El Consejo General del Poder Judicial como garantía de la

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El Consejo General del Poder Judicial
como garantía de la independencia judicial
Jaime VEGAS TORRES
Catedrático de Derecho Procesal
Universidad Rey Juan Carlos
El CGPJ requiere urgentemente profundas reformas que le ayuden a salir de la grave crisis
en que se encuentra. En este trabajo se plantea una reflexión basada en las previsiones
constitucionales sobre el papel que corresponde al CGPJ como garantía de la independencia
judicial, desde el convencimiento de que la única vía para recuperar el prestigio del Consejo es
una reforma que lo aproxime a esas previsiones constitucionales.
Los recientes acontecimientos en el Consejo General del Poder Judicial han traído de nuevo al primer
plano el ya viejo debate acerca de este órgano constitucional. A la politización del órgano y de sus
miembros, que ya venía dañando desde hace largo tiempo su prestigio, se han sumado ahora otros factores
que acentúan el deterioro de la imagen del GCPJ ante la opinión pública. En esta situación, las
reformas anunciadas por el Gobierno en materia de designación de los vocales y de funcionamiento del
CGPJ adquieren un significado muy especial, pues de su acierto dependerá, seguramente, no ya que el
Consejo funcione mejor o peor, sino la propia supervivencia del órgano constitucional.
El modelo constitucional de gobierno del Poder Judicial se basa en la creación de un órgano constitucional autónomo y no
subordinado a los demás poderes públicos, al que se atribuyen solamente ciertas competencias gubernativas, con el fin de
garantizar mejor la independencia judicial, especialmente frente al poder ejecutivo. Para ajustarse a este modelo, el CGPJ
debería ser un órgano no politizado y con competencias limitadas a aquellas cuyo mantenimiento la órbita del poder ejecutivo
pueda poner en peligro la independencia de los jueces. En los más de treinta años transcurridos desde el primer CGPJ de
1980 este modelo constitucional no ha sido respetado, especialmente desde que la LOPJ de 1985 estableció la designación
parlamentaria de todos los vocales, estimulando la politización del Consejo. La reforma anunciada por el Gobierno debería
procurar acercar el Consejo al modelo constitucional; la elección de los vocales de procedencia judicial por los propios jueces y
magistrados es una reforma necesaria, pero no suficiente. Entre otras medidas, sería muy conveniente, en particular, poner fin
a la tendencia del CGPJ a entrar de lleno en el campo de la política general en materia de justicia, yendo más allá de las
competencias que tiene atribuidas por la Constitución y por la LOPJ.
I. EL MODELO CONSTITUCIONAL DE GOBIERNO DEL PODER
JUDICIAL: EL CGPJ COMO GARANTÍA DE LA INDEPENDENCIA
JUDICIAL
La Constitución de 1978 creó el Consejo General del Poder Judicial con el fin de que el gobierno
del Poder Judicial quedara confiado a un órgano constitucional ad hoc, situado por la propia norma
constitucional en una «posición autónoma y no subordinada a los demás poderes públicos» (1).
En España, antes de la Constitución, las funciones de gobierno del Poder Judicial estaban confiadas
al Gobierno, que las ejercía a través del Ministerio de Justicia (2). La Constitución, por tanto, priva
al ejecutivo de las referidas funciones para atribuirlas a un órgano autónomo, no dependiente ni del
poder ejecutivo, ni del legislativo. Lo que se pretende, siguiendo el camino que ya se había recorrido
en otros países de nuestro entorno (3), es asegurar mejor la independencia judicial. Se parte de la
base de que ciertas funciones de gobierno del Poder Judicial ¿sólo algunas, no todas las que
pudieran considerarse comprendidas, en general, en dicho gobierno? podrían ser utilizadas para
influir sobre las decisiones de los jueces en el ejercicio de la función jurisdiccional, con el
consiguiente ataque a la independencia judicial. Es un riesgo que se pone de manifiesto muy
especialmente con referencia a las funciones relacionadas con lo que se ha denominado régimen de
«premios y castigos» de jueces y magistrados: «premios» en forma de nombramientos para plazas
mejores o de superior categoría y «castigos» mediante el ejercicio de las funciones de inspección y
aplicación del régimen disciplinario. Solamente la atribución de estas funciones al Gobierno, sin
necesidad de plantear la hipótesis ¿perfectamente posible, por lo demás? de su uso desviado, puede
poner en peligro la independencia de los jueces que estén a la espera de una decisión sobre un
eventual ascenso de categoría o que teman verse envueltos en actuaciones disciplinarias: quizá estos
jueces, en trance de decidir un asunto en el que haya intereses políticos, pueden sentirse tentados de
buscar la solución que más agrade al Gobierno, con independencia de que sea o no la solución más
conforme con el ordenamiento jurídico.
Privando al poder ejecutivo de esas funciones se defiende mejor la independencia judicial, al menos
en tres sentidos: 1) porque se elimina la posibilidad de ataques directos a la independencia judicial
por parte del Gobierno mediante un uso desviado de las funciones de gobierno del Poder Judicial;
2) porque, incluso prescindiendo de ataques directos a la independencia, se elimina la influencia
indirecta en las decisiones judiciales que puede derivarse de que asuntos que pueden afectar positiva
o negativamente a la situación personal y profesional de los jueces (ascensos, sanciones
disciplinarias) dependan del poder ejecutivo, y 3) porque, finalmente, refuerza la confianza de los
ciudadanos en la independencia judicial, eliminado los comprensibles recelos que suscitaría que el
poder ejecutivo mantuviera competencias susceptibles de favorecer o perjudicar a los jueces.
La configuración constitucional del CGPJ como garantía de la independencia judicial ha sido
plenamente reconocida por el Tribunal Constitucional. La STC 108/1986 lo expresa con mucha
claridad:
Así, las funciones que obligadamente ha de asumir el Consejo son aquellas que más pueden servir al Gobierno para
intentar influir sobre los Tribunales: de un lado, el posible favorecimiento de algunos Jueces por medio de
nombramientos y ascensos; de otra parte, las eventuales molestias y perjuicios que podrían sufrir con la inspección y
la imposición de sanciones. La finalidad del Consejo es, pues, privar al Gobierno de esas funciones y transferirlas a
un órgano autónomo y separado (4).
