Milagro moderno en Milán Por Shirley W. Belleranti Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Hacia el final de su vida, Leonardo de Vinci escribió: “¡Jamás he terminado una sola obra!" Palabras increíbles, si se toma en cuenta que fueron pronunciadas por un artista conocido como el "Hombre del Renacimiento", pero es probable que él pensase en muchos de sus proyectos inconclusos. Ni sus sueños ni su mentalidad conocieron límites, mas estaban confinados en el cuerpo de un mortal. Tampoco tuvo una vida lo suficientemente larga como para ver realizados todos sus sueños, Por que Leonardo de Vinci murió a la edad de sesenta y siete años. Hoy en día, quienes visitan la iglesia de Santa María de Gracia en Milán, Italia, son testigos de un milagro moderno que se está realizando. El fresco de La Ultima Cena pintado por Leonardo, destinado aparentemente al olvido por los estragos del tiempo y las idiosincrasias creativas del maestro, está renaciendo en una forma sin precedentes. Durante los últimos años la Dra. Pinin Brambilla, la principal restauradora de arte de Milán, ha estado limpiando y reparando la obra maestra de Leonardo. Trabajando pulgada a pulgada, inspeccionándola a través de potentes lupas, la Dra. Brambilla ha removido los efectos de la mugre acumulada durante siglos de descuido y maltrato. Para el tiempo cuando su trabajo esté concluido, espera dar a conocer La Ultima Cena casi igual a como fuera pintada originalmente por Leonardo. Ya se han logrado descubrimientos espectaculares. Rebanadas de limones y de pescado, ocultos durante siglos, han salido a la superficie sobre brillantes utensilios de peltre colocados en la mesa. Ya es posible ver un hilo dorado alrededor de los bordes de los vasos. La tecnología moderna ha hecho posible revelar dramáticos resultados del fresco de 500 años de antigüedad. La Ultima Cena, uno de los más grandes tesoros del mundo del arte, fue pintada por encargo del Duque de Milán, Lodovico Sforza. El rendía culto en la iglesia de Santa María de Gracia, y en 1492 mandó demoler la antigua iglesia para edificar una nueva. Comisionó a un artista de Milán, Giovanni Donato Montorfano, para que pintara La Crucifixión en el muro trasero del refectorio; y encargó a Leonardo de Vinci, quien había estado a su servicio durante más de diez años, que pintara La Ultima Cena en el muro frontal. Personajes de la vida real Reconociendo la importancia de su misión, Leonardo escribió extensas notas y dibujó incontables bosquejos a medida que iba planeando las figuras y la composición del fresco. Tras haber decidido las características que pudieron haber tenido cada uno de los discípulos salió a buscar, con lápiz y papel en mano, probables modelos entre diversos grupos de gente. De vez en cuando llevaba modelos a su estudio donde, utilizando tiza roja, hacía bosquejos de sus rostros y de sus gestos. Muchos de esos bosquejos, exquisitos por cierto, se hallan preservados en colecciones de arte de todo el mundo. Todas las figuras de la pintura fueron colocadas en un lado y en los dos extremos de la mesa. Sin embargo, la emoción reflejada en los rostros es tan intensa que, virtualmente, el espectador no se percata de la rara disposición como están distribuidos. Antes de esa época, la mayor parte de las pinturas de La Ultima Cena simplemente reunían a Jesús y a sus discípulos alrededor de una mesa compartiendo la comida. Leonardo quiso revelar una verdad psicológica, lo cual logró mostrando la enérgica reacción de los discípulos ante la declaración del Maestro Jesús de que uno de ellos lo habría de traicionar. Figuras impregnadas de temperamento Los rostros y las posturas de los apóstoles revelan conmoción y cólera, así como también consternación y pesadumbre. Sólo Judas Iscariote aparece inamovible, mientras se inclina hacia adelante empuñando su talega de monedas. A diferencia de los otros apóstoles, se halla distante de Jesús, inmerso en la sombra. Esto contrasta marcadamente con la figura de Jesús, perfilada en medio de una de las tres ventanas bañadas de luz. De modo interesante, el Jesús de Leonardo no está rodeado de un halo. El artista pintó al último las figuras de Judas Iscariote