adios a la razón y las posibilidades que nos quedan

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¿ADIOS A LA RAZÓN Y LAS POSIBILIDADES QUE NOS QUEDAN PARA SER FELIZ?.
POR. OSCAR PAUL ALVARADO CORNEJO
JUEZ (P) MIXTO PERMANENTE DE TUMBES.
Grecia, la que fue antes cuna de la civilización occidental; la Grecia de las grandes
mentes de la filosofía antigua,
hoy, sin embargo, está en crisis. Se bate en medio
de una tremenda crisis económica, a tal punto que la Comunidad Europea, le ha
tendido la mano para que su sistema de gobierno, no fracase, en medio de una
turba de ciudadanos enardecidos que piden pan con libertad.
En España, la sociedad política cada vez cree menos en la utilidad práctica de las reformas de su gobierno, para evitar
la crisis económica. La Italia, la que en su pasado cuenta con el corpus iuris civile, la Italia
de los romanos, la de los
grandes estrategas militares, también se bate en medio de escándalos de corrupción, por el sentido de la conscupicencia
de su Primer Ministro Berlusconi, el mismo que ha sido sentado en el banquillo de los acusados, por dar rienda sueltas a
su hibrys.
Esta introducción al tema que desarrollo tiene el propósito de poner énfasis en la idea que toda la vida he sostenido: si
no es para ser feliz, las ideas no sirven para nada. Pero es evidente además, que, de algún modo, las grandes ideas
que sirven de sustento a la sociedad europea, -de la cual hemos copiados todo- por lo menos en los tres ejemplos que
expongo, también, de algún modo, acusa su crisis. Desde la década del 30 hacia delante, filósofos de punta, como K.
Pooper,
Feyerabend, S. Toulmin, T. Kunh, I. Lakatos, buscando explicar la naturaleza del conocimiento científico,
desarrollaron una disciplina autónoma que llamaron “filosofía de la ciencia”, y que luego a permitido la presencia entre
filósofos de la ciencia contemporáneos, de diverso contenido, que yo llamo optimistas, pesimistas,
escépticos,
pragmatistas, … Hay filósofos de la ciencia para todos los gustos. Estos filósofos de la ciencia se han preguntados cosas
que son importantes para una mente sana y curiosa, honestamente hablando: 1.- cómo se distingue el pensamiento
científico del no científico (algunos como S. K. Pooper, ha llamado al conocimiento no científico: “basura”), con qué criterio
de demarcación se puede asumir que una porción del pensamiento humano cumple con los estándar de la ciencia y otros
no. Luego, ¿cómo ocurren los cambios científicos; si estos cambios arrasan con todo lo que hubo antes o de algún modo
lo que hubo antes, se mantiene (como si fuera algo lineal que se va incrementando a medida que se descubre más
saber, como si fuera una gran torta chifón); esto es, si los cambios suceden en la forma de una revolución científica o si
ocurren en la forma de un proceso de evolución científica?. 2.- ¿Cuál es el criterio de verificación de una teoría, si ese
criterio corresponde a un experimento, a una evidencia lógica, a un contraejemplo recalcitrante, etc?.- Para contestar a
estas preguntas, Paul Feyeraben ha propuestos que no existe método científico, y que todo cambio obedece a una serie
de variables que se colocan fuera de un investigador razonable que teniendo todo bajo control, descubre la legalidad de
un objeto. De este modo, para este autor tiene el mismo valor el pensamiento de un médico como el de un chaman del
norte, cuando se trata de curar una enfermedad. La ciencia para Feyerand no es pues una hermosa autopista que nos
permite deslizarnos en un hermoso Ferrari, hasta llegar al final. Puede ser tan cierto que debamos las leyes de la óptica
