CIUDADES ESPAÑOLAS, 1787-1930, Caracterización y

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CARACTERIZACIÓN Y CLASIFICACIÓN HISTÓRICA DE LAS CIUDADES ESPAÑOLAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
EL SIGLO XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
A.- Ciudades emergentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
B.- Pequeñas ciudades en desarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
C.- Ciudades medias, capitales de provincia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
D.- Las ciudades "adormecidas" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
E.- Más que pueblos y menos que ciudades, las cabeceras comarcales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
- Poblaciones semiurbanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
- Poblaciones semirrurales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
EL SIGLO XX (HASTA 1960) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
A.- Ciudades emergentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
B.- Pequeñas ciudades en desarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
C.- Ciudades medias, capitales de provincia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
D.- Las ciudades "adormecidas" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
E.- Más que pueblos y menos que ciudades, las cabeceras comarcales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
- Poblaciones semiurbanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
- Poblaciones semirrurales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
CARACTERIZACIÓN Y CLASIFICACIÓN HISTÓRICA DE LAS CIUDADES ESPAÑOLAS
Germán Rueda, Universidad de Cantabria
Mi intención, aquí, es la de adelantar resumidamente la investigación que consiste en desentrañar cómo era cada tipo de localidad donde vivían
los españoles del siglo XIX y qué funciones cumplían. Es pues, un enfoque funcional y de historia social que pretende organizar, sistematizar, en el espacio
y en el tiempo los miles de núcleos y ayuntamientos españoles de dicha centuria.
Según D. Reher, en un trabajo publicado en 1994, las localidades superiores a 10.000 habitantes eran 84 y 122 respectivamente en 1860 y 1900.
En ellas vivía el 14,5% en 1860 y cerca del 21% en 19001. Si tomamos como referencia las poblaciones de más de 5.000 habitantes son 265 en 1860 y 347
en 1900. Los porcentajes respecto al conjunto de la población son 22,5 (1860) y algo más del 29% (1900).
1.- Según estos datos, entre 1850 y 1900, España tuvo un considerable incremento del porcentaje de la población urbana (la multiplicación por dos se produjo en 1930) en relación
al conjunto de la población nacional, mientras que, en la segunda mitad del siglo XIX, Gran Bretaña lo triplicó y Alemania lo cuadruplicó. Italia y Portugal tuvieron una evolución
más parecida a la española: un crecimiento algo mayor la primera y algo menor la segunda.
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La publicación de estos datos, así como el correspondiente trabajo de Reher, supuso un enorme salto en el conocimiento del mundo urbano español
del siglo XIX. Al tiempo que recogía otros datos de los censos y nomenclátores he hecho las comprobaciones y mis datos no difieren esencialmente de
los de David Reher y el error, si lo hay, puede estar en mis notas y no en las suyas. El número de localidades de más de 5.000 habitantes era de 205 para
1787 (dato que Reher no aporta) y el porcentaje respecto al total de población es del 24%. En 1860, son 313 localidades y el 25%. En 1900, 350 poblaciones
y también algo más del 29% en 1900.
Evidentemente, el dato demográfico es muy importante y necesario, pero no es el único. Incluso puede enmascarar la realidad. Por ejemplo, he
comprobado que hay veinticuatro pueblos de más de cinco mil habitantes2 en el siglo XIX que no tienen ni un solo elemento que induzca a considerarlos
como urbanos, semiurbanos o semirrurales. Son, exclusivamente, dormitorios de jornaleros en la zona sur española. Por el contrario, hay más de dos
centenares de localidades que he clasificado como urbanas, semiurbanas o semirrurales sin llegar a los cinco mil habitantes. Efectivamente, nueve (todas
ellas al norte del Tajo y el Júcar) tenían menos de cinco mil habitantes pero, por sus servicios y estructura social, eran centros urbanos, en desarrollo (tres
localidades, en los alrededores de Barcelona, que a finales del XIX o principios del XX se convierten en barrios de Barcelona: Corts, Horta y San Gervarsio)
o "adormecidos"3. Por razones proporcionalmente similares, he clasificado, como semiurbanas y semirrurales, cerca de cincuenta y ciento sesenta
poblaciones, respectivamente, en las que los habitantes no sobrepasaron la cantidad de referencia, cinco mil, a lo largo del siglo.
ESPAÑA, SIGLO XIX
Fuentes: varias
Elab: Germán Rueda
CIUDADES
+ QUE PUEBLO PERO - QUE CIUDAD
129
417
8809
PUEBLOS
Además del número de habitantes, hay otros elementos
que deben ser tenidos en cuenta: la situación administrativa
(capital de provincia, antiguas intendencias o corregimientos),
su rango judicial (sede de partido judicial, existencia de
registrador de la propiedad), militar y eclesiástico (obispados,
cabildos, arciprestazgos), ubicación en relación con los nuevos
ferrocarriles, canales, puertos marítimos y carreteras,
estaciones del telégrafo eléctrico, existencia y número de
casinos y círculos recreativos o deportivos, sociedades
culturales, sociedades religiosas, organizaciones obreras,
centros políticos, colegios profesionales, patronales, cámaras
de comercio y similares, sociedades anónimas, bancos y
entidades financieras, empresas de seguros, cooperativas,
servicios urbanos, plazas de toros y teatros (con aforos,
número y tipo de espectáculos ofrecidos algunos años),
2.- Casi todos situados al sur de los ríos Tajo y Júcar: Los Santos de Maimona (Badajoz), Arroyo del Puerco (hoy Arroyo de la Luz), Ceclavín, Miajadas y Torrejoncillo (Cáceres),
Miguelturra (Ciudad Real), Consuegra (Toledo), Bailén y Santiestaban del Puerto (Jaén), Alahurín el Grande (Málaga), Conil de La Frontera (Cádiz), Cantillana, Dos Hermanas,
Guadalcanal, Los Palacios-Villafranca, Puebla de Cazalla, El Viso del Alcor (Sevilla), El Egido (Almería) Aspe (Alicante), Catarroja, Oliva y Tabernes de V. (Valencia), Felatanix
y Sa Pobla (Baleares).
3.- Sigüenza, Jaca, Solsona, Seo de Urgel, Mondoñedo y Burgo de Osma.
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centros públicos de enseñanza media, profesional y universitaria, colegios privados de enseñanza secundaria y seminarios con número de alumnos y
profesores... y algunos más tales como el índice de analfabetismo, ponderado en función del medio y la provincia donde se sitúa la localidad, algunos
indicadores profesionales a principio del siglo XIX (tales como número de abogados, comerciantes, industriales o estudiantes), existencia de contingentes
militares, número de conventos y monasterios, noviciados, índices de masculinidad, emigración o inmigración en el siglo XIX, número significativo de
empleadas en el servicio doméstico diferenciadas de los criados dedicados a las actividades agrarias,número de extranjeros residentes y transeúntes en cada
lugar, existencia y número de inclusas, casas-cuna, hospicios y hospitales.
Con todos estos indicadores, he clasificado los más de nueve mil ayuntamientos españoles del siglo XIX y sus correspondientes núcleos de
población4. Algunos estarán discutiblemente ubicados en un determinado grupo, pero el conjunto creo que resulta más complejo que las categorías que
se suelen manejar. A la vez, más matizado y ajustado a la realidad, por lo que puede aportar mayor luz para obtener una imagen más precisa y para
comprender y explicar las variantes y distintas evoluciones de la sociedad española, tanto rural como urbana.
En resumen, podemos clasificar los centros urbanos (o con ciertos grupos organizados con características de sociedad urbana) en varias categorías:
ESPAÑA
Siglo XIX
Ciudades
I: EMERGENTES
32
IV: "ADORMECIDAS"
56
II: CAP. PROV. MEDIAS
8
33
III: CIUD. EN DESARROLLO
Fuentes varias. Elab. Germán Rueda
I.- Las treinta y dos ciudades que
denomino "emergentes" (de ellas,
veinticuatro capitales de provincia) que
suman poco más de un millón cien mil
habitantes a principios de siglo XIX y
terminan con cerca de dos millones y
medio. Pasan de un índice 100 en 1787 a
otro 240 en 1900, mientras que la media
nacional para dichos años fue 100 y 175.
Se trata de las ciudades portuarias más
importantes, a las que se suman pocas
ciudades del interior, que superan los
25.000 habitantes en 1860, 40.000 en 1900
y los 60.000 en 1930. Sus servicios y
estructura socio-profesional permiten con
claridad calificarlas como ciudades.
