la ciencia española en el 98, en el marco de la ciencia mundial

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LA CIENCIA ESPAÑOLA EN EL 98,
EN EL MARCO DE LA CIENCIA MUNDIAL
L o s años que precedieron y siguieron al 98 son especialmente
interesantes para la historia de la ciencia española. Después de una larga
sequía, que duró varios siglos y nos aisló de la evolución de los países
vecinos, los investigadores españoles comenzaron a saltar las fronteras,
se permitieron el lujo de ganar uno de los primeros premios Nobel de
Fisiología y Medicina, y fundaron escuelas científicas cuya actividad se
prolongó durante la mayor parte del siglo XX.
Por Manuel Alfonseca *
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I n tr o d u c c ió n
Para e n c o n tra r un a é p oca en la que la investigación científica e s p a ñ o la haya
de se m p e ñ a d o un papel d o m in a nte en el d esarrollo de la c ien cia m undial, es
preciso rem o ntarse hasta los com ien zo s del milenio que está a pun to de te r­
minar. P o r entonces, el califato de C ó rd o b a prim ero, los reinos árabes de
Taifas después, e specialm en te los de C ó rd o b a y Sevilla, vivieron un flo re ­
cim ien to cultural que se plasm ó por igual en las artes y en las ciencias, e s p e ­
cialm en te en las M ate m á tic a s y la A stronom ía. Este desarrollo c u lm inó, ya
en el siglo X II, en la figura descoyante de A verroes, qu e duran te todo el resto
de la E dad M e d ia fue reco no cid o co m o E l C o m entarista po r e x c e le n cia de
A ristóteles, y contribu yó p o dero sam en te a la difusión de las ideas de éste
po r el ám bito de las civilizaciones islám ica y occidental, que cristalizó d u ­
rante el siglo siguiente en la filosofía escolástica. P ara c o m p ro b a r la c o n c a ­
tenación de am bos fenóm en os, basta ob servar que A v erro es m urió en el
año 1 198, apenas cinco después del nacim iento de San A lberto M ag no .
M a n u e l A l f o n s e c a es p r o fe s o r de In g e n i e rí a I n fo r m á t i c a en la U n i v e r s i d a d A u t ó n o m a
d e M a d ri d . D i r e c c i ó n e l ectr ó n ica: ¡V I a n u e l .A I f o n s e c a @ i i . u a m .e s .
RELIGIÓN Y CULTURA, XLIII (1997) 303-329
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P o r entonces, la filosofía y la ciencia no estaban divorciadas, co m o a h o ­
ra, y los practicantes de la p rim era conocían a fon do la se gu nd a y a m enu do
realizaban descu brim ientos im portantes. El propio A v erro es (cuyo no m bre
árabe era A bul W a lid M u h a m m a d ibn Roxd) e studió Astrologia, M a te m á ti­
cas y M e dicina , m ientras qu e la influencia de San A lberto en el nacim ien to
de la cie nc ia experim ental (en especial la A lq u im ia y la B otánica) le han ga ­
nado el título de santo patrón de las ciencias, qu e le fue c o n c e d id o por
Pío XII en 1941.
D u ra n te a quella época, la E sp a ñ a m u su lm a n a sirvió de enlace o c a m in o a
través del cual la ciencia árabe, m uy avanzada po r entonces, pu do p enetrar
en el occiden te cristiano, hasta el p unto de que el alqu im ista e sp añ ol más
im po rtante del siglo XIV, Geber, a doptó un seud ón im o árabe p a ra firm a r sus
escritos, c o nfia n do en que así ob tendrían m ayo r difusión. Se d e sc o n o c e su
verdadero nom bre.
A m e d id a que la civilización occidental to m ab a el testigo de la m u su lm a ­
na y sustituía a ésta en la p rim era línea de la investigación científica, el p a ­
pel de E sp a ñ a dism inuyó. N u estro país p e rm aneció apartado de las c o rrie n ­
tes qu e culm inaro n en el desarrollo im p resionante ex p e rim en ta d o p o r la M e ­
dicina, la A stro no m ía, las M ate m á tic a s y la Física duran te la E dad M o d e rn a
europea. D e sd e los siglos XV al XVII, que coinciden con la é p o ca de oro de
nuestra literatura y de las bellas artes, la única figura e sp a ñ o la d esco llan te
fue M igu el Serveto (o Servet) C o n esa (1511-1553).
D e sp u é s del hiato o d ism inu ció n de ritm o qu e afectó a la cie nc ia o c c i­
dental durante medio siglo, a finales del x v ii y principios del x v m , se p ro ­
dujo una c a sca d a de descub rim ien to s y avances qu e aún no se ha detenido,
en la qu e E sp a ñ a ha participado un poco más, a u nq ue de m a n e ra m arginal,
pues su aportació n no p uede com p a ra rse con la de los cuatro grandes países
científico-técnicos: A lem ania, Francia, G ran B retaña y los E stado s U nidos.
D u ra n te los siglos XVIII y XIX p o d e m o s m e nc iona r los n om b res de A ntonio
de U llo a (1 716-1795), Jo sé C elestino M utis (1732-1808), A nd rés M an uel
del R ío (17 65-1849) y M a n u e l B lanco (1778-1845), a quienes d e b e m o s a ñ a ­
dir en lugar d estacado a los dos grandes precursores españ oles del su b m a ri­
no, con qu ien es volverem os dentro de un m om ento. P ero antes vam o s a d e s ­
cribir la situación general de la ciencia fuera de E spaña, en la que, lóg ic a ­
mente, se e n m arcaro n nuestros científicos.
1. S i t u a c i ó n d e l a c i e n c i a m u n d i a l a f i n a l e s d e l s i g l o x i x
L a se gu nd a m itad del siglo XIX fue un a é p oca tre m e n d a m e n te fructífera en
todos los cam p os de la ciencia. En particular, los años que rodean al 98 e n ­
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cuentran a lgunos de estos cam p os en situación crítica, ya sea p o rq u e ac ab a
de tener lugar una gran revolución, o p orque está a p unto de producirse.
En las líneas que siguen trazarem o s un p a n o ra m a sinóptico del estado de
c a d a una de las ciencias principales y de las líneas m aestras de la inv estig a­
ción en la é p o ca que nos ocupa.
1.1. Las Matemáticas
Los siglos X V I I y X I X fueron los dos grandes period os de la historia de las
M ate m á tic a s. En el p rim ero tuvo lugar el d e scu brim iento del cálculo infini­
tesim al (N ew to n y Leibniz), e stablecién do se las bases p ara la G e o m e tría
m o d ern a y el Análisis funcional (Descartes), la teoría de nú m eros (Ferm at) y
el C á lc u lo de probab ilid ad es (Pascal). El siglo X I X c o m ien z a con la figura
gig an tesca de Carl Friedrich G auss (1777-1855), qu e se anticipó a m ucho s
de los d e scub rim ien to s realizados en los años sucesivos, entre los que fig u ­
ran las geom etrías no euclidianas (Bolyai, R iem ann , L o vachevsk y), las f u n ­
c iones elípticas (Abel, Jacobi), la teoría de grupos (Galois), la lógica sim b ó ­
lica (B oole y P eano) y la teoría de conjuntos (Cantor).
En la últim a dé c a d a del siglo X I X , el interés de los m atem ático s c o m ie n z a
a centrarse en la fo rm alización ax io m ática rigurosa de su ciencia. El alem án
G ottlo b Frege (1848-1925) creó en 1879 la lógica p roposicional e introdujo
el c o n c e p to de p redicad o y los cuantificadores universal y existencial, que se
han co nv ertido en parte esencial de la form ulación de teorem as. E n tre 1884
y 1903 e m p re n d ió la co nstrucción de un sistem a lógico c o m p le to (el p ro ­
gra m a logicista) que d eb ía reducir la A ritm ética a la L ógica, d ed u c ié n d o lo
todo a partir de un c on ju nto re ducido de axiom as, m ediante la aplicació n de
unas pocas reglas deductivas, co m o el m o dus p o n e n s clásico y la inducción
perfecta. Pero no tuvo m u ch a suerte: la U niversidad de Jena, d on d e tra b a ja ­
ba, le negó el reco no cim iento que merecía. P ara colm o, en 1902, B ertrand
R ussell e n co ntró una con tradicción en su sistem a lógico (la fa m o sa p a ra d o ja
d e R u sse ll), lo que le d esa n im ó y le m ovió a a b a n d o n ar esa línea de investi­
gación, qu e no obstante influyó po de ro sa m e n te en el desarrollo p o ste rio r de
las M a te m á tic a s y en la ob ra del propio Russell, de W h ite h e a d y de
W ittgenstein, c u lm inand o en el teo rem a de G ödel (1931), quien d e m o stró
qu e las a spiraciones de Frege son irrealizables, pues todo sistem a ax io m á ti­
co consisten te incluye pro posicio nes indecidibles (afirm acio nes v erdaderas
im po sibles de dem ostrar).
