la pregunta de socrates

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LA PREGUNTA DE SOCRATES
La cuestión socrática por excelencia es la siguiente : ¿cómo se debe vivir?
Todo ser humano estaría sometido a ella, no de una vez para siempre sino
constantemente, y al menos en algunos momentos cruciales de su vida se
vería en la necesidad de contestarla o intentar contestarla.
Es una cuestión que se centra en el yo y funda una subjetividad que no está
implícita en el yo sino en un desarrollo ético de la personalidad, algo que la
psicología llegaría a denominar carácter. Para Sócrates la personalidad moral
es resultado de un proceso que determina las actividades y disposiciones que
se deben explícitamente cultivar para constituir una realidad psíquica y una
cualidad moral. El “yo debo” no se debe a obligaciones abstractas, ni a reglas
empíricas, y menos aún a constricciones de la naturaleza. Evoca, por el
contrario, una exigencia razonable fundada en la cualidad de lo humano.
La ética en Grecia no se concibe sino como algo que tiene que ver,
estructuralmente, con todo lo que soporta la naturaleza del hombre. No se trata
de "naturalizar" al ser humano, no tiene el concepto de naturaleza, entre los
griegos, connotaciones físicas o fisiológicas, exclusivamente. Se trata de
discernir en la naturaleza humana su normatividad fundamental.
Esta preocupación por si mismo, Sócrates la convierte en un método y en un
modo de vida, muy alejados por otra parte de la auto contemplación narcisista
del propio ser, moda que se propaga desde el oriente como ilusoria cura del
malestar existencial de occidente.
Sócrates hace de la filosofía una reflexión, sobre si y sobre los otros, que
excluye la preocupación por el cuerpo, la fortuna, los intereses privados, el
éxito político, y se centra sobre el mejoramiento de la propia alma. Este es el
bien propiamente humano al cual el individuo puede acceder en vida, un bien
en sí, que no guarda relación con los bienes para sí; bien que nos preserva de
falsas creencias sobre el bien, y por consiguiente sobre el mal; bien que hace
preferir la muerte al mal.
Según esta concepción la tarea cotidiana por excelencia es ocuparse de la
virtud en todas sus relaciones con el actuar, el pensar y el sentir dentro de la
sociedad y en relación con el mundo en general. Aceptar, por lo tanto, las
discusiones sobre tales temas es procurarse la posibilidad de ser mejor, es
“desnudar el alma", hacer claridad sobre las creencias, las razones, los
compromisos y las resoluciones.
Este sorprendente compromiso con la investigación ética está ligado a la
obstinación con la que Sócrates afirma su ignorancia, vale decir, la carencia de
un saber substancial sobre la moralidad; hay que investigar puesto que se
ignora cuales son los comportamientos aceptables y la cualidades propias del
hombre y del ciudadano. Hay que fundar por lo tanto un "saber humano" sobre
lo que es bueno para sí.
La vida humana es el lugar de la moralidad, por consiguiente el cuidado de si y
el cuidado de la vida constituyen una preocupación única para Sócrates. Las
disposiciones y las normas inscritas en la naturaleza del hombre no podrán
jamás desarrollarse sino en la dimensión de la existencia humana, concebida
como una acción social continuada y un usufructo del mundo cuyo agente es
el hombre. El fin no es exterior al agente puesto que el fin consiste más en el
hecho de convertirse en una determinada persona que en el hecho de realizar
una determinada cosa, instaurando así el alma en el orden que le es propio.
Ciertamente, la vida humana no está exenta de desfallecimientos; por el
contrario, está sometida a numerosas vicisitudes dolorosas; concebir la vida
por lo tanto como una práctica deliberada concentra la atención sobre el agente
como principio, el ser humano que delibera, desea, actúa y se justifica. La vida
hay que llegar a reconocerla como aquello que hemos querido que sea, no
como algo que nos sucede en forma totalmente casual.
El sabio es la figura paradigmática de la filosofía griega. Representa la
racionalidad, la autonomía del pensamiento y de la conducta y el autocontrol,
cosas que se combinan como una fórmula de excelencia ética adecuada a la
personalidad del pensador de quien se trate. El sabio griego, ni obedece ni
manda más que a si mismo; realiza el ideal epicúreo de liberarse de toda
perturbación anímica que entrabe la tarea de pensar y de vivir bien.
Sócrates, por consiguiente, es el paradigma del sabio griego, lleva a su más
completa expresión la característica de la ética griega, centrada sobre un
agente que busca un desarrollo moral perfecto; tal desarrollo moral del sujeto,
adquirido a partir de si mismo, también es lo que los griegos denominan “areté”,
o sea la conquista de la perfección en el comportamiento del hombre en todos
los campos en los que le corresponda desempeñarse.