de I. Newton al orillo de la persiana de su habitación, que se reflejaba en colores al descomponerse, y que no existió
jamás ningún laboratorio de experimentación, ni lupas, ni variedad de lentes, ni escuadras o algo así. Tomás Kuhn,
propone que una idea, o un conjunto de ideas, o un continente teórico, es verdadero y por tanto científico, porque la
mayoría de la gente cree que es verdadero. A eso se reduce el carácter de ciencia, de cualquier porción del saber
humano. Pone énfasis en el hecho de que el dominio de las ideas que se divulgan y dominan las mentes de los
ciudadanos, es una cuestión básica del ejercicio del poder. Con él, también, la reputación de los académicos de turno
que son promocionados como tales por el poder de turno. Parece que nos dijera que cada gobierno, cada grupo de
poder, tiene sus propios académicos. Así, el criterio de honestidad intelectual, brinca por los aires: simplemente no existe
-o, no existe por lo menos en términos de una virtud socrática-. En el sentido de T. Kunh, cave esta pregunta: ¿porqué se
cree que la tierra era plana?. Kunh, nos dice: porque la mayoría de la gente lo cree; y porque interesaba al Clero, de
acuerdo con el significado que le atribuía al texto sagrado, que la mayoría de la gente lo crea. Eso, es ciencia. Como se
sabe, además, Pooper, ha demostrado con el falsacionismo, que el positivismo clásico o el neopositivismo, no agrega ni
un ápice al conocimiento científico, si todo lo que dice es que a un aserto científico le corresponde un hecho. Lo
verdaderamente interesante dice Pooper, es que
hay que preguntarle a científico en qué caso sus postulados no
funcionan, dado que de ese modo se sabe que línea de investigación queda abierta para el resto de científicos. De ahí que
para él, si existen teorías científicas, todas las teorías científicas tienen un valor igual a cero y valen solo en la medida que
pueden ser falseadas. Pooper sostiene que todas las teorías científicas, hasta las más recalcitrantes, nacen falsas.
Luego, tenemos que el juego de la ciencia no consiste probar hechos sino en refutarlos. La honestidad intelectual, para
este autor, es una cosa distinta de la que todos piensan, y no consiste en esforzarse por convencer a los académicos de
la verdad de nuestro saber , sino, en demostrar, en qué casos esas cosas descubiertas no sirven, no funcionan. Sólo
de ese modo avanza la ciencia. Lakatos, propone que el criterio básico para evaluar los cambios científicos, corresponde
a la que el llamó la metodología de los programas de investigación. Cada metodología tiene un núcleo central, donde
reposan las ideas básicas del sistema, sus principios fundamentales, sus postulados irrenunciables; al rededor de él,
existe un cinturón protector, con un montón de teorías, de diverso origen disciplinar, y que sirve para desarrollar el
potencial heurístico del núcleo duro, de los enunciados básicos, … cosas así. Yo he creído en Lakatos, durante bastante
tiempo, hoy dudo.
Todos estos científicos de punta, que
mediante la filosofía de la ciencia, empezaron a estudiar
la naturaleza del
conocimiento científico, la forma como se desarrolla y como suceden los cambios de mentalidad en la ciencia, se
acercaron a ella, según me parece, porque pensaban que al descubrir que ella obedece a cierta legalidad uniforme, a
cierta “verdad oculta en la cosa”, al descubrir esa legalidad uniforme, podía luego operar sobre la misma disciplina para
“apurar la rueda de la historia, abaratar costos, y obtener sus inventos de modo más rápido”. Sin embargo, como vemos,
nada de estos se logró, sino más bien, se demostró la posibilidad de diversos enfoques para explicar estas cuestiones.