L a evolución del A nálisis y la G e o m etría de finales del siglo p a sa d o se
ven d o m in a d o s po r la e scu ela de Gotinga, universidad a le m a n a que reun ió a
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m uchos de los mejores expertos de la época, entre los qu e destacan Christian
Felix Klein (1849-1925) y D avid H ilbert (1862-1943). El segundo, en parti­
cular, ha influido p o d erosam ente en el desarrollo de las M a te m ática s durante
todo el siglo X X a través de su A lg ebra de infinitas d im ensio nes, utilizada
posterio rm en te para form alizar la M e c á n ic a cuántica. En el año 1900, H il­
bert presentó un artículo en el C o ng reso M a te m á tic o Internacional de París,
en el que e n u n c iab a 23 problem as no resueltos que han servido de acicate
p ara nu m erosas investigaciones posteriores. A lgunos de estos pro b le m a s han
sido abord ado s con éxito, en algún caso se ha d em o strado la im posibilidad
de resolverlos, pero otros continúan aún abiertos y han resultado ser m ucho
más difíciles de lo que se suponía.
E ntre los m iem bros más em inentes de la e scuela fran cesa en este m ism o
cam po, es preciso citar a Jules Henri P oincaré (1854-1912), uno de los f u n ­
dadores de la T o pología, que introdujo técnicas co m o la e x pansión asin to ti­
ca y los invariantes integrales, aplicándolas a la resolución de a lgunos p ro ­
blem as pendientes de la gravitación universal. In de p e n d ien te m en te de E in s ­
tein, P oincaré d escub rió m uchos de los resultados de la teoría especial de la
R elatividad, que publicó en 1906, un año después que aquél.
1.2. L a F ísica
Es curioso c on statar cierto paralelism o entre la situación de la Física a fina­
les del siglo pasado y en la actualidad. En am bos casos se oyen voces a n u n ­
cian do el fin de esta disciplina, en la que, su puestam ente, ya no qu ed a ría
n a d a p o r d escu b rir. E ntonces, al menos, los agoreros se eq uiv o c a ro n e s­
pectacu larm en te. D e hecho, en 1898 ya se habían realizado los prim eros
d e scub rim ien to s que im pulsaron la tre m e n d a revolución a la que se vio so ­
m etida la investigación Física durante los p rim eros años del siglo X X , cuyos
efectos aún no se han disipado por com pleto. Pero v ayam os por partes.
El e studio de la din á m ic a de los gases, que había sido tan fructífero para
la Física desde finales del siglo XV I I , parecía, en efecto, haber llegado a su
cu lm in ación con los grandes avances realizados en los cam p os de la T e r m o ­
d in á m ic a y la M e c á n ic a E stadística por L u dw ig Ed uard B o ltzm ann , W illia m
T h o m so n (L ord K elvin) y W ilh e lm W ien. Sin em bargo, h acia 1898 q u e d a b a
p e nd iente un enigm a qu e m olestaba p rofu n d a m e n te a los físicos: el c u erpo
negro, un radiador perfecto de calor, cuyo co m p o rta m ie n to experim en tal no
se a justaba a las predicciones de la teoría. P oco podían im aginar los científi­
cos de la é p o c a que en el breve plazo de dos años este p ro b le m a iba a p ro v o ­
car la aparición de una nueva disciplina (la Física cuántica) y una de las dos
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grandes revoluciones del siglo X X . En la U niversidad de B erlín, M a x Planck
(18 58-1947) e staba ya d a n d o los prim eros pasos para su de se nc a de n am ie n to .
En 1900 propuso que la energía electrom ag nética (una de cuyas form as es el
calor radiante) sólo puede ser a bsorbida por el cuerpo negro en can tidad es
elem entales que llamó cu a n to s, cuyo valor es igual a la frec u e n cia de las o n ­
das m u ltiplicada po r la constante universal de acción h (llam ada en su h onor
co n sta n te de P lanck).
El tem a estrella de la Física del X I X fue sin d u da la electricidad. A u n q u e
a lgunos de sus efectos se conocían desde la A ntig üed ad , hay que rem ontarse
a las ultim as d écad as del X V I II (Galvani, V olta) para que su e stu dio y ap lic a ­
ciones prácticas pasen al prim er plano, de se n c a d en an d o u n a ca s c a d a de d e s­
c u brim ientos a los que asociam os los nom bres de Davy, A m p è re , O ersted,
A rago, O hm , H enry, W h eatston e, W e b e r y otros m uchos, sin olvidar a los
dos principales, am bos británicos: el p rim ero es M ichael Fa ra d ay (17911867), a quien d eb em o s el d e sentrañam ien to de las relaciones en tre la e le c ­
tricidad y el m agnetism o, que ha hecho posible el sum inistro generalizado
de co rriente eléctrica sin el que la vida m o d erna sería muy diferente de lo
que es. El se gundo es Jam es C lerck M axw ell (1831-1879), que dio base te ó ­
rica a dichas relaciones, unificando los cam p o s eléctrico y m agn ético m e­
dian te un c o njun to elegantísim o de e cuacio nes vectoriales en derivadas par­
ciales (las e cuaciones de M a xw e ll) con las qu e se anticipó a la ete rn a b ú s­
q u e d a de teorías físicas unificadas, p ropia del siglo X X , un ob jetivo qu e no
ha sido alcanzado por completo.
U n a vez qu e M axw ell dem ostró la existencia de ondas e lectro m agnéticas
y afirm ó que la luz es un a de ellas, no se tardó m ucho en enc o n tra r otras.
P rim e ro se extendió el espectro por la zona baja (las de fre c ue ncia más p e ­
queña) con las ondas de radio, descubiertas p o r H einrich R u d o lf H ertz
(1857-1894). Un año después de la m uerte de éste, en 1895, W ilh e lm C o n ­
rad von R oentgen (1845-1923) extendía tam bién la parte su perior del e sp e c ­
tro e lectro m ag nético (las ondas de frecuencia más elevada) con el d e sc u b ri­
m iento de los rayos X. En 1897, Joseph John T h o m so n d escu bría el e le c ­
trón. Y en 1898 Pierre Curie (1859-1906), estudiando las em ision es del ra­
dio, detectó la presen cia de una radiación desconocida, que fue bau tizada
por E rnest R uth erfo rd con el no m b re de rayos g a m m a y resultó te n e r un
m argen de frecuencias aun más alto que el de los rayos X.
Los rayos X destaparon una caja de P a nd ora que d e se n c a d en ó una av a­
lancha de descubrim ientos. P rim ero fue A ntoine H enri B ecquerel ( 18521908), quien en 1896 descubrió que los m inerales de u ranio prod ucían ra­
diacio nes esp ontán eas d esco no cid as capaces de atrav esar el papel y velar las
placas fotográficas. M arie C urie (1867-1934) las bautizó con el n om b re de
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ra d ia c tiv id a d y se dedicó a investigarlas con ayuda de su m arido, hasta d e s­
cu b rir en 1898 dos elem entos nuevos: el polo nio y el radio. El e studio de la
radiactividad condujo, ya en el siglo X X , al desen tra ñ a m ien to de la e stru c tu ­
ra del á tom o y de las partículas que lo co m p on en, cuyo nú m e ro no ha hecho
más que aum entar.
