Declamaciones - Servei de Publicacions de la UAB

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Cándida Ferrero Hernández (ed.)
José Martínez Gázquez, Juan Lorenzo Lorenzo, Bartolomé Segura Ramos
José-Ignacio García Armendáriz, Josep Maria Escolà Tuset, Pedro L. Cano Alonso,
Carmen Guzmán Arias, Cándida Ferrero Hernández, Jaume Medina Casanovas
Autores hispanos de la literatura latina clásica
Departament de Ciències de l’Antiguitat i de l’Edat Mitjana
Universitat Autònoma de Barcelona
Servei de Publicacions
Bellaterra, 2011
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Primera edición: febrero de 2011
Edición e impresión
Universitat Autònoma de Barcelona
Servei de Publicacions
Edifici A. 08193 Bellaterra (Cerdanyola del Vallès). Spain
Tel. 93 581 10 22. Fax 93 581 32 39
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http://publicacions.uab.cat/
Fotografía de la cubierta
Estela funeraria de Iucunda de Segobriga
©Juan Manuel Abascal
Impreso en España. Printed in Spain
Depósito legal: B-5634-2011
ISBN 978-84-490-2669-0
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Autores hispanos de la literatura latina clásica Documents 5
Índice
Presentación .................................................................................................... 7
José Martínez Gázquez
Séneca el Viejo y las Declamaciones . ........................................................... 9
Juan Lorenzo Lorenzo
Lucio Anneo Séneca: político, filósofo, naturalista y dramaturgo.... 25
Bartolomé Segura Ramos
Columela o la urbana rusticitas...................................................................... 39
José-Ignacio García Armendáriz
Lucà, transgressor de la poesia èpica ........................................................ 53
Josep Maria Escolà Tuset
Una lectura de Marcial ............................................................................... 65
Pedro L. Cano Alonso
Pomponio Mela, De Chorographia .................................................................. 89
Carmen Guzmán Arias
Quintiliano Educador y la Institutio Oratoria ........................................... 105
José Martínez Gázquez
Una lectura de Quintiliano Gramático (Institutio Oratoria, I, 4-I, 9) . .. 115
Cándida Ferrero Hernández
Quintilià i la Institutio Oratoria: el rètor .................................................. 125
Jaume Medina Casanovas
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Presentación
Nos satisface subrayar en esta presentación el hecho de haber podido celebrar de
nuevo, con la intención de que se constituya en tradición, la Jornada Docente de
Filología Latina, organizada por el Área de Latín del Departamento de Ciencias de
la Antigüedad y de la Edad Media de la Universidad Autónoma de Barcelona para
presentar a los alumnos de la especialidad algún tema de interés de la filología latina
por parte de profesores de fuera y de la misma UAB. La primera Jornada, en el año
2008, estuvo centrada en la poesía latina. Las lecciones impartidas que ahora presentamos, corresponden a la jornada celebrada en el año 2010, en la que se analizaron las obras de los autores hispanos de la literatura latina.
Son todos autores que vivieron a lo largo del siglo i, el siglo en el que en Hispania se vive la paz iniciada el año 19 aC, cuando acaba la guerra conducida por Augusto y que permite a los hispanos la integración definitiva en el habla y la cultura
latinas. Un siglo que se cierra con el ascenso al trono del Imperio de Trajano, un
hispano, el primer emperador nacido fuera de Italia, que reinó desde el año 98 hasta
su muerte, ocurrida en el año 117.
En el espacio de este siglo, la literatura latina presenta un grupo de autores latinos de pleno derecho de primer rango intelectual y literario que cubren los más variados aspectos de la literatura latina. Ofrecen su aportación a la literatura latina en
variados ámbitos, desde los textos técnicos de geografía o agricultura hasta la retórica y la elocuencia, iniciando el siglo Séneca el Viejo y finalizándolo Quintiliano.
Creemos que la presentación de las lecciones que ofrecieron las distintas visiones
de los autores hispanos de la literatura latina puede servir para ofrecer a los alumnos
de filología clásica y a otros estudiosos una visión general y otros puntos de vista
más personales y sentidos sobre los autores estudiados y como acicate de la celebración de próximas jornadas de filología latina en la UAB.
José Martínez Gázquez
Catedrático de Filología Latina de la UAB
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Séneca el Viejo y las Declamaciones
Juan Lorenzo
Universidad Complutense de Madrid
Tener que hablar acerca del patriarca de la saga de los Anneos coloca al invitado a
hacerlo en una posición difícil, porque no se trata de hablar sólo sobre un autor, sino
de decir algo que pueda resultar interesante y, si pudiera ser, también novedoso, un
doble objetivo que no me considero capaz de alcanzar, pues de quien debo ocuparme
es del jefe de los Anneos —de Lucio Anneo Séneca—, tal vez el más desconocido
y el más lejano dentro del selecto grupo de hispanos del siglo i del Imperio, de los
que conservamos la mayor parte de su producción literaria y que constituyen una
muy brillante representación de Hispania en el panorama cultural romano.
