La niña Agueda y otros cuadros / Manuel de Pombo.

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ALDEANA
DE COLOMBIA
LA NINA ACU~DA
I OTROS CUADROS
POR
MANUEL
POMBO
BANCO DE LA R~~U3~.!CA
a¡¡¡l.iOY¡:CA LU1S-ANC!:t, ARANGO
SELECCION SAMPER ORTEGA D~
LITERATURA
COLOMBIANA
PUBLICACIONES DEL
MINISTERIO
DE EDUCACION
Editorial Minerva. S. A
1<J36
NACIONAL
DON MANUEL POMBO
ID hijo mayor de doña Ana Rebolledo y don Lino de
Pombo, célebre secretario de estado del Libertador, vio la
1~ en Popayán. cuna de tantos varones eminentes. el 17
de noviembre de 1827.
En aquella. dormida. ciudad señor.uU no corrieron todos
sus años mo~s. puesto que a la edad de quince lo halla'
mos cursando estudios en el Colegio de San Bartolomé.
centro de la Universidad de Bogotá. Fue allí condiscípulo
de Salvador Camacho Roldán. Nicolás Pereira Gamba.
Juan de Dios Restrepo. Joaquín Pablo Posada. Gregorio Gu'
tiérre~ González y José María Samper, con quien tres años
después sacó a luz un periódico intitulado "El Albor Lite,
racio", no obstante que el bueno de don Pedro Rerrera
Espada, profesor de retórica. de aquella juventud liberal, no
fue precisamente el responsable de los fretos literarios que
todos ellos rindieron al abandonar los claustros.
Dictaba don Pedro "sus lecciones ---cuenta don Pepe
Samper- de una jerga que llamaba literatura, así como de
lengua inglesa y francesa; pero su elocuencia era bombás'
tica y huera, y maldito lo que se parecla su pronunciación
y acentUación a las verdaderas de aquellos idiomas. En la
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l:HilLlOTECA ALDEANA DE COLOMBiA
cátedra se ca4aba el coturno y tomaba actitudes de melo'
drama anticuado, y como sus discípulos reíamos para nuestro capote, poco provecho sacábamos de las lecciones de
retórica y lenguas. Por lo demás, el doctor Herrera Espa'
da, si no era famosa espada que digamos para enseñar, a
pesar de su segundo apellido, era un sujeto muy estimable,
bastante instruído en antiguas humanidades, siquiera tras
nochadas, y correcto caballero. Debo reconocer que ni una
palabra de lo poco que sé de lenguas, literatura y bellas
artes fue recogida de aquellas enseñanzas, pues todo ha
sido fruto de estudios posteriores".
Pombo siguió la carrera del foro, la que más amplios ho'
~ontes brindaba y seguirá bnndando mientras la política
continúe siendo el medio más expedito para sobresalir sin
estudio y sin perseverancia, sólo con audacia y desparpajo.
En sus días, por fortuna, aun era reputado un hombre de
letras o de ciencia: la literatura española reflorecía con un
vigor no conocido desde la muerte de Calderón; y el 'IW
manticismo francés, ya moribundo, había encaminado el
pensamiento europeo hacia América, donde por entone'
se incubaban poetas, escritores o eruditos del estilo de José
Joaquín de Posado y Joaquín García lcazhalceta, en Méjico;
José María de Heredia, José Jacinto Milanés, doña Ger,
trudis Gómez de Avellaneda y Juan Clt'mente Zenea, en
Cuba; en Venezuela, Rafael María Baralt y los Calcaño;
José Joaquín Olmedo y Juan Montalvo, en el Ecuador; Ri,
cardo Palma en el Perú; Vicuña Mackerma y los Amunátegui, en Chile; los antagónicos José Mármol y Olegario
Andrade, en la Argentina; y entre nosotros la brillante
pléyade del Mosaico, a la cual perteneció don Manuel Pom'
CUADROS
DE COSTUMBRES
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bo, aunque haya de colocársele en segundo plano con respecto a otras figuras de aquella famosa Tertulia.
Pero don Manuel, una v~ obtenido su título de abogado, se acogió a su carencia de ambiciones y no quiso pisar
el escenario de la política: más de una Vl.~%. recha~ la ofer"ta de cargos importantes, como los de ministro de estado.
"Su modestia sin fingimiento -ha escrito Antonio JoséRestrepo- la paz luminosa de su espíritu, la humildad sin
soberbia que enaltecía sus méritos, pero le alejaba del torbellino de la vida pública, eran en él infranqueable valladar a toda ambición, a toda vanidad, a todo peligro de que
un mal cualquiera, el más pequeño, pud:ese acarrear a h
sociedad civil de que hacía parte o a no importa a quién,
su actuación activa en la cosa pública. Era un poeta y un
místico, que oraba'y velaba por su alma. por la de los suyos y la de todos, en el mayor recogimiento. A veces 1'i'
nos antoja que habiendo sido en sus mocedades 10 que ,Bogotá se llama un cachaco (que él mismo define por ahí).
un militar y un intelectual de valor y ardentía, cual otro
Ignacio de 1oyola dejó al mundo y sus encrucijadas, si no
para recogerse a la vida monástica y seguir o fundar una
religión, al menos para encerrarse dentro de sí, en el círculo
estrechó de sus amigos y la familia oteando desde sano,
entero y libre, el problema de ultratumba, para él resuelto, indicado y prescrito por sobre toda sombra de duda,
en la vida cristiana a la manera que 10 son los que 10 saben
ser ... Su fe de niño no vaciló jamás; su alma bella se des·
prendía del mundo, poco a poco, pero siempre hacia arri·
ba, sin dejar un jirón de sus virtudes r.n las zarzas del
camino" .
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Testimonio de esta. religiosidad es 8l. plegaria "A la
Virgen de los Dolores", considerada como una de las máa
bellas composiciones de antología, y ~ puede leene ea
el tomo 86 de esta misma selección.
En las reuniones del Mosaico don Manuel Pamba en
considerado como uno de los más agradables contertulios.
En el acta en verso que con el nombre de "Historia verfdi.
<8 del primer mosaico de la ca11edel Coliseo", public.6 ~
autor de estas líneas en su estudio soi"lredon José María
Vergara, acta que se debe a la pluma de don Pepe Sam'
per, se describe a don Manuel Pamba como un chispean'
te conversador y se ponen en su boca las siguientes pala'
bras:
¿Hay más condenada vida
-exclama muy compungido--que la perra vida mía?
Es un "quid pro qua" perpeIIICI.
un mito, una pesadilla,
un oscuro jeroglífico,
una charada continua
en que cada cual encuentra
una antítesis: me tildan
los liberales, de godo;
los godos, de socialista;
de beato, los masones;
de masón, los que oyen mis~.:
de valiente, 108 cobardes;
de miedoso, los Aníbal;
de aristócrata, la plebe;
los ricos, de comunista.
CuADROS DE COSTUMBRES
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Estas palabras, que no por ser escritas en verso dejaron
de ser dichas efectivamente por don Manuel Pamba, pues'
to que se ha podido comprobar la veracidad absoluta de
otras transcripciones del acta a que nos referimos, dan la
clave de su carácter ecuánime y tranquilo, tal vez en Gc'
masía, para aquella época de exacerbación de las pasiones,
..¡ moldeado en el sosiego del hogar admirablemente san'
tafereño en que le cupo en suerte nacer, que de mano
maestra está descrito por él mismo en "L2. Niña Agueda".
Los últimos años de la vida de don Manuel Pamba trans'
currieron en su librería de la calle 12, punto de reunión
de todos los políticos eminentes de fines dfl siglo pasado.
No se ha concedido a Pamba la impcrtancia que mere'
ce entre sus compañeros los costumbristas de "El Mosai,
co" porque sus escritos habían per:manecidoinéditos hasta
1914, año en que los dio a luz ia pied~d filial de su hijo
don Lino de Pamba con ocasión del centenario de la inde,
pendencia: de Antioquia, pues entre ellos figuraba la na'
rración del viaje que en 1852 había efectUadodon Manuel
a aquella progresista región.
A un ápunte autobiográfico del propio don Manuel per'
tenecen lOssiguientes párrafos:
"Sin moverme de mi país, he trabajado toda mi vida sin
descanso ni alternativa. Con la labor de mis primeros años
juveniles, compré en Bogotá una buena casa, en la que for'
mé, eduqué y coloqué mi familia. Las complicacionesde
esa tarea, las dolencias y enfermedades, lae vicisitudes de
la suerte y el desgaste de ener~~ay eficacia consiguientes
al curso del tiempo, me han traído al punto en que me
encuentro, anciano, inválido y pobre, sin industria, renta
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ni hogar, porque p~a satisfacer honradamente los inevitables compromisos contraídos en mi larga y ~osa
carrera, tuve que sacrificar el techo que me albergaba.
"Hice mi carrera de estudios sin una nota adversa; obtuve los grados de bachiller, licenciado y doctor en jurisprudencia, y me recibí de abogado en la Corte Suprema
de Justicia en 1847. Mi buen padre me había enseñado a
leer y escribir, a hacer las primeras operaciones de la aritmética, a conocer algo la historia sagrada y profana, tra,
ducir un poco de latín y francés, y entender las verdades
fundamentales de la moral y la religión.
"Terminados mis estudios, volví al Ca\lca, mi país natal,
a trabajar en él, de donde regresé casado en 1854.
"Me ocupé en negocios judiciales y mercantiles, y, por
varios años consecutivos, con el voto de todos los partidos
políticos, fui nombrado secretario de la Cámara de Representantes .
"En los ratos que me dejaban expeditos estos trabajos,
y los del comercio y la abogacía, con que procuraba ayudarme para hacer frente a mis gastos personales y domés'
ticos, regenté varias cátedras en los establecimientos privados y públicos, entre ellas las de geografía en el del señor Joaquín Gutiérrez de Celis, y las de derecho internacional, derecho romano, pruebas judiciales y Geografía en
la Universidad Nacional y en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario. Sin enumerar las comisiones y los servicios
onerosos que con frecuencia se me encomendaban.
"Sin buscarlo ni merecerlo, alcancé cierto relumbronciUo literario entre algunos de mis conterráneos. Fue sin buscarIa, porque desde temprano pesé los escasos quilates de
mis aptitudes y me retiré del asunto, y porque el crónico
CUADROS DE COSTUMBRES
11
y creciente afán de mi vida, dim;¡nante del desequilibrio en#
tre mis presupuestos, no me dej6 sosiego ni humor para
permitirme esparcimientos literarios; así es ~
de lo poco
que aventuré para el público, más es lo que me remuerde
que 10 que me agrada" •
"Causeur" inimitable, según testimOiUOde sus contem#
poráneos, pero excelso cristiano a la par, nunca mortificó
en lo más mínimo a nadie con sus palabras, porque era
-afirma Carlos Martínez Silva- un ej~plo vivo y ~
manente y una enseñ~a fecunda en pro de todo 10 qut:
ennoblece y eleva.
El 25 de mayo de 1898, a los setenta y un años de edad,
falleci6 don Manuel en Bogotá "de repente, en silencio,
modestamente, como dio todos sus pasos en la tierra".
CUADROS DE COSTUMBRES
PQR
MANUEL POMBO
LA NI~A AGUEDA
(A Ricardo Silva) .
.No sabemos cómo pasan hoy estas co,
sas en la sociedad en que vivimos, ni si
adultos de ahora guardarán para ame'
nhar sus pasatiempos el caudal de me'
morias que, al declinar hacia el ocaso de
la vida, nos deleitamos en saborear.
108
Rafael E. Santander
En casa de mi buena tia Mariquita había mucha gente,
y por consiguiente mucho que hacer.
Además de los caseros con sus seis hijos, vivían en ella:
do Bruno, dos huéspedes que se alternaban de nuestra pl"O'
vincia, con sus respectivos sirvientes; el maestro GuiUer'
mo y ña Rosa, su mujer; la niña Prima; CeC1llala expósita; siete criadas, y yo. Era un efectivo permanente de
veinticuatro personas, fuera de gatos, lora, mico, mirla y
completo surtido de aves de corral.
Mi tío Pepe, el dueño de casa, sobre set un hombre her,
moso, hidalgo de ra~, formado en la escuela del mundo y
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los estudios, patriota benemérito desde 1810, era un sabio distinguido, ocupado siempre en el servicio público, de
incansable laboriosidad en su gabinete e en su oficina, de
carácter recto y probo, conducta ejemplar", eximia cortesía y llano y afable en su trato particular; era un hombre
de provecho, legítimo representante de la gloriosa generación a que perteneció. Mi tía, su digna consorte, que conservaba restos de su belleza juvenil, era mujer despierta,
emprendedora, perseverante, dotada del don
gobierno,
a quien el tiempo alcan~aba para atender a todo; comunica,
tiva, servicial, piadosa y del co~ón más misericordioso que
yo haya conocido. Fue aquel un hogar modelo destruído
hoy por la muerte.
Pa,ra mostrar el cora4ón de mi tía basta decir pocas pa'
labras acerca de algunos de los alojado~ con que llenaba
las pie~as disponibles en su casa.
El tío Bruno (a quien llamábamos tío Pica-pica), herma'
no de ella, era entonces un injerto de militar sin colocación
y negociante cambalachero, de logrero y calavera, de timorato y descreído, de atrabiliario y chancero, asiduo en
la gallera y mediano y malhumorado tres.ilJista. Sus alternativas y rabietas las soportaba mi tía, y cuando subían de
punto, las disculpaba, calificándolas de "ventoleras de Bruno". Este tío tenía sus máximas, como los sabios de la Grecia, de las que recuerdo algunas: "Paraguas que empie4a
por olvidarse acaba por perderse". "Todo botón cabe en
todo ojal". "Todo gato resulta gata". "Ningún hombre
enviuda". "Casarse es la primera operación que hace todo
majadero". "Los héroes y los sabios han perdido al mun'
do". Adolecía también de la más curiosa inversión de las
oe
CUADROS DE COSTUMBRES
17
palabras; por ejemplo: a la señora Rosa Barberi la llamaba
Bárbara Rosales.
El maestro Guillermo Portobela era un viejo hosco y
sucio, que no hablaba sino que gruñía, de medias de lana
colorada, ~apatos amarillos de gamu~a, capa raída, cuyos
vestigios de color se aproximaban al del re.pollo, y sombre'
ro enfundado continuación de la capa. Como en un antro,
vivía con su mujer en una pieza baja, a la que nadie entra'
ba y en la que retocaba imágenes, hacía macetas en molde
de greda para las iglesias, pegaba con albayalde loza rota
y fumaba sin intermisión chicotes en churumbela.
¿De dónde había salido esta lámina? Un día lo halló mi
tía desmayado de hambre en el zaguán, y lo hospedó haS'
ta enterrado, costeándole las exequias y la bóveda.
La niña Prima Garzón era una demente inofensiva que
al parecer había perdido la chaveta desde la expulsión de
los Padres Capuchinos, y en la que se notaban ciertos ves'
tigios monacales, pues usaba cofia a manera de toca, se
hacía sus vestidos a guisa de sayal, tejía randa y labraba
encajes. Empezó por aparecerse al tiempC' de almorzar a
participar de las sobras, prolongó luégo sus visitas, y, por
último, una tarde se· presentó con la cabeza rota de un ga'
rrotazo, su coja y el arca de su ropa.
¿De dónde venía? ¿En qué lugar había vivido hasta en'
tonces? Nadie 10 supo nunca: era un Iser misterioso y anó'
nimo "como otros muchos que a la par se ignoran".
Cecilia la expósita. Salía el médico una noche de recetar
en la casa, y en el umbral del portón tropezó con una niña
recién nacida que tiritaba de frío, envue1t<1en un retazo de
sábana. Se la sentenció al Hospicio, mas al llevar a cabo la
sentencia faltó el ánimo a mi tía. "No, dijo: para algo me.
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ha de servir el ser cristiana: quien rechua a una criatura
desamparada arriesga el pan de sus hijos y la misericordia
de Dios", y la crió. Resultó una much:~cha aviesa, refrac'
• taria, agria, como si el desamor de su primera hora le hu'
biese hecho odiar a la humanidad.
Y, sin embargo, un día que en presencia de tío Pepe se
habló de la botada, él frunció el ceño, crm;ó los labios con
el dedo y dijo secamente: "Eso no se dice; es una palabra
muy cruel".
En cuanto a mí ... me entraron de colegial.
A todos estos seres, absurdos y heterogéneos, no diré
que sufría sino que mimaba sin perjuicio de la disciplina
doméstica, mi admirable tía. Dios la recompense.
y aún faltan personajes. Entre los simples comensales
(porque en la mesa de mi tía hallaba cubierto el que llegaba) merecerían mencionarse dos por lo menos: la señora
de los martes y don Antonio de Castro.
Era éste un viejazo decente que habí? venido a menos
por cualquier causa, por lo que, conservando las botas, se
había echado de ruana. No habría sido mal parecido; pero
los tubérculos negros de los labios y las rojas carnosidades
de los ojos le habían puesto deforme y grotesco el rostro.
Su flaco era el de hombrear con las notabilidades, y un
sólo rasgo lo pintará.
Nombraron al doctor Rufino Cuervo ministro en el Ecuador, y chanceando preguntó a don Antonio si no quería
acompañarle. A él se le convirtió en sustancia, y dijo en
la mesa de mi tío:
-Ya ustedes a1mo~arán pocas veces conmigo.
-¿Por qué, don Antonio?
-Porque me voy para el Ecuador y me llevo a Cuervo.
ClJADHOS DE COSTUMBRES
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En cuanto a la señora de los martes, era un personaje
que reservo para artículo especial, si los recuerdos, el humor y el tiempo 10 permiten ..
y aun me queda por recordar a fray Mariano Córdoba,
docto y venerable religioso agustino, consejero íntimo y es'
pecie de capellán de la familia ..
Para el servicio de su casa disponía mi tía: de la negra
María Francisca, cocinera; de la mulata Manuela, que almidonaba, aplanchaba y hacía los dulces; de la zamba Rafaela, que lavaba, jabonaba y enjuagaba la ropa y molía el
chocolate; de la chola Indalecia, que fregaba con salvado la
loza de uso diario, cuidaba las gallinas y subía agua para
las tinajas y la cocina; de la india Teres¡" que barría, tendía las camas y ordenaba las piezas; de la china Siinforosa,
que traía lumbre en el braserillo, vasos de agua y demás
que se ofrecía para las visitas, inquiría qt\i~n era el que gol,
peaba en el portón, comunicaba las órdenes para el inte,
rior e informaba con frecuencia sobre lo que hacían Inda'
lecia y Rafaela; y ña Rosa, la mandadera, que no descansaba un minuto en las catorce horas útil<-" del día.
Era curiosa la manera como ésta red'la ordinariamente
sus instrucciones:
-~a
Rosa -decía mi tía- váyase a la. plaza y se trae
la carne, que no sea de pierna ni de punta de cadera, por'
que no le gusta a Pepe; y un lomo aparte, y unas costillas
de marrano; y para principios, unos sesos y unas patitas de
cordero; y si encuentra lechugas. se trae un real y otro de
coliflores ... ¡Ah! y los huevos para el almuerzo, y medio
de perejil y otro de color ... y le dice a Antonio que me
mande media arroba de azúcar, seis libras de sal y otras
. seis de arroz ... y de pasadita éntre donde mi comadre
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DE COLOMBIA
Isabel, y le da. recado, que cómo sigue Petrona, y que me
mande los pañolones y la linterna de :mtes de anoche ...
y éntre donde don Fruto y le pregunta que si sabe quién
se vaya para Fusagasugá; que aquí tengo hace tiempos la
encomienda para mi compadre Garavito ... y se va donde
Pastora, y me le recomienda que arree al maestro Custodio
para la ropa de los niños, que están desnudos ... Si se en'
cuentra por ahí con la niña Julíana, recuérdele que me
mande al maestro Lancheros para lo del cerrojo del pasa·
dizo ... y en un momenticu me busca -:n la plaza al Bo,
quinche, y le dice que hace cinco días no traen la alfalfa
para el caballo de Pepe ... y de subida SE' compra un que'
so de a dos y medio donde las Cetinas, y un real de canela
(vea que no le metan canelón) donde don Nicomedes ...
y éntrese donde la tusa Flora a ver si ya están las cerdas
para la ropa .. , y no se le olvide ver~e, aunque sea de
pasadita, con mi compadre Zabala, y me le echa para acá...
(¿Qué otra cosa tenía yo en la punta dE' la lengua ... ?)
Ah, se trae de donde Ibáñez el parche para Sinforosa;
pero vea que sea de los que pegan; y de una vez media
libra de alhucema y un real de almáciga, y que cuándo le
mando a Indalecia para que le saque la muela ... Estos
diez y ocho reales se los cuenta bien a Luz, la de las ve'
las, no me vaya a salir después con alguna antífona ... Si
encuentra carbón, endílguelo para acá .. ¡Acabáramos! ...
se me iba olvidando que se acabó el jabón ... se trae unas
dos gaveras ... Pero no se tarde ... j vea que hay que hacer!
-Sí, mi señora, respondía la pobre ña Rosa; y empren,
día marcha, con la plata apretada en la mano sudosa y em'
brazando los canastos, llenos de canasticos, talegos, servi,
lletas, etc.
CUADROS DE COSTUMBRES
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Pero no bien había traspuesto la pUl:rta cuando la detenía:
-Oiga ... Se va por la esquina de acá, con eso pregunta donde las López si por fin les mandaron las llaves de la
casa de Santa Bárbara, para que la vaya a ver mi tocaya
Otero; que yo respondo ... Mándele una razoncita al tullido para que venga a desyerbar la huerta, que está hecha
un monte ... Tráigase también unas cuatro escobas, y tome para cuatro varas de frisa que ofrecí hace días a Tránsito ... Ahora sí váyase ... y dése prisa, mire que se hace
tarde.
Cae de su peso que para mover semejante máquina do,
méstica mi tía necesitaba auxiliares y agentes; yeso era
para ella lo de menos, porque poseía el dón de valerse de
todos. Si tenía una diligencia por San Diego, al primero
con quien daba le decía:
-¿A dónde vas?
-A Egipto, mi señora.
-Ya que vas para allá, me haces un servicio: das un saltico a San Diego, me buscas una mujercita Micaela que tiene cabras y me la traes. ¿Oyes? ¡No me vas a quedar mal!
y todos cumplían al pie de la letra.
Pero su primer ministro, su jefe de estado mayor gene'
ral era la niña Agueda.
Se anteponía el tratamiento de niña a ciertas mujeres a
quienes venía muy bajo el ña y muy alto el señora.
Era una mujer que pasaba de los veinte años, de color
trigueño y cuerpo bien proporcionado, que, sin ser boni,
ta, inspiraba simpatía por la dul~ura de su mirada, la per,
petua sonrisa de su fisonomía y la cariñosa mansedumbre
de su carácter. Siempre suave y complaciente, era la con'
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DIBLlOTECA
ALDEANA
DE COLO;\ll.HA
fidente en las aflicciones, la apaciguadora en las reyertas,
la intercesora por loa culpados y el recurso en todas las dificultades .
Se partía el cabello en dos tre~;
tell.la unos aretes invariables en las orejas, cal.zaba medias limpia.s y .zapatos de
cordobán: la saya de alepín y la mantilla de paño eran su
vestido de calle, y el casero consistía en tlaje de .zaraza y
gran pañuelo cru.zado sobre el pecho, Nunca se quitaba
del anular de la mano ~quierda dos sortijas, de trencilla
de oro la una y la otra de tumbaga.
