Estudios Constitucionales

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Estudios
Constitucionales
Revista Semestral del Centro de Estudios Constitucionales de Chile
ISSN 07180195
Año 13 Nº 1, 2015. ISSN 07180195
EISSN 07185200
Universidad de Talca, Santiago, Chile
Universidad de Talca, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
Centro de Estudios Constitucionales de Chile
Primer Semestre de 2015
Estudios Constitucionales
Revista Semestral del Centro de Estudios Constitucionales de Chile
ISSN 07180195
Año 13 Nº 1, 2015. ISSN 07180195
EISSN 07185200
Universidad de Talca, Santiago, Chile
Segundo Semestre de 2014
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 5-6.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Definición de la Revista Estudios Constitucionales”
Definición de la Revista
Estudios Constitucionales
Revista Estudios Constitucionales
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La Revista Estudios Constitucionales es una publicación semestral del Centro de Estudios Constitucionales de Chile de la Universidad de Talca, cuyos números se publican a fines de cada semestre
(julio y diciembre, respectivamente), abierta a la comunidad del derecho constitucional, procesal
constitucional y derechos humanos. Los artículos y monografías deben ser inéditos. Su objetivo
es estimular la reflexión, el debate, el análisis y la comunicación entre los cultores de la disciplina
del derecho público, con método científico y en forma pluralista, con colaboraciones de nivel
nacional e internacional.
Palabras clave
Derecho Constitucional, Derecho Procesal Constitucional, Derechos Humanos
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La Revista Estudios Constitucionales tiene las siguientes secciones: artículos inéditos; comentarios
de jurisprudencia y comentarios bibliográficos.
Revista Estudios Constitucionales
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Studies from Talca’s University whose issues are published at the end of each semester (July to December, respectively), open to the community of constitutional law, constitutional procedural and
human rights. The articles and papers must be originals. It aims to stimulate reflection, discussion,
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 5-6
5
Definición de la Revista Estudios Constitucionales
analysis and communication among the scholars of the discipline of public law, with scientific
method and in a pluralistic way, with great contributions from national and international level.
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Constitutional Law, Constitutional Procedural Law, Human Rights
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The Journal Estudios Constitucionales has the following sections: unpublished articles; documents;
comments jurisprudencia and book reviews.
Revista Estudios Constitucionales
A revista Estudios Constitucionales é uma publicação semestral do Centro de Estudios Constitucionales de la Universidad de Talca, cujos números são publicados no fim de cada semestre
(julho e dezembro, respectivamente), aberta à comunidade de direito constitucional, processual
constitucional e diretos humanos. Os artigos e as monografias devem ser inéditos. O objetivo é
estimular à reflexão, o debate, a análise e a comunicação entre os cultores da disciplina de direito
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Seções da revista Estudos Constitucionais:
Constitucional Estudos Revista tem as seguintes seções: artigos originais, documentos, comentários
de jurisprudência e resenhas de livros.
6
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 5-6
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 7-8.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Índice”
Índice
Presentación...............................................................................................................9
I.Artículos
La prueba de la inconstitucionalidad...................................................................13
Renato Gugliano Herani
Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos...................73
Boris Wilson Arias López
La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad en la definición de potestades federativas en Brasil................................................................91
Emerson Gabardo
Control de Convencionalidad (Adelantos y retrocesos)........................................123
Juan Carlos Hitters
Los estándares interpretativos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en materia de derechos políticos y la inconvencionalidad de la ley brasileña de inelegibilidades........................................................................................163
Luiz M. P. Bastos Jr. y Rodrigo Mioto dos Santos
El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad....................................................................................................................203
María Martín Sánchez
La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez de la gestión
pendiente en la cuestión de inaplicabilidad..........................................................237
José Ignacio Martínez Estay
El recurso de protección como control de constitucionalidad de las resoluciones
y sentencias civiles, en respuesta a la ineficacia de la acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad...............................................................................271
Ignacio Ried Undurraga
Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar...................................................................................................321
Julio Alvear Téllez
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 7-8
7
Índice
Equidad, inclusión social y democracia: una respuesta crítica a los argumentos en contra del activismo judicial......................................................................373
Gonzalo Aguilar C., Benjamín Gajardo y Ana Pía León
II.Jurisprudencia Comentada
El retorno a lo administrativo: Comentario a la sentencia Rol Nº 1079-2014
de la Corte Suprema, “Fisco de Chile con Dörr Zegers y otros” (“Chispas II”)......399
Francisco Zúñiga Urbina
Reflexiones sobre el derecho a la propiedad colectiva indígena. Comentario
del Informe de Fondo Nº 125/12 de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos en el caso de los Pueblos indígenas Kuna de Madungandí y Emberá
de Bayano y sus miembros con Panamá...............................................................417
Jaime Gajardo Falcón
III. Comentarios Bibliográficos
Código Procesal Constitucional de Bolivia. Doctrina, Jurisprudencia Constitucional y Legislación Comparada.......................................................................431
Alan Vargas Lima
Paradigmas y desafíos del constitucionalismo democrático 2014. Editores María
Isabel Garrido Gómez y Javier Espinoza de los Monteros.....................................445
Ignacio García Marín
El derecho fundamental de libertad religiosa: jurisprudencia y doctrina constitucional 2014. Díaz Muñoz, Óscar; Eto Cruz, Gerardo y Ferrer Ortiz, Javier
(Coordinadores), Lima........................................................................................453
Jorge del Picó Rubio
IV. Homenaje póstumo
El legado de Pablo Dermizaky y su aporte al constitucionalismo boliviano
(Homenaje póstumo)..........................................................................................465
Alan Vargas Lima
Normas y políticas editoriales de la Revista Estudios Constitucionales..............
8
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 7-8
489
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 9-10.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Presentación”
Presentación
Presentamos el primer número semestral de la Revista Estudios Constitucionales de 2015, en un país preocupado por los diversos escándalos de acciones al
margen del ordenamiento jurídico en materia de vinculación entre empresas y
personeros políticos en casos que han llevado al Ministerio publico a imputar a
diversos empresarios, parlamentarios y dirigentes políticos, lo que ha generado en
las encuestas una fuerte baja de los partidos políticos, el gobierno y la Presidenta
de la República, lo que obligó a concretar el reciente cambio ministerial; sin perjuicio de ello, esta ha sido una oportunidad para fortalecer la institucionalidad
con el desarrollo de un conjunto de proyectos de ley y medidas administrativas
tendientes a fortalecer la probidad, la transparencia y la eliminación de donaciones de personas jurídicas y empresas a campañas electorales, además de fortalecer
las instituciones destinadas a fiscalizar dichas actuaciones como son el Servicio
Electoral, Impuestos Internos y el Ministerio Público con una fiscalía de alta
complejidad y sancionar con dureza a los actores que participen de conductas
ilícitas en materia de financiamiento de partidos y candidaturas, incluyendo la
pérdida del cargo parlamentario.
Por otra parte, durante el mes de mayo se ha reactivado el debate y análisis
de la reforma constitucional de descentralización regional que permite elegir al
ejecutivo del gobierno regional, el cual se encuentra en el Senado, donde existe
un compromiso de despacharlo con prioridad durante el presente año; asimismo
en junio se concretará el envío al Congreso Nacional, de parte del gobierno, de
la modificación de la LOC de gobiernos regionales para el traspaso de mayores
competencias a los gobiernos regionales; como asimismo, se concretará un plan
piloto en tres regiones del país como son Antofagasta, Bío Bío y Los lagos a las
cuales ya se están transfiriendo competencias desde CORFO y SERCOTEC; y se
concretará el envío a tramitación parlamentaria del proyecto de ley de financiamiento regional y local durante el presente año. La concreción de estas reformas
permitirá pasar desde una descentralización nominal a una efectiva descentralizaEstudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 9-10
9
Presentación
ción territorial de carácter regional con autoridades electas con sufragio universal
de los ciudadanos de las correspondientes regiones, pasando a ser los gobiernos
regionales sujetos de su propio desarrollo con autonomía, posibilitando su propio gobierno y administración en materias económicas, sociales y culturales, con
competencias fortalecidas y financiamiento suficiente para poder ejercerlas, quedando el gobierno nacional con el ámbito de gobierno interior correspondiente a
seguridad pública, aduanas, extranjería, fronteras y la supervigilancia y fiscalización
de los servicios públicos nacionales desconcentrados a cargo de los gobernadores
provinciales. Esta es la reforma más profunda del Estado Chileno en el último
siglo, lo que significa una potente distribución de la potestad pública en los dos
niveles de descentralización territorial del Estado a nivel regional y comunal.
Por último no podemos dejar de mencionar la trascendencia del anuncio
presidencial del inicio del debate del proceso constituyente anunciado por la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, para el mes de septiembre próximo,
donde deberán analizarse los aspectos sustantivos de una nueva Constitución
para Chile y la determinación de los canales institucionales a través de los cuales
ella será procesada, los cuales aún están indefinidos y con un debate abierto en
la sociedad sobre ellos.
Pasando al contenido de nuestra revista damos cuenta que ella permitirá
reflexionar sobre seis artículos presentados por académicos e investigadores de
Argentina, Bolivia, Brasil y España y de cuatro trabajos de profesores chilenos
que tocan materias relevantes del derecho constitucional nacional, extranjero
y comparado; de derecho procesal constitucional y de ámbitos del derecho internacional y los derechos humanos como es el control de convencionalidad, el
que se va progresivamente asentando en nuestra América Latina. El número se
completa con dos comentarios jurisprudenciales y tres comentarios bibliográficos.
Finalmente, el texto acoge un homenaje póstumo al distinguido académico de
derecho constitucional Boliviano y Primer Presidente del Tribunal Constitucional
de Bolivia, don Pablo Dermizaky Peredo, recientemente fallecido.
Como siempre esperamos que el presente número aporte elementos de reflexión e insumos para la labor académica de aquellos interesados en el derecho
constitucional, derecho procesal constitucional y derecho internacional de los
derechos humanos en Iberoamérica.
Humberto Nogueira Alcalá
Director
10
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 9-10
I. Artículos
Campus Santiago, Universidad de Talca,
donde se ubica el Centro de Estudios Constitucionales de Chile
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 13-72.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“La prueba de la inconstitucionalidad”
Renato Gugliano Herani
La PRUEBA DE LA INCONSTITUCIONALIDAD*1
The proof of unconstitutionality
Renato Gugliano Herani**
Facultad Autónoma de Derecho de Saõ Paulo
[email protected]
Resumen: La presente ponencia se construye de acuerdo con la legislación y experiencias del
sistema de control de constitucionalidad brasileño. Propone un modelo de explicación dogmática de
la interrelación entre dos institutos tradicionales del derecho aparentemente antagónicos: la prueba
y la (in) constitucionalidad, resultando en la sistematización de la prueba de inconstitucionalidad
en el derecho procesal constitucional brasileño. El estudio parte del reconocimiento de un déficit de
investigación en Brasil sobre la práctica de la racionalidad probatoria en el juicio de la decisión de
(in)constitucionalidad de las leyes. La atención se centra en las cuestiones probatorias y de hecho
en el contexto del Supremo Tribunal Federal en el ejercicio de la revisión de la constitucionalidad
de ley. Este problema coloca en el epicentro de la argumentación jurídica la inconstitucionalidad
y la prueba.
Abstract: This thesis proposes to reduce the observations to the brazilian constitutional system in
a model of dogmatic explanation of the interrelationship between two traditional institutions of law,
apparently, antagonistic: the proof and the un constitutional. The result is the systematic of proof in
the Brazilian right constitutional process. The study admits to have the investigative deficit in Brazil
on the practice of evidential reasoning in making judgments of (un)constitutionality of laws. Which
justifies asking about the ideas and trends related to a methodical approach to talk about the proof
as one more element in the praxis of the decision about unconstitutionality of law in the context of
Brazilian Constitutional Justice. The thesis intends to review a methodologically referred to this praxis.
The investigative attention focuses on the factual issues and evidentiary issues in the context of Supreme
Court, while exercising control of the constitutionality of laws. Addressing this problem is to place the
significance at the epicenter of unconstitutionality and also the institute of proof, which are discussed
in terms of their own legal and constitutional arguments. The displacement studies of the right to
the proof in the strict procedural law to the constitutional land is a deficit constitutional issue in the
doctrine, that, in this work, expected to challenge.
* Trabajo
recibido el 14 de noviembre de 2014 y aprobado el 22 de abril de 2015.
** Profesor Titular del programa de posgrado stricto sensu en Derecho Constitucional en la Facultad Autónoma
de Derecho de San Pablo (FADISP). Profesor asistente del programa de posgrado lato sensu en Derecho
Constitucional de la Pontificia Universidad Católica de San Paulo (PUC/SP). Doctor y Maestro en Derecho
del Estado por la PUC/SP. Exinvestigador del CAPES. Integrante del Consejo Consultivo de la Presidencia
del Consejo Nacional de Justicia (CNJ). Abogado en San Pablo.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
13
Renato Gugliano Herani
Palabras clave: Prueba; inconstitucionalidad; justicia constitucional; control de constitucionalidad;
argumentación jurídica; decisión.
Key words: Proof; unconstitutionality; constitutional justice; constitutionality control; legal
arguments; decision.
1. Significación de la prueba de la inconstitucionalidad
1.1. Consideración inicial
El lector puede preguntarse: ¿la prueba y la inconstitucionalidad no son institutos antagónicos? La justificación para esta sospecha es el sentido propio de los
institutos. Racionalidad probatoria presupone la evidencia de los hechos (quaestio
facti). En cambio, inconstitucionalidad presupone una cuestión de derecho, porque
es un sentido jurídico abstracto (quaestio iuris).
El problema de la evidencia empírica en el control de constitucionalidad concentrado no es nuevo en Brasil. El Supremo Tribunal Federal se ha pronunciado
sobre “procedimiento probatorio de la acción directa de inconstitucionalidad”1,
porque practica la actividad probatoria para “la recopilación de datos objetivos”2.
Desde hace mucho la doctrina nacional debate el activismo del Supremo
Tribunal Federal en el control de la legitimidad constitucional de las leyes; pero,
poco ha avanzado sobre la valoración de los hechos y prognosis legislativas en la
jurisdicción constitucional concentrada3.
Este estudio se dirige hacia una sistematización del poder probatorio del
Supremo Tribunal Federal –el más alto tribunal de la Justicia Constitucional en
Brasil. Se apoya en una metódica4 lista al hablar de la prueba como un elemento
en la justificación de (in)constitucionalidades.
Vamos a utilizar, como punto de partida, la aproximación de la prueba a la
inconstitucionalidad. No es suficiente, a tal efecto, la observación técnico-jurídica
de los cambios legislativos en el sistema jurídico brasileño, antes de eso, es necesaria una reflexión conceptual sobre la cuestión de la (in)constitucionalidad.
1 Expresión extraída de la decisión de denegación de participación de especialistas en audiencia pública de
la Min. Cármen Lúcia (Supremo Tribunal Federal, ADPF Nº 101/DF, 24 de junio de 2006).
2 Expresión utilizada en la decisión del Min. Luiz Fux para justificar la aprobación de dilación probatoria
en recurso extraordinario (Supremo Tribunal Federal, RE Nº 586.224/SP, 17 de abril de 2013).
3 Martins y Mendes (2009), p. 325.
4 El sentido en línea con Friedrich Müller de “métodos de interpretação” en vista de la “ação constitucionalmente
orientada de titulares de funções estatais”, véase Müller (2008), p. 2.
14
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
La prueba de la inconstitucionalidad
Luego, pasará al estudio individualizado de los posibles significados de la prueba
en el control concentrado de constitucionalidad a partir del modus operandi de
la Justicia Constitucional brasileña.
1.2. ¿La inconstitucionalidad no se prueba?
La pregunta acerca de la relación entre la inconstitucionalidad y la prueba
cubre, en el fondo, la resistencia al concepto clásico de vicio internormativo
listo para develarse o manifestarse por la lógica del vínculo intertextual con la
Constitución, por mera operación formal-deductiva de premisas normativas.
Operación en la que el discurso jurídico, propio del positivismo legalista, desafía
solamente quaestio iuris, para la cual abstrae el texto y hace que sea indiferente a
la racionalidad empírica, es decir, cualquier referencia a “factores o transpositivos
extratextuales y los elementos normativos”5, los valores y la “naturaleza de las
cosas”6 en la supuesta reconstrucción de lo que se pretendía, de manera consciente
o no, el productor de la norma o del sentido objetivamente vinculado al texto. Y
así lo hace porque “identifica la ciencia en una actitud reduccionista que piensa
el lenguaje como una estructura textual autónoma, encontrando la significación
dentro del propio sistema creado y olvidando las otras escenas importantes, tales
como la producción social de sentidos que, en realidad, es anterior al propio
sentido textual”7.
Esta mirada de soslayo es la base para preguntarse si la prueba no sería un
factor determinante, y en qué medida, en la justificación de la inconstitucionalidad legislativa; es decir, es la razón para preguntarse: ¿no se prueba la inconstitucionalidad?
No es una pregunta aleatoria, hay una preocupación plausible con el control
social de la argumentación de la inconstitucionalidad, mejor, con las razones de
la motivación de los jueces, abogados y todos los participantes de la jurisdicción
constitucional. Con ella, se intenta desafiar la orientación vista, por ejemplo, en la
decisión del Ministro Celso de Mello en la acción directa de inconstitucionalidad
n. 1372/DF: “en acción directa, la inconstitucionalidad debe traslucir, directamente, del texto de la norma estatal cuestionada, no pudiendo, la prolación de
ese juicio de desvalor, depender, para efecto del control normativo abstracto, ni
5 Neves
6 (1993), p. 30.
Müller (2008), p. 118.
7 Warat
(1995), p. 15.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
15
Renato Gugliano Herani
de previa indagación probatoria concerniente a materia de hecho ni tampoco del
análisis de otras especies jurídicas infraconstitucionales, para, solo a partir de ese
examen y en un desdoblamiento exegético ulterior, hacer efectivo, entonces, el
reconocimiento de la ilegitimidad constitucional del acto cuestionado”.
Esta cita encubre una regla enviscada: dado el hecho de que la norma estatal
es cuestionada en su legitimidad constitucional en el control abstracto, entonces
debe ser la inconstitucionalidad traslúcida directamente de la norma estatal en
confrontación con la Constitución. No depende, por lo tanto, de la investigación
de los hechos probatorios. Regla que sintetiza el dogma de la no remisión a la
realidad8.
Por eso la pregunta inicial, cuya respuesta está en tensión constante en
este estudio. Por ninguna otra razón, sino por el argumento visto en algunas
decisiones, contrario al dogma metodológico de no remisión a los hechos en el
reconocimiento de la inconstitucionalidad. Hace mucho la doctrina extranjera
ha superado tal dogma, y la brasileña solo ha señalado la superación. La Justicia Constitucional de Brasil no exime los “conocimientos específicos a hacer
extravasarse a los límites del propio Derecho”9, como las “cuestiones sensibles,
controversias en puntos de vista científicos, éticos y religiosos”10, el “análisis de
los hechos legislativos”, para justificar la (in)constitucionalidad. El Min. Marco
Aurelio señaló cuando de la apertura de los trabajos en la audiencia pública en
ADPF 54/DF: “Acostumbro decir que, sin hecho, no hay juicio y aquel que
personifica el Estado-Juez hay de enfrentarse con conjunto de elementos con el
objeto de formar el respectivo convencimiento sobre la controversia. Buscamos,
con esta Audiencia Pública, que se desdoblará de inicio en tres días, recopilar
esos datos de convicción”.
Preocuparse por la prueba de inconstitucionalidad implica cuestionar la prueba
desde el punto de vista de la argumentación constitucional. Es innegable que,
“al contrario de los juspublicistas, la doctrina jusprocesalista hace mucho viene
hablando del derecho a la prueba”11, y los resultados son indispensables. Pero si
la propuesta es estudiar la prueba de inconstitucionalidad, hay otro desafío: “des-
8 Herani
(2010), p. 240; Tavares (2007), pp. 13-31.
9 Razón de aprobación de audiencia pública (Supremo Tribunal Federal, ADPF Nº 54/DF, de 14 de abril
de 2012).
10 Expresión
extraída del acta de audiencia pública (Supremo Tribunal Federal, ADPF Nº 54/DF, de 14
de abril de 2012).
11 16
Canotilho (2008), p. 170.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
La prueba de la inconstitucionalidad
plazar el derecho a la prueba del estricto campo jusprocesalístico para localizarlo
en el terreno constitucional”12.
Desde mediados del siglo pasado, han surgido metodologías preocupadas con
el control material en la fiscalización de la inconstitucionalidad, en especial en el
proceso13. No son raras las orientaciones opuestas a la “imposibilidad de volver
a los hechos en el curso del proceso objetivo”14, para aceptar el concreto, aunque
en el control concentrado15. En consecuencia, la superación de la “tesis de inadmisibilidad del ingreso de los hechos en el proceso objetivo aflora en el campo de
la producción de pruebas”16. Es un lugar común, por lo tanto, aceptar la presencia
de los hechos en la argumentación constitucional: “los legislativ facts deben ser
tomados en consideración en el juicio de inconstitucionalidad, por lo menos en
la medida en que la fijación de esos hechos se haga necesaria para la decisión de
constitucionalidad o inconstitucionalidad”17.
Si los hechos influyen en la (in)constitucionalidad, y esta afirmación se involucra a los nuevos paradigmas metodológicos de interpretación constitucional,
que ya no relegan la comunicación hecho/norma, entonces, es inevitable hablar de
la prueba como una nueva categoría (o elemento operativo) de revisión judicial.
Enlazar la inconstitucionalidad a la inserción de la intertextualidad en la historicidad, “como una forma de existencia humana inacabada”18 y en la facticidad
social como complejo de contenidos materiales de la vida en sociedad en y para
el Derecho y, con esto, traer el principio de la instrucción no es novedad en la
doctrina. Sin embargo, incluso en Brasil, se resiente un análisis crítico del poder
probatorio en control concentrado de constitucionalidad.
2. Dimensión fáctica en la (in)constitucionalidad
¿Por qué la prueba es pertinente a la inconstitucionalidad? La respuesta a
esta pregunta depende del sentido de estos institutos. Por un lado, el principio
de la supremacía constitucional, que emana de la propia Constitución, es un
12 Canotilho (2008), p. 170.
13 Ver
Tavares (2005), p. 422; Canotilho (1993), p. 1030; Bernardes (2004), p. 170.
14 Tavares
15 (2005), p. 395.
Herani (2010), p. 241.
16 Tavares
(2005), p. 398.
17 Canotilho (1993), p. 1037.
18 Müller (2009), p. 94.
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imperativo que determina el efecto de invalidez/nulidad de la ley. Por otro, la
función de la prueba “es establecer una determinación vinculante en relación con
la cuestión concerniente a si existen los supuestos de hecho que conforman los
tipos de sucesos o circunstancias que se han de constatar para la aplicación de la
consecuencia jurídica”19; luego, el hecho es el objeto. Con eso, en primer plano,
no justifican los criterios metodológicos para explicar el significado y la función
de la prueba en el control de la (in)constitucionalidad de las leyes si no hay,
condicionalmente, hechos o situaciones reales para ser probados. Así, el hecho es
el nexo posible de unión entre estos institutos, y, con eso, apunta un problema
aún muy tormentoso para el derecho procesal constitucional: “¿Las cuestiones de
inconstitucionalidad son apenas y solo cuestiones de derecho o serán, simultáneamente, cuestiones de hecho y cuestiones de derecho? [...]. Esta cuestión [...]
es una de las más complejas del derecho procesal constitucional, pues aún hoy
no es líquido el sentido de la ‘cuestión de la inconstitucionalidad’, como cuestión
de hecho y cuestión de derecho”20.
Si la inconstitucionalidad es una cuestión de derecho, por supuesto, es
enunciada sin la racionalidad probatoria. El juez la decide “sin depender de lo
que es alegado por las partes, con base en su propio conocimiento del Derecho
y de la ley, que tiene de lograr por sí (jura novit curia)”21. De forma abstracta e
intemporal, es apto a afirmar o negar el vicio por deducción lógico-formal entre
elementos constitutivamente jurídicos, representados en el contraste del texto
constitucional con el legal.
Ya para quien defiende, y es aquí que nos colocamos, que la (in)constitucionalidad es una cuestión de hecho y simultáneamente de derecho, pues depende
de la cognición de factores extrajustextuales, entonces la prueba debe estar en el
contexto decisorio, según el juicio inferencial: “la hipótesis del hecho H dada la
evidencia E”22.
La supresión de tal juicio produce efectos nefastos, pues la decisión será arbitraria, meramente intuitiva y anacrónica. Y eso solo causa el abismo entre el texto
constitucional y la realidad normatizada. Es una situación que los efectos jurídicosociológicos son graves y debilitan la legitimación de la decisión constitucional.
19 Tillers
20 (2007), pp. 383-414.
Canotilho (1993), p. 1037.
21 Larenz
(1983), p. 370.
22 Tillers
(2007), pp. 383-414.
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La prueba de la inconstitucionalidad
Así la búsqueda de sentidos posibles para la prueba de la inconstitucionalidad tiene en el hecho, antes de todo, el eslabón de conexión. Descubrir, pues,
la dimensión fáctica de la inconstitucionalidad es tarea metodológica para la
intersección con la prueba. Adelanto, por lo tanto, que la inconstitucionalidad
no es una cuestión meramente de hecho, tampoco es puramente de derecho. Es la
conclusión necesaria para la sistematización del papel de la prueba en Justicia
Constitucional.
2.1. Caso jurídico(-concreto) de inconstitucionalidad
Todo control de (in)constitucionalidad es realizado en concreto, de algo concreto,
para producir efectos concretos. No siempre es difuso, pues puede ser concentrado, pero es siempre concreto. Cuando juzga la inconstitucionalidad legislativa,
aunque en control concentrado, el juez resuelve un caso práctico, que envuelve
hechos sociales e institucionales individuales y genéricos. Tal afirmación contraría el
dogma de la no remisión fáctica construida por la figura kelseniana del legislador
negativo. Incluso cuando la decisión de (in)constitucionalidad no es aplicada a
un caso individual intersubjetivo (pretensiones individuales subjetivas resistidas),
como ocurre en el control concentrado, el conflicto internormativo es, por sí solo,
un problema concreto y no abstracto. El caso de inconstitucionalidad, y eso vale
para el control concentrado o difuso, es un problema jurídico-normativo concreto,
pues es, en sí, algo descrito también por referencias factuales sobre dada región
material implicada en el conflicto internormativo23.
Todo caso de inconstitucionalidad tiene una intencionalidad problemática. “El caso, para el juez y para la ciencia jurídica, es esencialmente un suceso
problemático que plantea la cuestión de cómo responder al mismo, de cómo
resolverlo en términos jurídicos”24; así, encierra una juridicidad expresa en la
pregunta “dirigida a situaciones y relaciones en que se encuentra y en que traduce
la vida social de los hombres unos entre sí, que se ve fundada y es guiada por la
asunción de una obligación particular de sentido a realizar, o que se intenta ver
cumplido en estas situaciones y relaciones”25. Y es jurídico-normativo el proble-
23 Esa expresión es prestada de cuando se refiere a derecho como sistema empírico: “o sistema jurídico é
um sistema empírico, não sistema formal-lógico; é um sistema sobre uma região material”, véase Vilanova
(2005), p. 157.
24 Ver Zagrebelsky (2008), p. 136; Neves (1993), p. 162.
25 Neves (1993), p. 159.
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ma, pues “el preguntar tiene una presuposición de juridicidad, es decir, porque
el sentido porqué pregunta al objeto preguntado es un sentido de derecho”26.
Ya lo concreto del caso de (in)constitucionalidad es la íntima e inseparable
relación entre el derecho y la realidad. “En el proceso de interpretación del derecho, el caso es el motor que impulsa al intérprete y marca la dirección. Partiendo
del caso, se acude al derecho para interrogarlo y obtener de este una respuesta.
A partir del caso, el intérprete procede a buscar las reglas y vuelve a ese, en un
procedimiento circular (el llamado ‘círculo interpretativo’) de dirección bipolar
que finaliza cuando se componen de modo satisfactorio las exigencias del caso y
las pretensiones de las reglas jurídicas”27.
El caso de inconstitucionalidad es decidido circularmente. La ley fija un modo
in concreto de la conducta humana. En su relación con la Constitución, “[...]
el texto es sólo una forma de notificación de un contenido que es mucho más
antiguo que esta realización concreta”; “[...] el texto interpretado y aplicado es
instrumental en relación con el problema o asunto a ser resuelto”; “[...] no sólo
‘comenzando con el texto la ley y que conduce al caso’, sino también ‘principia
con el caso y que lleva al texto (o mejor: textos legales)’, este último punto de
vista es más importante para trabajo jurídico cotidiano”28.
Por eso, la inconstitucionalidad no se resume al texto cuyo sentido se
descifra; el texto es trabajado en el contexto de su concreta realización en la
vida social (lleva en consideración su función de dictar conductas y los efectos
incidentales en la actuación humana) delante de otro texto, el constitucional,
también observado concretamente. La desconformidad constitucional depende de
la referencia a todo el ambiente cultural del conflicto intertextual. No debe causar
extrañeza, aunque el control sea concentrado, la ponderación de Zagrebelsky29:
“Cabe decir que, en general, el caso no puede comprenderse jurídicamente
si no es por referencia a la norma y esta por referencia a aquel, pues no solo
el caso debe orientarse por la norma, sino también la norma debe orientarse
por el caso”.
La situación conflictiva no se resume a la confrontación entre textos legales,
antes, es entre normas jurídicas, productos normativo-culturales históricamente
26 Idem, p. 160.
27 Zagrebelsky
28 Busse
(2006), pp. 1-16.
29 Zagrebelsky
20
(2008), p. 134.
(2008), p. 132.
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La prueba de la inconstitucionalidad
localizados30, que cargan un presupuesto material; y el juicio de compatibilidad
no lo descuida, lo toma en consideración argumentativa por todos los elementos
empíricos que de él derivan. Sin la fijación y el reconocimiento de la situación
histórico-social, no se tiene el caso de inconstitucionalidad. Luego, es indispensable la revisión de enunciados fácticos, construidos por el discurso jurídico a
partir de la investigación de la compleja práctica social subyacente al conflicto
internormativo (dimensión concreta del caso jurídico). El hecho es elemento,
en mayor o menor medida, pero siempre, al menos, co-constitutivo del caso de
inconstitucionalidad, y donde hay hechos, hay prueba.
Con esas consideraciones, está justificada la vinculación de la prueba a la inconstitucionalidad, revelando, pues, un problema para el derecho constitucional.
El paso siguiente es la sistematización de la prueba en el control concentrado de
constitucionalidad brasileño.
3. Sistema de pruebas en el control de constitucionalidad
La sistematización a seguir es construida a partir de la ambigüedad terminológica de la locución prueba. Incorpora sus diversas propiedades designativas
captadas en el contexto del derecho procesal ordinario y, aquí, observadas en
la práctica del poder de controlar la constitucionalidad legislativa. Así, el modelo dogmático propuesto se compone de: (a) objeto de la prueba en el caso de
(in) constitucionalidad; (b) medios de prueba y (c) producción de pruebas de la
inconstitucionalidad; (d) valoración de las pruebas por juez constitucional; (e) y
filtros principiológicos del procedimiento probatorio. Cada una de esas acepciones
de la prueba será expuesta a seguir en breves líneas para atender al objetivo del
estudio.
4. Objeto de la prueba en el caso de inconstitucionalidad
El objeto de la prueba es conocido a partir de la pregunta: ¿qué se debe probar?
La preocupación no es con lo qué puede ser probado, pero lo qué se debe probar,
vale decir, el hecho a probar. El hecho es el parámetro objetivo de la prueba. No
cualquier hecho, lo deducido selectivamente, cuya veracidad se persigue31, o sea,
30 Neves (1993), p. 149.
31 Ver
Carnelutti (1994), p. 400; Larenz (1993), p. 370; Taruffo (2002), pp. 99-124; Tomé (2008),
p. 155; Ibáñez (2006), p. 24.
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el hecho que condiciona la declaración del vicio de inconstitucionalidad. Luego,
objeto de la prueba es el hecho a probar del caso jurídico-concreto de inconstitucionalidad legislativa.
No hay conflicto internormativo abstracto, o sea, textos normativos tomados en sí mismos, a punto de aislarse de las situaciones concretas de la relación
jurídica relacionada: (a) a la formación de las normas, (b) a su incidencia y (c)
a la conducta del legislador en el procedimiento de creación de los parámetros
y del objeto de control de constitucionalidad. Siempre hay la base empírica conflictiva a ser considerada en la composición de las típicas razones de invalidez de
la ley; y, por consiguiente, cada cual exige, para ser justificada, una estructura
argumentativa32.
Los hechos que componen la base empírica conflictiva son relevantes, porque
son cualificados como conformadores de las hipótesis del vicio. La relevancia fáctica
es condicionada, selectivamente, por lo que es constitucionalmente (in)aceptable. Esa
selección está relacionada, directamente, con la identificación de los tipos o manifestaciones de inconstitucionalidad posibles en un sistema constitucional dado.
Esa tipología es la guía de los criterios seguros de relevancia de los enunciados
fácticos en el juicio de constitucionalidad legislativa.
La doctrina desde hace mucho clasifica los tipos de inconstitucionalidad a
partir de la praxis. Es corriente la distinción entre la formal y la material. Aquella
es relativa a las reglas procedimentales y, por eso, para su configuración, no dispensa la conducta legislativa (hecho individual político) violadora de las normas del
proceso legislativo. La inconstitucionalidad material está vinculada al producto
normativo en sí, cuyo contenido está en conflicto con las prescripciones constitucionales o normas de fondo; también en ese tipo, los hechos pueden actuar de
forma determinante. Hay también la inconstitucionalidad por acción y omisión
legislativas, para las cuales la dimensión fáctica es indispensable; mientras aquella
observa la conducta legislativa y el contenido normativo, esa toma en referencia
la inactividad legislativa.
Cada tipo de inconstitucionalidad revela un criterio de relevancia fáctica y, por
lo tanto, de delimitación del universo de casos jurídicos posibles. El enunciado
relevante es aquel que integra el nexo causal de la consecuencia del vicio. La
consecuencia nada más es la decretación judicial de los tipos posibles de vicio.
Siguiendo tal orientación, hay que concordar: “[...] el objeto de prueba en el
32 Guastini
22
(2005), p. 288.
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La prueba de la inconstitucionalidad
proceso de control abstracto de constitucionalidad, son los hechos generadores
de los vicios de inconstitucionalidad y que lo que constituye el tema a probar una
vez que el vicio es formal o de procedimiento, es poder establecer en dónde se
presentaron dichos vicios, si durante el trámite de formación de la ley o a través
de hechos que fueron relevantes al tomar la decisión [...]”33.
Así, el enunciado fáctico condicionante de la consecuencia del vicio (de inconstitucionalidad) debe atender a ciertos criterios de relevancia en el proceso
en que se lo verifica. Esos criterios son estandartes de selectividad jurídica de los
hechos en proceso constitucional. Funcionan como vectores auxiliares en la identificación y selección del hecho relevante. Su uso delimita, en cada caso concreto,
el objeto de la prueba. Por su identificación a partir de la praxis decisoria, una
vez aprehendidos y científicamente descritos, pueden auxiliar en la selección de
hechos relevantes. Son ellos: (a) criterio del hecho de ley producida; (b) criterio del
hecho de la producción irregular de ley; (c) criterio del hecho de omisión legislativa;
(d) criterio del hecho de abuso de poder discrecional legislativo.
4.1 Criterio del hecho de la ley producida
El criterio del hecho de ley producida delimita la relevancia fáctica en el conocimiento del objeto y parámetro de control.
En Brasil, objeto de control es el comportamiento, comisivo u omisivo, de producción legislativa cuyo resultado –la ley– establece con la Constitución una relación
directa de posible violación. La existencia del objeto de control depende del examen
fáctico de la ley a ser controlada, o sea, de la constatación del proceso legislativo
concluido34.
En el control de constitucionalidad brasileño, no son raros los desacuerdos
fácticos tratándose de un objeto de control. Puede haber divergencia sobre si ocurre o no el hecho-de-producción-legislativa (desacuerdo de hecho). El desacuerdo
puede estar no solamente en la duda del hecho, sino también en la valoración
como objeto de control (desacuerdo de valor), con respecto o no a los criterios
de normatividad y relación directa con la Constitución. En los dos casos, hay
divergencia sobre la existencia del objeto de control, la diferencia es que, en el
primero, el problema está en la ocurrencia o no del hecho y, en el segundo, a la
valoración a él atribuida, o sea, al comportamiento legislativo practicado. Ejemplos
33 Ferrer
34 (2010), p. 293.
Supremo Tribunal Federal, ADIn Nº 466/DF, de 3 de abril de 1991.
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de desacuerdo de hecho: (a) pregunta sobre la creación de la ley producida, por falta
de copia del texto legal35; (b) pregunta sobre la relación no directa de la ley con la
Constitución, por la omisión informativa sobre la existencia de ley interpuesta36;
(c) pregunta sobre el cumplimiento o no del proceso de formación legislativa, o sea,
desacuerdo sobre la inidoneidad del objeto en control concentrado37; (d) pregunta sobre la revocación o no de la ley: el debate fáctico no está en la producción y
contenido en la ley controlada, sino en el hecho de su vigencia; o sea, si hubo la
efectiva producción de otra ley que substituye aquella entonces indicada como
objeto de control.
4.2. Criterio del hecho de producción irregular de la ley
La inconstitucionalidad formal, como una de las posibles causas de vulneración de la norma constitucional, es caso típico de infracción a la orden jurídica
por defecto en el cumplimiento del proceso legislativo. Es rotulada, como tal,
situaciones de violación a las “(meta)normas sobre la producción jurídica”38 o
“normas-parámetros”39 del proceso legislativo40. Luego, tiene en el regreso del
proceso legislativo el camino de constatación del defecto formal que hace el texto
normativo irregular. No hay en esa situación propiamente un conflicto internormativo –entre la ley y la Constitución–, sino por una alusión “metafórica”41. Hay
la violación de normas constitucionales, sin duda, pero proveniente de la conducta
contraria al proceso legislativo. “Lo que en el presente apartado se pretende demostrar es que la norma secundaria no es la que atenta contra la Constitución
35 “Observo, preliminarmente, que não encontrei, nos autos, cópia da Lei n. 11.369, de 19.12.1990, que
é modificada pela ora em apreciação liminar. Penso que tal omissão impede o julgamento do pedido”.
Trecho del voto del Min. rel. Francisco Resek (Supremo Tribunal Federal, ADIn-MC Nº 464/GO, de 25
de agosto de 2003). El no conocimiento de la cuestión de inconstitucionalidad por falta de copia de la ley
fue determinado en otras decisiones del Supremo Tribunal Federal. Ver: ADIn Nº 4.090/DF, decisión del
Min. rel. Eros Grau, y ADIn-MC´s Nº 89/MG y 88/MG.
36 Ver: Supremo Tribunal Federal, ADIn Nº 2.207/AL, 28 de agosto de 2000 (decisión del Min. rel. Celso
de Mello); AI-AgR Nº 656.624/GO, 23 marzo de 2003; AI-AgR Nº 700.960/SC, de 2 de febrero de 2010;
AI-AgR Nº 794.759/SC, de 13 de abril de 2011.
37 Supremo Tribunal Federal, ADIn Nº 466/DF, 3 de abril de 1991.
38 Guastini
39 Ramos
40 (2010), p. 49.
Los dispositivos sobre la elaboración de las leyes se encuentran en los artículos 59-69 de la CF/88.
41 Ochoa
24
(2005), p. 277.
(2003a), p. 57.
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La prueba de la inconstitucionalidad
en los casos de un conflicto de orden formal. La norma no puede infringir el
procedimiento, es el legislador quien ha desatendido un precepto constitucional
en la elaboración de la ley ordinaria. Si la norma es declarada inconstitucional
por el órgano competente es porque en su elaboración el procedimiento no fue
debidamente cumplido, por lo que este es inconstitucional, no la norma. De
modo que al declarar la inconstitucionalidad de la norma se elimina la eficacia de
su procedimiento de creación, y el producto del mismo, la norma cuestionada,
debe ser eliminada del orden”42.
Con eso, la inconstitucionalidad formal está condicionada al hecho de la
creación de la ley. La “obediencia a las formalidades constitucionalmente impuestas solo se podrá revelar a partir del análisis de las condiciones concretas
a partir de las cuales surgió la ley inquinada de invalidez”43. Por lo tanto, en el
proceso judicial, hay que ocurrir la reconstrucción o relato de un específico hecho
político-institucional.
La confirmación de ese hecho demanda tres operaciones distintas, pero indisolubles, vale decir, un silogismo normativo: (a) primero, selección e interpretación de las normas constitucionales que rigen el proceso de formación de la ley,
determinando la proposición normativa relevante para el caso; esas disposiciones
“expresan normas de conducta, aunque dirigidas a sujetos absolutamente particulares (sujetos como las Cámaras, investidos de competencias normativas)”44;
(b) segundo, es identificación del hecho socio-político, para confirmar si ocurrió
el comportamiento legislativo tal como es relatado; se trata de la “verificación
(empírica) de los procedimientos efectivamente seguidos en la producción de la
ley, o sea, de la conducta mantenida por el ‘legislador’ (esto es, por el órgano legislativo), no legislar”45; aquí se enuncia la conducta individualmente determinada
de no correspondencia con lo normativamente prescrito; eventual desacuerdo
fáctico se resuelve por evidencia46; (c) tercero es valoración jurídica del sucedido:
el juez valora, o mejor, atribuye sentido jurídico al hecho afirmado, para decidir
42 Idem, p. 64.
43 Tavares
(2006), p. 185.
44 Guastini
45 (2005), p. 289.
Idem.
46 Esa modalidad de control se distingue del control represivo por el momento en que actúa. Está relacionado
al momento de formación del acto o comportamiento bajo control. Si anterior a la formación, el control
es preventivo, si posterior, es represivo. En el caso de la ley, el parámetro de anterioridad y posterioridad
es la sanción presidencial. El Supremo ya se pronunció, expresamente, por la inexistencia de “controle
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si es caso o no de infracción al proceso legislativo; o sea, si la condición prescrita
en la proposición normativa fue correspondida o no.
Esas operaciones confirman que el vicio formal “requiere la comparación entre
un cierto comportamiento (del ‘legislador’) y ciertas normas”47, para eso demanda
un discurso de aplicación-subsunción (silogismo normativo), por ser hipótesis
de “no-subsunción del hecho a la norma constitucional”48. Son seleccionados los
hechos individuales pasados calificables en la hipótesis de violación de las normas
constitutivas del proceso legislativo, según la norma aplicable.
No obstante, hay una situación paradójica. Porque la inconstitucionalidad
formal lidia estrictamente con el conflicto entre la situación fáctica del comportamiento legislativo y la Constitución puede llevarnos a creer que eventuales
desacuerdos de hecho ocurren con más frecuencia que los de valor. Así dice
Marcelo Neves49: la “cuestión de la inconstitucionalidad formal puede implicar
no solo ‘desacuerdos significativos de valores’, sino especialmente ‘desacuerdos
significativos de hechos’”.
Sin embargo, tal afirmación no se confirma en la práctica brasileña. No porque son improbables los desacuerdos de hecho, sino porque no se verifican con
la frecuencia anunciada. Los datos revelan una inversión en la referida afirmación: ocurren especialmente los desacuerdos significativos de valores y, con rareza, los
desacuerdos significativos de hechos. La práctica indica que el desacuerdo de hecho
ocurre con frecuencia incomparablemente menor que el desacuerdo de valor en
el control de constitucionalidad formal. Si de un lado es cierto que no hay, para
tal vicio, específica confrontación (propiamente dicho) entre dos normas, sino
entre el hecho (-de-producción-irregular-de-ley) y la Constitución, de otro, en
general, las controversias son de valor, y no de hecho.
Para confirmar tal afirmación, proponemos una investigación a partir del
banco de datos del Supremo Tribunal Federal. Investigamos las acciones directas
de inconstitucionalidad juzgadas entre 05/10/1988 y 31/01/201150, y son 186
acciones, de entre 719 provenientes, aleatoriamente seleccionadas. De entre ellas,
preventivo abstrato (em tese) no direito brasileiro” (Supremo Tribunal Federal ADIn Nº 466/DF, 3 de
abril de 1991, voto del Min. Celso de Mello).
47 Guastini
48 Tavares
49 Neves
50 26
(2005), p. 289.
(2006), p. 138.
(1988), p. 138.
Datos de 2011, actualizados hasta 31.01. Fueron extraídos del Portal de Informaciones Gerenciales del STF.
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La prueba de la inconstitucionalidad
identificamos las que reconocen la inconstitucionalidad formal, y estudiamos la
causa con base en la argumentación del Supremo. Identificamos, en las razones,
la existencia o no de desacuerdo de hecho. Buscamos demostrar en cuántos casos
juzgados, de entre los analizados, hubo desacuerdo de hecho.
Acciones directas de inconstitucionalidad procedentes
05/10/1988 - 31/01/2011
Casos
analizados
179
Nº%
Nº páginas Media por
decisión
decisión
formal
115
64,25%
1.956
17
material
64
35,75%
1.861
29
Fonte da selección de las ADIns: sítio electrónico do STF
El resultado demuestra la baja incidencia de las divergencias en materia de
hecho. Es una evidencia que mucho dice sobre la prueba en el control de constitucionalidad. En sentido amplio, tiene la finalidad de dirimir problemas de
cognición empírica. Si hay baja demanda fáctica, diminuta es la exigencia de la
actividad probatoria. Es lo que se observó en los casos de inconstitucionalidad
formal, cuando parecía ser diferente a considerarse que ese vicio se da entre el
hecho de la producción irregular de la ley y la Constitución.
Por todo eso, el objeto de la prueba en un caso de inconstitucionalidad formal
comprende todos los hechos de relevante verificación, sobre los cuales recae el juicio
jurídico-normativo de desincumplimiento de los presupuestos y procedimientos
relativos a la formación de la ley, y que, por eso, influyen en la declaración de la
inconstitucionalidad.
4.3. Criterio del hecho de la omisión legislativa absoluta
La omisión legislativa es la inercia del legislador delante de algo sobre lo cual
se tienen expectativas, o sea, la producción de leyes. La inactividad causa consecuencias. La interpretación por la cual se deduce el hecho-tipo de la omisión
y las consecuencias de esa derivadas sigue reglas jurídicas, más precisamente las
constitucionales. La omisión legislativa es más una evidencia de la imposibilidad
de disociar la cuestión de hecho de la cuestión de derecho51.
51 Lagier
(2003), pp. 17-26.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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27
Renato Gugliano Herani
Es del sistema constitucional que se extrae la cualidad de la expectativa de
la conducta del legislador y lo que de ella sucede si no es realizada. Con la interpretación del texto constitucional, se identifica cuándo y lo que el legislador
debe legislar. La conducta de omisión causa una laguna constitucional indeseable
o el descumplimiento del deber constitucional de legislar. Por eso, la omisión
legislativa para ser inconstitucional no basta el simple descumplimiento al deber
general de legislar (expectativa frustrada), depende de conductas capaces de
generar, jurídicamente, la violación a la “exigencia constitucional de acción”52.
Eso implica decir, la norma constitucional violada no puede ser autoaplicable 53,
pues debe haber un margen de libertad de conformación al Legislativo para
alcanzar la plena eficacia. Por eso, “[la] omisión que interesa no es el evento
naturalístico tipificado por el simple no hacer, sino la abstención en implementar
satisfactoriamente determinadas providencias necesarias para tornar aplicable la
norma constitucional. Luego, omisión genuinamente inconstitucional es aquella
cuya fuente que cualifica como devenida y necesaria la actividad omitida está
en la propia constitución”54.
La expresión “evento naturalístico tipificado por el simple no hacer” es en
referencia al hecho de no legislar, y es, por sí, insuficiente para caracterizar la
omisión inconstitucional si no hay, constitucionalmente, la consecuencia para
tal inacción. “El silencio transgresor, la inercia del legislador –es decir, la omisión
inconstitucional–, no pueden ser concebidos desde un punto de vista puramente
naturalístico”55. La omisión inconstitucional no sintetiza un “hecho bruto”. “El
comportamiento solo asume la cualificación de omisión en relación a una norma
que impone a alguien el deber de actuar”56; por eso, es, estructuralmente, un
“hecho institucional”.
Si no se trata de cualquier inercia, pues hay que ser hecho de inacción jurídicamente calificada como ofensiva a la exigencia constitucional de legislar, hay
que reconocer en la omisión inconstitucional un hecho verificable y constitucionalmente calificable. Luego, sin duda, hay una quaestio facti relevante a ser
52 Canotilho
53 Supremo Tribunal Federal, ADIn Nº 296/DF, de 17 de octubre de 2000.
54 Bernardes
55 Clève
56 28
(2003), p. 1.033.
(2004), p. 219.
(2000), p. 324.
Idem.
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La prueba de la inconstitucionalidad
considerada: la inercia legislativa en dado tiempo y espacio –hecho individual y
pasado jurídicamente calificable (hecho jurígeno-jurídico).
La inacción legislativa es, pues, un hecho y se la interpreta según las reglas
constitucionales, pero precede de la selectiva reconstrucción concreta de la
inercia inconstitucional. Esa operación exige la conjugación de quaestio facti
(selectividad fáctica) y quaestio juris (calificación jurídico-normativa), porque
no dispensa la investigación jurídico-normativa para determinar si la inercia,
como hecho, es una prohibición constitucional derivada de la obligación de
legislar. Por lo tanto, la omisión legislativa es un criterio específico de relevancia
jurídica, de selección de hechos enunciados en el proceso judicial para la justificación
de la invalidez legislativa.
4.4. Criterio del hecho de abuso del poder de legislar
La justificación de la inconstitucionalidad formal o por omisión absoluta opera
en el contexto lógico de composición del silogismo judicial. A partir de la premisa
mayor (normativo-constitucional), se realiza la inferencia cuya conclusión confirma, según el Derecho, el desencadenamiento o no de la consecuencia jurídica,
a depender de la comprobación o no de la premisa menor, que es indicativa del
comportamiento legislativo practicado subsumido al antecedente de la premisa
normativa. Con efecto, tanto en la hipótesis de inconstitucionalidad por omisión
absoluta, como en la formal, se justifica la no subsunción de un hecho (empíricamente
verificable) a la norma constitucional, con la diferencia de que, en aquella connota
un acto de comisión, en esa un acto de omisión. ¿Y cómo funciona la prueba en
la inconstitucionalidad material?
Es punto común que la argumentación del vicio material puede tener características distintas de aquellas propias del formal o por omisión absoluta. No se
trata de un discurso propio del “modelo de aplicación judicial del derecho”57, cuya
justificación es, predominantemente, interna. La justificación puede ser externa,
para la cual es relevante preguntar por la adecuación o solidez constitucional de
las premisas, en vista de la corrección jurídica, política, social y moral. La prueba
pasa a ser así un recurso utilizado en la justificación de las premisas fácticas de la
decisión, con vistas al problemático test de adecuación y corrección de los predicados
fácticos presupuestos por el legislador en la formulación del texto legislativo.
57 Zagrebelsky
(2008), p. 131.
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Renato Gugliano Herani
Hablar en prueba, en un contexto así, implica suponer la interferencia del
Supremo en la “discrecionalidad epistémica de tipo empírico”58 del legislador,
o aún, el ablandamiento de la libertad de escoger en relación a la cognición de
los hechos relevantes que resultan descritos en la norma infraconstitucional,
lo que presupone, también, el manejo de aquellos incorporados en las normas
constitucionales; en última instancia, supone el control de los hechos y prognosis
legislativos relevantes al objeto y parámetro de control. Eso, sin duda, llama el
intrincado problema del activismo judicial59.
La prueba tiene, aquí, un papel de relevancia en la decisión de la inconstitucionalidad; y así debe ser, incluso para evitar error mayor: el arbitrio judicial
en el control de los hechos legislativos por decisiones meramente intuitivas; algo
que ocurre, muchas veces, en decisiones de control material de constitucionalidad
de las leyes.
Por lo tanto, la propuesta de un criterio del hecho de abuso del poder de legislar
es apenas el referente selectivo de predicados fáctico-empíricos de las normas
constitucionales y los de la infraconstitucional objeto del test de la evidencia es
determinante para la justificación de la inconstitucionalidad material.
La doctrina que distingue los casos fáciles de los difíciles60 enfatiza la impotencia metodológica de la justificación interna o deductiva en la solución de la
(in)constitucionalidad: los difíciles en oposición a los fáciles, que se satisfacen con
la justificación interna61. Para decidir ciertos casos, no es suficiente la corrección
lógica del argumento, es preciso ir más allá de la “aplicación pura y simple del
Derecho”; con el “trabajo interpretativo”62, “[...] se necesita ofrecer razones a favor
de la premisa normativa o de la premisa fáctica, y razones que no pueden tener un
carácter puramente formal”63, tampoco una racionalidad meramente deductiva,
que resulte en la aplicación mecánica de la ley. Por ello, en esos casos, se adopta, en
58 Alexy
(2008), p. 612.
59 Es la idea de que “[...] la defensa de la Constitución no solo comporta una legislación negativa que le diga
al legislador solamente aquello que no puede hacer, sino también que reclama una legislación positiva capaz de
suplir, complementar o corregir al Parlamento en la tarea de hacer realidad el programa constitucional”, véase
Sanchís (2000) pp. 161-195; como para criar “regras de direito material e regras processuais em seguida eles
mesmos aplicam”, véase Dimoulis y Lunardi (2011), p. 244.
60 Se habla en caso trágico (insoluble); a exigir un método de racionalidad jurídica, ver Atienza (1997), pp. 7-30.
61 Atienza
(2007), p. 266.
62 Atienza
(1997), pp. 7-30.
63 Atienza
(2007), p. 266.
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La prueba de la inconstitucionalidad
la terminología de Klaus Günther64, un discurso de fundamentación, formulado
por criterios argumentativos que elucidan la validez de la norma por el examen
de “circunstancias extralegales”65 que rodean la legitimidad de la ley. Lo que está
en cuestión es, justamente, la solidez o adecuación moral (corrección axiológica)
o fáctica (corrección epistémica) de las premisas normativas.
Diferentemente ocurre en el discurso de aplicación. Se formula por criterios
que sirven para indicar la adecuación de la norma a determinada situación real;
por eso, es de justificación de la pertinencia de la aplicación de la norma general
a determinado caso concreto. Es el discurso propio, como ya visto, de inconstitucionalidad formal o por omisión absoluta, pues reduce a la argumentación de
hipótesis del comportamiento legislativo no subsumido al descrito en la norma
constitucional. La Justicia Constitucional promueve, en esos casos, un control
de aplicación del parámetro constitucional y de la conducta legislativa y no,
propiamente, del producto legislativo criado o no, aunque el efecto práctico de
la invalidez recaiga sobre la misma.
Cualquiera que sea el discurso en control de constitucionalidad legislativo, la
argumentación enfrenta un conflicto entre contenidos normativos (antecedente
fáctico o consecuencia jurídica), de la norma infraconstitucional y de la norma
paramétrica constitucional. O sea, la justificación resuelve una contradicción
deóntica de conductas ordenadas por reglas y principios. “Las conductas pueden diferir en el sentido en que reguladas, como cuando la misma conducta es
prohibida y permitida, o bien, cuando fácticamente no es posible la realización
simultánea de los actos o las acciones prescritas, entonces se presenta un problema
de contradicción entre los contenidos de las normas que no permite, por razones
lógicas, la satisfacción de ambas”66.
No siempre la relación de inconstitucionalidad se reduce, analíticamente a
la confrontación polarizada entre normas infraconstitucionales y constitucionales. Es posible la contradicción triangular, envolviendo normas constitucionales
paramétricas67. De un conflicto a otro, podrá variar, y es eso lo que se pretende
64 Günther
(1995), pp. 271-302.
65 Schedler
(2005), pp. 65-94.
66 Ochoa
(2003b), pp. 927-950.
67 Hay la posibilidad de que la parametricidad se componga de una pluralidad normativa en que la norma
constitucional cuenta con la cooperación y auxilio comparativo de otras leyes, secundarias, en la verificación
de la contradicción con la norma infraconstitucional, eso se consustancia en la idea de “parâmetro subsidiário”,
véase Bernardes (2004), p. 149. Pero aun aquí el parámetro autónomo es singular.
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demostrar, el modo de justificación del discurso de (in)validación legislativa; en ese
contexto, puede haber, dependiendo del uso argumentativo de la norma constitucional
como regla o principio, la exigencia mayor o menor de razones a favor de premisas
normativas, valorativas o fácticas; eso determina el grado de cognición empírica para
formular las razones y, luego, la selección de hechos a examinar.
Con base en la distinción conceptual de las reglas y principios, es posible
observar el grado de facticidad, o sea, la mayor o menor exigencia de cognición
fáctica y, por lo tanto, de valoración probatoria para la justificación de operaciones
de subsunción genérica ocurridas en la solución de un conflicto entre la norma
infraconstitucional y las normas constitucionales.
Pero, antes es preciso sostener un punto de apoyo. En el ámbito de esta
investigación, adoptamos la distinción entre reglas y principios propuesta por
Humberto Ávila68: “Las reglas son normas inmediatamente descriptivas, primariamente retrospectivas y con pretensión de decidibilidad y abrangencia, para cuya
aplicación se exige la valoración de la correspondencia, siempre centrada en la
finalidad que a ellas da soporte o en los principios que a ellas son axiológicamente
suprayacentes, entre la construcción conceptual de la descripción normativa y la
construcción conceptual de los hechos. Los principios son normas inmediatamente
finalísticas, primariamente prospectivas y con pretensión de complementariedad y
de parcialidad, para cuya aplicación se demanda una valoración de la correlación
entre el estado de cosas a ser promovido y los efectos provenientes de la conducta
habida como necesaria a su promoción”.
A partir de esos conceptos, analizamos el grado de facticidad, o sea, la mayor
o menor exigencia de cognición fáctica en la subsunción genérica delante de un
conflicto entre la norma infraconstitucional y las reglas y los principios constitucionales.
4.5. Alta y baja referencia fáctica
La solución de un conflicto material entre regla constitucional y ley infraconstitucional depende de la valoración de la correspondencia entre el antecedente
(fáctico) y el consecuente (jurídico) de esas normas y la finalidad que a ellos
dan apoyo. Las reglas constitucionales, porque son inmediatamente descriptivas,
cuentan con la determinación mayor de la conducta prescrita, o sea, estable-
68 Ávila
32
(2006), p. 96.
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La prueba de la inconstitucionalidad
cen con intensa exactitud las obligaciones, permisiones y prohibiciones según
ciertas finalidades, y así hacen por la descripción precisa de la conducta a ser
adoptada. Las reglas son un “mandado definitivo”: “Como reglas exigen que sea
hecho exactamente aquello que ellas ordenan, ellas tienen una determinación
de la extensión de su contenido en el ámbito de las posibilidades jurídicas y
fácticas. Esa determinación puede fallar delante de imposibilidades jurídicas y
fácticas; pero, si eso no ocurre, entonces, vale definitivamente aquello que la
regla prescribe”69.
Por tener su contenido normativo establecido por límites fácticos y jurídicos
más precisos y definitivos, la regla hace que el modo de justificación de desconformidad se presente más inmediato y menos exigente en las razones de identificación
de la contradicción deóntica de la conducta prescrita. Luego, parece ser menor
la exigencia argumentativa para justificar que la acción o conducta directamente
prescrita por la regla constitucional no es correspondiente con aquella propia del
objeto de control.
Es posible percibir eso, por ejemplo, en la decisión del Supremo sobre la
regla del inciso II del artículo 37 de la CF/88, cuando juzgó inconstitucional el
artículo 49, §2º, inciso II del CE/MT, que permitía la investidura en el cargo de
Consejero del Tribunal de Cuentas sin aprobación previa en concurso público.
La argumentación se limitó a la inmediata verificación del contenido literal de
las normas en conflicto, y de pronto el Supremo dedujo que la ley controlada
no atendió la regla constitucional de previa realización de concurso público70.
En efecto, cuando se tiene una contradicción entre la regla constitucional y
la ley, en general, “parece claro que la norma subordinada no debe ser aplicada,
por su operatividad definitiva de carácter estricto; el enfrentamiento entre ambas
es absoluto”71. Con eso, como ocurrió en el caso arriba mencionado, hay una
justificación de baja referencia a la facticidad, que no iba más allá de la prueba de
la existencia de la ley controlada. El examen de relevancia fáctica se realiza según
69 Alexy
(2008), p. 104.
70 “Verifica-se
que estes dispositivos discrepam do modelo federal. A uma, de vez que, conferindo-se aos
Conselheiros-Substitutos atividade normalmente exercida pelos auditores, previu-se o preenchimento dos
cargos com dispensa do concurso público, contrariando-se, com isso, a jurisprudência sedimentada desta
Corte, referida pelo Procurador-Geral da República. Desprezou-se a regra do inciso II do artigo 37da Carta
Federal” (Trecho do voto do Min. rel. Marco Aurélio), Supremo Tribunal Federal, ADIn Nº 184/MT, de
25 de junio de 2006.
71 Ochoa
(2003a), p. 61.
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los criterios de selección de los hechos a probar (de la ley producida o de la producción irregular de la ley72), orientados por la regla constitucional paramétrica.
Aquí, la actividad probatoria es mínima (copia de la ley), y la (in)constitucionalidad
material puede ser reconocida con el apoyo en los cánones interpretativos (gramatical, axiológico, sistemático e histórico) por una operación lógico-deductiva.
Por lo tanto, en un conflicto internormativo en que la parametricidad es una
regla, porque es inmediatamente descriptiva y con pretensión de decidibilidad
de la conducta normada, el modo de fundamentación se da a partir de la correlación entre la obligación definitiva y la acción practicada por el legislador. En
esa valoración, se busca, en general, la subsunción del acto legislativo a la regla
constitucional, o sea, el objeto de control debe ser el resultado de la satisfacción de la
obligación constitucional con baja referencia fáctica y mayor precisión lógico-deductiva.
Es diferente si el parámetro de control son los principios. Un caso de inconstitucionalidad en que el conflicto internormativo tiene en los principios
constitucionales la parametricidad, dadas las características interpretativas de
su uso argumentativo, diferentemente de la otra especie normativa, en regla, es
solucionado con alta facticidad o referencia al concreto.
La parametricidad de un principio proviene de su condición especial de
norma constitucional que es. Es lugar común reconocer tanto en la regla, como
en los principios, “el mismo contenido de deber-ser”73; ambos, porque son normativos, “pueden ser formulados por medio de las expresiones deónticas básicas
del deber, de la permisión y de la prohibición”74, por la fórmula: “Si se da un F
cualquiera, entonces el sujeto S debe hacer o debe omitir, o aun puede hacer o
puede omitir conducta C ante otro sujeto S”75. Gustavo Zagrebelsky76 no niega
la normatividad de los principios, dice que “las normas constitucionales sobre
derechos y sobre la justicia son predominantemente principios”, de suerte que
“solamente los principios desempeñan un papel propiamente constitucional, o
sea, ‘constitutivo’ de la orden jurídica”, pero discuerda de que reglas y principios
comparten la misma expresión deontológica77.
72 Ese criterio solamente es utilizado en caso de inconstitucionalidad formal.
73 Ávila
(2006), p. 63.
74 Alexy
(2008), p. 87.
75 Grau
(2006), p. 163.
76 Zagrebelsky
77 34
(2008), p. 110.
Idem, p. 118.
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La prueba de la inconstitucionalidad
Zagrebelsky diferencia la expresión deóntica del principio, negando a este la
fórmula patrón de la normatividad, por cualificar la estructura principiológica
inepta para determinar de pronto las conductas que serán asumidas (lo que
ocurre con las reglas). No se distancia de la percepción de Robert Alexy78 de
que las reglas “exigen que sea hecho exactamente aquello que ordenan, pues esas
tienen una determinación de la extensión de su contenido en el ámbito de las
posibilidades jurídicas y fácticas”, y de Humberto Ávila79 de que las reglas “describen objetos determinables”. La indeterminación de la descripción normativa
en el ámbito fáctico y del jurídicamente posible es el punto de diferenciación
de la expresión deóntica; pero eso no implica que, después de cumplida interpretación, cuando ya se tiene definida la conducta ideal a ser cumplida, no sea
posible la “reenunciação”80 del texto normativo argumentado bajo la forma de
principio, según la fórmula deóntica patrón de la normatividad.
La indeterminación a priori del ámbito fáctico y de las posibilidades jurídicas
inherentes a los principios apuntan, y aquí la doctrina no diverge, un significado
linguístico-deóntico de imposición del deber inmediato de atender a los “criterios
para tomar posición ante las situaciones concretas”81, valorados por el derecho,
o al “estado ideal de cosas a ser promovido”82; solo con el cumplimiento de ese
deber-(ser) es que se alcanza la “conducta necesaria” en determinada situación
concreta para la satisfacción de la finalidad del principio. Por eso, los principios
constitucionales son, en un caso de inconstitucionalidad legislativa, inmediatamente finalísticos, porque establecen un fin a ser atingido por la producción
legislativa en el momento de su aplicación. La ley objeto de control, en sí, debe
ser la realización de la finalidad seguida por el principio constitucional; si no lo
es, entonces la inconstitucionalidad es la consecuencia, por haber la conducta
descripta definitiva (si es una regla) o el deber inmediato de promoción de un
estado ideal de cosas (si es un principio) que contraría la finalidad constitucional
contemplada en la norma parámetro. Por medio de ella, sea por su aplicación
o complementariedad, el fin constitucional debe ser promovido.
78 Alexy
(2008), p. 104.
79 Ávila
(2006), p. 83.
80 Grau
(2006), p. 183.
81 Zagrebelsky
82 Ávila
(2008), p. 110.
(2006), p. 83.
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Robert Alexy83 define los principios como “mandamentos de otimización”, o
sea, “normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida posible dentro
de las posibilidades jurídicas y fácticas existentes”. No se distancia de la idea de
que los principios describen, inmediatamente, conductas-a-ser en-determinadas.
Con todo, Humberto Ávila84 (2006, p. 62) discuerda de ese criterio no porque
lo niegue absolutamente; la excepción está en la imprecisión, al menos tomando
como base el sistema brasileño, de cualificar el contenido principiológico como
un comando que deba ser aplicado en la máxima medida. Ávila analiza el proceso
de argumentación aplicado en casos decididos por el Supremo para contradecir
la cualificación absoluta de la máxima medida de los principios. Entiende que
es más seguro y constante el criterio de distinción que desplaza de la morfología
estructural normativa del principio para el modo como se da la justificación
argumentativa, o sea, la construcción semántica en la fundamentación del principio delante del caso concreto; para el jurista, “el cualificativo de principio o de
regla depende del uso argumentativo, y no de la estructura hipotética”85; o sea,
la distinción se da en el instante de la interpretación/aplicación cuando culmina
en la definición significativa de la norma.
Ese es un punto de vista diverso de aquel de Robert Alexy, pero ambos no se
distancian de la certeza de que los principios, diferentemente de las reglas, “solamente establecen fines normativamente relevantes, cuya concretización depende
más intensamente de un acto institucional de aplicación que deberá encontrar el
comportamiento necesario a la promoción del fin”86. Y solo los satisfacen “en grados
variados y por el hecho de que la medida devenida de su satisfacción no depende
apenas de las posibilidades fácticas, sino también de las posibilidades jurídicas”87,
diversamente de la regla que describe conducta inmediatamente determinada. Los
principios no describen “objetos determinables”, sino “un estado ideal de cosas
a ser promovido”88, cuya determinación se da en el momento de su aplicación.
Llegamos al punto crucial para la identificación del papel de la prueba en
los casos de (in)constitucionalidad legislativa. Saber si la ley realiza o no los fines
83 Alexy
(2008), p. 90.
84 Ávila
(2006), p. 62.
85 Idem, p. 43.
86 Ibidem, p. 63.
87 Alexy
(2008), p. 91.
88 Ávila
(2006), p. 83.
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La prueba de la inconstitucionalidad
de los principios constitucionales es una acción de que depende un modo específico
de la justificación argumentativa: “valoración de la correlación positiva entre los
efectos de la conducta adoptada y el estado de cosas que debe ser promovido”89;
esa validación no se da en un plan abstracto, distante de la “realidad iluminada”90
por el principio constitucional. El producto legislativo debe ser evaluado en correlación con la realidad, que “aparece revestida de cualidades jurídicas propias.
El valor se incorpora al hecho e impone la adopción de ‘tomadas de posición’
jurídica conforme con este”91. La solución del conflicto internormativo depende
de que el significado del principio constitucional conflictuado se construya en los
casos concretos determinados por el ámbito fáctico correlacionado no solo con
ese, sino también con la ley controlada. Solamente tal examen permite saber si
la conducta legal adoptada constituye medio por lo cual hay o no la realización
del fin perseguido por el parámetro constitucional principiológico. Luego, la
subsunción/aplicación no proporciona los criterios metodológicos adecuados para
la resolución del conflicto constitucional, y, con eso, surgen otras técnicas, como
la ponderación (proporcionalidad) y la metódica estructurante.
En el caso en que el Supremo declaró inconstitucional la ley de pesaje de
bombona de gas, la validación realizada buscó la correlación positiva entre la
conducta legislativa adoptada (deber de pesaje de bombonas de gas) y el estado
de cosa ideal perseguido por el principio de defensa del consumidor92, llegando
a una conclusión negativa, o sea, la realidad iluminada por ese principio circunscrita al concreto envolviendo la sistemática de pesaje de la bombona de gas
(caso concreto) no constituye la satisfacción del estado ideal de protección del
consumidor, de un punto de vista del Supremo.
Ese ejemplo demuestra que, si de un lado no se determina el estado ideal
perseguido por el principio sin la referencia a la realidad valorada, de otro, el
principio constitucional paramétrico es decisivo en la selección de los hechos que deben
ser evidenciados (hecho-a-probar) para la correlación de efecto positivo o negativo
89 Idem.
90 Zagrebelsky
91 (2008), p. 118.
Idem.
92 Hay trecho emblemático del voto del Min. Cezar Peluso al respecto: “Mas a objeção parece exatamente
uma questão de fato, a de que a medida exigida pela lei, para efeito de tutela do consumidor, não atinge
o seu objetivo, por ser impraticável do ponto de vista prático. E aí se faz referência a manifestação do
INMETRO, ou de instituto semelhante. Então seria importante ler o que o INMETRO, um órgão técnico,
diz a esse respeito, pois me parece inútil a medida tomada pela lei, porque ela é impraticável”.
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Renato Gugliano Herani
entre la conducta adoptada por el legislador y el estado ideal de la cosa perseguida por
el principio. Para concluir por la inadecuación legislativa, el Supremo ejerció un
juicio de evidencia para confirmar, con base en la prueba documental (parecer del
Inmetro), que la medición y las circunstancias reales del caso apenas protegerían
al consumidor, cómo entonces podrían causarle perjuicios. La determinación de
los hechos relevantes o pertinentes se dio a partir de los principios paramétricos
(el de defensa del consumidor y de la libre iniciativa).
Con esas observaciones, lo que se pretende es evidenciar un efecto intrínseco
a los principios que, directamente, contribuye para la construcción de un sentido
de la prueba-de-inconstitucionalidad de las leyes, cual sea, el de ser determinante
en la comprensión y selección del hecho a probar.
Con relación a la prueba de la inconstitucionalidad, pero haciendo referencia al papel determinante de los principios en el examen de pertinencia fáctica,
Humberto Ávila93 habla en “eficacia externa” que toda norma jurídica posee, y
el principio no es diferente, en la “comprensión de los propios hechos y pruebas”: “En ese punto, entra en escena la noción de eficacia externa: las normas
jurídicas son decisivas para la interpretación de los propios hechos. No se interpreta la norma y después el hecho, sino el hecho de acuerdo con la norma y
la norma de acuerdo con el hecho, simultáneamente. Lo más importante aquí
es resaltar la eficacia externa que los principios tienen: como ellos establecen
indirectamente un valor por el establecimiento de un estado ideal de cosas a ser
buscado, indirectamente ellos proporcionan un parámetro para el examen de la
pertinencia y de la valoración. Por ejemplo, el principio de la seguridad jurídica
establece un ideal de previsibilidad de la actuación estatal, mensurabilidad de las
obligaciones, continuidad y estabilidad de las relaciones entre el Poder Público
y el ciudadano”.
En el caso en que el principio es el parámetro de control, la interpretación
actúa, también, en la selección de los hechos que favorecen o no al estado ideal
perseguido, a partir del caso concreto. Por ejemplo, si el principio federativo
protege la cooperación, coordenación y solidaridad entre los entes federativos
(estado ideal), el intérprete no puede ignorar los hechos que demuestren el
perjuicio (económico, social, etc.) que un Estado-miembro sufrió en razón de
la edición de una ley por otro Estado que promueva una desordenación federativa. La selección fáctica es realizada tomando en referencia los parámetros
93 Ávila
38
(2006), p. 99.
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La prueba de la inconstitucionalidad
axiológicos ofrecidos por los principios constitucionales para la determinación
de la relevancia de los hechos, a partir de los cuales puede identificar el estado
ideal que se pretende con los principios paramétricos. “Pertinente será o evento
cuja representação factual seja necessária à identificação de um bem jurídico
protegido por um princípio constitucional”94; el soporte fáctico descripto en la
ley controlada debe guardar correlación positiva con esa representación factual
pertinente al bien jurídico protegido para no ser inconstitucional. Hay, pues,
un procedimiento retrooperativo, o sea, de los hechos a los principios, por una
relectura axiológica del material fáctico, para la fijación de los hechos pertinentes;
y, después, es necesario un examen de evidencia para confirmar si los relevantes
guardan correlación positiva con la ley controlada.
Ejemplo de eficacia de los principios en el examen de relevancia del substrato
fáctico a ser valorado como “estado ideal de cosa a ser buscado”95 (a indicar, pues,
el criterio del hecho del abuso del poder de legislar en la identificación del hecho a
probar, es la igualdad en cuanto principio.
El principio de la igualdad refleja “un estado igualitario como fin a ser
promovido”96, para tanto delimita, selectivamente, la realidad a ser valorada. El
juez constitucional puede llamar al conocimiento y a la instrucción de hechos
seleccionados del contexto social, relevantes al problema jurídico subyacente al
conflicto internormativo. La justificación de la decisión en que se interpreta el
principio que apunta para un ideal de igualdad, por sí solo, ya llama el hecho y,
por consiguiente, el poder probatorio de una forma especial, pues tiene diferencias
en relación a los casos en que el principio de la igualdad es el parámetro de control
violado. Aquí el hecho y la prueba actúan en la formulación de las razones de la
decisión de los conflictos constitucionales no sobre la aplicación, sino sobre la
creación del derecho. Ese conflicto exige, para su solución, un discurso de (in) validez
de la ley, pues es creada sin promover el estado de igualdad.
El principio de igualdad es considerado bajo un doble aspecto: (a) igualdad
en la ley; (b) e igualdad ante la ley. La igualdad en la ley es una imposición al
legislador, que, en su formación, no podrá incluir factores de discriminación,
responsables por la ruptura de la orden de igualdad. El segundo aspecto, presupone la ley ya creada y así traduce la imposición a los demás Poderes estatales,
94 Idem, p. 100.
95 Ibidem, p. 99.
96 Ibidem, p. 137.
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que, en la aplicación de la norma legal, no podrá subordinarla a criterios que dan
oportunidad de un tratamiento selectivo o discriminatorio97.
Sin duda, hay un deber a ser observado en la creación de la ley, y determina
que “todos sean tratados de forma igual por el legislador”98, lo que significa
que: “el legislador tiene la obligación de no establecer distinciones artificiosas o
arbitrarias entre situaciones de hecho cuyas diferencias reales, en caso de existir,
carecen de relevancia, así como de no atribuir consecuencias jurídicas arbitrarias
o irrazonables a los supuestos de hecho legítimamente diferenciados”99.
La desigualdad fáctica debe fundarse en razones jurídicas y empíricas suficientes para justificar el tratamiento fáctico desigual 100. En el examen de
corrección de la ley creada a la luz de la adecuada aplicación de la igualdad,
el juez constitucional debe recordar que la “aplicación de la igualdad depende
de un criterio diferenciador y de un fin a ser alcanzado”101. La sustentación de
esa premisa exige un esfuerzo argumentativo fundado en hechos. La dificultad
está, justamente, en saber cómo la Justicia Constitucional prueba situaciones de
igualdad o desigualdad de hechos que autorizan, o no, el tratamiento jurídico
igual o desigual delante del fin a ser alcanzado, para, entonces, detectar y cohibir
las arbitrariedades legislativas sin que caracterice la intervención constitucional
a la discrecionalidad legislativa, en sí, arbitraria.
Es aquí que el poder probatorio del Supremo identifica y valora los elementos
fácticos para demostrar que la situación real se funda o no, en razones legislativas suficientes o adecuadas para sostener la diferencia jurídica de tratamiento
agregada a una finalidad. Eso para que las razones de la (in)constitucionalidad
no descuiden que la discriminación en la ley sea la adecuada idea de que todos
son iguales o diferentes de acuerdo con el mismo criterio, a luz de la finalidad
adoptada.
La doctrina italiana identifica bien el papel central del hecho en los casos de
(in)constitucionalidad legislativa cuyo foco está en el examen del cumplimiento
de la igualdad constitucional: “Una de las más claras es la que se produce cuando
97 Ver: voto del Min. Celso de Mello, en Supremo Tribunal Federal, MI Nº 58/DF, 14 de diciembre de
1990.
98 Alexy
(2008), p. 396.
99 Valle
(2006), pp. 183-196.
100 Dimoulis
101 Ávila
40
y Lunardi (2011), p. 235.
(2006), p. 138.
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2015, pp. 13-72
La prueba de la inconstitucionalidad
la razonabilidad de una diferenciación legislativa depende de la existencia de una
desigualdad de hecho, verificable concretamente entre dos situaciones, desigualdad
que justifica precisamente la diferenciación (o que convierte en inconstitucional
el eventual tratamiento paritario); o bien, en el supuesto contrario, en el que la
inexistencia de dicha desigualdad convierte en irrazonable la frustrada discriminación de situaciones diferenciadas (o que convierte en razonable el tratamiento
indiferenciado). En efecto, el juicio sobre la razonabilidad, tal y como ha sido
realizado por la jurisprudencia de la Corte, se resuelve a menudo en juicio sobre
los hechos que se efectúa comúnmente sobre la base de la transcendencia de las
situaciones a las que se refiere la disciplina legislativa denunciada como inconstitucional, pero que en supuestos en nada excepcionales podría requerir perfectamente
la realización de una instrucción”102.
La Justicia Constitucional tiene la obligación de revisar la igualdad en ley
por el rigor en la observación del criterio de discriminación fáctica de acuerdo
con la finalidad perseguida por la ley. No raramente practica el poder probatorio
para resolver dudas o informaciones y datos sobre la adecuación y solidez de los
hechos legislativos delante de los efectos concretos de las leyes. Solo la verificación
de la verdad de la desigualdad de hecho sostiene la legitimidad constitucional de
cualificar jurídicamente un supuesto fáctico de forma distinta y su correlacción
con el fin de igualdad perseguido.
El juicio de igualdad material correlaciona: “1) el trazo diferencial elegido como
punto de apoyo de la desigualación que se pretende instaurar; y 2) la desigualdad de
tratamiento sugerida en función del trazo o característica adoptada”103. El examen
de la adecuación de esa correlacción coloca en suspensión el criterio discriminatorio del legislador, por ejemplo, “salud”, “inteligencia”, “clase socio-económica”,
“factores biológico-científicos”, “educación”. El examen de la adecuación de ese
criterio puede exigir la prueba del criterio discriminatorio. Con eso, habrá una
valoración probatoria de los hechos relevantes de la diferenciación descripta en
la norma controlada para observar si atiende al fin pretendido por la discriminación. El fundamento razonable de la distinción jurídica depende, en ese caso, de
la correlación de la elección fáctica legislativa delante de los efectos concretos de
la ley, lo que puede depender del resultado probatorio de la desigualdad fáctica
que soporte la diferencia del tratamiento jurídico.
102 Pizorusso
103 Tavares
(2006), p. 253.
(2006), p. 511.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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Renato Gugliano Herani
Es posible traer ejemplos de referencias argumentativas fácticas del Supremo
Tribunal Federal en la concretización de la igualdad, demostrando la predisposión
de interferir o ratificar la discrecionalidad legislativa a la suerte de la prueba de
los hechos que determinaron la selección del criterio discriminatorio.
La doctrina constitucional distingue tres perspectivas de inconstitucionalidad
por violación del principio de la igualdad material: (a) por la discriminación explícita; (b) por la discriminación implícita o indirecta; (c) por la discriminación
positiva inconstitucional.
La discriminación explícita lidia con la ley que transluce manifiesta falta de
correlacción entre el trazo diferencial adoptado por el legislador como punto de
apoyo de la desigualdad que se pretende y la desigualdad de tratamiento sugerida
en función del trazo adoptado. Aquí están leyes que incorporan hechos legislativos
y consecuencias jurídicas que, explícitamente, no atienden al fin pretendido: el
estado de igualdad.
Es común para el Supremo trabajar cuestiones de ese orden en acciones directas
que tratan, por ejemplo, de leyes de incentivos fiscales sin observar el principio de
la impersonalidad. Un caso a ser recordado es la ADIn-MC 4.259/PB, en que se
discutió la validez de la ley Nº 8.736/2009 del Estado del Paraíba, que concedió
incentivos fiscales por un programa de estímulo a los pilotos de automovilismo
nacidos y vinculados a aquel Estado y a quien atendía ciertas condiciones legislativas104. No obstante, las condiciones para beneficiarse del 75% de los valores
destinados al programa, solo era posible su ingreso por un piloto paraibano; eso
porque el beneficiado era quien obtuviese la mejor colocación en el campeonato
realizado de la categoría de Stock Car V8 en 2008. Sin embargo, solamente un
piloto participó (que, según constó del proceso, era amigo del exgobernador).
Desde la creación de la ley, el piloto sería el único beneficiado por el incentivo
concedido. Es un caso de violación explícita al principio de la igualdad material.
La discriminación indirecta está correlaccionada a la teoría del impacto
desproporcionado que nació en los Estados Unidos hacia 1970, utilizada para
104 “Conforme o parágrafo único do art. 2º da lei combatida, fará jus ao incentivo o piloto paraibano que
obteve a melhor colocação no último campeonato realizado da categoria, devendo ter participado, no mínimo,
de 70& (setenta por cento) das etapas realizadas” (Trecho del voto del Min. rel. Ricardo Levandowski em,
Supremo Tribunal Federal, ADIn-MC Nº 4.259/PB, de 23 de junio de 2006). De entre las categorías de
automovilismo seleccionadas estuvieron: Stock Car V8M, Stock Car Light, GT3 Brasil Championship,
Pick Up Racing, Fórmula Truck, Copa Renault Clio, Mitsubishi Cup Nordeste, Campeonato de Raly 4x4
y Kart. Seguro de que el valor destinado a la Stock Car representaba 75% del total de los valores destinados
al programa de incentivo.
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
La prueba de la inconstitucionalidad
impugnar medidas públicas o privadas aparentemente neutras, pero la aplicación
inevitablemente desfavorece a un grupo vulnerable105. Es perceptible, dentro de
lo que interesa directamente a esa investigación, en las políticas gubernamentales de cuño legislativo, que, a pesar de no tener intención discriminatoria en
su creación, su aplicación causa violación al principio de la igualdad material,
en razón de los efectos concretos nocivos provenientes de la incidencia desproporcionada sobre ciertas categorías de personas o grupos estigmatizados106.
En ese caso, la inconstitucionalidad legislativa es decidida a partir del “análisis
del impacto de la medida sobre grupos estigmatizados”107; o sea, del ejercicio de
la prueba de los efectos concretos de la producción de la ley (hechos consecuencialistas), confirmados por eventos vivenciados a partir de la ejecución de la ley
(hechos individuales pasados), que confirmen el impacto desproporcionado o aun
pronosticado. Con eso, la discriminación de cierto grupo vulnerable es el hecho
a probar, que, si no probado, no hay inconstitucionalidad. Luego, el vicio de
validez depende de la prueba del hecho consecuencialista a tornar inconstitucional
la ley creada.
Es un ejemplo de la aplicación de la teoría del impacto desproporcional la
decisión en ADIn 1.946/DF. Aquí, fue cuestionada la inconstitucionalidad del
artículo 14 de la EC n. 20/98, que establecía el límite máximo para el valor de
los beneficios del régimen general de previdencia social de que trata el artículo
201 de la CF/88 de R$ 1.200,00. El texto normativo en sí no trae cualquier
contenido intencionalmente discriminatorio. Pero eso no impidió al Supremo
examinar los efectos concretos de la ley, o sea, las consecuencias fácticas legislativas,
que llevaron a la conclusión del impacto desproporcionado sobre las mujeres en
acceso al mercado de trabajo: (a) la limitación del beneficio acarrearía la facilitación y el estímulo a la opción de mayor contratación de empleados masculinos,
por el riesgo de soportar el pago de valor más allá del límite del beneficio a las
gestantes; (b) la limitación de la oferta de salario a las mujeres, cualesquiera que
sean sus aptitudes, los salarios no serían superiores al límite del beneficio, para
no tener que responder por la diferencia. Delante de eso, el Supremo declaró la
inconstitucionalidad de la ley.
105 Sarmento
(2008), p. 69.
106 Idem, p. 69.
107 Ibidem, p. 70.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
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Renato Gugliano Herani
El caso revela la estrecha relación entre el hecho y el derecho en la determinación de la validez de la ley. El juez constitucional tiene la carga argumentativa
no solo con relación a la verdad jurídica de los enunciados en conflicto, como a
la verdad fáctica sobre los efectos concretos provenientes de la aplicación de los
enunciados.
Discriminación positiva inconstitucional es la violación al principio de la igualdad material causada por la institucionalización de políticas de discriminación
positiva que aparentemente sean destinadas a personas integrantes de grupos en
situaciones desfavorables y que sean víctimas de discriminación y estigma social.
Su reconocimiento se da por el control de constitucionalidad de las políticas de
acción afirmativa.
Recientemente, esa cuestión tomó la atención del Supremo cuando juzgó
la ADPF 186/DF, que discutió la constitucionalidad del sistema de reserva de
vagas, con base en criterio étnico-racial, para acceso a la enseñanza superior.
Por unanimidad, los Ministros reconocieron la validez de la política de acción
afirmativa. Independiente del acierto de la decisión, el caso bien demuestra que,
al enfrentar el mérito de la constitucionalidad de la iniciativa del Estado de
garantizar la inclusión social por supuesto a la igualdad de grupos vulnerables,
los argumentos de decisión componen razones formuladas a partir no solo de la
interpretación de textos normativos, sino, sobre todo, de la cognición empírica.
Por lo tanto, demanda el conocimiento controlado de la realidad subyacente al
conflicto constitucional.
Por lo tanto, la Justicia Constitucional brasileña limita la discrecionalidad del
legislador en la conformación del orden social por motivos ligados a la inadecuación de la igualdad fáctica por no probar la desigualdad descripta en la norma, o
ratifica la selección legislativa en razón de la confirmación de la igualdad fáctica
con la prueba de la adecuación de la desigualdad y la correlacción con el fin del
criterio de diferenciación.
5. Medios de prueba de la inconstitucionalidad
Donde hay investigación de hechos, hay medios de prueba, los cuales varían
según la capacidad demostrativa. Valor demostrativo, intrínseco a todo modo de
producción probatoria, dimensiona la fuerza o la potencialidad de actuar sobre la
convicción del juzgador, conforme la capacidad de validar el enunciado fáctico.
Los medios probatorios en la jurisdicción constitucional comparados con los
comúnmente usados en la jurisdicción común se diferencian: (a) en cuanto a la
formalidad; (b) en cuanto al objeto; (c) en cuanto a la finalidad.
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La prueba de la inconstitucionalidad
Los diplomas procesales y materiales de diversas ramas del proceso común
traen, de manera abundante, reglas de fijación y limitación de los medios de
prueba. Por ejemplo, el Código de Proceso Civil dicta los medios y los límites a
los “moralmente legítimos” (art. 332). Trae, de forma no taxativa, algunos medios permitidos, tales como, “depoimento pessoal” (arts. 342 a 347), “confissão”
(arts. 348 a 354), “exibição de documento ou coisa” (arts. 355 a 363), “prova
documental” (arts. 364 a 399), “prova testemunhal” (arts. 400 a 419), “prova
pericial” (arts. 420 a 439) e inspeção judicial (arts. 440 a 443)108. El tratamiento legislativo dado a esos medios, propios del proceso común, proporciona la
seguridad jurídica, en la medida en que orienta la racionalidad probatoria y, por
consiguiente, elimina los riesgos de la arbitrariedad judicial en la averiguación
de las cuestiones de hecho.
Diversamente, inexiste una clasificación legislativa de los medios de prueba
de la jurisdicción constitucional. La Constitución nada trae a excepción del
inc. LVI del art. 5º. Las leyes Nºs. 9.868/99 y 9.882/99 prevén la actividad
probatoria en el control concentrado, pero de manera sencilla si es comparado
con los medios utilizados en el proceso común. La timidez legislativa dificulta
la sistematización. Pero, no por eso, se hace inviable la identificación de los
medios de prueba posibles.
El examen de los precedentes del Supremo Tribunal Federal posibilita la
clarificación de las reglas del proceso constitucional, inclusive de naturaleza probatoria. Relevantes son las reglas procesales identificadas por la “interpretación
del derecho jurisprudencial”109, por eso son “normas de origen judicial”. Se trata
de “autocreación”110 normativa del Supremo en razón do su status constitucional
de guardián de la Constitución.
Todo eso para decir que la cognición de la estructura procesal constitucional
no se agota en el conocimiento del derecho legislado. Las parcas leyes no dispensan la “dimensión empírica de la dogmática jurídica”111, aquí trabajada desde el
punto de vista de la “cognición del derecho positivo válido”112, que “no se agota
108 Hay, por ejemplo, medios de prueba también en otros textos legislativos propios de la jurisdicción común,
como en la Consolidación de las Leyes del Trabajo y en el Código de Proceso Penal.
109 Nino
(2005), p. 292.
110 Dimoulis
111 Alexy
112 y Lunardi (2011), p. 244.
(2008), p. 34.
Idem.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
45
Renato Gugliano Herani
con la descripción del derecho en las leyes, pues incluye también la descripción
y el pronóstico de la praxis jurisprudencial, o sea, no solo derecho legislado, sino
también derecho jurisprudencial”113.
En cuanto al objeto, recuerdo que la jurisdicción común lidia con hechos
jurídicos individuales pasados. Lo que debe ser probado en un proceso intersubjetivo es el hecho ocurrido (“Mario mató a Márcia”), para entonces buscar su
correspondencia normativa (“Matar a alguien”). Ya en la jurisdicción constitucional
la sistemática es otra. No se niega que también hay aquí el hecho como objeto de
prueba, mientras, no en un discurso de aplicación de la ley, sino de legitimidad
constitucional de la conducta legislativa y del resultado del ejercicio legislativo
en la determinación de las hipótesis, prognosis y consecuencias fácticas de la ley
creada. Por ser la decisión un acto de control de la constitucionalidad, el hechoa-probar no se limita a los hechos individuales, también deben ser probados los
genéricos y los consecuencialistas, especialmente en la (in)constitucionalidad material. Los medios que traen esas clases de hechos al proceso constitucional poseen
valor demostrativo o de averiguación suficiente para actuar sobre la convicción del
juez constitucional.
Por fin, en la jurisdicción ordinaria, las pruebas son utilizadas para el fin de
convencimiento judicial sobre hechos enunciados en discurso de aplicación de
derecho. Son hechos, pues, individuales, por eso, determinables por el tiempo y
espacio. El medio de prueba es determinante para atender al interés de las partes
en busca de la tutela jurisdiccional subjetiva.
Diferente es la finalidad del medio de prueba en la jurisdicción constitucional. Aquí, es analizada la “capacidad ‘de decir’ el Derecho en materia
constitucional”114, que “[...] tiende a ser monopólica, esto es, a crear un sistema
de control que a la larga intenta la última palabra en materia constitucional, y
además, muchas veces es única”115.
El conflicto constitucional se limita, muchas veces, a la (in)constitucionalidad de las leyes, para la cual la argumentación decisoria condice con medios de
prueba propios para un discurso no solo de aplicación, sino también de justificación, vale decir, de convencimiento del acierto o desacierto de la conducta y
contenidos legislativos. Luego, el valor demostrativo trasciende a la capacidad
113 Ibidem.
114 Belaunde
115 46
(1999), pp. 121-155.
Idem.
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La prueba de la inconstitucionalidad
de validación de la verdad procesal de hechos individuales pasados, también
actúa sobre hechos legislativos atemporales (genéricos), aunque referidos a dado
contexto social, y hechos futuros (consecuencias).
5.1. Medios típicos
La falta de un tratamiento legislativo harto dificulta la sistematización de
los medios de prueba en la jurisdicción constitucional. Mientras, es un error la
pura transposición de la tradicional sistematización de los medios de prueba de
la jurisdicción común, pues hay medios inconciliables con la finalidad de la jurisdicción constitucional. Por eso, justifica el esfuerzo de una clasificación propia
de la jurisdicción constitucional con base en el derecho positivo vigente y en la
jurisprudencia constitucional brasileña.
La prueba documental: es usado en mayor escala en la argumentación de la
inconstitucionalidad de las leyes. La prueba documental puede ser producida
por iniciativa de los legitimados, como también por requisición del juez constitucional, en caso que la entienda necesaria para esclarecer cuestiones relevantes.
Hay, aquí, el problema de la fuerza probante entre documento público y
privado. El sistema procesal común confiere al documento público, en regla,
mayor autenticidad, con la presunción de los hechos ocurridos, lo que no sucede
con el documento particular. En la jurisdicción constitucional, especialmente la
concentrada, ese desequilibrio de la fuerza probatoria es mitigado. Las cuestiones en ella tratadas son de alta relevancia política y amplitud pública, en que es
el acto público –la ley– el objeto de impugnación. No afectan las personas de
forma individualizada (al menos directamente), pero afecta, en general, toda la
comunidad o, cuando menos, cierto segmento social. No hay partes que defienden
intereses individuales, aunque el efecto de la inconstitucionalidad pueda afectar
las relaciones intersubjetivas, por eso es cierto defender la impersonalidad de la
argumentación en control concentrado. No hay razones de defensa de intereses
subjetivos, solo tesis acerca de la (in)constitucionalidad. Con eso, no puede ser
una regla la atribución de mayor fuerza probatoria a los documentos apenas en
consideración al sujeto que ha producido. Su valor probatorio se separa del sujeto productor para el contenido. Luego, el juez constitucional no está sujeto a la
presunción de veracidad del documento público, pues se orienta por la máxima
eficacia probatoria del documento; busca, por su contenido, el más cercano a la
realidad.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 13-72
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Renato Gugliano Herani
La prueba pericial es compatible con el control de constitucionalidad, sobre
todo en los casos de inconstitucionalidad material. Puede ser realizada en caso
de necesidad de esclarecimiento de materia o circunstancia de hecho, para lo
que el juez constitucional nombra una comisión de peritos. Hay que considerar
las peculiaridades de la prueba pericial en el proceso objetivo, pues funciona de
forma diferente de la pericia en el proceso común. Aquí el objeto de la prueba
es determinado por la necesidad de informaciones técnicas y científicas a partir
del caso concreto a ser solucionado; luego, actúa sobre el hecho jurídico antecedente al proceso judicial (a priori). Sin embargo, aunque preservando lo esencial
de fuente de evidencia fáctica, la pericia en el proceso objetivo se distingue en
razón del objeto y finalidad de la prueba. El objeto de la prueba en el proceso
común es más restricto, es limitado a la cognición técnico-científica del hecho
individual proveniente del caso concreto involucrado por los intereses intersubjetivos. Ya en la jurisdicción constitucional, la pericia es usada de modo diverso.
El objeto no es identificado inmediatamente por el hecho individual, sino por
el hecho genérico relevante en el análisis de la discrecionalidad legislativa, cuya
constitucionalidad se verifica; o sea, hecho que no se identifica en el tiempo
y espacio, pues es dotado de epistemología objetiva. Mientras, solo es posible
su evidencia por la pericia de hechos individuales relevantes a la situación de
aplicación a posteriori, como también de hechos consecuencialistas. Luego, en la
jurisdicción común, la prueba pericial es restricta a los hechos inmediatamente
individuales, pues el medio probatorio visa a la fundamentación del discurso
de aplicación del derecho. Ya en la jurisdicción constitucional fundamenta el
discurso de validez de la ley.
La prueba testimonial técnica no es practicada, en jurisdicción constitucional
concentrada, apenas por la comisión de peritos, hay otras figuras legales, cuales
sean, amicus curiae, personas con experiencia y autoridad en la materia fáctica
a ser evidenciada y personas comunes. Los testimonios de amicus curiae valen
para las personas jurídicas con experiencia y autoridad. A lo largo de los años,
la práctica del amicus curiae en Brasil ha revelado la pluralidad participativa
del proceso constitucional, un efecto –positivo es cierto– de modificación del
procedimiento, pero de necesaria repercusión en el resultado en sí del conflicto
constitucional. A pocos queda en evidencia que la actuación del amicus curiae
en Brasil es un participante meramente retórico o influenciador. La primera
revela una participación que no interfiere en la decisión en sí, apenas orienta al
juez sobre el rumbo de la opinión pública, muchas veces ni siquiera es llevada
a la decisión de forma explícita. La segunda indica la actuación más fuerte, es
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2015, pp. 13-72
La prueba de la inconstitucionalidad
capaz de contribuir directamente en la decisión. El testimonio es incorporado
a la decisión116. En ese caso, el amicus curiae es “prueba-sujeto”, pues sus manifestaciones son incorporadas a las decisiones en la forma de razones probatorias,
para suplir una laguna de conocimientos fácticos, vale decir, más allá de los
límites del Derecho.
5.2. Medios atípicos
El juez no puede limitarse a los medios probatorios típicos, su autonomía
está limitada por el parámetro de la licitud y por su creatividad. Es una evidencia
que hace del proceso constitucional un canal abierto para el acceso a los datos,
informaciones, en fin, a la realidad constitucional circunscrita al caso, y, con eso,
hace de la decisión la convergencia de la pluralidad democrática, de la precisión
científica, de la voluntad popular y de los objetivos colectivos.
En esa línea es la alusión de la Min. Ellen Gracie en la ADIn 2.139/DF: a los
“canales formales e informales abiertos en el procesamiento del control concentrado de normas”, lo que también vale para el control difuso, para introducir en
el proceso todo el arsenal fáctico necesario para convencer al juez sobre la realidad constitucional relevante en la discusión de la constitucionalidad. Sobre los
“canales formales”, hace referencia a los medios típicamente previstos, tales como
la prueba documental, cuando menciona “petición inicial, informaciones de las
autoridades requeridas, manifestación de la AGU, parecer de la PGR, estudios de
los amici curiae, memoriales”, “pericias” y la prueba oral, realizada en las “audiencias
públicas y sustentaciones orales”. No explicita los “canales informales”, pero no
faltan ejemplos, tales como, las redes sociales, los vehículos de comunicación de
masa (programas de radio y televisión, editoriales, reportajes), debates públicos,
manifestaciones populares117.
6. Producción de pruebas de la inconstitucionalidad
De la alegación del hecho hasta la afirmación del hecho probado en decisión judicial, transcurre un procedimiento racionalmente ordenado por enca-
116 Esa
dicotomía puede ser evidenciada en la decisión de la ADPF 54/DF, cuando analizada la fuerza
contributiva de las manifestaciones de los cientistas y técnicos, y en relación a los religiosos. Estos integran
el debate democrático pautado en la pluralidad de “razones”, pero no han influido en la decisión en sí.
117 Ver voto del Min. Luiz Fux, en Supremo Tribunal Federal, ADPF Nº 187/DF, de 7 de febrero de 2007.
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Renato Gugliano Herani
denamiento de argumentos. Es la actividad o procedimiento probatorio118, que se
inicia con la enunciación del hecho, pasando por la construcción del enunciado
probatorio y su implicación al enunciado fáctico, para inferir el hecho probado
(acto de decidir sobre). Eso es la dinámica de la prueba.
La decisión en control de constitucionalidad que invoca hechos opera, en
su justificación, enunciados fáctico-probatorios. Esa solo estará justificada si
integra afirmaciones sustentadas por reglas normativas y lógicas suficientes
para la comprobación de las premisas fácticas. La decisión judicial terminativa
estará justificada si el contenido decisorio deriva de una base sólida no solo
de premisas normativas, sino también fácticas racionalmente controladas. El
procedimiento probatorio ofrece esa base, y se distingue a partir de la diferencia entre el acto de decidir sobre los hechos y el contenido decidido, que
deberá integrar el contenido de la decisión judicial del caso concreto (norma
individual)119.
El procedimiento probatorio tiene dos fases: (a) la producción práctica de la
prueba; (b) y la valoración probatoria. Sin cumplirlas, no se justifica la decisión del
hecho probado. Daniel González Lagier120 bien observa esa distinción e identifica
como se desarrolla cada una de las fases: “una primera fase consistiría en la práctica de las pruebas y, por tanto, en la obtención de información a partir de ellas,
esto es, a partir de lo que dicen los testigos, los documentos, los peritos, etcétera.
Una segunda fase consiste en extraer una conclusión a partir de la información
obtenida en la primera fase. Esta segunda fase se correspondería, propiamente,
con el razonamiento probatorio”.
El procedimiento probatorio se inicia con la construcción de premisas (producción práctica de la prueba) y termina con la conclusión (valoración probatoria), y así completa la inferencia probatoria. En la primera fase, es expuesta la
premisa fáctica, o sea, la alegación del hecho a probar, cuando son producidas
las informaciones (medios de prueba); en la segunda, existe la articulación entre
los enunciados de la primera fase (la implicación entre los enunciados del hecho
a probar y probatorio(s); de esa interconexión, después de valorada, se llega a la
inferencia probatoria, cuando, entonces, el juez decide sobre el contenido fáctico
en los límites del proceso.
118 Carnelutti
119 Beltrán
120 Lagier
50
(2002), p. 68.
(2003), pp. 27-34.
(2003), p. 90.
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La prueba de la inconstitucionalidad
Las fases de la producción práctica de la prueba y de su valoración prueba completan el estudio del procedimiento probatorio. En los casos de inconstitucionalidad, tal procedimiento es especial, pues es diverso de aquel sujeto a la evidencia
de hechos que reciben la incidencia de las normas.
Los casos de (in)constitucionalidad legislativa en Brasil presentan un esquema
básico de la dinámica de la prueba. La dimensión de ese estudio no permite el
desarrollo de ese esquema, razón por la que aquí apenas indico las perspectivas de análisis: (a) sincrónica: capta el procedimiento probatorio abstraído
del tiempo para enfocar los factores constitutivos en un momento dado; (a.i)
perspectiva interna: identifica los elementos que componen la cadena probatoria
y los signos del enunciado probatorio (proposición, indicación, justificación,
admisión y actos de producción probatoria); (a.ii) perspectiva externa: expone
la articulación de los elementos del procedimiento probatorio [Fal . (E1 . E2 .
E3 ... En)] –––> Fj; (b) diacrónica: el procedimiento recibe la influencia del criterio temporal, y puede ser observado como secuencia de conjunto sincrónico
de actos probatorios en su dinamicidad extraprocedimental (o sea, evolutivo
e histórico) o intraprocedimental (o sea, los elementos esenciales en relación
dinámica entre sí).
La práctica de la jurisdicción constitucional trae a la evidencia que, incluso en los casos fáciles, en que se resuelve con la justificativa interna, existe el
hecho a probar inevitable de la existencia de la ley o de la conducta legislativa
impugnada. Eso indica la inferencia probatoria mínima, y de ella derivan tres
máximas: no todo caso de (in)constitucionalidad exige ir más allá de la inferencia
probatoria mínima; hay casos de (in)constitucionalidad que necesitan ir más
allá; todo caso de (in)constitucionalidad exige la inferencia probatoria mínima.
No todo caso de inconstitucionalidad material se soluciona con reducida
carga de argumentación fáctica. Los casos difíciles demandan mayor y especial
esfuerzo argumentativo, marcado por la racionalidad de ponderación y finalística121. Envuelven controversias que denuncian la impotencia de la justificación
interna deductiva para promover la solución; pues “se necesita ofrecer razones a
favor de la premisa normativa o de la premisa fáctica, y razones que no pueden
tener un carácter puramente formal”122; compone una justificación externa123
121 Atienza
(2004), pp. 9-22.
122 Atienza
(2007), p. 266.
123 Ibidem.
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Renato Gugliano Herani
del discurso de fundamentación124; para lo cual el enfoque es la solidez o adecuación de las premisas normativas a la moral (corrección axiológica) o al fáctico
(corrección epistémica).
Ese tipo de justificación demanda una carga argumentativa mayor. Los sentidos normativos no son construidos apenas con razones formales de validez, lo
que ya torna insuficiente el argumento deductivo. La textura abierta de los textos
constitucionales hace de las razones de solución de la controversia constitucional
la referencia a lo real y a los valores vigentes.
Esa perspectiva trae para la decisión cadenas inferenciales probatorias no
observadas en el silogismo normativo practicado en la inconstitucionalidad
formal o por omisión absoluta. En esos casos, la inferencia se limita a la subsunción de la conducta legislativa a la prescripción constitucional. Se constata la
conducta del legislador con respecto al proceso legislativo. Si esa constatación es
verdadera o falsa, es indiferente para la validez de la norma individual que debe
ser puesta125, pues lo que importa es la constatación del hecho. “La condición
estatuida en la norma jurídica general solamente se cumple por la constatación
del tribunal”126.
Mientras, en los casos de validez de la norma existe la constatación de hechos
que confirman la corrección y la adecuación de la prescripción legislativa a las
circunstancias sociales constitucionalmente reguladas. Con eso forman nuevas cadenas inferenciales probatorias, constituidas no para confirmar la correspondencia
o no del comportamiento a las prescripciones generales, pero para confirmar la
constitucionalidad de lo que es prescrito, y eso puede tornarse una directriz de
lo que debe ser prescrito.
La práctica de las cadenas probatorias puede ser observada en los casos de (in)
constitucionalidad legislativa a partir de la utilización de las modernas propuestas
emancipatorias del silogismo normativo, de entre ellas los denominados postulados
normativos específicos127, y en boga en la jurisdicción constitucional brasileña:
proporcionalidad, razonabilidad e igualdad.
124 Günther
125 Kelsen
126 (1986), p. 310.
Idem, p. 311.
127 Ávila
52
(1995), pp. 271-302.
(2006), p. 137.
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La prueba de la inconstitucionalidad
7. Valoración de la prueba de la inconstitucionalidad
Los sistemas extremos –la prueba legal y el libre convencimiento absoluto– son
inconciliables con el Estado Constitucional. El primero cercena la actuación de
la Justicia Constitucional, impide la auto-regulación y la eficacia funcional; y el
otro alimenta el ilimitado e irracional poder de revisión de los actos legislativos, y
con eso hay el excesivo activismo político. Queda entonces el camino del medio,
el balanceo o dosificación del control de los actos legislativos, y, por ello, se llega al
sistema central de valoración probatoria, consagrado en el proceso intersubjetivo
y ahora reflejado bajo la óptica de la jurisdicción constitucional –el sistema de
la persuasión racional– o, en derecho comparado, “sana crítica” o “apreciação
racional das provas”128.
