Corso di Laurea magistrale in Interpretariato e Traduzione Editoriale, Settoriale Tesi di Laurea Traducción al italiano y análisis traductológico de la novela En un rincón del alma de Antonia J. Corrales Relatrice Ch. Prof. ssa Laura Brugè Laureanda Elena Rita Livia Matricola 987183 Anno Accademico 2012 / 2013 Índice Ringraziamenti…………………………………………………………………………………….. 3 Abstract……………………………………………………………………………………………. 4 Introducción……………………………………………………………………………………….. 5 PRIMERA PARTE Texto de la novela. En un rincón del alma………………………………………………………………… 6 SEGUNDA PARTE Traducción al italiano. In un angolo dell'anima………………………………………………................ 85 TERCERA PARTE Análisis traductológico...……………………………………………………………………….... 167 1. Características generales de la novela…………………………………………………….. 168 1.1. La autora…………………………………………………………………………………….. 169 1.2. Contenido de la novela………………………………………………………………………. 170 1.3. Tipología y función del texto original……………………………………………………….. 171 1.4. Lector modelo……………………………………………………………………………….. 172 1.5. Estilo y registro……………………………………………………………………………… 172 2. Algunas nociones teóricas…………………………………………………………………... 176 2.1. ¿Que significa traducir?........................................................................................................... 177 2.2. El texto literario y su traducción…………………………………………………………….. 178 2.3. Equivalencia y fidelidad: dos conceptos clave de la traductología………………………….. 178 2.3.1. La fidelidad………………………………………………………………………………. 178 2.3.2. El aspecto dinámico de la equivalencia………………………………………………….... 180 2.4. La traducción: un proceso cultural…………………………………………………………… 180 2.4.1. Hacia una definición de culturema………………………………………………………... 180 2.4.2. Las interferencias culturales………………………………………………………………. 181 2.5. Método, estrategia y técnicas de traducción…………………………………………………. 182 2.5.1. Las técnicas de traducción………………………………………………………………... 182 1 2.5.2. El método traductor adoptado en la traducción de En un rincón del alma………………..... 183 3. Aspectos del léxico…………………………………………………………………………... 185 3.1. Los realia………………………………………………………………………………………………... 186 3.1.1. La importancia del realia en el contexto…………………………………………………... 186 3.1.2. La clasificación de los realia de la novela y las traducciones propuestas…………………. 187 3.1.2.1. Realia geográficos………………………………………………………………………... 187 3.1.2.2. Realia etnográficos……………………………………………………………………….. 187 3.1.2.3. Realia sociales y políticos…………………………………………………………........... 190 3.2. La fraseología………………………………………………………………………………… 191 3.2.1. Las locuciones……………………………………………………………………………… 191 3.2.2. Las metáforas………………………………………………………………………………. 197 3.3. Usted y lei……………………………………………………………………………………………….. 199 3.4. Anglicismos y otros extranjerismos…………………………………………………………. 200 3.5. El símil………………………………………………………………………………………...201 3.6. Los antropónimos y los topónimos……………………………………………………………201 3.7. Los insultos…………………………………………………………………………………… 202 4. Aspectos morfosintácticos…………………………………………………………………... 204 4.1. Coordinación y subordinación……………………………………………………………. .. 205 4.1.1. La construcción al+infinitivo……………………………………………………………... 208 4.2. Las perífrasis verbales…………………………………………………………………….. .. 209 4.2.1. Las perífrasis de infinitivo……………………………………………………………….... 209 4.2.2. Las perífrasis de gerundio…………………………………………………………………. 211 4.2.3. Las perífrasis de participio………………………………………………………………… 212 4.3. El lo enfático y el lo no enfático…………………………………………………………... . 213 4.4. Los marcadores del discurso………………………………………………………………. . 214 4.5. Pretérito perfecto vs. pretérito indefinido…………………………………………………. . 215 Conclusión……………………………………………………………………………………….... 217 Glosario…………………………………………………………………………………………… 218 Bibliografía………………………………………………………………………………………... 224 Sitografía………………………………………………………………………………………….. 226 2 Ringraziamenti Vorrei innanzitutto esprimere la mia sincera gratitudine alla Professoressa Laura Brugè e alla Professoressa Claudia Caburlotto per il tempo dedicato alla mia tesi e per i preziosi insegnamenti durante il corso di Linguistica spagnola e Traduzione spagnola. Inoltre ringrazio le mie amiche Raquel, Rossella e Nadia per avermi supportato e sopportato con pazienza e affetto. Infine, ma non per ordine di importanza, mi sento di dire un enorme grazie a mio fratello Gioacchino, mia sorella Roberta e ai miei meravigliosi genitori Franco e Antonella, grazie semplicemente di esistere. Dedico a mia madre e a mio padre, la pubblicazione del romanzo "In un angolo dell'anima" da me tradotto. Mamma e Papà, vi ringrazio per avere creduto sempre in me, per essermi stati vicini nei momenti di sconforto, per l'amore incondizionato che giorno dopo giorno mi donate e per essere sempre al mio fianco. 3 Abstract This thesis presents the translation of the novel En un rincón del alma from Spanish into Italian, that I have officially translated for the publishing house Ediciones B, written by the Spanish authoress Antonia J. Corrales, and an analysis of the translation. En un rincón del alma is divided into thirty nine chapters more the prologue and the epilogue. The story takes place in Spain and in Egipt and the main character is Jimena, who relates her life, in the form of a letter to her mother. The thesis consists of three parts. The first one is the original text of the novel, the second part is the translation of the novel and the third part is divided into four chapters and is about the analysis. The first chapter talks about the the authoress, the story of the novel and its features, like text type, function, model reader and style and register. The second one introduces the different problems regarding the translation process, especially the problems concerning the translation of literary texts. The third chapter corresponds to the analysis and a commentary of both the original text and the translation from a lexical point of view, justifying lexical choices. Finally, last chapter consists of an analysis and a commentary from the morfosyntactic point of view, justifying morfosyntactic choises. After the conclusion, there is a Spanish-Italian-English glossary concerning the most relevant terms and expressions. 4 INTRODUCCIÓN El objetivo de este trabajo es el de proponer la traducción al italiano de la novela En un rincón del alma (2010) de Antonia J. Corrales, de la que soy traductora oficial y que saldrá a la venta en Noviembre 2013, y brindar un análisis traductológico para comentar los puntos clave del proceso de traducción y reflexionar sobre las dificultades a las que se enfrenta el traductor a la hora de traducir una novela. La traducción se define como un acto comunicativo complejo que no se basa simplemente en la transposición de las palabras de una lengua a otra, sino en un proceso cultural, en particular, en el caso de la traducción de un texto literario, género que más encierra los aspectos culturales de una lengua, y que no presenta un léxico monoreferencial, a diferencia de lo que ocurre en el caso de los textos técnicos. El traductor tiene que llevar a cabo detalladas búsquedas para solucionar los problemas de traducción y preservar el contenido de la obra y las intenciones del autor. Otra etapa fundamental es la comprensión del mensaje del texto de partida, porque solo una interpretación correcta permite al lector del texto de llegada comprender el texto y las intenciones del autor. Un aspecto que caracteriza la escritora es su estilo muy personal y complejo, en efecto se alterna un lenguaje claro y directo en los diálogos con un lenguaje rebuscado y metáforico en la narración. El primer capítulo de la tercera parte de este trabajo ofrece un comentario general de la novela y sus características principales, como, por ejemplo, informaciones respecto a la autora y su obra, el contenido de la novela traducida, su tipología y su función, las propiedades del lector modelo, y el estilo y el registro utilizados. El segundo capítulo se centra en el concepto de traducción y, adoptando algunas propuestas teóricas, se comentarán las problemáticas relativas al proceso traductivo, prestando atención, sobre todo, a las características y a los problemas de la traducción de los textos literarios. En el tercer capítulo se comentarán algunos aspectos relevantes en el ámbito del léxico que caracteriza a la novela, como, por ejemplo, los realia, la fraseología, los anglicismos y extranjerismos, los antropónimos y los topónimos y los insultos, y se justificará cómo estos elementos se han traducido al italiano. El cuarto capítulo está dedicado al análisis morfosintáctico, comentando las estructuras sintácticas más utilizadas en el texto original, las perífrasis verbales y sus realizaciones en el texto de llegada, las propuestas de traducción al italiano para la forma lo y para algunos marcadores del discurso. Al final, se presentará un glosario con los términos y las locuciones más significativas del prototexto y sus correspondientes traducciones al italiano y al inglés. 5 PRIMERA PARTE Texto de la novela. En un rincón del alma 6 En un rincón del alma 7 Mientras él estiraba sus brazos intentando en cada luna rozar el cielo, a mí las estrellas fugaces dejaron de concederme deseos. 8 A mi suegro, donde quiera que esté. Sé que él me habría dado un paraguas rojo para cobijarme, para cobijarnos. 9 A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. Elegía a Ramón Sijé Miguel Hernández (Orihuela, Alicante, España,.1910-1942) 10 PRÓLOGO Felipa, a pesar de su ancianidad, tenía una belleza serena, aunque su carácter huidizo y desarraigado le daba a su faz un toque de frialdad marmórea. Aquella mañana arrastraba su cuerpo delgado, casi famélico, por las baldosas húmedas, vetustas y desiguales que conducían al establo. Caminaba en silencio, cabizbaja y renqueante, ensimismada en el sentido de las palabras que, haciendo un gran esfuerzo ocular, había conseguido leer. De vez en cuando se paraba y, tomando el escapulario que colgaba de su cuello, susurraba una especie de plegaria. Su vedeja, de un color ceniciento, se mecía en el aire, en la frialdad del albor. El cántaro de latón parecía querer escapar del balanceo enfermizo de su añosa mano. Su buen estado había sido mantenido por aquella anciana a la que la vida se le escapaba. Por ello, aquella alcuza que había llevado la leche recién ordeñada de la mejor vaca del establo durante años, aquella mañana parecía negarse a acompañarla. Era como si dentro de ella hubiese raciocinio. Como si tuviese la certeza de que aquella aurora sería la última en la que el sol haría brillar su cuerpo de metal. Felipa miró el campo cubierto de rocío y suspiró. Con la cabeza gacha retiró la tranca y entró en el cabañal. El olor del heno y la alfalfa atenuaba el hedor de los excrementos. El ganado, que ahora estaba compuesto por cinco cabezas, no se asemejaba en nada a la vacada que, tiempo atrás, había constituido la fuente de ingresos de su numerosa familia. -¡Cómo he podido dejar que suceda! —murmuró, al tiempo que tomaba asiento en el viejo taburete para ordeñar una de las reses—. ¡Cómo he podido estar tan ciega! Llamaré a Carlota. Ella me leerá el resto del manuscrito. Cuando Jimena regrese hablaremos. Sí, hablaremos sin tiempo de por medio. No puedo morirme sin pedirle perdón. No puedo hacerlo… El cántaro cayó al suelo y la leche recién ordeñada cubrió el piso empajado. Felipa se desvaneció, precipitándose con una lentitud mortuoria contra el suelo. En la casa, las ascuas del brasero calentaban con suavidad las faldas de la mesa camilla. La lente de aumento reposaba sobre el hule. Dentro de un paquete había un centenar de folios, junto a ellos un paraguas rojo. El resguardo del envío no mostraba los datos completos del remitente. En él sólo figuraba el nombre y la ciudad de procedencia: “Jimena Alcántara - El Cairo.” 11 1 Madre, soy Jimena. Sé que apenas me recuerda. Siempre pasé por su lado como una sombra parlante a la que nunca logró prestar atención. En casa éramos demasiados y a usted siempre le faltó tiempo. Lo entiendo, entiendo su falta de tiempo, pero jamás pude comprender la carencia de justicia en la repartición del mismo. «La fuerza se te va por la boca. Hablas demasiado. Como no rectifiques tu forma de ser, tendrás muchos problemas», solía decir como única e invariable respuesta a mis intentos de conversación. No se equivocó. He tenido problemas, infinitos problemas, pero no por hablar demasiado. Los he tenido porque nadie, empezando por usted, tuvo tiempo para escucharme. Mi vida siempre fue una lucha constante por conseguir su atención, su beneplácito. Ahora el paso de los años me ha otorgado la capacidad de ver la realidad y poder aceptarla sin que ello vaya más allá de una toma de conciencia. Sin que la soledad sentida me obligue a derramar una sola lágrima. A diferencia de antaño, hoy no necesito que alguien me escuche. He aprendido a dialogar conmigo misma. Este desarraigo, en parte, se lo debo a usted. Sin embargo y a pesar de ello, necesito hacerle saber quién es su segunda hija, aquella joven delgada, casi escuálida, que un día se marchó del pueblo buscando hacer realidad un sueño, un sueño de cuento que aún no ha cumplido. Usted me lo debe, me debe ese tiempo que nunca me dedicó, esas conversaciones que nunca tuvimos… Pero sé que la única forma que tengo de conseguir mi propósito, de que usted me escuche, es a través de estos folios. El autobús desde el que le escribo se dirige al aeropuerto. Me voy a Egipto. 12 2 Todos pensábamos que aquello sería eterno, que nuestra casa jamás estaría vacía de risas; de gritos, de carreras, de comidas casi multitudinarias. Sobre todo lo creía usted, que aseguraba que le poblaríamos la finca de nietos, que jamás se vería sola. Pero, poco a poco, todos, a excepción de Carlota, que se quedó en el pueblo, nos fuimos marchando. Padre también se fue, se fue antes de que llegara su hora. ¡Cuánto le quise! Lo adoraba. Aún añoro sus charlas junto a la chimenea, el sonido melancólico y pausado de su voz, tan profunda como su mirada. Echo en falta el humo de su pipa garabateando siluetas en el aire; su olor, y la aspereza proletaria de la palma de sus manos, que tantas veces acariciaron mi nuca. «Sin carrera eres un señor. Con carrera eres el señor Don», solía decir para darnos ánimos, para que ninguno dejásemos de estudiar. Para él, todos estábamos capacitados, Carlota, que siempre se negó a ello. Imagino que ella, mi hermana, será quien lea para usted estos folios. Siempre le gustó leer en voz alta. Desde pequeña, si algún día lo fue, porque yo siempre la recuerdo mayor, tuvo muy claro que sería madre y esposa. Que pasaría sus días sin pena ni gloria, pero feliz, aterradoramente feliz, en ese horizonte empequeñecido por los quehaceres diarios, raptado por las tareas cotidianas que no van más allá de las necesidades de los demás y que, para ella, eran y siguen siendo el pan y la sal de su vida. La admiro por ello. La admiro por conseguir lo que quería, por tenerlo claro. Tal vez ahí resida el misterio de la supervivencia, en creer que uno es feliz, en no distinguir la alegría de la felicidad. El autobús está cerca de la terminal. Está lloviendo. Cuando mi avión despegue habrá pasado el tiempo necesario para que Carlos comience a inquietarse y se pregunte dónde ando, cuál es el motivo trascendental que me ha llevado a ausentarme del campo de batalla, por qué no permanezco como de costumbre, estoica en el lugar de siempre. Adrián no percibirá mi ausencia hasta la hora del almuerzo. Él seguirá perdido en los miles de apuntes que necesita aprender, casi al pie de la letra, para aprobar la oposición que le hará merecedor del titulo de notario, ardua labor que le ha hecho perder tres largos años de intentos frustrados. Adrián es igual que su padre, robusto, varonil y obstinado hasta la demencia. Ajeno al resto de inquietudes que no sean las suyas. Mi pequeña Mena estará en el baño. ¡Siempre está en el baño! Ella es el reflejo de lo que siempre he deseado ser: alguien inalterable ante las exigencias de los demás. Mi niña no se preguntará dónde ando. Si quiere saber algo de mí irá directamente a las pirámides. Se perderá en ese mar de arena empachado de historia y me buscará bajo la sombra invisible que refleja la figura de Hatshepsut, la dama del Nilo. 13 A estas alturas, madre, ya se habrá dado cuenta de que viajo sola, que ninguno de ellos, ni Mena, ni Adrián ni Carlos saben nada de mi marcha. Se habrá percatado de que me he marchado sin dar aviso, que he dejado a mis hijos y mi marido. A estas alturas usted estará sacando el pañuelo de su manga para limpiar el lagrimeo que mis palabras le producirá. Y me atrevo a adivinarla acercándose a la cómoda en busca del retrato de padre, quejicosa y renqueante. La imagino limpiando el cristal que protege su foto con la manga de la camisa negra después del consabido beso, estirando el paño de ganchillo blanco sobre el que descansa. Tras unos instantes de ensimismamiento, sé que lo volverá a colocar con una escrupulosidad casi obsesiva, y se alejará, cabizbaja e hiposa, moviendo la cabeza de un lado a otro. El autobús ha llegado. Tengo que dejar de escribir. Pero sólo por un momento. Cuando el ruido de los motores me llene el estómago de burbujas, cuando las ruedas se escondan en la barriga del Boeing 747, entonces, para calmar el miedo ancestral, oceánico y profundo que siento a volar, haré lo único que siempre ha conseguido calmar mis ansias, mi inseguridad y mis penas: hablar. Volveré a hablar con usted a través del papel. ¡Internacional! Pone salidas internacionales. Créame, madre, me gustaría mucho que estuviera aquí. 14 3 Son las dos de la madrugada y aún no he conseguido dormir. El miedo me atenaza. No es un miedo cualquiera. Es el que crea la inseguridad. Me siento perdida. Nada es como pensaba. Desde que llegué a El Cairo y crucé la puerta del aeropuerto en dirección al taxi sentí una sensación extraña; no sabía qué hacía aquí. Siempre imaginé El Cairo como una pequeña aldea llena de casas de adobe, en medio de un desierto salpicado de nómadas y tuaregs, vestidos de blanco y azul añil, sonriendo prepotentes encima de sus enormes y abnegados camellos. Todos eran hombres de tez morena, de formidables ojos negros y espesas cejas. Las calles, un inmenso zoco donde todos los espacios estaban invadidos por cientos de tenderetes que exhibían vasijas, momias y tesoros arqueológicos que se podían adquirir por dos duros. Nada más lejos de la realidad. El Cairo es una gran ciudad. Iluminada por la energía de la gran presa de Asuán. Llena de autopistas. Plagada de turistas ingenuos como yo. El Cairo es hermoso, cosmopolita, políglota y demasiado grande para mis conocimientos. Aun así no me arrepiento, sólo siento inseguridad. Todo lo que me gusta siempre me ha producido inseguridad y miedo. ¿O tal vez miedo e inseguridad? Durante el vuelo, en muchos momentos eché en falta el paraguas rojo de Sheela, mi amiga del alma. No pude embarcar con él, las medidas de seguridad me obligaron a facturarlo con el resto del equipaje. Desde que me lo regaló ha permanecido a mi lado, sirviéndome de apoyo y cobijo, protegiéndome de los malos augurios, tal como ella dijo que haría. Antes de facturarlo acaricié su empuñadura de madera y, mientras lo hacía, recordé sus palabras, las palabras premonitorias de una de las brujas de Eastwick. Ella presagió mi viaje a Egipto, anticipó mi huida: «Egipto es parte de tu destino… aunque si lo deseas podrás evitarlo, porque la vida, el futuro, es un cruce de caminos y siempre hay más de una elección. Si decides viajar a la ciudad del Nilo, nunca debes regresar a España, por nada del mundo. No lo olvides…» Tal vez si me hubiese dicho el motivo por el que no podía volver habría elegido otro destino, no estaría aquí. Pero no lo hizo, siempre se negó a hablar sobre ello. Desde aquel día no volvió a esparcir para mí las runas sobre la mesa. 15 4 Hace tres horas que permanezco en el hotel. En ese lapso he levantado el teléfono varias veces y lo he vuelto a colgar, hasta que, por fin, sujetando el paraguas rojo por su empuñadura con fuerza he marcado el número de casa. Lo ha cogido Carlos. Después de escuchar, en el más absoluto de los silencios, mis explicaciones, ha respondido con una frase en la que se adivinaba una amenaza: —Espero que sepas lo que has hecho. No me dio tiempo a responder: cuando intenté articular un sí, había colgado. No sé por qué fue ayer cuando tomé la decisión, cuando decidí abandonarlo todo de la manera en que lo he hecho, sin antes dejar caer una advertencia, una queja o un silencio de más durante los atropellados desayunos, los almuerzos domingueros o las cenas vacías de velas, vino y rosas. Sin una lágrima premonitoria o acusadora. Sin las razonables omisiones de mis deberes cotidianos y humanos. Sin esa llamada de auxilio que suele anteceder a una crisis emocional. Lo hice en silencio, sin que mis pasos se oyeran, sin que mi rostro expresara un gesto de desacuerdo o malestar ante aquella cotidianeidad en la que me sentía parte del mobiliario. Quizá el desencadenante fuesen sus últimas e insípidas caricias, en las que yo parecía no tener rostro, podía ser cualquiera bajo sus manos, porque ellas habían dejado de reconocerme entre las sábanas, me había convertido en una más, en la de siempre. Y lo peor no era que yo lo sintiese de aquella forma, lo peor era que él, Carlos, también lo sabía y no parecía importarle lo más mínimo. Contemplé el reflejo de mi cuerpo desnudo en los cristales del dormitorio, mientras la lluvia golpeteaba la ventana con rabia y las gotas se deslizaban como lo hacían mis lágrimas mudas; sin fuerza, dejándose llevar. Mientras él, Carlos, desnudo frente al espejo del baño, pletórico de éxtasis carnal, levantaba su mentón y me preguntaba, en voz alta, si la caldera estaba encendida porque iba a darse una ducha. Aquella noche tomamos, tomé, demasiado vino. El alcohol se hizo dueño absoluto de mi conciencia. Poco a poco noté como el pulso se iba ralentizando. La música sonaba lejana, ausente. Le miré y supe que aquel día formaría parte de otros tantos, que pasaría como habían pasado los demás; carentes de sentido. Sin embargo, a pesar de todo lo que había sucedido entre nosotros, de la soledad, seguía deseando sus manos sobre mi cuerpo, el arrastre cálido de sus dedos por mi piel. Anhelaba su mirada profunda recorriendo frívola la comisura de mis labios, la protuberancia de mis caderas, el blanco enlechado de mis pechos. Y volví, una vez más volví a dejarle hacer. Controlé mis ansias de placer porque sus deseos siempre se superponían a los míos. En cada uno de nuestros encuentros carnales yo me contenía, frenaba mi necesidad, mi ansia, hasta que él se deshacía, hasta que sus párpados caían. Sentía, sí, yo, a pesar de los años transcurridos, de la apatía, de la sinrazón que abrigaba nuestro común diario, seguía sintiendo, pero lo hacía a través de él. Por ello, por aquel 16 vacío de sentimientos y placer propio, que no ajeno, aquella noche, Carlos, mi Carlos, el Carlos que yo había creado y mantenido, desapareció. De un plumazo su vida y mi vida dejaron de formar parte de aquellas películas absurdas con las que alguien llenó las horas vacías de mi infancia. De aquella farsa que había encorsetado mi forma y manera de ver la vida, incluso de enfrentarme a ella. En ellas, las princesas se quedaban embarazadas después del beso casto, casi inmaterial del príncipe que daba paso al FIN. Los platos del banquete nupcial estaban cargados de manjares exquisitos, que no costaban nada, y el pelo largo de las jóvenes no necesita bigudíes para rizarse. En un instante impreciso, rápido como un destello de luz, me sentí parte de una mentira, de una gran mentira. Ni Carlos era un príncipe de cuento, ni yo era como esas jóvenes de ojos azules y pechos prietos, rubias como la cerveza. 17 5 A pesar de todo le quise, sí madre, le quise casi de forma demencial y, de alguna manera, creo que aún sigo queriéndole. Durante los primeros años de convivencia su estado constante de excitación hacía que me sintiera deseada, y eso, entonces, era algo muy importante para mí; formaba parte del “ser mujer”. Lo aprendí cuando el tiempo era joven, en aquellos días en que los decires y los haceres de los demás van dando forma a los tuyos. Pero aquella época ya no tenía nada que ver conmigo y por eso mi deseo de rozar la perfección, de conseguir que todos, y en primer lugar Carlos, se sintiesen felices a mi lado, fue desapareciendo paulatinamente. Mientras él se introducía en la ducha, ajeno a mis pensamientos, a mi desnudez emocional, yo me vi ataviada con aquel vestido verde botella, tipo Sissi emperatriz, fregando los platos sucios. Aturdida en una casa llena de muebles estúpidos y traicioneros, que se llenaban de polvo en cuanto los perdía de vista. Llenando la barriga del carrito del supermercado con productos más baratos y mejores que las ofertas engañosas de letreros fosforescentes, que tanto horror me producían. Entonces comprendí que aquel vestido era incómodo para mis quehaceres diarios, que los pechos luchaban por deshacerse del corsé diseño camisa de fuerza. Reconocí el brillo de los collares de escarlatas, como lo que en realidad siempre habían sido, bisutería fina. Sentí la necesidad imperiosa de ser la protagonista, la primera actriz de una película basada en la realidad. Cerré la página final de mi historia de ficción, una historia que había durado demasiados años, tantos que el príncipe era casi un abuelo, y escribí el final del cuento: «Colorín colorado, la princesa se ha fugado.» 18 6 Después de una sórdida noche de insomnio en la que los recuerdos de nuestra vida en común fueron aflorando uno a uno, al amanecer bajé las maletas del altillo y comencé a introducir en ellas mi ropa. Me vestí con los viejos vaqueros y me calcé las deportivas que tanto odiaba Carlos. Él dormía profundamente, como era habitual, ni un seísmo de 7,7 en la escala de Richter habría conseguido despertarlo. No dije nada, ni siquiera me acerqué a los dormitorios de Mena y Adrián. Ellos estaban acostumbrados a mis solitarios paseos matutinos y aunque hubiesen escuchado mi ir y venir por la casa, no les habría incomodado su descanso. Como una sombra atravesé el pasillo y salí a la calle. Llovía, en mi vida siempre llueve, todos los días importantes de mi vida están pasados por agua. El viejo Mercedes del vecino permanecía aparcado frente a mi casa. Sus faros redondos se fijaron en mí como si fuesen los ojos de un abuelo, desaprobando mi huida. El parachoques pareció recriminar mi marcha. Incluso imaginé que decía: «Huyes, ¡cobarde! Siempre fuiste una cobarde.» Agaché la cabeza y dejé de mirarlo porque, en cierto modo, de alguna manera me sentía un poco cobarde. Caminé unos pasos, tomé aire y eché un último vistazo a la casa. Después, tras unos instantes de ensimismamiento, me enjugué las lágrimas que resbalaban por mis mejillas, abrí el paraguas rojo de Sheela, me cobijé bajo él y sonreí. Le sonreí desafiante al Mercedes, al hortera del vecino que, como todos los sábados, tenía su butaca de patio instalada bajo el porche y me contemplaba sin decoro, absorto, enfundado en su pijama a cuadros y sosteniendo el café humeante en la mano izquierda, mientras que con la derecha pasaba las hojas del periódico que jamás leía. Tal vez sí, quizá lo leyese, pero estoy segura que no entendía ni un párrafo. Esquivando su mirada, que permanecía fija en el trolley y la maleta roja de mano que yo había dejado en la acera, me acerqué a la cancela de Remedios, mi “adosada” Remedios… 19 7 Remedios era, y sigue siendo, una mujer remilgada. Remilgada y un poco ignorante, aunque excepcional. Es silicona pura y croquetas de una bechamel inmejorable. Una enciclopedia culinaria andante en la que, ayudada del arte de la seducción, con el que estoy segura le agració algún hado, ha conseguido ir recopilando cientos de trucos inaccesibles para las nueras. Las nueras que, como yo, somos incapaces de conseguir la fórmula secreta de aquel plato especial con el que llevarse al príncipe azul a la cama. Sin embargo ella, Remedios, sólo tiene que ajustarse el mandil, dedicarle una sonrisa a la suegra ajena o propia para que ésta le suelte, como si le hubiesen inyectado pentotal, todos y cada uno de los entresijos del plato en cuestión, guardados durante generaciones en el más absoluto de los secretos. Lo hace sin esfuerzo, sin alarde, como el que oye llover, mientras tú observas la escena estupefacta. Mientras les dedicas una mirada de indignación a tu santa suegra y su devoto hijo. Remedios es el prototipo perfecto de mujer, de la mujer que la mayoría de hombres quisieran tener a su lado. Alegre, imperturbable, eficaz y condescendiente. Teñida de rubio hasta lo más íntimo. Sin una sola raíz en su pelo que muestre el negro genético que sí lucen sus vástagos y ascendientes. Pasa horas interminables en la cocina, pero su ropa jamás huele a los guisos que intercala en el menú diario. Ella siempre huele a violetas, a violetas del Teide. Para sus menesteres culinarios y nutricionales se ayuda de un gran libro dietético, confeccionado de su puño y letra, que cuelga por un cordel al lado del teléfono de la cocina y que, por su tamaño y disposición, se asemeja a las guías telefónicas americanas que penden de las cabinas públicas. Su repostería es especial, mágica y medicinal. Cargada de colores que ella considera curativos y que consiguen efectos surrealistas. Siempre tiene un postre para cada ocasión, para cada estado de ánimo y, con él, siempre logra su propósito: que nada sea tan importante como para hacernos llorar. En cada una de las degustaciones con que nos obsequiaba, siempre terminábamos riendo, riendo a carcajadas. Sheela decía que el ingrediente secreto de los postres de Remedios debía de ser el conjuro que recitaba durante la mezcla de los ingredientes, semejante al de la Queimada, aunque diferente en contenido y melodía. Un contenido del todo ininteligible e impronunciable, salvo para ella. Remedios, como única respuesta a nuestras preguntas y conjeturas sobre su conjuro, reía. Nunca se avino a darnos un solo detalle que nos permitiera conocer su simbología; su fin, procedencia o, sencillamente, que nos facultara para ponerlo en práctica. Aún sigue siendo así. Durante los comienzos de nuestra vecindad yo no soportaba a Remedios, me ponía enferma su perfección, su excesivo dominio de lo cotidiano, y lo hacía porque dentro de ese feudo que ella 20 gobernaba sin esfuerzo, yo parecía una folclórica caída del cielo en el escenario durante la representación de una ópera de Giacomo Puccini. Cuando la conocí, no me gustó, no me gustó nada. Era tan perfecta, tan irreal, que ni siquiera gritaba. Parecía haber conseguido ser como los personajes femeninos de las series americanas; dulce, educada, silenciosa: de plástico. Ese control, esa supremacía, me ponía enferma. Alteraba mis biorritmos. Yo había pasado media vida intentando ser así, de aquella manera. Había anhelado controlarme, antes y durante el desarrollo de cada una de mis broncas maritales, generacionales e incluso profesionales. No dar un tono excesivamente alto a mis palabras y, lo más importante, generar tranquilidad a mi alrededor. En una palabra, dominar. Tener todo medido. ¡Nunca lo conseguí! No obstante, y a pesar de su silicona, que debo reconocer estaba francamente bien puesta, de su control y su excelencia cotidiana, Remedios era humana, era tan imperfecta y tan latina como lo somos todos. El día de aquel verano en que su querido Jorgito, educado al mejor estilo ingles, le dijo “¡Vete a la mierda mamá!”, Remedios no se alteró. Dejó caer su pareo al suelo como quien no quiere la cosa. Extendió sus garras rojas hacia el enano y lo arrastró hacia sí, despacio, sin prisa. Todo el círculo piscinal observaba ansioso su reacción. Estaban deseosos de que ella tuviese, al fin, una pérdida de formas con la que aderezar los desayunos o las sobremesas de aquel aburrido estío. Pero la única afortunada fui yo. Mi posición estratégica al lado de ella me permitió no perderme ni una de sus palabras. Remedios acercó su boca a la oreja de Jorgito y, disimulando con una amplia sonrisa de cara a la galería, le susurró: «Cómo vuelvas a contestarme de esa manera, te juro que te corto las pelotas.» En aquel momento su imagen cambió para mí. Si bien seguía siendo demasiado perfecta, su maquillaje continuaba siendo excesivo, persistía en su obsesión por tenerlo todo controlado y se negaba a leer novelas que no fueran rosas, desoyendo mis consejos, su reacción ante Jorgito tuvo un toque vulgar que me encandiló. Estaba aderezada con el encanto que conlleva la pérdida repentina de compostura que caracteriza a la gente normal. Eso me satisfizo, me hizo atisbar la posibilidad de que existiera un rincón oscuro, invisible a los demás, en su preciosa cabecita. Un espacio vacío de cosméticos, repleto de inquietudes y sentimientos contradictorios. Desde aquel instante, poco a poco, su apaciguamiento, su simplicidad en el análisis de lo cotidiano, su permanente «No pasa nada, verás como todo se arregla», pasaron a formar parte de mi vida, lo hicieron sin que me diese cuenta y para siempre. Remedios se convirtió en mi amiga, en parte de aquel maravilloso trío apodado “las brujas de Eastwick”. Ayer, desde la ventana de su cocina, Remedios me observaba con cierta inquietud. Quizás esperaba la salida de Carlos detrás de mí. Contuve la respiración, intenté forzar una sonrisa que no dibujaron mis labios y abrí la cancela. Al verme entrar en su jardín salió apresurada, con gesto de 21 desasosiego, mientras se secaba las manos en el mandil rosa, dejando una estela de aroma a tostadas y café recién hecho. —Me marcho al pueblo unos días —le dije. —¿Tu madre está bien? -preguntó preocupada. —Sí. Se trata de mí. Necesito cambiar de aires, darme un pequeño respiro… Ya sabes… -añadí tras una pausa, agachando la cabeza, incapaz de sostener su mirada demasiado tiempo. Sé que no me creyó. Lo noté en la forma en que cogió mis manos entre las suyas, en su mirada condescendiente y cómplice. Lo supe porque no volvió de inmediato a su casa, porque permaneció inmóvil y silenciosa hasta que el coche giró la curva y se perdió en el entramado de calles que componen la urbanización. Se quedó allí, prediciendo un adiós que no se produjo, pero que ella intuyó en el instante en que mi maleta de mano, sólo Dios sabe por qué razón, se abrió sobre la acera y vio la pequeña bolsa de terciopelo rojo en su interior. Aquella bolsa que ella misma había confeccionado con las cortinas del herbolario de Sheela. Entonces, con los ojos húmedos, dijo: -¿Me llamarás cuando lo hagas? Asentí cabizbaja y avergonzada por mi falta de sinceridad, de valentía, y subí el taxi que momentos antes había pedido. Lo hice rememorando un momento concreto de nuestra vida, el más importante que ambas compartimos junto a Sheela. Un instante que, llegado el momento, también compartiré con usted, madre. 22 8 El día que llegamos a esa vanguardista, prestigiosa y elitista urbanización, el corazón se me encogió como un tomate para freír. Todos eran tan perfectamente pudientes que mis orígenes me provocaban inseguridad. Me pregunto qué hubiesen pensado usted y padre si hubieran podido oír mis pensamientos. Recuerdo como pagaron parte mis estudios gracias a la leche que producía el ganado. Sus ubres fueron el pozo de petróleo de nuestra numerosa familia. Aquel día, mientras observaba la alta sociedad que me rodeaba, mirando el terreno en que se asentaban los chalets, y que tiempo atrás había sido una cañada real apodada “la polvera” donde al anochecer las parejas buscaban “intimidad”, sentí nostalgia. Añoré la vida sencilla y llana del pueblo. Cuando mis ojos retuvieron la imagen de la infinidad de chalecitos adosados, todos ellos repletos de alarmas, parabólicas, coches de alta gama y empleadas de hogar uniformadas hasta las cejas, me dieron ganas de salir corriendo, de volver a mi pequeña casa de apenas sesenta metros cuadrados en pleno centro de la capital. Eché en falta el colorido del los semáforos, el ruido ensordecedor del tráfico que acallaba mis cavilaciones. El bullicio de la gente en las tiendas, en las terrazas, por las aceras… Evoqué ese anonimato que te da la gran urbe, un anonimato que permite ir, vestir, sentirte y ser como te dé la gana por cualquier sitio, en cualquier momento del día y cualquier día del año. Añoré esa libertad de formas y maneras que allí me iba a ser muy difícil hallar. No sabía cómo iba a sobrevivir en aquel recinto privado, de calle privada, portero privado... Todo era privativamente privado, menos los recursos económicos que se paseaban como suelen hacer los nobles con sus títulos. Cuando la señorita guapísima, vestidísima de Cristian Dior, maquillada y peinada por un pupilo del mismísimo Llongueras que, dicho sea de paso, allí estaba súper “franquiciado”, nos dio la oportuna, obligada, monótona y consabida gira turística por las instalaciones comunes, Carlos, mi amado Carlos, parecía Onassis. Se tomó tan en serio su papel de nuevo rico que hasta yo me lo creí. Sin embargo, yo, a su lado, frente a todo aquel alarde de pedigrí, era el retrato viviente de un chuchito sin raza. Abandonado por sus desaprensivos dueños y rescatado por los servicios de la perrera municipal del atropello de un coche. Incluso adolecía de una cojera repentina y un tic nervioso en el labio superior que me obligó a taparme más de una vez la boca para disimular mi precario estado de nervios. Todo ello, unido a mis ademanes y aspecto progresista, me hacían desentonar con el impecable estado y apariencia de mi cónyuge, vestido de Ralph Lauren y perfumado con Loewe. Mis vaqueros y mi camiseta negra haciendo juego con las alpargatas de esparto me hacían sentir cómoda. Eran apropiadas para caminar por la urbanización, visitar el chalet piloto, los jardines… Pero, al tiempo, me convertían en el blanco perfecto de la mirada inquisidora 23 y frívola de la guapísima empleada de la promotora y las “superseñoras” que ya habitaban algunos de los chalecitos. Carlos parecía ir a jugar al golf, sólo le faltaban los zapatos apropiados. Yo parecía ir al súper, al supermercado del barrio, aunque allí lo llamaban “el Centro Comercial”, y cuando se visitaba una tenía que ir a la última. Lo cierto, madre, es que no sólo me sentí así aquel día. Siempre me he sentido desvinculada del común de los mortales, pero sobre todo y ante todo, de aquellos que llevan el éxito prendido en todos sus actos: los de la flor en el culo. Jamás fui uno de ellos. Ni tan siquiera me identifico con mis hermanos. Ellos son tan perfectos, tan rubios, tan altos, tan felices… Yo, tan morena, tan flaca, tan débil, tan infeliz... Tan intelectual, demasiado intelectual. Ése, como dice Carlos, es mi mayor problema, que pienso demasiado y pensar no es bueno. Durante el recorrido por la urbanización, mientras escuchábamos el catálogo de calidades, veíamos las habitaciones, admirábamos los escandalosamente carísimos muebles de cocina, volví a sentir el mismo desasosiego, la misma sensación de estar en un lugar equivocado una hora más tarde de la cita. Me sentía terriblemente alejada de todas las personas que vivían en aquel entorno, maravillosamente programado por la constructora y colonizado a la perfección por la hostelería. Una hostelería que también distaba mucho de mi exquisita cocina rápida, congelada y casi sintética que apenas tenía sabor ni olor, pero que gozaba de un gran éxito, aunque sólo fuese frente a mí misma. Aquel lugar era tan perfecto que parecía construido con el único fin de fastidiarme, de desubicarme. Todo era tan extremadamente bueno que, en aquel momento, mientras contemplaba la perfección que me rodeaba, habría preferido que todo fuera una ilusión óptica. Pero era real. Desconectar no servía, debía adaptarme. Carlos así me lo exigía. Y lo intenté, lo intenté sin conseguirlo durante muchos meses, hasta que Remedios se instaló al lado y se adosó a mi vida. Entonces fuimos dos las desubicadas dentro de aquel hábitat inhóspito e irreal. 24 9 Una vez más divago. Usted siempre dijo que la parquedad no era mi fuerte. Pero lo cierto es que nunca hablé lo suficiente, callé más de lo necesario, y demasiadas veces. Debí hacer caso a mi querido hermanito pequeño. Si le hubiera hecho caso ahora las cosas serían diferentes, me habría ido mejor, estoy segura. Al menos no me sentiría tan infeliz, tan frustrada. Juanillo es el único que se parece un poco a mí. Tan poca cosa, con ese pelo tan negro y lacio. Enjuto de carnes. Sensible e inseguro. Atormentado por el deseo, por la necesidad de despertarse un día siendo mujer. Todos, sin excepción, fuimos unos estúpidos, unos cobardes conformistas con las normas que unos cuantos reprimidos presuponen e intentan imponer como verdades absolutas, cuando éstas ni siquiera forman parte de la realidad. Nos dejamos llevar por el miedo a las habladurías, por ese estúpido “qué dirán”. El qué dirán de unos cuantos a los que nada debíamos, que nada nos dieron ni nos darán. Por el miedo a las aves carroñeras que se alimentan de la pena ajena, que intentan imponer a los demás una doctrina que no practican y en la que en realidad no creen, pero que les sirve como estandarte para pregonar a los cuatro vientos que son mejores que los demás, más humanos, más personas, más hijos de Dios; de su dios. Juanillo no necesitaba hacerse mujer, había nacido siéndolo. Sin embargo, nosotros, primero intuyéndolo y más tarde sabiéndolo, nunca se lo hicimos saber. No fuimos capaces de decirle que conocíamos su condición sexual y que aquello, su deseo de convertirse en mujer, no dejaba de ser una meta, un camino por andar en el que no estaría solo. Usted, madre, ensalzaba su desenvoltura en la cocina, la maestría para hacer que un simple guiso de patatas se convirtiera en algo especial. La forma que tenía de colocar los cubiertos, los platos, el jarrón con las flores que había cortado en el campo y su pulcritud. Siempre iba hecho un pincel. Padre envidiaba su calma, su exquisita dulzura, su manera de mediar en las desavenencias familiares y aquellas manos perfectas para el diseño de ropa femenina. Recuerdo sus primeros dibujos y lo que más llamó mi atención en la silueta de las modelos: todas tenían unos grandes pechos de caída endiabladamente carnosa. El comentario de padre al respecto: —Este hijo mío es muy macho. El vivo retrato de su padre. Le gustan las mujeres con muchas tetas. Mas tarde comprendí por qué Juanillo subió, llevado por un ataque repentino de angustia, a su cuarto, cerró la puerta y lloró en soledad durante horas. Juan, mi Juanillo, adoraba los pechos femeninos. A través de sus diseños, con cada uno de sus trazos, acariciaba el sueño de tener algún día aquella figura que tanto se asemejaba a una Venus y de la que él hacía un dibujo perfecto: exuberante y sensual; mujer. 25 Él estaba fuera de ese margen irreal que ha creado parte de esta sociedad mentirosa y reprimida, malsana. Estaba dentro de un cuerpo que no le pertenecía y nosotros, los suyos, sabiéndolo, lo omitimos. Omitimos sus ademanes, sus exquisitas posturas, el tono casi aterciopelado de su voz, su especial sentido del gusto… Fuimos tan cobardes que no admitimos algo tan antiguo y normal como la propia existencia de nuestra especie. Por ello, Juan salió de nuestras vidas poco a poco, sin que nos diésemos cuenta. Como una sombra, dejó de proyectarse por la ausencia de los rayos del sol familiar. Él, madre, pasó por su vida y la de todos mis hermanos como lo hice yo, sin que se notara que estábamos allí, sin que vosotros sintierais nuestra respiración. Con una diferencia: Juanillo no hablaba. Dejó de hablar de repente, como si le hubiera comido la lengua el gato. Hasta el día en que padre enfermó. Entonces ninguno teníamos tiempo. Las agendas estaban repletas. Había demasiadas responsabilidades, todas ineludibles. Pero él, Juanillo, no lo dudó. Se sentó a los pies de su cama durante meses. Limpió sus proyectos de escaras. Vació las cuñas malolientes y acarició su piel dormida por las drogas medicinas. ¿Recuerda, madre?, a usted le secó las lágrimas, sus brazos la acunaron como si fuese una niña, sus manos la recogieron durante las últimas horas de dolor. Después, llegado el momento, vistió su cuerpo para el abrazo de lo que él llamó “una muerte deseada”. Las palabras que padre le dedicó, dos días antes de perder la conciencia, fueron las que Juan se merecía haber escuchado años atrás, muchos años atrás: —Gracias Juan; eres la mejor de mis hijas. No te rindas. Lucha por lo que quieres. Te lo mereces, siempre te lo mereciste. No dejes que nadie te haga sentir vergüenza. No dejes que nadie decida por ti… Juanillo fue el único que siempre me entendió. Él fue quién prestó atención a mis llantos, a mis silencios, a mis huidas. Juanillo fue el único que se molestó en escucharme: -Jimena no hagas caso a madre —decía cuando me veía llorar—. Madre es mayor. Es lógico que no entienda tus inquietudes. No dejes que elija por ti, no lo hagas o te sentirás frustrada de por vida. Escribe. Deja la carrera, estás equivocándote al estudiar farmacia. Sólo hay que ver como estás. Has nacido para escribir y tú lo sabes, lo has sabido siempre… Hace tres meses que no hablamos. Su trabajo de diseño lo ha llevado a viajar constantemente. Si supiera que he decidido cumplir mi sueño, que he tenido la valentía de subirme sola a un avión, que ando perdida en El Cairo… que al fin he dejado a Carlos, se sentiría orgulloso. Tengo que llamarlo. 26 10 Recuerdo el día de mi boda. Era un día como hoy, con sus horas eternas, pesadas y oscuras. Lleno de recuerdos que iban y venían de la mano de la inseguridad frente a mi nuevo destino. En casa el ambiente no era festivo, con la salvedad de la alegría que sentía Tito Antonio, a nadie parecía importarle que fuera a desposarme. Tal vez fuese la falta de novedad del evento lo que les provocase a todos cierta indiferencia hacia mi futuro título de “señora de”. Fui la última en pasar por el altar. Sí, quizá fue eso, que habían sido demasiadas bodas las celebradas en casa, o tal vez que yo había tenido la desvergüenza de pensar en mí y saltarme los planes de futuro que usted había escrito. En ellos yo estaba destinada a cuidarla, a permanecer a su lado, a ser la solterona solitaria de nuestra gran familia. Porque, ¿quién iba a querer a una contestataria como yo? A una mujer que odiaba los pucheros, a la que las agujas le producían urticaria. Una mujer que usaba vaqueros y alpargatas en cuanto se la perdía de vista, que sólo utilizaba sujetador en ocasiones concretas. Una mujer que se emocionaba con las páginas de Así habló Zaratustra como si éstas fuesen el manual de patrones de Vogue y que, contraviniendo los usos y costumbres sociales y católicos, sobre todo católicos, había perdido la virginidad años antes de casarse, y lo había hecho con un hombre del que ya no recordaba ni el nombre. Pero ahí estaba Carlos, ese alguien con el que usted no contaba, el pupilo perfecto de Murphy, dispuesto a demostrar que si algo puede salir mal, saldrá mal. Eso fue lo que usted le dijo cuando él, inocente, le manifestó sus honestas intenciones. Todos los días importantes de mi vida están pasados por agua y aquél no fue una excepción. Llovía a mares. Una borrasca se había instalado en la Península, al parecer de forma eventual pero preocupante, ya que su contumacia en permanecer sobre la piel de toro estaba dando al traste con las previsiones meteorológicas. Mientras, yo, abstraída por el ruido de la lluvia que golpeteaba sin piedad el tejado, me imaginaba entrando en la iglesia empapada hasta las trancas. Con el traje blanco pegado a mi delgado cuerpo, chorreando. Con el moño deshecho y el rímel negro corriendo por mis mejillas. Sosteniendo el velo mojado y dirigiéndome hacia el altar acompañada del sonido acuoso producido por mis zapatos de piel. Aquello, unido a mi flaqueza y desgarbo, me hacía verme muy semejante a la protagonista del cuento popular ruso-judío del siglo XIX, que de forma extraordinaria adaptó Tim Burton en su Novia cadáver. En realidad yo no estaba muy alejada de los personajes del director estadounidense. Era tan inadaptada y enigmática como ellos. Tan extraña y romántica como Eduardo manos tijeras; por ello, aquel día, cuando miraba alrededor, más de una vez me dieron ganas de ser una novia más a la fuga. El traje blanco permanecía colgado del techo del salón y Tonka ladraba incansable, casi neurótica, intentando hacer de él su última captura. De vez en cuando giraba su cabeza de cachorro hacia nuestros ojos. Sus orejas, tiesas y perfectas, se movían ávidas de algún gesto que indicase 27 nuestra decisión de acabar con sus protestas, dándole, al fin, aquel cuerpo rígido, hueco, lleno de volantes y cargado de almidón que haría de mí, según decían todos, la reina de la fiesta. Tras unas horas de ladridos y reprimendas por nuestra parte, Tonka finalmente comprendió que por una vez su capricho no iba a ser concedido y, como buena hembra, decidió vengarse de nuestra indiferencia haciendo un pis sobre el inmenso velo que aún no había sido puesto a salvo. ¿Recuerda el disgusto? ¿Recuerda el socorrido jabón de lagartija? Así llamaba tito Antonio al jabón Lagarto. Él fue el único que no perdió los nervios. Se levantó y, sin pronunciar palabra, metió el velo en el lavabo y frotó la mancha amarillenta. Tito Antonio nunca se llevaba las manos a la cabeza, jamás se alteraba, en ninguna circunstancia perdía la compostura. La serenidad era su máxima en la vida y ello le dio un protagonismo dentro de la familia del que, sin lugar a dudas, era merecedor. Camino de la iglesia, a bordo de su precioso taxi —Seat 1500 negro— con aquella raya roja que lo recorría de lado a lado a modo de un gran hilván, me sentí transportada a una dimensión donde todos los tiempos verbales se hicieron uno. El taxímetro estaba roto. El día antes Tito Antonio me había prometido que lo arreglaría, pero él es un desastre, ¡siempre lo ha sido! Aquel día la bandera de su precioso utilitario dedicado de ordinario al servicio público, seguía fija, era imposible bajarla sin cometer un desaguisado, por lo que desistimos. El marcador, durante todo el recorrido, fue saltando incansable, peseta tras peseta, como poseído por la mente de un avaro. Los números corrían a la velocidad de un minutero histérico, descerebrado. La carrera ascendió a cinco mil pesetas. Desde las primeras veinticinco, hasta que el condenado marcador llegó a su fin, gracias a la parada del motor, el soniquete se hizo tan regular, tan continuo, tan insoportable que produjo en todos un principio de paranoia. Sin embargo, aquello no fue lo peor del camino hacia el altar, lo menos llevadero fue el incansable y constante trasiego de gente que levantaba la mano con entusiasmo y alivio, pensando haber dado caza, por fin, al ansiado taxi en un día de lluvia. La expresión de mala uva que reflejaban sus caras al advertir que el vehículo no reducía la velocidad, su evidente cambio de ánimo al verme tan mona, tan tiesa, tan antinatural, tan novia: —Mira... Mira, mira, es una novia. Todos esbozaban una sonrisa dulce, demasiado empalagosa, que les hacía parecer un poco tontos. A través de sus expresiones me llegaba la añoranza de algunos y las esperanzas de otros. Esos otros, casi todos, eran mujeres empapadas de juventud. Ahora, mi mirada se confunde con la de ellos cuando observo en algún parque de mi ciudad a una pareja recién estrenada de título, que no de pareja, casi estáticos frente a un fotógrafo que trabaja frenéticamente. El camino hacia el altar fue algo que usted no debería haberse perdido. Pero, de nuevo, su excesivo celo la hizo ser esclava y madre al tiempo dentro de aquella furgoneta llena de accesorios del primer nieto, cambiando pañales, ayudando a Carlota durante las tomas. No sé cómo, ni por qué, 28 pero delante de mí siempre hubo alguien que gozaba de prioridad. A pesar de haber pedido la tanda con mucha antelación, a mí nunca me despachaban. A mí, sencillamente, se me despachaba. Aquel día, el de mi casamiento, también esperé. Dejé pasar mi turno de nuevo y… ¡la eché en falta, madre! Noté el vacío de su presencia junto a mí. Fue la misma sensación de soledad y vértigo, de ahogo que sentí en todos aquellos meses de exámenes, de enamoramientos y desengaños. Ese tiempo empapado de nostalgia que algunos llaman adolescencia. Padre entonces ya no estaba; se había ido. Su recuerdo viajaba reflejado en el cristal del espejo retrovisor, prendido en la mirada gemela de los ojos de Tito Antonio. El aire que entraba por la ventanilla delantera me susurraba sus palabras cálidas y tranquilas. Al pasar junto al cementerio invadido de mármol, lleno de cruces y oraciones mudas, al tomar la curva hacia la comarcal, los cipreses inclinaron sus ramas y el aire preñado del seco aroma de los crisantemos, teñido del color amarillo de los Liliums, llevó mi mirada hacia la inconsciencia, atravesé la razón y vi sus ojos mirándome, burlando con su deseo el paso del tiempo, poniendo en tela de juicio la inexistencia. Sí, madre, lo vi mirarme y sonreír. Estaba junto a los claveles que usted le había colocado el día anterior sobre la tumba. Levantó su mano y se llevó los dedos a los labios. Jamás le hablé a usted sobre ello. ¿Para qué hacerlo? Sabía su respuesta: «El diablo juega malas pasadas, olvida esas visiones, son una de sus muchas artimañas. Además, tendrías que ir al médico. Jimena, si algo así se vuelve a repetir, deberías visitar al párroco y al doctor.» 29 11 Toda la ceremonia la pasé con un fuerte dolor abdominal. Mi vejiga estuvo a punto de reventar. La necesidad que sentía de ir al baño se convirtió en una obsesión que acaparó mi atención. No oía, no veía y empezaba a rozar el fino hilo que separa la realidad de la alucinación. Por no citar la postura antinatural e inapropiada que adopté justo a la mitad del sermón, del que no escuché ni una palabra. Si hubiera estado embarazada, estoy convencida de que alguien habría llamado a los servicios médicos de urgencia pensando que mi expresión de dolor era la señal inequívoca de un parto inminente. Como bien dice usted: casi todo tiene su parte gratificante. Sin proponérmelo creé una anécdota que pasaría a la colección particular de la familia y que, como tal, sería repetida en cada encuentro hasta la saciedad y el aburrimiento. Algo comprensible, ya que ni yo misma puedo recordar mi boda sin que regrese a mi memoria la imagen del párroco haciendo la pregunta de rigor. La expectación de todos ante mi respuesta, ante la confirmación oral por mi parte de ser la esposa fiel, eterna, esclava, desinteresada y sumisa que la institución del matrimonio exige. Los días, las infinitas horas que pasé ensayando aquella frase para que una estúpida incontinencia urinaria chafara mi debut en público: — Sí… ¡quiero ir al baño! La carcajada fue unánime. A pesar de los peros, que fueron unos cuantos, aquel día fue especial, difícil de repetir y grato de recordar. Como sucede en todas las bodas, la algarabía invadía el aforo. El olor a puro y tabaco rubio se adueñaba del salón, de los pasillos y los baños. Los carajillos iban de mesa en mesa y los mozos y mozas se reunían para conseguir la mejor pieza para la subasta y así, mediante la oferta de sus pedazos, recaudar un dinero extra para nosotros. Por aquel entonces, Carlos ya empezaba a dar muestras de su innata terquedad y, dejándose llevar por ella, decidió no cambiar la corbata de marca francesa por la horrorosa pero baratísima que había comprado, especialmente para la ocasión, mi bien avenida y santa suegra. Aquel caro trozo de tela fue vapuleado, desgarrado y repartido, de mesa en mesa como un jabalí durante un banquete medieval. El valor de la corbata se recaudó multiplicado por dos. Yo no soy partidaria de esos usos y costumbres. Hubiera preferido guardar la corbata en mi adorado arcón ya que, como supuse en aquel momento, y bien supuesto fue, Carlos no pudo comprarse una corbata de firma en mucho tiempo por culpa del sangrante préstamo hipotecario que firmamos llevados por la necesidad de casa propia. De vez en cuando miraba a Carlos buscando una ventana en sus ojos por donde escapar de aquel lugar, un horizonte donde encontrar respuestas a muchas de las preguntas que me contrariaban, un 30 gesto suyo que me diera sosiego. Él, cuando los invitados le dejaban un minuto, me dedicaba una sonrisa y esa mirada especial y diferente que sólo volvió a dedicarme cuando nacieron nuestros hijos. Después de aquello pasaron los días, los meses y, con ellos, llegaron los espacios indefinidos, incontables; tan monótonos como insoportables. El tiempo joven envejeció sin tener la delicadeza de pedirnos permiso. Se convirtió en un tiempo de adultos para adultos. Comenzó a correr más rápido; se hizo veloz. Despreció nuestras necesidades, todas esas cosas que queríamos hacer. Todo comenzó a pasar por nuestro lado obviando nuestra presencia. Sin darnos cuenta nos convertimos en lo que nunca quisimos ser. Sin pensarlo, aprendimos a pensar, adquiriendo la necesidad de hacerlo. El mar, aquel mar de nuestra juventud, también se fue. Se fue con nuestra libertad, con aquella libertad efímera, con aquella manera especial de ser y de vivir. Ese mar de libertad se fue de nuestras vidas para no volver; porque era un mar de noveles, lleno del agua de la inexperiencia, exento de miedo, carente de responsabilidad, ajeno a los problemas, preñado de ilusión. 