PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE VÍCTOR MASSUH UNA MIRADA FILOSÓFICA EN EL PERIODISMO ARGENTINO Presentación del libro por el Dr. Roberto J. Walton, Prof. Coriolano Fernández y Prof. Daniel López Salort realizada en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, en la sesión pública del 2 de septiembre de 2010 PALABRAS DE APERTURA En primer lugar quiero agradecer la presencia de todos ustedes a este acto que es, al mismo tiempo un acto de presentación y de recuerdo. Es de presentación puesto que el libro Una mirada filosófica en el periodismo argentino, segunda publicación encarada por el Archivo Filosófico Argentino de esta Academia de Ciencias y que ha sido financiado por la Fundación Miguel Lillo, reúne artículos que su autor, Víctor Massuh, escribiera en distintos diarios y revistas, durante sus últimos años. Y es también un acto de recuerdo ya que recordar es volver a poner en el corazón a aquél que, antaño, estuvo junto a nosotros, pensando, dialogando, proponiendo temas, riendo y disgustándose sobre los distintos acontecimientos que sucedían en el país. Es esta doble faceta, del hombre y del pensador, que el orden del libro condensa puesto que los artículos están ordenados no de modo cronológico sino temático. Se abre pues, con pequeños ensayos escritos sobre pensadores y allí aparecen Alejandro Korn, Vicente Fatone, Alberto Rougès, José Luis Romero, Hernán Zucchi y Rafael Barrett. El segundo capítulo nos ofrece una sentida autobiografía de la tucumana tierra natal del autor y, en el último lugar, se han agrupado las peculiares visiones sobre la ciencia, la filosofía y los diversos avatares de nuestro país de quien fuera académico titular, tanto de esta Academia como de la de Ciencias Morales y Políticas. El acto se abre, pues, con las palabras del Dr. Roberto Walton y de quienes fueran amigos de Víctor Massuh, Coriolano Fernández y Daniel López Salort, quienes son, al mismo tiempo, miembros del Archivo Filosófico Argentino. Leeré, en último término, uno de los artículos del libro que se titula ‘‘Ejercicios de introspección argentina’’ como un modo de tenerlo presente a dos años de su partida. Dra. BLANCA H. PARFAIT Directora de la Sección Archivo Filosófico Argentino 3 PRESENTACIÓN DEL LIBRO UNA MIRADA FILOSÓFICA EN EL PERIODISMO ARGENTINO, DEL ACADÉMICO TITULAR Dr. VÍCTOR MASSUH Dr. ROBERTO J. WALTON La Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires tiene hoy una nueva ocasión para rendir homenaje a su Académico Titular Víctor Massuh, incorporado a la Casa en 1985 y fallecido en 2008. La ocasión es la presentación de su libro Una mirada filosófica en el periodismo argentino, que integra la serie Archivo Filosófico Argentino, colección organizada y dirigida por la Dra. Blanca Parfait. Massuh ocupaba en esta Casa el sitial Vicente Fatone, y el momento es propicio para recordar esa afirmación de Fatone según la cual el tema de la libertad es el núcleo del pensamiento argentino desde sus inicios porque la primera página de estas reflexiones se encuentra en La Gaceta de Buenos Aires. La última página es la de Massuh cuya contribución a este tema fundamental de nuestra filosofía es decisiva y amplia. Central en sus consideraciones sobre la libertad es el distingo, efectuado en su libro La libertad y la violencia, entre cinco dimensiones constitutivas que componen el tema de una ontología de la libertad. Ante todo, hay una dimensión ascética mediante la cual se descarta lo superfluo a fin de adquirir la independencia interior. El hombre no ha de ser esclavo de las circunstancias sino que ha de despegarse de ellas en un ejercicio purificador. La libertad es un itinerario de desprendimiento. Ya para el pensador de la Antigüedad clásica significa una creciente abolición de las necesidades, es decir, un despojamiento de todo lo que nos coloca en una situación de dependencia. Ya Sócrates nos indica el camino. La libertad se orienta de este modo hacia la preservación de un principio interior. Con el sabio estoico llega al nivel de una negación del mundo. El para-qué de la libertad puede por este camino, como en el caso del Moksha del asceta hindú, llegar a una inmersión en lo incondicionado. 5 Se añade la dimensión electiva ya que, sin la decisión entre alternativas, es decir, sin la voluntad como poder de elección, no podemos hablar de libertad. Simplemente, nos desenvolvemos en el mundo de la necesidad que es ajeno a la responsabilidad humana. Por tanto, la libertad está atada a la voluntad. Esa dimensión implica que el hombre es dueño de sus actos y responsable de su destino. Tiene su punto de referencia histórico en el pensamiento medieval en cuanto destaca que la libertad es para el hombre una elección entre su salvación o su condenación, y que Dios no puede hacer nada frente a este momento electivo. Además, es necesaria una dimensión normativa que implica una adecuación a principios de índole ética, jurídica o política. El hombre debe vencerse a sí mismo como sujeto particular para someterse a un principio universal que unifica los actos de tal modo que la libertad no se identifica con el azar, el capricho o el juego arbitrario. De este modo su conducta libre adquiere una regularidad racional y se convierte en un arquetipo de alcance universal. Massuh nos recuerda que, para Kant, el acto libre aparece regulado por la razón práctica que ésta funda en una ley moral intrínseca a la voluntad. El acto libre acata una norma que es válida para todos los hombres y que cada hombre descubre en el interior de sí mismo. Por eso el acto libre es la afirmación de la autonomía del hombre que no está subordinado a un orden superior y que se sobrepone a su condición sensible particular. No obstante, la concepción kantiana implica un sacrificio de la individualidad humana, un condicionamiento de lo particular por lo general, y un sacrificio de la espontaneidad al deber. Esto hace necesaria la consideración de otros aspectos de la libertad. La cuarta dimensión es la de la creación. Recordemos que Fatone ha insistido en que ‘‘existir es crear’’. Si se quiere buscar el sentido de algo es necesario crear, porque un sentido nunca está dado. Si asigno un sentido a mi dolor, debo efectuar una interpretación creadora. El pertenecerse a sí mismo no puede ser considerado como la identificación con un sistema cerrado, sino como pertenencia creadora, es decir, potencia creadora o libertad. Por esta vía aparece una referencia a Alejandro Korn: ‘‘En tanto existente, creo. (Y aquí asistimos como a un desarrollo de aquella rápida intuición que entre nosotros tuvo Alejandro Korn, el filósofo de la libertad creadora, y que expresó diciendo: Creer y crear es lo mismo.) Existir es creer, y creer es crear’’1. Además, 1 Vicente Fatone, La existencia humana y sus filósofos, Buenos Aires, Raigal, 1953, p. 136. Cf. p. 190. 