Plasticidad y evolución: Papel de la interacción

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Plasticidad y evolución:
Papel de la interacción cerebroentorno
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1. Introducción
Muchas son las propuestas lanzadas en torno a la evolución del lenguaje en los
homínidos. Algunas de ellas se han dedicado a estudiar la importancia de la
encefalización en la evolución de esta especie con el objetivo de comprender qué sustrato
neurológico justifica la gran ventaja cognoscitiva de los humanos con respecto del resto
de las especies animales. Otras contribuciones a la evolución de los homínidos proponen
el bipedalismo como pieza clave del “mosaico” evolutivo y, por tanto, como punto de
partida de la encefalización. Este enfoque sostiene que el estrechamiento de las caderas
del homínido para mejorar la locomoción bipedal y el acortamiento del período de
gestación en la mujer tendría como consecuencia un alargamiento del período que
comprende desde el nacimiento hasta la pubertad. Puesto que la noción de plasticidad
cerebral está tradicionalmente asociada a los años anteriores a la pubertad, este
alejamiento de la pubertad con respecto del nacimiento en los niños se percibe como
principal responsable de la evolución del cerebro en los homínidos.
Este artículo investiga las repercusiones que un alargamiento de la infancia como
resultado del bipedalismo puede haber tenido en la evolución del cerebro de los
homínidos y reflexiona sobre el papel de la plasticidad cerebral en este proceso. Tras
estudiar las distintas fases de desarrollo y funcionamiento del cerebro humano, y
comparar la arquitectura de éste con la del de otras especies, este artículo corrobora que
la plasticidad del cerebro es, en efecto, crucial tanto en el desarrollo como en la evolución
del cerebro humano. Sin embargo, los datos aquí estudiados no evidencian un momento
de término específico de la plasticidad (como las propuestas más tradicionales aseguran),
sino que sugieren que, a pesar de ser más eficaz y evidente en la infancia, la plasticidad
es un proceso gradual y está presente en todas las etapas de desarrollo, incluidos los
años de madurez. Esta falta de certeza en cuanto al período de actuación de la plasticidad
cerebral requeriría una revisión del argumento del bipedalismo como evento impulsor
de la encefalización en el homínido, puesto que no sólo sería el cerebro plástico durante
Divergencias. Revista de estudios lingüísticos y literarios. Volumen 2 Número 1, Primavera 2004.
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estos años, sino también durante los años posteriores a la pubertad, y la idea principal que el
argumento del bipedalismo propone es que esta prolongación de la infancia en el homínido
como consecuencia de la aparición del bipedalismo es precisamente lo que impulsa el desarrollo
cerebral en el homo, el cual acabará desarrollando nuevas habilidades en la especie, como, por
ejemplo, la capacidad lingüística. En este artículo postulo que la evolución del cerebro en el
homínido es consecuencia directa del drástico cambio de hábitat de esta especie, que además
de provocar adaptaciones de tipo fisiológico al entorno – por ejemplo, el bipedalismo- conllevó
la aparición de nuevas conexiones neuronales en el cerebro del homínido como respuesta a los
nuevos estímulos y peligros inherentes al mismo hábitat.
Esta hipótesis se desarrolla en tres partes: la primera estudia el desarrollo del cerebro
desde un punto de vista ontogenético, donde se describen algunos mecanismos como la
neurogénesis, la citoarquitectura y la plasticidad y el papel de éstos en el desarrollo cerebral.
También se presta atención al papel del entorno y sus cambios en el desarrollo cerebral. La
segunda parte estudia la posible evolución del cerebro desde un punto de vista filogenético. En
los últimos años se han experimentado tanto avances tecnológicos como también nuevos
hallazgos fósiles que permiten alcanzar una mayor precisión en el estudio de estos datos. Sin
embargo, muchos de los estudios incluidos en esta sección están basados en conjeturas y
especulaciones hechos a partir de la observación y comparación de cráneos humanos con los
de otras especies animales, sobre todo primates. El artículo concluye con especulaciones acerca
de la aparición del lenguaje en la especie humana como resultado de la aplicación de lo descrito
en las dos partes anteriores, sobre todo en lo que respecta a la interacción del cerebro con el
entorno. Por último, propone esta interacción cerebro-entorno como principal impulsor del
sustrato neurológico que nos permite, entre otras habilidades, la comunicativa.
2.
El desarrollo del cerebro y la plasticidad
Para intentar imaginar los cambios en la estructura y tamaño del cerebro hasta alcanzar
el nivel de sofisticación actual, primero sería conveniente descubrir qué es exactamente lo que
hace al cerebro humano tan sofisticado.
El desarrollo del cerebro está basado en información de tipo genético y también en un
mecanismo de adaptación al entorno. Durante el período de gestación, puesto que el entorno
uterino es muy similar en la mayoría de individuos, el cerebro parece formarse en gran medida
de acuerdo con información genética; es decir, va sentando las bases para los mecanismos que
le harán funcionar después. Según Deacon (2000), durante el período de embriogénesis, los
genes son los que van a determinar la distribución de los distintos tejidos cerebrales, y también
van a ser responsables de la coordinación de los procesos que después tendrán lugar en la
formación del embrión, incluidas las estructuras básicas del cerebro. Después del nacimiento,
la genética irá dando paso a otros mecanismos de estructuración del cerebro, que dependerán
en gran medida del entorno – tanto el interno como también el externo a las mismas estructuras
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cerebrales-. Esto explica, por ejemplo, la extrema inmadurez del cerebro del recién nacido,
cuya fragilidad justifica la total dependencia paterna del neonato humano, que asimismo acentúa
una drástica diferencia del hombre con respecto de la mayoría de los animales, que recién
nacidos ya son capaces de ejecutar muchas de sus funciones básicas. Deacon es uno de los
muchos autores que explica los procesos implicados en este período de desarrollo cerebral: al
principio, todo parece estar organizado de manera difusa, con muchos axones superpuestos y
compitiendo para encontrar una conexión; conforme se van recibiendo señales del exterior –
información contextual sobre sistemas de unión e incluso señales del entorno exterior (Deacon
2000), a través de las neuronas, los axones de estas neuronas van estableciendo conexiones con
las dendritas de otras neuronas que se hacen más o menos fuertes dependiendo de la intensidad
de la señal. Las neuronas que no establecen ninguna conexión (o sinapsis) relevante mueren y
son finalmente eliminadas por el sistema (Deacon 2000, Walsh y Diller 1981, Müller 1996).
