Eutanasia - Asociación Argentina de Medicina Respiratoria

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Javier Gafo Fernández
10 palabras clave
en
Bioetica
Eutanasia
EDITORIAL VERBO DIVINO
Avda. de Pamplona, 41
31200 ESTELLA (Navarra)
1993
Este capítulo, así como el siguiente, están inspirados en mi libro La eutanasia y el derecho a una muerte
humana. Agradezco a la Editorial Temas de hoy, que no ha tenido inconveniente en que pueda volver a
recoger muchas de las ideas que allí expresé.
Eutanasia
1. La ambigüedad del término «eutanasia»
Con bastante frecuencia, los medios de comunicación presentan resultados de
encuestas con las opiniones de la población sobre el tema de la eutanasia. Dan
porcentajes más o menos elevados de personas favorables a la eutanasia, o a que se
admita legalmente; son muy frecuentes especialmente las opiniones de los que son
contrarios a que se les prolongue inútilmente su vida con medidas extraordinarias,
los que expresan su rechazo a una muerte intubada en las tristes UVIs, en esos ambientes totalmente deshumanizados, aunque el moribundo esté rodeado de
sofisticados y costosísimos aparatos.
En los últimos años se ha usado la palabra eutanasia en relación con una serie
de casos. Se ha hablado de eutanasia en torno a Karen A. Quinlan, la joven
estadounidense en estado de vida vegetativo, cuyos padres consiguieron, después de
un largo proceso jurídico, que se le pudiese desconectar el respirador y se la
permititiese morir en paz (aunque, una vez desconectado el aparato, continuó
viviendo casi 10 años). La palabra eutanasia ha estado asociada con ciertos nombres
famosos: Franco, Tito, Hirohito... Se habló de eutanasia cuando el escritor Arthur
Koestler decidió quitarse la vida ante el diagnóstico de una leucemia, o cuando los
familiares de Paul Brophy consiguieron una sentencia judicial por la que se le podía
suspender la alimentación artificial. La palabra eutanasia fue asociada al caso de
Baby Doe, un recién nacido con el síndrome de Down y al que se le negó una
intervención quirúrgica, que se le habría realizado si hubiese sido «normal», y ha
vuelto a una dramática actualidad en los casos de la enfermera Michaela Roeder, el
«ángel de la muerte», o las auxiliares de enfermería del hospital Lainz de Viena, que
la aplicaron a personas enfermas o ancianas que no la habían pedido. Se han citado
bastantes casos de eutanasia en Alemania y sobre todo en Holanda, en donde se
administra a pacientes próximos a la muerte una sobredosis de morfina o una
solución de cianuro.
Todos estos casos han sido etiquetados de eutanasia, porque tienen un fondo
común, aunque también importantes diferencias.
Ante todo hay que decir que la palabra eutanasia es ambigua. Cuando una
encuesta nos afirma que un determinado porcentaje de personas es favorable a la
eutanasia, ¿qué significa esa afirmación? ¿Quiere decir que se oponen a que se les
apliquen medidas extraordinarias, a que se les ponga en situación de
encarnizamiento terapéutico? ¿Significa que son partidarias de que se les desconecte
el respirador que les ayuda a poder respirar, si están en una situación irreversible,
como en el caso de Karen Quinlan? ¿Aceptarían también que se les dejase de
alimentar, cortando las sondas y tubos por los que se les nutre artificialmente?
Este capítulo, así como el siguiente, están inspirados en mi libro La eutanasia y el derecho a una muerte
humana. Agradezco a la Editorial Temas de hoy, que no ha tenido inconveniente en que pueda volver a
recoger muchas de las ideas que allí expresé.
Dando un paso más adelante, ¿aceptarían también que un médico les administrase
una sobredosis de morfina -o una cápsula de cianuro- para que pusiesen fin a su
vida?
En todos los casos que acabamos de describir, se habla de eutanasia, pero es
claro que son situaciones distintas. Esto nos lleva a la necesidad de definir mejor
qué entendemos por eutanasia y cuáles son los tipos o formas de eutanasia
existentes.
Como se sabe, la palabra eutanasia procede del griego. El prefijo eu significa
«buena» y thanatos significa «muerte». Sin embargo, desde F. Bacon, la palabra
eutanasia pierde, al menos en parte, su sentido etimológico y comienza a significar
la acción médica por la que se acelera el proceso de muerte de un enfermo terminal
o se le quita la vida. Hay un aspecto característico de lo que se entiende por
eutanasia: el que el enfermo se encuentre próximo a su muerte. Esta proximidad a la
muerte es lo que distinguiría la eutanasia del homicidio o del suicidio. En cualquier
caso, hay situaciones de difícil delimitación: cuando el escritor Arthur Koestler -que
se había distinguido por su lucha en favor de la eutanasia- se quitó la vida al serle
diagnosticada una leucemia, su acción ¿era una eutanasia o un suicidio? No es fácil
dar una respuesta, ya que previsiblemente le podía quedar aún bastante tiempo de
vida. La realidad humana, los casos que se pueden presentar, son más complejos y
más ricos que los conceptos con los que pretendemos delimitar esa realidad. No se
puede zanjar este debate, pero nos basta ahora con subrayar que la práctica de la
eutanasia, tal como se entiende este término, se refiere a personas aquejadas de una
enfermedad física, próxima a la muerte. No hablamos, por ejemplo, de eutanasia,
sino de suicidio, si se quita la vida una persona que padece una grave depresión
psíquica.
2. Eutanasia activa y pasiva
Desde los siglos XVI-XVII, se comienza a distinguir entre eutanasia activa y
pasiva. En el primer caso, se trata de la puesta en práctica de una acción médica
positiva con la que se acelera la muerte de un enfermo o se pone término a su vida.
Por el contrario, en el caso de la eutanasia negativa no se pone una acción positiva,
sino que no se aplica una terapia o una acción que podría prolongar la vida del
enfermo. Lo característico de la eutanasia pasiva o negativa sería la omisión, la noaplicación de una terapia disponible y que podría prolongar la vida del paciente.
La situación es, sin embargo, más complicada todavía. Ante un canceroso que
sufre graves dolores, es frecuente la aplicación de ciertos calmantes, por ejemplo
derivados de la morfina. Estos calmantes producen en el enfermo terminal una
depresión respiratoria, un debilitamiento de sus ya escasas energías y, por tanto, un
previsible acortamiento de su vida. El médico puede no pretender acelerar la muerte
del paciente, sino aliviarle de sus dolores. Sin embargo es previsible que también se
produzca un acortamiento de su vida. Estaríamos ante una acción médica -la
administración de calmantes- que conlleva dos diferentes efectos: el alivio de los
dolores y el acortamiento de la vida del enfermo. Esta abreviación es una
consecuencia indirecta, no pretendida por el médico. De ahí que este caso haya sido
calificado de eutanasia activa indirecta, en relación con el principio moral del doble
efecto. En efecto, es activa porque el médico pone una acción positiva que puede
abreviar la vida del enfermo, pero al mismo tiempo es indirecta, ya que el médico
no pretende directamente tal acortamiento, sino que el enfermo deje de sufrir.
Por tanto, estaríamos fundamentalmente ante tres formas de eutanasia.
Acabamos de poner un ejemplo de la activa indirecta. Una situación de eutanasia
activa directa existiría al administrar a un enfermo una solución de cianuro o una
sobredosis de morfina, ya que es una acción médica que pretende centralmente
poner término a su vida. Finalmente, estaríamos ante un ejemplo de eutanasia pasiva
en el caso de Karen Quinlan y la polémica sobre si se le podía o no desconectar el
respirador.
Sin embargo, también en el caso de la eutanasia pasiva se dan diversas
situaciones. Por ejemplo, ¿es equiparable el caso de Karen Quinlan y los que se
comienzan a plantear en USA de enfermos que solicitan -o lo hacen sus familiaresque se les deje de alimentar «artificialmente», por ejemplo por suero en la vena o
mediante una sonda por la que se les introduce la alimentación a través de la nariz?
En principio habría que calificar la supresión de esta forma de alimentación como
una eutanasia pasiva, ya que se omite un tratamiento médico que podría prolongar
su vida.
Esto nos lleva a decir también una palabra sobre otra pareja de conceptos muy
importantes en toda la discusión sobre la eutanasia: el de los medios ordinarios y
extraordinarios. Esta distinción es antigua en la teología moral católica y ya la
recogían Báñez y el cardenal Lugo. La aplicación de esta pareja de conceptos a la
discusión de la eutanasia llevaba a afirmar que la omisión de la aplicación de los
medios extraordinarios en un enfermo próximo a la muerte podría calificarse como
una admisible eutanasia pasiva. Por el contrario, si lo que se omitía eran los medios
ordinarios, estaríamos -según la misma moral católica -ante algo éticamente
inaceptable, ya que se le negaría al paciente algo de lo que no se le puede privar.
La distinción entre medios ordinarios y extraordinarios es, a primera vista,
clarificadora. Pero es una distinción que puede quedarse en un mero nombre, ya que
suscita inmediatamente una segunda pregunta: ¿Qué es ordinario y qué es
extraordinario? Hace veinte años, un respirador podría ser un medio extraordinario
en España, pero no es tan claro que en nuestra actual situación sanitaria siga
manteniendo ese carácter extraordinario. Por otra parte, en determinados países, un
respirador es hoy sin ningún género de dudas una terapia claramente extraordinaria.
En los ambientes médicos es frecuente la utilización de esa distinción entre
medios ordinarios y extraordinarios. Se suele calificar una terapia como ordinaria o
extraordinaria en torno a las siguientes características:
1) Se trata de una terapia «abundante», es decir, disponible en un número
importante de casos. Por el contrario, cuando una terapia es escasa la tendencia es a
considerarla extraordinaria.
2) Se trata de una terapia «barata», de costes económicos reducidos; mientras
que, si es costosa, se tiende a incluirla dentro de los medios extraordinarios.