6 Fatone nos recuerda que la nada es para la mística aquello por lo cual el ser era posible y que, por tanto, es libertad. El alma debe perder todo para encontrarse a sí misma en la ‘‘libre nada’’, es decir, la nada sin fundamento que precisamente acompaña a la libertad: ‘‘Allí en el abismo, que es fondo del alma [...], surge todo lo que surge, sin porqué que lo haga surgir, pues allí está la libertad’’2. Según Massuh, la creación se manifiesta en el aporte de una realidad inédita como expresión de nuestro propio ser intransferible y singular. Un intervalo creativo íntimo se extiende entre el acto humano y sus condicionamientos. La libertad creadora emerge desde la nada, y extrae todo de ella porque no admite algo externo a su propia condición de acto libre, es decir, da la espalda a los materiales existentes y a los caminos previamente trazados. Es ‘‘inventora de su propia norma y justificación’’3. Esto implica un desgarramiento, una ruptura o rebelión en el sentido de constituir un orden propio que se distinga de lo preexistente. La libertad creadora es siempre un riesgo porque, si bien puede alcanzar la plenitud, también puede dar lugar a una frustración. Por esta trágica ambivalencia, la libertad es la posibilidad de lo bueno y lo malo, de la creación y la destrucción, de lo eterno y lo fugaz. En Nietzsche y el fin de la religión, Massuh efectúa un análisis del acto creador. Se trata de un movimiento desde la nada que rechaza todo condicionamiento o norma exterior, no acepta ni la exigencia de la comunidad ni el imperativo ético, engendra lo nuevo en un ritmo que es distinto del superficial, obedece las leyes de una profundidad última y silenciosa, y se desenvuelve en una radical soledad. Considera Massuh que la soledad de la que habla Nietzsche en relación con la creación es una experiencia ontológica en el sentido de una experiencia radical y absoluta en que la creación rechaza todo lo que ella no es, es decir, ‘‘de todo aquello que no comporta la presencia misteriosa de este acto mediante el cual el creador engendra formas sin apelar a ningún modelo preestablecido’’4. Siguiendo a Nietzsche, Massuh subraya que la arbitrariedad del acto creador es neutralizada por dos vías. Por un lado, el creador se somete a la propia ley que ha creado en una fidelidad a sí mismo a través de la cual plasma una regularidad que tiene el carácter de un destino. Por el otro, la creaIbid., p. 32. Víctor Massuh, La libertad y la violencia, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, 4a. ed., p. 235. 4 Víctor Massuh, Nietzsche y el fin de la religión, Buenos Aires, Sudamericana, 1969, p. 152. 2 3 7 ción procura una acrecentamiento de la vida no como una mera voluntad de vivir sino como una voluntad de poderío en el sentido de una intensificación de la vida. Ahora bien, la noción de resistencias que deben ser sometidas conduce a la de una violencia que exige el sometimiento y una nueva plasmación del ser humano. Con esta consecuencia extrema de la concepción heroica del acto creador, con esa hipertrofia de la voluntad heroica, Nietzsche describe su propia demencia y la ulterior demencia de sus compatriotas. No obstante, se encuentra en Nietzsche una concepción radicalmente distinta del acto creador. Es la concepción mística, que se tratará mejor en relación con el ámbito místico o extremo de la libertad. Para Massuh, la libertad no se debe solo a sí misma sino que encierra también un no-sé-qué imponderable, un ‘‘demonio’’ que se introduce en ella, porque, si somos radicalmente libres, a la vez escuchamos y obedecemos a la señal inesperada y a la persuasión silenciosa de una presencia imponderable e indefinible: ‘‘He aquí la más notable paradoja de la libertad: el acto de la suprema soledad aparece como el momento justo en el que el hombre no es abandonado a sus propias fuerzas’’5. Por último, se encuentra la dimensión dialéctica porque la libertad es siempre un diálogo con la situación. El acto libre tiene lugar dentro de una situación histórica en medio del mundo de los hombres. Esto significa que la libertad no es un arbitrio indefinido sino que ha de tener en cuenta el ámbito de desenvolvimiento de la vida que constituye un ámbito limitante. Por otro lado, la situación está lejos de tener una fijeza inconmovible e inexorable ya que siempre está sujeta al cambio. Porque en el fondo la dialéctica entre libertad y situación es una dialéctica de la libertad consigo misma. Por un lado, la libertad no puede detenerse, es decir, no puede contentarse con una situación dada. Por el otro, esa situación dada no es otra cosa que una realización de la libertad. Además, puedo otorgar a la situación el carácter de motivo en tanto mi libertad resuelve ajustarse a los fines de la situación. Son múltiples las dialécticas posibles entre la situación y la libertad. Ellas se extienden desde una ruptura violenta, pasando por una corrección más o menos parcial, hasta la renuncia a enfrentar la situación. Aquí se ocupa Massuh de lo que llama ‘‘modos de una acción libre’’6. Estos modos pueden ser infinitos. Entre ellos se encuentran 5 6 V. Massuh, La libertad y la violencia, p. 255. Ibid., p. 249. 8 la conquista del poder o la reforma educativa. También puede consistir en una renuncia a enfrentar la situación. En este caso extremo, el asceta o el monje que se retiran del mundo vierten esta soledad de un modo eficaz sobre el mundo. Massuh insiste en que no es posible decir que la sociedad sea el sujeto de la libertad porque el contenido de la libertad, al tener sus raíces en niveles profundos de lo humano, siempre trasciende la esfera de la libertad social o política, que no es la libertad misma sino el conjunto de las normas que permiten una efectiva convivencia humana. Por eso se ha de afirmar que la libertad social no es un rasgo de la libertad sino una figura de la situación. Cada miembro de la sociedad debe acometer una y otra vez la tarea de ser libre, no puede ser sustituido en este quehacer, y jamás alcanza un resultado definitivo y seguro: ‘‘Lo cual quiere decir que la aventura de la libertad es una tarea del individuo y no una ofrenda de la situación. Sea ésta democrática o totalitaria, en ambos casos la libertad deberá enfrentar los peligros del conformismo y la coacción’’7. El análisis de la libertad se extendió desde el dominio de la persona a la esfera cosmológica. En su obra La flecha del tiempo, Massuh ofrece una meditación sobre el dinamismo creador de la naturaleza que significa irrupción de la novedad y movimiento ascendente en medio de un desequilibrio que conduce a una nueva síntesis. En un paso ulterior, el análisis de extiende a la dimensión histórica. En La agonía de la razón, Massuh examina los momentos de la tragedia, la rebeldía y la libertad con los que pasan a primer plano la dimensión electiva y la dimensión creativa de la libertad. El momento de la tragedia es el de la consideración de la ambigüedad como constituyente de la estructura de la historia tanto en el plano personal como en el plano individual. Esto significa que la creación y la destrucción, la vida y la muerte, la alegría y el sufrimiento, el avance y el retroceso están presentes en todo tiempo para configurar la trama de nuestra existencia. La tensión implicada en estos opuestos no puede ser superada por más que se alteren los contenidos que entran en conflicto. Los contrarios coexisten y se sostienen: caos y armonía, crimen y amor, violencia y caridad, ofensa y perdón. Frente a esta filosofía de la tragedia aparece una filosofía de la rebelión como un modo de resistencia a la fatalidad en el sentido de que la conciencia humana debe contraponerse a los términos negativos, es decir, la injusticia, el mal, el sufrimiento y la muerte. Esto 7 Ibid., p. 261. 