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ISSN: 0213-3563
¿ES LA MORALIDAD UNA AVENTURA?
Is Morality an Adventure?
Enrique BONETE PERALES
Universidad de Salamanca
En torno al libro de C. GÓMEZ y J. MUGUERZA (eds.),
La aventura de la moralidad. Paradigmas, fronteras y problemas de la ética,
Madrid, Alianza Editorial, 2007
BIBLID [(0213-356)13,2011,243-255]
Recibido: 8 de octubre de 2010
Aceptado: 27 de enero de 2011
RESUMEN
En este texto se presenta, de modo descriptivo y crítico a la vez, las contribuciones de relevantes profesores de filosofía moral de la universidad española
que se recogen en el voluminoso libro La aventura de la moralidad, editado por
los catedráticos de la UNED, Carlos Gómez y Javier Muguerza. A pesar de su
extensión y alto nivel en algunos capítulos, puede ser considerada tal obra colectiva como un útil manual para profesores y alumnos universitarios. Esta nota
crítica procura resaltar lo más valioso de cada aportación filosófica. Se comprobará que mientras algunos trabajos resultan expositivos y descriptivos, otros son
más reflexivos y con propuestas de cierta originalidad que el autor de este texto
explica con claridad. Estamos ante un excelente libro, llamado a convertirse en
referencia obligada para todos aquellos que nos dedicamos a la filosofía moral
en lengua castellana.
Palabras clave: ética, deber, virtud, felicidad, racionalidad, derechos humanos.
© Ediciones Universidad de Salamanca
Azafea. Rev. filos. 13, 2011, pp. 243-255
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ENRIQUE BONETE PERALES
¿ES LA MORALIDAD UNA AVENTURA?
ABSTRACT
This text presents in a descriptive and critical way the contributions by significant Spanish university professors of moral philosophy that are included in
the voluminous book The Adventure of Morality, published by UNED professors Carlos Gómez and Javier Muguerza. Despite its length and high-level in
some chapters, this collective book can be considered a useful manual for teachers and students. The present critical note seeks to highlight the most valuable
aspect of each philosophical contribution. Some chapters are shown to be descriptive and narrative, whereas others are more reflective and contain original
proposals that this paper explores in detail. lt is an excellent book that deserves
to become an obligatory reference for those of us who work in the fleld of moral
philosophy in Spanish language.
Key words: ethics, duty, virtue, happiness, rationality, human rights.
1. INTRODUCCIÓN: EN TORNO A LA AVENTURA MORAL
Son variadas las acepciones del término «aventura» que encabeza el título
de este extenso libro colectivo, seguramente uno de los más completos y ambiciosos de filosofía moral publicados en nuestro país durante las últimas décadas.
¿Es la moralidad una aventura? ¿Es vivir aventurarse hacia el futuro incierto
construido por la libertad? ¿Cuál es la meta hacia la que ha de tender cada
aventura humana? Bien sabido es que el término «aventura» procede del verbo
latino «advenire» (llegar, suceder). La Real Academia de la Lengua le otorga
diversos significados, todos ellos relacionados poco o mucho con la experiencia humana de la moralidad: 1) acaecimiento, suceso o lance extraño; 2) casualidad, contingencia; 3) empresa de resultado incierto o que presenta riesgos;
4) relación amorosa ocasional. En efecto, la moralidad no deja de ser un acontecimiento extraño en la vida social, pues aunque de su presencia cabe decir lo
que los estoicos afirmaban de la divinidad –«en ella existimos, nos movemos y
somos»–, sorprende no poco su vigencia en la vida cotidiana. Por otro lado, la
moralidad también puede ser entendida como aventura por cuanto su modo de
orientar la vida personal y social es siempre frágil, contingente. Si llamamos igualmente «aventura», según nuestro diccionario, a las relaciones amorosas ocasionales, apasionadas o irresponsables, la moralidad acaba siendo la instancia
suprema desde la que valorar y juzgar nuestro modo de ser y estar con los otros.
Sin duda, de los cuatro sentidos de «aventura» arriba indicados el que, a mi
juicio, mayor conexión guarda con la moralidad y subyace a los objetivos del
volumen diseñado por los catedráticos de Filosofía Moral de la UNED, Carlos
Gómez y Javier Muguerza, es el tercero: «empresa de resultados inciertos o que
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presenta riesgos». A nadie se le escapa que la tarea moral comporta, hoy como
siempre, no poco de riesgo y de ilusión, de protesta y de propuesta, según estos
editores. Concepción ésta que, como tendremos ocasión de comprobar, se respira en la mayoría de las páginas de este volumen. Con esmero y buen hacer
han sido escritas por relevantes pensadores de esta arriesgada disciplina normativa y crítica, especialmente fecunda en el panorama filosófico español.