3) Un tratamiento médico es considerado ordinario cuando ya ha sido aceptado
clínicamente, después de haber pasado por una fase previa de experimentación; por
el contrario, cuando un tratamiento se encuentra aún en fase de experimentación, se
suele incluir dentro del capítulo de lo extraordinario.
4) La distinción entre ordinario y extraordinario se utiliza también para
distinguir entre tecnologías habituales o «altas» (sofisticadas, high Technologies);
entre las que tienen un carácter intrusivo, agresivo y las que no lo tienen.
5) También se usa esta distinción para diferenciar terapias cuya aplicación es
permanente y las que tienen un carácter solamente temporal, durante un plazo
limitado de tiempo.
6) Finalmente, la distinción entre ordinario y extraordinario se relaciona con
terapias cuya utilización es éticamente obligatoria o, por el contrario, son
extraordinarias si son opcionales.
Todas estas distinciones están presentes, de forma explícita o implícita, cuando,
tanto en ambientes médicos como entre la opinión pública, se distingue entre medios
o terapias ordinarias y extraordinarias. Las cuatro características primeras que
hemos mencionado se centran, primordial o exclusivamente, en los rasgos que
rodean a una determinada terapia. Llevaría a la conclusión de que una determinada
terapia, dentro de la situación sanitaria de un determinado país, sería ordinaria o
extraordinaria de acuerdo con su abundancia, sus costes, su carácter experimental,
su sofisticación. En los puntos 5) y 6) se hacía una referencia a la situación del
enfermo. Se afirmaba que es ordinario lo que se usa temporalmente, mientras que
sería una terapia extraordinaria la terapia que ha de usarse de forma estable y
continuada; también se calificaba como ordinario lo que debe usarse
obligatoriamente, mientras que sería extraordinaria la terapia de libre disposición.
Ambos puntos parecen indicar que en la ponderación del carácter ordinario o
extraordinario de una terapia hay que tener en cuenta la situación del paciente a
quien se le van a aplicar y al conjunto de circunstancias que rodean cada caso.
Desde una forma de entender la relación entre el personal sanitario y el enfermo, en
que se reconoce a éste su autonomía, su capacidad de decisión, no debe bastar con
considerar el carácter ordinario o extraordinario de una terapia, medido por las
características que aquélla posee. Hay que ponderar también la situación del
paciente, la posición social, las posibilidades del sistema sanitario, los recursos
económicos de la familia, etc...
Todo ello lleva a la conclusión de que la distinción entre medios ordinarios y
extraordinarios, que sigue manteniendo su vigencia y su papel clarificador, debe
afrontarse desde una perspectiva más amplia. No sólo debe tener en cuenta las
características en sí de la terapia utilizada, sino que además debe referirse a la
situación del enfermo, a las implicaciones sociales y familiares que están presentes
en tales casos. Por estas razones, hay autores que prefieren hablar de otros binomios
distintos: «proporcionado / desproporcionado», «razonable / irrazonable»... Sobre
este tema volveremos más adelante.
3. Una nueva terminología
Son bastantes los autores que consideramos que deberían corregirse los
términos utilizados al tratar de la eutanasia, para evitar las ambigüedades existentes.
Como indicábamos al comienzo de este capítulo, las distintas personas entienden
fácilmente cosas diferentes cuando se oye la palabra «eutanasia» o se discute sobre
ella.
Además, la palabra eutanasia sigue asociada con su brutal práctica en la época
nazi. Aunque estamos ya a 50 años de las disposiciones legales del III Reich, y la
voz eutanasia ha perdido bastante de su dureza, sin embargo sigue teniendo
resonancias afectivas, inseparables de lo que significó esa práctica nazi. Tienen
razón los actuales defensores de la eutanasia cuando afirman que lo que ellos
pretenden es algo muy distinto al exterminio masivo de los deficientes realizado por
los médicos nazis.
Es verdad que los calificativos de activa / pasiva, directa / indirecta sirven para
diferenciar distintas situaciones en relación con la eutanasia, pero a muchos no nos
parece acertado que todas estas situaciones queden englobadas dentro del término
común de eutanasia. Cuesta aplicar la palabra eutanasia al caso de Karen Quinlan o
al del General Franco. Parece más correcto en estos casos evitar la palabra eutanasia
y hablar más bien del reconocimiento del derecho a morir en paz sin que resuene en
estos casos la estigmatización aún existente respecto de la palabra eutanasia, por
mucho que se añada inmediatamente que se trata de una «eutanasia pasiva».
En un intento de clarificar los términos, ha surgido un neologismo, una palabra
nueva, tomada también del griego: distanasia. El prefijo griego dis tendría el
sentido de «deformación del proceso de muerte», de prolongación, de dificultación.
Por tanto, la palabra distanasia significaría la prolongación exagerada del proceso de
muerte de un paciente y sería próxima a la de encarnizamiento terapéutico, porque
crea una muerte cruel al enfermo. También se ha hablado de adistanasia, en la que
el prefijo a tiene un sentido privativo, negativo. La adistanasia sería la noprolongación irrazonable del proceso de muerte de un paciente. Se ha acuñado otro
nuevo término, el de ortotanasia, que ha sido utilizado por la misma Iglesia
católica. El prefijo griego orto daría el sentido de «muerte correcta». Ortotanasia
tiene el sentido de la muerte «a su tiempo», sin abreviaciones tajantes y sin
prolongaciones desproporcionadas del proceso de morir. Tal ortotanasia se
diferenciaría de la eutanasia -en la nueva terminología que proponemos- en el
sentido de que no pretende poner término a la vida de un paciente. El médico no
tiene la intención de acabar rápidamente con la vida del enfermo, aunque
determinados calmantes pudiesen tener también la consecuencia de una abreviación
de su existencia. Al mismo tiempo, la ortotanasia es sensible a algo que debe estar
muy presente en la actuación del médico ante un paciente terminal: el interés por
humanizar su proceso de muerte, por aliviar sus dolores, por no incurrir en abusivas
prolongaciones de su existencia por la aplicación de medios extraordinarios o,
mejor, desproporcionados.
Reservaríamos, por tanto, la palabra eutanasia a la acción médica que tiene
como consecuencia primera y primaria la supresión de la vida del enfermo próximo
a la muerte, y que así lo solicita. Habrá que afirmar indiscutiblemente que la
intención del que la practica o del que la exige se centra también en el alivio de los
dolores físicos o psicológicos. Pero el acto médico se pone con la intención de
suprimir la vida del enfermo, y éste es el efecto que se pretende. Naturalmente
siguen aún vigentes ciertas situaciones intermedias: ¿es tan distinto poner una
sobredosis de morfina o el ir administrando dosis crecientes, que van a acabar con
poner fin a la vida del enfermo? Sobre este punto volveremos más adelante. Pero en
cualquier caso, es relevante desde el punto de vista humano y ético la distinción
basada en la intención del médico. Aunque el efecto pudiese ser el mismo en ambos
casos -el fin de la vida del paciente-, no es la misma la intención del que pretende
poner término a la vida y la del que busca básicamente aliviar los dolores del
enfermo.
Finalmente, y para referirse a los casos de Michaela Roeder o de las auxiliares
de enfermería del hospital vienés de Lainz, se puede proponer el término de
cacotanasia, en que el prefijo griego kakós daría al termino el significado de «mala
muerte». El nombre no es muy eufónico, pero podría tener el valor de separar estos
casos en que la muerte del enfermo se realiza sin contar con su voluntad, de la
auténtica eutanasia, tal como la defienden las asociaciones en favor de esta práctica,
que únicamente la legitiman cuando se cuenta con el deseo del propio enfermo.
Aun a sabiendas de que las terminologías utilizadas comúnmente no coinciden
con las aquí presentadas, sin embargo en las páginas siguientes haré referencia a las
que he delimitado.
4. La Iglesia católica ante la eutanasia
4.1. Desarrollo de la doctrina católica sobre la eutanasia
El cristianismo ha considerado la eutanasia irreconciliable con la ética que
surge del mensaje de Jesús. El concepto y la realidad de la eutanasia eran extrañas al
contenido de la Biblia. Cuando el cristianismo comienza a difundirse y expandirse
en el mundo grecorromano, entra en una cultura en la que una corriente de
pensamiento tan importante como el estoicismo sí admitía tal práctica. La ética del
estoicismo va a ser asumida de forma importante por el cristianismo en su esfuerzo
de «inculturación», de traducir su mensaje en una cultura distinta. Varias de las
exhortaciones morales de san Pablo a los primeros cristianos están claramente
inspiradas en las «tablas» o listas de virtudes morales del estoicismo. Las formas de
pensar estoicas sobre la ética sexual o sobre el significado reproductor de la
sexualidad van a influir mucho en la ética sexual cristiana.
Sin embargo, en el tema concreto de la eutanasia, la ética cristiana se distancia
de la estoica. La concepción cristiana de Dios como el único señor de la vida y de la
muerte va a llevar a la naciente Iglesia a oponerse a esa práctica aceptada por la
cultura grecorromana. Uno de los primeros escritores cristianos, Lactancio, afirmará
de los enfermos terminales: «Son inútiles para los hombres, pero son útiles para
Dios, que les conserva la vida, que les da el espíritu y les concede la luz».
La vivencia religiosa del cristiano concibe la vida como un don y una bendición
que ha recibido de Dios y de la que no puede disponer. Esta vivencia se plasmará en
la afirmación de que «Dios es el único dueño de la vida humana, y el hombre es su
mero administrador». La teología católica medieval afirmará la inviolabilidad de la
vida humana, basándose en un triple argumento: es apropiación de un derecho que
corresponde a Dios; es falta de amor a uno mismo y, finalmente, es una indebida
delación de las responsabilidades sociales. Al difundirse el cristianismo en Europa,
la eutanasia queda relegada. No existe polémica sobre ella. Aparece como una
acción obviamente irreconciliable con el mensaje cristiano.