9 significa una entrega al término positivo a pesar del fracaso que se anuncia de antemano. Se trata del ejercicio de un coraje de la desesperación que lleva a no abandonar las causas perdidas. Es el heroísmo de Prometeo, Antígona y Sócrates. Por último, hay una tercera actitud que supera la tragedia y la rebeldía y se encarna en la filosofía de la libertad. El hombre puede enfrentar a la fatalidad y en esta tarea configura un orden que reemplaza el de los dioses y consigue que la verdad, el bien y la belleza alcancen una mayor presencia en el mundo. Está guiado por una esperanza que no es ilusión ni coraje desesperado sino una creación que forja el futuro poniendo límites a las tinieblas: ‘‘La filosofía de la tragedia nos enseñaba que la acción humana no cambia el curso de lo fatal; la rebelión decía que esa acción era un chisporroteo desesperado que se esfuma al chocar con su opuesto. En cambio, la libertad genera actos con el propósito de consolidar una tradición que finalmente imposibilite el retorno de la condición antigua’’8. El ámbito individual de la libertad nos lleva de nuevo a La libertad y la violencia. Esta esfera pone el acento en la dimensión dialéctica porque exige analizar la tensión surgida entre las dos exigencias de pertenencia a una totalidad humana y de búsqueda de la diferenciación individual. Massuh destaca que el vitalismo significó un rescate de la individualidad, pero subraya que en esta tarea redujo la libertad a una dinámica de la interioridad. La interioridad solo puede ser comprendida en una relación dialéctica con la exterioridad. El marxismo dio lugar a la exterioridad pero al punto de convertir la dialéctica con ella en una mera dialéctica de la exterioridad. Frente a estas posiciones extremas, corresponde a la filosofía de la existencia haber considerado adecuamente la dialéctica entre lo interior o lo exterior o entre el individuo y la situación. La tensión entre pertenencia y diferenciación es una constante de la existencia humana de modo que toda la historia consiste en la tentativa de encontrar un equilibrio entre la diferenciación singular y la integración comunitaria. La búsqueda de ese equilibrio se contrapone por igual al colectivismo que subordina al individuo y al individualismo que disuelve la comunidad. La dialéctica de individuo y comunidad ha de resguardar el espacio sagrado o ciudadela interior donde el individuo es dueño de sí mismo y se desenvuelve la creatividad. Massuh subraya que no hay sujeto colectivo porque el acto 8 170. Víctor Massuh, Agonías de la razón, Buenos Aires, Sudamericana, 1994, p. 10 de creación solo tiene lugar en el ámbito intransferible de la vida del creador individual o de un conjunto de creadores individuales: ‘‘El individuo es el verdadero protagonista del proceso creador’’9. Este espacio individual es el espacio de la diferenciación en que aparecen o en que se forman los grandes arquetipos del sabio, el santo, el héroe y el artista. Si se olvida el espacio de experiencia, la comunidad se congela en una esclerosis. Por otro lado, el individuo no puede desarrollarse sin el reconocimiento del otro término de la dialéctica. Si no cae en la hipertrofia colectivista, la comunidad es el alimento del individuo: ‘‘El colectivismo es una deformación de la comunidad así como el individualismo lo es el individuo’’10. En este contexto, Massuh se refiere a un ‘‘pacto satánico’’ entre el rebaño y el robot, es decir, entre la despersonalización del hombre y la impersonalidad de la máquina. En su rostro heroico y su proyección humana, la libertad implica una creación constante que se orienta hacia la expansión de lo humano mediante una victoria sobre los límites, y que se asienta en una voluntad afirmativa que cuenta con la dimensión temporal e histórica del hombre. Se asocia con una voluntad prometeica orientada a colonizar nuevos espacios. No obstante, la creación individual es algo más que lo individual porque remite a un misterio que no puede ser explicado con categorías individuales del mismo modo que no puede ser explicado por categorías comunitarias. Esto nos conduce al tratamiento del ámbito extremo de la libertad en su obra Nihilismo y experiencia extrema. Puesto que se acentúa en este terreno la dimensión del ascetismo, la mística ofrece un modelo valioso de esta experiencia extrema. Además, es una experiencia de lo que no cambia de modo que enseña una sabiduría ligada a lo estático, y es una experiencia lograda de modo que desaparece la distancia entre el proyecto y su cumplimiento. Frente al rostro heroico y humano de la libertad que cuenta con el tiempo y procura expandirse, el rostro místico de la libertad se asocia con un vértigo de negación, implica una supresión del tiempo y la historia, procura superar la finitud y la voluntad del hombre a fin de poner al descubierto un orden sagrado. Massuh recoge de San Juan de la Cruz los signos de la experiencia extrema. Destaca los temas fundamentales del místico español: el aprendizaje contra toda dispersión, una práctica del desapego, el 9 V. Massuh, La libertad y la violencia, p. 325. V. Massuh, Agonías de la razón, p. 172. 10 11 amor por lo lejano, la aventura que impele a ir más allá de esto o aquello, la exploración que se emprende cuando ya no hay rastros, el comienzo del camino verdadero cuando todos los restantes se han cerrado, la posibilidad pura anterior a todo origen, y la visión desde la totalidad o el rechazo de la idolatría del fragmento. Por otro lado, Massuh analiza una segunda interpretación del acto creador en la filosofía de Nietzsche según la cual, en contraste con el esfuerzo productivo al modo de la visión heroica antes mencionada, adquiere el carácter de una exaltación mística. En este caso el acto creador ya no quiere ser sino que es, y por eso es un fin en sí mismo en lugar de mediación o etapa. Implica un ejercicio divino, un acceso al ámbito de lo sagrado y una glorificación de la existencia: el recogimiento ante lo sagrado es a la vez un nacimiento de lo sagrado por obra de esa actitud. El acto creador tiene el carácter de un juego que es a la vez una ofrenda y un encuentro. De modo que se vive el acto creador como ‘‘una experiencia sagrada, desde la perspectiva de la eternidad’’11, y lo sagrado se revela en esta experiencia como ‘‘algo que yo hago como expresión de mi libertad, de mi soledad, luego de haber roto con todas las trabas del temor, la servidumbre y el conocimiento impuesto por las necesidades humanas’’12. En suma: la ‘‘muerte’’ de Dios implica el doble proceso de liberación frente a un Dios despótico y de identificación mística con la verdadera naturaleza divina de la víctima: ‘‘Se pone al hombre pleno que ha suprimido la distancia que lo separa de Dios, un hombre que ha llegado a ser Dios mismo’’13. En la tarea de desentrañar cómo la mística responde al llamado de lo extremo, Massuh pone de relieve sus cuatro aportaciones fundamentales: el ‘‘saber de lo que no cambia ni merece cambiar’’14, una sabiduría connatural con lo incambiable, la conversión de toda meta en experiencia, y una experiencia de la unión. La mística nos ofrece un paradigma en la tarea de llegar a ser la libertad ya que esta empresa exige un rechazo de toda visión cerrada que solo se preocupa por lo fragmentario y una capacidad de alcanzar el límite de la experiencia en los márgenes de todo lo conocido. Es un arriesgarse a lo desconocido en la búsqueda de un espacio libre e ilimitado abierto a la aventura a fin de apresar lo nuevo. Siguiendo la experiencia mística de la unión, la experiencia extrema no trata de hacer la libertad 11 12 13 14 V. Massuh, Nietzsche y el fin de la religión, pp. 166. Ibid., p. 163. Ibid., p. 172. V. Massuh, Nihilismo y experiencia extrema, p. 150. 