31 12 Durante dos largos años me dediqué a ir adaptando mi nuevo hogar a nuestras necesidades cotidianas, aunque más preciso sería decir que yo me adapté a él ya que no tenía de nada. Decoré y amueblé la casa poco a poco, a medida que las pagas extras nos permitían comprar muebles y electrodomésticos. Tuve que hacer acopio incluso de la ropa del hogar, porque, saltándome una vez más las normas y usos sociales, familiares y “culturales”, me casé sin apenas dinero en los bolsillos. Con cuatro utensilios domésticos, entre los cuales la cama de matrimonio resultó una excepción porque fue lo único que compramos al comenzar nuestra relación. Contraje matrimonio con los bolsillos llenos de ilusión y sin ajuar, ese equipaje que toda novia que se precie va reuniendo desde su más tierna infancia. Pero… ya sabe usted, madre, la falta de posibles y el hecho de que yo nunca iba a desposarme, me dejaron, una vez más, fuera de sus previsiones. Hasta mis nuevos vecinos se asombraron durante el traslado, al ver como una de las cajas que yo arrastraba con esfuerzo por la acera se abrió y dejó al descubierto mi verdadero ajuar: cientos de libros y discos de vinilo que resbalaron sobre los adoquines. Aún los conservo como lo que son: un tesoro. Las tres cajas restantes contenían lo mismo, a excepción del baúl en que iba la ropa y la caja donde se hallaba una precaria, horrorosa y mermada vajilla del espantoso Duralex transparente. En ella cualquier plato, incluso la mayor delicatessen, perdía su magia. Tres sartenes viejas, dos ollas de aluminio, una cafetera para cuatro tazas, tres toallas, dos sábanas encimeras y dos bajeras más una colcha y dos mantas fue mi único equipo. Ni siquiera teníamos lavadora y menos aspirador. El frigorífico lo compramos el primer año de matrimonio, con las pagas de julio. El televisor aún estaba pendiente de ser nuestro, así lo atestiguaban las veinte letras que nos quedaban por pagar. A pesar de todo, durante un tiempo fui feliz, muy feliz. Lo fui sin un cuarto en los bolsillos; madrugando, limpiando los fines de semana, asistiendo, por imperativo legal, a las monótonas y consabidas reuniones familiares todos los domingos. Escuchando, día tras día, la famosa preguntita: “Y ¿para cuándo el niño?” Aprendiendo que, a pesar de que pusiese empeño en hacer todo lo mejor posible, en agradar a todos, incluso renunciando a mí misma, jamás sería tan perfecta, tan intachable, como el resto de hijas o nueras. A veces me sentía tan fuera de lugar que llegaba a pensar que mi vida había estado mal encaminada. Debía haberme dedicado de lleno a los libros de cocina o haberme apuntado a algún club “marujil” emparentado con la Sección Femenina de la Falange, en vez de perderme en El contrato social o La teoría de las especies, que me habían convertido en una completa inútil en el ámbito doméstico y familiar. Paulatinamente fui sintiendo que la vida se me escapaba. Se me iba sin vivirla, sin habitar cada uno de sus instantes, esos momentos irrepetibles e irrecuperables. La química que había entre Carlos y yo en los comienzos de nuestro matrimonio, pasó a formar parte única y exclusivamente 32 del bote de Ajax, la lejía o el detergente para la ropa. Nuestros respectivos trabajos nos tenían tan invadidos que cuando nos reencontrábamos lo más inmediato e importante era dormir. Creo que entonces, en aquellos días, fue cuando comenzamos a ser unos completos desconocidos que vivían juntos y tenían planes de futuro, pero que apenas se relacionaban más que lo necesario para que aquello, nuestro matrimonio, siguiera funcionando. Cuando la química se esfumó, llegó el tiempo en que los sentimientos hibernan. Las paredes recién decoradas cogieron solera, antigüedad. En los cuadros ya no había pinceladas por descubrir. La mirada, nuestra mirada, se perdía en una búsqueda peregrina, angustiosa y vital por encontrar algo nuevo, por volver a sentir. 33 13 Al cansancio y el desorden emocional de ambos le siguió la intolerancia, la falta de empatía mutua. Aquel maravilloso lunar de mi pómulo que tanto le gustaba a Carlos, que piropeaba con ingenio, se convirtió en una espantosa verruga que, según él, crecía con cada uno de mis mosqueos. Cuando me dijo aquello, sólo me faltó la escoba para ser una auténtica bruja. Después, sus ronquidos comenzaron a molestarme de tal forma que, tras varias noches durmiendo en la habitación aledaña, viendo como él ni se alteraba, como descansaba plácidamente, enrabietada, me planteé una denuncia en el departamento de medioambiente o propinarle un susto repentino que terminara con aquel ruido de una vez por todas. No lo hice por miedo a que le diera un infarto. Tras aquello llegaron las broncas por los insultantes y minúsculos pelos de la barba diseminados por el lavabo y sus aledaños. El mosqueo al ver diariamente los calzoncillos del revés, inmóviles, mostrando sus costuras, desmayados ante mis ojos en el lateral de la cama. Los zapatos repartidos, como si de mojones se tratara, en cada rincón del dormitorio, mientras el zapatero permanecía vacío. Me ponía enferma su insultante desidia, su desfachatez, su pasotismo, ante las tareas cotidianas que, gracias a mí, mantenían nuestro hogar en condiciones salubres. Él no entendía que hubiera que fregar; quitar el polvo, retirar los productos caducados de la nevera y los armarios, sacar la basura a diario, colgar las corbatas y los trajes. Ni siquiera encontraba el cesto de la ropa sucia que yo había colocado estratégicamente a la derecha de la bañera, para que no tuviese que hacer más esfuerzo que estirar un brazo y dejar caer la muda. Y lo más terrible era la carita de niño bueno, de no haber roto nunca un plato, del típico turista despistado que no entiende el idioma en que le hablan, que ponía cuando yo lo abroncaba. Carlos no parecía comprender, o no le interesaba hacerlo, que a mí me molestaba tanto o más que a él hacer todas aquellas labores, pero que no tenía opción si quería tener la ropa limpia, comida en la nevera… Su máxima era: «Deberías tomarte todo con más calma», su máxima y su única solución. Así, poco a poco, terminamos firmando una declaración de guerra. En aquella época fue cuando dejó de llamarme por mi nombre y me puso el apelativo de “Obsesión”. Nunca me molestó, no lo consideré un insulto, ni siquiera un adjetivo calificativo, más bien, lo identifiqué como el sentimiento que yo creaba en él. Era evidente que yo lo obsesionaba y… me gustaba. Ser la obsesión de alguien era divertido, aún más cuando, en aquel momento, lo que yo deseaba era “ser algo”, significar algo para alguien; aunque fuese una obsesión. Él no se ha cansado de manifestar que aquel apelativo era el más idóneo para describir mi estado de ánimo en aquellos días. Quiero seguir pensando que miente. Creo que fueron seis meses lo que tardó en desencadenarse la primera crisis. Seis meses de éxtasis y luego seis de desintoxicación del éxtasis. Durante éstos, Carlos puso, al igual que yo había 34 hecho con él, todos mis defectos al descubierto, intentando fastidiarme. Yo dejé que creyera que lo conseguía. Digo creyera, porque mis usos y costumbres estaban asumidos desde hacía años y, por tanto, conocedora de mis pequeñas anomalías las había hecho parte de mí. No era nadie sin ellas. Él no me contaba nada nuevo, ni siquiera había comenzado la guerra, aún estaba preparando la estrategia, una estrategia que yo abortaba cuando se me ponía en la punta de la nariz. Usted, madre, nunca supo nada. No tuve fuerzas para contárselo. Su vida seguía ausente de la mía. Pensé en llamarla, pero no lo hice. Sabía sus respuestas, sus soluciones, porque, conociéndola, me daría soluciones rápidas y concretas y yo, madre, no buscaba soluciones. Yo, como tantas otras veces, necesitaba que usted me escuchara, que se perdiera en una taza de café caliente, que sus ojos se nublaran frente al humo de mi cigarrillo, que el puchero humeante dejase de ser la pieza clave que siempre colmaba su atención. En aquellos momentos me sentía excesivamente débil para recibir su desaprobación, pues me habría hundido aún más. Sé que usted no habría entendido mi postura, mis reivindicaciones, usted habría defendido a Carlos. Él era el hombre, el hombre de la casa. Aunque yo también trabajase fuera y pagase las facturas, él era el hombre. 35 14 La decisión de acabar la carrera de farmacia, de dedicar mi sueldo a pagar a una asistenta que supliera mis quehaceres, infravalorados por Carlos, fue uno de mis mayores aciertos, algo de lo que me siento orgullosa. Y a pesar de que en el ámbito profesional no me haya servido para nada, sigo estando orgullosa de ello. En cierto modo lo hice por padre. Siempre me identifiqué con él, soy la que más genes suyos lleva. Fue tanta la simbiosis, el paralelismo que existía entre los dos, que incluso heredé su capacidad de predicción y sus visiones. Esas visiones que usted repudia de mí, madre, que califica de alteraciones de conducta o artimañas del diablo. Aún recuerdo como dos días antes de aquel terremoto nos hizo retirar todos los objetos que pudieran caer al suelo. Cómo encerró el ganado en la cuadra, mientras usted rezaba, rosario en mano, por su alma de pagano. También la visión de Paula, la hija de Fernanda, tres días después de su desaparición. La vio frente a él mientras el ganado pastaba en la ladera del monte. Vestía como un muchacho, con aquellos pantalones bermudas, los zapatos de cordones y el pelo desgreñado. Entonces, la muchacha, sin mediar palabra, lo condujo hasta el pozo donde se encontraba su cuerpo despeñado. Usted nunca creyó que padre hubiera visto el fantasma de la joven, siempre mantuvo que él había encontrado el cuerpo por casualidad. Padre ni siquiera se molestó en rebatir su opinión, su postura, sencillamente calló, como siempre, como solía hacer. Aquel año, cuando decidí matricularme en la facultad, volví a verle. Fue después de dos semanas afrontando la peor de mis crisis conyugales. Era una mañana de sábado cualquiera, serían las siete y yo, como de costumbre, deambulaba por la casa con cara de insomne. Carlos dormía, dormía y roncaba plácidamente en el dormitorio. En el salón los libros se apilaban sin casi espacio. Siempre me ha faltado espacio para colocar todos mis libros, pero en aquella ocasión el desastre era manifiesto y, en cierto modo, premeditado. Durante varios días había ido dejando en cualquier sitio los volúmenes que leía o consultaba, por lo que el suelo, la mesa y el sofá estaban prácticamente acaparados por la literatura. Lo mismo sucedía con el resto de los habitáculos, el desorden reinaba en cada uno de ellos. Lo hacía sin que me perturbase lo más mínimo el que no hubiese ropa limpia, comida en la nevera o en la despensa, o que la capa de polvo tuviese un grosor digno de pasar a los libros de historia. Despeinada, con el único atuendo de las braguitas y una camisola, iba de un lugar a otro, abstraída en mis cavilaciones en torno a una única pregunta, una pregunta cuya respuesta no me atrevía a articular: ¿Qué hago aquí? Me serví un café caliente en el único vaso limpio que quedaba y me dirigí a la estantería del salón. Quería volver a leer Cien años de soledad. Necesitaba reencontrarme con el gitano Melquíades y plantearme, una vez más, por qué sus predicciones eran invariables, por qué el destino no podía cambiarse. Sentí aquella necesidad después de ver cómo mi casa iba degradándose; como herida de muerte por mi angustia y mi dejadez, perdía cualquier señal 36 de estar habitada. La desidia que invadía mi hogar se asemejaba en parte a la obra de García Márquez. En ella, la vivienda familiar refleja los estados de ánimo de sus habitantes. Cuando los personajes son atrapados por sus propias ideas, cuando se cierran al mundo exterior, la casa se muestra descompuesta. Por el contrario, cuando se abren, la casa está cuidada y rebosa armonía. Miré alrededor con la novela entre mis manos. Pensé en mi pasado y mi futuro. Entonces cuestioné la decisión del gitano, de Melquíades. ¿Fue justo al no dar a conocer el futuro? Si lo hubiese hecho, el destino de los personajes habría cambiado, igual que lo habría hecho el mío de haber sabido lo que me esperaba. Aunque, pensé, si hubiese sido así, también hubiera estado previsto y todo habría sido igual: invariable. Con cierta sensación de impotencia me dejé caer en el sofá. El libro sobre mi pecho, el café humeante en mi mano derecha y la vista clavada en la calle, por donde ya empezaba a transitar gente con el periódico, los churros o el pan bajo el brazo. Una vez más volví a hundirme en la apatía, a dejarme estar, y mis pensamientos volvieron a estancarse en el mismo lodazal. En ese momento un libro cayó al suelo desde el estante más alto. Era El Quijote. Al caer se abrió. Lo miré con desgana. Ni siquiera pestañeé. No me moví hasta que un olor a campo, a hierba recién cortada me llegó desde el pasillo. Volví la cabeza y allí estaba padre, señalando sonriente el libro caído. Intenté levantarme para acercarme a él, pero su imagen desapareció. Cogí el libro por la página en que se había abierto al caer. Uno de los párrafos estaba subrayado: «Déjalos que se rían, Sancho, a nosotros siempre nos quedará la gloria de haberlo intentado…» La gloria de haberlo intentado, me dije. Sonreí y busque un hueco en mi agenda laboral para ir a matricularme a la facultad. 37 15 Los años nos envejecen, arrugan nuestra piel, nos desgarran el alma. Desvelan todos los rincones que permanecen ocultos en nuestro sentir. Destapan los pozos negros de nuestra conciencia. Nos dejan ver los precipicios escondidos en las llanuras, camuflados en la fantasía de la ilusión y, entonces, todo comienza a parecer lo que es. Es en ese momento cuando emprendemos esa absurda carrera contra el tiempo, olvidándonos de que hemos empezado a correr a destiempo. Mientras la gente se amontonaba en los pasillos y los todavía desconocidos talentos iban de un lado a otro con paso firme y seguro, la angustia se instauraba en mi estómago. Las pócimas para la acidez gástrica que por entonces se utilizaban pasaron a ser una parte de mi organismo. Mi sistema digestivo las hizo tan suyas, les tomó tanto cariño, que tardé varios años en poder prescindir de su consumo. Poco a poco me sumergí en el mundo de la ciencia y el saber, en el que algunos se establecen como reyes, sin esfuerzo, sin derramar ni una gota de sudor. Sin embargo, yo no derramaba sólo sudor, sino también sangre por cada uno de mis poros. Me devanaba la masa encefálica en busca de esa estúpida neurona que no me dejaba memorizar con normalidad. Carlos decía que era culpa del café, del tabaco y de mi estúpida manía de aprender todo sin discernir. Por más que intentaba explicarle que mi carrera se basaba en memorizar, nunca conseguí que lo entendiese. Al fin conseguí el título, aquel preciado papel que aún hoy no sé dónde guardé llevada por el pánico a que Carlos tomara la decisión de enmarcarlo para, cumpliendo su deseo de ostentación, exponerlo en nuestro salón. Yo era lo que era y a nadie más que a mí le interesaba. Después de varios intentos frustrados por ejercer comprendí que el puñado de años de estudio y sacrificio sólo me facultaba para despachar ansiolíticos, analgésicos y un sinfín de tiritas, aerosoles y preservativos. Eso sin citar la gran variedad de material cosmético innecesario que ha pasado a formar parte del stock de las boticas. Pero la necesidad era un hecho. Durante un largo e interminable año mis ojos se atrofiaron intentando descifrar lo indescifrable hasta que conseguí doctorarme, eso sí, de forma no oficial, en caligrafía preescolar. Ni un garabato se me resistía; era la mejor de la plantilla traduciendo recetas. Mi nueva situación anímica cambió la de Carlos. Aprendió a manejarse en la cocina, descubrió que la ropa no se lavaba sola, ni la nevera se llenaba por arte de magia. Comenzó a compartir conmigo sus dificultades laborales, e incluso comentaba las noticias económicas que leía en aquel periódico que para mí estaba escrito en arameo y era más tedioso y aburrido que los domingueros partidos de fútbol. Jamás he entendido qué sentido tiene ver a un puñado de hombres correr detrás de una pelota. Nuestra vida dio un giro de ciento ochenta grados. Dejé mi trabajo de oficinista, en el 38 que me sentía desubicada, por el de dependienta de farmacia. No ganaba en sueldo, no ejercía, pero me sentía realizada. Había dejado de traicionarme a mí misma. Después… llegó él. 39 16 Adrián se instaló en mi interior sin darnos opción a pensar, sentir o simplemente barajar la idea de tener nuestro primer hijo, al menos así fue para mí. Imagino su expresión al leer estas palabras. El descontento frente a mi consternación. Sé que usted nunca podrá entender el porqué de mi desidia inicial, las pocas ganas que tenía, en aquel momento, cuando había encontrado mi libertad, de ser madre. Antes los hijos no se programaban, venían cuando tenían que venir. Pero casi siempre venían demasiados, sin un receso amplio entre embarazo y embarazo que dejase espacio para pensar, para una misma. Entonces, el no estar preñada era un estado anormal que había que solucionar con urgencia dando lugar a un nuevo embarazo, así hasta que los óvulos dejasen de existir, hasta que el vientre ancho y cálido de la mujer quedase yermo. El útero, esa gran cuna de vida, se encogía, silencioso y triste, sin saber qué hacer. Sus paredes encalladas por las idas y venidas de tantos hijos comenzaban a llorar. Lloraban por el anhelo, por la carencia, por la costumbre aún no olvidada que fue su hacer constante. Por esa facultad de acoger para crear. Lloraba hasta quedar reseco y quebradizo, estéril de costumbre, que no de necesidad. Durante los primeros meses de gestación, mis hormonas me dieron más de un problema. Tomaron posesión de mis sentidos, de mi forma de vivir, cambiando mi entorno y trasformando mi carácter. Me hubiera gustado tener antojos, esos antojos traicioneros que te permiten hacer valer tu condición de estrella, de joven madre mimada, de esposa de anuncio de melocotón con nata degustado al amanecer. Haber conseguido levantar al nunca insomne Carlos en una noche de enero, gustoso y sonriente, dispuesto a complacer mis ganas locas y absurdas de un chocolate con churros a las cinco o las seis de la mañana. Deseaba gozar de lo excepcional de mi embarazo para poder fastidiar, siempre me divirtió fastidiar. En aquellos momentos, he de reconocer, me apetecía más que nunca. Sin embargo, no tenía fuerzas ni para abrir la boca. Cuando lo hacía, era sólo y exclusivamente para vomitar. Lo único que pude obtener del futuro padre fue que se acostumbrase a la carrera rápida, a contrarreloj, que yo emprendía llevada por la eventual intolerancia alimenticia a la que estuve sujeta durante los tres primeros meses de embarazo. Mi contrato eventual en la farmacia duró el tiempo estipulado, un año. Los motivos de la no renovación fueron que la plantilla iba a reducirse, pero era evidente que mi embarazo tenía mucho que ver; todo. Carlos encajó la noticia con una calma chicha que me sorprendió. No le importó que no me renovasen el contrato, insistió en que no iniciase trámites legales contra ellos, a lo que yo estaba dispuestísima. Dijo que era sembrar en terreno baldío porque mi contrato era eventual y no había nada que hacer. Pero sus planes iban más allá de lo que yo imaginaba en aquel momento. La situación en su empresa era boyante y él había conseguido establecerse muy bien. El ascenso estaba 40 en puertas y nada mejor para él que no tener preocupaciones añadidas que le restaran tiempo a su nueva situación laboral. Al nuevo puesto de ejecutivo que ya llevaba su nombre y apellidos. Un cargo que le exigiría una jornada a tiempo completo; sin obligaciones ni ataduras de ninguna condición. Él no podía perder ni un minuto en fiebres, pediatras o bajas imprevistas de la canguro. Si yo seguía trabajando era evidente que tendríamos que compartirlo y aquello era inviable. Así pues, mi despido le evitó tener que planificar, con sumo cuidado, una propuesta para convencerme de que lo mejor, dada su nueva situación, era que yo dejase mi trabajo. Algo que él ya tenía casi pergeñado. Llevaba maquinándolo desde que el test dio positivo. A pesar de todo me apunté a las listas del paro. Envié una veintena de currículos y fui a unas cincuenta entrevistas, pero en el momento que veían mi avanzado estado de gestación, me pedían el teléfono y, con una sonrisa de oreja a oreja, decían que me llamarían. El teléfono, como era de esperar, nunca sonó. 41 17 Cuando por fin parí aquel ansiado hijo y sus pequeños aullidos de cachorro humano entraron en nuestra vida, cambiando nuestro presente, consumiendo nuestro tiempo, coartando nuestra libertad, comprendí que el amor había vuelto. Entró en mi vida y, como tantas otras veces, me robó la libertad. Me tiranizó llevándose todo lo referido a mí. Hizo garabatos sobre mi nombre, solapó mis necesidades con las suyas. Consiguió que volviese a mis fueros internos, que dejase de ser yo para dedicarme en exclusividad a él. Esta vez venía con diferente apellido. Era más ancestral si cabe, más profundo que el que yo había conocido. Se aprovechó de mi ignorancia y tomó posesión de mí. Poco a poco me fui sumergiendo en su vida, en sus necesidades, hasta dejar, una vez más, mis inquietudes morir. Adrián creció feliz, hermoso, natural como la naturaleza, exigente de atención y cuidados como ella. Carente de principios, codicioso, y como todos: egoísta. Durante tres años paré el tiempo. Me volví felizmente estúpida, monótona e imprescindible a tiempo parcial, una parcialidad con la que no había contado. Envejecida, entubada por el amor materno, primerizo e incauto, me enredé en sus garras llenas de biberones y pañales por cambiar. Dejé que sus ojos negros traspasaran los umbrales de mi alma, haciéndome vulnerable a cada uno de sus llantos. Fui dichosa; a pesar de mis renuncias, a pesar de haberme dejado llevar, lo fui. Lo fui hasta que se fue. Está amaneciendo, la noche ha pasado veloz, envuelta en estas confesiones que siempre quise hacer junto a usted. Cobijada por el maldito insomnio que acompaña mi soledad desde hace años. Mi mano tiembla, ha sido demasiado tiempo el que he permanecido hablándole de mí, de lo que soy y siento… de lo que fui; de esas pequeñas cosas que el tiempo arrastra aquí y allá. Las estrellas se pierden sin que su luz se haya visto, cegada por otra luz artificial, por la que ilumina esta gran ciudad. Apenas quedan treinta minutos para emprender el vuelo que nos llevará a la gran presa, y más tarde a la ciudad que le da nombre, primer destino de mí anhelado viaje. Desde el avión, quizá vuelva a escribir, si me dejan las náuseas, el vértigo o ese pavor que estalla dentro de mí cuando mis pies se separan del suelo. Si supero el cansancio de ésta sórdida noche de insomnio. 42 18 Asuán, a la que los griegos bautizaron con el hermoso nombre de Elefantina, se alza valiente bajo este pequeño e inseguro avión. El cansancio ha hecho que mi sistema nervioso deje de funcionar con normalidad. Creo que, por ello, no he sentido vértigo. Abajo, la gran presa de Asuán ahoga los gritos de furia, aún vivos, del gran Ramsés II ante la violación de su gran capricho: el templo de Abu Simbel, perdido en el desierto de Nubia. Los cuatro colosos se alzan victoriosos a salvo de las aguas del poderoso, del ancestral Nilo, desafiando con su belleza a la muerte. Intentando con su excelsitud rozar a Dios. Nefertari permanece inerte al lado de su señor. Viva, imperecedera en su templo se deja imaginar hermosa a simple vista. Sufrida, inteligente, ávida de pasión, etérea y silenciosa dentro de mí. Sus grandes ojos toman los reflejos de los papiros, despojados en la prensa del azúcar y el agua que le da vida a esta planta de forma piramidal. El entrelazado de sus fibras se hace tenso, recio, inalterable, dando cobijo en su áspera superficie a la imagen de la perfección encarnada en un rostro de mujer. El lago Nasser, hijo del progreso, hacedor de aldeas que se aferraron a su creación sabiendo en él su único salvador, muestra sus aguas dulces. Las montañas de arena acariciaban nuestros ojos, desbocando con su aterciopelado contorno nuestra imaginación. El templo de Filae reposa seco en la isla de Egelika, a salvo de las aguas del magnánimo y a veces excéntrico Nilo. Sus pilones se levantan impolutos, perfectos, engañando al tiempo, guardando en sus paredes el secreto de la eterna juventud, quizá consagrada por las aguas llenas de vida de este gran río que amamanta impetuoso a su más amado hijo: el grandioso, el imperecedero Egipto. Atrapado por el tiempo y la imprecisión humana, se alza solitario el gran obelisco incompleto, el que hubiera medido 41 metros de alto y pesado 1.267 toneladas. Aquel gran bloque de piedra que la hermosa dama de Egipto, Hatshepsut, quiso erguir. Varias grietas aparecieron en su superficie y esto hizo que no fuese desprendido nunca de la gran masa de roca que lo circunda, convirtiéndolo, para mí, en el más bello de todos. El brillo de Venus nos acompañará durante las primeras horas de navegación por el Nilo, y entonces, madre, retomaré una vez más este monólogo. 43 19 Han pasado tres largas horas en las que este barco con forma de milhojas recorre el Nilo, el padre Nilo. El sol se va despacio, oscureciendo este horizonte dilatado. Sus largos dedos se agarran a la superficie de sus aguas tiñéndolas de naranja. Es un color tornasolado, pigmentado por la arena mágica del desierto que lo envuelve todo. A los lados, en las márgenes, los pueblos parecen deslizarse. Las pequeñas casas de adobe dejan al descubierto la magnitud y el triste esplendor de la pobreza. Las mezquitas se aproximan, asaltan los objetivos de las cámaras que invaden la cubierta del barco. Las mezquitas están en todas partes; supermercados de la ilusión, sucursales bancarias de la esperanza. Desde que embarqué, permanezco entre el grupo intentando preservar mi anonimato. Mi aspecto no es el de la clásica turista alegre, dicharachera, ávida de experiencias nuevas, de información. Mi aspecto y ánimo es… terrible. La carencia de descanso ha erosionado mi cuerpo y mi carácter. Los demás pasajeros parecen preocupados por mi aislamiento, por intentar averiguar la extraña falta de pareja en un viaje tan largo y poco habitual para realizar a solas. A diferencia de la mayoría, no he fotografiado absolutamente nada. No ha sido por falta de ganas, sino por el despiste crónico que padezco desde que embarqué en dirección a este país. Un despiste y una desidia que han hecho que olvide la cámara en el hotel. Una desorientación anímica selectiva que sólo me permite recordar el pasado y perderme en el presente, y de la que me ha sacado la soberbia mirada del joven guía árabe que nos ha tocado en suerte. Nada más verle, madre, supe que era él, el árabe de mis lienzos. Él me ha traído hasta aquí. Omar es nuestra voz en la oscuridad. Sus labios son los labios de la historia que nos hablan, haciendo que nuestra imaginación vuele con sus palabras, viaje a través de los siglos, respire el aire quieto del pasado. Cuando sus grandiosos ojos negros rozan los míos, me siento terriblemente dichosa. Cuando su cabeza gira hacia la orilla de la vida y su mano de dios egipcio se alarga señalando el horizonte, mi anhelo por oír su voz se agudiza. Omar sonríe. Su cara adopta una expresión de alegría con cada una de sus escuetas explicaciones y, con ella, con su expresión, descarga un grito de ansiedad en mi delgado cuerpo. Omar es joven, fuerte, duro y un gran observador. Siempre me atrajo lo desconocido, lo inalcanzable. Él se muestra distante, ajeno a mis inquietudes. Sus pensamientos esquivan mi análisis, permaneciendo vírgenes, infranqueables, sin cimentación posible. Mi curiosidad intenta invadir esa intimidad aparente, ahondando a través de su pupila, buceando en sus gestos, en el tono de sus palabras. Pero sus ojos de halcón vuelan alto. Su corazón parece agitarse ante la evidencia de una presa fácil, y arrulla mi grito con una sonrisa furtiva que no sé interpretar. 44 Es insólito, difícil de explicar el vértigo que siento, el acceso de locura que invade todo mi ser. La apetencia visceral, incontrolada, por entrar en su presente. Omar ha dado un sopapo a mi aturdido corazón. Ha oído mi sonrisa, ha reparado en mis pensamientos y hemos reído juntos sin saber qué decir. Ahora deseo su cuerpo, anhelando que él, como predijo Sheela, también desee el mío. El viento desplaza mi pelo hacia atrás. Siento como observa mi mano, como roba mis gestos, como siente mi deseo; ¡es tan hermoso sentir! 45 20 El aire huele a tarde de otoño, a mandarina y papel. Como olía entonces. Como olía aquel día en que Adrián, al quedarse en el colegio, por fin, dejó de llorar. Había crecido. La línea de su horizonte dejó de ser una vía pecuaria y se convirtió en una gran autopista por donde correr hacia confines muy alejados de los míos. Donde perderse, encontrarse y volverse a perder sin que ello le supusiera ningún quebranto, ni la más mínima preocupación. El agua salía por los caños de aquella horrorosa fuente que coronaba la plaza del pueblo, y yo vagaba sin saber si ir a comprar el pan o echarme a llorar. Aun así, aun errante y sola, era un poco feliz. Sí, madre, feliz porque mi niño crecía, pero, al tiempo, me sentía pavorosamente triste, un poco muerta. Aquellos días estuvieron llenos de horas yermas. Fueron estériles de gritos, de risas, carentes de expresiones; de sus irreemplazables expresiones que habían aminorado, hasta entonces, la monotonía que colgaba de las cortinas, que se empapaba del polvo acumulado en los estantes, la falta de conversación, de una mirada cómplice o una sonrisa a tiempo perdido, de todas aquellas horas de tedio y soledad. La sonrisa cálida y complaciente, junto con el efusivo y apretado abrazo, con que Adrián me obsequiaba a la salida de clase en cada uno de nuestros encuentros, fue convirtiéndose paulatinamente en un simple y despegado “¡Hola mami!”. Mientras él estiraba sus brazos intentando en cada luna rozar el cielo, a mí, las estrellas fugaces dejaron de concederme deseos. Comencé a cerrar los ojos cuando su estela iluminaba el diminuto horizonte de mi terraza llevada por el temor de que algún pedazo de meteorito cayera sobre los insulsos geranios, que daban color a los ventanales ribeteados en PVC blanco. Por aquellas ventanas se colaba el viento del norte, la brisa del verano y el silencio de las mañanas gemelas, imposibles de diferenciar una de otra. Tan semejantes entre sí que llegaron a trastornar mi realidad. Poco a poco me fui construyendo un patrón a medida. Pespunteando entretelas, almidonando puños, cosiendo botones, diseñando disfraces, el pensamiento se me atoró. El barco acaricia el perfil de la pequeña ciudad de Edfú. Debo dejar de escribir. Ra asoma sus dedos y escudriña mi cuerpo. Aquí todo es diferente; él también. Ra se acerca insistentemente, olisqueando nuestra débil y foránea piel, arañando la superficie de nuestro cuerpo como un gran perro guardián que protege el templo de su amo. El agua fluye incansable y una de las frases que componen el himno al Nilo se instala en mis pensamientos durante su contemplación: “¡Salve Nilo!, resplandeciente río que das vida a Egipto entero.” A medida que nos aproximamos a Edfú, Horus comienza a dejarse notar. El viento parece batir sus alas invisibles, rápidas, perfectas, endiabladamente hermosas. Sus ojos de rapaz escudriñan en nuestro conocimiento lleno de una codicia de saber enfermiza y atemporal. El gran dios halcón 46 espera en su templo oteando siglo tras siglo el horizonte. Allí en Mamisi -el lugar del parto- renace día tras día. Cuando la noche vuelva y Tot, el dios lunar, se haga dueño de mis palabras, entonces, madre, nos volveremos a encontrar. 47 21 En el interior del barco el aire es denso. Su olor me sumerge lentamente en ese pasado que, a pesar de haber muerto, se niega a dejar de existir. Es una fragancia impregnada de madera y agua, tan antigua como el mundo, y que, como él, esconde celosamente la fórmula utilizada en su creación. Semejante al perfume que tenían sus armarios, madre. Aquellos armarios con el fondo de los estantes y cajones forrados de papel blanco. En su interior no faltaban pastillas de jabón de lavanda deslizadas por usted entre la ropa. Recuerdo las tardes de octubre, el aroma que se escapaba por sus bisagras y que durante días permanecía impregnando nuestra ropa. Jamás ningún armario tuvo ese olor, esa fragancia entrañable, profunda, segura y familiar que habitó en los armarios de mi niñez. En sus cajones de madera de pino guardé las castañas de noviembre, acericos llenos de alfileres para estrenar en abril y mis primeros poemas. La encina, mi encina. Aquella áspera encina insociable y desconfiada que arañaba mi piel durante las escaladas a que era sometida en las tardes engalanadas con bocadillos de pan y chocolate, se quedó prendida en mis recuerdos, en mi carrera a lomos del tiempo. En esos días en los que aún no existe el miedo a envejecer. Años después, uno de sus frutos hizo posible que la sombra de mi infancia se volviera a instalar en mi jardín. Bajo la silueta de sus ramas y el crujido seco y punzante de sus hojas, volví a ver acercarse los inviernos, los tristes inviernos, esos que invaden mi reminiscencia, inacabablemente inacabados. ¡Dejé tantas cosas por hacer! Tantas palabras sin pronunciar, tantos besos por dar, tantos corazones sin labrar en su tronco. En ese tronco áspero y seco que aún sigue creciendo en nuestro jardín. Donde Mena, durante las horas más calurosas del estío, se cobijaba para pintar. 48 22 Me quedé embarazada de Mena cuatro meses después de que Adrián comenzara el colegio. El embarazo fue imprevisto, y lo fue porque Carlos y yo atravesábamos una época en la que nuestra relación volvía a hacer aguas. Yo pasaba los días encerrada en una jaula de oro. Sin más compañía que mis novelas, la radio y un grupo de madres del colegio que sólo hablaban de los problemas escolares de sus hijos, del plato estrella de los domingos, de la depilación láser o de la confección de tal o cuál disfraz. Actividades, todas ellas, en las que yo era una completa inútil. También estaban los típicos rasgados de vestiduras ante la forma y manera de ser o de vivir de algunas de las mamás de los compañeros de clase de nuestros retoños. Cuando las reuniones emprendían aquellos derroteros solía levantarme de la mesa con alguna súbita excusa y abandonaba, disculpándome, el desayuno o la merienda. Mis huidas repentinas me condujeron, durante mucho tiempo, a ser el blanco de cuantiosos y variados recelos. Carlos permanecía sumergido en su reciente ascenso que nos permitiría pagar la totalidad de la hipoteca en un tiempo casi récord para una familia normal. Su objetivo era vender el piso sin un solo recibo de préstamo pendiente y establecernos fuera de la capital. Siempre quiso vivir en un chalet, tener jardín y barbacoa, un jardín que jamás cuidaría ni disfrutaría. Debido a la lealtad y dedicación plena que profesaba a su empresa, donde hacía de todo menos dormir, apenas nos veíamos. Una de las consecuencias del distanciamiento fue que nuestras relaciones sexuales se fueron reduciendo y espaciando peligrosamente, tanto que a mí, las pocas veces que surgía, me costaba ponerme por la labor. Mis necesidades eran más anímicas que físicas. Mientras él se moría por ir al grano, yo mendigaba un simple y tranquilo abrazo. Una charla a la luz de las velas, oler su perfume mientras le acariciaba la nuca, sentir sus manos deslizarse por mis muslos con deseo pero sin ansia. Necesitaba volver a sentirme viva y deseada, no “cumplida”. Volver a ser mujer, su mujer. El cuidado de Mena y Adrián durante su más tierna infancia fue lo que consiguió que no volviese a derrumbarme como me había ocurrido en los comienzos de nuestro matrimonio. Fue lo que evitó que le enviase la cama de matrimonio y la muda por mensajero a la oficina; algo que reconozco me pasó más de una vez por la cabeza. Aquello era lo único que le faltaba en el despacho para que éste fuese su casa. 49 23 Pasó demasiado tiempo hasta que nos establecimos en aquella urbanización, tan de moda y tan socialmente discutible, situada en la periferia de la capital. Mena y Adrián despuntaban adolescencia y comenzaban a ver como viejos a los hombres y mujeres que tenían la edad de Carlos y la mía. Carlos, como de costumbre, viajaba; viajaba y viajaba, más que antes, más que nunca. Y yo esperaba; esperaba y esperaba, más que antes, más que nunca. Así, nuestra nueva vida, poco a poco, viaje tras viaje, se convirtió en un reencuentro que nunca llegó a conseguir reunirnos de nuevo. Caminábamos por el mismo sendero, pero perseguíamos un destino diferente. Yo viajaba sola. Adrián y Mena se habían instalado con éxito en aquel nuevo entorno social, socialmente discutible, al que habíamos podido acceder gracias a la movilidad territorial del nuevo, trascendental y bien remunerado puesto laboral de mi esposo. A los pocos días de instalarnos en nuestra nueva casa, adherida a la de Remedios por el lado derecho, su encantadora y perfecta sonrisa atravesó las barreras arquitectónicas instalándose como un monumento municipal en el, por entonces, desértico espacio de tierra que sería trasformado en oasis, en diminuta pradera de vistas compartidas y barbacoas asiduas, de olores tostados y humo de carbón vegetal. Su hijo, Jorgito, ya andaba arrastrando su genial culete por los laterales circundantes a nuestro jardín. Siempre sucio, comenzaba a dar el visto bueno al cariñoso apodo con que Mena le obsequiaría meses más tarde: Atilita rey de las plantitas. Jorgito escalaba con genialidad innata todos los obstáculos que encontraba a su paso. El camino diario que daba origen a la incesante poda manual, completamente artesanal, que practicaba antes de dar comienzo a la ingestión de todos los productos de la horticultura ornamental que Remedios había insertado en su precioso jardín. Insistentemente sometido a la agresión de su herbívoro cachorro. Él, Jorgito, sentía especial predilección por las margaritas blancas, que aderezaba con puñados de la tierra enriquecida por los sustratos que añadía Remedios todos los meses. A mí me encandilaba su carita de bebé malo y peleón, terriblemente desaliñado, arrastrando los lazos de raso azul marino con los que su incansable y limpísima madre lo decoraba como si fuese un pastelillo; porque Jorgito era comestible. Tan pequeño, tan flexible, tan inteligente, tan encantadoramente sucio, tan bebé. Remedios decía que le estaba quitando la vida, la vida y la belleza que siempre habían tenido sus manos. Para Remedios, la limpieza, el aspecto físico y las entrañables y cómodas barbacoas que aprovechaba para preparar en cuanto un rayo de sol acariciaba su jardín, eran la sal de la vida. Afirmaría que de su realización, en aquellos días, dependía el buen funcionamiento de algunas de sus constantes vitales. 50 Cuando retomo el pasado, su imagen me llega clara, estupenda, perfecta, exquisitamente vestida y maquillada, pertrechada tras el mandil rosa, estirando sus manos hacia una butifarra semicarbonizada. Remedios era, y es, extraordinariamente simple, imposible de complicar. Es un don, siempre he pensado que es un don del cielo no ver más allá de tus narices. A pesar de su verborrea materialista y sin sentido, me gustaba. Me volvían loca las estupideces constantes que decía, todas ellas, aderezadas con algún toque indicativo de su dominio del Ingles achiclado que aprendió bajo la tutela de su avanzado papá, propietario de una cadena de embutidos, cuya especialidad era la butifarra, estrella indiscutible de las adosadas barbacoas. La grasienta butifarra de papá Fermín estaba exquisita. Doy fe de ello, ya que durante las reuniones vecinales, que se remontan a los inicios de la formación de la comunidad, todos tuvimos la oportunidad de darnos el sublime y gratuito atracón de rigor. Sin Remedios, una parte importante de mi vida estaría vacía, carente de risas y simplicidades. Anónima del espíritu de la buena gente. Porque Remedios es, dentro de su ignorancia, extraordinariamente ingeniosa y divertida, pero, sobre todo, buena gente. Durante muchas noches permanecimos juntas. Los plenilunios envejecían clareando el horizonte. En el jardín, los murciélagos volaban constantes, monótonos, con precisión absoluta sobre nuestras cabezas. Invadiendo el oscuro cielo, envueltos en la turbiedad del anochecer. El licor de bellota dejaba un vestigio de placer adherido a nuestros pensamientos y Silvio Rodríguez sonaba al fondo, en el hueco oscuro del salón. Su voz se mezclaba con la fragancia del jazmín mientras el humo de los cigarros garabateaba siluetas en el porche. Así, sus ausencias, las de ellos, las de nuestros maridos, se fueron convirtiendo en las nuestras. Juntas dejamos de mirar el reloj y el cielo inhóspito de la noche se hizo nuestro. Los deseos se pararon junto al porche y el ruido de las idas y venidas de los coches, que nunca paraban en nuestros garajes, dejó de hacernos daño. Durante aquellas charlas eternas de cafés y cervezas, empachadas de patatas fritas, en aquellas tardes de domingo vacías de maridos, cargadas de niños, preñadas de la música de Milanes y Silvio, nos convertimos en hermanas, hermanas de penas, de anhelos y carencias; cómplices en la soledad. Hasta que él, guitarra en mano, se instaló en el chalet de enfrente. 51 24 Su llegada fue como asistir en directo a la grabación de un spot publicitario. Como ver a Richard Gere interpretando a Mr. Jones en la escena en que él pasea sobre un andamio a muchos metros del suelo, sonriente; decidido, loco, rematadamente loco, y rematadamente atrayente. Se bajó de un Citroën 2CV amarillo atestado de maletas y fundas de instrumentos musicales y sin vacilar se dirigió hacia nosotras, que permanecíamos en el porche mirándolo fijamente, como si fuese una aparición. Ambas teníamos un colocón importante de licor de bellota. Nuestro estado de “euforia” no impidió que oliésemos su sensual perfume, que apreciásemos los músculos de sus brazos morenos, su encantadora sonrisa… -¡Hola! –exclamó al tiempo que extendía su mano-. Soy Andreas. -¡Hola! –respondimos al unísono con cara de bobas, sin dejar de mirarlo de arriba abajo. -Tengo un problema –explicó con una media sonrisa que delataba cierta suspicacia-, hasta mañana no me dan la luz y he pensado que quizá podríais dejarme unas velas… No sólo le dejamos las velas, también el licor de bellota, el chocolate y el maravilloso postre que Remedios había preparado en la mañana para su marido. Un marido que, como el mío, había tenido el tradicional imprevisto que postergaba su regreso hasta el día siguiente. Así pasamos la primera noche con Andreas, riendo hasta entrado el amanecer, hablando de todo, de lo divino y lo humano. Con más licor que vergüenza en nuestras cabezas y sintiéndonos vivas de nuevo. Desde aquel momento compartimos todos sus ensayos en el garaje, sentadas en el suelo sobre una de las mantas que Andreas utilizaba para casi todo, porque Andreas no tenía mobiliario. En la casa sólo había un colchón en el dormitorio, varias cajas que empleaba para todo como si éstas fuesen una herramienta multiusos, sus guitarras y el equipo de grabación. Poco a poco el acercamiento entre él y yo fue haciéndose más evidente y Remedios comenzó a poner las típicas excusas para dejarnos el mayor tiempo posible a solas. Cuando reflexiono sobre la reacción que tuvo Remedios, aún me impresiona. Jamás le comenté la atracción que Andreas ejercía en mí. Nunca le dije que cuando él fijaba sus ojos en mis labios me hacía tiritar por dentro y que el más mínimo roce de sus manos me estremecía. Sin embargo, ella lo supo, creo que lo percibió desde la primera noche. Durante dos largos meses compartí con él la composición de varias de sus canciones. Dimos largos paseos al anochecer, bajo la mirada inquisitoria de media urbanización y la mía pendiente del móvil por si Mena o Adrián me llamaban desde el internado inglés en el que Carlos se había empeñado en matricularlos ese año. Preparamos la cena juntos, pusimos las velas sobre el viejo hule que protegía una de las cajas que hacía las veces de mesa y vivimos, vivimos como hacía tiempo que yo no sabía vivir. 52 Por entonces, Carlos estaba en Londres, la expansión de la empresa le tendría tres meses en la capital inglesa, tres meses en los que los cimientos de mi vida estuvieron llenos de flores silvestres en los jarrones que adornaban el suelo vacío de la casa de Andreas por las noches. De velas que iluminaban cada rincón de mi alma, de country, de jazz, del olor que desprendían las varitas de incienso al quemarse, de las letras y acordes de sus canciones. De aquellas duchas juntos en las que nuestros cuerpos parecían uno. De sus manos frotando mis brazos con jabón bajo el agua que nos empapaba. De sus ojos pendientes de no perderse ni uno de los lunares de mi espalda. De aquellos maravillosos silencios en los que sólo nos mirábamos y que siempre acababan con un beso. Cuando terminó, estuve varios meses perdida en un silencio que nadie notó y del que nadie, excepto Remedios, sabía el origen. Aún hoy, madre, cuando recurro a esa costumbre malsana que tenemos las personas de rememorar los sinsabores, los labios se me cierran y me cuesta articular palabra sin que se me escape una lágrima. Al volver mi marido de Londres tuvimos que reducir nuestros encuentros. Creo que Carlos jamás supo lo que había sucedido, y si lo supo o lo sospechó, no dio muestras de ello. A su regreso notó algo diferente en mí, pero, como solía ser habitual, le restó importancia; le dio la misma trascendencia que me daba a mí: -Estás diferente –me dijo mirándome de arriba abajo-. ¿Qué es?, ¿te has cortado el pelo? Pareces más joven. –Y siguió caminando con el trolley tras él hacia el dormitorio. Dos semanas después del regreso de Carlos, Andreas desapareció de mi vida. Aún recuerdo aquella mañana con precisión. Como de costumbre, me levanté sobre las siete. Era lunes. Me asomé por la ventana de la cocina, me puse un café y con el vaso en la mano salí al jardín para contemplar el coche de Andreas aparcado en la entrada. Para ver como él, desde su cocina, levantaba la mano y me saludaba, a la espera de que Carlos abandonase la casa para volver a reencontrarnos. Desde hacía meses aquélla se había convertido en mi forma de comenzar el día. Pero aquel día él no estaba. En su lugar, sobre la persiana, había un graffiti de una mujer desnuda bajo la lluvia. Era yo. La contemplación del dibujo evitó que saliera corriendo y tocase el timbre con vehemencia. Levanté el teléfono y marqué el número de Remedios. -Lo sé –dijo ella-, se ha ido. Anoche dejó un paquete en casa para ti. En cuanto vuelva de dejar a Jorge en la guardería te lo acerco… Sólo contenía un CD. Tenía grabada la canción que había compuesto para mí, para la mujer de agua, como me llamaba. Nunca más he vuelto a saber de él. Andreas y yo jamás hablamos de nuestra relación, de los porqués, del futuro… Nos dejamos llevar y sentimos juntos sin ningún tipo de prejuicios o ataduras. Él nunca cuestionó mi matrimonio, mi vida, el tipo de vida tan estática que llevaba. No formuló ninguna pregunta, no hizo ni un solo 53 comentario ni me exigió nada. Aquella historia, nuestra historia, fue como las que surgen en los albores de la adolescencia, lo único importante era vivir y, en consecuencia, sentir. Jamás hablamos de su marcha, pero era algo evidente. Un futuro inevitable, porque él era un nómada, un nómada de sentimientos. Yo, un Drago milenario con demasiadas raíces emocionales que me ataban a un sinvivir preñado de sinsentido. Cuando pienso, cuando le recuerdo, le imagino haciendo feliz a otra mujer, a una de las tantas mujeres solitarias y mudas que se esparcen como flores marchitas por los confines del mundo. Le imagino partiéndose el alma por arrancarles un beso, una sonrisa, una confidencia a media voz y cabeza gacha. Y no me duele saber que será otra a la que dedique sus caricias, su tiempo, sus canciones. Lo único que me lastima, que aún me lesiona el alma, es no haber podido besarle antes de marcharse. Besarle una vez más. 54 25 Mi vida volvió de nuevo a sus cauces de abatimiento. Los niños regresaron del internado, Carlos seguía como siempre, pisando la casa exclusivamente para dormir. El dueño del chalet en el que Andreas había vivido de alquiler decidió venderlo. Lo hizo una mañana de agosto, cuatro meses después de que Andreas se marchara. Durante aquellos cuatro meses contemplé todos los días el graffiti de la persiana, a la espera de que la puerta se abriera y apareciese él, Andreas. Aquella mañana de agosto se abrió. Y apareció el dueño del chalet, cubo y estropajo en mano, dispuesto a acabar con la mujer de agua. Frotó varias horas. A cada restregón exclamaba en voz alta: «¡Estos hippies de mierda! Encima de estafador, grafitero. ¡En qué hora, en qué hora!» Cuando terminó, puso un cartel de “Se Vende” en todas y cada una de las ventanas. Remedios y yo volvimos a nuestras charlas en el porche, al licor de bellota y la música de Silvio y Milanés. Ella, a compartir conmigo las tramas de las novelas rosa que leía con avidez, y yo a intentar que también leyese algo diferente de vez en cuando. Aquel otoño comencé a escribir de nuevo, a escribir y pintar. Y aunque exponía mis obras hechas a lapicero a todos, Carlos, no manifestaba ante mi trabajo más que un «Precioso, cari, muy bonito» o, «Luego le echo un vistazo con más calma. Ya voy con retraso. Ahora me es imposible concentrarme, estoy overflow». Adrián me sugería, con insistencia mercantil, que me pasara de los lapiceros al óleo porque mis dibujos serían más vendibles. Lo decía intentando convencerme de que debía vender porque si no, aquello, el que dedicara varias horas diarias a dibujar, no tenía mucho sentido. Mena decía que eran dibujos buenísimos, preciosos y se marchaba rápidamente a su cuarto, donde le esperaba el correo electrónico y el teléfono. Por aquel entonces pasaba la mayor parte del tiempo enganchada al auricular de su móvil y al ordenador, el resto frente al espejo del baño o seleccionando la ropa que iba a ponerse para tal o cual “quedada”. Los días de lluvia, cuando todos se marchaban, subía al desván, esparcía mis dibujos sobre el suelo, conectaba el equipo de música, introducía el CD de Andreas y, con los ojos cerrados, escuchaba su canción: That Woman, la canción que compuso para mí, la mujer de agua. Durante mucho tiempo, aquello fue lo único que llenaba y apaciguaba mi alma: su entendimiento, su conocerme, su habitarme. Porque él me habitó, supo quién y cómo era yo. Sólo él. Después llegó Sheela. 