel placer, le respondí con gran urgencia.
—Terca.
—Mandón.
Él empujó dentro de mí, para hacerme sentir que él era quien
mandaba.
—Me gusta saber que eres mía, aunque sólo sea por una noche.
Empecé a acalorarme y desvié la mirada hacia el techo, pero Brian no
me permitió ignorarlo. Hundió su boca en mi cuello y comenzó a
mordisquearlo.
—He soñado muchas veces con tenerte así. Mía.
—Para cumplir tus fantasías... —gruñí.
—Era extraño, porque siempre era yo el que te daba placer. No había
nada más erótico que tu expresión al llegar al orgasmo. Confirmo que
no haya nada más erótico, y quiero volver a verla.
Brian me agarró de los glúteos y empujó dentro de mí. Yo le rodeé la
cintura con las piernas y arqueé la espalda, perdiéndome en el placer
que él me provocaba.
—Joder Rachel... me encantas.
Clavé las uñas en su espalda y me dejé ir. Brian empujó una última
vez en mi interior y salió de mí, dejándose ir. Al menos, él había
recobrado el sentido común en el último momento.
—Es la primera vez que se me olvida utilizar condón.
—Y a mí —repliqué.
Pero a ninguno de los dos volvió a importarnos, porque nuestros
labios se encontraron otra vez. Necesitábamos saciar el hambre que
sentíamos el uno por el otro. Yo podía sentir lo mucho que Brian me
necesitaba, y aquello era mutuo.
Nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro. Él era mi talón
de Aquiles y yo el suyo. Por mucho que lo negásemos, las palabras
sobraban para definir la consonancia de nuestros cuerpos.
Era algo demasiado básico y natural.
***
Me quedé dormida después de que Brian y yo volviéramos a hacerlo.
Estaba exhausta, y me despertó el murmullo de la bañera del cuarto
de baño llenándose. Brian estaba a mi lado, acariciándome la cintura.
—¿Te apetece un baño? —preguntó besándome debajo del ombligo.
—Umm...
—¿Eso es un sí? —preguntó con dulzura.
Asentí, sin apenas fuerzas y él me llevó en brazos hasta el cuarto de
baño, donde me dejó dentro de la bañera. El agua caliente sentó tan
bien a mi cuerpo que las mejillas se me arrebolaron y entreabrí los
ojos de puro placer.
Esto sí que era vida.
—La dura Rachel derritiéndose por un baño de agua caliente.
—Como se lo digas a alguien te pateo las pelotas —bromeé.
Brian se metió en la bañera y se colocó detrás de mí. Mi espalda
reposaba sobre su pecho mientras sus manos me acariciaban los
brazos.
—Mentirosa. Ahora que me has probado las quieres demasiado.
Silencio una carcajada.
—Supongo que son útiles... —respondí fingiendo desdén.
—¿¡Supones!? —se alteró.
Me reí en voz alta ante su indignación.
—El duro de Brian lloriqueando... —me burlé yo.
Él se tensó detrás de mí.
—Se nota que no me conoces —replicó un poco enfadado.
—Y ahora me dirás que no eres La Sombra...
Giré la cabeza para escrutar su expresión tensa.
—No hace falta que finjas conmigo. Aquí no. Ahora sólo somos un
hombre y una mujer que se necesitan.
—¿Y luego?
Denoté cierta ansiedad en su tono de voz.
—Luego... ¿Qué es lo que tú quieres?
—Lo mismo que tú —respondió con una sonrisa ancha. Muy seguro de
sí mismo.
Apreté los labios.
—¿Y qué es lo que quieres tú?
Brian echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Mira que eres orgullosa, Rachel. Pero yo no lo soy, esa es otra de
mis virtudes.
Puse los ojos en blanco, pero él continuó.
—Eres mejor de lo que imaginaba y quiero que esto continúe. Y tú
también, no te atrevas a negarlo, porque te ahogaré en esta bañera y
nadie se enterará.
—Soy más fuerte que tú, listillo.
Le hundí la cabeza en la bañera, y Brian escupió agua, observándome
con tal expresión de indignación que no pude hacer otra cosa que
reírme.
—Soy muy orgullosa, Brian. Ese es uno de mis grandes defectos,
pero también soy muy sincera —le rodeé el cuello con los brazos y lo
besé— y me gustas. Me gustas mucho, y no te vas a escapar de mí.
Él suspiró, como si se hubiera quitado un peso de encima.
Apoyé la cabeza sobre su pecho y cerré los ojos. Qué bien olía.
—Ha sido la mejor de las casualidades encontrarnos en este hotel.
Brian me miró a los ojos.
—No ha sido una casualidad, Rachel.
¿TE GUSTARÍA VIAJAR A ASIA CON UN DESCONOCIDO? DE ROSE B. LOREN
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La alarma suena y tengo que despertarme. Odio ese sonido pero
aborrezco más cambiar las melodías y los tonos de llamada del móvil.
No soporto la tecnología, siempre me declara la guerra. Me levanto y
me dirijo a la ducha. Menos mal que el agua caliente aún funciona en
esta destartalada casa. La alquilé hace un año y medio cuando me
mudé a trabajar a Madrid, reconozco que para lo que pago y por su
ubicación no puedo quejarme, aunque cada vez tengo más problemas
para que el casero me arregle los desperfectos.
Salgo de la ducha, enciendo la cafetera y preparo un delicioso café
solo. Realmente lo necesito para aguantar el trabajo y mis
compañeros. Tengo un trabajo de mierda, sé que soy egoísta porque
la situación laboral ahora mismo es penosa, pero es que llevo allí más
de un año y sigo con un contrato en prácticas y cobrando una
miseria, me da para sobrevivir pero nada más. Cuando quiero ir a
casa son mis padres los que me pagan la gasolina.
Me visto con mi ropa informal y cojo mi coche. Como cada mañana
enciendo la radio, siempre tengo sintonizada la misma emisora, me
gusta y además siempre hacen un programa en el que llaman
personas para intentar citarse con alguien que les guste y no se
atrevan a decírselo en persona. Justo a medio camino comienza, subo
el volumen. ¡Qué lástima! Esta vez la chica no quiere cenar con el
chico.
—¡Mujer desagradecida! —digo como si me fuera a escuchar —. Lo
que daría yo por que un hombre hiciera eso por mí.
Reconozco que soy un desastre en las relaciones pero que se le va a
hacer.
Cuando los presentadores terminar esa parte del programa se
escucha una cuña publicitaria.
—«¿Te gustaría viajar a Asia con un desconocido?»
—Toma ¿y a quién no? —respondo, otra vez en alto.
—«Solo tienes que ser valiente y rellenar nuestro formulario. Entraras
en el sorteo de un viaje. Serán dos los afortunados, un hombre y una
mujer que se conocerán en dicho viaje, compartiendo estancia
durante diez días con todos los gastos pagados en cinco lugares
exóticos. ¿Quién sabe? Puede que el amor triunfe... »
—¡Bueno, bien! —replico —. Seguro que te vas de viaje y como si de
una película se tratara, triunfa el amor a primera vista. Claro como si
fuera tan fácil. El viaje es tentador no lo puedo negar. Eso sí, con la
suerte que tengo, me toca el más feo.
Llego a la oficina fantaseando con dicho viaje, desde luego al final
sucumbiré y rellenaré el formulario, tampoco tengo mucho que
perder, esta tarde relleno el cuestionario.
El día es como todos los demás, soy la becaria, todo el mundo se
piensa que estoy allí para llevarle el café, hacer las fotocopias y
comerme los marrones de los demás. Esto cada día me exaspera
más, no estudie una carrera de diseño gráfico para hacer fotocopias y
llevar café.
Cuando parece que a todo el mundo se les ha pasado las ganas de
mandarme tareas, me siento en el humilde cubículo y me dispongo a
leer el correo electrónico para ver que desea mi señor jefe. Es un
hombre de unos cincuenta y tantos años, que solo me llama a su
despacho cuando llevo minifalda o escotes. Me los pongo muy a
menudo, a ver si así me cambian el contrato de una vez, porque a
este paso a los dos años me dan una patada en el culo y si te he visto
no me acuerdo.
Tengo que hacer unas presentaciones para un cliente nuevo. La
verdad es que es interesante diseñar una campaña de publicidad.
Estoy leyendo las características de lo que el cliente quiere, cuando
suena el teléfono de mi mesa. Ya sé quién es sin mirar el número.
—Buenos días, «Diseños Cantalapiedra». Le atiende Xenia, ¿en qué
puedo ayudarle? —Y aunque sé que es mi jefe siempre contesto igual
—. Sí, ahora mismo voy.
Me dirijo a su despacho lentamente, no me apetece nada ver como se
le salen los ojos de sus órbitas con el escote que llevo hoy.
—Buenos días, señor Cantalapiedra. ¿Dígame en que puedo ayudarle?
—Xenia, le he enviado un correo electrónico de un nuevo proyecto,
quiero que se dedique en cuerpo y alma a él. Este cliente es muy
importante, si le captamos no solo hundiremos a la competencia, sino
que nos convertiremos en líderes del sector.
—Gracias, pero… ¿está seguro que debo hacerlo yo?
—Lleva usted aquí el tiempo necesario para que dirija este proyecto.
Es la persona con más talento. Tenga por seguro que si todo sale
bien, se le reconocerá el mérito como debiera.
—Gracias, señor Cantalapiedra.
Salgo del despacho del jefe y durante horas me dedico a trabajar en
este proyecto, es una puerta a mi carrera profesional. Las horas
pasan volando cuando realizo este trabajo. No me he dado ni cuenta
y ya son las siete de la tarde.
Cojo mis cosas y me voy. He cogido un pen drive con los datos
necesarios para seguir con el proyecto en casa. La verdad es que no
tengo amigos aquí, solo conozco a la gente del trabajo y no me cae
nadie bien, reconozco que mi vida social se reduce a tomar una
cerveza en el bar de enfrente de mi casa, leer un libro y ver la tele
con un cubo de palomitas. Por eso llevarme trabajo a casa me distrae
de mi penosa existencia.
Los días pasan muy rápido, estoy inmersa en este proyecto, que
parece hecho a mi medida, sin duda, estoy dedicando todo mi
tiempo, y poniendo todo mi esfuerzo en ello.
De repente el teléfono suena con una extensión muy larga, decido
cogerlo aunque seguramente se trate de una compañía de esas que
te intentan vender algo.
—¿Señorita Xenia Velázquez?
—Sí soy yo, dígame que desea —contesto cordialmente.
—Le llamamos de la emisora de radio «cadena ciento diez», ha sido
la ganadora del viaje a Asia con un desconocido. —Mi mente se ha
quedado en blanco —. Necesitamos que se pase esta tarde, vamos a
hacerle una entrevista en directo y conectaremos con el otro
ganador.
—Sí, tomo nota. —Es lo único que sale de mis labios. Apunto la
dirección que me han indicado y me despido.
No sé ni cómo me encuentro. Esto me ha pillado por sorpresa y ahora
justo cuando tengo una responsabilidad en un importante proyecto.
Está muy avanzado pero tengo miedo de que no me den vacaciones.
Debo hablar con mi jefe y decirle que me ha tocado un viaje, pero sin
especificar nada más. Me dirijo a su despacho, pero estoy tan
nerviosa que las piernas me tiemblan, tengo que serenarme un poco
antes de entrar. Después de unas cuantas inspiraciones y
expiraciones, llamo a la puerta.
—¡Pase! —exclama.
—Buenos días, señor Cantalapiedra. Perdone que le moleste, tengo
que tratar con usted un tema.
—Dígame. Dispone de dos minutos, tengo el día muy ocupado.
—Verá, necesito unos días de vacaciones, me ha tocado un viaje a
Asia.
