la contabilidad en los libros de la catedral de león durante la

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LA CONTABILIDAD EN LOS LIBROS DE LA CATEDRAL DE LEÓN
DURANTE LA RESTAURACIÓN DEL SIGLO XIX: COBROS Y
PAGOS DE LA ÚLTIMA ETAPA (1880-1901)
Alicia Rodríguez Pérez
Belén Morala Gómez
Cristina Gutiérrez López
Yolanda Fernández Santos
Universidad de León
Palabras clave: Contabilidad eclesiástica, Sistema de cargo y data, Catedral de León
Resumen
La contabilidad eclesiástica es uno de los ámbitos de mayor interés dentro de la
historiografía contable, y en ella no pueden faltar las investigaciones relacionadas
con la contabilidad de las catedrales. Por eso resulta de interés el estudio de la
Catedral de León, joya del gótico español originaria del S.XIII, sometida a
continuas obras de construcción y numerosas reparaciones a lo largo del tiempo,
destacando el profundo proceso de restauración de la segunda mitad del siglo
XIX.
La restauración de la Catedral de León emprendida en ese período (1859-1901)
concluye con una última etapa donde los trabajos avanzan de forma regular y
sostenida. Es a ella a la que se refiere este trabajo, a través de la revisión de los
documentos contables desde 1880 y que en algún caso llegan hasta 1910, con
especial interés en los libros de caja.
El objetivo es analizar estos documentos, observando que, a pesar de que el
método de partida doble era práctica habitual desde hacía tiempo, estos
documentos, cuyo rayado está preparado para dicha práctica, obedecen al
método de Cargo y Data, correspondiendo a un listado de los cobros y pagos
efectuados a los que sucede el cálculo del saldo de la tesorería.
1
LA CONTABILIDAD EN LOS LIBROS DE LA CATEDRAL DE LEÓN
DURANTE LA RESTAURACIÓN DEL SIGLO XIX: COBROS Y
PAGOS DE LA ÚLTIMA ETAPA (1880-1901)
INDICE
1. Introducción y justificación del trabajo
2. Historia de la Catedral de León y su gran restauración en el S.XIX
2.1. Breve reseña histórica hasta el S.XIX
2.2. La restauración del S. XIX
2.3. Últimos años de la restauración: el período 1880-1901
3. Análisis de los libros de cuentas del archivo de la Catedral de León (18801901)
3.1. Libros de Caja
3.2. Libro de intervención del personal
3.3. Registro de inventarios
4. Conclusiones
Referencias bibliográficas
2
1. Introducción y justificación del trabajo
La historiografía contable es una disciplina relativamente reciente, si bien es cierto que en
las últimas décadas ha experimentado un profundo desarrollo y ha alcanzado
dimensiones significativas, buena prueba de ello son los numerosos trabajos e
investigaciones realizadas en los últimos años que han servido para poner de manifiesto
el profundo interés que subyace en los estudiosos de la Contabilidad por conocer su
historia.
Así, en palabras de unos de los autores más insignes en esta materia, el profesor
Hernández Esteve “en un mundo en el que la Contabilidad tanto tiempo cenicienta en el
campo de las disciplinas científicas, había alcanzado un desarrollo, una plenitud y un
reconocimiento académico y social absolutamente inesperados, había llegado el
momento en el que sus adeptos sentían la necesidad de conocer su pasado de saber
cómo habían llegado a ser lo que eran” (HERNÁNDEZ ESTEVE, 2001, p. VIII).
Lo que no cabe duda es que este interés por conocer la historia, y más concretamente
nuestra historia contable, no se debe sólo al deseo de saber más, de incrementar
nuestros conocimientos “per se”, sino también porque, de todos es conocido, que el
pasado configura de algún modo el momento presente. En este mismo sentido se
pronunciaba otro ilustre autor, tristemente desparecido, el profesor Rivero Romero al
afirmar que “una ciencia se ve mejor desde su pasado, desde su historia. Conocer la
historia de una actividad arroja luces importantes sobre la misma actividad aclara su
sentido, permite adentrarse en su íntimo contenido” (RIVERO ROMERO, 1981, p. 527).
Este interés por el conocimiento de nuestros orígenes contables ha encontrado un
especial arraigo en nuestro país, pues no en vano España es, precisamente, uno de los
países en los que las anteriores consideraciones alcanzan una mayor dimensión, tal vez
por la riqueza de sus aportaciones en una época, siglo XVI, en la que la contabilidad por
partida doble alcanza un importante desarrollo. Asimismo, la gran abundancia de
documentación contable custodiada en los numerosos archivos tanto públicos como
privados de nuestra nación, ha permitido a nuestros investigadores contar con una
riqueza documental de extraordinaria importancia, lo que ha colocado a nuestro país en
una posición privilegiada en materia de investigación histórico-contable.
Los distintos trabajos presentados sobre historiografía contable se han clasificado en
cuatro grandes grupos: Contabilidad del sector privado, contabilidad del sector público,
Contabilidad eclesiástica y un último grupo más genérico donde se recogen otros trabajos
sobres temas diversos. A su vez, el grupo dedicado a la historia de la Contabilidad
eclesiástica se ha subdividido en dos: el de la contabilidad monacal y el de la iglesia
secular. En este último subgrupo se han incluido todo tipo de trabajos e investigaciones
relacionadas con la contabilidad de las catedrales, iglesias, parroquias, templos
hermandades, cofradías y otro tipo de organizaciones religiosas no monásticas.
Si tenemos en cuenta la gran cantidad de trabajos presentados al respecto, parece ser,
sin duda, que uno de los protagonistas indiscutibles de la historia de la Contabilidad son
las instituciones eclesiásticas, no en vano, el autor del que se considera el primer tratado
sobre la partida doble, Luca Pacioli, fue un monje franciscano, aunque tanto con
anterioridad a la fecha de aparición de dicho tratado (1494), como posteriormente, la
aportación de la Iglesia al desarrollo y evolución de la disciplina contable ha sido
fundamental y ha ejercido una gran influencia en la configuración actual de la ciencia
contable.
Partiendo de esta realidad sobre la transcendencia que la contabilidad eclesiástica ha
venido desempeñando en las investigaciones sobre historia de la Contabilidad, tanto a
3
nivel nacional como internacional, no cabe duda de que la contabilidad de las catedrales
constituye un punto de referencia básico en el que se han centrado numerosos estudios,
pues no se debe olvidar el papel fundamental que han desempeñado los cabildos
catedralicios en el crecimiento y desarrollo económico, social y cultural de un gran
número de ciudades nacionales y europeas. En torno a las catedrales se han
desarrollado sistemas administrativos, contables y de control con el único fin de gestionar
importantes patrimonios.
La evolución de estos sistemas se ha desarrollado de forma paralela al crecimiento
económico de la entidad y así han ido experimentando cambios con el fin de solventar
diferentes problemas y de eliminar cualquier irregularidad que fuera surgiendo con el
tiempo (VILLALUENGA, 2005, p. 153).
León, sede del VII Encuentro de Trabajo sobre Historia de la Contabilidad, cuenta
precisamente con uno de los templos catedralicios más bellos e importantes de Europa.