O tros cam po s de la Física que tam bién deben su auge actual a d e sc u b ri­
m ientos pioneros realizados durante la últim a d é c a d a del siglo p asado son la
superco nd uctiv id ad , descub ierta en 1911 po r H eike K a m m e rlin g h -O n n e s
(1853 -192 6) c o m o c o n se c u e n c ia de sus investigaciones sobre los efectos de
las tem p eraturas muy bajas sobre la materia, realizadas en el laboratorio de
C rio g e n ia de la U niv ersidad de Leiden, que él m ism o fundó en 1894. Y la
teoría especial de la Relatividad, que E instein fo rm u ló en 1905, pero qu e se
a p o y a b a en el resultado negativo de un ex perim ento realizado en 1887 por
A lbert A b ra h a m M ic h e lson y E dw a rd W illiam s M orley, que trataron de m e ­
dir el efecto del m ovim iento de la T ierra sobre la velocidad de la luz y lleg a­
ron a la c onclusión sorprendente de qu e dicho efecto es nulo, y que la luz no
se ve afectada, c o m o cu a lq u ie r otro móvil, por el desp la z a m ien to del instru­
m ento de medida. Esto im pulsó a Einstein a form u lar el fam oso p ostulad o de
la c o nstancia de la velocidad de la luz, del que pueden de du cirse las fó rm u ­
las de la Relatividad especial, descubiertas por H e n drik A ntoo n L o re n tz e n ­
tre 1895 y 1904. L a Relatividad fue la seg un da gran revolución de la Física
del siglo X X , pues corregía la M e c á n ic a clásica de N ew to n, que p arecía ina­
m ovible desde hacía más de do scientos años, y la convirtió en un a a p ro x i­
m ación de una teoría m ucho más exacta.
1.3. La Astronomía
El desc u b rim ie n to astro nó m ico más im portante del siglo X I X fue, sin lugar a
dudas, el del planeta N eptuno, que se ha conv ertid o con ju stic ia en uno de
los triunfos p aradigm áticos de la ciencia teórica.
H a c ia 1845, la teoría de la gravitación universal de N e w to n e stab a a
pun to de c u m p lir 180 años. H asta entonces, su aplicación a los m o vim ientos
del sistem a solar había c o noc ido bastantes éxitos, pero qu ed a b a n algunos
cabos sueltos. U no de ellos, relativam ente reciente, se re m o n ta b a al d e s c u ­
brim iento de Urano, el prim er p laneta de los tiem pos m odernos, d e s c o n o ­
cido en la A ntigü edad, que había sido localizado p o r W illia m H erschel en
1781. Sesen ta y cuatro años después, su órbita se c o n ocía con la precisión
suficiente p ara detectar ciertas d iscrepancias con las prediccion es de la teo ­
ría de N ew ton.
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M A N U EL ALFO N SECA
H a b ía dos posibilidades: o bien esta teoría no era bastante exacta, o bien
existía algún otro astro d e sc on oc ido que p ertu rbab a la órbita de U rano. Un
jo v e n a stró no m o británico, John C o uch A d am s (1819-1892), se inclinó por
la se g u n d a co nclusión y calculó teóricam ente dó n d e ten dría que esta r ese
astro p ara pro d u c ir las perturbaciones observadas. En septiem b re de 1845,
c u a nd o tenía veintiséis años de edad, envió sus cálculos a Ja m e s C hallis, d i­
rector del observatorio de C am bridge, sugiriéndole qu e se busc a ra el nuevo
planeta en la posición calculada, pero Challis no dio im po rtan cia al trabajo
de A d a m s y no se m olestó en com probarlo.
Un par de m eses más tarde, otro hom b re llegó a las m ism as c o nc lusio ne s
que A d am s, pero en este caso no se trataba de un jo v e n , sino de un a stró n o ­
m o profesional bien establecido: el francés Urbain Jean J o se p h L e V errier
(1811-1877). En 1846, L e V errier envió sus datos al a stróno m o alem án J o ­
hann G ottfried Galle, del observatorio de Berlín, p id iéndo le que bu sca ra el
planeta d e sc o n o c id o en cierta zona del cielo. El 23 de septiem bre, después
de sólo una hora de búsqueda, G alle lo e n contró a un grado de distan cia del
pu nto indicado p o r Le V errier. El éxito fue espectacular: la teoría de N e w ­
ton se c o nsideró definitivam ente co nfirm ada y Le V e rrie r se con virtió en el
a stró no m o más fam oso de su época. En cuanto a A dam s, se reco n o c ió tar­
d ía m e n te su e sfu erzo y los británicos le atribuyeron un a parte de la gloria
del hallazgo de N eptuno , aunq ue oficialm ente la p rim acía científica fue
a sig n a d a a L e Verrier, que había sido el prim ero en publicar. En 1861, en
u n a m uestra de ju s tic ia poética, John C ouch A d a m s fue n o m b ra d o directo r
del m ism o ob servatorio de C am bridge, cuyo director había re c h a z ad o sus
trabajos dieciséis años antes.
Es curioso que, poco después del gran descubrimiento de N eptuno, el p ro ­
pio Le V errier se m etiera en un callejón sin salida con otro de los cabos suel­
tos de la teoría de la gravitación universal. L a órbita del planeta M ercurio
también presentaba algunas discrepancias con los cálculos teóricos, y Le V e ­
rrier quiso apuntarse un segundo éxito en las mismas líneas que el primero. En
1855 propuso la existencia de un planeta desconocido entre M ercurio y el Sol,
e incluso le dio el nom bre de V ulcano, cuando Lescarbault anunció haberlo
localizado, pero el hallazgo no se confirmó. D espués de varias falsas alarmas,
V u lcan o eludió todos los esfuerzos de los astrónomos y, a m edida que la pre­
cisión de los instrumentos mejoraba, hubo que llegar a la conclusión de que
dicho planeta hipotético no existía. L a cuestión quedó en suspenso hasta 1916,
cuando A lbert Einstein propuso la teoría general de la Relatividad, que corre­
gía la m ecánica de Newton y explicaba las anomalías de la órbita de M ercurio.
A sí que, en este caso, de las dos explicaciones posibles, la prim era resultó ser
la correcta, y poco después de su gran éxito la teoría de la gravitación univer­
sal de N e w ton experim entó su prim er gran fracaso.
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E sta historia d e m u e stra que las frecuentes acusaciones c on tra el c o n se r­
vadu rism o del esta b le c im ie n to cien tífico son to talm ente infundadas. Los
científicos no se aterran a sus teorías c o ntra viento y m area, a u n q u e cie rta ­
m ente procuran elim in ar todas las dem ás p osibilidades antes de re nu nc ia r a
ellas, sustituyéndolas p o r otras o in troduciendo correcciones. D ich as a c u sa ­
ciones suelen p ro c e d e r de los defen sores de seudociencias c o m o la parasicología, la astrologia, la u fologia y algunas m edicinas alternativas. En m u ­
chas de estas disciplinas, las afirm aciones propuestas son rech azad as c o ­
rrectam ente, pues les falta el criterio fundam ental que las c on ve rtiría en tesis
científicas: es im posible d em o stra r su falsedad.
V o lv ien d o a la A stro n o m ía del X I X , es curioso c on statar que el planeta
V u lc a n o ha reaparecido en la segu nd a mitad del siglo X X , a u n q u e en una
o bra de ficción. D u rante los años sesenta se hizo fam o sa la serie de te le v i­
sión S ta r Trek, que en los E stados U nidos tiene aún miles de seg uido res a fi­
cionados. U no de los personajes más cono cido s de esta serie, el señor
S pock, el de las largas orejas, afirm a ser natural del p laneta V ulc an o, ig n o ­
rando, al parecer, que su lugar de origen n u n c a existió.
D u ra n te la últim a d é c ad a del siglo X I X , la que o c u p a nuestro interés en
este artículo, el centro de la esc en a astro n ó m ic a estab a ocu p a d o po r el p la ­
neta M arte. T o d o había em pe z a d o en 1877, c u an do el a stró n o m o italiano
G iovanni V irginio Schiaparelli creyó observar en la superficie de este p la ­
neta unas líneas muy finas a las que dio el no m b re de canales (c a n a li, en
italiano). Al igual que en castellano, esta palabra no tiene co n n o ta c io n e s de
artificialidad y se aplica tam bién a ciertos curso de agua de origen natural.