Que la razón de ser del CGPJ sea la garantía de la independencia judicial, en los términos indicados,
tiene importantes consecuencias tanto en lo que respecta a las características del órgano como en lo
que atañe a sus competencias. Así, en primer lugar, para servir adecuadamente a la finalidad que la
Constitución pretende, el CGPJ ha de ser un órgano cuya actuación no se vea influida por el juego
de la política de partidos. En este sentido se puede afirmar que el CGPJ ha de ser un órgano
constitucional no politizado. Por otro lado, las competencias del CGPJ deben estar referidas a la
garantía de la independencia judicial.
II. LA OPCIÓN CONSTITUCIONAL POR UN CGPJ NO POLITIZADO
Cuando se afirma que la política de partidos no debe influir en la justicia, se hace en ocasiones
partiendo de un juicio de valor negativo hacia la actividad política, como expresión de un deseo de
liberar a la Justicia de una connotación negativa que, con más o menos justificación, se atribuye a
dicha actividad.
Me interesa mucho aclarar que no es este, de ninguna manera, el punto de partida de lo que aquí
sostengo. La exigencia de separación entre el ámbito de la justicia y el de la política de partidos
deriva directamente de la Constitución y no tiene que ver en absoluto con ninguna especie de
prejuicio negativo hacia la política que la Constitución española de 1978 desde luego no tiene. Se
trata, sencillamente, de garantizar que el Poder Judicial pueda cumplir satisfactoriamente la función
que la Constitución le confía de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado (art. 117.3 CE) con sometimiento
exclusivo al imperio de la ley (art. 117.1 CE). Para garantizar que los jueces actúen, en el ejercicio de
la potestad jurisdiccional, sometidos únicamente al imperio de la ley se les atribuye el estatuto de
independencia que significa, entre otras cosas, ausencia de sujeción de los jueces y magistrados,
cuando ejercen la jurisdicción, a órdenes o instrucciones de ninguna otra autoridad política,
administrativa o judicial.
Entre las influencias externas que la independencia judicial pretende excluir, tienen especial
importancia las que pudieran proceder de autoridades políticas, y no hay que pensar sólo en
influencias basadas en intereses políticos espurios: no solamente atenta contra la independencia
judicial la autoridad política que intenta influir sobre un juez para que no se castigue un delito de
corrupción cometido por dicha autoridad o por otra de su mismo partido; también lo hace la que,
movida por irreprochables convicciones de política social o ambiental, por ejemplo, intenta que un
juez no acuerde un desahucio procedente en Derecho o que prohíba una actividad industrial que
cumpla todos los requisitos legales para ser autorizada.
Esta es la clase de ataques a la independencia judicial que la Constitución pretende prevenir
mediante la atribución al CGPJ de determinadas funciones de gobierno del Poder Judicial. Se trata
de que las funciones gubernativas relativas al régimen de «premios y castigos» de jueces y
magistrados no estén en manos de autoridades políticas ¿sea directamente el Gobierno, sean otras
autoridades dependientes o que puedan ser controladas por el Gobierno?, para cerrar vías de
penetración de los intereses políticos ¿nobles o espurios, da igual? en las sedes judiciales. Para servir
a esta finalidad, que es la pretendida por la Constitución, es necesario que el CGPJ sea un órgano
no politizado.
Conviene advertir, en cualquier caso, que la razón por la que el CGPJ se configura
constitucionalmente como un órgano no politizado es distinta de la que explica la incompatibilidad
de la política con el ejercicio de la función jurisdiccional. Esta última incompatibilidad forma parte
de la propia esencia de la función jurisdiccional cuyo ejercicio está sometido únicamente al imperio
de la ley, lo que excluye los criterios de conveniencia u oportunidad que presiden las decisiones
políticas. No existe, sin embargo, una incompatibilidad radical entre la política y las funciones de
gobierno del Poder Judicial. Por el contrario, si se entiende que el gobierno del Poder Judicial
comprende, en general, las decisiones relativas a dotación y gestión de los medios materiales y
personales mediante los que el Estado lleva a cabo la función jurisdiccional, hay que admitir que
esas decisiones entran de lleno en el terreno de la política pues comportan elecciones entre diversas
opciones guiadas por criterios de conveniencia u oportunidad: crear más o menos juzgados,
ubicarlos en este lugar o en aquél, dotar a los tribunales de más o menos personal y medios
materiales, etc., decisiones que, por otro lado, comportan elecciones que afectan a otros ámbitos ya
que, si se gasta más en justicia se destinarán menos recursos a hospitales, escuelas o carreteras, y
viceversa. En este terreno, lo que hace la Constitución es separar una parte de estas funciones de
naturaleza política para atribuirlas a un órgano no politizado, lo que confiere a esta previsión
constitucional un carácter en cierto modo excepcional, en el sentido de que se aparta de la regla
general de que las decisiones políticas han de corresponder a las instancias políticas ¿el poder
ejecutivo controlado por el parlamento, principalmente?, justificándose la excepción sólo en la
medida en que sea necesaria para la mejor garantía de la independencia judicial.
No está en cuestión ¿al menos yo no lo cuestiono en absoluto? que en un Estado democrático el
ejercicio de funciones públicas que comporten la adopción de decisiones políticas ha de estar
basado en una legitimación democrática, siquiera sea indirecta, y ha de tener el contrapeso de una
responsabilidad política ante los ciudadanos o ante sus representantes democráticamente elegidos.
Es cierto también, como ya se ha señalado, que el gobierno del Poder Judicial exige la adopción de
decisiones políticas. A partir de estas premisas se podría defender, como propuesta constitutione
ferenda, que el gobierno del Poder Judicial sea ejercido por personas directa o indirectamente
elegidas por el pueblo y que respondan políticamente de su actuación ante el pueblo o ante sus
representantes democráticamente elegidos. Ahora bien, para llevar a la práctica este modelo de
gobierno del Poder Judicial no haría falta ningún órgano constitucional ad hoc, sino que bastaría con
mantener las funciones correspondientes en manos del poder ejecutivo, cuya legitimación
democrática es incuestionable y cuya actuación estaría plenamente sujeta a responsabilidad política a
través del control parlamentario. Un CGPJ que funcionara según la «lógica del Estado de partidos»
a que se refiere la STC 108/1986 sería, ciertamente, impecablemente democrático, pero no se
ganaría nada, en este aspecto, respecto a la atribución del gobierno del Poder Judicial al poder
ejecutivo. Por otro lado, los riesgos para la independencia judicial que pueda suponer el ejercicio de
ciertas funciones de gobierno por el poder ejecutivo no disminuyen si esas funciones se confían a
un CGPJ cuya composición refleje el juego de las mayorías y minorías parlamentarias (5).