Antes de entrar propiamente en el contenido nuclear de cada capítulo indico algunos rasgos generales del volumen que tenemos entre manos. El libro, a
pesar de su amplitud y alto nivel en algunos capítulos, puede ser considerado
un útil manual para profesores y alumnos universitarios. Se ha de recalcar que
la bibliografía es muy completa y actualizada en cada uno de los capítulos, realmente excelente en alguno de ellos para completar su contenido y orientar al
lector interesado. No está de más señalar que Kant, a mi juicio, es el gran protagonista de este volumen. En no pocos capítulos emergen sus preguntas, desafíos
y limitaciones. Buenos conocedores del filósofo son la mayoría de los profesores que firman las colaboraciones. Mas la razón principal de su presencia radica en la constatación cultural de que aún vivimos una floreciente época de ética
neokantiana. Y por último, apuntar que existe un cierto desequilibrio –como
no podía ser de otro modo, dada la disparidad de temas y autores– entre los
capítulos. Algunos son excesivamente prolijos, otros más breves; los hay que
mantienen un estilo vivo, didáctico y claro, otros resultan densos y de difícil
comprensión, su lectura exige previos conocimientos; mientras unos resultan
expositivos y descriptivos, otros son más reflexivos y con propuestas de cierta
originalidad. Globalmente, se ha de reconocer que estamos ante un excelente
libro, llamado a convertirse en referencia obligada para todos aquellos que nos
dedicamos a la filosofía moral en lengua castellana.
2. LOS PARADIGMAS DE LA ÉTICA
El libro está estructurado en tres partes de desigual extensión, mas con intención sistematizadora: Paradigmas de la ética (I), Fronteras de la ética (II) y Problemas de la ética (III). Un ponderado capítulo clarificador de lo que constituye
el ámbito de la moralidad introduce todo el volumen. Su autor es Carlos Gómez,
uno de los editores. Ofrece una visión equilibrada y coherente de lo que es
la ética como disciplina. Establece claras diferencias, inspiradas en parte en la
obra de Aranguren, entre moral-amoral, moral-desmoralizado (moral como
estructura), moral-inmoral (moral como contenido), éticas materiales-éticas
formales, individualismo ético-ética social, ética de la convicción-ética de la responsabilidad, ética normativa-metaética. El capítulo resulta didáctico, con importantes textos, precisas diferenciaciones, completa bibliografía. Es imprescindible
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su lectura. Nos presenta un mapa panorámico de lo que cabe entender hoy por
ética, tanto desde el punto de vista etimológico, conceptual como histórico. El
lector podrá adquirir una idea global del contenido de esta clásica y siempre
renovada disciplina. La construcción reflexiva de la ética se nos presenta hoy
como una de las más apasionantes aventuras en que puede adentrarse todo
amante del saber, todo filósofo por vocación. Así queda delimitada con acertada definición: «La Ética es una disciplina filosófica que trata de los asuntos
morales, es decir, de nuestra conducta –actos, hábitos, carácter y vida en general–, bajo el punto de vista del bien, del deber o del valor, calificándola como
buena o mala, debida o incorrecta, valiosa o sin valor moral...» (p. 19).
Son dos los paradigmas éticos seleccionados, los más representativos e
influyentes de la historia de la ética: Aristóteles y Kant. (Quizá hubiera merecido la pena dedicar un capítulo al paradigma ético utilitarista, muy presente en
la filosofía moral y en la bioética contemporánea). El griego (cap. 2) es estudiado por Victoria Camps –catedrática de Filosofía Moral en la Autónoma de
Barcelona– y el moderno (cap. 3) por Javier Muguerza. Ambos capítulos ofrecen
conocimiento ponderado de aquellas cumbres de la ética filosófica, y, de modo
meritorio, una visión ciertamente atractiva, sugerente y actualizada de aquellos
clásicos. La profesora Camps no se limita a los temas principales de Aristóteles (felicidad, virtud, justicia, amistad, política); nos introduce igualmente en las
ideas morales principales de sofistas, Sócrates, Platón, e incluso de las escuelas helenísticas. Todos estos modelos éticos, a pesar de sus diferencias, mantienen supuestos comunes: que la naturaleza humana tiene un fin o un bien
determinado que hay que realizar, y que tal realización plena depende del esfuerzo humano. El núcleo de este paradigma es la vida virtuosa.
La pretensión descriptiva y didáctica del paradigma griego, presentado por
Victoria Camps, contrasta con el afán de Muguerza de repensar a fondo la ética
de Kant, sin limitarse a una mera exposición de las obras del filósofo alemán.