Su construcción se inicia en el siglo XIII, pero a lo largo de su historia ha sufrido varias
transformaciones hasta llegar a su estado actual, de forma que es necesario distinguir
dos grandes periodos en su ciclo evolutivo. El primero, largo y acumulativo va desde el
siglo XIII hasta el siglo XIX, durante esta primera etapa la historia fue acumulando y
modificando elementos de un modo natural y ello se convirtió, junto a otras
circunstancias, en causa importante de los males que amenazaron la siempre frágil
estructura gótica del templo. La segunda etapa comprende desde la segunda mitad del
siglo XIX, cuando se inicia la gran obra de su restauración que modificó sustancialmente
la obra gótica inicial, hasta nuestros días.
Parece ser, por tanto, que dentro de la evolución histórica de la “Pulchra Leonina” como
así se conoce a la Catedral de León, la etapa correspondiente a su restauración en el
Siglo XIX, constituye una de las más importantes en su devenir histórico, esta es la razón
por la que este trabajo se centre en analizar algunos libros de cuentas correspondientes a
los años en los que se desarrollaron las obras de reconstrucción, con el fin de comprobar
el sistema de registro contable utilizado en la época y observar su evolución.
Para ello se han consultado los libros y legajos que se encuentran depositados en el
Archivo de la Catedral 1 y que se refieren a los periodos comprendidos entre 1882 y 1910
correspondientes a libros de caja, personal e inventarios.
2. Historia de la Catedral de León y su gran restauración en el S.XIX
La historia de la Catedral de León, también llamada Catedral de Santa María de Regla o,
como ya se ha mencionado, “Pulchra Leonina”, hay que dividirla principalmente en dos
periodos: el primero que abarca desde el inicio de su construcción hasta el siglo XIX, y el
segundo que transcurre desde su reconstrucción en el siglo XIX hasta nuestros días 2 .
2.1. Breve reseña histórica hasta el S.XIX
El inicio de la construcción de la Catedral de León se enmarca en la época medieval del
siglo XIII. No obstante, hay que remontarse a siglos anteriores para justificar la
construcción del actual templo.
1
Agradecemos al Responsable del Archivo de la Catedral de León, D. Manuel Pérez Recio, su colaboración.
Para una revisión completa del proceso de restauración de la Catedral de León en el siglo XIX, consúltese
González-Varas Ibáñez (1993).
2
4
El edificio se asienta sobre unas termas romanas construidas por la Legio VII Gemina en
el siglo II, acondicionadas como palacio real por el rey Ordoño I de Asturias (850-866) en
el siglo IX.
Este palacio fue donado por el rey Ordoño II de León en el año 916 para construir la
iglesia de Santa María como agradecimiento a Dios por la victoria contra los árabes en la
Batalla de San Esteban de Gormaz, que bajo el episcopado de Fruminio II (1065-1073)
se convierte en un lugar sagrado.
El paso de Almanzor por León en el año 988, asaltando, saqueando e incendiando la
ciudad, no tuvo graves consecuencias en el edificio debido a su rápida reparación y a la
celebración del gran acontecimiento que supuso la coronación del rey Alfonso V en el
año 999.
No obstante, las numerosas disputas políticas y bélicas de la época debilitaron
considerablemente el edificio, lo que llevó al rey Fernando I de León, después de
trasladar los restos de San Isidoro de León al templo, a impulsar y favorecer su
reconstrucción. El periodo pacífico que caracterizó este reinado, provocando una
expansión del reino cristiano, se enmarca en un momento del florecimiento del románico
isidoriano, lo que influyó al estilo románico pero con influencias góticas que adoptó la
nueva Catedral.
Posteriormente, con la ayuda de la princesa Doña Urraca I, reina de León y Castilla entre
1109 y 1126, y siendo el obispo Pelayo II, se inició la edificación de la segunda Catedral
acorde con las necesidades de la cristiandad románica que existían en el momento.
La llegada al trono del rey Alfonso IX de León se realiza en una época en la que la ciudad
y el reino estaban inmersos en un importante cambio social, de creatividad artística y
desarrollo cultural, lo que favoreció la construcción de la tercera Catedral. Así, a finales
del siglo XII, coincidiendo con el esplendor del Reino de León, y bajo el pontificado de
Manrique de Lara, se empezó a plantear la sustitución de la vieja iglesia de Santa María
por una nueva y de mayor dimensión, estableciéndose los primeros pasos para la
construcción de la actual y restaurada Catedral gótica de León. Esta iniciativa incorporó a
la ciudad en el movimiento constructivo que existía en Europa en esa época como
símbolo de renacimiento urbano del siglo XIII e integrando a León en lo llamado, por
Georges Duby, Europa de las catedrales.
De esta forma, en la segunda mitad del siglo XIII, coincidiendo con el reinado de Alfonso
X el Sabio como rey de Castilla, y siendo el obispo de la diócesis Martín Fernández,
comenzó la construcción de la actual Catedral de León, siguiendo con gran fidelidad los
modelos franceses de la época, pero sin pretender ser tan esbelta como ellas.
Al igual que sucede en otras catedrales españolas como las de Burgos y Toledo, el
cambio de estilo más importante en la arquitectura de la Catedral no se produjo hasta el
siglo XV, influido sustancialmente por la corriente procedente de Alemania y Países
Bajos, la cual modificó el carácter francés que había adquirido el edificio hasta el
momento.
El maestro Jusquin, que estuvo a cargo de las obras de la Catedral entre 1445 y 1468,
introdujo el nuevo estilo flamígero, de anidadas y libres formas, finalizando la torre del
reloj y dando como resultado final una torre más ligera, reduciendo los contrafuertes,
introduciendo una más fina molduración y rematando la caña con una flecha calada de
recuerdo burgalés.
5
Más tarde el maestro Juan de Badajoz el Viejo (1499-1522) introdujo características del
gótico tardío con pinceladas de estilo barroco como se puede apreciar en el desequilibrio
entre estructura y ornato, destacando este último, que muestra su producción. Su obra
breve pero exquisita se centra principalmente en la puerta del Cardo en el interior del
templo y la «librería» o biblioteca que hoy se conoce como capilla norte de la Virgen de
Camino de Santiago. A este maestro le seguiría en 1525 su hijo Juan de Badajoz el
Joven, quien añadió un nuevo estilo plateresco y proto-renacentista al arco de
comunicación de la Capilla de San Andrés con la Librería o la escalera de la Sala
Capitular.
La construcción y la restauración de la Catedral siguen un camino paralelo a lo largo de la
historia, pues mientras se iban construyendo partes nuevas del edificio al mismo tiempo
se iban restaurando las deficiencias o fallos de su arquitectura.
De esta forma, la mala calidad de la piedra utilizada, poco resistente a los factores
atmosféricos y la deficiente cimentación, debido al asentamiento sobre unas termas
romanas, además de la sutilidad de su estilo como desafío a la materia, la fragilidad de
sus soportes y la depuración total de sus líneas provocaron serios problemas de
estabilidad al edificio a lo largo de los siglos, cuya solución conlleva variar el proyecto
original de construcción.
Las primeras reparaciones están documentadas a finales del siglo XIV, cuando los pilares
torales del sector sur se desequilibraron, obligando a buscar una solución para evitar su
derrumbe. Esta solución vendría del mismo maestro Jusquin con la construcción de la
“silla de la reina”, elemento estructural concebido para resolver el cruce de arbotantes de
la nave principal con los del crucero.
Posteriormente, en el año 1631 se tiene constancia del derrumbe de parte de las bóvedas
de la nave central. En este caso solucionaría el problema Juan Naveda, arquitecto del rey
Felipe IV, encargándose de cubrir el crucero con una gran cúpula ciega, rompiendo los
contrarrestos del sistema gótico para pasar al estilo barroco.
