unidad y pluralidad de aspectos en la eucaristía

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WALTER KASPER
UNIDAD Y PLURALIDAD DE ASPECTOS EN LA
EUCARISTÍA
A lo largo de la historia se ha corrido frecuentemente el peligro, sobre todo en los
momentos de controversia, de empobrecer el sentido de la eucaristía, reduciéndola a
uno de sus múltiples aspectos. El artículo, a partir de la tradición más primitiva,
recupera la pluralidad de aspectos, dentro de la unidad, de la eucaristía. Esta riqueza,
«recuperada», ofrece, además, grandes posibilidades para él diálogo ecuménico.
Einheit und Vielfalt der Aspekte der Eucharistie. Zur neuerlichen Diskussion um
Grundgestalt und Grundsinn der Eucharistie, Internationale katholische Zeitschrift
«Communio», 14 (1985) 196-215
1. La eucaristía como testamento de Jesús
"La víspera de su pasión", "La noche que fue entregado": así concreta la iglesia, cuando
celebra la eucaristía, su fundamento histórico y objetivo. Al hacer referencia a la
institución de Jesús en aquella noche, no la está considerando como un mero punto de
partida histórico, sino como el contenido normativo permane nte de su celebración
eucarística.
Esta legitimación histórica y objetiva ha sido rechazada a menudo por la reflexión
histórico-crítica sobre los cuatro relatos neotestamentarios, estableciendo así un hiato
entre Jesús .y la iglesia, entre cena del Señor y eucaristía. En esta perspectiva se ve a
Jesús en la tradición profética de la crítica cultual, y a la "fracción del pan" del
cristianismo primitivo, corro una comida en común sin significado cultual y sin especial
relación con la última cena; sólo el influjo de los "misterios" paganos la habrían
convertido en la cena sacramental del Señor. Pero por esta vía, fuera de similitudes
genéricas, no se llega muy lejos: el doble gesto característico de los relatos de la cena, el
partir y repartir el pan y el beber del cáliz, no se puede explicar a partir de los misterios
paganos y en cambio encaja sin problema en el rito de la cena pascual judía. Lo mismo
ocurre con el elemento que desde muy temprano dio nombre a todo el conjunto: la
bendición (beraka: eulogia, eucharistia) pronunciada por el padre de familia antes de la
cena sobre el tercer cáliz de vino.
Pero en realidad, bien mirado, Jesús no sólo asumió en la última cena las costumbres
tradicionales judías, sino que al mismo tiempo las alteró y las subrayó con nuevos
matices. Por un lado ofreció el cáliz para beber a todos los comensales, a diferencia del
uso judío, y por otro lado acompañó con palabras significativas la invitación al pan y al
vino. La última cena es pues un fenómeno su¡ generis, que desborda las categorías
habituales.
Con todo, las diferencias entre los cuatro relatos sobre la cena ponen de manifiesto que
las palabras de Jesús sólo se nos presentan en ellos enmarcadas en la fe y la liturgia de
la iglesia primitiva. Pablo mismo se refiere a su relato como una tradición que él ha
recibido "del Señor" (1 Co 11,23). Como todos ellos recogen elementos de tradiciones
anteriores, es muy difícil precisar la forma original de la tradición, o el tenor literal de
las palabras de Jesús. Con ello no se pierde nada la credibilidad histórica de esos relatos,
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pues todos concuerdan en narrar un acontecimiento sin precedentes, que aun desde el
punto de vista meramente histórico sólo puede tener su origen en Jesús.
Esta procedencia se refuerza cuando se hace patente que las palabras y gestos de Jesús
que se nos han transmitido, están enteramente en la línea de su mensaje y su conducta, y
sólo son inteligibles sobre el trasfondo de su vida. Jesús no sólo proclama la cercanía
del reinado de Dios, de la basileia, sino también su vinculación a su propia persona.