4.- Los ayuntamientos integran decenas o centenares de miles de núcleos de población. Depende de cómo se hayan contabilizado y agrupado en cada "Nomenclátor": concretamente
en el de 1858 son 47.520 núcleos o entidades de población. Los datos de habitantes de cada localidad en 1787 son los del Censo. Los de 1858, 1900 y 1930, siguiendo lo iniciado
por D. Reher (1994), corresponden sólo al núcleo principal de cada población (elimina, por tanto, las entidades cercanas incluidas legalmente en el municipio), salvo en algunos
casos que se trata de barrios muy próximos al centro y que he preferido agruparlos al núcleo principal. Así pues, el número de habitantes es menor que el que indica el censo los
mismos años. De esa manera, por ejemplo, se evitan incluir en Santiago de Compostela las pequeñas aldeas o casas aisladas, cuyos habitantes vivían en medios plenamente rurales.
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II.- Treinta y tres pequeñas ciudades en proceso de desarrollo, excluidas las capitales de provincia. Su población, al menos en la mayoría de los
casos, está próxima a los 15.000 habitantes a finales del siglo XIX. Son tanto del interior de la Península como costeras. Su común denominador
es la tendencia al crecimiento demográfico por encima de la media nacional y la considerable actividad económica. Suelen tener escasos servicios
administrativos y casi ningún centro público de enseñanza, aunque sí algunos privados. En su totalidad, apenas tenían 170.000 habitantes en 1800
y terminan el siglo con cerca de 420.000. Es el índice de crecimiento mayor de todos los grupos urbanos y semiurbanos en el siglo XIX. Pasan de
100 en 1787 a 259 en 1900.
III.- Ocho capitales medias de provincia, con cierta actividad, aunque no llegan al número de habitantes que dados como referencia de las ciudades
emergentes en 1860, 1900 o 1930, pero que superan los veinte mil habitantes a finales del siglo XIX. En conjunto, pasan de 100.000 a 200.000
habitantes en el siglo pasado. Aumentan su población, pues, por encima de la media del crecimiento demográfico nacional. Sus servicios urbanos
son intermedios entre los grupos de ciudades anteriores y los posteriores. La "fuerzas vivas", con un considerable peso en la estructura socio
profesional, están muy vinculadas a la administración civil y militar, la enseñanza o el clero.
IV.- Las ciudades "adormecidas" son dieciocho capitales de provincia y otras treinta y ocho ciudades, más o menos activas en la Edad Moderna
que, sin embargo, no llegan a los veinte mil habitantes, o lo hacen a duras penas, entre los años 1800 y 1900. Suelen tener más servicios religiosos
(obispados), benéficos, administrativos y centros de enseñanza pública que actividad económica e iniciativa privada. Su población total, que empieza
el siglo con unos 500.000 habitantes y termina con poco más de 600.000, crece escasamente en el XIX, muy por debajo de la media nacional.
EL SIGLO XIX
A.- Ciudades emergentes
Se trata de treinta y dos ciudades que albergan a la mayor parte de los grupos de población más activos y modernos del siglo XIX y principios del
XX.
De las poblaciones de más de 25.000, en torno a 1860 (las señaladas con ** sobrepasan o se acercan a los 100.000 habitantes en 1860), hay que
destacar las costeras, que afianzaron su papel de ciudades portuarias y, en algunos casos, industriales, donde la burguesía de los negocios tuvo un peso
considerable: Bilbao, Santander, Gijón-Oviedo, La Coruña-Ferrol, Cádiz-San Fernando (**), Jerez de la F.-Puerto de Santa María, Sevilla(**), Málaga(**),
Almería, Cartagena, Murcia, Alicante, Valencia(**), Palma de Mallorca, Tarragona-Reus y Barcelona(**). En el interior, además de Madrid(**), otras
cuatro ciudades superaban los 30.000 habitantes: Valladolid, Zaragoza, Córdoba y Granada.
Todas estos centros urbanos llegaban o sobrepasaban los 40.000 habitantes en 1900 y -salvo las excepciones de Almería y Cartagena- los 60.000
5
en 19305.
A finales del siglo XIX, otras seis ciudades se pueden considerar emergentes en la zona costera. Además del criterio de población, he tenido en
cuenta, para la inclusión en esta categoría, su emplazamiento y aprovechamiento creciente de centro comercial (a través del puerto y sus conexiones
terrestres) de la zona de influencia. Igualmente son destacables los servicios típicamente urbanos, de los que se beneficia directamente la clase media, que
se manifiestan en las últimas décadas del siglo XIX en sociedades como los colegios privados de enseñanza secundaria, cámaras de comercio, "clubes"
deportivos o sociedades anónimas. San Sebastián, con casi 30.000 habitantes en 1900 contaba con 50.000 en 1930. Santa Cruz de Tenerife, que tenía 30.000
habitantes en 1900, se acercaba a los 48.000 en 1930. Vigo y Huelva crecían rápidamente: habían duplicado su población entre 1900 y 1930 de unos veinte
a cuarenta mil habitantes. Las Palmas había pasado de casi 30.000 a 41.000. Por su parte, Castellón aumentó, aunque más lentamente, el número de
habitantes: 18.500 en 1860, 27.500 en 1900 y 33.500 en 1930.
Considerado globalmente el siglo XIX, hay que destacar el crecimiento de algunas ciudades6. Barcelona y Madrid duplican su población en menos
de 50 años (de unos 250.000 habitantes en 1860 a más de medio millón en 1900). Otro avance destacable es el de Bilbao, que se afirma como cabeza del
núcleo industrial del Norte y triplica su población: en 1850 apenas llegaba a los 25.000 habitantes y en 1900 posee unos 80.000. Valladolid, que pasa de
un índice 100 en 1787 al 281 en 1900, se afianza como centro industrial y comercial en el centro de la cuenca del Duero. Santander ha multiplicado por
diez la población y se ha convertido en el principal puerto del Cantábrico del siglo XIX. En menor medida, es un fenómeno que se repite en Gijón y Málaga.
Valencia, Sevilla, Zaragoza y Murcia tienen un crecimiento más discreto. Granada y Córdoba apenas crecen. Por su parte, una de las ciudades de
asentamiento de la burguesía comercial del siglo XVIII y principios del XIX, Cádiz, no hace sino mantener la población a lo largo del siglo.
La afluencia de inmigrantes y el crecimiento de las ciudades emergentes exigió buscar nuevos espacios para albergar la población. Un fenómeno
común fue el del crecimiento en altura y la construcción de muchos más edificios en el centro de prácticamente todas las ciudades. Se urbanizaron los
espacios hasta entonces ocupados por huertas o zonas amplias de conventos y monasterios nacionalizados y subastados como consecuencia del proceso
desamortizador. Otra consecuencia fue la necesidad de ensanchar las ciudades y el derribo de las murallas de estas ciudades en desarrollo. Entre otras, las
murallas y cercas fueron derribadas en Burgos (1831), Almería (1854), San Sebastián (1864), Valencia (1865), Madrid (1868) o Barcelona (1868). Las
viejas murallas, de la Edad Media o Moderna, tenían en su origen un carácter defensivo, pero que ya no podía cumplir ese objetivo ante las nuevas técnicas
militares. Si se mantuvieron durante parte del siglo XIX fue por su carácter fiscal, ya que esta cerca o muralla permitía fácilmente la recaudación de los
impuestos de "puertas o de consumos" en las ciudades. Sin embargo, fueron derribadas en bastantes ciudades en el período isabelino. Durante la segunda
mitad del siglo XIX se desbordó el perímetro urbano señalado por aquellas ruinas.
El derribo de estas murallas y cercas fiscales en algunas ciudades propició la formación de paseos públicos arbolados que embellecieron las ciudades
5.- La población de Almería y Cartagena se había mantenido alrededor de 40.000 habitantes entre 1900 y 1930, lo que significaba un estancamiento en relación con el conjunto de la
población española.
6.- El fenómeno fue más acusado en otras ciudades de la Europa Occidental: Londres, que contaba dos millones setecientos mil habitantes en 1850, superó los seis millones y medio
en el decenio de los ochenta. La población de París pasó de uno a dos millones setecientos mil en el mismo período. Berlín, con cuatrocientos mil habitantes en 1850, se acercaba a
los dos millones en 1900. Los casos de Roma, Milán y Lisboa ofrecen una evolución parecida a la de las dos grandes ciudades españolas..