—Lo veo imposible. El proyecto «Star sweet» requiere de todo su
tiempo. No puede defraudarnos.
—¿Y si le prometo que el proyecto estará finalizado antes de mi viaje?
—Si se compromete, no tengo ningún problema. Pero no cuente con
cobrar horas extras.
—Perfecto, mañana le diré los días que necesito de vacaciones.
—Hasta mañana. —pronunciamos ambos las dos palabras a la vez y
yo salgo del despacho.
El día transcurre bastante rápido, estoy inmersa en mi trabajo todo el
tiempo, a las seis y media salgo para dirigirme a la emisora. Estoy
bastante nerviosa, la verdad es que según se iba acercando la hora,
el pánico se ha estado apoderando de mí.
—¿Quién me mandaría a mí meterme en semejante lio? —Me
reprendo mentalmente.
En la emisora, los presentadores del programa me están esperando,
presento mi documento de identidad para que puedan corroborar los
datos y me dirigen hasta ellos.
—Buenas tardes —Les saludo con la voz entrecortada.
—Buenas tardes, Xenia. Lo primero de todo y antes de entrar en
antena, felicitarte por ser la ganadora de nuestro primer concurso.
Ahora te iremos explicando un poco más en qué consiste y las
preguntas que vamos a realizar, para que ninguna te coja por
sorpresa.
Durante media hora aproximadamente y ya más relajada, me
comentan todos los pormenores del contrato que voy a firmar como
ganadora femenina del concurso. Igual pasará con el candidato
masculino. Tras leer todos y cada uno de los puntos, cierro los ojos y
firmo. Es un viaje y aunque será con un desconocido, por lo menos
podré visitar aquellos lugares que de otra forma seguramente seré
incapaz de ver.
Comienza la emisión, mis nervios se han desvanecido gracias a los
dos presentadores, tras explicarnos las bases del concurso y hacernos
varias preguntas, descubro que mi compañero es un joven de
veintiocho años de Barcelona y cuyo nombre es Alexis Poveda. El
viaje será en quince días y nos encontraremos en el aeropuerto de
Madrid.
Los días pasan rápidamente, solo trabajo y duermo lo suficiente para
poder seguir. La cafeína corre por mis venas, pero no me importa,
ahora mi prioridad es el proyecto, ni siquiera he pensado en mi
compañero de viaje, del cual solo sé su nombre y su edad.
Dos días antes del viaje presento el proyecto a mi jefe. Se ha
quedado entusiasmado, me ha comentado que el director ejecutivo
que se responsabiliza del mismo, estará fuera por negocios, no va a
poder revisarlo hasta que yo regrese, por lo que puedo coger
vacaciones hoy mismo. La verdad es que me viene de maravilla poder
descansar dos días más antes del viaje, y así despedirme de mis
padres, hacer las maletas y dejar la casa recogida.
Hoy es el día, cuando el despertador suena me levanto de un salto y
sigo mi rutina habitual; solo que esta vez no voy a dirigirme al
trabajo, sino de vacaciones con un desconocido. ¡Madre mía! ¡Qué
locura!
Me dirijo al aeropuerto con una mezcla de sensaciones, estoy
aterrada por irme con alguien que no conozco, pero al mismo tiempo
me siento satisfecha por poder visitar Asia y sus exóticas ciudades.
Cuando entro al aeropuerto los presentadores del programa nos
están esperando. La primera en llegar soy yo, me entrevistan en
directo, y nerviosa, contesto como puedo. A la media hora, el avión
de Barcelona llega y aparece mi compañero de viaje. Es un joven
atractivo, alto, moreno, con ojos miel y cuerpo bastante trabajado.
Nuestro vuelo sale en una hora y estamos todo el tiempo junto con
los presentadores. Se le ve muy seguro de sí mismo, su tono
chulesco ante las respuestas de la emisora empiezan a molestarme.
La hora de embarcar llega y nos despedimos de los locutores.
Debemos mantener contacto con ellos por Facebook para informarles
del transcurso de nuestro viaje.
Una vez embarcamos, nos dirigen a nuestros asientos en business. La
verdad es que es de agradecer, puesto que el vuelo hasta Hanói es
de dieciocho horas.
Estoy más nerviosa aún que cuando le conocí, este hombre no me
gusta mucho pero voy a pasar con él diez días, así que decido
entablar alguna conversación, puesto que él no parece que vaya a ser
quien dé el primer paso.
—¿Y a qué te dedicas Alexis?
—Soy director ejecutivo de una multinacional —espeta con desgana.
—Muy interesante —Le contesto yo con el mismo tono.
Se hace el silencio mientras mi mente no deja de pensar que encima
de ser un borde es un maleducado, ni siquiera ha sido capaz de
preguntarme, que poca educación.
Visto que no le caigo bien y que auguro un viaje largo, decido coger
el iPod de mi bolso y lo conecto en orden aleatorio. Recuesto mi
cabeza hacia atrás y apoyo los pies en el reposadero.
Durante un tiempo permanezco desconectada de todo, solo me
dedico a escuchar música; estoy tan relajada, que casi podría decirse
que he llegado al séptimo cielo.
De repente me quita un casco de la oreja, le miro furiosa y se ríe.
—¿Qué es lo que te hace gracia? —gruño ceñuda.
—Tú —contesta con una seductora sonrisa. He de reconocer que está
cañón, pero es tan engreído que me enerva.
—Mira guapito, que conste que no me queda otra que estar contigo
en este viaje, pero ni sueñes en volver a tocarme o…
—¡Mmmm! Me encantan las mujeres con carácter —Pongo los ojos en
blanco y decido ignorarlo porque si no creo que abro la puerta y le
lanzo al vacío.
Durante varias horas seguimos sin dirigirnos la palabra. Ya es de
noche y se acerca la azafata con la cena, veo que Alexis le guiña un
ojo y ésta sonríe maliciosamente. Vamos que me ha ido a tocar con el
más engreído. ¡Vaya suerte la mía! Comenzamos a saborear la cena,
siento su atenta mirada fija en mí y eso me saca de mis casillas.
—¿Qué pasa? ¿Es que acaso me he manchado con algo?
—Desde luego Xenia, con el nombre tan sexy que tienes, eres una
borde increíble. Solo estaba observándote nada más. —Mis mejillas
se enrojecen al instante y noto un calor intenso en todo el cuerpo. La
verdad es que tiene razón pero su tono chulesco me saca de mis
casillas.
—Mira, tengamos la fiesta en paz. Tenemos que convivir diez días.
Quiero dejarte claro un par de cosas, no me gustan los tipos como tú.
En lo sucesivo evita comentarios groseros. Soy bastante irascible,
pero solamente con la gente que no me gusta.
—Tranquila preciosa, cuando estemos en la cama, cambiarás de
opinión.
—¿Tan seguro estás de que voy a sucumbir a tus encantos? —gruño
enfadada.
—Nena, todas caen. Soy encantador, divertido y…
—Y no tienes abuela —Le corto.
—Bueno, eso también. ¿A caso no te gusto? —pregunta ladino.
—No, eres un arrogante y un prepotente. Y ahora si me disculpas voy
a terminar la cena y descansar un poco. Deberías hacer lo mismo,
aún nos quedan bastantes horas.
—Creo que voy a disfrutar de las vistas.
Le ignoro de nuevo, cada vez estoy más agotada para discutir con un
hombre que me exaspera.
Terminamos de cenar, la azafata vuelve para recoger las bandejas y
esta vez es ella la que guiña el ojo a Alexis. La miro con cara de
pocos amigos y se marcha sonriendo.
Me sumo en profundo sueño y sin darme cuenta, apoyo la cabeza en
el hombro de Alexis. He de reconocer que estoy muy a gusto hasta
que me besa en la mejilla, un beso sensual y tierno. No entiendo por
qué ha hecho eso pero reconozco que algo en mí se remueve.
—¿Qué estás haciendo?
—Despierta bella durmiente, es hora de desayunar.
Le observo durante un momento y creo que me quedo embobada. Su
mirada es tierna y desprende un brillo que no comprendo. El resto del
viaje transcurre con normalidad, cruzamos un par de miradas pero no
hablamos en absoluto de nada.
Cuando llegamos a Hanói una persona nos está esperando para
llevarnos al hotel. Nos registramos y enseguida nos acomodan, en la
que durante dos días, será nuestra habitación. El lujo está servido, es
uno de los mejores hoteles y la habitación es espectacular. Poso mi
mirada en la cama y suspiro aliviada, es una cama de dos metros, no
tendremos que tocarnos si no queremos. Como solo vamos a estar
dos días en cada sitio, no saco de la maleta más que lo
imprescindible. Alexis hace lo mismo.
—Voy a darme una ducha si no te importa, hasta las tres no
comienza la excursión.
—Podríamos compartir la ducha.
—Pues va a ser que no.
—Nena, no te resistas este viaje es para disfrutar del sexo y, bueno,
también de Asia.
—Vamos a dejar claro una cosa, no me gusta tu actitud, tratas a las
mujeres como si fuéramos objetos. Yo no he venido aquí para
disfrutar del sexo, esta era una oportunidad de disfrutar un
estupendo viaje. Es posible que tarde años en poder costeármelo, a
diferencia de ti, director ejecutivo, yo soy una mísera becaria, que no
puede permitirse ni siquiera ir a ver a sus padres a Toledo. Y sí,
también participé para encontrar un hombre con el que disfrutarlo,
pero veo que en eso no tuve tanta suerte.
Entro en el baño y cierro la puerta de golpe, no le he dejado
contestarle. Mientras me estoy desvistiendo llama a la puerta.
—Xenia, lo siento. ¿Puedo entrar?
—Ahora mismo no. ¿Qué quieres?
—Yo no debía haber venido a este viaje, me gastaron una especie de
broma mis amigos apuntándome, hace menos de dos meses que
rompí con mi prometida, estoy un poco tenso y... —hace una pausa y
abro la puerta envuelta en una toalla. —Siento haber sido tan idiota,
creo que deberíamos comenzar de nuevo.
—Alexis yo tampoco he sido muy amable que digamos. Creo que lo
mejor es olvidarnos de todo. Mi nombre es Xenia Velázquez, tengo
veinticinco años y soy becaria en «Diseños Cantalapiedra».
—¡No es posible!
—¿El qué? —pregunto intrigada.
—Que trabajes para esa empresa, os hemos encargado un proyecto,
«Star sweet».
—¡Ese es mi proyecto! —Pero no quiero hablar de trabajo —¡Será
cosa del destino!
—Eso será. No es momento de hablar de trabajo. —concluye —. Mi
nombre es Alexis Poveda, tengo veintiocho años y como bien sabes
director ejecutivo de «Big sweet».
Cuando salgo de la ducha ya más calmada, veo que está ojeando una
guía de restaurantes de la zona. Nos ponemos a hablar del tema y
llaman de recepción para ir a realizar la visita.
Ya más animados, visitamos el Mausoleo de Ho Chi Mihn, la Catedral
de San José de Hanói y, por último, el atardecer en el Lago Tay. Todo
ha sido precioso, hemos hecho cientos de fotografías y nos hemos
puesto juntos en varias de ellas, para mandar a la radio esta noche
por Facebook.
Una vez llegamos al hotel decidimos pedir la cena en la habitación.
Comenzamos a ver las fotos que hemos tomado y a reírnos de ciertas
poses. Elegimos unas para colgar en el muro de la emisora, mientras
nos comemos lo que nos han traído, tumbados en la cama. La verdad
es que agradezco que el ambiente se haya relajado. Cuando
terminamos le digo que estoy cansada y me apetece descansar. Me
pongo mi pijama, uno sexy de encaje y salgo del baño. Veo cómo se
fija en mis pechos y mis pezones responden a su mirada lujuriosa. Él
se ha quedado en bóxer y la verdad, ver su prominente entrepierna
no me ayuda nada.