La niña Agueda Rosas vivía en una (¡¡sita arriba del
panteón de Las Nieves en compañía de BU hermana Pacha
y su prima. Nieves, quienes molían chocolate, sacaban almidón, aplanchaban ropa y hacían jab6n de la tierra. Se
les había adherido un pariente alelado, personificación de
la mugre, que sin embargo tenía sus industrias: embadurnaba frisos, fabricaba cola, hacía máscaras para los mata'
chines y candilejas para los fuegos, y ,¡endía por medio
real a los indios los gatitos q¡;.e le reditua ba una gata de
inagotable fecundidad. Le lla.uoclban mano Dionisio.
La casita en que habitaba esta gente sosegada y humilde, pertenecía a la cofradía de San Dimas, de La Vera'
cru.z, V por ella pagaba cuatro pesos mensuales al padre Jíménez, síndico procurador del convento de franciscanos.
Al efecto, se presentaba el Padre provisto de un gran paraguas de género de algodón azul, un in folio en pergamino, un tintero de cuerno, una pluma de ganso tajada y sus
antiparras redondas; contaba y escrutaba los reales, extendía el recibo en el pliego que tenían las inquilinas, y lué,
go escribía en el infolio:
ClADROS DE COSTUMBRES
23
"Septiembre 5.-Son cargo cuatro pesos que dentran por
la casita de las Rosas .•. 4 •••••
Mientras se oreaba este renglón y el Padre encendía el
tabaco que le ofrecían, había estos diálogos:
-¿Qué hacemos, Padre, con la cocina,"que se nos cae?
-Pónganle enceradito ..• con curiosidad.
-¿Y con los caños tan atascados?
-Húrguenlos, húrguenlos.
-¿Se acordó su reverencia del empeñito del maestro
Molano?
-¡Nada!. .. si con la Tumba·toros es vicio.
El descubrimiento de la niña Agueda s<e debía al bene·
mérito doctor Justiniano Gutiérrez, cura dr Las Nieves, ín,
timo amigo y cuarto obligado del chipato de tío Pepe: él
la llevó a la casa y con sus auspicios tomó posesión de su
destino.
Gran madrugadora, la niña Agueda se despertaba con el
Trisagio, rezado en coro con su familh, aliñaba su perso,
na, tomaba su cacao de desayuno, oía misa de cinco en La
Tercera y a las seis estaba donde mi tía que ya había ca'
careado desde mucho antes. Doblaba su saya y su mantellina, cambiaba de zapatos, sacaba una partida de canastas
rebosando de ropa recién lavada, se sentaba en su tabu'
retito con piel de oveja a los pies y empezaba su tarea, cor'
tando aquí, remendando allá, zurciendo, ~()leteando,etc.
Era ésta la hora del consejo de gobierno, porque por lo
general nadie había que las curiosease. Mi tía se le acerca'
ba en otro taburetito, yen voz baja conferenciaba sobre los
asuntos peliagudos, como si dijéramos los negocios de Es·
tado o las cuestiones de gabinete, que tt<lían entre manos;
acordab'an las evoluciones y maniobras que para cada ea'
24
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80 aconsejaban
la diplomacia o la estrategia, y quedaban
establecldas la consigna y la orden general para el día.
Fuera del sistema político que la niña Agueda estaba lla'
mada a seguir y desarrollar con discreciór" y eficacia en los
diferentes ramos y en las mil incidenciall de la administración doméstica, recorreré algunas de SU\! atribuciones de
carácter permanente.
Su título oficial era el de costurera. y ya la hemos visto
en su despacho, sentada en su taburetito y circunvalada por
las canastas de ropa sobre cuyas piezas obraba la tijera para
las amputaciones o la aguja enhebrada para la cicatrización
de los otros desgarros, heridas o contusiones. Para esos
efectos su cajita de costura era un museo en donde se hallaba todo, desde la almohadilla erizada de agujas y alfileres, la cera, los hilos, los botones, la miscelánea de retazos,
etc., hasta el cazador, las tachuelas, el tirabuzón, la alhucema: era una caja mágica inagotable, en la que no se reque'
ría más que revolver para encontrar lo que se pidiese.
La tapa de esta caja estaba empapelada con los tiquetes
desprendidos de las piezas de zaraza o de muselina, de las
cajas de broches, de los paquetes de hilo, etc ..
Mi tía se reservaba el mercado del viernes, del que volvía a las once a almorzar, sofocada y exánime, precedida
de unos tantos cargueros de los variados, abundantes y baratos frutos de la pl~a de Bogotá. Pero ~Jguna8 veces que'
daba algo pendiente, y tocaba el relevo a la niña Agueda.
-j Pufff!, decía mi tía, sentándose en la despensa sobre un
tercio de papa y enjugándose el sudor: "vengo asada ... !
i Al fin tiene que darme una apoplejía ... , j Qué solazo .. i
¡Qué gentío ... ! Niña Agueda .... '
-Mande,
mi señora.
C0ADIW3
DE COSTUMBRES
25
-Se va a la plaza ¿oye? y me hace traer una arroba de
cecina, un tercio de maíz yucatán, dos quesos de estera y
una talega de almidón que dejé a guardat en la tolda de la
Torbellino.
-Sí, mi señora.
_y de donde María Chiquita me hace recoger dos pis,
cos, cuatro juncos, un atado de escoberos y tres balayes;
y vea si le puede sacar una jaula de huevos a nueve, o en
último caso que se los dé a mitá-y-mitá.
-Sí, mi señora.
-No había sino azúcar Simacota: si ya entró la Cha'
guaní me compra un pan. Y un tercio de arroz si encuentra
del de Cunday. Ollas de Ráquira sí había, pero ya yo estaba
que no veía: se trae dos grandes y tres pequeñas. A los
fusagasugueños les cayó la gente como langosta; pero si
les quedan alfandoques, tráigame unos cuatro reales para
los niños. Y pregunte a cómo está el sebo de res y el de
cordero... Pero váyase pronto, mi hija, porque si alza
esa gente nos deja pereciendo.
Ella vestía la saya, empuñaba el paraguas, recibía la
mochila de fique del dinero y marchaba a mantener la re'
putación de "advertida como una p~va y ligera como un
ringlete", que le había dado mi tía. Cuando regresaba, a
las dos de la tarde, encontraba·lista su naranjada en agua
de escansé para evitarle un tabardillo.
Cuando mi tía andaba por. la calle, la niña Agueda vi,
gilaba la casa, centralizaba las llaves, hacía sentar con su
deshilado ~ h rhina I':n 1':1 corrpdor p:l~ q11e espi:lse la
puerta de la calle, y en caso de lluvia, ponía en movimiento a sus agentes con los respectivos paraguas y zapatones.
y cuando la ausencia era nocturna, motivada por ba.t1eo
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función de teatro, ella cedía de sus derechos. se quedaba
a dormir en la casa. y después de haber coadyuvado al atavío de las que iban a divertirse. cerraba las puertas y re~ba con las criadas.
Era ella exclusivamente de infantería. y ni por mal pensamiento consentía en el de cabalgar.
En consecuencia,
cuando mi tía ejercía el poder ejecutivo en campaña, es
decir. cuando marchaba con la familia a temperar en Uba·
que, Fusaga.sugá o Vi11eta, la niña l\.gueda asumía la di ..
rección de los departamentos que quedaban en la capital.
Se trasladaba con su menaje a la casa y gobernaba en ella
como en la propia, puesto que puertas, alacenas, cómodas,
cofres, todo quedaba a su disposición. Entonces le toca·
ba el complicadísimo negociado de la correspondencia que
se le dirigía, de las diligencias para que se le comisionaba
y del despacho de las encomiendas que se le pedían.
Cuando regresaba la familia, la casa no tenía una tela·
raña, estaba barrida, sahumada, los esterados sin un roto
y los muebles sin una mancha de polvo. Recibía entonces,
en calidad de recompensa extraordinaria, una mantilla o
una saya nueva, un buen pañolón o un paquetito de pesos;
amén de las canastas, los ternos de petacas, las pollas co'
petonas y los toches y pericos, frutas y alfandoques que le
traían los viajeros.
Fastidioso sería seguir el pormenor de las demás funcio·
nes del interesante personaje que trato de bosquejar: bas;
ta apuntar algunas otras, puesto que mucboE han visto más
O menos en el hogar de sus primeros añ03 lo que yo vi en
el mío.
¡Ay, dulce hogar que descabaló la rr.uerte, cuyos despojos dispersó el viento de los tiempos, y cuyo recuerdo
CUADROS DE COSTUMBRES
27
vuelve a la memoria. como sueño apacible. para llenar los
ojos de lágrimas y el corazón de melancolíal
La niña Agueda repartía a sus direcciones la ~pa apJan,
chada; escoltaba a las niñas hasta el co!egío y les adornaba las muñecas; acompañaba al enfermo )- lo distraía con
cuentós; custodiaba en la procesión del Corpus al Sumo
Sacerdote o el carro de Holofernes que se preparaba en la
casa; hacía sacar las muelas a las criadas. las llevaba a confesar, a fuegos y a toros; vestía los ángeles y componía los
floreros para las velaciones y los tiesto& con frutas para
el monumento; presidía la excursión a los cerros para traer
laurel. arrayán. chite y musgo para el pesebre. de cuya
construj~ción se encargaba; cobraba los alquileres de las
tiendas; acomodaba el avío en las petacas de los huéspedes que se marchaban; era el comodín para todo lo impre'
visto, j todavía en sus momentos desocupados esta laboriosa el 'atura sacaba hilas para el hospital. y tenía tiempo
para eS}lulgaral mico y enseñar a hablar a la lora.
y todo 10 hacía con cara de pascua, como si fuera 10 único
en que se ocupaba; sin glosar ni murmurar; sin manifestar
cansancio; rebosando de afecto y de interés por las personas a quienes servía.
Con razón que cuando al toque de oración doblaba BU
costura, guardaba sus canastas, tomaba su chocolate y se
marchaba para su casa, la buena de mi tia la veía ir acompañándola con esta exclamación:
-¡ Pobre, niña Agueda ... r iIrá rendida!
Solamente los domingos le pertenecían y en enos se iba
a La Peña. a Fucha o al Boquerón con las de su casa. qui,
zá en busca de independencia. de espacio. de aire h'bre¡
quizá a comparar su destino con el de tantos seres maté,
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volos. engreídos u ociosos a quienes prodiga sus favores la
fortuna y sus atenciones la sociedad; q~
para indagar el
porque unos nacen para servir y otros para ser servidos.
••••
•••••
••••
••••
Así transcurrieron ~
••••
••••
••
» •••••••••••••
años en la vida de la niña Ague·
da.
De repente desapareció de la escena.
'roda indagación que al principio se hj~o acerca de ella
encalló en las evasivas con que contestaba mi tía.. Pasó un
.año. y pocos ya ia recordaban; pasaron dos. y la olvidaron
todos.
A los cinco reapareció; mas no era ella sino su sombra: era una anciana extenuada. taciturna, inválida ... no
conservaba más que su mirada humilde y su sonrisa de
bondad.
¿Qué había pasado por ella?
Se ha dicho que en cada existencia se agita por 10 menos un drama. Esta pobre mujer tuvo el suyo, que acibaró
sus últimos años y la arrastró a una muerte quhá prematura.
Murió C\.dl la sonrisa en la cara y con los ojos, radiantes
de fe, fijos en la imagen del Crucificado.
Mayo de 1877
NOTA.-Este artículo fue dedicado a Ricardo Silva con
la siguiente esquela:
"Señor Ricardo Silva.
Mi querido compadre:
Me atrevo a dedicarte un cuadro que, ,con el designio
CUADROS DE COSTUMBRES
29
de evadirme de la tertulia y en los ratos que ella y no la
venta me concedían, he borrajeado en la tienda.
Excusa la cortedad. presentada a ti, que pintas con ma'
no maestra, y acéptala con el mucho cariño que te pro. feso.
Bogotá., mayo 25 de 1877".
EL MAESTRO
CUSTODIO
y sin el recurso de darle mis quejas
a ningún tribunal de la tierra.
,Eugenio Díaz
En aquellol!ltiempos en que los muchachos se descalzaban cuando llovía para que no se les dañasen los botines de
cordobán, y en que no gastaban medias. calzones ni camisa interior, ni las exteriores superfluidades de corbata y
chaleco, e-ra, sin embargo, necesario vestidos con algo. Y
como no se importaba ropa hecha, y como los pocos sastres
que estaban en auge apenas alcanzaban para dar abasto
a la demanda de la clase granada y favorecida de la población, para la parte minúscula y desposeída, formada por los
muchachos, los sirvientes y los indios, había de acudirse a
los sastres de menor cuantía, a los que guardaban proporción con su clientela.
Llamar a éstos en general sastres chambones, chapuceros o remendones, sería tal vez exponerse a cometer una
doble injusticia, tanto porque entre ellos era posible que
hubiese algunos, como los hay en todas las profesiones,
víctimas de su timidez o de la injusticia social, cuanto porque entre-los que privaban como sus superiores es natural
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suponer que se hallasen algunos inferiores a su reputación,
como acontece con tantas medianías que se elevan infladas por su propia fatuidad o por las aberraciones populares.
Pero aquellos sastres sí ofrecían una ventaja sobre los
otros: eran baratos, económicos, disponibles; ventaja que,
aunque parcialmente, se contrapesaba con la nota de informales, petacones, arreados o maulas, C,)ffiO indistintamen-
te se les denostaba Quizá lo unos dimanaba de otro, porque mala paga y buena obra peca contra los pnncipios de
justicia distributiva.
En cada familia en donde los chicos uo podían vivir desnudos, cae de su peso que se requería proveerse de uno de
estos sastres que, aunque mal y tarde, los vistiese sin contrariar las economías de que eran instrumento, ni amosta.2íarsecon los rajatablas de que eran bhnco.
Los vestidos de los muchachos se hac~an entonces, o
adaptándoles los que sus ascendientes licenciaban indefinidamente por comprobada invalide.2í,o procurándose cotín, mahón, pana, cerin.2íao manta del pC',ís.telas estimables
por la resistencia que se atribuía a su tejido. Estas telas
se entregaban al artífice para que, en primer lugar, las lavase, con el fin de que de una ve.2íencogiesen cuanto se
les antojase y no les quedase después para hacerla excu'
sa legal, y también para que perdiesen en algo el hedor
que les era peculiar; y en segundo, pan que su tijera ma.niobrase sobre ellas a discreción, porqu€' preciso es convenir en que una de las cosas irrevocables que hay en el
mundo es lo que ha sido cortado por la tijera,
La casa de mi tía (que ya conocemos) no podía excep'
tuarse de esta ley;común y la que la gobernaba. tantas
33
pruebas hizo y tales trazas se dio, hasta que se puso en el
sastre que le convenía, así por las condiciones personales
del sujeto como por las topo gráficas de su domicilio.
Se llamaba el maestro Custodio Torres; edad probable,
cuarenta años; profesión, la dicha; estado, casado con la
niña Pastora Casallas; posteridad, Rita. desmedrada muchacha, que se juzgara fregona por los servicios que la imponía y el trato cruel que la daba su madre.
Llevaba el maestro sombrero con funda amarilla, ruana
parda, pantalón de cáñamo burdo y alpargatas sostenidas
por ataderas. Tenía una de esas cabelleras lacias y puyosas
cuyas secciones se proyectan a manera de plumas, ojos amarillos y sin expresión, carrillos enjutos y de tinte enfermizo, mandíbulas descarnadas, salpicadas de pelos tiesos, escasos y desordenados, largo cueHo, hombros caídos y tan
flacas piernas, que sobre ellas los pantalones se azotaban
a merced del viento. Hablaba con voz asmática, tenía aire
entumido y meticuloso, y al vedo se comprendía que en su
organización hambreada se alojaba un espíritu supeditado
por la amenaza.
Su consorte, al contrario, era de talla granadera, aunque de carnes piltr'afudas y grasientas, cara amoratada, mi-·
rada agresiva, acento ronco y bruscos ademanes. Agréguese a esto su predilección por la chicha y se presumirá no
sólo su carácter "ino también los suplicios a que estaban
condenados los dos "eres que la. rodeaban.
En la necesidad que siente toda alma dE'cultivar un afecto, de amar algo y de ser amada de al~¡jen. la pobre Rita
había criado un gozquecillo al que llamaba Jazmín. Era
su compañero, su confidente, su consuelo: y, ajeno como
su ama a esperar buen trato de persona alguna, con ella
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solamente era festivo, erguía la cabeza, enroscaba la cola
y ladraba de contento; del resto de la humanidad huía con
los pelos erizados, mostrando los diente.; y gruñendo como
si lo insultasen. Los dos habían asimilado su destino, y
uno y otra se refugiaban en su mutuo afecto, único con
que contaban en el mundo.
La dosis de malignidad que hay siempre en el corazón
humano, o si se quiere, la tendencia a ridiculizar al defec'
tuoso o chancear COIl el hUi11ilde, de que, entre otros defec ..
tillos, adolece nuestra raza, había hecho que al maestro
Custodio se le adjudicasen en casa varios apodos. Prevale'
ció entre ellos el de Fray Junípero, por la frecuencia con
que en los escasos datos biográficos qut' suministraba se
refería al convento de franciscanos.
Asilado en sus claustros, la borrasca de la Independencia, las levas en masa de patriotas y peninsulares, de Na'
riño, Bolívar y Santander, de Morilla, Emite y Sámano,
había pasado sobre él sin afectarle. Resguardado tras sus
rejas había visto impasible desfilar a muchos de los pro'
tagonistas, de. los mártires y verdugos de esa sangrienta
epopeya; y había oído de la misma manera los repiques y
dobles, las dianas y generalas, los vítores y los denuestos
con que se acogía a los que eran alternativamente vencedo,
res o vencidos. Allí había aprendido su oficio, habían
transcurrido sus mejores años, quedaban acaso sus alegres
recuerdos y de allí había salido a casarse.
Cuando el maestro Custodio, cediendo a repetidos re'
querimientos o recados, se presentaba en casa a ejercer su
ministerio, colocaba el sombrero sobre el suelo y hacía
cuadrar sobre los talones al héroe del ve¡::tido, como a un
recluta en instrucción. Luégo en unas largas tiras de papel,
CUADROS DE COSTUMBRES
35
añadidas con engrudo, marcaba con piquetazos de las ti'
jeras para, los pantalones, el largo del talle y de la ingle
al talón, el ancho de la cintura y de los muslos, y el vue'
lo sobre la garganta del pie; y para las chaquetas. del cue'
110al talle y al codo, de éste, doblando el b~o, a la muñe,
ca, del pecho y de la abertura de las sol.tpas. Envolvía en
los forros de liencillo la madeja de hilo y el pedazo de to,
tuma para las hormillas de los botones, y hacía maña has'
ta que le traían la jícara de chocolate con que mi tía, con'
dolida de su aire macilento, cuidaba de agasajarle.
La operación de las medidas la hacía en completo silen,
cio, pero ,durante ella mi tía le amonestaba:
-Deje los pantaloncitos lat'gos, y échdes alfor?,as y pes,
tañas grandes por si se vuelven zancones: los fondillos an'
chos; pocos botones, porque estos barrahases los juegan.
La chaquetica holgada, con los bolsillos )' los ojaks bien
rematados, y tráigame los retazos para remendar las rodi,
llas y los codos.
Después, mientras el maestro saboreaba la jícara, mi tía
le entablaba diálogos como éste, que pintaban lo desven,
turado de su situación:
-¿ y Pastora qué tal sigue?
El maestro frunda la boca y meneaba tristemente la ca'
beza.
-¿Conque
ha vuelto a estar tonta? .. ¡Qué calamidad
de mujer ... ha acabado con usted y con la pobre Rita ... !
-¿La ha maltratado otra vez?
El maestro inclinaba la cabe~a en muestra de asenti,
miento.
-¡Conque
la ha vuelto a maltratar! -insistía
mi tía-
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a esa infeliz, a quien ya no quedan más que los huesos fa'
rrados en el pellejo ...
-Sí, mi señora, suspiraba el maestr~; anoche casi la
ahoga con las manos, y a mí por defenderla mire lo que
me hi2;o.. ,
y le mostraba en la cabeza una honda descalabradura.
-¡Eso es cruel. .. ! ¡Eso es criminaL .. ! ¿No le he di,
cho que me traiga a Rita?
~Pero ella no quiere venir ... tiene nl{edo ...
---¿De qué? .. yo la defiendo aquí.
_y allá ¿quién me defiende a mí? - Si nos quedamos
solos, la niña Pastora me mata ...
-No se deje usted matar .. , usted es hombre, póngase
en sus cah.ones.
_¡ Pero con una escandalosa ... ! j Con una ebria ... !
Empieza por alzar en peso la tienda con la grita que arma,
y luégo, si la contradigo, me clava un, cuchillo o me hace
criminal por defenderme ...
-Para eso está la autoridad: lleve usted los garantes y
que carguen con ella para el Divorcio.
_¿Y quién la aguanta cuando salga? .. ¡Santa Bárba'
ra ... ! ¡Sería capaz de cometer dos muertes!
-Déje1o usted a mi cargo: yo la vaya hacer escarmen'
tar. j Eso es intolerable ... ! j Consentir que una malvada.
en vez. de cumplir sus deberes de esposa)' madre, sea la.
arpía que los atormenta ... !
-No, no, mi señora, suplicaba el maestro; no haga tal
cosa; déjenos así; tenga presente que no es ella la crimi'
nal ...
-¿Quién
lo es, entonces?
-¡La chicha ... la chicha, mi señora!
CUADROS DE COSTUMBRES
37
y mi tía callaba indignada, y el maestro devolvía su jí,
cara vacía, se limpiaba con el reverso de la mano las lá,
grimas que humedecían sus ojos, y se marchaba resigna'
do ... a trabajar y a sufrir.
Tormentos ignorados en la vida íntima de los pobres, y
que no alcanzan siquiera el paliativo d(~ la conmiseración
social. Ellos en la oscuridad de sus doloree ahogan sus so'
llozos y beben sus lágrimas. Y cuando ••1 vicio se complica
con la miseria en esas tristes existencias, j qué de escenas
espantosas pasan por ellas!
Días después íbamos a la tienda del maestro a probarnos
en piezas los vestidos.
Su tienda estaba situada en la sucia y estrecha Calle del
Chocho. Era una especie de caverna ennegrecida por el
polvo, el hollín y las telarañas, acumuladot' en los años que
tenía de construída. Las ruinas de un tabique la dividían
en dos secciones: en la exterior, a un ladeode la puerta de
entrada, se distinguían los escombros de una hornilla, cu'
yas escasas y yertas cenizas manifestaban el poco uso que
se hacía de ella; en el otro lcLdo,sentado casi en cuclillas,
sobre un cajón bajo, .:osía taciturno el maestro; a su lado
se agazapaba la escuálida Rita, y sobre la falda de ésta dar'
mía o se rascaba Jazmín. En la pieza interior se adivinaba,
entre las tinieblas, en un costado, una cuja con los revueltos
jirones de unas mantas; bajo la cuja y pOl entre lal! cañas
de unos canastos, asomaban sus hilachas algunos trapos
sucios; y en el costado opuesto un junc0 enrollado guarda,
ba los harapos de 'otro lecho.