A principios del siglo XVIII los problemas se fueron agudizando y las actuaciones
propuestas empeoraron la crítica condición del edificio. La intervención de Joaquín de
Churriguera en 1914, levantando cuatro pináculos verticales sobre las cuatro grandes
pilas torales del crucero, agravó su situación, no solucionando la causa del problema.
El cabildo de la Catedral, tras consultar sin éxito a varios maestros de la época, buscó en
la Corte al italiano Giacomo Pavia (1745), quien ocupaba desde 1744 el cargo de Director
de arquitectura, junto con Saccheti, en la Junta Preparatoria de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando. Este maestro propuso soluciones muy elementales para
salir del paso, pero sin resolver la base del deterioro del templo.
Además, los temblores de tierra como consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755 que
se dejaron sentir en León, agudizaron su mal estado, afectando principalmente a las
vidrieras y a los maineles de los ventanales a la vez que se desprendieron algunos
bloques de piedra del sector sur, obligando a reforzar todos sus muros con contrafuertes.
En su restauración desaparece el triforio de esta fachada y se elimina el antiguo rosetón
abriendo en su lugar un par de arcos apuntados.
Todas estas obras, tanto de construcción como de restauración, precisaron grandes
cantidades de recursos financieros. A pesar de la dificultad que conlleva la realización del
estudio de la financiación de la Catedral debido a la falta de registros documentales, aún
se conservan algunos informes que recogen la procedencia de gran parte de los fondos
que cubrieron los costes de su edificación y reparación (Navascues, 1987).
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En este sentido, la financiación de estas obras procedía de diferentes fuentes, entre las
que se tienen constancia se pueden destacar:
1. Determinadas rentas procedían tanto de los bienes raíces que tenía la diócesis en
Galicia como de las extensas tierras que poseía el propio obispo, que ostentaba,
hasta el siglo XIX, el título de Conde de Colle y Señor de las Arrimadas y
Vegamián, y tenía el patronato de las iglesias de estas vicarías. Si bien gran parte
de las rentas procedentes de estas tierras se distribuían entre dignidades,
canónigos y mantenimiento del culto, otras eran destinadas a la construcción de la
Catedral. Del mismo modo, se presume que a éstas se unían otras cantidades
periódicas procedentes del arrendamiento de las casas que poseía el Cabildo
catedralicio en la ciudad.
2. La mitad de las tercias y diezmos del obispado concedidas por el rey Alfonso X de
Castilla el Sabio al obispo Martín Fernández en 1958, así como la exención en 1277
de todo tipo de tributos y servicios para veinte canteros, un vidriero y un herrero que
trabajaban en la Catedral.
3. Los ingresos y ayudas extraordinarias concedidos por el rey Fernando IV de
Castilla, llamado el Emplazado, al obispo don Gonzalo de Osorio y su Cabildo al
cederles la mitad de pechos 3 y servicios que daban al monarca los vasallos de la
iglesia de León.
4. Las limosnas constituyeron los fondos más importantes y continuados durante los
años de su construcción, las cuales contaban con el respaldo jerárquico y
eclesiástico tanto del concilio de Madrid, celebrado en 1258, en el que se aprobaron
indulgencias para quienes contribuyeran con limosnas a las obras de la Catedral de
León, como del concilio de Lyon, en 1273, promoviendo a sus fieles a contribuir con
limosnas y reconociendo que sin su ayuda no llegaría la obra a su fin.
5. Los tributos establecidos por el propio cabildo de la Catedral a la población de León
con los que el Concejo no estaba de acuerdo, debido a los continuos
enfrentamientos habidos entre ambas partes.
6. Los derechos de sepultura y donaciones testamentarias.
Como se puede apreciar, a través de los trazos de historia recogidos en los párrafos
anteriores, la construcción y, sobre todo, restauración de la Catedral de León es continua
desde el siglo XIII hasta finales del siglo XVIII, llegando al siglo XIX en un estado
lamentable.
2.2. La restauración del S.XIX
La Catedral de León llega al siglo XIX en un estado de evidente debilidad. Los motivos de
esta situación, que los arquitectos encargados de su restauración calificaron de
semirruina, pueden clasificarse en dos grupos. En el primero se situarían aquellos
factores de tipo objetivo, relacionados con deficiencias tanto en los materiales
empleados, como en la construcción a los que se unen además, problemas en la
cimentación del edificio. Se trata, en este caso, de factores que si bien están presentes
desde el mismo momento de la fundación de la Catedral, se ven agravados por los
desastres de 1743 y el terremoto de Lisboa ocurrido en 1755. El segundo grupo de
3
Tributo que se pagaba al rey o señor territorial por razón de los bienes o haciendas.
7
motivos lo constituirían los añadidos posteriores al primitivo núcleo gótico del templo,
responsables de su desequilibrio constructivo y formal.
A pesar de lo anterior, las actuaciones llevadas a cabo en la Catedral durante los
primeros años del siglo XIX, bajo la dirección del arquitecto leonés Fernando Sánchez
Pertejo, no fueron sino reparaciones parciales, claramente insuficientes para frenar el
debilitamiento de una estructura ya muy deteriorada. Como resultado, a mediados del
siglo XIX la Catedral presentaba numerosas bóvedas deterioradas o agrietadas,
ventanales tapiados, una cúpula gravitando sobre el crucero o una fachada que se
desplomaba….
Ante tan lamentable situación, el Cabildo catedralicio solicitó la ayuda técnica y
económica del Gobierno de la nación. La respuesta fue la declaración de la Catedral de
León como Monumento Nacional el 28 de agosto de 1844, lo que suponía el compromiso
por parte del Estado de asumir el coste de sus obras de restauración y conservación.
En este nuevo marco, el Cabildo presentó en 1846 una primera propuesta de obras de
reparación elaborada por el jesuita Manuel Ibáñez. Para dichas obras, centradas
básicamente en la fachada meridional y en la restitución de su rosetón, se estimaba un
coste aproximado de cinco a seis mil duros.
Aunque los fondos solicitados se concedieron con celeridad, los problemas
presupuestarios del Estado retrasaron notablemente su percepción, lo que aplazó la
realización efectiva de las anteriores obras hasta 1848.
La constatación, una vez más, de que estas actuaciones parciales no conseguían atajar
los problemas estructurales del edificio planteó la necesidad de acometer un proyecto
global de restauración y financiación.
El Cabildo encargó el proyecto a Mariano Álvarez Fernández, quien junto con Perfecto
Sánchez, elaboró un informe y presupuesto que se remitió al Ministro de Gracia y Justicia
el 24 de abril de 1858. En junio del mismo año, la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando, como órgano consultivo del gobierno, propuso a éste la formación de una
Comisión para el reconocimiento del estado de la Catedral y elaboración de un
presupuesto definitivo. El examen concluyó con un reconocimiento expreso del precario
estado del crucero y del brazo sur, lo que llevó a la aprobación por Real Orden de 5 de
junio de 1858 de la totalidad del presupuesto consignado en el expediente elevado al
Gobierno, por una cantidad total de 497.525 reales.