También es característico que Jesús contempla la venida de la basileia bajo la imagen de
un banquete y la celebra ya por anticipado en comidas festivas; también su última cena
se halla ya en la perspectiva y la dinámica de la irrupción del reinado de Dios (Mc
14,25). Pero Dios vincula su salvación sobre todo a la persona de Jesús, haciendo de él
el siervo de Yahvé, que entrega su vida "por muchos" (Mc 14,24; 1 Co 11,24; cfr. Is 53,
10ss): su muerte vicaria por mucho s inaugura la nueva alianza en su sangre (Lc 22,10; 1
Cor 11,25; cfr. Jr 31,31). En la última cena Jesús proclama esa realidad salvífica nueva;
a la vez representa simbólicamente la nueva comunidad de salvación bajo el signo de
repartir el pan y el vino; y finalmente se identifica explícitamente con esos dones de pan
y vino, poniendo de relieve que él mismo es, con la entrega de su propia persona, la
realidad escatológica de la salvación.
Los gestos y palabras de Jesús en la última cena son pues el resumen de su vida entera y
al mismo tiempo la interpretación anticipada de su muerte. Están avalados por su vida y
sobre todo su muerte; y, en conexión con ellas, constituyen el testamento de Jesús, que
prolonga la eficacia de su obra más allá de su muerte. Son su legado, pero un legado de
sí mismo, por el cual quiere permanecer con los suyos y por los suyos. Este legado del
propio Jesús que se convierte en presencia permanente es el punto de partida y el
fundamento de la eucaristía.
En este punto de partida conc uerdan la doctrina católica y la protestante. Lutero
interpreta la Cena por entero a partir del concepto de testamento, entendiéndolo como
síntesis de la encarnación y la muerte de Cristo. Pero al explicar el testamentum bajo el
único prisma de asegurar la presencia del perdón de los pecados, hubo de poner de
relieve sólo el aspecto de recepción pasiva en l a fe, contraponiéndolo al del don y la
entrega. Separa así con nitidez el sacramentum, que se recibe pasivamente, del
sacrificium, que se lleva a cabo activamente y que él rechaza con acritud. Su doctrina de
la Cena está fundada en una cristología "desde arriba", descartando cualquier elemento
"de abajo arriba".
Pero en la autodonación de Jesús aparecen sin dificultad dos dimensiones. En las
palabras de la Cena Jesús interpreta su entrega con las voces pasivas del cuerpo
"entregado" y la sangre "derramada", semitismos que velan con reverencia la propia
actuación de Dios, a la que Jesús corresponde con su obediencia. Puesto que él se debe
al Padre, la actua lización anticipada de la nueva realidad salvífica sucede en la Cena
bajo el signo de la alabanza agradecida, expresión verbal de la entrega personal que se
sacrifica a la voluntad del Padre. No es pues casual la terminología sacrificial de la
sangre de la alianza derramada (Mt 26,28; cfr. Ex 24,8). La entrega de Jesús al Padre en
sacrificio corresponde a su ardiente entrega "por muchos". Así Jesús, precisamente en
su entrega al Padre en la Cena se hace don salvífico para los hombres.
Resumiendo pues, la Última cena de Jesús no sólo pone de manifiesto su misión sino
también su esencia más honda: su ser desde Dios y para Dios y al mismo tiempo su ser
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para los hombres. Es en su misma persona eucharistia y eulogia, acción de gracias y
bendición. En este sentido globalizante la persona de Jesús es la piedra angular del
conjunto, y la cristología, el trasfondo y el origen comprensivo de la eucaristía. Lo cual
significa, de cara al debate actual, que no basta partir de una comprensión meramente
funcional o merament e existencial.
2. La eucaristía como memoria ("anamnesis")
Desde este punto de partida radicalmente cristológico, la celebración eucarística no
puede ser un añadido o complemento al acontecimiento de Cristo y en especial al de la
cruz, pero tampoco debe considerarse como su prosecución o repetición. También para
ella vale el carácter único e irrepetible del acontecimiento de Cristo y de la cruz; de aquí
que su relación con él haya de expresarse con la categoría bíblica de la memoria
conmemorativa y actualizadora (zikkaron; anamnesis; memoria).
Ya las redacciones de Pablo y de Lucas conocen la fórmula: "Haced esto en memoria".