Deacon explica que existe una cierta predisposición que se establece desde el principio
y que favorece el que una conexión previamente establecida se mantenga. Müller (1996) también
explica que entre estas neuronas existe una relación trófica que mantiene y refuerza esta relación.
Lo importante, señala Deacon, no es de dónde provenga la señal, sino que acabe en el sitio
adecuado, idea que se retomará más adelante. Pero entonces, ¿cómo se explica el mecanismo
de adaptación del topo recogido en Deacon (2000)? El topo es un animal cuyos ojos son sólo
un residuo de una anterior función visual. Son mera consecuencia de una adaptación al entorno.
Sin embargo, estos topos no sólo conservan los ojos, sino también el núcleo genicular lateral,
estructura que típicamente procesa las señales visuales procedentes del exterior. Como los ojos
no registran ninguna señal, el núcleo genicular lateral se ha habilitado para procesar información
auditiva. En lugar de la corteza visual, estos topos tienen corteza auditiva y somatosensorial.
Deacon atribuye este comportamiento a la competición de las neuronas por el espacio cortical.
Otro dato interesante relacionado son las mutaciones experimentales en animales, que recogen
en su artículo Kandel, Jessell y Sanes (2000). Estos autores relatan cómo un mono con uno de
los párpados cosidos desde el momento de su nacimiento mostró tanto una retina normal
como un buen funcionamiento del núcleo genicular lateral, aunque también una ausencia de
respuestas corticales. Más interesante aún es el caso de una rana (típicamente dotadas de visión
monocular) a la cual se le implantó un nuevo ojo junto a uno de los que ya tenía. La superposición
de campos visuales del estilo de la existente en animales con visión binocular tuvo como
consecuencia la creación de columnas de visión, normalmente inexistentes en la rana. Este
dato podría derivar conclusiones que explicarían ciertos fenómenos de tipo lingüístico, ya que
una mayor precisión en la percepción de estímulos provocaría que el mismo sistema habilitara
nuevas estrategias de procesamiento y almacenamiento basados en la sistematización y
jerarquización de la información recibida para así facilitar su análisis y quizá sacar un mayor
partido de esta información.
Los ejemplos que se acaban de describir sirven para ilustrar en qué consiste la plasticidad
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del cerebro y el papel que esta plasticidad tiene a la hora de adaptar los mecanismos que
coordinan el funcionamiento de las distintas partes del cuerpo al entorno interno (los mismos
órganos disponibles) como también a las señales provenientes del entorno exterior al organismo
(la luz o la falta de ella, en el caso del topo). A pesar de que Deacon insiste en la idea de que la
plasticidad no equivale a los demás mecanismos de reconstrucción de los que dispone el cuerpo
(por ejemplo, la reconstrucción de un hueso después de romperse), muchos de los estudios
clásicos sobre plasticidad cerebral están íntimamente relacionados con lesiones 1cerebrales,
sus consecuencias y la posterior recuperación de los enfermos. Una definición clásica de
plasticidad en este contexto sería “la manera en que el cerebro se reorganiza a sí mismo después
de una lesión, al menos durante la infancia” (Obler y Gjerlow 1999). En efecto, los estudios
realizados con pacientes afásicos demuestran que el cerebro es capaz de reorganizarse en gran
medida después de una lesión cerebral, especialmente –aunque no necesariamente- cuando
éste se encuentra en una fase de desarrollo. En concreto, pacientes con lesiones en áreas
lingüísticas específicas suelen habilitar otras áreas para estas funciones; normalmente, aquellas
áreas homólogas a las lesionadas del hemisferio no dañado. Los estudios tradicionales señalan
que en el caso de los adultos, esta “rehabilitación” de áreas cerebrales no se produce con tal
rapidez o sistematicidad, lo cual sería una prueba del descenso de la plasticidad cerebral en los
adultos, aunque no de su total desaparición. También apuntan a la plasticidad como mecanismo
de reconstrucción similar al de otras partes del cuerpo, como ya se ha adelantado. Deacon, sin
embargo, no está totalmente de acuerdo con esta conclusión. Indica que la plasticidad existe
como mecanismo de desarrollo, y no de reconstrucción, y que este papel en la rehabilitación
de funciones sería más bien una función adicional de este recurso natural. Su segunda objección
a estas interpretaciones más clásicas se basa en el hecho de que ni los niños disfrutan de una
recuperación total de sus funciones (ver, por ejemplo, Obler y Gjerlow 1999), ni los adultos
sufren una carencia absoluta de esta recuperación, lo cual desequilibraría la clásica relación
entre infancia y plasticidad, que tradicionalmente se extiende hasta el comienzo de la pubertad,
y que sirve como principal argumento para explicar la evolución del cerebro dentro del contexto
de la aparición del bipedalismo en el homínido y sus consecuencias. Este dato, sin embargo,
apoya el punto de vista tomado en este artículo, ya que si los pacientes adultos se recuperan de
las afasias, eso significa, en primer lugar, que el lenguaje tiene valor adaptativo, puesto que el
cerebro es capaz de regenerarse para recuperarlo; en segundo lugar, este dato revela que ni la
pubertad es tan clave en el desarrollo del cerebro, ni el alargamiento de la infancia hasta la
época de la pubertad es tan decisivo a la hora de adquirir habilidades como el lenguaje. Es, más
bien, esta plasticidad intrínseca al cerebro la que influye en los procesos de adaptación del
cerebro a estímulos tanto internos como provenientes del exterior durante toda la vida de un
animal y la que sería responsable de la misma evolución.