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españolas y permitió o hizo posible que se plantease la ampliación del espacio urbano. Sobre el plano, el ensanche vendrá a estar representado por una
especie de enrejado (calles rectas, tiradas a cordel, que se cruzan perpendicularmente), adosado al viejo perímetro, de trazado irregular, legado por la
historia.
Los "ensanches" de Barcelona y Madrid, Bilbao, San Sebastián, Valencia y algunas poblaciones más supondrán otros tantos desafíos urbanísticos
a los cuales harán frente los arquitectos españoles, generalmente con imaginación y buen conocimiento de los problemas. Es el caso del barrio de Salamanca
en Madrid, o el trazado de proyectos a largo plazo (planes Cerdá y Castro en Barcelona y Madrid, por ejemplo) y la "Ciudad Lineal" proyectada para
Madrid, a partir de 1892, por Arturo Soria.
Valladolid puede ser el prototipo de "ensanche interior", aprovechando los espacios urbanísticos desamortizados en el centro de la ciudad, que
servirán para trazar nuevas calles en las que se insertarán manzanas relativamente regulares. Lo característico será la construcción de edificios que ganan
en altura (cuatro, cinco o seis pisos) respecto al antiguo caserío. Esta es la explicación de cómo, con un perímetro no mucho mayor que el del siglo XVIII,
puede albergar un número muy superior de habitantes.
En contraposición a los "ensanches" y derribos de murallas, hay que referirse a otras ciudades en las que se solía dar un hecho tan significativo como
la continuación de las murallas, prueba de la congelación y falta de vitalidad de estas poblaciones. La mayoría son las que ya he citado antes que no
sobrepasaban los 25.000 habitantes en 1900. En algunas de estas ciudades adormecidas, como señala García Colmenares (1986) refiriéndose al caso de
Palencia, se plantea un ensanche a mediados del siglo XIX, pero no se llevará a cabo en todo el siglo: la escasa presión demográfica no lo hará necesario.
Indice crecimiento poblacion
Ciudades
1787
1860
1900
1930
100
140
I: EMERGENTES
240
397
100
149
II: CAP. PROV. MEDIAS
192
274
100
174
III: CIUD. EN DESARROLLO
247
356
100
117
IV: "ADORMECIDAS"
124
160
90
150
Fuentes: Censos. Elab. Germán Rueda
210
270
330
390
El naciente ferrocarril en los años
cincuenta, sesenta y setenta, unido a los
puertos de mar y a las nuevas carreteras,
creará nudos de comunicaciones que
beneficiarán a ci ert as ci u d ad es .
Destacadamente, Barcelona y las ciudades de
su alrededor. Algunas se convirtieron
también en ciudades industriales: Málaga
(hasta los años ochenta del siglo XIX),
Bilbao, Valencia, Sevilla o Valladolid
sumaron esta industria al papel comercial y
administrativo. Como ya hemos visto, el
afianzamiento urbano se produjo también en
ciudades típicamente de servicios y
estratégicamente situadas como Madrid,
Zaragoza, Murcia, Córdoba o Granada.
Las treinta y dos ciudades que
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considero emergentes reúnen la inmensa mayoría de los pocos extranjeros que viven en España y especialmente los comerciantes e industriales, todos los
principales puertos marítimos, la mayoría de las cámaras de comercio y patronales importantes del país. Todas tienen un índice de analfabetismo inferior
a la media provincial, en ellas se sitúan cerca de la mitad de los colegios privados y más de la mitad de los centros públicos de enseñanza media y superior,
ateneos y sociedades científicas, casi todos nuevos "clubes" marítimos, los circos estables e hipódromos. Indudablemente, es el nervio del país en las nuevas
y más productivas actividades económicas, en la dirección política e intelectual, en la alta cultura y en las sociedades recreativas que agrupan a la burguesía
de los negocios. Sin embargo, no lo son "todo", otros pocos millones de españoles viven en otros núcleos urbanos que también cuentan.
B.- Pequeñas ciudades en desarrollo
Se trata de más de treinta localidades que no eran capitales de provincia. En algunos casos, tuvieron un crecimiento considerable en el siglo XIX
como núcleos industriales. Es el caso de Alcoy, que triplica su población en el siglo XIX y se acerca a los treinta mil habitantes en 1900. Elche mantuvo
su población entre quince y veinte mil habitantes, pero, por los servicios que tenía, se puede afirmar que existía un sector de la sociedad plenamente urbano.
Béjar, en Salamanca, pasó de algo más de cuatro mil a ocho mil. Hay que señalar también las nuevas ciudades industriales en las inmediaciones o en las
cercanías de Barcelona como Badalona, Igualada, Manresa, Mataró, Sabadell o Vilanova. Todas ellas habían superado el umbral de los 10.000 habitantes
en 1860 y se acercaban a los 20.000 a finales del siglo XIX o comienzos del XX. Otras menores se situaban en los alrededores de Bilbao (Sestao) o la propia
Barcelona (tres localidades más). Es a comienzos del siglo XX cuando su desarrollo como centros industriales adquiere una importancia notable y sus
servicios, al menos en algunos aspectos, se podrían considerar urbanos.
Algo semejante ocurrirá con el sector minero. Es el caso de La Unión, que nacerá como ciudad minera en el siglo XIX hasta alcanzar los 22.000
habitantes en 1900. Linares quintuplica su población en el siglo XIX, acercándose a los 30.000 en 1900.
A veces, fue su situación lo que las convirtió en ciudades en desarrollo a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Así les sucede a las que
se encontraban cerca del Estrecho de Gibraltar: Algeciras, La Línea, Ceuta o Melilla por su posición estratégica. Por su parte, Valdepeñas, en el centro de
la meseta meridional, bien comunicada por carretera y ferrocarril en el siglo XIX, aprovechó esta circunstancia para convertirse en distribuidor comercial
y de servicios, lo que se manifiesta en un mayor crecimiento de población que la propia capital de la provincia (Ciudad Real): partía de 8.000 habitantes
a principios del XIX y alcanzaba los 20.000 en 1900. Por entonces, tenía un buen número de casinos diferenciados por grupos sociales, dos círculos políticos
(de republicanos y liberales), dos colegios privados y todos los servicios propios de la sede de partido judicial.
Además de algunas de las ya citadas, varias ciudades se aprovecharon de su puerto marítimo. Aunque de mucha menor entidad que los de las
ciudades portuarias emergentes, fueron suficientes para impulsar una economía que generó ciudades "en desarrollo", como Águilas7, que partiendo de
apenas 300 habitantes en 1800, superaban los 11.000 a finales del siglo XIX. En la misma provincia murciana, Mazarrón unía la minería a su actividad
7.- Era una de las pocas ciudades española que, a finales del siglo XIX, contaba con un "Club de Regatas". Símbolo del grupo social de la burguesía de los negocios con aires
europeos en sus costumbres.
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portuaria y sobrepasaba los 15.000 habitantes en 1900. Avilés era un caso parecido a ésta última. Las tres tenían casinos y colegios privados.
Algunas ciudades portuarias más, aunque tuviesen una población relativamente escasa, que no superó los diez mil habitantes entre 1800 y 1930,
sin embargo, manifestaron una considerable vitalidad en los servicios que prestaron a su propia ciudad y al entorno. Un ejemplo de este desarrollo es
Vinaroz, que tenía a finales de siglo cuatro casinos, tres asociaciones obreras, dos colegios privados de enseñanza media, un teatro construido en fecha tan
temprana como 1841, una plaza de toros con tantas localidades (7.000) como su propia población, además de ser sede de partido judicial y, sobre todo,
tener un puerto de mar pequeño, pero provechoso para el comercio local. Incluso constituyó una entidad, la Cámara de Comercio, reservada casi
exclusivamente a las grandes ciudades. Otras eran ciudades importantes en la Edad Moderna, circunstancia que acrecentaron en el siglo XIX, como Don
Benito, Lorca, Yecla o Alcira8.
En general, estas ciudades carecían de otros servicios oficiales que no fueran la sede de partido judicial. Sin embargo, compensaron, por ejemplo,
la ausencia de centros de enseñanza pública (sólo Béjar contó con una escuela de grado medio antes de 1900) con colegios privados destinados tanto a los
chicos de la ciudad como a los del entorno comarcal.