Se discute de dónde procede este mandato: abandonada ya la idea de hacerlo derivar del
helenismo o de las religiones mistéricas, el interés se concentra ahora en su procedencia
del A.T. y del judaísmo. En todo caso la concepción bíblica de memoria no se refiere
sólo a un acordarse subjetivamente, sino a una celebración conmemorativa litúrgicosacramental, en la cual el hecho salvífico pasado se hace presente de un modo
simbólicamente objetivo. Recordemos por ejemplo la fiesta de las chozas (Lv 23,33ss) y
sobre todo la fiesta de la pascua como memorial de la liberación de Egipto (Ex 12,14).
En cada generación están todos obligados a considerarse a sí mismos como si hubieran
salido de Egipto. La actualización litúrgica se propone en definitiva presentar ante Dios
aquel hecho salvador del pasado, dándole vigencia ante él, de modo que él lo recuerde y
lo lleve a su consumación escatológica. "La memoria" bíblica reúne pues las tres
dimensiones del tiempo, ya que la mirada rememorativa que busca una actualización en
el presente, está ligada a la plenitud escatológica venidera.
Los padres de la iglesia trataron de explicar la actualización sacramental con ayuda de la
mentalidad tipológica de la Biblia, utilizando más tarde para la eucaristía la idea
platónica del símbolo real. Para Tomás de Aquino la eucaristía es signum
rememorativum del hecho salvífico ocurrido de una vez por todas, signum
demostrativum de la salvación presente, signum prognosticum que anticipa el banquete
escatológico. Así lo expresa la conocida antífona de la fiesta del Corpus: "... recolitur
memoria passionis eius, mens impletur gratia et futura gloriae nobis pignus datur".
Pero esta grandiosa perspectiva unitaria se perdió con el correr de la edad media. El
símbolo y la realidad fueron disociándose cada vez más; si antes "símbolo" era algo que
en cierto sentido es lo que significa, ahora es algo que ya no es realmente lo que
significa. Para eludir un puro simbolismo y preservar la realidad de la presencia
eucarística de Jesús, se desligó la presencia real de la carne y sangre de Jesús de la
actualización simbólico-rememorativa del sacrificio de la cruz. Pudo así explicarse la
presencia de la persona y de su eficacia salvífica, pero ya no la del acontecimiento
salvador mismo, quedando el carácter sacrificial de la eucaristía y su relación con el
sacrificio de la cruz como un problema insoluble, lo cual permite comprender las
cóntroversias sobre el sacrificio de la misa en tiempo de la reforma. En el fondo, ambas
partes contendientes carecían del instrumental conceptual suficiente. El concilio de
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Trento logró una feliz formulación con ayuda de categorías como representatio,
memoria y applicatio para rechazar la acusación de los reformadores de convertir el
sacrificio de la misa en un complemento idolátrico del sacrificio de la cruz. Pero las
muchas teorías de la época postridentina muestran cuán poco se había logrado una
aclaración teológica suficiente de la representatio passionis.
Sólo la renovación patrística y bíblico-litúrgica de nuestro siglo ha creado una nueva
situación (y con ello nuevas posibilidades ecuménicas). En el seno de la teología
católica se impuso más o menos la intuición fundamental de la teología del misterio, de
O. Casel, acerca de la actualización simbólico-real del hecho salvífico ocurrido de una
vez por todas, concepción finalmente reconocida de forma oficial en el concilio
Vaticano II.
Más repercusión aún ha tenido la renovación de la teología de la palabra de Dios. Según
Pablo la realización de la cena del Señor es la proclamación de la muerte del Señor
"hasta que vuelva" (1 Co 11,26). La celebración eucarística es pues palabra tangible,
invocación pública y solemne del acontecimiento histórico irrepetible, que con ella se
hace presente o patentiza su presencia y adquiere así pública vigencia, convirtiéndose en
promesa y exigencia tanto individual como comunitaria. De modo similar a como las
oraciones de la cena judía eran anámnesis de los hechos salvíficos de Dios, la eucaristía
es memoria actualizadora en palabra y obra de la muerte y resurrección de Jesús, unida
a la súplica por su vuelta: Maranatha (1 Co 16,22).