Sobre la cuja roncaba un ser viviente, que se creyera ser
un cerdo ... era la niña Pastora, narcotizada aún por la
chicha de que se había repletado la vísrera.
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BmLIOTECA ALDEANA DE COLO:\1BL\
y ni un mueble más: ni una cántara para el agua, ni un
candelero para la luz, ni un plato, ni un vestido ... La miseria, el desamparo, la mugre en toda su repugnante desnude%,.
¿ Era que el trabajo del hombre, la humilde oficiosidad
de la hija, la caridad de los buenos cora2;ones,nada llevaban a aquella guarida de la miseria?
Nó. Era que cuanto allí entraba 10 en.1peñabapara beber la niña Pastora, cuando estaba fOnD:Jl, o lo despeda~aba
cuando estaba ebria.
y año tras año esa bacante embrutecida torturó en todos
los instantes de su vida, sin tregua y sin piedad, a un hombre honrado y a una niña inocente, que- callaron, lloraron
y padecieron con el heroísmo de la resignadón y de la humildad.
Ellos 10 decían: esa era su suerte.
Día de regocijo era para nosotros aqLd en que el maestro, hostigado por nuestras frecuentes' visitas, comparecía
al fin en casa con su obra y el rollo de los reta%,os.Desplegaba las pie%,aslentamente y las exhibía de manera que
nuestras manos profanas no las ajasen; luégo les volvía a
dar sus dobleces de estilo y hacía de ella€ formal entrega
a mi tía, de la que recibía la hechura, dt"scontando lo del
alquiler de la tienda, de que ella respondía como su fiadora
para asegurarle la vivienda.
Nosotros estábamos en ascuas por examinar los vestidos; un dato sobre todos, nos eJ;'3.indispensable, y se nos
dejaba obtener por vía de transacción: el número y las dimensiones de los bolsillos. Si nos satisfacían, el maestro
estaba salvado.
39
CUADROS DE COSTUMBRES
-¡Todo
está admirable, magnífico!, exclamábamos en
nuestra exageración infantil.
Mi tía aprovechaba nuestro entusiasmo para plantarnos
su moraleja:
-Pues cuídenlos para que les duren, porque ya ven lo
que cuestan; y si los dañan, habrá que vestirlos de cuero, y
andarán hechos unos matachines para que se ría la gente.
-Pierda cuidado, tía, vamos a ser lo más formales ...
-¡Hum ... ! cedacito nuevo, tres días en la estaca y después por el suelo ...
La primera postura de los vestidos se reservaba para el
próximo domingo: ese día estábamos estrenando y las criadas nos calificaban de majos y nos ped~an el remojo. En
las primeras horas éramos víctimas del cuidado del traje
y de la fidelidad a nuestra palabra empeñada; ¡qué miíamientos ... ! iqué esmero ... ! Por la tarde ya estábamos
jugando al chócolo, y el tiempo relajab,~ en breve nuestras
resoluciones.
En realidad, con esos vestidos disformes quedábamos
hechos unos esquimales, unos maletas,
lo que nos cerciorábamos no en el primer día, deslumbrados por la novedad, sino después, cuando algún desalmado nos gritaba en
ue
falsete:
_j El difunto era más grande ... ! ¡Se 10 come la chaqueta!
Afligidos, desilusionados, acudíamos con nuestras quejas a mi tía:
-¡Tontos ... ! ¡Bobaflcios!, nos decía ella; eso es pura
envidia, no hagan caso: de la segunda lavada para amba
verán que hasta hay que soltarles para que les vengan.
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
Feliz edad aquella en que todos los deseos, los pesares
y los consuelos son como éstos.
Los seres malévolos poseen el instinto de herir a sus víctimas en las fibras que les son más semibles. Pastora detestaba a Jazmín, que era el único confidente de las amarguras de su hija, y una noche de borrasca le aplastó la cabeza.
La pobre, la extenuada niña, reunió el) un ¡ay! todo lo
intenso de su pena y cayó desfallecida: el padre intent~1
pedir socorro y la ebria lo tendió de un parrotazo. La niña
moría de dolor, y el padre se debatía entre su sangre: la
ebria divagaba voceando por sobre sus víctimas ....
La
puerta de la tienda se abría ~obre la calle desierta, porque
la lluvia corría a torrentes.
La ebria, fatigada al fin, se rindió al sueño y cayó tam,
bién dormida.
Las horas de la noche transcurrieron sobre aquel campo de desolación, al que la fábula hubiera podido convocar a dos seres de su creación, el Dolor y el Vicio.
La policía, al día siguiente, recogió en la tienda a las
tres personas que la habitaban.
El sastre estaba paralítico y la niña df'mente.
La ebria se había repuesto con el sueñe reparador y podía seguir bebiendo por muchos años.
El hospital dio asilo y sepultura a los dos primeros.
La última se disfra~ó con un bordón y unos andrajos, y
se echó a merodear por las calles para mantener el vicio
maldito a expensas de la santa caridad.
RECUERDOS DE LA JUVENTUD
La contradanza,
¡Adiós, horas de gloria!
¡Adiós, dulcl:'~amores!
Gratísimos favores
De mi adorada, ¡adiós!
(Canción de la época.)
Vivamos en el pasado, ya que lo que tenemos al presente no es vida: es vacío, es soledad, es cansancio, es... el
arcano del porvenir que empieza a nublar nuestro horí.l\onte.
Días de juventud, ¡cómo volásteis! horas de la ilusión,
¡cuán cortas fuisteis! años del desengaño, ¡vuestra carrera
es qué lenta... !
Eran las siete y media de la noche. Silvestre y yo estábamos aliñándonos en nuestro cuarto de solteros: abriase
el uno la raya partiendo en dos la undosa cabellera, tarareando la cancioncilla de moda; el otro, de pie frente ai
espejo, marcaba con la navaja cortadora el óvalo correcto
de la barba sobre los carrillos llenos dI:' jabón. Nuestro
corneta de órdenes (era nuestro sirvi¿llte) acepillaba ca-
42
I.HBLlOTECA
ALDEANA
DE COLOMBIA
sacas y pantalones y sobre una de nuestras camas, espejea'
ban nuestras aplanchadas camisas, mientras que la otra
prestaba su acostumbrada servicio de lecho de descanso pa'
ra la guitarra. El diálogo. inconexa que entre tanto cruza,
ba entre los dos, era de chistes y carcajadas.
Vestidos al fin de punta en bla;co, desde el charolado.
~apato hasta el guante de armiño., puesta la cachucha y
terciada la capa corta, marchamos, escoltados por nues·
tro escudero, a casa de ellas, de nuestros adarados tormen·
taso
Eran dos y la madre, fuera de hermanas inválidas: te~
nían su nombre de sociedad y su nombre de amor; este
nombre era nuestro secreto, era toda una historia. Más
militar mi compañero, la suya, rubia, se llamaba con doble
sentida Diana, y más poeta yo, la mía, morena, me enten·
día por el nombre de Hada. Ibamos a IJevarlas, y debía·
mos a un pariente inofensivo y servicial la permanente
atención de hacerse portador de la mamá..
Nos esperaban, listas ya, radiantes de hermosura y juventud, vestidas de azul y rosa y despidiendo aromas cama
la mañana, y acariciando ilusianes y ensueñas cama la no.'
che.
,A poco rata marchábamas de a das en fanda, cada cual
can su campañera, llevando de descubierta la china can el
farol y encomendada la retaguardia al cometa de órdenes,
cargado con paraguas y zapatones. Guardábamas distancias de operacianes, de suerte que padíamas cuchichear a
solas o tomar parte en la alta y entrecortada conversación,
según lo requiriesen las circunstancias.
Al través del paño de mi manga filtraban el calor y la
titilación del brazo ebúrneo de mi tentadora diptongo, cu·
CUADROS DE COSTUMBRES
43
ya mano diminuta posaba en la mía nerviosa y ruda. Sus
formas "modeladas con la precisión del mármol y la on'
dulación de la ola", se rozaban de v~ en cuando con las
mías, y mi organización se estremecía como herida por un
golpe eléctrico. Mi mundo estaba entonces allí: héroe,
mártir, bárbaro, sublime, ¡qué no hubiera podido ser por
ella!
-¿Voy
muy fea?-me
decía soplando su hálito perfu'
mado sobre mi rostro.
Yo, mostrándole la hermosa estrella que resplandecía en
el horizonte, le contestaba con ciertos conocidos versos:
-Bella como el lucero refulgente
Fin de la noche y precursor del alba.
_¡ Galanterías ... ! ¡Y luégo se porta así ... !
-¿Cómo ... ? ¿No han bastado las pruebas ... ?
La madre cortaba i1uestro diálogo con una de aquellas
trivialidades que desconciertan:
-¿Qué
le parleció a usted 10 de las Anayas ... ? ¿Muy
feo ... ? ¿Muy impropio ... ?
-Muchísimo,
mi señora.
-Es que esa gente .. Yola conozco mucho ...
Silencio en las filas. Reanudábamos nuestro diálogo
mientras mi compañero hacía frente a !lU interrogatorio y
luégo un nuevo disparo sobre mí lo volvía a interrumpir,
provocando un malicioso apretón de mano!' y burlona son'
risa de mi compañera.
Los ecos de la música bulliciosa, los totrentes de luz que
se derramaban de las ventanas, y los grupos de curiosos y
de tapados que fisgaban por ellas y obstruían la puerta, nos
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
indicaban el término de nuestro viaje y la casa del baile:
a ella afluían por varias direcciones y en grupos blancos y
animados las beldades que iban a dividíI con nosotros las
emociones de una noche que se anunciab. tan feliz.
Por en medio de miradas codiciosas, (k cabezas inclinadas y de un susurro de aprobación, verificamos nuestra
entrada triunfal; y, dejados pañolones y capas en la pieza
destinada al efecto y dando un retoque al aliño personal,
tomamos plaza en el salón, presentando, con aire de vcn·~
cedores, nuestras deslumbrantes compañeras. El cuadro de
la vistosa sala ofrecía en sus asientos un coro encantador:
deliciosas mujeres, con todo el esplendnr de su belleza y
el atractivo de sus gracias, se agitaban ,1lí entre una at'
mósfera embalsamada llena de luz y de armonías. Entre
esas sílfides instalámos a nuestras parejas, cambiando con
ellas, al apartamos, una de esas miradas que relampaguean
y una de esas sonrisas que lo dicen todo
El baile en la juventud es una gran cosa, un placer com'
plejo que compendia muchos placeres, ffip.zclade quimeras
y realidades, magnetismo que obra sob?"" el sistema nervioso y sobre la imaginación: ¡es entonces tan grato estrechar, aunque sea de prestado, un lindo talle!
Redobló el atambor, preludiaron los clarinetes, los cora'
zones se estremecieron. " ¡Valse!
Esa primera pieza que rompía el baik ese valse de en'
trada, era obligatorio entre ellas y nosotros: al mismo tiem'
po que la prueba de nuestro rendimiento, ~iV1ificaba la manifestación de nuestros privilegios. Bailarlo con otra hubiera ocasionado un rompimiento: bailado con otro .....
quizá un desafío. Quedaba vacante para el resto de los concurrentes, desafortunados competidores alffUnos de ellos, lo
CUADROS DE CO,:rrliMLIU:S
45
demás que se tocase, con la tácita excepción de la contradanza, en que llevaríamos el primer puesto, y lo de las últimas horas de la noche, cuando el curso natural de las ea'
sas permitiese la efusión de los sentimientos, los coloquios
íntimos y la ilimitada repetición de piel<as.
Entre tanto, los pequeños servicios, las atenciones delicadas, el vaso de agua adivinado casi. el pomo de olor
oportunamente ofrecido, la guiñada obedecida al punto, la
media palabra entendida al través del pañuelo de olán que
acariciaba los labios, la flor caída y colocan a en el ojal de la
casaca y los mil pequeños y deliciosos incidentes del amor
vigilante y discreto, eran atribuciones exdusivas del galán
preferido.
Alternaban los valses y las contradan~as: la función se
animaba; la apro""tnadón cntre damas y caballeros gradual·
mente se estrechaba. Los hombres, que ocupaban el centro
del salón, presentaban actitudes y tipos variados: ya. un
buen mozo, ya un lechuguino modelo del buen vestir, so'
bre los que asestaban sus miradas envidiosa~ tres criticones;
aquí un grupo de militares, allá 'otro de gentes graves que
afectaban oír al que monopolizaba la palabra; más lejos
otro de jovencitos, en donde todos hablaban a una; éste
acariciaba su barba de capuchino; aquél erguía el cuerpo,
que suponía esbelto; los unos paseaban de bracero, los otros
reían o cuchicheaban; quién miraba alelado a su dulce due'
ña, y quién creía hacerse interesante por su aire distraído.
El remolino de todos estos hombres y el sordo murmullo
de sus conversaciones, imprimían a su conjunto el tono peculiar, comunicativo al par que mesurado. que caracterizaba
las fiestas francas, pero respetuosas, de aquellos felices
tiempos.
46
BiBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
En la alcoba, especie de territorio neutral donde se ejer'
cía el derecho de asilo, y desde el que se presenciaban las
operaciones de que era teatro la sala, otro grupo, juicioso
e inmóvil, conversaba tranquilamente. Formábanlo las ma'
tronas, las indispuestas, las que vestían luto, en fin, las me'
ras espectadoras, señoras amables y algunas de ellas her'
mosas, que aunque no bailaban se manifestaban, sin embar,
go, festivas y complacientes. Allí estaban las más vetera'
nas, de mirada escrutadora, y en quienes reside la terrible
atribución de poner en receso nuestra pareja predilecta,
quizá en lo mejor del tiempo. Allí las ven áticas tías, cuya
afilada tijera muerde y corta cuanto se pone asu alcance,
un traje como una reputación. Allí las sagaces mironas, que
no pierden un ápice de nuestras fragilidades, y que cuando
pasa el calor del baile saben más lo que hemos hecho que
nosotros mismos, y nos dan esas bromas que forman nues'
tras remordimientos después de una noche de poco juicio.
Allí, en fin, las parejas picadas porque el que las citó no se
hizo presente a tiempo, porque comieron pavo o por otra
causa, y que se retiran a la vida privada hasta que las ex'
plicaciones satisfactorias y las reiteradas instancias las ablandan y las devuelven a los devaneos del siglo.
Entre los hombres también hay meros ()bservadores, tahures de ojo, reparones que se solazan en las adversidades
y flaquezas de sus prójimos, y cuyos pinchazos y agudezas
suelen levantar ampolla. Por eso, señorec; danzantes, ¡cuidado con los sentados ... ! Señores enamorados, hay sobre
vosotros más ojos y más oídos de los qUE'creéis. Un baile,
si para unos es una diversión, para otros es un estudio.
Mientras tanto, en el mundo exterior no pasaban las
cosas tan dulcemente, y desde allá llegaban a la sala de
CuADROS DE COSTUMBRES
47
ve~ en cuando ruidos confusos como 10') truenos sordos de
una tempestad lejana. Era que las copas menudeaban en
el parque, tocando a unos en la facundia para los brindis,
a otros en la fibra expansiva de las simpatías, y a otros en
las quisquillas de la extremada delicadeza. Dejemos que
cada asunto siga su cuerda y reanudemos nuestro relato.
Los valses los había bailado ad Iibitum" en las contradan~as me había tocado cualquier puesto y las había seguido
con ésta, con aquélla, con quien me ligaban más o menos
relaciones y habíamos tenido o andábamos en camino de
tener más o menos historias.
Pero llegó mi contradan~a, la que me tocaba poner, y
ese era el instante supremo, la hora clásica de la función'
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plegar toda nuestra b~arría, la señora dé mi albedrío, la
dama a quien estaba rendido, Hada y yo.
Operación previa: congraciarme con Cancino, el rey del
clarinete, para que la contradan~a fuese escogida, de marcadas cadencias y perfecto compás. La ('ontradan~a era de arte mayor, era a los bailes 10 que
la octava real a los versos, la más elevada, la más rotunda, la más majestuosa. Poner bien una contradan~a y su
subsiguiente valse figurado; ponerla de cambios u obligada
hasta la tercera y si era posible la quinta pareja, lucirse y
garbear en ella, era el ultimátum de la elegancia. La tradi,
ción conservaba esa como una de las preseas del Mariscal
Sucre, de los atractivos del general Santander, de las gentile~as del coronel Montoya; y entre los coetáneos, los Alvare~, los Caicedos, los Silvas, los Tanco'), los Barayas, los
Martíne~, los Mallarinos, tenían en los salones sus preeminencias y fueros, porque la bailaban con primor.
48
BiBLiOTECA ALDEANA DE COLOMBiA
La contradanza se ligaba hasta a nuestra historia. La que
se tocó durante la batalla de Boyacá y se hizo célebre con
el nombre de Vencedora y su compañera La Libertadora,
se repetían obligadamente en la gloriosa Colombia hasta
1826. y en las agonías de la Gran República, cuando en
1829 el batallón Granaderos emprendió SI1 marcha para Venezuela, salió de Bogotá al compás de un;' contradanza marcial de cuatro partes, compuesta por Torcuato Ortega.
Apuntaré de paso que hahía tres cbbes principales de
contradanzas: obligadas o dobles, de cambio y sencillas. En
las primeras se necesitaba el empleo de tres o más parejas
para la ejecución de parte de las figuras; en las segundas
se invertían las damas en algunas figuras, de suerte que la
del que la ponía bailaba con los otros hombres y las damas
de éstos con aquél; las últimas carecían d¡>complicación y
eran, por consiguiente, las más fáciles. Entre las obligadas y las de cambio, había algunas tan intrincadas, sobre
todo cuando reunían las dos condiciones, que requerían
gente muy ducha para seguirlas, so pena de embolismarse
todos. Por esa razón se empleaban con discernimiento, y
en ello manifestaba su tacto y buen gusto el que las ponía.
La contradanza se dividía en dos partes, denominadas
primera y segunda, cada una con ocho compases; mas como se tocaba dos veces cada una de ellas, eran treinta y
dos los compases a que había que arreglar las figuras que
habrían de llenarlos.
Llegó, pues, mi contradanza, o mejor, nuestra contradan~a. Formóse la doble y elegante fila de damas y caballeros,
y a la cabeza aparecía yo, dando frente a Hada, que sonreía ostentando sus dientes de perlas y arreglaba con su
bra~o magnífico las flores que promed¡aban su seno tur-
CUADROS DE COSTUMBRES
49
gente y agitado . Yo tenía la cabeza erguida, el cuerpo en'
hiesto, la mirada dominadora, un pie a:van~adoponiendo de
relieve el relumbrante escarpín, el un brazo en jarra y suel,
to el otro con estudiado desgaire.
El corazón no me cabía en el pecho, la imaginación me
transportaba al Edén de Mahoma: era el más felli; de los
mortales; y los tesoros de Rothschild, y el poder de Saladino, y la gloria de AusterlitZ los hubit'ra rechazado con
el pie en cambio de mi primer puesto en la contradama.
La amaba, y me amaba, nos hallábamo~ dignos el uno del
otro, teníamos dos filas que secundaba~' nuestra felicidad
y cien ojos ávidos fijos en nuestras personas ... Momento
que vale toda una vida. ¡Oh juventud! ,Oh noche de ilusión y amor ... ! hoy tan remotas, que parecéis fábulas aje'
nas, ensueños de otros.
Rompió la música, hizo silencio la concurrencia y llegó
al fin nuestra hora. Era de estilo dejar pasar una primera
y una segunda sin bailar: esas dos partes servían de toque
de atención para que todos se preparaSE.'n.
-j Primera!, gritó. el jefe de la orquei'ta al empezar de
nuevo la contradanza.
y me lancé presentando las manos a mi dama para tocar apenas las suyas con la punta de los dedos e imprimirle el movimiento que había de seguir para empe.zar la figu'
ra ('~n la tercer pareja.
E.ra el floreo de rigor al principiar la contradan.za: siguióle paseo abajo, luégo cambio y paseo arriba, y después
tomillo, descámbio y alas abajo, con lo que llenamos los
compases de la primera parte. Las figuras de la segunda
eran el natufI'Il desarrolb de las anteriores: paseo abajo.
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
cambio arriba, paseo abajo, tornillo, descambio y alas arriba, y rueda y alas al frente.
Era una contradanza de cambio sencilla pero vistosa, la
que habíamos puesto ... ¡Qué bien 10 h:ldamos! ¡Qué re'
cíproca aprobación nos impartíamos en cada mirada, en ca'
da sonrisa! Un estentóreo "¡viva el puesto!", concedido por
los circunstantes, vino a completar nuestro triunfo y a aca'
bamos de remont:!T hasta el quinto cielo
Veinte veces, con otras tantas parejas, repetimos nue5~
tras figuras hasta llegar al fin: tras nosotros las restantes
parejas las repitieron con rigurosa exactitud y simetrfa..
Terminada por entonces nuestra obra y mientras nos toca'
ba empezar a subir, nos quedó un intermedio de reposo.
en el que era de uso ofrecer asiento a la agitada dama, y
hacerlo con refinada galantería. En esa operación cam'
biamos, ella y yo, esas cortas pero expresivas palabras con
que se expande el alma en el contento.
Emprendimos de nuevo la subida, y repasando las mis'
mas veinte parejas, reconquistámos al fin nuestro ambicio'
nado primer puesto. La contradanl';a, como era de costum'
bre, se cambió entonces en valse; y excu@ado es decir que
nos esmerámos, estimulados por la aprohación general, en
exhibir las más lucidas figuras que había en mi reperto,
rio. Y cuando nos llegaba la segunda del valse, que se val,
saba redondo o con capuchinada, entonces, cuando mis bra,
~os estrechaban su talle cimbrador o comprimían sus for,
mas sobrehumanas, 10 que pasaba por mí y 10 que pasaría
por ella, la pluma es nula para descnbirlo.
Pero todo acaba en la vida, y el placer, más velozmente
que todo: nuestra contradanza había durado una hora, que
me pareció un minuto, pero ... se termir.ó. Tocóme el re'
CUADROS DE COSTGMBRES
51
conducir a su asiento a mi compañera de triunfo: ¡con qué
dulce abandono se colgó de mi br~! ¡Con cuánta verdad
le deslicé al oídos las expresiones de mi reconocimiento! ¡Y
con qué cómica gravedad dimos punto al incidente con la
consabida fórmula:
-¡Mil gracias, señorita!
-Dispense usted, caballero.
Otra ve~: ¡Oh juventud, paraíso de donde nos expulsa
el pecado de la edad!
El baile siguió sus trámites ordinarios, interrumpidos de
trecho en trecho por las comisiones de caballeros portadores de anchas bandejas con las cuales 3.l.idabana la redonda del RaJón ofreciendo a las señoras dulce!>, bizcochos, sorbetes y champaña. El ambigú se reservaba entonces para
casos extraordinarios, para bailes de gl'ande espectáculo:
esas cenas trogloditas que ahora se estilan. que desnatura!kan las reuniones, llenan las mejores horas de la madrugada y embotan con la prosaica gula el romancesco entusiasmo que a esas horas debe subir de punto, se dejaban
entonces para función especial; el baile era para bailar, y
cuando se invitaba a una cena, era para rasar algunas horas con los pies bajo la mesa.