C.- Ciudades medias, capitales de provincia
La tendencia de los historiadores contemporáneos a considerar mundo urbano las capitales de provincia y rural el resto proviene, probablemente,
de la inercia y la comodidad de utilizar las estadísticas que producen los organismos oficiales en los siglos XIX y XX. Este hecho historiográfico desajusta
la verdadera realidad social, demográfica e histórica.
Las "capitales de provincia" eran, como se verá, muy diferentes entre sí. La mayoría habían crecido, o al menos se habían mantenido, como ciudades
de servicios comerciales, militares, administrativos, políticos, jurídicos, educativos y eclesiásticos. Pero este cuadro común ocultaba mundos distintos. En
un epígrafe anterior hemos incluido veinticuatro capitales entre las ciudades emergentes. Del resto, hay que destacar otras ocho que duplicaron su población,
al tiempo que tenían servicios distintos y, sobre todo, más activos respecto a las "adormecidas", que veremos después. Son, en parte, las ciudades "pequeñas
y medianas" estudiadas por Carmen Delgado (1995), Díez Cano (1996) y Rivera Blanco (1992).
Seis (Burgos, Jaén, Pamplona, Salamanca, Vitoria, Badajoz) tenían alrededor de 25.000 habitantes a finales del siglo XIX. Otras dos se acercaron
a los veinte mil habitantes a lo largo del siglo XIX: Lérida y Logroño. Ninguna de ellas había experimentado un crecimiento espectacular a lo largo de la
centuria.
Son ciudades que tienen servicios administrativos como capitales de provincia; entre otros, sede de la Diputación, Jefatura Política o Gobierno Civil,
8.- Además de ser sede de Partido Judicial con colegio de abogados, tuvo un importante colegio privado, ateneo y casinos, signo de que albergaba una parte de la sociedad
eminentemente urbana.
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Delegación de Hacienda, Delegación de Fomento y Obras Públicas, así como otras delegaciones, Administración de Correos, Junta Provincial de Sanidad,
Hospital y, en su mayoría, Hospicio y Casa de Misericordia, Comisión Provincial de Instrucción Primaria, Biblioteca y Museo provinciales, Junta y Tribunal
de Comercio, Cárcel, Sede de Partido Judicial de mayor entidad o de Audiencia Territorial (casos de Burgos, Pamplona). Todas, excepto una, son obispado
y la mayoría, importantes plazas militares con su correspondiente Gobierno Militar. Salamanca es sede universitaria. Todas tienen, además, Instituto de
Enseñanza Media, escuelas normales de maestros y, salvo Logroño, seminario diocesano. Como el número de alumnos posibles era limitado, los colegios
privados tenían una presencia relativamente menor que en las grandes ciudades y en las localidades urbanas que no eran capitales de provincia.
La capitalidad provincial generó un considerable grupo de funcionarios, profesionales y cuantas personas les acompañan, la mayoría con familias
numerosas, que mantienen relaciones sociales, que se agrupan en casinos, que se organizan políticamente o en foros de discusión y estudios como las
sociedades económicas, que demandan periódicos, bibliotecas, que ahorran, que compran y venden, que quieren ir al teatro, a la zarzuela... En definitiva,
la vida provinciana.
D.- Las ciudades "adormecidas"
Entre estas hay que citar primero ciudades que, aun siendo capitales de provincia, sólo llegan a los quince mil habitantes a finales del siglo XIX:
Gerona, Palencia, Segovia, Zamora, Albacete y Toledo. Nueve, no alcanzan los diez mil: Lugo, Orense, Huesca, León, Avila, Guadalajara, Cuenca, Ciudad
Real, Cáceres. Tres sólo se acercaron a ese número de habitantes hacia 1930: Soria, Teruel y Pontevedra. Son dieciocho ciudades que suelen tener ciertos
servicios desproporcionados con su población, en razón de su capitalidad de provincia, su condición de sede episcopal o plaza militar. Albergan en su seno
un buen número de funcionarios, clérigos, profesores, jefes y oficiales del ejército, etc. que forman las clases medias típicas de estas ciudades
"adormecidas".
Además, hay otras treinta y ocho localidades que, sin ser capitales de provincia, pueden ser calificadas de urbanas en el siglo XIX, por lo que
quedaba de ellas de un pasado más o menos reciente. En muchos casos, se trata de sedes episcopales (Vich, Astorga, Tarazona, Tortosa, Osma, Ciudad
Rodrigo, Tudela, Mondoñedo, Calahorra, Solsona, Seo de Urgel, Astorga, Barbastro, Jaca, Sigüenza, Guadix, Santiago, Segorbe, Plasencia, Mahón, Ibiza,
Orihuela) con sus correspondientes seminarios. Cuando no eran la cabeza de diócesis, se habían organizado influyentes cabildos y colegiatas como la de
Toro.
En bastantes de estas ciudades9 se ubican colegios privados, relativamente grandes junto a otros menores, que alojan en sus internados chicos de
toda la provincia, como ocurre con los seminarios. A ellos se sumaba la Universidad en Santiago de Compostela y el reciente recuerdo de otras
universidades cerradas a principios del siglo XIX (Osma, Toledo, Huesca, Sigüenza, Avila, Orihuela), de las que había surgido el instituto de enseñanza
media en el caso de Baeza y las capitales provinciales. Estos establecimientos permiten acceder al bachillerato a una parte de la población,
proporcionalmente mayor que en el resto de España. Todas las capitales de provincia y la mayoría del resto de estas ciudades sufren un analfabetismo
9.- Algunas sin ser capitales de provincia, como Calatayud, Játiva, Tortosa, Ecija, Solsona, Ubeda, Sigüenza, Montilla, Sanlúcar de Barrameda, Vich, Orihuela.
10
inferior a la media provincial.
Es frecuente que en ellas haya teatros10 y plazas de toros11. Normalmente, se trata de construcciones que se levantan durante el siglo XIX, con
frecuencia aprovechando espacios o edificios conventuales dejados libres por la exclaustración y la desamortización. Se podría decir que el esfuerzo
económico llevado a cabo desde los siglos medievales al XVIII para levantar imponentes edificios religiosos se derivaba en el siglo XIX a usos civiles que
intentaban mantener la imagen de lo que fueron estas ciudades.
El casino o casinos específicos forman parte de la geografía social de la mayoría de estas ciudades en la segunda mitad del siglo XIX. Incluso unas
cuantas, como Teruel, Segovia, Palencia, Lugo, León, Guadalajara, Gerona, Santiago, Baeza, Baena, y La Laguna, concentran a buena parte de los
profesores, clérigos ilustrados, profesionales y antiguos hidalgos cultos, sin profesión conocida, en Sociedades Económicas de Amigos del País o ateneos.
Todas estas poblaciones tienen mercados, comarcales o provinciales, pero, paradójicamente, tanto lo que se vende y compra como los que venden
y compran proceden más bien de los pueblos cercanos que se trasladan semanalmente a la "ciudad" y que, en cierta manera, le dan vida.
Normalmente, permanecen con una población bastante estable en el siglo XIX. Su aumento es muy inferior al del resto de las ciudades y bastante
inferior al crecimiento vegetativo de la media nacional. De un índice 100 en 1787 pasa a 120 en 1858 y 127 en 1900. Es decir, en la segunda mitad del XIX
se puede hablar de un crecimiento cero. La llegada de población foránea es escasa: funcionarios que vienen destinados a la localidad. Cada una de las
familias nuevas, por lo infrecuente, constituye un acontecimiento. Es más, lo que se detecta a lo largo del siglo XIX es una emigración hacia otras ciudades
españolas (especialmente a las emergentes y en desarrollo) y, en el caso de las situadas en el Norte, hacia América.
Este cierto estancamiento, adormecimiento, se puede observar en la propia geografía urbana. Quizás el símbolo mayor sean sus murallas que, a
diferencia de las ciudades emergentes y algunas capitales medias, no serán derribadas porque no habrá necesidad de ello. El casco urbano, medieval o de
la edad moderna, se legará bastante intacto, por falta de desarrollo, al siglo XX. Las antiguas industrias, como las de Segovia, Antequera o Palencia,
sobreviven agonizantes a lo largo del siglo XIX.
