AGRICOLÆ D 114 urante los últimos años la competitividad del sector de producción animal y en particular el de producción de ganado porcino, se ha visto fuertemente comprometida debido al gran incremento en los costes de producción, relacionado fundamentalmente con los costes de las materias primas y con los bajos (aunque fluctuantes) precios de venta. Por ello, el sector está reordenándose y la competitividad pasará por mantener un control estricto de la eficiencia productiva en armonía con los estándares de calidad más elevados en relación tanto con la sanidad, el bienestar animal, el control de las emisiones al medioambiente y la seguridad alimentaria. Los productores sólo tienen capacidad de influir en su propio negocio mediante la mejora de la eficiencia y del control de costes, con el objetivo de conseguir unos márgenes que les permitan seguir produciendo de forma rentable. Dentro del término eficiencia podemos distinguir dos puntos íntimamente ligados: Eficiencia productiva y eficiencia energética. En el caso de la eficiencia productiva hablamos de optimizar el rendimiento de nuestros animales con el menor coste, manteniendo las condiciones de confort y bienestar animal. Aquí debemos tener en cuenta múltiples factores: genética, alimentación, sanidad, manejo y medio ambiente entre otros. Muchos de los problemas que se producen en las explotaciones porcinas se relacionan con un deficiente manejo y control del medio ambiente. Es necesario proporcionar a los animales un microclima adecuado para cada edad y fase de producción de manera que los animales tengan una zona de comodidad adecuada a sus necesidades y a la función productiva que deban satisfacer. Esto se consigue modificando artificialmente los elementos que forman el medio ambiente mediante el aislamiento y los sistemas de climatización. Estas condiciones ambientales adecuadas influyen a su vez en los puntos mencionados anteriormente: • Genética: aumenta la expresión del potencial genético al reducir los factores ambientales limitantes. • Sanidad: reduce la incidencia de patologías. • Alimentación: optimiza el aprovechamiento del alimento, ya que el animal no tiene que desviar energía para el mantenimiento de la temperatura corporal. En el caso de Eficiencia Energética hablamos de optimizar los consumos energéticos de los diferentes procesos, actividades y equipamientos de la explotación, manteniendo las condiciones del manejo, confort y seguridad de los animales. Para conseguir una mejora en este aspecto debemos considerar una serie de factores directamente implicados: materiales de construcción, aislamientos, ventilación, calefacción e iluminación principalmente. La mayoría de ellos están encaminados a controlar la temperatura interior en los alojamientos ganaderos para alcanzar las tem- peraturas óptimas de producción. Como es sabido, si tenemos dos volúmenes a diferente temperatura (por ejemplo, la granja y el exterior), ambos tienden a igualarla mediante transferencia de calor a través de la superficie que los separa, por lo que resulta muy importante el material de separación, especialmente los aislamientos, para que la estancia mantenga su temperatura. Mediante un correcto aislamiento conseguimos reducir las pérdidas de calor en tiempo frío, reducir las ganancias de calor en época calurosa y optimizar el rendimiento de las instalaciones de climatización (calefacción, refrigeración y ventilación). Así, se logra que los sistemas de climatización funcionen en “modo mantenimiento” en vez de funcionar en “modo producción de calor-frío”, reduciendo el gasto energético de esos aparatos y alargando su vida útil. Las explotaciones necesitan técnicas y herramientas para localizar fallos en las instalaciones que comprometan tanto la eficiencia productiva como la energética, mejorando así su competitividad en el sector. Una de esas herramientas es la termografía infrarroja. La termografía infrarroja es una técnica basada en la medición de la radiación infrarroja emitida desde la superficie de un objeto. Los rayos infrarrojos son emisiones electromagnéticas que se sitúan entre la zona de radiaciones visibles por el ojo humano y las ondas de radio, por lo que son invisibles para nosotros pero perceptibles en forma de calor mediante los receptores nerviosos de la piel. Las cámaras termográficas detectan esas radiaciones y las transforman en una señal eléctrica que nos da un código de color. La lente de la cámara realiza esto con millones de puntos a la vez, dándonos un termograma, una representación en una paleta de colores de las diferencias de radiación de los objetos. Como la radiación infrarroja se relaciona directamente con la temperatura, lo que tenemos al final es una imagen de las diferencias de temperatura de los materiales (figura 1). Figura 1 – Imagen termográfica del exterior de una explotación porcina.