Particularmente interesantes son los casos de ciegos y sordos que habilitan su cerebro
de acuerdo a las modalidades que tienen disponibles fisiológicamente. Así Gannon, Kheck y
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Hof (2001) ilustran cómo un ciego procesa las señales provenientes de la lectura mediante el
sistema Braille en la zona occipital de la corteza y cómo un sordo procesa el lenguaje gestual
en las zonas corticales normalmente habilitadas para señales lingüísticas auditivas. Lo que
estos datos ponen en relieve es lo que Deacon ya indica en su artículo: que no importa de
dónde provengan las señales; lo que realmente importa es que vayan al sitio indicado. Muchos
ejemplos de distintos tipos2 ilustran esta teoría que es especialmente relevante para explicar el
paso del lenguaje gestual al auditivo; es decir, que distintos tipos de señales externas al organismo
puedan asumir funciones equivalentes y ser recogidas y reguladas como tales por las distintas
áreas del cerebro. La pregunta a formular en este momento sería: ¿y qué determina el lugar en
el que estas señales serán procesadas? Esta pregunta es relevante, puesto que para entender la
plasticidad, hay que entender primero qué es exactamente plástico en el cerebro.
Lo que sí está más delineado es la influencia que tienen las señales del entorno ajeno al
organismo3. Los casos de niños como Genie o los sordos congénitos que aprenden una lengua
de adultos son prueba de ello. Estos niños comparten una característica esencial, que es la
incapacidad de llegar a hablar su primera lengua a la perfección, al contrario de lo que les
ocurre a los niños que disfrutan de un desarrollo normal en el proceso de adquisición de su
primera lengua. La causa de este déficit parece estar ligada a la plasticidad; es decir, debido a
la falta de señales, el cerebro no ha habilitado las zonas destinadas al lenguaje y el mecanismo
se ha atrofiado a la hora de adquirirlo. El hecho de que estos niños sean capaces de adquirir
cierto nivel de competencia en su lengua demuestra que, en efecto, el cerebro tiene cierta facilidad
para adaptarse a su entorno incluso después de cambios bruscos, como también ilustran ejemplos
como la recuperación de adultos afásicos, la organización cerebral del topo o los transplantes
de Deacon (2000), anteriormente ilustrados. El dato de que la lengua es aprendida aunque con
déficits específicos evidencia un nuevo aspecto de esta plasticidad, también sugerido por Deacon
(2000): no sólo parece existir cierta distribución preestablecida para las estructuras procesadoras
cerebrales, sino que también el orden de desarrollo de las distintas funciones o estructuras
cerebrales, es decir, el momento en el que cada estructura termina su proceso de desarrollo,
parece estar preprogramado, posiblemente de manera genética.
Las razones por las que la distribución de estructuras y su orden de desarrollo están
prefijadas no están muy claras, pero puede deberse a la naturaleza o complejidad de las funciones
que manejan4 y, por tanto, a una “programación” genética seleccionada quizás por obedecer
las leyes físicas que rigen otros procesos naturales. Terrence Walsh y Karl Diller (1981) entienden
la madurez cerebral como una progresión del desarrollo neuronal. Tras una descripción del
desarrollo lingüístico en el bebé, consistente con lo que este artículo ha venido ilustrando hasta
ahora, estos autores establecen una clara diferenciación entre dos tipos de neuronas, que según
ellos determinará el tipo de conexiones neuronales que se acaban estableciendo entre estructuras.
Así, las neuronas de tipo piramidal (también llamadas macroneuronas) se diferencian de las de
tipo local en que las primeras se desarrollan mucho antes, estableciendo conexiones tempranas
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que luego serán más difíciles de restaurar por un niño después de haber sufrido una lesión
cerebral. Según Walsh y Diller, estas neuronas vienen prediseñadas genéticamente y ya se
encuentran a disposición del niño en el momento del parto; se encargarán de establecer las
funciones de orden menor, como es, según estos autores, el análisis de sonidos y su representación
fonológica. Las neuronas de tipo local, por su parte, disfrutarán de un período más largo de
“libertad” y serán las encargadas de establecer nuevas conexiones en períodos de desarrollo
más avanzados. De acuerdo con estos autores, este tipo de neuronas serán las implicadas en los
procesos de orden mayor, que se van consolidando de manera más progresiva y que participan
en funciones como, por ejemplo, el procesamiento semántico. Para ilustrar esta hipótesis, Walsh
y Diller citan como ejemplo los pacientes de “aislamiento del área del habla” (técnicamente
conocida como afasia transcortical, predominantemente sensorial) con síntomas de ecolalia,
los cuales repiten lo que oyen pero no lo llegan a comprender. La explicación a esto sería que
mientras que estos pacientes mantienen los procesos de orden menor, han perdido aquéllos de
orden mayor, lo cual, si se traslada al contexto de este artículo, impondría un orden de actuación
a la plasticidad. Esto también podría explicar por qué los niños con afasia en el área de Wernicke
expresan síntomas característicos de afasia de Broca (Obler y Gjerlow 1999), pues todavía
estarían adquiriendo los procesos de orden menor –articulación-, y quizás por eso, aun siendo
afásicos de Wernicke, presentan problemas al articular y su actuación lingüística tiende a ser
forzada. Esto también explicaría por qué la mayoría de los adultos que aprenden una segunda
lengua son capaces de adquirirla hasta niveles muy elevados aunque con acento (al empezar a
aprender esta segunda lengua después de haber desarrollado los procesos de orden menor). En
general, esta teoría tendría repercusiones relacionadas con el tema de la plasticidad, puesto
que ayuda a ilustrar el hecho de que, aunque algunas estructuras maduran antes que otras, la
plasticidad no termina necesariamente en el momento de la pubertad.
Con respecto a la evolución, algo ha quedado claro. Debido a su interacción con el
entorno, la plasticidad cerebral sí que parece ser clave en la evolución de la especie humana
desde especies menos avanzadas hasta el Homo Sapiens Sapiens. Los ejemplos ilustrados hasta
ahora señalan, por un lado, una cierta contribución genética al desarrollo del cerebro en humanos
actuales, al menos, en lo que compete a su estructura básica y al orden de madurez de las
distintas estructuras y funciones. Por otro lado, esta sección ha sugerido el papel esencial que el
entorno tiene tanto dentro como fuera del organismo en la creación de estructuras y funciones.
La plasticidad sería como el mediador entre el entorno y las estructuras. Si se coloca esta
plantilla en el contexto de la evolución, varias hipótesis salen a la luz. En primer lugar, la
adaptación al ambiente por parte de los homínidos se ha podido hacer de manera gradual y
precisa gracias al mismo sistema encargado de regular el funcionamiento del cerebro, aunque
no hay pruebas que especifiquen un momento límite en este período de adaptación; en segundo
lugar, el hecho de que la genética se encargue de determinar tanto el tipo de estructuras
implicadas en el proceso de desarrollo como el número de etapas de madurez que este proceso
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experimentará y el momento exacto de conclusión de dichas etapas puede ser un reflejo del
mismo proceso evolutivo que ha culminado en el cerebro actual. A continuación se hará un
estudio comparativo del cerebro humano con respecto del cerebro de los primates y demás
especies animales, con el objetivo de buscar datos que apoyen la línea argumentativa adoptada
en este artículo.