E.- Más que pueblos y menos que ciudades, las cabeceras comarcales
Las poblaciones analizadas hasta ahora, clasificadas como ciudades, en conjunto, son ciento veinticuatro. El resto de los núcleos con un cierto
carácter urbano, que, empleando una denominación conscientemente ambigua, he clasificado como "semiurbanos" o “semirrurales”, está representado por
10.- Entre las que no eran capitales de provincia: Tarazona, Calatayud, Toro, Játiva, Ecija, Utrera, Ciudad Rodrigo, Tudela, Ronda, Mondoñedo, Calahorra, Ubeda, Barbastro,
Santiago, Cabra, Segorbe, Orihuela, Mahón, Ibiza, Santiago.
11.- Algunas, incluso las que no eran capitales de provincia como la de Calatayud, Játiva, Tudela, Ronda, Jaca, Sigüenza, Vich, Orihuela, tenían aforos semejantes a su propia
población o incluso mayores.
11
otros más de cuatrocientas localidades. Se trata, en su mayoría, de cabeceras de comarca que aglutinaban una considerable población rural junto a grupos
típicamente urbanos dedicados a los servicios o al sector secundario.
I.- Agrupo como "semiurbanas" cerca de ciento setenta localidades que tuvieron una relativamente importante actividad económica (comercial,
industrial, minera o como nudo de comunicaciones) o destacaban por los servicios religiosos, militares, educativos, culturales y por las sociedades
recreativas. Casi todas ellas eran sedes de partidos judiciales. Su ámbito de influencia era normalmente una comarca. Su población no crece
demasiado, de unos 750.000 habitantes a principios del XIX a menos de un millón cien mil a finales. Un índice que pasa de 100 en 1787 a 150 en
1900, por debajo de la media nacional (100 y 175 para las mismas fechas).
II.- Las localidades "semirrurales" (alrededor de doscientas cincuenta) solían tener un carácter rural en casi todos los aspectos. En su mayoría eran
cabeceras de comarca o sede de partidos judiciales y tenían ciertos servicios urbanos como casinos y mercados. Algunas fueron capaces de organizar
sociedades culturales, colegios, teatros... con la consiguiente población que vivía de ellos o los utilizaba. Un grupo de habitantes procuraba crear,
a pequeña escala, un ambiente urbano. A principios de siglo, agrupaban a menos de 800.000 españoles que se acercaban al millón cien mil hacia
1900, con un índice de crecimiento parecido a las poblaciones semiurbanas, por debajo de la media nacional, en todo caso.
- Poblaciones semiurbanas
La mayoría de las localidades "semiurbanas" más pobladas (por encima de los 9.500 habitantes) estaban en la raya o al sur del Tajo y el Júcar12,
por servir también de alojamiento a jornaleros, al tiempo que tenían los servicios propios de una localidad de estas características. Por el contrario, en el
norte de España, se encontraba el 100% de las más pequeñas de estas "semi ciudades", aquellas que no superaron los cinco mil habitantes en el siglo XIX13.
En un grupo intermedio había más de ochenta localidades cuya población era de 5.000 a 9.500 habitantes. Estas últimas predominaban en el sur del país,
pero el carácter de estas poblaciones era más claramente industrial, minero o de servicios y en ellas vivían menos jornaleros. Esta situación se hacía más
12.- Daimiel, Tomelloso, Manzanares, Alcázar de San Juan y Almagro (Ciudad Real), Almansa y Villarrobledo (Albacete), Talavera de la Reina (Toledo), Almendralejo,
Villanueva de la Serena y Villafranca de los Barros (Badajoz), Arcos de la Frontera y Medina Sidonia (Cádiz), Peñarroya, Aguilar, Baena, Bujalance e Hinojosa del Duque
(Córdoba), Loja (Granada), Marchena, Morón y Osuna (Sevilla), Alcalá La Real y Martos (Jaén), Vélez Málaga (Málaga), Caravaca y Totana (Murcia), Crevillente y Villena
(Alicante), Pueblo Nuevo del Mar, Carcagente y Sueca (Valencia), Burriana (Castellón), Valls (Tarragona), Alcalá de Henares y Aranjuez (Madrid), Aranda de Duero (Burgos),
Figueras y San Feliú de Guisols (Gerona), Vilanova y la Geltrú (Barcelona).
13.- Tuy (Pontevedra), Noya (Coruña), Monforte (Lugo), Mieres (Oviedo), Reinosa, Santoña y Torrelavega (Santander), Durango y Guernica (Vizcaya), La Bañeza, Ponferrada y
Villafranca del Bierzo (León), Benavente (Zamora), Peñafiel (Valladolid), Arévalo (Avila), Briviesca (Burgos), El Escorial y Los Carabancheles (Madrid), Molina de Aragón
(Guadalajara), Torres (Navarra), Cervera y Tremp (Lérida), Horta, San Gervasio, Canet de Mar, Calella, Hospitalet de Llobregat, Martorell, Masnou, Molins de Rey, San Feliu de
Llobregat, San Feliú de Torelló, San Hipólito de Voltregá, San Juan de Vilasar, Santa Coloma de Gramanet y Sitges en Barcelona (Barcelona), Bañolas, La Bisbal, Cassá de la
Selva y Palamós (Gerona), Falset y Montblanch (Tarragona), Chiva y Manises (Valencia), Morella (Castellón).
12
evidente en las "semiciudades" de 5000 a 9500 habitantes del Norte14.
Varias se configuran o reafirman como centros de una actividad minera o industrial durante el siglo XIX. En cuanto a las industriales, se pueden
citar los ejemplos de Langreo, Mieres, Torrelavega, Reinosa, Santoña, Granollers, Manlleu, Vilanova y La Geltrú (Barcelona), Valls (Tarragona) o
Marbella. Entre los mineros: Langreo y Mieres en Asturias, Nerva y Riotinto en Huelva, La Carolina en Jaén, Puertollano (Ciudad Real), Almadén en
Ciudad Real, Peñarroya, que alcanzará 15.000 habitantes en 1930, y Crevillente en Alicante.
Las ciudades que constituían centros de comunicaciones adquirieron un papel creciente en el siglo XIX. Podemos citar Figueras, Irún, Aranjuez,
Alcázar de San Juan, Almansa, Miranda de Ebro, Reinosa o Medina del Campo, Medina de Rioseco (que tenía la dársena del oeste del Canal de Castilla)
o los puertos de Santoña, Gandía, Denia, Estepona, Marbella, Ayamonte, Moguer, Betanzos, Noya, Palamós y Bermeo.
Una observación común a casi todas estas "semiciudades" era la relativa escasez de servicios públicos en relación con una considerable actividad
económica, lo que contrastaba con las ciudades que he denominado adormecidas. Las que superaban los cinco mil habitantes, en su mayoría, eran sedes
de partidos judiciales y contaban con registro de la propiedad (establecidos desde 1768 como "Oficios de Hipotecas" y luego denominados "Contaduría
de Hipotecas", hasta mediados del siglo XIX). En el caso de las de menos de cinco mil habitantes, aproximadamente la mitad eran asimismo cabeza de
partido. Prácticamente todas, mayores y menores, tenían un cuartel de la Guardia Civil y organización de la Milicia Nacional inherente a su condición de
cabeza de partido.
Desde el punto de vista educativo, además de las escuelas primarias que, mejor o peor dotadas, había en todas estas localidades, la vitalidad de
algunos grupos sociales se manifestó en la creación de colegios privados a partir de la Ley Moyano. He podido contabilizar alrededor de doscientos de estos
colegios durante la Restauración, si bien no todos estaban abiertos al mismo tiempo. El hecho es que casi todas estas poblaciones tuvieron alguno. Bastantes
colegios, aunque pequeños, contaban con internados, puesto que iban dirigidos a alumnos de toda la comarca. A estos colegios se pueden sumar seis
noviciados religiosos de cierta entidad y el seminario de Tuy, que tenía unos doscientos alumnos. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, sólo se
establecieron tres institutos de Enseñanza Media sufragados por los Ayuntamientos. De ellos, sólo subsistió todo el siglo el de Figueras, los otros dos
(Osuna y Monforte) desaparecieron por falta de apoyo económico. La breve enumeración de los centros docentes oficiales se cierra con las escuelas de
Artes y Oficios de Villena (Alicante) y Vilanova y la Geltrú (Barcelona).
Además de los centros anteriores, hay que tener en cuenta las universidades antiguas, que funcionaron en el siglo XVIII y, en algunos casos, las
primeras décadas del XIX: Gandía (Valencia), Osuna (Sevilla), que fue posteriormente instituto, Alcalá de Henares (Madrid), Cervera (Lérida), Oñate
(Guipúzcoa) y Almagro (Ciudad Real).
