El espacio tiempo de Albert Einstein José Antonio Pastor González Departamento de Matemáticas Universidad de Murcia 1.1 La física a finales del siglo XIX. Desde el siglo XVII, casi todos los fenómenos dispares de la naturaleza admitían una explicación coherente y bella a partir de unas pocas leyes fundamentales. Entre estas leyes se encontraban las leyes de la mecánica de Newton, la ley de la gravitación de Newton y, por último, la suposición de que el espacio y el tiempo son conceptos absolutos, nociones que son independientes del observador y que están ahí presentándose de igual forma para todos siempre y cuando hagamos correctamente nuestras mediciones. Recordemos algunas de estas leyes: - los objetos libres (no sujetos a ninguna fuerza) se mueven en movimiento rectilíneo y uniforme, es decir, siguen líneas rectas sin aceleración. Esta ley también se llama ley de la inercia y puede expresarse diciendo que la inercia de los cuerpos les lleva a seguir un movimiento rectilíneo y uniforme hasta que una fuerza actúa sobre ellos. - la ley de la gravitación expresa que dos cuerpos con masa se atraen con una fuerza que es proporcional a las masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia - la idea de espacio absoluto como sistema de referencia privilegiado que nos permite definir el estándar de “inercia” o de “quietud”: por ejemplo, cuando una esfera rota muy rápido, sufre una dilatación en su plano ecuatorial y esta dilatación es sencillamente el comportamiento de la esfera en relación al espacio absoluto que “está quieto”, mientras es ella la que está rotando. Si pensamos en este experimento con un universo vacío que contiene sólo a la esfera, el mismo fenómeno seguiría produciéndose pese a que nada (no hay ninguna referencia externa) nos permitiría decir que la esfera está rotando: la esfera se deformaría en su ecuador porque “siente” que rota en relación al espacio absoluto que está inmóvil y quieto. - la idea de tiempo absoluto como tiempo que es el mismo para todos los observadores siempre y cuando los relojes sean idénticos y estén sincronizados que es algo perfectamente concebible. La vigencia de estas leyes a lo largo de los siglos y su amplia aceptación se debió no sólo a su poder explicativo, sino también a su capacidad de predicción. Entre otras cuestiones, estas leyes (y sus consecuencias) predijeron las órbitas de los planetas, satélites y cometas, explicaron fenómenos como las mareas, sentaron las bases para la revolución industrial y científica del siglo XVIII y, finalmente, permitieron descubrir nuevos planetas en base a perturbaciones de las órbitas observadas por los astrónomos. Tras los éxitos obtenidos por la mecánica de Newton, y en paralelo a ésta, se desarrollaron otras ramas de la física. Concretamente, fueron estudiados fenómenos como el magnetismo y la electricidad por diversos científicos. En el siglo XIX, el físico escocés Maxwell recopila, unifica y presenta un conjunto de ecuaciones que describen, explican y predicen todos los fenómenos relativos tanto a la electricidad como al magnetismo. La interrelación entre ambos aspectos de la realidad es tan estrecha que se acuña el término electromagnetismo para designar con una única palabra a un único fenómeno que aparentemente, se presentaba bajo dos formas distintas. Las leyes de Maxwell predicen la existencia de unas ondas (las ondas electromagnéticas) que se propagan con una cierta velocidad en función de las características eléctricas y magnéticas del medio. Si el medio es el vacío, esta velocidad es una constante que llamaremos c. Curiosamente, esta velocidad coincidía con la velocidad de la luz que se había medido en diversos experimentos que habían tenido lugar muchos años antes (experimentos de Bradley, Oersted, etc.). Así pues, Maxwell ratifica la naturaleza ondulatoria de la luz (había existido una gran controversia desde Newton sobre si la luz era una onda o un corpúsculo) y la describe como una onda electromagnética que se propaga en el vacío a velocidad c con independencia del movimiento de la fuente. De esta forma, el que la luz es una onda electromagnética se convierte cada vez más en una evidencia