Es paradójico que un santo canonizado de la Iglesia católica, santo Tomás
Moro, sea uno de los primeros representantes de la incipiente discusión sobre la
eutanasia en nuestra cultura occidental. Sin embargo, las ideas del que había sido
Canciller de Inglaterra no ejercen prácticamente ningún influjo en el pensamiento
cristiano posterior. La teología moral católica, a partir de los siglos XVI-XVII, se
refiere al tema de la eutanasia basándose en la distinción entre los medios ordinarios
/ extraordinarios, a los que antes hicimos referencia.
Pío XII dedicó muchos discursos a temas de moral médica y se refirió al tema
de la eutanasia, puesto dramáticamente de actualidad como consecuencia de su
aceptación legal por el III Reich. Hay dos textos especialmente relevantes del papa
Pacelli:
- «No basta con que el corazón sea bueno, sensible, generoso; debe ser también
sabio y fuerte... Una de estas falsas piedades es la que pretende justificar la
eutanasia y sustraer al hombre del sufrimiento purificador y meritorio, no por medio
de un consuelo laudable y caritativo, sino con la muerte, como se hace con un
animal sin razón y sin inmortalidad» (12 septiembre 1947). Este texto significa un
rechazo general de la eutanasia entendida como «muerte piadosa».
- «Si entre la narcosis y el acortamiento de la vida no existe nexo causal alguno
directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la naturaleza de las cosas...
y, si por el contrario, la administración de narcóticos produjese por sí misma dos
efectos distintos: por una parte, el alivio de los dolores y, por otra, la abreviación de
la vida, entonces es lícita» (24 febrero 1957). Pío XII acepta la llamada
clásicamente eutanasia activa indirecta, es decir, la administración de calmantes que
pudiesen también, de forma indirecta, acelerar la muerte.
Hay además un tercer texto del tiempo de Pío XII, publicado por el Santo Oficio
y en el que se alude a la eutanasia nazi: «No es lícito matar directamente, por orden
de la autoridad pública, a aquellos que, sin haber cometido delito ninguno que
merezca la muerte, por el hecho de que no estén en condiciones, a causa de sus
deficiencias físicas o psíquicas, de ser útiles a la nación y son considerados más
bien como carga y obstáculo para su progreso y desarrollo» (22 febrero 1941). Hay
una indiscutible alusión al concepto nazi de «vidas sin valor vital» y una también
implícita afirmación de la legitimidad de la pena de muerte.
Finalmente, hay que hacer referencia al único pasaje del Vaticano II en que se
cita la eutanasia, junto al aborto y el suicidio. En un tono muy duro se afirma que
estos homicidios «son en sí mismos infamantes, degradan la civilización humana,
deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarios al honor
debido al creador» (GS 27).
4.2. La declaración de la Congregación para la Doctrina de la fe
El 5 de mayo de 1980, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba una
importante toma de postura de la Iglesia católica sobre el tema de la eutanasia. Los
puntos más importantes de esta declaración sobre la eutanasia son los siguientes:
- Condena de la eutanasia, en el sentido dado anteriormente a esta palabra:
«Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente... sin violar un derecho
fundamental, irrenunciable e inalienable». No se acepta la eutanasia «con el fin de
eliminar radicalmente los últimos sufrimientos o de evitar a los niños subnormales,
a los enfermos mentales o a los incurables la prolongación de una vida desdichada,
quizá por muchos años, que podría imponer cargas demasiado pesadas a las familias
o a la sociedad». «Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o
para otros confiados a su responsabilidad, ni puede consentirlo explícita o
implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo».
- Subraya el valor cristiano del dolor y la posibilidad de que el creyente pueda
asumirlo voluntariamente. Pero añade: «No sería sin embargo prudente imponer
como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las
medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor». Se reafirma la
doctrina clásica eclesial de la legitimidad del uso de calmantes que pudiesen
abreviar indirectamente la vida.
- La declaración condena el encarnizamiento terapéutico: «Es muy importante
hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la
concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse
abusivo».
- Acepta el «derecho a morir», que la declaración lo entiende como «el derecho
a morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana». Si fue histórica la
sentencia del Tribunal de N. Jersey, al reconocer el derecho de Karen Quinlan a
morir en paz y con dignidad, lo mismo habría que decir de esta formulación oficial
de la Iglesia católica. Insiste en que este «derecho a morir» «no designa el derecho a
procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere».
- La declaración supera la terminología de medios ordinarios / extraordinarios y
utiliza, en su lugar, una nueva pareja de términos que ya estaba presente en las
discusiones de la teología moral católica, la de medios proporcionados /
desproporcionados. Considera que este cambio debe realizarse «tanto por la
imprecisión del término (ordinario) como por los rápidos progresos de la terapia».
Para evaluar el carácter proporcionado o no de un medio terapéutico habrá que tener
en cuenta: «el tipo de terapia, el grado de dificultad y riesgo que comporta, los
gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede
esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas
físicas y morales». Esta nueva terminología es importante y no es meramente un
cambio de nombre: significa no centrarse en las características de las terapias
médicas usadas, sino tener también muy en cuenta el conjunto de circunstancias que
rodean al propio enfermo.
- Como consecuencia de lo anterior, el documento vaticano significa un claro sí
a lo que hemos llamado ortotanasia: «Es también lícito interrumpir la aplicación de
tales medios (desproporcionados) cuando los resultados defraudan las esperanzas
puestos en ellos». A la pregunta sobre quién debe decidir en estos casos, se citan en
primer lugar al propio enfermo y a sus familiares, y después al médico. Este tiene la
capacidad para ponderar «si las técnicas empleadas imponen al paciente
sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden obtener de los
mismos».
- Se afirma claramente la legitimidad del dejar morir en paz: «Es siempre lícito
contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer». El no recurrir
a una terapia costosa o arriesgada «no equivale al suicidio». Ante la inminencia de
una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, «es lícito en conciencia
tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una
prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin embargo, las
curas normales debidas al enfermo en casos similares». Se vuelve a rechazar, por
tanto, el encarnizamiento terapéutico. En estos casos, «el médico no tiene motivo de
angustia, como si no hubiese prestado asistencia a una persona en peligro». La
obligatoriedad de las «curas normales» ¿excluye totalmente el cese de la
alimentación «artificial»? Nos parece que este punto no queda claro en la
declaración.
- Finalmente hay un punto, marginalmente expresado por la declaración, que se
refiere al significado de la petición de eutanasia por el enfermo: «Las súplicas de los
enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas
como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi
siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados
médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con
el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos,
médicos y enfermeros».
La Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe publicaba el 15 de
abril de 1986 una «Nota sobre la eutanasia». Lógicamente es un documento que
empalma con el anteriormente reseñado, pero del que sin embargo nos parece
importante resaltar los siguientes puntos:
- Se alude a la ambigüedad de la petición de eutanasia que pueda formular el
enfermo, y se hace una especial referencia a la dificultad del hombre y de la cultura
de nuestro tiempo en asumir la muerte y saber ayudar al paciente terminal: Sobre la
muerte «pesa un importante tabú, y nuestra sociedad la margina y la oculta. Se
escribe mucho sobre la dificultad del hombre de nuestro tiempo para integrar el
hecho de la muerte. La perspectiva de la muerte crea en muchos de nuestros
contemporáneos una inmensa angustia, que dificulta extraordinariamente nuestra
relación con el enfermo grave: no sabemos acercarnos a él, acompañarle en sus
temores y esperanzas, proporcionarle el apoyo y calor humano que tanto necesita».
- Se alude a la deshumanización de las grandes instituciones hospitalarias, a la
dificultad del personal sanitario -y también de los familiares y los capellanes- para
saber acompañar humanamente al enfermo terminal. Se critica la falta de
información al enfermo y las mentiras que se crean a su alrededor y le bloquean su
comunicación. Nuestra cultura tiene ante sí el reto de asumir el hecho de la muerte y
de no tabuizarlo: «Es necesario reintroducir la muerte en nuestros esquemas
mentales, sin negarla ni reprimirla. La muerte forma inevitablemente parte de la
vida, y su represión origina en nosotros sentimientos de angustia y bloquea nuestra
relación con las personas que están próximas al fin de su existencia. Es necesario
aclarar nuestra compasión por el enfermo terminal, para saber descubrir en ella
nuestro propio miedo a la muerte, que nos impide una relación humana adecuada
con quien se está muriendo». Se subraya que el enfermo necesita «muchas más
cosas que la aplicación de terapias médicas sofisticadas».
- Finalmente, esta nota subraya mucho la coloración específicamente cristiana y
creyente al abordar el tema ético de la eutanasia. «Para Jesús..., la vida biológica y
temporal del hombre, aun siendo un valor fundamental, no es el valor absoluto y
supremo» . Insiste en esa ética de Jesús por la que «el que pierde su vida, la gana»,
por la que «nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos». Para el
creyente en Jesús, su forma de asumir la muerte es un modelo a seguir por el
cristiano, ya que «en la vida y en la muerte somos del Señor». Nos parece
importante que esta nota no asuma una forma de argumentar presente con cierta
frecuencia en los escritores católicos al hablar de la vida humana: el afirmar que es
un valor absoluto. Esto no es verdad para el mensaje de Jesús. Para la ética de Jesús,
la vida es un valor fundamental, pero no constituye un absoluto; el único absoluto
para Jesús es la causa del reino de Dios. Así lo afirma también el Catecismo de la
Iglesia católica (n. 2276-2279; cf. n. 2280-2283).
4.3. Otras religiones
El tema es muy amplio y complejo para abordarlo ahora con detalle. Sin
embargo, una reciente publicación recoge pormenorizadamente cómo se han
pronunciado las distintas religiones (judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo,
otras Iglesias cristianas) ante este tema. La conclusión que surge del estudio de esta
amplia información es que existe una importante coincidencia en todas las
religiones en relación con la eutanasia. Con la excepción de algunas pocas Iglesias
protestantes estadounidenses, no se acepta una última disposición sobre la vida del
hombre, tanto si la toma el propio interesado, como si lo hace una tercera persona, a
petición del enfermo. Pero, al mismo tiempo, se insiste en que no existe una
exigencia ética de hacer todo lo posible por prolongar la vida del enfermo y se
subraya la exigencia ética de humanizar el proceso de muerte.