Los intermedios, concedidos para que 'os músicos se refocilasen y los dan~antes diesen tregu::>.a sus faenas, los
llenaron los guitarristas afamados, ejecl1tando las útlimas
composiciones del negro Londoño, de Pepe Caicedo, o Valentín Pranco. Por dos o tres veces los trovadores de simpática reputación, entonaron en dúo o trío el "Prisionero",
de cuya letra he tomado el mote de este articulejo, algunos
de tos versos apasionados de Caro, o la "Barbarita" de Ma-
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BmLIOTECA
ALDEANA
DE COLOMBIA
diedo, en donde se halla la octava que nos hería la fibra
más romántica del corazón:
No exijo, no, de tu sin par ternura
Soberbia tumba, ni inscripción, ni flores,
Ni que mi suerte desgraciada llores,
.Pues no con eso volveré a la IUl;
Pero si quieres complacer mis manes
.y hacer por ellos la última fineza,
Ven a adornar mi solitaria huesa
Con una rústica y humilde crm.
A la madrugada todo fue franqueza v cordialidad. Se
obtuvo de algunas señoras que luciesen su especial habili'
dad en el "Bambuco"; Valerio Andrade cantó los galerones
llaneros; y el turbulento Torbellino a misa con sus gracia'
sísimas figuras, entretuvo deliciosamente los últimos y fu,
gaces momentos.
Era hora ya de hacer un esfuerzo para poner punto al
goce y escapar al día que se anunciaba por el horizonte:
algunas familias empezaron a introducir el desorden pre'
sentándose en el salón con sus atavíos de marcha, y fue
forzoso seguir su ejemplo y resignarnm, a abandonar el
campo.
La reconducción de nuestras compañerar a su amado ho'
gar, de esas dos soberanas bellezas que por los incidentes
del baile nos tenían más amartelados que nunca, fue nues'
tro deber postrero. El trayecto dio ocasión para sufrir lu
dulces reconvenciones: celillos que rebatíamos por infun'
dados; indiscrecioncillas, que disculpábamos con la general
franqueza, venialidades todas. Cuando llegámos al portón
tocaban a misa de cinco en la iglesia vecina.
CUADROS DE COSTUMBRES
53
-¿Hasta cuándo?, me interrogó por lo bajo Hada.
-Hasta la tarde, la repuse.
-No falte: ¡tengo tánto qué decirle!
y luégo la despedida final, ellas dentro del 2;aguány en
la calle nosotros, según el ceremonial. Con las cabe2;a8descubiertas y profundamente inclinadas, mt compañero y yo
dimos a nuestra voz la modulación más cortesana, y como
prendiendo a todas, pero dirigiéndonos leverentemente a
la madre, dijimos a dúo:
-A los pies de ustedes, mis señoras.
-Pasarlo bien, caballeros.
y la puerta se cerró sobre nosotros.
No es este un retrato personal: lo es de la época, y más
o menos se hallarán bosquejados en él los cachacos de aque·
llos afortunados días.
¡Hada, Hada! hoy nadie te conocerá en este cuadro: las
dulzuras de entonces las hemos pagado ('on usura con los
pesares de hoy. Nuestra suerte se dividió: la dicha pasó para
los dos con la juventuj; pero el desengañ(}y el hastío hoy
nos asemej~n qui2;ámás que el amor entonces.
POR EL BARRIO DE LAS NIEVES
A José María Vergara y Vergara
Sonidos que se pscaparon·
Para perderse en el viento,
De bocas que. ya están mudas,
De. pechos que ya. están yertos.
Las costumbres españolas, desalojadas de casi todas sus
posiciones por la progresiva invasión de las afrancesadas,
conservaban en Bogotá, en los tiempos de mi relato, dos
baluartes, batidos en brecha y desmantelados ya, pero en
los que se porfiaba aún por las fuerzas de la tradición: eran
la devoci6n y la galantería. Sentímiento& exaltados por el
carácter imaginativo y apasionado de noestra raza, y no
tan heterogéneos en su origen como puede creérseles juz,
gándolos por sus resultados, venían de los siglos caballe'
rescos, en los que, la cruz sobre el pecho y la espada pen'
diente al cinto, eran en el sarao, o en la liza, la gala de 108
donceles y caballeros; siglos rudos pero románticos, de
monjes y paladines, de peregrinos y trovadores, de monas'
terios y fortalezas, de hazañas y de amoríos, en los que, al
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
decir del narrador del dramático Macías, entre las aclama'
ciones del torneo y sobre la arena del palenque rendía la.
vida el enamorado batallador "invocando a un tiempo por
una inexplicable contradicción, el nombre santo de Dios y
el nombre profano de la dama por quien moría".
Los vestigios aUll persistentes de esos dos sentimientos.
explican la escena y los caracteres que de la memoria en'
sayo trasladar al papel. no tanto para sol~ de los que se
resignen a seguirme en mis mal zurcidas narraciones, cuan'
to para vivir un rato más en el perdido edén de los recuer'
dos juveniles. Es otra facción de la fisonomía de nuestra
sociedad de antaño, que agrego a las que toecamente he tra'
tado de bosquejar en anteriores cuadros
En una de las rondas a que mi camalada y yo éramos
tan aficionados, dimos con un nido de palomas, modesta'
mente abrigado por las añosas paredes de una casa baja
y pequeña, situada en una calle excéntrica. Rosaura y Este'
fanía arrullaban allí, candorosas y bellas, al sol naciente
de su lozana edad, bajo el ala protectora de una benéfica
tía. Destituídas por la muerte, desde sus primeros años, del
amor materno, lo estaban también del amparo paterno por
haber contraído nuevo enlace en tierras kjanas el hombre
que las había lanzado a la vida. Una hermana mal casada
y dos peor acondicionados hermanos formaban el resto de
su familia, con la que no las unían más relacíones que las que
les llevaban las crónicas acerca de los pesares de la una
y de los lances y vicisitudes de los otros.
Juzgo ajeno a mi propósito entrar en los pormenores de
las gracias personales de nuestras dos benezas, y apenas
apuntaré la circunstancia de que, modeladas en idéntico
estl10, la una tenía sonrosado y rubio 10 que la otra tenía
CLADH.OS DE COSTUMBRES
;¡7
moreno y negro, por lo que, obedeciendo a la simpatía del
contraste, a aquélla requebraba mi compaiíero mientras que
yo servía a ésta.
La tía era una mujer cincuentona, de estatura mediana,
carnes abundantes, limpia tez y dentadura perfecta; ceñía
perpetuo pañuelo de seda en la cabeza, arreglado con cier,
to esmero Y del que se desprendían, como única muestra
de su cabellera, dos roscas simétricamente adheridas a sus
sienes; otro pañuelo de algodón la cubrí2. desde el cuello
hasta el talle, y el traje de pancho azul y las babuchas (~ .•
patos) de cordobán completaban su invariable vestido ea'
sero.
Vástago de antigua familia santafereiía, de intermedia
posición social, por deberse a la industria y no a las letras
la modesta hacienda por ella granjeada, la tía Catalina (tal
era su nombre) al mismo tiempo que no pretendía formar
en las filas de la clase preponderante, cuidaba de mantener
marcados los escalones que la separaban de la clase infe'
rior. De los alquileres de algunas poco valiosas propieda'
des, de los réditos de algunos censos, Y más que todo de
las botillerías que tenía montadas en divereos puntos y que
administraba por medio de cajeras acrisoladas por sus luengas servicios, derivaba ella su renta. Esta renta, distribuída por el carácter discreto, parco y reposado de la tía, le
servía para vivir tranquilamente con sus dos sobrinas, ha'
cer el bien a varias personas que formaban su corte y de'
pendencias, ahorrar un fondito de reserva para cualquier
eventualidad, y contribuir para la cofradías y festividades
religiosas en las iglesias y comunidades de su predilección.
A jU2ígar por los restos que aun conservaba, la tía Cata'
lina habría sido guapa moza, y sin embargo siempre se ha'
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BIBLIOTECA
ALDEANA
DE COLOMBIA
bía mantenido soltera , Personas que se decían bien infor,
madas explicaban satisfactoriamente esta circunstancia por
ser más perfecto el estado de soltería, según las doctrinas
ascéticas de la tía; pero otras más cavilosas se referían a
no sé qué remota conseja, en que figuraba un apuesto ga'
lán, muerto en una de las batallas de la Jndependencia, y
a cuya grata memoria había sido consecuente su apasio'
nada dama.
Daban asa a estas hipótesis las ideas ·de la tía, de acen'
drado pero silencioso patriotismo, por un2 parte, y de in'
transigente fervor religioso por la otra. Entraban en estas
últimas ideas las tradiciones de familia: un su tío Juan An'
drés, fraile franciscano de campanillas y de los últimos fa'
llecidos en olor de santidad, era la honra y prez, la notabilidad o el florón diríamos ahora, de su prosapia. De ahí
su apego a los religiosos en general, y en particular a los
de la Orden Seráfica; de ahí el ser ellos y cuanto les era
conexionado el tema favorito de sus conversaciones; y de
ahí, en fin, la clave de sus costumbres un tanto monásti,
cas y de las prácticas piadosas que cumplía con fé sincera
e invariable regularidad.
Puede figurarse el que haya seguido mi difuso relato,
lo arduo de la campaña que dos mocitos tan sospechosos
como nosotros tuvimos que hacer para d0mesticar y poner
en nuestros intereses a las dos esquivas palomas, franquear
las puertas del castillo que las guardaba, y acallar los recelos, captamos la benevolencia y conquistar las relaciones
de tan sólida tía. Triunfamos, gracias a los recursos de la
estrategia; y espero que nuestro buen éxito maniobrando
en tan escabroso terreno y teniendo al frente a tan experto
capitán, abonará lo inicuo de nuestros procedimientos en
59
CUADROS DE COSTUMBRES
aquel entonces
y preconstituirá
nuestra
justificación
para
la posteridad.
Si place ahora al mismo que con tanta benignidad me ha.
seguido hasta aquí, si le place, digo, y se lo permite el cansancio, acompáñenos en una de las visitas que vamos a hacer a nuestras protagonistas.
Era una tarde (porque de noche las puertas se cerraban
como una plaza fuerte). y gracia fue que hubiéramos conseguido relajar la disciplina hasta lograr que nuestras vi·
sitas pudieran prolongarse más allá de la oración. Es cierto
que las ventanas tenían régimen menos t"stricto; pero ese
era negocio extraordinario en que no tomaba parte la tía,
ni sería corriente que yo se la hiciese tomar a mi gracioso
oyente .
Trasladémonos a una sala amplia y bien esterada, amue·
blada a la antigua, sin cielo raso ni empapelado, cuyos muros encalados decoraban tres cuadros de nuestro inmortal
Vásquez, grande y magnífico el uno, con la figura al natural de San Francisco de Asís, y pequeños y primosos los
otros representativos de la Adoración de los Pastores y la
Huída a Egipto; en uno de los extremos laterales y en los
espacios que en él dejaba la puerta de comunicación con
la alcoba, sobre macizas mesas de nogal se ostentaban dos
urnas antiguas, dentro de las cuales, en medio de centenares de dijes y baratijas, aparecía la imagen del Divino Niño, dorada la cabellera, bruñida la cutis y los ojos uules
como el cielo. En esa sala, que servía también de pi~ de
labor, la señora torda mechas para velas, y en dos ta.buretitos contrapuestos y sobre el mismo bastidor, Rosaura y
Estefanía bordaban con lentejuelas y guF<2nillode oro una
gran palia en raso blanco. Nosotros ocupábamos asientos
60
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
intermedios entre la da y las sobrinas, de suerte que el
conjunto formaba el círculo tan a propósito para la conversación en común. Asistían también a nuestras conferencias, con los ojos cerrados y fingiénctose dormidos, dos
rollizos gatos, amarillo el uno, que entendía por "Resplandor", y el otro blanco, denominado "Merengue".
La conversación alternó largo rato sonre la crónica del
mundo exterior: sermones, jubileos, octavas, matrimonios,
defunciones, viajes a temperar, chispas políticas, maroma,
elefante, etc. La señora Catalina despachó pausadamente
sobre sus rodillas la jícara de chocolate con las arandelas
de uso, y luégo alzó la obra, porque la luz escaseaba, y
quedó disponible y en vena de discurrir sobre sus temas favoritos.
Ante el mágico prisma de sus recuerdos, j qué bellos pa'
recían a aquella ingenua mujer los pasados tiempos! ¡Con
qué verbosidad, ella tan medida y reservada en lo demás,
se engolfaba en las narraciones de las escenas antiguas!
y yo entonces no podía pensar que a mi vez habría de
sucederme lo mismo cuando, rodando entre las desigualda'
des de la vida, llegara lastimado a las ásperas orillas de la
realidad y el desengaño.
-Su merced ya no nos habla de nuestro tío el Padre,
díjole cariñosamente Estefanía.
-jAh!, contestó la tía, descenizando su cigarro; el Padre Juan Andrés, alma bendita, está en el cielo con zapa'
tos y todo, porque decían que jamás habí;. cometido un pecado mortal y que desde en vida su celda trascendía a esencia de rosa. Cuando venía a casa de mi padre parecía que
ella se llenaba, y nos contaba tántos ej~l11plos,que nos de'
Jaba edificadas. Y como hablaba tan bonito y había apren'
CUADROS DE COSTUMBRES
61
dido mucho en tantos libros como tenía, las horas se nos
pasaban embelesadasoyéndolo; pintaba las cosas tan a lo
vivo, que cuando hablaba del Purgatorio le parecía a úna
que se chamuscaba.
_¿Y el enemigo malo lo tentaba mucho?
-¡Tanto ... Pero de todo lo sacaba con bien San An'
tonio. En una ocasión un señor que emigró para su ha'
cienda, le dio a guardar las alhajas de su mujer, que va"
lían un caudal. Un día se le presentó UI\ peón, embarrado
como quien viene de lejos, con una carta del dueño para
que se las devolviera con él: su Reverencia las entregó y
contestó la carta. El peón, al bajar las escaleras,se dio tal
costalada, que se quebró una pierna, se desmayó y hubo .
que llevarlo a la enfermería, por lo que el Padre recogió
el cofre de las alhajas y 10 vol.•..
>ió a guardar. A los pocos
días se presentó el propio dueño por ellas, y resultó que
la carta era falsificada y el peón enviado por un ladrona,
zo que estaba al cabo del depósito.
-j Qué casualidad!
-No digas eso, hija, que ese es el apodo que dan los
incrédulos a la Providencia.
-Ciertamente ... ; y como mi tío era tan santo...
-Así hubo varios en San Francisco, incluso el Virrey
Solís.
-¿Lo conoció su merced?
-Nó; pero oí contar a los viejos antiguos muchas cosas
de él. Renqueaba el buen señor; dio como treinta mil plI.'
tacones para el hospital de San Juan de Dios, como ocho
nu1 para la Orden Tercera, a la que entonces era moda
pertenecer, y costeó el reloj para la torre de San Francis'
. ca. Acaso él desde atrás rumiaba su pr'.y(cto de renuncia!'
62
lHJ3LlOTECA
I Virreinato y entrarse
ALDEANA
DE COLOMBIA
fraile, porque en una romería que
hiz.o a Chiquinquirá llevó toda su comitiva vestida de ~ul
con ribetes blancos, que son los colores de la religión se'
ráfica. Contaban que un pobre desarrapado le pidió limos·
na en una concurrencia, y él, no hallando por el pronto
otra cosa con qué socorrerle, le dio su rico anillo con el
blasón de sus armas: el pobre se lo devolvió al punto dicién·
dole que le venía flojo en todos los dedos, y cuando el
señor Salís fue a sellar con él, estampó no sus armas, sino
las de San Francisco.
-Era generoso el Virrey -terció mi C'ompañero- así
me gustan los caballeros.
-Pues no 10 era menos el Padre Quijano, continuó la
señora, que de arrogante y rico que era en el siglo se convirtió en humilde y pobre al tomar el hábito. Decía la misa muy larga, porque el diablo lo molestaba mucho, y él,
con santa paciencia, se ponía a decide en el altar: "Estese
quieto, hermano, que ya está viejo para chuscadas ... No
se ande por las macetaS, que las derriba". Llegó a tal vejez, que ya casi no distinguía a las personas; y como a su
celda iban hasta los oidores a tomade dictamen en casos
graves, varias veces los mandó por fuego para su cigarro,
confundiéndoles con los sirvientes. Una floche oyó el Padl'e Provincial que llamaban a su puerta y reconoció la voz
del Padre Quijano, que sabía no podía moverse de su cama: abrió, y a nadie encontró; fuese hasta la celda del Pa'
dre y la halló cerrada con llave y en ('cmpleta tranquilidad. Al día siguiente fue a vedo y le preguntó qué tal
estaba: "Vivo todavía, -le contestó el Padre-,
porque
anoche mandé a mi alma a pedir la venia a vuestra reve-
CUADROS DE COSTUMBRES
63
rencia para irse a donde la llaman, y la perezosa no quiso
esperar y se volvió sin ella".
"-Como será para el cielo, la tiene vuestra paternidad,
y ruegue allá por nosotros", le dijo el Provincial.
A las pocas horas murió el Padre, y lo enterraron a los
cinco días, sin que su cuerpo diese señales de descomposición ... Lo mismo sucedió con el Padre Camero.
-Algún
pecadorazo de cuenta, la int("rrumpí yo para
que tomase aliento.
-Nada de eso: era clérigo y cura de Sutapelao ...
-Qué mal curato, comentó mi compañero.
-Una noche, prosiguió nuestra interlocutora, le despertaron para una confesión urgente en el campo: se levantó
en el momento, ensilló su macho, y a pesar de la lluvia que
caía a torrentes, se puso en camino. Pero al ílegar al río
10 halló tan crecido, que no pudo pasarlo. En medio de su
aflicción por esta contrariedad, se le presentó un hombre
y le ofreció ponerle en el otro lado sin que se mojase: el
cura aceptó; y con gran sorpresa suya, guía, jinete y macho se hallaron en la opuesta orilla como si hubieran sido
conducidos por el aire. De regreso volvif. a encontrar al
hombre, que hi2;o con él la misma operudón. Esto no es
corriente, dijo el cura para sus adentros, y preguntó su
nombre al guía.
-Soy el diablo, le respondió, y tenga entendido que la
salvación de los curas es muy difícil, porque tienen que
dar cuenta de sus culpas y de las de sus feligreses ...
El clérigo renunció el curato, vistió el éayal de franciscano y fue en los claustros el famoso Padre Camero.
-Pero, imparcialmente hablando, observó mi compañe-
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ro, en esta vez no se portó tan mal el diablo, ni con el moribundo ni con el cura.
-Sería
con su segunda intención,
porque no crea usted
que él las haga limpias.
-Mejor
será que no lo hurguemos, telci6 Rosaura.
-Tienes
razón, hija mía; y tanto la tienes, que creo
haberte referido el caso de un hombre que tenía siempre
el nombre del enemigo en la boca, y en la hora de su muerte, cuando quiso entregar su alma a Dios, triunfó la mala
costumbre y se la entregó al diablo.
-Volvamos
adonde estábamos, y ojalá nos contara su
merced la historia de los dos especieros.
-Va
la historia, dijo la señora, y perdonen ustedes a
los viejos la manía de contarlas.
Pasaba tarde de la noche un alcalde por las tiendas de
especiería de Santa Clara, cuando vio a un hombre que
bregaba por abrir una de ellas. Sospló'chando algo de l~
traza de tal hombre y a despecho de las muchas protestas
que le hizo de ser su tienda, y de que en ella iba a dormir, cargó con él para la cárcel. A poco rato un guarante
que había dejado en atisba se le apareció con otro sujeto,
atrapado en la misma operación y que, como el anterior,
ponía los gritos en el cielo por la tropdía de que era vícf;1ma. Los dos quedaron en piezas distint"'-3 de la cárcel hasta que al otro día se acIarase el asunto.
Al axaminarlos temprano, como ellos 10 pedían, resultó
¡cosa rara! que los dos, aunque no parecían ni prójimos,
tenían un mismo nombre, llaves idéntic&!'l y que se sabían
al dedillo los nombres de los tenderos y dueños de casas
de la vecindad. Ibase confundiendo el alcalde y había determinauo cargar con los dos contrincantes para que 108
CUADROS DE COSTUMBRES
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vecinos escogieran el verdadero especiero, cuando el hermano Dimas, lego franciscano que ocurda a la oficina pa·
ra otra diligencia, se dirigió al alcalde:
-Señor, le dijo, antes de ocurrir a tan complicada ave
riguación, deje usted que yo someta a estos dos señores a
una prueba muy sencilla.
Veamos cuál ocurre a usted.
El lego tomó dos hojas de papel y dio una a cada uno
de los contendientes para que cada cual hiciese un cucuru'
cho. El uno lo ~o en el acto, mientras que el otro no dio
palotada.
-Este es, dijo señalando a aquél, el especiero: el otro
mal puede sedo cuando no conoce ni el cristus del oficio.
-No le ocurrió a Cervantes, comenté- a mi compañero,
someter este juicio a la mollera de Sancho.
Como el tiempo avan.zaba y. las crónicas iban a lo largo,
nosotros hicimos ademán de querer despedimos; pero nues,
tra narradora nos indicó que conservásemos nuestros
asientos, y prosiguió en su tema.
-Por último, nos dijo, voy a referirles algo del Padre
Guache.
Un guardián de San Diego encargó, al morir, a los fran,
ciscanos que no negaran el hábito a un bombre que lo so·
licitaría dentro de cincuenta años. Pasaron los tiempos, la
recomendación se olvidó, y tienen ustedes que un día se
presentó en la portería de San Francisco un campesino de
esos de boca de hacha, con una ruana y a:lpargatas, a pedir
que lo recibieran en el convento.
-¿Cómo se llama, buen hombre?-díjole el Provincial.
-Francisco Guache.
-¿Por qué deja el mundo?
66
BlBLI0T.t:;CA ALl)~ANA
DL COLOMtllA
-Porque busco el cielo.
-¿Qué sabe?
-Obedecer •
Los Padres, viendo lo cerril del labriego, iban a despe'
dirlo, cuando otro, ca.nosoY santo, les dijo que no hicieran
tal, que en .ese día se cumplían los cincuenta años predi,
chos por el Guardián de San Diego. Admitido en la Orden, fue el modelo de la obediencia; y aunque no pasó de
lego, ¡;e refieren de él cosas asombrosas. ¿Quieren ustedes
saber algunas?
-Con mucho gusto, repusimos todos.
-Hallábase de sacristán, cuando un día oyó que bajaba
el Padre Prior a celebrar, y cayó en la cuenta de que no
había vino. Salió a procurárselo en la calle, y con la prisa
olvidó la botella para traerlo.
-¿En dónde lo lleva?, le observó el mercader que se lo
vendió.
-En la manga, contestó el Padre. Lo hizo verter allí y
partió a toda prisa para su sacristía.
El comerciante lo siguió y vio con pasmo que al llegar
formó pico en la bocamanga y trasegó a la botella todo el
vino, sin que faltase una gota ni quedase húmeda la man'
ga ...
-Esa fue una maravilla, opinó Estefania.
-Fue un milagro, adelantó Rosaura.
_y este otro no lo fue menos, apoyó la tía. Rezaba en
otra ocasión la comunidad en el coro, cuando se volcó un
cirio encendido sobre el altar y empezó a incendiario.