irrefutable. Ahora bien, si la luz es una onda, ¿qué es lo que está vibrando? Era natural suponer la existencia de un medio a través del cual se propagaran las ondas de luz de la misma forma que se necesita aire para que se propague el sonido. La solución a este dilema consistió en proclamar la existencia de un medio misterioso llamado éter, un medio que lo rodeaba todo y que inundaba el vacío interestelar. El éter debía tener unas propiedades muy extrañas: muy ligero, muy incompresible (para que la velocidad de propagación de la luz fuera tan alta) y muy tenue (para ofrecer muy poca resistencia al paso de los cuerpos sólidos). Más aún, se pensó que el éter rellenaba todo el espacio absoluto y que servía como estándar de “quietud” ya que la velocidad de la luz con respecto al éter siempre era constante. Es conveniente imaginar el éter como una malla cuadriculada que rellena el espacio de suerte que la velocidad de los rayos de luz con respecto a dicha malla es siempre constante: la luz siempre avanza un número fijo de cuadraditos en un cierto intervalo de tiempo. A ninguno se nos escapa que la “invención” del éter es bastante artificiosa, así pues enseguida diversos científicos se propusieron demostrar la existencia de este medio tan extraño. El primer experimento de entidad con este objetivo fue diseñado por Michelson y Morley. 1.2 El experimento de Michelson- Morley. Para entender bien este experimento vamos a recordar primero cuál era la visión del Universo a finales del siglo XIX. Para los científicos de entonces, se desconocía la existencia de galaxias (hubo que esperar a los años 20 del siglo XX para dicho descubrimiento) y se concebía el Universo como un espacio de dimensiones y forma desconocida que contenía, fundamentalmente, estrellas. Como las estrellas parecían estar fijas en el cielo nocturno (sus movimientos eran aparentes y se correspondían con el movimiento de la Tierra) se asimiló como estándar de “quietud” el sistema de referencia de las estrellas fijas, esto es, las estrellas que estaban muy lejanas y cuya configuración se mostraba inalterable con el paso de los años (luego se descubriría que estas estrellas también se mueven pero, al estar a tanta distancia, dicho movimiento apenas es apreciable). Así pues, se pensó que en este sistema de referencia de estrellas fijas el éter también estaba en reposo y que sería posible idear algún método para detectarlo. ¿Cuál fue dicho método? En aquella época era bien conocido el movimiento de la Tierra en relación al Sol y la velocidad de la Tierra en relación al centro de nuestro sistema solar: ésta es del orden de unos 30.000 kilómetros por hora. Moviéndonos a tales velocidades era de esperar que un observador situado en la superficie terrestre fuera capaz de detectar el “viento del éter”, esto es, el desplazamiento de la Tierra en relación al éter. Es un fenómeno análogo a lo que sentimos cuando, en un día muy calmado, vamos en moto y notamos un viento fortísimo en la cara. Esto es porque nuestra velocidad en relación al aire en reposo es muy alta (tanta como pueda nuestra moto alcanzar) y vamos “rompiendo” el aire con nuestro movimiento de traslación. Pero, ¿cómo era posible notar el “viento del éter” si éste era tan ligero y tenue que ni siquiera influía en la trayectoria de los planetas y estrellas? Bien, quizás no pudiéramos detectar el “viento del éter” pero sí sabemos medir perfectamente la velocidad de la luz. Como esta velocidad es siempre constante en relación al éter, diferentes estados de movimiento en relación al éter deberían proporcionarnos diferentes medidas para la velocidad de la luz. Para entender bien esta última afirmación basta pensar de nuevo en el ejemplo de la moto. Si vamos en moto hacia la Universidad con un aparato que nos permite medir la velocidad del sonido y rebasamos a un coche que está quieto y que anuncia la llegada de un circo, entonces podemos medir la velocidad de las ondas sonoras que salen desde el altavoz del coche. Si vamos en la misma dirección que las ondas sonoras, éstas se desplazan con respecto a nosotros a una velocidad menor que 320 metros por segundo (que es la velocidad del sonido