Los hundimientos de bóvedas y desplomes en la fachada sur del templo que tuvieron
lugar en los meses siguientes, forzaron nuevamente al Obispo de León a solicitar la
ayuda de la Administración. La respuesta llegó con la creación en enero de 1859 de la
Junta de restauración de la Catedral de León y el nombramiento, en mayo de ese mismo
año, del director de las obras de restauración, cargo que recayó en Matías Laviña Blasco.
Los primeros meses tras su nombramiento los dedica Laviña a la recopilación de
información histórica sobre el templo y a examinar detenidamente los lugares más
deteriorados del mismo, así como aquellos otros de mayor importancia para lograr su
solidez. El resultado del estudio histórico se publicó en 1876 y constituye la primera
monografía seria sobre la Catedral de León, en tanto que los informes sobre el estado del
templo sirvieron de base para elaborar un primer proyecto, en el que se contemplaba la
alternativa conservación-restauración, que fue presentado ante la Academia de San
Fernando y el Ministro de Gracia y Justicia, a cuyo ramo pertenecía la restauración de la
Catedral.
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Entre las dos alternativas, esto es, la restauración del templo eliminando todos aquellos
elementos que no fueran góticos o la simple operación de atirantado que proporcionase
estabilidad al edificio, la Academia se decantó por la primera y en ese sentido informó el
10 de marzo de 1861 al Ministro de Gracia y Justicia. Resulta, no obstante interesante
observar cómo, ya en ese momento, la Academia reconoce lo arriesgado de una obra
que proyectaba el inmediato derribo del principal agente destructor, la cúpula, para
posteriormente desmontar todos los elementos debilitados o deteriorados.
Finalmente, los desmontes se aprobaron mediante la Real Orden de 26 de julio de 1861,
que los declara, además, dependientes exclusivamente del Ministerio de Gracia y
Justicia, al que el arquitecto queda obligado a informar trimestralmente de los adelantos
en las obras y sus gastos.
Entre 1861 y 1863 se llevó a cabo el derribo de la cúpula y se desmontó el brazo sur del
crucero, lo que supone bajar las vidrieras de los ventanales altos, las tejas, la armadura,
las bóvedas y arbotantes, así como rebajar las paredes. A continuación, se procedió al
desmonte de los dos pilares torales del crucero para llegar, finalmente, a la fachada
meridional, donde se desmontaron el ático y el rosetón de luces realizado en 1848 por el
padre Echano. Aunque, en principio, el desmonte solo estaba previsto hasta el piso del
triforio, las nuevas hendiduras descubiertas al llegar a este nivel, obligaron a llegar hasta
la rasante del patio en la fachada meridional. Se desmontaron entonces, los arcos de las
portadas, las arquivoltas y el tímpano de la portada central y se derribaron el contrafuerte
del ángulo suroeste y las cinco estatuas de la portada de la Muerte. Los desmontes
continuaron con el botarel situado en el lado izquierdo de la fachada sur conocido como
"el caracol de la Muerte", que se encontraba extremadamente inclinado y debilitado,
según había señalado el propio Laviña en sus primeros reconocimientos.
Finalmente, el 16 de junio de 1863 se colocó la primera piedra de la reconstrucción del
brazo sur, reconstrucción que habría de durar todavía más de dos décadas.
Todos los anteriores desmontes y derribos alteraron profundamente el sistema de
equilibrio, empujes y contrarrestos de la estructura gótica y provocaron la inmediata
aparición de problemas de estabilidad, que hicieron temer por la propia existencia del
edificio. Se desató entonces, una gran polémica agitada sobre todo por Gregorio Cruzada
Villamil, director del boletín mensual "El Arte en España", con fama de crítico riguroso y
marcada francofilia, que se ofrecía a demostrar públicamente con razonamientos técnicos
lo desacertado del proyecto de reconstrucción así como el peligro que corría el edificio.
Proponía además, contactar con el arquitecto francés Viollet-le Duc para que se
encargase de la restauración.
La gravedad y dimensión que alcanzó el asunto llevó al Ministro de Gracia y Justicia a
solicitar un informe a la Academia de Bellas Artes de San Fernando sobre las obras de
restauración que se estaban llevando a cabo en la Catedral de León. Ésta designó a tres
de sus más afamados arquitectos para examinar sobre el terreno las mencionadas obras.
El informe de la Academia rechazaba las críticas de Cruzada Villamil, así como la
posibilidad de llamar a Viollet-le Duc, si bien reconocía plenamente las teorías de este
último para la restauración de monumentos al afirmar el carácter racional y lógico de la
arquitectura gótica que debía presidir la restauración, justificando así los derribos de los
añadidos posteriores al entrar en contradicción con la lógica del edificio. En ese sentido,
el informe señalaba las claves de lo que debía ser la futura restauración, enumerando
una serie de obras necesarias para recuperar la pureza de estilo, entre las que se hacía
referencia al derribo del hastial occidental o el retablo de Simón Gavilán. Asímismo, se
aconsejaba reconstruir los hastiales en forma de gabletes o tímpanos muy agudos.
9
La obra de Laviña se concentró en la fachada meridional, que completó hasta la galería
del triforio y entre los años 1863 y 1865, pues a partir de 1866 los problemas
presupuestarios impidieron continuar la reconstrucción al mismo ritmo. Por fin, el 7 de
octubre de 1867, debido a la total ausencia de fondos y a que el Obispo de León había
comprometido su responsabilidad por más de 14.000 escudos, se ordenó la suspensión
total de las obras. Laviña interrumpió entonces toda su actividad quedando sus trabajos
detenidos cuando aún no existía enlace entre las partes nuevas y viejas del edificio y
varias zonas de la nave llevaban ya siete años apoyadas de forma precaria en puntales y
armaduras de madera, sufriendo además, las inclemencias atmosféricas.
Fallecido Laviña en enero de 1868, se nombró director de obras al arquitecto abulense
Andrés Hernández Callejo, quien ocupó el cargo hasta diciembre de ese mismo año. Los
motivos de esta rápida destitución habría que buscarlos en sus numerosos conflictos con
el Obispo, el Cabildo, el Gobernador Civil o los trabajadores, que le impidieron avanzar
con las obras de restauración.
Lo cierto es que desde su llegada a León, Hernández Callejo centró su actividad en lo
que se podría denominar gestión y control administrativo de los trabajos: poner orden en
los materiales, controlar el trabajo del personal, acondicionar la oficina de las obras o
establecer medidas de seguridad para herramientas y materiales. Esto condujo,
efectivamente, a que durante este periodo no se asentara una sola piedra en el edificio,
siendo un amplio número de sillares labrados el único avance concreto de las obras de
restauración en ese año.
Tras el cese de Hernández Callejo, en febrero de 1869 se nombró a Juan de Madrazo y
Kunz nuevo director de las obras de restauración. Es a él precisamente a quien la
Catedral debe su aspecto actual.
La novedad de los planteamientos de Madrazo radican en la concepción de la
arquitectura gótica como un sistema dotado de coherencia en todos sus elementos
constitutivos. Se entiende que los aspectos estructurales, estéticos y la función estática y
resistente del edificio están en íntima conexión y mantienen una mutua dependencia.
Como consecuencia, frente a las soluciones concretas a problemas constructivos o
estáticos que habían propuesto sus antecesores, cada proyecto parcial de Madrazo
supuso el estudio integral de su razón de ser dentro de la totalidad de la construcción en
la que había de insertarse. En definitiva, Madrazo buscaba una arquitectura ejemplar, en
la que se observa una clara influencia de las doctrinas de Viollet-le-Duc, de modo que
hay quien afirma que la Catedral de León es neogótica por su reconstrucción, pero
también neofrancesa por el criterio con que la misma se llevó a cabo.
