INDICE Chocolate con leche de Marta de Diego ---------------------------------------------------------------------3 Perdido en Abril de Lydia Syquier -------------------------------------------------------------------------- 16 Tentación en la noche de Lydia Alfaro --------------------------------------------------------------------- 37 Nuestro paraíso de Iris T. Hernández ----------------------------------------------------------------------- 60 Encrucijada Amorosa de Luisa Fernanda Barón ---------------------------------------------------------- 75 El oasis de Tutankamón: de Samanta Rose Owen -------------------------------------------------------- 90 ¡Cuidado con Transilvania! de Castalia Cabott --------------------------------------------------------- 104 Eclipse de Verano de Anele Callas -------------------------------------------------------------------------- 124 Dámelo Todo de Elena Montagud --------------------------------------------------------------------------- 140 ¡No te enamores de mí! De Eva P. Valencia -------------------------------------------------------------- 156 Mariposas Negras de Pilar Trujillo ------------------------------------------------------------------------- 179 Ladrón de Caricias de Chloe Santana ---------------------------------------------------------------------- 194 ¿Te gustaría viajar a Asia con un desconocido? de Rose B. Loren --------------------------------- 205 Casi Dirty Dancing de Verónica García Montiel -------------------------------------------------------- 222 Créditos ------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 241 Dedicatoria -------------------------------------------------------------------------------------------------------- 242 CHOCOLATE CON LECHE DE MARTA DE DIEGO http://unaroma23.blogspot.com.es/ Cuando la vida te golpee, devuélvesela, pero el doble de fuerte. Ten siempre una sonrisa en tu cara. Disfruta todos los momentos que te brinda la vida. Con ese mantra me levanto cada mañana. Desde que Joseph me traicionó, he decidido que debo cambiar de vida, debo disfrutar, vivir, experimentar… pero nada de sentir. No quiero sufrir. Llevo tres semanas como una mujer soltera, sin compromiso. Mis amigas no hacen más que llevarme de un lado a otro. Quieren verme sonreír y vivir. Deciden organizarme unas vacaciones, de esas que son la excusa perfecta para volvernos locas, y en las que la excusa es… fulanita está muy mal y necesita todo nuestro apoyo. Como es época de crisis y estamos todas en el paro, me llevan a Barcelona, han alquilado un apartamento impresionante. Además tenemos algunas amigas allí, por lo que aprovechamos para visitarlas y que nos ayuden a encontrar un trabajo. Mientras tanto, cada día tienen un plan distinto. Cena en casa de una, de la otra, en el apartamento, en un restaurante, cine… y los fines de semana, de fiesta en fiesta y tiro porque me toca. Disfruto cada momento que vivo con ellas, de cada nuevo hombre que se acerca a mí. Paso de los tópicos en los que se dicen, que las mujeres son unas cualquiera si se acuestan con varios hombres. ¿Acaso a los hombres no se les considera unos machotes? Pues nosotras somos unas “súper woman´s”, a quien le guste bien, y a quien no… pues que mire hacia otro lado. Llevamos toda la semana planeando el que va a ser nuestro fin de semana apoteósico. Nos han invitado a una fiesta en la playa. Según dicen, es de las que van los famosos. Me pregunto a quién me encontraré por allí. Es de estilo ibicenca, por lo que debemos ir vestidas de blanco completamente. Tengo un vestido perfecto para la ocasión. Largo, escote palabra de honor, con encaje por toda la zona del pecho. Estoy en la tranquilidad de mi habitación, arreglándome para la súper fiesta, cuando de repente mi móvil comienza a sonar. No es el tono de llamada habitual y al mirar la pantalla del teléfono, aparece el rostro de Joseph. En ese instante, un escalofrió recorre mi cuerpo. Señal de que nada bueno va a pasar. —¿Qué quieres Joseph? —A ti. —Mira pedazo de burro, olvídate de mí y de que existo, métete entre las piernas de quien te salga de las pelotas. —Vamos muñeca… —¡Joder! ¿Qué parte de que me olvides no entiendes? —Cuelgo el teléfono, no quiero seguir escuchando a ese gusano. Vuelve a sonar. Cuelgo. Y así unas cuantas veces más, hasta que se da por vencido, y por fin consigo terminar de arreglarme sin interrupciones. Cogemos mi coche, a pesar de que está previsto pillar la mayor borrachera de la historia, nos lo llevamos porque vamos a dormir allí. El que ha organizado la fiesta, por lo visto, es el dueño de la única casa que hay en la playa. Al llegar a la dirección que me facilitaron, me quedo embobada. —¿Casa? ¡Eso es una mansión, como poco! —digo en voz alta, pero me callo de golpe. En el interior del coche que hay a mi lado, está el jugador de fútbol Aleix Arias, un morenazo de ojos castaños, con barba de dos días que quita el sentido y que además me mira con cara de pocos amigos. ¡Madre mía! ¡Qué bueno que está! Con esa cara de mala leche… Ummm, lo que le haría ahora mismo a ese machoman. Si pudiese leerme los pensamientos, creo que huiría despavorido. Mi mente es lasciva, y más con esa mirada penetrante con la que me está mirando. Le hacía un traje a base de lametones si me dejara. De golpe la magia del momento se esfuma, ha dejado de mirarme. ¿Por qué? Pues para poder centrarse en la súper pija y rubia platino que lleva a su lado. Decido que dejo mi coche donde está, aparcado al lado del suyo, aunque sea para ver el espectáculo que me va a ofrecer el cachitas al salir del coche. Abre la puerta, saca un pie fuera como punto de apoyo, se le tensa la espalda en el mismo momento que hace el esfuerzo para salir del coche. Y premio para mí, me deleita con una gran visión de su redondo y duro culito respingón. Rápidamente cojo el móvil y le hago una foto. ¡Ésta de recuerdo! —pienso para mis adentros. Pero ¡oh oh! No he puesto el móvil en silencio, llevo la ventanilla abierta del todo, y ha sonado el “click” de la cámara chivándose de que he hecho una foto. Miro a mis amigas, que ponen cara de susto. En ese instante, Aleix se agacha, hasta tener su cara a la altura de la ventanilla, y me mira directamente a los ojos, con esa pedazo de cara de mala leche, que me pone mala, malísima. —¿Me has hecho una foto? —Yo me quedo mirándole como una imbécil. No soy capaz de gesticular, ni soltar palabra. Lo único que se me ocurre es ponerle ojitos y una sonrisa. ¡Qué patética soy! Pero algo curioso ocurre, ¡ha colado! La cara de nena buena ha funcionado. Me mira, y esboza una sonrisa que me deja sin respiración. ¡Qué sonrisa más bonita tiene! Y verla en directo, no hace más que aumentar su atractivo. —¿Vais a la fiesta? —me pregunta de repente. Yo sin la capacidad del habla de nuevo, asiento con la cabeza. —Imagino que iréis las tres. —Sí, vamos las tres. —¡Por fin he conseguido hablar! —Tienes una voz muy dulce, me gusta. Me pregunto si tus labios, al besarlos, serán igual de dulces. —¡Uy, lo que me ha dicho! Y con la rubia al lado, que podría haberle escuchado. Ha conseguido ponerme nerviosita. Y no porque la otra haya podido escucharlo, no. Si no que me ha encendido hasta las entrañas, que porque estamos con la rubia presente y las chicas aquí, que si no… —Pues tendrás que probarlo, para averiguarlo. —Soy un zorrón, no tengo remedio. Pero es que este chico me pone y mucho. Y por lo que puedo observar en su cara y sus gestos, mi réplica le ha gustado, y desea lo mismo que yo. Devorarnos mutuamente. —No dudes ni por un momento que no lo voy a probar. Quiero degustar esa lengua, esos labios, y si me lo permites… —yo lo miro sorprendida, no doy crédito a lo que estoy escuchando. —Anda descarado, vete con la rubia, que te está esperando. Seguro que ella también quiere que la pruebes. —Me mira, sonríe y me deja por los suelos cuando suelta… —Espero que no te estés refiriendo a la rubia que ha venido conmigo, porque es mi hermana. Y créeme, no tengo ganas de probar su boca. Mi cara lo debe de expresar todo, porque se marcha de mi lado con una sonrisa y carcajeándose. Mis dos acompañantes se han quedado como yo, sin habla y con la cara desencajada. —¡Joder tía! Que acabamos de llegar y tú ya ligando. No solo eso, sino que encima es con un jugador de fútbol. —Me recrimina Sara, alucinada. Judith, mi otra amiga, se ha quedado catatónica. —¿Ligando yo? ¿Qué te has fumado? Yo no estaba ligando con nadie. —refunfuño. — Anda bajemos del coche y vayamos hacia la fiesta. Al entrar en el pedazo de mansión, por poco y no me caigo de espaldas. Es preciosa y moderna. Todos los muebles son de color blanco. El salón está lleno de ventanales, por donde puedes mirar directamente al mar. Las tres nos vamos adentrando poco a poco entre el gentío, la música está alta, pero a un nivel en el que puedes hablar sin tener que pegar voces. Está lleno de jugadores de fútbol, famosos de la tele, del corazón. Nos sentimos cohibidas ante tanta gente conocida. De repente, noto como unas manos rodean mi cintura. No tengo que girarme para saber quién es. —Hola Oscar. —Hola princesas, al fin habéis llegado. —Queríamos hacernos de rogar. —Fantaseo un poco, como si fuese una diva. Oscar me mira divertido. Él es el que nos ha invitado a esta fiesta, es amigo del que la organiza. —Muy bien “Divas divinas”, disfrutad de la fiesta y de tanto chico guapo, que yo voy a hacer lo mismo. Por cierto Noa... —le miro atentamente, su gesto me ha llamado la atención. —Aleix me ha estado preguntando por ti antes de acercarme a saludaros. Parece que has conseguido llamar su atención. —Y después de semejante bomba, coge y se larga. Judith y Sara se miran boquiabiertas, después me miran a mí. —¡Eh! Que yo lo único que he hecho es hacerle una foto a su culo. — Las dos comienzan a reírse. En ese instante, noto otras manos que rodean mi cintura y las dos risillas que tengo delante de mí, callan de golpe y me miran con el rostro desencajado. Está claro que quien hay detrás de mí, no es otro que ese pedazo de tío que me pone burra. Me voy dando la vuelta lentamente y ¡BINGO! Me está mirando directamente a los ojos, y eso me desarma completamente. Se acerca lentamente al oído, para que nadie nos escuche. El roce de sus labios, su cálido aliento… Ahora mismo estoy dispuesta a hacer lo que me pida. Estoy nerviosa, ansiosa y lo que es peor, mojada. —¿No crees que hay demasiada gente aquí? ¿Y si nos vamos tú y yo, con una botella de champagne, a pasear por la playa? Y así dejas que compruebe como de dulces son esos labios. —¿Perdona? ¿Qué me acaba de decir? ¿Qué me vaya con él y dejemos la fiesta? Miro a mis amigas en busca de una respuesta, algo de ayuda… ¡Pero las muy perras se han ido a ligotear, dejándome sola ante el peligro! Aunque no las culpo del todo… el panorama que hay en la fiesta, es cuanto menos ideal para ligar y dar un braguetazo. Miro a Aleix de nuevo, está claro que la decisión final, va a ser solo mía. ¿Qué hago? ¿Me voy o no me voy con él? Vamos paseando, sin hablar, sin mirarnos. La playa es de arena fina y de un color tostado. En el horizonte se dibujan líneas malvas y anaranjadas, mientras el sol va lentamente escondiéndose bajo el manto del mar. De repente la mano de Aleix coge la mía con fuerza. Y sin apenas darme tiempo a reaccionar, tira de mí mano, hace que mi cuerpo quede pegado al suyo, cara a cara. —Estaba deseando tenerte para mí y probar de una vez esos labios que llevan provocándome desde que te vi. —Vale, no puedo resistirme más. Mis brazos van directos a su nuca y la rodean. No me hace falta forzar mucho la situación para que sus labios se junten con los míos. Nos besamos. El beso es cuanto menos, dulce. Es más bien apasionado, salvaje, caliente… Sin pensarlo dos veces, pego un brinco, y rodeo su cintura con mis piernas. Como acto reflejo, sus manos vuelan a mi trasero para sujetarme con firmeza, pero perdemos el equilibrio y vamos directos a la arena. Nos separamos un poco para mirarnos y ver que estamos bien, y no podemos evitar reírnos como idiotas. Aleix comienza a subir lentamente las manos por mis piernas, las introduce por debajo de mi vestido. Sé exactamente hacia donde se dirige, y me humedezco de golpe. Solo imaginar sus manos sobre mi sexo, introduciendo, uno, dos o tres dedos, jugando con mi clítoris, dándome placer…. Solo de imaginarlo me humedezco aún más, mi excitación está casi rozando el cielo, y sentir su duro pene rozándose contra mi sexo al tiempo que las manos de Aleix llegan a mi tanga y lo rompen de un tirón, provoca en mi un estallido de locura y me abalanzo sobre su boca. Lo devoro con ansia, necesito sentir su cuerpo, su lengua, su verga. Lo quiero todo, totalmente para mí. Este hombre me excita sobremanera, me vuelve loca desde el primer momento que lo vi y me miró con esa mirada penetrante y oscura. —Te necesito dentro de mí. —le susurro al oído. Puedo notar como se tensa, como está deseoso de mi cuerpo, como yo lo estoy del suyo. Con sus manos, aún debajo de mi vestido, me empuja hacia arriba para que me separe de él. Obedezco, sé por qué me lo está pidiendo. Como puede, se baja los pantalones junto a la ropa interior y se coloca un preservativo. Por lo que se ve, aquí el amigo, va siempre preparado. Después sube las manos hacia mi escote, y me lo baja de un tirón, dejando mis pechos balanceando delante de su cara. Con una mano coge uno y se lo lleva directo a la boca, mientras que con la otra coge su pene y lo dirige hacia mi hendidura. Me tienta con ella, mientras la pasea arriba y abajo por mi vagina, hasta que finalmente soy yo la que toma el control. Con mi mano cojo la suya y detengo su polla justo en el centro de mi sexo. Aleix retira su mano y la lleva hasta el pecho que tengo libre, juguetea con mi pezón y lo endurece. Noto como la punta va entrando lentamente, y cuando estoy segura de que entra sin problemas, me empalo en ella de golpe. Gimo, gruñe. Todo es pura satisfacción. Comienzo a moverme de adelante a atrás, levantando mi pelvis y dejándome caer en seco. Por su cara puedo ver que se está volviendo loco y eso a mí me encanta. “¡Plas!” ¿Me ha dado un cachete en el culo? No puedo enfadarme, ya que me ha gustado. Aunque nunca me ha ido eso de que me den palmaditas. “¡Plas!” —¡Ahhh! —Me ha vuelto a dar y me ha encantado, hace que me mueva y me clave más en él. Entonces, de repente, pierdo la concentración. He oído un ruido, y caigo en la cuenta que estamos en mitad de la playa, que cualquier persona puede aparecer y pillarnos. Y lo que es peor, puede haber algún paparazzi haciendo fotos y que mañana salgamos en todas las revistas del corazón. No me haría mucha gracia que mi madre me viese en una foto, en la que salgo retozando sobre la arena, semidesnuda. Aleix, al notar mi cambio de actitud, me tranquiliza. —Nena, tranquila. Esta playa es privada y nadie puede acceder a ella. —Excepto los que están en la fiesta ¿no? —Él asiente. —Pues alguien viene, he oído un ruido. —Lo sé… —¿Cómo que lo sabes? —Le he pedido yo que venga. ¿Alguna vez has practicado la doble penetración? —Mi cara es un poema, ¿doble penetración? ¡Ay mi madre! ¿Pero dónde y con quien me he metido? —No, nunca la he practicado y nunca he estado con dos hombres a la vez. —Me mira pícaro y triunfador, por ser el primero en compartirme con otro hombre. ¡Cheee quieta parada! ¿Cuándo has aceptado tú esto? Está claro que él da por hecho que sí lo voy a hacer y, por lo que parece, mi cuerpo opina y piensa igual que él. ¿Qué hago? ¿Me dejo llevar por el morbo? La verdad es que pensar en que me posean dos hombres, es algo que me está excitando mucho. Lo miro a los ojos, un poco atemorizada. —No te preocupes nena, no olvides que esto no va a salir de aquí. Yo soy el primero que no quiere que esto salga a la luz, Y si en cualquier momento quieres parar, solo tienes que decirlo. —Sus palabras me terminan de tranquilizar, y mirándole directamente a los ojos asiento, dando aprobación a que la otra persona entre en juego. —¡Puedes venir, Nelson! —Dice, levantando un poco la voz. ¡Madre mía! De detrás de una roca, aparece un mulato, que está de escándalo. Es compañero del equipo en el que juega Aleix. ¡Dos jugadores de fútbol para mí sola! ¡Olé! Veras cuando se enteren estas dos, ¡lo van a flipar! El tal Nelson ya viene dispuesto, su escopeta se ve desde lejos, viene cargada con mucha munición. ¡Pedazo de aparato se gasta el amigo! Sudores fríos empiezan a aparecer por mi cuerpo, al pensar que estos dos hombretones me van a hacer suya. El mulato viene desnudándose por el camino, Aleix me va embistiendo y estimulando los pezones. Yo simplemente me vuelvo loca y gimo, gimo y gimo más fuerte. Cada estocada de Aleix me excita más, y ver por el rabillo del ojo como Nelson se va acercando me hace temblar de emoción. Cuando llega hasta nosotros, Aleix para y sale de mi interior. Me coge de la nuca, me acerca a él y me besa, pero esta vez con dulzura. — Tranquila, ahora él se va a colocar en mi lugar y seré yo quien te penetre por detrás. —Lo miro medio asustada, pero él me tranquiliza con la mirada. Cuando me ve más relajada, hace que me aparte a un lado para que él pueda salir y le hace una señal a Nelson para que ocupe el lugar en el que él estaba antes. Una vez tumbado, me coloco sobre él, puedo notar su pene rozando mi vagina y me vuelvo a humedecer. El miedo ha desaparecido de golpe. Por suerte para mí, antes de que el pedazo de mulato se pusiera debajo de mí, ya se había puesto un preservativo. Lo cual fue un gran alivio, ya que estaba ansiosa por sentirlo dentro de mí. Como si me leyese el pensamiento, me incorpora un poco, coge su pene y lo comienza a introducir en mi interior. La sensación es magnífica, de total plenitud. Disfruto, gozo, cada penetración hace que me tiemble el cuerpo entero, que mi mente se nuble. Unas manos, agarran mi cintura, la acarician. Giro mi cabeza y veo a Aleix que está mirándome con devoción, está excitado. Se acerca a mí, me besa con pasión y, al finalizar el beso, me muerde en labio inferior y me susurra dulces palabras al oído para que me tranquilice. Pero el efecto es el contrarío. Ahora viene lo fuerte, ahora viene cuando dos hombres, a la vez, harán posesión de mi cuerpo. No me puedo creer lo que estoy haciendo, jamás en la vida hubiese imaginado encontrarme en dicha situación. Y menos a plena luz del día en una playa en la que, por muy privada que sea, podría vernos alguien. Pero así de morbosa me he vuelto. He descubierto que disfruto con el sexo y quiero seguir adelante con ello. Me gusta, me divierto, no tengo ataduras y cada vez quiero más. Las manos de Aleix, van directas a mi trasero. Noto como algo líquido se desliza por mi ano. ¿Saliva? No puede ser, está demasiado fresco. Entonces caigo en la cuenta, entre tanta entrada y salida de Nelson no me he percatado de que mi otro jugador, ha cogido la botella de champagne y la ha descorchado. Me la vierte por la espalda, y va chorreando por todas partes. Vuelve a verterla en mi trasero, y al tiempo introduce un dedo. Yo arqueo mi espalda, la invasión no me ha dolido, solo he notado una leve molestia, pero es una sensación a la que poco a poco me voy habituando y me va gustando. Cuando cree que estoy preparada, introduce un segundo dedo. Mientras sigue vertiendo el champagne sobre mi cuerpo, con la diferencia de que esta vez, noto como va recogiendo los restos con su lengua. Mi otro acompañante alza las caderas y se clava más en mí. Entre los dos me están volviendo loca. Hacen que casi pueda rozar el cielo. “¡Plas!” otro manotazo y yo casi alcanzo la cúspide del placer. Sentirme tan plena y que encima me des estos azotes, van a conseguir que no aguante. Cuanto más concentrada estoy en no correrme e intentar aguantar, más difícil me lo ponen ellos. Nelson cada vez se clava más fuerte en mí, al tiempo que Aleix mueve los dedos en el interior de mi ano. Y de repente, mi mulato aumenta el ritmo. —Si seguís así, conseguiréis que me corra. —Les digo entre jadeos, casi sin poder hablar. Por lo que parece, no les importa, siguen, no paran. Yo jadeo y jadeo. Me estremezco, estoy a punto, puedo notarlo, voy a correrme. —¡No puedo más! —Y justo cuando mi éxtasis llega, Aleix saca de golpe los dedos de mi interior, mientras Nelson me taladra el interior con su miembro. Yo me incorporo, me pongo recta encima del mulato, y chillo, chillo hasta casi quedarme afónica. La sensación que acabo de experimentar, es casi imposible de explicar. El placer que me han proporcionado estos dos hombres, nunca en la vida lo había sentido. Ha sido algo increíble, glorioso. —Quiero repetir… Ambos me miran sonrientes, los muy pillines tenían claro que íbamos a repetir, pero ahora va a ser distinto. Esta vez voy a tener a los dos en mi interior. Fuera dedos, solo sus penes. Aleix me ha dejado más que preparada para ser invadida. Y yo estoy más que dispuesta. Quiero más y eso no me lo van a negar, puesto que a ambos se les ve deseosos de seguir jugando conmigo. Me incorporo, y me posiciono frente a Aleix. —¿Me vas a dar más? —¿Tú qué crees princesa? Piensa que nosotros, aún no hemos satisfecho nuestras necesidades. La única que se ha corrido aquí, eres tú. Así que ten por seguro que vas a tener más de lo que tanto te ha gustado. Pero antes, vamos a darnos un baño refrescante en el mar. Nos relajamos un poco y nos quitamos toda la arena que llevamos encima. ¿Qué te parece nena? ¿Te apetece? —Lo miro sonriente, me encanta que me llame princesa, nena. Es algo como muy íntimo, a pesar de que acabamos de conocernos. Pero desde el primer segundo ha habido conexión entre nosotros, química. Me siento a gusto con él. Me coge de la mano, me da un apretón y se acerca a mis labios para besarme. Entonces en un despiste me coge en brazos, yo chillo, él se ríe. Y como alma que lleva el diablo, echa a correr conmigo en brazos. Cuando llega al agua, no para, sigue corriendo. Acabo abrazada bajo el agua por este pedazo de hombre, con ropa incluida. ¡Ale! ¡Ahora a ver como volvemos a la fiesta! Aunque pensándolo bien, para cuando lleguemos, ya estarán todos borrachos y ni se fijaran en nuestro aspecto. Cuando salimos a superficie, lo único que hago es escupir agua y más agua, y a modo de regañina me separo un poco de Aleix y lo salpico. Él se ríe a carcajada limpia. Nelson, que en todo momento ha permanecido en un silencioso segundo plano, aparece por detrás de mí. Me levanta los brazos y me pide que los deje estirados hacia arriba. Entonces coge mi empapado vestido ibicenco, y me lo quita por encima de los brazos, dejándome totalmente desnuda. Al mismo a tiempo, el mismo Aleix se desnuda por completo. Nelson le tiende mi vestido, lo coge y empieza a irse hacia la orilla. Me entra el pánico, el juego comienza de nuevo. Observo como mi chico de chocolate me hace una señal para que me acerque hasta él. Obedezco sin rechistar. Me rodea la cintura con sus manos, y me dice que rodee la suya con las piernas. Me nota insegura, también es la primera vez que lo hago en el agua. —Tranquila guapa, en el agua vas a gozar aún más. Pesas menos, por lo que es aún más fácil manejarte. Y por las precauciones no te preocupes, me he puesto uno nuevo. —Le sonrío, sin duda es igual de atento que mí otro bomboncito. Hago lo que me ha pedido y le rodeo la cintura con las piernas. Me penetra sin problemas, estoy abierta y lubricada para él, además el agua ayuda bastante. Vuelvo a tener esa sensación de plenitud, pero no es completa. Me falta él. Unas manos que no son las de Nelson, rodean mi cintura. A la vez que unos labios se posan en mi cuello y van dejando un reguero de besos alrededor del mismo y van continuando a lo largo de mi espalda. Estoy extasiada. Necesito sentirlos a los dos en mi interior. Como buenos amantes, saben que es lo que necesito en todo momento. Las manos de Aleix abandonan mi cintura y se posan en mis senos. Los dedos buscan desesperadamente mis erguidos y duros pezones. El agua fría y la excitación contribuyen a que estén en ese estado. Me los pellizca, estira. Juega con ellos y a mí me vuelve loca. Provoca que arquee mi espalda de tal manera, que Nelson consigue una mayor penetración. Me encanta, estoy disfrutando todos y cada uno de estos momentos. Pero sigue faltándome él. Lo quiero en mi interior, lo necesito. Y como si lo notase, suelta mis pechos y sumerge las manos bajo el agua hasta llegar a mi trasero. Busca mi ano, y cuando lo tiene localizado introduce dos dedos. Al ver que no le cuesta introduce un tercero, yo gimo. Los vuelve a sacar de golpe, pero esta vez es para substituirlos por su pene. Si antes la sensación era de plenitud, ahora no sabría explicar cuál es. Esto es una auténtica locura, estoy en el cielo, lo han abierto solo para mí. Estoy en una nube de placer, de la cual no quiero bajar en la vida. ¿Cómo había podido perderme esto durante tanto tiempo? Estoy tan excitada, tan enloquecida, que ahora mismo aceptaría cualquier cosa que me pidiesen estos dos dioses del sexo. Los dos entran y salen de mi interior acompasados, en un ritmo frenético. Tengo la sensación de que el corazón se me va a salir del pecho. ¡Dios! ¡No puedo más! Voy a estallar, y los dos lo notan. Todos gemimos, chillamos sin miramientos. Nos da igual que alguien pueda vernos o escucharnos. Estamos gozando, disfrutando. Nada ni nadie nos importa. De repente, un estallido recorre mi interior. Desde la cabeza hasta los pies, pasando por mi espalda, provocando que me arquee y de más profundidad a las pollas de mis dos dioses del sexo. Dos sonidos guturales suenan en el silencio de las olas, ambos han alcanzado el sumun del placer al tiempo en el que yo he alcanzado el éxtasis. Ha sido algo increíble, casi espiritual. Se podría decir que he alcanzado el nirvana. ¡Qué sensación! ¡Qué maravilla! Ambos salen de mi interior lentamente. No quieren lastimarme. Aleix me rodea la cintura y me obliga a dar la vuelta para que quede frente a él. —Mírame a los ojos nena. —Lo hago. —¿Estás bien?— ¡Ohh, qué mono! Se está preocupando por mí. ¡Si es que es para comérselo! Lo miro sonriente y asiento con la cabeza para que se quede tranquilo. Nelson se acerca por detrás, me sujeta la cintura y me besa en el hombro. —Ha sido un placer princesa. No dudéis en volver a llamarme para otro juego de estos, pareja. —¿Ha dicho pareja? No, no, no… Este tío bueno de aquí y yo no somos pareja. Pero antes de que pueda abrir la boca y sacar a Nelson de su error, Aleix se me adelanta y habla. —No lo dudes compañero, por lo que parece mi chica ha disfrutado mucho contigo. Así que seguro serás buen candidato para otras ocasiones. ¡Pero no te acostumbres! ¿¿Perdona?? ¡La cara de gilipollas que se me debe de haber quedado! ¿Cómo que su chica? ¿Cómo que será buen candidato para otras ocasiones? ¿Conmigo? ¿Con nosotros? Vale, respira Noa, que te va a dar un algo. Pero vamos a ver… ¡Que nos acabamos de conocer! Y como si escuchase mis pensamientos, Aleix vuelve a mirarme de nuevo, sonriente. —Sí, nos acabamos de conocer. Sí, he dicho mi chica, porque espero que a partir de hoy así sea. Desde que te he visto en el aparcamiento y has sacado una fotografía de mi culo me has cautivado. Me tienes loco. Solo tenía ganas de raptarte y follarte una y otra vez, sin parar. Pero la cosa ha ido a más. Sé que hemos conectado, sé que hemos sentido lo mismo mientras te follaba. Quiero estar contigo, que lo intentemos. ¿Es una locura? Sí, lo es. Pero… ¿Qué sería del mundo sin este tipo de locuras? Vale, ha conseguido dejarme sin habla. Estoy anonadada, atónita, flipada, atontada. ¿Es posible que en un solo día haya conseguido sentir tanto por una persona? ¿Sin conocerle? Sin saber apenas nada de él, salvo lo que sale en las revistas del corazón. Y lo mismo él conmigo, no sabe quién soy, no me conoce de nada, y sin embargo ahí está, diciéndome que quiere tener algo conmigo. Y lo más divertido de todo, ¿sabéis que es? Que a pesar de sentirme tan insegura, a pesar de mis dudas y de no saber realmente quién es, me ha encantado oír de su boca, que YO, era su chica. Así que decido que sí, que voy a darle esa oportunidad, y me la voy a dar a mí misma. Porque me lo merezco, porque me encanta como me siento con él y las sensaciones que me ha hecho vivir y sentir. Por una vez, voy a dejarme llevar por lo que siento. —¿El mundo sin locuras? Sería un aburrimiento. —Le digo sonriente. Me devuelve la sonrisa, me abraza fuerte y me besa dulcemente. Noto como su miembro está de nuevo dispuesto a saciarse de mí, pero no solo él está más que preparado, sino que yo también lo deseo. Así que me lanzo a su boca y empiezo a devorarlo con ansia. Necesito sentirlo nuevamente en mi interior. Pero a él parece no apetecerle lo mismo que a mí, porque me aparta. Lo miro con mala cara, enfadada. ¿De qué va? Me mira fijamente, sabe que me he cabreado. Pero aun así, al guaperas se le escapa una sonrisa. —Nena, no te estoy rechazando. Nada me apetece más que poseerte de nuevo, pero si no te importa, me gustaría que volviésemos a la casa y nos duchásemos juntos. Para después hacerte el amor una y otra vez pero, esta vez sobre una cama. —Ummm, eso me gusta, siempre y cuando me hagas tuya también en la ducha. —No lo dudes, no podría apartar las manos de tu cuerpo, aunque quisiese. Salimos del agua, aunque hay que reconocer que se estaba muy bien en ella, me apetece la idea de pegarme una ducha con Aleix y disfrutar del buen sexo en una cómoda y mullida cama. Recogemos nuestra ropa, que está empapada y llena de arena. Por suerte para mí, hay una ducha de agua dulce en la playa. Me dirijo hacia ella, totalmente desnuda, bajo la atenta mirada de mi chico. En ella me quito los restos de salitre y arena, aclaro el vestido y me lo pongo. Se me trasparentan los pezones y el vestido se pega a mi figura sin dejar nada a la imaginación. Miro a Aleix y sonrío, él está igual o peor que yo, porque yo sí puedo disimular mi excitación, pero él no. Volvemos a la casa cogidos de las manos, por el camino vamos hablando sobre nosotros, nuestros gustos, aficiones, nuestras familias. Para mi sorpresa descubro que tenemos varias cosas en común, y eso me hace sonreír. Le cuento mi mala experiencia con mi ex pareja y él me jura y perjura, que antes de hacer eso, me dejaría. Aunque también me pone sobre aviso, de que a partir de que se filtre lo nuestro a la prensa, van a salir novias y fotos por todos lados. Eso me asusta un poco, pero lo asumo. Solo tengo que confiar en él. A medida que nos vamos acercando a la casa, se va escuchando la música y se empieza a ver toda la gente que hay en la terraza. Cuando nos ven aparecer, puedo notar como muchas de las féminas que allí se encuentran, me acribillan con la mirada. Quieren matarme, lo sé. A la vez que también sé, que en nada saltará la noticia a la prensa, ya que varias personas han sacado su móvil y nos han hecho fotos. Mañana seremos primera plana en las revistas del corazón. Entramos al gran salón y casi todos se voltean para mirarnos. Algunos sorprendidos, otros sonrientes. Al fondo de la sala observo a Nelson, con una pedazo de morena que coquetea con él, otra que se va a llevar el chocolate para las cartucheras. De repente, noto como unas manos se posan en mis hombros, me giro para ver quién es, y me encuentro con las caras de alucine de mis dos amigas. —¿Se puede saber dónde diablos te habías metido? —¿Y qué es lo que te ha pasado? Mis dos amigas me miran incrédulas, hay que decir que yo había llegado monísima de la muerte junto con ellas, pero si me mirase ahora en un espejo, seguro que saldría corriendo huyendo de mi misma. Yo las miro con una amplia sonrisa, saben que me he ido con Aleix, pero no se han percatado de que volvemos cogidos de la mano. Con la mirada, les señalo nuestras dos manos unidas. Las dos se quedan de piedra al darse cuenta de lo que les estoy diciendo. —Aleix, perdona. ¿Podemos robarte a Noa un momento? —Le dice Judith. Él mira con mala cara, no quiere soltarme. —Son cosas de chicas—. Dice Sara para echar un cable. Miro a Aleix para que se quede tranquilo, será solo un momento. Se acerca a mí y me besa la punta de la nariz. —No tardes nena, tenemos planes. —No tardaré, te lo prometo. Mis dos amigas no dan crédito a lo que acaban de presenciar. Me cogen de la mano y me arrastran hasta un baño cercano. Nos metemos dentro, cerramos con llave y yo me echo a reír al ver sus caras de estupefacción. Sé exactamente lo que están pensando. ¿Esta es la misma Noa que hasta hace unos pocos días no quería saber nada de los hombres? ¿Esta es la Noa que no quería pareja ni compromisos? Solo buen sexo. Las miro directamente a los ojos y respondo a sus preguntas no expresadas. —Sí, soy la misma Noa. Sé que hace poco que acabo de salir de una horrible relación y sé que dije que no quería saber nada de los hombres. Que solo quería disfrutar del sexo sin compromisos. Y eso es exactamente lo que tenía pensado hacer con Aleix. Pero no sé chicas, ha surgido algo, ha sido tan espectacular, ha habido conexión entre nosotros y he hecho cosas que jamás pensé que haría. Y cuando se ha referido a mí, como su chica, algo en mi interior ha hecho “click” y me he dicho, date el gusto, te lo mereces. Y eso es lo que he hecho. Ambas me miran boquiabiertas, las he dejado sin habla, algo que es realmente difícil de conseguir. La primera en hablar es Sara. —Bueno cariño, es tu decisión, y si tu corazón así lo dicta, adelante. No seré yo quién te diga lo contrario. Si tú eres feliz, yo soy feliz. —Gracias Sara, eres maravillosa. —Todo eso es muy bonito. —Dice Judith. —Pero lo que yo realmente quiero saber es que es lo que ha pasado ahí afuera. Porqué has vuelto de esa guisa. ¡Coño! Que se te transparentan hasta los pezones. Y no estoy ni enfadada ni molesta, al contrario. Pero quiero saber qué poder contestar mañana a tu madre y la mía cuando vean una foto tuya con esas pintas en una revista de esas que ellas leen. ¡Madre mía! No había pensado en ese pequeño, gran problema. Aunque bueno, siempre puedo decir que me tropecé y caí al agua. Tengo dos opciones… La primera, mi madre me mata. La segunda, mi madre me alaba, porque anda enamorada de Aleix desde que empezó a jugar en primera división. Así que aparecer con el de la mano en una fotografía, aunque salga con esas pintas, seguro que será un punto a favor para que no me mate. —Tranquilas chicas, vayamos viendo poco a poco que es lo que va sucediendo. —Vale, muy bien, así lo haremos. Pero no te andes por las ramas y empieza a largar por esa boquita que es lo que ha sucedido ahí afuera. Las miro pícara. ¿Qué hago? ¿Se lo cuento? O ¿Las dejo con la intriga hasta otro día? —Solo os diré una cosa, por ahora, quizás mañana os relate algo más.— Ambas me miran con curiosidad. —Desde ya, digo públicamente que, ¡adoro el chocolate con leche! Cojo la puerta, la abro y me voy. Dejando atrás a mis dos chicas, con la mandíbula abierta y seguramente dando vueltas a mi frase del chocolate con leche. ¡Lo siento chicas! Pienso mentalmente. Mi hombre me espera, y me tiene preparada una larga noche de sexo magnifico que no pienso perderme. PERDIDO EN ABRIL DE LYDIA SYQUIER https://www.facebook.com/lacoquet.lacoquet?fref=ts COORDENADA: 18º28’35N 69º53’36”0/18.476388888889,-69.893333333333 El Airbus A-340/600 tomó tierra por fin a las tres de la tarde, hora local, en el Aeropuerto internacional de Las Américas, en Santo Domingo. La sofocante humedad le humedeció los cabellos de la nuca en cuanto descendió las escalerillas del avión. Allí el calor era asfixiante, las verdes y afiladas hojas de las palmeras se mecían cadenciosas bajo el aplastante sol. Para protegerse de los agresivos rayos ultravioleta, llevaba puesto un sombrero de paja adornado con dos grandes flores azules. Como precaución, unos minutos antes de salir del avión, se había untado el rostro con crema de máxima protección solar. Quería evitar a toda costa que aparecieran las fastidiosas pecas que tantas burlas le ocasionaron en su etapa escolar. Una vez sellaron su pasaporte, tras media hora; pudo arrastrar las pesadas maletas por el derretido asfalto, para dirigirse al autocar que, de forma gratuita, la llevaría al hotel de lujo donde pasaría una semana de vacaciones. ¿Había dicho vacaciones? ¡Ja! Bufó varias veces furiosa antes de dejarse caer de mala gana en el primer asiento vacío que encontró. Ella jamás hubiera elegido ese fatídico destino porque, al contrario de la mayoría de la gente, ella odiaba el sol y el caluroso verano. Soñaba que estaba clasificando una fabulosa colección de libros, cuando un suave zarandeo en el hombro la despertó. Tuvo que alzar el ala de su enorme sombrero para ver de quién se trataba. Ante ella una cara tan redonda como una luna y tan oscura como un pozo. ―Señorita, ya hemos llegado a su destino ―habló con acento muy parecido al canario. Sus gruesos labios perfectamente pintados de carmín rojo esbozaban una tímida sonrisa. Tardó unos segundos en reconocerla, era la guía. Se quedó dormida bajo el influjo de su melodiosa y pausada voz, cuando explicaba con pelos y señales, micro en mano, todos los placeres que los turistas podrían encontrar en tan privilegiada isla. El cansancio venció al fastidio y cayó profundamente dormida sin darse cuenta. Aún estaba bajo el efecto de los tranquilizantes que se tuvo que tomar para poder subirse al enorme avión. ―Gracias por avisarme, muy amable ―le agradeció incorporándose con dificultad, le dolían todas las articulaciones, en parte por la diferencia horaria y el agotador trayecto. Una vez hubo bajado del autocar, se adentró en el amplio y espacioso hall del hotel, no le quedó más remedio que admitir que era realmente espectacular, tan enorme que se podría disputar un partido de fútbol. Plataneros, orquídeas de todos los colores, pasiflora, abundante bambú, y lámparas espectaculares en forma de araña pendían de un altísimo techo forrado de hojas de palma. Pero, pese a ser un lugar de lo más exótico, se sentía nerviosa…alterada ¿Furiosa? Cuando la guía le deseó una feliz estancia, una vez se aseguró que no había problemas con su reserva, se vino abajo. ¿Feliz estancia? Si ella le contara… Loca de remate estaba por haberse dejado convencer por Adriana, su hermana gemela. Tan idénticas pero, por suerte, tan diferentes. Ella debía estar ahora pasando sus vacaciones en el pirineo Aragonés en un pequeño y tranquilo hotelito perdido en uno de sus maravillosos pueblos, y no en una isla achicharrante con una humedad insoportable. Le entraron ganas de llorar cuando se dirigía a su habitación. Unas horas después... Aun no podía dar crédito a lo que estaba a punto de hacer. Se encontraba frente a la puerta de un lujoso bungaló. Una zona alejada y privilegiada del hotel, donde se alojaba su pobre víctima. Ya había anochecido pero, aun así, la temperatura seguía agobiante e igual de latosa pese a que unas horas antes había caído un intenso chaparrón. El enclave del hotel era privilegiado por estar situado frente a la espectacular playa Bávaro, rodeada salvajemente de manglares y cocoteros, con una arena blanca y suave, con un mar tibio y cristalino. Se sorprendió a sí misma cuando sintió deseos de adentrarse en esas aguas turquesas, contemplándolo desde la terraza de su habitación. Si realmente se atrevía a hacerlo aunque solo fuera por remojarse los pies, jamás lo reconocería frente a Adriana. Su hermana llevaba siempre como salvapantallas en el móvil una idílica playa como esa. En el suyo por descontado llevaba una foto de la estación de esquí de Formigal. Se recordó que solo debía alzar la mano y tocar el timbre de la puerta. Fácil, muy fácil. Debía hacerse pasar por su hermana, tampoco sería tan complicado… ¡Jolín sí que lo era! Odiaba comportarse de forma tan frívola, y tomarse la vida como si siempre fuera el último día. Le resultaba agotadora ver la vida de ese modo, la sola presencia de Adriana era arrolladora, un huracán de categoría cinco. Y allí estaba ella como un pasmarote frente a la puerta de un desconocido a punto de hiperventilar. Se sentía ridícula ataviada con un largo vestido de seda verde estampado con enormes pétalos morados. Toda la ropa que contenía en las maletas que le entregó su hermana entre suplicas, lloros y berridos, no le pertenecían. Volviendo la vista atrás Se lo explicó todo en breves minutos, la mañana que iba a coger el AVE con destino a Huesca para pasar dos semanas de vacaciones. Era de vida o muerte según ella (todo lo concerniente a ella, siempre lo era). Le anunció la feliz noticia emocionada. Se la soltó con la misma potencia que una bomba nuclear ¡Iba a casarse con un rico portugués! Y se quedó tan pancha, cuando a ella se le removieron hasta las entrañas. Se trataba de un viudo, afincado hacía un año en Marbella con tantos millones en el banco, como canas y arrugas poseía. Era adorable según ella, un amor. Se mordió la lengua para no increparle que sus euros eran los adorables. Además… ¿Afincado en Marbella? ¡Se había vuelto loca! Me ama y yo le amo, le repitió hasta la saciedad. Cambiar de ciudad sería una magnífica oportunidad. ¡Marbella era mar y lujosas tiendas! ¡Yujuuuuu! Su cometido era muy sencillo, ella debía cambiar el rumbo de sus vacaciones para convencer a su futuro hijastro que se quería casar con su padre porque le amaba realmente. Se quedó atascada unos instantes intentando digerirlo… Cuando de nuevo pudo coger el hilo de la conversación, le estaba convenciendo de que sería perfecta para lograrlo. No podía ir ella porque sentía terror a no estar a la altura. Temía más que nada en el mundo perder a su amorcito llamado Joao. ― ¡Convéncele tú!―le contestó indignada― No puedo comprender que me pidas a mí que cruce el Atlántico para que engañe a un desconocido. ¿No te das cuenta de que lo que me pides es una locura?―Por supuesto que no se daba cuenta, ella a lo suyo. A veces se preguntaba si su hermana se daba cuenta de que cada vez que mantenían una conversación, terminaba siempre en un agobiante monólogo. ―Abril―le dijo muy seriamente esta vez su hermana―, tú eres inteligente, eres dulce, precavida. Tienes todos los ingredientes para convencer a Thiago. Yo soy impulsiva, suelto tacos a todas horas, mi cultura se basa en leer el Vogue, el Cosmopolitan y el Hola para estar al día. ¡Serás perfecta para lograrlo! Sintió ganas de chillar, se negó en rotundo. No la convencería de ninguna de las maneras. ¡Le horrorizaba volar! Entonces su hermana le recordó que tuvo que posar desnuda largas horas para poder pagarle su carrera. Los reproches fueron interminables, tanto que consiguió que se sintiera tan miserable como una cucaracha. Quizás, ese fue el momento más adecuado para echarle en cara, que ya se lo había devuelto por triplicado, pero no fue capaz por la sencilla razón de que ella era todo cuanto tenía. Perdieron a sus padres en la adolescencia. Fue muy duro lo que vino después. Quería a su hermana más que a nada en el mundo. Ambas mantuvieron la mirada a través de unos idénticos iris. La suya desesperada, la de Adriana lanzando fulgurantes destellos. Por unos segundos dudó si por una vez en su vida lo que sentía era cierto y, solo por esa pequeña duda, cedió. Cuando echó el cerrojo, una estela de culpabilidad la acechó, un mal presentimiento le acompañó durante todas las largas horas de vuelo. Iba a fracasar, lo sabía... De vuelta a la realidad Aun así se veía incapaz de hacerlo, el corazón se le aceleró, le entró pánico cuando se dio cuenta que empezaba a marearse. Asustada, tomó la decisión de darse la vuelta y salir huyendo. Se recogió con torpeza el bajo de su largo vestido para no tropezarse y romperse la crisma con los altísimos tacones que calzaba. ¡A tomar por saco! Ella no podía hacerlo, no podía, se repitió una y otra vez intentando que el aire entrara en sus pulmones con normalidad. Justo cuando bajaba el primer escalón, la puerta se abrió. Se quedó helada cuando una voz masculina a sus espaldas se dirigió a ella. Abrió la boca como un sapo intentando respirar, se estaba asfixiando. ―¿Qué demonios haces aquí? ―Su voz sonó fría, tanto que pasó de estar acalorada, a sentir un frio glacial. Hablaba un español casi perfecto, con una mezcla de acentos muy interesantes. La asió del antebrazo sin delicadeza y le hizo bajar los escalones apresuradamente. Estaba a punto de sufrir un ataque de pánico, no se esperaba un recibimiento así. ¿Acaso no le había dicho Adriana que se alegraría en cuanto la viera? Otra mentira más a la que añadir a la larga lista. Su contacto la perturbó demasiado, tanto que sintió como el rubor le teñía las mejillas. La llevó hasta la arena, la brisa del mar con aroma a sal les envolvió. No era consciente del gran magnetismo que desprendía, ni cómo unos ojos hambrientos se clavaban en un escote que mostraba el nacimiento de sus pálidos y turgentes senos. Sintió como sus tacones se hundían peligrando su estabilidad. La mano que aún la tenía sujeta, la aferró con más fuerza. Su rostro amenazante apenas era visible bajo una luna con la cara vuelta, tan abochornada como lo estaba ella. Tragó la saliva con dificultad. Comprobó azorada que tan solo llevaba puesto un vaquero deshilachado que se ajustaba a unas poderosas y largas piernas. Su torso era amplio, musculoso, masculino. Hipnotizada, su vista se clavó en el gran tatuaje que cubría su pectoral. No se esperaba que fuera un hombre tan sexy. Su aliento se entrecortó cuando le observó más detenidamente. La luna se dio la vuelta y dejó escapar un haz perlado sobre sus dos siluetas. Su piel era muy morena. Intrigada, comprobó que el tatuaje que llevaba grabado era una impresionante y gran águila tribal. Azorada, alzó el mentón para admirar unos ojos de un color azul intenso, embrujador. El cabello lo tenía muy negro y ondulado, y le rozaba de forma descarada los hombros. Solo le faltaba ponerse una chupa de cuero, un pendiente, unas botas y subirse en una Harley-Davidson para desatar el desvanecimiento a miles de féminas. Era tan sumamente atractivo, con esa pinta de chico malo, que sintió que se le debilitaban las piernas. Por otro lado… algo no encajaba. Rebobinó tantas veces que casi se mareó. ¿Cómo era posible que su hermana le hubiera enviado a ella, si parecían tal para cual? ¡Pero si no tenía nada en común con ese…! ¿Roquero? Ella era una bibliotecaria. Eran tantas interrogaciones a la vez las que se le agolpaban en la mente, que no era capaz de digerirlas todas a la vez. Esos ojos alargados y sexis que producían escalofríos, la recorrieron de nuevo de arriba abajo de forma insultante. Ruborizada, bajó la mirada de inmediato. Peligro… ―No vas a conseguir engañarme haciéndote la inocente ―la reprendió. Su aliento llegó a ella cálido, con un breve aroma a whisky ―No sé cómo te has atrevido a venir hasta aquí―. Su voz ahora destilaba un suave, pero desagradable desprecio. Indignada ya no lo pudo soportar más, por eso se soltó de un tirón. ¡Chulo! ―¡No tienes modales! ―le espetó sonrojándose― He venido en son de paz a hacerte una visita, solo eso ―mintió. Estaba tan nerviosa que sintió el impulso de morderse las uñas, se contuvo cerrando los puños. ―Contigo es imposible tenerlos ―le cogió unas de sus manos por sorpresa y se la abrió sin miramientos, fijándose en las uñas―. No sabía que tuvieras ese vicio tan feo. Desde que te conozco tus uñas las has mantenido largas y bien cuidadas. ¿Acaso el viejo le ha visto las orejas al lobo y vienes aquí buscando mi aprobación? Por unos instantes pensó que había sido descubierta. De nuevo le costó respirar. Solo quería desaparecer o esconder la cabeza como un avestruz. ¡Iba a matar a su hermana! Lo peor era que ese hombre la perturbaba demasiado, era frío y arrogante pero, aun así, sentía una atracción tan poderosa que la tenía desconcertada. ¡Además los hombres como él no le atraían! A ella le gustaban más normalitos. ¡Mentirosa! Le gritó su subconsciente una y otra vez. Aunque le costaba reconocerlo, jamás le había ocurrido nada parecido, quizás fuera la humedad, el entorno paradisíaco... Todo junto fue el cóctel perfecto para que su imaginación se desbordara. Cerró los ojos inconscientemente e imaginó lo que se sentiría si esa sensual y ancha boca devorara la suya. Sus grandes manos acariciando su cuerpo…su… ¡Para! ―Últimamente me pueden los nervios ―se excusó sofocada. La tibieza que desprendía la mano en la suya le provocaba sacudidas en su bajo vientre. ―Amo a tu padre y solo quiero que nos llevemos bien. Tan solo te pido una oportunidad para que puedas conocerme mejor y comprobar que mis sentimientos son verdaderos. Para tu padre es muy importante que le des tu aprobación, por eso estoy aquí―. ¡Ala! Ya había soltado la gran mentira. Ahora solo faltaba ver qué sucedía después, ya estaba metida de lleno en el fango. ¡Qué horror! Alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos nuevamente pero, esta vez más confiada, pues los nervios empezaban a disolverse lentamente. El primer paso había dado resultado, no había sido tan difícil como creía. Se había tragado de lleno que era Adriana, de eso no había ninguna duda. El morenazo le soltó la mano con suavidad y se le escapó un gemido. No quería que la soltara. ―Mañana te quiero aquí a las siete de la mañana. Le miró confundida: ―¿Cómo que a las siete?― De nuevo los nervios aparecieron ¡Se había vuelto loco! Inspira…expira…inspira…expira. ―Nos vamos a conocer como tú quieres. Acepto ―su sensual boca esbozó una sonrisa que casi la tiró para atrás. ―Te doy tres días para que me convenzas, y tengas mi aprobación. Tres ―le dijo mostrándole solo tres dedos de su mano derecha. Dándolo por zanjado se deshizo de los vaqueros, y se lanzó a las oscuras aguas, sin darle oportunidad de discutirle que ella ni por todo el oro del mundo se presentaría mañana a esa hora. De camino a su habitación descalza —se habían quedado los altos tacones clavados en la arena y ella no se había molestado en recogerlos—, aún seguía en shock. Se preguntaba una y otra vez por qué no había pensado en las consecuencias. Se quemaría su blanca piel, las pecas aparecerían, se desmayaría de calor, no sabía nadar, odiaba el mar. Y en su contra estaba que Adriana nadaba como un pez, amaba el sol sobre todas las cosas, le encantaba broncearse y tumbarse largas horas sobre la arena como un lagarto porque, a pesar que las dos eran pelirrojas, a su hermana la bendijeron con una piel inmaculada que no requería cuidado alguno. La suya era todo lo contrario, una auténtica pesadilla. ¡La bronca que le iba a propinar su dermatóloga! Tanto dinero invertido para conseguir una piel sin manchas y en unas horas todo tirado por la borda. De nuevo le entraron ganas de llorar. Media hora después, pasado el primer trago, se acostó en la cama tras una refrescante ducha, estaba agotada. Ya había decidido que no se presentaría, a cambio le propondría cenas. Seguro que aceptaría. Tres cenas y finiquitado. ¡Convencerle sería pan comido! Además… ¡Qué fácil había resultado engañarle! Y ella que presagiaba que no colaría… a veces se culpaba por ser tan pesimista. Todo saldría perfecto. Convencida de que así sería, se durmió encantada de la vida. SANTO DOMINGO 24:00 HORA LOCAL MADRID, 18:00 HORA LOCAL. ―No ibas mal encaminado ―su abogado le había llamado de nuevo en tan solo media hora―. La amiguita de tu padre, tiene una hermana gemela. Su nombre completo es Abril Lago Suelves. Tengo un amigo que trabaja en el Registro Civil y para que me diera esa información se ha jugado el puesto, a cambio me ha pedido que le pague una cena a él y su novia en el Viridiana. Me debes una. Thiago aun llevaba el pelo húmedo, tras un corta y fría ducha. Tan solo llevaba puesta una toalla blanca de algodón alrededor de las estrechas caderas. Se encontraba de pie tras la amplia pared de cristal de su dormitorio, desde allí tenía una panorámica perfecta al mar Caribe. Amaba esa isla, por sus venas corría sangre dominicana, de ahí que su piel fuera tan morena. Dio un largo suspiro antes de responder. ―Cárgalo a mi cuenta―estaba tan furioso que sentía tensa la mandíbula―. Si me consigues todo lo que puedas de ella, pasado, presente, futuro, todo, lo quiero saber todo, te vienes con tu familia con todos los gastos pagados al hotel que tanto te gusta en Santo Domingo. ―La última vez fue una semana, si consigo saber hasta que sueña, me invitas un mes. ―Si eres capaz de eso, quédate el tiempo que quieras ―le contestó fijando la mirada a unos elegantes zapatos de mujer. ―¡Hecho! ―contestó su amigo, y colgó satisfecho. Cogió las sandalias del suelo, las había encontrado en la arena, abandonadas. Lo sabía, lo presintió en cuanto la miró a los ojos, unos ojos demasiado inocentes, demasiado puros para poder creerse que se trataba de Adriana. Cuanto más la estudiaba más se convencía de que no podían ser la misma mujer, la sintió temblar, sintió su inseguridad. Adriana era fría, y muy segura de la sensualidad que desprendía, por eso sabía sacarle provecho. Desde que se la presentó su padre, pudo ver que tras esa bella pero falsa fachada había una mujer que solo buscaba enriquecerse a costa de engañar a su viejo. ¡Por Dios, si se llevaban veintidós años de diferencia! Dejó los zapatos con cuidado junto al armario. Si las gemelas querían jugar, jugarían. Solo que él tendría el placer de hacerlo con ventaja. Se quitó la toalla y se acostó desnudo sobre la cama. Las frescas sabanas de raso negras, apenas contrastaban con su oscura piel. La melodía de su móvil volvió a sonar. Comprobó de nuevo que se trataba del cansino de su padre. Hizo oídos sordos. Tras la última conversación que mantuvieron terminaron de malas maneras por culpa de Adriana. Hablarían en otro momento, lo llamaría tras la venganza que ya empezaba a tejer con meticulosidad. Luego disfrutaría restregándoselo en las narices de su viejo. En unas horas amanecería… ¡Qué empiece el juego! Se durmió con una sonrisa dibujada en los labios, de lo más diabólica. 06:30 HORA LOCAL Un pitido repetitivo la despertó, soñaba que el caniche de su vecina le ladraba furioso en el oído. Cuando abrió los ojos, un sol cegador la obligó a cerrarlos con rapidez. ¿Dónde estaba? Dio un salto en cuanto lo recordó. Comprobó la hora dos veces y enseguida supo de quien se trataba. Cogió el teléfono que había sobre la mesilla de noche con desgana. ¡Pesado! ―Biquini, toalla, gafas de sol, y crema solar. Tan solo necesitas eso. Te quiero aquí a las siete, si no vienes iré yo mismo a buscarte y si me obligas a ir a por ti seguro que te arrepentirás ―colgó tan rápido que la dejó con la palabra en los labios. Tres segundos después, sujetando el teléfono en la mano, se dio cuenta de que su boca permanecía abierta, confusa, la cerró y colgó. ¡Tres cenas y finiquitado! ¡Ja! El chico malo se lo iba a poner difícil, pero ella iba a ser un hueso duro de roer. ¡Ya vería! Se levantó de la cama con rapidez, estaba tan nerviosa que le temblaban las manos. Rebuscó en la maleta buscando un bañador decente, pero lo único que encontró fueron minúsculos bikinis. Eligió el que creyó más recatado y se lo puso. Cuando se contempló en el espejo se le escapó un chillido, mostraba más que tapaba. Sus pechos eran más abundantes que los de su hermana y los minúsculos triángulos dorados apenas los cubrían. Encontró enseguida la solución. Se puso un caftán estampado de hilo que tapaba sus brazos y le llegaba hasta los tobillos. Un milagro encontrar algo así en la maleta. No se desprendería de esa prenda mientras estuviera con él. A toda prisa se lavó la cara, se cepilló los dientes, luego se peinó el largo y abundante cabello y lo recogió en una alta coleta. ¡La crema! Solo pensar estar expuesta al sol la amargó. Se encasquetó el gran sombrero en la cabeza, a continuación metió todo lo que pensó que sería imprescindible en una cesta de mimbre. Cuando llegó al enorme comedor, tan sólo le dio tiempo a tomarse un café y engullir varios pastelitos e irse a toda prisa al lugar de encuentro. Cuando llegó al hall también se oía de fondo la melodía de una bachata. ¿Dónde se había metido? Miró a su alrededor buscándole sin tener éxito. Tenía la excusa perfecta para largarse pero, entonces, apareció él. ¡Maldición! De día tuvo que reconocer que aún era más impactante. ¡Ay Dios mío, si era el doble de David Gandy! Le tembló hasta la quijada, inconscientemente se llevó la mano a la boca y se mordisqueó una uña con nerviosismo. ―¡Shuuuu! ―La reprendió suavemente apartándole la mano una vez se situó frente a ella. ―Tienes unas manos demasiado bonitas para que las estropees ―le besó los dedos antes de soltarle. De nuevo la asaltaron pensamientos húmedos y acalorados. Disimuladamente se abanicó con la mano. Thiago tuvo que enfocar la mirada unos segundos en un punto imaginario para tranquilizarse. Esta mañana cuando había abierto el correo en su ordenador portátil, tenía un informe detallado de la joven. Trabajaba en una Biblioteca pública, tenía veintiocho años. Quedó huérfana y había logrado sacarse una carrera. No salía por las noches y no se le había conocido ninguna relación seria con ningún hombre. Una monjita en toda regla, según parecía. También especificaba que la chica era un poco rarita, lo más destacable era que sufría de agorafobia. ¡Qué comience la diversión! Mañana a mucho tardar huiría como una gata escaldada. Pero antes…alzó una ceja con cinismo. ¡Se iba a enterar! ―Sígueme ―con grandes zancadas se dirigió al exterior. Abril tuvo que correr para alcanzarle. El sol le dio la bienvenida con una fuerte bofetada de calor. Se ajustó el sombrero y rápidamente se puso las gafas de sol. En ese momento aparcó delante de ella un horrible y destartalado camión. La parte trasera estaba descubierta, con un toldo anaranjado deshilachado y con asientos de metal a cada lado. Supuso espantada que no esperaba que se subiera en ese vehículo. Sintió nauseas. Supuso mal cuando lo vio encaramarse y la invitó a subir tendiéndole la mano. De repente un grupo de turistas se agolparon a su lado y se subieron al camión ocupando casi todos los asientos. Formaron tal griterío, que parecían gallinas picoteando en un corral. ―Si no te decides, pelirroja, tendrás que ir de pie y creo que no te gustara demasiado. Trastornada por tener que subirse en ese vehículo tan poco fiable, arrugó el mentón con intención de recular. Su sorpresa fue mayor cuando de un tirón sintió que le agarró del brazo y la obligó a pegar un torpe salto para subirse al camión. La subida fue tan brusca que si no la hubiera sujetado más fuerte se hubiera caído de morros. El sombrero se le ladeó y las gafas de sol se le resbalaron peligrosamente hasta quedarse situadas en la punta su nariz. La cesta por suerte tenía cremallera, si no, sus enseres hubieran salido despedidos. Clic, clac… eran los sonidos de las cámaras de los turistas que querían inmortalizar ese momento con diversión. ¡Qué vergüenza! El motor del vehículo atronó como un caballo estornudando y, de una sacudida, acabó sentada en un asiento espatarrada en cuanto el conductor arrancó. ―¡Estás loco! ―chilló acomodándose a su lado mientras con dificultad trataba de colocarse las gafas y el sombrero― ¡Casi me matas! ―miró con desagrado la destartalada carretera que enfilaba el camión, tuvo que sujetarse en una oxidada barra cuanto los baches hicieron la primera aparición. ¡Pese al toldo, el calor era insoportable! Gotas de sudor resbalaban entre sus senos. Para rematar aún más la faena, comprobó con fastidio que Thiago se estaba divirtiendo de lo lindo. Su sonrisa maléfica era demasiado evidente. Le entraron ganas de estrangularle allí mismo. Encima parecía que a él no le afectaba en lo más mínimo el calor, cuando a ella ya se le formaban sarpullidos. Llevaba puesta una camiseta negra ajustada, un pantalón corto estilo militar, y calzaba unos Rokland. Era un hombre que llamaría la atención con cualquier atuendo que se pusiera, exudaba por cada poro de su piel pura virilidad elevada al cubo. Y esos ojos… ¡Dios mío que ojos! ―Te piensas las cosas demasiado Adriana, y déjame que te diga que me sorprendes. La sorprendida era ella, que nada le salía como ella esperaba. ¡Tres cenas y finiquitado! Y allí estaba ella asándose como un pollo en pleno día, dirigiéndose a saber dónde. Con angustia alejó un mosquito de un manotazo. Veinte minutos después, el camión paró de golpe en el arcén. Los turistas aprovecharon para levantarse y fotografiar la selva que los envolvía. Un grupo de papagayos volaron a ras de ellos, y la gente lanzó muchos “Oh”, gratamente sorprendidos. ―Nosotros nos bajamos aquí ―le anunció bajando del camión con la agilidad de una pantera. Ella, asiendo la cesta, bajó de forma patosa. Se negó con contundencia a que la ayudara. ¡Ya estaba bien de hacer el tonto! Thiago no insistió pero comprobó disgustada que su sonrisa diabólica no desaparecía ni con agua caliente. Lo vio dirigirse al conductor que le hizo entrega de una mochila que acomodó en su ancha espalda. Tras hablar brevemente con él, el camión partió. Los turistas se despidieron con un vaivén de manos y una sonrisa de oreja a oreja. No le quedó más remedio que corresponder del mismo modo. Ahora se encontraban en medio de un camino a solas, con un calor insoportable, esperando que le dijera adonde puñetas iban a ir y con un miedo que se empezaba a enroscar como una boa en su garganta. La melodía de un móvil rompió el silencio, vio como sacaba de su bolsillo el teléfono y rechazaba la llamada. Lo volvió a guardar. No sintió ni una pizca de curiosidad, lo que le preocupaba era otra cosa. ―¿Se puede saber a dónde me llevas? ―le preguntó fastidiada. El caftán se le pegaba a la piel debido a la altísima humedad. ―Para conocernos no hacía falta que te tomaras tantas molestias ―estaba aterrada. ¿Y si le mordía una serpiente? ¿Y si sufría un ataque de pánico? Tragó saliva con dificultad. ―Quiero llevarte a un lugar que te gustará, mi madre me llevaba allí cuando era niño. Quiero que lo conozcas. ―Como llevaba unas oscuras gafas de sol, se tomó la libertad de admirarla. Con su hermana no había perdido ni un segundo en fijarse lo que era más que evidente. Una muñeca tan preciosa como caprichosa y ambiciosa. Cuando era más joven le bastaba que una mujer tuviera un buen culo y unas buenas tetas para que le atrajera, su intelecto le importaba un rábano, pero ahora que era más maduro ya no le iba bien cualquiera. Se estaba volviendo demasiado exigente, tanto que llevaba tiempo sin acostarse con una mujer. En cambio esa bruja mentirosa que tenía delante, le estaba poniendo más duro que una piedra. Ya había percibido pequeñas diferencias con su hermana. No estaba tan delgada, sus curvas eran más exuberantes y su sonrisa era tan dulce y tentadora como una tarta de fondant. Además, ¿para qué negarlo? Llevaba tiempo sin divertirse tanto desde que se dio cuenta de que no era Adriana, anoche cuando estaban sobre la arena y la sujetó más fuerte para que no se cayera. Cuando sus ojos se alzaron y sus miradas se cruzaron, en ese instante lo descubrió. Le miraba con adulación mezclada con confusión, miedo, deseo… Con unos ojos preciosos, verdes como el helecho, su piel demasiado blanca, su cabello suelto de color cobrizo, con matices de caramelo fundido, tan largo que casi le rozaba la cintura. Cuando la vio alejarse caminando descalza por la arena, bamboleando las caderas con ese culito respingón, la deseó tanto que tuvo que hacer acopio a su férrea voluntad para no ir tras ella y besarla con ferocidad. Pero del deseo pasó a la rabia, rabia por ser una tramposa, tan ambiciosa como su hermana. ¡Se lo iba a hacer pagar! Estaba deseando ver la cara de ambas cuando descubriera el engaño ante los asombrados ojos de su padre. ―Es por aquí―le dijo adentrándose entre la vegetación. Abril le siguió angustiada y tan nerviosa como un avispero. En menos de cinco minutos llegaron a una pequeña playa. Allí no había nadie, solo un hidroavión meciéndose suavemente en un recodo. ¿No pensaría subirla en ese viejo y descascarillado aparato? Porque eso sí que no, no y mil veces no. Tuvo que reprimir una carcajada cuando se dio la vuelta y la miró. El enorme sombrero apenas dejaba ver su rostro, pero se adivinaba lo asustada y acalorada que estaba. ¿Qué pretendía vistiendo así tapada hasta los pies? Ella misma. ―Pelirroja, hoy vas vivir una aventura inolvidable. Mi padre estará muy orgulloso de ti ―se dirigió con paso decidido al aeroplano―. No te quedes ahí parada, vas a coger una insolación ―le soltó de manera despreocupada con la sonrisa diabólica dibujada de nuevo en los labios. Sin descalzarse se metió en el agua, sacó con agilidad la soga del bolardo donde se mantenía el hidroavión sujeto y la guardó en uno de los compartimentos, abrió la puerta que graznó como un pato, y apoyó una de sus botas sobre uno de los flotadores que había montado bajo el fuselaje del hidroavión. La estaba esperando tan tranquilo, como si la esperase en la entrada de un McDonald´s. No lo haría, se repitió una y otra vez. ―¡No pienso subirme en eso!― le gritó histérica. ¡Iba a estrangular a su hermana! La muy zorra no le había advertido que ese hombre era el mismísimo Jesús Calleja. ¡Normal que se hubiera decidido por el padre! Y… ¿Para qué narices necesitaba ser culta para tratar con un troglodita loco de remate? Cuando viera a Adriana se iba a enterar. ―Tú misma ―le respondió entrando tan pancho dentro del aparato y cerrando la puerta. ¡Pam! Abril dio un brinco y miro en derredor asustada. ¡No se atrevería a abandonarla en ese lugar plagado de bichos! El sonido de la hélice dando vueltas, la sacó de dudas. Maldiciendo y escupiendo víboras por la boca, se dirigió a la avioneta. ¡Se iba a enterar! Le iba a decir de todo menos bonito. ¡Qué calor, qué horror! Se quitó las chanclas y se metió en el agua, con suerte a ella le llegaría hasta las rodillas, si no fuera así se ahogaría. No sabía si descuartizar primero a su hermana o a ese lunático por muy buenorro que estuviera. Thiago se ladeó en su asiento y le abrió la puerta para que entrara. Tenía tantas ganas de reírse que sentía cosquillas en la barriga. Lo que había tramado estaba resultando mucho mejor de lo que imaginaba. ―¿Cómo te atreves? ―le chilló como una rata acorralada. Le lanzó la cesta y las chanclas con todas sus fuerzas en dirección a la cabeza. Con las manos, divertido, paró el impacto, cogió la cesta y la tiró sin ningún miramiento en la parte de atrás. ―Haces honor al color de tu pelo con ese genio, pelirroja. Sube y tranquilízate ―le entregó las chanclas que Abril le arrebató de un tirón para ponérselas. ―¡Te odio! ―le gritó furiosa antes de acomodarse dentro del habitáculo y ponerse el cinturón. Fue un milagro que no hubiera caído al agua antes, con el vaivén dichoso. Miedito solo de imaginarlo. Se quitó de un tirón el sombrero y las gafas. Con desagrado comprobó que el cabello humedecido se le pegaba al cráneo, se quitó la goma para dejarse el cabello suelto y ahuecárselo. Cerró los ojos muerta de miedo cuando el aparato empezó a dar tumbos sobre el mar. Si no le daba un infarto, sería un milagro. ―No había percibido que tienes unas pecas encantadoras ―le soltó justo antes de que el hidroavión tomara altura. Abril casi se atragantó. 