Civilizar el museo

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n° 1 > 2006
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Los museos y los jóvenes
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Civilizar el museo
E l a i n e H e u m a n n G u r i a n , especialista en museos
os museos para niños se hallan ante un dilema. Han agotado el potencial
legado por los experimentos del decenio de 1970, sin haber llegado a
elaborar planteamientos innovadores para el nuevo milenio. Esta afirmación
puede parecer sorprendente, habida cuenta de que las estadísticas indican
una mayor frecuentación de los museos y un incremento del número de
proyectos o realizaciones de nuevos museos […].
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Yo sostendría que la viabilidad a largo plazo de los museos para
niños no depende de efectuar modificaciones en la estrategia, el contenido
o la variedad del público, sino de satisfacer las aspiraciones profundas y a
menudo no explicitadas de los padres y profesores […].
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Para comprender como funcionaba el planteamiento teórico anterior, es
preciso recapitular la historia de los museos para niños y de las salas destinadas
a la infancia en los museos importantes. Cuatro de los seis primeros museos para
niños creados en los albores del siglo XX vieron la luz en los Estados Unidos, y
los dos restantes en los Países Bajos y el Reino Unido. Entre esos seis primeros
ejemplos figuraba una sala para niños en un gran museo, la Smithsonian
Institution, que se inspiraba en el mismo planteamiento teórico. Por su parte, el
museo escolar itinerante creado en Liverpool (Gran Bretaña) en 1884, cuya actividad consistía en un servicio de préstamos de objetos en vitrina, fue un precursor en la materia. En 1887, se creó el museo Ancoat’s Hall en Manchester con un
servicio de préstamos análogo y un enfoque educativo muy pronunciado. El
Museo de la Infancia de Bethnal Green, situado cerca de Londres, se fundó 1887
pero sólo se centró en los niños a partir del decenio de 1920, haciendo de esta
institución la quinta en su género, por delante del museo de Indianápolis, sexto y
último de los museos primigenios destinados a la infancia. Desde sus inicios, el
fenómeno de los museos para niños tuvo un alcance internacional.
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Aunque no se suelen incluir entre los museos de este tipo, los llamados “palacios” de pioneros de la ex Unión Soviética y las instituciones similares de China, pese a poseer estructuras diferentes, emanar de instituciones
distintas y diferir en sus expectativas, se inspiraron en el movimiento de los
museos para niños y deben considerarse parte integrante de su historia.
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Si se exceptúan los casos específicos mencionados supra, entre los
fundadores de los museos para niños hallamos una mezcolanza de profesores en activo o jubilados y de padres acaudalados e influyentes, e incluso
miembros de las familias reales, primeras damas de algunos países y altos
funcionarios gubernamentales favorables a iniciativas de este tipo […].
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La primera etapa de la historia de los museos para niños da comienzo a
inicios del siglo XX y acaba con el fin de la Primera Guerra Mundial. El primer
museo del mundo para la infancia se creó en Brooklyn en 1899 y tenía por objetivos: “[...] Ser un lugar atractivo para los niños que los estimule a refinar su
gusto e interesarse por temas elevados; crear un centro educativo interesante
que aporte una ayuda diaria a alumnos y profesores para el trabajo escolar; y
ofrecer nuevos temas de reflexión para sus tiempos de ocio” (Gallup, 1907).
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Inspirándose en la filosofía de John Dewey, así como en las ideas de
Pestalozzi, Herbart, Rice y Froebel, estos museos parten de la base de que
los niños no son adultos pequeños y que su estadio de desarrollo diferente
exige el uso de métodos pedagógicos basados en sus necesidades específicas (Dewey, 1938). Según estos pensadores, para educar de forma óptima
a los niños pequeños es necesario que toquen, observen y examinen objetos y experimenten con ellos. Dewey dijo a este respecto que “se debe disponer de más material concreto, ‘bártulos’ y aparatos, y ofrecer más
posibilidades para hacer cosas…” (Dewey,1977).