E n inglés, sin e m bargo, existen dos térm inos diferentes: canal, q u e se aplica
ex clu siv a m e n te a constru ccion es artificiales de transporte de agua, y
ch a n n e l (canal natural). L os traductores de Schiaparelli, c o nfun dido s p o r el
parecid o de ca n a l con canali, utilizaron la p rim era p alabra p ara tradu cir la
segunda, da n d o lugar a una confusión: la idea de qu e se h abía d escub ierto
q u e M a rte e sta b a habitado p o r seres inteligentes, ju n to con la le yenda de que
dichos seres se habían visto forzados a con stru ir canales artificiales g ig a n ­
tescos p ara d istribuir el agua en un m undo p rogresiv am ente seco, a m e n a z a ­
do por una m uerte horrible. Los escritores del nuevo género literario de la
ciencia-ficción se apoderaron rápid am en te de esta idea, que dio lugar a obras
tan espectacu lares com o La g u erra de los m u n d o s de H. G. W ells (p u blicada
prec isam e n te en 1898), la serie de novelas m arcianas de E d g a r R ice B u ­
rro ugh s o las C ró n ica s m a rcia n a s de Ray B radbury.
D esgraciadam ente, algunos astrónomos profesionales se lo tom aron en se­
rio. El más im portante fue Percival Lowell (1855-1916), que en 1893 había
fundado el observatorio de Flagstaff, Arizona. D urante quince años, Lowell
310
M A N U EL ALFO N SECA
observó M arte infatigablemente y dibujó mapas cada vez más detallados de los
canales (llegó a observar unos 500). Sin embargo, otros astrónom os no c on se ­
guían verlos. La controversia duró casi un siglo, hasta que en 1965 la cápsula
espacial estadounidense M a rin er 4 fotografió la superficie de M arte y d e m o s­
tró que los supuestos canales artificiales eran pura imaginación.
A u n q u e L ow ell fracasara en su investigación de M arte, tuvo más éxito en
otra em presa: en 1905 a nunció la existencia de un planeta más allá de N e p ­
tuno, para explica r las an om alías que aún q ued ab an en la órbita de U rano, e
instituyó en su observatorio una b úsqueda de m uchos años, qu e se alargó
más allá de su muerte, y que por fin term inó felizm ente c u a n d o en 1930
C lyd e T o m b a u g h , que trabajaba en Flagstaff, d escub rió Plutón.
1.4. La Química
L a ciencia Química nació en el siglo XVIII como resultado de la evolución de la
Alquimia medieval y renacentista, que a menudo había buscado objetivos iluso­
rios (como la piedra filosofal, el elixir de la eterna juventud, la panacea capaz de
curar todas las enfermedades o la tranformación del plomo en oro), o poco rela­
cionados con la ciencia (como la perfección espiritual del alquimista).
Flasta bien entrad o el siglo X I X , la investigación se centró prin cip alm ente
en la Q u ím ic a inorgánica. Los grandes hallazgos de la é p o c a fueron el a b a n ­
d o n o de la teoría clásica de los cuatro elem entos, que se re m onta a los o rí­
genes de la civilización helénica, la teoría de la oxidación de L avoisier, a
quien se c on sid era con ju stic ia el verdadero fu n d a d o r de la Q u ím ic a m o d e r­
na, y la teoría atóm ica de Dalton. En particular, la n uev a d efinición de e le ­
m en to quím ico, c o m o toda sustancia co m p u e sta por áto m os de la m ism a c la ­
se, p rovo c ó un a carrera hacia el descubrim iento de elem en to s nuevos qu e se
p ro lon gó durante todo el siglo X I X y gran parte del X X . En este c a m p o d e sta ­
can los n om bres de H u m p h ry D avy (descu brido r del sodio, potasio, calcio,
m agnesio, estroncio, bario y boro, qu e tam bién reco noció c o m o elem entos al
cloro, flúor y alum inio) y Jö ns Jakob Berzelius, qu e d escu brió el cerio, el
selenio y el torio, aisló po r p rim era vez el silicio y el zirconio y participó en
el d e scub rim ien to del calcio.
Durante la última década del siglo X IX , la noticia científica en el cam po de la
Quím ica inorgánica fue el descubrimiento de los gases nobles. En 1894, W i ­
lliam R am say y Lord R ayleigh obtuvieron el argón. En 1896, R a m s a y d e ­
tectó el helio en un mineral de uranio, la cleveíta (este e le m e n to hab ía sido
localizado en el espectro solar en 1868), y en 1898 aisló el neón, el cripton y
el xenón.
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O .
P ero el X I X fue, po r excelencia, el siglo de la Q u ím ic a orgánica. H a sta
que Friedrich W ö h le r sintetizó la urea en 1828, se había creído q u e las s u s­
tancias deriv adas del carbo no sólo podían o btenerse de los seres vivos. Su
éxito supuso una revelación y abrió un cam p o to talm ente nuev o en el que
d estacaro n figuras com o los alem an es Justus von Liebig, A u gust von H o f ­
m ann y Friedrich K ekulé, que descub rió la estru ctura cíclica del benceno.
H acia finales del siglo X I X surgió una ram a nueva de la Q u ím ic a o rg á n i­
ca, que se dedicó e specialm ente al estudio de las sustancias de qu e se c o m ­
ponen o qu e utilizan los seres vivos: la Bioquím ica. D os no m b re s tienen sin ­
gular relieve: Emil F ischer (1852-1919) estudió los azúcares y los ácidos
nucleicos, m ientras A lbrecht Kossel (1853-1927) analizó a fo nd o los se g u n ­
dos, que llegarían a oc u pa r el centro de la esc e n a a partir de m ed iados del
siglo X X . A m b o s investigadores recibieron el prem io Nobel c o m o r e c o m ­
pe nsa p o r sus trabajos: Fischer, el de Q uím ica, en 1902, y K ossel, el de F i­
siología y M edicina, en 1910.
En c ua nto a la Q u ím ic a teórica, e x p erim en tó un gran a v an ce p o r e sa é p o ­
ca, im p u lsa d a p o r nom bres tan im portantes c o m o S vante A rrhen iu s (au to r de
la teoría de la disociación electrolítica), Ja co b u s van't H o f f (iniciado r de la
D in á m ic a quím ica) y Friedrich W ilh e lm O stw ald, a quien se c o n sid e ra uno
de los padres de la Quím ica-Física.
1.5. La Geologia
A finales del siglo X I X , la G eo lo gia se distingue de las d em ás ciencias p o r­
que no tuvo lugar en ella ningu na revolución importante. Q u e da n atrás los
tiem pos, de principios de siglo, en que Ja m e s H utton y C harles Lyell dieron
nuevas bases a la co m p rensión de los fenó m e n o s g eo dinám icos que rigen la
e volución de las estructuras terrestres (m ontañas, valles, con tinentes y e s­
tratos). L os no m b res más im portantes hacia 1898 eran los de W illia m M orris
D avis, exp erto en M e te o ro lo g ía y G e o d in á m ica externa, y E d u a rd Suess, que
abrió el c am in o hacia la teoría de A lfred W e g e n e r de la d eriva continental,
que resucitará hacia 1970 en la m o d e rn a teoría de la T e c tó n ic a de Placas.
1.6. La Biología
L a Biología, en cam bio, co no ció num eroso s avances im portan tísim os d u ­
rante el siglo pasado. C ua n do C harles D arw in publicó E l o rig en d e las e sp e ­
cies p o r m ed io de la selecció n n a tu ra l, el 24 de noviem bre de 1859, no hizo
312
M A N U EL ALFO N SECA
más que p ro p o n er num ero sos argum entos y un m ecanism o plausib le p ara
una idea que ya estaba latente en la obra de su abuelo, E rasm u s D arw in , y en
la de Jean B aptiste Lam arck. Ni siquiera el principio de la selección natural
era totalm ente suyo, pues se le había ocurrido ind e p en d ie n te m e n te a A lfred
Russel W allace, a u nq ue éste lo tenía m u cho m enos elaborado. T o d o esto
e xp lica la rapidez con que la teoría de la evolución fue a c ep tada po r m ucho s
biólogos de la é p o ca (las controversias les enfrentaron, no sólo con sus c o le ­
gas, sino espe c ia lm e n te con los m iem b ros de otras pro fesion es no c ie n tífi­
cas). Sin em bargo, quedaban algunas dudas respecto a los m ec a n ism o s que
hacen posible la evolución: ¿C ó m o se prod ucen las variaciones aleatorias
sobre las qu e actúa la selección natural? ¿C ó m o se heredan d ichas va ria c io­
nes?
H a c ia 1866, uno d e los más acérrim os defensores de la teoría de la e v o ­
lución, el biólogo suizo Karl W ilh e lm von Nägeli, busc a ba in fructu osam en te
dichos m ecanism os. A lg unas de sus ideas fueron acertadas, c o m o la p re v i­
sión de que las variaciones aleatorias deberían ser bruscas. Otras resultaron
m enos satisfactorias, c o m o su teoría de la existencia de una fuerza vital o
im p ulso interior misterioso, que llamó o rto g é n e sis, que e m p u ja ría a las ge ­
neracio nes de los seres vivos a m odificarse en una dirección d eterm inada.