7 KILOMETROS AL SUROESTE DE CABO BEATA. La aeronave aterrizó sin problemas a orillas de una diminuta y paradisíaca isla. Durante todo lo que duró el trayecto se mantuvo con la boca cerrada, solo deseaba que acabara el día para largarse de Santo Domingo. En cuanto llegara al hotel cogería un taxi para irse al aeropuerto y coger el primer vuelo disponible. Lo sentía por su hermana, pero esto era demasiado para ella. ―Ya hemos llegado, pelirroja ―habló contoneando el cuello para aflojar la musculatura―Ya puedes abrir los ojos. Abrió la puerta y saltó a escasos centímetros de la orilla. Dio la vuelta para ayudarla a bajar. Hacía tiempo que no se divertía tanto. ―No ha sido tan duro como pensabas ―le abrió la puerta y como a una niña pequeña le soltó el cinturón― Joder, Adriana no seas tan irascible, te aseguro que esta isla es preciosa. ―¡Apártate! ―de un manotazo le hizo recular. Además odiaba cuando la llamaba por el nombre de su hermana. No quería que se diera cuenta de que tenía los ojos anegados en lágrimas, le escocían un montón los ojos tratando de detenerlas. Se bajó sujetándose con ambas manos para no caerse, solo le faltaba morir ahogada para rematar el día―. No pienso pasarme todo el día aquí. Dos horas y me llevas devuelta al hotel. Tuvo que alzarse el caftán para no tropezarse pues, empapado, se le pegaba a las piernas. Cuando llegó a la orilla, no pudo más y se echó a llorar. No le sintió llegar, por eso se vio sorprendida cuando le dio la vuelta asiéndola por los hombros. Sus manos ascendieron y le enmarcaron con delicadeza el rostro, con los dedos suavemente fue amparando las gotitas que caían como rocío al amanecer. ―Shhhh, si lloras me partes el corazón pelirroja ―le susurró muy cerca, su aliento le acarició los labios, que ella humedeció. Ese gesto le animó a proseguir y a recordarse que era una estafadora. ―Te prefiero furiosa como una gata ―rugió. Era preciosa, exquisita, con aquella candidez, inundando sus bellos ojos color esmeralda. Sintió un pellizco de culpabilidad, quizás se había excedido. Pero aun así se recordó que poseerla era parte del juego. Entonces le alzó la barbilla y se apoderó de su boca de forma posesiva, brutal, no fue un beso dulce fue un beso invasor. La sintió vacilar, cambió de táctica. Su lengua tomó la suya y la succionó como un refrescante helado. Su sabor seguía siendo demasiado inocente, muy dulce, pero no se iba a dejar engatusar. Sus manos descendieron hasta abarcar sus generosos pechos para acariciarlos, cuando friccionó los pezones a través de la tela mojada a ella se le escapó un breve gemido. Abril sintió como su parte más íntima se humedecía, ardía. Deseaba más, deseaba… Le rodeó con los brazos y acarició esos cabellos negros, largos como los de un roquero. Se puso de puntillas para frotarse contra su dura erección. Lo había deseado desde el primer momento que le vio. Su boca la devoraba, ella solo quería sentir su piel bajo sus manos, tocar, palpar su espalda ancha y musculosa, su piel tan morena. ¡Nunca había deseado a un hombre de ese modo! La llevó bajo la sombra de unas palmeras y la arrojó sobre una arena entibiada por el sol. Con agilidad le quitó el caftán y su cuerpo quedó a expensas de él. Su rostro enrojeció como el resto su suave piel. ¿Sería tan inocente como aparentaba ser? ―Eres tan hermosa que no pareces real ―gimió excitado. Deseaba besar, saborear cada sensual curva de su bello y excitante cuerpo. ¡Joder, para que negar, que la deseaba con tanta urgencia que temía no estar a la altura! Ya no se trataba de hacerla suya como venganza, ahora se trataba de querer complacerla, que no olvidara ese momento jamás. Abril cerró los ojos y se dejó llevar, por una vez en su vida se dejaría llevar… Le retiró la parte superior de su biquini dorado, para dejar expuestos unos pechos blancos y tersos, con la lengua jugueteó con ellos hasta hacerla suplicar. Por fin, succionó sus pequeños y excitados pezones, mientras que la mano que acariciaba su vientre, bajó lentamente hasta posarse en su feminidad. Los cordeles que sujetaban ese pequeño triangulo de tela fueron fáciles de deshacer. Su boca ascendió de nuevo a sus labios para tomarlos de nuevo y mordisquearlos, con los dedos acarició sus labios vaginales hinchados de deseo. Su vagina húmeda y dispuesta, casi le hizo perder el control. Se le escapó un rugido cuando ella alzó las caderas y la oyó jadear acompañada de movimientos ondulantes. ¡Dios como la deseaba! Abandonó sus labios para tomar otros con sabor a mar, con sabor a cuerpo de sirena. Ella trató de apartarle avergonzada, quería cerrar las piernas pero no le dejó. ―Deja que te saboree, me tienes embrujado ―suplicó entre sus muslos sonrosados. Era preciosa, deseable. Su lengua jugueteó primero con sus tiernos pétalos, para a continuación adentrarse al punto más sensible y excitado. Sus cortos y tímidos gemidos le volvían loco. Abril abrió más las piernas, el orgasmo llegó a ella como un tornado gigantesco, ascendió por los nervios de la planta de los pies hasta llegar a la punta de sus largos cabellos. Gritó de placer, sus gemidos fueron silenciados por su boca con sabor a estrella de mar. Se estaba deshaciendo de los pantalones cuando ella se apartó alarmada. ―¡Dios mío que estamos haciendo! ―exclamó incorporándose. ¿Cómo podía haberle dejado que la acariciara de ese modo? Se suponía que si se hacía pasar por Adriana y era la prometida de su padre, ¿Qué pensaría de ella? ―Lo lamento, no sé qué me ha pasado. Yo…necesito que sepas algo…yo no… ―Pelirroja, has elegido un mal momento para echarte atrás ―no la dejó terminar. Se puso a horcajadas sobre ella y la sujetó por los antebrazos―. Si piensas que con disculpas y un lo lamento no vamos a terminar lo que hemos empezado, estas muy equivocada. ―Joder, si no la tomaba allí mismo iba a explotar. Nunca había deseado con esas ansias a una mujer. Ella bajó la mirada hasta centrarla en sus pantalones, el bulto de su excitación era más que evidente. ―No podemos ―gimió abrumada. Necesitaba decirle la verdad, pero por otro lado si se lo decía se perdería esa gran oportunidad. ¡Tener un hombre así sobre ella, tan salvaje y duro! ¡Era tan excitante! Se recordó que ella era Abril, no Adriana. Pues por eso mismo no podía… por las dos. Pero el tren solo pasa una vez en la vida. ¿O no es así? ―Sí que podemos. ―La soltó unos segundos para quitarse la camiseta y dejar su amplio y excitante tórax al descubierto, todo para ella. Ya no pudo más, la boca se le hizo agua. Alzó las manos para acariciarle ese tatuaje que tanto morbo le creó desde el primer momento que lo descubrió, la pálida piel de su mano contrastaba con la suya tan oscura. Lo deseaba, ambos se deseaban desde el primer momento, ambos sintieron esa conexión sexual tan poderosa que les envolvió desde el primer contacto visual. Que le perdonara su hermana, pero la tentación era demasiado poderosa. Ahora sabía lo que debió sentir su antepasado Adán. Si él cayó tentado por una simple manzana, ¿cómo no iba ella a caer tentada por un hombre como ese? Él era el indicado, era como si lo supiera desde siempre. ―Te deseo pelirroja ―gruñó mientras buscaba con su endurecido miembro la entrada que le llevaría directo al mismo paraíso―. Quiero hacerte mía. Sus palabras la embrujaron, su aliento, sus caricias, todo en conjunto la hicieron olvidarse de todo. Se abrió más para adaptarlo en su interior. Cuando acabaran le contaría la verdad. Cuando la penetró, Thiago se extrañó que fuera tan estrecha. Abril se echó para atrás, le escocía un poco. Entonces lo vio claro, estaba demasiado tensa, para ella era la primera vez. La besó tiernamente, mientras intentaba entrar en ella poco a poco para no hacerle daño. Más tarde lo aclararían. Se retiró para volver a acariciarla con los dedos y dilatar su vagina. La asió por las firmes nalgas para alzarla, retiró los dedos para tomar el relevo con la lengua. Lamió una y otra vez sin miramientos. ―¡No puedo más! ―suplicó cuando se hizo presa de una nueva y explosiva oleada de placer. Estaba sin aliento, sentía como si la lanzaran al vacío sin paracaídas. Entonces, fue cuando aprovechó ese momento para adentrarse en ella, de un solo empellón la penetró. Abril se mordió los carrillos para no gritar, por nada del mundo quería que se diera cuenta. ¿Cómo explicarle que sufrió abusos? No podía saber lo duro que fue el día que perdió a sus padres, lo que vino después fue un infierno… Por eso justificaba siempre a su hermana, porque sabía que ella, muy en el fondo sufría tanto como ella, solo que lo expresaba de distinta manera. Sus miradas se unieron en un fuego abrasador, ese breve lapso de tiempo le sirvió para que las húmedas paredes de su vagina acomodaran a su poderoso y endurecido miembro. Él no se atrevía a moverse, estudiando su rostro, esperando que ella tomara las riendas. No era tan duro como aparentaba el chico malote, enternecida por ello elevó las caderas, la penetración fue más profunda. Entonces le oyó gemir, un gemido salido de lo más profundo de su ser. Se aferró a él, se entregó por entero, le entregó su alma, su cuerpo y la conexión fue brutal. Thiago la embistió con más fiereza. Abril se sacudió espasmódicamente cuando el orgasmo llegaba a ella sin avisar. Pronunció su nombre en un sollozo cuando ambos llegaron juntos a un clímax tan sublime, que hasta su corazón hizo temblar la solitaria y paradisíaca isla. Al día siguiente Eran las cinco de la mañana y ya lucía un sol pletórico cuando Abril tomó un taxi que le llevaría al aeropuerto. Se olvidó el sombrero, las gafas de sol, se olvidó de sus cremas. Ya no le importaba que las pecas hubieran aparecido de nuevo, lo único que le importaba era llegar a su casa, necesitaba el amparo que le aportaba su pequeño hogar, trabajar de nuevo entre los protectores muros de la vieja biblioteca rodeada de sus libros. Necesitaba huir. Sentía tanto dolor en su interior que era como si se descerrajara por dentro. Revivir lo que vino después que terminaran, era tan humillante que apenas la dejaba respirar. Thiago se mesó los cabellos desesperado, cuando le informaron en recepción de que la señorita Lago hacía más de tres horas que había abandonado el hotel para tomar su vuelo. ¡Maldición! ¿Qué había hecho? Su padre le había llamado hacía unos minutos, cada vez que recordaba lo que le dijo hacía que se sintiera aún más miserable. Le reprochó que no hubiera contestado antes sus llamadas. Se excusó con que había olvidado el móvil y que no lo llevaba encima. Entonces le volvió a recalcar, cuando se lo hubo explicado todo: ―Llegó ayer, por lo que veo aún no la has conocido ―supuso su padre―. A Adriana no se le ocurrió otra fórmula mejor para que de una vez saliera de una vida tan aburrida y angustiosa que la estaba consumiendo, pensó que tú serías la excusa perfecta. Trátala bien hijo y síguele la corriente. La vida ha sido dura para esa chica. Haz todo lo que esté en tu mano para que se divierta. Cuantos más detalles le daba su padre, más miserable y ruin se sentía. Cuando colgó, lanzó el móvil y lo estampó contra la pared. Joder… ¿Qué he hecho? Dos meses después. Hotel Ritz (Madrid) En la terraza, Thiago esperaba de pie junto a una pequeña fuente. El gorgoreo del agua al caer sobre la pila de alabastro podía resultar relajante en ese lugar donde el buen gusto y la opulencia eran la marca de la casa, pero para él resultaba una molestia. Los vio llegar muy juntos y agarrados de la mano. Su corazón le dio un vuelco a medida que se iban acercando. Era como si viera de nuevo a Abril. Subieron las escaleras hasta llegar frente a él. ―Hola hijo ―le saludó su padre tensamente. Pese a su edad aún poseía un abundante cabello oscuro. Practicaba deporte diariamente y eso quedaba reflejado en su porte atlético. ―¿Por qué no nos sentamos y tomamos un refresco? ―sugirió Adriana tomando asiento bajo una elegante sombrilla. Abrió el bolso y sacó un cigarro. ¡Tenía tantas ganas de estrangularlo! ¡Cabrón! Ambos tomaron asiento, Thiago frente a ella. Su mirada fue letal en cuanto se miraron. Se contuvo de montar un numerito, por respeto al hombre que amaba con todo su corazón, solo por ese motivo no iba a hacerlo. ―No pienso andarme con rodeos ―su voz sonó fría, demasiado. A continuación dio una larga calada al cigarro que mantenía elegantemente sujeto entre dos de sus dedos. Thiago se fijó en las elegantes uñas, tan diferentes a las carcomidas de Abril, pero mil veces más encantadoras. ―Querida, prometiste que lo ibas a dejar ―Joao le arrebató el cigarro con ternura y lo apagó estrujándolo dentro de un cenicero. Adriana, asombrosamente, calló y no dijo ni mu. Solo faltaba una simple mirada para darse cuenta de que estaban realmente enamorados, algo que él siempre quiso negar cuando era tan evidente como la brisa que en estos momentos corría suavemente. ―¡Conocerte no pensé que fuera tan horrible! ―prosiguió Adriana perdiendo los nervios―. Creí que erais el uno para el otro, pero me equivoqué―. Se merecía que le arrancara el corazón de cuajo―. Y por cierto, ¿qué cojones le hiciste que está convertida en un andrajo? ―¡Lo mato! ¡Lo mato! Su hermana, su dulce e inocente hermana. Ese monstruo rastrero se las iba a pagar, jamás pensó que todo iba a terminar tan mal. Esperaba que Abril algún día se lo pudiera perdonar, ella lo había hecho con la mejor intención. Thiago se levantó angustiado, camarero. justo cuando se acercaba el ―Traiga dos Ginger ale, por favor. Para mí nada, yo ya me iba ―El camarero asintió y se alejó con discreción. Su padre se levantó indignado. ―O arreglas lo que cojones has provocado, o tú y yo tendremos una conversación que creo que no te resultara agradable. Habla con ella y soluciónalo. ¡Ya! ―¿Y qué os pensáis que he tratado de hacer desde hace dos malditos meses? ―se defendió antes de despedirse. El sol ya empezaba a esconderse, era una buena hora para intentarlo de nuevo. ¡Ya no podía más! 08:00 pm, hora del encuentro Llevaba una taza de té en la mano, cuando Gandy ronroneó y se friccionó entre sus piernas. ―Hola precioso ―le saludó al gato que le había regalado su hermana un mes atrás tratando de que recuperara la ilusión. Un modo más para disculparse y sonsacarle que pasó. Había detalles que jamás le revelaría. Eran demasiado humillante, pensó tomando asiento. Dejó la taza con cuidado sobre la mesilla, Gandy aprovechó para subirse sobre su regazo. Abril le acarició lentamente el largo y suave pelaje. El timbre de la puerta la importunó. ―¡Vooooy! ―avisó mientras se levantaba acomodando al felino entre sus brazos. Esta vez no fue lo suficientemente precavida de mirar antes por la mirilla. Abrió la puerta y en cuanto le vio, su intención fue cerrar la puerta de un portazo, pero fue más rápido entrando Thiago, quién cerró la puerta de ese modo. El gato saltó asustado de sus brazos y se largó maullando. ―¿Qué diablos haces aquí? ―le preguntó hecha una furia. Thiago esbozó una sonrisa diabólica, sus ojos eran todavía más azules de lo que los recordaba. ¿Por qué era tan sumamente guapo? ¿Por qué no su corazón, si no toda ella se derretía nada más verle? Su odio, su desprecio era todo lo que se merecía. No podía olvidar las palabras que le dijo cuando aún temblaba entre sus brazos aquel día en la playa. Lloró durante un mes desconsoladamente, y ahora que estaba empezando a recuperarse no iba a permitir que volviera a hacerle daño. ―Solo he venido a devolverte algo que te pertenece ―le mostró una bolsa y lo que había dentro. Ella tardó unos segundos en arrebatarle la bolsa que contenía los zapatos que ella olvidó el día que se conocieron en la playa. ―Gracias, ahora ya puedes irte ―le agradeció fríamente. La bolsa la dejó sobre una silla. Thiago no podía apartar la mirada de ella. No saldría de allí sin conseguir que le perdonara. ¡Dios, estaba preciosa! Solo verla ya le había provocado una erección. Llevaba el cabello suelto y perfumado sobre una simple camisola de algodón e iba descalza. Le recordó a una zíngara, una hechicera pelirroja que le había robado el corazón. Su rostro salpicado de pecas era adorable. Solo las oscuras ojeras que surcaban sus claros ojos, le recordaron lo miserable que fue con ella. La deseaba con todas sus ansias, deseaba volver a encender de nuevo esa chispa en su mirada que había desaparecido gracias a su abominable comportamiento. ―Te he llamado mil veces, he intentado verte pero no me has dado ni una sola oportunidad para disculparme. Deja que te explique… Abril se alejó cuando se percató de sus intenciones, no podía permitir que la tocara, tenerlo tan cerca la debilitaba. Nada más verle comprendió lo que intentaba negarse una y mil veces. Estaba locamente enamorada de un bárbaro sin corazón que la odiaba. Si venía a disculparse era por compasión y no lo consentiría. Estaba harta de provocar lástima. No necesitaba a nadie. Ni tan siquiera pensaba recurrir de nuevo a las terapias que necesitó durante años. ―Quiero que te vayas ―le suplicó―. No quiero volverte a ver, quiero que salgas de mi vida para siempre―. Ya no podía más. Quería que desapareciera. Su mano protegió su vientre en acto de reflejo cuando intentó de nuevo sujetarla. Casi se atragantó cuando su mirada bajó con curiosidad hasta su vientre, que por suerte aún se mantenía plano. ―¿Dónde está el baño? Le miró confundida. ¿El baño? ―La segunda puerta a la derecha ―contestó sin pensar. Cuando le vio entrar como una tromba, entonces lo comprendió. ¿Cómo había adivinado que lo guardaba allí? Evidente, todas lo hacemos. Se tuvo que sentar cuando lo vio con el predictor en la mano. ―¿Cuándo pensabas decírmelo? ―le acercó la prueba a la cara―. Voy a ser padre y tú intentabas ocultármelo. ¡No me lo puedo creer! ―exclamó con incredulidad―. Debí pensar que podía suceder―. Entonces tiró de ella y su boca se apoderó de sus labios con un hambre brutal. Aún le costaba creer que en tan poco tiempo hubiera perdido la razón por esa pelirroja hechicera. Ella aún estaba confundida, su mente giraba como un tiovivo. ―Me llamaste...me dijiste… ―Shhhh ―no la dejó terminar―. No vuelvas a repetir eso nunca jamás. Lo dije para vengarme porque sentí terror cuando me vi perdido, perdido en ti, Abril. Tan perdido y enamorado que te necesito el resto de la vida a mi lado ―gimió antes de volver a besar esos labios tan tentadores. ―El niño no debe ser para ti una obligación. Apenas nos conocemos ―intentó apartarle. Su camisola había desaparecido y su boca ya succionaba sus sensibles pezones. Gritó de felicidad cuando la alzó en brazos. ―Esta vez te quiero hacer el amor en una cama ―entre risas y besos la llevó al dormitorio y la dejó caer con suavidad sobre las sábanas. Se deshizo de la chaqueta de cuero con rapidez, después fue la camiseta, los vaqueros, todo prenda por prenda. La pálida luz que se colaba entre las cortinas jugueteaba creando sombras sobre su cuerpo perfecto, y ese tatuaje… ¡Cómo le ponía! Un chico malote en su cama, pensó emocionada. Aún no se lo podía creer. ―Dime si soy demasiado brusco y pararé ―le dijo besando su vientre con suavidad, una y otra vez. Allí dentro, muy adentro empezaba a crecer una parte de él―. Ve acostumbrándote porque te voy a adorar el resto de mi vida ―. Ya no se imaginaba estar ni un instante sin ella. Abril se estremeció, tenía el poder de hacerla sentir una diosa, una mujer especial, hermosa… El gato entró inoportunamente en el dormitorio y ronroneó. ―Gavin ve fuera ―le ordenó débilmente. Estaba envuelta en sus brazos, envuelta en una vorágine de placer. Thiago interrumpió su ardoroso beso para preguntarle con curiosidad ―¿Pelirroja, qué clase de nombre es ese para ponerle a un gato? Le encantaba que la llamara pelirroja. ―Cuando terminemos te lo explicaré ―gimió ―Tu sigue… TENTACIÓN EN LA NOCHE DE LYDIA ALFARO https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora?focus_composer=true&ref_t ype=bookmark 1 Ha sido una dura jornada de trabajo en la tienda, los sábados suelen ser brutales. Por fin, entro en casa. El apartamento está en penumbra y las luces juegan con las sombras mientras el crepúsculo comienza a dar sus primeros pasos. No veo a Marcos en el salón pero escucho murmullos apagados al otro lado de la puerta de nuestro dormitorio, que está cerrada. Imaginando que está dentro hablando por teléfono, abro la puerta... Seller se llama este pueblo en medio de la nada. “El pueblo de los gatos”, reza el cartel de la entrada. Me he perdido en un pequeño enclave costero, de esos especiales que tienen a un lado majestuosas montañas y, al otro, un maravilloso mar (en este caso el Mediterráneo) brillando bajo la luz del sol de agosto. Qué idílico sería este paisaje si no fuese porque he venido aquí a lamer mis heridas, a perderme sin saber si quiero encontrarme de nuevo, a dejar de ser yo para ser solo una transeúnte sin rumbo. Sin pasado, presente ni futuro. He dejado mi coche aparcado en un lado del camino sin asfaltar que ahora mismo atravieso. No sé adónde me lleva pero no me importa. Sólo quiero perderme... Cuanto más lejos mejor. Si es en el bosque más profundo, que así sea. Las altas copas de los pinos me reciben y me acunan acariciándome con sus ramas. Cojo una piña del suelo y me la paso de una mano a otra mientras sigo andando y la fresca brisa vespertina silva a mí alrededor provocándome un escalofrío. Lo primero que veo al abrir la puerta es el culo de Marcos, flácido y pequeño, se muestra apretado mientras se centra en el empeño de bambolear entre las piernas de una mujer. Ella, totalmente despatarrada, susurra su nombre entre gemidos. Él bombea y bombea cada vez más rápido mientras yo me he quedado de piedra. Creo que, incluso, mi mente ha salido volando por algún orificio de mi cuerpo porque estoy paralizada y en blanco, solo puedo mirar una escena que se me antoja surrealista. Marcos. Mi Marcos bombeando en una vagina que no es la mía. No recuerdo haberle visto follar con tanto empeño en años... Esto no me puede estar pasando. El cielo se está tiñendo de rojo. No tardará en llegar la noche y estoy metida en un maldito bosque. Me paro entre la arboleda y arranco a reír como una histérica. Sí, definitivamente, me he vuelto loca. He huido de la ciudad sin avisar a familiares ni amigos. El teléfono móvil hace horas que dejó de sonar cuando lo lancé por la ventana del coche mientras atravesaba a más de 140 kilómetros la autopista. No quiero saber nada del mundo. Sí, puede que esto sea una reacción inmadura. Al fin y al cabo, son unos cuernos, no el fin del mundo... Pero estoy cabreada, mucho. Y no tengo cuerpo para aguantar las miradas de pena de mis amigas ni de mi madre... Ni los exabruptos de mi padre al enterarse de que su yerno es un hijo de la gran puta. Al final, me canso de tanta risa y apoyo mis manos en las rodillas flexionando mi cuerpo algo exhausto por el largo viaje y la caminata. Estoy sudada y acalorada. El corazón me va a mil por hora y no sé si será por la caminata o por el estado de nervios en el que me encuentro desde hace algo más de veinticuatro horas. Puede que sea un poco de las dos cosas. Cuando voy a incorporarme, el suelo se inclina o quizás lo hago yo... La cuestión es que termino dando con mi cabeza contra la raíz de uno de los pinos y, después, todo se vuelve negro. Todo estaba en completo silencio hasta que oigo el sonido de unas ramas moverse cerca de mí. Pero no quiero abrir los ojos... Tengo mucho sueño y estoy agotada. Un suave ronroneo me pone en alerta y abro los ojos de golpe cuando un animal se posa con delicadeza sobre mi pecho. Mi visión, algo borrosa, se va estabilizando y alcanzo a ver un gato precioso, de un tamaño algo grande para un gato común, con el pelaje atigrado de color gris y blanco. Sonrío. El pueblo de los gatos... —viene a mi mente la mención del cartel de la entrada del pueblo. El ronroneo que emite el animal es cada vez más fuerte o quizás son mis sentidos aletargados los que obran el relajante efecto. El gato me mira fijamente, como si quisiese conocer mis pensamientos y yo le devuelvo la mirada al mismo tiempo que gimo de dolor. La nuca me palpita con fuerza de repente y me acuerdo del tremendo golpe que me he dado. He debido estar inconsciente un buen rato, pues ya es noche cerrada. Alargo la mano para acariciar al precioso felino y consigo atrapar uno de sus bigotes suavemente. —Qué guapo eres... —mi voz es un susurro que se pierde con el viento y el sueño tira de mí con insistencia, no me da tregua. No quiero resistirme. El ronroneo aumenta y me acuna como la más efectiva de las nanas. Cierro los ojos y dejo caer mi mano a un costado. Siento que el gato anda sobre mi pecho hasta llegar a mi cara, me olisquea haciéndome cosquillas con sus bigotes y, de pronto, ocurre algo muy extraño. El felino lame mi mejilla derecha pero, cuando siento su húmeda lengua, no noto un tacto áspero y minúsculo, sino una humedad suave y amplia... Parece una lengua humana. Un inquietante calor invade mi vientre. No quiero abrir los ojos, un repentino miedo surge en mí al mismo tiempo que mi vagina se tensa. Pero el sueño me vence pese a todo, el ronroneo y la húmeda caricia van quedando en segundo plano y no lucho. De nuevo, oscuridad. Silencio. 2 Al día siguiente me despierto cubierta de polvo y con un dolor tremendo de cabeza y articulaciones. Mi decadencia ha llegado a su límite. He dormido en pleno bosque. En fin, al menos no ha sido fruto de una borrachera o algo peor, ha sido un accidente pero... La situación es triste igualmente. Cojo mi coche y me dispongo a arreglar un poco mi situación. No voy a comprar un móvil nuevo para contactar con nadie ni voy a volver a casa. No. Voy a hacer las cosas bien y, al menos, voy a disfrutar de unas merecidas vacaciones antes de tirarme por uno de los acantilados de este precioso pueblo costero. Una se merece darse un capricho después de todo. Además, todavía conservo la tarjeta de la cuenta bancaria que tenía en común con Marcos y pienso gastar todo lo que me venga en gana. Que se joda el maldito. Así que ignoro los latigazos de dolor de mi cabeza y conduzco hacia el pueblo para alquilar una habitación en algún hostal pero, mientras paso por las calles atestadas de turistas, decido que no me apetece nada estar en primera línea de playa y como el pueblo tiene parte de montaña, me adentro en él buscando algo diferente y más tranquilo. Al final doy con ello: unas preciosas casitas de madera, pintadas de blanco, que tienen a sus espaldas una impresionante cadena de montañas vírgenes, frondosas y muy verdes. El espectáculo al otro lado, de frente a las casitas, es impagable: una pequeña cala de arena clara y limpia. ¿Lo mejor de todo? No hay nadie... ¡Me encanta! Aparco y cuando encuentro al dueño, un hombre de mediana edad muy amable llamado Ernesto, acuerdo con él alquilar una de las casas durante una semana. En verdad, ahora mismo, me gustaría alquilar una casa aquí por tiempo indefinido pero, de momento, me voy a dar una semana para relajarme y pensar qué hago con mi vida. Dejo mis cosas dentro de la casa, que no es muy grande pero está decorada de manera sencilla y bonita, además de estar muy limpia. Un nudo se instala en mi estómago cuando descubro el dormitorio, preparado expresamente para una pareja enamorada que va a pasar unas inolvidables vacaciones. Las paredes son de madera barnizada, hay dos mesillas de diseño rústico en madera clara y la cama es amplia, cubierta por una colcha de color rojo. Decido no dejarme llevar por pensamientos negativos y salgo rápidamente de la estancia. Cojo una toalla y salgo de la casa en dirección a la cala que me espera con los brazos abiertos. Cuando me tumbo en la arena, subo los brazos por encima de mi cabeza e inspiro fuerte dejando que la fresca brisa de la mañana invada mis fosas nasales y purifique mis pulmones. Me quedo dormida sin darme cuenta y al compás del sonido de las olas, un suave ronroneo acaricia mis oídos subiendo de volumen poco a poco hasta que me despierto sobresaltada. Me incorporo y miro hacia todos lados pero no veo nada y, por supuesto, no hay ningún gato atigrado y gris observándome. Un escalofrío recorre mi columna vertebral. Seguramente, aquel gato solo existió en mi mente durante mi inconsciencia tras el golpe en la cabeza. Al anochecer, he aprovisionado la nevera de víveres para unos días. Mientras ceno en el sofá a la vez que veo un programa de reportajes en el televisor, recapitulo todo lo ocurrido en los últimos días. Mi vida ha cambiado de un día para otro y me siento perdida. Es cierto que mi lado racional me dice que descubrir el engaño es lo mejor que podría haberme pasado... No soy partidaria del dicho que dice ojos que no ven, corazón que no siente. Prefiero tener que reconstruir mi vida de cero, acostumbrarme a estar sola después de tanto tiempo, a contar conmigo para tomar mis propias decisiones... Y mientras pienso en todo esto, de pronto, la soltería se me antoja atractiva. No voy a tirarme por ningún acantilado ni voy a estrellar mi coche contra un muro de hormigón. Voy a disfrutar de unas merecidas vacaciones y si se me pone algún hombre a tiro, no pienso oponer resistencia al sexo si me gusta. Me sorprendo al tener estos pensamientos y más aún cuando un placentero hormigueo recorre de repente mi vientre para morir entre mis muslos. Los aprieto e, inconscientemente, el ronroneo vuelve a mi cabeza. Qué extraño. Termino de cenar y, tras dormitar un rato en el sofá, decido probar la enorme cama de mi nuevo dormitorio. Puede que uno de estos días la llene con compañía. Sonrío cuando me arropo en ella pero no alcanzo el sueño. El estado de relajación va desapareciendo para convertirse en un extraño desasosiego. Doy vueltas y vueltas en la cama hasta que, cabreada por mi desvelo, enciendo la luz y me encuentro sudorosa y acalorada. Miro hacia la ventana abierta y el agua del mar está tranquila y plateada gracias a la hermosa luz de la luna llena. De pronto, se me antoja la visión más atrayente del mundo y, sin pensarlo, me levanto y salgo de la casa en dirección a la cala. Llevo un simple camisón negro de tirante fino, escote en uve y que me tapa lo justo el trasero, pero no me preocupa. Así que me adentro en el agua y siento un enorme placer al sentir su abrazo cálido, tras todo el día absorbiendo el calor del sol. —Es guapa la humana, ¿verdad? —Max observaba con avidez a la mujer que salía a flote tras bucear un rato. El minúsculo camisón negro que llevaba se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel, ensalzando sus erguidos pechos y sus caderas. Joel le golpeó la cabeza. —No la mires así... —gruñó apretando los dientes— Ella es mía. —Colega, ni siquiera la conoces. ¡Relájate! —Anoche pude sentirlo cuando olí su esencia y saboreé su piel... — Joel se movió incómodo y acomodó la espléndida erección que tenía entre las piernas. La mujer estaba flotando en el agua boca arriba, su expresión era feliz y podía ver como la línea de su cuerpo dibujaba los tensos pezones envueltos en aquella sugerente tela negra. Ansiaba meterse ambos en la boca y chupar hasta quedarse sin sentido. —Yo solo te digo que tengas cuidado. Es una humana y no debe saber de nuestra existencia, ¿lo pillas? El viejo le ha alquilado la casa porque nos viene muy bien el dinero pero debemos mantenernos alejados de ella. —Lárgate —escupió Joel sin dejar de mirar a la mujer. —No has escuchado nada de lo que te he dicho, ¿verdad? ¡Estás pensando con la maldita polla! Joel le propinó un empujón a su compañero que, aunque estaba casi tan fuerte como él, cayó de costado sorprendido. Se levantó malhumorado limpiando la arena de sus ropas y se marchó profiriendo maldiciones hasta que le dejó solo... Con ella. Salió de su escondite detrás de una de las casas y decidió dejarse ver. Se situó cerca del agua y siguió observándola excitado. En aquel momento, ella se había puesto en pie de nuevo y se escurría el agua del largo pelo azabache. Sus preciosos ojos marrones y almendrados se dirigieron hacia donde él estaba, como si su instinto le indicase adónde debía mirar y, entonces, una corriente eléctrica se adentró sin remedio en los cuerpos de ambos. Joel ronroneó de placer y ella jadeó asustada. No puedo creer lo que ven mis ojos... Hay un tipo ahí fuera comiéndome con la mirada. Debería sentir miedo, ¿no es así? Pero lo que siento es un creciente calor en mis entrañas y unas cosquillas en mi vagina, que ha comenzado a lubricar de manera incontrolada. Es alto y fuerte, con amplios pectorales bañados por un poco de vello oscuro, unos abdominales definidos y una estrecha cintura de la que surgen esos músculos con forma de uve que tan loca me vuelven y desaparecen debajo del pantalón vaquero que, por cierto, lleva desabrochado, dejando entrever su pubis oscuro. El desconocido me observa en silencio y con un brillo en su mirada penetrante. Tiene un rostro muy atractivo enmarcado por una melena larga y lisa, aunque no distingo su color por la oscuridad; una nariz alargada y bien perfilada, un amplio mentón y unos labios gruesos demasiado tentadores... Pero mi mirada baja de nuevo para encontrarse con el importante bulto dentro de sus pantalones. Me relamo sin querer. Pienso en qué puedo hacer... Yo no estoy en mi mejor momento y el tipo es demasiado guapo. Mi cuerpo me está traicionando y sé que había pensado en ser promiscua pero se trata de un desconocido que bien podría estar esperándome para atracarme o violarme. Decido, con voz temblorosa, soltar una advertencia: —Oiga, váyase o gritaré hasta alertar a los vecinos. Sí, es una advertencia bastante absurda pero contando con que no dispongo de teléfono y que me hallo dentro del mar, es improbable que pueda amenazarle con llamar a la policía. El desconocido sonríe antes de replicar: —Señorita, no hay nadie a varios kilómetros. Me temo que no serviría de nada. Mi estómago se tensa. ¿Qué va a pasar? La excitación da paso al terror y debe de notarlo en mi expresión porque acto seguido se tensa y vuelve a hablar, esta vez, muy serio: —Escuche, no le voy a hacer daño. Solo estaba mirándola... Es una bella estampa, créame— y vuelve a sonreír mientras clava su brillante mirada en mí. ¿De dónde sale ese brillo tan cautivador? Miro a todas partes y no hay una maldita farola. Estamos solos en medio del silencio y de la luz de la luna. Comienzo a tiritar de frío. —Aléjese, por favor. Tengo que salir. Él parece molestarse pero alza las manos en señal de rendición y se marcha dejándome de nuevo sola. Corro como alma de lleva el diablo hasta salir del agua, recojo las llaves de la casa que había dejado en la arena y recorro la distancia que me separa de la seguridad de mi provisional hogar en unos pocos segundos. Pero cuando estoy a punto de abrir la puerta, algo suave me roza las piernas y el familiar ronroneo vuelve a sonar. ¡Es el gato de mi sueño! Solo que ahora que lo vuelvo a ver me doy cuenta de que aquello fue real; al fin y al cabo, este es el pueblo de los gatos. Lo curioso es que todavía no he visto a ninguno a parte de este ejemplar tan bonito y cariñoso. Me agacho y le acaricio el lomo mientras él responde arqueando la espalda y erizando su corto pelo por el placer. —¿Quieres venir a casa conmigo, pequeño? —no puedo evitar preguntar. El gato se alza y trepa por mi tronco hasta enganchar sus patas delanteras en mi cuello, sin arañarme. No necesito más respuesta. Sujeto al animal por el trasero y me meto con él en casa. Ya tengo compañía. Es solo un gato pero, por el momento, servirá. El baño parece que ha hecho efecto en mí y por fin siento como Morfeo llama a mi puerta así que, tras poner agua y comida a mi nuevo compañero de hogar, me arropo en la cama de nuevo, esta vez para entrar en un confortable y profundo sueño. Antes de caer en la inconsciencia, siento como el gato se sube a la cama y se recuesta pegado a mi cuerpo ronroneando. 3 —Despierta, gatita. Me desperezo y suelto un gemido de placer. El sueño ha sido reparador y siento que he recuperado todas mis energías. Cuando abro los ojos me encuentro con su cara a solo unos centímetros de la mía. ¡Es tan guapo! La lámpara de una de las mesillas está encendida y da un aire íntimo a la habitación medio en penumbra. Sonrío. Tiene los ojos verdes y grandes, pero lo más especial de sus iris es que tienen unas motitas amarillas, algo extraño pero a la vez fascinante. Y el color de su pelo es negro pero —supongo que será por la poca luz— desprende unos reflejos grises que también me resultan fascinantes. Me muerdo el labio. Él me mira muy serio y parece que me estudia de alguna manera. ¿En qué estará pensando? —¿Cómo te llamas? —me pregunta sin cambiar el semblante, parece absorto mientras me mira. —Me llamo Lucía. ¿Y tú? —Joel. En ese momento caigo en la cuenta de que él está encajado entre mis piernas. Su robusto cuerpo me tiene atrapada bajo un peso que, hasta ese momento, no había notado y del que ahora soy plenamente consciente. Me humedezco sin poder controlar los pequeños espasmos que emite mi vagina al sentir su enorme erección acomodada en mi pubis. Si esto fuese la vida real, seguramente habría comenzado a gritar como una loca y le hubiese atizado una patada en sus partes pero... Esto es un sueño. Una bendita fantasía que yo misma me encargar de convertir en algo muy sexual. voy a —Joel, quiero que me folles. Él abre más los ojos y, finalmente, rompe el gesto serio para regalarme una sonrisa pícara. Tiene unos dientes perfectos. En el momento en que acerca su rostro al mío para besarme juraría que he oído un ligero ronroneo que me recuerda a mi nuevo amiguito de cuatro patas... Pero ahora no voy a pensar en el gato, no. En cuanto siento sus mullidos labios posarse sobre los míos, no puedo evitar gemir de placer. Su lengua entra en mi boca con fuerza y, en cuanto choca contra la mía, una corriente eléctrica traspasa mi cuerpo. Me pego a su piel, necesitada de todo el contacto posible. Estoy ardiendo. Nuestras lenguas se rozan de manera frenética y nuestra pasión va aumentando a medida que el húmedo beso se hace más y más intenso. Joel empieza a mover sus caderas y su polla me roza el clítoris por encima de la ropa. Ardo por completo. Quiero que me toque, que me quite el tanga... ¡Toda la ropa! Y quiero que me la meta bien fuerte y profundo. No me importa sentir dolor. Necesito desahogarme y explotar. Quiero gritar. Ojalá el maldito hijo de puta de mi ex pudiese vernos ahora mismo. La excitación se mezcla con la intensa rabia que llevo acumulada estos días. Suelto un rugido y, no sé cómo lo hago, pero me zafo del peso de Joel y lo empujo con fuerza contra la cama. Entonces, mientras me observa con una expresión sorprendida y un brillo en esa fascinante mirada, me coloco a horcajadas sobre él y comienzo a bajarle los pantalones. Me maravillo a cada centímetro de piel que veo expuesta y su pene me recibe totalmente erecto, largo y grueso. Dejo un momento los pantalones a medio bajar, a la altura de sus rodillas, mientras observo su espléndido miembro lleno de venas hinchadas que quiero lamer hasta perder el sentido. Bajo la cabeza y le doy un largo y lento lametón desde la base hasta la punta. Él emite un bufido y después ronronea. Me hace gracia que me recuerde al gato cuando hace ese sonido. Me gusta. ¿Pero es que hay algo de este hombre que no me guste? Sin entretenerme más, me meto su pene en la boca y comienzo a mover mi cabeza de arriba a abajo, despacio, degustando el manjar de su carne. Deteniéndome a lamer el líquido que comienza a emerger de su prepucio. Acompaño con la mano a mi boca y mis movimientos se hacen más rápidos a medida que su respiración se agita y sus manos me guían, posándose en mi pelo y, en algunos momentos, tirando de él. Me hace un poco de daño pero no me importa. Estoy desatada y me siento muy salvaje. —Pequeña... —dice él con voz entrecortada— Ven, no quiero correrme todavía. Me incorporo y lo observo secando las comisuras de mi boca con un dedo. Hoy soy una diosa sexual. Es mi sueño, mi fantasía. Y me voy a tirar a este tío bueno a mi manera, es todo mío. Joel intenta cogerme del culo para atraerme hacia él pero yo me alejo de la cama y comienzo a subirme el pequeño camisón negro hasta quitármelo. Solo llevo un pequeño tanga negro debajo. Él incorpora su torso, se termina de quitar el pantalón y lo tira al suelo sin quitarme ojo. Su expresión ahora es salvaje como la mía y sus ojos parecen brillar más todavía. Su polla sigue dura y apunta hacia mí. Cuando la miro, mi vagina se humedece más todavía y no puedo esperar más. Me acerco a la cama y subo de rodillas hasta encaramarme sobre su cuerpo de nuevo. Mi objetivo es cabalgar sobre él. Pero esta vez Joel es más rápido que yo y me coge por la cintura con fuerza hasta situar mi vulva a la altura de su cara. Me estremezco al pensar en sus intenciones... De pronto, se me antoja muy apetecible ver como posa su boca en mi sexo. Mi ex llevaba años sin hacerme algo así... Me sujeto cogiéndome de los barrotes del cabecero de la cama y Joel coge con una mano mi tanga, lo estira con fuerza y lo desgarra. El rápido tirón me excita más todavía si cabe. Y entonces, rozo las estrellas cuando me aparta los labios vaginales con dos dedos y veo como abre la boca y besa mi abertura. Su lengua se mete juguetona dentro de mi canal vaginal y mientras sus labios se mueven como si me estuviese dando un beso de tornillo, su lengua entra y sale de mí, dura y húmeda. Yo solo puedo gritar de placer y comenzar a mover las caderas como una posesa. Me está follando con la boca y yo estoy al borde del mejor orgasmo de mi vida. Termino estallando cuando él posa su boca en mi clítoris y chupa con fuerza a la vez que mete dos dedos dentro de mí con fuerza. Me corro sin control y grito tanto que si no fuese porque esto es un sueño, pensaría que mañana voy a estar afónica. Me quedo desmadejada sobre su rostro satisfecho, sujetándome de la cabecera de la cama. —Eres deliciosa —me dice. —Tú eres fascinante —le digo yo como una tonta enamorada. En la vida real me controlaría de decirle algo así a un tipo y menos a uno como él... A los adonis no hay que regalarles tanto los oídos, ya tienen suficiente con lo creído que se lo suelen tener. Pero me repito que esto es un simple sueño. Bueno, no tan simple. ¡Es una pedazo de sueño erótico! El mejor de mi vida. —Ahora te voy a follar, gatita. No sé si es su cara salvaje, su mirada, su sensual voz grave o las palabras que pronuncia pero creo que acabo de tener un micro orgasmo. Aunque no me doblego, es mi fantasía y yo decido. —No. He decidido que te voy a follar yo a ti. Esta noche eres mío. Vuelve a agrandar los ojos como antes, le he vuelto a sorprender. No debe de ser un tipo acostumbrado a que lo dominen y lo cierto es que yo no soy de las que llevan la iniciativa, pero esta noche es diferente. Yo soy diferente. Me dejo caer sobre su cuerpo y meto su pene dentro de mí con decisión. Ambos gemimos al mismo tiempo cuando me penetra hasta el fondo. A partir de entonces las imágenes se vuelven confusas. Nos movemos como dos animales salvajes en celo. Su pene me llena tanto que el placer es indescriptible. Clavo las uñas en sus hinchados pectorales. Él ruge y empuja fuerte sus caderas para metérmela tan adentro que siento que me va a romper. La cama se mueve y los muelles chillan. Menos mal que estamos solos. Terminamos corriéndonos al mismo tiempo y siento como su semen sale despedido dentro de mi cuerpo. Sonrío para mis adentros... Aunque tomo la píldora, es un desconocido y no he usado protección pero ¡esto es un maravilloso sueño! Qué práctica es la imaginación. Puedo tener a un monumento de hombre sin tener que liarme de verdad con ningún gilipollas... Porque todos terminan siendo iguales. Caigo sobre su pecho sudoroso, muerta del cansancio y el placer. Siento como me rodea con sus fuertes brazos y me acaricia la espalda. Sigue dentro de mí y no me importa seguir así toda la noche. Estoy cómoda, demasiado. Restriego mi nariz en su piel como una gatita cariñosa y me duermo con una sonrisa satisfecha. 4 —Buenos días, gatita. Su sensual voz llega hasta mis oídos y... ¿Qué? Abro los ojos y pego un salto pero respiro aliviada cuando veo que mi único compañero de cama es el precioso gato que acogí anoche. Por un momento he dudado de si realmente me tiré a aquel guapísimo desconocido y la verdad es que la tranquilidad dura solo unos instantes. Los suficientes para darme cuenta de que estoy desnuda, de que mi tanga yace roto a un lado de la cama que, por otro lado, está hecha unos zorros; y al correr al baño para comprobar mi semblante, compruebo que mis labios están enrojecidos e hinchados. Mi cara no me engaña: he tenido sexo y mi vagina hormiguea al recordarlo. ¡Dios mío! El gato emite un suave maullido y se roza contra mi pierna, mimoso. Yo lo miro y gimo de manera lastimera dejándome caer en el suelo mientras lo cojo en brazos y lo acaricio. ¿Qué he hecho? Y lo más inquietante de todo: ¿Cómo y en qué momento se coló aquel tipo en la casa? Decido hablar con Ernesto, el dueño del complejo, pero no se encuentra aquí y su teléfono no da señal. ¿Dónde coño está todo el mundo? Me meto en la casa de nuevo, desayuno y salgo fuera. Necesito que me dé el aire. Quizás debería coger mis cosas y largarme a otro lugar... De alguna manera, lo ocurrido me llena de inquietud. ¿Y si aquel tipo me drogó y abusó de mí? Desde luego, fue el mejor polvo de mi vida pero no deja de ser preocupante el hecho de que un desconocido se colase en mi dormitorio y se aprovechase de mí. Me siento en el porche de la casa y me quedo en blanco mirando el horizonte soleado. Unos cinco gatos aparecen de repente y se sientan alrededor de mí. Todos me miran como si fuese una intrusa y la verdad es que yo misma me siento así. Siento que mi vida se ha desmoronado por completo y ya soy una intrusa en cualquier parte. Una lágrima solitaria resbala por mi mejilla mientras contemplo a los felinos que ronronean tranquilos. Recuerdo a la loca de los gatos de la serie “Los Simpson” y una segunda lágrima baña mi rostro. En ese momento, el precioso gato gris, sale de detrás de mí y se eriza bufando violentamente a los gatos agolpados a mi alrededor. Los felinos se ponen en guardia y le plantan cara pero, finalmente, dan media vuelta y se van rápidamente. El gato me mira, ya más tranquilo, y me estremezco al encontrar las motitas amarillas en sus iris verdes. La noche llega y, tras cenar y ducharme, me pongo una camisola vieja de manga corta que no me favorece nada y unas sencillas bragas de algodón blancas. Esta noche no me siento ni diosa ni sexy ni nada. Solo me sentiré quizás guerrera si se me aparece el chulazo de anoche y le doy un buen patadón en sus partes. Salgo al porche y me siento en el suelo. Hace rato que no veo al gato por ninguna parte. —Buenas noches, Lucía. Su voz me sobresalta y me levanto como si hubiesen colocado un muelle en mi trasero. Está ahí, parado en la arena, con una camisa blanca medio desabrochada y un pantalón vaquero que marca demasiado. Tiene las manos metidas en los bolsillos y me observa como si quisiera comerme, literalmente. Cuando le contesto, no puedo evitar que mi voz suene demasiado aguda debido a los nervios: —Anoche no soñé lo que ocurrió, ¿verdad? —y grito como una condenada— ¡Maldito cabrón! ¡Has abusado de mí! ¡Debería llamar a la policía! ¿Cómo coño entraste en la casa? Cuando me doy cuenta está a solo unos centímetros de mi cara. Me asusto y voy a dar unos pasos atrás pero él me coge de las muñecas y sujeta fuerte. Su voz, pese a su expresión grave, suena extrañamente confortable: —Cálmate, gatita. Más bien diría que fuiste tú la que abusó de mí. ¿O es que no te acuerdas de quién folló a quién? ¡Maldito gilipollas! Intento liberarme pero su agarre es demasiado fuerte. —No sé quién eres y hasta sonar lastimera, sido un maldito sueño, conozco de nada, así patada en los huevos. qué me hiciste... —mi voz baja varios tonos me estoy viniendo abajo— Pensaba que había yo... Yo no soy así. No me siento bien y no te que suéltame si no quieres que te dé una He recobrado un poco la compostura o, al menos, a la gallita que llevo dentro. Y cuando pienso que me va a soltar y voy a poder marcharme de este lugar, Joel aplasta sus labios contra los míos, besándome con pasión. Me resisto a abrir la boca pero termino dejando entrar a su lengua juguetona, que encuentra enseguida la mía. El beso se vuelve un intercambio frenético de electricidad, sólo de notar su húmeda boca fundida con la mía mi vagina se humedece también. Recuerdo como la noche anterior me daba un beso como este ahí abajo... Y recuerdo su preciosa erección apuntando hacia mí. Tan fuerte. Tan vigoroso. Tan bello. ¿Qué me pasa? Me separo como puedo de él e intento recobrar la cordura. Esto no es normal. —¿De dónde has salido? ¿Eres un turista? ¿Del pueblo? ¿¡Quién eres!? Él vuelve a pegar su cuerpo al mío, acaricia suavemente mi culo y lo aprieta contra su henchido pene. Está muy duro. Ya lo has tenido dentro de ti y puedes volver a tenerlo... Esta vez soy yo quien ignora mis propias preguntas y paseo mi lengua por sus húmedos y gruesos labios. Él me responde mordiendo el mío inferior con un gesto salvaje y sensual al mismo tiempo. —Eres mía y esta noche voy a ser yo el que te folle a ti, gatita. En ese momento, recobro la poca cordura que me queda y le propino un sonoro bofetón en la cara. Es tal el impacto, que me hago daño en la mano y, sin embargo, él apenas ladea un poco el rostro y me mira sorprendido. Le apunto con el dedo, furiosa: —Vete a la mierda —. Me meto en casa y antes de cerrar la puerta en sus narices, continúo— Como vuelvas a acercarte por aquí llamaré a la policía. 5 Esta noche mi sueño es intranquilo y doy mil vueltas en la cama, sudorosa y con un extraño anhelo que recorre mi cuerpo de manera implacable. No dejo de pensar en el maldito Joel. ¿De dónde habrá salido? Mis sueños se convierten en pesadillas en las que entro en esta preciosa casita, mi refugio, y me encuentro con mi ex bombeando dentro de esa mujer. Ambos gimen mientras sus cuerpos se mueven apasionados y ajenos a mi presencia. El gato gris aparece en escena desde una esquina de la habitación, avanza con porte elegante hasta llegar a mis piernas. Yo lo cojo y lo abrazo mientras lloro desconsolada. Cierro los ojos y, de pronto, el felino se evapora de mis brazos y, en su lugar, un cuerpo duro y fuerte me envuelve en un abrazo protector. Apoyo mi cabeza en su amplio pecho y él acaricia mi pelo con suavidad. —Perdóname —me dice—. Quiero ganarme tu confianza. Yo jamás te haría algo así... —Mentiroso —le espeto con rencor—, todos sois iguales y a ti ni siquiera te conozco. ¿Por qué debería fiarme de tu palabra? —Te lo demostraré con actos si te quedas aquí... Conmigo. —Solo quieres echarme cuatro polvos. Me aparto de su abrazo y miro hacia la cama donde ya no hay rastro de los dos amantes. —Jamás debí meterme en tu cama sin tu permiso —me mira muy serio y su expresión parece apenada—. El deseo me cegó. —Yo tampoco es que me resistiese pero pensaba que era un maldito sueño, como esto mismo —confieso, ya más calmada. Joel coge mi mano y la besa pegando sus gruesos labios a mi piel con intensidad. La corriente eléctrica traspasa mi cuerpo una vez más. Sin dejar de mirarme a los ojos con esa mirada tan perturbadora como fascinante, concluye el beso y me dice: —Esta noche te espero en la playa a las doce. Y en ese momento despierto y el sol da de bruces con mis ojos. Gimo y me protejo la vista con el dorso de la mano. El gato, acurrucado en mi costado, alza la cabeza y me mira bostezando. No puedo evitar estremecerme al ver su mirada, si no fuese porque es imposible, diría que son los mismos ojos. *** Aquella noche, el cielo se derrumbó sobre sus cabezas literalmente. Joel y su gente se vieron atacados sin previo aviso por esos dioses que se supone que debían velar por su bienestar. Ofrendas y demás ritos para mostrarles su adoración, una devoción y fe ciegas que hacía demasiado que no se veían recompensadas... Una terrible sequía asolaba la zona y para terminar de sumir a su pueblo en la pobreza más absoluta, un ataque por parte de los vikingos había causado muchas bajas en la población. Seller había quedado aislado y saqueado por completo. Hartos de penurias y del olvido divino, una noche en que los guerreros que quedaban se habían reunido, maldijeron a los dioses con tan mala suerte que, esta vez, sí que fueron escuchados. *** Miro el reloj y veo que son casi las doce de la noche. Me acuerdo del extraño sueño... Esta noche te espero en la playa a las doce. Siento una tremenda atracción ante la idea de acudir a esa cita, pero después lo pienso y me dan ganas de meter la cabeza en el horno. ¡Ha sido un sueño! Aunque también pensé que aquel polvo increíble lo había sido y... Creo que este pueblo tiene algo extraño que me está confundiendo. Recuerdo la primera vez que vi a mi nuevo amiguito el gato, el cual todavía no tiene nombre, las sensaciones que me produjo aquel encuentro entre la vigilia y la inconsciencia; la misteriosa aparición de Joel en mi cama y este sueño en el que se disculpaba por lo ocurrido... No obtengo respuestas que me satisfagan puesto que las únicas que vienen a mi mente son demasiado tristes: Joel pudo haber robado fácilmente una copia de las llaves de la casa en recepción. Y lo del gato, son simples tonterías místicas mías. Supongo que me fascinó lo de “Seller. El pueblo de los gatos” y mi imaginación pretende hacer el resto. Pero, entonces, ¿qué hago? En fin, no tengo nada mejor que hacer y esa parte oscura que todos tenemos, la del deseo más primario e irracional, me dice que salga de aquí y le busque. Así que salgo afuera y me dirijo hacia la playa. Llevo un sencillo vestido color malva de tirante fino que cubre mis piernas por encima de las rodillas. Hace calor pero a estas horas de la noche corre una ligera brisa que resulta refrescante y placentera. Mi cabello suelto se revuelve ante el asalto del viento. Y ahí está él. Joel se encuentra de espaldas a mí, observando el suave mecer del mar bajo la atenta mirada de la luna. En ese momento, mi boca se seca y no puedo evitar quedarme silenciosa mientras le miro y me deleito ante tal belleza. No quiero que me descubra todavía para poder recrearme observando las suaves ondulaciones de sus músculos a los largo de su ancha espalda que termina en una estrecha cintura. La silueta de sus hombros dibuja una curva voluptuosa que continúa delineando sus brazos de igual manera hasta llegar a unos poderosos antebrazos y unas grandes manos de dedos largos y gruesos, que mantiene cerrados en un puño mientras contempla el horizonte oscuro. Lleva unos pantalones vaqueros negros que marcan su redondo y respingón trasero a la vez que se adaptan a sus piernas largas y fuertes. Su cabello oscuro se mueve al compás del viento, igual que el mío. Lo primero que viene a mi mente cuando mi cerebro vuelve a ponerse en funcionamiento, es que parece un guerrero de esos que salen en las novelas de amor paranormal. Como si un sexto sentido le dijese que está siendo observado, Joel da media vuelta y me mira dibujando una media sonrisa que termina por desarmarme. —Has venido, Lucía —se queda ahí quieto a unos metros de mí mientras sus perturbadores ojos me traspasan. —No entiendo nada de lo que está pasando —es evidente que la cita era real y yo debo de haber alcanzado un nivel de “hartazgo de la vida” bastante óptimo porque ni siquiera me altero al reconocer mi confusión. Joel se acerca a mí y me insta a sentarme en la arena. Entonces, comenzamos a hablar y hablar... Y nos dan las cinco de la mañana ahí sentados. Nos reímos, compartimos pensamientos y anécdotas. Pese a cruzar miradas cargadas de intenciones deshonestas, él no intenta nada y, cuando decido retirarme porque me caigo de sueño, me acompaña hasta casa y se va dándome un suave beso en los labios que me pilla desprevenida y me enciende como cuando prendes una vela. Ahora voy a derretirme lentamente hasta que vuelva a verle. Esa noche sueño que vuelvo acostarme con Joel pero, esta vez, sí que es solo un sueño... He notado la gran diferencia. A lo largo de tres días, durante las horas diurnas soy como una adolescente: canturreo por la casa, pongo la radio a todo volumen y bailo como una posesa. Le he puesto nombre a mi precioso gato gris, se llama Joel. Salgo y saludo con una gran sonrisa a mis vecinos; nado hasta quedar exhausta y salto las olas riendo como una niña. También pienso en que llegue el momento de verle de nuevo. A lo largo de tres noches, nos encontramos en la playa y charlamos de todo y de nada... Hablamos rozando temas importantes para terminar declinando la posibilidad de ahondar en ello y pasar a trivialidades y bromas. Hay una indudable atracción física y un feeling considerable. Noche tras noche, alargamos nuestras conversaciones cada vez más, como si no quisiésemos que terminase nuestro interludio, ese momento en el que solo somos Joel y Lucía. No tenemos pasado ni fracasos en nuestras conciencias. Solo somos dos personas en un mundo demasiado grande e imperfecto. Quiero acercarme a él y apoyar mi cabeza en su hombro. Me descubro mirando sus apetitosos labios mientras habla y sonríe sabiendo que me ha pillado. Le devuelvo la sonrisa y me doy cuenta de que me estoy dejando llevar por un sueño que solo va a durar unos días. Tengo que volver a mi vida, no puedo hacer durar mucho más esta irracional huida. Quizás debería permitir que mis amigas me abracen y que mi padre maldiga a mi ex. Estarán muy preocupados. Joel se da cuenta de que mis ojos ahora lucen tristes. Coge mi barbilla con una de sus fuertes manos y me obliga a mirarle. Sabe lo que me ha ocurrido, fue uno de esos temas que rozamos... Pero no dice nada, solo me atrae hacia él y noto su aliento en mi cuello. Su respiración está entrecortada y eso me excita repentinamente. Nos deseamos muchísimo y quizás —hoy es la noche de los “quizás”—, ha llegado el momento en que sobran las palabras. Esta vez invito a Joel a entrar en la casa. Lo hago mientras sujeto su mano con fuerza. No hablamos, nuestras intensas miradas lo dicen todo. Nuestros cuerpos arden por consumar el deseo imperante. Curiosamente, el otro Joel, la versión felina, no aparece por ningún lado. Mejor, no quiero espectadores... Entramos en la habitación y nos quedamos de espaldas a la cama, a pocos centímetros el uno del otro, observándonos. La electricidad crepita entre nosotros como una intensa llamarada de fuego. Joel desliza sus dedos por los finos tirantes de mi liviano vestido, los pasa por mis hombros y la prenda cae al suelo, quedando solo el tanga. Sus sobrenaturales ojos verdes se agrandan al contemplar mis pechos y las motitas amarillas que adornan sus iris, se iluminan. Entonces, alza sus manos de leñador y roza con los dedos mis pezones, que ya están más que duros y oscurecidos por la excitación. Suspiro de manera entrecortada ante la ola de placer que me envuelve. Joel cesa las caricias y hace que me tumbe en la cama boca abajo. No sé qué pretende, pero estoy tan excitada que no me importa. Quiero dejarme llevar y disfrutar. Se estira cubriendo con su enorme cuerpo el mío, aunque sin descargar su peso, solo siento la calidez de su piel al rozar la mía, lo que provoca que me estremezca de arriba a abajo. Acerca su boca a mi oído y me dice: —Esta noche vas a ser mía de verdad. Vas a ser consciente de todo lo que ocurra y me voy a ocupar de que nunca lo olvides... —me acaricia el cuello con su nariz, un gesto muy gatuno que me hace gracia. Después, abre la boca y se mete en ella el lóbulo de mi oreja, el cual chupa con ímpetu para añadir con voz ronca—. Voy a conseguir que no seas capaz de dejarme... Sonrío para mis adentros. Ojalá fuese todo tan fácil. Dejar mi trabajo, mi vida, a mi gente y quedarme en un pueblo costero junto a un adonis al cual no conozco realmente pero que me tiene loca. En el fondo, no suena tan mal, la verdad. Joel se incorpora, abre un poco mis piernas y se sienta sobre mis muslos, aprisionando mi cuerpo. Pasan unos segundos, y entonces noto como comienza a masajear mi espalda con lentitud. Sus grandes manos trabajan mis músculos doloridos por la tensión de estos días y saca de ellos mil sensaciones placenteras. Siento un hormigueo que nace en la nuca y revolotea por cada músculo hasta terminar desembocando en mi vagina sensibilizada, que se humedece sin remedio. Joel trabaja mi cuello, los omóplatos y la zona lumbar; sus manos siguen bajando hasta llegar a mi trasero, el cual se lleva su ración de masaje. Posa sus palmas sobre mis glúteos y los abre y cierra lentamente. —Puedo oler tu humedad, gatita... Y me estoy volviendo loco, ¿sabes? Me humedezco más todavía si cabe al escuchar sus palabras envueltas en su voz ronca y oscura. Solo soy capaz de gemir suavemente, soy una gatita, como bien dice él. Y, de pronto, sin previo aviso, noto como aparta el tanga y mete dos dedos en mi interior, los hunde hasta el final. ¡Zas! Un violento orgasmo me arrolla al instante. Estiro las piernas y apoyo los codos en la cama mientras suelto un grito. Escucho su risita satisfecha. Entorno la cabeza y veo como Joel saca los dedos y los chupa con dedicación mientras me mira pícaro. Esto es más de lo que puedo soportar. Me retuerzo intentando liberarme de su agarre para echarme encima de él y tomar todo lo que ansío, pero no me lo permite. Niega con la cabeza sonriendo. —Te dije que esta vez te follaría yo, ¿recuerdas? —¡Hazlo ya! —le suplico con la razón nublada por el deseo. Su mirada se oscurece y su semblante cambia. Me libera y baja de la cama para quitarse los pantalones. Se desabrocha el botón y la cremallera, yo contemplo extasiada como su polla asoma totalmente erecta y de un tamaño considerable. No lleva ropa interior y eso me excita más todavía. Se deshace de la molesta prenda y gatea por la cama hasta llegar a mí. Me intento dar la vuelta pero me lo impide. Vuelve a apresarme pero, esta vez, me abre las piernas más que antes y se mete entre ellas. Siento los músculos de sus pectorales contra mi espalda y su cálido aliento en mi cuello. Se incorpora de nuevo y vuelve a masajear mi culo, abriéndolo y marcando mi piel a fuego con sus fuertes manos. Gimo contra la almohada. Nunca había sentido tantas sensaciones intensas con un hombre. En ese momento, su pene roza mi húmeda abertura y se desliza por mis labios vaginales, cubiertos de mi fluido, humedeciendo su miembro con la fricción. Nos volvemos locos. Él gruñe y me dice que soy suya una vez más. Entonces me penetra y noto como se mete en mis entrañas hasta hacerme sentir una plenitud extrema. Ambos gemimos al unísono. Joel comienza a moverse dentro de mí con ímpetu y, lejos de sentir dolor, me descubro convertida en una leona que clava sus garras en la almohada y grita de placer. Su polla entra y sale de mí con envites rápidos y potentes. La cama se mueve y chirría. Joel junta mis piernas y me envuelve con las suyas mientras sigue penetrándome de manera implacable. Su boca pasea por mi cuello y busca mis labios. Giro la cabeza y abro la mía para fundirnos en un beso húmedo y salvaje. Nuestras lenguas se enredan, nuestras bocas se comen. Al juntar las piernas, la fricción se torna más intensa, siento su miembro apretado dentro de mi canal mientras sus testículos golpean en mi trasero cada vez que él empuja. Las sensaciones me abruman y me veo abocada a un nuevo orgasmo, mucho más largo e intenso que el anterior. Joel se corre conmigo, expulsa su simiente dentro de mí y se derrumba a mi lado. —Tomas anticonceptivos, ¿verdad? —me dice sonriendo. Se le ve relajado y feliz. —Sí, aunque no te conozco de nada... —No te preocupes, estoy sano y hacía meses que no me acostaba con nadie hasta que te he conocido. —No puedo creerme que un hombre como tú, tan guapo, no se acueste con nadie en meses. Joel se incorpora de lado, me mira colocando un codo en la cama y apoyando la cabeza en su mano. —Estoy harto de relaciones sexuales vacías, necesito algo más. A mi edad, la necesidad de encontrar a mi compañera ya es apremiante... Y hace meses decidí no acostarme con nadie hasta encontrarla. Trago saliva. ¿Está diciendo que...? —Hablas de una manera extraña. Eso de “a mi edad”, ¡si no llegarás a tener los treinta! Y eso de “compañera” me recuerda a las novelas de romance paranormal que suelo leer... ¡Ja, ja, ja! — Por supuesto, me hago la loca con la indirecta que él me ha soltado. Joel comienza a dibujar círculos con su dedo índice en el centro de mi pecho. Se pasea de un seno a otro, recreándose en cada pezón, que no tardan en responder endureciéndose de nuevo. No hace falta añadir que yo también estoy a punto para un nuevo asalto. —¿Y qué me dirías si te dijera que esas novelas tienen más realidad de la que parece? —Te diría que dejes de tomarme el pelo y que no pares de hacer eso que estás haciendo —termino la frase suspirando y cerrando los ojos por el placer. Joel ha bajado su mano por mi vientre y ahora los círculos los dibuja sobre mi clítoris hinchado. Cuando me vaya, no sé si volveré a encontrar a alguien que me haga sentir igual que él y eso, de pronto, me entristece. Pero no me da tiempo a seguir pensando en eso, porque se mueve y vuelve a colocarse sobre mí a horcajadas. Sin dejar de acariciar mi húmedo y palpitante sexo, me mira con esos ojos gatunos nublados por el deseo y me dice: —Cuando acabe contigo, no querrás marcharte. Eres mía, Lucía. Lo sentí desde la primera vez que te vi y te saboreé en el bosque. Tan perdida y triste... Pero debo dar gracias al destino por traerte aquí. Quizás viniste buscándome y no lo sabías. Sus palabras han causado un cortocircuito en mi cerebro. ¿Qué dice? ¿En el bosque? Si solo vi a aquel gato... Que, por cierto, no sé por dónde anda. Mirando sus ojos, una demoledora afirmación viene a mi mente pero es tan perturbadora y surrealista que no puedo dar crédito. —¿Qué dices? Debes estar loco, yo... —me intento levantar pero él no me lo permite. Apresa mis manos con las suyas y me empuja de nuevo contra el colchón, colocando mis brazos por encima de mi cabeza y estampando un beso arrollador en mi boca. Su lengua barre todo lo que encuentra a su paso y no puedo resistirme ante tal invasión. Me derrito al sentir sus gruesos labios chupando los míos, su lengua acariciando cada palmo de mi boca. —No pienses... Solo siente. Siénteme, Lucía. Se aparta y baja hacia posar sus labios en uno de mis pezones. Lo mordisquea y se lo mete en la boca con glotonería. Lo atormenta con la lengua hasta hacerme perder el sentido y luego repite la misma operación en el otro. Después, sin darme tregua, baja por mi estómago dejando un reguero de besos húmedos y llega hasta mi clítoris, que palpita de necesidad. Lo coge entre sus labios y lo succiona con fuerza. Grito sin poderlo evitar y retuerzo las sábanas con mis dedos. Joel, sin dejar de mirarme, me lame de abajo a arriba todo el sexo con una pasada lenta de lengua. Se deleita lentamente como si estuviese disfrutando del mejor de los manjares. Con un dedo de cada mano, abre mis labios vaginales y veo como acerca su boca abierta al interior de mi hendidura para meter su lengua dentro de mí. Repite el movimiento varias veces haciendo que esté a punto de correrme con esa pequeña penetración. No puedo evitar moverme contra su bello rostro, necesito liberarme o me volveré loca de placer. Joel entiende que no puedo más, me sujeta por el trasero y me levanta contra su boca, entonces comienza un movimiento rápido y demoledor con la lengua que recorre cada centímetro de mi vulva hasta culminar en una presión y succión en mi clítoris. Y en ese momento estallo, el orgasmo recorre cada terminación nerviosa de mi cuerpo y yo grito sin importarme si nos oyen. Me quedo desmadejada en la cama pero Joel no me da un minuto de descanso. Con el trasero aun en vilo, me coloca las piernas alrededor de su cintura y me penetra con fuerza. Yo sigo gritando y gimiendo como una posesa, no doy para más. Me penetra una y otra vez con movimientos rápidos y potentes, chocando sus testículos contra mi sexo cada vez que empuja hasta la empuñadura. Vivo los minutos más maravillosos de mi vida hasta que posa su mano en mi botón y vuelvo a correrme, esta vez junto a él. *** A la mañana siguiente, despierto cansada y dolorida, pero me siento mejor que en mucho tiempo. Me miro al espejo y me veo hasta más joven. ¡Cuánto necesitaba un tío que me hiciese el amor como es debido! Joel no está en la cama y en su lugar, se encuentra mi amiguito gatuno que responde al mismo nombre. Se despereza y me mira soñoliento. Sus ojos... No puedo evitar acercarme y mirar sus ojos. ¡Es que son iguales! Verdes con motitas amarillas. Debo de estar loca pero mis labios van más rápido que mi cerebro al preguntarle al animal: —Eres él, ¿verdad? Si no fuese porque es una completa locura, diría que los ojos del gato brillan en ese momento. El animal maúlla y ronronea. Entonces, se levanta y, de un salto, baja de la cama y sale corriendo. Voy tras él y lo veo salir por una de las ventanas, que estaba medio abierta. 