55 26 Dentro de aquella pequeña tienda olía a madera de pino; a betún de Judea, a incienso, a hierbas medicinales y al perfume que desprenden los ingredientes de los hechizos. El local estaba situado en una callejuela estrecha y empinada del pueblo, casi a las afueras. Remedios y yo habíamos escuchado algún que otro comentario sobre la propietaria en nuestra urbanización. La rumorología apuntaba que se dedicaba a algo más que a la homeopatía. Afirmaban que era echadora de cartas y ejercía la nigromancia. En el pueblo levantaba recelos, sobre todo en los círculos parroquiales. Poseía un carácter endiabladamente abierto, fresco y vital. Tan fuera de convencionalismos y normas que tenía la desvergüenza de asistir a los oficios religiosos cuando le venía en gana, aun sabiendo que su presencia incomodaba a los feligreses. El párroco le manifestó, en más de una ocasión, que debido a las artes que ejercía en su negocio, no era bien recibida en su iglesia. Que los fieles le tenían presionado y el día menos pensado, a pesar de los pesares, se vería obligado a negarle la entrada. Pero ella, Sheela, hacía oídos sordos a las advertencias del viejo cura, incluso le sonreía con afecto, con aire de absolución y gesto cariñoso. Después, ante la mirada casi suplicante del anciano, dejaba que el murmullo de los parroquianos allí congregados acompañara sus pasos. Se persignaba y entraba a rezar siempre que le apetecía. Hacía más de cinco años que Andreas había abandonado mi vida, y en ese tiempo no dejé de pintar y escribir. Expuse en diversas salas dependientes de las concejalías de Cultura de los pueblos cercanos. Vendí varios óleos y dibujos a lapicero. Convertí el desván en mi estudio y seguí más sola que nunca. Una semana antes de que Remedios me persuadiese de visitar el herbolario de Sheela, había iniciado un seriado. Éste se compondría de rostros de varones de razas diferentes. Representaría a cada uno de ellos en las cuatro etapas más significativas de su desarrollo: niñez, pubertad, madurez y vejez. Era un proyecto ambicioso que quería presentar a un certamen cuyo premio consistía en dos billetes de avión a Egipto. Desde siempre había querido realizar ese viaje y en aquel momento ganar el certamen podía ser la oportunidad de realizar mi sueño sin tener que pedirle a Carlos ni una peseta. Sabía que él no pondría objeción a pagarme el viaje, pero desde hacía tiempo me resistía a pedirle más dinero del imprescindible para las necesidades del hogar y de nuestros hijos. Mis gastos personales los cubría con los escasos ingresos que obtenía de las ventas de mis cuadros y alguna que otra corrección literaria. Aunque él seguía manteniendo, de cara a la galería profesional y vecinal, el estatus de pareja de Hollywood, nuestra relación era cada día más distante. A pesar de que los personajes, los modelos de mis cuadros no eran reales, de que no existían más que en mi imaginación, antes de ponerme con el seriado tuve que documentarme para que el proceso de envejecimiento de los rostros siguiera las pautas naturales de las personas en su 56 desarrollo físico por razas y características propias de cada individuo. Remedios se implicó en el proyecto a tal punto que dejó de lado la lectura de las novelas rosa y se convirtió en mi documentalista. Fue tal la complicidad y el entusiasmo que ambas generamos en la realización del proyecto que, si resultaba ganadora, decidimos que el viaje lo haríamos juntas. Pero yo sabía que ella era incapaz de abandonar ni un solo día a su Jorgito y a Eduardo, su marido. No obstante, hasta el último momento mantuve la esperanza de que le echara un par de ovarios y se viniera conmigo, aunque fuese con lo puesto. El día que me despedí de ella, le mentí premeditadamente, lo hice para no ponerla en la tesitura, en la cruel tesitura, de que tuviera que volver a darme las mismas explicaciones de siempre. De volver a ver cómo lloraba al decirme: «Es que yo le quiero. Sí, Jimena, le quiero con toda mi alma. Y él, a su manera, también me quiere. Sí, Jimena, aunque no lo creas, me quiere. Su único defecto es que le pueden las faldas. Pero… a mí me quiere de verdad, a ellas no, Jimena, a ellas no.» Siempre concluía gimoteando, dedicándome una mirada compasiva que me rompía el alma. Eduardo era su príncipe azul, el príncipe de cuento que jamás la rescató de la torre. Pero…, como ella decía, y tenía razón: era su príncipe. Comencé el seriado con el rostro de un niño árabe y seguí por su adolescencia. Cuando emprendí el dibujo correspondiente a la madurez los trazos del boceto parecieron cobrar vida propia. El lápiz se deslizaba sobre el papel con vehemencia. Concluí el esbozo en apenas dos horas. En él aparecía un hombre robusto de mentón prominente, amplias cejas, grandes ojos negros, nariz recta y grande, tez morena y labios carnosos y gruesos. No le hizo falta ni un retoque. Lo contemplé durante unos minutos. Después lo clavé en el corcho. Dispuse el caballete con el lienzo y empecé a mezclar los óleos. Me llevó dos meses acabar el retrato. Finalmente, cuando ya le había dado el barniz, llamé a Remedios para que lo contemplase. Al entrar en el desván y ver el lienzo, palideció. Se acercó a la mesa donde yo tenía el agua y el licor de bellota y se sirvió un vaso que tomó de un trago, como se suele hacer en las cantinas mexicanas con los tequilas, sólo le faltó la sal sobre la mano. -¿Qué pasa? Dime, ¿qué te parece? –inquirí expectante. -¿Por qué te has dibujado con él? ¿Éste no forma parte del seriado? –me cuestionó confusa. Miré el lienzo desconcertada. En él estaba el retrato del joven árabe, pero a su lado también me encontraba yo; desnuda bajo una cortina de agua. 57 27 El móvil que colgaba sobre el dintel se balanceó, y un sonido metálico avisó de nuestra llegada. Sheela permanecía tras el mostrador, situado al fondo del local. Inmersa en la lectura de un grueso libro que, por su aspecto, semejaba un incunable. Al oír el tintineo se quitó las gafas, levantó la cabeza y me miró fijamente con aquellos hermosos ojos de miel. Tras mi presentación, la pelirroja, Sheela, se dirigió hacia la puerta de entrada. Giró el cartel que colgaba sobre el cristal, dio dos vueltas a la llave y corrió las cortinas de terciopelo rojo. El herbolario tenía una habitación contigua y allí, junto a las hierbas medicinales y los utensilios homeopáticos, Sheela pasaba consulta. Sobre la mesa camilla había una vasija con agua y en ella una rosa de Jericó abierta. Frente a la mesa, dos sofás en los que Remedios y yo tomamos asiento mientras Sheela se preparaba. Antes de acudir al herbolario, Remedios había conversado con ella. Le había comentado lo ocurrido con mi lienzo. Remedios llevaba un tiempo yendo al herbolario, desde que le sobrevino una erupción en el cuello para la que la medicina convencional no tuvo respuesta ni tratamiento. Sheela le preparó un aceite que eliminó los granos en una semana. Desde entonces no sólo visitaba el herbolario para los padecimientos físicos, siempre livianos, que pudiera sufrir, sino que también buscaba una cura para las penas, una puerta abierta a los misterios del alma. Un reposo para su corazón cansado. Apenas habló conmigo. Me sonrió y apoyando sus codos sobre la mesa con las manos extendidas hacia mí, con un gesto de sus ojos, indicó que le diera las mías. No miró mis palmas, como pensé que haría. Cogió mis manos, las juntó y las cubrió con las suyas, que parecieron abrazarlas. Sus ojos estaban cerrados. -Creo que en vez de pasarte yo la consulta, deberías ser tú quien me la pasase a mí –dijo sonriente. -No entiendo –respondí. -Tienes las mismas capacidades que yo. Eres vidente. No digas que no lo sabes porque no te creeré. -Sonreí tímidamente-. El hombre del dibujo es una de tus visiones. Harás ese viaje porque ganarás el certamen y será allí, en Egipto, donde le conocerás. Dime, ¿por qué tienes tanto miedo a dejarte llevar?... A partir de entonces nuestras visitas a Sheela se sucedieron. Crecieron en la misma proporción que nuestra amistad. Poco a poco, Sheela nos instruyó en las artes de la percepción. Dimos largos paseos por el campo, en los que ella nos proporcionaba indicaciones precisas para percibir sonidos que para nosotras se habían convertido en inaudibles. Olores que nuestro sentido había dejado de experimentar. Contemplamos la luna en sus diferentes fases y la repercusión de su luz sobre las 58 criaturas de la noche. Escuchamos el canto y el batir de alas de las aves nocturnas y conseguimos identificarlas sin verlas. Aprendimos a caminar a oscuras, a escuchar el rumor que se esconde bajo el bullicio sin más guía que nuestro sexto sentido. Volvimos a nuestros orígenes, a ser como las demás criaturas, como nuestros ancestros más lejanos: intuitivos. Como los chamanes arameos que con la observación de la rosa de Jericó sabían cuándo y cómo llegaría el agua a sus tierras. Al igual que ellos, nosotras éramos capaces de reconocer un alma herida sólo con mirar sus ojos o escuchar el tono de su voz; y sabíamos qué mal le aquejaba. Nuestras reuniones, en el campo al anochecer o en el local a la luz de las velas, levantaron más de un comentario en el pueblo y las urbanizaciones circundantes. Sin embargo, las habladurías no sólo trajeron prejuicios y rencores a las puertas del herbolario, también condujeron hasta nosotras a más de un alma anónima que buscaba consuelo para sus desventuras, consuelo bajo un suplicado anonimato que nosotras, por encima de todo, siempre guardábamos. Se nos echó la culpa de más de un divorcio, de más de una infidelidad y de la extraña desaparición de la figura de un Cristo que se hallaba a la entrada del negocio de un jefe abusivo y cuatrero. Cuando tuvo conocimiento del robo, Sheela no pudo evitar apostillar que el Cristo no había sido robado, que había huido del local. Incluso se nos llegó a señalar directamente como las causantes de una plaga de chinches que aquejó de forma violenta la parroquia y las casas de varios feligreses. Así, nos convertimos en un trío inseparable. En los mentideros se nos apodó “las brujas de Eastwick”, el nombre del herbolario de Sheela. 59 28 En aquellos días fuimos felices. Parecía que el destino, que siempre había jugado con ventaja, se detenía a nuestros pies, reverenciando nuestro derecho a elegir. Así fue durante meses, casi un año. Cuando el silencio se hacía un hueco en nuestras conversaciones, el miedo a que sucediera algo que rompiese aquel equilibrio nos sorprendía más de una noche frente al licor de bellota mirándonos fijamente a los ojos. Ninguna hablamos de aquella extraña sensación de inseguridad que asalta a todo ser humano cuando las cosas parecen ir demasiado bien. No hablamos sobre ello porque el mero hecho de comentarlo en voz alta nos asustaba. Las tres éramos conscientes de que algo iba a suceder. Un suceso terrible que dejaría nuestras vidas marcadas para siempre. Sobre todo lo sabía Sheela. Días después de recibir la primera paliza nos citó en la terraza de una cafetería a las afueras del pueblo. A pesar del calor de aquel agosto, Sheela llevaba un jersey de cuello alto. Se había maquillado tanto los pómulos y los ojos, que las pecas no se veían. Apenas podía abrir el ojo derecho y su labio superior estaba tan hinchado que le impedía hablar con normalidad. -¡Hijo puta! –Exclamé mientras le enjugaba las lágrimas, despacio, con la yema de los dedos. -¡Dios mío! ¿Cómo ha podido hacerte algo así? ¿Cómo se atreve? –gritó Remedios horrorizada. -No, no, Remedios, no me toques ahí –dijo Sheela abortando el abrazo de ésta-, creo que tengo dos costillas rotas. No quiso denunciarlo. Buscó mil excusas para convencernos de que la agresión había sido involuntaria, para convencerse a sí misma de que no se había enamorado de un maltratador. Pero desgraciadamente, así era. Él notó que yo percibía sus intenciones, que sabía quién era y lo que pretendía. Por ello, desde nuestro primer encuentro, esquivaba mi mirada, sólo me sostenía la vista unos segundos. El tiempo que él creía podía permitirse sin que yo alcanzara a ver más allá, a introducirme en su alma. Pero lo hice. Lo hice y le espeté una advertencia. -Si le vuelves a poner la mano encima, te mato –le dije bajito la noche en que Sheela nos pidió que lo acercásemos a la estación del tren después de la cena de cumpleaños de ella. -Te mataremos. Lo haremos –apuntó Remedios alzando la voz. Lo que provocó que los viandantes miraran hacia el coche. Él no respondió. Se bajó del automóvil dando un portazo seco. Nos miró desafiante, escupió sobre la acera y con expresión viciada, desde lejos, dijo: -Ella no os dejará hacerlo. Me quiere –apostilló riendo a carcajadas. Unos días antes de la última paliza, Sheela, me regaló su paraguas rojo: -Es para ti. 60 -No puedo aceptarlo –respondí negándome a cogerlo-, te lo regaló tu madre. Es tu talismán. Siempre te ha protegido. -Ya no lo necesito. Nadie mejor que una mujer de agua para llevarlo a partir de ahora… Sabía lo que estaba diciendo sin decir, y lo peor es que yo no podía hacer nada para evitarlo. -Le has denunciado. Tiene una orden de alejamiento. No creo que se atreva a volver por aquí – dije intentando salir de aquel dolor. Intentando que callara. Que dejara de hacerse daño, de hacerme daño. -Le he comprado éste a Remedios. Quería que fuese lo más parecido al mío. ¿Ves? Mango de madera, rojo sangre –respondió sin contestar a mi pregunta-. Quiero que se lo des tú, no creo que yo tenga valor para hacerlo. -Sheela, no va a sucederte nada –dije apretando sus manos. —Sé que me matará. A pesar de la orden de alejamiento, a pesar de vuestra protección, lo hará. Cuando suceda debes llevarme contigo a Egipto, porque irás a Egipto, es tu destino. Cuando estés allí, recuerda que no puedes volver. Nunca, bajo ningún concepto, suceda lo que suceda, debes regresar a España. Hazme caso, las runas daban instrucciones concretas sobre ello. -No sigas, no quiero que sigas diciendo barbaridades. No te va a suceder nada. ¡Nada!, ¿entiendes? –le dije levantando su barbilla para que me mirase de frente. -Debes esparcir mis cenizas en el Sinaí. Luego cántame la canción de Alfonsina y el mar. ¿Me lo prometes? ¡Promételo! Yo lloraba, lloraba como nunca lo hice. Lloré como debí llorar aquel día, cuando padre murió. Lloré por los siglos, por los espacios infinitos de tiempo, de eras que faltan por venir. Lloré para no tener que volver a llorar nunca más por lo mismo; por lo de siempre. Ella me miraba en silencio, dejándome estar. Después, tras secar mis lágrimas con un pañuelo de papel, sonrió y dijo: —¡Recuerda!, debes asegurarte que no sea un lugar con posibilidad de recalificación. No soportaría que me construyeran encima un adosadito… Hoy, el rumor del agua golpeando el casco de este barco con forma de milhojas que recorre el Nilo me produce nostalgia, tristeza, me hace sentir el vacío que su falta, su ausencia, ha dejado en mí. Las plañideras de mi alma, de mi corazón, lloran la pena. Bajo su paraguas rojo me oculto, me cobijo. Intento aminorar el daño que aún me causa su adiós. 61 29 Nos acercamos a Luxor, antaño la gran ciudad de Tebas. Ezequiel dijo: «Tebas será con violencia sacudida...» Y Tebas, Tebas la de las cien puertas, capital de los faraones del Nuevo Imperio, se dejó llevar por los acontecimientos dando la razón al profeta. Al oeste, dominando la necrópolis de Deir-el-Bahari, el templo de la gran dama del Nilo se alza jactancioso, desafiante, atrapando con su grandeza la esencia del dios Amón. Hatshepsut nos espera. Colérica y llena de furia levanta su mentón barbudo. Imagino su poderosa imagen, la grandiosidad de su creación, la soberanía de su reinado; el poder de su dualidad. El aire huele a hierbas aromáticas como olió entonces, cuando sus expediciones regresaron con éxito del mítico país de Put. Al imaginarla, me pierdo entre el murmullo del grupo que es absorbido por la sobrehumana dimensión de las columnas rectangulares que forman los pórticos de su templo. Percibo el vuelo del hijo de Isis y Osiris avisando de la cercanía, de la proximidad de su espíritu, amortajado en la rivera izquierda del Nilo; inmortalizado en el templo más hermoso del interminable Egipto. Su nombre, el nombre de la dama del desierto, borrado incesantemente por la codicia y el machismo, vuelve a ser exclamado, día tras día, con fascinación y respeto: ¡Hatshepsut! Omar sonríe, sus labios perfilan una expresión cálida que envuelve mi corazón. El viento hace que el pelo me tape los ojos y roce mis labios. Él alarga su brazo y señala la orilla, la torneada orilla que da acceso a Luxor. Su mirada roza el mechón anárquico que tapa mi boca y se detiene curiosa sobre las páginas que voy escribiendo para usted, madre, sobre el paraguas rojo que, apoyado sobre mis muslos, espera a ser abierto para protegerme de este sol abrasador; del sol y de él. De nuevo siento esa sensación de náuseas, semejante a la que sentía aquellas mañanas de domingo. De aquellos domingos sembrados de pipas y regaliz, en los que padre, chaqueta de pana en mano, copaba los duros asientos del desvencijado y chirriante coche de viajeros con nuestra gran familia camino de la capital. Recuerdo a Jaime y Ricardito, que irremediablemente, domingo tras domingo, terminaban a porrazo limpio, a punto del descalabro, por aquellas chapas de Mirinda y cerveza con las que, más tarde, al golpe seco de la toba de sus dedos corazón y pulgar, se alzarían vencedores de una imaginaria vuelta ciclista de latón. De chicos siempre se llevaron a matar. Sin embargo, años después, como si fuesen gemelos idénticos, eligieron la misma carrera, se casaron con dos hermanas y se establecieron en Australia. Nuestra relación siempre fue distante, efímera y extraña. A pesar de que padre luchó para que todos estuviéramos unidos, no lo consiguió. Todavía puedo oír el llanto de Juanillo y ver aquel chupete impregnado de azúcar y anís con el que usted, madre, lo hacía callar milagrosamente. La carita de pan de Carlota. Carlota era como Susanita, la de Mafalda, la estupenda Mafalda de Quino, con la que siempre me identifiqué. Jamás se separaba de su muñeca. Aquella lánguida muñeca de cartón piedra, enlazada de los pies a la 62 cabeza, empachada de comida, encanijada por los besos y abrazos incontrolados de su prematura mamá. Mientras tanto, yo me adhería al entrañable polo de hielo, de naranja. Me perdía en su exquisito, en su artificial color, en el mandil blanco del heladero. En esos días supe con certeza lo que iba a ser de mayor. Sería vendedora de helados. Sus manos, las manos de Omar, señalan uno tras otro los lugares más emblemáticos mientras yo sueño con rozar sus labios, con perderme entre sus brazos, y siento miedo. Miedo a un futuro que sé estaba escrito con antelación, con mucha antelación a este viaje. 63 30 Según la policía, el asesino de Sheela, Antonio, desapareció sin dejar rastro. Una vez concluida la autopsia se dictó una orden de búsqueda y captura, pero la policía no consiguió localizarlo. Remedios y yo nos encargamos de todo lo relativo al funeral de nuestra amiga. Días después recogimos las cenizas y las depositamos en una bolsa que Remedios había confeccionado a mano con un trozo de las cortinas rojas del herbolario. Nadie reclamó sus pertenencias ni asistió al sepelio, por lo que tuve que hacerme cargo de Amenofis, su gato persa. El animalito vagó de mi casa al herbolario durante varios días. Se sentaba en la puerta y maullaba a la espera de que Sheela le abriera. La vecina me llamaba en cuanto escuchaba el penoso llanto del felino y yo, día tras día, me acercaba a buscarlo y volvía a trasladarlo. Así fue hasta que las cenizas de Sheela llegaron a casa. Desde aquel momento no volvió al herbolario. Se pasaba las horas durmiendo al lado del saquito rojo. Sólo abandonaba su vigilancia para comer o acercarse a la caja de arena. A excepción del día en que me marché. Aquel día, Amenofis, me acompañó hasta la salida y, como si supiera que su dueña se había ido definitivamente, echó a correr hacia el campo. Como Sheela predijo, gané el certamen de pintura y canjeé los dos billetes por dinero en efectivo. Con el canje el premio perdía cuantía, pero en aquellos momentos no me sentía con fuerzas para realizarlo. Habían pasado demasiadas cosas, hechos que me habían marcado para siempre. Después de lo acontecido, Carlos se mostró más cercano que nunca. Tomó unos días de vacaciones y se dedicó a mí. Contempló mis trabajos de pintura, leyó algunos de mis textos y ensalzó, como nunca lo había hecho, mi capacidad para escribir y pintar. Incluso llegó a insinuarme que debía dedicarme a la literatura de manera profesional y que él podía buscarme algún contacto si yo estaba dispuesta. No sé con exactitud lo que duró aquel falso éxtasis, pero sí recuerdo con claridad cómo un mañana todo volvió a ser como en los comienzos. Se restablecieron sus viajes y sus tardías vueltas al anochecer. Regresó el olor a colonia femenina que desprendían sus corbatas de seda. Volvieron las llamadas telefónicas, las salidas de emergencia a la oficina… Carlos tenía conciencia absoluta de lo que hacía. Para él aquellos escarceos no eran más que eso, escarceos sin importancia. Escarceos que siempre negaba. Lo negaba tanto y tan bien, que durante años le creí. Y el encanto se fue yendo poco a poco. Ya no era la soledad, la necesidad de sentirme mujer, persona, amante… El verdadero problema fue que llegó un momento en el que ya no quería ni necesitaba ser nada en su vida. Me había cansado de aguantar, de luchar, de buscar un instante único entre los dos que me emocionara, que le emocionase. Nos habíamos convertido en dos desconocidos que compartían casa, cuenta corriente, hijos y cama. 64 El barco ha parado. Desde la superficie del agua, un rodaballo imaginario me llama equivocadamente Ilsebill. El rodaballo suspira y, mirándome de reojo, le hace un guiño escondido a Omar. Él me mira de soslayo y sonríe. Me sonríe sólo a mí. Éste es el último día de crucero. Mañana saldremos, para mi desgracia, en avión, hacia El Cairo. 65 31 Anoche sus ojos fueron los míos. La luna iluminaba altiva el horizonte, un horizonte, madre, demasiado alejado del suyo, demasiado distante y diferente de todos los horizontes que pasaron por mi vida. Su línea estaba delimitada por la oscuridad de la mirada de Omar, por la dorada piel de sus manos, mientras el eco de las voces ahuecadas por los megáfonos llegaba perdido desde el gran Lago Sagrado. El aire olía... en realidad no olía a nada, ni tan siquiera el viento se dejaba sentir. El rodaballo caminaba junto a mí, y Günter Grass me insinuaba con extrema exigencia, con despecho, casi en un insulto, mi torpeza, mi lentitud en el arte de la lectura, en el don de la percepción rápida de las palabras. Mi ejemplar de El rodaballo siempre me acompaña, inexorablemente, en todos y cada uno de mis viajes. La historia de este pez al que Günter dio vida en la novela que lleva su nombre ha hecho que este espécimen se haya convertido en el pez de mi vida, en el entrañable pez de toda mi existencia. Las pocas páginas que he conseguido leer, hasta el momento, me han hecho no volver a comer rodaballo nunca más. Anoche, su silueta danzaba entre las sombras del dulce Nilo. Mientras leía los diálogos intentaba imaginar su voz pausada sin conseguirlo. Omar sonreía arropado en la lejanía de la popa, y yo procuraba omitir su presencia. Acerqué la novela tanto a mi cara que a punto estuve de caer por la borda, que estaba más cerca de lo que había calculado. Entonces, Omar se acercó y nuestras miradas coincidieron peligrosamente. La sombra del utópico y feo rodaballo volvió a surgir en la superficie del Nilo. Torciendo su boca aplanada intentó llamar la atención de Omar, pero mis manos cerraron la espléndida novela y el rodaballo se sumergió, una vez más, en sus páginas: —¿Es El rodaballo? ¿El de Günter Grass? —preguntó dedicándome una vez más su espléndida sonrisa. Asentí con un gesto de la cabeza. Sin despegar los labios. ¡Qué iba a contarle yo de aquel libro eterno que casi formaba parte de mi anatomía! Y así debería haber permanecido todo el tiempo, calladita. Pero me moría por hablar con él. Por hacerlo a solas, como estábamos en aquel momento. Y no se me ocurrió nada más estúpido que hacer lo que nunca había hecho: mentir. —Es la segunda vez que lo leo —le dije con aire de intelectual. Entonces el impresentable pez pareció dar un coletazo de enfado dentro de aquellas aguas de papel y la novela cayó al suelo dejando el tomo abierto justo por la mitad. Él miró el libro, después me miró a mí, se agachó, lo recogió del suelo y colocó la separata en su lugar. Deslizando la palma de la mano por la portada dijo: —¡Qué curioso! La última mitad está como nueva. 66 —¿Sííí? —contesté mirando la cubierta como si la novela aún permaneciera allí, intentando evitar que notase el apuro que su observación me causaba. Me dedicó una mirada entre condescendiente e irónica y me ofreció un cigarrillo. Guardé presurosa aquel hermoso acuario de papel en mi bolso, evitando así que el cotilla e impresentable pescado de alta mar volviese a ponerme en apuros. —Yo tampoco he acabado de leerlo -dijo burlón-. Hay tanto y tan bueno para leer, que cuando una lectura no nos llega hay que dar paso a otra —concluyó mientras yo acercaba lentamente el extremo de mi cigarrillo a su mechero de gasolina. Omar me gustaba, sí, madre. Muchísimo. -¡Gracias! –dije. —¿Whisky? —preguntó ofreciéndome su petaca. Aquélla fue la primera noche que pasamos juntos. Al amanecer el sol salió como siempre, como de costumbre. Mientras veía nacer la nueva alborada, dije: —Mira Omar, ¡allí! ¿Ves? Es Ra. Todo había cambiado. El sol también. Entonces, Omar, acariciando mis labios con sus dedos, dijo: —Debo regresar a mi camarote. En El Cairo finaliza mi trabajo con vuestro grupo. Me gustaría volver a verte, estar a tu lado mientras permanezcas en mi tierra. Quiero acompañarte a las pirámides. Quiero esparcir contigo las cenizas de Sheela, le debo el haberte conocido –añadió abriendo el paraguas rojo y, poniéndolo sobre los dos, ocultando nuestros rostros bajo él, me besó. 67 32 He llamado a Remedios hace apenas dos horas: -Estaba preocupada. ¿Por qué no me has llamado antes? -dijo sin disimular su angustia y enfado. -No quería hablar con nadie, al menos en los primeros días –le respondí con voz pausada-. ¿Tú estás bien? -Sí… bueno… más o menos –respondió -Más o menos ¿qué? –inquirí con preocupación. -Al día siguiente de tu marcha encontraron el coche de Antonio en el embalse –dijo en tono de sentencia-, el cadáver no ha aparecido. Han rastreado el fondo pero no está. No está. Jimena, el cuerpo no está. -Es imposible, imposible. Estaba borracho, completamente ebrio. No creo que se soltara. -Y si lo hizo. Y si se soltó y está buscándote. Jimena, ¡por Dios! Tal vez Sheela se refería a esto cuando te dijo que si viajabas a Egipto no debías regresar a España nunca. Si salió con vida del embalse te estará buscando para matarte. No descansará hasta encontrarte… Me costó dios y ayuda que abandonase el tema, que cambiase de conversación. Después, cuando conseguí que se olvidara del asunto, me hizo un informe exhaustivo de todo lo que había sucedido desde mi marcha. Me relató, casi gimoteando, lo apenada que estaba por Carlos, que vagaba de nuestra casa a la suya como un fantasma, preguntándole qué había hecho él mal para que me marchase de aquella forma. Diciendo lo mucho que me echaba en falta, lo mucho que me quería. El miedo que tenía a que no volviese. -Jimena, mi Eduardo y yo hemos estado a punto de decirle muchas cosas a Carlos, pero no somos quién, ¿sabes?… no lo somos. -Pues no, precisamente tu Eduardo es el menos indicado –le dije, arrepintiéndome en el mismo momento de decirlo. -Lo sé, lo sé, pero él, aunque no lo creas, te da la razón. Eduardo dice que has hecho bien en darte un respiro. Porque es un respiro, ¿verdad? -No, no lo es. Le voy a pedir el divorcio. Lo nuestro hace años que ya no tiene sentido, ningún sentido. Cuando regrese me iré al pueblo, con mi madre. Seguiré pintando y quizás mueva las novelas por alguna editorial o agencia. -De eso quería hablarte –dijo-. Verás, Mena y yo hemos hecho algo. -¿Algo? ¿Qué algo? -Hemos enviado uno de tus textos, en el que cuentas tu vida, a una agencia literaria. -¿Que habéis hecho qué? 68 -Enviar a una agencia literaria la obra que más nos gusta a las dos: En un rincón del alma. Y quieren representarte. Puedes ponerte en contacto desde allí con ellos. Tu hija les ha comunicado que estás de viaje por Egipto. Dicen que no hay ningún problema, que pueden esperar a que regreses. -Pero, Remedios, ¿cómo habéis hecho eso? La obra está sin terminar. -Para ti nada está acabado nunca, siempre andas con las correcciones a cuestas. La obra, terminada o no, es buenísima. Quiero pensar que no vas a desaprovechar la oportunidad, ¿verdad? -Por el momento lo voy a dejar estar. -Pero ¿cómo puedes decir eso? -Ahora lo único que quiero es descansar, no pensar en nada. Tengo dinero para estar aquí dos meses. El visado también lo arreglé para permanecer en el país el mismo tiempo. Quiero tomar fotografías para mis óleos. En cuanto a la novela, ya te he dicho que está inacabada. Durante el viaje estoy escribiendo unas cartas a mi madre que seguramente incluiré en la obra. -Tú sabrás lo que debes hacer… nadie mejor que tú lo sabe. Nosotras enviamos el texto porque creímos que te gustaría, pero veo que no te ha hecho gracia. En cuanto a tu hija… deberías llamarla. Está contigo, apoya todo lo que haces, pero necesita saber que estás bien, ¿no crees? 69 33 Cuando llamé a Mena su voz sonó como un soplo de vida a través del auricular: -¿Cómo estás? ¿Por qué no me has llamado antes? -Lo siento, cariño, debí llamarte el mismo día que desembarqué, pero no tenía fuerzas para hacerlo y menos que me quedaron después de hablar con tu padre. -Está enfadado conmigo. No me perdona que te guardase el secreto. Ya sabes… es muy tozudo. Creo que si no vuelves pronto lo matarás. En el fondo no sabe vivir sin ti. -Pues deberá acostumbrarse. Voy a pedir el divorcio. –Hubo un silencio que me pareció durara una eternidad-. Mena… ¿sigues ahí? –le dije, preocupada por su falta de respuesta. -Sí –respondió en un murmullo. -Hija, ¿qué pasa? Creo que no deberías sorprenderte. Conoces mi situación. Has vivido mi desventura, mi soledad. Sabes todo lo que he luchado por mi matrimonio. Esto se veía venir desde hace tiempo. No me puedes pedir que aguante más, no tiene sentido y sería egoísta por tu parte. -Las personas cambian, mamá –dijo en tono recriminatorio-. Y él está cambiando. Es un buen hombre, papá es un buen hombre. Nunca nos ha tratado mal y jamás nos ha faltado de nada. -Sí, Mena, a mí me han faltado muchas cosas, entre ellas respeto y atención emocional. -Pero ¿por qué no le das una oportunidad? Es la primera vez que te marchas y ahora es cuando él se ha dado cuenta de lo mucho que te necesita. Te perdonó tu infidelidad –dijo refiriéndose a Andreas-, ¿eso no cuenta para ti? -¡Que me perdonó…! -exclamé indignada. -Sí, mamá, lo supo dos meses después y jamás te dijo nada porque entendió que era culpa suya. -Lo supo y te lo comenta a ti, mientras que a mí no me dice ni pío. ¡Increíble!, increíble y vergonzoso. ¿Cuándo te lo ha dicho? –cuestioné violenta. -Después de tu llamada desde Egipto. Estaba destrozado y creía que te habías marchado con alguien, que no viajabas sola. Yo le insistí en que no era así, que sólo necesitabas estar un tiempo alejada de la rutina, pensar. Pero como no te despediste de nadie más que de Remedios, pensó que el viaje no lo hacías en solitario. En cierto modo es lógico, ¿no crees? -Pues no, no lo creo. Y si él me ha perdonado una infidelidad no sé cuántas le he perdonado yo… he perdido la cuenta –dije con rabia. -Mamá, lo sé, te entiendo y tienes toda la razón, pero creo que deberías meditar. Papá está destrozado, te doy mi palabra. -Mena, cariño, ya no hay nada que meditar. No hay nada que perdonar. Quiero a tu padre, siempre le querré, es algo indudable y que no puedo negar, pero ya no estoy enamorada de él. Y él, tú misma lo has dicho, me necesita, sólo me necesita. Eso no es querer… 70 El llanto de ella me llegó a través del auricular, claro y desgarrador. Jamás soporté oírla llorar, jamás. Hablamos sobre ello unos minutos más, hasta que conseguí calmarla, hasta que ella consiguió que le prometiese que al regresar hablaría con su padre, que intentaría que él comprendiese, porque así, al menos, le evitaría seguir hundido en la desesperación, como ella aseguraba que estaba Carlos. Sobre Adrián me dijo que no le daba importancia a mi viaje, y menos a la reacción de su padre. Para él, aquello era una crisis lógica dada la situación que vivíamos ambos y que él conocía desde hacía tiempo. También hablamos sobre la respuesta de la agencia literaria y sobre sus próximos exámenes, y me hizo temblar de preocupación cuando me contó sus desventuras con el joven estudiante de medicina que la tenía el corazón roto. Temblé porque ella, para los asuntos del amor, era igual que yo: utopía en el sentido más amplio de la palabra. -Calculo, si todo va bien, que estaré dos meses aquí –le dije entusiasmada-. Quiero hacer fotografías para varios seriados que se ambientarán en Egipto. Creo que podré colocarlos con facilidad. También quiero ponerme con la novela que habéis mandado a la agencia. Si la termino y me gusta el resultado, quizás tome en serio el dedicarme a la literatura. Voy a buscar un apartamento o una pensión, los hoteles se me escapan de presupuesto. -Si necesitas dinero se lo pido a papá y te lo envío –dijo. -Bajo ningún concepto. Cuando vea que no puedo continuar aquí, regreso. Tengo el billete abierto. En el caso de que suceda algo puedes dejarme recado en el hotel. Cuando tenga la nueva dirección te la daré. -¿Puedo darle a papá el teléfono del hotel? –preguntó temerosa. -No –respondí tajante. -Tú sabrás lo que haces, pero creo que con papá te equivocas… ¡Ah!, imagino que Remedios te ha dicho que encontraron el coche de Antonio en el embalse. El muy hijo de su madre debió de sufrir un accidente y encima tuvo la suerte de salir con vida y escapar… 71 34 Llevo tres semanas en esta ciudad y hasta hoy no he podido retomar la escritura. Al fin conseguí alquilar un apartamento. Es un ático. La terraza dobla en tamaño a la parte destinada a vivienda. De no haber sido por Omar, es posible que aún siguiera en el hotel. Mañana, Omar y yo saldremos en busca de lienzos y óleos. No tenía pensado comenzar los cuadros aquí. En un principio pensé tomar primero las fotografías y empezar los seriados ya en España, en el pueblo, junto a usted, madre. Pero Omar me ha sugerido hacer los bocetos con modelos que dice posarán para mí sin problemas en la misma calle si así lo deseo. Creo que es una idea fantástica. Después de terminar el crucero volvimos a reencontrarnos en el hotel y desde entonces no ha pasado una noche sin que durmamos juntos. Esta relación es extraña; si no fuera por los sentimientos que ambos mostramos sin control, diría que es un tanto irreal. Apenas sé de él. No me ha contado nada de su vida. Tampoco le he preguntado. Nos limitamos a estar juntos, a vivir el momento, el presente inmediato como si ambos lo supiésemos todo del otro. Él escucha fascinado todo lo que yo le voy relatando. No sé el tiempo que podré aguantar en esta situación, sin saber más de él, de su vida, de su pasado. Cuando se marcha por la mañana, cuando no me dice dónde se va, a qué hora va a regresar o si lo va a hacer, muero un poco. Y siento miedo, el mismo miedo que sentía con Andreas, porque tengo el presentimiento de que él, tarde o temprano, también me abandonará. Y esta vez, madre, no sé si podré sobrellevarlo. Anoche, mientras dormía, dibujé su cuerpo desnudo. Fui trazando uno a uno sus contornos, sus manos, sus piernas, su espalda… Lo hice llevada por una pasión desmedida, extraña, igual que me sucedió cuando lo retraté por primera vez; cuando ni siquiera sabía de su existencia, cuando aún no lo conocía. Al despertarse me sorprendió con la paleta en la mano. Miró el cuadro, se levantó y vino hacia mí. Me abrazó y besó mis manos, que aún temblaban. Después secó las lágrimas que corrían por mis mejillas. Mientras sus dedos rozaban mis labios, dijo: -No voy a dejarte, te doy mi palabra. Has llegado a mi vida como una tormenta de arena y aún ando un poco desorientado. ¿Lo entiendes? –Asentí sin creerle-. Debes ser paciente conmigo – concluyó en tono de súplica. Creo en lo que dice, pero no puedo evitar pensar que por encima de sus sentimientos, de sus intenciones, hay algo más fuerte que convierte sus palabras en una quimera. Me estremezco cada vez que le veo salir por la puerta y perderse entre el tumulto, cuando su figura se desvanece entre los apresurados viandantes, cuando se difumina como si él sólo fuese un fantasma. Sé que tarde o temprano le perderé. 72 —¡Gracias! —le dije cuando se marchaba. —Me gustas, Jimena. Me haces sentir bien. ¡Cuídate! A las cinco. ¿Hemos quedado a las cinco? —preguntó. Asentí con un gesto de la cabeza y le sonreí, mientras se alejaba camino del ascensor. Como siempre, corrí hacia la terraza para ver su silueta desdibujarse una vez más y, como siempre, como cada vez que se marcha, no sé por qué, madre, volví a llorar. 73 35 Raquel es mi casera. Una bruja vieja y sabia que se marchó de España intentando recuperar a su hija. La hija que le robó un esposo despechado. Ante la falta de apoyo de la justicia, lo único que pudo hacer para estar al lado de su pequeña, para verla una vez a la semana, fue establecerse en Egipto. Con lo que obtuvo de la venta de su casa en España compró un pequeño apartamento y el ático que me ha alquilado. Desde hace años se gana la vida con la renta y algún que otro trapicheo; subsiste medianamente bien. Al establecerse en este país, consiguió ver a su pequeña todas las semanas, pero ello no le sirvió prácticamente para nada. La niña, por voluntad propia, fue perdiendo el contacto paulatinamente con Raquel. Tomó la familia del padre como única y también su religión. Poco a poco, se distanció de su madre y del entorno occidental de ésta. Cuando la conocí me impresionó su fisonomía, la belleza fría de sus facciones que parecía haber tomado rasgos orientales, como si éstos le pertenecieran desde siempre. Su físico era tan inusual, tan ajeno a estereotipos, que le propuse posar para mí. Aceptó con una única exigencia: que el boceto fuese para ella. Accedí gustosa. Desde entonces, todos los días tenemos una cita ineludible. Durante nuestros encuentros, Raquel se ha ido acoplando a mi vida como si fuese una pieza indispensable del engranaje que forma mi existencia, cuadrando perfecta y milimétricamente en su lugar de ensamblado. Lo último que le relaté fue el asesinato de Sheela. Lo hice después de que ella, sin saber nada del nefasto suceso, me preguntase qué iba a hacer con las cenizas de mi amiga. -¿Has pensado donde vas a esparcir sus cenizas? –dijo señalando el saquito rojo que yo tenía siempre colgado en el palo del caballete. -¿Cómo puedes saber eso? –le pregunté con expresión de sorpresa. -Lo he intuido. Lo que no sé es a qué se debe esa sensación de temor que te asalta cada vez que te llaman de España, y por qué cuando recibes esas llamadas miras la bolsita roja. Dejé la paleta y el pincel. Cogí la bolsita con las cenizas de Sheela y me senté junto a ella. Le relaté todo lo que habíamos vivido Remedios y yo junto a Sheela. Lo que ella significaba para nosotras. Le expliqué como llegamos a formar un trío inseparable: Remedios rubia, Sheela pelirroja y yo morena, características que, unidas a nuestras actividades esotéricas, nos hicieron dignas merecedoras del apodo “las brujas de Eastwick”. -El paraguas rojo del que no te separas es de ella, ¿verdad?- inquirió cogiéndolo-. ¿Sabes que, contrariamente a lo que muchas personas piensan, es un símbolo de protección muy fuerte? -Sí. Sheela me lo dijo. Era de su madre. A ella se lo regaló una anciana meiga para que la protegiese tanto de lo malo como de lo bueno que pudiera sobrevenirle, porque a veces lo bueno después trae consigo algo nefasto. 74 -Así es. La lluvia y el sol pueden ser beneficiosos o perjudiciales. Si tienes un parapeto para ambos, puedes dosificar los dos fenómenos en su justa medida –respondió sonriendo-. Ésa es la simbología real del paraguas: la protección. Y el color rojo simboliza la fuerza, la belleza, el éxito y el amor No sé cómo, pero lo hizo. Repitió una a una las palabras de Sheela. Quizá fue aquello lo que me llevó a contarle lo acontecido, que Sheela parecía estar hablando a través de ella diciéndome: desahógate, ¡hazlo! Por ello, comencé a contarle todo inopinadamente, sin que ella me preguntara qué había sucedido la noche en que Sheela murió. -Aquel día, Sheela había quedado en llamarme sobre las doce. Desde que denunció a Antonio y el juez dictó una orden de alejamiento, ella, todos los días, antes de acostarse, me telefoneaba. Por la tarde me había comentado que iría a la ciudad para hacer unas compras. Dijo que se retrasaría porque pensaba cenar con un viejo amigo. Quedó en llamarme a su regreso para confirmar que estaba bien, pero no lo hizo. Sobre la una de la madrugada telefoneé repetidas veces al herbolario y a su casa. A las dos volví a insistir y, entonces, el teléfono del herbolario comunicaba. Esperé unos quince minutos y volví a marcar el número, que seguía comunicando. Eso me alertó. »Desde que recibió la última y más terrible de las palizas yo tenía un juego de llaves de su casa y de la tienda. Preocupada por su falta de respuesta y la posible desconexión de la línea telefónica del herbolario, decidí desplazarme hasta la tienda y comprobar si todo estaba bien. Cuando llegué, la tienda permanecía cerrada. Entré y enseguida vi el reguero de sangre que salía por el quicio de la puerta del almacén. Corrí desesperada. »Al verla tendida sobre el suelo, con la cabeza torcida hacia un lado, inmóvil, cubierta de sangre y golpes, supe que había muerto, que Antonio la había matado. La escena era dantesca, inhumana. Llorando, furiosa, desesperada e impotente me dirigí hacia el teléfono para llamar a la policía. Colgué el auricular para recuperar la conexión y volví a levantarlo temblorosa, lanzando insultos y maldiciones contra él. Entonces, por la ventana que daba a la parte trasera del local, vi su coche, el coche de Antonio. Él estaba inclinado sobre el volante. Sin pensarlo, solté el teléfono y desencajada fui a por él. »Cuando abrí la puerta del vehículo su cabeza se ladeó ligeramente hacía la derecha. Estaba inconsciente, presa de un evidente coma etílico. Empujé su hombro y su cuerpo cayó sobre el asiento contiguo. Volví a la tienda y llamé a Remedios. Le di indicaciones precisas de que fuese a recogerme en cinco minutos al embalse. Volví al coche y empujé, no sin esfuerzo, a Antonio sobre el asiento derecho. »Cuando llegué a la zona de la carretera que lindaba con el embalse, paré el coche y volví a colocarle en el asiento del piloto. Le así el cinturón al cuerpo y empujé el vehículo lo suficiente 75 como para que éste cogiese inercia y se deslizase por la cuesta, mientras furiosa, llena de dolor e impotencia, fuera de mí, gritaba: te lo dije, hijo de puta, te lo dije, te dije que te mataría. »Remedios me recogió un kilómetro más arriba. Durante el recorrido le expliqué lo que había sucedido. Ella lo único que hizo fue llorar, lloró como nunca antes lo había hecho. Y yo sentí haberla metido en aquella desgraciada historia. Cuando llegamos a la tienda llamamos a la policía. En nuestra declaración dijimos que, alertadas por la falta de respuesta de Sheela, habíamos acudido a la tienda y encontrado su cuerpo. No mencionamos a Antonio y jamás volvimos a hablar de lo sucedido. No lo hicimos hasta mi llamada desde Egipto, cuando ella me comunicó que habían encontrado su coche en el embalse. El cuerpo aún no ha aparecido. 76 36 Mañana, Omar y yo iremos a la península del Sinaí. Sheela dejará de estar conmigo. Esta pequeña bolsa de terciopelo rojo vino, donde guardo sus cenizas, se ha convertido en un pedazo de mi corazón que, como otros muchos, tendré que abandonar. Como lo fue mi querida muñeca de trapo. ¿Recuerda, madre? Se llamaba Cara de Patata. Yo siempre pensé en ponerle otro nombre, aquél no me gustaba, pero la descripción, a modo de mote, con la que fue obsequiada por Carlota, se convirtió en un seudónimo que finalmente quedó instaurado como nombre oficial. Recuerdo aquellas Navidades y el tono de resignación y pena que tenía la voz de padre: —Este año los Reyes tendrán que ser sólo para el pequeño, los mayores deberán conformarse. Hay que sacrificar las cuatro vacas. El veterinario lo ha confirmado, no hay otra solución. Tendremos que solicitar un préstamo... Ese día supe que los Reyes Magos eran los padres. Tenía ocho años. Durante las vacaciones estivales había visto una muñeca de largas trenzas en el escaparate de la tienda del pueblo. Parecía blandita y supuse que estaba rellena de algodón. Soñaba con achucharla, con aplastarla entre mis brazos. Cuando la vi pensé que ése sería el único regalo que pediría a los Reyes Magos. Desde aquel momento conté los días que faltaban para la Navidad. Durante medio año había soñado con los poderes mágicos de los Magos de Oriente que la harían volar hasta los pies de mi cama. Daba por hecho que al pedir un solo regalo sin duda lo tendría. Pero cuando escuché la conversación que padre mantuvo con usted me dirigí al establo y pasé toda la tarde allí, llorando y acariciando a las pobres vacas que tendrían que morir. Pensé en todo lo que ustedes habían tenido que hacer para conseguir, año tras año, cumplir nuestras ilusiones. Lloré por ustedes, por las vacas y por mi muñeca. Por aquella preciosa muñeca que nunca sería feliz con otra mamá que no fuese yo. Era imposible que ella quisiera a nadie como a mí. Me conocía. Todos los días le dejaba un beso prendido en el escaparate. La muñeca fue a parar a casa de Nieves, la hija del practicante, mi inseparable vecina y compañera de clase. Fue su regalo de Reyes más preciado. Y yo tuve que ver a mi muñeca en los brazos de la madre de mi amiga, esperando la salida del colegio de Nieves, tarde tras tarde. Al verla, pensaba en lo triste que debería estar en unos brazos ajenos, en una casa que no era la suya. Sus ojitos de cristal brillaban con más intensidad, aguantando las lágrimas de pena. Imaginaba que sentía frío, allí, sin una toquilla de lana, a la intemperie, y me moría de ganas por tenerla, por acunarla en mis brazos. Nieves también estaba entusiasmada con su regalo de Reyes y no hubo manera de que me la dejase. A pesar de mis súplicas y de las promesas y los cambios que le sugerí, nunca me dejó cogerla. 77 Pasé muchas noches preocupada por mi muñeca. Temía que el hermano de Nieves, apodado “Iván el Terrible”, la descuartizara como hacía con todos los juguetes. Mis temores se hicieron realidad. Una tarde de febrero oí gritar a la madre de Nieves: — ¡Te lo dije, te lo tengo dicho, deja los juguetes lejos de las manos de tu hermano! Tú también debes poner algo de tu parte. No puedo estar todo el día castigándole. No ves que ya no le hace efecto nada, ni siquiera los cachetes. Yo miraba desde la ventana temiéndome lo peor. Doña Eugenia salió a la calle con un montón de trapos y algodón y los metió en una bolsa de plástico. Rápidamente me encargué de hacer desaparecer la bolsa. Cara de Patata había perdido los ojos, tenía una mano desgarrada y las hermosas trenzas de lana negra desprendidas de su cabeza. —¿Dónde has encontrado eso? —dijo usted. —En la calle. ¿Me puedes ayudar a arreglarla? —Hay que ver que manías más tontas tienes, Jimena. ¡A quién habrás salido! No sé qué pretendes hacer con esos jirones de tela. —No son jirones de tela. Es una muñeca de trapo muy bonita –respondí estrechándola contra mí. Pasé la mayor parte del invierno cosiendo a Cara de Patata. Sus hermosos ojos que en un tiempo fueron dos preciosos círculos de cristal, se convirtieron en botones cada uno de un tamaño y un color diferente. El izquierdo rojo y el derecho negro. Carlota decía que estaba bizca. Para mí, la diferencia de tamaño de sus ojos le daba un toque lánguido a su mirada, que me hacía quererla aún más. Rehice sus trenzas, pero la falta de algunos mechones dejó su nuca un poco calva. Cosí sus manos. A una de sus piernas le faltaba un pedazo y al ponerla de pie cojeaba un poquito. Pero ¡qué importaba! Con el tiempo, pensé, aprenderá a andar igual que las demás. Y de no hacerlo la tendría siempre en brazos, aunque se enmadrase. Aquella muñeca fue la mejor de las amigas, el mejor de los regalos que me trajeron los Reyes de Oriente, porque aún hoy sigo pensando que ellos, los magos, tuvieron algo que ver en todo aquello. Y así, Cara de Patata vivió conmigo alegrías y penas, compañías y soledades. Hasta que un día, mi niña, Mena, la destrozó. Pensó que estaba bizca y que había que solucionarlo y le arrancó los ojos. Después decidió que el pelo le quedaría mejor corto y arrancó sus trenzas. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, intentó hacerla desaparecer por el váter, provocando un atasco espectacular. Del desaguisado que Mena hizo con Cara de Patata sólo pude salvar sus ojitos bicolor. Ahora serán los de Sheela. Los dejaré junto a sus cenizas, en la cima del Sinaí. 78 37 Hace dos semanas que no escribo, desde que Omar se marchó. Su ausencia se ha convertido en un espacio de tiempo infinito que comienza a paralizar mi vida, a tergiversar la realidad. Este ascensor desvencijado me atormenta. Cada vez que sus puertas se abren es como abrir la tapa de una vieja caja de chirridos que, presos durante siglos, escapan en una loca carrera sin control hasta atravesar la puerta de mi apartamento, invadiendo mis tímpanos, haciendo que imagine que tras su apertura aparecerá él. Echo en falta su risa, su oído atento, su forma de mirarme, su despertar a mi lado… Su ausencia se clava en mí como un diapasón, llegando a ser insoportable. Llevo dos meses en este país. Dos meses en los que he trabajado sin descanso. En los que he realizado una veintena de óleos y cincuenta bocetos que formarán parte de una exposición. La mitad de ellos se han vendido con antelación, lo que me ha permitido aumentar mis ingresos, ampliar el visado por un mes más y barajar la posibilidad de establecerme definitivamente en El Cairo, algo que Omar y yo ya habíamos sopesado. Hace dos semanas hablamos sobre ello. Incluso comencé a meditar cómo y de qué manera le plantearía a Mena mi estancia definitiva aquí. Sobre todo me preocupaba la reacción de ella, porque Adrián sé que estaría encantado de tener casa en Egipto. Lo primero que Omar trajo fue su cepillo de dientes, después fue dejando algún pantalón, una muda y algún libro. Más tarde comenzó a quedarse hasta el mediodía. Me acompañaba por las calles buscando modelos para mis obras, la última semana incluso la pasó completa en casa. Guisó para mí y me enseñó a hacer Hadj, el maravilloso arroz egipcio, que tanto me gusta. Conversamos sobre la posibilidad de que mi estancia en El Cairo se convirtiese en definitiva y él se mostró encantado, feliz con la idea. Tanto que me atreví a hablarle sobre mis inquietudes, dado el desconocimiento que tenía sobre él; sobre su vida, su familia, su pasado, sus injustificadas e imprevistas ausencias… Contrariamente a lo que siempre había supuesto, no puso ninguna objeción a ello. Me dijo que no me preocupase, que todo llegaría; que tuviera confianza en él, que llegado el momento me hablaría de todo, que tenía una sorpresa para mí. Aquel día fue el último que le vi. Desapareció sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. Todo fue tan extraño que si no hubiera sido porque Raquel le conocía, hubiera pensado que había sido una alucinación. Después de una semana sin dar señales de vida, yo preocupada porque le hubiese sucedido algo, haciendo mil conjeturas sobre su desaparición, pensé que tal vez me había precipitado y él, un alma libre, se había asustado. Incluso sopesé la posibilidad de que tuviera familia, una familia a la que no abandonaría por mí y, angustiada, le pedí ayuda a Raquel. Necesitaba saber qué había pasado, dónde estaba Omar, fuese lo que fuese, me encontrase con lo que me encontrase, necesitaba saberlo. Ella movió todos sus contactos y comenzamos su búsqueda, una investigación que no dio ningún resultado. Parecía que la tierra se lo hubiera tragado. Así fue hasta ayer. 79 38 Raquel subió con él. Los dos me miraban en silencio, quietos y a la espera de mi reacción; temerosos de ella. Pero mi vista estaba fija en el paraguas rojo que el hombre alto y moreno sostenía en su mano derecha. De su empuñadura colgaba una tarjeta manuscrita. Reconocí la letra al instante: era de Omar. -Sentimos no haber podido entregárselo antes, como debería haber sido, pero las circunstancias nos obligaron a ello. Esperamos que comprenda que son causas de fuerza mayor. Acepte nuestras condolencias –dijo el hombre tendiéndome el paraguas rojo. Llorando, temblorosa, lo cogí y leí el texto de la tarjeta: «Es para que te proteja del sol de mi tierra, para que lo haga en el jardín de la casa que he pensado deberíamos alquilar para los dos. Te veo en la noche.» Grité, grité pidiendo con todas mis fuerzas que me dijeran qué había pasado, dónde estaba Omar. Raquel me condujo dentro de la casa y el hombre árabe pasó con nosotras. Pensé que había sido un accidente, un desafortunado accidente lo que le había ocurrido, que estaba en algún hospital inconsciente, herido, pero no, desgraciadamente, Omar había muerto hacía una semana. La misma tarde que se fue de casa y extendió sus manos dándome un adiós definitivo. Aquella tarde en que su imagen no se desdibujó como siempre, lo hizo bajo una extraña lluvia de diminutas flores amarillas, que sólo vi yo. Una lluvia de flores como la que tapizó las calles de Macondo el día que José Arcadio Buendía murió en Cien años de soledad. Tuvieron que darme un tranquilizante y esperar a que reaccionara. Entonces el hombre me dijo que Omar había muerto durante el ejercicio de su profesión. Pertenecía al Shabak, el Servicio de Inteligencia y Seguridad General Interior de Israel. Su lema es: “Defensor y protector invisible.” No me facilitaron detalles de lo acontecido, sólo se me hizo saber que se tenía conocimiento de mi existencia y que los planes de futuro que él tenía eran junto a mí. Aquel día, cuando lo asesinaron, se dirigía a formalizar el contrato de arrendamiento de la casa que quería compartir conmigo. 80 39 Todo empieza donde y como acabó. En Egipto, en El Cairo, y sola. Mi desgastada Raquel anda perdida entre el ascensor y mi casa. Dice que nunca podrá acostumbrarse a mi ausencia. Creo que yo tampoco podré acostumbrarme a vivir sólo con su recuerdo sin morir un poco; sin que mis deseos me hagan volar con el pensamiento hasta su lado, sin el perfume de sándalo que su túnica negra deja prendido por donde pasa, sin la luz que el brillo de sus zapatillas le da a mis pupilas cansadas de ver tantas cosas llenas de oscuridad. Sé que la ausencia de su voz suave, pausada, dejará mis oídos enfermos por el abandono, porque su voz es como su mirada, como sus huesudas manos de bruja buena, el antídoto perfecto para no dejarte llevar por la sinrazón. Raquel es una reliquia llena de la exquisitez de la vida, de la paciencia, la constancia y el amor. Mi Raquel no es vieja ni es mayor, mi Raquel está desgastada por dentro y por fuera, en el alma y el corazón: como lo estoy yo. A estas alturas de la narración ya habrá supuesto que regreso a España. He meditado mi vuelta largo y tendido, recostando mi cabeza sobre el regazo de Raquel, que ha escuchado mi llanto noche tras noche, que, paciente, ha contemplado como mis dedos se deslizaban una y otra vez sobre el último óleo que le hice a Omar. Sobre sus ojos, sus labios, sus manos… Sin él, mi estancia en este país no tiene sentido. Dentro de unas horas Raquel y yo iremos al gran bazar de Khan El Kalili, quiero comprar regalos para todos, pero hasta eso, el ir al gran bazar y regatear sin Omar, me va a doler. Desde hace días todo lo que hago sin él me lastima. Aquí, en El Cairo, donde su recuerdo me persigue, donde intento buscar sus ojos, oír su voz, ver su sombra en cada esquina, en cada hombre, me es más difícil. A cada instante que pasa lo añoro más y, cuando lo hago, me parece escuchar su voz: -Nada muere, todo se trasforma –decía refiriéndose a Sheela-. Ella estará siempre a tu lado. ¡Siéntela! Sólo tienes que sentirla… Y la siento, la siento a ella y, sobre todo, a él, a Omar. Pero me duele tanto hacerlo, tanto... Antes de ir al gran bazar pasaré por una empresa de mensajería y le enviaré todas estas páginas que he ido escribiendo para usted. Espero que lleguen antes que yo porque me gustaría que nos encontrásemos sabiendo que, al fin, tiene pleno conocimiento de quién es su segunda hija. Aquella joven delgada, casi escuálida que un día se marchó de su hogar, que dejó a sus hijos y su marido, buscando hacer realidad un sueño, un sueño de cuento que estuvo a punto de cumplir pero que el destino, el ineludible destino, le arrebató. Anoche, mientras embalaba los utensilios de pintura, volví a ver a padre. Estaba sentado en el alféizar de la ventana y me sonreía. Su expresión era más cálida que de costumbre y su visión más cercana, como si estuviésemos en el mismo plano vital. Incluso pude percibir el aroma de su 81 colonia. Dejé la caja que estaba montando y me dirigí hacia él, pero, como siempre, su imagen desapareció. En su lugar estaba el paraguas rojo de Sheela. Lo cogí y entonces oí su voz, la voz de Sheela diciendo: «Recuerda, no vuelvas, suceda lo que suceda, nunca debes volver.» Junto al texto, le envío el paraguas rojo de Sheela. Es para Mena. Sé que ella irá a casa de Carlota esta semana, como hace todos los veranos, y quiero que usted se lo dé. Dígale que a mí ya no me hace falta porque, para protegerme, tengo el de Omar. En el salón suena Alberto Cortez, las últimas estrofas de su canción En un rincón del alma hoy más que nunca me lastiman: Con las cosas más bellas, guardaré tu recuerdo que el tiempo no logró. Sacarlo de mi alma, lo guardaré hasta el día, en que me vaya yo. El lienzo de Omar permanece entre mis manos. Me cuesta embalarlo, dejar de verle. Llueve. Fuera está lloviendo y, a mi lado, para protegerme, ya no está él. 82 Epílogo La tormenta había descargado con fuerza. Llovió durante horas. Cuando Mena terminó de leer el último folio, llorosa, miró hacia la ventana y comprobó que sobre el alféizar aún permanecían algunos trozos del granizo caído hacía unos instantes. Abrió la ventana y los cogió. Cerró las manos y las llevó hacia el pecho. Remedios se acercó a la joven y, limpiando sus lágrimas, dijo: -Deberías arreglarte un poco. Tu padre, Adrián y tus tíos nos esperan, tenemos que irnos. -¿Te das cuenta, Remedios? -¿De qué, cariño? -Si no hubiera regresado ahora, seguiría viva, con nosotros. No habría muerto. Si se hubiese quedado en Egipto, esto no estaría sucediendo. ¿Por qué volvió?, dime, ¿por qué tuvo que volver? -Porque debía hacerlo. A veces el destino no puede cambiarse. Incluso, intuyéndolo, corremos el riesgo de interpretarlo mal. Creo que eso fue lo que sucedió. -Sí, pero Sheela se lo advirtió. Se lo dijo. -Has leído sus cartas. En ellas deja claro que interpretamos mal la predicción de Sheela. Pensamos que se refería a la venganza de Antonio. Jamás se nos pasó por la cabeza que pudiera sufrir un accidente aéreo. Ella tampoco sabía que tu abuela no llegaría a leer el manuscrito. La vida es esto, pequeña –dijo abrazándola con fuerza-. Debes ser fuerte. »Raquel está esperando hace horas para hablar contigo. Ha hecho un largo viaje. Deberías hablar con ella antes del funeral. Creo que a tu madre le hubiera gustado que lo hicieses. Cuando Raquel entró en la habitación, Mena seguía sumida en su dolor. El granizo que había cogido se derretía entre sus manos y mojaba su pecho, pero ella no se movía. Permanecía con la vista perdida en la ventana. La anciana se dirigió hacia la joven en silencio. Cuando estuvo a su lado le tocó un hombro con suma delicadeza y dijo: -No sabes cuánto lo siento. Su muerte también ha desgarrado mi alma. He traído esto. –Y le entregó a Mena un paraguas rojo-. Lo olvidó en el apartamento. Es el que le regaló Omar. Junto al paraguas también olvidó este libro. El rodaballo. Mena cogió el libro y sonrió. Lo apretó contra su pecho y dijo: -Era tozuda, tozuda como ella sola. Siempre andaba con este libro a cuestas empeñada en terminar de leerlo, y, mira, el marca páginas sigue en el mismo lugar –concluyó rompiendo a llorar… Cuando el coche, camino del cementerio, atravesó la urbanización y el pueblo, a su paso, poco a poco, las aceras fueron tiñéndose de rojo. Sobre ellas, docenas de paraguas se abrían uno tras otro. Bajo ellos estaban todas y cada una de las mujeres a las que Sheela, Remedios y Jimena habían 83 consolado con su magia. Con las que habían compartido penas y soledad tras las rojas cortinas del herbolario, en el más absoluto anonimato. Un anonimato que ellas mismas, aquel día, decidieron no guardar porque, igual que lo fueron Jimena y Sheela, también eran mujeres de agua que necesitaban un paraguas rojo para protegerse, para no desaparecer bajo la lluvia al darle la mano a la soledad. FIN 84 SEGUNDA PARTE Traducción al italiano. In un angolo dell'anima 85 In un angolo dell'anima 86 Mentre lui tendeva le braccia cercando ad ogni luna di sfiorare il cielo, a me le stelle fugaci avevano smesso di concedere desideri. 