3.
Evolución del cerebro
Muchos han sido los intentos de comparar el cerebro humano al del resto de los primates
y demás especies en busca de respuestas a muchas preguntas acerca de la exclusividad de
ciertas funciones sólo atribuibles al hombre. En alguno de esos intentos, se ha llegado a comparar
el cerebro de ciertos primates con el de los niños humanos, y hasta se ha llegado a la conclusión
de que ambos compartían características de carácter cognitivo, aunque no de tipo lingüístico
(Corballis 1992). Gannon et al. (2001) también sugieren que el cerebro del hombre podría
constar de aquellas estructuras propias de los animales que le preceden en la evolución de las
especies, además de aquellas estructuras más complejas que la especie humana ha desarrollado
como resultado de la evolución. Hallazgos como éste podrían apoyar la teoría del bipedalismo,
ya que eso sugeriría que los niños se siguen desarrollando hasta alcanzar la plena madurez
cerebral –y, por tanto, disfrutan de un mayor potencial cognitivo a largo plazo- mientras que
los primates alcanzan su punto de madurez al llegar a una etapa del desarrollo más temprana,
o lo que es igual, que la diferencia entre los humanos y el resto de los animales radica en el
número de etapas que cada especie debe completar hasta que su cerebro alcance la plena
madurez. Sin embargo, al no especificarse el tiempo ni número de etapas en que el humano
aventaja al primate, esta relación no sería exclusivamente aplicable a este argumento, lo cual
terminaría debilitándolo. Por supuesto, los déficits lingüísticos de los primates adultos se podrían
explicar recurriendo a la falta de datos lingüísticos de esta especie tanto en la evolución como
en su desarrollo. Puesto que las explicaciones que se acaban de dar son de naturaleza meramente
intuitiva, sería conveniente a este punto ilustrar qué es lo que los cerebros humanos comparten
exactamente con los del resto de los animales y en qué varían.
De acuerdo con Pasko Rakik y David Kornack (2001), lo que diferencia a los mamíferos
del resto de las especies es la expansión que sólo aquéllos experimentaron en la neocorteza,
curiosamente la parte del cerebro que regula los procesos cognoscitivos. Las razones que estos
autores utilizan para explicar esta expansión radican en el proceso de neurogénesis para las
distintas partes del cerebro y también en el proceso de heterocronia (el tiempo establecido para
el desarrollo de cada estructura cerebral). El proceso de neurogénesis y su papel en el desarrollo
de la neocorteza lo explican más claramente Peter Kaskan y Barbara Finlay (2001) en su artículo
sobre la encefalización. Según estos autores, cuanto más tardío es el nacimiento de neuronas
para una estructura, mayor número de éstas se producirá como resultado. Como ilustración
ofrecen el gran contraste existente entre el cerebro de las ratas y el de los monos en que, mientras
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las ratas dedican más tiempo a la generación de células destinadas al sistema límbico, los
monos destinan menos tiempo a generar células para este sistema y más tiempo para la
neurogénesis de las células de la neocorteza. El comienzo de generación de células para el
sistema límbico es temprano en ambas especies, pero el tiempo extra que las ratas dedican a la
generación de células para este sistema presumiblemente lo dedica el mono a la generación de
células para su neocorteza. Al comenzar esta neurogénesis más tarde, mayor número de células
se producirán, y más rica se hará la estructura a la cual estas células están destinadas. Esto
también es consistente con la idea introducida en el apartado anterior sobre la diferencia entre
procesos de orden menor (más tempranos y básicos) y los de orden mayor (más tardíos y
complejos), con lo que parecen atender a los mismos mecanismos de generación. Volviendo al
contraste entre ratas y monos, si el contraste es entre mamíferos y no mamíferos, la diferencia
sería más radical, ya que sólo los mamíferos disponen de neocorteza. Aparte de este dato, estos
autores también especifican el número de días que cada especie dedica a la generación de
neuronas corticales (6 días en ratones y 60 días en monos), lo cual podría explicar el contraste
en cuanto al tamaño de esta estructura en cada una de estas especies. A este punto hay que
recordar el hecho de que la neurogénesis se produce durante el desarrollo embrionario. Si se
traspasa este dato al contexto de este artículo, es decir, a la ventaja evolutiva que supone tener
períodos más cortos de gestación, y teniendo en cuenta la sistematicidad que hasta ahora todos
los procesos generativos parecen respetar, entonces se podría decir que este dato no corroboraría
el hecho de que el cerebro humano sea el más elaborado de entre las demás especies desde un
punto de vista genético. Si se tiene en cuenta el hecho de que los procesos de orden mayor se
retrasan en el desarrollo post-embrionario5, entonces la evolución de la especie humana se
podría explicar aun sin necesidad de recurrir a mutaciones drásticas como la aparición del
bipedalismo para justificar las diferencias. Como bien recogen Rakic y Kornack, citando a
Medawar (1953): “una pequeña modificación de un gen regulador puede haber tenido un papel
significativo en la expansión evolutiva de la neocorteza, como presumiblemente ha ocurrido
también en otros sistemas corporales” (Rakic y Kornack 2001: 46). Está claro que la evidencia
de carácter fisiológico que refleja el bipedalismo sería una prueba visible de una posible mutación
genética en un punto determinado de la evolución de los homínidos, pero no supondría una
causa clara de esta mutación, por ser el bipedalismo en sí el producto de una adaptación. Lo
que está claro es que no hay evidencia clara acerca de la mutación genética que llevó a separar
a los primates del resto de los mamíferos. Aunque la elaboración de una respuesta a esta pregunta
está fuera del ámbito de este artículo, no sería mala idea explorar esta cuestión en el futuro.
