NIC en España: de un modelo contable

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en la práctica
NIC en España: de un modelo
contable prudente a uno basado
en datos objetivos
En España el debate sobre
las NIC comenzó cuando
la normativa estuvo
en plena vigencia.
Entrevista realizada por
Javier N. Rojas
al catedrático Andrés Báez
D
Foto: Thinkstock
espués de una polémica sobre la reforma de su modelo de contabilidad, en la que se analizó si, en materia tributaria, era adecuado o no
incorporar plenamente las Normas Internacionales de Contabilidad
(NIC), España entendió que no resultaba conveniente adoptarlas en bloque, sino
que primero se debía revisar la normativa contable interna española, inspirada en la
Cuarta Directiva de la Unión Europea de 1978, sobre balances empresariales, con el
propósito de adecuarla a las NIC, asegura el catedrático de derecho tributario y financiero de la Universidad Carlos III de Madrid, España, Andrés Báez.
Esa decisión se concretó mediante el plan general de contabilidad del
2007. En consecuencia, el país ibérico estableció la aplicación de las Normas Internacionales de Contabilidad y de las Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF) para las cuentas contables consolidadas de los grupos económicos
que cotizan en bolsa de valores, parámetros que posteriormente se extendieron a las
cuentas contables de las empresas individuales. Por eso, España cuenta en la actualidad con un plan general de contabilidad adaptado conforme a las NIC, pero sin haberlas incorporado en bloque al ordenamiento tributario interno.
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Impuestos
en la práctica
Antes del 2002, la regulación
contable en el país ibérico, igual que en
toda Europa, tanto para cuentas individuales como para cuentas consolidadas
de grupos empresariales, se fundaba en
la normativa contable interna que fue fruto de la transposición de las directivas sobre balance contables de la Unión Europea, en particular de la Cuarta Directiva,
norma que no fija una regulación detallada, sino que estipula una serie de orientaciones generales y permite, además, que
los estados miembros regulen la contabilidad, en detalle, de acuerdo con su propia
realidad.
Según Báez, después de aprobado el Reglamento 1606 del 2002 por parte de la Unión Europea, que obligaba a ser
aplicado en las contabilidades consolidadas
de los grupos empresariales, pero no en las
contabilidades de las empresas individuales, en el 2003 se produjo una pequeña reforma de la Cuarta Directiva, que se llamó
de modernización, mediante la que se incorporaron algunos elementos de las normas internacionales de contabilidad.
Precisa que esta reforma tomó
en cuenta lo siguiente: como para las cuentas contables individuales de las compañías era opcional la aplicación de las NIC,
se introdujeron algunas reformas, de modo
que no se alejaran mucho de las pautas establecidas para los grupos empresariales
que presentaban cuentas contables consolidadas. Pero fue un ajuste de alcance marginal, asegura Báez, aunque se incluyeron
los conceptos de valor razonable con el fin
de facilitar la operación con instrumentos
financieros y con otros papeles valores, y
se hizo una pequeña reforma de la figura
de provisión para riesgos y gastos.
El problema de la contabilidad
tradicional europea basada en la Cuarta Directiva, en particular en algunos estados de
Europa muy desarrollados como Alemania,
era que se trataba de una contabilidad pensada fundamentalmente con el objetivo de
proteger a los acreedores sociales. Es decir,
procuraba evitar una sobredimensión de las
utilidades que pudiera, en un determinado
momento, favorecer un reparto de beneficios ficticios, situación que a su vez llevaba
a la descapitalización de la sociedad.
Esas normas contables prudentes de protección social o con el objetivo de
evitar la descapitalización, estaban extraordinariamente sesgadas, desde el punto de
vista de la información que se requiere en
Impuestos
un mercado de valores, porque incidían, en
definitiva, en la determinación de un beneficio muy pequeño en las empresas o, en el
fondo, tales normas facilitaban la práctica
de diferir el beneficio, pues se podía anticipar el gasto y diferir el ingreso.
La idea fundamental de las
normas internacionales de contabilidad,
advierte Báez, no busca proteger a ningún
potencial acreedor de una empresa, sino
informar sobre la situación patrimonial,
financiera y acerca de su estado de pérdidas o de utilidades.