87 A mio suocero, ovunque egli sia. So che mi avrebbe dato un ombrello rosso per proteggermi, per proteggerci. 88 Alle anime alate delle rose, al rifiorir del mandorlo, ti rivoglio, poiché di molte cose dobbiamo parlare, compagno dell’anima, compagno. Elegia di Ramón Sijé Miguel Hernández (Orihuela, 1910 - Alicante, 1942) 89 PROLOGO Felipa, nonostante la sua età, aveva una bellezza serena, anche se il suo carattere, sfuggente e sradicato, conferiva al suo viso un tocco di freddezza marmorea. Magra, quasi scheletrica, quella mattina camminava a fatica lungo le mattonelle umide, antiche e frastagliate che conducevano alla stalla. Camminava in silenzio, a testa bassa e zoppicante, assorta nel senso delle parole che, con grande sforzo oculare, era riuscita a leggere. Ogni tanto si fermava e, prendendo lo scapolare che portava al collo, sussurrava una specie di preghiera. I suoi capelli grigi si mescolavano nell'aria, nella freddezza dell'alba. La brocca di ottone sembrava voler scappare dal tremore della sua vecchia mano. Si era mantenuta in buono stato grazie a quell'anziana alla quale la vita sfuggiva. Per questo, quella brocca in cui era stato messo il latte appena munto dalla miglior mucca della stalla da anni, quella mattina sembrava rifiutarsi di aiutarla. Era come se fosse pervasa dal raziocinio. Come se avesse la certezza che quella aurora sarebbe stata l'ultima in cui il sole avrebbe fatto brillare il suo corpo di metallo. Felipa guardò il campo coperto di rugiada e sospirò. Con il capo chino tolse la spranga ed entrò nella stalla. L'odore di fieno e l'erba medica attenuavano la puzza di escrementi. Il bestiame, ora composto da cinque animali, non assomigliava per niente alla mandria di bovini che, tempo addietro, aveva costituito la fonte di reddito della sua numerosa famiglia. - Come ho potuto permettere che accadesse! -mormorò, mentre si sedeva sul vecchio sgabello per mungere una delle bestie-. Come ho potuto essere così cieca! Chiamerò Carlota per farmi leggere il resto del manoscritto. Quando Jimena rientrerà parleremo. Sì, parleremo senza sprecare altro tempo. Non posso morire senza chiederle perdono. Non posso farlo…" La brocca cadde a terra e il latte appena munto cosparse il pavimento ricoperto di paglia. Felipa svenne, accasciandosi a terra con aria moribonda. I tizzoni del braciere riscaldavano dolcemente la fodera della 1mesa camilla. La lente di ingrandimento stava lì sulla tela cerata. Dentro un pacco c'erano un centinaio di fogli e un ombrello rosso. La ricevuta della spedizione non mostrava i dati completi del mittente. C'era solo il nome e la città di provenienza: "Jimena Alcántara, Il Cairo". 1 Tavolo di legno normalmente rotondo coperto con una fodera. Nella parte inferiore ha un rialzo in legno con un buco al centro dove si posiziona il braciere. La mesa camilla era molto diffusa prima del'avvento del riscaldamento centrale. La famiglia vi si riuniva attorno, mettendo le gambe sotto la fodera per mantenerle calde. [N.d.T]. 90 1 Madre, sono Jimena. So che mi ricorda appena. Per Lei sono sempre stata un'ombra verbosa a cui non ha mai fatto caso. In casa eravamo in tanti e non aveva mai tempo. Lo capisco, capisco la sua mancanza di tempo, però non ho mai capito l'ingiustizia con la quale lo ha ripartito. "Parli sempre a vanvera. Se non cerchi di cambiare il tuo modo di essere, avrai tanti problemi", diceva sempre come unica e invariata risposta ai miei tentativi di conversazione. Non si sbagliava. Ho avuto problemi, infiniti problemi, però non dovuti al fatto che parlassi tanto. Ce li ho avuti perché nessuno, a cominciare da Lei, ha mai avuto tempo per ascoltarmi. La mia vita è sempre stata una lotta per avere la sua attenzione, il suo beneplacito. Adesso, il passare degli anni mi ha reso capace di vedere la realtà e poter accettarla senza che ciò vada oltre una presa di coscienza, senza che la solitudine che sento mi obblighi a versare una sola lacrima. A differenza del passato, oggi non ho bisogno che qualcuno mi ascolti. Ho imparato a dialogare con me stessa. Questo cambiamento radicale, in parte, lo devo a Lei. Eppure, nonostante tutto, ho bisogno di farle sapere chi è la sua seconda figlia, quella ragazza magra, quasi scheletrica, che un giorno ha lasciato la sua città per tentare di coronare un sogno, un sogno da favola che non si è ancora realizzato. Lei me lo deve, mi deve questo tempo che non mi ha mai dedicato, queste conversazioni che non abbiamo mai avuto... Però so che l'unico modo che ho per raggiungere questo mio obiettivo, per far sì che mi ascolti, è attraverso queste pagine. L'autobus dal quale le scrivo è diretto all'aeroporto. Vado in Egitto. 91 2 Tutti pensavamo che sarebbe stato eterno, che in casa nostra non sarebbero mai mancate le risate, le urla, le corse, le mega mangiate. Soprattutto ne era convinta Lei, che ci assicurava avremmo riempito la tenuta di nipoti, che non sarebbe mai rimasta sola. Però, poco a poco, tutti, tranne Carlota, che è rimasta in città, ce ne siamo andati. Se n'è andato anche mio padre, se n'è andato prima che arrivasse la sua ora. Quanto gli ho voluto bene! Lo adoravo. Ho ancora nostalgia delle sue chiacchierate vicino al caminetto, del suono malinconico e pacato della sua voce, profonda come il suo sguardo. Mi manca il fumo della sua pipa che, prima di dissolversi, scarabocchiava disegni nell'aria, mi manca il suo odore e la ruvidezza del palmo delle sue mani vissute, che tante volte hanno accarezzato la mia testa. "Senza laurea sei un signore. Con la laurea sei il signor Don", diceva sempre per incoraggiarci, per non farci abbandonare gli studi. Per lui, eravamo tutti capaci, tutti tranne Carlota, che non ha mai voluto saperne. Immagino sarà proprio lei, mia sorella, a leggerle queste pagine. Le è sempre piaciuto leggere a voce alta. Sin da piccola, se mai lo è stata, perché io la ricordo da sempre grande, era certa che sarebbe stata una madre e una moglie. Che avrebbe trascorso i suoi giorni senza particolari slanci, ma felice, terribilmente felice, in questo piccolo orizzonte con le faccende di tutti i giorni, rapita dalle faccende quotidiane che non vanno oltre le necessità degli altri e che, per lei, erano e continuano ad essere il pane e il sale della sua vita. La ammiro per questo. La ammiro per aver ottenuto quello che voleva, perché ha sempre saputo cosa voleva. Forse consiste proprio in questo il mistero della sopravvivenza, nel credere di essere felici, nel non distinguere l'allegria dalla felicità. L'autobus si avvicina al capolinea. Sta piovendo. Quando il mio aereo decollerà sarà trascorso il tempo necessario perché Carlos cominci a preoccuparsi e a chiedersi dove mi sono cacciata, qual è il motivo trascendentale che mi ha portato ad assentarmi dal campo di battaglia, perché non sono lì come di consuetudine, stoica nel posto di sempre. Adrián non si accorgerà della mia assenza prima dell'ora di pranzo. Sarà sommerso dai mille appunti che deve imparare, quasi a memoria, per superare il concorso che gli conferirà il titolo di notaio, un lavoro arduo che gli ha fatto perdere tre lunghi anni di tentativi frustranti. Adrián è uguale a suo padre, robusto, virile e testardo fino a sfociare nella demenza. Estraneo a tutto ciò che non sia sua preoccupazione. La mia piccola Mena sarà in bagno. Sta sempre in bagno! Lei è il riflesso di ciò che ho sempre desiderato essere: inalterabile dinnanzi alle esigenze altrui. Mia figlia non si chiederà dove sono. Se vorrà sapere qualcosa di me andrà direttamente alle piramidi. Si perderà in questo mare di 92 sabbia ricco di storia e mi cercherà dietro l'ombra invisibile che riflette la figura di Hatshepsut, la signora del Nilo. A questo punto, madre, avrà già capito che sono in viaggio da sola, che nessuno di loro, né Mena, né Adrián, né tantomeno Carlos, sa niente del mio viaggio. Si sarà resa conto che sono andata via senza avvisare, che ho lasciato i miei figli e mio marito. A questo punto starà tirando fuori il fazzoletto dalla manica per asciugare le lacrime che le mie parole staranno provocando. Sono certa che si starà avvicinando al comò alla ricerca del ritratto di mio padre, lamentosa e zoppicante. La immagino mentre, con la manica della camicia nera, pulisce il vetro che protegge la sua foto dopo il consueto bacio, stirando il centrino di uncinetto bianco sul quale riposa. Dopo qualche istante di riflessione tra sé e sé, so che ritornerà a sistemarlo con una scrupolosità quasi ossessiva, e si allontanerà, col capo chino e singhiozzante, scuotendo la testa. L'autobus è arrivato. Non posso più scrivere. Però solo per un momento. Solo quando il rumore dei motori mi metterà lo stomaco sottosopra e le ruote si nasconderanno nel ventre del Boeing 747, solo allora, per calmare la paura ancestrale, oceanica e profonda che sento in volo, farò l'unica cosa che è sempre riuscita a calmare le mie ansie, la mia insicurezza e i miei dolori: parlare. Parlerò di nuovo con Lei attraverso la carta. Attenzione! Voli internazionali in partenza. Mi creda madre, vorrei tanto fosse qui. 93 3 Sono le due di notte e ancora non sono riuscita a dormire. La paura mi attanaglia. Non è una paura qualunque. È quella che genera l'insicurezza. Mi sento persa. Niente è come pensavo. Da quando sono arrivata al Cairo e ho varcato la porta dell'aeroporto per prendere il taxi ho avvertito una sensazione strana, non sapevo cosa ci facessi qui. Ho sempre immaginato Il Cairo come un piccolo borgo pieno di case di mattone crudo, in mezzo al deserto pieno di nomadi e tuareg, vestiti di bianco e indaco, che sorridono con aria arrogante sui loro enormi e altruisti cammelli. Erano tutti di carnagione scura, con dei fantastici occhi neri e delle folte sopracciglia. Le strade, un immenso suq dove tutti gli spazi erano invasi da centinaia di bancarelle che vendevano anfore, mummie e tesori archeologici a dieci pesetas. Niente di più distante dalla realtà. Il Cairo è una città grande, illuminata dall'energia della grande diga di Assuan. Piena di autostrade e di turisti ingenui come me. Il Cairo è bella, cosmopolita, poliglotta e abbastanza grande per le mie conoscenze. Infatti non mi pento, mi sento solo insicura. Tutto ciò che mi piace ha sempre generato in me insicurezza e paura. O forse paura e insicurezza? Durante il volo, in molti momenti ho sentito la mancanza dell'ombrello rosso di Sheela, la mia amica del cuore. Non ho potuto portarlo a bordo, le misure di sicurezza mi hanno obbligato a imbarcarlo con il resto del bagaglio. Da quando me l'ha regalato l'ho sempre portato con me, mi ha fatto da appoggio e da riparo, proteggendomi dai malauguri, così come lei disse che avrebbe fatto. Prima di imbarcarlo ho accarezzato l'impugnatura di legno e, mentre lo facevo, ho ricordato le sue parole, le parole premonitrici di una delle streghe di Eastwick. Lei aveva presagito il mio viaggio in Egitto, aveva anticipato la mia fuga: "L'Egitto è parte del tuo destino… ma se vuoi puoi evitarlo, perché la vita, il futuro, è un incrocio di cammini e c'è sempre più di una scelta. Se decidi di andare nella città del Nilo, non dovrai più ritornare in Spagna, per nessuna ragione al mondo. Non dimenticarlo…". Forse se mi avesse detto il motivo per cui non sarei potuta ritornare avrei scelto un altro destino, non sarei qui. Però non l'ha fatto, si rifiutava sempre di parlare di questo. Da quel giorno non mi ha più voluto leggere le rune. 94 4 Sono in hotel da tre ore. In questo lasso di tempo ho alzato la cornetta e riattaccato varie volte, finché, finalmente, tenendo con forza l'ombrello rosso per l'impugnatura ho composto il numero di casa. Ha risposto Carlos. Dopo aver ascoltato in assoluto silenzio le mie spiegazioni, ha risposto con una frase da cui trapelava una minaccia: - Spero tu sappia quello che hai fatto. Non mi ha dato il tempo di rispondere: quando stavo per articolare un sì, ha messo giù. Non so perché ho preso questa decisione solo ieri, quando ho deciso di abbandonare tutto in questo modo, senza un preavviso, una lamentela o un silenzio di più durante le colazioni veloci, i pranzi domenicali o le cene senza candele, vino e rose. Senza una lacrima premonitrice o accusatoria. Senza le omissioni raziocinanti dei miei doveri quotidiani e umani. Senza quella richiesta di aiuto che solitamente precede una crisi emotiva. L'ho fatto in silenzio, senza far sentire i miei passi, senza che il mio volto esprimesse disappunto o malessere dinnanzi a quella quotidianità in cui mi sentivo un oggetto. Forse erano state le sue ultime e insipide carezze a scatenare tutto ciò, dove sembravo non avere un volto, potevo essere una qualunque tra le sue mani, perché loro non mi riconoscevano più sotto le lenzuola, ero diventata una delle tante, quella di sempre. E il peggio non era che lo percepissi in quel modo, il peggio era che anche lui, Carlos, lo sapeva, ma sembrava non importargli minimamente. Contemplavo il riflesso del mio corpo nudo negli specchi della camera da letto, mentre la pioggia colpiva la finestra con rabbia e le gocce scivolavano come le mie lacrime mute, senza forza, incontrollate. Mentre lui, Carlos, nudo davanti lo specchio del bagno, pletorico di estasi carnale, sollevava il mento e mi chiedeva, a voce alta, se la caldaia fosse accesa perché doveva farsi una doccia. Quella notte abbiamo bevuto, ho bevuto, troppo vino. L'alcol era diventato padrone assoluto della mia coscienza. Pian piano notavo che il mio polso stava rallentando. La musica suonava lontano, assente. L'ho guardato sapendo che quel giorno sarei stata una tra le tante, che sarei passata come erano passate le altre, senza un senso. Eppure, nonostante tutto quello che era successo tra di noi, nonostante la solitudine, continuavo a desiderare le sue mani sul mio corpo, il calore delle sue dita sulla mia pelle. Desideravo che il suo sguardo profondo percorresse lentamente la commessura delle mie labbra, la protuberanza dei miei fianchi, i miei seni bianco latte. E di nuovo, di nuovo l’ho lasciato fare. Riuscivo a controllare i miei spasimi di piacere, perché i suoi desideri si sovrapponevano sempre ai miei. Ad ogni nostro incontro carnale mi contenevo, frenavo i miei bisogni, i miei spasimi, finché lui si consumava, finché le sue palpebre si chiudevano. Sentivo, sì, io, nonostante gli anni trascorsi, l'apatia, l'ingiustizia che avvolgeva la nostra routine quotidiana, 95 continuavo a sentire, ma lo facevo attraverso lui. Per questo, per questo vuoto di sentimenti e piacere proprio, che non mi manca affatto, Carlos, il mio Carlos, il Carlos che avevo creato e conservato, è scomparso. All'improvviso la sua vita e la mia non facevano più parte di quei film assurdi con i quali qualcuno ha riempito le ore vuote della mia infanzia. Di quella farsa che aveva plasmato il mio modo di vedere la vita e di affrontarla. Quei film in cui alla fine le principesse rimanevano incinte dopo il bacio casto, quasi platonico del principe, in cui i piatti del banchetto nuziale erano colmi di cibi squisiti, che non costavano nulla, e in cui i capelli lunghi delle fanciulle non avevano bisogno di bigodini per arricciarsi. In quel preciso istante, improvvisamente, mi sono sentita parte di una bugia, di un'enorme bugia. Carlos non era il principe delle favole e io non ero come quelle fanciulle dagli occhi azzurri e dai seni sodi, bionde come la birra. 96 5 Nonostante ciò gli ho voluto bene, sì madre, gli ho voluto bene in modo demenziale e, in qualche modo, credo di continuare a volergliene. Durante i primi anni di convivenza il suo essere costantemente eccitato mi faceva sentire desiderata, e questo, allora, era molto importante per me, faceva parte dell'essere donna. L'ho imparato quando ero ancora una ragazza, in quei giorni in cui erano gli altri a decidere per me. Però quell'epoca non aveva niente a che vedere con me e per questo il mio desiderio di sfiorare la perfezione, di far sì che tutti, e in primo luogo Carlos, si sentissero felici con me accanto, pian piano svaniva. Mentre entrava in doccia, ignaro dei miei pensieri e della mia nudità emozionale, mi sono vista agghindata con quel vestito verde bottiglia, tipo Principessa Sissi, a lavare i piatti sporchi. Frastornata in una casa piena di mobili stupidi e traditori, che si riempivano di polvere non appena li perdevo di vista. A riempire il carrello del supermercato con i prodotti più economici e di gran lunga migliori di quelle offerte ingannevoli pubblicizzate sulle insegne fosforescenti, che reputavo davvero orribili. Allora ho capito che quella veste era scomoda per le mie faccende quotidiane, che i seni lottavano per disfarsi del corpetto simile ad una camicia di forza. Sono riuscita a vedere i collier scarlatti, il loro luccichio, per ciò che realmente erano sempre stati, bigiotteria fina. Ho sentito la necessità imperiosa di essere la protagonista, la prima attrice di un film basato sulla realtà. Ho chiuso la pagina finale della mia storia inventata, una storia che era durata troppi anni, tanto che il principe era quasi un nonno, e ho scritto il finale della favola: "La principessa lascia il castello, marcondirondirondello". 97 6 Dopo un'orribile notte di insonnia in cui i ricordi della nostra vita insieme riaffioravano uno ad uno, all'alba ho tirato giù le valigie dal soppalco e ho cominciato a riempirle di roba. Mi sono messa i vecchi jeans e le scarpe da ginnastica tanto odiate da Carlos. Lui dormiva profondamente, come sempre, nemmeno un terremoto di magnitudo 7.7 della scala Richter sarebbe riuscito a svegliarlo. Non ho detto niente, non mi sono nemmeno avvicinata alle camere di Mena e Adrián. Erano abituati ai miei passi mattutini solitari e anche se mi avessero sentito avrebbero continuato a dormire indisturbati. Ho attraversato il corridoio come un fantasma e sono uscita in strada. Pioveva, piove sempre nella mia vita, l’acqua è sempre presente nei giorni importanti della mia vita. Il vecchio Mercedes del vicino era parcheggiato come sempre di fronte a casa mia. I suoi fari rotondi mi fissavano come fossero gli occhi di un nonno che disapprovano la mia fuga. Il paraurti sembrava biasimare la mia partenza. Ho perfino immaginato che dicesse: "Fuggi codarda! Sei sempre scappata come una codarda". Ho chinato il capo e ho smesso di guardarlo perché in qualche modo mi sentivo davvero codarda. Ho fatto due passi, ho preso un po’ d'aria e ho guardato per l'ultima volta casa. In seguito, dopo qualche istante di meditazione, ho asciugato le lacrime che scivolavano sulle mie guance, ho aperto l'ombrello di Sheela, mi ci sono messa sotto e ho sorriso. Ho sorriso con aria di sfida al Mercedes e a quel villano del mio vicino che, come tutti i sabati, mi contemplava senza decoro dalla sua platea, il suo androne, assorto, nel suo pigiama a quadri, mentre con la mano sinistra teneva un caffè fumante e con la destra sfogliava le pagine del giornale senza mai leggerlo. O forse sì, forse lo leggeva, anche se sono sicura non fosse in grado di capire nemmeno un paragrafo. Schivando il suo sguardo, fisso sul trolley e sulla valigetta rossa che avevo lasciato sul marciapiede, mi sono avvicinata al cancello di Remedios, la mia 'vicina' Remedios… 98 7 Remedios era, e continua ad essere, una donna leziosa. Leziosa e un po’ ignorante, anche se eccezionale. È silicone puro e crocchette di una besciamella insuperabile. Un'enciclopedia culinaria errante in cui, aiutata dall'arte della seduzione, un dono che il destino le ha voluto fare, è riuscita a riepilogare centinaia di trucchi inaccessibili alle nuore. Le nuore che, come me, sono incapaci di ottenere la formula magica di quel piatto speciale con cui portarsi a letto il principe azzurro. Eppure lei, Remedios, deve solo sistemarsi il grembiule, fare un sorriso alla suocera, sua o altrui, perché le riveli, come se le avessero iniettato del pentothal, uno per uno gli arcani del piatto in questione, conservati per generazioni nella più assoluta segretezza. Lo fa senza sforzi, senza vantarsene, come a chi non fa né caldo né freddo, mentre tu osservi la scena stupefatta. Mentre dedichi uno sguardo di indignazione alla tua santa suocera e al suo figlio devoto. Remedios è il prototipo perfetto di donna, la donna che la maggior parte degli uomini vorrebbe avere al proprio fianco. Allegra, imperturbabile, efficiente e accondiscendente. Bionda fino al midollo. Senza un filo di ricrescita che mostrasse il bruno genetico che sfoggiano i suoi figli. Passa ore e ore in cucina, però i suoi vestiti non hanno mai l'odore di tutti gli spezzatini proposti nei suoi menù quotidiani. Profuma sempre di violette, violette del Teide. Per le sue sane ricette si aiuta con un grande libro dietetico, redatto di proprio pugno, che appende con uno spago a lato del telefono della cucina e che, dalla grandezza e disposizione, ricorda tanto gli elenchi telefonici americani che pendono dalle cabine pubbliche. La sua pasticceria è speciale, magica e medicinale. Ricca di colori che lei considera curativi e che suscitano effetti surrealisti. Ha sempre un dolce per ogni occasione, per ogni stato d'animo, con il quale ottiene sempre il suo obiettivo: niente è tanto importante a tal punto da farci piangere. In ognuna delle degustazioni con cui ci ossequiava, finivamo sempre per ridere, per ridere a crepapelle. Sheela diceva che l'ingrediente segreto dei dolci di Remedios era sicuramente la formula magica che recitava mentre mischiava gli ingredienti, simile a quella della 2Queimada, anche se diversa nel contenuto e nella melodia. Un contenuto del tutto inintelligibile e impronunciabile, eccetto per lei. Remedios, come unica risposta alle nostre domande e ipotesi sulla sua formula magica, rideva. Non si è mai decisa a darci un solo dettaglio che ci permettesse di conoscere la sua simbologia, il suo scopo, le sue origini o, semplicemente, che ci autorizzasse a metterlo in pratica. Continua ad essere ancora così. 2 Bevanda alcolica tipica della tradizione gallega, che serve a scacciare streghe e maledizioni varie e a purificare lo spirito. Durante la sua preparazione si recita una specie di incantesimo. [N.d.T]. 99 All'inizio non sopportavo Remedios, il suo essere così perfetta e il suo eccessivo controllo del quotidiano mi destabilizzavano, perché all'interno di questo feudo che lei governava senza sforzi, io sembravo una cantante di flamenco caduta dal cielo nel bel mezzo di una rappresentazione di un'opera di Giacomo Puccini. Quando l'ho conosciuta non mi è piaciuta, non mi è piaciuta affatto. Era così perfetta, così irreale, che nemmeno gridava. Sembrava essere riuscita ad essere una di quelle donne delle serie americane: dolce, educata, silenziosa; di plastica. Questo controllo, questa supremazia, mi destabilizzavano. Alterava i miei bioritmi. Avevo passato metà della mia vita cercando di diventare così, in quel modo. Avevo desiderato controllarmi, prima e durante l'evolversi di ogni mio conflitto coniugale, generazionale e perfino professionale. Non dare un tono eccessivamente alto alle mie parole e, cosa più importante, generare tranquillità attorno a me. In una parola, dominare. Avere tutto sotto controllo. Non ci sono mai riuscita! Nonostante, e malgrado il suo silicone, che francamente devo riconoscere era ben distribuito, il suo controllo e la sua eccellenza quotidiana, Remedios era umana, era così imperfetta e così latina come lo siamo tutti. Il giorno di quell'estate in cui il suo amato Jorgito, educato secondo il miglior stile inglese, le ha detto "Vaffanculo mamma!", Remedios non si è alterata. Ha lasciato cadere il suo pareo a terra facendo finta di niente. Ha teso le zampe infuocate verso il bambino e lo ha trascinato verso di sé, piano, senza fretta. Tutta la piscina osservava con ansia la sua reazione. Erano desiderosi di vederla finalmente perdere le staffe, giusto per animare le colazioni e i dopocena di quella noiosa estate. Però solo io sono stata fortunata. La mia posizione strategica accanto a lei mi ha permesso di non perdermi nemmeno una delle sue parole. Remedios ha avvicinato la bocca all'orecchio di Jorgito e, con un sorrisone di facciata, gli ha sussurrato: "Se mi rispondi di nuovo in questo modo, ti giuro che ti taglio le palle". In quel momento l'immagine che avevo di lei è cambiata. Sebbene continuasse ad essere troppo perfetta, continuasse a truccarsi eccessivamente, ad essere ossessionata dal tenere tutto sotto controllo e si rifiutasse di leggere romanzi che non fossero rosa, non dando ascolto ai miei consigli, la sua reazione con Jorgito ha avuto quel tocco di volgarità che mi ha abbagliato. Era avvolta dalla volgarità che comporta la perdita repentina di compostezza che caratterizza la gente normale. Questo mi ha soddisfatto, mi ha fatto intravedere la possibilità che esistesse un angolo oscuro, invisibile agli altri, nella sua bella testolina. Uno spazio dove non c'erano cosmetici, dove padroneggiavano le inquietudini e i sentimenti contraddittori. Da quell'istante, poco a poco, il suo acquietamento, la sua semplicità di vivere il quotidiano, il suo perenne "Non è successo niente, vedrai che tutto si aggiusta", sono entrati a far parte della mia vita, senza che me ne rendessi conto e per sempre. Remedios è diventata mia amica, parte di quel meraviglioso trio soprannominato "le streghe di Eastwick". 100 Ieri, dalla finestra della sua cucina, Remedios mi osservava con una certa inquietudine. Forse sperava che Carlos uscisse dietro di me. Ho trattenuto il respiro, ho cercato di sorridere, ma non ci sono riuscita e ho aperto il cancello. Non appena mi ha visto entrare nel suo giardino si è precipitata fuori, con fare inquieto, mentre si asciugava le mani nel grembiule rosa, lasciando un profumo di pane tostato e caffè appena fatto. - Vado via per qualche giorno -le ho detto. - Tua madre sta bene? -ha chiesto preoccupata. - Si. Si tratta di me. Ho bisogno di cambiare aria, di staccare un po’ la spina… Lo sai… -ho aggiunto dopo una pausa, abbassando la testa, incapace di sostenere il suo sguardo a lungo. So che non mi ha creduto. L'ho notato dal modo in cui mi ha preso le mani tra le sue, nel suo sguardo accondiscendente e complice. L'ho capito perché non è rientrata subito a casa, perché è rimasta immobile e silenziosa finché la macchina non ha svoltato e si è persa nel labirinto di strade che compongono la zona residenziale. È rimasta lì, vaticinando un addio che non si era manifestato, ma che lei aveva intuito nel momento in cui la mia valigetta, solo Dio sa per quale ragione, si è aperta sul marciapiede e ha visto la borsetta di velluto rosso al suo interno. Quella borsa che lei stessa aveva fatto con le tende dell'erboristeria di Sheela. Allora, con gli occhi umidi, ha detto: - Mi chiamerai quando lo farai? Ho annuito a testa bassa, mi vergognavo per non essere stata sincera e coraggiosa, e sono salita sul taxi che avevo chiamato qualche istante prima. L'ho fatto ricordando un episodio della nostra vita, l'episodio più importante che entrambe avevamo condiviso insieme a Sheela. Un episodio che, quando sarà il momento, condividerò anche con Lei, madre. 101 8 Il giorno che siamo arrivati in questo quartiere residenziale all'avanguardia, prestigioso ed elitario, il cuore mi si è ristretto come fosse un pomodoro pronto per essere fritto. Erano tutti così palesemente benestanti che le mie origini mi facevano sentire insicura. Mi chiedo cosa avreste pensato Lei e mio padre se aveste potuto sentire i miei pensieri. Ricordo che avete pagato i miei studi grazie al latte del bestiame. Le loro mammelle sono state la miniera d'oro della nostra numerosa famiglia. Quel giorno, mentre osservavo l'alta società che mi stava intorno, guardando il terreno in cui si ergevano le villette, e che tempo addietro era stato una vera e propria valle soprannominata "la scopatoia" dove all'imbrunire le coppie cercavano "intimità", ho provato nostalgia. Ho rimpianto la vita semplice e alla mano del paese. Quando i miei occhi hanno rivisto l'immagine di tutte quelle villette a schiera, tutte rigorosamente dotate di allarme, con paraboliche, macchine di alta gamma e domestiche con tanto di divise, mi hanno fatto venire voglia di andarmene di corsa, di ritornare nella mia piccola casa di appena sessanta metri quadri in pieno centro della capitale. Sentivo la mancanza della vivacità dei semafori, il rumore assordante del traffico che metteva a tacere le mie riflessioni. Gli schiamazzi della gente nei negozi, nelle terrazze, per le strade… Ho rievocato quell'anonimato che ti dà la grande città, un anonimato che ti permette di andare ovunque, di vestirti, sentirti ed essere come hai voglia, in qualsiasi momento del giorno e in qualsiasi giorno dell'anno. Mi mancava questa libertà di modi e maniere che lì sarebbe stato molto difficile trovare. Non sapevo come sarei sopravvissuta in quel recinto privato, di strade private, di portieri privati… Tutto era privatamente privato, tranne le risorse economiche che si tramandavano come facevano di solito i nobili con i loro titoli. Quando la bellissima signorina, griffatissima Dior, truccata e pettinata da un allievo di Llongueras che, tra parentesi, lì era super "popolare", ci ha portato a fare l'opportuno, obbligatorio, monotono e abituale giro turistico per gli ambienti comuni, Carlos, il mio amato Carlos, sembrava Onassis. Aveva preso così sul serio il suo ruolo di nuovo ricco che perfino io ci credevo. Eppure, io, accanto a lui, dinnanzi a tutto quello sfoggio di pedigree, ero il ritratto vivente di un cagnolino meticcio che, abbandonato dai suoi padroni snaturati, era stato salvato dai servizi del canile municipale dopo essere stato investito da una macchina. Improvvisamente assumevo un'andatura zoppicante e mi veniva anche un tic nervoso al labbro superiore che più di una volta mi ha obbligato a coprirmi la bocca per nascondere il mio stato di nervosismo precario. Tutto ciò, insieme ai miei modi e al mio aspetto progressista, facevano sì che stonassi con l'aspetto impeccabile del mio coniuge, vestito da Ralph Lauren e con addosso un profumo Loewe. I jeans e la camicetta nera che indossavo si intonavano con le espadrillas di sparto e mi facevano sentire comoda. Erano fatte 102 apposta per camminare per il quartiere residenziale, visitare la villetta campione, i giardini… Però, al tempo stesso, facevano concentrare su di me lo sguardo inquisitore e frivolo della bellissima impiegata dell'imprenditrice e delle "supersignore" che abitavano già nelle villette. Carlos sembrava pronto per andare a giocare a golf, gli mancavano solo le scarpe appropriate. Io sembravo pronta per andare al super, al supermercato di quartiere, anche se lì lo chiamavano "il Centro Commerciale", e quando ci si andava bisognava essere agghindate all'ultima moda. Quello che è certo, madre, è che non mi sono sentita così solo quel giorno. Ho sempre sentito di non avere niente in comune con la maggior parte dei mortali, ma soprattutto e innanzitutto, con quelli a cui le cose vanno sempre bene: quelli nati con la camicia. Io non sono mai stata una di quelli. Posso dire di non avere niente in comune nemmeno con i miei fratelli. Loro sono così perfetti, così biondi, così alti, così felici… Io, così bruna, così magra, così debole, così infelice… Così intellettuale, troppo intellettuale. È questo, come dice Carlos, il mio grosso problema, penso troppo e pensare non fa bene. Durante il giro della zona residenziale, mentre ascoltavamo tutti i pregi di vivere lì, vedevamo le stanze e ammiravamo quelle cucine scandalosamente care, ho sentito di nuovo la stessa inquietudine, la stessa sensazione di essere nel posto sbagliato al momento sbagliato. Mi sentivo terribilmente lontana da tutta quella gente che viveva in quell'ambiente, meravigliosamente programmato dalla costruttrice e colonizzato alla perfezione dall'industria alberghiera. Un'industria alberghiera completamente diversa dalla mia deliziosa cucina veloce, surgelata e quasi sintetica che non aveva né sapori né odori, però che riscuoteva molto successo, anche se solo in mia presenza. Quel posto era così perfetto che sembrava essere stato fatto con un unico scopo: infastidirmi e disorientarmi. Era tutto così estremamente bello che, in quel momento, mentre contemplavo la perfezione che mi circondava, avrei preferito che fosse tutto un'illusione ottica. Però era reale. Isolarsi non serviva, dovevo adattarmi. Carlos lo pretendeva. Ci ho provato, ci ho provato per mesi, ma non ci sono riuscita, finché non si è trasferita lì, nella villetta accanto, Remedios, che è entrata a far parte della mia vita. Da allora eravamo due le disadattate in quell'habitat poco ospitale e irreale. 103 9 Ancora una volta divago. Lo diceva sempre Lei che la parsimonia non era il mio forte. Però quello che è certo è che non ho mai parlato abbastanza, sono stata zitta più del dovuto, e troppe volte. Avrei dovuto dare ascolto al mio piccolo fratellino. Se gli avessi dato ascolto ora le cose sarebbero differenti, mi sarebbero andate meglio, ne sono sicura. Perlomeno non mi sentirei così infelice, così frustrata. Juanillo è l'unico che un po’ mi somiglia. Giusto in qualcosa: ha i capelli così neri e lisci, è magro, sensibile e insicuro. Tormentato dal desiderio, dal bisogno di svegliarsi donna un giorno. Tutti, nessuno escluso, siamo stati degli stupidi, dei codardi che devono per forza conformarsi alle regole che dei repressi hanno cercato di imporre come verità assolute, quando in realtà nemmeno queste fanno parte della realtà. Ci siamo fatti dominare dalla paura dei pettegolezzi, dallo stupido "che penserà la gente", gente a cui non dovevamo nulla, che niente ci ha dato e niente ci darà. Per la paura delle carogne che si nutrono delle pene altrui, che cercano di imporre agli altri una dottrina che non praticano e in cui in realtà non credono, che però gli serve come stendardo per sbandierare ai quattro venti che sono migliori degli altri, più umani, più persone, più figli di Dio, del loro Dio. Juanillo non aveva bisogno di diventare donna, c'era nato, ma noi, nonostante l'avessimo prima intuito e più tardi saputo, non glielo abbiamo mai detto. Non siamo stati capaci di dirgli che conoscevamo la sua condizione sessuale e che quello, quel suo desiderio di essere donna, sarebbe continuato ad essere l'obiettivo, un percorso in cui non sarebbe stato solo. Lei, madre, esaltava la sua disinvoltura in cucina, la maestria con cui anche un semplice spezzatino di patate diventava speciale. L'accuratezza, il modo in cui metteva le posate, i piatti, il vaso con i fiori che aveva raccolto nel campo e il suo ordine. Era tutto sempre a regola d'arte. Mio padre invidiava la sua calma, la sua squisita dolcezza, il suo modo di mediare le discordie familiari e quelle mani perfette in grado di realizzare deliziosi vestiti femminili. Ricordo i suoi primi disegni e ciò che maggiormente catturava la mia attenzione delle silhouette delle modelle: avevano tutte un seno esageratamente prosperoso. Il commento di mio padre a tal proposito: - Quanto è macho questo figlio mio. Tale e quale a suo padre. Gli piacciono le donne con le tette grosse. Solo dopo ho capito perché Juanillo era salito in camera sua, preso da un attacco improvviso di angoscia, chiudendo la porta e piangendo in solitudine per ore. Juan, il mio Juanillo, adorava i seni femminili. Attraverso i suoi disegni, ad ogni tratto, accarezzava il sogno di avere un giorno una figura che somigliasse a una Venere, che lui ritraeva perfettamente: esuberante e sensuale, donna. Era fuori da questo margine irreale che ha creato parte di questa società bugiarda, repressa e malsana. Era dentro un corpo che non gli apparteneva e noi, la sua famiglia, pur sapendolo, 104 abbiamo fatto finta di niente. Abbiamo finto di non vedere i suoi modi, i suoi atteggiamenti aggraziati, il tono quasi vellutato della sua voce, il suo speciale senso del gusto… Siamo stati talmente codardi da non ammettere un qualcosa di così antico e normale come la vera esistenza della nostra specie. È stato per questo che Juan pian piano è uscito dalle nostre vite, senza che ce ne rendessimo conto. Come un'ombra, ha smesso di riflettersi a causa dell'assenza dei raggi del sole familiare. Lui, madre, è passato dalla sua vita e di quella di tutti i miei fratelli come ho fatto io, passando inosservato, senza che voi sentiste il nostro respiro. Con una differenza: Juanillo non parlava. Ha smesso di parlare all'improvviso, come se gli fosse caduta la lingua. Finché è arrivato il giorno in cui nostro padre si è ammalato. Allora nessuno aveva tempo. Le agende erano piene. C'erano troppe responsabilità, tutte ineludibili. Però lui, Juanillo, non ha esitato. Si è seduto ai piedi del suo letto per mesi. Ha lavato le sue piaghe. Ha svuotato le padelle maleodoranti e ha accarezzato la sua pelle addormentata dalle droghe medicinali. Ricorda, madre? Le ha asciugato le lacrime, le sue braccia l'hanno cullata come se fosse una bambina, le sue mani l'hanno raccolta nelle ultime ore del dolore. Quando è giunto il momento, ha vestito il suo corpo per l'abbraccio di quella che lui chiamava "una morte desiderata". Le parole che mio padre le ha dedicato due giorni prima di perdere conoscenza, le avrebbe dovute dedicare a Juan anni fa, tanti anni fa: - Grazie Juan, sei la mia figlia migliore. Non ti arrendere. Lotta per ciò che desideri. Te lo meriti, te lo sei sempre meritato. Non permettere a nessuno di farti provare vergogna. Non permettere a nessuno di decidere per te… Juanillo è stato l'unico che mi ha sempre capito. È stato lui che faceva attenzione ai miei pianti, ai miei silenzi, alle mie fughe. Juanillo è stato l'unico che si è preoccupato di ascoltarmi: - Jimena non dare ascolto a nostra madre -diceva quando mi vedeva piangere-. È anziana. È normale che non capisca le tue inquietudini. Non lasciare che scelga lei per te, non lo fare o ti sentirai frustrata per tutta la vita. Scrivi. Lascia l'università, non fa per te studiare farmacia. Devi solo guardarti dentro. Sei nata per scrivere e lo sai, lo hai sempre saputo… Non parliamo da tre mesi. Il suo lavoro di stilista lo porta a viaggiare costantemente. Se sapesse che ho deciso di realizzare il mio sogno, che ho avuto il coraggio di salire su un aereo da sola, che vago per Il Cairo… che finalmente ho lasciato Carlos, sarebbe orgoglioso. Devo chiamarlo. 105 10 Ricordo il giorno del mio matrimonio. Era un giorno come oggi, con le sue ore eterne, pesanti e oscure. Pieno di ricordi che andavano e venivano dettati dall'insicurezza di fronte al mio nuovo destino. In casa l'atmosfera non era festosa, ad eccezione dell'allegria di Zio Antonio, sembrava non importasse a nessuno che mi stessi per sposare. Forse perché l'evento non era una novità e quindi lasciava tutti indifferenti al mio futuro titolo di "signora". Sono stata l'ultima a sposarmi. Sì, forse era per questo, perché erano già stati festeggiati troppi matrimoni in casa, o forse perché io avevo avuto l'insolenza di pensare a me e avevo scombussolato i piani che Lei aveva deciso per il mio futuro. I suoi piani prevedevano che io fossi destinata ad accudirla, che restassi al suo fianco, che fossi la zitellona solitaria della nostra grande famiglia. Chi mai avrebbe potuto amare una contestatrice come me? Una donna che odiava i bolliti, a cui gli aghi facevano venire l'orticaria. Una donna che usava jeans e espadrillas non appena la si perdeva di vista, che utilizzava il reggiseno solo nelle grandi occasioni. Una donna che si emozionava leggendo Così parlò Zarathustra come se fosse il manuale dei padroni di Vogue e che, trasgredendo agli usi e i costumi sociali e cattolici, soprattutto cattolici, aveva perso la verginità molti anni prima del matrimonio, e lo aveva fatto con un uomo di cui già allora non ricordava nemmeno il nome. Ma ormai c'era Carlos, questo qualcuno su cui Lei non contava, l'allievo perfetto di Murphy, disposto a dimostrare che se qualcosa può andare male, lo farà. Ѐ stato questo che gli ha detto quando lui, innocente, le ha manifestato le sue buone intenzioni. In tutti i giorni importanti della mia vita piove, è stato così anche quel giorno. Pioveva a dirotto. Sulla penisola si stava abbattendo una burrasca, apparentemente inaspettata, ma preoccupante, dato che la sua ostinazione nel non dare tregua al Paese stava smentendo le previsioni meteorologiche. Mentre io, assorta nel rumore della pioggia che colpiva senza pietà il tetto, mi immaginavo entrare in chiesa bagnata fradicia. Con il vestito bianco tutto appiccicato al mio corpo magro, gocciolante. Con lo chignon scombinato e il mascara nero che cola sulle guance, mentre tengo il velo bagnato e mi dirigo verso l'altare accompagnata dal suono acquoso prodotto dalle mie scarpe di pelle. Tutto ciò, insieme alla mia magrezza e sgraziataggine, mi dava l'impressione di somigliare alla protagonista del racconto popolare russo-ebreo del XIX secolo, che Tim Burton ha adattato straordinariamente nella sua Sposa cadavere. Effettivamente io non mi allontanavo poi così tanto dai personaggi del regista americano. Ero disadattata e enigmatica proprio come loro. Così bizzarra e romantica come Edward mani di forbice. Per questo, quel giorno, guardandomi attorno, mi hanno fatto venire voglia più di una volta di essere l'ennesima sposa in fuga. Il vestito bianco era ancora appeso al soffitto del salone e Tonka abbaiava senza sosta, quasi nevrotica, tentando di fare di lui la sua ultima cattura. Di tanto in tanto girava la testa da cucciolotto 106 verso di noi. Le sue orecchie, tese e perfette, si muovevano come a dirci di mettere fine alle sue proteste, dandole finalmente quel corpo rigido, vuoto, pieno di volant e pieno di amido che avrebbe fatto di me la regina della festa, o almeno così dicevano tutti. Dopo qualche ora di latrati e rimproveri da parte nostra, Tonka alla fine ha capito che questa volta non l'avrebbe avuta vinta e, da buona femmina, ha deciso di vendicarsi della nostra indifferenza facendo la pipì sull'immenso velo che non avevamo fatto in tempo a mettere in salvo. Ricorda il disgusto? Ricorda il buon vecchio sapone del marsigliese? Così lo chiamava Zio Antonio il sapone di Marsiglia. Lui è stato l'unico a non perdere la pazienza. Si è alzato e, senza dire una parola, ha messo il velo nel lavandino e ha strofinato la macchia giallognola. Zio Antonio non si perdeva mai d'animo, non si arrabbiava mai, sapeva comportarsi in ogni circostanza. La serenità era la sua regola di vita e questo gli ha dato un ruolo da protagonista all'interno della famiglia che, senza ombra di dubbio, meritava. Durante il percorso verso la chiesa, a bordo del suo bel taxi, Seat 1500 nero, con quella riga rossa che aveva lungo i lati a mo’ di grande imbastitura, mi sono sentita trasportata in una dimensione senza tempo. Il tassametro era rotto. Il giorno prima Zio Antonio mi aveva promesso che lo avrebbe aggiustato, però è un disastro in queste cose, lo è sempre stato! Quel giorno la bandiera della sua bella utilitaria dedicata di solito al servizio pubblico, continuava ad essere fissa, era impossibile abbassarla senza commettere un pasticcio, e alla fine ci abbiamo rinunciato. L'indicatore, durante tutto il percorso, continuava ad avanzare senza sosta, peseta dopo peseta, come posseduto dalla mente di un avaro. I numeri scorrevano alla velocità di una lancetta dei minuti isterica, scellerata. La corsa era arrivata a cinquemila pesetas. Dalle prime venticinque, fino a che il maledetto indicatore non si è fermato, grazie allo spegnimento del motore, il tono monotono si faceva sempre più regolare, continuo e insopportabile tanto da generare in noi un inizio di paranoia. Eppure, non è stata quella la cosa peggiore del percorso all'altare, la cosa più insopportabile è stato l'instancabile e costante viavai di gente che alzava la mano con entusiasmo e sollievo, pensando di aver dato la caccia, finalmente, al desiderato taxi in un giorno di pioggia. Il malumore che riflettevano le loro facce nell'avvertire che il veicolo non riduceva la velocità, il loro evidente cambio di stato d'animo nel vedermi così carina, così rigida, così antinaturale, così sposa: - Guarda… Guarda, guarda, è una sposa. Tutti abbozzavano un sorriso dolce, troppo melenso, che li rendeva un po’ stupidi. Attraverso le loro espressioni mi arrivava la nostalgia di alcuni e le speranze di altri. Questi altri erano per la maggior parte donne impregnate di gioventù. Ora, il mio sguardo si confonde con il loro quando per i parchi della mia città mi capita di vedere una coppia appena festeggiata più per il titolo ottenuto che per il fatto di essere semplicemente una coppia, quasi statica di fronte ad un fotografo che lavora freneticamente. 107 Il cammino verso l'altare non se lo sarebbe dovuto perdere, ma anche allora il suo eccessivo zelo l'ha resa schiava e madre dentro quel furgoncino pieno di accessori del primo nipote, a cambiare pannolini e ad aiutare Carlota durante le poppate. Non so né come né perché, ma c'è sempre stato qualcuno ad avere la priorità rispetto a me. Nonostante mi fossi messa in coda con largo anticipo, nessuno mi notava, semplicemente venivo liquidata. Anche quel giorno ho aspettato, il giorno delle mie nozze. Ho smesso di saltare il mio turno per l'ennesima volta e… ho sentito la sua mancanza, madre! Il fatto che non fosse lì con me mi lasciava un vuoto. È stata la stessa sensazione di solitudine e di vertigine, di soffocamento che ho provato in tutti quei mesi di esami, innamoramenti e delusioni. Quel periodo impregnato di nostalgia che alcuni chiamano adolescenza. Mio padre non c'era già più, se n'era andato. Il suo ricordo viaggiava riflesso sul vetro dello specchio retrovisore, assorto nello sguardo gemello degli occhi di Zio Antonio. L'aria che entrava dal finestrino anteriore mi sussurrava le sue parole affettuose e tranquille. Mentre passavamo per il cimitero invaso di marmo, pieno di croci e preghiere mute, mentre prendevamo la curva verso la provinciale, i rami dei cipressi si sono inclinati e l'aria impregnata dell'aroma secco dei crisantemi, tinta del giallo dei gigli, ha portato il mio sguardo verso l'incoscienza, ho attraversato la ragione e ho visto i suoi occhi che mi guardavano, che si prendevano gioco del passare del tempo, che mettevano in dubbio l'inesistenza. Sì, madre, l'ho visto guardarmi e sorridere. Era vicino ai garofani che Lei aveva messo il giorno prima sulla sua tomba. Ha sollevato la mano portandosi le dita alla bocca. Non gliel'ho mai raccontato. Perché avrei dovuto farlo? Sapevo già la sua risposta: "Il diavolo fa brutti scherzi, dimentica queste visioni, è uno dei suoi stratagemmi. Inoltre, dovresti andare da un dottore. Jimena, se ti è successo una volta ti succederà di nuovo, dovresti andare da un parroco e dal dottore". 108 11 Per tutta le cerimonia ho avuto un forte dolore addominale. La vescica mi stava per scoppiare. Il bisogno di andare in bagno era diventato un'ossessione tale da non riuscire a pensare ad altro. Non sentivo, non vedevo e cominciavo a non separare più la realtà dall'allucinazione. Per non parlare della postura antinaturale e inappropriata che ho adottato proprio a metà della predica, di cui non ho ascoltato nemmeno una parola. Se fossi stata incinta, sono convinta che qualcuno avrebbe chiamato un'ambulanza pensando che la mia espressione di dolore fosse inequivocabilmente sintomo di un parto imminente. Come dice bene Lei: quasi tutto ha il suo lato gratificante. Senza volerlo ho creato un aneddoto che sarebbe passato alla collezione privata di famiglia e che, come tale, si sarebbe ripetuto ad ogni incontro fino alla nausea. È comprensibile, dal momento che tutt'oggi non riesco nemmeno a ricordare il mio matrimonio ad eccezione dell'immagine del parroco mentre fa la domanda di rito e dell'attesa degli invitati davanti a questa domanda, davanti alla conferma orale da parte mia di essere la sposa fedele, eterna, schiava, disinteressata e sottomessa che l'istituzione del matrimonio esige. Ho passato giorni, ore infinite provando quella frase per poi farmi rovinare il debutto in pubblico da una stupida incontinenza urinaria: - Sì… Voglio andare in bagno! La risata è stata unanime. Nonostante le difficoltà, che non sono state poche, quel giorno è stato speciale, difficile da ripetere e piacevole da ricordare. Come accade in tutti i matrimoni, la confusione invadeva la sala. La sala, i corridoi e i bagni erano pervasi dall'odore di sigaro e tabacco biondo. I caffè corretti venivano serviti ad ogni tavolo e camerieri e cameriere si riunivano per accaparrarsi il pezzo migliore per l'asta e così, tramite l'offerta dei loro pezzi, raccoglievano soldi extra per noi. È stato da allora che Carlos cominciava già a dare segni dalla sua testardaggine innata che lo ha convinto a decidere di non cambiare la cravatta di marchio francese con quella orribile, ma economicissima che aveva comprato, apposta per l'occasione, la mia santa suocera con cui andavo molto d'accordo. Quel caro pezzo di stoffa è stato tirato, strappato e diviso, di tavolo in tavolo come un cinghiale durante un banchetto medievale. Si è raccolto il valore della cravatta moltiplicato per due. Io non sono una sostenitrice di questi usi e costumi. Avrei preferito conservare la cravatta nella mia adorata cassapanca dato che, come supponevo in quel momento, e avevo supposto bene, Carlos non avrebbe potuto comprarsi una cravatta firmata per un bel po’ per colpa dell'asfissiante prestito ipotecario che avevamo firmato pur di avere una casa nostra. 109 Ogni tanto guardavo Carlos cercando nei suoi occhi una finestra da cui scappare da quel posto, un orizzonte dove trovare le risposte a tutte quelle domande che mi opprimevano, un suo gesto che mi tranquillizzasse. Non appena gli invitati lo lasciavano per qualche istante, lui sorridendomi, mi dedicava uno sguardo speciale e diverso, uno sguardo che ho rivisto solo quando sono nati i nostri figli. Da quel giorno sono passati i giorni, i mesi e, con loro, sono arrivati gli spazi indefiniti, innumerevoli, monotoni e insopportabili. Il tempo giovane è invecchiato senza avere la delicatezza di chiederci il permesso. È diventato un tempo di adulti per adulti. Ha cominciato a scorrere veloce, sempre più veloce, disprezzando le nostre necessità, tutte le cose che volevamo fare. Tutto ha cominciato a scorrerci di lato ovviando la nostra presenza. Senza rendercene conto siamo diventati quello che non saremmo mai voluti essere. Senza pensarci, abbiamo imparato a pensare, acquisendo il bisogno di farlo. Il mare, quel mare di nostra gioventù, se n'è andato anche lui. Se n'è andato con la nostra libertà, con quella libertà effimera, con quel modo speciale di essere e di vivere. Quel mare di libertà se n'è andato dalle nostre vite per non fare più ritorno, perché era un mare di novelli, pieno dell'acqua dell'inesperienza, esente dalla paura, carente di responsabilità, estraneo ai problemi, impregnato di illusione. 