La dificultad mayor en el intento de decir algo interesante y novedoso es que,
acerca del autor objeto de esta charla, no hay demasiada información y lo poco que
se sabe con certeza es sabido por todos. Salvo que se acometa un estudio detenido
sobre un aspecto concreto de su obra, es difícil añadir algo nuevo a lo que ya se
conoce. Por eso, he abandonado cualquier pretensión de contarles algo que no hayan
oído o leído con anterioridad y debo contentarme con emprender un vuelo rasante y,
haciendo uso de un conocido tópico retórico —pues de Séneca, según algunos «el
Rétor», vamos a hablar—, he optado, en vez de adentrarme en alta mar, por navegar
junto a la orilla de una playa tranquila y pescar minutos pisciculos en las aguas de
quienes me antecedieron en la visita a este escritor hispano.
Dado que, como decía Quintiliano, no cansa aquello de lo que se anuncia el final,
voy a adoptar un esquema que me servirá de guía en una exposición que pretende
tan sólo refrescar la memoria del oyente o lector sobre los dos aspectos siguientes:
1) la persona y 2) la obra. De la persona, haré una breve referencia a su origen y
algunas precisiones referentes al praenomen y el sobrenombre. Por lo que respecta
a la obra, aludiré a su naturaleza, contenido y estructura, y a su valoración.
1. La persona
1.1. Origen
No es el momento de perderse en sutiles disquisiciones ni en discusiones, más propias de un estudio especializado, sobre la fecha exacta o más probable del nacimiento y la muerte de Séneca el Viejo. Basta con situar su longeva trayectoria vital entre
la segunda mitad del siglo i aC y la primera del siglo i dC.
Por lo que se refiere al lugar de origen, es sabido que la familia de los Anneos
procedía de la Bética, una provincia romanizada desde mucho antes de que hubieran
nacido los Sénecas. Ya Cicerón hace mención de unos poetas cordobeses de media-
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dos del siglo i aC «que debían de ser conocidos en Roma y que hablaban el latín con
un deje extranjero»1 y lo pronunciaban de manera extraña, pero, pese al peculiar
acento gangoso con que hablaban la lengua del Lacio, tenían en esa época cierta
notoriedad en Roma. Parece que no era este el único signo distintivo. Aparte de ese
acento nuevo, se les reconocía una especie de elocuencia ampulosa y —se ha dicho
incluso— arrogante. Efectivamente, se reconocía en los escritores latinos de Hispania del siglo i aC —prosistas o poetas— algo innato y peculiar que los empujaba a
romper con las normas tradicionales, tanto en lo que respecta a la elección y el tratamiento de los temas de sus producciones literarias como en lo que respecta a su
modo de expresión; se llega a hablar, como de algo especial de los «rétores cordobeses», de una particular elocuencia —ampulosa, como he dicho—, y se habla
también de «la tendencia de los “ingenios de la Bética” a un individualismo que
pretendía una renovación total».2
Estos Hispani o Hispanienses, es decir, descendientes de nativos o de colonos
itálicos, estaban arraigados en Córdoba, ciudad a la que Séneca el Viejo denomina
colonia mea cuando confiesa que no pudo oír a Cicerón, no porque se lo impidiera
la edad, sino porque el furor de las guerras civiles lo retuvo en los confines de su
patria: «intra coloniam meam me continuit» (Sen., Contr., 1, pr. 11). Y de la Bética,
un territorio muy desarrollado en esa centuria, tanto económica como culturalmente,
era también la familia materna —la de los Helvios.
Es de suponer, como algo normal, que en la Córdoba del siglo i aC había escuelas de gramática y de retórica en las que se formaron oradores conocidos, como
Junio Galión y Porcio Latrón, que triunfaron en Roma con sus discursos y sus
declamaciones, ambos contemporáneos de Séneca el Viejo, «que muy probablemente estudió y se formó con ellos en las escuelas locales, en unos años en que, a
causa de las guerras civiles [...], no era fácil que los jóvenes de familias distinguidas y pudientes del orden de los caballeros se trasladaran a la Urbe para seguir sus
estudios».3
1.2.1. Nombre
¿Con qué nombre se le conocía? Empecemos por hacer unas precisiones acerca de
cuál era el praenomen. Hasta en una cuestión aparentemente tan clara no hay unanimidad total. Junto a una mayoría de estudiosos que defienden el praenomen de
Lucio, como el de su hijo Lucio Séneca, no faltan quienes, como Menéndez Pelayo,
se refieren al padre de los Sénecas con el praenomen de Marco: Marco Anneo Séneca.4 Pero, ¿en qué se basan para ello? En dos suposiciones infundadas, como muy
1.
2.
3.
4.
Fontán (1997), p. 14.