El sistema “sana crítica” no inhibe la libre apreciación judicial de la prueba,
pero no es ilimitado o irracional. El “juzgador es libre para decidir según su
convencimiento, pero no tiene libertad absoluta, debiendo atenerse al conjunto
probatorio puesto en los autos”129. Tiene, pues, “un convencimiento racional y
motivado a la luz de los autos”130. O sea: “El juez, en la apreciación de la prueba,
es libre frente al legislador, por decisión de este, pero no lo es para operar al
margen de lo sucedido en el juicio ni de espaldas a los criterios habituales del
operar racional”131.
El criterio de la persuasión racional amplía la libertad de valoración probatoria,
pero bajo el control de la argumentación racional. El juez relata hechos con base
en la prueba del proceso, y no afirma el hecho probado sin motivar la decisión
con razones suficientemente lógicas para garantizar la naturaleza cognoscible y
evitar el arbitrio. El Supremo reafirma ese sistema en innúmeros precedentes132.
No podría ser diferente, en ese particular, en la inconstitucionalidad legislativa.
128 Ver Carrillo (2010), pp. 241-254; Ferrer (2010), pp. 287-326.
129 Tomé
(2008), p. 254.
130 Dinamarco
131 Ibáñez
(2005), p. 105.
(2006), p. 37.
132 “Vige em nosso sistema o princípio do livre convencimento motivado ou da persuasão racional,
segundo o qual compete ao Juiz da causa valorar com ampla liberdade os elementos de prova constantes
dos autos, desde que o faça motivadamente, com o que se permite a aferição dos parâmetros de legalidade
e de razoabilidade adotados nessa operação intelectual. Não vigora mais entre nós o sistema das provas
tarifadas, segundo o qual o legislador estabelecia previamente o valor, a força probante de cada meio de
prova” (Supremo Tribunal Federal, RHC Nº 91.691/SP, 19 de febrero de 2008).
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53
Renato Gugliano Herani
Pero son necesarias reformulaciones interpretativas para ser plenamente coherentes
con la función de la Justicia Constitucional.
Con más vigor después de la creación de las leyes Nºs. 9.868/99 y 9.882/99,
el Supremo valora, en sus precedentes, la facticidad en el control concentrado y,
por eso, es receptivo a la prueba. Nada más hace que adaptar la revisión de los
actos legislativos a la pluralidad de intereses y a la capacidad técnica extrajurídica,
lo que propicia el acceso a la información al juez constitucional y la participación
pública en la construcción de las verdades constitucionales. De un lado, el Supremo reconoce su autoinsuficiencia para solucionar los conflictos constitucionales
que envuelven conocimiento técnico-científico (como el biológico, en los casos
sobre la pesquisa de células embrionarias y el aborto anencefálico133, o el médicofarmacológico cuando se debate sobre la descriminalización del uso de sustancias
estupefacientes134). Admitió que ciertas cuestiones trascienden la limitada experiencia común del juez constitucional, y, por eso, demandan instrumentos de
ampliación cognitiva, luego, de refuerzo argumentativo. En consecuencia, de otro
lado, el Supremo no se autodescribe por la pasividad procesal de sus juzgadores,
cuando ex officio designa la realización de audiencias públicas e invita personas
de diversos segmentos de la sociedad a hablar, autoriza amicus curiae, anuncia la
posibilidad de medios de pruebas informales. Parece no haber duda, tal como
hoy se desarrolla el proceso objetivo, con los recursos legislativos ofrecidos, el
Supremo lleva en serio la advertencia de Peter Häberle135: “La pasividad procesal
constitucional no es un aporte para la actualización de la Constitución; justamente
provoca lo contrario”.
Todos los precedentes trabajados a lo largo de esa investigación autorizan para
afirmar que el Supremo no opera el control concentrado según una pasividad
probatoria. Al contrario, nunca en la historia del constitucionalismo brasileño ha
habido tan gran posibilidad de selección y determinación del material e instrumentos probatorios. El sistema vigente converge para la certeza de que, “en los
procesos constitucionales el juez debe gozar de la amplitud para valorar todas las
pruebas desahogadas en el proceso, pero siguiendo las reglas de la sana crítica,
por lo que debe argumentar debidamente su resolución, pues no hay que olvidar
133 Respectivamente,
Supremo Tribunal Federal, ADIn Nº 3.510/DF, de 29 de mayo de 2008, e ADPF
Nº 54/DF, de 12 de abril de 2012.
134 Ver voto Min. Luiz Fux, en Supremo Tribunal Federal, ADPF Nº 187, de 15 de junio de 2006.
135 Häberle
54
(2004), pp. 15-40.
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La prueba de la inconstitucionalidad
que la justificación de la existencia de los tribunales constitucionales se basa,
primordialmente, en la adecuada y suficiente justificación de sus resoluciones”136.
Practicar el self-restraint de forma irrestricta puede provocar la deslegitimación
de la Justicia Constitucional por falta de judicialidad; ya la expansión incontrolable
del activismo judicial puede generar la sofocación y la desconsideración de los
demás Poderes. Negando los extremos, la doctrina constitucional, especialmente
la norteamericana, elaboró la autorregulación o automodulación del poder de la
Justicia Constitucional. Es una vía intermediaria entre el judicial self-restraint y
el activismo contumaz. La adhesión a tal pensamiento es vista en Alemania, por
ejemplo, en los estudios de Hans-Peter Schneider137 sobre los criterios y densidad
de control; en América Latina, en las consideraciones de Rubén Sánchez Gil138
sobre la intensidad leve o estricta del control constitucional sobre el legislador
en México; o, en Perú, por Cesar Landa Arroyo139 en “Justicia Constitucional y
political questions”.
La autorregulación es una forma de prepararse para la calibración de la intensidad o densidad del control de la constitucionalidad, conforme criterios racionales
prácticos objetivamente controlables, por eso, transparentes y alcanzables. La
automodulación es la dosificación del ejercicio de la revisión de los actos legislativos, y puede redundar en decisiones diversas, desde la (in)constitucionalidad
hasta las variantes de las técnicas de decisión constitucional. O sea, el Tribunal
Constitucional autocontrola el poder de intervención legislativa.
Lo que mueve tal doctrina no es la renuncia posible de la actuación de la
Justicia Constitucional, sino la dosificación racional de la judicialidad en el
trato de las cuestiones constitucionales, cuyo extremo, por ejemplo, está en
los casos de “ámbitos más estrechos para la operación de una presunción de
constitucionalidad de los actos del legislador si estos afectan a ciertos derechos
fundamentales importantes para el sistema democrático”140. Aparentemente,
la autorregulación propone niveles de intensidad141 o densidad142 de control
136 Carrillo
(2010), pp. 241-254.
137 Schneider
138 Gil
(2010), pp. 583-606.
139 Landa
140 Gil
141 (1982), pp. 35-61.
(2000), pp. 173-204.
(2010), pp. 583-606.
Idem.
142 Schneider
(1982), pp. 35-61.
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Renato Gugliano Herani
de constitucionalidad legislativa por argumentos funcionales, en nuestro caso,
para fundamentar, en el proceso constitucional, el activismo o la limitación de
las facultades de decisión. Reafirmamos así, con la dosificación racional de la
judicialidad constitucional, la ductilidad del Derecho procesal constitucional:
“El DPC necesita constituirse como un derecho de manifiesta ductilidad para
estar en aptitud de adecuarse a las distintas expectativas emanadas del texto
constitucional, y para que el órgano de garantía pueda regular por sí mismo
la forma, el momento, el lugar y el grado de intensidad de su intervención
institucional a fin de modular el impacto que sus decisiones producen en el
sistema constitucional”143.
La variación de intensidad o densidad del control judicial de la constitucionalidad se da por la dosificación de la carga argumentativa jurídica y fáctica. Esa
es la distinción del sistema de persuasión racional de la Justicia Constitucional,
porque dimensiona la producción/valoración probatoria al ritmo de la intensidad
de control, según la naturaleza objetiva de la controversia constitucional y los
compromisos argumentativos asumidos para llegar a una decisión.
Es innegable, en Brasil, no hay intensidad constante del poder de control de
la constitucionalidad. No se puede afirmar que, en nuestros precedentes, existe la
adopción exclusiva del self-restraint o del activismo contumaz. En ciertas decisiones, el Supremo no deja dudas de que se abstiene de imponer su propio criterio
sobre ciertas cuestiones, por afirmar la zona exclusiva del legislador144 y en otras
es activo145. Y cuando así lo hace no transluce una mera voluntad irracional, lo
que redundaría en la irresponsable renuncia de su actuación, sino invoca razones
constitucionales suficientes.
La autocontención o el activismo se realizan según los parámetros de constitucionalidad a ser concretizados y, por eso, para una perspectiva u otra, demanda
menor o mayor carga de motivación que depende de los compromisos argumentativos en la decisión. En ciertos casos, de clara inconstitucionalidad, como delante
de errores en el proceso legislativo o de reiteradas tentativas de producción de
leyes inconstitucionales, el Supremo actúa con incisiva autoridad y con carga ar-
143 Reyes
(2007), pp. 41-87.
144 Ejemplo: el voto del Min. Cezar Peluso, em Supremo Tribunal Federal, ADPF Nº 54/DF, de 12 de abril
de 2012.
145 Ejemplo:
decisiones en casos como: Supremo Tribunal Federal, ADPF’s Nº 54/DF, de 12 de abril de
2012, y Nº 132/RJ, 05 de mayo 2011.
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La prueba de la inconstitucionalidad
gumentativa reducida; en otros el control es contenido, como cuando tiende a la
preservación del espacio legislativo o mitiga los efectos de la inconstitucionalidad,
pero, entretanto, practica una carga argumentativa elevada.
En general, como el juez solamente declara la inconstitucionalidad por
argumentos que contraríen la presunción de la constitucionalidad, en regla,
“siempre debe efectuar un intenso control constitucional”146. De lo contrario,
no construye argumentos procesales contrarios a tal presunción y, por consiguiente, no promueve el máximo alcance de las normas constitucionales. Pero
no se trata de intensidad ciega y arbitraria, que lleva a la exorbitancia de la
competencia jurisdiccional, sino racionalmente controlada y preocupada con la
armonía y, sobre todo, la intercomunicación entre los demás Poderes Políticos.
La menor o mayor intensidad de control tiene por detrás el resguardo del campo exclusivo de actuación del Legislador. Con eso, tiende a la menor inclinación
a los argumentos de inconstitucionalidad, lo que implica la reducción de datos
o hechos a ser controlados y, por eso, valorados por el juez constitucional. Sin
embargo, el grado de intensidad no es un problema de voluntad, sino de racional
observación de la controversia constitucional, de los parámetros de control y de los
efectos sociales provenientes de la decisión a ser tomada, o sea, de la “naturaleza
objetiva de la cuestión levantada”147.
La intensidad de control no es, necesariamente, proporcional a la carga argumentativa probatoria; o sea, si mayor el control, entonces mayor es la carga
de valoración probatoria, y viceversa. Lo que dicta el ritmo es el compromiso
argumentativo con la valoración jurídica o empírica y, con ella, la mayor o menor
carga de motivación (formulación de razones) para que contraríe la presunción
de la constitucionalidad. No solo exigida para reconocer el vicio, sino también
para contener el control, como cuando existe la modulación de los efectos. La
racionalidad probatoria –en mayor o menor carga de producción-valoración–
fluctúa de acuerdo con la variación que el Supremo imprime en la intensidad de
revisión legislativa, a depender, sobre todo, como lo ya dicho, de la controversia
constitucional, de los parámetros de control, de los efectos sociales de la decisión
a ser tomada y, por eso, de las razones jurídico-empíricas necesarias para justificar
la decisión (compromisos argumentativos).
146 Gil
147 (2010), pp. 583-606.
Idem.
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Renato Gugliano Herani
Con eso, la menor intensidad de control no implica, necesariamente, carga argumentativa probatoria reducida. El inverso también es verdadero, la mayor intensidad
no implica, necesariamente, mayor carga argumentativa.
8. Principios de la prueba de la inconstitucionalidad
Hasta aquí es posible concluir que el poder probatorio del juez constitucional
no es arbitrario o irracional, al contrario, es orientado por normas que gobiernan
la actividad probatoria: reglas y principios.
Ahora nos dedicamos a los principios que orientan la prueba. Son vectores
valorativos que dirigen la normatividad del poder probatorio. Actúan como hilo
conductor de las reglas probatorias de la Justicia Constitucional, y así dan la
unidad significativa al complejo de prácticas probatorias. El conjunto de esos
principios identifica los filtros principiológicos, que posibilitan la comprensión
de la estructura y organización de la prueba en la Justicia Constitucional. Por
eso, son principios especiales.
8.1. Principio de la autorregulación constitucional
en materia de prueba
El sentido de creación normativa, o mejor, de autorregulación del Supremo
Tribunal Federal en materia de prueba está en la capacidad de ejercitar, al decidir
un caso de inconstitucionalidad, la interpretación de la norma constitucional,
por medio de la cual perpetúa y proyecta el orden constitucional. En ese caso,
su decisión no es mera “operación cognitiva de normas (preexistentes)”148, sino
construcción de sentidos normativos a partir del Texto Constitucional. Por ser
la fuente primera del derecho, entonces las decisiones que construyen el sentido
constitucional son primeras fuentes normativas, y eso ocurre con las decisiones
proferidas en la jurisdicción constitucional.
Se puede decir que “la jurisdicción constitucional crea Derecho, innovando el
ordenamiento”149. Así lo hace por la interpretación del juez constitucional sobre
la forma como deben ser producidas las normas infraconstitucionales o los límites
funcionales de los demás Poderes Políticos o aun la delimitación de la protección
garantida por el derecho fundamental, y también sobre el perfeccionamiento de
148 Guastini
149 Llorente
58
(2005), p. 220.
(1988), pp. 9-51.
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La prueba de la inconstitucionalidad
las reglas que disciplinan el proceso constitucional. El ejercicio de la jurisdicción
constitucional clarifica y perfecciona las reglas del proceso constitucional, con
eso “el Tribunal Constitucional desenvuelve creativamente el régimen jurídico
del proceso constitucional”150.
Reglas procesales constitucionales, cualificadas por la finalidad probatoria, son
autocreadas por el Supremo Tribunal Federal, a partir no del dispositivo de las
decisiones, sino de la fundamentación, con lo que estabiliza precedentes, acepta
doctrinas y valora situaciones de la vida en sociedad. En la dialéctica procesal de
eliminación de las normas infraconstitucionales contrarias a la Constitución, el
Supremo promueve la concretización de los preceptos constitucionales y, al mismo tiempo, el perfeccionamiento de las propias reglas que disciplinan el proceso
constitucional.
El activismo procesal del Supremo Tribunal Federal hace repercutir en la
demarcación de su propia competencia enfrente de otros órganos constitucionales, como el Legislativo, en el cumplimiento de la “función de garantía de la
funcionalidad del propio sistema de control de la constitucionalidad”151. Eso no
ocurre apenas con el Supremo, es inherente a los Tribunales Constitucionales152,
en razón del status constitucional de sus decisiones.
La capacidad de innovación en el sistema jurisdiccional de protección de la
Constitución llevada a efecto por las decisiones del Supremo Tribunal Federal es
diferente de la legislativa. La creación aquí “no procede de simples consideraciones de oportunidad, no es creación libre, sino vinculada, pura declaración de un
Derecho preexistente”153; pero vinculado no al sentido político legislativo, sino
a textos legislativos y constitucionales preexistentes. No por eso el Supremo es
mero ejecutor de decisiones legislativas. A partir de esas, produce la norma por la
interpretación. Si de un lado no se niega que la “interpretación es, en un cierto
sentido, producción de normas”154, de otro, el mismo se afirma en el papel del
Legislador en la construcción del proceso constitucional con la producción de
texto normativo ex novo. La potencialidad de creación normativa del Supremo
toma en interpretación las creaciones textuales del Legislativo.
150 Canotilho
151 (2003), p. 968.
Idem.
152 Häberle
(2004), pp. 153-176.
153 Llorente
154 Guastini
(1988), pp. 9-51.
(2005), p. 221.
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8.2. Principio de la inferencia probatoria mínima
El principio de la inferencia probatoria mínima es una consecuencia de la imposibilidad del Supremo Tribunal Federal de actuar como un órgano de consulta
(art. 102, I, “a” e III, “b”, da CF/88). Evidencia que, en cualquier caso de (in)constitucionalidad legislativa, hay un hecho-a-probar inevitable, cual sea, la existencia de
la ley (o la conducta legislativa) impugnada, o sea, “aquí no estamos ante un juicio
de compatibilidad lógico, sino de justificación de una cierta actuación pública”155.
Lo que justifica el procedimiento probatorio es la certeza de que la ley es
un hecho institucional. Verificar su existencia no depende apenas de valorar el
significado o contenido normativo, también de formular juicio fáctico. En un
caso de (in)constitucionalidad legislativa, antes de todo, el juez debe investigar
la concreta creación de la ley impugnada.
La inferencia probatoria mínima no solo condiciona el control de constitucionalidad a un acto legislativo concreto, sino, sobre todo, lo distancia de la mera
actuación contemplativa de textos normativos en busca de contrariedades constitucionales, abstraída de la realidad social repercutida en el conflicto. La mínima actividad
probatoria describe la Justicia Constitucional integrada al contexto político-social,
y toma el problema de la constitucionalidad legislativa en dimensiones más allá
de la judicial.
8.3. Principio de la instrucción oficial
Un juez constitucional neutro y pasivo, como un espectador del proceso judicial, es inconciliable con el Estado Constitucional, especialmente el brasileño,
que practica el activismo judicial en el campo de los derechos fundamentales.
Incorpora tal perfil156 si no demuestra iniciativa en la busqueda de la verdad
constitucional, actúa como mero observador inerte, impulsionado por la iniciativa de las partes. El juez constitucional no está limitado al juicio de las partes
para la obtención de datos o informaciones extrajudiciales indispensables a los
fundamentos de la decisión157. Debe ser activo y desconfiado al evidenciar los
155 Abellán
(1994), pp. 63-87.
156 La
posición aquí defendida se aproxima a la figura del “juez actor”, del “juez investigador” y “juez
preservador” en el derecho procesal constitucional trabajado por Néstor Pedro Sagüés en oposición a la
figura del “juez garantista”, véase Saguës (2011), pp. 157-171.
157 60
Leibholz (1966), pp. 89-100.
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La prueba de la inconstitucionalidad
hechos legislativos, judiciales y consecuencialistas relevantes. Para eso, debe tener
en la prueba un instrumento para la validación objetiva y sustentable del material
fáctico y técnico disponible.
El Supremo Tribunal Federal practica el activismo probatorio, especialmente
en relación a la iniciativa de proposición de pruebas de oficio en los casos de
inconstitucionalidad, como ocurre en la iniciativa de designación de la audiencia pública o la convocación de autoridades de reconocido conocimiento en las
materias y circunstancias fácticas involucradas en el conflicto constitucional:
“[...] el proceso ante el Tribunal Constitucional Federal no será basado en el
principio de justicia rogada (da mihi facto dabo tibi ius) que inspira el procedimiento civil. El procedimiento ante el Tribunal Constitucional Federal, se basa,
por el contrario, en el principio inquisitivo, según el cual el juez debe proceder
de oficio para el esclarecimiento de la materia, ya que es obligación estricta del
Tribunal investigar por su cuenta la realidad objetiva”158.
El principio de la instrucción oficial no actúa sobre el juez constitucional para
transformarlo en un defensor de una de las partes involucradas en el proceso o de
intereses individuales. Defensor sí, pero de la verdad constitucional construida
con imparcialidad, porque no importa quién, al final, sea beneficiado, desde que
la decisión sea en dirección a la concretización constitucional y así al ejercicio
salutar de la democracia. Ese debe ser el propósito del activismo probatorio imparcial del juez constitucional.
8.4. Principio de la carga de prueba
de la inconstitucionalidad
El caso de inconstitucionalidad es un litigio marcado por “contradictorias
pretensiones del actor y del demandado respecto de la conformidad de un acto
legislativo o de otra índole a las normas constitucionales”159. Se puede decir que
es el conflicto de argumentos cualificado por contradictorias pretensiones de prevalencia
de convicción de quien alega la inconstitucionalidad de un acto legislativo o normativo
resistido por quien alega la constitucionalidad de ese mismo acto.
Entre el legitimado activo y la autoridad productora del acto impugnado, si
no se puede equipararlos a las figuras tradicionales, “actor” y “reo”, al menos es
158 Leibholz (1966), pp. 89-100.
159 Gil
(2007), p. 82.
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posible distinguirlos entre dos grupos: uno que defiende la constitucionalidad, y
otro, no. La idea de contraparte procesal está en los argumentos practicados en
el proceso.
Quien participa del litigio constitucional, ya sea para defender o para contrariar la presunción de constitucionalidad, tendrá, para alcanzar uno u otro
propósito, carga distinta de argumentación jurídica y probatoria. Cada cual
debe encaminar razones que justifiquen la constitucionalidad o no. Esa es una
tarea común a cualquiera que empiece el litigio o sea llamado a actuar. Eso pasa
la idea, en primer momento, de igual carga argumentativa. Pero no es bien eso
lo que ocurre.
Entre opositores y confirmadores de la inconstitucionalidad, hay diferencias
argumentativas. Quien defiende el vicio debe traer argumentos para alterar una
situación establecida, o sea, la presunción juris tantum de constitucionalidad de
la ley.
Eso solo demuestra que la inconstitucionalidad no basta ser afirmada, debe
ser confirmada, ya que no puede ser tomada como verdad por mera alegación. La
verdad solo alcanza por razones que deben apoyarse en diversos medios o objetivos
que las corroboren y atiendan a los postulados de una determinada teoría de la
argumentación jurídica160. No todas las razones de confirmación son meramente normativas, tal como se ha estudiado a lo largo de ese trabajo; no raramente
las razones fácticas son indispensables para confirmar la (in)constitucionalidad
legislativa; quien las produce llama para sí la prueba.
Puede, así, estar obligado a la prueba: (a) sobre el hecho de la ley producida;
(b) sobre la inexistencia del hecho de la ley producida: en Brasil el proponente debe
indicar y probar la “omisión inconstitucional total o parcial en cuanto al cumplimiento del deber constitucional de legislar” (art. 12-B da Lei n. 9.868/99).
Sin embargo, en México, es “el demandado que tendrá que indicar los medios
de probar que realizó la acción que está constitucionalmente ordenada; luego, “el
demandado tendrá que aportar los medios de convicción necesarios para probar
que se realizó la acción que le está constitucionalmente ordenada”; “[...] autoridad
responsable debe comprobar que cumplió los requisitos que se le reclaman”161.
No parece equivocada esa disposición, una vez que toda autoridad está obligada a
la Constitución, luego debe prestar cuenta de sus deberes cuando procesalmente
160 Idem, p. 88.
161 Ibidem, p. 92.
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La prueba de la inconstitucionalidad
están en duda; (c) sobre la inconstitucionalidad material y formal: cada participante
asume la carga de probar los argumentos de su posición. El descumplimiento
causa el amilanamiento del discurso por una u otra posición sobre el conflicto
constitucional.
8.5 Principio de la presunción de la constitucionalidad fáctica
La presunción de la constitucionalidad es la orientación de suposición, juris tantum, del regular ejercicio del poder de legislar. Por eso, constituye una orientación
normativa de valoración probatoria por parte del juez constitucional y, también,
de la carga argumentativa fáctica de justificación de la (in)constitucionalidad.
Si toda ley se presume constitucional hasta que afirmado lo contrario por
decisión, entonces, por deducción lógica, solo el hecho de la existencia de la
ley (impugnada) es suficiente para, por presunción, inferir la acción legislativa
(conducta y resultado) practicada constitucionalmente correcta o adecuada.
Al examinar el caso de (in)constitucionalidad legislativa, el juez constitucional
está predispuesto, psicológicamente, a la corrección formal y material de la ley
impugnada, al menos antes de enfrentar todos los argumentos suscitados; por
eso, parte de la “operação mental presuntiva”162, con la cual se inclina, a priori,
a la certeza de la corrección de la acción legislativa debatida. El convencimiento
contrario demanda una carga argumentativa procesal contraria a esa operación.
Por consecuencia, la carga argumentativa se dimensiona a partir de la situación
de constitucionalidad, o sea, a favor de la presunción de constitucionalidad de
las leyes, que puede o no confirmarse.
8.6. Principio de la instrumentalidad del poder probatorio
La prueba es un plus de la decisión en control de constitucionalidad. Su
práctica es parte del deber de motivar las decisiones judiciales sobre los hechos
relevantes y controvertidos en el contexto del conflicto constitucional (inc. X do
art. 93 da CF/88).
Todo caso de inconstitucionalidad posee una dimensión fáctica compuesta por
hechos de todos los órdenes (políticos, económicos, sociales, biológicos) relevantes
para el juicio de validez de la ley. Es aquí que la prueba tiene una finalidad hasta
entonces impensada.
162 Tomé
(2008), p. 131.
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El juez opera la prueba para la constatación y valoración de los hechos
determinantes y condicionantes de la inferencia de la (in)constitucionalidad
legislativa. Si hasta entonces, como tradicional instituto del proceso común,
ha tenido la finalidad restricta de fijación de premisa menor del silogismo normativo de aplicación de la ley al caso concreto, en el proceso constitucional
la prueba somatiza otra finalidad: actúa directamente en la construcción de los
sentidos constitucionales, o sea, en las premisas normativas del discurso justificativo
de (in)validación de la ley.
El poder probatorio en ese contexto es una posible fuente de hechos, especialmente los consistentes en datos técnico-científicos, que co-constituyen la norma
constitucional expresada en la decisión proferida. Como tal, genera el efecto
positivo de cualificar las razones decisorias por el control racional de la cognición
empírica, lo que tiene cada vez más importancia sobre todo ahora que el Supremo
Tribunal Federal ha admitido, en reciente precedente, el efecto vinculante no solo
del dispositivo, sino también de los motivos de sus decisiones (efecto trascendente)
en control abstracto163, y el mismo en control difuso164.
La práctica de la jurisdicción constitucional refleja en la prueba una categoría
normativa del derecho procesal constitucional, de modo que es cierto decir que
forma parte de “un género propio de categorías normativas adecuadas al derecho
diferenciado al que se encamina a servir y, a la vez, favorecer la creación de estructuras procesales coherentes con la particularidad de cada uno de los procesos
constitucionales”165.
8.7. Principio de la intercomunicación del poder probatorio
La prueba tiene el papel de diálogo e integración de los Poderes Políticos.
Hablar en prueba de la inconstitucionalidad no implica estimular la intervención
legislativa desmedida, para sustituir la discrecionalidad legislativa por la judicial;
al contrario, importa el incremento de la convicción judicial con criterios racionales de control de la ley. Eso no debe ser una amenaza a la autonomía política
del Poder Legislativo, sino un factor de fortalecimiento.
El poder probatorio del juez constitucional potencializa la intercomunicación
cooperativa con los demás Poderes. La prueba es un recurso importante para la
163 Supremo Tribunal Federal, Rcl Nº 1.987/DF, de 01 de octubre de 2003.
164 Supremo Tribunal Federal, Rcl Nº 4.335/AC, pendente de julgamento.
165 Reyes
64
(2007), pp. 41-87.
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La prueba de la inconstitucionalidad
solución multidisciplinaria del conflicto constitucional y, con eso, fortalece la
legitimidad no solo de las funciones esenciales del juez constitucional, sino también de las decisiones legislativas.
En tal contexto, el poder probatorio posibilita el “diálogo tra Corte e
legislatore”166, y así maximiza el control político de las decisiones judiciales y legislativas, pues: (a) son evitadas las decisiones intuitivas o decisionistas; (b) resguarda
y fortalece la legitimidad de las selecciones legislativas, una vez que, por la cognición racional de los hechos y razones legislativas, el juez constitucional practica
una argumentación con mayor rigor técnico; (c) orienta la actuación legislativa
delante de las inconstitucionalidades; (d) el poder probatorio actúa para la doble
integración democrática en torno del proceso constitucional, pues los medios de
prueba posibilitan la mayor participación social en el debate constitucional, con
la apertura para nuevos actores procesales, y, en otro plan, el poder probatorio
retira del juez constitucional la hegemonía interpretativa.
Hoy, el reconocimiento del poder probatorio aplicado al control de constitucionalidad significa un paso importante para la apertura democrática de la
Justicia Constitucional: con una clara distribución de papeles, todos, sin excepción,
de los ciudadanos a las autoridades, son potenciales actores del juego argumentativo,
con plena capacidad de influir en el resultado decisorio. La integración social de la
racionalidad probatoria favorece la transformación del proceso constitucional en
un espacio de participación democrática. Asegura a toda sociedad, el discurso
jurídico heterónomo, en la medida en que lidia con el litigio constitucional nada
preso a “un único centro de cognición para toda la sociedad”167.
El poder probatorio constitucional es “un camino entre el abandono de la
normatividad en favor del dominio de las relaciones fácticas, por un lado, y la
normatividad desvestida de cualquier elemento de la realidad”168, por otro.
9. Nueva axiología de la prueba judicial
La inconstitucionalidad se prueba. Eso implica decir que la prueba no actúa
para declarar la veracidad procesal de una cuestión de derecho, sino que, con esa
finalidad, opera bajo la dimensión fáctica, orgánica y estructuralmente descriptible
de la conducta y del contenido legislativos contrarios a la Constitución.
166 Vaccari
(2008), p. 142.
167 Taubner
(2002), pp. 533-571.
168 Hesse
(1991), p. 14.
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2015, pp. 13-72
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El conflicto constitucional es un caso concreto, y no abstracto. Asumir tal
postura abre el proceso constitucional para el derecho a la prueba, no como
comprendido en campo del proceso común, sino trasladado para el terreno
del proceso constitucional. Aquí la prueba tiene una finalidad más amplia.
Deja la estricta finalidad de evidenciar hechos individuales pasados de la premisa fáctica a la aplicación silogística, para actuar, también, en el discurso de
validez o fundamentación del Derecho. En última instancia, la prueba deja el
recorrido de la subsunción del soporte fáctico, para también operar en la propia construcción de la normatividad constitucional, al constituir fuente de hechos
inherentes al ámbito concreto/material del conflicto internormativo y, luego, de la
norma constitucional.
Esa finalidad de la prueba propicia el perfeccionamiento de la argumentación
en la jurisdicción constitucional, porque demuestra que la investigación del contenido fáctico no es una actividad arbitraria, sino desarrollada en un marco de
reglas legales y racionales. Y aquí está la prueba: una herramienta funcionalmente
destinada a traer para la decisión criterios racionales de constatación de la realidad
constitucionalmente relevante.
El modelo de la prueba de la inconstitucionalidad propuesto incorpora las
diversas propiedades designativas de la prueba, aquí observadas en la práctica del
control de la constitucionalidad legislativa brasileño. Es un modelo que hace de
la prueba una categoría dogmática del proceso constitucional.
A lo largo de la historia del Derecho, el “conocimiento de los hechos” en el
Derecho seguió la máxima “contra hecho, no hay argumentos”, que expresa la
baja operación argumentativa en materia fáctica por la falta de un control racional
que marcó, por mucho tiempo, la cognición empírica en el Derecho.
El procedimiento para evidenciar los hechos jurídicos fue de la “ordalía”169,
también conocida como pruebas irracionales170, a la prueba racional; en otras
palabras, “del conocimiento mágico al conocimiento racional”171. En ese período,
la prueba consagró un recurso a la construcción de la premisa fáctica de la aplicación silogística del Derecho. Ahora, vivimos un nuevo paradigma de la prueba:
pasa a ser observada más como una herramienta utilizada en la concretización de
la Constitución. De tal modo que la prueba en el proceso constitucional sobresale
169 Abellán
(2004), p. 9.
170 Foucault
171 Abellán
66
(2003), p. 58.
(2004), p. 12.
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La prueba de la inconstitucionalidad
en la construcción de la propia normatividad constitucional en el discurso de
fundamentación del derecho y, así, favorece el control racional de la realización
del derecho constitucional.
Vivimos, con eso, una nueva perspectiva dogmática de la prueba: el derecho
del derecho de probar la (in)constitucionalidad por fuerza no del derecho de
defensa, sino del derecho de vivir en una sociedad constitucionalizada.
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ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos”
Boris Wilson Arias López
INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL E
INTERPRETACIÓN LEGAL: LÍMITES INCIERTOS*1
Constitutional interpretation and legal interpretation:
uncertain boundaries
Boris Wilson Arias López**
Universidad UDABOL- Bolivia
[email protected]
Resumen: El presente trabajo analiza la posibilidad de que en Bolivia se efectúe una distinción
entre la actividad jurisdiccional de la justicia constitucional y la actividad jurisdiccional que realiza
la jurisdicción ordinaria, a partir de la diferenciación entre la interpretación constitucional y la interpretación legal.
Abstract: This paper analyzes the possibility of making a distinction between the judicial activity
of the Constitutional Court and the activity performed by the ordinary courts as from the difference
between constitutional interpretation and the interpretation of law. The paper concludes that if the
Constitutional Court defined the scope of control of constitutionality and legality, this distinction is
not a separation wall to differentiate the activity of constitutional justice to the activity of ordinary
jurisdiction.
Palabras clave: Interpretación constitucional / interpretación legal / jurisprudencia boliviana /
amparo constitucional
Key words: Interpretation of the Constitution / interpretation of Law / Bolivia / constitutional
protection
1. Introducción
Cuando Hans Kelsen propuso entregar el monopolio del control de constitucionalidad a un órgano especializado como es el Tribunal Constitucional, lo
concibió como legislador negativo con capacidad para abrogar o derogar normas,
pero no para crearlas, es así que por lógica consecuencia se encontraba vedado de
resolver o revisar casos concretos; es decir, que sus facultades deberían ser legislativas
∗ Trabajo
recibido el 18 de marzo de 2014 y aprobado el 22 de abril de 2015.
∗* Abogado, Magíster en Derecho Constitucional de la Universidad Andina Simón Bolívar (2008), docente
universitario pregrado y postgrado. Postulante al Doctorado en Derecho Constitucional y Penal de la
Universidad Mayor de San Andrés. Letrado del Tribunal Constitucional Plurinacional de Bolivia.
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73
Boris Wilson Arias López
y no jurisdiccionales, situación que sin duda diferenció el modelo concentrado
del modelo difuso de control de constitucionalidad.
Posteriormente, con la atribución entregada a los Tribunales Constitucionales
de conocer acciones tutelares interpuestas contra actos y omisiones que menoscaben o supriman derechos, éstos empezaron a revisar resoluciones de los tribunales
ordinarios, hecho que generó conflictos de naturaleza constitucional denominados
según el caso como “guerra de cortes”, “choque de trenes”, etc.
En este contexto, corresponde hacer notar que en Bolivia la creación tanto
del Tribunal Constitucional como del Tribunal Supremo de Justicia, se encuentra
prevista en la Constitución y por ende ocasiona que ambos tengan rango constitucional, de ahí que cuando existe una diferencia interpretativa entre ambos
Tribunales, ésta no se produce entre un juez ordinario y otro constitucional sino
más bien entre órganos constitucionales, de forma que su relación no es de jerarquía sino de competencia, de ahí que ninguno debería entorpecer las atribuciones
del otro órgano.
Conscientes de ello, los Tribunales Constitucionales con el fin de separar su
labor interpretativa como órganos especializados de control de constitucionalidad respecto a los jueces ordinarios especializados como son los civiles, penales,
laborales, etc., suelen establecer requisitos a las demandas de amparo constitucional. Así tenemos que:
La Corte Constitucional de Colombia, estableció que: “…cuando una actuación
judicial contiene una decisión arbitraria, con evidente repercusión en el proceso, en
perjuicio de los derechos fundamentales de una de las partes, pueden ser susceptibles de
controversia en sede de tutela. Sin embargo, cuando la decisión está sustentada en un
determinado criterio jurídico, que pueda ser admisible a la luz del ordenamiento, o
de la interpretación de las normas aplicables, no podría ser discutido por la vía de la
acción de tutela, toda vez que atentaría contra el principio de la autonomía judicial
en virtud del cual, cuando el juez aplica una ley, debe fijar el alcance de la misma,
es decir, debe darle un sentido frente al caso concreto –función interpretativa propia
de la actividad judicial–, a menos que la disposición tenga un único y exclusivo
entendimiento”1.
El Tribunal Constitucional del Perú, sostuvo que: “…a juicio del Tribunal
Constitucional, la presente demanda debe desestimarse, pues vía de amparo se pretende
que el juez constitucional se pronuncie respecto a materias ajenas a la tutela de derechos
1 Corte Constitucional de Colombia. Sentencia T-121/99 de 26 de febrero de1999.
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
fundamentales como son las relativas a la aplicación de las normas administrativas en
materia laboral, siendo pertinente señalar que tanto la valoración y/o la determinación
de la suficiencia de los medios probatorios, así como la interpretación de las normas
legales y/o administrativas para cada caso concreto es un asunto que corresponde ser
dilucidado únicamente por el juez ordinario al momento de expedir la sentencia, y
que, por tanto, escapa del control y competencia del juez constitucional, a menos que
pueda constatarse una arbitrariedad manifiesta por parte de la autoridad emplazada
que ponga en evidencia la violación de derechos de naturaleza constitucional, lo que
no ha ocurrido en el presente caso…”2.
Mientras que el Tribunal Constitucional Plurinacional de Bolivia, señaló que:
“Con carácter previo al análisis de fondo de la problemática planteada, es necesario
reiterar que la jurisprudencia constitucional, con referencia al alcance de la acción
de amparo constitucional, en similares casos en los que se exigía a la jurisdicción
constitucional examinar la interpretación realizada por la ordinaria –de normas
jurídicas–, estableció que la labor interpretativa de las normas legales ordinarias le
corresponde a los jueces y tribunales ordinarios; sin embargo, se estableció el canon
de constitucionalidad en esa interpretación, manifestando la siguiente doctrina jurisprudencial conforme la SC 1846/2004-R que señala: ‘Si bien la interpretación
de la legalidad ordinaria debe ser labor de la jurisdicción común, corresponde a la
justicia constitucional verificar si en esa labor no se han quebrantado los principios
constitucionales informadores del ordenamiento jurídico, entre ellos, los de legalidad,
seguridad jurídica, igualdad, proporcionalidad, jerarquía normativa y debido proceso;
principios a los que se hallan vinculados todos los operadores jurídicos de la nación;
dado que compete a la jurisdicción constitucional otorgar la protección requerida, a
través de las acciones de tutela establecidas…’”3.
Sin embargo y pese a lo referido, cuando un Tribunal Constitucional deja
sin efecto las decisiones de un Tribunal “Supremo” de Justicia por diferencias
interpretativas, la decisión del otro deja de ser “suprema” y los ámbitos de competencias entre ambos Tribunales se desvanecen volviéndose nominales; es decir,
si los requisitos para que la justicia constitucional ingrese a realizar la revisión de
la interpretación legal se define unilateralmente por el Tribunal Constitucional,
entonces los límites reales dependerán únicamente de la auto-restricción que
haga el mismo.
2 Tribunal
Constitucional del Perú. Expediente 04004-2012-PA/TC de 22 de mayo de 2013.
3 Tribunal
Constitucional Plurinacional de Bolivia. Sentencia Constitucional Plurinacional 0135/2012
de 4 de mayo de 2012.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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Boris Wilson Arias López
En este contexto, el presente trabajo analiza la posibilidad de que en Bolivia
la diferenciación entre interpretación constitucional e interpretación legal en
demandas de amparo constitucional pueda constituirse en un criterio que separe
de manera cierta las atribuciones de la justicia constitucional y las de la jurisdicción ordinaria.
2. La interpretación desde la constitución como superación a la
distinción entre el control de constitucionalidad y el de legalidad
Son diversos los criterios para la diferenciación entre la interpretación constitucional y la interpretación legal.
Desde un punto de vista orgánico, la diferenciación dependería de qué tipo
de juez proviene la interpretación, entonces básicamente el Tribunal Constitucional realiza la interpretación constitucional, mientras que los jueces ordinarios
la interpretación de legalidad.
Para otros en cambio, el criterio prevalente de dicha diferenciación recae sobre
la norma a utilizarse, vale decir, el juez ordinario funda su decisión en la ley, en
cambio el juez constitucional en la Constitución.
En efecto, la Constitución y la ley, se diferencian: por su origen, ya que la
Constitución emerge del poder constituyente a diferencia de la ley que emerge de
un poder constituido; por su estructura lógico-jurídica, es decir, por el lugar que
ocupan en el ordenamiento jurídico y las funciones que cumplen ya que éstas
son diferentes; y por su contenido, pues la ley rige las conductas particulares de los
individuos a diferencia de las normas constitucionales que rigen políticamente a
la sociedad, situación que explica el mayor grado de abstracción de la Constitución respecto a las leyes, de forma que: “La Constitución no nació para expresar la
regularidad de comportamientos individuales como ley, sino para convertirse en un
cauce a fin de que la sociedad se conduzca políticamente y en libertad”4.
De lo referido se tiene que el carácter dinámico y amplio de la Constitución, al
abarcar aspectos extrajurídicos como lo social y político, entre otros, permite que
sus normas en general principistas admitan mayor cantidad de interpretaciones
que las que admiten las leyes, máxime cuando a diferencia de éstas no cuentan
con una estructura de supuesto-consecuencia, de ahí que: “…en la interpretación
jurídica de las normas en general el intérprete posee siempre un marco normativo de
4 Hakansson-Nieto (2009).
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
referencia representado por la Constitución, la interpretación de las normas constitucionales carece de dicho marco”5.
Por otra parte, se tiene la posición de aquellos que niegan la diferenciación
entre interpretación constitucional e interpretación legal, así Rolando Tamayo
y Salmorán sostiene que: “…si se piensa que la Constitución es diferente de los
otros materiales jurídicos, por considerarla el primer acto condicionante, entonces
habría que reconocer que sería tan diferente como lo es el segundo del tercero, el
tercero del cuarto, etcétera, ¿esto es suficiente para romper la unidad del objeto de la
ciencia del derecho? Establecer una diferencia de objetos en atención a su prelación
(prelación completamente relativa) es tan absurdo como pensar que el padre de un
individuo no sería objeto de la antropología en el mismo sentido que este último,
o tan absurdo como considerar que el 3 necesita de una matemática especial...”6,
mientras que otros sostienen que entre la interpretación constitucional y la legal
la diferencia es de grado y, por ello, corresponde utilizar los mismos métodos
interpretativos.
Ahora bien, debe considerarse que la constitucionalización del ordenamiento
jurídico provoca que la Constitución condicione el contenido de las leyes, lo que
implica que éstas últimas necesariamente deban interpretarse desde la Constitución, es decir: “...del carácter normativo de la Constitución no sólo se deriva la
anulación de leyes incompatibles con ella sino, en general, la exigencia de interpretar
y aplicarlas de conformidad con la norma que preside el ordenamiento jurídico”7,
por ello la actividad de la justicia constitucional no se agota en la confrontación
de una ley y la Constitución, sino que abarca a la interpretación de la ley en el
marco de la Constitución –interpretación sistemática– y, por tanto, alcanza a las
controversias que los jueces ordinarios deben resolver, lo que en los hechos diluye
la diferenciación entre lo que es interpretación constitucional y legal.
Entonces, la Constitución es desarrollada por la ley, de ahí que esta última,
al precisar sus contenidos, pueda utilizarse en ciertos casos para interpretar la
Constitución, pero al mismo tiempo la diferenciación entre disposición como
texto y norma como significado del texto, denota la posibilidad de que una disposición pueda tener varios significados, lo que a su vez provoca que tanto el juez
ordinario como el juez constitucional deban rechazar aquellas interpretaciones de
5 De Asís (2010).
6 Tamayo y
7 Salmorán (1975).
Carpio Marcos (2008).
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la ley que se contrapongan a la Constitución, provocando que la interpretación
constitucional y legal se realice en doble sentido; vale decir, para interpretar la
Constitución puede tomarse en cuenta la ley que la desarrolla, pero para interpretar la ley necesariamente debe tomarse en cuenta a la Constitución. Es decir,
la relación entre Constitución y ley es recíproca, y por ello:
Los jueces ordinarios deben considerar los contenidos de la Constitución para
interpretar las leyes, de forma que incluso en un modelo concentrado de control
de constitucionalidad: “…si los órganos de la administración no pueden efectuar
una interpretación constitucional de tipo negativo, es decir, negarse a aplicar una
disposición legal por estimarla opuesta a la Constitución, por el contrario, sí están
facultados, e inclusive obligados, a realizar una interpretación propositiva para armonizar los textos legislativos que sirven de fundamento a su actuación, con las normas
y principios de la Constitución…”8.
En este sentido, los jueces ordinarios deben realizar una interpretación de las
leyes “desde” la Constitución, optimizando su contenido y en su caso si encuentran
diferentes opciones interpretativas corresponde que efectúen una interpretación
“conforme” a la Constitución, eligiendo la interpretación que resulte constitucional
y desechando las incompatibles.
Y al Tribunal Constitucional no sólo le corresponde efectuar una interpretación
“de” la Constitución sino la interpretación del ordenamiento jurídico “desde” y
“conforme” a la Constitución según el caso.
Asimismo, debe recordarse, que en los hechos, para la determinación de los
contenidos constitucionales corresponde que el órgano de control de constitucionalidad utilice las leyes que desarrollan la Constitución, de forma que: “Como
quiera que tanto el contexto jurídico-material como el jurídico-funcional apuntan
en el sentido de una conservación de la ley, la interpretación con arreglo a la Constitución interpretará la norma constitucional en cuestión, en la medida de lo posible,
en el sentido en que el legislador la ha determinado. La interpretación de la ley con
arreglo a la Constitución supone, por tanto, en su repercusión de modo reflejo sobre
la interpretación constitucional, una interpretación de la Constitución con arreglo a
ley”9. Así por ejemplo, en el control de constitucionalidad que realice el Tribunal
Constitucional Plurinacional de un estado de excepción, no podría dejar de utilizarse la ley que regula estas coyunturas, ello en atención al mandato contenido
8 Carpizo y Fix-Zamudio (1975).
9 Quiroga (2013).
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
en el art. 139.III de la Constitución Política del Estado, que establece: “Los estados
de excepción serán regulados por la ley”.
De ahí que si los jueces constitucionales así como los jueces ordinarios deben
utilizar la Constitución y la ley al mismo tiempo, se tiene que lo hacen porque
son dos tipos de normas que interactúan recíprocamente; de forma que, conforme
lo visto, la legalidad incorpora como primer elemento a la Constitución, la cual a
su vez reenvía la solución del caso a la ley, provocando entonces que la distinción
entre ambos tipos de interpretación resulte eminentemente teórica pero sin una
consecuencia práctica y, por ello, ningún profesor universitario puede decir con
certeza a sus alumnos hasta dónde en una sentencia se efectuó interpretación
constitucional y hasta dónde interpretación legal.
3. Crítica a la interpretación legal por la justicia constitucional
en bolivia a través de amparos constitucionales
La Constitución boliviana diferencia con claridad a la jurisdicción ordinaria10
–cuya máxima instancia radica en el Tribunal Supremo de Justicia– de la justicia
constitucional11 –ejercida en última instancia por el Tribunal Constitucional
Plurinacional–, aspecto relevante en la satisfacción del principio de subsidiariedad
que rige en la acción tutelar de amparo constitucional, cuya finalidad conforme al
art. 128 de la Constitución Política del Estado, es la de resguardar a toda persona
contra “…actos u omisiones ilegales o indebidos de los servidores públicos, o de persona
individual o colectiva, que restrinjan, supriman o amenacen restringir o suprimir, los
derechos reconocidos por la Constitución y la ley”, por tanto no equiparable a una
apelación o a una casación12.
En coherencia con lo referido, el Tribunal Constitucional de Bolivia, mediante SC 1358/2003-R de 18 de septiembre, separando la actividad de la justicia
constitucional de la jurisdicción ordinaria, sostuvo que el amparo constitucional:
“…no es un recurso casacional que forme parte de las vías legales ordinarias, lo que
significa que sólo se activa en aquellos casos en los que se supriman o restrinjan los
10 El art. 179.I de la Constitución boliviana, establece que: “La jurisdicción ordinaria se ejerce por el Tribunal
Supremo de Justicia, los tribunales departamentales de justicia, los tribunales de sentencia y los jueces; la jurisdicción
agroambiental por el Tribunal y jueces agroambientales; la jurisdicción indígena originaria campesina se ejerce
por sus propias autoridades; existirán jurisdicciones especializadas reguladas por la ley”.
11 El art. 179.III de la Constitución boliviana establece que: “La justicia constitucional se ejerce por el Tribunal
Constitucional Plurinacional”.
12 Cfr. Tribunal Constitucional de Bolivia. Sentencia Constitucional 1473/2003-R de 7 de octubre.
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derechos fundamentales o garantías constitucionales, por lo mismo no se activa para
reparar supuestos actos que infringen las normas procesales o sustantivas, debido a una
incorrecta interpretación o indebida aplicación de las mismas”.
En efecto, el diseño del proceso ordinario potencia las facultades probatorias
de las partes intervinientes, además de permitir la realización de la oralidad e
inmediación, lo que no sucede con la tramitación del amparo constitucional, de
forma que si el juez constitucional pudiese ingresar a resolver la cuestión litigiosa,
sustituyendo a la autoridad natural, no solo obstaculizaría la labor de la jurisdicción ordinaria, sino que violaría el debido proceso de las partes procesales en su
elemento del juez natural.
Ahora bien, en lo referente a la necesidad de efectuar una argumentación
especial, establecida por la jurisprudencia como requisito para posibilitar que la
justicia constitucional revise la interpretación legal efectuada por órganos jurisdiccionales ordinarios se tiene que:
El Tribunal Constitucional de Bolivia mediante SC 1031/00-R de 6 de
noviembre de 2000, pronunciada en una demanda de amparo constitucional y
que se constituye en la primera sentencia constitucional relevante en la materia,
la misma emergió de un proceso civil instaurado entre agencias de viaje contra
una aerolínea, por supuesta modificación unilateral, intempestiva y arbitraria del
monto de comisión, que las agencias de viaje alegaban les correspondía cobrar.
En dicho proceso, las referidas agencias solicitaron se aplique contra la aerolínea la medida cautelar de no innovar, disponiéndose por la autoridad judicial
la retención y depósito de la diferencia debatida judicialmente, pero esa orden
judicial fue incumplida por la aerolínea generando una sanción económica,
misma que fue impugnada y revocada en apelación bajo la interpretación de
que las sanciones por incumplimiento únicamente procedían frente a sentencias
o autos definitivos que resuelvan el fondo de la controversia pero no respecto a
medidas cautelares.
Planteada la demanda de amparo constitucional por incorrecta aplicación
de la ley, la misma fue denegada por el Tribunal Constitucional con el siguiente
argumento: “Que, dentro de un Recurso de Amparo Constitucional no corresponde
a este Tribunal juzgar el criterio jurídico con el que el Tribunal de Apelación, hoy
recurrido, interpretó el art. 184 del Código de Procedimiento Civil para fundar su
resolución, de hacerlo estaría saliendo del marco de su competencia para invadir otra
jurisdicción, pues conforme al objeto del Recurso de Amparo corresponde verificar si
los hechos ilegales denunciados restringen, suprimen o amenazan suprimir los derechos
y garantías de los recurridos reconocidos en la Constitución y las leyes; en ese orden,
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
conforme se tiene expresado en el anterior Considerando no existe evidencia alguna de
que la resolución impugnada hubiese restringido o suprimido los derechos y garantías
que los recurrentes dicen se hubiese vulnerado”.
De la referida SC 1031/00-R, puede extraerse que las autoridades judiciales
tienen la competencia de seleccionar el sentido interpretativo que consideren
ajustado al texto de una ley; es decir, ante varias interpretaciones de una ley les
corresponde elegir la que consideren más adecuada a la causa que les toca resolver,
pudiéndose impugnar dicha interpretación a través de una demanda de amparo
constitucional con el único requisito de acreditar que la misma provocó la vulneración de derechos y garantías.
De forma posterior, la SC 1846/2004-R de 30 de noviembre, revisó la
interpretación legal del art. 80 de la Ley de Abogacía, efectuada por las autoridades judiciales ordinarias, y determinó que la calificación de honorarios
profesionales en el diez por ciento conforme el arancel del Colegio de Abogados de Santa Cruz, no procede respecto al monto litigado sino al monto
efectivamente recuperado.
En este contexto, esta última sentencia referida estableció que: “…Si bien
la interpretación de la legalidad ordinaria debe ser labor de la jurisdicción común,
corresponde a la justicia constitucional verificar si en esa labor interpretativa no se
han quebrantado los principios constitucionales informadores del ordenamiento jurídico, entre ellos, los de legalidad, seguridad jurídica, igualdad, proporcionalidad,
jerarquía normativa y debido proceso…”, aspecto que para el órgano de control
de constitucionalidad debía ser acreditado por la parte accionante pero que
además generó lógicas contradictorias respecto a la naturaleza de la acción de
amparo constitucional, ello si se considera que la jurisprudencia constitucional
era y es uniforme al rechazar la tutela a través de la referida acción tutelar de
principios constitucionales, así la SC 0073/2006-R de 25 de enero, estableció
que: “...el amparo constitucional es una vía tutelar de los derechos fundamentales y
garantías constitucionales, no es una vía de protección o resguardo de los principios
constitucionales…”.
Lo anterior, provocó que en un mismo grupo de causas sorteadas el Tribunal
Constitucional rechace las demandas de amparo constitucional que únicamente
invocan principios constitucionales13, pero al mismo tiempo, rechace las demandas
de amparo constitucional, dirigidas en contra de resoluciones judiciales, en las
13 Así por ejemplo las SSCC 1819/2003-R, 0323/2010-R, 0291/2010-R, 2330/2010-R.
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que se alegaba que la interpretación legal lesionó sus derechos, justamente por
no precisar la forma en la cual se vulneraron dichos principios constitucionales14.
En lo sucesivo, la jurisprudencia constitucional fue ambigua respecto a los
requisitos necesarios a cumplirse en una demanda de amparo constitucional,
para que la justicia constitucional ingrese a revisar la interpretación legal de los
jueces ordinarios.
Así la SC 0386/2006-R de 21 de abril, dentro de un proceso penal en el cual
se alegaba incorrecta aplicación del art. 185 bis del Código Penal, que tipifica
el delito de Legitimación de Ganancias Ilícitas, estableció que era necesario que
la parte que interpuso la acción de amparo constitucional:
“1. Explique por qué la labor interpretativa impugnada resulta insuficientemente
motivada, arbitraria, incongruente, absurda o ilógica o con error evidente, identificando, en su caso, las reglas de interpretación que fueron omitidas por el órgano
judicial o administrativo, y
2. Precise los derechos o garantías constitucionales que fueron lesionados por el intérprete, estableciendo el nexo de causalidad entre éstos y la interpretación impugnada;
dado que sólo de esta manera la problemática planteada por el recurrente, tendrá
relevancia constitucional”.
Es decir, en el listado de condiciones para que el Tribunal Constitucional
ingrese a conocer el fondo de la problemática, no se hizo referencia a la necesidad
de invocar principios.
Sin embargo, en la SC 0685/2006-R de 17 de julio, se utilizó como una
fórmula para rechazar la demanda de amparo constitucional el siguiente texto:
“…si el recurrente no expresa de manera adecuada los fundamentos jurídicos que
sustentan su pretensión y; por lo mismo, no identifica con claridad y precisión los
principios y criterios interpretativos que no fueron aplicados o fueron desconocidos
por el juez o tribunal que realizó la interpretación y consiguiente aplicación de las
normas de la legislación ordinaria, si no identifica con precisión los valores supremos
y principios fundamentales vulnerados por el intérprete de la legislación ordinaria
al momento de desarrollar su labor interpretativa; la jurisdicción constitucional no
puede conceder la tutela solicitada, al contrario deberá denegarla”, lo que no solo
hace referencia a la necesidad de precisar los principios vulnerados sino que
aumenta la identificación de valores.
14 82
Así por ejemplo las SSCC 0209/2010-R, 0182/2010-R, 0188/2010-R y 0313/2010-R.
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
Dicha fórmula también se utilizó en las SSCC 0099/2012 de 23 de abril,
0099/2006-R de 25 de enero y 1673/2005-R de 19 de diciembre, entre otras.
En este contexto, la necesidad de identificar los criterios interpretativos omitidos por la autoridad jurisdiccional ordinaria y acreditar los valores supremos
y principios fundamentales vulnerados por la interpretación de la ley, implica
la exigencia de una argumentación especial en la demanda de amparo constitucional, que respecto al resto de casos únicamente se limita a la acreditación
de la vulneración de derechos y garantías por el acto u omisión impugnado.
Dicho requisito no está previsto en la Constitución, ni en el Código Procesal Constitucional y más bien su exigencia podría entorpecer la finalidad del
Tribunal Constitucional Plurinacional de precautelar “…el respeto y la vigencia
de los derechos y las garantías constitucionales”15, en la medida en la que resulta
subjetivo.
Así, en la SC 0792/2005-R de 18 de julio, el accionante sostuvo que en el
proceso penal seguido en su contra por los delitos de falsedad material, falsedad ideológica y uso de instrumento falsificado, planteó extinción de la acción
por prescripción, que fue rechazada con el argumento de que con el registro
en Derechos Reales consumó el delito, pese a ello el accionante alegaba que el
delito de falsedad es instantáneo y se consuma a tiempo de que el documento
público es forjado o alterado y no cuando el documento ocasiona perjuicio; sin
embargo, se denegó la tutela, por no haberse cumplido los requisitos esenciales
desarrollados por la jurisprudencia constitucional que viabilicen a la justicia
constitucional a ingresar a la revisión de la interpretación efectuada por la autoridad jurisdiccional recurrida. En cambio, en la SC 0101/2006-R de 25 de
enero, se alegó por la parte accionante que en el proceso penal que se le seguía
por los delitos de estelionato y estafa, planteó excepción de prescripción la cual
fue rechazada sosteniéndose de manera genérica por el Tribunal Constitucional,
que la justicia constitucional puede revisar la interpretación de los jueces ordinarios y sin mayor desarrollo sobre el cumplimiento en el caso concreto de los
requisitos que habilite a revisar la interpretación legal, asimismo determinó que
los referidos delitos eran instantáneos, por lo que en ese caso había transcurrido
el término legal de la prescripción.
El cumplimiento o incumplimiento de la argumentación especial, exigida
por la jurisprudencia constitucional para que la justicia constitucional revise la
15 Constitución Política del Estado de Bolivia. 2009. Art. 196.I
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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interpretación legal efectuada por los órganos jurisdiccionales ordinarios, no puede
observarse con claridad en la SC 0792/2005-R, ni en la SC 0101/2006-R y, en
la práctica, parecen utilizarse como criterios de oportunidad en el marco de una
especie de writ of certiorari, que faculta al órgano de control de constitucionalidad
a elegir los casos que desea conocer de los casos que no desea resolver.
Asimismo, debe hacerse notar en este punto que, la jurisprudencia constitucional tampoco fue clara, en cuanto a si el incumplimiento de la carga argumentativa especial referida se constituye o no en un requisito de admisibilidad de la
demanda de amparo constitucional, en cuyo caso su incumplimiento impediría
la realización de la audiencia de la acción tutelar por incumplirse una de las condiciones mínimas para que sea considerada en el fondo.
En efecto, se entiende como requisito de admisión a la denominada “causa de
pedir”, entendida como la relación de causalidad contenida en la demanda de los
hechos invocados con los derechos supuestamente lesionados, que en todo caso,
cuando se interpone el amparo constitucional contra resoluciones judiciales debería
ampliarse en sus términos a la precisión de los criterios interpretativos omitidos
por la autoridad jurisdiccional ordinaria y a la acreditación de la vulneración de los
valores supremos y principios fundamentales, como lo exigen la SC 1846/2004-R
y la SC 0386/2006-R.
Lo señalado anteriormente, parece insinuarse en la SC 0718/2005-R de 28
de junio, referido a un caso en el cual se alegaba la aplicación de normativa civil
cuando a criterio de la parte accionante correspondía utilizar la norma penal,
denegándose la tutela por incumplimiento de requisitos de revisión de la interpretación legal, sosteniendo en este sentido que: “…para que este Tribunal pueda
cumplir con su tarea es necesario que la parte procesal, que se considera agraviada
con los resultados de la interpretación porque lesionan sus derechos fundamentales,
exprese de manera adecuada y precisa los fundamentos jurídicos que sustenten su
posición (…) No debe olvidarse que el art. 97 de la Ley del Tribunal Constitucional (LTC), ha previsto como un requisito de contenido, el exponer con precisión y
claridad los hechos que le sirvan de fundamento y precisar los derechos o garantías
que se consideren restringidos, suprimidos o amenazados, señalando en qué consiste
la restricción o supresión”.
Considero que la exigencia de una carga argumentativa especial que haga
referencia a la invocación de principios constitucionales para viabilizar que la
justicia constitucional revise la interpretación legal efectuada por órganos jurisdiccionales ordinarios, ignora que la valoración de los requisitos de admisibilidad
debe guiarse por el principio pro actione, que conforme a la SC 0501/2011 de 25
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
de abril, obliga a “…interpretar las normas procesales en el sentido más favorable a
la admisibilidad de la acción…”.
Debe recordarse que la separación entre el control de constitucionalidad y el
control de legalidad no es ontológica sino teórica, en este sentido, la exigencia de
una argumentación especial como la referida puede ser modificada unilateralmente
por el Tribunal Constitucional, y el aumento o la reducción de requisitos para
hacer dicha revisión puede depender del criterio de sus magistrados sobre el papel
que debe cumplir el Tribunal Constitucional frente a la actividad jurisdiccional
del Órgano Judicial, o sobre su opinión de si el control de constitucionalidad
debe ser amplio o restringido, aspecto que genera inseguridad jurídica y puede
desconocer la función del órgano de control de constitucionalidad de resguardar
los derechos fundamentales.
Por otra parte, la inseparabilidad de la aplicación de la Constitución y de
la ley para resolver un caso concreto, impide exigir una argumentación especial
basada en la diferenciación de interpretación constitucional e interpretación legal, que a su vez permita diferenciar al control de constitucionalidad del control
de legalidad, ello porque: “…resulta que en la mayor parte de los casos de amparo
la distinción entre constitucionalidad y legalidad se hace prácticamente imposible,
entre otras razones porque al Tribunal constitucional le corresponde ser el intérprete
supremo de la Constitución y de la constitucionalidad de la ley y porque precepto
constitucional de derechos fundamentales y legislación de concreción o desarrollo de
éstos forman un bloque que el Tribunal Constitucional no puede escindir y ha de
utilizar para resolver…”16.
Debe reconocerse que, si la justicia constitucional como la jurisdicción
ordinaria en Bolivia a tiempo de resolver una problemática realizan al mismo
tiempo la interpretación de la Constitución y de la ley, se tiene que el juez, sea
ordinario o constitucional, no puede ser consciente sobre el momento en el cual
está realizando una interpretación constitucional y sobre el momento en el que
realiza una interpretación legal, lo que además impide que en su decisión ambas
pueden ser diferenciadas con claridad y que el control de constitucionalidad pueda
diferenciarse del control de legalidad.
De lo expuesto, el único requisito exigible para la admisión de demandas de
amparo constitucional dirigidas contra resoluciones judiciales cuando se impugna
la interpretación legal debería consistir en que la parte accionante establezca con
16 Aragón Reyes (2002).
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claridad la relación de causalidad entre la actividad interpretativo-argumentativa
desarrollada por la autoridad judicial demandada y los derechos alegados de
vulnerados, como lo había determinado en su momento la SC 1031/00-R, de
forma que se considere que: “…el Tribunal únicamente examina la cuestión de
si los tribunales ordinarios han violado derecho constitucional específico, lo cual no
ocurre simplemente porque una resolución, al ser confrontada con el derecho ordinario, resulte incorrecta; el error debe residir precisamente en la no observancia de los
derechos fundamentales”17, lo que a su vez se constituye en el primer límite a la
actuación del órgano de control de constitucionalidad en la resolución de acciones
de amparo constitucional.
En todo caso, debe recordarse que las competencias de la jurisdicción ordinaria
también están resguardadas por las causales de improcedencia como ser:
1. El agotamiento de las instancias ordinarias salvo exista peligro de un
daño inminente e irremediable, ello debido a que toda interpretación supuestamente incorrecta debe corregirse primero por los órganos jurisdiccionales
competentes18;
2. El término de seis meses de inmediatez para la interposición de la demanda
de amparo constitucional;
3. La relevancia constitucional; es decir, que el error interpretativo sea determinante al grado de tener la potencialidad de modificar la resolución judicial,
en otras palabras, que el error: “…dé lugar a que la decisión impugnada tenga
diferente resultado al que se hubiera dado de no haberse incurrido en los errores o
defectos denunciados…”19, y
4. Los requisitos de admisibilidad y en especial la existencia de una causa de
pedir concreta en la demanda de amparo constitucional; vale decir, que: “…es
preciso que exista una relación de causalidad entre el hecho que sirve de fundamento y
la lesión causada al derecho o garantía. De ahí que el cumplimiento de esta exigencia
no se reduce a enumerar artículos, sino a explicarse desde el punto de vista causal, cómo
esos hechos han lesionado el derecho en cuestión”20, que en el caso de resoluciones
judiciales impugnadas por error interpretativo, se traduce en la relación entre
dicho error y la vulneración de derechos.
17 Limbach (2000).
18 Tribunal
Constitucional de Bolivia. Sentencia Constitucional 1917/2004-R de 13 de diciembre.
19 Tribunal
Constitucional de Bolivia. Sentencia Constitucional 1262/2004-R de 10 de agosto.
20 Tribunal
Constitucional de Bolivia. Sentencia Constitucional 365/2005-R de 13 de abril.
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Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
4. A modo de conclusión
• El debido proceso tras el agotamiento de la jurisdicción ordinaria abarca al
amparo constitucional como última posibilidad de protección a los derechos21,
sin embargo, al mismo tiempo debe considerarse que la permanente invasión de
las competencias de la jurisdicción ordinaria por la justicia constitucional puede
implicar una amenaza a la democracia debido a que: “…un Estado dominado
por la jurisdicción constitucional no es compatible con la idea de democracia con
división de poderes de la Ley Fundamental”22, en este marco y pese a lo referido
la distinción entre interpretación constitucional e interpretación legal en la
jurisprudencia constitucional boliviana no se constituye en un criterio cierto
para la diferenciación de las tareas de la jurisdicción ordinaria de las tareas de la
justicia constitucional, y en la práctica se ha convertido en un writ of certiorari
que habilita al órgano de control de constitucionalidad elegir lo que quiere de
lo que no quiere conocer.
• Por una parte el órgano de control de constitucionalidad al analizar la constitucionalidad de una ley realiza el análisis entre el sentido normativo atribuido a
la norma impugnada y el que le atribuye a la Constitución, es decir, para realizar
el control de constitucionalidad debe determinar previamente el sentido de la
ley y el de la Constitución, pero al mismo tiempo y por otra parte tampoco la
interpretación de la Constitución es un monopolio del Tribunal Constitucional
Plurinacional, pues todo juez ordinario no está habilitado a interpretar de cualquier
forma la ley sino que su interpretación debe ser “desde” y en su caso “conforme”
a la Constitución lo que requiere que previamente se determine su sentido, de
ahí que no sea posible diferenciar en una sentencia hasta donde se realizan ambos
tipos de interpretaciones.
• El Tribunal Constitucional Plurinacional boliviano a menudo ha establecido
tajantemente que: “…resulta congruente afirmar que es atribución del Tribunal
Constitucional interpretar la Constitución, y de la jurisdicción común, interpretar
21 La SC 1082/2003-R de 30 de julio, pronunciada por el Tribunal Constitucional boliviano establece que:
“En nuestro país, el legislador constituyente ha instituido el recurso de amparo como un medio de tutela para la
eficaz salvaguarda de estos derechos; los cuales, desde un punto de vista moral y político, se consideran básicos para
la convivencia humana, creando a su fragua las condiciones necesarias para asegurar el desarrollo de la vida del
hombre en libertad, en circunstancias compatibles con la dignidad humana, legitimando y limitando el poder
estatal, creando así un marco de convivencia propicio para el desarrollo libre de la personalidad”.
22 Limbach (2000).
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el resto del ordenamiento jurídico; o lo que es lo mismo, la legalidad infraconstitucional u ordinaria…”23, pese a ello, el método que utiliza para dicha separación
es poco claro, es decir, por un lado insinúa con ello que al juez ordinario no le
incumbe la interpretación de la Constitución y al mismo tiempo al revocar una
resolución judicial lo hace porque la autoridad judicial ordinaria no efectuó una
interpretación de la ley conforme a la Constitución de forma que, en ese caso, no
solo se contradice sino que ignora el hecho de que al ser la Constitución norma
normarum la misma se encuentra por ello implícita en la ley; de ahí que, en las
demandas de amparo constitucional para determinar si corresponde o no ingresar
al fondo de una problemática resulta muy difícil o incluso artificial utilizar la distinción de la violación de la Constitución y la violación de la ley para determinar
si tiene o no competencia.
5. Bibliografía citada
a) Normas jurídicas citadas
Constitución Política del Estado de Bolivia. 2009.
Código Procesal Constitucional. Ley. Nº 254 de 5 de julio de 2012.
b) Documentos en formato electrónico
Aragón Reyes, Manuel. “Algunas consideraciones sobre el recurso de amparo”.
Fecha de consulta: 10 de octubre de 2013. Disponible en: biblio.juridicas.
unam.mx/libros/1/344/4.pdf
Carpio Marcos, Edgar. “Interpretación conforme con la Constitución y las
sentencias interpretativas (con especial referencia a la experiencia alemana)”.
Fecha de consulta: 10 de noviembre de 2013.Disponible en http://biblio.
juridicas.unam.mx/libros/6/2560/10.pdf
Carpizo, Jorge y Fix-Zamudio, Héctor. “Algunas reflexiones sobre la interpretación constitucional en el ordenamiento mexicano”. Fecha de consulta:
3 de noviembre de 2013. Disponible en: http://biblio.juridicas.unam.mx/
libros/3/1052/3.pdf
De Asís, Rafael. “Sobre la interpretación de la Constitución en una sociedad
multicultural”. Fecha de consulta: 15 de octubre de 2013. Disponible en:
23 Tribunal
88
Constitucional de Bolivia. Sentencia Constitucional 0802/2006-R de 15 de agosto.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 73-90
Interpretación constitucional e interpretación legal: límites inciertos
http://www.google.com.bo/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&frm=1&source=
web&cd=1&cad=rja&ved=0CCkQFjAA&url=http%3A%2F%2Fwww.
tiempodelosderechos.es%2Fbiblioteca%2Fdoc_download%2F15-sobrela-interpretacion-de-la-constitucion-en-una-sociedad-multicultural.html&
ei=IrqwUtONE8nfkgfTsYCYCQ&usg=AFQjCNHTUp6bf49-Y8312557sFxFWuTkw&bvm=bv.58187178,d.eW0
Hakansson-Nieto, Carlos. “Los principios de interpretación y precedentes
vinculantes en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional peruano. Una
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ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad en la definición
de potestades federativas en Brasil”
Emerson Gabardo
La inexistencia de un criterio constitucional
de subsidiariedad en la definición de potestades
federativas en Brasil*1
The absence of a constitucional criterion of subsidiarity in the
definition of federal powers in Brazil
Emerson Gabardo**
Pontificia Universidad Católica de Paraná
Universidad Federal de Paraná (Brasil)
[email protected]
Resumen: El objetivo de esta investigación es proponer la inexistencia de un criterio de subsidiariedad en el sistema constitucional brasileño. Este artículo parte desde un análisis de la situación del
municipio en el sistema de distribución de potestades federativas en Brasil, siguiéndose al estudio de
la reforma administrativa en Brasil y su intento de utilización del criterio de subsidiariedad para la
definición de dichas potestades. La conclusión obtenida es que esta propuesta de reforma no ha sido
aceptada en Brasil, y tampoco podría ser. Es decir, la inexistencia de un criterio subsidiario a priori
para la definición de las relaciones de potestades entre municipios y las demás entidades federativas
en Brasil es una característica que debe ser preservada en el sistema brasileño, diferenciándose, por lo
tanto, del sistema europeo.
Abstract: The aim of this investigation is to propose the absence of a subsidiarity criterion in
Brazilian constitutional system. The article starts with an analysis of the situation of the municipality in
the system of federal powers in Brazil, followed by the study of the administrative reform in Brazil and
its intent to use the criterion of subsidiarity in the definition of federal powers. However, the conclusion
obtained is that this reform proposal was not accepted in Brazil and never should be. In other words,
the lack of a subsidiary criterion for the definition of relationships between the municipality and others
Federative levels’ power is a feature that must be preserved in the Brazilian system, differentiating,
therefore, of the European system.
Palabras Clave: Subsidiariedad, Potestades federativas, Municipio; Descentralización; Reforma
administrativa.
Key words: Subsidiarity; Federal powers; Municipality; Decentralization; Administrative reform.
* Trabajo
recibido el 7 de octubre de 2014 y aprobado el 22 de abril de 2015.
** Profesor del Departamento de Derecho Público de la Universidad Federal de Paraná y Profesor del Programa
de Doctorado de la Pontificia Universidad Católica de Paraná (Brasil); Doctor en Derecho del Estado en la
Universidad Federal de Paraná. Postdoctorado en Derecho Público Comparado por la Fordham University
School of Law (EUA). Miembro Fundador del Centro Didattico Euro-americano sulle Politiche Costituzionali
da Università del Salento (Italia). Director Adjunto del Instituto Brasileño de Derecho Administrativo.
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Emerson Gabardo
1. La situación del municipio en el sistema de distribución
de potestades federativas en Brasil
Desde el estricto punto de vista de la estructuración orgánico-dogmática
brasileña, según los términos que establece la Constitución Federal de 1988, es
necesario que se comprenda el Estado como una persona jurídica de carácter
atípico. Su personalidad jurídica es establecida artificialmente a nivel constitucional, reconociendo la primacía de su naturaleza pública (aunque se admitan
excepciones, las personas estatales de derecho privado –lo que no deja de ser algo
peculiar–). De todos modos, ser una persona esencialmente de Derecho Público
significa decir que su organización y relacionamiento con terceros son regidos por
normas de idéntica naturaleza, ya sea en sus relaciones externas (fruto del ejercicio horizontal de la soberanía), sea en el espacio interno (resultado del ejercicio
vertical de la soberanía).1
Ocurre que la República Federativa de Brasil, pese a que se reconozca su
existencia político-jurídica como “persona”, no ejerce “personalmente” su personalidad. Por razones de eficiencia administrativa y también debido a un proceso
histórico de consolidación del sistema federativo2, Brasil se encuentra, en primer
lugar, dividido en personas políticas (Unión, Estados, Distrito Federal y Municipios), y luego en personas administrativas (Autarquías, Fundaciones Públicas,
Empresas Públicas y Sociedades de Economía Mixta). Todas ellas son capaces de
auto-administrarse, aunque las primeras puedan innovar en el sistema jurídico
por medio de la elaboración de leyes, y que las segundas no tengan dicha prerrogativa, considerando que estas últimas están vinculadas por el principio de
legalidad estricta.
Existen, por lo tanto, diversas formas de descentralización que fueron constituidas históricamente en Brasil (y en América Latina como un todo), sea con
un perfil político, sea con naturaleza meramente administrativa.3 Además, dicho
1 Mayores detalles sobre la cuestión de la subsidiariedad horizontal en Brasil pueden ser obtenidos con la
lectura de una obra anterior: Gabardo (2009).
2 Resultado de un largo debate que fue típico de la historia política de Brasil. Sobre el tema, véase: Nunes
(1999).
3 Jorge Nef hace la siguiente síntesis del mecanismo típico de los órganos descentralizados en Latinoamérica:
“Los órganos descentralizados tienen estatutos aprobados en una legislación especial que les confiere una
relativa independencia operacional de naturaleza estatutaria, presupuestaria y de personal en relación con
los órganos centrales; en algunos casos, ellos operan según las provisiones del derecho privado.” (…) Sin
embargo, en los últimos años, hubo algunos cambios importantes. La descentralización funcional fue
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La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad...
fenómeno es típico del incremento de la complejidad social y de las exigencias
ante el Estado que no dejaron de ampliarse a partir de la superación del Estado
liberal. Maria Sylvia Zanella di Pietro señala al menos tres maneras fundamentales
de ser realizada la transferencia de actividades públicas para los niveles inferiores:
(i) por criterio geográfico o territorial; (ii) por servicios o funciones; y (iii) por
colaboración. Todas ellas tienen su relevancia en el proceso de identificación del
titular de la actividad y del prestatario de servicios públicos. Por un lado concretando un objetivo de especialización y por otro utilizando métodos de gestión
privada, el Poder Público desarrolló medios de transferencia de sus actividades,
objetivando el alcance de resultados más eficientes.4 La concesión y el permiso
de servicios públicos son ejemplos útiles de esta realidad (que no es nueva, pero
que evoluciona pendularmente, según las opciones político-intervencionistas
del Estado).
Preliminarmente, cabe destacar que la existencia de atribuciones específicas previamente delimitadas para la titularidad de potestades federativas no
soluciona el problema de la interconexión de áreas. Se observa que la doctrina,
desde hace mucho, consagró la diferencia entre las facultades exclusivas (concedidas a un ente, con exclusión de los demás, por lo que son prerrogativas
indelegables), privativas (propias de una entidad, aunque sujetas a transferencia
y suplemento; siendo, de este modo, delegables), concurrentes (cuyas normas
generales compiten a la Unión, siendo posible la complementación mediante
normas específicas de los Estados-miembros y del Distrito Federal y normas
suplementares de los Municipios) y, por último, las comunes (que pertenecen a
todos indistintamente, siendo muy variables de acuerdo con el asunto y situación concretas).5 No obstante, en muchas situaciones la estipulación formalconstitucional de potestades poco contribuye para la definición de una adecuada
regulación pública de sectores. Principalmente considerando que en Brasil es
prácticamente un consenso que las normas federales, estatales y municipales
no se encuentran en una situación de jerarquía, bajo pena de ser tenida como
sustituida de manera continua por la privatización, desregulación y recorte de funcionarios”. Nef (2010),
p. 524.
4 Zanella (2002), pp. 51 y ss.
5 Esta es, al menos, una de posibles clasificaciones. Sin embargo, la falta de una sistemática constitucional
respecto del asunto vuelve el tema muy controvertido. Para mayores detalles de dicha clasificación y de otras
posibles, véase: Dias (2005).
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inconstitucional. 6 La potestad en la esfera de los servicios públicos puede ser
un ejemplo ilustrativo de dicha realidad.
Según el artículo 21 de la Constitución, cabe a la Unión Federal la realización
de los servicios públicos postales y de correos aéreos nacional (inciso X), telecomunicaciones (inciso XI), radiodifusión sonora y de sonidos e imágenes (inciso
XII, alinea “a”), instalaciones de energía eléctrica y aprovechamiento energético
de los cursos de agua (inciso XII, alinea “b”), navegación aérea, aeroespacial e
infraestructura aeroportuaria (inciso XII, alinea “c”), transporte ferroviario y
marítimo entre puertos brasileños y fronteras nacionales o que transpongan los
límites de los Estados (inciso XII, alinea “d”), transporte vial interestatal e internacional de pasajeros (inciso XII, alinea “e”). La atribución para la prestación de
dichos servicios es estipulada numerus clausus, una vez que no pueden ser creadas
otras que no aquellas que puedan ser encuadradas en uno de los dispositivos ya
mencionados.
A los Estados federados cabe, según el párrafo primero del artículo 25, la
prestación de los servicios de gas canalizado y, aún, son a ellos destinados todos
los servicios públicos privativos del Estado no reservados a la Unión o a los Municipios. Esto significa que, en Brasil, los Estados tienen una importante potestad
de carácter residual en el tema.
Ya a los Municipios, en lo que se refiere a la potestad político-administrativa,
son reconocidos por el sistema jurídico brasileño como auténticos entes integrantes
de la federación, confiriendo a ellos los servicios denominados genéricamente como
de “interés local”, muy pronto ejemplificados mediante la previsión específica
de los servicios de transporte colectivo (dentro, obviamente, de su jurisdicción
territorial).
Tradicionalmente en el Derecho Comparado, el Municipio no forma parte de
la Federación, y en la tradición constitucional brasileña anterior a la Constitución
de 1988 sucedía lo mismo.7 En la Constitución de 1891 la autonomía municipal
existía para los asuntos de su “peculiar interés”. En la de 1934 había temas de
carácter político, financiero-tributario y administrativo (lo que significaba una
opción por canales descentralizadores).
Ya en la autoritaria Constitución brasileña de 1937 se regresa al modelo
centralizado, típico de un Estado con pretensiones unitarias (aunque se previera
6 Macedo (2005), p. 190.
7 Machado (1995), pp. 621 y ss.
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paradójicamente la existencia jurídica de las regiones).8 Según Raul Machado
Horta, solamente con la Constitución de 1946 es que hubo un robustecimiento
del municipio, incluso debido a la prescripción de transferencias presupuestarias
obligatorias, a la limitación de la posibilidad de intervención estatal y a la garantía
de su efectiva autonomía política, reiterándose la administración de su “peculiar
interés”, especialmente en lo que respecta a los servicios públicos locales. La Constitución de 1967 mantuvo el principio de autonomía local, aunque sin incluir
el municipio en la distribución de potestades entre los entes federativos (siendo
dicha autonomía limitada en 1969, junto con la de los Estados, en beneficio de
la Unión).9
El sistema de regionalización y autonomía se ha fortalecido en Brasil a partir
de los 90 debido a la Constitución Federal de 1988 y a la política de reforma ocurrida en la misma época. La ideología de fortalecimiento de los gobiernos locales
fue dominante en el universo político-jurídico del periodo en diversos países de
América Latina, principalmente en Brasil o en Chile.10 Como afirma Jorge Nef,
en este periodo, “bajo el pretexto de una mayor especificidad, los órganos descentralizados territorialmente (particularmente las municipalidades) aumentaron en
cantidad, función e importancia”,11 aunque en algunos casos haya ocurrido un
fenómeno paradójico de centralización en la práctica de la gestión administrativa.
Según Víctor Bazán, la Argentina es un ejemplo de esto, pues aunque la reforma
constitucional de 1994 haya pretendido fortalecer el federalismo argentino en el
plan de las normas, hay “un intenso déficit en la aplicación real de las mismas”.12
El problema es que la identificación de los servicios de interés local no es
fácil. La imprecisión de dicho concepto jurídico indeterminado puede generar
interpretaciones ambiguas que, al final, además de producir alteraciones de perfil
8 El artículo 29 de la Constitución de 1937 disponía que: “Os municípios da mesma região podem agrupar-se
para instalação, exploração e administração de serviços públicos comuns. O agrupamento, assim constituído,
será dotado de personalidade jurídica limitada a seus fins.” A su vez, su párrafo primero establecía para el
Estado la potestad para “regular as condições em que tais agrupamentos poderão constituir-se, bem como
a forma de sua administração.”
9 Machado (1995), pp. 627 - 633.
10 En los 90, Chile ha sufrido reformas que democratizaron los municipios, ampliaron la institucionalización
de los gobiernos locales y también sus atribuciones. Nogueira (2008), p. 334.
11 Nef (2010), p. 524. Traducción libre.
12 Y
sigue el autor: “En otras palabras, no se ha robustecido el federalismo y, en contrapartida, ha crecido
disfuncionalmente el centralismo, con el consecuente quebranto de la calidad democrática e institucional”.
Bazán (2013), p. 80.
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tecnológico, socioeconómico e institucional, “los intereses locales y regionales se
cruzan y se interrelacionan”.13
Es por dicha razón que Rogério Gesta Leal defiende la idea de que el interés
local no surge según determinadas ramas, sino en razón de situaciones concretas.
Es decir, aunque reconozca “la existencia de temas que interesan a todo el país,
pero que, por tener aspectos que exigen reglamentación propia para determinados territorios, deben ser detallados solamente en dichos territorios y no en toda
la extensión del país”, el autor hace la observación de que “aspectos del mismo
asunto pueden exigir un manejo diferenciado por la Unión, por los Estados y por
los Municipios”. Lo fundamental, en esta perspectiva, es que no se pierda de vista
que cabe esencialmente al ente político más cercano al problema la “formación
de instrumentos normativos (como también sus consecuentes acciones públicas),
capaces de buscar la concreción de la función social de la ciudad”.14
Esta idea de interés local de las ciudades (aunque tópicamente considerada) es
confrontada con la existencia cada vez más expresiva de las regiones metropolitanas
(en la actualidad, cuando el enfoque está en los grandes centros de urbanización
donde reside la mayor parte de la población brasileña, es imposible el estudio de
los servicios de transporte colectivo urbano, por ejemplo, únicamente por el ángulo
intramunicipal). Es de aquí la construcción, desde la Enmienda Constitucional
Nº 848 a la Constitución de 1967, de la idea de intereses que serían comunes
(ni generales, ni locales).15
Es cierto que los aspectos jurídicos e institucionales de las regiones metropolitanas ya están establecidos por la Constitución de 1988. Dispone su artículo
25, párrafo 3º que “los Estados podrán, mediante ley complementaria, instituir
regiones metropolitanas, aglomeraciones urbanas y microrregiones, constituidas
por agrupaciones de Municipios limítrofes, para integrar la organización, la elaboración y la ejecución de funciones públicas de interés común”. De este modo,
hay una potestad estatal (y no municipal) para las cuestiones de “interés común”
13 Musetti (2003), p. 94. Traducción libre.
14 Gesta (2003), pp. 86 y ss. Traducción libre.
15 Raul Machado Horta recuerda el concepto (aún útil) de servicios de interés común contenido en la
motivación del proyecto de enmienda: “dejan de ser exclusivo interés local, por vinculados estar a toda la
comunidad metropolitana. Pasan a constituir la composición intermunicipal de aquellas localidades y, por
ello, deben ser planeados y ejecutados en conjunto por una administración unificada y autónoma, mantenida
por todos los municipios de la región, en la proporción de sus recursos, y si estos fueran insuficientes, deben
ser complementados por el Estado, o incluso por la Unión, porque sus beneficios también se extenderán a
los gobiernos estatal y federal”. Cf.: Machado (1995), p. 647. Traducción libre.
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(es decir, de interés metropolitano), que se aglutina a la típica potestad legislativa
y de policía administrativa concurrente (prevista en el art. 24 –principalmente en
cuestiones ambientales y urbanísticas).
Siendo así, la región metropolitana deberá ser organizada por el Estadomiembro, no obstante deba haber la participación de los municipios, no olvidándose de las normas generales de la Unión (especialmente en el tema urbanístico y relativo al medio ambiente, como ya afirmado). Véase que es posible
la intervención del Estado Nacional (y de todos sus entes federativos) cuando
él desempeña funciones de agente de promoción del desarrollo (y los servicios
públicos en esta línea representan fuertes instrumentos de desarrollo).16 En lo
restante, es común que las Constituciones de los Estados de la Federación destaquen el carácter plural y conexo de la organización y del funcionamiento de
las regiones metropolitanas, disponiéndose expresamente sobre la participación
de los municipios y de la sociedad civil, lo que acaba por prestigiar la gestión
asociada de los servicios públicos, según lo que dispone el artículo 241 de la
Constitución Federal.
2. La subsidiariedad en el contexto del desarrollo europeo
y algunas aproximaciones con el contexto brasileño
De la misma manera que el federalismo es un concepto típicamente estadunidense, la idea de subsidiariedad es típicamente europea. Sin embargo, a pesar
de la gran importancia del principio de subsidiariedad en Europa, dicha noción
no está necesariamente relacionada con la idea de desarrollo. Al revés, la idea
de subsidiariedad no se adecua mucho al proceso de desarrollo adoptado en
Brasil, que prestigia la actuación de la Unión en el primer plan y de los Estados
en el segundo plan, para luego partir para las colectividades más cercanas de los
ciudadanos. Más que la subsidiariedad, la “solidaridad” ha sido el elemento que
equilibra la báscula. Como ejemplo se puede mencionar el caso español. En los 80
y 90 fueron reducidas en un ritmo muy significativo las desigualdades regionales,
principalmente entre las comunidades autónomas. Según los datos señalados por
16 Como ejemplo merecen mención dos artículos constitucionales paradigmáticos sobre el tema. El artículo
174 caput dispone que: “Como agente normativo e regulador da atividade econômica, o Estado exercerá,
na forma da lei, as funções de fiscalização, incentivo e planejamento, sendo este determinante para o setor
público e indicativo para o setor privado”. Ya el artículo 182 establece que: “A política de desenvolvimento
urbano, executada pelo Poder Público municipal, conforme diretrizes gerais fixadas em lei tem por objetivo
ordenar o pleno desenvolvimento das funções sociais da cidade e garantir o bem-estar de seus habitantes”.
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Rafael López Pintor, las diferencias de distribución del producto nacional entre
las regiones es cada vez menor. Y aunque parte de este logro sea indubitablemente debido al crecimiento endógeno, no se puede ignorar el fuerte impacto de la
política de compensación interterritorial realizada tanto a nivel nacional, como
por labor de la Unión Europea.17 Es cierto que la crisis del inicio de este siglo
haya afectado dicha realidad, pero sus pilares teóricos siguen siendo los mismos,
es decir, pese a que la crisis y los movimientos separatistas (internos y externos a
los países del bloque) sigan existiendo, la Unión Europea continúa intacta.
Resulta interesante observar que, mediante un mecanismo de estrecha colaboración, los fondos para el desarrollo utilizados en la Unión Europea (denominados “fondos estructurales”) son eminentemente centralizados.18 En 1988 fue
instituido un Reglamento de Aplicación de los Fondos, construido no a partir
del principio de subsidiariedad, sino a partir del principio de cooperación, que
supone la creación de un “triángulo” entre región, Estado y Comunidad.19
El propio FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional), una primera
forma de política regional oficial de la UE, no retrata, aún, una concreta muestra
de regionalización. Al revés, está asociado a la expansión comunitaria. Él se basa
en el art. 255 del Tratado de Lisboa que posibilita a la estructura supranacional
la creación de potestades no expresamente previstas en el tratado, desde que sean
para atender a los objetivos de la comunidad.
La adopción de políticas no subsidiarias no significa la desconsideración de
la situación concreta de las regiones, sino al contrario, configurando un criterio
balizador fundamental de las políticas de desarrollo de la Unión Europea. Lo que
ocurre es que el fundamento para la adopción de este modelo no es el principio
de subsidiariedad, sino el “principio de cohesión social”.20 La desigualdad en Europa aún es un factor complejo de influencia en el proceso de integración, razón
por la que las políticas desarrollistas son de extremada importancia en un primer
momento, teniendo como objetivos: a) buscar la transformación de las regiones
con escaso desarrollo o en declive industrial acentuado; b) reducir la ruralidad y
sectores de densidad poblacional muy baja; c) controlar la situación de paro de
17 López (1993), p. 26.
18 Fondo
Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), Fondo Social Europeo (FSE), Fondo Europeo de
Orientación y Garantía Agrícola (FEOGA) e Instrumento Financiero de Orientación de la Pesca (IFOP).
Representaron alrededor de un tercio del presupuesto de la Unión Europea en los 90. Cf.: Stuart (2002).
19 Pires (1994), p. 90.
20 Stuart (2002), p. 7.
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larga duración; d) evitar el desempleo asociado a las mutaciones industriales y,
finalmente, e) fomentar la adaptación estructural de la agricultura y de la pesca.21
Para dicha finalidad, y como consecuencia directa de los Länder alemanes, fue
introducido en el Tratado de la Unión Europea el “Comité de Regiones”, que es
una institución de representación con carácter consultivo, según las diferentes
estructuras componentes de la Unión.
La idea de creación de las regiones no consiste en algo ya acabado; fue desarrollada paulatinamente a nivel comunitario, volviéndose en una nueva forma de
encuadramiento intermedio para la indicación de desarrollo y planificación. En
resumen, en los 70 las regiones no existían expresamente en los tratados; en los
80 hasta los 90 surgen las políticas regionales (principalmente desde una perspectiva territorial y económica); y solamente después es que, con el Tratado de
Maastricht, las regiones son integradas institucionalmente a la estructura política
comunitaria.22 Actualmente, ellas tienen gran importancia. Muchas veces lo que
importa no son las fronteras jurídicas, sino las económicas y culturales.
Como no podría dejar de ser, la clara tendencia observada en la actuación
del Comité es la de interpretar el principio de subsidiariedad como una cláusula
de no intervención en los Poderes Públicos en general “cuando los ciudadanos
puedan actuar de manera suficiente y eficaz”. Al final, según su concepción, la
gradación de potestades con el prestigio de los entes inferiores redundaría en una
mayor legitimidad democrática, transparencia y eficacia de las acciones.23
En el plan internacional, quizás el nivel institucional con mayor conexión
entre el desarrollo y la subsidiariedad son los encuentros promovidos por la
ONU. La Agenda 21, un documento-compromiso firmado en Río de Janeiro
en 1992 en el marco de la “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente y el Desarrollo”, al lado de establecer un concepto de actividades sostenibles a partir del comprometimiento entre generaciones, estableció tres premisas
fundamentales: a) la integración de los conceptos de desarrollo, bienestar social
y calidad de vida; b) la exigencia de una mejor distribución de la riqueza tanto
entre las generaciones presentes, como también de las futuras; c) la proposición
de una concreta utilización racional de recursos naturales. Para la realización
de estos supuestos, la idea es dar preferencia a la democracia participativa en el
21 Stuart (2002), p. 9.
22 Pires (1994), pp. 83-91.
23 D’Oliveira (2003), p. 252.
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lugar de la representativa, transfiriéndose para el nivel local una buena parte del
“protagonismo de la ciudadanía”.24
La parte tercera del Capítulo 28 del Programa aborda el asunto, estableciendo
un plan de acciones locales a favor del desarrollo ambiental.25 Se intenta, así,
sustituir el “gobierno convencional” por un modelo multinivel y relacional, en
el que se amplían las posibilidades de las administraciones locales. En términos
generales, la Agenda 21 es bastante sectorizada, no traduciéndose en una concreta
regla general de subsidiariedad. Sin embargo, parece claro que su espíritu está en
las entrelíneas de todo el documento. Consecuentemente, la estrategia territorial
europea para la práctica de la sostenibilidad ambiental debe realizarse desde la
escala local. En la Cumbre Mundial del Desarrollo Sostenible de Johannesburgo
(Rio + 10), de 2002, el reconocimiento de la subsidiariedad fue más enmarcado
al ser reconocidas las regiones como el primero y el mayor nivel de subdivisión
política dentro de los Estados individualmente representados en la ONU.26
Por otro lado, toda esta promoción del principio tiene poco impacto en Estados
ya descentralizados (en lo que se refiere al plan vertical). En Europa, el énfasis
conferido a la subsidiariedad en los documentos firmados en estos grandes encuentros internacionales termina reflexionando más sobre una ansiedad autonómica
política y económica de las regiones y de los ciudadanos que propiamente sobre
un instrumento real de desarrollo ambiental (aunque los reflejos de dicha tendencia acaben resultando en la ampliación de la protección y de la sostenibilidad).
En el plan horizontal, se vuelve difícil verificar una real transferencia de potestades, más allá de la ampliación de la participación consultiva y fiscalizadora. Sin
duda, en este ámbito el documento tiene connotación y efectos prioritariamente
simbólicos. Pese a que se produjo la ampliación de las menciones expresas a la
subsidiariedad en el contexto no sólo brasileño y europeo, sino global, quizás fuera
más apropiado pensar en un concepto de “responsabilidad compartida”. Dicha
propuesta parece haber sido acogida por el Tratado de Ámsterdam, además de
estar directamente formulada en el “Quinto Programa de Acción Ambiental de
la Unión Europea” de 1993. Francisco Javier Sanz Larruga afirma que se trata de
una idea mucho más amplia que la de subsidiariedad, ya que un principio para
compartir responsabilidades no establece preferencias apriorísticas, sino “una acción
24 Brunet y Coll (2005), p. 425.
25 ONU (2008).
26 Brunet y Coll (2005), p. 429.
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concertada por parte de todos los actores implicados, que deberán cooperar entre
sí”. El concepto de responsabilidad compartida requiere “no tanto la selección de
un determinado nivel en perjuicio de otro, más bien, una intervención mixta de
actores e instrumentos en los niveles adecuados”.27
En lo que respecta al particular universo de los Estados aún en desarrollo,
como Brasil, se hace necesario huir de las posiciones ingenuas sobre el tema. A
pesar de toda la consagración en el plan del “deber ser”, tanto en el plan moral
como en el jurídico de derechos conectados al desarrollo, existen relevantes
obstáculos fácticos. Esto ocurre pues, aunque no exista una falta de recursos
financieros a los Estados como Brasil (principalmente considerándose la economía incrementada de la primera década de este siglo) y además de no haber
crisis que se verifique en la producción de una económica a escala mundial,
hay una profunda crisis de distribución. En el mundo del inicio del siglo XXI,
alrededor de trescientos multimillonarios tienen una renta de igual o más de
dos mil millones de individuos (como un tercio de la población mundial).28 Y
Brasil es uno de los Estados con un mayor grado de desigualdad entre los polos
de la pirámide social.
Dicha coyuntura hace que algunos autores defiendan que el desarrollo sea
no más que un mito construido en los siglos XIX y XX, a partir de las ideas
evolucionistas que no tendrían reales elementos de fundamentación. La “ideología de la felicidad”, típica del desarrollismo, sería una construcción teórica sin
condiciones efectivas de concreción.29 Sin dejar de considerar esta importante
perspectiva crítica, no es posible imaginar otra posición que no sea la de la defensa del “deber ser” consagrado en la dogmática constitucional brasileña, que
prescribe un modelo de Estado social a partir de una moralidad que permea,
influye y determina la aplicación de dichas normas, cuya finalidad es alterar una
realidad que no le es compatible, a partir de todos los niveles de la Federación,
sin preferencias.
Sin embargo, una de las tendencias conectadas al proyecto de reforma
gerencial-liberal permanentemente en debate en Brasil, es exactamente la valoración de una manera de manejo de la gestión pública que pasó a ser llamada de
“gobernanza”. Sustituyéndose la expresión común “gobierno” por un eufemismo
27 Sanz (1999), p. 561.
28 Rivero (2002), p. 130.
29 Rivero (2002), p. 125.
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que le pudiera extraer la connotación “autoritaria” que eventualmente podría
caracterizarla, se empezó a elaborar toda una teoría alrededor de dicha noción.
En Europa, el término obtuvo tanto éxito en la comunidad política y académica
que fue instituido en 2001 un documento con título “Governanza Europea: un
Libro en Blanco”.30 El contenido del libro se refiere a problemas típicamente
europeos como: la necesidad de una mayor participación y apertura del proceso
de decisión europea; la adopción de mejores políticas, regulación y resultados del
proceso legislativo comunitario; como también la definición de las atribuciones
de las instituciones. Empero, también contempla la meta de diseminar las “nuevas
ideas de una buena administración” para el resto del mundo.31 Tanto es así que
uno de sus objetivos es justamente instituir un proyecto de “gobernanza global”,
traspasándose las barreras de Europa, en un intento de reforzar la eficacia de las
instituciones internacionales y extranjeras (tanto públicas como privadas).32 En
Brasil, la idea de “gobernanza” obtuvo poco impacto en el universo jurídico,
siendo más relevante para los administradores y los economistas.
Las ideas inherentes a la gobernanza son recibidas con un cierto entusiasmo,
principalmente por los actores relacionados con las entidades públicas no gubernamentales y propiamente privadas (del mercado). Tanto es así que ha surgido
incluso un “Instituto Brasileño de Gobernanza Corporativa”, cuya finalidad es la
de defender postulados que puedan “aumentar el valor de la sociedad, facilitar su
acceso al capital y contribuir para su continuidad”.33 Se busca ampliar los medios
de interlocución y administración de los juegos de intereses sociales. Según Gustavo Henrique Justino de Oliveira, “uno de los obstáculos en la dirección de las
políticas estatales está relacionado al débil desempeño del Gobierno en lo que se
refiere a la consecución de metas colectivas”. Y la respuesta para dicho problema
30 “Los
Libros Blancos publicados por la Comisión son documentos que contienen propuestas de acción
comunitaria en dominios específicos. Surgen, algunas veces, en la secuencia de Libros Verdes, cuya finalidad
consiste en lanzar un proceso de consulta a nivel europeo. Cuando el Consejo acoge favorablemente al Libro
Blanco, este puede originar un programa de acción de la Unión Europea en el dominio en causa. (...) Los
Libros Verdes son documentos publicados por la Comisión Europea destinados a promover una reflexión a
nivel europeo sobre un tema en específico. Invitan, así, a las partes interesadas (organismos y particulares) a
participar en un proceso de consulta y debate, con base en las propuestas que presentaron. Los Libros Verdes
pueden, a veces, constituir el punto de partida para desarrollos legislativos que son expuestos en los Libros
Blancos”. Comissão das Comunidades Européias (2001).
31 Rodríguez-Arana (2006).
32 Comissão das Comunidades Européias (2001).
33 La descripción es de Justino de Oliveira. Cf.: Justino (2008), p. 26.
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La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad...
pasaría por la ampliación de la participación de la sociedad civil por intermedio
de más negociaciones, acuerdos y contratos, lo que prestigiaría la visión de un
“Estado mediador” en detrimento del tradicional “Estado impositor”.34
Esto no significa que todas las nuevas formas que pasan a desarrollarse en
el momento post-Constitución de 1988 ocurran necesariamente desde dicho
paradigma. El propio ambiente burocrático, aún antes de las reformas gerenciales de los 90, ya era fuertemente criticado, y en general con razón.35 Ejemplo
paradigmático de ello es el “Programa Nacional de Desburocratización” instituido en 1979, cuyo objetivo era “simplificar y dinamizar el funcionamiento de
la Administración Federal, reducir la interferencia del Gobierno en la actividad
privada y facilitar la atención de los usuarios del servicio público”.36 La idea de
reforma y modernización de la Administración Pública burocrática, por lo tanto, no nació con el gerencialismo típico de los 90, y ni siquiera terminó con él,
como si él hubiera realizado una “superación dialéctica” o incluso una “ruptura
de paradigma epistemológico”.37
De todos modos, y a pesar de las distintas perspectivas posibles, el hecho es
que, en el presente momento, se ha vuelto recurrente, como modelo modernizante, el intento de importación del paradigma europeo, enfocado en la idea
general de gobernanza y en la proposición de que la subsidiariedad horizontal y
vertical era un a priori necesario. Pues, aunque aparentemente dicha idea pueda
ser interesante, cabe subrayar que la realidad europea es muy distinta de la de los
países en desarrollo, como Brasil.
Diferentemente de la Unión Europea, el enfoque de la gobernanza y de la
subsidiariedad se vuelve esencialmente administrativo (en la prestación de servicios) y no en la participación dentro del proceso político de decisión respecto
del ejercicio de la función administrativa. Dicha situación acaba por alterar, para
peor, el ya retórico discurso tanto de la gobernanza como el de la subsidiariedad
(que es más simbólico que real), una vez que desde el punto de vista ontológico
34 Justino
(2008), pp. 27-28.
35 No fueron pocos los estudios de la época sobre la cuestión de la necesidad de modernización de la
Administración Pública brasileña. Como ejemplo, véase la recopilación de textos sobre el asunto conducidos
por el Instituto de Planeamiento Económico y Social en el final de los 70. Cf.: Ramos et al. (1980).
36 Brasil (1982), pp. 1 y ss.
37 En realidad, la historia del reformismo administrativo en Brasil es caracterizada por intentos, ni siempre
eficaces, de una mejora estructural y funcional del aparato del Estado. Sobre dichos intentos, merece, destacarse
que las investigaciones de Beatriz M. de Sousa Wahrlich. Cf.: M. de Sousa (1974) y Wahrlich (1984).
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no innova en nada (o muy poco) en los métodos tradicionales de democracia del
Estado de bienestar. Se trata de un discurso construido fundamentalmente como
resultado de la perenne dificultad práctica de los gobiernos de los Estados desarrollados y en desarrollo (aunque por motivos radicalmente diversos) de propiciar
la proclamada participación efectiva de los ciudadanos en el ejercicio del poder
(principalmente en instancias más alejadas, como es el caso, en Brasil, de la Unión
Federal). Esto no significa que el discurso sea inútil, una vez que la carencia de
realización práctica de una postura estatal más próxima de los individuos justifica
plenamente el énfasis en nuevos intentos de realización democrática.
3. Reforma administrativa en Brasil y el intento (frustrado)
de utilización del criterio de subsidiariedad como criterio
de definición de potestades
En Brasil, así como en diversos otros Estados característicamente interventores, se observó en las dos últimas décadas del siglo XX un proceso de reforma del
Estado, con un claro sesgo liberal, flexible y con objetivos desestatizadores, aunque
con matices bastantes diferenciadores en cada localidad. La propuesta de que sería
interesante la transferencia de actividades tenidas como no exclusivas del Estado
para la ejecución directa de la sociedad civil organizada gana fuerza y se vuelve
hegemónica, confiriendo legitimidad a las reformas estructurales preconizadas. Las
nuevas ideas propugnan por un regreso al pasado, con devolución a los individuos
de un papel protagonista de su destino. Según explica Marcelo Figueiredo, “Las
reformas económicas brasileñas incluyeron tres transformaciones estructurales que
se complementan, aunque no se confunden. Dos de ellas fueron precedidas por
enmiendas a la Constitución, mientras que la tercera se hizo mediante la edición
de legislación infraconstitucional y la práctica de actos administrativos”. Las tres
transformaciones destacadas por el autor son: 1. La extinción de determinadas
restricciones al capital extranjero; 2. La flexibilización de los monopolios estatales;
y 3. La privatización.38
Inicialmente, las reformas tenían como foco prioritario no los servicios sociales, sino los servicios públicos privativos,39 (como, por ejemplo, las telecomuni-
38 Figueiredo (2008), p. 211.
39 Con
relación a dicho raciocinio, se adopta la diferenciación de Carlos Ari Sundfeld entre el servicio
público (de titularidad estatal) y el servicio social (sin titularidad estatal). Sobre el asunto véase: Sundfeld
(2002) y Grau (2002), traducción libre.
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La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad...
caciones, energía y transporte) o, aún más profundos, los que se direccionaban
a las actividades económicas en sentido estricto ejercidas directamente por el
Estado. En este caso, la actuación del Estado debía ser sustituida por la acción
espontánea del mercado. La prioridad de dichas áreas resulta de la viabilidad
de privatización con incremento de la participación del capital extranjero en la
economía nacional y, principalmente, con posibilidad de elevada recaudación
financiera venida desde la venta del patrimonio estatal correlacionado a los servicios (valores estos necesarios a la amortización de la deuda externa). Trascurrida
cerca de una década del desarrollo de los programas de desestatización (con el
efectivo alcance de las finalidades de privatización respecto de las actividades
exclusivas), el Estado pasa a tomar los servicios sociales como una cuestión central para la continuidad de dicho proceso de reforma, volcado al mercado y al
individuo. Para tanto, se apoya en distintas ideologías liberales y postmarxistas,
como también en una mentalidad popular nítidamente favorable a los cambios
modernizadores. Diversos cuestionamientos emergen de este nuevo ideario: ¿el
individuo tenía alguna responsabilidad antes del Estado social, para que fuera
posible perderla? Si no, ¿qué está siendo “devuelto”? Si tenía, ¿por qué el Estado
necesita dedicar tanta energía en la promoción del tercer sector?