110 12 Per due lunghi anni mi sono dedicata ad adattare la mia nuova casa alle nostre esigenze quotidiane, anche se sarebbe meglio dire che io mi sono adattata a lei dato che non aveva niente. Ho decorato e ammobiliato la casa poco a poco, man mano che gli straordinari ci permettevano di comprare mobili ed elettrodomestici. Ho dovuto fare provviste anche della roba di casa, perché, infischiandomene ancora una volta delle norme e degli usi sociali, familiari e "culturali", mi sono sposata senza un soldo in tasca. Avevamo giusto quattro utensili domestici e il letto, l'unica cosa che abbiamo comprato all'inizio della nostra relazione. Mi sono sposata con le tasche piene di illusione e senza corredo, una cosa che ogni sposa che si vanti comincia a mettere da parte già dalla prima infanzia. Ma… come già Lei sa, madre, la mancanza di mezzi e il fatto che io mai avrei pensato di sposarmi, mi hanno preso, ancora una volta, alla sprovvista. Perfino i miei nuovi vicini si sono meravigliati durante il trasloco quando una delle casse che trascinavo con fatica sul marciapiede si è aperta mettendo a nudo il mio vero corredo: centinaia di libri e dischi in vinile che sono scivolati sul selciato. Anche se li conservo per ciò che sono: un tesoro. Le tre casse restanti contenevano la stessa cosa, eccetto il baule dove c'erano i vestiti e la cassa con all'interno delle precarie, orribili e consunte stoviglie in terribile vetro temperato Duralex trasparente. Ogni piatto, perfino la più buona delle delicatessen, perdeva la sua magia. Tre padelle vecchie, due pentole di alluminio, una caffettiera da quattro tazze, tre tovaglie, due lenzuola di sopra e due di sotto più un materasso e due coperte, questo è stato il mio unico corredo. Non avevamo nemmeno la lavatrice, figuriamoci l'aspirapolvere. Il frigorifero lo abbiamo comprato il primo anno di matrimonio, con gli stipendi di luglio. Il televisore non era ancora nostro, come testimoniavano le venti cambiali che ci rimanevano da pagare. Nonostante tutto, c'è stato un periodo in cui sono stata felice, molto felice. Lo sono stata pur non avendo un soldo in tasca, alzandomi all'alba, pulendo i fine settimana, partecipando, per forza maggiore, alle monotone e abitudinarie riunioni di famiglia tutte le domeniche. Ascoltando, giorno dopo giorno, la famosa domandina: "E quando lo facciamo un bimbo?", imparando che, nonostante mi impegnassi a fare del mio meglio, per piacere a tutti, dimenticandomi perfino di me stessa, non sarei mai stata così perfetta, così impeccabile, come il resto delle figlie o delle nuore. A volte mi sentivo così fuori luogo da arrivare a pensare che avevo impostato male la mia vita. Avrei dovuto dedicarmi a pieno ai libri di cucina o iscrivermi in qualche club "casalingo" imparentato con la Sezione Femminile della Falange spagnola, invece di perdermi nel Contratto sociale o La teoria delle specie, che mi avevano reso completamente inutile nell'ambito domestico e familiare. Pian piano ho sentito che la vita mi stava sfuggendo dalle mani. La vita scorreva senza viverla, senza abitare nemmeno un momento, quei momenti irripetibili e irrecuperabili. La chimica 111 che c'era tra me e Carlos all'inizio del nostro matrimonio, era passata a far parte unicamente ed esclusivamente di una bottiglia di Ajax, di candeggina o di detersivo per la biancheria. I nostri rispettivi lavori ci tenevano così occupati che quando ci rincontravamo la cosa più importante e immediata era dormire. Credo che sia stato allora, in quei giorni, che abbiamo cominciato a essere dei completi sconosciuti che vivevano insieme e avevano progetti per il futuro, però che si relazionavano poco più di quanto basta per far sì che quello, il nostro matrimonio, continuasse a funzionare. Quando la chimica è andata a scemare, è arrivato il tempo in cui i sentimenti si sono ibernati. Le pareti appena decorate avevano catturato la tradizione, l’antichità. Nei quadri non c'erano più pennellate da scoprire. Lo sguardo, il nostro sguardo, si perdeva in una ricerca pellegrina, angosciante e vitale ogni volta che s'imbatteva in qualcosa di nuovo, che sentiva di nuovo. 112 13 Alla stanchezza e al disordine emozionale di entrambi hanno fatto seguito l'intolleranza e la mancanza di mutua empatia. Quel meraviglioso neo che avevo sulla guancia che tanto piaceva a Carlos, abile nel fare i complimenti, era diventato un'orribile verruca che, secondo lui, cresceva ogni volta che mi incavolavo. Quando me lo ha detto, mi mancava solo la scopa per essere una vera strega. In seguito, il fatto che russasse ha cominciato a infastidirmi talmente tanto che, dopo aver dormito varie notti nella camera accanto, vedendo che lui non si alterava e che riposava comunque beatamente, arrabbiata, non sapevo se denunciarlo al dipartimento dell'ambiente o se fargli prendere uno spavento improvviso che mettesse fine a quel rumore una volta per tutte. Non l'ho fatto per paura che gli venisse un infarto. Successivamente sono arrivate le liti per i fastidiosi e minuscoli peli della barba disseminati nel lavandino e dintorni. Le arrabbiature nel vedere ogni giorno gli slip al contrario, immobili, con le cuciture in bella vista, buttati lì davanti ai miei occhi a lato del letto. Le scarpe sparse, come se fossero cippi, in ogni angolo della camera da letto, mentre la scarpiera rimaneva vuota. Mi faceva diventare matta la sua offensiva incuria, la sua sfacciataggine, il suo menefreghismo davanti alle faccende quotidiane che, grazie a me, mantenevano la nostra casa in condizioni salubri. Lui non capiva che bisognava lavare, spolverare, togliere i prodotti scaduti dal frigorifero e dagli stipetti, buttare la spazzatura giornalmente, appendere le cravatte e i vestiti. Non vedeva nemmeno il cesto dei panni sporchi che avevo collocato strategicamente sulla destra della vasca, in modo che dovesse fare solo lo sforzo di allungare un braccio e lasciare cadere la roba. La cosa più terribile era il faccino da bimbo buono, che non ha mai rotto un piatto, del tipico turista disorientato che non capisce la lingua in cui gli parlano, che faceva quando lo riprendevo. Carlos sembrava non capire, o non gli interessava farlo, che a me dava più fastidio di lui fare tutte quelle faccende, ma che non avevo scelta se volevo avere la roba pulita, del cibo in frigo… La sua filosofia era: "Dovresti prendere tutto con più calma", la sua regola di vita e la sua unica soluzione. Così, poco a poco, abbiamo finito per firmare una dichiarazione di guerra. È stato in quel periodo che ha smesso di chiamarmi per nome dandomi il soprannome di "Ossessione". Non mi ha mai dato fastidio, non l'ho considerato un'offesa, né tantomeno un aggettivo qualificativo, piuttosto l'ho identificato come il sentimento che gli suscitavo. Era evidente che lo ossessionavo e… mi piaceva. Essere l'ossessione di qualcuno era divertente, soprattutto in quel momento in cui ciò che desideravo era "essere qualcosa", significare qualcosa per qualcuno, anche a costo di essere un'ossessione. Lui non si è stancato di dimostrare che non c'era soprannome più adatto per descrivere il mio stato d'animo in quei giorni. Voglio continuare a pensare che menta. Credo la prima crisi si sia scatenata dopo sei mesi. Sei mesi di estasi e dopo sei di disintossicazione dall'estasi. In questo periodo, Carlos ha messo allo scoperto, come del resto avevo 113 fatto anch'io con lui, tutti i miei difetti, cercando di infastidirmi. Gli ho lasciato credere di esserci riuscito. Dico gli ho lasciato credere, perché ero consapevole dei miei usi e costumi da anni e, pertanto, conoscendo le mie piccole anomalie le avevo fatte parte di me. Non ero nessuno senza loro. Lui non mi raccontava niente di nuovo, non avevo nemmeno cominciato la guerra, ancora stavo preparando la strategia, una strategia che mandavo all'aria quando ne avevo voglia. Lei, madre, non ha mai saputo niente. Non ho avuto la forza per raccontarglielo. La sua vita continuava a non far parte della mia. Ho pensato di chiamarla, ma non l'ho fatto. Sapevo le sue risposte, le sue soluzioni, perché, conoscendola, mi avrebbe dato soluzioni rapide e concrete e io, madre, non cercavo soluzioni. Io, come tante altre volte, avevo bisogno che Lei mi ascoltasse, che si perdesse in una tazza di caffè caldo, che i suoi occhi si offuscassero di fronte al fumo della mia sigaretta, che il bollito fumante smettesse di essere l'unica cosa capace di meritare sempre la sua attenzione. In quei momenti mi sentivo eccessivamente debole per ricevere la sua disapprovazione, dunque mi avrebbe buttato giù di morale ancora di più. So che Lei non avrebbe capito la mia posizione, le mie rivendicazioni, Lei avrebbe difeso Carlos. Lui era l'uomo, l'uomo di casa. Anche se avessi lavorato fuori e avessi pagato io le bollette, era lui l'uomo. 114 14 La decisione di terminare la carriera universitaria in farmacia, di usare i miei soldi per pagare una donna di servizio che facesse le faccende al posto mio, sottovalutate da Carlos, è stata una delle mie più grandi soddisfazioni, qualcosa di cui mi sento orgogliosa. E nonostante in ambito professionale non mi sia servito per niente, continuo a esserne orgogliosa. In un certo modo l'ho fatto per mio padre. Mi sono sempre identificata in lui, tra tutti sono quella che ha più geni suoi. Tra di noi c'era una simbiosi e un parallelismo che ha fatto sì che ereditassi perfino la sua capacità di predizione e le sue visioni. Quelle visioni che Lei rifiuta di me, madre, che considera disturbi del comportamento o stratagemmi del diavolo. Ricordo ancora come due giorni prima di quel terremoto ci ha fatto togliere tutti gli oggetti che sarebbero potuti cadere a terra. Come ha rinchiuso il bestiame nella stalla, mentre Lei pregava, con il rosario in mano, per la sua anima di pagano. Ricordo anche la visione di Paula, la figlia di Fernanda, tre giorni dopo la sua scomparsa. Se l'è vista davanti mentre il bestiame pascolava sul pendio del monte. Era vestita da ragazzo, con quei bermuda, le scarpe con i lacci e i capelli spettinati. La ragazza, senza parlare, lo ha condotto al pozzo dove era caduto il suo corpo. Lei non ha mai creduto che mio padre avesse visto il cadavere della ragazza, ha sempre sostenuto che lui avesse trovato il corpo casualmente. Mio padre non ha nemmeno ribattuto la sua opinione, la sua posizione, semplicemente è stato zitto, come sempre, come era solito fare. Quell'anno, quando ho deciso di immatricolarmi all'università, l'ho visto di nuovo. È stato dopo due settimane da quella che è stata la mia peggiore crisi coniugale. Era un sabato mattina qualunque, saranno state le sette e io, come di consueto, camminavo per la casa con la faccia di insonne. Carlos, dormiva, dormiva e russava beatamente in camera da letto. Nel salone quasi non c'era più spazio per accatastare i libri. Mi è sempre mancato lo spazio per sistemare tutti i miei libri, però in quell'occasione il disastro era palese e, in un certo modo, premeditato. Erano vari giorni che lasciavo i volumi che leggevo o consultavo in giro per casa, il pavimento, il tavolo e il divano erano praticamente sommersi dalla letteratura. La situazione era la stessa nel resto della casa, il disordine regnava in tutte le stanze. Il fatto che non ci fossero vestiti puliti, cibo in frigo o nella dispensa, o che lo strato di polvere fosse talmente spesso da passare ai libri della storia, non mi turbava minimamente. Spettinata, con addosso solo le mutandine e una maglietta, andavo da un posto all'altro, assorta nei miei arzigogoli che ruotavano attorno ad un'unica domanda, una domanda a cui non riuscivo ad articolare una risposta: “Che ci faccio qui?”. Mi ero presa un caffè caldo nell'unico bicchiere pulito che rimaneva ed ero andata nel salone, davanti alla libreria. Volevo leggere di nuovo Cent'anni di solitudine. Avevo bisogno di incontrarmi di nuovo con lo zingaro Melquíades e chiedermi, ancora una volta, perché le sue predizioni erano irrevocabili, perché il destino non 115 poteva cambiare. Ho sentito quella necessità dopo aver visto come casa mia stesse pian piano degradandosi, come ferita a morte dalla mia angoscia e trascuratezza, sembrava disabitata. La negligenza che invadeva casa mia somigliava in parte all'opera di Garcia Marquez, in cui l'abitazione familiare riflette lo stato d'animo di chi ci vive. Quando i personaggi sono intrappolati nelle loro idee, quando si chiudono al mondo esterno, la casa appare scomposta. Al contrario, quando si aprono, la casa è curata e suscita armonia. Mi sono guardata attorno con il romanzo tra le mani. Ho pensato al mio passato e al mio futuro. Allora ho messo in discussione la decisione dello zingaro, di Melquíades. È successo proprio per non rivelare il futuro? Se lo avesse fatto, il destino dei personaggi sarebbe cambiato, allo stesso modo in cui l'avrebbe fatto il mio se avessi saputo ciò che mi aspettava. Anche se fosse stato così, ho pensato, anche se fosse stato previsto tutto sarebbe stato uguale: invariabile. Con questa sensazione di impotenza mi sono lasciata cadere sul divano. Il libro sul mio petto, il caffè fumante nella mia mano destra e gli occhi inchiodati sulla strada, dove già la gente cominciava a transitare con il giornale, i churros o il pane sotto il braccio. Ancora una volta mi sono fatta prendere dall'apatia, mi sono lasciata andare, e i miei pensieri stagnavano di nuovo nello stesso pantano. In quel momento un libro è caduto a terra dallo scaffale più alto. Era Il Don Chisciotte. Cadendo si è aperto. L'ho guardato con disinteresse. Non ho nemmeno battuto ciglio. Non mi sono mossa fin quando un odore di campo, di erba appena tagliata mi è giunto dal corridoio. Ho girato la testa e c'era mio padre, che indicava il libro a terra. Ho cercato di alzarmi per avvicinarmi a lui, ma la sua immagine era sparita. Ho raccolto il libro senza chiuderlo. Uno dei paragrafi di quella pagina era sottolineato: "Lasciali ridere, Sancho, a noi rimarrà sempre la gloria di averci provato…". La gloria di averci provato, mi sono detta. Ho sorriso e ho cercato un buco nella mia agenda di lavoro per andare a immatricolarmi all'università. 116 15 Gli anni ci invecchiano, ci raggrinziscono la pelle, ci lacerano l'anima. Svelano tutti gli angoli che rimangono nascosti nel nostro io. Scoprono gli scheletri nell'armadio della nostra coscienza. Ci mostrano i precipizi nascosti nelle pianure, camuffati dalla fantasia dell'illusione, allora, tutto comincia a sembrare quello che effettivamente è. È in quel momento che diamo inizio a quella assurda corsa contro il tempo, dimenticandoci del fatto che abbiamo cominciato a correre in ritardo. Mentre la gente si ammucchiava nei corridoi e i talenti ancora sconosciuti andavano da un lato all'altro con passo fermo e sicuro, nel mio stomaco si annidava l'angoscia. Le tisane per l'acidità gastrica che si utilizzavano allora erano diventate parte del mio organismo. Il mio sistema digestivo le aveva fatte talmente sue, gli si erano così affezionate, che ci ho messo vari anni per riuscire a farne a meno. Pian piano mi sono interessata al mondo della scienza e del sapere, un mondo in cui alcuni si insediano come re, senza sforzo, senza versare una sola goccia di sudore. Eppure io non versavo solo sudore, ma versavo anche sangue da tutti i pori. Mi spremevo le meningi, alla ricerca di quello stupido neurone che non mi permetteva di memorizzare in modo normale. Carlos diceva che era colpa del caffè, del tabacco e della mia stupida mania di imparare tutto senza discernere. Nonostante avessi cercato di spiegargli che il mio corso di laurea si basava sulla memorizzazione, non sono mai riuscita a farglielo capire. Alla fine ero riuscita ad ottenere il titolo, quel pezzo di carta prezioso che ancora oggi non so dove ho conservato, presa dal panico, per evitare che a Carlos venisse in mente di incorniciarlo, realizzando il suo desiderio di ostentazione, per metterlo esposto nel nostro salone. Io ero quello che ero e non importava a nessuno all'infuori di me. Dopo vari tentativi frustranti per esercitare ho capito che tutti quegli anni di studio e sacrificio mi erano serviti solo per vendere ansiolitici, analgesici e un'infinità di cerotti, aerosol e preservativi. Senza contare la grande varietà di prodotti cosmetici inutili che sono diventati parte dello stock delle farmacie. Ma la necessità era un dato di fatto. In quel lungo e interminabile anno i miei occhi si erano atrofizzati cercando di decifrare l'indecifrabile, finché sono riuscita a dottorarmi, anche se non ufficialmente, in calligrafia prescolare. Non mi sfuggiva nemmeno uno scarabocchio, nessuno sapeva tradurre le ricette come me. La mia nuova situazione interiore aveva cambiato quella di Carlos. Aveva imparato a cavarsela in cucina, aveva scoperto che la roba non si lavava da sola, né il frigo si riempiva per magia. Aveva cominciato a condividere con me i suoi problemi di lavoro, e commentava perfino le notizie economiche che leggeva in quel giornale che per me era scritto in aramaico ed era più noioso delle partite di calcio della domenica. Non ho mai capito che senso avesse vedere tutti questi 117 uomini che corrono dietro una palla. La nostra vita era cambiata a centottanta gradi. Ho lasciato il mio lavoro di impiegata, dove mi sentivo fuori luogo, per fare la farmacista. Non guadagnavo quasi nulla, non esercitavo, ma mi sentivo realizzata. Avevo smesso di tradire me stessa. Dopo… è arrivato lui. 118 16 Adrían si è insinuato in me senza darci la possibilità di pensare, sentire o semplicemente valutare l'idea di avere il nostro primo figlio, almeno così è stato per me. Immagino la sua espressione nel leggere queste parole. La scontentezza di fronte alla mia costernazione. So che Lei non potrà mai capire la ragione della mia svogliatezza iniziale, la poca voglia che avevo, in quel momento, quando avevo trovato la mia libertà, di essere madre. Prima i figli non si programmavano, arrivavano quando dovevano arrivare. Però quasi sempre ne arrivavano troppi, senza lunghi intervalli tra una gravidanza e l'altra che lasciassero il tempo per pensare ad un'altra gravidanza. Allora, il fatto di non essere incinta era uno stato anormale che doveva essere risolto dando luogo ad un'altra gravidanza. La cosa sarebbe andata avanti così finché ci sarebbero stati gli ovuli, finché il ventre ampio e caldo della donna non fosse diventato sterile. L'utero, questa grande culla di vita, si restringeva, silenzioso e triste, senza sapere che fare. Le sue pareti incagliate per il viavai di tutti quei figli cominciavano a piangere. Piangevano per il desiderio, per la mancanza, per l'abitudine non ancora dimenticata che è stata il suo unico compito. Per questa facoltà di ospitare per creare. Piangeva fino a prosciugarsi e indebolirsi, fino a diventare schiavo dell'abitudine, piuttosto che delle necessità. Durante i primi mesi di gestazione, i miei ormoni mi hanno dato qualche problema. Si sono impadroniti dei miei sensi, del mio modo di vivere, cambiando le mie abitudini e trasformando il mio carattere. Mi sarebbe piaciuto avere delle voglie, quelle voglie traditrici che ti permettono di far valere la tua condizione di star, di giovane madre viziata, di moglie desiderosa di una pesca con la panna da gustare all'alba. Essere riuscita a far alzare il mai insonne Carlos in una notte di gennaio, dolce e sorridente, disposto ad assecondare le mie voglie pazze e assurde di una cioccolata con churros alle cinque o alle sei del mattino. Volevo sfruttare la mia gravidanza per poter dare fastidio, mi ha sempre divertito dare fastidio. In quei momenti, devo riconoscere, ne avevo voglia più che mai, nonostante non avessi nemmeno la forza di aprir bocca. Quando lo facevo, era solo ed esclusivamente per vomitare. L'unica cosa che sono riuscita ad ottenere è stato fare abituare il futuro padre alla veloce corsa contro il tempo, che avevo intrapreso a causa delle varie intolleranze alimentari alle quali ero soggetta durante i primi tre mesi di gravidanza. Il mio contratto a tempo determinato in farmacia è durato il tempo prestabilito, un anno. Il mancato rinnovamento è stato giustificato dal fatto che bisognava ridurre il personale, ma era evidente che era dovuto soprattutto alla mia gravidanza, solo alla mia gravidanza. Carlos ha appreso la notizia con una calma tale che mi ha sorpreso. Il fatto che non mi rinnovassero più il contratto, non lo ha toccato minimamente, anzi ha insistito affinché non gli facessi causa, cosa che io avrei fatto molto volentieri. Diceva che sarebbe stata una partita persa dall'inizio perché il mio contratto 119 era a tempo determinato e non c'era niente da fare, ma i suoi piani andavano ben oltre ciò che immaginavo io in quel momento. La sua azienda stava andando a gonfie vele ed era riuscito ad affermarsi. L'ascesa era alle porte e non voleva ulteriori preoccupazioni che sottraessero tempo alla sua nuova situazione lavorativa. Alla nuova posizione di dirigente che portava già il suo nome. Una carica che avrebbe richiesto una giornata lavorativa di ventiquattro ore, senza doveri né vincoli di nessun tipo. Non poteva permettersi di ammalarsi, perdere tempo dai pediatri o rimboccarsi le maniche quando la baby-sitter non c'era. Se io avessi continuato a lavorare era evidente che ce la saremmo dovuti sbrigare tutt'e due e sarebbe stato impossibile. Così quindi, il mio licenziamento gli aveva evitato di dover articolare, scrupolosamente, una proposta per convincermi che la cosa migliore, data la sua nuova situazione, era che io lasciassi il mio lavoro. Se l'era già studiata. La stava architettando da quando il test era risultato positivo. Nonostante tutto mi sono iscritta alle liste di disoccupazione. Ho inviato una ventina di curriculum e sono stata ad una cinquantina di colloqui, ma non appena vedevano il mio stato avanzato di gestazione, mi chiedevano il recapito telefonico e, con un sorriso a trentadue denti, dicevano che mi avrebbero chiamato. Il telefono, come c'era da aspettarsi, non ha mai squillato. 120 17 Quando finalmente ho partorito quel figlio tanto atteso e i suoi piccoli ululati da cucciolotto umano sono entrati nella nostra vita, cambiando il nostro presente, consumando il nostro tempo, limitando la nostra libertà, ho capito che era ritornato l'amore. È entrato nella mia vita e, come tante altre volte, mi ha rubato la libertà. Mi ha tiranneggiato prendendosi tutto quello che mi apparteneva. Storpiava il mio nome, ha dissimulato le mie necessità con le sue. Ha fatto sì che scavassi nel fondo della mia anima, che mi annullassi per dedicarmi esclusivamente a lui. Questa volta aveva un cognome diverso. Non poteva essere più ancestrale, era più profondo di quello che io avevo conosciuto. Si è approfittato della mia ignoranza e ha preso possesso di me. Poco a poco la sua vita mi ha sommerso, le sue necessità mi hanno sommerso, fino a far morire, ancora una volta, le mie inquietudini. Adrían è cresciuto felice, bello, genuino come la natura, pieno di attenzioni e meticoloso come lei. Senza principi, avido, e come tutti: egoista. Per tre anni ho fermato il tempo. Sono ritornata ad essere felicemente stupida, monotona e indispensabile a part time, una parzialità che non avevo tenuto in conto. Invecchiata, intubata dall'amore materno, nuovo e incauto, mi sono aggrovigliata tra le sue zampette piene di biberon e pannolini da cambiare. Ho lasciato che i suoi occhi neri varcassero la soglia della mia anima, rendendomi vulnerabile ad ogni suo pianto. Sono stata felice, nonostante le rinunce, nonostante abbia dovuto accondiscendere, lo sono stata. Lo sono stata finché non se n'è andato. Sta albeggiando, la notte è passata veloce, avvolta da queste confessioni che le avrei voluto fare da tanto tempo. Nutrita dalla maledetta insonnia che accompagna la mia solitudine da anni. La mia mano trema, per troppo tempo sono rimasta a parlarle di me, di ciò che sono e di ciò che sento… di ciò che sono stata, di queste piccole cose che il tempo trascina con sé qua e là. Le stelle si perdono senza lasciare il tempo di vedere la loro luce, offuscata da un'altra luce artificiale, quella che illumina questa grande città. Mancano appena trenta minuti per prendere il volo che ci porterà alla grande diga, e più tardi alla città che le ha dato il nome, prima meta del mio tanto atteso viaggio. Dall'aereo, se le nausee, le vertigini e la paura che mi esplode dentro mi daranno tregua, forse scriverò di nuovo. Se supererò la stanchezza di questa orribile notte insonne. 121 18 Assuan, che i greci battezzarono con il bel nome di Elefantina, si erge in tutto il suo splendore sotto questo aereo piccolo e insicuro. La stanchezza ha fatto sì che il mio sistema nervoso smettesse di funzionare con normalità. Credo fosse questa la ragione per cui non ho provato alcun senso di vertigine. Sotto, la grande diga di Assuan soffoca le grida della furia, ancora vive, del grande Ramses II dinnanzi alla violazione del suo grande capriccio: il tempio di Abu Simbel, perso nel deserto di Nubia. I quattro colossi si ergono vittoriosi in salvo dalle acque del potente, dell'ancestrale Nilo, sfidando la morte con la loro bellezza, cercando di sfiorare Dio con la loro grandezza. Nefertari è inerte a lato del suo signore. Viva, immortale nel suo tempio si lascia immaginare bella a occhio nudo. Paziente anche dinnanzi alla sofferenza, intelligente, avida di passione, eterea e silenziosa dentro me. I suoi occhi grandi riflettono i papiri, privati nella pressa dello zucchero e dell'acqua che danno vita a questa pianta dalla forma piramidale. L'intreccio delle sue fibre si fa teso, forte, inalterabile, proteggendo nella sua ruvida superficie l'immagine della perfezione incarnata in un volto di donna. Il lago Nasser, figlio del progresso, artefice di villaggi che si sono appigliati alla sua creazione vedendo in lui il loro unico salvatore, mostra le sue acque dolci. Le montagne di sabbia accarezzano i nostri occhi, mettendo in moto, con il loro vellutato contorno, la nostra immaginazione. Il tempio di Philae giace asciutto nell'isola di Egelika, in salvo dalle acque del magnanimo e a volte eccentrico Nilo. I suoi piloni si ergono immacolati, perfetti, ingannando il tempo, custodendo nelle sue pareti il segreto dell'eterna giovinezza, forse consacrata dalle acque di vita di questo grande fiume che allatta impetuoso il suo amato figlio: il grandioso, l'eterno Egitto. Intrappolato dal tempo e dall'imprecisione umana, si erge solitario il grande obelisco incompiuto, che avrebbe misurato 41 metri di altezza e pesato 1.267 tonnellate. Quel grande blocco di pietra che la bella dama di Egitto, Hatshepsut, ha voluto far costruire. Varie crepe sono comparse in superficie e questo ha fatto sì che non si staccasse dalla grande massa di roccia che lo circonda, trasformandolo, per me, nel più bello di tutti. Lo splendore di Venere ci accompagnerà durante le ore di navigazione lungo il Nilo, e allora madre, riprenderò ancora una volta questo monologo. 122 19 Sono passate tre lunghe ore da quando questa nave a forma di millefoglie percorre il Nilo, il padre Nilo. Il sole cala piano, oscurando quest'orizzonte dilatato. Le sue dita larghe si aggrappano alla superficie delle sue acque tingendosi di arancione. È un colore cangiante, pigmentato dalla sabbia magica del deserto che avvolge il tutto. Ai lati, sulle rive, i paesini sembrano scivolare via. Le piccole case di mattoni crudi mettono a nudo la grandezza e il triste splendore della povertà. Le moschee si avvicinano, prendono d'assalto gli obbiettivi delle macchine fotografiche che invadono la coperta della nave. Le moschee sono dappertutto; supermercati dell'illusione, succursali bancarie della speranza. Da quando mi sono imbarcata, me ne sto tra la gente cercando di preservare il mio anonimato. Il mio aspetto non è quello della classica turista allegra, di compagnia, avida di esperienze nuove, di informazione. Il mio aspetto e il mio animo sono… terribili. La stanchezza ha logorato il mio corpo e il mio carattere. Il fatto che io mi emargini sembra preoccupare gli altri passeggeri, che cercano di indagare per quale strana ragione abbia deciso di affrontare un viaggio così lungo e inusuale, che in genere non si fa da soli, senza un compagno al mio fianco. A differenza degli altri, non ho fotografato assolutamente niente. Non perché non avessi voglia, ma per il disorientamento cronico che mi pervade da quando mi sono imbarcata per raggiungere questo paese. Un disorientamento e una svogliatezza che hanno fatto sì che dimenticassi la macchina fotografica in hotel. Uno smarrimento emotivo selettivo che mi permette solo di ricordare il passato e di perdermi nel presente, e che ha catturato lo sguardo superbo della giovane guida araba che ci è toccata. Non appena l'ho visto, madre, ho capito che era lui, l'arabo delle mie tele. È stato lui che mi ha portato fin qui. Omar è la nostra voce nell'oscurità. Le sue labbra sono le labbra della storia che ci parlano, facendo sì che la nostra immaginazione voli con le sue parole, viaggi attraverso i secoli, respiri l'aria quieta del passato. Quando i suoi grandiosi occhi neri incontrano i miei, mi sento terribilmente felice. Quando si volta verso la riva della vita e la sua mano di dio egizio si allunga indicando l'orizzonte, il desiderio di sentire la sua voce si acuisce. Omar sorride. Il suo volto assume un'espressione di allegria durante le sue concise spiegazioni e, con lei, con la sua espressione, scarica un grido di ansia nel mio corpo magro. Omar è giovane, forte, duro e un grande osservatore. Mi ha sempre attratto tutto ciò che era sconosciuto e irraggiungibile. Lui si mostra distante, ignaro delle mie inquietudini. I suoi pensieri schivano la mia analisi, rimanendo vergini, insormontabili, senza nessun fondamento. La mia curiosità cerca di invadere questa intimità apparente, perdendomi nei suoi occhi, nei suoi gesti, nel tono delle sue parole, ma i suoi occhi di 123 falco spiccano il volo. Il suo cuore sembra agitarsi davanti l'evidenza di una preda facile, e culla il mio grido con un sorriso furtivo che non so interpretare. È insolito, difficile da spiegare il senso di vertigini che provo, l'attacco di pazzia che mi pervade. La brama viscerale, incontrollata, di far parte del suo presente. Omar ha dato uno scossone al mio cuore di pietra. Ha sentito il mio sorriso, si è soffermato sui miei pensieri e abbiamo riso insieme senza sapere cosa dire. Ora desidero il suo corpo, anelando che anche lui, come ha predetto Sheela, desideri il mio. Il vento mi porta indietro i capelli. Sento come osserva la mia mano, come ruba i miei gesti, come sente il mio desiderio, è così bello sentire! 124 20 L'aria profuma di sera di autunno, di mandarino e carta. Come profumava allora. Come profumava quel giorno in cui Adrián, rimanendo a scuola, finalmente, ha smesso di piangere. Era cresciuto. La linea del suo orizzonte aveva smesso di essere una strada di campagna, trasformandosi in una grande autostrada su cui correre verso confini ben lontani dai miei, dove perdersi, incontrarsi e perdersi di nuovo senza che ciò comportasse alcuna debolezza, né la minima preoccupazione. L'acqua scorreva dai tubi di quell'orribile fontana che incoronava la piazza del paese, e io vagavo senza sapere se andare a comprare il pane o mettermi a piangere. Nonostante ciò, nonostante fossi errante e sola, ero un po’ felice. Sì, madre, felice perché il mio bambino cresceva, però, allo stesso tempo, mi sentivo terribilmente triste, un po’ morta. Quei giorni erano pieni di ore sterili. Sterili di grida, di risate, carenti di espressioni, delle sue insostituibili espressioni che avevano ridotto, fino ad allora, la monotonia che pendeva dalle tende, che si impregnava della polvere accumulata sugli scaffali, la mancanza di conversazione, di uno sguardo complice o di un sorriso a tempo perso, di tutte quelle ore di tedio e solitudine. Il sorriso caldo e compiacente, insieme all'affettuoso e intenso abbraccio, con cui Adrián mi festeggiava ogni volta all'uscita da scuola, si era pian piano trasformato in un semplice e distaccato "Ciao mami!". Mentre lui tendeva le braccia cercando ad ogni luna di sfiorare il cielo, a me le stelle fugaci avevano smesso di concedere desideri. Ho cominciato a chiudere gli occhi quando la loro scia ha illuminato il piccolo orizzonte della mia terrazza accompagnata dal timore che qualche pezzo di meteorite cadesse sugli insulsi gerani, che davano colore ai finestroni ornati in PVC bianco. Da quelle finestre si infiltravano il vento del nord, la brezza estiva e il silenzio delle mattine gemelle, impossibili da distinguere l'una dall'altra. Così somiglianti tra loro che hanno scombussolato la mia realtà. Mi sono man mano adattata a quella situazione. Impunturando controfodere, inamidando polsini, cucendo bottoni, progettando maschere, avevo la mente intasata. La nave accarezza il profilo della piccola città di Edfù. Devo smettere di scrivere. Ra tira fuori le dita e esamina il mio corpo. Qui tutto è diverso, anche lui. Ra si avvicina insistentemente, annusando la nostra pelle debole e forestiera, graffiando la superficie del nostro corpo come un grande cane da guardia che protegge il tempio del suo padrone. L'acqua scorre instancabile e una delle frasi che compongono l'inno al Nilo si annida nei miei pensieri mentre lo contemplo: "Salve Nilo, fiume raggiante che dai vita all'intero Egitto!". Man mano che ci avviciniamo a Edfù, Horus comincia a farsi notare. Il vento sembra sbattere le sue ali invisibili, rapide, perfette, terribilmente belle. I suoi occhi da rapace indagano sulla nostra conoscenza piena di una cupidigia del sapere malsana e atemporale. Il grande dio falco aspetta nel 125 suo tempio scrutando secolo dopo secolo l'orizzonte. Lì a Mammisi -il luogo del parto- rinasce giorno dopo giorno. Quando calerà la notte e Thot, il dio della luna, diverrà padrone delle mie parole, allora, madre ci incontreremo di nuovo. 126 21 All'interno della nave l'aria è densa. Il suo odore mi sommerge lentamente in quel passato che, nonostante sia morto, si rifiuta di smettere di esistere. È una fragranza impregnata di legno e acqua, antica come il mondo, e che, come lui, nasconde gelosamente la formula utilizzata nella sua creazione. Somigliava al profumo che avevano i suoi armadi, madre. Quegli armadi con il fondo dei ripiani e dei cassetti ricoperti dalla carta bianca. Al suo interno non mancavano le saponette di lavanda messe da Lei tra i vestiti. Ricordo i pomeriggi di ottobre, l'aroma che fuoriusciva dalle sue cerniere e che impregnava per giorni i nostri vestiti. Mai nessun armadio ha avuto quell'odore, quella fragranza viscerale, profonda, sicura e familiare che ha abitato gli armadi della mia infanzia. Nei suoi cassetti di legno di pino ho conservato le castagne di novembre, i cuscinetti pieni di spille da sfoggiare ad aprile e le mie prime poesie. La quercia, la mia quercia. Quella ruvida quercia asociale e diffidente, che graffiava la mia pelle durante le scalate a cui era sottomessa nei pomeriggi adornati di panini imbottiti di crema al cioccolato, è rimasta impressa nei miei ricordi, nella mia corsa contro il tempo. In quei giorni in cui non esiste ancora la paura di invecchiare. Anni dopo, uno dei suoi frutti ha fatto sì che l'ombra della mia infanzia si ristabilisse nel mio giardino. Sotto il profilo dei suoi rami e il fruscio secco e pungente delle sue foglie, ho visto avvicinarsi di nuovo gli inverni, i tristi inverni, interminabilmente incompiuti, che pervadono la mia reminiscenza. Sono tante le cose che non ho fatto! Tante le parole mai pronunciate, tanti i baci non dati, tanti i cuori non incisi nel suo tronco. In quel tronco ruvido e secco che continua ancora oggi a crescere nel nostro giardino. Lì dove Mena, nelle ore estive più calde, si rifugiava per dipingere. 127 22 Sono rimasta incinta di Mena quattro mesi dopo che Adrián aveva cominciato ad andare a scuola. La gravidanza non era prevista, non lo era perché Carlos ed io attraversavamo di nuovo un periodo di crisi. Io passavo i giorni rinchiusa in una gabbia dorata, in compagnia solo dei miei romanzi, la radio e un gruppo di madri della scuola che parlava solamente dei problemi scolastici dei loro figli, del piatto forte della domenica, della depilazione laser o della confezione di questa o quella maschera. Tutte attività in cui io ero completamente incapace. C'erano anche le tipiche critiche dinnanzi al modo di essere o di vivere di alcune delle mamme dei compagni di classe dei nostri figlioletti. Di solito, quando le riunioni prendevano quell'andazzo, mi alzavo da tavola con qualche scusa improvvisa e abbandonavo, scusandomi, la colazione o la merenda. Le mie fughe repentine mi hanno messo, per molto tempo, al centro di numerosi e svariati sospetti. Carlos continuava ad essere immerso nella sua nuova ascesa che ci permetteva di pagare l'intera ipoteca in tempi quasi record per una famiglia normale. Il suo obiettivo era vendere l'appartamento senza una sola cambiale in sospeso e stabilirci fuori dalla capitale. Ha sempre voluto vivere in una villetta, avere un giardino e un barbecue, un giardino che mai avrebbe curato e di cui mai avrebbe goduto, a causa della lealtà e la piena dedizione alla sua impresa, dove mancava solo che dormisse, ci vedevamo appena. Una delle conseguenze di questo allontanamento era che i nostri rapporti sessuali diminuivano e diventavano sempre più saltuari, a tal punto che, le poche volte che capitava, mi costava fatica mettermi all'opera. Il mio bisogno era più sentimentale che fisico. Mentre lui moriva per venire al sodo, io mendicavo un semplice e pacato abbraccio. Una chiacchierata a lume di candela, sentire il suo profumo mentre gli accarezzavo la nuca, sentire le sue mani scivolare sulle mie cosce con desiderio, ma senza ansia. Avevo bisogno di sentirmi di nuovo viva e desiderata, "incompiuta". Essere di nuovo donna, la sua donna. Sono state le attenzioni di Mena e Adrián durante la loro prima infanzia a far sì che non mi buttassi giù come avevo già fatto all'inizio del nostro matrimonio. È stato ciò che ha evitato che gli mandassi il letto e il cambio in ufficio, qualcosa che, devo riconoscere, mi è passato per la testa più di una volta. Questa era l'unica cosa che mancava nel suo ufficio affinché diventasse la sua casa. 128 23 È trascorso un bel po’ di tempo prima che ci stabilissimo in quella zona residenziale, così alla moda e così socialmente discutibile, situata nella periferia della capitale. Mena e Adrián si affacciavano all'adolescenza e cominciavano a considerare vecchi gli uomini e le donne che avevano l'età mia e di Carlos. Carlos, come sempre, viaggiava, viaggiava e viaggiava, più di prima, più che mai. Io aspettavo, aspettavo e aspettavo, più di prima, più che mai. Così, la nostra nuova vita, poco a poco, viaggio dopo viaggio, è diventata un ritrovo che non è più riuscito a riunirci. Camminavamo lungo lo stesso sentiero, ma seguivamo un destino diverso. Io viaggiavo da sola. Adrián e Mena si erano ambientati con successo in quel nuovo contesto sociale, socialmente discutibile, al quale avevamo potuto accedere grazie alla mobilità territoriale del nuovo, trascendentale e ben remunerato posto di lavoro del mio sposo. Poco dopo esserci stabiliti nella nostra nuova casa, confinante con quella di Remedios dal lato destro, il suo sorriso affascinante e perfetto ha attraversato le barriere architettoniche stabilendosi come un monumento comunale nell'allora desertico spazio di terra che si sarebbe trasformato in oasi, in una piccola prateria di viste condivise e barbecue assidui, di odori tostati e fumo di carbone vegetale. Suo figlio, Jorgito, trascinava già il suo fantastico culetto per i vialetti circostanti il nostro giardino. Sempre sporco, cominciava a dare il benestare al simpatico soprannome con cui Mena l'avrebbe festeggiato più tardi: Attiluccio re delle piantine. Jorgito scalava con un ingegno innato tutti gli ostacoli che incontrava sul suo cammino. Il cammino quotidiano che dava origine all'incessante potatura manuale, del tutto artigianale, che praticava prima di dare inizio all'ingestione di tutti i prodotti dell'agricoltura ornamentale che Remedios aveva messo nel suo prezioso giardino. Insistentemente sottomesso all'aggressione del suo erbivoro cucciolo. Lui, Jorgito, prediligeva specialmente le margherite bianche, che abbelliva con pugni di terra arricchita dai sostrati che aggiungeva Remedios tutti i mesi. Mi abbagliava il suo faccino da bebè cattivo e aggressivo, terribilmente trascurato, il modo in cui tirava i fiocchi di raso blu marino con cui la sua instancabile e pulitissima mamma lo decorava come fosse un pasticcino, perché Jorgito era commestibile. Così piccolo, così flessibile, così intelligente, così incantevolmente sporco, così bebè. Remedios diceva che le stava togliendo la vita, la vita e la bellezza che le sue mani avevano sempre avuto. Per Remedios, la pulizia, l'aspetto fisico e i cari e comodi barbecue di cui approfittava per cucinare non appena un raggio di sole accarezzava il suo giardino, erano il sale della vita. Avrei affermato che il buon funzionamento di alcuni dei suoi parametri vitali, in quei giorni, dipendeva dalla loro realizzazione. Quando ricordo il passato, vedo la sua immagine nitida, stupenda, perfetta, squisitamente vestita e truccata, equipaggiata dietro il grembiule rosa, che tende le mani verso una salsiccia 129 semicarbonizzata. Remedios era, ed è, straordinariamente semplice, impossibile da complicare. È un dono, ho sempre pensato fosse un dono del cielo non vedere oltre il proprio naso. Nonostante la sua loquacità materialista e senza senso, mi piaceva. Mi facevano impazzire le stupidaggini che diceva costantemente, tutte condite con quel tocco indicativo del suo inglese stentato che ha imparato sotto la tutela del suo audace papà, proprietario di una catena di insaccati, la cui specialità era la salsiccia, la star indiscutibile dei barbecue accanto. La salsiccia grassa di papà Fermín era squisita. Lo posso confermare, dato che durante le riunioni del vicinato, che risalgono agli inizi della formazione dello stesso, tutti abbiamo avuto la possibilità di concederci questo sublime e gratuito peccato di gola. Senza Remedios, una parte importante della mia vita sarebbe vuota, priva di sorrisi e semplicità. Anonima dello spirito della gente perbene. Perché Remedios è, nella sua ignoranza, straordinariamente ingegnosa e divertente, ma soprattutto, perbene. Abbiamo passato insieme tante notti. I pleniluni invecchiavano schiarendo l'orizzonte. Nel giardino, i pipistrelli volavano senza sosta, monotoni, con una precisione assoluta, sopra le nostre teste, invadendo il cielo oscuro, avvolti nella torbidità dell'imbrunire. Il liquore di ghianda lasciava un vestigio di piacere che aderiva ai nostri pensieri e Silvio Rodríguez suonava in sottofondo, in quell'angolo oscuro del salone. La sua voce si mischiava con la fragranza del gelsomino mentre il fumo dei sigari scarabocchiava disegni nella veranda. Così, le assenze, quelle dei nostri mariti, erano diventate le nostre. Insieme avevamo smesso di guardare l'orologio e avevamo fatto nostro il cielo freddo della notte. I desideri si erano fermati lì nella veranda e il rumore del viavai di macchine, che non si fermavano mai nel nostro garage, non ci faceva più del male. Durante quelle chiacchierate eterne di caffè e birre, appesantite da patate fritte, in quelle domeniche pomeriggio senza mariti, piene di bambini e della musica di Milanés e Silvio, siamo diventate sorelle, sorelle di pene, desideri e carenze, complici nella solitudine. Fino a quando lui, con la chitarra in mano, si è stabilito nella villetta di fronte. 130 24 Il suo arrivo è stato come assistere in diretta ad uno spot pubblicitario. Come vedere Richard Gere mentre interpretava Mr. Jones nella scena in cui lui passeggia su un ponteggio a parecchi metri da terra, sorridente, deciso, pazzo, terribilmente pazzo, e maledettamente attraente. È sceso da una Citroën 2CV gialla piena di valigie e custodie di strumenti musicali e senza vacillare si è diretto verso di noi, che siamo rimaste nella veranda a guardarlo fisso come fosse un'apparizione. Ci eravamo prese entrambe una sbornia dovuta al liquore di ghianda. Il nostro stato di "euforia" non ci ha impedito di sentire il suo sensuale profumo, di apprezzare i muscoli delle sue braccia abbronzate, il suo affascinante sorriso… - Ciao! Ha esclamato mentre ci tendeva la mano-. Sono Andreas. - Ciao! -abbiamo risposto contemporaneamente con la faccia da stupide, senza smettere di guardarlo dalla testa ai piedi. - Ho un problema -ci ha detto con un mezzo sorriso che lasciava intravedere una certa diffidenza-, non avrò luce fino a domani e ho pensato che forse potreste prestarmi delle candele… Non gli abbiamo dato solo le candele, ma il liquore di ghianda, del cioccolato e il meraviglioso dolce che quella mattina Remedios aveva preparato per suo marito. Un marito che, come il mio, aveva avuto il classico imprevisto e che sarebbe rientrato il giorno successivo. Così abbiamo passato la prima notte con Andreas, ridendo fino all'alba, parlando del più e del meno, del divino e dell'umano. Con più liquore che vergogna nelle nostre teste e sentendoci vive di nuovo. Da quel momento abbiamo assistito a tutte le sue prove nel garage, sedute a terra su una delle coperte che Andreas utilizzava per quasi tutto, perché Andreas non aveva mobili. In casa c'era solo un materasso nella camera da letto, varie casse che utilizzava per tutto, come fossero uno strumento multiuso, le sue chitarre e gli apparecchi di registrazione. Man mano l'avvicinamento tra me e lui è diventato sempre più evidente e Remedios ha cominciato a tirare fuori le tipiche scuse per lasciarci da soli quanto più tempo possibile. Quando rifletto sulla reazione che ha avuto Remedios, ancora rimango colpita. Non le ho mai parlato dell'attrazione che provavo per Andreas. Non le ho mai detto che quando i suoi occhi fissavano le mie labbra e le sue mani mi sfioravano mi faceva tremare dentro. Tuttavia, lei lo sapeva, credo se ne sia accorta già dalla prima sera. Per due lunghi mesi ho assistito alla composizione di molte delle sue canzoni. Abbiamo fatto lunghe passeggiate all'imbrunire, sotto lo sguardo inquisitore di mezza zona residenziale, anche se stavo incollata al cellulare per paura che Mena e Adrían mi chiamassero dal convitto inglese in cui Carlos li aveva immatricolati quell'anno. Abbiamo preparato la cena insieme, abbiamo messo le candele sulla vecchia tela cerata che proteggeva una delle casse che spesso faceva da tavolo e 131 abbiamo vissuto, abbiamo vissuto come non sapevo più fare da tempo. In quel periodo, Carlos era a Londra, la crescita dell'impresa lo avrebbe trattenuto tre mesi nella capitale inglese, tre mesi in cui le fondamenta della mia vita sono state colme di fiori selvatici nei vasi che ornavano il pavimento vuoto della casa di Andreas di notte. Di candele che illuminavano ogni angolo della mia anima, di country, di jazz, dell'odore che emanavano i bastoncini di incenso quando si bruciavano, dei testi e degli accordi delle sue canzoni. Di quelle docce insieme dove i nostri corpi diventavano uno. Delle sue mani che lavavano le mie braccia con il sapone sotto l'acqua che ci bagnava. Dei suoi occhi attenti a non perdersi nemmeno uno dei nei della mia schiena. Di quei meravigliosi silenzi in cui ci guardavamo solamente e che finivano sempre con un bacio. Quando è finita, ho passato diversi mesi persa in un silenzio che nessuno aveva notato e di cui nessuno, tranne Remedios, conosceva la causa. Ancora oggi, madre, quando ricorro a questa abitudine malsana, tipica di noi umani, di ricordare i dispiaceri, le labbra mi si chiudono e mi costa fatica articolare una parola senza che non scenda giù una lacrima. Quando mio marito è tornato da Londra abbiamo dovuto ridurre i nostri incontri. Credo che Carlos non abbia mai saputo ciò che era successo, e se lo ha saputo o lo ha sospettato, non lo ha mai dato a vedere. Al suo ritorno ha notato qualcosa di diverso in me, ma, come sempre, non gli dava tanta importanza, gli ha dato la stessa importanza che dava a me: - Sei diversa -mi ha detto guardandomi dall'alto verso il basso. Cos'è, hai tagliato i capelli? Sembri più giovane. -E ha continuato a camminare con il trolley dietro di sé verso la camera da letto. Due settimane dopo il ritorno di Carlos, Andreas è sparito dalla mia vita. Ricordo ancora quella mattina perfettamente. Come di consueto, mi ero alzata alle sette circa. Era lunedì. Mi sono affacciata dalla finestra della cucina, mi sono versata il caffè e con la tazzina in mano sono andata in giardino a vedere la macchina di Andreas posteggiata all'entrata, per vedere come lui, dalla sua cucina, alzava la mano per salutarmi, aspettando che Carlos uscisse di casa per incontrarci di nuovo. Erano mesi che cominciavo le giornate così. Ma quel giorno lui non c'era. Al suo posto, sulla persiana, c'era un graffito di una donna nuda sotto la pioggia. Ero io. La contemplazione del disegno ha fatto sì che evitassi di uscire correndo e suonare il campanello con veemenza. Ho alzato la cornetta e ho chiamato Remedios. - Lo so -ha detto lei, se n'è andato. Stanotte mi ha lasciato un pacchetto a casa per te. Accompagno Jorge all'asilo e te lo porto… Conteneva solo un CD con la canzone che aveva composto per me, per la donna di acqua, come mi chiamava lui. Non ho mai saputo più nulla di lui. 132 Io e Andreas non abbiamo mai parlato della nostra relazione, dei perché, del futuro… ci siamo lasciati trasportare e ci siamo vissuti senza nessun tipo di pregiudizio o vincolo. Lui non ha mai messo in discussione il mio matrimonio, la mia vita, lo stile di vita così statico che conducevo. Non ha fatto nessuna domanda, nessun commento, né ha mai preteso niente. Quella storia, la nostra storia, è stata come quelle che nascono agli inizi dell'adolescenza, l'unica cosa importante era vivere e, di conseguenza, sentire. Non abbiamo mai parlato della sua fuga, ma era evidente. Un futuro inevitabile, perché lui era un nomade, un nomade di sentimenti. Io, un Drago millenario3 con troppe radici emozionali che mi ancoravano a un'angoscia piena di dolore. Quando penso, quando lo ricordo, lo immagino mentre fa felice un'altra donna, una delle tante donne solitarie e mute che si spargono come fiori appassiti lungo i confini del mondo. Lo immagino mentre gli si spezza il cuore per strapparle un bacio, un sorriso, una confidenza a bassa voce e a testa bassa. Non mi fa male sapere che sarà un'altra quella a cui dedicherà le sue carezze, il suo tempo, le sue canzoni. L'unica cosa che mi dispiace, che ancora mi ferisce l'anima, è non averlo potuto baciare prima che andasse via. Baciarlo ancora una volta. 3 Il drago è l'albero più antico di Tenerife. 133 25 La mia vita era tornata all'avvilente normalità. I bambini erano tornati dal convitto, Carlos continuava come sempre, a mettere piede in casa solo per dormire. Il padrone della villetta che aveva preso in affitto Andreas aveva deciso di venderla. Lo ha fatto una mattina di agosto, quattro mesi dopo la partenza di Andreas. Durante quei quattro mesi ho contemplato quel graffito sulla persiana tutti i giorni, aspettando che la porta si aprisse e che apparisse lui, Andreas. Quella mattina di agosto si è aperta. È apparso il padrone della villetta, con il secchio e lo straccio in mano, pronto a chiudere con la donna di acqua. Ha pulito per diverse ore. Ad ogni strofinio esclamava a voce alta: "Questi hippies di merda! Oltre che truffatore, pure graffitaro. Doveva toccare proprio a me, doveva toccare proprio a me! Quando ha finito, ha messo dei cartelli con la scritta "Vendesi", uno su ogni finestra. Remedios e io siamo ritornate alle nostre chiacchierate in veranda, al liquore di ghianda e alla musica di Silvio e Milanés. Lei, che condivideva con me le trame dei romanzi rosa che leggeva con avidità, e io che cercavo di farle leggere anche qualcos'altro ogni tanto. Quell'autunno ho cominciato a scrivere di nuovo, a scrivere e dipingere. Anche se mostravo a tutti le mie opere fatte a matita, Carlos, davanti al mio lavoro non diceva altro che "Bello, tesò, molto carino" o, "Dopo gli do un'occhiata con più calma. Sono in ritardo. In questo momento non riesco a concentrarmi, sono overflow". Adrián mi suggeriva, con insistenza commerciale, di passare dalle matite all'olio perché i miei disegni sarebbero stati più vendibili. Lo diceva cercando di convincermi che dovevo vendere perché altrimenti, il fatto che mi dedicassi diverse ore al giorno a disegnare, non avrebbe avuto molto senso. Mena diceva che erano dei disegni bellissimi, meravigliosi e se ne andava subito in camera sua, dove la attendevano mail e telefono. In quel periodo passava la maggior parte del tempo al telefono e al computer, il resto di fronte allo specchio del bagno o selezionando i vestiti che avrebbe dovuto mettere per questo piuttosto che quell'altro appuntamento. Nei giorni di pioggia, quando tutti se ne andavano, saliva in mansarda, sparpagliava i miei disegni a terra, accendeva lo stereo, metteva il CD di Andreas e, con gli occhi chiusi, ascoltava la sua canzone: That woman, la canzone che ha composto per me, la donna di acqua. Per molto tempo, è stata quella l'unica cosa che riempiva e pacificava la mia anima: il suo raziocinio, il suo conoscermi, il suo abitarmi. Perché lui mi ha abitato, ha saputo chi e come ero. Solo lui. Dopo è arrivata Sheela. 134 26 Dentro quel negozietto c'era odore di legno di pino, di asfalto, di incenso, di erbe medicinali e di profumo sprigionato dagli ingredienti degli incantesimi. Il locale era situato in una stradina del paese stretta e ripida, quasi in periferia. Io e Remedios avevamo sentito alcuni commenti sulla proprietaria nel nostro quartiere. Si diceva che non si dedicasse solo all'omeopatia. Dicevano che leggesse le carte e praticasse la magia nera. In paese questo insospettiva, soprattutto nei circoli parrocchiali. Aveva un carattere maledettamente aperto, fresco e vitale. Così al di fuori dal convenzionalismo e dalle regole da avere la spudoratezza di assistere alle funzioni religiose quando le veniva voglia, nonostante sapesse che la sua presenza disturbava i fedeli. Il parroco le ha manifestato, in più di un'occasione, che date le arti che esercitava nel suo negozio, non era molto gradita nella sua chiesa. Che i fedeli gli facevano pressione, e quando meno se lo aspettasse, nonostante i rimorsi, si sarebbe visto obbligato a non farla entrare. Pero lei, Sheela, faceva orecchie da mercante di fronte agli avvertimenti del vecchio sacerdote, gli sorrideva pure con affetto, con aria di assoluzione e con fare affettuoso. Poi, davanti lo sguardo quasi supplicante dell'anziano, lasciava che il mormorio dei parrocchiani lì congregati accompagnasse i suoi passi. Si faceva il segno della croce e entrava a pregare ogni volta che ne aveva voglia. Erano passati più di cinque anni da quando Andreas aveva abbandonato la mia vita, e in tutto questo tempo non avevo smesso di dipingere e scrivere. Ho esposto i miei lavori in diverse sale degli assessorati alla Cultura dei paesi vicini. Ho venduto vari dipinti a olio e disegni a matita. Avevo trasformato la mansarda nel mio studio ed ero più sola che mai. Una settimana prima che Remedios mi convincesse a visitare l'erboristeria di Sheela, avevo iniziato una serie di tele. Avrebbero raffigurato visi maschili di diverse razze. Avrebbero rappresentato ognuno di loro nelle quattro tappe più significative della loro crescita: infanzia, pubertà, maturità e vecchiaia. Era un progetto ambizioso che volevo presentare a un concorso il cui premio consisteva in due biglietti aerei per l'Egitto. Da sempre avevo voluto fare questo viaggio e in quel momento vincere il concorso poteva essere l'opportunità di realizzare il mio sogno senza dover chiedere a Carlos nemmeno una peseta. Sapevo che non avrebbe fatto obiezione a pagarmi il viaggio, però era da tempo che mi limitavo a chiedergli giusto i soldi necessari per la casa e i nostri figli. Le mie spese personali le coprivo con le scarse entrate che ottenevo dalla vendita dei miei quadri e qualche correzione letteraria. Anche se lui continuava a mantenere, sia agli occhi dei colleghi che del vicinato, lo status fittizio di coppia di Hollywood, eravamo ogni giorno più distanti. Nonostante i personaggi, i modelli dei miei quadri non fossero reali, nonostante non esistessero se non nella mia immaginazione, prima di iniziare questa mia collezione di tele ho dovuto documentarmi affinché il processo di invecchiamento dei volti seguisse i modelli naturali 135 delle persone nel loro sviluppo fisico a seconda della razza e delle caratteristiche proprie di ogni individuo. Remedios si era impegnata nel progetto a tal punto da mettere da parte la lettura dei romanzi rosa e diventare la mia documentalista. Era tale la complicità e l'entusiasmo che generavamo entrambe nella realizzazione del progetto che, se avessi vinto il viaggio lo avremmo fatto insieme. Però io sapevo che non era capace di abbandonare nemmeno per un giorno il suo Jorgito e Eduardo, suo marito. Nonostante ciò, fino all'ultimo momento ho sperato tirasse fuori le palle e venisse con me, giusto con l'indispensabile. Il giorno in cui mi sono congedata da lei, le ho mentito premeditatamente, l'ho fatto per non metterla nella situazione, nella crudele situazione, di darmi ancora una volta le stesse spiegazioni di sempre. Di vederla piangere mentre mi diceva: "È che io lo amo. Sì Jimena, lo amo con tutta me stessa. E anche lui, a modo suo, mi ama. Sì, Jimena, anche se non ci credi, mi ama. Il suo unico difetto è che non riesce a resistere alle donne. Però… ama solo me, non loro, Jimena, non loro". Finiva sempre per piagnucolare, dedicandomi uno sguardo compassionevole che mi spezzava il cuore. Eduardo era il suo principe azzurro, il principe delle favole che non l'ha mai liberata dalla torre. Però…, come diceva lei, e aveva ragione: era il suo principe. Ho cominciato la mia collezione con il volto di un bambino arabo, per poi continuare con la sua adolescenza. Quando ho cominciato il disegno relativo alla maturità, i tratti della bozza sembravano prendere vita. La matita scivolava sulla carta con veemenza. Ho terminato lo schizzo in appena due ore. Era un uomo robusto dal mento pronunciato, con larghe sopracciglia, grandi occhi neri, naso dritto e grande, carnagione scura e labbra carnose e grandi. Non aveva bisogno di un solo ritocco. L'ho osservato per qualche minuto. Poi l'ho fissato nel sughero. Ho preparato cavalletto e tela e ho cominciato a mischiare i colori. Mi ci sono voluti due mesi per finire il ritratto. Alla fine, quando lo avevo già dipinto, ho chiamato Remedios per farglielo vedere. Non appena è entrata in mansarda e ha visto la tela, è impallidita. Si è avvicinata al tavolo dove tenevo l'acqua e il liquore di ghianda e si è servita un bicchiere che ha bevuto tutto di un sorso, come si è soliti fare con la tequila nei bar messicani. Le mancava solo il sale sulla mano. - Che c'è? Dimmi, che te ne pare? -ho chiesto trepidante. - Perché ti sei fatta l’autoritratto con lui? Questo non fa parte della collezione? -mi ha chiesto confusa. Ho guardato la tela sbalordita. C'era il ritratto del giovane arabo, però a lato c'ero anche io, nuda sotto una cortina di pioggia. 