XXIX Annual ILASSA Student Conference The University of Texas at Austin February 5–7, 2009 Comunidad, poder y resignificaciones en las Misiones Jesuíticas de los indios “chiquitos” durante el siglo XVIII: Inés Mambretti♦ “Etiam periere ruinæ” Marco A. Lucano La humanidad se presenta en diferentes formas de entidades integrales: persona, pueblo, nación y civilización o quizás sean las que más han interesado a los científicos sociales. Sin embargo, y he aquí lo más importante, la “pequeña comunidad” ha sido la forma predominante de vida de la humanidad a lo largo de la historia. El presente trabajo es un intento de analizar los cambios que acontecieron en las pequeñas comunidades de los indios Chiquitos en los llanos de Bolivia a partir de la irrupción de los jesuitas y su particular forma de reorganizar la vida en comunidad a través de las “reducciones”. Aún hoy, los científicos sociales coinciden en destacar esta relación particular que se estableciera entre las dos culturas y cómo se articuló el poder y las resignificaciones en esa comunidad.. 1. Introducción Los indígenas se vieron fuertemente influidos por la religión católica impartida por, y a modo de, los jesuitas . Fueron agrícolas sedentarios y, por las persecuciones de los españoles y bandeirantes más las epidemias, terminaron diezmados. Como consecuencia, se disgregaron formando grupos o pequeñas comunidades consideradas “aisladas” o en “transición” pasando a ser recolectores–cazadores. Se sabe por el Padre Julián Knogler (en Hoffmann, 1979:143), que en el siglo XVII las comunidades de la Chiquitania estaban formadas por 15 a 20 familias, es decir unas 80 á 100 personas constituyendo una unidad social y política con un jefe. ¿Quiénes eran los Chiquitos? Eran un grupo aborigen, bastante numeroso, que habitaba en las selvas del este de Bolivia (seria bueno poner un mapa). Ocupaban, según ♦ Historiadora del Arte. Facultad de Filosofia y Letras. Universidad de Buenos Aires. cuenta Patricio Fernández, un “espacio de tierra de 200 leguas de largo y 100 de ancho”.1 Fueron llamados así en virtud de la forma de las viviendas de los “Taperás”, semisubterráneas, a las que se accedía por aberturas bajas y angostas que los obligaban a agacharse para entrar y salir de ellas. Esta particularidad fue motivada por la presencia recurrente de insectos y por las hostilidades de sus enemigos. Debe ponerse en claro que al llegar el español primero, y los sacerdotes jesuitas después, el llano boliviano y sus zonas adyacentes contenían una muy numerosa población. Los jesuitas llegaron a reunir 500 mil personas en sus misiones de Moxos, Chiquitos y el Paraguay. Como señala el Padre Fernández (op.cit.) en forma bastante benévola en cuanto a su percepción de los grupos “son de temperamento ígneo y vivaz más que lo ordinario de estas naciones, de buen entendimiento, amantes de lo bueno, nada inconscientes ni inclinados a lo malo, y por esto muy ajustados a los dictámenes de la razón natural […]”.Lo particular de esta “irrupción” (si es que así puede llamársela) es que se respetaron los cacicazgos y los derechos de los caciques indígenas. La primera reducción que fundaron los jesuitas en tierra Chiquitana fue San Francisco Javier (siglo XVIII). Comunidad ¿Qué se entiende por pequeña comunidad? La pequeña comunidad es un convenio social vigente desde la cuna a la tumba. Las cualidades que la distinguen son: la distintividad, la pequeñez, la homogeneidad y la autosuficiencia2. Una banda de cazadores, o un grupo aborigen, como en este caso, tiene una unidad, una personalidad, y tiene, además, su propio carácter.. La comunidad era, para dichos aborígenes, toda su vida, su pequeño cosmos.. Cuando hablamos de comunidad es interesante incorporar la definición de Bailey3, para quien ésta está conformada por personas que en mayor grado tienen en común un único sistema de categorías y un conjunto de reglas acordadas para conectar estas categorías entre sí. En otras palabras, tienen una cultura en común, vigente ex ante, ex durante y ex post de la presencia de los discípulos de San Ignacio de Loyola. Los Chiquitos, como toda comunidad aborigen, tenían un sistema social con una estructura y con mecanismos propios de funcionamiento. De ello fueron 1 Fernández, Juan Patricio, SJ [1726]. (1994) Relación historial de las Misiones de indios Chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús Ed. por el Centro de estudios indígenas y coloniales de la Provincia de Jujuy, Argentina, 2 Redfield, Robert (1956), The little community and peasant society and culture, Chicago: The University of Chicago Press. 