L a o rto gén esis se convirtió en un callejón sin salida que, ya en el siglo X X ,
arrastraría a algunos biólogos y filósofos fam osos, c o m o H enri B ergson y
P ierre T eilh ard de Chardin.
R esu lta irònico pensar que V on N ägeli tuvo ante los ojos la solución al
p ro b le m a que le ocupó durante tanto tiem po y no supo verla. En ese año
de 1866, el fraile agustino austriaco G rego r M endel (1 82 2-1884) pub licó los
resultados de sus ex pe rim e n to s con guisantes en el jard ín del m o nasterio de
K ö nigskloster, cerca de Briinn (hoy Brno, en la R e p ú b lic a Checa). D ichos
ex p e rim e n to s le perm itieron ded ucir las tres leyes fu nd am entales de la he­
rencia, que p ro po rcio naban a los evolucionistas los m ecan ism o s qu e a n d a ­
ban buscando. M endel publicó su artículo en la revista de la S o ciedad de
C iencias N aturales de Briinn, de muy e scasa difusión, pero le envió una c o ­
pia a V on N ägeli, quien no supo reco no cer su im portancia. En 1868, c ua nd o
M end el fue n om b ra d o abad del monasterio, ab a n d o n ó la ex perim en ta ció n
biológica. D urante treinta y cuatro años, nadie volvió a o cup arse de su d e s­
cubrim iento, que p robablem ente se adelantó a su época.
Pero los avances científicos no pueden perm anecer ignorados indefinida­
mente. Las ideas están en el ambiente, lo que explica que a m enudo se produz­
can descubrim ientos simultáneos y luchas por la prioridad. En el año 1900,
muertos ya M endel y Von Nägeli, tres hombres volvieron a d educir indepen­
dientem ente las leyes de la herencia: el holandés H ugo de Vries, el alemán
313
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O .
Carl Erich Correns y el austriaco Erich Tscherm ack von Seysenegg. Los tres
buscaron en la literatura científica anterior, los tres encontraron el artículo de
M endel, que había perm anecido enterrado durante un tercio de siglo, y los
tres, en un ejem plo de honradez científica, reconocieron la prioridad del fraile
agustino, atribuyéndole la paternidad del descubrimiento. Pocos años después,
el biólogo norteamericano T hom as Hunt Morgan, padre de la G enética ex p e ­
rimental moderna, encontraba la explicación de las leyes de Mendel.
A d e m á s de volver a de d u c ir las leyes de la herencia, H ugo de V ries p ro ­
po rcio nó al e vo lu cio nism o la otra base que le faltaba, con el d e scu b rim ie n to
de las m utaciones, las variaciones bruscas previstas po r V o n Nägeli. L a so­
lución de am bos pro blem as abrió el c am ino p ara la aceptación gen eralizada
de la e volución b iológica en los m edios científicos, que tuvo lugar duran te la
p rim era mitad del siglo X X . Corno colofón de esta tendencia, el 12 de agosto
de 1950, en la en cíclica H u m a n i g e n e ris (n.° 36), el papa Pío X II d e clarab a
aceptab le la discusión científica sobre el evolu cion ism o , en cu anto in q u iere
so b re el o rig en d e l cu erp o h u m a n o a p a r tir de m a teria p re e x iste n te y viva,
p o rq u e la f e ca tó lica nos o b lig a a a firm a r que el alm a es creada in m e d ia ­
ta m en te p o r D io s. H oy sólo algunos grupos fu nd am entalistas protestantes,
prin c ip alm e n te en A m érica, se oponen encarn iz ad am e n te al e v o lu c io n ism o
p o r razo nes totalm en te desv in culad as de la ciencia.
L a teoría de la ev olución fue tam bién la fuerza im p ulsora detrás de uno
de los d e scu brim ientos biológicos más im portantes de finales del siglo X I X ,
que se e n c u a d ra en la ciencia de la P aleontología, parte de la B io lo g ía que
e stu dia los seres vivos ex tinguidos que han llegado hasta nosotros en fo rm a
de fósiles. E rn st H einrich H aeckel, uno de los más acérrim os d e fe n so res de
la teoría de D arw in (quien apenas participó en las polém icas), con stru y ó un
árbol gen ealóg ico de la evolució n de los seres vivos, desde los unicelulares
hasta el hom bre. En algunos casos, en los que el registro fósil d escu bierto
hasta ento nces con tenía lagunas, H aeckel introdujo los e sla b o n e s p e rd id o s
que le parecieron adecuados. A uno de éstos, ju sta m e n te anterio r al hom bre,
e interm edio entre éste y los m onos antropoides, le dio el n o m b re de P ith e ­
c a n th ro p u s (térm ino de origen griego que significa ho m b re-m ono).
En 1887, el m édico holandés M a rie E u g è n e D ub ois partió h acia las c o lo ­
nias holandesas de Indonesia, decidido a e n c o n tra r el eslab ón perdido.
En 1891 d escubrió en Trinil, en la isla de Java, un m olar y una b ó v e d a c ra ­
neana, a los que en 1892 se añadió un fémur. T o do s estos huesos p erte n e ­
cían cla ra m e nte a un prim ate de características h um a n oide s prim itivas. En
1894 p ublicó su d e s cub rim ien to y le asignó el nom bre de P ith e ca n th ro p u s
e re c tu s, con lo que im plícitam ente afirm aba su c o nvicción de que se trataba
del eslab ón perdido. A este hallazgo siguieron otros m uchos, lo que ha lle314
M A N U EL ALFO N SECA
vado a la situación actual, que distingue al m enos tres especies de seres hu­
manos: H om o h a b ilis (que vivió hace unos dos m illones de años), H om o
e rectu s (que incluye al viejo P ith eca n th ro p u s) y H om o sa p ie n s (que c o m ­
prende a las razas de N ean derth al y al ho m b re actual).
O tra de las figuras más grandes de la B iolog ía de todos los tiem p os vivió
tam bién en el siglo X I X y m urió poco antes del año clave de 1898. Se trata
de L ouis P asteur (1822-1895). Entre sus hallazgos científicos, d e m a sia d o
nu m ero sos para citarlos aquí, d estaca la dem ostración rigurosa de la im p o si­
bilidad de la generación espontánea, una d octrina que, a pesar de algunos
reveses parciales, se había m antenido incólum e desde la más re m o ta A n ti­
güedad. Los ex pe rim e ntos de P asteur abrieron c a m ino a su p ro p ia teoría
germ inal de las enferm edades, qu e ex plicó el origen de estas p lagas e hizo
posible la revolución m édica de finales del siglo pasado, de la q u e ha b la re ­
m os dentro de un m om ento.
H ac ia 1898, Iván Petrovich P avlov e stab a realizando sus fam osos e x p e ­
rim entos con perros, que en 1903 le llevaron a an u nciar el desc u b rim ie n to
del reflejo c o nd ic iona d o durante el X IV C o ngreso In tern a c io n a l d e M e d ic i­
na, c e lebrad o en M adrid, lo que d em uestra el alto nivel alcanzad o po r la
M e d ic in a e sp a ñ o la de fin de siglo, com o tendrem os ocasión de com entar.
E ste logro científico convirtió a P avlov en el pad re de la P sic o lo g ía objetiva,
qu e utiliza m edidas cuantitativas de fen óm en os físicos (com o la secreción de
saliva) para de d u c ir fen ó m e n o s mentales.
O tra ciencia biológica que cono ció im portantes av ances h acia finales del
siglo pasado fue la Citología, qu e e stud ia la célu la viva, su c o m p o rta m ie n to
y sus o rgánulos com p on entes. L a figura fundam ental en este c a m p o fue C a ­
millo Golgi (1844-1926), que dedicó la m ayo r parte de sus esfuerzos al e s­
tu dio del sistem a nervioso, a briendo cam ino a los d e scu brim ientos de R a ­
món y Cajal. En 1883, Golgi descub rió en el cito p la sm a de las células n er­
viosas un orgánulo especial, form ado por fibras, gránulos y cav id ad es, al
qu e se ha d ado el nom bre de a p a ra to de G olgi. D u ran te m u c ho tie m p o se
d ud ó de su existencia real, que fue co n firm ad a en la d é c a d a de 1940 por
G eo rg e Palade, con ayu da del m icroscopio electrónico. Posteriorm ente,
G olgi se ded icó al estudio de la malaria y realizó diversos d escubrim ientos
sobre el ciclo vital de su agente causante, el p rotozoo P lasm odium .