No tiene sentido, pues, plantear una alternativa entre un CGPJ aislado del juego de la política de
partidos, y un CGPJ plenamente integrado en ese juego. Si se considera que un CGPJ aislado de la
política lleva consigo un déficit democrático inaceptable, la alternativa lógica no es un CGPJ
politizado, sino que el gobierno del Poder Judicial permanezca residenciado en las instancias
políticas ordinarias, esto es, el Gobierno controlado por el parlamento. Habría que ser conscientes,
en cualquier caso, de que esto último requeriría una reforma constitucional, porque el modelo de
gobierno del Poder Judicial que establece la Constitución se basa justamente en un CGPJ aislado de
la política de partidos (6).
III. POLITIZACIÓN DEL CGPJ Y DESIGNACIÓN DE SUS
MIEMBROS
Desde 1985 la cuestión que más polémica ha suscitado en torno al CGPJ ha sido, sin duda, la
relativa al sistema de designación de los doce vocales de procedencia judicial. Conviene recordar
que conforme al art. 122.3 Constitución, de los veinte miembros nombrados por el Rey que, junto
al Presidente del Tribunal Supremo, componen el Consejo, doce han de ser necesariamente «Jueces
y Magistrados de todas las categorías judiciales», cuya designación se remite a «los términos que
establezca la ley orgánica»; y los ocho restantes han de ser «abogados y otros juristas, todos ellos de
reconocida competencia y con más de quince años de ejercicio en su profesión» de los que cuatro
serán nombrados «a propuesta del Congreso de los Diputados, y cuatro a propuesta del Senado,
elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros» (7).
La remisión a la «ley orgánica», sin mayores concreciones, en relación con la designación de los
doce vocales de procedencia judicial deja, sin duda, un amplio margen al legislador. En 1985 se
entendió que en este margen tenía cabida la previsión de que los referidos doce vocales fueran
designados también a propuesta del Congreso y del Senado y el Tribunal Constitucional, en su muy
conocida sentencia 108/1986, de 29 de julio, declaró que dicha opción no era contraria a la
Constitución (8). Ahora bien, la propia STC 108/1986 tampoco deja lugar a dudas sobre la plena
conformidad con la Constitución de la designación de los 12 vocales de procedencia judicial a
través de un sistema de elección por los propios jueces y magistrados. Un sistema de estas
características no sería sólo plenamente acorde a las previsiones constitucionales sino que, como
subraya el TC, «es cosa que ofrece poca duda» que la finalidad que persigue el precepto
constitucional que nos ocupa «se alcanza más fácilmente atribuyendo a los propios Jueces y
Magistrados la facultad de elegir a doce de los miembros del CGPJ» que con el sistema de
designación parlamentaria que dicha sentencia enjuiciaba (9).
La determinación de cuál sea el sistema de designación de los vocales de procedencia judicial más
acorde con el modelo constitucional de gobierno del Poder Judicial se encuentra estrechamente
relacionada con la opción constitucional por un CGPJ no politizado. Desde esta perspectiva, se
plantea una doble cuestión: en primer lugar, si el sistema de designación parlamentaria de todos los
vocales, actualmente vigente, conduce a la politización del CGPJ y, por tanto, a un sistema de
gobierno del Poder Judicial no conforme con el espíritu y finalidad de la norma constitucional; y, en
segundo término, si el cambio del sistema de designación parlamentaria de los doce vocales de
procedencia judicial por un sistema de elección de dichos vocales por los propios jueces y
magistrados conduciría al Consejo no politizado que la Constitución pretende.
Respecto a lo primero creo que la experiencia de los casi 30 años transcurridos desde que la LOPJ
estableció el sistema de designación parlamentaria de todos los vocales pone de manifiesto que el
CGPJ es y se percibe como un órgano fuertemente politizado y que esa realidad y esa percepción se
deben, en muy gran medida, al referido sistema de designación (10). La experiencia ha demostrado
que ¿como por lo demás era de esperar? en todas las renovaciones del Consejo los vocales han sido
designados con arreglo a la «lógica del Estado de partidos», a que se refería el TC en la sentencia
108/1986, lo que ha conducido al tantas veces denunciado etiquetamiento político de los vocales y
a que la actuación del Consejo sea contemplada como una prolongación de esa misma lógica
política del Estado de partidos (11).
Ahora bien, la constatación de que la designación parlamentaria de la totalidad de los vocales
conduce a la politización del CGPJ no lleva necesariamente a la conclusión de que el
establecimiento de un sistema de elección entre y por los propios jueces y magistrados para la
designación de los vocales de procedencia judicial elimine la politización o la reduzca, al menos,
hasta niveles compatibles con el espíritu y finalidad de la norma constitucional.
En realidad, antes de plantear la cuestión de qué sistema de designación es más adecuado para llevar
a la práctica el modelo constitucional de CGPJ no politizado cabría preguntarse, de manera más
radical, si dicho modelo es realizable. Porque se puede poner en cuestión que sea posible un CGPJ
que pueda actuar al margen de la política de partidos. De hecho, una de las líneas argumentales que
se manejan en contra del cambio del sistema de designación de los vocales se basa en la idea de que,
siendo imposible que el CGPJ llegue a ser, realmente, un órgano no politizado, es preferible una
politización de origen parlamentario que una politización de origen corporativo (12). El problema
que presentan estos planteamientos no es tanto su punto de partida como la conclusión a la que
llegan. Creo que la cuestión acerca de si es o no realmente posible un CGPJ no politizado merece
ser seriamente considerada. Ahora bien, si se responde negativamente a esta cuestión la conclusión
no debería ser el mantenimiento de un CGPJ obediente a la lógica de la política de partidos, sino
más bien la desaparición del CGPJ y la asunción de sus funciones por el poder ejecutivo, con la
correspondiente responsabilidad política ante el parlamento.
Aunque no tengo una opinión del todo segura al respecto, partiré en lo que sigue de que es posible
un CGPJ no politizado o, cuando menos, un CGPJ con un perfil político suficientemente bajo
como para que se pueda entender razonablemente alcanzado el objetivo constitucional de aislar de
la influencia de la política de partidos ciertas funciones de gobierno del Poder Judicial especialmente
delicadas en relación con la independencia judicial. No creo, en cualquier caso, que abandonar el
sistema de designación parlamentaria sea, sin más, suficiente para poner fin a la politización del
CGPJ. A este respecto es muy relevante el sistema electoral que se establezca y, por otro lado,
conviene tener presentes algunos otros factores que no dependen del sistema de designación de los
vocales pero que también inciden de manera muy significativa en la politización del Consejo.