Una cosa, sin embargo, ha llegado a ser bastante clara: sobre lo que es la ciencia, existen diversas opiniones, y
dependiendo del punto de vista en el que se ponga la respuesta, esa respuesta solo es una “respuesta plausible”,
“defendible”, desde ese punto de vista, pero nada más. La ciencia es una respuesta a ciertas preguntas relevantes, que se
dan desde cierto punto de vista. Caven muchas respuestas como muchas metodologías existen. Pero, ¿acaso es verdad
que la filosofía de la ciencia, logró demostrar que la ciencia se somete a ciertas “leyes de carácter invariable”?. Si la
respuesta es no. Entonces, la posición de la razón científica en la sociedad y con ella de sus intelectuales, no debería ser
distinta a la posición de un humilde granjero, de un agricultor, de un lustrabotas o del chamán del norte. Todas las
disciplinas sociales, y entre ellas las universidades, -que no son sino más que reminiscencias medieval- deberían ser
redefinidas. ¿Porqué el saber de un futbolista debe ser de menor importancia que el saber del científico que hizo el
balón?. En la respuesta a esta pregunta está la clave, de todo el sentido de la democracia occidental y de la fe en la razón
que inventaron sus filósofos. Si la respuesta es si; entonces, la ciencia sí tiene legalidades uniformes, comunes a todas
las disciplinas científicas, y los que se dedican a descubrirlas y operan sobre ella para acelerar la rueda de la historia,
para operar sobre la naturaleza o la sociedad deben ser tratados con cierto privilegio, como gentes distintas y con derecho
a una mejor vida, que el humilde lustrabotas (aquí el énfasis en la exageración busca hacer notar las diferencias en el
plano social y de participación en la democracia, se dán). La fe en la “verdad oculta”, que ahora se llama “legalidad
invariable”, no es nueva. Viene desde el siglo V antes de Cristo. Todos estos científicos de la ciencia, ya no discuten
sobre el valor de la razón, ni si la ciencia tiene o no legalidades. Todos ellos la suponen. Cuando se dieron cuenta que
la posibilidad de definir la ciencia desde sus rasgos esenciales como ligada a un enfoque de legalidades invariables, era
imposible, se puso en discusión las bases mismas de la razón occidental (la ciencia) y con ella de la vida social en
Europa. Ahí, según me parece, están sus resultados. Hoy en día, el espíritu de los sofistas griegos, se está vengando de
los filósofos y de sus mentores menores. ¿Qué, hay detrás de quien busca distinguir el saber humano no científico del
saber humano científico, de quien se pregunta si los cambios de mentalidad científica obedecen a una revolución o a una
evolución, de quien se pregunta si se puede o no demarcar la ciencia de la “basura”, de cómo se puede justificar el
resultado del saber científico, si es por un criterio de observación experimental o por evidencia lógica, etc?. Pienso que lo
que existe, y este pensamiento me parece que es un aporte personal, es una manera dual de ver la vida, en la forma de
verdades ocultas y verdades aparentes,
como esperando que el triunfo de los filósofos antiguos (Sócrates, Platón
Aristóteles, etc) respecto de los sabios sofistas griegos (Protagoras, Hipias, Cicerón, etc) se mantenga. Veamos: la fe en
la verdad oculta, por el carácter inconmesurable del universo, se mantiene, hoy, con, consecuencias no deseadas.
Después que los filósofos de la ciencia, han puesto el dedo en la yaga, al sostener que no es posible descubrir un método
para producir el conocimiento científico, o que si lo es, y en el contexto de que con la razón humana científica hemos
producido dos guerra mundiales, guerritas particulares por el petróleo, el agua, los minerales, los sistemas de influencia
política, etc, y que se nos ha llevado a hacer del planeta la posibilidad de un depósito de basura, después de basar el
derecho en una verdad oculta en una esencia o en una definición, que más de las veces, oculta la voluntad del más
fuerte, pasamos a un duda escéptica: como dice P. Feyerand:: todo vale. Europa empieza a parecer una colectividad en
crisis porque su razón está en crisis. Cómo llegamos a este sitio. Creo que la necesidad de tener certeza y basar la
comunicación humana en la certeza, basar la vida misma en reglas del entendimiento humano, en valores universales (en
una sola verdad, en un solo bien, en una sola justicia, etc), como dicen, ahora, los intelectuales de punta en Europa,
como lo dice por ejemplo S. Toulmin, nos ha hecho sobrevalorar la razón humana basada en la matemática y en la lógica.
La comprensión humana debe partir por poner las cosas en su sitio. El hombre piensa de modo distinto a como ha
construido su explicación de las cosas: la ciencia, la matemática y la lógica. El científico europeo de punta ahora
cuestiona el exceso de fe en la razón matemática y en su utilidad práctica. Llega a sostener que el ser humano tiene
algo así como un “chic” tipo “proceso judicial” en su mente y piensa de ese modo: primero dice lo que quiere, luego
expone sus argumentos, luego muestra evidencias, y si otro tiene un parecer distinto, refuta a la manera de un proceso
judicial. Y así todos nos relacionamos en la vida, tanto en el plano social como el plano académico. Pero nosotros hemos
invertido el proceso. Hemos construido el “entendimiento de las cosas” como si la razón que las define no fuese un
proceso de diálogo entre dos seres humanos con argumentos adversos, sino un discurso solitario de quien descubre una
verdad oculta, de tipo invariable.