136 27 Lo scacciaspiriti che pendeva dall'architrave oscillava, e un suono metallico ha avvisato del nostro arrivo. Sheela se ne stava dietro il banco, in fondo al locale. Immersa nella lettura di un grosso libro che, dall'aspetto, somigliava a un incunabolo. Sentendo il tintinnio si è tolta gli occhiali, ha alzato la testa e mi ha fissata con quei begli occhi di miele. Dopo essermi presentata, la rossa, Sheela, si è diretta verso la porta d'ingresso. Ha girato il cartello che era appeso sul vetro, ha dato due mandate e ha chiuso le tende di velluto rosso. L'erboristeria aveva una stanza contigua e lì, insieme alle erbe medicinali e ai prodotti omeopatici, Sheela teneva delle sedute. Sulla mesa camilla c'era un vaso con l'acqua e con all'interno una rosa di Gerico aperta. Di fronte al tavolo, due divani su cui Remedios e io ci siamo sedute mentre Sheela si preparava. Prima di andare all'erboristeria, Remedios aveva parlato con lei. Le aveva raccontato quello che era successo con la mia tela. Era da un po’ che Remedios andava all'erboristeria, da quando le era sopravvenuta un'eruzione sul collo a cui la medicina convenzionale non era riuscita a porre rimedio. Sheela le ha preparato un olio che ha eliminato i foruncoli in una settimana. Da allora non si recava all'erboristeria solo per i patimenti fisici, seppure leggeri, di cui poteva soffrire, ma per trovare una cura per le pene, una porta aperta ai misteri dell'anima. Un sollievo per il suo cuore stanco. Mi ha parlato appena. Mi ha sorriso e appoggiando i gomiti sul tavolo con le mani tese verso di me, con un cenno dei suoi occhi, mi ha fatto capire di darle le mie. Non mi ha guardato i palmi, come pensavo avrebbe fatto. Mi ha preso le mani, le ha unite e le ha coperte con le sue, che sembravano abbracciarle. Aveva gli occhi chiusi. - Credo dovresti essere tu a sottopormi ad una seduta piuttosto che il contrario -ha detto sorridente. - Non capisco -ho risposto. - Hai le mie stesse capacità. Sei veggente. Non mi dire che non ne sei al corrente perché non ti crederei. -Ho sorriso timidamente-. L'uomo del disegno è una delle tue visioni. Farai questo viaggio perché vincerai un concorso e sarà lì, in Egitto, dove lo conoscerai. Dimmi, perché hai così tanta paura di lasciarti andare…? Da allora le visite a Sheela si sono susseguite. Crescevano come la nostra amicizia. Poco a poco, Sheela ci ha insegnato le arti della percezione. Abbiamo fatto lunghe passeggiate per la campagna, durante le quali lei ci forniva indicazioni precise ai fini di percepire suoni che per noi erano diventati inaudibili. Odori che il nostro senso aveva smesso di sperimentare. Abbiamo contemplato la luna nelle sue diverse fasi e la ripercussione della sua luce sulle creature della notte. 137 Abbiamo ascoltato il canto e il battito d'ali degli uccelli notturni e siamo riuscite a riconoscerli senza vederli. Abbiamo imparato a camminare al buio, ad ascoltare il mormorio che si nasconde dietro il rumore semplicemente con il nostro sesto senso. Siamo ritornate alle nostre origini, ad essere come le altre creature, come i nostri antenati più lontani: intuitivi. Come gli sciamani aramei, ai quali bastava osservare la rosa di Gerico per sapere quando e come sarebbe arrivata l'acqua alle loro terre. Come loro, eravamo in grado di riconoscere un'anima ferita semplicemente guardando i suoi occhi o ascoltando il tono della sua voce; e sapevamo il male che la affliggeva. Le nostre riunioni, in campagna all'imbrunire o nel locale a lume di candela, avevano generato più di un'allusione in paese e nelle zone residenziali circostanti. Tuttavia, le dicerie non solo avevano portato pregiudizi e rancori alle porte dell'erboristeria, ma avevano fatto sì che ricorresse a noi più di un'anima anonima in cerca di consolazione per le sue disavventure, consolazione dietro un anonimato supplicato che noi, al di là di tutto, mantenevamo sempre. Ci è stata data la colpa di più di un divorzio, di più di un'infedeltà e della strana sparizione della statua del Cristo che si trovava all'entrata del negozio di un capo abusivo e ladro di bestiame. Quando abbiamo saputo del furto, Sheela non ha potuto evitare di commentare che il Cristo non era stato rubato, ma era fuggito dal locale. Ci hanno perfino ritenuto la causa di un'epidemia di cimici che aveva assalito violentemente la parrocchia e le case di diversi fedeli. Così, siamo diventate un trio inseparabile. I pettegoli ci avevano soprannominato "le streghe di Eastwick", il nome dell'erboristeria di Sheela. 138 28 In quei giorni siamo state felici. Sembrava che il destino, sempre in vantaggio, fosse caduto ai nostri piedi, ossequiando il nostro diritto di scegliere. È stato così per mesi, quasi un anno. Quando il silenzio si faceva spazio nelle nostre conversazioni, la paura che potesse succedere qualcosa in grado di rompere quell'equilibrio ci ha sorpreso più di una notte mentre ci guardavamo fisso negli occhi di fronte al liquore di ghianda. Nessuno parlava di quella strana sensazione di insicurezza che assale ogni essere umano quando le cose sembrano andare per il meglio. Non toccavamo l'argomento perché il solo fatto di parlarne a voce alta ci spaventava. Tutt'e tre eravamo consapevoli del fatto che sarebbe successo qualcosa. Un avvenimento terribile che avrebbe segnato le nostre vite per sempre. Soprattutto lo sapeva Sheela. Giorni dopo essere stata picchiata per la prima volta ci ha dato appuntamento in un bar all'aperto in periferia. Nonostante il caldo di quell'agosto, Sheela indossava una maglia a collo alto. Si era truccata così tanto le guance e gli occhi, che le lentiggini nemmeno si vedevano. Riusciva ad aprire l'occhio destro a stento e aveva il labbro superiore così gonfio che non riusciva a parlare normalmente. - Figlio di puttana! -Ho esclamato mentre le asciugavo le lacrime, piano, con i polpastrelli. - Dio mio! Come ha potuto farti questo? Come si permette? -ha gridato Remedios inorridita. - No, no, Remedios, non toccarmi lì -ha detto Sheela bloccandole il braccio-, credo di avere due costole rotte. Non ha voluto denunciarlo. Ha cercato mille scuse per convincerci del fatto che non l'avesse aggredita volontariamente, per convincere se stessa di non essersi innamorata di un maltrattatore. Ma disgraziatamente era così. Lui sapeva che io conoscevo le sue intenzioni, che sapevo chi era e ciò che voleva. Per questo, dal nostro primo incontro, evitava il mio sguardo, riusciva a sostenerlo solo per qualche secondo. Una frazione di tempo che, secondo lui, non poteva permettermi di vedere oltre, di entrare nella sua anima. Ma l'ho fatto. L'ho fatto, snocciolandogli un avvertimento. - Se le metti un'altra volta le mani addosso, ti ammazzo -gli ho detto sottovoce quella notte in cui Sheela ci ha chiesto di accompagnarlo alla stazione ferroviaria dopo la cena del suo compleanno. - Ti ammazzeremo. Lo faremo -ha rimarcato Remedios alzando la voce e attirando lo sguardo dei viandanti verso la macchina. Lui non ha risposto. È sceso dall'automobile sbattendo la portiera. Ci ha guardato con aria di sfida, ha sputato sul marciapiede e con aria di sufficienza, da lontano, ha detto: - Lei non ve lo permetterà. Mi ama -ha puntualizzato ridendo a crepapelle. 139 Qualche giorno prima dell'ultima percossa, Sheela, mi ha regalato il suo ombrello rosso: - È per te. - Non posso accettarlo -ho risposto rifiutandomi di prenderlo-, te lo ha regalato tua madre. È il tuo talismano. Ti ha sempre protetta. - Non mi serve più. Chi meglio di una donna di acqua può prenderlo a partire da adesso… Sapevo cosa stava per dire anche se non lo aveva ancora detto, e la cosa peggiore è che io non potevo fare niente per evitarlo. - Lo hai denunciato. Ha un ordine di allontanamento. Non credo si azzardi a ritornare da queste parti -ho detto tentando di sfuggire a quel dolore. Cercando di farla stare zitta, di non farle fare del male, di non farmi del male. - Ho comprato questo a Remedios. Volevo fosse quanto più simile al mio. Vedi? Il manico in legno, rosso sangue -ha detto senza rispondere alla mia domanda. Voglio che glielo dia tu, non credo io avrò il coraggio per farlo. - Sheela, non ti succederà niente -le ho detto stringendole le mani. - So che mi ucciderà. Nonostante l'ordine di allontanamento, nonostante la vostra protezione, lo farà. Quando succederà dovrai portarmi in Egitto con te, perché tu andrai in Egitto, è il tuo destino. Una volta lì, ricorda che non potrai più ritornare. Mai più, per nessun motivo al mondo, qualunque cosa accada, dovrai ritornare in Spagna. Dammi ascolto, le rune hanno parlato chiaro al riguardo. - Non continuare, non voglio che continui a dire queste assurdità. Non ti succederà niente. Niente! Hai capito? -le ho detto sollevandole il mento affinché mi guardasse in faccia. - Devi spargere le mie ceneri nel Sinai. Poi cantami la canzone di Alfonsina y el mar. Me lo prometti? Promettimelo! Io piangevo, piangevo come non avevo fatto mai. Ho pianto come quel giorno, il giorno in cui mio padre è morto. Ho pianto per i secoli, per gli spazi infiniti di tempo, per le ere che sarebbero venute dopo. Ho pianto per non piangere mai più a causa della stessa cosa, la stessa di sempre. Lei mi guardava in silenzio, lasciandomi stare. Poi, dopo avermi asciugato le lacrime con un fazzoletto di carta, ha sorriso e mi ha detto: - Ricorda! Devi assicurarti che si tratti di un luogo non edificabile. Non sopporterei di vedere costruire un edificio proprio sopra di me… Oggi, il rumore dell'acqua che sbatte contro lo scafo di questa nave dalla forma di millefoglie che percorre il Nilo mi rende nostalgica, triste, mi fa sentire il vuoto che la sua mancanza, la sua assenza, ha lasciato dentro di me. Le prefiche della mia anima, del mio cuore, piangono per il dolore. 140 Sotto il suo ombrello rosso mi nascondo, mi proteggo. Cerco di placare il dolore che ancora mi causa il suo addio. 141 29 Ci avviciniamo a Luxor, un tempo la grande città di Tebe. Ezechiele aveva detto: "Tebe sarà scossa violentemente…". Tebe, Tebe dalle cento porte, capitale dei faraoni del Nuovo Impero, si lasciò andare agli avvenimenti dando ragione al profeta. Ad ovest, dominando la necropoli di Deir-el-Bahari, il tempio della grande signora del Nilo si alza vanaglorioso, con aria di sfida, conquistando con la sua grandezza l'essenza del dio Amon. Hatshepsut ci aspetta. Collerica e piena di furia alza il suo mento barbuto. Immagino la sua potente immagine, la grandiosità della sua creazione, la sovranità del suo regno, il potere della sua dualità. L'aria profuma di erbe aromatiche come profumava allora, quando le sue spedizioni fecero ritorno vincitrici dal mitico paese di Put. Immaginandola, mi perdo tra il mormorio del gruppo che è assorto nella dimensione sovrumana delle colonne rettangolari che formano i portici del suo tempio. Riesco a sentire il volo del figlio di Iside e Osiride che ci avvisa della loro vicinanza, della prossimità del loro spirito, avvolto nel lenzuolo funebre sulla riva a sinistra del Nilo, immortalato nel tempio più bello dell'interminabile Egitto. Il suo nome, il nome della signora del deserto, cancellato incessantemente dalla combattività e dal machismo, è di nuovo enfatizzato, giorno dopo giorno, con fascino e rispetto: Hatshepsut! Omar sorride, le sue labbra profilano un'espressione calda che mi avvolge il cuore. Il vento fa sì che i capelli mi coprano gli occhi e sfiorino le mie labbra. Lui allunga il braccio e indica la riva, la tornita riva che dà accesso a Luxor. Il suo sguardo sfiora il ciuffo anarchico che mi copre la bocca e si sofferma incuriosito sulle pagine che scrivo per Lei, madre, sull'ombrello rosso che, appoggiato sopra le mie cosce, aspetta di essere aperto per proteggermi da questo sole rovente, dal sole e da lui. Sento di nuovo questa sensazione di nausea, simile a quella che sentivo la domenica mattina. Quelle domeniche disseminate da pipe e liquirizie, in cui mio padre, con la giacca di fustagno in mano, riempiva i duri sedili dello scarcassato e stridente vagone diretto alla capitale con la nostra grande famiglia. Ricordo Jaime e Ricardito, che irrimediabilmente, ogni santa domenica, finivano per suonarsele di santa ragione, al punto di far succedere un disastro, per quei tappi di Slam e birra con cui, poco dopo, grazie al colpo secco del dito medio e del pollice, sarebbero usciti vincitori di un immaginario giro ciclistico di latta. Da ragazzi erano sempre cane e gatto. Tuttavia, anni dopo, come se fossero gemelli identici, hanno scelto lo stesso corso di studi, si sono sposati con due sorelle e si sono stabiliti in Australia. Il nostro rapporto è stato sempre distante, effimero e strano. Nonostante nostro padre abbia lottato perché fossimo uniti, non ci è riuscito. Riesco ancora a sentire il pianto di Juanillo e vedere quel ciuccio impregnato di zucchero e anice con cui Lei, madre, lo zittiva miracolosamente. Il faccino paffuto di Carlota. Carlota era come Susanita, di Mafalda, la stupenda Mafalda di Quino, con la quale mi sono sempre identificata. Non 142 si separava mai dalla sua bambola. Quella languida bambola di cartapesta, imbacuccata dalla testa ai piedi, coperta di cibo, indebolita dai baci e dagli abbracci incontrollati della sua prematura mamma. Nel frattempo, io ero un tutt'uno con il ghiacciolo di arancia. Mi perdevo nel suo colore squisito e artificiale, nel grembiule bianco del gelataio. È stato in quei giorni che ho avuto la certezza di ciò che avrei fatto da grande. Avrei venduto gelati. Le sue mani, le mani di Oscar, indicano uno dopo l'altro i luoghi più emblematici, mentre io sogno di sfiorare le sue labbra, perdermi tra le sue braccia, e ho paura. Paura di un futuro che sapevo fosse già scritto, già molto prima di questo viaggio. 143 30 Secondo la polizia, l'assassino di Sheela, Antonio, era sparito senza lasciare traccia. Una volta conclusa l'autopsia è stato ordinato un mandato di ricerca e di cattura, ma la polizia non è riuscita a trovarlo. Remedios e io ci siamo occupate del funerale della nostra amica, giorni dopo abbiamo raccolto le ceneri e le abbiamo depositate in una borsa che Remedios aveva confezionato a mano con i pezzi delle tende rosse dell'erboristeria. Nessuno ha chiesto dei suoi effetti personali né ha assistito al suo funerale, pertanto ho dovuto farmi carico di Amenofis, il suo gatto persiano. L'animaletto ha vagato per diversi giorni da casa mia all'erboristeria. Si sedeva alla porta e miagolava aspettando che Sheela gli aprisse. La vicina mi chiamava quando sentiva il pianto triste del felino e io, giorno dopo giorno, andavo a cercarlo e lo riprendevo. È stato così fin quando le ceneri di Sheela non sono arrivate a casa. Da quel momento non è più andato all'erboristeria. Passava le ore dormendo accanto al sacchetto rosso. Smetteva di vigilarlo solo per mangiare o per avvicinarsi alla lettiera. Tranne il giorno in cui me ne sono andata. Quel giorno, Amenofis, mi ha accompagnato fino all'uscita e, come se sapesse che la sua padrona se n'era andata definitivamente, si è messo a correre verso la campagna. Come Sheela aveva previsto, avevo vinto il concorso di pittura e ho scambiato i due biglietti con soldi liquidi. Con lo scambio il premio perdeva consistenza, ma in quel momento non mi sentivo in forze per farlo. Erano successe troppe cose, fatti che mi avevano segnato per sempre. Dopo ciò che era avvenuto, Carlos si è mostrato più vicino che mai. Ha preso dei giorni di vacanza e si è dedicato a me. Ha osservato i miei lavori di pittura, ha letto alcuni dei miei testi e ha elogiato, come non aveva mai fatto, la mia capacità di scrivere e dipingere. È arrivato perfino a alludere al fatto che avrei dovuto dedicarmi alla letteratura in modo professionale e che lui poteva cercare qualche contatto se avessi voluto. Non so con esattezza quanto sia durata questa falsa estasi, però ricordo chiaramente come un giorno tutto è tornato a essere come all'inizio. Aveva ripreso i suoi viaggi e a rincasare all'imbrunire. Era riapparso l'odore di colonia femminile che sprigionavano le sue cravatte di seta. Erano riapparse le chiamate telefoniche, le uscite di emergenza per andare in ufficio… Carlos era assolutamente cosciente di ciò che faceva. Per lui quei flirt non erano niente di più che quello, flirt senza importanza. Flirt che negava sempre. Li negava tanto e talmente bene, che per anni gli ho creduto. L'incanto se n'è andato poco a poco. Non era più la solitudine, il bisogno di sentirmi donna, persona, amante… Il vero problema è stato che è arrivato un momento in cui non volevo e non avevo più bisogno di far parte della sua vita. Mi ero stancata di sopportare, lottare, 144 cercare un momento unico tra noi due che mi emozionasse, che lo emozionasse. Eravamo diventati due sconosciuti che condividevano casa, conto corrente, figli e letto. La nave si è fermata. Dalla superficie dell'acqua, un rombo immaginario mi chiama erroneamente Ilsebill. Il rombo sospira e, guardandomi con la coda dell'occhio, fa l'occhiolino a Omar di nascosto. Lui mi guarda di sbieco e sorride. Sorride solo a me. Questo è l'ultimo giorno di crociera. Domani partiremo, per mia disgrazia, in aereo, verso Il Cairo. 145 31 Ieri notte i suoi occhi sono stati i miei. La luna illuminava superba l'orizzonte, un orizzonte, madre, troppo lontano dal suo, troppo distante e diverso da tutti gli orizzonti che sono passati dalla mia vita. La sua linea era delimitata dall'oscurità dello sguardo di Omar, dalla pelle dorata delle sue mani, mentre l'eco delle voci rimbombanti dai megafoni si perdeva dal grande Lago Sacro. L'aria odorava… in realtà non odorava di niente, né il vento si faceva sentire. Il rombo camminava insieme a me, e Günter Grass insinuava in me con estrema esigenza, con dispetto, quasi con un insulto, l’ottusità, la lentezza nell'arte della lettura, nel dono della percezione rapida delle parole. La mia copia de Il rombo mi accompagna sempre, inesorabilmente, in tutti i miei viaggi. La storia di questo pesce a cui Günter ha dato vita nel romanzo che porta il suo nome ha fatto sì che quest'esemplare diventasse il pesce della mia vita, il caro pesce di tutta la mia esistenza. Le poche pagine che sono riuscita a leggere, fino ad oggi, non mi hanno più fatto mangiare il rombo. Ieri notte, la sua figura danzava tra le ombre del dolce Nilo. Mentre leggevo i dialoghi cercavo di immaginare, senza riuscirci, la sua voce tranquilla. Omar sorrideva tutto coperto lì vicino alla poppa, e io cercavo di ignorare la sua presenza. Ho avvicinato così tanto il romanzo al mio viso che stavo per cadere dal parapetto, che era più vicino di quanto pensassi. In quel momento, si è avvicinato Omar e i nostri sguardi si sono incrociati pericolosamente. L'ombra dell'utopico e brutto rombo era rispuntata sulla superficie del Nilo. Torcendo la sua bocca schiacciata ha cercato di attirare l'attenzione di Omar, ma le mie mani hanno chiuso lo splendido romanzo e il rombo è affondato, ancora una volta, nelle sue pagine: - È Il rombo? Quello di Günter Grass? -mi ha chiesto dedicandomi ancora una volta il suo splendido sorriso. Ho assentito con un cenno della testa. Senza aprire bocca. Cosa avrei dovuto raccontargli di quel libro eterno che faceva quasi parte della mia anatomia. È così che sarei dovuta rimanere, sempre zitta, ma morivo dalla voglia di parlare con lui. Di parlare da soli, come eravamo in quel momento. Ho fatto una delle cose più stupide che avrei potuto fare e che mai avevo fatto: mentire. - È la seconda volta che lo leggo -gli ho detto con aria di intellettuale. In quel momento mi è sembrato che l'impresentabile pesce avesse dato un colpo di coda dalla rabbia in quelle acque di carta e il romanzo è caduto a terra rimanendo aperto proprio a metà. Lui ha guardato il libro, dopo ha guardato me, si è chinato, lo ha raccolto da terra e ha messo il segnalibro al suo posto. Facendo scivolare il palmo della mano sulla copertina ha detto: - Che strano! L'ultima metà è come nuova. 146 - Sììì? -ho risposto guardando la coperta come se il romanzo fosse ancora lì, cercando di evitare che notasse l'imbarazzo che mi aveva causato la sua osservazione. Mi ha dedicato uno sguardo accondiscendente e ironico al tempo stesso e mi ha offerto una sigaretta. Ho conservato subito quel bell'acquario di carta nella mia borsa, evitando così che il pettegolo e impresentabile pesce d'alto mare mi mettesse di nuovo in imbarazzo. - Nemmeno io ho finito di leggerlo -ha detto burlone-. Ci sono così tanti bei libri, che quando una lettura non ci prende bisogna lasciare spazio ad un'altra -ha concluso mentre io avvicinavo lentamente l'estremità della sigaretta al suo accendino. Omar mi piaceva, sì, madre. Moltissimo. - Grazie! -ho detto. - Whisky? -ha chiesto porgendomi la sua fiaschetta. Quella è stata la prima notte che abbiamo passato insieme. All'alba il sole è sorto come sempre, come di consueto. Mentre vedevo nascere la nuova alba, ho detto: - Guarda Omar, lì! Vedi? È Ra. Era cambiato tutto. Anche il sole. In quel momento, Omar, accarezzandomi le labbra con le dita, ha detto: - Devo ritornare in cabina. Una volta giunti al Cairo termina il mio lavoro con il vostro gruppo. Mi piacerebbe rivederti, stare con te durante la tua permanenza nella mia terra. Voglio accompagnarti alle piramidi. Voglio spargere con te le ceneri di Sheela, lo devo a lei se ti ho conosciuto -ha aggiunto aprendo l'ombrello rosso e, mettendolo sopra di noi, nascondendo i nostri volti sotto di lui, mi ha baciato. 147 32 Ho chiamato Remedios appena due ore fa: - Era preoccupata. Perché non hai chiamato prima? -ha detto senza dissimulare la sua angoscia e la sua arrabbiatura. - Non volevo parlare con nessuno, almeno i primi giorni -le ho risposto con voce tranquilla-. Tu stai bene? - Sì… diciamo… più o meno -ha risposto. - Come più o meno? -ho chiesto preoccupata. - Il giorno dopo che te ne sei andata hanno trovato la macchina di Antonio nella diga -ha detto con tono sentenzioso-, il cadavere non c'era. Hanno rastrellato il fondale però non c'è. Non c'è. Jimena, il corpo non c'è. - È impossibile, impossibile. Era ubriaco, completamente ebbro. Non credo sia stato in grado di liberarsi. - E se lo ha fatto. E se è riuscito a liberarsi e ti sta cercando. Jimena, Santo Dio! Forse Sheela si riferiva a questo quando ti ha detto che se fossi andata in Egitto non saresti mai più dovuta ritornare in Spagna. Se è uscito vivo dalla diga ti starà cercando per ucciderti. Non si darà pace fin quando non ti troverà… Ho sudato sette camicie per farle abbandonare il tema, perché cambiasse argomento. Dopo, quando sono riuscita a farglielo dimenticare, mi ha fatto una relazione esaustiva di tutto ciò che era successo da quando me ne ero andata. Mi ha raccontato, quasi piagnucolando, di come era afflitto Carlos, che vagava da casa nostra a casa sua come un fantasma, chiedendole che aveva fatto di male per far sì che andassi via in quel modo. Dicendole quanto gli mancavo, quanto mi amava. La paura che aveva al solo pensiero che non tornassi più. - Jimena, il mio Eduardo e io stavamo per dirgli molte cose, però non siamo noi che… sai? Non siamo noi. - Certo che no, proprio il tuo Eduado è il meno adeguato -l'ho detto, pentendomene nello stesso momento in cui l'ho fatto. - Lo so, lo so, però lui, anche se non ci crederai, ti dà ragione. Eduardo dice che hai fatto bene a staccare la spina momentaneamente. Perché è solo momentaneamente vero? - No, non lo è. Gli chiederò il divorzio. Sono anni che la nostra storia non ha più senso, nessun senso. Quando ritornerò andrò in paese, con mia madre. Continuerò a dipingere e forse deciderò di proporre i miei romanzi a qualche casa editrice o agenzia. - Di questo volevo parlarti -ha detto. Vedrai, Mena e io abbiamo fatto una cosa. - Cosa? Che cosa? 148 - Abbiamo inviato a un'agenzia letteraria l'opera che più piace a entrambe: In un angolo dell'anima. Vogliono presentarlo al pubblico. Puoi metterti in contatto con loro da lì. Tua figlia gli ha detto che sei in viaggio in Egitto. Dicono che non c'è nessun problema, che possono aspettare che ritorni. - Però, Remedios, come avete potuto farlo? L'opera non è terminata. - Per te mai niente è finito, fino all'ultimo hai sempre qualcosa da correggere. L'opera, terminata o no, è ottima. Voglio pensare che non ti farai scappare questa opportunità, vero? - Per il momento preferisco lasciar perdere. - Come puoi dire così? - L'unica cosa che voglio in questo momento è riposare, non pensare a niente. Ho soldi per fermarmi qui due mesi. Ho anche sistemato il visto per restare qui in questo frangente di tempo. Voglio fotografare per i miei oli. Per quanto riguarda il romanzo ti ho già detto che è incompleto. Durante il viaggio sto scrivendo delle lettere a mia madre che sicuramente inserirò nell'opera. - Saprai tu ciò che devi fare… nessuno meglio di te lo sa. Noi abbiamo inviato il testo perché pensavamo che ti avrebbe fatto piacere, però vedo che la cosa non è stata di tuo gradimento. In quanto a tua figlia, dovresti chiamarla. È con te, appoggia tutto quello che fai, però ha bisogno di sapere che stai bene, non credi? 149 33 Quando ho chiamato Mena la sua voce è stata come un soffio di vita attraverso la cornetta: - Come stai? Perché non mi hai chiamato prima? - Mi dispiace, tesoro, avrei dovuto chiamarti lo stesso giorno che sono sbarcata, ma non avevo la forza per farlo e ne ho avuta ancora meno dopo aver parlato con tuo padre. - È arrabbiato con me. Non mi perdona il fatto che io ti copra. Lo sai… è molto testardo. Credo che se non ritorni presto lo ucciderai. In fondo non sa vivere senza te. - Beh, dovrà abituarsi. Chiederò il divorzio. -C'è stato un silenzio che mi è sembrato un'eternità-. Mena… sei ancora lì? -le ho detto, preoccupata per la sua mancata risposta. - Sì -ha risposto con un mormorio. - Figlia mia, che c'è? Non dovresti stupirti. Conosci la mia situazione. Hai vissuto la mia disavventura, la mia solitudine. Sai quanto ho dovuto lottare per il mio matrimonio. Era una cosa prevedibile già da tempo. Non puoi chiedermi di sopportare ancora, non ha senso e sarebbe egoista da parte tua. - Le persone cambiano, mamma -ha detto con tono recriminatorio-. Lui sta cambiando. È un uomo buono, papà è un uomo buono. Non ci ha mai trattato male e non ci ha mai fatto mancare niente. - Sì, Mena, a me sono mancate tante cose, tra cui rispetto e attenzione emotiva. - Però, perché non gli dai un'opportunità? È la prima volta che vai via di casa e solo ora lui ha capito quanto ha bisogno di te. Ha perdonato la tua infedeltà -ha detto riferendosi a Andreas- questo per te non conta? - Mi ha perdonato…! -ho esclamato indignata. - Sì, mamma, l'ha saputo due mesi dopo e non ti ha mai detto niente perché ha capito che era colpa sua. - Lo viene a sapere e lo dice a te, mentre a me non dice niente di niente. Incredibile! Incredibile e vergognoso. Quando te lo ha detto? -ho chiesto bruscamente. - Dopo la tua chiamata dall'Egitto. Era distrutto e credeva te ne fossi andata con qualcuno, che non viaggiassi da sola. Io gli ho ribadito più volte che non era vero, che avevi bisogno solo di staccare la spina per un po’, di pensare, ma dato che non hai salutato nessuno, tranne Remedios, ha pensato che tu non viaggiassi da sola. In qualche modo è logico, non credi? - No, non credo. Se lui mi ha perdonato un tradimento non so quanti gliene ho perdonati io… ho perso il conto -ho detto con rabbia. - Mamma, lo so, ti capisco e hai perfettamente ragione, ma credo che dovresti rifletterci. Papà è distrutto, ti do la mia parola. 150 - Mena, tesoro, non c'è più nulla su cui riflettere. Non c'è nulla da perdonare. Voglio bene a tuo padre, gliene ho sempre voluto, è fuor di dubbio e non lo posso negare, ma ormai non sono più innamorata di lui. Lui, lo hai detto anche tu, ha bisogno di me, ha solo bisogno. Questo non è amare… Mi è giunto il suo pianto attraverso la cornetta, chiaro e straziante. Non ho mai sopportato di sentirla piangere, mai. Abbiamo parlato dell'argomento per qualche momento ancora, finché non sono riuscita a farla calmare, finché non è riuscita a farmi promettere che quando sarei ritornata avrei parlato con suo padre, che avrei cercato di fargli capire, perché così, almeno, gli avrei evitato di continuare a vivere nella disperazione, condizione in cui lei assicurava si trovasse Carlos. Su Adrián mi ha detto che non dava importanza né al mio viaggio, né alla reazione di suo padre. Per lui, quella era una crisi logica data la situazione che vivevamo entrambi e che lui conosceva da tempo. Abbiamo parlato anche della risposta dell'agenzia letteraria e dei prossimi esami, e mi ha fatto tremare di preoccupazione quando mi ha raccontato le sue disavventure con il giovane studente di medicina che le aveva spezzato il cuore. Ho tremato per lei, in amore era come me: utopia nel senso più ampio della parola. - Calcolo, se tutto va bene, che mi fermerò qui due mesi -le ho detto entusiasmata-. Voglio fare fotografie per varie collezioni che si ambienteranno in Egitto. Credo che potrò piazzarli con facilità. Voglio anche lavorare sul romanzo che avete mandato all'agenzia. Se lo finisco e mi piace il risultato, forse potrei prendere sul serio il fatto di dedicarmi alla letteratura. Vado a cercare un appartamento o una pensione, gli hotel non rientrano nel mio budget. - Se hai bisogno di soldi li chiedo a papà e te li mando -ha detto. - È fuori da ogni discussione. Quando mi renderò conto di non poter più continuare a stare qui, ritornerò. Ho il biglietto aperto. Nel caso in cui succeda qualcosa puoi lasciarmi un messaggio in hotel. Non appena avrò il nuovo indirizzo te lo darò. - Posso dare a papà il telefono dell'hotel? -ha chiesto timorosa. - No -ho risposto bruscamente. - Tu saprai quello che fai, però credo che con papà tu stia sbagliando… Ah, immagino che Remedios ti abbia detto che hanno trovato la macchina di Antonio nella diga. Il gran figlio di buona donna avrà avuto un incidente e ha avuto pure la fortuna di uscirne vivo e scappare… 151 34 Sono in questa città da tre settimane e fino ad oggi non ho potuto rimettermi a scrivere. Alla fine sono riuscita a prendere in affitto un appartamento. È un attico. La terrazza è il doppio della casa. Se non fosse stato per Omar, probabilmente sarei ancora in hotel. Domani, Omar e io usciremo alla ricerca di tele e oli. Non avevo programmato di cominciare i quadri qui. All'inizio avevo pensato di scattare fotografie e cominciare le collezioni una volta in Spagna, in paese, insieme a Lei, madre. Però Omar mi ha suggerito di fare le bozze con dei modelli, che dice poseranno per me senza problemi anche in strada se lo desidero. Credo che sia un'idea fantastica. Dopo aver terminato la crociera ci siamo rincontrati in hotel e da allora non abbiamo passato una sola notte senza dormire insieme. Questa relazione è strana, se non fosse per i sentimenti che entrambi mostriamo senza controllo, direi che è quasi irreale. Di lui non so quasi nulla. Non mi ha raccontato niente della sua vita. Né tantomeno gli ho chiesto. Ci siamo limitati a stare insieme, a vivere il momento, l'immediato presente come se entrambi sapessimo tutto l'uno dell'altro. Lui ascolta affascinato tutto ciò che gli racconto. Non so per quanto tempo riuscirò a sopportare questa situazione, il non sapere nulla di lui, della sua vita, del suo passato. Quando va via la mattina, quando non mi dice dove va, a che ora ritorna o se ritorna, un po’ muoio. Provo paura, la stessa paura che sentivo con Andreas, perché ho il presentimento che anche lui, prima o poi, mi abbandonerà. Questa volta, madre, non so se riuscirò a sopportarlo. Ieri notte, mentre dormiva, ho disegnato il suo corpo nudo. Ho tracciato ogni suo contorno, le sue mani, le sue gambe, la sua schiena… L'ho fatto trasportata da una passione smisurata, rara, la stessa di quando l'ho ritratto per la prima volta, quando ancora non sapevo della sua esistenza, quando non lo conoscevo ancora. Quando si è svegliato mi ha sorpresa con la tavolozza in mano. Ha guardato il quadro, si è alzato e mi è venuto vicino. Mi ha abbracciato e mi ha baciato le mani, che tremavano ancora. Dopo ha asciugato le mie lacrime che scorrevano sulle mie guance. Mentre le sue dita sfioravano le mie labbra, ha detto: - Non ti lascerò, ti do la mia parola. Sei arrivata nella mia vita come una tormenta di sabbia e sono ancora un po’ disorientato. Puoi capirmi? - Ho assentito senza credergli-. Devi essere paziente con me -ha concluso con tono supplicante. Credo a ciò che dice, ma non posso evitare di pensare che al di sopra dei suoi sentimenti, delle sue intenzioni, ci sia qualcosa di più forte, che trasforma le sue parole in una chimera. Tremo ogni volta che lo vedo uscire dalla porta e si perde nel tumulto, quando la sua figura si perde tra i 152 viandanti che vanno di fretta, quando svanisce come se fosse un fantasma. So che prima o poi lo perderò. - Grazie! -gli ho detto mentre se ne stava andando. - Mi piaci, Jimena. Mi fai stare bene. Mi raccomando! Alle cinque. Abbiamo appuntamento alle cinque? -ha chiesto. Ho assentito con un cenno del capo e gli ho sorriso, mentre andava verso l'ascensore. Come sempre, sono corsa verso la terrazza per vedere la sua sagoma scomparire ancora una volta e, come sempre, come ogni volta che va via, non so perché, madre, ho pianto di nuovo. 153 35 Raquel è la mia padrona di casa. Una vecchia e saggia strega che è andata via dalla Spagna per cercare di recuperare sua figlia. La figlia che le ha rubato uno sposo dispettoso. Di fronte alla mancanza di sostegno da parte della giustizia, l'unica cosa che ha potuto fare per stare accanto alla sua piccola, per vederla una volta alla settimana, è stato stabilirsi in Egitto. Con quello che ha ricavato dalla vendita della sua casa in Spagna, ha comprato un piccolo appartamento e l'attico che mi ha affittato. Da due anni si guadagna da vivere con l'affitto e qualche intrallazzo. Vive più o meno bene. Quando si è stabilita in questo paese, riusciva a vedere la sua piccola tutte le settimane, ma non è servito a niente. La bambina, per sua volontà, ha perso man mano i contatti con Raquel, facendo della famiglia paterna la sua unica religione. Man mano si è allontanata da sua madre e dal suo ambiente occidentale. Quando l'ho conosciuta mi ha colpito la sua fisionomia, la bellezza fredda dei suoi lineamenti che sembrava avesse acquisito tratti orientali, come se questi le appartenessero da sempre. Il suo fisico era talmente inusuale, talmente fuori da ogni stereotipo, che le ho proposto di posare per me. Ha accettato ad una sola condizione: che la bozza fosse per lei. Ho acconsentito con piacere. Da allora, ogni giorno, abbiamo un appuntamento ineludibile. Durante i nostri incontri, Raquel è entrata nella mia vita come se fosse un pezzo indispensabile dell'ingranaggio che costituisce la mia esistenza, combaciando perfettamente e millimetricamente in ogni parte. L'ultima cosa che le ho raccontato è stato l'assassinio di Sheela. L'ho fatto dopo che lei, senza sapere niente del nefasto avvenimento, mi aveva chiesto cosa ne avrei fatto delle ceneri della mia amica. - Hai pensato dove spargerai le sue ceneri? -ha detto indicando il sacchetto rosso che tenevo sempre appeso al palo del cavalletto. - Come lo sai? -le ho chiesto con espressione di sorpresa. - L'ho intuito. Non so invece a cosa sia dovuta questa sensazione di timore che ti assale ogni volta che ti chiamano dalla Spagna, e perché quando ricevi queste chiamate guardi il sacchetto rosso. Ho lasciato la tavolozza e il pennello. Ho preso il sacchetto con le ceneri di Sheela e mi sono seduta accanto a lei. Le ho raccontato tutto ciò che avevamo vissuto Remedios e io insieme a Sheela. Ciò che lei significava per noi. Le ho spiegato come siamo arrivate a formare un trio inseparabile: Remedios bionda, Sheela rossa e io mora, caratteristiche che, unite alle nostre attività esoteriche, ci hanno fatto meritare degnamente il soprannome di "le streghe di Eastwick". - L'ombrello rosso da cui non ti separi mai è suo, vero? -ha chiesto prendendolo-. Sai che, contrariamente a ciò che molte persone pensano, è un simbolo di protezione molto forte? 154 - Sì, Sheela me lo ha detto. Era di sua madre. A lei glielo ha regalato un'anziana maga affinché la proteggesse sia dal male che dal bene che le si sarebbe presentato, perché a volte il bene porta con sé cose nefaste. - È proprio così. La pioggia e il sole possono apportare beneficio o danno. Se hai un paracadute per entrambi, puoi dosare i due fenomeni nella loro giusta misura -ha risposto sorridendo. Questa è la vera simbologia dell'ombrello: la protezione. Il colore rosso simboleggia la forza, la bellezza, il successo e l'amore. Non so come, ma lo ha fatto. Ha ripetuto una ad una le parole di Sheela. Forse è stato questo che mi ha portato a raccontarle quanto era accaduto. Sheela sembrava stesse parlando attraverso di lei dicendomi: sfogati, fallo! Per questo, ho cominciato a raccontarle tutto inaspettatamente, senza che lei mi chiedesse cosa fosse successo la notte in cui Sheela è morta. - Quel giorno, con Sheela eravamo d'accordo che mi avrebbe chiamato verso le dodici. Da quando aveva denunciato Antonio e il giudice aveva emesso un ordine di allontanamento, lei, tutti i giorni, prima di andare a letto, mi chiamava. Nel pomeriggio mi aveva detto che sarebbe andata a fare delle compere. Aveva detto che se avesse ritardato un po’ sarebbe stato perché pensava di andare a cena con un vecchio amico. Mi aveva detto che mi avrebbe chiamato non appena fosse rientrata per confermarmi che stava bene, ma non l'ha fatto. - Verso l'una di notte ho telefonato varie volte all'erboristeria e a casa sua. Alle due ho riprovato e il telefono dell'erboristeria era occupato. Ho aspettato circa quindici minuti e ho fatto nuovamente il numero, che risultava ancora occupato. Questo mi ha allarmato. Dall'ultima volta che gliele aveva suonate di santa ragione, peggio delle altre volte, avevo una copia delle chiavi di casa sua e del negozio. Preoccupata per la sua mancata risposta e la possibile disconnessione della linea telefonica dell'erboristeria, ho deciso di andare al negozio e controllare che fosse tutto a posto. Quando sono arrivata, il negozio era chiuso. Sono entrata e ho subito visto il fiume di sangue lungo il cardine della porta del magazzino. Sono corsa via disperata. Quando l'ho vista stesa a terra, con la testa riversa da un lato, immobile, coperta di sangue e martoriata, ho capito che era morta, che Antonio l'aveva uccisa. La scena era dantesca, disumana. Piangendo, furiosa, disperata e impotente mi sono diretta verso il telefono per chiamare la polizia. Ho riattaccato per ripristinare la connessione e ho rialzato la cornetta tremante, lanciandogli contro insulti e maledizioni. Quando, dalla finestra che dava sul retro del locale, ho visto la sua macchina, la macchina di Antonio. Era inclinato sul volante. Senza pensarci, ho mollato il telefono e stravolta sono andata da lui. Quando ho aperto la porta del veicolo, ha inclinato la testa leggermente a destra. Non era cosciente, vittima di un evidente coma etilico. L'ho spinto dalla spalla e il suo corpo è caduto sul 155 sedile accanto. Sono ritornata al negozio e ho chiamato Remedios, dandole indicazioni precise, ovvero di venirmi a prendere entro cinque minuti alla diga. Una volta ritornata in macchina l'ho spinto, non senza sforzo, sul sedile destro. Quando sono arrivata nella strada che confinava con la diga, ho fermato la macchina e l'ho rimesso nel sedile del conducente. Gli ho attaccato la cintura e ho spinto il veicolo quanto bastava affinché grazie alla forza d'inerzia scivolasse lungo la costa, mentre furiosa, piena di dolore e impotenza, fuori di me, gridavo: te l'avevo detto, figlio di puttana, te l'avevo detto, ti avevo detto che ti avrei ammazzato. Remedios mi è venuta a prendere a un chilometro dal posto. Durante il tragitto le ho spiegato cosa era successo. L'unica cosa che faceva era piangere, piangeva come non aveva pianto mai. Mi è dispiaciuto averla messa in quella maledetta storia. Quando siamo arrivate al negozio abbiamo chiamato la polizia. Avevamo dichiarato che, allarmate dal fatto che Sheela non rispondesse, eravamo andate al negozio e avevamo trovato il corpo. Non abbiamo affatto menzionato Antonio e non siamo mai più tornate sull'argomento. Non lo abbiamo fatto fino al giorno della chiamata in Egitto, quando lei mi ha comunicato che avevano trovato la macchina nella diga e che il corpo non si era ancora trovato. 156 36 Domani, Omar e io andremo nella penisola del Sinai. Sheela non sarà più con me. Questa piccola borsa di velluto rosso vino, dove conservo le sue ceneri, è diventata un pezzo del mio cuore che, come tanti altri, dovrò abbandonare. Come lo è stato la mia cara bambola di pezza. Ricorda, madre? Si chiamava Faccia di Patata. Ho sempre pensato di darle un altro nome, quello non mi piaceva, ma la descrizione, a mo' di soprannome, con cui è stata ossequiata da Carlota, è diventata uno pseudonimo che alla fine è rimasto il nome ufficiale. Ricordo quei natali e il tono di rassegnazione e pena che aveva la voce di mio padre: - Quest'anno la Befana dovrà essere solo per il piccolo, i più grandi dovranno accontentarsi. Dobbiamo sacrificare le quattro mucche. Il veterinario ce lo ha confermato, non c'è altra soluzione. Dovremo chiedere un prestito… Quel giorno ho scoperto che dietro la Befana si nascondevano i genitori. Avevo otto anni. Durante le vacanze estive avevo visto una bambola dalle lunghe trecce nella vetrina del negozio del paese. Sembrava morbidosa e ho creduto fosse imbottita di cotone. Sognavo di strapazzarla, schiacciandola tra le mie braccia. Quando l'ho vista ho pensato che sarebbe stato l'unico regalo che avrei chiesto alla Befana. Da quel momento ho contato i giorni che mancavano a Natale. Per mezzo anno ho sognato i poteri magici della Befana che l'avrebbero fatta volare fino ai piedi del mio letto. Davo per scontato che se avessi chiesto un solo regalo lo avrei avuto senza dubbio, ma quando ho ascoltato la conversazione tra Lei e mio padre, sono andata alla stalla e ho passato tutto il pomeriggio lì, piangendo e accarezzando le povere mucche che sarebbero dovute morire. Ho pensato a tutto ciò che avevate dovuto fare per riuscire a realizzare, anno dopo anno, le nostre aspettative. Ho pianto per voi, per le mucche e per la mia bambola. Per quella bambola che non sarebbe mai stata felice con un'altra che non fossi io. Non avrebbe mai potuto voler bene nessuno quanto me. Mi conosceva. Tutti i giorni le lasciavo un bacio attaccato alla vetrina. La bambola era finita in casa di Nieves, la figlia dell'infermiere, la mia inseparabile vicina e compagna di classe. È stato il suo regalo della Befana più prezioso. Ho dovuto vedere la mia bambola nelle braccia della madre della mia amica, mentre aspettava Nieves all'uscita da scuola, pomeriggio dopo pomeriggio. Vedendola, pensavo a quanto fosse stato triste dover stare tra le braccia di estranei, in una casa che non era la sua. I suoi occhietti di vetro brillavano con maggiore intensità, trattenendo le lacrime di dolore. Immaginavo avesse freddo, lì, senza uno scialle di lana, all'aperto, e morivo dalla voglia di averla, di cullarla tra le mie braccia. Anche Nieves era entusiasta del suo regalo della Befana e non c'era stato verso di convincerla a darmela. Nonostante le mie suppliche, le mie promesse e gli scambi che le ho proposto, non mi ha mai permesso di prenderla. 157 Ho passato molte notti preoccupandomi per la mia bambola. Temevo che il fratello di Nieves, soprannominato "Ivan il Terribile", l'avrebbe squartata come faceva con tutti i giocattoli. Le mie paure sono diventate realtà. Un pomeriggio di febbraio ho sentito gridare la madre di Nieves. - Te l'avevo detto, te l'avevo già detto, tieni i giocattoli lontano dalle mani di tuo fratello! Anche tu devi fare la tua parte. Non posso passare tutto il giorno a castigarlo. Non vedi che niente gli fa più paura, nemmeno le sberle. Io guardavo dalla finestra temendo il peggio. La signora Eugenia è uscita in strada con un sacco di stracci e cotone e li ha messi in una borsa di plastica. Mi sono subito premurata di far sparire la borsa. Faccia di Patata aveva perso gli occhi, aveva una mano lacerata e le belle trecce di lana nera staccate dalla testa. - Dove hai trovato questa cosa? -ha detto Lei. - In strada. Mi puoi aiutare ad aggiustarla? - Che manie stupide che hai, Jimena. Da chi avrai preso? Non so che pretendi di fare con questi brandelli di tela. - Non sono brandelli di tela. È una bambola di pezza molto carina -ho risposto stringendola a me. Ho passato la maggior parte dell'inverno cucendo Faccia di Patata. I suoi begli occhi che un tempo erano stati due preziosi cerchi di vetro, erano diventati dei bottoni, ognuno di dimensione e colore diversi. Quello sinistro rosso e quello destro nero. Carlota diceva che era strabica. Secondo me, la diversa dimensione dei suoi occhi dava un tocco languido al suo sguardo, che faceva sì che le volessi bene ancora di più. Le ho rifatto le trecce, ma la mancanza di alcuni ciuffi le ha lasciato la nuca calva. Le ho cucito le mani. In una gamba le mancava un pezzo e quando l'ho messa in piedi zoppicava un po', ma che importava! Con il tempo, ho pensato, imparerà a camminare come le altre, e se non lo avesse fatto, l'avrei tenuta sempre in braccio, anche a costo di farla attaccare eccessivamente alla sua mamma. Quella bambola è stata la mia migliore amica, il miglior regalo che mi abbia portato la Befana, perché ancora oggi continuo a pensare che tutto questo sia stato anche opera sua, della Befana. Così, Faccia di Patata ha vissuto con me allegrie e dolori, compagnie e solitudini, finché un giorno, la mia bambina, Mena, l'ha distrutta. Ha pensato fosse strabica e che doveva risolvere il problema, così le ha staccato gli occhi. Poi ha deciso che le avrebbe donato di più un taglio corto e le ha staccato le trecce. Quando si è resa conto di ciò che aveva fatto, ha cercato di farla sparire, intasando completamente il water. Dal danno che Mena aveva fatto con Faccia di Patata ho potuto 158 salvare solo i suoi occhietti bicolore. Ora saranno quelli di Sheela. Li lascerò insieme alle sue ceneri, sulla vetta del Sinai. 