Nos tumbamos cada uno a un lado de la cama, sin decir nada. El
ambiente está tenso, pero ninguno de los dos parece estar dispuesto
a dar rienda suelta a la tensión sexual, que se palpa en el ambiente.
Tras esperar varios minutos, cierro los ojos intentando conciliar el
sueño. Sentirlo cerca y su respiración agitada me está excitando de
una manera indescriptible. Al final ninguno de los dos hace nada y
Morfeo nos lleva a su terreno.
Por la mañana me encuentro recostada en su hombro y sus brazos
me rodean. Huele de maravilla, y no quiero moverme para no
despertarle, pero mi respiración comienza a agitarse cuando siento su
erección cerca de mis nalgas. La verdad es que mi deseo puede más
que mi cabeza y comienzo a besar su pecho desnudo. Enseguida se
despierta, besa mi cabello y masajea mis nalgas. Sin decir ni una
palabra comenzamos a tocarnos ávidamente. Me despoja de la parte
de arriba del pijama y lame mis pechos desesperado, me encuentro
mojada y dispuesta para él, su erección lucha por salir de la prisión
en la que se encuentra y bajo el bóxer rápidamente. Observo por un
momento su pene totalmente erecto y creo que voy a desfallecer,
necesito que me posea lo antes posible, estoy totalmente húmeda y
excitada, no sé cuánto tiempo más podré aguantar sus caricias.
Como si me hubiera leído el pensamiento, abre el cajón de la mesita
y coge un preservativo, rasga rápidamente el envoltorio y sin más
preámbulos, lo acomoda en su pene y me penetra lentamente.
La sensación es tan placentera que sin darme cuenta he comenzado a
gemir, devora mis labios para silenciarme y sigue penetrándome cada
vez más rápido. Ambos nos movemos en busca de nuestro propio
placer y cuando rozamos el orgasmo pronuncia el nombre de
Bárbara. Mi mente se bloquea y freno los movimientos, él sigue
intentando bombear dentro de mí pero me levanto de la cama y voy
directa al baño.
Es lo más humillante que me ha pasado nunca.
—¡Joder Xenia! ¿Qué coño pasa? —grita aporreando la puerta.
—Así que Bárbara es tu ex, ¿no? —Abro encolerizada.
Se queda paralizado, creo que no ha sido consciente de haber
pronunciado su nombre.
—Xenia yo… lo siento…
No quiero pensar ni escuchar nada, entro en la ducha y permanezco
durante varios minutos debajo del chorro dejando la mente en
blanco. Mientras él se ha quedado mirándome sin hacer ni decir nada.
Cuando salgo de la ducha, me acerca la toalla y me envuelve en ella.
—Xenia, de verdad que lo siento. Esto no ha sido buena idea, y desde
luego que no es por ti. Eres preciosa. Pero es que ella me ha
marcado, y siento que no voy a poder olvidarla así como así.
Le acaricio la cara lentamente, su incipiente barba le da un toque de
chico malo.
—Tranquilo, lo siento. Es culpa mía. No debí haber empezado a…
No me deja terminar me besa lentamente y el fuego en mi interior
vuelve resurgir, se separa de mí y besa mi frente.
—Eres preciosa, Xenia. Dame un poco de tiempo. Te aseguro que no
voy a defraudarte.
Se mete en la ducha, y ahora soy yo la que contempla su cuerpo
desnudo. Salgo del baño porque comienzo a excitarme otra vez y no
quiero empezar por ahora nada más con él.
***
El segundo día en Hanói hemos disfrutado haciendo caso omiso a lo
sucedido al despertar. Disfrutamos mucho de las visitas, cogidos de la
mano y de vez en cuando dándonos algún furtivo beso. Comiendo
Bun Bo Hoe, rollitos vietnamitas y fruta del dragón. Por la tarde,
visitamos el Lago Trúc Bạch y nos encaminamos a cenar al hotel.
Cenamos en nuestra habitación como la noche anterior y nos
acostamos temprano. Dormimos abrazados pero ninguno de los dos
intentamos nada más.
Por la mañana, me despierta dándome un tierno beso en la coronilla,
estoy encantada de estar así, aunque mi mente lujuriosa no deja de
pensar en su cuerpo casi desnudo, pegado a mí y en su prominente
erección.
—¡Buenos días, bella durmiente!
—Buenos días, Alex —Me mira extrañado —. Te pega más que Alexis,
me gusta.
—¿Sabes? A mí también. Aunque solo dejo que me llame así la gente
que me importa. —Me mira con ternura —.Tranquila, puedes llamar
así, no me molesta. Aunque nos conocemos poco, siento que
tenemos una conexión especial... Será por el viaje.
Comenzamos a besarnos y acariciarnos, cuando suena el teléfono de
la habitación para avisarnos de que en veinte minutos nos vamos al
aeropuerto para Camboya. Nos levantamos y nos duchamos
rápidamente, cogemos las maletas que habíamos rehecho
nuevamente y bajamos. Allí nos espera un joven vietnamita, bastante
mono, cuando me ve, ilumina su cara y no deja de observarme
durante el corto trayecto. Alex lo mira ceñudo, se acerca a mí, me
acaricia y me besa marcando su territorio, cosa que a mí me parece
un gesto halagador, me siento como en una nube con todo esto.
***
Cuando llegamos a Camboya ya nos espera el guía en el aeropuerto.
Vemos varios parques nacionales y visitamos lugares emblemáticos;
comemos en un restaurante típico de la zona aconsejado por el guía y
por la tarde nos deja en el hotel. En verdad estábamos cansados, por
lo que decidimos descansar y cenar en el restaurante, el cuál ofrece
un espectáculo.
La cena es estupenda y la bebida que nos dan a probar, vino de
serpiente, en principio me ha parecido que sabía a rayos, pero según
transcurre la noche le he ido cogiendo el gusto. Posee un alto
contenido en alcohol, que pronto hace mella en mis aptitudes. Alex
decide que es mejor acompañarme a la habitación, ha comenzado a
darme la risa y todos los asistentes me miran extrañados.
—No hace faaaltaaa que me lleveeees, pueeedooo yoooo sooolaaa —
digo arrastrando todas las palabras, de la borrachera que llevo.
—Xenia, estás borracha.
—Un poocoooo y muyyyyy cachooondaaaaa—Tropiezo y casi me
caigo.
Me coge en brazos y me lleva hasta la habitación. Comienza a
quitarme las sandalias, después el vestido, y me observa durante un
momento en ropa interior. Es bastante sugerente y de encaje.
—Eres preciosa. —dice con la voz entrecortada y comienza a besarme
desde la oreja hasta el cuello.
—Aleex nooo. Mañanaaa no meeee acooordaré.
—Tranquila, no lo
recordártelo.
creo, pero si fuera así me encargaré de
—¿Estás seeguroooo?
No me contesta y sigue con su ronda de besos repartida por todo mi
cuerpo, desabrocha el sujetador ávidamente y comienza a besar y
lamer mis pechos, que apuntan hacia él para recibirle. Continúa
bajando por la barriga hasta que llega a mi tanga, el cuál baja
lentamente. Me siento muy excitada y a la vez un poco mareada.
Prosigue rozándome a cada paso con su experta lengua, hasta llegar
a mi pubis y se detiene para observar mi cara un momento, como
pidiéndome permiso. Yo no hago nada, solo quiero que termine
pronto, mi estómago está algo revuelto y la habitación solo hace que
girar en mi cabeza.
Besa mis muslos y baja hasta mi clítoris excitado. Succiona y lame a
su antojo mientras introduce un dedo dentro de mí y después el
segundo. Mi orgasmo no tarda en llegar haciendo a mi cuerpo
convulsionar de pasión.
Cuando se ha saciado de saborear mi orgasmo, sube lentamente
hasta mi boca para que pueda probar mi sabor. Él aún continúa con
la ropa puesta, yo no le he ayudado a quitarse nada. Una arcada
llega hasta mi boca y le empujo para ir directamente al baño a
vomitar. Se asusta y corre detrás de mí. Cuando llega al servicio, me
ve abrazada a la taza, coge una toalla del lavabo la moja, la pasa por
el cuello y la frente, para conseguir aliviar los calores de mi cuerpo.
—Nena, has bebido demasiado. Será mejor que te tumbes en la cama
y descanses.
—Alex yo… lo siento tanto. Parece que no estamos predestinados. —
digo con lágrimas en los ojos. Me ha dado el mayor de los placeres, y
yo ni siquiera le he tocado. Aunque puedo ver como su erección sigue
latente en su pantalón.
—Tranquila, no importa. Solo quiero que estés bien. Descansa,
mañana por la mañana terminaremos lo que tenemos pendiente. —
comenta ladino.
Nos tumbamos y durante un momento, la habitación sigue dando
vueltas hasta que por fin con sus besos, logro conciliar el sueño.
Por la mañana la cabeza me va a estallar. Miro a mi lado y le veo
dormido. Es la viva imagen de un dios griego. Cada día que pasa me
siento más atraída por él. Le beso en la frente, se despierta y me
responde con un beso en los labios.
—Buenos días. ¿Cómo te encuentras?
—Me duele la cabeza, pero mi estómago está mejor. Gracias por ser
tan tierno conmigo. Siento haberte dejado a medias.
—¡Mmmm! La verdad es que es la segunda vez, creo que deberías
castigarte. —Me mira con los ojos de lobo que acecha a su presa, y
noto que mi cuerpo comienza a encenderse, como si de una hoguera
se tratara.
Está en pijama, así que sin más preámbulos, le quito la camiseta y
bajo rápidamente el pantalón y el calzoncillo. Me detengo a observar
un momento su pene erecto, y me dispongo a proporcionarle un
placer igual al que él me dio, la pasada noche. Comienzo primero a
lamerle lentamente, deleitándome con la lengua. Sus ojos brillan,
está en tensión, no dice nada pero su cuerpo me pide que dé un paso
más, meto su pene en mi boca y comienza a embestirme
rápidamente.
—Nena, no creo que pueda aguantar mucho más este ritmo. Deberías
dejarlo si no quieres que me corra en tu boca.
Pero no me detengo, succiono, lamo y devoro su pene con más
pasión y velocidad para que llegue pronto al orgasmo; su cuerpo
convulsiona por completo y se derrama en mí. Yo aún sigo muy
excitada, por lo que mi dirijo a la mesita donde guarda los
preservativos, cojo uno y antes de que su erección disminuya se lo
pongo y me siento encima de él. Enseguida nota mi necesidad y sin
ningún tipo de preámbulos se adentra en mí, con movimientos
violentos pero muy placenteros. Acelera sus embestidas cuando nota
que mi cuerpo comienza a tensarse y ambos llegamos al clímax.
—Xenia, ¡eres increíble! —comenta aun agitado.
—Tú también, Alex —respondo con la respiración alterada.
Nos dirigimos a la ducha compartiendo caricias y besos. Queremos
continuar el juego, pero debemos seguir nuestras visitas por
Camboya.
El día pasa rápidamente con su compañía. Y pronto volvemos a
compartir una preciosa noche, esta vez, sin ningún tipo de
interrupción.
***
Al llegar a Bangkok, el tercer destino planeado del viaje, algo en Alex
cambia. Su cara, su expresión, me dice que ya ha estado allí. Yo sé
con quién pero no quiero decirle nada. Durante toda la visita al tempo
Wat Suthat no hemos hablado, solo admirado sus maravillas. Le
agarro más fuerte de la mano para que sienta mi presencia. Todo el
día ha estado sumido en un mutismo total. Visitamos varios templos
más y por la tarde vamos a una zona comercial. Cuando llegamos,
vemos un bullicio de gente y eso le anima a seguir. Se ha
transformado en otra persona. Cuando le pregunto que le sucede no
quiere contármelo, evita la respuesta. La noche en Bangkok es
impresionante. El guía nos recomendó visitar el mercado Patpong, un
lugar curioso donde hemos descubierto un montón de ingeniosos
juguetes sexuales. A Alex le cambia la cara al verlos. Decidimos
comprar un par de artículos para disfrutar de la noche.
