DEL INTERCAMBIO ENTRE IGUALES A LA DEUDA

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¿DERECHO?
DEL INTERCAMBIO ENTRE IGUALES A LA DEUDA
(eclipses y destellos de la dominación en el capitalismo)
por Juan Domingo Sánchez Estop
Algo de esa dominación tributaria sigue existiendo
por cierto en nuestras sociedades a través del impuesto, cuya recaudación depende directamente de
una relación de subordinación política del individuo
al Estado, aunque los modos específicos de constitución de la legitimidad del poder político en nuestras
sociedades no nos lo dejen ver, afirmando, conforme
al principio democrático de legitimación del soberano, que “hacienda somos todos”.
II
Las clases dominantes capitalistas se apropian el excedente –que en el capitalismo adquiere la forma de
plusvalía- en el interior mismo de la esfera económica y a través de relaciones de intercambio mercantil
que se rigen por la igualdad jurídica de los contratantes. En la típica relación contractual entre un capita-
1.- Mencio, citado en Ellen Meiksins-Wood, Citizens to Lords, Londres, Verso, 2011, p.18
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El rasgo que diferencia de manera definitiva al capitalismo de todas las demás sociedades de clases es el
hecho de que la dominación política está -o haya estado hasta ahora- disociada de la explotación económica. Todos tenemos presente el modo en que las
clases dominantes de las sociedades de clases no capitalistas actuales o del pasado se apoderaban del
excedente social: siempre, aunque existan importantes diferencias institucionales esta apropiación se llevaba a cabo fuera del circuito de la producción, la
distribución y el intercambio y mediante mecanismos ajenos a él, concretamente mediante la dominación política y el ejercicio de grados variables de violencia. La desigualdad social sancionada por normas
religiosas, jurídicas o políticas permitía a un sector
minoritario de la población apropiarse el excedente
producido por la mayoría trabajadora. Es lo que ocurre con los tributos feudales o con los que imponían
a sus poblaciones trabajadoras los grandes aparatos
burocrático-religiosos del antiguo Egipto, de China
“Los gobernados producen comida: los que gobiernan
son alimentados. Que esto es lo justo se reconoce universalmente bajo el Cielo“1.
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o de los imperios Islámicos. Nadie mejor que el jurista chino Mencio ha expresado este tipo de relación:
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Recientemente se ha oído tanto al dirigente de la izquierda griega Alexis Tsipras como al recién elegido
presidente francés François Hollande afirmar casi en
los mismos términos que se enfrentan a un poder
anónimo, invisible e irresponsable que es el de los
mercados financieros. Sobre la irresponsabilidad de
los mercados ha llegado incluso a pronunciarse en
pleno arrebato de oportunismo electoral el propio
Nicolas Sarkozy. Esta extraña impresión de estar gobernados por fuerzas espectrales, invisibles y que no
se presentan a las elecciones no es de ahora, en realidad responde a una característica fundamental del
capitalismo como sistema de explotación y de dominación, una característica que siempre ha existido
pero que ahora, en el momento de crisis de la representación política que atravesamos, adquiere particular relieve.
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lista y un trabajador, se produce un intercambio entre la fuerza de trabajo del trabajador y un salario que
corresponde al coste de reproducción social e históricamente determinado de la fuerza de trabajo. Una
vez vendida la fuerza de trabajo, el capitalista hace
con ella lo que quiere, pero suele utilizarla racionalmente y de hecho consigue, poniéndola a trabajar,
que esta produzca un valor superior a su coste de reproducción. En ninguno de estos momentos, ni en la
transacción mercantil, ni en una jornada laboral en la
que no se distinguen los tramos en que el trabajador
reproduce la fuerza de trabajo y aquellos en que esta
genera plusvalía, puede apreciarse que exista explotación y aún menos que esta vaya asociada a ningún
tipo de dominación política. El contrato se realiza entre iguales y la producción se presenta como un proceso técnico en el cual la racionalidad capitalista
combina diversos factores productivos a fin de producir riqueza en forma de mercancías. Hay explotación, pues de donde antes había un valor x surge
misteriosamente una valor x+n que no ha sido generado por las cosas, sino por el trabajo humano, pero
la dominación de clase y el propio mecanismo de la
explotación resultan completamente invisibles.