en el aire). Concretamente, la velocidad que medimos es 320-v siendo v nuestra velocidad con respecto al aire. Si, por el contrario, en lugar de rebasar el coche nos vamos acercando hacia él entonces la medida sería de 320+v ya que sumamos a la velocidad de las ondas sonoras nuestra velocidad con respecto al medio. La misma idea (salvando las distancias porque es un poquito más complicado) es la que se aplica en el experimento de Michelson-Morley. En éste la Tierra hace el papel de la moto, el éter se identifica con el aire y, finalmente, la luz con el sonido. Era previsible encontrar distintas mediciones de la velocidad de la luz según la posición en la que se efectuaba la medida: si vamos contra el “viento del éter” deberíamos medir una velocidad distinta a la que obtendríamos si vamos a favor de (o en dirección ortogonal a) dicho “viento” para un mismo rayo de luz que se desplaza con velocidad c en relación al éter. Nada de esto ocurrió. Siempre se recogían las mismas medidas para la velocidad de la luz. En otras palabras, la velocidad de la luz parecía ser constante en cualquier posición de la órbita de la Tierra con independencia del estado del observador. Este hecho no encajaba con los conocimientos de la época y la reacción inicial de la comunidad científica fue pensar que los experimentos estaban mal realizados. Quizás hubo algún error de diseño, minúsculas fluctuaciones, inesperadas vibraciones, algún detalle que se había pasado por alto… Los experimentos se repitieron y se hicieron cada vez más sofisticados y precisos. Esto motivó que algunos científicos comenzaran a contemplar la posibilidad de que, quizás, la luz tuviera una naturaleza ondulatoria tan extraña que no obedeciera a la más simple intuición. Así, Fitzgerald asumió como válido el experimento y, desarrollando sus consecuencias con unas matemáticas muy sencillas, llegó a la conclusión de que “la única hipótesis que puede reconciliarse con este resultado experimental es que la longitud de los cuerpos materiales cambia, dependiendo de cómo se mueven a través del éter”. Esta afirmación, efectuada en la revista Science, es la conocida como contracción de Lorentz-Fitzgerald y explica (de forma consistente y lógica) los resultados del experimento de Michelson-Morley. Otros físicos y matemáticos como Larmor y Poincaré creyeron en el experimento y estudiaron sus consecuencias. Todos ellos llegaron a unas transformaciones del espacio y el tiempo no convencionales y aquí debemos detenernos con tranquilidad para explicar este punto. El primer concepto a definir es el de sistema de referencia inercial. Un sistema de referencia (un observador capaz de asignar a cada evento unas coordenadas espaciales y un tiempo) se dice que es inercial cuando en dicho sistema las partículas libres siguen una trayectoria rectilínea y uniforme. En otras palabras, un sistema de referencia se dice que es inercial cuando en él se cumple la ley de la inercia. Por ejemplo, en la superficie de la Tierra es imposible hablar de sistemas de referencia inerciales ya que no existen partículas libres: todas están afectadas por la gravedad terrestre. Supongamos que fuéramos capaces de apartarnos lo suficiente de cualquier objeto masivo y que la gravedad fuera prácticamente nula. Un sistema de referencia inercial sería entonces un laboratorio o un cohete (por ejemplo) que no estuviera acelerado. En tal laboratorio las partículas libres se moverían con movimiento rectilíneo y uniforme (esto no quiere decir que el movimiento de una partícula libre dependa del sistema de referencia con el que la observamos; lo que sí depende es la trayectoria que nosotros observamos de dicho movimiento). Una propiedad interesante de dos sistemas de referencia inerciales es que ambos deben moverse a velocidad constante uno con respecto al otro. De hecho, lo que se tiene es una relación de equivalencia y todos los sistemas de referencia inerciales conforman una clase distinguida: se caracterizan por ser aquellos en los que las leyes de la mecánica de Newton son válidas (recordemos la primera ley que hemos enunciado: los objetos libres se mueven siguiendo una trayectoria rectilínea y