No entraré en el examen detallado de los distintos sistemas electorales posibles y de las
consecuencias a que podrían conducir unos y otros, pero sí quiero apuntar brevemente lo que en mi
opinión se debería evitar para que unas elecciones entre y por jueces y magistrados no alimenten la
politización del CGPJ. Sería conveniente evitar, en primer término, sistemas electorales que
favorezcan que el resultado de las elecciones conduzca a la formación de un bloque homogéneo de
jueces y magistrados pertenecientes todos al grupo que haya obtenido mayor respaldo electoral. El
sistema electoral debería evitar también, por otro lado, que los doce jueces y magistrados elegidos se
polaricen en dos bloques que puedan identificarse como bloque conservador y bloque progresista.
Creo que ninguno de estos dos sistemas conseguirían acabar con la politización. En el segundo
caso, la situación terminaría siendo, muy probablemente, parecida a la actual: división en bloques
etiquetados como progresista y conservador y percepción de la actuación del Consejo como
prolongación de la pugna de las fuerzas políticas afines a uno y otro bloque. El sistema mayoritario
también conduciría a un consejo etiquetado, si bien en este caso fuertemente inclinado en una sola
dirección.
Frente a estas dos opciones, me parece que solamente un sistema tendente a un reparto
proporcional lo más puro posible puede conducir a un Consejo de composición suficientemente
plural como para que resulte complicado el etiquetamiento, así como buscar explicaciones políticas
a las actuaciones del Consejo. Si se parte de la actual situación de la carrera judicial, atendiendo al
número de jueces y magistrados asociados y no asociados, y al reparto de los primeros entre las
asociaciones existentes, un sistema electoral que favorezca un reparto proporcional puro conduciría
seguramente a un CGPJ muy plural, difícil de etiquetar políticamente a priori, y probablemente más
resistente frente a intentos de instrumentalización por las fuerzas políticas mayoritarias y menos
proclive a establecer sinergias con éstas. Ciertamente, la proporcionalidad pura en las elecciones
tiene el inconveniente de que dificulta la formación de mayorías y, con ello, la adopción de
decisiones por el órgano. Pero este es un inconveniente cuyos efectos negativos se pueden
mantener en unos márgenes tolerables siempre que el Consejo no pretenda asumir más funciones
de las que constitucionalmente se le confían y que esas funciones se delimiten legalmente con
prudencia y acierto.
Un sistema electoral proporcional puro, por lo demás, es el que mejor responde a la finalidad
perseguida por el art. 122.3 Constitución según la STC 108/1986, esto es, la de «asegurar la
presencia en el Consejo de las principales actitudes y corrientes de opinión existentes en el
conjunto de Jueces y Magistrados en cuanto tales, es decir, con independencia de cuales sean sus
preferencias políticas como ciudadanos» (13).
Por otro lado, para poner fin, de verdad, a la politización del CGPJ no creo que se deba dejar de
lado por completo la designación de los ocho vocales que corresponde a las Cámaras. La finalidad
perseguida por la Constitución al establecer la designación parlamentaria de estos ocho vocales es,
según la STC 108/1986, equilibrar la presencia mayoritaria de jueces y magistrados en el CGPJ
«con la de otros juristas que, a juicio de ambas Cámaras, puedan expresar la proyección en el
mundo del Derecho de otras corrientes de pensamiento existentes en la sociedad». La Constitución
adopta así una solución intermedia que admite un cierto grado de autogobierno de la magistratura
(14), pero limitado por la presencia en el Consejo de juristas no pertenecientes a la judicatura y
designados por las Cámaras legislativas (15).
Respecto a la designación de los ocho vocales no necesariamente judiciales puede que no sea
preciso plantear reformas legales. Sí serían muy convenientes, sin embargo, cambios significativos
en la actitud que mantienen al respecto las fuerzas políticas parlamentarias. En particular, creo que
se deberían evitar los retrasos en las designaciones, que se debería procurar la máxima discreción en
la negociación y también que se debería procurar proponer juristas del máximo prestigio posible,
pero sobre todo de bajo perfil político. Si no se hace así, lo que se pueda ganar con la reforma del
sistema para los doce vocales de procedencia judicial se podría perder fácilmente con la designación
de los otros ocho vocales.
Con independencia de cómo se designen los vocales, creo que hay que prestar atención, también a
otros factores de politización del Consejo. Entre las actuaciones del CGPJ que alimentan la imagen
de politización del órgano se encuentran, sin duda, los nombramientos discrecionales,
especialmente cuando se convierten en noticia porque quedan inicialmente bloqueados y terminan
finalmente produciéndose en virtud —o así se ve, al menos, desde fuera— de acuerdos que tienen
todo el aspecto de responder a un mero reparto de cargos entre los bloques o «sensibilidades»
políticas que operan en el Consejo. Al final, los designados para ocupar Presidencias de Audiencias,
Tribunales y Salas, o plazas de Magistrado en el Tribunal Supremo terminan siendo muy conocidos,
pero no por sus mayores o menores méritos y capacidad para desempeñar el cargo, sino porque
durante un tiempo su nombramiento ha sido vetado por el acentuado perfil político —conservador
o progresista— que se atribuye al interesado, desbloqueándose finalmente la decisión porque el
sector del Consejo que la hacía imposible —el progresista o el conservador, según los casos— obtiene a
cambio otro nombramiento relevante para un magistrado o magistrada afín. Se transmite en estos
casos no solamente la politización del Consejo, que aparece dividido en bloques etiquetados
políticamente que negocian para repartirse los cargos, sino también una imagen de politización de
los magistrados que optan a las plazas y, en especial, de los que son finalmente designados que,
además de injustificada en la generalidad de los casos, causa grave daño a la confianza de los
ciudadanos en los tribunales.
El cambio en el sistema de designación de los vocales de procedencia judicial podría contribuir a
rebajar la tensión política de los nombramientos discrecionales, pero no creo que se pueda confiar
en que necesariamente vaya a ser así. Por eso es importante llamar la atención sobre este factor de
politización y sobre la necesidad de hacer un esfuerzo para eliminarlo. No creo que esto se pueda
conseguir solamente a base de reformas legales, pero quizá se podría reflexionar si las últimas
reformas exigiendo mayorías reforzadas y examen público de los candidatos han resultado
funcionales o más bien contraproducentes, haciendo mucho más visible la politización de los
nombramientos.