1.7. La Medicina
L a revolución m édica qu e ha pro lo ng ado extra o rd in a riam e nte la d uración
m ed ia de la vida hum ana, p rov o c a n d o ind irectam ente la e xplosión de la p o ­
315
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O .
blación m undial que aún sufrimos, se apoya en cuatro bases fun dam en tales,
tres de las cuales tuvieron su origen en las últim as décadas del siglo X I X . D i­
chas bases son las siguientes: la asepsia, las vacunas, la q u im io tera p ia y los
antibióticos. T o d a s ellas son c onsecuencia, de algún modo, de la teoría ger­
minal de las enfe rm e d ad es de Louis Pasteur.
U na de las principales causas de m uerte era la septicem ia, tam b ién lla­
m a d a e n fe rm e d a d d e l h o sp ita l, que a m en udo pro pag ab an los propios m é d i­
cos po r falta de higiene. Los pioneros de la asepsia, el au stro-h ún garo Ignaz
S e m m e lw eiss y el británico Joseph Lister, tuvieron que luchar c on tra la in­
c o m p ren sió n de sus colegas. El prim ero, que d e fend ía la lim pieza d ura n te la
asistencia al parto y consiguió reducir la tasa de m ortalidad del 18 al 1 por
100, se vio sum ergido en una c ontroversia que acabó afectan do su razón, y
murió en un hospital mental a c o n se c u e n c ia de la infección de un a herida
que se hizo en la m ano d urante una operación, c o m o si la e n fe rm ed ad c o ntra
la que tanto había luchado le hubiese vencido al fin. Lister, en cam bio, tuvo
más suerte: se apoyó directam ente en los descub rim ien to s de P a s te u r para
d e fen d e r la lim pieza de las m anos e instrum entos de los cirujanos, el uso del
fenol c o m o antiséptico y la protección de las heridas m edian te vendas y al­
godones. A u n q u e no se vio libre de polémica, fue testigo del triunfo de sus
ideas: en 1897 se le co ncedió el título de barón, y en 1902 fue u no de los
prim eros en recibir la O rden B ritánica del Mérito.
El propio P asteur fue el iniciador de la revolución de las v acunas co m o
protección de las grandes epidem ias infecciosas que habían d ie z m a d o la
h u m a n id a d durante siglos. A u n q u e E dw a rd Jen n e r se le había adela n ta d o en
un siglo con la vacun a de la viruela, P a steu r fue el p rim ero en c re ar vacunas
artificiales debilitand o a los m icro org an ism os cau san tes de la e nferm edad.
E n 1881 obtuvo la del carbunclo, y en 1885, la de la rabia, uno de los éxitos
científicos más resonantes de todos los tiem pos. A partir de ahí, los d e s c u ­
brim ien to s se sucedieron vertiginosam ente: Jaim e Ferrán prep aró u n a v a c u ­
na c on tra el có le ra en 1884; Emil A d o lf von B e hring o btuvo el suero a nti­
diftèrico (1892) y, en co laboración con el ja p o n é s S iba sa bu ro K itasato, el
antitetánico; C alm ette y G uerin, la vacun a an titu berculosa (1921). Son sólo
a lgunos ejem p lo s, entre tantos otros.
En cuan to a la q uim ioterapia, se re m on ta a los m étodos de R o b e rt K och,
el d e sc u b rid o r de los organism os causantes del ántrax, la tub erculosis, el
cólera, la disentería am e bia na y la conjuntivitis. P ara c o m b a tir las e n fe rm e ­
dades, ideó un m étodo de b ú sq u e d a de sustancias activas, b asad o en pruebas
exhaustivas de los efectos de diversas sustancias quím icas sobre a nim ales de
e xp e rim e nta ción , que se ha aplicado con éxito du rante la m ay or parte del si­
glo X X , y sólo recientem en te ha sido sustituido po r m éto do s m en os aleato316
M A N U E L ALFO N SECA
ríos, basados en consid eracio nes teóricas. Entre sus discípulos d e sta ca Paul
E hrlich, que en 1897 form uló la teoría de las cadenas laterales de la in m u n i­
dad, precursora de la de los antígenos y anticuerpos, a c tu alm en te en vigor,
que le valió el prem io N obel en 1908. A p licand o los m étodos de K och,
E hrlich investigó los efectos de los derivados de la an ilina sobre diversas e n ­
ferm ed ad es, d e sc ub rie nd o el salvarsán, el prim er m e d ic a m e nto quim ioterapéutico. Otro de los discípulos de Koch, Christiaan Eijm an, abrió el c a m ino
para el d e scu brim iento de las vitam inas (realizado por C a s im ir Fun k
en 1911) al detectar en 1891 que ciertas en ferm ed ades, co m o el beriberi,
pueden corregirse con un a dieta adecuada.
En una línea m uy diferente, el estudio de las enfe rm e dad e s m entales dio
pasos de gigante duran te la segunda mitad del X I X , c o m e n z a n d o en los e x p e ­
rim entos de Jean M artin C h arcot en L a Salpëtrière, y c o ntinua n do con los
trabajos de su discípulo, S igm und Freud (1856-1939), que form uló la teoría
del P sicoanálisis en los últim os años del siglo.
F inalm ente, no d ebem o s olvidar los grandes avances de la tecn olog ía
m édica, com o el electrocardiógrafo, inventado en 1903 por el h olan dés W i l­
lem E inthoven, que le valió la concesión del prem io N obel de F isio lo g ía y
M e d ic in a de 1924.
1.8. La Tecnología
L a figura más esp ec ta c u lar de finales del siglo X I X en el ca m p o de la in v e n ­
ción te c n o ló g ic a fue, sin d u da alguna, el e stad ou nide n se T h o m a s A lb a E d i­
son (1 847-1931), qu e alguna vez se ja c tó de pro d u c ir un invento peq u e ñ o
c a d a diez días y uno grande cad a seis meses. E ntre sus 1097 p atentes d e sta ­
can el telégrafo cuádruplex (1974); el m icrófono de carbón, que m ejoró el
teléfono de G ra h a m Bell; el fonógrafo (1877); un a m á q uina de dictar; el kin etoscop io (1889); las baterías alcalinas y, sobre todo, la luz eléctrica. Su
único d e scu brim iento científico pro piam ente dicho fue el efecto te rm o e lé c ­
trico, o efecto E dison (1883), que se convirtió años d esp ués en la b ase de las
válvulas electrónicas de vacío, c o m p on en tes fu nd am entales de los circuitos
electrónicos d urante la p rim era m itad del siglo X X .
L a revolución en las c o m u nicacio nes iniciada por E dison y G ra h a m Bell
fue co m p le ta d a po r G uglielm o M arconi (1874-1937), qu e utilizó las ondas
descu biertas por H einrich H ertz para c onstruir el prim e r tra n sm iso r de te le ­
grafía sin hilos (1895), que pronto se transform ó en la radio. T a m b ié n la te ­
levisión se rem on ta al tubo de rayos catódicos inventado por W illia m C r o o ­
kes, que perm itió a R oentgen d escubrir los rayos X.
317
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O .
E) cinem atóg rafo de los herm anos A ug ust y L ouis L u m iè re deriva del kinetosco pio de E dison y fue el prim ero aplicable en la práctica entre m uchos
intentos casi conte m po rá n e os de diversos inventores. En 1895 L o uis L u ­
mière p atentó un dispositivo cap az de proyectar 16 im ágenes po r segundo.
L a p rim era película (L leg a d a de un tren) se proyectó en el G ran C afé de P a ­
rís el 28 de diciem bre de ese año. P oco después surgía un a en o rm e industria
del e sp ectáculo y la diversión, y hacía su aparición el sé p tim o arte.