Cuando llegamos al hotel, Alex devora mi boca en el ascensor. Sé que
necesita desahogarse pero no ha tenido el valor o la fuerza necesaria
para hacerlo. Yo sigo con su juego, también necesito sentirle a él. El
mercado nos ha dejado bastante excitados y eso que no hemos ido a
ver ningún espectáculo «Ping pong», como nos habían indicado. Yo sé
que a Alex le hubiera gustado, pero a mi ver lo que esas mujeres
hacen no me congratula nada. Al llegar a la habitación, totalmente
excitados, tiramos todo lo que hemos comprado y nos dirigimos a la
cama. Hemos comprado lubricante, un aro para su pene y un
vibrador. En seguida queremos probar el efecto del lubricante, y yo
sin ningún pudor unto en su pene una pequeña cantidad y comienzo
a degustar aquel sabor, mezclado con su excitación. Sé que Alex no
puede aguantar más, pero yo quiero llevarle al cielo para olvidar esa
mañana que ha tenido. Él se resiste al principio, pero al final deja que
siga saboreando su sexo. No tarda mucho en llegar al clímax y pronto
me iza se coloca un preservativo ,y me penetra con tanta fuerza que
pienso que mi orgasmo va a llegar en la siguiente embestida, pero no
es así, sigue con sus lentas embestidas, hasta que ambos llegamos al
orgasmo, juntos. Hacemos muchas locuras esa noche. Descubro la
pasión como nunca he sentido, gracia a este viaje y a este hombre
que se está metiendo muy dentro de mi corazón.
La mañana siguiente visitamos el Buda esmeralda y el Gran Palacio.
Antes de salir, le he preguntado por el cambio de actitud del pasado
día y me ha dicho que no se encontraba bien. No quiero ahondar más
en el tema, tiene un buen día y no quiero fastidiarlo. Por la tarde
tomamos un ferry para cruzar el río Chao Prada hasta el Wat Arun.
Allí me cuenta que pasó una semana en Bangkok por trabajo, y su
novia le acompañó. Le acaricio y beso con tanto cariño, que sus ojos
me muestran un Alex totalmente diferente, es como si reflejaran por
primera vez amor. No sé qué pensar, pero no es lujuria como
denotaban los primeros días. La noche llega y con ella nuestra ración
de sexo salvaje.
***
Nuestro cuarto destino es Singapur. Como en todos los anteriores
partimos del aeropuerto, este viaje es un poco más largo y yo me
sumo en un sueño profundo y placentero. Este lugar nada tiene que
ver con los anteriores, es una mezcla de ciudad cosmopolita con los
encantos de los parques naturales y los toques étnicos de la ciudad.
Nuestro primer día allí es bastante ajetreado. Tenemos programado
una visita a Little India durante toda la mañana y China town por la
tarde, visitando Food Street. Ya a última hora, tomamos el metro en
dirección al Complejo Marina Bay Stand, Sands Sky Parks y por
último en nuestro hotel de Marina Bay Sands. Contemplamos las
maravillosas vistas de la ciudad. El día ha sido agotador, pero no
dejamos de besarnos y disfrutar de nuestra compañía.
Es increíble como en tan poco tiempo hemos conectado de esta
manera, teniendo en cuenta nuestros comienzos. Cuando llegamos a
la habitación totalmente exhaustos, nos vamos a la ducha. Alex tiene
ganas de mí, se le nota en la mirada, y yo también estoy deseosa de
seguir compartiendo con él esos momentos tan maravillosos. Mi quita
el vestido tan rápidamente que no puedo ni protestar, me besa
apasionadamente y comienzo a quitarle el pantalón y la camiseta.
Cuando estamos desnudos nos metemos en la ducha. Sin dejar de
besarnos, nos prodigamos maravillosas caricias que pronto nos
calientan más y él, sin más dilación, me penetra. Sus embestidas son
cada vez más rápidas, necesitadas, y pronto llegamos al clímax.
En ese momento, me doy cuenta de que no ha usado preservativo.
—Alex, tú… —Besa mi boca.
—Xenia, siento no haber tomado protección pero he visto que tomas
la píldora, necesitaba sentirte. Además hacía más de dos meses que
no me acuesto con nadie.
—Pero no sabes nada de mí.
—Estoy seguro de que eres una mujer liberal, pero que no dejas a
cualquier hombre con el que te acuestes, que te posea sin protección.
—Eres el segundo hombre con el que mantengo relaciones sexuales.
Tuve un novio hasta que me mudé a Madrid. Es la primera vez que lo
hago sin preservativo. —Devoro su boca con tanta pasión que
volvemos a excitarnos otra vez y a consumar nuestra pasión esta vez
en la cama. Una vez más Morfeo viene a visitarnos apoderándose de
nuestros cuerpos.
Por la mañana, aún exhaustos, debemos continuar con nuestras
visitas. Los días pasan rápido y aunque estamos encantados de
conocer el país, necesitamos estar juntos cada vez más. La atracción
que sentimos hace que cada minuto que disponemos, lo
aprovechamos para besarnos, acariciarnos.
El segundo día visitamos el Singapur verde, el jardín botánico y el
zoo, éste es uno de los mayores zoológicos de aves del mundo. Por la
tarde nos llevan al Singapur más moderno.
Todo va a contrarreloj y nosotros cansados de las visitas pasamos la
noche en el hotel. Pedimos la comida y entre risas, comenzamos a
hablar un poco más de lo que nos está sucediendo. No es solo una
aventura que podamos dejar atrás, es amor lo que yo siento.
—Alex, ¿qué vamos a hacer después, cuando cada uno vuelva a su
vida?
—Madrid y Barcelona están cerca. Pero por favor, no te preocupes
ahora por eso. —Comienza a devorarme como si supiera que todo va
a terminar con nuestro viaje. Yo siento que así va a ser, y aunque me
niego a dejarlo marchar, tengo que disfrutar de todos los momentos
juntos.
La noche de pasión nos lleva a altas horas, probablemente por querer
aprovechar al máximo el tiempo.
***
Al llegar a Kua Lumpur todo es impresionante, altas torres, edificios
majestuosos. El primer destino, no puede ser otro que las Torres
Petronas, tan espectaculares por dentro como por fuera. Por la tarde
vamos al mercado de China Town, quedándonos totalmente
maravillados con la cantidad de gente. La noche llega pronto. Nuestra
pasión se hace más feroz. Solo nos queda otra noche más y este
sueño toca a su fin, por lo que damos rienda suelta a nuestra
imaginación y disfrutamos de nuestros cuerpos unidos en
consonancia.
El siguiente día visitamos Batu Caves, unas cuevas en las que se
encuentra la figura dorada de un Buda, tras pasar la mañana allí
ponemos rumbo a Sentral, donde comemos algo en los alrededores
para dirigirnos a Little India. Por la noche cenamos otra vez en las
Torres Petronas, las vistas son espectaculares y es el final del sueño.
Un precioso sueño que toca a su fin. Aquella noche es muy distinta,
por primera vez hacemos el amor. Alex es totalmente cuidadoso y
cariñoso. Todo es sensual y pasional, no puedo creer que todo se
haya acabado.
Queremos disfrutar durante toda la noche, pero esta vez Morfeo nos
envuelve y nos lleva a un profundo sueño. Dormimos totalmente
agarrados y así despertamos.
Nuestro regreso dura casi veinticuatro horas, por lo menos nos
reímos recordando y viendo las fotos que tenemos en nuestras
respectivas cámaras. Sé que todo va a terminar, lo presiento y yo
creo que me he enamorado de él. Si me llegan a preguntar cuando lo
conocí, no hubiera apostado nada por él. Pero al convivir durante diez
días, he descubierto un hombre cariñoso, divertido y muy buen
amante.
Con la llegada a Madrid, él tiene que tomar un vuelo a Barcelona.
—Xenia te prometo que te llamaré. Pero he de irme, mañana tengo
que reincorporarme al trabajo y no puedo perder ni un minuto más.
El beso de despedida me sabe a poco y mis lágrimas comienzan a
brotar. Yo tengo aún un día más para regresar al trabajo. Charlamos
un par de veces ese día, pero no es igual.
Mi regreso a la vida real es muy duro. Por la mañana, todos están
esperando mi llegada para preguntarme por el viaje. El primero en
esperarme es mi jefe, que con un apretón en la mano me indica que
le siga al despacho sin ninguna explicación.
Al entrar me quedo en blanco. Allí está Alex, guapísimo con un traje
azul eléctrico que le sienta de maravilla. Mi jefe me explica que viene
a ver el proyecto. Somos lo más profesionales que podemos, aunque
nuestros cuerpos se reclaman; de vez en cuando nuestras miradas se
encuentran y sonreímos.
—Un proyecto maravilloso señorita Velázquez. Señor Cantalapiedra,
¿me concede un minuto para hablar con ella? —Él asiente y nos deja
solos.
—Xenia he venido a por ti. En mi empresa hay un puesto vacante,
serías la diseñadora de las campañas publicitarias y yo sería tu
supervisor. El salario no es malo y estaríamos juntos, y lo mejor de
todo dejarías de ser becaria. ¿Qué me dices? Te necesito. Ayer casi
enloquezco sin ti. —dice tras mi cara de asombro.
—Alex, ¿no crees que esto es muy precipitado?
—No, eres la mujer de mi vida y no voy a dejarte escapar. Di que sí
por favor.
Tras un minuto de reflexión, veo en su cara terror y me gusta. Es
miedo a perderme y entonces contesto:
—Sí, quiero irme a tu empresa y quiero estar contigo.
Nos fundimos en un gran beso y así comienza nuestra próspera
relación.
CASI DIRTY DANCING DE VERÓNICA GARCÍA MONTIEL
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Me sentía mareada en los escalones del jet privado de mi padre, a
tan solo un par de ellos para pisar suelo firme. Demasiadas horas de
vuelo para cruzar gran parte del mundo, de Madrid a Punta Cana.
Tenía pánico a los aviones hasta el punto que hubiera hecho a pie y a
nado todos los miles de kilómetros que separaba un lugar del otro.
Solo pensar que aún me quedaba la vuelta, me entraba locura
transitoria.
—¡Venga Magge! —mi hermana melliza, Gim, me dio un suave
empujón por la espalda.
—¡No me empujes! —Le regañé girándome hacia ella. Bastante tenía
con mi mareo y mis pocas ganas de hacer este viaje para que ella se
sumara a tocarme las narices.
—Niñas, ¿otra vez os estáis peleando? —mi queridísima madre
acababa de asomar por la puerta del jet. Verla con esas pintas era un
delito, llevaba un playero de seda, con mangas tres cuartos color
verde saltamontes, a conjunto de un pañuelo que se había colocado
tapándole todo el pelo y sujetado en un nudo en lo alto de la cabeza.
Sin olvidar, ese pequeño suplemento, unas gafas negras, más
grandes que las del “Chaval de la peca”.
—¿Serías tan amable de quitarte esa lechuga de la cabeza? —le
preguntó mi hermana Gim con cansancio. No pude evitar reírme.
—¡Es tendencia, niña! —contestó mi madre, exasperada, dándole un
manotazo en el hombro.