En resumen, si la institución por parte, de Jesús es el punto de partida y el fundamento
de la eucaristía, la anámnesis de Cristo constituye la "unidad interna" de sus diversos
aspectos. En ella se actualizan sacrámentalmente la muerte y resurrección de Jesús, en
ella se alaba al Señor presente bajo las formas de pan y vino y se anhela su venida
definitiva, permitiendo así la comunidad (communio) con él.
3. La eucaristía como acción de gracias y sacrificio
La acción de gracias enmarcó la institución de Jesús y enmarca la anámnesis de su
hecho salvador. La gratitud y el agradecimiento es la actitud fundamental de la criatura
humana ante Dios, la expresión más nítida de cómo se acogen sus hechos y dones
salvíficos. Alabanza y gratitud, eulogia y eucharistia, son el elemento fundamental de la
liturgia pascual judía y también forman parte constitutiva de la institución ..de la Cena
por Jesús (Mc 14,22.23 par; 1 Co 11,24). Así la palabra eucaristía sirvió desde muy
pronto para denominar el proceso global de la cena del Señor; desde la época más
primitiva la liturgia eucarística en sentido estrico comienza con la invitación gratias
agamus ("demos gracias al Señor nuestro Dios"), para luego proclamar y rememorar en
ese tono de acción de gracias los hechos salvíficos. Con razón se ha visto ahí la forma
fundamental de la celebración eucarística.
La idea de agradecimiento se une pronto con la del sacrificio. Ya el A.T. conoce el
sacrificio de alabanza (toda; hostia laudis), en el que jugaban un importante papel el pan
y el vino (Sal 50,14.23; cfr. 116,17; 119,108); asumido luego por la carta de los
Hebreos (13,15), entra más tarde este concepto en el canon romano. La concepción de
sacrificio se va personalizando así poco a poco en la Escritura, que expresa la entrega
del siervo de Yahvé (Is 53,4s.10ss) corno donación total de su persona. La
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espiritualización de las concepciones sacrificiales del A.T. hecha por Filón, permite a
los padres de la iglesia entender desde muy pronto la eucaristía como sacrificio. Por
contraste con el desprecio gnóstico de lo material, Ireneo de Lyon hace resaltar los
dones de pan y de vino como expresión simbólico-real de la actitud de sacrificio,
plasmada de modo personal en el agradecimiento. Si poco a poco va destacándose del
concepto de eucharistia con cada vez mayor precisión el de oblatio, no hay que ver en
ello sino un desarrollo de lo que ya desde el principio estaba allí.
Una tal evolución es fecunda mientras no se aísla un elemento del conjunto y conserva
las proporciones del todo. Esto es lo que ocurrió en la edad media, perdiéndose la
perspectiva global. La presentación de las ofrendas en el marco de la acción de gracias
no fue considerada ya como la forma sacramental en que adquiere presencia
rememorativa el sacrificio único de Jesucristo; de aquí el peligro de que el sacrificio de
la misa adquiriese un carácter autónomo, contra el que se dirigió la protesta de los
reformadores. A su vez éstos entendieron la eucaristía como mero sacrificio de gratitud
por el perdón de los pecados, pero ya no como actualización sacramental eficaz del
sacrificio de la cruz. En la medida en que hoy vamos recuperando el sentido
sacramental de la eucaristía, cuyo contenido es el sacrificio único de Jesucristo, se va
abriendo paso lentamente un consenso difícil en esta tan controvertida cuestión.
Claro que esto es sólo el aspecto más difícil del problema. El otro, de mucha mayor
trascendencia ecuménica, consiste en la cuestión de hasta qué punto la eucaristía no sólo
es sacrificio actualizador de Jesucristo, sino también sacrificio de la iglesia, o, mejor
formulado, en qué medida el sacrificio de agradecimiento de la iglesia es la forma
sacramental de la presencia del sacrificio de Cristo. En esta cuestión se acentúa el
problema fundamental de si en la eucaristía la iglesia como cuerpo de Cristo está
también implicada en el sacrificio de Cristo, de si la esposa de Cristo correaliza su
sacrificio en obediente subordinación. El testimonio de la biblia muestra que esto es
pensable, por ejemplo en los salmos, donde la respuesta humana a la palabra de Dios es
a su vez considerada de nuevo como palabra de Dios. La donación y la acogida no están
yuxtapuestas, ni menos contrapuestas, sino mutuamente imbricadas.
