El mundo pierde su sabor Incidencia del sistema sanitario en

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OPINIÓN 5
Diario de Noticias de Álava Lunes, 5 de mayo de 2008
Tribuna Abierta
POR AMAIA BERANOAGIRRE (*)
Incidencia del sistema sanitario en los homicidios y suicidios
L
A sociedad se conmociona
una y otra vez con noticias
como las del enfermo mental que asesinó a su madre
y paseó con su cabeza por Santomera (Murcia). Sufría esquizofrenia, una enfermedad crónica, a la
vez que consumía drogas. Este tipo
de noticias se suceden una y otra
vez. En los 80 se cerraron los manicomios y no se crearon centros
modernos alternativos, faltan psiquiatras. España es el primer consumidor de cocaína del mundo y no
se están tomando medidas para las
consecuencias sanitarias que supone, además, la distancia entre la
medicina privada y pública crece
imparable en las últimas décadas.
A los centros de internamiento
privados sólo pueden acceder las
clases más privilegiadas. Para el
resto de la población enferma, queda la cárcel cuando cometen alguna barbaridad. Aquí nadie se cura,
y tampoco se les puede condenar a
cadena perpetua.
El 88% del total de la atención a los
enfermos mentales recae en los
familiares, el perfil de cuidadora es
mujer, esposa o hija de 50 a 65 años.
Quedando expuestas a los riesgos
que supone cuidar de un enfermo
mental grave, riesgo que aumenta
ante la mayor fuerza física que los
enfermos-varones tienen frente a
cuidadoras-mujeres y enfermos más
jóvenes que sus cuidadores. El riesgo se invisibiliza cuando hombres
enfermos matan a sus esposas, y las
muertes son asignadas al machismo invisibilizando la enfermedad,
la toxicomanía… que puede haber
a la base. Algunas cuidadoras se
encuentran con la paradoja de que
desde las instituciones les ofrecen
pisos y ayudas a ellas si se presentan como víctimas de maltrato; y en
cambio, para los enfermos que cuidan, no hay pisos protegidos o centros especializados suficientes, sino
la prisión tras la denuncia en los
momentos de crisis o descompensación si se vuelven violentos.
Las familias de los enfermos mentales o neurológicos, se encuentran
muchas veces impotentes frente al
enfermo, que se niega a acudir al
psiquiatra o a tomar la medicación;
en muchos de estos casos se requiere el ingreso psiquiátrico involuntario con el objetivo de tratarlos,
antes que ocurran desgracias mayores. El mismo control de la toma de
medicación o el dinero por los/as
cuidadores, puede provocar episodios violentos, como en el caso del
parricida de Murcia, que parece
que apuñaló a su madre cuando
esta se negó a darle más dinero.
Para evitar la escalada de homicidios y suicidios hace falta una legislación ágil que, como en otros países, garantice el derecho de los/as
ciudadanos/as a ser ingresados en
un hospital cuando se convierten
en un peligro para sí misma y los
demás. Para poder implantar una
legislación así, haría falta dotar al
país de suficientes recursos sanitarios: centros de internamiento para
larga estancia, psiquiatras…
Estamos entrando en una época
de recesión económica: se está
destruyendo empleo masculino
(construcción), lo que pondrá a
S
IEMPRE resulta fascinante
presenciar cambios. Ya
sean en una persona, en
una ciudad o en un país. El
tiempo no se detiene y nada permanece inalterado. De ahí que retornar
al cabo de unos años a lugares que
nos han cautivado se convierta en
una experiencia mágica para el viajero. Sin embargo, en la última década, en nombre de la globalización y
del neoliberalismo, el mundo parece ir encaminado a una triste homogeneización. Cada vez son menos los
estados libres de Mc Donald’s, y
parece que las antiguas construcciones, espejo de la historia del
lugar, son irremediablemente pasto
de nuevos, y aburridos, centros
comerciales, llenos de las mismas
marcas, de Hanoi, París o Bilbao. Es
la era de las multinacionales, del
neocolonialismo de marca. Ni
siquiera Vietnam, que se enorgullece de haber expulsado a chinos,
franceses y estadounidenses, es
capaz de hacerle frente.