L a revolución en la locom oción h u m ana qu e sustituyó a los m ed io s de
tiro basados en anim ales por otros m ovidos p o r m áquinas, qu e había c o m e n ­
zado con el uso de la fuerza ex pan siva del vapo r de agua en el ferrocarril de
Steph enson , se prolongó a finales del siglo X I X con los prim eros vehículos
m ovidos por m otores de gasolina, qu e dio lugar en poco tiem po a la e n o rm e
proliferación del autom óvil p ropia del siglo X X . N iko laus Otto, con el m otor
de cuatro tiem pos (1876); Gottlieb D aim ler, con el m otor de c o m b u stió n in­
terna de alta velocidad (1883), y Karl Benz, con el prim er au tom óvil p rácti­
co (1885), fueron establecien do hitos en e sa dirección. P o r otra parte, la n a ­
vegación aérea tam bién se forjó durante esos años, con varios c a m in o s e x ­
p lorado s s im ultáneam en te po r O tto Lilienthal (con sus pla ne a do re s de alas
curvas, que le llevaron a la m uerte en 1896), el c on de V o n Z ep pelin (cuyo
p rim e r globo dirigible voló el 2 de ju lio de 1900) y los herm ano s W righ t,
que c o nsiguieron pilotar la prim era m áqu in a vo ladora más pe sa da que el aire
el 17 de diciem b re de 1903. Incluso la navegación espacial se re m o n ta a esta
época, con los trabajos pioneros del ruso K onstantin E d ua rd o v ic h T siolkovsky, que inventó un túnel de viento (1892) y realizó estudios y e x p e rim e n ­
tos sobre cohetes, p o r lo qu e se le consid era el p ad re de la astronáutica.
E n tre la m u ltitu d de inv e n to s de finales del siglo X I X d e b e m o s c ita r los
e x p lo s iv o s c o n tro la d o s de A lfred N o b el (1 8 3 3 -1 8 9 6 ), q u e le p e rm itie ro n
g a n a r el d in e ro su fic ie n te p a ra in sta u ra r los p re m io s q u e llevan su n o m b re ,
q u e tan to han c o n trib u id o c o m o in centiv os pa ra el a v a n c e de la c ie n c ia d u ­
ran te el siglo X X ; el c a rb o ru n d o , material artificial d e d u re z a p o c o in fe rio r
a la del d iam a n te , o b te n id o en 1891 po r E d w a rd A c h e so n , a n tig u o c o la b o ­
ra d o r de E d iso n ; el papel fo to g rá fic o V elo x, el p rim e ro s e n sib le a la luz
artificial, in v e n ta d o en 1889 p o r L e o B a e k e la n d , el m ism o qu e en 1909
c re ó el p r im e r p lá stic o industrial, la baq uelita; y el m é to d o e le c tro lític o
p a ra la o b te n c ió n del alum inio, d e sc u b ie rto s im u ltá n e a e in d e p e n d ie n te ­
m e n te p o r do s ho m b res, C h a rle s M a rtin H all y P au l H e ro u lt (1 8 8 6 ), qu e
re d u jo el p re c io de fa b ric a ció n de este m etal, uno de los m ás a b u n d a n te s
en la c o rte z a terrestre, d e sd e el nivel del oro (N a p o le ó n III u tiliz a b a c u ­
biertos de a lu m in io c o m o signo de riqu eza) ha sta p o n e rlo al a lc a n c e de to ­
das las fortunas.
318
M A N U EL ALFO N SECA
Incluso las c o m putad oras encuentran sus precursores en los años finales
del XIX. En 1884, Herm an H ollerith patentaba su prim era m áq u in a ta b u la d o ­
ra, qu e hizo posible la realización del censo de 1890 en los E stad os U nidos,
gracias a un sistem a de proceso autom ático de datos que utilizaba tarjetas
perforadas de acuerdo con un código inventado por él (el c ódigo H ollerith).
La e m p re sa que fundó para fabricarlas (T ab ulating M ac h in e s) se fu sio nó
en 1910 con otras dos para form ar la c o m p añ ía C T R (C o m p u tin g -T a b u lating-R ecording), que en 1924 cam bió su nom bre a International B usiness
M a c h in es (IBM).
2. S u b m a r i n o s
e s p a ñ o l e s d e l s ig l o x ix
N arcis M onturiol i Estarriol (Figueres, Girona, 1819-Sant M a rtí de P ro ­
vengáis, 1885) e Isaac Peral y C aballero (Cartagena, 1851-Berlín, 1895) m u ­
rieron antes de 1898, pero es interesante con siderar su caso, po rque p r o p o r ­
c io n a un eje m p lo d esg raciadam ente significativo de la actitud oficial de
desp recio o desinterés hacia la ciencia, que do m in ó du rante tanto tiem po la
A dm in istración española, responsable hasta cierto p unto de nuestro atraso
científico secular, y que tradicionalm ente se ha e x p resado con las d e sa fo rtu ­
nadas palabras de U n am uno: ¡Q ue inven ten ellos!
D ig o que es resp on sab le sólo hasta cierto punto, porque el desin terés o fi­
cial no ha sido exclusivo de E spaña, tam bién otros países lo han c onocido.
Pero, en algunos casos, la iniciativa individual de los científicos ha sido c a ­
paz de contrarrestarlo, realizando aportes significativos a pesar de la falta de
protección, e incluso, a veces, de la oposición abierta. E sto ha suced id o
tam bién en nuestro país, do n d e la im presionante floración de científicos de
finales del siglo p asado surgió casi siem pre a co ntrapelo de la a y u d a oficial,
que en general llegó tarde, d espués de su re co no cim iento exterior, y en a l­
gunos casos no llegó n unca y forzó a algunos no m b res im portan tes a b uscar
salida en el extranjero.
L a historia de la navegación subm arin a es muy antigua y ha c o n o c id o in­
nu m erab les intentos qu e no llegaron a la práctica, atribuidos a n om b re s tan
espectaculares c o m o L eo n a rd o da Vinci, L eibn iz o R o bert Fulton, el p rim e ro
en utilizar de fo rm a práctica barcos m o vidos po r vapor.
En 1849, m ientras M on tu rio l estaba en C ad aqu és, concib ió la idea de
c o nstru ir un buq ue subm arino que facilitara la recog id a del coral y d is m in u ­
yera los peligros que corrían los profesionales de este oficio. Inicialm ente,
sin em b arg o, tuvo qu e em barcarse en la tarea sin apo yo oficial de ningún
tipo, viéndose obligado a recurrir a la a yu da e c o n ó m ic a de sus am igos, que
319
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O .
fue suficiente p ara co nstru ir el p rim er m odelo, al que llamó ic tín eo , no m bre
d erivad o de la p alabra griega ljzy s (pez).
El Ic tín e o , el p rim e r vehículo sub m arino español, era relativam ente pri­
mitivo: p ro pulsa do po r la fuerza física de sus tripulantes, tenía do ble casco,
depó sitos de hidrógeno y de oxígeno, y m ecan ism o s p ara p e sc a r coral. En el
verano de 1859 se realizaron las prim eras pruebas en el p uerto de B arcelon a,
repitiénd ose un año d espués en el mism o lugar, y de nuevo en A licante el
7 de m arzo de 1861, en presencia de un a d elegación técnica en v ia d a po r el
G obierno. En total, realizó más de 50 pruebas, con una d uración m áx im a de
seis horas.
El éxito de la e m p re sa m ovió a M onturiol a ab orda r la c o nstru c c ió n de un
segu ndo buque subm arino, más perfeccionado, para lo qu e c o n ta b a con la
a y u d a del G obierno, que parecía interesado por el proyecto y le prom etió
apoyo, operarios y materiales. Sin em bargo, la pro m e sa no llegó a c u m p lir­
se, y el inventor se vio obligado a actuar po r sus propios m edios. A f o rtu n a ­
dam ente, sus ex pe rim e ntos le habían p ro porcion ad o fama, su n o m b re se ha ­
bía h echo popular, y u n a suscripción p ública le perm itió re c a u da r unas tre s­
cientas mil pesetas con las que en 1864 m o ntó su pro pia com pañía.
El seg un do Ictín eo , term inado en 1866, p e sa b a 46 toneladas, m edía
14 m etros de eslo ra y se m ov ía gracias a una hélice p ro pu lsa da p o r una m á ­
q u in a de vapor. El sub m arin o no era del todo práctico, pero con un p oco de
ay ud a oficial habría po dido desarrollarse en la dirección adecuada. L a m e n ­
tab lem ente, d ich a a yud a faltó por com pleto, a pe sa r de las n ueve m em o rias
qu e M onturiol presentó describien do su vehículo. El interés del púb lico fue
de cayend o, el su bm arino cayó en el olvido, la em p re sa se qu e d ó sin m edios,
y M onturiol se vio obligado a vender el segundo Ictín eo com o c h a ta rra para
pa g a r las deudas. D esan im ad o, el inventor a b a nd onó sus esfuerzos y se d e ­
dicó a la política (fue d ip utado con la P rim era R epública) y ocup ó diversos
carg os adm inistrativos hasta su m uerte en 1885.