Acabamos de ver cómo algunos estudios proponen como argumento evolutivo que el
período crítico en los monos debería ser más corto que el de los hombres, el de otros mamíferos
más corto que el de los monos, y así sucesivamente. Aunque esto es sólo una hipótesis6, sería
conveniente tenerla en cuenta para interpretar ciertos estudios, ya que de otra manera los datos
encontrados en dichos estudios podrían llevar a la confusión. Así, en el artículo de Rakic y
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Mercedes Tubino
Kornack, una serie de datos sobre el desarrollo de la retina en el mono son especialmente
interesantes con relación a este tema. A pesar de haber recalcado el hecho de que los datos
provenientes de receptores sensoriales del exterior no tienen por qué ser cruciales para el
establecimiento de conexiones básicas específicas de la especie (2001: 48), estos autores sitúan
el desarrollo completo del sistema visual del mono hacia la pubertad. De especial interés es la
nota que señala que un retraso o interrupción de exposición a la luz durante el período de
desarrollo de la visión en el mono produciría “una cascada de reacciones que afectarían a
clases heterogéneas de células, lo cual conduciría a una organización anormal de todo el sistema
y, en consecuencia, a una función también anormal” (2001: 49). Este dato es consistente con
aquéllos que documentan a niños con dificultad para discriminar fonemas en su lengua tras
haber sufrido otitis media en repetidas ocasiones durante la infancia (Obler y Gjerlow 1999).
Ahora bien, el hecho de que la madurez visual en los monos coincida con el momento de su
pubertad no quiere decir necesariamente que todas las estructuras en el mono llegarán a su
plena madurez en este momento. Es cierto que la pubertad es un momento asociado con un
gran número de cambios fisiológicos encaminados hacia la madurez reproductiva. También lo
es, sin embargo, que el hecho de que el hombre tenga la pubertad más tardía supondría una
desventaja evolutiva, ya que retrasaría la edad reproductiva. Según Rakic y Kornack, este dato
proporcionaría una justificación más para el desarrollo cognitivo, puesto que un cerebro más
desarrollado dotaría a la especie de mayor número de recursos (e.g. cognitivos) para así alargar
la vida y con ella el período reproductivo (2001: 49). Lo que no parecen apreciar estos autores
es el hecho de que estos recursos cognitivos –supuestamente utilizados durante los años
reproductivos, se podrían estar gradualmente adaptando al entorno, incluso en el transcurso de
estos años posteriores a la pubertad. Por otro lado, el enfoque de que a mayor período de
desarrollo mayor capacidad cognitiva podría llevar también a conclusiones de tipo racista y
sexista, ya que es sabido que la mujer y las razas que viven en climas más cálidos tienden a
llegar a la pubertad a edades más tempranas (ver Gould 1981). Puesto que no hay pruebas de la
existencia de alguna desventaja cognoscitiva en estas mujeres o los habitantes de climas más
cálidos, la aparición de la pubertad más temprana no debería tomarse como equivalente de un
menor desarrollo cerebral.
Ya se dijo en el apartado anterior que el mapa arquitectónico del cerebro debe estar
regulado genéticamente, como también parecen estarlo las etapas de madurez de las distintas
áreas. Los datos presentados hasta ahora demuestran que la genética debe de tener alguna
influencia en la regulación cronológica de las etapas de madurez7. En el caso de los mapas
arquitectónicos, parece haber una correspondencia en distintas especies en cuanto al número
de áreas corticales; sin embargo, Michel Hofman y Todd Preuss (2001) recalcan que
dependiendo de los estímulos, las distintas especies desarrollarán un nuevo número de áreas
neocorticales.8 Es más, Hofman señala que el principal cambio cortical que tuvo lugar durante
la evolución de las especies estuvo más relacionado con el número que con el tamaño de las
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áreas. De acuerdo con esta línea argumentativa, Preuss (2001) apoya la teoría de la
reorganización por encima de la mera encefalización y sostiene que esta encefalización (evidente
en los fósiles encontrados hasta el momento) es un “síntoma de los cambios en la organización
interna” (2001: 154). Al papel que el número de áreas corticales tienen en la evolución del
cerebro Preuss agrega la importancia de las conexiones entre estas áreas corticales a la hora de
producir tareas cognitivas de primer orden. Según este autor, algo que marcaría una diferencia
entre las cortezas de animales de distinta especie sería el nivel de sofisticación y especialización,
como también la nueva habilitación de estas conexiones corticocorticales, idea que también
sostienen Aboitiz y García (1997) y que parece tener repercusiones decisivas en cuanto a la
aparición del lenguaje en la especie humana. Volviendo al tema de la arquitectura del cerebro,
Müller (1996) hace aportaciones muy interesantes al respecto. Por ejemplo, en su apartado
sobre neurogénesis describe todo el proceso de “construcción” ilustrando sus explicaciones
con ejemplos de diversas deficiencias alcanzadas por los pacientes en distintas etapas del
desarrollo embrionario.9 Esto supondría, en primer lugar, que no todo lo que determina el
desarrollo de las estructuras es post-parto, sino que el desarrollo del embrión también debería
tenerse en cuenta en este contexto. En cuanto a la causa de estas malformaciones o, más
concretamente, al determinante de las diversas estructuras cerebrales, Müller recurre a principios
epigenéticos; es decir, las cadenas de interacción de las neuronas que acaban formando las
estructuras cerebrales “tienen su base en, pero no están fuertemente determinadas por, el
genoma” (629). Esta conclusión es relevante a este punto, en cuanto al papel de la plasticidad
en la formación de estructuras cerebrales y explicaría por qué, como muchos autores han
señalado anteriormente, el hombre dista genéticamente tan poco de los primates. También
dotaría de un papel muy importante a las exigencias del entorno en cuanto al factor más decisivo
a la hora de crear estructuras cerebrales, lo cual es relevante para el contexto de este artículo,
aunque de nuevo, no determina ningún momento de conclusión de este período de plasticidad.
En cuanto a la lateralización, muchos estudios (como Calvin (1982)) han resaltado la
repercusión que en la aparición o consolidación de ésta tuvo el que los homínidos (como
resultado del bipedalismo) empezaran a utilizar la mano derecha para lanzar o realizar otro
tipo de actividades de precisión, al igual que la repercusión que la misma lateralización homínida
tuvo tanto en la encefalización como en la aparición del lenguaje. A pesar de las convincentes
pruebas presentadas por Calvin, no estaría de más preguntarse si el mismo argumento no se
podría hacer a la inversa, es decir, que la ya presente lateralización cerebral causada como
consecuencia del proceso de redistribución de las áreas corticales, ya iniciado en los mamíferos,
favoreciera el uso de la mano derecha y la lateralización del lenguaje en el hemisferio izquierdo.