5. Los movimientos en favor de la eutanasia
El movimiento en favor de la eutanasia ha recibido un gran impulso en los
últimos decenios, más exactamente en el último siglo, especialmente por la creación
de asociaciones que se califican a sí mismas como propugnadoras de la práctica de
la eutanasia.
En 1935 se crea en Gran Bretaña la primera asociación que defiende el derecho
a morir con dignidad. Su nombre es The Voluntary Euthanasia Society (V.E.S.
«Asociación de la eutanasia voluntaria»). En esta asociación se han inspirado las
distintas asociaciones que han ido surgiendo posteriormente en otros países. Fue
apoyada por conocidas personalidades, como J. Huxley, G. B. Shaw y H. G. Wells.
Durante algunos años, esta asociación utilizó el significativo título de Exit
(«salida»).
También en los años 30 se crean las primeras asociaciones en favor de la
eutanasia en USA. El abogado de Chicago Lewis Kutner sugiere la elaboración de
un «testamento vital» (Living-Will), un documento por el que el firmante podía
expresar su rechazo a que se le prolongue artificialmente su vida. En muchos países
se crean asociaciones similares; en el caso español, debe citarse D. M. D., Derecho a
Morir Dignamente.
Nos parece que los planteamientos de estas asociaciones están resumidos en un
documento aparecido en la revista «The Humanist» en 1974.En el número de los
meses julio / agosto publicaba un Plea for Beneficent Euthanasia («Manifiesto en
favor de la eutanasia bienhechora»). Tres Premios Nóbeles: Linus Pauling, George
Thomson y Jacques Monod encabezaban una lista de 40 firmantes.
Es un documento importante en todo el ulterior debate sobre la eutanasia, en el
que se contienen los siguientes puntos:
- «Nosotros, los abajo firmantes, declaramos nuestro apoyo, basándonos en
motivos éticos, en favor de una eutanasia bienhechora. Creemos que la reflexión de
la conciencia ética ha llegado a un punto que hace posible que las sociedades
elaboren una política humana en relación con la muerte y el morir. Apelamos a la
opinión pública ilustrada para que supere los tabúes tradicionales y para que se
mueva en la dirección de una visión compasiva hacia el sufrimiento innecesario en
el proceso de morir».
- «Nos declaramos, por razones éticas, en favor de la eutanasia». «Mantenemos
que es inmoral tolerar, aceptar e imponer sufrimientos innecesarios». «Creemos en
el valor y en la dignidad del individuo. Ello exige que sea tratado con respeto y,
consecuentemente, que se le deje la libertad de decidir razonablemente sobre su
propia muerte». «Ninguna moral racional puede prohibir categóricamente la
terminación de la vida si ha sido ensombrecida por alguna enfermedad horrible para
la que son inútiles todos los remedios y medidas disponibles».
- «Es cruel y bárbaro exigir que una persona sea mantenida en vida en contra de
su voluntad, rehusándole la liberación que desea, cuando su vida ha perdido toda
dignidad, belleza, significado y perspectiva de porvenir. El sufrimiento inútil es un
mal que debería evitarse en las sociedades civilizadas».
- «Desde el punto de vista ético, la muerte debería ser considerada como parte
integrante de la vida. Puesto que todo individuo tiene el derecho a vivir con
dignidad... tiene también el derecho a morir con dignidad».
- «Recomendamos que aquellos que comparten nuestra opinión firmen sus
"últimas voluntades de vida" preferentemente cuando gozan de buena salud,
declarando sin equívocos que tratan de hacer que se respete su derecho a morir
dignamente. Una copia de tal documento debería entregarse al médico y a los
familiares».
- También se defiende la eutanasia para aquellos enfermos que no hayan
suscrito previamente ese testamento, pero que reclaman la eutanasia al haber sido
alcanzados por una enfermedad incurable.
- El manifiesto refleja la distinción entre eutanasia activa y pasiva, tal como la
expresamos anteriormente. Insiste en que en la administración creciente de dosis de
calmantes derivados de la morfina puede llegarse a dosis letales que induzcan la
muerte del enfermo. «La aceptación de ambas formas de eutanasia nos parece que
está implicada en el respeto adecuado al derecho a vivir y morir con dignidad».
- «Para una ética humanista, la preocupación primaria del médico en los
estadios terminales de una enfermedad incurable debería ser el alivio del
sufrimiento. Si el médico que atiende al enfermo rechaza tal actitud, debería
llamarse a otro que se haga cargo del caso».
- «La práctica de la eutanasia voluntaria humanitaria, pedida por el enfermo,
mejorará la condición general de los seres humanos y, una vez que se establezcan
las medidas de protección legal, animará a los seres humanos a actuar en ese sentido
por bondad y en función de lo que es justo. Creemos que la sociedad no tiene ni
interés, ni necesidad verdaderas en hacer sobrevivir a un enfermo condenado en
contra de su voluntad, y que el derecho a la eutanasia bienhechora, mediante
adecuados procedimientos de salvaguarda, puede ser protegido de los abusos».
Nos parece importante hacer una comparación final entre las tomas de postura
de la Iglesia, antes mencionadas, y los contenidos del manifiesto y de las
asociaciones en favor de la eutanasia. Creemos que existen muchos y muy
importantes puntos de contacto entre esa ética humanista y la ética católica al
abordar el tema de la eutanasia. Las principales coincidencias son, en nuestra
opinión, las siguientes:
- En ambas tomas de postura se insiste en la necesidad de humanizar el proceso
de morir y de evitar innecesarias e irrazonables prolongaciones de tal proceso.
Afirman inequívocamente no sólo la legitimidad, sino el valor ético de la ortotanasia
y rechazan el encarnizamiento terapéutico.
- Los dos planteamientos dan protagonismo al propio enfermo. Hay, sin
embargo, una importante diferencia de matiz. Para la «ética humanista» se pone un
mayor relieve en la decisión del propio enfermo. La «ética católica», sin negar lo
anterior, resalta más el derecho del enfermo a ser ayudado y a que se le creen
condiciones que le posibiliten asumir más humanamente su situación.
- En el tema del dolor hay coincidencias y una cierta discrepancia. Para el
manifiesto de «The Humanist», el dolor es un absoluto sin-sentido, incluso un
disvalor ético. La postura católica coincide en su afirmación de que, en general,
debe lucharse en contra del dolor, pero afirma que el dolor asumido tiene un
significado positivo desde las coordenadas del evangelio.
- Hay también coincidencia en la afirmación del «derecho a morir en paz».
Ambas éticas subrayan la importancia de humanizar el proceso de muerte y de no
empeñarse en la utilización de medidas terapéuticas carentes de sentido. Sin
embargo hay aquí también una discrepancia que reflejaremos en el punto siguiente.
- Los firmantes del manifiesto parecen abogar por la admisión ética de la
auténtica eutanasia, subrayando la dificultad de distinguir entre las dosis crecientes
de calmantes y la dosis letal. Los documentos católicos que hemos citado no aceptan
la acción médica que pretenda, en primer plano, poner término a la vida del
paciente, aunque sí admiten la administración de calmantes que pudiesen
indirectamente abreviar la vida del paciente.
6. Reflexión ética sobre la eutanasia
6.1. El valor ético de las actitudes ortotanásicas
Sobre este punto existe una muy relevante unanimidad ética, al menos en el
terreno de los principios. El encarnizamiento terapéutico aparece como inhumano y
éticamente reprobable.
Nos parece que la actuación de los profesionales médicos, en relación con
pacientes irreversibles y terminales, debe inscribirse dentro de un triple eje de
coordenadas. El primer punto o eje de referencia vendría marcado por el
compromiso de tales profesionales en ejercer su actividad en favor de la
prolongación de la vida del enfermo y de la recuperación de su salud. Este
compromiso y esta misión son centrales en el ejercicio de la profesión médica o de
enfermería. Cuando nos ponemos en manos de tales profesionales, hay al menos una
especie de «contrato» implícito de que van a poner su ciencia y su atención al
servicio de la prolongación de nuestra vida o de la recuperación de la salud. El
médico y la enfermera han sido formados precisamente en esta dirección, y es
socialmente positivo que su tendencia natural vaya en la dirección del esfuerzo por
salvar las vidas humanas amenazadas. El progreso de la medicina ha tenido mucho
que ver con ese esfuerzo médico por no renunciar a luchar en favor de la vida del
enfermo, a pesar de la existencia de situaciones desesperadas.
Sin embargo, esta tendencia a luchar en favor de la prolongación de la vida no
puede maximalizarse, ya que corre el riesgo de incurrir en el criticado
encarnizamiento terapéutico, que hoy puede ser dramático como consecuencia del
gran desarrollo de la medicina y sus posibilidades cuasi ilimitadas de prolongación
del proceso de muerte. Por eso hay que subrayar la importancia de un segundo eje
de coordenadas, que vendría definido por la exigencia que tienen los profesionales
de la salud de humanizar la situación de los enfermos próximos a la muerte. No
pueden incurrir en planteamientos «vitalistas», quizá además condicionados por su
mala integración del hecho de la muerte y por su tendencia a concebirla como un
fracaso profesional.
En la formación de los profesionales de la salud existe una desproporción entre
los conocimientos técnicos recibidos y su preparación en los aspectos humanistas de
su profesión. Esta misma desproporción repercute posteriormente en la atención a
los enfermos, que viene además agudizada por la masificación de las grandes
instituciones hospitalarias y por la importante crisis e incluso quiebra de los
sistemas sanitarios sociales. Si debe subrayarse el esfuerzo médico o de la
enfermería en favor de la vida del enfermo, no debe ponerse un énfasis menor en la
necesidad de humanizar la situación de los enfermos terminales e irreversibles.