_j Vuele, hermano, le dijo el Provincial, y apague ese
cirio porque se nos arde el convento!
El lego apoyó las manos en la balaustrada y sin vacilar
CUADROS DE COSTUMBRES
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dio el bote, atraVeBÓpor el aire toda la extensión de la
iglesia, cayó sobre el cirio y lo apagó. Regresó dando la
vuelta por los claustros, y al presentar€t' de nuevo en el
coro, el Provincial, asombrado, le dijo:
-¿Qué es lo que ha hecho, hermano, lanzándose coro
abajo? .•.
-Como vuestra reverencia me mandó que volara, volé,
le contestó el lego con la mayor naturalidad.
-Para postre les contaré de un religioso. que hallarán
muy de su gusto: el Padre Guarín. Era hombre de bríos
y decidido patriota, por lo que tomó servicio como capellán en el ejército. Se ~
desde luégo notable por la biz;arría con que en lo más reñido de los combates intercedía
por los vencidos, socorría a los he...ridosy a.uxiliaba a los
moribundos. Se había limitado a las fU1lcionesde su mi,
nisterio hasta que un incidente lo lanz;ó al ejercicio de las
arm~.
,
Iba incorporado en una fuerz;a que de sorpresa se vio
envuelta y acuchillada por otra realista muy superior en
número: todos los jefes y oficiales estaban fuera de com'
bate y ya no se daba cuartel a nadie.. El capellán toma en'
tonces una espada, se pone a la cabez;a de los salvados, a
quienes exhorta y entusi~ma con la paIabra y el ejemplo,
acomete a los agresores con ÍIi1petu irresistible, los desbarata, los pone en fuga, rescata a los suyos y les toma prisioneros, armas y pertrechos. Bolívar le declara acción dis'
tinguida de valor y 10 hace Mayor o seguvdo jefe de bata'
llón, y después le llega.varias veces el caso, en .la obstinada
lucha por la independencia, de combatir con denuedo y de
caer acribillado de heridas, hasta ascender a Coronel de
Colombia, Vestía el uniforme bajo el sayal, y de su cinto
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pendían el cordón franciscano por la derecha y la espada
por la ~quierda. Tantas veces fue heridc>.que después de
una comida entre amigos (lo tengo de un testigo presen'
cial), se dejó registrar el cuerpo, que estaba lleno de cicatrices. Terminada la guerra, volvió a su Regla y fue des~
tinado cura para Quetame, en donde descubrió unas aguas
medicinales que de su nombre se llamaron "Guariterma".
Conocedor mi compañero de los Últimos sentimientos de
la narradora, aprovechó la oportunidad para excitarlos:
-Si mal no recuerdo, dijo, conocí al Padre Guarín, y
aun sospecho que debió ser ibaguereño, porque allá hay
una familia de ese apellido; y sin duda qu(, mereció las charreteras, y aun si hubiera servido en las filas realistas ...
-¡ En las filas realistas!... interrumpió la tía con la vol;
alterada y las mejillas sonrosadas ... j Jamás!... y reportándose luégo, trazó una cruz sobre sus labios y tras una
larga pausa agregó: j Dios me 10 perdone ... ! los franciscanos eran patriotas, como que tuvieron por Guardián al Padre José Antonio Florido y por ProcUrador al Padre Antonio Medina, de gran talento pero locato, que murió, pero
dido por la vanidad, en Guayaquil.
La narradora comprendió que debía dEJamos bajo la sim·
pática impresión de este último relato, y notando entonces
que las sombras de la noche invadían la sala, guardó si·
lencio.
Nosotros nos despedimos de ella, deslizámos un piropo
a sus sobrinas y nos marchámos.
, LA GUITARRA
A la grata memoria de Rafae~ Ponce
Para divertirse tenían el buen sentido
de suprimir la etiqueta, las cuadrillas y
el té, cosas todas a cual más extranje'
ras y a cual más detest2bles.
Emiro Kastos
La e$Cenapasa en una sala con dos ventanas en el fondo
hacia la calle, bastidor lateral que la comunica con la alco,
ba, puerta de entrada sobre el corredor. Cuatro mesas en
los cuatro ángulos con SUS correspondientes tocadores, pe'
rros sentados y leones dormidos de la fábrica de lo~a, flo'
reros, candeleros con su vela~y las despabiladeras en dos
de ellas; canapés repartidos; silletas llenando los interme'
dios; mesa redonda en el centro con carpeta, florero y ban'
deja con cigarros. Uminas que representaban episodios de
la Atala; retrato al óleo del dueño de casa con casaca de
gran cuello, corbatín y sellos pendientes de uno de los bol,
~iIIosdel chaleco; miniatura de la señora con peinetón, bucles y mangas abombadas. Grande aseo, flores frescas, at'
mósfera sahumada. Es de noche.
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A las ocho golpeámos nosotros en el portón. "¡Vaan!",
nos gritó de adentro la criada, e inmediatamente descorrió
el pasador de madera que juntaba las d(\~ hojas, y entrá'
mos. Estaban acabando de cenar, por 10 que apenas hallá'
mos en la sala a la señora Sinforosa (la madre) que encen'
día dos de las velas de las cuatro mesas.
-Felices noches, doña Sinforosa.
-¡Hola, caballeros! ¿cómo están ustedes?
-Bien, mi señora, mil gracias, ¿y el s~ñor don Pedro
Pascual?
-El pobre, así ... así. .. con su ahogo.
Se presentó de descubierta Isabelita, la menor de las se·
ñoritas de la casa, fresca y púdica con sus quince abriles,
como un botón de rosa, vestida de muselina y peinada de
dos hermosas tren~as. La siguieron en ruidoso grupo Rosa
y Dolores, sus guapas hermanas mayores, y Adelaida y Pe,
pita Contreras; atrás la señora madre de estas, doña Ro'
mualda, entre su consorte, coronel Contr('ras, y el casero,
don Pedro Pascual; y cerraba la march't Cartitos, el cuba
de la familia, portador de las dos velas que faltaban en las
mesas y habían servido en el comedor.
A medida que fueron presentándose f'n la escena, nos
saludaron, más o menos así:
Las de la easa con jovial íranq~:
-Ya temíamos que no vinieran ... ¡ah ustede8!
Las CXmtreras, más ceremoni08ll.!l:
-Caballeros, buenas noches; ¿están l..'stedes .in nave'
c1l.d?
Doña Romualda con desenfado:
CUADROS DE COSTUMBRES
-A
71
ustedes ya no se les ve la cara. ,. por casa a lo
menos.
El coronel, entre risa y risa:
-Aquí tenemos a los mozos de 'buen humor. siempre
tras de las muchachas como las mariposas tras de la llama.
Don Pedro Pascua!, apretándonos la mano con efusión:
Mis amigos, ¡siéntense ustedes! ¡cuánto me alegro de ver'
los!
Respondimos a todos congruentemente' y tomamos prime'
ras posiciones en los taburetes, formando corro con las per,
sanas graves que ocuparon el canapé: las muchachas en'
tre tanto andaban revoloteando, dando tiempo para que pa,
sase el prólogo con sus papás. Se conversó del aguacer6n
que había caído por la tarde; de ahí se pasó al frío de la
noche; el coronel refirió los pormenores de su úitima visi ..
ta a don Anac1eto, de los que dedujo que la enfermedad de
que adolecía era sumamente grave; doña Romualda pintó
a 10 vivo un caso idéntico al de don Anacleto, en que vio
sanar a un su tío nada más que cOn las flores del meloco,
tón, el nitro dulce y cierto parche cuya r<:>ce.ta
guarda como
reliquia. Don Pedro Pascual aceptaba }i ratificaba cuanto
decían todos; y doña Sinforosa se sentaba y se levantaba
para comunicar órdenes a las hijas, avivar las luces o po'
ner a raya al turbulento Cartitas.
Llamaron de nuevo en el port6n. Era un refuerzo que
nos venía, formado por Rafael Ponce, Gabino Gutierrez y
Celestina París. Por de pronto con ellos se ensanchó la
prosaica rueda, pero las muchachas, con su natural estra'
tegia, comprendieron que era la ocasión dt" empe~r a rom'
per filas.
Rosa, con una seña de sus lindos dedos y un "venga acá",
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de su argentina vot, me requiri6 que fuese a su lado. No
me lo dejé repetir, y me instalé entre ella y Adelaida, en
el canapé, que habían tomado por su cuenta.
-Ya casi sé el valse; pero la cejuela me cuesta trabajo y
me hace perder el compás: repasémoslo ...
y me dio la guitarra para que la transportase. Pero estaba muy alta; y mientras la bajaba y as~~raba las clavijas
para que no se volviesen, y templaba, registraba, etc., mi
compañero se había acomodado en el "'anapé del frente y
reía con Dolores y Pepita. Los tres recién llegados estaban
pasando entonces por su exordio.
De nuevo llamaron a la puerta, y se presentaron las Po'
lancos: tres pimpollos entre los diez y siete y los veintitrés,
convoyadas por Héctor, su hermano, enlffiorado novicio de
Adelaida; por el negro Rovira y por un rapa%íueloadicional que nos emancipó de Cartitos. Como había ya quórum
de mamás, entre ellas se trabó la conversación, y las mu'
chachas y los tres prisioneros desertaron, y buscó cada cual
su centro natural.
La tertulia se dividió en secciones o grupos, cuyo con'
junto empe%íóa tomar la fisonomía franca y festiva de las
reuniones de su clase. Aquí Rosa repasaba su valse, acom'
pañada por una segunda guitarra, con intermedies de diá,
logO! picantel!l;allá, en bullici0611contienda, Dolores y dos
de las Pola.nc08,com~
en chistes y agudezas con sus
acompañantes. El atortolado Héctor por un lado representaba cerca. de Adelaida el papel de amantp corto de genio;
mientras que por otro, Pt-pits, con do!!adlateres aprendía
pruebas en la baraja. El casero y el, coronel fumaban, y
leían El Día en el cuarto de estudio, y las mamás moralizaban a SUS anchas sobre la crónica de la ciudad.
CUADROS DE COSTUMBRES
73
Nos faltaba un personaje obligado, que a poco ingresó en
la sala, retocado y aliñado y perfumado cotl).Ouna novia.
Era el añoso y acaudalado solterón don Gualberto Clavija,
que había acertado a fijar sus ojos y sus anhelos matrimoniales en la tierna e inofensiva lsabelita. 108 padres de ésta
le dejaban correr los azares de la descabellada pretensión,
seducidos por el porvenir de oro, alhajas y casas propias
que podía tener su hija. Nosotros guardábamos aparente
neutralidad y sacábamos del consocio varias ventajas.
Amén de hacerlo interlocutor de oficio de los dueños de
.~ca~a y de ser de su cargo el palco en el teatro y el tablado
!y las banderillas en los toros, y sin perjuicio de una que
otra tertulia de cumpleaños con que le hacíamos sorprender agradablemente a sus futuros suegfos, nos resignábamos a ganar1ebuenas pesetas apostando ambos y ternos con
su pichona, cuando Bernardo Pardo, con la sal. del mundo
yen connivencia con nosotros, cantaba la lotería. En cuanto a las cenas con que el muy zorro estimulaba nuestra neultralidad, eran golpes de estrategia suyos. en los que no de·
bíamos dejar deslucidas sus combinaciones.
Los caseros desplegaron toda su obsequiosidad con el
~Narciso cincuentón: no sabían colocarlo para que quedase
~cómodamente; prodigaban los elogios más entusiastas a la
~cadena de su reloj, a la abotonadura de su camisa y, sobre
~todo, al solitario que brillaba como asCU:l.en su dedo. Y
¡para obrar sobre la pobre lsabe1ita y ponerla al alcance del
~vejancón, le hicieron traer el ramo que para él estaba dibujando, y sentarse a su lado con pretexto de explicárselo.
Nosotros hacíamos de la vista gorda a tan grotesco sainete
, y seguíamos en 10 que estábamos con las muchachas .
.~ El discorde bullicio de los diferentes grupos formaba un
I
I
1
l
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conjunto animado: don Gualberto había aislado a su inde'
fensa palomita, llevándola a la mesa redonda para cortejar'
la con el soporífero oficio de consultar el oráculo, cuando
de improviso apareció en la escena y se interpuso entre las
cabez;asde los dos la burlona del chato Pepe Matiz;, el chus'
co de la partida, que acababa de llegar, y con voz; gutural
requintada soltó su chiste de entrada:
-¿Qué indica mi sueño, es de bueno o de mal agúero?
-Indica que nel1es ganas de dormir.
Carcajada general. El chato continuó, y dirigiéndose a
todos nos apostrofó con aire de formaHcWd:
-Ustedes aquí muy tranquilos, y no saben lo que está
pasando por el puente de San Francisco.
-¡Qué, hombre!
-Pues ... no es precisamente por el puente por donde
pasa, sino por debajo de él. ..
-¡El río! jet río,! se apresuró a decir Héctor candorosa,
mente .
-¿Lo oyeron ustedes? .. ¡Qué adivino!. .. no me cabe
duda de que este chico es brujo.
Hilaridad. El chato siguió en su cuerda. unas veces con
chiste y no pocas sin él, pero contnouye11do con su contin,
gente a revolver y animar la reunión.
-No desairen el valse de Rosa, prorrumpi6 "U acompañante; báilenlo, que está que provoca.
-jA bailar! jA bailar!, apoyaron galantemente otros.
La mesa redonda se relegó al hueco de una ventana, del!'
embaraz;ósela sala de tapetes y esteras de chingaté y la lle,
naron de parejas bailando a estilo de confianza, sin dejar de
dialogar y de reír. Se distinguía entre todos, por sus ca' ,
briolas desacompasadas, el traído don Gualberto, quien des'"
CUADROS DE COSTUMBRES
75
pués de distribuir pisotones por todos lados, consignó su
pareja en un canapé, mareada, como si hubiera atravesado
el canal de La Mancha. '
Como el acompañante de la tañedora estaba al corriente
de los diálogos íntimos y demás ventajas a que se presta'
ba el valse para los dan2;antes, 10 prolongó cuanto jU2;g6
oportuno. En cuanto al efecto higiénico y diaforético del
largo ejercicio, fácil era notarIo por los pañuelos que se
echaron al aire cuando terminó el valse, para enjugar los
rostros abrillantados por el sudor.
La coronela Contreras dejó transcurrir el tiempo preciso
para que los pechos tomasen a su respiración normal, y,
abandonando sus posiciones de mera espectadora, tomó la
ofensiva exigiendo que se hiciese cantar a sus niñas para
que se ejercitasen y se desencogiesen. Ellas se exCusaron,
los concurrentes les suplicaron, la mamá las acosó, hasta
que al fin cedieron con la condición de que Ponce las acom'
pañase. Obtuvo la preferencia la canción del "sr', que
estaba en boga, y después de ensayada en falsete para to'
marle el aire y haltarle en la guitarra el tono, que ni fuera
muy alto ni tuviera la transición trabajosa, las dos canto'
ras prorrumpieron con vo2; pura Y rica, y en bien concer'
tado dúo:
·Un si prometi6me .
Tu lafdo adorado, .
.Mas Ioégo enojado .
,Un 116 prommd6.
·Cualquiera que sea,
·Prcm6nda mi suerte,
·Mas tay! que es la muerte •.
Si dices que 116.
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¡Bien!... ¡Muy bien! ... ¡Sigan!
¡Adelante! ...
-Si es que estoy medio ronca
.
-Con ra~ón que yo oyera una cosa.:omo tambora.
(Chiste del chato Ma~) .
-Qué más tambora que su cabe=a..
(Réplica de Adelaida).
Las dos hermanas siguieron y terminaron su canci6n con
el sincero aplauso de los oyentes. HéctoT tenía preparado
su piropo y, haciendo un esfuerzo, cumpHment6 a Adelaida tartamudeando:
-Señorita, puedo aplicar a usted lo que dijo Bretón:
Baila como peon~a,
Canta como un ruiseñor.
-Gracias, Héctor, le replic6 Adelaida con ~alamería,
bastante para postrar hasta al Héctor troyano, es usted tan
galante ...
-Ya nosotros hicimos 10 que pudimos, continu6 é,ta:
toca ahora ser complacientes a Ponce y a Gutiérre~.
--Con mucho gusto lo seremos, contestaron ellos, pero
antes le debemos un valse a Rosa, que es justo pagárselo.
-Por supuesto, exlamó Rosa; mi compañero y yo tenemos los pies dormidos de estar sentados ..
Un valse a dos guitarras, llevada la una por Rafael Ponce con todos los· adornos y arabescos, con todos los trinados, apoyaturas y trémolos, con toda la expresión cachaca
peculiar del vatse redondo bogotano, y la otra por Gabino
Gutiérrez, en caprichosos arpegios o en saleroso rasgueo,
era'rcapaz de hacer salir de !'lUS casillas no a no~otros, que
estábamos en la época venturosa en que la maga de la ale-
CUADROS DE COSTUMBRES
77
gría era nuestra compañera, sino hasta los caracteres re'
fractarios, a los oídos sordos, a los cora2:onesendurecidos
por el desengaño o el hastío.
La guitarra, desdeñada hoy como tode lo que no es os'
tentoso, era el alma de las tertulías de entonces; y aquí en
agradecido recuerdo de ella, cederé la palabra al señor José
Caicedo Rojas, autoridad irrecusab1e, porque la tañía a las
mil maravillas.
"¿Por qué se está acabando el uso de la guitarra? ¿Ni
con qué .se reempl~ará ese instrumento apacible y sim,
pático, que tan bien expresa los sentimimtos del alma, ya
de alegría, ya de dolor, ya de ternura; que llora, o rie, o se
queja, que. no fastidia con su ruido, y que es dócil y aco'
modado a todas las situaciones; dulce corupañero en las pe,
nas como en los placeres, que jamás hace estorbu; que tan
bien suena en manos varoniles como entre los sedosos dedos de una mujer? Hay guitarras comunes que sólo sirven
para acompañar cantos vulgares; instrumentos de baja con'
dición, alma de la parranda y de la orgía; pero la guita'
rraaristocrática, educada enlos salones y gabinetes, la guitarra artística, que posee los misterios de la música hasta
donde lo permite su modesta ca:pacidad que se presta a
las melodías más delicadas y a las modu1<.cionesmás gratas,
sin el estruendo del piano ni el chirrido del violín; esa gui,
tarra distinguida que recuerda los tiempos poéticos de los
trovadores y las frescas veladas del caballero amartelado que exhalaba su amor y sus recelos debajo de las
ventanas de su dama, a la lu~ de la luna o al resplandor de
las estrellas; la guitarra de Sor, de Aguado, de Huerta, de
Londoño, de González, de Franco, de Padilla y otros va'
rios; esa guitarra que mereció los elogios de poetas como
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Thomas y Chateaubriand, y que privó con honra en la
corte de Luis XIV, no tendrá, dentro de poco, reempla~o
en la buena sociedad. "
Valsábamos Rosa y yo: 10$ dos éramos amigos y nada
más que buenos amigos, por más que pare~ca paradoja. Mujer enérgica y perspica.?<, ella había dominado su propio cora~ón, y en- v~ de un amante
buscaba un marido: sin deslumbrarse con los fuegos fatuos
del presente, su mirada escrutadora sondeaba el porvenir.
Entre sus adoradores descubrió un buen partido, y en el
se fijó resuelta y honradamente. Era un joven mediano de
figura y de alcances, pero verdadero en sus sentimientos
y laborioso, aconductado en sus obras, y a quien esperaba
en su provincia un holgado patrimonio. Amábale él con la
intensidad y la timid~, con los vértigos y desfallecimientos
de los primeros y exclusivos amores, cua1Jdo se cree a la
mujer una deidad, .mercedes solemnes sus favores, y con'
secuencia de la inferioridad del que la ama sus desvíos. Al,
guien dijo, y si no 10 aventuraré yo, que hay tres primeros
que no tienen segundo en la vida: el cielo de los primeros
amores, el purgatorio de los primeros celos y el infierno del
primer desengaño.
A la s~ón de nuestro valse, el escogido de Rosa se hallaba en una de sus lunaciones de desfallecimiento: hacerla
salir de ella, mantenerlo en el buen camino, fue el tema
principal a que dedicó mi amiga el aparte que la ocasión
nos franqueaba. Fe~mente me era fácil secundada: con
dar noticia a aquél del interés que le manifestaba su deidad y con ponede bajo las baterías de sus hermosos ojos,
el asunto quedaría arreglado. Sea dicho en homenaje de
Rosa, homenaje que q~á lIegue a su conocimiento algún
CUADROS DE COSTUMBRES
79
día: era una mujer superior, que ha colmado de honra y
dicha al hombre de quien entonces tratábamos y que fue
después su afortunado dueño.
Tocó el turno a Ponce y a Gutiérre~ de cumplir su pro'
mesa. Nada más amable, más simpático que Rafael Ponce.
La naturale.4a con él generosa, a la belleza de las formas
había añadido atractivos que por sí solos harían afortunado
al que los poseyese. Su estatura mediana y bien proporcionada, al alto pecho, a la estrecha cintura, a la pierna bien
contorneada, le permitía unir soltura en los movimientos y
gracia en los modales. Cabellos castaños, abundantes y naturalmente rizados coronaban su erguida>cabe.4a; sus gran'
des ojos giraban expresivos bajo los arcos apenas delineados de sus cejas; tras de labios húmedos y sobre encías de
coral, su fino bigote sombreaba u.n..a dentadura de perlas;
y la barba ondeada y sedosa circuía sus mejillas frescas y
sonrosadas como las de un adolescente.
Atraía su mirada dulce, su sonrisa acariciaba; y su vo~,
su incomparable vo~, que cuando conversaba imprimía a
su palabra cariñosa la melodía de un arrullo, era deliciosa
cuando cantaba. Y entonces, cuando su bella figura se desplegaba en todos sus pormenores, cuando la romancesca
guitarra, pulsada por sus blancas manos acompañaba su
cántiga, cuando la trova apasionada o la doliente endecha
fluían empapadas de ;¡entimiento de sus labios purpurinos,
¿quién podía no admirarle? ¿Quién prerdndir de la fasci'
nación de su sér privilegiado? Si él se hubiera dedicado al
arte y apetecido los aplausos en el seno de sociedades más
adelantadas, habría sido un trovador de los antiguos tiem'
pos, u otro Mario en ·la escena lírica moñerna.
Un novelista al descubrir su héroe fantástico, decía de
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él: "Conjunto tan blando y tan varonilmente diseñado que,
si se hubiese vestido con la ropilla negra del artista, se le
hubiera tenido por Van Dyck, y si se hubiese cubierto con
el encaje y el terciopelo del gentleman, se le hubiera tenido
por Lord Byron".
-¿En quién encuentras estas condiciones?, preguntaba
yo al amigo con quien leía.
-En Rafael Ponce; pero mejor le sienta su uniforme militar, me contestaba.
Gabino Gutiérr~ era el tipo del soldado, de esos veteranos de ojos chispeantes, te2; bronceada, negros bigotes y
expresión de lealtad y franque2;3.,formados en los campamentos, endurecidos por las vicisitudes de las campañas y
que, por rigurosa escala, de proe2;3.en proe2;a,alcan2;anuna
alta graduación. Acostumbrado al uniforme desde sus primeros años, lo llevaba con notable gallardía; pundonoroso,
circunspecto, severo en la disciplina, era galante y pulido
en su trato particular, ameno en la conversación e hidalgo
y generoso en sus rasgos. Era el Athos de los Tres Mosqueteros.