Lorenzo (1991), p. 176.
Fontán (2008), p. 19-20.
Menéndez Pelayo (1962), vol. 1, p. 197 y passim.
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acertadamente y con buen criterio aclaran los profesores de la Universidad Central
de Barcelona —los profesores Adiego, Artigas y De Riquer— en la introducción a la
excelente traducción de la obra de Séneca el Viejo.5 La distinción entre los dos Sénecas —padre e hijo—, autores de obras muy diferentes, estuvo acompañada de un
error: respecto del nombre, se partió de la suposición que padre e hijo no podían
llevar el mismo praenomen (Lucius) y, a la hora de buscar un praenomen distinto
para el padre, «se creyó, equivocadamente, que la costumbre romana de que los nietos recibieran el praenomen de los abuelos se tenía que aplicar necesariamente en el
caso de los Sénecas. Por tanto, dado que dos nietos de Séneca el Viejo se llamaban
Marcus, se atribuyó también este praenomen a nuestro autor. Se trata de dos suposiciones infundadas que entran, además, en conflicto con el nombre Lucius Annaeus
Seneca que ofrecen los mejores manuscritos de Séneca el Viejo; pero, pese a ello, el
equívoco arraigó hasta el punto de que la denominación de Marcus Annaeus Seneca
se mantuvo durante largo tiempo como la forma más común de referirse a nuestro
autor».
Lo cierto es que, en mis pesquisas sobre este praenomen aplicado a Séneca el
Viejo, no lo encontré en ninguna obra perteneciente al ámbito de la filología latina.
El único autor que lo llama con el praenomen de Marco es Menéndez Pelayo, que
se refiere siempre a él con el nombre completo de Marco Anneo Séneca.
1.2.2. Sobrenombre
Si bien sobre el praenomen hay acuerdo casi unánime a favor del de Lucio, no de
Marco, no ocurre otro tanto en relación con el sobrenombre que se le aplica para
distinguirlo del hijo —el filósofo. Se manejan varios, que, salvo uno, hacen todos
referencia bien sea a la relación genealógica con el hijo —Séneca el Padre—, bien
a su edad, en comparación con la del hijo —Séneca el Viejo o Séneca el Mayor.
Tras una somera revisión de la bibliografía que se recoge en el Aufstieg Und
Niedergang Der Romischen Welt (ANRW), concretamente en el trabajo de J. A.
Fairweather,6 se deduce que la apelación más frecuente es el sobrenombre de «el
Viejo»; propiamente, «el Más Viejo», «el Mayor» (the Elder). Con este sobrenombre se refieren a él distintos especialistas en su obra, como L. A. Susman y J.
Fairweather, y, ocasionalmente, otros, como L. Hakanson, W. A. Edward y J. E. G.
Whitehorne. No faltan quienes, como el profesor Fontán, le aplican el sobrenombre
de «el Mayor».7
5. Adiego, Artigas, Riquer, (2005), p. 8.
6. Fairweather, (1984).
7. Fontán, (1997), p. 15.
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Al lado de «el Viejo» o «el Mayor», se le conoce, asimismo, como «el Padre».
Así, A. Vassileiou, F. Castiglioni , C. Lécrivain y también W. Hoffa8 en una obra
con título en latín.
Ninguna objeción se puede hacer al empleo de cualquiera de estos sobrenombres
para referirse al primero de los Sénecas. Tanto «el Viejo» como «el Mayor» o «el
Padre» son portadores de semas que recogen de manera apropiada la relación de
parentesco o la de mayor edad de nuestro cordobés respecto de la de sus hijos, entre
ellos Séneca el Filósofo.
Pero, a diferencia de lo que sucedía con el praenomen de Marco —hemos visto
que casi es unánime la denominación de Lucio—, en este caso hay muchos autores
que, en mi opinión, injustificadamente lo identifican o distinguen del hijo con el
sobrenombre de «el Rétor» o «el Retórico». H. D. L. Vervliet escribió una obra titulada Les manuscrits médiévaux de Sénèque le Rheteur; E. Thomas es autor de un
trabajo titulado Schedae Criticae Nouae in Senecam Rhetorem; H. Bornecque tiene
una conocida obra que se titula Sénèque le Rétheur: Controverses et Suasoires, pero
otras veces este mismo autor se refiere a Séneca con el sobrenombre de «el Padre»
(Les Déclamations et les Declamateurs d’après Sénèque le Père); J. Buschmann
publica el trabajo Charakteristik der griechischen Rhetoren beim Rhetor Seneca; de
H. Bardon es la obra Le vocabulaire de la critique littéraire chez Sénèque le Rheteur; M. Sander publica Quaestiones in Senecam Rhetorem Syntacticae; y A. Ahlheim le aplica este mismo sobrenombre en su trabajo De Senecae Rhetoris usu dicendi quaestiones selectae.