6 Joel saltó la ventana de la casa y corrió a buscar a los suyos. Necesitaba hablar con Max. Llegó hasta el bosque y encontró al gato negro durmiendo a los pies de un roble. Maulló y lo tanteó con el hocico hasta que éste despertó bostezando. En forma animal, solo podían comunicarse entre ellos a través de la mente. —¿Qué tal te va con la humana? —Va todo bien. Creo que ya está preparada para aceptar la verdad. Sospecha que el lindo gatito que acogió y yo somos el mismo, pero no se atreve a reconocerlo. —Te felicito. ¡Los humanos y su obsesión por darle explicación científica a todo! La verdad es que nos viene bien para conservar el anonimato pero es un coñazo cuando se trata de encontrar a una compañera y que no se vuelva majara en cuanto le cuentes tu historia. Joel percibió la tenue pena en los ojos de su amigo. —La tuya también aparecerá tarde o temprano. La noche en que sufrieron el ataque, nada volvió a ser igual en Seller. Una terrible enfermedad asoló a los aldeanos y solo quedaron el pie los guerreros que habían plantado cara a los dioses. Pero lejos de verse libres de su ira, tuvieron que afrontar un castigo peor: la inmortalidad, atrapados en un cuerpo que no era el suyo, un cuerpo animal. Se convirtieron en felinos y así vagarían eternamente durante el día, mientras que por la noche, podrían disfrutar de unas horas como humanos. Solo podrían recuperar su verdadera condición si encontraban a una compañera de vida, con lo cual, podrían alcanzar la posibilidad de cambiar de forma a su antojo. Muchos no aceptaron su nuevo destino y se quitaron la vida. Otros, como Joel, decidieron sacar partido de ello y abrazar su nueva naturaleza. Le gustaba su parte gatuna, correr libre por los bosques, aspirar el aroma de los prados en primavera y no tener que someterse a las normas y códigos sociales. Vivir en la clandestinidad tenía sus ventajas. Con el paso de los siglos, Seller había vuelto a prosperar y a llenarse de nueva población, pero había terminado siendo conocido por ser el pueblo de los gatos, por la extensa colonia de felinos que habitaba sus tierras. *** Estoy mirando el horizonte oscuro, sentada en las escaleras de la casa. Una noche más, espero su llegada. No puedo dejar de pensar en Joel y en la noche tan caliente que hemos vivido. Aunque lo que ha ocurrido con el gato y su ausencia no deja de dar vueltas en mi cabeza. ¿Realmente estoy loca si me atrevo a formular la pregunta que lleva bullendo en mi mente todo el día? Anoche, él me habló de un modo extraño y dejó entrever que me había visto por primera vez en el bosque... Mis pensamientos se interrumpen cuando escucho un ruido y le veo girar la esquina de la casa. Joel se sienta junto a mí y cogiendo mi cara entre sus grandes manos, me besa apasionadamente. El beso dura unos minutos en los que mi cuerpo vibra de dicha. No sé qué tiene este hombre que me enciende tanto. A decir verdad, tiene muchos atributos, pero es abrumador sentirse así de repente cuando vengo de sufrir un fuerte desengaño hace tan pocos días. —Mi gato Joel ha desaparecido esta mañana —le suelto sin pensarlo— . Tiene tus mismos ojos, ¿sabes? —¿Y si te dijese que está aquí contigo ahora mismo? —me contesta él dejando que escrute esos ojos brujos para confirmar mis sospechas. —Te diría que me ingreses en un psiquiátrico porque estoy teniendo una alucinación y... —me levanto y hago aspavientos con los brazos— Posiblemente, ni siquiera existas y esté hablando sola con el gato gris. Sí, ¡eso es! Y luego vendrán los demás gatos y... Joel se levanta y me sujeta por la cintura apretando mi cuerpo al suyo. —¡Cállate! No estás loca, ¿de acuerdo? Ven dentro, vamos a amarnos toda la noche y después... Tenemos mucho de qué hablar. Aunque no termino de tranquilizarme, me dejo envolver por sus caricias y sus palabras. La noche vuelve a ser de nosotros y nuestros sentidos. Destrozamos la cama mientras intentamos saciar nuestro deseo salvaje, animal. Nos mordemos, besamos, chupamos y nos recreamos en cada milímetro de piel expuesta. No quiero que esto acabe, me resisto a irme... Quizás pueda quedarme unos días más, aunque después de hacerme con un teléfono nuevo y llamar a mi familia para que me maldigan por mi mala cabeza. Le digo que no me haga daño, que no me quiero ir de su lado, que le necesito... Mi aferro a Joel para evitar caer en pensamientos que no me llevan a ninguna parte ahora... No existe nada más, al menos esta noche, no. —Despierta, gatita. Abro los ojos y bostezo estirando todo mi cuerpo lenta y perezosamente. Me siento tan bien que sonrío nada más encontrarme con su cara a pocos centímetros de mí. Sonrío. Es la primera vez que le veo durante el día. —Estás aquí. —Sí, y no pienso marcharme a ninguna parte. Nos besamos y Joel comienza a hablarme de dioses y maldiciones. De siglos de infortunios y de compañeras de vida. Me acomodo a su lado como una gatita cariñosa. Creo que hoy va a ser un largo día y, quizás, el principio de una nueva era en mi vida. NUESTRO PARAÍSO DE IRIS T. HERNÁNDEZ http://www.iristhernandez.blogspot.com.es/ Estoy en el avión sentada en un cómodo asiento de primera clase, aún a la espera de que despegue, mientras miro en el teléfono móvil los mensajes. Debe llegar en dos minutos, no me va a decepcionar, él nunca lo hace. Miro a mi alrededor y observo a las parejas ¿van ellas a disfrutar de su luna de miel al paraíso? El fin de mi viaje no es ese, ni mucho menos, es muy diferente, yo necesito encontrar un tesoro y la única persona que me puede ayudar es él, sé de primera mano que es el mejor ladrón, después de mí, evidentemente. Siempre he ido un paso por delante, y nadie puede negarlo, pero aunque no quiera he de pedirle su ayuda. Sonrío y niego con la cabeza, hasta que una vibración me alerta, desbloqueo el teléfono y mi corazón se dispara. Ha llegado, está esperando el avión y despegará justo cuando yo aterrice, lo sabía, ha seguido las pistas y ha accedido a venir. Abrí la tapa trasera del teléfono y extraje la SIM mientras disimuladamente, saqué de mi bolso una pequeña tijera que en el escáner no habían apreciado; ya me había encargado de que pasara los controles sin ser vista. Y sin dudarlo la destruí, abrí el sobre de azúcar que ya estaba vacío y lo rellené con los trozos de plástico de ésta. Vino la azafata para indicarme que debía apagar el teléfono y asentí sonriente. Me preguntó si ya había terminado mi café y muy amablemente le entregué la pequeña taza de porcelana junto con la servilleta y el sobre que contenía la sim destruida. Metí la mano en el bolso en busca de algo, removí hasta tocar un sobre, lo atrapé entre mis dedos y una sonrisa ladina dibujó mi rostro al ver la nueva sim, que coloqué dejando el teléfono apagado, una vez aterrizara podría encenderlo y recibir el segundo mensaje. Sentí que una mano se acercaba a mi bolso e inmediatamente abrí un ojo y lo agarré rápidamente. —Disculpe la he despertado, no era mi intención. La voz de un joven rubio de ojos azules hizo que mi mirada recorriera su cuerpo de arriba abajo, mientras pensaba que el viaje sería ameno, más de lo que creí en un primer momento. El avión aterrizó mientras el joven continuaba hablando de su fantástica empresa de telecomunicaciones. No podía resultar más aburrido. Si yo le contara de mi trabajo saldría corriendo y levantaría sospechas, así que era mejor asentir con el tono más amable, y de sí, soy una rubia tonta, en este caso pelirroja y de tonta ni un pelo, pero él se sentía más varonil pensando que así era. Bajé del avión y salí con mi maleta de piel de avestruz para dirigirme en busca de un taxi acuático, que me llevaría directa al paraíso. —Bienvenida a la Isla Hululu soy el encargado de llevarle a su destino, se enamorará de las maldivas.— dijo mientras me colocaba un collar de flores, costumbre al llegar a las islas. Asentí y me senté en la proa mientras mi mirada se fundía en el horizonte, en el agua turquesa que se cortaba en el horizonte bruscamente por el azul marino del océano, era impresionante como un arrecife de coral podía conseguir la mágica composición de colores que tenía frente a mí. La pequeña lancha se paró frente a una playa donde no había nadie. Era privada, solo para nosotros dos. Frente a mí, había una gran cabaña de madera. Escuché el motor de otra embarcación y me giré rápidamente. Vi a una mujer rubia, nada nativa, su polo blanco con el logo del conjunto de hoteles me indicó quién era. Bajé de un salto y caí sobre la templada agua que mojaba mi falda blanca que llegaba hasta los pies. —Buenos días Señora Leblanc, espero que haya tenido buen viaje… ¿pero… su marido no venía con usted? —Ha tenido un viaje de negocios pero ya está en camino, pronto aterrizará. —pronuncié perfectamente con tono francés haciendo honor del apellido y la nacionalidad de mi pasaporte. —Estos hombres de negocios, siempre tan ocupados. Le doy la llave de la cabaña… —Muy amable por venir en persona. —mentí, su presencia no era necesaria. Me entregó la llave y se marchó en lancha tal y como había venido, yo me despedí de mi taxista y navegó hacia el mismo destino que la directora del hotel. Caminé hasta llegar a la cabaña. Entré y dejé mis cosas bien colocadas, una vez todo organizado, abrí las ventanas y dejé que la energía de las Maldivas ambientara la estancia. Me deshice de la ropa y me quedé desnuda, era el primer bautismo del año en aquellas aguas y no lo iba a demorar más, miré el teléfono y aún no había llegado ningún mensaje, así que todavía estaría volando. Caminé hundiendo mis pies sobre la suave arena blanca que me dirigía al agua turquesa, me lancé de cabeza y abrí los ojos, en busca de la belleza más maravillosa del planeta. La fauna de aquél lugar era única, pequeños bancos de peces que nadaban en masa y se movían como si fueran uno, el conjunto de colores que resaltaban unos de los otros. Salí del agua e inhalé lo más fuerte que pude. Permanecí flotando con la mente en blanco, parecía mentira que pudiera estar relajada y no alerta de las personas que me rodeaban. Caminé hacia la hamaca que había justo en la entrada y podría tomar el sol mientras llegaba mi compañía. Desbloqueé el teléfono y vi un mensaje pendiente de leer. “¿He de decidir entre unas 1900 islas de cuál de ellas te has encaprichado? Cada día me lo pones más difícil.” Una carcajada salió de mi garganta, no sé cuánto le llevaría encontrarme pero no le iba a ser nada fácil, la última pista que había dejado sobre mi paradero, era dónde debía aterrizar en Hululu, allí tenía miles de posibilidades que barajar antes de encontrarme. Me tumbé en la hamaca solamente con mis gafas para que el fantástico sol no dañara mis ojos azules, y pudiera broncear mi delicada piel blanca. Escuché un motor, y alcé mi cabeza para observar quién llegaba. No podía ser, me había encontrado, ¿tan rápido? Sorprendente. Venía en un taxi acuático, su cabello estaba revuelto del aire y sus grandes ojos grises brillaban desde la lejanía. No podía evitar sentirme atraída por aquél hombre, desde el día en que nos cruzamos en el museo, deseé con todas mis fuerzas que fuera mío, pero era imposible, nuestros mundos gemelos eran incompatibles. Dio un salto empapando los pantalones de lino blancos que resaltaba el moreno de su piel, caminó lentamente hacia dónde me encontraba, pero yo no me moví, esperé tras mis gafas de sol mientras recorría su cuerpo, ese que tanto deseaba. —Bravo, cada día me sorprendes más, quince minutos solamente. —Dejas cabos sueltos, he sido sorprendido por una directora de hotel encantada de ayudar a encontrar a un guapo Sr. Leblanc a su mujer. —Contestó mientras recorría con su mirada mi cuerpo desnudo y lanzaba sobre el jacuzzi, que había justo al lado, su teléfono móvil. —Nunca dejo cabos sueltos, al menos que sean intencionados. —Me levanté para hacer lo mismo que él, agarré mi teléfono y caminé contoneando mis caderas dejando que pudiera observar mis nalgas desnudas, como seguían el ritmo de éstas. Toqué el agua y me giré para mirarle mientras simulaba que caía el teléfono junto al suyo, al fondo del jacuzzi. Mojé mis hombros con mis manos, dejando recorrer las gotas de agua por mis voluminosos pechos. Escuchaba sus pasos, lentos y excitados, no podía negarlo, lo conocía muy bien. El roce de la tela sobre mi trasero, consiguió que mis pezones se activaran y se endurecieran esperando sentirle más. —Amanda, ¿para qué me has hecho adivinar tantas pistas y llegar al paraíso? No me digas que necesitas sexo, porque no te creo. —¿Vacaciones? ¿Cuándo fue la última vez que te relajaste en una isla como ésta? —Fácil, tú lo sabes muy bien. Me robaste y desapareciste. —Lo siento, la mente del delincuente a veces es traicionera. — contesté con voz de niña buena. Agarró mis brazos y obligó a mi cuerpo a voltearse quedándonos a pocos centímetros uno del otro. Mi corazón se aceleró, mientras no podía dejar de mirar sus ojos, me quitó las gafas y quedé desnuda completamente ante su cuerpo. Mis manos desabrocharon su camisa y mis labios se acercaron a los suyos sin llegar a tocarlos. Permanecía inmóvil, analizando mi mente. Estaba desconcertado y me excitaba, su radar de alerta conseguía volverme loca y desearle más. Mi lengua bajó hacia su cuello recorriendo hasta su nuez, la cual lamí en dirección a su barbilla. Su mano agarró mi cabello por la nuca y me empujó hasta retroceder mi cabeza y alzar mi rostro para mirarme. Mordió su labio y su mirada ardía, tanto que no pudo resistirlo, se lanzó y devoró mis labios, respondí mordiéndolos y comenzando el juego que debía de durar una semana. Mis manos terminaron de desnudar su torso, mostrando los músculos perfectamente trabajados y definidos. Pero necesitaba ver más. Mis manos fueron directas a sus pantalones bajando a la vez su bóxer blanco y dejando al descubierto el mayor tesoro que jamás olvidaría. Nico era consciente de que me provocaba pero yo conseguía el mismo efecto en él llegando a nublar su mente, por ello me temía. Nuestras manos se fundieron en caricias, caímos sobre la fina arena blanca y comenzó a besar mis pechos mientras sus manos bajaban hasta mis muslos, pero su mirada fija en la mía conseguía erizarme el bello. Mi sexo estaba empapado, deseoso de ser suyo; y no se hizo esperar. Sus yemas comenzaron a regalar tiernos pellizcos y caricias, consiguiendo que mis estímulos nerviosos se activaran y mis caderas se movieran en busca de sus dedos, de un contacto mayor. Sus labios bailaban con los míos siguiendo el ritmo de una música inexistente, nuestras lenguas se conocían, se ansiaban y no querían separarse. Un dedo intruso entró, sin previo aviso, provocando en mí un gemido gutural. Mis uñas se clavaron en su espalda bajando hasta sus nalgas, las que me esperaban prietas, las acaricié, arañé y pellizqué consiguiendo que su miembro palpitara sobre mi muslo. Éste se movió buscando el contacto, sintiendo como crecía y se endurecía con el roce de nuestra piel. Hasta que su verga se posó en la entrada de mi sexo, abierto, caliente y húmedo abriéndole el paso, pero no tenía intención de entrar, no, quería ser deseado. La punta de su miembro acariciaba las paredes de mi sexo pero sin llegar a introducirse; mi respiración comenzaba a agitarse, la necesidad crecía y mis movimientos buscaban ese contacto feroz al que estaba acostumbrada. Lo miré en modo de súplica, mientras mi garganta se secaba y respondiendo con una sonrisa lasciva, junto a una embestida imprevista, empujó mi cuerpo, seguí su ritmo brusco y fuerte, sintiendo el placer que tanto deseaba. Nuestros cuerpos estaban tensos, cada uno buscaba su propio placer, y egoístamente continuamos moviéndonos sin parar, gimiendo y sintiendo el cuerpo del otro como el objeto sexual que necesitaba. Pero el tiempo que había trascurrido era obvio y nuestros sentidos estaban acelerados. Comencé a sentir un placer asfixiante, tanto que mis piernas comenzaban a temblar. Mi estómago se encogía, pero el movimiento de mis caderas era más brusco y rápido para conseguir alcanzar el clímax que tantas noches me había quitado el sueño. Un beso en mi cuello anunció lo que iba a ocurrir y, era consciente, conocía muy bien su forma de actuar en la cama. Corroborando a mi mente, sus embestidas fueron más bruscas que las anteriores, consiguiendo que la sensibilidad que había provocado el orgasmo en mi sexo, desgarrara gritos de placer de mis cuerdas vocales, consiguiendo que él se excitara mucho más. Y un rápido movimiento posó su duro y tembloroso miembro sobre mi pubis dejando salir el fruto de su deseo, sin llegar a entrar en mi interior. Permanecimos tumbados uno sobre el respiración. Nuestros cuerpos estaban ojos y vi su rostro apoyado en mis ocasiones podía ver esa tranquilidad, llegado para no irse de mi lado, pero yo otro intentando recuperar la cubiertos de sudor, abrí los pechos, relajado. En pocas parecía un ángel que había sabía que no era posible. Me moví intentando salir de debajo de su cuerpo, pero no podía, abrió los ojos y se levantó para dejarme hacerlo. Respiré hondo y me puse de pie, caminé lentamente mostrando mi fachada dura y fría y me metí en el agua templando la temperatura de mi cuerpo y dejando que se desprendiera de mí cualquier resto de la pasión que acabábamos de sentir. Me giré y miré donde estaba él, estaba bajo el agua de la ducha frotándose el cabello, dejando ver los músculos de sus brazos y sus pectorales aún colorados de mis uñas. Volví a sentirme excitada pero no iba a reconocerlo una vez más, me di la vuelta y mis dedos se dirigieron a mi sexo, lo acariciaron mientras mi mente recordaba la imagen de su cuerpo entrando y saliendo de mí. Sintiendo sus caricias transformadas en mis dedos, mi lengua simulando la suya lamiendo mis labios, y entrando y saliendo de mi cuerpo tres dedos que corresponderían a su miembro duro y grande como una roca que conseguía despertar hasta el último estímulo de mi cuerpo. El único que lo había conseguido. Pocos segundos después, mi mente y mi cuerpo conseguían llegar al segundo orgasmo del día, sintiéndome en paz. Ya estaba preparada para enfrentarme a él. Sabía que no iba a desistir, no se fiaba de mí y querría saber mis intenciones pero, ésta vez, lo necesitaba. Debía contarle algo, pero aun no era el momento adecuado. Caminé hasta llegar a él, que estaba sentado en la hamaca con un machete en la mano y abriendo dos cocos para beber. Me senté a su lado y me ofreció uno, lo cogí y di un sorbo a través de la cañita, que consiguió hidratar mi garganta seca. Le miré y me estaba observando sonriente. —He inyectado suero de la verdad. ¿Sra. Leblanc es su verdadero apellido? —Claro. —No ha hecho efecto, debería haber añadido más. —Nico, gracias por venir, necesitaba verte. —Alzó las cejas, mientras continuaba analizando mis gestos, intentando descubrir si le mentía o no. Hundí mis pies sobre la blanca y suave arena y toqué algo duro con los dedos. Con el dedo índice de mi mano hurgué entre la arena y saqué un trozo de coral, era precioso. Lo miré y volteé con cuidado de no romperlo, pero su mano se puso sobre la mía indicándome que se lo dejara. Lo miré atentamente y abrí la palma para cederle el coral. Colocó uno de mis rizos naranja tras mi oreja y lo enganchó. —El blanco coral destaca en tu cabello, podrías hacerte un pasador. —Está prohibido llevarse los corales de este paraíso. —Ya y también robar perlas y obras de arte de museos y nadie nos lo impide. Sonreí, sin poder rebatirle palabra alguna. Era cierto, éramos dos ladrones y no había pieza que se resistiera, por mucha seguridad que instalaran; los más buscados del mundo, los dos habíamos burlado la seguridad de todos los aeropuertos, museos, hasta del FBI. Por ello era tan peligroso estar juntos, nuestra captura sería el mayor triunfo de muchos. Escuchamos el motor de una lancha y se puso el pantalón deprisa mientras miraba atento quién se acercaba. Pero le tranquilicé diciéndole que era nuestra cena, había pedido que nos trajeran la comida. Me pidió que me vistiera pero me negué diciéndole que no era raro que hiciera el amor con mi marido. Me miró mientras reía negando con la cabeza y se fue a buscar lo que el nativo nos traía. Entré y preparé la mesa del salón para colocar lo que nos acababan de traer, un atún presidía la mesa y una especie de albóndigas de arroz lo acompañaba. Saqué de la nevera una botella de vino y la coloqué en la mesa. Mientras me miraba sorprendido y me inquirió que en aquél lugar era casi imposible conseguir alcohol, yo sonreí y le indiqué que con dinero era posible cualquier deseo. Nos sentamos y comenzamos a comer, pero no dejaba de mirarme. Yo solamente tenía un fino pareo que tapaba lo justo, él seguía con el pantalón de lino. La comida fue tensa, apenas hablamos. Ambos comimos mientras nos analizábamos el uno al otro, éramos ladrones desconfiados por naturaleza, y ninguno podía evitarlo. Justo cuando terminamos de comer salimos fuera y nos tumbamos en una hamaca los dos, estaba a gusto, me sentía feliz a su lado. Si en ese instante me lo pidiera, lo dejaría todo por él. Le miré fijamente y le conté que aquella cabaña era el refugio de mi abuela, ella y mi abuelo se reunían allí clandestinamente, ya que también eran buscadores de piedras preciosas. Él se giró para mirarme a los ojos y yo puse los ojos en blanco afirmando lo que le estaba contando. Continué explicando que mi abuela murió un mes atrás, y justo antes de morir me confesó que debía venir y buscar algo que le pertenecía. Quería que yo lo tuviese. Después de un mes buscando en su casa encontré un mapa en el que estaba marcada esta isla y sus corales, en uno de ellos escondieron unas perlas, de valor incalculable. —¿Por qué me lo cuentas? Podrías buscarlas tú, no entiendo por qué me lo dices, te arriesgas a que las busque y me vaya con ellas. —Tú eres como yo, los recuerdos son nuestro punto débil y sé que me ayudarás a encontrarlas. Estoy en un punto muerto, mi abuela era poeta, la localización está dentro de una de sus poesías, pero por más que la mire y lea me es imposible descifrar. —Te ayudaré, pero no quiero secretos ni mentiras, ésta vez no, sino te aseguro que se las venderé al mejor postor. Asentí y le di un beso en la mejilla mientras me levantaba en busca del libro de poesías de mi abuela y se lo entregué, lo leyó en voz alta. Se quedó pensativo, y se puso de pie, su mirada perdida me indicaba que estaba intentando descifrar. Le acaricié el torso mientras él continuaba en otro mundo, su mente ya estaba trabajando en el acertijo, pero yo sabía que no era tan fácil, así que lo disuadí y conseguí que su cuerpo reaccionara a mis estímulos. Y así fue, me miró a los ojos y podía ver la excitación que sentía. Sus manos rodearon mi cintura y me guío hasta que mis muslos toparon con el colchón de la cama, agarró mi cintura y me levantó hasta que rodeé con mis piernas sus caderas. Mis brazos rodearon su nuca y comenzamos a besarnos. Sus manos bajaron por mis nalgas hasta poder acariciar mi ano, estaba excitada y dispuesta a dejar que hiciera con mi cuerpo lo que quisiera, y así fue. Me lanzó sobre la cama tirando del pareo hasta que éste cayó al suelo lentamente, se colocó entre mis piernas y las abrió, su mirada y su sonrisa lasciva me excitaban, estaba dispuesto a servirse el postre y no esperó. Su lengua juguetona lamió mi clítoris succionando, consiguiendo que necesitara cerrar las piernas, pero miró hacia mí y me dijo con su dedo y el entrecejo levantado que no lo intentara. Alcé mi cabeza agarrando la almohada y mirando al techo, cerré los ojos con fuerza y dejé que mis sentidos se rindieran a él. Mi sexo estaba húmedo, empapado, tanto que sus dedos se acercaban peligrosamente a mi ano, pero el deseo mutuo servía de lubricante. Sus dedos comenzaron a introducirse por ambos orificios mientras su lengua recorría mi pubis consiguiendo que perdiera el sentido. Colocó mis piernas sobre sus hombros para tener acceso directo a mi sexo, pero algo desconocido hizo que abriera los ojos, su lengua había dirigido su atención a un lugar que jamás nadie había explorado. Instintivamente retrocedí, pero no me dejó, sus manos me empujaron hacia su boca y dejé que explorara mi cuerpo a su antojo. Su miembro estaba latente, preparado para ser la estocada que mi placer necesitaba. Su verga se colocó y el pulso de mi corazón se aceleró, deseaba ese contacto pero no, no iba a concedérmelo, quería llegar más lejos. Sus manos me obligaron a ponerme boca abajo y se dejó caer sobre mí, mientras su mano se colocó entre el colchón y mi sexo para introducirse en mi vagina. Mis caderas se movieron contra su cuerpo dejando espacio para que se moviera libremente en el interior de mi vagina, pero necesitaba más contacto, mi estómago estaba tenso, nervioso cuando sentí que su verga se colocaba en el punto estratégico. Pero no me importaba, la necesitaba en mi interior. No importaba el camino, solo el placer que me regalaría. Mis glúteos se abrieron y su juguetona verga se posó, poco a poco nuestros fluidos le ayudaban a que se colara en mi interior, mientras mis uñas se clavaban en la almohada, estrujándola para soportar la sensación de intrusismo en mi cuerpo, y las fuertes estocadas de cuatro dedos que topaban en el interior de mi vagina y que conseguían distraer mi atención. De pronto, el ritmo se ralentizó tanto que mi piel se erizó, nos movimos muy lentamente, para que mi cuerpo y el suyo se fusionaran. Durante unos minutos, mi respiración estaba entrecortada hasta que un ligero dolor de placer apareció, provocando que mis caderas presionaran contra su cuerpo e intensificando que su pene interiorizara más profundamente. Fue el botón de encendido a nuestros cuerpos, los movimientos comenzaron a acelerarse consiguiendo que los dos jadeáramos al unísono, tanto que tras unas embestidas que llegaron a hacerme perder el control, consiguió que llegáramos al orgasmo a la vez, al mejor orgasmo que había sentido en toda mi vida. El que me había dejado tumbada sobre unas sábanas empapadas que emanaban el olor de nuestra pasión. Pero sus fuertes brazos me agarraron y me llevó entre sus brazos hasta el jacuzzi, me metió y encendió las burbujas mientras se colocaba a mi lado. Mi cuerpo estaba cansado; no era habitual en mí, siempre tenía ganas de más pero estaba exhausta. Sus manos comenzaron un sinfín de caricias mientras me besaba, consiguiendo que olvidara quién éramos y disfrutara de sus mimos. Nos fundimos en otra fabulosa sesión de sexo, pero esta vez más pausado y buscando el placer del otro, no el de uno mismo. Nos tumbamos en la cama desnudos, con los rostros colorados y nuestras miradas ardientes, pocas ocasiones podíamos estar de aquella forma, y ahora sentía que pedirle que me ayudara a buscar las perlas de mi abuela, supondría un antes y un después. Abrí un ojo y me giré para poder abrazarlo y sentirlo cerca, pero no estaba, miré a un lado y a otro y no había nadie, el corazón me dio un vuelco al pensar que se había marchado y me había dejado sola. Cogí un vestido que tenía sobre una silla y me lo puse, salí hacia fuera y respiré hondo cuando lo vi en la hamaca tumbado comiendo un trozo de papaya. Me acerqué y me ofreció un bocado, acepté encantada, mordí mientras le miraba fijamente y me sonreía. Pero me llamó la atención el papel que tenía entre sus manos, era la poesía de mi abuela, lo miré extrañado y sonrió. —Me he despertado pronto, desayuna que tengo unas preguntas. Creo que lo tengo, solo necesito información que solo tú me puedes dar. Asentí sorprendida, fui corriendo al baño y me puse un biquini, antes de salir a desayunar. Me senté curiosa por saber que había descubierto, y se acercó con esa sonrisa, que le iluminaba el rostro. Lanzó el papel sobre la mesa y estaba lleno de números, no comprendía ninguno de ellos, pero comenzó a preguntarme en que año mi abuela fue por primera vez a aquella isla, cuantos años tenía ella. —¿Qué sucede? Continúa. —La última pregunta es el año de nacimiento de tu príncipe maldivo. —me miró sorprendido, y yo no pude evitar reírme. Mi abuela era así, siempre creía que el hombre de mi vida sería el que llevara a aquella isla, y era él. —Prueba tu año de nacimiento. —Abrió los ojos, y escribió las cuatro cifras de su año, y su mirada se paralizo, me miró y me dijo que si era, me pidió el ordenador portátil lo antes posible, y saqué de mi maleta el notebook, lo encendí y abrió una aplicación para señalar los puntos cardinales que según él mostraba la poesía. Sonrió y se llevó las manos a la cabeza, me acerqué para ver la pantalla y vi que marcaba un punto muy concreto delante de nosotros, era el coral a treinta y tres grados desde nuestra posición. —Vas a demostrarme por fin que eres una experta buceadora, necesitamos equipos. Agarré su mano obligándole a seguirme y rodeamos la cabaña hasta llegar a la parte trasera, dónde tenía preparado todo lo necesario para bucear. No quería esperar más, me puse el traje de neopreno, saqué las gafas y me ayudó a sacar las botellas de oxígeno, nos equipamos y le mostré lo que había alquilado para ganar tiempo: dos scooter submarinos para poder bucear más rápido. Carcajeó mientras se lo explicaba, pero no perdimos tiempo, nos colocamos el equipo y fuimos directos al agua. Él me indicó que debíamos ir hacia el arrecife y buscar un coral púrpura. Yo me asusté, desconocía cuantos podría haber, pero me indicó que tenía una forma característica, era una especie de corazón robusto que nada podría romper. Asentí y buceamos hasta el arrecife rápidamente. De camino nos cruzamos con mantas, algún tiburón pequeño y bancos de peces de todos los colores que eran preciosos. No podía evitar detenerme a observar las maravillas que había frente a mí, y él me esperaba, sabía que mi pasión era aquella fauna, alguna vez se lo había explicado. Fuimos hacia el arrecife al punto que había marcado en la poesía de mi abuela, pero nada, no veía nada. Comencé a ponerme nerviosa, pero él con sus manos me indicaba que me mantuviera tranquila, que le siguiera. Asentí con la mano y le seguí. Continuamos observando el coral, pero no había corazón alguno, le pedí subir a la superficie y me agarró la mano mientras el scooter nos llevaba a más de diez kilómetros por hora hacia la superficie. Cuando mi cabeza salió del agua, me quité el regulador y no pude evitar que mis lágrimas cayeran. Me sentía impotente. Sabía que era imposible encontrar las perlas de mi abuela, habían pasado muchos años y la corriente podría haberlas desplazado del lugar. —Amanda, ¿estás bien? Mírame. —le miré y vio que estaba llorando. Intenté disimularlo pero sus ojos grises se entristecieron al mirarme. —Escúchame, aunque sea lo último que haga en esta vida, voy a encontrar ese tesoro. No te rindas, sigamos. Lo miré y me lancé sobre él hundiéndolo, le abracé y tras salir a la superficie le besé, cogió el regulador y me lo colocó animándome a seguir. Mientras, me decía que nos desplazaríamos hacia el este. Volvimos a sumergirnos y fuimos buceando ayudados del scooter marino. Perdí la noción del tiempo, pero él estaba pendiente de mí, de que no me quedara atrás. No dejaba de hacerme gestos con su mano para saber que estaba bien. Yo levantaba el dedo pulgar indicándole que estaba perfectamente. Se paró en seco y me señaló hacia la derecha, dirigí la mirada hasta donde indicaba pero no veía nada, el volvió a indicarme pero seguía sin ver nada, con la mano me invitó a acercarme y así hice pero algo me llamó la atención, había un coral fucsia, debía de ser ese, no tenía forma de corazón porque estaba partido en dos. Aceleré el scooter y me puse justo delante, uno a cada lado, con un cuchillo abrimos paso mientras los dos nos buscábamos las miradas a través de las gafas de buceo, yo me puse nerviosa y él lo noto, agarró mi hombro para tranquilizarme y me pidió buscarlo él. Fue tocando hasta que algo le llamó la atención y sacó una pequeña bolsa, la agarró y me señaló la superficie, los dos emergimos rápidamente, justo cuando llegué a la superficie comencé a gritar liberando la adrenalina que sentía. —¡Dime que lo tienes! —Creo que sí. Vamos a la orilla, no quiero abrirlo, la bolsa puede caerse. Nadamos hasta llegar a la orilla, me ayudó a quitarme el equipo y me lancé sobre la arena a respirar, se quitó el neopreno y se sentó a mi lado. Alargó su mano y me ofreció la pequeña bolsa de tela, la abrí y mi mirada se iluminó, no podía creer lo que tenía entre mis manos, dos preciosas perlas negras de veintitrés milímetros que tenían un valor incalculable pero sobretodo sentimental. Las miramos y nos abrazamos alegres por el tesoro encontrado. Me lancé sobre sus labios y comenzamos a besarnos, estaba tan eufórica que no quería pensar, ahora no, le besé y saboreé su cuerpo salado, hasta llegar a su verga, la cogí entre mis manos y lo miré, sonreí y comencé a lamerla con tal esmero que en pocos segundos estaba grande y deseosa, sus manos se enredaron entre mi cabello presionándome para que llegara hasta el fondo, y no lo dudé su verga topaba con el fondo de mi garganta consiguiendo que su sabor comenzara a salir y pudiera degustarlo, así que agudicé mis movimientos hasta que exprimí hasta su última gota. Lamí mis labios sintiéndome triunfadora pero él no estaba satisfecho, me sentó sobre sus muslos y tras llevarse uno de mis pechos a su boca, me coloqué sobre su pene erecto que se introdujo sin ningún temor y comenzamos un vaivén de movimientos en busca del placer, no paramos hasta que los dos estuvimos exhaustos. Me desperté por un sonido extraño, no sabía que era, miré hacia la puerta de la cabaña y había una paloma blanca me acerqué y aleteó sus alas, huyendo de mí. —Nico, Nicooooooo despiertaaaa. —¿Qué ocurre? —Me miró sorprendido, mientras yo señalaba hacia los pies de la cama, que era donde se había posado la paloma. —¡Es Violeta! —dio un respingo de la cama y se acercó llamándola por su nombre y cogiendo un papel que tenía en un pequeño cilindro de su pata. Lo leyó y salió corriendo de la cabaña, no había duda que era un mensaje y nada bueno. Salí tras él e intenté que se detuviera, que me escuchara. Pregunté qué ocurría pero sus ojos brillaban; furia, tristeza, algo malo ocurría y no sabía qué pero debía de contármelo. Me dio el papel y lo leí: “No vuelvas, huye, te han descubierto te buscan mundialmente. Yo te envío lo que necesites Violeta será nuestro único contacto” —Nico relájate, no te han cogido estas aquí y nadie lo sabe. —Me encontraran, ese agente se ha propuesto encontrarme y lo hará. —Aquí no, es mi refugio, y si quieres el tuyo. —El sexo es alucinante, pero… no funcionaría. Hace meses me robaste… —Pero ahora estás a mi lado, me has ayudado, y tengo el dinero suficiente para que nos quedemos aquí. —No necesito tu dinero, tengo suficiente. Me lancé sobre sus labios y le besé. No me respondía, estaba tenso, pero al final consiguió relajarse y seguirme. No pensé que me plantearía dejarlo todo por quedarme en aquella isla con él, pero el destino me lo estaba sirviendo en bandeja y no podía darle la espalda. —Piénsalo, podemos quedarnos hasta que prescriban nuestros delitos, y seremos libres para siempre. Tómalo como unas vacaciones. —¿Vacaciones? ¿Los delincuentes tienen vacaciones? —Nosotros sí, de unos años hasta que seamos libres, para volver sin peligro. Eres tú el que tiene que decidir. Yo ya lo tengo claro, estoy dispuesta a dejarlo todo por ti. No me preguntes por qué, pero lo haría. Me levanté y fui hacia la cabaña dejándolo sentado en la arena blanca mirando el horizonte. Observé las perlas y las guardé en mi maleta, y miré al cielo, estaba a punto de ponerse el sol, así que decidí preparar algo de comer. La directora del hotel nos había dejado la nevera llena para poder picar, así que preparé un poco de todo y puse la mesa. Me asomé a la puerta y lo busqué pero no lo encontré, así que me senté y comencé a comer sola. Se me había quitado el apetito, pero no iba a venir, estaba demasiado preocupado; si me ponía en su lugar podía entenderle, me podría haber pasado a mí y seguro que estaría histérica. —¿Puedo? Me giré y lo miré. Estaba serio, preocupado, pero le invité a sentarse en la mesa, para comenzar a comer. Ninguno de los dos mencionamos palabra alguna y, cuando terminé, nerviosa por el silencio que instaba en la cabaña, me fui a la cama, me tumbé e intenté dormirme, aunque parecía imposible. Abrí los ojos y miré a mí alrededor. Estaba sola, mi mirada se dirigió hacia mi maleta y estaba abierta, me levanté de un brinco y busqué en ella, no me lo podía creer, se había ido con… —Hola. —¿Dónde está… Has dormido? —pregunté nerviosa pero relajada al saber que no se había ido de la isla. —No he podido. Contéstame sinceramente, ¿estás dispuesta a quedarte en esta isla años conmigo? —Es la primera vez en mi vida que estoy tan segura de algo y, fíjate, la fecha clave de mi destino era tu año de nacimiento, puede que mi abuela predijera el futuro y sabía que debíamos encontrar las perlas. Sonrió y se lanzó a besarme, mientras sus manos retiraban la tela que cubría mi cuerpo, cuando consiguió tirarlo se levantó y sin quitarme la mirada se quitó el bóxer y se lanzó encima de mi besando mi cuerpo mientras la excitación subía a un nivel máximo en el que no era sexo, nos estábamos entregando la confianza que hasta ahora nunca habíamos creído. —Siempre me has gustado, cuando estaba lejos, no podía olvidarme de ti. —Desde el día que te vi en el museo no he podido pensar en otra mujer, esos rizos pelirrojos que un día pensé que eran mi mala suerte, hoy creo que era el anuncio de la suerte que iba a tener en el destino. Se movió para alcanzar algo del suelo, y me lo mostró, me quedé mirándolo sorprendida no podía creer lo que estaba viendo. Era la cosa más bonita que había tenido en mis manos jamás. —Esta joya es perfecta para ti, es el tesoro de tu abuela y quiero que siempre puedas tenerla entre tus manos, lo hice anoche. Me coloqué el anillo que me había fabricado con la perla de mi abuela y le besé mientras comenzamos a acariciarnos mostrando que mis planes de buscar un tesoro, junto a mi dios del sexo, se iban a transformar en las vacaciones permanentes que siempre nos habíamos merecido. *** Estaba en la hamaca leyendo un libro mientras Nico estaba en la orilla, buscando conchas y piezas de coral para sus creaciones, había una ley muy clara: no podía salir de las islas, pero de momento había un vacío legal para crear piezas de joyería, que se venderían entre los nativos. Había pasado de ser el delincuente más buscado a ser el joyero más popular de las islas. Nuestros delitos ya habían prescrito y podíamos irnos de aquél lugar, pero habíamos encontrado nuestro hogar. Yo podía bucear, compramos un pequeño barco y pasé a ser una de las guías más solicitadas del arrecife. Una lancha irrumpió la tranquilidad de nuestra casa. Nico me dijo que entrara en la cabaña, pero no le hice caso, caminé hasta su lado. Era un policía, los dos lo conocíamos, nos avisó que estaría preparado para el momento que incumpliéramos la ley, estaba seguro que lo haríamos, su rabia era latente en su forma de mirarnos, y esperaba que nosotros replicáramos. —No pienso volver a delinquir, tengo todo lo que necesito para ser feliz, puedes comprobarlo. —Nos volveremos a ver Nico estoy seguro de ello. Ignoró su presencia para besarme, mientras alcé una de mis manos para decirle adiós, y éste comenzó a alejarse. Me sentía feliz, enamorada, nuestros labios se devoraron, mientras mis manos recorrían su espalda dejándonos caer sobre la blanca arena, disfrutando de la pasión y el amor que había aparecido en aquél lugar solitario, que lo habíamos bautizado como nuestro paraíso. ENCRUCIJADA AMOROSA DE LUISA FERNANDA BARÓN http://elrincondelafansatia.blogspot.com.es Recuerdos cargados de emociones que incendian deseos codiciados. La asediaban constantemente cuando su mente lo evocaba. Noelia lo añoraba, lo deseaba, se debatía entre la euforia y la excitación porque por fin iba a encontrarse con su querido amigo Marco, después de varios meses sin verlo. Él era, ante todo, un gran amigo. Sin embargo, resultaba muy difícil no encapricharse con el muchacho, y como unas cuantas mujeres más, acabó convirtiéndose en una de sus amantes. Soportaba muy mal compartirlo, o se acostumbraba a eso, o lo perdía. Ella atribuía ese éxito con las mujeres, al meloso acento argentino y a esa pasión que desbordaba en todo lo que hacía. Para el chico, ella era especial y la quería, pero a su modo. Por eso, y por todo el apoyo que le dispensó mientras vivían en Zaragoza, la consideraba su reina. Se sentía tan agradecido desde que llegó a la ciudad hasta que se marchó, que quería recompensárselo. Creyó que invitándola y pagando el alojamiento en el mejor hotel de la población donde ahora residía, era un buen regalo. El día que le comunicó la sorpresa que le había preparado, a pesar de su apretada agenda, Noelia no dudó en aceptarla. Merecía la pena y los recuerdos vividos le pedían a gritos, a su adonis, al venerado dios Marco. Se había prometido mil veces olvidarse de él y no lo había logrado. Ella confirmaba, sin vergüenza, estar totalmente enganchada a él, y «¿cómo no hacerlo? … si era un amante insaciable». Se iba de vacaciones, la segunda semana del mes de Julio, al recóndito lugar de España donde él se había instalado, Benasque, en el Pirineo Aragonés, para volver a tener sexo salvaje sobre todo, y hacer turismo si su cuerpo la dejaba. Sí era como en los viejos tiempos, las chispas saltarían y todo ardería con ellos; de esta manera le sería imposible visitar esos preciosos lugares naturales. Contaba los minutos para estar de nuevo entre sus brazos, ningún hombre había conseguido encenderla como lo lograba él. Soñaba con sentirlo de nuevo entre sus piernas, para que la trasladara al éxtasis sexual al que estaba acostumbrada. Ordenaba la maleta y no conseguía dejar de pensar en él. Marco no era especialmente guapo, ni alto… era, más bien, un tipo normal, pero con mucho don de gentes; y lo más importante de todo, era que se dejaba querer… Suspiró anhelándolo. Con todo ya preparado, bajó al garaje para emprender el camino hacia el Valle de Benasque, fin del trayecto y donde encontraría algo más que descanso y pasión. El destino le había preparado una encrucijada que marcaría un antes y un después en su vida. Miró la hora cuando ya estaba saliendo a la calle, las diez de la mañana. Le quedaban más o menos dos y media de trayecto, pero decidió que se lo tomaría con calma. Se relajó cuando ya corría por la autovía y canturreó llena de ilusión. Decidió comer en Barbastro y descansar un rato. Abandonó la pequeña ciudad cuando el calor ya había bajado un poco. No tenía prisa. El paisaje iba cambiando poco a poco, cada vez todo era más verde y el cielo parecía más azul, un color intenso y a la vez más puro. Esas imágenes oriundas llenaron su alma simplemente por su sencillez. Abrió la ventanilla para percibir ese aroma tan característico de la montaña, un olor inconfundiblemente natural. Como iba cambiando la vista, también cambió la carretera. Había tramos de interminables curvas y de una estrechez inimaginable, sin embargo la zona que más le sorprendió fue esas montañas impresionantes que tenía a su derecha, parecía que entrabas en el averno. Nunca había conducido por sitios como ese, así que decidió reducir la velocidad y tomárselo con calma. A un lado de la carretera había pared rocosa y al otro lado un abismo. Marco le advirtió de la belleza de esos parajes y de lo que peculiares que eran. A medida que se iba adentrando se acordó del nombre, El congosto de Ventamillo, y de la mayor característica, su estrechez…. Admiró embelesada la belleza que la rodeaba. Estaba enfrascada mirando el paisaje, cuando casi choca con el vehículo que se incorporaba por la derecha. Frenó en seco. Agradeció a la vida que no le hubiera pasado nada. El hombre que había provocado el incidente paró preocupado por su despiste. Salió y caminó hacia ella. Cuando vio a la conductora del coche, algo nació en su interior, un estremecimiento desconocido comenzó a invadirle. Se acercó y golpeó la ventanilla. Ella lo miró. Estaba enfurecida y su cara lo decía todo. En aquel instante, sus miradas se cruzaron y el mundo para ellos pareció detenerse. —Lo siento señorita… ¿se encuentra bien?— se disculpó. Intentaba mantener la calma, y lo consiguió, su voz sonó dulce y tranquila. Sin embargo, Noelia no supo qué contestar cuando aquellos ojos azules, como el cielo que los cubría, se clavaron en los suyos. Su piel se erizó, fue un segundo que se hizo inmenso. Recobró la compostura y le contestó llena de indignación y rabia: —Sí, estoy bien… pero debería ir con más cuidado, casi provoca un accidente. —Casi… —susurró mientras se marchaba hacía su coche hechizado por esos ojos negros que le acusaban. La actitud de aquel hombre la enfureció mucho más porque se había marchado sin acabar la conversación. Esperó a que él arrancase para poder continuar la marcha y llegar pronto a Benasque, quería estar relajada para la cena que le había prometido Marco. No llegaba a comprender cómo ella, una joven de 29 años, se exacerbaba con un hombre como él, que parecía un carca No pudo alejar esa sensación de ira que le había provocado ese individuo. Sus nervios estaban llegando al límite, sin entender muy bien el motivo. Estaba claro que ese hombre la sacaba de sus casillas. Jorge, el hombre que casi choca con Noelia, se sentó en el coche mucho más tranquilo. La miró por el espejo retrovisor y vio como ésta parecía hablar sola mientras movía los brazos exageradamente. En aquel momento tuvo claro que hacer. Puso el coche en marcha y comenzó a circular lentamente, la carretera, las curvas y la estrechez del trazado lo marcaban; y claro estaba, la chica también lo merecía, era joven y guapa. Tenerla detrás era un precioso regalo que no iba desperdiciar. El conocía muy bien el trayecto, iba habitualmente al Valle, siempre por trabajo: la fotografía. Intuyó que en cuanto pudiese adelantar ella lo haría, pero él no se lo iba a poner nada fácil. Le apetecía jugar y deseaba tener enfurecida a aquella muñequita. Reconoció que esa fierecilla le gustaba y que le había provocado sensaciones nuevas. Verla enfadada le encantaba. Los viajes al Valle se habían vuelto aburridos, aunque disfrutaba con los encargos; estos pequeños sucesos eran lo único que valía la pena. Las noches eran otro aliciente de los viajes, como no le resultaba difícil ligar, siempre encontraba con quien compartir cama. En todo este tiempo, Jorge nunca halló alguien que despertará en él un sentimiento puro y verdadero. A sus cuarenta años había desistido en encontrar la media naranja del que todo el mundo hablaba. Él solo había hallado, limones, pomelos y mandarinas, pero nunca su mitad. Había dejado de preocuparle, excepto cuando su madre se ponía pesada con el tema de los nietos. Volvió a mirar por el retrovisor para ver si la fierecilla se había tranquilizado. Una extraña ilusión le hizo desear que ella terminara su viaje donde él lo hacía, en Benasque. Sin embargo, no podía imaginar que el destino ya había decidido... Pasó todo el trayecto jugueteando con ella. Se reía mientras la observaba. Le parecía una chiquilla encantadora, porque a pesar de no saber su edad se adivinaba en ella un cuerpo joven muy apetecible, a pesar de poseer un tremendo carácter. Noelia intentaba calmarse mientras rezaba para que tomara cualquier desvío que se encontrara en la carretera y no fuera hasta la población donde finalizaba su trayecto. Cuando vio las primeras casas y luego el cartel donde se anunciaba la localidad a la que habían llegado, ella suspiró. Ese era su destino y aunque sus deseos no se habían cumplido, por fin se iba a librar del pelmazo que tenía aún delante. Paró a la derecha unos segundos para memorizar como debía llegar al hotel en el que Marco le había hecho la reserva. De nuevo en la carretera, dobló en la primera calle a la derecha, era una vía descendente. Al principio se veían unos edificios y tras ellos donde parecía que el pueblo se terminaba, allí se levantaba el majestuoso hotel. Al final de una gran hilera de pinos, vio el letrero y la zona de aparcamiento. Giró, entró y estacionó en el primer hueco que había libre, olvidándose por completo de lo sucedido anteriormente. Apagó el motor y respiró profundamente, por fin había llegado. A partir de ese día, le quedaban seis más para disfrutar de la pasión de Marco y de esa bella tierra que se abría ante sus ojos, todo parecía perfecto. Sin embargo, a veces las cosas no salen como pensamos. El destino, en esas vacaciones, le preparaba a Noelia unos días inolvidables, y a la vez se vería en medio de una gran encrucijada. Salió del coche contenta, cogió su equipaje y se dirigió tranquilamente pero embobada al edificio modernista, con un toque rustico, que tenía ante sí. Llegó al hotel y las puertas se abrieron. Se detuvo para buscar la recepción y una vez localizada se dirigió hacia ella. El vestíbulo era grande pero la distancia al mostrador era todo lo contrario, mínima. Avanzaba contenta cuando el tono de una voz la detuvo en medio de aquel espacio. Sabía que esa voz masculina le era familiar, o por lo menos la había escuchado antes. En esta ocasión la curiosidad le iba a jugar una mala pasada. Revisó visualmente el espacio para intentar captar de dónde provenía la voz. Detuvo sus ojos en un hombre que hablaba por el móvil. Tenía que saber quién era él y ponerle cara a ese timbre que le resultaba tan familiar. Se acercó, aguijoneada por un impulso. A medida que se aproximaba, su tono de voz dulce y el color de su ropa, descorcharon los recuerdos. Avanzó rápidamente cuando vio al hombre desocupado. Era él, estaba segura. Era el tipo con el que casi tiene un accidente. La rabia brotó en ella otra vez. Con cara de pocos amigos y con los brazos en jarra, se plantó delante del atractivo hombre. — ¡Eres un maleducado! Por lo menos podías haberme pedido perdón y… — Ah… ¡qué casualidad! —le cortó Jorge sin seguir su juego. El inesperado encuentro le divertía. — Será mejor que se calme, señorita. ¿No querrá dar un espectáculo en un lugar cómo este, no? Noelia no pudo contenerse y olvidando donde estaban levantó excesivamente la voz: — ¡Qué más da! Las pocas personas que en aquel momento circulaban por el vestíbulo se detuvieron al escuchar la exclamación de la muchacha. En segundos, dos personas uniformadas, empleados del hotel, se acercaron hasta ellos para aliviar la tensión y que no fueran el foco de atención de los clientes. — Señor Santos, le estábamos esperando. Acompáñeme, por favor y le daré la tarjeta de su habitación. — Una mujer le invitó para que le siguiera mientras cogía una maleta. Al mismo tiempo, un amable joven le preguntó a la chica: — ¿Le puedo ayudar en algo? ¿Tiene reserva ya en este hotel? — Perdón… yo —se disculpó ella mientras recomponía compostura— Sí, tengo una reserva a nombre de Noelia García. su — Muy bien, pues acompáñeme para que pueda darle su tarjeta. Subía en el ascensor pensando en la escenita que acababa de montar en el vestíbulo. Ella no era así, y no entendía porqué ese desconocido la sacaba de sus casillas y se alteraba tanto ante su presencia, aunque reconocía ahora que lo había visto de cerca que ese madurito tenía gancho. Dio carpetazo a aquella absurda situación cuando las puertas del ascensor se abrieron en la cuarta planta, que era la última. Fue en ese momento cuando se percató de la calidad del Hotel. Sonrió pensando en Marco y en el detalle de invitarla a ese sitio tan lujoso y excepcional. No tuvo que buscar mucho, en esa planta solamente había tres puertas. Introdujo la tarjeta en la ranura de la habitación 402. Abrió y con la maleta en la mano llegó hasta el medio de la habitación, una breve exclamación de asombro salió de su boca. La pared del cabecero era de piedra y la cama… no podía creer lo que veían sus ojos, una cama de forja negra con dosel y finísimas cortinas, tanto como el papel de fumar, lo demás era perfecto… Sentía como si hubiesen trasladado sus sueños a ese gran espacio. Radiante y satisfecha eran las palabras idóneas para definir su estado. Tumbada, y tras haber cerrado la puerta, perdió su mirada en los grandes ventanales de la habitación, a través de ellos, podía admirar el verde de las montañas, el cielo azul oscureciéndose, en ese momento se percató de lo tarde que debía de ser. Un sonido de WhatsApp la hizo removerse: «Espero q hayas llegado bien. T espero n l restaurante dl hotel a ls 22:00. T deseo reina.» Miró el móvil, faltaban sólo dos horas para bajar a cenar. Se dio prisa, cogió la maleta, la subió encima de la cama y la abrió: — ¿Qué es esto? —Gritó sorprendida al ver que esas no eran sus pertenencias. Se notaba que todo lo que había en ella era de hombre y no la suya. Exasperada la cerró inmediatamente. Repasó la escenita del vestíbulo e imaginó, que ésta sería del tipo que le sacaba de sus casillas. Al pensar en él, sus preciosos ojos azules invadieron su mente y un cosquilleo recorrió su cuerpo. Apartó esas incomodas sensaciones. El inconveniente retrasaba sus planes, relajarse. Tenían que intercambiarlas. Llamó a recepción y explicó la situación, en diez minutos volvía a tener su maleta. Cuando la abrió hizo una inspección visual para ver si había sido removida y parecía que no. Faltaban dos minutos cuando se detuvo en la puerta del restaurante. — ¡Qué bien hueles fierecilla! —le susurraron al oído. No quiso contestar, no sabía que decir, su cuerpo habló solo y su piel, traicionándola, se erizó. No era Marco el que le estaba hablando, era…. Él, el del coche, el del vestíbulo, el de la maleta… Estaba desarmada, así no sabía jugar… Por suerte para ella, un camarero vino a su encuentro diciéndole que el Sr. Santoni la estaba esperando, suspiró aliviada y se fue tras él. Jorge la observaba perderse entre las mesas. Su caminar femenino, su cuerpo cubierto de ese fino y estrecho vestido, y sus sandalias de tacón, hicieron que el domador que llevaba dentro surgiera como por arte de magia. Estaba convencido que tendría más ocasiones de encontrársela. Esa joven le gustaba: su carácter, su espontaneidad, su cuerpo menudo, le hacían soñar y… enloquecer. La cena era magnifica. Ambos deseaban acabar pronto para estar solos, se les notaba, y dar rienda suelta a su pasión. Nada más entrar en el ascensor, se buscaron con desesperación, como si el mundo se fulminara en unos instantes. Se besaban, y mientras, con mucha dificultad, abrían la puerta de la habitación. Marco como siempre llevó el ritmo de la situación, entre besos y escasas caricias, caminaron hasta la cama. Sus manos recorrieron su cuerpo hasta detenerse en el final del vestido, y sin decirle nada se lo quitó. Se quedó totalmente desnuda, ya nada cubría su cuerpo. Noelia sabía lo que le volvía loco y, como siempre, había acertado. Él se apretó contra ella para que notara su súbita erección. Se separó de la chica y la contempló sin decir nada. Respiraba de manera agitada, e inmediatamente desnudarse con rapidez para seguir saboreándola. comenzó a Ya nada cubría su cuerpo cuando tumbó a Noelia en la cama y se puso encima de ella. La besaba pasional y frenéticamente. Apenas acarició su bello y delgado cuerpo, sus dedos fueron directamente a su entrepierna. Se movió con agilidad para poder tocar su clítoris con facilidad. Con tan solo un par de dedos, consiguió excitarla y tras comprobar que estaba lista, que la humedad bañaba su mano, introdujo su miembro con una fuerte embestida. Ella arqueó su cuerpo y lo recibió satisfecha sabiendo que aquello solo era el comienzo. Marco se incorporó paseando sus manos con ferocidad por el cuerpo de la chica hasta llegar a sus pechos. Agarrándolos entre sus dedos, comenzó a moverse. Primero lentamente, como siempre hacía, para luego aumentar el ritmo hasta que Noelia tuviera el primer orgasmo. Él había aprendido a controlarse, y solo tras tres o cuatro éxtasis de su amante, tenía el suyo. Era un dios y a la vez una fiera. Normalmente tenían sexo durante 3 o 4 horas, todo dependía de lo que ellas aguantaran. Noelia durmió toda la mañana del día siguiente. Cuando comenzó a abrir los ojos paseó su mano por la cama y notó que estaba sola, odiaba que Marco le hiciera eso, le encantaba despertarse con él, pero claro, ella estaba de vacaciones y él ahora se debía a su trabajo. No tenía prisa, se desperezó con parsimonia, aunque sus tripas rugían. Se movió hacia la mesilla para ver la hora. Dio un salto en la cama y se sentó, era más tarde de lo que pensaba. Estaba segura que a esas horas de la tarde el restaurante del hotel estaría cerrado. Se prometió, que se pondría un despertador para la mañana siguiente, porque a pesar de estar de vacaciones quería recorrer aquel maravilloso espacio natural donde el aire olía diferente haciéndole sentirse distinta. Se levantó y vio una nota en el borde de la otra mesilla. Fue hasta ella despacio intuyendo que lo que iba a leer no le iba a gustar. «Reina, esta noche no podemos quedar, lo siento, tengo un compromiso. Tuyo Marco» Las palabras la atormentaban mientras se duchaba. Ella sabía cómo era Marco, nunca le había prometido nada y sabía que no debía hacerse ilusiones con él, pero había imaginado que por lo menos estos días que ella estaba allí, pasarían las noches juntos. Se vistió de mal humor y decidió salir para comer algo y conocer el pueblo. Cogió su cámara de fotos, a pesar de estar de vacaciones, no desaprovechaba ninguna ocasión. Muchos de sus trabajos como diseñadora gráfica tenían como base fotos que ella misma había tomado. Aunque más de alguna vez había tenido que pedir varios favores a uno de los mejores fotógrafos de Zaragoza: Jorge Santos, que por razones de tiempo y de horarios nunca se habían llegado a conocer. Ahora el destino le había preparado una sorpresa, se lo servía en bandeja. Había saciado ya su apetito cuando comenzó deambular por la calle fijándose en todo. Divisó un puente y con paso decidido se dirigió hacia allí. A medida que se acercaba se maravilló con la construcción. De piedra y majestuoso se alzaba la vieja obra. Se quedó atónita al comprobar su peralte. Sacó su cámara de fotos y agachándose comenzó a fotografiar los diferentes ángulos que más llamaron su atención. Se levantó y dio varios pasos hacia atrás. Estos movimientos hicieron que chocara con alguien. Se giró para disculparse y cuando lo vio, bufó: — ¿Tu?... Pero bueno me persigues o ¿qué? — Para nada, pura coincidencia. Debe de pensar señorita, que Benasque no es una población muy grande, y el puente es una de las zonas más visitadas y fotografiadas. Noelia se marchó despidiéndose con un tono irónico: — Ya, ya… pura casualidad. Estaba harta, rabiosa y furiosa. «Este tío parece estar dispuesto a amargarme las vacaciones». Se marchó como una posesa hacia el hotel para relajarse en el jacuzzi antes de ir a cenar. Bajó al comedor relajada, sin pensar en nada de lo ocurrido, simplemente hacia planes para el día siguiente. Cogería el coche y se acercaría hasta el embalse de Eriste, le habían dicho que ofrecía unas vistas magníficas para fotografiar. Estaba segura que sería un día tranquilo. Los días, a veces, parecen tener vida propia. Nada ocurrió como ella esperaba. Cuando llegó al comedor, éste estaba lleno, no había ni una mesa libre. El maître le sugirió que se tomara algo en el bar mientras se desocupaba alguna. Acababa de pedir una cerveza cuando el mismo hombre que la había atendido, se acercó hasta ella y le dijo: — Hay un caballero que dice conocerla y que la invita a cenar a su mesa. Se sorprendió. Enseguida pensó que esa propuesta venía de él, del tipo que parecía perseguirla. No quiso comprobarlo y amablemente rechazó la invitación diciendo que había decidido ir al pueblo. La noche fue peor que el día, un verdadero desastre, el segundo de vacaciones y ya estaba deseando volver a su rutina. Puso la alarma para levantarse temprano y se tumbó en la cama para leer. Con el libro entre las manos, su mente se evadía de las letras que tenía delante, impidiendo que se concentrara en la lectura, solo hacía que pensar en el hombre que parecía cruzarse constantemente en su vida. Intentó apartarlo de su mente pero por una extraña razón que se escapaba a su entendimiento, no podía. Sin saber el porqué, sacaba lo peor de ella, sentimientos que no eran habituales. « ¿De dónde sacaba esa rabia? ¿Por qué lo exasperaba de esa manera si no lo conocía de nada? Tenía que admitir que tenía los ojos más azules que jamás había visto. Su mirada estaba llena de paz y tranquilidad. Era una mezcla que en ella causaban un revuelo de emociones encontradas.» La alarma la despertó. Se levantó contenta dispuesta a disfrutar de aquella maravillosa jornada. Despejó los cortinajes de los ventanales, y tras ellos, vio un claro y limpio cielo azul que la sorprendió. Los rayos se colaban por las montañas dejando una estampa digna de ser inmortalizada, con una luz increíble. Se vistió con agilidad, cogió la cámara y bajo a desayunar. Se sentía contenta. Abrió el coche, puso música y enfiló carretera memorizando el trayecto. A lo lejos comenzó a divisar el lago y aminoró la marcha buscando el desvío que la llevara hasta alguna zona donde poder aparcar. Salió feliz del coche y con la cámara colgada del cuello comenzó a caminar por el pequeño puente. Se respiraba calma, el paisaje invitaba a ella. Todo era paz. Ese apartado lugar, el agua del río que desembocaba en el lago, los patos, los cisnes y el canto de los pajarillos, parecía el sitio perfecto para pasar la mañana tranquilamente. Caminaba por el sendero de tierra observando el paisaje con detenimiento. En su trayecto se cruzaba con paseantes, niños, perros, y gente fotografiando el magnífico paraje, todo en perfecta armonía. Se detuvo cerca un hombre que tomaba instantáneas a los hermosos patos que a cambio de posar, esperaban su recompensa. Estaban situados en un recodo donde apenas había visibilidad, por eso cuando el ciclista tomó la curva y los vio gritó: — Cuidaaadooo... ¡Lo siento! —se disculpó mientras intentaba no atropellarlos y a la vez se incorporaba al camino. El percance llevó a Noelia a arrimarse, e inconscientemente se agarró al hombre que tenía a su lado. En cuanto pasó el ciclista, se disculpó avergonzada: — Lo siento… yo… espero no haberle hecho mal. Él se giró. «Era él otra vez» pensó ella nada más verlo. Jorge también la había sujetado suavemente para que no se cayera. Estaban tan cerca el uno del otro que podían sentir sus alientos. Ella instantáneamente clavó su mirada en la inmensidad de sus ojos azules. Su perfume, su cara y la cercanía, la dejaron hipnotizada sin poder articular palabra, eso la desarmó. Estimulada por una atracción anónima se acercó más para rozar sus labios con los de él. Aquello les produjo a ambos una descarga eléctrica que los llevó a unir sus bocas en un extraño beso; era como una suave caricia, pero a la vez los devoraba un fuego arrasador. El brazo de Jorge descansaba en la sinuosa cadera de Noelia. Él comenzó a percibir una ligera incomodidad entre sus piernas, su miembro respondía al fuego que la piel de aquella fierecilla desprendía. El beso se alargó. El aprovechó el momento para apoyar su otro brazo en el otro lado de su cuerpo. Ella al sentirse rodeada por sus brazos, se escabulló y sin decirle nada, comenzó a correr hacia el coche. Una vez dentro, sentada, cerró los ojos pensando en lo que había pasado mientras su respiración se normalizaba. No lo entendía, y menos la reacción que el beso había dejado en ella. Cuando se encontró lo bastante serena para conducir, se incorporó a la carretera, no sabía a donde ir, pero sí sabía que no quería volver todavía a su habitación. Simplemente lo hizo para no pensar. Llegó a Benasque cuando el sol se estaba escondiendo entre las montañas. Aparcó el coche y entró en el hotel. Una voz desde recepción la reclamaba. Se acercó con un estado anímico de cansancio y sorpresa. La recepcionista con mucha amabilidad le tendió un sobre diciéndole que le habían dejado una nota. Pensó que era de Marco y tras darle las gracias, se marchó para subir a su habitación. Una vez dentro, corrió emocionada para tumbarse en la cama dispuesta a leer la nota, pero al averiguar el contenido su semblante cambió; las palabras eran de Jorge. La rabia de verse olvidada por Marco la engulló. Movida por el despecho y sin pensarlo, miró la hora para comprobar si aún disponía de tiempo para ducharse, arreglarse y aceptar la cena con Jorge. Llamó a recepción para que le dejaran un mensaje a Jorge. A la hora acordada Noelia estaba en la puerta del restaurante del hotel, en cuanto el maître la vio, la acompañó hasta la mesa donde él la estaba esperando. Estaba un poco cohibida y a medida que pasaban los segundos, se arrepentía de haber aceptado, pero ya no podía dar marcha atrás. Jorge, por su parte, se sentía de nuevo como un quinceañero. Los nervios lo devoraban, no estaba seguro que ella aceptara la cena, que al final se arrepintiera o que le diera plantón. Cuando la vio aparecer detrás del maître, en aquel momento se sintió el hombre más afortunado del mundo. En cuanto se sentó en la silla, la actitud de Noelia hacia él cambió completamente, ya no estaba a la defensiva y la velada transcurrió como un soplo de aire fresco para los dos. Se entendían más de lo que ambos hubiesen imaginado. No eran tan diferentes como creían. Lo único que parecía que los separaba era la edad. Ella veía que él tenía demasiada edad para tener una relación con él, y él creía que ella era muy joven, pero le gustaba y estaba dispuesto a luchar por demostrarle que la edad no importa si el corazón es correspondido. Durante el café, las miradas entre ellos habían cambiado, había brotado una excitación que antes no existía. Noelia se levantó de la mesa con la excusa de que necesitaba descansar y Jorge, temiendo perderla, también hizo lo mismo. Con amabilidad le preguntó si podía acompañarla hasta la habitación, sin embargo, lo que él realmente deseaba, era tener la oportunidad de sentir de nuevo la suavidad de sus besos. En el ascensor, él le cogió la mano y sin decirle nada la atrajo hacía su cuerpo. Su aliento le calentaba la cara, estaban tan cerca el uno del otro, que casi podían sentir sus deseos. Fue él quien dio el primer paso y posó sus labios en los de ella. Experimentaron algo especial que nunca antes habían sentido, deseaban más de eso que los estaba volviendo locos de pasión. En cuanto Noelia abrió la puerta de su habitación, él la cogió entre sus brazos, y tras cerrarla con el pie, anduvo hasta la cama donde la depositó con cuidado. No hacía falta encender la luz, en el exterior la luna llena lucía hermosa dando la iluminación adecuada a la habitación. Jorge se arrodilló en la mullida alfombra y con delicadeza la descalzó. Besó sus pies y sus labios fueron ascendiendo por las piernas hasta detenerse en el borde de su vestido, se paró para acariciar con un solo dedo sus deliciosos muslos. Ella estaba sedienta de más, deseaba sentirlo ya dentro y gozar horas como estaba acostumbrada, pero nada sucedió como ella esperaba. Él se entregaba en cuerpo y alma cada vez que compartía cama con alguna mujer, y esta vez no iba a ser diferente. Puso sus manos en la prenda que tapaba el cuerpo de su amada, y muy despacio se lo subió. Se lo quitó acabando la acción con un suave pero ardiente beso en la boca. Noelia no sabía qué hacer, las sensaciones la paralizaba, era una experiencia nueva la que estaba viviendo. Nunca nadie la había tratado así, por eso, se dejó hacer. Jorge le susurraba palabras al oído alternando besos con ternura. Lamía su cuello y recorrió su piel hasta llegar al borde del sujetador. Depositó besos húmedos en esa zona mientras se lo quitaba, y a la vez con voz sensual le repetía lo guapa que era y lo mucho que la deseaba. Ella suspiraba, se sentía flotar en un mar de placer desconocido. La joven estaba muy excitada, su respiración era agitada. Él sonrió al notar como sus besos en sus grandes pechos y en sus deliciosos pezones empezaban a hacer efecto. Descendió con otro reguero de besos por su vientre hasta detenerse en el tanga, una minúscula pieza que cubría lo esencial y lo que más deseaba. La quería ya, su entrepierna se quejaba desde el momento en que había tocado la suavidad de su piel. Rozó el tanga mojado con su pierna mientras le susurraba lo mucho que la deseaba e infinitas de palabras, que jamás le habían dicho cuando follaba con otros, esto era diferente... era amor. Entre jadeos, Noelia le suplicó que quería sentirlo dentro de ella. El paseó una mano por la fina tela del tanga, lo que hizo que se excitara más. Comenzó a desvestirse sin dejar de besarla, no sin dificultad. Cuando su cuerpo estaba totalmente desnudo, la despojó de la única prenda que llevaba. Ambos estaban ya sin ropa. Él comenzó otro juego, empezó besando el interior de sus