ramón campos, teórico de la sociedad civil

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RAMÓN CAMPOS, TEÓRICO DE LA SOCIEDAD CIVIL
Alfonso Galindo Hervás
Universidad de Murcia
Nuestros ilustrados no han gozado de la atención que merecen en los
programas de estudio universitarios ni aún en la investigación histórica y filosófica.
Una afirmación tan rotunda y aparentemente gratuita adquiere un fundamento más
si reparamos en la figura y en la obra del ilustrado valenciano Ramón Campos Pérez,
eco del mejor pensamiento europeo de su época1. Respecto de lo primero, y entre
otros datos, Campos fue catedrático de Teología y de Filosofía, experto en física,
sobrino del ilustrado arcediano de Chinchilla José Pérez, amigo de jansenistas como
el obispo Antonio de Posada Rubín de Celis, enviado por Godoy a Inglaterra y a
Francia para conocer nuevas técnicas agrícolas e implantarlas en España, perseguido
por la Inquisición y preso, combatiente frente a las tropas napoleónicas y
encarcelado finalmente por sus posturas republicanas2. A propósito de la obra, ésta
que la Biblioteca “Saavedra Fajardo” ofrece a los investigadores, editada por
Cayetano Mas Galván en 1989, fue escrita en 1799, durante el encarcelamiento en
Málaga, y publicada por primera vez en París en 1823, quince años después de la
muerte de su autor3. En vida pudo publicar Sistema de Lógica (1791), La Económica
reducida a principios exactos, claros y sencillos (1797) y El don de la palabra, en
orden a las lenguas y al ejercicio del pensamiento o Teórica de los principios y
efectos de todos los idiomas posibles (1804).
El eclecticismo propio de la llamada “ilustración española” presidía los
programas de estudio del Seminario murciano de San Fulgencio durante los años de
formación de Campos. Ya siendo profesor allí, vivió los primeros problemas con la
Inquisición a propósito de su postura sobre la infalibilidad papal. A partir de 1790,
sus intereses intelectuales lo condujeron –muy influido por el empirismo de
1
Sobre los ilustrados valencianos, cf. E. La Parra López, “Los ilustrados valencianos y el primer liberalismo”, en
Anales Valentinos, XXIII, 46, 1997, pp. 283-296; “La Ilustración valenciana”, en VV.AA., Nuestra Historia,
Mas-Ivars, Valencia, 1980, pp. 149-164, 227-304; E. Lluch, “La fisiocracia al País Valencia: història d’un
retard”, en Mayans y la Ilustración. Simposio Internacional en el Bicentenario de la muerte de Gregorio
Mayans, Valencia, 1981, t. II; “Reflexiones sobre la Ilustración económica valenciana”, en La Ilustración
española, Alicante, 1986; A. Mestre Sanchis, “Cavanilles y los ilustrados valencianos”, en http://www.uv.es
2
Los datos los proporciona Cayetano Mas Galván en “Estudio preliminar”, en R. Campos, De la desigualdad
personal en la sociedad civil, pp. 34s.
3
Sobre el ambiente político de la época, cf. E. La Parra López, “La crisis política de 1799”, en Revista de
Historia Moderna, U. Alicante, 8-9, 1990, pp. 219-231. El ejemplar de la revista se dedica monográficamente al
reformismo y su crisis en el siglo XVIII español.
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Ramón Campos, Teórico de la sociedad Civil.
Condillac4— a privilegiar su dedicación a la física en detrimento de la teología y la
filosofía, asumiendo la separación de dichas esferas. A ello contribuyó su larga
experiencia viajando por el continente, que le permitió conocer el ambiente
intelectual y las obras de los pensadores más sobresalientes. De hecho, en el prólogo
de La Económica declara haberse limitado a resumir las tesis fundamentales de
Adam Smith.
El ensayo De la desigualdad personal en la sociedad civil (DPSC) constituye
una defensa de la civilización y del progreso de evidente afinidad con las ideas
ilustradas escocesas, y muy especialmente con las presentes en las obras de Adam
Ferguson y Adam Smith. Los ilustrados escoceses coinciden en considerar
históricamente erróneas las teorías contractualistas. Esto explica el que Ferguson no
pretenda, como Hobbes, Locke o Rousseau, legitimar contractualmente la
organización política, sino destacar sus rasgos distintivos, remitiendo sus orígenes y
fundamentos a la propia naturaleza humana. El suyo es un ensayo que cabe
considerar una historia natural de la sociedad civil. “Natural” por cuanto la sociedad
civil y el progreso que implica se deben a la propia naturaleza humana, y no a
artificio contractual alguno5. También DPSC puede considerarse un rechazo de las
posturas contractualistas y, en concreto, de la crítica de la civilización presente en el
Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad, de Rousseau. Para
Ferguson y Smith, como para Campos, la sociabilidad es natural e innata, siendo
superfluo cualquier recurso a un contrato que la procure (DPSC, pp. 71, 106).
