SEGURIDAD PRIVADA José María Román Director General de FUNCIVA Los alumnos de Derecho, en cuanto comienzan sus estudios, enseguida reciben noticia (al menos así ocurría hace unos años) del Código de Hammurabí, uno de los códigos más antiguos que se conoce (aproximadamente del 1.500 a. de C.) y que es famoso por ser la primera expresión formal de, entre otras cosas, la Ley del Talión. Y reconocen en él un gran avance en el esfuerzo civilizador del hombre en sociedad: se habla de un derecho objetivo, promulgado y publicado. De una proporcionalidad en el castigo, de la necesidad de una legitimación para infligir este último. Una de las primitivas instituciones ibéricas, aceptada por Roma en sus provincias peninsulares en algún momento, la “devotio ibérica”, consistía básicamente en proteger y defender a un jefe a cambio de amparo y mantenimiento. Era un pacto privado de indudables consecuencias públicas. Por muchos territorios e instituciones ha transcurrido el deambular del hombre desde entonces. Después de siglos, llegamos a la creación del Estado moderno que tiene como una de sus referencias el monopolio de la violencia por el Estado. Esto es fruto de una racionalidad ilustrada que conlleva a consagrar los “Derechos del hombre y del ciudadano” y busca hacer reales en la organización social los principios de igualdad, fraternidad y libertad. Esta sociedad, al menos en los países europeos, ha generado el Estado de Bienestar con muchos años de desarrollo desde que sus líneas básicas se plasmaron en la Constitución de Weimar. Hoy la sociedad europea está convulsa: se quiere desmantelar el Estado de Bienestar ante la constatación de lo inasumible que es mantenerlo en el nivel de prestaciones al que se ha llegado. Esta situación está generando entre los ciudadanos inquietud, desasosiego y rabia, a veces. Los célebres recortes convocan a masas en las calles y surgen, más silenciosamente, situaciones de indefensión y de desprotección. El Papa Francisco clama contra un sistema económico que ocasiona generaciones de excluidos, entre otras cosas de la protección social. Comprobamos así que existe un clamor contra la “privatización”… de la sanidad, de la educación. Se entiende que las personas dejan de acceder gratuitamente (previo pago de impuestos, claro) a prestaciones sociales para quedar expuestos a las ofertas del mercado (que muchas veces no pueden pagar, y sin dejar de haber pagado igualmente los impuestos). Pues si son discutibles estos recortes del Estado de Bienestar, en los que el Estado deja de ofrecer servicios que históricamente ha asumido pero cuya prestación no parece que sea naturalmente exigible en exclusiva al Estado (en ninguna democracia occidental la educación, la sanidad, etc. se prestan exclusivamente por el Estado), mucho más discutible debería ser la privatización de esa capacidad del Estado de garantizar la seguridad y el orden púbico que sintetiza ese principio del Estado moderno: que es el ostentador del monopolio de la violencia. Una expresión, bien es verdad, muy gráfica pero acuñada desde una perspectiva dramática para explicitar su responsabilidad en el orden, la paz social, la justicia y la igualdad. La Constitución española lo expresa de un modo rotundo: “El Estado tiene competencia exclusiva en materia de seguridad pública” (art. 149. 1.29 CE). El Anteproyecto de la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana actualmente en tramitación, define en el primer párrafo del art 1º: “La seguridad ciudadana es una condición esencial para el pleno ejercicio de los derechos fundamentales y de las libertades públicas, y su salvaguarda, como bien jurídico de carácter colectivo, es función del Estado, con sujeción a la Constitución y a las leyes”. (anteproyecto LOPSC 1-1º) Me asombra así que no haya más protestas por cómo la Seguridad privada va invadiendo este terreno y no hay inquietud entre los ciudadanos por la “privatización” de la seguridad. Aquí sí que hay un auténtico declinar del Estado en una de sus misiones fundamentales y legitimantes. Aquí sí que hay un riesgo de que efectivamente el mercado se lo coma todo. Y en cuanto el orden público -por más homologaciones que se le otorguen a esas empresas y a sus trabajadores- estará más o menos afectado por el criterio de mercado: de resultados de ofertas competitivas, etc. Cuanto más cuando, de alguna manera, el proyecto de ley viene a integrar la seguridad privada en el concepto de seguridad pública. Así dice el proyecto “(1.1) Todas estas actividades tienen la consideración de complementarias y subordinadas funcionalmente respecto de las de seguridad pública. (1.2) coordinación de los servicios de seguridad privada con los de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, de los que son complementarios…” (Diccionario de la RAE. Complementario: que sirve para completar o perfeccionar algo). Hay algo que comienza a introducir verdadera inquietud. Porque una cosa es la seguridad privada de instituciones privadas: cualquier casa, empresa, etc. puede tomar las medidas que estime oportunas para garantizar su seguridad e integridad. Y otra es la seguridad privada del orden público. Por ejemplo: el artículo 33 a) de la Ley de Seguridad Privada dice: ejercer la vigilancia y protección de bienes, establecimientos, lugares y eventos, tanto privados como públicos, así como la protección de las personas que puedan encontrarse en los mismos… Aquí me entra ya cierta inquietud. Es cierto que el proyecto de ley habla de unas capacidades muy limitadas: identificación, retención preventiva con obligación de poner a disposición de las fuerzas de seguridad del Estado, etc. pero es un comienzo y por lo tanto un mal antecedente. Se les da a trabajadores privados la consideración de autoridad pública con capacidad para actuar sobre la libertad de los demás ciudadanos. El art. 31 dice que “se considerarán agresiones y desobediencias a agentes de la autoridad las que se cometan contra el personal de seguridad privada debidamente identificado con ocasión o como consecuencia del ejercicio de sus funciones”. Me parece que amenaza peligro. Peligro para el propio concepto de cómo entendemos nuestra sociedad democrática. Las protestas de estos días contra la Ley de Protección y Seguridad Ciudadana van por la línea material: cuánto de multa, tipología de acciones que son punibles… es una cuestión cuantitativa y de magnitudes, que, como se ha comprobado, en muy pocos casos difieren de las leyes de nuestro entorno. Por mi parte veo con preocupación cómo el delito o infracción de ofensas a España y demás instituciones puede convertirse en una amenaza velada a la libertad de expresión. Vendrán conflictos, al tiempo. Pero, por lo que comento en estas líneas, esas protestas me parecen muy marginales y de algún modo agrandadas por un oportunismo político de oposición a esas medidas, de menor importancia si se comparan con la quiebra de un principio básico de las sociedades liberales y democráticas acerca de las primarias y plenas responsabilidades de un Estado, como lo es ésta de la seguridad y el orden público. Aunque las quiebras parezcan pequeñas, merecen un análisis profundo y detenido. Yo aconsejaría no avanzar por la línea de esa privatización.