Es tan extremado en los griegos el centrar la justicia en el yo moral, que Kant
le reprocha a Platón lo que él consideraba defensa de una forma egoísta de
moralidad. Es el egoísmo que plantea Sócrates en el Gorgias: nos conviene ser
virtuoso y actuar de acuerdo con el bien porque lo contrario nos haría
profundamente desgraciados; desde esta perspectiva la conducta éticamente
dirigida por la razón se confunde con la búsqueda de la felicidad personal.
El hombre contemporáneo se declara sorprendido con tal concepción, igual
que Calicles quien es una anticipación de otro egoísmo, el egoísmo del poder
que reina hoy universalmente gracias a la expansión del capitalismo. Para este
hombre la propuesta de Sócrates es un altruismo (de alter -otro-), que hace el
bien al otro, al semejante pero que no necesariamente le otorgaría la felicidad a
quien lo ejerce, por el contrario, podría traerle amargos problemas. Acordaos
del dicho moderno por excelencia: "quien se mete a redentor muere
crucificado". En el Gorgias evidentemente Sócrates subraya que la
preocupación mayor del hombre debe ser la calidad de "su" alma, y no hace
ninguna alusión al hecho que constituye el hacer bien al prójimo como un fin
moral en si mismo.
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Pero la profundidad del pensamiento griego se mide en la sutil relación entre el
yo y el otro; no lo formulan , los griegos, como el poeta francés Rimbaud, "je
suis autre", ni muchos menos como Lacan que hace del gran Otro el sostén del
orden simbólico, quien a su turno lo toma de Freud (toda psicología es
psicología social), sin embargo es claro que el bien del alma del griego, su
areté, resulta de su acción, y no hay acción moral que no sea sobre el otro, o
no tenga repercusiones sobre el otro, repercusión que Sócrates llama justicia.
Nada, sin embargo, enseña mejor la posibilidad del paso de la preocupación
por si mismo a la preocupación por el otro que la noción platónica del amor.
El movimiento del alma hacia realidades inteligibles es similar al impulso, al
delirio dice Platón, que el amor imprime en el amante (Fedro). Porque el amor
no se obsesiona ni persigue solo a la belleza física sino la Forma de la belleza.
Forma que se conquista con el conocimiento e incluye las dimensiones moral e
intelectual del ser amado; el alma es el instrumento de dicho conocimiento en
el sujeto y objeto del conocimiento en el amado, en el cual por consiguiente se
proyecta la perfección deseada. En El Banquete el amor además desea
procrear "en la belleza según el cuerpo y según el alma" (206 a-b ). Y como
solo el amor permite acceder a la perpetuidad en la existencia, por la
procreación, "el objeto del amor es también la inmortalidad" (207a).
La procreación no es en Platón solamente un asunto de niños, sino de
estados mentales, penas, deseos y conocimientos que se suceden dentro de
un mismo individuo. EL cuidado que se toma respecto del futuro de si mismo
permite comprender que seguimos siendo el mismo ser a pesar de la
renovación perpetua de los pensamientos, deseos y sentimientos. Pero este
cuidado de si no se relaciona con cualquier subjetividad sino con una
evaluación que remite a las acciones más nobles, más meritorias, que el sujeto
pueda asumir.
Más allá del amor por la amada, o el amado, lo que inspira hazañas a los
amantes, en las leyendas griegas de amores heroicos, es el amor de la
inmortalidad que suscitan los actos de heroísmo; el deseo de la propia
excelencia moral es la realidad fundamental de tales amores.
También Freud comprobó mediante la investigación analítica que la atención
erogenizada que volcamos sobre nosotros mismos, el narcisismo freudiano, o
sea libido que inviste al yo, está en la raíz de la atención erótica que dedicamos
al otro. Es como una fecundación de persona a persona, siguiendo las
metáforas socráticas en El Banquete, porque cuando el alma es fecunda en
pensamientos y virtudes, por ejemplo la de los poetas, inventores, artistas o
legisladores, busca la belleza correlativa en la cual procrear; si la encuentran,
esa alma noble, entonces su deseo la fecundará de su propio saber.
Este es el verdadero amor platónico, es el amor concebido como conquista de
su perfección y de su virtud y forjador de la excelencia del otro. Al contacto con
los objetos bellos, el amante procrea aquello de lo cual es fecundo y nutre su
criatura aunque sea a distancia y " tan bien, que una comunidad infinitamente
más estrecha que aquella que nos liga a los hijos, ese es el mutuo patrimonio
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de tal pareja, con una muy sólida afección, porque lo que tienen en común son
los más bellos e imperecederos hijos" (209 c-d). No hay, pues, solución de
continuidad entre el engendrar los estados morales excelentes dentro de la
misma persona y engendrarlos con otros. Se establece de tal manera una
comunidad entre el amor, la pretensión de inmortalidad, la virtud y el
pensamiento.
Corolario:
La pregunta socrática ¿cómo debo vivir yo? Puede significar : ¿a quién debo yo
amar?
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