Al igual que Smith, autor de una Teoría de los sentimientos morales
íntimamente vinculada al ensayo económico La riqueza de las naciones, Campos
pretende con DPSC complementar el estudio emprendido en La Económica mediante
el desarrollo de una Política, entendida ésta como el conjunto de reglas que deben
presidir el trato debido a las personas en función de su pertenencia a los diversos
grupos y estatus –que considera de fundamento natural.
Más allá de este dato, el interés histórico-conceptual del libro radica en su
objetivo de proporcionar un análisis (repleto de elementos normativos) de la
sociedad civil y del comportamiento en su seno, esto es, de la conducta social (en
este sentido, puede considerarse un ensayo de moral social). Ello indica la existencia
de una conciencia sabedora de la autonomía de dicho ámbito –ya que en DPSC está
ausente cualquier referencia a un análisis del poder político en sí, más aún de lo
religioso. Tal conciencia permite vincular a Campos con la tradición de pensamiento
que es común considerar precursora del liberalismo, la citada ilustración escocesa, en
la medida en que supo aprehender y reivindicar (aún con ambigüedades) la
singularidad de lo civil y su autonomía respecto de lo político-estatal. Aún más: en
los escoceses era explícita la honda preocupación (deudora de la herencia
humanista) por las cuestiones relativas a la virtud (individual, pero también social) en
el seno de sociedades que progresaban en base al mero interés individual. El
individuo en el que piensan –especialmente Ferguson— no es autónomo, ya que su
carácter moral (y su propia autonomía) le exige la relación con los otros. En este
4
Cf. A. Guy, “Ramón Campos, disciple de Condillac”, en Pensée hispanique et philosophie française des
Lumières, U. Toulouse-Le Mirail, 1980.
5
Cf., por ejemplo, A. Ferguson, Un ensayo sobre la historia de la sociedad civil, trad. G. Solano, I. E. P.,
Madrid, 1974, pp. 11s.
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sentido, la concepción fergusoniana de la sociedad sólo es comprensible desde su
concepto de hombre virtuoso, que es la figura a la que se dirigen sus reflexiones. Es
el rol ético que debe desempeñar el individuo en la sociedad civil lo que interesaba a
los ilustrados que asistían al desarrollo comercial de su sociedad. Tal preocupación es
evidente en todas las páginas de DPSC (por ejemplo, pp. 132s., 138, 155, etc.)
Pero nadie debe llamarse a engaño. Si hasta en los escoceses esa conciencia
de autonomía civil es difusa –teniendo que esperar a Hegel para hallar la primera
gran teoría de la diferenciación—, mucho más lo parece en las páginas de Campos, a
fin de cuentas dependiente de ellos (así, y al igual que sucede en Locke, su uso de la
expresión “sociedad civil” debe considerarse sinónimo de “sociedad política”,
careciendo de las connotaciones que posee hoy). Y ello por no mencionar la
deficiente, si no inexistente, formación de sociedad civil en la España de la época,
dominada por los intereses de una sociedad rígida y compartimentada.
Más allá de esta contextualización general, y centrándose en el desarrollo de
la obra de Campos, hay que señalar que en la misma dominan diversas tesis y
argumentos que permiten tanto reconstruir los temas de interés del autor, como
demostrar su conocimiento de la tradición escocesa.
Ante todo, la defensa de las ideas de civilización y progreso, constante en el
ensayo (por ejemplo, pp. 123, 145, 147, 193). Lo decisivo es que, para Campos, el
motor del progreso es la desigualdad entre los hombres, de la que sostiene un
fundamento natural. De esta manera, su ensayo asume una fergusoniana división de
las sociedades y sus individuos (salvajes y civilizados) que, a la par que le sirve para
ilustrar la realidad del progreso social en determinados países, constituye la tesis
antropológica en la que hace reposar la etiología del progreso. Es lo que permite,
aún con matices, sostener que Campos no llega a cuestionar la división estamental
de la sociedad española de la época6. El siguiente párrafo introductorio es ilustrativo
al respecto:
“Inténtase probar en el siguiente escrito que desde el salvaje hasta el hombre culto,
desde el mendigo hasta el magnate, hay una gradación progresiva de moralidad y
racionalidad, de suerte que la dignidad y el valor intrínseco del individuo no es uno
mismo en estas distintas clases. Y que las distinciones políticas correspondientes a las
diferencias naturales de cuna, haberes, sexo y oficio, son la máquina que la
naturaleza emplea para cultivar y mejorar la especie” (p. 59. Igualmente, cf. pp.