159 37 Non scrivo da due settimane, da quando Omar se n'è andato. La sua assenza si è trasformata in uno spazio di tempo infinito che comincia a paralizzare la mia vita, a tergiversare la realtà. Questo ascensore sconquassato mi tormenta. Ogni volta che le sue porte si aprono è come aprire il coperchio di una vecchia cassa di stridii che, imprigionati da secoli, scappano incontrollati in una strada pazza fino a varcare la porta del mio appartamento, invadendo i miei timpani, facendomi immaginare che non appena si aprirà comparirà lui. Mi manca la sua risata, il modo in cui mi ascoltava attento, come mi guardava, svegliarmi con lui accanto… La sua assenza si insinua in me come un diapason, diventando insopportabile. Sono in questo paese da due mesi. Due mesi in cui ho lavorato senza sosta, in cui ho realizzato una ventina di oli e cinquanta bozze che faranno parte di un'esposizione. La metà di questi sono stati venduti con anticipo, e questo mi ha permesso di aumentare le mie entrate, prolungare il visto per un altro mese e valutare la possibilità di stabilirmi definitivamente al Cairo, cosa che io e Omar avevamo valutato. Ne avevamo parlato due settimane fa. Avevo anche cominciato a pensare come e in che modo avrei posto a Mena la mia permanenza definitiva qui. Mi preoccupava soprattutto la sua reazione, perché sapevo già che Adrián sarebbe stato contento di avere una casa in Egitto. La prima cosa che ha portato è stato il suo spazzolino da denti, poi qualche pantalone, un cambio e qualche libro. In seguito ha cominciato a rimanere fino al mezzogiorno. Mi accompagnava per le strade cercando modelli per le mie opere, ha passato perfino l'ultima settimana in casa. Ha cucinato per me e mi ha insegnato a fare l'Hadj, il meraviglioso riso egiziano, che mi piace tanto. Abbiamo discusso sulla possibilità del fatto che la mia permanenza al Cairo diventasse definitiva e lui si è mostrato contentissimo, felice dell'idea, tant'è che mi sono permessa di parlargli delle mie preoccupazioni, dato che non sapevo niente di lui, della sua vita, della sua famiglia, del suo passato, delle sue ingiustificate e impreviste assenze... Contrariamente a quanto avevo pensato, non ha fatto nessuna obiezione. Mi ha detto di non preoccuparmi, che sarebbe arrivato il nostro momento, di avere fiducia in lui, che quando sarebbe stato il momento mi avrebbe parlato di tutto, che aveva una sorpresa per me. Quel giorno l'ho visto per l'ultima volta. È sparito senza lasciare traccia, come se non fosse mai esistito. È stato tutto così strano che se non fosse stato per Raquel che lo conosceva, avrei pensato che era stata tutta un'allucinazione. Dopo una settimana senza dare segni di vita, preoccupata che gli fosse successo qualcosa, facendo mille ipotesi sulla sua sparizione, ho pensato che forse avevo corso e lui, uno spirito libero, si era spaventato. Avevo perfino considerato la possibilità che avesse una famiglia, una famiglia che non avrebbe abbandonato per me, angosciata, ho chiesto aiuto a Raquel. Avevo bisogno di sapere 160 cos'era successo, dov'era Omar, qualunque cosa fosse, qualunque cosa avessi saputo, avevo bisogno di saperlo. Lei ha mosso tutti i suoi contatti e abbiamo cominciato la sua ricerca, una ricerca che non ha dato nessun risultato. Sembrava che la terra l'avesse inghiottito. È stato così fino a ieri. 161 38 Raquel è salita con lui. I due mi guardavano in silenzio, quieti e aspettando la mia reazione, che temevano. Ma io guardavo fisso l'ombrello rosso che l'uomo alto e moro teneva nella mano destra. Dall'impugnatura pendeva un biglietto scritto a mano. Ho riconosciuto subito la sua scrittura: era di Omar. - Ci dispiace non averglielo potuto consegnare prima, come sarebbe stato giusto, ma siamo stati costretti a causa delle circostanze. Ci auguriamo capisca che sono cause di forza maggiore. Accetti le nostre condoglianze -ha detto l'uomo tenendomi l'ombrello rosso. Piangendo, tremante, l'ho preso e ho letto il testo del biglietto: "Affinché ti protegga dal sole della mia terra, affinché lo faccia nel giardino della casa che ho pensato dovremmo affittare insieme. Ti vedo nella notte". Ho gridato, ho gridato con tutte le mie forze perché mi dicessero cosa fosse successo, dov'era Omar. Raquel mi ha fatto entrare in casa e l'uomo arabo è entrato con noi. Ho pensato fosse accaduto un incidente, che fosse successo uno sfortunato incidente, che si trovava in qualche ospedale incosciente, ferito, però no, disgraziatamente, Omar era morto da una settimana. La stessa sera che se n'è andato di casa e mi ha teso le mani dandomi l'addio definitivo. Quella sera in cui la sua immagine non è svanita come sempre, lo ha fatto sotto una strana pioggia di piccoli fiori gialli, che ho visto solo io. Una pioggia di fiori come quella che ha tappezzato le strade di Macondo il giorno in cui José Arcadio è morto in Cent'anni di solitudine. Hanno dovuto darmi un tranquillante e aspettare che mi facesse effetto. A quel punto l'uomo mi ha detto che Omar era morto mentre esercitava la sua professione. Apparteneva allo Shabak, il Servizio di Intelligenza e Sicurezza Generale Interiore di Israele, cui lemma è: "Difensore e protettore invisibile". Non mi hanno fornito dettagli dell'accaduto, mi hanno solo fatto sapere che sapevano della mia esistenza e che nei suoi progetti futuri c'ero anche io. Quel giorno quando l'hanno assassinato, stava andando a formalizzare il contratto di affitto della casa che voleva condividere con me. 162 39 Tutto comincia dove e come è finito. In Egitto, al Cairo, e sola. La mia logorata Raquel vaga tra l'ascensore e casa mia. Dice che non potrà mai abituarsi alla mia assenza. Credo che neanche io riuscirò ad abituarmi a vivere solo del suo ricordo senza morire un po’, senza che i miei desideri mi facciano volare con il pensiero accanto a lei, senza il profumo di sandalo che la sua tunica nera lascia dove passa, senza la luce che il luccichio delle sue scarpette permetta alle mie pupille stanche di vedere tante cose piene di oscurità. So che l'assenza della sua voce dolce, tranquilla, farà ammalare le mie orecchie a causa del suo abbandono, perché la sua voce è come il suo sguardo, come le sue mani scarne da strega buona, l'antidoto perfetto per non farti prendere dall'ingiustizia. Raquel è una reliquia piena della squisitezza della vita, di pazienza, costanza e amore. La mia Raquel non è vecchia né anziana, la mia Raquel è logorata dentro e fuori, nell'anima e nel cuore: come lo sono io. A questo punto della narrazione avrà già immaginato che ritorno in Spagna. Ho meditato il mio ritorno per filo e per segno, appoggiando la testa sul grembo di Raquel, che ogni notte ha ascoltato il mio pianto, che, paziente, ha osservato come le mie dita scivolavano ancora e ancora sull'ultimo olio che ho fatto a Omar. Sui suoi occhi, le sue labbra, le sue mani… Senza lui, la mia permanenza in questo paese non ha senso. Tra qualche ora Raquel e io andremo al gran bazar di Khan El Kalili, voglio comprare regali per tutti, ma anche questo, andare al gran bazar e contrattare senza Omar, mi fa male. Da giorni tutto quello che faccio senza di lui mi fa male. Qui, al Cairo, dove il suo ricordo mi perseguita, dove cerco i suoi occhi, la sua voce, la sua ombra in ogni angolo, in ogni uomo, tutto è più difficile. Ogni momento che passa sento sempre di più la sua mancanza e, quando lo faccio, mi sembra di sentire la sua voce: - Niente muore, tutto si trasforma -diceva riferendosi a Sheela-. Lei sarà sempre accanto a te. Sentila! Devi solo sentirla… E la sento, sento lei e, soprattutto, lui, Omar. Ma mi fa tanto male farlo, tanto… Prima di andare al gran bazar passerò da una messaggeria e le invierò tutte queste pagine che ho scritto per Lei. Spero che arrivino prima di me perché mi piacerebbe che ci incontrassimo sapendo che, finalmente, ha piena conoscenza di chi è la sua seconda figlia. Quella ragazza magra, quasi scheletrica che un giorno è andata via di casa, che ha lasciato figli e marito, cercando di realizzare un sogno, un sogno da favola che stava per realizzare, ma che il destino, l'ineludibile destino, le ha portato via. Ieri notte, mentre imballavo gli utensili da pittura, ho rivisto mio padre. Era seduto sul davanzale della finestra e mi sorrideva. La sua espressione era più calda del solito e la sua visione 163 più vicina, come se fossimo sullo stesso piano vitale. Sono riuscita a sentire perfino l'aroma della sua colonia. Ho lasciato lo scatolone che stavo preparando e sono andata verso di lui, però, come sempre, la sua immagine è sparita. Al suo posto c'era l'ombrello rosso di Sheela. L'ho preso e in quel momento ho sentito la sua voce, la voce di Sheela che mi diceva: "Ricorda, non tornare, qualunque cosa accada, non dovrai ritornare mai più". Insieme al testo, le invio l'ombrello rosso di Sheela. È per Mena. So che lei andrà a casa di Carlota questa settimana, come fa tutte le estati, e voglio che Lei glielo dia. Le dica che io non ne ho più bisogno, per proteggermi, ho quello di Omar. Nel salone suona Alberto Cortez, le ultime strofe della sua canzone En un rincón del alma (In un angolo dell'anima) oggi più che mai mi fanno male: Con le cose più belle, conserverò il tuo ricordo che il tempo non è riuscito a cancellare dalla mia anima, lo conserverò fino al giorno, in cui me ne andrò anch'io. Tengo la tela di Omar tra le mie mani. Faccio fatica a imballarla, a smettere di vederlo. Piove. Fuori sta piovendo e, accanto a me, per proteggermi, lui non c'è più. 164 Epilogo La tempesta si era abbattuta con una certa forza. Aveva piovuto per ore. Quando Mena ha finito di leggere il suo ultimo foglio, piangendo, ha guardato verso la finestra vedendo che sopra il davanzale c'erano ancora alcuni pezzi della grandine caduta poco prima. Ha aperto la finestra e li ha presi. Ha chiuso le mani portandoseli al petto. Remedios si è avvicinata alla giovane e, asciugandole le lacrime, ha detto: - Dovresti sistemarti un po’. Tuo padre, Adrián e i tuoi zii ci aspettano, dobbiamo andare. - Ti rendi conto, Remedios? - Di cosa, tesoro? - Se non fosse ritornata sarebbe viva in questo momento, con noi. Non sarebbe morta. Se fosse rimasta in Egitto, tutto questo non sarebbe successo. Perché è ritornata, dimmi, perché è dovuta ritornare? - Perché doveva farlo. A volte il destino non si può cambiare. Anche quando lo intuiamo, corriamo il rischio di interpretarlo male. Credo che sia questo ciò che è successo. - Sì, però Sheela l'aveva avvertita. Glielo aveva detto. - Hai letto le sue lettere. Sono l'esempio palese che abbiamo interpretato male la predizione di Sheela. Abbiamo pensato che si riferisse alla vendetta di Antonio. Non ci è mai passato per la testa che potesse subire un incidente aereo. Lei non sapeva nemmeno che tua nonna non avrebbe fatto in tempo a leggere il manoscritto. La vita è questo, piccola -ha detto abbracciandola forte-. Devi essere forte. Raquel sta aspettando da ore per parlare con te. Ha affrontato un lungo viaggio. Dovresti parlare con lei prima del funerale. Credo che tua madre avrebbe voluto che lo facessi. Quando Raquel è entrata nella stanza, Mena è rimasta raccolta nel suo dolore. La grandine che aveva preso si scioglieva tra le sue mani e le bagnava il petto, ma lei non si muoveva. Continuava a guardare dalla finestra con lo sguardo perso. L'anziana è andata verso la ragazza in silenzio. Una volta accanto a lei le ha toccato delicatamente la spalla e ha detto: - Non sai quanto mi dispiace. La sua morte ha lacerato anche la mia anima. Ho portato questo. -E ha dato a Mena un ombrello rosso-. Lo ha dimenticato nell'appartamento. È quello che le ha regalato Omar. Insieme all'ombrello ha dimenticato anche questo libro. Il rombo. Mena ha preso il libro e ha sorriso. Se lo è stretto al petto e ha detto: - Era cocciuta, cocciuta come nessuno. Si portava sempre dietro questo libro per terminare di leggerlo, e, guarda, il segnalibro è sempre nello stesso posto -ha concluso scoppiando a piangere… Al passo della macchina, in cammino verso il cimitero, che attraversava la zona residenziale e il paese, i marciapiedi si tingevano di rosso a poco a poco. Lungo di essi, dozzine di ombrelli si aprivano uno dopo l'altro. Sotto c'erano tutte le donne che Sheela, Remedios e Jimena avevano 165 consolato con la loro magia. Con loro avevano condiviso pene e solitudine dietro la tenda rossa dell'erboristeria, nell'anonimato più assoluto. Un anonimato che loro stesse, quel giorno, hanno deciso di non mantenere perché, come lo erano state Jimena e Sheela, anche loro erano donne di acqua che avevano bisogno di un ombrello rosso per proteggersi, per non sparire sotto la pioggia dando la mano alla solitudine. FINE 166 TERCERA PARTE Análisis traductológico 167 CAPÍTULO I Características generales de la novela 168 1.1 . La autora En un rincón del alma, best seller en España, es el título de la última novela de Antonia J. Corrales que tuve el placer de traducir oficialmente para la editorial Ediciones B. La autora nació el 24 de diciembre de 1959 en Madrid. Desde 1989 hasta 1992 colaboró en una revista profesional con artículos y viñetas humorísticas además de ejercer de correctora. En el año 2000 entró a formar parte de los colaboradores del periódico comarcal El Telégrafo con artículos de opinión. Suspende su labor en dicha publicación para dedicarse completamente a la creación literaria. Fue galardona con una veintena de premios de narrativa breve, todos ellos de ámbito internacional. Colaboró con algunas revistas culturales, entre ellas, la portorriqueña The Big Times y Gibralfaro Revista de creación Literaria y Humanidades de la Universidad de Málaga, con la que aún sigue colaborando. Además, hizo varias entrevistas para la sección de cultura de la revista Más Allá de la Ciencia. Desde el año 2004 es jurado del certamen internacional de narrativa corta La lectora impaciente y del Certamen Internacional de narrativa breve Don Manuel Alonso. Valora y corrige textos literarios y durante dos años coordinó el programa radiofónico Desde el pico del águila. Es autora destacada en la Web literaria Anika entre libros. En Mayo de 2005 Ediciones Urano publicó su obra Epitafio de un asesino, que se inscribe en la línea más genuina del género de intriga y que aún sigue destacando entre los libros más vendidos en su género. Esta obra, además, fue publicada en formato audible (texto íntegro) por la editorial Recorded Books en el cuarto trimestre de 2006. En 2008 escribió la novela La Décima Clave que fue publicada por la editorial Planeta. Desde febrero de 2012 tiene publicadas en AMAZON KINDLE sus obras En un rincón del alma y La décima clave, con un gran éxito de ventas y críticas. Además, En un rincón del alma permaneció durante dos meses y medio en el primer puesto de los cien libros más vendidos, alcanzando cifras record de ventas. En la actualidad, la novela se mantiene entre las más vendidas en todas las plataformas digitales. En Amazon.com ha conseguido el tercer y cuarto puesto de los cien libros españoles románticos y contemporáneos más vendidos, y el cuarto y quinto puesto en la clasificación de los Bestseller en español. En abril de 2012 Ediciones B compró sus obras Epitafio de un asesino y En un rincón del alma. Esta última ha sido publicada en papel el 19 de septiembre de 2012 bajo el sello Vergara y está alcanzando el mismo éxito que su edición Kindle. 169 En octubre 2012 Epitafio de un asesino verá la luz en edición electrónica bajo el sello B de Books - Ediciones B. En un rincón del alma se ha confirmado como un long seller que lleva más de veinte meses en las listas de los más vendidos en todas las plataformas digitales de todos los países. Ha sido ya traducida al inglés, al griego y al italiano. Antes de dedicarse de lleno a la literatura, la labor profesional de Antonia J. Corrales se centró en Administración y dirección de empresas. 1.2. Contenido de la novela En un rincón del alma está escrito en primera persona por Jimena, la protagonista de la novela, que, en sus últimos días de vida, nos cuenta en forma de cartas dirigidas a su madre Felipa, todos los sentimientos que durante años ha guardado para ella sola, debido a que no tenía nadie a quien confidar sus inquietudes y sus pensamientos. Para su madre, Jimena era invisible. Al casarse con Carlos, la vida de Jimena parece cambiar, pero paulatinamente la magia desvanece y se convierte en una criada de la casa entregada a las tareas domésticas y a cuidar a su marido. Poco después llega Adrián, su primer hijo, la luz al final del túnel. Sin embargo, la felicidad es muy efímera. Carlos, por su trabajo, está cada vez menos presente y poco a poco el amor que sentían el uno por el otro desvanece. Meses despuès llega Mena, su segunda hija. Su único sostén son sus dos amigas, Sheela y Remedios. Jimena nunca tiene tiempo para si misma, la situación empeora días tras días, hasta que, cansada de todo y de todos decide hacer algo que nunca hubiera imaginado antes: pensar en si misma y cambiar su vida, aquella vida que no quería vivir, porque no le pertenecía. Por tanto, decide irse de viaje a Egipto, donde encontrará el amor, no obstante Sheela, su amiga vidente, le ha puesta en guardia del hecho de que si se hubiese marchado no habría tenido que regresar a España. Esta elección, de hecho, como le predijo Sheela, le costarà la vida. El amor para Omar, con quien instaura una relación profunda pero misteriosa a la vez, viene marcado por un destino cruel. Él pierde su vida a causa de su trabajo, que ella desconocía: era miembro del Servicio de Inteligencia y Seguridad General Interior de Israel. Después de la muerte de Omar, Jimena decide regresar a España, pero nunca llegará a su madre patria porque muere en un accidente aéreo. La obra se desarrolla en España y en Egipto, presumiblemente en nuestra época, pero antes de 2001 porque en la obra la moneda de cambio es la peseta y no el euro. El hecho de que la protagonista se dirige a su madre tratándola de usted, en España costumbre típica del pasado, señala una toma de distancia que pone de relieve la falta de relación íntima entre las dos mujeres. 170 1.3. Tipología y función del texto original Como afirma Scarpa (2008), las tipologías textuales se centran en la intención dominante del texto, en la relación entre el autor y el destinatario de aquel texto. Los textos se pueden catalogar según su función comunicativa (narrar, describir, argumentar, exponer). Adoptando lo que proponen Scarpa, Hatim y Mason (1990), un ejemplo de tipología que diferencia los textos desde el punto de vista pragmático, y que es muy útil para el traductor es la distinción en los siguientes macrotipos: descriptivo donde objetos y situaciones se organizan en el espacio, narrativo donde objetos y situaciones se organizan en el tiempo, expositivo donde objetos y situaciones se organizan de manera objetiva, argumentativo que se centra en la evaluación y el debate de las relaciones existentes entre los conceptos y en la peroración de una causa, e instructivo que se centra en la formación del comportamento futuro del destinatario. En un rincón del alma pertenece a la categoría de los textos narrativos. Al ser una novela a la vez, es un texto expresivo. En efecto, todos los textos literarios, poesías, novelas, cuentos, son, en su esencia, textos expresivos. El texto expresivo es subjetivo y su intención principal es transmitir sentimientos; su intención no es informar, sino utilizar los diversos recursos de estilo para conformar una obra literaria que refleje la expresividad del autor (Poemas del alma, http://www.poemas-del-alma.com/blog/taller/el-texto-expresivo). Es posible también distinguir los textos según la prioridad de su intención comunicativa, adoptando el modelo funcional elaborado por Jakobson (citado en Niño Rojas 2007, p. 164) que diferencia seis funciones de la lengua: 1) Función referencial: define la relación entre el mensaje y el objeto al que hace referencia. Se trata de la propiedad del lenguaje de significar información objetiva, conceptual y lógica. 2) Función emotiva: determina la relación entre el mensaje y el emisor. Corresponde a la expresividad de sentimientos, actitudes y emociones. 3) Función conativa: define la relación entre el mensaje y el destinatario y tiene por objeto obtener una reacción por parte del último, es decir, se trata de influir en la conducta de los demás. 4) Función poética: determina las relaciones internas del mensaje en sí mismo, en el cual se aplican principios especiales de semiótica y estilística, como por ejemplo, en un poema o un relato literario. 5) Función fática: permite establecer contacto comunicativo y también mantener o detener el flujo de la palabra. 6) Función metalingüistica: posibilidad de pafrasear o de explicar hechos del lenguaje, haciendo uso del mismo lenguaje. 171 Cada texto posee más de una función; sin embargo, la estructura del mensaje principalmente depende de la función predominante. En la novela En un rincón del alma prevalecen la función poética y la emotiva, en efecto el mensaje se centra en la protagonista, en sus estados de ánimo, sus actitudes y sus deseos. Esta última función, además se expresa mediante el uso de la primera persona, de diminutivos, de la carga emotiva de los verbos, como, por ejemplo, "me hacía tiritar por dentro", "aún me lesiona el alma", de adjetivos "especiales", como, por ejemplo, entrañable, adosada en la frase mi “adosada” Remedios, en la que el adjetivo da lugar a un juego de palabras, en efecto se refiere generalmente a un edificio que está construido unido a otros y, con los que comparte una o más paredes laterales. Sin embargo, en el ejemplo, el mismo adjetivo entre comillas la autora lo utiliza para indicar que Remedios es una persona con la que Jimena puede contar. 1.4. Lector modelo El uso de un lenguaje rebuscado y no siempre fácil de leer permite afirmar que la novela se dirige a un público de cultura mediana. Por consiguiente, se ha decidido elegir el mismo tipo de lector modelo para el texto traducido, dado que, en el proceso traductivo se ha optado por mantener las intenciones de la autora. Sin embargo, existe una asimetría informativa entre el lector italiano y el lector español, porque este último puede reconocer de manera inmediata elementos culturales que, en cambio, podrían resultar desconocidos al lector italiano, dado que, como se ha mencionado anteriormente, el texto resulta muy anclado en su propia cultura. Por tanto ha sido necesario evaluar en qué ocasiones introducir unas explicaciones en forma de notas, como en el caso de queimada, mesa camilla o Drago milenario, o ampliaciones, como en el caso de terribile vetro temperato Duralex trasparente en lugar del original espantoso Duralex transparente, y cuando en cambio la añadidura de explicaciones resultaría inadecuada. 1.5. Estilo y registro El estilo es muy personal y complejo, en efecto se alterna un lenguaje claro y directo en los diálogos con un lenguaje rebuscado, lleno de metáforas (1a), símiles (1b), personificaciones (1c) en la narración, como muestran los ejemplos: (1) a. Sus ubres fueron el pozo de petróleo de nuestra numerosa familia (pág.41). Le loro mammelle sono state la miniera d'oro della nostra numerosa famiglia. 172 b. Has llegado a mi vida como una tormenta de arena y aún ando un poco desorientado (pág. 165). Sei arrivata nella mia vita come una tormenta di sabbia e sono ancora un po’ disorientato. c. El parachoques pareció recriminar mi marcha. Incluso imaginé que decía: «Huyes, ¡cobarde! Siempre fuiste una cobarde.» (pág. 34). Il paraurti sembrava biasimare la mia partenza. Ho perfino immaginato che dicesse: "Fuggi codarda! Sei sempre scappata come una codarda". En la obra se encuentran tanto oraciones simples (2a), en efecto, a menudo la autora prescinde del uso de los conectores y prefiere separar las oraciones mediante un punto, como oraciones complejas (2b). Eso hace que la narración no resulte aburrida, y confiere al texto un ritmo más ágil y rápido. (2) a. Con una diferencia: Juanillo no hablaba. Dejó de hablar de repente, como si le hubiera comido la lengua el gato. Hasta el día en que padre enfermó. Entonces ninguno teníamos tiempo. Las agendas estaban repletas. Había demasiadas responsabilidades, todas ineludibles. Pero él, Juanillo, no lo dudó. Se sentó a los pies de su cama durante meses. Limpió sus proyectos de escaras (pág. 50). Con una differenza: Juanillo non parlava. Ha smesso di parlare all'improvviso, come se gli fosse caduta la lingua. Finché è arrivato il giorno in cui nostro padre si è ammalato. Allora nessuno aveva tempo. Le agende erano piene. C'erano troppe responsabilità, tutte ineludibili. Però lui, Juanillo, non ha esitato. Si è seduto ai piedi del suo letto per mesi. Ha lavato le sue piaghe. b. Tras unas horas de ladridos y reprimendas por nuestra parte, Tonka finalmente comprendió que por una vez su capricho no iba a ser concedido y, como buena hembra, decidió vengarse de nuestra indiferencia haciendo un pis sobre el inmenso velo que aún no había sido puesto a salvo (pág. 55). Dopo qualche ora di latrati e rimproveri da parte nostra, Tonka alla fine ha capito che questa volta non l'avrebbe avuta vinta e, da buona femmina, ha deciso di vendicarsi della nostra indifferenza facendo la pipì sull'immenso velo che non avevamo fatto in tempo a mettere in salvo. 173 Son también frecuentes los juegos de palabras, como muestran los ejemplos siguientes: (3) a. …mi 'adosada' Remedios (pág. 34). …la mia 'vicina' Remedios. b. …a mí nunca me despachaban. A mí, sencillamente, se me despachaba (pág. 58). … nessuno mi notava, semplicemente venivo liquidata. En este último caso no ha sido posible mantener el juego de palabras debido al hecho de que en español el verbo despachar es polisémico, mientras en el primer caso en la traducción al italiano se ha optado por traducir el adjetivo adosada con vicina, en lugar del correspondiente addossata, jugando con la polivalencia de la palabra vicina, que puede ser tanto un adjetivo que indica una relación humana estricta, como un sustantivo que indica personas que viven cerca, en la misma calle o en el mismo grupo de casas. Otro ejemplo que muestra el uso muy personal que la autora hace de la lengua es el (4). (4) Colorín colorado, la princesa se ha fugado (pág. 32). La principessa lascia il castello, marcondirondirondello. Como se puede observar, en este caso la autora modifica el estribillo Colorín colorado, este cuento se ha acabado que suele aparecer al final de los cuentos. Este verso se ha traducido al italiano intentando reproducir el mismo contenido del original y la rima. En cuanto al registro que caracteriza la obra, la autora elige un registro coloquial para los diálogos, demostrado por el utilizo de insultos, como muestra el ejemplo (5), y un registro formal en las partes narrativas, tanto por su riqueza y precisión léxica como muestran los ejemplos (6a) y (6b), como por la presencia masiva de tropos y figuras retóricas, que hemos mencionado arriba. (5) …te lo dije, hijo de puta, te lo dije, te dije que te mataría (pág. 171). …te l'avevo detto, figlio di puttana, te l'avevo detto, ti avevo detto che ti avrei ammazzato. (6) a. …todas tenían unos grandes pechos de caída endiabladamente carnosa (pág. 49). …avevano tutte un seno esageratamente prosperoso. 174 b. A medida que nos aproximamos a Edfú, Horus comienza a dejarse notar. El viento parece batir sus alas invisibles, rápidas, perfectas, endiabladamente hermosas. Sus ojos de rapaz escudriñan en nuestro conocimiento lleno de una codicia de saber enfermiza y atemporal (pág. 101). Man mano che ci avviciniamo a Edfù, Horus comincia a farsi notare. Il vento sembra sbattere le sue ali invisibili, rapide, perfette, terribilmente belle. I suoi occhi da rapace indagano sulla nostra conoscenza piena di una cupidigia del sapere malsana e atemporale. 175 CAPÍTULO II Algunas nociones teóricas 176 2.1. ¿Que significa traducir? Es difícil establecer exactamente lo que significa traducir. El diccionario en línea de la Real Academia Española nos propone la siguiente definición para el lexema traducir: "Traducir: expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra; Convertir, mudar, trocar; Explicar, interpretar". Esta definicion, sin embargo, no menciona la complejidad del proceso traductivo, razón por la cual la traducción no es un proceso automático que puede llevar a cabo cualquier individuo o incluso una maquina. En esta definición propuesta por la RAE es interesante el verbo interpretar. Las lenguas naturales son sistemas complejos que expresan también la visión del mundo de las comunidades lingüísticas que las hablan. Por consiguiente, la traducción no implica solo fidelidad lingüística, sino también una fidelidad interpretativa. En este sentido se puede afirmar que traducir significa, primero, interpretar. El traductor, por tanto, no está obligado a traducir literalmente, a condición de que mantenga el sentido del texto y el intento del autor. Traducir un texto es un proceso que va más allá del mero conocimiento de la lengua tanto la del prototexto como la del metatexto; es un proceso creativo, porque presupone unas elecciones subjetivas y no predeterminadas; y cultural, ya que el traductor tiene que poseer un nivel de conocimiento de la cultura de partida y de la de llegada tan sólido como el lingüistico. A este propósito, otro asunto importante está relacionado con la adaptación de la traducción, una adaptación a la cultura del metatexto. En el caso de que la traducción se adapte de manera excesiva se corre el riesgo de 'anular' las peculiaridades culturales del prototexto, dando lugar a un texto nuevo y autónomo y no a una traducción. Traducir es una tarea muy complicada que requiere competencia y rigor. Queda claro que la complejidad del proceso traductivo está relacionada con la tipología del texto. En efecto, el traductor que se acerca a un texto técnico, como, por ejemplo, un manual de instrucciones de un acondicionador de aire, no necesitará particulares conocimientos culturales, ni tendrá que recurrir a su creatividad. El escritor es un artista y por tanto tiene una creatividad innata. Su capacidad de inventar hace que tenga más facilidad en acuñar términos o expresiones nuevas y originales, como demuestra la forma revisitada de la fórmula tradicional de final de cuentos Colorín, colorado la princesa se ha fugado, que se ha mencionado arriba. 177 2.2. El texto literario y su traducción La función primaria de los textos literarios es la de transmitir emociones y de entretener al lector. Por tanto, el traductor deberá tratar de evocar en el lector del metatexto las mismas emociones que evoca el prototexto. Un texto literario es el fruto de un estilo individual y único, de un lenguaje propio, en el cual cada palabra tiene un significado concreto y a veces un valor polisémico, que puede generar interpretaciones diferentes, en efecto una novela conlleva la presencia de homonimia, sinonimia y polisemia, en cuanto la lengua común puede designar conceptos diferentes por medio de la misma palabra, proporcionando valores connotativos. Eso no pasa en textos especializados caracterizados por la monoreferencialidad. Entran en juego sutilezas, elementos a veces escondidos, que requieren una atención particular, inteligencia y cierto grado de sensibilidad. Se ha afirmado en el apartado precedente que en una traducción siempre hay que prestar atención a la intención del autor, pero comprenderla, en el caso de los textos literarios, es bastante complejo. Muy a menudo en los textos literarios aparecen metáforas, componentes culturales, juegos de palabras y expresiones que tienen un sentido peculiar. Es importante tomar en cuenta estos aspectos y considerar el estilo y la intencion del autor, pero es también fundamental obtener un metatexto que parezca escrito por primera vez por un nativo de la lengua de llegada, porque el lector frente a una lectura confusa y obscura perdería el interés en el libro. Otro aspecto que el traductor debería tomar en cuenta es la intraducibilidad de algunos elementos, como, por ejemplo, los realia o la forma métrica de un poema, y decidir su línea de trabajo. En el caso de un texto literario sería muy útil poder contar con el autor del texto y conocer al público al que se dirige, esto contribuiría a alcanzar un muy buen resultado. Antes de traducir sería aconsejable leer el texto por lo menos una vez, o si la novela es bastante larga y el tiempo a disposición no es mucho, leer los primeros capítulos para definir la intención del autor, el estilo, apuntar los pasajes o las palabras más problemáticas. 2.3. Equivalencia y fidelidad: dos conceptos clave de la traductología 2.3.1. La fidelidad El concepto de fidelidad es una noción central en el proceso traductivo. 178 Bassnett (2002:58-59) cita uno de los primeros escritores que formuló una teoria de la traducción, el humanista francés Étienne Dolet (1504-46), que en 1540 publicó La manière de bien traduire d'une langue en autre, estableciendo cinco principios para el traductor: 1) El traductor tiene que entender perfectamente el sentido y el significado del autor original, aunque tiene la libertad de aclarar las oscuridades. 2) El traductor tiene que manejar perfectamente tanto el idioma del texto de partida como el del texto de llegada. 3) El traductor tiene que evitar la traducción palabra por palabra. 4) El traductor tiene que utilizar formas de discurso de uso común. 5) El traductor tiene que elegir y ordenar las palabras de manera adecuada para producir el tono correcto. Como podemos observar, ya hace quinientos años, los teóricos de la traducción se dieron cuenta de que traducir palabra por palabra no podía considerarse el método más adecuado, porque el resultado podría ser una traducción ambigua, no clara ni transparente, y a veces incomprensible para el lector del texto de llegada. Con el concepto de fidelidad se entiende ser fiel al texto original, preservar sus características originarias y lo que este quiere transmitir, teniendo en cuenta, por tanto, las intenciones del escritor. Generalmente al término fidelidad se le atribuye el significado de adhesión absoluta al texto original aunque Hurtado Albir (2001, p. 202) afirma que : "fidelidad expresa únicamente la existencia de un vínculo entre un texto original y su traducción, pero no la naturaleza de ese vínculo; hace falta, pues, caracterizarlo". La fidelidad y la transparencia son dos calidades fundamentales en la traducción de una novela. La primera indica que se ha traducido tratando de reproducir de manera cuanto más precisa el significado del texto de partida, sin añadir ni omitir, sin acentuar ni atenuar ninguna parte del significado; en cambio, la segunda significa que la traducción debe aparecer como escrita por primera vez por un nativo de la lengua de llegada, adaptándose a sus convenciones gramaticales, sintácticas y fraseológicas. Una manera de ser fiel al texto original es también no traducir algunas palabras o construcciones de la lengua de partida, las que se denominan realia, porque estas proporcionan al metatexto informaciones lingüístico-culturales relevantes. En el apartado 3.1. se comentará detenidamente las propiedades de los realia que se han encontrado en la obra En un rincón del alma y las técnicas que se han adoptado para proponerlos en el metatexto. 179 2.3.2. El aspecto dinámico de la equivalencia Nida (1964) fue el primero en distinguir entre "equivalencia formal, es decir la correspondencia más cercana posible, tanto en forma como en contenido, entre el texto original y su versión, y equivalencia dinámica, el principio de equivalencia de efecto en el lector de la version" (Hatim y Mason 1995:17), es decir, el texto es equivalente al original si produce en el lector meta el mismo efecto comunicativo del texto de partida. Si la primera se propone de convertir en otro idioma la forma y el contenido del texto original, a costa de sacrificar la comprensión, para la segunda, el aspecto al que se da más importancia es el efecto que el metatexto produce en el lector. La equivalencia dinámica es seguramente la solución mejor a la hora de traducir. Por lo tanto, ante casos particulares, como, por ejemplo, la traducción de frases hechas, expresiones idiomáticas o juegos de palabras, lo fundamental es buscar equivalentes reconocidos en la lengua de llegada. 2.4. La traducción: un proceso cultural 2.4.1. Hacia una definición de culturema En los estudios traductológicos, se han utilizado muchas definiciones para referirse a los elementos característicos de una cultura: palabras culturales, marcas culturales, realia, culturemas, etc. Nida (1945) fue el primero que se centró en el estudio de los elementos culturales considerándolos como un aspecto central del proceso traductivo. Años más tarde, Newmark (1988:102) sugirió, inspirándose en Nida, una nueva categoría cultural, es decir, la de los “gestos y hábitos”. Con esta categoría se incluyen, por primera vez, en el proceso traductivo, los elementos paraverbales, porque también estos se pueden interpretar de manera diferente según la cultura. La noción de culturema es una noción que se usa cada vez más en los estudios culturales, fraseológicos y traductológicos. El origen de este término no es claro. Algunos autores lo atribuyen a Nord, otros a Vermeer y otros a Oksaar. Vermeer lo define “un fenómeno social de una cultura A que es considerado relevante por los miembros de esta cultura y que, cuando se compara con un fenómeno social correspondiente en la cultura B, se encuentra que es específico de la Cultura A” (citado en Nord 1977:34). Luque Durán define los culturemas "unidades semióticas que contienen ideas de carácter cultural con las cuales se adorna un texto y también alrededor de las cuales es posible construir 180 discursos que entretejen culturemas con elementos argumentativos" (citado en Luque Nadal 2009:95). Sin embargo, la definición más completa de culturema es la que propone Molina (2006:79): "el culturema es un elemento verbal o paraverbal que posee una carga cultural específica en una cultura y que al entrar en contacto con otra cultura a través de la traducción puede provocar un problema de índole cultural entre los textos origen y meta”. El número de culturemas no es fácil de cuantificar, ya que en todas las comunidades lingüísticas, estos aumentan continuamente. De hecho, los culturemas se renovan según estímulos de origen diferente procedentes de la historia, la música, la religión, la literatura, el arte, las tradiciones y los medios de comunicación. Una cultura diferente puede conllevar problemas de traducciones, si no se conoce perfectamente la cultura de llegada. Hay que recordar que precisamente por esto es aconsejable que un traductor traduzca a su lengua materna. En algunos casos es necesario adaptar el culturema al metatexto, porque no existe un correspondiente, como muestra el ejemplo: "Son las dos de la madrugada y aún no he conseguido dormir" es una frase que aparece en el prototexto y que aparentemente parece no conllevar ningún problema. En realidad, en italiano no existe una palabra para traducir el período de tiempo que corresponde a madrugada, que la Real Academia Española define como "el tiempo posterior a la medianoche y anterior al amanecer". La traducción más adecuada es "Sono le due di notte e ancora non sono riuscita a dormire". Esto demuestra que cada cultura tiene una concepción diferente del tiempo y del espacio, y que un traductor siempre tiene que tomar en cuenta estos aspectos. Es obvio que a veces se trata de sutilezas que solo un hablante nativo puede entender. 2.4.2. Las interferencias culturales Molina (2006:82) propone también la noción de interferencias culturales, es decir "la disfunción de un concepto entre las culturas origen y meta por estar asociado a connotaciones culturales distintas en cada una de las lenguas-culturas". Un ejemplo de interferencia cultural que aparece en la novela En un rincón del alma es el del día 6 de enero. Tanto en España como en Italia los niños reciben regalos, en el caso de que se hayan portado bien, o carbón en caso contrario. Desde el punto de vista cultural hay una diferencia considerable: el día de los Reyes nace por una tradición religiosa y celebra unos personajes reales citados en la Biblia, es decir, Melchor, Gaspar y Baltasar, mientras la figura de la Befana procede de tradiciones precristianas y es un personaje ficticio. 181 Por tanto, en la traducción propuesta se ha sustituido la figura de los Reyes por la Befana, dado que no tendría sentido crear ambigüedad y despistar al lector del metatexto. 2.5. Método, estrategia y técnica de traducción Los conceptos de método, estrategia y técnica de traducción pueden aclararse adoptando las definiciones propuestas por Hurtado Albir (2001). Según el autor, el método es "la manera en que el traductor se enfrenta al conjunto del texto original y desarrolla el proceso traductor según determinados principios (241). En cambio, "una técnica de traducción es el procedimiento verbal concreto, visible en el resultado de la traducción, para conseguir equivalencias traductoras" (257). Finalmente, "la estrategia es un tipo particular de procedimiento que sirve para resolver problemas o alcanzar un objetivo (…), que permiten subsanar deficiencias y hacer un uso más efectivo de las habilidades disponibles al realizar una tarea determinada, constituyendo una habilidad general del individuo" (272). Según estas definiciones, por tanto, el método afecta a todo el proceso traductivo y determina el resultado; las técnicas, en cambio, afectan al resultado y las estrategias no se utilizan en todas las etapas traductivas y pueden ser no verbales. 2.5.1. Técnicas de traducción A continuación se comentan las principales técnicas de traducción propuestas por Hurtado Albir (2001): - Adaptación. Se reemplaza un elemento cultural del texto original por otro propio de la cultura receptora. Un ejemplo en la novela es la palabra carajillo traducida con caffè corretto. - Ampliación lingüística. Se añaden elementos lingüísticos para solucionar la ambigüedad producida por el texto original. Se utiliza especialmente en doblaje e interpretación consecutiva. - Compresión lingüística. Se sintetizan elementos lingüísticos. Se utiliza especialmente en interpretación simultánea y subtitulación. - Creación discursiva. Se establece una equivalencia efímera, totalmente imprevisible fuera del contexto. - Amplificación. Se introducen precisiones no formuladas en el texto original: informaciones, paráfrasis explicativas, notas del traductor, etc. Un ejemplo en la novela es espantoso Duralex transparente traducido con terribile vetro temperato Duralex trasparente. 182 - Calco. Se traduce literalmente una palabra o un sintagma extranjero. - Compensación. Se introduce en otro lugar un elemento que no se ha podido expresar en el mismo lugar en que aparece situado en el texto original. - Descripción. Se reemplaza un término o expresión por su descripción. - Elisión. No se formulan elementos de información presentes en el texto original. - Equivalente acuñado. Término o expresión reconocido como equivalente en la lengua meta. Uno de los muchos ejemplos presentes en la novela es pozo de petróleo que se ha traducido con miniera d'oro. - Generalización. En la traducción se utiliza un término más general o neutro. - Particularización. En la traducción se opta por un término más preciso o concreto. - Modulación. Se efectúa un cambio de punto de vista. Un ejemplo presente en la novela es el de mentideros, que indica los lugares donde se junta la gente para chismorrear. En la traducción al italiano esta palabra ha sido traducida con pettegoli, por falta de un término equivalente. - Préstamo. Se integra una palabra o expresión de otra lengua. Puede ser puro, como, por ejemplo, en el caso de algunos préstamos del inglés, que se mantienen tanto en español como en italiano -en la novela traducida se encuentran trolley, stock, hippies- o naturalizado, es decir adaptado morfológica y fonológicamente a la lengua de llegada. - Sustición. Se cambian elementos lingüísticos por paralingüísticos o viceversa. - Traducción literal. Se traduce palabra por palabra. - Transposición. Se cambia la categoría gramatical. Un ejemplo sacado de nuestro trabajo de traducción es el de haber decidido traducir el verbo adherir, que aparece en la oración siguiente: Mientras tanto, yo me adhería al entrañable polo de hielo, de naranja (pág. 143) con la construcción copulativa essere tutt'uno: Nel frattempo, io ero un tutt'uno con il ghiacciolo di arancia. - Variación. Se cambian elementos lingüísticos o paralingüísticos que afectan a aspectos de la variación lingüística, como, por ejemplo, cambios de tono textual, de estilo, de dialecto social, de dialecto geográfico, etc. 2.5.2. El método traductor adoptado en la traducción de En un rincón del alma La elección del método traductor depende del contexto en el que se desarrolla la traducción, de su fin y del destinatario. Hurtado Albir (2001:252) propone cuatro métodos principales para traducir. El primero es el método interpretativo-comunicativo, que se centra en la comprensión y 183 reexpresión del sentido del texto original conservando en la traducción la misma finalidad que el original y produciendo el mismo efecto en el destinatario; se mantiene la función y el género textual. El segundo es el método literal, que se centra en la reconversión de los elementos lingüisticos del texto original, traduciendo palabra por palabra, sintagma por sintagma o frase por frase, la morfología, la sintaxis y/o la significación del texto original. El tercero es el método libre, que no persigue transmitir el mismo sentido que el texto original aunque mantiene funciones similares y la misma información. El cuarto es el método filológico (traducción erudita, crítica, anotada), que se caracteriza porque se añaden a la traducción notas con comentarios filológicos, históricos, etc. En general, el método que se ha adoptado para la traducción de la obra de Antonia J. Corrales es el intepretativo-comunicativo, es decir, optar por el principio de equivalencia del significado: la traducción debe mantener la misma finalidad, el mismo efecto del original, ya que en una novela cada imagen descrita aporta una idea concreta y contribuye al conjunto textual, construyendo un escenario literario preciso. Por tanto, en cuanto al caso de los realia, por ejemplo, en la traducción al italiano se ha intentado mantener lo más posible estos elementos para que no se equiparen las diferencias culturales, sin el esfuerzo de aceptar la diversidad. En la traducción se ha elegido añadir solo tres notas a pié de página, para no obligar al lector a interrumpir frecuentemente la lectura; la primera, en el caso de mesa camilla, la segunda en el caso de queimada y la tercera en el caso de Drago milenario. Se trata de elementos léxicos que pueden resultar incomprensibles para el lector del texto de llegada y obstacular la comprensión. 184 CAPÍTULO III Aspectos del lèxico 185 3.1. Los realia En 1970 Vlakhov y Florin, introdujeron el término realia para referirse a elementos léxicos que denotan unas características locales e históricas pertenecientes a una determinada comunidad lingüística. Osimo (2004:64) distingue realia geográficos, es decir, palabras que denotan lugares geográficos (pampa), fenómenos meteorólogicos (tornado), elementos de la biología (kiwi), etnográficos -que abarcan la vida cotidiana (churros), el trabajo (UNDESINTEC), el arte (murales), la religión (los Reyes), la moda (vasco), medidas y monedas (peseta)- y realia políticos y sociales que, en cambio, engloban entidades administrativas territoriales (comarca), organismos e instituciones (Presidente del Gobierno), vida social y militar (Guardia Civil). Estas palabras diferencian una cultura de otra y, a veces, pueden constituir una barrera cultural. Se trata de entidades atadas a un espacio geográfico concreto que pueden plantear problemas de traducción; son palabras "intraducibles" que no tienen un equivalente directo en la lengua de llegada. Como sugerido por Wotjak (1997), se trata de palabras de equivalencia-cero, resultado de la manera particular en la que cada cultura conceptualiza y define el mundo. La elección entre traducir un realia a la lengua del metatexto o dejarlo invariado depende del gènero al que pertenece el texto que se traduce, de su importancia en el contexto y del lector modelo del metatexto. Si se trata de un texto técnico, se encontrarán términos sectoriales, que, en general, tienen su correspondiente en la lengua de llegada. En una novela, en cambio, donde cada palabra juega un papel importante en la narración, el hecho de que el léxico no sea monoreferencial plantea dificultades a la hora de traducir sobre todo estas palabras atadas a la cultura, que no tienen siempre un correspondiente. 3.1.1. La importancia del realia en el contexto Uno de los aspectos que permite determinar si un realia es importante o no está representado por el contexto en el que aparece. Generalmente, un traductor, ante un texto literario, debe intentar reproducir en el metatexto las mismas sensaciones evocadas por el prototexto. Otro aspecto fundamental es el grado de ajenidad de los realia con respecto a la cultura de llegada. En una época de globalización, muchas palabras procedentes de culturas diferentes pueden ser para nosostros más o menos familiares, aunque no pertenecen a nuestra propia cultura, como, por ejemplo, en el caso de churros, que un lector italiano de cultura mediana sabe lo que son y, por tanto, no hace falta poner una nota a pié de página o sustituirlo por un elemento de la cultura del texto de llegada. 186 Sin embargo, no siempre el traductor se enfrenta a realia de este tipo. La mayoría de las veces encuentra en su camino realia totalmente ajenos al lector del metatexto, realia nacionales (los que pertenecen a la cultura nacional de un país y que no se conocen al extranjero), y a veces realia regionales, es decir, ajenos incluso a un grupo, más o menos grande, perteneciente a la misma cultura emisora. En estos casos hay que evaluar la función del realia en el conjunto narrativo. Los más significativos se pueden dejar en la lengua del prototexto y, si necesario, poner una nota a pié de página para explicar su significado. En la traducción de En un rincón del alma se ha decidido mantener los realia sin adaptarlos a la cultura italiana, y solo en tres casos se ha elegido acompañarlos con una nota. Se han adaptado a la cultura del metatexto solo aquellos realia que pueden encontrar un correspondiente aproximativo en la lengua meta, como, por ejemplo, carajillo, traducido mediante caffè corretto. 3.1.2. La clasificación de los realia de la novela y las traducciones propuestas Los realia que aparecen en la novela pertenecen, adoptando la clasificación propuesta por Osimo (2004), al ámbito geográfico, etnográfico y al político y social. 3.1.2.1 Realia geográficos En la novela En un rincón del alma aparece solo un realia geográfico: - Drago milenario (pág. 120) El Drago milenario es el árbol más antiguo de Tenerife, uno de los símbolos de las Islas Canarias y, quizás el mayor tesoro de la flora española. La leyenda dice que los dragones, al morir, se convertían en dragos. En la traducción al italiano, se ha decidido poner una nota de explicación a pié de página, porque consideradas las similitudes entre las dos lenguas, un lector podría interpretar la palabra drago española con el significado de la homónima palabra italiana. 3.1.2.2. Realia etnográficos Entre los etnográficos aparecen los siguientes: - Churros (pág. 76), chocolate con churros (pág. 84) - Licor de bellota (pág. 112) - Carajillo (pág. 62) - Hadj (pág.180) 187 - Queimada (pág. 37) - Duros (pág. 24) - Pesetas (pág. 56) - Cuarto (pág. 66) - Mesa camilla (pág. 14) - Zoco (pág. 23) - Folclórica (pág. 37) - Alpargatas (pág. 43) - Chapas de Mirinda (pág. 143) - Duralex (pág. 66) Todos ellos denotan alimentos y bebidas, monedas y más en general objetos de la vida cotidiana. Los Churros son uno de los alimentos que más encierra la cultura española. A pesar de que sea un alimento que se suele consumir en España para desayunar, merendar o después de una noche de fiesta, y no sea un alimento consumido en Italia, un italiano de cultura media sabe lo que son. Por ello hemos elegido no traducirlo. También la combinación un chocolate con churros es muy española, de hecho acompañar los churros con un chocolate es una de las costumbres culinarias más típica de España, tanto de los niños como de los adultos. En este caso hemos elegido traducir solo un chocolate con el equivalente en italiano una cioccolata. Otro realia culinario, pero, esta vez, procedente de la cocina egipcia, es Hadj. En realidad, este no plantea un problema de traducción, ya que, al ser ajeno también a la cultura de partida, la escritora decide poner un inciso para explicar lo que es. Por tanto, en la traducción se ha mantenido el realia Hadj y se ha traducido el inciso propuesto por la autora: Hadj, el maravilloso arroz egipcio (Hadj, il meraviglioso riso egiziano). En lo que concierne al ámbito de las bebidas, el realia más problemático a la hora de traducir ha sido queimada. Esto se debe no solo a la falta del término correspondiente en italiano, sino también a su acervo folklórico-cultural. De hecho, queimada es una bebida alcohólica de la tradición gallega a la que se le atribuyen propiedades curativas y se afirma que, tomada tras la pronunciación del conjuro, protege de maleficios, además de mantener a los espíritus y seres malvados alejados del sujeto que la ha bebido. En el metatexto, el realia se ha propuesto sin traducirlo, pero se ha añadido una nota a pié de página, utilizando la técnica de la amplificación (Hurtado Albir, 2001). Otro realia perteneciente al mismo ámbito es carajillo, una bebida que combina café con una bebida alcohólica, normalmente aguardiente de orujo, brandy o ron. Es típica de España y su origen se remonta a la época en la que Cuba era colonia española y los soldados 188 combinaban café con ron para coger "corajillo", de coraje, y de ahí, carajillo. En este caso se ha utilizado la técnica del equivalente acuñado, traduciendo el término con caffè corretto. Un último realia pertenenciente al ámbito de las bebidas está representado por licor de bellota, es decir, un licor de elaboración casera común a todo el territorio español. Este, ha sido traducido literalmente, es decir, liquore di ghianda, para no perder el 'color local', aunque no es muy común en Italia. En cuanto al ámbito de las monedas, se ha decidido sustituir la palabra duros con la palabra pesetas, ya que un lector italiano de cultura media sabe que la peseta era la moneda que España utilizaba antes del euro, pero no todos saben que un duro equivale a una moneda de cinco pesetas. Por tanto, en lugar de dos duros en la traducción al italiano se ha propuesto dieci pesetas. Según el diccionario de la Real Academia española, la palabra cuarto se corresponde a la "moneda de cobre española cuyo valor era el de cuatro maravedís de vellón". En el texto traducido, cuarto aparece en la locución sin un cuarto en los bolsillos. Dado que en italiano existe una locución parecida, es decir, non avere un soldo in tasca, la palabra española se ha sostituido por soldo. En el texto original, además, aparecen muchos objetos de la vida cotidiana típicos de la cultura española. Un ejemplo está representado por mesa camilla. Se trata de una mesa provista de un bastidor. Normalmente es redonda, cubierta con unas faldas de tela gruesa que pueden llegar casi hasta el suelo; en la parte inferior puede llevar una tarima de madera con un agujero circular central para colocar un brasero. La mesa camilla fue un sistema de abrigo muy común, antes de la popularización de la calefacción central. La familia se reunía alrededor, poniendo las piernas bajo las faldillas para mantenerlas calientes. Actualmente, sobre todo en la región Sur de España, se sigue comercializando, y se suelen utilizar braseros eléctricos. En la traducción al italiano esta palabra se ha mantenido invariada, pero se ha decidido poner una nota a pié de página para explicar su significado y su valor cultural en ámbito español. El nombre folclórica, que no debe confundirse con el adjetivo, indica, según la Real Academia, la "persona que se dedica al cante flamenco o aflamencado". Dado que, tampoco en este caso existe un correspondiene italiano, en la traducción se ha decidido utilizar el término una cantante di flamenco, adoptando, de este modo, la técnica de la descripción. La locución chapas de Mirinda se refiere a un juego que solían hacer los niños hace años con las chapas de esta bebida. Lo interesante en cuanto a la traducción de esta locución reside en la marca de esta bebida gaseosa, de sabor de naranja, originalmente creada en España, pero de distribución mundial, sobre todo en los países de América Latina. En todos estos países se comercializa manteniendo el nombre original, es decir Mirinda, que en esperanto significa 'maravillosa', pero en Italia se conoce como Slam. En la traducción al italiano, por tanto, se ha 189 decidido sustituir Mirinda por Slam, y traducir la construcción como tappi di Slam. De este modo, utilizando la técnica del equivalente acuñado, se evita despistar al lector italiano. En el texto aparece otra marca que podría crear problemas de interpretación en la traducción al italiano, que es Duralex. Se trata de una marca francesa de vajillas en vidro temperado, que en España es mucho más conocida que en Italia. Por esta razón, en la traducción se ha optado por una amplificación, es decir, se ha decidido traducir horrorosa y mermada vajilla del espantoso Duralex transparente mediante orribili e consunte stoviglie in terribile vetro temperato Duralex. Zoco denota los mercadillos tradicionales de los países árabes, especialmente los que se celebran al aire libre y que tienen lugar en un determinado día de la semana, aunque la palabra se puede hacer extensiva a todo tipo de mercado tradicional. En el texto italiano, en lugar de proponer este término, se ha optado por utilizar su equivalente suq, procedente del árabe sūq. Se ha preferido utilizar este término en lugar del equivalente mercato para mantener también en el metatexto el valor cultural que zoco supone en el prototexto. Las alpargatas son un tipo de calzado que se utiliza principalmente en España, en el sur de Francia y en algunas zonas de Hispanoamérica. En Italia es común la forma pseudo-española espadrillas, aunque el término procede del francés provenzal, que se ha elegido en lugar de espadrilles. En los tèrminos comentados en este apartado hay que añadir Los Reyes, del que se ha hablado en el apartado 2.4.2. 3.1.2.3. Realia sociales y políticos Entre los realia que pertenecen a este grupo, en el texto traducido se han encontrado los siguientes: - Sección Femenina de la Falange (pág. 67) - Shabak (pág. 184) El primero pertenece a la cultura española mientras que el segundo a la cultura israelí. El realia israelí, es decir, Shabak no da lugar a problemas de traducción porque, al no pertenecer a la cultura española, la autora pone en el texto original un inciso para explicar lo que es. En cambio, en el caso de Sección Femenina de la Falange, se ha decidido mantener el realia sin poner una nota a pié de página y añadir el adjetivo española para explicitar que se trata de un partido español. 190 3.2. La fraseología La Real Academia española da para el término fraseología la siguiente definición: "conjunto de frases hechas, locuciones figuradas, metáforas y comparaciones fijadas, modismos y refranes, existentes en una lengua, en el uso individual o en el de algún grupo". La fraseología siempre ha planteado, y sigue planteando, un problema de difícil solución tanto para los lexicógrafos, como para los traductores. En efecto, resulta bastante complicado incluir todas las expresiones fraseológicas de una lengua en el diccionario, aunque estas representan un componente consistente de su sistema lingüístico y que se basa en la cultura de la comunidad lingüística. Las expresiones fraseológicas, además, se utilizan a menudo tanto en el lenguaje hablado como en el escrito, porque responden a la exigencia de expresar conceptos abstractos, los cuales, en general, se asocian a imágenes que proceden de la vida cotidiana. Las unidades fraseologícas pertenecen casi siempre al mundo de las figuras y no se pueden traducir literalmente a otro idioma. Por esta razón, constituye uno de los aspectos más interesantes de la traductología. En los párrafos siguientes se comentarán algunas unidades fraseológicas que aparecen en En un rincón del alma y se justificarán las elecciones traducivas propuestas. 3.2.1. Las locuciones Corpas Pastor (1996), define las locuciones como unidades fraseológicas fijadas en el sistema de la lengua que se caracterizan por tener una cohesión semántica y morfosintáctica, que las convierte en formulas fijas y estables. La locuciones pueden diferenciarse en nominales, adjetivales, adverbiales, preposicionales y verbales, dependiendo del tipo de palabra que representa el núcleo de la construcción. Los españoles y los italianos utilizan las locuciones con modalidad y frecuencia diferentes. Los primeros recurren a las locuciones mucho más a menudo que los italianos. En efecto, en español estas expresiones se ecuentran no solo en los textos coloquiales, como ocurre en italiano, sino también en textos formales, orales y escritos. En muchos casos, ha sido posible traducir las locuciones españolas con otra locución del italiano, como muestran los ejemplos siguientes: (1) Lo hace sin esfuerzo, sin alarde, como el que oye llover, mientras tú observas la escena estupefacta (pág. 36). Lo fa senza sforzi, senza vantarsene, come a chi non fa né caldo né freddo, mentre tu osservi la scena stupefatta. 191 (2) Para sus menesteres culinarios y nutricionales se ayuda de un gran libro dietético, confeccionado de su puño y letra… (pág. 36). Per le sue sane ricette si aiuta con un grande libro dietetico, redatto di proprio pugno… (3) …empleadas de hogar uniformadas hasta las cejas, me dieron ganas de salir corriendo, de volver a mi pequeña casa de apenas sesenta metros cuadrados en pleno centro de la capital (pág. 42). …domestiche con tanto di divise, mi hanno fatto venire voglia di andarmene di corsa, di ritornare nella mia piccola casa di appena sessanta metri quadri in pieno centro della capitale. (4) Siempre me he sentido desvinculada del común de los mortales, pero sobre todo y ante todo, de aquellos que llevan el éxito prendido en todos sus actos: los de la flor en el culo (págg.43-34). Ho sempre sentito di non avere niente in comune con la maggior parte dei mortali, ma soprattutto e innanzitutto, con quelli a cui le cose vanno sempre bene: quelli nati con la camicia. (5) La forma que tenía de colocar los cubiertos, los platos, el jarrón con las flores que había cortado en el campo y su pulcritud. Siempre iba hecho un pincel (pág. 48). Il modo in cui metteva le posate, i piatti, il vaso con i fiori che aveva raccolto nel campo e il suo ordine. Era tutto sempre a regola d'arte. (6) Dejó de hablar de repente, como si le hubiera comido la lengua el gato (pág. 50). Ha smesso di parlare all'improvviso, come se gli fosse caduta la lingua. (7) Llovía a mares. Una borrasca se había instalado en la Península… (pág.54). Pioveva a dirotto. Sulla penisola si stava abbattendo una burrasca… (8) A pesar de haber pedido la tanda con mucha antelación, a mí nunca me despachaban (pág. 58). Nonostante mi fossi messa in coda con largo anticipo, nessuno mi notava, semplicemente venivo liquidata. 