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III
Esta ocultación sistemática de la explotación y de las
relaciones de clases es el principal efecto de la separación moderna de una esfera económica del resto
de las esferas de actividad social. La economía se
presenta como un ámbito de actuación social autorregulado y cuyo funcionamiento sólo requiere que
se establezca y reproduzca el mercado como su institución clave. La autonomía de la esfera económica
en el capitalismo reposa, como indica K. Polanyi, sobre la existencia de un mercado que se presenta a sí
mismo como un dispositivo capaz de componer entre sí de manera pacífica las pasiones adquisitivas de
los individuos. El “dulce comercio”, según afirmaba
Benjamin Constant, “sustituye la guerra”. El mercado, lugar y marco jurídico del comercio, es de este
modo un instrumento que permite “naturalizar” y
despolitizar la esfera productiva presentándola como determinada por las fuerzas “neutrales” del derecho y de la técnica. El derecho rige la esfera de las
transacciones contractuales, mientras que la técnica
somete los tiempos de la producción y de la explotación a una “racionalidad” abstracta que impide distinguirlos. En el ámbito supuestamente “técnico” de
la producción, al igual que en el ámbito jurídico del
mercado, la dominación se hace invisible.
IV
El hecho de que exista un orden político con las consiguientes relaciones de mando y obediencia no altera esta invisibilidad de la dominación. Efectivamente, el mando político, el soberano por decirlo en términos clásicos, forma su legitimidad en el Estado
moderno a través de un mito contractual. El soberano, en los regímenes basados en la soberanía del pueblo, es la persona que representa al pueblo. De este
modo, los actos de mando del soberano deben ser
considerados, conforme a una tradición que va de
Hobbes a Rousseau y prosigue en la teoría política
hasta la actualidad, como actos del propio sujeto que
consiente la representación. En cierto modo, el súbdito se manda a sí mismo, se autogobierna, pues mediante su voluntad expresada en un contrato (virtual) acepta, junto a sus demás conciudadanos, ser
representado. La dominación política queda así disuelta en los términos de una contractualidad propia
del derecho privado, al tiempo que, merced al artificio –al mito- del contrato social, queda enteramente
liberada en su expresión jurídica de cualquier residuo histórico. Afirma así Pasukanis que: “Allí donde
las categorías de valor y de valor de cambio entran en escena, la voluntad autónoma de los actores del intercambio es
una condición indispensable. El valor de cambo deja de ser
valor de cambio, la mercancía deja de ser mercancía cuando las proporciones del intercambio son determinadas por
una autoridad situada fuera de las leyes inmanentes del
mercado. La coacción, como mando basado en la violencia
y dirigido por un individuo a otro individuo, contradice las
premisas fundamentales de las relaciones entre propietarios
de mercancías. Por ello mismo, en una sociedad de propietarios, la función de coacción no puede aparecer como una
función social, dado que no es abstracta e impersonal”2.
2.- Evgeny Pasukanis, La Théorie générale du droit et le marxisme, EDI, Paris, p.131 (traducción del autor)
La deuda, la relación con un sistema de “crédito” es,
como el nombre de este sistema indica, una cuestión
de creencia, de fe. El deudor confía en pagar y teme
no poder hacerlo. El acreedor confía en que le será
reembolsado el préstamo con los intereses estipulados, pero teme que esto no ocurra y por ello exige
siempre garantías. En ese juego va configurándose el
sujeto endeudado como sujeto que se relaciona con
un poder transcendente, un poder que no depende
de él y lo supera. Esto explica que, como señala el
gran jurista francés Maurice Hauriou, la matriz de la
deuda y del poder soberano coincidan. Para Maurice
Hauriou existen dos tipos de relación entre el interés
económico y el político: la relación territorializada
entre el poder político y la propiedad de la tierra que
genera diversas formas de feudalismo y la relación
entre el poder y el dinero que da lugar al Estado.
“El régimen de la finanza, afirma Hauriou, engendra
el Estado poder público en el que el poder político está unido al dinero, ya sea que el Estado concebido como persona moral constituya por sí mismo una sociedad financiera y disponga en parte del poder del dinero, ya sea que la fortuna financiera esté entre las
manos de los principales ciudadanos del Estado”4.