uniforme; esto sólo es cierto en un sistema de referencia inercial). En cada sistema de referencia inercial podemos hablar de coordenadas. Basta considerar, por ejemplo, unos ejes cartesianos y podemos asignar a cada punto del espacio tres coordenadas espaciales y una coordenada temporal. Las relaciones entre las coordenadas de un sistema y otro están dadas por unas transformaciones muy sencillas que se conocen como transformaciones de Galileo (GT). Estas transformaciones dejan invariantes las leyes de la mecánica de Newton y, de hecho, las leyes de Newton de la mecánica están enunciadas en relación a esta clase de sistemas de referencia (Newton las enunció pensando que estaban referidas al espacio absoluto… fue Galileo quién más tarde demostró que estás leyes eran invariantes para todo sistema inercial). Cuando se habla de velocidad, de aceleración, de posición, se habla en relación a las medidas dentro de uno de estos sistemas. Esto es así porque las leyes de la mecánica adoptan su forma más sencilla en esta clase de sistemas y la física busca, sobre todo, la máxima simplicidad. Para dos de estos sistemas, las medidas espaciales, si están bien hechas, no sufren cambios. Utilizando los ejemplos clásicos de Einstein, si vamos montados en un tren con una longitud L y pasamos por una estación a una velocidad v, el jefe de estación que está en el andén medirá también para nuestro tren una longitud L. Ambos colegimos en la longitud del tren siempre y cuando hagamos bien nuestras observaciones. Algo análogo se puede afirmar en relación a las medidas temporales. Los dos estaremos de acuerdo en este tipo de medidas si las hacemos correctamente. Por otra parte, el hecho de que las leyes de la mecánica se expresen de la misma forma en cualquier sistema de referencia inercial nos lleva a la conclusión de que es imposible distinguir entre dos de tales sistemas efectuando únicamente experimentos mecánicos. Esto es lo que se conoce como principio de relatividad de Galileo: se puede jugar un partido de tenis en una pista que está en tierra firme (en un andén) y en una pista de tierra situada dentro de un vagón gigante siempre y cuando este se mueva a velocidad constante. El partido será el mismo y, en ausencia de ventanas, sería imposible distinguir desde dentro del vagón que nos estamos moviendo. Toda esta historia sobre los sistemas de referencia inerciales y las relaciones que transforman sus coordenadas (las GT) están aquí explicadas porque el resultado del experimento de Michelson-Morley implicaba que las relaciones entre las coordenadas de dos sistemas de referencia inerciales no podían ser las GT. Estas transformaciones eran erróneas (si asumimos la corrección del experimento de Michelson-Morley) y las transformaciones correctas eran las llamadas transformaciones de Lorentz (LT). Estas nuevas transformaciones suponían cambios en las medidas espaciales y temporales hasta el punto de hacerlas relativas: dependían del observador en cuestión y tanto el que va montado en el tren como el que está en el andén ya no están de acuerdo en que la longitud del tren sea L. De hecho, las LT estaban concebidas para hacer constante la velocidad de la luz con independencia del estado de movimiento del observador y para ello requerían cambiar las nociones de espacio y tiempo desposeyéndolas de su carácter absoluto. Las LT no gozaron de mucha aceptación entre los científicos. Puede concebirse que las medidas espaciales dependan del estado del observador, pero las medidas temporales… eso es algo mucho más delicado. El tiempo se presumía absoluto y su discurrir no podía depender del sistema de referencia. Eso era algo que no tenía sentido. Las LT fueron desechadas y se siguió pensando que el experimento de Michelson-Morley era incorrecto. En este punto debe ser remarcado algo muy notable. Las ecuaciones de Maxwell que describen con éxito los fenómenos electromagnéticos no están expresadas en ningún sistema de referencia. En ellas no se hace mención explícita ni a la velocidad de la fuente de las ondas ni a la velocidad del observador. Por ello, todos los científicos (incluido Maxwell) interpretaron que estas ecuaciones