Otro factor de politización al que me parece necesario prestar atención es la tendencia del Consejo,
más acentuada en los últimos años, a hacer política general en materia de justicia. El Consejo tiende
a ir más allá de las limitadas funciones que le atribuye la Ley para adoptar acuerdos aprobando
libros blancos, planes de modernización, o requerimientos al legislador para que aborde
determinadas reformas legales que el Consejo considera necesarias, no para la mejor garantía de la
independencia judicial, sino para mejorar el servicio que la justicia presta a los ciudadanos, agilizar
los procesos y demás objetivos típicos de la política general en materia de justicia. Este factor de
politización está estrechamente relacionado con la cuestión relativa a la amplitud de las
competencias del CGPJ, a la que conviene dedicar un apartado especial.
IV. CARÁCTER LIMITADO DE LAS COMPETENCIAS DEL CGPJ
Si se atiende al planteamiento constitucional, el CGPJ no se crea realmente para que «gobierne» el
Poder Judicial, sino para que asuma sólo ciertos aspectos de ese gobierno —más importantes
cualitativa que cuantitativamente— que se consideró conveniente que no se mantuvieran en manos
del poder ejecutivo por los riesgos de que pudieran utilizarse desviadamente poniendo en peligro la
independencia judicial. Cuadra mejor al Consejo, por tanto, la caracterización como «órgano de
garantía de la independencia judicial» que como «órgano de gobierno del Poder Judicial».
Dado que las funciones de gobierno del Poder Judicial, en general, tienen carácter político, la
previsión constitucional de que una parte de dichas funciones quede confiada a un órgano
constitucional que no tiene su origen, directa ni indirectamente, en una elección popular y que no
responde políticamente ¿ni ante los ciudadanos, ni ante sus representantes parlamentarios? debería
ser interpretada restrictivamente, en la medida en que significa un cierto debilitamiento del principio
democrático sólo justificado por responder al objetivo constitucionalmente legítimo de garantizar
mejor la independencia judicial.
Aquí es preciso llevar a cabo un juicio de proporcionalidad sopesando, con respecto a cada una de
las funciones que pudieran considerarse integrantes, en sentido amplio, del gobierno del Poder
Judicial, si los riesgos para la independencia judicial que derivarían de mantener esas funciones bajo
el control de instancias políticas son de mayor peso que el sacrificio de las exigencias del principio
democrático que pudiera suponer atribuir esas funciones a un CGPJ cuyos miembros no se
determinen con arreglo a criterios de representación política ni estén sujetos a responsabilidad
política.
La Constitución, aunque remite a la Ley Orgánica la determinación de las funciones del CGPJ,
precisa que dichas funciones se refieren, en particular, a nombramientos, ascensos, inspección y
régimen disciplinario. En estas materias hay que entender que la propia Constitución ha realizado el
juicio de proporcionalidad en el sentido de que respecto de ellas los riesgos para la independencia
judicial en caso de mantenerlas entre las competencias gubernamentales son de mayor peso que el
sacrificio en términos democráticos de confiarlas al CGPJ. La Constitución no excluye que se pueda
llegar a la misma conclusión en relación con otras materias, pero esto no significa que la libertad del
legislador sea absoluta en este terreno y, en especial, no significa que sea constitucionalmente
admisible que se atribuya al CGPJ el gobierno del Poder Judicial en el sentido más amplio (16).
Menos aún cabe considerar constitucionalmente admisible la tendencia del Consejo a ir más allá de
las limitadas funciones que le atribuye la Ley y adoptar acuerdos aprobando libros blancos, planes
de modernización, o requerimientos al legislador para que aborde determinadas reformas legales
que los vocales del CGPJ consideran necesarias, no para la mejor garantía de la independencia
judicial, sino para mejorar el servicio que la justicia presta a los ciudadanos, agilizar los procesos y
demás objetivos típicos de la política general en materia de justicia (17).
Se puede entender que el Consejo, sus vocales, e incluso el cualificado personal que presta servicios
en los órganos técnicos del Consejo conocen especialmente bien la situación de la justicia, en
general, y sus problemas, y que, lógicamente, tienen ideas especialmente autorizadas sobre cómo
habría que actuar para mejorar la situación. Ahora bien, creo que se debe entender también que la
Constitución no creó el CGPJ como órgano encargado de la política general en materia de Justicia.
Esa política general se mantuvo en el ámbito de los poderes legislativo y ejecutivo; forma parte de la
«política interior» cuya dirección atribuye al Gobierno el art. 97 Constitución y no se traspasa al
Consejo ya que a éste solamente se le confían, como dice el TC, «determinadas funciones, cuya
asunción por el Gobierno podría enturbiar la imagen de la independencia judicial», y no la política
general en materia de Justicia (18).
La actuación del Consejo como promotor de iniciativas de política general en materia de justicia no
puede justificarse tampoco como ejercicio de una especie de representación de los jueces y
magistrados, cuyas propuestas para la mejora de la justicia trasladaría el Consejo a los demás
poderes públicos. Y no puede justificarse así porque la Constitución no atribuye al Consejo ningún
papel representativo de los jueces y magistrados, como ya dijo de manera clara y contundente el TC
en la sentencia 45/1986. El cauce para que los jueces y magistrados hagan llegar a los poderes
públicos sus opiniones y sus propuestas es el de las asociaciones profesionales a que se refiere el art.
127 Constitución, no el CGPJ (19).
Podría decirse, tal vez, que aunque el Consejo no sea un órgano constitucionalmente concebido
para asumir la política general en materia de justicia, ni tenga tampoco ese carácter representativo de
los jueces y magistrados, nada malo hay en que el Consejo ponga en marcha iniciativas de
colaboración con el resto de los poderes públicos encaminadas a la mejora general de la justicia. Y
se podría reconocer incluso que, al menos en algunos ámbitos, como por ejemplo el de la
informatización, el Consejo está, en cierto modo, cubriendo una necesidad de coordinación entre
las distintas administraciones estatal y autonómicas con competencias en la materia que,
seguramente, si no lo hiciera el Consejo, no se haría por nadie.
Me parece, en cualquier caso, que la asunción por el Consejo de un papel activo en cuestiones de
política general en materia de justicia, además de no responder al modelo constitucional, presenta
más inconvenientes que ventajas. En primer lugar, porque existe el riesgo de que la preocupación
del Consejo por alcanzar objetivos de política general desplace a un segundo plano lo que debería
ser la principal preocupación del órgano, que es la defensa de la independencia judicial. No siempre
lo que es bueno para agilizar los procedimientos, o para mejorar y racionalizar desde el punto de
vista administrativo el funcionamiento de los órganos jurisdiccionales es inocuo para la
independencia judicial. Y creo que corresponde muy especialmente al Consejo vigilar desde este
punto de vista cualquier propuesta o iniciativa que se plantee de mejora de la Justicia. Es lo que el
Consejo debería poner siempre en primer plano en sus informes sobre iniciativas legislativas y sólo
después de constatar que la reforma de que se trate no afecta a la independencia, tendría sentido
que se entrara en consideraciones sobre si es mejor o peor desde otros puntos de vista.