Tras hacer alguna breve referencia a la cultura renacentista y moderna, pasa a
articular con originalidad el pensamiento kantiano y su capacidad orientadora de la práctica siguiendo las célebres preguntas que el ilustrado consideró
las más genuinamente filosóficas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué
me es dado esperar? y ¿Qué es el hombre? A juicio de Muguerza, el núcleo
de la aportación ética de Kant radica en la defensa de la dignidad de la persona, lo que la convierte en instancia crítica de las diversas barbaries cometidas
en la reciente historia (Auschwitz, el Gulag o Hiroshima...). Sin embargo, la
tesis kantiana del progreso entendido como «esfuerzo moral» (por no decir
«aventura sin fin», para seguir jugando con el título del libro) ha de ser entendida no como resultado de una «intención de la Naturaleza» o de los «designios de la Providencia», sino del esfuerzo del individuo. A él se dirigen sin
ambages cualesquiera de los imperativos categóricos. Muguerza vincula por
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ello el imperativo kantiano de la autodeterminación con su reiterado imperativo de la disidencia.
3. LAS FRONTERAS DE LA ÉTICA
El segundo bloque del libro, quizá el más dispar e irregular en su contenido, está dedicado por entero a las relaciones y diferencias de la filosofía moral
con otras disciplinas afines o colindantes en el marco de las ciencias sociales
(Psicología, Sociología, Antropología) o de la praxis humana (Política, Religión). Las señaladas son las más comunes o al menos las más clásicas a la hora
de buscar la independencia de la filosofía moral y esquivar cualquier intento de
reduccionismo al que tan proclives han sido –y siguen siendo– algunos pensadores y científicos de esta última centuria. Sin embargo, la ausencia –por ejemplo– de capítulos sobre las relaciones de la ética con el Derecho, por un lado,
y con la Biología, por otro, no resulta del todo justificable en nuestro contexto
político y científico.
Esta parte del volumen se inicia y concluye con dos capítulos de Carlos
Gómez: el primero bajo el título de «Ética y Psicología» (cap. 4) y el último
«Ética y Religión» (cap. 8). Nos presenta el núcleo de diversos paradigmas psicológicos, resaltando los problemas éticos que suscitan y los presupuestos
morales que manejan: la Gestalt, el Conductismo, el Psicoanálisis y la Psicología Genético-Estructural. La mayor parte del capítulo está dedicada a la corriente fundada por Freud, de la que el profesor Gómez es un verdadero experto.
No obstante, aun siendo relevante el psicoanálisis, quizá ofrece una exposición demasiado detallada de sus principales conceptos. De todos modos, es de
agradecer el balance que ofrece de la crítica freudiana a la moral, especialmente al aclarar problemas psicológicos tan significativos como la conciencia, el
amor, la culpabilidad y la libertad. Tengo la impresión de que la psicología
del desarrollo moral de Piaget y Kohlberg, por ejemplo, suscita hoy en día debates ético-filosóficos mucho más vivos y de mayor repercusión socio-política que
el psicoanálisis, aun reconociendo su amplia influencia durante gran parte del
siglo XX. Se echa de menos, igualmente, alguna referencia a corrientes actuales
de la Psicología en las que se suscitan problemas morales apasionantes, y en
las que el peligro del «reduccionismo» sigue vivo. Me estoy refiriendo a corrientes vinculadas con la Neuropsicología.
El capítulo del profesor Gómez dedicado a las relaciones y mutuas influencias entre ética y religión se inicia con una delimitación conceptual derivada de
las reflexiones de fenomenólogos y filósofos de la religión españoles, para pasar
a continuación a un análisis de las posibilidades de una «moral natural» y las
implicaciones éticas de la «muerte de Dios». La perspectiva kantiana (con
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sus célebres preguntas) recorre gran parte del capítulo, contrastada con el
debatido enfoque de Kolakowski, Freud o el propio Muguerza, sin olvidar
el replanteamiento de la problemática religiosa en la ética discursiva de Apel o
Habermas. El profesor Gómez aboga por una moderada autonomía de la ética
respecto de la religión, pero manifiesta de modo claro que no es del todo perjudicial para la ética mantener algún punto de relación con Dios, en tanto que
garante de lo absoluto e incondicionado presente de modo ineludible en el
mundo de la moral, tesis ésta cercana en parte al postulado de Dios que Kant
articuló en su Crítica de la Razón Práctica y a determinadas afirmaciones éticas
del siempre lúcido Wittgenstein.