La acción de gracias como forma fundamental de la eucaristía nos lleva pues a
considerar que el sentido primero de la celebración eucarística es el cultus divinos, la
alabanza y glorificación de Dios al recordar sus hazañas. Este aspecto cúltico- latréutico
resulta cada vez más difícil para esta sociedad nuestra orientada a la satisfacción de las
necesidades humanas; quizá resida aquí el auténtico motivo de la crisis litúrgica. Pero
precisamente en esta situación social son convenientes e incluso necesarias, aun desde
el punto de vista meramente antropológico, la fiesta y la celebración como liberación de
unas plausibilidades sociales impositivas. Reducir la eucaristía a su significado
antropológico sería por ello una falsa modernización de la iglesia y de su liturgia. Según
la argumentación teológica expuesta, la alabanza de Dios es la salvación de los
hombres, como forma sacramental de actualización salvífica. Por tanto esta segunda
finalidad no es una especie de añadido extrínseco a la primera, sino que forma parte
inherente a ella: "La gloria de Dios es la vida del hombre" (Ireneo).
4. La eucaristía como epíclesis
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La acción de gracias como movimiento del hombre hacia Dios no es naturalmente algo
de lo que se puede arrogar de forma autónoma el hombre o la iglesia, sino que según la
Escritura está producida por el Espíritu, como una oratio infusa mediante al cual la
gracia regalada por Dios refluye a Dios. Con ello la eucaristía se vuelve necesariamente
epíclesis, súplica del envío del Espíritu para que consume la acción salvífica actualizada
en la anámnesis. La epíclesis es como el alma íntima de la eucaristía.
El fundamento último de este carácter de plegaria en pro de la bendición divina está en
el concepto bíblico de be raka, tan importante tanto para la oración judía como par la
eucaristía cristiana. Esta palabra hace referencia tanto a la bendición de Dios a los
hombres, como a la bendición a Dios por parte de los hombres, la alabanza de su
nombre. Pablo habla expresamente del "cáliz de la bendición, sobre el que
pronunciamos la bendición" (1 Co 10,16).
Este significado de la eucaristía como don de bendición y como oración por ella llevó
paulatinamente en la edad media a no considerar ya el camino ascendente de la gratitud
*y la adoración a Dios, sino la súplica para que descienda la bendición divina. Este
cambio de acentos aparece con claridad cuando Isidoro de Sevilla traduce eucharistia
por bona gratia. La concepción de la eucaristía como oración y como don condujo a su
posterior designación predominante como "misa"; el significado original de esta palabra
deriva del rito de despedida vinculado a la bendición final; partiendo del ¡te, missa est,
se llegó a considerar a la eucaristía entera como bendición, rasgo que aparece ya en
algunos rasgos del canon romano (" ...que aceptes y bendigas estos dones, este sacrificio
santo y puro que te ofrecemos". "Bend ice y acepta, oh Padre, esta ofrenda").
Aunque estas bendiciones tienen hoy poca aceptación, sin ellas la eucaristía perdería su
alma, sería un acto meramente extrínseco, al menos sólo humano. Por ello es muy de
alegrarse que en el actual diálogo ecuménico haya vuelto a ocupar un puesto central la
concepción de la eucaristía como sacramento del don.
Según la Escritura es el Espíritu Santo, el don escatológico por antonomasia, quien obra
la salvación de Jesucristo en el hombre y en el mundo. Por eso el Pneuma es un tema
clave en la concepción paulina de la eucaristía (cfr. 1 Co 14,3s), que marca la tensión
entre recepción carnal y espiritual. La epíclesis pone de relieve este aspecto en cuanto
plegaria por la venida del Espíritu sobre la comunidad reunida y sobre las ofrendas
presentadas. Primariamente es epíclesis la eucaristía entera; la epíclesis especial que las
diversas tradiciones litúrgicas colocan e interpretan de distintos modos, se limita a poner
de manifiesto el carácter oracional del conjunto, dejando claro que la eucaristía no es
algo manipulable por la iglesia o por el clero, que no se trata de un mecanismo
automático, sino de una oración humilde y segura por la actuación del Espíritu Santo.