3 Bailey, F. (1971) Gifts and poisons, Oxford: Basil Blackwell. absolutamente conscientes los Jesuitas que intentaron forjar una nueva realidad para ellos pero de un modo estrictamente persuasivo. Sin embargo, más interesante a nuestros fines que preguntarse quiénes eran, es intentar develar cómo era la sociedad que los jesuitas hallaron en dichas tierras. El hombre blanco encontró en este territorio grupos humanos que practicaban una agricultura incipiente, y que se desplazaban con regularidad estacional en busca de recursos complementarios de la caza y la pesca fluvial que constituían la base de su subsistencia. Su organización social se basaba en el patrón de familias nucleares de diferente tamaño que ocupaban viviendas construidas con materiales vegetales, en territorios delimitados bajo un nombre y con una lengua propia4. Una sociedad igualitaria, sin dinero, sin riqueza ni lujo, donde todos trabajaban y todos tenían acceso a los bienes de consumo, donde no existía el desamparo, donde los conceptos de propiedad y lucro no tenían cabida porque ni siquiera estaban presentes en las mentes de los individuos ni del colectivo, ésa era la sociedad persistente, algo bastante parecido a la Utopía de Tomas Moro. Por ejemplo, un tema de especial importancia es el de la delimitación de las tierras, que fueron de propiedad colectiva, de las sociedades indígenas Una vez ejecutadas y organizadas las reducciones, el único hombre blanco era el misionero que controlaba la constitución de los cabildos de los naturales y regulaba a través de sus “funcionarios” los trabajos colectivos en el campo, o los especializados de diversas actividades. Los jesuitas buscaron y “consiguieron” la total autosuficiencia de los integrantes de las reducciones5. En este caso, no se apartaron de las generalidades del modo de colonialismo español, centrado más que nada, en el dominio sobre las gentes. El ganado no era de propiedad privada sino que se criaba en estancias administradas por los padres. De hecho, la región de Chiquitos proporcionó la sal, que era uno de los productos más apreciados por su escasez en el virreinato. Poder y Evangelización ¿ Podría decirse decir que hubo una estrecha relación entre valores, organización social, estructuras de poder, procesos de socialización y conflictos sociales que se 4 Knogler, Julián, SJ. en Hoffmann, Werner 1979. Las misiones jesuíticas entre los chiquitanos. Buenos Aires: CONICET/ FECYC. 5 Reducción proviene de reducir a los habitantes “ad ecclesiam et vital civiles essent reducto” se inicie (o se reconduzca, o se reduzca) [a los habitantes] a la vida civil y eclesiástica.. Ver Faβbinder, María. Los Jesuitas en Paraguay (1926:11) en Bärbel, Freyer. Los Chiquitanos. Ed. Jürgen Riester, APCOB dieron en las reducciones entre los actores de las comunidades indígenas (Chiquitos) y los de las comunidades religiosas (Jesuitas)? En este marco, es propio definir qué es poder y evangelización ya que ambos son conceptos fundamentales en el presente ensayo. Poder es el dominio, habilidad o jurisdicción que uno ejerce sobre el otro y la capacidad de control imperativo sobre la comunidad, ciudad o territorio que presupone un control físico o un poder coercitivo. Esto está íntimamente relacionado con las doctrinas, con el poder (cristianización) y con la aceptación genuina o impuesta de dicho poder. Por colonialismo, en cambio, se entiende un pueblo o gobierno que extiende su soberanía sobre otro territorio o comunidad como fuente de riquezas o poder. Esta relación termina cuando la comunidad se subsume aceptando la soberanía o incorporando la estructura política del poder colonial. Aún así, esta visión lineal de un proceso de colonización de ningún modo puede captar las verdaderas dimensiones del proceso. En una relación de dominación cultural las diferencias de poder de las distintas partes tienden a permanecer invisibles. Es el concepto de “poder simbólico” que utiliza Bordieu (1971:201) para describir una forma de poder que es como un velo de sobreentendidos culturales que encubren las diferencias objetivas de poder6. Sin ir más lejos, en este caso específico, los padres de la Compañía de Jesús localizaron sus misiones en el territorio con gran visión estratégica de manera de ir expandiendo paulatinamente las fronteras y poco a poco poder ocupar y dominar una extendida superficie, lo que produjo, por décadas conflictos entre españoles, jesuitas e indígenas en las reducciones, motivadas por tratos comerciales y relaciones de poder. De hecho, las prácticas bélicas (normalmente el elemento coactivo por excelencia) se orientaron al adiestramiento de los aborígenes para que actuaran como pequeños cuerpos de tropas auxiliares. Lo que molestó particularmente a algunos sectores del poder colonial fue que los sacerdotes jesuitas realizaran ex profeso una política de concentración de la población indígena en grandes núcleos o pueblos reduccionales que luego conformarían comunidades, al mismo tiempo que lograron aislar al elemento nativo evitando el contacto con los españoles. Incluso, no les enseñaban el idioma castellano a los nativos como forma de prevención y a modo de evitar el establecimiento de relaciones y comunicaciones con los europeos que vivían en territorios vecinos. En este sentido, es más acertado evaluar al poder como un dispositivo que los propios sacerdotes usaron, 6 Bourdieu P., Passeron J.C., (1971). Los estudiantes