Casi todas estas "semiciudades" aglutinaban a vecinos de la comarca para actividades comerciales en mercados de mayor o menor tradición, lo que
14.- Langreo (Asturias), Castro Urdiales (Santander), Eibar, Irún, Oñate y Tolosa (Guipúzcoa), Olot y Palafrugell (Gerona), Granollers, Manlleu y Villafranca del Penedés
(Barcelona), Vendrell (Tarragona), Arta, Ciudadela, Manacor y Soller (Baleares), Fraga (Huesca), Alcañiz (Teruel), Caspe (Zaragoza), Estella y Tafalla (Navarra), Tarancón
(Cuenca), Medina del Campo y Medina de Rioseco (Valladolid) Alfaro y Haro (Logroño), Miranda de Ebro (Burgos), Béjar (Salamanca), Benicarló y Vall de Uxó (Castellón), Liria
(Valencia), Baracaldo y Bermeo (Vizcaya).
13
implicó el desarrollo del comercio al por menor. Asimismo, determinados acontecimientos, como corridas de toros, que se desarrollaban bien en plazas
construidas al efecto (es el caso de casi cuarenta de estas localidades a finales del siglo XIX) o bien en plazas improvisadas. En el mismo sentido, cabe
destacar la construcción durante el siglo de otros tantos teatros que, además de cumplir su fin específico daban un cierto carácter urbano a estas
"semiciudades".
La sociabilidad organizada, que se manifiesta en el mundo urbano contemporáneo, tuvo su reflejo en estas localidades. Todas contaban, al menos,
con dos o tres casinos o centros. Con frecuencia, la pertenencia a estas sociedades estaba condicionada por el grupo social (labradores, comerciantes,
artesanos...) o por el color político de sus socios. Unas pocas, apenas una veintena, tuvieron la suficiente vitalidad social para establecer ateneos, Sociedades
Económicas de Amigos del País u otras asociaciones científico-culturales15. Otras cuarenta albergaban suficiente población obrera como para organizar
sociedades de socorros mutuos o genéricamente obreras.
- Poblaciones semirrurales
He clasificado como "semirrurales" a cerca de doscientas sesenta poblaciones españolas. Unos dos tercios de estas localidades no alcanzaron los
cinco mil habitantes en todo el siglo XIX. Era la nota predominante de esta cabeceras de comarca, sobre todo en el norte de España. Apenas un cinco por
ciento (once localidades, especialmente en el sur16) superaron los nueve mil quinientos habitantes en el siglo XIX. El resto, es decir, unas cien, tenía entre
cinco y diez mil habitantes.
He incluido en este grupo buena parte de las cabeceras de partidos judiciales17 que, hasta ahora, no he clasificado como urbanas o semiurbanas y
que, además, destacan por servicios como el número de centros recreativos u otros servicios urbanos, como colegios de segunda enseñanza. Asimismo,
es posible que una localidad determinada no reúna todas las características anteriores pero que sea nudo de comunicaciones, mercado comarcal, centro
minero o industrial, en este último caso, normalmente decadente.
De las localidades mayores de nueve mil quinientos habitantes, pocas (tres o cuatro, dependiendo de la fecha18) eran también cabeceras de partidos
judiciales. Lo eran también la mitad de las que tenían entre cinco y nueve mil quinientos habitantes y la mayoría (más de cien) de las de menos de cinco
mil.
15.- Por ejemplo: Utiel, Gandía, Talavera de la Reina, Valls, Cervera, Nerva, Aguilar, Baena, Santa Cruz de la Palma, Mérida, Cuevas, Denia, San Gervasio, San Andrés de
Palomar, Martorell, Berga, Arenys de Mar, Villafranca del Penedés.
16.- Cullera (Valencia), Lebrija y El Arahal (Sevilla), Jumilla (Murcia), Coín (Málaga) Torredonjimeno (Jaén), Castro del Río, Puente Genil (Córdoba), Villarreal de los Infantes
(Castellón), Teguise (Canarias), Azuaga (Badajoz), Peñarroya-Pueblo Nuevo (Córdoba), Daimiel y Tomelloso (Ciudad Real), Villarobledo (Albacete).
17.- No todas, pues casi otras cien cabeceras de partidos judiciales las he clasificado como plenamente rurales.
18.- Coin (Málaga), Castro del Río (Córdoba), Daimiel (Ciudad Real). Por su parte, Villarreal de los Infantes (Castellón) dejó de ser sede de Partido Judicial a finales del siglo XIX.
14
Además de juzgados, registros civiles, registros de la propiedad, escribanos (denominados más tarde notarios), abogados y personas vinculadas
a estos servicios, solía haber un mercado periódico y la distribución de los productos agrícolas y ganaderos de la comarca. En estas localidades es frecuente
encontrar un comercio asentado de más o menos calidad. Además solía haber profesionales como médicos, albeítares (veterinarios), maestros,
farmacéuticos, etc. Lo más frecuente es que estos mismos centros hubieran atraído a clérigos que habían fundado colegiatas con sus correspondientes
cabildos y, en todo caso, había parroquias asistidas por párroco y varios tenientes de curas así como conventos y monasterios de ambos sexos. En mayor
o menor escala, existían en muchos de estos lugares casas nobiliarias o de antiguos hidalgos que tenían sus correspondientes servicios y necesidades.
Igualmente, por ser normalmente sede de distrito electoral, se solían configurar pequeños grupos de los correspondientes partidos políticos. Todo ello
llevaba a la necesidad de crear centros de reunión y discusión, normalmente un par de casinos o un casino y una sociedad de recreo restringida a un signo
político o a una actividad, como, por ejemplo, la música. Pocos de estos pueblos tenían un ateneo o sociedad cultural19.
Como vimos en el caso de las localidades semiurbanas, muchas de las "semirrurales", como centros comarcales, cumplían también una función
educativa en lo que se refiere a la segunda enseñanza, que se organizó a través de una red de colegios privados, en todo caso, menos numerosos.
Efectivamente, más de cien poblaciones semirrurales contaron con este tipo de colegios en el siglo XIX, si bien la mayoría eran pequeños centros con apenas
una veintena o treintena de alumnos que, salvo los de la localidad y cercanías, vivían internos en la propia casa del director que, a su vez, era casi profesor
universal. Sólo algunos colegios de escolapios (Celanova -Orense- Daroca y Sos del Rey Católico -Zaragoza-) o jesuitas (La Guardia, Pontevedra) se
escapaban a esta norma. A ello hay que añadir doce noviciados de religiosos (entre los que se encontraban el de dominicos de Vergara -Guipúzcoa- y el
de jesuitas de Carrión de los Condes -Palencia-) y un seminario (en la localidad cacereña de Coria).
Por contra, los centros oficiales fueron muy escasos: los institutos de enseñanza media de Vergara (Guipúzcoa), que desapareció enseguida, el de
Tapia (Asturias), que se estableció temporalmente a finales del siglo XIX a cargo del Ayuntamiento, y la Escuela de Náutica en Santurce (Vizcaya).
Como nudos de comunicaciones terrestres, normalmente con guarniciones militares, se pueden citar Valencia de Alcántara o Tordesillas. Entre los
puertos de mar se pueden citar: Adra (Almería), Torrevieja (Alicante), Tarifa y Rota (Cádiz), Arrecife (Canarias), Corcubión y Muros (Coruña),
Fuenterrabía (Guipúzcoa), Ribadeo y Vivero (Lugo), Pravia (Asturias) o Laredo (Cantabria).
Algunos centros mineros eran Bélmez y Fuentovejuna (Córdoba) o Villacarrillo en Jaén. Las localidades con cierta actividad industrial en algunos
casos tenían sociedades obreras20. Algunos pueblos contaron con fábricas modernas, como Puigcerdá (Gerona) y los barceloneses Esparraguera, Capellades,
Olesa de Montserrat, que se especializaron en el textil lanero. Coria (Cáceres) tuvo un intento fabril textil moderno (alrededor de 1850) poco duradero.