He de decir que la mayor parte de los trabajos en los que se hace referencia a
Séneca como «el Retórico» o «el Rétor» son, por lo general, de fecha bastante antigua —la mayoría, de la segunda mitad del siglo xix—, lo que parece indicar que,
poco a poco, se fueron imponiendo los sobrenombres de «el Padre», «el Viejo» o
«el Mayor», sobre los de «el Rétor» o «el Retórico». En el caso del jefe de los
Sénecas, no había razón alguna —creo— para que se le aplicara este sobrenombre,
si por rhetor se entiende el maestro especializado que realizaba manuales de retórica y enseñaba en la escuela —generalmente, en su escuela— los preceptos teóricos del arte de la retórica a los discípulos enviados por los padres con la pretensión
y la esperanza de que se convirtieran en oradores eficaces y brillantes.9 Existía,
indudablemente, una estrecha relación entre el rhetor y el orator, los dos términos
que figuran en el título de la obra de nuestro Séneca: Oratorum et rhetorum Controuersiae et Suasoriae o bien Oratorum et rhetorum sententiae, diuisiones, colores. El rétor enseñaba la teoría y ejercitaba en la práctica a los discípulos que acudían a su escuela con el fin de adiestrarse en el manejo de la palabra; los rétores
eran los praeceptores eloquentiae, los declamandi magistri o rhetores, sin más,
mientras que los «oradores» —los que aspiraban a dominar la palabra de manera
hábil— aprendían.
8. Cfr. Vassileiou (1973), Castiglioni (1928), Lécrivain, (1891) y Hoffa (1909).
9. Cfr. Lorenzo (2009).
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Pues bien, es a partir de esta concepción del rétor que creo que resulta inadecuado aplicar a Séneca el Padre o el Viejo el sobrenombre de «el Rétor», porque no hay
constancia, ni por datos sacados de la propia obra ni por referencias indirectas, de
que Séneca haya sido un maestro de retórica ni haya tenido abierta una escuela de
retórica, «ya que, en tal caso» —dicen con acierto los traductores de su obra—
«sería de esperar alguna referencia a ella, al menos indirecta, a través de la mención
de oradores alumnos suyos o de anécdotas acaecidas en su propia escuela».10 Pero
no hay ninguna noticia sobre este extremo. Parece, pues, injustificado referirse al
padre de los Anneos como a Séneca «el Rétor». El hecho de que haya sido condiscípulo de su amigo y paisano el rétor Latrón y haya asistido a la escuela del rétor
hispano Marulo, no parece razón suficiente para que, también él, sea considerado un
rétor. Rétores eran sus maestros.
Son mayores las probabilidades de que se haya ejercitado en la práctica de la
oratoria, concretamente en la modalidad de las declamaciones, pero no pasa de ser
una probabilidad. Tampoco hay argumentos de peso para defender esta posibilidad.
Parece que se hubo de conformar con oír a los grandes oradores de su época, menos
a Cicerón, porque, como he dicho antes, por entonces no estaba en Roma; las guerras
civiles lo retenían en la Córdoba natal, a salvo de los peligros de la guerra. En conclusión, stricto sensu creo que no se puede decir que haya sido un rhetor ni un
orator, ni un autor —en el sentido de «creador»— de Controversias ni de Suasorias.
Parece más apropiado considerarlo un recopilador de declamaciones, en la doble
modalidad de controversias o suasorias, pronunciadas por otros oradores.
En definitiva, me parece que lo más ajustado a la verdad es hablar de Séneca «el
Padre» o «el Viejo», cuya actividad literaria principal fue la de recopilar una serie
de testimonios que ilustran el desarrollo de la oratoria en su época, y que, además
de la valiosísima labor de recopilación, ejerció la crítica sobre determinados hechos
literarios y distintos personajes que discurren a lo largo de su obra.
2. La obra
2.1. Comentario general
Sería arriesgado hacer una valoración de la obra de Séneca Oratorum et Rhetorum
sententiae, diuisiones, colores, sin situarla en el contexto histórico en que se gesta.
Las circunstancias sociopolíticas en medio de las que ve la luz predeterminan la
naturaleza de la obra. La caída de la República sofocó la libertad indispensable para
el florecimiento de la auténtica oratoria. Del mismo modo que el derrocamiento de
la tiranía siciliana significó la primera aparición de la retórica griega y el florecimiento de la oratoria, también la caída de la República supuso en Roma el comienzo