y la cultura. Labor, Madrid. pp.209-211 no sólo en un sentido unívoco, sino en un entramado específico, con multiplicidad de intereses y objetivos. Puede ser importante, en este caso, analizar estos hechos a la luz de relaciones multiplex ya que en una comunidad se encuentran, básicamente, relaciones múltiples que se retroalimentan entre sí. Cada una de esas relaciones es una acción ejercida de un lado y soportada o recibida por el otro. Esas acciones se representan de tal manera que tienden a conservar o destruir las voluntades del otro lado. Por eso, están compuestas de compensaciones, exigencias o acuerdos que son consideradas como expresiones de voluntades o, asimismo, de fuerzas. Bailey pone de relieve cómo los fenómenos de poder son suficientemente complejos como para tener que verlos desde muchos ángulos y tomar en consideración múltiples variables7. La evangelización a partir de pueblos perfectamente trazados (reducciones) no generó rupturas con los modos de vida tradicionales; aunque sí implicó un ejercicio de poder. En este sentido, la reestructuración de los modos de vida preexistentes se realizó de un modo perfectamente armónico. El uso del cabello largo como signo de prestigio y de virilidad, por ejemplo, fue una de las pautas culturales cuya continuidad fue permitida y mantenida por los jesuitas, que comprendieron la humillación que habría representado para sus neófitos el verse privados de ese símbolo de status. Los jesuitas trataron de respetar muchas costumbres de los aborígenes aunque transformando algunos de los elementos más importantes. Por ejemplo, permitieron la práctica de las libaciones ceremoniales, pero sustituyendo la chicha por infusiones de yerba mate. De hecho, el padre Fernández, en su relato, critica abiertamente la tendencia de los Chiquitos a la ingesta excesiva de alcohol: son entre sí muy frecuentes los convites a beber la chicha […]. Aun así, más allá del prejuicio sacerdotal, fueron capaces de descubrir que era el hecho de beber ceremonialmente lo importante en determinados momentos de su vida social y no la clase de bebida propiamente dicha. Del mismo modo, la afición a la música y a las matemáticas enriqueció de forma sorprendente la cultura espiritual de unos pueblos que nunca antes se habían destacado concientemente en la creación artística. En ella se presentaban por primera vez distintos escenarios donde se manifestaban las luchas simbólicas de ambas culturas” (Bourdieu, op.cit). En alguno de sus escritos el sociólogo Pierre Bourdieu habla de “violencia simbólica”, para referirse a la necesidad de los mecanismos de poder de alzarse con elementos simbólicos propios 7 Bailey, Frederick George (1993) The Kingdom of Individuals: an essay on self-respect and social obligation. Ithaca, NY: Cornell University Press. de una cultura. En este sentido, es necesario destacar que más que violencia simbólica, en el caso de los Chiquitos estamos en presencia de una resignificación simbólica. De ahí la preocupación constante de los discípulos de San Ignacio de Loyola por resignificar los elementos procedentes de la cultura chiquitana. En este sentido, podemos hacer una “crítica” al analizar la transformación empírica de las relaciones sociales en situaciones asimétricas de poder. La práctica ancestral de la reciprocidad y de la redistribución de bienes, tan arraigada en la configuración mental de los Chiquitos, facilitó a los frailes la implantación de talleres de producción de objetos de consumo y de ceremoniales cuyos excedentes se destinaban a la comercialización extra-reduccional para obtener esos otros bienes necesarios e inasequibles en una economía de autosuficiencia. Así, los trabajos artesanales produjeron objetos propios, pero también otros, ajenos a la cultura local. Por ejemplo, la elaboración de la cera y el curtido de pieles sentaron las bases de una nueva economía. Hasta aquí, una idea de la impronta que tuvieron los jesuitas en el desarrollo de la vida cotidiana de los indios Chiquitos. En la cultura Chiquitana prehispánica, el concepto de comunidad se anteponía al concepto de propiedad privada. Eran propiedades del indio únicamente aquellos elementos de uso personal, que hoy calificaríamos como bienes muebles, en tanto que la tierra, los árboles, los animales del monte o de la selva eran considerados como pertenecientes a la comunidad. El animal cazado con mucho esfuerzo en el monte no era propiedad del cazador, sino de la comunidad, y con ella debía ser compartido. Las necesidades eran primordialmente espirituales y sólo, luego, le seguían las materiales como el diario alimento (remarcando diario y no diferible), la vestimenta usual, el arco y las flechas, la hamaca, algún río, arroyo o laguna cercanos. Los padres jesuitas, y más tarde los franciscanos, tuvieron la asombrosa habilidad de respetar y aceptar ciertas concepciones culturales de los Chiquitos, como la institución social del cacicazgo, la comunidad de bienes, el trabajo mancomunado, la herboristería medicinal, y