Mi madre era muy friki. Tenía una forma de pensar, así como de ser,
que por decirlo de alguna manera, era un poco exclusiva. Y os explico
el porqué, somos de Madrid, concretamente de Móstoles, de toda la
vida de Dios y, si os fijáis, mi hermana se llama Gim y yo Magge.
Esto viene a que cuando mi madre nos estaba gestando. Pensó en
llamarnos María y Gloria hasta que se enteró que tuvo un tatarabuelo
inglés. Solo sabe que su tatarabuelo era extranjero de habla inglesa,
pero ella ya dice que su familia procede de Hollywood, y lo peor, se lo
cree de verdad. Es una mujer que le gusta dar la nota como ahora,
paseándose de reina hortaliza, pero es muy noble y tiene muy buen
corazón. Mi padre no tardó en salir y juntarse con nosotras para
poner orden.
—Chicas, venga, nos espera el chófer justo en la entrada del
aeropuerto. —Mi padre era todo lo contrario a mi madre. Era todo
parsimonia, se tomaba las cosas con mucha calma, más bien
demasiada, todo lo arreglaba hablando y a base de filosofadas. Mi
padre era más normalito, no tenía descendientes en Hollywood y, si
los tuviera, le importaría un comino.
Al llegar al hotel, mientras mi padre cogía las llaves de nuestras
respectivas habitaciones, yo observaba, por hacer algo, el panel de
corcho noticiario que había. Al parecer, hacían fiesta cada noche. Esta
noche, si mal no entendía, hacían la fiesta de bienvenida, que
consistía en diferentes juegos entretenidos entre los clientes. Al día
siguiente, todas la mujeres interesadas podían apuntarse al desfile
para otorgar el titulo, "Miss Hotel Canabana 2014", seguro que mi
hermana Gim se apuntaba. Yo, ni loca. De repente, topé con algo que
si me interesaba: Clases de Merengue, completamente gratuitas para
los clientes del Hotel Canabana, con el fin de bailar el último día de
estancia en el concurso “Tú bailas en Canabana”.
Los interesados deberán apuntarse en dirección y se les ofrecerá los
siguientes horarios:
De Lunes a Viernes:
Las clase se darán en la sala de juntas, de 18h a 20h.
Sábado:
Por la mañana: Última hora de clase, de 12h a 13h (y despedida de
los profesores).
Por la noche: Concurso Tú bailas en Canabana, a las 23h.
Hotel Canabana les anima a participar. ¡No se lo pierdan!
No es que se me diera bien bailar. Pero bueno, podría mantenerme
ocupada y alejada de mi familia de locos durante dos horas diarias.
Además, haría algo de deporte y eso lograría que mi semana de
vacaciones de infierno, fuera más amena. Con suerte, puede que
incluso hiciera algún amigo. Eso sí, para lograrlo debía mantener en
secreto mi idea. Si en algún momento mi madre llegaba a enterarse,
no dudaría en apuntarse, y sintiéndolo mucho, mi madre era un
espanta chicos en toda regla. Tendría que buscar un momento de
despiste para acercarme a recepción y poder apuntarme. Ya pensaría
cómo.
Ya en la habitación, me dispuse a colocar la ropa en el armario. Por
desgracia, me tocó compartir habitación con mi hermana Gim... Así
que adiós a mi ratitos de relax. Pese a que éramos hermanas
mellizas, no nos parecíamos en nada y no hablo solo físicamente. Yo
era morena y más bien alta, en cambio Gim era rubia y cinco
centímetros más bajita. Yo tenía los ojos miel y Gim azules. Yo era la
niña “bonita con cara graciosa” y Gim “ la verdaderamente guapa”.
Ella era una pelotera de mis padres y yo la sosa sin gracia.
—Si no te importa, me quedo con la cama de la derecha.
nada más entrar en la habitación.
—dijo Gim
—Por mí, como si te quedas el hotel enterito... —me tiré sobre el
colchón y dejé escapar un largo suspiro. Qué larga se me iba hacer la
semana. Pero larga, larga.
La puerta de la habitación se abrió y mi madre asomó por ella, como
siempre, en su apogeo. Mira que tendrá ropa y biquinis para aburrir...
Se colocó el más feo que tenía. Llevaba un pareo con pliegues color
naranja y aguas rojas, que conjuntó (creo que a golpes, no hay otro
modo) con un biquini feo, feo, refeo y aún así la palabra “feo” no me
acababa de llenar la boca, ni explicar la sensación que producía el
color del biquini en mis ojos.
—¡Venga chicas! Que nos espera la playa.
—Id vosotras, yo me quedo...
pizca ir a la playa.
—les informé. No me apetecía una
Una hora más tarde, estábamos justo donde mi madre deseaba, en la
puñetera playa. Mi madre con sus pintas, Gim como si acabaran de
sacarla de una revista de El Corte Inglés, y mi padre guiándonos
como un verdadero profesional. Y yo, con mi cara avinagrada total,
con los brazos cruzados por debajo del pecho y separada del grupo.
En fin, como una familia normal.
—Nos quedamos aquí. —informó mi madre sin preguntar ni nada, lo
que diga su farolillo va a misa.
Estiré mi toalla en la fina arena, con todo mi genio retenido, y me tiré
encima de ella bocabajo. Mientras farfullaba entre dientes la “mierdi”
de vida que me había tocado.
—¿Quieres tomar algo? —Me preguntó mi padre.
Sin levantar la vista contesté:
—Un avión dirección a Madrid, por favor.
Tras mi pedido, mi padre soltó una carcajada.
—¡No te rías, José! —le regañó mi madre enfadada.
comporta como una malcriada.
—La niña se
A veces creía que mi madre no se había dado cuenta de que ya no
éramos niñas. Mañana, Gim y yo cumplíamos veinticinco años y ella
seguía llamándonos niñas.
Tan solo unos minutos después, me sentía asfixiada y tenía la
sensación de estar cociéndome poco a poco. Me levanté y sentí un
pequeño mareo, miré a mi madre y a mi hermana y ellas parecían
estar a gusto. Me levanté y me sacudí las manos mirando al
horizonte. Aquella playa era una preciosidad. Comencé a caminar sin
rumbo, pensando en mis cosas y mirando mis pies. Por inercia giré la
mirada hacia la derecha y vi a un socorrista. Estaba sentado en una
silla, con los brazos cruzados en la nuca y me miraba intensamente
con una media sonrisa de lado. Por un momento me desorienté. Volví
a fijar mi mirada en los pies algo avergonzada e intenté seguir mi
rumbo. Era muy atractivo. Tenía la piel color aceituna y los ojos
verdes. Me conciencié en seguir con lo mío y no volver a mirarlo. Tras
dar un par de pasos, noté una presencia justo en mi espalda. Me di
la vuelta y torpemente me tropecé con mis propios pies. Aquel chico
con el cuerpo fornido, y el torso esculpido, me agarró con suavidad
para evitar que cayera. Sentí, con el contacto de su mano en mi piel,
una electricidad que hizo despertar mi corazón haciendo que latiera
con fuerza. Tenía unos labios bien perfilados, bastante gruesos y
rosados, humedeció el inferior pasando su lengua sobre él.
—¿Estás bien? —me preguntó. Su voz, para no ser menos, era
sensual y logró erizarme el vello.
—Sí. —Contesté avergonzada con las mejillas al rojo vivo.
—¿Qué hace una chica como tú sola por aquí? —preguntó pasándose
la mano por el abdomen y no pude evitar seguir con mi mirada el
recorrido de su mano.
—Caminar...
—le informé. Él sonrió dejando sus ojos achinados y
noté como el suelo parecía moverse bajo mis pies.
—¡Roko! —chilló alguien de lejos y él se giró rápidamente. —Toca
ruta.
—¡Enseguida voy! —se giró y volvió a dedicarme una sonrisa. —Me
tengo que ir, si necesitas cualquier cosa... Estamos por aquí. —Y tras
eso, emprendió su camino parándose un poco más adelante, volvió a
girarse para mirarme y retrocedió unos pasos. —Que pases un buen
día, señorita solitaria...
—e hizo una reverencia con la que me
arrancó una sonrisa.
***
Un duro día de playa, así definiría mi primer día de vacaciones. Me
puse roja como una gamba, me ardía el cuerpo y, para más
recochineo, aquel gigoló se paseaba por mi mente en pelota picá.
Pero ahí no terminaba, no, todavía me quedaba una cena con mis
padres, donde según mi madre “iba a poner las cartas sobre la
mesa”. ¿Qué cartas? ¿Qué mesa? Era un enigma. Suerte que pude
escaparme para apuntarme al concurso de baile. Tenía ganas de
comenzar las clases, aunque no tenía pensado bailar el último día,
solo participaría en clases.
Era una noche calurosa y húmeda, me estorbaba hasta el fino vestido
de tirantes. Una luna llena decoraba glamurosamente la velada. Una
cena, mi padre, mi madre, mi hermana… Una carta entre mis manos
a base de pescado y marisco, un vinito en medio de la mesa y a
simple vista un momentazo para subir a Face, Twitter, Instagram y
ser la envídia de los envidiosos. Pero todo aquello cambiaría en tres,
dos, uno…
—Vuestro padre y yo… —comenzó a decir mi madre. —Tenemos
que comentaros unos pequeños cambios. —Paró para cerrar la carta
y dar un pequeño sorbo al vino, agarró la servilleta, secó con
delicadeza sus labios y la dejó sobre la mesa. —Hasta ahora, para
vuestro aniversario, siempre habéis elegido vuestro regalo. En
cambio, este año no será así. —Viendo como se iba torciendo el
momento, decidí llenar mi copa de vino y la preparé bien cerca. —
Vuestro contrato en la empresa familiar queda anulado. Estáis
despedidas.
¿Qué? ¿Cómo?¿Cuando?¿Por qué?¿Eso es un regalo de aniversario?
¿Tengo que llorar de la emoción? ¿Abrazarle y darle las gracias?
—Mamá, si esto es una broma, no tiene ni chispa de gracia. —dijo mi
hermana Gim echándole una mirada de Jack el Destripador. Yo cogí la
copa, la llevé a mis labios, y bebí como si no hubiese mañana.
—No, en realidad, es una tradición. Una herencia de mi bisabuelo. —
vaya, hombre… Hay familias que heredan una casa, un título, dinero…
nosotros heredamos despidos improcedentes. No sé si reír o llorar,
decirle a mi madre que la quiero o besarle los pies por maja. Bebo un
poquito más y vuelvo a llenar la copa, la próxima vez dejaré la copa
en el centro de la mesa y beberé a morro de la botella.
—Siempre hemos querido que os valgáis por vosotras mismas. —Mi
padre, que juraría que dormía, se incorporó a la conversación. —La
idea es que os busquéis la vida durante un año, sin prescindir de la
comodidad que os brindamos vuestra madre y yo. Después, si lo
lográis, volveremos a contrataros. Nunca se sabe que puede ocurrir el
día de mañana, puede que la empresa algún día decaiga, y quiero
tener la tranquilidad de saber que mis hijas sabrán buscarse la vida.
—¡Sí, claro! —espeté. —¿Y no sería mejor que nos abandonaras en
alguna isla desierta del Caribe y nos vinieras a recoger dentro de un
año? Quién sabe, el día de mañana puede haber un apocalipsis.
Supervivencia pura… ¿Estáis bien de la azotea? —y al finalizar, me
hinqué otro trago de vino. Mi hermana Gim me quitó la copa de las
manos.
Yo no me gané mi puesto por ser la hija de Fulanito, sino que tuve
que estudiar, sacarme un máster y hacer doscientas horas de
prácticas, para entrar únicamente como becaria. Mis padres nunca
nos dieron preferencia, entramos como un trabajador más. Y si
faltabas al trabajo, te lo descontaban del sueldo.
—No digas tonterías Magge, ésta ha sido nuestra decisión y tenéis
que respetarla. —contribuyó mi madre.