Algo semejante ocurrió una década más tarde en Tolosa y Vergara (Guipúzcoa). En cuanto a los antiguos centros industriales, destaca Brihuega
(Guadalajara), que tuvo una importante fábrica de tejidos de lana hasta la década de 1820; también tuvieron industria lanera Hervás (Cáceres), Jaca
(Huesca), Seo de Urgel (Lérida), Santo Domingo de la Calzada (Logroño), Enguera y Requena (Valencia); Alcaraz (Albacete) contó con fábricas de
19.- Herrera (Sevilla), Pola de Siero (Asturias), Colmenar (Madrid), Blanes (Gerona) y Torres (Navarra) que contaba con Sociedad Económica de Amigos del País.
20.- Es el caso de Algemesí, Enguera, Torrent y Buñol (Valencia), Villareal de los Infantes (Castellón), Constantina (Sevilla), Vivero (Lugo), Sahagún (Palencia), Aracena
(Huelva), Navalmoral de la Mata y Llucmayor (Baleares). Casar (Cáceres) y Torres (Navarra), además de sociedad obrera, también contaban con una cooperativa agrícola.
15
hojalata. Hay algún caso especial, como La Granja de San Ildefonso (Segovia), Sitio Real, con su correspondiente palacio y teatro que fue destacado lugar
de veraneo, además de centro fabril de cristal.
16
EL SIGLO XX (HASTA 1960)
El siglo XX español en ésta y otras muchas cuestiones tiene un corte muy claro a finales de la década de 1950. Desde 1960 es "otra historia".
Hasta entonces hay una evolución que sigue una tendencia parecida a la que se ha manifestado en el siglo XIX. Se puede decir en ese sentido que
hay una herencia del siglo precedente.
La mayoría de las poblaciones (hay excepciones que citaré enseguida), así como su estructura social y urbana, todavía podrían ser reconocidas por
alguien que hubiera vivido los dos siglos. Cada persona sabía dónde estaba y cuál era su papel. Sin embargo, desde 1960 se opera tal cantidad de cambios
y de tanta profundidad que dicho ejercicio sería mucho más difícil. Por citar sólo algunos ejemplos, el número de universidades era casi el mismo que en
1900, las ciudades que contaban con instituto de enseñanza media (es decir, las capitales de provincia) eran muy pocas más, aún no se había difundido la
costumbre de alojarse en los alrededores de las urbes creando inmensas ciudades dormitorios, tampoco habían surgido las aglomeraciones turísticas que
convirtieron pequeños pueblos de pescadores en masas de torres (Benidorm, no llegaba a 5.000 habitantes), no existían los enormes hospitales públicos,
ni grandes almacenes... En la década de los sesenta casi todo cambió rápidamente.
Según D. Reher (1994: 3-25), las localidades superiores a 10.000 habitantes eran 122 en 1900, 178 en 1930, 258 en 1960 y 431 en 1991. En ellas
vivía algo más del 28% de los españoles en 1930 y el 42% en 1960. Si tomamos como referencia las poblaciones de más de 5.000 habitantes son 347 en
1900, 480 en 1930, 632 en 1960 y 779 en 1991. El porcentaje respecto al conjunto de la población es 29%, 37%, 51% y 69% respectivamente.
Los datos, con las salvedades que he señalado21 para el siglo XIX, son indicativos del progreso urbano. Efectivamente, la mayoría de las localidades
semiurbanas o semirrurales que en el siglo XIX no llegaban a cinco mil habitantes los superan con creces a lo largo del siglo XX. Sin embargo, insisto que
hasta 1960, lo fundamental del mundo urbano español es heredero del siglo XIX y casi todo lo afirmado en las páginas anteriores se puede aplicar para
los primeros sesenta años del XX. Los cambios más importantes y las novedades son los que resumo a continuación:
A.- Ciudades emergentes
En conjunto, multiplican por tres su población desde 1900 a 1960. Como cabía esperar, tienen el mayor índice de crecimiento de todos los grupos
de poblaciones. Esto se explica por la inmigración procedente, sobre todo, de las poblaciones semirrurales y los pueblos. Esta inmigración es más fuerte
21.- No he comprobado todos los años, pero para 1930 el número de poblaciones es considerablemente inferior: 408. El porcentaje respecto al total de la población, más del 35% es
parecido.
17
en la década de 1950, aunque ya se había dado, de manera considerable, entre 1900 y 1930.
En 1930 estaban ya afianzadas las seis mayores urbes españolas con más de 150.000 habitantes: Madrid y Barcelona alcanzaban el millón de
habitantes y habían vuelto a duplicar su población desde 1900, fecha en que cada una contaba en torno a medio millón. Valencia, que también había
duplicado su población desde 1900, era la tercera ciudad con casi 300.000 habitantes; Sevilla, la cuarta con 200.000, había crecido más lentamente desde
1900 (145.000); Bilbao había pasado de 80.000 a 160.000 habitantes entre 1900 y 1930; por último, la sexta ciudad de España y la segunda andaluza,
Málaga22, tuvo un ritmo de crecimiento parecido al de Sevilla. Sólo Zaragoza, con unos 135.000 habitantes, se acercaba a las seis ciudades anteriores. Del
resto de las denominadas emergentes, ninguna llegaba a los 100.000 habitantes.
Treinta años mas tarde, en 1960, la situación era proporcionalmente semejante. Madrid con más de dos millones doscientos mil y Barcelona, que
había pasado del millón y medio, eran las dos grandes ciudades españolas. Valencia y Sevilla estaban en torno a los 450.000 habitantes. Otras tres se
acercaban a los 300.000: Zaragoza, Bilbao y Málaga.
Del resto, la mayoría había superado el umbral de los 100.000 habitantes. Algunas (Palma de Mallorca, Las Palmas, Córdoba, Granada, Coruña,
Valladolid) rondaban los 150.000 y otras, caso de Almería, Huelva, Castellón de la Plana, Murcia, Vigo, Tarragona-Reus, San Fernando-Puerto de Santa
María y Jerez de la Frontera se habían quedado entre cincuenta y cien mil.
Algunas localidades próximas a Barcelona, clasificadas como semiurbanas o urbanas en desarrollo en el siglo XIX, se incorporan como barrios
de la ciudad: Corts, Gracia, Horta, San Andrés de Palomar, San Gervasio, San Martín de Provensals, Sans y Sarriá. Lo mismo ocurre con Los Carabancheles
y Vallecas en el caso de Madrid.
B.- Pequeñas ciudades en desarrollo
Aunque a menor ritmo que las dos categorías de ciudades anteriores, estas se caracterizan por un constante crecimiento en el siglo XX. Tomando
como referencia el índice 100 para la población de 1900, el índice de crecimiento medio en España es 127 en 1930 y 164 en 1960 y el de estas ciudades
pequeñas en desarrollo fue casi de 150 y 240 en los mismos años.
Esta categoría es la que se ve más incrementada por nuevas poblaciones procedentes de otros grupos.
Algunas estaban clasificadas, en lo que respecta al siglo XIX, como semirrurales o rurales. Es el caso de ciudades industriales próximas a las grandes
urbes: Bermeo, Baracaldo, Portugalete, Santurce y Algorta en el entorno de Bilbao; Getafe y Leganés en el de Madrid. También, por su dedicación
22.- (1900: 110.000 y 1930: 150.000).
18
industrial, se incorporan Elda (Alicante) y Sagunto (Valencia).
Ciudades que en el siglo XIX eran semiurbanas o semirrurales y pasan a urbanas en desarrollo son Granollers, Hospitalet de Llobregat, Santa
Coloma de Gramanet y Vilanova y La Geltrú, en Barcelona. Eibar, Irún y Tolosa, en Guipúzcoa. Baralcaldo, en Vizcaya. Torrelavega, en Santander. Pueblo
Nuevo del Mar, junto a Valencia, acaba integrándose en ella. Puertollano, en Ciudad Real, que supera los 50.000 habitantes en 1960, Langreo (Sama/La
Felguera) y Mieres en Asturias así como Ponferrada en León, todas ellas con gran actividad minera, se pueden considerar como ciudades en desarrollo en
el siglo XX.