Por otro lado, un papel muy activo en cuestiones de política general es, en sí mismo un factor de
politización del Consejo. La politización deriva, en este caso, de que la actividad política del
Consejo interfiere con la del ejecutivo, lo que inevitablemente lleva consigo que el CGPJ sea
percibido, en función de la mayor o menor sintonía de sus propuestas con los planes del Gobierno,
bien como un órgano al servicio de éste, convirtiéndose en blanco de las críticas de la oposición,
bien como un agente político instrumentalizado por la oposición para desgastar al Gobierno. Creo,
en definitiva, que la actividad del Consejo debería ceñirse lo más posible al ejercicio de las funciones
que la Constitución y la LOPJ le atribuyen como órgano de garantía de la independencia judicial, sin
exceder ese ámbito para asumir un papel activo en el ámbito de la política general en materia de
justicia.
V. LAS INSATISFACTORIAS EXPERIENCIAS DE LOS SISTEMAS DE
1980 Y 1985 Y PERSPECTIVAS DE REFORMA DEL CGPJ
El primer CGPJ, que se ajustaba a las previsiones de la LO 1/1980, de 10 de enero, del Consejo
General del Poder Judicial, se caracterizaba, por un lado, porque los 12 vocales de procedencia
judicial eran designados mediante elecciones internas por todos los jueces y magistrados en
situación de servicio activo; por otro lado, respecto a las competencias que se atribuían al Consejo,
excedían en bastante medida del núcleo mínimo de la aplicación del régimen legal de premios y
castigos a jueces y magistrados.
Después de la LOPJ de 1985, este Consejo de 1980 se ha presentado frecuentemente como modelo
de CGPJ ajustado a las previsiones constitucionales. En lo que se refiere al sistema de
nombramiento de los doce vocales de origen judicial no hay duda de que el sistema de 1980
respondía mejor al espíritu y finalidad de la norma constitucional, como el propio TC reconoció
expresamente en la STC 108/1986. Ahora bien, la aplicación del sistema se hizo con un criterio que
favorecía al sector mayoritario de la entonces única asociación judicial, sin que llegara a cumplirse
satisfactoriamente el fin perseguido por la Constitución de «asegurar la presencia en el Consejo de
las principales actitudes y corrientes de opinión existentes en el conjunto de Jueces y Magistrados
en cuanto tales, es decir, con independencia de cuales sean sus preferencias políticas como
ciudadanos» (20). Y, por otro lado, la gran amplitud de las competencias que la Ley Orgánica de
1980 confiaba al Consejo seguramente iba más allá de lo necesario para que el CGPJ sirviera al fin
constitucional de garantizar la independencia judicial.
La LOPJ de 1985 se alejó aún más del modelo constitucional al establecer la designación
parlamentaria de todos los vocales que tan decisivamente ha contribuido a la fuerte politización del
órgano. En relación con las competencias del CGPJ, la LOPJ se aproximó más al modelo
constitucional, reduciéndolas hasta situarlas prácticamente en el mínimo exigido por el art. 122.2
Constitución. Ahora bien, la drástica reducción de las competencias del CGPJ que se llevó a cabo
en la LOPJ no ha impedido que se haya desarrollado con el paso de los años una fuerte tendencia
del Consejo a hacer política general en materia de justicia, como se ha señalado en el apartado
anterior, lo que no se ajusta al modelo constitucional y favorece la politización del órgano.
El Gobierno ha anunciado importantes reformas del CGPJ, cuyo acierto no es fácil de valorar
debido a la todavía escasa información de que se dispone sobre sus contenidos. En un informe que
el Ministro de Justicia ha presentado al Consejo de Ministros se adelantan algunas líneas generales
de la reforma que parecen orientadas a despolitizar el Consejo, pero que pueden suscitar dudas de
constitucionalidad. No cabe considerar positivo, en cualquier caso, que después de haber anunciado
en enero que se reformará el sistema de designación de los doce vocales de procedencia judicial
para establecer un procedimiento de elección por los propios jueces y magistrados, al presentar el
citado informe el Ministro parece dejar ahora abierta la cuestión, a resultas de una futura
negociación con los grupos parlamentarios. Sí es en cambio positivo, en mi opinión, que no se
incrementen las competencias del CGPJ.
La propuesta de que solamente el Presidente esté dedicado en exclusiva a la actividad propia de su
cargo, mientras que los vocales compatibilicen el cargo con el desempeño de sus funciones
jurisdiccionales (en el caso de los vocales que sean jueces o magistrados) o de sus profesiones
jurídicas (el resto de los vocales) apunta a un Consejo con un fuerte predominio del Presidente (y
de otros órganos unipersonales previstos en la reforma: el denominado «promotor de la Acción
Disciplinaria»), en detrimento del papel de los vocales, que se debilitaría tanto que podría llegar a
suponer la práctica desaparición de la colegialidad del órgano querida por la Constitución.
Ciertamente, el CGPJ es un órgano colegiado con un número de miembros quizá excesivo en
relación con las funciones que le corresponden constitucionalmente (21), pero la solución a este
problema no debería ser una reforma que vacíe prácticamente de contenido el cargo de vocal (22).
En cualquier caso, si se mantuviera la eliminación de la dedicación exclusiva de los vocales ¿lo que
ciertamente podría tener un aspecto positivo, ya que contribuiría a reducir la inconveniente
hiperactividad de los vocales en asuntos de política general en materia de justicia?, sería necesario
acompañar la medida con otras que aseguren que el cargo de vocal mantiene un contenido efectivo
en relación con las funciones que la Constitución confía al CGPJ y, por otro lado, que la
compatibilidad con las actividades profesionales no interfiere con el desempeño de las funciones
públicas del cargo. En cuanto a lo primero, algunas de las previsiones anunciadas suscitan dudas
importantes: así, se dice que «las decisiones relevantes seguirán en manos del Pleno», lo que es del
todo correcto, pero se precisa también que el Pleno «dejará de estudiar los recursos de alzada
presentados contra decisiones de la Comisión Permanente», y se propone que «las resoluciones que
adopte la Comisión Permanente agoten la vía administrativa y sólo puedan ser recurridas ante el
Tribunal Supremo». Salvo una drástica reducción de las competencias de la Comisión Permanente
respecto a las actualmente previstas en el art. 131 LOPJ, esto último eliminaría toda posibilidad de
intervención de los vocales que no sean miembros de la Permanente en decisiones que
constitucionalmente se confían al CGPJ, como son las relativas a nombramientos reglados, por
ejemplo, lo que no me parece admisible. No queda claro, por otro lado, el papel del «promotor de la
Acción Disciplinaria» a que se refiere el informe, ni si los acuerdos de la Comisión Disciplinaria
serán recurribles ante el Pleno. En relación con esto último no me parecería admisible que se
limitase el poder de decisión del Pleno por la vía de confiar la iniciativa de las actuaciones
disciplinarias, en régimen de exclusiva, al citado «promotor», ni eliminando el recurso ante el Pleno
contra los acuerdos de la Comisión Disciplinaria, por ejemplo.