Una de las respuestas explicaría que justamente sea una actuación indebida,
una vez que el tercer sector debe caminar por sus propios medios, debiendo el
Estado cuidar de lo que le es peculiar. Sin embargo, en general, las soluciones
son mucho más complejas, exigiendo más que una evaluación científica, sino
también una opción ética. El modelo de Estado social hizo su elección al asumir
la responsabilidad; asumió la responsabilidad por sus acciones y por sus omisiones
(principalmente en el tema de derechos económicos y sociales).40
Y, además, realmente la experiencia no parece demostrar que en los Estados
donde esto ocurrió más intensamente haya habido ampliación de la apatía o
irresponsabilidad social. En este contexto, al contrario de respuestas, surge
una nueva duda: con la pretensa restricción orgánica del Estado social, ¿irá el
individuo a responsabilizarse? Y más que eso, ¿él tendría condiciones para hacerlo? Y si lo hace, ¿esto realmente promueve la constitución de un verdadero
espacio público?41
40 Wunder (2014), pp. 285-328.
41 Estos
argumentos y los cuestionamientos señalados referentes a la responsabilidad del individuo en el
Estado social fueron desarrolladas originalmente en trabajo publicado bajo el título “Eficiência e legitimidade
do Estado”. Cf.: Gabardo (2003), pp. 167 y ss.
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Las ideas que fueron implementadas en la última década del siglo XX en Brasil
fueron elaboradas por el extinto Ministerio de Administración Federal y Reforma
del Estado, por intermedio de la elaboración del Plan Director de Reforma del
Aparato del Estado de 1995,42 que estableció una estructura organizacional supuestamente “modernizadora” para el país, basada en la delimitación de sectores,
en la definición de objetivos, en la elaboración de una estrategia de transición y
en la fijación de proyectos específicos. La reforma gerencial anhelada objetivaba
una Administración Pública volcada para el “ciudadano-cliente” o “ciudadanousuario”, en pro de la mejora de la gobernanza del Estado. Se pretendía, por lo
tanto, más que una evolución para la democracia, sino una verdadera reforma en
la propia democracia.43
En dicho intento, los sectores a ser creados serían cuatro: núcleo estratégico
(que corresponde a los Poderes Legislativo y Judicial, a la Fiscalía, además de
parte del Poder Ejecutivo relativa a los ministros y sus subordinados directos, los
responsables de la formulación de políticas públicas), de actividades exclusivas, de
servicios no exclusivos, y de producción de bienes y servicios para el mercado.44
El objetivo central del núcleo estratégico es el gerenciamiento de la desburocratización, por medio de la promoción y supervisión del proceso de modernización;
el de las actividades exclusivas es sustituir la administración burocrática por la
gerencial, a través de la adopción de controles a posteriori (servicios públicos como
telecomunicaciones, energía y transporte)45; la finalidad principal atribuida a los
servicios no exclusivos del Estado es su “publicización” (es decir, desestatización con
parte del mantenimiento con financiación pública –escuelas, hospitales, centros
de investigación, guarderías, museos). Y, al final, para el sector de producción de
bienes para el mercado, el objetivo fundamental es la privatización en sentido
estricto (por ejemplo, instituciones financieras).
Las principales orientaciones del nuevo modelo se dividían en tres ejes: a) técnico, a partir del control prioritario de resultados de la actividad administrativa,
con inspiración en el modelo australiano; b) económico, mediante el fomento de
un control por medio de competición administrativa en los servicios públicos (de
42 El
Plan Director de la Reforma del Aparato del Estado fue aprobado por la Cámara de Reforma del
Estado en su reunión del 21 de septiembre de 1995, siendo posteriormente sometido y también aprobado
por el Presidente de la República.
43 Bresser (1998), pp. 109-112.
44 Brasil (1995), p. 52.
45 Sobre el complejo sistema de controles propuesto por el gerencialismo, véase: Castro (2007).
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inspiración en Nueva Zelanda), además del incremento en la contractualización
interna del Estado, en el downsizing (reducción general de las nóminas), en el
enpowerment (fortalecimiento de la autonomía de gestión) y en la implantación
de programas de reingeniería por cualidad total; c) político, enfocando el control
social y la estimulación de la participación de los ciudadanos en el ejercicio de la
actuación estatal y paraestatal.46
La definición de objetivos ocurre justamente en función de la división sectorial,
además de la adopción de metas globales, que son la descentralización (basada
en el principio de subsidiariedad), el aumento de la efectividad del gobierno en
la implantación de políticas públicas (principio de eficiencia) y la imposición de
límites a la acción estatal en las funciones que no les son propias (se reservan los
servicios tenidos como no exclusivos para la propiedad pública no estatal y la
producción de bienes y servicios al mercado para la iniciativa privada).47
La estrategia de transición se ubica en tres dimensiones complementarias: la
institucional-legal (reforma del sistema jurídico, constitucional e infraconstitucional); la cultural (transición de la cultura burocrática para la gerencial); y la de
gestión (modernización de la estructura y de la actividad por medio de la adopción
de los nuevos métodos a partir de directrices y objetivos).48 Como la modificación de la estructura de gestión es la pieza más importante en la transformación
del modelo burocrático por el gerencial, se vuelve necesaria la previsión de una
serie de proyectos específicos. Los principales eran: de evaluación estructural
(destinado a analizar de forma global la organización del Estado); de creación de
agencias autónomas (partiéndose de la transformación de las autarquías y de las
fundaciones que ejerzan actividades exclusivas del Estado); y de institución de un
programa de publicización, especialmente a través de las organizaciones sociales
(que son entidades de derecho privado que obtienen autorización para celebrar
contratos de gestión a fin de conquistar el derecho a la financiación pública);49
posteriormente, también por las organizaciones de la sociedad civil de interés
público y de entes afines (organizaciones de servicio público no estatal).50
46 Bresser (1998), p. 115.
47 Brasil (1995), pp. 56 y ss.
48 Brasil (1995), pp. 60 y ss.
49 Dicha descripción se trata de la versión adaptada del resumen del Plan Director elaborado para trabajo
publicado bajo el título “Princípio constitucional da eficiência administrativa”. Cf.: Gabardo (2002),
pp. 56-57.
50 Sobre el asunto, véase: Bacellar Filho (2009), pp. 249 y ss.
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Cabe subrayar que este programa, de acuerdo con la sistemática de reforma,
no se restringía a una simple alteración de carácter formal-institucional, sino que
comprendió, en tesis, a una alteración de la cultura del propio entendimiento
respecto de la prestación de servicios en Brasil, es decir, pretende alcanzar de
forma “irreversible” la esfera de las mentalidades.51
Dentro de los puntos atacados, está la denominada “administración unilateral”, que sería una reminiscencia de los “orígenes autoritarios” del Derecho
administrativo y, por lo tanto, heredera de un momento arbitrario que no es más
compatible con los nuevos tiempos en los que uno de los principales paradigmas
es el fortalecimiento de la negociación por vía de acuerdos orientados por un
modelo multipolar. En las palabras de Gustavo H. Justino de Oliveira, surge una
“nueva contractualización administrativa” (caracterizada por la ampliación de la
paridad entre la Administración y el particular).52 Contractualización ésta que
no se dirige solamente a la relación entre el Poder Público y los sujetos privados,
sino que renueva la propia visión respecto del vínculo funcional entre el Estado
y sus agentes.53
Dicho modelo emergente de intervención social, apoyado en la ascensión de
la mentalidad postmoderna, se presentó a sí mismo como un salto cualitativo
en términos de estructura y gestión, en comparación a la “rigidez obsoleta” del
régimen jurídico administrativo característico de la burocracia.54 El modelo
burocrático es esencialmente meta-pragmático, propugnando la adopción de la
impersonalidad como principio fundamental, por la separación del patrimonio
público del privado y por la disociación entre la esfera política y administrativa.
El alcance de estos supuestos, se caracteriza por la centralización de las decisiones, por el mantenimiento de la jerarquía y la unidad de comando, además de
una cierta rigidez en las rutinas y procedimientos (cuyo control sería extensivo).
Por dichos motivos, fue tenido como un “régimen de desconfianza” por Bresser
Pereira, que pasó a defender una nueva sistemática, basada en la confianza y en
el control a posteriori del resultado.55
51 Bresser (1998), p. 236.
52 Justino
(2005), p. 576. Traducción libre.
53 Sobre el tema, véase: Pinto (2005).
54 Bresser (1998), p. 272.
55 Bresser (1996), p. 271. Traducción libre.
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La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad...
En este modelo alternativo, fundado en el principio de subsidiariedad, el
Estado pasa a ser un ente responsable prioritariamente de la actuación por
medio del fomento y dentro de los límites de razonabilidad y excepcionalidad.
Para tanto, debe desregular y conceder incentivos fiscales y desgravaciones. La
garantía preconizada debe ser solamente de la “igualdad de oportunidades” entre
los individuos. Según Fabricio Motta, es interesante notar un punto específico
en dicho proceso de reforma, que es el “reconocimiento de nuevas fuentes estatales y extra-estatales de normatividad”. Esto dentro de un contexto de Derecho
administrativo, que tiene como rasgo la ampliación del “Estado Regulador” y el
protagonismo del Poder Ejecutivo.56
La reforma augurada, aunque tuviera como foco el ámbito estructural del
Estado (su aparato), también cuenta con la referencia inseparable del campo
político. Aboga, como no podría dejar de ser, por la configuración de un nuevo
entendimiento respecto de la propia democracia.57 Según Cabral de Moncada,
la subsidiariedad establece un criterio de preferencia para la democracia directa
ante la representativa.58 En el mismo sentido, Carlo Marzuoli propone que particularmente la subsidiariedad horizontal altera las estructuras de la democracia,
enfocando el rol propio del ciudadano como tal. Se pasa de un modelo de democracia representativa a un modelo de primacía de la libertad y autonomía de
la sociedad.59
Sin embargo, dicha orientación no es pacífica. La dificultad del encuadramiento
del criterio de subsidiariedad en la sistemática democrática es grande. En Alemania, este tema ya es tratado desde hace mucho. Para diversos autores germánicos
(como R. Herzog en su obra Subsidiaritätsprinzip und Staatsverfassung der Staat),
el criterio de subsidiariedad consiste en una alternativa dicotómica al democrático.
En la medida en que el reconocimiento del principio de democracia es directo
en el sistema constitucional alemán, esta supuesta norma (la subsidiariedad) no
sería adoptada, ni siquiera implícitamente (en los términos en los que defiende
buena parte de la doctrina).60
56 Motta (2007), pp. 51-52.
57 Bresser (1998), p. 236.
58 Cabral (2005), p. 37.
59 Marzuoli (2005), p. 81.
60 Ha
afirmado el pensador alemán: “sería necesario elegir entre una Constitución democrática y una
Constitución que respeta el principio de subsidiariedad”. Dicha citación y el análisis de la doctrina alemana
referente al tema fueron realizadas por: D’Oliveira (2003), p. 83. Traducción libre. Según Vital Moreira, “la
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Como propone Alessandra Albanese, aunque los sujetos privados puedan
satisfacer los intereses públicos, se plantea siempre un “problema de adecuación”, que no alcanza a ser resuelto únicamente por el criterio de eficiencia.
Sólo los entes públicos tienen legitimación democrática cualificada e idónea
para la realización de un proyecto de transformación social y de mediación de
los conflictos.61 Esto quiere decir que los requisitos intrínsecos al principio de
subsidiariedad no combinan con aquellos inherentes al principio democrático.
Esta tesis es minoritaria, una vez que, en regla, ha prevalecido en Brasil y en
Europa posiciones como la de Annalisa Gualdani, para quien el principio de
subsidiariedad representa un Leitmotiv que armoniza la relación entre los sujetos
públicos y privados a partir de la construcción de una nueva forma de ciudadanía, cuya novedad está justamente en el vuelco de titularidad promovida por
el nuevo criterio, que prevé el desarrollo de las actividades de interés general,
no teniendo más a la administración pública en el centro del sistema, sino los
ciudadanos uti singuli y de forma asociada.62
4. La inexistencia de un criterio subsidiario apriorístico
para la definición de las relaciones de potestades entre municipios y
las demás entidades federativas en
Brasil
En países como Brasil, en donde la realización de un nivel satisfactorio de desarrollo aún es una tarea no concluida, la defensa de un Estado social interventor
y efectivamente impositivo es una exigencia prioritaria que deriva de la propia
Constitución.63 Además, la importancia de la Unión Federal como instancia de
determinación política y administrativa es, todavía, fundamental. Al contrario
de lo que se sostiene, en hipótesis ninguna de hecho conduce a la legitimación
de alguna actuación autoritaria, una vez que la Constitución Federal de 1988
es un documento hábil para inhibir el arbitrio y fomentar la participación real,
mucho más allá de cualquier libro blanco o verde. Conforme aclara de forma
doctrina alemana se pronuncia en general contra la consagración constitucional del principio de subsidiariedad
en la Grundgesetz”. Y cita como ejemplos: Ehlers (1984), Hendler (1984), Herzog (1987), E. Klein (1974),
Mronz (1973), Scheuner (1954 y 67), Stober (1989 y 93), Thieme (1962). Cf.: Moreira (1997), p. 250.
Traducción libre.
61 Albanese (2002), p. 82.
62 Gualdani (2007), p. 216.
63 Bercovici
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(2014).
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La inexistencia de un criterio constitucional de subsidiariedad...
perfecta Daniel Wunder Hachem, los dictámenes constitucionales que regulan
el Derecho administrativo brasileño se fijan en la idea de una igualdad material
garantizada por el Estado. Además, la Constitución se funda en la promesa de
“redistribución por medio de la intervención, lo que se podría llamar de Derecho
Administrativo Social”.64
En estos términos, la actividad administrativa típica del régimen jurídico actualmente vigente implica decisiones unilaterales que se legitimarán en razón de la
prevalencia del interés público. Tanto mejor y más legítimo si dicha decisión fuera
precedida por un amplio debate y participación de los interesados, y seguida de
un efectivo control popular, más que el control judicial. No obstante, no se debe
olvidar que al día de hoy aún es la democracia representativa la principal forma
de realización del interés público y cualquier forma de su restricción es tendencialmente arbitraria, aunque encuentre suelo fértil para su actual diseminación.
Margarida Salema d’Oliveira Martins, fuerte defensora de la subsidiariedad,
lista como condiciones para la intervención subsidiaria la incapacidad, la negligencia y la necesidad. Elementos pragmáticos que pueden ser relevados en conjunto
o aisladamente y que, en su presencia, compondrían un indicativo interventor.65
La gran pregunta que surge a partir de esta conclusión de la autora es: si los
ciudadanos quisieran atribuir constitucional o legalmente una función al Estado,
no porque son incapaces de realizarla, tampoco porque fueran negligentes en
su consecución, ¿ellos podrían hacerlo por el simple hecho de ser conveniente u
oportuno? ¿Sería posible que los ciudadanos optaran democráticamente por la
intervención del Estado en alguna esfera de la vida social aunque reconociesen
la no imprescindibilidad de la actuación del Poder Público?
De acuerdo con el principio de subsidiariedad, la respuesta a dichas preguntas sería negativa, es decir, dicha posibilidad está vedada. En los términos del
principio democrático, la respuesta sería afirmativa, es decir, no habría ninguna
prohibición constitucional para que esta elección pública fuera tomada, sea en
el ejercicio de la democracia directa o en el ejercicio de la democracia representativa. Incluso es esta la esencia de la idea de la efectiva participación popular en
el contexto de un Estado social y democrático de Derecho. El ciudadano debe
ser entendido como un sujeto de decisión y no de mera prestación de servicios
de terceros en sustitución a los agentes estatales.
64 Wunder (2013), p. 136. Traducción libre.
65 D’Oliveira (2003), p. 84.
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No hay ninguna conexión necesaria entre la subsidiariedad y la participación,
pese a que la retórica gerencial a buscado en todo mometo dicho encaje. En el
caso brasileño, hacer que las decisiones sean tomadas en esferas más próximas
del ciudadano no resultan necesariamente en la obtención de decisiones más
democráticas o más adecuadas al desarrollo del país de forma civilizada, al revés,
pueden suscitar el surgimiento de prejuicios y la defensa de intereses particularizados que no siempre coincidirán con la idea general de supremacía del interés
público sobre el privado, como fundamento mayor del Derecho administrativo
brasileño. No se discrepa de Jaime Rodríguez-Arana, cuando el autor afirma que,
“en el marco de las nuevas políticas, se tiene claro que los ciudadanos, la gente,
son los auténticos dueños de la administración pública, y se es consciente de que
también la Constitución es el marco para la acción política”.66 El problema es que
no siempre los anhelos populares estarán en conformidad con las disposiciones
del sistema constitucional (principalmente en temas sensibles, como la reducción
de la mayoridad penal, la pena de muerte, el aborto, la unión de personas de
mismo sexo, etc.).
Además, no se debe tener la ilusión de que “la democracia se concluye por la
mera disposición de canales de participación por el poder público”.67 Ampliar la
esfera de la sociedad civil no expresa, como aparenta creer el proyecto de reforma
gerencial adoptado a partir de los 90 (y aún vigente en la idea de construcción
artificial de un tercer sector en Brasil), un rechazo a la actuación del Estado o
entenderlo como un organismo accesorio.
Es cierto que, jurídicamente, el Estado tiene un rol primordial en esta tarea
cuyo deber es la felicidad y cuyo fundamento es el interés público (y no la subsidiariedad), lo que no inhibe de ninguna manera su obligación de reconocer
y garantizar la participación democrática de la sociedad civil, tanto en la esfera
política en general como en la administrativa. Dicha participación no debe ser
priorizada en la prestación de servicios y sí en las diferentes esferas de decisión y
control, incluso relativas al propio sistema federativo y sus distintas instancias de
control. En estos términos es que deja de ser posible la aceptación de que el sistema
de descentralización administrativa brasileña se guíe por la subsidiariedad, y que
tampoco esto podría ser legitimado por un modelo de Estado gerencial-liberal; al
66 Rodríguez-Arana (2011), p. 37.
67 Costa (2002), pp. 167-168. Traducción libre.
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revés, se está de acuerdo con Bercovici que el “Federalismo Cooperativo” típicamente brasileño se relaciona estrictamente con el Estado social intervencionista.68
Hay autores que proponen que los municipios constituyen “el nivel de gobierno
más apto para comprender las necesidades de sus ciudadanos y para proveer de
forma más eficaz y responsable sus carencias”; y en decurso de ello, el reconocimiento del municipio como un ente federativo habría fortalecido el principio
de subsidiariedad.69 Con todo, esta no parece ser la mejor opción hermenéutica.
El raciocinio que puede ser extraído del mecanismo brasileño de atribución
de potestades prevé que las entidades municipales serán responsables de todo lo
que pueda ser encuadrado como interés local. Esto desde que no sea un interés
previamente reconocido como de encargo de la Unión y de los Estados Miembros. Si es así, pues aunque el municipio pueda, desde el punto de vista práctico,
realizar de forma eficiente la actividad, no tendrá atribuciones para ello. Y el caso
contrario también es verdadero. Si la actividad es de interés local, no importa si
la Unión o el Estado podrían prestarlo de forma más eficiente o, aún, no es relevante si el municipio está prestando la actividad de forma insuficiente o precaria.
Lo que no puede es la Unión o el Estado intervenir unilateralmente con el fin
de prestar servicios a los individuos amparándose en la precariedad municipal.
Como mucho, una situación como esta exigiría la celebración de acuerdos como
los previstos en el artículo 241 de la Constitución (cuya característica básica es la
bilateralidad), siempre siendo respetada la potestad originaria como el fundamento
autonómico de la decisión.
El criterio del legislador brasileño no es de la suficiencia o de la eficiencia para
la división de potestades, sino de identificación apriorística y principiológica, a
partir de elecciones de carácter político-jurídico y no pragmático-político. José
Afonso da Silva denomina el criterio general que regula el reparto de potestades
entre las entidades componentes de la federación de “principio de predominancia
del interés”, en los términos que “a la Unión cabrán todos los temas y cuestiones
de predominante interés general, nacional, al paso que a los Estados tocarán los
temas y asuntos de predominante interés regional, y a los Municipios competen
los asuntos de interés local”. División esta que no resuelve los problemas concretos
que surgen como consecuencia del criterio adoptado, considerándose que, en el
día de hoy, se vuelve “cada vez más problemático discernir qué es interés general
68 Bercovici (2005), p. 90.
69 Y el caso de Silvia F. Torres. Faber (2001), pp. 239-242. Traducción libre.
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o nacional de qué sea interés regional o local”.70 De todos modos, es relevante
que el interés público sea subyacente y no la idea iusnatural de que siempre la
entidad menor debe ser prestigiada apriorísticamente. Incluso porque el modelo
federativo brasileño tiene como fundamento la cooperación entre las unidades
federativas, objetivando el desarrollo nacional equilibrado. Según Gilberto Bercovici, la Constitución Federal de 1988 adopta el “principio de solidaridad funcional” entre las diferentes esferas de potestades administrativas (federal, estatal
y municipal), instaurando un equilibrio dinámico con la abolición de la rígida
partición de potestades.71
El entendimiento recurrente de que la subsidiariedad es el fundamento
utilizado siempre que se busca fundamentar la acción conjunta de diversas
entidades menores en la solución de problemas comunes (propuesta de autores
como Margarida Salema d´Oliveira Martins),72 no es verdadero cuando es aplicado en Brasil. Muchas veces la acción de diversas entidades menores requiere
justamente el movimiento opuesto al de la subsidiariedad, mediante la creación
de entidades a nivel más centralizado (aunque para funciones exclusivamente
administrativas).
Ejemplo típico de esta situación en Brasil, como lo ya dicho, son las regiones
metropolitanas, que pueden recibir poderes administrativos y recursos financieros
destinados a los servicios transferidos como de su potestad (volviéndose, por lo
tanto, un nivel administrativo intermedio entre el Estado y municipios, cuyo
aspecto estructural será el de una entidad autárquica, paraestatal, consorciada o
meramente orgánica –como un consejo o secretaría).73 La tendencia futura es
de la existencia cada vez mayor de intereses que sobrepasan las fronteras municipales, estatales o nacionales, principalmente respecto al desarrollo humano y
ambiental. Dichos intereses, resultantes de la necesidad de ampliada complejidad,
difícilmente serán mejor atendidos por medio de recursos locales, lo que vuelve
la subsidiariedad un instrumento tendencialmente obsoleto.
No es posible conectar plenamente la subsidiariedad a la descentralización
federativa. Y esto es típico del federalismo de doble grado en el que “la potestad
70 Silva (2008), p. 478. Traducción libre.
71 Bercovici (2005), pp. 89-90.
72 D’Oliveira (2003), p. 35.
73 Macedo (2005), p. 94.
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y la autonomía son irreductibles, excepto si por enmienda constitucional”.74 La
descentralización política de la Federación brasileña retrata una clara autonomía
entre los entes federados, siendo que cada uno tiene sus atribuciones, a no ser
que se trate de potestades comunes o concurrentes. Caso en el que también no
se aplicará la subsidiariedad, aunque por motivo diverso: todos pueden actuar en
conjunto (en las potestades comunes, sin ninguna relación de prioridad) o la Unión
podrá aprobar normas generales vinculantes (en el caso de las concurrentes –lo
que resultaría en la adopción de un criterio no sólo paralelo, sino contrario del
de la subsidiariedad, una vez que la preferencia es del ente mayor en detrimento
de los menores). 75
Las reales dificultades inherentes a la actuación de los municipios como entes
federativos eficientes en la realización de las políticas públicas por las que son
responsables no está en la división constitucional de potestades; su gran cuestión
no es predominantemente jurídica o de descentralización administrativa. Para
que los municipios derroten la lógica centralista tradicionalmente existente en
Brasil, deben también vencer el difícil (y no raramente inocuo) desafío de reducir
su dependencia financiera, como también la ausencia de condiciones materiales
bajo las que la mayoría de ellos está sometida (y los propios Estados en general
no son excepción de esta situación).76
Es común que los gobernantes utilicen el principio de subsidiariedad paradójicamente, como argumento para que su autonomía resulte en una exoneración de los Estados y de la Unión. Hecho este que sólo refuerza la regla de la
precariedad de la autonomía municipal (con énfasis en la economía), una vez
que “la autonomía de los entes federados ante la Unión puede transformarse
en una farsa cuando faltan los recursos necesarios para su mantenimiento”.77
Al contrario de una visión subsidiaria, es necesario que los Poderes Públicos se
vuelvan conscientes y que actúen en el sentido de reconocer lo que desde hace
mucho ya constató Regina Maria Macedo Nery Ferrari: “la comunidad local
está insertada en un contexto mayor del de la comunidad estatal y federal. Así,
las carencias locales se proyectan también en este contexto más amplio, lo que
74 Menezes (2005), p. 113. Traducción libre.
75 Dias (2005), pp. 61 y ss.
76 Barroso (2002), pp. 141-151.
77 Bercovici (2005), p. 91. Traducción libre.
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hace que también haya interés estatal y federal en el buen curso y desarrollo de
las entidades locales”.78
5. Conclusiones
La subsidiariedad es un criterio antiguo de definición de potestades en Europa.
Por una parte, el criterio refuerza la idea de que el Estado debe responsabilizarse
únicamente por lo que la sociedad civil no puede hacer por sí sola; por otro
lado, suscribe la descentralización como un principio de reparto de atribuciones
políticas y administrativas dentro de los Estados y a nivel de la Unión Europea.
Son diversos los documentos jurídicos que tratan sobre el asunto, y es esta la
perspectiva dominante respecto del tema.
Ocurre tradicionalmente lo contrario en Brasil. No se habla sobre subsidiariedad, una vez que la idea de descentralización político-administrativa adviene
históricamente de la noción de Federación (según el modelo estadounidense).
Sin embargo, recientemente la doctrina brasileña empezó a importar la doctrina de Europa en esta esfera; y muy rápidamente se ha vuelto sentido común la
aceptación de la subsidiariedad como un criterio constitucional de definición
de potestades federativas en Brasil. Es decir, se ha vuelto frecuente el hecho de
que juristas brasileños acepten la adopción del criterio de subsidiariedad con el
fin de fundamentar la atribución de competencias decisorias (siendo dicha perspectiva también encontrada reiteradamente en la jurisprudencia). El “principio
de subsidiariedad” sería la base filosófica que condicionaría la interpretación de
la Constitución. La subsidiariedad es una idea presente en tesis no sólo sobre
privatización de las actividades públicas, sino también sobre descentralización
administrativa en general (ejemplo de esto fue el proyecto de reforma del Estado
brasileño en los 90).
Sin embargo, después de analizar las variables constantes en el sistema brasileño, este artículo concluye que esta visión predominante necesita ser revista.
Se parte del supuesto que el texto de la Constitución Federal de 1988 excluye
expresamente el criterio de subsidiariedad, que estaba en la Constitución anterior, pero que fue derogado debido a una opción deliberada del legislador
constituyente. Además, a partir de una interpretación sistemática del texto constitucional brasileño actual, no es posible admitir una interpretación favorable a
78 Macedo (2003), p. 63. Traducción libre.
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la idea; ni siquiera sería posible considerar la subsidiariedad como un principio
constitucional implícito.
En Brasil, el criterio fundamental de atribución de potestades es el del interés
público predominante. Es decir, a veces la Constitución prestigia los Estados,
otras la Unión, y otras los municipios. El tema “servicios públicos” es un buen
ejemplo de esta realidad, en el que las potestades son conferidas a los entes federados por medio de un criterio pragmático (de eficiencia). En esta temática la
Unión conserva las principales potestades, y la potestad residual es de los estados
miembros de la Federación (no de los municipios). Los gobiernos locales tuvieron
un aumento de su poder y de sus responsabilidades a partir de 1988 (fueron,
incluso, transformados en “entes federativos”), aunque esto no significa que la
Constitución brasileña atribuya alguna regla de preferencia para su actuación (y
en realidad es al revés).
En resumen, se puede decir que no siempre la importación de tesis doctrinales
extranjeras es la mejor forma de comprender la realidad nacional. Parece razonable
defender que cada vez más es necesario reforzar las nociones contemporáneas de
solidaridad y de responsabilidad compartida como un fundamento de la organización político-administrativa brasileña; y parece ser justamente esto lo que
la Constitución Federal de 1988 hace (aunque no lo disponga expresamente; y
aunque este sea un modelo con muchos problemas).
En Brasil, el poder que tiene la Unión Federal es muy grande. No sería un
equívoco afirmar que se trata de un país formalmente federado, aunque materialmente unitario. Por lo tanto, diferentemente de Europa (o incluso de los Estados
Unidos), no tiene sentido pensar en la subsidiariedad como un criterio hermenéutico dentro del sistema jurídico brasileño. E incluso en Europa el contexto de
integración supranacional vivido demuestra que muchas veces el criterio formal
de subsidiariedad no fue aplicado cuando el mayor objetivo fue el de ampliar la
integración regional o fomentar el desarrollo. En la práctica, el tema de la centralización y descentralización de potestades es un problema mucho más complejo
que cualquier otro criterio apriorístico adoptado como solución general.
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ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)”
Juan Carlos Hitters
Control de Convencionalidad
(Adelantos y retrocesos)*1
The Conventionaly Control
(Advances and regression)
Juan Carlos Hitters**
Profesor Emérito de la Universidad Nacional de La Plata
Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires
[email protected]
Resumen: El control de convencionalidad se ha ido acomodando progresivamente desde los primeros
fallos de la Corte Interamericana –al igual que su homónima europea–, hasta los más nuevos, donde
en general se ha notado una evolución favorable. El Tribunal interamericano hizo desde su inicio este
trabajo sin decirlo expresamente, pero comparando al fin las normas internacionales con las domésticas
y juzgando sobre la prevalencia de aquéllas.
Empero, a partir del año 2003 en los casos “Myrna Mack Chang”, “Almonacid Arellano” y “Trabajadores Cesados del Perú”, entre otros, comenzó a usar esta lexicografía de “control de convencionalidad”, que lentamente se fue ampliando poniendo como sujetos activos, primero a los Jueces, luego al
Poder Judicial y en general a los órganos vinculados con la administración de justicia, para finalmente
extenderlo a todos los Poderes del Estado.
Abstract: The conventionaly control has been adapting gradually since the early sentences of the
Inter American Court –like its european namesake–, to newer, generally where there has been a positive
trend. The Inter-American Court did in the early days this job without expressly saying so, but finally
comparing international standards with domestic and judging on the prevalence of those.
But since 2003 in the decisions of the cases “Myrna Mack Chang”, “Almonacid Arellano” and
“Trabajadores Cesados del Perú”, among others, the Court began to use this lexicography “conventionaly
control”, which was slowly expanding putting as subjects active, first the judges, then the judiciary
and in general organs associated with the administration of justice, to finally extend to all branches
or powers of the state.
* Trabajo
recibido el 13 de febrero de 2015 y aprobado el 6 de mayo de 2015.
** Profesor Emérito, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata; ex
Profesor Titular Ordinario de Derecho Procesal y ex Director del Instituto de Derecho Procesal, Facultad
de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata; Doctor En Ciencias Jurídicas y
Sociales; Convencional Nacional Constituyente en la Reforma de la Constitución Nacional Argentina de
1994; actual Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.
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Juan Carlos Hitters
Palabras clave: Control de Convencionalidad. Intensidad del control. Interpretación conforme.
Margen de apreciación nacional. Obligatoriedad de los fallos de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. Adelantos y retrocesos del control de convencionalidad.
Key words: Conventionality control. Intensity control. Interpretation based. National margin of
appreciation. Obligation of failures Inter-American Court of Human Rights. Advances and regression
of conventionality control.
I. Introducción1
1. Orígenes
Los órganos jurisdiccionales domésticos –y los Tribunales Constitucionales
que en determinados países no dependen del Poder Jurisdiccional– ejercitan el
llamado control de constitucionalidad que importa una comparación, entre su Carta
Magna y las normas que por su rango están por debajo de élla, debiendo darle
prioridad a la primera. Podemos hablar entonces de un contralor concentrado,
típico de algunas Constituciones Europeas, como el Tribunal austríaco de 1920,
donde la revisión es hecha exclusivamente por un único cuerpo diseñado para
tales fines; o en su caso –como es por demás sabido–, del control difuso que debe
ser llevado a cabo, como en Estados Unidos y en Argentina y últimamente en
México a través de todos y cada uno de los magistrados judiciales.
Pero como lo viene sosteniendo desde hace cierto tiempo uno de los Magistrados de la Corte Interamericana, ella ejercita lo que ha dado en llamar a
partir del caso “Myrna Mack Chang”2 el “control de convencionalidad”, que
obviamente significa una comparación entre el Pacto de San José de Costa Rica y
otras Convenciones sobre derechos humanos a las que el país se ha plegado; con
las disposiciones del interno de las naciones adheridas al modelo3.
En tal sentido expresó el conjunto de los Jueces de la Corte en el caso “Trabajadores Cesados del Perú”4 al sostener que “…cuando un Estado ha ratificado un
tratado internacional como la Convención Americana, sus jueces también están
1 Trabajo realizado sobre la base del artículo recientemente publicado en la Revista Iberoamericana de Derecho
Procesal Constitucional, Número 22, julio-diciembre de 2014, Editorial Porrúa - Instituto Iberoamericano
de Derecho Procesal Constitucional, México, 2015.
2 Corte IDH, Serie C Nº 101, de 25 de noviembre de 2003, Voto del Juez García Ramírez. Aquí quien
utilizó esta terminología fue el citado Juez.
3 Primero se habló de una especie del control, aunque luego el concepto se extendió.
4 Corte IDH, Serie C Nº 158, de 24 de noviembre de 2006. Ídem Corte IDH, Serie C Nº 154, de 26 de
septiembre de 2006, párr. 124.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
sometidos a ella, lo que les obliga a velar porque el efecto útil de la Convención
no se vea mermado o anulado por la aplicación de leyes contrarias a sus disposiciones, objeto y fin. En otras palabras, los órganos del Poder Judicial deben ejercer
no sólo un control de constitucionalidad, sino también ‘de convencionalidad’ ex
officio entre las normas internas y la Convención Americana...”5.
Claro está que como en anteriores trabajos hemos dicho6, cuando se utiliza
la terminología de “control de convencionalidad”, no se quiere decir que recién
a partir de los referidos asuntos la Corte IDH haya ejercido tal potestad, porque
desde siempre ha venido haciendo una compulsa entre ambos esquemas, destacando la prioridad de la regla supranacional; lo que en verdad ha sucedido es que
desde entonces se utiliza tal fraseología.
El Tribunal interamericano ha dejado en claro que, en principio, no se ocupa
en sí de las cuestiones locales sino que su tarea es la de inspeccionar si los países han
violado o no las convenciones sujetas a su competencia7.
Hemos querido adelantar que ese cuerpo internacional ha sentado la postura
en el sentido de que por regla, él no está diseñado para modificar en forma directa
el derecho interno, ya que su misión consiste en “controlar” si las normas locales
acatan –o no– las convenciones internacionales; y por ende no se convierte en una
“cuarta instancia” que deja sin efecto las leyes de los países8.
Surge de lo antedicho que la misión prístina de la Corte IDH está en llevar
a cabo una revisión de convencionalidad “comparando” si los Estados cumplen
con la CADH y otros Tratados; y desentrañar si hubo quebrantamiento de esas
reglas internacionales.
Conviene reiterar, como lo expresamos con anterioridad9, la trascendencia de
la tarea que ejecuta la Corte a través de este contralor heterónomo, que importa
de alguna manera una especie de “casación regional” que sirve para unificar la
interpretación jurídica de los países plegados al modelo y que abarca en el ámbito
interamericano más de cuatrocientos millones de habitantes. Cuando decimos
“heterónomo”, no estamos hablando de una inspección hecha por cuerpos ex-
5 Corte IDH, Serie C Nº 158, de 24 de noviembre de 2006, párr. 128; cfr. Corte IDH, Serie C Nº 154,
de 26 de septiembre de 2006, párr. 124. Véase Loiano (2008), en Albanese, Coordinadora (2008), pp. 114
a 117. Véase también Sagüés (2009), p. 761.
6 Hitters (2009), p. 1205; Hitters (2012), p. 1215; Hitters (2013), p. 998.
7 Albar y Cançado Trindade (1998), p. 584.
8 Hitters (2008), p. 1169.
9 Hitters (2007), p. 875.
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tranjeros, ya que tanto la Comisión IDH como la Corte IDH forman parte del
Sistema Interamericano, por lo que obviamente no pueden entenderse como
extraños a nuestro sistema regional.
Lo cierto es que este “control de convencionalidad” no sólo se ejercita en el
sistema regional correspondiente al área de los derechos humanos, sino –y como
es sabido–, también se cumple desde antiguo en el derecho comunitario10, sea por
los jueces nacionales, como también por el propio Tribunal de Luxemburgo11.
En ese orden de ideas vale la pena recordar que en la famosa sentencia “Costa
vs. ENEL” dictada por ese cuerpo judicial europeo, en el año 196412, el mismo
sostuvo que las leyes comunitarias, tanto primarias como secundarias13, han
sido consistentemente proclamadas por ese organismo como preeminentes tanto
frente a las leyes internas anteriores, como a las posteriores (incluyendo las leyes
constitucionales nacionales). Estos criterios han quedado firmes en la versión
consolidada del Tratado de la Unión Europea y en sus Protocolos.
2. Desarrollo
Conviene aclarar que la inspección de convencionalidad debe ser llevada a cabo
primero en el campo doméstico en cuyo caso hablamos del “control primario”, lo
que significa una comparación entre las normas internacionales y las domésticas.
Se trata de una verificación difusa que –como dijimos–, es hecha dentro del país.
Esta figura es una verdadera manifestación del control de constitucionalidad del
derecho internacional, que implica un nuevo paradigma para el Estado constitucional latinoamericano14.
A la par, existe el control de convencionalidad `secundario´ (concentrado) que
es ejercido, obviamente por el Tribunal regional.
La figura analizada ha ido recibiendo una serie de variantes en la última década ya que si bien al inicio la Corte IDH ejercía una inspección exclusivamente
10 Hitters (1997), p. 1406, véase punto “C” y nota 17. Conf. Hitters (1991), Tomo 1, pp. 29 y ss.; ídem
Hitters y Fappiano (2007), Tomo 1, Volumen 1, pp. 79 y ss.
11 Cappelletti (1980), pp. 61-104.
12 Tribunal
de Justicia de las Comunidades Europeas, Caso 6/64, 1964, p. 585.
13 El principio de autonomía quedó perfectamente dibujado hace ya tiempo en el aludido caso “Van Gen
en Loos”, donde ese tribunal expresó que el Derecho comunitario es un nuevo orden jurídico, en cuyo
beneficio los Estados signatarios han limitado ciertas esferas de su soberanía. A su vez en el leadin case “Costa
vs. ENEL”, dejó sentada la doctrina de la supremacía de las disposiciones normativas de la Comunidad.
14 Ferrer Mac-Gregor (2013), p. 674.
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sobre la actividad de los Jueces; con el tiempo la ha ido extendiendo a los tres
poderes del Estado. Es decir, no sólo se observa una revisión de la actividad de los
judicantes, sino que a posteriori se amplió a todo el Poder Judicial y a los órganos
vinculados con la administración de justicia de cualquier nivel, y en los últimos
tiempos a los Poderes Ejecutivo y Legislativo15.
Además este cotejo la Corte no sólo lo hace con respecto a la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, sino también a la totalidad de lo que se ha
llamado el corpus iuris interamericano16 o corpus iuris internacional de los Derechos
Humanos17, que abarca hasta la propia jurisprudencia de ese organismo18.
Muchas veces ha manifestado el Tribunal regional que son los órganos del
Estado doméstico quienes deben realizar ese primer examen de constitucionalidad
y convencionalidad. No es plausible llevar todo a la Corte IDH, que sólo puede
resolver no más de 30 o 40 por año. Por ello es imprescindible que los integrantes
de poderes del Estado19 y especialmente los abogados litigantes, conozcan en profundidad la jurisprudencia del Tribunal, para pedir que se aplique directamente
en sus países sin la necesidad de cruzar las fronteras.
Esta es una doctrina legal “consolidada” bajo la concepción ya expresada de
que todas las autoridades y órganos del Estado deben ejercitar el control de convencionalidad (arts. 1.1 y 2 CADH). De ahí entonces surge otro postulado que
se ha abierto camino en el ámbito interamericano, el de la regla del agotamiento
“efectivo” de los recursos internos20, que queda relevado cuando no existe un
15 Esas ideas también han adquirido forma en la jurisprudencia reciente bajo la concepción de que todas las
autoridades y órganos de un Estado Parte en la Convención tienen la obligación de ejercer un “control de
convencionalidad”. Corte IDH, Serie C Nº 259, de 30 de noviembre de 2012, párr. 142. Ídem, Corte IDH,
Serie C Nº 276, de 30 de enero de 2014, Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor, párr. 25. Opina el Magistrado
en su Voto que el derecho a la protección judicial del artículo 25.1 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos de gran trascendencia sustantiva, constituye un elemento integrador entre el derecho
interno y el derecho internacional. Conf. Corte IDH, Serie C Nº 276, de 30 de enero de 2014, Voto del
Juez Ferrer Mac-Gregor, párr. 5.
16 Castilla Juárez (2013), pp. 51-97.
17 Como lo denomina Ferrer Mac-Gregor: “El corpus juris del Derecho Internacional de los Derechos Humanos
está formado por un conjunto de instrumentos internacionales de contenido y efectos jurídicos variados (tratados,
convenios, resoluciones y declaraciones), en Ferrer Mac-Gregor (2010), p. 314. Conf. Corte IDH, OC16/99, de 1 de octubre de 1999.
18 Corte IDH, Serie C Nº 276, de 30 de enero de 2014, Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor, parr. 25. Ídem
Corte IDH, Serie C Nº 278, de 26 de mayo de 2014.
19 Corte IDH, Serie C Nº 181, de 2 de agosto de 2008.
20 Corte IDH, Serie C Nº 276, de 30 de enero de 2014, Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor, párrs. 26 a 28.
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verdadero acceso a la justicia en el ámbito interno, o cuando no se le permite al
agraviado utilizar las vías judiciales.
Ello así sin perjuicio de la apertura, en el sentido de que el “agotamiento”
puede concluirse aun cuando el proceso ya está “dentro” de la Comisión IDH,
esto es, después de iniciada la denuncia ante tal cuerpo, hasta el momento en la
que la Comisión resuelva21. Creemos que es esta una loable pauta, en beneficio
del ser humano para que pueda llegar prontamente a la solución de su caso22.
3. Principio de subsidiariedad
Como hemos dicho –ya varias veces–, el sistema interamericano a través del
Pacto de San José de Costa Rica funciona –respecto del control de convencionalidad– bajo el modelo de la subsidiariedad (art. 46.1.1).
Al respecto, debe recordarse, como lo ha establecido el mencionado Tribunal
que, “… el Estado ‘es el principal garante de los derechos humanos de la personas,
de manera que, si se produce un acto violatorio de dichos derechos, es el propio
Estado quien tiene el deber de resolver el asunto a nivel interno […], antes de
tener que responder ante instancias internacionales como el Sistema Interamericano, lo cual deriva del carácter subsidiario que reviste el proceso internacional
frente a los sistemas nacionales de garantías de los derechos humanos’ [Caso
Acevedo Jaramillo y otros vs. Perú. Interpretación de la Sentencia de Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de noviembre de
2006. Serie C Nº 157, párr. 66]. Esas ideas también han adquirido forma en la
jurisprudencia reciente bajo la concepción de que todas las autoridades y órganos
de un Estado Parte en la Convención tienen la obligación de ejercer un ‘control
de convencionalidad’ [Caso Masacre de Santo Domingo vs. Colombia. Excepciones
Preliminares, Fondo y Reparaciones. Sentencia de 30 de noviembre de 2012. Serie
C Nº 259, párr. 142]”23.
Se expresó allí que la excepción al principio de subsidiariedad se da justamente cuando no existe en la legislación interna el debido proceso legal (art. 46.2.a
21 Corte IDH, Serie C Nº 276, de 30 de enero de 2014, Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor, párrs. 26 y 27.
22 En el caso García Cruz vs. México (Corte IDH, Serie C Nº 273, de 26 de noviembre de 2013, párr. 3), la
Corte tuvo en cuenta un informe del Estado denunciado presentado con posterioridad al sometimiento del asunto.
23 Corte IDH, Serie C Nº 278, de 26 de mayo de 2014, voto de los Jueces Ventura Robles y Ferrer MacGregor, párr. 63.
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CADH)24, o que no se haya permitido al denunciante el acceso a los carriles
domésticos o se hubiera impedido su agotamiento (art. 46.2.b CADH).
No debemos olvidar que para que se cumpla a cabalidad el principio de
“agotamiento de los recursos internos”, el órgano doméstico que debe decidir, no
puede tener limitaciones de hecho o de derecho que le impiden agotar la cuestión
en profundidad. Por ello ha señalado la Corte IDH que no hay revisión judicial
válida si quien debe hacerla está impedido de determinar el objeto principal de
la controversia como podría suceder en casos en que se considera limitado por
las determinaciones fácticas o jurídicas realizadas por otro órgano que hubieran
sido decisivas en la resolución del caso25.
En el asunto “Brewer Carias”, la Corte IDH –por mayoría– desestimó una
demanda propuesta por la Comisión por entender que el denunciante no había
transitado todas las vías domésticas; empero la minoría, integrada por los Magistrados Manuel Ventura Robles y Eduardo Ferrer Mac-Gregor, sostuvo que dicha
defensa tendría que haber sido desestimada por lo que ese cuerpo regional debió
entrar a analizar el fondo de la cuestión26, sin retrotraer el caso27.
4. Criterios o estándares jurisprudenciales de la Corte IDH
que deben cumplirse en el derecho interno
Sin entrar a ocuparnos -por ahora– del tema de la vinculatoriedad de los
fallos del Tribunal de Costa Rica, parécenos indispensable dejar en claro que
recientemente la Corte IDH ha reiterado -al juzgar un caso sobre la aplicación
de la Ley Antiterrorista a la Comunidad Indígena Mapuche– que las autoridades
judiciales domésticas deben aplicar los estándares o criterios establecidos por ella para
garantizar el derecho de defensa en ejercicio del control de convencionalidad28.
Por ejemplo en el ámbito de la protección de testigos (relativa a la reserva
de identidad), ha destacado -como estándar– que esa posibilidad debe llevarse a
24 Corte IDH, Serie C Nº 278, de 26 de mayo de 2014. Voto de los Jueces Ventura Robles y Ferrer MacGregor, párr. 65.
25 Corte IDH, Serie C Nº 276, de 30 de enero de 2014. Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor, párr. 43, ibídem
párr. 204; Cfr. Corte IDH, Serie C Nº 234, de 13 de octubre de 2011, párr. 204.
26 Corte IDH, Serie C Nº 278, de 26 de mayo de 2014. Voto de los Jueces Ventura Robles y Ferrer MacGregor, párrs. 118 y 119.
27 Corte IDH, Serie C Nº 278, de 26 de mayo de 2014, párr. 144.1.
28 Corte IDH, Serie C Nº 279, de 29 de mayo de 2014, párrs. 242 y 247-436.
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cabo como medida excepcional sujeta a control judicial en base a los principios
de necesidad y proporcionalidad y que ese medio de prueba no debe ser utilizado
de manera decisiva para fundar una condena.
En el mismo cuadrante y con respecto, por ejemplo, a la “prisión preventiva”
puso énfasis en señalar que dicho instituto debe manejarse conforme a los criterios
o estándares señalados por el Tribunal regional29; lo mismo expresó en lo atinente
a la posibilidad de ejercer el derecho a recurrir un fallo (art. 8.2.h CADH)30.
Puede concluirse entonces que las autoridades judiciales que ejercen el control
de convencionalidad en los respectivos países deben tener en cuenta los estándares
o criterios que dicho cuerpo regional establece en sus fallos, en los diversos temas.
Claro está que tiene que ser el intérprete doméstico el encargado de detectar
y ponderar dichos estándares para evitar que el asunto llegue a la Corte IDH, y
se dilate el proceso recargando innecesariamente a este tribunal.
Por ejemplo, siguiendo estas pautas, la Sala Colegiada Penal de Texcoco
(México) estimó como obligatorio el control difuso de convencionalidad y puso
de relieve que para resolver el asunto tuvo en cuenta “los criterios orientadores
y obligatorios de la Corte Interamericana que sirven como base a este Tribunal
Colegiado no sólo por su obligatoriedad sino porque ese Tribunal Internacional se
puede considerar intérprete […] del contenido de la Convención Americana”31.
Se trató de un caso de detenciones ilegales y torturas sin que se hubieran puesto
en juego las garantías del debido proceso, que la Corte fijó como “criterio” en
varias oportunidades.
En definitiva la Corte viene reiterando que resulta necesario que las interpretaciones judiciales y administrativas y las garantías se apliquen adecuándolas a los
estándares o criterios establecidos por su jurisprudencia32.
5. Positivación constitucional de los estándares o
postulados fundamentales sobre derechos humanos
En las últimas tres décadas las constituciones de los países de nuestro sistema
–y cada una a su manera– han comenzado a positivar –dentro de su seno– los
29 Corte IDH, Serie C Nº 279, de 29 de mayo de 2014, párrs. 307, 312 y 464.
30 Corte IDH, Serie C Nº 279, de 29 de mayo de 2014, párrs. 298 y 460 in fine.
31 Corte IDH, Serie C Nº 273, de 26 de noviembre de 2013, párr. 61.
32 Corte IDH, Serie C Nº 246, de 31 de agosto de 2012, párr. 305; Conf. Corte IDH, Serie C Nº 233, de
1 de septiembre de 2011, párr. 228, y Corte IDH, Serie C Nº 254, de 21 de noviembre de 2012, párr. 284.
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postulados de interpretación básicos en el campo de los derechos humanos,
tales como: la “interpretación conforme”, el “principio de progresividad”, el
“postulado pro homine”, etc., lo que implica dar directrices precisas a los órganos nacionales cuando tienen que llevar a cabo el control de convencionalidad
interno.
De todos modos como bien dice Nogueira Alcalá33 ellas operan como
elementos básicos de toda interpretación de derechos fundamentales, y valen
aunque no se encuentren positivadas dentro de la propia Constitución. Ello es
así por la imprescindible aplicación del artículo 29 de la CADH, que en todos
los países integra el derecho interno y es de preferente aplicación con respecto
a las fuentes formales que nacen del derecho local34.
En este aspecto ha dejado sentado el ente jurisdiccional interamericano que
las interpretaciones que él ha efectuado en el control de convencionalidad, han
sido en general seguidas por los Tribunales de más alta jerarquía de la región,
tales como los de Bolivia, Perú, Argentina, Colombia, México, Costa Rica y
República Dominicana. En tal orden de pensamiento expresó que es necesario
que tanto las interpretaciones judiciales y administrativas, como las garantías, se
apliquen en el orden local adecuándose a los principios establecidos por la propia
jurisprudencia del Tribunal regional, tal cual ya lo expresamos.
En definitiva podemos decir que las referidas Cortes locales han enclavado
entre sus andariveles ciertos estándares o principios relativos a los derechos humanos lo que ha significado un importante avance regional.
A todo evento puede añadirse que en los países donde no ha ocurrido la positivación constitucional, los estándares y pautas antes aludidos igual se aplican
en el campo doméstico a través del principio pro homine instaurado en el artículo
29 de la CADH que forma parte del derecho interno.
II. Intensidad del control
La verificación de convencionalidad se puede llevar a cabo con mayor o menor
“intensidad” de conformidad con las normas y reglas aplicables en un determinado Estado, dependiendo “su profundidad” de la función y jerarquía de cada
órgano que la ejecuta.
33 Nogueira Alcalá (2012), p. 1177.
34 Nogueira Alcalá (2012), p. 1177.
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Ya es sabido que este control stricto sensu solamente puede ser realizado por el
poder judicial y en general por quienes realizan funciones jurisdiccionales35, ya
que solamente ellos están en condiciones de declarar la invalidez de una norma
jurídica.
Sin perjuicio de esto y tal cual hemos dicho, el Poder Ejecutivo y el Legislativo también están “sujetos” a esta inspección aunque no lo lleven a cabo per
se (podemos hablar de sujetos pasivos de control). Empero lo cierto es que para
evitar la responsabilidad internacional del Estado, lo que deben hacer los “demás
poderes” es tener en cuenta la jurisprudencia internacional para evitar dictado de
actos o la ejecución de conductas que infrinjan los Tratados internacionales. Es decir
que las autoridades que no ejecutan funciones típicamente jurisdiccionales tienen
que interpretar los derechos humanos de la manera más favorecedora sin que
estén potenciados para declarar la invalidez de las normas o para desaplicarlas
en casos concretos, conforme lo ha expresado la Suprema Corte de México en el
caso Radilla Pacheco36 (9/12/2010).
Parece claro que el grado de intensidad se ejerce con más fuerza en los Estados
que permitan el control difuso, al tener –por regla– todos los judicantes locales la
atribución de “inaplicar” o “invalidar” –según el caso– la norma inconvencional37.
Sin embargo hay un grado intermedio38, por ejemplo cuando el operador en
lugar de romper una regla local viciada, está en condiciones de llevar a cabo una
“interpretación conforme” de la normatividad interna con los Tratados internacionales y de la jurisprudencia interamericana. Ello es así pues al cumplir este tipo
de `interpretación´ se puede salvar la inconvencionalidad del precepto doméstico,
tal cual veremos en el siguiente apartado.
En verdad el control de convencionalidad puede efectuarlo cualquier juez o
Tribunal que materialmente realice funciones jurisdiccionales, incluyendo –según
el diagrama de los diversos países– las Cortes Supremas de Justicia, las Cortes,
Salas o Tribunales Constitucionales; y en aquellos que ejecutan el control difuso,
todos los jueces sin distinción de jerarquías, en el marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones procesales correspondientes.
35 De acuerdo a lo expresado por la Corte IDH en el famoso caso Cabrera García y Montiel Flores vs. México,
(Corte IDH, Serie C Nº 220, de 26 de noviembre de 2010).
36 Corte IDH, Serie C Nº 209, de 23 de noviembre de 2009. Véase también García Ramírez (2011), p. 243.
37 Ferrer Mac-Gregor (2010), p. 208.
38 Ferrer Mac-Gregor (2010), pp. 683 a 754.
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III. Interpretación conforme
En efecto, puede darse el caso en el que el operador en lugar de romper la
regla local supuestamente viciada, lleve a cabo una “interpretación conforme”
de la normatividad doméstica con la supranacional, sobre la idea de salvar la
convencionalidad del precepto.
Una de las formas más contundentes para lograr esta “armonización” entre el
derecho nacional y el internacional se viabiliza a través de la denominada “cláusula de interpretación conforme”39. La misma consiste en una técnica hermenéutica por medio de la cual las reglas contenidas en las Cartas Magnas locales son
“armonizadas” con los postulados y principios que surgen de los tratados sobre
derechos humanos así como de la jurisprudencia de la Corte IDH, para alcanzar
una mayor eficacia.
Algunas constituciones disponen que los derechos y deberes que ellas regulan
deben ser interpretados de conformidad con los tratados internacionales ratificados40. Esta fórmula surge por ejemplo del artículo 10.2 de la Constitución española
de 1978 que expresa: “que las normas relativas a los derechos fundamentales y
a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad
con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos
internacionales sobre la misma materia ratificados por España”41.
Para los países del sistema interamericano que no contengan esta cláusula,
va de suyo –tal cual lo adelantamos– que se debe aplicar la regla antes citada
(interpretación pro homine).
En este orden de ideas la modificada Constitución de México42 edicta en su
artículo 1º: “En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los
derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, así como de las garantías para su
protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse, salvo en los casos
y bajo las condiciones que esta Constitución establece. Las normas relativas a los
derechos humanos se interpretarán de conformidad con esta Constitución y con los
39 Ferrer Mac-Gregor (2010), p. 698.
40 Entre
las constituciones latinoamericanas que adoptan esta pauta interpretativa podemos citar las de
Bolivia, Perú y México.
41 Queralt Jiménez (2007), pp. 435-470. Ídem Ferrer Mac-Gregor (2010), p. 699.
42 Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos de 5 de febrero de 1917, modificada el 10 de
junio de 2011, publicada en el DOF el 10 de junio de 2011.
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tratados internacionales de la materia favoreciendo en todo tiempo a las personas la
protección más amplia. Todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias,
tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos
humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia,
indivisibilidad y progresividad…” (énfasis agregado)43.
En definitiva podemos reiterar que el modelo de la “interpretación conforme”
busca una hermenéutica que compatibilice –en lo posible– las normas internas
con las de los tratados, para salvar la convencionalidad de aquellas.
Así se puede lograr una mayor utilidad sin “romper” un dispositivo legal
doméstico, esto es cuando se lo “interpreta” usando el criterio más favorable. Se
deja de lado así una imposición coactiva de las reglas internacionales.
IV. Margen de apreciación nacional
Esta figura que ha sido usada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
(TEDH), y se ha definido como una suerte de “deferencia” –del cuerpo supranacional encargado de juzgar– hacia las autoridades nacionales para que sean éllas
las que fallen sobre determinada temática, con independencia de los organismos
que imponen los tratados supranacionales. En ese caso las autoridades domésticas
quedan –podemos decir–, encargadas de resolver determinadas vulneraciones
de los derechos humanos. Ello se da en aquellas hipótesis en las que el Tribunal
internacional considera que los cuerpos internos están en mejores condiciones
para decidir el asunto.
La postura sub examine hunde sus raíces en la doctrina del marge d´ appréciation aplicado por el Consejo de Estado Francés y en la jurisprudencia sobre la
discrecionalidad administrativa de algunos países del ámbito continental. Esto
significa que la corriente podría tener su base en un debate más amplio centrado
en los límites que deben tener los judicantes a fin de garantizar una efectiva separación de los poderes. Empero su trasvasamiento al campo internacional apunta
a la problemática asociada al carácter subsidiario del derecho internacional y a la
legitimidad democrática de ciertas legislaciones internas44.
Esta doctrina se ha originado –tal cual lo anticipamos– en la jurisprudencia
del TEDH, aunque en puridad de verdad fue la ex Comisión Europea de Derechos Humanos la que hizo expresa referencia al margen de apreciación nacional.
43 Véase Angulo Jacobo (2013), p. 85. Ver también García Ramírez (2011).
44 Díaz Crego (2011).
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Cabe destacar que “Los primeros asuntos en los que la Comisión hizo uso de esta
doctrina planteaban supuestos recubiertos de cierta excepcionalidad, ya que se
enjuiciaban medidas de derogación de los derechos reconocidos en el Convenio,
adoptadas por los Estados en virtud de lo previsto en el artículo 15 CEDH. Sin
embargo, la doctrina del margen sería incorporada posteriormente a asuntos en
los que se debatían eventuales vulneraciones de otros preceptos del CEDH, como
por ejemplo, el derecho a la educación, en el caso Lingüístico Belga, de 24 de junio
de 1965 (Comisión), o la libertad de expresión, en el asunto Handyside (AraiTakahashi, 2002; Lambert, 1998; Yourow, 1996). A partir de esa extensión de
la doctrina del margen a otros preceptos del CEDH, la utilización del margen
por los órganos de control del CEDH ha crecido de forma exponencial, siendo
uno de los recursos habitualmente utilizados para la resolución de las eventuales
violaciones de derechos humanos que llegan a Estrasburgo”45.
Uno de los temas más complicados en esta problemática es saber cuál es ese
“margen” y qué amplitud tiene46.
Nótese que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dado cierto margen
de apreciación a los países47, sosteniendo, por ejemplo, que estos tienen libertad
para definir el estatus jurídico del Convenio Europeo de Derechos Humanos48.
Este modelo pretende que los estándares internos sean “compatibles” con ese
Tratado, no pide para nada que sean “idénticos”, ni siquiera “conformes”, ya que
los Estados gozan de ese surco de apreciación local en la elección de los medios
para cumplir sus obligaciones convencionales49.
Como vimos, en la jurisprudencia del viejo continente se ha otorgado en
varias oportunidades la “deferencia” hacia las autoridades locales, con el argumento del carácter subsidiario del derecho internacional50. Por ejemplo en el
caso “Evans vs. Reino Unido”, atinente a la fertilización in vitro, se dejó librado
45 Díaz Crego, Margen de apreciación nacional, 2010.
46 El
juez de la Corte Suprema de la Nación Carlos S. Fayt en sus votos vertidos en los casos “Simón” y
“Mazzeo”, advierte que a través del artículo 27 de la Constitución Nacional Argentina se puede encontrar un
hueco para hablar de margen de apreciación nacional. CSJN, “Simón, Julio H., y otros”, sent. 14 de junio 2005.
47 García Ramírez (2011), p. 128.
48 Castilla Juárez (2013).
49 Castilla Juárez (2013), p. 82.
50 Véase Comisión IDH, Grecia c. Reino Unido, de 26 de septiembre de 1958, (Vol. I y Vol. II);
STEDH, Handyside c. Reino Unido, de 7 de diciembre de 1976, par. 48. Ídem Díaz Crego, Margen de
apreciación nacional (2010).
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a éstas lo atinente a la presunta violación del derecho a la vida de los embriones
preservados debido a que la legislación nacional exigía su destrucción ante el
retiro del consentimiento de la pareja de la peticionaria sobre su implantación51.
Ciertos doctrinantes –como luego veremos– han criticado la figura sub examine ya que consideran que el uso excesivo de la misma impide a los operadores
jurídicos conocer con cierta dosis de previsibilidad cuál sería la jurisprudencia
mayoritaria de un tribunal internacional, lo que atentaría contra la seguridad
jurídica.
Por otro lado y en una postura opuesta conviene alertar que ciertos autores
pregonan un amplio margen de apreciación nacional a tal punto que inclusive se
oponen por ejemplo al control de convencionalidad ya que entienden que afecta
la legitimación democrática del Parlamento.
Los epígonos de esta vertiente sostienen que ni de las obligaciones de los
artículos 1.1 y 2 de la CADH, ni del restante contenido de ésta, ni de ningún
otro Tratado, puede inferirse la existencia de una obligación para los Estados
de integrar y situar en el sistema jurídico local a los Tratados al mismo nivel
o un rango superior que el de su Constitución, “pero mucho menos que los
órganos vinculados a la administración de justicia estén obligados a hacer eso
o a tomar esa decisión. En ningún lado encontramos la obligación para los
Estados de someter todo su ordenamiento jurídico al contenido de un Tratado
[…] lo que establece son formas de adecuación y coordinación para que se
cumpla con la CADH”52.
Con un criterio más armonizador se ha puesto de manifiesto que en todo
derecho de fuente internacional puede darse una dicotomía entre lo que se denomina el “núcleo duro” inalterable y común para todos; y otro más sencillo y
maleable que sí puede ser manejado y acomodado según las circunstancias por
los jueces locales53.
Si bien es cierto que la Corte interamericana ha expresado constantemente
que –tal cual lo dijimos– los países deben tener en cuenta no sólo los tratados
internacionales sino también la jurisprudencia de ese Tribunal, lo cierto es que
en algunos casos ella misma ha permitido tanto en el ámbito consultivo54 como
51 TEDH,
52 Nº 6339/05, sentencia de 10 de abril de 2007, párr. 54.
Castilla Juárez (2013), p. 80.
53 Sagüés (2010), p. 1245, ibídem Sagüés (2006), p. 222.
54 Véase Corte IDH, Serie A Nº 4, OC-4/84, de 19 de enero de 1984.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
en la jurisdicción contenciosa cierta posibilidad de apreciación nacional55. En
el asunto Castañeda Gutman56 ese Tribunal –contradiciendo en alguna medida
lo que venía diciendo en asuntos como Yatama contra Nicaragua57–, aceptó que
la dirección del gobierno y su actividad democrática interior sea competencia
exclusiva del Estado Mexicano58.
En verdad conviene señalar que este “margen” resulta muy amplio cuando la
Corte de la región no ha sentado opinión sobre algún tema en particular, ya que
en esa situación la judicatura local no tiene ninguna cortapisa para llevar a cabo
la hermenéutica que le parezca más conveniente teniendo en cuenta las normas
locales y su compatibilización con los tratados internacionales, aunque en esa
situación no podemos hablar obviamente de “la” doctrina de la Corte IDH por
lo que se trata de meros criterios provisionales locales que obviamente no tienen
efecto erga omnes59.
Por ello pensamos que este campo “se achica” cuando hay ya criterios o
estándares establecidos por la Corte IDH, pues una interpretación contraria
implicaría la violación de los artículos 1.1 y 2 de la CADH y de la jurisprudencia
del Tribunal.
Aunque en puridad de verdad sería conveniente flexibilizar en lo posible
esta contraposición que impone la supremacía Convencional o interpretación
jerárquica, por el postulado de la “coordinación” entre los sistemas nacionales e
internacionales y viceversa, sobre la base de la interpretación pro homine60 en el
sentido de buscar entre las normas de la jurisdicción internacional y de la nacional,
la más protectora para el ser humano61.
Como dice Carpizo el principio hermenéutico pro persona, en su variante de
preferencia normativa, posibilita superar el criterio de interpretación jerárquica
y atender a la regla que mayor beneficio otorgue a la persona62.
55 La Corte de la región dice que la protección de los derechos humanos constituye un límite infranqueable
a las mayorías parlamentarias. Véase Corte IDH, Serie C Nº 221, de 24 de febrero de 2011. Ídem Vítolo
(2013), p. 374.
56 Corte IDH, Serie C, Nº 184, de 6 de agosto de 2008.
57 Corte IDH, Serie C, Nº 127, de 23 de junio de 2005.
58 Conf.
Carpizo (2013), pp. 939 a 971.
59 García Ramírez (2011), p. 128.
60 Carpizo (2013), p. 957. Véase también Bazán (2011), p. 1.
61 Véase Hitters (2013).
62 Carpizo (2013), p. 957.
13, Nº 2
Nº 1
Estudios Constitucionales, Año 12,
2015, pp. 137-186
pp. 123-162
2014,
137
Juan Carlos Hitters
Esto es lo que ha dado en llamarse –ya lo dijimos– el diálogo jurisprudencial
entre la justicia local y la internacional63, siempre teniendo en cuenta que los
Estados al plegarse al Pacto de San José han consentido en limitar su soberanía
en beneficio de un bien superior al mismo que –como dice Nogueira Alcalá–,
es el respeto a la dignidad inherente al ser humano. Ello implica en definitiva
reconocer que la soberanía Estatal está restringida en su ejercicio por el respeto y
garantía efectiva de los derechos humanos64.
García Ramírez65 hace ver que el control interno de convencionalidad supone
algún margen de apreciación nacional, empero es preciso reconocer que en la mayoría de los casos esta deferencia hacia lo local está acotada por las definiciones
del órgano supranacional de interpretación vinculante.
Sostiene este autor que, “no es conveniente ni realista pretender que todo
el orden jurídico sea producto de una sola fuente internacional, con operación
puramente endogámica, ciega y sorda a las incitaciones que surgen de las fuentes
nacionales de reflexión y decisión. En el mismo sistema interamericano se cuenta
con ejemplos –cada vez más numerosos y aleccionadores– sobre la racionalidad
y los beneficios del diálogo jurisprudencial”66.
Hemos puntualizado que cuando la Corte IDH fija una doctrina legal –imperativa–, la misma es vinculante –en principio– para los Estados partes por lo
que de ese modo de alguna manera se minoriza el principio del margen de apreciación nacional teniendo en cuenta la obligatoriedad de los pronunciamientos
del tribunal regional.
En efecto, en el caso “Gelman vs. Uruguay” del año 201167 la Corte IDH
sostuvo que el país demandado infringió la CADH en relación al caso “Juan
Gelman, María García de Gelman, y María Macarena Gelman García”.
Con anterioridad el Parlamento Uruguayo había aprobado la Ley de Caducidad
(Ley Nº 15.848), similar a las de Obediencia de Vida y Punto Final dictadas en
63 Nogueira Alcalá (2012), pp. 512 y ss.
64 Nogueira Alcalá (2013). En el mismo sentido expresa García Ramírez (2011, p. 129), que el control
de convencionalidad desplegado con seriedad, competencia y acierto, favorece y fertiliza el diálogo
jurisprudencial interno e internacional.
65 García Ramírez (2011), p. 128.
66 García Ramírez (2011), p. 129.
67 Corte IDH, Serie C Nº 221, de 24 de febrero de 2011.
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 123-162
Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
Argentina. Vale la pena recordar que la normativa del país vecino pasó –como es
sabido– por varias vicisitudes en el ámbito doméstico68.
Finalmente llegado el asunto a la Corte Interamericana, ésta concluyó que el
Estado había violado los derechos y las garantías judiciales previstas en los artículos
8.1 y 25.1 del referido Pacto, sosteniendo en particular que la aplicación de la
Ley de Caducidad carece de efecto jurídico respecto de las graves violaciones de
los Derechos Humanos llevadas a cabo en el Uruguay con motivo de los hechos
antes relatados69.
Resulta muy importante poner de manifiesto que cuando el Tribunal Interamericano tuvo que al Supervisar el Cumplimiento de la Sentencia “Gelman vs.
Uruguay”, el 20 de marzo de 2013, se ocupó del asunto que hemos denominado
como el “Caso de los Coroneles”70. Allí dos militares de alto rango71 atacaron la
ley Nº 18.831 (del 27.10.2011) como contraria a la Constitución en el marco
de una investigación penal72. Cabe señalar que ese cuerpo legal fue dictado como
consecuencia de lo dispuesto por la Corte IDH en el caso “Gelman vs. Uruguay”
(del 24.02.2011).
En efecto, la Suprema Corte de Justicia de ese país en el decisorio del 22 de
febrero de 2013 declaró –por mayoría– que lo dispuesto por la Corte Interamericana en el ya nombrado fallo “Gelman” y en general, en los demás pronunciamientos de ese organismo internacional no son vinculantes para quienes no han
sido parte de ese proceso judicial. Para ello puso en juego la doctrina denominada
“margen de apreciación nacional”.
El Tribunal regional en la Resolución de la Supervisión del caso “Gelman” (del
20 de marzo de 2013) ya referida, replicó con severidad los basamentos de los
jueces domésticos, negando la posibilidad del `margen de apreciación nacional´
que había invocado la Corte Suprema Uruguaya.
Este es un caso muy especial dado que el Tribunal regional ya había expresado
su opinión sobre la inconvencionalidad sobre las leyes de caducidad, no obstante
ello el más alto órgano judicial del Uruguay había desconocido dicho criterio, y
68 Corte IDH, Serie C Nº 221, de 24 de febrero de 2011, párrs. 145 a 150.
69 Corte IDH, Serie C Nº 221, de 24 de febrero de 2011, párrs. 241 a 246.
70 Suprema Corte del Uruguay, IUE 2-109971/2011, Sentencia Nº 20, de 22 de febrero de 2013, al que
nosotros denominamos el “Caso de los Coroneles”.
71 Galai Palermo (2013).
72 En ese expediente, los Coroneles R.R.S.S. y M.C., impugnaron por vía de excepción de inconstitucionalidad
la Ley de Marras.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 123-162
139
Juan Carlos Hitters
sobre el argumento del margen de apreciación nacional inaplicó la jurisprudencia
interamericana. Cuando la Corte IDH tuvo que Supervisar su decisorio advirtió
el apartamiento doméstico y allí indirectamente fulminó la aplicación del margen
de apreciación nacional ya que dijo que sus pronunciamientos eran obligatorios
para el ámbito interno y que la Suprema Corte del Uruguay debió atenerse al
decisorio del tribunal interamericano73.
En síntesis podemos decir que en el ámbito del control de convencionalidad
existe el margen aludido, en el sentido de que impera allí la posibilidad de que
las autoridades impongan ciertos criterio locales, ello sobre la base del modelo
de subsidiariedad en el sentido que son los Estados, en especial los jueces y
el poder judicial en general, los que ejecutan el control primario y ponen en
juego las normas nacionales e internacionales que consideren convenientes.
Como vimos esta corriente nació en el ámbito de la vieja Comisión Europea
de Derechos Humanos y se extendió al tribunal regional homónimo con sede
en Estrasburgo.
También pusimos de resalto que esta “deferencia” que se le confiere a las autoridades locales se aplica con mayor amplitud cuando no existe jurisprudencia
de la Corte IDH sobre el particular. En cambio la cuestión “se achica” cuando el
tribunal interamericano ha fijado determinada doctrina legal.
En algunas circunstancias se ha evitado poner en contraposición el criterio de la supremacía convencional o interpretación jerárquica, utilizando el
postulado de la “coordinación” (o diálogo) entre los esquemas nacionales e
internacionales, sobre la base del principio de interpretación pro homine74;
criterio utilizado por la propia Corte IDH por ejemplo en el aludido caso
“Castañeda Gutman”75.
V. De oficio y en abstracto
1. De oficio
En Argentina y en algunos otros países –depende de la normativa vigente–
se discute si el control de constitucionalidad debe ser llevado a cabo a pedido de
parte o de oficio.
73 Véase Hitters (2013).
74 Véase Hitters (2013).
75 Corte IDH, Serie C, Nº 184, de 6 de agosto de 2008.
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 123-162
Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
Sin perjuicio de lo que en definitiva resuelvan los tribunales locales, reiteramos
que según la interpretación de la Corte IDH “…los órganos del Poder Judicial
deben ejercer no sólo un control de constitucionalidad, sino también ‘de convencionalidad’76 ex officio77 entre las normas locales y la Convención Americana,
evidentemente en el marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones
procesales correspondientes. Esta función no debe quedar limitada exclusivamente por las manifestaciones o actos de los accionantes en cada caso concreto,
aunque tampoco implica que esa revisión deba ejercerse siempre, sin considerar
otros presupuestos formales y materiales de admisibilidad y procedencia de ese
tipo de acciones”78.
La Corte en el caso de los Trabajadores Cesados del Perú habló del control
difuso de convencionalidad que ella puede ejercer, luego en “Almonacid Arellano” puso en resalto esta posibilidad de inspección con independencia de que
las partes la invoquen. Señala Ferrer Mac-Gregor que en realidad la posibilidad
de ejercitar esta vía de oficio constituye un complemento del carácter difuso de
dicho control. A partir de entonces se ha mantenido firme la jurisprudencia que
permite el cotejo ex officio79.
El tribunal regional aclaró en varias oportunidades que para poner en juego
esta doctrina no deben perderse de vista los supuestos formales y materiales de
admisibilidad y procedencia de este tipo de acciones.
Dice García Ramírez –ahora no ya como juez, sino como doctrinario– que
“…la exigencia de que se satisfagan estos presupuestos no implica de suyo,
en el caso concreto en el que se plantean, apreciación sobre la existencia de
las violaciones aducidas o la responsabilidad de quien deba enfrentarlas o la
reparación pertinente. Sólo significa –pero esto no carece de importancia y
trascendencia, casuísticamente, como es evidente– que el despliegue de la vía
internacional, en su caso, y del control interno de convencionalidad, en el
suyo, se hallan asociados a la observancia de esos presupuestos. Desde luego, la
normativa interna puede ser –e incluso debe ser– muy favorecedora de la tutela
de los derechos fundamentales, y, por ende, puede y debe reducir al mínimo
76 Corte IDH, Serie C Nº 154, de 26 de septiembre de 2006, párr. 124. Véase Gialdino (2008), p. 1295.
77 Este criterio ha sido ratificado recientemente en el Caso J. vs. Perú, (Corte IDH, Serie C Nº 275, de 27
de noviembre de 2013, párr. 407).
78 Corte IDH, Serie C Nº 158, de 24 de noviembre de 2006, párr. 128.
79 Ferrer Mac-Gregor (2010), p. 312.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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Juan Carlos Hitters
los citados presupuestos, a fin de no oponer barreras innecesaria a la protección
del individuo. Bajo la misma lógica se prevén los presupuestos en el ámbito
internacional…”80.
Este control de oficio se debe cumplir conforme a la competencia de los
órganos internos y bajo las reglas adjetivas establecidas para este efecto. Esto no
significa que todos los jueces sean competentes para aplicar sin mayores exigencias
domésticas este tipo de confronte, pues, repetimos, por regla deben observar las
normas locales81.
Vista ahora la problemática no ya desde del derecho doméstico, sino del supranacional, lo cierto es que cuando las actuaciones llegan a la Corte regional, ella
realiza –sin duda– esta verificación, “aún de oficio”, considerando que es la última
intérprete de la normativa interamericana y que por una cuestión meramente
procesal no se puede permitir que el Estado infrinja la Convención (art. 27 de la
Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados).
En ese orden de ideas obsérvese que estamos hablando de un control normativo, no obstante, y como módulo para comprender lo que venimos analizando, debe tenerse presente que el férreo principio de congruencia muchas
veces utilizado en el campo interno –por lo menos en los pleitos de marcada
esencia dispositiva–, ha sido morigerado por el tribunal interamericano que
aplicando el principio de iuria curia novit, en verdad dilata en forma indirecta
aquel duro postulado82.
En definitiva la Corte regional sostiene que la compulsa de convencionalidad
debe hacerse de oficio en el marco de las respectivas competencias del órgano juzgador
local.
Reclama que el país haga el control primario sin perder de vista los presupuestos formales y materiales de admisibilidad y procedencia de su legislación en
la medida que no haya infracciones al debido proceso legal.
De todos modos la Corte se reserva el derecho de hacerlo ella como último
interprete de la CADH y para evitar que se frustre –por una decisión doméstica–
el control de convencionalidad.
80 García Ramírez (2011), p. 153.
81 García Ramírez (2011), p. 151.
82 Hitters (2006), p. 818. En efecto, con buen tino ha dicho en el caso Fermín Ramírez, que tanto las víctimas
como sus familiares o representantes pueden invocar derechos distintos de los comprometidos en la demanda de la
Comisión. Corte IDH, Serie C Nº 126, de 20 de junio de 2005, párr. 116.
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2015, pp. 123-162
Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
2. En abstracto
Yendo ahora al control de convencionalidad `en abstracto´ conviene poner
de resalto que en los primeros tiempos tal cuerpo interamericano sostenía que
era improcedente la revisión supranacional si el precepto atacado no había
sido aplicado. Empero últimamente fue cambiando de tornas, destacando
su potestad de controlar la convencionalidad de las normas locales, aún en
abstracto83.
En una primera etapa en efecto, el 27 de enero de 1995 en el caso Genie
Lacayo84 había expresado que “...La competencia contenciosa de la Corte no
tiene por objeto la revisión de las legislaciones nacionales en abstracto sino que
es ejercida para resolver casos concretos en que se alegue que un acto del Estado,
ejecutado contra personas determinadas, es contrario a la Convención...”; concluyendo que no tiene aptitud para activar ex officio “en abstracto” el contralor
de convencionalidad, criterio que mantuvo a rajatabla en el mismo asunto el 29
de enero de 1997 en la sentencia sobre el fondo85.
Tal pauta fue criticada en estas últimas actuaciones por el entonces Juez
Cançado Trindade en su Voto Disidente, quien abriendo una brecha en la
sólida jurisprudencia precedente, dejó en claro que la infracción convencional
se produce por el sólo hecho de que la norma doméstica esté vigente (aunque no
haya sido aplicada); añadiendo luego, en el caso “El Amparo” que para que
exista maltrato a la CADH “...no me parece necesario esperar la ocurrencia
de un daño...”86.
En una segunda etapa se muestra un cambio en la jurisprudencia aludida,
al sostener la Corte IDH en el caso “Suárez Rosero”87 y posteriormente en
83 Sobre el particular puede verse el importante libro del profesor colombiano Ernesto Rey Cantor a donde
nos remitimos brevitatis causa, dado que lleva ahí análisis pormenorizado de la temática (Rey Cantor (2008)
pp. 68, 69, 70, 71 y ss.).
84 Corte IDH, Serie C Nº 21, de 29 de enero de 1997, párr. 50.
85 Corte IDH, Serie C Nº 21, de 29 de enero de 1997, párr. 91.
86 Corte IDH, Serie C Nº 28, de 14 de septiembre de 1996. Voto del Juez Cançado Trindade, párr. 3.
Agregó dicho magistrado que “...un individuo puede, bajo determinadas condiciones, reivindicar ser víctima
de una violación de derechos humanos perpetrada por la simple existencia de medidas permitidas por la
legislación, sin que hayan sido a él aplicadas ...”, (párr. 5).
87 Corte IDH, Serie C Nº 35, de 12 de noviembre de 1997, párr. 98; apuntalando ese criterio véase también
el Voto del Juez Cançado Trindade en el caso “La Última Tentación de Cristo” (Corte IDH, Serie C Nº 73,
de 5 de febrero de 2001, párr. 13).
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Juan Carlos Hitters
“Castillo Petruzzi”88 entre otros, que puede haber infracción al Pacto de San
José aun cuando el dispositivo normativo doméstico no haya sido aplicado en un
asunto concreto.
En una apretada síntesis podemos concluir que en las últimas épocas ese
Tribunal efectuó como siempre el control de convencionalidad de los preceptos
del derecho doméstico aplicados al caso concreto; y también de aquellas reglas
que habiendo sido sancionadas –y vigentes– no hubieran sido utilizadas en una
causa determinada.
En definitiva esta inspección de compatibilidad puede ejercitarse preventivamente, como en el caso de algunos Tribunales Constitucionales Europeos (de
jurisdicción concentrada). En la Provincia de Buenos Aires el Código Procesal
Civil y Comercial regula esta posibilidad en los arts. 686 a 688 (conforme
art. 161.1 de la Constitución Provincial bonaerense) que tramita directamente
ante la Suprema Corte de dicho Estado.
VI. Consecuencias del control
de convencionalidad.
Uno de los temas que necesita ser analizado en profundidad y que en principio
depende del derecho interno es saber qué consecuencias produce una declaración
de inconvencionalidad positiva, esto es cuando el órgano encargado de llevar a
cabo el control ve una falta de acomodación entre las normas internacionales
y las locales. Si esta actividad es ejercida por la justicia doméstica y se advierte
tal defecto, los jueces pueden “desaplicar” el precepto, o “anularlo” (en aquellos
países donde se permite esta última posibilidad). Si mantienen el dispositivo
inconvencional el Estado es responsable internacionalmente (arts. 1.1, 2 y 27
CADH). Parece obvio aclarar que si el dispositivo produjo ya sus efectos nocivos
sólo quedan las reparaciones sustitutivas.
En cambio si el control es llevado a cabo por la Corte IDH y esta advierte un
desfase debe así declararlo para que se adecue el precepto al derecho supranacional,
de conformidad con la sentencia regional.
En el control de convencionalidad los órganos “domésticos” pueden, como
vimos, desaplicar o anular la norma; si esto ha sido dispuesto por la Corte IDH
es el Estado quien luego debe cumplir.
88 Corte IDH, Serie C Nº 52, de 30 de mayo de 1999.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
Una de las dudas que aparecen en el ámbito interamericano –lo mismo que
en el europeo– es saber si la declaración de inconvencionalidad ejercida por la
Corte IDH produce la nulidad o la inaplicabilidad de la regla en juego.
Por ello cuando ese cuerpo jurisdiccional –luego de hacer la comparación
de marras–, dispone que, en el caso concreto, se infringió la convención89, tal
pronunciamiento es vinculante para el legitimado pasivo (arts. 62.3 y 68.1 del
Pacto), y el Estado, tiene la obligación de adaptar y en su caso modificar el derecho interno –incluyendo la propia Constitución– como ocurrió en el caso de
“La Última Tentación de Cristo”90. Si no se cumple aparece la responsabilidad
estatal (arts. 1.1 y 2 CADH).
Conviene repetir que desde esta vertiente la decisión interamericana no implica
una abrogación automática del precepto local, ni produce una expulsión de la
regla analizada, pues es el país –repetimos– quien debe cumplir con el pronunciamiento regional.
Sin embargo en los delitos de lesa humanidad la cosa parece tener un matiz
diferenciado ya que a nuestro criterio, en esas circunstancias, por ejemplo en los
casos “Barrios Altos”91; “Tribunal Constitucional de Perú”92 y “La Cantuta”93
la Corte IDH se comportó como un verdadero Tribunal Constitucional declarando “inaplicables” en todo el país y con efecto erga omnes las leyes de amnistía
dictadas en Perú.
Hemos dicho que la consecuencia general de la declaración de inconvencionalidad consiste en privar de los efectos jurídicos a la norma infectada, en
cuyo caso, según el derecho doméstico, la regla debe ser declarada inválida. Sin
embargo la cuestión se complica cuando en ese ámbito sólo se admite la declaración con efectos para el futuro (efectos ex nunc) y no hacia el pasado (efectos
ex tunc). A partir del caso “Almonacid Arellano” la Corte IDH tuvo la intención
de marcar que la regla atacada carece de efectos jurídicos desde su inicio, criterio
que mantuvo en casos posteriores. Empero esta pauta no fue constante en la
Corte IDH y todo depende del caso concreto.
89 Corte IDH, Serie C, Nº 127, de 23 de junio de 2005; ídem Corte IDH, Serie C Nº 162, de 29 de
noviembre de 2006.
90 Corte IDH, Serie C Nº 73, de 5 de febrero de 2001.
91 Corte IDH, Serie C Nº 75, de 14 de marzo de 2001.
92 Corte IDH, Serie C Nº 71, de 31 de enero de 2001.
93 Corte IDH, Serie C Nº 162, de 29 de noviembre de 2006.
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VII. Obligatoriedad de los fallos de la Corte IDH
1. Valor vinculante en el caso concreto
Destacamos antes de ahora94 que las sentencias de la Corte IDH deben ser
acatadas –en el derecho interno– por los tres poderes del Estado95.
Dicho Tribunal en base a lo dispuesto por los arts. 62.3 y 68.1 del Pacto de
Costa Rica ha expresado que “sus fallos” son –en el caso concreto–, de cumplimiento obligatorio. Los países del sistema interamericano, salvo algunas excepciones
como en Perú96 que finalmente luego aceptó una condena, y Venezuela que se
retiró de la Corte IDH, han sido casi siempre respetuosos de los pronunciamientos
regionales no sólo en cuanto a la reparación económica, sino también cuando
ordenan al poder público llevar a cabo ciertas conductas reparatorias tanto de
hacer como de no hacer, ello sin perjuicio de las Supervisiones que el Tribunal
regional continúa haciendo en algunos casos.
Vale la pena recordar que el 6 de septiembre de 2012 se presentó ante la
Secretaría General de la OEA la solicitud de Venezuela –firmada por el entonces
Canciller Nicolás Maduro Moros–, de denuncia (retiro) a la Convención Interamericana sobre Derechos Humanos. Fundamentó su decisión en que ese país había
recibido varias medidas cautelares y decisorios injustos en su contra por parte de
la Corte IDH, y algunos casos de la Comisión IDH que violarían la soberanía
de ese país, sobre todo emitiendo medidas de seguridad sin agotar –dicen– los
recursos internos. El artículo 78 de la Convención autoriza esa situación, si el
retiro se impetra mediante un preaviso de un año. La denuncia no tiene efectos
de desligar al Estado parte de las obligaciones incumplidas hasta la fecha en la
cual la denuncia produce efecto (art. 78.2). El plazo de un año venció en ese caso
el 6 de septiembre de 2013.
El apartamiento de la Convención sólo es válido con respecto a la Corte
Interamericana, ya que no es posible “retirarse” de la Comisión IDH por formar parte de la Carta de la OEA. Esto significa que tal organismo puede dictar
medidas y resoluciones respecto de Venezuela luego de producirse su retiro.
Esta postura vino como consecuencia –entre otros motivos– de un movimiento
94 Hitters y Fappiano (2012), T. II, V. 1, pp. 277 a 281. Ídem Hitters (2008), p. 1169.
95 Algunos autores prefieren no usar la terminología “obligatoriedad del precedente y de grado de vinculación
vertical” proponiendo utilizar la fraseología “diálogo jurisdiccional”, Oteiza (2012), p. 89.
96 Véase, Hitters (1999), p. 893.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
producido por varios países por ejemplo: Bolivia, Ecuador, Venezuela, Colombia
y El Salvador, que se quejaron por la dureza de las medidas cautelares dictadas
en su contra por la Comisión IDH. Ello generó la creación de un Grupo de
Trabajo y Reflexión por el Consejo Permanente de la OEA en el año 2011, que
luego de varias reuniones culminó con un Informe, el 22 de marzo de 2013
–AG/Res. 1 (XLIV-E/13)–. Una de las consecuencias de todo ese proceso fue
la modificación del Reglamento de la Comisión, el 13 de mayo de 2013, por
lo que a partir de allí podemos hablar de un “nuevo Reglamento”.
2. Efecto erga omnes de las sentencias
A. Pautas generales de la Corte IDH
Desde el año 2001 la Corte IDH refiriéndose al derecho interno peruano
y a partir de los casos: “Barrios Altos”, “El Tribunal Constitucional de Perú” y
especialmente en “La Cantuta” (entre otros)97, había parado mientes en señalar
ciertos efectos erga omnes de sus fallos no sólo para el asunto concreto sino para
todo el derecho interno de ese país, aún fuera del caso juzgado.
En los últimos tiempos98 el tribunal regional reiteró conceptos expresados
con anterioridad señalando que “la obligación de cumplir lo dispuesto en las
sentencias del Tribunal corresponde a un principio básico del Derecho Internacional, respaldado por la jurisprudencia internacional, según el cual los Estados
deben acatar sus obligaciones convencionales internacionales de buena fe (pacta
sunt servanda)”99.
En efecto, la Corte IDH en el caso “La Cantuta” había expresado que “…De
las normas y jurisprudencia de derecho interno analizadas, se concluye que las
decisiones de esta Corte tienen efectos inmediatos y vinculantes y que, por ende,
la sentencia dictada en el caso Barrios Altos está plenamente incorporada a nivel
normativo interno. Si esa Sentencia fue determinante en que lo allí dispuesto tiene
efectos generales, esa declaración conforma ipso iure parte del derecho interno
97 Casos de la Corte IDH: Serie C Nº 75, de 14 de marzo de 2001; Serie C Nº 162, de 29 de noviembre
de 2006; Serie C Nº 71, de 31 de enero de 2001, y Serie C Nº 104, de 28 de noviembre de 2003.
98 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 31 de marzo de 2014, Considerandos, párr. 3.
99 Véase Corte IDH, Supervisión, Resolución de 26 de noviembre de 2013, Considerando Tercero; Corte
IDH, Supervisión, Resolución de la Corte IDH de 17 de noviembre de 1999, Considerando Cuarto, y
Corte IDH, Serie A Nº 14, de 9 de diciembre de 1994, párr. 3.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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Juan Carlos Hitters
peruano, lo cual se refleja en las medidas y decisiones de los órganos estatales que
han aplicado e interpretado esa sentencia”100.
Por ende, vale la pena repetir que tanto en “Barrios Altos”, como en los casos
“Tribunal Constitucional de Perú” y en “La Cantuta” ya referidos, la Corte IDH
se comportó como un Tribunal Constitucional anulando –indirectamente– las
leyes de amnistía, con efecto erga omnes101.
Obsérvese cómo dicho cuerpo interamericano había “amplificado” notablemente su tradicional doctrina legal, sosteniendo a partir de “Barrios Altos” y
“La Cantuta” que la vinculatoriedad de sus pronunciamientos no se agota en su
parte resolutiva, (que vale para el caso particular), sino que se multiplica expansivamente (valga la redundancia), a los fundamentos del fallo, obligando a los
tres poderes del Estado para la generalidad de los casos similares102.
Ya dijimos que las sentencias de la Corte IDH son vinculantes para el caso
concreto, y en algunas circunstancias producen efectos para los demás asuntos
de la misma esencia (como en Perú).
La duda aparece cuando se pretende saber si sus fallos originan una especie
de “doctrina legal” para todos los casos similares, en cualquiera de los Estados
signatarios del Pacto de San José.
En este orden de pensamiento resulta preciso acotar que el postulado de la
buena fe impuesto por el art. 31.1 de la Convención de Viena, dispone que si
un Estado firma un Tratado internacional –particularmente en el ámbito de los
derechos humanos–, tiene la obligación de realizar sus mejores esfuerzos para
aplicar los pronunciamientos de los órganos supranacionales correspondientes
(arts. 1.1 y 2 de la CADH).
Empero, lo cierto es que –como antes vimos– ninguna norma del Pacto de
Costa Rica le da en forma expresa el carácter extensivo, válido para todos los asuntos
a los decisorios de la Corte IDH. Salvo –reiteramos–, para el caso concreto (arts. 62
y 68 del Pacto de San José).
Por ello, para resolver este desideratum es preciso acudir a la interpretación
de los principios y postulados que reinan en el Derecho Internacional de los
Derechos Humanos y en la Corte Interamericana.
100 Corte IDH, Serie C Nº 162, de 29 de noviembre de 2006, párr. 186, citando el caso Barrios Altos
vs. Perú.
101 Repárese en la similitud que tienen dichos precedentes con lo actuado, por ejemplo, por la CSJN en el
ya aludido caso “Simón”.
102 148
Hitters (2008), p. 1169.
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2015, pp. 123-162
Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
B. El caso Gelman vs. Uruguay, ejecución de sentencia y
los efectos expansivos de los fallos de la Corte IDH
Más recientemente, en el caso “Gelman vs. Uruguay”103 que ya hemos
citado varias veces, la Corte IDH tomando en cuenta un antecedente del Tribunal de Estrasburgo remarcó “…que la jurisprudencia de la Corte Europea de
Derechos Humanos forma parte de la Convención, extendiendo así la fuerza
legalmente vinculante de la Convención erga omnes (a todas las otras Partes).
Esto significa que los Estados Parte no sólo deben ejecutar las sentencias de la
Corte pronunciadas en casos en que son parte, sino también deben tomar en
consideración las posibles implicaciones que las sentencias pronunciadas en otros
casos puedan tener en sus propios ordenamientos jurídicos y prácticas legales”
(énfasis añadido)104.
En el pronunciamiento sobre Supervisión ya aludido (del 20 de marzo
de 2013) el cuerpo jurisdiccional con asiento en Costa Rica reiteró –algo ya
indiscutido– sobre el carácter vinculante de sus sentencias en el caso concreto105
sosteniendo que “…La obligación de cumplir lo dispuesto en las decisiones del
Tribunal corresponde a un principio básico del derecho sobre la responsabilidad
internacional del Estado, respaldado por la jurisprudencia internacional, según
el cual los Estados deben acatar el tratado internacional de buena fe (pacta sunt
servanda) y, como ya ha señalado esta Corte y lo dispone el artículo 27 de la
Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969, aquellos no
pueden, por razones de orden interno, dejar de asumir la responsabilidad internacional ya establecida. Las obligaciones convencionales de los Estados Parte
vinculan a todos los poderes y órganos del Estado, es decir, que todos los poderes
del Estado (Ejecutivo, Legislativo, Judicial, u otras ramas del poder público) y
otras autoridades públicas o estatales, de cualquier nivel, incluyendo a los más
altos tribunales de justicia de los mismos, tienen el deber de cumplir de buena
fe con el derecho internacional”106.
103 Corte IDH, Serie C Nº 221, de 24 de febrero de 2011.
104 Al respecto, véase Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, Resolución 1226 de 28 de septiembre
de 2000 “Execution of judgments of the European Court of Human Rights”. Ídem http://assembly.coe.int/
ASP/Doc/XrefViewPDF.asp?FileID=16834&Language=EN. Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20
de marzo de 2013, nota 49.
105 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013, párrs. 65 a 58.
106 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013, párr. 59.
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149
Juan Carlos Hitters
Ratificó entonces –y en esto es muy claro–, que el decisorio emitido por ella
en un asunto particular es totalmente vinculante para el Estado condenado107.
Pero aclara luego que “…es posible observar dos manifestaciones distintas
de esa obligación de los Estados de ejercer el control de convencionalidad, dependiendo de si la sentencia ha sido dictada en un caso en el cual el Estado ha
sido parte o no. Lo anterior debido a que la norma convencional interpretada y
aplicada adquiere distinta vinculación dependiendo si el Estado fue parte material
o no en el proceso internacional”108.
Diversa es la circunstancia –añade el fallo– cuando el Estado no ha sido parte
en el proceso internacional donde se fijó la jurisprudencia. En tal hipótesis por
el sólo hecho de ser Parte en la Convención, la conducta de sus autoridades públicas y de la totalidad de sus órganos incluidos las instancias democráticas, están
obligadas por el Tratado debiéndose acatar el mismo y considerar los precedentes y
lineamientos judiciales del Tribunal interamericano.
En el asunto que venimos comentando el Voto Razonado109 del Juez Eduardo
Ferrer Mac-Gregor explica con toda claridad la cuestión atinente a los efectos
vinculantes de las sentencias de la Corte, y reitera lo dicho por sus colegas añadiendo –con profundidad– sus propias argumentaciones.
Alude a la eficacia objetiva de la sentencia interamericana “como norma convencional interpretada” con una vinculación indirecta “erga omnes”, como estándar
interpretativo mínimo de la efectividad de la norma convencional110, siguiendo
en parte algunos basamentos del expresidente del Tribunal, Antônio Augusto
Cançado Trindade, para referirse al efecto de los fallos de la Corte en asuntos en
los que el Estado no fue parte del pleito.
Pone de relieve la proyección de la eficacia hermenéutica erga omnes que tiene
la sentencia con respecto a todos los países que se han plegado al sistema interamericano. Ello significa –dice– que la totalidad de las autoridades domésticas deben
aplicar no sólo el principio convencional –que surge del Tratado–, sino la norma
convencional interpretada, (res intrepretata)111. Esto es –valga la redundancia–, la
107 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013, párr. 69.
108 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013, párr. 67.
109 Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013.
110 Voto
del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013,
párrs. 42 y 43.
111 Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013,
párr. 43.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
interpretación que de la misma ha hecho el órganos jurisdiccional interamericano
(art. 62.1 CADH) que resulta atrapante (arts. 1.1 y 2 CADH).
Además, el citado sufragio habla de la “efectividad mínima” como piso de
marcha del modelo, ya que del art. 29 del Pacto de San José señala que si en el
ámbito interno surge una protección mayor (es decir más eficaz) debe ponerse
en juego el esquema local y no el internacional.
Para ello no debe omitirse que “…el carácter evolutivo de la jurisprudencia
interamericana ha permitido interpretar el contenido obligacional derivado del
artículo 2º de la Convención Americana de ‘adoptar disposiciones de derecho
interno’ sean ‘medidas legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para
hacer efectivos’ los derechos y libertades. Esto ha motivado una jurisprudencia
interamericana amplia sobre diversas temáticas; por ejemplo, pueblos indígenas
o tribales, libertad de expresión y acceso a la información, derecho del inculpado
a recurrir el fallo ante juez o tribunal superior en materia penal, pena de muerte,
fuero militar, derecho laboral, estabilidad e inamovilidad de jueces, y sobre leyes
de amnistía. En esta última línea jurisprudencial sobre la incompatibilidad de las
leyes de amnistía, como sucedió en la Sentencia del Caso Gelman, expresamente se
concluye en el Resolutivo 6 que ‘El Estado ha incumplido la obligación de adecuar
su derecho interno a la Convención Americana’ y específicamente dentro de la
motivación, se expresa: ‘En particular, debido a la interpretación y a la aplicación
que se ha dado a la Ley de Caducidad, la cual carece de efectos jurídicos respecto
de graves violaciones de derechos humanos en los términos antes indicados, ha
incumplido su obligación de adecuar su derecho interno a la Convención, contenida en el artículo 2 de la misma, en relación con los artículos 8.1, 25 y 1.1 del
mismo tratado y los artículos I.b, III, IV y V de la Convención Interamericana
sobre Desaparición Forzada de Personas’…”112.
Queda claro entonces que los decisorios de la Corte Interamericana producen
efectos: 1) no solamente para el país condenado –vinculación directa, inter partes–,
2) sino también hacia los Estados que no intervienen en el pleito internacional
(vinculación relativa erga omnes), pero sólo en la medida de la norma interpretada, no
así en la totalidad del fallo. Salvo que no exista –ya lo dijimos– una hermenéutica
local más favorable al ser humano113 en cuya hipótesis vale la que ofrece mejores
ventajas (art. 29 CADH).
112 Voto del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013, párr. 46.
113 Voto
del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013,
párrs. 34, 42, 69 y 70.
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151
Juan Carlos Hitters
En suma, según este elevado criterio –que compartimos–, las sentencias del
Tribunal Interamericano originan dos tipos de consecuencias, a saber: una de
vinculación directa –y obligatoria– para el país condenado (arts. 62 y 68 CADH);
y otra de vinculación “relativa” –erga omnes– para todos los países miembros del
modelo, que no participaron del proceso.
Es por ello que “la norma interpretada” en la decisión, no puede ser controvertida en el ámbito doméstico, ya que de serlo, tolera el control de convencionalidad
secundario (subsidiario)114 por vía de la Corte IDH, que debe calificarla como
“inaplicable”, es decir “inconvencional”115.
Hemos traído a colación el caso “Gelman vs Uruguay”116, y en particular el
decisorio de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la Supervisión
de Cumplimiento del mismo117, pues entendemos –como en otro trabajo hemos
expresado118–, que en este último dicho Tribunal regional ha dado un paso adelante
al sostener, sin requilorios, que sus sentencias no sólo son atrapantes en el caso
concreto (vinculación directa inter-partes), sino que también producen efectos
vinculantes para todos los Estados signatarios de la CADH, en lo que respecta a la
interpretación que ese órgano efectúa de las normas convencionales (vinculación
indirecta erga omnes).
Puede reiterarse finalmente que la doctrina legal (o judicial) –no la sentencia– de ese cuerpo jurisdiccional es obligatoria (vinculante) para el conjunto
de los países plegados al sistema en cuanto a la hermenéutica que él hace de las
normas regionales interpretadas (res interpretata)119. En forma similar opinan
Sergio García Ramírez y Claudio Zanghi. Señalan los citados autores que “…no
es posible ignorar que el Tribunal generalmente interpreta una o más normas del
Convenio y sus Protocolos para resolver el caso concreto que le fue sometido,
y desarrolla entonces una actividad interpretativa que viene consagrada en el
texto de la sentencia. Es verdad que la sentencia obliga solamente a los Estados
114 Voto
del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013,
párrs. 67 a 71.
115 Voto
del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013,
párr. 67.
116 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013.
117 Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013.
118 Hitters, Juan Carlos (2013).
119 Voto
del Juez Ferrer Mac-Gregor en Corte IDH, Supervisión, Resolución de 20 de marzo de 2013,
párrs. 67, 69 y 72.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
partes del procedimiento, como ya se mencionó, pero no puede ignorarse el
valor de la interpretación de la norma convencional, lo que, a menudo, llega
más allá del caso concretamente examinado. En tal situación, es manifiesta la
eficacia de res interpretata de las sentencias del Tribunal. Así, en numerosos casos,
la evaluación efectuada por el Tribunal sobre la forma de entender una norma
convencional, a partir de una hipótesis concreta que aparentemente involucra
a un solo Estado parte, en realidad repercute sobre otros muchos Estados, dada
la identidad o la similitud de situaciones, y aunque esa repercusión pueda no
resultar manifiesta en el plano de la inmediatez jurídica sino en el de la oportunidad political…”120.
VIII. Conclusiones: adelantos y retrocesos
del control de convencionalidad
Hemos hecho un análisis del instituto del control de convencionalidad con
el fin de llevar a cabo un balance de su estado actual buscando de alguna manera
marcar los “adelantos” y también los “retrocesos” que se observan en la figura sub
examine.
Sin lugar a dudas este tipo de inspección se ha ido acomodando progresivamente desde los primeros fallos de la Corte Interamericana, hasta los más nuevos,
donde en general se ha notado una evolución favorable.
Dijimos que el Tribunal interamericano hizo en los primeros tiempos este
trabajo sin decirlo expresamente, pero comparando al fin las normas internacionales con las domésticas y juzgando sobre la prevalencia de aquéllas. Empero, a
partir del año 2003 en los casos “Myrna Mack Chang”, “Almonacid Arellano”
y “Trabajadores Cesados del Perú”, entre otros, comenzó a usar esta lexicografía
de “control de convencionalidad”, que lentamente se fue ampliando poniendo
como sujetos activos, primero a los Jueces, luego al Poder Judicial y en general a
los órganos vinculados con la administración de justicia, para finalmente extenderlo a los otros dos Poderes del Estado. Además, el cotejo de convencionalidad
no sólo lo hizo con respecto al Pacto de San José de Costa Rica, sino también a
la totalidad del corpus iuris interamericano.
Importa poner de relieve como hito importante que la Corte ha ido con el
tiempo formando “criterios” o “estándares” que conforman una especie de doctrina
legal que debe ser tenida en cuenta por los Estados.
120 García Ramírez y Zanchi (2012), pp. 423-491.
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Otro de los adelantos ha sido la posibilidad de decretar la inconstitucionalidad
de oficio y en abstracto, homogeneizando de este modo el control heterónomo
que lleva a cabo.
No debemos olvidar –en paralelo– que en los últimos 30 años las Constituciones de los distintos países han comenzado a positivar los postulados de
interpretación básicos de los derechos humanos, por ejemplo, el principio de
progresividad, el de interpretación conforme y el postulado pro homine entre
otros; criterios estos que fueron recibidos con beneplácito por la Corte Interamericana.
Hemos visto cómo se fue modulando el campo de la interpretación conforme,
para compatibilizar los dispositivos de las Cartas Magnas locales con el derecho
supranacional, tratando de evitar en lo posible el desperdicio de un precepto
interno que puede ser útil si es correctamente interpretado.
Otro de los progresos que marcamos en este trabajo ha sido el de la consolidación de un cierto “margen de apreciación nacional” que los Tribunales internacionales le otorgan a los órganos domésticos –como una suerte de “deferencia” hacia
las autoridades nacionales–, cuyo origen puede marcarse en el derecho Europeo.
La Corte interamericana si bien siempre se ha puesto a favor de mantener una
doctrina legal coherente con respecto a los países, en algunos casos ha permitido que éstos regulen y decidan ciertos cuestiones, como por ejemplo en el caso
“Castañeda Gutman” de México, donde aceptó que la dirección del gobierno y
su actividad democrática interior sea competencia exclusiva del Estado.
El Tribunal regional remarcó en los últimos años la importancia del control
“primario” de convencionalidad, como pilastra fundamental de todo el sistema,
partiendo del postulado que el “secundario” –hecho por ella– debe atenerse al
modelo de la subsidiariedad, criterio que fue consolidado en el caso “Brewer Carías” ya analizado, donde se requirió por mayoría el agotamiento de los recursos
internos rechazando la demanda por incumplimiento de este criterio. Empero
no será baladí repetir que allí existió un Voto Disidente de los Jueces Ferrer MacGregor y Ventura Robles quienes consideraron que en esta causa particular la
Corte debió entrar al fondo de la cuestión sin retrogradar el proceso. Ello constituyó –dicen– un claro retroceso en la jurisprudencia de la Corte, con infracción
al derecho al acceso a la justicia.