otras tantas que fueron incorporadas lentamente a partir de un proceso de yuxtaposición y sincretismo, tal el caso de la utilización racional del tiempo y la lengua entre otros. Ciertamente que otras fueron combatidas y nunca aceptadas, como ser el poder que detentaban los chamanes, la poligamia, la antropofagia, las prácticas funerarias no cristianas. He aquí la explicación de por qué hablamos de resignificación y refuncionalización simbólica antes que de violencia o imposición. En la sociedad Chiquitana pre-jesuítica el poder se centraba en dos instituciones: el cacique y el chamán o payé. El cacique era quien otorgaba cohesión social al grupo, mientras que el chamán creaba la unidad espiritual. El éxito de la conquista espiritual emprendida por los jesuitas se cimentó en la alianza lograda con los caciques en desmedro del poder de los chamanes. La llegada de los sacerdotes, y la posterior formación de las reducciones implicó amplias transformaciones en su cosmovisión, sus sistemas de valores y normativos He aquí presente el ejercicio de un poder, evaluado como “eficiencia”8. En este punto, se hace preciso distinguir lo que es la autoridad y su esencia. En el centro político de cualquier sociedad hay tanto una elite gobernante como un conjunto de formas simbólicas que expresan el hecho de que es en verdad gobernante. Un líder político no se vuelve numinoso9 al destacar un cierto e interno estado de autoestima en el orden social, sino al implicarse profunda e íntimamente en las principales funciones mediante las que dicho orden organiza las vidas10. Esta fue la clave del poder jesuítico. Por citar un ejemplo, la reducción jesuítica ordenó las diversas parcialidades (o asentamientos preexistentes) en torno a una plaza, rescatando con ello el concepto de “comunidad” y solidaridad propio de la cultura aborigen. La nueva sociedad chiquitana reduccional de ningún modo implicó un corte abrupto con la realidad social anterior. Se fundamentó, cimentó y fundió en y con ella logrando evolucionar así a formas más complejas, aunque fuera de modo más paulatino. Sería más apropiado señalar que la sociedad indígena respondió apropiando y resignificando las instituciones “jesuíticas”, en un intento razonable por adaptarse y sobrevivir. Los indígenas eran asentados en poblaciones fijas llamadas “reducciones” donde los misioneros, mediante métodos de persuasión y coerción y, utilizando grupos de indios cristianizados para hacer sus “entradas” a los bosques, lograban incorporar grupos de familias a las misiones continuamente (ver Fernández:, 1994:62) Ahora bien, si tenemos en claro que el poder es la habilidad de controlar, dominar o ejercer influencia en el comportamiento de los otros y la autoridad es el poder legitimado, debe ser evidente que los Padres Jesuitas ejercieron un poder que no tardó mucho en legitimarse. Por ejemplo, durante la evangelización los jesuitas 8 Eficiencia. (Del lat. efficientĭa). 1. f. Capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado. Real Academia Española © Todos los derechos reservados 9 El término numinoso es acuñado por Rudolf Otto (1869-1937), teólogo protestante alemán y uno de los pensadores del tema religioso más influyentes en la primera mitad del siglo XX. Otto analiza la experiencia religiosa como el fundamento de todas las religiones. Otto creó esa voz, derivándola de numen (dios, divinidad, inspiración o majestad divina), para designar con ella la esencia de lo sagrado, 10 Geertz, Clifford. (1994). Conocimiento Local. Ed. Paidos. Buenos Aires. mantuvieron como línea de autoridad única, la suya propia. La aldea reduccional jesuita tenía una estructura bastante uniforme copiando rasgos de modelos europeos pero convenientemente adaptados a las peculiares características de la región. En los pueblos jesuitas la planificación fue total, desde el trazado urbanístico hasta las cantidades de alimentos que permitirían sustentar a los habitantes, pasando, entre otras, por la forma y tamaño de las casas y habitaciones .que muestra el ejemplo más cabal del ejercicio de un poder persuasivo, y necesariamente persistente. Ir restando grados de libertad y capacidad de autogestionar su vida, fue el elemento más evidente del ejercicio de un poder que, aunque simulado entre caracteres paternalistas y supuestos “autodescubrimientos”, no hizo más que horadar las concepciones previas de los aborígenes. Los jesuitas, sin embargo, tuvieron en cuenta ciertas peculiaridades culturales y sociales de los diferentes grupos humanos disponiendo que las parcialidades enemigas y las de origen distinto nunca estuvieran juntas en un mismo espacio. Esta especie de “arbitrio” entre parentescos y rivalidades, es también otro símbolo notorio del ejercicio de la autoridad por parte de los sacerdotes. Por ejemplo, algunas veces aplicaron una práctica que aprendieron de los Incas, las mitas: trasladaban masivamente a determinadas parcialidades a otro lugar con el fin de pacificar a grupos indómitos o de aplacar los ánimos de ellas