Respecto a los problemas que puede plantear la compatibilidad del cargo de vocal del CGPJ con el
desempeño de los destinos jurisdiccionales o profesiones jurídicas de sus titulares, sería necesario
establecer un buen régimen de abstención y recusación que permitiera evitar interferencias y
conflictos de interés.
Las propuestas del Gobierno apuntan a un Consejo General del Poder Judicial que desde cierto
punto de vista podría considerarse gris, burocratizado, con escasa proyección pública. Ahora bien,
esto que quizá no sería bueno para otras instituciones públicas, tratándose del CGPJ es posible que
condujera a un Consejo más acorde con lo que quiso la Constitución, siempre, claro está que se
mantenga un Consejo suficientemente fuerte para cumplir su papel de garante de la independencia
judicial. Creo, además, que si el CGPJ pasara a ser un órgano constitucional discreto, que habla
poco y, sobre todo, que da poco que hablar, sus apariciones en la vida pública para defender,
cuando fuera necesario, la independencia de jueces y magistrados tendrían seguramente mayor
autoridad.
La reforma anunciada por el Gobierno está siendo criticada porque, se dice, debilita al CGPJ. Si la
fortaleza de un órgano se identifica exclusivamente con la extensión de sus competencias y con la
repercusión de su actividad en los medios de comunicación es posible, ciertamente, que la reforma,
si se lleva a la práctica, conduzca a un Consejo más débil. Ahora bien lo que importa no es la
fortaleza del CGPJ, sino la del Poder Judicial, esto es, la de cada uno de los jueces y magistrados
cuando ejerce la función jurisdiccional y, desde esta perspectiva, bien puede ser que un CGPJ más
«débil», en el sentido indicado, favorezca que el Poder Judicial sea más fuerte y más respetado. Lo
que no favorece en absoluto al Poder Judicial es un Consejo que ¿incluso dejando de lado los
bochornosos acontecimientos de las últimas semanas? es permanentemente noticia por las
componendas políticas que determinan su composición y las que luego mueven su actividad.
NOTAS
(1) Cfr. STC 108/1986, de 29 de julio, FJ 10.
(2) Para entender la evolución del gobierno del Poder Judicial en España en relación con la independencia de los jueces es
fundamental MONTERO AROCA, J., Independencia y responsabilidad del juez, Civitas, Madrid, 1990, págs. 15-112; cfr.
también TOMÁS Y VALIENTE, F., «De la Administración de Justicia al Poder Judicial», en Jornadas sobre el Poder
Judicial en el Bicentenario de la Revolución Francesa, Madrid, 1990, págs. 11 y ss.; APARICIO, M. A., El status del poder
judicial en el constitucionalismo español (1808-1936), Barcelona, 1995; DELGADO DEL RINCÓN, L. E., «La
configuración de la Administración de Justicia como parte de la Administración Pública durante el siglo XIX español», en
Revista de Estudios Políticos, núm. 98, octubre-diciembre 1997, págs. 221 y ss.; BALLESTER CARDELL, M., El
Consejo General del Poder Judicial. Su función constitucional y legal, Madrid, 2007, págs. 33 y ss.
(3) En Francia, el Consejo Superior de la Magistratura, creado por la Constitución de 1946; en Italia, el Consejo Superior de
la Magistratura de la Constitución de 1947 y en Portugal, el Consejo Superior de la Magistratura de la Constitución de 1976;
cfr. TEROL BECERRA, M.J., El Consejo General del Poder Judicial, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1990, págs. 53 y ss; BALLESTER CARDELL, M., El Consejo General del Poder Judicial. Su función constitucional y
legal, cit., págs. 60 y ss. Sobre los distintos modelos de gobierno del Poder Judicial, LUCAS MURILLO DE LA
CUEVA, P., «El gobierno del Poder Judicial: los modelos y el caso español», en Revista de las Cortes Generales, núm. 35,
1995, págs. 167 y ss.; LÓPEZ GUERRA, L., «Modelos de gobierno de los jueces», en Parlamento y Constitución, año
1997, núm. 1, págs. 11 y ss.
(4) STC 108/1986, de 29 de julio, FJ 7.
(5) Con DE LA OLIVA SANTOS, A., «Acerca del Consejo General del Poder Judicial», cit., pág. 299, creo que es
preferible «una dependencia clara ¿real y legal? del Poder Ejecutivo a la falsificada independencia que supondría un sistemático o
habitual comportamiento del Consejo, al decidir "premios y castigos", con arreglo a aquella "lógica" del "Estado de partidos"»;
cfr. también NIETO, A., El desgobierno judicial, 2.ª ed., Madrid, 2005, págs. 166 y ss.
(6) En especial, la previsión constitucional de que «la justicia emana del pueblo» (art. 117.1 CE) no impone un CGPJ
politizado ni afecta en absoluto al modo de designación de los vocales del CGPJ, puesto que dicha previsión se refiere al ejercicio
de la potestad jurisdiccional, que no corresponde al CGPJ; cfr. DE LA OLIVA SANTOS, A., «La nueva Ley Orgánica
del Poder Judicial: Análisis jurídico general y constitucional», en Revista de Derecho Procesal, núm. 1, 1987, pág. 31 y, del
mismo autor, «Acerca del Consejo General del Poder Judicial, en Revista de Derecho Procesal, 1994, núm. 2, pág. 283. Como
apunta MONTERO AROCA, J., Independencia y responsabilidad del juez, cit., pág. 117, el CGPJ «es un órgano de
naturaleza claramente administrativa, aunque independiente de los otros poderes»; en el mismo sentido, MARTÍNEZ
ALARCÓN, M. L., La independencia judicial, Madrid, 2004, pág. 289. Atendiendo a su naturaleza, por tanto, las
funciones del CGPJ encajarían más bien en los ámbitos de la política interior y de la administración civil que el art. 97 CE
atribuye al Gobierno; el art. 122.2 CE rompe dicha regla sólo para ciertos aspectos de las funciones de gobierno del Poder
Judicial.