De aquí la gran trascendencia ecuménica de la renovación de la epíclesis en la liturgia
posconciliar, no sólo con respecto a las iglesias orientales, que siempre le han dado una
importancia especial, sino también con respecto a las reformadas, que aunque carecen
de una epíclesis explícita, según la tradición litúrgica latina, sin embargo han
reprochado a menudo a la concepción romana de la eucaristía su carácter cosificante y
juridicista.
Así se arroja además nueva luz sobre el "carácter sacrificial" de la misa, quedando en
evidencia que, así como Jesús presentó el sacrificio en el Espíritu (Hb 9,14), así también
el sacrificio de la misa es un sacrificio en el Espíritu, una oblatio rationabil is (cfr. Rm
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12,1); 1 P 2,5). Es el Espíritu el que nos abre a Dios y a los hombres, el que hace
posible que digamos "Abba, Padre": por tanto también, como dice el canon III, el que
nos convierte en una ofrenda agradable a Dios.
5. La eucaristía como comunión
La misión del Espíritu Santo es universalizar la obra de Jesucristo y así integrar "en
Cristo" mundo e historia. Su meta es pues koinonia (Communio) en y con Jesucristo,
que hay que entender tanto en el plano personal, en cuanto participación en Cristo e
íntima comunidad personal con él, como en el eclesial en cuanto comunidad en Cristo.
La communio personal y eclesial es la meta y la consumación de la celebración
eucarística, que se lleva a cabo en la paz y en la comunión. En palabras de Agustín, la
eucaristía es signo de la unidad y vínculo del amor. También este aspecto tiene su
fundamento último en la institución de Jesús, en el marco de una comida festiva, cuya
singularidad radicó en que, contra el uso habitual, Jesús hizo tomar parte a todos del
cáliz, haciéndoles con ello participar de sí mismo y fundando la nueva alianza. De aquí
se ha deducido con frecuencia en el movimiento litúrgico la tesis de que la forma
fundamental de la eucaristía es una comida, tesis que ha llevado a experimentos bien
arbitrarios, en que es difícil ya distinguir la Eucaristía de un banquete o un party. Esa
tesis pasa por alto que, aunque ciertamente lo importante de la acción de Jesús fue en el
marco de una comida, sin embargo rompió con el molde habitual de comida; de aquí
que la repetición de sus palabras y sus gestos se fuera desvinculando pronto de una
comida normal de carácter nutritivo, como ya se hace patente en 1 Co 11,17-34 y
culmina en el siglo II, desplazándose luego su celebración al comienzo de la mañana.
En lugar de hablar de la eucaristía como comida, debería hablarse mejor de su carácter
comunitario y su dimensión eclesial.
El vínculo entre eucaristía e iglesia se hace patente en los relatos de la Cena cuando
hablan de la "sangre de la alianza" (Mc 14,22; Mt 26,28) o de la "nueva alianza en mi
sangre " (Lc 22,20; 1 Co 11,25). La eucaristía aparece así como signo del nuevo eón y
del nuevo orden salvífico, una realidad que se extiende tanta .a las relaciones de los
hombres con Dios como entre sí mismos. Pablo concluye de aquí que la participación en
el cuerpo eucarístico del Señor es al mismo tiempo comunidad con el cuerpo eclesial de
Cristo (1 Co 10,16s). Esta conexión la expresa Agustín con profundidad inigualable:
"Pues si vosotros mismos sois cuerpo de Cristo y miembros suyos, entonces en la mesa
eucarística se halla vuestro propio misterio... ¡Sed lo que contempláis y recibid lo que
sois!"
En el contexto de las disputas del siglo XI se perdió esta vinculación entre el cuerpo
sacramental de Cristo, hasta entonces llamado "cuerpo místico", y el cuerpo eclesial de
Cristo. Se malentendió el término "místico" en un sentido puramente simbólico; para
eludirlo se habló del verdadero cuerpo de Cristo pasando el "cuerpo místico" a designar
a la iglesia, perdiéndose así en gran medida la conciencia de la conexión entre eucaristía
e iglesia, pese a la insistencia expresa de teólogos de la talla de un Tomás de Aquino.