Separando los dos capítulos de Carlos Gómez se encuentran los dedicados
a las relaciones entre Ética y Sociología (cap. 5), Ética y Antropología (cap. 6),
Ética y Política (cap. 7). El primero de ellos, didáctico y claro, redactado por
José M.ª González, Investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, nos ofrece una síntesis muy lograda de las cinco corrientes principales en las que se
manifiesta una perspectiva sociológica de la moral: el evolucionismo inglés
derivado de Darwin, los estudios históricos y comparativos en Alemania, la
escuela sociológica francesa influida por Durkheim, los enfoques de Antropología social y cultural, y por último, la sociología del conocimiento. Después de
una presentación de estas corrientes, se centra González en dos eminentes
sociólogos, que han reflexionado con cierta extensión sobre las diversas formas de moralidad: Max Weber y Norbert Elias. Su interpretación individualista de Weber nos sitúa de modo inmejorable en el núcleo de la vida moral
del sujeto. En los escritos del célebre sociólogo encontramos una visión de la
moral muy cercana a la noción de aventura que estoy manejando en este trabajo: el individuo ha de ejercer su libertad y la fidelidad a su conciencia, sin garantías de cómo termina la siempre incierta tarea moral.
Por su parte, la catedrática de Filosofía Moral de la UNED, Celia Amorós,
es la encargada de presentar la compleja relación entre Ética y Antropología. El
punto de partida de este capítulo es la constatación de dos fenómenos socioculturales que convierten en urgente y necesario clarificar algunos de los problemas morales que suscita la reflexión antropológica: la globalización y la
multiculturalidad. Al parecer de Amorós, la antropología aporta información
de primera mano e interpretaciones adecuadas acerca de las múltiples formas
en que el comportamiento humano ha sido normativizado en las llamadas «sociedades etnológicas», lo que constituye un material desde el cual comprender
mejor fenómenos como el multiculturalismo. A nadie se le escapa su principal
desafío socio-moral. Amorós capta a la perfección el problema ético nuclear
que origina y que no puede aceptar: «cualquier práctica de cualquier grupo humano debería entenderse y justificarse sólo en relación con las normas que emanan
de dicha cultura en tanto que instancia normativa última e inapelable» (p. 185).
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Si esto fuera así, prácticas tales como la muerte por lapidación, resultado de un
castigo de adulterio, o la mutilación genital femenina, no podrían ser criticadas
o reprobadas moralmente, quedarían justificadas dentro del horizonte de valores de cada cultura. Por otra parte, según Amorós, la globalización favorece
el que las diversas culturas sean interpeladas entre sí para dar «razón» de sus
prácticas morales, e incluso las diversas legitimaciones que se ofrezcan de comportamientos típicos de una cultura pueden ser sometidas a revisión. Estas exigencias contemporáneas generadas por la globalización nos colocan en una especie
de «cultura de razones», en una nueva antropología cultural que ha de ser
conocida por los filósofos de la moral, y que se está convirtiendo en una disciplina imprescindible para calibrar cualquier propuesta ética que en un mundo
intercultural y global pretenda construirse. De ahí que uno de los problemas
centrales que desarrolla con rigor la profesora Amorós en su extenso trabajo se
formule en estos términos: ¿Puede la antropología identificar universales éticos? Los antropólogos que rastrea y con los cuales dialoga son: Louis Dumont,
Karl Polany, y especialmente Marcel Mauss. La presencia de la filosofía de Sartre (pensador bien conocido por Amorós), se manifiesta de modo explícito e
implícito en muchas de las páginas de este capítulo, no demasiado fácil de comprender sin previo conocimiento de los antropólogos analizados.
Es otro catedrático de Filosofía Moral de la UNED el encargado de articular las múltiples relaciones y diferencias entre la ética y la política. Me refiero a
Femando Quesada. Este capítulo siete lleva por subtítulo una explicitación de
su contenido: «Sobre la relación entre filosofía moral y filosofía política. Una
aproximación histórico-conceptual». En efecto, en sentido estricto se trata de
delimitar los diversos tipos de normatividad presentes en estas dos disciplinas,
y no de buscar, por ejemplo, los presupuestos morales de la práctica política, o
las implicaciones éticas de las más graves decisiones de políticos contemporáneos, algo, a mi juicio, necesario investigar en nuestro contexto cultural. A la
hora de conceptuar la ética se acerca a la concepción kantiana de la moral, y,
por ende, a una visión de la práctica no excesivamente alejada de la noción de
aventura manejada a lo largo de estas páginas. Considera el profesor Quesada
–con total acierto– que la idea de «dignidad humana», con pretensión de universalidad, constituye el centro de teorización de la ética actual, tal como ha venido siendo configurada desde la ilustración (tesis igualmente desarrollada por
Muguerza en otros capítulos). Por ello mismo, la autonomía del individuo es el
centro de la teoría como de la práctica moral. El profesor Quesada expone de
modo prolijo –y en ocasiones no excesivamente claro– los que considera dos
grandes imaginarios socio-políticos: el primero sería el configurado en Grecia, a partir del siglo VII a. C., que tuvo su época de esplendor en tiempos de
Pericles (y cuyo núcleo filosófico es Aristóteles), y el segundo imaginario
corresponde a las dos grandes revoluciones de la modernidad: la revolución
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norteamericana y la francesa, cuyos máximos representantes serán Kant y
Hegel. Estos dos imaginarios sociopolíticos constituyen algo así como los «mundos clásicos» de la filosofía política.