muslos, quería saborear su esencia aunque solo fuera un segundo. Lamió su sexo y lo besó. Inmediatamente se puso encima de ella y la penetró. Cabalgaron al unísono como si ambos estuvieran hechos el uno para el otro. Sus respiraciones agitadas iban a la par, gritaron y se desahogaron con palabras, con un atrevimiento desconocido. Aquella experiencia fue maravillosa para los dos, después de pasar horas amándose se durmieron abrazados. Fue una noche especial, tanto que marcaría un antes y un después en la vida de Noelia. Los primeros rayos de sol sorprendieron a los dos amantes dormidos todavía en la cama, y los fueron despertando poco a poco. Se miraron a los ojos, estaban sorprendidos y algo cohibidos. Ninguno de los dos dijo nada, simplemente retenían en sus pupilas al ser que tenían delante, como si en aquel momento el mundo se fuera a acabar, queriendo grabar en sus almas aquel amor inesperado que les había sorprendido entre las montañas. Él sin dejar de contemplarla, puso un dedo en sus labios y seguidamente la besó. Fue un beso tierno, pero con la fuerza de querer demostrar que realmente la amaba. Tras esa manifestación, Noelia suspiró. — Mi fierecilla, ya eres mía y ahora que ya te he encontrado, no voy a dejar que te escapes tan fácilmente. Me gustas mucho —le susurró al oído vocalizando las palabras para que le quedara claro. — Yo…necesito tiempo… tengo que… aclarar muchas cosas — sentenció llena de un mar de dudas al comparar a Jorge y Marco, eran tan diferentes. Jorge le respondió que no tenía prisa, que la esperaría todo el tiempo que hiciera falta, que se quedaba allí toda la semana pero que, después, lo encontraría en Zaragoza. Y tras besarla apasionadamente, abandonó la habitación. Noelia se quedó sola, encima de la cama, desnuda, pensativa y recordando lo que había vivido la última noche, su cuerpo reaccionó; su corazón se aceleró y mil mariposas revoloteaban en su interior. Las imágenes de ambos rondaban por su mente, y poco a poco las vivencias con Jorge iban ganando la batalla que tenían con las de Marco. Pensaba que más que unas vacaciones, eso era una tortura. Inapetente y con la moral hecha trizas repasó esos dos días que llevaba allí y suspiró al pensar en los que todavía le quedaban hasta el domingo. Decidida a solucionar sus dudas, marcharse o quedarse, llamó a Marco. Después de hablar con él, sintió como la frialdad de sus palabras y de su comportamiento se adueñaban de ella. No entendía nada de lo que estaba pasando. − ¿Había estado ciega hasta ese momento? o ¿realmente Marco era así? —Se preguntaba sin obtener respuesta. Noelia aún no se había dado cuenta, de que la noche que había pasado con Jorge, le había mostrado las dos caras de una relación, la del amor y la del sexo. − ¿Y si pudiera tener las dos cosas en una misma persona? —se preguntaba aturdida. Su estómago no daba signos de admitir comida. Mientras miraba la hora, un golpe en la puerta de la habitación la sacó de su ensoñación. Se vistió y la abrió. Un trabajador del hotel, le entregaba un ramo de rosas rosas y una caja pequeña. Cerró la puerta y apoyada la espalda en ella respiró el aroma, se notaba que no eran de floristería. Le acababan de alegrar la tarde, se fue corriendo a la cama para leer la nota. Se sorprendió cuando vio la pulcra y cuidadosa letra, que ya conocía. Ella pensó que era un regalo de Marco disculpándose, pero lo que se encontró era totalmente diferente a lo que imaginaba. Aquellas frases la hicieron suspirar. ¿Por qué Jorge? ¿Por qué a mí? Sentía que había puesto en un pedestal a su amigo Marco. La distancia le estaba demostrado que entre ellos, nada había cambiado. No había servido para avivar lo que supuestamente creía que él sentía, pero sí, simplemente para confirmar que él no iba a cambiar ni por ella, ni por nadie. Era magnífico en la cama, pero poco más, una buena persona, sincera, amigo de sus amigos. Marco solo servía como amante, no pensaba en el amor. «Por fin me he dado cuenta, he tenido una venda en los ojos todo este tiempo. Ahora solo me queda una duda, ¿qué hago con Jorge?» Pensó mientras saboreaba un bombón de los varios que contenía la caja. Combatió aquel malestar que era desconocido para ella, con media caja de bombones. Se acercaba la noche y cada vez estaba más decidida a dar la cara y agradecer ese bonito gesto que Jorge había tenido con ella. Se duchó, se arregló y decidió bajar a cenar, su intuición le decía que estaría en el comedor. Estaba en la puerta esperando al maître para preguntar por el Sr. Santos. Al confirmárselo, le indicó que por favor la acompañara hasta su mesa. A medida que se acercaba, su corazón comenzaba a latir más rápido y sentía un nerviosismo poco habitual en ella. Al verlo, algo se le encendió por dentro, una nueva sensación que le hacía flotar. Simplemente se miraron y una sonrisa en la boca de Jorge bastó para tranquilizarse. Pasaron otra inolvidable velada. El tiempo se les pasaba volando cuando estaban juntos. La noche, de nuevo, fue el aliado de él y acabaron amándose otra vez en la habitación de ella. Jorge y Noelia pasaron el resto de las vacaciones haciendo pequeñas excursiones. Visitaron Cerler, Los Llanos del Hospital y pasearon compartiendo confesiones e ilusiones. Lo que más le llenaba a Noelia, era la atmósfera que Jorge conseguía crear cada vez que hacían el amor. Ambos comenzaban a sentir algo más que una simple atracción pasajera, pero ninguno de los dos se atrevió a decir nada hasta que llegó la última noche. Al día siguiente dejarían Benasque para volver a la gran urbe, Zaragoza, y centrarse cada uno en su vida. Solo les quedaba esa noche y Jorge no la iba a desaprovechar, iba a jugar su última baza. Se habían amado en silencio, sin pronunciar ninguna palabra de amor, pero sus cuerpos ya lo sentían. Exhaustos después de un orgasmo intenso, abrazados y mirándose a los ojos Jorge le confesó sus sentimientos. Noelia suspiró, sus palabras eran lo que ella quería oír, le besó intensamente y tras separarse unos segundos le respondió que ya no se libraría tan fácilmente de su fierecilla, que era como él la llamaba cariñosamente desde que la vio la primera vez enrabietada en el coche. A Noelia solo le quedaba una cosa pendiente para la mañana siguiente antes de marchar, despedirse de Marco. En su encuentro, él percibió un brillo especial en sus ojos, una mirada serena que jamás había visto. Le resumió lo ocurrido y se despidió de él, asegurándole que su amistad seguía siendo la misma y que siempre estaría para escucharle. Se abrazaron y despidieron como dos buenos amigos. De camino al coche pensó en lo caprichoso que muchas veces se volvía el destino y recordó por un instante, pero esta vez con una sonrisa en la boca, en la encrucijada que la vida le había preparado; un encuentro que le enseñaría el verdadero amor. EL OASIS DE TUTANKAMÓN: DE SAMANTA ROSE OWEN http://passionporlalectura.blogspot.com.es/ Pasar el verano a tres mil quinientos kilómetros de distancia de tu casa, renunciar a tus vacaciones de verano y tener que trabajar, es malo, pero que tu jefe, director de uno de los periódicos más importantes de Madrid, te diga a ti, becaria de su periódico, que tienes que realizar un artículo de investigación en mitad de la nada, rodeada de piedras, arena, tierra y escorpiones, es lo peor que te puede pasar. Aunque todo se ve de otro modo si te dicen que a cambio de dicho esfuerzo puedes ganarte un puesto de trabajo en su periódico. Cuando comencé, realizaba las típicas tareas que le suelen tocar a un becario; pasar artículos al ordenador, actualizar la web del periódico, ordenar archivadores, reciclar y preparar café. Justo cuando empecé a desesperarme por las tareas que me asignaba, comenzaron a dejarme hacer pequeños escritos, opiniones, búsquedas de información…etc. Cuando mi jefe me asignó un artículo de investigación casi me vuelvo loca de la emoción. Por fin iba a ejercer de lo que realmente era, una periodista. El problema vino cuando supe que me habían asignado dicho artículo porque nadie quería hacerlo. A nadie le importaba la maldición de Tutankamón o lo que sucedía en el viejo Egipto. Ninguno de mis compañeros estaba dispuesto a fastidiarse sus vacaciones de verano para estar en un lugar desértico, a una temperatura media de cuarenta grados y sin apenas sombras. Esas eran las objeciones para los hombres, las mujeres tenían el añadido de ir a un país donde eran claramente discriminadas. Pero yo, que era la becaria, no podía renunciar a este trabajo si quería destacar por primera vez en el periódico. La historia que tenía que investigar estaba basada en la maldición de Tutankamón. Esta maldición es solo una leyenda que se contó hace años cuando se produjo el hallazgo de la momia de dicho faraón. La leyenda cuenta que más de treinta personas que tuvieron relación con dicho descubrimiento, murieron en extrañas circunstancias a los pocos años. Su principal descubridor, Lord Carnarvon, murió once días después de que se produjese la apertura oficial de la cámara sepulcral. Mucha gente comenzó a hablar de ello y a coger miedo a la posible venganza fantasmagórica. Pero la leyenda se empezó a hacer más creíble con las demás muertes que se fueron produciendo. Con el paso del tiempo, compañeros de Lord Carnarvon fueron muriendo en extrañas circunstancias. Su hermano que estuvo presente en la apertura de la cámara real murió al poco tiempo. El hombre que dio el último golpe al muro para entrar, murió sin ninguna explicación médica. El hombre que hizo varias radiografías a la momia, enfermó y murió dos meses después. El profesor de Carter, que investigó con él el hallazgo murió de un ataque cerebral en el mismo Cairo y su secretaria, murió de un ataque al corazón. El padre de la joven se suicidó al conocer la noticia. Después de esto, muchos periódicos y revistas se lanzaron a contar esta maldición. Algunos escritores investigaron sobre el tema y vaticinaron que existía un texto árabe antiguo en el que se avisaba que los intrusos que rompieran el sello de una tumba cerrada sufrirían el peor de los castigos: la muerte. Se escribieron muchas novelas y se rodaron muchas películas de cine, pero años después, esta leyenda fue desmentida por historiadores, médicos y otros profesionales. Algunos decían que solo era un cuento para asustar a los posibles ladrones de joyas y tumbas; otros, que las muertes se debían a ciertas partículas y microorganismos que pudieron ser respiradas al entrar en un lugar que llevaba más de tres mil años cerrado. Finalmente, todo quedó en un mito urbano. Mi trabajo no consistía en volver a analizar dicho pasado, sino investigar las recientes muertes que se habían producido al trasladar a la momia desde su sepulcro al museo del Cairo. Al parecer, el museo más importante de Egipto, quería exhibir la momia durante unos meses, una oportunidad única para ganar visitantes. Pero tres de las seis personas que habían realizado el traslado de la momia, habían fallecido recientemente en extrañas circunstancias. Por lo que todo el mundo volvía a hablar de la maldición y su posible regreso. Tenía que investigar qué o quién estaba detrás de todo esto y escribir mi punto de vista. Para ello, iba a contar con la ayuda de Arthur Carter, el nieto de Howard Carter. Este hombre llevaba más de treinta años trabajando en el museo del Cairo y conocía todos los secretos de esta leyenda, no solo por las anécdotas que había heredado de su abuelo, sino por su formidable trayectoria como egiptólogo. Así que lo primero que hice nada más aterrizar en el Cairo, fue acudir a mi cita con él. Sin lugar a dudas, la mejor parte de este trabajo era cuando alguien experto en la materia que tú ibas a investigar, te contaba todos sus secretos y su versión de la historia. Si había algo que me gustara más que el periodismo, era el escuchar a las personas. Una vez que pregunté a una persona de seguridad del museo donde se encontraba el despacho del señor Carter, caminé hasta dicho lugar. En cuanto vi el cartel con su apellido, respiré profundamente y llamé dos veces. —Pase —dijo una voz seria y profesional. Intenté que esa voz no me afectara, pero lo hizo. Yo era una chica joven e inexperta. Todavía estaba comenzando a dar mis primeros pasos como periodista y no quería que eso se me notara ante un profesional como Arthur Carter con muchos años de estudio a sus espaldas. Me animé a mí misma a que podía conseguirlo y parecer más profesional de lo que en realidad era. Así que entré con la mejor de mis sonrisas. —Buenos días, señor Carter —dije entrando y cerrando la puerta. Cuando por fin me giré y vi el rostro de aquel hombre, volví atrás las imágenes de mi cabeza para recordar si me había equivocado o no, de despacho. Estaba claro que la edad de este chico no cuadraba con la de Arthur Carter. Pero, ¿de dónde habían sacado a este egipcio tan sexy? ¿Dónde estaba la cámara oculta? —Buenos días señorita Fernández, la estaba esperando. Siéntese — dijo el chico sin nombre. —Perdone, supongo que usted será el secretario del señor Carter, tengo una cita con él ahora —dije sin dejar de mirar sus preciosos ojos color avellana. —Yo soy el señor Carter —dijo él más serio de lo normal y algo ofendido por mis palabras. —Debe de haber una confusión —dije sin saber cómo salir del problema. El señor Carter o quien fuese este chico emitió una risa sin ganas en la que me dio a entender que ya estaba acostumbrado a tener que debatir por este tema. Pero a mí nadie me había indicado que la persona con la que me iba a encontrar era aproximadamente de mi edad, alto, con pelo y barba de color moreno, piel bronceada, unos preciosos ojos color avellana y un atractivo exótico y diferente que me hacía temblar. Yo, más bien, me esperaba a un señor mayor, de unos sesenta años, barrigudo, con gafas y alguna que otra cana. —Yo soy Taleb Carter, el nieto de Arthur Carter. Mi abuelo ha decidido jubilarse y yo estoy ejerciendo su oficio —explicó Taleb. —Entonces es un becario como yo —dije sin pensar. —No soy ningún becario, soy egiptólogo —dijo defendiéndose de mis palabras. —Y yo periodista —dije contraatacando. —Pues ahora que ya sabemos lo que somos cada uno, empecemos nuestro trabajo —dijo Taleb de forma algo grosera. No quería cuestionar si su escasa trayectoria profesional iba a ser suficiente para mi artículo, pero su actitud a la defensiva y su forma de hablarme, lo hacía inevitable. Podía ser muy atractivo pero era un borde. Obviamente prefería tratar con un hombre mayor, experto y educado, no con un chico arrogante que había heredado el puesto de papa por gracia divina. Ya me habían avisado de que los egipcios eran bastante reservados y serios, pero si además se encontraban con una mujer de un mismo nivel cultural, la cosa empeoraba. Debido a sus ideologías, no entendían que una mujer tuviera estudios y trabajara. Quizás sus malas contestaciones se debían a eso. Decidí ignorar sus palabras y centrarme en lo que había venido a hacer, así que saqué mi libreta de notas y comencé con mis preguntas. —Se sabe ya lo que sucedió en la muerte de sus tres trabajadores — dije a modo de interrogatorio. —Todo el mundo sabe lo que sucedió —dijo Taleb haciéndose el listo. —De lo que todo el mundo habla es de la maldición, no de lo que realmente sucedió —dije rápidamente. —Los tres iban en el mismo vehículo y tuvieron un accidente. Murieron antes de llegar al hospital —dijo de forma correcta. —Supongo que algún perito hizo un informe indicando que tipo de fallo tuvo el coche. ¿Qué dice ese informe? —dije buscando otra salida. —No hay ningún informe. —Es decir, que el coche no chocó contra nada, cosa poco probable en una zona desértica, pero aun así volcó lo suficientemente fuerte para matar a tres personas, lo que indica que o perdieron el control o hubo un fallo mecánico, y ¿me está usted diciendo que nadie ha estudiado dicho accidente? —dije sorprendida. —Exacto, eso es lo que le estoy diciendo —dijo él como si fuese yo la que no entendiera nada. Algo no cuadraba. Tres personas mueren en un accidente de coche en mitad de la nada, ¿y nadie lo investiga? En mi lista de posibles sospechosos apunté; policía, autoridades o políticos. Nadie tenía más poder que ellos para tapar ese accidente. Mientras mi cabeza seguía pensando, Taleb me condujo hacía una especie de almacén apartado. Aproveché ese momento para mirarle el culo, un bonito culo oculto tras unos pantalones de tela ligera. Ni siquiera sé porque mis ojos se dirigieron en esa dirección, así que me reprendí por ello. Cuando llegamos, encendió una luz tenue y se dirigió hacia una enorme urna tapada con una sábana. —Bueno, pues aquí está el causante de todo este lio —dijo Taleb levantando la sábana y mostrándome la momia del faraón. —Puag, es asqueroso —dije sin poder controlarme al ver ese esqueleto ennegrecido. —No le ofendas o serás una presa más de su venganza —dijo Taleb elevando sus preciosos y carnosos labios en una sonrisa. Era la primera vez que Taleb mostraba un lado diferente, más divertido y algo bromista. Estaba tan guapo cuando sonreía que mis braguitas ya se habían humedecido por una solo sonrisa. ¡Alex contrólate, esto es trabajo no vacaciones eróticas con egipcios sexys! Pero no podía dejar de recorrer con mi mirada todo su cuerpo. Quería ver qué escondía esa túnica holgada a pesar de lo grosero que estaba siendo conmigo. ¿Era sadomasoquista? Quizás debajo de su grosería podía haber un chico normal. No, esta belleza no era la de un chico normal. Lo mejor, era continuar con el consejo que me habían dado al salir de España; no te fíes de los egipcios. Pude intuir que él no se creía la leyenda, pero aun así me aventuré a preguntárselo. —No cree usted que la maldición sea cierta, ¿verdad? —me aventuré a decir. —Por favor, no me trates de usted. Aunque no lo parezca, todavía soy joven. Llámame Taleb —dijo moviendo los labios y mandando un impulso directo a mi sexo. —Estoy de acuerdo, me parece más cómodo. Puedes llamarme Alejandra o Alex, como prefieras —dije devolviéndole la sonrisa. —Pues como te estaba comentando, Alejandra, me gustaría creer que hay un espíritu faraónico vengándose por interrumpir su descanso. Es un buen tema para una novela de misterio, pero no, no creo que el causante sea él —dijo con sinceridad. —¿Sabes quién puede estar detrás de todo esto? —dije de forma curiosa. —No. Supongo que todos somos sospechosos. A todos nos conviene que se vuelva a hablar de este faraón —dijo Taleb mirando a la momia mientras le daba vueltas a algo. —¿Recibes mensajes amenazadores? —dije siguiendo mi línea de investigación. —Todos los días desde que estoy en este puesto y mi padre igual. Hay mucha gente que está en contra de que los tesoros que esconde Egipto sean explotados y mostrados al mundo. Supongo que la clase pobre no está muy de acuerdo con que los tesoros que esconden sus tierras lleguen a manos de gente con poder. Y como en todos los países, extremistas hay en todos los lados —dijo Taleb posicionándose. En ese momento quise abrazarle y protegerle de cualquier persona que quisiera hacerle daño. Estaba claro que en Egipto había un conflicto de intereses. Pero la solución no era matar a personas inocentes. Tenía que encontrar a la persona que estaba detrás de todo esto. —Me gustaría ir hasta la tumba y pasar por donde fueron sus hombres. Quizás en el escenario del crimen encuentre alguna pista — dije sacando mi vena investigadora. —¿Escenario del crimen? Perdóname Alejandra, pero creo que tienes ideas equivocadas. No ha habido ningún crimen —dijo Taleb en un tono cortante. —Mueren tres de sus hombres en un extraño accidente, el cual, sospechosamente no se ha investigado, ¿y tú crees que no es un crimen? —dije totalmente sorprendida. —Exacto —dijo Taleb de forma concisa. —Aun así quiero ver la tumba e ir por la misma carretera que fueron sus hombres —dije ignorando sus palabras. —Como quieras, pero esperaremos a que el sol este más bajo —dijo Taleb comenzando a caminar. El rato que estuvimos en el museo, no pude dejar de comérmelo con la mirada mientras él hablaba extensamente de la historia de este joven faraón y su corto reinado. Quería ser disimulada, pero no podía. Aunque la verdad era, que si se me notaba, él sabía disimular mi descaro bajo una cara seria y profesional. También me mostró algunas de las preciosas joyas que rescataron de su tumba, pero a mí me daba igual las joyas. Solo quería saber las miles de maneras en las que me podía hacer disfrutar en la cama. Cuando el sol dejo de brillar, ambos salimos del museo. Antes de llegar a su Jeep, Taleb me miró de reojo y sacando un enorme pañuelo del asiento de atrás dijo: —Será mejor que te tapes con esto. Vas demasiado…destapada —dijo mirando de reojo mis pechos descubiertos. ¡Ya empezábamos con las rarezas! Estaba de acuerdo en respetar la cultura de cada país, por eso, a pesar de que mi camiseta era de tirantes y escotada, había decidido ponerme un fular que escondiera esa parte de mi cuerpo. Pero no me iba a tapar con un enorme pañuelo con este calor solo porque esas fueran sus ideas, además la idea de que me hubiera observado los pechos me excitaba. Quería provocarle. —No pienso ponerme esa manta sobre mi cabeza y mi cuerpo solo porque tus ideas musulmanas te impidan ver el cuerpo de una mujer. Ya estoy lo suficientemente tapada —dije totalmente indignada. —Nunca dejaría que unas ideologías me impidieran ver unas curvas tan hermosas como las tuyas. Si te pido que te lo pongas es porque el Jeep es descapotable y si no te lo pones, acabaras con el cuerpo lleno de arena. ¡Ah, y por cierto! Soy cristiano —dijo Taleb sin dejar de mirar mis curvas. Tragué saliva para comprobar si con ello podía tragarme mis palabras. Había metido la pata hasta el fondo. Pero a pesar de que era cristiano y no musulmán, como yo había pensado, seguía creyendo que tenía ciertos comportamientos del típico hombre egipcio; posesivo, serio y formal. ¿Sería igual en la cama? ¡Alex, relájate! Al final, el cauce del río Nilo no iba a ser nada comparado con el cauce de mis bragas. Tuvimos más de seis horas de trayecto hasta el valle de los Reyes y, en ese largo viaje, ambos nos pusimos a tono. Yo provocándole intencionadamente con mis movimientos inocentes mientras me lo imaginaba mordiéndome los pechos, penetrándome hasta el fondo y llevándome hasta el placer más intenso. Y él observando mis piernas desnudas con disimulo, agarrando con fuerza el volante para que no volaran hasta ellas y mirando de vez en cuando hacia abajo para comprobar que su centro del deseo no crecía desmesuradamente. ¿Así que le afecta la imagen de mis piernas no, señor Carter? Cuando bajamos de su Jeep, noté que sus gestos habían cambiado, de nuevo estaba serio y parecía algo preocupado. Miraba continuamente a su alrededor y trató de convencerme de que lo mejor era entrar a plena luz del día y no de noche. —¿Qué? ¡Ni hablar! No he hecho seis horas de viaje para nada. Pienso entrar a la tumba contigo o sin ti —dije cabreada por su negativa. —¡Menudo carácter! No te dejare entrar sola, así que entraras detrás de mí. Ten mucho cuidado y no te separes de mi lado —dijo sonando algo afectado. Me asusté por la expresión de su cara, se notaba que tenía miedo de algo, pero no sabía de qué. Taleb me cogió de la mano y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sus manos eran suaves y grandes, tuve que contenerme de acariciarlas y dirigirlas a mi cuerpo. Después de recorrer varios corredores a oscuras y solo agarrados de las manos, Taleb se detuvo. De repente, soltó mi mano y entonces fui yo la que se asustó. Estaba totalmente perdida y a oscuras. —Taleb, no me asustes. ¿Dónde estás? —dije dirigiendo mis manos en la oscuridad. Sin quererlo, mis manos se posaron en algo duro pero a la vez blandito. No era piedra, sino de carne. ¡Vaya, había metido otra vez la mano donde no debía! —Creo que ya me has encontrado, ¿no? —dijo una voz sensual llena de deseo ferviente. Tenía la mano sobre su miembro, ¡que torpeza la mía! Pero algo me impedía apartarla de ahí. —Ven, acércate. Quiero mostrarte algo —dijo él de forma erótica. —Creo que tú también me has encontrado —dije al sentir su mano mi pecho. Aunque el lugar no era el idóneo, tener sexo en una tumba no era una de mis fantasías, la oscuridad y nuestro toqueteo me estaba poniendo a diez mil por hora. Quería continuar con ese juego, pero entonces él encendió la luz del móvil y ambos nos separamos instantáneamente. No quería mirarle a los ojos porque si no iba a notar mi vergüenza y excitación, así que me adelanté y miré hacia la entrada de la tumba. Estaba llena de inscripciones, jeroglíficos y dibujos. Era impresionantemente hermoso y presentaba muy buen estado para tener más de tres mil años de antigüedad. Pero una inscripción encima de la entrada a la tumba, llamó mi atención. —¿Qué significa eso que pone ahí? —pregunté al atractivo egiptólogo. —Todo aquel que entre en la tumba del faraón y perturbe su descanso hallará su peor castigo: la muerte inesperada —dijo Taleb mirándome serio y preocupado. En ese momento, se escuchó un ruido lejano y el correr de unos pasos. La cara de Taleb cambió de preocupación a pánico y no por él, sino por mí. —No digas nada ni hables y corre. Corre todo lo que puedas —dijo cogiéndome la mano e iniciando una carrera. Sin saber cómo ni porqué, comencé a correr mientras el miedo invadía cada poro de mi piel. No entendía que era lo que estaba sucediendo, simplemente confié en él y le seguí. Oímos como unas cuantas personas nos seguían y cuando por fin salimos y montamos en su Jeep, él me dijo que escondiera el rostro con su pañuelo. Cuando arrancó el coche vi como un grupo de hombres salían de la tumba con armas. Antes de que pudiera darme cuenta comenzaron a dispararnos y yo grité asustada. Escuché como unos coches nos seguían de cerca mientras Taleb miraba continuamente hacia atrás e intentaba tranquilizarme. Estaba atacada de los nervios. ¿Quién quería matarnos y por qué? Casi una hora más tarde, después de escuchar gritos en otro idioma, disparos y pasar mucho miedo, Taleb consiguió despistarles al escondernos detrás de una enorme duna. —¡¿Qué narices ha sido todo eso?! ¿Por qué han intentado matarnos? —grité cabreada. —¡Esto es culpa tuya y de todos los jodidos europeos que no os enteráis de nada! Venís a nuestras tierras solo por interés pero ni siquiera sabéis como está el país. Solo os preocupáis por vosotros mismos mientras que aquí la gente muere cada día —dijo Taleb explotando toda su ira contra mí. —¡No es culpa mía! Yo soy una simple becaria que aceptó esto para poder conseguir un trabajo. Así que no me hables así o me voy —dije ofendida. —¡Eres una inconsciente! Has puesto en juego tu vida por un trabajo en el cual no te pagan y sin saber a lo que te enfrentabas. ¡Podíamos haber muerto los dos! Ni siquiera me quedé a escucharle más, me giré y comencé a caminar. El culpable de todo era él por ocultarme lo que realmente estaba pasando. Desde el principio tuve claro que lo que sucedía aquí no era que el fantasma de Tutankamón se aburriera y matara gente. Detrás de esas muertes habían personas reales dispuestas a matar y a hacer justicia por su cuenta. Taleb me siguió mientras me gritaba que adónde pensaba ir si estaba en mitad del desierto, pero me daba igual. De repente, él me cogió por la cintura desde atrás y ambos perdimos el equilibrio cayendo a la arena. Él se tumbó encima de mí reteniendo mis manos por encima de mi cabeza. —Eres una inconsciente —dijo Taleb aprisionándome con su cuerpo. —Sí, y una jodida europea —dije elevando las caderas y notando su erección. —Una jodida europea a la cual quiero joder para llevarla al placer más intenso —dijo él con una voz erótica y cargada de deseo. —¡En tus sueños! —dije forcejeando. —Eres diferente Alex, tu carácter fuerte, tu inteligencia y belleza. No me gustan las sumisas pero en el sexo mando yo, preciosa. Así que, ríndete —susurró en mi oreja. Tal y como yo me esperaba, Taleb era un hombre de carácter y dominador, pero estaba claro que él no había estado con ninguna mujer española. Desde el primer momento en el que lo vi me lo imaginé dentro de mí, así que cedí a sus encantos para demostrarle quien iba a mandar en el sexo. Taleb posó sus labios en mí y me besó con fuerza y deseo. Su lengua penetró hasta lo más profundo de mi boca mientras yo le devolvía el beso con el mismo deseo ardiente. Noté como comenzaba a impulsarse fuertemente hacia mí para que yo notara su erección haciendo que la arena se moviera entre nosotros. Yo como respuesta a su deseo, le mordí el labio inferior a la vez que mi lengua salía a consolarlo. Él gruñó como un animal herido y en respuesta a mi provocación, me subió la falda hasta la cintura y me penetró con dos de sus dedos dándome placer con un tercero que se posó en mi clítoris. —Siéntelo preciosa. Siente como te voy a penetrar mientras que tú gritas. Grítame cuanto te gusta —dijo Taleb hundiendo sus dedos en mí mientras trazaba círculos alrededor de mi clítoris. Intenté morderme los labios para no gritar, no quería. Él, al ver cómo me resistía a seguirle el juego, apartó con sus dientes mi sujetador y comenzó a succionarme uno de los pezones. Sin querer solté un pequeño jadeo, el placer estaba invadiendo cada poro de mi piel. Cuando ya no podía más, Taleb se bajó los pantalones y me penetró hasta lo más profundo de mí ser. En ese momento grité, mezcla del dolor por el tamaño de su pene y por su intensidad. Él sonrió satisfecho. Lo tenía en mi mano, así que con agilidad, lo giré y lo puse debajo de mí. Comencé a cabalgar encima de él, me quité la camiseta dejando mis pechos al aire y llevé sus manos hasta ellas. —Señor Carter, la que manda aquí soy yo —dije sonriendo mientras la metía y la sacaba de mi interior. —¡Oh, joder, Alejandra! Nunca pensé que diría esto, pero continúa. Tómame. En medio de una duna, en mitad de la nada y con las estrellas y la luna encima de nosotros como única luz, me hundí en él hasta que ambos nos corrimos de placer y él llenó mi interior de semen. Los dos gritamos como auténticos animales, demostrándonos lo mucho que nos había gustado. Después caí rendida en sus brazos, los cuales me protegieron y abrazaron posesivamente el resto de la noche. Cuando desperté, los primeros rayos del amanecer aparecieron en el horizonte. Taleb me besó cariñosamente en la frente y me dijo que debíamos irnos a un lugar seguro. Por primera vez, lo noté dulce y amable conmigo, como si de verdad quisiera refugiarme de cualquier peligro. Taleb me llevo a su casa ya que, según él, era el único sitio seguro de todo Egipto, un verdadero oasis en mitad del desierto. Su casa era de una única planta llena de arcos. Todo era blanco y entraba mucha luz por todos los rincones. Las ventanas daban a una pequeña piscina con vistas al desierto. Un oasis, un egipcio sexy, un faraón, aventuras peligrosas y sexo en el desierto. ¿Todo era un sueño? Si esto era un sueño seguiría disfrutándolo al máximo. No me lo pensé dos veces y en cuanto me mostró su habitación, me lancé a sus brazos a besarle. Su barba me hacía cosquillas en los labios por lo que intensifiqué el beso para sentirlo más. Bajé lentamente mi mano por su cuerpo, recorriendo su cuello, sus firmes pectorales, las curvas de su abdomen, semejantes a las dunas del desierto, para terminar introduciendo mi mano en su pantalón. Cogí con fuerza su miembro, lo saqué y lo observé. Era oscuro, grande y muy apetecible. No entendía lo que me sucedía con Taleb, pero quería hacerle todo tipo de perversiones aunque no nos conociéramos. —¿Has visto lo que me haces, Alejandra? Desde que entraste en mi despacho y me dijiste si era el secretario del señor Carter, quise tumbarte en mi mesa abrirte de piernas y follarte hasta llegar a la locura. ¿Qué voy a hacer contigo? —Todo —susurré en su oreja mientras le chupaba el lóbulo. Comencé a jugar con su pene y a sentir como su respiración se iba agitando. Gruñía, jadeaba e incluso gritaba. Sus manos no podían detenerse en ninguna parte de mi cuerpo. Iban desde mi rostro a mis pechos para terminar en mi culo, el cual agarraba y pellizcaba. Cuando supe que estaba alcanzando la locura, paré. Él me miró extrañado y confuso. Lentamente me arrodillé delante de él y comencé a bajarle los pantalones. Taleb sonrió mostrándome su cara de chico malo cuando adivinó mis intenciones. Pero entonces, me levanté, me quité la falda, me tumbé en el borde de su cama y le dije con voz de mando: —Arrodíllate. Él me miró dubitativo. No estaba acostumbrado a que nadie le mandase en el sexo, pero conmigo era diferente. Finalmente sonrió y dijo: —Chica mala. Ante mi sorpresa, Taleb se arrodillo, cogió mis piernas y enrolló sus brazos entre ellas. Comenzó con pequeños mordiscos entre mis muslos, tentándome, y cuando notó mi impaciencia, sus labios carnosos se posaron en mi sexo. Besó mis labios íntimos como si estuviera besándome la boca. Mi mente se imaginó esos labios que me volvían loca devorándome y comencé a jadear tal y como a él le gustaba. Taleb me abrió más los labios íntimos con sus dedos y dejó que su lengua viajara por mi clítoris haciéndome perder la cordura. Mientras su lengua se ensañaba con mi clítoris, sus dedos me penetraban y sus dientes se dejaban ver de vez en cuando por mis labios exteriores. El ritmo de mi respiración, mis jadeos y el hormigueo que sentía por todo el cuerpo, me indicaba que era el momento de alcanzar de nuevo ese oasis de placer. Exploté entre jadeos y gritos en los que no dejaba de decir su nombre. En cuanto mi respiración volvió a la normalidad, tumbé a Taleb en su cama y le besé desesperadamente. Sabía a sexo y a mí, pero no me importaba, le necesitaba. Él, sorprendido por mis ansias, dijo: —Haces que pierda el mando, me ordenas y luego me besas desesperadamente como si hoy fuese nuestro último día en el mejor oasis. ¡Estás haciendo que pierda la cordura! Sonreí por sus palabras y por lo que mi mente le tenía preparado. Si todavía no había perdido la locura, lo iba a hacer ahora. Bajé lentamente por su cuerpo dejando un reguero de besos y cuando llegué hasta sus caderas, fui directa hasta su miembro y lo devoré. Taleb emitió un grito de sorpresa y placer. Escondí mis dientes entre mis labios e inicié el movimiento. Descendí mis manos para ayudarme. Mientras una de ellas bajaba su prepucio, la otra acariciaba sus testículos con ansia. Sabía que esto último iba a darle un punto extra de placer y así fue. Taleb comenzó a jadear y a decirme que nunca le había gustado tanto como ahora. Noté que sus piernas empezaban a temblar, por lo que agilicé el movimiento de mis labios y saqué mi lengua para acariciarlo. Me avisó de que iba a correrse por si quería apartarme, pero continué. En ese momento, explotó entre gruñidos desesperados y llenando la habitación de gritos placenteros. Limpié bien mi boca y me tumbé a su lado agotada. Él, me cubrió con sus brazos y me besó la cabeza. Durante unos minutos nos quedamos así, en silencio, desnudos, abrazados y con leves caricias. Al cabo de un rato, Taleb se levantó de la cama y me cogió en brazos. Completamente desnudos, él me llevó hasta la terraza de su casa. Por un momento, temí que alguien nos viera. Pero lo único que había en aquellas vistas era arena y paz. Taleb camino hasta el borde de la piscina y después comenzó a descender conmigo entre sus brazos, los escalones de esta. A fuera la temperatura estaba a unos cuarenta grados, por lo que el contraste con la temperatura del agua era reconfortante. En cuanto estuvimos cubiertos por el agua, enrollé mis piernas alrededor de su cuerpo y él me abrazó. Ahora que nos habíamos vuelto a desahogar, las dudas invadieron de nuevo mi mente. ¿Por qué me había mentido desde el principio? ¿Por qué había ocultado el crimen de sus trabajadores? ¿Quién estaba detrás de esas muertes? ¿Qué estaba sucediendo en Egipto desde hacía tantos años? Taleb observó que mi rostro había cambiado. Frunció el ceño y con voz de preocupación dijo: —Aquí estás a salvo. No dejaré que te suceda nada. Y efectivamente así me sentía, a salvo. Pero esta vez podía ver algo diferente en sus ojos como si yo fuera su refugio y no quisiera perderme. Algunos lo llaman amor. Yo ni siquiera sé lo que podía ser. Cerré los ojos y lo besé de nuevo. Ambos nos besamos con dulzura, mimo y cariño. Inevitablemente la pasión nos llevó a hacerlo de nuevo, pero esta vez quise pensar que hicimos el amor. Cuando salimos de la piscina, Taleb preparó algo de comer. Él sabía que estaba esperando a que él hablara. Así que finalmente lo hizo. —Egipto siempre ha sido un país pobre. Pero cuando se empezó a descubrir que bajo nuestros pies había una riqueza inmensa entraron en juego los intereses políticos. Todo el dinero que se consiguió con esos descubrimientos fue a parar a los bolsillos de políticos corruptos en vez de al pueblo. Así que la gente se empezó a rebelar. Se formaron grupos organizados para robar en las tumbas y saquearlas. La gente no entendía que robar la propia riqueza del país no era la solución, porque eso solo daba de comer a unos cuantos durante un tiempo mientras el problema seguía existiendo. Justo cuando empezaron las excavaciones para el hallazgo de la tumba de Tutankamón, se formó una organización nacionalista que impediría a cualquier persona saquear nuestro patrimonio; los soldados del oro. Lo que empezó como un grupo que luchaba por la paz y por la injusticia de nuestro pueblo, terminó convirtiéndose en un grupo terrorista. Todo aquel que invadió nuestras tierras a base de dinero y saqueó nuestros tesoros fue asesinado. —Entonces, ¿todas esas muertes que han ido sucediendo a lo largo de los años han sido causadas por este grupo terrorista? ¿Incluso la muerte de tus trabajadores?—dije escandalizada. —Sí, fueron ellos. Cualquier persona que intente sacar provecho de nuestras riquezas es asesinada a sangre fría. Si todavía no me han matado a mí o a mi abuelo ha sido porque nuestra familia perteneció a su grupo —dijo Taleb algo avergonzado. —¿Cómo? ¿Tu familia ha sido partícipe de todas esas muertes? —dije asustada. —Sí y no. Mi abuelo era inglés y cuando se enamoró de mi abuela se enteró de que ella pertenecía a esta banda. Quisieron ingresarle como un miembro más pero él se negó y logró convencer a mi abuela de que ese no era el mejor método para paliar la corrupción de mi país. Ambos intentaron pararles, pero ni la policía ni el gobierno hace nada por detenerlos. Ellos están tan asustados como nosotros de lo que son capaces de hacer. Así que durante todos estos años hemos aprendido a vivir bajo amenazas de muerte y rodeados de asesinos — dijo Taleb cabizbajo. —Pero, tenéis que hacer algo. Está muriendo gente inocente —dije cabreada. —Llevo intentándolo durante años, pero nunca he hallado la solución hasta ahora. Nuestra solución eres tu Alejandra. Tienes que poner en ese reportaje la realidad de lo que está ocurriendo aquí y llamar la atención de los políticos internacionales para que intervengan. Sé que lo que te pido es peligroso, pero no dejaré que te ocurra nada. Daré mi vida por ti si es necesario. Te ayudaré a hacer ese reportaje y tendrás un testimonio de primera mano; el mío y el de mi abuelo. —Pero si hago eso y digo que tú y tu abuelo me habéis ayudado, os matarán. No voy a correr ese riesgo Taleb. No pondré en juego tu vida —dije posando mis manos en su rostro. —Lo harás, porque gracias a ti he podido descubrir en estas últimas veinticuatro horas lo que puede llegar a ser vivir feliz y en paz. Quiero pasar mi vida con una mujer como tú Alex, que me haga sonreír y, sobre todo, que sepa que puedo caminar con ella por las calles del Cairo agarrados de la mano sin miedo a que la maten. Cumple mi sueño, publica ese artículo y vuelve a mi oasis —dijo Taleb cogiéndome el cuello con sus manos. No quería publicar ese artículo, no quería poner en juego su vida, no podía perderle, no. Pero en las últimas horas, había logrado ver a un Taleb feliz, sonriente y lleno de paz, y no el Taleb que me encontré cuando entré en su despacho; frío, serio y ausente. Ni siquiera sé cómo había ocurrido, quizás el destino nos había unido por algún motivo. Quizás esta era mi oportunidad de dar buen uso de mi profesión para ayudar a los demás. ¿Y a quién mejor que a Taleb? Ese egipcio que había conseguido enfadarme, gustarme, cabrearme, atraerme, seducirme, y sí, enamorarme en menos de veinticuatro horas. Nuestro trato se selló con un beso lleno de amor, esperanza y con sabor a segundas oportunidades. Un mes después, y con el apoyo del periódico, mi artículo fue publicado en primera plana. Le conté a mi jefe lo que realmente estaba ocurriendo en Egipto y las pruebas que iba a aportar gracias a los testimonios de Arthur Carter y su nieto Taleb Carter. Cuando mi jefe leyó mi artículo, dijo que era uno de los mejores que había leído desde hacía muchos años, así que me contrató y me hizo reportera internacional para cubrir las noticias más importantes que fueron surgiendo en Egipto a partir de este artículo. Una vez publicado, tuvo tal repercusión a través de noticiarios e informativos, que llegó hasta los oídos de importantes políticos internacionales. No tardaron mucho tiempo en comprobar que mis palabras eran ciertas, por lo que la ayuda internacional llegó a tiempo. A día de hoy, gracias a la ayuda de soldados de todo el mundo han podido detener a la mayor parte de los intrigantes de esta banda terrorista. Después de unos cuantos meses de tensión en los que temí por la vida de Taleb, hoy miro desde la piscina de su casa con mi cuerpo enrollado al suyo, el oasis de paz que hemos construido. Por fin el espíritu de Tutankamón ha hallado su oasis. ¡CUIDADO CON TRANSILVANIA ! DE CASTALIA CABOTT https://www.facebook.com/pages/Castalia-cabott/451225784957343?fref=ts Déjenme aclarar algo: los vampiros existen y si alguien de metro noventa, musculoso por donde lo mires, moreno, de brillantes ojos oscuros rodeados por asquerosas, espesas y arqueadas pestañas tan oscuras como su pelo y bastante pálido, de hecho muy pálido, se te acerca y te cuenta que te ha mordido y que es un vampiro. ¡Créele! Los vampiros existen. ¡Existen! Y si no lo crees y alguien que dice ser tu mejor amiga, después de trasnochar durante años, leyéndose a toda escritora viva o muerta que escriba sobre vampiros te invita a conocer Rumania, la tierra de tus antepasados, da la media vuelta y sigue tu vida. No, mejor: busca el arma más cercana y envíala al otro mundo. Si lo dudas entonces serás más feliz en la cárcel que evitando visitar Transilvania. Aunque llegar ahí no fue un sendero de rosas para mí. Vivo en Buenos Aires, del otro lado del mapa si te paras en Rumania. Me llamo Anabel Cimenescu, y sí soy una más de las descendientes de inmigrantes rumanos que llegaron a Argentina en el siglo pasado. Mis abuelos nacieron en Transilvania y todo lo que sé del país me lo enseñaron ellos. No es raro que mi sueño más anhelado haya pasado por conocer la tierra de mis ancestros. Fue simplemente contarle como una anécdota al pasar a mi amiga Laurita que siempre quise ir a Transilvania que ella se enganchó y me convenció. Ella, conocería la tierra de Drácula y yo visitaría Arges, lugar donde mis abuelitos nacieron. Según Laura nuestros destinos estaban ya escritos. El castillo de Poienari está muy cerca del valle de Arges, ¿Conocen este nombre? Pues ahí vivió Vlad Tepes, el famoso conde Drácula. Como les contaba, para ella el que nos hubiéramos conocido en la salita de 5, en el jardín de infantes, fue algo providencial. ¿Acaso puede considerarse azaroso azar el hecho de que una descendiente real de rumanos reales, nacidos en el mismo pueblo de Arges, que soy yo; y la mayor conocedora de vampiros de toda Latinoamérica, o sea ella, coincidiéramos en la salita Azul? Para ella eso se llama destino, para mí infortunio. Pero en esos días, dos años antes de embarcarnos, no lo sabía. El tema es que nos pasamos ahorrando dos años, haciendo empanadas los domingos, y tortas de cumpleaños para conseguir los euros para visitar a nuestra amada Transilvania. Dos años llenos de planes, haciendo rutas, planeando cada centímetro de nuestro viaje. Dos años llenos de risas y sueños. Dos años maravillosos que terminaron el día que Laura Pereyra, mi ex amiga me dijo: —Hoy conocí al chico perfecto. Dicen que los hombres piensan con sus braguetas, y algunas mujeres solo piensan con la marcha nupcial. Pareciera que si no te casas no serás nada. Laurita hizo eso, se puso de novia y de repente, dejó de verme, ya no hacía empanadas, no repartía pedidos de tortas, salía del trabajo y no me esperaba y todo por irse con él (trabajamos en la misma empresa) hasta que un día, asquerosamente corto, apareció por casa, yo no estaba, y me dejó una invitación a su boda. En la tarjeta escribió de su puño y letra: “Algún día entenderás”. Perra traidora. ¿Qué tenía qué entender? ¿Qué mi amiga me cambió por un par de pantalones y un anillo de bodas? ¿Qué se enamoró como me dijo? ¿O qué decidió gastar todos sus ahorros para una megafiesta que dejó a todo el mundo con la boca abierta? A todos menos a mí. O no, a lo mejor pensó que yo entendería el que decidiera pasar su luna de miel en el Caribe, República Dominicana y sus “paradisíacas playas” en vez de hacer realidad “nuestro perfecto plan”. Ni siquiera tuvo la decencia de ser coherente con las horas dedicadas a él. ¿Acaso no fue ella quien metió en mi cabeza la idea de conocer Rumania? ¿Acaso no trabajé como posesa sábados y domingos para ahorrar? ¡Claro que sí! La perra traidora al menos podría haber decidido otro lugar para la luna de miel. Se lo pedí, y más de una vez. —Pasa tu luna de miel en Transilvania, yo los acompaño. Ni siquiera notarás mi presencia. Javier (así se llama el tipo ese), Javier lo disfrutará, hemos planeado hasta el último segundo. No hubo manera, se largó a reír la primera vez que se lo dije, y cuando insistí más de una vez y notó que yo no estaba bromeando ¿Por qué lo haría? Tuvo la desfachatez de enojarse. Esa noche lloré y tomé una decisión: viajaría sola. Soy una mujer adulta, moderna, y tengo el dinero ahorrado. Cuando me levanté, el día se veía mejor, dejé en el olvido mis últimos espantosos meses, viendo venir mi infortunio y sonreí frente al espejo. Tenía el pasaje, mis cheques de viajero, mi seguro médico, mi pasaporte y mi recorrido. ¡Transilvania, espérame! Si tan solo hubiera imaginado lo que pasaría no habría estado tan feliz. 1 Después de haber pasado prácticamente 20 años, desde la sala de cinco, escuchando hablar de vampiros, leyendo por amistad todos los libros de vampiros que se han escrito, y todo por amor a mi ex amiga, cuando puse el primer pie en Bucarest, honestamente no me pareció que la capital rumana fuera un escenario especialmente vampírico, pero era imposible no comenzar mi viaje soñado sin visitarla. Y ya que estaba allí recorrí los enormes parques de Cismigiu, Tineretului, Herastrau. Mucho calor, considerando que yo venía del invierno porteño. El segundo día visité el interesante museo etnográfico al aire libre conocido como Museo de la Aldea durante la mañana. Y aunque estuve pensando mucho si ir o no, el odio que Laurita me había dejado lo transfería al tema, al final me decidí. ¿Cuántas veces iría a Transilvania? Esta era la primera y no podría asegurar que también fuera la última. Soy una simple asalariada. El asunto es que lo decidí: conocería al personaje en el que Stoker se inspiró para crear su famoso de Drácula, Vlad Tepes, o Vlad, el empalador príncipe de Valaquia como lo llamó la guía. Y hacia allá fui, lo encontré en el Museo Nacional de Historia donde se expone un retrato de este malvado considerado por los rumanos un héroe nacional por haber expulsado a los turcos. Mi drama comenzó ahí, mirando el documento más antiguo que atestigua el nombre de la ciudad, fechado en septiembre de 1459 y firmado por el propio Empalador. Fue tan sorprendente, tan increíble ver su firma que no me di cuenta y perdí a mi contingente. Cuando levanté la vista mi grupo y mi coordinadora ya no estaban. Mis abuelos solo me habían enseñado palabras sueltas y alguna que otra oración sencilla en rumano, pero nunca pude ni siquiera imaginar que, los que estaban como yo visitando el museo, solo hablaban inglés. Entre mi paupérrimo rumano, y mi amado castellano, no lograba armar una sola palabra en inglés. Recuerdo que vagué por el museo buscándolos, luego por los jardines, y una vez más volví adentro, fui hasta donde habíamos dejado el bus, y nada. La noche me encontró perdida, buscando un taxi. La inseguridad, amigas, no es privativo de Buenos Aires. Y en un lugar desconocido, como Transilvania, tu mente imagina las cosas más terribles, supongo que no saber el idioma lo hace más terrorífico. Los tres hombres venían por la acera, primero sentí miedo. Luego alejé mis fantasmas y supuse que como yo esperarían un taxi justo donde yo estaba de pie, debajo del cartel que decía: taxi. Los vi acercarse y me preocupé, pero intenté alejar este pensamiento. Bucarest no es una zona desolada, la gente pasaba caminando, conversando y riendo. El tráfico era intenso. La ciudad llena de luz me recordó mi propia ciudad. Pero ellos no se detuvieron. Al pasar junto a mí, además de respirar aliviada, comprendí que estaban algo pasado de copas. Cuando me vieron comenzaron a decir cosas y gritar, solo Dios sabe qué. Había esperado en vano que no se ocuparan de mí. ¿Por qué lo harían? No soy una belleza cinematográfica. Una delgada castaña, de simples ojos marrones, que usaba gafas debido a una miopía bastante severa; que apenas medía el metro sesenta, vestida con vaqueros, sandalias livianas y una remera de manga corta. Me había puesto un gorrito porque no sabía si pasaría mucho tiempo al sol y una chalina, más por coquetería que por otra cosa. El asunto es que los hombres pasaron frente a mí, me dijeron algunas cosas en rumano, y por suerte, siguieron de largo. Uno de ellos se volvió y se me acercó, aferré mi cartera. Tenía mi pasaporte y algo de dinero, poco, pero algo. El hombre gesticuló, mostró el reloj, y dijo un montón de cosas que no entendí. Y pensar que creí que dominaba el rumano lo suficiente como para hacerme entender. No es así. No entendí ni una sola palabra de lo que dijo. Por como mostraba el reloj supongo que me preguntaba la hora. Pero ni siquiera llevaba reloj. Se lo dije en castellano. Pero no entendió. Los amigos le gritaron y el hombre siguió diciendo algo y luego giró y me dejó sola. Respiré aliviada. En Buenos Aires los taxistas se dan el lujo de pasar y no levantarte. Pero si te ubicas en una parada, tarde o temprano consigues uno. En Buenos Aires, porque en Budapest no es igual. Y ahí me quedé parada. Cuando no sabes ni donde queda el norte, ni el sur, ¿hacia dónde caminas? ¿Y si no sabes el idioma, a quién le preguntas? Pues haces lo que yo, si estás debajo de un cartel que dice “Taxi” ahí te quedas. Y eso hice. La peor decisión que pude tomar… creo. Las cosas se pusieron densas, el tránsito decayó, la oscuridad se hizo más intensa y las parejas caminando y charlando se convirtieron en grupos de hombres raros y espantosamente amenazantes. Cuando ese grupo me rodeó, me encomendé a Dios. Llevaban el cabello teñido, con piercing, y eran bastante jóvenes. Me quedé sosteniendo mi cartera bolso, hasta que mis manos se quedaron sin sangre. Cuándo dos de ellos se adelantaron hacia mí, quise huir, lo intenté pero me había demorado demasiado. Me atraparon, y como si no pesara nada me elevaron en andas y llevaron hacia un callejón. Grité pidiendo ayuda, lo hice y nadie de los que pasaban quiso meterse. El miedo no tiene idiomas, ni ayuda. Van a violarme. Eso fue lo único en lo que pensé. Intenté defenderme, pateé, mordí, grité por más ayuda, insulté, todo en el más puro argentino. Alguien rasgó mi remera y ni siquiera me di cuenta el momento en que perdí mi calzado. Golpeé con todas mis fuerzas, no se las haría sencillo para ellos. La rabia me inundaba. Es extraño, mi miedo dio paso de un segundo a otro a una furia inmensa, una ira irracional que aún sin calzado me llevó a patear con toda mi furia a uno de mis agresores que no tuvo más remedio que liberarme. Al mismo tiempo mordí y arranqué un pedazo de carne de un brazo. Ni siquiera sentí asco, la furia me cubría. El hombre gritó e intentó golpearme, lo intentó porque algo lo detuvo. La mano de un hombre. Alguien me ayudaría. Cuando pasas situaciones como las que viví, tu mente se mueve a una velocidad increíble, tienes tiempo de pensar miles de cosas como: debo cuidar mi pasaporte, van a violarme, nadie me ayuda, sí, sí, alguien me ayuda… Mi ayuda dijo algo. Algo que no entendí. Pero como si fuera magia los hombres me soltaron. Aún en el piso me hice hacia atrás y los vi, cuatro hombres frente a uno. Y lo miraban aterrorizados. Un delgado joven había detenido con solo unas palabras a una horda de violadores malnacidos. Sus rostros reflejaban algo que no entendí, pero la primera palabra que se me cruzó fue: miedo. ¡Le tienen miedo! Y sonreí, sonreí llena de esperanza. Ese sentimiento me duró apenas unos segundos, mi cerebro me dijo, ¡Huye! ¡Vete! ¡Aléjate! Cuatro contra uno no significa nada. Entonces intenté levantarme y huir mientras esperaba que lo atacaran. Intenté ponerme de pie, de hecho lo logré, busqué escapar. Alcancé a ver que también los hombres salieron corriendo. Noté que mi salvador alcanzó a uno, le dijo algo y lo golpeó con tanta fuerza que lo lanzó de lleno contra sus tres secuaces. El tipo voló y no estoy siendo exagerada, voló limpiamente en el aire yendo a caer justo a los pies de la banda. Ellos y yo nos quedamos sin palabras, mi cerebro entró en estado de coma, no podía asimilar lo que mis ojos habían visto: mi defensor había levantado a un tipo en el aire y lo hizo volar como si fuera una simple pelota de goma. Entre los tres lo levantaron y huyeron. Mi salvador los vio correr y giró a verme. Su rostro… En un castellano cortado pero entendible me preguntó: bien? —¿Estás No podía alejar mis ojos de su rostro. Afirmé y caí redonda al piso. El alto moreno se acercó y extendió las manos hacia mí, por puro instinto me hice hacia atrás pero me alcanzó. No me tocó, simplemente tomó las dos partes de mi blusa rota y las ató bajo mis pechos uniéndolas. El ruido de pasos llevó mi mirada hacia atrás, los hombres volvían, y había más. Mi defensor se puso frente a mí, y yo me puse de pie y corrí. Un auto. Mi mente registró ese solo pensamiento. Un auto; y pude ver en cámara lenta mi cuerpo volando en el aire. Hasta recuerdo con perfecta nitidez los jirones de mi camiseta flotando en el aire. Todo se oscureció, creo que me desmayé, lo último que recuerdo fue su rostro y no estoy segura de entender qué vi. 2 El mundo de los sueños es extraño. Pero esta vez sabía de dónde salían mis sueños. Había visto su retrato y me había demorado en su firma. En mi sueño el príncipe de Valaquia, el auténtico Drácula, se sentaba frente mí en una especie de café, pero no rumano, sino parisino, no vayas a Transilvania ni en sueños, parecía decirme mi subconsciente. Lucía igualito que Bela Lugosi, el pelo peinado a la gomina, un impecable smoking, la piel tan blanca que era translúcida, y los labios muy rojos… el mundo de los sueños es impredecible. Recuerdo que me mostró su documento de identidad y se veía su nombre Vlad Draculea, y su fecha de nacimiento, decía 28 de junio de 1431. ¡Cumplíamos años el mismo día! Recuerdo que eso me emocionó mucho. Mientras él pedía un café yo pensaba, ¿un café? La gente y algunos autores son tan malos, todo este tiempo diciendo que Vlad fue un personaje sediento de sangre, y él pedía café. Metafóricamente hablando era claro que no bebía la sangre de sus víctimas. De pronto, el café se llenó con esos tipos llenos de piercing y con crestas teñidas de rubio y comenzaron a golpearme mientras yo gritaba por ayuda. —Tranquila… tranquila. Ya estás bien. Esa voz tan masculina no era de Laura. ¿Dónde está Laura? —¿Laura? Recuerdo haber preguntado mientras abría mis ojos para encontrarme a un completo extraño que en nada se parecía a Lugosi y sí mucho a James Franco pero con ojos oscuros y pelo largo. —No soy Laura —respondió. Y sonreí. Por supuesto que no lo era. Laura es morena también pero definitivamente no tan impactante como este hombre. ¿Quién sería? Al instante recordé todo de golpe: el museo, la parada de taxi, los hombres… salté de la cama intentando ponerme de pie y no pude más que quedarme sentada. —Aún no puedes caminar —me dijo el hombre deteniéndome. Le quité las manos de mis brazos, y pregunté algo asustada: — ¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? —Castellano, me dije de pronto, la certeza me golpeó con tanta fuerza como… habla en castellano. —¿Dónde estoy? —Cálmate, estás en mi casa. Supongo que eso debió calmarme, pero no fue así, de pronto me acordé de mi compañera de trabajo, Sonia, ella me había prevenido; dijo que en Europa oriental la trata de blancas era moneda corriente, que me cuidara mucho o terminaría en un burdel en Rusia. —¿En Rusia? —¿Qué? No. No es Rusia. Transilvania. Mi pecho largó el aire que la histeria me había hecho tomar. Al menos estaba en Transilvania. —¿Quién es usted? ¿Por qué estoy en su casa? ¿Es médico? ¿Dónde está mi bolso? ¿Qué hizo mi pasaporte? —Lo que comprendí al segundo en que tiraba todas mis dudas sin respirar, la certeza de mi estado me congeló hasta las pestañas.—¡¡¿DÓNDE ESTÁ MI ROPA?!! Mi grito lo asustó, estoy segura, ya que se alejó un poco de la gigantesca cama donde estaba. Levanté la sábana y me cubrí hasta la barbilla. La vergüenza me cubrió, le había estado mostrando mis pechos. Y en honor a la verdad, no es algo que muestre a menudo, no son motivo de orgullo, la fuerza de la gravedad está ejerciendo su efecto. En realidad hace como dos meses hice un recuento de todo lo que se me caía: pelos, culos y tetas. El hombre me miraba como sorprendido. Levantó sus manos y me dijo en un tono algo fuerte: —¿Puedo contestar cada una de sus preguntas? Me llamo Vladimir Snagov; esta es mi casa; fue atacada y un taxi la atropelló; perdió el conocimiento, y no, no soy médico, soy lingüista y traductor. Está aquí, porque… porque…. Sí, porque en su cartera solo tiene el pasaporte, no encontré en su bolsa ni un solo teléfono dónde llamar, ni una dirección. Se encuentra en mi casa, porque… no sabía dónde llevarla y en cuanto a su pasaporte, está ahí —dijo y señaló hacia la mesita de noche al lado de la cama. Era verdad, ahí estaba, lo veía perfectamente. Volví a respirar. ¡Un momento…! —¿Me atropelló un taxi? —Sí. El hombre afirma que usted apareció de improviso. Un taxi, lo esperé horas, y cuando aparece me atropella. Y… —¿Qué hizo con mi ropa? —Tenía sangre… y… Me zambullí debajo de la sábana y la verdad es que no entendí qué más decía porque me dediqué con mucho cuidado de hacer un recuento de mi cuerpo. Mi inspección me dijo que no estaba herida, algo dolorida, sí. Pero herida. No. Todo en su lugar. Saqué de nuevo mi cabeza de abajo y lo miré. Podrá ser igualito de James Franco, pero su manera de mirarme no me dejaba dudas: es un pervertido. Tenía que salir de ahí, rápidamente. —Y… —repitió continuando con un discurso del que no había escuchado mucho. —la camiseta ya no servía. Afirmé con la cabeza. Tenía razón, recordé que la habían rasgado, miré los ojos oscuros de Vlad, Vladimir… y recordé el rostro de mi salvador: era el mismo que veía frente a mí pero sus ojos en ese momento habían sido rojos y… ¿colmillos? ¿Vi colmillos? Volví a contener la respiración. —¿Y ahora qué pasa? —preguntó más sorprendido. ¿Qué le decía? —Su… —sacudí mi cabeza, alejándome de colmillos y ojos rojos— mi... ropa… ¿cómo salgo de acá? —¿Salir? Eeeeee, este… sí, salir. —¿Sucede algo? —No… sí... es decir… —¿Sí o no? Me está asustando. —Lo siento. Me temo que… tengo algo que decirle. —¿Algo cómo qué? —Como que sufrió un accidente… —Ya me lo dijo. Me atropelló un… —me sentí indecisa, su rostro se veía algo preocupado— un taxi… —Un “serio” —recalcó él— accidente, sí, con un taxi. Sonreí. —No tan serio… —agregué— estoy muy bien. No se preocupe. —Muy serio —repitió. Y lo sentí. Una sospecha me dejó sin aire. Mi mente se movió a la velocidad de la luz: ojos rojos, dientes largos… colmillos, vampiros, Vlad Tepes…. Mis manos se movieron igual de rápido y se apretaron sobre mi cuello. Lancé una nerviosa carcajada de alivio. Nada allí, ni herida, ni sensibilidad diferente, nada. Miré a Vladimir y me sorprendió verlo afirmar con la cabeza. ¿Afirmar? ¿Qué tiene que afirmar? Mi carcajada se diluyó. El hombre volvió a afirmar con su cabeza. —Lo siento. Fue la única manera de salvarte la vida. Me largué a reír. Dios mi mente llena de novelas había armado toda una película en tan solo unos segundos. Mi estado de nervios me hizo decir: —Ah por Dios, qué imaginación la mía, por un segundo pensé en vampiros. Su silencio y la expresión de su rostro, cortó mi risa. Mis manos instintivamente, una vez más, apretaron mi cuello, no había nada allí. Transilvania te hace pensar en cosas raras. Intenté desechar mis locas ideas y esbocé una sonrisa y creo que hasta una carcajada nerviosa. El hombre seguía conservando una mirada seria. No sé cuánto tiempo lo miré pero la seriedad de su rostro me lanzó directo a la lona. Y volvió a afirmar. Y yo negué sin palabras, y él reafirmó. Y yo me levanté de un salto bajando de la cama sin importarme si estaba o no vestida. Y negué de nuevo mientras decía: —¿Sí qué? ¿Qué es ese sí? ¿Es broma, no? —lancé otra risita que no reconocí como propia. —Sí es sí, fuiste mordida y sí, tuve que morderte. No encontré otra manera de salvar… Ni siquiera terminó su oración, de improviso levanté mis manos y mis dedos índices formaron una cruz y la puse entre él y yo. —¡Oh, por Dios! —exclamó enfadado—. Salvé tu vida, se supone que debes decir gracias, no amenazarme con una cruz. ¡Qué ridícula! —¿Ridícula? ¡RIDÍCULA! ¿Quién acaba de decirme que me ha mordido? ¿Estás bromeando verdad? Claro que sí, estás bromeando con la pobre turista que viene por primera vez a Transilvania. Sí, debe ser un chiste nacional, “te mordió un vampiro”, —lancé una carcajada cavernosa— asustemos a las extranjeras. No sé cómo pasó, si como en las películas de ciencia ficción o en las de terror, de pronto me sentí empujada contra la pared. Mis pechos se apoyaron en el fuerte torso del hombre, solo atiné a querer arañarlo, sin éxito alguno por dos razones, uno: mis uñas eran demasiado cortas, me las como, y dos, el hombre era demasiado rápido. —Se valiente — me pidió antes de que sus oscuros ojos se volvieran casi rojos, y sus labios se abrieran dejando salir dos colmillos. Vladimir, Vlad… vampiro… esto era una pesadilla. Me sentí aliviada, y en esa idea me refugié: es una pesadilla, estoy dormida, teniendo una pesadilla, quizás ni siquiera he puesto un pie en Rumania. Reí y me dejé deslizar al sueño profundo. O me desmayé. No importa, todo se hizo oscuro. 3 Antes de abrir los ojos percibí cada mueble de mi cuarto; mi cama, la mesita de luz, el baúl de la abuela con la ropa de cama de invierno, el perchero con mi piloto para los días de lluvia y las cortinas que cosió mi mamá; mis botas de lluvia nueva, las de color verde militar camuflado. Inhalé buscando el olor de todos los días pero no lo encontré. Lo intenté y con desesperación. Quería sentirme segura y mi casa era mi único refugio; lo intenté y sin éxito alguno. En ese instante asumí que tal vez no estaba donde esperaba. Se valiente escuché en mi mente. ¿Acaso no lo he sido siempre? ¿Acaso no decidí viajar al otro lado del mundo, bajo el riesgo de ser presa de trata de blancas? Soy valiente, claro que lo soy. Solo tenía que abrir mis ojos y aceptar lo que fuera que hubiera en realidad sucedido. No pude evitar lagrimear, soy valiente, pero a veces lloro. Abrí mis ojos y los peores temores se hicieron ciertos. Aún estaba en un cuarto que no era del hotel ni de mi casa. Una amplia y algo oscura habitación llena de encantadores muebles que en otro momento me habrían hecho delirar. Me senté de golpe apoyando los pies desnudos sobre el suelo. Alguien había cubierto mi semi desnudez con una camisa demasiado grande, de hombre sin duda. De pronto no pude contener mis sollozos. Apreté la pechera de mi enorme camisa y me largué a llorar. No recuerdo cuanto tiempo después una pálida mano me pasó un pañuelo descartable y como alcancé a verlo en medio de mi diluvio propio lo tomé y me soné la nariz con fuerza. Luego lo devolví. En medio de hipos, y casi sin respiración pregunté lo obvio: —¿Qué me pasó? —Te vi en el museo de la familia… Claro que sí, qué otra cosa puedes encontrar en Transilvania que un familiar directo de Drácula. —...parecías una niña mirando los dulces de una dulcería. No creo haber visto nada más bonito en los últimos quinientos años… ¿Eehhhh?? ¿Está haciéndose el gracioso? ¿Bonita yo? —... luego noté que tu grupo se iba, pensé en advertírtelo, pude hacerlo, tu coordinador pasó justo frente a mí, y me mordí la lengua. Pensé que podría acercarme y preguntarte qué hacías en Transilvania… —Vacaciones —dije sonándome la nariz por enésima vez— vine a visitar la tierra de mis abuelos. —Y le hice un ademán para que siguiera. —Pero no me atreví. Tomabas tu cartera con tanta fuerza que pensé que si me acercaba pensarías que era un… —Ladrón. Tenía mi pasapor…. Perdona, sigue. —… desconocido con malas intenciones. Así que decidí cuidarte desde lejos… —Asustaste a esos tipos… y a mí. —Lo siento. Pensé que seguirían de largo después de decirte algunas cosas, pero cuando te arrastraron hacia el callejón… Un escalofrío recorrió mi espalda. Alargué la ya larga camisa sobre mis piernas intentando cubrir lo que ya estaba cubierto. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas. —Gracias por eso. —Dudé. Pensé que alguien más te ayudaría. Me demoré en ayudarte. Lo siento mucho. Y creo que recién ahí lo vi. Me miraba como jamás nadie me ha mirado desde que murieron mis padres: con preocupación. —Gracias —repetí. Un poco para disimular que lo estaba mirando de arriba abajo. —El taxi te dio de pleno. Y empecé a temblar. Vladimir buscó una manta a los pies de la cama y me cubrió con ella. ¡Qué atento es! Creo que susurré otro “gracias”. —Te… estabas desangrando. Y no lo soporté. Tan joven y hermosa. Y te mordí… Ese comentario me quitó el frío de golpe. ¿Estaba hablando de mí? — Debo… debo ir al baño. ¿Dónde está? —¿Qué? Ah, sí. —Y me señaló una puerta. Aferrando mi manta corrí al baño. Si se le puede llamar simplemente baño. Era una piscina con inodoro incorporado. Vladimir tenía debilidad por las cosas lindas. ¿Yo linda? Hice pipí y vi el espejo que cubría de arriba a abajo una de las paredes. Cerré mis ojos, y cobré valor. Me puse delante de él. Esa mujer frente al espejo no era yo. Se parecía en los rasgos, los colores y en nada más. ¿Qué hizo con Anabel? Me veía rozagante. Parecía que mi primer día en Transilvania me había rejuvenecido diez años, qué va… quince años. La idea se presentó mientras me miraba de cuerpo entero. Solté la manta, tomé aire, llené mis pulmones y me quité la camisa. Definitivamente ese cuerpo no era el mío. Bueno, era pero todo en su sitio… y levantado. ¿Esto hace ser mordida por… lo que sea? No pude evitar pensar, ya lo dije soy una asalariada, y eso equivale a decir que vivo pensando cómo llegar a fin de mes y de dónde obtener ganancias… si una mordida te deja así…¡millones querrían ser mordidas y millones…!! ¡San Expedito! Mi clink-caja cayó ante la evidencia de mi angustia. ¿¿¿¡¡¡HE SIDO MORDIDA!!!??? Me vestí, me arropé con la manta, y me senté a llorar al borde de la piscina. Cuando me quedé sin lágrimas levanté la vista y ahí estaba el causante de mi nuevo cuerpo y estado lamentable. Me pasó un rollo de papel higiénico, los pañuelos con mi desborde serían insuficientes, y cuando estuve en condiciones comencé: —¿Me mordiste? ¿Eso dijiste? —Sí, Eso te dije. No podía dejarte morir. —Hablas muy bien castellano, pero creo que algo se me ha escapado —no era fácil hablar mi nariz goteaba sin parar y mi voz se había enronquecido— ¿Me mordiste? Esta vez solo afirmó. —Co… co… Señaló sus dientes mientras abría la boca. Terminé mi pregunta: — ¿Cómo un vampiro? Y volvió a afirmar. —¿Eres un... —cómo les decía Laura?