Globalmente hablando se llega de hecho a una peligrosa individualización y
privatización de la concepción y la praxis eucarística.
Este desarrollo unilateral fue roto por el movimiento litúrgico de nuestro siglo (con
precursores como la eclesiología de J. A. Mühler) y por el Vaticano II, que vuelve a
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considerar a la asamblea litúrgica eucarística, poniendo como ideal la actuosa
participación de todos. Cierto que la misa "comunitaria" ha sido contrapuesta con tal
vigor a la misa "p rivada", que a menudo resulta demasiado reducido el indispensable
elemento personal de comunión con Cristo, de conversión y oración, de acción de
gracias y adoración. Evidentemente no se ha logrado aún un equilibrio correcto entre la
communio personal y eclesial.
Esta dimensión eclesial tiene consecuencias respecto a la admisión a la comunidad
eucarística. Una cena abierta no sólo eclesialmente, sino también al mundo, parece estar
excluida de antemano. En cuanto sacramento de la fe y en cuanto signo de la unidad, la
eucaristía presupone una comunidad de fe y de bautismo, llevando a cabo la maduración
y purificación de esa unidad ya dada de antemano. Esto es esencial para la cuestión de
la comunidad eucarística con las iglesias, con las que la iglesia católica no tiene una
plena comunión eclesial. La concepción católica (y más aún la ortodoxa) de la eucaristía
como sacramento de la unidad presupone hallarse en la plenitud de la comunión
eclesial, que se expresa en la comunión con el obispo local y con el obispo de Roma,
como responsable del ministerio de Pedro, que es un servicio a la unidad de la iglesia.
No es por tanto extrínseca la mención que en el canon de la misa se hace del obispo
local y del papa, sino expresión de la communio, en cuyo seno tiene únicamente sentido
cada celebración eucarística. Se comprende también por ello que la cuestión de la
comunidad eucarística se agudiza sobre todo en el problema del ministerio, problema
que no se debe tratar de modo aislado, sino incluido en el contexto de la eucaristía como
communio.
Sería pues unilateral y peligroso reducir la discusión. sobre la dimensión comunitaria de
la eucaristía al problema del ministerio, puesto que al margen de él la communio tiene
también importantes consecuencias éticas. Ya en la iglesia primitiva se problematizó la
comunidad eucarística entre cristianos del judaísmo y del paganismo (Antioquía), entre
ricos y pobres (Corinto), conflictos parecidos a los de hoy en Suráfrica o América latina
(¡y no sólo allí!). Ciertamente atenta a la esencia de la eucaristía el convertirla en
eucaristía de raza o de clase, exclusivizándola ya sea para los privilegiados o para los
sometidos. Pero igualmente contradice la esencia de la eucaristía el desconocer los
presupuestos éticos y las consecuencias de su celebración en común: el ágape
concretizado (cfr. Mt 5,23s), cuyo mínimo viene representado por el cumplimiento de
las exigencias de la justicia social; no se puede compartir el pan eucarístico sin
compartir también el pan de cada día. No en vano la asamblea eucarística termina con la
misión al mundo. Reunión y misión son dos polos que no se pueden separar ni
contraponer.
6. La eucaristía como signo escatológico
La communio eucarística apunta, más allá de sí misma, al mundo y su consumación
escatológica. Por tanto no sólo tiene una dimensión social sino también cósmicouniversal.
Ya en la última cena de Jesús es parte integrante la apertura escatológica al reinado
venidero de Dios (Mc 14,25 par). Pablo habla expresamente de anunciar la muerte del
Señor "hasta que vuelva" (I - Co 11,26). De aquí que una dosis de festividad y
solemnidad pertenezca, ya desde la comunidad primitiva, a la celebración eucarística y
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no debe rechazarse de antemano como triunfalismo, ni someterse a un frío puritanismo
o a una desacralización unidimensional. Esto vale para la construcción, ornamentación,
música, lenguaje, vestiduras, ritos, etc. En su ejecución entera, la eucaristía debe ser un
sabor anticipado del Reino venidero.