Nunca pueden decir que «no hay nada que hacer». Puede ser verdad que no haya ya
tratamiento terapéutico, que no existan ya posibilidades de acción en el campo del
«curar» (cure), pero sí siguen existiendo en el terreno de la atención y el cuidado
(care), que se le deben seguir prestando al enfermo terminal.
Por todo ello, hay que subrayar la gran importancia de este segundo eje de
coordenadas que viene definido por la exigencia de humanizar la situación del
enfermo irreversible y terminal. El médico tendrá que preguntarse siempre hasta qué
punto es racional el seguir prolongando la vida del paciente y si lo que debe hacer es
dejar de actuar en la línea del cure, para centrarse en la del care. El recurso a los
calmantes debe ser un punto central en la atención sanitaria que se debe seguir
prestando a un enfermo, ante el que los médicos y las enfermeras siempre tienen
algo que hacer. Al mismo tiempo, y tal como lo hemos subrayado anteriormente,
debe darse una relevancia mucho mayor a la aproximación personalizada al enfermo
terminal. La masificación de los grandes hospitales y su tendencia a convertir al ser
humano enfermo en el número de su cama o la enfermedad que sufre no deberían ser
obstáculo para un tratamiento personalizado. Habría que adquirir una conciencia
mucho más intensa de que no sólo es muy importante que las instituciones
hospitalarias puedan contar con los nuevos adelantos técnicos, sino que también se
creen cauces que posibiliten una aproximación personal al enfermo próximo a la
muerte.
Habría finalmente un tercer eje de coordenadas: se trata de la propia opción del
mismo enfermo. En un tema en que está en juego su propia vida, el paciente
próximo a la muerte no puede convertirse en un mero comparsa sobre el que se
toman decisiones sin apenas contar con su propia decisión. No se puede negar la
complejidad del tema de la información al paciente sobre su situación, pero hay que
afirmar que, en principio, debería reconocérsele su carácter adulto y su capacidad de
decisión acerca de las medidas que puedan prolongar su propia vida. Puede haber
situaciones, por ejemplo ciertos tumores cerebrales, en que el propio enfermo opte
por negarse a una intervención neuroquirúrgica que conllevaría un aumento de
cantidad de vida, pero con importantes deficiencias psicológicas; se trataría de una
opción por la calidad de vida y no por su cantidad.
Indiscutiblemente existen situaciones en que la afirmación de la autonomía del
enfermo puede quedar limitada o incluso no existir, por encontrarse en un estado de
inconsciencia. Pero, con las excepciones que sea necesario admitir, no puede
cuestionarse el protagonismo que en principio tiene el paciente sobre unas
decisiones que a nadie afectan más que a él mismo.
6.2. La eutanasia impuesta al enfermo («cacotanasia»)
Los casos de Michaela Roeder o de las auxiliares de enfermería del hospital
Lainz de Viena serían el ejemplo actual más significativo de la eutanasia impuesta
al paciente terminal sin contar con su propia opción.
Sobre estas formas de eutanasia existe un unánime rechazo ético en la sociedad,
que ha quedado especialmente patente en las reacciones que se han desencadenado
ante el comportamiento de las cuatro auxiliares del hospital vienés. Desde los
planteamientos éticos existentes en nuestra sociedad, la vida no será considerada un
valor absoluto, pero sí tiene este carácter la libertad personal del enfermo a decidir
por sí mismo y a que no se le imponga una decisión final sobre su propia existencia.
Las asociaciones en favor de la eutanasia han expresado su condena ante tal
comportamiento y han subrayado que su opción en favor de tal práctica se basa en la
explícita y continuada petición del paciente de que se ponga término a su vida,
circunstancia que no se ha dado en los casos de Michaela Roeder o del hospital
Lainz.
Sin embargo, consideramos que esta eutanasia impuesta al enfermo puede ser
una situación que ya se está dando en casos de pacientes que se encuentran en
estado permanente de inconsciencia y que no pueden decidir por sí mismos. ¿Se
puede legitimar en estos casos, basándose en la petición de sus familiares o
representantes legales y sin que, al menos, el propio paciente haya expresado previamente tal deseo, la auténtica eutanasia? Nuestro punto de vista es que, al margen
de lo que podamos añadir más adelante, la propia vida es un valor tan básico y tan
personal del propio paciente que la acción de quitar la vida a un enfermo inconsciente no puede ser éticamente aceptable si se realiza al margen de su petición, al
menos previamente expresada. Nos parece, por las razones que luego indicaremos,
que no es lo mismo «dejar morir» que «quitar la vida»: en el primer caso, no
negamos que los familiares puedan tomar opciones ante un enfermo que signifiquen
la no-prolongación de su proceso terminal y que, por tanto, se le deje morir; sin
embargo, la acción positiva de quitarle la vida, al margen de su voluntad, constituye
un acto positivo de disposición de la vida ajena que no nos parece éticamente
aceptable ni justificable.
6.3. La eutanasia libremente elegida
Es éste el tipo de eutanasia también defendido por las asociaciones en favor de
la eutanasia y el gran punto de fricción en todo el debate actual sobre esta
problemática. ¿Es admisible éticamente que, en determinadas circunstancias bien
delimitadas, se pueda administrar al enfermo terminal, que así lo pide, una
sobredosis de morfina o una solución de cianuro, con el único fin de poner término
definitivamente a su vida?
Indiscutiblemente, y tal como lo hacen tales asociaciones, deben buscarse
garantías para evaluar la auténtica voluntad del paciente. Hay que tener en cuenta lo
subrayado por E. Kübler-Ross -a lo que aludiremos en el próximo capítulo- sobre
las diferentes fases por las que atraviesa el enfermo terminal y que, más en concreto,
es posible que en las fases de ira o de depresión pida la eutanasia sin que ésta
petición sea su auténtica y definitiva voluntad. También deberá tenerse en cuenta el
verdadero significado de la petición de la eutanasia y que, en no pocos casos, puede
equivaler a una forma de solicitar la ayuda que nuestra sociedad no sabe prestar a
los pacientes próximos a la muerte. Son bastantes los autores que subrayan que
detrás de la petición «quiero morir» hay un trasfondo que significa «quiero vivir -o
morir de otra forma». Igualmente debe tenerse en cuenta que, en bastantes casos, la
petición de eutanasia surge como consecuencia de los dolores insoportables que
padece el enfermo, y que tal demanda desaparece cuando se le proporciona un alivio
eficaz.
Sin embargo, aun teniendo en cuenta todas las precisiones citadas en el párrafo
precedente, no puede negarse que existen situaciones en que el interesado solicita de
forma libre, continuada y responsable que se le ponga fin a su vida, y que tal
petición constituye su verdadera opción personal. ¿Se puede descalificar éticamente
el que una persona, en situaciones como las descritas, opte por poner término a su
vida?
Wittgenstein, en cuya familia hubo varios suicidios y él mismo sufrió graves
depresiones con importantes deseos de suicidio, escribía que «si el suicidio está
permitido, todo está permitido». Pero, ¿es aplicable esta afirmación al caso del
enfermo terminal, sobre el que no pesan ya responsabilidades familiares o sociales y
en el que la continuación de su existencia constituye una carga dura para su propia
familia e importantes costes a la sociedad? Para una ética secular, sin una apertura a
la trascendencia, la propia libertad se convierte en el último punto de referencia,
sustituyendo a Dios como horizonte final de las decisiones humanas. Desde un
planteamiento ético, cuyo horizonte referencial se centra en la libertad humana, no
es fácil argüir en contra de la legitimidad del suicidio. Ciertamente, la libertad
humana se deberá conciliar con las responsabilidades personales y sociales que cada
individuo tiene que asumir éticamente, pero en nuestro caso concreto las relaciones
del enfermo con su familia y su entorno pueden no existir o incluso quedar afectadas
negativamente por la continuación de la existencia de aquél.
Desde el horizonte de valores éticos vigentes en una persona para quien no
existe una vida después de la muerte ni una creencia en un Dios de quien se ha
recibido la vida y que es el que últimamente la puede valorar, la muerte y el
sufrimiento físico o psíquico que la acompañan se convierten en un sin-sentido que
no tienen por qué ser asumidos. Desde esa comprensión de la vida y del sentido del
hombre no es fácil argumentar que no se pueda disponer activa y positivamente del
final de la existencia. Se podrá decir que es bella la actitud de las personas que
asumen la vida en su integridad y que no vuelven la cara ante el hecho de la enfermedad y el dolor, sino que los saben asumir, pero desde una comprensión
inmanentista de la vida y desde la afirmación de la libertad como supremo valor
humano no es fácil negar al ser humano esta última capacidad de poder decidir
activamente sobre el final de su existencia.
¿Puede éticamente el médico u otra persona ejercitar el acto eutanásico
solicitado de forma libre, responsable y continua por el mismo enfermo terminal?
Son bastantes los médicos que se van a negar a realizar tal tipo de práctica
eutanásica y cuya objeción de conciencia será previsiblemente tenida en cuenta, si
algún día la legislación admite esta auténtica eutanasia. Algunos afirman que, si tal
práctica fuese admitida, el cometido del médico sería hacer accesible el
procedimiento eutanásico para que sea el propio enfermo el que lo utilice.
Desde nuestro punto de vista, la discusión ética sobre la auténtica eutanasia
recibe una coloración distinta desde una concepción religiosa de la vida: la
perspectiva religiosa cristiana da una valoración distinta del hecho de la vida, de la
enfermedad y de la muerte. El cristiano tiene una experiencia de la vida como un
don gratuito de Dios, como una bendición que refleja ese amor de Dios que experimenta en su vivencia creyente, aunque haya momentos en que no pueda comprender
sus caminos. Para una visión cristiana de la vida, el dolor y la muerte no son un
absoluto sin sentido, sino un camino de participación en el misterio del Dios
escondido, manifestado en Jesús. El dolor y la muerte siguen siendo un mal; deben
ser evitados, cuando ello es posible, sin convertir el camino cristiano en un camino
de dolorismo. Pero como decía san Pablo, la muerte «ha perdido su aguijón»; ya no
es el sin sentido absoluto, sino que contiene en sí una promesa de vida, como la que
está presente en el grano de trigo que se pudre en la tierra para así poder dar fruto.