mismas facilitando una armonía en la convivencia. Es evidente que los jesuitas, con la aplicación de este modelo, lograron realizar una agregación sistemática de “naciones” aborígenes venciendo los conflictos entre los diferentes grupos. Estas pequeñas comunidades 11 cuya “distintividad” radicaba en sus muy diferentes lenguas, pasaron a constituir una sola comunidad jesuítica-chiquitana al extenderse la lengua de los Chiquitos como lengua general de las misiones, lo cual contribuyó a homogeneizar las creencias, costumbres y tradiciones de los distintos pueblos aborígenes de la región. Tal no fue, sino, un logro de los padres jesuíticos que, al constituir una nación, y más aún, una nacionalidad, se atribuyeron la facultad de generar identidades forjadas a la luz de sus propias concepciones aggiornadas con algunos elementos más que significativos de la cultura prejesuítica. Como vemos, la hegemonía que pudieron ejercer los sacerdotes nunca fue total: debió impregnarse de una comunicación social preexistente, en verdad, una multiplicidad de vectores que 11 Redfield, Robert. (1973) The Little Comunity and Peasant Society and Culture. The University of Chicago Press, Chicago, USA. produjo un efecto cultural, con el cual convivieron, en luchas varias y en posiciones amenazadas, precarias y a menudo silenciadas, actitudes de los aborígenes, entrelazadas entre la complicidad y la resistencia, capitaneadas por las maneras populares de comunicar y de hacer, ejemplo de que el proceso de evangelización fue más una dialéctica que una imposición unilateral.. Como vemos, los sacerdotes ejercieron conscientes un poder con determinados fines. De hecho, generaron un elemento de unión que fue absolutamente funcional y, demás está decirlo, totalmente extraño a los conceptos previos de los aborígenes: las fiestas fijadas por el calendario de la Iglesia Católica asociadas a la finalización de los trabajos agrícolas, que culminaban con borracheras, toleradas en bajos niveles por los jesuitas. Aquí se demuestra que la acción de los Padres jesuitas sobre los Chiquitos fue, como ya se mencionó anteriormente, esencialmente educativa. Educar en el cristianismo de la Iglesia Católica, no partiendo de una negación de la cultura preexistente, sino aceptándola y usándola como basamento para la construcción de un nuevo orden cultural. Reconocer y aceptar la lengua “chiquito”como una realidad irrefutable fue quizás el mayor atrevimiento de los Padres jesuitas. El “Chiquito” fue la lengua de las misiones, hasta para los curas de los pueblos. La educación y la cultura reduccional se impartían también por medio de símbolos e imágenes; factores todos que “educaban” en una atmósfera muy particular y cautivante. El indio Chiquito se incorporó en toda su plenitud a dicho proyecto y lo hizo suyo, al punto de resignificarlo otorgándole un dinamismo propio. Indagando aquellas partes de la vida cotidiana de los indios Chiquitos de las cuales es más probable inferir los cambios acontecidos a partir de la llegada de los jesuitas, es interesante analizar el elemento artístico. Los testimonios de los propios Padres jesuitas son muy claros: el indio poseía una habilidad extrema para realizar reproducciones de objetos que les eran puestos ante su aguda vista. Pero al mismo tiempo, según los testimonios, era incapaz de crear algo nuevo o de modificar por propia iniciativa el objeto que se le pedía que reprodujera. (Fernandez 1994:81) Gran parte de esta crítica dirigida a menoscabar la capacidad del indígena esta teñida de prejuicios, propios de una mentalidad euro y etnocéntrica. El sistema reduccional le ofrecía al indio los medios o instrumentos que requería para manifestarse y éste los utilizaba. La fuerza expresiva de la cultura del chiquito reduccional se refleja también en otras facetas de la realidad. Se trata de expresiones que podríamos llamar espontáneas y populares, marginales a un proyecto cultural institucional. Es una forma de arte primitivo pero de gran contenido expresivo. Prácticamente la totalidad de las obras (pintura de caballete y pintura mural) fueron de una iconografía religiosa. Pareciera ser que el mensaje pedagógico se sobreponía al mensaje estético. El gusto por la música que tenía el aborigen causaba asombro en los misioneros jesuitas, así como la innata capacidad para ejecutar piezas musicales. Los padres jesuitas incorporaron a las reducciones instrumentos musicales típicamente europeos y un estilo particular, el barroco. La música que se ejecutaba en los pueblos era básicamente sacra y buscaba cimentar el proyecto evangelizador. De aquí que el propio Fernández (1994:52), como testigo privilegiado de la situación, se preocupara en remarcar lo siguiente: Tres veces al día, al romper el alba, a medio día y a la noche, juntos los niños y las niñas cantan a coros distintos gran número de oraciones y decoran de memoria lo que el misionero les ha explicado del catecismo. Para que los Chiquitos hayan tomado una identidad que reflejara ambas culturas, ha