— un… muerto viviente? —No. Solté el aire y arranqué otro puñado de papel higiénico. Mi mente era un caos. —¿Me estás diciendo que no eres un vampiro? —No. Te dije que no soy un muerto viviente. Ese nombre es una estupidez sin lógica que algún trasnochado de Hollywood inventó. No lo dije pero soy muy buena con las palabras, así que volví a atacar y esta vez en forma directa: —¿Eres un vampiro? Afirmó. —¿No eres un muerto viviente? Negó. —A ver: estaba herida, un taxi me atropelló… —Casi muerta. —… casi muerta y para salvar mi vida, me mordiste. —Así es. —¿Y ahora? ¿Qué pasará conmigo? ¿Deberé vivir de sangre? ¿Solo saldré de noche? Mi mordedor tomó una silla muy linda que había cerca y se sentó. Al parecer iría para largo. Les resumo (este relato es breve): El cine miente, exagera e inventa con tal de conseguir espectadores. Los vampiros existen, muerden, y en algunos casos te salvan la vida. Como en todo hay buenos y hay malos y ricos y pobres .No. Vladimir no es el legítimo Drácula, pero si un descendiente. No. No son inmortales y sí, sí tienen largas vidas, considerando que Vlad tiene ochocientos treinta y dos años, bastante largas. Y no son criaturas nocturnas, solo los que viven de parrandas; algo fotofóbicos y nada más. Y están vivos no son muertos, solo súper longevos, de alguna manera mejorados, ven mejor, mencionó de pronto —ahí lo comprendí, ya no llevaba gafas y ni me había dado cuenta y veía todo, si no fuera que ni siquiera podía explicarme qué pasaba debería haber saltado de alegría por ello. Sacudí mi cabeza y retomé su discurso. —…Lo demás es invento de algunas autoras y escritores que ya no saben qué decir con tal de vender libros. Ah, por cierto. Comen de todo y prefieren las proteínas antes que las harinas. Luego se silenció. No sé cuánto tiempo, supongo que el suficiente como para asimilar todo lo que había dicho y pasado. Después le hice dos preguntas, que solo una mujer podría entender: supe que mi peso no es algo por lo que a futuro deba preocuparme y que por alguna extraña razón nos volvemos lampiñas, una especie de depilación plus de regalo; ah también me dijo mi envejecimiento sería muy lento, milenariamente lento… sí, ya se los conté, perdonen. Al instante me encontré pensando con felicidad que ya no debería depilarme nunca jamás, en ese microsegundo disfuncional comprendí que mi estado mental no era el más sano. ¿Con todo lo que me había dicho me quedé pensando solo en depilación? Al parecer la mordida trae vaivenes emocionales y es necesaria una guía para los primeros días. Cuando pregunté por puro sarcasmo —¿Algo más? Me miró como diciendo ¿te parece poco? Pero agregó: —Abre la puerta del baño. Lo miré extrañada. —Anda, ve y ábrela. Obedecí arrastrando la manta. Tomé el picaporte y me quedé con él en la mano. ¡Soy una súper mujer! Tan pronto como subió mi euforia por el descubrimiento caí en el más hondo pozo depresivo, vaivenes emocionales, ¿recuerdan? Cuerpo nuevo, súper fuerza y solo San Expedito sabía qué cosa más… nada es gratis en este mundo, nada. ¿Qué es lo que no sé? —Dame las malas noticias. —le pedí devolviéndole el picaporte, sumida ya en desesperación. —¿Malas noticias? —repitió. Y por el tono esperé lo peor—. Tu… apetito crecerá. Respiré aliviada. ¡Ja! Qué me importa tener más apetito. —¿Eso es lo peor? Me dijiste que mi cuerpo no cambiaría nunca. No engordaría. —Todos tus apetitos... —agregó en un lento pasar de sílabas. Eso me sorprendió. —¿De qué hablas? —De tu apetito… —¿Tenía que hacer una pausa?— …sexual. Creo que mi boca estaba abierta porque sentí un hilo de baba cayendo sobre la manta. Me apresuré a cerrarla y de paso me cercioré de cubrir con mis brazos los pechos. De pronto fui muy consciente de mi desnudez, aún bajo la manta. Y de él. Fue… cómo lo digo para que se entienda, como cuando ves agua y piensas “tengo sed”; o como cuándo suena el teléfono y decís “alguien llama”. Bueno lo vi y pensé, “te deseo”. Y juro que sentí mi propia inundación. Creo que me debo haber puesto colorada. Es vergonzoso darte cuenta que puedes oler tu propia excitación y… la ajena. ¡Por San Expedito, él también me desea! —¿Usas condón? Sí, eso pregunté. ¡Cómo pude largar algo así! No es que sea carmelita descalza, por San Expedito que no lo soy. Tampoco una mujer promiscua. Pero preguntar algo así a un completo desconocido, que afirma ser un vampiro y que me ha mordido. ¿Quién en su sano juicio se come una historia como esta? Yo ni loca. Y ahí estaba, lanzando una fuerte, clara y más que vigorosa invitación al sexo a un completo desconocido que podría estar más loco que una cabra, como decimos vulgarmente. No me contestó, simplemente sonrió. ¡Madre Santa! Mi apetito era fuego corriendo por mis venas. Sonrió y comenzó a desvestirse. —No lo necesitamos —me dijo con voz ronca—. ¿Has hecho el amor en baño? —Lanzó mientras yo miraba cada uno de sus movimientos. ¿Baño? ¿No es la piscina? Creo que moví mi cabeza diciendo no, pero no puedo recordar si contestaba su pregunta o la mía. De cualquier manera era la misma para ambas. A falta de una cama, buena está el agua. Desde que llegué a Transilvania las cosas han salido de lo normal y esperado. Y mis pensamientos se han vuelto… digamos igual de caóticos. Mientras pensaba que James Franco se estaba desvistiendo para mí, comprendí que en realidad era RC7 , todo durito, todo. Y no pude ser menos. Soy muy pragmática: si tienes la oportunidad, aprovéchala. ¿Acaso no lo demostré viajando a Transilvania? Y tenía razón. Mi apetito me devoraba. Los folletos decían que Transilvania es un lugar evocador como pocos, con montañas sorprendentes, castillos góticos, iglesias fortificadas, oscuras aldeas, luz de luna y criaturas sedientas de sangre. Fuera de esta evocación, toda la parafernalia draculiana en esta región es absolutamente real y carnal. Tomó mis pechos en sus grandes manos, yo también lo hubiera hecho si las mías no estuvieran ocupada recorriendo su más que tonificado abdomen, ya les he contado que todo se ha vuelto a su lugar, aunque siendo realmente honesta han subido y redondeado más de lo soñado alguna vez. Y cuando sentí mis pezones ser raspados por sus dientes creo que enloquecí. No sé si fue la abstinencia no deseada de los últimos… ¡ejem! …diez años, o el duro cuerpo frotándose en toda su magnificencia contra mí, pero enloquecí, el placer me dobló y no digo eufemismo alguno, me hice hacia atrás con tanta fuerza, que de pronto me encontré escupiendo agua. Su risa me encontró mirándolo. Había caído a la piscina y él me siguió. Mi nuevo y mejorado yo, se hizo cargo. Caminé juguetona hacia atrás, no porque no lo deseara, ya les dije que mi cuerpo ardía, sino porque me sentí hermosa, sexi y sensual. Y jamás me había sentido así, supongo que vino con la mordida. Cuando mis pantorrillas tocaron la escalinata me detuve. Vladimir avanzó lentamente. Un hombre sensual y hermoso, fuerte y moreno, estaba a punto de calmar mi desmedido apetito. Y mi única neurona solo pensaba en: Sí. Tómame. ¿Han tenido sexo en una piscina? Yo nunca hasta ahora pero se ha convertido en el más memorable de mis recuerdos. Hollywood jamás le ha hecho justicia al apetito sexual de un vampiro, ni siquiera con Brad Pitt. ¿Y el Kama Sutra? ¡Por San Expedito! No hacen falta mil posiciones cuando la vara que te penetra es tan gruesa y dura que sientes que puede partirte y cuando el dueño de esa impresionante verga parece el muñeco duracell. Miguel Mateos cantaba “solo vi luz y subí” y creo que yo también. Solo vi luces y subí, subí y subí… se le llama orgasmos múltiples y pensar que hasta ahora creí que era otra expresión made in Hollywood, ya saben exageraciones o mitos para las no tan afortunadas. Del agua pasamos a la cama, tracka, tracka, tracka, imparable mi duracell. Si mi destino ya estaba escrito y esto es lo que me tocó en suerte, amigas no me envidien. Aprendí más de mí misma en esa cama que en los treinta siete años de vida que tengo. Y tenía razón: mi apetito ha crecido exponencialmente a la práctica. No me quejo y no veo que Vladimir lo haga tampoco. He llegado a dos conclusiones, tuvieron razón Michael Douglas y Colin Farrel cuando se internaron por adicción al sexo. Es adictivo y si has pasado media vida en completa sequía, parece que es peor. Al menos eso entendí cuando Vladimir me pidió descansar unas horitas. ¿Comprenden la magnitud de su pedido? Un vampiro casi milenario, me pidió a mí, una mujer atropellada por un taxi y casi violada descansar unas horas. Las mordidas de vampiros son una cosa seria. Mi hermoso vampiro se quedó dormido a los dos segundos que me bajé de él. No creo que pueda haber otro hombre más hermoso. Esas larguísimas pestañas arqueadas eran un suplicio. Su miembro en reposo, anidado en esa mata de pelo tan suave, no me quedó más remedio que lamerme los labios y eso fue después que sintiéndome algo pícara, bajé hasta él y le di algunas chupaditas. Vlad protestó pero abrió sus piernas para darme más acceso. Me porté como una dama y lo dejé reponer fuerzas. Como si me hubiera tomado una tonelada de vitaminas con doscientos litros de Speedy, salté de la cama, como Dios me trajo al mundo. Eso me hizo pensar: qué diferente te mueves cuando tu cuerpo se siente bien amado. Me puse una de sus camisetas y salí a recorrer la casa. Con mi mano en la puerta, recordé que ya no era la misma, así que procuré abrir con suavidad. Dio resultado: la puerta se abrió y el picaporte quedó en su lugar. Surrealista. Esa es la impresión que me dio lo que me había pasado. Si Laura lo supiera… si se hubiera imaginado que encontraría un vampiro real, jamás se habría casado con el imbécil ese. Y sonreí. Por una vez los hados me elegían. Ella se lo perdió. Después de recorrer la casa que más parecía un museo de arte europeo, el ruido de voces me hizo consciente de que no estaba sola en ese tremendo palacio. Me fui acercando despacito, hablaban en rumano, la única palabra que entendí fue pan. La mujer que salía de la cocina se sorprendió tanto como yo. Me sonrió amistosamente no antes de echar una ojeada a mi escaso vestuario. Por primera vez desde que Vlad me tocó, la nube de lujuria en la que había estado inmersa, me abandonó. Luego entendería que eso me pasaría siempre: Vlad y yo podíamos tener sesiones interminablemente calientes de sexo, pero también sentirnos como personas normales. Si estaba acostumbrada o no a ver mujeres en ese estado no lo sé. Y no quiero enterarme. Por ahora yo estaba aquí, disfrutando del presente. Ella me dijo no sé qué y yo le contesté. —Mis disculpas señora no la entiendo. —Te pregunta si quieres cenar. —la oscura y sensual voz de Vladimir me evitó un dolor de cabeza. Giré sorprendida. —Dijiste que dormirías. —Ya dormiremos, estaba preocu… —no completó la palabra pero lo entendí muy bien, de inmediato agregó un salamero —te extrañé— que me dejó temblando. No la dejaría pasar tan fácilmente. —¿Preocupado? ¿Por qué? —Temí que… huyeras. —¿Sin ropas? —pregunté sonriendo y enternecida. Estoy mirándolo, conversando con él, un completo extraño, muy íntimo por cierto, después de lo que vivimos. Le creí. Creí en su temor, en su palabra y en la forma tan cálida que me miraba— No te preocupes, no saldré sin decírtelo. Lo prometo. La mujer dijo algo y Vlad lanzó una carcajada, me tomó una mano y me acercó a ella.—Anabel Cimenescu, quiero presentarte a Daria Olsesku, mi ama de llaves. Luego supongo que me presentó de manera formal porque escuché nuestros nombres al revés. La mujer hizo una pequeña venia y luego se adelantó para abrazarme muy efusivamente. Cuando encontré la mirada de Vlad pregunté: —¿Qué te dijo? —Solo está feliz de ver que no has acabado conmigo. Bueno, soy morena, pero me pongo fácilmente colorada. Interesada por cambiar de tema ataqué: —¿Qué le dijiste? —casi lo susurré, al parecer mi desinhibición en la cama no existe en posición vertical. —Daria, quiero presentarte a Anabel Cimenescu, mi mujer. Me ahogué. No lo esperaba. Y comencé a toser. Daria desapareció y regresó con un vaso de agua. Vladimir reía mientras golpeaba suavemente mi espalda. Definitivamente surrealista. 5 Por mucho que quieran los lugareños que viven de vender souvenirs, con corazones sangrantes e imágenes de Vlad Tepes, el castillo de Bran, propiedad de la familia de Vladimir, no tiene nada que ver con Drácula ni con el famoso Vlad. Daria me contó que se cree que el príncipe hizo una parada en él, allá por el siglo XV, pero nunca fue su residencia. Con todo, la marcada silueta del célebre castillo, con sus torres de cuento de hadas alzándose desde lo alto de un risco entre montañas, resulta todo lo vampírica que se puede imaginar. También me contó —avanzo bastante en mi rumano— y me mostró el lugar donde dice que Vlad Tepes fue asesinado en 1476. Un encantador rincón en los bosques que rodean la Isla de Snagov, en cuya iglesia se dice que está la tumba del príncipe. Vladimir dice que ese es un rumor infundado. Eso significa que puede que el Vlad Tepes esté caminando por algún lado. Da cierto escozor tal idea, pero ya me estoy acostumbrando. A los dos meses de llegar a Rumania, la embajada argentina se hizo presente. Al parecer Laura Pereyra había llamado e insistido en que algún grupo de trata de blancas me había secuestrado para convertirme en su esclava sexual. Me costó convencerlos que simplemente me había enamorado. Ni una sola palabra de mordidas o vampiros salió de mis labios. Imaginarán el por qué. Esa visita puso en evidencia que era hora de perdonar a Laurita por su abandono, y que ahora sí la entendía: cuando uno se enamora pasa a una dimensión paralela donde solo viven dos. Mi vida ha cambiado completamente. Y no solo mi ropa. Vladimir es un hombre muy generoso: he cambiado por dentro y por fuera: Una dama por fuera y una hambrienta de sexo por dentro. Una súper mujer, subí sin el menor agotamiento los 1.426 escalones cuando Vlad me llevó, a insistencia mía por cierto, al real, único y verdadero castillo de Drácula, ese que queda en Valaquia. Una parte considerable del castillo, se yergue encima de un peñasco. La subida tiene su recompensa y nunca la olvidarás: una visión fabulosa de las gargantas de los Cárpatos con paisajes asombrosos. Personalmente fui gratificada con un rapidito al aire libre. El solo saber qué puedes ser descubierta por cualquiera hace que el sexo sea glorioso, y si no pregúntenle a la Maxwell. Por suerte eso no pasó. Mi hermoso vampiro sí sabe cómo alimentar mis apetitos. Mirando los bosques no pude evitar preguntarle: —Vlad,¿conoces a Raven y al príncipe Mikhail Dubrinsky? —¿Dubrinsky? No. No lo registro. ¿De dónde son? —Carpatianos, Vlad, no me hagas caso. Siempre pensé que solo eran personajes literarios, pero vista la realidad de Transilvania, por un segundo tuve la esperanza de que podría conocerlos. —¿Mi Bella se puso mal? Lo juro él jamás leyó a la Meyer, simplemente decidió acortar mi nombre. La primera vez que me lo dijo fue antes de la maratón de la semana pasada. Simplemente estaba sentada con una novelita de Marisa Citeroni, (la compré, lo juro) mientras Vladimir traducía no sé qué pergamino al inglés, un encargo de la Universidad de Stanford me dijo. Estaba sonriéndome mientras leía cuándo sentí el silencio. Vladimir es ruidoso, y si tienes un súper oído, es bastante ruidoso. Pero el silencio llamó mi atención. Levanté la vista y me encontré los oscuros ojos de Vlad fijos en mi persona. Cuando él trabaja en su escritorio yo me siento junto a la ventana. La luz ahí es hermosa y mis sentidos agudizados me hacen sentir como si estuviera justo en el medio del jardín de rosas. Amo ese lugar. Ese día, como les dije el silencio fue tan intenso que levanté mi cabeza extrañada y al segundo encontré a Vlad quien se abalanzó sobre mi persona como si yo fuera un pábilo encendido y él una mariposa suicida. Generalmente tenemos nuestro atracón de apetitos en el dormitorio. La verdad, me sorprendió. —¿Qué pasa? —pregunté bastante asustada. Sonrió. Ya saben, sonrió como sonríes cuando buscas estacionar y justo en ese exacto momento un automóvil sale dejándote su lugar, o como sonríes cuando te pones un pantalón y te queda enorme; o como cuando escuchas los silbidos de admiración después de haber pasado por una obra. Sonrió como si supiera algo que yo no sabía. —Mi hermosa Bella —me dijo— ¡Gracias! Y empezó a desnudarme. La verdad es que no entendía nada. Eso no impidió que colaborara en su tarea. —¿Gracias? ¿Por qué me das las gracias? —Por venir hacia mí, por perderte en el museo, por darme tu amor y por… —¿Por…? —Por no odiarme por lo que nos resta de vida luego de mi mordida. Pero por sobre todo por darme la posibilidad de ser padre. Oh sí. Lanzó la bomba al mismo momento en que su argumento más contundente se hundía con profundidad en mi cuerpo. Sé que grité. Siempre grito, pero esta vez no sabía si por sentirlo estirarme hasta hacerme perder la consciencia de si éramos dos o uno o por la sola idea de lo que acaba de decir. Si él sería padre, ¿yo sería la madre? No es que los vampiros tengan un evatest incorporado, me contó que primero sintió el cambio en mi olor, a pesar del intenso perfume de las rosas y luego percibió, en la quietud de la tarde, el latido del corazón de nuestro bebé en ciernes. Ese día y los siguientes tuvimos la más larga maratón de la que tenga memoria. La interrumpió Daria, pensó que nos habíamos muerto. No. Solo dormíamos recuperando fuerzas. Y aquí estoy, viviendo en un castillo, con un vampiro real, embarazada y esperando que Laurita y su marido nos visiten, gentileza del señor de Snagov. He hablado varias veces con Lau y le he asegurado que recorreremos cada uno de los sitios que habíamos imaginado ver juntas. Solo por hacerla sufrir le he pedido reservas en el Hotel Castel Drácula, en Pieatra Fantanele, en el valle del Borgo, mejor conocido como Castillo de Drácula. Con 53 habitaciones, se encuentra en el sitio donde Stoker ubicó la ficticia residencia del personaje. Y acertó con el escenario: las vistas del paso de Tihuta son espléndidas. Vladimir me contó que el arquitecto que diseñó el edificio a principios de los ochenta había estudiado, sin duda, las películas de Drácula. Las habitaciones, algunas muy pequeñas, son más bien eclécticas, con muebles de madera, baños no precisamente espectaculares (con toallas temáticas), teléfonos estilo años setenta, mucho rojo sangre por doquier y dibujitos de dragones. Es increíble y Lau no lo sabe pero ellos dormirán en su máxima atracción: la mismísima habitación de Drácula. Se baja por unas oscuras escaleras crujientes para dar una vuelta al féretro del vampiro, a la luz de las velas. Al final del recorrido hay una sorpresa destinada a sobresaltar a los visitantes… ¿Cuál? Bueno imaginen algo de Bela Lugosi y tendrán la respuesta (no es para tanto, aunque un canadiense sufrió un infarto hace unos años al verla). O mejor aún, ¿qué tal si pasan sus próximas vacaciones en Transilvania? Ya saben: nadie sabe lo que dos colmillos te pueden dejar marcado. ECLIPSE DE VERANO DE ANELE CALLAS http://historiasanele.blogspot.com/ Quedarse sin vacaciones tampoco está tan mal. Es la ventaja de vivir en un sitio como Cádiz, vivimos en verano la mayor parte del año. Parece mentira que haya pasado todo un mes desde que Daniela me lio para que asistiera con ella a unas clases de fotografía todo el mes de Julio. Ya le avisé que yo no tenía ni pajolera idea del tema pero ella insistió hasta que di mi brazo a torcer. Craso error, ahora lo sé. Desde el primer día, el apuesto pero intratable profesor no me ha dado un respiro. Creo que la muy perraca nos apuntó al curso por él, por Adrián del Valle, un famoso foto-periodista que trabaja para la Agencia Magnum. Que si distancia focal, que si velocidad de obturación, profundidad de campo, ISO… todo me sonaba a chino y eso parece ser que le ponía de los nervios. Daniela omitió que el curso era de nivel avanzado y casi le mato cuando me enteré, pero ya era tarde. Dijo que era una buena oportunidad para conocer gente nueva. Sí, sí, gente nueva… la conoceré yo, ésta me ha arrastrado hasta el curso para conocer al tipo de chicos que le gusta. Menos mal que he contado con la ayuda de Emilio. Desde el primer día de clase me resulta muy simpático y, aunque no es guapo de manera arrebatadora, no está mal. Ahora que lo observo desde lejos puedo encontrarle incluso atractivo. Esto de celebrar todos juntos que acabamos el curso tomando unas copas en uno de los chiringuitos de moda en plena playa ha sido una gran idea. Así puedo verle en un entorno más relajado que en clase, sin escuchar los agrios comentarios de Adrián del Valle. ¡Joder! Es mentar al diablo y Adrián se gira de la barra para mirarme con sus ojos verdes cargados de no sé… ¿odio? Menos mal que se marcha pronto a cubrir yo no sé qué guerra y no me lo cruzaré más. Ya vienen los chicos con las copas hasta nuestra mesa. Cada vez estoy más convencida de que le gusto a Emilio. Me encanta como me mira, es el típico intelectual que esconde un par de ojazos negros tras sus gafas de pasta, con ese aire bohemio que tanto me gusta. Alto, delgado, despeinado… parece un artista o un poeta aunque, según me ha contado, él mismo es diseñador gráfico. No es muy guapo pero es un encanto de tío que me ha ayudado muchísimo. En cambio Adrián es la antítesis. Es guapo, sí, no lo niego, pero el más antipático y anti-sociable que he conocido. Todas las chicas del curso babean por él y yo por más que me paro a mirarlo no le encuentro el punto. Bueno, es cierto, tiene un físico de infarto y es uno de los hombres más atractivos que he visto en mi vida… ¡Basta Raquel, céntrate! Tengo que recordarme que cuando abre esa boquita y suelta esos malintencionados comentarios que van dirigidos la mayoría de veces hacia mi persona se me baja la libido. Bien, encima se sienta enfrente de mí. Esos glaucos ojos se clavan en los míos y me provoca la misma sensación que la mirada que me lanza un gato con el lomo erizado a punto de lanzar su zarpazo. Su verde mirada me taladra y me pongo a la defensiva, lista para su ataque inminente. Las chicas comienzan a intentar impresionarle con temas de conversación de actualidad, es un foto-periodista y creen que llamarán más su atención hablando de cosas que ni ellas mismas comprenden. Me resulta patético. Miro a mi derecha y Emilio me sonríe con la mirada tras sus gafas de pasta pero Raúl llama su atención y comienzan a hablar entre ellos sin que pueda incorporarme a la conversación. Daniela que está a mi izquierda forma parte de la corte de aduladoras de Adrián así que cojo mi mojito y comienzo a beber presa del aburrimiento. A veces pienso que mis amigas no se dan cuenta de que no se necesita a ningún hombre al lado para sentirse completa. Bueno, reconozco que tampoco es que me haya acompañado la suerte en el amor pero puedo decir que me gusta mi vida tal y como la vivo. Daniela está empeñada desde hace un tiempo en arreglar su vida sentimental y la mía de paso, todo sea dicho, mientras que yo soy feliz saliendo y entrando en mi casa sin dar explicaciones a nadie. Bueno, a nadie no… a mi pobre Paco lo llevo frito, pero él es mi lorito gris africano y tenemos bien definida nuestra relación. Yo le cuento mis cosas y él me regala sus serenatas. Desde que el primer día de tenerlo le puse el vídeo de Beyoncé bailando el “Paco, Paco, Paco” de Encarnita Polo no para de repetir el estribillo. Pero es mi Paco, mi Paquillo y lo quiero con locura… al fin de cuentas es el único que me soporta. ¡Ay, me acabo de poner melancólica! ¡No sabes cuánto te extraño, Paco mío! Eres el único que me entiende de verdad. —¿Y tú qué opinas? ¿Estás de acuerdo con los pinchos? —Emilio se dirige a mí con sus negros ojos escrutándome bajo sus lentes. Acabo de volver a la realidad y no sé de qué puñetas me están hablando. Por lo visto todos participan de una interesante conversación. He oído pinchos y creo que algo de palomas. Bien, no me gustan nada esas ratas voladoras desde que hicieron un nido en mi ventana y no me dejaban dormir. Todos están esperando mi respuesta, así que allá voy. —Pues… me parece bien. ¡Oh, mierda! Respuesta equivocada. La cara con la me miran no dejan lugar a dudas… acabo de meter la pata hasta el fondo. —¿Te parece bien que pongan «pinchos anti-vagabundos» en los portales de las casas londinenses? —Emilio me está preguntado como si acabara de confesarle que yo maté a Kennedy. Y a ver ahora como salgo yo del paso… —¡Por favor, Raquel! No esperaba esto de ti ¿Es que no has oído lo qué hemos dicho? ¡No son palomas! —dice Daniela para echar más leña al fuego. —¡Nooo! Claro que no estoy de acuerdo con que se trate así a nadie, de una forma tan inhumana a toda esa gente sin hogar, pero también entiendo que los ciudadanos londinenses defiendan su derecho a la propiedad. —«Bien, Raquel, acabas de cubrirte de gloria, di algo más y arréglalo»—. Lo que debería preocupar realmente es que no haya una política que evite la exclusión social y que apenas haya infraestructuras públicas para ayudar a toda esa pobre gente. No sé qué coño acabo de soltar pero ha quedado bien. Todos siguen mirándome como si fuera tonta o peor aún… un ser ruin y despreciable a la que no le importa tratar a seres humanos como simples y vulgares palomas mientras yo me estoy atiborrando de mojitos en un moderno chiringuito de la playa rodeada de música, alcohol y diversión veraniega. Evito mirar a Adrián porque sé que estará disfrutando del embrollo en el que me he metido ¡Capullo! —En serio, si todos nos solidarizáramos con toda esa gente y les proporcionáramos comida y techo estoy convencida de que muchos de ellos podrían salir de las calles, pero mientras que no se les dé esa oportunidad esto seguirá siendo como el pez que se muerde la cola — digo esperando que alguien me respalde. —Demagogia barata para salir del paso. —«¡Cómo no! Adrián, el señor cortapuntos no podía quedarse calladito»—. Seguro que eres de las que piensa que no queda nada estético que un vagabundo trasnoche en tu puerta. Por no hablar del olor tan desagradable que dejan… ¿me equivoco? —Pues sí, por supuesto que te equivocas. —La sangre me hierve. Se está pasando tres pueblos conmigo y lo peor es que lleva molestándome desde que entré en el dichoso curso y ya me está cabreando de verdad. Que no me caliente porque mi lengua se dispara. —¿Me equivoco entonces al pensar que no te veo capaz de darle techo, un baño caliente y ofrecerle una buena cena a alguien que encuentres dormitando en tu casapuerta? Este tío es gilipollas. ¿Cómo voy a meter un desconocido en casa, viviendo sola y con la de cosas que se oyen? Mejor pienso otra respuesta, no quiero quedar encima de insolidaria, cosa que no soy por supuesto, aunque me quedo con las ganas de soltarle lo de «gilipollas» en su cara. —Mira listillo, me estoy hartando de tus impertinencias. Habrás visto muchas cosas en tu interesante vida periodística y me imagino que eso de alguna manera ha hecho que guardes siempre tan bien las distancias con todos… y la vida normal y cotidiana te parezca banal y superficial, pero no tienes ni idea de cómo soy o qué pienso. El único hipócrita en la mesa eres tú, que te empeñas en juzgarme sin darme siquiera la oportunidad de mostrarme tal como soy. Desde los quince años llevo colaborando con varias ONGs. ¿No me crees capaz de eso? Ese es tu problema, que piensas que siempre vas a encontrarte con gente tan mezquina y ruin como tú… y que además no ven más allá de sus narices deslumbrado quizás por el rolex que luces en tu muñeca ¿Y tú te atreves a hablarme a mí de demagogia barata? ¡Anda y que te zurzan! Aparento seguridad pero en mi interior estoy temblando como un flan. El silencio es devastador. Noto la incomodidad en el ambiente y antes de que nadie diga nada y de levantarme de la mesa, me dirijo en voz baja a Daniela. —Lo siento, de verdad. He aguantado todo lo que he podido pero ahora que ya ha terminado el curso no tengo que contenerme más. Creo que lo mejor que puedo hacer es irme y dejar que sigáis la noche en paz. —Me vuelvo hacia Emilio y le dedico una sonrisa—. Gracias, ha sido un placer conocerte y me lo estaba pasando realmente bien… hasta ahora. —Miro descaradamente a Adrián y sostengo la mirada sin apartarla de sus rasgados ojos verdes y hablo más alto para que pueda oírme con claridad—. Lo has conseguido, me has sacado de mis casillas y me has amargado la existencia durante este mes. Enhorabuena. Tú ganas. —Vamos, Raquel. No te lo tomes como algo personal. Sigamos con la fiesta… queda mucha noche por delante —me dice Emilio haciendo que me tranquilice y sujetándome del brazo para que no abandone la mesa—. ¿Qué me dices? ¿Te quedas conmigo? Lo pasaremos bien, en serio. Me mira levantando la ceja por encima de la montura de sus gafas negras esperando mi respuesta. Tomo un gran sorbo de mi mojito, tomo aire y le sonrío. —Porque tú me lo pides —digo movida por la atracción creciente que siento por Emilio en estos momentos. No pienso darle el gusto a Adrián… ahora mismo me mira como si estuviera cometiendo el peor de los crimen. ¿Querías guerra? Pues toma… ahora pienso pasarlo en grande bebiendo, bailando y estoy convencida de que el chico que está a mi derecha estaría dispuesto a darme una alegría para mi cuerpo. ¡Bien por Emilio! *** Por suerte, todos hacen como si aquello no hubiera pasado. A estas horas de la noche, con unas copas encima y con una agradable conversación todo me da igual. Las estrellas lucen en esta hermosa madrugada de Agosto y, aunque hace calor, una suave brisa ha comenzado a soplar. Todos ríen y bailan al son de la música de Rihanna. Emilio y yo nos vamos hasta una zona más apartada. Estamos hablando de muchas cosas y de nada en concreto. El tonteo es evidente, me dejo acariciar el pelo mientras yo le pongo ojitos. Me corta el punto descubrir las miradas de desprecio de Adrián que parece espiarme desde la distancia. Nuestras copas están vacías y como Emilio va hacia la barra a invitarme a otra ronda aprovecho para ir al lavabo. Me miro al espejo y me pregunto qué estoy haciendo, no puedo quitarme de la mente esa fría mirada de Adrián del Valle. Le odio. No entiendo la animadversión que siente por mí desde el primer día, pero he de reconocer que esa mirada me vuelve loca. ¡¿Qué me pasa?! ¡Se me están cruzando los cables! Necesito un respiro. Me retiro un poco de la fiesta, veo que Emilio está en la barra intentando hacerse un hueco para pedir nuestras bebidas. Hay muchísima gente esta noche en la playa y el calor invita a tener una bebida fría que palíe la sed en esta bonita noche de Agosto. La pista de baile está a reventar y una sensación de agobio me invade. Camino hasta la orilla, me descalzo y sumerjo mis pies en el agua. Las olas los golpean suavemente y el eco de la música se funde con el murmullo del mar. Miro al cielo y contemplo las estrellas. Sin darme cuenta comienzo a bailar. Mi pelo se ondula al compás de mis vaivenes. La visión de ese maravilloso manto estrellado sobre mí y el viento azuzando mi melena me da una agradable sensación de libertad. Mis pensamientos vuelan y creo estar flotando en medio de aquel mar de astros azules, una sensación de ingravidez me invade. Siento que mi cabeza gira y gira a causa de mi contoneo, y tengo que reconocer que también influyen las copas de más que llevo encima para que me embriague de esta paz. Un carraspeo me saca de mi ensoñación y me detengo bruscamente. Sus ojos verdes lucen en la oscuridad como los de un felino a juego con sus andares lentos e insinuantes. No sé por qué, pero se me seca la garganta. Su imagen aparece amenazadora pero seductora al mismo tiempo… sus ojos se clavan en los míos y no pestañea hasta que se para justo enfrente mía. Trago saliva y me preparo para lo que su afilada lengua tenga que decirme esta vez. Me siento muy pequeña ante su imponente anatomía. Me saca una cabeza, no me había fijado en lo alto que es. El tono tostado de su piel contrasta con el gris de su fina camisa, que deja intuir unos trabajados músculos. Me fijo irremediablemente en sus antebrazos. Detonan fuerza, virilidad… ¡Pero de verdad que no sé qué me pasa esta noche! Este tío ha estado machacándome todo el mes y hace un momento ha intentado ponerme en ridículo nuevamente, provocándome con sus comentarios y haciendo que me sintiera de lo más incómoda. Su boca se tuerce en una media sonrisa que hace que se me acelere el corazón. ¡Maldita sea! Es mucho más atractivo en esta media oscuridad. Sus ojos centellean y compruebo que el verde de su mirada es mucho más enigmático viéndolos desde tan cerca. Sobre su frente un mechón de pelo negro pelea con el viento dotándole un aire salvaje que me hace estremecer. La misma brisa que juega con sus cabellos se arremolina bajo mi vestido y hace que se levante mi falda cubriéndome la cara. ¡Fantástico! No podía sentirme más humillada. Intento recomponerme rápidamente pero me mareo. Mi corazón retumba sobre mi pecho… pero las copas y el baile han hecho el resto. Antes de que caiga me sostiene en sus brazos. Me equivocaba. La situación podía ponerse peor. Acabo de derramar su copa sobre su camisa. —Lo siento, en serio… Lo siento muchísimo —es lo único que acierto a decir. Miro atónita el desastre que acabo de ocasionar. Una enorme mancha pardusca se ciñe a sus pectorales y puedo comprobar que son tan duros como aparentan cuando con la mano intento limpiar el desastre. —No creo que eso sirva de mucho —dice mientras pellizca con suavidad mi barbilla y hace que le mire. Una de sus manos me sostiene firmemente pegada a su cuerpo. ¡Ay mi madre! No lo puedo evitar y mi pulso se acelera mientras yo me sumerjo en un estado catatónico perdiéndome en el verde de sus ojos. Me ruborizo cuando me percato de que él sonríe de nuevo de manera que me deja sin respiración. —Será mejor que te vayas… Emilio parece que te está buscando — dice señalando con la mirada hacia mi espalda. Me giro pero él mantiene su mano sobre mi cintura y observo en la distancia como mi plan de esta noche intenta dar con mi paradero sin éxito con nuestras copas en la mano. Su pecho se pega a mi espalda y su aliento en mi cuello me provoca un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. —Me voy en pocos días y te debo una disculpa, pero ahora tú me debes una camisa, y es una de mis preferidas. Te advierto que te va a salir muy muy caro. Sin embargo, dejaré que sigas disfrutando de la noche... de momento. Mis piernas comienzan a temblar. Entre el mareo que tengo y el soponcio que me ha entrado ante la amenaza de ese «de momento» siento que voy a caerme sobre la arena si sigue hablándome de esa manera. Sin decir más separa su mano de mi cintura y veo que se aleja camino a la zona de baile. ¡Respira Raquel, respira o te vas a desmayar! Ahora miro a Emilio y no me apetece nada seguir con el jueguecito que habíamos comenzado. No consigo desterrar de mi mente el eco del susurro de Adrián en mis oídos y el calor sofocante que me ha asaltado de repente. Tras inspirar hondo, vuelvo hasta donde están todos y Emilio por fin me divisa y viene en mi busca. Sostiene un nuevo mojito para mí. Ya he perdido la cuenta de cuantos llevo pero agradezco que humedezca de nuevo mi boca. Me mira anonadado cuando me zampo de un trago todo el vaso. Necesito evadirme y me lanzo como una loca a mover las caderas al son de las calientes melodías veraniegas. Emilio se pega a mí como una lapa y no pilla mis indirectas ni mi cambio de actitud. La noche sigue avanzando y de vez en cuando un escalofrío recorre nuevamente mi espalda cuando descubro esos ojos verdes devorarme con la mirada. Ya somos pocos los compañeros que quedamos en la pista de baile y el resto comienzan a marcharse ya a sus casas. Daniela me hace señas y consigo despegarme un momento del pulpo en el que se está convirtiendo Emilio. —¿Qué vas a hacer? Nosotros vamos a coger un taxi. ¿Te quedas con él? —dice señalando con la mirada hacia Emilio y cuchicheando a mi oído muy bajito para que no puedan oírle los demás. —¡Noooo! Espera un momento a que me despida y vuelvo… prefiero irme con vosotros. Emilio parece decepcionado, incluso diría que enfadado cuando se lo digo. No me da tiempo a reaccionar cuando Adrián se planta frente a todos. Los demás comienzan a despedirse de él y le desean lo mejor en su próximo destino. Un nudo se me hace en el estómago, recuerdo a qué se dedica y que siempre anda metido en la boca del lobo. Me sorprendo al sentir una enorme angustia pensando en que le pueda pasar algo mientras está en medio de guerras y conflictos armados. Parece adivinar mi tensión mientras que su mirada no se aparta de la mía. Empiezan a subir al taxi y yo siento que mis piernas comienzan a temblar de nuevo. —No pienso quedarme con las ganas —me dice en alto para que todos se enteren. Tan rápido e inesperado como el ataque de un gato, posiciona sus manos a ambos lados de mi cara y me besa. Todo gira a mi alrededor. Sus labios surcan los míos con un ansía devastadora, su lengua intenta abrirse paso en mi boca que se entreabre gustosa de recibirla. El fuego que me quema el paladar comienza a expandirse por el resto de mi cuerpo, que tembloroso concentra el calor en mi entrepierna. Jamás nadie había conseguido tal reacción con tan solo besarme. —Tú y yo tenemos una deuda pendiente —dice mientras continuo pegada a su cuerpo casi sin poder respirar. Se despega de mí y sin mediar palabra me toma de la mano y me arrastra hasta su Kawasaki. Coloca un casco sobre mi cabeza, yo sigo sin reaccionar. Se sube a su moto, me sonríe y me hace un gesto con la cabeza invitándome a subir. Nos marchamos de allí ante la estupefacción de mis compañeros que atónitos no dan crédito a lo que han visto. *** No hemos ido muy lejos, nos paramos en uno de los altos edificios que hay en el Paseo Marítimo. Sin decir palabra bajamos de la moto y con su mano apretando fuertemente la mía le sigo hasta el ascensor. No me atrevo ni a mirarle, mi respiración se agita cuando las puertas del elevador se abren y descubro que nos encontramos en su ático. Entramos y cierra de un portazo haciendo que yo pegue un respingo. Sigue sujetando mi mano. El corazón se me va a salir por la boca, lo noto retumbar en mi pecho con una fuerza atronadora. Eleva mi mano y gira a mi alrededor como si estuviéramos bailando mientras me estudia minuciosamente. Me rodea completamente escrutando toda mi anatomía, yo voy a morirme de un infarto de un momento a otro. Se separa de mí unos metros y siento mis mejillas teñirse de rojo ante la intensidad con la que me contemplan sus rasgados ojos verdes. Soy incapaz de sostenerle la mirada y agacho un poco la cabeza. Se quita con parsimonia su camisa gris y se planta frente a mí. Vuelve a mostrarme esa media sonrisa mientras levanta mi mentón como hizo en la playa. Sus dedos parecen fuego por el calor que siento ante su leve roce. Mientras levanto mi mirada puedo recorrer con la vista la línea de vello que nace bajo la tela de su pantalón vaquero y se dibuja hasta su ombligo, me fijo en los trazos de un tatuaje que asoma por encima de la cinturilla en una de sus caderas y babeo ante la tableta de tostado chocolate que hace juego con sus marcados pectorales. ¡Ay, Raquel que te pierdes! Y por último y, para rematar la jugada, recalo en sus enigmáticos ojos verdes irremediablemente. —Me debes una camisa —me dice sosteniendo en alto la camisa gris en uno de sus dedos a forma de percha. —Y tú me debes una disculpa —respondo yo sacando toda la dignidad y aplomo de lo que soy capaz. Sonríe ampliamente sin despegar sus labios y dos graciosos hoyuelos aparecen en sus carrillos. ¡Qué me pierdo, ahora sí que me pierdo! —Está bien, hagamos una cosa. Yo me disculpo si me das una prenda a cambio de mi camisa. Ahora sí que estoy encendida. Noto el calor expandirse por todos los rincones de mi cuerpo. ¡Todos! Él sigue sosteniendo mi cara con un suave pellizco de modo que no le puedo ocultar mis reacciones. Arquea una ceja y espera. Soy incapaz de moverme, estoy anclada en sus glaucos ojos. —¿Y bien? —me pregunta. —Puedo darte uno de mis zapatos —digo como una tonta. Menea la cabeza de un lado a otro y chasquea la lengua. —No. Eso es trampa. Si me hubieras derramado el cubata en un zapato podría darlo por bueno, pero no ha sido el caso, ¿verdad? Quiero una prenda. —No puedo darte mi vestido —digo con apenas un hilo de voz—. Con este escote no puedo llevar… nada más debajo. Siento que voy a estallar en llamas en cualquier instante. Mi vestido va cogido al cuello y llevo la espalda al aire, por lo que no llevo sujetador. Tengo la suerte de tener unos pechos que se lo pueden permitir. —Ese no es mi problema. Dame mi prenda si quieres mis disculpas. Sus ojos se pasean por los míos, de uno a otro y luego fija su mirada en mi boca. Reconozco que esta situación se está tornando en un juego muy excitante. No sé por qué lo hago, me dejo arrastrar por la excitación del momento y llevo mis manos a la nuca para desatar el nudo que sujeta mi vestido. Dejo que resbale por mi cuerpo y aterrice en el suelo. Me muero de la vergüenza. Él no aparta la mirada de la mía. Sé que se muere de ganas por echar un vistazo pero sigue sosteniendo mi barbilla para que no deje de mirarle a la cara. —Buena chica —dice mientras su media sonrisa se torna demasiado sugerente. —Ahora te toca a ti —me atrevo a decir provocando su risa. —Muy bien. Es lo justo… —Me suelta y ladea la cabeza como si estuviera preguntándose algo pero sin apartar sus ojos de los míos— ¿Por dónde empiezo? —Me quedo a cuadros. No sé a qué se refiere. Mis nervios están a flor de piel—. ¿Por qué motivo de mi lista quieres qué me disculpe primero? —No te entiendo —le digo. —La cosa es que hay mucho por lo que tengo que disculparme contigo. Trago saliva porque, por primera vez desde que me he quitado el vestido, hace un recorrido por mi cuerpo. Me parece ver una mueca de aprobación y una sonrisa canalla ilumina su rostro haciendo aparecer sus dos tentadores hoyuelos cuando intento cubrirme en vano con mis manos. —¿Por dónde comienzo? Déjame ver… ¡Ah, sí! Por el beso que te he robado esta noche. Se acerca a mi boca pero ni siquiera la roza. ¡Ay, podría morirme si me besa en este mismo instante! Sus labios están a tan solo unos milímetros de los míos. No me toca, no tengo contacto con ninguna parte de su cuerpo y, sin embargo, la sensación que tengo es tan intensa como si sus manos estuvieran recorriendo toda mi piel incendiando mi entrepierna. Temo que note la excitación que me provoca esta tentación, mi humedad comienza a ser evidente. Inspira hondo y su mirada se vuelve más turbadora cuando casi apoya su frente en la mía. —Perdona por la insolencia de mis labios y mi lengua… porque al parecer se han quedado con ganas y se mueren por probarte de nuevo —musita pegado a mi boca. Sus susurros me hacen enloquecer. Cierro los ojos y espero. Espero que vuelva a asaltarme como lo hizo antes delante de todos pero nada. Abro los ojos y ya no está enfrente. Está situado a mi espalda. Su voz vuelve a provocarme un súbito escalofrío cuando ronronea cerca de mi cuello. —Permite que continúe con mis disculpas, preciosa. Perdona por haber pagado contigo mi enfado… la frustración de saber que no te podía tener a menos que dejaras de ser mi alumna, son las normas. Perdona por disfrutar provocando tu enfado, estás preciosa cuando tu mirada se enciende y resoplas intentando controlar tu temperamento. Perdona por sentirme un idiota viendo como otros tenían la oportunidad de acercase a ti y aspirar el embriagador aroma que desprende tu pelo, eso me ha puesto muy muy celoso esta noche. Por no ser el centro de tus miradas y el causante de tus suspiros. Perdona que tu indiferencia hacia mí y tu desdén en tus contestaciones alienten mucho más estas ganas de hacerte mía. Perdona por querer recorrer cada curva de tu cuerpo, por querer ser el que provoque tu placer y hacerme el dueño de tus gemidos. Simplemente, perdóname por desearte, preciosa. Mi respiración está tan agitada que casi hiperventilo. Todo mi cuerpo clama por sus caricias, por sus besos… No me he dado cuenta de cuánto lo deseo hasta haberle oído decir lo que yo necesitaba escuchar. No aguanto más. Me giro y quedo frente a frente. Su verde mirada se clava en la mía y lo que estoy deseando que ocurra no se demora más. Su boca envuelve mis labios y su lengua comienza a enredarse con mi lengua. Sus manos se pasean por el contorno de mis caderas con descaro, con desesperación. Noto como mi cuerpo salta de alegría cuando una de sus manos se adentra por mi ropa interior y se posa en mis nalgas. Comienza a masajear mis glúteos y sus dedos comienzan a juguetear adentrándose un poco más abajo, hasta la humedad que comienza a empapar mis braguitas. Gime al notar que estoy lista para él, que no ha tenido ni que rozarme para provocar que una oleada de placer arrastre mis fluidos hasta su orilla. Me levanta en volandas y me posa sobre la mesa que está cerca de la terraza. Rompe de un solo tirón el elástico de mis braguitas y las arroja al suelo. Sonríe al descubrir mi tatuaje. Un pequeño sol tribal que tengo escondido en una de mis caderas, cerca de la ingle. Pasa sus dedos sobre él y su sonrisa se torna enardecida. —Señor del Valle, ahora me debe usted una prenda —le digo con picardía. Adrián sonríe y despegándose de mí se desabrocha la bragueta. —Todo tuyo, preciosa —dice dirigiéndome una traviesa sonrisa. De un salto me bajo de la encimera y comienzo a quitarle el vaquero. Él disfruta con mi pudor al comprobar que bajo su bóxer se adivina una gran protuberancia. Deja que le despoje del pantalón y antes de que consiga levantarme me sujeta por los hombros. —Espera, esta prenda también te la regalo —dice señalando sus calzoncillos. Siento que mi cara arde cuando su miembro caliente y palpitante salta del tejido que lo cubre mientras que lentamente va deslizándose hasta caer al suelo. Me quedo quieta, no puedo creer que tenga un tatuaje casi en misma zona que yo pero en la cadera contraria. Es una luna, una luna tribal mucho más grande que mi sol. No sé qué hacer hasta que lo oigo reír. —Preciosa, me parece que hoy habrá un gran eclipse. Miro hacia arriba y sus ojos verdes destilan el mismo deseo que yo siento mientras que se muerde el labio inferior incitándome a morderlo. Me levanto y me precipito hasta su boca para deleitarme con el dulzón sabor que el alcohol ha dejado en sus labios, lamiéndolos con gula. Me lanzo a succionar y muerdo su labio inferior hasta que le hago gemir. —Ven aquí, Raquel. Es mi turno —dice al fin separándome de él y elevando mis nalgas hasta posarlas en la mesa nuevamente. Sus besos y mordiscos por mi cuello me transportan a una nueva dimensión. La brisa que se cuela por la abertura de una de las puertas correderas que dan a la terraza azuza mi melena que cae en bucles sobre mi espalda. Una de sus manos se enreda en mi pelo y tira con fuerza hacia atrás, dejando a su alcance mis pechos. Lame mis pezones con premura, como si estuviera degustando un caramelo pero, una vez que estoy relajada y disfruto con esas caricias tan húmedas, un mordisco hace que me retuerza de dolor. Afloja la opresión de sus labios y abarca casi toda la aureola para comenzar a torturarme con unos rápidos movimientos de su lengua que transporta la sensación de placer hasta mi sexo. Un nuevo mordisco hace que mi espalda se arquee y sus labios aprisionan con más ganas mis senos. Se cuela entre mis piernas y su pecho se restriega ahora sobre el mío mientras que su boca comienza a recorrer mi clavícula y sube por mi cuello hasta llegar a mi oreja. —Eso es, preciosa, disfruta… no sabes el esfuerzo tan grande que he tenido que hacer para mantenerme alejado de ti todos estos días. Su ronca voz hace que me excite aún más y acerco mis caderas hasta dar con su pelvis. Busco insistentemente rozarme contra su miembro pero él hábilmente esquiva mis movimientos. Me urge sentirlo entrar en mí, sentir que invade mi cuerpo que ya le está llamando a gritos pero él me castiga con su negativa a concederme este capricho. —¡Shhhhh, tranquila! No tengas prisa… yo también me muero por estar dentro de ti pero todo a su tiempo. Pone una mano sobre mi pecho y me empuja hasta que quedo recostada sobre la mesa. Acerca una silla y se sienta colgando mis piernas sobre sus hombros. Vuelve a pasar sus dedos sobre mi tatuaje. Dibuja el contorno de mi sol con la yema de sus dedos y deposita un beso. —Me encanta, preciosa. Es el mejor amanecer que puedo contemplar nunca. Una oleada de placer me invade cuando noto su lengua recorriendo mi entrepierna de abajo a arriba con lentitud, suavemente, haciendo que toda yo me contraiga. Pasa una de sus manos alrededor de mi muslo y abre mi sexo que queda expuesto para su goce. Con la otra mano juguetea en la abertura de mi vagina mientras que su lengua se pasea por mi clítoris haciéndome gemir de placer. Hace círculos húmedos que lo rodean y me desesperan. Una gran pasada con su lengua y me siento recompensada por su tortura para empezar de nuevo. Sus labios aprisionan suave pero firmemente mi clítoris y tira cuidadosamente de él. Mi sexo arde y comienzo a notar mis flujos resbalando por mis mulsos. Uno de sus dedos entra en mí y se adentra haciendo círculos en mi interior. Sus labios cercan ahora los íntimos míos y comienza a succionar mientras su lengua danza a un ritmo frenético. Creo que voy a morir de gusto cuanto añade otro dedo a la aventura en mi oquedad y como si de un garfio se tratara los presiona contra la parte superior de mi vagina, apuntando a mi pubis. Unas oleadas de intenso placer comienzan a sacudir mi cuerpo y una serie de espasmos hace que mi interior vibre con cada nueva lamida. Arqueo la espalda y exploto en un suceder de orgasmos que me hacen rozar el cielo. Estoy temblando, mis piernas son incapaces de responder y quedo tumbada sobre la mesa. Abro los ojos y solo puedo ver su fulgente mirada que tiñe de su verde toda la estancia. Su canalla sonrisa hace que vuelva a la realidad. De una patada retira la silla, se encaja entre mis piernas y se cuela en mi interior lentamente, disfrutando de cada centímetro que conquista su firme y enhiesto miembro mientras que su mirada sigue clavada en la mía. Carga mis piernas a cada lado de su cintura. Sigue devorándome con esos ojos de felino que hace que me olvide del mundo. Sale lentamente de mí, observando cómo le pido que no lo haga, que no deje vacío este húmedo rincón de mi cuerpo que implora que él lo explore y lo inunde con su ser. Como si leyera mi pensamiento, de una sola estocada se clava en mi sexo sin contemplación ninguna. —¡Oh, dios mío! —se escapa de mi boca. —Puedes seguir llamándome Adrián —contesta con sorna y una sonrisa ansiosa que potencia su atractivo. Comienza a moverse dentro de mí a un ritmo constante. Dentro, fuera. Su luna tapa mi sol, se juntan en cada empellón que me propina y vuelve a aparecer una y otra vez, como si un suceder de amaneceres se tratara. Dibuja círculos con su pelvis golpeando en mi ingle y a cada embestida la temperatura de mi cuerpo vuelve a subir más y más centrando todo el calor en el vértice de mis piernas. El sol tatuado en mi piel parece quemarme. Coloca mis tobillos sobre sus hombros y se adentra aún más haciendo que mi respiración se entrecorte. Ahora con sus manos libres puede masajear mis pechos y pellizcar mis pezones a su antojo. Cuando me ve estremecer, su sonrisa aparece marcando sus irresistibles hoyuelos. No puedo cerrar los ojos y abandonarme al placer, no quiero… esa felina mirada me tiene hipnotizada y solo me permito nadar en sus enigmáticas aguas. No quiero que esto acabe. Nunca. Me quedaría así toda la noche, perdida en este mar de ardientes gemidos y cuerpos que parecen besarse en cada empellón. Con la palma de su mano presiona mi pubis mientras que con el pulgar comienza a trazar círculos estimulando mi clítoris llevándome al límite. Antes de que pueda llegar al culmen de mi placer se detiene y se separa de mí sin apartar su feroz mirada de mis ojos. Deposita mis pies en el suelo y me da la vuelta quedando mis manos y antebrazos sobre la mesa. Abre mis glúteos y busca la más que húmeda gruta que ha dejado desprovista de su calor. Mi cuerpo lo recibe envolviéndolo de mi palpitante interior mientras que Adrián me ase de las caderas y me empuja hasta él para invadir hasta el último rincón de mi sexo. Sus embestidas me enloquecen hasta el punto de casi desfallecer y cuando ya creo que no puedo resistir más se queda quieto, clavado en mí. Tira de mi melena para levantarme y quedarme pegada a su pecho. Noto su respiración en mi cuello y el calor de su torso en mi espalda. Sus caricias desesperadas se escurren por todo mi cuerpo, mis pechos, mis caderas, mi pubis… Comienza a mover sus dedos rápidamente sobre mi clítoris y ya no aguanto más. Exploto en medio de jadeos y gemidos descontrolados con él aún dentro de mí. No le hace falta más que un par de arremetidas y sucumbe a su propio placer en medio de gruñidos que me recuerdan a los rugidos de un animal salvaje. Mi cuerpo lánguido y extenuado tras la intensa experiencia es sostenido por sus varoniles brazos. Me abraza fuerte y hunde su cabeza en mis rizos, aspira mi perfume y besa mis cabellos. —No sabes cuánto he deseado tenerte así, entre mis brazos, preciosa. Me lleva a su cama y caigo en un profundo sueño. Cuando despierto de mi letargo me giro buscándole pero él no está conmigo. Observo a mi alrededor y me maravillo con todas aquellas fotos que tiene repartida por la estancia. No había reparado en la decoración de su apartamento antes porque en su presencia todo se nubla y carece de importancia. Salgo en su busca con la sábana enrollada tapando mi cuerpo. A primera vista no le encuentro pero me percato que la cortina de la cristalera que da a la terraza se mece al vaivén del viento de levante que ha comenzado a soplar con algo de más fuerza. Salgo y allí está él, con su mirada felina tras su cámara, fotografiando el mar en el que aún se bañan las estrellas que acunan la ciudad y que dotan a la playa de una mágica luminosidad. Solo viste unos vaqueros y puedo contemplar tranquilamente su bien torneada espalda desnuda a la luz de las estrellas. Se vuelve hacia mí al percatarse de mi presencia y dispara con su objetivo. —¡No, por favor! A estas horas y con estos pelos ni se te ocurra. Se acerca a mí con una sonrisa que me derrite y me rodea con sus brazos. —Tonterías, estás más preciosa que las estrellas… y mira —dice haciéndome girar y abrazándome por detrás—, contempla y dime si no está bonita la noche. Asiento y él me gira de nuevo arrancándome la sábana. Coge su cámara y comienza a fotografiarme todas y cada una de las partes de mi cuerpo. Me dejo mimar por su objetivo que recorre cada centímetro de mi piel. Al llegar al tatuaje del sol se detiene. Lo besa lentamente y me mira con esos ojos que ya me tienen loca de remate. —Esta prenda la quiero de recuerdo —dice enfocándolo con su cámara. Se levanta y toca mi piel desnuda que está helada por la humedad del ambiente. Coloca de nuevo la sábana sobre mí y me abraza. Me besa en la cabeza y contemplamos como la intensa oscuridad del cielo nocturno comienza a clarear desdibujando las hermosas estrellas poco a poco. —Vamos dentro, preciosa. El sol que quiero que me caliente es el que amanece en tus caderas y que llega a eclipsarme por completo. Su voz hace que pegue un respingo y él comienza a reírse. Todo es tan irreal que, al encontrarme con su verde mirada rasgada, quedo atrapada como si de un sueño se tratara. Llego a pensar que todo esto ha sido un sueño, el sueño de una noche de verano, como la obra de Shakespeare. Pero no. Adrián del Valle, el famoso fotógrafo que todas desean, que todas sueñan con conquistar me tiene a mí y solo a mí en sus brazos. *** No he vuelto a verle desde que se marchó a Siria, pero ahora, al recibir esta carta sin remitente mi corazón vuelve a palpitar con fuerza porque algo en mi interior me dice que es cosa suya. Abro el sobre y solo encuentro una fotografía. Es mi tatuaje y tan sólo hay una frase escrita a mano en el dorso: «No sabes la falta que me hace que haya un eclipse… y eso será muy pronto, preciosa» Alguien llama a la puerta sobresaltándome y como es habitual en casa, mi Paco comienza a cantar la canción de Pimpinela «¿Quién es? Soy yo. Qué vienes a buscar…». En esos momentos abro y unos ojos verdes me envuelven parándome el corazón. —A ti —contesta Adrián con su media sonrisa y sus hoyuelos irresistibles antes de que Paco termine con su serenata. Me lanzo a su cuello y soy feliz porque vuelve a mí el único eclipse que me eleva hasta las estrellas y tiñe del verde de sus ojos de felino todos mis sueños. DÁMELO TODO DE ELENA MONTAGUD http://elenamontagud.blogspot.com.es/ ¿Estás hart@ del trabajo y tu jefe te ha dado tan solo una semana de vacaciones? ¿Tu pareja te ha dicho que “no eres tú, soy yo, pero esto tiene que acabar”? ¿Todos tus amigos están viajando en cruceros o ya tienen bebés y tú no sabes por dónde tirar? ¿Tienes entre veinte y treinta y cinco años y no sabes qué hacer este verano? ¿Te gusta conocer gente nueva y hacer amigos? ¡Pues a nosotros también! Somos un grupo de jóvenes que todos los años organiza unas mini vacaciones en el complejo _____________________, con cabañas excelentemente equipadas. Muy cerca del lago ______________. La mejor forma de pasar unas intensas y, al mismo tiempo, relajantes vacaciones. Llámanos al _________________ y pregunta coste y condiciones sin compromiso. ¡Te esperamos! Cuando vi aquel anuncio en una página de ofertas de vacaciones de verano vía Internet, me pareció fantástico. Podría decirse que yo era una pringada, pues podía responder de forma afirmativa a las tres preguntas deprimentes. Mi “fantástica” jefa me había pedido — aunque para mí era una orden, por mucho que ella asegurara que no— que ese verano trabajase más, ya que con los recortes de la empresa habían despedido a un par de empleados. Sí, en realidad tenía suerte porque yo conservaba el trabajo, pero sentía que en cualquier momento iba a caer redonda debido al estrés. Tres meses antes, el tío con el que me había prometido me engañó con una amiga. Y no una mía, eso sería bastante normal, sucede cada día aunque penséis que no. Pero mi ex pareja me puso los cuernos con una amiga de su madre que, según él, se había convertido en su alma gemela, en una amistad que le llevó a descubrir nuevos mundos. Entendí a lo que se refería con nuevos mundos cuando me enteré que esa señora era un poco hippy y que le daba bien a la marihuana. Él la probó y me aseguró que ya no podía acostarse con alguien sin estar fumado y que, como yo era antitabaco y con toda seguridad también antimaría, sintiéndolo mucho teníamos que dejarlo. Si dijese que ya estoy recuperada, estaría mintiendo. En realidad, lo echo de menos casi todas las noches. Soy una romántica empedernida, de esas que sueñan con pasar toda la vida con un solo hombre. Manuel no era el primero, pero quería que fuese el último. Sin dudarlo más, llamé al número de teléfono que acompañaba al original anuncio. Había estado buscando toda la tarde, pero nada me llamaba la atención. Sin embargo, este había despertado mi curiosidad. Hablé con una chica muy amable que me estuvo informando sobre el lugar: podía ir sola o en pareja —no, gracias—, y era posible reservar una cabaña para dos o una compartida con unas diez personas. No tenía nadie con quien ir y lo que me interesaba era dejar mi vida atrás y conocer gente nueva, tal y como aseguraba el anuncio. Quedarme toda la semana escapaba a mi presupuesto, así que pedí un finde. Tras colgar, aluciné con la suerte que había tenido, pues había un hueco libre para una persona justo en mis vacaciones. Y no quedaba nada para ellas. El viernes señalado amaneció espléndido y yo ya estaba en el coche a las ocho de la mañana, dispuesta a llegar lo más pronto posible al destino. Se encontraba en mi provincia, así que apenas tardé un par de horas. La naturaleza me envolvió de repente al abandonar la carretera. Mientras conducía y trataba de esquivar unos cuantos baches, eché unos rápidos vistazos al lugar en el que me encontraba. Verde y más verde, montañas a lo lejos y un esponjoso cielo azul sobre mi cabeza. Si mi GPS no estaba equivocado, en cuestión de minutos aparecería ante mí el complejo. Solté un gritito de júbilo en cuanto mis ojos descubrieron las espléndidas cabañas: modernas y, al mismo tiempo, tradicionales. Por mi mente cruzó el pensamiento de que parecían casitas de juguete. Una de ellas tenía un tamaño considerable. Imaginé que debía de tratarse la que yo había elegido. Llevé el coche hasta una zona en la que se alzaba un vallado de madera, donde ya se encontraban aparcados un par de vehículos más. Sentí que el estómago se me encogía, pero me obligué a tranquilizarme. Si quería divertirme, tenía que mostrarme abierta y segura de mí misma. Allí nadie me conocía, nadie sabía que mi pareja me había engañado con una mujer treinta años mayor que yo, y nadie descubriría nunca que era una oficinista aburrida que en su tiempo libre escribía poesía. Abrí el maletero y cogí mis bártulos. Era un lugar perfecto, idílico, en el que fundirse con la naturaleza. A mi derecha divisé un cartel con una flecha que indicaba la dirección del lago, a tan solo diez minutos de allí. Sonreí al pensar lo fantástico y relajante que iba a ser el fin de semana. Todo estaba en completo silencio, tan solo se escuchaba el insistente chirriar de los insectos y el graznido de algún pájaro que revoloteaba por el cielo. Me dirigí hacia las casitas más pequeñas. En una de ellas un cartel anunciaba que era la destinada a la recepción e información. —¡Hola! —saludé, asomando la cabeza. No había nadie detrás del mostrador. En la pared de enfrente, una puerta cerrada me provocó un escalofrío en la espalda. Había visto demasiadas películas de terror. Quizá habían tenido que salir por algún motivo y yo me estaba montando mi propia película De modo que regresé fuera y me senté en uno de los tocones de madera que se alineaban formando unos incómodos asientos. Apoyé la mano en la barbilla y me puse a pensar en mis cosas, pero al cabo de cinco minutos me cansé y decidí explorar el lugar. En realidad, me apetecía saber cómo era el lago. Me acerqué al coche y coloqué la maleta en él. A continuación seguí la indicación de la flecha de madera y caminé durante unos cinco minutos por un hermoso camino en el que la vegetación a ambos lados casi llegaba a medio cuerpo. Un par de minutos después divisaba los contornos del lago, el cual parecía bastante grande. Aceleré el paso con una sonrisa en el rostro, pero entonces capté un movimiento por el rabillo del ojo y, como acto reflejo, me agaché y me oculté en unos matojos. En un principio me regañé por ser tan tonta, pero segundos después lo agradecí: en el agua había un hombre. El corazón me empezó a palpitar de forma inusitada. Me avergoncé al notar el calor que subía por mi cuello hasta las mejillas. Él estaba de espaldas, pero… ¡Menuda espalda! Tan solo podía ver el inicio de su trasero… pero se me antojaba perfecto. Tenía unos brazos musculosos sin serlo demasiado. Me pregunté cómo se sentiría una al ser rodeada por esos brazos… Volví a amonestarme. No era de esa clase de mujeres que se dejaban llevar por el físico de los demás. Mi ex novio era guapo, pero de él me enamoraron otras cualidades. El problema era que el hombre del lago estaba despertando en mí algo oculto. El modo en que los músculos de su espalda se tensaron al inclinarse hacia delante me secó la boca. Y cuando se giró, el corazón me latió con más fuerza. No le podía ver la cara porque se la estaba tapando con las manos, pero de todos modos no me importó, porque la visión de sus fantásticos abdominales y de su vientre en V me dejó sin armas. Deslicé la vista por su pecho hasta las ingles… El resto se lo tapaba el agua, pero mi mente había empezado a montarse una historia por su cuenta. Sin siquiera darme cuenta, llevé mi mano a la entrepierna. Estaba húmeda. No podía dejar de pensar en cómo sería hacer el amor con ese hombre en el lago. Me acaricié por encima del pantalón, conteniendo un suspiro. ¿Pero qué estaba haciendo? ¡Me había convertido en una voyeur pervertida que se tocaba observando a un hombre! De repente, un gigantesco insecto se posó en una de las ramitas que se hallaban a mi lado. Me tapé la boca para no gritar, pero la postura en la que me encontraba no ayudó mucho y, con toda mi vergüenza, caí hacia delante. No quería alzar la vista porque sabía lo que iba a encontrarme, pero de todos modos lo tenía que hacer más tarde o más temprano. Para mi sorpresa, él me observaba con curiosidad, con una sonrisa divertida en el rostro. Quería que la tierra me tragase, aún más al darme cuenta de que el vestido se me había subido con la caída y se me veía parte del culo. —¡Eh! —me llamó él, con una mano alzada. Yo levanté la mía intentando sonreír, pero me temblaba la comisura de los labios. Entonces, él hizo algo que no me esperaba. Nadó hacia mí y salió del agua… ¡Completamente desnudo! Me quedé en el suelo con la boca abierta, hasta que pude reaccionar y me tapé los ojos con las manos. Pero ya lo había visto y… ¿Por qué mi sexo me pedía a gritos que estuviese dentro de mí? —Soy Lucas, el gerente del complejo —escuché su voz sobre mí. Entreabrí un ojo con miedo, pero por suerte él se había colocado unos vaqueros bastante bajos. Podía adivinar sus ingles. La línea de su vello me estaba poniendo cardíaca. Me obligué a mostrarme serena, pues no podía perder la razón tan solo porque ante mí se encontrara un hombre semi desnudo. —Alma —respondí, adelantando una mano. Él me la cogió y, con una fuerza, sorprendente, me aupó. Yo no había puesto nada de resistencia porque no esperaba aquello, así que mi pecho chocó contra el suyo y a punto estuvieron de hacerlo también nuestras narices. —Encantado, Alma —se rio él, muy cerca de mi rostro—. Un nombre precioso. Tenía la voz un poco grave y la forma en que pronunció mi nombre me hizo estremecer. Observé sus labios, rosados y carnosos, y a continuación ascendí por su nariz hasta llegar a sus ojos, sorprendentemente verdes. Me quedé un rato en ellos, perdida en pensamientos que me avergonzaban, hasta que conseguí apartar la mirada y me eché hacia atrás. —Yo… Solo estaba buscando a alguien. No encontré a nadie en la recepción —traté de cambiar de tema. Mi tono de voz sonaba inseguro. —Eso es porque estoy aquí —respondió él, ensanchando la sonrisa. Agitó la cabeza y de su cabello oscuro se desprendieron un par de gotas—. A estas horas hace bastante calor y se nos estropeó el aire en la cabaña de recepción. Asentí con la cabeza, sin saber bien qué decir. No podía aguantar su intensa mirada de felino, así que una vez más, tuve que retirarla. Me froté las manos, esperando a que él dijera algo. —¿Así que has venido a pasar unos días con nosotros? —preguntó. —Sí. El fin de semana. —Vaya, eso es muy poco —se llevó una mano al vientre y se lo rascó. Unas pequeñas gotas transparentes brillaban en él. Quise lamerlas. Ansié beber de su cuerpo. —Lo aprovecharé al máximo —le aseguré. —Eso espero —me guiñó un ojo, provocando cabalgara una vez más. Entonces se acercó a mí y hasta que comprendí que lo único que quería avergoncé por haber imaginado cosas extrañas—. recepción? Comprobaré tus datos. que mi corazón yo di un respingo, era pasar y me ¿Me acompañas a Asentí con la cabeza y lo seguí. Una vez allí, Lucas se colocó tras el mostrador y tecleó en el ordenador. A continuación la impresora gimió y segundos después Lucas me entregaba unos papeles. Firmé y al entregarle los papeles, él me dedicó una bonita sonrisa que me sacudió toda. —Has decidido quedarte en la cabaña grande —dijo con ojos brillantes. —Me pareció una buena idea para conocer a más gente —respondí, encogiéndome de hombros. —Por supuesto. ¿Vienes y te la enseño? Una vez más lo seguí, comiéndome con los ojos su ancha espalda. Tenía el perfecto tono de bronceado. La forma elegante y segura con la que caminaba me convenció de que Lucas había estado entre las piernas de muchas mujeres. La cabaña me pareció muy bonita, decorada con sencillez pero buen gusto. Una enorme alfombra de pelo se extendía por el amplio salóncomedor, en el que también había una chimenea, una mesa larga y un par de sofás