192 (9) El diablo juega malas pasadas, olvida esas visiones, son una de sus muchas artimañas (pág. 59). Il diavolo fa brutti scherzi, dimentica queste visioni, è uno dei suoi stratagemmi. (10) Durante el vuelo, en muchos momentos eché en falta el paraguas rojo de Sheela, mi amiga del alma (pág. 24). Durante il volo, in molti momenti ho sentito la mancanza dell'ombrello rosso di Sheela, la mia amica del cuore. (11) Me devanaba la masa encefálica en busca de esa estúpida neurona que no me dejaba memorizar con normalidad (pág. 80). Mi spremevo le meningi, alla ricerca di quello stupido neurone che non mi permetteva di memorizzare in modo normale. (12) Dijo que era sembrar en terreno baldío porque mi contrato era eventual y no había nada que hacer (pág. 85). Diceva che sarebbe stata una partita persa dall'inizio perché il mio contratto era a tempo determinato e non c'era niente da fare. (13) … me pedían el teléfono y, con una sonrisa de oreja a oreja, decían que me llamarían (pág. 86). … mi chiedevano il recapito telefonico e, con un sorriso a trentasei denti, dicevano che mi avrebbero chiamato. (14) Pero ella, Sheela, hacía oídos sordos a las advertencias del viejo cura… (pág. 126). Però lei, Sheela, faceva orecchie da mercante di fronte agli avvertimenti del vecchio sacerdote… (15) Aunque él seguía manteniendo, de cara a la galería profesional y vecinal, el estatus de pareja de Hollywood, nuestra relación era cada día más distante (pág. 127). Anche se lui continuava a mantenere, sia agli occhi dei colleghi che del vicinato, lo status fittizio di coppia di Hollywood, eravamo ogni giorno più distanti. 193 (16) No obstante, hasta el último momento mantuve la esperanza de que le echara un par de ovarios y se viniera conmigo, aunque fuese con lo puesto (pág. 127). Nonostante ciò, fino all'ultimo momento ho sperato che tirasse fuori le palle e venisse con me, giusto con l'indispensabile. (17) Siempre concluía gimoteando, dedicándome una mirada compasiva que me rompía el alma (pág. 128). Finiva sempre per piagnucolare, dedicandomi uno sguardo compassionevole che mi spezzava il cuore. (18) … terminaban a porrazo limpio… (pág. 143). … finivano per suonarsele di santa ragione… (19) De chicos siempre se llevaron a matar (pág. 143). Da ragazzi erano sempre cane e gatto. (20) El rodaballo suspira y, mirándome de reojo, le hace un guiño escondido a Omar (pág. 147). Il rombo sospira e, guardandomi con la coda dell'occhio, fa l'occhiolino a Omar di nascosto. (21) Él me mira de soslayo y sonríe (pág. 147). Lui mi guarda di sbieco e sorride. (22) Me costó dios y ayuda que abandonase el tema, que cambiase de conversación (pág. 154). Ho sudato sette camicie per farle abbandonare il tema, perché cambiasse argomento. (23) Siempre andaba con este libro a cuestas empeñada en terminar de leerlo… (pág. 191). Si portava sempre dietro questo libro per terminare di leggerlo… (24) El muy hijo de su madre debió de sufrir un accidente y encima tuvo la suerte de salir con vida y escapar… (pág. 161). 194 Il gran figlio di buona donna avrà avuto un incidente e ha avuto pure la fortuna di uscirne vivo e scappare… (25) He meditado mi vuelta largo y tendido, recostando mi cabeza sobre el regazo de Raquel… (pág. 186). Ho meditato il mio ritorno per filo e per segno, appoggiando la testa sul grembo di Raquel… (26) Luego le echo un vistazo con más calma (pág. 122). Dopo gli do un'occhiata con più calma. (27) Dejó caer su pareo al suelo como quien no quiere la cosa (pág. 38). Ha lasciato cadere il suo pareo a terra facendo finta di niente. (28) ¡Estos hippies de mierda! Encima de estafador, grafitero. ¡En qué hora, en qué hora! (pág.121). Questi hippies di merda! Oltre che truffatore, pure graffitaro. Perché è toccato proprio a me, perché è toccato proprio a me! En el caso de la locución romper el alma estamos frente a una expresión que, si traducida literalmente al italiano, transmitiría un significado totalmente distinto. En efecto, rompere l'anima en italiano significa 'molestar', 'fastidiar', mientras que el significado de romper el alma es "hacer sufrir". Por tanto, se ha traducido con el equivalente spezzare il cuore. No siempre ha sido posible traducir con una locución equivalente, como muestran los ejemplos: (29) Lo supo y te lo comenta a ti, mientras que a mí no me dice ni pío (pág. 158). Lo viene a sapere e lo dice a te, mentre a me non dice niente di niente. (30) …vi sus ojos mirándome, burlando con su deseo el paso del tiempo, poniendo en tela de juicio la inexistencia (pág. 58). …ho visto i suoi occhi che mi guardavano, che si prendevano gioco del passare del tempo, che mettevano in dubbio l'inesistenza. 195 (31) … me imaginaba entrando en la iglesia empapada hasta las trancas (pág.54). … mi immaginavo entrare in chiesa bagnata fradicia. (32) La expresión de mala uva que reflejaban sus caras… (pág.57). Il malumore che riflettevano le loro facce… (33) …una estrategia que yo abortaba cuando se me ponía en la punta de la nariz (pág.71). … una strategia che mandavo all'aria quando ne avevo voglia. (34) … peinada por un pupilo del mismísimo Llongueras que, dicho sea de paso, allí estaba súper “franquiciado"… (pág. 42). …pettinata da un allievo di Llongueras che, tra parentesi, lì era super "popolare"… (35) Remedios y yo habíamos escuchado algún que otro comentario sobre la propietaria en nuestra urbanización (pág. 125). Io e Remedios avevamo sentito alcuni commenti sulla proprietaria nel nostro quartiere. (36) Su único defecto es que le pueden las faldas (pág. 128). Il suo unico difetto è che non riesce a resistere alle donne. (37) La carita de pan de Carlota (pág. 143). Il faccino paffuto di Carlota. (38) Voy a buscar un apartamento o una pensión, los hoteles se me escapan de presupuesto (pág. 160). Vado a cercare un appartamento o una pensione, gli hotel non rientrano nel mio budget. (39) Una borrasca se había instalado en la Península, al parecer de forma eventual pero preocupante, ya que su contumacia en permanecer sobre la piel de toro estaba dando al traste con las previsiones meteorológicas (pág. 54). Sulla penisola si stava abbattendo una burrasca, apparentemente inaspettata ma preoccupante, dato che la sua ostinazione nel non dare tregua al Paese stava smentendo le previsioni meteorologiche. 196 (40) Nosotras enviamos el texto porque creímos que te gustaría, pero veo que no te ha hecho gracia (pág. 156). Noi abbiamo inviato il testo perché pensavamo che ti avrebbe fatto piacere, però vedo che la cosa non è stata di tuo gradimento. (41) Para ti nada está acabado nunca, siempre andas con las correcciones a cuestas (pág. 155). Per te mai niente è finito, fino all'ultimo hai sempre qualcosa da correggere. En la novela aparece un caso de nominalización de la perífrasis rasgarse las vestiduras, que ha sido traducida con el nombre critiche, como muestra el ejemplo siguiente: (42) También estaban los típicos rasgados de vestiduras ante la forma y manera de ser o de vivir de algunas de las mamás de los compañeros de clase de nuestros retoños (pág. 105). C'erano anche le tipiche critiche dinnanzi al modo di essere o di vivere di alcune delle mamme dei compagni di classe dei nostri figlioletti. 3.2.2. Las metáforas Según el diccionario de la Real Academia Española la fraseología incluye también las metáforas, que El Diccionario de uso del español define como "Tropo que consiste en el usar las palabras con sentido distinto del que tienen propiamente pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación". "Autores como M. B. Dagut (1976) creen que el efecto que la metáfora tiene en su lengua de partida no siempre puede mantenerse en la lengua de llegada, y propone tres procedimientos de traducción; a) la traducción literal, b) la sustitución de la imagen de la lengua de partida por otra de la lengua de llegada que tenga el mismo potencial asociativo, y c) la paráfrasis" (en Medina Montero 2005:200). La metáfora es una de las figuras retóricas más utilizadas en las obras literarias por su carácter artístico y creativo. En el texto original aparecen muchas metáforas que se han traducido al italiano intentando mantener el valor expresivo de las originales. Algunos ejemplos en los cuales se ha adoptato el procedimento de la traducción literal son los siguientes: (43) …para ella, eran y siguen siendo el pan y la sal de su vida (pág. 20). 197 …per lei, erano e continuano ad essere il pane e il sale della sua vita. (44) …una pieza indispensable del engranaje que forma mi existencia, cuadrando perfecta y milimétricamente en su lugar de ensamblado (pág. 168). …un pezzo indispensabile dell'ingranaggio che costituisce la mia esistenza, combaciando perfettamente e millimetricamente in ogni parte. En cambio en los ejemplos (45), (46), (47) y (48) se ha adoptato el procedimento de la sustitución de la imagen de la lengua de partida: (45) Sus ubres fueron el pozo de petróleo de nuestra numerosa familia (pág.41). Le loro mammelle sono state la miniera d'oro della nostra numerosa famiglia. (46) Teñida de rubio hasta lo más íntimo (pág. 36). Bionda fino al midollo. (47) Cuando el ruido de los motores me llene el estómago de burbujas, cuando las ruedas se escondan en la barriga del Boeing 747… (pág. 22). Solo quando il rumore dei motori mi metterà lo stomaco sottosopra e le ruote si nasconderanno nel ventre del Boeing 747… (48) …me sentí transportada a una dimensión donde todos los tiempos verbales se hicieron uno (pág. 156). …mi sono sentita trasportata in una dimensione senza tempo. También se ha adoptato el procedimento de la paráfrasis, como muestran los ejemplos (49), (50), (51) y (52): (49) Mis vaqueros y mi camiseta negra haciendo juego con las alpargatas de esparto me hacían sentir cómoda… Pero, al tiempo, me convertían en el blanco perfecto de la mirada inquisidora y frívola de la guapísima empleada… (pág. 43). 198 I jeans e la camicetta nera che indossavo si intonavano con le espadrillas e mi facevano sentire comoda… Però, al tempo stesso, facevano concentrare su di me lo sguardo inquisitore e frivolo della bellissima impiegata… (50) Una borrasca se había instalado en la Península, al parecer de forma eventual pero preocupante, ya que su contumacia en permanecer sobre la piel de toro estaba dando al traste con las previsiones meteorológicas (pág. 54). Sulla penisola si stava abbattendo una burrasca, apparentemente inaspettata, ma preoccupante, dato che la sua ostinazione nel non dare tregua al Paese stava smontando le previsioni meteorologiche. (51) Lleno de recuerdos que iban y venían de la mano de la inseguridad frente a mi nuevo destino. Pieno di ricordi che andavano e venivano dettati dall'insicurezza di fronte al mio nuovo destino (pág. 53). (52) Hizo garabatos sobre mi nombre… (pág. 87). Ha storpiato il mio nome… 3.3. Usted y Lei En un rincón del alma cuenta la historia de Jimena en forma de carta dirigida a la madre. Jimena trata de usted a la madre, una madre siempre distante, tanto afectiva como fisicamente. La elección de la escritora de utilizar el usted para dirigirse a la madre, no obtante la novela se desarrolle en la época moderna y la costumbre de tratar de usted a los padres ya no exista, es una manera para enfatizar la relación problemática entre las dos. En italiano el equivalente del pronombre de cortesía usted es lei, que coincide con el pronombre personal femenino de tercera persona. El hecho de que haya coincidencia, que en español no hay, puede dar lugar a ambigüedades en la traducción, como muestra el ejemplo siguiente: (53) Este desarraigo, en parte, se lo debo a usted (pág. 18). Questo cambiamento radicale, in parte, lo devo a Lei. 199 En el texto original queda claro que se refiere a la madre, pero en la traducción el lector podría no interpretar correctamente quién es el referente, si la madre u otro individuo femenino. Por tanto, se ha elegido poner Lei en mayuscula, que en italiano se utiliza para distinguir el pronombre de cortesía del pronombre de tercera persona. 3.4. Anglicismos y otros extranjerismos El léxico de toda lengua se evoluciona de manera constante, sobre todo en un mundo donde la globalización se extiende cada vez más por el contacto frecuente con las demás lenguas, en particular el inglès. Este idioma se utiliza muy a menudo como vehículo de comunicación entre personas de nacionalidades diferentes. En español, hay términos de origen anglosajona que se utilizan con frecuencia en la vida cotidiana, no obstante la cultura española tienda a adaptar los extranjerismos, como, por ejemplo, en el caso de fútbol en lugar de football, o en el caso de perro caliente en lugar de hot dog. Los anglicismos que aparecen en la novela son términos ingleses que se utilizan con frecuencia en la lengua española, preservando su forma original. Sin embargo, en un caso, un anglicismo está utilizado por la autora para subrayar la etiqueta de intelectual que caracteriza a Carlos, el marido de la protagonista: (54) Y aunque exponía mis obras hechas a lapicero a todos, Carlos, no manifestaba ante mi trabajo más que un «Precioso, cari, muy bonito» o, «Luego le echo un vistazo con más calma. Ya voy con retraso. Ahora me es imposible concentrarme, estoy overflow» (pág. 122). Anche se mostravo a tutti le mie opere fatte a matita, Carlos, davanti al mio lavoro non diceva altro che "Bello, tesò, molto carino" o, "Dopo gli do un'occhiata con più calma. Sono in ritardo. In questo momento non riesco a concentrarmi, sono overflow". Se ha elegido dejar invariado el anglicismo overflow para preservar el humorismo y la intención de la autora, ya que en italiano también muy a menudo se utilizan tèrminos ingleses para hacer el discurso chic. Los demás anglicismos, como, por ejemplo, hippies, trolley, stock y CD (sigla de Compact Disc) se han mantenido invariados en la traducción, porque en italiano son términos de uso común. 200 Con respecto al español, el italiano es seguramente una lengua que tiende a adoptar e integrar los extranjerismos, y en particular los anglicismos. En el texto original aparece también el extranjerismo de origen alemana Delicatessen que se utiliza también en italiano; por tanto, en la traducción al italiano, se ha dejado invariado. 3.5. El símil El símil consiste en comparar expresamente una cosa con otra a través de partículas comparativas, como, por ejemplo, como, tal, así, igual que, tan, semejante a, parecido a, etc. Las comparaciones presentes en la novela son bastantes. En los ejemplos siguientes se han seleccionado algunas donde la partícula es como: (55) Como una sombra atravesé el pasillo y salí a la calle (pág. 33). Ho attraversato il corridoio come un fantasma e sono uscita in strada. (56) …mujeres solitarias y mudas que se esparcen como flores marchitas por los confines del mundo (pág.120). …donne solitarie e mute che si spargono come fiori appassiti lungo i confini del mondo. (57) …su voz sonó como un soplo de vida… (pág. 157). …la sua voce è stata come un soffio di vita… (58) Has llegado a mi vida como una tormenta de arena … (pág. 165). Sei arrivata nella mia vita come una tormenta di sabbia… 3.6. Los antropónimos y los topónimos Un nombre propio se utiliza para una persona, un lugar, una cosa concreta, que se considera algo único (Alexander 1988:38). En esta categoría se incluyen también los nombres de las obras y de los personajes ficticios, como, por ejemplo en este caso, Así habló Zaratustra, Novia cadáver, Eduardo manos tijeras, Mafalda De Quino, que en la traducción se han traducido mediante sus correspondientes en italiano: Così parlò Zaratustra, Sposa cadavere, Edward mani di forbice, Mafalda di Quino. 201 Generalmente, los antropónimos, es decir, los nombres de persona, no se traducen preservando su nacionalidad y considerando que no tienen connotaciones en el texto, pero hay excepciones; en efecto se infringe esta regla si en la traducción es necesario conseguir un efecto cómico o un juego de palabras importante para alcanzar el mismo efecto del original, o como sugiere Newmark (1988), en el caso de que exista la traducción oficial, como en el caso de los nombres de los santos, de los reyes y de los papas. Según esta hipótesis, se ha decidido dejar los antropónimos invariados, a pesar de que existan los correspondientes italianos. También algunos topónimos, los nombres propios de lugar, que incluyen también nombres de calles y de plazas, no se traducen, adoptando la hipótesis de Newmark (1988), a menos que no exista, como ya hemos dicho, una traducción oficial en la lengua de llegada. La estrategia traductiva adoptada en este caso ha sido la de traducir los topónimos que tienen su propio equivalente en italiano, como, por ejemplo el caso de Asuán, que se ha traducido con Assuan, o Tebas, que se ha traducido con Tebe. 3.7. Los insultos El arte de traducir los insultos está en la capacidad de buscar el equivalente, no la traducción literal, en la lengua de destino, ya que cada lengua tiene una manera diferente de conceptualizar la realidad, teniendo en cuenta también la situación en la que aparece (El arte de traducir. Blog sobre traducción profesional, fansubbing y mundo laboral, http://elartedetraducir.wordpress.com/category/traducir-insultos/). El problema de la traducción de los insultos es un aspecto importante en el proceso traductivo. En la narrativa contemporánea, la frecuencia con la que aparecen los insultos ha crecido cada vez más, y un traductor debe entender cuándo es posible traducirlos sin ofender o tocar la sensibilidad de nadie, teniendo en cuenta la cultura de llegada, y cuándo es aconsejable modularlas. En la novela En un rincón del alma se ha decidido traducir los insultos con un correspondiente equivalente en italiano, ya que su traducción no conlleva ningún problema en la cultura del texto de llegada, como muestran los ejemplos (59), (60) y (61): (59) ¡Hijo puta! –Exclamé mientras le enjugaba las lágrimas, despacio, con la yema de los dedos (pág. 136). Figlio di puttana! -Ho esclamato mentre le asciugavo le lacrime, piano, con i polpastrelli. 202 (60) …te lo dije, hijo de puta, te lo dije, te dije que te mataría (pág. 171). …te l'avevo detto, figlio di puttana, te l'avevo detto, ti avevo detto che ti avrei ammazzato. (61) ¡Vete a la mierda mamá! (pág. 38). Vaffanculo mamma! 203 CAPÍTULO IV Aspectos morfosintácticos 204 4.1. Coordinación y subordinación Otro aspecto importante a la hora de traducir es la sintaxis, es decir, el conjunto de reglas que gobiernan la combinatoria de las palabras en una oración. Por oracion se entiende "la unidad textual o de enunciado de intención comunicativa, compuesta generalmente por combinación de nexus puede ser uno solo-, que tiene autonomía semántica, independencia y unidad gramatical y unidad fónica" (Hernández Alonso 1983:29). En este capítulo se comentan los aspectos sintácticos más relevantes presentes en la novela, en particular aquellos casos de variación entre español e italiano y se justificarán las elecciones traductivas adoptadas. En lo que concierne a la estructura de las oraciones, en la obra predomina la parataxis, es decir, las oraciones se relacionan por medio de la coordinación, que puede ser tanto asindética, si carece de nexo, como sindética, si las oraciones están juntadas por un nexo (Gómez Torrego 2007:174). En la traducción se ha mantenido la misma estructura sintáctica, como muestran algunos ejemplos que aparecen a continuación: (1) Asentí cabizbaja y avergonzada por mi falta de sinceridad, de valentía, y subí el taxi que momentos antes había pedido (pág. 40). Ho annuito a testa bassa, mi vergognavo per non essere stata sincera e coraggiosa, e sono salita sul taxi che avevo chiamato qualche istante prima. (2) Estaba dentro de un cuerpo que no le pertenecía y nosotros, los suyos, sabiéndolo, lo omitimos (pág. 49). Era dentro un corpo che non gli apparteneva e noi, la sua famiglia, pur sapendolo, abbiamo fatto finta di niente. (3) Decoré y amueblé la casa poco a poco, a medida que las pagas extras nos permitían comprar muebles y electrodomésticos (pág. 65). Ho decorato e ammobiliato la casa poco a poco, man mano che gli straordinari ci permettevano di comprare mobili ed elettrodomestici". En el texto, las oraciones coordinadas aparecen introducidas por una conjunción, pero muchas veces aparecen sin ninguna conjunción coordinante expresa, separadas por puntos, como muestran los ejemplos siguientes: 205 (4) Juanillo es el único que se parece un poco a mí. Tan poca cosa, con ese pelo tan negro y lacio. Enjuto de carnes. Sensible e inseguro (pág. 47). Juanillo è l'unico che un po’ mi somiglia. Giusto in qualcosa: ha i capelli così neri e lisci, è magro, sensibile e insicuro. (5) En una palabra, dominar. Tener todo medido. ¡Nunca lo conseguí! (pág. 38). In una parola, dominare. Avere tutto sotto controllo. Non ci sono mai riuscita! (6) El autobús ha llegado. Tengo que dejar de escribir. Pero sólo por un momento (pág. 22). L'autobus è arrivato. Non posso più scrivere. Però solo per un momento. (7) …habría preferido que todo fuera una ilusión óptica. Pero era real (pág. 44). …avrei preferito che fosse tutto un'illusione ottica. Però era reale. (8) …fue uno de mis mayores aciertos, algo de lo que me siento orgullosa. Y a pesar de que en el ámbito profesional no me haya servido para nada, sigo estando orgullosa de ello (pág. 73). …è stata una delle mie più grandi soddisfazioni, qualcosa di cui mi sento orgogliosa. E nonostante in ambito professionale non mi sia servito per niente, continuo a esserne orgogliosa". Desde un punto de vista gramatical, en italiano se debería evitar comenzar una frase con una conjunción, aunque muchos escritores lo hacen. La conjunción e al principio de la oración, además, es un recurso estilístico que se utiliza muy a menudo en el periodismo. En este caso, al tratarse de una novela, por su carácter estilístico y poético, se ha decidido mantener la misma puntuación que caracteriza el original, a excepción de algunos casos en los que se ha preferido relacionar las oraciones coordinadas con una coma, como muestran los dos ejemplos siguientes: (9) Juanillo no necesitaba hacerse mujer, había nacido siéndolo. Sin embargo, nosotros, primero intuyéndolo y más tarde sabiéndolo, nunca se lo hicimos saber (pág. 48). Juanillo non aveva bisogno di diventare donna, c'era nato, ma noi, nonostante l'avessimo prima intuito e più tardi saputo, non glielo abbiamo mai detto. 206 (10) Yo le insistí en que no era así, que sólo necesitabas estar un tiempo alejada de la rutina, pensar. Pero como no te despediste de nadie más que de Remedios, pensó que el viaje no lo hacías en solitario. En cierto modo es lógico, ¿no crees? (pág. 159). Io gli ho ribadito più volte che non era vero, che avevi bisogno solo di staccare la spina per un po’, di pensare, ma dato che non hai salutato nessuno, tranne Remedios, ha pensato che tu non viaggiassi da sola. In qualche modo è logico, non credi? También se utiliza a menudo la hipotaxis, es decir, construcciones con oraciones subordinadas dependientes de una oración principal o de un sintagma nominal. Las que se encuentran con más frecuencia en la obra son las finales, las causales, y las relativas, como muestran los ejemplos: (11) A ella se lo regaló una anciana meiga para que la protegiese… (pág. 169). A lei glielo ha regalato un'anziana maga affinché la proteggesse… En este caso es interesante la dislocación a la izquierda, que consiste en desplazar hacia la izquierda un complemento, reiterándolo con un pronombre personal clítico (Rodríguez Ramalle 2005:544). (12) …solía decir para darnos ánimos, para que ninguno dejásemos de estudiar (pág. 20). …diceva sempre per incoraggiarci, per non farci abbandonare gli studi. (13) Echo en falta el humo de su pipa garabateando siluetas en el aire; su olor, y la aspereza proletaria de la palma de sus manos, que tantas veces acariciaron mi nuca (pág. 19). Mi manca il fumo della sua pipa che, prima di dissolversi, scarabocchiava disegni nell'aria, mi manca il suo odore e la ruvidezza del palmo delle sue mani vissute, che tante volte hanno accarezzato la mia testa. (14) Para él, todos estábamos capacitados, excepto Carlota, que siempre se negó a ello (pág. 20). Per lui, eravamo tutti capaci, tutti tranne Carlota, che non ha mai voluto saperne. (15) Sí, mamá, lo supo dos meses después y jamás te dijo nada porque entendió que era culpa suya (pág. 158). Sì, mamma, l'ha saputo due mesi dopo e non ti ha mai detto niente perché ha capito che era colpa sua. 207 (16) Nosotras enviamos el texto porque creímos que te gustaría, pero veo que no te ha hecho gracia (pág. 156). Noi abbiamo inviato il testo perché pensavamo che ti avrebbe fatto piacere, però vedo che la cosa non è stata di tuo gradimento. 4.1.1. La construcción al+infinitivo Además de adjuntos oracionales con valor final y causal, en el texto aparecen muchos adjuntos oracionales con valor temporal. Una de estas, que no tiene correspondiente en italiano, es la construcción al+infinitivo, que también puede tener valor causal. En la novela se utiliza con frecuencia esta expresión con valor temporal, para expresar simultaneidad, como muestran los ejemplos siguientes: (17) …hasta que ella consiguió que le prometiese que al regresar hablaría con su padre… (pág. 159). …finché non è riuscita a farmi promettere che quando sarei ritornata avrei parlato con suo padre… (18) Al despertarse me sorprendió con la paleta en la mano (pág. 164). Quando si è svegliato mi ha sorpresa con la tavolozza in mano. (19) Al establecerse en este país, consiguió ver a su pequeña todas las semanas… (pág. 167). Quando si è stabilita in questo Paese, riusciva a vedere la sua piccola tutte le settimane… (20) Al verla tendida sobre el suelo… (pág. 170). Quando l'ho vista stesa a terra… (21) Al verla, pensaba en lo triste que debería estar en unos brazos ajenos, en una casa que no era la suya (pág. 175). Vedendola, pensavo a quanto fosse stato triste dover stare tra le braccia di estranei, in una casa che non era la sua. 208 (22) …para no desaparecer bajo la lluvia al darle la mano a la soledad (pág. 191). …per non sparire sotto la pioggia dando la mano alla solitudine. En este caso, en italiano el valor de simultaneidad con respecto a la oración principal se ha expresado mediante la subordinada temporal encabezada por cuando, y mediante el uso de construcciones absolutas de gerundio. 4.2. Las perífrasis verbales "Las perífrasis verbales son construcciones sintáticas constituidas por dos o más verbos, de los que al menos uno es auxiliar, y el último, auxiliado (o principal). Este ha de aparecer en una forma no personal (infinitivo, gerundio o participio)" (Gómez Torrego 2007:192). El auxiliar proporciona las informaciones gramaticales, es decir, el tiempo, el modo, el número y la persona. En cambio, el verbo auxiliado ofrece el significado léxico de este tipo de predicado. Las perífrasis suelen diferenciarse en perífrasis de infinitivo, de participio, y de gerundio y pueden ser de tres tipos, es decir, modales, aspectuales y cuantitativas. Según García, Meilán y Martínez (2004), que proponen esta tripartición, las modales reflejan el punto de vista del hablante acerca de lo que enuncia, las aspectuales indican en qué parte del proceso verbal se está en cada momento, y las cuantitavas indican que las acciones expresadas en el verbo auxiliado se repiten. En los apartados siguientes se comentarán las propiedades de las perífrasis que aparecen en En un rincón del alma y su traducción al italiano. 4.2.1. Las perífrasis de infinitivo A la hora de traducir este tipo de perífrasis, se han adoptado diferentes soluciones. En algunos casos, no ha sido posible utilizar una perífrasis correspondiente en italiano, por tanto se han elegido otras construcciones que expresarán el mismo significado aspectual o modal de la forma original, como muestran los ejemplos (23) y (24). En la perífrasis llegar a+infinitivo el verbo al infinitivo se puede sostituir con un pronombre o un sustantivo. Según San Martín Moreno (2005), la perífrasis llegar a+infinitivo indica la culminación de un proceso que puede ser importante. El verbo llegar equivale, en este caso, a conseguir, lograr, alcanzar, como muestra el ejemplo (23): (23) Así, nuestra nueva vida, poco a poco, viaje tras viaje, se convirtió en un reencuentro que nunca llegó a conseguir reunirnos de nuevo (pág. 109). 209 Così, la nostra nuova vita, poco a poco, viaggio dopo viaggio, è diventata un ritrovo che non è più riuscito a riunirci. (24) Incluso se nos llegó a señalar directamente como las causantes de una plaga de chinches que aquejó de forma violenta la parroquia y las casas de varios feligreses (pág. 134). Ci hanno perfino ritenuto la causa di un'epidemia di cimici che aveva assalito violentemente la parrocchia e le case di diversi fedeli. En otros casos, ha sido posible mantener la perífrasis llegar a+infinitivo con la correspondiente italiana arrivare a+infinito, como muestra el ejemplo a continuación: (25) Incluso llegó a insinuarme que debía dedicarme a la literatura de manera profesional y que él podía buscarme algún contacto si yo estaba dispuesta (pág. 146). È arrivato perfino ad alludere al fatto che avrei dovuto dedicarmi alla letteratura in modo professionale e che lui poteva cercare qualche contatto se avessi voluto. Según García, Meilán y Martínez (2004), en la perífrasis aspectual ir+infinitivo el conjunto de auxiliar y auxiliado adquieren una significación nueva y propia de esa perífrasis, la de acción en un futuro próximo o inmediato. Como en italiano no existe una forma perifrástica correspondiente, ir+infinitivo se ha traducido al italiano con el tiempo futuro simple: (26) Le voy a pedir el divorcio (pág. 154). Gli chiederò il divorzio. (27) No voy a dejarte… (pág. 165). Non ti lascerò… La perífrasis cuantitativa volver a+infinitivo expresa un valor de repetición. En italiano, al no existir una perífrasis correspondiente, se ha podido expresar el mismo valor aspectual realizando, además del verbo léxico, el sintagma di nuovo, que indica precisamente la reiteración de la acción denotada por el verbo; o, en los casos en que ha sido posible, utilizar el verbo derivado mediante el prefijo ri-: 210 (28) Quería volver a leer Cien años de soledad (pág. 184). Volevo leggere di nuovo Cent'anni di solitudine. (29) Me gustaría volver a verte… (pág. 152). Mi piacerebbe rivederti… 4.2.2. Las perífrasis de gerundio Las perífrasis de gerundio que aparecen con más frecuencia en la obra son ir+gerundio, que indica un avance gradual de un evento y seguir+gerundio con valor imperfectivo, es decir, no se marca algún límite de la acción, no importa indicar cuando empieza y cuando termina. Según Whitley y Gonzáles (2007), la primera describe una acción gradual y continua que va (o iba) a durar más tiempo que estar+gerundio, como muestran los ejemplos (30), (31) y (32) que se han traducido mediante el tiempo presente y el imperfecto, ya que en el contexto no cambian el sentido: (30) Su mirada roza el mechón anárquico que tapa mi boca y se detiene curiosa sobre las páginas que voy escribiendo para usted… (pág. 142). Il suo sguardo sfiora il ciuffo anarchico che mi copre la bocca e si sofferma incuriosito sulle pagine che scrivo per Lei… (31) Él escucha fascinado todo lo que yo le voy relatando (pág. 164). Lui ascolta affascinato tutto ciò che gli racconto. (32) Lo aprendí cuando el tiempo era joven, en aquellos días en que los decires y los haceres de los demás van dando forma a los tuyos (pág. 31). L'ho imparato quando ero ancora una ragazza, in quei giorni in cui erano gli altri a decidere per me. La segunda perífrasis, es decir seguir+gerundio describe una acción que continúa y cuyo evento denotado por el verbo auxiliado ha empezado en un momento anterior. En la traducción esta perífrasis continuativa se ha traducido con la perífrasis italiana equivalente continuare a+infinitivo, como muestran los ejemplos a continuación: 211 (33) …el mejor de los regalos que me trajeron los Reyes de Oriente, porque aún hoy sigo pensando que ellos, los magos, tuvieron algo que ver en todo aquello (pág. 176). …il miglior regalo che mi abbia portato la Befana, perché ancora oggi continuo a pensare che tutto questo sia stato anche opera sua, della Befana. (34) A pesar de todo le quise, sí madre, le quise casi de forma demencial y, de alguna manera, creo que aún sigo queriéndole (pág. 31). Nonostante ciò gli ho voluto bene, sì madre, gli ho voluto bene in modo demenziale e, in qualche modo, credo di continuare a volergliene. (35) …seguía deseando sus manos sobre mi cuerpo, el arrastre cálido de sus dedos por mi piel (pág. 29). …continuavo a desiderare le sue mani sul mio corpo, il calore delle sue dita sulla mia pelle. (36) Y siguió caminando con el trolley tras él hacia el dormitorio (pág. 118). E ha continuato a camminare con il trolley dietro di sé verso la camera da letto. 4.2.3. Las perífrasis de participio Las perífrasis de participio comunican una acción orientada hacia el pasado y expresan aspecto perfectivo (Girón Alconchel 1993:104). La perífrasis tener+participio expresa valor aspectual resultativo. Por ello, en la traducción, se ha elegido traducir con el adverbio già, que proporciona valor resultativo al evento denotado por el verbo dire: (37) …te lo tengo dicho… (pág. 175). …te l'avevo già detto… En la perífrasis quedar+participio quedar pierde su significado léxico y aporta al significado perifrástico la significación aspectual de resultado. El significado léxico de la perífrasis (= el significado del participio) se expresa como el resultado de acciones previas (Girón Alconchel 1993:102). En la traducción se ha elegido traducir con el verbo rimanere, que tiene valor resultativo: 212 (38) Me quedé embarazada… (pág. 105). Sono rimasta incinta… (39) …un seudónimo que finalmente quedó instaurado como nombre oficial (pág. 173). … uno pseudonimo che alla fine è rimasto il nome ufficiale. 4.3. El lo enfático y el lo no enfático En la novela es muy frecuente el uso de la forma del articulo determinado lo. En la gramatica del español es posible distinguir el lo enfático del lo no enfático. El lo enfático intensifica el grado del adjetivo o del adverbio que acompaña, dando lugar a construcciones exclamativas. El lo no enfático, en cambio, según proponen Bosque y Moreno (1990) puede ser de tres tipos: cuantitativo, cualitativo e identificativo, según el significado que expresa. Puesto que la gramática del italiano, no posee esta forma, ha sido necesario traducir las construcciones con el lo que aparecen en la obra por medio de construcciones diferentes. En la novela En un rincón del alma no hay casos de lo enfático, en cambio aparece la construcción con el lo no enfático con valor identificativo, que es también la que aparece con más frecuencia: (40) …lo peor es que yo no podía hacer nada para evitarlo (pág. 137). … la cosa peggiore è che io non potevo fare niente per evitarlo. (41) …lo único que pudo hacer para estar al lado de su pequeña… (pág. 167). …l'unica cosa che ha potuto fare per stare accanto alla sua piccola… En estos casos, donde el lo precede al adjetivo, se ha decidido traducir mediante el nombre cosa seguido por el mismo adjetivo. Cuando el lo precede a una oración de relativo, se ha elegido traducir con el pronombre demostrativo ció: (42) ¿Sabes que, contrariamente a lo que muchas personas piensan, es un símbolo de protección muy fuerte? (pág. 169). Sai che, contrariamente a ciò che molte persone pensano, è un simbolo di protezione molto forte? 213 También aparecen en la novela casos de lo cualitativo, que se han traducido con el adverbio de cantidad minimamente, como muestran los ejemplos a continuación: (43) … lo sabía y no parecía importarle lo más mínimo (pág. 28). … lo sapeva, ma sembrava non importargli minimamente. (44) …sin que me perturbase lo más mínimo… (pág. 75). …non mi turbava minimamente… En la novela, los casos de lo cuantitativo aparecen con menos frecuencia. Un ejemplo aparece a continuación: (45) …nunca hablé lo suficiente, callé más de lo necesario, y demasiadas veces (pág. 47). …non ho mai parlato abbastanza, sono stata zitta più del dovuto, e troppe volte. En (45) se ha elegido traducir lo suficiente con el adverbio de cantidad abbastanza, mientras que lo necesario se ha traducido mediante el sustantivo masculino il dovuto. 4.4. Los marcadores discursivos "Los marcadores del discurso son unidades lingüisticas invariables, no ejercen una función sintáctica en el marco de la predicación oracional y poseen un cometido coincidente en el discurso: el de guiar, de acuerdo con sus distintas propiedades morfosintácticas, semánticas y pragmáticas, las inferencias que se realizan en la comunicación" (Portolés, J. 1998:25-26). Zorraquino y Portolés (1999) diferencian los marcadores del discurso en las siguientes clases: estructuradores de la información, conectores, reformuladores, operadores argumentativos y marcadores conversacionales. En la novela aparecen casos de marcadores conversacionales, es decir, marcadores específicos del lenguaje conversacional, que no solo permiten relacionar dos partes o miembros del discurso sino que atienden también a la interacción con el interlocutor (Alvárez 2005:60), sobre todo en los diálogos, ya que se trata de elementos que se utilizan muy a menudo en el lenguaje hablado y coloquial: (46) Sí… bueno… más o menos -respondió (pág. 153). Sì… diciamo… più o meno -ha risposto. 214 (47) Jimena, mi Eduardo y yo hemos estado a punto de decirle muchas cosas a Carlos, pero no somos quién, ¿sabes?… no lo somos (pág. 154). Jimena, il mio Eduardo e io stavamo per dirgli molte cose, però non siamo noi che… sai? Non siamo noi. (48) Pues deberá acostumbrarse (pág. 157). Beh, dovrà abituarsi. (49) Pues no, no lo creo (pág. 159). No, non credo. En italiano, estos elementos se han traducido por medio de formas que mantienen la misma función y el mismo significado, excepto en el último ejemplo, donde se ha preferido no traducir el marcador. Gracias a la omisión del marcador se consigue reproducir el mismo tono del prototexto. En la frase precedente Beh, dovrà abituarsi, la charla entre Jimena y la hija Mena acaba de empezar y en italiano el marcador resulta más natural, porque el debate entre las dos todavía no ha alcanzado el nivel de tensión que alcanzará más tarde, pero en el último caso, considerando el nivel de enfado que predomina en la discusión, parece más natural contestar de manera directa omitiendo el marcador. 4.5. Pretérito perfecto vs pretérito indefinido Pèrez Navarro y Polettini (2003) afirman que tanto el pretérito perfecto como el indefinido se emplean para referirse a acciones del pasado acabadas. Para decidir en cada caso concreto cuál de las dos formas se deben utilizar, hay que tener en cuenta lo siguiente: a) si no se especifica el tiempo, se usa el pretérito perfecto cuando la acción acabada se considera reciente, cercana al momento presente, y el pretérito indefinido cuando se considera lejana. b) si se especifica el tiempo, se usa el pretérito perfecto cuando el tiempo de la acción incluye el momento presente y el pretèrito indefinido cuando no lo incluye: Esta semana he salido dos veces con Pepe (el momento de la enunciación está incluido en esta semana), pero Ayer salí con Pepe (el momento presente no está incluido en ayer). 215 Mientras en español desde el punto de vista gramatical sería incorrecto decir Ayer he salido con Pepe, ya que ayer indica una acción concluida y acabada, en italiano, en estas circunstancias, es posible utilizar tanto el pretérito perfecto que el pretérito indefinido; además, muy a menudo el pretérito indefinido es la forma más común, es decir un italiano diría Ieri sono uscito con Peppe en lugar de Ieri uscii con Peppe. Considerado que en italiano la elección del los tiempos verbales es una cuestión puramente estilística y personal, en la traducción de En un rincón del alma se ha decidido traducir con el pretérito perfecto. Según la linguista Maria G. Lo Duca “per discutere di passato remoto e di passato prossimo, dovremo sostituire al concetto di ‘distanza temporale’, il concetto di ‘distanza psicologica’: faremo cioè l’ipotesi che sia il grado di coinvolgimento, di partecipazione del parlante all’evento del quale parla (o scrive) ad avere il ruolo centrale nella scelta del tempo verbale. Un evento ‘sentito lontano’ sarebbe reso preferibilmente al passato remoto; un evento 'sentito vicino' selezionerebbe automaticamente il passato prossimo” (Le emozioni della scrittura: blog di Pamela Serafino, manuale di scrittura creativa, lettura, scrittura, critica letterarie, http://pamelaserafino.altervista.org/blog/luso-del-passato-prossimo-nei-testi-narrativi/). En este caso, se trata de una novela narrada en forma de cartas que la protagonista Jimena escribe con la intención de entregarlas a la madre que, a causa de su muerte, no llegará a leer. Jimena cuenta su vida como si estuviera viviendo otra vez aquellos momentos. Solo en la traducción del prólogo, en el que no es la protagonista la que habla, sino que se narra en tercera persona, se ha decidido respetar la traducción al pretérito indefinido. 216 Conclusión En este trabajo se ha propuesto la traducción de la novela En un rincón del alma, una obra que se ha considerado interesante tanto desde el punto de vista lingüístico, al ser rica de realia y locuciones, como desde el punto de vista del contenido, porque se trata de una historia agradable y rica de sentimientos. Un buen traductor debe, en primer lugar, comprender el texto original y después traducirlo creando un nuevo texto (metatexto) que resulte natural para el lector de la lengua de llegada. Traducir una novela es un trabajo tanto complejo como personal, ya que de un mismo texto podríamos tener más versiones, dependiendo del estilo y de los conocimientos del traductor. Este trabajo para mí no ha sido solo un compromiso académico, sino también laboral. Traducir esta obra para fines editoriales ha hecho que me dedicase de lleno a ella y con mucho más rigor que lo normal. En mis elecciones traductivas, siempre he intentado pensar en el lector, para que este pueda difrutar de un texto fiel al original. En un rincón del alma es un libro que se lee muy rápido, pero esto no quiere decir que ha sido sencillo traducirlo. La dificultad mayor ha sido la de elegir las estrategias por adoptar frente a los términos pertenecientes a la cultura española y a las locuciones que en italiano no tienen un correspondiente con el mismo impacto expresivo, conllevando una pérdida desde el punto de vista estilístico y del contenido. Además de los problemas relacionados con el léxico, han sido analizados los problemas que se han encontrado en ámbito morfo-sintáctico, presentando las diferencias más relevantes entre los dos idiomas y justificando las elecciones traductivas adoptadas. En general, en la traducción se ha tratado de preservar la cultura y mantener el lenguaje, el estilo y la atmósfera del texto original. Traducir es una tarea muy ardua que no puede llevar a cabo cualquier individuo, ni una maquina, sino un traductor, es decir, un profesional, que, además, debe poseer sensibilidad artística, creatividad, rigor y un buen conocimiento tanto de la lengua como de la cultura de partida y de llegada. Gracias a su trabajo, se hace posible la difusión de obras procedentes de todo el mundo, que sin su mediación quedarían desconocidas. 217 Glosario Español-Italiano-Inglés Español Italiano Inglés Huidizo Sfuggente Elusive Desarraigado Sradicato Rootless Famélico Scheletrico Emaciated Vetusto Antico Ancient Ensimismada Assorto Absorbed Escapulario Scapolare Scapular Cántaro de latón Brocca di ottone Brass jug Ordeñar Mungere To milk Rocío Rugiada Dew Alfalfa Erba medica Alfalfa Vacada Mandria di bovini Herd of cows Desvanecer Svenire To faint Ascua Brace Ember Hule Tela cerata Oilcloth Beneplácito Beneplacito Consent Garabatear Scarabocchiare To scrawl Campo de batalla Campo di battaglia Battlefield Como de costumbre Come di consueto As usual Estoica Stoico Stoical Empachado Impregnato Drenched A estas alturas A questo punto At this stage Cómoda Comò Dresser Ganchillo Centrino Doily Atenazar Attanagliare To grip Aldea Villaggio Small village Tuareg Tuareg Tuareg Abnegado Altruista Selfless Zoco Suq Souk Tenderete Bancarella Market stall Vasijas Stoviglie Flatware 218 Presa Diga Dam Malos augurios Malaugurio Ill omen Facturar Imbarcare To check in Runas Rune Runes Empuñadura Impugnatura Handle Pletórico Pletorico Full of Sinrazón Ingiustizia Injustice De un plumazo All'improvviso Suddenly Manjar Manicaretto Delicious dish Bigudíes Bigodini Hair curlers Ataviada Agghindato Plumed Aturdido Stordito Stunned Carrito del supermercado Carrello della spesa Shopping cart Letrero Insegna Sign Corsé Corsetto Stays Camisa de fuerza Camicia di forza Straightjacket Aflorar Affiorare To surface Altillo Soppalco Loft Hortera Villano Tasteless Remilgado Lezioso Affected Entresijos Segreti Ins and outs Vástagos y ascendientes Figli Sons Guiso Spezzatino/stufato Stew Conjuro Scongiuro Spell Aderezar Animare To liven up Sobremesa Dopocena Table talk Apaciguamiento Rasserenamento Calming down Desasosiego Agitazione Unease Urbanización Zona residenziale Residential area Ubres Mammella Udder Cañada Piccola valle Small valley Esparto Sparto Straw Moño Chignon Bun 219 Cachorro Cucciolo Puppy Volante Volant Flounce Almidón Amido Starch solution Jabón Lagarto Sapone di Marsiglia Marseille soap Desaguisado Pasticcio Mess Trasiego Viavai Coming and going Esbozaban una sonrisa Abbozzare un sorriso To smile faintly Toma Poppata Feed Pedir la tanda Mettersi in cosa To form a queue Espejo retrovisor Specchio retrovisore Rear mirror Chafar Rovinare To spoil Carcajada Risata Guffaw Algarabía Confusione (di voci) Rejoicing Carajillo Caffè corretto Coffee with liqueur Terquedad Testardaggine Stubbornness Arcón Cassapanca Chest Sosiego Tranquillità Calm Ajuar Corredo Trousseau Colcha Copriletto Bedspread Letra Cambiale Instalment contract Fuera de lugar Fuori luogo Out of place Lunar Neo Mole Piropear Fare complimenti To make flirtatious comments Ronquido Russo Snoring Bronca Cazziata Telling off Muda Cambio Change of clothes Quehaceres Faccende Tasks Acidez gástrica Acidità gastrica Heartburn Ansiolítico Ansiolitico Anxiolytic Analgésico Analgesico Analgesic Aerosol Aerosol Aerosol Barajar Considerare To consider Antojo Voglia Craving 220 Contrarreloj Contro il tempo Against time Intolerancia alimenticia Intolleranza alimentare Food intolerance Contrato eventual Contratto a tempo determinato Temporary contract Ejecutivo Dirigente Manager Pergeñar Pianificare To plan A tiempo parcial Part-time Part-time Emprender el vuelo Spiccare il volo To take flight Imperecedero Eterno Everlasting Tornasolado Cangiante Shimmering Adobe Mattone crudo Sun-dried brick Cubierta Coperta Deck Agudizarse Acuire To sharpen Quebranto Debolezza Weakening Pespuntear Impunturare To backstitch Entretela Controfodera Interlining Codicia Cupidigia Cupidity Otear Guardare dall'alto To look down on Bisagra Cerniera (di porta) Hinge Engalanar Adornare To adorn Crujido Fruscio Swish Labrar Intagliare To carve Andamio Ponteggio Scaffolding Betún de Judea Asfalto Asphalt Tesitura Situazione Situation Caballete Cavalletto Easel Dintel Architrave Lintel Móvil Scacciaguai Mobile Cuatrero Ladro di bestiame Rustler Chinche Cimice Bedbug Mentidero Luogo in cui la gente si ritrova Gossip shop per spettegolare Orden de alejamiento Ordine di allontanamento Restraining order Amortajar Avvolgere nel lenzuolo To shroud 221 funebre Desvencijado Sgangherato Rickety Rodaballo Rombo Turbot Petaca Fiaschetta Hip flask Difuminar Sfumare To shade Toquilla Scialle Knitted shawl Trenza Treccia Braid Reir a carcajadas Ridere a crepapelle To split one's sides laughing Irse la fuerza por la boca Parlare a vanvera To prattle De su puño y letra Di proprio pugno In your own handwriting Perder las formas Perdere le staffe To get carried away Darse un pequeño respiro Staccare la spina To take a break Pozo de petróleo Miniera d'oro Gravy train Hasta las cejas Fino al collo Neck deep Los de la flor en el culo Nati con la camicia Born with a silver spoon in one's mouth Que dirán Che penserà la gente What people can think Ir hecho un pincel A regola d'arte Done perfectly ¿Te ha comido la lengua el Ti è caduta la lingua? Cat got your tongue? Llover a mares Piovere a dirotto Raining cats and dogs Llevarse las manos a la cabeza Perdersi d'animo To lose heart Pedir la tanda Mettersi in coda To get in the queue Poner en tela de juicio Mettere in dubbio To question Jugar malas pasadas Fare brutti scherzi To play nasty tricks on gato? someone Hasta la saciedad y el Fino alla nausea Ad nauseam Sin un cuarto en los bolsillo Senza un soldo in tasca To be penniless Amiga del alma Amica del cuore Buddy-buddy Devanarse la masa encefálica Spremersi le meningi To rack one's brains Sembrar en terreno baldío Essere una partita persa Game lost from the dall'inizio/in partenza outset/battle lost before it aburrimiento 222 began/non-runner Sonrisa de oreja a oreja Sorriso a trentadue denti To grin from ear to ear Hacer oídos sordos Fare orecchie da mercante To turn a deaf ear De cara a la galería Di facciata To the gallery Echar un par de ovarios Tirare fuori le palle Go balls out/ To man up Romper el alma Spezzare il cuore To break one's heart A porrazo limpio Suonarsele di santa ragione To give s.o. a good thrashing Llevarse a matar Cane e gatto Cat and mouse Mirar de reojo Guardare con la coda To see out of the corner of dell'occhio your eye Mirar de soslayo Guardare di sbieco To look sideways at Costar dios y ayuda Sudare sette camicie To sweat one's guts out Andar con algo a cuestas Portarsi dietro qualcosa To lug around No decir ni pío Non dire niente di niente To keep mum El muy hijo de su madre Il gran figlio di buona donna Son of a gun Largo y tendido Per filo e per segno Chapter and verse Como quien no quiere la cosa Fare finta di niente To pretend nothing happened En qué hora! Doveva toccare proprio a me! How could this happen to me Mala uva Malumore In a bad mood Cuando se le pone en la punta Quando gli gira/pare When I feel like it Dicho sea de paso Tra parentesi By the way No poderle las faldas Essere un farfallone To be a philanderer/playboy Cara de pan Faccia paffuta Chubby face Hacer gracia Trovare qualcosa divertente To find something funny Hacer acopio Fare provviste To stockpile Rasgados de vestiduras Critiche Criticism de la nariz 223 Bibliografía Alexander, L. G. 1988. Longman English Grammar. London, Longman. Alvárez, A. 2005. Escribir en español. Oviedo, Ediuno. Bassnett, S. 2002. Translation Studies. London/New York, Routledge. Bosque, I. y Moreno, J. C. 1990. "Las construcciones con lo y la denotación del neutro", Lingüística 2, 1989, pp. 5-50. Corpas Pastor, G. 1996. Manual de fraseología española. Madrid, Gredos. García, S., Meilán, A., Martínez, H., 2004. Construir bien en español. La forma de las palabras. Oviedo, Ediciones Nobel. Girón Alconchel, J. L. 1993. Introducción a la explicación lingüística de textos: metodología y práctica de comentarios lingüisticos. Madrid, Edinumen. Gómez Torrego, L. 2007. Análisis sintáctico. Teoría y práctica. Milano, Hoepli. Hatim, B. y Mason, I. 1995. Teoría de la traducción. Una aproximación al discurso. Madrid, Ariel, Hernandez Alonso, C. 1983. Pautas de análisis y comentarios lingüísticos. Valladolid, Heraldo. Hurtado Albir, A. 2001. Traducción y Traductología: Introducción a la traductología. Madrid, Cátedra. Luque Nadal, L. 2009. Los culturemas: -¿unidades lingüísticas, ideológicas o culturales?, Language Design 11, pp. 93-120. Medina Montero, J. F. 2005. "La metáfora en el léxico futbolístico: en el caso de los participantes en español, y sus posibles equivalentes en italiano" en Luque Toro, L. (ed.) 2005. Léxico español actual. Venezia, Cafoscarina, pp.197-236. 224 Molina, L. 2006. El otoño del pingüino. Análisis descriptivo de la traducción de los culturemas. Castellón de la Plana,Universitat Jaume I. Servicio de comunicación y publicación. Newmark, P. 1988. A Textbook of Translation. London, Longman. Nida, E.A. 1945. "Linguistics and ethnology intranslation problems" en Nida, E.A. 1975, Exploring semantic structures, Munich,Wilhelm Fink Verlag, pp.194-208. Niño Rojas, V. M. 2007. Fundamentos de semiótica y lingüística. 5ª ed. Bogotá, Ecoe. Nord, C. 1997. Translating as a Purposeful Activity. Functionalist Approaches Explained. Manchester, St. Jerome Publishing. Osimo, B. 2004. Il manuale del traduttore. Milano, Hoepli. Pèrez Navarro J. y Polettini C. 2003. Contacto. Curso de español para italianos. Bologna, Zanichelli. Portolés, J. 1998. Marcadores del discurso. Barcelona, Ariel. Rodríguez Ramalle, T. M. 2005. Manual de sintaxis del español. Madrid, Editorial Castalia Universitaria. San Martín Moreno, A. 2005. Manual práctico de formas no personales del verbo y perífrasis verbales. Madrid, Editorial Verbum. Scarpa, S. 2008. La traduzione specializzata. Un approccio didattico professionale. Milano, Hoelpi. Vlahov S. y Florin S. 1970, "Neperovodimoe v perevode. Realii", Masterstvo perevoda 6, Moskvà, Sovetskij pisatel´, p. 432-456. Whitley, M. S. y González L. 2007. Gramática para la composición. Washington D.C, Georgetown University Press. 225 Wotjak, G. 1997. "Problem solving strategies in translation", Ilha do desterro, revista de lengua y literatura inglesa y estudios culturales. Florianópolis, Universidade Federal de Santa Catarina, n. 33, pp. 101-116. Zorraquino, M., Portlés, J. 1999. "Los marcadores del discurso" en Bosque, I. y V. Demonte, V., (ed.) Gramática descriptiva de la lengua española. Madrid, Espasa-Calpe, pp. 4055-4082. Sitografía www.rae.es www.treccani.it www.wordreference.com http://dizionari.hoepli.it/dizionario_spagnolo-italiano.aspx?idD=5 http://www.compartelibros.com/autor/antonia-j.-corrales/1 http://www.enciclopediadetareas.net/2012/01/texto-expresivo.html http://www.poemas-del-alma.com/blog/taller/el-texto-expresivo http://elartedetraducir.wordpress.com/category/traducir-insultos/ http://pamelaserafino.altervista.org/blog/luso-del-passato-prossimo-nei-testi-narrativi/ Diccionarios consultados Buitrago, A. 2010. Diccionario de dichos y frases hechas. Madrid, Espasa. Diccionario Clave. Diccionario de uso del español actual, 2002. Madrid, Hoepli. Garzanti Inglese: Inglese-Italiano, Italiano-Inglese, 2001. Milano, Garzanti linguistica. Il dizionario di Spagnolo. Dizionario Spagnolo-Italiano Italiano-Spagnolo, 2005. Bologna, Zanichelli. Moliner, M. (2008). Diccionario de uso del español. Madrid, Gredos. Oxford advanced learner's dictionary, 2010. Oxford University Press. 226 Seco, M, O. Andrés y G. Ramos. 2005. Diccionario fraseológico documentado del español actual. Madrid, Aguilar. 227