Los datos presentados por estudios recientes (Gannon et al. 2001) así lo demuestran. En estos
estudios se aprecia una asimetría hemisférica gradual a partir de monos de tipo mediano
(gibones) que es particularmente visible en gorilas y chimpancés. Esta asimetría se debería a la
gran concentración de neuronas y circuitos neuronales en esta zona de control muscular,
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Mercedes Tubino
posiblemente determinado, como ya se ha apuntado anteriormente, por las exigencias impuestas
por el entorno. Müller (1996) añade a este dato el hecho de que incluso los pájaros parecen
estar lateralizados a la izquierda para producir sus canciones. Lo que sí parece ser cierto, de
acuerdo con Müller, es el número de neuronas destinadas para cada región cortical, idéntico o
continuo en los mamíferos, que sólo se hace discontinuo, particularmente en la zona visual, a
partir de los primates. Este dato sería relevante a la hora de estudiar la aparición de áreas como
las dedicadas al lenguaje, aunque Müller subraya que tal discontinuidad todavía no se ha
localizado para estas zonas.
De acuerdo con lo visto hasta ahora, se pueden “aventurar” varias conclusiones. Primero,
hemos visto que, aunque visible y funcionalmente diferentes, las regularidades descritas entre
los cerebros de los humanos y los de otras especies animales son especialmente relevantes para
el estudio comparativo de estos cerebros, sobre todo a la hora de deducir el sustrato neurológico
de funciones exclusivamente humanas como es el caso del lenguaje. La primera sección de este
artículo ilustró cómo los principios básicos que regulan las funciones y conexiones cerebrales
coinciden en todos los organismos animales. Esta sección también ha intentado hacer una
distinción entre las funciones que parecen tener una naturaleza genética y aquéllas que dependen
de agentes externos. Si algo ha quedado más o menos claro hasta ahora es la idea de que la
mayoría de los procesos que toman parte en el desarrollo del cerebro tienen una naturaleza
plástica, siendo de origen genético sólo aquéllas que determinan el “patrón” a seguir, como
también lo son el tipo de neuronas y tejidos y posiblemente una orientación sobre el lugar de
formación de las distintas estructuras. Este dato (la dicotomía sustrato genético-plasticidad)
evidencia, por un lado, el hecho de que los procesos básicos coincidan en todas las especies
animales, y por otro, el que una especie como la humana haya llegado a la sofisticación que
actualmente la distingue. Sin embargo, y como se ha venido viendo, pocos datos subrayan que
esta plasticidad termine en el momento de la pubertad y que sea éste el motivo por el cual el
bipedalismo sea el causante de la distinción entre el cerebro humano y el del resto de las especies.
La última sección de este artículo utilizará los datos hasta ahora descritos para delinear una
explicación más o menos coherente de las bases neuronales que originaron el lenguaje en la
especie humana.
4.
El lenguaje y su origen neurológico
Muchos han sido los intentos (algunos más convincentes que otros) de encontrar un
homólogo de las áreas típicas del lenguaje en los primates. Esta sección revisará los datos más
relevantes de estudios recientes de neuroanatomía comparativa entre primates y humanos con
el propósito de ofrecer una explicación aproximada de dónde y cómo se originó el lenguaje en
la especie humana y si la aparición del bipedalismo estaría relacionado con este suceso.
Como dato relevante y consistente con lo visto hasta ahora, en general los procesos
implicados en la formación de estructuras tienden a ser los mismos en todas las especies. Lo
53
Divergencias. Revista de estudios lingüísticos y literarios. Volumen 2 Número 1, Primavera 2004.
que cambia de una especie a otra es el tiempo prefijado para cada uno de los procesos de
desarrollo (tiende a ser proporcional con el grado de sofisticación de la estructura a desarrollar),
como también el número de neuronas implicadas en cada proceso, que también parece estar
relacionado con el grado de sofisticación de la estructura. En la sección anterior ya se vio
cómo el tamaño del cerebro en sí no es determinante a la hora de justificar su grado de
sofisticación, 10 sino más bien la reestructuración de las áreas del cerebro y la creación de otras
nuevas (Gibson et al. 2001, Preuss 2001, Aboitiz y García 1997) y, sobre todo, la confluencia
de unas áreas con otras por medio de conexiones cada vez más complicadas (Gibson et al.
2001, Preuss 2001, Gannon et al. 2001, Müller 1996, Aboitiz y García 1997). Esta sección
justificará cómo la aparición del lenguaje en el homo se puede haber debido a la habilitación de
nuevas conexiones entre estructuras ya existentes en el cerebro de nuestros ancestros como
consecuencia de los requerimientos propios de cambios en el entorno, anteriormente
mencionado como el principal mecanismo implicado en los procesos de formación de
estructuras cerebrales en general.
En primer lugar, los estudios más recientes sobre el tema coinciden en señalar que la
habilitación de nuevas estructuras o divisiones en las áreas corticales ya existentes en primates
y demás mamíferos puede tener un papel crucial en la aparición del lenguaje en la especie
humana. Este dato es particularmente relevante si se tienen en cuenta las estructuras que en los
humanos se encargan de procesar tareas lingüísticas11 y sus homólogos en los primates. Preuss
(2001) explica que es justamente el hecho de que aparezcan estos homólogos en primates lo
que hace pensar que el lenguaje haya surgido en algunos casos como una reorganización de
áreas ya existentes para otras tareas no lingüísticas, y en otros a causa de una habilitación de
nuevas conexiones entre estas áreas. Como evidencia de esto, Preuss asegura que los humanos,
al contrario de lo que se creía, se diferencian de los primates en su capacidad para analizar
estímulos en movimiento, y hasta se atreve a proponer que esta agudeza en la percepción
visual puede derivarse de la necesidad del homo de decodificar los rápidos movimientos de la
boca de su interlocutor al hablar, como también de la necesidad de interpretar los gestos que
acompañan a las conversaciones orales. Aunque prematura, esta conclusión no es del todo
desacertada, ya que otros estudios (Gannon et al. 2001) indican que la corteza visual de una
persona se estimula al hablar con alguien. Como bien dice Preuss, una nueva habilitación de
funciones en ciertas zonas corticales desencadenaría una serie de nuevas conexiones en cascada
que haría el sistema cada vez más sofisticado y complejo. En el caso de la apreciación de
estímulos visuales, quizás las exigencias del entorno12 podría haber agudizado la percepción
visual. En otras palabras, el sustrato cerebral se ha ido agudizando mientras que el estímulo
visual sigue siendo el mismo. Está claro que la aparición del lenguaje no se ha podido dar del
mismo modo, ya que el sistema lingüístico no se encontraba a la espera de ser descubierto por
el hombre tras agudizar éste su percepción. Lo que sí puede estar claro tras lo visto hasta ahora
es que esta agudeza visual sí que habilitaría un sistema en el cerebro destinado a analizar
54
Mercedes Tubino
estímulos visuales como los gestos y quizás convertirlos en significativos. Según Gannon et al.