del ocaso de la oratoria: «[…] con la consolidación del absolutismo imperial, la
10. Cfr. Adiego, Artigas, Riquer, (2005), p. 13.
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elocuencia, también en Roma, se refugia en las escuelas».11 La oratoria viva se extingue y se diluye en los vacíos ejercicios de las declamaciones. La más clara teorización de esta decadencia la encontramos en el Dialogus de oratoribus, en donde
Tácito, aparte de otras cuestiones, aborda el análisis de las causas de la decadencia
de la oratoria, entre las que asigna un papel decisivo al cambio de la situación política y a la pérdida de la libertad republicana. En el período anterior, la agitación
social del momento favorecía el desarrollo de la oratoria viva; las turbulencias políticas, «si bien desgarraban al Estado, proporcionaban ejercicio a la elocuencia y
parecía que la colmaban de grandes recompensas porque, cuanto más podía conseguir cada cual con su palabra, tanto más fácilmente obtenía cargos públicos» (Tac.,
Dial., 36, 4). Ahora, por el contrario, a la oratoria le faltaba materia viva en la que
ejercitarse; en este momento el foro estaba en silencio y la elocuencia pacificada,
igual que todos los demás conflictos de la antigua vida republicana, por haber asumido Augusto en su persona todas las magistraturas, por causa de la omnipotente
voluntad del César. No volvió a resonar la voz de los tribunos, y la cabeza de Cicerón, clavada en los Rostra, sirvió de advertencia muy elocuente para reprimir a
quienes pudieran aspirar a recoger su herencia y seguir su ejemplo.12
Ante el nuevo panorama político, la oratoria verdadera se trasladó del foro a las
escuelas de declamación, en las que se realizaban prácticas escolares de composición y recitación, a modo de ejercicios de adiestramiento en la elocuencia. El género literario de la oratoria republicana, en su doble modalidad de discurso judicial y
político-deliberativo, desembocó, forzado por el cambio de régimen, en realizaciones nuevas: el judicial tuvo su proyección en las Controversias (ejercicios de oratoria forense), mientras que las orationes de naturaleza político-deliberativa se transformaron en las Suasorias, consideradas más sencillas y que, por eso, iban antes en
el currículo escolar. Y las dos variantes oratorias quedaron comprendidas en el término genérico de declamaciones, una práctica aparentemente inocente que se alimentaba de discursos ficticios sobre cuestiones generales o sobre casos concretos
que tenían poco o nada que ver con situaciones y circunstancias reales. En el caso
concreto de las Controversias, eran ejercicios declamatorios diferentes de los que
pronunciaba Cicerón y, además, aparecieron en una época posterior, según dice el
mismo Séneca en el prólogo del libro i de las Controversias: «lo que declamaba
Cicerón era distinto de lo que ahora denominamos controversias, como también lo
era de las llamadas tesis que se pronunciaban antes de Cicerón. De hecho, el tipo de
material que utilizamos para nuestros ejercicios es tan nuevo que hasta tiene un
nombre nuevo. Nosotros lo denominamos controversias; Cicerón lo llamaba causas.
El otro término existente, escolástica (sin duda un nombre griego, aunque tan latinizado que se usa en lugar del latino), es mucho más reciente que controversia.
Tampoco la propia palabra declamación se encuentra en ningún autor antiguo anterior a Cicerón y Calvo [...]. Este término ha aparecido hace poco, pues el propio
11. Mortara (1991), p. 40.
12. Menéndez Pelayo (1962), p. 198-199.
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género ha empezado a cultivarse también recientemente. Por ello —dice Séneca—
me resulta fácil rastrear los orígenes de algo que ha nacido después que yo» (Contr.,
i, pr., 12).
En el caso particular de las Controversias, de naturaleza judicial, tanto el que
actuaba como acusador como el encargado de defender la inocencia del acusado
basaban sus argumentaciones en leyes que, la mayor parte de las veces, ya no estaban en vigor o eran leyes imaginarias o de origen griego, ajenas, por consiguiente,
al mundo romano contemporáneo,13 y los personajes pertenecían, en su mayoría, a
un pasado muy alejado de la actualidad.
No tenían base más real las Suasorias —siete en total—, es decir, los ejercicios
declamatorios en los que se trataba de conseguir la adhesión del destinatario a la
tesis defendida por uno de los oradores y, al revés, disuadirlo de seguir la tesis de la
parte contraria. La falta de apoyo en la realidad se ve con claridad en la suasoria III,
en la que un personaje sacado de la mitología —Agamenón— delibera acerca de si
debe sacrificar a su hija Ifigenia, pues Calcante asegura que, si no lo hace, los dioses
no le permitirán hacerse a la mar. El tema procede del acervo legendario griego relacionado con la guerra de Troya.
Pero incluso las declamaciones sobre temas tomados de la historia (no de la mitología) no tienen vinculación con la historia actual, sino que pertenecen a épocas
alejadas en el tiempo, como cuando Alejandro delibera sobre si debe atravesar el
océano (en la suasoria I) o entrar en Babilonia, dado que la predicción del augur le
ha advertido del peligro que corre (en la suasoria IV). En otras, tanto los personajes
como los temas pertenecen a la historia reciente, pero no a la presente, como ocurre
en la VI, en la que Cicerón delibera sobre si debe implorar por su vida a Antonio o
si debe quemar sus escritos ante la promesa de Antonio de respetarle la vida si lo
hace (en la suasoria VII).