estaban expresadas en relación al sistema de referencia inercial más importante que existe, al sistema de referencia inercial del éter, el estándar de “quietud”. Por otra parte, algunos físicos habían observado que las ecuaciones de Maxwell no permanecían invariantes bajo las GT. Es decir, las leyes de Maxwell eran unas leyes que, de forma implícita, requerían de la existencia de un sistema de referencia inercial privilegiado: el sistema del espacio absoluto, del éter, o del estándar de “quietud”. Tales leyes no admitían una expresión coherente ni bella en los otros sistemas de referencia inerciales (recordemos que las leyes de la mecánica sí se conservaban bajo las GT). No obstante, científicos como Lorentz habían observado que las ecuaciones de Maxwell sí permanecían invariantes bajo las LT (se dice que las ecuaciones de Maxwell sí tienen la relatividad del grupo de Lorentz). En otras palabras, si uno asume como cierto el experimento de Michelson-Morley, si se acepta como transformación válida entre sistemas de referencia inerciales las LT, entonces las ecuaciones de Maxwell permanecen invariantes y no es necesario referirlas a un sistema privilegiado, a ese espacio absoluto, pues son ciertas en todos los sistemas de referencia inerciales. Pese a esta curiosidad y coincidencia, las LT fueron finalmente desechadas por la comunidad científica y no gozaron de la aprobación de los principales físicos de la época. El experimento de Michelson-Morley debía ser revisado y perfeccionado y las leyes de Maxwell seguirían siendo ciertas en el sistema de referencia inercial por excelencia: el del éter. 1.3 La propuesta de Einstein. En el año 1905 un joven trabajador en la oficina de patentes de Berna que había estudiado física bajo la dirección de Weber y que no había podido conseguir su sueño de trabajar en la Universidad propone una solución al problema creado por el resultado del experimento de Michelson-Morley. El razonamiento de Einstein asombra por su radicalidad y también por ser la salida más sencilla y menos forzada de todas las posibles al callejón sin salida al que había llegado la física en aquellos tiempos. Einstein afirma: 1) si la medición de la velocidad de la luz es constante en todas las direcciones e independiente del estado de movimiento del observador; 2) si para mantener esta constancia es necesario cambiar nuestras nociones de espacio y tiempo de modo que éstas dependan del estado de movimiento del que efectúa las medidas y 3) si las leyes del electromagnetismo concuerdan mejor con estas ideas que con las del espacio absoluto de Newton. Entonces lo que ocurre es que: 1) no existe éter, ni espacio absoluto (un sistema de referencia privilegiado), ni tiempo absoluto, y 2) el tiempo y el espacio son relativos, dependen del estado de movimiento de quien efectúa las medidas. Las ideas de Einstein pueden resumirse en los dos siguientes postulados: P1) cualquiera que sea su naturaleza, el espacio y el tiempo deben estar constituidos de tal forma que la velocidad de la luz siempre sea constante con independencia del observador y de la fuente P2) todas las leyes de la física deben ser idénticas en todos los sistemas de referencia inerciales Observemos que estamos hablando de postulados, es decir, afirmaciones que no aspiran a ser probadas, sino que son los pilares básicos sobre los que se debe construir la física. Si, partiendo de estos postulados y con un razonamiento lógico, llegamos a un resultado que no se produce en realidad es porque dichos postulados son erróneos. Hasta el momento, después de más de cien años de pruebas, no ha habido predicción de la teoría de la relatividad especial que haya sido refutada por la experiencia. El postulado P1 explica los resultados del experimento de Michelson-Morley. El postulado P2 es una generalización del bien conocido principio de relatividad de Galileo del que ya hemos hablado a todos los ámbitos de la física, esto es, P2 explica que es imposible distinguir entre dos estados de referencia inerciales con experimentos físicos, sean de la índole que sean. Por ello esta teoría se llama teoría de la relatividad (especial), porque no hay un sistema de