También podríamos destacar como un avance, el concepto esgrimido por
la Corte en el sentido que no sólo el Poder Judicial, sino también el Legislativo
y el Ejecutivo deben cumplir un balance entre el derecho interno y el derecho
internacional, dentro de sus ámbitos competenciales, haciendo valer la regla su154
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
pranacional (Caso “Gelman vs. Uruguay, Supervisión de Cumplimiento”). Esta
pauta hermenéutica vale para cualquier persona que tenga a su cargo aplicar una
norma jurídica (“Liakat Ali Alibux”).
La Corte ha “felicitado” en alguna oportunidad a los países por resolver correctamente los asuntos y aplicar válidamente el control de convencionalidad.
Por ejemplo, en el año 2013 destacó la actitud de México por la actuación
en el caso “García Cruz”, considerando que existió un pronunciamiento judicial
sobre el ejercicio del control de convencionalidad por los jueces y tribunales
nacionales121.
El Presidente de México Dr. Enrique Peña Nieto –el 25 de junio de 2014–,
en palabras pronunciadas durante la Presentación del Programa Nacional de Derechos Humanos, expresó su satisfacción por la actuación de su país en el campo
de la protección y promoción de los derechos humanos.
Digamos que los fallos de la Corte IDH son obligatorios para los Estados que
han sido parte en el caso (arts. 62 y 68 CADH).
En cambio –como vimos– no surge del Pacto de San José, ni de la doctrina
legal de la Corte Interamericana que posean efecto expansivo erga omnes para
todos los demás Estados que resultaron ajenos a determinado pleito. Pero el
Tribunal regional ha expresado que en estas situaciones debe tenerse en cuenta el
postulado de la buena fe, impuesto por el art. 31.1 de la Convención de Viena,
que edicta que si un Estado firma un Tratado, en especial en el campo de los derechos humanos, tiene la obligación de realizar los mejores esfuerzos para aplicar
los decisorios de los órganos supranacionales correspondientes.
No obstante vale la pena recordar que como se infiere de la Supervisión del
Caso Gelman vs. Uruguay, la doctrina legal es obligatoria (vinculante) para el
conjunto de los países plegados al sistema en cuanto a la hermenéutica que hace la
Corte de las normas regionales interpretadas (res interpretata).
Debe quedar en claro que en estos casos siempre que hablamos de obligatoriedad de los fallos de la Corte IDH, lo hacemos bajo el postulado del principio
pro homine, esto es, entendida en el sentido más favorable al ser humano (art. 29
del Pacto de San José).
121 Corte IDH, Serie C Nº 273, de 26 de noviembre de 2013, párr. 3, párr. 91. Dijo textualmente
“…La Corte valora positivamente la actuación de las autoridades judiciales al resolver en el 2013 la
acción de amparo interpuesta por las víctimas […], pero a su vez deja constancia de que transcurrieron
aproximadamente 15 años y diez meses desde las violaciones a los derechos humanos de los señores
García Cruz y Sánchez Silvestre para que un tribunal interno efectuara el control requerido y protegiera
los derechos de las víctimas...”.
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Concluyendo parécenos necesario recalcar la ineludible capacitación que
deben tener todos los operadores del modelo del derecho internacional de los
derechos humanos, cada uno en sus diversas especialidades, a fin de aplicar
correctamente, los tratados, fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el ius cogens, evitando el dislate que significa que una errónea utilización
interna del control de convencionalidad –por pasividad o exceso– implique
un innecesario tratamiento posterior por la Comisión Interamericana o por el
Tribunal regional.
La Corte IDH viene señalando esto desde antiguo. Recientemente ha reiterado el criterio en el asunto “Osorio Rivera”122, imponiendo al Estado peruano
efectuar “Cursos de Capacitación” y la producción de programas permanentes
con respecto a los derechos humanos y en lo que tiene que ver con los derechos
internacionales humanitarios, todo ello en las Escuelas de formación de las
Fuerzas Armadas, incluyendo temas como la desaparición forzada de personas y el
control de convencionalidad123, órdenes similares dio a varios países, entre ellos
a México en el caso “Radilla Pacheco”.
Hemos visto en el presente apartado los hitos que progresivamente con
marchas y contramarchas ha alcanzado el control de convencionalidad en los
últimos años.
Marcamos recién lo que observamos como “adelantos”; no obstante también
debemos tener en cuenta ciertos “retrocesos” pendulares que se pueden divisar
como, por ejemplo, la cantidad de casos que llegan a la Corte Interamericana
por haber sido resueltos erróneamente en el derecho interno, ya dijo ese Tribunal que los países deben tener en cuenta la jurisprudencia que de él deriva y
resolver de conformidad para evitar el alongamiento que produce en los pleitos
el trasvasamiento de las fronteras en perjuicio de los seres humanos que reclaman derechos. Tales déficits se advierten en paralelo, en la necesidad de que ese
cuerpo judicial ha tenido que llevar a cabo tantas Supervisiones.
A la par debe verse como un punto negativo la excesiva duración de los
procesos, tanto en la Comisión IDH como en la Corte IDH (en total aproximadamente 5 años). De ahí que con el tiempo sería necesario –esto va a
demorar– que se ponga en marcha una reforma al estilo europeo, donde los
conflictos tramitan directamente ante un Tribunal regional.
122 Corte IDH, Serie C Nº 274, de 26 de noviembre de 2013.
123 Corte IDH, Serie C Nº 274, de 26 de noviembre de 2013, párr. 274.
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Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
Por último, importa poner de relieve que también deben considerarse como
retrocesos el retiro de Perú de la Corte IDH, luego revertido; y el reciente de
Venezuela.
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Juan Carlos Hitters
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Las dos cara del ‘control
de convencionalidad’”, en Pensamiento Constitucional Nº 18 (Escuela de Posgrado, Maestría en Derecho Constitucional, Fondo Editorial de la Pontificia
Universidad Católica del Perú, Perú).
Jurisprudencia citada
Costa vs. ENEL, en E.C.R. (1964): Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, Caso 6/64.
M. L., J. F. F., O. - Denuncia - Excepción de Inconstitucionalidad Arts. 1, 2 y 3 de
la Ley Nº 18.831. IUE 2-109971/2011 (de 22 de febrero de 2013): Suprema
Corte del Uruguay, Sentencia Nº 20.
Simón, Julio H., y otros (de 14 de junio 2005): Corte Suprema de Justicia de la
Nación Argentina, en: Revista La Ley Buenos Aires, 29 de junio de 2005.
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Grecia vs. Reino Unido (de 26 de septiembre de 1958 (Vol. I y Vol. II): STEDH,
en Handyside c. Reino Unido, de 7 de diciembre de 1976.
Genie Lacayo vs. Nicaragua (Sentencia de 29 de enero de 1997): Corte IDH,
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El Amparo vs. Venezuela (Sentencia de 14 de septiembre de 1996): Corte IDH,
Serie C Nº 28.
Suárez Rosero vs. Ecuador (Sentencia de 12 de noviembre de 1997): Corte IDH,
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Castillo Petruzzi y otros vs. Perú (Sentencia de 30 de mayo de 1999): Corte IDH,
Serie C Nº 52.
Tribunal Constitucional vs. Perú (Sentencia de 31 de enero de 2001): Corte IDH,
Serie C Nº 71.
“La Última Tentación de Cristo” [Olmedo Bustos y otros] vs. Chile (Sentencia de 5
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Barrios Altos vs. Perú (Sentencia de 14 de marzo de 2001): Corte IDH, Serie C
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Myrna Mack Chang vs. Guatemala (Sentencia de 25 de noviembre de 2003):
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Baena Ricardo y otros vs. Panamá (Sentencia de 28 de noviembre de 2003): Serie
C Nº 104.
160
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2015, pp. 123-162
Control de Convencionalidad (adelantos y retrocesos)
Fermín Ramírez vs. Guatemala (Sentencia de 20 de junio de 2005): Corte IDH,
Serie C Nº 126.
Yatama vs. Nicaragua (Sentencia de 23 de junio de 2005): Corte IDH, Serie C,
Nº 127.
Almonacid Arellano y otros vs. Chile (Sentencia de 26 de septiembre de 2006):
Corte IDH, Serie C Nº 154.
Trabajadores Cesados del Congreso (Aguado Alfaro y otros) vs. Perú (Sentencia de
24 de noviembre de 2006): Corte IDH, Serie C Nº 158.
Cantuta vs. Perú (Sentencia de 29 de noviembre de 2006): Corte IDH, Serie C
Nº 162.
Penal Miguel Castro Castro vs. Perú (Sentencia de 2 de agosto de 2008): Corte
IDH, Serie C Nº 181.
Castañeda Gutman vs. México (Sentencia de 6 de agosto de 2008): Corte IDH,
Serie C, Nº 184.
Radilla Pacheco vs. México (Sentencia de 23 de noviembre de 2009): Corte IDH,
Serie C Nº 209.
Cabrera García y Montiel Flores vs. México (Sentencia de 26 de noviembre de
2010): Corte IDH, Serie C Nº 220.
Gelman vs. Uruguay (Sentencia de 24 de febrero de 2011): Corte IDH, Serie C
Nº 221.
López Mendoza vs. Venezuela (Sentencia de 1 de septiembre de 2011): Corte IDH,
Serie C Nº 233.
Barbani Duarte y Otros vs. Uruguay (Sentencia de 13 de octubre de 2011): Corte
IDH, Serie C Nº 234.
Furlan y Familiares vs. Argentina (Sentencia de 31 de agosto de 2012): Corte
IDH, Serie C Nº 246.
Atala Riffo y Niñas vs. Chile (Sentencia de 21 de noviembre de 2012): Serie C
Nº 254.
Masacre de Santo Domingo vs. Colombia (Sentencia de 30 de noviembre de 2012):
Corte IDH, Serie C Nº 259.
García Cruz y Sánchez Silvestre vs. México (Sentencia de 26 de noviembre de
2013): Corte IDH, Serie C Nº 273.
Osorio Rivera y Familiares vs. Perú (Sentencia de 26 de noviembre de 2013): Corte
IDH, Serie C Nº 274.
Caso J. vs. Perú (Sentencia de 27 de noviembre de 2013): Corte IDH, Serie C
Nº 275.
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2015, pp. 123-162
161
Juan Carlos Hitters
Liakat Ali Alibux vs. Suriname (Sentencia de 30 de enero de 2014): Corte IDH,
Serie C Nº 276.
Brewer Carías vs. Venezuela (Sentencia de 26 de mayo de 2014): Corte IDH,
Serie C Nº 278.
Norín Catrimán y otros (Dirigentes, miembros y activista del Pueblo Indígena Mapuche) vs. Chile (Sentencia de 29 de mayo de 2014): Corte IDH, Serie C Nº 279.
Castillo Petruzi y otros vs. Perú, Supervisión de Cumplimiento de Sentencia (Resolución de la Corte IDH de 17 de noviembre de 1999): Corte IDH.
Atala Riffo y Niñas vs. Chile, Supervisión de cumplimiento de Sentencia (Resolución
de la Corte IDH de 26 de noviembre de 2013): Corte IDH.
Penal Miguel Castro Castro vs. Perú, Supervisión de Cumplimiento de Sentencia
(Resolución de la Corte IDH de 31 de marzo de 2014): Corte IDH.
Propuesta de Modificación a la Constitución Política de Costa Rica Relacionada con
la Naturalización, Opinión Consultiva OC-4/84, (del 19 de enero de 1984):
Corte IDH, Serie A Nº 4.
Responsabilidad internacional por expedición y aplicación de leyes violatorias de
la Convención (arts. 1 y 2 Convención Americana sobre Derechos Humanos).
Opinión Consultiva OC-14/94, (9 de diciembre de 1994): Corte IDH, Serie
A Nº 14.
El Derecho a la Información sobre la Asistencia Consular en el Marco de las Garantías
del Debido Proceso Legal, Opinión Consultiva OC-16/99 (1 de octubre de
1999): Corte IDH, Serie A Nº 16.
162
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2015, pp. 123-162
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 163-202.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Los estándares interpretativos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en materia
de derechos políticos y la inconvencionalidad de la ley brasileña de inelegibilidades”
Luiz M. P. Bastos Jr. - Rodrigo Mioto dos Santos
LOS ESTÁNDARES INTERPRETATIVOS DE LA CORTE
INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS
EN MATERIA DE DERECHOS POLÍTICOS Y LA
INCONVENCIONALIDAD DE LA LEY BRASILEÑA DE
INELEGIBILIDADES*-**1
The Interpretatives Standards of the Human Rights
Inter-American Court on the Political Rights and the
Inconventionality of the Brazillian Law of Inelegibilities
Luiz M. P. Bastos Jr.***
Universidad do Vale do Itajaí
[email protected]
Rodrigo Mioto dos Santos****
Universidad do Vale do Itajaí
[email protected]
Resumen: En el derecho brasileño, el derecho fundamental de concurrir a los pleitos electorales
está sujeto al cumplimiento de un conjunto de condiciones de habilitación (condiciones de elegibilidad) y puede ser restringido ante la ocurrencia de causas de inelegibilidad, muchas de las cuales
se presentan como sanciones de inhabilitación. El presente artículo tiene por objetivo confrontar la
* Trabajo
recibido el 9 de septiembre de 2014 y aprobado el 6 de mayo de 2015.
** Esta
investigación fue parcialmente financiada con recursos provenientes del CNPq (Proyecto
486144/2011-9, Edicto Universal 14/2011). Una versión ampliada de este artículo en idioma portugués
se encuentra sometida a la apreciación del Consejo Editorial de la Revista Direito GV. Además, en este
artículo, los autores incluyeron el análisis del Caso Yatama vs. Nicaragua, así como algunas consideraciones
contextuales acerca del derecho electoral brasileño y de la práctica jurisprudencial de la Corte Constitucional
brasileña (Supremo Tribunal Federal) en materia de la aplicación de los derechos internacionales de los
derechos humanos.
*** Profesor de Derecho Constitucional y Derecho Procesal Constitucional en el curso de grado (Derecho
y Relaciones Internacionales) y en el programa de posgrado en Ciencia Jurídica (Master y Doctorado).
Abogado. Coordinador del Observatorio del Sistema Interamericano de Derechos Humanos de la Universidade do Vale do Itajaí.
**** Profesor de Derecho Penal y Procesal Penal y de Derechos Humanos en la Universidad do Vale do
Itajaí. Coordinador del Observatorio del Sistema Interamericano de Derechos Humanos de la misma
Universidad.
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Ley Brasileña de Inelegibilidades (Ley Complementaria Nº 64/90) frente a la garantía prevista
en la CADH (artículo 23). Se defiende, pues, que la casi totalidad de las hipótesis previstas en la
norma local no sobrevivirían al análisis de compatibilidad con las garantías convencionales, según
la jurisprudencia de la Corte Interamericana. Por último, se defiende que los jueces electorales, a
despecho de la existencia de decisión vinculante emanada del Supremo Tribunal Federal (ADI 4578),
deben negar vigencia a las reglas domésticas en orden de conferir eficacia ampliativa a los derechos
políticos y a la propia democracia.
Abstract: In the Brazilian law, the fundamental right to be elected can only be exercised if
the citizen fulfills some legal requirements (eligibility conditions), and if he does not be framed in
one the hypothesis defined by law as a ineligibility cause. In this article, I argue that almost all the
hypothesis defined by the Brazilian Ineligibilities Act (LC n. 64/90) are not compatible with the
guarantee ensured by the article 23 of American Convention on Human Rights, whereby all the
citizens shall enjoy “the right and opportunity” (art. 23) to “be elected in genuine periodic elections”
(art. 23,1.b), and the exercise of this right should be restrict “only on the basis of age, nationality,
residence, language, education, civil and mental capacity, or sentencing by a competent court in
criminal proceedings” (art. 23.2). Because of this, all the domestic judges are authorized to deny
validity to the national statute, and apply directly the conventional guarantee, despite the fact that
the Brazilian Supreme Court had uphold the Ineligibilities Act by a decision endowed with binding
force for all the national judges.
Palabras clave: 1. Control de Convencionalidad; 2. Derecho de ser elegido; 3. Ley de Inelegibilidades Brasileña.
Key words: 1. Control of conventionality; 2. Political right to be elected; 3. Brazilian Ineligibilities.
1. Introducción
Entre las democracias constitucionales de América Latina, Brasil ha adoptado una postura de relativa indiferencia al Sistema Interamericano de Derechos
Humanos. Esto se refleja tanto en la escasez de estudios doctrinarios sobre los
estándares interpretativos de la Corte en casi todas las temáticas, como en la
escasez de referencias en las decisiones de los tribunales brasileños (incluso la
Corte Constitucional Brasileña, el Supremo Tribunal Federal) sobre las normas
interamericanas.
Aquí y allá encontramos referencias a la jurisprudencia de la Corte, particularmente en situaciones en las que los posicionamientos de la Corte Interamericana
coinciden con los posicionamientos adoptados por el Supremo Tribunal Federal,
como es el caso en el que declaró que la Ley de Prensa Brasileña (Ley Nº 5.250/67)
era incompatible con la Constitución Federal de 19881, o la declaración de inconstitucionalidad del dispositivo que exigía diploma de curso superior en perio-
1 Supremo Tribunal Federal. Recurso Extraordinario n. 511.961, juzgado el 17.6.2009.
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Los estándares interpretativos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos...
dismo como condición para el ejercicio de la profesión de periodista (artículo 4º,
inciso 5º, del decreto ley Nº 972/1969).2 En ambos casos el Supremo Tribunal
Federal hizo referencia a la Opinión Consultiva Nº 7/86, dictada el 29.8.1986
por la Corte Interamericana, argumento que fue utilizado como refuerzo de las
conclusiones a las que llegan los Ministros brasileños.
A pesar de eso, aún existe una larga ruta a caminar, como deja en evidencia
el juicio del Supremo Tribunal Federal que declaró que es constitucional la Ley
de Amnistía Nacional (Ley Nº 6.683/79)3, a despecho de la abundante jurisprudencia emanada de la Corte Interamericana que declaraba que no solamente
eran inconvencionales las Leyes de Autoamnistía promulgadas en el continente
latinoamericano, como declaraba que estas normas eran nulas de pleno derecho4.
Esta situación acabó resultando en la condenación de Brasil en el Caso Gomes
Lund y otros (Guerrilla del Araguaia)5, cuando la Corte determinó que la Ley
brasileña no podría ser utilizada como obstáculo para la instauración de procesos
de responsabilización de los militares involucrados en los crímenes de tortura y
desaparición forzada durante la dictadura militar brasileña.
En relación a los derechos políticos, tema central de este artículo, igualmente
no hay ninguna reflexión por parte de los autores brasileños sobre el impacto en la
legislación doméstica y sobre el contenido y el alcance de la garantía convencional
descrita en el artículo 23 de la Convención Americana de Derechos Humanos.
Hasta el presente momento nada fue escrito sobre el asunto. Los manuales de
derecho electoral y derecho procesal electoral brasileños permanecen en un silencio elocuente en cuanto a la Convención Americana de Derechos Humanos,
pues en ninguno de ellos hay ni una única referencia a ese dispositivo, más aún
en relación a las decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos6.
2 Supremo Tribunal Federal. Arguição de Descumprimento de Preceito Fundamental n. 130, juzgada el
30.4.2009.
3 Supremo Tribunal Federal. Arguição de Descumprimento de Preceito Fundamental n. 153, juzgada el
29.4.2010.
4 Corte IDH. Caso Almonacid Arrellano y otros vs. Chile. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y
Costas. Sentencia de 26 de septiembre de 2006. Serie C Nº 154; Corte IDH. Caso La Cantuta vs. Peru.
Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 29 de noviembre de 2006. Serie C Nº 162; Corte IDH. Caso
Barrios Altos vs. Perú. Fondo. Sentencia de 14 de marzo de 2001. Serie C Nº 75.
5 Corte IDH. Caso Gomes Lund y Otros (Guerrilha do Araguaia) vs. Brasil. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de noviembre de 2010. Serie C Nº 219.
6 Coêlho, Marcus V.F. (2012); Cândido, Joel José (2012); Costa, Adriano Soares (2013); Gomes, José
Jairo (2013); Zilio, Rodrigo López (2012).
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En el derecho brasileño, el derecho fundamental de concurrir a los pleitos
electorales está sujeto al cumplimiento de un conjunto de condiciones de habilitación (condiciones de elegibilidad) y puede ser restringido ante la ocurrencia de
cualquiera de las causas de inelegibilidad, muchas de las cuales se presentan como
sanciones de inhabilitación. De acuerdo con la legislación brasileña, estas causas
de inelegibilidad consisten en efectos secundarios (o indirectos), definidos por la
propia ley electoral, en relación a la práctica de conductas que, según la Ley de
Inelegibilidades, revelarían falta de “moralidad para el ejercicio de mandato”, o
también que podrían configurar quiebra de “legitimidad de las elecciones”. La
promulgación de una Ley de Inelegibilidades está prevista directamente en el
texto constitucional brasileño (artículo 14, § 9º).
Si la ley brasileña de inelegibilidades, en su redacción original de mayo de
1990 (Ley Complementaria Nº 64/90), ya era pródiga en la definición de hipótesis de inelegibilidad (en total eran ocho hipótesis), con la promulgación de
la Ley Complementaria Nº 135/10 (Ley de la Ficha Limpia), que el 4 de junio
de 2010 alteró la ley originaria, estas hipótesis se multiplicaron hasta llegar a 16
(dieciséis), además de lo cual hubo una serie de alteraciones en las reglas anteriores,
volviéndolas mucho más gravosas.
La alteración legislativa fue consecuencia de un gran movimiento popular
de combate a la corrupción electoral y fue desencadenada por iniciativa popular
que reunió más de un millón y medio de firmas de electores pertenecientes a
todos los Estados de la Federación brasileña. Esta indiscutible presión popular
acabó resultando en una aprobación relámpago de esta norma, sin que la misma
haya sufrido alteraciones legislativas sustantivas al texto presentado.
Cuando fue instado a manifestarse sobre la constitucionalidad de la referida
norma, el Supremo Tribunal Federal juzgó que la totalidad del diploma legal era
compatible con la Constitución Brasileña, sin haber hecho ninguna referencia al
art. 23 de la Convención Americana de Derechos Humanos (Acción Directa de
Inconstitucionalidad n. 4578, del 9.11.2011). La decisión proferida por la Corte
Constitucional se reviste de eficacia vinculante y se impone obligatoriamente a
todos los órganos judiciales brasileños.
Ocurre que, por ser signatario de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, desde su promulgación interna decurrente del Decreto Nº 678, el
6 de noviembre de 1992, está en vigor la garantía expresa de que todos los
ciudadanos deben gozar del derecho “de ser elegidos en elecciones periódicas
auténticas” (art. 23, ítem 1, letra “b”). Estos derechos solo podrían ser restringidos con base en las causas definidas en el propio texto convencional, “exclu166
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sivamente por motivos de edad, nacionalidad, residencia, idioma, instrucción,
capacidad civil o mental, o condenación, por juez competente, en proceso penal”
(Artículo 23, ítem 2). El dispositivo convencional fue taxativo al restringir la
libertad de conformación de los Estados Parte. Las restricciones a los derechos
políticos enunciados en el art. 23 ítem 1 solo podrían ser promulgadas en estricta observancia de las hipótesis mencionadas en el texto (esto ante el término
“exclusividad”).
En este sentido, el presente artículo tiene por objetivo confrontar las hipótesis
legales definidas en la Ley Complementaria Nº 64/90 frente a la garantía prevista
en el art. 23.2 de la Convención Americana de Derechos Humanos. Se defiende,
pues, que la totalidad de las hipótesis previstas por la Legislación Brasileña de
Inelegibilidades (LC Nº 64, de 1990), con las alteraciones determinadas por la
Ley de la Ficha Limpia (LC Nº 135, de 2010), no sobrevivirían al análisis de
compatibilidad con las garantías convencionales, particularmente con el sentido
que fue fijado en el Caso López Mendoza vs. Venezuela.7
La situación es todavía más dramática cuando se constata que en las últimas
elecciones generales realizadas en 20128, más de 1.631 candidatos tuvieron denegados sus pedidos de registro de candidatura por la Justicia Electoral brasileña.
Gran parte de ellos, por haber sido encuadrado en alguna de las hipótesis de
inelegibilidad definidas en la Ley de Inelegibilidades en cuestión.
El análisis tendrá como perspectiva la identificación de los estándares interpretativos fijados en los precedentes estudiados que permiten la comprensión del
contenido y del alcance a ser atribuido a los dispositivos y obligaciones convencionales que se imponen a los Estados signatarios en materia de derechos políticos
(en especial, el de ser elegido).
Esto es así porque el marco normativo supranacional no se restringe a la
literalidad de la norma convencional, sino que debe ser analizado a la luz de su
contexto normativo de significación, en otras palabras, en conjunto con el acervo
jurisprudencial emanado de la Corte responsable por su adjudicación (como intérprete calificado de sus dispositivos) y por la interpretación dada por los órganos
judiciales de los diferentes países igualmente signatarios de este mismo diploma
7 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 11 de septiembre
de 2011. Serie C Nº 233.
8 En Brasil, las elecciones locales para los cargos de alcaldes y concejales están unificadas y ocurren concomitantemente en todos los municipios brasileños cada cuatro años.
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internacional. A fin de cuentas, la norma internacional debe ser interpretada de
acuerdo con su contexto9.
Particularmente en relación a la regla en comento, existen tres importantes
precedentes de la Corte Interamericana que enfrentaron específicamente el
alcance de esa garantía convencional: el primero (Caso Yatama vs. Nicaragua10)
en el que se discutió si las restricciones en la Ley Electoral introducida algunos
meses antes de las elecciones generales de 2000, no se tradujeron en restricción
arbitraria en el derecho de participación política de las comunidades indígenas
y tradicionales en el proceso electoral; el segundo (Caso Castañeda Gutman vs.
Estados Unidos Mexicanos11) en el que se discutió la posibilidad de asegurar la
candidatura independiente a la Presidencia como consecuencia directa de la garantía convencional prevista en el art. 23.1.b; y el tercero (Caso López Mendoza
vs. Venezuela12) en el que se discutió específicamente la aplicación de sanciones
de inhabilitación en procesos administrativos (cómputo de sanción disciplinaria
y regularidad en la ejecución presupuestaria), afirmando que esta hipótesis de
suspensión de derechos políticos no estaría autorizada por el art. 23.2 de la
Convención.
A fin de explorar este tema, el presente artículo está estructurado en los
siguientes términos: en la primera parte se hará una breve incursión sobre las
inelegibilidades definidas en la Ley Complementaria Nº 64/90; en la segunda
parte, serán presentados los casos analizados por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, a fin de que sea presentado el punto de vista de la Corte
sobre el alcance de la garantía y sobre los límites a la actividad de conformación
del legislador nacional; y en la tercera y última parte, se hará el análisis de (des)
conformidad entre el diploma doméstico y los estándares interpretativos emanados de la Corte en relación a los artículos 23.1.b y 23.2 de la Convención
Americana.
Con este esfuerzo se espera discutir las inelegibilidades en el derecho electoral
brasileño desde el punto de vista de la garantía de los derechos humanos, con el
objetivo de criticar la ausencia de reflexiones sobre las consideraciones del Sistema
9 Cfe.
Lupi y Bastos Jr. (2008), pp. 2490-2513.
10 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia
de 23 de junio de 2005. Serie C Nº 127.
11 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 6 de agosto de 2008. Serie C Nº 184.
12 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11 de setiembre de 2011, cit. nota 10.
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Interamericano de Derechos Humanos en la praxis doctrinal y jurisprudencial
brasileña. A fin de cuentas, hay que tomar en serio los derechos políticos fundamentales, y el marco normativo interamericano ofrece parámetros sólidos en
este sentido.
2. De las inelegibilidades legales y su interpretación
por el Supremo Tribunal Federal
Las inelegibilidades definidas en la Ley Complementaria Nº 64/90 encuentran
su justificación en el próximo texto constitucional, in verbis:
“§ 9º La ley complementaria establecerá otros casos de inelegibilidad y los plazos
de su cesación, a fin de proteger la probidad administrativa, la moralidad para el
ejercicio de mandato considerada la vida anterior del candidato, y la normalidad y
legitimidad de las elecciones contra la influencia del poder económico o el abuso
del ejercicio de función, cargo o empleo en la administración directa o indirecta”.13
A fin de dar concreción a este comando constitucional, fue editada la Ley de
Inelegibilidades que, en su redacción originaria, listó en su artículo 1º un conjunto
de situaciones que, presentes, importarían en restricción temporaria al ius sufragii
de los ciudadanos. Las restricciones fueron aquí agrupadas en cinco categorías,
para fines de análisis, como se verá más adelante.
Ahora bien, la Ley de la Ficha Limpia operó un conjunto muy expresivo de
alteraciones en relación a las inelegibilidades: las hipótesis fueron significativamente
ampliadas (de ocho para dieciséis); los efectos decurrentes de decisiones judiciales
pasaron a ser anticipados (o sea, la ley confirió efecto directo a las decisiones judiciales sancionatorias dictadas por órganos colegiados, sin que haya producido la
cosa juzgada); los plazos de suspensión de los derechos políticos fueron ampliados
(y uniformizados) en 8 (ocho) años; y por último, algunas hipótesis tuvieron
alterada su redacción en algunos aspectos sustanciales.
El grupo de las hipótesis de inelegibilidades puede ser descrito así (las alteraciones fueron destacadas en itálico): (i) aquellos que no estén en el gozo de
los derechos políticos (apartado “a”) (sin alteraciones); (ii) los agentes políticos,
parlamentarios y jefes del Ejecutivo, que hayan tenido sus mandatos revocados
por el Parlamento (inc. I, apartados “b” y “c”) (plazo ampliado a 8 años) y que
hayan renunciado a su mandato desde el ofrecimiento de petición que pudiese
13 Ley Complementaria Nº 64/90.
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resultar en la pena de casación (art. I, apartado “k”) (hipótesis acrecida); (iii) aquellos agentes que hayan sido condenados en determinados procesos judiciales de
índole electoral (inc. I, “d”, “j”, “n” y “p”), criminal (inc. I, “e”, ampliación del rol
de los crímenes) y civil (inc. I, “h”, “l”) (hipótesis adicionadas y plazos ampliados);
(iv) aquellos que hayan sido sancionados en procesos administrativos (inc. I “f ”,
“g”, “i”, “m”, “o” y “q”) (hipótesis adicionadas y plazos ampliados); (v) aquellos que
no se hayan desincompatibilizado de determinados cargos públicos en el plazo
fijado por la legislación (incs. II a VII) (sin alteraciones).
Frente a la naturaleza vinculante dirigida a todos los órganos del Poder Judicial
y del Poder Ejecutivo (art. 102, § 2º de la Constitución Federal), por cuenta de la
decisión dictada por el Supremo Tribunal Federal en 2011, los diferentes órganos
judiciales se encuentran impedidos de suspender la aplicabilidad de cualesquiera
dispositivos de la Ley Complementaria n. 135/2010, bajo el argumento de que
ofenden a la Constitución. Se defiende más adelante que el juez nacional, a pesar
de la decisión del Supremo Tribunal Federal, deberá dejar de aplicar esta norma
justamente porque ella colisiona frontalmente con las garantías convencionales
aseguradas en el art. 23.1.b y 23.2 de la Convención Americana14. Eso se verá a
continuación.
3. Del alcance del derecho de ser votado previsto en la
Convención Americana (art. 23.1.b c/c art. 23.2) y
las obligaciones de los estados parte
En el ámbito del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, el vínculo
necesario entre democracia y derechos humanos está señalado en los principales pronunciamientos de la Corte Interamericana: los derechos políticos
“propician el fortalecimiento de la democracia y el pluralismo político”, en
los términos del pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en los Casos Yatama vs. Nicaragua15 y Castañeda Gutman vs. Estados
Unidos Mexicanos16.
14 Corte IDH. Caso Gomes Lund y otros (Guerrilha do Araguaia) vs. Brasil. Sentencia de 24 de noviembre
de 2010, cit. nota 8, párr. 176.
15 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 192.
16 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Sentencia de 6 de agosto de 2008,
cit. nota 14, párr. 141.
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Los estándares interpretativos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos...
Estos derechos se encuentran expresamente contemplados en la Convención
Americana de Derechos Humanos en los siguientes términos:
“Artículo 23. Derechos políticos
1. Todos los ciudadanos deben gozar de los siguientes derechos y oportunidades: (...)
b. de votar y ser elegidos en elecciones periódicas auténticas, realizadas por sufragio
universal e igual y por voto secreto que garantice la libre expresión de la voluntad
de los electores; y (...)
2. La ley puede regular el ejercicio de los derechos y oportunidades a las que se refiere
el inciso anterior, exclusivamente por motivos de edad, nacionalidad, domicilio,
idioma, instrucción, capacidad civil o mental, o condenación por juez competente
en proceso penal”.17
Al emprender un análisis sobre el alcance de los derechos políticos en la jurisprudencia de la Corte Interamericana y en los pronunciamientos de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, Alberto Dalla Via18 consigna que:
“(...) el adecuado ejercicio de los derechos políticos consagrados en el artículo
23 de la CADH se vincula con la vigencia de sus derechos y libertades entre los
cuales se encuentran asociados el derecho a la libertad de expresión (artículo 13);
a las garantías judiciales (artículo 8); el derecho de reunión (artículo 15), a la
libertad de asociación (artículo 16), el derecho a la protección judicial (artículo
25); el derecho de libertad de investigación, opinión, expresión y difusión (IV);
el derecho de asociación (XXII) y reunión (XXI); y el derecho de justicia (XVIII)
de la DADH”.
Así lo ha entendido la Corte Interamericana al sostener que: “los derechos
políticos son derechos humanos de importancia fundamental dentro del sistema
interamericano que se relacionan estrechamente con otros derechos consagrados en la Convención Americana, como la libertad de expresión, la libertad de
reunión y la libertad de asociación y que, en conjunto, hacen posible el juego
democrático”19.
En razón de ese vínculo indisociable entre democracia y derechos humanos,
la máxima realización de la democracia representativa debe estar pautada por un
17 Convención Americana sobre Derechos Humanos (1969).
18 Dalla Via (2011), pp. 20-21.
19 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Sentencia de 6 de agosto de 2008,
cit. nota 14, párr. 140.
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conjunto interpretativo consignado primariamente en el propio texto de la Convención. Fijadas estas premisas iniciales, conviene esbozar breves consideraciones
sobre los precedentes de la Corte Interamericana a fin de que se puedan extraer de
los mismos los estándares interpretativos que serán utilizados por los togados en
la aplicación y realización del juicio de compatibilidad vertical entre las normas
domésticas y las convencionales (res interpretata)20.
3.1. Análisis del “Caso Yatama vs. Nicaragua”. El vínculo esencial
entre los derechos políticos y la democracia y la correlacion intrínseca
entre el derecho de votar y de ser elegido
El Caso Yatama vs. Nicaragua fue juzgado el 23 de junio de 2005 y gravitaba alrededor de la exclusión de los candidatos de YATAMA21 en las elecciones
municipales de noviembre de 2000, en virtud de los cambios en la Ley Electoral
(Ley Nº 331, del 24 de enero de 2000), que exigía que las candidaturas fuesen
suscritas por partidos políticos, aboliendo la posibilidad de que “asociaciones de
suscripción popular” participasen en las elecciones regionales.
El YATAMA es una organización regional, creada desde 1969 (bajo otra denominación), y con actuación en las dos regiones autónomas de la Costa Atlántica o
Caribe (Región Autónoma del Atlántico Norte –RAAN– y la Región Autónoma
del Atlántico Sur-RAAS). El régimen de autonomía de dichas regiones tiene base
legal (ley Nº 28 de 2 de septiembre de 1987) y les reconoce a las comunidades
de la Costa Atlántica la existencia del derecho al ejercicio efectivo “a participar
en el diseño de las modalidades de aprovechamiento de los recursos naturales de
la región”22. Estas regiones tienen población predominantemente mestiza, en que
el 28% de la población de la Costa Atlántica se identifica con alguna comunidad
indígena.
El caso gravita sobre dos aspectos centrales, (i) la existencia de violaciones
perpetradas por los órganos electorales (incluso el Consejo Supremo Electoral)
20 Cf.
Ferrer Mac-gregor (2013), pp. 641-694.
21 La
organización indígena YATAMA (Yapti Tasba Nanih Aslatakanka) es una organización “etnopolítica regional” que se formó con el propósito de “defender el derecho histórico de los pueblos indígenas y
comunidades étnicas sobre sus territorios tradicionales y promover el autogobierno, impulsar el desarrollo
económico, social y cultural de Yapti Tasba, forjando así la democracia comunitaria en el marco de la democracia, la paz y la unidad de estado/nación nicaragüense”. Caso Yatama vs. Nicaragua, nota 13, párr. 124.11.
22 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 124.3.
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al debido proceso legal (decisiones no debidamente fundamentadas y que no
respetan la legislación interna respectiva) y a las garantías de protección judicial
efectiva consagrada en el artículo 25.1 de la Convención; y (ii) la violación de
los artículos 23 y 24 de la Convención en virtud de la promulgación de la Ley
Electoral restrictiva de los derechos políticos de las comunidades indígenas y que
no se compatibiliza con el dictamen del principio de la igualdad ante la ley (en
su dimensión positiva).
La Corte reconoció la existencia de violación a los derechos de los candidatos
del YATAMA en las elecciones municipales de 2000, pues los órganos electorales no habían respetado el debido proceso judicial (art. 8.1), no les aseguraron
recursos judiciales efectivos y tempranos (art. 25.1) y las restricciones legales
impuestas por la ley Nº 331 restringieron, indebidamente, el derecho a la participación de las comunidades indígenas socialmente organizadas (arts.  23.1 y 24).
Este caso es muy representativo porque fue el primer caso en el que la Corte
enfrentó el alcance de los derechos políticos previstos en el artículo 23, no tanto
por el hecho de que fueron apreciados en aquella oportunidad, muy relacionados
con la definición de los derechos comunitarios de las poblaciones indígenas, sino
sobre todo por las directrices que de él emanaron.
Estos estándares pueden ser sintetizados en los siguientes términos:
(i) los derechos políticos son esenciales en una sociedad democrática, pues propician
“el fortalecimiento de la democracia y el pluralismo político”23, y como elementos
integrantes de los derechos y libertades inherentes a la persona, juntamente con sus
garantías y el Estado de Derecho “constituyen una tríada, en la que cada componente
se define, completa y adquiere sentido en función de los otros”24;
(ii) las garantías del debido proceso, establecidas en el artículo 8 de la Convención,
son aplicadas a “todos los órganos que ejerzan funciones de naturaleza materialmente
jurisdiccional”25 y, por supuesto, “las decisiones que emiten los órganos internos
en materia electoral [ya que] pueden afectar el goce de los derechos políticos”26
23 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 192.
24 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 191.
25 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 149.
En este punto, la Corte hace referencia a sus juzgados (Caso Ivcher Bronstein, Sentencia de 6 de febrero
de 2001. Serie C Nº 74, párr. 105; Caso del Tribunal Constitucional. Sentencia de 31 de enero de 2001.
Serie C Nº 71, párr. 71; Caso Yatama vs. Nicaragua, Sentencia de 23 de junio de 2005. Serie C Nº 127,
párr. 149).
26 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 150.
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“deben estar debidamente fundamentadas, pues de lo contrario serían decisiones
arbitrarias”27, “lo que implicaba señalar las normas en las que se fundamentaban
los requisitos que estaba incumpliendo YATAMA, los hechos en que consistía el
incumplimiento y las consecuencias de ello”.28
(iii) existe una estrecha relación entre el derecho a ser elegido y el derecho a votar
para elegir representantes”29 y, como tal, el derecho a ser elegido impone obligaciones
al Estado, tanto de abstenerse de dictar restricciones legales indebidas y desrazonables
(cuja violación se revela “particularmente grave”), como de cuidar que su ejercicio y
“su aplicación sean acordes al principio de igualdad y no discriminación”, adoptando
todas “las medidas necesarias para garantizar su pleno ejercicio”.30
(iv) por último, que las restricciones a los derechos políticos, en cuanto derechos humanos fundamentales, deben ser interpretadas estrictamente, en consonancia con el
art. 30.1 de la Convención, que estatuye la reserva de ley formal31 y la primacía de
la norma más favorable a las víctimas.
Estos elementos fijarán las premisas conceptuales a partir de las cuales deben ser comprendidos los derechos políticos en el marco normativo del sistema
interamericano de derechos humanos. Y, en cuanto tal, fueron concretizados (y
reafirmados) en los dos casos siguientes en los que la Corte se pronunció sobre el
contenido de los derechos políticos asegurados en el artículo 23 de la Convención,
como se verá a continuación.
3.2. Análisis del caso “Castañeda Gutman vs. Estados
Unidos Mexicanos”. La oportunidad de participación y límites
a la actividad reglamentaria del Estado
El Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos fue juzgado el 6
de agosto de 2008 y gravita, en lo que respecta específicamente al objeto de
este artículo, alrededor de dos aspectos fundamentales: la afirmación de que
los Estados Parte tienen el deber de otorgar a los ciudadanos oportunidades
efectivas para que los mismos ejerzan el derecho a participar en los asuntos
27 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 152.
28 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 153.
29 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 197 y 226.
30 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 201.
31 Cf. Corte IDH. La Expresión “Leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Opinión Consultiva OC-6/86 del 9 de mayo de 1986. Serie A Nº 6, párr. 34.
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políticos (art. 23.1.b) y sobre la limitación del poder de conformación de los
Estados en lo referido a la reglamentación de los derechos políticos que, más
allá de las restricciones explícitas definidas en el art. 23.2, deben estar sujetas
al criterio de la proporcionalidad.
Los hechos sometidos a la apreciación de la Corte se referían al pedido
de registro de candidatura individual e independiente a la Presidencia de la
República, formulado por el Sr. Castañeda Gutman al órgano administrativo
responsable por los registros (Consejo General del Instituto Federal Electoral).
El pedido fue negado con el argumento de que solamente los partidos políticos
nacionales gozan de la prerrogativa de solicitar el registro de candidaturas a
mandatos electivos. Contra esa decisión, el Sr. Castañeda Gutman ingresó, sin
éxito, con recurso de amparo a la Corte Regional Federal y recurso de casación
a la Corte Suprema Mexicana (en esta última, con pedido de medida cautelar).
Los órganos judiciales no reconocieron el pedido formulado por el Sr. Castañeda Gutman, pues entendieron que no poseía legitimidad activa para impugnar
decisiones del órgano administrativo federal (legitimidad confiada solamente a los
partidos políticos).
Al proponer la demanda, la Comisión postuló el reconocimiento de una doble
violación a los derechos políticos de la víctima, el derecho a un recurso judicial
efectivo (art. 25 de la Convención) y el derecho concreto a ver registrada su candidatura independiente (art. 23.1.b de la Convención), ya que la condición de
afiliación previa a partido político no representaba una de las excepciones previstas
por el art. 23.2 de la Convención. En razón de los objetivos de este artículo, el
análisis del caso se limitará al segundo aspecto.
Ahora bien, en lo que respecta al alcance de los derechos políticos definidos en
el art. 23.1 de la Convención, la Corte Interamericana fijó algunos importantes
balizamientos. La Corte fija su atención sobre la peculiaridad de la obligación de
los Estados que aseguren a los ciudadanos amplia oportunidad de participación
en la vida política. Se extraen las siguientes directrices interpretativas transmitidas
en este precedente:
“145. El artículo 23 contiene diversas normas que se refieren a los derechos de la
persona como ciudadano, esto es, como titular del proceso de toma de decisiones
en los asuntos públicos, como elector a través del voto o como servidor público,
es decir, a ser elegido popularmente o mediante designación o nombramiento para
ocupar un cargo público. Además de poseer la particularidad de tratarse de derechos
reconocidos a los ciudadanos, a diferencia de casi todos los demás derechos previstos
en la Convención que se reconocen a toda persona, el artículo 23 de la Convención
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no solo establece que sus titulares deben gozar de derechos, sino que agrega el término “oportunidades”. Esto último implica la obligación de garantizar con medidas
positivas que toda persona que formalmente sea titular de derechos políticos tenga la
oportunidad real para ejercerlos. Como ya lo señalara este Tribunal anteriormente, es
indispensable que el Estado genere las condiciones y mecanismos óptimos para que
los derechos políticos puedan ser ejercidos de forma efectiva, respetando el principio
de igualdad y no discriminación.
(...)
148. Por su parte, la participación política mediante el ejercicio del derecho a ser
elegido supone que los ciudadanos puedan postularse como candidatos en condiciones de igualdad y que puedan ocupar los cargos públicos sujetos a elección si logran
obtener la cantidad de votos necesarios para ello.
149. El derecho y la oportunidad de votar y de ser elegido consagrados por el
artículo 23.1.b de la Convención Americana se ejerce regularmente en elecciones
periódicas, auténticas, realizadas por sufragio universal e igual y por voto secreto
que garantice la libre expresión de la voluntad de los electores. Más allá de estas
características del proceso electoral (elecciones periódicas y auténticas) y de los
principios del sufragio (universal, igual, secreto, que refleje la libre expresión de
la voluntad popular), la Convención Americana no establece una modalidad específica o un sistema electoral particular mediante el cual los derechos a votar y
ser elegido deben ser ejercidos (...). La Convención se limita a establecer determinados estándares dentro de los cuales los Estados legítimamente pueden y deben
regular los derechos políticos, siempre y cuando dicha reglamentación cumpla con
los requisitos de legalidad, esté dirigida a cumplir con una finalidad legítima, sea
necesaria y proporcional; esto es, sea razonable de acuerdo a los principios de la
democracia representativa”.32
Al reiterar la esencialidad de los derechos políticos, la Corte reconoció que
el Estado Parte goza de una relativa libertad de conformación para definir los
modelos electorales (ingenierías institucionales) a ser adoptados, de modo que:
“157. (...) la ley necesariamente tiene que establecer regulaciones que van más allá de
aquellas que se relacionan con ciertos límites del Estado para restringir esos derechos,
establecidos en el artículo 23.2 de la Convención. Los Estados deben organizar los
sistemas electorales y establecer un complejo número de condiciones y formalidades
para que sea posible el ejercicio del derecho a votar y ser votado. (...)
32 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Sentencia de 6 de agosto de 2008,
cit. nota 14, párr. 145, 148 y 149.
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161. Como se desprende de lo anterior, la Corte estima que no es posible aplicar
al sistema electoral que se establezca en un Estado solamente las limitaciones del
párrafo 2 del artículo 23 de la Convención Americana”.33
Con todo, prosigue la Corte, esta relativa libertad de conformación no elimina la posibilidad de control por parte de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos,
“161. (...) Sin embargo, las medidas que los Estados adoptan con el fin de garantizar
el ejercicio de los derechos convencionales no están excluidas de la competencia de
la Corte Interamericana cuando se alega una violación de los derechos humanos
previstos en la Convención. Consecuentemente, la Corte debe examinar si uno de
esos aspectos vinculados a la organización y reglamentación del proceso electoral
y de los derechos políticos, la exclusividad de nominación de candidatos a cargos
federales por parte de los partidos políticos, implica una restricción indebida a los
derechos humanos consagrados en la Convención”.34
Por lo tanto, tras reafirmar su competencia para conocer sobre la alegada
violación a la Convención, la Corte pasa a emprender un riguroso control de
convencionalidad de la ley mejicana aplicando los siguientes test: la observancia
de la reserva legal estricta (legalidad de la medida restrictiva, párrs. 176-179) y
la comprobación de la no existencia de exceso con base en los postulados del
principio de la proporcionalidad (finalidad, párrs. 180-184; necesidad, párrs.
185-202; proporcionalidad en sentido estricto, párrs. 203-205).
Al final, la Corte reconoció que el Estado “no violó, en perjuicio del señor
Jorge Castañeda Gutman, el derecho político a ser elegido reconocido en el
artículo 23.1.b de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, (...)”
(párr. 251.3).
A pesar de que la Corte retiró la violación al art. 23.2 de la Convención del
caso en análisis, fijó dos importantes directrices interpretativas que gozan de
especial proyección para los propósitos de este artículo:
(i) los derechos políticos son esenciales para la democracia e imponen una serie de
exigencias de protección, considerando el deber de asegurarles a los ciudadanos la
33 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Sentencia de 6 de agosto de 2008,
cit. nota 14, párr. 145 y 161.
34 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Sentencia de 6 de agosto de 2008,
cit. nota 14, párr. 161.
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oportunidad de participar efectivamente en la formación de la voluntad política
del Estado (consolidación de las premisas conceptuales fijadas en el Caso Yatama vs.
Nicaragua);
(ii) en el ejercicio del deber de reglamentación de los sistemas electorales, el Estado
puede fijar condiciones no previstas en el art. 23.2 para hacer viable el ejercicio al
derecho de votar y ser votado, pero la actividad de conformación del Estado está
sujeta al control de compatibilidad a ser emprendido por las instituciones del Sistema
Interamericano (sujeción a la regla de proporcionalidad).
3.2. Análisis del caso “López Mendoza vs. Venezuela”. La sanción de
inhabilitación (Inelegibilidad) solamente puede ser proferida
por órgano judicial, en proceso penal
El Caso “López Mendoza vs. Venezuela” fue juzgado el 1 de setiembre de
2011 y discute exactamente los límites impuestos a los Estados en lo que respecta a las restricciones a los derechos políticos pasivos (derecho de ser elegido).
La cuestión de derecho enfrentada por la Corte es la siguiente: si se faculta a los
Estados a definir nuevas causas de restricciones no previstas en el art. 23.2 de la
Convención Americana.
Analicemos los hechos sometidos a la apreciación de la Corte Interamericana.
El Sr. Leopoldo López Mendoza fue elegido en 2000 (y reelegido en 2004) alcalde del Municipio de Chacao, unidad integrante del Distrito Metropolitano de
Caracas. Al final del segundo mandato, pretendía postularse a la Alcaldía Mayor
de Caracas (órgano político administrativo que congrega la región metropolitana
de Caracas); sin embargo, le fue impedido presentarse como candidato a causa
de la imposición de dos sanciones de inhabilitación (sanciones de inelegibilidad)
decretadas por el Controlador General de la República, la primera, resultado
del proceso que investigó la existencia de conflicto de intereses cuando, antes de
ser intendente, trabajaba en la empresa Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) y
como voluntario en una organización no gubernamental que recibió subvenciones sociales de la estatal venezolana; y la segunda, decurrente de la aplicación de
multa por haber usado recursos presupuestarios en desacuerdo con la finalidad
legal, en el ejercicio del mandato de Intendente Municipal.
En razón del primer procedimiento, el órgano administrativo le aplicó
una sanción pecuniaria (multa) equivalente a US$ 647,50 y posteriormente,
siguiendo el rito procedimental local, fue editada una Resolución de inhabilitación para el ejercicio de funciones públicas por 3 años. En razón del segundo procedimiento, el órgano administrativo le aplicó multa (equivalente a
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US$ 4.239,58) y luego, por entender que la conducta era grave y que sería un
caso de reincidencia, editó una Resolución de inhabilitación para el ejercicio de
funciones públicas por el período de 6 años. Ambas decisiones fueron confirmadas por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, que rechazó
los recursos de nulidad requeridos para revocar estas decisiones. En virtud de
estas sanciones, el Sr. Leonardo López Mendoza no pudo inscribirse para la
postulación del cargo de Intendente del Distrito Metropolitano de Caracas ante
la Junta Electoral del referido distrito.
Al proponer la demanda, la Comisión postuló que fuese reconocida la violación al derecho de ser elegido (ofensa al art. 23.1.b y 23.2 de la Convención); la
existencia de ofensa a las garantías judiciales en los procedimientos administrativos
realizados; y además la existencia del deber de adoptar disposiciones de derecho
interno para salvaguardar tales garantías convencionales. Este trabajo enfocará
más detenidamente el primer aspecto.
La cuestión fue delimitada por la Corte en los siguientes términos:
“100. El punto central del presente caso radica en las sanciones de inhabilitación
impuestas al señor López Mendoza por decisión de un órgano administrativo en
aplicación del artículo 105 de la LOCGRSNCF, que le impidieron registrar su candidatura para cargos de elección popular. Luego de reseñar los alegatos de las partes,
la Corte determinará si dichas sanciones y sus efectos sobre la presunta víctima son
o no compatibles con la Convención Americana”.35
Entre las innumerables razones presentadas por el Estado contra la alegada
incompatibilidad, se destacan los siguientes argumentos:
(i) el art. 105 de la ley nacional fue promulgado en estricta observancia de la constitución venezolana, razón por la que una eventual antinomia del mismo con el
art. 23.2 no resulta en automática prevalencia de ese art. en relación a la Constitución
de Venezuela;
(ii) la sanción de inhabilitación impuesta por el Controlador General no es de
naturaleza política porque no implica en una suspensión de todos los derechos
políticos, sino solamente lo inhabilita para ejercer determinadas funciones públicas
por determinado período;
(iii) un sinnúmero de otros países sancionaron normas semejantes en el contexto de
la lucha contra la corrupción;
35 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11 de septiembre de 2011, cit. nota 10,
párr. 100.
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(iv) la sanción de inhabilitación que impone el Controlador tiene como objetivo la
lucha contra la corrupción y la protección del erario público, el cual corresponde a
un interés público imperativo.
En relación al primer y tercer argumentos, la Corte se pronunció:
“104. (...) No corresponde, en cambio, que la Corte se pronuncie sobre la interpretación del derecho interno venezolano y, en particular, sobre la compatibilidad
o incompatibilidad del artículo 105 de la LOCGRSNCF con la Constitución de
Venezuela. Asimismo, la Corte considera que para decidir el presente caso no es
necesario realizar un pronunciamiento respecto a los alegatos de derecho comparado
presentados por el Estado.
105. En relación a la situación analizada, la Corte entendió que se trata de hipótesis
de aplicación directa del art. 23 de la Convención, ‘porque se trata de sanciones que
impusieron una clara restricción a uno de los derechos políticos reconocidos por el
párrafo 1 de dicho artículo, sin ajustarse a los requisitos aplicables de conformidad
con el párrafo 2 del mismo’”.36
El razonamiento emprendido por la Corte fue lineal y eliminó de manera
categórica las dos oposiciones hechas por el Estado, in verbis:
“106. El artículo 23.1 de la Convención establece que todos los ciudadanos deben
gozar de los siguientes derechos y oportunidades, los cuales deben ser garantizados
por el Estado en condiciones de igualdad: i) a la participación en la dirección de los
asuntos públicos, directamente o por representantes libremente elegidos; ii) a votar
y a ser elegido en elecciones periódicas auténticas, realizadas por sufragio universal
e igual y por voto secreto que garantice la libre expresión de los electores, y iii) a
acceder a las funciones públicas de su país.
107. El artículo 23.2 de la Convención determina cuáles son las causales que permiten restringir los derechos reconocidos en el artículo 23.1, así como, en su caso, los
requisitos que deben cumplirse para que proceda tal restricción. En el presente caso,
que se refiere a una restricción impuesta por vía de sanción, debería tratarse de una
‘condena, por juez competente, en proceso penal’. Ninguno de esos requisitos se ha
cumplido, pues el órgano que impuso dichas sanciones no era un ‘juez competente’,
no hubo ‘condena’ y las sanciones no se aplicaron como resultado de un ‘proceso
penal’, en el que tendrían que haberse respetado las garantías judiciales consagradas
en el artículo 8 de la Convención Americana.
36 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11 de setiembre de 2011, cit. nota 10,
párrs. 104 y 105.
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108. La Corte estima pertinente reiterar que ‘el ejercicio efectivo de los derechos
políticos constituye un fin en sí mismo y, a la vez, un medio fundamental que las
sociedades democráticas tienen para garantizar los demás derechos humanos previstos
en la Convención y que sus titulares, es decir, los ciudadanos, no solo deben gozar de
derechos, sino también de oportunidades’. Este último término implica la obligación
de garantizar con medidas positivas que toda persona que formalmente sea titular
de derechos políticos tenga la oportunidad real para ejercerlos. En el presente caso,
si bien el señor López Mendoza ha podido ejercer otros derechos políticos (supra
párr. 94), está plenamente probado que se le ha privado del sufragio pasivo, es decir,
del derecho a ser elegido.
109. En virtud de lo que antecede, la Corte determina que el Estado violó los
artículos 23.1.b y 23.2 en relación con el artículo 1.1 de la Convención Americana,
en perjuicio del señor Leopoldo López Mendoza”.37
Así de sencillo. La opinión mayoritaria de la Corte ni siquiera consideró los
argumentos del Estado en relación a la existencia de un esfuerzo de combate a la
corrupción. La Corte trató de reconocer que el dispositivo convencional impone una obligación clara de que los Estados solo podrían restringir los derechos
políticos fundamentales (el de ser elegido, en este caso) como resultado de la
práctica de un comportamiento considerado ilícito (inelegibilidad conminada),
solamente si este proveimiento judicial ostentase los tres elementos previstos en la
parte final del art. 23.2: haber sido emitido por juez competente, haber existido
una condena (con tránsito en juicio) y haber sido proferido en un proceso penal.
A su vez, emprendiendo auténtico control judicial de convencionalidad, la
Corte analizó la compatibilidad del derecho interno (art. 105 de la Ley Nacional)
frente a la Convención, en los siguientes términos:
206. En consecuencia, al no cumplir con el requisito de previsibilidad y, además,
teniendo en cuenta lo señalado en el sentido que el artículo 105 de la LOCGRSNCF permite la restricción del derecho a ser elegido por una autoridad que no es
juez penal (supra párrs. 107 y 108), la Corte concluye que en el presente caso se
vulneraron los artículos 8.1, 23.1.b y 23.2, en relación con los artículos 1.1 y 2 de
la Convención Americana.38
37 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11 de septiembre de 2011, cit. nota 10,
párrs. 106-109.
38 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11 de septiembre de 2011, cit. nota 10,
párr. 206.
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En relación al punto específico, sobre la interpretación a ser atribuida al
art. 23.2 y sobre la posibilidad de que la misma pudiese ser flexibilizada por las
jurisdicciones de otros Estados, hubo un embate vigoroso entre los Jueces Diego
García-Sayán y Eduardo Vio Grossi, lo que se trasluce en los votos concurrentes
presentados por ambos, añadidos a la opinión mayoritaria de la Corte.
El Juez Diego García-Sayán se levantó contra la interpretación literal prestada
por la mayoría al art. 23.2 de la Convención Americana. El juez propuso una
interpretación comprensiva al art. 23.3, admitiendo la posibilidad de que el Estado impusiese otras restricciones, siempre por la vía judicial (es digno de nota),
mediante decisiones provenientes de otras instancias de responsabilización (civil,
electoral, administrativa, p. ej.).
A su vez, el Juez Eduardo Vio Grossi fue contundente en afirmar que el dispositivo convencional
“(...) resulta claro, sencillo y categórico, particularmente en lo que en autos interesa,
a saber, que ‘el ejercicio de los derechos y oportunidades a que se refiere’ el numeral
1 del mismo, especialmente el concerniente al derecho de ‘ser elegido (...)’, puede
ser reglamentado ‘exclusivamente’ por, entre otras causales, ‘condena, por juez competente, en proceso penal’”.39
Acto seguido, el Juez Eduardo Vio Grossi emprendió un esfuerzo en desconstruir las razones presentadas por su colega, aduciendo estar equivocada la
referencia hecha a las técnicas de interpretación de derecho internacional a la
expresión “exclusivamente” (del art. 23.2). A fin de cuentas, “la Sentencia ha
procedido fijando el sentido y alcance de este último según su única alternativa
de aplicación posible”.40
Vale la pena registrar, por ser oportuno, el entendimiento fijado por Nogueira Alcalá, que actuó en el caso como perito. El mismo retira el argumento
de que la Ley Nacional es inconvencional per se, pero acusa como inadecuado el
pronunciamiento hecho por los órganos administrativo y judicial venezolanos.
Afirma el constitucionalista chileno, con bastante propiedad, que la sanción
administrativa accesoria de inhabilitación al ejercicio de cargos públicos por
tiempo determinado,
39 Voto Concurrente del Juez Eduardo Vio Grossi en el Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11
de septiembre de 2011.
40 Voto Concurrente del Juez Eduardo Vio Grossi en el Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11
de septiembre de 2011.
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Los estándares interpretativos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos...
“(...) debería aplicarse solo a los cargos que tienen su origen en un acto administrativo
de nombramiento por alguno de los órganos del Estado, pero no debería aplicarse
ni podría constitucionalmente aplicarse para los funcionarios que fueren electos
mediante sufragio. En esta última hipótesis, es el pueblo quien elige, en ejercicio de
la soberanía popular, de acuerdo al artículo 5º de la Constitución, no pudiendo un
órgano administrativo contralor, conforme a la Constitución, limitarle al pueblo el
ejercicio de su poder soberano”.41
De todo lo expuesto se puede concluir que, en consonancia con el precedente analizado, la Corte Interamericana de Derechos Humanos entiende que:
(i) el derecho público de ser elegido (previsto en el art. 23.1.b de la Convención)
es de índole fundamental y solo puede ser restringido en estricta observancia a las
condicionantes definidas en el art. 23.2 de la Convención;
(ii) tratándose de suspensión de derechos políticos decurrentes de la aplicación de una
sanción, para que la misma sea válida se hace imprescindible que haya sido proferida
en virtud de una condena penal.
3.3. Naturaleza jurídica de la sentencia interamericana.
Eficacia erga omnes de los pronunciamientos
de la Corte (res interpretata)
La Corte considera las normas internas –actos administrativos, leyes, constitución, decisiones judiciales– como “meros hechos”, expresiones de voluntad de
los Estados, y procede al cotejo de estos hechos con la Convención42 buscando
proteger la eficacia del objeto y fin del instrumento internacional43.
Al contrario, ante eventual incompatibilidad, la Corte declara la responsabilidad internacional del Estado por incumplimiento de la Convención y lo condena
a adecuar el ordenamiento interno a la Convención44. Se trata, por lo tanto,
de un examen de adecuación de una conducta del Estado con una prescripción
internacional establecida45. En ese contexto son irrelevantes las justificativas in-
41 Nogueira Alcalá (2011a), pp. 361-362.
42 Cfr.
Ramos (2005).
43 Cfr.
Londoño Lázaro (2010), pp. 761-814.
44 Rey Cantor (2009).
45 Cfr.
Londoño Lázaro (2010), pp. 761-814.
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ternas –aunque basadas en las propias Constituciones– sobre la existencia de un
esfuerzo nacional de combate a la corrupción, o incluso la observancia de otros
principios de interés público a justificar las restricciones legales.
Es verdad, como advierte Eduardo Ferrer Mac-Gregor46, que la eficacia vinculante (res judicata) solo se opera en relación al Estado Parte accionado por la
Corte (en este caso, el Estado venezolano y nicaragüense), de modo que una corte
nacional no puede “invalidar una decisión de una corte internacional y denegar
la existencia de una violación al derecho internacional ya declarada a nivel internacional en un caso concreto”.
Esto no significa vaciar los efectos de la decisión en relación a los demás países
signatarios. Muy por el contrario, Eduardo Ferrer Mac Gregor defiende que la
sentencia interamericana adquiere aún la eficacia “de manera objetiva e indirecta
hacia todos los Estados Parte en la Convención Americana”, ya que:
“33. (...) se produce una eficacia erga omnes hacia todos los Estados Parte de la
Convención, en la medida en que todas las autoridades nacionales quedan vinculadas a la efectividad convencional y, consecuentemente, al criterio interpretativo
establecido por la Corte IDH, en tanto estándar mínimo de efectividad de la
norma convencional, derivada de la obligación de los Estados de respeto, garantía
y adecuación (normativa e interpretativa) que establecen los artículos 1º y 2º de
la Convención Americana; y de ahí la lógica de que la sentencia sea notificada no
solo ‘a las partes en el caso’ sino también ‘transmitido a los Estados partes en la
Convención’ en términos del artículo 69 del Pacto de San José.
El fundamento resulta, pues, de un compromiso compartido de otorgar efectividad
regional a esos patrones reconocidos como mínimos aceptables. En el caso de que
una interpretación nacional no se ajuste a este patrón mínimo, ‘existe un incumplimiento de la obligación de ‘adecuación’ previsto en el artículo 2º del Pacto de
San José, es decir, al existir una inadecuada actuación interna con la Convención;
(...)’”.47
En ese contexto, no les es dado a los Estados la facultad de excusarse de
cumplir tales requisitos mínimos. Se extrae de la buena fe contractual que los
Estados deben conferir aplicabilidad al dispositivo que sea más protector de la
garantía de los derechos humanos, tampoco importando si son disposiciones
de derecho interno o estándares interpretativos fijados por la Corte.
46 Ferrer Mac-gregor (2013), p. 665.
47 Ferrer Mac-gregor (2013), p. 666.
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En ambos precedentes analizados, ante el reconocimiento del derecho a
la reparación económica por el daño experimentado por la víctima, la Corte
determinó a los Estados que realizasen, en un plazo razonable, la adecuación
de sus ordenamientos jurídicos nacionales a la obligación convencional que se
consideró violada. De esta forma, la Corte determinó que fuesen removidos los
óbices legislativos y/o que fuese adecuada la norma procesal doméstica a fin de que
las directrices fijadas fuesen debidamente incorporadas a la legislación nacional.
El análisis de conformación entre el sistema brasileño de inelegibilidades
(a la luz de la interpretación divulgada por el Supremo Tribunal Federal) y los
estándares mínimos de protección del derecho político de ser elegido (ejercicio
del derecho de sufragio pasivo) es lo que será objeto de apreciación específica en
la próxima sección.
4. El control de convencionalidad y las posiblidades de adecuación
del ordenamiento brasileño a los términos de la convención
4.1. El sistema legal de inelegibilidades y el análisis de compatibilidad
con la Convención Americana de Derechos Humanos
Para empezar, se vuelve importante reiterar los cuatro estándares interpretativos
emanados de los dos últimos fallos analizados:
(i) los derechos políticos son esenciales a la democracia e imponen una serie de exigencias de protección, teniendo en cuenta el deber de asegurar a los ciudadanos amplia
oportunidad de participar efectivamente en la formación de la voluntad política del
Estado (Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos);
(ii) en el ejercicio del deber de reglamentación de los sistemas electorales, el Estado
puede fijar condiciones no previstas en el art. 23.2, a fin de permitir el ejercicio
concreto del derecho de votar y ser votado (en el sentido de ejercicio de condiciones
de habilitación); sin embargo, esta actividad no es libre y se sujeta al control de
prohibición de exceso del principio de la proporcionalidad (Caso Castañeda Gutman
vs. Estados Unidos Mexicanos);
(iii) el derecho de ser elegido (23.1.b) es derecho público subjetivo y solo puede ser
restringido en estricta observancia a las causas definidas en el art. 23.2 (Caso López
Mendoza vs. Venezuela);
(iv) tratándose de suspensión de derechos políticos ante la aplicación de una sanción,
es imprescindible que esta reprensión advenga de juez competente, esté revestida
de definitividad y haya sido proferida en proceso penal (Caso López Mendoza vs.
Venezuela).
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La mera enunciación de estas premisas ya es per se reveladora. Las inelegibilidades precisan ser tratadas desde una perspectiva muy distinta de aquella
que, hasta el momento, viene dominando los tribunales brasileños. A diferencia del discurso de matiz moralizante y excluyente que rige entre nosotros, la
lógica que preside la materia en el ámbito del sistema interamericano es la de
que los Estados deben ampliar al máximo los legitimados para lanzarse a los
pleitos electorales (garantía de amplia oportunidad de participación en “pleitos
periódicos y auténticos”).
Por lo tanto, no son adecuadas las interpretaciones que sustraen el carácter de
garantía fundamental a los derechos políticos pasivos (el derecho de ser elegido).
El derecho a lanzarse como candidato en las elecciones es tan fundamental como
el derecho de votar. Son dos facetas indisociables del jus sufraggi y que gozan de
idéntica dignidad. “El ejercicio de los derechos a ser elegido y a votar, íntimamente ligados entre sí, es la expresión de las dimensiones individual y social de
la participación política”.48
No hay que confrontar el derecho de ser votado al derecho a la democracia
como bienes en contraposición, como consignaron, lamentablemente, los jueces
del Supremo Tribunal Federal en la ADI Nº 4578.
De esta manera, la restricción del derecho público subjetivo de un candidato
no afecta solamente su patrimonio jurídico, sino que alcanza a toda la colectividad, que ve reducida su libertad de elección democrática, y “su violación es muy
grave”49. Se trata pues de una garantía institucional que trasciende (y excede) al
ámbito de protección de los individuos que son afectados por la restricción del
ejercicio de un derecho fundamental suyo (tiene, pues, una dimensión objetiva).
Se trata de una perspectiva muy diferente de aquella que fue suscrita en la decisión
del Supremo Tribunal Federal.
Asimismo, hay que llamar la atención sobre la (falta de) legitimidad del uso
emprendido por el Supremo Tribunal Federal en lo que se refiere a la protección
de la moralidad administrativa y a la defensa de las instituciones democráticas
contra el abuso de derecho (extraídos del art. 14, §9º de la CF). Los bienes
contrapuestos en el juicio de proporcionalidad aplicado por la Corte brasileña adoptan parámetros (y puntos de partida) muy diferenciados de aquellos
emprendidos por la Corte Interamericana. No es posible oponer el derecho
48 Cfr.
Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 197.
49 Cfr.
Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 197.
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político fundamental de ser elegido a la democracia, como quiere el STF, pues
su promoción al máximo está íntimamente conectada al propio ejercicio de la
democracia.
Lo que se revela sintomático en la jurisprudencia de la Corte Interamericana, es que el argumento de combate a la corrupción, de compatibilidad con
el texto constitucional nacional y las necesidades imperiosas de salvaguarda del
interés público, ni siquiera deben ser considerados cuando se está delante de
ofensa directa a la garantía convencional fundamental. Estas hipótesis deben
ser interpretadas en estricta consonancia a los condicionantes previstos en la
propia Convención.
En otras palabras, tratándose de ley que restringe el derecho de ser elegido,
no hay otra alternativa hermenéutica para la Corte que no sea la estricta observancia de las reglas consignadas en el art. 23.2, tomando en cuenta la máxima
interpretativa del artículo 29.a de la Convención. Como consignó la Corte50,
204. De acuerdo al artículo 29.a) de la Convención no se puede limitar el alcance
pleno de los derechos políticos de manera que su reglamentación o las decisiones
que se adopten en aplicación de esta se conviertan en un impedimento para que las
personas participen efectivamente en la conducción del Estado o se torne ilusoria
dicha participación, privando a tales derechos de su contenido esencial.
De esta manera, cuando se pretende hacer el análisis de conformación entre
la legislación brasileña sobre inelegibilidades, se hace imprescindible que las reglas
brasileñas sean confrontadas con las causas definidas en este dispositivo convencional. Así, en la primera sección de este artículo se listaron grupos de causas de
inelegibilidades. Estos grupos serán reproducidos a continuación, a medida que
sean analizados en este artículo.
Para hacer el análisis de compatibilidad se hace necesario emprender un
primer esfuerzo de diferenciación entre aquellas inelegibilidades resultantes de la
decisión soberana del Estado, de relativa libertad de conformación del sistema
electoral nacional, y el régimen de las inelegibilidades que serían resultantes de
conminaciones fijadas por el Estado ante comportamientos considerados como
incompatibles con la posibilidad del ejercicio del derecho político de ser elegido.
Y, acto seguido, se impone hacer un análisis sobre el cumplimiento (o no) de los
50 Cfr.
Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 203.
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requisitos fijados por el art. 23.2 en relación a estas últimas hipótesis de inelegibilidades conminadas.
Pues bien, el primer grupo de inelegibilidades –aquellas que no gozan del
derecho político pasivo tout court (inc. I, “a” 51)– se refiere a las llamadas inelegibilidades innatas, es decir, resultantes de aquellas hipótesis en las que los
ciudadanos no poseen los requisitos definidos por la legislación para ser reconocidos como titulares de derechos políticos pasivos (los no alistables) y, además,
aquel grupo de ciudadanos que, a la par de ostentar el status de derecho político
activo, frente al no cumplimiento de una condición mínima (ser alfabetizado),
no le es conferido el derecho político pasivo (de ser elegido).
En relación al primer elemento (el alistamiento), un adecuado análisis de
compatibilidad del orden brasileño al sistema internacional exigiría que se hiciese un análisis pormenorizado de las condiciones de alistamiento y, además,
de las condiciones de elegibilidad definidas por la legislación. Ese análisis sería
importante para que las hipótesis definidas en la legislación sean compatibles con
las restricciones autorizadas por la Convención (“edad, nacionalidad, residencia,
idioma, instrucción, capacidad civil o mental”). Y más adelante, habiendo sido
identificada condición legal que no guarde relación directa con estas hipótesis,
en los términos de lo que fue fijado en el Caso Castañeda Gutman vs. Estados
Unidos Mexicanos, cabría hacer un esmerado escrutinio sobre la norma nacional
a fin de comprobar si la restricción impuesta pasa por el test de legalidad y de
proporcionalidad52. Ese análisis excede los límites de este trabajo.
En relación al segundo elemento (la condición de analfabeto), esta restricción
encuentra expresa previsión en el dispositivo convencional como causa para justificar límite al ejercicio de los derechos políticos previstos en el art. 23.1.b. El
texto convencional expresamente consigna la “instrucción” como hipótesis para
autorizar la edición de norma restrictiva de derechos. Por esta razón la norma
pasaría por el test de convencionalidad.
Para que sea realizado el análisis de compatibilidad en relación a los demás
grupos, resulta importante hacer un rápido análisis sobre la naturaleza de las
inelegibilidades allí definidas. Esto es así porque, siendo consideradas como inelegibilidades conminadas (derivadas de sanciones), las mismas se sujetan al escrutinio
estricto fijado en la parte final del art. 23.2 de la Convención.
51 Art. 1o. Son inelegibles: I - para cualquier cargo: a) los no alistables y los analfabetos.
52 Cfe.
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Nogueira Alcalá (2011b), pp. 119-156.
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Cuando se lanzó la propuesta de alteración legislativa que resultó en la LC
Nº 135/2010 (Ley de la Ficha Limpia), el primer esfuerzo de desconstrucción
emprendido se refería a la tentativa de dilucidar la naturaleza de la sanción de
estas hipótesis de inelegibilidad, a fin de tratarla como condición objetiva de
elegibilidad. Este esfuerzo resultaría de un
(...) relevante cambio de paradigmas en el derecho electoral patrio, asegurando la
plena efectividad de lo dispuesto en el §9º del art. 1 de la Constitución Federal e
instituyendo importantes conquistas para el saneamiento de las costumbres políticas
en el país, protegiendo la moralidad y la probidad administrativa en el ejercicio de
mandatos, considerando la vida anterior del candidato.53
En sentido diametralmente opuesto, diversos autores reiteraron la naturaleza
sancionatoria de esta especie de inelegibilidad, pues ella resultaría de la violación
de un bien jurídico protegido. En ese sentido, tales restricciones no se materializarían delante de un
(...) mero impedimento al ejercicio del jus honorum, se configura el encuadramiento
en la tipología subsuntiva en una pena, en que incluso alejándose los ciudadanos
del hecho jurídico descrito en la ley, aun así estará inelegible por el lapso temporal
determinado en la reprimenda.54
Como fue dicho anteriormente, la cuestión no dejó de ser enfrentada por el
Supremo Tribunal Federal. Muy por el contrario, la condición sine qua non para
que aquella Corte reconociese la integral constitucionalidad del diploma consistía
justamente en el expreso apartamiento de la noción de sanción de inelegibilidad,
a fin de reconceptuarla como “causa de inelegibilidad”, ante su condición objetiva
de poder ser evaluada en ocasión del pedido de registro de candidatura. Sin la
definición de esa premisa, sería difícil sustentar la constitucionalidad del diploma
en lo que se refiere a las alegadas violaciones a la presunción de inocencia y a la
irretroactividad de la ley (decurrente de la ampliación del tiempo de impedimento
y de la inclusión de nuevas hipótesis).
En cierto sentido, la cuestión fue enfrentada por la Corte Interamericana en
el Caso López Mendoza vs. Venezuela, cuando retiró el argumento de la Corte de
53 Coêlho (2012), p. 55. (Traducción libre).
54 Agra (2012), p. 22. (Traducción libre).
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que la sanción aplicada no se revestía de naturaleza política, porque el mismo
continuaba en el ejercicio de los demás derechos políticos. Este argumento igualmente fue utilizado en la decisión del Supremo Tribunal Federal, aunque la Corte
Interamericana asentó que este elemento no era suficiente para descaracterizar la
naturaleza sancionatoria de la norma reglamentadora.
La restricción del derecho político (aunque adscrita al derecho político pasivo) configura, para los efectos de la incidencia del art. 23.2, en restricción de
naturaleza sancionatoria, lo que para la Corte solo puede ser considerado como
compatible con la Convención Americana, en el caso de haber sido resultado de
procedimiento definido en la parte final del mencionado dispositivo.
Es inarredable, pues, el carácter sancionatorio definido por las hipótesis
de inelegibilidad previstas en los apartados “b” a “q”, de la Ley brasileña de
inelegibilidades. De este modo, se deben aplicar los estándares interpretativos extraídos directamente de la literalidad del texto convencional: “(iv) es
imprescindible que esta reprensión advenga de juez competente, se revista de
definitividad y haya sido proferida en proceso penal” (Caso López Mendoza
vs. Venezuela).
Sin ni siquiera analizar detenidamente otros criterios para la comprobación
de compatibilidad de las hipótesis legales brasileñas en relación a la Convención,
la evidencia de las hipótesis que fueron agrupadas en el segundo grupo (agentes
políticos inhabilitados o que hayan renunciado, hipótesis: apartados “b”55, “c”56
y “k”57) y en el cuarto grupo (efectos indirectos de sanciones administrativas,
55 b) Los miembros del Congreso Nacional, de las Asambleas Legislativas, de la Cámara Legislativa y de las
Cámaras Municipales, que hayan perdido los respectivos mandatos por infringir lo dispuesto en los incisos
I y II del art. 55 de la Constitución Federal, los dispositivos equivalentes sobre pérdida de mandato de las
Constituciones Estatales y Leyes Orgánicas de los Municipios y del Distrito Federal, para las elecciones
que se realicen durante el período remanente del mandato para el cual fueron elegidos y en los ochos años
subsiguientes al término de la legislatura.
56 c)
El Gobernador y el Vicegobernador de Estado y del Distrito Federal y el Intendente y el Vice
intendente que pierdan sus cargos electivos por infringir el dispositivo de la Constitución Estatal, de la
Ley Orgánica del Distrito Federal o de la Ley Orgánica del Municipio, para las elecciones que se realicen
durante el período remanente y en los 8 (ocho) años subsiguientes al término del mandato para el cual
hayan sido elegidos.
57 k)
El Presidente de la República, el Gobernador de Estado y del Distrito Federal, el Intendente, los
miembros del Congreso Nacional, de las Asambleas Legislativas, de la Cámara Legislativa, de las Cámaras
Municipales, que renuncien a sus mandatos desde el ofrecimiento de representación o petición capaz de
autorizar la abertura de proceso por infringir el dispositivo de la Constitución Federal, de la Constitución
Estatal, de la Ley Orgánica del Distrito Federal o de la Ley Orgánica del Municipio, para las elecciones que
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hipótesis: apartados “f ”58, “g”59, “i”60, “m”61, “o” 62 y “q”63), no cumplen el
primer requisito, a saber, haber sido la sanción de inelegibilidad resultante de la
imposición de un juez competente. En cualquier contexto en el que se tomen en
serio los derechos políticos fundamentales, no se puede consentir con la posibilidad de que las sanciones impuestas por autoridades administrativas (inclusive
corporaciones) puedan tener tan grave efecto secundario: la expulsión de la vida
pública de ciudadanos por inadmisibles ocho años.
En estas hipótesis, la mera confrontación ya permite que se excluya, de
entrada, la posibilidad de reconocer como convencionales estas disposiciones
normativas y, por consiguiente, admitir como compatibles con el régimen de
protecciones de la Convención alejamientos determinados con base en esas
premisas.
Dicho esto, conviene analizar el tercer grupo de inelegibilidades listadas
como resultantes de decisión judicial. En este universo tenemos un conjunto
de hipótesis que, presentes, atraen como consecuencia la inelegibilidad de aquel
que fue sancionado en el ámbito de los procedimientos judiciales en cuestión.
se realicen durante el período remanente del mandato para el cual fueron elegidos y en los 8 (ocho) años
subsiguientes al término de la legislatura.
58 f )
Los que sean declarados indignos de la oficialía, o incompatibles con ella, por el plazo de 8
(ocho) años.
59 g) Los que tengan sus cuentas relativas al ejercicio de cargos o funciones públicas rechazadas por irregularidad
insanable que configure acto doloso de improbidad administrativa, y por decisión no recurrible del órgano
competente, salvo si esta hubiese sido suspendida o anulada por el Poder Judicial, para las elecciones que se
realicen en los 8 (ocho) años siguientes, contados a partir de la fecha de la decisión, aplicándose lo dispuesto
en el inciso II del art. 71 de la Constitución Federal, a todos los ordenadores de dispendio, sin exclusión de
mandatarios que hayan actuado en esa condición.
60 i) Los que, en establecimientos de crédito, financiamiento o seguro, hayan sido o estén siendo objeto de
proceso de liquidación judicial o extrajudicial, hayan ejercido, en los 12 (doce) meses anteriores a la respectiva
decretación, cargo o función de dirección, administración o representación, mientras no sean exonerados
de cualquier responsabilidad.
61 m) Los que sean excluidos del ejercicio de la profesión, por decisión sancionatoria del órgano profesional
competente, en consecuencia de infracción ético profesional, por el plazo de 8 (ocho) años, salvo si el acto
hubiera sido anulado o suspendido por el Poder Judicial.
62 o) Los que sean demitidos del servicio público en consecuencia de proceso administrativo o judicial, por
el plazo de 8 (ocho) años, contados desde la decisión, salvo si el acto hubiera sido suspendido o anulado
por el Poder Judicial.
63 q)
Los magistrados y los miembros del Ministerio Público que sean jubilados compulsoriamente por
decisión sancionatoria, que hayan perdido el cargo por sentencia o que hayan pedido exoneración o jubilación
voluntaria en la pendencia de proceso administrativo disciplinario, por el plazo de 8 (ocho) años.
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Pues bien, las inelegibilidades resultantes de condenaciones en procesos
electorales (apartados “d”64, “j”65, “n”66 y “p”67), y procesos de naturaleza civil
(apartados “h”68, “l”69) no se muestran compatibles con la garantía convencional prevista en la parte final del art. 23.2. El óbice se revela intransponible.
La referencia constante en el dispositivo constitucional concerniente a la “vida
anterior del candidato” y a la “normalidad y legitimidad de las elecciones”
(art. 14, párr. 9º da Constitución) no es suficiente para otorgar validez a las
hipótesis de inelegibilidad que imponen otras restricciones distintas de aquellas
definidas en el art. 23.2. El dispositivo convencional exceptúa tan solamente
las hipótesis en las que ocurre sanción decurrente de sentencia en proceso
penal. Nada más.
Por último, en cuanto a las hipótesis decurrentes de condenaciones criminales
(apartado “e”70), los efectos de la inelegibilidad solo pueden advenir de decisión
en la que ya haya cosa juzgada.
64 d)
Los que tengan contra su persona representación juzgada procedente por la Justicia Electoral, en
decisión transitada en juzgado o proferida por órgano colegiado, en proceso de investigación de abuso del
poder económico o político, para la elección en la cual concurren o hayan sido diplomados, así como para
las que se realicen en los 8 (ocho) años siguientes.
65 j)
Los que sean condenados, en decisión transitada en juzgado o proferida por órgano colegiado de la
Justicia Electoral, por corrupción electoral, por captación ilícita de sufragio, por donación, captación o
gastos ilícitos de recursos de campaña o por conducta vedada a los agentes públicos en campañas electorales
que impliquen casación del registro o del diploma, por el plazo de 8 (ocho) años a contar de la elección.
66 n)
Los que sean condenados, en decisión transitada en juzgado o proferida por órgano colegiado, en
razón de haber disuelto o simulado disolver vínculo conyugal o de unión estable para evitar caracterización
de inelegibilidad, por el plazo de 8 (ocho) años después de la decisión que reconoce el fraude.
67 p)
La persona física y los dirigentes de personas jurídicas responsables por donaciones electorales
consideradas ilegales por decisión transitada en juzgado o proferida por órgano colegiado de la Justicia
Electoral, por el plazo de 8 (ocho) años después de la decisión, observando el procedimiento previsto en
el art. 22.
68 h) Los titulares de cargo en la administración pública directa, indirecta o fundacional, que se beneficien
a sí mismos o a terceros, por el abuso del poder económico o político, que sean condenados en decisión
transitada en juzgado o proferida por órgano judicial colegiado, para la elección en la cual concurren o hayan
sido diplomados, así como para las que se realicen en los 8 (ocho) años siguientes.
69 l) Los que sean condenados a la suspensión de los derechos políticos, en decisión transitada en juzgado o
proferida por órgano judicial colegiado, por acto doloso de improbidad administrativa que importe lesión
al patrimonio público y enriquecimiento ilícito, desde la condenación o el tránsito en juzgado hasta el
transcurso del plazo de 8 (ocho) años después del cumplimiento de la pena.
70 e) Los que sean condenados, en decisión transitada en juzgado o proferida por órgano judicial colegiado,
desde la condenación hasta el transcurso del plazo de 8 (ocho) años después del cumplimiento de la pena,
por los crímenes.
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Revistiéndose la inelegibilidad de innegable naturaleza sancionatoria, cuando
la Corte condiciona que las restricciones a los derechos políticos solo pueden
resultar de sentencia en proceso penal, acaba por extender a la interpretación
del régimen de protección el conjunto de precedentes de la Corte en lo relativo
a las garantías procesales penales igualmente previstas en la Convención.
Esta cuestión ya fue definida por la Corte71 en los siguientes términos:
Las decisiones que emiten los órganos internos en materia electoral pueden afectar
el goce de los derechos políticos. Por lo tanto, en dicho ámbito también se deben
observar las garantías mínimas consagradas en el artículo 8.1 de la Convención, en
cuanto sean aplicables al procedimiento respectivo.
De esta forma, la innovación llevada a cabo por la Ley de la Ficha Limpia
(LC Nº 135/2010), que pasó a reconocer que los efectos serían consecuencia
de “decisión transitada en juzgado o proferida por órgano judicial colegiado”,
viola frontalmente el principio de la presunción de inocencia (por fuerza de la
vinculación determinada por el art. 23.2 de la Convención).
El principio de la presunción de inocencia es considerado como una regla
de tratamiento, porque orienta que el acusado sea tratado como inocente hasta
que haya una sentencia condenatoria transitada en juzgado. Eso impone diversas
limitaciones a la forma de actuación del Estado para con el individuo denunciado72. En la Convención Americana de Derechos Humanos, en su ámbito
de derechos y garantías, se encuentra protegido el principio de la presunción
de inocencia. El artículo 8.2 de la Convención dispone que: “toda persona
acusada de un delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no
se compruebe legalmente su culpa”.73
Se extrae de ese estado de inocencia, reconocido por la Corte Interamericana
(y por los tribunales domésticos), de que la única “mitigación” al principio de
la presunción de inocencia derivaría de las hipótesis de prisión preventiva, pues
allí se trata de protección del proceso, no de anticipación de cualquier efecto
condenatorio, ya que cualquier anticipación importa en violación a la garantía
del art. 8.2 del Texto Convencional. Por esta razón, la alteración legislativa
que anticipa los efectos de la condenación criminal para fines de inelegibilidad
71 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13, párr. 150.
72 Camargo (2005), p. 57.
73 Convención Americana sobre Derechos Humanos (1969).
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se revela totalmente incompatible con la Convención Americana de Derechos
Humanos.
5. Consideraciones finales
Desde la edición de la Ley de la Ficha Limpia (LC Nº 135/2010) se experimenta un proceso de exacerbación del papel a ser asumido por la Justicia
Electoral como instancia de control de la legitimidad de los pleitos electorales.
De instancia arbitral de contención de los excesos, la Justicia Electoral asume un
papel de instancia reformadora de la política (y de los vicios por sí detectados).
Al actuar de esta forma, con el propósito de velar por la legitimidad del pleito, la
pretensión de depuración moral de los candidatos a ser controlada por el Poder
Judicial (en los procedimientos de impugnación del registro de candidatura) acaba
por minar, en última instancia, la propia legitimidad democrática de los sistemas
de representación política.
Lo que se pretendió en este trabajo fue confrontar las hipótesis de inelegibilidad
infraconstitucional (definidas en el art. 1º de la LC Nº 64/90) con la garantía
convencional definida en el art. 23.1.b y art. 23.2 de la Convención Americana.
Para ello, se buscó confrontar el derecho doméstico con los estándares interpretativos emanados de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a partir de
los cuales se puede identificar el contenido y el alcance de la garantía asegurada
en la Convención.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos posee tres precedentes bastante
emblemáticos en relación al alcance de los derechos políticos pasivos y su ámbito
de protección ante el Estado. El primero (Caso Yatama vs. Nicaragua74) en el que
se discutió si las restricciones en la Ley Electoral introducida algunos meses antes
de las elecciones generales de 2000 no importaron en restricción arbitraria en el
derecho de participación política de las comunidades indígenas y tradicionales
en el proceso electoral; el segundo (Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos
Mexicanos75) en el que se discutió la posibilidad de asegurar la candidatura independiente a la Presidencia como consecuencia directa de la garantía convencional
prevista en el art. 23.1.b; y el tercero (Caso López Mendoza vs. Venezuela76), en
74 Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua. Sentencia de 23 de junio de 2005, cit. nota 13.
75 Corte IDH. Caso Castañeda Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos. Sentencia de 6 de agosto de 2008,
cit. nota 14.
76 Corte IDH. Caso López Mendoza vs. Venezuela. Sentencia de 11 de setiembre de 2011, cit. nota 10.
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Los estándares interpretativos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos...
el que se discutió específicamente la aplicación de sanciones de inhabilitación en
procesos administrativos (cómputo de sanción disciplinaria y regularidad en la
ejecución presupuestaria), afirmando que esta hipótesis de suspensión de derechos
políticos no estaría autorizada por el art. 23.2 de la Convención.
De estos precedentes, específicamente en relación a esas garantías convencionales, pueden ser identificados los siguientes estándares interpretativos:
(i) los derechos políticos son esenciales para la democracia e imponen una serie de
exigencias de protección, teniendo en cuenta el deber de asegurar amplia oportunidad a los ciudadanos de participar efectivamente en la formación de la voluntad
política del Estado;
(ii) en el ejercicio del deber de reglamentación de los sistemas electorales, el Estado
puede fijar condiciones no previstas en el art. 23.2, a fin de posibilitar el ejercicio
concreto del derecho de votar y ser votado (en el sentido de ejercicio de condiciones
de habilitación); sin embargo, esta actividad no es libre y se sujeta al control de
prohibición de exceso del principio de la proporcionalidad;
(iii) el derecho de ser elegido (23.1.b) es derecho público subjetivo y solo puede ser
restringido en estricta observancia a las causas definidas en el art. 23.2, y
(iv) tratándose de suspensión de derechos políticos ante la aplicación de una sanción,
es imprescindible que esta reprensión advenga de juez competente, se revista de
definitividad y haya sido proferida en proceso penal.
A pesar de que estos precedentes no emanaron de procesos contra el Brasil, los
mismos gozan de eficacia erga omnes. En otras palabras, se espera que los demás
Estados signatarios puedan incorporar estos estándares como forma de refuerzo
recíproco del conjunto de garantías convencionales en el continente regional.
Esta eficacia expansiva es tratada por la Corte como res interpretata y ha sido
utilizada por las instancias de supervisión supranacional para mensurar el grado
de compatibilidad del orden interno a las obligaciones convencionales.
En consecuencia del art. 25 c/c art. 2º de la Convención, la Corte reconoce
que todos los magistrados nacionales poseen un poder-deber de realizar la confrontación de la legislación nacional en relación a las obligaciones internacionales
asumidas por el país. Esta facultad impone a los togados un deber de doble verificación de compatibilidad vertical (control de constitucionalidad y control de
convencionalidad). Y es justamente frente a este poder-deber que los magistrados,
a despecho de la existencia de decisión vinculante emanada de la Suprema Corte,
deben negar vigencia a las reglas infraconstitucionales de las inelegibilidades que
sean consideradas incompatibles con la obligación conferida a los ciudadanos en
los términos del art. 23.2.
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Para fines de análisis en este trabajo, las hipótesis de inelegibilidad definidas
en el art. 1º de la LC Nº 64/90 fueron reunidas en cinco grupos distintos.
El primer grupo reúne las situaciones en las que los ciudadanos no ostentan
las condiciones exigidas para gozar de los derechos políticos pasivos (apartado
“a”) y el último grupo, aquellos que deben desincompatibilizarse en determinado
período antes del pleito (incs. II a VII). La reglamentación de estos requisitos
resulta de la libertad de conformación de los Estados para emprender la elección
de los modelos electorales que serán adoptados. En análisis preliminar, se puede
notar que no hay violación evidente en relación a las garantías convencionales.
Sin embargo, este análisis podría ser más profundizado si fuese emprendido
un análisis de proporcionalidad en los términos fijados en el Caso Castañeda
Gutman vs. Estados Unidos Mexicanos, en especial en relación a las hipótesis
de inelegibilidad derivada de no desincompatibilización de la función pública
ejercida.
Por otro lado, todas las inelegibilidades conminadas en los apartados “b” a
“q” no podrían ser integralmente aplicadas de la forma en que están definidas en
la legislación brasileña.
El segundo grupo (agentes políticos impugnados y/o que hayan renunciado)
y el cuarto grupo (agentes que sufrieron condenaciones administrativas y/o disciplinarias) se revelan flagrantemente inconvencionales porque proyectan las
graves restricciones a los derechos políticos pasivos sin que haya un pronunciamiento del órgano judicial competente. De esta forma, una de las hipótesis que
resultó en el mayor número de alejamientos en el último pleito general de 2012
(inelegibilidad resultante de rechazo de cuentas, apartado “g”) se revela del todo
incompatible con la Convención Americana de Derechos Humanos.
El tercer grupo reúne hipótesis en las que las inelegibilidades son consecuencia
de sentencias judiciales. Sin embargo, de este grupo las únicas hipótesis que
podrían pasar por el filtro de convencionalidad hacen referencia a las inelegibilidades resultantes de decisión criminal. Esto es así porque no basta que las
decisiones hayan sido proferidas en procesos judiciales, sino que esos procesos
deben tener índole criminal (proceso penal), de lo contrario igualmente esas
condenaciones no podrían tener el don de suspender el goce de los derechos
políticos pasivos.
Por último, aún en relación a las decisiones proferidas en procesos penales,
se supone que sea flagrantemente inconvencional cualquier anticipación de
los efectos de la condenación criminal (o sea, anticipación de la inelegibilidad para momento anterior al tránsito en juzgado de la decisión), pues de lo
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contrario se estaría delante de flagrante ofensa al principio de la presunción
de inocencia, fundamento de las garantías penales grabado en el art. 8.2 del
texto convencional.
Lo que se observa es que en un análisis perentorio la casi totalidad del régimen
de las inelegibilidades legales no resiste al control de convencionalidad. Afirmar
eso permite no solamente dirigir una crítica contundente al moralismo que el
movimiento del “moralismo electoral”77, provocó en el ámbito del Poder Judicial,
sino que significa, al mismo tiempo, proporcionar fundamentos técnicos para
que los jueces electorales puedan dejar de aplicar las reglas flagrantemente inconvencionales y, si fuese el caso, autoriza a que los perjudicados puedan postular el
reconocimiento de la violación al derecho de sufragio pasivo ante las instancias
de control supranacional.
En última instancia, se trata de afirmar un nuevo frente de batalla contra
el papel asumido por el Poder Judicial como alter-ego de la sociedad. A fin de
cuentas, se confía en que el aura de incorruptibilidad conferida a las cortes (en
detrimento de las demás esferas de poder), acabe por intensificar el proceso de
vaciamiento y de demonización de la política y del político. Al fin y al cabo, es la
propia democracia la que está bajo ataque y necesita ser rehabilitada.
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Coêlho, Marcus V.F. (2012): Direito Eleitoral e processo eleitoral (Río de Janeiro,
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77 “(...)
un fenómeno peligroso que ha invadido la ciudadela de la jurisprudencia electoral. El moralismo
electoral transforma todos los debates jurídicos electorales en debates morales y –lo que es mucho peor–
siempre con el compromiso de impedir en todo lo posible que los políticos sean... políticos. En esa lógica
hay siempre un sentimiento implícito: entró en la política, es bandido. Y con el anhelo de higienizar la
política, se desea acabar con los políticos, lo que no es nada más que sellar el fin de la propia democracia.
(...) Es la justicia por la propia mano togada, armada del derecho hallado en la calle”. Costa (2013), p. 16.
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Normas jurídicas citadas
Normas Interamericanas
Convención Americana sobre Derechos Humanos de 27 de noviembre de 1969.
Normas Nacionales
Brasil
Ley Nº 5.250/67, que dispone sobre la libertad de manifestación del pensamiento
y de información. Diario Oficial de la Unión de 10 de febrero de 1967.
Decreto Ley Nº 972/69, que dispone sobre el ejercicio de la profesión de periodista. Diario Oficial de la Unión de 21 de octubre de 1969.
Ley Nº 6.683/79, sobre amnistía y otras providencias. Diario Oficial de la Unión
de 28 de agosto de 1979.
Ley Complementaria Nº 64/90, que establece, de acuerdo con el artículo 14,
§ 9º de la Constitución Federal, supuestos de inelegibilidad, plazos de cese,
y determina otras providencias. Diario Oficial de la Unión de 21 de mayo
de 1990.
Decreto Nº 678/92, que promulga la Convención Americana sobre Derechos
Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), de 27 de noviembre de 1969.
Diario Oficial de la Unión de 09 de noviembre de 1992.
Ley Complementaria Nº 135/10, que altera la Ley Complementaria Nº 64, de 18
de mayo de 1990, que establece, de acuerdo con el § 9º del artículo 14 de la
Constitución Federal, casos de inelegibilidad, plazos de cese y determina otras
providencias, para incluir supuestos de inelegibilidad que buscan proteger la
probidad administrativa y la moralidad en el ejercicio del mandato. Diario
Oficial de la Unión de 7 de junio de 2010.
Nicaragua
Ley Nº 28, que establece el Estatuto de la autonomía de las regiones de la costa
atlántica de Nicaragua. “La Gaceta” (Diario Oficial) Nº 238 de 30 de octubre
de 1987.
Ley Nº 331, que establece la Ley Electoral. “La Gaceta” (Diario Oficial) Nº 16
de 24 de enero del 2000.
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Jurisprudencia citada
a) Supremo Tribunal Federal
Brasil (2009): Arguição de Descumprimento de Preceito Fundamental n. 130,
juzgada el 30.4.2009.
Brasil (2009): Recurso Extraordinario n. 511.961, juzgado el 17.6.2009.
Brasil (2010): Arguição de Descumprimento de Preceito Fundamental n. 153,
juzgada el 29.4.2010.
Brasil (2011): Acción Directa de Inconstitucionalidad n. 4578, juzgada el
9.11.2011.
b) Corte Interamericana de Derechos Humanos
Corte IDH. Caso Almonacid Arrellano y otros vs. Chile (2006). Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 26 de septiembre de
2006. Serie C Nº 154
Corte IDH. Caso Barrios Altos vs. Perú. Fondo (2001). Sentencia de 14 de marzo
de 2001. Serie C Nº 75.
Corte IDH. Caso Castañeda Gútman vs. Estados Unidos Mexicanos (2008). Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 6 de
agosto de 2008. Serie C Nº 184.
Corte IDH. Caso del Tribunal Constitucional vs. Perú (2001). Fondo, Reparaciones
y Costas. Sentencia de 31 de enero de 2001. Serie C Nº 71.
Corte IDH. Caso Gomes Lund y Otros (Guerrilha do Araguaia) vs. Brasil (2010).
Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de
noviembre de 2010. Serie C Nº 219.
Corte IDH. Caso Ivcher Bronstein vs. Perú (2001). Fondo, Reparaciones y Costas.
Sentencia de 6 de febrero de 2001. Serie C Nº 74.
Corte IDH. Caso La Cantuta vs. Perú (2006). Fondo, Reparaciones y Costas.
Sentencia de 29 de noviembre de 2006. Serie C Nº 162.
Corte IDH. Caso López Mendonza vs. Venezuela (2011). Fondo, Reparaciones y
Costas. Sentencia de 11 de septiembre de 2011. Serie C Nº 233.
Corte IDH. Caso Yatama vs. Nicaragua (2005). Excepciones Preliminares,
Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 23 de junio de 2005. Serie C
Nº 127.
200
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Corte IDH. La Expresión “Leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC-6/86 del 9 de mayo de
1986. Serie A Nº 6.
Corte IDH. Voto Concurrente del Juez Eduardo Vio Grossi en el Caso López
Mendonza vs. Venezuela (2011). Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de
11 de septiembre de 2011. Serie C Nº 233.
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2015, pp. 163-202
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 203-236.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“El género en la ‘violencia afectiva’: clave para un examen de constitucionalidad”
María Martín Sánchez
El género en la “violencia afectiva”:
clave para un examen de constitucionalidad*1
Gender in the “emotional violence”:
key for constitutional review
María Martín Sánchez**
Doctora de la Universidad de Castilla-La Mancha
[email protected]
Resumen: La violencia de género, en ocasiones, se identifica con la violencia machista en parejas
en las que existe o ha existido un vínculo afectivo sentimental. En efecto, se trata de violencia de género
de tipo afectivo. Sin embargo, ni la violencia afectiva o familiar puede identificarse con la violencia
de género, ni ésta puede reducirse a la enmarcada en relaciones afectivas. Es imprescindible abordar
la violencia desde la perspectiva de género para encontrar respuestas acertadas. La regulación de este
tipo de violencia desde un derecho penal “de género” abre el debate acerca de la constitucionalidad del
tratamiento penal diferenciado entre mujeres y hombres.
Abstract: Gender violence sometimes identified with gender violence in couples where there has been
a sentimental or emotional attachment. Indeed, violence is affective. However, neither the emotional or
family violence can be identified with the violence, or it can be reduced to the framed in relationships.
It is essential to address violence from a gender perspective to find correct answers. The regulation of
this type of violence from a criminal law “gender” opens the debate on the constitutionality of criminal
differential treatment between women and men.
Palabras clave: Violencia, género, mujeres, diferencia, constitucionalidad.
Key words: Violence, sex, women, difference, constitutionality.
* Trabajo
recibido el 24 de julio de 2014 y aprobado el 22 de abril de 2015.
** Profesora
Contratada Doctora de Derecho Constitucional, acreditada como Profesora Titular de
Universidad. Coordinadora del Doctorado en Derecho Constitucional Latinoamericano y Coordinadora
del Curso de Postgrado en Derecho Constitucional para Iberoamericanos (Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales, UCLM), de la Universidad de Castilla-La Mancha, España.
– Doctora en Derecho Constitucional, por la Universidad de Castilla-La Mancha, Toledo, España.
– DEES: Especialista en Derecho Europeo, por la Universidad de Montesquieu-Bordeaux IV, Francia.
– Investigadora en la Universidad de Pisa, Italia (estancia en 2014).
– Licenciada en Derecho y DEA, por la Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad-Real y Toledo,
España.
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María Martín Sánchez
1. La violencia sobre las mujeres
La desigualdad entre hombres y mujeres ha existido desde siempre, en todos
los tiempos, y en todos los pueblos y civilizaciones1. El carácter patriarcal de
la sociedad ha legitimado la diferenciación en los roles atribuidos a hombres
y mujeres, reservando para ellos la esfera de lo público y relegando a la mujer
a lo privado, a lo doméstico. Las cuestiones relevantes y el poder de decisión
han estado siempre en manos del hombre, dejando a la mujer las cuestiones
meramente domésticas, subordinadas a la dominación masculina no solo de
cara a la comunidad sino desde luego en el ámbito privado y familiar. Esta
posición desigual entre hombres y mujeres ha dejado a éstas en una situación
de discriminación persistente en los más diversos ámbitos de la vida. En la
actualidad se han alcanzado cotas de igualdad inimaginables hace apenas unas
décadas. Sin embargo, lejos de desaparecer, con el devenir de la sociedad han
emergido nuevos modos de manifestarse.
Quizá la más cruel de esas manifestaciones es la violencia de género, erigida
en la forma de discriminación hacia la mujer más preocupante en la actualidad,
por la gravedad que supone en sí misma así como por la terrible magnitud que
ha alcanzado.
Constituye una agresión directa a la dignidad de la mujer, a la que se golpea –en su sentido más amplio– por el mero hecho de ser mujer. Más allá de la
problemática social o jurídica que entraña, es una cuestión de derechos humanos, de violación de los derechos más elementales de la mujer, no por otra cosa
que por ser mujer. No es “violencia” sin más, la violencia de género encarna un
sentimiento, una actitud de dominación sobre la mujer, de exhibición de poder
sobre ella como si fuera una mera posesión, una “cosa” de su propiedad. Es un
ataque a los derechos humanos. Derechos que garantizan la existencia misma
de las democracias, presupuesto del Estado de Derecho, que se ve minado por
la presencia de un tipo de violencia irracional y desmedida que destruye lo más
sagrado de la persona, su dignidad.
La protección de la mujer y la igualdad de sexos han sido una constante
en la historia de los derechos humanos. Ya en las primeras Declaraciones se
proclamaba la igualdad entre hombres y mujeres como garante de la paz y
presupuesto inicial en el reconocimiento de los derechos. Es preciso siquiera
mencionar: la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 26 de
1 Martin (2012), pp. 177-190.
204
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
agosto de 1789; la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 10 de
diciembre de 1948; el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, de
16 de diciembre de 1966; el Pacto Internacional de los Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, de 16 de diciembre de 1966. Entre otros, el Convenio
para la Protección de los Derechos y de las Libertades Fundamentales, de 4
de noviembre de 19502; la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea, de 18 de diciembre de 2000; el Tratado de Lisboa, de 17 de diciembre
de 2007; o la Carta Social Europea, de 29 de abril de 1980, expresamente se
refieren al principio de no discriminación.
A partir de estas, se han sucedido diversas Convenciones y Declaraciones de
derechos, dirigidas expresamente a lograr este objetivo, prohibir la discriminación
hacia las mujeres.
“…la máxima participación de la mujer, en igualdad de condiciones con el hombre,
en todos los campos, es indispensable para el desarrollo pleno y completo de un país,
el bienestar del mundo y la causa de la paz”. Así comienza la Convención sobre la
Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer, aprobada por
la Asamblea General de Naciones Unidas, de 18 de diciembre de 1979. Se trata
del primer Convenio internacional para la eliminación de la discriminación a la
mujer, siguiendo las pautas dadas en la anterior Declaración sobre la Eliminación
de la discriminación contra la Mujer, aprobada por Naciones Unidas, de 7 de
noviembre de 19673.