Si bien yo pienso que algo de verdad hay en esta denuncia, no se ve el fondo del
asunto. El tema sigue siendo nostálgico: es la vieja querella entre sofistas y filósofos, que ahora cobra fuerza. Los sofistas
sostenían que si bien mediante una buena técnica argumentativa se podía conseguir que el otro haga lo que uno quiera, y
en eso también participa la razón, entendía que para hacer que el otro haga lo que uno quiera, no habían reglas,
cualquier discurso persuasivo era útil para ello; pero además, intentaban enseñar a los jóvenes griegos que en el mundo
no existían valores absolutos, verdades absolutas, justicia absoluta, ni bien absoluto; sino, mi bien, mi justicia, … En una
palabra: mi felicidad. Esta manera de ver el mundo, a la larga cuestionaba la misma posibilidad de hacer viable la vida
en común, porque simplemente trasladaba el tema de la verdad a un asunto de quien era más hábil en el debate
argumentativo y obtenía el éxito. En cambio los filósofos eran enemigos de los sofistas, y pensaban en un mundo
virtuoso, armónico, que se expresaban por oposición pero que en esencia se mantenía en armonía por una “verdad
oculta”. Un mundo donde existía una sola verdad, una sola justicia, un sólo bien accesible a todos. Por razones de
espacio, no entro en los detalles históricos aquí, sobre como se dio el triunfo de los filósofos contra los sofistas (ambos
sabios), pero me parece que la fe en discurso racional en el sentido de “armonías ocultas”, en el sentido de “evidencias
lógicas o empíricas”, tiene su fuente en Platón y en su teoría de la verdad, hasta que Aristóteles sacó del escenario que
servía de acceso a la verdad, la idea misma del diálogo y la presencia del otro, al inventar (como un simple instrumento,
no como la verdad misma) la “lógica”, cuando al analizar la oratoria, y sus diversos tipos de pensamiento, lo hizo para
distinguir los pensamientos que
valen, según ciertas reglas,
de los que no valen.
Ahí, en este hecho,
en el
descubrimiento de la “oratoria demostrativa”, distinguida de la “oratoria forense” (basada en la retórica), se encuentra,
según creo, el origen de la idea de que mediante un esfuerzo intelectual personal, sin la presencia del otro, como amigo
que me ayuda a conseguir la mejor definición de lo que la cosa es, sin ese esfuerzo digo, se encuentra la fe, en el
razonamiento deductivo y en el punto de partida para trasladar la idea de la verdad del “cielo”, “del cosmos”, hasta el
“esquema mismo de pensamiento” como si fuera una simple inferencia, en sí misma, cierta. Lo único que hemos hecho,
es persistir en la idea de “verdad oculta”, que corresponde a un mundo dual, propio del mundo occidental, que nos lleva a
consolarnos en nuestra vida de carne y huesos,
con la esperanza de que el mundo práctico de los hombres es
despreciable, porque -aunque seamos profundamente desgraciados, o infelices- tenemos la esperanza de que realizada
la verdad oculta, la vida será mejor. Para evitar este modo de pensar, hay que dejar de ver el mundo como si fuese un
mundo dual, y abordar las cosas en su sentido práctico, como si la idea o el contra argumento adverso, sirve si y sólo si,
nos hace felices y yo elijo de que modo me guío en sociedad, por este o por este otro argumento. Después de todo, el
hombre no es enteramente racional. Sin embargo, la única opción valida respecto de la razón, que yo asumo, es alcanzar
la felicidad. La razón, no está al servicio de la verdad, entendida como verdad oculta; sino, al servicio de la felicidad de los
seres humanos, entendida, como posibilidad de elección responsable frente a diversas opciones posibles, con las que
nos vemos confrontados en la vida, en nuestras relaciones con los demás.
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