Ya que mi hermana se llevó mi copa para que dejara de beber, agarré
la suya y me la bebí enterita. Me levanté de la mesa.
—Buenas noches. —Me despedí.
—¿No vas a cenar? —preguntó mi padre.
—No, tengo que ahorrar. —Contesté con excesiva ironía. Aunque,
quien sabe, quizá me harán pagar el viajecito. Ya no me extrañaba de
nada.
—Magge, te estás comportando como una niña consentida.
regañó mi madre.
—Me
—Tranquila mamá. El año que viene, si volvemos a repetir el viaje,
probablemente estemos con un kit de supervivencia, enseñándote a
pescar y a cazar con las manos.
Al día siguiente intenté evitar a mis padres todo el día y aproveché
uno de esos ratos de soledad para ir de compras. Me di un baño y me
preparé para mi primer día de clases de merengue. Me puse unos
shorts tejanos y una camisa blanca sin mangas atada sobre el
vientre, por último me coloqué mis victorias y me recogí el pelo en un
moño informal. No era uno de mis mejores días, como tampoco fue
mi mejor noche y, como nada pasa en vano, noté que debajo de mis
ojos habían aparecido unas bolsas espantosas. Feísimamente fea, si
la expresión existía, era así como me veía. Salí de mi cuarto
intentando dejar toda la energía negativa dentro de ella. ¡Malditas
vacaciones en familia! ¡Maldita herencia!
Encontrar la sala de juntas fue todo una odisea. Empujé la doble
puerta de madera maciza y, al abrirse, vi una enorme sala con suelo
de parqué. La pared de enfrente era una espejo de punta a punta.
Mis pasos hacían eco y recorrí con la mirada todas las esquinas de
aquella sala iluminada. Deduje que fui la única en apuntarme ya que
llegaba diez minutos tarde y no había nadie. De repente, y haciendo
que diera un respingo, sonó música por toda la estancia. Miré hacia el
techo, con una mano en el pecho, buscando no sé el qué... Reconocía
esa canción, mi madre la cantaba muy a menudo, sobre todo, cuando
era pequeña... Amor Divino de Alex Bueno. Una voz salió por los
altavoces, una voz masculina que me erizó todo el vello de mi
cuerpo.
—Baila. —Me ordenó. Giré mi cuello para mirar hacia atrás, pero no
encontré a nadie. ¿Sería una broma, no?
—No sé bailar... —dije mirando hacia el techo.
—Yo tampoco, hasta que bailé.
Que gracioso...
—¿Crees que si supiese bailar Merengue estaría aquí? No tiene
sentido... —Literalmente estaba hablando con el techo.
—Baila. —Ordenó de nuevo. Cambió de canción y subió más el
volumen. Ahora en la estancia sonaba “Moviendo las caderas” de Oro
Solido. Está bien, si lo que quería era ver una tabla rígida moverse,
pues adelante. El espejo era bastante intimidante, ya que veía con
claridad que mis movimientos eran penosos. Moví mis caderas
tímidamente y coloqué una mano en la cabeza y otra en la cintura, ni
un niño pequeño lo haría peor. Me puse de lado e hice un pequeño y
torpe movimiento con el culo. ¡Esto no podía ser posible! Dejé caer
las manos parando en seco el ridículo movimiento.
—¡Olvídalo! ¡me voy! —chillé al techo.
—¿Podrías mirarme cuando me hablas? Gracias.
Giré mi cuello hacia la derecha lentamente y ¡Boom! Ahí estaba el
socorrista, con un pantalón negro, una camisa de tirantes marcando
cada musculo de su torso y con una simpática sonrisa en los labios.
—¿Bailarín?
—Date media vuelta y mira hacia el espejo. —Le hice caso y me puse
en la posición. Puso una mano a cada lado de mis caderas y me miró
a través del cristal. Se me cortaba la respiración con solo mirarlo y,
ahora que tenía sus manos sobre mi cuerpo, se me nublaba la vista.
—Las caderas tienen un movimiento... —comenzó a mover sus
manos y a arrastrar mis caderas con ellas. —Así. Y ahora sigue mis
pasos. —Comenzó a canturrear en mi oído. —Un, dos, tres. Un, dos,
tres... —el calor que emanaba su cuerpo hacía que una especie de
electricidad corriera por mi espalda hasta llegar a mi nuca. Se me
hacía difícil mirar hacia el espejo, ya que sus ojos me miraban
profundamente a través de él. Con suavidad agarró mi mano, que
caía lacia, y se la llevó hasta su cuello. El baile, cada vez más
sensual, parecía fluir sin dificultad y mis piernas seguían sus pasos
sin tropiezos.
—Eleva la barbilla. —Exigió con sus ojos clavados en mí. Hice sin
vacilar lo que me pidió. —Eso es...
Agarró de nuevo mi mano, que aún seguía en su cuello, y con un
movimiento rápido e inesperado, me hizo rotar sobre mis pies. Y sí,
se jodió todo, me torcí un pie. Todas aquellas personas
hipersensibles, por favor, tapaos los oídos. ¡Me cachis en los
mengorros! ¡En tó lo que se menea y en la **** consagrá! Me senté
en el suelo y me abracé el pie como pude.
—No puedo, soy muy patosa... —dije lloriqueando como una niña
pequeña, después me arrepentiría, pero ahora lo necesitaba. ¡Qué
daño! Me extendió una mano y tiró de mí hasta empotrarme con su
pecho, era bastante más alto que yo. Olía a fragancia fresca con un
punto dulce.
—No eres patosa, lo que pasa es que no tienes equilibrio. ¡A correr!
—¿Pero qué dice? ¿Está loco?
—¡No puedo! Me duele el pie. —Le informé cruzándome de brazos.
Volvió a empujarme.
—Todo es psicológico. ¡ Corre!
Diez minutos más tarde, quizás fueron tres, me sentía como una
asmática, abrazada a una palmera y con unos goterones de sudor tan
grandes como puños. Ya no podía con mi alma, tenía los gemelos
agarrotados, un flato que me estaba matando y notaba que mis
piernas pesaban una barbaridad. En cambió, el socorrista–bailarín y,
mucho me temo que también corredor nato, seguía tan fresco como
una rosa.
—No hemos hecho ni una tercera parte del recorrido... —no tenía
fuerza para mirarlo, pero por el rabillo del ojo vi que tenía los brazos
en jarra.
—Uy, pues mira que bien, todavía estoy cerca del hotel. Adiós. —con
gran fuerza de voluntad dejé la palmera allí y logré seguir sin ella,
pero al llegar a su altura, abrazó con su mano mi muñeca y chasqueó
la lengua.
—Si colaboras podríamos hacer una buena pareja de baile.
¿De verdad lo creía?
—¿Sí?
—Permíteme que tenga mis dudas.
—Principalmente si abandonaras esa negatividad—. Al finalizar estiró
de mi brazo y comenzó a mover sus caderas. —Mira con atención —.
Su movimiento de caderas era hipnotizante. Era un bailarín
profesional y sabía que jugaba con ventaja. Por más que lo intentara
no podía sostenerle la mirada. —No bajes la mirada —me regañó.
—Siempre en contacto visual. —Cogió mi mano y la colocó sobre su
hombro, aproximó su cuerpo hasta rozar el mío. Agarró mi pierna
derecha y la colocó en su cintura, me hizo inclinar hacia atrás y,
después, movió su cadera sensualmente. ¡Dios de mi vida!¡Aquello
era muy erótico! Mi corazón no tardó en marcar un paso acelerado,
podía notar los latidos en mi cuello y en las sienes. —¿Notas eso?
—¿El qué? —tartamudeé.
—El ritmo acelerado que están marcando nuestros latidos. —Notaba
eso y un calor justo en medio de mis ingles. Me irguió y empotró su
frente con la mía sin dejar de hacer círculos con sus caderas. —
Mañana volveremos a correr y te enseñaré un par de pasos. —Sin
previo aviso y, por sorpresa, empotró sus labios en los míos y me
besó con firmeza. Tras terminar el beso, retrocedió un paso. —Nos
vemos mañana.
Me costó reaccionar y cuando lo hice ya había hecho un largo
recorrido.
—¿Cómo te llamas? —chillé.
—Roko —contestó a lo lejos.
—¡Yo Magge! —le informé.
—Lo sé... —se giró y me giñó un ojo.
Y allí me quedé, abraza a mi misma con una sonrisa tonta en los
labios.
Al llegar al hotel me di una ducha ya que llegué sudorosa y con un
calentón sofocante. Después de la ducha seguía sin sentirme fresca.
Recogí mi pelo con una pinza para dejar despejada mi nuca y así, al
menos, no sudar tanto. Roko, el magnífico bailarín, acabaría
volviéndome majara. Me tumbé en la cama para descansar, aunque
el relax duró lo que dura un piscolabis, hasta que entró mi hermana
en la habitación.
—Magge, llevo toda la tarde buscándote. ¿Dónde estabas?
—Paseando. —Mentí mirando hacia el techo.
—Tengo una noticia que darte. —se sentó en los pies de mi cama.
Mayormente, cuando mi hermana tiene noticias que dar, muero al
acto. —He hablado con Carlos Puente y me ha dicho que tiene
trabajo para las dos. —Obviamente, hoy no podía ser menos, morí
tras su noticia.
—¿Carlos Puente? No trabajaría con él ni siendo el único trabajo del
mundo.
—Magge, es buen chico. —Sí, claro, para ella. Carlos era un engreído
que nunca me perdonó que le diera calabazas.
—Por eso, ve tú a trabajar con él, que yo no me merezco tan grata
compañía.
—Solo será un año, Magge.
—Me buscaré la vida, no te preocupes.
—Eres una cabezota. En fin, haz lo que quieras. —Se levantó de la
cama y noté un vaivén. —Mamá y Papá nos esperan para cenar.
Me levanté de la cama sin una pizca de energía. Nunca pensé que
mover el pandero fuese tan doloroso, me dolían las nalgas y tenía las
piernas agarrotadas. Tener que ir a cenar con mis padres no me
apetecía en absoluto.
Al llegar al jardín del hotel, pude ver a mi familia sentada en el
centro. Lo cierto era, que el hotel tenía un jardín precioso, repleto de
velas grandes que emanaban un olor fresco a limón, la mesas y las
sillas blancas, macetones con flores coloridas y palmeras altas. El
paraíso ante mis ojos. Me dirigí hacía la mesa y me senté en silencio.
Mi hermana conversaba con mi madre sobre la moda de otoño y mi
padre hablaba por teléfono con el encargado de su empresa, yo me
senté a mirar las musarañas y dejé que los minutos pasaran y
pasaran, hasta que mi madre rompió el encanto.
—Magge, ¿piensas tener el ceño fruncido todas las vacaciones?
—Me despedís, echáis por la borda todo mi esfuerzo, mis estudios y
cinco años de experiencia. ¿Pretendes que me alegre?
—No voy a volver a discutir sobre el tema, ya quedó claro ayer.
Seguimos firmes con nuestra decisión.
—Dijo mi madre tan
calmadamente que me desquició.
—¡Pues estoy en mi derecho de estar enfada con vuestra puñetera
decisión! —chillé levantándome de la silla inconscientemente. Mi
madre también se puso en pie, ella no podía ser menos.
—¡No pierdas tanto el tiempo quejándote y busca trabajo! Tu
hermana —la señaló con un dedo — Ya ha conseguido un trabajo.
Aprende.
Aquello me desquició, acabó por encender la llama donde solo habían
chispas.
—¡Pues qué lo aproveche!
—podía notar como tenía el rostro
encendido del corajito que sentía. Y al girarme me empotré con un
muro de hormigón, ah no, era un torso. Eché un paso hacia atrás, y
si, era Roko.