referencia inercial privilegiado (no hay éter) y todos estos sistemas de referencia inerciales son igual de buenos para la formulación de las leyes físicas. Algunas consecuencias directas de los postulados de Einstein y que pueden obtenerse con un poco de sentido común y matemáticas elementales son la relatividad de la simultaneidad, la contracción de longitudes, la dilatación del tiempo, etc. No entramos en detalle en estos fenómenos porque requieren unas cuentas sencillas que abordaremos en pizarra… Lo decisivo es comprender aquí que las cosas que hemos dado por supuestas desde nuestra más pura intuición ya no tienen por qué ser ciertas en el escenario de Einstein. Pareciera que estamos hablando de fenómenos fantásticos cuando en realidad estas consecuencias han sido testadas experimentalmente. Ahora bien, podemos preguntar: ¿y cómo no lo habíamos notado previamente? Pues porque el factor por el que se contraen (resp. dilata) las longitudes (resp. el tiempo) es del orden de 1.00000001 para velocidades cercanas a los 100 kilómetros por hora, que es una velocidad normal. Dicho factor es tan próximo a la unidad que resulta imperceptible desde nuestro punto de vista de personas de la calle. Sin embargo, en experimentos de laboratorio y a velocidades más altas se han comprobado todos los efectos relativistas que hemos descrito. 1.4 El formalismo de Minkowski. Tras la formulación de la teoría especial de la relatividad en 1905 Einstein esperaba una reacción de la comunidad científica que no se produjo. Su artículo cayó en la más absoluta indiferencia hasta que, por fin, unos años más tarde, el propio Max Planck felicitó a Albert por su artículo. Las razones de este silencio pueden ser varias. En primer lugar, Einstein no era un científico reputado y las ideas aportadas eran de una radicalidad sin precedentes, por lo que el escepticismo general fue predominante. Por otra parte, la imposibilidad de verificar la teoría con experimentos supuso que la relatividad se mantuviera en el ambiguo terreno de la verdad y la falsedad durante decenas de años, hasta que se pudieron detectar efectos relativistas en experimentos de laboratorio. En tercer lugar, otros artículos de Einstein también aparecieron a lo largo del mismo año (el “annus mirabilis”) que acapararon la atención de la comunidad mucho más que el germen de la relatividad especial cuyo título versaba sobre la “electrodinámica de los cuerpos en movimiento”. No obstante, y pese a este olvido inicial, en el año 1908 el antiguo profesor de Matemáticas de Einstein, Hermann Minkowski estudia el artículo de su discípulo y efectúa una aportación de carácter fundamental en la teoría. En pocas palabras, podemos decir que Minkowski geometriza la física de Einstein y le da rigor matemático. La difícil relación de Einstein con sus maestros queda plasmada en su reacción cuando conoce los trabajos de Minkowski sobre “su” relatividad. Einstein se muestra reacio a aceptar la visión matemática de su teoría y la descalifica desechando las aportaciones de Minkowski por artificiosas, inútiles y apartadas de la intuición física. Este punto es interesante remarcarlo porque sin la formalización de Minkowski el propio Einstein no hubiera sido capaz de llegar a extender su teoría al ámbito de cualquier sistema de referencia, aunque esto sólo se hizo patente muchos años más tarde en los que Einstein reconoció su error. Rectificar es de sabios, y Einstein lo era. Ahora bien, ¿en qué consiste esta formalización? Pensemos en un sistema de referencia inercial S con coordenadas (t,x) donde t es la coordenada temporal y x es la espacial (simplificamos asumiendo que sólo existe una dimensión en el espacio; esto es irrelevante). Se puede demostrar que si S’ es otro sistema de referencia inercial con coordenadas (t’,x’), entonces el cambio de coordenadas de un sistema a otro sólo depende de la velocidad relativa entre ambos y tiene una expresión lineal relativamente sencilla. Este cambio de coordenadas se conoce como transformación de Lorentz (en honor al físico que las descubrió para explicar los resultados de Michelson-Morley, aunque no supo interpretar correctamente la física