y de Jesús, teniendo buen cuidado de representar con toda exactitud las características faciales. Se ha especulado que el rostro de Jesús estuvo inspirado en el martirio del monje Savonarola, quien fue quemado vivo en una plaza pública de Florencia, en 1498. Hay quienes sugieren que el Jesús de Leonardo fue por lo menos un autorretrato parcial. Georgio Vasarí, un historiador de arte de la época de da Vinci, sostuvo que Leonardo no "perfeccionó" la cabeza de Cristo porque no pudo encontrar un modelo digno de ello. El maestro tuvo mucho cuidado al pintar incluso el fondo del fresco. Tras las tres ventanas que se encuentran a espaldas de Jesús se ve una campiña casi semejante a la que rodeaba el hogar de la infancia de Leonardo, en Vinci; y una planta parecida al helecho, usual en aquella área, está duplicada en la tapicería que cubre las paredes y en el mantel de la mesa. Todos los rostros humanos y las formas, aun las arrugas de la túnica de Jesús, fueron pintados de acuerdo con principios geométricos a fin de lograr un perfecto equilibrio. Una escena que parece real La genial perspectiva de Leonardo hace que el fresco parezca una verdadera extensión del comedor. Los vasos y los platos distribuidos sobre la mesa son idénticos a los usados por los monjes en el refectorio cuando Leonardo trabajó ahí; y ellos opinaron que el mantel parecía tan real, que podía verse la textura de la tela. ¡Quienes tuvieron la fortuna de usar el refectorio cuando la pintura estaba completamente intacta, debieron de haber experimentado la misteriosa sensación de que realmente se hallaban en el comedor con Jesús y los apóstoles! Las vicisitudes del tiempo El fresco de Leonardo ha sufrido multitud de problemas desde su creación. Incluso el artista mismo contribuyó a su desafortunado destino. Sólo podemos especular en cuanto a los motivos que le llevaron a usar una pintura experimental al temple para pintar La Ultima Cena. Quizás pensó que ésta producía ciertos efectos especiales que él buscaba: o tal vez descubrió que le era más fácil utilizar pintura al temple que la que se usaba regularmente, cuando creó esta obra maestra con una dimensión aproximada de 4 por 8 ½ metros. Desafortunadamente, en el lapso de una década después que terminó el fresco, la pintura empezó a partirse y a pelarse. En 1499, los franceses invadieron Milán y el rey Luis XII, subyugado por La Ultima Cena, hizo la promesa solemne de llevarla a Francia a cualquier costo, aunque tuviera que llevarse el muro entero. Su plan nunca se llevó a cabo afortunadamente. En 1656, los monjes residentes decidieron agrandar la puerta que conducía a la cocina. La puerta estaba debajo del fresco y, cuando se terminó el trabajo, las patas de la mesa, los pies de Jesús y de los apóstoles que se encuentran a su lado, habían quedado destruidos. Más de un siglo después, Francia invadió de nuevo a Milán y el refectorio fue usado para albergar a la caballería. Luego se supo que los soldados se entretenían lanzando sus botas sucias a la figura de Judas Iscariote. A lo largo de los años, el humo de la cocina contigua fue decolorando la pintura. Numerosos intentos de restauración la dañaron aún más y, en realidad, el poco cuidado que se tenía para retocarla alteró un tanto la obra maestra de Leonardo. Durante la II Guerra Mundial pareció inminente una destrucción total cuando, en agosto de 1943, Milán sufrió un ataque aéreo que casi destruyó el edificio. Sólo los muros con los frescos, reforzados con sacos de arena, pudieron mantenerse en pie. Después que el refectorio fuera cuidadosamente reconstruido, se realizaron intentos adicionales para restaurar La Ultima Cena, mas todo parecía indicar que la pintura estaba perdida definitivamente, hasta fechas recientes. El fiel alumno y amigo de Leonardo, Francesco Melzi, comentó cuando murió el maestro: "¡No está dentro del poder de la naturaleza reproducir otro hombre igual!" Cerca de cinco siglos más tarde, aquellas palabras resuenan aún como una verdad; sin embargo, esperamos con optimismo que el milagro moderno que hoy ocurre en Milán, preservará la obra maestra de Leonardo de Vinci para fortuna de las generaciones que todavía no han nacido.