12 sino de ser la libertad: ‘‘Aspirar a la libertad hasta identificarse con ella, ser liberado uno mismo, no convertirla en palabra ni en imperativo, sino en el juego espontáneo de cada uno de nuestros actos’’15. La libertad es uno de los nombres de la experiencia extrema que se caracteriza por la fe en la espontaneidad de lo que tiene lugar sin la intervención de la voluntad humana, es decir, por su respeto hacia aquello que la voluntad o la inteligencia no puede condicionar del todo. Fundirse en este orden misterioso exige un vaciamiento por el cual se alcanza a la vez una confianza en lo inesperado y una renuncia a la voluntad de dominio, es decir, un respeto por lo que está más allá del poder humano y tiene su propia ley y un designio que desconocemos. Esta sujeción al ritmo de lo otro que interpela e incita tiene lugar en diversos niveles: el cuerpo, la naturaleza, el prójimo y Dios. En relación con el cuerpo, la fe en lo espontáneo se atiene a los procesos que provienen de sus fuentes profundas porque la corporalidad nos proporciona una clave para comprender el mundo de manera que, con su ‘‘sentido físico de la libertad’’, se convierte en ‘‘la primera palabra de la metafísica’’ y sus caminos nos ponen ante ‘‘la revelación de lo sagrado’’16. Respecto de la naturaleza, la fe en lo espontáneo se ajusta a las regularidades del cosmos, es decir, a la sabiduría del círculo desplazada por la veneración de la línea, tanto en la historia con su hipertrofia de fines colectivos, como en la técnica con su desmesura de medios instrumentales. Implica el respeto hacia los estilos de vida inherentes a las formas de vida de las restantes criaturas de la creación. En lo que toca al hermano, elije un nosotros ajeno a toda determinación exterior porque emerge del yo como una necesidad que abre espontáneamente hacia la fraternidad con los hombres. En lo que atañe a Dios, responde a la interpelación de una excedencia. Massuh nos dice que, en todos estos casos, la experiencia extrema vive en las fronteras de toda experiencia como la experiencia de una puerta abierta hacia lo aún no desvelado como hondura profana que se toca con lo sagrado. En esta atmósfera se desenvuelve nuestra acción, ya no con el mandato de hacer tal o cual cosa, sino de tal modo que ‘‘el ‘esto y aquello’ que los hombres decidan con su libertad se lleve a cabo dentro de su horizonte’’. Sobre esta excedencia imperceptible y silenciosa, Massuh añade: ‘‘Es más no en el sentido de superior, de lo extraño y distinto, sino en el sentido de posibilidad, de nacimiento y origen, de algo que queda afuera porque no puede ser apresado del todo’’17. 15 16 17 Ibid., p. 240. Ibid., p. 254 s., 259. Ibid., p. 263 s. 13 Massuh nos proporciona, a través de estas reflexiones, una preciosa ayuda en el difícil ejercicio de ‘‘mantener la claridad de la mirada’’18 porque nos permite advertir la excedencia de posibilidades que se abre más allá de los límites de nuestra experiencia, nuestro conocimiento y nuestra acción. Lo que en el horizonte marginal se aleja del alcance de los instrumentos del intelecto y la voluntad, se da en un vislumbre para la fe en lo espontáneo. Queda puesto a nuestro alcance –aunque inevitablemente se sustraiga– en el intento de acceder a la sabiduría de lo que no cambia, ya sea en los recónditos rincones de nuestro cuerpo, en los imperturbables ciclos de la naturaleza, en la inalcanzable alteridad de nuestros semejantes o en el insondable abismo de la excedencia suprema, es decir, Dios que recoge y amplía al infinito cada una de las excedencias. Además del examen de las dimensiones ascética, electiva, normativa, creativa y dialéctica de la libertad, y del análisis de sus ámbitos ontológico, cosmológico, histórico, individual y extremo o místico, Massuh se refiere a los rasgos de la libertad –novedad, voluntad, contingencia–, los rostros de la libertad –rostro heroico, rostro místico–, un dinamismo de la libertad –libertad ‘‘de’’ que se sustenta en el rechazo, libertad ‘‘para’’ que se orienta según una intención–, y de modos de la acción libre –tarea política, reforma educativa, renovación estética, transformación económica, etc.–. Esta filosofía de la libertad ha estado en la base de las reflexiones de Massuh sobre la realidad argentina. Ellas se centraron en la falta de espontaneidad y el tono gris de nuestras costumbres, la censura como asesinato de la libertad por terror a la madurez, el abusivo reglamentarismo burocrático y la Argentina excéntrica con sus disconformes y precursores. No es ajeno a este análisis de la libertad en el ámbito nacional la consideración de la militancia política como actividad movida por cuatro grandes estímulos: la voluntad de poder enderezada al liderazgo, la vocación ética orientada al bien de la comunidad, la docencia política y el prestigio social. Massuh lamenta que, en un momento de nuestra historia, estos cuatro estímulos hayan dejado de atraer a la inteligencia argentina hacia la política. Atribuye la parálisis de la vocación política a la presencia de personalidades fuertes en el espacio político y a la intervención militar en la vida civil. Considera que la desparición de estos dos factores contribuyen a despertar el interés por la política, y respecto de la espontaneidad de la actividad política escribe: ‘‘El cuerpo político argentino debe recobrar la liber18 Ibid., p. 179. 14 tad de sus movimientos, vivir al campo abierto la gimnasia de su búsqueda del poder [...]. Las propias fuerzas y no las drogas que le imponen, indicarán el camino de la salud’’19. Lo más importante en este terreno es que Massuh destaque la necesidad de un modelo nacional cultural como ‘‘un ideal flexible que nos llame a madurar, convivir creadoramente y ser libres’’20. Este modelo o ideal argentino debe ser a la vez universal y arraigado. Sus valores deben ser universales, pero al mismo tiempo deben echar raíces en el suelo, las costumbres y las instituciones de una particularidad. No se ha de ceder a la fascinación de formas importadas, ni se ha de renunciar a la articulación de significaciones válidas para el hombre en general. Este universalismo arraigado debe resolver tres dicotomías históricas. La primera es la que se presenta entre lo vernáculo y lo europeo. Al respecto, Massuh propone una solución en la que se encuentran un puñado de conceptos utilizados para caracterizar las dimensiones de la libertad: ‘‘Toda gran obra es un acto de fidelidad a la raíz pero también una incorporación de lo ajeno; es un adentrarse en el pasado para rescatar y continuar sus contenidos valiosos, pero también una fecundación propia mediante el comercio con los extraño y distante. Esta dialéctica es la clave de toda gran cultura y debe quedar, por lo tanto, definitivamente incorporada a la dinámica creadora del modelo argentino’’21. Una segunda dicotomía que se debe resolver es la que se da entre el poder caudillesco y el intelectualista. Aquí, se propone una resolución que está teñida con el lenguaje característico de la dialéctica entre la interioridad y la exterioridad: ‘‘Es preciso reducir la distancia entre la inmediatez emocional y la postulación normativa, entre la magia de la voluntad personal y la opacidad gris de la razón, entre el sentimiento de participación colectiva y la soledad individual, entre el paternalismo autocrático y el amparo impersonal de las leyes’’22. La tercera dicotomía es la que se presenta entre el individuo y la conciencia colectiva. Nuevamente emerge el tema de la dialéctica entre la exterioridad y la interioridad: ‘‘El paradigma argentino debe ser fiel al espíritu de la mayoría pero haciendo lugar al componente opuesto: la voz de las minorías, de los individuos, de los particulares aislados’’23. V. Massuh, Agonías de la razón, p. 47. Víctor Massuh, La Argentina como sentimiento, Buenos Aires, Sudamericana, 1982, p. 109. 