Ponce y Gutiérrez, sentados a la par, en su belleza que
hacía contraste, y en el ademán de la inspiración y el can'
to, formaban un grupo artístico e intere!lallte. Siempre se
les oía cantar con placer: llevaba el alto el primero
con su voz limpia y sostenida, y iel otro con la suya
robusta y vibrante le hacía segundo.
Cantaron esas canciones que entonces nos puedan tan
expresivas, y que herían las fibras más sensibles de nuestro
corazón predispuesto y exaltaban nuestra fantasía juvenil.
Hoy su letra anticuada y su modesta música provocan el
de!dén de 108 que sólo hallan bueno 10 que no pueden juz'
CUADROS DE COSTUMBRES
81
gar, la lengua extranjera y las arias y cavatinas de los
encumbrados maestros, extranjeros también. Hoy todo
es teatro, exhibición y fórmulas, y las sabrosas cordialidades van desapareciendo.
Primeramente cantaron la canción apasionada, de tlire
breve y fogoso, algunas de cuyas maltratadas estrof8i
transcribiré fielmente por vía de muestra:
Conspirado contra mí
Conjúrese el universo,
Pero yo en prosa y en verso
S610 cantaré por ti.
Por ti que eres solo el duelio
Que hasta en sueño ve mi amor,
y cambiaste mi sosiego
Por un fuego abrasador.
Por ti vivo, por ti muero,
y es tan loco mi querer,
Que en el acto en que te miro
Yo deliro de placer.
Luégo, pasando a lo sentimental y patético, en notas
lentas y graves y con transiciones de efecto, cantaron
la Violeta de Enrique Gil, en boga entonces:
Heme hoy
Cuán otro
Ya no hay
Ni soledad
aquí: cuán otros'-mis cantares,
mi pesar, mi porvenir;
flores que adornen mis altara
donde poder gemir.
82
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
Lo secó todo el soplo de tu aliento
y naufragué con mi doliente amor;
Lejos ya de la paz y del contento
Heme aquí en el valle del dolor.
Era dulce mi pena, y mi tristeza
Talvez velaba una ilusión detrás,
Mas la ilusión voló con su pureza,
Mis ojos 1ayt no la verán ya más.
Hoy vuelvo a ti cual mísero viajero
Vuelve al hogar que niño le arrulló,
Pero mis glorias recobrar no espero,
Sólo a buscar mi tumba vuelvo yo •
........................
,
.
-Vamonós,
niñas, que tengo que madrugar a la
plaza, intimó la coronela Contreras.
-j Carambola 1, añadió, coadyuvándola, su consorte:
ya es media noche ....
Peor sería que fuese la noche entera, terció el chistoso Chato.
-¡Muévanse! ... ¡muévanse!... , insistió la coronela.
Todos dejámas nuegtros asientos: ellas buscaron sus
pañolones y nosotros nuestras capas; y se siguió aquella justamente afamada despedida de las mujeres, que
es tan larga, en la que dan tantas vueltas y se les
ocurren tantas cosas. Nosotros aprovechábamos los intersticios que ellas dejaLan para despedimos también.
-¡Ahora sí!. .. ¿Quién les vuelve a ver la cara?,
nos dedan Rosa y Dolores.
CUADROS DE COSTUMBRES
83
-Vuelvan pronto, murmuraba dulcemente Isabelita:
con ustedes se pasan las horas sin sentir!as.
Nos dividimos para escoltar hasta sus domicilios a
nuestras amables contertulias, obligando a Héctor a hacer la hombrada de llevar de brazo a la picante Adelaida.
Nos marchámos todos. Todos no, que aun se qued6
fastidIando a Isabelita y a sus trasnochados padres, el
que llamábamos por lo bajo don Cataplasma, la posma de don Gualberto.
CUADRO DE LA VIRGEN DE LA LUZ
El afamado pintor mejicano señor Felipe S. Gutiérrez, me dijo un día que deseaba pintar una imagen
de la Virgen María, y que le permitiese tomar a Teresita, mi hija, por modelo. Accedí a ello, añadiéndole que consideraba muy favorecida a mi pobre niña ai
llamada a representar tan inefable figura.
Entre las advocaciones de la Virgen escogió el pintor
aquella en que la madre del Salvador, en pie sobre la
tierra, baja hacia ella sus ojos misericordiosos y extiende sus manos benditas como para acoger las plegarias
que desde este valle de lágrimas le dirigen los desterrados hijos de Eva. De sus manos parten rayos de
luz, y por esta circunstancia se la[llama «La Virgen de
los rayos o de· la luz».
Terminado su trabajo, el parecido quedó muy notable, Como el cuadro resultó bello y simpático, muchas
personas se le aficionaron, y yo veía con pena que alguna había de lIevárselo. y que ése no podía ser yo,
por la insuficiencia de mis recursos. Es un deber mío,
me decía, obtener a costa de cualquier sacrificio este
cuadro de doble mérito para mí, y que en poder de
otro me será casi un remordimiento. Pero me sometí,
86
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
resignado, al poder de las circunstancias, y para evitarme mortificaciones hice un esfuerzo y no volví a pensar en ello.
Pasaron muchos meses: el señor Gutiérrez se preparaba para regresar a Méjico, y en la noche de la antevíspera de su marcha tuvo la amabilidad de presentarse en casa a instarme para que me dejase retratar
por él. Era un deseo de mi madre y una fineza del
artista, y me pareció un remilgo denegarme. A la mañana del día siguiente, en una sesi6n de tres r1úras, cor~
tada por frecuentes interrupciones, el señor Gutiérrez
hizo el retrato.
Al terminarlo, entró mi hermano Rafael y le dio
cuenta de las boletas que habían tomado para la rifa
de algunos de sus cuadros. Se me caía la cara de vergiíenza de no hacer una manifestación siquiera, por
pequeña que fuese, de mi reconocimiento al artista; y
cuando supe que entre los cuadros de la rifa estaba el
de la Virgen de la Luz, mi abstenci6n me pareció injustificable.
-D8me una boleta, dije a Rafael.
-¿Qué número prefieres?
-Cualquiera.
Rafael puso mi nombre en una. la cortó y me la
entregó. Me creí tan ajeno a ser favorecido, que no me
tomé el inútil trabajo de leer el número, y al llegar a
casa llamé a Teresita y la dije, chanceando:
-Guarde
esta boleta hasta que se la pida, para entregarle la Virgen de su retrato.
y como cosa perdida, como levísima ofrenda al señor
Gutiérrez, que ya se había marchaJo, todo el asunto
CUADROS DE COSTUMBRES
87
se borr6 de mi memoria. Otras cosas más o menos desagradables ocuparon mi ánimo, y el tiempo sigui6 devorando días. y el sol de la vida declinando más y más
hacia su ocaso.
" En la tarde del domingo, 18 de abril, fui a casa de mi
madre, en donde vivía Rafael: al terminar la escalera
hallé a éste con fisonomía más risueña aún que la que
tiene de ordinario:
-Albricias, me dijo, estás de buenas.
-¿Por qué 1
-Te sacaste de la Virgen de la Luz ....
-¿Verdad?
., le apostrofé conmovido.
-Es una fortuna, corrobor6 mi madre.
-Es un milagro. repuse yo.
-Siéndolo de la Virgen, añadió -mi piadosa madre,
es uno de tantos cariños de ella: lIéva tu imagen a tu
casa y que Dios por ella proteja a tu hija.
1877.
UNA EXCURSION POR EL VALI.E DEL CAUCA
.Lástima que las buenas épocas de la vida no se aprecien
sino cuando han pasado, cuando sólo exiRten en la memoria, envueltas en la melancolía de los recuerdos! ¡Lástima
que la juventud, que todo ló engalana ('(·n su propio contento, se gaste tan pronto y tan mal como el tesoro en ma___
..1_1 __
~..t!__
llUlS Ul:::lpruulgu:
1
•••
Fue para mí una de esas buenas épocas la del año de
1850; pero esto no quiere decir que amenace al lector con
el relato de mis bellos días. Quiero apenas referirle un episodio de entonces, enlazado con un acontecimiento de hoy.
En una de esas magníficas mañanas de agosto, que creo
que solamente se gozan en Popayán, iluminadas espléndidamente por el eol, en que no se columpia una nube en el
hOIÚOnte uul y en que el viento perfumado y voluble
!lUenaeomo la sonrisa de la alegre· naturn leza, un amigo y
yo, tendidos en la orilla del Cauca, bajo la sombra de los
árboles de Jenagra, nos entreteníamos en sabroso coloquio.
dejando vagar nuestra imaginación por los paraísos del espiritualismo. De fantasía en fantasía, de sueño en sueño,
nos remontábamos cada vez m~, y en un arranque de entu.i••
smo, díjome mi compañero:
-Conoces algo más hermoso que lo qu~ estamos viendo?
90
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
-Sí, le repuse; el Valle del Cauca.
-Quiero
entonces visitar esa comarca bendecida por
Dios. Me acompañas?
-1re acompaño.
A los pocos días atravesábamos a Buenosaires, nido de
las tempestades; caminábamos por las lomas calcinadas de
Quilichao, bajo las cuales se esconde el oro de altos quilates; vadeábamos por entre pedrones y remolinos el río del
Palo; saboreábamos el exquisito verdetc del Cascajal; dejábamos a los lados del camino las haciendas de los Frisoles, Quebradaseca, García y Vanegas; poníamos nuestros
caballos a escape por las planicies del Espejuelo, el LIanito, Guengue y Perodias; nos bañában·os en el Fraile y
el Desbaratado; pedíamos hospitalidad en el pueblo de La
Florida, sombra en los caseríos de Buchitolo, y aire en el
largo llano de Palmira, en que los rayos verticales del sol
titilaban sobre las guaduas amarillas que cercaban las estancias y reverberaban en la tierra tostada. Poco después
circulábamos por las calles de la villa que lleva el nombre
de la ciudad famosa cuyas ruinas aislada¡, en el desierto
inspiraron a V olney sus meditaciones sublimes.
Vivía en Palmira el doctor Rampon, tan hábil médico
cómo laborioso negociante. Visitámoslo, y después de un
rato de amena conversación, nos convidó con un cigarro,
que amablemente nos hi2;O encender.
¡Qué cigarro!. ..
El puro más esmerado de la Habana, tendría apenas su color, su gusto y su perfume: el más refinado fumador no le
hubiera puesto un defecto.
-Qué
le parece a usted ese cigarro?, me dijo el doctor.
-Superior
a todo elogio.
CUADROS DE COSTUMBRES
91
_¡Pero es necesario ir tan lejos para conseguirlo! ...
Figúrese usted .. ,
-Oh,
sí, hasta la Habana.
-¡Más!
-Hasta La Virginia.
-Todavía más. ,. ¡hasta la huerta de casa! Ese cigarro
es escogido de entre el mejor tabaco que cultivamos aquí
con el objeto de exportado; hemos tenido que empe~ar por
dado a conocer en lo~ mercados extranjeros, y si lo conF.e'
guimos tendrá el Cauca una rique~a más y una nueva fa'
ma. Este es un país priV11egiado, país de grandes desti,
nos., .
-Si no hubiera tanto egoísmo en los ricos, tanta pere'
~a en los pobres, tradiciones 'tan pernicio<al' en todos.
-Ese es el mal del país, Ve usted lo que produce espon'
táneamente; sabe que el Pacífico bate sus costas y le ofrece
anchos puertos para llevar sus productos al punto que el
capricho elija en el universo y traerle ea retorno libertad,
civili~ación y rique~a. Vio usted la obra de Dios, vea aho,
ra la de los hombres. Para exportar hoy el tabaco de Pal,
mira tenemos que recorrer todo el Valle del Cauca, atra'
vesar los fangal es del Quindío y las llanuras de Mariquita,
bajar el río Magdalena y buscarle un puerto en Sta. Marta, casi a 300 leguas de distancia. Cuesta triple por lo me'
nos su empaque; hay que prepararle bestias de acarreo en
tres puntos diversos, canoas luégo, y al fin un buque que
a veces aguarda ocioso la carga por larga~ temporadas gra'
vándonos con su estadía, y a veces se marcha en lastre a
costa nuéstra. Necesitamos un gran tr~n de empleados y
agentes que no es posible escoger ni vi!;']ar, mantener una
correspondencia activa aquí, donde el servicio de correos
92
BmLIOTECA ALDEANA DE· COLOMBIA
es pésimo. Es claro que una mercancía tan atrozmente re'
cargada no puede entrar en competencia, por excelente
que sea, con las demás de su especie.
-y ¿por qué no exporta usted por BUfnaventura?
-Eso es pensar en 10 excusado, porque no hay un ca'
mino al puerto. Remita usted su carga por el que hoy lla'
man camino; suponga que a despecho or: los precipicios y
atascaderos llega a Juntas, donde, si fuere posible, ha pre'
parado usted una canoa y dos bogas para cada cuatro bul,
tos cuando,más. Aventúrela a los caprichos de las no interrumpidas cataratas del Dagua. y de cada ciento de las
cargas que lleguen al puerto, ochenta estarán averiadas.
Embarca usted las veinte y con las otras obseqúia los abismos del Océano. ¡Brava especulación!
-Ciertamente.
Esta parte de la república, para explotar sus rique~as, para ocupar su población ociosa, para co'
rregir en algo sus chocantes desigualdadep sociales, para
conjurar riesgos de tan diverso género como la amena~an,
debe, ante todo, abrirse un camino hacia el Pacífico.
Al día siguiente dejamos a Palmira y continuámos nuestra excursión. Pasado el llano del Bolo, de las ricas hacien,
dae y el buen tabaco, nos bañámos en Amaime, de las aguas
diáfanas, refrescándonos antes en un salón magnífico, formado por ceibas seculares y que da principio al llano de
L~ Concepción. Diseminadas por el llano veíamos casas de
hermoso aspecto, cortejadas por otras pajhas y humildes,
potreros entapi~ad08 de grama, donde correteaban llenos
de salud ·loe ternerO!!y los potros, donde mugía el toro de
ancha cem y relinchaba el caballo d~ delgados ijares.
Dimos espuela a nuestras cabalgaduras al través de la pla,
nicie de Nima, y llegámos en demanda de sombra y des,
CUADROS DE COSTUMBRES
93
canso al pueblo del Cerrito •.. ¡Qué dee.encanto!••• Allí
nos hablaron de la detestable política y de los más detes'
tables partidos, que entonces se formab;m, y que convir,
tieron después. el Cauca en un paxaíso habitado por demo,
nios!
Del Cerrito seguimos por elUano de Guabitas, y de re'
pente mi compañero y yo detuvimos a una
las rienda¡
de nuestros caballos. Estábamos en el llano de las Gua'
bas .••
-¡Esto es mentira!, dijo mi compañero. Esta alfombra
de césped, este horÍi;onte de tul, ese sol de oro, esas aguas
que murmuran límpidas, aquellos bosquecillos de hojas y
flores donde parece que se ocultan las Ondinas y las Ná,
yades... ¡oh, todo esto no puede ser cierto! .•.
-Poeta. le dije yo, así son las obras de Dios: el cielo
canta sus glorias y el firmamento anuncia las obras de SU¡
manos•••
y como si la tentadora fortuna quisiera completar los
idilios de mi amigo, al acercamos al río para gozar más a
espacio las bellezas del paisaje, vimos una muchacha, suel,
ta la cabellera blonda, curiosos los rasg<l.dosojos, blanca y
fresca como el ja.zmín, cual la zagala de Jil Polo, que,
y el blanco pie se mojaba,
Junto al agua se ponía
y las ondas aguardaba,
y al verlas llegar huía;
Pero a veces no podía
Ibame yo a insinuar con ella, porque en fin, el camino es
de todos; pero mi poeta me detuvo apostrofándome:
94
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
-Ténte, pagano, que no sabes qué \,irjo Neptuno pro'
tegerá esa sílfide!
y él, con todo el recato del Apolo tímido, la pidió agua,
que presentada en el amarillo mate: re~'igeró no sólo sus
fauces sino su imaginación.
Tras el paisaje que acababa de enLUsiasl11é:1rnus,
bello
hasta donde no puede idearIo la fantasía del mayor poeta,
el que nos ofreció el valle de Sonso nos produjo menor
efecto. Un hacendado de las inmediaciuncs, refiriéndonos
en seguida las riquez;asque encerraba aquella nueva Ax'
cadia, concluyó con esta inesperada ex.;!amación:
-¡Riquezas in útiles, entre las cuale!;vivimos pobres!
--bsa antítesis, díjele, no puede paSil.fde una exagera'
ción.
-No, me repuso, ni hay para qué ni con quiénes ex'
plotarlas. ¿Quién consume lo que puede producir mi ha'
cienda, aquí donde tenemos que derrama~ la miel para que
no se avinagre en las canoas, donde el m.:.ízsirve de pasto
a los gorgojos, y las frutas se caen de lo;}árboles porque no
hay quién las coja? ¿Aquí, donde los jornales tienen que
pagarse miserablemente y los que por ellos se conciertan
trabajan un día y huelgan un mes, donde no hay indus,
trias que recíprocamente se ayuden, d,ndc cada cual cul,
tiva lo que necesita para su familia y tiene con esto satis'
fechas las necesidades de su vida inerme")...
-Pero convierta usted la miel en az;úcar,haga tercios de
maíz y llévelos a Buga, a Cali...
-y en Buga y Cali se quedarían almacenados y per'
dería los costos de producción y transpone. Productos so'
bran, consumidores faltan.
L.UADtiO.s
VE COSTUMJ:m.ES
95
-rero
en aqueHas cluctaóes habra comerClanteS, habrá
exportadores.
-¿Por dónde exportan? " Por el D7.gua, que volvería
el az,úcar al estado de miel, y convertiria en pestilencia los
t.ercios de ma~!
-Tiene usted raz,ón. El Cauca se muere si no se le abre
comunicación con el Pacífico.
1\ la mañaI'.a siguiente estábamos en Buga. Ciudad antigua, señora de un vasto e incomparable territorio, llamada a tener una grande importancia .. , } sus casas estaban
cerradas, desiertas y llenas de yerba sus calles; silenciosa
y triste cuando en su rededor todo habl¡:. y todo ríe. Pero
no tiene industria: los embrollos del rabulismo y las rencillas de la político-manía ocupan los ánimos activos de 105
hijos de ese sol de fuego. Los caucanos tienen que emplear
en algo su imaginación ardiente y sus facultades enérgicas,
y a falta de otra cosa, hoy las emplean en aborrecerse y
mañana las emplearán en matarse. ¡QuP. hacen entretanto
los hombres de luces y patriotismo del Cauca, que no fomentan la industria para regenerar el país y salvarse ellos
y engrandecerse con la común prosperidad! ¿Qué hacen"{
Se encastillan en sus haciendas, se apartali del pueblo que
casi nada posee; y con tal de no moverse por ahora, poco
les importa el porvenir ... iComo si ese porvenir no fuera el de su raza!
Salimos de Buga, conversando de sus exquisitos dulces
'f admirables frutas, la uva entre ellas, que en emparrados
espesos columpia sus racimos simétricos. Continuamos por
los campos del Chambimbal, San PedrC' y los Chancos,
hasta que la villa de Tuluá, situada pintorescamente sobre
el río más clamoroso y bello quhás que tiene el Cauca,
96
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
nos llamó a su seno. Tuluá, como Buga,. como tod<l4 la¡
poblaciones del Cauca, decae y ago~a
porque la indu&tria vivificadora la ha abandonado.
¡Cuán hermosa sería
una gran población activa y comercial a las márgenes del
espumoso río, sobre el fértil suelo y con el dulce clima de
Tuluá! Países bien afortunados estos que reúnen todas las
condiciones para ser felices; que son saludables, hermo¡os
y ricos.
Dejamos a Tuluá y nos detuvimos en el río de Morales
para dar campo libre a una numerosa cabalgata que con
grande alboroto venía, sueltas las bridas de sus corceles .y
ceñida la cintura de cada caballero con el corvo machete
de ancha hoja. Si al principio calificamos esto como varonil ejercicio, profundizando un poco y viendo más lejos,
nos pareció epilogar el futuro del Cauca, si descuidando el
desarrollo de los elementos civilizadores, el beduinismo nace de la falta de otros medios de subsistencia para los muchos que ni saben, ni quieren, ni pueden trabajar.
y avanzamos por toda la extensión ddUano
de Bugalagrande, por donde serpea el caudaloso río de su nombre,
perdiéndose a lo lejos entre grutas de umbrosos guaduales,
reapareciendo luégo angosto y rápido y ocultándose en un
recodo del horizonte. El camino varió totalmente a poco
rato, y nos hallamos en los callejones de Monte
Morilla
lóbregos y estrechos, plagados de zanjones y atascaderos
de que salían a botes nuestros caballos con detrimento de
nuestras piernas y cabezas, ora frotadas contra los troncos,
ora dando topes contra las robustas ramas de los árboles.
-j Qué tal!, me apostrofaba
mi compañero, qué tal si
aquella caravana nos pilla aquí!
-No
todo ha de ser flores, amigo rotO; y ii por tata.
CUADROS DE COSTUMBRES
97
tierras adolecieran de achaques de policía, estamontañuela
tendría su hermosura agreste y romántica que formaría
contraste con la apacible y gratísima de los valles de Sonso
y de Las Guabas.
Tras los barri2;ales y encrucijadas de Monte
Morillo,
las planicies de La Paila, tan pronto terl'(l,j y verdes como
salpicadas de grandes piedras y grupos de árboles, pareciéronnos más agradables. En la sombra que proyectaban
las piedras y los árboles sesteaban las vacas rumiando siempre como los mascadores de tabaco, y las yeguas soñolientas
y sumidas al parecer en hondas cavilaciones, importunadas
aquéllas y éstas por las travesuras de SUR crías. Veíamos
desde lejos avan2;ar al pasitrote repicado de una mula, invariable en sus movimientos y siguiendo estrictamente todos los sesgos de la senda amarilla y angosta tra2;ada por
los pasos de sus predecesoras, veíamos ayanta! una figura
humana cubierta con un sombrero aforrado er. género blanco y una pequeña ruana del mismo color con listas de
otros, señalándose la intercección entre el caballero y la
cabalgadura por las rizadas guedejas del pellón, rojo por
lo general, y en ocasiones verde. En. C'alidad de escudero
y a conveniente distancia, un negrillo, con cuchugos en la
arción, capa de paja en la grupa y un jarro de plata al cin,
to, acompañaba a nuestro hombre. Al eIl;ontramos en el
camino cambiámos con el viajero un saludo lleno de gravedad por su parte, y el negrillo seguía lmperturbable en
la tarea de flagelar su vehículo para pOf!.erIo al compás
y tono del de su señor.
~Viajeros
caracterizados, al estilo puro del país, dije
a mi compañero, ya poco el hondo ríe de La Paila nos
llamó a pensamientos serios.
98
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Mitad susto y mitad mojada, atravesamos el río. Díjosenos que en las montañas que limitan el territorio que
habíamos dejado atrás, existían grandes riquezas vejetales, especialmente quinas y maderas de tinte, como también fuentes de buenos grados de saturación, y carbón mineral. Se nos añadió que por esas comarcas y en casi todo
el Cauca los árboles de caucho formaball bosques, los limoneros eran silvestres, y la vainilla en muchas partes se
producía espontáneamente.