83ss., 111ss., 119, 138, 144, 158).
Tampoco para Ferguson la sociabilidad humana implicaba armonía perfecta.
También él elaboró una teoría del papel del conflicto como origen de los valores
sociales y estructurador de la propia sociedad civil7. En el caso de Campos, ello explica
que reclame justicia y equidad, pero no igualdad (cf. cap. V), elogiando la amistad
como ejemplo de posibilidad de igualdad entre desiguales (pp. 84, 159, 165). Junto a
ello, el vínculo entre desigualdad y progreso también debe comprenderse a partir del
6
Es la tesis que defiende Antonio Elorza en “Liberalismo económico y sociedad estamental a fines del siglo
XVIII”, en Moneda y Crédito 110 (1969). Esta postura de Campos también podría considerarse coincidente con
la de Ferguson, cuya obra refleja por igual la influencia de ideales cívicos y comunitarios y de presupuestos y
objetivos de un liberalismo aún vinculado a cierta idea de derechos estamentales.
7
A. Ferguson, Un ensayo, o. c., pp. 31, 77.
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elogio de la división del trabajo, típico de la ilustración escocesa, y al que
posteriormente me referiré.
Junto a la idea de progreso, debe destacarse una analogía que recorre el
ensayo: la existente entre las leyes que rigen el mundo físico y las que rigen el
humano. A la ley newtoniana de la atracción universal de los cuerpos correspondería
la del flujo por armonizar propia de los humanos en sociedad (pp. 70s., 92, 121). No
es difícil detectar tras esta tesis sobre la armonía ideas de Smith, Ferguson o Hume.
En efecto, si la sociedad no debe ser legitimada ni fundamentada, el objetivo se
concentra en analizar las motivaciones de los individuos para unirse entre sí. En este
sentido, los flujos equivaldrían a impulsos o tendencias naturales, distinguiendo
Campos dos fundamentales: el de que nos hagan caso (flujo por el viso) y el de
armonizar (capítulos I y II respectivamente). La relevancia de los flujos se aprehende
al reparar en que Campos, también en ello coincidente con el ilustrado Hume, no
concedía capacidad a la razón en orden a influir en el comportamiento, fiando la
reforma de éste a las costumbres y a los instintos (pp. 104-107, 133). Pero fiándoles
también el propio progreso, por cuanto éste se basa en el deseo de enriquecerse
que, a su vez, se funda en el flujo por el viso y por armonizar (p. 109). En efecto,
debe subrayarse la postura liberal acerca de la relevancia del derecho de propiedad y
los estímulos económicos en orden al progreso de los pueblos (pp. 131, 136s., 183).
Tal progreso corre paralelo de la división del trabajo, que lo refuerza y aumenta la
complejidad y la diversificación de funciones sociales (pp. 112, 116s., 145, 183ss.,
201).
Podría terminar esta breve presentación aludiendo a otras tesis y argumentos
que evidencian la relevancia de esta obra de Campos y su dependencia de la mejor
filosofía de la época. Sería el caso de sus referencias a la opinión pública (pp. 116,
137) tanto como a la Grecia y la Roma clásicas (pp. 134, 184), de su defensa de la
superioridad del presente frente al pasado (p. 114), de la atención que presta a la
institución matrimonial-familiar, propia de la sociedad civil (pp. 141s.), de su
asunción de la división de esferas (p. 145) o su conciencia de la finitud humana (p.
153), de la distinción entre lo privado y lo público a la que se remite (pp. 158, 203),
de la referencia a la pluralidad de lenguas (a lo que dedicó un ensayo) como garantía
de libertad de las naciones (p. 179), de su elogio de la tolerancia (p. 180), de la vida
en la ciudad (p. 191) y de la productividad económica (pp. 211ss.) o, en definitiva,
de su advertencia sobre los peligros de los actos arbitrarios del Gobierno (p. 204).
Todo ello nos habla de un autor que deben conocer los interesados en nuestra
historia y, muy especialmente, quienes ignoran el justo valor de nuestros ilustrados,
que se esforzaron, aun con los titubeos propios de la época, por pensar con
categorías renovadas su presente y, por ello, nuestro destino político. De esta
manera, una historia conceptual de la sociedad civil que tenga presente a ilustrados
como Ramón Campos puede ser relevante para enraizar los usos contemporáneos
del concepto en una cultura política que podamos experimentar como propia a la par
que valorando su singularidad.
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