En este grupo, se incorporan en el siglo XX unas cuantas ciudades. Concretamente, en 1960, son veinte. Entre ellas Vallecas, que en 1930 superaba
los cincuenta mil habitantes y se constituye como el principal núcleo de inmigrantes en los alrededores de Madrid. En Barcelona, Cornellá, Prat de Llobregat
y San Adrián del Besós, en torno a los 15.000 habitantes. Algo menores en 1960 son Beasaín, Mondragón y Pasajes en Guipúzcoa. Basauri en Vizcaya
supera los 23.000 habitantes. En el Norte hay también nuevas ciudades mineras o industriales o la combinación de ambas, es el caso de Guardo (Palencia)
o Astillero y Camargo en los alrededores de Santander. En el Mediterráneo, San Carlos de la Rápita (Tarragona), Ibi (Alicante) y una ciudad de mucho
peso en la Edad Moderna, Paterna (Valencia), que se había desvanecido posiblemente por la expulsión de los moriscos.
C.- Ciudades medias, capitales de provincia
Estas ciudades van a albergar una creciente población. Aproximadamente triplican su población entre 1900 y 1960, si bien es muy llamativa la
inmigración desde 1930.
Las ocho ciudades que se incluían en esta categoría en el siglo XIX tienen un crecimiento considerable a lo largo del siglo XX, con índices casi
del doble de la media nacional. Todas ellas superan los 30.000 habitantes hacia 1930 y los 50.000 en 1960. Varias de ellas (Burgos, Pamplona y Salamanca)
tienen más de 80.000.
Al grupo anterior se unen otras cuantas ciudades que en el siglo XIX se integraban dentro de las ciudades "adormecidas" y que entre 1900 y 1960
tienen una actividad y un crecimiento más parecidos a los de las ciudades medias, capitales de provincia. Al igual que estas, exceden de los 30.000
habitantes en 1930 y tienen de 60.000 a 70.000 habitantes en 1960, con un índice de crecimiento grande, muy por encima de la media nacional. Es el caso
de Albacete, Jaén, León (que supera los 70.000 habitantes). Un crecimiento un poco menor es el de Palencia, Zamora, Lugo y Orense 23, que se sitúan entre
40 y 50.000 habitantes en 1960.
23.- Aunque tienen sólo algo más de 40.000 habitantes en 1960, su crecimiento es espectacular en el siglo XX pues tenían poco más de 10.000 habitantes en 1900.
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D.- Las ciudades "adormecidas"
Así como veíamos en el siglo XIX una emigración desde estas ciudades a las emergentes y en desarrollo, en el siglo XX hay una levísima
reactivación de estas ciudades, que crecen ligeramente por encima de la media nacional. En todo caso, la situación global no debe confundirse con lo que
ocurre en cada una.
Un grupo de estas ciudades despiertan, por lo que pueden incluirse durante el siglo XX (entre 1900 y 1960) en las capitales de provincia medias.
Otras no llegan o se sitúan alrededor de los 30.000 habitantes en 1960. Entre las capitales de provincia: Avila, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Huesca,
Segovia, Toledo. Por su parte, Gerona (con crecimiento cero), Teruel, Pontevedra y Soria no llegan a 20.000 habitantes en 1960. De las ciudades
adormecidas que no son capitales de provincia, la mayoría no alcanzan los veinte mil habitantes en 1960: Calatayud, Tarazona, Toro, Játiva, Ciudad
Rodrigo, Tudela, Ronda, Calahorra, Solsona, La Seo de Urgel, Astorga, Andújar, Baeza, Jaca, Barbastro, Sigüenza, Guadix, Motril, Cabra, Lucena,
Montilla, Segorbe, La Laguna, Vich, Ibiza, Mahón, Orihuela. Otras, como Tortosa, Carmona, Écija y Utrera, Antequera, Úbeda, Plasencia se sitúan entre
20.000 y 30.000. Sanlúcar de Barrameda llega a 32.000 y Santiago de Compostela a 38.000. En general, todas estas ciudades que se pueden seguir
clasificando como "adormecidas" entre 1900 y 1960 tuvieron un incremento moderado en las tres primeras décadas del XX, que rara vez supone un
porcentaje mayor que el propio crecimiento global de la población española.
E.- Más que pueblos y menos que ciudades, las cabeceras comarcales
- Poblaciones semiurbanas
Si en el siglo XIX estas localidades perdieron población en términos relativos en beneficio de las ciudades emergentes, en desarrollo o capitales
provinciales medias, en el siglo XX el fenómeno que se observa es un crecimiento de población igual a la media entre 1900 y 1930 y superior a la media
entre 1930 y 1960, lo que implica que durante el primer período se estabilizó la población en estas semiciudades. En las décadas siguientes se observa
incluso una ligera inmigración procedente de las poblaciones semirrurales y rurales, especialmente del entorno.
Un cierto número de las entidades clasificadas como semiurbanas en el siglo XIX pasan a urbanas o semirrurales en el XX. Sin embargo, hay pocos
casos de lo contrario. Por su movimiento portuario y por ser principal centro comercial de la isla de Lanzarote, Arrecife, clasificada como semirrural en
el siglo XIX, se convierte en semiurbana. Algunas localidades rurales se pueden clasificar como semiurbanas en el siglo XX: Esplugas y Mollet en
Barcelona.
Asimismo, poblaciones que hasta entonces eran meramente rurales, se pueden clasificar como semiurbanas en la segunda mitad del siglo XX. Las
Arenas (Vizcaya), más que una ciudad industrial, es una ciudad residencial. Hay también poblaciones que, tímidamente, empiezan a crecer en el sector
de los servicios derivados del turismo, caso de Benidorm, Jávea o Santa Pola (Alicante). Son, también, poblaciones que crecen por ser centro comarcal,
convertirse en distribuidoras de productos agrícolas u otros servicios como es el caso de Marín (Pontevedra), El Pardo (Madrid), Socuéllamos (Ciudad
Real), Barbate y Chipiona (Cádiz), Montijo (Badajoz) o Callosa del Segura y Petrel en Alicante.
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- Poblaciones semirrurales
Durante los primeros sesenta años del siglo XX, las poblaciones semirrurales fueron creciendo en número de habitantes de una manera muy suave,
por debajo de la media nacional. Se puede afirmar que hay una emigración, no muy fuerte, hacia el exterior de España y, dentro del país, fundamentalmente
a las ciudades y, en menor cantidad, a las poblaciones semiurbanas.
Hay varias ciudades del siglo XIX que se convierten en centros semirrurales. Mondoñedo y El Burgo de Osma24, que pierden bastante población,
dentro de las ciudades "adormecidas" en el siglo XIX, se pueden clasificar como semirrurales entre 1930 y 1960. Por razones bien distintas, las ciudades
mineras de La Unión y Mazarrón, ambas en Murcia, que se integraban con las ciudades en desarrollo en el siglo XIX, se pueden considerar semirrurales;
al disminuir la riqueza minera que las habían engrandecido, pierden dos tercios de habitantes, y con ellos los servicios en los primeros años del siglo XX.
Igualmente unas cuantas localidades clasificadas como "semiurbanas" en el XIX, pierden fuerza y se convierten en semirrurales en el XX: Medina
Sidonia (Cádiz), Morella (Castellón), Villafranca del Bierzo (León), Falset (Tarragona), Oñate (Guipúzcoa), Medina de Rioseco y Peñafiel (Valladolid).
El turismo, que asoma tímidamente en el horizonte español de 1960, convierte algunas de las localidades plenamente rurales en el siglo XIX en
semirrurales. Es el caso de Fuengirola (Málaga), Zarauz (Guipúzcoa) o Suances (Santander).
Los nudos de comunicaciones y el mayor movimiento de automóviles y ferrocarriles convierten algunas localidades rurales en semirrurales. Es el
caso de Bailén (Jaén) o Baños del Cerrato (Palencia). Asimismo, puertos de mar unidos a su condición de partidos judiciales o cabeceras comarcales de
servicios convierten ciertas localidades rurales en semirrurales; así, Cambados, Redondela (Pontevedra) y San Vicente de la Barquera (Santander).
Centros mineros e industriales pequeños y en relativo declive desde los años sesenta del XX eran localidades clasificadas como plenamente rurales
en el XIX y pasan a ser consideradas "semirrurales" en el XX. Así, Barruelo de Santullán al norte de Palencia o Los Corrales de Buelna en la actual
provincia de Cantabria.
Por último, la afirmación en el siglo XX de su condición de centros comarcales, lo que se manifiesta en el incremento de población y servicios,
convierte ciertas entidades rurales en semirrurales como Lalín, (Pontevedra), Potes (Santander), Dos Hermanas (Sevilla), Amurrio (Álava), Valmaseda
(Vizcaya) o Ejea de los Caballeros (Zaragoza).
24.- No llega a los mil habitantes en 1930.
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