Durante los primeros siete años en que la restauración estuvo a cargo de Madrazo, no se
produjo un avance significativo en las obras, fundamentalmente debido a la escasez
presupuestaria. Así, ya a comienzos de 1869 el Obispo reclamó ante el Ordenador de
pagos 150.000 pesetas del presupuesto del ejercicio, que le habrían de servir para
recuperar en parte las cantidades que había anticipado en el año económico de 1868.
Los fondos no se recibieron hasta abril de 1870 y se destinaron a las obras de más
urgente necesidad, como la reconstrucción de los botareles de la fachada meridional y
algunas obras de carpintería. Volvieron después a pararse nuevamente los trabajos hasta
la recepción en mayo de 1871 de 125.000 pesetas, gracias a las gestiones de los
senadores de León ante el Ministro de Gracia y Justicia. En este caso, se reedifica el otro
botarel del brazo sur del crucero.
En 1873 se produjo un cambio en la administración de las obras de restauración que se
concretó en el traspaso de competencias del Ministerio de Gracia y Justicia al Ministerio
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de Fomento. Se reorganizó, igualmente, la Junta de Obras de la Catedral, presidida
ahora por el Gobernador Provincial y en la que el Obispo actuaba como Vicepresidente.
A finales del mes de enero de 1974 Madrazo firmaba el proyecto de encimbrado para las
bóvedas altas, que representaba la elaboración final de las propuestas que sobre el tema
y como trabajos urgentes, venía realizando desde que asumiera la dirección de las obras.
La falta de financiación impidió, una vez más, la efectiva realización de estos trabajos.
Fue, en esta ocasión, el Obispo de León quien se decidió por su cuenta a solicitar ayuda,
organizando una suscripción pública e internacional. Los fondos recaudados fueron más
bien escasos, destacando únicamente las aportaciones realizadas por el rey Alfonso XII,
la Obra Pía de la Santa Cruzada y la Diputación Provincial. No obstante, la difusión
nacional de las obras de restauración obligó al Ministerio de Fomento a consignar una
cantidad fija para dichas obras. Con ello dieron comienzo las labores de encimbrado
proyectadas por Madrazo, a la vez que se abría una nueva etapa en la historia de la
restauración de la Catedral de León.
Madrazo centró sus esfuerzos en la fachada sur, demostró que el triforio que se estaba
ejecutando de acuerdo con el proyecto de Laviña no tenía sección suficiente para
soportar el resto de la fachada, además de que el diseño de sus elementos no era
coherente con el carácter gótico de la obra original. Obtuvo entonces permiso para
derribarlo y levantar otro nuevo, de acuerdo con el proyecto presentado en mayo de
1876. La diferencia más notable entre ambos proyectos residía en el remate de la
fachada, de gusto románico en el de Laviña y para el que Madrazo proponía un agudo
piñón, en el que se dejaba sentir la influencia de Viollet-le-Duc. La idea básica situaba a
la geometría como principio de la arquitectura y a los triángulos equiláteros como las
figuras geométricas más perfectas, que ya el constructor del siglo XIII había tenido en
cuenta para dotar de proporciones al edificio. Este proyecto lo completó, en realidad,
Demetrio de los Ríos en 1882, dos años después del fallecimiento de Madrazo, si bien
sobre los planos que éste había ultimado. En cuanto al rosetón de la fachada, se
conservó el diseño de Laviña, alterando ligeramente su colocación.
La finalización de la etapa de Madrazo al frente de la restauración de la Catedral de León
se produjo como consecuencia de sus fuertes discrepancias con las autoridades
religiosas que causaron su destitución el 21 de octubre de 1879. A los pocos meses
Madrazo moría en Madrid, reconociéndose tan solo un año más tarde el valor de sus
trabajos, al serle concedida la Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
2.3. Últimos años de la restauración: el período 1880-1901
La última fase de la restauración de la Catedral recayó fundamentalmente en las manos
de dos arquitectos: Demetrio de los Ríos y Juan Bautista Lázaro.
Dado el delicado estado de la Catedral, fue preciso continuar con el proyecto
arquitectónico de Juan de Madrazo. Tras un breve período en que éste fue sustituido por
el Marqués de Cubas y Simeón Avalos, presentando ambos su renuncia, el 2 de marzo
de 1880 es nombrado como arquitecto director Demetrio de los Ríos, que ya había
estado en la terna propuesta para la sucesión de Laviña, y en cuyo haber se encuentran
la restauración de la Catedral de Sevilla y obras en el Ayuntamiento de esta misma
ciudad.
De los Ríos logró que las obras de restauración avanzaran a buen ritmo gracias a un
sostenido y regular apoyo económico, así como a su buena relación con las autoridades
religiosas.
11
Este historiador y arqueólogo cordobés apasionado del renacimiento bramantesco trabajó
con la idea de lograr la unidad de estilo en el edificio. Además de este principio general
de uniformidad, el objetivo en esta época fue lograr la estabilidad del edificio trabajando
desde el exterior hacia el interior. Así, en primer lugar se afrontó la restauración de las
estructuras que garantizaban la estabilidad general de la Catedral (botareles,
contrafuertes, torres de contención y arbotantes), para ocuparse después de otras zonas
deterioradas como el triforio. Posteriormente, se incorporaron elementos neogóticos en la
parte inferior del edificio (restaurándose, además, las naves laterales y capillas
absidiales) y se procedió a una completa renovación exterior de las ventanas superiores.
Finalmente, las bóvedas de crucería completaron el amplio proceso de reconstrucciónrestauración de la Catedral.
Los proyectos de restauración parcial incluyeron la fachada meridional y el brazo sur del
crucero, el hastial occidental y las bóvedas de crucería. Así, anualmente De los Rios
presentó un presupuesto con los trabajos de restauraciones parciales junto a una breve
memoria introductoria. Estos proyectos se centraron básicamente en cuatro aspectos:
conservación (trabajos de limpieza, mantenimiento y consolidación de estructuras
constructivas y elementos decorativos, que no implican cambios de aspecto, forma o
materiales), restauraciones (ya se realicen sin alterar mecánica o formalmente los
elementos -pero sí materialmente- a fin de dotar de estabilidad y resistencia a estructuras
y elementos aislados, o se lleven a cabo restablecer ciertas partes del edificio en el estilo
gótico del siglo XIII, bajo la constante idea de unidad de estilo), decoraciones en el
interior (reparación del pavimento, verjas, sepulcros, etc., tratándose en muchos casos de
proyectos que se completarían posteriormente) y aislamiento de la Catedral (con la
demolición de una construcción adosada al templo por su costado meridional).
La mayoría de esos presupuestos eran aprobados por la Junta Consultiva de Canales,
Caminos y Puertos, aunque no faltó ocasión en que hubieron de ser sometidos a la
Academia de San Fernando.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentó de los Ríos fue el denominado
“mal de la piedra”, que motivó una notable operación de sustitución de sillares en el
templo. La piedra, elemento constructivo inevitablemente asociado a la arquitectura
gótica, y condicionante de su estructura y aspecto formal, se veía afectada por una
calidad original que debía ser mejorada con otro material de idéntica naturaleza pero
mayor resistencia y lo más económico posible. Así, en esta etapa se empleó piedra
arenisca de Busdongo y piedra de Ontoria, además de aprovechar piedra antigua que se
había ido acumulando en los derribos y desmontes previos.