Para el cristiano, la figura de Cristo es modelo, camino, verdad y vida de su
existencia. Y lo es tanto en su vida como en su muerte. Como dirá el mismo san
Pablo, «en la vida y en la muerte somos del Señor». Jesús vivenció su propia muerte
con un intenso dramatismo, tal como viene expresado por su frase en la cruz: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», y por su grito final en el momento
de morir. La muerte de Jesús no fue el morir majestuoso que viene recogido en el
evangelio de san Juan -y que pictóricamente podría estar plasmado en el famoso
Cristo de Velázquez-, sino un final lleno de dramatismo y que se aproximaría al
Crucificado desgarradoramente sufriente de Matthias Grünewald o muchas obras de
nuestra imaginería. No fue equiparable a la muerte de Sócrates, tal como la describe
su discípulo Platón en El Fedón, en un clima de serenidad y de paz, sino el morir
angustiado del que había pedido, con gritos y con lágrimas, ser librado de la muerte
v que pasase de él este cáliz, pero que finalmente asume su muerte como acto final
de entrega confiada en las manos de su Padre, cuya voluntad había cumplido.
Este modelo de la vida y del morir de Cristo configura la actitud del cristiano
ante la muerte. Paul Claudel afirmaba que Jesús «no ha venido a suprimir el
sufrimiento. Ni siquiera a explicarlo. Ha venido a llenarlo de su presencia». Desde
su fe religiosa, el cristiano no debe vivir su vida centrado en el sufrimiento o en la
muerte, pero puede percibir que en el fondo de esas realidades inseparables del
destino y la condición humana hay una presencia de Cristo y una promesa de vida y
de fecundidad.
6.4. ¿Existe una diferencia ética entre la ortotanasia y la eutanasia?
En las discusiones éticas sobre la eutanasia hay autores que subrayan que los
límites entre las distintas formas de «muerte dulce» se diluyen y que, por tanto, no
existe fundamento para darles una valoración ética distinta.
En primer lugar, se ha cuestionado si existe una diferencia ética relevante entre
no-aplicar una terapia que podría prolongar la vida del paciente terminal y, por otra
parte, el dejar de aplicarla una vez que se ha comenzado el tratamiento. Por ejemplo,
y refiriéndonos al caso de Karen A. Quinlan, ¿existe diferencia ética relevante entre
la conexión y la desconexión del respirador, una vez que se ha aplicado? La opinión
claramente dominante es que no existe diferencia ética entre ambas acciones y que
el hecho de haber comenzado a aplicar una determinada terapia no significa que no
pueda dejar de utilizarse si se llega a la convicción de que se ha convertido en
irracional y desproporcionada. Compartimos el planteamiento frecuente en la
literatura estadounidense de que no existe fundamento para distinguir entre noaplicar (withhold) y retirar un tratamiento (withdraw).
Un segundo campo de difuminación de los límites entre la ortotanasia y la
eutanasia se plantea en torno al tema de la alimentación forzada. Como ya
indicábamos en torno al caso de Karen Ann Quinlan, se había impuesto la
convicción de que la retirada del respirador era una medida éticamente correcta
cuando la prolongación de la existencia del paciente no comportaba ningún valor
para aquél. En los últimos años, en torno especialmente al caso de Nancy Cruzan una joven en estado de coma vegetativo persistente y alimentada artificialmente-, es
intensa la polémica en USA en relación con la interrupción de la alimentación
artificial a través de los tubos de alimentación (feeding tubes). En el mismo campo
católico hay voces autorizadas que admiten el cese de la alimentación artificial. Se
arguye desde el carácter artificial y desproporcionado que posee tal forma de
alimentación, que lo único que consigue es prolongar el proceso de muerte de un
enfermo irreversible. A los que arguyen subrayando que el derecho a ser alimentado
es un derecho tan fundamental de la persona del que nunca el enfermo puede ser
privado, se les contraarguye insistiendo que el derecho a respirar es igualmente
fundamental y que, sin embargo, no se ponen objeciones éticas a la desconexión del
respirador.
Hay una cuestión adicional: ¿existe realmente una distinción ética relevante
entre el «dejar morir» y el «matar» o «quitar la vida» (entre allowing to die y el
killing)? ¿Existe distinción moral entre no reanimar -dejar morir- y aplicar la
verdadera eutanasia, dado que en ambos casos la consecuencia es la misma, la
muerte del enfermo terminal?
Nos parece que es trascendente la distinción entre el objetivo de nuestras
acciones y sus resultados; si no hacemos esta distinción, habría que equiparar la
autoinmolación de una persona para salvar a otros -por ejemplo el que cede su
puesto en la lancha salvavidas durante un naufragio- y el que se quita la vida por
tedio ante la misma. En ambos casos, la consecuencia es idéntica, pero la valoración
ética es claramente distinta en razón de los motivos pretendidos. Si un enfermo
terminal deja de respirar y no se le reanima, porque esto parece ser lo correcto, pero
posteriormente sigue respirando espontáneamente, no quiere decir que
anteriormente le podíamos haber asfixiado.
Como ya indicamos con anterioridad, la ética católica ha aceptado la
administración de calmantes, aunque éstos puedan abreviar la vida del enfermo. La
realidad de esta situación es hoy discutible; el Dr. J. L. Madrid nos afirmaba
personalmente que existen medios para controlar la depresión respiratoria,
subsiguiente a la administración de tales calmantes, y que no se puede sin más
seguir afirmando que tales fármacos conlleven necesariamente una aceleración de la
muerte, además de que la falta de dolores puede actuar en el sentido contrario de
prolongación de la vida. Algún autor insiste en que la administración de dosis
crecientes de tales calmantes puede llevar a situaciones difícilmente diferenciables
de la administración de sobredosis letales. Sin embargo, aunque las consecuencias
sean equiparables, la intencionalidad existente lleva a afirmar que tales acciones son
distintas. Hay que repetir que no es lo mismo asfixiar a un recién nacido que no
aplicarle medidas de reanimación porque se considera que es la decisión más
correcta. La consecuencia final o el fin pretendido no lleva a una equiparación de
los medios utilizados. Aun reconociendo que existen situaciones oscuras, en donde
la distinción entre ambas situaciones pueda no ser clara, sin embargo consideramos
que los medios utilizados y las intencionalidades existentes dan una diferente
coloración ética a las opciones asumidas. Nos parece, por tanto, que existe una
diferencia éticamente relevante entre el «dejar morir» y el « quitar la vida», entre el
allowing to die y el killing.
7. El problema legal de la eutanasia
7.1. La aceptación legal de la ortotanasia
El 1 de enero de 1977 entraba en vigor una ley en el Estado de California que
fue calificada como Natural Death Act («Ley de la muerte natural»). En ella se
afirma que «las personas adultas tienen el derecho fundamental a controlar las
decisiones en relación con el cuidado médico que se les pueda prestar, incluyendo la
decisión de que no se les apliquen o se les retiren las medidas que mantienen su vida
en casos de una situación terminal». La misma ley afirma que «la tecnología médica
moderna ha hecho posible la prolongación de la vida humana más allá de los límites
naturales».
La ley considera que «tal prolongación de la vida en personas en una situación
terminal puede causar la pérdida de la dignidad personal, dolor y sufrimiento
innecesarios y una irracional carga emocional y económica sobre la familia del
paciente, al mismo tiempo que no proporciona nada médicamente necesario o
beneficioso para la paciente». La conclusión es que: «las leyes del Estado de
California reconocerán el derecho de una persona adulta a hacer unas directrices por
escrito dando instrucciones a su médico sobre la no aplicación o la retirada de
procedimientos que pueden mantener su vida en el caso de una situación terminal».
Esta ley del Estado de California refleja la famosa sentencia del Tribunal de
New Jersey sobre la retirada del respirador en el caso de Karen A. Quinlan. Con el
paso de los años, en 32 Estados de USA, además del Distrito de Columbia, se ha
llegado a una situación similar, de tal forma que se reconoce validez jurídica a los
llamados testamentos vitales.
Ya antes hemos aludido a la Carta de los Derechos de los Enfermos de los
hospitales estadounidenses. Esta carta reconoce que «el paciente tiene derecho a
rechazar el tratamiento en la extensión permitida por la ley y a ser informado de las
consecuencias médicas de su acción» (n. 3). Esta misma línea va a ser seguida por
una Recomendación del Consejo de Europa de 1976: «El progreso de las ciencias
médicas ha prolongado la duración de la existencia sin impedir siempre, sin
embargo, la degradación de las funciones orgánicas. Por otra parte, la prolongación
de una vida sin esperanza alguna puede corresponder a un gran sufrimiento no sólo
para el mismo enfermo, sino también para quien le está cercano. En el caso en el
que el diagnóstico haya sido médicamente establecido, ¿es necesario, entonces,
continuar una vida sin esperanza alguna, o es preciso conceder al enfermo el
derecho, si está en grado de expresarse, de ser aliviado inmediatamente y sin
sufrimiento?» (n. 6).
La Ley de Sanidad Española de 1984 incluye una «Carta de derechos y deberes
de los enfermos». Este importante documento reconoce los derechos a «recibir
información completa» (n. 4) y «a la libre determinación entre las opciones que le
presente el responsable médico de su caso» (n. 5). En relación con nuestro caso se
añade que «el paciente tiene derecho a negarse al tratamiento... , debiendo para ello
solicitar el alta voluntaria». En una línea similar, la Generalitat de Cataluña
reconoce derechos similares afirmando que el enfermo «podrá rechazar un
tratamiento cuando crea que una determinada terapéutica o intervención pueda
reducir la calidad de vida a un grado incompatible con su propia concepción de la
dignidad personal. El médico tiene que esforzarse siempre por calmar el sufrimiento
del enfermo en la medida en que éste lo necesite. El equipo asistencial deberá evitar
la obstinación terapéutica procurando al moribundo las atenciones propias de este
momento. Solamente así será posible, en estos momentos definitivos de la
existencia, la humanización de la medicina y del hospital» (1985). El tono general
de todos los documentos que acabo de recoger se sitúa en la línea de la ortotanasia y
del reconocimiento del derecho del enfermo a que no se le apliquen medidas que
puedan prolongar irrazonablemente su vida, evitando situaciones de
encarnizamiento terapéutico. Durante estos últimos años, esta exigencia ética se ha
ido imponiendo en la praxis médica y en la opinión pública.