Por primera vez se define la expresión “discriminación contra la mujer”, de
manera que se delimita dicho concepto, al tiempo que también por primera vez
se reconoce expresamente en un texto internacional su existencia. Así, la expresión
“discriminación contra la mujer”: “denotará toda distinción, exclusión o restricción
2 En protección de la igualdad real entre hombres y mujeres y de prohibición de discriminación por sexo,
es imprescindible señalar la inestimable labor realizada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos,
quien ha sentado una importante labor para la erradicación de la discriminación sexual, en interpretación
del Convenio de Roma.
3 Entre las pautas marcadas en la Declaración sobre la Eliminación de la discriminación contra la mujer de
1967, se establece que: “La discriminación contra la mujer, por cuanto niega o limita su igualdad de derechos
con el hombre, es fundamentalmente injusta y constituye una ofensa a la dignidad humana” –art. 1º–, “Deberán
adoptarse todas las medidas apropiadas a fin de abolir las leyes, costumbres, reglamentos y prácticas existentes
que constituyan una discriminación en contra de la mujer, y para asegurar la protección jurídica adecuada de la
igualdad de derechos del hombre y la mujer (…)” –art. 2º–, “Deberán adoptarse todas las medidas apropiadas
para educar a la opinión pública y orientar las aspiraciones nacionales hacia la eliminación de los prejuicios y la
abolición de las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basadas en la idea de la inferioridad de la mujer” –art. 3º–.
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205
María Martín Sánchez
basada en el sexo que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la
base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades
fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier
otra esfera” (art. 1º).
Algunas Convenciones se enmarcan en un ámbito más específico de discriminación hacia la mujer, el ámbito conyugal, espacio en el que tradicionalmente y
debido a una diversidad de factores –culturales, sociales, religiosos, entre otros– la
mujer ha sido relegada a la potestad del hombre4. Se trata en definitiva de un espacio
de discriminación de especial consideración –si se quiere, de especial gravedad–,
pues no es consecuencia de la posición social predominante del hombre sobre la
mujer “a secas”, sino que esta relación de subordinación y superioridad se lleva a
cabo en la esfera afectiva y familiar. Este tipo de discriminación se da en el seno
de una relación personal de confianza en la que se presupone el respeto, pero en
donde precisamente dicho vínculo la ha justificado. Al contrario de lo racional, es
en este espacio donde se denota una mayor pérdida de los derechos de la mujer,
de manera que ésta –una vez emancipada de la autoridad paterna– renunciaba a
muchos de sus derechos por el hecho de contraer matrimonio5.
La violencia de género tiene su origen en la discriminación sexual, aunque,
a diferencia de ésta, ha sido reconocida de manera muy reciente. En el marco
internacional, hasta los años 90 no encontramos iniciativas que se dirijan expresamente a la erradicación de este tipo de violencia. Ha sido objeto de un intenso
trabajo por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas6, en palabras de
Freixes: “es el ámbito donde se ha definido el concepto de violencia de género, se ha
4 Así, la Convención sobre la nacionalidad de la mujer casada, de Naciones Unidas, de 29 de enero de 1957,
trata de eliminar la desigual posición entre el hombre y la mujer en ámbito reconociendo el derecho de la
mujer casada a mantener su propia nacionalidad (art. 1); o la Convención sobre el consentimiento para
el matrimonio, la edad mínima para contraer matrimonio y el registro de los matrimonios, de Naciones
Unidas, de 7 de noviembre de 1962, en la que se reconoce la voluntad de la mujer frente a la imposición del
hombre, libre e igual a aquél, poniendo fin a usos como los “matrimonios pactados” en los que se anulaba
por completo (Preámbulo).
5 Ejemplos como la incapacidad para firmar un contrato o pedir un préstamo, o la pérdida de la
nacionalidad, entre otros.
6 Que ha aprobado diversas Resoluciones para erradicarla. Por su parte, la Declaración y Programa de Acción
de Viena (A/CONF. 157/23), aprobados por la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de 1993,
reconoció que “la violencia sexista y todas las formas de explotación y acoso sexuales, en particular las derivadas
de los prejuicios culturales y de la trata internacional, son incompatibles con la dignidad y el valor de la persona
humana y deberán ser eliminadas”.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
consagrado que los derechos de las mujeres son derechos humanos universales y se ha
proclamado que la violencia contra las mujeres es incompatible con el principio de
dignidad humana”7.
“La violencia contra la mujer constituye una violación de los derechos humanos
y libertades fundamentales”, así reza la Declaración de Naciones Unidas, sobre la
eliminación de la violencia sobre la mujer, de 20 de diciembre de 1993. Afirma
que, “la violencia contra la mujer constituye una manifestación de relaciones de
poder históricamente desiguales entre el hombre y la mujer, que han conducido a
la dominación de la mujer y a la discriminación en su contra por parte del hombre
e impedido el adelanto pleno de la mujer, y que la violencia contra la mujer es
uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se fuerza a la mujer a
una situación de subordinación respecto al hombre”. Reconoce la dimensión del
problema y marca pautas de actuación a los Estados para erradicar este tipo
de violencia8.
En idéntico sentido, la Declaración de la Conferencia Mundial sobre la Mujer,
de Beijing 1995. Entre las conclusiones a las que se llegó en esta IV Conferencia,
se reconoció que, “La violencia contra la mujer impide el logro de los objetivos de
igualdad, desarrollo y paz. La violencia contra la mujer viola y menoscaba o impide
su disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales, (…) la violencia
contra la mujer es un problema que incumbe a todos los Estados y exige que se adopten
medidas al respecto” (punto 112).
Este tipo de violencia constituye además un problema de salud de la
mujer. Resulta interesante mencionar la 49ª. Asamblea Mundial de la Salud
(WHA49/25) sobre “Prevención de la violencia de género: una prioridad
de salud pública” de 25 de mayo de 1996, que declara que “la violencia es
un importante problema de salud pública en todo el mundo” –punto 1–. Y se
refiere expresamente a la violencia contra las mujeres, “haciendo suyas las recomendaciones formuladas en la Conferencia Internacional sobre la Población y el
7 Freixes (2001), pp. 4-18.
8 Declaración de Naciones Unidas sobre la eliminación de la violencia sobre la mujer, de 20 de diciembre
de 1993: “Los Estados deben condenar la violencia contra la mujer y no invocar ninguna costumbre, tradición o
consideración religiosa para eludir su obligación de procurar eliminarla. Los Estados deben aplicar por todos los
medios y sin demora una política encaminada a eliminar la violencia contra la mujer” –artículo 4º–.
Asimismo, la plataforma para la acción de Beiging afirma que: “La violencia contra la mujer es una manifestación
de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación
de la mujer por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno
desarrollo” –punto 118–.
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Desarrollo (El Cairo, 1994) y en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer
(Beijing, 1995) para que se aborde urgentemente el problema de la violencia contra las mujeres y muchachas y se determinen sus consecuencias para la salud”. En
el mismo sentido se pronunció la Declaración firmada en Beijing, en la que
se reconoció que: “la violencia sexual y basada en el género, incluidos los malos
tratos físicos y psicológicos, la trata de mujeres y niñas, así como otras formas de
malos tratos y la explotación sexual exponen a las niñas y a las mujeres a un alto
riesgo de padecer traumas físicos y mentales, así como enfermedades y embarazos
no deseados. Esas situaciones suelen disuadir a las mujeres de utilizar los servicios
de salud y otros servicios” –punto 96–.
En Europa se ha seguido la actividad desarrollada por Naciones Unidas contra
la violencia ejercida sobre las mujeres, y se han aprobado sendas Resoluciones
además de poner en marcha diferentes políticas y planes de actuación con el
mismo objetivo9. De manera más reciente se ha aprobado el Convenio para prevenir y combatir la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, de 7 de
abril de 2011. No se trata de la primera Convención regional contra la violencia
ejercida sobre las mujeres, ya que de manera previa se aprobaron la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer
(Convención de Belem do Para, de 1994), y el Protocolo a la Carta Africana de
Derechos Humanos y de los Pueblos sobre los Derechos de las Mujeres en África
(de 2004). Sin embargo, es pionera en su modelo de protección, pues abarca un
marco integral de prevención, protección y persecución de la violencia contra
las mujeres, sobre la base de los principios de igualdad entre hombres y mujeres
y de diligencia debida de los Estados, obligados a intervenir activamente en la
lucha contra la violencia de género. Así, se refiere a normas de derecho material y
procesal, obligando a los Estados a criminalizar conductas de violencia contra las
mujeres y a poner en marcha políticas globales y coordinadas para combatir este
tipo de violencia; prohíbe la mediación como mecanismo alternativo e incluso
tipifica estas conductas como delitos públicos. Resulta significativa la amplitud
del concepto de violencia que se emplea así como la diferenciación entre violencia
de género y violencia doméstica.
9 Así,
se cuenta con la Resolución de 24 de marzo de 2009, sobre la lucha contra la mutilación genital
femenina practicada en la Unión Europea; la Resolución de 26 de noviembre de 2009, sobre la eliminación
de la violencia contra la mujer –que propone un “nuevo enfoque político integral contra la violencia de género–”;
o la Resolución de 5 de abril de 2011, sobre las prioridades y líneas generales del nuevo marco político de
la Unión Europea para combatir la violencia contra las mujeres.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
A través de todas éstas, se muestra la dimensión internacional de la violencia
de género y el interés por erradicarla, reconocida expresamente como un grave
problema de discriminación hacia la mujer y de violación de derechos humanos.
2. La diferencia “en” la perspectiva de género
El término “violencia de género” muchas veces se identifica con la violencia
machista en parejas en las que existe o ha existido un vínculo afectivo. En efecto,
se trata de violencia de género en lo afectivo (familiar o doméstico). Sin embargo,
ni la violencia afectiva o familiar puede identificarse con la violencia de género,
ni ésta puede reducirse a la enmarcada en relaciones afectivas.
El ámbito afectivo-familiar es un espacio especialmente proclive a la violencia
machista, pertenece a la esfera de lo privado, ajeno a la intervención de lo público.
Lo que ocurre en este espacio de privacidad queda oculto tras las puertas. No es
fácil reconocer la existencia de conductas violentas, menos aún, cuando son las
propias víctimas quienes tratan de ocultarlas. Tras las fronteras de su casa, muchas
mujeres se encuentran sometidas a la autoridad del hombre, que se manifiesta a
través de actitudes como la prohibición de trabajar fuera de casa, el control sobre
el modo de vestir, la subordinación económica, o incluso mediante conductas
violentas, que en ocasiones no son advertidas, pero que lejos de ser “lo normal”,
no pueden ampararse en la propia relación.
Sin embargo, no es la mujer la única susceptible de sufrirla. Los demás que
conviven es este espacio también lo son, especialmente los menores, los ancianos
y demás personas dependientes, por su condición de especial vulnerabilidad.
Ahora bien, la violencia ejercida sobre éstos no es la misma. La sufrida por la
mujer es una violencia específica en la que subyace el espíritu de dominación
machista sobre ella, “propiedad” del marido, mientras aquella otra es violencia
intrafamiliar a secas.
Este es el quid de la cuestión. Resulta impreciso e incluso incierto denominar
“doméstica” a este tipo de violencia intrafamiliar ejercida por el hombre sobre la
mujer. Esta diferencia ha sido tenida en cuenta por el Convenio para Prevenir y
Combatir la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica, que expresamente diferencia entre ambas situaciones: “El presente Convenio se aplicará a todas
las formas de violencia contra las mujeres, incluida la violencia doméstica, que afecta
a las mujeres de manera desproporcionada” (art. 2º). De manera autónoma afirma
que: “por ‘violencia doméstica’ se entenderán todos los actos de violencia física, sexual,
psicológica o económica que se producen en la familia o en el hogar o entre cónyuges
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o parejas de hecho antiguos o actuales, independientemente de que el autor del delito
comparta o haya compartido el mismo domicilio que la víctima” (art. 3.b)10.
Ahora bien, ¿la violencia de género afectiva agota el concepto?, lejos de lo que
en ocasiones puede entenderse, no. De manera usual, la violencia de género es
confundida con la que específicamente se produce en lo afectivo-familiar. Probablemente esta confusión obedece al modo en que denominamos cotidianamente
a estas situaciones, identificándolas con violencia de género cuando tienen lugar
entre parejas, y de otro modo cuando se producen en otros ámbitos.
Sin embargo, la violencia de género es un concepto complejo que abarca multitud de situaciones externas a lo afectivo, en las que subyace idéntico trasfondo
de sometimiento de la mujer a la voluntad del hombre. Así ha sido reconocido
internacionalmente, la violencia de género puede localizarse en lo afectivo o fuera
de él, y a través de las más diversas manifestaciones físicas, psíquicas y sexuales11.
10 Artículo 3º. “A los efectos del presente Convenio:
a. por “violencia contra las mujeres” se deberá entender una violación de los derechos humanos y una forma de
discriminación contra las mujeres, y designará todos los actos de violencia basados en el género que implican
o pueden implicar para las mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica,
incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, en la vida
pública o privada;
b. por “violencia doméstica” se entenderán todos los actos de violencia física, sexual, psicológica o económica que se
producen en la familia o en el hogar o entre cónyuges o parejas de hecho antiguos o actuales, independientemente
de que el autor del delito comparta o haya compartido el mismo domicilio que la víctima;
c. por “género” se entenderán los papeles, comportamientos, actividades y atribuciones socialmente construidos que
una sociedad concreta considera propios de mujeres o de hombres;
d. por “violencia contra las mujeres por razones de género” se entenderá toda violencia contra una mujer porque
es una mujer o que afecte a las mujeres de manera desproporcionada;
e. por “víctima” se entenderá toda persona física que esté sometida a los comportamientos especificados en los
apartados a y b;
f. el término “mujer” incluye a las niñas menores de 18 años”.
11 La Declaración de Naciones Unidas de 1993, en su artículo 3, ofrece una amplia definición de la violencia
de género, estableciendo en su artículo 3º que: “Se entenderá que la violencia contra la mujer abarca los siguientes
actos, aunque sin limitarse a ellos: –La violencia física, sexual y psíquica que se produzca en la familia, incluidos
los malos tratos, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el
marido, la mutilación genital femenina y otras prácticas tradicionales nocivas para la mujer, los actos de violencia
perpetrados por otros miembros de la familia y la violencia relacionada con la explotación; –La violencia física,
sexual y psicológica perpetrada dentro de la comunidad en general, inclusive la violación, el abuso sexual, el acoso
y la intimidación sexual en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros lugares, la trata de mujeres y la
prostitución forzada; la violencia física, sexual y psicológica perpetrada por el Estado, dondequiera que ocurra”
En idéntico sentido, entre las conclusiones de Beiging: “La expresión “violencia contra la mujer” se refiere a todo
acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico,
incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o
en la privada. Por consiguiente, la violencia contra la mujer puede tener, entre otras, las siguientes formas: a) La
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
Expresamente se mencionan, además de la violencia de pareja, el abuso sexual
de niñas en el ámbito intrafamiliar, prácticas propias de otras culturas tales como
la ablación del clítoris o los matrimonios pactados12, la trata y la prostitución
forzada, la violencia relacionada con la explotación laboral, el acoso sexual13;
podríamos añadir el “ataque masivo a mujeres” o incluso alguna otra forma de
violencia de género14.
En cualquier caso, todas estas son manifestaciones de violencia machista
sobre la mujer, rechazadas socialmente y tipificadas penalmente, pero la mayoría
de las veces sin ser reconocidas abiertamente como violencia de género, ni por la
sociedad, ni por las leyes, ni por los jueces. Si bien es cierto que no son las más
habituales ni las que más preocupan en nuestro entorno, no podemos olvidar su
existencia. A continuación trataremos de dar cuenta, siquiera sucintamente, de
algunas de ellas15.
Uno de los factores más recientes e influyentes en el incremento de la violencia
machista es sin duda la multiculturalidad. El flujo migratorio hace que la mujer
extranjera tenga una fuerte presencia en nuestras sociedades, en las que conviven
diferentes grupos culturales, étnicos y religiosos, caracterizadas por la diversidad
y el multiculturalismo. Esta diversidad, sin lugar a dudas, es enriquecedora, pero
no deja de plantear problemas por el choque cultural que supone. En este esce-
violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la
violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradicionales
que atentan contra la mujer, la violencia ejercida por personas distintas del marido y la violencia relacionada
con la explotación; b) La violencia física, sexual y psicológica al nivel de la comunidad en general, incluidas las
violaciones, los abusos sexuales, el hostigamiento y la intimidación sexuales en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros ámbitos, la trata de mujeres y la prostitución forzada; c) La violencia física, sexual y psicológica
perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.
12 Otras prácticas ajenas a nuestra cultura occidental y que también son manifestaciones de violencia de
género, tal y como explica Larrauri (1998), pp. 33-44. Son: los crímenes de honor “marido mata a la mujer
para salvar su honor herido”, el matrimonio por rapto “hombre rapta y viola mujer como forma de pedir la
mano”, entre otras (pp. 41-42)
13 Véase Rey (1998), pp. 103-104. Esta autora, de acuerdo con lo previsto penalmente, define el acoso sexual
como: “la actividad consistente en solicitar favores de naturaleza sexual para sí o para un tercero, prevaliéndose el
sujeto activo de una situación de superioridad, entre otras causas, de naturaleza laboral y con el anuncio expreso
o tácito de causar a la víctima un mal relacionado con sus legítimas expectativas en el ámbito de la relación
laboral”, p. 105.
14 Otros ejemplos defendidos como violencia de género por algunos autores como: el impago de prestaciones
económicas a la mujer en caso de separación o divorcio, tal y como explica Pérez (1998), pp. 217-240; o
la prohibición del aborto, tal y como defiende Virto (1998), pp. 115-160.
15 Martin (2012), pp. 23-48.
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nario, es la mujer la que involuntariamente protagoniza muchos de los conflictos
culturales, víctima de tradiciones arraigadas, de dudosa constitucionalidad16, que
la denigran física, psíquica y sexualmente17. Un ejemplo es el caso de España,
en donde este fenómeno hace que emerjan nuevos modos de violencia hacia las
mujeres. Veamos a continuación algunos de ellos, así como la respuesta dada por
el legislador.
La mutilación genital femenina, conocida como “ablación del clítoris”, es una
de las prácticas más denigrantes, propia de sociedades y culturas no desarrolladas,
caracterizadas por la ausencia de derechos de la mujer, cuya consecuencia más
inmediata es su concepción como un objeto al servicio sexual del hombre. La LO
11/2003, de 29 de septiembre, de Medidas concretas en materia de seguridad
ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros, modificó
el artículo 149 del Código Penal. A partir de ésta, dicho precepto establece que:
“El que causara a otro una mutilación genital en cualquiera de sus manifestaciones
será castigado con la pena de prisión de seis a doce años. Si la víctima fuera menor
o incapaz, será aplicable la pena de inhabilitación especial para el ejercicio de la
patria potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento por tiempo de cuatro a diez
años, si el juez lo estima adecuado al interés del menor o incapaz”18-19. De manera
16 A este respecto algunos autores hablan de la “múltiple discriminación” a que se enfrenta la mujer extranjera, así: Rey (2008), pp. 251-283.
En relación al factor de la multiculturalidad, véase también Beijing: “La violencia contra la mujer a lo largo
de su ciclo vital dimana esencialmente de pautas culturales, en particular de los efectos perjudiciales de algunas prácticas tradicionales o consuetudinarias y de todos los actos de extremismo relacionados con la raza,
el sexo, el idioma o la religión que perpetúan la condición inferior que se asigna a la mujer en la familia, el
lugar de trabajo, la comunidad y la sociedad” –punto 118–.
17 A
este respecto, Larrauri (1998), pp. 33-44. Esta autora entiende que habría que diferenciar entre los
distintos tipos de prácticas: “debe haber un trato diferenciado pues parece claro que no es lo mismo matar a
un perro para comérselo, el caso de la bigamia en los cuales el sistema normativo puede integrarlo, o la ablación
del clítoris. Podemos discutir los límites de la tolerabilidad en función del daño social, pues (…) ‘la tortura no
es cultura’”, p. 44.
18 Al respecto véase Acale (2006). Esta autora defiende que, si bien el precepto penal no hace alusión
concreta al sexo femenino sino que hace una previsión neutra: “si se tiene en consideración que el fenómeno
contra el que intenta luchar la LO 11/2003 es (…) la mutilación genital de ‘niñas y mujeres’, y (…) si se tiene
en consideración que no es ninguna práctica extendida la mutilación de los órganos genitales de niños y hombres,
por lo que no son un fenómeno por el que se deba luchar internacionalmente más allá de la lucha general contra
cualquier conducta delictiva”, p. 180.
19 Asimismo se prevé en el Convenio del Consejo Europeo sobre prevención y lucha contra la violencia
contra las mujeres y la violencia doméstica, de 11 de mayo de 2011, cuyo artículo 38 –Mutilaciones genitales
femeninas– prevé: “Las Partes adoptarán las medidas legislativas o de otro tipo necesarias para tipificar como
delito, cuando se cometa de modo intencionado: a) la escisión, infibulación o cualquier otra mutilación de la
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más reciente, con la aprobación de la LO 3/2005, de 8 de julio, de modificación
de la LO 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, para perseguir extraterritorialmente la práctica de la mutilación genital femenina, dicha protección se
ha visto reforzada20, permitiendo la persecución extraterritorial de la práctica
de mutilación genital femenina cuando la comisión del delito se realice en el
extranjero (normalmente aprovechando viajes a sus países de origen de quienes
se encuentran en nuestro país).
El legislador español ha entendido que esta práctica es un ejercicio de violencia
contra las mujeres, tal y como reza su exposición de motivos: “La mutilación genital
femenina constituye un grave atentado contra los derechos humanos, es un ejercicio de
violencia contra las mujeres que afecta directamente a su integridad como personas.
La mutilación de los órganos genitales de las niñas y las jóvenes debe considerarse un
trato inhumano y degradante incluido, junto a la tortura, en las prohibiciones del
artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos Humanos”.
Sin embargo, apenas encontramos casos en los que se ha denunciado ante
los tribunales. En 2010, la Audiencia Provincial de Barcelona en su sentencia
4815/2010, de 11 de mayo, ante el recurso interpuesto por mujer guineana para
mantener la patria potestad de su hija menor, el tribunal desestimó su pretensión
porque la madre “minimiza la importancia de la ablación de su hija” de manera que
resulta “evidente que existe un riesgo para la menor de ablación en caso de traslado
a Guinea como pretendía su madre (…)”.
Más recientemente, el Tribunal Supremo en sentencia 835/2012 de 31 de
octubre, se ha pronunciado por primera vez al respecto, a propósito de un recurso
de casación presentado contra la sentencia de la Audiencia Provincial de Teruel
de 15 de noviembre de 2011, que condenaba a los padres de una menor como
autores de un delito de lesiones y mutilación genital21. El Tribunal Supremo
totalidad o parte de los labios mayores, labios menores o clítoris de una mujer; b) el hecho de obligar a una mujer
a someterse a cualquiera de los actos enumerados en el punto a) o de proporcionarle los medios para dicho fin;
c) el hecho de incitar u obligar a una niña a someterse a cualquiera de los actos enumerados en el punto a) o de
proporcionarle los medios para dicho fin”.
20 Se añade un nuevo epígrafe g) al artículo 23.4º. de la LOPJ: ”Igualmente será competente la jurisdicción
española para conocer de los hechos cometidos por españoles o extranjeros fuera del territorio nacional susceptibles
de tipificarse, según la ley penal española, como alguno de los siguientes delitos (…) g) Los relativos a la mutilación
genital femenina, siempre que los responsables se encuentren en España”.
21 Los
recurrentes alegaban “error de prohibición”. En relación a este, su operatividad es cada vez más
limitada por la mayor información tanto sobre el carácter nocivo y gravemente perjudicial de tales hechos,
como sobre el carácter delictivo de la mutilación genital como tipo penal autónomo, que hacen más difícil
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rechaza el recurso y aprovecha para pronunciarse respecto a este tipo de prácticas
(haciendo alusión al “alto grado de interculturalidad” de la sociedad española actual), afirmando que: “el respeto a las tradiciones y a las culturas tiene como límite
infranqueable el respeto a los derechos humanos que actúan como mínimo común
denominador exigible en todas las culturas, tradiciones y religiones”. Añadiendo que:
“La ablación del clítoris no es cultura, es mutilación y discriminación femenina”.
Este pronunciamiento supone una condena contundente de estas prácticas y un
claro reconocimiento como delito de violencia de género (aunque el Tribunal no
utiliza este término).
Por su parte, el Tribunal Supremo, en relación con el derecho de asilo, ya
había tenido ocasión de pronunciarse sobre la necesidad de proteger a las mujeres
frente a esta y otras prácticas ajenas a nuestra tradición cultural; así en su sentencia
4013/2011, de 15 de junio (siguiendo la doctrina jurisprudencial seguida por el
mismo en sentencias previas), entiende que “en aquellos supuestos en que se acredite
la existencia de indicios suficientes (…) de que una mujer sufre persecución por su
pertenencia al género femenino, que le ha supuesto la imposición de prácticas contrarias
a la dignidad humana, como el matrimonio forzoso o la mutilación de un órgano
genital, y que el régimen legal del país de origen no ofrece una protección jurídica
eficaz, procede la concesión del derecho de asilo (…)”. Reconociendo expresamente
y de manera concreta la protección de la mujer frente a la ablación del clítoris y
los matrimonios forzosos.
Los matrimonios forzosos, en efecto, constituyen otro modo de violencia
machista sobre las mujeres (normalmente niñas), considerándola una mercancía
propiedad del hombre, a la que se pone un precio. Se trata de un atentado contra
la dignidad y los derechos de las mujeres por el hecho de serlo, expresión de la
dominación de los hombres sobre ellas.
Hasta la fecha, el Código Penal no lo tipifica como delito de manera autónoma, si bien el Proyecto de Ley Orgánica de reforma del Código Penal, en cumplimiento de lo previsto en el Convenio del Consejo Europeo sobre Prevención
y Lucha contra la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica22, lo
alegar y probar el desconocimiento como eximente de la responsabilidad penal, tal y como explica Ropero
(2003), pp. 372 y ss.
Véase también Larrauri (1998).
22 El artículo 37 del Convenio, sobre “matrimonios forzosos” prevé que: “1. Las Partes adoptarán las medidas
legislativas o de otro tipo necesarias para tipificar como delito el hecho, cuando se cometa intencionadamente, de
obligar a un adulto o un menor a contraer matrimonio. 2. Las Partes adoptarán las medidas legislativas o de
otro tipo necesarias para tipificar como delito el hecho, cuando se cometa intencionadamente, de engañar a un
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incluye como nuevo delito en materia de violencia contra la mujer, de manera
que: “modalidad agravada dentro del delito de coacciones, cuando se compeliere a
otra persona a contraer matrimonio”. Además, se prevé un tipo agravado cuando el
matrimonio forzoso obligue a alguno de los contrayentes a abandonar el territorio
nacional: “Y también se castiga a quien utilice medios coactivos para forzar a otro a
abandonar el territorio español o a no regresar al mismo, con esa misma finalidad de
obligarle a contraer matrimonio”.
A tenor de las reformas anunciadas, todo apunta a que, en breve, el matrimonio
forzoso será tipificado penalmente como delito autónomo, entendido como delito
de violencia de género. En definitiva, es un hecho que la multiculturalidad es un
factor que incrementa las conductas de violencia machista en nuestra sociedad,
situando a las mujeres en una posición de enorme fragilidad y vulnerabilidad
frente al hombre, sujetas a prácticas vejatorias propias de su cultura23.
El reconocimiento de otras, ajenas a lo afectivo, resulta sin embargo más complicado. Se trata de prácticas que, a diferencia de las anteriores, son de carácter
universal y no obedecen a cuestiones culturales, sino a la dominación machista
sin más.
La trata de mujeres y la prostitución forzada son una constante a través de la
historia. De nuevo nos encontramos ante una exhibición de dominación machista. En el caso, mujeres que se ven obligadas a prostituirse por imperativo de
hombres, a quienes se encuentran sometidas por cuestiones de índole económica
principalmente, a las que se añaden factores como la falta de formación y de otros
recursos. Haciendo propias las palabras de Maqueda: “estamos, nada más y nada
menos, ante la nueva esclavitud de nuestro tiempo24.
adulto o un menor para llevarlo al territorio de una Parte o de un Estado distinto a aquel en el que reside con la
intención de obligarlo a contraer matrimonio”.
23 A esta situación a la que se exponen las mujeres migrantes, se suman los prejuicios culturales para denunciar
o incluso para ir al médico para recibir asistencia, el temor a denunciar debido a su situación irregular, además
de las dificultades que encuentran con el idioma. Precisamente, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio
(ODM) es “promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer”, necesaria para la consolidación y el
ejercicio de la democracia. Para ello, se marcan estrategias que eviten la exclusión y la violencia y medidas
que fomenten la autoconfianza, el autorespeto y la autoestima, previendo expresamente la promoción de
las condiciones socio-culturales de las mujeres en general, y de las marcadas etnio-racialmente en particular.
Si bien en las sociedades democráticas se respeta la cultura identitaria de los grupos minoritarios, deben
asimismo velar por los derechos, reconocidos en la Constitución y Pactos internacionales. Es obligación de
los gobiernos democráticos vigilar y perseguir este tipo de conductas.
24 Por su parte, el Convenio del Consejo de Europa sobre la lucha contra la trata de seres humanos,
de 16 de mayo de 2005, añade que pretende combatir y prevenir la trata de seres humanos “(…) ga-
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“La prostitución y el mal que la acompaña, la trata de personas para fines de
prostitución, son incompatibles con la dignidad y el valor de la persona humana y
ponen en peligro el bienestar del individuo, de la familia y de la comunidad”, así se
reconoce en el Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, adoptado por la Asamblea General de Naciones
Unidas, de 2 de diciembre de 194925. En efecto, no se especifica el sexo de las
víctimas, pero siempre se ha tratado de una práctica realizada con mujeres26 –con
independencia de casos aislados27–.
En cumplimiento de estas exigencias internacionales, nuestro Código Penal
tipifica como delito el tráfico ilegal de personas y la prostitución –como delitos
autónomos desde la reforma al Código Penal introducida por la LO 5/2010, de
22 de junio–. El delito de tráfico ilegal de personas, entre otras, con la finalidad
de explotación sexual28-29, se recoge en el art. 177 bis, en el que prevalece la
protección de la dignidad y la libertad de quienes la sufren, de manera que no
es un delito que pueda ser cometido exclusivamente por extranjeros, sino que
rantizando la igualdad. entre las mujeres y los hombres” (art. 1). De manera más reciente, el Convenio
del Consejo de Europa sobre la prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia
doméstica, en su artículo 36, sobre “violencia sexual, incluida la violación” prevé que: “1. Las Partes
adoptarán las medidas legislativas o de otro tipo necesarias para tipificar como delito, cuando se cometa
intencionadamente: (…); c) el hecho de obligar a otra persona a prestarse a actos de carácter sexual no
consentidos con un tercero”.
25 A este respecto véase Maqueda (2000), p. 29. Idea que sostiene la misma autora en: Maqueda (2002),
Maqueda (1998).
En idéntico sentido Pomares (2011), Nieto (2010).
26 A este respecto véase Maqueda (2000), p. 26.
27 Véase Serra y Loria (2007), p. 68.
28 Art. 177 bis Código Penal: “1. Será castigado con la pena de cinco a ocho años de prisión como reo de trata
de seres humanos el que, sea en territorio español, sea desde España, en tránsito o con destino a ella, empleando
violencia, intimidación o engaño, o abusando de una situación de superioridad o de necesidad o de vulnerabilidad
de la víctima nacional o extranjera, la captare, transportare, trasladare, acogiere, recibiere o la alojare con cualquiera
de las finalidades siguientes: (…); b) La explotación sexual, incluida la pornografía”, añadiendo en su apartado
3 que: “El consentimiento de una víctima de trata de seres humanos será irrelevante cuando se haya recurrido a
alguno de los medios indicados en el apartado primero de este artículo”.
29 En STS 8542/2012, de 21 de diciembre, el Supremo respecto a la comisión del delito y para diferenciarlo
de la explotación sexual, aclara que: “Es cierto que normalmente tal finalidad vendrá demostrada por la
ejecución posterior de actos concretos de explotación, pero para la consumación es bastante la ejecución de aquellas
conductas con la referida finalidad, sin necesidad de ningún acto posterior, de forma que no es preciso que tal
explotación sexual llegue a tener lugar, y ni siquiera que las víctimas hayan sido compelidas (o determinadas)
de alguna forma a prestarse a ella”.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
abarca todas las formas de trata de seres humanos, sin hacer discriminación en
razón a la nacionalidad o de su vinculación o no con la delincuencia organizada30. Por su parte, el delito de prostitución previsto en el art. 188 Código Penal,
tipifica de manera expresa la prostitución involuntaria o forzada y su explotación
(proxenetismo): “…El que determine, empleando violencia, intimidación o engaño,
o abusando de una situación de necesidad o vulnerabilidad de la víctima, a persona
mayor de edad a ejercer la prostitución o a mantenerse en ella, será castigado con
las penas de prisión de dos a cuatro años y multa de 12 a 24 meses. En la misma
pena incurrirá el que se lucre explotando la prostitución de otra persona, aún con
el consentimiento de la misma…”.
El empleo de violencia, intimidación o engaño, la superioridad y la dominación sobre la mujer, así como la vulnerabilidad de la víctima, junto al hecho
de que son mujeres las víctimas de este tipo de explotación sexual, evidencia
que se trata de otra de las manifestaciones de violencia de género.
Otra cosa es la prostitución ejercida de manera voluntaria. No es este el
lugar para debatir acerca de la legalidad o ilegalidad de la prostitución. La
prostitución, como cualquier otra actividad llevada a cabo de manera voluntaria
por personas mayores de edad, con plena capacidad de obrar, podrá ser legal
o no, en función de lo que determinen los legisladores31. Ahora bien, cuando
se prescinde de la libre voluntad, tratándose de víctimas de redes organizadas
u obligadas a prostituirse de cualquier otro modo, entonces deben ser perseguidas por la ley32. Las mujeres víctimas de prostitución forzada son víctimas
de violencia de género, desde su amplia concepción33. El problema está en la
dificultad para determinar cuándo estamos ante una situación de violencia contra la mujer, y cuando no. Este tipo de violencia de género se enmascara detrás
de una apariencia de voluntariedad inexistente, aprovechando la diversidad de
30 Así lo explica De Vicente (2011), pp. 701-707.
31 A este respecto, autores como De Miguel (2012), pp. 49-74, sostiene que la prostitución, de cualquier
manera, no es sino un modo de “satisfacer la necesidad del hombre”. Explica que el germen de la prostitución
es la desigualdad, aunque es un fenómeno consentido que se ve “normal” en la sociedad.
Algunos autores consideran que, de cualquier modo, la prostitución supone una violación de los derechos
más elementales de la mujer. A este respecto véase Carmona (2007), pp. 43-70.
32 Tal y como explica Asúa (en Simposio celebrado en el Campus de Donostia, en octubre de 2012): se debe
distinguir entre la prostitución realizada “en el ejercicio de la libertad” de la que supone una “explotación” para
“abrir un debate sobre su regulación”, añadiendo que esta actividad se encuentra en lo que la Magistrada ha
denominado “limbo legal” (información recogida en el diariovasco.com).
33 En este sentido, Maqueda (1998), pp. 295-306.
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María Martín Sánchez
situaciones que encontramos en relación a la prostitución y la complejidad
para dar respuesta34.
A este respecto, son numerosas las ocasiones en que el Tribunal Supremo se ha
pronunciado. En este margen de “alegalidad”, encontramos pronunciamientos en
los que el Tribunal parece aceptar la prostitución por cuenta ajena entendiendo
que no es forzada35, llegando incluso a asimilarla tácitamente con una relación
laboral. Así, llama la atención la STS de 14 de abril de 2009, en la que el Tribunal
si bien condenó a los imputados por tráfico ilegal de inmigrantes con fines de
explotación sexual, les absuelve de un delito contra los trabajadores entendiendo
que: “la prostitución no implica condiciones laborales dignas”36, añadiendo que:
“la cuestión de la prostitución voluntaria en condiciones que no supongan coacción,
engaño, violencia o sometimiento, bien por cuenta propia o dependiendo de un tercero
que establece unas condiciones que no conculquen los derechos de los trabajadores, no
puede solventarse con enfoques morales (…) ya que afectan a aspectos de la voluntad
(se entiende que la voluntad de las mujeres) que no pueden ser coartados por el derecho
sin mayores matizaciones”37.
El Supremo parece seguir una línea de aceptación de la prostitución a pesar
de la dudosa voluntariedad en situaciones en que se realiza por cuenta ajena. En
mi opinión, esto supone un obstáculo en la lucha contra la violencia de género,
pues en casos en que la mujer se ve en condiciones de gran vulnerabilidad y dependencia de su “empresario” su voluntariedad queda en entredicho. No queda
claro que sea la mujer quien voluntaria y libremente decide ejercer la prostitución,
bajo sus propias condiciones, quedando al arbitrio de terceros que deciden sobre su
propia sexualidad, atentando contra sus derechos y dañando su dignidad. Si esto
es así, se estarían enmascarando situaciones de violencia de género inadmisibles
desde una óptica jurídico-constitucional.
34 Díez (2009). Según afirma este autor: “La prostitución es una forma de explotación que debe ser abolida y
no una profesión que hay que reglamentar. Es una forma de violencia de género: lo que las mujeres prostituidas
tienen que soportar equivale a lo que en otros contextos correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso
sexual. ¿El hecho de que se pague una cantidad de dinero puede transformar ese abuso en un ‘empleo’?, al que se
le quiere dar el nombre de ‘trabajo sexual comercial’”.
35 Por citar algunas más recientes: SSTS 678/2012 o 378/2011.
36 A
pesar de lo discutible de dichas condiciones en las que mantenían a las mujeres que ejercían la
prostitución en sus locales.
37 Al
contrario, respecto a las condiciones en que se ejerce la prostitución, algunos autores entienden
que: “(…) la víctima podrá haber consentido en un inicio en el ejercicio de la prostitución pero no ha dado su
consentimiento para sufrir toda suerte de abusos”, Véase Serra y Loris (2007), p. 67.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
Así parece haberse entendido en Europa. El Tribunal de Justicia de la Unión
Europea, en su sentencia de 20 de noviembre de 2001, en la que se avaló la prostitución “libre y voluntaria” como “autoempleo”: “la actividad de la prostitución
forma parte de las actividades económicas ejercidas de manera independiente (…)
siempre y cuando se demuestre que el prestador del servicio la ejerce sin que exista
ningún vínculo de subordinación por lo que respecta a la elección de dicha actividad
ni a las condiciones de trabajo y de retribución”.
El ataque masivo contra las mujeres en razón a su género38, esto es, el asesinato,
tortura y violaciones de forma masiva y continua de mujeres por el hecho de serlo es una realidad en la actualidad en algunos lugares del mundo. México es un
ejemplo indiscutible. Miles de mujeres han sido víctimas de torturas, violaciones,
mutilaciones y asesinatos a manos de hombres que, aprovechando su situación
de marginación y pobreza, han quedado impunes. Casos como éste han sido
llevados ante la Justicia. La Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha
pronunciado recientemente en el llamado caso “Campos Algodoneros”, en el que
resuelve acerca de los asesinatos de las mujeres de Ciudad Juárez, reconociendo
que obedecen a la violencia machista. Recordando episodios negros de la historia
de la humanidad, se trata de la desaparición de mujeres sin otra razón que la de
ser mujer. Masacres como esta han sucedido y siguen sucediendo, poniendo de
manifiesto la dominación y el abuso machista sobre las mujeres. En mi opinión, el
trato de superioridad de los hombres sobre las mujeres que, sujetas a condiciones
marginales o de pobreza, las usan con el mayor de los desprecios, violándolas,
torturándolas, mutilándolas y asesinándolas, es sin lugar a dudas, un modo de
violencia de género39.
3. La controvertida constitucionalidad
de un tratamiento penal diferenciado
La violencia de género, como se dijo anteriormente, más allá de su vinculación con aspectos sociológicos y jurídicos penales, es una cuestión de derechos.
38 Delito
de lesa humanidad. El Código Penal lo tipifica en su art. 167 bis: “1. Son reos de delitos de lesa
humanidad quienes cometan los hechos previstos en el apartado siguiente como parte de un ataque generalizado o
sistemático contra la población civil o contra una parte de ella. En todo caso, se considerará delito de lesa humanidad
la comisión de tales hechos: 1) Por razón de pertenencia de la víctima a un grupo o colectivo perseguido por motivos
políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género, discapacidad u otros motivos universalmente
reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional”.
39 En este sentido véase Acale (2006), pp. 188-189.
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Violencia de género no es otra cosa que violación de los derechos de las mujeres,
reconocidos tras una dura e inacabada lucha tanto en ámbito internacional como
a través de las leyes. Sin duda alguna la igualdad, y más allá de su concepción
genérica como principio, la prohibición de discriminación por razón de sexo
(como auténtico derecho fundamental, exigible), es el gran reto en la actualidad,
para conseguir la plenitud en los derechos de las mujeres.
En efecto, encontramos desigualdades por sexo (género si se quiere, en su
concepción más amplia), en cualquiera de los ámbitos de la vida, muy especialmente en parcelas aún por conquistar, como la laboral.
Pues bien, una de las manifestaciones más visibles y preocupantes de la discriminación sexual es la violencia de género, sin lugar a dudas, la más grave de todas
ellas. El trasfondo no es otro que la discriminación de las mujeres por hombres
que, mediante la violencia, pretenden hacer valer su superioridad y dominio sobre
ellas. Se ataca directamente su dignidad, por el desprecio a su condición sexual,
inherente, intrínseca a su propia existencia.
Este tipo de violencia anula derechos tan elementales como la integridad
física, psíquica y sexual, por el riesgo permanente a que se ve expuesta la mujer,
que no se limita al daño físico y/o sexual sino que supone tácitamente un daño
psíquico difícil de evaluar pero que está presente en alguna medida; la libertad
y la autonomía de la voluntad, impidiendo el libre desarrollo de la personalidad, a
través de la coacción o el miedo de la víctima; la vida, como extremo de este tipo
de violencia; la intimidad personal y familiar, invadiendo su esfera más íntima y
personal; incluso el derecho al honor y la propia imagen, afectando a la imagen
pública de la víctima de cara a la comunidad y exponiendo su vida privada.
Ahora bien, la diferencia marcada por el género y la prohibición de discriminación específica que recae sobre éste ¿justifica un tratamiento penal diferenciado
entre mujeres y hombres?, un tratamiento penal diferenciado ¿resultaría constitucionalmente admisible o supondría una manifestación de la discriminación
sexual, hacia los hombres en este caso?
En mi opinión, en esta diferenciación está la clave para distinguir entre la
violencia, la violencia afectiva o familiar y la violencia de género, concebida ésta
como cosa distinta de las anteriores.
El legislador español ha afrontado esta cuestión desde la diferenciación penal,
entendiendo que la violencia de género es un tipo penal específico, si bien lo
ha hecho a través de una ley no exenta de carencias que le han hecho objeto de
no pocas críticas y que ha originado un intenso debate doctrinal resuelto por el
Tribunal Constitucional, pero aún no cerrado.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
En fin, con el objetivo de erradicar este tipo de violencia, el legislador ya
había adoptado diferentes iniciativas previas40. Sin embargo, la complejidad
de la violencia de género, así como sus magnitudes, exigen dar una solución
integral y desde la transversalidad, esto es, mediante la prevención, la protección y la persecución, y desde los distintos ámbitos implicados. Se precisaba
una respuesta integral al problema, de manera que más allá de su condena y
persecución, se sentaran las bases para su prevención, comenzando desde la
educación. Solo desde la adopción de acciones preventivas será posible erradicarla definitivamente. En este sentido, el Convenio para combatir y Prevenir la
Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica, en el que por primera vez
se apuesta por un modelo integral de prevención, protección y persecución de
la violencia contra las mujeres.
En este contexto, se aprueba la LO 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas
de Protección Integral contra la Violencia de Género (en adelante LOMPIVG).
Esta ley pretendía dar un giro de la perspectiva “intrafamiliar” hacia la de
“género”41, a través de un modelo integral y transversal, previendo respuestas
desde la educación, la sanidad, lo jurídico, de ayuda asistencial y psicológica,
entre otras42. En ámbito jurídico, con medidas que afectan a lo civil, laboral,
procesal y penal, de manera que se hace efectivo su carácter interdisciplinar.
40 Así, la LO11/2003, de 29 de septiembre, de medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros. Por su parte, la LO 27/2003, de 31 de julio, reguladora
de la orden de protección de las víctimas de violencia doméstica, aprobada con la pretensión de unificar los
diferentes instrumentos existentes en la legislación nacional procesal, civil y penal, dirigidos al amparo
frente a la violencia de género. Esta ley se ha visto reforzada recientemente con la Orden Europea de
Protección, aprobada en Directiva 2011/99/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 11 de diciembre
de 2011, sobre la “orden de protección”, en la que se hace mención especial a las víctimas de violencia de
género. Y como antecedente más inmediato la LO 14/1999, de 9 de junio, de modificación del Código
Penal de 1995, en materia de protección a las víctimas de malos tratos y de la Ley de enjuiciamiento Criminal. Además, también se cuenta con un importante elenco de leyes autonómicas, entre las que cabe citar
como pionera la Ley 5/2001, de 17 de mayo, de Prevención de Malos Tratos y de Protección a las Mujeres
Maltratadas, de Castilla-La Mancha. Son muchas las esferas relacionadas directa o indirectamente con la
violencia de género, de manera que solo desde la transversalidad es posible dar una respuesta acertada. Así
se reconoció en la IV Conferencia Mundial de la Mujer, Beijing 1995: “la adopción de un enfoque integral y
multidisciplinario que permita abordar la complicada tarea de crear familias, comunidades y Estados libres de
la violencia contra la mujer es no sólo una necesidad, sino una posibilidad real. La igualdad, la colaboración
entre mujeres y hombres y el respeto de la dignidad humana deben permear todos los estadios del proceso de
socialización. Los sistemas educacionales deberían promover el respeto propio, el respeto mutuo y la cooperación
entre mujeres y hombres” –punto 119–.
41 Sanz (2009), p. 61.
42 En defensa de la oportunidad de esta ley, véase López (2005), p. 10.
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Sin lugar a dudas, era oportuna y necesaria la aprobación de una ley contra la
violencia de género, en cualquiera de sus manifestaciones (física, sexual y psicológica), para proteger a las mujeres víctimas de sus parejas o exparejas, por tratarse
del modo de violencia contra la mujer más extendido y que más preocupa a la
sociedad. En efecto, el objetivo del legislador fue bien recibido, confiando en la
ley como solución a un problema complejo y de gran magnitud.
Sin embargo, no tardaron en aparecer las críticas, sacando a la luz importantes déficits. En efecto, la LOMPIVG ha sido objeto de un gran debate doctrinal
acerca de su constitucionalidad, principalmente por tratar de manera diferente
a las mujeres que a los hombres, entendiendo que ambos podrían ser sujetos de
violencia de género. Sin desmerecer los éxitos alcanzados por la ley, adolece de
una serie de deficiencias que de algún modo la ensombrecen. Me centraré en dos
cuestiones en torno a las que considero, giran las dudas de constitucionalidad: la
confusión de violencia de género con violencia doméstica (lo que trae la exclusión
de otros tipos de violencia de género y la inclusión de los más vulnerables junto
a las mujeres43), y la consecuente dudosa justificación de la diferenciación penal
que establece.
Respecto a la confusión de violencia de género con violencia doméstica44,
conlleva paralelamente un déficit por defecto, por prescindir de otros modos de
violencia de género (ajenos a lo afectivo), y un déficit por exceso, al incluir junto
a la mujer, a las personas más vulnerables del grupo familiar. Para empezar, en su
exposición de motivos se reconoce que: “La violencia de género no es un problema
que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal
de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige
sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores,
carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión”, de
acuerdo con lo pedido desde los organismos internacionales. Sin embargo, en su
artículo 1, se dice que: “La presente ley tiene por objeto actuar contra la violencia que,
como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones
de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes
sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por
relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”.
43 Tesis
defendida por Durán (2004), pp. 4-13.
44 Véase Fuentes (2005). Esta autora defiende que: “la violencia que sufren las mujeres en el ámbito doméstico
no es sino un aspecto, un reflejo o una posible manifestación de la violencia de género. La violencia de género hace
pues referencia a un concepto más amplio que el de violencia doméstica”, p. 3.
222
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
Mientras la exposición de motivos se refiere a la violencia de género tal cual,
el objetivo proclamado en su artículo 1 es la lucha contra la violencia de género
en el ámbito afectivo (de pareja). ¿Es coherente esta diferencia? Como se explicó
anteriormente, la violencia de género no puede identificarse exclusivamente con
la violencia contra la mujer en el ámbito afectivo, pues se dejarían fuera de aquélla
conductas que son formas de violencia de género (tal y como hemos tenido ocasión
de repasar)45. Probablemente esta confusión atiende a la especial gravedad que
representa la violencia de género en la pareja, por tratarse de un espacio privado,
invisible y dentro de una relación de confianza.
La ley, en efecto, da protección a la mujer víctima de violencia machista en
ámbito afectivo, pero lo hace de un modo cuanto menos peculiar. Identifica a la
mujer con los miembros más vulnerables del grupo afectivo familiar, tales como
los menores, los ancianos o los dependientes46. Con este tipo de regulación, el
legislador se aleja del objetivo pretendido, equiparando la protección por violencia de género a otros tipos de violencia intrafamiliares que no lo son. Incluso
podría admitirse que los menores fueran protegidos junto a la mujer dentro de
la concepción de violencia “de género”, por entender que este tipo de violencia,
en ocasiones, se manifiesta mediante los hijos o que éstos se ven afectados directamente por la violencia ejercida sobre la madre. Sin embargo extenderla al resto
de miembros está fuera de lugar.
En mi opinión, esta desmesurada previsión se aleja de la violencia de género,
entendida como violencia machista hacia la mujer en la que subyace la discriminación por sexo, el espíritu de dominación y de superioridad del hombre, y
motivada por el hecho de ser mujer. Desde esta óptica, resulta cuestionable que
sólo los hombres sean excluidos de esta protección cuando incluso, aunque sea
45 Sobre esto véase Montalbán (2004). Esta autora explica que: “la implantación del concepto de violencia
de género hace conveniente diferenciarlo respecto de otros términos como el de malos tratos, violencia doméstica o
violencia familiar”, añadiendo que: “la utilización rigurosa de los términos y conceptos (…) permitirá conocer
mejor la realidad y arbitrar medidas adecuadas a la misma”, pp. 13-14.
46 A este respecto véase Mata y Martín (2009), pp. 107-122. En su opinión: Es necesario atender a la
especificidad de la violencia contra las mujeres, de manera que no puede situarse junto a las manifestaciones de
maltrato a menores, incapaces y otras personas que presenten especial vulnerabilidad”, añadiendo que: “habría
que excluir de tal mención a otros sujetos posibles destinatarios de la violencia y que sí contempla el mencionado
precepto, como ascendientes, descendientes o hermanos”, pp. 110-112.
Resultan también interesantes algunas precisiones de Asúa (2004), donde, en relación a las personas
dependientes y menores, afirma que: “(…) en estos, la vulnerabilidad y el sometimiento frente a quien le
maltrata proviene de su natural posición de dependencia (por edad, por enfermedad o por discapacidad)”, p.  112.
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en casos aislados, ellos pueden ser objeto de la violencia. Pero, cuando la víctima
es la mujer, no es violencia intrafamiliar a secas, sino algo más47, estaríamos ante
“violencia de género de carácter afectivo-familiar”.
Esta confusión, se podría haber evitado muy fácilmente si en lugar de
denominarse “Ley integral de medidas contra la violencia de género” se hubiese
hecho mención al “ámbito afectivo familiar” (de manera que no se entendieran
excluidos otros modos de violencia de género) o bien si se hubiera ceñido a
las relaciones de género, esto es, de pareja, evitando así su confusión con otro
tipo de relaciones familiares que no lo son. En opinión de muchos “no es la
perspectiva de género –tan polémica– la que hace criticable la ley sino, precisamente,
la ausencia de ésta”48.
Tal y como habíamos adelantado, la otra cuestión de fondo se refiere al
ámbito penal, en relación a la dudosa justificación de la diferenciación penal
que establece. En efecto, entre las medidas de carácter penal (Título IV, Tutela
Penal), la ley hace una diferenciación en los tipos penales convirtiendo las faltas
de malos tratos en delito, en función del sexo del sujeto activo y de la víctima.
Se introduce dentro de los tipos agravados de lesiones uno específico que incremente la sanción penal cuando la lesión se produzca contra quien sea o haya sido
la esposa del autor, o mujer que esté o haya estado ligada a él por una análoga
relación de afectividad aun sin convivencia (arts. 36 y 37). Además, se castigan
como delito las coacciones y amenazas leves cometidas contra las mujeres (arts. 38
y 39). Ahora bien, ¿esta diferenciación en el tratamiento penal en función del
sexo es constitucional o estaríamos ante una medida contraria a la igualdad y la
prohibición de discriminación?”49.
47 En
este sentido Rey (2004), afirma que: “la violencia de género es un tipo de violencia. Y por ello, es
políticamente legítimo que se intente ofrecer una respuesta específica de política criminal”, p. 515. En contra de
la posición del Consejo de Estado que entendía que sería contrario a la igualdad no dar el mismo tratamiento
a menores y dependientes.
48 Maqueda (2009), a lo que añade: “Si el problema que se afirma preocupante (…) es la violencia contra la
mujer, ¿por qué esos reiterados intentos de disimularla en el contexto neutro –y disperso– de las relaciones familiares
o aun disimuladas”. Añadiendo una crítica más, la autora cuestiona si puede proponerse como una ley de
género “cuando abandona a la atención a otras mujeres del entorno doméstico y social, e incluye a seres vulnerables
“asexuados” (pp. 45-46).
49 En relación con el derecho penal de género cabe citar a: Maqueda (2009), donde habla de un “derecho
penal sexuado”; Rey (2004), donde defiende que: “si hay espacio para un derecho penal de género (…), pero
(…) en diversos aspectos la ley contra la violencia sobrepasa sus límites” (p. 34). Añade además que: “(…) sí
existe lugar para un derecho penal de género (…), pero en el contexto de un derecho penal igualitario” (p. 38).
En la misma posición, véase también Faraldo (2006), en defensa del derecho penal de género.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
Como adelantábamos antes, la controversia se suscita no respecto al cumplimiento del principio genérico de igualdad, sino sobre el respeto a la expresa
prohibición de discriminación. Sobre la diferenciación por sexo recae una fuerte
presunción de inconstitucionalidad precisamente por ser el sexo un motivo de
discriminación constante a lo largo de la historia. Para justificar su constitucionalidad, no bastaría superar un juicio general de igualdad “de mínimos”, el cual sería
fácilmente superado, ya que sería suficiente alegar que la medida no es arbitraria,
pues atiende a una finalidad razonable, la protección de la mujer. El sexo es el
factor determinante del trato diferenciado en la norma penal, por lo que tendría
que superar un juicio de proporcionalidad “juicio estricto”, atendiendo a sus
exigencias de finalidad, adecuación o idoneidad, y proporcionalidad, que trata de
blindar la protección frente a la discriminación por sexo50. Desde la literalidad
de la ley resulta difícil superar este juicio.
Tal y como está redactada la ley, resulta complicado que esta diferencia en el
trato penal en atención al sexo, pudiera superar el juicio de proporcionalidad51.
La medida tiene una finalidad constitucional (proteger a la mujer frente a la
violencia machista); sin embargo, ¿es la medida la más adecuada para alcanzar
la finalidad perseguida?, y ¿es proporcionada?, verdaderamente resulta complicado superar el test de proporcionalidad, resultaría una interpretación un tanto
forzada, más aun tratándose del ámbito penal (por cuestiones penales en las
que no entramos)52.
Si, tal y como se redacta la ley, en un contexto de “violencia doméstica o intrafamiliar” se otorga un tratamiento penal diferenciado atendiendo exclusivamente
al género de agresor y víctima, la medida diferenciadora sería desproporcionada
pues se habría perdido la razón para diferenciar entre hombres y mujeres, esto es,
el desprecio, posición dominante y afán de posesión del hombre sobre la mujer,
que definen la violencia “de género” y la identifican respecto de otros tipos de
violencia.
50 Sobre el juicio de proporcionalidad respecto a las causas sospechosas de discriminación, véase Martin
(2008), pp. 35-99.
51 Rey (2004). En opinión de este autor, la ley no plantearía problemas de igualdad en relación a los derechos
reconocidos a las mujeres víctimas de violencia de género, sino en el trato penal diferenciado a tenor del sexo.
52 Por otra parte, se establecen diferencias también respecto a otras personas ajenas a la diferenciación por
sexo. En este escenario, parecería incluso ser el hombre el discriminado respecto a todos los demás. Véase
Asúa (2004), a favor de la diferenciación entre mujeres y otros miembros del grupo familiar en el tratamiento
penal: “pues diluye así el contexto de la realidad criminológica y el desvalor específico de la injusticia del maltrato
a la mujer en relación con la pareja”, p. 210.
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La constitucionalidad de la medida penal pasa entonces por entender que
la violencia de género es cosa distinta de la violencia intrafamiliar, aunque
aquella se lleve a cabo en el seno de ésta (cuando media una relación de afectividad). Así lo ha entendido el Tribunal Constitucional español cuando se ha
pronunciado sobre la constitucionalidad de la controvertida diferencia en el
tratamiento penal.
Algunos autores incluso han defendido su constitucionalidad, entendiendo
que se trata de medidas positivas que pretenden igualar la situación de la mujer53,
en desventaja, con el hombre. Desde esta posición se defiende la cabida de estas
medidas en ámbito penal54, justificando su oportunidad y necesidad.
Sin embargo, considero que si la ley se hubiese formulado de otra manera,
atendiendo específicamente a la violencia de género (y no a otras relaciones intrafamiliares), no cabría discusión acerca de su razonabilidad ya que estaríamos
ante diferentes tipos penales: el delito o falta de lesiones, en caso de ser hombre
la víctima (o cualquier otra persona ajena a la relación de pareja), y un delito
de violencia de género, cuando la víctima del hombre es la mujer y concurra la
intención de dominación machista y subordinación de la mujer (presupuesto de
la violencia de género)55. Esto es, no sería una medida penal diferenciadora en
razón al sexo, sino una respuesta penal diferente ante distintos bienes jurídicos
protegidos. Se justificaría la diferencia para proteger un tipo de violencia diferente
y específica, la violencia de género.
53 En relación con las medidas positivas, véase Ruiz (206). Véase también, a favor de estas medidas, Giménez
(2005 a y 2005 b). También en defensa de las medidas de acción positiva, Balaguer (2004), pp. 22-24: “El
problema de la violencia de género es cualitativamente distinto en las mujeres, porque las causas que lo producen
se alejan de los parámetros estandarizados de violencia social, y contienen elementos diferenciadores relacionados
con la posición histórica de la mujer en la sociedad y el dominio a que han estado y siguen sometidas. Y esta
diferencia justifica, y exige, un tratamiento también diferenciado por el legislador, obligado en un Estado Social
(…)” añadiendo que: “(…) si la ley fuera igual, al no serlo las condiciones materiales de las mujeres, no se estaría
persiguiendo la igualdad, sino consagrando la desigualdad”, p. 23.
En contra de esta posición, entre otros, véase Rey (2004).
54 En este sentido véase Alguacil (2011), p. 562, siguiendo la tesis de Giménez (2004).
55 En este sentido, véase Fuentes (2005). Esta autora entiende que el bien jurídico protegido no es el mismo:
“actuaciones violentas que en principio, en sí mismas, cabría considerar idénticas (…), no son en modo alguno
idénticas, ni siquiera parecidas: no solo por lo que se refiere a la actuación en sí (…) sino por el objetivo de la misma
(…) y desde luego por las consecuencias que sufre la víctima”, p. 10. Sin embargo, esta autora entiende que tal
y como está redactada la ley, la diferencia penal es proporcional y razonable, atendiendo exclusivamente a
la gravedad del fenómeno, afirmando que: “(…) en modo alguno pueden ser consideradas como irrazonables
o poco objetivas cuando la finalidad que persiguen es erradicar un mal endémico y terriblemente arraigado en
nuestra sociedad como el de la violencia de género (…) p. 11.
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
Como es sabido, el Tribunal Constitucional ha tenido numerosas ocasiones
para pronunciarse sobre la ley, a través de las cuestiones de inconstitucionalidad
que se le han planteado. En su sentencia 59/2008, de 14 de mayo, se pronunció
acerca de esta cuestión, avalando su constitucionalidad. Para ello, el Alto Tribunal
no entendió que el conflicto constitucional estuviera en la posible vulneración de
la prohibición de discriminación por sexo, sino en la igualdad en sentido general.
Así, ha esquivado el juicio de proporcionalidad, bastándole con justificar la legitimidad de la finalidad pretendida por la norma. Siguiendo esta tesis, el Tribunal
argumenta que la finalidad “preventiva” de la pena es legítima pues “no hay forma
más grave de minusvaloración que la que se manifiesta con el uso de la violencia con
la finalidad de coartar al otro su más esencial autonomía en su ámbito más personal
y de negar su igual e inalienable dignidad”, añadiendo el argumento de la mayor
frecuencia y gravedad de la violencia cuando es contra la mujer.
El Tribunal entiende que cuando la víctima es la mujer, hay un efecto añadido a la violencia: la seguridad, libertad y dignidad: “(…) cabe considerar que
(…) supone una mayor lesividad para la víctima: de un lado para su seguridad,
con la disminución de las expectativas futuras de indemnidad, con el temor a ser
de nuevo agredida; de otro, para su libertad, para la libre conformación de su
voluntad, porque la consolidación de la discriminación agresiva del varón hacia
la mujer en el ámbito de la pareja añade un efecto intimidatorio a la conducta,
que restringe las posibilidades de actuación libre de la víctima; y además para su
dignidad, en cuanto negadora de su igual condición de persona y en tanto que hace
más perceptible ante la sociedad un menosprecio que la identifica con un grupo
menospreciado”. Además, añade que las consecuencias de esta diferenciación
no son desproporcionadas, pues el desequilibrio (en la pena impuesta): “no es
patente y excesivo o irrazonable”.
Dejando a un lado el concepto de violencia de género abordado en la ley y
sus dudas de constitucionalidad, como cuestiones de fondo, existen otros aspectos
criticables. De la lectura de la ley se desprende que, pese a su integralidad, las
distintas medidas que prevé no han alcanzado el resultado deseable.
Volviendo a las medidas penales, subyace en la ley un ánimo de persecución
penal, que vislumbra una especial preocupación por castigar al hombre maltratador,
tratando a la mujer como débil y situándola junto a los más vulnerables56. Este
espíritu punitivo también se hace presente en ciertas medidas de protección en
56 Rey (2009), sostiene que: “parece que, en el aspecto penal de la norma, se perseguía, simplemente y sobre todo,
castigar más duro al maltratador” añadiendo que “el centro de gravedad de la respuesta pública a la violencia de
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María Martín Sánchez
los diferentes ámbitos jurídicos: laboral, civil y procesal. Todas ellas, son sin lugar
a dudas, un acierto del legislador en cuanto protegen los derechos de la mujer en
los diferentes espacios, aunque muchas de ellas son ciertamente cuestionables, de
nuevo, por tratar a la mujer como “ser débil”.
En este sentido, uno de los puntos más controvertidos respecto al conjunto de
las medidas de protección previstas en la ley integral, es el espíritu paternalista que
subyace en aquellas, especialmente en las relacionadas con el ámbito procesal. Se
trata en ocasiones de medidas que limitan la libertad, la autonomía de la voluntad
de la mujer y su libre desarrollo, tratándola como un ser indefenso incapaz de
decidir por sí misma. Entre ellas: se refuerza la vía punitiva al exigir denuncia
penal para acceder a las diferentes ayudas previstas en la ley, impidiéndose la
solución amistosa; se prohíbe expresamente la mediación; se impide una posible
reconciliación, siguiéndose el caso de oficio aun tras la retirada de la denuncia;
se impone obligatoriamente el alejamiento para todos los delitos de violencia
de género; incluso se está planteando prohibir la dispensa de declarar contra
el cónyuge en la Ley de Enjuiciamiento Criminal57. Por su parte, se cuestiona
también la sospecha de discriminación hacia los hombres que algunas de estas
medidas pudieran suponer, habría que dilucidar si efectivamente éstas son las más
adecuadas y congruentes respecto a la finalidad perseguida con ellas (erradicar
este tipo de violencia sobre la mujer). Algunas de dichas medidas ciertamente
pueden ser discutidas por su directa implicación con la garantía de presunción
de inocencia del supuesto agresor, ya que en ocasiones la mera denuncia presume la culpabilidad del denunciado. Ahora bien, como decíamos, atendiendo a
la finalidad perseguida por la ley y ante la ausencia de medidas alternativas que
fueren más congruentes (y menos gravosas), se entiende que no son medidas
desproporcionadas.
Sin ninguna duda, para acabar definitivamente con la violencia de género,
más allá de la persecución penal, se necesitan medidas efectivas de prevención,
género no debería estar sobre todo en el derecho penal, sino en las políticas sociales y en la protección real y efectiva
de las víctimas, en la actualidad insuficientemente asegurada”, p. 32.
También en contra de esta concepción de la ley, véase Larrauri (2007) donde se examinan las distintas
opciones que la ley integral ha adoptado y se defiende la necesidad de apoyar a los grupos de mujeres de
base y el resto de servicios sociales, relegando el derecho penal a un segundo plano.
57 Ortiz (2012). Este autor se muestra muy crítico con estas medidas procesales, entendiendo que suponen
una actitud paternalista del legislador, contraria a la autonomía y capacidad de decisión de las mujeres. En
la misma línea véase Larrauri (2005).
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El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
como única vía de erradicación. En efecto, la ley incluye medidas de prevención
desde cualquiera de los ámbitos implicados: la educación como origen, respecto
a la que se prevé, entre otras, “que en todos los materiales educativos se eliminen los
estereotipos sexistas o discriminatorios y para que fomenten el igual valor de hombres y mujeres” (art. 6); la eliminación de la publicidad sexista en los medios de
comunicación, que deberán tratar a la mujer “conforme a los principios y valores
constitucionales” (art. 11); la prevención sanitaria, estableciendo “la detección
precoz de la violencia de género y propondrán las medidas que estimen necesarias
a fin de optimizar la contribución del sector sanitario en la lucha contra este tipo
de violencia” (art. 15).
Ahora bien, ¿se están llevando a la práctica?, ¿realmente centran la atención
de la sociedad y los poderes públicos en la lucha contra la violencia de género?
Esta es probablemente la principal causa del fracaso del legislador y del resto de
poderes públicos, que no han conseguido erradicar la violencia de género mediante
esta ley (aunque se aprecia un descenso).
Finalmente, resulta imprescindible siquiera mencionar algunos de los problemas prácticos que está suscitando la ley en su aplicación: la especial dificultad en
la denuncia de violencia psicológica, las denuncias falsas y la reciente imposición
de tasas judiciales.
La violencia psicológica es la más difícil de detectar, tanto por la comunidad
como incluso por las propias víctimas. A diferencia de actitudes como “la maté
porque era mía” o “no es violación, sino el uso de mis derechos”, en donde a
pesar de lo privado de sus manifestaciones, es fácilmente detectable por las víctimas, la psicológica se esconde bajo una apariencia de normalidad más difícil de
reconocer. En nuestro entorno, quizá no conozcamos casos de violencia física o
sexual, mucho menos de tipos de violencia ajenas a nuestra tradición occidental
o a lo afectivo, pero muy probablemente sí conozcamos situaciones de violencia
psicológica que incluso hemos llegado a presenciar. Cuando el hombre se dirige
a su pareja en público con malos modos y conductas que la ridiculizan; cuando
por costumbre la trata a voces y le exige determinados comportamientos; actitudes como alejarla de su círculo de amigos o incluso de su propia familia; prohibir que trabaje fuera de casa o que vista de determinada manera; todas estas, a
modo de ejemplo, son violencia psicológica, aunque suelen permitirse bien por
considerarse “normales”, para procurar un buen ambiente y evitar discusiones,
especialmente por los hijos; o incluso por dependencia afectiva, como ocurre
entre los más jóvenes. Es llamativo que en los últimos años este tipo de violencia
ha aumentado entre los más jóvenes.
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María Martín Sánchez
Las denuncias falsas son un obstáculo para el conjunto de las mujeres sobre
las que, en ocasiones y a causa del “mal hacer” de algunas pocas, puede planear la
sospecha de la duda. Los únicos capaces de detectar las denuncias falsas así como
de castigarlas son los jueces, sobre quienes recae dicha responsabilidad. Sin duda,
se trata de una labor de gran complejidad y de difícil solución.
Finalmente, la ley Nº 10/2012, de 20 de noviembre, de tasas judiciales, ha
supuesto un nuevo obstáculo en la lucha contra la violencia de género, pues
no se exceptúa a sus víctimas del pago de estas tasas. Contrariamente a lo previsto en la LOMPIVG, la ley de tasas judiciales, dificulta aún más la situación
de las mujeres víctimas de violencia de género, a quienes se condena a pagar
para acceder a la justicia. Si bien el legislador ha anunciado eximirlas del pago
mediante reforma de la Ley de Asistencia Gratuita, habrá que esperar a su aprobación. La cuestión es que, desde la entrada en vigor de esta ley y en tanto no
se apruebe la anunciada reforma, la ley de tasas es un golpe más a las víctimas
de violencia de género.
Con todo, el error de fondo en este tipo de legislación contra la violencia de
género es precisamente la ausencia de perspectiva de género en ella, “género” que da
la clave para examinar su adecuación a las exigencias constitucionales de igualdad.
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Enjuiciamiento Criminal.
Ley Nº 5/2001, de 17 de mayo, de Prevención de Malos Tratos y de Protección
a las Mujeres Maltratadas, de Castilla-La Mancha.
Ley Orgánica Nº 27/2003, de 31 de julio, reguladora de la orden de protección
de las víctimas de violencia doméstica.
Ley Orgánica Nº 11/2003, de 29 de septiembre, de Medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los
extranjeros.
Ley Orgánica Nº 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral
contra la Violencia de Género.
234
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 203-236
El género en la “violencia afectiva”: clave para un examen de constitucionalidad
Ley Orgánica Nº 3/2005, de 8 de julio, de modificación de la LO 6/1985, de 1
de julio, del Poder Judicial, para perseguir extraterritorialmente la práctica
de la mutilación genital femenina.
Ley Nº 10/2012, de 20 de noviembre, por la que se regulan determinadas tasas
en el ámbito de la Administración de Justicia y del Instituto Nacional de
Toxicología y Ciencias Forenses.
Proyecto de Ley Orgánica por el que se reforma la Ley Orgánica Nº 10/1995,
de 23 de noviembre de reforma del Código Penal, de 4 de octubre de 2013.
Jurisprudencia citada
Sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona, de 11 de mayo de 2010.
Sentencia de la Audiencia Provincial de Teruel, de 15 de noviembre de 2011.
Sentencia del Tribunal Supremo español núm. 425/2009, de 14 de abril de 2009.
Sentencia del Tribunal Supremo español núm. 378/2011, de 17 de mayo.
Sentencia del Tribunal Supremo español núm. 4013/2011, de 15 de junio.
Sentencia del Tribunal Supremo español núm. 678/2012, de 18 de septiembre.
Sentencia del Tribunal Supremo español núm. 835/2012, de 31 de octubre.
Sentencia del Tribunal Constitucional español núm. 59/2008, de 14 de mayo.
Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, asunto C-268/99 Aldona
Malgorzata Jany y otras c. Staatssecretaris van Justitie, de 20 de noviembre de 2001.
Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, caso González y
otras (“Campo Algodonero”) c. México, de 16 de noviembre de 2009.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 203-236
235
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 237-270.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez
de la gestión pendiente en la cuestión de inaplicabilidad”
José Ignacio Martínez Estay
La deferencia del Tribunal Constitucional
respecto del juez de la gestión pendiente
en la cuestión de inaplicabilidad*1
The deference of the Constitutional Court to
inferior courts in inapplicability cases
José Ignacio Martínez Estay**
Universidad de los Andes
[email protected]
Resumen: Desde la reforma constitucional de 2005, la deferencia y auto-restricción del Tribunal
Constitucional en el control de los poderes públicos es un supuesto no sólo respecto del legislador y del
ejecutivo, sino que también de los jueces ordinarios y especiales, a raíz del modelo de inaplicabilidad
consagrado en el artículo 93 Nº 6 de la Constitución. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional
revela su esfuerzo por restringir el control a lo estrictamente necesario, y a procurar no asumir competencias y facultades que reconoce como propias del juez de la gestión pendiente. En el presente trabajo
se revisarán los criterios de deferencia extraídos de dicha jurisprudencia.
Abstract: Since the constitutional amendment of 2005, the deference and self-restriction of the
Constitutional Court is not only a matter in his relationship with the legislator and the executive
power, but with ordinary and special judges too. This is a consecuence of the new inapplicability
enshrined in Article 93 Nº 6 of the Constitution. The Constitutional Court’s jurisprudence reveals
the special effort to restrict their control to what is necessary, and try not to assume jurisdiction and
powers of those judges. This paper analyze the deference criteria drawn from the Constitutional
Court jurisprudence.
Palabras clave: Inaplicabilidad, Tribunal Constitucional, jueces, criterios de deferencia y autorrestricción.
Key words: Inapplicability, Constitutional Court, judges, deference and self restriction criteria.
* Trabajo
recibido el 14 de marzo de 2015 y aprobado el 22 de abril de 2015.
** Profesor de Derecho Constitucional y Administrativo, Facultad de Derecho, Universidad de los Andes,
Chile. Este artículo recoge parte de los resultados del proyecto Fondecyt Nº 1120634, “Auto restricción y
deferencia razonada: Límites al escrutinio de la actividad legislativa, administrativa y judicial en el Tribunal
Constitucional chileno” del que el autor es investigador responsable. El punto II. del presente trabajo
recoge parte de la información contenida en otro anterior del autor, Martínez (2011), pp. 377-396. Mis
agradecimientos a mi ayudante de investigación, Federico Ignacio Espinosa Fernández, por su incansable
trabajo de búsqueda, recopilación y sistematización de la jurisprudencia aquí presentada, y por su ayuda en
la preparación del primer borrador de este trabajo.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 237-270
237
José Ignacio Martínez Estay
I. Presentación
Este trabajo es una continuación del titulado “Auto-restricción, deferencia y
margen de apreciación. Breve análisis de sus orígenes y de su desarrollo”1, y se
centra en la forma en que el Tribunal Constitucional (TC) se relaciona con el
juez de la gestión pendiente en materia de inaplicabilidad. Más precisamente, se
analizará cómo el TC deja a salvo las competencias del juez ordinario o especial
ante el que se sigue el asunto en que incide su control, a partir de lo cual se procurará identificar criterios específicos extraídos de su jurisprudencia.
Como se sabe, la deferencia y el margen de apreciación que debe observar
el Tribunal Constitucional (TC) en su rol de controlador de la actuación de los
poderes públicos, es una consecuencia directa del principio de juridicidad, y de
la idea de que “los órganos del Estado actúan válidamente, previa investidura regular de sus integrantes, dentro de sus competencias y en la forma que prescriba
la ley” (artículo 7º de la Constitución). Ello implica reconocer que existen órbitas
o ámbitos de actuación que son de competencia de otros órganos públicos, y en
tal sentido la deferencia implica la necesidad de que el TC respete las legítimas
decisiones que, en el ámbito de sus competencias, adopten los poderes sujetos a
aquel control2.
A partir de la reforma constitucional de 2005, la deferencia pasó a ser un
supuesto de las relaciones del TC no sólo con el legislador y el ejecutivo, sino
que además con los jueces ordinarios y especiales. Ello se debe a que la cuestión
de inaplicabilidad del artículo 93 Nº 6 de la Constitución, implica el pronunciamiento del TC respecto de los posibles efectos inconstitucionales derivados de la
aplicación de un precepto legal en una gestión judicial seguida ante un tribunal
ordinario o especial3.
Esto constituye un enorme desafío para el control judicial, el que en ningún
caso puede servir de excusa para la intromisión de los jueces constitucionales en
materias que no son de su competencia, y evitar por ende el activismo judicial, o
la sustitución de decisiones meramente políticas o técnicas por sentencias. Pero
1 Martínez (2014), pp. 365-396, trabajo que también se enmarca en el proyecto Fondecyt Nº 1120634.
2 Como señala Zapata, la deferencia supone “de cada órgano del Estado el reconocimiento y respeto de las
esferas competenciales en que las autoridades tienen el derecho a tomar decisiones con relativa autonomía”
Zapata (2008), p. 227.
3 Un
interesante análisis acerca de las consecuencias y desafíos que ha supuesto el actual mecanismo de
inaplicabilidad puede consultarse en Couso y Coddou (2010), pp. 389-430.
238
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 237-270
La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez de la gestión pendiente...
además de su relación con el principio de juridicidad, la deferencia y el margen
de apreciación hacia el juez de la gestión se vincula también con el derecho al juez
natural (artículo 19 Nº 3, inciso 5º de la Constitución), y por ende supone que
el mismo tribunal ante quien se trabó la litis, sea el que falle el asunto sometido
a su decisión.
En consonancia con lo señalado, y según se podrá apreciar a continuación,
la jurisprudencia del TC revela el gran respeto que éste ha observado respecto de
los jueces de las gestiones pendientes en que inciden cuestiones de inaplicabilidad. Ello ha llevado al TC a restringir su control a lo estrictamente necesario, y
a procurar no asumir competencias y facultades que reconoce como propias del
juez de la gestión pendiente.
Por tanto en la inaplicabilidad la deferencia implica la autonomía de los
tribunales que conocen de esa gestión para interpretar y aplicar el Derecho en
la resolución de los conflictos sometidos a ellos, pero actuando en estas materias
“conforme a los normas constitucionales”4. Esto implica para el TC el deber de
no sustituir la labor del juez ordinario5. No obstante, la actual inaplicabilidad
ha sido concebida como un mecanismo de control de la aplicación de preceptos
legales, ello implica necesariamente que el modelo conlleva un problema no
menor. En efecto, la aplicación de un precepto exige interpretarlo, lo que a su
vez plantea otra dificultad, a saber, hasta dónde puede llegar el TC sin invadir las
competencias propias del juez de la gestión pendiente.
Si bien la deferencia es un criterio comúnmente utilizado por el TC a la hora
de controlar las actuaciones del legislador, y en menor medida del ejecutivo, la
evidencia indica que se ha ido incorporando cada vez más como criterio de delimitación de su control de inaplicabilidad. Ello es natural, ya que parte importante
del trabajo que lleva a cabo el TC se concreta precisamente en procedimientos
de inaplicabilidad, lo que le ha llevado a tener que extremar sus cuidados para
no invadir competencias privativas del juez de la gestión pendiente.
El análisis de la jurisprudencia demuestra que el TC procura habitualmente
discernir si con un requerimiento de inaplicabilidad se persigue realmente determinar si un precepto legal es o no constitucional, o si por el contrario lo que se
pretende es impugnar cuestiones ya previamente resueltas por el juez de fondo,
o imponerle a éste la aplicación o no de una determinada normal legal. Ello le
4 Hormazábal (2006), p. 36.
5 Ver
Aldunate (2009), pp. 11-12; también Zúñiga (2010), pp. 176-181.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 237-270
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José Ignacio Martínez Estay
ha llevado a elaborar criterios destinados a velar por el respeto a las competencias
del tribunal ante el cual se sustancia la gestión pendiente, y que todo operador
jurídico debe considerar a la hora de plantear una cuestión de inaplicabilidad.
Con esos criterios el TC busca evitar que las inaplicabilidades se transformen en
una vía paralela de resolución de conflictos, omitiendo así el pronunciamiento
que deba emanar del juez de fondo.
En resumen, son dos los objetivos que se persiguen con este trabajo. El principal será presentar un listado de los criterios de deferencia que el TC ha observado
respecto del juez de la gestión pendiente. Estos criterios han sido recogidos de la
jurisprudencia del TC, y su adecuada comprensión y conocimiento debiera ser
de utilidad para los diversos operadores jurídicos, en particular jueces y abogados.
El análisis jurisprudencial abarca hasta enero de 2015.
Junto a lo anterior, y aún antes de proponer el mencionado listado de criterios, el trabajo se hace cargo de la evidente dificultad que implica para el TC el
control de la aplicación de preceptos legales, ya que aplicar una norma supone
su previa interpretación. Por tanto, de la cuestión de inaplicabilidad se desprende
la pregunta acerca de si el TC debe o no controlar la interpretación de dichos
preceptos, lo que se procurará responder a continuación, antes de proponer y
revisar los mencionados criterios de deferencia.
II. El problema de la inaplicabilidad como mecanismo de control
de la interpretación/aplicación de preceptos legales
A) La aplicación de un precepto legal implica
necesariamente su interpretación
Como se señaló en la presentación, una de las principales novedades de la
reforma constitucional Nº 20.050 de 2005, fue el cambio experimentado por el
recurso de inaplicabilidad. La nueva formulación del recurso de inaplicabilidad
introduce un factor que en el anterior sistema no existía, y cuyas consecuencias
son de enorme relevancia práctica. En efecto, cuando la Constitución exige ahora
que la aplicación del precepto legal resulte contraria a la Constitución, obliga a
su vez a perder de vista que todo acto de aplicación de una norma importa la
interpretación de ésta6.
6 En
el texto original de la Constitución, de acuerdo al antiguo artículo 80, la inaplicabilidad era de
competencia de la Corte Suprema, que decía: “Artículo 80. La Corte Suprema, de oficio o a petición de
240
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La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez de la gestión pendiente...
Parafraseando a Betti, la aplicación de las normas jurídicas requiere de una
operación intelectiva llamada interpretación7, lo que en palabras de Zapata
Larraín implica que “las normas jurídicas, igual que las obras de arte, deben ser
interpretadas”8. Y es que, como señala Kelsen, la interpretación de la ley supone
“saber cómo, aplicando una norma general a un hecho concreto, el órgano judicial o administrativo obtiene la norma individual que le incumbe establecer”9.
Ello porque “más allá de las intenciones, sin embargo, e independientemente del
tiempo y talento invertidos en producir normas claras y unívocas, la verdad es
que muchas normas jurídicas admiten más de una lectura”10.
Es por todo eso que a la hora de determinar lo justo para el caso concreto
mediante la aplicación de la ley, el juez no sólo la aplica, sino que, como parte
del proceso mismo de aplicación, la debe interpretar. Porque “cuando un juez
aplica un precepto legal a un caso concreto, previamente lo ha de interpretar. No
puede haber aplicación sin una previa interpretación”11. Y como la inaplicabilidad
implica un juicio de constitucionalidad sobre la aplicación del precepto legal al
caso concreto, ello conlleva necesariamente un enjuiciamiento de la interpretación
de la norma.
Como sostuvo el ex Ministro Correa Sutil en su voto concurrente de la
sentencia rol Nº 810, “es físicamente imposible que una ley pueda producir,
por sí sola, un efecto contrario a la Constitución en una gestión determinada
que se siga ante un tribunal ordinario o especial. Siempre que el precepto legal
produzca efectos en un caso, lo será porque el juez le ha dado aplicación y para
darle aplicación debe fijar su sentido y alcance. En razón de ello, cuando el efecto
contrario a la Carta Fundamental es producido por la interpretación del juez,
esta Magistratura igualmente debe conocer. Si bien se trata de un problema de
interpretación legal, que corresponde resolver a los jueces de la instancia, es el
parte, en las materias de que conozca, o que le fueren sometidas en recurso interpuesto en cualquier gestión
que se siga ante otro tribunal, podrá declarar inaplicable para esos casos particulares todo precepto legal
contrario a la Constitución. Este recurso podrá deducirse en cualquier estado de la gestión, pudiendo ordenar
la Corte la suspensión del procedimiento”.
7 Betti (2009), p. 72.
8 Zapata (2008), p. 140.
9 Kelsen (1973), p. 163.
10 Zapata (2008), p. 145.
11 Hormazábal (2006), p. 36.
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precepto legal, aplicado en una de sus posibles inteligencias, el que –según la
parte– produce efectos contrarios a la Carta Fundamental. Los preceptos legales
que los jueces deben interpretar y aplicar, se formulan a través de un lenguaje
y ese lenguaje no significa nada si no es para quien lo descifra, para quien fija
su sentido y alcance, usando para ello las convenciones propias de la semántica y sintáctica del idioma respectivo y recurriendo a los demás elementos de
interpretación. Si un juez fija un sentido y alcance razonable y posible de un
precepto legal y, aplicado en ese sentido el precepto legal al caso, produce efectos
contrarios a la Carta Fundamental, es deber de esta Magistratura evitarlo. Tal
deber no puede eludirse en razón de que el efecto inconstitucional no está en
la ley, sino en la interpretación, pues, como se ha demostrado, nunca el efecto
va a ser producido por la ley al margen del juez y siempre y necesariamente el
efecto va a radicar en el modo en que el precepto se entienda y aplique al caso”
(considerando 3º de su voto concurrente).
Es interesante considerar que este enjuiciamiento puede ser hecho por el Tribunal Constitucional no sólo mientras esté pendiente la dictación de sentencia
definitiva, sino que incluso estando pendiente la revisión de ésta, por ejemplo
en sede de apelación. Es decir, el asunto ha sido ya resuelto por un tribunal, en
contra de cuya decisión se recurrió por una de las partes, y habiéndose iniciado
el conocimiento del recurso, el propio recurrente o el tribunal que conoce del
recurso, plantea la cuestión. Y como se comprenderá, habiendo existido ya pronunciamiento judicial previo, es evidente que la cuestión puede decir relación
precisamente con la forma en que se interpretó, y por ende la manera en que
se aplicó un precepto legal. En otros términos, en este supuesto la cuestión de
inaplicabilidad se transforma en un mecanismo de control de la interpretación/
aplicación de una norma legal en un caso concreto. En palabras de Gómez Bernales,
“la inaplicabilidad… funciona como control de interpretaciones o significados
de los enunciados (normas) aplicables a casos”12. De ahí que lo que en verdad
resulta inaplicable “es la o las interpretaciones o significados de ese enunciado
que el juez o la parte consideran inconstitucionales en la específica aplicación de
dicha norma al caso”.13
12 Gómez (2005), p. 669.
13 Ibíd.
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B) Diversos supuestos de control de la interpretación
de un precepto legal
Como se dijo, la inaplicabilidad implica en último término un mecanismo
de control de constitucionalidad de las interpretaciones, que conduce a aplicar
preceptos legales de determinada manera en casos concretos. Si la redacción de
la norma es abiertamente inconstitucional, es probable que la interpretación de
aquélla también lo sea, pues muchas veces el intérprete se ciñe a la literalidad de
la norma que interpreta. Pero hay varios casos en que aquello no sucede. Y es
que como señaló el ex Ministro Correa Sutil en el voto concurrente mencionado
precedentemente, “ocurre con mucha frecuencia que el sentido de una norma
no está contenido de manera evidente en su tenor literal” (sentencia rol Nº 810,
considerando 5 de su voto concurrente). Ello se traduce en una serie de supuestos
que conducen a la constitucionalidad o a la inconstitucionalidad de la norma.
Entre éstos pueden indentificarse al menos los siguientes:
1. El precepto es constitucional desde el punto de vista literal, por lo que
en principio su interpretación y consecuente aplicación no es contraria a la
Constitución, pero ha sido interpretado y aplicado de una manera que resulta
inconstitucional. Este supuesto se presentará en aquellos casos en que ha habido una gestión en la que un juez ya aplicó la norma legal. En este caso, dicha
interpretación puede ser objeto de control vía inaplicabilidad, en la medida que
exista aún gestión pendiente, lo que ocurrirá si se interpusieron los recursos procesales que procedieren en contra de aquella decisión. En tal caso, la cuestión de
inaplicabilidad operará como un control represivo respecto de la aplicación que
se hizo del precepto.
2. El precepto legal admite diversas interpretaciones, y puede ser considerado constitucional si se interpreta de una manera que permita una aplicación
acorde a la Constitución. Tal es el caso de la norma cuya redacción no conduce
necesariamente a una aplicación inconstitucional, a menos que el intérprete sí
le dé un sentido y alcance contrario a la Constitución. Este supuesto se presenta en aquellos casos en que hay una gestión en la que aún no se ha aplicado el
precepto legal, como en los que sí se ha aplicado, aunque está pendiente aún la
resolución de recursos procesales. En este caso la cuestión funciona como un
instrumento de control preventivo, en el sentido de que permitirá que el precepto
legal se aplique sólo si aquello es conforme a la Constitución. En estos supuestos
el TC controlará las diversas interpretaciones posibles que puedan dársele a un
precepto legal, pero sólo a fin de descartar aquéllas que puedan ser opuestas a la
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Constitución. Es lo que hace a través de lo que el TC denomina “interpretación
conforme”, que se ha transformado en una especie de parámetro general para su
control de constitucionalidad, y que es una consecuencia directa de la deferencia
que le debe al legislador14.
Es evidente que todo esto genera una situación compleja, propia de nuestro
modelo de control de constitucionalidad, que ha sido bien reflejado por Gómez
Bernales, a propósito de las cuestiones de inaplicabilidad planteadas por las
partes de la gestión. Ello porque si la cuestión se plantea habiéndose ya dictado
sentencia “por un juez de fondo, es inevitable que el TC se pronuncie respecto
de la sentencia al decidir si el precepto legal con arreglo al cual se decidió por el
juez el litigio es inaplicable al caso. En tal sentido, indirectamente el juez constitucional cuestionará la negligencia del juez de fondo de no advertir o dudar de
la constitucionalidad del precepto que utilizó para decidir”15.
El problema está en que aquello debe ocurrir en un marco de separación de
funciones, que conforme al artículo 7º de la Constitución implica que los órganos
del Estado deben actuar “dentro de su competencia”. Y como se comprenderá, el
actual modelo de inaplicabilidad supone el riesgo de que el control conduzca a
una invasión de las competencias propias de los tribunales ordinarios o especiales
por parte del TC. Sin embargo, y como se verá a continuación, las sentencias de
inaplicabilidad demuestran con cierta claridad que el TC ha procurado actuar
con enorme deferencia al ejercer dicho control. Y si bien ello resulta complejo,
ya que la inaplicabilidad implica eventualmente controlar la interpretación de
preceptos legales, el TC ha elaborado una serie de criterios respecto de su propia
competencia en materia de inaplicabilidad, a fin de resguardar la competencia de
los tribunales de la gestión pendiente.
C) El Tribunal Constitucional y el control de la interpretación
de un precepto legal en la cuestión de inaplicabilidad
Una premisa básica del control de constitucionalidad vía inaplicabilidad es
la expresada por el Tribunal Constitucional en la sentencia rol Nº 596-06, en
14 Sobre la “interpretación conforme” como criterio de deferencia hacia el legislador por parte del Tribunal
Constitucional ver Martínez (2014), pp. 365-396 (en especial pp. 385-387).
15 Gómez (2005), p. 677. Gómez advierte que este problema se plantea específicamente en las cuestiones
deducidas por las partes y no cuando tienen su origen en el juez, pues en este caso “la pregunta central será
si el criterio del juez esbozado acerca de cuál es el precepto que decide el caso y por qué es inconstitucional
obliga al TC a circunscribirse a esa perspectiva o puede adoptar otra”. Ibíd.
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la que se señala que su objetivo no es resolver en abstracto si un precepto legal
es o no acorde a la Constitución, sino que determinar si su aplicación se ajusta
a la Carta Fundamental en un caso concreto (considerando 12º). Esto es sin
perjuicio de que, “para realizar el referido juicio de constitucionalidad basta que
el juez que conoce de la gestión pendiente tenga la posibilidad de aplicar dicho
precepto en la decisión que ha de adoptar y que, al hacerlo, pueda vulnerarse la
Constitución, independientemente de que existan otros preceptos legales que
también pueda considerar, los que deben estar asimismo indiscutiblemente subordinados a la Ley Fundamental” (sentencia rol Nº 634-06, considerando 8º).
En complemento de esas afirmaciones, en la sentencia rol Nº 806-07 el TC
enfatizó que, “a este Tribunal no le compete ordenar que una causa sea conocida
o resuelta conforme a determinados preceptos legales, lo que es propio de los jueces del fondo, sino evitar la aplicación de preceptos legales que puedan producir
efectos inconstitucionales” (considerando 5º). Y en tal sentido sí “es deber de esta
Magistratura evitar que el precepto legal impugnado se interprete y aplique de
un modo en que efectivamente produzca un efecto contrario a la Constitución”
(considerando 32º de la misma sentencia)16.
Ese mismo criterio fue reiterado por el Tribunal en su sentencia rol Nº 139009, en que señaló que: “no coincide con la naturaleza y finalidad de la inaplicabilidad invocar una serie de disposiciones legales, de las cuales las dos primeras
adolecerían de inconstitucionalidad, pero no las dos restantes, salvo que el
intérprete vincule a las cuatro normas y las interprete asociadas en términos de
asignarles sentido y alcance contrario a la Constitución” (considerando 11º).
Por lo mismo, como la aplicación supone previa y necesariamente la interpretación del precepto legal, parece claro que el TC puede controlar la constitucionalidad de una interpretación que ya ha sido dada por un órgano judicial
en cualquiera de los supuestos recién mencionados. En tal caso la labor del juez
constitucional se traduce en dictar lo que Zapata Larraín denomina una “sentencia interpretativa”, que es aquella mediante la cual el Tribunal Constitucional
“identifica en sus sentencias la interpretación constitucionalmente aceptable de
una norma legal”17. Este mecanismo ha sido utilizado en reiteradas oportunidades por el Tribunal Constitucional, y es de habitual aplicación por órganos
16 Estos mismos términos son reproducidos en la sentencia rol Nº 993 de 13 de mayo de 2008, considerando 5º.
17 Zapata (2008), p. 326.
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similares de otros países del mundo18. Mediante la dictación de una sentencia
interpretativa, una norma será constitucional si se interpreta conforme a lo que
al respecto señale el Tribunal. Y como destaca el propio Zapata, esta forma de
control resulta ajustada a la doctrina de la “presunción de constitucionalidad de
los actos del legislador”, y a la “deferencia razonada”19, pero a su vez permite velar
por la supremacía de la Constitución.
Si bien este mecanismo tradicionalmente ha sido utilizado por el Tribunal
Constitucional al ejercer control abstracto, ello no debe ser impedimento para
su aplicación en materia de inaplicabilidad. Esto por al menos las siguientes
razones:
1. Porque la lógica del control concreto de constitucionalidad debe basarse en
los mismos principios sobre los que descansa también el abstracto: supremacía de
la Constitución20, presunción de constitucionalidad de los actos del legislador,
y deferencia razonada21.
2. Porque incluso de manera más evidente que en el control abstracto, en el
caso de la inaplicabilidad lo que se controla es la interpretación de una norma. Ello
porque, como se dijo antes, la aplicación de un precepto supone necesariamente su
interpretación. De ahí entonces que la sentencia que recaiga en la inaplicabilidad
será siempre interpretativa.
3. Porque en la inaplicabilidad el principio de deferencia razonada debe hacerse
extensivo no sólo respecto del legislador, sino que además del juez de la instancia.
Ello implica que en las relaciones entre los jueces ordinarios y especiales y el TC,
18 Como señala Favoreu, “las jurisdicciones alemana, italiana, austríaca y francesa tienden a poner a punto
técnicas que permitan controlar la legislación sin entrar en colisión frontal con el legislador. Más que pura y
simplemente anular, el juez constitucional prefiere declarar conformes sus reservas,…”. En Favoreu (1994).
19 Zapata (2008), p. 327.
20 A
este respecto en la sentencia rol Nº 634-06, el TC hizo presente que, “la necesidad de velar por el
pleno respeto del principio de supremacía constitucional que persigue la declaración de inaplicabilidad de un
precepto legal determinado en cualquier gestión que se siga ante un tribunal ordinario o especial, obliga a
esta Magistratura a examinar si el precepto legal que se encuentra vigente y que se ha impugnado a través
de la acción deducida, podría resultar contrario a la Carta Fundamental en su aplicación al caso concreto
examinado” (considerando 8º; el destacado es nuestro). En este mismo sentido se pronuncian las sentencias
roles 810-07, considerando 9º, y 968, considerando 15º.
21 Si bien la sentencia interpretativa ha sido utilizada tradicionalmente en el ámbito del control abstracto,
no se ve por qué no pueda ser ocupada en el marco del control concreto. Ello por dos razones. En primer
lugar porque, como ya se dijo, no hay nada que impida que el Tribunal Constitucional al ejercer control de
inaplicabilidad interprete el precepto objeto de control. Y en segundo lugar, porque precisamente como el
Tribunal tiene esta facultad, debe ejercerla respetando el principio de deferencia razonada.
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este último debe respetar la autonomía de los primeros para interpretar y aplicar
el Derecho en la resolución de los conflictos sometidos a ellos, siempre y cuando
actúen “conforme a los normas constitucionales”22.
4. Porque, como ha señalado el ex Ministro del Tribunal Constitucional Sr.
Bertelsen, “es deber del intérprete preferir, entre dos interpretaciones posibles, la
que resulta más conforme a la Carta Fundamental. Así lo exige el principio de
supremacía constitucional y asimismo el criterio sistemático de interpretación de
las leyes. De ahí que al escoger un tribunal la que se aparta de ella, efectúa una
aplicación de la ley que resulta contraria a la Constitución y que hace procedente
acoger el recurso de inaplicabilidad interpuesto” (sentencia rol Nº 810, considerando 7º de su voto de minoría).
En todo caso, es importante destacar que todo ello sólo implica la posibilidad
que tiene el TC de descartar la aplicación de aquellas interpretaciones que pudieran ser contrarias a la Constitución. Pero en ningún caso puede suponer una
competencia de éste para determinar cuál de las diversas interpretaciones posibles
y ajustadas a la Constitución, es la que se debe aplicar el juez de la gestión pendiente, según se verá más adelante.
D) Algunos ejemplos de control de constitucionalidad
de interpretaciones de preceptos legales
En la jurisprudencia del TC es posible encontrar casos en que éste ha aplicado
la doctrina enunciada precedentemente, y por ende ha controlado la constitucionalidad de las posibles interpretaciones de preceptos legales aplicables a un caso
concreto. Así por ejemplo, en la sentencia rol Nº 478-06, el TC resolvió una
cuestión de inaplicabilidad respecto del inciso 3º del artículo 416 del Código
Procesal Penal23, en el contexto de un procedimiento de desafuero en contra
de un parlamentario seguido ante la Corte de Apelaciones de Santiago. En la
cuestión se planteó que dicho precepto podría ser inconstitucional, en la medida que se interpretase en el sentido de que en los delitos de acción privada, la
Corte de Apelaciones debe pronunciarse acerca del desafuero con el solo mérito
de la querella. Ello porque, a juicio del recurrente, se vulneraría el racional y
22 Hormazábal (2006), p. 36.
23 El
artículo 416 inciso 3º del Código Procesal Penal señala que: “Si se tratare de un delito de acción
privada, el querellante deberá ocurrir ante la Corte de Apelaciones solicitando igual declaración, antes de
que se admitiere a tramitación su querella por el juez de garantía”.
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justo procedimiento consagrado en el inciso quinto del artículo 19 Nº 3 de la
Constitución, lo que haría ilusoria la institución del fuero parlamentario, al no
permitir la práctica de diligencias probatorias, vulnerándose así además el artículo
61 de la Constitución.
Al respecto el Tribunal sostuvo que el artículo 93 Nº 6 de la Constitución, “revela que la magistratura constitucional no está compelida a la mera
comparación abstracta de dos normas de diverso rango, para desentrañar su
incompatibilidad” (considerando 15). Por eso el Tribunal afirmó que su rol
pasa por determinar si efectivamente, “en la gestión pendiente, la aplicación
del precepto impugnado puede producir efectos contrarios a la Constitución.
Ello puede ocurrir en la medida que, en la gestión pendiente, existan hechos
pertinentes, sustanciales y controvertidos y que se entienda que el precepto
impide la práctica de diligencias probatorias o la recepción de pruebas que el
Tribunal juzgue como necesarias para resolver si ha o no lugar a la formación
de causa en contra del diputado” (considerando 31º).
El TC entendió que como no podía determinarse que en la gestión pendiente se verificasen efectivamente aquellas dos circunstancias, era su deber
“evitar que el precepto legal impugnado se interprete y aplique de un modo
en que efectivamente produzca un efecto contrario a la Constitución” (considerando 32º).
En razón de todo lo anterior, el TC entró derechamente a señalar qué sentido
de la norma podría ser inconstitucional, o sea, cuál interpretación sería contraria
a la Constitución. En concreto, sostuvo que: “conforme a todo lo razonado, debe
entenderse que lo dispuesto en el inciso tercero del artículo 416 del Código Procesal Penal podría producir efectos contrarios a la garantía de un justo y racional
procedimiento establecida en la Constitución, sólo si se le aplica en el proceso de
desafuero entendiendo que el precepto impide producir, decretar o recibir prueba
pertinente, aunque haya asuntos sustanciales y controvertidos para declarar si ha o
no lugar a la formación de causa en contra del diputado … y sólo en ese sentido
se declarará que el precepto es inaplicable” (considerando 33º)24.
24 Otros casos similares a los objeto de esta sentencia, y resueltos de manera parecida, son por ejemplo
las sentencias roles Nºs. 596 de 12 de julio de 2007, considerandos 6º y 7º; 473, de 8 de mayo de 2007,
considerandos 6 al 12; 517, de 8 de mayo de 2007, considerandos 7º al 13º; 535 de 8 de mayo de 2007,
considerandos 7º al 13º, y 806, de 11 de diciembre de 2007, considerandos 5º y ss.; 993 de 3 de mayo
de 2008, considerando 5º; 967 de 19 de diciembre de 2007, considerando 13; 791, de 15 de enero de
2008, considerando 26.
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Por su parte en la sentencia rol Nº 993-07, el Tribunal debió resolver una
cuestión de inaplicabilidad respecto del artículo 4º de la Ley Nº 20.00025, por
considerar el recurrente que la norma en cuestión violaba el derecho a la presunción de inocencia. A juicio del requirente la norma impugnada contempla
una presunción de responsabilidad penal que altera la carga de la prueba, al
obligar a probar su inocencia a aquél en cuyo poder se encontrasen cantidades
mínimas de droga. En su opinión ello implicaba una vulneración al debido
proceso, el que incluye el derecho a la presunción de inocencia como componente esencial, y que constituye un derecho esencial que emana de la naturaleza
humana. De acuerdo a este derecho, es al Estado a quien le corresponde probar
la culpabilidad.
El TC señaló además que, “dentro del criterio de interpretación conforme a
la Constitución, el respeto hacia las labores que desarrollan tanto el legislador al
elaborar las normas de rango legislativo como la judicatura al aplicarlas, obliga
al Tribunal Constitucional, en su función de contralor de la constitucionalidad
de la ley, a buscar, al menos, alguna interpretación del precepto cuestionado que
permita armonizarlo con la Carta Fundamental, y sólo en el evento de no ser
ello posible, declarar su inconstitucionalidad, criterio que ha sido seguido en las
sentencias roles Nºs. 29, 38, 304, 368, 420, 460 y 681, entre otras”. Pero lo que
es más importante, sostuvo que dicho criterio (interpretación conforme/sentencia
interpretativa) resulta plenamente aplicable “en sede de inaplicabilidad”, y que
“también, en el caso concreto, ‘es deber de esta Magistratura evitar que el precepto legal impugnado se interprete y aplique de un modo en que efectivamente
produzca un efecto contrario a la Constitución’ (Sentencia rol Nº 806)” (considerando 5º). Y precisando aún más su posición, hizo presente que “todo precepto
legal que se impugne no constituye generalmente una norma aislada, sino que es
25 La
norma impugnada señala que “[E]l que, sin la competente autorización posea, transporte, guarde
o porte consigo pequeñas cantidades de sustancias o drogas estupefacientes o sicotrópicas, productoras de
dependencia física o síquica, o de materias primas que sirvan para obtenerlas, sea que se trate de las indicadas
en los incisos primero o segundo del artículo 1º, será castigado con presidio menor en sus grados medio a
máximo y multa de diez a cuarenta unidades tributarias mensuales, a menos que justifique que están destinadas
a la atención de un tratamiento médico o a su uso o consumo personal exclusivo y próximo en el tiempo.
En igual pena incurrirá el que adquiera, transfiera, suministre o facilite a cualquier título pequeñas cantidades
de estas sustancias, drogas o materias primas, con el objetivo de que sean consumidas o usadas por otro.
Se entenderá que no concurre la circunstancia de uso o consumo personal exclusivo y próximo en el tiempo,
cuando la calidad o pureza de la droga poseída, transportada, guardada o portada no permita racionalmente
suponer que está destinada al uso o consumo descrito o cuando las circunstancias de la posesión, transporte,
guarda o porte sean indiciarias del propósito de traficar a cualquier título”.
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un enunciado que, puesto en aplicación, guarda relaciones de interdependencia
y operatividad con otros, a la luz de los cuales cabe ser interpretado y aplicado”
(considerando 6º).
No obstante, el TC rechazó la solicitud de inaplicabilidad, en atención a que
la conducta que se sancionaba en la norma impugnada, “es la tenencia de las
drogas prohibidas no destinadas al uso o consumo personal o con el propósito
de traficar a cualquier título, quedando patente el bien jurídico protegido. En
consecuencia, se trata de una peligrosidad concreta y que, por ende, debe ser
acreditada en el proceso” (considerando 10º). En otros términos, el Tribunal
entendió que el sentido de la norma no era establecer una presunción respecto
de quien posee drogas para su consumo propio, sino que la tenencia para el tráfico debe ser probada. Por ende resultaba “posible entender y aplicar el precepto
antes transcrito de conformidad a la Carta Fundamental, y por otra, no resulta
dable concluir que exista una inversión de la carga de la prueba ni un atropello
al debido proceso, pues, de todas formas y no habiendo norma en contrario,
debe probarse, más allá de toda duda razonable, la comisión del hecho punible
y la participación culpable del requirente, sin lo cual no puede ser condenado”
(considerando 14º).
III. Criterios de deferencia del Tribunal Constitucional
hacia el juez de la gestión
Del estudio de la jurisprudencia del TC, es posible observar distintos criterios a través de los cuales éste manifiesta cierta deferencia respecto del juez de la
gestión pendiente, a fin de evitar pronunciamientos que puedan predeterminar
la decisión que este último debe adoptar en definitiva. Ello sin perjuicio de que,
como se vio antes, el TC controla la interpretación de preceptos legales a través
de la denominada “interpretación conforme”. Pero como se verá a continuación,
al hacerlo debe ser deferente y por ende respetar las competencias propias de los
jueces ordinarios o especiales.