4. LOS PROBLEMAS DE LA ÉTICA
Este tercer bloque temático, más actual y de mayor impacto cultural, si
cabe, que el anterior, se inicia con un trabajo de Javier Muguerza (cap. 9). Trata
tres problemas éticos estrechamente conectados en la filosofía moral contemporánea: racionalidad, fundamentación y aplicación. La concepción de la racionalidad práctica que presenta constituye una equilibrada síntesis de Aristóteles,
Kant y la analítica inspirada en Hume. El problema de la fundamentación ha
sido en el pasado, y lo es todavía en el presente, la piedra angular de la filosofía moral. Se requiere, para su clarificación, alcanzar una reflexión metaética,
de difícil y aventurada construcción. Muguerza es consciente de que no podemos
prescindir del problema filosófico del fundamento, y, por tanto, de un cierto
«fundamentalismo ético», que puede ser aplicado a distintos modelos teóricos,
pero, de modo especial, al más vigoroso y ambicioso, el de Apel y Habermas, al
que dedica quizá excesivas páginas de minuciosa revisión con afán crítico. Plantea de un modo no consensualista, en contra de estos autores, el problema de
la fundamentación, situándolo más bien en el marco de la conciencia individual, de los sujetos «de carne y hueso», que son los auténticos protagonistas de
la aventura moral. Y solo de ellos proviene la posible justificación de la ética:
«Sin duda a esos sujetos morales con minúscula les seguirá siendo posible dar
y recibir entre sí razones de sus convicciones, lo que asegura en consecuencia
la posibilidad de la argumentación racional en el terreno de las discusiones
morales, éticas o metaéticas. Pero esta forma de racionalidad que es la razón
dialógica no será ya tampoco la Razón con mayúscula del trascendentalismo,
kantiano o no, sino una razón asimismo con minúscula retrotraída para bien a
la humildad de sus orígenes socráticos» (p. 367).
Adela Cortina, catedrática de Filosofía Moral de la Universidad de Valencia, desarrolla con pulcritud en el capítulo diez las diferencias y relaciones entre
«lo justo» y «lo bueno», uno de los problemas filosófico-políticos más intrincados de estas últimas décadas, suscitado al replantear las diferencias entre el
paradigma griego y el paradigma moderno de la ética. Todo ello se visibiliza,
con otros términos y matices, en el contraste entre éticas teleológicas y éticas
deontológicas. Cortina señala con gran acierto tres razones de carácter histórico que impulsaron la distinción entre las normas y el bien: 1) en el mundo
moderno se oscurece la idea aristotélica de función; 2) el proceso de secularización priva de fundamentación religiosa a determinados mandatos; 3) la
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modernidad es la era del individuo. La combinación de estas razones históricas
conducen «al oscurecimiento de la ética de las virtudes, dirigida a la idea del bien,
y al florecimiento de una ética de las normas, preocupada por lo correcto y lo
justo» (p. 385). Es sin duda Kant el autor que mayor relieve ha concedido a este
giro ético desde el bien a la justicia. A él dedica Cortina diversas páginas en las
que nos ofrece una interpretación sugerente de la ética del filósofo alemán, centrada en el universalismo, rasgo principal del imperativo categórico, lo que lleva
consigo que las exigencias de justicia sean válidas para todos. Esta pretensión
de universalidad implica que una de las tareas de la ética filosófica sea indagar
en torno a cuál pueda ser el fundamento de lo que se considera moralmente
objetivo, de dónde proviene esa exigibilidad. Ello nos introduce en una de las
más apasionantes aventuras intelectuales que cabe emprender hoy, en medio
de un contexto cultural poco proclive a principios éticos objetivos. Nos presenta un esbozo de diversos intentos fundamentadores de la exigibilidad universal
de las normas en una sociedad pluralista. Entre ellos: el intuicionismo ético de
Prichard y Ross, el utilitarismo, el neocontractualismo de Rawls, la teoría de las
capacidades de Sen, el liberalismo de Dworkin, y la ética del discurso de Apel
y Habermas. Sintetiza al final del capítulo la fecunda distinción entre éticas de
máximos (religiosas o no), que no pueden imponer sus concepciones de la felicidad, solo invitar a seguirla, y éticas de mínimos, que expresan los contenidos
de la justicia en una determinada comunidad cívica, y se convierten en la base
normativa de las diversas éticas aplicadas.