—Perdón. —Musité. Muy cuidadosamente me sujetó por la cintura y
volvió a sentarme, se agachó y me susurró al oído:
—Mañana a las siete te espero en la playa para correr y eso necesita
una buena alimentación. Cena. No sé como lo hacía, pero lograba
erizarme el vello con cada palabra. Roko tenía algo, y no solo me
refería al físico, que me atraía a niveles insospechados. El calor no
tardó en manifestarse, el sofoco nuevamente estaba en lo más alto.
Me abaniqué con una mano. Antes de marcharse besó mi mejilla y se
fue con la misma facilidad que pareció. Pude notar las miradas
curiosas de mi familia, pero hice ver que no las noté y me limité a
escoger mi plato de la carta.
—Algún día nos entenderás...
contestarle.
—musitó mi madre, no me molesté en
Me puse el despertador a las seis y media de la mañana, no me costó
porque estaba a acostumbrada a levantarme a esa hora para
trabajar. Abrí el armario con sumo cuidado y a oscuras cogí un
pantalón corto y una camiseta de tirantes. Me aseguré de que la
camiseta me marcara mis pechos firmes y turgentes, me excitaba la
idea de provocar en él pensamientos lascivos. Me hubiese gustado
tener unas deportivas, pero como no era así, cogí mis victorias. Salí
de la habitación sin hacer ruido.
Los primeros rayos de sol hacían que la playa se viera como una obra
de arte. El aire era fresco y una leve brisa me trajo el olor del mar.
Vivir aquí debía ser una gozada. La playa estaba desierta y el único
sonido que me acompañaba era el cántico de los pajarillos.
—Pensé que no vendrías… —no me fue difícil reconocer aquella voz
que sonaba a mis espaldas.
—Eso es porque no me conoces. Soy de palabra. —me giré para
mirarlo y me di cuenta que no fue una buena idea en cuanto mi
corazón comenzó a latir desesperado. Solo llevaba unos shorts
elásticos de color negro que marcaban todo su miembro, lo que veían
mis ojos era tan apetecible, que no pude evitar sentir un cosquilleo
bajo el vientre. El resto de la vestimenta era a base de piel morena y
músculos perfectos, no había ni un solo vello ni una pizca de grasa en
todo su esculpido cuerpo. Y como siempre, le acompañaba esa
sonrisa dulce, algo perversa, que hacía que mi cuerpo temblara.
—Haremos la playa de punta a punta, diez veces. —Quería pensar
que me estaba tomando el pelo y que solo me lo decía para reírse de
mí, porque de lo contrario, y si eso era cierto, aquello podía ser
perfectamente un intento de asesinato.
—¿Andando?
—pregunté con una pequeña esperanza a que
contestara en positivo.
—Corriendo.
—No puedo hacer eso. —dije mientras echaba una mirada de punta a
punta la longitud de la playa.
—Evidentemente, con los pies clavados aquí, es imposible. —Ese
dragón que llevaba tatuado en el hombro lo hacía aún más sexy.
—¿Tiene que ser todo hoy o a lo largo de la semana ? —por primera
vez desde que lo conocí, lo escuché reírse a carcajadas.
—Norma número uno: Ese calzado es inadecuado.
—Miré mis
victorias y las escondí bajo la arena, avergonzada.
—Dos: no
hiperventiles, inspira por la nariz y expulsa por la boca. Tres: lo
importante no es ir rápido, sino mantener siempre la misma
velocidad.
Definitivamente, correr no era lo mío. Sobre la arena costaba mucho
más ya que los pies se hundían en ella y el esfuerzo era el doble o el
triple. Maldita sea, ¿quién ****me mandó a apuntarme a clases de
merengue? ¿En qué estaba pensando? Si lo llego a saber me apunto
al de ajedrez.
—¡No puedo más!
sufrir un desmayo.
—Las piernas me fallaban, estaba a punto de
—¡Vamos, ya queda poco! Sólo queda regresar. —Me animó.
Él seguía manteniendo la respiración controlada mientras yo estaba a
punto de desplomarme. Cuando llegué, me tiré sobre la arena con los
brazos extendidos y las piernas abiertas, ahogada y repleta de sudor,
creyendo que era mi fin. Roko, en cambio, seguía de pie, con las
palmas sobre sus rodillas y pude ver como una gota corría por el
perfil de su nariz.
—Lo has hecho muy bien, te felicito. —No tenía aliento para darle las
gracias, así que le hice una gesto con la mano.
Cuando recuperé el aliento, me levanté y me abracé las rodillas.
—No cuentes conmigo nunca más.
Roko soltó una carcajada y se dejó caer sobre la arena, yo también
me reí.
—Ayer no pude evitar escuchar la discusión entre tú y tu madre… —
comenzó a decir mirando el cielo. —No sé si te puede molestar que
me entrometa… —me miró y yo me encogí de hombros. Lo cierto es
que me daba igual. —Me parece bien la decisión de tus padres.
—A ellos también. —le contesté. —A mí no, porque me he trabajado
mucho mi puesto, mis padres no me regalaron nada. Estudié mucho
para sacar notas excelentes y me esforcé más aún para lograr ser
como mi padre. Soy muy emprendedora y trabajo doce horas diarias,
incluyendo sábados y domingos. No tengo días de fiesta porque mi
trabajo es lo primero. Y no me parece justo que ellos me despidan
durante un año.
—Tengo un amigo en Barcelona que necesita un ayudante de
contable. No es mucho ya que imagino que en la empresa de tu
padre tenías un alto cargo, pero puede servirte. Si te interesa, puedo
hablar con él. ¿Eres de España, verdad?
—Madrileña para ser más exacta y sí, me interesa.
—Podrás instalarte en un apartamento que tiene mientras trabajas
para él. Me tendrás que facilitar tu número de teléfono.
Las vacaciones seguían su curso y las clases también, ya estábamos
a viernes y solo me quedaba un día de clases. Las cosas con mis
padres seguían igual de frías, me consideraba bastante rencorosa y
su despido, para mí, fue una traición.
—¡No, no, no! —Me regañó. —La espalda recta y la barbilla en alto.
—Con una mano sujetó mi barbilla y con la otra enderezó mi espalda.
—Y los brazos rígidos con firmeza. Eso es… Marca el paso. Un, dos,
tres… Así. —A veces era muy exigente. —Si sigues así ganaremos el
concurso.
Correr cada mañana tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. La
mala: Recorrerte diez veces la playa cada día a las siete de mañana.
La buena: unas nalgas firmes y duras y desaparición de la celulitis. La
mala dentro de la buena: correr con Roko me excitaba. La buena
dentro de la buena: Roko me ponía como una moto a todas horas.
Creo que era la colonia que usaba… no, mentira… Era él, su piel, sus
músculos, sus ojos, su sonrisa, la manera tan elegante de bailar.
Roko tenía todo aquello que una mujer soñaba y lo que detestaba,
también.
—Me duelen los pies . —Lloriqueé.
—Y a mí la oreja de escuchar tus quejas… —retorcí los ojos y los
puse en blanco como si acabara de entrar en trance.
—Llevamos dos horas bailando… —aproveché, como de costumbre,
cualquier motivo para parar. El cordón de mi calzado se quedó flojo.
Un manotazo, de aquellos que pican, aterrizó en mi nalga derecha.
¡Joder! —¡Eso me ha dolido! —dije mientras pasaba la mano por la
zona dolorida.
—¡Te quiero recta! —Se puso detrás de mí y se aproximó hasta tocar
con su pecho mi espalda. Su cuerpo estaba ardiendo y ese calor
parecía que se adentraba en mis poros y en forma de energía corría
bajo mi piel. Me sentí húmeda, excitada y muerta de deseo. La
música romanticona y sensual de fondo no ayudaba a mantener la
mente despejada. Comenzó a mover sus caderas rozando mi trasero
sensualmente. Podía sentir el corazón bombardear con fuerza en mi
cuello y en la sien. Lo miré a través del espejo y noté mi adrenalina
subir a mil por hora cuando vi sus ojos ardientes de deseo.
No puede ser… Esto es pura imaginación, estoy delirando —pensé.
Tenía que reconocer que últimamente me vestía un pelín más
sugerente, bueno vale, bastante. Llevaba una falda de mi hermana
Gim, tan corta que, un movimiento en falso y dejaba a ver toda mi
virtud. Me dio la vuelta hasta tenerme frente a frente y, muy
lentamente, recorrió con sus manos mi espalda hasta llegar a las
nalgas, una vez allí me apretó hacia su cuerpo. Por primera vez, pude
notar su miembro duro clavarse en mi vientre. Se me cortó la
respiración.
—Si eres inteligente, párame.
—Susurró en mi oído.
—Supongamos que no llego a la inteligencia media y que no me
gusta ser inteligente.
—Pues supón que esto nos puede salir caro y que tú pudiste pararlo.
—Cargaré con la culpa de que fui mala malísima… —Y lo besé. Roko
aceptó mi beso y con ansias devoró mi boca. Me tumbó en el brillante
suelo de parqué. Subió mi falda hasta las caderas y escuché el crujido
de la seda cuando rasgó mi tanga. La prenda ya no era un
impedimento. En una fracción de segundo su pene rozaba la obertura
de mi sexo palpitante. Adentró el glande y suspiramos al unísono. Me
penetró suavemente mientras me miraba fijamente, cerré los ojos y
gemí de puro placer. Besó mis labios con suavidad y bombeó a un
ritmo acompasado delicioso. Quizás llevara demasiado tiempo sin
estar con un hombre, o quizás aquel hombre hacía en mí lo que
nunca imaginé y lo que nadie lograba.
—¡Maldita sea! —dijo con la mandíbula apretada. En un impulso se
arrodilló y me colocó sobre su regazo. Se aferró con sus enormes
manos a mi cintura, elevándome un tanto, y me dejó caer
deliciosamente, suave y fuerte a la misma vez. Lamió una gota de
sudor que corría a todo prisa por en medio de mis pechos y dejó caer
un reguero de besos ascendiendo hasta mi cuello.
—Te arrepentirás, tarde o temprano, te arrepentirás de que te esté
follando… —No entendía por qué pensaba algo así, éramos jóvenes,
sin compromiso… Esto no tenía maldad ninguna. Hice caso omiso a
sus palabras.
—Estoy a punto. —le advertí. Podía sentir como el placer crecía
devastadoramente, en cada penetración, en cada beso, cada
suspiro… todo me llevaba al orgasmo.
—Si te corres conmigo, para mí, por mí, todo cambiará, lo cambiaré
todo. —dijo con voz ronca. Busqué sus ojos y lo miré, decía la
verdad, lo vi en su mirada. Quise contestarle, pero me cortó con una
penetración dura y aquello acabó por estallar en un devastador
orgasmo. —Lo has hecho. Te has corrido y te advertí. —Tras sus
palabras comenzó a bombear deprisa y se dejó llevar, rompiendo en
un gruñido ronco. Y se fue despidiéndose de mí con un beso en la
mejilla.
A la mañana siguiente, esperé en la playa a las siete de la mañana
con la esperanza de volver a verlo, pero no se presentó. Me pasé
todo el día buscándolo con la mirada, con la esperanza de verlo en
cualquier lugar. Por la tarde fui a la playa, pero no lo encontré. Entre
medias mis padres intentaban romper el hielo que, desde la maldita
cena, se creó entre nosotros. Decidí aflojar las cuerdas y dejar pasar
aquello e intenté volver a tener la relación de siempre.
Aquella noche sería la última en Punta Cana y la noche del baile, pero
de algún modo ya sabía que Roko no se presentaría. La noche era
fresca, la gente sonreía y disfrutaba de su último día de vacaciones,
excepto yo, que seguía mirando cada rincón del jardín con la
esperanza de verlo. Mis ojos rastreaban en busca de aquella sonrisa,
de aquellos ojos... pero no aparecía, como si él nunca hubiera
existido.