Sin duda, es Asia el continente
más afectado en los últimos tiempos
por esta erosión de las culturas
autóctonas. Quizá sea por el ansia
de crecer económicamente imitando sistemas y valores importados de
occidente, pero lo cierto es que los
trajes tradicionales van diluyéndose en un mar de vaqueros y camisetas. No importa cuánto trate el viajero de escapar. Hasta en el desierto
sirven hamburguesas.
prueba la salud mental de
muchos. Se sabe que muchos hombres entran en depresión frente al
paro o las dificultades laborales,
por lo que es previsible que
aumenten los homicidios y suicidios. Cuando se trate de homicidas hombres y víctimas mujeres
se contará como violencia de género; si la homicida es mujer, la causa se buscará en su estado mental.
La Ley de Violencia de Género
actual no tiene ninguna capacidad
de previsión ni disuasión en estos
casos, ya que excluye cualquier factor personal como causa de los
homicidios de las mujeres por hombres. Ésta dice así: “La violencia de
género no es un problema que afecte al ámbito privado”, así los factores psicológicos quedan descartados por la propia Ley.
Esta ley establece que la violencia
de hombres hacia mujeres se debe
únicamente a factores sociales
excluyendo factores particulares
como son los psicológicos y busca
la solución en la educación en la
igualdad de género. En dicha Ley la
atención preventiva y sanitaria únicamente está dirigida a la víctima,
olvidando a los potenciales autores
de las agresiones.
Cuando las alteraciones mentales
diagnosticadas y sin diagnosticar,
la droga o el alcohol se cruzan en la
mente de hombres o mujeres no hay
educación, ni leyes, ni razonamientos que valgan. El mejor ejemplo lo constituyen las madres; no
hay población mejor entrenada y
educada para cuidar y proteger a
sus hijos, pero cuando la enferme-
Las familias están
impotentes ante el
enfermo mental que se
niega a ir al psiquiatra
o a tomar la medicación
Si el homicida es
hombre se cuenta como
violencia de género y si
es mujer, se atribuye a
su estado mental
Colaboración
POR ZIGOR ALDAMA (*)
El mundo pierde su sabor
Y lo peor es que la occidentalización mal entendida está calando y
va más allá de la superficie. Lo de
pasar el fin de semana encerrados
en el centro comercial ya no es una
costumbre estadounidense. Cruzó
el Atlántico para apoderarse de los
paseos por los montes de Euskadi
en compañía de la familia, y ya ha
navegado el Pacífico para entrar en
el continente más poblado del planeta. Los jóvenes de la China más
desarrollada, ésa que va marcando
la pauta para el resto del país,
comienzan a quedar frente a las
tiendas de Louis Vuitton en vez de
en plazas o parques. Y Mc Donald’s
se convierte en centro de reuniones.
Se erosiona la forma de vida, la dieta, la educación. Llegan el individualismo y los obesos mórbidos. Y,
de repente, pasear por Shanghai ya
no resulta tan diferente.
Mientras tanto, las multinacionales siguen haciendo caja. Exportan
Big Macs y trabajos basura. Explotan a la población local y les venden
luego sus productos. También compran a cinco y nos lo venden a quinientos. Cuando un mercado deja de
ser atractivo, se van a otro. No hay
lealtad en el dinero. Hoy es China,
pero también Vietnam, India, Tailandia. Mañana serán Laos, Camboya, Bangladesh. Y queda todavía
el continente negro.