21 Ibid., p. 99 s. 22 Ibid., p. 103. 23 Ibid., p. 106. 19 20 15 Alguna vez Massuh ha señalado que ‘‘algo comienza’’ en la Argentina y afirma su esperanza de que sea ‘‘una nueva valoración del individuo entendido como iniciativa, libertad, calidad y selección’’. Nos habla de una ‘‘aventura a favor de lo nuevo’’, de ‘‘un respeto por el espíritu de diferenciación individual y selección cualitativa’’, de ‘‘una radical toma de conciencia de sí como hombre concreto, singular, único y absoluto’’ que permitirá a los argentinos ‘‘acometer grandes empresas y salir por el mundo para dar la mano y no extenderla, como ocurrió algunas veces, en actitud mendicante’’24. Se podría pensar que, en ocasiones, la esperanza ante el destino incierto de la patria desdibuja en nuestro autor el rigor del análisis filosófico y lo incita a superponer deseos a realidades. Pero el hecho incontrastable es que está obligado a analizar un país en que la barbarie irrumpe de un modo tan reiterado, polifacético y vigoroso que impide siquiera vislumbrar el desarrollo de los acontecimientos. 24 Ibid., p. 93. 16 BARRET Y NIETZSCHE EN LA OBRA DE MASSUH Prof. CORIOLANO FERNÁNDEZ Hay filósofos que se ocupan de autores y hay filósofos que se ocupan de épocas. En esta última clase figura casi toda la obra de Víctor Massuh y el mejor ejemplo podría ser La libertad y la violencia, la obra maestra de Massuh como señala Lucía Piossek Prebisch. La época que lleva las ansias reflexivas de Massuh es la época contemporánea, nuestro tiempo. Pero he dicho ‘‘casi toda’’, porque en su extensa producción hay en Massuh dos que se centran en figuras individuales, cada libro tiene un solo protagonista. Uno es En torno a Rafel Barrett y el otro es Nietzsche y el fin de la religión. ¿Quién es Barrett? Un libertario o anarquista español, que llega a América en 1903 y se radica en Asunción del Paraguay. Está poseído por una santa indignación ante las injusticas de los hombres y en 1908, junto con el argentino Julo Bertoto, funda el periódico Germinal y dice allí que no hará política sino que hará humanidad. Enfermo de tuberculosis, viajó a Francia y allí murió hace cien años. Massuh, que cuando publica este su primer libro tenía dieciocho años, ve en el español un luchador por la libertad. Son los años de la Segunda Guerra Mundial y escribe Massuh: ‘‘flota sobre nuestro tiempo una fuerza difusa pero eficaz, dispuesta a guillotinar la libertad; cuidémonos de entronizar esa guillotina en nombre del realismo político, pues en tal caso, queriendo ser los amantes de la realidad acabaríamos siendo los enemigos de nuestros sueños’’. A partir de ese libro Massuh publica varios otros y hacia 1969 aparece Nietzsche y el fin de la religión. El problema es la religiosidad de Nietzsche. El vocablo ‘religiosidad’ suena insólito, ¿acaso Nitezsche no se opone a la religión con extremada vehemencia? Veamos. La vida de Nietzsche es un combate contra Dios, mas para ser un combate contra Dios, debe empezar por ser un combate con Dios, su permanente compañero. ¿Cuál es el vínculo real entre Nietzsche y la religión? Estamos ante el gran negador de Dios y de 17 la religión, pero sería un error, dice Massuh, circunscribir el pensar nietzscheano a la mera negación. Nietzsche había nacido en 1844. En agosto de 1881, mientras recorre la zona montañosa de la Engadina, más concretamente en Sils Maria, ‘‘a 6.000 pies sobre el nivel del mar y mucho más alto sobre todas las cosas humanas’’, según escribe, tiene la vislumbre de una de sus ideas decisivas, el eterno retorno. Todo cuanto existe y cuanto sucede en este instante, sea en la naturaleza, sea en la vida humana, ha existido y ha sucedido ya, exactamente como ahora, infinitas veces; y otra vez, como ahora, volverá a suceder; y así siempre. El curso del mundo regresa eternamente,y eternamente idéntico hasta en los detalles más nimios. Sobre esta intuición se articula Así habló Zaratustra. Para entonces Nietzsche ha renunciado a su cátedra en Basilea y, casi un errante, va buscando reparo para su salud deteriorada en modestas habitaciones de ciudades de Italia y Suiza. Como obedeciendo a un anhelo secreto, enamorado del dolor, cuya fuerza fecundante lo sostiene, triunfa de la miseria material entregándose frenéticamente a la creación, su estilo se instala en la frontera entre la filosofía y la poesía y su tono vuélvese profético. Massuh percibe en la tesis del eterno retorno el profundo amor nietzscheano a la vida, un amor que asume jubiloso el término opuesto a la vida: la guerra y la destrución son justificadas como necesarias. Este amor a la vida obliga a los seres humanos a unirse para combatir a todos cuantos hacen sospechoso el valor de la vida, esto es, los tenebrosos, los descontentos, los melancólicos. Busca Nietzsche disolver ese residuo monoteísta que según él carga sobre el hombre la conciencia del pecado y de la culpa, y la exigencia del bien. En tal exaltación ve Massuh un sentido religioso y cita al propio filósofo, cuando habla de ‘‘la afirmación religiosa de la vida, de la vida íntegra, no parcializada ni renegada’’. Alberga también un afán de celebración, la vida y el mundo aparecen revestidos de una dignidad sagrada, sobre el humus de la empatía nietzscheana por la visión dionisíaca. El eterno retorno y la visión dionisíaca son la misma cosa, dos imágenes fundidas en un fervor paganizante, que sería el reverso de la actitud judeo-cristiana. Nietzsche nos arroja a la cara una férrea disyuntiva: ‘‘O Dionisos o el Crucificado’’, y no ahorra su grito triunfal: ‘‘Nosotros creemos en el Olimpo’’. El prisionero de la soledad, del desarraigo y de la enfermedad celebra la vida en cada línea de su escritura. Massuh detecta ciertos momentos en que la exaltación desemboca en una actitud 18 de misticismo quietista, el ser humano parece más espectador que actor de aquella vida venerada, pues Nietzsche acepta todo lo que es, acepta el mundo sin imponer nuestra medida, ni exigir modificaciones, como si el mundo fuera ya perfecto y debiéramos limitarnos a su gozosa contemplación. Cabe preguntarse si no será que el adalid del eterno retorno sólo anhela poder ver ese retorno eternamente. Nietzsche define al hombre en función de la capacidad de un espíritu creador, una suerte de instinto religioso que en rigor es la ‘‘fuerza para plasmar Dioses’’. Y acá Massuh entrega un enunciado aparentemente extraño: el hombre nietzscheano es la expresión radical del homo religiosus. A este punto llegado, el lector de Massuh se preguntará por Zaratustra. ¿Por qué? Porque en la narración nietzscheana Zaratustra abandona su patria y el lago de su patria y marcha a la montaña, gozando allí de su soledad. Diez años después decide bajar, ‘‘tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a quienes quiero bajar’’. El estudioso y traductor al español de Nietzsche, Andrés Sánchez Pascual, señala que Untergehen, el vocablo alemán usado por Nietzsche y traducido por ‘‘hundirse en su ocaso’’ tiene gran riqueza semántica pues significa también: caminar hacia abajo, puesta de sol, hundimiento, decadencia, como en el libro de Oswald Spengler La decadencia de Occidente. Baja, pues, Zaratustra y su primer encuentro es con un anciano eremita; éste confiesa haber amado demasiado a los hombres, pero ya no: ‘‘ahora amo a Dios, a los hombres no los amo’’. Luego ambos se separan y al quedarse solo, Zaratustra le habla así a su corazón: ‘‘¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído nada todavía de que Dios ha muerto!’’