3.- Michel Foucault, Origine de la biopolitique, Paris Gallimard, 2004, p.232
4.- Maurice Hauriou, Précis de droit administratif, Paris, Librairie de la Société Générale du recueil des lois et des arrêts, 1900 [Gallica :
http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k105506c/f2.image ], p.14
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Un grado superior de invisibilidad adquiere la explotación en el neoliberalismo. El orden neoliberal,
como explica Foucault, basándose en los clásicos del
neoliberalismo no se basa tanto en el intercambio entre iguales a través del mercado como en la prioridad dada al espíritu de empresa y a la iniciativa. “En
el neoliberalismo, -sostiene Foucault- nos encontraremos con una teoría del homo oeconomicus, pero este homo oeconomicus ya no será un interlocutor en la
relación de intercambio. El homo oeconomicus es un
empresario y un empresario de sí mismo”3. El propio concepto de “empresa” como unidad de cooperación social en cuyo interior no rigen las reglas del
mercado desaparece en favor de una empresarialidad individual en la que cada sujeto es dueño de su
capital humano y compite en el mercado con otros
portadores de capital humano. Las relaciones de cooperación que antes albergaba la empresa tienen
ahora lugar en el marco fluido del mercado y la relación jurídica laboral se convierte en una relación
contractual ordinaria. En este esquema, la explotación no se opera prevalentemente en el ámbito de la
producción -aunque ello también sigue ocurriendosino en el de la relación de deuda, en el ámbito financiero. El capital, que ha cobrado plena movilidad ad-
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No sólo la explotación aparece como enteramente separada de cualquier dominación política gracias a la
neutralidad del contrato y de la técnica, la propia esfera política se ve neutralizada y reducida a los términos de una transacción formulable en términos casi
mercantiles.
quiere la forma hegemónica de capital financiero y
se manifiesta ante los sujetos como capital-deuda. La
relación del sujeto al capital deuda es una relación
fuertemente personalizada, pero no se deja tampoco
ver como una relación de explotación. El sujeto endeudado no sólo no se ve a sí mismo como explotado por el acreedor, sino que se siente deudor y posiblemente culpable de no poder responder al pago de
la deuda. La deuda la contrajo con la esperanza de
poder devolverla, pero la esperanza es siempre incierta, pues depende de factores ajenos a nuestra voluntad y fuera de nuestro poder. Por ello mismo, la
esperanza se transmuta en temor, temor constante a
no pagar. Y, no lo olvidemos, dominar a alguien, como nos recordaba el Spinoza del Tratado Político es
ser capaz de producir y reproducir en él “temor y esperanza” (TP, II,§10). La explotación tiene como mejor aliado en el sistema de la deuda al régimen pasional del propio sujeto endeudado, en cierto modo
utiliza al propio sujeto pasional como instrumento
de gestión de su propia explotación.
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Para Hauriou, existe una relación directa entre Estado y finanza que determina al Estado mismo como
institución. El Estado es fundamentalmente una institución cuyo resorte es un elemento representativo
íntimamente relacionado con la relación financiera.
Ese aspecto representativo a su vez remite a la creencia en el Estado como “cosa pública” y a la confianza en la estabilidad que hace posible el crédito gracias a la garantía por parte del Estado de que las
deudas se restituirán:
“Existe entre el régimen de Estado y el régimen de la
finanza la característica común de que ambos reposan sobre elementos representativos más que reales,
el Estado sobre la concepción de la cosa pública, la finanza sobre el crédito. Estas afinidades no son meras
aproximaciones de ideas. Hemos visto que el Estado
es un equilibrio móvil, muy delicado, en constante
progreso; hace falta que haya en él una organización
económica flexible y móvil como la de la riqueza mobiliaria. Por otra parte, por mucho que sean móviles,
las estabilidades que garantiza el Estado tienen un
valor de creencia máxima y son las que desarrollan el
crédito necesario al régimen capitalista”5.