La revisión de la jurisprudencia del TC permite extraer los siguientes criterios
de deferencia que aplica respecto del juez ordinario o especial:
A) La “interpretación conforme” sólo se restringe a descartar
interpretaciones inconstitucionales
Como ya se adelantó, la forma en que el TC puede ejercer control de la interpretación de preceptos legales en casos concretos es a través de lo que el propio
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Tribunal denomina “interpretación conforme”, que no es sino una consecuencia
del “principio de auto restricción” o de “deferencia razonada”. Ello implica el
debido cuidado que el TC debe tener a efectos de no sustituir la labor del juez
ordinario26.
Si bien históricamente la interpretación conforme ha sido utilizada en los
procedimientos de control abstracto, el Tribunal la ha usado también en sede
de inaplicabilidad. En palabras del ex Ministro del Tribunal Sr. Correa Sutil, el
Tribunal Constitucional “en múltiples sentencias de control preventivo, ha reconocido que un precepto legal puede ser entendido en más de un sentido y lo
ha aprobado en un determinado entendido, decidiendo que otros entendidos o
sentidos posibles del precepto pugnan con la Constitución. Más precisamente en
algunos fallos de inaplicabilidad, ha prohibido aplicar un precepto legal con un
determinado alcance, sentido o interpretación que resultaría contrario a la Carta
Fundamental o ha permitido su aplicación en el entendido o supuesto de que se
le entenderá de un modo determinado” (sentencia rol Nº 810-07, considerando
6º de su voto concurrente).
Así, en la sentencia rol Nº 480-06 el Tribunal ya había sostenido que en sede
de inaplicabilidad debe analizar en el caso concreto si el precepto legal ha sido
“correctamente interpretado” (considerando 27º). Más tarde, en la sentencia rol
Nº 806-07, sostuvo que: “no le compete ordenar que una causa sea conocida o
resuelta conforme a determinados preceptos legales, lo que es propio de los jueces del fondo, sino evitar la aplicación de preceptos legales que puedan producir
efectos inconstitucionales” (considerando 5º). A su juicio, la determinación de si
un precepto legal puede producir efectos contrarios a la Constitución dependerá
entre otras cosas del “modo cómo se entienda, interprete y aplique el precepto.
Esos dos aspectos contingentes deben ser entonces examinados” (considerando
27º). Y en tal sentido es su deber “evitar que el precepto legal impugnado se interprete y aplique de un modo en que efectivamente produzca un efecto contrario
a la Constitución” (considerando 32).
Por todo eso en la sentencia rol Nº 815-08 el TC señaló que: “atendidos los
efectos de la aplicación del precepto impugnado, no nos encontramos en ninguna
de las situaciones en las cuales podría darse, eventualmente, una interpretación
y aplicación conforme a la Constitución del precepto cuya constitucionalidad
se cuestiona, de tal forma de poder dar eficacia al principio interpretativo de
26 Ver nota 6.
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conformidad de las normas a la Carta Fundamental, por el cual una norma será
contraria a la Constitución sólo cuando no exista posibilidad alguna de comprenderla o darle eficacia dentro del marco de la misma” (considerando 34).
A su vez, y en la misma línea que la sentencia anterior, en el fallo rol Nº 99397 el Tribunal sostuvo que: “dentro del criterio de interpretación conforme a la
Constitución, el respeto hacia las labores que desarrollan tanto el legislador al
elaborar las normas de rango legislativo como la judicatura al aplicarlas, obliga
al Tribunal Constitucional, en su función de contralor de la constitucionalidad
de la ley, a buscar, al menos, alguna interpretación del precepto cuestionado que
permita armonizarlo con la Carta Fundamental, y sólo en el evento de no ser
ello posible, declarar su inconstitucionalidad, criterio que ha sido seguido en las
sentencias roles 29, 38, 304, 368, 420, 460 y 681.
En sede de inaplicabilidad, también, en el caso concreto, ‘es deber de esta
Magistratura evitar que el precepto legal impugnado se interprete y aplique de
un modo en que efectivamente produzca un efecto contrario a la Constitución’”
(Sentencia Rol Nº 806) (considerando 5º). Y agrega que “unido a ello, todo
precepto legal que se impugne no constituye generalmente una norma aislada,
sino que es un enunciado que, puesto en aplicación, guarda relaciones de interdependencia y operatividad con otros, a la luz de los cuales cabe ser interpretado
y aplicado” (considerando 6º).
B) El Tribunal Constitucional no tiene competencia para determinar
cuál es la norma cuya aplicación prima en el marco de la resolución
de la gestión pendiente
No obstante lo señalado precedentemente, el Tribunal ha dejado en claro
que existe un ámbito de interpretación que corresponde concretamente al juez
de la gestión pendiente. De ahí que el Tribunal, en el marco del conocimiento
de una acción de inaplicabilidad, no puede fijar un orden de prelación respecto
de las normas llamadas a resolver un asunto determinado. En el evento que
exista un concurso de normas, es decir, que dos o más normas puedan resultar
idóneas para resolver el asunto sometido a conocimiento del juez ordinario,
será éste quien deberá determinar la norma cuya aplicación resulta más idónea
al caso concreto.
Así, el TC ha sido claro al señalar que no le atañe inmiscuirse en la labor
misma de aplicación de las normas. Es decir, la determinación del precepto
aplicable al caso concreto corresponde –en último término– al juez llamado
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a resolver la controversia. De este modo, la labor del TC queda circunscrita a
determinar la sujeción, o no, de una norma al texto constitucional. Por eso ha
sostenido que la determinación de si una o dos normas legales son aplicables a
un caso es una cuestión que “incumbe realizar a la judicatura ordinaria y, por
tanto, extraños a las atribuciones de esta Magistratura” (sentencia rol Nº 139009, considerando 12º).
En un sentido similar, en la sentencia rol Nº 1034-08 el TC señaló que la
determinación de qué norma legal debe prevalecer en la resolución del caso
concreto es una cuestión de legalidad, y que “su dilucidación no incumbe a esta
Magistratura sino a los jueces del fondo, por lo que se omitirá pronunciamiento
a su respecto” (considerando 15º)27.
Coherente con dicha posición, en la sentencia rol Nº 1340-09 el TC sostuvo
que “ciertamente, no le corresponde a estos jueces constitucionales determinar si
en la causa por investigación/reclamación de paternidad, caratulada “Muñoz con
Muñoz”, RIT C-111-2009, que sustancia actualmente el Juzgado de Familia de
Pudahuel, y que constituye la gestión pendiente, concurren los supuestos necesarios para aplicar la regla de excepción contenida en el artículo 206 del Código
Civil, pues ello es una labor que compete exclusivamente al juez del fondo”
(considerando 15º).
De esta forma, cada vez que la norma exija ciertos requisitos copulativos a modo
de presupuesto de la acción que se entabla, no corresponderá al TC determinar
si tales requisitos concurren o no. Por eso el TC ha señalado también que: “este
Tribunal tampoco se involucrará en asuntos que impliquen definir la eventual
contradicción entre dos preceptos legales. Ese es un asunto de legalidad porque
implica definir cuál es la norma que debe ser aplicada preferentemente en la solución de un conflicto sometido a la jurisdicción. Para ello, es necesario convocar
a criterios de interpretación legales, que resuelvan la antinomia entre normas de
igual rango. Para las controversias legales, existen otras instancias jurisdiccionales
y otros procedimientos” (sentencia rol Nº 1284-09, considerando 4º).
Este mismo criterio ha sido reiterado en la sentencia rol Nº 1352-09, en la
que dejó en claro que no le correspondía resolver respecto de la “subsunción de
la conducta al hecho incriminado por el legislador, que supone obligadamente
la interpretación de la descripción típica, sin que pueda reprocharse por ello una
contravención al artículo 19, Nº 3º, de la Constitución. En otras palabras, si bien
27 En este mismo sentido sentencia rol Nº 1344-09, considerando décimo.
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el principio de legalidad impide al legislador describir indeterminadamente la
conducta punible y, a su vez, le prohíbe al juez definirla, ello no descarta sino que
supone la actividad judicial de determinar caso a caso si la conducta del imputado se ajusta al tipo penal. Lo razonado guarda coherencia con la jurisprudencia
asentada por esta Magistratura en orden a que la aplicación de un precepto legal
es de competencia del juez del fondo” (considerando 40º).
Más cercana en el tiempo es la sentencia rol Nº 2372-12 en la que el TC
volvió a pronunciarse de similar manera al precisar que, “la determinación de
qué norma legal debe prevalecer en una determinada gestión judicial es una
decisión que no incumbe a esta Magistratura sino que a los jueces del fondo”
(considerando 5º).
Por todo lo anterior, debe concluirse que una vez resuelto que la aplicación
de un precepto legal no es contrario a la Constitución, es de exclusiva competencia del juez de la gestión resolver si lo aplicará o no. En tal sentido el TC ha
sostenido que: “complementariamente a lo expresado, debe tenerse presente el
efecto exclusivamente negativo de la declaración de inaplicabilidad. En efecto,
si esta Magistratura decidiera que el precepto legal cuestionado es inaplicable en
la gestión pendiente de que se trata, queda prohibido al tribunal que conoce de
ella aplicarlo. En cambio, si se desecha la cuestión de inaplicabilidad deducida,
al tribunal que conoce de la aludida gestión le asiste plenamente la facultad de
determinar las normas que aplicará a la resolución del asunto”, incluidas las que
fueron impugnadas (sentencia rol Nº 784-07, considerando 14º).
En resumen, la labor del Tribunal sólo se limita a declarar si la posible aplicación de un precepto, acarrea consigo un resultado contrario a la Constitución.
En este mismo orden de ideas, debemos señalar que el TC no está llamado a
fijar un orden de prelación en la aplicación de las normas, sino que sólo puede
determinar si la posible aplicación de una norma resulta o no contraria a la
Constitución.
Por otra parte, la jurisprudencia demuestra que en aquellos casos en que
puedan concurrir dos o más normas a la solución de un conflicto, alguna de las
cuales puede resultar contraria al texto constitucional, nada impide que pueda
promoverse la cuestión de inaplicabilidad ante el TC, en la medida que la norma
cuestionada sea decisoria litis y se cumplan los demás requisitos de procedencia.
En tal caso el Tribunal Constitucional podrá determinar que la aplicación de una
de las normas que concurre a la resolución del asunto principal resulta contraria a
la Constitución, pero no podrá señalar cuál de las que resultan acordes a ella debe
ser preferida por el juez de la gestión. De este modo, el TC da cumplimiento de
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forma efectiva al mandato del constituyente en orden a pronunciarse exclusivamente sobre la constitucionalidad de la aplicación de una norma, y no sobre la
primacía de un precepto legal sobre otro.
C) No le corresponde al Tribunal Constitucional pronunciarse
sobre los efectos de la ley en cuanto al tiempo, por tratarse de un asunto
de mera legalidad, aunque sí es competente para pronunciarse
sobre la vigencia de la Constitución en el tiempo
Un aspecto relacionado con el criterio anterior, es el relativo a la competencia
para determinar cuál precepto legal debe primar cuando uno entró en vigencia
con posterioridad a otro(s) y resultan incompatibles total o parcialmente entre
sí. Se trata por tanto de determinar si el TC es o no competente para resolver
sobre los efectos de las leyes en el tiempo. A este respecto el TC ha reconocido
que los efectos de la ley, cuando éstos no se refieren a aspectos comprendidos en
la órbita de sus atribuciones, corresponden exclusivamente al juez ordinario que
conoce del asunto.
En tal sentido la sentencia rol Nº 503-06 constituye el fundamento de una
doctrina que se ha consolidado en el tiempo28. En ella el TC sostuvo que la
resolución de las cuestiones sobre sucesión de leyes en el tiempo “corresponde a
los jueces del fondo; competencia que este Tribunal está obligado a respetar en
virtud de lo dispuesto en el inciso segundo del artículo 7º de la Constitución
y en conformidad con el principio de deferencia razonada hacia los poderes del
Estado” (considerando 9º). Y en la sentencia rol Nº 784-07 el TC aclaró que
si resuelve que la aplicación del precepto legal impugnado no es contraria a la
Constitución, “al tribunal que conoce de la aludida gestión le asiste plenamente
la facultad de determinar las normas que aplicará a la resolución del asunto, sin
que, necesariamente, hayan de ser aquellas cuya constitucionalidad se impugnó
sin éxito ante este Tribunal, las que bien podría entender derogadas de acuerdo
con sus propias competencias” (considerando 14º).
En todo caso, hay que precisar que en lo relativo al problema de la vigencia
de la Constitución en el tiempo, la jurisprudencia del TC discurre por otros
cauces. En principio debe considerarse que los jueces resuelven conflictos ju-
28 Esta doctrina ha sido reiterada por ejemplo en las sentencias roles 513-06, considerando 7º; 796-07,
considerando 27º; 976-07, considerando 16º; 1273-08, considerando 40º; 1348-2009, considerando 24º;
1532-09, considerando 7º.
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rídicos aplicando Derecho, y “una norma jurídica preconstitucional contraria
a la Constitución no es Derecho, porque ha sido tácitamente derogada por
ésta”. Por eso en principio nada impide “que el juez de la instancia resuelva los
problemas derivados de la pervivencia de una norma jurídica en el tiempo (ley
o norma manifestación de potestad reglamentaria). Es decir, no existe obstáculo
para que en los casos de que conocen los jueces se pronuncien respecto de los
efectos temporales de la Constitución con relación a las normas jurídicas anteriores a ella”29. Esta facultad del juez puede desplegarse “cuando el demandado
oponga como excepción o defensa la alegación de derogación tácita de la norma preconstitucional”, o de oficio, “pues, el juez no puede resolver un juicio
aplicando ‘no Derecho’”30. Por ende, “todo juez de la República al enfrentarse
a un caso como el descrito, debe optar por el criterio cronológico, prefiriendo
a la Constitución como norma posterior, que al mismo tiempo es superior”31.
Sin embargo, desde la reforma de 2005 el TC “ha mantenido invariable su
posición, referido a considerar que posee atribuciones para conocer del problema generado por leyes preconstitucionales”, y que la competencia para aquello
emana del artículo 93 Nº 632. Así, en la sentencia rol Nº 472-06 el TC sostuvo
que, “debe tenerse presente que del texto del artículo 93 Nº 6 como del inciso
undécimo de esa misma norma se desprende, inequívocamente, que la exigencia
para que proceda un recurso de inaplicabilidad por inconstitucionalidad se refiere
a que exista ‘un precepto legal’ cuya aplicación en cualquier gestión que se siga
ante un tribunal ordinario o especial, resulte contraria a la Constitución, de lo
cual se infiere que debe tratarse de un precepto legal que se encuentre vigente,
con independencia de si dicha vigencia se produjo antes o después que la de la
Carta Fundamental. Esta interpretación resulta ser la única que se concilia con
el principio de supremacía constitucional consagrado en el artículo 6º, inciso
primero de nuestro Código Político.
Por lo demás, la conclusión precedente resulta concordante con lo expresado
por la Corte Suprema, en diversos fallos, cuando conociendo de requerimientos
como los de la especie, ha afirmado que: “lo esencial para que esta Corte pueda
pronunciarse sobre la inaplicabilidad de una ley radica en la condición de que
29 Martínez (2003), p. 727.
30 Ibíd.
31 Rojas (2013), p. 105.
32 Ibíd., p. 104.
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ésta y la Carta Fundamental se hallen vigentes” (Sentencia de 20 de diciembre
de 2002, rol Nº 3419-2001, considerando 8º)” (considerando 7º).
En otras palabras, y como destacan entre otros Navarro y Rojas para el TC
la expresión “precepto legal” incluye normas legales anteriores y posteriores a la
Constitución33. Por eso su competencia en materia de inaplicabilidad abarca a
las normas preconstitucionales, en tanto en cuanto no hayan sido formalmente
derogadas, de manera que si no consta su derogación, el TC entiende que el
precepto debe considerarse vigente. Por el contrario, si hay derogación expresa
(como la que se produciría en virtud del art. 94 inciso 3º de la Constitución),
no resulta procedente la inaplicabilidad, como lo declaró el TC en su sentencia
rol Nº 1823-10 (considerando 6º).
Este criterio lo ha aplicado el TC en numerosas sentencias, y en todas ellas
desechó las inaplicabilidades planteadas, ya que previamente el propio Tribunal,
en uso de la atribución del art. 93 Nº 7 de la Constitución, había declarado inconstitucional algún precepto legal. Así sucedió con el artículo 116 del Código
Tributario34, y con el artículo 171 del Código Sanitario35, normas que por ende
pasaron a entenderse derogadas, conforme a lo prescrito por el artículo 94 inciso
3º de la Constitución36.
33 Navarro (2011), p. 78; Rojas (2013), p. 109. La doctrina del TC respecto de su competencia para
conocer de inaplicabilidades de preceptos legales preconstitucionales es compartida también por la doctrina,
así por ejemplo Zúñiga (2010), p. 16.
34 Declarado inconstitucional por la sentencia rol Nº 681-07. Con posterioridad a ella, el TC aplicó el criterio
de que no procede la inaplicabilidad respecto de una norma legal declarada previamente inconstitucional por
él mismo. Así ocurrió por ejemplo en numerosas sentencias de inaplicabilidad relativas al artículo 161 del
Código Tributario. las sentencias roles Nºs. 685-07, 987-07, 988-07, 989-07, 997-07, 998-07, 1012-07,
1013-07, 1014-07, 1042-08, 1043-08, 1044-08, 1045-08, 1136-08, 1137-08, 1231-08, 1232-08, 1386-09,
1395-09 y 1396-09, entre otras.
35 Declarado inconstitucional por la sentencia rol Nº 1345-09. Con posterioridad a ella, el TC aplicó
también el criterio de que no procede la inaplicabilidad respecto de una norma legal declarada previamente
inconstitucional en las sentencias roles Nºs. 1395-09, 1396-09, recaída en una cuestión de inaplicabilidad
del artículo 171 del Código Sanitario.
36 Un interesante análisis crítico acerca de la aparente confusión del TC respecto de la validez y la
eficacia de las normas, y su repercusión en las nociones de derogación expresa y tácita, puede consultarse en Rojas (2013), pp. 109 y ss. Como señala este autor, para el TC la inconstitucionalidad abarca
tanto la derogación como la invalidez, lo que a su juicio no es correcto. No obstante, en la sentencia
rol Nº 1552-09 señaló que la declaración de inconstitucionalidad del art. 93 Nº 7 de la Constitución
significa las pérdida de vigencia del precepto legal más que de una derogación propiamente tal, la que
sólo “se producirá en mérito de la dictación de otra ley, en tanto declaración de la voluntad soberana
que proviene de los órganos legislativos”.
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No obstante, el TC ha efectuado una interesante precisión con relación a los
posibles efectos en el tiempo de un precepto legal que hubiere sido declarado
inconstitucional, y que por ende se entiende como derogado. En efecto, en la
sentencia rol Nº 1552-09 recordó que de acuerdo a la ley de efecto retroactivo
de las leyes, “los efectos de una ley derogada pueden extenderse en el tiempo e
invocarse por el solo hecho de formar parte de la relación contractual”, lo que
implica que la “ultractividad de la ley, entonces, tiene como fundamento no
su valor normativo que se halla extinguido por la derogación, sino su presunto
valor contractual al formar parte de la respectiva convención” (considerando 6º).
Pero a continuación el TC destaca que existe un límite a la libertad contractual en este ámbito, y que se relaciona con el efecto de sus sentencias de
inconstitucionalidad. En concreto, el TC recuerda que ante la declaración de
inconstitucionalidad el precepto legal se entiende derogado desde la publicación
de la sentencia en el Diario Oficial, la que no producirá efecto retroactivo. Y si
bien el propósito del Constituyente es “custodiar la seguridad jurídica y brindar
protección a la apariencia generada al amparo de dicho precepto”, a su vez “no
es posible reconocer que los efectos de un precepto excluido del ordenamiento
normativo, por contravenir lo ordenado en la Constitución, puedan invocarse
en virtud de su incorporación a una relación contractual mientras aquél estuvo
vigente” (considerando 8º).
El TC entendió en este caso que la declaración de inconstitucionalidad
significa las pérdida de vigencia del precepto legal más que de una derogación
propiamente tal, la que sólo “se producirá en mérito de la dictación de otra
ley, en tanto declaración de la voluntad soberana que proviene de los órganos
legislativos”. Y a su vez “no parece posible que un precepto invalidado por esta
Magistratura –puesto que la declaración de inconstitucionalidad lo priva de
efectos desde la publicación de la sentencia respectiva en el Diario Oficial– pueda
seguir rigiendo hacia el futuro bajo la premisa de haberse encontrado vigente al
momento de perfeccionarse la antedicha relación contractual” (considerando 8º).
En consecuencia, “si una ley, por contravenir la Carta Fundamental, es excluida del ordenamiento jurídico, quedando, en consecuencia, invalidada, no
puede subsistir tampoco en razón de una estipulación contractual, puesto que
ella estaría afectada hacia el futuro del mismo vicio que motivó la declaración de
inconstitucionalidad” (considerando 9º). De ahí que, “la expulsión del precepto
legal del ordenamiento jurídico, en los términos referidos en la Constitución,
importa una negación absoluta y definitiva de sus efectos, salvo de aquellos que
la misma Constitución admite excepcionalmente por las razones ya expuestas”.
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La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez de la gestión pendiente...
Y por tanto “[E]xtender dichos efectos más allá de lo expresamente previsto en la
Carta Política (efecto ultractivo) importaría una evidente vulneración de su sentido
y espíritu y una clara limitación a los fines previstos en la misma Constitución,
sobrepasándola” (considerando 10º)37.
D) No le corresponde al Tribunal pronunciarse sobre aspectos valorativos
relativos a los hechos litigiosos, a menos que ello permita acreditar
la vulneración de derechos fundamentales
Como se sabe, en un juicio hay hechos y aspectos relacionados con el asunto
controvertido que deben ser determinados, analizados y valorados por el juez
que conoce del asunto principal. Al respecto el TC ha declarado que aquello es
privativo de la justicia ordinaria, de modo que la justicia constitucional no puede
transformarse en un medio paralelo de resolución de la controversia principal.
Por eso ha sostenido que: “no puede emitir un pronunciamiento valorativo sobre hechos litigiosos de la gestión pendiente, cuyo establecimiento pareciera ser
clave para la resolución del asunto, específicamente si la sentencia está cumplida
o no. Cabe señalar que la ponderación de los mismos corresponde a los jueces
del fondo, por ser, también, un tema de legalidad ordinario y estar dentro de su
competencia relativa a la gestión, no correspondiendo que esta Magistratura los
pondere” (sentencia rol Nº 1273-2008, considerando 21º)38.
Asimismo, en las sentencias roles Nºs. 1212-08 y 2350-12 el TC señaló que
“la subsunción de las circunstancias de hecho del caso particular dentro de lo
dispuesto en el precepto es tarea propia del juez del fondo, al igual que la interpretación de sus términos” (considerandos 11º y 1º, respectivamente). Y en la
sentencia rol Nº 2561-13 sostuvo que, “si se realizaron o no las investigaciones
correspondientes, como requisito para comunicar la decisión de no perseverar,
es una decisión que corresponde al juez del fondo”, y que cuando está “controvertida la existencia de diligencias pendientes, hay un problema de legalidad
involucrado, toda vez que sólo cerrada la investigación, por haberse practicado
las diligencias necesarias para la averiguación del hecho punible, cabe que el
37 Esta sentencia se contrapone a otras en las que el TC entendió que la declaración de inconstitucionalidad
del art. 93 Nº 7 tiene efecto derogatorio, y que por ende no procede la cuestión de inaplicabilidad respecto
de los preceptos legales declarados inconstitucionales. Vid. notas 35, 36 y 37.
38 Este
mismo criterio ha sido reiterado, por ejemplo, en las sentencias roles Nºs. 1130-08, 1210-08,
1266-08 y 1324-09.
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Ministerio Público comunique su decisión de no perseverar”. Ello constituye “un
asunto de interpretación de supuestos de la aplicación de normas, más que una
contradicción del precepto impugnado con la Carta Fundamental”, lo que no es
de competencia del TC (considerando 5º).
Más recientemente, y a modo de resumen de este criterio, el TC ha planteado
con claridad que, “[L]a comprobación de la concurrencia de los supuestos de la
norma, es tarea del juez”, y que “[R]ecabar de la ley –general y abstracta– omnicomprensión de todas las circunstancias posibles, no es compatible con el método
jurídico” (sentencia rol Nº 2670-14, considerando 7º).
No obstante todo lo anterior, en su jurisprudencia más reciente el TC ha
señalado una importante excepción, que matiza en cierta forma los pronunciamientos anteriores, y que se relaciona con el hecho de que la cuestión de
inaplicabilidad implica muchas veces una tutela indirecta de derechos fundamentales. Así, en la sentencia rol Nº 2538-13 el TC ha sostenido que, “ejerciéndose la cuestión de inaplicabilidad sobre un precepto legal cuya aplicación
en cualquier gestión que se siga ante un tribunal ordinario o especial, resulte
contraria a la Constitución”, y siempre que dicha aplicación del referido precepto legal puede resultar decisiva en la resolución del asunto, es permitido a
este órgano de justicia constitucional “practicar un examen concreto de si el
precepto legal, invocado en una gestión judicial y correctamente interpretado
producirá efectos o resultados contrarios a la Constitución”. En ese examen, el
Tribunal es competente para ponderar una cuestión de hecho, si de ello depende
la acreditación de la vulneración al derecho fundamental que los requirentes
estiman infringido, pero con dos límites: a) No le corresponde “establecer el
sentido y alcance de las normas jurídicas sino cuando ellas resulten necesarias
para resolver las controversias que se le plantean” y b) “carece de competencia y
jurisdicción para resolver cuestiones de mera legalidad, que deberán ser resueltas
por los jueces del fondo” (considerando duodécimo).
E) Los aspectos procesales referentes a la litis han de ser resueltos
por el juez que conoce del asunto controvertido
Otro criterio interesante acuñado por el TC es el relativo a las normas de
procedimiento aplicables en la gestión pendiente. En ese sentido, el TC ha manifestado nuevamente su deferencia con los tribunales a cargo de la gestión en que
incide la inaplicabilidad, y en consecuencia ha sostenido que la determinación
de cuáles normas procesales deben aplicarse es de resorte de ellos. En concreto,
en la sentencia rol Nº 2014-11 el TC indicó que, “no le corresponde calificar al
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La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez de la gestión pendiente...
Tribunal Constitucional las reglas procesales, la carga de la prueba, las facultades
del juez o las garantías que se derivan de aplicar uno u otro procedimiento legal.
Parte de la deferencia de esta Magistratura con el juez de fondo, es preservar dicha
definición a la jurisdicción laboral y de derecho común concernida, respectivamente” (considerando 6º).
En este caso, no solamente se manifiesta una deferencia hacia el propio juez,
sino también respecto del legislador, ya que ha sido éste el que fija los diversos
procedimientos que sirven para la resolución de conflictos. Y en tal sentido, la
inobservancia de las reglas que rigen tales procedimientos puede impugnarse a
través de los mecanismos y recursos que el propio legislador ha determinado, los
que deben ser resueltos por el mismo juez ante el cual se sustancia el asunto, o
ante el juez ad quem en su caso.
F) Los aspectos relativos a la recta interpretación de la ley
deben ser resueltos por el juez de fondo
Este criterio es probablemente uno de los más utilizados por el TC con el
objeto de rechazar cuestiones de inaplicabilidad. Y es que en términos generales
la interpretación de la ley no es parte de sus atribuciones, sino que se trata de
una materia que corresponde privativamente al juez llamado a fallar el juicio o
gestión pendiente. En palabras de Navarro Beltrán, la inaplicabilidad “no es la
vía para aclarar el sentido de preceptos legales”39.
Es por eso que el TC ha indicado que la labor de unificar la interpretación
sobre un precepto legal le corresponde a la Corte Suprema. Así, en la sentencia
rol Nº 810-07 se señala que: “si bien, entre las reseñadas características de la
actual acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad, resalta la que indica
que mientras antes se trataba de una confrontación abstracta entre la norma
legal cuestionada y una disposición constitucional, ahora se trata de un cotejo
entre la aplicación del precepto legal impugnado a un caso concreto y la Constitución, no debe perderse de vista que, tanto antes como ahora, para que la
acción pueda prosperar, debe estarse siempre en presencia de un conflicto de
constitucionalidad, esto es, frente a una contradicción directa, clara y precisa,
entre determinado precepto legal que se pretende aplicar en el caso concreto,
con la propia Constitución, pues el juez constitucional no puede interpretar o
39 Navarro (2011), p. 71.
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corregir la ley ordinaria si no es con relación a su constitucionalidad. La tarea
de interpretar la ley le corresponde a los tribunales de justicia, sean ordinarios
o especiales, y, en nuestro sistema judicial, el órgano llamado a unificar su
interpretación es la Corte Suprema, a través del recurso de casación. La labor
del Tribunal Constitucional consiste en velar por el respeto del principio de
supremacía constitucional y, por ende, tratándose de una acción de esta clase,
resolver si la aplicación en el caso concreto de que se trate del precepto legal
impugnado, resulta o no contraria a la Carta Fundamental y, como efecto
natural de una decisión estimatoria, prohibir al juez de la causa aplicarlo en la
resolución de ese caso concreto” (considerando 9º)40.
Como consecuencia de lo anterior, la inaplicabilidad no puede utilizarse
como un mecanismo de impugnación de la interpretación que hizo el juez de un
precepto legal cuya aplicación no es contraria a la Constitución. En tal sentido
no le corresponde al TC “la determinación de la ley sustantiva del caso”, ya que
la interpretación y aplicación de normas legales le “corresponde a los tribunales
establecidos por la ley” (sentencia rol Nº 986-07, considerando 24º). Por ende “no
es de su esfera competencial el resolver acerca de la eventual aplicación incorrecta
o abusiva de un determinado precepto legal que pudiere efectuar un tribunal, lo
que corresponderá corregir, en su caso, a través de los recursos que contemplan
las leyes de procedimiento” (sentencia rol Nº 1416-09, considerando 19º).
En resumen, y como lo ha indicado expresamente el TC, no es de su competencia determinar con qué sentido y alcance deben ser entendidas las normas
aplicables en el asunto del que conoce el juez ordinario o especial (sentencias roles
Nºs. 980-07, considerando 8º, y 1390-09, considerando 12º)41.
40 Las
normas que el recurrente entendía infringidas eran los números 2 y 20 del artículo 19, es decir, la
igualdad ante la ley y la igualdad ante las cargas públicas. Son varios los problemas que se derivan de la
posición adoptada en este caso por el Tribunal. En primer lugar, el más obvio, es que el Tribunal se apartó
de una doctrina que venía siendo una constante desde 2006. Y lo que es peor, lo hizo contradiciéndose
abiertamente, al dar por sentado que no está facultado para controlar la interpretación de la ley hecha por
un tribunal Tributario. Con ello dio a entender que se trataba de un problema de mera legalidad, y no de
constitucionalidad, cuando en verdad lo que ocurría era que debía enjuiciar la forma en que aquél entendió
y aplicó normas sustantivas de Derecho de familia y de Derecho tributario, y si ello era o no compatible con
la Constitución. Este solo hecho transforma el conflicto en algo más que un mero problema de interpretación
de la ley, pasando a ser uno de constitucionalidad.
Por eso la posición del Tribunal en esta materia no fue la más afortunada, al no haber entrado al enjuiciamiento
de fondo, y pronunciarse por ende respecto de las infracciones que el recurrente le imputaba al juez tributario.
41 Este mismo criterio lo encontramos presente en otras sentencias del Tribunal Constitucional, como por
ejemplo en las sentencias roles Nºs. 1454-09, 1453-09, 1781-10, 1432-09, 1443-09, 1839-10, 1832-10,
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La deferencia del Tribunal Constitucional respecto del juez de la gestión pendiente...
G) No corresponde al Tribunal Constitucional ejercer
el control de inaplicabilidad de un precepto legal, si es que la vulneración
al texto de la Carta Magna sólo podría tener lugar al momento
de dictación del fallo, o en una causa futura e incierta
Al analizar el problema de la inaplicabilidad como mecanismo de control de la
interpretación y aplicación de preceptos legales, señalamos que la inaplicabilidad
conduce a controlar la constitucionalidad de las interpretaciones de preceptos
legales aplicables a la gestión pendiente. Ello resulta especialmente importante cuando el precepto puede ser considerado constitucional si se le interpreta
de determinada manera. Así ocurre en los casos en que hay una gestión en la
que aún no se ha aplicado el precepto legal, como en los que sí se ha aplicado
y está pendiente aún la resolución de recursos procesales. En esta situación la
cuestión funciona como un instrumento de control preventivo, en el sentido de
que permitirá que el precepto legal se aplique sólo si aquello es conforme a la
Constitución. En estos supuestos el TC controlará las diversas interpretaciones
posibles que puedan dársele a un precepto legal, pero sólo a fin de descartar
aquéllas que puedan ser opuestas a la Constitución. Por ende, y en teoría, la declaración de inaplicabilidad podría pronunciarse antes de que se dicte sentencia
por el tribunal de la gestión.
Sin embargo, el TC ha efectuado algunas precisiones que matizan las anteriores afirmaciones. Así, ha sostenido que no le corresponde ejercer un control
sobre potenciales o eventuales vulneraciones al texto constitucional, y que por
tanto la inaplicabilidad no es una vía abierta para tal fin. Por eso en la sentencia
rol Nº 1445-09 el TC constató que: “en el caso concreto en que se ha solicitado
pronunciamiento de inaplicabilidad, los preceptos impugnados no tienen una
posibilidad real de ser aplicados y ser decisivos, sino tan sólo una posibilidad
hipotética y teórica, y es menester diferenciar estas situaciones, por cuanto la
segunda de ellas no amerita un pronunciamiento de este sentenciador, desde el
momento en que no ha sido llamado a emitir pronunciamientos de inaplicabilidad
de eficacia hipotética” (considerando 36º).
Más recientemente, en la sentencia rol Nº 2651-14, el TC ha vuelto a sostener
que “no cabe declarar inaplicable un precepto en virtud de un efecto contrario
1860-10, 1615-10, 1853-10, 2011-11, 2072-11, 1892-11, 2193-12, 2178-12, 2150-11, 1995-11, 2208-12,
1968-11, 2184-12, 2220-12, 2248-12, 2318-12, 2326-12, 2359-12, 2360-12, 2225-12, 2400-13, 2418-13,
2459-13, 2450-13, 2473-13, 2741-14.
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a la Carta Fundamental que éste puede producir teóricamente o en una causa
futura e incierta, sino solo por aquel que tiene la posibilidad de verificarse en la
gestión pendiente” (considerando 11º).
La posición del TC en esta materia resulta discutible, ya que como se vio
recién, los objetivos y estructura de la inaplicabilidad hacen perfectamente
posible que ésta opere como un control preventivo de posibles aplicaciones
inconstitucionales. Por lo demás, y como se ha analizado en este trabajo, en
varias oportunidades el TC ha aplicado en sede de inaplicabilidad el criterio
de interpretación conforme, la que puede desplegarse tanto en el caso de no
haber aún sentencia alguna en el caso sub lite, o habiéndola, están pendientes
los recursos legales en su contra.
H) La recta interpretación de los tratados es una cuestión de legalidad
que debe resolverse por los jueces del fondo
Otra temática interesante resuelta por el TC, es la relativa a la aplicación de
tratados internacionales en gestiones seguidas ante un tribunal ordinario o especial.
En consistencia con su propia doctrina sobre el lugar que los tratados ocupan en el
sistema de fuentes del Derecho chileno, el TC ha sostenido que la interpretación
de ellos es de competencia de los jueces ante quienes se siguen tales gestiones. Así,
en la sentencia rol Nº 1220-08 el TC sostuvo que, “el requerimiento no cumple
con el presupuesto procesal establecido para su admisión a trámite por la Carta
Fundamental, toda vez que se dirige en contra de un conflicto de legalidad, surgido
en la causa rol Nº 168-2008, juicio laboral seguido ante el Quinto Juzgado Laboral de Santiago caratulado “Moscoso con Consejo de las Américas”; lo que debe
ser resuelto por el tribunal de la instancia, situación que en definitiva constituye
una cuestión de recta interpretación de la ley y de los tratados internacionales,
materia que no se encuentra dentro del marco de atribuciones de este órgano de
jurisdicción constitucional. Por las razones expuestas, esta Sala decidirá que no
concurre el presupuesto” (considerando 8º).
La misma idea fue recogida nuevamente por el TC en la sentencia rol Nº 123008 en la que dijo que, “es menester señalar que, según el criterio sostenido por
la jurisprudencia de esta Magistratura, las argumentaciones reseñadas en el
considerando precedente no pueden ser abordadas ni resueltas por este órgano
jurisdiccional, atendido que, por decir relación con cuestiones de mera legalidad
y de interpretación de una norma legal, no son propias del examen de constitucionalidad que procede efectuar en sede de inaplicabilidad, sino más bien deben
ser resueltas por los jueces de la instancia” (considerando 61º).
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En todo caso, no obstante la competencia de los jueces de la gestión pendiente
para determinar el sentido y alcance de los tratados internacionales, en esta labor
deberán considerar una regla básica enunciada por el Tribunal Constitucional en
su sentencia rol Nº 309. En ella el TC sostuvo que: “el intérprete debe hacer todos
los esfuerzos, dentro de lo permitido por la Ley Suprema del respectivo Estado,
por encontrar una interpretación conciliatoria entre las normas de un Tratado y
los preceptos de la Constitución” (considerando 3º)”. Ello es consecuencia del
principio de “interpretación conforme”, desarrollado por el Tribunal como mecanismo de deferencia hacia el legislador, según se expuso antes.
Conclusiones
A partir de la reforma constitucional de 2005, la inaplicabilidad pasó a ser un
mecanismo de control concreto de constitucionalidad, que permite determinar si
la aplicación de preceptos legales en casos concretos puede ser o no contraria a la
Constitución. Necesariamente ello implica determinar si aquéllos tienen sentidos
y alcances compatibles con la Carta Fundamental, porque la aplicación de una
norma supone necesariamente su previa interpretación.
Sin embargo, el principio de juridicidad impone a los poderes del Estado el
deber de actuar “dentro de sus competencias”, lo que determina que el TC debe
respetar las que son propias de los otros órganos, incluidos los tribunales ordinarios y especiales. Para tal efecto el TC aplica la deferencia y la auto restricción,
para lo cual ha elaborado una serie de criterios aplicables respecto del juez de la
gestión, entre los que se cuentan los siguientes:
1. La “interpretación conforme” sólo se restringe a descartar interpretaciones
inconstitucionales.
2. El TC no tiene competencia para determinar cuál es la norma cuya aplicación prima en el marco de la resolución de la gestión pendiente.
3. No le corresponde al TC pronunciarse sobre los efectos de la ley en cuanto
al tiempo, por tratarse de un asunto de mera legalidad, aunque sí es competente
para pronunciarse sobre la vigencia de la Constitución en el tiempo.
4. No le corresponde al Tribunal pronunciarse sobre aspectos valorativos relativos a los hechos litigiosos, a menos que ello permita acreditar la vulneración
de derechos fundamentales.
5. Los aspectos procesales referentes a la litis han de ser resueltos por el juez
que conoce del asunto controvertido.
6. Los aspectos relativos a la recta interpretación de la ley deben ser resueltos
por el juez de fondo.
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7. No corresponde al Tribunal Constitucional ejercer el control de inaplicabilidad de un precepto legal, si es que la vulneración al texto de la Carta Magna
sólo podría tener lugar al momento de dictación del fallo, o en una causa futura
e incierta.
8. La recta interpretación de los tratados es una cuestión de legalidad que
debe resolverse por los jueces del fondo.
Dichos criterios son una buena muestra del esfuerzo que ha efectuado el TC
por no invadir las competencias propias de los tribunales ordinarios y especiales,
ante los que se ventilan las gestiones pendientes en que se plantearon cuestiones
de inaplicabilidad. Pero este esfuerzo muestra también algunas confusiones,
como por ejemplo una cierta falta de claridad respecto de los conceptos de
derogación (expresa y tácita) y de declaración de inconstitucionalidad, según
se vio a lo largo de estas páginas.
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Listado de sentencias del TC citadas
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Rol Nº 473-06, de 8 de mayo de 2007.
Rol Nº 478-06, de 8 de agosto de 2006.
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Rol Nº 503-06, de 19 de julio de 2006.
Rol Nº 513-06, de 2 de enero de 2007.
Rol Nº 517-06, de 8 de mayo de 2007.
Rol Nº 535-06, de 8 de mayo de 2007.
Rol Nº 596-06, de 12 de julio de 2007.
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Rol Nº 685-07, de 17 de enero de 2008.
Rol Nº 784-07, de 10 de diciembre de 2007.
Rol Nº 791-07, de 15 de enero de 2008.
Rol Nº 796-07, de 11 de diciembre de 2007.
Rol Nº 806-07, de 11 de diciembre de 2007.
Rol Nº 810-10, de 24 de enero de 2008.
Rol Nº 815-08, de 19 de agosto de 2008.
Rol Nº 967-07, de 19 de diciembre de 2007.
Rol Nº 968-07, de 10 de julio de 2008.
Rol Nº 976-07, de 26 de junio de 2008.
Rol Nº 980-07, de 13 de mayo de 2008.
Rol Nº 986-07, de 30 de enero de 2008.
Rol Nº 987-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 988-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 989-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 993-07 de 13 de mayo de 2008.
Rol Nº 997-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 998-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1012-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1013-07, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1014-07, de 8 de julio de 2008.
Rol Nº 1034-08, de 7 de octubre de 2008.
Rol Nº 1042-08, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1043-08, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1044-08, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1045-08, de 22 de julio de 2008.
Rol Nº 1130-08, de 7 de octubre de 2008.
Rol Nº 1136-08, de 24 de julio de 2008.
Rol Nº 1137-08, de 24 de julio de 2008.
Rol Nº 1210-08, de 11 de septiembre de 2008.
Rol Nº 1212-08, de 22 de septiembre de 2008.
Rol Nº 1220-08, de 16 de septiembre de 2008.
Rol Nº 1230-08, de 2 de junio de 2009.
Rol Nº 1231-08, de 9 de junio de 2009.
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Rol Nº 1232-08, de 9 de junio de 2009.
Rol Nº 1266-08, de 29 de enero de 2009.
Rol Nº 1273-08, de 24 de abril de 2010.
Rol Nº 1284-09, de 24 de septiembre de 2009.
Rol Nº 1324-09, de 12 de febrero de 2009.
Rol Nº 1344-09, de 26 de marzo de 2009.
Rol Nº 1345-09, de 25 de mayo de 2009.
Rol Nº 1340-09, de 29 de septiembre de 2009.
Rol Nº 1348-09, de 27 de abril de 2010.
Rol Nº 1352-09, de 20 de mayo de 2010.
Rol Nº 1386-09, de 1 de julio de 2009.
Rol Nº 1395-09, de 25 de junio de 2009.
Rol Nº 1390-09, de ocho de abril de 2010.
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Rol Nº 1416-09, de 14 de julio de 2009.
Rol Nº 1432-09, de 5 de agosto de 2010.
Rol Nº 1443-09, de 26 de agosto de 2010.
Rol Nº 1445-09, de 29 de enero de 2010.
Rol Nº 1453-09, de 20 de julio de 2010.
Rol Nº 1454-09, de 20 de julio de 2010.
Rol Nº 1552-09, de 28 de octubre de 2010.
Rol Nº 1615-10, de 20 de enero de 2011.
Rol Nº 1781-10, de 5 de agosto de 2010.
Rol Nº 1823-10, de 22 de septiembre de 2010.
Rol Nº 1832-10, de 17 de noviembre de 2010.
Rol Nº 1839-10, de 28 de octubre de 2010.
Rol Nº 1853-10, de 24 de marzo de 2011.
Rol Nº 1860-10, de 7 de diciembre de 2010.
Rol Nº 1892-11, de 17 de noviembre de 2011.
Rol Nº 1968-11, de 15 de mayo de 2012.
Rol Nº 1995-11, de 26 de abril de 2010.
Rol Nº 2011-11, de 26 de julio de 2011.
Rol Nº 2014-11, de 6 de noviembre de 2012.
Rol Nº 2072-11, de 25 de octubre de 2011.
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Rol Nº 2150-11, de 4 de abril de 2012.
Rol Nº 2178-12, de 3 de abril de 2012.
Rol Nº 2184-12, de 5 de junio de 2012.
Rol Nº 2193-12, de 27 de marzo de 2012.
Rol Nº 2208-12, de 4 de abril de 2012.
Rol Nº 2220-12, de 21 de junio de 2012.
Rol Nº 2225-12, de 8 de enero de 2013.
Rol Nº 2248-12, de 25 de julio de 2012.
Rol Nº 2318-12, de 13 de noviembre de 2012.
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Rol Nº 2350-12, de 28 de mayo de 2013.
Rol Nº 2359-12, de 2 de enero de 2013.
Rol Nº 2360-12, de 2 de enero de 2013.
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Rol Nº 2538-13, de 9 de septiembre de 2014.
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Rol Nº 2473-13, de 23 de julio de 2013.
Rol Nº 2741-14, de 18 de diciembre de 2014
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 237-270
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 271-320.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“El Recurso de Protección como control de constitucionalidad de las resoluciones y sentencias civiles,
en respuesta a la ineficacia de la acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad”
Ignacio Ried Undurraga
El Recurso de Protección como control de
constitucionalidad de las resoluciones y
sentencias civiles, en respuesta a la ineficacia
de la acción de inaplicabilidad
por inconstitucionalidad*1
The Appeal on the Grounds of Unconstitutionality as
constitutional control of civil judgments and decisions, in
response to the ineffectiveness of the action on inapplicability
Ignacio Ried Undurraga**
Universidad Diego Portales
[email protected]
Resumen: Luego de casi diez años de vigencia de la reforma constitucional del año 2005, los
operadores jurídicos han advertido el acotado alcance de la acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad como vía de tutela de los derechos fundamentalmente garantizados en el proceso civil, en
especial, como control de constitucionalidad de las sentencias y actos procesales. Esto lleva a plantearse
si es posible proponer al recurso de protección como una vía idónea de control de constitucionalidad
respecto de las actuaciones de los tribunales civiles, propuesta que en este trabajo se afirma y justifica.
Abstract: After nearly ten years of operation of the constitutional reform of 2005, the legal
practitioners have realized the limited scope of the action of inapplicability as a way of protecting the
rights guaranteed primarily in civil proceedings, especially as constitutional control of judgments and
procedural acts. This raises the question whether it is possible to propose the appeal on the ground of
unconstitutionality as a suitable way of judicial review regarding the actions of the civil courts, proposal
this paper states and justifies.
Palabras clave: recurso de protección, recurso de inaplicabilidad por inconstitucionalidad, control
de constitucionalidad, proceso constitucional.
Key words: Appeal on the ground of unconstitutionality, action of inapplicability, constitutional
control, constitutional procedure.
* Trabajo
recibido el 18 de diciembre de 2014 y aprobado el 22 de abril de 2015.
** Abogado,
licenciado en Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Máster en Derecho
penal y Ciencias penales de la Universidad de Barcelona y Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, España.
Profesor del curso de Litigación y Estrategia Civil de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales.
Dirección postal: Av. Andrés Bello 2711, piso 8, comuna de Las Condes, Santiago.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 271-320
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Ignacio Ried Undurraga
I. Planteamiento del problema: inexistencia de una consagración
positiva del control constitucional de las sentencias civiles
en el sistema chileno
No existe en el sistema normativo chileno una consagración positiva del
control de constitucionalidad de las sentencias civiles pronunciadas por los
tribunales ordinarios o arbitrales, cuando en ella se vulneran las garantías
fundamentales de una de las partes. Nuestro Tribunal Constitucional tiene la
prerrogativa de declarar la inaplicabilidad por inconstitucionalidad de las normas de nuestro ordenamiento, siempre que existan gestiones pendientes ante
un tribunal. Sin embargo, esta vía de impugnación exige como presupuesto
la aplicación (efectiva o eventual) de un determinado precepto legal, que se
estima inconstitucional, a los hechos del caso. Quedan, por tanto, fuera de su
ámbito de protección las garantías vulneradas en la sentencia misma, en la que
pudo aplicarse una norma perfectamente constitucional, pero en que el resultado
de la aplicación, o la interpretación de la norma, puede ser ilegal o arbitrario.
Por tanto, se produce un fenómeno indeseable en nuestro ordenamiento: la
ley –creación de la voluntad soberana y democrática– puede ser invalidada
por el Tribunal Constitucional, si resulta contraria a la Constitución. Sin embargo, la “ley particular para cada caso” que es la sentencia judicial civil, por
regla general no puede ser invalidada, aun cuando signifique una vulneración
de garantías fundamentales. Existe así una importante zona decisional sobre la
que el ciudadano no tiene prerrogativa alguna para exigir un debido control
de constitucionalidad.
En orden a materializar el mandato del artículo 6º de la Constitución chilena,
coexisten una serie de mecanismos jurisdiccionales que ejercen en algún grado
controles de constitucionalidad sobre distintas normas o actos procesales. Quiero
brevemente revisar cuáles son para hacer notar que ninguno de ellos permite el
control constitucional de la sentencia civil misma.
Respecto de la labor jurisdiccional que ejercen los tribunales con competencia
en lo civil, el Tribunal Constitucional tiene la facultad o el deber de declarar la
inaplicabilidad por inconstitucionalidad de los preceptos legales u otras normas
que eventualmente se apliquen concretamente a los hechos de un caso, y que se
denuncien como contrarios a la Constitución, tanto por los propios tribunales
como por las partes en un proceso, siempre que exista alguna gestión pendiente
en el Tribunal en que esa norma pueda ser aplicada. No se anula la sentencia,
sino sólo se le impide aplicarla al tribunal que conoce del caso, es decir, efectúa
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un control de normas y no de actos jurisdiccionales”1. En realidad, el control
jurisdiccional de constitucionalidad está a cargo de los tribunales ordinarios,
y no del Tribunal Constitucional2; así se ha dicho por la doctrina que “nuestro
Tribunal Constitucional carece de facultades de control de resoluciones judiciales,
pues todo lo concerniente a declarar la validez o invalidez de resoluciones y actos
jurisdiccionales corresponde exclusivamente a los tribunales ordinarios (art. 76 de
la Constitución)”3.
Por su parte, los tribunales de garantía pueden efectuar una cautela de garantías del imputado, cuando sus derechos fundamentales son vulnerados durante
la investigación, y sobreseer temporalmente la causa (art. 10 CPP), y también
conocen del recurso de amparo, contemplado en el art. 21 de la Constitución
Política, en caso de una detención o prisión en que se hayan infringido estas
garantías. También en materia penal, el Código Procesal Penal en su art. 373
letra a) contempla una “casación penal” (llamada nulidad en la ley) más amplia
que la casación civil, ya que permite ejercer un control sobre el fallo mismo, lo
mismo que la nulidad de la letra b) del mismo artículo, que es prácticamente
idéntica a la casación civil, salvo por el empleo de la voz más amplia “derecho”
en lugar de “ley”. Asimismo, los Tribunales Tributarios y Aduaneros controlan la
constitucionalidad de los “actos u omisiones” del Servicio de Impuestos Internos,
a través de un procedimiento de tutela contemplado en el art. 155 del Código
Tributario. Los juzgados con competencia laboral también pueden controlar
la constitucionalidad de las “relaciones jurídicas cuyo conocimiento corresponde
a la jurisdicción laboral”, a través de la llamada tutela laboral del art. 486 del
Código del Trabajo.
1 Cazor y Pica (2009), p. 23: “es necesario recordar que dentro de la clásica diferenciación de las ramas de la
justicia constitucional planteada por Mauro Cappeletti a mediados del siglo XX y sus posteriores desarrollos, es
una premisa básica distinguir las dos principales divisiones de esta disciplina: la jurisdicción constitucional de
control de normas y la jurisdicción constitucional de derechos fundamentales”, constatando que “en el sistema
de jurisdicción constitucional chileno, el Tribunal Constitucional posee, en este orden de materias, solo facultades
de control de normas, ya que no existe, por regla general, en su competencia, el amparo extraordinario de
derechos fundamentales. (el destacado es mío).
2 Pfeffer (2011), p. 206: “los letrados erradamente han interpretado que, al considerarse vulnerada la supremacía
constitucional, la única Magistratura con competencia e idoneidad para su restablecimiento sería el Tribunal
Constitucional, desconociendo que también están llamados a su tutela los tribunales con competencia para conocer
de las demás acciones constitucionales, en sede de un recurso de amparo o protección, por ejemplo, o a través de
los medios de impugnación que el orden legal provee: recurso de amparo económico, tutela laboral, tributaria y
aduanera, recurso de nulidad penal por infracción de garantías constitucionales, entre otros”.
3 Cazor y Pica (2009), pp. 23 y 24.
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Ignacio Ried Undurraga
Respecto de las sentencias civiles, la jurisprudencia de la Corte Suprema ha
negado sistemáticamente la anulación de un fallo cuando la causal de casación
es la infracción a un precepto constitucional. A este respecto, los profesores de
Derecho procesal Mario Mosquera y Cristián Maturana, en su conocido Tratado
sobre los recursos procesales hacen suyo el criterio de Fernando Atria, que a su
vez recoge una tendencia jurisprudencial arraigada4. Aunque excede el ámbito
de este trabajo, diré que no comparto esta línea jurisprudencial y doctrinaria,
en aras de una adecuada defensa de los derechos fundamentales de las partes, en
especial de la garantía del debido proceso, que como se verá, no es objeto del
recurso de protección5.
Por su parte, la nulidad procesal del art. 83 del Código de Procedimiento Civil,
permite atacar solamente los errores cometidos por el juzgador que producen sus
efectos al interior del proceso (errores in procedendo6), siempre que ese error tenga
su causa en la omisión o vulneración de ciertas formas procesales. En este sentido,
4 Mosquera y Maturana (2010), pp. 295 y 296, citando a Atria (2005), pp. 284 y 285. La idea que subyace
a la postura de estos autores es que la ley –que no ha sido declarada inconstitucional– es prima facie una norma
constitucional, es decir, a través de ella se materializa algún principio acorde con la Carta Fundamental. Por
lo tanto, y según esta postura, si el tribunal aplica la ley, no podría contravenirse la Constitución. Así, Silva
(2010), p. 487: “por lo normal, el juicio gira en torno a una correcta interpretación de la ley, operación cuyo
resultado determina la existencia o inexistencia de la infracción constitucional”, lo que encontraría su causa en
“la necesaria proyección legal de los principios constitucionales de legalidad y tipicidad”. Bordalí (2007), pp. 529530: “la idea de que la Corte Suprema pueda controlar la interpretación constitucional vía recurso de casación
en el fondo ha sido constantemente rechazada por la misma Corte. Y esa posición es correcta”. Ha dicho que esta
postura no sólo se sustenta en razones de texto (el artículo 767 CPC sólo se refiere a infracciones de ley), sino
también porque, “se pierde todo el sentido histórico de la casación considerando a la norma constitucional como
objeto del recurso de casación. La casación es parte del sistema de defensa del orden democrático. Se trata que la
voluntad del pueblo no sea alterada por la decisión particular de un juez”. Dice este autor que las normas legales
gozan de “densidad normativa”, lo que no ocurre con los principios constitucionales, donde “determinar el
correcto sentido de la norma constitucional termina siendo un puro acto de deliberación política dada en este caso
por un órgano (Corte Suprema) que carece de legitimidad democrática”.
5 Nieva (2003), pp. 169-170, a propósito de la modificación del año 2000 de la Ley de Enjuiciamiento Civil
española, es de la idea que la casación por infracción a la garantía del debido proceso –invocando directamente
la Constitución española– cabe “no sólo [respecto] de las sentencias que se dicten en el procedimiento especial
para la tutela de los derechos fundamentales, sino en cualquier otro proceso civil en que se infrinja alguno de estos
derechos (…) siempre será mejor que el Tribunal Supremo pueda desplegar su función casacional para un mayor
número de supuestos”.
6 Pozo (2008), p. 5 señala a propósito de los errores in procedendo que tanto el juez como las partes “pueden
cometer errores por falta de observancia de las formas de la ley procesal que ha determinado en cada caso o acto y
que están establecidos, como garantía para el o los justiciables en beneficio de principios que informan y son base
fundamental del proceso”. En la p. 11 el autor distingue estos errores de los errores in iudicando, cuya forma
de subsanación es a través de los recursos procesales.
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ciertos actos jurídico-procesales que vulneran derechos fundamentalmente garantizados son también anulables procesalmente; pero no todos los actos que amagan
el ejercicio de las garantías fundamentales adolecen de defectos de formas que
los hagan procesalmente nulos, por aplicación estricta del referido artículo 83.
El ejemplo más evidente será una sentencia definitiva –destinada a producir sus
efectos fuera del proceso– que no adolece de defectos de forma, pero sí es gravosa
para las garantías de una parte o de un tercero. Asimismo, existe cierto consenso
en que la nulidad de derecho público del inciso tercero del artículo 7º de la Constitución no es la forma idónea de atacar una resolución judicial, principalmente
por el criterio de especialidad de que gozan los recursos procesales y demás vías
de impugnación, con preferencia respecto de esta nulidad, que parece reservada
a los actos de la administración. Lo anterior, sin perjuicio de las profundas diferencias que existen entre la función desplegada por la administración y la función
jurisdiccional, en tanto sólo las sentencias de esta última gozan de efecto de cosa
juzgada, aun adoleciendo de vicios de nulidad que no fueron subsanados, lo que
no sucede en el caso de los actos o resoluciones administrativas –aun firmes–, para
quien está reservada esta especial nulidad por causales taxativas. Por lo demás, la
nulidad de derecho público no abarca todas las hipótesis de vulneraciones que
el recurso de protección cubre, sino sólo las hipótesis del referido art. 7º (actuaciones emanadas de órganos no investidos regularmente, que actúan fuera de su
competencia o ilegalmente)7. Como se verá en la jurisprudencia analizada, las
sentencias vulneradoras de derecho no adolecían de estos defectos.
En este trabajo se examinará el control constitucional que las Cortes de
Apelaciones y la Corte Suprema han hecho de las sentencias civiles por la vía
7 Romero (2012), p. 256: “La sentencia judicial no está sometida al régimen de impugnación que nuestro
sistema admite para declarar la nulidad de un instrumento público o de un contrato suscrito bajo esa formalidad
o solemnidad. La escritura pública, una vez concluida no goza de la presunción de verdad que se atribuye a la
cosa juzgada. En cambio, una vez que un fallo queda firme y produce cosa juzgada material, el único medio
para revertir su eficacia es la acción de revisión, siempre que esté fundada en alguna de las causales del art. 810
del CPC. Si ello no acontece, la decisión no se puede modificar, salvo que la ley expresamente prevea un régimen
especial o se haya configurado una hipótesis de cosa juzgada aparente, que pueda ser removida a través de algunos
de los instrumentos que admite el ordenamiento jurídico. A lo anterior se debe adicionar la improcedencia de la
acción de nulidad de derecho público para impugnar resoluciones judiciales, atendido que el proceso jurisdiccional
cuenta con un mecanismo exclusivo y excluyente de impugnación: el sistema de recursos procesales”. En el mismo
sentido, Romero (2003) quien analiza un interesante fallo de la Corte Suprema del año 2000, que rechazó
una nulidad de derecho público solicitada por los trabajadores de la empresa textil Machasa respecto de
una sentencia (irrecurrible) que a su vez había rechazado un recurso de revisión. Sobre las notas distintivas
de la jurisdicción, cuya principal característica es gozar sus sentencias del efecto de cosa juzgada, ver Serra
(2008), pp. 52-53.
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del recurso de protección, en el ejercicio del amplísimo mandato del art. 20 de la
Constitución, que le permite a estos tribunales ordinarios, “adoptar de inmediato
las providencias que juzgue necesarias para restablecer el imperio del derecho”, entre
las cuales está la invalidación de un fallo judicial, siempre que exista un “acto u
omisiones arbitrarios o ilegales”8 que causen una “privación, perturbación o amenaza
en el legítimo ejercicio de los derechos y garantías” constitucionales9. Como podrá
notar el lector, el artículo 20 de la Constitución chilena no consagra expresamente
el control constitucional de las sentencias civiles, pronunciadas por los tribunales ordinarios y arbitrales. Esta falta de reconocimiento expreso ha tenido como
consecuencia interpretaciones dispares y contradictorias acerca del alcance de este
recurso, como se expondrá en este trabajo.
En este panorama, los grandes perjudicados son los afectados por una vulneración de garantías cometido en las sentencias civiles, las que carecen de un control
expreso de constitucionalidad. Así será, al menos hasta que entre en vigencia el
llamado “recurso extraordinario” contemplado en el proyecto de Código Procesal
Civil, en su art. 409 letra a), “cuando se hubiere infringido en forma esencial, en
la sentencia o en el procedimiento del cual ella emanare, un derecho o garantía fundamental contemplado en la Constitución Política de la República o en los tratados
internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”.
II. El limitado alcance de la acción de inaplicabilidad
por inconstitucionalidad
Existen muchos estudios acerca de los síntomas del “fracaso” de la inaplicabilidad por inconstitucionalidad, que se adentran en las causas inmediatas
–diseño institucional inadecuado, entre otras–10, pero no existe un análisis
8 Silva (2010), p. 486, anota que el control de constitucionalidad que hacen las Cortes de Apelaciones a
través del recurso de protección es un control mediatizado, a través de la ley: “sólo procedería el recurso de
protección contra acciones u omisiones ilegales, que no inconstitucionales. Contra esta interpretación están quienes
conciben el término legal en sentido amplio, como sinónimo de infracción normativa”.
9 También
existe el “hermano pequeño” del recurso de protección, el recurso de amparo económico creado
en la ley Nº 18.971. Es también competencia de las Cortes de Apelaciones, aunque es de poca recurrencia
práctica, y prácticamente desconocido en el foro.
10 Respecto de las cifras concretas y las estadísticas del Tribunal Constitucional referidas al efecto que han
tenido sus fallos en los procesos ordinarios en que se han pronunciado, valga el muy completo estudio
de Gómez (2013), que evidencia que la influencia del Tribunal Constitucional es más bien la excepción
que la regla. Sólo por dar un ejemplo del cuadro desolador del efecto que han tenido las inaplicabilidades
declaradas por el Tribunal Constitucional entre 2005 y 2013, baste revisar el cuadro resumen que el autor
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decididamente procesal que permita ilustrar a los litigantes y jueces ordinarios
acerca de las causas sistémicas de su actual irrelevancia al interior del proceso.
La razón que explica esta intrascendencia práctica de las decisiones del Tribunal
Constitucional en el marco del proceso, es que su control constitucional se
produce ex ante, respecto de normas que se han aplicado en alguna etapa del
proceso, o eventualmente se aplicarán, pero que no tienen necesariamente influencia determinante respecto de la sentencia de término del caso, en la que el
juez ordinario sigue teniendo la última palabra. El control de constitucionalidad
a cargo del Tribunal Constitucional no se ejerce respecto de las sentencias mismas,
o al menos, no respecto de la sentencia de término del caso del que conoce el
juez ordinario. En realidad, la situación es justo la opuesta: para recurrir al Tribunal Constitucional debe existir necesariamente una “gestión pendiente”. Por
tanto, sería inviable e improcedente recurrir respecto de un fallo pronunciado
por la Corte Suprema, no susceptible de ulteriores recursos, o sea, en que no
haya gestiones pendientes.
Por tanto, el Tribunal Constitucional no hace un control ex post de las
sentencias emanadas de otros tribunales, sino que su rol consiste en decirle al
juez ordinario que en las sentencias que dicte de ahora en adelante no podrá
aplicar determinada norma legal, por ser contraria a la Constitución. El Tribunal Constitucional entonces, no está llamado a calificar la constitucionalidad
de una sentencia, sino sólo a inaplicar una determinada norma que eventual o
posiblemente el juez ordinario aplicará11. Como es natural, el juez ordinario
puede fallar en forma autónoma, con la única limitante de no aplicar la norma
declarada inconstitucional por el Tribunal Constitucional. Pero puede llegar
perfectamente a una solución tan o más injusta que la se habría producido de
haber aplicado la norma contraria a la Constitución. Esto ha sucedido muchas
veces, como ha quedado plasmado en la jurisprudencia que se ha acumulado en
estos casi diez años de funcionamiento. El Tribunal Constitucional obtiene en
incluye respecto del artículo 38 ter de la ley Nº 18.933 que regula la tabla de factores para los contratos que
suscriben los afiliados a las Isapres. De 56 casos que cita el autor, en que se acogió la inaplicabilidad, en 36
casos dice que el fallo del Tribunal Constitucional no produjo efecto alguno en el juicio principal (en ese
caso, un recurso de protección).
11 Dice
Garrote (2012), pp. 403-404: “no existe una debida correspondencia entre la judicatura ordinaria y
la jurisdicción constitucional. El tribunal a quo al resolver el juicio de fondo en caso alguno hace alusión en los
considerandos de su fallo, a las consideraciones adoptadas por el Tribunal Constitucional en sus sentencias (…) el
Tribunal Constitucional no está facultado para señalarle al tribunal a quo qué norma debe aplicar, sólo le puede
indicar en virtud de la sentencia estimatoria de inaplicabilidad, qué norma no deberá aplicar”.
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muchos casos un “triunfo moral” de que el juez ordinario no aplicó la norma
que él estimó como contraria a la Constitución. Pero esto no sirve de nada, si
al final la parte en el proceso sufre de la misma arbitrariedad que se trataba de
evitar. Esta particular y restringida competencia ex ante es la explicación del
fracaso del Tribunal Constitucional como supuesto “guardián de la Constitución”. Luis Alejandro Silva ha sido particularmente crítico del trabajo de Francisco Vega y Francisco Zúñiga, quienes calificaron en su momento al “nuevo”
Tribunal Constitucional como uno de “super casación”12; hoy ese calificativo
“super casatorio” aparece como ingenuo o derechamente equivocado, como se
expondrá más adelante.
Luis Alejandro Silva ha dicho que, “las sentencias de inaplicabilidad son
inútiles”. Uno de los ejemplos que da, en lo que me interesa en este trabajo, es
la inutilidad de las sentencias que declaran inaplicable una determinada norma
cuando “no se ha determinado el derecho aplicable al caso”, precisamente “porque en
muchos casos las sentencias de los tribunales, exceptuando la Corte Suprema, pueden
ser enmendadas por sus superiores jerárquicos”13. Lo que hace el Tribunal Constitucional entonces, es ser una mera guía ex ante para que el tribunal a quo falle,
pero en ningún caso significa que la inconstitucionalidad no se pueda cometer.
Gastón Gómez ha dicho que: “El valor de las sentencias y de sus razones o criterios
de interpretación dependen, en buena medida, de cómo los tribunales [ordinarios] los
apliquen”14. La situación denunciada es consecuencia de un diseño, como dice
“prospectivo”, ex ante, respecto de la posible y eventual aplicación de una ley a
unos hechos de un caso en progreso. Así, la declaratoria de inaplicabilidad, en
lugar de ser un freno a toda inconstitucionalidad que pueda contaminar el caso,
se convierte simplemente en la remoción de un escollo eventual para un caso
también eventual.
Haciendo suyas las palabras de Eduardo Aldunate, Luis Alejandro Silva ha
dicho que, “para decidir una inaplicabilidad, el Tribunal Constitucional tiene la
difícil tarea de proyectar la posible aplicación de un precepto legal, para entrar luego
a evaluar la constitucionalidad de la misma”; citando a Verdugo, señala que este
12 Vega y Zúñiga (2006), p. 155, dijeron en su momento: “el Tribunal Constitucional se erige en un tribunal
de super casación; y funcionalmente hablando, supraordenado al Poder Judicial y a la Justicia Electoral, en el
sentido que, en lo que respecta al control de constitucionalidad de una norma legal, la única y última palabra la
tiene el Tribunal Constitucional”.
13 Silva (2012a), pp. 589 y 590.
14 Gómez (2013), p. 246
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examen de constitucionalidad es meramente “prospectivo”15. A su turno, Núñez
citando también a Eduardo Aldunate, ha dicho que el recurso de inaplicabilidad
es de carácter “adivinatorio”. Este autor ha dicho que la jurisprudencia del Tribunal Constitucional exige la “sola posibilidad” o bien una “posibilidad real” de
que el precepto impugnado sea aplicado al caso, no siendo suficiente una mera
posibilidad “hipotética y teórica”, que convertiría al recurso de inaplicabilidad en
un control abstracto16. Esta crítica ha llevado a Eduardo Aldunate, con razón, a
proponer el control no sólo de la ley, sino de la sentencia judicial que lo aplica17.
Se ha dicho que el art. 93 número 6 de la Constitución en parte alguna le da
el carácter de “prospectivo” a este examen de constitucionalidad. Pero la jurisprudencia del Tribunal Constitucional lo ha entendido como un examen respecto
de una posible o eventual aplicación de una ley, y no como la efectiva y presente
aplicación de una ley. ¿Es esto correcto? A mi juicio, sí; y es perfectamente fiel
con el (defectuoso) diseño institucional. Esto, porque no existe otra manera de
interpretar el art. 93 número 6 que no sea como un examen eventual, “imaginando
el sentido en que (la norma) puede resultar inconstitucional”18, si entendemos que
el Tribunal Constitucional siempre deberá pronunciarse sobre la aplicación de
la ley en los casos en que “existan gestiones pendientes” en el juicio en concreto.
De lo contrario, se diría que el Tribunal Constitucional tiene la última palabra
en el juicio, y se pronunciaría al final del caso acerca de la efectiva aplicación de
la ley, lo que no ocurre.
Manuel Núñez habla de la “dispensa de Tribunal a tribunal, que aunque no
libera al juez de la gestión de su inexcusable deber de fallar, lo exime de la obligación
de aplicar el precepto legal cuestionado si se han dado todos los supuestos hipotéticos para
15 Silva (2012), p. 591, citando a Aldunate (2010) p. 3.
16 Núñez (2012), p. 42, citando a Aldunate (2007), pp. 53-44, a propósito de la STC Rol Nº 1445 de
21 de enero de 2010 caso Sánchez Eyquem. En el mismo sentido se pronuncia Gómez (2013) acerca de
la sentencia STC 707 (2005) Forestal Mininco, que en los considerandos 13 y 14 resolvió: “que aunque en
abstracto (…) los artículos 15 y 16 del decreto ley Nº 2.695 (…) aparece como un modo especial de adquirir
el dominio legalmente establecido y que tiene una causa justificada que hace razonable su especialidad frente a
las normas generales sobre posesión y dominio de los bienes raíces del Código Civil, sin que pueda estimarse que
entrañe una privación inconstitucional de la propiedad, en su aplicación concreta al caso de que conoce actualmente
(…), sin que a juicio de este Tribunal, concurran en la especie los motivos que justifican la aplicación de aquellas
normas especiales, las cuales, en el caso de ser utilizadas, constituirían una diferencia arbitraria y podrían dar
origen a una privación inconstitucional de la propiedad” (destacado es nuestro).
17 Aldunate (2007), p. 35.
18 Silva (2012a), p. 591.
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que la norma sea aplicable al caso. Esta dispensa particular genera un pseudo-vacío
legal o una laguna impropia, que es inmediatamente llenada por las reglas comunes y
los principios generales que corresponden en virtud del principio de inexcusabilidad”19.
Lo que Núñez y otros teóricos no dicen es que esta “laguna impropia” a veces
es llenada por el tribunal ordinario –la Corte Suprema en muchos casos– con la
aplicación de normas que redundan en una solución igual de injusta que la que la
inaplicabilidad quería evitar20.Como ha dicho Silva, el diseño de la inaplicabilidad
es un “imposible”, al existir este “desajuste entre la descripción del supuesto de hecho
de la inaplicabilidad –que exige la aplicación de un precepto legal– y la posibilidad
del juicio de inaplicabilidad –que inevitablemente recaerá sobre la eventual aplicación
de un precepto legal”21.
El problema no consiste, como se ha dicho, en una superposición de competencias, en que la Corte Suprema se inmiscuya en la esfera del Tribunal Constitucional (o viceversa, en otros casos). El problema, como he señalado, radica
en el momento en que ello ocurre. Siendo un requisito de admisibilidad de la
acción de inaplicabilidad la existencia de “gestiones pendientes”, lo cierto es que
siempre existirá –debe existir– un pronunciamiento ulterior del juez ordinario,
que podrá dejar sin efecto lo resuelto por el Tribunal Constitucional, entre otras
razones, porque sus sentencias parecen no ser realmente vinculantes. Por tanto, el
problema acerca de quién interpreta la ley aparece como artificial: lo importante
es cuándo lo hace.
III. La inaplicabilidad por inconstitucionalidad
no es un recurso
Quiero reparar un momento en la nomenclatura dada por buena parte de la
doctrina a esta acción constitucional. Al igual que con la acción de protección,
nuevamente se emplea la voz “recurso”, que se presta para equívocos, y que
aparece como una de las fuentes de confusión y frustración entre los operadores
jurídicos. El recurso de inaplicabilidad no es un recurso procesal. El problema es
que la doctrina ha elaborado sus teorías sobre la base de la idea de que se trata
efectivamente de un recurso, y ha tratado de exigir de él el rendimiento que se
espera de un medio de impugnación procesal. Dice Ludwig Wittgenstein que “el
19 Núñez (2012), p. 43.
20 Núñez (2012), p. 44.
21 Silva (2012a), p. 591.
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significado de una palabra es su uso en el lenguaje”22. En el lenguaje de la doctrina
constitucional se dice que es un recurso, pero el uso que se hace de la palabra (del
concepto) corresponde a una idea diferente. Mosquera y Maturana reconocen que
“no nos encontramos en presencia de un recurso propiamente tal”23. Se ha insinuado
por parte de la doctrina que la inaplicabilidad sería en realidad un “incidente” al
juicio principal, lo que tampoco parece correcto, ya que los incidentes debieran
zanjar ciertos asuntos de forma inamovible dentro del proceso, lo que no ocurre
necesariamente con este recurso. En este sentido, es decidor que ni la Constitución ni la Ley Orgánica Constitucional del Tribunal Constitucional empleen la
voz “recurso”24.
IV. La aplicación de la ley y el control de constitucionalidad
finalista respecto de la norma a aplicarse
Lo que el Tribunal Constitucional hace es controlar la constitucionalidad de
la aplicación de una norma legal a un caso concreto. Por lo tanto, existen al menos
dos operaciones diferentes:
(i) dilucidar qué es aplicar la ley a los hechos de un caso concreto, y
(ii) saber en qué consiste controlar la constitucionalidad de esa aplicación de
la ley a los hechos del caso.
¿En qué consiste aplicar una norma a los hechos del caso? La aplicación de
una norma al caso concreto aparece como una relación lógica deductiva, en que
existe una premisa que tiene la forma de una proposición condicional, con un
antecedente y un consecuente. La segunda premisa es la afirmación del antecedente
condicional, y finalmente existe una conclusión que es una afirmación del consecuente. Siguiendo el ejemplo que da Manuel Atienza: (i) Premisa condicional:
22 Wittgenstein (2012), p. 61.
23 Mosquera y Maturana (2010), p. 506. Los autores dan las siguientes razones: (i) “no se impugna
resolución judicial alguna”; (ii) “no se pretende la modificación, enmienda o invalidación de resolución judicial
alguna dictada dentro de un proceso” (iii) “no existe un gravamen” y “el recurso puede deducirse aun antes de
haberse dictado resolución alguna dando aplicación al precepto legal inconstitucional. Todavía más, podría darse
el caso hipotético que –desestimada la inaplicabilidad– nunca llegara a existir gravamen, si el Tribunal llegara a
interpretar la ley en forma diferente a lo que en ese momento estimó el litigante”.
24 Paredes (2012), p. 294 dice que: “la Constitución no utiliza ninguna denominación para hacer referencia
a la atribución del artículo 93 Nº 6. La nueva LOTC habla de ‘cuestiones de inaplicabilidad’ (…). No obstante,
la mayoría de los autores hablan de ‘acción de inaplicabilidad, denominación que ha logrado imponerse en la
práctica. A su vez, el sitio web del Tribunal Constitucional utiliza la expresión ‘requerimiento de inaplicabilidad’”.
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“el juez que cometa un acto de prevaricación debe ser condenado a la pena de
un año”. Este lenguaje legal puede ser traducido al lenguaje condicional del que
habla Atienza en los siguientes términos: “si se acredita que un juez cometió un
acto de prevaricación, debe ser condenado a la pena de un año”25. (ii) Antecedente condicional: que exista un juez que haya cometido un acto de prevaricación.
(iii) Consecuente: si existe el antecedente condicional, debe aplicarse la pena.
Esta lógica deóntica o lógica de las normas plantea el problema de si es posible afirmar como “verdadera” o “correcta” las conclusiones que se obtienen a
partir de este tipo de operaciones deductivas, o de las inducciones que se hacen
a través de los medios de prueba en el proceso26. Es un problema que echa sus
raíces en la filosofía del lenguaje, como lo expusiera, por ejemplo, John Searle
en su enunciado acerca de la “derivación del “debe” a partir del “es”27. Esta
operación de deducción o de subsunción lógica la efectúa el tribunal ordinario,
dentro de las competencias que orgánicamente le están dadas. El juez efectúa la
operación lógica de contrastar el presupuesto condicional del enunciado normativo con los supuestos de hecho que se han sometido a su conocimiento. Si los
hechos concretos son subsumibles, aplicará la ley y extraerá una determinada
conclusión también contenida en la ley. Este esquema corresponde evidentemente a una simplificación: por así decirlo, corresponde a la aplicación de la ley
a los “casos fáciles”; la filosofía del Derecho se ha interesado en elaborar varias
teorías para explicar la solución de los casos “difíciles” o de “textura abierta”
(aquellos en que parece no existir norma que resuelva el caso), entre las cuales
destaca la muy conocida polémica entre Herbert Hart y su “Concepto del
Derecho” y las críticas posteriores de Dworkin, y las complementaciones de
MacCormick28, o las teorías procesales recogidas por Manuel Serra29 respecto
del juicio jurisdiccional, como aplicación de un juicio valorativo, no ya lógico
ni de mera aplicación de la ley.
25 Atienza (2013), p. 171.
26 Atienza (2013), pp. 175-176: “es un problema complejo y no resuelto aún de manera satisfactoria (…) los
resultados que ha arrojado hasta ahora la lógica deóntica, en relación con el estudio de los razonamientos jurídicos,
son bastante modestos, entre otras cosas porque esa lógica (o esas lógicas: hay muchísimos sistemas de lógica deóntica)
se ha limitado, por regla general, a un único tipo de enunciado normativo (las reglas de acción) y ha dejado fuera
los principios, las reglas constitutivas, los enunciados de valor, etcétera”.
27 Cfr.
Searle (2009), pp. 178 y siguientes. También el interesante trabajo de Von Wright (1997).
28 Cfr.
Hart (1998); Dworkin (2012a y b); y MacCormick (2010).
29 Serra (2008), pp. 78-105.
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Aclarado entonces (o al menos intentado aclarar) en qué consiste la aplicación de la ley al caso concreto, corresponde revisar en qué consiste el control de
constitucionalidad propiamente tal respecto de la norma ya aplicada al caso30.
Como dice Núñez, lo que hace el Tribunal Constitucional es analizar si en un
caso determinado, la aplicación de una norma legal a los hechos pudiera generar efectos opuestos a la finalidad implícita de la Constitución31. Es, entonces un
examen finalista; y no podría ser de otro modo, si se trata de una consecuencia
eventual que la norma generará de aplicarse a los hechos del caso. El Tribunal
Constitucional no hace una subsunción o una deducción lógica en que concluya
que algo debe o no debe hacerse por ser correcto o incorrecto. Lo que hace es
ponderar la eventual aplicación de la norma legal con los fines pretendidos por la
Constitución: si los principios constitucionalmente garantizados se ven frustrados
en el caso concreto, la norma deberá ser inaplicada32.
La inaplicabilidad por inconstitucionalidad pretende acotar el catálogo de leyes
a las que puede recurrir el tribunal del fondo al resolver el caso, y quizás es esta la
principal falencia de nuestro modelo. Por lo general, los sistemas de Derecho no
obligan al juez del fondo a aplicar una norma u otra. El juez es por completo
30 Pica (2010), p. 365:“en un texto profusamente citado por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, el
profesor Lautaro Ríos sostiene, centrado, al igual que Núñez, en la doble relación del caso, que ‘la inaplicabilidad
cumple la función de impedir que la parte que la invoca en el caso concreto del que conoce un tribunal, se vea
afectada por un precepto legal cuya aplicación a ese caso particular resulte evidentemente contraria a la Constitución
y, especialmente, a los fines perseguidos por ésta’…”.
31 Núñez (2008), p. 127: “comparecen tres elementos de cotejo necesarios para su decisión; a saber: la norma
constitucional, el precepto legal cuya inaplicación se solicita y –lo más específicamente decisivo- el examen particular
acerca de si “en ese caso la aplicación del precepto cuestionado pudiera generar efectos opuestos a la finalidad
implícita de aquella”…Por eso, puede advertirse que hay preceptos legales que pueden estar en perfecta consonancia
con la carta fundamental y, no obstante ello, ser inaplicables a un caso particular, precisamente porque en la
particularidad de ese caso, la aplicación de una norma legal objetada es contraria a los efectos previstos por la
norma constitucional”. Kelsen (2009), p. 314, decía que era necesario confrontar dos elementos, el “hecho
concreto” con la Constitución: “el “hecho concreto”, que en la decisión acerca de la constitucionalidad de una ley
es subsumido bajo la norma constitucional, no es una norma –hecho concreto y norma son dos nociones diferentes–,
sino que es la producción de una norma”.
32 Atienza (2013), p. 184: “el esquema finalista es más abierto, deja más discrecionalidad al juez: como las
reglas de acción se orientan al pasado, en la premisa fáctica del razonamiento subsuntivo o clasificatorio se trata
de establecer simplemente que ha tenido lugar un hecho; pero las reglas de fin miran al futuro, de manera que
en el correspondiente esquema argumentativo hay una premisa que enuncia un juicio predictivo sobre lo que
ocurrirá o no ocurrirá en el futuro; y el futuro es más abierto y (en general) más complejo que el pasado. Por eso,
el esquema finalista juega un papel más bien excepcional en el razonamiento judicial, mientras que es central en
el razonamiento que efectúan los legisladores, los órganos de administración o los abogados, cuando aconsejan un
curso de acción a sus clientes”.
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Ignacio Ried Undurraga
soberano para aplicar una norma u otra, con la única limitante del principio de
inexcusabilidad: o sea, debe resolver el caso. El principio del iura novit curia (“el
tribunal conoce el Derecho”) tiene una larga tradición en nuestro Derecho, y
ha sido reconocido por reciente jurisprudencia33. El juez no está ligado por las
pretensiones jurídicas de las partes, sino sólo por los hechos acreditados en el
proceso. Entonces, lo que el Tribunal Constitucional hace es simplemente restringir un catálogo absolutamente abierto e indeterminado de normas a las que
puede acudir el juez, lo que es lo mismo que decir que no restringe nada. Este
problema ha sido entendido deficientemente como que el Tribunal Constitucional carecería de facultad de imperio y que “está provisto, ex profeso, de auctoritas
y no de potestas”34. Otros, ven en esta supuesta “desobediencia” de los tribunales
ordinarios una manifestación de “activismo judicial”35, o incluso una actitud de
“indiferencia” de la Corte Suprema respecto de lo que el Tribunal Constitucional
resuelve36. Creo que el problema no es ese, sino que (y aunque tuviera imperio)
33 En este sentido, Romero (2014), p. 27.
34 Gómez (2013), p. 62.
35 García y Verdugo (2013), p. 139, analizando algunos casos en que las Cortes de Apelaciones y la Corte
Suprema “desobedecieron” al Tribunal Constitucional, han dicho que: “los razonamientos judiciales analizados
fueron problemáticos, por cuanto cuestionan la autoridad del Tribunal Constitucional. El problema institucional se
traduce en que este Tribunal carece de mecanismos para hacer obligatorias sus sentencias para los jueces ordinarios,
lo que ha mermado su autoridad. Es la Corte Suprema, finalmente la encargada de velar porque las normas se
apliquen. Cuando esta Corte no da señales claras de estar obedeciendo al Tribunal Constitucional, y compite con él,
se abre un terreno fecundo para que tribunales inferiores a ella (como Cortes de Apelaciones) también desobedezcan
al Tribunal Constitucional”. Como se sostiene en el presente trabajo, no es que exista realmente una obligación
por parte de los tribunales ordinarios de “obedecer” al Tribunal Constitucional, sino sólo de no aplicar la
norma declarada inconstitucional en sus sentencias. Y eso es lo que han hecho las Cortes. Por lo mismo, las
acusaciones de activismo judicial, o de “pugna” entre Cortes me parecen equivocadas: los tribunales ordinarios no necesitan recurrir al “activismo” ni menos desobedecer a quien no deben obligación de obediencia.
Estos autores llegan a conclusiones apresuradas sobre la base de premisas que no son exactas. Dicen, p. 132
que, “nuestra cultura jurídica suele concordar en que el Tribunal Constitucional tiene el monopolio del control
de constitucionalidad de la ley, y que las Cortes tienen la obligación de seguir las sentencias de inaplicabilidad”,
lo que es correcto. Pero de ello no se puede concluir que los tribunales ordinarios tengan una obligación
de fallar como “parece indicar el Tribunal Constitucional que el caso debe fallarse”. Ojalá existiera claridad
en nuestro sistema al respecto, pero mientras no la haya, los fallos del Tribunal Constitucional no imponen
directriz alguna respecto a cómo debe fallarse el fondo, más allá de inaplicar una determinada norma.
36 Cfr. Viera (2012) y García Barzelatto (2013). Estos autores analizan el fallo del caso “Gómez Montoya”
(2012), en que la Corte Suprema rechazó un recurso de protección que previamente había sido acogido
por la Corte de Apelaciones de Valparaíso, en un caso en que el recurrente era un ministro de esa Corte, a
quien la Corporación Administrativa del Poder Judicial (CAPJ) negó el pago de un bono, aduciendo que
el recurrente había trabajado menos de seis meses en ese año, en razón de una enfermedad catastrófica. La
ley aplicable hacía obligatorio en pago de los bonos, aun cuando el funcionario hubiera trabajado menos de
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sus fallos no imponen ninguna vía obligatoria al juez del fondo. El juez del fondo cumple su cometido sólo si se abstiene de aplicar la norma proscrita por el
Tribunal Constitucional, pero puede aplicar cualquier otra. En el prólogo de la
obra de Gastón Gómez, Carlos Peña precisamente alude a Wittgenstein, en lo
referido a que “ningún curso de acción puede ser determinado por una regla, porque
cualquier curso de acción puede hacerse concordar con la regla”37. En este caso, el
juez ordinario puede hacer coincidir su curso de acción con la regla establecida
por el Tribunal Constitucional. Es interesante advertir que en el modelo chileno,
a diferencia del sistema español o italiano, el juez a quo no hace ningún juicio
de relevancia ex ante de la norma a inaplicar al caso concreto, por lo que todo
el proceso de inaplicabilidad se desarrolla (en la mayoría de los casos) sin su intervención. Esto podría explicar la indiferencia del Poder Judicial respecto de las
sentencias de inaplicabilidad38.
Por estas razones, me parece inoficiosa la polémica acerca de si el Tribunal
Constitucional y la Corte Suprema se inmiscuyen mutuamente en la aplicación
de la ley y en la decisión de la constitucionalidad de la aplicación de esa ley39.
seis meses en el año, sólo si la enfermedad era de carácter laboral, lo que no ocurrió en este caso. El Tribunal
Constitucional declaró inaplicable esa norma, en razón de su evidente arbitrariedad, pero la Corte Suprema
finalmente rechazó el recurso, aduciendo que cuando la CAPJ había aplicado la ley, ésta no había sido
declarada inaplicable, y que los fallos del Tribunal Constitucional no tenían efecto retroactivo. El fallo, de
redacción del ministro Pedro Pierry, fue profusamente criticado; así en García y Verdugo (2013), pp. 134136. Aunque excede con mucho el objeto de este trabajo, este fallo tan criticado tiene cierta lógica, de acuerdo
al defectuoso diseño institucional que he denunciado: la Corte Suprema parece haber estimado que lo que
realmente se juzgaba no era la aplicación de la norma en el recurso de protección, sino su aplicación anterior
por parte de la CAPJ, o sea, la legalidad de una resolución administrativa.
37 Gómez (2013), p. 5, en referencia a Wittgenstein (2012), p. 203: “201. Nuestra paradoja era ésta: una
regla no podía determinar ningún curso de acción porque todo curso de acción puede hacerse concordar con la
regla. La respuesta era: Si todo puede hacerse concordar con la regla, entonces también puede hacerse discordar.
De donde no habría ni concordancia ni desacuerdo”.
38 En este sentido, Paredes (2012), p. 298.
39 Aplicar la ley a los hechos del caso y decidir acerca de la constitucionalidad de esa aplicación son, por lo
tanto, operaciones estrechamente vinculadas. Este estrecho vínculo es el que posiblemente explica muchas
de las confusiones que se generan en la doctrina respecto de la supuesta pugna entre la Corte Suprema y el
Tribunal Constitucional. Silva (2012a), p. 604, dice que: “Jorge Correa admite la dificultad de precisar si el
efecto contrario a la Constitución lo produce una determinada interpretación legal o una decisión judicial que lo
aplica. Y la razón de esta dificultad “se deriva de que precisamente las normas sólo pueden producir un efecto en
los casos a través de los jueces. El efecto contrario a la Carta en un caso no lo puede producir la norma sino a través
del juez que la aplica”. Pero luego el mismo Correa reprocha que se infiera de esto que la inaplicabilidad es un
medio de impugnación de resoluciones judiciales. Ofrece como explicación lo siguiente: “decenas de requerimientos
de inaplicabilidad han sido rechazados o declarados inadmisibles precisamente por impugnar la constitucionalidad
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Que la vulneración a la Constitución tenga lugar en la aplicación o interpretación
prospectiva de la norma a los hechos, o si ello ocurre en la sentencia misma, da
igual en un sistema en que la última sentencia la declarará el tribunal ordinario, y
no el Tribunal Constitucional. El Tribunal Constitucional no controla la constitucionalidad de las sentencias. Ciertamente su labor es inseparable de la aplicación
de la ley al caso, pero a partir de la reforma de 2005 la atención hay que ponerla
no en lo que el Tribunal Constitucional hace, sino en qué momento despliega su
poder. El Tribunal Constitucional entiende que su labor no es impugnar resoluciones judiciales. El Tribunal Constitucional está en perfecta conciencia que no
tiene la última palabra en el caso.
V. La procedencia del recurso de protección
en contra de sentencias judiciales
He sostenido en este trabajo que (i) la inaplicabilidad por inconstitucionalidad no es realmente un recurso procesal; (ii) que sólo produce un efecto ex ante
respecto de futuras y eventuales decisiones judiciales que se pronuncien en el
proceso; (iii) que aun acogiéndose la inaplicabilidad, el tribunal ordinario goza
de plena libertad para arribar a una solución igual de arbitraria que la que se
pretendía evitar; (iv) que sus sentencias no son obligatorias precisamente porque
no tienen por objeto anular las decisiones de los tribunales ordinarios, y que en
fin, (v) en los casi diez años de funcionamiento, sus resultados como “guardián
de la Constitución” (al menos en lo referido al ius litigatoris) han sido más que
modestos.
La pregunta que hay que hacerse es si existe algún remedio para esta situación.
Es decir, si existe alguna forma de controlar ex post la constitucionalidad de las
decisiones judiciales. La respuesta a esta pregunta es la siguiente: efectivamente
existe en nuestro ordenamiento una poderosa herramienta que permite resguardar
los derechos fundamentalmente garantizados de sus ciudadanos, y esa herramienta
es el recurso de protección. Esta idea, sin duda polémica y controvertida (y sobre
todo, resistida por el Poder Judicial) no es original ni nueva, y tuvo cierto auge
de lo resuelto por los jueces de instancia y no preceptos legales”. Esta explicación no es satisfactoria, porque el número
de sentencias por sí solo no explica nada. No niego la existencia de esas sentencias, pero niego que ellas demuestren
lo que Correa pretende. Si realmente el enjuiciamiento constitucional del precepto legal no puede separarse de
su aplicación judicial, como antes afirmó, ¿cómo puede ser que la impugnación de un precepto se separe de la
impugnación de la resolución que lo aplica?”.
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en los comienzos de la década de 1990. Sin embargo, su implementación resulta
hoy imperiosa para llenar el sensible vacío que la reforma de 2005 dejó respecto
del control último de sentencias civiles que vulneren gravemente las garantías
fundamentales.
Lo primero que hay que decir es que no existe argumento de texto, como
tampoco en la historia de la Constitución de 1980, que permita sustentar a priori
que el recurso de protección no es una vía idónea para impugnar una sentencia
judicial. En este sentido, no es posible privar al recurso de protección de su dimensión plenamente recursiva e impugnatoria de sentencias judiciales. Es decir,
como un recurso procesal más. Sin embargo, es imprescindible reconocer que la
doctrina mayoritaria, lo mismo que la jurisprudencia, niegan la procedencia del
recurso de protección respecto de fallos civiles o arbitrales”40. Sin perjuicio de esas
opiniones que debo reconocer mayoritarias, en general, el recurso de protección
es concebido en nuestro ordenamiento como una “acción cautelar” para asegurar
la protección del afectado”41. Como cautelar de carácter general, Waldo Ortúzar
ha sostenido en un interesante trabajo del año 1994 que: “El recurso de protección
contra resoluciones judiciales es procedente de conformidad con lo que dispone el artículo
20 de la Constitución Política de la República, cuyo sentido es claro, pues no distingue
acerca de las personas u órganos que ejecuten los actos u omisiones arbitrarias o ilega-
40 Por todos, Mosquera y Maturana (2010), p. 417; Romero (2004), p. 61, aunque este último tiene una
visión ligeramente crítica de la situación actual; Pica (2010), p. 354. Este autor tiene una visión expansiva
u optimista acerca del alcance de la inaplicabilidad, que en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional
cuesta encontrar. Dice este autor, p. 356, que: “estas ideas llevan necesariamente a constatar que en el sistema
chileno ya “no sólo el producto de la actividad del legislador estará sujeto a control de constitucionalidad, sino
que también las resoluciones de los jueces y magistrados”, en la medida que la única forma posible de aplicación
de un precepto legal a un caso concreto de resolver ante un tribunal ordinario o especial es la dictación de
resoluciones judiciales a su amparo, interpretando el precepto y subsumiendo en él los hechos litigiosos, para,
mediante dichas resoluciones judiciales, producir un determinado resultado que se traduce en resolver la gestión
de determinada forma, lo que, si produce un resultado contrario a la Constitución será declarado inconstitucional
de manera preventiva, antes de que ello ocurra, en sede de inaplicabilidad, o bien, si ya se produjo, en ciertos
casos la sentencia de inaplicabilidad operará como “amparo imperfecto o cuasiamparo”. Como se ha sostenido
en esta investigación, la inaplicabilidad a cargo del Tribunal Constitucional parece estar muy lejos de ser
un efectivo amparo constitucional, reduciéndose a un mero control ex ante sobre la eventual aplicación
de leyes a un caso concreto.
41 Mosquera y Maturana (2010), p. 408. En el mismo sentido, Marín (2014), pp. 95 y ss. En contra,
Romero (2014), p. 170, quien no comparte esta supuesta naturaleza cautelar, “puesto que la pretensión de
todo recurrente al intentar esta vía es obtener alguna de las tres formas clásicas de protección jurídica, esto es, la
condena, la declaración o la constitución de un nuevo estado jurídico”.
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les42”, aludiendo a un argumento histórico: “Cuando se discutió en la Comisión de
Estudio de la Nueva Constitución la naturaleza y efectos del Recurso de Protección,
se admitió la idea de hacerlo procedente aún en caso de ser interpuesto para obtener
la reparación de un menoscabo, agravio o daño causado a alguna persona, inferido
por alguna resolución judicial”43. En el mismo sentido, Eduardo Soto-Kloss ha
dicho que el recurso de protección “tiene lugar en los casos en que sea este remedio
constitucional una solución rápida y eficaz allí donde la vía ordinaria conduzca a
una denegación o dilación de justicia o a algún agravio irreparable”.44 El artículo
20 de la Constitución en su inciso primero dispone que la Corte, “adoptará de
inmediato las providencias que juzgue necesarias para restablecer el imperio del
derecho y asegurar la debida protección del afectado”. Al respecto se interroga
Ortúzar:“¿Se compadece esa urgencia en el caso de agravio constitucional con la
negativa a conocer de la acción de protección porque el autor del agravio es un
juez y lo cometió en una resolución judicial? ¿Se puede afirmar a priori que el
agraviado, que dice amagada una garantía constitucional y el acto mismo denunciado
se encuentran bajo el imperio del derecho, por la circunstancia que dicho acto tuvo
lugar en un proceso judicial? Debe responderse negativamente puesto que los recursos
jurisdiccionales y disciplinarios no tienen la rapidez y la urgencia que la Constitución
exige para sustanciar los efectos propios de la acción de protección”.
A propósito de las sentencias civiles emanadas de tribunales arbitrales, Patricio
Aylwin en su célebre obra sobre este tema ha dicho, citando una jurisprudencia,
que: “el hecho de que las partes sometan un determinado asunto o contrato a la interpretación, conocimiento y resolución de un tribunal arbitral “no obsta a la competencia que la Constitución ha conferido a las Cortes de Apelaciones para conocer del
recurso de protección, que tiene por objeto conocer de manera urgente y excepcional
de las violaciones a derechos fundamentales, amagados por una acción u omisión
arbitraria o ilegal ”45. Cita este autor una jurisprudencia del año 1990 que acogió
un recurso de protección respecto de una medida precautoria decretada por un
42 Ortúzar (1994), p. 8.
43 Ortúzar (1994), p. 6, citando las Actas Oficiales de la Comisión Constituyente, sesión 214, de 25 de
mayo de 1976, la intervención del Presidente de la Comisión Constitucional, don Enrique Ortúzar Escobar:
“Del mismo modo, un juez que sin que se haya incoado un proceso, donde naturalmente pueden tener lugar los
recursos que la ley establece, lisa y llanamente atente contra el derecho de propiedad dictando una resolución abusiva,
violando el domicilio de un ciudadano cualquiera. ¿Por qué no va a poder ejercerse este recurso?”.
44 Soto-Kloss (1982), pp. 252-253.
45 Aylwin (2009), p. 464.
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árbitro que gravaba los bienes de los socios, que no eran parte de un arbitraje
entre sociedades, por estimarse violentada la igualdad ante la ley de un tercero
que no pudo defenderse en juicio como sí pudieron hacerlo las partes46. Emilio
Pfeffer, aunque no reconoce explícitamente la procedencia de la protección respecto de vulneraciones ocurridas en la sentencia misma, ha dicho que, “debe ser
corregida directamente por los tribunales del fondo y no por la vía de la declaración
de inaplicabilidad del precepto legal 47”. Este autor ha sido enfático en afirmar que
“en Chile la acción de inaplicabilidad no fue concebida para dar origen a un proceso
de amparo directo de derechos fundamentales”48, dejando abierta la vía a explorar
otras opciones como la que se propone en este trabajo. Por lo demás, la idea de
que exista un control constitucional de las sentencias civiles no es controvertida
en el derecho comparado, como sucede en Alemania49, España50, o Colombia51
46 Aylwin (2009), pp. 464-465, citando un fallo de la Corte de Apelaciones de Santiago: “la resolución de un
juez árbitro arbitrador que decreta medidas precautorias sobre bienes personales de los socios de una sociedad bajo
su jurisdicción arbitral excede manifiestamente el ámbito de su competencia, afectando de modo ilegal y arbitrario
el derecho de propiedad de dichos socios, reconocidos por la Constitución, desde que éstos son jurídicamente ajenos
al arbitraje. Atenta contra el derecho a la igualdad (art. 19 Nº 2 de la Constitución) la resolución de un juez
árbitro que afecta a terceros ajenos a su jurisdicción arbitral, puesto que éstos quedan en situación desmedrada
para actuar procesalmente y defender con expedición y en términos igualitarios sus derechos dentro del propio juicio
de compromiso, dado que son extraños a ese procedimiento”.
47 Pfeffer (2011), p. 210.
48 Pfeffer (2011), p. 206.
49 La Constitución de la República Federal Alemana en su parágrafo 90, apartado 1 dispone que: “cualquiera
que afirme encontrarse lesionado por el poder público en alguno de sus derechos fundamentales o en alguno de los
derechos contemplados en el artículo 20, apartado 4, y artículos 33, 38, 101, 103 y 104 de la Ley Fundamental,
puede interponer el recurso de amparo constitucional ante el Tribunal Constitucional Federal”. Acerca del amparo
en el derecho alemán, ver el trabajo de Von Münch (1979).
50 Cfr. Fernández (2005), p. 3. El artículo 44 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional español
dispone lo siguiente: “Las violaciones de los derechos y libertades susceptibles de amparo constitucional, que
tuvieran su origen inmediato y directo en un acto u omisión de un órgano judicial, podrán dar lugar a este recurso
siempre que se cumplan los requisitos siguientes: a) Que se hayan agotado todos los medios de impugnación previstos
por las normas procesales para el caso concreto dentro de la vía judicial. b) Que la violación del derecho o libertad
sea imputable de modo inmediato y directo a una acción u omisión del órgano judicial con independencia de los
hechos que dieron lugar al proceso en que aquellas se produjeron, acerca de los que, en ningún caso, entrará a
conocer el Tribunal Constitucional. c) Que se haya denunciado formalmente en el proceso, si hubo oportunidad,
la vulneración del derecho constitucional tan pronto como, una vez conocida, hubiera lugar para ello. El plazo
para interponer el recurso de amparo será de 30 días, a partir de la notificación de la resolución recaída en el
proceso judicial”.
51 El
artículo 86 de la Constitución de Colombia dispone que: “toda persona tendrá acción de tutela para
reclamar ante los jueces, en todo momento y lugar, mediante un procedimiento preferente y sumario, por sí misma o
por quien actúa a su nombre, la protección inmediata de sus derechos constitucionales fundamentales, cuando quiera
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y Perú52 para dar ejemplos más cercanos. La situación del derecho chileno es hoy
ciertamente minoritaria, y hasta cierto punto paradójica.
VI. Las objeciones doctrinarias y jurisprudenciales respecto
de la procedencia del recurso de protección en contra
de sentencias judiciales
Existen varios “tabús” difíciles de derribar para admitir la procedencia del
recurso de protección respecto de sentencias judiciales, y que explica la escasa
acogida que ha tenido esta acción de protección en los últimos veinte años por
parte de la Corte Suprema, cuando se ha intentado impugnar una decisión judicial.
Esta intuición contraria a admitir el recurso de protección como un verdadero
recurso procesal se apoya en algunos argumentos, que paso a exponer y refutar.
1. La objeción orgánica o política, y la falta de legitimidad
democrática del Poder Judicial
Se trata del desplazamiento del rol de “guardián de la Constitución” desde
el Tribunal Constitucional –que no depende del Poder Judicial– a los tribunales
ordinarios, en particular, a la Corte Suprema, que revisa por la vía de apelación
las sentencias de protección. ¿Es éste un problema real? En realidad, sucede que
son los tribunales ordinarios –varios de ellos inferiores– los que controlan la
constitucionalidad de gran cantidad de actos y sentencias. El Tribunal Constitucional está circunscrito a revisar la constitucionalidad de ciertas normas,
en un control supuestamente concreto, pero que hemos visto no surte efectos
que éstos resulten vulnerados o amenazados por la acción u omisión de cualquier autoridad pública”, incluyéndose
dentro de estas últimas las resoluciones judiciales. Respecto del amplísimo rango de acción de la tutela en el
derecho de Colombia, ver el trabajo de Carrera (2011). Un análisis muy acabado de la jurisprudencia de la
Corte Constitucional colombiana se encuentra en el conocido trabajo de López Medina (2008).
52 El artículo 200 de la Constitución de Perú dispone que: “son garantías constitucionales: (…) 2. La Acción
de Amparo, que procede contra el hecho u omisión, por parte de cualquier autoridad, funcionario o persona, que
vulnera o amenaza los demás derechos reconocidos por la Constitución, con excepción de los señalados en el inciso
siguiente. No procede contra normas legales ni contra resoluciones judiciales emanadas de procedimiento regular”.
Al respecto, ha dicho Trujillo (2003), pp. 271-272 que, “es la propia Constitución la que nos pone el primer
límite al cuestionamiento de una resolución judicial, y con ello un requisito especial de procedencia de una Acción
de Amparo contra una resolución judicial. Así pues tenemos que para poder hacer uso de este instrumento de
protección constitucional contra una Resolución Judicial debemos encontrarnos frente a un proceso irregular”. En
el mismo sentido, el art. 6º de la ley Nº 23.506 dispone que no proceden las acciones de garantía “contra
resolución judicial emanada de un procedimiento regular”.
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en el proceso en buena parte de los casos. Por tanto, no puede hablarse de un
real desplazamiento. El “nuevo” Tribunal Constitucional “nació” desplazado,
fruto de un diseño institucional inadecuado. Quien tiene el verdadero poder
de controlar la Constitución parece ser (y siempre ha sido) el Poder Judicial.
Como acota Rodrigo Pica: “nuestro sistema tiene un Tribunal Constitucional
sin potestades de amparo, que queda entregado sólo a los tribunales ordinarios”53,
y “hoy los Tribunales Constitucionales no son principalmente garantes de la
Constitución contra el legislador, sino más bien se erigen como intérpretes de la
Constitución”54. Desde 2005 a la fecha, se ha generado el curioso fenómeno de
recurrir de protección ante la justicia ordinaria, solicitando en ese proceso, de
eminente carácter cautelar, la inaplicabilidad de alguna norma ante el Tribunal
Constitucional. Por tanto, los roles de ambas judicaturas parecen en realidad
complementarse55.
Esta situación nos enfrenta a un nuevo problema acerca de la legitimidad
democrática del Poder Judicial como “la última palabra” respecto de la interpretación de la Constitución. El reproche acerca del “déficit democrático” del
Poder Judicial para resolver asuntos constitucionales no es nuevo, y en todo
caso, alcanza también al Tribunal Constitucional, cuyos integrantes tampoco
son elegidos mediante votación popular. Obviamente será siempre mejor que
exista un tribunal especial, ajeno al Poder Judicial, pero eso no significa que a
falta de éste no puedan los jueces ordinarios desplegar esta labor. El Poder Judicial tiene tan poca (o tanta) legitimidad democrática como la tiene el Tribunal
Constitucional, y decir que por eso se convierte el control constitucional en un
“puro acto de deliberación política” es ignorar el carácter técnico y científico que
sin duda tiene la labor jurisdiccional, para lo cual es bueno recordar la réplica
de Hans Kelsen a Carl Schmitt acerca de la misma objeción (en ese entonces,
Schmitt pretendía concentrar el control constitucional en el Poder Ejecutivo
bajo el argumento que se trataba de una labor eminentemente política)56. Detrás
de esta crítica está la idea de que el supremo intérprete de la Constitución debe
53 Pica (2010), p. 332.
54 Pica (2010), p. 349.
55 Así,
ocurrió, entre muchos otros casos, respecto del caso del “matrimonio homosexual”, en que una
pareja del mismo sexo solicitó la celebración de un matrimonio ante el Registro Civil, lo que fue denegado,
presentando posteriormente un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Santiago, en que se
solicitó la inaplicación de las normas civiles referidas al matrimonio. Cfr. Silva (2012b).