Por eso, a partir de 1885 se desarrollaron importantes obras de cimentación, tras
comprobarse la inconsistencia del terreno (el subsuelo de la Catedral estaba repleto de
cadáveres en descomposición) y la desigualdad de los cimientos entre las distintas pilas.
Además, se restauró la práctica totalidad de los pilares del brazo sur del crucero, que se
habían resentido debido a la presión de las cargas superiores, así como las pilas del
ábside.
En 1889 fue presentado el proyecto de reparación del pavimento, coro (descartado por
motivos litúrgicos), verjas, sepulcros y demás elementos necesarios para abrir el templo
al culto, circunstancia que se produciría finalmente en la primavera de 1901.
El fallecimiento del arquitecto en 1892 dejo inconclusos algunos de sus proyectos,
perfilados casi a modo de sugerencias, como fue su idea de rematar la gran bóveda
central del crucero con una torre o flecha, o el traslado del coro al presbiterio. Quedan
como aportaciones más vistosas de su etapa los dos hastiales correspondientes a las
fachadas meridional y occidental del edificio. En concreto, el hastial occidental fue
12
derribado y posteriormente reconstruido en estilo neogótico. El proceso se prolongó por
espacio de dos años, siendo preciso ampliar la cantidad inicialmente presupuestada
debido a las obras que debieron realizarse no estaban inicialmente previstas.
Tras la breve supervisión por parte de Ramiro Amador de los Ríos como sucesor de su
tío, Juan Bautista Lázaro se ocupó de continuar las obras y proyectos que Demetrio de
los Ríos había dejado sin terminar: la pavimentación de la nave y el presbiterio, y el
remate del hastial occidental. Se decidió entonces que el coro permaneciera en su
ubicación actual tanto por motivos económicos como por la falta de urgencia de dicho
traslado. Los proyectos de restauraciones exteriores que el arquitecto leonés realizó
prosiguieron más allá de 1901.
En estos años se realizaron los trabajos de reposición, reparación y reconstrucción de las
vidrieras. La primera propuesta de reposición y restauración corresponde al año 1887,
estimando la necesaria restauración de unos 1.101 metros cuadrados de vidrio de un
total de 1.763. Bajo la dirección de Bautista Lázaro se demostró la dificultad de encargar
la fabricación a una casa extranjera y la labor se llevó a cabo en un taller leonés,
comprendiendo tanto la reparación de vidrios ya existentes como la fabricación de otros
nuevos.
El arquitecto leonés, que fallecería en 1919 tras más de una década enfermo por
enajenación mental, fue seguido en su cargo en 1901 por Juan Crisóstomo Torbado,
cuya labor se centró en trabajos de conservación, saneamiento, protección y reparación
de vidrieras, reparaciones en la torre del reloj y en las cubiertas, pavimento del atrio, etc.
Por último, en la fase de restauración que se inicia en 1880 se acometieron las labores de
aislamiento de la Catedral ya mencionadas, materializadas en el derribo de las
construcciones adosadas al templo desde 1883. Con posterioridad y una vez clausurada
la restauración, en 1910 se demolería la Puerta del Obispo.
3. Análisis de los libros de cuentas del archivo de la Catedral de León (1880-1901)
Los libros consultados, correspondientes al último período de la gran restauración,
comienzan en 1882 y, en la mayoría de los casos, llegan hasta mediados de la década
siguiente, a excepción del Libro de Intervención del Personal, que se prolonga hasta
1910, fecha posterior a la apertura del templo al culto en 1901. El cuadro 1 siguiente
resume la información sobre los citados documentos.
Referencia
R.492
R.493
R.494
R.495
R.496
R.497
R.498
Cuadro 1. Listado de documentos consultados
Título
Intervención de la Caja
Caja
Intervención del Personal. Vales
Libro de Caja. Entrada y Salida de Caudales
Libro de intervención. Piedra de las canteras y demás
materiales
Don Demetrio de los Ríos c/c
Portes de piedra
Fecha
1882-1894
1882-1890
1882-1910
1884-1896
1883-1892
1884-1887
1884-1895
En primer lugar, se han analizado los libros que corresponden a la caja, con particular
interés en el de Caja e Intervención de la caja, a fin de, no sólo describir su contenido y
estructura, sino también establecer la posible relación entre ellos. Posteriormente, se
comenta la información relativa al personal contratado y al registro de inventarios. El resto
de documentos no resulta de especial utilidad para la investigación realizada.
13
Se observa que, si bien la partida doble se usaba en España con carácter general desde
el s.XVI, los libros analizados en la Catedral de León para el período al que se refiere
este trabajo aplican el método de cargo y data, sistema de registro coincidente con el
empleado en la Catedral de Toledo, de acuerdo a la investigación de Cillanueva (2005),
referida ya a los siglos XVI y XVII. Este método corresponde a un listado de los cobros y
pagos efectuados por los administradores de la Fábrica, finalizando con la cifra del saldo
de tesorería, también denominada “alcance” de la misma.
3.1. Libros de Caja
El Libro de Caja
El rayado del libro de caja indica su preparación para aplicar el sistema de partida doble.
Sin embardo, es el método de carga y data el que se observa en los libros consultados.
El libro comienza con un balance verificado a fecha 26 de septiembre de 1882, pero en
las hojas siguientes, relativas al período 1876-1881, se recogen las entradas y los pagos
en función de que la parte de la obra a la que se destinaban (encimbrado del norte,
balaustradas, etc.).
A continuación el libro incluye las Cuentas Generales por año económico y meses,
comenzando en el año 1879-80 y llegando hasta 1889-1890 (imagen 1).
Imagen 1. Libro de Caja. Año económico
14
Se comprueba que los pagos mensuales corresponden a las cifras indicadas en el libro
de Intervención de Caja para los siguientes períodos: de julio de 1882 a abril de 1883, y
nuevamente desde julio de 1884 a octubre de 1884, así como entre enero y marzo de
1885 (cuadro 2). Esto se debe a los saltos temporales del Libro de Intervención de Caja.
Cuadro 2. Cobros y pagos por anualidades del Libro de Caja
Periodo
Cobros
Pagos
9/79 a 6/80
46.855,51
46.855,51
7/80 a 6/81
121.200,00
121.200,00
7/81 a 6/82
137.749,52
137.749,52
7/82 a 6/83
121.815,72
121.815,72
7/83 a 6/84
122.477,79
122.477,79
7/84 a 6/85
122.500,00
122.500,00
7/85 a 6/86
116.709,87
116.709,87
7/86 a 6/87
124.500,00
124.500,00
7/87 a 6/88
118.900,00
118.900,00
7/88 a 6/89
95.500,00
95.500,00
7/89 a 1/90
50.499,43
50.499,43
Por tanto, los datos figuran por años económicos, distinguiéndose los libramientos
realizados en la página de la izquierda (debe) y los gastos habidos en el año en la de la
derecha (haber). Así, a título de ejemplo, el libro presenta la siguiente información:
Año económico de…
Mes
Haber
Indemnizaciones del pagador
Gastado en conservación
Id.en restauraciones parciales
Id.en ventanas y bóvedas del brazo sur
Siguiendo cronológicamente los cambios que se producen en los conceptos anteriores,
pueden identificarse las labores de restauración emprendidas con el paso del tiempo. Así,
de acuerdo al documento, las ventanas y bóvedas del brazo sur se restauran entre
noviembre de 1882 y mayo de 1883, el hastial sur entre diciembre de 1880 y julio de
1882, las ventanas laterales y bóvedas en 1884, el hastial oeste entre agosto de 1888 y
noviembre de 1889 y el pavimento y coro en diciembre de 1989 4 . Durante algunos meses
intermitentes figura también el pago por Id. en restauraciones parciales de canteria,
aspecto al que se hizo referencia en el epígrafe 2.3. del trabajo.