—Hija, ¿estás bien? —Me preguntó mi padre preocupado.
—Sí...
—dije dándole un trago a mi copa de agua.
—Te noto rara. ¿Buscas a alguien?
—No, no... Simplemente cansada. Tengo ganas de volver a Madrid.
—contesté evitando mirarle a los ojos, no se me daba bien mentir. No
toqué mi bol de ensalada, solo lo mareé removiendo el tenedor. La
noche transcurría y cada vez nos dejaba más cerca del concurso de
baile.
—¿Sabéis que hoy hacen un concurso de baile y yo ni me enteré? —
dijo mi madre realmente disgustada. —Y encima de merengue, ¡con
lo que me gusta a mí!
La música comenzó a sonar, el espectáculo estaba a punto de
comenzar. Habían retirado las mesas hacia un lado para dejar
despejada la zona que sería la pista de baile y las parejas ya estaban
preparadas. En realidad, bailar o no, era insignificante, si hoy
deseaba bailar era para poder ver a Roko por última vez. La
posibilidad de volver a encontrarnos era de un 0´01 %. Cada pareja
tenía una canción asignada. Algunos bailaban mejor y otros peor,
pero nadie se podía comparar con Roko.
Me pedí otra piña colada, ya llevaba tres. Solo quedaba la última
pareja y el concurso se cerraría. Cada vez que una pareja entraba a
bailar se me empañaban los ojos y sentía una punzada de dolor en el
pecho. El último baile finalizó y ahí supe que Roko no se presentaría.
Apagaron los focos y evité volver a girarme para no echarme a llorar,
agaché la cabeza para evitar que nadie me viera con los ojos
enrojecidos.
—¿Bailas? —subí lentamente la mirada hasta toparme con el rostro
que tanto había buscado durante todo el día. Y ahí estaba él, con su
pelo engominado y despeinado, con su chaqueta tejana apoyada en
uno de sus hombros, mirándome intensamente con aquellos ojos
verdes que ni en la luz de la noche oscurecían. Dejó caer la chaqueta
sobre la mesa y me extendió su mano, acepté intimidada y
sorprendida. Dio un silbido metiendo dos dedos en su boca y las luces
volvieron a encenderse con la canción “Amor divino” de Alex Bueno .
Unas luces de colores comenzaron a parpadear y Roko me hizo rotar
sobre mis pies para atraerme hacia su pecho, allí me sonrió y me
susurró en el oído:
—Siempre contacto visual y la espalda recta.
nalgas y sorprendida me puse rígida —Así.
—Me tocó una de mis
Seguí con facilidad sus pasos, con él el baile fluía sin tropezones. La
gente aplaudía, aunque yo no podía mirar más allá de Roko. Cuando
nuestro bailé terminó miré hacía donde estaban mis padres, y pude
ver como mi madre se abrazaba a sí misma y me miraba con los ojos
brillantes.
—¡Vamos! —chilló Roko abrazándome por la espalda y sacándome
del jardín para adentrarnos en la oscuridad.
Ya en la lejanía y escondidos en un rincón de la playa, donde la arena
parecía desprender luz, el silencio se apoderó de nosotros.
—Pensé que no vendrías... —musité nerviosa ante la incomodidad
de aquel silencio tan ensordecedor, pero me cortó devorando mis
labios con ansias. Besó mis labios suavemente mientras enroscaba en
su dedo un mechón de pelo que caía sobre mi rostro.
—No iba volver.
—¿Por qué?
—pregunté aturdida. ¿No tenía la necesidad de verme?
—Te he visto, me buscabas con urgencia, en la playa, en el jardín, en
la estancia... —no contestó a mi pregunta. —Me conoces apenas de
una semana y he visto en tus ojos la agonía y desesperación en mi
ausencia. No soy quien tú piensas y probablemente sea todo aquello
que no quieres.
—Son unas vacaciones...
—dije en un hilo de voz. —no dan para
tanto, quizás no volvamos a vernos nunca más y necesitaba
despedirme de ti.
—Intenté justificarme. No quería que me viera
como una desesperada enamoradiza. No creía que sintiera amor.
Soltó una sonrisa incrédula y por un momento vi un destello malévolo
en ella.
—Son unas vacaciones, eso te lo puedo asegurar, y seguro que no
volverás a ver al chico que hoy tienes justo en frente de ti. Por eso,
quiero disfrutar de una última noche antes de volver a la vida real.
Date la vuelta
—terminó con una orden. Me giré torpemente
quedando frente de una roca que media unos dos metros. Con su
cuerpo me empujó hasta quedar empotrada en la fría roca y apoyé mi
mejilla en ella. Sus manos acariciaron mis muslos por debajo de mi
falda elástica y fue ascendiendo hasta dejarla enrollada en mi cintura.
Me removí incomoda, era un lugar público, podía sorprendernos en
cualquier momento algún turista paseando por la playa. Retiró el pelo
para dejar el lado de mi cara despejado y me besó con ternura el
pómulo.
—¿Te sientes incomoda?
—No, es solo...
—tartamudeé. —Que temo que nos puedan ver.
—No, eso no pasará. —dijo mientras adentraba ambos pulgares bajo
la tela de mi tanga y estiró lentamente hasta dejarlas en mis pies y
liberarlas por completo de mi cuerpo. Noté como la excitación se
apoderaba de mi cuerpo y como mi vagina se humedecía. Me atrajo
hacia su cuerpo y me separó de la roca, con su pie arrastró mi pie
derecho y después hizo lo mismo con el otro, hasta lograr tener mis
piernas separadas. Para no perder el equilibrio apoyé las palmas de
mi mano en aquella roca que hacía de pared. Tenía mi sexo tan
expuesto y tan ardiente, que podía sentír la brisa refrescarlo. Se puso
de rodillas y con una destreza sorprendente deslizó su lengua por los
pliegues húmedos de mi trocito de cielo. Me retorcí de placer a la
misma vez que intentaba sujetarme mejor, con las manos, a la plana
roca. Lamía y succionaba con destreza y seguridad, con afán y
devoción. Sus movimientos activos, sin pausa, me estaban llevando
al borde del abismo. Me penetró con la lengua y después lamió, y
repitió hasta que mi cuerpo cayo sumiso al placer y el orgasmo se
apodero de mi cuerpo. Se puso de pie y en unas de mis sacudidas me
penetró desde atrás con una embestida impecable, creí que el placer
me partiría en dos. Sus penetraciones se volvieron intensas, haciendo
que me elevara con cada una de ellas. Nunca creí que un tramo tan
corto lograra sucumbir en otro orgasmo.
—Sé que algún día te arrepentirás, mientras tanto, disfruta... —dijo
con el aliento entrecortado en mi oído. Y lo hice, disfruté tanto, que
no tardé en volver a subir a la cima. Roko me siguió y ambos nos
dejamos caer en el suelo, jadeantes. Dejamos pasar los minutos en
silencio mirando las estrellas, me giré para observarlo y lo vi mirando
el cielo pensativo, con un brazo bajo su nuca. No tardó en
contemplarme con sus sombríos ojos verdes y le sonreí tímidamente.
Roko besó la punta de mi nariz y en un impulso se puso de pie y me
empujó suavemente.
—Supongo que aquí se terminan las vacaciones, ¿no? —pese a que
disimulé, mi voz estaba repleta de melancolía.
—Nada es para siempre...
—sonrió y se le achinaron los ojos. —
Pero seguro que tendrás un invierno diferente. —Me pareció percatar
como si en sus palabras hubiera un trasfondo, pero me limité a
sonreír.
—Seguro, este invierno no me cabe duda...
—dije recordando la
dichosa “decisión” de mis padres. —Pero volveré el año que viene.
Roko aplastó sus labios sobre mi frente
—Que tengas un buen regreso.
***
Llevaba una mañana de locos... ¿Cómo puede ser que una maleta se
encoja en una semana? Cuando llegué cabía todo perfectamente en
una y ¿ahora no? Me senté sobre la maleta y como pude fui cerrando
la cremallera.
—¡Va Magge! ¡ Nos tenemos que ir hoy!
impaciente.
—chilló mi hermana
—¡No me pongas nerviosa!
—¿Otra vez os estáis peleando? – Me caí de la maleta cuando vi a mi
madre entrar...
—Mamá, eso que llevas es horrendo...
—¿Por qué? —preguntó mientras se repasaba con la mirada.
—¡Mamá por favor! ¿Desde cuándo un vestido de color azul ha
conjuntado con unos zapatos verdes?
—Desde hoy. Daros prisa que nos vamos.
Ya en el tercer escalón del Jet privado, volví a girarme con la
esperanza de que Roko se despidiera de mí. Paseé mi mirada por
todo el aeropuerto y solo logré sentir un dolor agudo en el pecho.
—¿Y a ti que te sucede en este escalón? —preguntó Gim mientras
inspeccionaba el escalón que había bajo mis pies. Me hice a un lado y
la dejé pasar. Cuando subí todos los escalones, unas de las azafatas
me llamó.
—Señorita Magge, es para usted. Tengo órdenes de que no lo abra
hasta estar subida en el avión. —extendió su mano y me dio un
sobre.
Mi querida Magge,
No olvide que se incorpora en septiembre en S.L. Cosmics. Recuerde
que la advertí, le dejé claro lo que pasaría posteriormente. Norma
número 1: una semana no es suficiente para conocer a alguien, sigo
siendo un verdadero desconocido para usted. Odio la falta de
puntualidad y que mi café no esté en mi mesa a las 7 en punto de la
mañana. ¿Está preparada? Eso espero. Tengo muchas cosas para
usted, algunas le gustarán más y otras menos… Reciba un efusivo
beso
Roko Sterkson
Director ejecutivo S. L Cosmics
CRÉDITOS
Idea y Organización: Iris T. Hernández
Portada: Laura Reyes Pérez (Diseño Gráfico, Ilustración y Fotografía)
Corrección: Lydia Alfaro
Maquetación: Iris T. Hernández
Booktrailer y Montajes promocionales: Marta de Diego
Relatos:, Anele Callas, Castalia Cabott, Chloe Santana, Elena Montagud, Eva P
Valencia, Iris T. Hernández, Lidia Syquier, Luisa Fernanda Barón Cuello, Lydia Alfaro,
Marta de Diego, Pilar Trujillo, Rose B. Loren, Samanta Rose Owen, Verónica García
Montiel.
Relatos registrados y de propiedad de cada autor.
CE- SEX! Antología Erótica 2014
Publicación 1 de Agosto de 2014
https://sites.google.com/site/sexantologiaerotica/
DEDICATORIA
Esta segunda Antología ha superado nuestras expectativas, lo que
comenzó con una primera versión bastante conocida, y que el lector
nos demostró que le había encantado, hemos conseguido hacer una
segunda y sorprendentemente más popular.
Desde el principio hemos tenido el apoyo de los lectores, no puedo
más que daros las gracias por el interés demostrado desde el minuto
cero, sin vosotros nada de esto sería posible.
Pero he de agradecer especialmente a cada una de las autoras que se
unieron sin dudarlo un segundo, os puedo asegurar que en el
momento que salió a la luz que comenzamos una nueva antología en
poco más de tres horas, tuvimos que decir que no aceptábamos más
autoras, porque no había espacio para tantas. Así que a todas de
corazón, gracias por confiar en mí, y sobre todo por ayudarme en
todo lo que habéis podido.
Y no me puedo olvidar de los blogs y portales que se han hecho eco
de nosotras y nos han apoyado promocionándonos.
A todos en general GRACIAS.
Iris T. Hernández
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