El título mismo de algunas declamaciones, reunidas y transmitidas —no compuestas, insisto— por Séneca el Viejo, pone ya de manifiesto lo aberrante de la
mayor parte de los argumentos:
— «La prostituta que aspira al sacerdocio»
— «La vestal incestuosa que fue despeñada»
— «El hombre que violó a dos mujeres»
— «La hija del jefe de los piratas»
— «El hijo de la meretriz que fue reconocido por su abuelo»
— «El violado con ropa de mujer»
Y tantos títulos más de parecida naturaleza.
Más de una vez se ha culpado a los escritores hispanos que florecieron en el
primer siglo del Imperio —a la familia de los Sénecas, sobre todo— de haber sido
los causantes de la corrupción y decadencia de la oratoria y, aun, de la corrupción
13. Lorenzo (1997), p. 511.
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Juan Lorenzo
del buen gusto literario imperante en la época anterior. No faltaron voces críticas
que sostuvieron que las cualidades innatas de aquellos escritores hispanos, sobre
todo de los de algunas zonas de la Península, derivaron hacia el énfasis y la hinchazón de las palabras. Se ha pintado a los escritores cordobeses —a los Sénecas y a los
Latrones— como unos aventureros que, llegados de su provincia a Roma, deseosos
de halagar los oídos de sus dominadores —cito textualmente lo que dice a este respecto Menéndez Pelayo—,14 «hicieron torpe granjería con el arte de la palabra, rebajándola (en prosa y en verso) a ser dócil instrumento de la adulación y de la servidumbre, o bien a simulacros estériles de causas fingidas». A raíz de estas y de
parecidas manifestaciones, surgieron ciertos ataques, no tanto contra Séneca el Filósofo, que siempre fue tenido por un escritor de pensamiento profundo y de una extraordinaria fuerza expresiva, cuanto contra Séneca el Viejo. Así, se ha lanzado
contra el primer miembro de la familia de los Sénecas aparecido en la historia la
acusación de haber sido, junto con su paisano y amigo Latrón, si no el inventor, al
menos el propagandista infatigable de aquellos ejercicios declamatorios, y de haber
falseado la base misma de la oratoria hasta reducir a un mero juego de entretenimiento lo que antes había sido la magna et oratoria eloquentia que resonó en el foro
romano.
Ahora bien, tales acusaciones se refutan fácilmente con el argumento de que la
corrupción de la literatura no depende de la voluntad de un hombre solo ni de la de
muchos, sino de circunstancias externas que pesan sobre el escritor. Y a la literatura
latina de esta época le faltaba, como ya se ha dicho, materia viva en la que ejercitarse, debido a que el omnímodo poder del César había silenciado el foro y sofocado
los demás disturbios de la vida republicana.15 Por eso, ante la falta de ideas nuevas
que alimentaran las creaciones literarias, se buscó una vía de escape en la forma. En
medio de semejantes circunstancias políticas, poca influencia podía ejercer en la
aparición de un nuevo estilo literario, ampuloso e hinchado, la llegada a Roma de
unos cuantos escritores procedentes de la Bética.
Para enjuiciar la obra de Séneca el Viejo se ha de partir de la idea de que no fue
ni un orador, ni un rétor, ni un autor original —en el sentido de creador— de controversias ni de suasorias. Como ya he adelantado, en mi opinión hay que verlo
como un recopilador y un crítico literario. Creo que este es el mérito, el gran mérito,
de su obra, que, a pesar de habernos llegado algo mutilada, constituye una valiosísima colección de fragmentos de discursos que había oído en su juventud —en tiempos muy cercanos a los de Cicerón— a los más renombrados oradores y rétores que
entonces tenían escuela en Roma. De los diez libros de Controversias, solo nos han
llegado cinco, y no seguidos: los dos primeros (i-ii), los dos últimos (ix-x) y el séptimo, e incluso en estos falta mucho; pero ciertas lagunas pueden suplirse con la
ayuda de un epítome formado en el siglo iv o v de nuestra era por un recopilador
desconocido que tal vez se basó en algún repertorio que circulaba por entonces des-
14. Menéndez Pelayo (1962), p. 196.
15. Menéndez Pelayo (1962), p. 198.
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tinado a las escuelas.16 Gracias a estos extractos —excerpta— se pueden conocer los
títulos de todas las controversias, los temas y las praefationes a varios libros.
2.2. Estructura de la obra
La obra lleva por título, como es sabido, Oratorum et rhetorum sententiae, divisiones, colores. Pero no fue esta su única obra. La fortuna, así como ha salvado del
olvido las Controversias y las Suasorias, también ha dejado que se perdiera una obra
histórica que abarcaba desde el inicio de las guerras civiles hasta su muerte: Ab
initio bellorum ciuilium paene usque ad mortis suae diem, recordada —en tono
laudatorio— por su hijo Séneca el Filósofo en la obra, hoy perdida, De uita patris,
en la que caracteriza al padre como una persona de carácter rígido y apegado a las
costumbres de antaño. Habla el hijo del «patris mei antiquus rigor», o se refiere a él
con las palabras «pater maiorum consuetudini deditus». Y en la Consolatio ad Heluiam matrem lo menciona varias veces.