Tras lo dicho en este capítulo por la profesora Cortina no es extraño que el
volumen La aventura de la moralidad dedique otro (el doce) al problema de las
éticas aplicadas. Está firmado a la par por Adela Cortina y Victoria Camps, aunque se nota qué secciones han sido redactadas por cada una de ellas. El capítulo toma como punto de partida el «giro aplicado» de la ética más reciente.
Constata algunos de los elementos inéditos que se manifiestan en dicho giro: es
la realidad social la que lleva la iniciativa en la construcción de la ética aplicada,
son los gobiernos los que principalmente buscan formar comisiones de ética, los
expertos en diversos campos desean integrar las reflexiones de los éticos para
orientarse en su quehacer, los ciudadanos son conscientes de que han de tomar
parte en los debates que las éticas aplicadas suscitan, los filósofos morales han
comprendido que no pueden limitarse a la reflexión en los despachos y aulas:
se les pide incidir en las prácticas sociales.
Las autoras articulan muy bien la estructura de las éticas aplicadas, distinguiendo entre la Casuística 1 (aplicar los principios generales a casos particulares), la Casuística 2 (método de aplicación de carácter retórico y práctico al
realizar juicios probables sobre situaciones individuales), la ética del discurso de
Apel (que distingue entre parte A de la ética –centrada en la fundamentación– y
parte B –preocupada por el marco racional en el que los principios generales se
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pueden aplicar a la vida cotidiana desde el criterio de la responsabilidad–), y por
último, la hermenéutica crítica (defendida por Adela Cortina en otros escritos; no
sé si Victoria Camps acepta este enfoque, se supone que sí, al compartir la firma
del capítulo). Desde esta perspectiva, las éticas aplicadas cuentan con una doble
estructura: momento aristotélico y momento kantiano. El primero consiste en la
actividad social cooperativa que persigue bienes internos a la práctica, lo que
implica el cultivo de determinadas virtudes; mientras que el segundo momento,
el kantiano, exige el respeto del marco deontológico de cada práctica, dado que
vivimos en sociedades que han alcanzado el nivel postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral. Así pues, una correcta combinación de virtudes y
deberes ha de caracterizar el mundo de la práctica en diversos contextos a los
que se aplica la ética, otra de las aventuras intelectuales más apasionantes que
está emprendiendo la filosofía moral contemporánea, tanto en el nivel teórico
de la fundamentación como en el ámbito práctico de su aplicación.
El capítulo once, de redacción ágil, se propone dar cuenta del «regreso a la
virtud» de raigambre aristotélica que se ha experimentado en la ética reciente,
tanto en el pensamiento de raíz analítica, como en algunos filósofos alemanes
y españoles. El profesor Jesús M. Díaz Álvarez, titular de Filosofía Moral de
la UNED, divide el capítulo en cuatro apartados. En el primero muestra las
ideas fundamentales de Aristóteles en torno a la virtud, y su relación con conceptos como fin, praxis, poiêsis o felicidad. El segundo apartado es ciertamente
sugerente, al transmitir con acierto la concepción de la virtud manejada por
Kant, distinta a la aristotélica, por supuesto, pero lo suficientemente articulada
como para poder aseverar con razón que, a pesar de focalizar la ética en el
deber, no es del todo erróneo afirmar que las definiciones de «virtud» presentes
en diversas páginas de las obras de Kant revelan «la quintaesencia de su ética»,
«la moralidad en su forma pura», y por ello cabe ser tildada como «una ética
de la virtud». Es de agradecer esta visión nueva de la ética de Kant. Los restantes dos apartados se dedican a una exposición y valoración acertada de dos pensadores neoaristotélicos muy originales, intelectualmente lúcidos, que muestran
en sus obras un perseverante afán de rescatar lo más valioso del Estagirita, otra
de las más atrevidas aventuras intelectuales que emprendieron hace ya más de
veinte años –entre otros– dos filósofos sabedores de la cultura griega y de la historia occidental: A. MacIntyre y Martha Nussbaum. Del primero resalta su crítica
a la Ilustración desde un nuevo concepto de virtud, inspirado en Aristóteles, y
de la segunda, la pensadora feminista norteamericana, analiza el carácter transcultural del concepto de virtud que maneja en varias de sus obras. De todos
modos, es consciente el profesor Díaz Álvarez de que esta vuelta a Aristóteles en
la ética contemporánea no puede realizarse en detrimento de la vuelta a Kant,
que con tanta fecundidad e impacto social se ha registrado en la filosofía a lo
largo de la segunda parte del siglo XX.