7.2. La aceptación legal de la auténtica eutanasia
A comienzos del siglo actual hubo intentos de legalización de la eutanasia. En
concreto, los Estados de Ohio y Iowa estudiaron en 1906 y 1907 sendos proyectos
de ley que admitían esa práctica, sin que tuviesen éxito. Un intento similar se dio
también en 1912 en el Estado de Nueva York. En 1922, el Código Penal de la
República de Rusia despenalizaba el homicidio por compasión, aunque esta ley era
abrogada seis meses más tarde. El III Reich promulgó en 1939 una ley de higiene
racial, por la que se admitía la práctica de la eutanasia en personas con minusvalías.
Esta ley, que posteriormente fue ampliada en su aplicación, llevó a la muerte a más
de 100.000 personas. Por otra parte, la Asociación británica en favor de la eutanasia
presentaba dos proyectos de ley en los años 1936 y 1947, que en ambos casos fueron
rechazados por la Cámara de los Lores.
Las crueldades cometidas en la época nazi influyeron indiscutiblemente en la
Asociación Médica Mundial. En su Primera Asamblea General se promulgaba la
Declaración de Ginebra (1948), en que se actualizaba el juramento de Hipócrates
afirmando que «mantendré el mayor respeto hacia la vida humana desde el momento
de la concepción; incluso bajo amenaza no usaré mi ciencia médica en contra de las
leyes de la humanidad». Un año más tarde, la misma Asociación Médica Mundial
promulgaba el Código internacional de etica médica, en que se urgía de nuevo la
obligación de preservar la vida humana. En la reunión de la asociación, que tuvo
lugar en Madrid en 1988, se afirmaba: «La eutanasia, es decir, la interrupción de la
vida de un enfermo deliberadamente -tanto si es por iniciativa suya, como si se hace
a petición de sus familiares- es contraria a la ética. Esto no impide al médico
respetar la voluntad del paciente de dejar el proceso natural de la enfermedad seguir
su curso, en la última fase de la enfermedad».
En sentido contrario, ya en 1950, fue enviado un documento a las Naciones
Unidas solicitando una enmienda en la Declaración de los Derechos del Hombre que
incluyese el derecho a la eutanasia voluntaria para aquellos enfermos que se encuentren en una situación incurable. Esta solicitud ha sido repetida en los años 1968 y
1970. En USA ha habido varias decisiones judiciales admitiendo la interrupción de
la alimentación artificial a pacientes terminales.
Holanda es el único país que ha llegado a una despenalización de la eutanasia.
Ya se había impuesto en los Países Bajos una jurisprudencia que, en la práctica,
despenalizaba la auténtica eutanasia cuando se dan las siguientes condiciones:
- Que el paciente encuentre insoportable su sufrimiento físico o mental.
- Que el sufrimiento sea insoportable y el deseo de morir sea firme.
- Que la decisión sea personal y libre, sin presiones sociales.
- Que el paciente conozca su dolencia y las posibles alternativas existentes.
- El médico debe consultar a otro médico sobre la decisión de aplicar la
eutanasia, asegurándose de que existen causas suficientemente graves para tal
decisión.
- El médico que aplica la eutanasia debe comunicarlo a las autoridades
judiciales y preparar un informe sobre las circunstancias en que se ha tomado la
decisión terminal y el método que ha empleado. Las cifras oficiales sobre el número
de eutanasias realizadas en Holanda se sitúan en torno a los 3.000 casos anuales; sin
embargo, el profesor Van der Sluis, de la Universidad de Amsterdam, considera que
la cifra real puede situarse entre 6-18.000, con un incremento importante de casos
de eutanasia en pacientes que se encuentran en estado de inconsciencia. Se afirma
que el 2% de las muertes en Holanda se realiza mediante la eutanasia. Ahora, la
eutanasia sigue presente en el Código Penal holandés, pero no se persigue si se dan
las condiciones antes expuestas.
Otro país donde la polémica sobre la eutanasia es intensa es Alemania Federal.
En este país no sólo no está despenalizado el suicidio, sino también la ayuda al
mismo. El Tribunal Supremo de Munich dictaminó en 1984 que «el derecho a la
propia decisión del paciente informado y capaz, y el deseo de una persona que
quiere poner voluntariamente fin a su vida, deben ser considerados como
equivalentes. Los médicos están obligados a respetar la voluntad del paciente,
incluso si está inconsciente en el transcurso de una enfermedad mental». Esta
sentencia, que ha sido después confirmada por el Tribunal Supremo Federal, se
dictó en el proceso contra Julius Hackethal y Henning Atrott, acusados de haber
posibilitado que un paciente se suicidase entregándole una cápsula de cianuro. La
sentencia no distingue entre el médico y otra persona cualquiera que proporcione la
sustancia letal, si el enfermo lo solicita libremente. Estas sentencias significan que
se da un status legal similar al suicidio y a la petición de eutanasia.
7.3. El caso español
La regulación jurídica española, aplicable al tema de la eutanasia, está
contenida en el artículo 409 de nuestro Código Penal. En él se afirma que «el que
prestare auxilio o induzca a otro para que se suicide será castigado con la pena de
prisión mayor; si se lo prestare hasta el punto de ejecutar él mismo la muerte, será
castigado con la pena de reclusión menor». Nuestro Código Penal no contempla
explícitamente el tema de la eutanasia, que debe, por tanto, ser abordado desde lo
que aquél afirma en relación con el homicidio y el suicidio.
En el derecho español, el suicidio, es decir, «la muerte propia querida y
ejecutada por persona capaz» no constituye delito. Esta falta de castigo penal al
suicidio, tradicional en nuestro derecho, se debe, según algunos autores, a motivos
de política criminal; otros lo fundamentan en la falta de coacción de la pena, ya que
no se puede conminar con pena de prisión a quien está dispuesto a quitarse la propia
vida.
Sin embargo nuestro derecho sí contempla el auxilio al suicidio: este auxilio
incluye todos los comportamientos, necesarios o no, para el acto suicida, con tal de
que éstos últimos tengan una mínima eficacia causal. Hay sentencias del Tribunal
Supremo por las que se penaliza la no facilitación de la ayuda médica. También está
contemplada la inducción al suicidio, es decir, la influencia directa y eficaz sobre
una persona con la finalidad de que se suicide.
Respecto de la que hemos calificado como ortotanasia, la mayor parte de los
autores consideran que no debe ser penalizada, ya que la intervención médica
pretende paliar los dolores, aunque se siga de ella un acortamiento de la vida; lo
mismo habría que decir respecto de la no aplicación de tratamientos extraordinarios
cuya finalidad sea el alargamiento artificial de la vida cuando el pronóstico es
infausto. Si el enfermo está consciente, debe ser él mismo quien determine la
asistencia deseada.
El Anteproyecto de Nuevo Código Penal de 1992 atenúa las penas en los casos
de eutanasia activa, es decir, cuando se «causare o cooperare activamente con actos
necesarios a la muerte de otro, por petición expresa o seria de éste, en el caso de que
la víctima sufriera una enfermedad grave que hubiera conducido necesariamente a
su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de
soportar» (art. 174,4).
7.4. Pros y contras de una legalización de la eutanasia
Ante todo hay que decir que no pueden ponerse reparos en el caso de la
ortotanasia. Nos parece que no puede discutirse, por ejemplo, la ley del Estado de
California ni las que se han inspirado en ella. Un punto, sin embargo, polémico es el
de si la renuncia a las medidas extraordinarias o desproporcionadas debe incluir
también el de la retirada de la alimentación artificial. En este caso convergen dos
características que hacen de esta situación una difícil alternativa. No se puede
discutir su carácter artificial y, en ese sentido, tiene fuerza el argumento que
considera que tan artificial es el respirador como la alimentación por vena o por una
sonda nasogástrica. Sin embargo, la segunda característica hace referencia a su
carácter «ordinario», con toda la ambigüedad que este término posee. En cualquier
caso, son medidas de alimentación tan sencillas y triviales en la actual praxis
sanitaria que deben situarse en un plano muy distinto al de la conexión al respirador.
Nos parece, en resumen, que esta situación es extraordinariamente compleja y que
debe abrirse un debate sobre este tema, antes de que se plasme en una legislación.
El verdadero problema es el de la legalización de la auténtica eutanasia o, en la
terminología clásica, la eutanasia positiva directa. A lo largo de las páginas
precedentes han ido apareciendo las principales razones que se citan en favor o en
contra de esta legalización o despenalización.
Desde nuestro punto de vista, las principales razones a favor son las siguientes:
- El riesgo de encarnizamiento terapéutico inherente al progreso de la medicina,
que está haciendo que la muerte haya perdido la naturalidad y espontaneidad que
tenía en un pasado aún no remoto.
- La gravísima situación de la eufemísticamente llamada tercera edad, en la que
la muerte física está siendo precedida por una no menos grave muerte social. El
número de ancianos que viven solos, física y afectivamente, es cada vez más alto.
No es de extrañar que el debate sobre la eutanasia sea especialmente álgido en
aquellos países donde los problemas de la tercera edad son más graves y - donde los
vínculos familiares son especialmente lábiles.
- En el contexto de una sociedad secularizada, en que los valores religiosos se
encuentran numéricamente en retroceso, surge con especial intensidad el
interrogante sobre el derecho a disponer de la propia vida. Como subrayábamos
anteriormente, la vivencia religiosa da una coloración distinta a las actitudes ante el
morir y el sufrimiento.