56 Kelsen (2009), pp. 365 y 366.
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291
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ser el pueblo, a través de sus representantes democráticamente elegidos, los que,
en ejercicio de su mandato, deberán efectuar las modificaciones legales, dictar
nuevas leyes o derogar las existentes, que permitan mantener el sistema legal
en armonía con la carta fundamental. El Poder Judicial, cuyos miembros no
representan a nadie, y a quien nadie controla, no estaría legitimado para dictar
“leyes particulares” que sentaran el verdadero sentido y alcance de la Constitución” para cada caso. Críticas similarmente fundadas se han hecho también a la
creciente tendencia del “constitucionalismo” de los fallos, que para algunos es
una forma de “activismo judicial”57, o derechamente una intromisión impropia
en materias que son de competencia del poder legislativo58.
Estas críticas pueden ser respondidas con varios argumentos. En primer
lugar, los miembros del Poder Judicial, sobre todo de las Cortes superiores (lo
mismo que los del Tribunal Constitucional) son designados por el poder político,
democráticamente elegido, interviniendo tanto el Ejecutivo como el Congreso.
El propio Poder Judicial y el Tribunal Constitucional son instituciones creadas
en forma democrática, y de todas formas, sustentadas como válidas por buena
parte de las democracias occidentales, más allá de la buena o mala opinión que
podamos tener de ellas. Pero más allá de la legitimidad democrática de estos
tribunales, adhiero en este punto a la idea de Dworkin de que los derechos fundamentales de la minoría estarán siempre mejor resguardados ante un órgano que
no depende de forma tan intensa de las mayorías electorales, como es el Poder
Ejecutivo y Legislativo; esto, si nos “tomamos los derechos en serio” como dice
este autor. Al mismo resultado arribó Kelsen en su momento, aunque apoyado
en argumentos diferentes (contrapeso al poder del Estado). Son, evidentemente, ideas garantistas, de fuerte énfasis en la defensa de los derechos y garantías
individuales por encima de los proyectos colectivos y las políticas estatales de
apoyo mayoritario en la ciudadanía. Es el último resguardo del ciudadano59.
Por lo demás, como acota Atienza, el Poder Legislativo argumenta y decide
57 García y Verdugo (2013), pp. 37 y 38, acerca del “activismo judicial” han dicho que, “hay más razones
para pensar que los jueces son menos democráticos que los representantes electos…”.
58 En este sentido, García y Verdugo (2010), p. 420: “el Tribunal Constitucional chileno ha cobrado especial
relevancia en el último tiempo gracias a la dictación de polémicos fallos de trascendencia para el juego político.
De esta manera, observamos que un órgano de naturaleza jurisdiccional resuelve asuntos fundamentales de la
deliberación colectiva”.
59 Al respecto, Silva (2010), p. 484, ha dicho que: “la Constitución es una norma autosuficiente, aplicable no
sólo con independencia de la ley, sino incluso contra la misma ley”.
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El Recurso de Protección como control de constitucionalidad de las resoluciones...
de acuerdo a criterios finalistas (lo que debe hacerse en el futuro, las políticas
públicas) más que ponderar una situación pasada, y subsumirla a alguna norma o principio. En este sentido, Lovera y Ugarte han dicho “el foro de la razón
–las cortes– se impone al de las pasiones –la política– operando bajo una serie de
circunstancias que restringen su discrecionalidad (la historia y la integridad en la
interpretación), cuestión que les permite ser fieles a los principios fundamentales de
la comunidad”60. A propósito de la aplicación de principios constitucionales
“abiertos” por parte de los tribunales –y no de normas emanadas del legislador
democráticamente elegido– Robert Alexy señala que, “el concepto de derecho
no positivista niega carácter jurídico sólo en casos de extrema injusticia”61, que
es precisamente lo que se propone en este trabajo, como quedará claro en los
casos jurisprudenciales citados.
2. Supuesta contravención al principio
de inavocabilidad judicial
Dispone el art. 8º del Código Orgánico de Tribunales: “ningún tribunal puede
avocarse el conocimiento de causas o negocios pendientes ante otro tribunal, a menos
que la ley confiera expresamente esta facultad” 62. Esta objeción es más aparente que
real, ya que efectivamente el art. 20 de la Constitución Política (ley suprema de la
Nación) admite la intrusión de las Cortes de Apelaciones en asuntos pendientes,
incluidos por cierto los procesos judiciales. Por lo demás, es esto precisamente lo
60 Lovera y Ugarte (2010), p. 406. Los mismos autores han dicho, en su trabajo referido a la distinción
de reglas y principios en el marco de la justicia constitucional, p. 398: “la cercanía de esta discusión con
la relativa a la (i)legitimidad de la revisión judicial de la legislación es evidente. Si los jueces pueden definir
cuáles son esos principios –en caso que no se nos aparezcan a la vista– o si son ellos quienes los interpretan con
carácter definitivo –cuando están contenidos en la Constitución– entonces la revisión judicial de legislación
sólo busca que la producción normativa de nuestro Congreso respete esos principios que otorgan consistencia a
nuestra práctica constitucional (en el primer caso), o que nosotros mismos hemos pre-comprometido a respetar
(en el segundo). Pero si usted no cree que el derecho se configure sobre la base de reglas más principios –al menos
no cuando sólo los jueces puedan identificarlos y definirlos– entonces para usted la justicia constitucional echa
por la borda las promesas de auto gobierno para concentrar el poder de los jueces. Funcionarios públicos, es
cierto, pero que nadie ha elegido”.
61 Alexy (2013), p. 61.
62 Ortúzar (1994), p. 6.; Salas (1990), p. 96, citando el fallo de 6 de julio de 1990, rol Nº 7838 de la
Corte de Apelaciones de Concepción, señala que: “sostener lo contrario significaría transformarlo en un recurso
subsidiario o supletorio de los ordinarios y extraordinarios que la ley ha establecido para la regular, expedita y
correcta administración de justicia, dando lugar a un paralelismo inaceptable, que incluso atentaría contra la base
fundamental de la inavocabilidad que contempla el artículo 8º del Código Orgánico de Tribunales”.
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Ignacio Ried Undurraga
que hace hoy en día el Tribunal Constitucional a través del recurso de inaplicabilidad. Por lo demás, es inherente a todo control de constitucionalidad el avocarse
a revisar sentencias ajenas, sea directamente, sea a través del control normativo
indirecto de la inaplicabilidad.
3. El argumento del imperio del Derecho
Una tercera objeción, de gran recurrencia en nuestros fallos, dice relación
con el argumento de que “toda sentencia emanada de un tribunal competente en
un proceso legalmente tramitado no puede ser injusta, ilegal ni arbitraria”. Este
argumento, conocido como el del “imperio del derecho” es fácilmente rebatible.
Evidentemente que no es lo mismo un “proceso” que un “debido proceso”, y
no se requiere gran esfuerzo para imaginar hipótesis en que un tribunal puede
pronunciar una sentencia que sea abiertamente inconstitucional, como los casos
que se citan en este trabajo. La legislación peruana antes citada, hace procedente
el amparo respecto de sentencias, precisamente cuando éstas no han emanado de
un proceso “regular”. La profesora peruana Mariella Trujillo entrega una pauta
acerca de los procesos irregulares: “(i) la ausencia notoria de notificación judicial
al emplazado en un proceso ordinario es a todas luces, a decir de la jurisprudencia
nacional, una violación al derecho de tutela judicial efectiva (…) (ii) la tramitación
de un proceso judicial ante una autoridad judicial incompetente en razón de materia
o función”63.
4. La contravención a la cosa juzgada
Una cuarta objeción se refiere a la posible vulneración al principio de la
cosa juzgada, entendiendo que la sentencia de protección no podría alterar
63 Trujillo
(2003), p. 275. Este argumento del “imperio del derecho” es muy recurrido en la doctrina y
jurisprudencia. Así, Salas (1990), p. 94, para desestimar la procedencia del recurso de protección respecto
de sentencias judiciales ha dicho que: “corroboraría este juicio la circunstancia de que las resoluciones judiciales
se pronuncian, naturalmente, en el curso del desarrollo del proceso, instrumento que de por sí coloca dentro del
imperio del derecho la materia respecto de la que incide el reclamo, cumpliéndose en esta manera la finalidad del
recurso: restablecer el imperio del derecho”. En la reciente sentencia del caso “Inmobiliaria Frontera” (2014), la
Corte de Apelaciones de Valdivia resolvió rechazar la protección solicitada, “al emanar los actos recurridos de
una resolución judicial dictada por una sala de la Corte de Apelaciones de Temuco, dentro de su competencia y en
ejercicio de las facultades que el legislador expresamente le confiere para el conocimiento del recurso de apelación
en materia civil, máxime si consta que previo a su dictación el actor pudo ejercer plenamente su derecho a defensa,
impugnando la resolución de primer grado, e incluso, deduciendo paralelo a esta acción un recurso de queja en
contra de la misma resolución, el cual fue declarado inadmisible por la Excma. Corte Suprema…”.
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El Recurso de Protección como control de constitucionalidad de las resoluciones...
lo ya resuelto por la resolución que se estima vulneratoria de derechos.64. El
argumento me parece poco atendible por lo siguiente. Primero, porque la
interposición del recurso de protección está acotada en el tiempo, y sólo sería
admisible en este caso durante los treinta días siguientes a la notificación de
la sentencia agraviante. Si se le compara con la inaplicabilidad, que puede
ejercerse en cualquier momento del proceso, mientras exista una “gestión
pendiente”, sin duda que la protección ofrece mayores certezas. Por lo demás,
la cosa juzgada está constantemente puesta a prueba a través del sistema de
recursos procesales, que pueden dejar sin efecto lo resuelto. Incluso a través
del recurso de revisión se pueden revocar sentencias firmes y ejecutoriadas. De
cualquier forma, la garantía de seguridad jurídica que se vería amagada por la
protección, se sacrificaría por evitar o remediar una vulneración constitucional
que se estima como más importante. Además, debe tenerse en cuenta que en
buena parte de los casos que se analizan en el capítulo siguiente precisamente
lo que se denuncia es la inoponibilidad de una sentencia por parte de un tercero
ajeno al proceso, sobre la base del efecto relativo de las sentencias que consagra
el artículo 3º del Código Civil. Obviamente que una sentencia inoponible no
produce cosa juzgada, por lo que esgrimir ese argumento es incurrir en una
petición de principio o circularidad.
5. Los argumentos formalistas
Finalmente, está el argumento que denomino “formalista”. Ha dicho el
mismo Salas que el recurso de protección es “extraño a la ritualidad” de nuestro
proceso, y que iría en contra de los principios del procedimiento chileno, que
es “riguroso y formal”, que “contempla cuidadosamente las etapas del desarrollo
de los juicios y lo medios para que durante su curso las partes formulen y prueben
64 Salas (1990), p. 100, en referencia a la sentencia de 7 de septiembre de 1990, rol 7927 de la Corte de
Apelaciones de Concepción. Este autor aboga por la consagración a nivel constitucional del principio de
cosa juzgada, el que al estar sólo reconocido a nivel legal, cedería frente a las facultades del Poder Judicial
de revisar una sentencia por la vía de la protección, como autoriza el art. 20 de la Constitución. A mi
entender, tanto el principio de cosa juzgada –como su homólogo penal de non bis in idem– se desprenden
de forma inequívoca de la garantía del debido proceso del art. 19 Nº 3 de la Constitución; o incluso para
autores como Serra (2008), pp. 52-53, es lo que define a la función jurisdiccional, por oposición a la
función administradora del Estado, cuya función también es emitir decisiones (pero que no gozan de cosa
juzgada). Pero la cosa juzgada no es un principio absoluto, como hemos revisado, y debe ser ponderado con
otros valores que pueden ser de mayor relevancia, como es el derecho a defensa de los terceros a quienes
afecta el fallo impugnado.
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los fundamentos de sus pretensiones y defensas”, que se trata de un “esquema claro
y preciso”, que el recurso de protección “constituye una perturbación que altera
y molesta” 65. Creo que esta objeción está ya largamente superada desde que se
admitió en nuestro derecho la inaplicabilidad por inconstitucionalidad, que
produciría las mismas alteraciones denunciadas. En todo caso, y al igual que
dije respecto de la seguridad jurídica de la cosa juzgada, la ritualidad del proceso parece como un valor que perfectamente puede ser sacrificado en aras de
proteger los derechos fundamentalmente garantizados de una parte que ha sido
víctima de una sentencia ilegal o arbitraria.
VII. El recurso de protección como control constitucional de
vulneraciones graves cometidas en una sentencia judicial, en ejercicio
de las facultades conservadoras del
Poder Judicial
Lo que propongo en este trabajo, a la luz de la jurisprudencia que se analiza
en el capítulo siguiente, es abrir la posibilidad de que nuestras Cortes de Apelaciones, y en definitiva, la Corte Suprema, revisen la constitucionalidad de las
sentencias judiciales civiles, y dejen sin efecto aquéllas en que se han vulnerado
en forma grave y notoria las garantías fundamentales de alguna persona. Es este
el sentido y alcance que le han dado algunos fallos que han acogido acciones
de protección. No es abrir una puerta a una tercera o cuarta instancia, sino
simplemente establecer un “dique mínimo” que sirva de freno para ciertas arbitrariedades especialmente graves que pueden cometerse en el proceso civil.
Como se verá, una de las más patentes es el pronunciamiento de sentencias y la
tramitación de procesos en ausencia de alguno de los involucrados o afectados
por la misma.
La función del recurso de protección es cautelar las garantías fundamentales
de los ciudadanos, y como he argumentado, no existen razones atendibles que
permitan dejar al ciudadano desprotegido cuando es parte en un proceso civil.
Los tribunales de justicia –sean parte del Poder Judicial, o bien el Tribunal
Constitucional– están llamados a ejercer su poder/deber de jurisdicción, conjuntamente con las facultades conservadoras y nomofilácticas. Pero la primera
no es separable de la segunda, al menos no debiera serlo si nos tomamos los
derechos de las personas en serio y reconocemos la garantía de la tutela judicial
65 Salas (1990), pp. 95 y 96.
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efectiva respecto de todos, y se le da preponderancia al ius litigatoris, y no sólo
al ius constitutionis66. Las facultades conservadoras, consagradas en el art. 3º
del Código Orgánico de Tribunales, entendidas como la debida protección de
las leyes, la Constitución y las garantías fundamentales en todas las actuaciones
jurisdiccionales, están íntimamente emparentadas con el control de constitucionalidad de las leyes67. El recurso de protección en su dimensión “cautelar”
no es incompatible con la dimensión “conservadora”. Podría pensarse que
por su naturaleza, el recurso de protección está llamado a una ponderación
rápida y somera de los antecedentes que el recurrente le allegue a la Corte
respectiva, en orden a obtener un remedio también pronto a una vulneración
de sus derechos. Esta dimensión cautelar, podría verse como contradictoria
a un control constitucional de una sentencia judicial, o bien al ejercicio de
estas facultades conservadoras. Incluso, si admitimos que es el Poder Judicial
el supremo guardián de la Constitución, el recurso de protección –y no la
inaplicabilidad– sería una herramienta que por su urgencia sería inadecuada
para ese objetivo, máxime si se intenta una interpretación uniforme de los
preceptos constitucionales (y resguardar la igualdad ante la ley). En realidad,
esta contradicción no es tal. Si el recurso de protección se reserva –como cierta
jurisprudencia lo ha hecho– a revisar aquellas violaciones de derechos graves y
notorias ocurridas en el proceso o con ocasión de la dictación de una sentencia,
parece claro que se cumplirá satisfactoriamente con ambos objetivos, tanto la
cautela como el control constitucional. No creo que el recurso de protección
deba emplearse para solucionar grandes conflictos de derechos o antinomias
subyacentes a un conflicto jurisdiccional. Mi propuesta es más acotada, y sólo
para aquellos casos en que no exista otra solución eficaz para la arbitrariedad
cometida. En todos los casos en que se requiera una análisis reposado de los
antecedentes, existirán los recursos ordinarios, o bien la propia inaplicabilidad
ante el Tribunal Constitucional.
66 Bordalí (2007), p. 532, ha dicho que: “si se ha de crear un recurso procesal en manos del Tribunal
Constitucional chileno a fin de contribuir a la mayor unidad en la interpretación jurisdiccional de la Constitución
y de los derechos fundamentales, creo que debe ser concebido en términos claramente casacionales puros, es decir,
como tutela del ius constitutionis y no del ius litigatoris. Esto quiere decir que la solución del caso concreto en
materia de tutela de derechos fundamentales deben darla los tribunales de la judicatura ordinaria. El Tribunal
Constitucional no debería revisar esa actuación, salvo que afectara su doctrina o jurisprudencia en materia
de derechos fundamentales”.
67 Cfr.
Ortúzar (1994), p. 10.
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Nuestra Constitución proclama que, “el Estado está al servicio de la persona
humana”. Un poder del Estado, como es el Poder Judicial, o como es el Tribunal
Constitucional, no pueden abocarse al control constitucional en forma aséptica,
de espaldas a la comunidad, abusando del formalismo y pretendiendo limitar
sus facultades conservadoras a inaplicar ciertos preceptos legales a un caso concreto, desentendiéndose del resultado del juicio. Lamentablemente el modelo
de Tribunal Constitucional vigente a partir de la reforma de 2005 consagró una
forma de “reenvío”, que en nuestro sistema no existía ni siquiera para el recurso
de casación (ya que es la misma Corte Suprema la que anula y dicta la sentencia
de reemplazo), generando un control constitucional que satisface la pretensión
estatal de someter a la Constitución el contenido y alcance de las leyes, pero
que lamentablemente muchas veces no satisface a las partes del proceso.
Por lo mismo, y tratándose de la protección de los derechos fundamentalmente garantizados de las personas, no me parecen atendibles los argumentos
que aluden al “uso racional” del “recurso justicia”, desde la óptica del análisis
económico del derecho, ni tampoco las previsiones fatalistas de que nos “llenaremos de recursos”, como se anticipó (equivocadamente, a mi juicio) respecto
de la inaplicabilidad que entró en vigencia en la reforma de 200568. Existe un
conservadurismo mal entendido en nuestro medio, y se pretende hacer creer
que “dejar entrar a la Constitución” al proceso será el comienzo del caos, que
nuestras Cortes de Apelaciones se llenarán de recursos, que se utilizará el recurso
de protección como una tercera instancia, que los tribunales no darán abasto, que
los litigantes obrarán de mala fe invocando vulneraciones inexistentes. Razones
que me parecen de menor entidad frente a la parte que ha sido injustamente
agraviada, y que prescinden que la justicia está para servir a la persona humana,
al ciudadano, y no para despachar rápido el trabajo. Lamentablemente llegará
68 En este sentido, García y Verdugo (2010), p. 435. Este tipo de críticas no me parecen atendibles por
varias razones. Como advierte Nieva (2010), porque parten de la base que los litigantes o los representados
actúan sistemáticamente de mala fe y con objetivos dilatorios, echando mano a las herramientas procesales
que da el sistema. Esto efectivamente ocurre, pero no es la regla general, al menos no en el foro chileno,
donde existen mecanismos de fiscalización y sanción que funcionan con bastante eficiencia, a cargo de las
Cortes de Apelaciones y los propios juzgados inferiores. Lo otro que no es atendible es que se hable de
“costos” y beneficios” cuando existen derechos fundamentales en juego. Sin duda existirán casos en que se
instrumentalice esta herramienta, pero no es conveniente a mi juicio implementar políticas públicas sobre
la base de asumir un uso abusivo de las mismas. Esta misma previsión fatalista se hizo en su momento
respecto de los recursos de protección, y lo cierto es que hoy las Cortes de Apelaciones tramitan y resuelven
las solicitudes que se les plantean en forma relativamente rápida y eficaz.
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un momento en que la inaplicabilidad ante el Tribunal Constitucional perderá
toda relevancia, y la que eventualmente conserve será muy pequeña.
VIII. El efecto de cosa juzgada de la sentencia
que acoge un recurso de protección respecto de una
sentencia judicial vulneradora de derechos
Finalmente, un tema de importancia: ¿produce efecto de cosa juzgada la
sentencia que acoge un recurso de protección respecto de la sentencia judicial
que se pronuncie sobre el fondo? El tema ha sido debatido en la doctrina69;
en todo caso, tratándose de sentencias judiciales, el problema se simplifica
bastante, porque el recurso de protección es finalmente “la última palabra”
respecto del sentido y alcance de la sentencia que se impugna, con el agregado
que es pronunciado –en la gran mayoría de los casos– por la propia Corte
Suprema, superior jerárquico de todos los tribunales ordinarios. Pero existe
evidentemente una complejidad: dado el carácter cautelar del recurso de protección, podría darse el caso que la Sala Constitucional de la Corte Suprema
emita un pronunciamiento, por ejemplo, respecto de la inconstitucionalidad
de una medida precautoria dictada en un proceso civil, proceso que culmina
posteriormente con un fallo de la Sala Civil de la Corte Suprema, que pronunciándose sobre el fondo, llega al resultado vulnerador que el recurso de
protección quiso evitar70. Alejandro Romero se hace cargo del problema, pero
69 Romero (2011) pp. 133-144. El análisis de este autor es interesante, y aunque critica la distinción entre
cosa juzgada formal y material (crítica que comparto), utiliza estas categorías en su análisis. En mi opinión,
la sentencia de protección produce sin duda cosa juzgada material y formal. En el caso “Adriana Vinet”
(1998), la Corte de Apelaciones de Concepción rechazó un segundo recurso de protección respecto de los
mismos hechos que ya habían sido materia de otra acción de protección anterior. Citó esa Corte un fallo
de la Corte Suprema en el sentido que: “la sentencia que se dicte en un recurso de protección, en principio no
produce cosa juzgada absoluta, sino que produce cosa juzgada formal, vale decir una firmeza que sólo impide que
se incoe otro recurso de protección con las mismas identidades de personas, causa de pedir y cosa pedida, pero no
obsta para que se recurra a las vías ordinarias a fin de que en el debido proceso se esclarezcan los derechos en forma
definitiva”. En realidad, el fallo lo que hace es consagrar una cosa juzgada ciertamente material pero con un
efecto relativo; o sea, impide nuevos recursos de protección sobre el mismo asunto pero no una discusión
ulterior sobre el fondo. La cosa juzgada formal, como la entiende mayoritariamente la doctrina (sólo por
dar un ejemplo, está el trabajo de De La Oliva Santos (2005), p. 97) concibe la cosa juzgada formal como
sólo vinculante dentro del proceso para el tribunal que pronunció la sentencia.
70 Paredes (2012), pp. 160-162 advierte que el problema es más aparente que real, ya que si bien la sentencia
de la protección produce el efecto de cosa juzgada formal, “en la práctica el recurso de protección cierra para
siempre la discusión procesal”.
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a mi juicio no llega a una solución correcta. Dice que: “si se dicta una sentencia
en un recurso de protección, lo allí decidido puede ser dejado sin efecto al fallarse
una acción ordinaria cuya sentencia produzca cosa juzgada sustancial (v. gr., la
reivindicatoria, la declarativa del dominio); en cambio, en la situación inversa el
efecto de cosa juzgada producido en un juicio de lato conocimiento debe llevar a
que no se puede fallar el recurso de protección, ya que existe una decisión sobre el
tema que impide pronunciarse sobre el fondo de la acción de protección” 71. Romero
parece ver en el recurso de protección una suerte de medida cautelar72, que no
impide que el juez del fondo finalmente falle algo distinto, y lo que defiende
en buenas cuentas es que el juez del fondo aplicando la ley civil pueda llegar
a una solución contraria e incompatible con lo fallado en el respectivo recurso
de protección previo (control constitucional); o sea, que la aplicación de la
ley prevalecería frente a la vulneración de garantías fundamentales constatada
previamente. Esta solución no parece aceptable. Y tratándose de un recurso de
protección en contra de sentencias judiciales tampoco es sostenible que el juez
del fondo llegue a una solución incompatible al pronunciar la sentencia definitiva, respecto del control de constitucionalidad previo (respecto de la misma
sentencia, o de otra en el mismo proceso); no sólo por lo que ya hemos dicho
referido a la supremacía de la Constitución frente a la ley, sino porque efectivamente la sentencia que acoge un recurso de protección produce cosa juzgada
material. Es decir, previene que sentencias posteriores –en el mismo o en otros
procesos– contradigan o lleguen a soluciones incompatibles con lo declarado
por las cortes superiores ejerciendo esta tutela de garantías. Esto, entendiendo
por superadas las categorías de la “triple identidad”, y aludiendo más bien a
un principio de coherencia general del proceso73. Por lo mismo, la “última
71 Romero (2011), p. 140.
72 Marín (2014), pp. 95-103, trata el recurso de protección dentro de su tratado sobre medidas cautelares,
sólo a efectos de denunciar la utilización de esta vía tutelar constitucional como sucedáneo de las cautelares
civiles que contempla el Código de Procedimiento Civil. Las conclusiones a las que llega Romero (2011)
parecen contradecirse con el carácter “no cautelar” que le asignó al recurso de protección en un trabajo
posterior (Romero (2014), p. 170). De La Oliva Santos (2005) p. 124, al igual que buena parte de la
doctrina, estima que las medidas cautelares, por su naturaleza eminentemente provisoria, sólo producen
una cosa juzgada formal en la medida que no varíen las circunstancias fácticas que motivaron su concesión.
Como forma de cautela, existe la tendencia doctrinal y jurisprudencial de denegar el efecto de cosa juzgada a
la sentencia que se pronuncia sobre un recurso de protección, olvidando el especial contenido constitucional
de este proceso.
73 Cfr.
300
Nieva (2006) y Carretta (2013).
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El Recurso de Protección como control de constitucionalidad de las resoluciones...
palabra” del caso la tendrá la Sala Constitucional y no la Sala Civil de la Corte
Suprema. Los problemas más interesantes se producirán cuando existan dos o
más sentencias referidas a acciones constitucionales respecto de los mismos o
similares hechos, y sobre todo, cuando alguna de esas sentencias acoja la tutela
y otras no, lo que será un importante desafío para la doctrina74.
En el caso que planteaba al comienzo: la Sala Civil de la Corte Suprema está
obligada a llegar a una solución coherente con la decisión adoptada por la Sala
Constitucional respecto del recurso de protección acogido respecto de una medida
precautoria pronunciada en el mismo proceso. Lamentablemente, tratándose de
un fallo de casación emanado del Máximo Tribunal, se hace inviable recurrir en
contra de ella, en el evento que incurriera en contradicciones.
IX. Análisis jurisprudencial
El recurso de protección como control de situaciones
particularmente graves de inconstitucionalidad
A continuación quiero pasar a revisar cierta jurisprudencia de los últimos
veinticinco años, enfocado en aquellas sentencias que han recogido las ideas
expresadas anteriormente, y han admitido que es posible recurrir de protección
en contra de una sentencia judicial. En el trabajo de Ortúzar que he citado, este
autor dijo que, “no conozco ningún constitucionalista o estudioso que sostenga la tesis
que el recurso de protección no procede contra las resoluciones judiciales. Por el contrario, todas las que conozco sostiene su procedencia” 75. Como he dicho, esta postura
hoy es minoritaria. Este autor recopiló alguna jurisprudencia de comienzos de
la década de 1990 que acogió efectivamente esa postura, la que aparentemen-
74 El
caso “Sindicato de Trabajadores Catedral” (2005) es paradigmático en este aspecto. Se trató de un
recurso de revisión ante la Corte Suprema (art. 810 del Código de Procedimiento Civil) en contra de una
sentencia de ese Máximo Tribunal, que había acogido un recurso de protección intentado por la empresa
empleadora en contra de una resolución de la Inspección Provincial del Trabajo, declarándola contraria a la
Constitución. Se alegó por el sindicato recurrente que previo a esa protección, la misma empresa empleadora
había intentado un recurso de amparo económico (ley Nº 18.971) en contra de la misma resolución, resuelto
también por la Corte Suprema, que había respaldado a la referida Inspección y la resolución por ella emitida
(o sea, había rechazado el amparo). El sindicato alegó que existía en este caso un “colapso de sentencias”, ya
que parecía incongruente que la misma Corte Suprema rechazara primero un amparo económico, y luego
acogiera un recurso de protección, ambos intentados por la misma empresa empleadora en contra de la misma
resolución administrativa. La Corte rechazó la revisión argumentando que la primera negativa al amparo
económico sólo había producido una cosa juzgada “formal”, o sea dentro del proceso, pero no “material”,
es decir, “no tiene efectos fuera del proceso en que dictó la respectiva sentencia”.
75 Ortúzar (1994), p. 10.
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301
Ignacio Ried Undurraga
te no se replicó en las décadas siguientes, y cita entre otros fallos, los del caso
“Cailliaux” (1994), y “Banco de Santiago” (1994), ambos fallados por la Corte
Suprema, como ejemplos de una tendencia jurisprudencial que en ese entonces
se avizoraba como favorable a admitir este amparo en sede de protección. En el
caso “Caillaux” (1994) se resolvió a favor de un recurrente que no había sido parte
en un proceso judicial en que se había pronunciado una sentencia alterando una
inscripción conservatoria de dominio, en perjuicio de los recurrentes, decisión que
a juicio de la Corte significó una vulneración grave del principio de relatividad
de los efectos de las sentencias (art. 3º del Código Civil)”. En el caso “Banco de
Santiago” (1994) esta entidad financiera había adquirido parte de la cartera de
créditos hipotecarios del entonces existente Banco Unido de Fomento. Uno de los
deudores había demandado al cedente la extinción del crédito, pero no al nuevo
acreedor, el Banco de Santiago, siendo ésta declarada por sentencia judicial. La
Corte Suprema acogió el reclamo del banco, sobre la base de que la resolución que
acogió la extinción del crédito implica hacer “soportar el imperio jurisdiccional a
quien no ha sido parte en el pleito en que se dictó la sentencia que constituye la causa
de aquél, por lo que semejante proceder se muestra abiertamente ilegal”.
En el caso “Sociedad Agroindustrial Blanqueado” (1996) la Corte Suprema
revocó una sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago que había rechazado un recurso de protección en contra de la jueza del 5º Juzgado Civil de
Santiago, quien había ordenado el lanzamiento de un arrendatario que ocupaba
un inmueble adjudicado en un remate judicial, del que no había sido parte el
arrendatario. La Corte declaró ilegal la sentencia por cuanto lo que debió hacer
el adjudicatario era haber solicitado la restitución del inmueble en juicio sumario por extinción del derecho del arrendador. Lo anterior, porque no es lícito
que se afecte a un tercero que no ha sido parte en el proceso. Así, se dejó sin
efecto el referido lanzamiento. En el caso “Forestal Cholguán S.A.” (1997), la
Corte Suprema estimó como arbitraria una resolución del Primer Juzgado Civil
de Chillán, que en un proceso ejecutivo ordenó la entrega material de ciertos
inmuebles al ejecutante, en circunstancias que el propietario de los mismos no
sólo no había sido parte en el proceso “sino que ni siquiera fue oído al no tener
conocimiento del mismo”, declarando su inoponibilidad al recurrente. En el caso
“Ramírez Necochea” (1997), la Corte Suprema, revocando una decisión de la
Corte de Santiago, acogió un recurso de protección intentado por un recurrente
que había adquirido un inmueble en el tiempo intermedio entre que había sido
declarado como bien familiar por sentencia judicial (en un proceso en que no
había sido parte) y el momento en que se intentó ejecutar dicha sentencia. El
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marido había vendido el inmueble declarado bien familiar a este tercero; sin
embargo, al no ser este último parte en el proceso en que dicha declaración tuvo
lugar, la Corte Suprema estimó que la misma no le era oponible y no podía ser
inscrita en el registro conservatorio.
Un caso curioso es el de la “Municipalidad de Arica” (1997), la cual recurrió
de protección en contra del embargo decretado por un juez del trabajo en contra
de una serie de inmuebles de propiedad municipal, que según la Ley Orgánica de
Municipalidades son inembargables. El embargo había sido decretado en un juicio
laboral iniciado por un grupo de docentes municipales en contra del municipio.
La Corte de Apelaciones de Arica declaró inadmisible el recurso, pero en ejercicio
de sus facultades de oficio, de todas formas dejó sin efecto el embargo. La Corte
Suprema posteriormente revocó esa sentencia, declarando como “inapropiado el
procedimiento de oficio seguido en primera instancia”. Como diré después, este caso
presenta la particularidad de haber acogido una protección intentada por una de
las partes del proceso.
Gastón Gómez reconoce la reticencia de los tribunales superiores de admitir
a tramitación esta protección, salvo respecto “de aquellas resoluciones judiciales que
causan agravio o lesión a los derechos fundamentales de terceros que no son parte en
el proceso en que ellas –las resoluciones– se dictaron, de modo que a raíz de ello, el
afectado o lesionado no ha sido oído al dictarse la resolución ni tampoco ha podido
ejercer los medios de defensa de sus derechos. En estas circunstancias, las Cortes con
bastante continuidad han aceptado tramitar y en definitiva han acogido recursos de
protección”.76 El autor alude a varios fallos, que en su gran mayoría corresponden
efectivamente a sentencias de cortes de apelaciones que acogieron los recursos de
protección, aunque posteriormente la Corte Suprema finalmente los rechazara
vía apelación. A continuación revisaré algunos de ellos.
En el caso “Patricia Wohlk” (2002), la Corte de Apelaciones de Concepción
acogió un recurso de protección intentado por la arrendataria de un inmueble
en contra del juez del Primer Juzgado Civil de Talcahuano, que había decretado
una medida precautoria que autorizaba a la cónyuge del ocupante de una propiedad su reintegro al hogar común. La Corte ponderó las circunstancias del
caso, en especial que la cónyuge había abandonado el hogar común seis meses
antes de haberse decretado la medida, y sobre todo, que en el tiempo intermedio el cónyuge vivía con otra mujer –la recurrente– a quien había arrendado
76 Gómez (2008), pp. 26 y 27.
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el inmueble. La Corte de Concepción decretó una “medida de protección”
consistente en que la cónyuge debía hacer abandono de la propiedad, junto
con los hijos. Las particulares circunstancias del caso posiblemente motivaron
a la Corte Suprema a revocar más tarde el fallo, aludiendo a la existencia de
otros medios de impugnación respecto de la sentencia que había decretado la
medida precautoria.
En el caso “Edwin Wohlke” (2003) sucedió lo inverso: la Corte de Apelaciones
de Puerto Montt en primera instancia rechazó el recurso de protección (por extemporáneo), para terminar la Corte Suprema acogiéndolo, posiblemente apoyado
por un voto de minoría que venía de primera instancia. La Corte Suprema declaró
como arbitraria una sentencia del Primer Juzgado Civil de Puerto Montt, que
afectó la inscripción de propiedad sobre un inmueble del recurrente, “afectando
derechos de terceros quienes no tomaron oportuno conocimiento de la misma, lo que
impidió hacer valer sus derechos, vulnerándose la garantía consagrada en el artículo
19 Nº 24”, considerando especialmente que la sentencia recurrida había anulado
una anterior, dictada dos días antes, en que se ordenaba informar al Conservador de Bienes Raíces de Puerto Montt acerca de la procedencia de la inscripción
solicitada, informe del que inexplicablemente se prescindió al resolver. La Corte
Suprema incluso ordenó una anotación en la hoja de vida de la magistrado del
juzgado de letras aludido.
En el caso “Inversiones Metalpar S.A.” (2003), la Corte de Apelaciones de
Concepción, en un fallo de primera instancia, dejó sin efecto una sentencia del
Primer Juzgado de Letras de Coronel que había ordenado la incautación de un
bus de propiedad de la recurrente (incautación que se había ejecutado), por haber afectado los derechos de un tercero ajeno a un juicio de cobro de impuesto
territorial, la que luego, sin embargo, fue dejada sin efecto por la Corte Suprema
sobre la base del argumento del “imperio del derecho” ya aludido.
En el caso “Henríquez Japke” (2003), la Corte Suprema terminó acogiendo
un recurso de protección originalmente denegado por la Corte de Puerto Montt.
En este caso, se recurrió en contra de una resolución del Primer Juzgado Civil de
Puerto Montt que había ordenado una inscripción especial de herencia sobre un
inmueble, a pesar de existir un informe previo del Conservador de Bienes Raíces
de esa ciudad que desaconsejaba dicha inscripción. En el caso, existía una doble
inscripción sobre el mismo inmueble, una de ellas más antigua y que había sido
el resultado de un antiguo proceso (del año 1957) zanjado por la Corte Suprema.
El tribunal de Puerto Montt decidió ordenar una inscripción especial de herencia
que emanaba de la segunda y más nueva inscripción, lo que a juicio de la Corte
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Suprema constituía un acto arbitrario, toda vez que se requeriría de un juicio
ordinario en que él debe sostener la carga de la prueba.
En el caso “Rolf Eicher” (2004), la Corte de Apelaciones de Puerto Montt
rechazó un recurso de protección, en que el recurrente era un tercero afectado por
una sentencia judicial que cancelaba una inscripción sobre un inmueble, emanada
de un proceso en que no había sido parte y no había podido defenderse (en este
caso, se trató de un procedimiento no contencioso). La Corte Suprema en una
curiosa solución, declinó pronunciarse sobre la apelación, pero igualmente resolvió
anular todo lo obrado por el juez de primera instancia, haciendo uso del art. 84
del Código de Procedimiento Civil, al estimar que, “la naturaleza de la petición
de cancelación de inscripción de fojas 13 del expediente traído a la vista, no se condice
con el procedimiento voluntario utilizado para ese fin (…) lo que debe ventilarse en
un procedimiento de lato conocimiento, con intervención de todos los interesados a
quienes afectará lo resuelto”.
En el caso “Juan Giacaman y Compañía Limitada” (2004), la Corte de Apelaciones de Concepción acogió el recurso de protección intentado por un tercero
a un juicio laboral, que se vio afectado por una resolución judicial del Primer
Juzgado del Trabajo de esa ciudad, que ordenó el embargo de un local comercial
del recurrente, en un proceso en que no había sido parte. Sin embargo, la Corte
Suprema terminó por rechazar el recurso, aduciendo al argumento “de imperio”
referido en el capítulo anterior.
Rodolfo Figueroa consigna un caso de un recurso de protección respecto
de una resolución judicial, en su obra sobre el Derecho a la privacidad, que fue
originalmente acogido por la Corte de Apelaciones de Valparaíso, aunque luego
rechazado por la Corte Suprema, cuando se trató de dejar sin efecto una resolución de un Juez de Familia que admitió como prueba unos correos electrónicos,
en el caso “Paula Anguita Ramírez” (2008)77.
Finalmente, en el caso “Pedro Vara Parra” (2006), la Corte de Apelaciones
de Puerto Montt acogió un recurso de protección deducido contra una sentencia del Segundo Juzgado de Policía Local de esa ciudad, que había concedido
la renovación de la licencia de conducir del recurrente, pero condicionando
77 Figueroa, Rodolfo (2008), pp. 304-311: “…el criterio de la Corte de Apelaciones de que un recurso de
protección no puede ser ocasión para interferir en otro procedimiento judicial bajo la dirección de un juez competente.
Este asunto amerita análisis (…). Esto es así desde el punto de vista procesal, pero resulta cuestionable desde la
perspectiva constitucional: el artículo 20 de la Constitución permite a las Cortes adoptar cualquier medida que
estimen pertinente para resguardar derechos fundamentales. Esta norma ciertamente ha de poder aplicarse con
preeminencia sobre las normas procesales de rango legal”.
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una futura renovación a que no incurriera en nuevas faltas durante un año
y medio, prerrogativa que la ley no le concede a esos jueces. Dijo esa Corte
que, “es claro que la competencia del juez de la causa se agota necesariamente al
resolver el reclamo respectivo y no puede en caso alguno agotar su actuar y consecuencialmente condicionar con ello la resolución de futuros reclamos”. La Corte
Suprema finalmente rechazó el recurso, acogiendo una apelación, sobre la base
del “argumento de imperio”.
Como queda claro de los dos últimos casos, se trata de protecciones concedidas
a favor de partes en el proceso en que se pronunciaron las resoluciones atentatorias
de garantías constitucionales.
Sin embargo, en la gran mayoría de los fallos posteriores no es posible encontrar sentencias que acojan recursos de protección en contra de sentencias
judiciales, aunque hay que decir que los hechos subyacentes a los casos revisados
son diferentes de los que sirven de sustento a los casos en que se han acogido78.
78 De la jurisprudencia revisada: el caso “Mirna Sepúlveda Arias” (2008), en que tanto la Corte de
Apelaciones de Talca como la Corte Suprema rechazaron una protección referida a una sentencia que
rechazó la excepción de “no empecerle la sentencia” opuesta por la recurrente, tercera ajena a un juicio
de reivindicación de un inmueble que sería de su propiedad, atendido a que se estimó que de acogerse se
convertiría la protección en un “recurso subsidiario” a los ordinarios que ya existen; en el caso “Magaly
Contreras Romero” (2008), tanto la Corte de Punta Arenas como la Corte Suprema denegaron una
protección entablada contra un fallo del Tribunal de Familia de esa ciudad que concedió el cuidado
provisional de los hijos de la recurrente al padre de los mismos; asimismo, la Corte de Apelaciones de Santiago
rechazó el recurso de protección intentado por la diputada Claudia Nogueira en el caso “Claudia Nogueira
Fernández (2009)”, en contra de una sentencia del Tercer Juzgado de Garantía de esa ciudad que ordenó
el levantamiento del secreto bancario respecto de la recurrente, titular de una cuenta bancaria bipersonal
con su cónyuge, alcalde de la comuna de Recoleta, quien estaba siendo investigado criminalmente; la Corte
de Apelaciones de Valparaíso rechazó también el recurso de protección intentado en el caso “Rosemarie
Weber Paulus” (2010), en que la recurrente, demandada en un juicio civil, alegó una vulneración de su
derecho a la intimidad respecto de una exhibición de documentos decretada mediante sentencia dictada
por el Tercer Juzgado Civil de Viña del Mar; en el caso “Papelera Nacional Limitada” (2013), el recurrente
impugnó una sentencia de un juez árbitro que había decretado una medida precautoria de prohibición
de celebrar actos y contratos sobre un inmueble de su propiedad, alegando que lo obrado por el árbitro
(en un proceso en que no había sido parte) había sido declarado nulo con posterioridad a la sentencia
que decretó la precautoria. Una de las razones para el rechazo, según razonó la Corte de Apelaciones
de Santiago, fue que el recurrente se había adjudicado el inmueble “cuando ya se encontraba inscrita la
medida que se ataca”. La Corte Suprema confirmó este rechazo, con un voto disidente de ministro Sr.
Pfeffer “quien estuvo por revocarla y acoger el recurso de protección para el solo efecto de decretar el
alzamiento de la medida precautoria que afecta a un tercero, desde que el árbitro recurrido, al dictar el
respectivo cúmplase de la resolución que anuló todo lo obrado en el procedimiento, debió explicitar que
quedaba sin efecto también la medida precautoria por él decretada, habida consideración que su existencia
afecta a un tercero; la Corte de Apelaciones de Valdivia rechazó el recurso de protección intentado en el
caso “Sociedad Maderera Vásquez Hermanos Limitada” (2013), en que la recurrente se vio impedida de
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La excepción la hace el caso “Daniel Medina Berrocal” (2009), en que la Corte
de Apelaciones de Valdivia acogió un recurso de protección intentado por un
defensor público en contra de una sentencia del Juzgado de Garantía de Valdivia que lo había suspendido del ejercicio de la profesión, como sanción por
haberse retirado de la sala de audiencias. La Corte de Valdivia entendió que
el juez de garantía había actuado fuera de su competencia legal al aplicar una
sanción que sería privativa del abandono de la audiencia de juicio oral, aunque
la Corte Suprema posteriormente terminó por rechazar el recurso, con un voto
disidente. Como se aprecia, en este caso el recurrente no es propiamente una
parte ajena al proceso.
De la jurisprudencia recopilada y expuesta, se aprecia una notable inclinación
a que las Cortes superiores concedan la protección a favor de terceros ajenos al
proceso, que se han visto afectados por una sentencia judicial. Ello no significa
que el recurso de protección se circunscriba sólo a esos casos. En la jurisprudencia de los casos “Municipalidad de Arica” (1997), “Paula Anguita Domínguez”
(2008), “Pedro Vara Parra” (2006) y “Daniel Medina Berrocal” (2009) ya citados
se aprecia que fueron las partes quienes recurrieron y a quienes se les amparó en
sus derechos violentados en un fallo judicial. De todas formas, de lege ferenda,
sería conveniente la discusión y diseño de un mecanismo procesal que consagrara
positivamente la impugnación de tercetos ajenos al proceso, como existe en los
Códigos de procedimiento civil francés e italiano79, y asimismo, que se reconociera
retirar materialmente unas maderas adquiridas a un tercero, como consecuencia de una medida prejudicial
precautoria decretada por el Juez de Letras de Los Lagos, que impedía celebrar actos y contratos sobre el
predio en que estaban las maderas, en el marco de un juicio sumario en que el vendedor era el demandado.
Hay que decir que la Corte tuvo en especial consideración que el recurrente no acompañó el contrato de
compraventa de maderas al que aludió en el recurso, y la existencia de una apelación pendiente respecto
de la medida precautoria ante la misma Corte; la Corte de Apelaciones de Concepción rechazó el recurso
de protección del caso “Luis González del Valle” (2014) intentado contra el tesorero Provincial del Biobío,
actuando como juez tributario, quien había ordenado una medida precautoria de prohibición de celebrar
actos y contratos sobre un vehículo de su propiedad, y el embargo de sus remuneraciones, en un proceso
de cobro ejecutivo de impuestos, que se mantuvo paralizado entre los años 1998 y 2013, impidiéndole
de esa forma alegar la prescripción extintiva o el abandono del procedimiento; la Corte de Apelaciones
de Talca rechazó también el recurso de protección en el caso “Constructora Luis Navarro S.A.” (2014)
respecto de una sentencia de un juez civil de esa ciudad que había decretado una medida precautoria de
retención de dineros en un juicio civil en que efectivamente era demandada la recurrente, aunque según
ésta no se daban los presupuestos legales para su concesión.
79 Esta
posibilidad de impugnación tampoco existe en el ordenamiento español, a pesar de lo cual Nieva
(2006), p. 213, sugiere su incorporación en los siguientes términos: “Creo que existe aquí una evidente laguna,
que debiera haber sido integrada en la Ley de Enjuiciamiento Civil introduciendo en nuestro ordenamiento un
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expresamente el debido proceso en toda su extensión como un derecho garantizado
por esta acción constitucional. Mientras ello no ocurra, el recurso de protección
se abre paso como el control de constitucionalidad mediato de una garantía que
paradójicamente no está abarcada por esta acción constitucional, como es el debido proceso del art. 19 Nº 3 de la Constitución (salvo en lo referido al derecho
al juez natural), aludiéndose a la protección del derecho de propiedad como bien
jurídico afectado, solución que ciertamente no es la dogmáticamente adecuada,
como lo ha denunciado la doctrina80.
X. El proceso civil no puede permanecer aislado
a la tendencia actual de control constitucional
Hasta que no entre en vigencia el nuevo Código Procesal Civil y su recurso
extraordinario, el control constitucional de los fallos civiles quedará al arbitrio
de la interpretación de la sala constitucional de la Corte Suprema. A primera
vista, puede parecer que la justicia civil ha sido abandonada, y hoy aparece
como un vetusto caserón en medio de un barrio en que todas las casas han
sido demolidas y dado paso a modernos edificios. El proceso civil parece así
atrapado en medio de un sistema inorgánico e injusto, que genera decisiones
jurisprudenciales que parecen estar fuera del alcance de la Constitución Política,
a diferencia de la justicia especializada, que es objeto de controles amplísimos en
sus actuaciones procesales. Podría pensarse que esta diferencia no es arbitraria,
y que obedece a un propósito deliberado, o al menos, como la consecuencia
coherente de una serie de reformas procedimentales independientes: puede
decirse que en el proceso penal, laboral y tributario sí existe un ciudadano que
medio de impugnación similar a la “oposición de terceros” de los derechos francés e italiano (…) plantea
especial interés la tierce opposition francesa, que abre la posibilidad a un tercero perjudicado por una resolución
judicial, de que solicite la revisión de dicha resolución por el mismo juez que la dictó, teniendo en cuenta que el
anterior proceso fue sustanciado sin él. De este modo, el Juez volverá a juzgar los puntos que le señale el tercero,
como si, de hecho, estuviera completando el proceso ya celebrado con los argumentos que ahora le da el tercero. El
plazo para plantearla es, normalmente, de treinta años desde la fecha de la sentencia, y de dos meses si la sentencia
le hubiere sido notificada al tercero”.
80 Resulta en realidad paradójico que la garantía constitucional del debido proceso no goce de una acción
judicial directa que la tutele, debiendo recurrirse por la vía de la casación, a través de algunas de sus
concreciones legales en las causales de casación en la forma; o bien, por la vía del recurso de protección,
debiendo recurrirse a través del eufemismo de “afectación del derecho de propiedad” u otra vía mediata.
Sobre la “propietarización de los derechos”, ver Paredes (2012), pp. 157-158. El tema en todo caso no es
pacífico en el Derecho comparado, y como se aludió anteriormente, Nieva (2003) aboga por su protección
directa a través de la casación civil.
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está en profunda asimetría con otro (Ministerio Público, empleador, el Fisco),
situación que es el ambiente propicio para generar toda clase de vulneraciones
en las garantías fundamentales. Esta profunda asimetría en el proceso civil parece
desaparecer, precisamente por ser el lugar de encuentro de partes que se estiman
como iguales. Sin perjuicio de que efectivamente la justicia especializada penal,
laboral o tributaria pueda conocer de casos en que se requiera la tutela de los
derechos de la parte “débil”, ello no significa que en el marco del proceso civil
ello no suceda, como por ejemplo, en el administrativo sancionatorio, que aún
es competencia de los tribunales ordinarios. Una sentencia civil –auto, decreto,
interlocutoria o definitiva– puede constituir un acto de autoridad vulnerador
de los derechos fundamentalmente garantizados de una de las partes o de terceros. Así lo comprueba la jurisprudencia de los últimos veinticinco años que
se analizó en este trabajo, a propósito del recurso de protección. Y así lo ha
entendido, por ejemplo, la legislación española que desde hace años contempla
la posibilidad de solicitar la tutela de derechos fundamentales vulnerados en un
fallo civil, a través del recurso de amparo.
No existe, a mi juicio, razón valedera alguna –al menos que se haya explicitado– para marginar del control constitucional a las sentencias emanadas de los
tribunales civiles. Sí existe un “mito” muy extendido, de que los conflictos civiles
no son asuntos de debate constitucional, lo que es un profundo error. Así, Jordi
Delgado decía a propósito del requisito de “interés general” del recurso extraordinario que se propone en el proyecto de Código Procesal Civil, que “parece
muy complejo encontrar un interés común a los ciudadanos en la resolución de un
litigio generado por el impago de una renta en un contrato de arrendamiento” 81.
Si concebimos el proceso civil como un receptáculo de cobranzas judiciales
masivas o de cobro de rentas de arrendamiento, efectivamente el control constitucional parece sobrar. Pero lo cierto es que el proceso civil conoce de asuntos
ciertamente mucho más complejos e importantes, y en realidad, es el proceso
originario o residual, que se aplica cuando no existe ningún otro procedimiento
aplicable. Su importancia es, por tanto, fundamental. A este respecto, Enrique
Barros tiene también una postura conservadora, y dice que “lo cierto es que la
generalidad de las disposiciones constitucionales requiere para su concreción de los
conceptos e institutos del derecho privado” 82 y avala la jurisprudencia de la Corte
81 Delgado (2012), p. 137.
82 Barros (2008), p. 251.
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Suprema en orden a inadmitir los recursos de casación en el fondo en que se
denuncie la infracción de una norma constitucional, omitiendo el recurrente
señalar qué norma de rango legal –que concrete el principio constitucional– ha
sido vulnerada. Dice también este autor que, “el riesgo es que el derecho constitucional devenga en una forma imprecisa de orden público que limita las potestades
fundadas en el principio de autonomía privada”, aunque admite que “no se puede
ignorar que, al menos en casos extremos, el principio de igualdad puede establecer
limitaciones a la autonomía privada” 83. Son precisamente este tipo de prejuicios los que han mantenido a la jurisdicción civil fuera del ámbito del control
constitucional en Chile. No sólo el principio de igualdad –como señala Enrique
Barros– puede ser un límite a la autonomía privada. También el principio de
dignidad mínima de todo ser humano aparece como un principio inclaudicable
frente a otros derechos particulares, principio que debe ser “tomado en serio”,
siguiendo la tesis de Ronald Dworkin, o debe ser ponderado como “de mayor
peso” que cualquier otro, según la fórmula de Robert Alexy. En suma, se trata
de definir hasta dónde el sistema estará dispuesto a dar supremacía a los derechos de la minoría frente a las garantías de que disfruta la mayoría amparadas
por una ley democráticamente sancionada.
Un proceso civil no es en absoluto un terreno aséptico a la “contaminación
constitucional”. En todo juicio civil está envuelto un conflicto de principios,
una afectación de derechos, el sacrificio de derechos ajenos, y la prevalencia
de los de una de las partes. Estos conflictos pueden resolverse recurriendo a la
legislación civil, pero existirán muchos casos en que las categorías dogmáticas
civiles estarán rebasadas, serán insuficientes o no habrán previsto el conflicto
sometido a conocimiento del juez. El constitucionalismo de los derechos –incluido el Derecho civil– provee una poderosa herramienta para la solución de
problemas recurriendo a la argumentación jurídica y el empleo de fórmulas
como las mencionadas más arriba. Las lagunas normativas y axiológicas muchas
veces sólo pueden ser llenadas con la alusión a los derechos fundamentalmente
garantizados a las partes, y no sólo –como advierte Barros– en temas de libertad
de expresión o en que el principio de igualdad esté comprometido84. El admitir a la Constitución como fuente válida de Derecho aplicable al caso civil –y
83 Barros (2008), p. 254.
84 Núñez, José Ignacio (2012), p. 527.
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controlable ex post en la sentencia de término– permitirá arribar a soluciones
menos arbitrarias y más justas.
Enrique Barros dice que, “finalmente, no es usual que las normas de derecho
privado estén en conflicto con el ordenamiento constitucional” 85. Pero aquí no se trata
sólo de que las normas civiles no estén confrontadas con la Constitución, sino que
las sentencias mismas de los tribunales civiles estén acorde a la Carta Fundamental.
No es suficiente el control de constitucionalidad ex ante del Tribunal Constitucional (respecto de las normas), sino que será necesario contar con un último dique
que detenga las arbitrariedades cometidas en las sentencias mismas (ex post), se
haya o no aplicado una norma que adolezca de inconstitucionalidad. Por todo
esto, parece insostenible e irrazonable la situación actual, de férreas restricciones
al control de constitucionalidad de las sentencias civiles.
XI. Conclusiones
1. En el ordenamiento jurídico chileno coexisten los controles de constitucionalidad a cargo del Tribunal Constitucional y a cargo de los tribunales ordinarios
que son parte del Poder Judicial. Mientras el primero ejerce un control ex ante,
respecto de las normas que posiblemente se aplicarán a un caso concreto que
tiene gestiones pendientes ante un juez ordinario, los segundos ejercen un control
directo respecto de resoluciones y actuaciones judiciales, y por lo mismo, ex post.
2. En este panorama, no existe un reconocimiento a nivel legal –y sólo tímidamente a nivel jurisprudencial– de la posibilidad que las sentencias pronunciadas
en sede civil sean revisadas en su constitucionalidad. Esta situación contrasta con
la jurisdicción especial en materia laboral, penal y tributaria, en que sí es posible
reclamar una tutela respecto de actos desplegados por la judicatura, generando
una odiosa y arbitraria diferencia.
3. El recurso de inaplicabilidad por inconstitucionalidad ha demostrado
ser una vía de impugnación ineficaz para obtener el amparo frente a vulneraciones de los derechos fundamentales. Esto, porque los pronunciamientos del
Tribunal Constitucional no son la “última palabra” en el proceso, la que queda reservada para el tribunal ordinario que conoce del asunto, y que muchas
veces arriba a soluciones que son igual de gravosas que la que el recurrente de
inaplicabilidad quería evitar, aun habiendo obtenido una sentencia favorable
en sede constitucional.
85 Barros (2008), p. 251.
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4. El recurso de protección es una vía que permite revisar la constitucionalidad de una sentencia pronunciada por un juez civil, como lo ha sostenido cierta
doctrina, y según se desprende de las actas de la comisión constituyente.
5. Las objeciones doctrinarias y jurisprudenciales respecto de esta procedencia
decaen frente a la fuerza que debe primar en la defensa de los derechos constitucionalmente garantizados, debiendo prevalecer frente a la existencia eventual
de otras vías ordinarias para lograr la misma tutela, de la posible infracción al
principio de cosa juzgada, o la afectación de la ritualidad del proceso. Asimismo,
la doctrina y jurisprudencia han asumido erróneamente en muchos casos que una
sentencia ha respetado la Carta Fundamental por el solo hecho de pronunciarse
en un proceso judicial.
6. El recurso de protección resulta una vía idónea para controlar la constitucionalidad de las sentencias civiles en que se cometan irregularidades o arbitrariedades
de carácter grave y notorio, siendo el ejemplo más evidente, y de mayor ocurrencia
práctica, las sentencias que afectan a terceros que no han sido parte en el juicio
en que se pronunció, y que han quedado en indefensión respecto de sus efectos.
7. La sentencia que acoge un recurso de protección respecto de una ilegalidad cometida en una sentencia civil tiene efecto de cosa juzgada respecto de la
sentencia misma que se pronuncia sobre el fondo del asunto.
8. La jurisprudencia de los últimos veinticinco años ha reconocido la procedencia del recurso de protección como vía de impugnación de las sentencias
civiles en que se han cometido graves vulneraciones constitucionales, en especial,
en los casos en que se ha afectado a terceros que han quedado en indefensión.
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Constitución Política de la República
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ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar”
Julio Alvear Téllez
Hacia una concepción comprehensiva
de la libertad económica
Un paradigma a desarrollar*-**1
Towards a comprehensive concept of economic freedom
A paradigm to develop
Julio Alvear Téllez***
Profesor Derecho Constitucional
Universidad del Desarrollo
[email protected]
Resumen: El trabajo propone una concepción comprehensiva de la libertad económica. Este derecho debe garantizar la autonomía privada y el emprendimiento considerando siempre las exigencias
del interés social que le son atingentes, particularmente tratándose de la libertad de empresa. Tales
exigencias se formulan desde dos perspectivas complementarias: la de los estándares de bien común y la
del derecho considerado en sí mismo, esto es, en su fundamento, contenido, objeto, naturaleza y límites.
Abstract: This paper proposes a comprehensive concept of economic freedom. That right must
protect private autonomy and entrepreneurship, considering related social interest requirements, particularly in the case of corporation rights. These requirements are formulated upon two complementary
perspectives: the common good standards, and the right itself, that is, considering its foundation, content,
purpose, nature and limits.
Palabras clave: Libertad económica, nueva concepción comprehensiva, libertad de empresa.
Keywords: Economic freedom, new comprehensive concept, Corporation rights.
I. Antecedentes
La libertad económica fue concebida por el constituyente como una derivación
del principio antropológico de la libertad del hombre y de su primacía sobre el
Estado. Tal libertad se trazó originariamente como una proyección de la autonomía personal en el ámbito del desarrollo empresarial y productivo, convirtiéndose
* Trabajo
** recibido el 4 de abril de 2014 y aprobado el 6 de mayo de 2015.
El presente artículo es producto de la investigación adscrita al Proyecto Fondecyt Nº 11121218.
*** Doctor en Derecho, Universidad Complutense de Madrid. Director de Investigación Facultad de Derecho
Universidad del Desarrollo. Abogado Universidad Diego Portales.
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en una de las piezas esenciales del orden público económico chileno, junto a la
propiedad privada, el modelo de Estado subsidiario, la igualdad impositiva y la
disciplina fiscal y monetaria1.
Nuestra constitución económica2, innovadora en muchos puntos, no dejó de
ser afectada, sin embargo, por una cierta falta de precisión. Formuló un estatuto
jurídico de derechos económicos que ha sido uno de los puntales del desarrollo
del país. Aseguró un estatuto para la libre iniciativa económica sin olvidar las
condiciones legales de su ejercicio ni sus razonables límites extrínsecos. Empero,
el texto constitucional no explicitó la relación que existe entre libertad económica y los derechos concurrentes de los otros agentes del proceso productivo,
particularmente los trabajadores y los consumidores. Tampoco hizo mención a la
libre competencia y al papel que desempeña en cuanto límite o garantía (según
los casos) de la libertad económica de los más débiles. Ni consagró los vínculos
entre libertad de empresa y bienestar general, pues el beneficio empresarial no
se identifica siempre con la mejora simétrica de las condiciones de vida de la
sociedad.
En otros términos, faltó al constituyente de 1980 una mayor especificidad en
cuanto a identificar expresamente los distintos componentes del bien común hacia
el cual la libertad económica se orienta, se retroalimenta y se finaliza en virtud
de su propia naturaleza. Componentes que han sido identificados con bastante
precisión por la doctrina comparada, según veremos oportunamente.
Estimamos que esta falta de explicitación plantea a la doctrina chilena nuevos desafíos, sobre todo de cara a los escenarios dramáticos que ha tenido que
enfrentar la libertad de empresa en la llamada “sociedad posindustrial”, donde
se expande la concentración del poder económico en importantes zonas del
mercado, o donde el beneficio del empresario o del inversor puede planificarse
y obtenerse afectando la utilidad del resto de los agentes económicos, o incluso
dañando la economía real. Este nuevo modo de hacer negocios hace parte de lo
que se ha denominado la nobel cultura “líquida” del capitalismo3, cuyas patolo-
1 Para una visión sistemática de los principios del orden público económico, Fermandois (2011), pp. 83-117.
2 Sobre la pertinencia de los términos “constitución económica” y “orden público económico” es conocido el
debate en la doctrina chilena. Sin perjuicio de lo que más adelante anotamos, referimos aquí a Fermandois
(2006), pp. 27-75; Fermandois (2010), pp. 25-46, Nogueira (2010), pp. 13-23, López (2012) pp. 41-52
y Cea (2012), pp. 503-508.
3 La discusión sobre la mutación del capitalismo es amplísima. Fue anunciada, entre otros, por Bell (1973,
1999), pp. 47-490. Una visión general, desde distintas sensibilidades y ángulos, en Albert (1997), pp. 159-
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
gías se han hecho ver en toda su magnitud en la crisis “sub-prime” de los Estados
Unidos4 y en la crisis del euro5.
En este trabajo emprendemos, en primer lugar, una revisión de la doctrina
chilena sobre la libertad económica en sus relaciones con el bien común, precisando los aspectos de esta categoría que nos interesa resaltar, de cara al texto
constitucional vigente, pero también pensando en las reformas que vendrán. A
partir de aquello que ha sentado la doctrina chilena –en sus consensos, diferencias, aportes y carencias– propondremos una concepción de libertad económica
que llamaremos “comprehensiva”, en cuanto pretende incluir en ella los vínculos
jurídicos precisos que unen el interés económico del empresario con el interés
social. En esta tarea integraremos ad casum aportes de la doctrina española y
sentencias escogidas del Tribunal Constitucional chileno6.
II. Una revisión de la doctrina chilena:
la libertad económica en perspectiva
1. Las dos posturas de nuestra doctrina
Durante más de tres décadas, gran parte de la doctrina chilena se ha movido
en la línea homogénea de cultivar la libertad económica como derecho de defensa
ante las intervenciones del Estado, de precisar su coordinación con los principios
liberales de la constitución económica, de verificar el sentido de sus prohibiciones,
y de resolver su tensión con la regulación estatal, una vez que la actividad sobre
la que recae debe respetar “las normas legales” que la disciplinan7.
171; Rifkin (2000), pp. 9-55; Bruckner (2002), pp. 25-145; Sennett (2006), pp. 32-200; Frieden (2006),
pp. 100-150; Harvey (2010), pp. 1-214; Beaud (2010), pp. 300-435; Ha-Joon (2010), in toto.
4 Un diagnóstico de la crisis, con particular atención a las anomalías del sistema financiero e inmobiliario
en Financial Crisis Inquiry Commission USA (2011), especialmente pp. 27-231 y 389-409. Una visión
más crítica en Stiglitz (2010), pp. 25-400.
5 Desde diferentes lecturas, Borrell (2012), in toto; Bagus (2012), in toto; Arias y Costas (2012), pp. 29209. Su incidencia para el constitucionalismo, Embid (2012), in toto.
6 Los
aportes de la doctrina española que utilizamos en este artículo se refieren principalmente a los
componentes de la libertad económica. Ello, sin perjuicio de lo que España debe a la doctrina alemana y al
desarrollo de la doctrina comunitaria europea, lo que en su caso también se indica.
7 Sobre la concepción de libertad económica la bibliografía es inmensa. Sin intención exhaustiva, remitimos
por orden cronológico a algunos escritos de referencia: Bruna (1985), pp. 59-76; Bulnes, (1985) pp. 149165; Huidobro (1988), pp. 98-116; Cea (1988), pp. 155-170, Cumplido (1995), pp. 109-145; Evans de
la Cuadra (1999), pp. 140-145; Diez (1999), pp. 171-231; Silva Bascuñán (1997), pp. 51-54; Navarro
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Hay, empero, algunos matices que formular al interior de esta línea. La configuración de la libertad económica como derecho negativo o de defensa, como
espacio de autonomía frente al Estado es, en lo sustancial, una tesis pacífica en
nuestra doctrina. Pero dado que no se trata de un derecho absoluto, la dificultad
se impone a la hora de precisar sus vínculos con el resto de los elementos del
orden público económico, suponiendo la delimitación coincidente de todos ellos.
En ninguno de estos dos aspectos existe consenso.
Ello explica la existencia en nuestro país de al menos dos lecturas sobre la
libertad económica, que podemos clarificar como sigue:
a) Una lectura “objetiva”, que tiende, en mayor o menor medida, a integrar las
exigencias societarias de bien común a la noción de libertad individual, sea por la
vía de los principios que componen el orden público económico (subsidiariedadsolidaridad, “servicialidad”, etc.), sea por la vía de los derechos fundamentales
(armonización de la libertad económica con sus límites y con los derechos fundamentales de terceros). Hay un esfuerzo explícito por resolver la tensión que puede
producirse entre el interés individual y el interés general, especialmente en las áreas
de la economía donde el mercado se abre a la provisión de los bienes sociales.
b) Una lectura “subjetiva” que centra el estatuto constitucional de la libertad
económica en el plano de la libre iniciativa, expresión de la creatividad y de la
autonomía humana. Se denota una clara prevención contra todo tipo de regulación estatal, aún de aquella que invoca el interés general.
Analicemos ambas posiciones a través de sus autores más representativos. La
lectura “objetiva” se manifiesta con nitidez en las obras de Evans (1999), Cea
(1988), Diez (1999) y Nogueira (2010).
A partir de una lectura directa de la Comisión Ortúzar, Enrique Evans de la
Cuadra concibe la libertad económica dentro de un contexto normativo de bien
común donde resaltan los elementos regulatorios y limitativos8. Y en tres dimensiones principales. En primer lugar, el derecho a desarrollar “cualquier actividad
económica” solo tiene significación jurídica y trascendencia práctica si las personas
que la ejercen se someten “a las leyes que la regulan”, en el entendido que “regular
(1999), pp. 19-28; Soto Kloss (1999), pp. 119-128; Cuevas Farren (2006), pp. 1-32; Nogueira (2010),
pp. 29-44; Fermandois (2011), pp. 117-217; Bronfman et al. (2012), pp. 362-371; Cea (2013) pp. 525529. Sobre el Estado empresario, Bertelsen (1997), pp. 115-126; Navarro (2000), pp. 32-47; Fermandois
(2011), pp. 218-247; Bronfman et al. (2012), pp. 371-382, entre otros.
8 Evans de la Cuadra (1999), pp. 140-200.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
una actividad es someterla al imperio de una regimentación que indique cómo
puede realizarse”, aunque no al extremo de obstaculizarla o impedirla9. Libertad
y regulación no son, entonces, para Evans, dos espacios en conflicto en el que
uno espera que el otro se desocupe para avanzar. Al contrario, la regulación es
necesaria para el despliegue de la libertad.
En segundo lugar, el autor destaca que la obligación de respetar esta garantía
se extiende no solo al Estado, sino también a todos los particulares que actúan
en la economía nacional. De ahí la importancia sustancial de la legislación que
sanciona las conductas contrarias a la libre y leal competencia10. Finalmente,
Evans destaca la importancia de las prohibiciones: no pueden desarrollarse actividades económicas que contraríen la moral, el orden público o la seguridad
nacional11.
José Luis Cea, en una obra publicada a finales de la década de los ochenta,
concibe la libertad económica en función de un orden más amplio de principios, normas y valores. Se trata de la “constitución económica”, componente
cardinal para el adecuado funcionamiento del sistema político12. La libertad de
empresa, junto a los otros derechos de contenido económico y social, tienen una
dimensión normativa irrenunciable: hacen parte del “orden público económico”.
En primer lugar, constituyen “el marco jurídico básico en el que se desenvuelve
la gestión económica de los individuos, grupos intermedios y el Estado para
el bien común, con igualdad de oportunidades reconocidas a los sujetos de la
economía”13. Son espacios de inmunidad frente al Estado, pero también de
colaboración con el bien común. De ahí que el orden público económico deba
armonizar las libertades económicas con la protección de los intereses sociales, a
través de la articulación razonada de principios complementarios y la concesión
de potestades regulatorias a los órganos del Estado, según los casos14.
9 Evans de la Cuadra (1999), p. 141.
10 Evans de la Cuadra (1999), p. 141.
11 El autor anota juiciosamente que, “corresponderá a los tribunales pronunciarse acerca de la procedencia
o improcedencia de ejecutar actos que sean objetados por afectar los bienes jurídicos señalados”. Evans de
la Cuadra (1999), pp. 141-142.
12 Cea (1988), pp. 155-180.
13 Cea (1988), p. 157.
14 Junto al principio de libertad en materia económica hay que atender a los principios de subsidiariedad,
de igualdad de oportunidades, de prohibición de la discriminación arbitraria, de racionalidad de la política
económica y de bien común (como fin del Estado), entre otros. Cea (1988), pp. 167-176.
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La libertad económica es, en consecuencia, pieza de una composición más
extensa, y su significado jurídico no se agota con la satisfacción del interés individual de su titular. Hay que atender a los límites representados por las libertades individuales de terceros, a las libertades asociativas y más ampliamente a las
exigencias de bienestar general a las que se ordena la economía15. Ello permite
incluso la intervención de la autoridad en el mercado a fin de eliminar sus efectos
disfuncionales16.
En la visión de Cea, el instrumento técnico de la regulación es parte esencial
del concepto de orden público económico17. El problema es que parece ampliarse más allá del concepto especificado por Evans: ya no se trata de ordenar
la actividad de acuerdo a sus propios fines, sino de delimitar la legitimidad o
no de dichos fines a la luz de determinados criterios trascendentes de interés
general18. En obras posteriores, el profesor Cea parece haber matizado su postura
en este punto, al deslindar la regulación en términos análogos a los de Evans19,
y al subrayar el rasgo supletorio de la intervención estatal, sea en el ámbito
de la regimentación de la iniciativa privada, sea en el de la contracción de las
actividades empresariales20.
Sergio Díez también concibe la libertad económica al interior de un contexto
jurídico-político más amplio21. Primariamente, resalta el fundamento históricoideológico del orden público económico. Más allá de su vertiente regulatoria,
su finalidad principal es “agrupar determinadas garantías económicas” a fin de
15 Cea (1988), pp. 155-168.
16 Cea (1988), p. 165.
17 El
“Orden Público Económico” es “el conjunto de principios y normas jurídicas que organizan la
economía de un país y facultan a la autoridad para regularla en armonía con los valores de la sociedad
nacional formulados en la Constitución”. Cea (1988), p. 158.
18 Fermandois ha controvertido el postulado de que la potestad estatal regulatoria es parte esencial del orden
público económico. En lo sustancial sostiene que la noción de “orden público” debe ser superada por la de
“constitución económica”, que se articula en torno a la confianza en la libertad y no en la intervención estatal.
Desde un punto de vista dogmático, objeta además que la centralidad que se asigna a la regulación legal (y,
en su caso, a la regulación administrativa cuando complementa o pormenoriza lo dispuesto por el legislador)
puede terminar afectando el papel esencial de la libre iniciativa, cuyos principales movimientos deben estar
entregados al titular del derecho y no al Estado. La crítica se extiende también a Roberto Guerrero del Río,
y con matices, a Víctor Manuel Avilés. Fermandois (2011), pp. 58-63, 69-75.
19 Cea (2013), p. 504.
20 Cea (2013), p. 526.
21 Díez (1999), pp. 171-248.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
impedir la “influencia desmedida del poder económico de los Estados”, en cuanto
ésta destruye la libertad, base de la democracia22. La libertad económica es una
de esas garantías.
En la exposición del autor hay que destacar la conceptualización de dos
principios, que hoy suelen ser mal entendidos. En primer lugar, el principio
de subsidiariedad. Este entrega a la iniciativa privada el impulso del desarrollo
económico y empresarial, pero también exige que las necesidades sociales básicas
–alimentación, salud, vivienda, y tantas otras– deban contar para su provisión
con la ayuda extraordinaria (subsidio) del Estado, especialmente tratándose de
los más pobres. La cara correlativa de la subsidiariedad es la solidaridad, según
recuerda la doctrina social de la Iglesia, a la que Díez alude.
En segundo lugar, el principio de servicialidad, que permite encuadrar la
libertad económica dentro de una economía que no está al servicio del Estado
ni al servicio exclusivo del lucro, sino de la persona23. Elementos todos que moldean la libertad económica dentro de un modelo humanista, más allá del campo
meramente utilitario.
En este ámbito, nos parece que es el profesor Humberto Nogueira quien con
mayor rigor se ha detenido a precisar los distintos componentes de lo que hemos
denominado lectura “objetiva” de la libertad económica24.
Nogueira distingue entre orden público económico y constitución económica,
connotando que la primera incluye, además de los derechos subjetivos de orden
constitucional, el conjunto de normas legales que regulan la actividad económica, así como las normas reglamentarias que las complementan. La libertad
económica debe comprenderse integrada, según su zona de actividad, dentro
del ordenamiento jurídico económico en su conjunto, en todo el ámbito de sus
regulaciones, sea básica y general, sea de policía y buen gobierno, sea económica
stricto sensu25.
El autor destaca que tanto la constitución económica como el orden público
en el que la libertad particular se inserta tienen como fundamento la dignidad de
la persona humana y el desarrollo de un proyecto de vida digno, con igualdad de
22 Díez (1999), pp. 173, 176.
23 Díez (1999), pp. 197-200.
24 Nogueira (2010), pp. 11-46.
25 Nogueira (2010), pp. 13-22, 38-39. Una primera distinción entre orden público económico y constitución
económica, en Cumplido, p. 130 y Cea (1988), pp. 158-159, a quienes el autor refiere.
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oportunidades para participar en la vida económica, social y cultural del país. Lo
que implica superar la “impostación puramente patrimonialista de las relaciones
económicas, considerando el perfil social de la actividad económica, que no se
rige únicamente por el interés individual, el cual es atemperado por el rol del
Estado de asegurar el bien común y los derechos fundamentales (de contenido
socio-económico)” que posibilitan la “vida digna”26.
En consecuencia, tanto la libertad como la regulación hacen parte de la constitución económica, en un sano equilibrio complementario. Por una parte se han
de resguardar los derechos patrimoniales, cuyo contenido esencial está garantizado
constitucionalmente. Por otra, no se pueden preterir las normas reguladoras que
traducen el deber del Estado de asegurar y promover el bien común, al interior
del cual se encuentran los derechos sociales, y a modo de finalidad subsecuente,
la existencia digna de las personas.
Es interesante observar cómo el profesor Nogueira “des-subjetiviza” la libertad
del artículo 19 Nº 21, utilizando el expediente de lo que podríamos denominar
regulación legal necesaria. Parece decirnos que ésta es siempre imprescindible:
se requiere tanto para establecer los límites del derecho en cuestión como para
sostener su propio despliegue. Así, atendiendo al espacio en que se desarrolla (el mercado), la libertad económica se configuraría como una libertad de
concurrencia dentro de dicho espacio. De ahí la importancia de la legislación
de defensa de la competencia. Por otra parte, como el mercado se extiende a
sectores de la economía que refieren a bienes no económicos o que inciden
en otros derechos fundamentales, la regulación estatal destinada a preservar
dichos bienes y derechos se justifica por sí misma. Piénsese en la regulación
del pluralismo informativo, en los estándares de calidad de la educación, en la
protección del medioambiente, en la defensa del consumidor, en la legislación
laboral y de seguridad social, etc.
En la obtención de beneficios puramente lucrativos, también la libertad económica debe someterse a las regulaciones jurídicas. Esta vez en los distintos niveles
que reglamentan la actividad específica de que se trata. Amén de los límites que
asimismo imponen los derechos fundamentales, las exigencias del bien común y
los que corresponden a las directrices generales de la política económica de cada
gobierno27.
26 Nogueira (2010), pp. 12-13.
27 Nogueira (2010), pp. 31, 37-43.
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Podría pensarse que esta marea de regulaciones resulta un peso agobiante para
la libre iniciativa, al menos si se las aprecia en una visión de conjunto. Sin tocar
abiertamente la dificultad, Nogueira resalta que el principio de subsidiariedad
que garantiza la autonomía del individuo y los cuerpos intermedios frente al
Estado tiene también una dimensión activa, que se ha olvidado especialmente
en el ámbito económico y social. Se traduce en el deber estatal de proteger a
las personas y grupos débiles frente a los más fuertes, así como de suplir a los
particulares cuando éstos no realizan eficazmente su labor de colaboración con
el bien común28.
En la doctrina chilena hay otros ensayos notables para anudar el interés personal
con el interés general, sea en el ámbito genérico de los derechos fundamentales
(como elementos del bien común29 o del Estado social30), o más particularmente
en el área de los derechos económicos (cuando éstos se conjugan con las exigencias sociales del sistema internacional de derechos humanos31), o de la libre
empresa (cuando se visualiza unida a la libre competencia32, e incidentalmente
al mercado33).
En sus diversas dimensiones, esta lectura “objetiva” provoca algunos problemas
a la hora de pesar el rol que le cabe a la regulación estatal en el desarrollo de la
libertad económica. Pareciera que se da por sentado que las libertades individuales
exigen, en mayor o menor medida, una regulación “nativa”34. Es decir, aquellas
debieran plegarse necesariamente a ciertos condicionamientos generales previos
(a definir en cada rubro económico). La libre iniciativa, desde su nacimiento,
requeriría ser canalizada por una norma estatal que, al disciplinarla, de alguna
manera se sobrepondría a ella. De ahí que para estos autores, la regulación sea
un componente esencial del orden público económico.
28 Nogueira (2010), p. 32.
29 Evans (2001), pp. 227-237; Prado (2007), pp. 61-90.
30 Solari (1993), pp. 333-344.
31 Nogueira (2009), pp. 143-205.
32 Navarro (2003), pp. 67-78; Valdés (2006), pp. 121-136.
33 Bronfman et al. (2012), pp. 362-363.
34 Suplementariamente, y desde la noción de orden público económico, es, con diversos matices, la idea que
parece desprenderse de los trabajos de Guerrero (1979), pp. 79-94; Dougnac (1986), pp. 6-12; Irarrázaval
(1987), pp. 97-115; Cea (1988), pp. 155-180; Cea (1991), pp. 18-32; Navarro (1997), pp. 117-142; Cea
(2013), pp. 503-506.
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El Prof. Nogueira, sin embargo, escapa a esta crítica, pues en sus trabajos cuida expresamente que la autonomía protegida por el derecho sea respetada por la
regulación que incide en su ejercicio legítimo, apareciendo ambas en conjunción
complementaria en pro de los intereses individuales y sociales35.
Otro sector de la doctrina, el que representa lo que hemos llamado lectura
“subjetiva” de la libertad económica, problematiza, en general, el rol de la regulación, al menos como elemento esencial del orden público. La regulación
exige ser “domesticada” fijando, en lo posible, grados mínimos de intervención
normativa. El derecho subjetivo necesita de menos regulación y de más garantía
de expansión36.
De la lectura “subjetiva” son representativas las obras de Aróstica (2001),
Fermandois (2010), Fermandois (2011), y Bronfman, Martínez y Nuñez (2013),
donde se presta particular atención al concepto de libertad de empresa desde el
ángulo de la tensión que se produce entre su ejercicio y los canales de intervención
y regulación estatal.
El Prof. Fermandois recoge la veta doctrinaria consagrada en las últimas
décadas, profundizando la visión de la libertad económica como expresión de
la autonomía individual, base de una sociedad abierta, con algunas variantes en
torno al concepto de orden público económico y al papel de la regulación37.
Fermandois, a fin de resaltar el aspecto libertario de los derechos económicos, objeta el uso del término “orden público económico”, en cuanto lastra
una concepción político-jurídica centrada en la regulación estatal y no en el
principio de libertad y subsidiariedad. Si dicha categoría nació para limitar
la autonomía de la voluntad en el área del derecho privado, hay que destacar
que la Constitución de 1980 invirtió los términos, al reconocer en la persona
una supremacía ontológica sobre el Estado, lo que implicaría evacuar el poder
estatal del ámbito de los cuerpos intermedios. De ahí que en materia económica el poder del Estado exista solo por excepción, dentro de los límites de una
actuación subsidiaria38.
35 Nogueira (2010), pp. 32 y 37-29.
36 Es la noción primeramente explorada por Fermandois (2000), pp. 63-78.
37 Fermandois (2011), pp. 27-248 y Fermandois (2010), pp. 25-91.
38 Fermandois (2011), pp. 51-62 y 69-75; Fermandois (2010), pp. 25-45, a propósito de Ripert. Esto
explica el uso preferente del término “constitución económica” en tanto connota que la regulación es una
herramienta no esencial al orden público. Lo esencial es la realización de la persona a través de la contribución
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
De esta doctrina aflora necesariamente un concepto de libertad económica
de contenido “vasto e indefinido”, como literalmente dice el autor, determinable solo a partir de la propia creatividad del empresario39. Sin embargo, se
reconoce que por imperativo del texto constitucional nos encontramos frente
a una libertad regulada. Por los límites “extrínsecos” fijados por el artículo 19
Nº 21 y, más problemáticamente, por los “intrínsecos” de naturaleza legal o
jurisprudencial40.
A nuestro juicio la visión del profesor Fermandois es meritoria desde el punto
de vista teórico, pero en la práctica se vuelve problemática, por la falta de acento
en los aspectos regulatorios que sirven al interés general. En el foro, por ejemplo,
existe una arraigada tendencia a concebir la libertad económica únicamente como
derecho de defensa, como facultad de no intervención, bajo cuyos parámetros la
norma legal solo se reduciría a facilitar el emprendimiento individual y la voluntad
subjetiva de lucro. Ello es claro en sede de amparo económico, donde es habitual
deducir la acción con el objeto de favorecer una libre iniciativa poco deferente con
el principio de juridicidad. Al menos en tres niveles: (a) en el deber de respeto al
ejercicio legítimo de la libertad económica de terceros, (b) en el deber de respeto
al ejercicio legítimo de otros derechos fundamentales concurrentes; (c) en el deber
de sujeción al estatuto legal regulatorio de la actividad económica en que la libre
iniciativa ha de ejercerse41.
Por su lado, y desde el ángulo del derecho administrativo, el prof. Aróstica
resalta cómo el estatuto jurídico de la libre iniciativa y el retraimiento del Estado
empresario han sido puntales del desarrollo del país42. El fenómeno jurídico de
la privatización de las empresas públicas y de las sociedades estatales junto al
reconocimiento de la titularidad privada originaria sobre todas las actividades
libre de todos los agentes económicos. Fermandois (2010), pp. 25-46; Fermandois (2011), pp. 71-75. Sin
embargo, ha de observarse, que la libertad económica, aún cuando se la conciba como un estricto derecho
de no intervención estatal, no puede prescindir del concepto de regulación. Toda actividad económica la
supone, en mayor o menor medida. El propio autor, en lo sucesivo, revisando en concreto su función, destaca
el grado de intensidad permitido por la Constitución. Fermandois (2010), pp. 46-91. Sobre la doctrina de
la “reserva legal poderosa” que propone, Fermandois (2011), pp. 156-163.
39 Fermandois (2011), pp. 125-127.
40 Fermandois (2011), pp. 124-125 y 128-131.
41 La constatación, acompañada de un balance de la jurisprudencia del amparo económico (1990-2012),
en Alvear (2013a), pp. 192-208 y 210-211.
42 Aróstica (2001), pp. 13-136.
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económicas (que de iure proprio y ab initio pertenecería a los particulares) prefiguran un clara defensa de la libertad empresarial como derecho de no intervención, derecho que florece “de espaldas al estatismo”, como sostiene gráficamente
el autor43.
Estas “espaldas al estatismo” expresa certeramente la axiología del constituyente respecto al contenido negativo (de no intervención) de la libertad económica, en sí mismo considerado. Recoge también la especial preocupación de
la doctrina por la tensión que puede producirse entre su ejercicio y los canales
de la regulación. De ahí el notable recelo ante una jurisprudencia tentada a no
resolver adecuadamente dicha tensión, en el sentido de garantizar la autonomía
en la mayor medida de lo posible, sea en sede de protección, sea en sede de
amparo económico44.
En línea análoga a la precedente, aunque con relevantes diferencias de
matices, podemos encuadrar el trabajo de Bronfman, Martínez y Nuñez45.
Los autores constatan la intención del constituyente de hacer primar la libre
iniciativa (el emprendimiento privado), reduciendo la actividad empresarial del
Estado a una excepción. Ambos incisos del artículo 19 Nº 21 son, por tanto,
correlativos. En dicho contexto, conciben el orden público económico como
un conjunto de libertades personales para intervenir en la economía, de tal
manera que el derecho en comento es, en realidad, “la suma reforzada de otros
derechos” en esta área de la actividad humana. Su contenido es amplísimo e
indefinido –“cualquiera actividad económica”–, pero se concreta al interior del
mercado, en esa libertad para ofrecer o intercambiar bienes o servicios a cambio
de un precio. De lo precedente, los autores deducen que el lucro es esencial a
la noción de libertad económica.
La delimitación constitucional del contenido de este derecho viene dado por la
moral, el orden público y la seguridad nacional, de acuerdo a la doctrina común46.
43 Aróstica, Iván (2001), pp. 31-48 y 71-86.
44 Entre los estudios críticos destacan Soto Kloss (1993), pp. 105-136; Aróstica (1995), pp. 7-14; Errázuriz
(2002), pp. 441-447; Varas (2002), pp. 307-316; Hernández (2010), pp. 443-463; Nogueira (2010),
pp. 7-27; Alvear (2013a), pp. 167-220. En lo descriptivo son de referencia Evans de la Cuadra (1996),
pp. 49-61; Vega y Zúñiga (1997), pp. 9-45; Navarro (1998), pp. 77-93; Navarro (1998), pp. 185-195;
Varas (1998), pp. 45-70; Guzmán (1999), pp. 49-68; Navarro (2001), pp. 451-468; Navarro (2007),
pp. 99-119; Gómez (2009), pp. 97-118. En amparo económico los estudios más completos son los de Ureta
(1997), y Jaederlund (1999), pero requieren ser actualizados.
45 Bronfman et al. (2012), pp. 362-390.
46 Bronfman et al. (2012), pp. 362-382.
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Sin embargo, al identificar “libertad” con “emprendimiento”, se resalta quizás en
demasía el aspecto subjetivo de la libertad analizada, quedando obliterados los
elementos que la vinculan más directamente con el bien común.
2. Balance de las dos posturas
En su conjunto, el balance de ambas lecturas –la “objetiva” y la “subjetiva”– es positivo, siempre que las visiones se complementen mutuamente, al
menos en lo sustancial. Por una parte, es indudable que la libertad económica
considerada en sí misma, como derecho fundamental que deriva de la dignidad
humana, es un derecho de autonomía y de defensa frente al Estado. Pero, dado
que no es un derecho absoluto, está sujeta en cuanto a su ejercicio a los vínculos
explícitos o implícitos que exija su armonización con los intereses del bien común. El problema es concordar cuáles son esos vínculos de acuerdo a nuestra
dogmática constitucional, una vez que los límites y prohibiciones establecidos
por la Constitución no logran evitar la disonancia entre el interés individual
lucrativo y el interés general.
Al respecto, se pueden sentar los siguientes estándares:
a) Un concepto de libertad de empresa ligado únicamente a su faceta negativa
(defensa frente a las intervenciones del Estado) es notoriamente incompleto.
Una noción integral (y por tanto, de contenido positivo) debe saber resolver
la siguiente disyuntiva: la libertad empresarial ¿se contrapone al logro de los
bienes sociales esenciales o concurre a ellos desde el espacio de la autonomía
privada?
b) Si la libertad económica adopta como principal referente el emprendimiento, corre el riesgo de no atender en la misma proporción –he ahí el problema– a
las normas de carácter trascendente que rigen o debieran regir su actividad.
En términos dogmático-constitucionales, hay que fundamentar más a fondo
la doctrina común de que no todo ejercicio de la libre iniciativa económica es
legítimo, dado que, en principio, debe atenerse a las normas legales que regulan
cada rubro de actividad. En este ámbito la regulación no es “enemiga” del derecho, sino por el contrario es ordenadora y tutelar. En el caso de los llamados
“mercados regulados”, la regulación, por su propia naturaleza, es más intensa y
asume además un rol configurador o definidor del derecho.
c) La libertad de empresa está unida por un vínculo esencial al mercado. La
actividad empresarial supone siempre organización de factores de producción
en términos jurídicos, al servicio de un objetivo: la producción o mediación
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de bienes y servicios para el mercado47. El “para” no hay que olvidarlo, pues
conceptualmente la libertad de empresa es un derecho fundamental de acceso al
ámbito del mercado, no un derecho a que ese ámbito se regule de una manera
determinada48 a fin de que el empresario pueda sacar dentro de él el mayor lucro
posible, a cualquier costo y por cualquier medio. El mercado tiene sus reglas que
el empresario debe respetar.
Por otro lado, cuando hablamos de “mercado” entendemos que es un ámbito
de intercambio de bienes y servicios que debe operar al interior de una economía
social de mercado, y no de una economía liberal de mercado49.
En nuestro país se habla indistintamente de economía de mercado, economía
de libre mercado o economía social de mercado. En realidad, es la economía liberal
de mercado el sistema que se ha venido aplicando en Chile50.
Sobre el punto, es oportuno recordar que autores como Fermandois controvierten la tesis de que la Carta de 1980 haya constitucionalizado un sistema o
un modelo económico determinado, remitiendo el problema a la delimitación
técnica que estos conceptos tienen en las ciencias económicas51. Resulta, sin
embargo, indiscutible que en la actual Constitución hay una opción económica
47 Para el desarrollo de esta doctrina, Cidoncha (2006), pp. 121-174.
48 Díez-Picazo (2008), p. 538.
49 Los términos “social” o “liberal” resultan en muchos aspectos convencionales. Las diferencias dependen
en gran parte del ángulo de análisis. Con una distinción ya clásica Albert (1997), pp. 97-102, opone el
modelo neoamericano de los Estados Unidos (“liberal”) al modelo del Rhin (“social”), fundándose en el
lugar que ocupa el mercado en la sociedad (o la garantía de seguridad social) para satisfacer las necesidades
esenciales de la población. Thurow (1996) distingue entre el modelo del Rhin, el modelo anglosajón
(a partir de la era Reagan y Thatcher, aunque con diferencias entre ambos) y el modelo japonés, según
el compromiso comunitario o individualista del Estado. Los modelos no se han mantenido estáticos.
Primero la globalización y después el escenario de crisis económica mundial han relativizado en las dos
últimas décadas las diferencias entre estos modelos dentro del género economía de mercado, en beneficio
del paradigma neo-americano.Una delimitación conceptual en Alvear (2014), pp. 258-260, con la
propuesta de considerar al “neo-capitalismo” como referencia definitoria de la economía liberal de mercado
contemporánea (pp. 241-244).
50 Frickhöffer (1982), pp. 89-98, sostuvo en su época que las bases de la economía de mercado instaurada
en Chile se asimilaban a las de la economía social en Alemania, por su alto grado de flexibilidad, productividad
y racionalidad. Lazcano (2008), pp. 168-169, rechaza la similitud dado el influjo de la Escuela de Chicago
en el modelo chileno. Yáñez (2001), pp. 7-9, niega que se pueda hablar de economía social de mercado en
Chile, pues pese al progreso económico, los avances en aquella dirección no son sustanciales en ninguna de
las materias relevantes, como difusión de la propiedad, vivienda, salud, seguridad social, relación empresariostrabajadores, equidad en el ingreso.
51 Fermandois (2006), pp. 39-41.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
fundada en la libertad de empresa, la propiedad privada y el Estado subsidiario,
entre otros principios, como se ha recordado recientemente52. Dichos principios
establecen un marco regulatorio para el funcionamiento de una economía de
mercado. Pero es un marco bastante flexible. De ahí la actual discusión sobre el
carácter “neo-liberal” de la Constitución de 198053.
Más allá de la discusión, en la que no podemos entrar aquí, lo que se denomina
“economía social de mercado” parece más coherente con los valores humanistas
de nuestra Constitución, pues no distorsiona, como su versión liberal o individualista, el principio de subsidiariedad ni impide el principio de solidaridad54.
Exige, en todo caso, que la libertad económica, al tiempo de servir al interés
individual, sirva también al bien común, al interior de un mercado sujeto no
solo al juego de la utilidad de los empresarios particulares, sino también a las
obligaciones de compensación social de quienes son más débiles en el poder de
compra, especialmente tratándose de bienes esenciales55.
d) El “lucro” –jurídicamente, el derecho al beneficio–, aunque sea un objetivo
natural a la empresa, no define su sentido último, como veremos.
e) Hay que fortalecer la correlación que enlaza la libertad económica de un
individuo con la libertad económica de terceros al interior del mercado. De ahí
la necesidad de una legislación apropiada de defensa del mercado y de la competencia, la que debe ser real, libre y suficiente. El respeto por la competencia es
un deber connatural al ejercicio de la libertad empresarial, y no puede escindirse
de ella, como un elemento meramente accidental56.
f ) La libertad empresarial concurre con los derechos del resto de los agentes
económicos al interior del proceso productivo. Tal libertad está inserta en dicho
proceso y es inseparable de él. De ahí que tan importante como el respeto a la
libre iniciativa de los dueños del capital sea la satisfacción oportuna de los derechos de los trabajadores (especialmente el “salario justo”, las condiciones laborales
52 Rivera (2014), pp. 189-212.
53 La
más reciente contestación a la imputación de “neoliberalismo” es de Fermandois (2014), pp. 213242, sobre la base de un análisis del desarrollo de los derechos sociales en la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional.
54 Hemos tratado este punto en Alvear (2013b), pp. 155-160. También lo destaca Nogueira (2010), p. 32.
55 Un ejemplo en materia de salud en Alvear (2013b), pp. 160-166.
56 En nuestro medio, Nogueira (2010), p. 32, es quien indica, por primera vez, con toda claridad, el vínculo
entre libertad económica y mercado, y libertad económica y defensa de la competencia.
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y la adecuada protección social), así como la protección de los derechos de los
consumidores.
Este esquema, según profundizaremos a continuación, es compatible con
el actual estatuto constitucional de la libertad económica. Aunque en el futuro
sería de desear una referencia explícita en la Constitución a los elementos anteriores, a fin de forzar al legislador a desarrollarlos y concretarlos con mayor
pulcritud.
Sin perjuicio de lo que queda dicho, se ha de constatar la existencia de
un surco doctrinario que ha sido minoritario en el tiempo y que formula su
juicio sobre la libertad económica desde una postura crítica a la Carta fundamental. Se afirma, desde el punto de vista político, que el orden público
económico y la libertad de empresa en particular refieren a un modelo privatista que fue impuesto a partir de mediados de la década de los setenta sin
el consentimiento de todos los chilenos. Además, y mirando las cosas desde
el ángulo de los derechos fundamentales, el estatuto de la libertad económica
adolecería, por obra del principio de subsidiariedad, de un solipsismo inaceptable, que le impide ser armonizado con otros derechos de carácter social o
con las obligaciones mínimas de solidaridad del Estado. El sentido “social”
de la libertad de empresa solo sería posible, se pleitea, modificando o sustituyendo su actual estatuto constitucional. Y ello por dos vías complementarias:
demoliendo el principio de subsidiariedad o expandiendo la intervención
directora del Estado en el ámbito económico, fundado en el paradigma de un
nuevo “Estado social”57.
De aquí parten las propuestas de “Nueva Constitución” en la materia,
aún no del todo desarrolladas58. No es el momento de analizar aquí estos
proyectos.
57 Los intentos de darle un distinto sentido a la libertad económica se han formulado, en su mayoría,
desde posiciones críticas a la filosofía constitucional vigente, particularmente respecto del principio de
subsidiariedad. En este ámbito se encuentran interesantes trabajos como los de Ruiz Tagle (2000),
pp. 48-65; Schurman (2006), pp. 217-229; Tironi (1987), pp. 171-185; Vallejo y Pardow (2008),
pp. 135-156; e indirectamente Figueroa (2009), pp. 587-620. Más recientemente, Viera (2013), pássim,
y a nivel divulgativo, en el contexto de la crítica al “modelo económico” chileno, Atria et al. (2013),
pp. 283-292.
58 La
articulación entre Estado social, solidaridad y deber de satisfacción de las necesidades públicas ha
quedado plasmada en el Programa de Gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018), p. 33. Sin embargo,
el documento da una gran importancia a la economía fundada en el mercado. De hecho, todas las normas
correctivas de sus fallas corresponden a lo que en doctrina se denominan técnicas “conforme” al mercado.
El elenco es de interés y bastante completo. Ibid., pp. 60-61.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
III. Nuestra propuesta: una visión comprehensiva
de la libertad económica
1. Los estándares de delimitación y sus dificultades
Con lo expuesto precedentemente se puede componer una concepción comprehensiva de la libertad económica, que considere -insistimos en ello– no solo el
derecho en sí mismo sino también sus vínculos esenciales con los elementos del
bien común que le son atingentes. Los estándares que resultan de tal concepción
son los siguientes:
a) El ejercicio de la libertad económica requiere de una regulación ordenadora
y tutelar que garantice la libre iniciativa del empresario, sin merma del interés
general.
b) La libertad económica, especialmente en su faceta de libertad de empresa,
es un derecho que finaliza en el mercado, por lo que debe someterse a sus reglas.
c) Dichas reglas han de realizarse en los marcos de una economía social de
mercado, donde rige no solo la lógica del beneficio particular de los agentes
económicos, sino también la lógica de la compensación social. Jurídicamente los
principios de subsidiariedad en su sentido activo y de servicialidad-solidaridad
encuentran en este ámbito económico su plena operatividad.
d) La libertad económica garantiza ampliamente el ejercicio de actividades
de producción y distribución de bienes y servicios (para el mercado), se realicen
o no con ánimo de lucro.
e) El ejercicio de la libertad económica exige el deber de respetar la libertad
de terceros, por lo que le es esencial una defensa apropiada de la real, libre, y
suficiente competencia.
f ) La libertad económica, particularmente la libertad de empresa, debe concurrir armónicamente con los derechos del resto de los agentes económicos que
son protagonistas del proceso productivo, particularmente los trabajadores y los
consumidores.
Frente a estos estándares se avizoran al menos dos dificultades. Es necesario
que las resolvamos previamente, a fin de delimitar bien la concepción comprehensiva de la libertad económica.
La primera dificultad es de orden económico. El ejercicio de la libertad de
empresa parece quedar sujeto a una serie de requisitos extrínsecos que pueden
incidir negativamente en las proyecciones de incentivos y costos del empresario.
Ello podría afectar en mayor o menor medida el contenido esencial del derecho,
al condicionar desmedidamente la libre iniciativa.
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Julio Alvear Téllez
Segunda dificultad. Remite propiamente a una cuestión de constitucionalidad:
la posibilidad de establecer para la libertad económica más límites o prohibiciones
que lo que el texto constitucional vigente soportaría a primera vista. Con lo que
se ahogaría un derecho que en el espíritu del constituyente debiera expandirse
con mínima intervención legislativa del Estado.
Al respecto, hay que reconocer lo siguiente: si permanecemos en los horizontes
de lo que hemos llamado lectura “subjetiva” del texto constitucional las dos dificultades quedan sin solución. Pues, por un lado, los estándares propuestos vinculan
algunos elementos de la libertad económica a criterios objetivos, canalizando la
libre iniciativa particular en ciertas direcciones (de bien común), respecto de las
cuales deja de ser autónoma. Por otro lado, tales estándares, de contenido positivo,
no aparecen en el texto constitucional, por lo que bien podría interpretarse que
a nivel doctrinario efectivamente se está imponiendo al derecho en análisis más
cortapisas que las permitidas por la Constitución.
Sin embargo, desde una lectura “objetiva” se puede reafirmar que la noción
misma de libertad económica contenida en el inciso primero del artículo 19
Nº 21 incluye implícitamente, por deducción lógica, los criterios referidos.
No es razonable admitir que un derecho de contenido económico pueda ser
ejercitado vulnerando el bien común y los derechos de terceros. Sobre todo
si además se tienen en cuenta el juego interpretativo de los principios de bien
común, subsidiariedad (activa) y de servicialidad-solidaridad del Estado consagrados en el artículo 1º de la Carta fundamental. Y suplementariamente,
en lo que cabe, la correlación del artículo 19 Nº 21 con otras disposiciones
constitucionales.
2. Propuesta de una concepción comprehensiva
de la libertad económica
El vínculo entre libertad económica y bien común es necesario no solo en
razón de la exigibilidad de este último. El concepto mismo de libertad individual
requiere del ajuste entre ambos elementos.
En otros términos, es necesario que los distintos vínculos existentes entre
la libertad económica y las exigencias de bien común sean correlacionados con
los diversos elementos internos del derecho en análisis, a saber, su fundamento,
naturaleza, contenido, objeto y límites. De lo contrario se corre el riesgo de afectar
el esencial espacio de autonomía individual que garantiza este derecho, cual es el
justo temor de aquel sector de la doctrina nacional que hemos encasillado bajo
el epíteto de lectura “subjetiva”.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
Es la tarea que emprendemos a continuación, utilizando, cuando sea oportuno, algunas sentencias del Tribunal Constitucional chileno. No es nuestro interés
formular una visión de conjunto de su doctrina, ni menos realizar un balance
jurisprudencial59. Nuestro objetivo es más modesto: servirnos de algunas sentencias
pertinentes a fin de desarrollar nuestra propia propuesta, con la ayuda, donde
cabe, de la doctrina chilena y, en su caso, de la española.
2.1. El fundamento de la libertad económica
en tres principios
El Tribunal Constitucional (en adelante, TC) considera que los fundamentos
de la libertad económica se anclan en los principios “filosófico-jurídicos” contenidos
en el Capítulo I de la Constitución y “viene a ser una consecuencia del principio
de subsidiariedad, como también del deber del Estado de resguardar el derecho de las
personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional ”60.
Para efectos prácticos, el Tribunal toma el concepto de “libre iniciativa” como
equivalente al de “libertad económica”61, aunque, en rigor, como se sabe, el primero es solo su elemento genérico. El fundamento queda configurado por tres
principios: a) el principio de primacía-libertad de los particulares, b) el principio
de subsidiariedad, como criterio orientativo de la actuación/intervención del Estado, y c) el principio de bien común, formulado aquí por la vía de la exigencia
de igualdad de oportunidades.
Vemos, en consecuencia, que los principios y nociones que componen el
fundamento filosófico jurídico de la libertad económica son correlativos: la libre
iniciativa supone la subsidiariedad, y ambas revelan el principio de primacía de
la persona en concurrencia con el bien común, sea que este se manifieste en la
igualdad de oportunidades o en otras facetas.
Consideremos algo más detalladamente estos tres principios.
a) El principio de primacía-libertad parece claro, pero tiene su complejidad.
Por de pronto, a nivel de fundamentos del derecho, no parece que pueda ser
59 Como se sabe, el TC se ha pronunciado sobre diversos aspectos de la libertad económica. Una utilísima
recopilación en Navarro y Carmona (2011), pp. 212-220. Una exposición descriptiva en torno al artículo
19 Nº 22, en López (2012), in toto.
60 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 146-1992-INA, de 21 de abril de 1992, c. 8. En análogo
sentido, Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 167-1993-INA, de 6 de abril de 1993, c. 9.
61 La equivalencia terminológica proviene de la Comisión Ortúzar. Se reitera, por ejemplo, en Sentencia
del Tribunal Constitucional rol Nº 280-1998-INA, de 20 de octubre de 1998, c. 22.
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captado en clave puramente económica, aunque su objeto se concrete en dicho ámbito. Puede resultar sorprendente constatar aquí que el TC, siguiendo
los lineamientos antropológicos del constituyente, en más de una ocasión ha
ubicado el fundamento de la libertad económica fuera del ámbito meramente
lucrativo. Al efecto ha establecido que este derecho es, “una expresión del reconocimiento de la primacía de la persona humana y de su libre iniciativa para
emprender y así realizar la plenitud de sus virtualidades para su propio bien y el
de sus semejantes, colaborando en la promoción del bien común. Se trata pues de
un derecho de fundamental importancia para los individuos, al permitir desarrollar tanto el espíritu de iniciativa como la subjetividad creadora de cada una de
las personas” 62.
La última frase remite al interés individual como fundamento subjetivo de
la potestas que el derecho entrega. No es, sin embargo, un interés individual
exclusivamente centrado en el ánimo de lucro. Se trata de un interés que supera
el aspecto monetario en la misma medida que permite a la persona alcanzar
una faceta de su realización o perfeccionamiento: el desarrollo del espíritu
de iniciativa y de la capacidad creadora. Estamos, en consecuencia, frente a
una visión nítidamente “personalista” y no meramente “economicista” de la
libertad económica. La segunda dimensión es un correlato de la primera y no
a la inversa.
Es en este horizonte donde debe comprenderse la “servicialidad del Estado”
del artículo 1 de la Constitución. En su sentido fuerte este principio solo puede
ser concebido en función de la primacía de la persona –y de la iniciativa privada–
en las actividades humanas (también, por tanto, en las económicas)63. De ahí
la inherencia de los derechos que emanan de la naturaleza humana, que no son
concedidos sino solo reconocidos por el Estado64.
b) El segundo principio que sirve de fundamento al derecho en análisis es el
de subsidiariedad. La dificultad radica acá en la comprensión cabal de su significado. El TC en este punto ha sostenido una concepción bastante débil. Con
frecuencia se ha detenido únicamente en la sola dimensión pasiva del principio,
62 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 226-1995-INA, de 30 de octubre de 1995, c. 41.