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Así, una filosofía de la experiencia táctil (‘hands-on’) arraigó en esas
instituciones museísticas desde sus inicios. La primera conservadora del Museo
de los Niños de Brooklyn, Anne Billings Gallop, ha narrado cómo abría las vitrinas para que los niños tocasen los objetos expuestos (Zervos, 2002) […].
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Para los educadores, los museos son espacios de “educación informal” que brindan posibilidades distintas de las ofrecidas en el espacio,
L
Foto: © Museo Internacional de Arte Infantil
de Alejandría (Egipto)
mucho más reglamentado, de las escuelas circundantes. A este respecto, se
ha citado a menudo la frase de Frank Oppenheimer: “Nadie ha fracasado
nunca en un museo” […].
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La disminución de la edad de los visitantes fue, en parte, consecuencia
de las tendencias predominantes en la teoría del desarrollo del niño. A finales de
los años sesenta y durante los setenta, los trabajos iniciados por Piaget en el
decenio de 1930 acerca de las etapas de desarrollo cognitivo del niño confluyeron con los de otros pensadores como Erik Erickson, Abraham Maslow, el psicólogo de Harvard, Jerome Bruner, sus colegas Burton White y Jerome Kagen, y
otros más. A partir de entonces, esos teóricos hicieron hincapié en la importancia de la estimulación precoz, un factor que explicaba, a su parecer, la diferencia
entre los resultados escolares de los niños de medios acomodados y los de familias pobres o los discapacitados. Sus trabajos impulsaron la introducción precoz
de contextos culturalmente enriquecidos para los que obtenían menos resultados. Esta noción de intervención precoz fue asimilada por los padres de la clase
media que, deseosos de que sus hijos tuvieran la mejor educación posible, empezaron a llevarlos a los museos para niños. Hoy en día, en los Estados Unidos se
empieza a llevar a los niños a estos museos desde que tienen uno a dos años de
edad y el promedio de edad de los visitantes oscila entre 5 y 8 años […].
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La multiplicación de los museos para la infancia en los decenios de 1970,
1980 y 1990 apuntaba primordialmente a los niños de más temprana edad, aun
cuando esas nuevas instituciones se basaran en los experimentos prácticos de
Boston y del Exploratorium, que se habían concebido para niños escolarizados en
primaria. En efecto, el contenido de estos museos ya establecidos no parecía adecuado en el plano del desarrollo para visitantes cada vez más pequeños. De ahí
que se hayan concebido nuevos contenidos más adaptados, que comprenden
contextos de la vida diaria: la tienda, el cuartel de bomberos, etc.
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La panorámica que ofrece la mayoría de los museos para niños de los
Estados Unidos en estos comienzos del siglo XXI es la de centenares de instituciones nuevas o recién renovadas, cuya piedra angular la constituye un enfoque
práctico interactivo y cuyo público está integrado por niños muy pequeños.
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Los museos para el público en general, los centros de servicios
sociales, e incluso, más recientemente, algunos centros comerciales han
copiado muchas de las recientes ampliaciones de los programas efectuadas
en los ya omnipresentes museos para niños. Por ejemplo la creación de
espacios para juegos, áreas de recursos diversos, centros de información
parental, etc. Así, la posición que ocupan los museos para niños ya no está
tan claramente diferenciada hoy como lo estaba antaño […].
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Por último, cabe decir que si los museos para niños examinan las
nuevas teorías sobre la crianza del niño, la elaboración de planes de estudios
para los escolares de edad más temprana y las necesidades de una clase
social marginada muy diferente, y las plasman en contextos físicos operacionales y capaces de responder a necesidades insatisfechas, y a menudo
inexpresadas, podrían recobrar en el seno de la comunidad museística el
puesto de instituciones más interesantes e innovadoras.
* Extractos de “The Molting of the Children’s Museum” en Civilizing the
Museum (Routledge, Nueva York, 2006).
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