Hace siete años, cuando visité por
primera vez el país de Ho Chi Minh,
la carretera que une la capital,
Hanoi, con la ciudad de Haiphong,
discurría por un mar de arrozales
salpicado de búfalos de agua y
gorros cónicos. Hoy, gigantescos
pabellones sobre los que ondean una
docena de banderas diferentes se
han apoderado de ellos. Las marcas
que los han construido son de sobra
conocidas. Han llegado a Vietnam
siguiendo los mismos pasos que les
llevaron a China, y después seguirán el camino hacia el siguiente destino barato. Pero no dejarán el lugar
tal y como estaba cuando llegaron.
Como una droga, harán adictas a
millones de personas que convertirán en clientes. Eso sí, en aras del
desarrollo.
Al regresar a una ciudad como
Hanoi, bastión del Vietcong, castigo
de imperialistas, es cuando uno se
da cuenta de que el capital es mucho
mejor colonizador que las armas. Su
rastro no es tan evidente, y generalmente no recibe resistencia. Es
como el veneno para ratas, que mata
pero tiempo después de haberlo
ingerido, para que la víctima no
sepa qué es lo que le causa la muerte. En este caso, la muerta es la cul-
La costumbre de EEUU
de encerrarse el fin de
semana en un centro
comercial ha cruzado el
Atlántico y el Pacífico
dad o crisis mentales, el alcohol o la
droga se cruzan en sus mentes pueden llegar a matar a sus hijos/as.
La reducción de homicidios y suicidios está vinculada con la inversión y la mejora de la sanidad pública. Uno de los mecanismos con los
que ésta se está desmantelando, es
redefiniendo problemas sanitarios
como problemas sociales; de esta
forma son más baratos y políticamente rentables para los gobiernos.
Hay un número significativo de
mujeres que conviven con familiares enfermos y lo desconocen; debido a la fuerte campaña sobre violencia de género y la escasa o nula
información sobre salud mental,
frente a comportamientos que son
síntomas de patología (comportamientos y expresiones raras o
incoherentes, obsesión con alguna
persona, celos infundados) se interpretan como maltrato y, siguiendo
la Ley de Violencia de Género, se
toman las medidas establecidas
contra los maltratadores (denuncia,
alejamiento o prisión). Y como ni la
educación ni la ley tienen ningún
efecto cuando las afecciones psíquicas alteran la mente de una persona, y la cárcel no cura; cuando el
enfermo-agresor sale de la cárcel la
madre o esposa corren el mismo
peligro o más que antes. En este
periplo se han empleado toda una
serie de recursos públicos que de
poco han servido y la sanidad pública tanto necesita también para
poder evitar homicidios y suicidios
anunciados.
* Psicóloga
tura. Ni siquiera las minorías étnicas que viven a más de 2.000 metros
de altura están a salvo. Porque las
ondas que llevan las imágenes de
televisión no tienen fronteras. Se
pierden lenguas y tradiciones, y se
produce un éxodo hacia las ciudades que las convierte en bombas de
relojería. Los índices económicos se
disparan para deleite de los gobiernos, pero la población sigue en permanente lucha para sobrevivir. Crece la renta per capita, pero los precios rozan el cielo. Y el consumismo
ya se ha apoderado de otro país teóricamente comunista.
El mausoleo de Ho Chi Minh ve a
diario un torrente de nostálgicos
que vuelven a despedirse de su cuerpo embalsamado en un silencio
sepulcral que grita profundo respeto. “Con él teníamos dignidad”, me
comenta un hombre de mediana
edad. “Ahora somos como todos los
demás. Un país vendido a las potencias mundiales”. Sus palabras
resuenan una y otra vez en mi cabeza. Los chinos hace tiempo que pasaron esta etapa, y una visita al mausoleo de Mao se parece más a un picnic de domingo. Además, luego no
tienen que caminar mucho para ir
a comer una hamburguesa en el Mc
Donald’s o tomar un café en el Starbucks. Si los dos líderes levantaran
la cabeza...
* Periodista, especialista en Extremo
Oriente
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