(2001), los sordos activan ciertas zonas de la corteza auditiva primaria destinadas a procesar el
lenguaje hablado. Este dato es muy significativo en este contexto y puede tener varias
explicaciones. Por un lado, puede tener relación con lo que ya se explicaba anteriormente
sobre la plasticidad y cómo ésta hace que la corteza normalmente destinada a la realización
deciertas funciones se habilite para otras ante la falta de estímulos relacionados con la función
original. Por otro lado, este fenómeno se puede explicar como consecuencia de la misma
complejidad del sistema de conexiones que se ha habilitado para la decodificación de signos,
que favorece la multi-modalidad en la recepción de estímulos.13 Algo que Gannon et al. no
sugieren pero que podría ser relevante para este contexto es que el hecho de que zonas visuales
se activen mediante el lenguaje oral puede ser un rastro del protolenguaje gestual que ha ido
añadiendo a la percepción las nuevas áreas habilitadas para procesar lenguaje hablado, aunque
también habría que estudiar si esta activación también ocurre en casos de comunicación
telefónica, por ejemplo, en los que no es posible percibir visualmente ningún movimiento del
interlocutor.
En segundo lugar, la conexiones entre distintas zonas de la corteza parecen ser
desencadenantes de esta aparición y posterior consolidación del lenguaje, como ya se ha venido
adelantando. Aboitiz y García (1997) explican y apoyan esta hipótesis partiendo del sustrato
neurológico y conexiones existentes en los primates. En su comparación del cerebro humano
con el de los simios, estos autores explican cómo los prosimios no registran ningún homólogo
al área de Broca mientras que los macacos ya tienen el área 4514. La zona 44 en el humano
correspondería a la 6 en el macaco que está destinada a realizar rutinas de coordinación motora,
obviamente necesarias para la articulación de sonidos en el hombre. Algunos estudios (Preuss
2001) han señalado que la zona de Broca en sí, aunque esencial a la hora de la articulación en
los humanos, sólo es un requisito de orden menor para el lenguaje y puede haberse habilitado
debido a una mera reestructuración, de ahí que los monos no puedan llegar a articular incluso
después de haber recibido entrenamiento para ello. Los datos relacionados con el homólogo
del área de Wernicke son aún más interesantes. Según Aboitiz y García, la zona Tpt ya se
encuentra en prosimios. Esta es una zona multimodal en el macaco que recibe proyecciones de
las distintas áreas de asociación auditiva que rodean la zona como también somatosensorial de
la zona parietal. En el mono esta zona parece ser la responsable de localizar tanto el origen de
sonidos tales como las llamadas de aviso, como también de los giros que el mono hace con la
cabeza como reacción a dichos sonidos. Lo que estas descripciones parecen indicar es que la
agudeza perceptiva y motora está relacionada con el número de conexiones establecidas entre
las distintas áreas cerebrales. Estos autores no hacen mucho hincapié en las proyecciones de la
zona visual en la zona Tpt, aunque admiten que esto se debe a la falta de investigación. Sin
embargo, sí que se refieren a una proyección desde la zona visual hacia la zona de Broca, más
concretamente hacia la zona inferior del fascículo arcuado. Esto parece indicar que la aparición
55
Divergencias. Revista de estudios lingüísticos y literarios. Volumen 2 Número 1, Primavera 2004.
del lenguaje se debió a una combinación de bases neuronales que se irían haciendo cada vez
más sofisticadas de acuerdo con las exigencias medioambientales, gracias al mecanismo de
plasticidad cerebral del que las especies disponen. Desde el punto de vista perceptivo, conforme
se fueran afinando los mecanismos de percepción tanto visual como auditiva mayor
discriminación se haría entre los objetos percibidos y mayor sería la necesidad de analizarlos y
“ordenarlos”, quizás debido a restricciones internas del mismo sistema de procesamiento, para
su correcto procesamiento o incluso almacenamiento en la memoria a corto plazo que Aboitiz
y García (1997) investigan. Quizás este sea el origen de la discriminación de sonidos y la posterior
creación de un sistema jerárquico en el lenguaje. En cuanto a la producción, parece estar claro
que la misma percepción de estímulos cada vez más precisa fue la principal impulsora de la
creación de un sistema lingüístico cada vez más complejo. Por otro lado, parece no haber duda
en que esta capacidad para discriminar entre sonidos a la hora de procesarlos estaría ligada al
aumento de la precisión a la hora de producirlos.15 Lo que no está tan claro es el origen de esta
producción. Se han hecho muchas especulaciones al respecto, y la mayoría relacionan el origen
del lenguaje hablado con las vocalizaciones de control subcortical de tipo emocional registradas
tanto en simios como en humanos.
Aunque son muchos los que han ofrecido argumentos en contra de esta posibilidad, el
contexto de este trabajo no la desfavorece del todo. Si se adopta la hipótesis de que el lenguaje
surgió mediante el uso de la modalidad gestual, lo cual sería consistente con los argumentos de
lateralización (Calvin 1982)16, entonces se podría explicar cómo la corteza cortical motora se
especializaría cada vez más en producir signos lingüísticos mediante el movimiento de las
extremidades superiores.17
Estas producciones lingüísticas serían apoyadas pragmáticamente mediante
vocalizaciones emotivas, y este uso gradual de vocalizaciones para apoyar los gestos se iría
especializando cada vez más mediante la adquisición de control cortical motor de estas
vocalizaciones (quizás habilitado por una nueva conexión entre áreas corticales). El resto, de
acuerdo con el contexto propuesto en este artículo, sería cuestión de establecer nuevas conexiones
relevantes a la información recibida, como bien ilustraría el fenómeno de la creación de columnas
visuales en la rana como consecuencia de un aumento en la complejidad de recepción de
estímulos, que se describió en la primera sección.