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VII
Frente a la ingenuidad común en la izquierda que
opone el Estado al mercado, vale la pena recordar
que ambos tienen la misma matriz y que esta no es
el intercambio simple, el intercambio entre iguales
con forma contractual al que la filosofía política clásica quiso reducir la fundamentación de la política,
sino la relación estrictamente desigual que caracteriza la condición de endeudamiento (y el crédito) y la
relación de sumisión política que esta desigualdad
constituye. Por un lado, está el sujeto que concede el
crédito y que tiene en su poder al endeudado en
cuanto este vive en la esperanza y el temor de conseguir el crédito y luego de poder restituirlo. Por otro
está este mismo sujeto endeudado que tiene que
multiplicar las garantías dadas al acreedor y someter su vida entera a las “condiciones” de la deuda y
de su devolución. Como explica David Graeber, el
origen del dinero no debe buscarse en el intercambio
simple entre iguales como lo hacen los diversos mitos robinsonianos de la economía política, sino en la
deuda como hecho originario, como promesa de restitución hecha a alguien más poderoso6. Esta promesa es cuantificable y transferible y puede convertirse
en el equivalente universal que permite intercam-
biar quantums variables de sumisión al acreedor. El
sujeto de la deuda es el sujeto de la promesa y de la
palabra dada, el sujeto de la deuda es siempre ya
súbdito. En palabras de Maurizio Lazzarato: “contrariamente a lo que cuentan a diario los economistas, los periodistas y demás “expertos”, la finanza no
es un exceso de especulación que habría que regular,
una simple funcionalidad capitalista que garantiza
la inversión; tampoco constituye una de las expresiones de la avidez y de la codicia de la “naturaleza
humana” que habría que dominar razonablemente,
sino una relación de poder”7.
VIII
El sujeto de la deuda es también el sujeto que con su
promesa construye y reproduce al soberano como
Gran Acreedor y garante de la deuda en última instancia. Con la deuda y la fuerte subjetivación de la
relación de poder que entraña, parecería que hubiéramos llegado a una fase del capitalismo en que los
mecanismos de invisibilización de la dominación
política y de la explotación a ella asociada hubieran
desaparecido y se hubiese operado un retorno a formas casi feudales de explotación. Esto, sin embargo,
sólo es así en lo que se refiere al sujeto endeudado
que asume la deuda como una promesa propia, como una palabra que ha de respetar por encima de todo. Sin embargo, el acreedor de la deuda, sigue siendo perfectamente impersonal pues es el portador
perfectamente aleatorio de títulos de deuda intercambiables y combinables en paquetes financieros
con cualesquiera otros títulos en cualquier otra proporción. Frente al sujeto que expone su dignidad y
5.- M. Hauriou, Ibid.
6.- David Graeber, Debt, the first 5000 years, Melville House Publishing, Brooklyn, New York, 2011
7.- Maurizio Lazzarato, La fabrique de l’homme endetté, Éditions Amsterdam, Paris, 2011, p.23 (subrayado nuestro)
8.- Karl Marx, Early Writings, Penguin, London, 1975, p. 264
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“Art. 1.740
Por el contrato de préstamo, una de las partes entrega a la otra, o alguna cosa no fungible para que use
de ella por cierto tiempo y se la devuelva, en cuyo caso se llama comodato, o dinero u otra cosa fungible,
con condición de devolver otro tanto de la misma especie y calidad, en cuyo caso conserva simplemente
el nombre de préstamo.
El comodato es esencialmente gratuito.
El simple préstamo puede ser gratuito o con pacto de
pagar interés.”
“Una de las partes entrega a la otra”: las partes aparecen como libres e iguales, formalmente intercambiables, aunque lo que está teniendo lugar es el establecimiento efectivo de una relación de sumisión. La forma jurídica esconde ciertamente la relación de subordinación, pero también es indicio de otra realidad. En
la relación de préstamo, el poder no es sino el resultado de una relación: yo tomo un bien prestado y me
comprometo a devolverlo en determinadas condiciones, otro me lo presta a condición de que cumpla las
estipulaciones del contrato. Cada uno ha buscado en
el pacto su interés. Ahora bien, la aceptación de este
pacto dependía de unas circunstancias concretas, a saber, de que cada una de las partes tenga un interés en
el acuerdo. Si, por ejemplo, la condiciones del pacto
inicial dejan de reunirse al haberse disparado los intereses, o si la otra parte cambia unilateralmente las
condiciones efectivas del préstamo, el pacto pierde su
validez. El deudor puede negarse a pagar y a cumplir
las condiciones. Como recordaba Spinoza en un texto
famoso del Tratado Político (II, §12) “El compromiso suscrito de palabra con alguien de hacer o de no hacer tal o cual
cosa cuando se tiene el poder de actuar contrariamente a la
palabra dada, sigue vigente mientras la voluntad del que ha
prometido no cambie. Quien tiene, efectivamente, la posibilidad de romper el compromiso que ha asumido, no se ha
desprendido de su derecho, sino que sólo ha dado palabras.”