ante una tele de plasma. A continuación me llevó a la que iba a ser mi habitación, la cual compartiría con otras tres chicas. —No hay nadie porque hoy han salido de excursión a unas ruinas cercanas —me explicó, apoyado en el marco de la puerta—. Pero a media tarde ya estarán aquí y así podrás conocerlos. —¿Cuántos somos en total? —pregunté, echando un vistazo a la habitación, en la que se disponían tres pequeñas camas. —Este fin de semana ocho. Cinco chicas y tres chicos —dio unos golpecitos en el marco de la puerta, sobresaltándome—. Te caerán bien —me dedicó otra de sus mortíferas sonrisas—. Si te apetece, podemos comer juntos y te enseño un poco más la zona. Acepté de forma tímida. Él se despidió y salió de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos. Lucas era muy amable y no parecía para nada un gerente, sino un compañero más. Me pregunté si pasaría todo el fin de semana con nosotros o se marcharía. Yo ansiaba lo primero, cómo no. Dejé la maleta sobre una de las camas y rebusqué entre la ropa que había llevado para ponerme la más cómoda. Diez minutos después, Lucas aparecía por la puerta con una mochila. La palmeó y dijo: —He metido unos bocadillos y unas bebidas. ¿Nos vamos? Dejamos las cabañas atrás en completo silencio. Mientras caminábamos, me atreví a escrutar de forma disimulada su perfil. Tenía unas marcadas mandíbulas que le daban un aspecto más varonil. Cuando sonreía, se le marcaba un hoyuelo en la mejilla. Definitivamente era uno de los hombres más atractivos que veía en mucho tiempo. Mejor dicho, en toda mi vida. Y ahora que llevaba una camiseta, me sentía más tranquila a su lado. —Espero que estés en forma, Alma —me dijo, señalando un pronunciado camino—. Comeremos allí arriba. Hay unas vistas espectaculares —alzó el dedo y yo contemplé con el estómago encogido la montaña a la que se suponía que íbamos a subir. No quise decirle que me pasaba ocho horas encerrada en una oficina y que los fines de semana me tiraba en el sofá y no había quien me levantara. Lucas estaba en muy buena forma y seguro que le gustaban las chicas deportistas y amantes de la naturaleza, así que me armé de valor y agradecí haberme puesto unas deportivas ese día. A mitad de la subida, tuvimos que detenernos. Yo estaba roja como un tomate y no podía casi con mi cuerpo. Me senté en el suelo de golpe y solté un ruidoso suspiro. Lucas se acuclilló ante mí, abrió su mochila y sacó de ella una botella de agua. La bebí casi de un trago bajo su atenta mirada. Decidimos quedarnos a comer allí, con la sombra de unos cuantos árboles. —¿A qué te dedicas, Alma? —me preguntó mientras comíamos el bocadillo de jamón. —Soy un alma libre. Cada vez me dedico a una cosa —mentí, haciendo un juego con mi nombre. —¿Ah, sí? —Me había pillado. O era muy listo o yo mentía muy mal. —En realidad soy oficinista —respondí en tono triste. Qué rápido me había confesado aunque me había prometido que no iba a contar nada cierto de mí. —¿Y qué hay de malo en ello? —Pensé que la gente que viene a este lugar tendrán trabajos interesantes —dije, dándole un mordisco a mi bocata. —Pues en realidad no —contestó Lucas, haciendo una bola a su papel de plata—. La mayoría tenemos una vida monótona y aburrida y nos descargamos aquí. —Oh —me limité a decir. —Como tú, ¿no, Alma? —De súbito se inclinó sobre mí, clavándome su intensa mirada—. ¿Qué has venido a buscar? ¿Qué es lo que te apetece? Poco me faltó para atragantarme con el bocadillo. El tono en que me había formulado esas preguntas era demasiado sensual. —Conocer gente y pasarlo bien —me terminé el jamón y me limpié las manos y los labios. Él asintió con la cabeza, como muy satisfecho de mi respuesta. Tras la comida nos tumbamos bajo los árboles y estuvimos hablando sobre nuestras vidas. Lucas era abogado y estaba separado, algo que me sorprendió, puesto que yo había pensado que era más joven. En realidad lo era, pues tenía treinta años, pero se había casado pronto y no había funcionado. Me contó que tras el divorcio, un amigo y él decidieron crear ese lugar de vacaciones. Me sorprendió que pudiésemos hablar de esa forma tan sincera, sin preocupaciones, sin pensar en lo que el otro iba a decir. Incluso le conté mi afición secreta a la poesía. Él no puso caras raras como tantos otros habían hecho antes. Lucas me miraba mientras yo hablaba, se limitaba a asentir o a dar su opinión, pero sin juzgar. Jamás me había sentido tan cómoda con un hombre. Y ni siquiera su rostro atractivo y su cuerpo de escándalo me cohibían. Hasta que me rozó. Del brinco que di me incorporé. Había sido un roce involuntario al cambiar él de postura, pero mi piel despertó de golpe, sin avisos. Se apoyó en los codos y me miró con expresión interrogativa. —Me has dado electricidad —murmuré. No era del todo mentira. Todo mi cuerpo se había encendido con esa simple caricia. —¿Te molesta que te toque? —preguntó con una extraña mirada. —Eh… No… —me senté de nuevo a su lado, tratando de disimular. —Porque me gustaría tocarte mucho —dijo de repente, clavando en mí esa mirada de felino seductor—. Por todas partes. No supe qué responder. Pensé que me estaba gastando una broma o que en su agua había drogas. Pero entonces su mano se posó sobre mi muslo desnudo. Lo miré asustada, pero él se limitó a devolvérmela con un gesto muy caliente. —No acostumbro a tener relaciones con clientes. ¿Relaciones? ¿A qué se estaba refiriendo? ¿Por qué su rostro estaba tan cerca del mío y yo no podía apartarme? Su cuello desprendía un fresco aroma, como a hierbabuena, mezclado con algo salvaje. Me moría de ganas de hundir mi nariz en su piel, pero me contuve. ¿Qué significaba todo aquello? —Pero al descubrirte en el río y saber que me estabas mirando, me he puesto cachondo. Abrí la boca pero no conseguí soltar palabra. Su mano ascendía por mi muslo. Me había puesto unos pantalones muy cortos y tenía demasiada carne a la vista. Sin embargo, cuando se detuvo casi a punto de rozar mi ingle, quise rogarle que no parara. En cuanto su respiración se acercó a mi cuello, el sexo se me puso a palpitar. Y mi parte aguafiestas, que es muy tocapelotas, se rebeló en ese mismo instante. Me aparté de golpe y me incorporé, dejándolo con gesto totalmente sorprendido. —Me gustaría ir volviendo. Quiero conocer al resto de la gente — disimulé. Lucas se levantó sin decir nada, aunque en su rostro se leía confusión. Le di la espalda para que no se diese cuenta de que estaba acalorada. No solía dejarme llevar por mis instintos, y menos con un hombre al que había conocido unas horas antes. Por mucho que hubiésemos conectado, continuaba siendo un desconocido para mí. De vuelta al complejo apenas nos dirigimos la palabra. Como era cuesta abajo, no me resultó tan difícil y me mantuve delante de él. Sentía sus ojos paseando por todo mi cuerpo, devorándolo sin piedad. Y mi sexo se humedecía cada vez más. Había perdido el control de mi piel con la presencia de aquel hombre. Los últimos metros hasta la cabaña casi los cubrí corriendo. Supuse que Lucas estaría pensando que era una niñata, una tonta o algo parecido, pero mi parte tímida y nerviosa se había antepuesto a la de unas horas antes, aquella que quería divertirse el fin de semana. Cuando estaba a punto de entrar, él me atrapó del brazo y me detuvo. —Supongo que quieres reservarte para esta noche. Lo miré con los ojos muy abiertos. Jamás me había topado con un tío tan atrevido. Por suerte, en mi habitación estarían otras chicas, así que él no sería capaz de entrar y pillarme por sorpresa. Me limité a soltarme de su mano y entré en la cabaña, a la que había llegado el resto de huéspedes. Esa tarde conocí a gente muy simpática, de distintas zonas de España. Todos ellos parecían muy alegres y cómodos de estar en aquel lugar. Me obligué a ser abierta con ellos, charlar y responder a todo lo que me preguntaban. Las chicas que dormían conmigo eran también valencianas. Dos de ellas trabajaban en una oficina y la otra era profesora. Conectamos enseguida y nos pusimos a hablar de nuestras fallidas relaciones. Uno de los chicos era también muy guapo y estuvo mucho rato hablando conmigo. Me di cuenta de que Lucas nos observaba de forma disimulada con una sonrisa en los labios, pero hice caso omiso. La noche llegó rápida y me sorprendió con un par de cervezas en el cuerpo. Cenamos las hamburguesas que prepararon Lucas y otro de los chicos. Yo apenas probé la mía, lo único que me apetecía era beber. Tenía muchísima calor y la cerveza estaba fresca y deliciosa. De normal, cuando salía de fiesta, apenas bebía alcohol. Sin embargo, esa noche, animada por el resto, decidí dejarme llevar y pillarme una borrachera. Tras unas siete cervezas, la cabeza me daba tantas vueltas que lo único que podía hacer era reír. En un momento dado, noté que alguien me cogía de la cabeza. Al enfocar la vista descubrí a Miguel, el chico atractivo. Cuando quise darme cuenta, me estaba besando. Y de repente, noté una mano en mi espalda, acariciándomela. Imaginé que era él, pero descubrí que las suyas estaban apoyadas en mis mejillas. Me giré y casi choqué con los labios entreabiertos de una de mis compañeras de habitación. ¡Estaba a punto de besarme! Aparté a ambos de forma brusca y me levanté del sofá en el que me encontraba, totalmente confundida. Y entonces, vi que todos los allí presentes estaban liándose unos con otros… ¡Estaban practicando una orgía! Incluso una pareja ya se encontraba desnuda: ella se movía de forma lasciva sobre el chico. Me llevé la mano a la cabeza, aturdida y mareada. ¿Dónde me había metido? Miguel quiso cogerme de la mano para sentarme otra vez, pero me escabullí. Me tropecé con otra compañera de habitación y una chica más. Ambas se besaban y acariciaban de forma apasionada. Sin entender muy bien por qué, sentí una cosquilla en el vientre. Asustada, me dirigí hacia la puerta de la cabaña. Pasé por delante de Lucas, el cual salía en ese momento de la cocina con una cerveza y me miró con preocupación, pero no le hice caso. Una vez en el exterior, respiré el aire fresco y puro. El corazón me bombeaba como nunca. Sin pensarlo, eché a correr. Mi cuerpo ardía demasiado… Y lo único que me podía calmar era el lago. No podía quitarme de la cabeza todas esas bocas besándose, esas manos acariciándose unos a otros… ¿Dónde me había metido y por qué mi vientre palpitaba al recordar dichas escenas? El lago asomó ante mí en todo su esplendor. Un rayo de luna recaía en él, dotándolo de un aspecto casi irreal. Me despojé de las zapatillas y continué corriendo, hasta que escuché un grito. —¡Alma! —la voz de Lucas atronó en el silencio. Me detuve en la orilla del lago y me quedé quieta, sin atreverme a girarme hacia él. Segundos después lo tenía a mi espalda, con la respiración agitada sobre mi cuello. Me estremecí y él pareció darse cuenta, porque me cogió del brazo y me obligó a darme la vuelta y mirarlo. Tenía el semblante preocupado, pero también había algo en sus ojos que me hizo temblar… de deseo. —¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Alguien te ha molestado? Me mantuve callada unos segundos hasta que conseguí enfocar la vista en él. Todo me daba vueltas; el alcohol cada vez se me subía más y la piel me quemaba. —Creo que me he equivocado al venir aquí —murmuré. —¿Por qué dices eso, Alma? —No entiendo qué hace toda esa gente dándose el lote… Lucas pareció entender lo que me ocurría. Esbozó una sonrisa y meneó la cabeza. —Alma, esto son cabañas de sexo —calló unos segundos para comprobar mi reacción—. Aquí la gente viene a… Pues eso, a tener sexo. De forma libre. Con quien quiere y como quiere. Sin prejuicios. No me lo podía creer. Lucas era el gerente de un lugar en el que se realizaban todo tipo de prácticas eróticas. Y yo era una tonta por no haberme informado bien. No sé cómo pude llegar a ese anuncio, la verdad. ¡Menuda mala pata la mía! —Tú… —lo señalé con un dedo. —Al principio. Hace mucho que no participo. Pero no quiere decir que ellos estén haciendo algo malo. —No he pensado eso —respondo, un tanto molesta. —No tienes que hacer nada que no quieras… No lo dejé terminar. Quería deshacerme del fuego que había inundado mi cuerpo y no podía hacerlo teniéndolo delante, contándome que él había sido el iniciador de aquel lugar que, en el fondo, me despertaba morbo. Yo no era así. Yo practicaba sexo tradicional. Y con amor. Y con una sola persona. Y hombre. Pero mi mente no podía sacar la imagen de las chicas besándose. Me lancé al lago, hundiéndome en él. Era bastante profundo y el contacto del agua fresca en mi piel fue maravilloso. Cuando salí a la superficie, el corazón me dio un vuelco: Lucas se estaba quitando la camiseta. Observé con la vista borrosa sus marcados abdominales y su vientre liso moviéndose mientras alzaba los brazos y la sacaba por su cabeza. —No, Lucas, no… —dije desde el agua, alzando un brazo—. Estoy muy borracha y… Hizo caso omiso de mi petición. Se quitó las zapatillas y se acercó a la orilla a paso lento, sin apartar la mirada de mí. Yo negaba con la cabeza una y otra vez. —Solo quiero darme un baño contigo —repuso, doblando la comisura de los labios y esbozando una pícara sonrisa. —Yo… —Tú estás excitada —murmuró, situándose frente a mí—. Aunque no quieras reconocerlo, ver todos esos cuerpos dándose placer, te ha puesto a mil. En el fondo, tenía mucha razón. Por eso había huido, intentando calmar la excitación que tenía. Cuando sus brazos me rodearon, supe que no podría librarme de él. No quería. Deslizó la mano derecha por mi espalda hasta posarla en la parte baja. Con la otra me acarició la mejilla. Clavó su oscurecida mirada en la mía. Era demasiado caliente… Me devoraba con ella. E inmediatamente después, fueron sus labios los que comenzaron a devorarme con lascivia. Se me escapó un gemido en cuanto su lengua se abrió paso y chocó contra la mía, como un látigo implacable. La saboreé, paladeando su excitación. Nos separamos unos segundos para tomar aire, y nos miramos con las respiraciones agitadas. Su pecho desnudo subía y bajaba de forma acelerada y su mirada era tan sensual que creí que iba a perder la cabeza en ese mismo instante. —Te lo he dicho, Alma. No suelo hacer esto con clientes. No desde hace mucho —suspiró contra mi cuello, y luego me lo mordió con suavidad, arrancándome otro gemido—. Pero desde que nos hemos encontrado esta mañana, no he podido dejar de mirarte. Desde que he visto tu estupendo culo cuando te has caído. Te he hecho de todo en mi mente, y quiero llevarlo a la realidad. —Me pasa lo mismo, pero yo… Me interrumpió con otro de sus húmedos besos. Nuestros dientes chocaron. Las lenguas bailaron a un ritmo desenfrenado. Todo mi cuerpo temblaba con cada uno de sus besos. Cuando su mano se posó sobre mi trasero, no se lo impedí. Y mucho menos que lo estrujara entre sus dedos, provocándome un cosquilleo en la parte superior de los muslos. Gemí en su boca y él jadeó, apretándome más contra su fuerte pecho. Apoye las manos en él y se lo acaricié, observándolo con adoración. Era suave, demasiado perfecto. De repente, me cogió en volandas y se dirigió hacia la orilla. Mi ropa chorreaba cuando me depositó en el suelo y se puso sobre mí, sin apenas rozarme, apoyando sus manos en la tierra húmeda. Acercó su rostro al mío y me plantó pequeños besos en la frente, las mejillas, la nariz y la barbilla, hasta terminar en la boca, donde el beso se prolongó más, terminando en una unión llena de deseo y pasión. Jadeé una vez contra su lengua y él acercó su cuerpo al mío. En cuanto noté su erección contra mi vientre, perdí el control. Era magnífica, y esa dureza contra mi piel medio desnuda —puesto que se me había subido la camiseta— provocó en mí un latigazo de placer. Mi sexo palpitó al pensar en tenerlo en lo más profundo de mí. Me subió la camiseta y con rapidez me la quitó. Leí en sus ojos lo excitado que estaba y lo mucho que me deseaba. Acercó su rostro hasta mis pechos desnudos y lamió un pezón con delicadeza. Su otra mano se afanaba en el pecho derecho, cuyo pezón también había despertado gracias a sus expertas caricias. No pude evitar gemir mientras lamía, chupaba y mordía mi carne. Mi sexo se humedecía más y más con cada uno de sus besos. Como si lo supiese, bajó la mano derecha por mi vientre, dibujó un círculo con el dedo índice en mi ombligo, y se detuvo en el pantalón. Arqueé el cuerpo, presa del deseo, para que continuase descendiendo. —¿Qué es lo que tenemos aquí…? —preguntó, alzando la cabeza y mirándome de forma pícara. Le dediqué una sonrisa tímida, a la que él correspondió con un beso en el cuello. Entonces me bajó el pantalón y me dejó con tan solo las braguitas de encaje. Las rozó con sus dedos de forma delicada, mientras yo me retorcía, ansiando el momento en que tocara mi piel. Pero en ese momento se levantó y se desabrochó el botón del vaquero, dejándome con las ganas. Su bóxer asomó y yo me mordí el labio, ansiosa de lo que iba a mostrarme. Se bajó los pantalones y se quedó ante mí en ropa interior. Lo observé desde el suelo, con el corazón a mil por hora. Me sorprendía que pudiese guardar algo de semejante tamaño en unos vaqueros tan ajustados. Inconscientemente, me llevé la mano a la entrepierna y me acaricié por encima de las braguitas. Él se volvió a colocar sobre mí, apartándomela, y apretó su estupenda erección contra mí. Estaba durísima, incluso me hacía daño, pero yo no podía más que contonearme bajo su abrazo y deleitarme en las cosquillas de placer que ese simple roce me provocaba. Deslizó su cuerpo hacia abajo, hasta colocar sus hombros entre mis piernas, las cuales me abrió con dureza, agarrándome de los muslos. Suspiré al comprender lo que iba a hacer. A mi ex pareja no le gustaba mucho, y a mí ni siquiera me provocaba placer. Sin embargo, en ese momento, con la cabeza de Lucas entre mis piernas, todo se me antojaba demasiado morboso. Estaba tan excitada que di un brinco cuando su lengua me acarició por encima de la tela de las bragas. —Estás muy húmeda… —murmuró contra los encajes. Alzó el rostro y clavó su intensa mirada en mí—. Y no es por el agua del lago. No pude responder porque entonces separó la tela y en un abrir y cerrar de ojos noté su lengua en mi sexo. Lo rozó con la punta, pero con tan solo un movimiento más tuve que arquear el cuerpo porque el placer que sentía era indescriptible. Cuando su lengua comenzó a explorarme, solté un gemido que reverberó en el silencio de la noche. Su lengua alcanzó mi clítoris hinchado y empezó a juguetear con él: lo succionó, mordió y lamió de tal forma que los espasmos de placer no me daban tregua. —No, no… —le pedí, cogiendo un puñado de tierra húmeda con las manos. —Dámelo, Alma —susurró en mi piel—. Quiero saborearte. Sus palabras me encendieron más. Arqueé la espalda y arrimé el sexo a su boca, para que no se detuviera. Sentía que iba a morir en cualquier momento, más aún cuando uno de sus dedos exploró mi entrada y, al instante, se introdujo en mí. Su boca se apretó contra mi sexo mientras me agarraba de las nalgas y me alzaba. Posé una mano en su pelo y se lo revolví, tiré de él sin dejar de gemir. Su lengua jugueteó un rato más con mi clítoris, al tiempo que el dedo se metía y salía de mí, después otro, consiguiendo que mi sexo se contrajera con cada uno de los vaivenes. Cubrió mi clítoris con los labios y a continuación lo rozó con sus dientes. Cerré los ojos sin llegar a comprender cómo podía estar dándome tanto placer un hombre al que apenas conocía. —Dámelo… Dámelo todo —dijo Lucas entre jadeos, alzando el rostro para observar mi reacción. Quizá fue su cabello revuelto, el carmesí de sus mejillas o sus labios rojos y mojados a causa de mis fluidos. O tal vez el oscuro cielo, inundado de estrellas, que descubrí al abrir los ojos. Pero me desboqué. Me corrí en su boca como nunca lo había hecho. Grité su nombre durante los interminables segundos en los que mi cuerpo caía y caía hacia un vacío maravilloso. Él no detuvo los movimientos de su lengua y su dedo mientras yo me deshacía en sus manos. —Me gusta tu sabor… Es dulce, y al mismo tiempo, salvaje —me dijo, deslizándose hacia arriba y acercando su rostro al mío. Volvió a besarme con fervor y noté en mi lengua mi propio sabor que, para mi sorpresa, me excitó. En cuestión de segundos me encontraba preparada para recibir placer una vez más. —Te quiero dentro —le pedí con voz temblorosa. No me reconocía a mí misma. Pero deseaba a Lucas como nunca me había ocurrido con otro hombre. Llevé las manos hasta la gomilla de su bóxer y tiré de ella. Se los bajé por el trasero y se lo acaricié. Dios, estaba muy prieto. Tenía una forma perfecta. Se lo toqué con ganas y él sonrió orgulloso. Se terminó de bajar la ropa interior y se apretó más contra mí, clavándome su sexo en el pubis. También estaba húmedo, tanto o más que yo. Me mordí los labios, separando las piernas más, con la intención de que me penetrara. Vi que palpaba la hierba en busca del pantalón. Minutos después se había colocado un preservativo. Me sorprendió que llevara uno encima, aunque dado el lugar y las circunstancias, era totalmente normal. —¿De verdad lo quieres? —me rozó el cuello con la nariz, y cerré los ojos para concentrarme en las cosquillas que me provocaba—. ¿Y cómo lo quieres? —Su voz era tremendamente erótica y mi sexo se abría cada vez más, esperándolo con impaciencia—. ¿Así? —Acercó la punta de su pene a mi entrada y me rozó, haciendo circulitos con su cadera. Jadeé, retorciéndome bajo su fuerte cuerpo—. ¿O así? —Sin previo aviso, se introdujo un poco en mí, arrancándome un gemido. Se movió con parsimonia, logrando que notara cada parte de su tremenda excitación en las paredes de mi vagina—. ¿O tal vez así? — Se metió hasta el fondo con una sacudida. Grité al sentir un poco de dolor. Pero lo quería, lo quería de esa forma. —Así, así —rogué con la voz preñada de deseo. Su mirada se oscureció ante mi petición. Se clavó en lo más profundo de mí sin piedad alguna. Volví a gemir de dolor, pero este se mezclaba con un curioso placer. Sin previo aviso, empezó a entrar y salir con unas tremendas sacudidas. Me aferré a su espalda y se la arañé, con los ojos muy abiertos. A pesar de que ya lo tenía muy dentro, lo quería aún más, hasta que me sintiera morir. De repente, me cogió de la cintura y me dio una vuelta, colocándose él tumbado y poniéndome a horcajadas encima de su vientre. —Quiero que me folles tú. Sin pensármelo dos veces, eché la cabeza hacia atrás y empecé a mover mis caderas hacia delante y hacia atrás. Él me sujetó del trasero y lo apretó con sus dedos. —Joder, qué bien te mueves —murmuró entre jadeos. No había pensado jamás en ello. Pero la cuestión es que en ese instante, necesitaba moverme sobre él, darnos a los dos el máximo placer posible. Di unos saltitos sobre él, introduciéndome su palpitante miembro una y otra vez. No podía parar, mi sexo cada vez ardía más. Sentía que la llegada del segundo orgasmo era inminente. —Alma, dámelo… Dámelo… —dijo Lucas entre gemidos. Subió una mano hasta mi pecho y me lo estrujó. La otra la depositó en la cadera, ayudándome a moverme con más rapidez. Era sexo carnal, duro, sin condiciones. Pero me estaba gustando. Quería tenerlo así una y otra vez y otra más. Cerré los ojos para dejarme llevar por el placer. —No, Alma. Mírame, joder, mírame… Obedecí a su petición. En su rostro se dibujaba todo el placer que le estaba dando. Me incliné para besar sus labios entreabiertos y húmedos. Saboreé el sabor de la excitación que desprendía su lengua. Jadeó contra mi boca, sujetándome del cabello, obligándome a moverme más deprisa, con más violencia. Mi trasero subía y bajaba de forma dura y seca, chocando contra sus piernas. Al cabo de unos segundos, su sexo empezó a palpitar en mi interior. Apreté las paredes para notarlo más. Abrió mucho los ojos y me atrajo a su boca, besándome con posesión, lamiendo mi lengua. —No. Puedo. Más —gimió en mis labios. Yo aceleré los movimientos, sacudiendo mi cadera hacia delante y hacia atrás para llevarlo al límite del placer. Lucas apretó mi cadera y jadeó. Descargó en mi interior sin dejar de mirarme. Yo también lo observé, y fue el deseo y el placer que vi en sus ojos, los que me arrastraron a olas de placer infinito. Grité una vez más, y al final no tuve más remedio que echar la cabeza hacia atrás, desbocada por los continuos calambres de placer que azotaban mi cuerpo entero. Segundos después, aterricé en su pecho, cansada y satisfecha. Lucas me acarició el cabello. Ambos respirábamos con dificultad y nos mantuvimos en silencio durante un buen rato; él todavía en mi interior. Al cabo de un rato, me cogió de las mejillas y me dedicó una extraña mirada. Mi estómago se encogió, asustada de lo que podría estar pensando. —Alma… —murmuró. No dije nada. Me moría por volver a besarlo, pero la timidez típica en mí parecía estar volviendo, así que lo único que hice fue apartarme, sacarlo de mi interior y buscar mi ropa como una posesa. Pero él no me dejó: me aferró de las muñecas y me colocó tumbada en el suelo bocarriba; él encima como al principio. Me dedicó una magnífica sonrisa. —¿Adónde crees que vas? ¿Es que acaso no te ha gustado? —me preguntó con expresión curiosa. —Claro que sí —declaré, un tanto vergonzosa. —Entonces te vas a quedar aquí, conmigo, el resto de la noche —dijo, pasándose la lengua por los labios. Mi sexo despertó una vez más con ese gesto. Me acarició el costado desnudo, y pellizcó mi pezón de forma juguetona—. Quiero follarte hasta que me pidas que pare. ¿Qué me dices? Pensé en el dinero que me había gastado en ir hasta allí. Era una tontería, pero mi mente calculadora hacía de las suyas en momentos inoportunos. A continuación, comprendí que mi cuerpo ansiaba continuar disfrutando toda la noche de un sexo sin límites, sin condiciones, con un hombre al que apenas conocía pero que sabía cómo tocarme para hacerme tocar esas estrellas que brillaban sobre mi cabeza. —Te digo que quiero dártelo todo —respondí, recuperando la seguridad. Lucas sonrió y me besó. El resto del fin de semana fue caliente, excitante, húmedo. Y dejadme adelantaros que hubo muchos más… El lago se convirtió en un lugar de disfrute de los sentidos. De juegos que jamás había imaginado… Pero disculpadme, esas son ya otras historias que quizá algún día me atreva a contaros. ¡NO TE ENAMORES DE MÍ ! DE EVA P. VALENCIA http://www.evapvalencia.blogspot.com.es/ —¡Maldito cabrón! ¡Lo ha vuelto a hacer…! La joven de cabellos negros y ojos grises sintió como la piel bajo aquel minúsculo uniforme de camarera, la abrasaba. Aquellos dedos gruesos y encorvados, de nuevo, se clavaron en las carnes de sus nalgas. ¡Otro pellizco! El segundo recibido en aquella calurosa tarde de julio. André Coupier, un hombre de mediana edad, de ojos lóbregos y tez sonrosada, la escrutó de arriba abajo mientras babeaba como venía siendo costumbre. Al poco, aún no satisfecho, se detuvo con vergonzoso descaro justo a la altura de su escote. —Hace demasiado calor, Lena… deberías desabrocharte alguno de los botones. La joven palideció al instante y rápidamente sintió como la sangre le comenzó a hervir en el interior de las venas cuando, quién presumía apodarse “su jefe”, acercó con presteza las manos al primer botón del cuello de su camisa. —Recuerda que te pago para complacer a mis clientes, pero sobre todo... a mí. Lena lo miró con hastío. No sólo por el modo en cómo abusó de su autoridad sino más bien por el tono burlesco que emanaba de sus repulsivas palabras. André dio un paso más y el hedor a cerveza barata chocó contra los temblorosos labios de la camarera. —Señor… —murmuró. Pronto quedó arrinconada entre la mesa escritorio y el seboso vientre de él—. Haga el favor de retroceder… Él rompió el silencio en una risa estridente y el repugnante aliento rebotó en la cara de ella. —¿Por qué crees que sigues trabajando para mí después de un mes? —enarcó una ceja como si esperara una respuesta y luego prosiguió— : Eres toda una calamidad. Te equivocas continuamente al servir los pedidos, eres la empleada que menos propina aporta al bote y además, llegas tarde casi a diario… —Señor Coupier… le aseguro que eso no volverá a pasar. —Y eso ¿por qué? —inquirió desafiante. Lena ya no estaba dispuesta a seguir aguantando que sus ojos la desnudaran con la mirada, que su boca la humillara con palabras obscenas y estaba harta de sus constantes intentos por llevarla a la cama. Inspiró hondo e hinchió de aire sus pulmones. —Renuncio. Ahora mismo le redactaré la carta de despido… —¡De eso nada! —le gritó apretando su cuerpo al de ella. «¿Eso es lo que creo que es…?», pensó para sus adentros, desconcertada. Abrió los ojos como platos, revolviéndosele las entrañas. «¡El muy cerdo está excitado…!» El pene, duro como una piedra, se clavó con insistencia en el vientre de ella mientras deslizó la mano bajo la falda. —¡Basta! —vociferó. El grito traspasó las paredes de la trastienda en dirección a la cafetería. Lena comenzó a forcejear y cuando logró liberarse, le asestó una sonora bofetada que le giró la cara de golpe. Perpleja por lo que acababa de ocurrir, corrió rauda hacia la calle; quería huir de aquel lugar y olvidarse cuanto antes de André Coupier. Cruzó la concurrida calle Peachtreet en dirección al apartamento. Aún continuaba temblando. «¿Por qué me tocarán siempre los jefes pervertidos? Si sumo esta última adquisición a mi lista, ¡ya van tres en lo que llevo de año…! Una estadística como poco, aterradora. ¿Es posible que ejerza algún tipo de extraña atracción sobre ese tipo de degenerados…?» Por fortuna para Lena todo había llegado a su fin. Buscó las llaves en el interior del bolso y abrió la puerta encontrándose con la habitual canción que día sí, día también, Bridget, escuchaba: It’s my life de No Doubt. —Porque eres mi mejor amiga… y te lo perdono todo, porque de no ser así, el Cd hace años que habría desaparecido. —Murmuró en voz baja. —¿Ya estás en casa Lena? —le preguntó dejando el reproductor en la mesita y caminó hacia su lado—. ¿Acaso estás enferma? La miró ceñuda y colocó la mano sobre su frente. —No tienes fiebre… Sin embargo, no tienes buen aspecto. Parece como si hubieras corrido la maratón de Nueva York. ¿Qué es lo que ha pasado? Bridget entrecerró los ojos y la escrudiñó a conciencia mientras cruzaba los brazos. «¡Dios! No me pongas esa carita de madre superiora, ya sabes que no puedo resistirme…» Y, como si fuera capaz de leerle el pensamiento, añadió: —¿Qué ha pasado con tu jefe? Lena bajó la vista a sus manos y le confesó: —No volveré a la cafetería. Al final… se propasó, tal y como vaticinaste. Bridget negó con la cabeza, alterada. —El muy… ¡cabrón! Se veía venir... —frunció el ceño malhumorada al tiempo que le cogió de ambas manos y Lena soltó un quejido de dolor—. ¿Te ha hecho daño? —No, al contrario. —Afirmó sin poder evitar sonreír con sorna—. Espero que se acuerde de mí por mucho, mucho tiempo. De repente, la conversación fue interrumpida por unos pasos que se acercaban por la espalda. —¡Vaya! Cuánto tiempo… pecas. Lena se quedó paralizada. «Aquella voz… ¡No, no era posible…! ¿Patrick? ¿El insoportable y maleducado… Patrick?» Ella se giró sobre sus talones con displicencia. —Cinco, ¿no? —continuó él, divertido. —Sí, cinco años. —enfatizó con desdén. La sorpresa se adueñó de ella cuando al acabar de girarse no se encontró con el mismo chico desgreñado y regordete que recordaba, sino a un joven extremadamente atractivo que la observaba con una arrebatadora media sonrisa dibujada en su rostro. Estaba tan cambiado que le costó reconocerlo. —Vaya, vaya… —profirió Patrick en tono hilarante—. Dejo al patito feo en Alabama y a la vuelta de Londres me encuentro con el cisne blanco. Lena enmudeció al instante, sin saber qué decir. Desafortunadamente, no había sido una niña muy agraciada; había llevado ortodoncia la mayor parte de su adolescencia y debido a la medicación, tardó más tiempo en crecer. Ella y Patrick durante toda la vida se habían estado llevando como el perro y el gato. Lena jamás soportó sus chistes fáciles ni sus bromas sin gracia, por lo que, presumía que todo continuaría de la misma forma. —He de ir a ducharme, me espera John para ir a cenar. —Dijo Bridget y besó a Lena en la mejilla. A continuación, se acercó a su oído y le susurró unas palabras: —Cuida de mi hermano… y, por favor, comportaros y no os peleéis en mi ausencia. —Le sonrió, le guiñó un ojo y, antes de que pudiera responderle, se encerró rauda en el cuarto de baño. «¡Maldita sea! Me ha dejado a solas con él…», resopló. —¿Así que este año te licencias? reclamando toda su atención. ¿Abogacía? —preguntó él Lena puso los ojos en blanco. Estaba convencida de que aquella sería una pregunta con trampa, por lo que, esperó anhelante al nuevo asalto; preparada para contraatacar. Patrick al percatarse de sus intenciones, alzó los brazos en señal de rendición y después se echó a reír. —Tranquila pecas, por hoy ya has tenido tu ración. Mañana más… Continuó riendo mientras caminaba hacia el final del pasillo y se encerraba en la habitación de invitados. Lena soltó el aire poco a poco, tratando de relajarse mientras masajeaba con movimientos circulares la sien y se repetía a sí misma como si de un mantra se tratara: «Ignóralo, por tu bien y el de la humanidad, es el hermano de tu mejor amiga… ignóralo» 2. ¡Bye, Bye! Alabama, ¡Bienvenido! San Andrés Lena ojeó, una vez más, el prospecto de las merecidas vacaciones que Bridget y ella habían organizado con tanto anhelo, desprendiéndose de los ahorros de los últimos tres años. El destino elegido era San Andrés; una preciosa y paradisíaca isla de Colombia. La joven miró a través de la minúscula ventanilla del Boing 747 instantes antes de apagar el iPhone y guardarlo en la bandolera de cuero. Su amiga Bridget, se había puesto en contacto con ella para explicarle que tenía que resolver unos asuntos importantes antes de tomar el avión. Lena aprovechó para acomodarse en el asiento, se descalzó y tras colocarse los auriculares para escuchar música, trató de relajarse mientras se le cerraban los párpados sin ser consciente de ello. —¿Está ocupado? Ella abrió los ojos y se incorporó de un respingo. Al parecer, alguien había ocupado el lugar de Bridget. Cuál fue su asombro, al descubrir que se trataba de nada más y nada menos que de Patrick. —Pero, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó perpleja—. ¿Dónde está tu hermana? —Esas son dos preguntas, pecas. —¡¿Dónde está Bridget?! —le preguntó esta vez muy alterada. —Me ha dado esto para ti. Ella abrió la boca para quejarse pero Patrick se anticipó mostrándole un trozo de papel doblado por la mitad. Lena arrugó el entrecejo y sin perder un ápice, lo abrió y lo leyó del tirón, tras acabar, su enfado había alcanzado límites inconmensurables. —¡No voy a permitir que arruines mis vacaciones! ¡No vas a acompañarme! —¿Te crees que para mí será grato? Pues te equivocas, pecas. Bridget lo explica todo en esta nota. Se ha visto obligada a renunciar a sus vacaciones para tratar de resolver cuanto antes un desafortunado incidente ocurrido en su compañía. Me ha rogado que te acompañe, porque sabe lo importante que es este viaje para ti y, te puedo asegurar, que lo hago sólo por ella. Lena se tapó la cara con las manos y negó con la cabeza; un angustioso nudo oprimía la boca de su estómago. «Esto no puede estar pasándome a mí… dos semanas con él… con ¿Patrick? ¿El insoportable, maleducado e impertinente… Patrick?» Lo volvió a mirar imaginando cómo sería compartir quince días a su lado. «Creo que voy a vomitar…» 3. ¡S.O.S…! ¡Prefiero mil veces a Freddy Krueger y a sus pesadillas en Elm Street! Lena abrió los ojos tras oír la grave voz del capitán informando a la tripulación de que tomarían tierra colombiana en breve. Al parecer, se había quedado profundamente dormida, sin darse cuenta. Bostezó y continuó acomodándose en el mullido respaldo. —No recordaba que roncaras y mucho menos que… babearas mientras duermes. La risa burlesca de Patrick la despertó del apacible letargo y encendió sus mejillas de un rojo intenso, al instante. —¡No ronco… y mucho menos salivo! —lo increpó, sulfurada. Él desvió la mirada hacia su boca entreabierta y tras meditar varios segundos, humedeció la yema de su dedo índice con la lengua y, con osadía, frotó la comisura de los labios de Lena. —Ésta es la prueba de que sí babeas, pecas. Lena no cabía en sí del asombro. «¿Ha hecho lo que creo que ha hecho? ¿Me acaba de limpiar los restos de saliva de mi boca? ¡Será… cretino, insolente… ¿qué más…?! ¡Joder! No se me ocurre más descalificativos en este momento…» Patrick sonreía para provocarla deliberadamente mientras ella cada vez estaba más molesta. Aquel ser conseguía exacerbarla sin apenas proponérselo, era una realidad. —No te enfades… pecas. —¡Deja de llamarme pecas! Ya no soy aquella niña a la que puedes manejar a tu antojo. —Hizo una pausa para retomar el aliento; las venas de su cuello estaban a punto de explotar en cualquier momento—. En cuanto pisemos tierra, cada cual se irá por su lado. No quiero que vuelvas a cruzarte en mi vida. —Lo fulminó con la mirada—. Me costó cinco años olvidar tus menosprecios y tus insultos… y cinco son los minutos que voy a tardar en olvidarte de nuevo. —Lena… —se quedó sin palabras. Aquella fue la primera vez en años que la llamaba por su nombre real. *** Más de cuarenta asfixiantes grados a la sombra y una humedad pegajosa, se adhirió a sus cuerpos nada más descender las escaleras del avión. Patrick desde el altercado producido entre ambos, no volvió a mediar palabra, ni siquiera a cruzar una mirada con la de ella y en cierta forma, Lena, lo agradeció. La isla de San Andrés era bellísima, de un encanto sin igual. Palmeras, manglares, ceibas… playas blancas de ensueño… todo un verdadero paraíso. Los cautivó al instante. Por suerte, una guagua pintada de llamativos colores, en seguida apareció y los trasladó a Diamond’s Beach, un impresionante complejo hotelero. Al llegar a recepción, Lena se dirigió al mostrador. Patrick por el contrario se quedó algo rezagado, dejándola hacer. Al poco, una joven isleña de tez oscura y ojos pardos, le dio la bienvenida ensanchando los labios en una afable y bonita sonrisa. Lena aprovechó su dominio de la lengua hispana para solicitar dos habitaciones. —De momento, no hay ninguna disponible. Es temporada alta. —Le pagaré. —Insistió angustiada. —Lo siento. No es cuestión de dinero. Patrick dejó las maletas apoyadas en el suelo y se acercó a su lado al verla tan abatida. —No te preocupes, dormiré en el suelo si es preciso. Lena ladeó la cabeza y se volvió hacia él. Poco después, se resignó y accedió a regañadientes. La guagua los trasladó por el interior de las dependencias, cruzando un sendero delimitado por pequeñas casitas blancas a ambos lados. Lena parecía una niña con zapatos nuevos; maravillada por la enigmática magia de aquel lugar y por un momento se alegró de estar allí, aunque la compañía no fuera la deseada. Entonces, el joven isleño giró el volante de golpe y se adentró por un estrecho pedregal. Los baches y su peculiar forma de conducir, casi provocó que perdieran las maletas a medio camino. Cuando por fin la guagua se detuvo y pudieron apearse, se toparon de bruces con la cruda realidad: una choza casi en ruinas en medio de la nada. Ambos se miraron sorprendidos, sin dar crédito. —Creo que ha habido un error. —Murmuró Lena con un hilo de voz. —No. No lo creo, señorita. —Repuso el joven ojeando un blog de notas—. Es la cabaña Diamond’s Beach, la misma que usted solicitó. —Pero… —Mire. —Le mostró señalando a su alrededor—. Ésta es la mejor playa que encontrará en San Andrés y la más virgen. —¿Nos está tomando el pelo? —le preguntó Patrick avanzando unos pasos de forma intimidante. El joven retrocedió un poco y aprovechando que lo reclamaban a través del walkie talkie, se marchó dejándolos allí. —¡Maldita sea! —exclamó Patrick dando una patada a una de las piedras del camino—. Quédate aquí mientras regreso a recepción para reclamar una habitación en condiciones. —No quiero quedarme sola. —Lena... —resopló—. Calculo que habrá más de media hora a pie y tienes la piel muy blanca; bajo este sol abrasador, te quemarías enseguida. Prefiero que te quedes aquí y te cobijes en el interior de la cabaña. —No. —Se cruzó de brazos—. Si tú vas, yo también. —¡Joder! Había olvidado lo terca que eras… —musitó con los dientes apretados a punto de perder la paciencia mientras se dio una palmada en el brazo aplastando a un mosquito anofeles—. Venga, andado… démonos prisa porque cuando éste mosquito toca las narices, es señal de que va a llover. Hizo un gesto con la cabeza señalando el camino al tiempo que cogía las maletas. Lena comenzó a seguirle a pesar de que el calzado no acompañara; las piedras del camino traspasaban la suela a cada paso. Patrick giró la cabeza observando cómo Lena aullaba de dolor tras clavarse una nueva piedra en la planta del pie. —Cabezota… —murmuró. —¡Te he escuchado! —lo fulminó con la mirada. Él negó con la cabeza, la agachó y ocultó una divertida sonrisa. De repente, cuando únicamente habían caminado unos pocos metros, el sol quedó oculto bajo un manto de nubes negras. Pronto, un relámpago iluminó la isla caribeña como si del fin del mundo se tratara e instantes después, el fragor amenazante de una violenta tormenta tropical les obligó a regresar al punto de partida. Al llegar a la astrosa cabaña, él entró primero para inspeccionar el interior. Lena echó un vistazo observando por encima de su hombro. —Yo no pienso entrar. Y justo al acabar de pronunciar aquellas palabras una cortina de agua cayó sobre su cuerpo, empapándola de pies a cabeza, en una fracción de segundo. Patrick la agarró de la muñeca y la obligó a entrar casi a rastras. —Cámbiate o pillarás una pulmonía. —Puso las maletas sobre la cama y abrió una, hurgando entre la ropa de Lena. —Disculpa. —Le arrebató de las manos un sujetador de encaje negro muy sugerente—. Creo que puedo hacerlo sola. —Ejem… —carraspeó con voz ronca—. Perdona. Cuando eligió las prendas de ropa, cruzó la estancia en busca del cuarto de baño. No tardó en hallar algo similar. Entró y cerrando la puerta, comenzó a desvestirse. Mientras tanto, Patrick miró en la despensa. El viaje y la interminable sucesión de acontecimientos le habían abierto el apetito. —Menudos rácanos, ni cesta de fruta de bienvenida ni champagne… Se echó a reír atrapando un par de latas con los dedos. Leyó una de las etiquetas: cebiche de camarones. —Parece tener buena pinta… —murmuró, levantó la lengüeta y volcó el contenido en un par de cuencos de cristal. Luego, se reclinó un poco y olfateó el alimento—. ¡Qué hambre…! —Por mi puedes comértelo todo, no pienso comer nada de esta guarida. —No da la impresión de que la tormenta vaya a aminorar. —La observó con detenimiento—. Sabe Dios cuánto tiempo permaneceremos aquí encerrados. —¿No hablarás en serio? ¿Tú y yo juntos entre estas paredes? ¡Ni lo sueñes! Patrick jugueteó con la comida antes de cogerla con los dedos y llevarse un camarón a la boca. —No te queda otra, pecas. Lena se lo quedó mirando con cara de pocos amigos mientras trataba de reprimir soberanamente las ganas de soltarle una palabra malsonante. —Olvídate de mí. ¿Tanto te cuesta entenderlo? —¿No has pensado que tal vez y sólo tal vez, estemos aquí porque el destino quiere que arreglemos nuestras diferencias? Él la miró con curiosidad. —En absoluto. —Dijo dándole la espalda y añadió—: Lo que pienso es que alguien ahí arriba debe de odiarme porque sólo me topo con cretinos. *** Horas más tarde el sol lucía con intensidad en la isla de San Andrés. Lena abrió los ojos, se incorporó de la cama y estiró los brazos al aire. Echó un vistazo rápido a su alrededor y al darse cuenta de dónde se encontraba, dejó caer los brazos abatida. —Adiós a mis dulces sueños, bienvenida a mi horrible pesadilla… otra vez. Miró a la puerta que permanecía entreabierta y en seguida, el olor a mar salada y el dulce vaivén de las olas al chocar contra las rocas, alimentó su curiosidad. De un salto, se puso de pie y caminó descalza hacia la playa. Al llegar cerca de la orilla se sentó sobre la blanquecina arena; era tan fina y pura que parecía polvo de ángeles. Atrapó un puñado y lo fue soltando poco a poco. De repente, un chapoteo clamó su atención. Entrecerró los ojos, vislumbrando una figura humana que lentamente iba tomando forma. Quienquiera que fuera, era un experto nadador. Aunque quisiera apartar la vista de aquel desconocido, le fue del todo imposible. Algo le atraía, quizás su destreza o… —¿Patrick…? Lena abrió la boca, atónita y se quedó sin respiración unos instantes. El joven salió del agua como Dios le trajo al mundo, completamente desnudo. Sus miradas se cruzaron sólo un instante y ella tras observar con detenimiento su impresionante cuerpo y su bien dotado miembro viril, bajó la vista hacia sus manos, abochornada. Patrick por el contrario sonrió y con una naturalidad innata, se acercó a ella. —Si nunca has nadado desnuda, deberías probarlo. —Se inclinó para coger la toalla de la arena—. Apuesto lo que quieras a que se te bajaría los humos, pecas. Ella no respondió. Se levantó, caminó en dirección a la cabaña mientras Patrick se anudaba la toalla a la cintura y la seguía con la mirada. Lena entró empedrado. y poco después, salió decidida hacia el camino —¿Adónde te crees que vas? —le preguntó desde la distancia. Ella tras escuchar su voz grave y dictatorial se detuvo en seco, se volvió hacia él, enderezó la espalda y lo fulminó con la mirada para responderle: —A perderte de vista cuanto antes. Y sin esperarlo, alzó un pie para saltar unas cañas amontonadas en el camino y se adentró a paso firme en el sendero. «Con esa carita angelical nadie sospecharía que escondes a una tigresa enjaulada dispuesta a atacar en cualquier momento y dicho sea de paso…. eso me encanta» Patrick dejó caer la toalla y vistiéndose únicamente con el bañador, corrió a su encuentro para convertirse en su inseparable sombra. Ni loco se arriesgaría a dejarla vagar sola por aquellos parajes. Cuando llegaron al destino, Lena trató por todos los medios de conseguir una habitación individual para ella sola, pero no fue así, continuaba sin haber una libre. Algo molesta, echó una ojeada a su alrededor y vislumbró a lo lejos un cartel que indicaba la palabra: restaurante. Lena siquiera se lo planteó, salió disparada como una flecha en aquel sentido y tomó asiento junto a un gran ventanal con vistas a una enorme piscina. Patrick por el contrario, al no ser invitado, buscó una mesa al fondo con vistas a los aseos. Había pillado la indirecta, Lena con aquel comportamiento quiso darle a entender que pensaba ignorarlo lo que quedaría de las vacaciones. 4. No eres mi príncipe azul Al caer la noche, Lena fue invitada por el personal hotelero a una de las fiestas que organizaban cada día tras la cena. Como no tenía planes y la idea era muy sugerente, accedió encantada. Se trataba del Bullerengue, una danza típica colombiana efectuada sólo por mujeres. Al poco, un tambor hembra acompañado de otro macho, comenzaron a llevar el ritmo de la música, seguido de las maracas, la tambora, la totuma con un plato de loza quebrado en su interior y las tablas. Varias mujeres salieron al patio en fila, palmoteando con las manos en alto y en posición muy erguida, con pasos cortos, similares a la cumbia; danzando y utilizando las faldas simbolizando la ofrenda de la fertilidad, mientras el coro daba palmas acompañando a la música. Lena sin darse cuenta, empezó a seguir el ritmo, primero moviendo una pierna, poco después la cabeza y finalmente los hombros. Pronto, una joven salió del coro y se acercó a su lado. Le sonrió enseñando una hilera de perfectos dientes blancos y acto seguido, le tendió la mano, invitándola a formar parte del espectáculo. —No, gracias. —Negó con timidez—. Soy una negada para esas cosas… No sé bailar. —No te preocupes, nadie te observará. Serás una más. Aunque se sintiera tentada, volvió a denegar el ofrecimiento. —Vamos… —insistió de nuevo—. Sólo déjate llevar. Te prometo que lo disfrutarás de lo lindo. —De verdad que te lo agradezco pero… Y antes de que pudiera acabar la frase, la muchacha la agarró de la muñeca y tirando de ésta, la obligó a ir al centro del patio. Patrick que bebía de un vaso de aguardiente, al verla como se unía al grupo, estuvo a punto de ahogarse con el abrasador licor destilado de caña y anís. Los ojos de él no dejaron de observarla en todo momento. Permaneció atento a cada uno de sus movimientos: de la pelvis, de las caderas, de las piernas… —El cisne blanco batiendo sus alas preparado para izar el vuelo… — murmuró bebiendo de nuevo del vaso sin apartar la vista de Lena. Cuando el baile dio a su fin, ella regresó a la mesa para sentarse mientras escuchaba a su paso el clamor de los presentes, rompiendo en vítores y aplausos. Lena sin pretenderlo, había despertado el interés de algunos jóvenes isleños, en especial, a uno que no le había quitado el ojo durante el tiempo que había durado el baile del Bullerengue. Éste, vestido completamente de blanco, se acercó sin miramiento. —¿Me permite que le invite a una copa? Lena ladeó la cabeza y después lo miró a sus increíbles y chispeantes ojos verdes. —No bebo, gracias. Negó con la cabeza y después añadió: —Además, el alcohol no me… —se quedó en silencio, al darse cuenta de que Patrick los miraba desde la distancia. Y para fastidiarlo, cambió de planes—: Pero, ¿sabes qué? —No, guapa. —Ronroneó en tono conquistador. —Que hoy voy a hacer una excepción. El joven ensanchó los labios en una enorme sonrisa de oreja a oreja como si le hubiera tocado el premio gordo de navidad y, sin pedir permiso, arrastró una silla colocándola muy cerca de la de ella. Luego, ni corto ni perezoso, alzó el brazo y pidió dos aguardientes. Patrick se pasó la mano por el pelo, algo alterado. La expresión de su cara era un poema. Se veía a leguas que aquel personajillo, lo único que pretendía era una cosa: llevarla a la cama y después, dejarla tirada. Respiró hondo, conteniendo las ganas de salir disparado hacia allí y ahuyentar a ese lobo con piel de cordero. La noche avanzaba, al igual que las copas que Lena se había tomado; había perdido incluso la cuenta. Manrique, el joven isleño, aprovechó para proponerle un paseo por la playa. Lena, cuando se puso en pie, a duras penas podía mantener el equilibrio. —Yo te sujeto, mi amor. —Susurró al oído mientras se pegaba a su cuerpo y le rodeaba la cintura con los brazos—. La brisa marina, te sentará bien, ya verás linda. No supo ni cómo había llegado a la arena, pero allí se encontraba, tendida sobre ésta. Todo le daba vueltas: las estrellas, la luna llena… Manrique. —Eres muy bella. —Le susurró acercando sus labios a los de ella—. Y… voy a besarte. Lena sonrió, como si las palabras las escuchara lejanas. Estaba tan borracha que sólo tenía ganas de cerrar los ojos y dormir. Manrique aprovechó para colocarse encima de su cuerpo y besarla. Los cálidos y temblorosos labios de Lena que no podían dejar de sonreír en ningún momento, tenían el gusto amargo del aguardiente. Él guiado por el entusiasmo, fue un paso más allá y comenzó a manosear sus pechos por encima de la ropa mientras pegaba largos lametones a su cuello sin dejar de respirar agitadamente. —Espera… —pronunció Lena desorientada y confusa—. ¿Qué estás haciendo? —¿Tú qué crees? —se rió esta vez deslizando una de las manos bajo la falda del vestido y prosiguió—: Pues… divertirme, ¿qué si no? Lena quiso apartarlo con las manos pero pesaba demasiado. —No quiero seguir. —Dijo ella, en tono severo. Él se echó a reír haciendo oídos sordos e ignorando deliberadamente sus ruegos. De repente, unos pasos se aproximaron a ellos. —¿Acaso no la has oído? —Le inquirió Patrick exaltado, acudiendo al lugar como un resorte—. ¡Aparta las manos de Lena! —Venga, tío… deja que me divierta con ella. —Dijo con una sonrisita perversa en los labios—. Además, no soy celoso y si quieres, podríamos tirárnosla los dos. Mírala, está tan borracha que mañana ni siquiera se acordará de nosotros. Patrick sintió verdaderas náuseas. Se inclinó, lo agarró del cuello de la camisa y lo lanzó con fuerza contra el suelo, haciendo rodar a éste por la arena. —¡Laaaargo! —le gritó enfurecido—. ¡Márchate y no se te ocurra acercarte más a ella! Manrique lo miró unos segundos meditando qué hacer para poco después, huir y salir corriendo hasta perderse entre un espeso matorral de icaco. Patrick tras comprobar que estaban a solas, se arrodilló a su lado para ayudarla a incorporarse. —Vamos, Lena, coloca los brazos alrededor de mi cuello y sujétate fuerte. —Le ordenó con suavidad. A duras penas, consiguió hacer lo que le pidió mientras él la cogió en brazos para llevarla a la choza. Al llegar allí, se había quedado dormida en sus brazos, así que tras abrir la puerta de la habitación la acostó con cuidado en la cama. —¿Quién eres tú? —preguntó Lena sin reconocerlo. Al parecer, todo seguía girando a su alrededor como una peonza— ¡Ahhh! Ya me acuerdo… —se echó a reír—. Pero si eres Patrick, el capullo arrogante que lleva toda la vida burlándose de mi aspecto. Patrick se entristeció al oír aquellas palabras porque jamás había pretendido causarle daño, sino todo lo contrario. Todos aquellos años, tuvo un único objetivo en mente: clamar su atención. Había asumido que una chica guapa, inteligente y dulce… jamás podría llegar a fijarse en un joven tímido, regordete y desaliñado como lo era él. Poco después, ella se quedó profundamente dormida y Patrick comprobando que no le escuchaba, aprovechó para confesar todo lo que sentía y que había estado guardando con recelo en su corazón durante tanto tiempo. Se acercó a su boca para besar sus labios pero en el último momento, se echó atrás y prefirió besarla en la frente. —Siempre he estado enamorado de ti, Lena. 5.¡No te enamores de mí! Lena se despertó a la mañana siguiente con un fuerte dolor de cabeza. Bajó los pies de la cama para apoyarlos en el suelo, cuando de pronto, se escuchó el gruñido de alguien. —¡Auuuu! —se quejó Patrick tras ser pisoteado. Lena se espantó, se llevó las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos. Poco después, estiró el cuello y bajó la vista. Patrick estaba estirado encima de un par de toallas de baño. —Lo siento. —Se disculpó—. Esta noche te cederé la cama y seré yo quien duerma en el suelo. Patrick se rió con ganas y Lena se puso a la defensiva, mirándolo con escepticismo. —Acaso, ¿no me ves capaz de dormir en el suelo? Él la miró de arriba abajo y le tocó la punta de la nariz con el dedo, después se marchó sonriente hacia el cuarto de baño y, antes de entrar, se volvió para responderle: —No. Eres demasiado urbanita, pecas. Y dejándola con la palabra en la boca, comenzó a desvestirse con la puerta entreabierta y poco después, se metió bajo el chorro de agua de la ducha. Lena apartó la mirada de golpe. Aquella era la segunda vez que Patrick mostraba sin pudor su cuerpo desnudo. Aunque, en esta ocasión, bajo su estupor y sin saber muy bien por qué, se sintió tentada a seguir mirando. Alzó lentamente el mentón y dirigió la mirada hacia allí, de tal forma que pudo contemplar sin censuras y desde la distancia, todo su esplendor. Los ojos de Lena vagaron libremente por el cuerpo bronceado y atlético del joven. Recorriendo sin prisas la piel brillante y desnuda: la espalda, los músculos, las caderas y… los contorneados y prietos glúteos. Y… descubrió algo que le llamó la atención: una frase tatuada en la cintura, Omnia vincit amor1. Lena se tensó y tragó saliva costosamente. Aquello no podía estar ocurriendo. Maldijo en voz baja, se levantó de la cama y corrió en dirección a la playa mientras se condenaba a sí misma por lo que Patrick, aquel ser detestable, acababa de despertar en ella: El deseo. *** Los días transcurrían con demasiada normalidad. Cada cual dedicaba el tiempo libre a su manera y por separado. Patrick, la mayor parte del día se marchaba a pescar y no regresaba hasta casi caer la noche, Lena por el contrario, solía pasear, leer y tomar el sol. Apenas coincidían y cuándo esto ocurría ni siquiera se dirigían la palabra a menos de que fuera vital; simplemente se ignoraban, como si ninguno existiera para el otro. Por su parte Patrick había perdido toda la esperanza de acercamiento, aun sabiendo de que sus vidas nada más aterrizar en Alabama tomarían rumbos distintos: Lena estaba a punto de licenciarse y él, por el contrario, regresaría a Londres. Tal vez las cosas hubiesen adquirido un cariz muy distinto si él le hubiera confesado abiertamente sus sentimientos, o quizás no. Las vacaciones estaban llegando a su fin. Aquella sería la última noche que dormirían en la isla. Patrick, había planeado algo. Dedicó gran parte de la tarde en perderse por los mercadillos del pueblo y comprar algo especial, con el firme propósito de sorprenderla. Entró en una tienda y poco después, tuvo claro lo que quería: —Me quedo con éste. —Ensanchó los labios en una sonrisa mientras señalaba uno de los colgantes. La joven dependienta buscó la calculadora en uno de los cajones del mostrador y comenzó a teclear unos números. Al acabar alzó una ceja asombrada y después le mostró el resultado: —Serán 1.200.000 pesos. Patrick abrió los ojos como platos, dejó de sonreír de golpe, tragó saliva con disimulo y añadió: —¿Aceptáis tarjetas de crédito? (1)Omnia vincit Amor; et nos cedamus Amori: Tópico literario que aparece en la Égloga X de Horacio, cuyo significado se traduce como: El amor lo vence todo, dejémonos vencer por él. 1 —No, señor. Sólo moneda; pesos o dólares americanos. Nada de tarjetas. —Le insistió casi molesta. —Vale. Y… ¿cuál es su precio en dólares? Ella resopló ruidosamente y, tomándose su tiempo, realizó la operación de conversión en la diminuta calculadora. —Pues, serán 600 dólares americanos, señor. Él se rascó el mentón pensativo tratando de hacer memoria del dinero que le quedaba mientras abría la cartera y miraba en el interior. Poco después, sacó el fajo de billetes y comenzó a contarlos uno a uno. Cuando separó la cantidad deseada del resto, lo dejó sobre el mostrador para que ella pudiera contarlos. Cuando la joven le cobró y envolvió el regalo, Patrick lo guardó en el bolsillo del short y se puso de camino hacia la choza. Debía darse prisa, estaba oscureciendo y era fácil perderse por aquellos parajes paradisíacos. Al llegar allí, notó algo extraño. Lena acostumbraba a cerrar la puerta de la entrada pero al parecer ésta estaba algo entreabierta. Frunció el ceño. —Algo pasa… —murmuró. Subió deprisa los tres escalones que le separaban de descubrir por qué todo estaba en completo silencio y casi en la más absoluta oscuridad. Patrick irrumpió como una exhalación. Acabó de abrir la puerta y se quedó paralizado en el sitio. —¡Ni se te ocurra acercarte o le rajo el cuello! —alguien gritó a Patrick. El individuo, cuya edad rondaría la treintena, agarró el puñal con fuerza y lo acercó al cuello de Lena, justo sobre la yugular. Lena tembló horrorizada y Patrick dio un paso para acercarse a ella. —¡¡Atrás!! ¡O ya puedes ir despidiéndote de ella! —vociferó presionando la afilada hoja de acero en la frágil piel, hiriéndola levemente. Lena apretó los dientes y soltó un quejido de dolor. —¡Joder! —alzó las manos en señal de rendición al tiempo que dio unos pasos atrás—. No le hagas daño… por favor. —Le suplicó con la voz quebrada—. Te daré cuanto tengo. Patrick trataba de hablar de forma calmada para no ponerlo más nervioso mientras aprovechaba para estudiarlo concienzudamente. Era un ladrón inexperto, era evidente. Había venido solo y ni siquiera ocultaba su identidad. Pensó con rapidez, necesitaba actuar con diligencia, debía de idear un plan y ganarse su confianza. —En la choza no encontrarás nada de valor. Pero, tengo algo que puede interesarte. —¿Qué… qué es? —tartamudeó tentado por la curiosidad. —Lo tengo en el bolsillo. Hizo un gesto señalando a los shorts. —¡Espera! No me fio… Patrick maldijo entre dientes y apretó los puños con fuerza. —Es una esmeralda colombiana. —Confesó finalmente. El ladrón, durante unos instantes, lidió con su propia batalla interior pero, poco después claudicó. Esa joya probablemente si la vendía al mejor postor, podría proporcionarle sustento durante un corto período de tiempo. —¡Vale… sácala! Pero, muy despacio. —Le advirtió mientras se secaba el sudor de la frente con la mano libre—. Quiero ver en todo momento tus manos… y al más mínimo error, le rebano el cuello delante de ti. Patrick sacó el pequeño paquete del bolsillo muy despacio ante la atenta mirada del atracador. —Será tuyo cuando liberes a Lena. —Le advirtió con voz firme. Patrick buscó los ojos de Lena. Cuando éstos se encontraron, le rogó con la mirada que confiara en él y que todo saldría bien. Esperó a que ella le hiciera un gesto aprobativo con los párpados y entonces, añadió: —Sepárate de ella y te lanzaré la esmeralda. Rasgó el papel y abrió la caja. —¡Mira! —sujetó la esmeralda tallada entre sus dedos y alzó la mano en alto mostrándosela—. ¿La quieres? —¡Dámela, joder! —gritó cegado por el hallazgo; prácticamente se había olvidado de su rehén. —Da unos pasos a tu derecha y esta preciosidad, será tuya. —Sonrió a medias. —Tú ganas. El joven miró a Lena a los ojos y después desvió la mirada a la joya. Poco después se desplazó unos pasos a su derecha. —Vamos… ¡atrápala! Patrick con un movimiento rápido de muñeca, lanzó con fuerza la piedra a su tórax para que al chocar contra éste, rebotara y cayera al suelo. Todo pasó en una fracción de segundo. Lena se armó de valor y sin siquiera meditarlo, le dio una patada en la entrepierna con fuerza. El joven cayó de rodillas. —¡Jodida hija de…! —aulló retorciéndose de dolor. Patrick salió disparado y se abalanzó sobre él para acabar de abatirlo. Le asestó un par de puñetazos al vientre y a la cara y, cuando éste imploró clemencia, dejó de golpearlo. —¡Lárgate de aquí y no se te ocurra volver! —lo amenazó. El joven, aturdido, con la cabeza agachada y caminando a pata coja, salió a trompicones de la choza. Patrick lo siguió hasta el exterior para cerciorarse de que cumplía a pies juntillas con lo prometido y poco después, volvió a entrar y cerró la puerta colocando el pestillo. Lena lo observó desde el otro lado de la habitación. Patrick tenía el pelo alborotado y un leve rubor en las mejillas, la respiración jadeante y varias salpicaduras de sangre en la camiseta. A Lena se le cortó la respiración y empezó a sentir como un delicioso cosquilleo nacía en su vientre y se expandía rápidamente por todo su cuerpo. Lo observó desde la distancia, tratando de reprimir la excitación que él le provocaba. Sin embargo, fue del todo inútil. Lena por fin comprendió que era mejor dejarse arrastrar por sus instintos más libidinosos que luchar contra su voluntad. Corrió hacia él y cuando lo tuvo justo enfrente, se puso de puntillas, estiró de la camiseta y atrapó su boca con descontrolada y salvaje posesión. Patrick no se amilanó y le devolvió el besó con el mismo fervor. Rápidamente y con torpeza, comenzaron a desvestirse el uno al otro. Él le alzó los brazos y le quitó el vestido por la cabeza. Ella hizo lo mismo, dejando su torso al descubierto. Ambas prendas volaron por la habitación. Patrick se acercó más, aprisionándola contra la pared. Ella ahogó un gemido y él la besó con tanta intensidad que creyó por un momento que iba a perder el conocimiento. —Siempre te he deseado, Lena. —Su voz sonaba ronca a la vez que varonil. Ella prefirió no responderle con palabras sino con hechos. Cogió su mano y la colocó cubriendo su sexo. —Pues, demuéstramelo. —Ronroneó melosa. Completamente excitado, separó la ropa y acarició su punto de placer. Poco después deslizó un par de dedos en su interior al tiempo que lamía y succionaba perezosamente uno de los pezones. Lena arqueó la espalda, jadeó y le clavó las uñas con fuerza. Cuando casi estaba al borde del orgasmo, él le rompió el tanga y cogiéndola en volandas, la penetró, de forma brusca y de una sola estocada. Ella gritó y tiró de su pelo con fuerza cuando fue sorprendida por un violento orgasmo. En seguida él la acompañó y ambos alcanzaron el clímax. Mientras la dejaba con cuidado en el suelo, Patrick la contempló. Se dio cuenta de que Lena había cambiado, ya no era la misma niña de cinco años atrás. Ahora era toda una mujer: bella, inteligente y… llena de sorpresas. Ella lo miró dubitativa y luego preguntó: —¿Qué es eso tan gracioso que te ronda por la mente? Él empezó a negar con la cabeza. —La forma en cómo te has enfrentado a la situación. Esta noche me has sorprendido, has cambiado. —Patrick no he cambiado, sigo siendo la misma. Con la única diferencia de que has dejado de odiarme. Patrick apartó la vista. La sinceridad con la que pronunció aquellas palabras lo hirieron. —Lena, jamás te he odiado. —Le cogió una mano y la miró a los ojos antes de continuar—: Únicamente lo hice para captar tu atención. — Inspiró hondo—. Porque asumí que, una chica tan especial como tú, jamás se fijaría en alguien como yo. Lena lo miró con melancolía. —Pues te equivocaste. Patrick se quedó pensativo un buen rato hasta que la miró fijamente a los ojos y se armó de valor para proponerle aquello que le rondó por la cabeza: —Aún no es tarde para recuperar el tiempo, Lena. Acercó la mano a su mejilla y la acarició con ternura. —Déjame conocerte. —Hizo una breve pausa y luego prosiguió tras regalarle una sonrisa—. Ven a Londres conmigo. Ella se quedó con la boca abierta, confundida. —¿Estás hablando en serio? —Completamente. —No funcionará. —Aseguró Lena negando con la cabeza. —Si no lo probamos, jamás lo sabremos. Patrick le sonrió esperanzado, la besó en los labios y luego añadió: —¿Qué podrías perder? —le preguntó con los ojos muy brillantes esperando con ansia su respuesta. Ella tras meditarlo varios segundos, lo miró muy seria. —Con una condición. —Dispara. —Afirmó con cautela y le apartó un mechón de la frente con cuidado. Lena lo miró casi suplicante. —Que no te enamores de mí. Los ojos de la joven reflejaron temor y él, al darse cuenta, la rodeó con sus brazos y le susurró al oído: —Me temo que ya es demasiado tarde... 