. En La gaya ciencia, el loco que busca a Dios grita: ‘‘A Dios lo hemos matado vosotros y yo. ¡Todos nosotros somos los asesinos de Dios!’’. La ‘‘muerte de Dios’’ –frase que no inventó Nietzsche, pero de la que Nietzsche es su altavoz eminente– ha venido atravesando nuestro tiempo como un flecha luminosa y fatal. Massuh hace esta interpretación: si pensamos a Nietzsche hasta el fondo de su intención, la muerte de Dios no es un simple asesinato. Sería un asesinato si el ser humano suprime a Dios para seguir siendo ser humano, o mejor, para ejercer por fin la auténtica condición humana, pues Dios y la religión impiden al hombre realizarse plenamente; entonces, al suprimir la religión en tanto instancia axiológica suprema, comenzaría el reinado del hombre como suprema realidad. Pero no es así. Porque justamente, Nietzsche llega a decir que la idea del eterno retorno es deprimente, mas la usa como prueba de 19 fortaleza de espíritu, esto es, de su capacidad de decir ‘‘sí’’ a la vida. En un notable aforismo de La gaya ciencia imagina a un espíritu apareciendo ante él y dándole un mensaje según el cual su vida, hasta en los detalles más insignificantes, retornará de nuevo innumerables veces. Se le plantea el problema de dejarse vencer por este pensamiento y maldecir al imprevisto mensajero o aceptar el mensaje con un espíritu de afirmación de la vida, pues pone el sello de eternidad sobre el entero devenir. En Más allá del bien y del mal habla del ser humano que acepta el mundo, desea jugar de nuevo un sinnúmero de veces y grita ¡encore! no sólo al juego sino también a los actores. La teoría del eterno retorno es, pues, una hipótesis empírica: si consideramos el mundo como un quantum de energía o de fuerza, y como un cierto número determinado de centros de fuerza, se infiere de ello que el proceso cósmico habrá de tomar la forma de sucesivas combinaciones de esos centros y el número de tales combinaciones es, en principio, finito y por lo tanto determinable. Con esto Nietzsche obtiene dos cosas, impide la introducción de una divinidad trascendente para explicar el mundo y al mismo tiempo desecha la posibilidad del panteísmo. El hombre auténticamente dionisíaco afirma el universo con ánimo resuelto y alegría. ¿La ausencia de Dios, entonces, simboliza habernos liberado de una pesada e inútil carga? No. La muerte de Dios, según Massuh, reviste el carácter de un sacrificio. ¿Motivo o razón del sacrificio? Producir un nuevo surgimiento de lo sagrado. En lugar de mancharnos, la sangre de Dios comienza a correr por nuestras venas y hace posible al hombre conquistar una especie de condición divina. ¿Cuál es el significado de tal acción? Dios muere para ser sustituido por el Superhombre. Casi de modo imprevisto, el solitario de Sils Maria anuncia que los reemplazantes de Dios serán los hombres superiores, abriendo así un hiato que nunca se colmará, entre el hombre superior y los restantes hombres, pues se trataría de una diferencia esencial y no cuantitativa. El discurso de Zaratustra al llegar a una ciudad luego del diálogo con el eremita, había sido: ‘‘Yo os enseño el Superhombre. El hombre es algo que debe ser superado’’. Zaratustra se hunde en su tarea pero su tarea lo destruye, el ser humano es un tránsito y un ocaso. La muerte de Dios es la condición de posibilidad para el nacimiento del Superhombre, pero el Superhombre ya no es hombre, nace con dos atributos divinos: la creación ex-nihilo y la soledad. ¿Nace entonces el Superhombre o resucita Dios… o ambas cosas? Massuh 20 califica la filosofía nietzscheana de prometeísmo religioso. Prometeo es el dios griego depositario del don de la profecía. El don profético lo comparte Prometeo con antiquísimas divinidades hijas de la Tierra, y la Tierra es la profetisa por excelencia. El prometeísmo de Nietzsche suprime la distancia entre Dios y el hombre. ¿Y no implica esta supresión de la distancia una identificación o fusión, caracteres propios de la experiencia mística? El pensamiento de Nietzsche fulgura entonces como una experiencia mística de lo Absoluto. El acabamiento de la religión, cuyo profeta contemporáneo es Nietzsche, promueve un nuevo comienzo religioso, pero en un plano diferente de todo lo conocido hasta ahora. Y, de nuevo, si esto suena paradójico tengamos en cuenta que la religión puede ser entendida de dos modos: o bien como relación íntima entre el hombre y lo sagrado o bien como una estructura objetivada que posee su metafísica, su dogma, su culto, su iglesia, su Dios. En la primera parte de la alternativa la relación es inmediata, en la segunda parte es una mediación institucionalizada. En un caso el hecho religioso es individual, en el otro caso es comunitario. El primer modo es interior, el segundo modo está objetivado. ¿Hace falta señalar que la religiosidad de Nietzsche se pliega a la primera parte, al primer caso y al primer modo? Para Massuh, Nietzsche va contra la religión objetivada. Rechaza una religión negadora de la vida, del cuerpo, del sentido terreno y los instintos. Massuh ve en Nietzsche el pensador que, al ponernos en camino de una actitud religiosa, procura colmar ese abismo entre el hombre y Dios sobre la base de una mística de la unidad, pues ‘‘todos los seres son divinos y todos los días son sagrados’’. Por lo tanto, el fin de la religión es en Nietzsche el fin de la religión objetivada y así el fin del monoteísmo judeocristiano. La exaltación de la libertad desemboca en una experiencia religiosa. Esta experiencia religiosa, nada tiene que ver con el ‘‘sentimiento de dependencia absoluta’’, como Schleiermacher definía la religión. Tampoco se asienta en la índole pecaminosa del ser humano. ¿Y en qué se funda? Se funda en la inocencia del devenir y en la capacidad creadora, no desgarrada por la obsesión de la culpa. Es una religiosidad que puede prescindir de la palabra y de la práctica para instalarse en el fondo silencioso de nuestros actos. Lo divino vive en el silencio, Dios está callado, en tanto la palabra y el pensamiento podrían ser olvido y negación de lo divino. Para la religión interior lo divino no es objeto sino una mirada, se plasma en la soledad. Nietzsche mismo rechaza todo amparo para poder ‘‘que21 darse solo, pues tiene –escribe Massuh– la conciencia, como ningún hombre en su siglo la tuvo, de que lo divino se hace experiencia tras una lucha solitaria contra sus imágenes conocidas y objetivadas’’. Dicho de otro modo: no hay manera de reconocer que Dios vive si no hemos antes soportado su muerte. Y concluye Massuh invocando el nombre de lo sagrado. En cada ser humano, se reinicia eternamente el combate por encontrar el nuevo nombre de lo sagrado. La experiencia religiosa no consiste en otra cosa. Carece de planos, de guías, nadie puede dárselos, ni las religiones ni las