Toda la creación está implicada como signo sacramental en la celebración anticipada del
banquete de bodas eclesial. La ofrenda del pan y del vino, "frutos de la tierra y del
trabajo del hombre" anticipa la glorificación escatológica de Dios por la creación entera,
y la transformación de las ofrendas anticipa también la transformación del mundo; por
ello las plegarias eucarísticas mencionan explícitamente los dones de la creación. La
eucaristía es así liturgia del mundo (K. Rahner), misa sobre el mundo (P. Teilhard de
Chardin).
7. La eucaristía como resumen del misterio cristiano de la salvación
Preguntemos para concluir: ¿Qué es pues la eucaristía? La respuesta habrá de ser: la
eucaristía es, en forma sacramental, la actualización y el resumen de todo el misterio
salvífico cristiano. Abarca a la vez la creación y la escatología; el movimiento de Dios
hacia el hombre y la respuesta del hombre y de la humanidad; es el legado de la vida,
muerte y resurrección de Jesucristo; la glorificación de Dios y la salvación del hombre;
personal y eclesial, don y tarea al tiempo. No se puede entender a partir de sólo uno de
sus múltiples aspectos (comida, acción de gracias, sacrificio...) Es a la vez don de Dios
y entrega sacrificial agradecida, porque hace presente a Jesucristo, su persona y su obra,
que es en su propio ser la autodonación de Dios y la respuesta en la entrega de sí
mismo.
Pero no podemos quedarnos con esta grandiosa visión de conjunto inspirada por
Orígenes. Es esencial entender mejor la unidad de ambos movimientos dentro de esta
interpretación cristológica, para poder luego responder a la cuestión de la unidad y
pluralidad de aspectos en la eucaristía. En efecto, el Dios- hombre Jesucristo no es la
yuxtaposición de una naturaleza divina y otra humana, sino que la persona del Logos es
la razón de subsistencia de la persona humana de Jesús, que precisamente en la
radicalidad de su agradecimiento y de su entrega obediente es perfecto y verdadero
hombre. En su desprendimiento último y en su entrega al Padre y a los hombres,
Jesucristo es plenamente Dios y plename nte hombre. Análogamente a este enunciado
cristológico, los dos movimientos de la eucaristía no están yuxtapuestos, sino
imbricados. En analogía con el acontecimiento de Cristo, en la eucaristía sucede una
asunción de los dones creados de pan y de vino, de forma que éstos pierden su sustancia
propia para convertirse en signos puros y simbolizar así de modo sacramental la actitud
sacrificial de Jesús, haciéndose así una sola cosa con él y en él. Por tanto los tres
aspectos de la eucaristía: la presencia real eucarística, la eucaristía como sacrificio y la
eucaristía como sacramento, que en la escolástica quedaban yuxtapuestos sin un
empalme claro, constituyen en realidad una unidad interna indisoluble como aspectos
de un todo: la actualización sacramental del único misterio salvífico de Jesucristo.
Pero también hay que sobrepasar la perspectiva cristológica: la eucaristía tienen en
último término una estructura trinitaria. Su acción de gracias se dirige al Padre, fuente y
origen de todo ser y de toda historia de salvación; pero con agradecimiento recibe
también la iglesia en la eucaristía el don supremo de Dios a los hombres, su
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autocomunicación en Jesucristo, para quedar vinculada a él en la más íntima comunión.
Y ambas cosas acontecen por la fuerza del Espíritu Santo, que nos dispone asimismo a
la comunión con Cristo y la hace fecunda en la vida cristiana. En definitiva en la
eucaristía se expresa sacramentalmente y se actualiza la autocomunicación y entrega
mutua de las personas trinitarias. La eucaristía es así el resumen sacramental de todo el
misterio salvi Pico, como la profesión de fe trinitaria es el resumen dogmático de ese
misterio.
A partir de esta concepción global surgen las líneas básicas de una espiritualidad
eucarística, como unidad íntima de acogida y don, de contemplación y acción. Una
espiritualidad capaz de superar los desgraciados enfrentamientos en la actual vida de la
iglesia, que amenazan también la comprensión y la praxis de la propia eucaristía. Una
espiritualidad que nos capacite para captar la asamblea cúltica y la misión al mundo
como una unidad.
Tradujo y condensó: ALVARO ALEMANY
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