debido existir necesariamente alguna especie de confianza en el sacerdote que no era sino un extraño. Georg Simmel12 (en Boivin,Rosato et alt.)13 define a la confianza como “una hipótesis sobre la conducta futura de otro, hipótesis que ofrece seguridad suficiente para fundar en ella una actividad práctica”. Claramente constituye un grado intermedio entre el saber acerca de los otros y la ignorancia respecto a ellos. La confianza que se encuentra en la base de una relación social ha de presentar una combinación de conocimiento de rasgos externos y de conocimiento personal. Para evaluar las relaciones de poder evidenciables entre los Jesuitas y los aborígenes Chiquitos es necesario evaluar al poder como un dispositivo,14 es decir, no como algo rígido de lo cual se apropian ciertos individuos, los que son socialmente designados como “teniendo poder” dentro de una “colectividad local” dada, sino como un conjunto de relaciones de dependencia que se instauran entre posiciones sociológicamente caracterizadas El intercambio es la esencia de la interacción social: la sociedad existe en el hecho de que entre los hombres se dan deferencias, desafíos, 12 Simmel, Georg (1858-1918) Doctor en filosofía de la Universidad de Berlín (1881),. se centró en estudios microsociológicos. Daba gran importancia a la interacción social. "Todos somos fragmentos no sólo del hombre en general, sino de nosotros mismos." 13 Boivin, Mauricio; Rosato, Ana y Balbi, Fernando (1998). “Quando o inimigo te abraca com entusiasmo...: Etnografia de uma traicao”. Mana. Estudos de Antropologia Social. vol.4 N°2. 35-65. 14 Foucault, Michel. (2000) “Verdad y Poder”. En: Estrategias de Poder. Volumen II. Barcelona: Editorial Paidos. dinero, tributos, servicios. .(Bailey, op.cit.) Consciente o inconscientemente, los jesuitas se adueñaron de los sistemas de intercambio entre los indios. Comenzaron a controlarlo. De ahí su preocupación por conocer las bases del idioma, tal como relata Juan Patricio Fernández, “los misioneros se lamentan de no poder aprenderla [a la lengua guaraní…] En cinco meses que ha que estoy aquí, apenas he aprendido cuatro conjugaciones, habiendo sudado y trabajado de noche y de día. […]” . Aquí notamos, más que nada en estas particularidades, la explicación de cómo, aún respetando las estructuras básicas de la sociedad chiquitana, los jesuitas pudieron tomar las riendas de estos aborígenes y horadar sus esquemas más generales de administración. Señala Bailey que ningún reformista social o planificador puede soportar el hacer sin un conocimiento sistemático de las creencias y valores de la gente cuyas vidas está planeando cambiar. De esto fueron perfectamente conocedores los jesuitas, haciendo que sus “imposiciones” fueran asimilables y logrando una persistencia que muchos no alcanzaron a pesar del despliegue de recursos que ostentaron. En este sentido, podemos abordar otro de los conceptos, el carisma. El concepto de carisma adolece de una indefinición de referentes: ¿indica un fenómeno cultural o psicológico? No está claro si el carisma es el estatus, la emoción o una cierta fusión ambigua de ambos.(Geertz, 1995: 19-40) En el caso particular de los indios Chiquitos, ese “carisma jesuítico” tuvo más que ver con lo cultural que con lo psicológico propiamente dicho. Los frailes hicieron de las reducciones verdaderos centros activos del orden social, lugares en los que se concentraron los actos importantes; constituyendo aquel o aquellos puntos de una sociedad en los que sus ideas se vinculan a sus principales instituciones para crear una arena política en la que han de producirse los acontecimientos que afectan más esencialmente las vidas de sus miembros. En esas arenas y en los acontecimientos trascendentes que en ellas suceden se gesta el carisma. Las reducciones forjaron una tipología de comunidad muy diferente a aquella que los indios tenían. Se puede hablar )de una nueva comunidad. El poder, el carisma de los frailes, las reducciones y ese tipo de comunidad, fueron elementos del mismo entramado social, de una misma dimensión, un locus preciso que forjaron los propios jesuitas.. Las crisis de valores son sin duda, principalmente crisis de identidad social. Pero por cierto¿habrán existido? Claro es que los Chiquitos estuvieron condenados a recibir desde el exterior (léase “jesuitas”) las definiciones de lo que “debía ser” con todas las contradicciones que tal situación implicaba. La comunidad rústica, aquellas que se administran a sí mismas (tipología que pareciera corresponderle a la sociedad chiquitana previa a la irrupción de los Jesuitas), implica, de por sí, una gran cohesión. La vigorosa adhesión que se profesan sus miembros unos a otros y la adhesión que profesan a su comunidad están forjadas por la inseguridad de un mundo rústico en el cual ninguna autoridad central conserva la paz y el orden. (Gellner)15 Precisamente a ese punto fueron destinados todos los esfuerzos de los jesuitas, instaurando una previsión sobre la realidad. A pueblos