6.Siempre fuiste tú Varias semanas después mientras sobrevolaban Londres, Patrick se levantó del asiento para coger el equipaje de mano y abrirlo ante la atenta mirada de Lena. —¿Qué estás buscando? —le preguntó con curiosidad. —Ahora lo verás. —Le sonrió y le dio un beso en la frente. Al cabo de un rato, halló lo que buscaba. —Recógete el pelo y después cierra los ojos, Lena. Con una sonrisa divertida, hizo lo que le pidió. —Me tienes en ascuas… Él no le respondió. Miró el colgante y poco después rodeó con éste su cuello. El frío del mineral en contacto con la cálida piel de Lena, la hizo estremecer levemente. —Ya puedes abrir los ojos. Al hacerlo, pudo comprobar de qué se trataba: una esmeralda colombiana tallada en forma de un precioso cisne batiendo las alas. Patrick la observó con nerviosismo y esperó su reacción. Lena sostuvo la figura entre sus manos y poco después, se volvió hacia él. —Es precioso… —susurró ella con la voz quebrada. Se abalanzó sobre él y lo besó con efusividad en los labios. —He esperado el momento adecuado para regalártelo. —Gracias. —Repuso ella emocionada—. Significa mucho para mí. —Siempre fuiste tú... siempre fuiste un bello cisne. Lena con los ojos llenos de lágrimas, le sonrió y poco después concluyó: —Un bello cisne que después de mucho, mucho tiempo… por fin se decidió a abrir las alas y volar. MARIPOSAS NEGRAS DE PILAR TRUJILLO https://www.facebook.com/pilar.trujilloreyes?ref=tn_tnmn Una huella del color burdeos de su barra de labios sellaba el borde del aspersor de la ducha. Las gotas de agua salpicaban y resbalaban por la mancha de su boca sin borrarla, sin dañarla. A diferencia de sus pensamientos, resbalando de su mente a su corazón, esparciendo el veneno por todo el cuerpo. Exterminándola lentamente. Darla intentaba relajarse. Deshacerse del hierro incandescente que ese hombre había dejado en su interior. Le gustaba sentir el agua a presión cosquilleando en sus labios. Esa costumbre tan insalubre de “besar” la ducha y sentir que ésta le devolvía la caricia con sus finos chorros de agua tibia y reconfortante. El vapor comenzaba a llenar la habitación y las manos se deslizaban por el cuerpo mojado, rozando con suavidad allí donde él la había tocado. Recordando su tacto, el vello se le erizó y su sexo se contrajo. Sus dedos siguieron bajando como en un abrazo tembloroso y necesitado. En su mente, la imagen de los labios de Román la torturaba. Esa mirada pilla que había utilizado contra ella apenas unas horas antes bastaba ahora para hacerle cerrar los ojos y acariciarse entre las piernas. El torso de él en su espalda, ese olor en la piel, el bulto de su pantalón rozándose mientras bailaban… sus dedos se movían solos por aquella abertura, al son de esas sensaciones tras sus párpados, cada vez más rápidos, más placenteros… y al volver a saborear en su memoria cómo Román le invadió la boca sin previo aviso, sus dedos se introdujeron en su cuerpo sintiendo el calor que su lengua le había provocado. Un solo beso más de aquel tipo acabaría con ella. Sentía mucho haber “abandonado” la fiesta de cumpleaños que con tanta ilusión habían preparado para Katerina. Había salido huyendo prácticamente. Pero no podía permitirse un segundo más cerca de él y lo sabía. Ya encontraría la forma de compensar a sus amigas. Se desplomó sobre la almohada como si no utilizase una desde hacía años, sintiendo que la cabeza le explotaría si introdujera un nuevo pensamiento. Se durmió oyendo en algún lugar de su mente la voz calmante de su difunta abuela contándole una vez más sus fábulas para ir a la cama: Zoya estrenaba sus trece años la noche que casi pierde el corazón en su carrera por el bosque. Latía tan, tan fuerte que estaba absolutamente segura de que lo vomitaría la próxima vez que abriera la boca para oxigenar sus pulmones extenuados. Pero en lugar del corazón, al despegar los labios, un puñado de bichos negros surgió de la garganta de la chiquilla, mezclado con su propia sangre. La joven Zoya no alcanzaba a entender nada de lo que sucedía: un siniestro huésped había vaciado la posada que sus padres regentaban ante su negativa a acompañarlo y ahora parecía que regurgitaba sus tripas descompuestas. El extraño había asegurado poder encontrarla en cualquier parte, le había advertido sobre la inexistencia de los secretos para él. Ningún escondrijo le serviría y, aun así, ella corrió y corrió hasta que su cuerpo se deshizo por dentro y se pudrió por fuera cubriéndose de finas líneas negras. Cerró los ojos pensando que las fuerzas y la vida la abandonaban. Pero al asomar las primeras luces del alba, los parpados le ardían y comprobó que, aunque había logrado escapar del diabólico huésped, algo había hecho con ella que ningún escondite, ciertamente, habría podido evitar. Su piel seguía teniendo aquel ramaje negro. Su corazón se había vuelto mudo y el aire ya no llegaba a ningún punto del cuerpo, simplemente entraba y salía de sus fosas nasales. El huésped propuso un trato. Sus instrucciones fueron sencillas. Sus explicaciones, breves: Cada noche Zoya debía ocultar su rostro y deslizarse en silencio hasta el lugar indicado. Allí esperaría prudente su llegada y solo cuando él ya se hubiera marchado ella debería hacer su parte. Ese era el precio a pagar por la vida. Su destino. Él le permitía continuar pero no sin recibir algo a cambio… Ahora que Darla podía pensar por sí misma, las discusiones con su madre se habían vuelto tan frecuentes como inaguantables, y si a eso le añadía el tortuoso recuerdo de Román y la frustración por la prematura pérdida de su abuela, la estancia en Ekaterimburgo se le hacía enormemente insoportable. Tenía que salir de allí. Sus sueños le habían dado la respuesta y sus amigas la excusa perfecta. Alcanzó su teléfono móvil y envió el mismo mensaje de texto a todas: Llenad la maleta con vuestros mejores biquinis. Golden Sands nos espera. Katerina, Irina, Ania, Ágata y Darla arrastraron sus maletas hasta la puerta del impresionante hotel costero. Atravesaron las puertas de cristal y metal dorado y se dirigieron al mostrador de recepción. Recogieron sus llaves y subieron a las habitaciones. Los balcones casi comunicaban las dos habitaciones contiguas que las chicas habían reservado. Las vistas al frente mostraban el mar celeste e infinito. Abajo, las diferentes piscinas multiformes con sus barras dentro, los bares a pie de playa y los chiringuitos atestados de juventud. Gritaron emocionadas ante la perspectiva de sus vacaciones, cambiándose de ropa para probar cuanto antes las aguas del Mar Negro. A los baños y al sol le siguieron los mojitos y las caipiriñas que las enredaron en la noche playera, entre chicos guapos, camareros malabaristas que les guiñaban el ojo y mucho alcohol. La música tenía a las chicas encantadas como serpientes ante flauta pungi. Se movían con ritmo, copa en mano y una sonrisa boba, reflejando la más pura delicia. Ese era el momento. Darla se escabulló habilidosa entre el gentío, tenía otros asuntos que atender y pocas explicaciones podía dar. No tardó mucho en volver con sus amigas, decepcionada y con la sensación de tener el tiempo pegado al culo, mordiéndola. Pero… ¡Cuánto buitre revoloteando en derredor! Y en el fondo ellas estaban encantadas. Dedicaban sonrisas y miradas a unos, bailaban con alguno, rehuían a otros… y entre tanto guaperas el estómago de Darla dio un brinco al vislumbrar esa mirada azul. Cerró los ojos un segundo, tragó el buche de caipiriña que había tomado y volvió a abrirlos. Buscó entre la gente la melena cobriza que acompañaba a aquellos ojos. Falsa alarma. El alcohol debía estar jugando con su deseo. —Chicas, ¿Mañana más y mejor? —preguntó Ágata sin dejar de sonreír y tambaleándose un poco mientras cogía el bolso y se encendía un cigarrillo. Salieron del local, cruzaron la avenida y se dirigieron al hotel. Al llegar a la puerta Darla buscó las llaves de su habitación. —¡Mierda! —se rió de sí misma—. Me he dejado el bolso en el bar. Espero que no lo haya cogido nadie. Voy corriendo a buscarlo. Id subiendo. Darla se apresuró a llegar al bar, localizó el bolso en el banquito donde lo había dejado, se hizo con él, echó un último vistazo entre la gente y volvió al hotel, dejó a la derecha el mostrador y subió en el ascensor. Buscaba la llave mientras caminaba por el pasillo con la cabeza gacha, pero unos metros más adelante algo llamó su atención. Avanzó unos pasos más, como hechizada. Román se acercó con una media sonrisa tremendamente turbadora, la camisa blanca abierta y desabrochada, descubriendo su divino torso. Unas suaves cosquillas en el estómago de Darla le impidieron moverse del sitio. Su cara era una mezcla de temor, sorpresa y deseo que hizo borrar la sonrisa de él. La mirada de Román se tornó amenazadora. Los ojos se le llenaron de placenteras advertencias. Se humedeció los labios, algo más fino el superior, irresistible el inferior. La agarró por la nuca y la cintura. Se cernió sobre ella y le invadió la boca con su lengua, fuerte, sin dejar lugar al aire entre sus cuerpos. Apretando el torso contra sus pechos. Le acarició el cuello y alborotó su melena oscura con ansias. Giraron sin separarse y él abrió la puerta de la habitación por la que acababa de salir. No encendió la luz. La guió entre dulces y feroces besos hasta la primera superficie con la que chocaron. Darla se sentó sobre la mesa con la que habían topado, junto al balcón abierto. Las cortinas se movían dejando entrar la luz del cielo despejado, lleno de estrellas. Román se separó unos segundos sin dejar de mirar sus labios. Se quitó la camisa con prisa. Su abdomen se iluminó un momento y Darla quiso tocarlo ya. —Sé que me has echado de menos —la miró con profundo deseo. La besó una vez más, le subió el vestido y se lo sacó por la cabeza—. Vamos, ven aquí, amor. Él se sentó en el borde de la cama. Ella se quedó de pie, frente a él que observaba con fascinación cada centímetro de su precioso cuerpo. Darla se agachó sintiendo entrar la brisa del amanecer por el balcón acariciando su espalda y le quitó el pantalón. Su erección se liberó dura y dispuesta para ella. La saboreó lenta y maliciosa mirando con enormes ojos castaños cómo él se derretía ante la humedad de su boca en su falo. Román la instó a alzarse buscando sus labios y la atrapó en un profundo beso tierno como la piel de ella, que no podía dejar de apretar. La sentó a horcajadas sobre él friccionando sus sexos entre vaivenes que iban subiendo de intensidad al mismo ritmo de sus lenguas. Le acarició las nalgas con ambas manos, la elevó un poco, ella colocó su miembro igual de deseosa que él y Román volvió a bajarla despacio, sintiendo cómo se introducía en el cuerpo de aquella mujer, notando como ella lo apresaba entre sus piernas, apoderándose de él con cada movimiento de cadera. Sus pechos blandos y calientes le acariciaban el torso. Bajó la cabeza y se los humedeció con la lengua. Besó su cuerpo y disfrutó la expresión de su rostro lleno de gusto, mordiéndose el labio al contraluz del amanecer. Pasó los brazos por su espalda cubriéndola casi por completo, posó los dedos en sus hombros y la estrechó con él sin dejar de moverse, ambos a un compás cada vez más exigente, mirándose a los ojos, jadeantes, extasiados. Darla sujetó la cabeza de Román y la pegó a su cuello, uniéndose más aún si cabía, apretándose con fuerza, sintiendo a sus cuerpos rugir de gozo en medio de irreprimibles gemidos y suspiros roncos de él contra su garganta. Los dos cayeron extenuados sobre la cama. Aliviados. El sonido de las olas rompiendo sobre la arena la despertó y comprobó horrorizada que él estaba allí. Sus mariposas volvieron a pronunciarse y Darla cogió sus cosas y cruzó el pasillo a toda velocidad. —Vaya cenicienta, llegas tarde. ¿Quién se llevó tu bolso? ¿Brad Pitt? ¿El Correcaminos? Ágata estaba enfadada, normal, había desaparecido sin decir nada. Pero seguro que la curiosidad le podía. ¡Dios! ¿Qué hacía él allí? ¿Qué iba a hacer ahora ella? —Es que… cuando volvía de recoger el bolso… ¿Sabes quién está prácticamente en frente de nuestra habitación? —Pues para que te haya enredado de esta manera sí que debe ser Brad Pitt, sí—ironizó sarcástica y molesta Ágata mientras preparaba su bolso para bajar a la playa. —¿Pensabais iros sin mí? ¡Qué preocupación! ¡Qué sin vivir! —Darla aprovechó un descuido y se metió en la ducha con el bolso de su amiga. Así no tendrían más remedio que esperarla. Bajaron a desayunar todas juntas, deseando saber detalles que no hicieron falta al pasar por recepción. Román estaba allí, dirigiendo al que parecía un recepcionista nuevo. Las chicas se quedaron boquiabiertas. No sabían a quién mirar primero, a quién reprochar. —Buenos días señoritas. Soy el nuevo director, temporal, del hotel. Espero que su estancia aquí sea lo más agradable posible —anunció el chico con galantería. Salió de detrás del mostrador para saludarlas a todas—. He tenido que venir a sustituir a mi padre unos días. No podíamos dejar el hotel en manos de un principiante en pleno verano. ¡Qué casualidad que os hayáis alojado aquí! ¿Verdad? —Sí, y qué casualidad también que tu habitación sea la de enfrente ¿Eh? —apuntó Ágata divertida, con pillería. Román le dedicó una de sus preciosas sonrisas y se acercó a Darla. —No me has dejado darte los buenos días esta mañana —susurró casi en su oído. —Nos vamos a desayunar. Llegamos tarde —soltó en voz algo más alta de lo normal Darla, nerviosa, empujando a sus amigas. Todas la miraban con cara de explicaciones, pero ella no estaba para tonterías. Con la luz del día las preocupaciones habían vuelto. Tenía cosas que hacer y Román la estaba distrayendo. La noche pasaba factura y se habían dormido tumbadas al sol. Así que Darla aprovechó, aunque sabía que no tendría mucho tiempo, pronto apetecería un baño. —¿De dónde vienes, golfa? Ya estaban. Ahora iba a ser blanco fácil de bromas durante todas las vacaciones. —Del lavabo. Sola. Mal pensadas. Envidiosas —rió Darla y sacó del bolso un cartel que había encontrado pegado por ahí—. Mirad, esta noche hay… ¡Fiesta en la playa! Román la observaba contonearse en la distancia con esa mirada de devorador y esa media mueca en la boca tan suyas, como relamiéndose ante el banquete que Darla suponía para su paladar. Y ella se daba perfecta cuenta, por eso no rechazó ni uno de los bailes que los chicos le proponían, desafiándolo. —Eso no son miradas, son secretos gritados en público —se burló Darla de él en la barra, mientras pedían unas bebidas. Él iba a replicarle justo cuando ella cogió su copa y se giró con gracia hacia la hoguera. Se tragó su cara de tonto. Qué facilidad tenía esa chica para pasar de él. Rió perverso y buscó la zona de baile. Ahora le tocaba a él. Darla observaba con rabia cómo Román le seguía el juego a una rubia con pinta de facilona. Ni siquiera miraba si ella estaba pendiente a él o no. Eso la enfurecía más aún. Solo podía taladrar con los ojos a la tipa esa meneándose delante de su polla. No apartaba su mirada furiosa de los dos. Entonces Román miró hacia allí, la vio vigilando con aquella expresión airada y abrió la boca en gesto de dramática sorpresa mal fingida, burlándose de ella claramente. ¡Qué ganas de arrearle en todos los dientes! Se bebió la copa de un trago y fue a por otra. Estuvo un buen rato en la barra, mirando bailar a sus amigas, evitando sacarle los pelos a la rubia oxigenada esa. Hasta que las malditas mariposas de su estómago la devolvieron a su cruda realidad: no podía sentir aquello por él. Ni por nadie. Cogió la copa que tenía a la mitad y se alejó del bar. Se fue hacia el agua dando pataditas a la arena, esparciéndola a su paso, pensando en su desgracia y dejando a Román allí, con la otra. Se sentó a la orilla oscura y el frío del agua la sobresaltó. Recogió los pies y se abrazó las piernas dando los últimos sorbos al ron… “Si algún día llegaba a conocer el amor, este le costaría la vida”… A lo lejos podía oírse aún el alboroto de la fiesta. Darla miraba embelesada el reflejo del cielo en el agua negra y, de la nada, unos brazos silenciosos y fuertes rodearon su cintura. El torso desnudo de Román cubrió su espalda helada por la brisa de la madrugada. Lo sintió arrodillarse en la arena tras ella y besar su nuca repetidas veces. Lo dejó hacer. Torció la cabeza dándole libertad. Él subió una de las manos hasta su cara y la acarició, con la otra aprisionó sus pechos y los manoseó. Le giró la cara y le hizo besarlo. Se acercó más a ella, abriendo las piernas y acogiéndola entre su cuerpo. Siguió besándole los hombros, la espalda. Bajaba las manos de los pechos al vientre, acariciaba sus muslos y volvía, introduciéndolas en las braguitas. Jugaba con ella. —Soy rencorosa. Pero mi memoria no debe seguirme en eso — susurró Darla entre incontenibles suspiros. —Shh —chistó él dulcemente sin parar de besar su columna vertebral. Guiándole la mano hasta el bulto de su bañador. Subió las manos por la cintura y espalda y le desabrochó el lazo del biquini. A ella estaba resultándole tan atrayente, tan irresistible…—. Vamos, estás deseándolo. No me digas que no. —Román, no puedo… —Darla intentaba hablar, pensar. Ese hombre era superior a sus fuerzas—. Esto no puede ser. No lo entiendes… No me hagas esto. Era su forma de mirar, quería que solo tuviera ojos para ella. Esa manera de besarla, sus labios en su cuerpo nada más. La ternura con la que la tocaban sus grandes manos… se giró y lo tumbó en la arena echándose sobre él, que disimuló muy bien lo inesperado poniendo su mejor cara de soberbia, pagado de sí mismo. Cogió el rostro de la chica y la mantuvo separada unos instantes para poder admirar lo bonita que era, para recrearse con sus labios voluptuosos y aquellos ojos pardos. Volvió a besarla sin avisar. ¡Cómo le gustaba a Darla que hiciera eso! Despertaba todos sus sentidos. Y un hormigueo la recorría desde los pies hasta la punta del cabello. Sus mariposas se esparcían. Sintieron el agua tocarles la piel y como la arena se humedecía y desvanecía bajo sus cuerpos. Román la abrazó, ambos se dieron la vuelta y él se puso sobre ella abarcando todo con sus anchos hombros, su pectoral, su barbilla. Los ojos llenos de fuego, ardiendo, como sus sexos, mirando con la misma intensidad con la que la tocaba. Le abrió las piernas con delicadeza e hizo a un lado las bragas del bikini azul que llevaba. Besó sus labios de nuevo y con una larga caricia llegó hasta el vientre. Lamió la abertura de su cuerpo mientras le acariciaba los muslos, meloso, suave. Volviéndola loca. Darla notaba el pelo mojado, moviéndose a merced del romper de las olas. Su cuerpo comenzó a temblar de gusto y Román quiso beber de su placer. Con ambas manos acariciaba su entrepierna, con la lengua humedecía su hendidura y ella apretaba la arena mojada en los puños. Entonces, sin previo aviso, como ya acostumbraba, él se deshizo de su pantalón y se introdujo en ella con fuerza, con movimientos rápidos que la estaban colmando de sensaciones desquiciantes. Las caricias del agua, el bamboleo de las olas, el tacto de la arena fina y mojada, la oscuridad de la noche en la playa, las brillantes estrellas que poblaban el cielo esa noche y que Darla podía ver cada vez que abría los ojos. Todo eso los estaba llevando a un estado de embeleso que hacía olvidar absolutamente todo lo demás. Solo estaban él y ella, haciéndose el amor. Román, dentro de su éxtasis, aún podía observar como la llenaba de amor, como los ojos se le cerraban para deleitarse con sus estocadas y la boca se contorsionaba, presa del gusto. Ella elevaba la barbilla, rindiéndose al orgasmo y el contraía los músculos reteniendo aquel momento en su interior. Tenso y gozoso de verla disfrutar así. De disfrutar ambos, el uno del otro de aquella manera. Otra vez. Sus tripas se llenaron de aleteos al abrir los ojos y ver a Román a su lado. Esto no podía seguir así. Lo sabía de sobra. Cogió sus cosas y salió corriendo de allí, volviéndolo a dejar dormido, solo, antes de que la marea lo despertase y quisiera retenerla. No tenía tiempo. Ya no. Regresó al hotel a la hora de comer. Ni quería, ni podía aclarar nada a nadie. Estaba abatida y necesitaba a sus amigas. Pero no podía dejar de pensar en Román y esas malditas mariposas que no desaparecían de su cuerpo. —Mejor ni preguntar dónde te has metido ¿Verdad? Sus amigas, algo molestas, ya estaban listas para la infinity pool y sus interminables fiestas en la piscina llena de chicas con sugerentes trajes de baño, chicos guapos, música veraniega y muchas ganas de brillar al sol. —Me cambio en un segundo —intentó sonreír y se dirigió veloz a su habitación. ¿Otra fiesta era lo que necesitaba para deshacerse de aquel malestar? No escapaba porque no le gustara. Ni siquiera por miedo a encapricharse o volverse adicta a aquellos encuentros. Había forcejeado contra su propia voluntad porque sabía sin duda alguna que se enamoraría de él. Y no podía permitírselo. —La próxima vez no voy a dejarte dormir en toda la noche — ronroneó Román tras ella, muy cerca de su mejilla. Darla se había subido al ascensor tan absorta en sus cosas que no había reparado en la compañía—. No volverás a escapar de mí. —No habrá próxima vez —sentenció Darla temblando por la cercanía—. No podemos continuar así. Ya no tengo el mismo interés en ti. —No seas mentirosa —Román le acarició el pelo y se lo colocó tras el hombro, se acercó y le besó el cuello. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de la chica, que se envaró, tensa, alerta, a la defensiva. Y él lo notó. —Déjame a mí decidir lo que soy —se apartó con brusquedad y bajó del ascensor. —No será tan grande la diferencia de la noche al día cuando hay gente a la que le sobra tiempo para cambiar mientras pasamos de una a otro. Darla miró atrás un breve instante, lo suficiente para verlo pronunciar aquellas palabras cabizbajo y decepcionado, antes de que las puertas volvieran a cerrarse. Su corazón se encogió y sintió el pinchazo por todo el cuerpo. Ahora, sin más remedio, cientos de aleteos la devoraban por dentro cada vez que ese hombre la tocaba. Tenía que olvidarse de él. Ya. Las amigas de Darla parloteaban sin parar. Ella no estaba prestando mucha atención a sus burradas y chismorreos. Su mente pasaba de un pensamiento a otro a toda velocidad sin coherencia ni conexión. —¿Mañana os apetece ir a ver la exposición del hotel? Es temporal, podríamos aprovechar —propuso Katerina—. Un poco de relax y cultura no nos vendrían mal. Darla asintió. Moviéndose automáticamente. Observando aburrida al personal. —Tienes una cara tan bonita que es una pena estropearla con este fastidio —un monumental moreno la observaba, esperando su sonrisa—. Vamos, te invito a una copa. Habrás venido a divertirte ¿No? De pronto un pensamiento tan fugaz como estúpido había cruzado su mente. Se levantó y sin decir palabra se fue a bailar con él. Sería perfecto para sacarse a Román de la cabeza. Bailaron, bebieron y rieron toda la tarde. Darla se sintió feliz, no sabía si era a causa del alcohol o del ambiente o… no le importaba. Bailaba y bailaba. Se acercaba peligrosamente Iván, el moreno de catálogo. Sus bocas se habían rozado en más de una ocasión ya y se podía respirar la tensión sexual en el ambiente. Caricias por el ombligo, sonrisas fugaces, miradas achispadas. Manos entrelazadas, roces de ambos sexos entre contoneos. El torso duro del chico en el pecho semidesnudo de ella. Piel con piel… labios con labios y el inevitable y apasionado beso. Román ya había visto suficiente. Dejó su copa sobre la baranda desde la que observaba, en el piso de arriba de la piscina y se marchó furioso. No quería irse directamente al hotel y descargar toda aquella rabia y celos con quién no lo merecía. Bajó a la playa y se sentó un buen rato a observar el movimiento del agua yendo y volviendo entre furiosas olas que rompían en la más apacible calma. Pero el tacto de aquella arena en sus pies le recordó la noche anterior con Darla plena de placer entre sus brazos y volvían todas aquellas preguntas sin respuesta. Estaba volviéndolo loco. Había oscurecido. Decidió volver al hotel y descansar. Salió de la playa con los zapatos aún en la mano. Cruzó la avenida y entró al pequeño jardín principal del hotel. Un bulto en el suelo delante de la puerta principal llamó su atención. Se aproximó cauteloso. No se distinguía muy bien pero era grande, más o menos del tamaño de… —¡Darla! ¡Darla! —Román gritó y zarandeó su cuerpo inerte tirado en el suelo—. ¡Abre los ojos! ¡Vamos! ¡Mírame! Comprobó su pulso, aliviado de oírla respirar. Llevaba el mismo biquini rosa de aquella tarde. Intentó incorporarla y descubrió horrorizado algo parecido a unos bichos podridos, muertos en un charco de vómito negro. Se quitó su camiseta y la cubrió, estaba helada. —¡Darla! —la zarandeó una vez más y ella entreabrió los ojos—. Oye, chica guapa, tranquila, soy yo. ¿Qué ha pasado? Pero al abrir la boca volvió a vomitar aquella masa negra y asquerosa. Román estaba de veras asustado. No entendía nada. Pero, si la llevaba a un hospital. ¿Cómo explicaría aquello? Y, ¿querría explicarlo ella? La había visto escapar de todos con tanta frecuencia… La cogió en brazos, entraron por la puerta de servicio y la subió a su habitación sin dejar de comprobar en todo momento que seguía respirando. Preparó un baño para hacerla entrar en calor. La desnudó con cuidado y la llevó hasta el agua. —¿Me he muerto ya? —Darla abrió los ojos y una nueva arcada subió desde su estómago al ver la tierna mirada azul de Román frente a ella. —Pero… ¿Qué dices, niñata? —La cogió por los hombros, apretó la carne con rabia y la soltó impotente ante una nueva regurgitación— ¿Qué te está pasando? —No lo sé. Estaba con un chico, bailando. Salimos a tomar el aire… — se paró a pensar lo que iba a decirle. Claro que sabía lo que había pasado. Se habían besado. Después habían ido a más. Y entonces, ella comenzó a temblar. Román no salía de su cabeza y su estómago se revolucionó. Comenzó a vomitar sus propias entrañas. Todo el amor. Las mariposas, el aleteo que solo él provocaba en su vientre—. Y perdí el conocimiento. Oí tu voz. Y cuando abrí los ojos, los tuyos estaban ahí, enajenados. —¡Ese maldito desgraciado! ¡El muy hombre te ha dejado ahí tirada! —Román daba miedo. Estaba colérico. Darla temía vomitar de nuevo si abría la boca. Le ardía la garganta y sentía las finas alas de las mariposas arañándola por dentro. Gimió y Román la miró dejando a un lado su ira. Estaba pálida. Tenía el cabello oscuro y mojado pegado a la cara. Los labios habían perdido el color y las comisuras guardaban restos de negrura en una mueca de congoja. Temblaba. La abrazó. Chasqueó la lengua y la apretó contra su pecho desnudo y caliente, acariciándole el pelo y dando gracias por haber sido él quien la encontrara. No quiso comer nada, pero se la veía algo mejor. Román le dejó algo de ropa y la obligó a meterse en la cama. Esta vez no la dejaría marchar. —¿Qué es lo que has tomado? ¿Qué es lo que vomitabas? —Román estaba sentado en la cama. Tenía la cabeza de Darla apoyada en sus piernas. Miraba a la nada, pensativo, acariciándole el pelo. —Ojalá fuese tan sencillo —Suspiró pesadamente y le cogió la mano, quería sentirlo con ella—. Pero nunca se puede ser todo lo sincero que uno quiere, ¿sabes? Cuando yo era pequeña mi abuela viajaba con frecuencia y cada vez que volvía traía una fábula nueva y maravillosa que me contaba antes de ir a dormir. Con el tiempo, se fueron convirtiendo en algo más que simples cuentos y es por eso por lo que he venido aquí. Estoy buscando lo mismo por lo que mi abuela viajaba y, antes que ella, mi bisabuela, mi tatarabuela… El único objeto capaz de acabar con la Maldición de la Mariposa Negra. Román la miró perplejo y ella se incorporó hasta sentarse en la cama, junto a él. Le sonrió y prosiguió: —Mi abuela me contaba historias sobre la Mariposa Negra. Una mariposa oscura que se posaba en las ventanas de las casas, advirtiendo con su presencia un mal augurio. Allí se quedaba esperando entre el silencio la llegada de la muerte al hogar escogido y entonces alzaba de nuevo el vuelo para mostrar el camino a las almas recién llegadas. Un embriagador ser que embaucaba las almas de los difuntos guiándolas hasta el otro lado donde serían juzgadas — contó risueña. Hizo una pausa, miró a Román que la escuchaba con atención y continuó en un tono más despreocupado—. Todo el mundo ha oído alguna vez la historia de un ser parecido, alguien o algo que ayuda a las almas desorientadas que acaban de dejar la vida sin saber qué viene después. Otra de ellas narraba como todo un pueblo temió durante interminables años la presencia de una oscura mujer que seducía a los hombres para sorberles sus almas. Conocida como la Vida Negra. Quizás por el acento de los habitantes al pronunciar “viuda” o quizás un seudónimo para ocultar su identidad. —“¡Que viene la Vida Negra a llevarse tu alma!” —bromeó Román besándola. Y una nueva arcada sobrevino a Darla que ensombreció el gesto y agravó el tono: —Los habitantes rezaban desesperados a su Dios para que perdonara sus ofensas y les devolviera la paz. Las plegarias no fueron en vano y aquella mujer fue castigada con una maldición por todo el daño que había causado durante tanto tiempo. La maldición condenaba a Vida Negra, como en toda fábula, a sufrir un eterno desamor. Profetizaba que si algún día llegaba a conocer el amor, este le costaría la vida — Darla se separó un poco de él, agachó la cabeza y miró hacia otro lado. Entonces lo vio. Era el folleto que anunciaba la exposición de la que habló Katerina. “El oro de Varna” en exclusiva en una exposición temporal que, seguro, atraería a curiosos al hotel. En la publicidad había varias fotos de los objetos que se mostrarían. Y ella la reconoció al instante. —Entonces tú crees, dando por entendido que todas las leyendas hablaban de ella, en cierto modo, que la maldición de la Mariposa Negra ha existido —Román hablaba relajado y sonriendo, intentando quitarle importancia al asunto y distraer a la chica hasta sus brazos otra vez. A Darla, este detalle no le pasó por alto. Así que rectificó mentalmente. —Yo lo único que sé, no creo, sé, es que esta reliquia existe, acabe o no con maldiciones. Y quiero encontrarla —espetó con cierto recelo y se giró dispuesta a marcharse y dejarlo allí plantado—. Mi abuela lo intentó. Pero no pudo gozar del tiempo suficiente para lograrlo. Así que yo no voy a seguir perdiendo el mío contigo. Se apoyó en la mesita de noche y cogió unas llaves con disimulo. Echó a andar sin mirar atrás, y cerró la puerta al salir, pensando que ya había hablado lo suficiente. No merecía saber más al fin y al cabo. Aún tenía muy mal aspecto cuando llegó a su habitación, así que pudo excusarse perfectamente para no salir aquella noche con las chicas. Quería estar sola y pensarlo todo bien, no tenía mucho más tiempo. “El oro de Varna”… ¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Ese tesoro era el más antiguo vestigio de oro del mundo! Si la máscara que buscaba estaba en Varna, no podía ser de otro modo, la antigüedad corroboraba las historias. Bendito destino que por fin le sonreía. Esperó a que las chicas se fuesen, insistiendo en descansar su estómago de tanto alcohol, que estaría bien allí. Bajó al bar del hotel minutos después, se pidió un par de copas para calmar su desgarro interior y cuando todo estuvo más en calma aprovechó para curiosear. Encontró la sala donde se preparaba la exposición con más facilidad de la que pensó. Sacó las llaves que le había robado a Román y probó. Alguna tenía que ser. La puerta pronto hizo “click” y se abrió. ¡Perfecto! Ahora solo tenía que buscar meticulosamente entre las vitrinas y las cajas que aún estaban sin desembalar. No hizo falta. Justo en el centro de la sala, en una vitrina alta, delgada y negra, reposaba sobre terciopelo rojo una máscara dorada de rostro masculino y alguna magulladura. Se acercó despacio con cuidado de no pisar ni romper nada. —Si lo que querías era una visita guiada en privado podías habérmelo pedido. No era necesario robarme —Román la observaba apoyado en la puerta con los brazos cruzados. Darla dio un respingo al oír su voz y casi se le cae la máscara al suelo. —No lo entiendes. Nunca lo entenderías. Yo… —realmente no sabía qué decirle—. Lo siento. La necesito. —Así que era eso —Se acercaba a ella con paso tranquilo, con una expresión mezcla del desconcierto y la decepción, que la penumbra de la sala ocultaba. Darla se alejaba hasta el fondo de la sala. Pero él siguió avanzando hasta que pudo cogerla por los brazos. Ella no tenía tiempo para esto ahora. Se acabó. —Román. Tienes que escucharme. Yo… estoy… estoy… ¡Estas malditas mariposas me están matando! —le gritó a dos palmos de su cara y se zafó del agarre. Lo miró desafiante. La iba a escuchar sí o sí—. El tiempo ha ido eliminando detalles de la maldición hasta que el boca a boca ha separado la verdadera historia en diferentes mitos. Mi abuela contaba cada una de sus fábulas con astucia y me enseñó a seguir las pistas. —¿De verdad pretendes que crea que todo esto es por unos cuentos de vieja? —Román quiso escupirle en esa cara de niña inofensiva un par de palabrotas y otro par de verdades. Darla observó la reliquia y se maravilló admirando cada detalle. —Mi tatarabuela era Zoya Volkova. “Vida” en ruso, como ya sabrás. Zoya la maldita. La Mariposa Negra. Darla levantó la vista del objeto un breve instante y miró a Román. “Vida Negra” mascullaba entre dientes. Su cara era un verdadero poema. Uno del romanticismo sin duda, con esa inevitable tragedia final en la noche oscura inyectada en el rictus. Volvió a su pequeño tesoro y sin dejar de mirarlo continuó hablando: —Y la maldición de la Mariposa Negra no murió con ella… —alzó la máscara entre sus rostros—. La tristeza es sentir. El dolor significa vivir. Pero la felicidad es no existir, es perderse en un limbo eterno, sumergirse en un sueño que no acabará. Y yo quiero vivir. Acercó la reliquia a su cara. Dejó que Román mirase sus ojos una vez más, llenos de lágrimas implorando un perdón que sabía que no merecía. Y se la puso. Cayó al suelo al instante, sin pulso esta vez, resbalando entre los brazos de un Román absolutamente anonadado que hincó las rodillas en el suelo, a su lado y miraba su cuerpo rápidamente de arriba abajo sin comprender del todo lo ocurrido. Darla se movió. Abrió los ojos. Negros completamente. Y dio una exagerada bocanada de aire como si quisiera recuperar el aire que debería haber respirado en el tiempo que había estado muerta. Román dio un salto hacia atrás y ella se incorporó con gracia, casi levitando, con la ligereza del humo de un cigarro. Lo miró curiosa, entre la diversión y la fascinación y se acercó. Le acarició la cara y lo rodeó. —Zoya fue aquella niña que no pudo escapar de su destino, que cada noche abría sigilosa su capa oscura, como alas de mariposa que la envolvían en la negrura de la noche para guiar las almas de los difuntos. Aquella que se llevaba más almas de las que debiera y que por ello fue condenada a sufrir su propio veneno —continuaba paseando en círculo, alrededor de Román, observándolo con esa mirada negra, poniéndolo nervioso—. Se había aprovechado de su don como Mariposa Negra para embaucar a los hombres y ahora, se cambiarían las tornas: cuando ella fuese la embaucada, al enamorarse, sentiría miles de mariposas aleteando en su interior, miles de mariposas que acabarían con su alma y su cuerpo. Pero ella era lista, y fuerte. Cuando el amor le llegó se internó en la búsqueda de su salvación: un objeto capaz de contener el don de la Mariposa Negra. El único que podía acabar con la maldición que suponía la extirpación del don. Se detuvo en seco frente a él y lo besó en los labios. —Me enamoré, sí. Y ahora este es el precio a pagar por vivir: el don de la guía de almas. Le sostuvo la cabeza con ambas manos y volvió a besarlo, esta vez de forma más intensa. —Te quiero. Tras las palabras, de los labios de Román, escapó una pequeña mariposa azabache que se posó en el pecho de Darla, junto a su corazón. Ella observó cómo se deshacía a cada aleteo en pequeñísimos granos de polvo negro que se grababan en su piel. Soltó la máscara en la vitrina de dónde la había cogido y salió de la sala con cuidado de no pisar el cuerpo sin vida de Román. —¿Tatuaje nuevo Darla? ¡Qué hortera! Una mariposa en todo el escote… Darla rió ante el comentario de Ágata y siguió con la mirada al guapo camarero que acababa de dejarles la bebida en las tumbonas de la piscina. LADRÓN DE CARICIAS DE CHLOE SANTANA http://entierradeletras.blogspot.com.es/ Tenía un verdadero problema si no era capaz de disfrutar de mis vacaciones. Vacaciones obligatorias, por cierto. Y supongo que ahí radicaba el verdadero problema. Tomarse vacaciones está bien, pero cuando te obligan a ello, la adicta al trabajo que hay en mí se recoge la coleta y se golpea en el pecho muy disgustada. En realidad, el verdadero problema tenía nombre propio, medía metro ochenta y cinco y vestía jeans que le quedaban de muerte. Era pura tableta de chocolate, bíceps duros y glúteos redondos. Un verdadero problema, si tenía en cuenta que yo era la encargada de encarcelarlo de por vida. Porque yo no tenía un trabajo corriente. Ese era mi segundo problema. Me podría haber dedicado a la agricultura de nabos o a la noble tarea de rellenar de crema los pasteles que tía Molly preparaba en su exitosa pastelería, pero yo había elegido la vida de la justicia. Todo comenzó el día de mi decimonoveno cumpleaños. Yo era una chica corriente y moliente. Con mechas rosas en el pelo y mi carpeta de apuntes forrada con el último ídolo juvenil. Estaba estudiando el segundo año de ortodontista en la universidad de Malibú, y supongo que mi primera práctica no fue todo lo que yo esperaba. La halitosis es complicada, créeme. Entonces apareció el Señor Thompson, un tipo vestido con un traje caro y gafas oscuras. No tengo ni idea de qué vio en mí, pero el caso es que me reclutó para trabajar en el FBI. Y a eso había dedicado los últimos diez años. A trabajar encarcelando a los criminales más buscados. Desdentados, apestosos, grotescos... Cuando mi carrera iba viento en popa y estaba a punto de ganarme mi primer ascenso, apareció Brian. Con su cabello oscuro y despeinado y sus ojos vivaces. Brian, el ladrón de arte más buscado. Un acaudalado caballero inglés que dedicaba su tiempo libre a robar las joyas de arte más valoradas de la historia. Sabía que la persona que se escondía bajo la máscara de La Sombra no era otra que Brian. Todas las pistas conducían a él. Todas. Y entonces, no tuve otra cosa mejor que hacer que inculparlo y tomarle la declaración. Pero sucedió que Brian era más listo de lo que yo pensaba, yo más ingenua de lo que creía, y mi jefe me quería menos de lo que yo imaginaba. Resumiendo: la cagué. Las cosas no salieron como yo pensaba, hubo un escándalo, los medios de comunicación se hicieron eco del gran error (que no lo era, pero yo no podía demostrar lo contrario), y fui señalada por la oficina como la culpable del reciente ridículo del FBI. Conclusión: vacaciones obligatorias. Simplemente mi jefe estaba tratando de decidir qué era lo que iba a hacer conmigo. Probablemente me enviara a la otra punta del mundo, a investigar un caso de escasa importancia que me tuviera alejada del candelero durante el tiempo suficiente para que se olvidaran de mí. Es decir, de mi gran cagada. Había elegido la isla de Mýkonos, perteneciente a las islas Cicladas. Las islas griegas siempre me habían parecido el paisaje perfecto para perderse, o esconder la cabeza y la vergüenza, como yo estaba haciendo en aquel momento. Edificios de roca blanca, ventanas de madera y un mar turquesa de fondo visible. El camarero, un atractivo mulato de intensos ojos verdes, se acercó con mi bebida, un cóctel con alcohol del color de la frambuesa. Le di un sorbo y disfruté de las espectaculares vistas. El mar Egeo bañaba la arena dorada sobre la que descansaban mis pies desnudos. Sí, podía acostumbrarme a esto. Sólo debía dejar de pensar en Brian. En su increíble atractivo y en el hecho de que su simple existencia me había amargado la apacible y ordenada vida que yo llevaba. Me eché hacia atrás y cerré los ojos. Al principio, sólo percibí el olor. Un olor almizclado, intenso, difícil de eludir. Está bien, en mitad de la playa, el olor a sal debería haber silenciado a mis espabiladas fosas nasales, pero yo estaba emocionada con el hecho de volver a verlo. Abrí los ojos y me incorporé sobre mis codos. El corazón palpitaba muy rápido sobre mi pecho y el sudor comenzó a correrme por los laterales de mis sienes. Cuando me encontré con sus ojos castaños y aquella sonrisa ladeada, sentí que el mundo entero se me venía encima. A continuación, una creciente furia me invadió las entrañas. —¡Me cago en la puta! —exclamé, lo cual era muy raro en mí. Yo era la clase de persona que siempre mantenía el control sobre mí misma. Pero Brian conseguía que yo lo perdiera en una milésima de segundo. —Hola Rachel —me saludó. Tan jovial, tan tranquilo, que sentí ganas de estamparle una bofetada. Y luego darle un beso. —¿Qué...tú...? —comencé a hiperventilar y me puse de pie. En dos zancadas, llegué hasta donde se encontraba y lo encaré. Traté de tranquilizarme y respiré hondo, pero todo lo que conseguí fue balbucear— ¿Tú...qué...por qué aquí...? —Yo...estar...vacaciones... —respondió, imitándome burlonamente. Deseé estar a solas y no rodeada de turistas, para golpearlo como me habían enseñado en la academia. Así no se reiría tanto. Pero estaba segura que ir golpeando a millonarios por la playa costaba una sanción estratosférica que yo no podía pagar. —¿Me has seguido hasta aquí? —le pregunté sin rodeos. Brian se carcajeó. —¿Yo a ti? Más quisieras. Te recuerdo que intentaste meterme en chirona. —Porque eres un criminal. —Estoy deseando que lo demuestres. Ah...no, que eso es imposible —me desafió—. He venido pasar mis vacaciones. No eres el centro del universo, Rachel, pero sí de todas formas quieres ver las estrellas, yo te las puedo enseñar con un par de movimientos. Le miré la pelvis sin querer. Luego sacudí la cabeza y enarqué una ceja, anonada. Allí estaba Brian, de nuevo. El tipo seguro de sí mismo que se creía capaz de derretir a todas las mujeres. —Ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de la tierra. Me resultas repugnante —le mentí. Brian dio un paso hacia mí e intentó tocarme, pero yo le apreté la muñeca. Él se encogió de hombros y se apartó de mí. —Rachel, Rachel... Ambos sabemos que has estado pensando en mí demasiado tiempo. Venga nena, puedo dejarte un buen recuerdo para tus vacaciones. Mejor que una fotografía. —Yo también te puedo dejar un buen recuerdo. Uno que no olvidarías nunca. Mi rodilla en una parte de tu anatomía que tienes en gran estima. No te atrevas a desafiarme, porque te dolerá —lo amenacé. Si mi amenaza tuvo efecto alguno en su entereza, él no lo dejó entrever, porque volvió a ladear una sonrisa y me acarició la mejilla con su pulgar, estremeciéndome de la cabeza a los pies. El corazón se me aceleró con aquel toque. —Acepto el reto —decidió con voz ronca, mirándome los labios. Asustada, di un paso hacia atrás y estuve a punto de tropezarme, pero Brian me sujetó por la cintura, me pegó a su pecho y me besó sin permiso. Sus labios aprisionaron los míos y sus manos apretaron mi cintura de manera posesiva. El beso me sobresaltó y fui incapaz de reaccionar. Luego traté de resistirme, pero Brian siguió insistiendo y me mordió el labio inferior, enloqueciéndome. Nos besamos salvajemente y mis manos le acariciaron los bíceps. Podía sentir mi cuerpo exigiendo placer bajo el suyo y sus manos resbalando por mi piel, acariciando mi cuerpo con descaro. Mi cintura, mi cadera... Agarró mis glúteos y me presionó contra su erección. Abrí los ojos, excitada y asustada, y le di un empujón, recobrando mi sentido común. Mientras yo me llevaba las manos a la cabeza y trataba de tranquilizarme, Brian me observa con ese gesto tan pagado de sí mismo que yo odiaba. Porque lo odiaba, ¿No? —Estoy esperando ese rodillazo... —se burló. Apreté el puño, deseando golpearlo. Pero entonces, hice lo único sensato que podía hacer. Lo observé con un profundo desprecio, apreté los labios y me di media vuelta, encaminándome hacia mi habitación. Cuando llegué, me metí bajo la ducha y me calmé con agua helada. Incomprensiblemente arranqué a llorar, y terminé temblando acuclillada sobre el suelo de la ducha. Hasta que no me calmé, no me enrollé en una toalla y salí del cuarto de baño. Me tumbé en la cama y me llevé las manos al rostro, exigiéndome a mí misma una explicación por mi comportamiento infantil. Sabía que Brian me excitaba y que me volvía loca. Pero llorar tras un simple beso no era la respuesta de una mujer de treinta años. Aunque no había sido un simple beso. Brian me enloquecía. Quería que me enseñara las estrellas a golpe de pelvis. Era mi talón de Aquiles y, lo peor de todo, es que él debía ser consciente de ello. De la influencia que tenía sobre mí. ¡Qué estúpida era! Encapricharme de un criminal siendo agente del FBI. *** No me sentía con ganas de salir a cenar al restaurante del hotel, por lo que pedí que me subieran la cena a mi habitación. En realidad, lo que me sucedía es que no tenía fuerzas para enfrentar a Brian y encontrarme con su sonrisa burlona. Cené en el silencio de mi habitación, una crema de champiñones y unas frutas silvestres que saciaron mi estómago y me hicieron sentir miserable. Necesitaba un buen revolcón. Lo que fuera, con quien fuera, que me hiciera olvidar a Brian y a su magnetismo feroz. Llamaron a la puerta de mi habitación y me enfundé en una bata de tela fina para abrir la puerta. Supuse que era el camarero, que venía para recoger los restos de mi cena, por lo que ni siquiera me molesté en adecentarme. Cuando abrí la puerta, me encontré con el rostro de Brian. Tras la sorpresa inicial, intenté cerrar la puerta pero su pie bloqueó mi intento. —Por favor, no cierres hasta que te diga una cosa —me pidió. Aquella petición me resultó inesperada. No estaba acostumbrada a que Brian pidiera las cosas, y mucho menos que se desprendiera de su altivez natural. —¿Qué quieres? —le espeté sin amabilidad alguna. —Venía a pedirte perdón. Te he buscado por todo el hotel, pero no te encontraba. Siento haberte besado sin tu permiso, no volverá a ocurrir —me prometió. Brian echó un vistazo a mi atuendo y sus ojos se clavaron en mis pechos. Mis pezones se entreveían bajo la fina tela y aquella mirada hambrienta que encontré en sus ojos me hizo sentir incómoda. Y luego emocionada. ¿Sentía Brian el mismo deseo que yo? —No te besaré a menos que tú me lo pidas —sentenció, guiñándome un ojo. Puse los ojos en blanco. —Desde luego que eres prepotente. Aquello lo sobresaltó. —Si fuera tan prepotente como piensas, no habría venido a pedirte perdón. —Ya... ya, a pedirme perdón a tu manera. Sin perder esa arrogancia de niño rico que te caracteriza. Esa que te hace pensar que puedes tenerlo todo, incluso lo que no es tuyo —lo acusé, recordándole que él era un ladrón y que ambos lo sabíamos. Brian dio un paso hacia mí y empujó la puerta. Aquello no me asustó. Yo era una agente de la ley, se lo podía demostrar si se ponía chulo. Pero estaba nerviosa, con su cercanía, no era para menos. —Mira Rachel, creo que he sido lo suficiente directo para que alguien como tú, que parece una chica lista, se dé cuenta de mis intenciones. Me trae sin cuidado lo que pienses de mí. Ahora mismo sólo soy un hombre, pidiéndole a una chica a la que deseo que pase la noche conmigo. Me gustas, por si no te has dado cuenta. Joder, me gustas mucho. Y debo de estar loco, porque intentaste meterme en la cárcel. Abrí la boca, y no supe que responder. La piel me hervía de deseo ante la inesperada confesión, y los ojos de Brian me observan sin rodeos buscando una respuesta. —¿Me deseas? —pregunté, aún a riesgo de parecer una tonta. Brian me cogió la mano y se la llevó a su entrepierna. La presionó contra su erección, dejándome alucinada. —Discutir contigo me la pone dura. Fíjate si me gustas. Su voz destilaba incomodidad. Estaba claro que Brian tampoco se sentía cómodo ante aquella atracción que había entre nosotros. Empujó la puerta y, contra todo pronóstico, yo no hice nada por detenerlo. Se aproximó a mi cuerpo, me empujó hacia dentro de la habitación y cerró la puerta. Su pulgar se deslizó sobre mi mandíbula, y me dedicó una sonrisa tierna. Diría que incluso ansiosa. —Dime que te gusto, Rachel. Joder, necesito escucharlo de esos labios que estoy deseando besar. —No me gustas. Ni un poquito —le mentí, mirándole los labios. Brian volvió a sonreír, y me rodeó entre sus brazos. —Mira que eres testaruda. Tendré que arrancarte las palabras a mi manera. —Acepto el reto. Perdí la noción del tiempo cuando Brian me empujó contra la pared e inclinó su cabeza sobre la mía. Sus labios me besaron, me mordieron y me volvieron a besar. Sus manos acariciaron todo mi cuerpo, ¡y de qué manera! Yo le clavé las uñas en esos antebrazos fuertes que me hacían sentir segura y viva, y Brian me sentó sobre la mesita de noche. La lámpara se estrelló contra el suelo y el teléfono de mesa se estampó contra la pared. Poco me importaba. Aquel sexo salvaje y primitivo que nos prometíamos me tenía absorbida. Cuando Brian introdujo su mano dentro de mis muslos y comprobó mi humedad, yo me mordí los labios y comencé a jadear. Su mano libre me deshizo el nudo de la bata y la abrió, mostrándole mi cuerpo desnudo y mis pechos henchidos por la pasión del momento. Hundió la cabeza en mis pechos y acarició mi sexo con sus manos. Yo comencé a jadear enterrando las manos en aquel cabello castaño y despeinado. La boca de Brian succionó mis pezones hasta que me ardieron de placer y se volvieron tan sensibles que el simple roce de su lengua me provocó el primer orgasmo de la noche. Grité al llegar al éxtasis, pero Brian estaba lejos de sentirse satisfecho. Sin pudor alguno, me abrió las piernas y se arrodilló sobre el suelo, dejando su rostro sobre mi monte de Venus. La palma de su mano derecha me acarició el tobillo y se lo llevó sobre el hombro. Hizo lo mismo con el otro, sin dejar de mirarme, de una forma tan profunda e íntima que me sentí morir. —¿Lo quieres despacio, o rápido? —su voz sonó ronca. Lamió el interior de mi muslo sin dejar de mirarme. —¿Profundo... o suave? Comencé a respirar apresuradamente cuando mordisqueó el exterior de mi vagina. —Lo quiero ahora. Como lo hagas me da igual —repliqué, necesitada. Brian se rió y, cuando pensé que él iba a responderme con otro de sus comentarios burlones, enterró la cabeza en mi sexo y comenzó a lamerme ávidamente. Me tomó con su lengua y succionó mi clítoris posando aquellos labios que me volvían loca. Me retorcí de placer sobre la mesita de noche, y apreté los tobillos contra su espalda trabajada, haciéndole saber que me enloquecía lo que me estaba haciendo. Cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y susurré su nombre. —Brian... —Dilo otra vez. Grita mi nombre. Quiero saber que soy yo quien te enloquece de placer. Como si no fuera evidente... Y por supuesto que grité. Grité su nombre cuando me penetró con un dedo y siguió besándome. Llegué al segundo orgasmo de la noche y supe que el sexo con Brian prometía. Por supuesto que prometía. Aún no lo había tenido dentro de mí y ya me había hecho ver las estrellas. En cuanto me recuperé de aquel orgasmo devastador, lo que básicamente me supuso dos minutos, empujé a Brian sobre el colchón y le desabroché la camisa. Me llevé una sorpresa cuando sus manos agarraron mis muñecas y las detuvieron. —No tan deprisa —me pidió. Aquello me desconcertó. —¿Ahora quieres ir despacio? Nos conocemos lo suficiente, Brian... Él me cogió de la barbilla y me besó profundamente. —Empiezo a pensar que no te conozco... —respondió sin perder la sonrisa— pero quiero hacerlo a mi manera. Permíteme disfrutar de tu cuerpo, sin prisas. Si sigues así, vas a acabar conmigo en un minuto. Su sinceridad me dejó desarmada. El Brian arrogante que yo conocía había desaparecido. Me tumbé sobre él y deslicé mis dedos por los botones de su camisa sin dejar de mirarlo. Sin prisas, porque sabía que teníamos toda la noche. Brian acarició mis senos, parecía embobado y aquella mirada de ensoñación que me dedicaba, me hizo sentir la mujer más bella sobre la faz de la tierra. Desabroché sus pantalones y le bajé los boxers, descubriendo una considerable erección que me hizo relamerme. Brian se quitó los pantalones de una patada, cogió mi cabeza y la acercó a su erección, sin pudor alguno, haciéndome saber lo que deseaba. Y yo se lo di. Lamí su erección, la tomé entre mis labios y le produje el placer que tanto ansiaba. Me sentí poderosa, a pesar de que era él quien me tomaba con los labios. Sentí que era yo quien lo poseía. La dueña del juego. —Detente... todavía no —pidió. Tenía la mandíbula apretada y los ojos cerrados. Estaba a punto y yo también. Me senté a horcajadas sobre su erección y me introduje en ella. Brian me agarró de las caderas, alzó la pelvis y provocó tal unión que me sentí completada de una forma muy íntima. Me moví lentamente, provocándolo con cada nuevo movimiento. Brian agarró mis pechos y pellizcó mis pezones, haciéndome gemir. De repente, me empujó contra el colchón y se colocó encima. Sabía lo que pretendía. A ambos nos gustaba dominar, y yo no iba a ponérselo fácil. La fricción que sentí me enloqueció y, durante unos segundos, cerré los ojos y me dejé llevar. Luego le coloqué las manos en el pecho, tratando de recobrar la autoridad, pero él agarró mis muñecas y las aprisionó por encima de mi cabeza. Podía sentir cada músculo de su cuerpo presionando sobre el mío. —Sin reglas, Rachel. Me mordió el labio inferior y tiró de él, obligándome a abrir la boca para responder a su beso. Yo me negué por pura terquedad, pero al final, presa de aquel placer, le respondí con gran urgencia. —Terca. —Mandón. Él empujó dentro de mí, para hacerme sentir que él era quien mandaba. —Me gusta saber que eres mía, aunque sólo sea por una noche. Empecé a acalorarme y desvié la mirada hacia el techo, pero Brian no me permitió ignorarlo. Hundió su boca en mi cuello y comenzó a mordisquearlo. —He soñado muchas veces con tenerte así. Mía. —Para cumplir tus fantasías... —gruñí. —Era extraño, porque siempre era yo el que te daba placer. No había nada más erótico que tu expresión al llegar al orgasmo. Confirmo que no haya nada más erótico, y quiero volver a verla. Brian me agarró de los glúteos y empujó dentro de mí. Yo le rodeé la cintura con las piernas y arqueé la espalda, perdiéndome en el placer que él me provocaba. —Joder Rachel... me encantas. Clavé las uñas en su espalda y me dejé ir. Brian empujó una última vez en mi interior y salió de mí, dejándose ir. Al menos, él había recobrado el sentido común en el último momento. —Es la primera vez que se me olvida utilizar condón. —Y a mí —repliqué. Pero a ninguno de los dos volvió a importarnos, porque nuestros labios se encontraron otra vez. Necesitábamos saciar el hambre que sentíamos el uno por el otro. Yo podía sentir lo mucho que Brian me necesitaba, y aquello era mutuo. Nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro. Él era mi talón de Aquiles y yo el suyo. Por mucho que lo negásemos, las palabras sobraban para definir la consonancia de nuestros cuerpos. Era algo demasiado básico y natural. *** Me quedé dormida después de que Brian y yo volviéramos a hacerlo. Estaba exhausta, y me despertó el murmullo de la bañera del cuarto de baño llenándose. Brian estaba a mi lado, acariciándome la cintura. —¿Te apetece un baño? —preguntó besándome debajo del ombligo. —Umm... —¿Eso es un sí? —preguntó con dulzura. Asentí, sin apenas fuerzas y él me llevó en brazos hasta el cuarto de baño, donde me dejó dentro de la bañera. El agua caliente sentó tan bien a mi cuerpo que las mejillas se me arrebolaron y entreabrí los ojos de puro placer. Esto sí que era vida. —La dura Rachel derritiéndose por un baño de agua caliente. —Como se lo digas a alguien te pateo las pelotas —bromeé. Brian se metió en la bañera y se colocó detrás de mí. Mi espalda reposaba sobre su pecho mientras sus manos me acariciaban los brazos. —Mentirosa. Ahora que me has probado las quieres demasiado. Silencio una carcajada. —Supongo que son útiles... —respondí fingiendo desdén. —¿¡Supones!? —se alteró. Me reí en voz alta ante su indignación. —El duro de Brian lloriqueando... —me burlé yo. Él se tensó detrás de mí. —Se nota que no me conoces —replicó un poco enfadado. —Y ahora me dirás que no eres La Sombra... Giré la cabeza para escrutar su expresión tensa. —No hace falta que finjas conmigo. Aquí no. Ahora sólo somos un hombre y una mujer que se necesitan. —¿Y luego? Denoté cierta ansiedad en su tono de voz. —Luego... ¿Qué es lo que tú quieres? —Lo mismo que tú —respondió con una sonrisa ancha. Muy seguro de sí mismo. Apreté los labios. —¿Y qué es lo que quieres tú? Brian echó la cabeza hacia atrás y se rió. —Mira que eres orgullosa, Rachel. Pero yo no lo soy, esa es otra de mis virtudes. Puse los ojos en blanco, pero él continuó. —Eres mejor de lo que imaginaba y quiero que esto continúe. Y tú también, no te atrevas a negarlo, porque te ahogaré en esta bañera y nadie se enterará. —Soy más fuerte que tú, listillo. Le hundí la cabeza en la bañera, y Brian escupió agua, observándome con tal expresión de indignación que no pude hacer otra cosa que reírme. —Soy muy orgullosa, Brian. Ese es uno de mis grandes defectos, pero también soy muy sincera —le rodeé el cuello con los brazos y lo besé— y me gustas. Me gustas mucho, y no te vas a escapar de mí. Él suspiró, como si se hubiera quitado un peso de encima. Apoyé la cabeza sobre su pecho y cerré los ojos. Qué bien olía. —Ha sido la mejor de las casualidades encontrarnos en este hotel. Brian me miró a los ojos. —No ha sido una casualidad, Rachel. ¿TE GUSTARÍA VIAJAR A ASIA CON UN DESCONOCIDO? DE ROSE B. LOREN https://www.facebook.com/profile.php?id=100004509678721&fref=ts La alarma suena y tengo que despertarme. Odio ese sonido pero aborrezco más cambiar las melodías y los tonos de llamada del móvil. No soporto la tecnología, siempre me declara la guerra. Me levanto y me dirijo a la ducha. Menos mal que el agua caliente aún funciona en esta destartalada casa. La alquilé hace un año y medio cuando me mudé a trabajar a Madrid, reconozco que para lo que pago y por su ubicación no puedo quejarme, aunque cada vez tengo más problemas para que el casero me arregle los desperfectos. Salgo de la ducha, enciendo la cafetera y preparo un delicioso café solo. Realmente lo necesito para aguantar el trabajo y mis compañeros. Tengo un trabajo de mierda, sé que soy egoísta porque la situación laboral ahora mismo es penosa, pero es que llevo allí más de un año y sigo con un contrato en prácticas y cobrando una miseria, me da para sobrevivir pero nada más. Cuando quiero ir a casa son mis padres los que me pagan la gasolina. Me visto con mi ropa informal y cojo mi coche. Como cada mañana enciendo la radio, siempre tengo sintonizada la misma emisora, me gusta y además siempre hacen un programa en el que llaman personas para intentar citarse con alguien que les guste y no se atrevan a decírselo en persona. Justo a medio camino comienza, subo el volumen. ¡Qué lástima! Esta vez la chica no quiere cenar con el chico. —¡Mujer desagradecida! —digo como si me fuera a escuchar —. Lo que daría yo por que un hombre hiciera eso por mí. Reconozco que soy un desastre en las relaciones pero que se le va a hacer. Cuando los presentadores terminar esa parte del programa se escucha una cuña publicitaria. —«¿Te gustaría viajar a Asia con un desconocido?» —Toma ¿y a quién no? —respondo, otra vez en alto. —«Solo tienes que ser valiente y rellenar nuestro formulario. Entraras en el sorteo de un viaje. Serán dos los afortunados, un hombre y una mujer que se conocerán en dicho viaje, compartiendo estancia durante diez días con todos los gastos pagados en cinco lugares exóticos. ¿Quién sabe? Puede que el amor triunfe... » —¡Bueno, bien! —replico —. Seguro que te vas de viaje y como si de una película se tratara, triunfa el amor a primera vista. Claro como si fuera tan fácil. El viaje es tentador no lo puedo negar. Eso sí, con la suerte que tengo, me toca el más feo. Llego a la oficina fantaseando con dicho viaje, desde luego al final sucumbiré y rellenaré el formulario, tampoco tengo mucho que perder, esta tarde relleno el cuestionario. El día es como todos los demás, soy la becaria, todo el mundo se piensa que estoy allí para llevarle el café, hacer las fotocopias y comerme los marrones de los demás. Esto cada día me exaspera más, no estudie una carrera de diseño gráfico para hacer fotocopias y llevar café. Cuando parece que a todo el mundo se les ha pasado las ganas de mandarme tareas, me siento en el humilde cubículo y me dispongo a leer el correo electrónico para ver que desea mi señor jefe. Es un hombre de unos cincuenta y tantos años, que solo me llama a su despacho cuando llevo minifalda o escotes. Me los pongo muy a menudo, a ver si así me cambian el contrato de una vez, porque a este paso a los dos años me dan una patada en el culo y si te he visto no me acuerdo. Tengo que hacer unas presentaciones para un cliente nuevo. La verdad es que es interesante diseñar una campaña de publicidad. Estoy leyendo las características de lo que el cliente quiere, cuando suena el teléfono de mi mesa. Ya sé quién es sin mirar el número. —Buenos días, «Diseños Cantalapiedra». Le atiende Xenia, ¿en qué puedo ayudarle? —Y aunque sé que es mi jefe siempre contesto igual —. Sí, ahora mismo voy. Me dirijo a su despacho lentamente, no me apetece nada ver como se le salen los ojos de sus órbitas con el escote que llevo hoy. —Buenos días, señor Cantalapiedra. ¿Dígame en que puedo ayudarle? —Xenia, le he enviado un correo electrónico de un nuevo proyecto, quiero que se dedique en cuerpo y alma a él. Este cliente es muy importante, si le captamos no solo hundiremos a la competencia, sino que nos convertiremos en líderes del sector. —Gracias, pero… ¿está seguro que debo hacerlo yo? —Lleva usted aquí el tiempo necesario para que dirija este proyecto. Es la persona con más talento. Tenga por seguro que si todo sale bien, se le reconocerá el mérito como debiera. —Gracias, señor Cantalapiedra. Salgo del despacho del jefe y durante horas me dedico a trabajar en este proyecto, es una puerta a mi carrera profesional. Las horas pasan volando cuando realizo este trabajo. No me he dado ni cuenta y ya son las siete de la tarde. Cojo mis cosas y me voy. He cogido un pen drive con los datos necesarios para seguir con el proyecto en casa. La verdad es que no tengo amigos aquí, solo conozco a la gente del trabajo y no me cae nadie bien, reconozco que mi vida social se reduce a tomar una cerveza en el bar de enfrente de mi casa, leer un libro y ver la tele con un cubo de palomitas. Por eso llevarme trabajo a casa me distrae de mi penosa existencia. Los días pasan muy rápido, estoy inmersa en este proyecto, que parece hecho a mi medida, sin duda, estoy dedicando todo mi tiempo, y poniendo todo mi esfuerzo en ello. De repente el teléfono suena con una extensión muy larga, decido cogerlo aunque seguramente se trate de una compañía de esas que te intentan vender algo. —¿Señorita Xenia Velázquez? —Sí soy yo, dígame que desea —contesto cordialmente. —Le llamamos de la emisora de radio «cadena ciento diez», ha sido la ganadora del viaje a Asia con un desconocido. —Mi mente se ha quedado en blanco —. Necesitamos que se pase esta tarde, vamos a hacerle una entrevista en directo y conectaremos con el otro ganador. —Sí, tomo nota. —Es lo único que sale de mis labios. Apunto la dirección que me han indicado y me despido. No sé ni cómo me encuentro. Esto me ha pillado por sorpresa y ahora justo cuando tengo una responsabilidad en un importante proyecto. Está muy avanzado pero tengo miedo de que no me den vacaciones. Debo hablar con mi jefe y decirle que me ha tocado un viaje, pero sin especificar nada más. Me dirijo a su despacho, pero estoy tan nerviosa que las piernas me tiemblan, tengo que serenarme un poco antes de entrar. Después de unas cuantas inspiraciones y expiraciones, llamo a la puerta. —¡Pase! —exclama. —Buenos días, señor Cantalapiedra. Perdone que le moleste, tengo que tratar con usted un tema. —Dígame. Dispone de dos minutos, tengo el día muy ocupado. —Verá, necesito unos días de vacaciones, me ha tocado un viaje a Asia. —Lo veo imposible. El proyecto «Star sweet» requiere de todo su tiempo. No puede defraudarnos. —¿Y si le prometo que el proyecto estará finalizado antes de mi viaje? —Si se compromete, no tengo ningún problema. Pero no cuente con cobrar horas extras. —Perfecto, mañana le diré los días que necesito de vacaciones. —Hasta mañana. —pronunciamos ambos las dos palabras a la vez y yo salgo del despacho. El día transcurre bastante rápido, estoy inmersa en mi trabajo todo el tiempo, a las seis y media salgo para dirigirme a la emisora. Estoy bastante nerviosa, la verdad es que según se iba acercando la hora, el pánico se ha estado apoderando de mí. —¿Quién me mandaría a mí meterme en semejante lio? —Me reprendo mentalmente. En la emisora, los presentadores del programa me están esperando, presento mi documento de identidad para que puedan corroborar los datos y me dirigen hasta ellos. —Buenas tardes —Les saludo con la voz entrecortada. —Buenas tardes, Xenia. Lo primero de todo y antes de entrar en antena, felicitarte por ser la ganadora de nuestro primer concurso. Ahora te iremos explicando un poco más en qué consiste y las preguntas que vamos a realizar, para que ninguna te coja por sorpresa. Durante media hora aproximadamente y ya más relajada, me comentan todos los pormenores del contrato que voy a firmar como ganadora femenina del concurso. Igual pasará con el candidato masculino. Tras leer todos y cada uno de los puntos, cierro los ojos y firmo. Es un viaje y aunque será con un desconocido, por lo menos podré visitar aquellos lugares que de otra forma seguramente seré incapaz de ver. Comienza la emisión, mis nervios se han desvanecido gracias a los dos presentadores, tras explicarnos las bases del concurso y hacernos varias preguntas, descubro que mi compañero es un joven de veintiocho años de Barcelona y cuyo nombre es Alexis Poveda. El viaje será en quince días y nos encontraremos en el aeropuerto de Madrid. Los días pasan rápidamente, solo trabajo y duermo lo suficiente para poder seguir. La cafeína corre por mis venas, pero no me importa, ahora mi prioridad es el proyecto, ni siquiera he pensado en mi compañero de viaje, del cual solo sé su nombre y su edad. Dos días antes del viaje presento el proyecto a mi jefe. Se ha quedado entusiasmado, me ha comentado que el director ejecutivo que se responsabiliza del mismo, estará fuera por negocios, no va a poder revisarlo hasta que yo regrese, por lo que puedo coger vacaciones hoy mismo. La verdad es que me viene de maravilla poder descansar dos días más antes del viaje, y así despedirme de mis padres, hacer las maletas y dejar la casa recogida. Hoy es el día, cuando el despertador suena me levanto de un salto y sigo mi rutina habitual; solo que esta vez no voy a dirigirme al trabajo, sino de vacaciones con un desconocido. ¡Madre mía! ¡Qué locura! Me dirijo al aeropuerto con una mezcla de sensaciones, estoy aterrada por irme con alguien que no conozco, pero al mismo tiempo me siento satisfecha por poder visitar Asia y sus exóticas ciudades. Cuando entro al aeropuerto los presentadores del programa nos están esperando. La primera en llegar soy yo, me entrevistan en directo, y nerviosa, contesto como puedo. A la media hora, el avión de Barcelona llega y aparece mi compañero de viaje. Es un joven atractivo, alto, moreno, con ojos miel y cuerpo bastante trabajado. Nuestro vuelo sale en una hora y estamos todo el tiempo junto con los presentadores. Se le ve muy seguro de sí mismo, su tono chulesco ante las respuestas de la emisora empiezan a molestarme. La hora de embarcar llega y nos despedimos de los locutores. Debemos mantener contacto con ellos por Facebook para informarles del transcurso de nuestro viaje. Una vez embarcamos, nos dirigen a nuestros asientos en business. La verdad es que es de agradecer, puesto que el vuelo hasta Hanói es de dieciocho horas. Estoy más nerviosa aún que cuando le conocí, este hombre no me gusta mucho pero voy a pasar con él diez días, así que decido entablar alguna conversación, puesto que él no parece que vaya a ser quien dé el primer paso. —¿Y a qué te dedicas Alexis? —Soy director ejecutivo de una multinacional —espeta con desgana. —Muy interesante —Le contesto yo con el mismo tono. Se hace el silencio mientras mi mente no deja de pensar que encima de ser un borde es un maleducado, ni siquiera ha sido capaz de preguntarme, que poca educación. Visto que no le caigo bien y que auguro un viaje largo, decido coger el iPod de mi bolso y lo conecto en orden aleatorio. Recuesto mi cabeza hacia atrás y apoyo los pies en el reposadero. Durante un tiempo permanezco desconectada de todo, solo me dedico a escuchar música; estoy tan relajada, que casi podría decirse que he llegado al séptimo cielo. De repente me quita un casco de la oreja, le miro furiosa y se ríe. —¿Qué es lo que te hace gracia? —gruño ceñuda. —Tú —contesta con una seductora sonrisa. He de reconocer que está cañón, pero es tan engreído que me enerva. —Mira guapito, que conste que no me queda otra que estar contigo en este viaje, pero ni sueñes en volver a tocarme o… —¡Mmmm! Me encantan las mujeres con carácter —Pongo los ojos en blanco y decido ignorarlo porque si no creo que abro la puerta y le lanzo al vacío. Durante varias horas seguimos sin dirigirnos la palabra. Ya es de noche y se acerca la azafata con la cena, veo que Alexis le guiña un ojo y ésta sonríe maliciosamente. Vamos que me ha ido a tocar con el más engreído. ¡Vaya suerte la mía! Comenzamos a saborear la cena, siento su atenta mirada fija en mí y eso me saca de mis casillas. —¿Qué pasa? ¿Es que acaso me he manchado con algo? —Desde luego Xenia, con el nombre tan sexy que tienes, eres una borde increíble. Solo estaba observándote nada más. —Mis mejillas se enrojecen al instante y noto un calor intenso en todo el cuerpo. La verdad es que tiene