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La catedrática de Filosofía Moral, actualmente en la UNED, Amelia Valcárcel, es la responsable de exponer en un breve pero denso capítulo (el trece) la problemática del feminismo desde un punto de vista ético. Nos encontramos ante
uno de los movimientos sociales más transformadores y revolucionarios del
siglo XX, que contra viento y marea ha sabido reivindicar derechos fundamentales, impulsando una de las aventuras ético-políticas más llamativas de la última centuria. Enmarca el feminismo en la modernidad y en contraste con el
pensamiento de Hegel. Ofrece igualmente una reflexión sobre la aportación de
la ética del cuidado promovida por Carol Gilligan. No obstante, el apartado
de mayor alcance filosófico, a mi juicio, es el referido a la relación del feminismo con el universalismo y el relativismo cultural. El punto de partida es el
siguiente: «El feminismo es un universalismo de raíz ilustrada que ha dirimido siempre su agenda política con la ayuda de las declaraciones universales. Lo
que nace como una polémica sobre la igualdad de los dos sexos, remitida
exclusivamente a su igual capacidad y dignidad, se transforma en una lucha por
los derechos individuales y políticos cuando éstos son por primera vez enunciados» (p. 471).
Un problema filosófico que durante décadas (especialmente en la vigencia
cultural del marxismo) suscitó reflexiones ético-políticas y religioso-teológicas
es el de la utopía. El profesor Carlos Gómez en el capítulo catorce nos presenta una apretada síntesis de lo que han supuesto durante el siglo XX los ideales
utópicos. Podrían ser interpretadas estas páginas como complementarias de las
dedicadas a «Ética y Religión», redactadas por el mismo autor, dado que no
es del todo erróneo considerar las utopías como «religiones secularizadas».
Revisa ideas sugerentes en pro y contra de la utopía que diversos pensadores
de la última centuria han construido (Freud, Horkheimer, Bloch, Mannheim,
Ricoeur, Habermas, Foucault, Apel, Muguerza), sin olvidar autores clásicos
como Kant o Marx, y recogiendo influyentes ideas de la tradición cristiana,
especialmente modeladas por teólogos del calibre de Moltmann, Metz o Tillich.
El trasfondo de gran parte de la reflexión del profesor Carlos Gómez no es otro
que la pregunta kantiana «¿qué me cabe esperar?». Su respuesta no solo nos
abre a un futuro incierto que caracteriza la aventura de la historia humana, sino
igualmente a las posibilidades razonables de un mundo «ultramundano», que
no por más lejano o utópico mengua el afán de la filosofía por embarcarse en
creaciones intelectuales de final trágico o feliz; quién sabe... La concepción que
nos ofrece el profesor Gómez de la utopía resalta su función ético-política,
mas no excesivamente alejada de las aspiraciones y esperanzas de carácter religioso que florecen en el corazón humano ante las frustraciones que la seca
realidad genera.
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5. EL FINAL DE LA AVENTURA
Y llegamos ya al final de este ambicioso volumen con un reflexivo capítulo
–otro más– del profesor Javier Muguerza, en el que, al tratar en términos generales tres amplios problemas de filosofía moral (ética pública, derechos y cosmopolitismo), nos da a conocer su particular enfoque de cada uno, articulado
de modo coherente con su individualismo ético. El punto de partida, en armonía con lo desarrollado en sus anteriores capítulos, queda así explícito: «no hay
otros sujetos morales que los individuos, de suerte que toda Ética y, por ende,
también la Ética pública ha de hundir sus raíces en la Ética individual o personal, la cual, por lo demás tampoco se reduce al ámbito de lo privado» (p. 510).