En cuanto al haber, cada página comienza con las Sumas anteriores, enumerándose a
continuación los conceptos relativos a los pagos, que se repiten habitualmente para los
distintos años reflejados en el libro (imagen 2). Por su parte, el debe recoge los
libramientos realizados, partiendo siempre de la Suma anterior, al igual que ocurre con el
haber.
4
Nótese que estos pagos corresponden a restauraciones dado que el proyecto de traslado del coro
finalmente no se llevó a cabo.
15
Imagen 2. Libro de Caja. Debe - Haber
Si se analizan los conceptos correspondientes a las entradas en los libros de caja, se
puede comprobar que, como indican los manuales de historia, la financiación para la
restauración de la Catedral de León procedía principalmente de libramientos (fondos
extendidos por el Estado), donativos varios y obras pías, aportaciones de los fieles y
colectas, así como de la propia actividad de restauración y reconstrucción del templo, que
contribuyó por sí misma a tales fines, puesto que también se obtenían fondos
procedentes de la venta de piedra y madera –posiblemente a particulares-,principalmente
a partir de 1893.
Intervención de Caja
El Libro de Intervención de Caja detalla, como se expone a continuación, los cobros y
pagos en efectivo durante un periodo de tiempo determinado, normalmente un mes.
Además, se ha podido comprobar su conexión con el Libro de Caja, pues como ya se ha
comentado, para los periodos que cubren ambos libros existe una total coincidencia en lo
que se refiere al importe de los pagos, a pesar de la diferencia que se observa en cuanto
a su criterio de clasificación. En efecto, en el Libro de Caja los pagos aparecen
ordenados en función de su finalidad, mientras que en el de Intervención lo hacen de
acuerdo con su naturaleza (personal, labrado de piedra, afilado de herramientas….).
Aunque el rayado y la impresión de las expresiones "Debe" y "Haber" en la parte superior
izquierda y derecha respectivamente de cada uno de los folios del libro corresponden a
la partida doble, el libro usa en realidad un sistema de Cargo y Data.
Los primeros datos que figuran en el libro hacen referencia al mes de junio de 1882, en
tanto que los últimos son los relativos a enero de 1894. No obstante, pueden detectarse
importantes lagunas en los datos que se ofrecen. En este sentido, hemos podido
constatar la ausencia total de datos entre julio de 1883 y julio de 1884, así como entre
16
junio de 1885 y abril de 1893, así como la falta de datos relativos a los pagos de mayo y
junio de 1883 o diciembre de 1884.
En cuanto al sistema contable utilizado, también pueden detectarse variaciones a lo largo
del tiempo, si bien, más de forma que de fondo. Así, los datos de 1882 y 1883 siguen una
misma estructura, a saber, cada folio corresponde a un mes, presentándose en la parte
izquierda el importe de los cobros acumulados hasta su comienzo, a continuación todos
los cobros del mes y, por último, la suma final. En la parte de la derecha se anotan los
pagos del período, calculando igualmente, la suma total de los mismos. Las imágenes
que se presentan del Libro de Intervención de Caja corresponden precisamente a esta
época (imagen 3).
Imagen 3. Intervención de caja. Debe y Haber
17
En los datos de 1884 y 1885 se presentan, en ocasiones, en un mismo folio, los cobros o
pagos correspondientes a dos meses consecutivos, enfrentándose en todos los casos los
cobros acumulados hasta un determinado periodo con los pagos del mes o meses
inmediatamente anteriores. Además, en este periodo se presenta como primer apunte en
el lado de los pagos el total acumulado desde su inicio, julio de 1884. Así por ejemplo, en
el folio correspondiente a noviembre de 1884 aparecen los cobros acumulados hasta el
inicio del mes, los correspondientes a dicho mes, así como los pagos acumulados desde
el inicio de esta segunda etapa en los libros, hasta el inicio de octubre y los que se
producen en el citado mes.
Los últimos datos que figuran en este libro, lo hacen en formato y denominación diferente
a la empleada hasta la fecha. Corresponden a esta última etapa los denominados
balances del año 1893 con fecha de abril, mayo, el conjunto de los meses junio, julio y
agosto, el de noviembre, y el formulado a fecha de 20 de enero de 1894.
En todos estos casos, los datos aparecen en forma de lista, figurando, en primer lugar, el
cargo, que desglosa el importe de los fondos de los que se dispone para las obras de
restauración y, a continuación, la data, donde se detalla su empleo. Aparece también la
diferencia entre ambos conceptos como saldo a favor o contra la caja. Es importante
destacar que, en esta última etapa, los balances aparecen siempre firmados por el
arquitecto responsable de la restauración en estos años, Juan Bautista Lázaro.
3.2. Libro de Intervención del Personal
Este libro, con páginas numeradas en la parte superior, comienza con una relación de los
gastos de personal mensuales que se suceden desde septiembre de 1882 a noviembre
de 1883. Esta relación de gastos, calculados como la suma de los totales para todos los
trabajadores, clasificados según su clase, concluye con “Suman los gastos del personal
en el mes de…”, tal y como se observa en la imagen 4.
Imagen 4. Intervención del Personal. Empleados
18
En un intento por busca las relaciones entre los distintos libros, se ha comprobado que
las cifras totales correspondientes a los gastos de personal para cada mes coinciden con
las que recoge el libro de Intervención de Caja para idénticas fechas.
De esta primera parte del libro se deducen las clases de empleados que participaron en
las obras de restauración de la Catedral en estos años, para los que en algunos casos
aparecen los nombres: carpinteros, guardas de noche y de día, auxiliar de
mantenimiento, canteros, peones, auxiliar de monea, capataz, guarda de almacén,
capataz de carpintero, capataz de carpintería, aprendiz, aparejador, tallista, portero.
Después de un considerable salto temporal, la información sobre mano de obra se
retoma en enero y febrero de 1893, ofreciendo en este caso los datos por quincenas, y
respondiendo los datos a la estructura siguiente:
Núm.
Clase
Nombres
Jornales
Precio
Total
Observaciones
Es interesante comentar en este punto la evolución de los jornales (desde 16 días al mes
como cifra mínima hasta 30 días en caso de los guardas) y de su importe. A título de
ejemplo, en enero de 1893, eran 44 los trabajadores implicados en las obras de la
Catedral. De ellos, el jornal más elevado correspondía al aparejador (9 ptas./jornal(,
mientras que el cantero capataz percibía 7,5 ptas, el tallista 6, el cantero 4,25,
correspondiendo a los aprendices la cifra más baja (0,50 ptas./jornal).
A continuación, se anotan las faltas de personal para los meses de marzo a julio de 1893,
si bien no siempre con la misma estructura, calculando al final los jornales trabajados por
cada empleado. La imagen 5 corresponde a la primera quincena de marzo de 1893.