razón pero su tono chulesco me saca de mis casillas. —Mira, tengamos la fiesta en paz. Tenemos que convivir diez días. Quiero dejarte claro un par de cosas, no me gustan los tipos como tú. En lo sucesivo evita comentarios groseros. Soy bastante irascible, pero solamente con la gente que no me gusta. —Tranquila preciosa, cuando estemos en la cama, cambiarás de opinión. —¿Tan seguro estás de que voy a sucumbir a tus encantos? —gruño enfadada. —Nena, todas caen. Soy encantador, divertido y… —Y no tienes abuela —Le corto. —Bueno, eso también. ¿A caso no te gusto? —pregunta ladino. —No, eres un arrogante y un prepotente. Y ahora si me disculpas voy a terminar la cena y descansar un poco. Deberías hacer lo mismo, aún nos quedan bastantes horas. —Creo que voy a disfrutar de las vistas. Le ignoro de nuevo, cada vez estoy más agotada para discutir con un hombre que me exaspera. Terminamos de cenar, la azafata vuelve para recoger las bandejas y esta vez es ella la que guiña el ojo a Alexis. La miro con cara de pocos amigos y se marcha sonriendo. Me sumo en profundo sueño y sin darme cuenta, apoyo la cabeza en el hombro de Alexis. He de reconocer que estoy muy a gusto hasta que me besa en la mejilla, un beso sensual y tierno. No entiendo por qué ha hecho eso pero reconozco que algo en mí se remueve. —¿Qué estás haciendo? —Despierta bella durmiente, es hora de desayunar. Le observo durante un momento y creo que me quedo embobada. Su mirada es tierna y desprende un brillo que no comprendo. El resto del viaje transcurre con normalidad, cruzamos un par de miradas pero no hablamos en absoluto de nada. Cuando llegamos a Hanói una persona nos está esperando para llevarnos al hotel. Nos registramos y enseguida nos acomodan, en la que durante dos días, será nuestra habitación. El lujo está servido, es uno de los mejores hoteles y la habitación es espectacular. Poso mi mirada en la cama y suspiro aliviada, es una cama de dos metros, no tendremos que tocarnos si no queremos. Como solo vamos a estar dos días en cada sitio, no saco de la maleta más que lo imprescindible. Alexis hace lo mismo. —Voy a darme una ducha si no te importa, hasta las tres no comienza la excursión. —Podríamos compartir la ducha. —Pues va a ser que no. —Nena, no te resistas este viaje es para disfrutar del sexo y, bueno, también de Asia. —Vamos a dejar claro una cosa, no me gusta tu actitud, tratas a las mujeres como si fuéramos objetos. Yo no he venido aquí para disfrutar del sexo, esta era una oportunidad de disfrutar un estupendo viaje. Es posible que tarde años en poder costeármelo, a diferencia de ti, director ejecutivo, yo soy una mísera becaria, que no puede permitirse ni siquiera ir a ver a sus padres a Toledo. Y sí, también participé para encontrar un hombre con el que disfrutarlo, pero veo que en eso no tuve tanta suerte. Entro en el baño y cierro la puerta de golpe, no le he dejado contestarle. Mientras me estoy desvistiendo llama a la puerta. —Xenia, lo siento. ¿Puedo entrar? —Ahora mismo no. ¿Qué quieres? —Yo no debía haber venido a este viaje, me gastaron una especie de broma mis amigos apuntándome, hace menos de dos meses que rompí con mi prometida, estoy un poco tenso y... —hace una pausa y abro la puerta envuelta en una toalla. —Siento haber sido tan idiota, creo que deberíamos comenzar de nuevo. —Alexis yo tampoco he sido muy amable que digamos. Creo que lo mejor es olvidarnos de todo. Mi nombre es Xenia Velázquez, tengo veinticinco años y soy becaria en «Diseños Cantalapiedra». —¡No es posible! —¿El qué? —pregunto intrigada. —Que trabajes para esa empresa, os hemos encargado un proyecto, «Star sweet». —¡Ese es mi proyecto! —Pero no quiero hablar de trabajo —¡Será cosa del destino! —Eso será. No es momento de hablar de trabajo. —concluye —. Mi nombre es Alexis Poveda, tengo veintiocho años y como bien sabes director ejecutivo de «Big sweet». Cuando salgo de la ducha ya más calmada, veo que está ojeando una guía de restaurantes de la zona. Nos ponemos a hablar del tema y llaman de recepción para ir a realizar la visita. Ya más animados, visitamos el Mausoleo de Ho Chi Mihn, la Catedral de San José de Hanói y, por último, el atardecer en el Lago Tay. Todo ha sido precioso, hemos hecho cientos de fotografías y nos hemos puesto juntos en varias de ellas, para mandar a la radio esta noche por Facebook. Una vez llegamos al hotel decidimos pedir la cena en la habitación. Comenzamos a ver las fotos que hemos tomado y a reírnos de ciertas poses. Elegimos unas para colgar en el muro de la emisora, mientras nos comemos lo que nos han traído, tumbados en la cama. La verdad es que agradezco que el ambiente se haya relajado. Cuando terminamos le digo que estoy cansada y me apetece descansar. Me pongo mi pijama, uno sexy de encaje y salgo del baño. Veo cómo se fija en mis pechos y mis pezones responden a su mirada lujuriosa. Él se ha quedado en bóxer y la verdad, ver su prominente entrepierna no me ayuda nada. Nos tumbamos cada uno a un lado de la cama, sin decir nada. El ambiente está tenso, pero ninguno de los dos parece estar dispuesto a dar rienda suelta a la tensión sexual, que se palpa en el ambiente. Tras esperar varios minutos, cierro los ojos intentando conciliar el sueño. Sentirlo cerca y su respiración agitada me está excitando de una manera indescriptible. Al final ninguno de los dos hace nada y Morfeo nos lleva a su terreno. Por la mañana me encuentro recostada en su hombro y sus brazos me rodean. Huele de maravilla, y no quiero moverme para no despertarle, pero mi respiración comienza a agitarse cuando siento su erección cerca de mis nalgas. La verdad es que mi deseo puede más que mi cabeza y comienzo a besar su pecho desnudo. Enseguida se despierta, besa mi cabello y masajea mis nalgas. Sin decir ni una palabra comenzamos a tocarnos ávidamente. Me despoja de la parte de arriba del pijama y lame mis pechos desesperado, me encuentro mojada y dispuesta para él, su erección lucha por salir de la prisión en la que se encuentra y bajo el bóxer rápidamente. Observo por un momento su pene totalmente erecto y creo que voy a desfallecer, necesito que me posea lo antes posible, estoy totalmente húmeda y excitada, no sé cuánto tiempo más podré aguantar sus caricias. Como si me hubiera leído el pensamiento, abre el cajón de la mesita y coge un preservativo, rasga rápidamente el envoltorio y sin más preámbulos, lo acomoda en su pene y me penetra lentamente. La sensación es tan placentera que sin darme cuenta he comenzado a gemir, devora mis labios para silenciarme y sigue penetrándome cada vez más rápido. Ambos nos movemos en busca de nuestro propio placer y cuando rozamos el orgasmo pronuncia el nombre de Bárbara. Mi mente se bloquea y freno los movimientos, él sigue intentando bombear dentro de mí pero me levanto de la cama y voy directa al baño. Es lo más humillante que me ha pasado nunca. —¡Joder Xenia! ¿Qué coño pasa? —grita aporreando la puerta. —Así que Bárbara es tu ex, ¿no? —Abro encolerizada. Se queda paralizado, creo que no ha sido consciente de haber pronunciado su nombre. —Xenia yo… lo siento… No quiero pensar ni escuchar nada, entro en la ducha y permanezco durante varios minutos debajo del chorro dejando la mente en blanco. Mientras él se ha quedado mirándome sin hacer ni decir nada. Cuando salgo de la ducha, me acerca la toalla y me envuelve en ella. —Xenia, de verdad que lo siento. Esto no ha sido buena idea, y desde luego que no es por ti. Eres preciosa. Pero es que ella me ha marcado, y siento que no voy a poder olvidarla así como así. Le acaricio la cara lentamente, su incipiente barba le da un toque de chico malo. —Tranquilo, lo siento. Es culpa mía. No debí haber empezado a… No me deja terminar me besa lentamente y el fuego en mi interior vuelve resurgir, se separa de mí y besa mi frente. —Eres preciosa, Xenia. Dame un poco de tiempo. Te aseguro que no voy a defraudarte. Se mete en la ducha, y ahora soy yo la que contempla su cuerpo desnudo. Salgo del baño porque comienzo a excitarme otra vez y no quiero empezar por ahora nada más con él. *** El segundo día en Hanói hemos disfrutado haciendo caso omiso a lo sucedido al despertar. Disfrutamos mucho de las visitas, cogidos de la mano y de vez en cuando dándonos algún furtivo beso. Comiendo Bun Bo Hoe, rollitos vietnamitas y fruta del dragón. Por la tarde, visitamos el Lago Trúc Bạch y nos encaminamos a cenar al hotel. Cenamos en nuestra habitación como la noche anterior y nos acostamos temprano. Dormimos abrazados pero ninguno de los dos intentamos nada más. Por la mañana, me despierta dándome un tierno beso en la coronilla, estoy encantada de estar así, aunque mi mente lujuriosa no deja de pensar en su cuerpo casi desnudo, pegado a mí y en su prominente erección. —¡Buenos días, bella durmiente! —Buenos días, Alex —Me mira extrañado —. Te pega más que Alexis, me gusta. —¿Sabes? A mí también. Aunque solo dejo que me llame así la gente que me importa. —Me mira con ternura —.Tranquila, puedes llamar así, no me molesta. Aunque nos conocemos poco, siento que tenemos una conexión especial... Será por el viaje. Comenzamos a besarnos y acariciarnos, cuando suena el teléfono de la habitación para avisarnos de que en veinte minutos nos vamos al aeropuerto para Camboya. Nos levantamos y nos duchamos rápidamente, cogemos las maletas que habíamos rehecho nuevamente y bajamos. Allí nos espera un joven vietnamita, bastante mono, cuando me ve, ilumina su cara y no deja de observarme durante el corto trayecto. Alex lo mira ceñudo, se acerca a mí, me acaricia y me besa marcando su territorio, cosa que a mí me parece un gesto halagador, me siento como en una nube con todo esto. *** Cuando llegamos a Camboya ya nos espera el guía en el aeropuerto. Vemos varios parques nacionales y visitamos lugares emblemáticos; comemos en un restaurante típico de la zona aconsejado por el guía y por la tarde nos deja en el hotel. En verdad estábamos cansados, por lo que decidimos descansar y cenar en el restaurante, el cuál ofrece un espectáculo. La cena es estupenda y la bebida que nos dan a probar, vino de serpiente, en principio me ha parecido que sabía a rayos, pero según transcurre la noche le he ido cogiendo el gusto. Posee un alto contenido en alcohol, que pronto hace mella en mis aptitudes. Alex decide que es mejor acompañarme a la habitación, ha comenzado a darme la risa y todos los asistentes me miran extrañados. —No hace faaaltaaa que me lleveeees, pueeedooo yoooo sooolaaa — digo arrastrando todas las palabras, de la borrachera que llevo. —Xenia, estás borracha. —Un poocoooo y muyyyyy cachooondaaaaa—Tropiezo y casi me caigo. Me coge en brazos y me lleva hasta la habitación. Comienza a quitarme las sandalias, después el vestido, y me observa durante un momento en ropa interior. Es bastante sugerente y de encaje. —Eres preciosa. —dice con la voz entrecortada y comienza a besarme desde la oreja hasta el cuello. —Aleex nooo. Mañanaaa no meeee acooordaré. —Tranquila, no lo recordártelo. creo, pero si fuera así me encargaré de —¿Estás seeguroooo? No me contesta y sigue con su ronda de besos repartida por todo mi cuerpo, desabrocha el sujetador ávidamente y comienza a besar y lamer mis pechos, que apuntan hacia él para recibirle. Continúa bajando por la barriga hasta que llega a mi tanga, el cuál baja lentamente. Me siento muy excitada y a la vez un poco mareada. Prosigue rozándome a cada paso con su experta lengua, hasta llegar a mi pubis y se detiene para observar mi cara un momento, como pidiéndome permiso. Yo no hago nada, solo quiero que termine pronto, mi estómago está algo revuelto y la habitación solo hace que girar en mi cabeza. Besa mis muslos y baja hasta mi clítoris excitado. Succiona y lame a su antojo mientras introduce un dedo dentro de mí y después el segundo. Mi orgasmo no tarda en llegar haciendo a mi cuerpo convulsionar de pasión. Cuando se ha saciado de saborear mi orgasmo, sube lentamente hasta mi boca para que pueda probar mi sabor. Él aún continúa con la ropa puesta, yo no le he ayudado a quitarse nada. Una arcada llega hasta mi boca y le empujo para ir directamente al baño a vomitar. Se asusta y corre detrás de mí. Cuando llega al servicio, me ve abrazada a la taza, coge una toalla del lavabo la moja, la pasa por el cuello y la frente, para conseguir aliviar los calores de mi cuerpo. —Nena, has bebido demasiado. Será mejor que te tumbes en la cama y descanses. —Alex yo… lo siento tanto. Parece que no estamos predestinados. — digo con lágrimas en los ojos. Me ha dado el mayor de los placeres, y yo ni siquiera le he tocado. Aunque puedo ver como su erección sigue latente en su pantalón. —Tranquila, no importa. Solo quiero que estés bien. Descansa, mañana por la mañana terminaremos lo que tenemos pendiente. — comenta ladino. Nos tumbamos y durante un momento, la habitación sigue dando vueltas hasta que por fin con sus besos, logro conciliar el sueño. Por la mañana la cabeza me va a estallar. Miro a mi lado y le veo dormido. Es la viva imagen de un dios griego. Cada día que pasa me siento más atraída por él. Le beso en la frente, se despierta y me responde con un beso en los labios. —Buenos días. ¿Cómo te encuentras? —Me duele la cabeza, pero mi estómago está mejor. Gracias por ser tan tierno conmigo. Siento haberte dejado a medias. —¡Mmmm! La verdad es que es la segunda vez, creo que deberías castigarte. —Me mira con los ojos de lobo que acecha a su presa, y noto que mi cuerpo comienza a encenderse, como si de una hoguera se tratara. Está en pijama, así que sin más preámbulos, le quito la camiseta y bajo rápidamente el pantalón y el calzoncillo. Me detengo a observar un momento su pene erecto, y me dispongo a proporcionarle un placer igual al que él me dio, la pasada noche. Comienzo primero a lamerle lentamente, deleitándome con la lengua. Sus ojos brillan, está en tensión, no dice nada pero su cuerpo me pide que dé un paso más, meto su pene en mi boca y comienza a embestirme rápidamente. —Nena, no creo que pueda aguantar mucho más este ritmo. Deberías dejarlo si no quieres que me corra en tu boca. Pero no me detengo, succiono, lamo y devoro su pene con más pasión y velocidad para que llegue pronto al orgasmo; su cuerpo convulsiona por completo y se derrama en mí. Yo aún sigo muy excitada, por lo que mi dirijo a la mesita donde guarda los preservativos, cojo uno y antes de que su erección disminuya se lo pongo y me siento encima de él. Enseguida nota mi necesidad y sin ningún tipo de preámbulos se adentra en mí, con movimientos violentos pero muy placenteros. Acelera sus embestidas cuando nota que mi cuerpo comienza a tensarse y ambos llegamos al clímax. —Xenia, ¡eres increíble! —comenta aun agitado. —Tú también, Alex —respondo con la respiración alterada. Nos dirigimos a la ducha compartiendo caricias y besos. Queremos continuar el juego, pero debemos seguir nuestras visitas por Camboya. El día pasa rápidamente con su compañía. Y pronto volvemos a compartir una preciosa noche, esta vez, sin ningún tipo de interrupción. *** Al llegar a Bangkok, el tercer destino planeado del viaje, algo en Alex cambia. Su cara, su expresión, me dice que ya ha estado allí. Yo sé con quién pero no quiero decirle nada. Durante toda la visita al tempo Wat Suthat no hemos hablado, solo admirado sus maravillas. Le agarro más fuerte de la mano para que sienta mi presencia. Todo el día ha estado sumido en un mutismo total. Visitamos varios templos más y por la tarde vamos a una zona comercial. Cuando llegamos, vemos un bullicio de gente y eso le anima a seguir. Se ha transformado en otra persona. Cuando le pregunto que le sucede no quiere contármelo, evita la respuesta. La noche en Bangkok es impresionante. El guía nos recomendó visitar el mercado Patpong, un lugar curioso donde hemos descubierto un montón de ingeniosos juguetes sexuales. A Alex le cambia la cara al verlos. Decidimos comprar un par de artículos para disfrutar de la noche. Cuando llegamos al hotel, Alex devora mi boca en el ascensor. Sé que necesita desahogarse pero no ha tenido el valor o la fuerza necesaria para hacerlo. Yo sigo con su juego, también necesito sentirle a él. El mercado nos ha dejado bastante excitados y eso que no hemos ido a ver ningún espectáculo «Ping pong», como nos habían indicado. Yo sé que a Alex le hubiera gustado, pero a mi ver lo que esas mujeres hacen no me congratula nada. Al llegar a la habitación, totalmente excitados, tiramos todo lo que hemos comprado y nos dirigimos a la cama. Hemos comprado lubricante, un aro para su pene y un vibrador. En seguida queremos probar el efecto del lubricante, y yo sin ningún pudor unto en su pene una pequeña cantidad y comienzo a degustar aquel sabor, mezclado con su excitación. Sé que Alex no puede aguantar más, pero yo quiero llevarle al cielo para olvidar esa mañana que ha tenido. Él se resiste al principio, pero al final deja que siga saboreando su sexo. No tarda mucho en llegar al clímax y pronto me iza se coloca un preservativo ,y me penetra con tanta fuerza que pienso que mi orgasmo va a llegar en la siguiente embestida, pero no es así, sigue con sus lentas embestidas, hasta que ambos llegamos al orgasmo, juntos. Hacemos muchas locuras esa noche. Descubro la pasión como nunca he sentido, gracia a este viaje y a este hombre que se está metiendo muy dentro de mi corazón. La mañana siguiente visitamos el Buda esmeralda y el Gran Palacio. Antes de salir, le he preguntado por el cambio de actitud del pasado día y me ha dicho que no se encontraba bien. No quiero ahondar más en el tema, tiene un buen día y no quiero fastidiarlo. Por la tarde tomamos un ferry para cruzar el río Chao Prada hasta el Wat Arun. Allí me cuenta que pasó una semana en Bangkok por trabajo, y su novia le acompañó. Le acaricio y beso con tanto cariño, que sus ojos me muestran un Alex totalmente diferente, es como si reflejaran por primera vez amor. No sé qué pensar, pero no es lujuria como denotaban los primeros días. La noche llega y con ella nuestra ración de sexo salvaje. *** Nuestro cuarto destino es Singapur. Como en todos los anteriores partimos del aeropuerto, este viaje es un poco más largo y yo me sumo en un sueño profundo y placentero. Este lugar nada tiene que ver con los anteriores, es una mezcla de ciudad cosmopolita con los encantos de los parques naturales y los toques étnicos de la ciudad. Nuestro primer día allí es bastante ajetreado. Tenemos programado una visita a Little India durante toda la mañana y China town por la tarde, visitando Food Street. Ya a última hora, tomamos el metro en dirección al Complejo Marina Bay Stand, Sands Sky Parks y por último en nuestro hotel de Marina Bay Sands. Contemplamos las maravillosas vistas de la ciudad. El día ha sido agotador, pero no dejamos de besarnos y disfrutar de nuestra compañía. Es increíble como en tan poco tiempo hemos conectado de esta manera, teniendo en cuenta nuestros comienzos. Cuando llegamos a la habitación totalmente exhaustos, nos vamos a la ducha. Alex tiene ganas de mí, se le nota en la mirada, y yo también estoy deseosa de seguir compartiendo con él esos momentos tan maravillosos. Mi quita el vestido tan rápidamente que no puedo ni protestar, me besa apasionadamente y comienzo a quitarle el pantalón y la camiseta. Cuando estamos desnudos nos metemos en la ducha. Sin dejar de besarnos, nos prodigamos maravillosas caricias que pronto nos calientan más y él, sin más dilación, me penetra. Sus embestidas son cada vez más rápidas, necesitadas, y pronto llegamos al clímax. En ese momento, me doy cuenta de que no ha usado preservativo. —Alex, tú… —Besa mi boca. —Xenia, siento no haber tomado protección pero he visto que tomas la píldora, necesitaba sentirte. Además hacía más de dos meses que no me acuesto con nadie. —Pero no sabes nada de mí. —Estoy seguro de que eres una mujer liberal, pero que no dejas a cualquier hombre con el que te acuestes, que te posea sin protección. —Eres el segundo hombre con el que mantengo relaciones sexuales. Tuve un novio hasta que me mudé a Madrid. Es la primera vez que lo hago sin preservativo. —Devoro su boca con tanta pasión que volvemos a excitarnos otra vez y a consumar nuestra pasión esta vez en la cama. Una vez más Morfeo viene a visitarnos apoderándose de nuestros cuerpos. Por la mañana, aún exhaustos, debemos continuar con nuestras visitas. Los días pasan rápido y aunque estamos encantados de conocer el país, necesitamos estar juntos cada vez más. La atracción que sentimos hace que cada minuto que disponemos, lo aprovechamos para besarnos, acariciarnos. El segundo día visitamos el Singapur verde, el jardín botánico y el zoo, éste es uno de los mayores zoológicos de aves del mundo. Por la tarde nos llevan al Singapur más moderno. Todo va a contrarreloj y nosotros cansados de las visitas pasamos la noche en el hotel. Pedimos la comida y entre risas, comenzamos a hablar un poco más de lo que nos está sucediendo. No es solo una aventura que podamos dejar atrás, es amor lo que yo siento. —Alex, ¿qué vamos a hacer después, cuando cada uno vuelva a su vida? —Madrid y Barcelona están cerca. Pero por favor, no te preocupes ahora por eso. —Comienza a devorarme como si supiera que todo va a terminar con nuestro viaje. Yo siento que así va a ser, y aunque me niego a dejarlo marchar, tengo que disfrutar de todos los momentos juntos. La noche de pasión nos lleva a altas horas, probablemente por querer aprovechar al máximo el tiempo. *** Al llegar a Kua Lumpur todo es impresionante, altas torres, edificios majestuosos. El primer destino, no puede ser otro que las Torres Petronas, tan espectaculares por dentro como por fuera. Por la tarde vamos al mercado de China Town, quedándonos totalmente maravillados con la cantidad de gente. La noche llega pronto. Nuestra pasión se hace más feroz. Solo nos queda otra noche más y este sueño toca a su fin, por lo que damos rienda suelta a nuestra imaginación y disfrutamos de nuestros cuerpos unidos en consonancia. El siguiente día visitamos Batu Caves, unas cuevas en las que se encuentra la figura dorada de un Buda, tras pasar la mañana allí ponemos rumbo a Sentral, donde comemos algo en los alrededores para dirigirnos a Little India. Por la noche cenamos otra vez en las Torres Petronas, las vistas son espectaculares y es el final del sueño. Un precioso sueño que toca a su fin. Aquella noche es muy distinta, por primera vez hacemos el amor. Alex es totalmente cuidadoso y cariñoso. Todo es sensual y pasional, no puedo creer que todo se haya acabado. Queremos disfrutar durante toda la noche, pero esta vez Morfeo nos envuelve y nos lleva a un profundo sueño. Dormimos totalmente agarrados y así despertamos. Nuestro regreso dura casi veinticuatro horas, por lo menos nos reímos recordando y viendo las fotos que tenemos en nuestras respectivas cámaras. Sé que todo va a terminar, lo presiento y yo creo que me he enamorado de él. Si me llegan a preguntar cuando lo conocí, no hubiera apostado nada por él. Pero al convivir durante diez días, he descubierto un hombre cariñoso, divertido y muy buen amante. Con la llegada a Madrid, él tiene que tomar un vuelo a Barcelona. —Xenia te prometo que te llamaré. Pero he de irme, mañana tengo que reincorporarme al trabajo y no puedo perder ni un minuto más. El beso de despedida me sabe a poco y mis lágrimas comienzan a brotar. Yo tengo aún un día más para regresar al trabajo. Charlamos un par de veces ese día, pero no es igual. Mi regreso a la vida real es muy duro. Por la mañana, todos están esperando mi llegada para preguntarme por el viaje. El primero en esperarme es mi jefe, que con un apretón en la mano me indica que le siga al despacho sin ninguna explicación. Al entrar me quedo en blanco. Allí está Alex, guapísimo con un traje azul eléctrico que le sienta de maravilla. Mi jefe me explica que viene a ver el proyecto. Somos lo más profesionales que podemos, aunque nuestros cuerpos se reclaman; de vez en cuando nuestras miradas se encuentran y sonreímos. —Un proyecto maravilloso señorita Velázquez. Señor Cantalapiedra, ¿me concede un minuto para hablar con ella? —Él asiente y nos deja solos. —Xenia he venido a por ti. En mi empresa hay un puesto vacante, serías la diseñadora de las campañas publicitarias y yo sería tu supervisor. El salario no es malo y estaríamos juntos, y lo mejor de todo dejarías de ser becaria. ¿Qué me dices? Te necesito. Ayer casi enloquezco sin ti. —dice tras mi cara de asombro. —Alex, ¿no crees que esto es muy precipitado? —No, eres la mujer de mi vida y no voy a dejarte escapar. Di que sí por favor. Tras un minuto de reflexión, veo en su cara terror y me gusta. Es miedo a perderme y entonces contesto: —Sí, quiero irme a tu empresa y quiero estar contigo. Nos fundimos en un gran beso y así comienza nuestra próspera relación. CASI DIRTY DANCING DE VERÓNICA GARCÍA MONTIEL https://www.facebook.com/veronica.garciamontiel Me sentía mareada en los escalones del jet privado de mi padre, a tan solo un par de ellos para pisar suelo firme. Demasiadas horas de vuelo para cruzar gran parte del mundo, de Madrid a Punta Cana. Tenía pánico a los aviones hasta el punto que hubiera hecho a pie y a nado todos los miles de kilómetros que separaba un lugar del otro. Solo pensar que aún me quedaba la vuelta, me entraba locura transitoria. —¡Venga Magge! —mi hermana melliza, Gim, me dio un suave empujón por la espalda. —¡No me empujes! —Le regañé girándome hacia ella. Bastante tenía con mi mareo y mis pocas ganas de hacer este viaje para que ella se sumara a tocarme las narices. —Niñas, ¿otra vez os estáis peleando? —mi queridísima madre acababa de asomar por la puerta del jet. Verla con esas pintas era un delito, llevaba un playero de seda, con mangas tres cuartos color verde saltamontes, a conjunto de un pañuelo que se había colocado tapándole todo el pelo y sujetado en un nudo en lo alto de la cabeza. Sin olvidar, ese pequeño suplemento, unas gafas negras, más grandes que las del “Chaval de la peca”. —¿Serías tan amable de quitarte esa lechuga de la cabeza? —le preguntó mi hermana Gim con cansancio. No pude evitar reírme. —¡Es tendencia, niña! —contestó mi madre, exasperada, dándole un manotazo en el hombro. Mi madre era muy friki. Tenía una forma de pensar, así como de ser, que por decirlo de alguna manera, era un poco exclusiva. Y os explico el porqué, somos de Madrid, concretamente de Móstoles, de toda la vida de Dios y, si os fijáis, mi hermana se llama Gim y yo Magge. Esto viene a que cuando mi madre nos estaba gestando. Pensó en llamarnos María y Gloria hasta que se enteró que tuvo un tatarabuelo inglés. Solo sabe que su tatarabuelo era extranjero de habla inglesa, pero ella ya dice que su familia procede de Hollywood, y lo peor, se lo cree de verdad. Es una mujer que le gusta dar la nota como ahora, paseándose de reina hortaliza, pero es muy noble y tiene muy buen corazón. Mi padre no tardó en salir y juntarse con nosotras para poner orden. —Chicas, venga, nos espera el chófer justo en la entrada del aeropuerto. —Mi padre era todo lo contrario a mi madre. Era todo parsimonia, se tomaba las cosas con mucha calma, más bien demasiada, todo lo arreglaba hablando y a base de filosofadas. Mi padre era más normalito, no tenía descendientes en Hollywood y, si los tuviera, le importaría un comino. Al llegar al hotel, mientras mi padre cogía las llaves de nuestras respectivas habitaciones, yo observaba, por hacer algo, el panel de corcho noticiario que había. Al parecer, hacían fiesta cada noche. Esta noche, si mal no entendía, hacían la fiesta de bienvenida, que consistía en diferentes juegos entretenidos entre los clientes. Al día siguiente, todas la mujeres interesadas podían apuntarse al desfile para otorgar el titulo, "Miss Hotel Canabana 2014", seguro que mi hermana Gim se apuntaba. Yo, ni loca. De repente, topé con algo que si me interesaba: Clases de Merengue, completamente gratuitas para los clientes del Hotel Canabana, con el fin de bailar el último día de estancia en el concurso “Tú bailas en Canabana”. Los interesados deberán apuntarse en dirección y se les ofrecerá los siguientes horarios: De Lunes a Viernes: Las clase se darán en la sala de juntas, de 18h a 20h. Sábado: Por la mañana: Última hora de clase, de 12h a 13h (y despedida de los profesores). Por la noche: Concurso Tú bailas en Canabana, a las 23h. Hotel Canabana les anima a participar. ¡No se lo pierdan! No es que se me diera bien bailar. Pero bueno, podría mantenerme ocupada y alejada de mi familia de locos durante dos horas diarias. Además, haría algo de deporte y eso lograría que mi semana de vacaciones de infierno, fuera más amena. Con suerte, puede que incluso hiciera algún amigo. Eso sí, para lograrlo debía mantener en secreto mi idea. Si en algún momento mi madre llegaba a enterarse, no dudaría en apuntarse, y sintiéndolo mucho, mi madre era un espanta chicos en toda regla. Tendría que buscar un momento de despiste para acercarme a recepción y poder apuntarme. Ya pensaría cómo. Ya en la habitación, me dispuse a colocar la ropa en el armario. Por desgracia, me tocó compartir habitación con mi hermana Gim... Así que adiós a mi ratitos de relax. Pese a que éramos hermanas mellizas, no nos parecíamos en nada y no hablo solo físicamente. Yo era morena y más bien alta, en cambio Gim era rubia y cinco centímetros más bajita. Yo tenía los ojos miel y Gim azules. Yo era la niña “bonita con cara graciosa” y Gim “ la verdaderamente guapa”. Ella era una pelotera de mis padres y yo la sosa sin gracia. —Si no te importa, me quedo con la cama de la derecha. nada más entrar en la habitación. —dijo Gim —Por mí, como si te quedas el hotel enterito... —me tiré sobre el colchón y dejé escapar un largo suspiro. Qué larga se me iba hacer la semana. Pero larga, larga. La puerta de la habitación se abrió y mi madre asomó por ella, como siempre, en su apogeo. Mira que tendrá ropa y biquinis para aburrir... Se colocó el más feo que tenía. Llevaba un pareo con pliegues color naranja y aguas rojas, que conjuntó (creo que a golpes, no hay otro modo) con un biquini feo, feo, refeo y aún así la palabra “feo” no me acababa de llenar la boca, ni explicar la sensación que producía el color del biquini en mis ojos. —¡Venga chicas! Que nos espera la playa. —Id vosotras, yo me quedo... pizca ir a la playa. —les informé. No me apetecía una Una hora más tarde, estábamos justo donde mi madre deseaba, en la puñetera playa. Mi madre con sus pintas, Gim como si acabaran de sacarla de una revista de El Corte Inglés, y mi padre guiándonos como un verdadero profesional. Y yo, con mi cara avinagrada total, con los brazos cruzados por debajo del pecho y separada del grupo. En fin, como una familia normal. —Nos quedamos aquí. —informó mi madre sin preguntar ni nada, lo que diga su farolillo va a misa. Estiré mi toalla en la fina arena, con todo mi genio retenido, y me tiré encima de ella bocabajo. Mientras farfullaba entre dientes la “mierdi” de vida que me había tocado. —¿Quieres tomar algo? —Me preguntó mi padre. Sin levantar la vista contesté: —Un avión dirección a Madrid, por favor. Tras mi pedido, mi padre soltó una carcajada. —¡No te rías, José! —le regañó mi madre enfadada. comporta como una malcriada. —La niña se A veces creía que mi madre no se había dado cuenta de que ya no éramos niñas. Mañana, Gim y yo cumplíamos veinticinco años y ella seguía llamándonos niñas. Tan solo unos minutos después, me sentía asfixiada y tenía la sensación de estar cociéndome poco a poco. Me levanté y sentí un pequeño mareo, miré a mi madre y a mi hermana y ellas parecían estar a gusto. Me levanté y me sacudí las manos mirando al horizonte. Aquella playa era una preciosidad. Comencé a caminar sin rumbo, pensando en mis cosas y mirando mis pies. Por inercia giré la mirada hacia la derecha y vi a un socorrista. Estaba sentado en una silla, con los brazos cruzados en la nuca y me miraba intensamente con una media sonrisa de lado. Por un momento me desorienté. Volví a fijar mi mirada en los pies algo avergonzada e intenté seguir mi rumbo. Era muy atractivo. Tenía la piel color aceituna y los ojos verdes. Me conciencié en seguir con lo mío y no volver a mirarlo. Tras dar un par de pasos, noté una presencia justo en mi espalda. Me di la vuelta y torpemente me tropecé con mis propios pies. Aquel chico con el cuerpo fornido, y el torso esculpido, me agarró con suavidad para evitar que cayera. Sentí, con el contacto de su mano en mi piel, una electricidad que hizo despertar mi corazón haciendo que latiera con fuerza. Tenía unos labios bien perfilados, bastante gruesos y rosados, humedeció el inferior pasando su lengua sobre él. —¿Estás bien? —me preguntó. Su voz, para no ser menos, era sensual y logró erizarme el vello. —Sí. —Contesté avergonzada con las mejillas al rojo vivo. —¿Qué hace una chica como tú sola por aquí? —preguntó pasándose la mano por el abdomen y no pude evitar seguir con mi mirada el recorrido de su mano. —Caminar... —le informé. Él sonrió dejando sus ojos achinados y noté como el suelo parecía moverse bajo mis pies. —¡Roko! —chilló alguien de lejos y él se giró rápidamente. —Toca ruta. —¡Enseguida voy! —se giró y volvió a dedicarme una sonrisa. —Me tengo que ir, si necesitas cualquier cosa... Estamos por aquí. —Y tras eso, emprendió su camino parándose un poco más adelante, volvió a girarse para mirarme y retrocedió unos pasos. —Que pases un buen día, señorita solitaria... —e hizo una reverencia con la que me arrancó una sonrisa. *** Un duro día de playa, así definiría mi primer día de vacaciones. Me puse roja como una gamba, me ardía el cuerpo y, para más recochineo, aquel gigoló se paseaba por mi mente en pelota picá. Pero ahí no terminaba, no, todavía me quedaba una cena con mis padres, donde según mi madre “iba a poner las cartas sobre la mesa”. ¿Qué cartas? ¿Qué mesa? Era un enigma. Suerte que pude escaparme para apuntarme al concurso de baile. Tenía ganas de comenzar las clases, aunque no tenía pensado bailar el último día, solo participaría en clases. Era una noche calurosa y húmeda, me estorbaba hasta el fino vestido de tirantes. Una luna llena decoraba glamurosamente la velada. Una cena, mi padre, mi madre, mi hermana… Una carta entre mis manos a base de pescado y marisco, un vinito en medio de la mesa y a simple vista un momentazo para subir a Face, Twitter, Instagram y ser la envídia de los envidiosos. Pero todo aquello cambiaría en tres, dos, uno… —Vuestro padre y yo… —comenzó a decir mi madre. —Tenemos que comentaros unos pequeños cambios. —Paró para cerrar la carta y dar un pequeño sorbo al vino, agarró la servilleta, secó con delicadeza sus labios y la dejó sobre la mesa. —Hasta ahora, para vuestro aniversario, siempre habéis elegido vuestro regalo. En cambio, este año no será así. —Viendo como se iba torciendo el momento, decidí llenar mi copa de vino y la preparé bien cerca. — Vuestro contrato en la empresa familiar queda anulado. Estáis despedidas. ¿Qué? ¿Cómo?¿Cuando?¿Por qué?¿Eso es un regalo de aniversario? ¿Tengo que llorar de la emoción? ¿Abrazarle y darle las gracias? —Mamá, si esto es una broma, no tiene ni chispa de gracia. —dijo mi hermana Gim echándole una mirada de Jack el Destripador. Yo cogí la copa, la llevé a mis labios, y bebí como si no hubiese mañana. —No, en realidad, es una tradición. Una herencia de mi bisabuelo. — vaya, hombre… Hay familias que heredan una casa, un título, dinero… nosotros heredamos despidos improcedentes. No sé si reír o llorar, decirle a mi madre que la quiero o besarle los pies por maja. Bebo un poquito más y vuelvo a llenar la copa, la próxima vez dejaré la copa en el centro de la mesa y beberé a morro de la botella. —Siempre hemos querido que os valgáis por vosotras mismas. —Mi padre, que juraría que dormía, se incorporó a la conversación. —La idea es que os busquéis la vida durante un año, sin prescindir de la comodidad que os brindamos vuestra madre y yo. Después, si lo lográis, volveremos a contrataros. Nunca se sabe que puede ocurrir el día de mañana, puede que la empresa algún día decaiga, y quiero tener la tranquilidad de saber que mis hijas sabrán buscarse la vida. —¡Sí, claro! —espeté. —¿Y no sería mejor que nos abandonaras en alguna isla desierta del Caribe y nos vinieras a recoger dentro de un año? Quién sabe, el día de mañana puede haber un apocalipsis. Supervivencia pura… ¿Estáis bien de la azotea? —y al finalizar, me hinqué otro trago de vino. Mi hermana Gim me quitó la copa de las manos. Yo no me gané mi puesto por ser la hija de Fulanito, sino que tuve que estudiar, sacarme un máster y hacer doscientas horas de prácticas, para entrar únicamente como becaria. Mis padres nunca nos dieron preferencia, entramos como un trabajador más. Y si faltabas al trabajo, te lo descontaban del sueldo. —No digas tonterías Magge, ésta ha sido nuestra decisión y tenéis que respetarla. —contribuyó mi madre. Ya que mi hermana se llevó mi copa para que dejara de beber, agarré la suya y me la bebí enterita. Me levanté de la mesa. —Buenas noches. —Me despedí. —¿No vas a cenar? —preguntó mi padre. —No, tengo que ahorrar. —Contesté con excesiva ironía. Aunque, quien sabe, quizá me harán pagar el viajecito. Ya no me extrañaba de nada. —Magge, te estás comportando como una niña consentida. regañó mi madre. —Me —Tranquila mamá. El año que viene, si volvemos a repetir el viaje, probablemente estemos con un kit de supervivencia, enseñándote a pescar y a cazar con las manos. Al día siguiente intenté evitar a mis padres todo el día y aproveché uno de esos ratos de soledad para ir de compras. Me di un baño y me preparé para mi primer día de clases de merengue. Me puse unos shorts tejanos y una camisa blanca sin mangas atada sobre el vientre, por último me coloqué mis victorias y me recogí el pelo en un moño informal. No era uno de mis mejores días, como tampoco fue mi mejor noche y, como nada pasa en vano, noté que debajo de mis ojos habían aparecido unas bolsas espantosas. Feísimamente fea, si la expresión existía, era así como me veía. Salí de mi cuarto intentando dejar toda la energía negativa dentro de ella. ¡Malditas vacaciones en familia! ¡Maldita herencia! Encontrar la sala de juntas fue todo una odisea. Empujé la doble puerta de madera maciza y, al abrirse, vi una enorme sala con suelo de parqué. La pared de enfrente era una espejo de punta a punta. Mis pasos hacían eco y recorrí con la mirada todas las esquinas de aquella sala iluminada. Deduje que fui la única en apuntarme ya que llegaba diez minutos tarde y no había nadie. De repente, y haciendo que diera un respingo, sonó música por toda la estancia. Miré hacia el techo, con una mano en el pecho, buscando no sé el qué... Reconocía esa canción, mi madre la cantaba muy a menudo, sobre todo, cuando era pequeña... Amor Divino de Alex Bueno. Una voz salió por los altavoces, una voz masculina que me erizó todo el vello de mi cuerpo. —Baila. —Me ordenó. Giré mi cuello para mirar hacia atrás, pero no encontré a nadie. ¿Sería una broma, no? —No sé bailar... —dije mirando hacia el techo. —Yo tampoco, hasta que bailé. Que gracioso... —¿Crees que si supiese bailar Merengue estaría aquí? No tiene sentido... —Literalmente estaba hablando con el techo. —Baila. —Ordenó de nuevo. Cambió de canción y subió más el volumen. Ahora en la estancia sonaba “Moviendo las caderas” de Oro Solido. Está bien, si lo que quería era ver una tabla rígida moverse, pues adelante. El espejo era bastante intimidante, ya que veía con claridad que mis movimientos eran penosos. Moví mis caderas tímidamente y coloqué una mano en la cabeza y otra en la cintura, ni un niño pequeño lo haría peor. Me puse de lado e hice un pequeño y torpe movimiento con el culo. ¡Esto no podía ser posible! Dejé caer las manos parando en seco el ridículo movimiento. —¡Olvídalo! ¡me voy! —chillé al techo. —¿Podrías mirarme cuando me hablas? Gracias. Giré mi cuello hacia la derecha lentamente y ¡Boom! Ahí estaba el socorrista, con un pantalón negro, una camisa de tirantes marcando cada musculo de su torso y con una simpática sonrisa en los labios. —¿Bailarín? —Date media vuelta y mira hacia el espejo. —Le hice caso y me puse en la posición. Puso una mano a cada lado de mis caderas y me miró a través del cristal. Se me cortaba la respiración con solo mirarlo y, ahora que tenía sus manos sobre mi cuerpo, se me nublaba la vista. —Las caderas tienen un movimiento... —comenzó a mover sus manos y a arrastrar mis caderas con ellas. —Así. Y ahora sigue mis pasos. —Comenzó a canturrear en mi oído. —Un, dos, tres. Un, dos, tres... —el calor que emanaba su cuerpo hacía que una especie de electricidad corriera por mi espalda hasta llegar a mi nuca. Se me hacía difícil mirar hacia el espejo, ya que sus ojos me miraban profundamente a través de él. Con suavidad agarró mi mano, que caía lacia, y se la llevó hasta su cuello. El baile, cada vez más sensual, parecía fluir sin dificultad y mis piernas seguían sus pasos sin tropiezos. —Eleva la barbilla. —Exigió con sus ojos clavados en mí. Hice sin vacilar lo que me pidió. —Eso es... Agarró de nuevo mi mano, que aún seguía en su cuello, y con un movimiento rápido e inesperado, me hizo rotar sobre mis pies. Y sí, se jodió todo, me torcí un pie. Todas aquellas personas hipersensibles, por favor, tapaos los oídos. ¡Me cachis en los mengorros! ¡En tó lo que se menea y en la **** consagrá! Me senté en el suelo y me abracé el pie como pude. —No puedo, soy muy patosa... —dije lloriqueando como una niña pequeña, después me arrepentiría, pero ahora lo necesitaba. ¡Qué daño! Me extendió una mano y tiró de mí hasta empotrarme con su pecho, era bastante más alto que yo. Olía a fragancia fresca con un punto dulce. —No eres patosa, lo que pasa es que no tienes equilibrio. ¡A correr! —¿Pero qué dice? ¿Está loco? —¡No puedo! Me duele el pie. —Le informé cruzándome de brazos. Volvió a empujarme. —Todo es psicológico. ¡ Corre! Diez minutos más tarde, quizás fueron tres, me sentía como una asmática, abrazada a una palmera y con unos goterones de sudor tan grandes como puños. Ya no podía con mi alma, tenía los gemelos agarrotados, un flato que me estaba matando y notaba que mis piernas pesaban una barbaridad. En cambió, el socorrista–bailarín y, mucho me temo que también corredor nato, seguía tan fresco como una rosa. —No hemos hecho ni una tercera parte del recorrido... —no tenía fuerza para mirarlo, pero por el rabillo del ojo vi que tenía los brazos en jarra. —Uy, pues mira que bien, todavía estoy cerca del hotel. Adiós. —con gran fuerza de voluntad dejé la palmera allí y logré seguir sin ella, pero al llegar a su altura, abrazó con su mano mi muñeca y chasqueó la lengua. —Si colaboras podríamos hacer una buena pareja de baile. ¿De verdad lo creía? —¿Sí? —Permíteme que tenga mis dudas. —Principalmente si abandonaras esa negatividad—. Al finalizar estiró de mi brazo y comenzó a mover sus caderas. —Mira con atención —. Su movimiento de caderas era hipnotizante. Era un bailarín profesional y sabía que jugaba con ventaja. Por más que lo intentara no podía sostenerle la mirada. —No bajes la mirada —me regañó. —Siempre en contacto visual. —Cogió mi mano y la colocó sobre su hombro, aproximó su cuerpo hasta rozar el mío. Agarró mi pierna derecha y la colocó en su cintura, me hizo inclinar hacia atrás y, después, movió su cadera sensualmente. ¡Dios de mi vida!¡Aquello era muy erótico! Mi corazón no tardó en marcar un paso acelerado, podía notar los latidos en mi cuello y en las sienes. —¿Notas eso? —¿El qué? —tartamudeé. —El ritmo acelerado que están marcando nuestros latidos. —Notaba eso y un calor justo en medio de mis ingles. Me irguió y empotró su frente con la mía sin dejar de hacer círculos con sus caderas. — Mañana volveremos a correr y te enseñaré un par de pasos. —Sin previo aviso y, por sorpresa, empotró sus labios en los míos y me besó con firmeza. Tras terminar el beso, retrocedió un paso. —Nos vemos mañana. Me costó reaccionar y cuando lo hice ya había hecho un largo recorrido. —¿Cómo te llamas? —chillé. —Roko —contestó a lo lejos. —¡Yo Magge! —le informé. —Lo sé... —se giró y me giñó un ojo. Y allí me quedé, abraza a mi misma con una sonrisa tonta en los labios. Al llegar al hotel me di una ducha ya que llegué sudorosa y con un calentón sofocante. Después de la ducha seguía sin sentirme fresca. Recogí mi pelo con una pinza para dejar despejada mi nuca y así, al menos, no sudar tanto. Roko, el magnífico bailarín, acabaría volviéndome majara. Me tumbé en la cama para descansar, aunque el relax duró lo que dura un piscolabis, hasta que entró mi hermana en la habitación. —Magge, llevo toda la tarde buscándote. ¿Dónde estabas? —Paseando. —Mentí mirando hacia el techo. —Tengo una noticia que darte. —se sentó en los pies de mi cama. Mayormente, cuando mi hermana tiene noticias que dar, muero al acto. —He hablado con Carlos Puente y me ha dicho que tiene trabajo para las dos. —Obviamente, hoy no podía ser menos, morí tras su noticia. —¿Carlos Puente? No trabajaría con él ni siendo el único trabajo del mundo. —Magge, es buen chico. —Sí, claro, para ella. Carlos era un engreído que nunca me perdonó que le diera calabazas. —Por eso, ve tú a trabajar con él, que yo no me merezco tan grata compañía. —Solo será un año, Magge. —Me buscaré la vida, no te preocupes. —Eres una cabezota. En fin, haz lo que quieras. —Se levantó de la cama y noté un vaivén. —Mamá y Papá nos esperan para cenar. Me levanté de la cama sin una pizca de energía. Nunca pensé que mover el pandero fuese tan doloroso, me dolían las nalgas y tenía las piernas agarrotadas. Tener que ir a cenar con mis padres no me apetecía en absoluto. Al llegar al jardín del hotel, pude ver a mi familia sentada en el centro. Lo cierto era, que el hotel tenía un jardín precioso, repleto de velas grandes que emanaban un olor fresco a limón, la mesas y las sillas blancas, macetones con flores coloridas y palmeras altas. El paraíso ante mis ojos. Me dirigí hacía la mesa y me senté en silencio. Mi hermana conversaba con mi madre sobre la moda de otoño y mi padre hablaba por teléfono con el encargado de su empresa, yo me senté a mirar las musarañas y dejé que los minutos pasaran y pasaran, hasta que mi madre rompió el encanto. —Magge, ¿piensas tener el ceño fruncido todas las vacaciones? —Me despedís, echáis por la borda todo mi esfuerzo, mis estudios y cinco años de experiencia. ¿Pretendes que me alegre? —No voy a volver a discutir sobre el tema, ya quedó claro ayer. Seguimos firmes con nuestra decisión. —Dijo mi madre tan calmadamente que me desquició. —¡Pues estoy en mi derecho de estar enfada con vuestra puñetera decisión! —chillé levantándome de la silla inconscientemente. Mi madre también se puso en pie, ella no podía ser menos. —¡No pierdas tanto el tiempo quejándote y busca trabajo! Tu hermana —la señaló con un dedo — Ya ha conseguido un trabajo. Aprende. Aquello me desquició, acabó por encender la llama donde solo habían chispas. —¡Pues qué lo aproveche! —podía notar como tenía el rostro encendido del corajito que sentía. Y al girarme me empotré con un muro de hormigón, ah no, era un torso. Eché un paso hacia atrás, y si, era Roko. —Perdón. —Musité. Muy cuidadosamente me sujetó por la cintura y volvió a sentarme, se agachó y me susurró al oído: —Mañana a las siete te espero en la playa para correr y eso necesita una buena alimentación. Cena. No sé como lo hacía, pero lograba erizarme el vello con cada palabra. Roko tenía algo, y no solo me refería al físico, que me atraía a niveles insospechados. El calor no tardó en manifestarse, el sofoco nuevamente estaba en lo más alto. Me abaniqué con una mano. Antes de marcharse besó mi mejilla y se fue con la misma facilidad que pareció. Pude notar las miradas curiosas de mi familia, pero hice ver que no las noté y me limité a escoger mi plato de la carta. —Algún día nos entenderás... contestarle. —musitó mi madre, no me molesté en Me puse el despertador a las seis y media de la mañana, no me costó porque estaba a acostumbrada a levantarme a esa hora para trabajar. Abrí el armario con sumo cuidado y a oscuras cogí un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Me aseguré de que la camiseta me marcara mis pechos firmes y turgentes, me excitaba la idea de provocar en él pensamientos lascivos. Me hubiese gustado tener unas deportivas, pero como no era así, cogí mis victorias. Salí de la habitación sin hacer ruido. Los primeros rayos de sol hacían que la playa se viera como una obra de arte. El aire era fresco y una leve brisa me trajo el olor del mar. Vivir aquí debía ser una gozada. La playa estaba desierta y el único sonido que me acompañaba era el cántico de los pajarillos. —Pensé que no vendrías… —no me fue difícil reconocer aquella voz que sonaba a mis espaldas. —Eso es porque no me conoces. Soy de palabra. —me giré para mirarlo y me di cuenta que no fue una buena idea en cuanto mi corazón comenzó a latir desesperado. Solo llevaba unos shorts elásticos de color negro que marcaban todo su miembro, lo que veían mis ojos era tan apetecible, que no pude evitar sentir un cosquilleo bajo el vientre. El resto de la vestimenta era a base de piel morena y músculos perfectos, no había ni un solo vello ni una pizca de grasa en todo su esculpido cuerpo. Y como siempre, le acompañaba esa sonrisa dulce, algo perversa, que hacía que mi cuerpo temblara. —Haremos la playa de punta a punta, diez veces. —Quería pensar que me estaba tomando el pelo y que solo me lo decía para reírse de mí, porque de lo contrario, y si eso era cierto, aquello podía ser perfectamente un intento de asesinato. —¿Andando? —pregunté con una pequeña esperanza a que contestara en positivo. —Corriendo. —No puedo hacer eso. —dije mientras echaba una mirada de punta a punta la longitud de la playa. —Evidentemente, con los pies clavados aquí, es imposible. —Ese dragón que llevaba tatuado en el hombro lo hacía aún más sexy. —¿Tiene que ser todo hoy o a lo largo de la semana ? —por primera vez desde que lo conocí, lo escuché reírse a carcajadas. —Norma número uno: Ese calzado es inadecuado. —Miré mis victorias y las escondí bajo la arena, avergonzada. —Dos: no hiperventiles, inspira por la nariz y expulsa por la boca. Tres: lo importante no es ir rápido, sino mantener siempre la misma velocidad. Definitivamente, correr no era lo mío. Sobre la arena costaba mucho más ya que los pies se hundían en ella y el esfuerzo era el doble o el triple. Maldita sea, ¿quién ****me mandó a apuntarme a clases de merengue? ¿En qué estaba pensando? Si lo llego a saber me apunto al de ajedrez. —¡No puedo más! sufrir un desmayo. —Las piernas me fallaban, estaba a punto de —¡Vamos, ya queda poco! Sólo queda regresar. —Me animó. Él seguía manteniendo la respiración controlada mientras yo estaba a punto de desplomarme. Cuando llegué, me tiré sobre la arena con los brazos extendidos y las piernas abiertas, ahogada y repleta de sudor, creyendo que era mi fin. Roko, en cambio, seguía de pie, con las palmas sobre sus rodillas y pude ver como una gota corría por el perfil de su nariz. —Lo has hecho muy bien, te felicito. —No tenía aliento para darle las gracias, así que le hice una gesto con la mano. Cuando recuperé el aliento, me levanté y me abracé las rodillas. —No cuentes conmigo nunca más. Roko soltó una carcajada y se dejó caer sobre la arena, yo también me reí. —Ayer no pude evitar escuchar la discusión entre tú y tu madre… — comenzó a decir mirando el cielo. —No sé si te puede molestar que me entrometa… —me miró y yo me encogí de hombros. Lo cierto es que me daba igual. —Me parece bien la decisión de tus padres. —A ellos también. —le contesté. —A mí no, porque me he trabajado mucho mi puesto, mis padres no me regalaron nada. Estudié mucho para sacar notas excelentes y me esforcé más aún para lograr ser como mi padre. Soy muy emprendedora y trabajo doce horas diarias, incluyendo sábados y domingos. No tengo días de fiesta porque mi trabajo es lo primero. Y no me parece justo que ellos me despidan durante un año. —Tengo un amigo en Barcelona que necesita un ayudante de contable. No es mucho ya que imagino que en la empresa de tu padre tenías un alto cargo, pero puede servirte. Si te interesa, puedo hablar con él. ¿Eres de España, verdad? —Madrileña para ser más exacta y sí, me interesa. —Podrás instalarte en un apartamento que tiene mientras trabajas para él. Me tendrás que facilitar tu número de teléfono. Las vacaciones seguían su curso y las clases también, ya estábamos a viernes y solo me quedaba un día de clases. Las cosas con mis padres seguían igual de frías, me consideraba bastante rencorosa y su despido, para mí, fue una traición. —¡No, no, no! —Me regañó. —La espalda recta y la barbilla en alto. —Con una mano sujetó mi barbilla y con la otra enderezó mi espalda. —Y los brazos rígidos con firmeza. Eso es… Marca el paso. Un, dos, tres… Así. —A veces era muy exigente. —Si sigues así ganaremos el concurso. Correr cada mañana tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. La mala: Recorrerte diez veces la playa cada día a las siete de mañana. La buena: unas nalgas firmes y duras y desaparición de la celulitis. La mala dentro de la buena: correr con Roko me excitaba. La buena dentro de la buena: Roko me ponía como una moto a todas horas. Creo que era la colonia que usaba… no, mentira… Era él, su piel, sus músculos, sus ojos, su sonrisa, la manera tan elegante de bailar. Roko tenía todo aquello que una mujer soñaba y lo que detestaba, también. —Me duelen los pies . —Lloriqueé. —Y a mí la oreja de escuchar tus quejas… —retorcí los ojos y los puse en blanco como si acabara de entrar en trance. —Llevamos dos horas bailando… —aproveché, como de costumbre, cualquier motivo para parar. El cordón de mi calzado se quedó flojo. Un manotazo, de aquellos que pican, aterrizó en mi nalga derecha. ¡Joder! —¡Eso me ha dolido! —dije mientras pasaba la mano por la zona dolorida. —¡Te quiero recta! —Se puso detrás de mí y se aproximó hasta tocar con su pecho mi espalda. Su cuerpo estaba ardiendo y ese calor parecía que se adentraba en mis poros y en forma de energía corría bajo mi piel. Me sentí húmeda, excitada y muerta de deseo. La música romanticona y sensual de fondo no ayudaba a mantener la mente despejada. Comenzó a mover sus caderas rozando mi trasero sensualmente. Podía sentir el corazón bombardear con fuerza en mi cuello y en la sien. Lo miré a través del espejo y noté mi adrenalina subir a mil por hora cuando vi sus ojos ardientes de deseo. No puede ser… Esto es pura imaginación, estoy delirando —pensé. Tenía que reconocer que últimamente me vestía un pelín más sugerente, bueno vale, bastante. Llevaba una falda de mi hermana Gim, tan corta que, un movimiento en falso y dejaba a ver toda mi virtud. Me dio la vuelta hasta tenerme frente a frente y, muy lentamente, recorrió con sus manos mi espalda hasta llegar a las nalgas, una vez allí me apretó hacia su cuerpo. Por primera vez, pude notar su miembro duro clavarse en mi vientre. Se me cortó la respiración. —Si eres inteligente, párame. —Susurró en mi oído. —Supongamos que no llego a la inteligencia media y que no me gusta ser inteligente. —Pues supón que esto nos puede salir caro y que tú pudiste pararlo. —Cargaré con la culpa de que fui mala malísima… —Y lo besé. Roko aceptó mi beso y con ansias devoró mi boca. Me tumbó en el brillante suelo de parqué. Subió mi falda hasta las caderas y escuché el crujido de la seda cuando rasgó mi tanga. La prenda ya no era un impedimento. En una fracción de segundo su pene rozaba la obertura de mi sexo palpitante. Adentró el glande y suspiramos al unísono. Me penetró suavemente mientras me miraba fijamente, cerré los ojos y gemí de puro placer. Besó mis labios con suavidad y bombeó a un ritmo acompasado delicioso. Quizás llevara demasiado tiempo sin estar con un hombre, o quizás aquel hombre hacía en mí lo que nunca imaginé y lo que nadie lograba. —¡Maldita sea! —dijo con la mandíbula apretada. En un impulso se arrodilló y me colocó sobre su regazo. Se aferró con sus enormes manos a mi cintura, elevándome un tanto, y me dejó caer deliciosamente, suave y fuerte a la misma vez. Lamió una gota de sudor que corría a todo prisa por en medio de mis pechos y dejó caer un reguero de besos ascendiendo hasta mi cuello. —Te arrepentirás, tarde o temprano, te arrepentirás de que te esté follando… —No entendía por qué pensaba algo así, éramos jóvenes, sin compromiso… Esto no tenía maldad ninguna. Hice caso omiso a sus palabras. —Estoy a punto. —le advertí. Podía sentir como el placer crecía devastadoramente, en cada penetración, en cada beso, cada suspiro… todo me llevaba al orgasmo. —Si te corres conmigo, para mí, por mí, todo cambiará, lo cambiaré todo. —dijo con voz ronca. Busqué sus ojos y lo miré, decía la verdad, lo vi en su mirada. Quise contestarle, pero me cortó con una penetración dura y aquello acabó por estallar en un devastador orgasmo. —Lo has hecho. Te has corrido y te advertí. —Tras sus palabras comenzó a bombear deprisa y se dejó llevar, rompiendo en un gruñido ronco. Y se fue despidiéndose de mí con un beso en la mejilla. A la mañana siguiente, esperé en la playa a las siete de la mañana con la esperanza de volver a verlo, pero no se presentó. Me pasé todo el día buscándolo con la mirada, con la esperanza de verlo en cualquier lugar. Por la tarde fui a la playa, pero no lo encontré. Entre medias mis padres intentaban romper el hielo que, desde la maldita cena, se creó entre nosotros. Decidí aflojar las cuerdas y dejar pasar aquello e intenté volver a tener la relación de siempre. Aquella noche sería la última en Punta Cana y la noche del baile, pero de algún modo ya sabía que Roko no se presentaría. La noche era fresca, la gente sonreía y disfrutaba de su último día de vacaciones, excepto yo, que seguía mirando cada rincón del jardín con la esperanza de verlo. Mis ojos rastreaban en busca de aquella sonrisa, de aquellos ojos... pero no aparecía, como si él nunca hubiera existido. —Hija, ¿estás bien? —Me preguntó mi padre preocupado. —Sí... —dije dándole un trago a mi copa de agua. —Te noto rara. ¿Buscas a alguien? —No, no... Simplemente cansada. Tengo ganas de volver a Madrid. —contesté evitando mirarle a los ojos, no se me daba bien mentir. No toqué mi bol de ensalada, solo lo mareé removiendo el tenedor. La noche transcurría y cada vez nos dejaba más cerca del concurso de baile. —¿Sabéis que hoy hacen un concurso de baile y yo ni me enteré? — dijo mi madre realmente disgustada. —Y encima de merengue, ¡con lo que me gusta a mí! La música comenzó a sonar, el espectáculo estaba a punto de comenzar. Habían retirado las mesas hacia un lado para dejar despejada la zona que sería la pista de baile y las parejas ya estaban preparadas. En realidad, bailar o no, era insignificante, si hoy deseaba bailar era para poder ver a Roko por última vez. La posibilidad de volver a encontrarnos era de un 0´01 %. Cada pareja tenía una canción asignada. Algunos bailaban mejor y otros peor, pero nadie se podía comparar con Roko. Me pedí otra piña colada, ya llevaba tres. Solo quedaba la última pareja y el concurso se cerraría. Cada vez que una pareja entraba a bailar se me empañaban los ojos y sentía una punzada de dolor en el pecho. El último baile finalizó y ahí supe que Roko no se presentaría. Apagaron los focos y evité volver a girarme para no echarme a llorar, agaché la cabeza para evitar que nadie me viera con los ojos enrojecidos. —¿Bailas? —subí lentamente la mirada hasta toparme con el rostro que tanto había buscado durante todo el día. Y ahí estaba él, con su pelo engominado y despeinado, con su chaqueta tejana apoyada en uno de sus hombros, mirándome intensamente con aquellos ojos verdes que ni en la luz de la noche oscurecían. Dejó caer la chaqueta sobre la mesa y me extendió su mano, acepté intimidada y sorprendida. Dio un silbido metiendo dos dedos en su boca y las luces volvieron a encenderse con la canción “Amor divino” de Alex Bueno . Unas luces de colores comenzaron a parpadear y Roko me hizo rotar sobre mis pies para atraerme hacia su pecho, allí me sonrió y me susurró en el oído: —Siempre contacto visual y la espalda recta. nalgas y sorprendida me puse rígida —Así. —Me tocó una de mis Seguí con facilidad sus pasos, con él el baile fluía sin tropezones. La gente aplaudía, aunque yo no podía mirar más allá de Roko. Cuando nuestro bailé terminó miré hacía donde estaban mis padres, y pude ver como mi madre se abrazaba a sí misma y me miraba con los ojos brillantes. —¡Vamos! —chilló Roko abrazándome por la espalda y sacándome del jardín para adentrarnos en la oscuridad. Ya en la lejanía y escondidos en un rincón de la playa, donde la arena parecía desprender luz, el silencio se apoderó de nosotros. —Pensé que no vendrías... —musité nerviosa ante la incomodidad de aquel silencio tan ensordecedor, pero me cortó devorando mis labios con ansias. Besó mis labios suavemente mientras enroscaba en su dedo un mechón de pelo que caía sobre mi rostro. —No iba volver. —¿Por qué? —pregunté aturdida. ¿No tenía la necesidad de verme? —Te he visto, me buscabas con urgencia, en la playa, en el jardín, en la estancia... —no contestó a mi pregunta. —Me conoces apenas de una semana y he visto en tus ojos la agonía y desesperación en mi ausencia. No soy quien tú piensas y probablemente sea todo aquello que no quieres. —Son unas vacaciones... —dije en un hilo de voz. —no dan para tanto, quizás no volvamos a vernos nunca más y necesitaba despedirme de ti. —Intenté justificarme. No quería que me viera como una desesperada enamoradiza. No creía que sintiera amor. Soltó una sonrisa incrédula y por un momento vi un destello malévolo en ella. —Son unas vacaciones, eso te lo puedo asegurar, y seguro que no volverás a ver al chico que hoy tienes justo en frente de ti. Por eso, quiero disfrutar de una última noche antes de volver a la vida real. Date la vuelta —terminó con una orden. Me giré torpemente quedando frente de una roca que media unos dos metros. Con su cuerpo me empujó hasta quedar empotrada en la fría roca y apoyé mi mejilla en ella. Sus manos acariciaron mis muslos por debajo de mi falda elástica y fue ascendiendo hasta dejarla enrollada en mi cintura. Me removí incomoda, era un lugar público, podía sorprendernos en cualquier momento algún turista paseando por la playa. Retiró el pelo para dejar el lado de mi cara despejado y me besó con ternura el pómulo. —¿Te sientes incomoda? —No, es solo... —tartamudeé. —Que temo que nos puedan ver. —No, eso no pasará. —dijo mientras adentraba ambos pulgares bajo la tela de mi tanga y estiró lentamente hasta dejarlas en mis pies y liberarlas por completo de mi cuerpo. Noté como la excitación se apoderaba de mi cuerpo y como mi vagina se humedecía. Me atrajo hacia su cuerpo y me separó de la roca, con su pie arrastró mi pie derecho y después hizo lo mismo con el otro, hasta lograr tener mis piernas separadas. Para no perder el equilibrio apoyé las palmas de mi mano en aquella roca que hacía de pared. Tenía mi sexo tan expuesto y tan ardiente, que podía sentír la brisa refrescarlo. Se puso de rodillas y con una destreza sorprendente deslizó su lengua por los pliegues húmedos de mi trocito de cielo. Me retorcí de placer a la misma vez que intentaba sujetarme mejor, con las manos, a la plana roca. Lamía y succionaba con destreza y seguridad, con afán y devoción. Sus movimientos activos, sin pausa, me estaban llevando al borde del abismo. Me penetró con la lengua y después lamió, y repitió hasta que mi cuerpo cayo sumiso al placer y el orgasmo se apodero de mi cuerpo. Se puso de pie y en unas de mis sacudidas me penetró desde atrás con una embestida impecable, creí que el placer me partiría en dos. Sus penetraciones se volvieron intensas, haciendo que me elevara con cada una de ellas. Nunca creí que un tramo tan corto lograra sucumbir en otro orgasmo. —Sé que algún día te arrepentirás, mientras tanto, disfruta... —dijo con el aliento entrecortado en mi oído. Y lo hice, disfruté tanto, que no tardé en volver a subir a la cima. Roko me siguió y ambos nos dejamos caer en el suelo, jadeantes. Dejamos pasar los minutos en silencio mirando las estrellas, me giré para observarlo y lo vi mirando el cielo pensativo, con un brazo bajo su nuca. No tardó en contemplarme con sus sombríos ojos verdes y le sonreí tímidamente. Roko besó la punta de mi nariz y en un impulso se puso de pie y me empujó suavemente. —Supongo que aquí se terminan las vacaciones, ¿no? —pese a que disimulé, mi voz estaba repleta de melancolía. —Nada es para siempre... —sonrió y se le achinaron los ojos. — Pero seguro que tendrás un invierno diferente. —Me pareció percatar como si en sus palabras hubiera un trasfondo, pero me limité a sonreír. —Seguro, este invierno no me cabe duda... —dije recordando la dichosa “decisión” de mis padres. —Pero volveré el año que viene. Roko aplastó sus labios sobre mi frente —Que tengas un buen regreso. *** Llevaba una mañana de locos... ¿Cómo puede ser que una maleta se encoja en una semana? Cuando llegué cabía todo perfectamente en una y ¿ahora no? Me senté sobre la maleta y como pude fui cerrando la cremallera. —¡Va Magge! ¡ Nos tenemos que ir hoy! impaciente. —chilló mi hermana —¡No me pongas nerviosa! —¿Otra vez os estáis peleando? – Me caí de la maleta cuando vi a mi madre entrar... —Mamá, eso que llevas es horrendo... —¿Por qué? —preguntó mientras se repasaba con la mirada. —¡Mamá por favor! ¿Desde cuándo un vestido de color azul ha conjuntado con unos zapatos verdes? —Desde hoy. Daros prisa que nos vamos. Ya en el tercer escalón del Jet privado, volví a girarme con la esperanza de que Roko se despidiera de mí. Paseé mi mirada por todo el aeropuerto y solo logré sentir un dolor agudo en el pecho. —¿Y a ti que te sucede en este escalón? —preguntó Gim mientras inspeccionaba el escalón que había bajo mis pies. Me hice a un lado y la dejé pasar. Cuando subí todos los escalones, unas de las azafatas me llamó. —Señorita Magge, es para usted. Tengo órdenes de que no lo abra hasta estar subida en el avión. —extendió su mano y me dio un sobre. Mi querida Magge, No olvide que se incorpora en septiembre en S.L. Cosmics. Recuerde que la advertí, le dejé claro lo que pasaría posteriormente. Norma número 1: una semana no es suficiente para conocer a alguien, sigo siendo un verdadero desconocido para usted. Odio la falta de puntualidad y que mi café no esté en mi mesa a las 7 en punto de la mañana. ¿Está preparada? Eso espero. Tengo muchas cosas para usted, algunas le gustarán más y otras menos… Reciba un efusivo beso Roko Sterkson Director ejecutivo S. L Cosmics CRÉDITOS Idea y Organización: Iris T. Hernández Portada: Laura Reyes Pérez (Diseño Gráfico, Ilustración y Fotografía) Corrección: Lydia Alfaro Maquetación: Iris T. Hernández Booktrailer y Montajes promocionales: Marta de Diego Relatos:, Anele Callas, Castalia Cabott, Chloe Santana, Elena Montagud, Eva P Valencia, Iris T. Hernández, Lidia Syquier, Luisa Fernanda Barón Cuello, Lydia Alfaro, Marta de Diego, Pilar Trujillo, Rose B. Loren, Samanta Rose Owen, Verónica García Montiel. Relatos registrados y de propiedad de cada autor. CE- SEX! Antología Erótica 2014 Publicación 1 de Agosto de 2014 https://sites.google.com/site/sexantologiaerotica/ DEDICATORIA Esta segunda Antología ha superado nuestras expectativas, lo que comenzó con una primera versión bastante conocida, y que el lector nos demostró que le había encantado, hemos conseguido hacer una segunda y sorprendentemente más popular. Desde el principio hemos tenido el apoyo de los lectores, no puedo más que daros las gracias por el interés demostrado desde el minuto cero, sin vosotros nada de esto sería posible. Pero he de agradecer especialmente a cada una de las autoras que se unieron sin dudarlo un segundo, os puedo asegurar que en el momento que salió a la luz que comenzamos una nueva antología en poco más de tres horas, tuvimos que decir que no aceptábamos más autoras, porque no había espacio para tantas. Así que a todas de corazón, gracias por confiar en mí, y sobre todo por ayudarme en todo lo que habéis podido. Y no me puedo olvidar de los blogs y portales que se han hecho eco de nosotras y nos han apoyado promocionándonos. A todos en general GRACIAS. Iris T. Hernández