Pero vayamos a la obra por la que es conocido Séneca el Viejo. Era muy anciano,
probablemente nonagenario, cuando, a ruego de sus hijos Lucio Anneo Séneca,
Anneo Novato y Mela —el padre de Lucano—, y ayudado por su portentosa memoria, emprendió la tarea de recoger por escrito todos los fragmentos de discursos que
recordaba y, disponiéndolos en un determinado orden, formar un libro en el que sólo
los prólogos se han de considerar creación original suya y fuente de información
muy valiosa. Que se apoyaba en su prodigiosa memoria para reproducir las declamaciones de los oradores de los tiempos cercanos a Cicerón, es una constante repetida una y otra vez en las praefationes: en el prólogo al libro i de las Controversias
declara, a modo de prólogo programático, que va a reunir todo lo que dijeron los
oradores de su época «si es que no ha escapado todavía a mi memoria» (Contr., I,
pr., 1); más adelante añade: «sigue vivo en mi memoria justo aquello que necesitáis»
(Contr., I, pr., 4); y en ese mismo prólogo invoca de nuevo a la memoria: «tengo
que plegarme a los caprichos de la memoria» (Contr., I, pr. 5) o «comenzaré por la
primera controversia que recuerdo haber oído declamar a mi querido Latrón en la
escuela de Marulo» (Contr., I, pr., 24). También en los prólogos a los libros ii y iii
evoca de nuevo el auxilio de la memoria. Así: «me vino a la memoria» (Contr., II,
pr., 1) o «me limitaré a recoger en este libro todo lo que recuerdo haberle oído»
(Contr., II, pr., 5), y cierra el prólogo del libro iii con las siguientes palabras: «lo que
ahora voy a citar no es lo mejor que él llegó a decir sino lo que yo puedo recordar
mejor» (Contr., III, pr., 18).
En la obra de Séneca, además de la distinción entre controversias y suasorias, las
dos variantes específicas dentro del género declamatorio, es preciso establecer una
diferencia entre las praefationes y el cuerpo de la declamación propiamente dicha.
Las praefationes de las Controversias, como he escrito en un trabajo de hace ya unos
16. Lorenzo (1997), p. 510.
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Juan Lorenzo
cuantos años, recuerdan, aunque solo sea por la fórmula de encabezamiento (siempre: Seneca Nouato, Senecae, Melae filiis salutem), a las cartas-proemio en una colección epistolar. En el cuerpo de la obra, las alusiones a los destinatarios —a sus
hijos— se reducen a expresiones muy poco variadas, del tipo: «iuuenes mei»
(Contr., I, pr., 6), «optimi iuuenes» (Contr., I, pr., 9), «Mella, fili carissime» (Contr.,
II, pr., 3), «non ultra uos differam» (Contr., VII, pr., 1), etc.
De las suasorias conservadas, ninguna tiene prólogo, sin que esta carencia signifique necesariamente que no pudieran tenerlo en su origen, al menos la suasoria que
abre la colección. La impresión que se saca de la lectura de estos prólogos resta
fuerza a muchas de las manifestaciones formuladas sobre el primero de los Sénecas.
Es, efectivamente, de la lectura de los textos, no sólo de las praefationes, sino de
toda la obra, de donde se han de extraer conclusiones fiables acerca de la obra de
cualquier autor, no sólo de la de Séneca. En este sentido, me parecen extraordinariamente acertadas y oportunas unas palabras de La Bruyère en la obra titulada Les
Caracteres,17 palabras que los filólogos deberíamos grabar bien en nuestra memoria
y que, traducidas al español, dicen así: «Jamás se recomendará en demasía el estudio
de los textos, pues es el camino más corto, más seguro y placentero para todo género de erudición. Poseed las cosas de primera mano, tomadlas de su propia fuente.
Manejad el texto una y mil veces, aprendedlo de memoria, citadlo oportunamente
[...]. Los primeros comentaristas se hallaron en el mismo paso en el que deseo veros.
No pidáis prestadas sus luces ni sigáis su visión, sino allí donde las vuestras quedarían menguadas.»