Imagen 5. Intervención del personal. Faltas
19
Por ejemplo, en el centro del listado de trabajadores, se observa que Antonio Seco causa
falta un cuarto de jornal durante la jornada 8, 10 y 15, días en que debía participar de las
obras de la Catedral, resultando el total de faltas en ¾ y siendo pues los jornales
trabajados 12,25, dado que de los 15 días considerados no se ha trabajado en 2.
Después de los datos sobre personal referidos, la composición del libro se ve modificada
con la aparición de lo que el documento denomina “Cuenta con el pagador D.Polonio
Martín” desde 15 de junio de 189. Esta información, recogida a dos páginas relativas a
debe (izquierda) y haber (derecha) parece una referencia a las entradas y salidas de
efectivo, prolongándose hasta 1910, si bien la indicación de las fechas es discontinua a
partir de julio de 1899.
Los datos incluidos en el debe corresponden a donativos y libramientos, mientras que en
el haber se anotan conceptos tales como indemnizaciones del pagador, cantidades
ingresadas en el Banco de España, y cifras satisfechas por portes de piedra, trillos por
esculturas, o pagos a particulares. En ambos casos, se anotan tanto las cifras
individuales relativas al hecho indicado como los totales acumulados.
Si bien se han detectado algunas coincidencias entre los libros contables, en otras
ocasiones las discrepancias contribuyen a explicar la finalidad y contenido de los mismos.
Así, por ejemplo, los gastos de personal ascienden a 3.683,74 ptas. en diciembre de
1884 de acuerdo al libro de “Intervención del personal”. No obstante, en el libro “Caja”
referido al mismo mes los pagos, que totalizan 5.761,27 ptas., corresponden a
libramientos y son estos:
Indemnizaciones del pagador
Gastado en conservación
Id.en restauraciones parciales
Id.en ventanas y bóvedas del brazo sur
20,84
488,20
3.174,99
2.077,44
3.3. Registro de inventarios
El “Libro de intervención. Piedra de las canteras y demás materiales” contiene una
relación detallada de la piedra y otros materiales utilizados en la obra de restauración
durante el periodo 1883-1892. La estructura adoptada para este libro recoge varias
columnas para indicar las mediadas de la piedra: largo (L), ancho (A) y grueso (G) y una
cuarta columna donde se refleja el total de las tres medidas anteriores en metros
cuadrados. Por ejemplo, la primera página del libro comienza haciendo referencia al
proveedor de la piedra (Sres. Landia y sobrinos) y a las fechas de entrada de los
materiales, como se observa en la figura 6, con la correspondiente transcripción.
En el resto de las páginas del libro se recogen tablas similares para distintos proveedores
haciendo referencia además al tipo de piedra utilizada (arenisca, caliza, etc.) y a la parte
de obra que se aplicaba (plataforma nº..) así como al número de vagón de ferrocarril en el
que se transportaba.
20
Imagen 6. Piedra de las canteras
L
0,70
0,90
0,62
0,88
1,25
1,15
A
0,45
0,73
0,63
0,62
0,80
1,16
G
0,35
0,45
0,45
0,45
0,45
0,25
Cubo (*)
0,11,02
0,88,69
0,87,88
0,49,10
0,90,00
1,00,05
4,26,74
1
3
5
2
2
3
(*) Esta cantidad se obtiene de multiplicar el total de las medidas por el número de unidades
solicitadas que se incluyen en la última columna.
Parece ser que la única finalidad de este Libro es la llevar una relación detallada de la
piedra utilizada, posiblemente con finalidad de rendir cuentas del material, pero con
escaso valor contable ya que no recoge valoración monetaria. Solamente al final de libro
y para dos proveedores en concreto, se incluye una nueva columna con la valoración en
pesetas, pero de forma global para el total de metros cuadrados adquiridos sin poder
conocer, por tanto, el precio unitario para cada tipo de piedra. Incluso en alguna ocasión
deducían la cantidad abonada en algún mes pero en unidades físicas sin hacer referencia
al importe monetario, con lo cual se puede deducir la escasa importancia que concedían
a la valoración monetaria contable, lo que nos impide efectuar un estudio sobre la
evolución de los precios de este material para el periodo considerado.
Por otro lado, tampoco se ha podido constatar la correspondencia entre las adquisiciones
de material, recogidas en este libro, con los pagos registrados en las fechas
correspondientes reflejados en el libro de Caja, pagos que posiblemente se recogen junto
con otros conceptos, ya que a diferencia de los pagos al personal no están especificados,
lo que viene a confirmar, una vez más, la utilización de la técnica de registro de “cargo y
data”, como habitual en los libros de la Catedral de León.
Lejos está, en consecuencia, la utilidad de este libro con la que nos reportan unas fichas
de inventario permanente al no proporcionar información sobre las salidas de material y la
cantidad existente al final de cada mes, es decir no permite llevar un auténtico control de
materiales.
4. CONCLUSIONES
La investigación de los Libros de Cuentas de la Catedral de León, consultados en el
archivo de la misma, correspondientes al periodo 1880-1901, época en la que tuvo lugar
la más importante obra de reestructuración que afectó a dicho monumento eclesiástico,
pone de manifiesto que el procedimiento contable utilizado corresponde al de “cargo y
data” a pesar de que por entonces ya se venía utilizando el método de la partida doble
con carácter general en la contabilidad de las empresas privadas.
No obstante, pese a las limitaciones de este método en comparación con las ventajas
que aporta la partida doble, se ha valorado la información relativa tanto a la procedencia
de los fondos obtenidos para su financiación, como a las distintas aplicaciones de los
mismos: pagos de material, personal y otros conceptos.
21
En concreto, se ha prestado especial atención en los libros de caja, a fin de detectar los
principales conceptos que configuran el origen de los fondos y el destino de los mismos,
buscando además la relación entre los distintos documentos (Caja e Intervención de
caja). A este respecto, se observa una interrupción cronológica en los datos, así como la
utilización de un mismo libro para fines diferentes, sorprendiendo esa falta de rigor en un
Monumento cuya restauración se financiaba con fondos públicos de cuya utilización
debía facilitarse cumplida información.
Al mismo tiempo, se han analizado los registros sobre el personal, que representan uno
de los controles más precisos de toda la documentación estudiada. Así, se incluyen tanto
listados de los trabajadores que participaron en las obras, como el jornal percibido por los
mismos, y el control de los tiempos trabajados. Sin embargo, y como ocurriera con la
información sobre la caja, el libro termina refiriéndose a un registro de cobros y pagos
que en nada corresponde a su objeto inicial.
Por último, las anotaciones sobre inventarios parecen un tanto incompletas, limitándose a
registros de entradas en unidades físicas, con escaso valor contable.
De lo anterior puede deducirse que los libros consultados son de carácter auxiliar. Para
ofrecer una investigación completa y exhaustiva sería preciso disponer de otros
documentos cuya utilidad se constataría, desde el punto de vista de rendición de cuentas,
tanto por parte del administrador al cabildo catedralicio, como por parte de éste al
gobierno de la nación, pues no debe olvidarse que este edificio fue el primero que se
declaró en España como Monumento Nacional, precisamente con el fin de obtener
fondos para su restauración, lo que obligaba a presentar a la Administración del Estado,
que por aquel entonces era el Gobierno de Isabel II, una Memoria completa de todas las
actividades realizadas, acompañadas de los libros de cuentas correspondientes.
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