Al aumentar la recepción o, más bien, la cantidad o calidad de la información como
consecuencia del mismo perfeccionamiento de los órganos receptores, el cerebro desarrollaría
nuevos mecanismos que se encargarían de ordenar y jerarquizar esta información. Esto podría
tomarse como analogía de la aparición de la sintaxis, aunque esta idea no se desarrollará en
este artículo por falta de espacio. Lo que sí parece claro es que la creación de mecanismos
como éste causados por el gradual aumento de la conectividad en los cerebros de los homos
posiblemente haya dado lugar al sistema lingüístico complejo del que disponemos en la
actualidad.
56
Mercedes Tubino
5.
Conclusión
El propósito de este artículo ha sido explorar el desarrollo y funcionamiento del cerebro
tanto en el hombre como en las demás especies animales, con el fin de poder esbozar una
explicación de la evolución que las capacidades cognoscitivas en los humanos parecen
evidenciar. Más concretamente, este artículo se ha escrito con el fin de especular qué bases
neurológicas han tomado parte en la aparición de habilidades como el lenguaje exclusivamente
en la especie humana y si sucesos como el bipedalismo han sido los factores causantes de la
evolución. Para ello, un primer apartado se dedicó a la descripción del proceso de formación
de estructuras neuronales en general. Ahí se delineó el papel que el entorno y la plasticidad
tienen en la formación de estructuras. En un segundo apartado se comparó el sustrato
neurológico del hombre con el de otras especies relacionadas, sobre todo los primates. En este
apartado se recalcó la estrecha relación entre la precisión y especialización en la realización de
diversas tareas y el nivel de conectividad y número de circuitos neuronales implicados en su
realización. También se especuló sobre el papel de la genética en el desarrollo de estructuras
cerebrales, concluyendo que el papel de ésta es mínimo comparado, de nuevo con el de la
plasticidad y adaptación al entorno, aunque no se trazó ningún límite para la interacción de
entorno y plasticidad, como estudios anteriores habían sugerido. Por último, la tercera sección
de este artículo tuvo como propósito explicar el origen del lenguaje en la especie humana
como resultado de los mismos procesos de adaptación descritos en las secciones anteriores, es
decir, de un aumento de la conectividad neuronal en ciertas regiones implicadas como
consecuencia de las exigencias del entorno.
Este artículo partió del argumento del bipedalismo como causante principal de todo
este proceso. El modelo aquí planteado evidencia el hecho de que esta evolución se debe, sobre
todo, a la naturaleza plástica del cerebro (también presente en otras especies), y al mismo
sistema natural de desarrollo del organismo. El bipedalismo puede haber sido una pieza clave
en acelerar el proceso de evolución, debido al papel que la exposición al entorno tiene en la
creación de estructuras cerebrales. Sin embargo, puesto que estas mismas exigencias del entorno
parecen ser las responsables de los cambios que tienen lugar en la estructura cerebral –y por
tanto en las consecuencias visibles de estos cambios-, el mismo cambio medioambiental que
tuvo como consecuencia el bipedalismo en la especie, y no el bipedalismo en sí, es lo que aquí
se propone como único factor determinante en la separación de la especie humana de la simia
y el primer paso hacia la exaptación del lenguaje en el hombre.
Notas:
1
Todas las traducciones son propias.
Por ejemplo, los transplantes hechos en animales, donde las neuronas acabarán haciendo conexiones con las
zonas homólogas a las estructuras para las que estaban originariamente destinadas
2
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La luz, las frecuencias de sonido, los rayos ultravioleta para la piel, o la cultura en el caso del lenguaje y
aprendizaje.
3
4
Las de naturaleza más básica madurarán antes que las de naturaleza más compleja.
5
Este sería el caso de mecanismos como la mielinación que no se completan hasta bien entrada la etapa adulta.
6
Esta hipótesis carece de precisión de tipo científico, con lo cual habría que comprobar hasta qué punto es válida.
Esto explica que tanto monos como humanos tengan pubertad o que ambas especies tengan neurogénesis
embrionaria y, según Müller (1996), el máximo número de neuronas es alcanzado en el hombre tras
aproximadamente 100 días de gestación (617).
7
8
La rata, por ejemplo, tiene 15 frente a las 50 del hombre (Hofman 2001).
Una ilustración a este dato sería el caso de pacientes sordos o ciegos tempranos que registran anomalías en la
estructura de ciertas partes de su cerebro causadas por una pérdida neuronal anormal durante el desarrollo debido
a la falta de estímulos como resultado de un déficit originado durante el período de gestación.
9
Por ejemplo, según Gibson, Rumbaugh y Beran (2001) los Neanderthales tenían un cerebro mayor que el del
hombre actual.
10
11
Tradicionalmente, las áreas de Broca y Wernicke.
Funciones como, por ejemplo, la necesidad de detectar depredadores al haber cambiado de contexto
medioambiental.
12
Como bien demuestran los ejemplos de los mismos Gannon et al. sobre la lectura de los labios como facilitador
de la comprensión o incluso de la activación de áreas corticales auditivas y también articulatorias en el caso de
alucinaciones o voces interiores.
13
El área de Broca (responsable de la producción del lenguaje en los humanos) abarca las zonas 44 y 45 en la
nomenclatura propuesta por Brodmann, mientras que el área de Wernicke (procesa la comprensión lingüística)
corresponde a la número 22.
14
Puesto que un homólogo de Broca ya existe en algunos primates, todo sería cuestión de entrenar el sistema
motor articulatorio.
15
16
Ya se ha apuntado anteriormente que la lateralización no es necesariamente exclusiva de humanos.
Esta hipótesis dotaría al argumento del bipedalismo de una mayor validez, por dejar las manos y el campo
visual libres.
17
Obras citadas
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