(7) Sobre la génesis del art. 122.3 Constitución, cfr. ESTEBAN GÓMEZ, J.C., «El Consejo General del Poder Judicial»,
en Problemas actuales de la Justicia. Homenaje al Prof. Gutiérrez-Alviz y Armario, Valencia, 1988, págs. 54 y ss; TEROL
BECERRA, M.J., El Consejo General del Poder Judicial, cit., págs. 63-70; BALLESTER CARDELL, M., El Consejo
General del Poder Judicial. Su función constitucional y legal, cit., págs. 99 y ss.
(8) Sobre esta sentencia cfr. DE LA OLIVA SANTOS, A., «La nueva Ley Orgánica del Poder Judicial: Análisis jurídico
general y constitucional», cit., págs. 31-48.
(9) STC 108/1986, de 29 de julio, FJ 13, segundo párrafo.
(10) La experiencia demuestra que la politización no solamente se pone de manifiesto en el momento de la designación de los
vocales, sino que tiñe la actuación posterior del CGPJ (lo que es particularmente visible en el reparto de nombramientos); si en el
plano teórico se puede defender que un estatuto jurídico adecuado puede garantizar la autonomía de los vocales frente a intentos de
injerencia política (así, la STC 108/1986, FJ 10; MARTÍNEZ ALARCÓN, M. L., La independencia judicial, cit.,
págs. 297 y ss.; BALLESTER CARDELL, M., El Consejo General del Poder Judicial. Su función constitucional y legal,
cit., págs. 252 y ss.), la realidad ha demostrado que, o bien las garantías previstas al respecto en la LOPJ no son suficientes, o
bien que no es posible neutralizar la politización inicial vinculada a la designación parlamentaria.
(11) Una certera descripción del «funcionamiento real» del CGPJ puede verse en NIETO, A., El desgobierno judicial, cit.,
págs. 155 y ss.
(12) SALA SÁNCHEZ, P., «El gobierno del Poder Judicial», en Constitución y Poder Judicial. XXV Aniversario de la
Constitución de 1978, Madrid, 2003, págs. 243 y ss.
(13) STC 108/1986, de 29 de julio, FJ 13, segundo párrafo.
(14) Como dice DE LA OLIVA SANTOS, A., «Acerca del Consejo General del Poder Judicial», cit., pág. 275, la
Constitución «rechazó implícitamente un régimen de autogobierno de la Magistratura, optando por un sistema mixto o híbrido de
auto y heterogobierno, que supusiese, eso sí, un limitado pero sustancial desapoderamiento del Poder Ejecutivo respecto de la
Administración de Justicia; cfr. también MARTÍNEZ ALARCÓN, M. L., La independencia judicial, cit., pág. 290.
(15) En este sentido, DÍEZ-PICAZO, L.M., Régimen constitucional del poder judicial, Civitas, Madrid, 1991, pág. 145
apunta que «es difícilmente compatible con un Estado democrático la existencia de un cuerpo de funcionarios, reclutados según
criterios de mérito y capacidad, cuyo gobierno esté exento de sujeción a los poderes públicos representativos. De ahí que una
solución intermedia, como la adoptada por el artículo 122.3 CE, sea lo único razonable».
(16) MARTÍNEZ ALARCÓN, M. L., La independencia judicial, cit., págs. 303 y ss., considera que el criterio de
atribución competencial basado en la posición de garante de la independencia judicial que la Constitución atribuye al CGPJ es
convincente, pero complejo porque considera que «será realmente complicado en ocasiones delimitar qué funciones deben
corresponder necesariamente al órgano de gobierno del Poder Judicial atendiendo a la relevancia que éstas tengan para el principio
de independencia judicial».
(17) En este sentido apunta SALA SÁNCHEZ, P., «El gobierno del Poder Judicial», cit., pág. 238 que «el CGPJ no
puede desarrollar una suerte de política judicial distinta e independiente de la propugnada, con el suficiente respaldo
parlamentario, por el Gobierno de la Nación».
(18) En este sentido, DÍEZ-PICAZO, L.M., Régimen constitucional del poder judicial, cit, págs. 147-148, quien considera
que las competencias del CGPJ podrían extenderse a otros cuerpos de funcionarios al servicio de la administración de justicia,
pero no a la gestión de los medios materiales y a la dotación presupuestaria del Poder Judicial; desde otra perspectiva, como
apunta DE LA OLIVA SANTOS, A., «Acerca del Consejo General del Poder Judicial», cit., pág. 306, la naturaleza y
estructura colegial del CGPJ no es la más conveniente para el desarrollo de funciones ejecutivas. En contra, MONTERO
AROCA, J., Independencia y responsabilidad del juez, cit., págs. 123 y ss., parte de que el modelo constitucional exigiría que el
CGPJ tuviera autonomía para decidir una política judicial, con amplias competencias no limitadas a la aplicación del estatuto de
jueces y magistrados.
(19) SALA SÁNCHEZ, P., «El gobierno del Poder Judicial», cit., pág. 234.
(20) STC 108/1986, FJ 13. MONTERO AROCA, J., Independencia y responsabilidad del juez, cit., pág. 127 subraya
dos elementos negativos del CGPJ de 1980: por un lado, primaba de modo manifiesto a las categorías más altas de la carrera
judicial y, por otro, obstaculizó y llegó a evitar la presencia del sector más progresista de la judicatura en el grupo de vocales
elegidos por jueces y magistrados.
(21) DE LA OLIVA SANTOS, A., «Acerca del Consejo General del Poder Judicial», cit., págs. 306-307.
(22) DE LA OLIVA SANTOS, A., «Gobierno del Poder Judicial y valor de la jurisprudencia: un intento de dos cambios
sustanciales», en Tribunales de Justicia, núm. 10, octubre 2002, págs. 1 y ss., en relación con un «borrador» de reforma de la
LOPJ que contenía una propuesta similar, hablaba de «una "miniaturización" del CGPJ, que pretende burlar la norma
constitucional»; con referencia a la propuesta actual, el mismo autor se pronuncia en sentido muy crítico en la entrada titulada
«El CGPJ, de mastodonte a organismo microscópico: un cambio oportunista, con trampa política y desprecio de la constitución
vigente» del blog Por Derecho, http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/
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