Tal cúmulo de dones de la generosa naturaleza, y. tal incuria, tan gn' nde desdén por
parte de los favorecidos por ella, los constituye en n:belión.abierta contra su benefactora.
¡Pero me olvidaba!. ..
El Cauca, para satisfacer sus propias necesidades, se basta
y sobra con el sistema que hoy sigue' y para llevar sus
producciones fuera, carece de vías de comunicación. Que
las busque, que las construya, y entonces, con el aguijón
del interés y el premio de la ganancia, sus habitantes más
desidiosos se dedicarán al trabajo.
Buen trecho caminamos hasta que, p¡¡sado el río y concluído el llano de Las Cañas, dimos con el pueblo del Zarzal; síguense las Han adas de Las Lajas, La Honda y Chupadero, la población de La Victoria, y un puente llamado
con mucha propiedad del Mico o de las Arditas, como se
nombra el terreno que media entre él y la parroquia del
Naranjo. Encuéntranse luégo los llanos verdes y graciosamente ondulados de Mena, Pedro Sá"l"hez, Las Piedras,
Potrero-grande, Potrero-chico y Zarago'>'a, cuya extensa superficie apenas interrumpen una que otra quebrada de escaso raudal, algunos bosquecillos de carboneros y guayabos,
de trecho en trecho una cerca con su fornida puerta de
golpe, y a las veras del camino y guardando entre sí gran-
CUADROS DE COSTUMBRES
99
des distancias, las casas espaciosas de los señores de aquella casi desierta comarca. La aproph.dón del territorio,
entre pocos dueños, es, a mi modo de ver, una de las causas fundamentales' del mal estado presente y acaso de las
desgracias futuras de las provincias de-1Sur; y esta cuestión trascendental y gravísima se resuelve en parte con la
apertura de caminos hacia el Océano y hacia las provincias vecinas. Atravesando ellos considerables porciones de
terrenos baldíos, y dándoles con esta sola circunstancia una
utilidad cada día mayor, podría hacerse propietaria y laboriosa a esa multitud desposeída, por medio de adjudicaciones territoriales y de auxilios y estímulos que costarían
bien poco. En apoyo de esta observacióp.. compárese lo que
antes era el valle del Salado y 10 que es hoy, merced al
camino que por él pasa para el puerto de Buenaventura.
Del pueblo de Zaragoza a la ciudad de Cartago hallamos
de notable una pequeña laguna a la entrada de ésta, encerrada entre el fondo
transparentes riza el
círculos concéntricos
te su superficie para
de un círculo de cof1ila~y cuyas aguas
viento de la cordillera, o se dilatan en
cuando los pájaros tocan rápidamenrefrescarse del estivo calor del clima.
Mi compañero, que se perecía por las comparaciones mitológicas, opinó que debía llamarse la Laguna de (as Hadas.
Cartago, nombre que recuerda los i\níbales y los Scipiones, el delenda del implacable Catón y la gran palabra
de Mario caído, es un pueblo cuya situación le asegura
grande importancia mercantil. Punto d,.. obligado crucero
de los caminQ,s para Mariquita, Bogotá, Chocó, Antioquia,
Buenaventura' y Popayán, a la cabeza dpl valle del Cauca
y al pie de la cordillera del Quindío, debe ser naturalmen-
100
Bl13LIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
te la factoría de todos esos ricos países y el punto de depósito de sus variadísimos productos. El establecimiento
de ferias en ninguna parte sería más fád y ventajoso que
en Cartago: además de que se pondrían en circulación los
capitales del comercio de muchos puntos atraídos por las
transacciones rápidas y los negocios de.:todo género que
se harían en las ferias, se bastecerían también los pueblos
y se fomentaría efica~mente la industria.
Habíamos pensado continuar nuestra excursión por el
Hato de Lemas. donde se fabrican excelentes sombrc··
ros de paja; Roldanillo, que produce ca.:ao de muy buena
calidad; Toro y Anserma; pero desistimo&,y desandando
hasta Buga el camino que habíamos traído, nos dirigimos
a Cali. Con el fango hasta las cora~as llegamos al río Cau'
ea, donde los 2;ancudos nos dieron música y aguijonazos
por más de dos horas, que gastamos en ablandar el cora'
2;ón del hombre más adusto y descomedIdo que registran
los anales de los paseros: diríase que iba a la partija con
los ~ancudos. Por la mucha arena que arrastran las aguas
del Cauca y que acumulándose ha debido levantar el lecho
del río, parece que no guarda la conveniente nivelación
con el valle; así es que rebosa sobre sus márgenes y repre'
sa todos sus afluentes. Origínanse de aquí los pantanos
que hacen mortíferas sus orillas y . las ~randes inundacio,
nes a que obliga a sus tributarios en casi toda su longitud.
El Cauca es navegable apenas desde La Bolsa hasta un
poco adelante de Cartago: que si lo fuera. como su herma'
no el Magdalena, en toda su extensión, no tendrían que
pedir a la naturale2;a los países que recorre.
Cali, vista desde lejos, parece una ciudad de Oriente,
pOi"las a.l;oteasque coronan algunos de ~ua edificios, y las
CUADROS DE COSTUMBRES
101
palmeras que en gran número contiene; domina un exten'
so valle limitado por las rocallosas montañas de los Para'
llones; y aunque su temperatura es baEtante fuerte, las
brisas la refrescan y la pure;.a de su at.:nÓsferala hace sa'
na. Por lo demás, creo que Medellín y Cali son las ciuda'
des más bonitas de la república. Tan poderoso es el in'
flujo del comercio, que aunque ejercitaJo en su menor es'
cala. aniquilado casi por los gravámenes y vejaciones fisca'
les, inseguro y laboriosísimo por los obstáculos físicos que
tiene que superar. ha hecho sin embargo surgir a Cali
de entre esa especie de fatalismo de mu!"rte a que las ab,
surdas institucions antiguas y esa apatía letal que al pre,
sente la rodea por todas partes, parecían haberla condenado.
Cali es hoy una ciudad importante, pero es apenas el
bosquejo de lo que debe ser algún día si comprende sus
destinos comerciales, y los sigue con fe y perseverancia:
algún día será el emporio del Sur de la república. Como
llave del Pacífico, Cali debe propender con todas sus fuer'
.zasa abrirse una vía de comunicación buena y corta hacia
el mar, y entonces su fortuna estará hecha: entonces, ade'
más de su prosperidad propia, la de tOd-1el Cauca refluirá
en su favor, como centro mercantil de tan espléndidas re'
giones .
Nuestra excursión había terminado, y regresamos a Po'
payán con el profundo convencimiento ~(> que la gran ne'
cesidad, la esperan.za redentora del valle del Cauca es, en
general, la industria y especialmente y como condición in'
dispensable para ella, la apertura de. caminos hacia el Pa,
cífico. Todos sus intereses lo exigen con instancia, y en
~ANCC DE lA REPU3L1CA
i:iiBUO'(ECA LUlS·ANGE1. MANGO
CATAL,OGACION
102
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
la industria está vinculado su porvenir. Con ella, los goces de la civilización, y sin ella ... la barbarie. *
Hay en el Sur una cuestión decisiva, pero tan odiosa que
hasta enunciada me parece repugnante: la cuestión de ra4a5. Es palpable la desproporción que hay hoy, y que será
cada vez más grande, entre las que se di~tinguen por los
colores de la epidermis; y las consecuencias a nadie se ocultan. Respetando los derechos y calculando la utilidad de
cada una de las razas, creo que esta dificultad no tiene
más solución posible que la inmigración' y para 10grarIa es
necesario introducir en el comercio del mundo esos países
de tan afortunadas condiciones. Esta sola ra4ón bastaría
para demostrar las ventajas de la apertura de caminos hacia el Pacífico, que por más que se repj~a, nunca se recomienda lo bastante ..
En 1856 parece que se aproxima ec;~ grande acontecimiento que debe regenerar el Sur. Se 11:> organizado una
compañía para llevar a cabo tan imp,·rtante empresa, y
han llegado a Cali los ingenieros norteamericanos que deben realizarla. El capitán Williamson,ingenieroeniefe
ha
hallado fácil y pronta la construcción del camino a la Buenaventura, y así lo manifestó al pueblo de Cali en un discurso que le dirigió en el mes de junío, tt>rminándolo con
las siguientes frases: "Otra considera('~f-n importante al
contemplar esta empresa grandiosa, es que los hombres,
encontrando ocupación constante que r~munere su trabajo, olvidarán la miserable política, las d;visiones de parti• Cuando se escribi6 este artículo aun no se había comenzado
el camino de ruedas al puerto de Buenaventura. cuyos trabajos
«:stán ya muy adelantados-L.
EE.
CUADROS DE COSTUMBRES
103
do. y las animosidades Y rencores". Esta~ palabras hacen
al presente la descripción del Sur, tan rico, tan hermoso ...
pero tan desgraciado.
Ojalá que sus buenos hijos comprendan la importancia
de la obra proyectada y la auxilien y fomenten con todas
sus fuerzas. Van a resolver ahora la suerte de su patria y
\ su propia suerte: la gloria o la responsabilidad de los re'
\sultados les pertenecen. Hijo del Sur, contribuyo con mi
~arte con lo que puedo, manifestando a mis compatriotas
~ mal y el remedio, el presente y el porvenir.
\
\
\
\
BAJANDO EL DAGUA
(1850)
Gracias al hado benéfico y a los firmes cascos de nues'
tras mulas, habíamos terminado la bajad:- del Hormiguero,
sin detrimento de nuestras personas, y estábamos en la po'
blación de Juntas.
En este punto el Dagua, que viene bullidoso y galantea'
dor por la derecha, y Pepita, que aparece con timidez y re'
milgo, por la izquierda, se encuentran, se oyen y se aman;
juntan luégo sus ondas y sus destinos, adoptando en su
consorcio el nombre y hasta las geniadas del río varón;
siguen como conjunta persona el curso vario y agitado de
su vida, con las querellas domésticas que se sospechan,
pero que ocultan para quien los trata Iluperficialmente; y
mueren al fin, indentificados y. mansos. en la bahía de
Buenaventura, formada por ese Océano sin fondo y sin
horizonte, como la eternidad, que se llama el Pacífico.
En Juntas pasamos el día siguiente, que fue domingo;
aprestándonos para emprender la bajada del Dagua a los
primeros albores de la próxima mañana, y empleando lo
demás del tiempo en las tres cosas máe, inofensivas en la
tierra caliente: la charla, el cigarro y la hamaca. Entre la
106
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
travesura incansable de la una, las azules bocanadas del
otro y la voluptuosa oscilación de la última, las horas discurrieron rápidas, y el sueño de la feliz edad en que nos
encontrábamos vino con la noche y con el arrullo de los
ríos vecinos a adormirnos profunda y sabrosamente.
A la madrugada estábamos listos y esperábamos a los
bogas, que nos habían prometido ser puntuales como los
gallos que a esa hora cantaban por tod~.¡;;partes; pero las
últimas e.c;trellas desaparecieron, la luz, indecisa al principio, rosada luégo, y deslumbradora al fin vino coíi el sol
sobre el horizonte, y nuestros bogas no se presentaban. La
marcha en hora avanzada tanto quería decir como prohibición de descanso y sombra en todo lo que nos quedase de
día, oscuridad y peligro en los malos p:: EOS del río desde
que cerrase la noche, y entrada a la bahía de Buenaventura entre tinieblas, con el viento encontrado y el mar en
vaciante. Estas consideraciones, unidas a la impaciencia
propia de nuestros juveniles años, nos traían contrariados
y propensos a armar camorra a nuestrN hombres cuando
se nos, presentasen. Amaini:!mos, sin embargo, ¡::uando un
flemático vecino nos enderezó una erudita disertación demostrando tres puntos: primero, que nuestros bríos eran
inútiles para remediar 10 ya sucedido; segundo, que la informalidad es condición que por sabida se calla entre nuestros paisanos; y tercero y principal, que ese día era nada
menos que lunes, hasta donde suele prorrogarse el régimen
de holganza del domingo. iLástima de no haberlo com'
prendido antes para haber dormido más:
Las ocho serían cuando cuatro negros hercúleo s, con la
manta terciada sobre los hombros desnudos, el cigarro en
CUADROS DE COSTUMBRES
107
la boca, la audacia en el rostro y el vigor en tod<!.su férrea
musculatura, se nos presentaron en la puerta.
, -Buenos días, brancos, nos dijeron; vustedes son los
que se van con nosotros?
-Sí, camaradas, les respondimos, y ojalá que sea pronto.
-Pus a ver los buques de ropa (carg:1s) y nosotros les
avisaremos la hora de montar.
AI~aron las cargas, que nosotros apenas podíamos mover,
con la facilidad con que hubieran levantado su capisayo o
manta, y se marcharon . .5iguióse otra buena media hora
de espera; y no pudiendo ya refrenar nUf'stra impaciencia,
resolvimos trasladarnos a la playa para activar la partida.
At:.:acadasa la margen del río y meciéndose blandamen'
te al compás de las ondas ri~adas, dos pequeñas canoas pa,
recía que esperaban la hora de surcar las aguas. Los equi,
pajes se habían repartido en las dos, ocupando los estremos
de cada una y dejando en la parte media un corto espacio
vacío, demarcado por los bordes de la C.Lnoay los costados
de las cargas. Ese espacio había sido tapitado en su con'
torno con hojas de jigua que sobresalían más de una cuar'
ta de los bordes de la canoa: parecía un nido de hojas do,
radas y simétricas, mecido sobre el agua transparente por
las brisas cariñosas del río. Dos palancas cortas y un cana'
Iete, completaban los aprestos de cada canoa. Era, pues,
seguro que cada uno de nosotros ocup<1ríasu nido en la
piragua, que tendría en ella dos bogas y que seguiría solo
los azares de la jornada.
Otro largo rato esperamos a los bogas en la playa, cuan'
do se presentaron venían relamiéndose y saboreándose con
sus anchos labios y sus dientes de marfil claro indicio de
que habían almorz,ado a su sabor y a SUb anchas. Habían
108
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
también eliminado todas las piezas--4e1vestido, menos el
pantalón, que 10 traían enrollado hasta los muslos y un
ancho sombrero de hojas que les resguardaba hasta los
hombros. Tenían mucho de original, de salvaje y de hermoso aquellos hombres, negros como el azabache, esbeltos y musculosos. que arrostraban el sol y los insectos, la
fatiga y los peligros, y a cuyo lado parecíamos nosotros enanos, criados entre algodones y' azoradoe y' tímidos como
niños.
-Se me figura, me dijo por lo bajo mi compañero, que
estamos en las costa,>de Africa; que la arena nos quema los
pies, que las serpientes silban, que los leones rugen ....
-Arriba, pues, nos apostrofaron nuestros conductores:
dénnos las mañanas y vámonos con la ayuda de Dios y de
María Santísima.
Partiéndose ellos en dos parejas, cad:\ una tomó posesión de una canoa, colocándose un bo~:•. pn cada extremo
de ella. "¡Adentro, .patroncito!", me di!eron señalándome
mi nido, en el que me introduje como mejor pude y procuré sentarme de la única manera comp:!tib1econ la estrechez; del espacio, doblando las piernas cnmo los orientales,
"Estese quetico, me añadieron, no vaya :t ser cabeceador":
y desataron la canoa. Al instante esttl'n:mos en la mitad
del río y la corriente nos tomó de lleno para abajo. Mi compañero se embarcó después que yo, y en la primera revuelta del río 10 perdí de vista: quedé solo entre aquellos
desiertos, a la merced de las aguas y de mis conductores.
Como el potro indómito que por primera vez; siente la
silla, así partió a botes y corcovos la ágilnj~aal'a l''1r::v:nleando a veces, otras hundiéndose y luégo sobeaguándose con
indecible volubilidad. Conservar el equilibrio en semejan-
CUADROS ÚE COSTuMBRES
109
tes vaivenes me era imposible, por más que quisiera ceñir'
me fielmente a la consigna de los bogd.S;ellos, en tanto,
'seguros e impávidos, maniobraban por uno y otro lado,
con la palanca o el canalete, a pie firme sobre los bordes
de la canoa como si formaran con ella una sola pie2;a.
Combatida tan reciamente la embarcación, a poco rato
estaba llena de agua.
-Amigos, dije angustiado a los bogas nos vamos a pi,
que.
-No tenga cuidado, branco, me contestó el delantero,
que aquí van los estrumentos.
y me mostró sus pies, anchos como los del pato. Efec,
tivamente; vi luégo que, por un movimiento rápido de
uno contra el otro, el agua comprimida saltaba como en
una piía.
El Dagua es más bien torrente que río: corre entre an'
gostas márgenes y con poco raudal, estrellándose clamo'
.raso contra las piedras. En ocasiones se r'strecha entre ro'
cas, y forma chorros, saltos, sumideros y remolinos; en
otras se esplaya en pozos diáfanos y m:l.l::'ws,que retratan
el cielo y los árboles de los contornos. Es tan impractica'
ble en algunos puntos, que las canoas tienen que abandonar el cauce del río y pasar arrastradas a bra2;ospor sobre
la arena o el cascajo, o a fuer2;ade palanca por las zanjas
abiertas entre las piedras por las manos de los bogas. En
otros puntos la impetuosísima corriente de un chorro en'
vuelve y arrebata la frágil embarcación, el viento zumba en
los oídos y los ojos ven con horror la pe5a donde va a es'
trellarse y despedazarse la canoa; pero entonces el boga,
firme en su puesto, ágil y sereno, enristr? la palanca, clava
su punta con admirable destreza en los pequeños agujeros
110
BiBLIOTECA
ALDEANA
DE COLOMtllA
que en la piedra lisa han ahondado sus predecesores, y la
camoa vira dócil y aprovecha el impulse para escapar en
otra dirección. Al ,errar una palaneada todo estaría perdido: con razón dijo el doctor Duque Gómez que cada
canoero era un Neptuno y cada palancada un milagro; y
otro viajero llamó a los bogas pescados en el agua y maromeros en la canoa. Puede aplicarse al Dagua 10 que se
dijo de otro semejante: "Altemativam", -.te apacible como
un lago e impetuoso <:omouna catarata, fero siempre tortuoso y quebrado en su curso, este río parece complacerse
en el desorden y en los contrastes".
Dos c::tdenas de montañas corren casi paralelas en las
márgenes del Dagua; sobre el follaje tupido que las entapiza con los variados tintes de su verdlJra y sus festalles
de diversas flores, descuellan árboles gigantescos, aprisionados por los retorcidos lazos de los más caprichosos bejucos. El mutmullo de los torrentes, 1m discordes ruidos
de los animales y el canto de infinitas variaciones de las
aves, se ocultan en el misterio de las selV'!S;y apenas se ven
de cerca los pájaros que revolotean por tndas partes, entre
ellos la bellísima Primavera, vestida con los colores del iris,
tal cual culebra que se desliza cauta c. hgarto que huye
azorado; y a 10 lejos, en las copas de los árboles, corrillos
de monos gravemente sentados tomando un poco de sol
y parloteando a gruñidos, o largas filas de ellos que van de
paseo saltando de rama en rama. Y CC.,l',O el Dagua lleva
grande declive en su curso, al seguirlo ron la vista, hacia
arriba semeja una faja de plata destinaJa a marcar la cintura de las montañas
Encuéntranse de trecho en trecho a hs veras del río haciendas y caseríos, en cuyos huertos se madura el plátano
CUADRÚS DE COSTUMBRES
111
que destila miel, la exquisita piña, la d'11dsima naranja, y
donde el ma~ y la caña de azúcar, disputando el suelo al
intrincado guadual, adquieren propotciones inusitadas. Se
ven también con frecuencia barracas levantadas sobre es'
tantillos de guadua, con su especie de b'llcón defendido por
barandillas de cañas, a cuyas inmediaciones se asolean las
atarrayas y se cuelgan, los anzuelos de los pescadores que
las habitan: es el apetitoso nayo el pez que ellos rebuscan
entre las ondas del río. El paisaje del Dagua es, en fin,
tan variado como pintoresco, y si no fu.;ra por las cuitas y
sinsabores consiguientes a la navegación Impuesta por la
necesidad a ese río que para tanto no ful'",creado, el viaje
a Buenaventura podría hacerse por placer, recorriendo tantas bellezas para llegar a la más grande y sorprendente y
magnífica de todas, la del mar.
Los varios puntos notables del río se denominan arrastraderos, si en ellos hay que arrastrar la canoa a guisa de co'
.::he, y botaderos o salideros, si hay qut' tomar un sesgo o
aventurarse en una corriente. Tiene además cada uno su
historia más o menos trágica y su nombre especial: entre
. los que recuerdo por más peligrosos desde Juntas hasta El
Salto, mencionaré a El Credo, Cartage.c.a, La Media luna,
Sombrerillo, Infiernito, La Tarabita, La., Animas, La Cuelga, El Palo y La Víbora.
Hallábame justamente con el resuello corto en uno de
estos pasos, cuando de vuelta encontrada dí con un amigo
que procuraba remontar la corriente con tantas dificultades
como a mí me sobraban facilidades para bajada. Pasé como
relámpago por cerca de él y entablamos a gritos este diálogo:
112
BIBL10TECA ALDEANA DE COLOMBIA
-¡Hola, amigo!, me apostrofó el que bregaba por su'
bir, ¿qué tal va usted por allá?
-No muy bien que digamos, y usted qué tal?
-Un poco peor, pues si por allá llueve por acá no es'
campa.
-j Adiós!
-¡Adiós!
A mí me bastaría con pocas horas pena bajar el Dagua,
mientras que mi amigo que lo subía llevaba empleados ya
tres días; y gracias a que el río estaba bajo, que al hallarlo
crecido, con una semana no le sería sufriente.
A las 2 horas de viaje habíamos Uegado al Salto. Forma
allí el río una catarata que pasa de los límites de las que le
son tolerables y toleradas, y es preciso o transportar las naves por tierra como Núñez de Balboa, o tomar otras de las
que han subido desde el Saltico. Hay en el Salto una gran
casa pajiza, a manera de tambo, condec.oradacon el título
de Bodega; el bodeguero. había tenido el buen gusto de
ausentarse; y aquel castillo sin casteIlan.')convidaba al des'
canso a quien, como yo, sentía la nece,,"dadde estirar las
piernas y de orear el vestido mojado. Mi compañero llegó
a poco rato, desconcertado y maltrech•...como yo, pero
sano y salvo, que era en fin de cuentas le· Jf,ása que se po'
día aspirar en aquellas alturas.
Contratadas las nuevas canoas y trasbordados a ellas
nuestros equipajes, ocupó cada cual su nido en la parte
media de la suya y nos volvimos a serarar hasta mejor
ocasión.
Con peripeciasy vicisitudes semejant'!sa las ya referidas,
y dejando burladas las malas intenciones de Perico, Jaramillo, Catanga, Tortugas, Castillo, Cacagual, Remolino y
CUADROS DE COSTUMBRES
113
otros peligrosos pasos, abordé a las dos horas largas a las
playas del Saltico; segunda detención obligada y nuevo
cambio de canoas, porque otra vez el ri0 se propasa a mayores y se permite otra catarata superior a sus atribuciones.