filosofías que en el mundo han sido. Y justo por eso Nietzsche intenta saber cuál es el secreto nombre de lo sagrado y mirar por fin el rostro del Dios Desconocido. Ésta es la hazaña de Nietzsche, dice Massuh. Veinticinco años después, en 1994, publica Massuh Agonías de la razón. El libro se abre con una ‘‘Meditación de Eze’’. Eze es un pequeño pueblo cercano a Niza, en la costa francesa sobre el Mediterráneo. En 1882 había conocido Nietzsche a Lou Andreas von Salomé, joven atractiva, inteligente y sensual y de ella se enamora ardorosamente. Dos veces le propone matrimonio y dos veces es rechazado. Desde 1883 pasa los veranos en Sils-Maria y los inviernos en Niza, huyendo del frío. En enero de 1883 redacta la tercera parte de Zaratustra. Hay allí un capítulo titulado ‘‘De las tablas viejas y nuevas’’, clara referencia para oponerse al Antiguo Testamento, y empieza así: ‘‘Aquí estoy sentado y aguardo, teniendo a mi alrededor viejas tablas rotas y también tablas nuevas a medio escribir. ¿Cuándo llegará mi hora?, la hora de mi descenso, de mi ocaso: una vez más todavía quiero ir a los hombres’’. Y concluye: ‘‘¡Oh voluntad, viraje de toda necesidad, tú, necesidad mía! ¡Resérvame para una gran victoria!’’. Cuando en Ecce homo Nietzsche evoca sus escritos anteriores dice que aquel pasaje decisivo sobre las Tablas viejas y nuevas ‘‘fue compuesto durante una fatigosa subida desde la estación hasta el maravilloso y morisco nido de águilas que es Eza, la agilidad muscular era siempre máxima en mí cuando la fuerza creadora fluía de manera abundante’’. (Nietzsche escribe ‘Nizza’ y ‘Eza’ en vez de ‘Niza’ y ‘Eze’, porque en Niza se hablaba el dialecto provenzal no exento de influencia italiana; recordemos que Nietzsche también suele decir ‘la gaya scienza’). Quiso el azar que Massuh hiciera ese mismo escarpado recorrido. Imagina a Nietzsche con la cara rojiza por el esfuerzo, y en tan22 to avanza en la caminata se pregunta si el filósofo-poeta germano habrá alcanzado su objetivo justamente un siglo después de haber sido formulado. En su lucha contra Platón y el monoteísmo judeocristiano, va pensando Massuh, Nietzsche combate contra sí mismo, pues las viejas tablas habían dejado en él profundas raíces. En el fondo, Zaratustra adopta los rasgos de Jesús, rasgos antitéticos, claro, y por lo mismo deudores de la figura que intenta matar. Muchos de los pasajes de ese libro que es su obra maestra son comentarios, retruécanos, distorsiones o juegos de palabras de la Biblia, de la Biblia de Lutero. ¿Acaso el terrible iconoclasta llevaba en sus arterias la sangre de las ‘‘viejas tablas’’? ¿Cómo es esto? Al golpear contra esas tablas Nietzsche está golpeando contra sí mismo, el AntiCristo debía convertirse en el AntiNietzsche, el desenlace fue la locura. Pero volvamos a la caminata. Va subiendo Massuh y piensa así: cien años después es imposible negar el poder revulsivo de Nietzsche; arremetió contra una historia de veinticinco siglos… y el ataque contribuyó a agrietar el edificio ¿o terminó apuntalándolo? En un momento en que las instituciones reales tocaban a su fin, Nietzsche asume el aristocratismo, la ‘‘nueva nobleza’’ de los creadores; en tiempos en que ascendía el proletariado, sale a alertar contra la cultura plebeya; celebra la oposición de los contrarios, el Bien y el Mal, el Placer y el Dolor aparecen santificados en una especie de unidad dionisíaca: las nuevas tablas. Y el cruel, el implacable Zaratustra termina visitado por una virtud que siempre le pareció despreciable: la compasión. ¿Qué ocurre hoy con las nuevas tablas?, sigue cavilando Massuh mientras ve que una figura humana venía caminando detrás suyo y lo pasa. Es Nietzsche, el gran negador, tal como Lou Salomé lo describió: un caminante pensativo y prudente, inclinando un poco los hombros hacia delante. Ahora Nietzsche se ha detenido en el camino montañoso y pasea su mirada sobre el Mediterráneo. Massuh casi oye su palabra, aquello de que cuando el sol derrama oro sobre el mar hasta el más pobre pescador rema con remos de oro. Y de nuevo ¿qué ha pasado con las nuevas tablas? En el momento del alumbramiento tenían la pureza de un mensaje no escuchado todavía por ningún oído ni acariciado por ninguna mano. Pero hoy se exhiben en las vidrieras de la moda, en el arte y el cine, en los movimientos juveniles, en los mass media y hasta en las cátedras de filosofía que él desdeñaba. Las nuevas tablas circulan por las avenidas contemporáneas y se insertan en su cultura. 23 ¿Qué fue del Superhombre? Se multiplicó en teorías que hoy niegan la esencia humana y trabajan para crear un arquetipo biológico o espiritual mediante la ingeniería social, el Estado totalitario, la biogenética, la publicidad. ¿Qué sucedió con la dimensión de futuro? Impregnó los milenarismos y los redentorismos de nuestro tiempo, las vanguardias anarquistas y el nazismo emplearon consignas nietzscheanas. En aras de la fe en años futuros de felicidad, ¿no están a la vista presentes sangrientos? Otras veces el Superhombre se metamorfosea en héroes deportivos, protagonistas de hazañas que al hombre común le están vedadas y superan cada vez nuevas alturas, sus vidas suelen ser meteóricas, no pocos se consumen en el fuego de su gloria, se ‘‘hunden en su ocaso’’. ¿Y el querer que mata al deber? El querer nos hace libres, dice Zaratustra. Y con esta fórmula se aleja de Kant, que relaciona deber y libertad. Por los impensados canales de Sartre y Freud la libertad llega a identificarse con la elección gratuita y con la ausencia de toda control moral, esto es, un acto fundado o bien en sí mismo o bien en una explosión impulsiva. ¿Y la libertad? Ahora juega entre el nihilismo y la psicología, entre la soberbia de quien no acepta nada por encima de su cabeza y la irresponsabilidad de quien sabe que no deberá asumir las consecuencias de sus actos. El voluntarismo de la ‘‘nueva nobleza’’ de creadores ¿no quedó prisionero de una elite de activistas de la Revolución, partera de un mundo nuevo? En resumen, Massuh ve en el nihilismo, la elección gratuita, la divinización del yo y el activismo desenfrenado, diversos modos de entender hoy la libertad nietzscheana, pero la libertad nietzscheana es el fruto de su elitismo individualista. Si el filósofo alemán dictaminó que el cristianismo es platonismo para el pueblo, ¿no serán ahora esas tablas por él propuestas un aristocratismo para uso plebeyo de la sociedad de consumo? La salud, el cuerpo, el placer, el sentido terrenal, el juego, la danza, la vida en suma, son entronizados por Nietzsche con palabras magistrales y hermosas. Preceptos que son moneda corriente en nuestros días. Valga un ilustrativo ejemplo: ‘‘el placer es más profundo que el dolor’’, grito de escándalo en su tiempo, ¿no es hoy artículo de fe cotidiana para la mayoría, esto es, la religión del hedonismo? La moral del placer tiene ahora su ‘‘gaya ciencia’’, sus iniciadores en ritos, deportivos, culinarios, sexuales, sus ‘‘derviches danzantes’’ que invocaba el solitario de Eze. ¿Son los nuevos fieles de Dioniso y Zaratustra no vacilaría en admirarlos? 