reflejada en tales ecuaciones). Con estas transformaciones es muy sencillo demostrar los efectos relativistas que hemos comentado anteriormente (contracción de longitudes, dilatación temporal, etc.) así como justificar que la luz siempre tiene velocidad constante respecto de cualquier observador inercial. Si representamos en el plano dado por los ejes cartesianos (t,x) las coordenadas (t’,x’) entonces vemos que los ejes de S’ están inclinados con respecto a los de S. Un evento (algo que sucede en un punto del espacio en un determinado momento) tendrá, evidentemente, distintas coordenadas en cada sistema de referencia porque cada observador asigna a cada evento el espacio y el tiempo desde su punto de vista. Si las coordenadas dependen del observador, está claro que éstas no tienen entidad absoluta. En otras palabras, si efectuamos un experimento, lo relevante, lo físico en el experimento es lo que ocurre (y mide) todo observador inercial, y no lo que acontece para uno en concreto que registra en su particular sistema de coordenadas. Por tanto, sería deseable encontrar cantidades invariantes que no dependieran de las coordenadas. Tales cantidades serán candidatas a describir un fenómeno físico real y no un registro aparente de los hechos según el observador del que se trate. Pues bien, dados dos eventos A y B con sus coordenadas (ta,xa) (tb,xb) respecto de un sistema S, resulta que la cantidad (tb-ta)2-(xb-xa)2 no depende de dicho sistema, es decir, sistema S’ registra para A y B las coordenadas (ta’,xa’) y (tb’,xb’), entonces resulta que (tb’-ta’)2-(xb’-xa’)2=(tb-ta)2-(xb-xa)2. Esta cantidad invariante se conoce como intervalo espacio-temporal y tiene un significado físico muy preciso. De su signo se desprende, por ejemplo, la causalidad entre los eventos A y B de suerte que si el intervalo es positivo entonces se dice que ambos eventos están conectados causalmente y que es posible que uno de ellos influya en el otro. De hecho, se puede ser más preciso y determinar (de modo absoluto) cuál de los dos sucesos ocurre antes para todos los sistemas de referencia inerciales y aquí tenemos otro ejemplo de concepto absoluto: la causalidad, que podemos parafrasear diciendo que las causas preceden a los efectos para todos los observadores. Si el intervalo es negativo entonces ninguna señal puede viajar desde A hasta B sin violar la causalidad y sin exceder la velocidad de la luz. La causalidad es una hipótesis razonable si queremos tener una visión razonable de las cosas; por otra parte, el hecho de que nada excede la velocidad de la luz se demuestra a partir de los postulados de Einstein justificando que, conforme aceleramos una partícula con masa, entonces cada vez cuesta más trabajo incrementar su velocidad ya que también su masa se incrementa (con respecto a las partículas sin masa, éstas son de la misma “naturaleza” que la luz por lo que se tiene que su velocidad es invariante). ¿Y qué podemos decir cuando el intervalo es nulo? Pues entonces ambos sucesos están conectados causalmente, pero tal conexión es posible únicamente con señales luminosas. Hasta ahora, sólo hemos hablado del signo del intervalo, pero aún es más importante el hecho de que nos permite, de algún modo impreciso, efectuar “mediciones” en el espacio-tiempo. El entrecomillado se debe a que estas medidas no tienen las propiedades habituales que conocemos. Por ejemplo, en el espacio-tiempo de Minkowski la línea recta que separa dos eventos (relacionados causalmente con intervalo negativo) es la línea más larga que une ambos puntos. En resumidas cuentas, y para cerrar este primer capítulo, lo aportado por Minkowski es un modelo para el espacio-tiempo, un modelo 4-dimensional en el que un evento es registrado por un observador (inercial) S y le asigna coordenadas (t,x,y,z). Estas coordenadas por sí mismas no son mejores que otras (que las registradas por otro observador inercial S’) pero eso no es lo importante, porque lo decisivo es que podemos, dentro de la dependencia con respecto a cada observador, definir objetos absolutos que nos proporcionan magnitudes y descripciones físicas y reales que son independientes respecto del observador.