sin una ontologización precisa de deidades que, como bien señala Fernández, tenían creencias difusas centradas en la luna y otros elementos de la naturaleza “a sola la luna honran con el título de madre pero sin darla culto” […] , los sacerdotes fueron generando el espacio adecuado para introducir la doctrina cristina. La esperanza en otra vida, la existencia de un Salvador que ejemplificó el accionar correcto que una vida debe mostrar, la valoración positiva del sacrificio, el pecado y la posibilidad de su redención, fueron conceptos enteramente nuevos que no chocaron abiertamente con estructuras previas sino que lograron ocupar finalmente el lugar de una superestructura que perduró (y perdura) muchos siglos después de la retirada obligada de los jesuitas. De ahí, la taxonomía que realizan los científicos sociales bolivianos entre “aborígenes misionados” (devenidos en cristianos y fundamentalmente campesinos) y aquellos que no lo son. Después de la irrupción de la orden jesuita en la vida cotidiana, se forjó una nueva fisonomía de los indígenas. En realidad, lo más acertado sería señalar que la irrupción de los jesuitas enmarcó las acciones cotidianas de los indios. Ahora bien, debe ser absolutamente claro que el aborigen tenía una tendencia colectivista. Con lo cual, la reducción fue más bien un nuevo marco, un ejercicio dialéctico hegeliano, no el testimonio de una destrucción. Ese hombre no era solitario, ni pobre, ni miserable, ni brutal, ni breve. Esa vida era gregaria y tenía cohesión, era relativamente holgada, humana y participativa. Los jesuitas sólo instauraron una identidad que, siguiendo los lineamientos de Hegel, redefinieron elementos antiguos en el marco de una nueva relación. La sociedad que halló el religioso jesuita gozaba de una fuerza propia. De ahí el interés de la orden de no provocar un choque abierto de civilizaciones, sino más bien un trabajo comparable a la horadación de una piedra, de modo de integrar las partes de la cultura chiquitana a los lineamientos básicos de la cultura hispánica. En este sentido, 15 Gellner, Ernest (1995), Antropología y política, Gedisa Editorial, Barcelona 1997. es muy ilustrativo lo que señala Juan Patricio Fernández cuando dice que “[…] Con todo eso y el no conocer ni venerar deidad alguna ni hacer estima del demonio, era muy buena la disposición para introducir en ellos el conocimiento del verdadero Dios […]” Claramente estuvieron presentes dos elementos en esta interacción de ambas culturas. Ellos fueron la cooperación y la solidaridad. En efecto, estábamos en presencia de personas diferentes, pero que lograron reunirse en torno a objetivos comunes. Es claro que la impronta y persistencia de la solidaridad, la cooperación y la asociación fue demarcada y delimitada por los jesuitas a modo de subcultura. Donde todos los hombres son conceptualmente iguales, la base de su cooperación sólo puede ser el servicio recíproco.(Roseto y Balbi, op.cit.) Una institución fundamental que necesariamente coexistió en las relaciones entre los Chiquitos y los jesuitas, fue la amistad entendida como una asociación libre, más que nada, como una mutua simpatía.(Pitt River)16 En este sentido se diferencia de la tipología de relación que anteriormente pudieran entablar los Chiquitos con sus propias autoridades (caciques, etc.) que eran personas con un prestigio local. Siguiendo a Pitt River, se puede ver que opuesta a la estructura de amistad construida sobre las relaciones personales en el pueblo, existe (generalmente) una estructura de autoridad desarrollándose desde el Estado central y definida explícitamente por sus leyes. Los jesuitas se ubicaron en un estrato intermedio entre ambas categorías. Sus estructuras resultaron una amalgama perfecta entre esquemas amistosos en el desarrollo cotidiano, tutelados por un poder central que, aunque lejano, estaba siempre presente. Los dos sistemas se entrecruzaron en el sistema jesuítico, no como grupos, sino como subestructuras conexas que operaron sobre los aborígenes, mediante un equilibrio, definiendo una nueva personalidad social. La autoridad es la salvaguardia de las virtudes sociales, por eso los jesuitas redefinieron en su favor la ontología de la autoridad. Fue así como optaron por compartir el poder con las autoridades históricas de los indios Chiquitos. De algún modo, rearmaron un nuevo tejido social, instaurándose ellos mismos como parte 16 Pitt-Rivers, Julian. (1989), Un pueblo de la sierra: Grazalema, Alianza, Madrid. fundamental de este entramado. Por ello, es tan importante adentrarse en el análisis de las “bases sociales”, intentar conocer la vida cotidiana como una dimensión en sí misma. He allí donde se puede apreciar lo particular de este modo de colonización, que sin duda mostró la apertura que tuvieron los indios para aceptar un proyecto que no era, necesariamente, propio. Y cómo, mantenidos celosamente al margen de las luchas de poder que se establecieron entre la Orden de los Jesuitas y el poder Colonial institucionalizado, mantuvieron