En la praefatio general a las Controversias, Séneca descubre cuáles son los propósitos de su empresa y el verdadero carácter de la obra. Sobre la base del extendido
tópico retórico del exordio de que ni un orador hace uso de la palabra ni el escritor
escribe por iniciativa propia, sino por recomendación o petición de otro, es decir,
porque alguien —en este caso los hijos— se lo ha pedido, se lo ha rogado o, incluso,
se lo ha ordenado —en el caso de un superior—, Séneca pone manos a la obra para
satisfacer la demanda de sus hijos, que le piden la opinión sobre los oradores de su
época y que reúna en una obra las intervenciones oratorias de los declamadores de
entonces, si es que todavía las recuerda: «Exigitis rem magis iucundam mihi quam
facilem: iubetis enim» (Contr., I, pr., 1). El padre accede gustoso, pues la tarea le
parece agradable, aunque difícil: ¡otro tópico del exordio! Con la lectura de esta
recopilación de discursos, los hijos podrán formarse una opinión más exacta sobre
aquellos oradores, en vez de dar crédito, sin más, a lo que se dice de ellos. Insiste en
que es el deseo de sus hijos la razón que lo mueve a escribir: «Nunc quia iubetis»
(«Ya que queréis que lo haga»: Contr., I, pr., 3); «Fiat quod uultis» («Hágase lo que
queréis»: Contr., I, pr., 4). La idea de que no escribe por iniciativa personal se repite insistentemente en el prólogo a la primera Controversia.
Por lo que se refiere a la estructura de estas piezas declamatorias, hay que señalar
que la de las Controversias es un poco diferente de la de las Suasorias, diferencia
17. De la La Bruyère (1965), “De quelques usages”, p. 370.
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que afecta más al número de partes que a la naturaleza de las mismas. En las Controversias —de contenido judicial—, después del prólogo de apertura se reproduce
en todas un esquema bastante fijo que, recogido en el título, comprende: sententiae,
diuisiones y colores.
En el primer apartado —el de las sententiae—, el orador se propone definir bajo
qué ley cae el caso planteado y trata de establecer los conceptos fundamentales de
la causa. En esta parte podían intervenir, uno a continuación del otro, el acusador y
el encargado de la defensa, pero no estaba fijado de manera rígida en qué orden
debía intervenir cada uno.
El término diuisiones designa el plan elegido por los oradores en lo que se refiere a la organización de las cuestiones en las que se divide la argumentación. Por
ejemplo, en la Controversia I, 1, 13, Latrón distingue el aspecto jurídico y el moral
de la causa: «Latro illas quaestiones fecit: diuisit in ius et aequitatem, an abdicari
possit, an debeat» («Latrón planteó estas cuestiones de acuerdo con la distinción
entre ley y equidad. ¿Puede ser desheredado?, y ¿debe serlo?»)
En el apartado de colores se incluyen los diferentes puntos de vista de los declamadores y se recogen los enfoques particulares de los hechos sobre los que se ha de
fundamentar la petición de absolución del acusado o, al contrario, la solicitud de
condena. En la Controversia I, 1, se exponen los distintos puntos de vista de los
diferentes oradores: «Latro colorem simplicem pro adulescente habuit [...]» (Contr.
I, 1, 16); «Fuscus illum colorem introduxit» (Contr. I, 1, 16); «Albutius hoc colore
[...]» (Contr. I, 1, 17); «Blandus colore diverso [...]» (Contr. I, 1, 17).
En las Suasorias se mantienen los dos primeros apartados (el de las sententiae y
el de las diuisiones), pero no el tercero (el de los colores). Es lógico que así sea,
pues, al tratarse de una modalidad declamatoria perteneciente al género deliberativo,
no al judicial, como en el caso de las Controversias, sobra el apartado en el que se
incluyen los motivos para la petición de absolución o de condena del acusado.
En fin, cualquiera que sea el juicio que se forme sobre los criticables —por desafortunados— fragmentos de oratoria de escuela recogidos por Séneca el Viejo,
siempre habrá que salvarlo a él y dejarlo al margen de esta clase declamaciones. En
los excerpta de los libros perdidos, le vemos repetir con insistencia unas palabras de
Casio Severo que encierran la más dura condena del arte de la declamación: «¿Qué
cosa hay que no sea inútil en este ejercicio escolástico, si la misma escolástica es
inútil? Cuando hablo en el foro, tengo algún propósito; cuando declamo, me parece
trabajar en sueños. Si conducís a unos declamadores al senado, al foro, apenas se
encontrará uno que sepa sufrir el sol ni la lluvia. Es imposible que salga un orador
de tan pueril ejercicio. Es como si quisiéramos juzgar de las condiciones de un piloto haciéndolo navegar en un estanque» («Age dum, istos declamatores produc in
senatum, in forum [...] non imbrem ferre, non solem sciunt [...] Non est quod oratorem in hoc puerili exercitatione species: quid si uelis gubernatorem in piscina aestimare?»; Contr. III, pr., 13). Aparte del interés de la obra de Séneca por ser la única
fuente de la que es posible obtener información referente al género retórico de la
declamación, Séneca el Viejo debe ser valorado, de manera especial, por su actitud
de crítico severo, que ha protestado siempre contra la materia que coleccionaba.
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