- El argumento más importante, que guarda relación con el anterior, es la
exigencia de que el ser humano pueda tener no sólo un derecho a la vida, sino
también a la muerte. Este derecho sería una consecuencia fundamental de la libertad
del ser humano, de su autonomía, de su derecho a una dignidad personal y a que no
se le someta a tortura o tratos inhumanos. Anteriormente, al exponer los
movimientos favorables a la eutanasia, esta línea de argumentación aparecía
claramente marcada en varios de sus representantes. El exsenador RodríguezAguilera, autor de un borrador de proyecto de ley sobre eutanasia, que no ha
prosperado, subraya que los valores superiores proclamados por la Constitución
Española -libertad, justicia, igualdad y pluralismo político- apoyan su regulación de
la eutanasia. Insiste en que nuestra Constitución no contempló el tema de la
eutanasia, pero que su afirmación del derecho humano a no ser sometido a tortura ni
a penas o tratos inhumanos o degradantes (art. 15) constituye un cauce para una
regulación legal.
Por el contrario, los argumentos de los que rechazan una despenalización de la
eutanasia subrayan los siguientes aspectos:
- La existencia de otras alternativas en el tema de la eutanasia. Aquí debe
hacerse referencia a lo que diremos en el próximo capítulo sobre el tratamiento del
dolor y los hospicios.
- No sólo es ambigua, como hemos subrayado repetidas veces, la palabra
«eutanasia», sino que también lo es la petición de eutanasia. ¿Cuál es el trasfondo
real de esa petición? Varios autores insisten en que frecuentemente detrás de esa
petición lo que existe realmente es la búsqueda de una atención y calor humano que
tan difícil es de proporcionar al enfermo terminal por parte del hombre y la cultura
de nuestro tiempo. ¿Cómo dilucidar el verdadero trasfondo de tal petición? Por otra
parte, la obra de Kübler-Ross insiste en que el paciente terminal atraviesa por dos
fases características, las de ira y depresión, en las que aquél puede ser especialmente
proclive a solicitar una terminación de su vida: ¿cómo saber si su petición responde
a su auténtico deseo, o no es, más bien, una consecuencia transitoria de su situación
anímica en esas dos fases? Finalmente hay que aludir también a la dificultad en
hacer un pronóstico médico: la medicina no es una ciencia exacta y tiene que
reconocer que sus pronósticos fatales en no raras ocasiones no siguen el curso
previsto; ¿en cuántos casos un diagnóstico que parece totalmente irreversible entra
después por cauces inesperados?
- Una situación en que la auténtica eutanasia estuviese legalmente admitida
podría originar que el enfermo calificado como irreversible pida un término
definitivo a su vida sin que, sin embargo, no sea ésta su verdadera voluntad. Existe
el peligro de que lo que se concede al enfermo como un derecho se pueda convertir
en un deber. ¿No existe el peligro de que el propio enfermo, a la vista de los graves
trastornos que su situación está ocasionando a sus más allegados, solicite una
eutanasia que, en el fondo, no responde a su auténtica actitud ante su vida y su
muerte? El enfermo, precisamente por su situación de invalidez y de desamparo,
debe estar especialmente protegido en estos casos evitando que él experimente
interiormente como deber lo que se le pretende conceder como derecho.
- Se han dado bastantes casos de familiares que pidieron retirar a sus familiares
del hospital Lainz de Viena como consecuencia de las brutales prácticas eutanásicas
que allí tuvieron lugar. Indiscutiblemente, los defensores de la legalización de la
auténtica eutanasia condenan totalmente lo realizado en aquel hospital; no es ésta,
de ninguna manera, la eutanasia que ellos aceptan. Sin embargo considero que en
este punto hay un planteamiento que debe ser tenido en cuenta: me refiero a la
imagen social que deben tener los profesionales de la salud. Durante siglos se ha
ensalzado a estas profesiones por su servicio a la salud y a la vida del enfermo. La
existencia de un clima de confianza entre los profesionales de la salud y el enfermo
es fundamental en el proceso terapéutico, en que cada vez más se insiste, con toda
razón, en la relevancia de los aspectos personales e interrelacionales. Hoy en día,
cuando la imagen social del médico puede estar seriamente deteriorada,
especialmente como consecuencia de la masificación en el funcionamiento de los
sistemas sanitarios, ¿cómo repercutiría en aquella imagen el hecho de que el médico
sea la persona que, en determinadas condiciones, pueda ser también el agente de
muerte, por muy justificados que puedan ser estos casos? ¿Cuál sería la actitud de
un enfermo ante un profesional de la salud que también es capaz de quitar la vida a
un enfermo que lo solicita o al que se encuentre inconsciente?
- Suelo afirmar que no creo en el llamado «argumento Auschwitz», es decir, en
determinadas argumentaciones, en éste y otros temas, que subrayan el peligro
inmediato de incurrir en las brutalidades de los campos de concentración nazis. Pero
sí creo que hay que ser conscientes de las consecuencias que pueden seguirse de las
opciones legales que hoy se tomen. Los médicos alemanes de la República de
Weimar creyeron que era posible quedarse en una «pequeña» eutanasia (un little
killing, un «pequeño matar») totalmente controlada, sin pasar a una gran eutanasia
(un more Killing, un «matar más») absolutamente descontrolada. Es dramático que
la obra de Jost, Binding y Hoche -en el entorno de la que fue calificada como la
«medicina más humanista que nunca ha existido» preparase el terreno, en alguna
manera, al «gran matar» de la época nazi.
- Notemos, finalmente, que admitir legalmente la auténtica eutanasia significa
abrir un nuevo frente en la disposición de la vida humana, en contra de la tendencia
histórica que está cuestionando hoy dos de las tradicionales excepciones al principio
del respeto a la vida humana: la pena de muerte y la llamada «guerra justa». Y por
otra parte y también en contra de esa tendencia histórica, se va a conceder a una
persona privada -el médico- la capacidad para disponer de la vida, a través de una
decisión igualmente privada. En efecto, la legislación podrá precisar las condiciones
en que será legal la eutanasia y podrá sancionar posteriormente los abusos, pero, por
sus mismas características, la decisión eutanásica será consecuencia de una acción
privada, sin que pueda preceder una decisión judicial. Nos parece grave y contrario
a las tendencias históricas que un particular pueda asumir privadamente una opción
irreversible sobre la vida de otra persona. Por otra parte, aunque se afirme -como se
propuso recientemente en un referendum en el Estado de Washington- que sólo se
admitiría legalmente la eutanasia en personas irreversiblemente enfermas y que sean
legalmente competentes, nos parece que los argumentos que están en la base de esa
admisión legal llevarán, en su lógica interna, a admitir igualmente la eutanasia en
las dos excepciones antes indicadas. ¿Por qué no se puede «ayudar a morir» a una
persona no enferma, pero que considera que la vida ha dejado de tener sentido? ¿Por
qué no prestar esa misma «ayuda» a aquellos cuyas vidas carecen de «valor vital» y
no son capaces de decidir por sí mismos?
Este es, desde nuestro punto de vista, el gran peligro de una legislación que
apruebe la auténtica eutanasia en las condiciones antes delimitadas. El profesor Van
der Sluis ya señalaba anteriormente cómo en Holanda se está operando la transición
desde la eutanasia aplicada al enfermo que lo solicita, a la eutanasia impuesta al
enfermo inconsciente que no ha expresado tal voluntad.
Por estas razones, aun valorando los argumentos esgrimidos en favor de su
legalización, creemos que no debe procederse a la despenalización de la eutanasia.
A ello hay que añadir las dificultades en precisar una legislación que pueda
delimitar bien los casos y comprender el auténtico deseo del interesado, evitando los
abusos que pueden seguirse. Por otra parte, considero que el gran reto de nuestra
cultura es el de humanizar la situación del enfermo terminal. Esta es una gran
asignatura pendiente de nuestra civilización. El camino de la legalización de la
eutanasia es el de obviar la gran tarea que debemos realizar en un mundo técnicamente tan avanzado, pero en el que no sabemos prestar la ayuda que necesita al
paciente próximo a la muerte. La afirmación del antiguo Presidente de la Euthanasia
Society británica, después de visitar el hospicio de la Dra. Cecily Saunders: «Si
todos los pacientes mueren como el que he visto, yo podría deshacer la Euthanasia
Society», nos parece que está indicando cuál es la verdadera asignatura pendiente de
nuestra cultura: no la despenalización de la eutanasia, sino la humanización del proceso de muerte.
Estos nos parecen ser los principales argumentos en este complejo problema
legal. Nuestro punto de vista es contrario a la legalización o despenalización de la
auténtica eutanasia, por las razones que hemos ido indicando y en una ponderación
de los pros y los contras existentes. Creemos que el reto de nuestras civilizaciones
está en la línea de humanizar el proceso de muerte de los enfermos terminales y que
la opción por la auténtica eutanasia se puede prestar a abusos graves en contra del
más débil. Hegel escribía que lo único que la humanidad ha aprendido de la historia
es que no hemos aprendido nada de esa misma historia. Ojalá tengamos viva esa
memoria histórica que nos habla del riesgo de pasar desde un «pequeño matar» a un
«matar más».
Bibliografía
Flecha, J. R., y Múgica, J. M., La pregunta moral sobre la eutanasia, Universidad
Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1989.
Gafo, J. (ed.), La eutanasia y el derecho a morir con dignidad, Paulinas y
Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 1984.
Gafo, J., La eutanasia y el derecho a una muerte humana, Temas de Hoy, Madrid,
1989.
Gafo, J. (ed.), La eutanasia y el arte de morir, Universidad Pontificia Comillas,
Madrid, 1989.
Humphry, D., y Wickett, A., El derecho a morir, Tusquets, Barcelona, 1986.
Quinlan, J. y J., La verdadera historia de Karen Ann Quinlan, Grijalbo, Barcelona,
1977.
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