los esquemas que habían aprendido de los sacerdotes aún después de la expulsión de la Orden, de los intentos emancipadores y de la sociedad moderna que ya empezaba a vislumbrarse a comienzos del siglo XIX. Es aquí donde vale la pena apuntar algunos datos sobre el momento preciso de la retirada de los jesuitas. En el momento de la expulsión de los mismos o extrañamiento, que en la región de Chiquitos tuvo lugar entre el mes de septiembre de 1767 y abril de 1768, la población total de los diez pueblos era de 23.788 almas, habiendo disminuido al año siguiente hasta un número de 19.981 a causa de una epidemia. Sin embargo, fue tal la persistencia de la impronta jesuítica sobre los aborígenes que, de hecho, el gran acierto de quienes asaltaron la jurisdicción sobre los Chiquitos fue tomar en consideración y dar continuidad a la forma de gobierno y administración de los jesuitas, y eso sobre la base de su propia experiencia en el conocimiento de la región que se había visitado. Para tener una idea cierta sobre la inercia que generó la forma de vida instaurada por los sacerdotes jesuitas, bien vale apuntar lo que el antropólogo Alcides D’Orbigny señalara al visitar dichos lares, cuando expresó que hoy por nada del mundo regresarían a sus bosques. Los indios eran efectivamente perseverantes en su cristianismo y en su modo de vida comunitario. Incluso, la huella de la educación jesuítica en lo que se refiere a su formación musical y su gusto por las representaciones teatrales y la ornamentación plástica de sus Iglesias fueron rasgos característicos conservados con todo su vigor hasta la época actual.. Conclusión Quizás lo más llamativo de esta evangelización o de este “modo de colonización” tal como lo denomina Bravo Guerriera17 es la efectiva simbiosis entre ambas culturas. El respeto y las concepciones tan claras de los misioneros en el sentido 17 Bravo Guerreira, Concepción (1995), Las misiones de Chiquitos: pervivencia y resistencia de un modelo de colonización. Revista Complutense de Historia de América. Número 21. Madrid, 1995. de cómo influir efectivamente sobre la cultura de un pueblo, bien podrían ser elementos envidiables en el siglo XX, a la luz de tantos intentos totalitarios desacertados. Hermann Hesse alguna vez escribió: Cada época, cada cultura, cada costumbre y tradición tienen su estilo, sus ternuras y durezas peculiares, sus crueldades y bellezas; consideran ciertos sufrimientos como naturales; aceptan ciertos males con paciencia. La vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno sólo allí donde dos épocas se entrecruzan […].18 ( Los jesuitas de estas misiones pertenecen a aquellos que se han enzarzado entre dos culturas, saliendo de toda seguridad e inocencia, aquellos cuyo sino fue vivir todos los enigmas de la vida humana y de sus culturas. Así la interpretación del pasado y la orientación hacia el futuro se unen como dos vasos comunicantes. Los jesuitas ejercieron un poder de un modo claro, pero sería erróneo analizarlo como un mero acto unilateral. Ellos no pudieron quedar al margen de los cambios después de su encuentro con los aborígenes. De hecho, lograron una conexión intercultural que no pudieron obtener los españoles. En efecto, pudieron resignificar las cosmovisiones que los Chiquitos heredaron, pero esa resignificación hubiera sido imposible sin una reevaluación de sus propias conceptualizaciones. Esto se desprende, aún, de sus propias lecturas del proceso. Tal como menciona el cronista Patricio Fernández, Eran verdaderamente grandes, los trabajos y fatigas de los padres en domesticar ese inculto campo de la fertilidad; pero no obstante eso, les parecía nada, aunque hubieran sido en comparación mucho mayores, viendo cuan bien prendía y se lograba la semilla de la predicación evangélica y cuan presto se sazonaba en frutos dignos del paraíso […] He aquí el secreto de la persistencia de su accionar, al que Bravo Guerriera destaca en el título de su libro cuando habla de “pervivencia y resistencia de un modelo de colonización”. Ahora es el momento de repensar una frase, que de modo para nada ingenuo se destacó al iniciar el presente ensayo. En la Farsalía, Marco Lucano, pone en boca del César “Etiam periere ruinæ” es decir, “Hasta las ruinas han perecido”, lo que nos viene a demostrar que cualquier estructura edilicia que pudieron haber cimentado los jesuitas, es simplemente efímera, por su propia constitución, sin embargo, su legado cultural, de ningún modo puede serlo, porque tiene el deber de persistir como memoria 18 Hesse, Hermanm (1984) El lobo estepario,Alianza Editorial, 19 edición. Madrid, p.27 colectiva, como un lazo que logra unirnos a los ancestros. Por ello, se halla seguramente protegido del paso del tiempo, logrando persistir en el imaginario colectivo de los descendientes de esos indios, imborrable, persistente, perenne, haciendo de la arqueología no sólo un ejercicio científico sino, fundamentalmente, heurístico. 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