Un compromiso puede, por lo tanto deshacerse y el
pacto de sumisión al acreedor puede verse anulado
por el simple hecho de que el deudor deje de pagar.
La no unilateralidad de la relación de poder que aquí
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Poco importa pues, el carácter aparentemente personal de la relación de crédito, puesto que los rasgos
personales del endeudado serán sólo garantía del
pago de su deuda, él mismo es en esta relación una
garantía transmisible como lo es el dinero. El sujeto
endeudado es, como dice Marx: “el material que el
dinero habita” y ejerce, entre otras, las mismas funciones que el propio dinero. Donde, gracias a una relación de confianza personal nos hubiéramos podido encontrar con una superación del anonimato propio del intercambio mercantil, lo que hallamos es
una exacerbación de la dominación y de la instrumentalización del individuo, pues este debe responder del pago de su deuda con la totalidad de su existencia actual y futura, a la vez que su propia existencia se convierte en unidad de valor intercambiable y
transmisible.
Aunque, a diferencia de la relación de intercambio,
la relación acreedor-deudor ya no sea formalmente
una relación simétrica, pues el acreedor tiene un poder sobre su deudor, el derecho no la reconoce así. El
contrato de préstamo en que se basa la relación de
deuda sigue apareciendo como un contrato entre
iguales. Así lo define el Código Civil español:
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“El crédito es el juicio económico sobre la moralidad
de un hombre. En el sistema del crédito, el hombre
sustituye al metal o al papel como mediador del intercambio. No lo hace sin embargo en cuanto hombre
sino como encarnación del capital y del interés. […]La
individualidad humana, la moralidad humana se han
convertido ambas en artículos de comercio y en el
material que el dinero habita. La substancia, el cuerpo
que viste al espíritu del dinero no es dinero, papel, sino mi existencia personal, mi carne y mi sangre, mi
valor y mi estatuto sociales. El crédito ya no realiza
los valores monetarios en dinero efectivo, sino en carne humana y corazones humanos”8.
IX
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que promete tener en el futuro una conducta acorde
con el pago de la deuda, lo que tenemos es una masa anónima de títulos, lo cual no deja de producir
efectos sobre el sujeto endeudado. Como observaba
el Joven Marx en sus notas Sobre los Elements of
Political Economy de James Mill:
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se da contrasta fuertemente con el mito de la soberanía tal como lo formula Bodin. La soberanía es un poder unidireccional: del soberano al súbdito. El poder
efectivo, el que realmente existe en las sociedades no
corresponde en absoluto a ese mito. El acreedor o el
Gran Acreedor dependen siempre de una relación
con quien, por su obediencia los constituye como tales, pero esa relación es reversible. En el caso de la
deuda esto queda claro en el famoso chiste norteamericano que sirve a David Graeber de acápite para su
libro sobre los “primeros 5000 años” de historia de la
deuda: “Si le debes al banco cien mil dólares, el banco te posee, si le debes cien millones de dólares, tú posees el banco.”
Conclusión
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La actual forma de poder y de dominación asociada
al régimen de la deuda presenta una serie de características sumamente ambiguas. Por un lado, la do-
minación a través de la deuda parece ser la culminación y la exacerbación de la relación de explotación,
pues la vida entera del deudor y no sólo su tiempo
de trabajo, es convocada como garantía del pago de
la deuda. Aparentemente, estaríamos, desde una
perspectiva frankfurtiana en el límite extremo de la
dominación y de la vida administrada. Sin embargo,
a diferencia de la relación de intercambio, la relación
de deuda pone al descubierto el poder que existe detrás de las formas jurídicas en que se formula. Esto,
a su vez, no sólo muestra la existencia de dominación, sino sobre todo, el carácter relacional de la dominación y su permanente reversibilidad. El momento de aparente mayor fuerza de una dominación
del capital que abarca ya todos los ámbitos de la vida, resulta ser a la vez el de su máxima debilidad,
pues la vida puede siempre volverse en su contra.
Riesgos de la inmanencia.
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