Hay en el Saltico bodegas pasables, algunas tendezue~as
de provisiones y una casa en forma, habitada por el obsequioso señor Manuel Fernando Ayala, de quien por lo generalllevan los viajeros agradecido recuerdo.
Antes que nosotros y en vía para Juntas, había llegado al Saltico una señora francesa, la que con extremada locuacidad y diligencia tomaba disposicionel'para continuar
su marcha. Seguramente nuestra presencia no le fue de feliz presagio para 10 que la esperaba, pnes nos dijo entre
recelosa y burlona:
-¡Oh, señores!. .. yo creo que los vestidos de ustedes
han tomado mucha agua...
-Será tal vez de la que hemos sudado, le repuso con
soma mi compañero.
-¿Y el mosquito los ha favorecido a ustedes demasiado?
--Con sus más expresivas demostra6ones.
-¡Oh! conmigo él 10 ha hecho de unt'omanera toda especial...
-¡No le arriendo las ganancias a e:;ta pobre madama!,
murmuró alejándose mi compañero.
De este punto para abajo las canoas pueden no ser uni·
tarias y cesan las estaciones y los tra3l-,ordos. Pudimos,
pues, en una sola embarcación acomodamos los dos pasajeros y nuestros haberes, y prometemos llegar así, Dios
mediante, al puerto de Buenaventura.
Aunque el caudal del río es ya mayor por los afluentes
que se le han ido incorporando, no rompe sin embargo sus
114
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
tradiciones y las recuerda de vez en cU'\udo con chorros y
remolinos peliagudos, tales como los de Tagua, Pureto, La
Colorada, Cumbamba y Trapiche. Encu~¡.trase luégo el ca'
serio de Santa Rosa, desde donde el río empieza a sosegar'
se y la palanca de los bogas se cambia por el canalete; la
embarcación resbala sobre la tersa y apacible superficie
de las aguas, ayudada por la suave corriente y por el re'
mo que le sirve de timón. Las márgenes van apartándose,
los montes se aplanan; vánse dejando :ttrás los caseríos de
San Cipriano, La Mojarra, Santa Gerrrudis, La Cruz¡ y.
Mondomo; el horizonte se dilata, y las brisas, mensajeras
del mar, parece que se atropellan para advertir al presun,
tuoso viajero la estupenda, la terrible majestad ante la
cual pronto va a comparecer.
Como 10 habíamos temido, la noche nos sorprendió cuan'
do nos faltaba gran parte del río por bl jar A proporción
que las tinieblas fueron condensándose y con ellas el silen,
cio y la soledad aumentaron su pavoroso influjo, el diálo'
go entre mi compañero y yo fue desanimándose y decayen'
do, hasta que al fin cada cual se concret¿ en su propio ser,
en las profundidades de su alma, repasando sus melancó'
licos recuerdos o acaricrendo sus esperanzas inciertas. L08
bogas se dirigían de tarde en tarde algunas concisas ad,
vertencias, silbaban o canturreaban los aires de su país,
hacían centellear la piedra herida por el eslabón para en'
cender su cigarro, y el silencio y el anonadamiento reco'
braban su absoluto imp~rio. Y la canoa se deslizaba me'
ciéndose blandamente, Como si quisiera adormirnos, <} oo·
mo si recelase turbar con un ruido ind:6creto el sueño de
la naturaleza.
En nuestra marcha veíamos fulgurar <t lo lejos y extin-
CUADROS DE COSTUMBRES
115
guirse lentamente un foco luminoso; otr/) aparecía después,
nos acompañaba y moría: era el fuego Jt» hogar encendido en las pobres habitaciones diseminadas en las márgenes
del río .. En una ocasión un boga rompió el prolongado silencio al ver aparecer una de esas remota.s luces;
-Allá
están velando a mi compadr~ Camilo ... j alma
bendita! ..
-En toda la tetilla le clavaron el cachi-blanco ... Dios
nos favorezca!, añadió otro boga.
En la situación en que nos hallábamns, predispuesto el
ánimo para las cosas sombrías, esas pocaF frases me impresionaron de tal modo que sentí estreme~rrst:me los nervios
y dilatárseme los ojos en sus órbitas.
-Que me emplumensi no fue por alguna pelandu.~c;t.
comentó sentenciosamente mi compañero; y como los bogas no le contradijesen, añadió con solen.nidad: ¡Hum .. !
¡quien calla otorga!
Al cabo de unas dos horas el balancee' de la canoa empezó a subir en rápida progresión, el viento húmedo agitaba sordamente sus alas, el frío se introducía hasta los
huesos, los canaletes de los bogas hendían el agua con perseverante esfuerzo, y la voz de mando nel patrón fue haciéndose frecuente. La situación se complicaba sin duda;
y poco a poco se complicó de tal suerte, que creíamos llegado el caso de interpeiar a nuestros conductores. Era que
nos aproximábamos al Arenal, que la f'-iarea, que apenas
antes percibíamos, nos combatía ya de Iieno, que la bahía
estaba celca y el mar nos aguardaba. Fn el Arenal los b(\gas hicieron alto, tomaron huelgo, acordaron algo sobre la&
operaciones futuras, y después de una lil>ación redoblada,
recobraron sus puestos y seguimos la marcha.
116
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
Un rato más y estuvimos en la bahía, Las olas jugaban
con nuestra canoa, el agua y el viento nos traían entumecidos, la lobreguez se espesaba en nuestro contorno, y la
ansiedad, casi la congoja, se apoderaron de nuestro ánimo.
¡Qué negro, q' implacable, qué desamparaJo nos pareció el
mar! A la merced de su fuerza invencible, no podíamos
comprender que fuese dable marcar rumbo a nuestra embarcación, que toda la debilidad del hombre tuviese la loca, la impía audacia de medirse con toda la omnipotencia
del piélago ilimitado. Los titanes de la fí bula escalando el
cielo nos parecieron menos temerarios que nosotros: ellos
eran titanes y nosotros orugas; su empresa fue una quimera, la nuéstra una realidad, , En un recodo del horizonte se destacó de repente una
luz fija y redonda; fueron luégo reuniéndosele otras y otra"
que brillaban como estrellas sobre la gasa de la noche, o
como los fuegos postreros que quedan diseminados en el
campo reducido a cenizas por el incendiC' voraz de la roza " Era la población de Buenaventura, el término de
nuestra angustiosa jornada, el descanS0 de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo,
-¡Boguen!
¡Boguen!, decíamos a nue!tros conductores;
y nos parecía que no avanzábamos; qu~ nunca cumpliríamos el vehemente deseo de alcanzar aquellas tentadoras
luces, de vemos en tierra firme, pisando el elemento en que
habríamos de sentimos fuertes y libres, Medidas por nuestra impaciencia, cuán larga se nos hizo la travesía hasta
Buenaventura! ¡cuán indolentes y perezosas
las horas
que transcurrieron!
Al fin llegamos a la isla del Cascajal y pisamos las calles
CUADROS
DE COSTUMBRES
117
de la población, que para nosotros justifcó su nombre de
Buenaventura. Eran casi las once de la noche.
-Bien venidos, nos dijo y nos repiti{' apretándonos la
mano en su casa el generoso Nico Lañas.
-Una
cama blanda y caliente, le pCEimos gozosos; y
si anduviese por ahí trasconejado algún sustancioso pernil
en unión de un buen vaso del añejo ]erez, que sean tan
bien venidos como nosotros a esta casa bospitalaria.
LOS DIABUTOS
Fiesta popular de la ciudad de Antioquia
Los Diablitos forman la principal diversión popular de
los antioqueños. Desde el 28 de diciembre, los últimos días
del año son para ellos de orgía y de locura; así es que por
a1ca..l1zarlosh~n hecho a veces jomada.5 increíbles y sacri,
ficios costosísimos. Cuando la buena o la mala suerte los
ha llevado a tierra extranjera, por acomodados y distraí,
dos que en ella se encuentren, al llegar ~! 28 de diciembre
se entristecen, y dedican ese día en tod1s sus horas al re'
cuerdo melancólico de su país, y a pr¡>guntarse a sí mis'
mos: "¡Cómo estarán en Antioquia!"
Antiguamente reinaba en el día 28 y sus siguientes una
absoluta democracia. El pueblo se reunía en la plaza y
aclamaba todos sus mandatarios; las autoridades constituí,
das se declaraban en receso, de tal manera que el goberna'
dor hacía solemne entrega del bastón, SIgno de su catego'
ría, al que para tal destinaba el pueblo. En las misas de
Pascua ocupaban los funcionarios aclamados los asientos
de honor, y el beso de la paz (que ent~Lces era una cere'
monia importantísima), se les daba a ellos Aquellos man'
datarios, bien que fueran de fiesta, tomab"n por lo serio
120
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
sus encargos y mantenían el orden, oíar. d.emandas, impo'
nían castigos, y ejercían, en fin, todas las funciones de los
que subrogaban, teniendo sus actos entero valor. Tal es la
fuerza de la costumbre, que a nadie oCJrrió prohibir esa
suspensión de las leyes, y que sin embarr:o de ella, los ex'
cesos eran raros y el alborozo popular nc pasaba los lími'
tes de 10 honesto y permitido.
En esos días todos los antioqueños formaban una sola
familia, todos se disfrazaban para represpntar sainetes cal,
cados sobre los acontecimientos del año, para bailtL en to'
das las casas, para cantar canciones m.evas y atrevido::
bundes, para -correr toros por las calles. y, en una palabra,
para divertirse en una perfecta fusión y de todos los mo'
dos posibles.- Como naturalmente debía mortificarse en los
sainetes a algunas personas, se les tomlba previamente su
venia, y casi nunca se vio que la negaran, y el público se
divertía a Su cargo y en sus barba~, sin que ellos tu-
vieran otro recurso que aguantar como estoicos. Pasados
los días terribles, el puehlo volvía a sus ocupaciones ordinarias y todo marchaba con el acostumbrado arreglo.
Si se examina concienzudamente esta diversión antio'
queña, no puede menos de aprobarse: onrque es muy jus'
to dar al pueblo pobre y laborioso, tras de un año de su'
dar y fatiga, unos días de. descanso yfú!-lilo; porque de la
reunión de las clases sociales nacen positivas ventajas mo'
rales y políticas; porque en esa clase de regocijos, por el
niero hecho de ser públicos y universal.:" no puede haber
abusos, ni temerse malas consecuencias. y sí hay todo esto
cuando por carencia de pasatiempo amplie y libre tienen
los trabajadores que buscarlós en los garitas o en los en'
tretenimientos clandestinos; porque se estimula la econo,ii
CUADROS DE COSTUMBRES
121
mía y la buena conducta en todo el año, supuesto que tie'
nen los individuos que trabajar y ganat y ahorrar para
poder, en ¡os días públicos, gozar con todos y como todos;
porque dejando al pu~blo solazarse a su sabor por algunos
días, se s;¡tisface y descansa, y vuelve g-ustoso a sus fae'
nas. Además de estas razones, la CrítiC3 que en los men'
cionados sainetes se hace de los suceso$: del año es' una
sanción fuerte que impide o castiga la.' malas acciones.
Todos 105 pueblos, y en todas las époCas. han tenido pe'
riódicamente días de desahogo y alegría frenética; y sin
ir muy lejos ni remontamos a siglos pasados, los Carnavales
báquicos y tormentosos de Italia y Francia nos lo demues'
tran.
En nuestra república, Bogotá tiene sus Octavas y sus
Matachines; Neiva y el Cauca, su San Juan; Popayán, sus
Negritos; las provincias de la Costa, sus Carnavales, y así
de las demás, casi sin excepción.
Pero coloquémonos en la ciudad de Antioquia el día
28 de diciembre de 1851. Veamos Diablitos.
:¡;:mpezósepor publicar un bando permitiéndolcs por tres
días, y poniendo algunas restricciones.
Desde la víspera una gran concurrend¡¡ llena las calles:
los huéspedes de diferentes clases van tomando posesión de
las casas de sús amigos, y por todas partes se tropieza con
sus sirvientes, sus cabalgaduras y equipajes. Las tiendas
ostentan sus telas escogidas, sus licores y colaciones más
provocativas: muchas se improvisari para esos días y mu'
chas se injertan de fonda, 'botica y ropas Esa noche ya se
oyen cantos moderados, los tiples y bandolas trinan mo'
de~tamente, algún baile como de ensayo bombonea a lo
lejos, uno que otro pleitecillo y alguna corta aventura
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pasan sin consecuencia en la oscuridad de la noche. Al
fin amanece, y el esperado sol del 28 luce con toda su
pompa tórrida en el cielo azul de la hija del Cauca y la
arrullada del Tonuzco.
Es un día de verano, diáfano y suavlsimo. Todos ma'
drugan, tod.os esperan, todos están de fi('sta Una doble
hilera de asientos de toda clase y edad. sillas, taburetes,
bancas, esteras ocupan las aceras de la larga línea de ea'
lles, desde la de la entrada hasta la de la Glorieta: poco a
poco las mujeres, vestidas con lo mejor de su ':!.Víoy el
fruto de su trabajo y economía en todo el año, peinadas
con 10 más selecto de su tocador, y estando en su concien'
cia lo mejor que les es posible, van tomando posesión de
sus respectivos asientos, y junto con ellas vienen sus pe'
queños hijos, orondos y huecos porque en ese día están
estrenando. A las diez de la mañana, todos los que han
venido a ver DiabUtos están presentes y los esperan.
-¿Qué invenciones saldrán hoy? ¡Hiio del diantre, que
este año sí es que va a estar la cosa calier.te!Mi compadre
Pedro sale de Don Manuel, y ñuá Sinforiana de Doña
Clara. ¡Qué fea está aquella del peinetón! ¡Ah lindo traje
el que tiene la niña Carmelita! ¡Déjate de eso!. .. ¡Jesús!
¡Campo y anchura! Licencia Sres. etc.; son las pláticas que
se oyen entrecortadas y las voces que Sp mezclan y con'
funden .
í Ahí viene un sainete! Realmente: una comparsa de hom"res, todos con anteojos verdes, enormes bigotes y pintu·
reados de colores vivos, llevando a gui~a de capotillo pa'
ñolones doblados a lb ancho, se entraron en medio del bullicio universal a una casa. Allí en verso octosflabo y en
redondilIas declamaron un rato, se equivocaron otro, pi'
CUADROS DE COSTUMBRES
;
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~
dieron el perdón de ordenanza al concluir, tomaron un corto trago, y se marcharon a repetir en cien otras casas 8U
composición y sus sudores. Tras de este vino otro mejor;
otro malísimo; otro sobre el justo medio en política, excelente; otro de militares; otro de gallinas y zorros; otro de
clérigos; otro de un baile que duró ml~cho; otro de barbaridades; otro ídem; otro de archi-barbaridades;
otro de
sal y crítica, cte., cte., ete., hasta las siete de la noche.
Al mismo tiempo otros disfrazados ~on plumas en el
sombrero a la española o escocesa (y con anteojos por su'
puesto), preIudiaban con gusto una guitarra y cantaban
en otras casas, en acordado trío, los siguientes versos de la
bellísima "Canción" del señor Germm Gutiérre:z, Piñe·
res:
Tiñen tu frente y tus mejilla •• cándidas
Desvanecidas sombras de carmin.
y asi contrastan tus miradas lánguidas
Con tu limpio color de serañn.
Guardan tus labios purpurinos, bellos,
Cuanto en deleites envolvió el amu;
y excelsa gracia se percibe en ello&,
y de tos cielos el fragante olor.
Aquel que mira de tu linda boca
Un leve movimiento, un sonretr
Por ti concibe la pasi6n más toca,
Por tí en amores sentiráse hervir
Otra sala daba amplio espacio para un Fuga que tocaba
un negro canudo, y bailaba con entusiasme una negra de
iguales pormenores, disfrazada con una mochila en la cara
El negro cantaba, entre otros, los siguientes versos:
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Zatnbita, si a otro querrs
Desde ora sábete vos,
Que así que me la pegués
También te los pego yo.
Ay. ay, ay. Juana María.
T enés un encaderaje
Más blandito y compasado
Ay. que un colchón de plumaje.
Tus dientes que cortan hilo
Cortan también corazones,
y después querés coserlos
A surjete y a tirones.
En otras partes otros disfrazados (se sobreentiende que
con anteojos), decían en falsete cuatro o seis chuscadas que
habían repetido veinticinco veces en otras tintas casas, y
que tenían propósito firme de seguir gastándolas en las
sucesivas. Por allá unas mujeres querían ser hombres. Por
acá unos chicue10s querían ser grandes Los sainetes, cantos y bailes, iban acompañados de contorsiones y meneos,
que aunque quitaban parte de la gracia que se proponían
hacer, creían sus autores que eran de rigurosa retórica.
Las calles, mientras tanto, eran un totis de revultis; en
todas había constante distracción, de tal manera que las
espectadoras hacían maldito
-caso del sol vertical que las
tostaba. Bien que, debe advertirse en su justificación, muchos sainetes se terminaban con bailes en los cuales tocaba su manita a las susodichas espectadoras . L~s muchachos por de contado que estaban en sus ¡;rlorias, y las señoras y los hombres graves tenían el oficio de recibir y
CUADROS DE COSTUMBRES
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tributar aplausos a los que entraban a sus casas sin intermisión con sus diferentes embajadas.
El día concluyó. La estrellada noche cobijó con su manto de sombras las lucubraciones de los Diablitos. No vi un
solo desorden: la moralidad (que Dios conserve) del pueblo antioqueño, está a prueba de diver¡:ión y licor. Uno
que otro baile de candil y garrote fue scrprendido por el
sol del 29.
Como el anterior, el día 29 fue hermosísimo. Las mismas espectadoras, en los mismos asientos y en la misma
viviente linea de las aceras. Los mismos curiosos vagantes.
Todas las casas abiertas. Toda' la gente de buen humor.
Continuaron los sainetes. Ya un jesuita pidiendo limosna, jorobado, con una cruz en la mano y un puñal en el
seno. Ya un enfermo hidrópico de conserva, recetado por
un médico liberal en píldoras. Ora un par de enamorad,
que se desenamoran por cuatro frescas que un viejo dice
contra las mujeres. Ora un soldado que no es soldado, y
que queda de soldado sin serio, y yuelve a no quedar y a
no volver.
Siguen las canciones:
Continúan los bailes.
Los anteojos se adoptan con furor.
El licor se bebe y se suda prodigiosarep.nte.
Anochece. En esta, como en la noche anterior, el pueblo
no duerme: baila, canta, camina y bebe
La última aurora que ha de alumbrar a los Diablitos luce
el 30. Día espléndido. Gente incansable: todo vuelve al
lugar y oficio de los dos días anteriores
Pero demos un paseo. jSanto CielQ! ... ¡qué negra!,
esponjada como un globo, y con las piernas flacas como las
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•.~i:a._....L'----_ .~ •._... _~
de un venado parece una inmensa bomba descansando sobre dos alambres mohosos! Vea usted, en esa estera, otra
negra que se asienta descuidada, y a su lado reto~an alguno::> chicos: parece lámina de <;Ellnstructor» representando
una familia en el Congo. ¡Qué hombre tan largo! De este
sí que diría un politicastro, que domi"a la situación! Bonita muchacha; eó aquí muy común tener hermosa cabellera. Llamo a usted la atención sobre aquella poltrona
del tiempo de los l'atriarcas; sobre los an eos de aquel viejo
que parece representar.do la peti-pieza de "No más muchachos". Vea, vea usted... un casacón monumental: talle en los lomos, correa metálica y cordera pascual en el
cuello, punta de diamante en los faldúnes... Oiga usted
esa conversación; esta gente es muy despierta. Crucemoe
por aquí, esta es la calle de las lindas. Esta señorita es rosada y bonita, tiene ojo vivo, y debe ser inteligente. Aque'
lla otra con sus ojos bajos está interesante. Esas herma'
nas son tan afables como hermosas, y tienen de retaguardia algunos pesos. En aquella puerta están sentadas otras.
hermosa habrá sldo la que actu:!lmentesonríe con sus blancos dientes: la que le sigue parece una cervatilla de ágil
cueHoy OJO chispeante; pero joh! jqué tipo tan romántico
es el de la que la acompaña!. " parece ulla hermosa muestra dibujada en sombras por Julien... Sigamos. Mujer
gorda, y que a muchos parece hermosa: tiene despejo y
espiritualidad. Un matrimonio que se mlma hoy como aho,
ra veinte años en que se casaron. j Siempre bayonetas y
soldados! Retirémonos.
Una canción se ejecutó esta tarde ba'ltante bien, y alguno me dijo que era en recuerdo delluddo ymalogradojoven Pedro Londoño. La música era melancólica y la letra
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la habían tomado, con ligeras variacionl:~, de los sáficos
"A Suere" del señor Manuel María Madieuo: cantaron lor.
siguientes:
De un pueblo de héroes inmortal, renuevo,
Noble corona de marciales triunfos,
Fuiste un meteoro de sublime gloria
¡Raudo y hermoso! ..•...
, ...•.
'"
.. ,
Así se admira en el oscuro polo
Un breve rato la boreal aurora;
y más que nunca con su ausencia vuelve
¡Lóbrega noche!
Antioquia así te disfrutó un momento,
¡Bélico arcángel de precoz fortuna!
Te fuiste al cielo, y le quedó a la Patria
Sangre y dolores ...
Digna de especial recomendación me pareció otra canción de despedida, sentimental en la nlÚl'lCa y el verso.
Algunos jóvenes se medio disfrazaron, y bailaron con
las señoras en las c.asas adonde entraron: los aniíoqueños
bailan bien, tratan con finura a sus panjas, y éstas des'
empeñan cumplidamente su encargo
Todo va a concluír: los afanes de tlrtos días, los dcseos, los ahorros de ta:lto tiempo, todo !1enó su objeto ...
y el tiempo voló. ¡Triste condición humana, que cuenta
por momentos rápidos el placer, y la a1"'argura de la vida
la tuvo antes y la encuentra después del goce! ... La TI
che cierra: los ánimos están gastados por 72 horas de ha-
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canal, y esta noche es menos bulliciosa Que las anteriores.
Cada cual se emplea en acomodar lag trajes de la pasada función, en madrugar y hacer traer las bestias que los
deben de'vo\ver a la pa2; y al trabajo domésticos.
¡Qué bu~nos han estado los Diablito:i!
Economizar
para los venideros, y hasta de aquí a un élño
¡Adiós!
y icuántos ignorados frutos habrán producido los Diablitos!
Amores, celos, matrimonios, historias ignoradas, aventuras de grata recordación, pérdldas, gananclas ... ! ¡Y sabe:
Dios cuál será el porvenir del pobre pueblo que se divierte!
Al día siguiente todo había concluído; los vestigios de
las fiestas quedaban ~n los rostros trasH'xhados, y en los
bolsillos vacíos: la ciudad silenciosa y tranquila esperabJ.
sus once meses y veintiocho días de soledad y trabajo. ]
pueblo antioqueño, escrupuloso en sus deberes, no tuvo
una hora más de desahogo de las que <¡ele habían permi-
tido.
INDICE
Págs.
Don Manuel Pamba
5
CUADROS DE COSTUMBRES
La niña Agueda.
El maestro Custodio ........•..................
Por el barrio de las Nieves
La guitarra ..................•.................
Cuadro de la Virgen de la Luz
Una excursi6n por el Valle del Cauca
Bajando el Dagua
Los Diablitos
o
••
15
31
55
69
85
89
105
119
Descargar