Tras distinguir tres configuraciones externas de la ética pública, que las
denomina, de menor a mayor globalización, Ciudad-Estado, Nación-Estado,
Mundo-Estado, Muguerza sigue al profesor Aranguren a la hora de distinguir
entre una ética de la alteridad y una ética de la aliedad, y promover una moralización de la vida social, ya sea autolimitando el poder estatal, ya profundizando en la democracia sustantiva o «democracia como moral». Lo cual le lleva
a proponer igualmente una concepción moral de los derechos humanos. Conviene señalar su rechazo frontal de la expresión «derechos naturales» por diversas razones filosóficas (a mi juicio, poco convincentes) y su insistencia en la tesis
histórica –un tanto gratuita– de que los derechos humanos son una «invención» de la Modernidad. He aquí un texto relevante del papel de los sujetos
morales en la conquista de los derechos:
antes de convertirse en ingredientes básicos de una Constitución bajo la forma
de derechos fundamentes, los derechos humanos no eran, como antes se
recordaba, sino «exigencias morales» que movían a reivindicarlas, con vistas a
convertirlas en «derechos», a individuos y grupos de individuos a quienes
un consenso antecedente les negaba su condición de sujetos de (tales) derechos, de suerte que –en orden a transformarse en auténticos derechos–
aquellas exigencias tuvieron que apoyarse en el disenso de quienes las reivindicaban... Es por esto por lo que la historia de la conquista de los derechos
humanos admite ser descrita, como yo mismo he sugerido en alguna ocasión,
a la manera de una historia protagonizada por individuos y grupos de individuos disidentes (p. 527).
A mi juicio, Muguerza combina una interpretación histórica del desarrollo
de los derechos humanos (originados por los disidentes) con las posibilidades de
una fundamentación individualista de los mismos (la disidencia como actitud
moral personal). No hay que olvidar que el acto de disentir es siempre individual. Solo cabe decir «no», y desobedecer determinadas leyes consideradas injustas, desde la propia conciencia, actuando como «sujeto moral». Incluso
© Ediciones Universidad de Salamanca
Azafea. Rev. filos. 13, 2011, pp. 243-255
ENRIQUE BONETE PERALES
¿ES LA MORALIDAD UNA AVENTURA?
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los grupos de individuos que disienten y promueven derechos humanos lo hacen
en tanto que «individuos» que obran desde su conciencia. Así pues, han de ser
siempre razones morales aquellas que impulsen a los individuos a la movilización en contra de las injusticias y violaciones de la dignidad humana. Ello
implica que, en no pocas ocasiones, el individuo (revestido de un valeroso «espíritu de aventura», cabría añadir, siendo fieles una vez más al título del volumen)
se quedará efectivamente solo a la hora de defender sus motivaciones morales, su
conciencia. Pero no se ha de olvidar, según Muguerza (y aquí, a mi juicio, resuenan ecos de la concepción del intelectual propuesta por Aranguren), que es la
soledad la que caracteriza a dicho sujeto, «la soledad en que se fraguan nuestras
decisiones morales, decisiones que pueden o, mejor dicho, deben ser siempre
solidarias, pero han tenido antes que ser, también siempre, solitarias...» (p. 530).
Sin embargo, el mencionado individualismo ético no queda encerrado en
sí mismo, sino que pretende incluso impulsar hacia un necesario «cosmopolitismo», tal como se desarrolla en la tercera parte del capítulo. De todos modos,
me atrevería a decir que a pesar del esfuerzo intelectual del autor, no queda del
todo claro cómo es posible ese tránsito del individualismo ético al cosmopolitismo político. Al parecer de Muguerza, la última palabra ante los derechos y
ante el cosmopolitismo al que tiende nuestra humanidad, ya anhelado por
Kant, ha de provenir de los individuos, de los sujetos morales, de las personas
una por una, las únicas a las que –podríamos añadir– atañe la perenne e incierta aventura de la moralidad. Aunque en varios autores de este extenso volumen
aflora una concepción de la moralidad como incierta aventura (personal o colectiva), es sin duda en las páginas de Javier Muguerza donde, de modo reincidente, se desarrolla con mayor convicción la visión inquieta de una vida moral
solitaria y solidaria, aquella más propia de los auténticos «aventureros éticos»
del pasado, presente y futuro.
Por lo señalado en diversos lugares de esta presentación del libro La aventura de la moralidad, no resulta extraño que tal conglomerado de buenos trabajos haya sido dedicado al profesor Aranguren, de quien en el año 2009
celebramos el centenario de su nacimiento. Con bella dedicatoria se inicia el
volumen –y concluyo ya mis páginas–. Refleja la perseverante influencia de este
intelectual en la mayoría de los autores del libro. Se ha de recordar, una vez
más, que fue maestro de no pocos filósofos españoles en diversas aventuras éticas y morales, sin dejar de ser, paradójicamente, distante y crítico de sus más
fieles discípulos. He aquí la merecida dedicatoria:
«A José Luis L. Aranguren,
que con su largo viaje en solitario
nos enseñó el camino a todos».
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Azafea. Rev. filos. 13, 2011, pp. 243-255
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