24 Por otra parte, cada vez hay menos creyentes en el transmundo, en el ultramundo. El soplo de la trascendencia no halla resquicios por donde filtrarse, el ‘‘valle de lágrimas’’ goza de general descrédito y la inmanencia domina el discurso de los devotos de la comunicación. Los pasos del caminante actual se detienen, he aquí la cima del pueblo de Eze. Nietzsche se aleja, irá de seguro a escribir en sus amados cuadernos. Massuh se dice: no puedo darle buenas noticias, un siglo después de haber concebido las nuevas tablas, éstas son artículo de consumo de las multitudes. Tus tablas han triunfado, Friedrich, pero ese triunfo es tu fracaso, ¿cómo podrías reconocerte en esta gente que jura por las nuevas tablas? Quizás la historia se burla y juega con sus grandes pensadores. Les regala herederos plurales, mas al mirarlos detenidamente comprobamos que son caricaturas. ¿Acaso a Marx y a Freud no les ha sucedido algo semejante? La ruta es así: un gran pensamiento crece, se difunde en la cultura, se convierte en pasión, luego en delirio, el cuerpo social lo hace suyo bajo la forma de espasmos y se alimenta un rito exterior, pero vacío de contenido. El gran pensamiento inicial acaba suplantado por el simulacro de gran pensamiento; en lugar de la auténtica vida, la simulación de la vida; en vez de la presentación, hoy tenemos la representación. ¿Es el indicio de una cultura enferma? 25 VÍCTOR MASSUH: SU BIBLIOTECA Prof. DANIEL LÓPEZ SALORT Abstract This is the story of a personal experience of Víctor Massuh’ library cataloging. That was a strange, unsual experience, because it was a deep tear to me: an administrative work at the same time a warm friendship with his library. Because each library is a sanctuary, while a forum, a monologue while a dialogue. A part of me wanted to quickly and effectively classify, but another one wanted to be calm and enjoy that special situation. I had to do the job and finish it, but I didn’t want to finish, I wanted the time to stop. It was approximately two and half months, truly unforgettable months, and perhaps I never had an intimate encounter with Víctor Massuh as at that moment. The following paragraphs are the results of that meeting or, simply, want to be it. ¿Qué es lo que define a una persona?: ¿sus ideas y acciones?, ¿sus pasiones y sentimientos?, ¿lo que tiene que superar y lo hace (o tal vez no, o sólo a medias)?, ¿su capacidad para comprender y recibir, para darse?, ¿la magnitud de sus desgarros internos, el modo de abrazar por dentro a quienes lo rodean? Éstas y otras tantas preguntas similares nos hallamos todos los días en la responsabilidad de respondernos y de obrar en consecuencia. No pretenden estos párrafos solucionarlo aquí. Más modestamente, cuando ingresamos a una biblioteca privada, cabe interrogarnos: ¿definen sus libros a su poseedor? Más directamente: ¿qué nos cuentan los libros de la biblioteca de Víctor Massuh, este tucumano considerado por muchos como uno de los más formidables pensadores en la historia argentina? No es necesario recurrir a las abundantes teorías y conceptos sobre el significado de una biblioteca o del libro en su mundo estricto. Dejemos esto a los especialistas. Señalemos entonces dos hechos fundamentales. Uno, la intensidad. Otro, la insistencia. Es decir, la intensidad y la insistencia con que Víctor Massuh dialogaba con sus 27 libros. Subrayándolos, anotando en los márgenes a veces con exclamaciones de asombro, otras de rechazo y hasta de dudas, en ocasiones sin tocarlos en sus páginas pero leyéndolos ávidamente, en ocasiones postergándolos para un mejor momento. Es notorio cómo recurría en determinadas oportunidades a otras ediciones del mismo libro, o a su edición en el idioma original tratándose por ejemplo de Nietzsche, de Hegel, de pensadores y escritores franceses y de la antigüedad. Se podrá decir que ese modo es común a muchos lectores. Es cierto. Pero he aquí el otro hecho: la insistencia. Víctor Massuh camina apasionadamente una vez y otra, como un amante insaciable, en los temas que felizmente lo obsesionaron a lo largo de su vida: el sentido de la historia humana y de cada individuo, las maneras en que los hombres miran y obran en lo sagrado, las posibilidades de las culturas para ennoblecer y embellecer la vida de cada ser, las fronteras porosas entre las ciencias y la filosofía, las utopías violentas en todo sentido, el nihilismo sin salida de las sociedades contemporáneas, el conocimiento del suelo propio para proyectarnos desde ahí a lo universal. Por eso resulta transparente el tono con que dialoga con su biblioteca, tal como lo cuentan los propios libros que en ella encontramos: desde las búsquedas de mitos y relatos antiguos de un Mircea Eliade hasta las reflexiones sobre lo sagrado en un Vicente Fatone o en un Plotino; de las formulaciones sobre la historia de un Toynbee o de Bultmann hasta los informes urgentes de la Unesco sobre el desarrollo cultural de las regiones postergadas de América Latina. Sean las investigaciones de la física cuántica o las consideraciones sobre el hedonismo banal de hoy, todo atrae a su avidez por el conocimiento pero a la vez para la acción. No es casual que las obras de José Martí, de Sarmiento, de Alberdi, o de tantos poetas y prosistas latinoamericanos, nutran sus estantes. Víctor Massuh no concibe un saber alejado de un obrar histórico. Es decir, si hay templos, que éstos se abran en forma permanente; si hay verdades, que éstas circulen y sostengan la realidad inmediata. Cada circunstancia cotidiana, plural o singular, está para él impregnada del carácter que le demos en la totalidad de nuestra existencia. Dije intensidad. Dije insistencia. Falta nombrar la centralidad. En Massuh se encuentran desde un comienzo, en un único camino, el fervor y la claridad conceptual, que llevan a un centro que todo lo sostiene: la voluntad de ser. Eso que él mismo lo llamó el voluntarismo ontológico. Para nosotros, habitantes de un territorio de Occidente que con demasiada frecuencia ha sido y es explotado, olvidado o 28 relegado, negado y falseado incluso, nos convoca la grandeza de aferrarnos a un destino que nuestra voluntad inscriba en los cuatro órdenes que a Massuh siempre lo marcaron: lo bello, lo bueno, lo verdadero y lo sagrado. Todo en la historia, nada fuera de ella. Me ha tocado el inventario y catalogación de la biblioteca de Víctor Massuh, viaje que ha culminado tras unos 4.500 volúmenes aproximadamente, más los por ahora innumerados y copiosos artículos periodísticos. Víctor Massuh fue de su biblioteca el primer lector que discutió, polemizó, cuestionó y acordó con lo que esos libros le expresaban. Me ha tocado ser el segundo lector: ése que metódicamente debió inventariarlos y catalogarlos, mientras parcial y fragmentariamente se asombraba ante lo hallado o examinaba con respeto lo que aquel primer lector había dejado en constancia en las páginas de su biblioteca y en el trato íntimo con ella. Falta ahora el tercer instante, el tercer lector, ése que sin dudas será múltiple y numeroso, ése que se acercará a los mismos libros y continuará con ellos el diálogo inacabable. Mientras, en las cajas esperan en silencio los volúmenes, tanto de día como de noche. Esperan el momento jubiloso en que, puestos en los estantes de una biblioteca pública, dos manos se acerquen, los tomen, y tras verificarlos los pongan sobre un escritorio, bajo los ojos del tercer lector. Ojalá que esa fiesta respire el ánimo de la epopeya cotidiana de los hombres y mujeres de este planeta que, a pesar de los errores e impedimentos de todo tipo, siguen en el esfuerzo por lo bello, lo bueno, lo verdadero, lo sagrado, donde respiraron aquellos otros esfuerzos, búsquedas, encuentros, que fue, que es, Víctor Massuh. 29