63 Para los efectos de nuestro trabajo, adoptamos , en la intelección de estos dos principios, la interpretación
de Soto Kloss, Eduardo (2009), Derecho Administrativo. Temas fundamentales, Legal Publishing-Abeledo
Perrot, Santiago, pp. 2-10, 101-116.
64 Seguimos en este punto a Bronfman et al. (2012), pp. 17-19.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
esto es, aquella que “limita la acción del Estado dentro de la sociedad, abriendo el
mayor campo posible a la iniciativa de los particulares” 65. Con ello su operatividad
queda notoriamente mermada66.
En contra de esta visión debemos afirmar que el principio de subsidiariedad
reconocido en el artículo 1º de la Constitución supone también una dimensión
activa, por cuanto el Estado tiene el deber de proteger a los grupos menores de
los abusos de los grupos mayores, cuando éstos no pueden hacerlo por sí mismos,
lo que es funcional sobremanera al ámbito económico67.
Del impulso activo de la subsidiariedad nace también el principio de solidaridad, por cuanto los grupos mayores, y en su defecto el Estado, tienen la obligación
de auxiliar a los necesitados respecto de aquello que no pueden alcanzar por sí
mismos, máxime cuando se trata de exigencias primarias de bien común, como
la satisfacción de las necesidades esenciales. Esta conjunción entre subsidiariedad
y solidaridad justifica las políticas de bienestar social, aunque es preferible el auxilio mutuo entre los cuerpos intermedios, incentivado o promocionado por el
Estado (solidaridad horizontal), al protagonismo absoluto del Estado en dicho
auxilio (solidaridad vertical), a fin de evitar el riesgo de asentar cuerpos sociales
parasitarios68.
65 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 167-1993-INA, de 6 de abril de 1993, c. 10.
66 Bronfman,
Martínez y Núñez han glosado sentencias representativas del TC sobre la subsidiariedad.
Bronfman et al. (2012), pp. 34-38. De su lectura se denota una concepción puramente pasiva, al extremo
de que la realización del cumplimiento de las obligaciones sociales del Estado se deja en manos de los
particulares por razones de principio. A fin de subsanar una concepción tan escuálida, el tribunal, en
ocasiones, impelido por la necesidad de proteger bienes sociales abiertos al juego del mercado, ha sobrepasado
la subsidiariedad llegando a sostener que el empresario particular debe asumir obligaciones sociales aún en
la hipótesis de cierto detrimento patrimonial, como en el controvertido caso del alza de los planes de salud
privados. Lo que desde este ángulo parece del todo inconsecuente.
67 Es
de destacar que en el ámbito de la libertad económica la subsidiariedad en su dimensión activa ha
sido rescatada, casi en soledad, por Nogueira (2009), p. 42. Nosotros lo hemos seguido en Alvear (2012),
pp. 59-61 y 64, a propósito de la educación. López (2012) pp. 32-33 opina, en la materia, que la dimensión
activa debe descartarse. Desde un punto de vista general, el estudio más completo y actualizado sobre el
principio de subsidiariedad, con amplias indicaciones bibliográficas nacionales y comparadas, es el de Loo
(2009), pp. 391-426. El autor constata las fallas de gran parte de la doctrina chilena en cuanto a acentuar
solo el aspecto pasivo o inhibidor del principio. Lo que es inaceptable si se le analiza en sus orígenes clásicos,
en su formulación por la doctrina social católica y en la práctica del derecho comunitario europeo, en mayor
o menor medida. Ibid., pp. 393-395, 398-403.
68 El mejor estudio monográfico que conocemos sobre los vínculos esenciales entre subsidiariedad y solidaridad
es ya clásico: García Escudero (1960), passim. En nuestro medio, el vínculo ha sido destacado entre otros
por Loo (2009), pp. 400 y 421 y Covarrubias (2001), pp. 89-91.
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En este contexto, hay quienes niegan que el artículo 19 Nº 21 se funde en el
principio de subsidiariedad. La indiscriminada apertura de la economía al interés
privado y el mandato de retracción del Estado empresario del artículo 19 Nº 21
inciso segundo lo vincularían más bien a la figura de un Estado abstencionista (la
del liberalismo del laissez faire) que a la de un Estado subsidiario69.
No creemos que pueda extremarse hasta tal punto la hermenéutica del artículo
19 Nº 21. La Constitución vigente bien admite una interpretación amplia de la
subsidiariedad, de modo de incluir su faceta activa y su proyección en la solidaridad70. Hay que interpretar dicho artículo en sus dos incisos a la luz de una
versión integral del principio de subsidiariedad. Lo que significa que el Estado
en materia económica debe adecuarse no solo a los estándares que limitan su
actuación pública sino también a aquellos que lo incitan a tener presencia donde
las necesidades sociales sean desatendidas o insuficientemente satisfechas por los
particulares y los cuerpos asociativos.
c) El tercer principio en el que se fundamenta la libertad económica es el bien
común. El fallo ya citado del TC sienta una doctrina notable: la “iniciativa para
emprender” tiene a su vez como finalidad el que la persona realice “la plenitud
de sus virtualidades para su propio bien y el de sus semejantes, colaborando en la
promoción del bien común”.
Si aquí se manifiesta, como dijimos, una concepción personalista y no meramente economicista de la libertad económica, habría que delimitar, de todos
modos, en su justa medida, esta dimensión personalista. El Tribunal avanza
en este aspecto al sostener como marco de referencia del derecho no solo el
“propio bien” sino también “el de los semejantes”, vinculando ambos bienes (el
personal y el ajeno particular) a la tarea general y concurrente de “promoción
del bien común”.
El fundamento de la libertad económica se encuentra no solo en la dignidad
individual expresada en la iniciativa y capacidad creadora del ser humano, sino
también en la “colaboración con el bien común”.
En síntesis, de la aplicación de los tres principios señalados (libertad-primacía,
subsidiariedad y bien común) y sus correlatos (solidaridad, servicialidad y colaboración con el bien común) se desprende que el Estado debe abstenerse de
sustituir a los particulares en las actividades económicas que éstos pueden desa-
69 Es la objeción de Loo (2009), pp. 419, 420, 422.
70 Lo reconoce el mismo autor en materia de principios, Loo (2009), p. 424.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
rrollar adecuadamente. Pero dado que el fundamento del derecho consagrado en
el artículo 19 Nº 21 no radica únicamente en la libertad y creatividad individual,
antropológicamente consideradas, sino también en la solidaridad y el servicio al
bien común, el Estado subsidiario tiene el deber de adoptar en la materia una
función no solo pasiva sino también activa a fin de que las necesidades sociales
sean cabalmente cumplidas71.
Tiene sentido entonces plantear en la dogmática constitucional vigente la
necesidad de que la libertad económica se vincule con el bien común a través
de la aplicación de criterios normativos que ajusten el interés individual con el
interés general. Todo lo cual supone un sinnúmero de precisiones ulteriores que
en los próximos acápites iremos desarrollando. Por de pronto los tres principios
destacados arriba, así como sus correlatividad, deben adoptar operatividad. Sería deseable, en todo caso, volverlos explícitos y darles su pleno sentido en una
eventual reforma constitucional.
2.2. Objeto y contenido de la libertad económica
Por objeto entendemos el ámbito de la realidad sobre el que se proyecta el
poder del sujeto. Por contenido el conjunto de facultades que sobre el objeto puede
ejercer el titular del derecho. Vamos a examinar ambos. Luego explicaremos por
qué ambos elementos exigen, en razón del bien común, una regulación necesaria
que ordene y tutele el ejercicio del derecho.
En nuestro país no se ha dado suficiente relevancia al objeto y contenido de
la libertad económica. Y, sin embargo, tales componentes son determinantes para
comprender la naturaleza jurídica de este derecho y el rol que dentro de él tiene
el interés particular.
El problema es que ambos elementos no están definidos en la Constitución.
Se requiere de un esfuerzo por parte del intérprete para delimitarlos con rigor.
Dicho esfuerzo ha sido muy escaso en Chile72, lo que ha permitido la plasmación
de una libertad económica en exceso indeterminada, extendiendo su garantía a
ámbitos desconocidos en la doctrina comparada.
71 Al
respecto, Nogueira (2010), p. 31, destaca particularmente aquellos sectores de la economía que
producen bienes no económicos, como la salud, la educación y otros.
72 Nogueira (2010), pp. 29-43, es una singular excepción.
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2.2.1. Objeto de la libertad económica
En el texto constitucional vigente la libertad económica tiene un objeto amplísimo: pura y simplemente la libertad de ejercer cualquier actividad económica
lícita. Esto quiere decir que el derecho se manifiesta en la “la libre iniciativa y la
prosecución indefinida de cualquiera actividad económica, sea productiva, comercial, de
intercambio o de servicio”, sea “personalmente o en sociedad, organizada en empresas,
en cooperativas o en cualquier otra forma de asociación lícita” 73.
En este punto, el TC ha adherido explícitamente a la concepción común de la
libertad económica como derecho de contenido negativo: “esta garantía se refiere
al ejercicio de una libertad o derecho de contenido negativo, es decir, cuya sustancia
consiste en que los terceros (el Estado o cualquier otro sujeto) no interfieran, priven
o embaracen la facultad del titular para desarrollar cualquier actividad económica
que no sea contraria a la moral, el orden público o la seguridad nacional” 74.
En rigor, un derecho de contenido “negativo” equivale, de cara a terceros,
especialmente al Estado, a un “derecho de libertad”. Esto significa que, en
principio, su conformación concreta se deja a la libre iniciativa de sus titulares
y su ejercicio presupone un deber de abstención genérico, de no transgresión
(non facere) por parte de los poderes públicos. Las facultades que otorga el
derecho son ejercidas de una manera autosuficiente, porque no necesita de la
intervención del legislador (ni de los demás poderes públicos) para “realizarse”,
para ser “ejercitable”75.
La configuración precedente podría dar la impresión de que la libertad económica es un derecho de carácter “absoluto”. Que su conformación, por ejemplo,
al interior de la actividad sobre la cual se realiza queda enteramente entregada a
la voluntad de emprendimiento e innovación de su titular.
Pero, dado el texto de nuestra Constitución, es patente que no estamos frente
a un derecho absoluto. Al respecto, dice el TC: “se trata de un derecho que no es
absoluto sino que reconoce limitaciones basadas en el respeto a la moral, el orden pú-
73 El
TC recoge aquí la jurisprudencia de nuestros tribunales superiores de justicia, específicamente dos
sentencias de la Corte de Apelaciones de Santiago que se individualizan. Sentencia del Tribunal Constitucional
rol Nº 467-2006-INA, de 14 de noviembre de 2006, c. 14. La amplitud del objeto es resaltada, con fórmulas
similares, en otros fallos. Por ejemplo la que establece, con cita del profesor Raúl Bertelsen, la sentencia rol
Nº 280-98, considerando 22.
74 Sentencia del Tribunal Constitucional, rol Nº 513-2006-INA, de 2 de enero de 2007, c. 19.
75 Sobre el punto, Cidoncha (2006), pp. 204-207.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
blico y la seguridad nacional, así como a las normas legales que regulan su ejercicio” 76.
Estas limitantes pueden, a su vez, ser tipificadas como “condiciones de ejercicio
del derecho”77.
La actividad económica entonces no resulta tan indeterminada como parece a
primera vista. Por una parte, queda limitada por lo que técnicamente son prohibiciones, categorías abiertas que posibilitan la limitación extrínseca de la actividad
(moral, orden público, seguridad nacional). Por otra parte, queda sometida a las
normas legales que la regulan. Esto último plantea más de un problema. ¿Hasta
qué grado el contenido amplio, negativo, de no intervención, de la libertad económica es coherente con la regulación legal de su ejercicio?
Al respecto, vamos a dejar establecida la siguiente tesis: la libertad económica exige un marco normativo (establecido primordialmente por el legislador)
que regule la actividad que es objeto de ella. La regulación debe adecuarse a la
naturaleza específica de cada actividad económica y a los vínculos que le unen
con el interés general. Esto quiere decir que ha de normar cada género o especie
de actividad económica, con técnicas de delimitación variable: las actividades o
sectores “libres” están sometidos a una reglamentación mucho menos intensa que
los “disciplinados”78.
No se trata de reglas ajenas: la actividad, en sí misma considerada, exige una
regulación. Se trata, a todo evento, de una regulación ordenativa, no impeditiva.
Esta última, en realidad, es una prohibición, por lo que solo en sentido traslaticio
se le podría denominar regulación.
Tratándose de la regulación ordenativa, hay que tener en cuenta su lugar en
la constitución económica, asunto que recién viene siendo estudiado en nuestro
país79, dada la tendencia a identificar, sin más, regulación con limitación. En
general, la regulación ordenativa tiene un carácter positivo, no puramente nega-
76 Sentencia del Tribunal Constitucional, rol Nº 513-2006-INA, de 2 de enero de 2007, c. 20. En el mismo
sentido, Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 980-2007-INA, de 13 de mayo de 2008, c. 9.
77 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 280-1998-INA, de 20 de octubre de 1998, c. 22.
78 Sobre el punto remitimos a Ariño (2004), pp. 336-337, y más particularmente sobre la libertad económica,
a Cidoncha (2006), pp. 140-142. En Chile, la mejor sistematización de los tipos de regulación de acuerdo al
género de actividades parece ser la de Camacho (2007), pp. 409-457. Sobre las actividades disciplinadas el TC
ha sostenido que no puede hablarse de actividades “libres obstaculizadas por normas legales” sino de “actividades
libres sujetas a una intensa regulación” o de actividades económicas “especialmente regladas” sometidas “a los
mandatos del legislador en todos sus aspectos”. Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 1413-2009-INA,
de 16 de noviembre de 2010, cs. 23 y 22.
79 Remitimos a Aimone, (2014), pp. 10-52.
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tivo, y corresponde a una de las funciones que la doctrina española, por ejemplo,
atribuye al Estado junto a otras tareas propias del orden público económico, como
las de fomento, prestación de servicio público, gestión económica, planificación
y programación, y arbitraje80.
El que en Chile sea el principio de subsidiariedad el que articule las relaciones entre el Estado y la libertad económica, no cambia el dato fundamental: la regulación ordenativa es necesaria para el ejercicio de la libre iniciativa
económica81. La tesis de que a mayor regulación hay menos libertad contiene
elementos sofísticos pues elude el hecho de que la extensión de la regulación solo
tiene sentido plantearla una vez que se ha delimitado su objeto, el que depende
del género de actividad económica al que nos estemos refiriendo.
Una idea esencial subyace entonces a la regulación, aún tratándose de la
más acentuada, al menos si se la entiende de manera correcta y se la precisa
con suficiencia: no es incompatible con la libertad. Hay regulación, y ella es
intensa, cuando hay un bien social que proteger, cuando se trasciende el mero
interés privado del titular de la libertad de empresa, cual es el caso de los
servicios de “utilidad pública”82 o más ampliamente donde hay una razón de
interés general83.
En síntesis, la libertad económica debe ser orientada por una regulación ordenativa acorde con la naturaleza y fin de la actividad. De este modo se concreta
la sujeción que impone el artículo 19 Nº 21 a las “normas legales” respectivas.
La regulación será más o menos intensa según la mayor o menor implicación que
en ella tenga el interés social.
Hay un problema, sin embargo, que queda abierto en nuestro país. En la
práctica, las reglas que la Administración impone a las actividades disciplinadas son abundantes, detalladas y discrecionales, por lo que la sola institución
80 Ariño (2004), pp. 662-664 y 336-339.
81 Aplicando una conocida clasificación de Ariño, Nogueira (2010), pp. 38-41, lo prueba distinguiendo
entre a) regulación básica y general, b) regulación administrativa, de policía y buen gobierno y c) regulación
económica stricto sensu.
82 Sentencia del Tribunal Constitucional roles Nºs. 694-06 y 695-06-INA (acumulados), de 5 de julio de
2007, cs. 9 y 10.
83 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 1413-2009-INA, de 16 de noviembre de 2010, cs. 24 y 23;
Sentencia del Tribunal Constitucional roles Nºs. 694-06 y 695-06-INA (acumulados), de 5 de julio de 2007,
cs. 10, 8 y 9. Sobre el “interés general” como concepto jurídico indeterminado judicialmente controlable,
García de Enterría (2009), pp. 227-263.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
de la reserva legal, tal como ha sido entendida (o limitada) en los hechos, no
logra garantizar con suficiencia la indemnidad de la libertad de empresa frente
a los eventuales abusos normativos, fiscalizadores y sancionatorios del poder
administrativo84.
2.2.2. Contenido de la libertad económica
Sobre el contenido del derecho en análisis, se presentan dos cuestiones:
a) La distinción entre “libertad económica” y “libertad de empresa”.
b) La tipificación de las facultades que integran este derecho.
a) Hay que recordar que el artículo 19 Nº 21 protege no solo la especie libertad
de empresa, sino más ampliamente el género libertad económica.
Lo que singulariza la actividad empresarial es que se trata de una actividad
productiva de bienes y servicios de carácter continua –no puramente ocasional–,
organizada (planificación racional de los factores de producción en términos económicos, técnicos y jurídicos), desarrollada en nombre propio (lo que la diferencia
de la actividad asalariada), y dirigida al mercado (lo que deja fuera la producción
para el consumo personal o familiar)85.
Por su parte, libertad económica como género incluye actividades no previstas
en el ámbito de protección de la libertad de empresa. Aquella también garantiza las
condiciones autárquicas de desenvolvimiento del derecho, extendiéndose a todas
las situaciones en que un individuo, familia o poblado producen para sí mismos,
fuera del círculo inmediato del mercado como mecanismo de intercambio.
b) Todo derecho fundamental está integrado por un conjunto de facultades concretas, inherentes a la actividad que desenvuelve. ¿Cuál es ese haz
de posiciones, ese cúmulo de posibilidades de acción que integran la libertad
económica?
Siguiendo el prefijo “cualquiera” del texto del artículo 19 Nº 21, se opta
frecuentemente por indicar, como facultad esencial del derecho, la “libre inicia-
84 La
amplitud de las normas habilitantes, la falta de identificación clara de los motivos de la regulación,
la existencia de procedimientos sancionatorios carentes de garantías procesales mínimas, la consagración de
sanciones mal diseñadas y peor descritas, la falta de claridad en torno al rango y contenido de las normas
emitidas por el órgano administrativo, son algunos de los vicios de constitucionalidad indicados en una
destacada investigación. Díaz de Valdés (2010), pp. 249-282.
85 Tomamos la caracterización de Cidoncha (2006), pp. 218 y 254-255, quien a su vez la extrae de Girón
Tena, Sánchez Calero y Gondra, entre otros.
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tiva” y la “prosecución indefinida” de la actividad económica. El núcleo esencial
del derecho en comento consistiría, sin más, en iniciar y desarrollar actividades
económicas.
Salvo Nogueira, la doctrina nacional no se ha detenido a precisar las facultades que componen la libertad económica86. Y, sin embargo, es un asunto de
gran utilidad. No solo permite garantizar mejor el derecho, por el conocimiento
más o menos preciso que se tiene de su contenido. No solo posibilita comprender mejor las regulaciones o limitaciones de acuerdo a cada ámbito de actividad
en que se desenvuelve la respectiva facultad. También se satisface la necesidad
de discernir los vínculos positivos que unen estas facultades a cada uno de los
derechos concurrentes, particularmente en los ámbitos del derecho laboral, de la
libre competencia y del derecho del consumidor.
En este punto, no ha perdido vigor la estratificación de Franz Ossenbühl. El
jurista germano distingue:
i) Libre iniciativa económica o libertad de emprender. Se refiere a la libre
creación o adquisición de empresas y el libre acceso al mercado de bienes y
servicios.
ii) Libertad de organización. Es el derecho de la empresa a determinar su
propia organización y vida interna. Se expresa en diversas facultades como la
dirección interna del trabajo (con el límite de los derechos laborales), la constitución interna de los órganos corporativos (respetando, en su caso, el principio
de control y decisión de los accionistas), o la libertad de emplazamiento (limitada, a su vez, por los condicionamientos urbanísticos y territoriales, en razón
del interés general).
iii) Libertad de dirección de la actividad empresarial: de inversión (o de cierre,
o de desinversión), de producción (calidad, volumen, tipos de productos, etc.),
de relación con el entorno, de responsabilidad social, etc.
iv) Libertad de actividad en el mercado. Se manifiesta en la libertad de precios,
la libertad de distribución y venta, la libertad de competencia, la libertad de estrategia comercial y publicidad, y la libertad de contratación respecto de bienes
y servicios87.
86 Nogueira (2010), p. 29. Nuestro autor refiere un elenco de facultades pero no entra a clasificarlas.
87 Ossenbühl (1991), pp. 21-36, con glosa a la doctrina del TC alemán. Es, sustancialmente, la doctrina del
TC español, según expone Cidoncha (2006), pp. 267-270. Ha sido recogida por la doctrina comunitaria
europea con algunas variantes, según indica Mercado (2012), pp. 380 y 387-391. En el mismo sentido,
aunque con una clasificación tripartita, Ariño (2004), pp. 296-304.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
En conclusión, la distinción conceptual entre “libertad económica” y “libertad
de empresa”, y la posterior tipificación de las facultades que integran este derecho, permiten precisar, para efectos de su garantía, el haz de posiciones jurídicas
que, en principio, componen su núcleo esencial. Según se observa, cada una de
las facultades va vinculada a distintas finalidades, a las que posteriormente se
exigirá su compatibilidad (positiva o negativa según los casos) con las exigencias
del bien común.
2.3. El problema del lucro, como componente
de la actividad económica
La actividad protegida por el artículo 19 Nº 21 es la “económica”. ¿Equivale
ella a una actividad “lucrativa”? ¿Cuál es, en definitiva, el vínculo entre lucro y
actividad económica?
No está clara esta cuestión en la doctrina chilena88. Tampoco en la jurisprudencia del TC. Hay sentencias que asimilan actividad económica con actividad
lucrativa89. En otras, la primera parece ser el género y la segunda la especie90.
Existen asimismo infinidad de sentencias en que se habla simplemente de “negocios” o en que se define “empresa” por su conexión esencial con el lucro, aunque
habría que matizar que ello se explica precisamente porque sobre tales actividades
versa la causa iuris.
En realidad, y aplicando desarrollos de la doctrina española, hay que establecer
los siguientes postulados:
a) Actividad “económica” no equivale necesariamente a actividad realizada
con “ánimo de lucro”. Es un concepto más extenso. Equivale a “actividades de
producción y distribución de bienes y servicios”, que quedan constitucionalmente abiertas a la iniciativa de los particulares, una vez aplicado en este ámbito el
principio de subsidiariedad del Estado. En este sentido, la garantía del artículo
88 Bronfman et al. (2012), p. 366, sostienen que el contenido económico de este derecho es únicamente
el fin lucrativo, esto es, el “derecho a buscar ganancia, a incrementar el patrimonio a través de la actividad”.
Más ampliamente, pp. 365-367. Una opinión opuesta en Fermandois (2011), pp. 136-137 y Nogueira
(2010), p. 29, quienes opinan que el emprendimiento económico garantizado puede o no tener fines de
lucro.
89 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 280-1998-INA, de 20 de octubre de 1998, c. 22.
90 No
es “indispensable” el “carácter lucrativo” para ciertas actividades económicas. Sentencia del Tribunal
Constitucional rol Nº 467-2006-INA, de 14 de noviembre de 2006, c. 27.
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19 Nº 21 protege la producción de bienes y servicios tanto de quienes persiguen
una ganancia personal como de quienes no pretenden, como meta última de su
actividad económica, el lucro personal.
b) La actividad económica está esencialmente vinculada al lucro en cuanto a
su modo de realizarse, pero solo accidentalmente en cuanto a su finalidad última.
Basta que los costos queden cubiertos con los ingresos para que nos encontremos
frente a una actividad económica, en el entendido de que ésta no existe si hay
“ánimo de pérdida”. De ahí en adelante la garantía se extiende a toda forma de
producción de bienes y servicios, cualquiera sea la finalidad última del titular del
derecho.
Si esa finalidad consiste en perseguir pura y simplemente el beneficio económico, entonces el artículo 19 Nº 21 protege el derecho a obtener dicho beneficio, asumido los riesgos propios de la empresa. Pero la actividad empresarial
también puede referir a otros objetivos lícitos no lucrativos, como es el caso
del amplísimo sector no profit de la economía (cajas de ahorro, fundaciones,
cooperativas, ONG, voluntariado, etc.). Son actividades económicas o empresariales sin ánimo de lucro: los excedentes no se destinan al disfrute personal
privado sino a fines sociales91.
El que la actividad económica no tenga como finalidad exclusiva el lucro
parece más coherente con el carácter personalista y no puramente “economicista”
del derecho, tal como se ha expuesto en los fundamentos. Y permite, además,
incluir más fácilmente el criterio de razonabilidad como elemento a ponderar para
determinar la justicia de la ganancia obtenida por el empresario, especialmente
en el caso de mercados intensamente regulados92.
91 En
lo precedente seguimos muy de cerca el agudo análisis de Cidoncha (2006), pp. 223-225. En el
mismo sentido, Díez-Picazo (2008), pp. 538-539.
92 Incidentalmente, el TC ha reconocido que el incremento del lucro vía aumento de los precios finales de
los bienes y servicios, debe tener, como elemento del derecho al beneficio, un fundamento razonable En los
mercados intensamente regulados, como la salud, el fundamento razonable está sujeto a control mediante
parámetros objetivos que delimitan los precios de los servicios de interés general proveídos por empresas
privadas. Así se desprende del considerando 10 de la sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 23372012-INA, de 1 de octubre de 2013: “Si es regla común en el mundo de los negocios que las empresas deben dejar
tan claro como sea posible el móvil en el reajuste de sus precios, a fin de que se perciban como justos, y no ligados
al mero deseo de incrementar sus ganancias u otros motivos ocultos, con cuanta mayor razón esta máxima debe
entenderse incorporada en los artículos examinados de la ley Nº 18.933 que versan sobre un contrato regulado
por gravitante en la eficacia real de sendos derechos fundamentales”.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
2.4. La libertad de empresa y sus vínculos al interior del mercado
2.4.1. Vínculos esenciales
Los vínculos entre libertad de empresa y mercado son esenciales. Dada la inserción de aquella en el proceso productivo al interior de una economía abierta,
el mercado se vuelve imprescindible para su propia operatividad. De ahí que en la
doctrina española y la doctrina comunitaria europea muchos autores consideren
al mercado como el objeto mediato del derecho en análisis93.
En la doctrina nacional, Nogueira es quien ha destacado este vínculo. A tales
efectos, concibe la libertad económica como “una libertad de concurrencia de los
diversos operadores económicos en el mercado” 94. Para obtener las condiciones adecuadas para tal concurrencia se hace necesaria la defensa de la libre competencia,
del trabajador y del consumidor95.
Precisando estos aspectos se puede considerar la libertad económica en sí
misma o en sus vínculos con los derechos de los otros agentes económicos que
concurren en el mercado.
Si la libertad de empresa es una libertad para el mercado y en el mercado,
resulta que puede configurarse como un derecho de finalización de la actividad
económica en dicho ámbito, por lo que la legislación debiera garantizar que efectivamente la producción privada se dirija en condiciones satisfactorias al mercado,
y por medio de él, al demandante/consumidor.
La doble faceta, negativa y positiva de la libertad de empresa, puede reformularse en el marco de las relaciones con el mercado. Por un lado, en su aspecto
negativo, como derecho de no intervención, se asegura que el Estado no interfiera
en el derecho del empresario a ofrecer su producción de bienes y servicios en el
ámbito del mercado al que está destinado. Es un derecho a actuar en el mercado,
contratando factores de producción y vendiendo los bienes y servicios producidos.
En su faceta positiva, el empresario puede exigir al Estado que lo proteja de las
intervenciones de terceros cuanto éstos obstaculicen ilegítimamente su oferta al
mercado (defensa de la libre y leal competencia) o, en su caso, la provisión a los
consumidores (derecho del consumidor).
93 Betancor (2010), pp. 383-499 y Cidoncha (2006), pp. 139-150, 309-315, sugieren al respecto ideas
esclarecedoras y complementarias. En el derecho comunitario europeo, la libertad de empresa se desenvolvería
a partir del principio de centralidad y unidad del mercado, Monereo (2012), pp. 387-388.
94 Nogueira (2010), p. 31.
95 Nogueira (2010), pp. 31 y 43.
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Por otro lado, el juego completo de libertades al interior del mercado
supone la necesidad de encaje entre el interés particular que representa el derecho en sí mismo considerado y el interés general. Aquella faceta del derecho
económico que en Chile solemos tratar por separado, cual es la libre competencia, se enlaza con la libertad de empresa a título de relación esencial96. Es
lo que veremos a continuación, sin perjuicio de detenernos posteriormente
en los vínculos entre libertad de empresa y los otros derechos concurrentes al
interior del mercado.
2.4.2. Libertad de empresa y defensa de la competencia
Hemos dicho que la libertad económica está unida, por un lazo esencial, al
mercado. Precisamente el libre ejercicio de este derecho en el mercado impone
la defensa de la competencia.
La relación entre libertad económica y libre competencia puede ser objeto
de varios enfoques complementarios. El más usual es el que considera la libre
competencia como un límite “externo” al ejercicio de dicha libertad: la libertad
de unos está siempre limitada por la libertad de otros. La defensa de la competencia garantiza, en este sentido, la coexistencia armónica de todas las libertades
en ejercicio.
Pero hay que destacar también el carácter positivo de la libre competencia. En
primer lugar, es un elemento esencial para el desarrollo de la libertad empresarial,
pues permite que el poder económico se descentralice en diversos agentes, impidiendo que uno de ellos tenga fuerza suficiente para imponerse y condicionar la
libertad de los demás. La libertad de empresa no puede dar lugar a una posición
dominante desde la que se manipule o falsee el mercado.
Más sustancialmente, la libre competencia canaliza el ejercicio de las libertades
individuales o sociales en materia económica, haciendo posible su realización en
beneficio de todos, y no solo de los más poderosos. En este contexto, no es necesario que nos encontremos con un escenario utópico de competencia perfecta:
basta que se garantice una real, libre y suficiente competencia97.
96 Betancor (2010), pp. 387-396, adscribiéndose a una corriente de la doctrina comunitaria europea,
considera la “defensa del mercado”, especialmente de la competencia, como un límite a la libertad
económica.
97 Sobre el punto, Valdés Prieto (2006), pp. 69-89 y 168-206. En la doctrina española, Betancor (2010),
pp. 387-391; Cidoncha (2006), pp. 145-150. Más ampliamente, profundizando el aspecto positivo, Vázquez
Pena (2012), pp. 17-54.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
En segundo lugar, hay que tomar en consideración que cuando el ordenamiento
jurídico atribuye a un sujeto un conjunto de posiciones jurídicas, impone recíprocamente a otros sujetos un conjunto de deberes en relación a esas posiciones,
lo que propiamente no forma parte del contenido del derecho subjetivo, sino de
la relación jurídica que nace de él. En este sentido el respeto por las condiciones
de una libre, suficiente y real competencia es un deber anejo al ejercicio de la
libertad de empresa, y no puede escindirse de él.
Es interesante observar que el TC ha acogido, en gran parte, esta doctrina,
vinculando de un modo u otro la competencia a la libertad económica. Por una
parte, se ha sostenido que la defensa de la libre competencia sirve de límite a la
libertad empresarial al integrarse a las “normas legales” que regulan la actividad
económica98. Dicho límite se hace absolutamente necesario en “las legislaciones
que rigen las denominadas industrias reguladas, generalmente caracterizadas por la
presencia de monopolios naturales” en mercados relevantes (de telecomunicaciones,
eléctrico, sanitario, actividad portuaria, etc.)99.
Por otro lado, se ha postulado que la libre competencia permite el desarrollo
de la libertad empresarial al garantizar la libre iniciativa de todos los agentes
económicos al interior de la economía de mercado. Lo ha formulado el TC de
un modo bastante claro: “una de las finalidades (de la legislación de defensa de la
libre competencia) es salvaguardar la libertad de todos los sujetos que participan en
la actividad económica, en igualdad de condiciones, beneficiándose de este modo a
toda la colectividad, interesada esta última en que se produzcan más y mejores bienes
y servicios a precios más reducidos” 100.
Puede afirmarse, en consecuencia, que en la concepción de la libertad
económica que defiende el TC, al menos en el contexto de este fallo, hay un
ajuste entre el interés particular del empresario y los derechos económicos de
terceros. A partir de ello, es posible afirmar la coherencia de la tesis del vínculo
esencial, de carácter negativo y positivo, que une la libertad de empresa con la
libre competencia101.
98 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 1416-2009-INA, de 14 de julio de 2009, c. 12.
99 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 1448-2009-INA, de 7 de septiembre de 2010, cs. 20-26.
100 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 467-2006-INA, de 14 de noviembre de 2006, c. 29.
101 En ocasiones, sin embargo, el TC ha hecho una aplicación inadecuada de la función positiva de la
defensa de la libre competencia. Ha sostenido, por ejemplo, que, en principio, la imposición de “cuotas
máximas del mercado de los medios de comunicación” impide la libre competencia y vulnera el derecho a
emprender”. Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 226-1995-INA, de 30 de octubre de 1995, cs. 44
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En síntesis, la defensa de la libre competencia se integra a las normas legales
que regulan la actividad económica garantizada por el artículo 19 Nº 21 de la
Constitución. Pero, como afirma Nogueira, la libre competencia no es puramente
un límite. También tutela el derecho y garantiza la libertad de mercado102.
2.4.3. Libertad de empresa y derechos concurrentes al
interior del proceso productivo
La libertad de empresa es un derecho que se inserta en la dinámica del proceso
productivo. Consideración que importa tener en cuenta por razones económicas
y jurídicas. Económicamente, la libre empresa resulta inviable en condiciones
de normalidad sin el desenvolvimiento de todas las etapas de dicho proceso
(producción, provisión, distribución y consumo). Jurídicamente, el ejercicio del
derecho en análisis concurre con sus diversas facultades (creación de empresa y
acceso al mercado, organización y dirección económica, etc.) con derechos de
otros agentes económicos que también forman parte del proceso productivo: la
libertad económica de terceros, el derecho de los competidores, el derecho de los
trabajadores y el derecho de los consumidores.
Ya nos hemos referido a los dos primeros derechos. Cumple aquí precisar el
vínculo con los dos últimos. Previamente podemos constatar que la necesidad de
este vínculo ha sido poco explorado por la doctrina chilena. Nogueira se preocupa
de indicarlo, aunque no se extiende en detalles103. Saieh lo aborda explícitamente
respecto del derecho del consumidor y la libre competencia, pero desde la perspectiva estratégica de los negocios104. Valdés Prieto trata la libertad de los pequeños
empresarios y la defensa del consumidor como bienes a proteger en el ámbito de
la libertad de empresa y el mercado105.
Parece indudable que la libertad de empresa debe ejercerse en armonía con
el derecho de los trabajadores (que en ella laboran) y el derecho de los consumidores (que contratan los bienes y servicios que produce o distribuye). Sin el
y 45. En realidad, se sabe que la posesión de porcentajes máximos, atendida las condiciones de determinados
mercados, no es una técnica incompatible con los bienes jurídicos que sustentan la libertad económica. El
problema, en el caso sub lite, debió solucionarse, en todo caso, no convirtiendo una decisión prudencial en
una razón de principio.
102 Nogueira (2010), pp. 42-43.
103 Nogueira (2010), p. 43.
104 Saieh (2011), pp. 225-240 y pp. 241-249, respectivamente.
105 Valdés (2006), pp. 142-151.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
concurso de ambos sujetos, la cadena de la producción se rompe y el proceso no
se completa. Analicemos cada vínculo por separado.
(a) En el campo de los derechos de los trabajadores, los artículos 19 Nº 16, 18
y 19 de la Constitución establecen una serie de garantías mínimas en su favor. La
libre contratación, en cuanto facultad del empresario garantizada por el artículo
19 Nº 21, se ha de ajustar a la legislación laboral, sindical, de seguridad social,
de negociación colectiva y de derecho a huelga106. Suplementariamente entran
aquí una serie de cuestiones ya clásicas sobre las que no nos podemos detener: el
problema del justo salario, las condiciones dignas de trabajo, las políticas óptimas
de beneficencia y de seguridad social, etc. Muchas de estas cuestiones la doctrina
española, por ejemplo, las considera a la luz de la técnica de los derechos fundamentales107. También en Chile se ha avanzado al respecto a través de la tutela
laboral de tales derechos108.
Desde la perspectiva del derecho laboral, se enfrentan estos temas como otros
tantos aspectos de una eventual disociación entre capital y trabajo109. Pero no
hay que olvidar la perspectiva de la libertad de empresa. Un ejercicio responsable
de este derecho impelería a adoptar un modelo de gestión que contribuyera a
maximizar el bienestar social110. En este sentido, el modelo de gestión empresarial alemán o japonés han sido históricamente ejemplos de conjunción de
intereses entre empresarios, directivos y trabajadores111. En el caso germano,
la cuestión se inscribe dentro de los lineamientos del paradigma de la “economía social de mercado”112, recogida en mayor o menor medida por el modelo
económico de la Unión Europea. El impulso al desarrollo económico convive
con la permanente preocupación y garantía de la mejora de las condiciones de
vida y de trabajo de los asalariados113.
106 Lo indica Nogueira (2010), p. 43.
107 Un detallado estudio en García Murcia, (2013), pp. 87-691.
108 Ugarte (2007), pp. 49-67; Ferrada y Walter (2011), pp. 91-111.
109 En relación con nuestro medio y desde el ángulo del principio de protección, Gamonal (2013), pp. 425457.
110 Vergés i Jaime (2010), pp. 81-86.
111 El éxito del modelo empresarial germano en la década de los cincuenta, sesenta y setenta, y su retroceso
a partir de los noventa ante el modelo norteamericano del negocio fácil, en Albert (1997), pp. 102-170.
112 Sobre la “economía social de mercado” como modelo para nuestro país, Alvear (2013c), pp. 155-160.
113 La
libertad de empresa en el modelo económico europeo y sus complejidades en Monereo (2012),
pp. 375-377, 384-396.
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Donde no existen modelos ni políticas públicas que aseguren un ajuste
equilibrado entre los intereses del capital y los del trabajador, es necesario que la
legislación avance en este punto, garantizando condiciones jurídicas y materiales
a los trabajadores cada vez mejores, de acuerdo al grado de desarrollo del país114.
Los índices de bienestar tenidos en cuenta por la OCDE115 para los países desarrollados son un buen referente para las políticas públicas. En este campo, nuestro
país figura muy mal situado116.
En relación con los derechos de los trabajadores, el TC chileno en varias
ocasiones ha ensayado ecuaciones de equilibro frente al desenvolvimiento de la
libertad de empresa. Pero han sido pronunciamientos más bien formales, sin una
visión de conjunto que anude la concurrencia de derechos entre el trabajador y el
empresario, en el sentido de unas relaciones entre capital y trabajo satisfactorias
al interior del proceso productivo, en condiciones como las referidas arriba. Se
ha sugerido que la legislación del trabajo no puede llegar al extremo de afectar el
contenido esencial de la libertad de empresa, particularmente en lo que se refiere
a las facultades de organización y dirección. Pero para que este derecho se ejerza
de manera legítima ha de atenerse previamente a las normas legales que lo regulan
en materia laboral117. El criterio ha sido aplicado de modo característico en los
casos de “justa remuneración”118.
114 Una reciente propuesta, en clave de la doctrina social de la Iglesia, en Cecotti, Samuele (2013), passim.
115 El índice es una alternativa al PIB para los efectos de medir el desarrollo de un país en términos
no solo cuantitativos sino también cualitativos. OCDE Better Life Index (disponible en: http://www.
oecdbetterlifeindex.org/).
116 Al año 2012, Chile figuraba en el ranking de calidad de vida en el lugar 34 de los 36 países de la
OCDE. La Tercera, edición del 23 de mayo de 2012. El 2013, nuestro país seguía mostrando la cifra
deficitaria.
117 Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 1252-2008-INA, de 28 de abril de 2009, c. 2.
118 En el caso de choferes y auxiliares de la locomoción colectiva interurbana, se ha debatido en el TC si la
“justa remuneración” cubre también los tiempos de descanso y esperas que corresponde cumplir en función
de los turnos laborales cuando no se realiza labor alguna. Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 23982013-INA, de 27 de agosto de 2013, cs. 3 a 8 (del voto de rechazo), cs. 26 a 36 (del voto por acoger de los
Ministros Vodanovic, Carmona y García), y cs. 1 y 2 (del voto por acoger de Ministros Peña y Fernández).
No hay mención, sin embargo, a la libertad de empresa. La disparidad de opiniones en el mismo sentido,
Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 2340-2012-INA, de 12 de septiembre de 2013; Sentencia del
Tribunal Constitucional, rol Nº 2186-2012-INA, de 18 de abril de 2013. En otras ocasiones, se ha declarado
inaplicable la norma debatida (inciso primero del artículo 25 del Código del Trabajo). Sentencia del Tribunal
Constitucional rol Nº 2110-2011-INA, de 16 de octubre de 2012; Sentencia del Tribunal Constitucional
rol Nº 2197-2012-INA, de 16 de octubre de 2012.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
En esta área hay mucho que profundizar, sobre todo en atención a la etapa
de desarrollo en que se encuentra Chile donde subsiste, por un lado, una amplia
piramidalización del capital, y por otro, grandes inequidades en las condiciones
de trabajo y en su retribución119.
En síntesis, la libertad de empresa garantizada por el artículo 19 Nº 21
debe respetar las normas legales que se desarrollan en garantía de los derechos
asegurados en el artículo 19 Nºs. 16, 18 y 19. Más aún, desde una visión optimizadora de la libertad económica, el empresario debiera asumir un modelo
de gestión que contribuya a elevar directamente el bienestar general de sus
trabajadores.
b) En lo que respecta a las relaciones entre libertad de empresa y derecho del
consumidor, en nuestro país es costumbre mirar este último como un parapeto
de defensa de los más débiles frente a los abusos de la gran empresa. El derecho
del consumidor se concibe en relaciones de conflicto con la libertad económica.
Algo así como un gladiador débil que pide muchas armas para batirse en la arena
con un gigante dispuesto a aplastarlo.
Esta mirada “conflictivista” del derecho del consumidor, y por mirada oblicua,
de la libertad de empresa, es equívoca. En realidad, supuesto el ámbito de una
economía abierta, ambos derechos debieran unirse en recíproca concurrencia. Al
menos desde dos ángulos:
i) El ángulo del mercado. Si la libertad de empresa es una libertad que se
ejerce en el mercado y para el mercado, el interés del empresario de maximizar
sus beneficios debe concurrir con el interés del consumidor de maximizar su
utilidad. Son dos caras de la misma moneda. No tiene sentido proteger a uno y
desamparar al otro.
ii) La perspectiva del proceso productivo. La libertad económica de los
distintos agentes del proceso –importador, fabricante, distribuidor mayorista,
comerciante al detalle, etc.– no se sustenta sin el eslabón terminal: el consumo.
Y este tampoco es posible sin bienes y servicios producidos oportunamente por
la libertad de empresa. De ahí la necesidad de proteger con análoga fortaleza los
derechos concurrentes de ambos agentes del mercado, anudándolos en aras del
progreso económico de todos120.
119 Solimeo (2013), pp. 117-159. Concordamos con el autor en el diagnóstico, pero no en las soluciones,
a nuestro juicio tiznadas en exceso por el ideal utópico de la igualdad.
120 Sobre
la concurrencia de la libertad empresarial, la libre competencia y los derechos del consumidor,
Vázquez Pena, Manuel José (Dir.) (2013), pp. 31-43.
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Los vínculos entre libertad de empresa y derecho del consumidor son, en
consecuencia, armónicos. La mirada “conflictivista” es incompleta desde el punto
de vista teórico. Aunque hay que reconocer que encuentra su fundamento en
conductas abusivas habituales del empresario no suficientemente sancionadas a lo
largo del tiempo. Tras ello se encuentran políticas públicas ineficientes y diseños
débiles de protección del consumidor, cual es el caso de nuestro país121.
Pero no se trata solo de modelos débiles. En ocasiones, nuestra propia jurisprudencia ha llegado al extremo de proteger la libertad de empresa a costa de los
intereses de los consumidores122, vulnerando dos principios jurídico-económicos
esenciales para las relaciones de equilibrio entre empresa y consumo: a) la maximización del beneficio del empresario debe concurrir, en lo posible, con la maximización de la utilidad del consumidor; b) los costos del proceso productivo no
los soporta únicamente el consumidor.
Últimamente, el TC ha mostrado más respeto por la protección al consumidor, reconociendo uno de los principios de oro que lo caracterizan en el
plano de sus relaciones con la libertad de empresa: la regulación del consumidor
tiene un carácter tutelar, atendida las condiciones asimétricas en que la actual
economía productiva coloca al consumidor (en información, en capacidad
negociadora y en posibilidad de hacer efectivo sus derechos)123. Queda pendiente, sin embargo, una adecuada identificación de las consecuencias jurídicas
que de ahí derivan para la libertad de empresa, en clave de concurrencia entre
ambos derechos124.
De cualquier forma, la legislación de protección del consumidor queda incorporada a las normas legales que regulan la actividad económica, de acuerdo al
artículo 19 Nº 21 de la Constitución125. Pero no se trata solo de un límite. En
la medida en que el empresario respeta los derechos del consumidor que con él
121 Se han detectado cinco grandes falencias en el diseño institucional chileno de protección al consumidor.
Engel, Muñoz y Repetto (2013), pp. 13-29. También Lorenzini (2013), pp. 7-27 y 49-55.
122 El año 1998, se justificó la constitucionalidad de un importante aumento de la tasa impositiva al tabaco
y a los combustibles, entre otras razones, porque el gravamen no lo soportaba, en definitiva, el empresario,
sino el consumidor. Sentencia del Tribunal Constitucional rol Nº 280-1998-INA, de 20 de octubre de
1998, cs. 19 y 23.
123 Tribunal
Constitucional rol Nº 980-2007-INA, de 13 de mayo de 2008, c. 9.
124 Es
un desafío amplio para nuestra doctrina. En las últimas publicaciones, Aimone (2013), pp. 3-8 y
Barrientos et al. (2012), passim, parecen sopesar el carácter tutelar del derecho del consumidor únicamente
desde la dimensión del conflicto.
125 358
Por todos, Nogueira (2010), p. 43.
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
concurre al mercado, vuelve más operativo el proceso jurídico y económico, que
necesita del ejercicio de ambos derechos para desarrollarse.
IV. Conclusión
Durante más de treinta años, parte de la doctrina chilena ha conceptualizado
la libertad económica como un derecho de autonomía y de defensa frente a las
intervenciones del Estado. Dicha concepción ha sido vital para el desarrollo del
país, atendida la relevancia que la iniciativa privada tiene en este ámbito.
Sin embargo, tal concepción hoy parece deficitaria, y constituye la gran
problemática que hay que saldar, particularmente en atención a las mutaciones
del capitalismo contemporáneo, que han provocado una serie de disfuncionalidades, como la concentración del poder económico en pocas manos en
importantes zonas del mercado o la desatención de los derechos concurrentes
al interior del proceso productivo, sea de los micro y pequeños empresarios, sea
del resto de los agentes económicos como los competidores, los trabajadores
y los consumidores.
También hay que saldar esta deficiencia en todos los casos en que la libertad
de empresa se hace cargo de la provisión de bienes esenciales (salud, educación,
servicios básicos, y otros), explotando la actividad económica que los produce. En
situación alguna tales bienes pueden quedar capturados por la lógica exclusivista
de la pasión crematística.
Una noción comprehensiva de la libertad económica debiera, en consecuencia,
vincular el derecho individual con el bien común, como ha sostenido otra parte
de la doctrina chilena.
Este vínculo tiene un carácter positivo y no puramente negativo, y exige
una definición precisa de determinados estándares que permitan anudar con
equilibrio el interés privado con el interés social, en atención a las características
de los diferentes mercados en donde opera la libertad económica. El problema
radica en delimitar con precisión dichos estándares, preservando, por un lado, el
contenido esencial del derecho, y armonizando, por otro, el haz de sus distintas
facultades con la consecución de objetivos sociales mínimos. Este trabajo propone
al respecto un primer ejercicio de clarificación.
Los estándares de bien común que proponemos y analizamos son los siguientes:
1. El ejercicio de la libertad económica requiere siempre de una regulación
ordenadora de la actividad que constituye su objeto. Para tales efectos debe ajustarse
a la naturaleza y finalidad de dicha actividad, así como al grado de relevancia en
que está implicado el interés general.
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2. La libertad económica, especialmente en su faceta de libertad de empresa,
está unida, por un vínculo esencial, al mercado, por lo que debe adecuarse a sus
reglas. Tratándose de una economía social de mercado, dichas reglas están orientadas no solo por la lógica del beneficio particular de los agentes económicos,
sino también por la lógica de la compensación social.
3. El “lucro” no define el sentido último de la libertad de empresa. Esta garantiza cualquiera actividad lícita de producción y distribución de bienes y servicios
(para el mercado), se realicen o no con ánimo de lucro.
4. Hay que fortalecer la correlación que enlaza la libertad económica de un
individuo con la libertad económica de terceros al interior del mercado. De ahí
la necesidad de una legislación apropiada de defensa del mercado y de la competencia, la que debe ser real, libre y suficiente. El respeto por la competencia es
un deber connatural al ejercicio de la libertad empresarial, y no puede escindirse
de ella, como un elemento meramente accidental.
5. La libertad económica, particularmente la libertad de empresa, debe concurrir armónicamente con los derechos del resto de los agentes económicos que son
protagonistas del proceso productivo. Tal libertad está inserta en dicho proceso
y es inseparable de él. Tan importante como el respeto a la libre iniciativa de los
dueños del capital es la tutela de los derechos de los trabajadores (especialmente
el “salario justo”, las condiciones laborales y la adecuada protección social), así
como la protección de los derechos de los consumidores.
Dentro de la dogmática constitucional vigente, todos estos estándares admiten
ser establecidos por ley, de modo que pasen a integrar las “normas legales” que
regulan el ejercicio de la actividad económica, de acuerdo a los límites autorizados por el artículo 19 Nº 21. Algunos de ellos ya inspiran, como principio
o criterio general, la regulación legal chilena, como los señalados en (1), (4) y
(5), pero hace falta superar sus deficiencias, y a nivel conceptual, integrarlos
explícitamente a la libertad de empresa.
En segundo lugar, y a fin de preservar el espacio de autonomía anejo al
derecho, es necesario que los estándares precedentes sean correlacionados más
precisamente con los diversos elementos internos del derecho en análisis, a saber,
su fundamento, objeto, contenido, límites y naturaleza:
1. La libertad económica no tiene un fundamento puramente economicista
sino más bien “personalista”, pues expresa la dignidad de la persona, su espiritualidad creadora y su legítima autonomía. El beneficio económico es un correlato
de ello, y no a la inversa. Dicha dimensión personalista merece, sin embargo,
un ajuste, pues el marco de referencia del derecho no es solo el propio beneficio
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Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica. Un paradigma a desarrollar
sino también la “colaboración con el bien común”, espacio donde se conjugan
los principios de libertad-primacía y subsidiariedad así como sus correlatos de
servicialidad y solidaridad. Es esta la manera más apropiada de proyectar los
principios del artículo 1º de la Constitución al artículo 19 Nº 21.
2. El objeto del derecho es de carácter negativo, indeterminado y autosuficiente
(poder para realizar cualquier actividad económica). Sin embargo, la delimitación
concreta de una actividad económica específica no queda totalmente entregada
a la iniciativa particular, dada las prohibiciones fundadas en la moral, el orden
público y la seguridad nacional, y la necesidad de que las normas legales regulen
el ejercicio del derecho, de acuerdo al estatuto consagrado en el artículo 19 Nº 21.
En este sentido, cada género de actividad económica requiere de grados distintos
de regulación ordenadora de acuerdo con lo que exija su propia naturaleza, o la
mayor o menor necesidad de preservar intereses de terceros o bienes comunes,
según ya indicamos.
3. Respecto al contenido del derecho, hay que distinguir entre “libertad
económica” y “libertad de empresa”, para luego tipificar el haz de facultades
que nace de esta última: la libre iniciativa económica o libertad de emprender;
la libertad de organización o derecho a la empresa; la libertad de dirección
de la actividad empresarial; y la libertad de actividad en el mercado. Estas
facultades integran, en principio, el contenido esencial del derecho. Cada una
de ellas se vincula a distintas finalidades, en las que posteriormente se exige
su compatibilidad (positiva o negativa según los casos) con las exigencias del
bien común.
4. En cuanto a la naturaleza del derecho. Este se delimita no solo analizando
su contenido y objeto, sino también sus finalidades. Como ya queda referido, la
libertad económica protege la producción de bienes y servicios para el mercado,
sin que le sea esencial el fin puramente lucrativo.
5. La libertad de empresa concurre en sus diversas facultades (creación de
empresa y acceso al mercado, organización y dirección económica, etc.) con los
derechos de los demás agentes económicos al interior del proceso productivo del
que todos forman parte. Se impone una tarea de ajuste armónico entre todos
estos derechos concurrentes, sea que tengan cobertura constitucional o legal. En
esta tarea de ajuste, tales derechos funcionan no solo como límites a la libertad
de empresa sino también como garantía de su legítimo desenvolvimiento y como
tutela del correcto funcionamiento del mercado.
En razón de todo lo expuesto, estimamos que una concepción comprehensiva
de la libertad económica, como la que aquí presentamos, abre un espacio de
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reflexión en la doctrina chilena, especialmente de cara a las futuras reformas
constitucionales que se proyectan. En todos los aspectos donde la libertad
económica y el bien común podrían disociarse, se requiere de un esfuerzo de
composición armónica.
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ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“Equidad, inclusión social y democracia: una respuesta crítica a los argumentos
en contra del activismo judicial”
Gonzalo Aguilar Cavallo - Benjamín Gajardo - Ana Pía León
Equidad, inclusión social y democracia: una
respuesta crítica a los argumentos en contra
del activismo judicial*1
Equity, Social Inclusion and democracy: a critical appraisal
of the arguments against judicial activism
Gonzalo Aguilar Cavallo**
Universidad de Talca
[email protected]
Benjamín Gajardo***
Universidad Andrés Bello
[email protected]
Ana Pía León****
Universidad Andrés Bello
[email protected]
Resumen: En este artículo desarrollaremos un análisis crítico de los argumentos elaborados por los
opositores del activismo judicial, jerga utilizada, generalmente, para juzgar de modo negativo los casos
en donde el juez decide adjudicando un derecho social. Así, intentaremos mostrar que tal adjudicación
se enmarca totalmente en la actividad jurisdiccional asignada por la Constitución chilena, concluyendo
que ella resulta relevante en el contexto de una sociedad inequitativa, como un medio para realizar la
justicia social y realizar los ideales democráticos. La metodología que emplearemos dice relación con el
estudio y análisis de la dogmática, relativa a la adjudicación de derechos sociales por parte de los jueces.
Abstract: This paper develops a critical analysis of arguments against judicial activism. We intend
to show that judicial activism is an expression generally used to criticize the judiciary while adjudicating
* Trabajo
recibido el 6 de enero de 2015 y aprobado el 13 de mayo de 2015.
** Abogado (Chile), Doctor en Derecho (España), Magíster en Relaciones Internacionales (España), Máster
en Derechos Humanos y Derecho Humanitario (Francia). Postdoctorado en el Max Planck Institute for
Comparative Public Law and International Law (Heidelberg, Alemania). Profesor del Centro de Estudios
Constitucionales de Chile de la Universidad de Talca-Campus Santiago (Chile).
*** Egresado de Derecho de la Universidad Andrés Bello (Chile), Profesor Ayudante de derecho de la
Universidad Andrés Bello (Santiago de Chile, Chile).
**** Doctora
en Filosofía (Chile), Magíster en Filosofía (Chile), Profesora de Filosofía de la Universidad
Andrés Bello (Santiago de Chile, Chile).
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social rights. We argue that such adjudication fits perfectly well within the jurisdictional responsibility
under the Chilean Constitution. Additionally, this adjudication is crucial in the context of an unfair
society, as a mean to realize social justice and social rights. Consequently, this jurisdictional activity is
not conflicting with the principle of democracy. As methodology we use a dogmatic analysis, concerning
the adjudication of social rights.
Palabras clave: Equidad, justicia social, jueces, activismo judicial, sociedad democrática.
Key words: Equity, social justice, judges, judicial activism, democratic society.
Introducción
La desigualdad socio-económica, la desigualdad de oportunidades, pero también la desigualdad jurídica, es un asunto preocupante, no sólo porque impacta
de modo potente a nivel económico (producto interno bruto (PIB), renta, industrialización), sino porque incide en la libertad y en el bienestar de las personas y
comunidades, permeando su calidad de vida en distintos sentidos.1 Lo anterior,
cobra especial relevancia cuando asumimos que la riqueza de las personas “(…)
depende enormemente de las leyes que se hayan promulgado en su comunidad
(…)”.2 Es por eso que en sociedades altamente desiguales vale la pena preguntarse
si acaso el juez debería concebirse como el último reducto que el Estado de Derecho le asegura al individuo y a las comunidades para alcanzar condiciones sociales
mínimas justas en el pleno ejercicio de todos sus derechos humanos consagrados
nacional e internacionalmente. En esta línea, se ha planteado un nuevo rol del
juez del siglo XXI como garante de los derechos humanos.
Como observaba Aristóteles, podemos hablar de distintos tipos de justicia3;
la justicia a la que nos referimos en esta ocasión no corresponde, como se puede
intuir, a la justicia entendida como virtud personal, o a la justicia como mero
cumplimiento de las leyes por parte de los ciudadanos. El concepto de justicia
que en este trabajo abordaremos dice relación con el trato que las instituciones
políticas y sociales entregan a los individuos en la distribución de derechos y
deberes fundamentales. En palabras de Rawls, nos referimos a la justicia social.4
En este aspecto, creemos que no podemos deslindar el concepto de justicia
del de equidad porque éste entrega las directrices mínimas de cómo debe ser
tal distribución, esto es, “[u]na práctica será equitativa a las partes si ninguno
1 Cfr.
2 Sen (2000), pp. 19-20.
Dworkin (2003), p. 15.
3 Cfr.
Aristóteles (1985), 1130a15-1130b5.
4 Cfr.
Rawls (1979), p. 20.
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siente que, por participar en ella, él o alguno de los demás está sacando ventaja,
o está siendo forzado a ceder ante pretensiones que no considera legítimas”.5
En concordancia con lo anterior, el Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) ha señalado que la “[e]quidad corresponde a la idea
de justicia entre hombres y mujeres, grupos sociales, grupos étnicos, grupos
generacionales y entre las actuales y futuras generaciones”. 6 Además, este
mismo organismo internacional, ha indicado que “el progreso en el desarrollo
humano es difícil de sostener frente a injusticias crecientes o persistentes”.7
En esta línea del progreso humano, la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) reforzó la justicia social como un principio clave del desarrollo social. En
efecto, al momento de adoptar la Declaración sobre la Justicia Social para una
Globalización Equitativa en 2008, los Estados miembros de la OIT señalaron
que estaban convencidos de que, “(…) los valores fundamentales de libertad,
dignidad humana,justicia social, seguridad y no discriminación son esenciales
para un desarrollo y una eficacia sostenibles en materia económica y social”.8
Por su parte, en el mensaje de 2014 del Sr. Ban Ki-moon, Secretario General
de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por el Día Mundial de la
Justicia Social indicó que, “[l]a experiencia muestra que el crecimiento económico en sí mismo no es suficiente. Debemos hacer más para empoderar a las
personas mediante el trabajo decente, brindarles apoyo a través de la protección
social, y velar por que se escuchen las voces de los pobres y los marginados”.9
Adicionalmente, en todo este contexto se inserta el clásico debate –que nosotros
no abordaremos en este análisis– acerca de la exigibilidad y la justicia de los
derechos económicos, sociales y culturales.
El objetivo del siguiente trabajo es determinar el rol de los jueces en un Estado constitucional, social y democrático de Derecho, principalmente, en función
de sus competencias para adjudicar derechos sociales,10 y discutir sus alcances,
proyecciones y limitaciones ¿Cuál es el rol de un juez en una comunidad democrática, donde rigen los derechos humanos y el Estado de Derecho, cuando se
5 Rawls (1958), p. 178.
6 PNUD (2013b), p. 4.
7 PNUD (2013a), p. 87.
8 OIT (2008), p. 7.
9 Secretaría General de las Naciones Unidas (2014).
10 En este trabajo se entenderán por derechos sociales, entre otros, los derechos ambientales.
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le pide en concreto reconocer derechos sociales? El centro de este examen es la
realidad chilena. En el marco de este análisis, se tendrán presentes los argumentos
esgrimidos en el libro titulado Activismo Judicial en Chile ¿Hacia el gobierno de
los jueces?, de los constitucionalistas José Francisco García y Sergio Verdugo, aun
cuando hay que decir que existen más autores que defienden la tesis del activismo
en Chile. Además, cabe mencionar que el término ‘gobierno de los jueces’ es la
reutilización de un término muy antiguo en la doctrina estadounidense y también europea. Se ha indicado que los primeros en utilizarlo habrían sido Lambert
(1921), Boudin (1911) y luego habría sido retomado por Neuborne (1982) y
Davis (1987) entre otros.
Ahora bien, la noción de activismo judicial es una expresión amplia que abarca
casos de adjudicación de derechos civiles, políticos y también sociales. Con todo,
en este estudio nos enfocaremos en los derechos sociales, ya que el activismo puesto
en cuestión, en el caso chileno, principalmente se refiere a ellos.11
El eje de trabajo se articulará sobre la base de la justicia social, que es un valor
y principio a cuya realización contribuyen los derechos sociales. Este aspecto normativo y axiológico será el sustento de nuestra discusión porque hoy en día tanto
la comunidad nacional como la comunidad internacional aceptan ampliamente
que estas normas, valores y principios constituyen condiciones mínimas para la
plena realización del individuo.12 En dicho contexto, los Estados están obligados
a respetar, proteger y garantizar los derechos humanos, haciendo de ellos el punto de partida de cualquier debate político.13 De este modo, la política, y sobre
todo la decisión política, se sujeta al Derecho, y especialmente, a los derechos
humanos. Por consecuencia, el órgano clásicamente dispuesto –en un esquema
de separación de poderes– para controlar el cumplimiento del Derecho y de los
derechos, es el órgano judicial.
En la primera sección del trabajo, expondremos las tesis principales que
desarrollan los autores14 y un nutrido grupo de la clase política, en relación a la
existencia de un “activismo” por parte del poder judicial. En la segunda sección,
11 Cabe mencionar que el activismo judicial es un fenómeno que no se compromete con la promoción de
ninguna clase de derecho en particular. En este sentido, en EEUU, la Corte Warren propició interpretaciones
amplias al derecho a la igualdad en el desarrollo del “caso Brown” y en el “caso Virginia”, ocasionando el fin
(al menos desde un punto de vista) de la segregación legal en Estados Unidos.
12 Cfr.
Carillo (1999), p. 144.
13 Cfr.
Peters (2009), p. 514.
14 A partir de ahora se aludirá a ambos autores como García y Verdugo.
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analizaremos y criticaremos la aproximación negativa hacia el activismo judicial,
donde incluiremos un somero examen de algunas de las principales conclusiones
a las que llegan García y Verdugo. En esta sección, intentaremos esbozar una
visión alternativa, consistente en el desempeño de la función judicial compatible
y respetuosa con las esferas de atribución constitucional del poder político. Y,
finalmente, expondremos las principales conclusiones de este estudio.
1. La alegación de activismo y
su connotación negativa
En el caso chileno, la promesa constitucional de plena realización del individuo
contenida en el artículo 1º inciso 4º de la Constitución Política de Chile puede
operar por la vía de la aplicación jurisdiccional de los derechos económicos, sociales
y culturales reconocidos e incorporados en el ordenamiento jurídico nacional: “El
Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien
común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan
a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías
que esta Constitución establece”. En un extremo, la adjudicación judicial de estos
derechos reconocidos en dicho ordenamiento podría acontecer en aquellos casos en
que ninguno de los otros poderes del Estado han dado previamente cumplimiento
a la obligación y al mandato que emana de las normas mencionadas, tendientes
a crear condiciones sociales y de desarrollo justas, entre hombres y mujeres y los
grupos sociales. En esta línea, Del Toro ha indicado que: “[l]os jueces nacionales
desde esta perspectiva adquieren una condición intermedia entre la sociedad y el
Estado del que forman parte y entre dicho Estado y la comunidad internacional.
Las razones de esta condición son diversas y están determinadas, entre otras cosas,
por la expansión a escala planetaria del reconocimiento y protección de la dignidad
humana más allá de los límites estatales e incluso de los relativismos culturales;
por el papel asignado a los jueces en el ámbito interno a partir del desarrollo de la
jurisdicción constitucional como principal garante de los derechos fundamentales
(…)”.15 En definitiva, la Constitución obliga al Estado en su integridad, esto es,
poder legislativo, ejecutivo y judicial.
Se podría argumentar que, en estos casos, el juez, cuando interviene, lo hace
no sólo para aplicar la normativa vigente, sino, especialmente, para realizar
15 Del Toro (2005), p. 329.
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la justicia social. Los derechos del ser humano de carácter social constituyen
simplemente la manifestación normativa de dicha justicia. Administrar justicia
y realizar la justicia social, especialmente en sociedades altamente segregadas y
desiguales, forma parte de un modelo de democracia, más abierta, participativa
y deliberativa, donde el individuo no solo tiene libertades y deberes, sino además, derechos sociales, a cuya aplicación y satisfacción concreta contribuye el
juez. Sin embargo, en ocasiones, cuando el juez ha dado cumplimiento a estos
derechos y mandatos constitucionales, se le ha calificado por la doctrina –con
un viso negativo– de ‘activista’.
Desde el punto de vista conceptual, según la lectura de García y Verdugo, se
entiende por activismo judicial, a las: “(…) sentencias que no parecen someterse
lo suficiente a la Constitución y las normas jurídicas dictadas por las autoridades electas democráticamente y, en algunos casos, contrariando derechamente
su voluntad. De esta manera, se suele acusar de activista aquellos jueces que
no siguen las pautas normativas que han sido acordadas por una comunidad
política en su Constitución o que han entregado los representantes populares,
que son quienes gozan de la legitimidad para dictar las reglas que regirán la
sociedad. La crítica contra los jueces activistas tiene, entonces, un dimensión
democrática y acusa un desconocimiento en la asignación de roles dentro del
sistema político”.16
García y Verdugo esgrimen sus argumentos a través de tres supuestos fundamentales. El primer supuesto, apunta a la noción de seguridad jurídica en un
sistema democrático. Así, los autores sostienen que la función de los jueces en
una democracia es aplicar la Constitución y las normas dictadas por las autoridades democráticas con certeza y objetividad.17 De esta forma, la judicatura no
puede ir más allá de la norma, dado que los jueces no se encuentran legitimados democráticamente a través de elecciones directas. Por el contrario, cuando
la norma es poco clara, los autores arguyen que en estos casos “(…) los jueces
deben esforzarse por encontrar la respuesta adecuada y evitar resolver el problema mediante sentencias que provoquen alteraciones importantes en el sistema
jurídico-político”.18 El segundo supuesto, sostienen los constitucionalistas, corresponde a que los jueces deben ser cautelosos con estas decisiones, en el sentido
16 García y Verdugo (2013), p. 24.
17 Cfr.
18 García y Verdugo (2013), p. 26.
García y Verdugo (2013), p. 26.
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de comprender qué rol cumplen en un estado de derecho. En consecuencia, el
trabajo de la judicatura es la aplicación de la norma y no su creación. Por lo
tanto, de la misma manera que se le exige a los otros poderes del Estado respetar
la independencia judicial, los jueces deben ser respetuosos de la voluntad democrática. El tercer supuesto dice relación con que la legitimidad de las decisiones
judiciales radica en que su “(…) fundamentación no puede entregar respuestas
contradictorias con las formuladas por la Constitución o los representantes del
pueblo mediante el derecho vigente”.19
En torno a estos elementos precedentemente señalados, García y Verdugo
van presentando, desglosando y rechazando diferentes tipos de activismo judicial
como, por ejemplo, activismo para proteger derechos o lograr reformas sociales,
y el activismo entendido como corrección orgánica y político-constitucional.20
Como marco metodológico del presente trabajo, debemos advertir que no
nos ocuparemos del tercer supuesto antes mencionado, dado que viene a reforzar
el contenido normativo de los otros. Por lo tanto, nuestro estudio se centrará
principalmente en un enfoque crítico de los dos primeros supuestos señalados.21
De acuerdo con la obra de García y Verdugo, el núcleo central de su razonamiento se puede traducir en una defensa de la democracia. En este sentido,
Dworkin ha llamado a esta línea de razonamiento: el argumento democrático, la
cual establece que las decisiones políticas deben ser tomadas por funcionarios
elegidos por la comunidad en su conjunto.22
Sin embargo, una primera cuestión que se plantea en este contexto es de qué
noción de democracia estamos hablando. Cuando se alude a la democracia, el
interlocutor tiene efectivamente ínsito en su discurso una determinada concepción
valorativa que justifica la organización y las instituciones respectivas.23
19 García y Verdugo (2013), p. 26.
20 Cfr.
García y Verdugo (2013), pp. 31-36.
21 Cabe decir algunas palabras más sobre el último supuesto. El tercer supuesto supone una idea de
coherencia de decisiones judiciales, incluso de igualdad de trato. Sin embargo, al mirar con más detalle
dicha argumentación, nos encontramos con resultados que ninguno de nosotros aceptaría. Por ejemplo, en
el país “X” se ha fallado por más de 200 años a favor de la esclavitud de los afroamericanos, dado que la
Constitución lo estipula, luego un tribunal “Y” del país “X” falla en contra de dicha tradición. En el caso
anterior, ninguno que esté comprometido con la idea de derechos –en sentido mínimo– evocaría el tercer
supuesto para rechazar el giro jurisprudencial.
22 Cfr.
Dworkin (2012), p. 28.
23 Cfr.
Nino (1996), p. 22.
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En el caso del argumento democrático formulado por García y Verdugo, éste
se entiende a partir de determinados supuestos, los que representan el sustento analítico y teórico de su obra. Los autores apelan a que dichos supuestos
deben ser aceptados para comprender el problema del activismo, señalando lo
siguiente: “Creemos que es importante aceptar estos supuestos, presentes en
nuestra tradición jurídica y política, para efectos de poder generar un debate
en torno al activismo judicial”.24 No obstante, tales supuestos no son meramente descriptivos, sino también normativos e ideológicos.25 Por esta razón,
a continuación, realizaremos un análisis crítico de ellos, ya que es menester
no asimilarlos precipitadamente para no comprometernos a priori con una
concepción negativa del concepto de “activismo” y, por ende, con una noción
peculiar de democracia.
2. Supuestos y Activismo
En esta segunda parte analizaremos críticamente los dos supuestos principales mencionados anteriormente, esto es, por un lado, la idea de que la función
de los jueces en una democracia se reduce a aplicar las normas dictadas por las
autoridades democráticas e interpretarlas sin provocar alteraciones al sistema
jurídico-político (1). Por otro lado, la afirmación de que el trabajo de los jueces
es la aplicación de las normas y no su creación, la cual emana de la voluntad
democrática (2). Además, este apartado finalizará con el examen de variantes a la
noción de democracia liberal, que podrían adecuarse mejor a los requerimientos
de una democracia contemporánea (3).
2.1. Constitución, interpretación y jueces
Uno de los supuestos del argumento democrático se fundamenta en que los
jueces deben ser respetuosos de la voluntad democrática en sus decisiones, de
forma tal de no causar un impacto negativo en el sistema jurídico-político. En
el caso chileno, la afirmación anterior, encontraría su justificación en el hecho
de que los jueces no son escogidos directamente por el pueblo. En esta línea
24 García y Verdugo (2013), p. 26.
25 Los supuestos planteados importan un “deber ser” hacia la labor judicial, es decir, un determinado actuar
correcto o incorrecto del juez en relación al modo de enfrentar un problema jurídico.
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argumentativa, García y Verdugo entienden por “decisiones respetuosas”, aquellas
que se ajustan a la “Constitución y las leyes”.26 Con esta formulación general,
no tenemos ninguna objeción. No obstante, la forma en que los críticos del
activismo judicial entienden la idea de “ajustarse a la Constitución y las leyes”
implica atar las manos del juez, restringiendo al máximo su actividad interpretativa y, en todo caso, nunca apartándolo del sentido o intención original que
tuvo el creador de la norma.
La idea anterior obedecería a lo que se ha llamado en la teoría constitucional
“el originalismo”, postura que “propugna interpretar la Constitución de forma
estricta, según sus palabras o según la intención de los redactores del texto”27.
Dicho de otro modo, como asevera Berger, gran expositor de la tradición señalada, “los jueces no están autorizados para revisar la Constitución” ya que “ella
está construida a la luz de las explicaciones de los Fundadores sobre lo que ellos
pretenden lograr, ni más, ni menos”.28 De tal modo, los jueces “(…) se encuentran
limitados por la única cosa que puede ser llamada derecho, los principios del texto,
ya sea la Constitución o la ley, tal como se lo entendía generalmente al momento de ser aprobado”.29 En Chile, el originalismo ha tendido a predominar en la
interpretación judicial constitucional. Como sostiene Bassa: “La interpretación
constitucional chilena estuvo marcada por una fuerte tendencia al originalismo
que ancla la determinación del sentido y alcance de la Constitución a las Actas de
la Comisión de Estudios para la Nueva Constitución”30. Vale la pena hacer notar,
que el originalismo ha resurgido, como tendencia interpretativa en la doctrina
constitucional comparada, este último tiempo.31
El atractivo de esta teoría –que podría también identificarse con una especie
de textualismo– es la promesa de la seguridad y certeza del derecho aplicado:
“(…) la función de los jueces es aplicar la Constitución y las normas dictadas
26 García y Verdugo (2013), p. 26.
27 Carbonel (2012), p. 610.
28 Berger (1977), pp. 21-22.
29 Bork (1990), p. 9.
30 Bassa (2013), p. 16. Véase también (2008), pp. 131-150.
31 Dicha tradición ha resurgido estos últimos años a propósito de la respuesta de la academia y del mundo
político norteamericano ante fallos que dieron cabida a interpretaciones más amplias de la Constitución, por
ejemplo, a través de la teoría de la “Constitución viviente”. Ella conduciría a una interpretación evolutiva
de la Carta, la que vaya respondiendo a las nuevas circunstancias. Cfr. Strauss (2010).
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por la autoridad democráticamente electa y que es posible conocer con relativa
certeza, el contenido de dichas normas”.32 Es así como la respuesta originalista
se convierte en un freno para evitar la “tiranía del intérprete”33 con la propuesta
de una alternativa hermenéutica “respetuosa” de la voluntad democrática. Desde
esta misma línea, los autores sostienen que “(…) los jueces se apartan del texto,
la estructura y la historia de la norma que interpretan. Ello sucede, por ejemplo,
cuando la interpretación es contraria a la voluntad clara de los redactores o a las
claras implicaciones del lenguaje”34.
El problema de esta postura, que custodia la historia detrás de la norma, no
repara en la cosmovisión que se desarrolla por medio de ella, y tampoco repara
en su legitimidad; no considera, por ejemplo, que la norma haya sido impuesta
por órganos no democráticos. Por otro lado, el originalismo, en el plano de la
interpretación, nos conduce a justificar una particular comprensión de la función
del poder judicial centrada en el “cumplimiento del reglamento”. Sobre esto,
Dworkin sostiene que este tipo de interpretación requiere que los jueces deban
ceñirse estrictamente a la norma hasta que ésta sea modificada.35 Por otro lado,
tal discurso restrictivo de la labor judicial se encuentra con una serie de problemas
una vez llevado a la praxis, ya que resulta bastante difícil quedarnos con el puro
texto constitucional sin tener la necesidad de acudir y recurrir, de algún modo,
a valores no evidenciados en él.36 La norma jurídica no alcanza a abarcar la totalidad de la compresión político-moral de un país. De esta manera, la promesa
de certeza y seguridad del originalista pasa a segundo plano, al comprender que
lo jurídico no puede agotarse en las normas escritas que, como tales, no dan
cuenta de la complejidad de lo humano. Asimismo, la neutralidad de este proyecto fracasa cuando “(…) el originalismo es aplicado de manera inconsistente
en la práctica y, por tanto, proporciona un método ligeramente disimulado para
infundir al derecho constitucional valores políticos conservadores”.37 Frente a la
postura de García y Verdugo, Dworkin propone una interpretación basada en
32 García y Verdugo (2013), p. 26.
33 Cfr.
34 Gargarella (2008), p. 129.
García y Verdugo (2013), p. 45.
35 Cfr.
Dworkin (2012), p. 28.
36 Cfr.
Nino (1993); Dworkin (1997); Sustein (1993); Gargarella (2008).
37 Post y Siegel (2013), p. 37.
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principios,38 los cuales están incorporados en la Constitución y deben ser revisados continuamente por la judicatura. Así, los jueces ante situaciones difíciles,
como aquellas que colindan con el ámbito de lo moral, deben apelar a dichos
principios para dirimir conflictos, exponiéndolos y justificándolos del mejor
modo. Si el Constituyente hubiese querido imponer su voluntad a los jueces,
con el objetivo de disminuir el espacio de discrecionalidad en la adjudicación,
habría sido mucho más explícito y riguroso con el uso de expresiones precisas
que tuvieran como objetivo denotar su concepción particular. A nuestro juicio,
restringir la interpretación constitucional y transformarla en una actividad de
aplicación mecánica de la ley o –en su defecto– en una interpretación de la voluntad original de la misma y, además, sostener que el juez no puede realizar una
interpretación adaptadora, creativa, nos lleva a una compresión poco sustancial
y robótica de la judicatura. Además, en este contexto, cabe preguntarse: ¿cuáles
son las obligaciones internacionales del Estado en general, y de poder judicial en
particular? En este sentido, en el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, se consagra el derecho a un juicio imparcial y a la igualdad
ante los tribunales y cortes de justicia, que “los Estados Partes deben respetar,
independientemente de su tradición jurídica y de su derecho interno”. 39 En
cuanto a los tribunales en particular, los Principios básicos sobre la independencia
de la judicatura señalan en su preámbulo que, “los jueces son los encargados de
adoptar la decisión definitiva con respecto a la vida, la libertad, los derechos, los
deberes y los bienes de los ciudadanos”.
Por otro lado, inspirados, una vez más, en el argumento democrático, los
autores insisten en que la “llave del cambio” la tienen los ciudadanos, en el
sentido que si ellos quieren, pueden cambiar o modificar el contenido de la
Constitución por medio de nuestros representantes. Esta afirmación es cierta
en el sentido de que la Constitución evoca la máxima expresión del acuerdo
democrático del pueblo, y que la Constitución se encuentra abierta a cambios
sustanciales por decisión de la mayoría del pueblo. Pero, en el orden jurídico
constitucional chileno, lo sostenido requiere ser matizado por dos razones: En
primer lugar, la carencia de legitimidad de origen de la Constitución, en razón
de las condiciones y el contexto político en el cual fue dictada y aprobada; y,
en segundo lugar, los cerrojos y engranajes propios de la Constitución chilena,
38 Cfr.
39 Dworkin (1997), p. 72.
Comité de Derechos Humanos (2007), p. 2.
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tales como elevados quórums, que hacen bastante difícil un cambio sustancial
en ella por la vía institucional prevista.40
2.2. Separación de poderes y jueces activistas
Otra arista del argumento democrático interpela a los jueces en cuanto a
que su función en un sistema representativo debe dar cuenta de la separación de
poderes. En consecuencia, una decisión judicial en la cual el intérprete vaya más
allá del tenor literal de la norma, o llene de contenido valores y principios incorporados en la Constitución, implicaría una intromisión indebida en relación a la
labor del poder legislativo y, por ende, a la división de poderes. Así, por ejemplo,
para los autores, la adjudicación de derechos sociales constituiría una afrenta a la
democracia representativa. En efecto, según esta postura, la labor judicial activista
se arrogaría una decisión de competencia del Congreso.
De esta manera, la concepción ofrecida se enmarca en un esquema “estricto”
de división de poderes,41 donde una intrusión del poder judicial en ámbitos de
decisión que –se dice– pertenecen al poder legislativo o ejecutivo, se entiende
como un atentando en contra del sistema democrático.
Por lo demás, el sistema de división de poderes adoptado en Chile corresponde a un sistema de frenos y contrapesos (checks and balances). Dicha arquitectura
institucional fue importada del modelo constitucional norteamericano –por
ello su notable influencia en todo el continente– y consiste en una alternativa
entre modelos conservadores y radicales que permite encontrar un punto medio entre la “tiranía y la anarquía”.42 De esta forma, el diseño constitucional
promueve un control permanente y recíproco entre los distintos poderes del
Estado en el proceso de toma de decisiones. Esta supervigilancia continua
entre los diferentes poderes públicos, asegura un seguimiento cercano y un
40 Por ejemplo, las más de 150 reformas a los 79 de los 120 artículos de la Constitución, discutidas todas a
puertas cerradas sin el más mínimo espacio de deliberación ciudadana. Como señala Fuentes (2010), p. 16.
En este mismo contexto, Ruiz-Tagle ha denominado la actual Constitución de Chile (1980) como “gatopardo”, esto en el sentido que “(…) mientras más se reforma, acendradamente retiene sus rasgos autocráticos
(…)” Cristi y Ruiz-Tagle ( 2006), p. 198.
41 Los modelos estrictos de separación de poderes corresponden a las propuestas radicales del siglo XIX en
Latinoamérica. Por ejemplo, la Constitución diseñada por la Banda Oriental en 1813 (Congreso de abril
de 1813 en Buenos Aires), la que estableció de modo explícito y riguroso la imposibilidad que un poder
interfiera en el otro.
42 Cfr.
384
Hamilton et al. (2008), p. 44.
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escrutinio estricto entre sí.43 En tal sentido, las decisiones del poder judicial
controlan la sujeción a derecho de las diversas actuaciones u omisiones de los
otros poderes públicos, lo cual constituye un pilar esencial para la preservación
de un Estado de Derecho.
Incluso podríamos defender la existencia de conductas “activistas” que al mismo tiempo sean respetuosas con la separación y autonomía de poderes. Fabre ha
mostrado que lo anterior es posible y ha indicado que los jueces podrían: “(…)
i) establecer que un derecho constitucional ha sido violado, sin demandar remedios o soluciones específicas; ii) declarar que un derecho constitucional ha sido
violado, y pedirle al Estado que provea el remedio; a) sin especificar cómo y sin
fijar un período límite; b) sin especificar cómo, pero demandado que se efectúe
un cierto tiempo; iii) establecer que un derecho constitucional ha sido violado,
exigirle al gobierno la provisión de remedios, y especificar qué clase de remedios
puede usarse cómo y cuándo”.44
Como vemos los supuestos del argumento democrático, una vez cuestionados,
abren un importante flanco de dudas relativas a los compromisos que asumen
García y Verdugo, los cuales razonan sobre la base de una determinada y precisa
concepción de democracia, que no es la única y no existe evidencia de que sea la
mejor. Esta concepción, jurídicamente formalista, restringe el rol de los poderes
públicos. Desde dicho punto de vista, la función interpretativa del juez, se reduce a una labor casi mecánica; en cuanto a lo que el derecho es, éste se reduce
prácticamente a las fuentes formales, Constitución y ley. Por lo mismo, este
enfoque no considera el rol de los jueces en la adjudicación de derechos sociales
que han sido reconocidos por el orden jurídico, cayendo en la extraña paradoja
de que el juez, por ejemplo, no puede pronunciarse sobre el derecho a vivir en un
medio ambiente libre de contaminación, siendo este último un problema cuya
solución es resorte del órgano representativo de la ciudadanía. A este respecto,
cabe resaltar el dato relevante de que dicho órgano cuenta con una reprobación
ciudadana del 68%.45
Así, como se puede observar, el argumento democrático no tiene el poder
per se de desvirtuar la función judicial en su esfera de adjudicación de derechos
sociales reconocidos por el orden jurídico, en circunstancias que tal adjudica-
43 Cfr.
Gargarella (2005), p. 174.
44 Fabre (2000), p. 148.
45 Adimark (2014), p. 33
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ción simplemente implica dar cumplimiento a su mandato constitucional, esto
es, administrar justicia. En efecto, ya desde la más temprana tradición jurídica
chilena se afirma como función elemental de la judicatura impartir justicia. En la
Constitución provisoria de Chile de 1818 se señalaba que todos los funcionarios
públicos del Estado, “están esencialmente obligados a aliviar la miseria de los
desgraciados y proporcionarles a todos los caminos de la prosperidad” (art. 13).
En la Constitución de 1833 el capítulo VIII –referido a la autoridad judicial– se
titulaba “de la administración de justicia”. La Constitución de Chile de 1980 ha
cambiado el rótulo del capítulo respectivo –Capítulo VI– a “Poder Judicial”, y
su artículo 77 se refiere a la “pronta y cumplida administración de justicia”. Por
último, en el Código Orgánico de Tribunales, su Título I, se denomina del poder
judicial y de la administración de justicia en general.
2.3. Democracia y activistas
Alternativamente a los modelos liberales y formalistas, propios de un constitucionalismo clásico, pensamos que la literatura ha ofrecido y ofrece actualmente
importantes variantes de la democracia que parecen adecuarse mejor a la realidad
del mundo contemporáneo y, particularmente, a la chilena.
Esta articulación alternativa es una concepción dialógica de la democracia
que se ha denominado democracia deliberativa.46 La democracia deliberativa se
ha estructurado en base a dos principios fundamentales: En primer lugar, la
legitimidad de una decisión pública está condicionada al grado de participación
efectiva de todos los potencialmente afectados por la decisión; y, en segundo lugar,
la aprobación de una decisión pública requiere un amplio proceso de discusión
ciudadana, en donde todas las partes sean escuchadas.47
Así, esta concepción de democracia parte de una consigna de la que carece la
versión ofrecida por Activismo Judicial en Chile, esto es, que vivimos en un sistema
institucional deficitario. En consecuencia, la versión deliberativa de la democracia
–para llevar a cabo sus dos supuestos– reconoce las condiciones materiales que
obstaculizan una discusión entre iguales y, por lo tanto, impiden un verdadero
diálogo deliberativo.48
46 Cfr.
Nino (1989); Cfr. Cohen (1989); Cfr. Elster (1998); Cfr. Habermas (1996); Cfr. Gargarella
(1996); Cfr. Bohman (1996); Cfr. Steirner (2012); Cfr. Estlund (2012).
47 Cfr.
Nino (1989), pp. 394-395; Estlund (2012), pp. 283-304.
48 Cfr.
Nino (1996), p. 201; Cfr. Cohen (2010), p. 164.
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Como vemos, en Chile la desigualdad socio-económica, la desigualdad de
oportunidades, pero también la desigualdad jurídica, implica que no todos tienen
la posibilidad de hacerse oír en el parlamento y sobre todo, que las decisiones
políticas pueden estar determinadas por las presiones que ejerzan los grandes
grupos económicos y de interés. Por ejemplo, el caso “Colbunazo” muestra cómo
un grupo tradicionalmente ligado a la elite económica de la sociedad chilena
–grupo Matte– intenta tener injerencia en la toma de decisiones políticas de
nuestro país.49 Ello evidencia, que los grupos en condiciones socioeconómicas
desfavorables y, por tanto, con bajo poder de incidencia se encuentran correlacionados con los grupos de menor acceso a influir en las decisiones políticas.
Así, Liberona señala que el Colbunazo fue interpretado “(…) como una forma
de presión de la empresa para facilitar la construcción del tendido eléctrico de
HidroAysén, a raíz del rechazo que provoca la iniciativa en diversos ámbitos del
país; la empresa necesita que el Gobierno, o mejor dicho el Poder Ejecutivo, le
asegure que podrá materializar su iniciativa”.50
Lo anterior, no puede generar sino un creciente proceso de desconfianza
hacia los órganos de decisión política. En este sentido, quizás debería observarse al juez como un sustituto de los más débiles, postergados y vulnerables
en la deliberación democrática. Evidentemente no sentado a la mesa en un
debate público, pero sí adjudicando derechos reconocidos en el orden jurídico
49 En abril de 2012 la Corte Suprema, en fallo dividido, dio luz verde a la construcción de las cinco centrales hidroeléctricas del proyecto HidroAysén. Sin embargo, el emblemático proyecto aún debe sortear
varios escollos. El punto clave para hacer viable este proyecto es contar con la aprobación ambiental del
tendido eléctrico de la línea de trasmisión, que debiera recorrer cerca de 2.300 kilómetros, y cuyo Estudio de Impacto Ambiental debe ser presentado ante el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA), para ser
calificado ambientalmente. El problema es que las aguas no estaban tranquilas para las generadoras eléctricas, ya que pese a que la Corte Suprema se pronunció en forma favorable a HidroAysén, en el caso del
proyecto Río Cuervo la Corte Suprema se pronunció en contra, con lo que el panorama se tornó confuso.
Esto porque ambos proyectos fueron evaluados y calificados ambientalmente en forma favorable por la
Comisión de Evaluación Ambiental de Aysén, y en ambos casos las organizaciones locales reclamaron ante
la justicia presentando recursos de protección. Todo esto motivó que los socios y ejecutivos de HidroAysén
reclamaran por la falta de certeza para realizar sus inversiones. Fue así como el 31 de mayo se produjo el
llamado “Colbunazo”, cuando la empresa Colbún, socia de Endesa en el proyecto HidroAysén, dio un
golpe de timón y anunció que recomendaba la suspensión indefinida del ingreso a trámite de evaluación
ambiental de la línea de trasmisión eléctrica del proyecto. La decisión fue tomada por el directorio de la
empresa dueña del 49% del proyecto HidroAysén y una de las generadoras más importantes del país, y fue
comunicada a la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS); las razones aducidas fueron la falta de una
política energética de mediano plazo que les permitiera realizar sus inversiones.
50 Liberona (2012), p. 215.
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vigente. De este modo, las decisiones judiciales –que son públicas, entran en
el debate público y, por cierto, están sujetas al escrutinio público– deberían
ser un importante insumo para la deliberación y considerarse un mecanismo
a través del cual el débil expresa sus “reivindicaciones jurídicas”. Gracias al
derecho universal de acceso a la justicia, podría presentarse la situación de que
sería más sencillo que el débil sea oído por un tribunal, que su voz sea oída en
el debate político.
En efecto, como sostiene Gargarella, “(…) el poder judicial es la institución
que recibe las querellas y reclamos de los que son, o sienten que han sido, tratados
indebidamente en el proceso político de la toma de decisiones”.51 De esta forma,
a los jueces se les exige que observen “(…) el sistema político, con atención especial a sus debilidades, fracasos y rupturas. Más aun, los jueces institucionalmente
están obligados a escuchar las diferentes partes del conflicto (…)”.52
Ahora bien, el ámbito de la adjudicación es un lugar propio de la esfera
pública, en donde los jueces deben ofrecer razones suficientes a la ciudadanía
para sustentar su decisión. Rawls fue consciente de esto, y entendió que la idea
de razón pública se realiza en la sociedad “(…) cuando los jueces, legisladores,
gobernantes y otros funcionarios públicos, así como los candidatos a cargos públicos, acogen la idea de razón pública y explican a los ciudadanos sus razones para
sustentar las cuestiones políticas fundamentales bajo la forma de la concepción
política de la justicia que consideran más razonable”53. En este sentido, una democracia deliberativa implica la idea de una sociedad donde calza perfectamente
el modelo de Häberle, es decir, el modelo de una sociedad abierta de intérpretes
constitucionales, donde todos participan.54 En esta línea, el último Informe sobre
Desarrollo Humano ha sostenido que: “a menos que las personas puedan participar de manera significativa en los eventos y procesos que dan forma a sus vidas,
los caminos del desarrollo humano nacional no serán deseables ni sostenibles.
Las personas deben poder influir en la formulación de políticas y resultados, y
los jóvenes en particular deben ser capaces de aspirar a mayores oportunidades
económicas y de responsabilidad y participación política”.55
51 Gargarella (2012), p. 374.
52 Gargarella (2012), p. 373.
53 Rawls (2001), p. 68.
54 Cfr.
55 Häberle (2008), pp. 29-61.
PNUD (2013a), p. 6.
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En este aspecto, es relevante la creación de puentes desde la judicatura hacia
la sociedad civil mediante diálogos e interacciones constantes. Ello nos conduce
a abrir la interpretación constitucional. Así, Kramer sostiene que los jueces
tienen: “(…) la obligación de hacer lo mejor para interpretar la Constitución
mientras llevan adelante sus tareas de gobierno cotidianas, pero en donde su
interpretación no resulte autoritativa, sino que se encuentre sujeta a la directa
supervisión y corrección por el mismo pueblo, entendido éste como un cuerpo
colectivo capaz de actuar y expresarse independientemente (…)”.56
En este sentido, la legitimidad democrática de las decisiones judiciales no sólo
surge del razonamiento judicial acabado y coherente, persuasivo y compartido
por la comunidad, “[s]ino también de la interacción entre el poder judicial y
las otras esferas de la sociedad: las asociaciones civiles, los partidos políticos,
los organismo de control, los movimientos sociales y el poder judicial en su
conjunto”.57
En esta misma línea, Cover postula una ampliación del alcance del campo
jurídico hacia afuera de las instituciones formales, de manera de incluir a diferentes grupos sociales que conforman comunidades interpretativas.58 Esta no es
sino una forma de generar una sociedad cohesionada e inclusiva, haciendo a todos
partícipes de la construcción de la Constitución, de sus valores y principios, y
permitiendo, en definitiva, a la comunidad estatal apropiarse y reapropiarse de la
Constitución y su contenido, en cada momento histórico determinado. De este
modo, “(…) el significado constitucional cede a las insistencias de las creencias
populares pero al mismo tiempo conserva su integridad como derecho”.59
La idea de restringir la labor judicial en un sistema democrático representativo
defectuoso, carente de canales político-institucionales para asegurar el derecho
de todos a ser oídos, nos conduce a una sociedad sin un ethos, sin mínimas
consideraciones por el otro, constitutiva de un sistema sordo a los reclamos y
necesidades sociales ciudadanas. Es más, agrava esta situación, la presencia de
un sistema democrático con una crisis de representación –dado al sistema electoral excluyente y fuertemente permeable a los poderes económicos–. Por ello,
la noción de democracia deliberativa se conjuga con una democracia protectora
56 Kramer (2004), p. 962.
57 García L. (2013), p. 12.
58 Cover (1983), p. 4.
59 Post y Siegel (2013), p. 47.
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no sólo de libertades sino también de derechos fundamentales. De esa forma, el
juez cumple una tarea esencial en el funcionamiento de la democracia, esto es,
desempeña el rol de garante de los derechos fundamentales. En este sentido, el
actual Presidente de la Corte Suprema chilena ha señalado que los jueces deben
estar “(…) dispuestos a escuchar a la ciudadanía, hacer nuestro trabajo de cara
y por ella, el principal desafío es poder satisfacer lo que son las demandas ciudadanas y en nuestro trabajo siempre va a estar la persona en el centro de nuestras
preocupaciones y si hay alguna idea matriz que deba destacar inmediatamente,
entiendo que los tribunales están al servicio de las personas y deben promover y
proteger todos los derechos de todas las personas”.60 Y, posteriormente, ha agregado muy claramente que “(…) por eso abogamos porque se enfrenten algunos
nudos principales relacionados con la administración de justicia: acceso, equidad,
inclusión y eficiencia. Frente a eso, estamos muy conscientes de que los jueces
somos sujetos pensantes, no simples aplicadores de una norma jurídica formal. El
positivismo y la exégesis hace siglos que están en retirada. Quienes hemos jurado
respetar y aplicar la Constitución y la ley lo hemos hecho en su integridad, con
sus contornos axiológicos, sus principios y su historia, para llegar a aplicarla a
situaciones nuevas, como una norma viva que emerge de las manos de los jueces
cada vez más robusta y siempre presente”.61
La propuesta de García y Verdugo según la cual el activismo judicial –tal
como ellos lo entienden– implica afectar los papeles que los diferentes órganos
públicos tienen asignados en una sociedad democrática, levanta –como se ha
visto– muchas dudas y cuestionamientos, tanto desde el punto de vista de la
teoría como de la práctica. Quizás, erróneamente se califica de activismo judicial
ciertas actuaciones de los jueces que en realidad simplemente implican un rol
‘activo’ del poder judicial trabajando a favor de la democracia y del Estado de
Derecho, entendida como satisfacción de los derechos de los individuos y de
las comunidades. En cuanto a los riesgos de este “activismo” coincidimos con
Dworkin pues preferimos este modelo, “(…) que tal vez deba pagar un precio
por ello, sobre todo en términos de eficiencia, que puede resultar dañado como
consecuencia de una preocupación excesiva por la justicia. Pero esa sociedad
hace una promesa importante a cada uno de sus miembros y, en mi opinión, el
valor de esa promesa compensa los costos. Alienta a cada individuo a suponer
60 Diario UCHILE (2013).
61 Muñoz (2014).
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que sus relaciones con los otros ciudadanos y con el gobierno son cuestiones
de justicia, y a debatir con los demás ciudadanos, en tanto comunidad, cómo
deben ser esas relaciones ante la justicia”.62
Conclusiones
En el contexto creciente de desigualdad cultural, social, política y económica presente en el seno de la sociedad chilena63, en donde múltiples voces son
excluidas día a día por factores estructurales, cobra relevancia la deliberación e
inclusión social. Un espacio de creciente apropiación ciudadana para promover
la discusión en torno a los derechos sociales es el foro, el cual se transforma en
un factor relevante de democratización de los derechos.
La comunidad no se construye en el vacío sino a partir de un cierto ethos el
cual ha sido generalmente acordado. Hoy en día existe un amplio consenso a
propósito de los mínimos que deben rodear el pleno desenvolvimiento de una
persona y de una comunidad en una sociedad democrática. Parte de este ethos,
consensuado entre los individuos y pueblos, se encuentra configurado por los
derechos humanos. En particular, referido a las condiciones mínimas de existencia
digna, aparecen los derechos sociales.
En este ensayo se ha discutido brevemente acerca de la noción de activismo
judicial, pero el punto central del debate se articula en torno a la idea del argumento
democrático y del rol que le corresponde al juez, en una sociedad democrática,
al desempeñar su función constitucional de carácter jurisdiccional. El argumento
democrático parece ser engañoso. En un primer momento es poderoso, y hasta
hace pensar en que se debería desconfiar del juez. Pero, si se observa con detención, este argumento tiene su propia piedra en el zapato, ya que asume –como
lo hacen García y Verdugo– una determinada forma de democracia liberal y abstencionista al estilo clásico. ¿Es ésta la única forma de democracia? Por cierto que
no. Probablemente en un Estado constitucional, social y democrático de derecho
también se diría que el juez está obligado a seguir las prescripciones del órgano
democrático. En realidad, todos los órganos del Estado –incluido el juez– están
obligados a seguir las decisiones democráticas, pero, por sobre todo, a respetar y
proteger los derechos fundamentales de los individuos.
62 Dworkin (2012), p. 52.
63 Cfr.
CEPAL (2012), p. 20.
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Como se ha querido demostrar, el rol del juez en una sociedad democrática,
sobre todo en el ámbito social, no consiste en diseñar las políticas y planes, sino
consiste en proteger activamente los derechos sociales que han sido reconocidos
e incorporados al ordenamiento jurídico nacional. El juez tiene el deber, por
mandato constitucional y en virtud del derecho internacional, de adjudicar esos
derechos, de hacer justicia y, por supuesto, esto incluye la justicia social. En
una sociedad democrática el orden es inverso a como lo plantean los críticos del
activismo judicial. No es que el juez deba sujetarse a las prescripciones políticas
sobre derechos sociales, sino más bien que las decisiones políticas del órgano
democrático en relación a los aspectos sociales están subordinadas a los derechos
fundamentales reconocidos a los individuos y adjudicados por el juez.
El activismo produce un efecto importante en la organización de las fuentes
normativas formales. ¿Qué comprende el Derecho? La noción de Derecho que
parece utilizar la doctrina contraria al ‘activismo judicial’ restringe bastante
este fenómeno a la norma positiva formal aprobada por los representantes del
pueblo. Pero, en un escenario de globalización jurídica, ¿este listado traduciría
fielmente el abanico completo de fuentes? ¿Qué lugar ocupa el derecho material
en esta noción?
Los casos muestran que el juez no es un autómata que se limita a desempeñar
una función mecánica. El juez aplica las normas que se consideran Derecho en
una sociedad democrática, las cuales no quedan reducidas al texto escrito de
la Constitución y la ley. Muchas veces aquellos que tachan de activistas a los
jueces, también pertenecen a la corriente doctrinal generalizada en Chile del
positivismo jurídico formalista y de la democracia formal electoral. Asimismo,
cuando los jueces demuestran posiciones más conservadoras, esos mismos
críticos suelen guardar silencio, y parecería que solamente critican cuando las
sentencias parecen más “progresistas”. Por esta razón, finalmente, detrás de las
críticas doctrinales de algunos, se reflejan ideas políticas más bien conservadoras y la visión del derecho positivo formal que le es tributario. Recapitulando,
Constitución y ley, así como tratados internacionales, forman parte, obviamente,
del marco jurídico dentro del cual debe moverse el juez, pero estos textos se
han fundado y contienen principios y valores que también forman parte del
derecho aplicable por el juez. Lo dicho es particularmente cierto en el caso de
los derechos fundamentales, el cual aporta el componente ético normativo a
la Constitución y a los tratados internacionales de derechos humanos. En este
último caso, el artículo 38 del Estatuto de la Corte Internacional de Justicia,
expresamente hace referencia a las normas convencionales y consuetudinarias,
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a los principios generales del derecho, como fuentes formales del Derecho. Por
tanto, los jueces podrían desempeñar su función recurriendo a las normas, los
principios y a los valores en materia de derechos sociales, y ello siempre, con
total apego a la Constitución. Resta por ver, en los años a venir, el rol activo o
pasivo que desempeñará el juez en los casos vinculados con derechos sociales,
sobre todo en virtud del principio de aplicación práctica y efectiva de los derechos fundamentales y de la justicia social.
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Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
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II. Jurisprudencia
Comentada
Campus Santiago, Universidad de Talca,
donde se ubica el Centro de Estudios Constitucionales de Chile
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1, 2015, pp. 399-416.
ISSN 07180195
Centro de Estudios Constitucionales de Chile Universidad de Talca
“El retorno a lo administrativo: Comentario a la sentencia rol Nº 1079-2014 de la Corte Suprema,
‘Fisco de Chile con Dörr Zegers y otros’ (‘Chispas II’)”
Francisco Zúñiga Urbina
El retorno a lo administrativo: Comentario
a la sentencia rol Nº 1079-2014 de la Corte
Suprema, “Fisco de Chile con Dörr Zegers
y otros” (“Chispas II”)*
The return to the Administrative: Commentary on
the judgment Nº 1079-2014 of the Chilean
Supreme Court, “Chilean Treasury with Dörr Zegers
and others” (“Chispas II”)
Francisco Zúñiga Urbina**
Universidad de Chile
[email protected]
Es usual encontrar en nuestro ordenamiento jurídico normas que entregan
facultades sancionadoras a órganos administrativos. Ello ha dado lugar a hablar
de la “potestad sancionadora de la Administración” y del Derecho Administrativo
Sancionador, el que podemos definir, siguiendo al profesor Bermúdez, como “el
poder jurídico con que cuenta la Administración del Estado, de carácter permanente, expresamente atribuido por la ley, en virtud del cual se le habilita para
perseguir al sujeto imputado de aquellas conductas activas u omisivas, que se
estima son constitutivas de infracción administrativa e imponerle una retribución
negativa o sanción por las mismas”1.
En nuestro ordenamiento estamos ya acostumbrados a la existencia de estas
sanciones administrativas. Sin perjuicio de ello, un sector de la doctrina administrativista tradicional chilena, liderada por el profesor Eduardo Soto Kloss, en una
orientación antiestatalista y no pacífica, sostuvo que esta potestad es contraria a
la Constitución, toda vez que para que exista sanción, debe haber previamente
* Trabajo
recibido el 6 de mayo de 2015 y aprobado el 13 de mayo de 2015.
** Profesor Titular de Derecho Constitucional, Departamento de Derecho Público, Universidad de Chile.
Para la elaboración del comentario contamos con la colaboración del profesor Roberto Cárcamo Tapia.
1 Bermúdez (2010), p. 178.
Estudios Constitucionales, Año 13, Nº 1
2015, pp. 399-416
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Francisco Zúñiga Urbina
un juicio, y por ende un juez, un tercero imparcial, lo que evidentemente no
existe cuando es la Administración la que sanciona lo que ella misma estima es
una infracción2.
Superada esta tesis por el avance del derecho positivo así como de la jurisprudencia, se ha asentado la constitucionalidad de la potestad sancionadora de
la Administración del Estado. Sin embargo, buscando dar garantías a los administrados ante el ejercicio de las manifestaciones de esta potestad, la doctrina y la
jurisprudencia han echado mano, como se verá a continuación, a los principios
y normas propios del Derecho Penal, en un inicio de forma más rígida, luego
con cierta moderación; lo que se observa en la apelación a los “matices” entre el
derecho punitivo penal y administrativo que hace la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional.
En tal contexto, la reciente sentencia de la Tercera Sala de la Corte Suprema
en los autos rol Nº 1079-2014, caratulados “Fisco de Chile con Dörr Zegers y
otros”, implica una valiosa novedad dentro de nuestra jurisprudencia, al razonar
ya “no sólo” desde los principios y normas del Derecho Penal, sino incluyendo en
su razonamiento los principios, normas y la lógica del Derecho Administrativo.
A continuación veremos en qué consiste la novedad y por qué, de continuar
la jurisprudencia en esa línea, que por lo demás nos parece la correcta, esta
sentencia puede cobrar capital importancia en nuestro ordenamiento.
1. Antecedentes: El “Caso Chispas” y la muerte de
Luis Fernando Mackenna
Como se recuerda aún en Chile, el llamado “Caso Chispas” fue un escándalo
bursátil y político ocurrido en 1997, originado por la compra de acciones de la
empresa chilena Enersis por parte de Endesa España. Como es recordado, Enersis
era dirigida por el ex funcionario del régimen autoritario José Yuraszeck como
presidente, y por Marcos Zylberberg, Luis Fernando Mackenna, Marcelo Brito,
Arsenio Molina y Eduardo Gardella. Este grupo de empresarios logró obtener un
desmedido precio en desmedro de la mayor parte de los accionistas de la empresa,
al negociar de forma aparte el precio del paquete controlador de la sociedad, por
lo que fueron multados por la Superintendencia de Valores y Seguros por el ilícito
de negociación incompatible por cerca de 75 millones de dólares. Luego, el 7 de
2 Soto (2010), pp. 429-435.
400
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El retorno a lo administrativo: Comentario
a la sentencia rol
Nº 1079-2014 de la C.S.
julio de 2005 la Corte Suprema ratificó las multas, a propósito de un reclamo
de ilegalidad. Sin embargo, con anterioridad, el 1º de abril del mismo año, Luis
Fernando Mackenna falleció.
En octubre de 2008, el Conse
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