La primera vez que España
tuvo una ley de impuesto, seria y moderna, sobre las sociedades, fue en 1978. En
aquella primera ley, la relación entre contabilidad y fiscalidad era muy confusa, porque en teoría la norma fiscal permitía la
elaboración de un balance empresarial
autónomo para fines fiscales. Es decir, la
norma determinaba con precisión los ingresos y los gastos, al igual que la forma
en que debían valorarse e imputarse temporalmente desde el punto de vista fiscal.
El problema era que esa norma, en muchas
ocasiones, lo que hacía era simplemente incorporar la norma contable. Y eso generaba una serie de problemas en torno a si
la interpretación debía ser la misma para
efectos fiscales que en lo tocante a los fines contables.
En 1995, la Ley 4395 aprobó
un nuevo impuesto sobre las sociedades
que parte de una filosofía completamente distinta, a la hora de determinar el beneficio gravable, la base imponible del impuesto, se remite a la normativa contable.
Por tanto, parte del resultado contable, del
saldo de la cuenta de pérdidas y ganancias,
para practicar posteriormente una serie de
ajustes de naturaleza fiscal, que básicamente se refieren a amortizaciones, pérdida de
valor de elementos patrimoniales, provisiones, gastos no deducibles, reglas especiales de valoración y precios de transferencia, entre otros aspectos. Con esa ley,
la situación cambió completamente, pues
de un balance fiscal autónomo se llegó a
un modelo de dependencia en el que se tenía un resultado contable más unos ajustes
fiscales.
Báez precisa que con la reforma del 2002, el marco esencial de 1995 se
mantiene vigente. O sea que permanecen
los parámetros contables de la Cuarta Directiva. No obstante, el problema en el frente tributario empezó a plantearse ese año,
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cuando el legislador español dispuso la reforma del plan general de contabilidad, con
el objeto de adaptarlo a las normas internacionales de contabilidad. En tal contexto se
analizó que se estaba remitiendo el procedimiento contable para fines fiscales de las
empresas a la normativa contable. Pero si
esta iba a cambiar, entonces se debía determinar en qué medida aquella reforma contable iba a tener efectos fiscales.
En consecuencia, en la Ley
16 del 2007, de adaptación tanto contable como fiscal al nuevo marco de las normas internacionales de contabilidad, se introdujeron algunos aspectos particulares
mediante los cuales el poder legislativo
trató de blindar a la administración tributaria frente a la nueva situación conforme
a la que se adoptaban las NIC. Báez señala que estas reformas también fueron
de limitado alcance.
Hoy la discusión se debe concentrar en esclarecer si las antiguas normas
contables, prudentes o las nuevas normas
contables, orientadas a la información objetiva en los mercados de valores, son las
que mejor se adecuan a la realidad tributaria española. Báez considera curioso que
en España casi no se hubiese debatido el
tema de las NIC, sino hasta que la normativa estuvo en plena vigencia. Solo cuando se aprobó el nuevo plan general de contabilidad, mediante la Ley 16 del 2007 de
“adaptación de la legislación mercantil en
materia contable para su armonización internacional con base en la normativa de la
Unión Europea” se empezó a discutir si las
NIC eran o no realmente convenientes para
el entorno tributario español.
Actualmente, el procedimiento tributario de las empresas ha cambiado
porque la nueva normativa es muy distinta de la antigua. “Lo que sí está comprobado es que las normas internacionales de
contabilidad provocan una anticipación de
beneficios frente a las reglas tradicionales,
pues la antigua contabilidad estaba sesgada por la prudencia, y esta llevaba siempre
a diferir beneficios. Mientras que la nueva normativa está marcada básicamente
por la información objetiva y eso significa
anticipar el beneficio”, por lo anterior, “no
es que haya aumentado la carga tributaria
en términos netos, sino que es un problema de imputación temporal. Seguramente nuestras empresas van a empezar a tributar antes, por los beneficios, de lo que lo
hacían anteriormente”, puntualiza el catedrático Andrés Báez.
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