El c aso de Isaac Peral no es muy diferente. M a rin o de profesión de sde la
niñez (ingresó en el C o legio Naval de C ád iz en 1865, c u a n d o tenía trece
años), en 1872 alcanzó el grado de alférez y en 1880 el de teniente de navio.
V iajó por todos los mares, especialm ente a C u b a y las islas Filipinas, p a rti­
cip a n d o en hechos de guerra. U n a ep idem ia de cólera le obligó a regresar a
E spaña, do n d e fue pro feso r de Física y Q uím ica en la E sc u e la de A m p lia ­
ción de Estudios de M arina, en Cádiz.
En 1885, con ocasión del conflicto de las C arolinas con A lem an ia, Isaac
Peral ofreció al G obierno su diseño de un torpedero su bm arin o co n c e b id o
para la de fe nsa de los puertos. El 23 de octubre de 1887 co m en z a ro n las
320
M A N U EL ALFO N SECA
obras de co nstrucció n en el arsenal de la C arraca, b o tá n d o se el 8 de s e p ­
tiem bre de 1888. T e n ía 21 metros de eslo ra y 2,74 de manga, y alcan zó una
p ro fu n d id a d de 10 metros y una velocidad de 7,7 nudos en superficie y 3,5
en inm ersión. E sta b a prop ulsad o por dos m otores eléctricos y 613 a c u m u la ­
dores. D u ran te 1889 y 1890 se efectuaron diversas pruebas con resultado
bastante favorable. Es cierto que se detectaron algunos defectos, pero no
eran graves, y habrían podido ser subsanados en un segundo m odelo. A u n ­
qu e el éxito relativo d espertó gran entusiasm o popular, los inform es técnicos
fueron desfav orables y el M inisterio de M a rin a se negó a c o n tin u a r con el
proyecto. L a decepción m ovió a Peral a aban d o n a r la M arina. En 1891 o b tu ­
vo la licencia ab so lu ta y se trasladó a M adrid, do n d e m ontó una fáb rica de
acum ulado res. M u rió prem a tu ram en te a los cu a re n ta y cuatro años en B e r­
lín, a d o n d e se había trasladado para som eterse a la o peración de un tu m o r en
la cabeza.
3. C i e n t í f i c o s
espa ñoles del
98
L a c iencia e sp a ñ o la co no ció avances inusitados en los alred ed ores de 1898.
Por p rim era vez en n uestra historia se p uede hablar de escuelas, pues el n ú ­
m ero de practicantes de actividades científicas creció de form a espectacular.
L os ca m p o s más cultivados fueron la B iolo gía y la M ed icina, a u n q u e no
faltaron n om bres im portantes en otras disciplinas, co m o la A stro no m ía , la
Física y la Ingeniería.
3.1. Biólogos españoles del 98
C o m e n z a re m o s p or la Biología, cam p o en el que destacan e sp e c ia lm e n te dos
figuras: Ignacio B o lívar y U rrutia (M adrid, 1850-M éjico, 1944) y A rturo
Bofill i P o ch (Barcelona, 1852-B arcelona, 1929).
E s c u rio so o b s e rv a r que los c ie n tífic o s e sp a ñ o le s de finales del siglo
p are c e n v e n ir en pa re ja s o en tríos. El f e n ó m e n o c o n fir m a las te orías
del a n tro p ó lo g o n o rte a m e ric a n o A lfre d L ou is K ro e b e r (1 8 7 6 -1 9 6 0 ), p a d re
de la e s c rito ra U rsu la L e G u in , quien afirm ó qu e lo s g e n io s no n a c e n so lo s,
sino f o r m a n d o c o n fig u ra c io n e s a g ru p a d a s en el tie m po , y tra tó d e d e m o s ­
trarlo en una o b ra m o n u m e n ta l, C o n fig u ra tio n s o f C u ltu re G ro w th (1 945).
H e m o s visto ya el c a so de M o n tu rio l y P eral, n u e stro s dos p re c u r s o re s del
su b m a rin o . Lo m ism o o c u rre con los dos n a tu ra lista s del 98, q u e n a c iero n
co n dos año s de d ife re n c ia y c uy as b io grafías pre se n ta n a lg u n o s p a r a le ­
lism os.
X IX
321
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O . .
Bolívar estudió dos carreras en la Universidad de Madrid: la de Derecho, que
nunca practicó, y la de Ciencias Naturales, a la que dedicó su vida. En 1875 o b­
tuvo la plaza de profesor ayudante en la Universidad de Madrid, siendo nom bra­
do catedrático en 1877. Fue director del M useo de Ciencias Naturales y del Jar­
dín Botánico, consejero de Instrucción Pública, presidente de la Real Sociedad
Española de Historia Natural y miembro de la Real A cadem ia Española de la
Lengua, nombramiento que se le concedió en 1930, cuando cumplió los ochenta
años. En 1939 se trasladó a Méjico, donde murió.
Ignacio B olív ar trabajó en el ca m p o de la E ntom olog ía, la parte de la
Z o o lo gía qu e estu dia los insectos, y se especializó en el e studio de los or­
tópteros de la fa u n a española. En su época, en este orden de insectos se cla­
sificaban cucarachas, grillos, saltam ontes, langostas, m antis, insectos palo e
insectos hoja. D espu és se llegó a la conclusión de que el grupo era d e m a s ia ­
do artificial y se le dividió en tres órdenes independientes: blatoideos
(cucarachas), m antídeos (mantis, insectos palo e insectos hoja) y ortópteros
(saltam ontes, langostas y grillos).
Ju sta m e n te en 1898, m ientras trabajab a en su C a tálogo sin ó p tico de los
o rtó p te ro s de la fa u n a ibérica (publicado en 1900), Ignacio B o lív a r recibió
el n o m b ra m ie n to de m iem bro de la Real A c a d e m ia de C iencias. P o r e n to n ­
ces era ya fam oso, hab iend o publicad o anterio rm ente obras im portantes,
c o m o O rtó p tero s de E sp a ñ a n u evo s o p o c o co n o cid o s (1873) y A n a le c ta
o rth o p te ro lo g ic a (1878).
C o m o Bolívar, A rturo Bofill se dedicó al principio a estudios no cien tífi­
cos (F ilosofía y Letras y Derecho, en su caso), pero sus gustos le llevaron a
practicar la G e o lo gía y la Biología, e specializán dose en M ala c o lo g ía , la
parte de la Z o o lo gía que estudia los m oluscos. D u ran te su vida d e se m p e ñ ó
cargos c o m o los de director del M u se o M artorell de B a rc e lo n a y secretario
de la Real A c a d e m ia de C iencias. Sus estudios se dirigieron p rin c ip a lm e n te
a la fa u n a catalana, c o m o dem uestran sus obras más con ocid as, C a tá lo g o de
los m o lu sc o s testá ceo s te rrestres d el llano de B a rcelo n a (1879), M o lu sc o s
fó s ile s d e l p lio c e n e de C ataluña (1884-1893), N u eva fa u n a m a la c o ló g ica
(1897) y F auna m a la co ló g ica d e l P irinea Catalái. Sin e m bargo, tam bién
practicó la geología, co laboran do en el trazado de diversos m apas, y realizó
viajes de investigación a A rgelia y al m ar Rojo.
3.2. La Medicina española en el 98
El caso de nuestros practicantes de la M e d ic in a es aún más sorprendente.
L os tres principales, entre los que se cu en ta el científico españ ol m ás im-
M A N U EL ALFO N SECA
p ortante de todos los tiem pos, nacieron en el m ism o año (1852) y c u m p lie ­
ron los cu a re n ta y seis en 1898, por lo que en la é p o c a que nos o c u p a se e n ­
co ntraban en la plenitud de su actividad. Sus nom bres, puestos en orden al­
fabético, son: José A nto nio B a rra q ue r i R oviralta (B arcelona, 1852-Barcelona, 1924), Jaim e Ferrán i C lú a (C o rb era de Ebro, cerc a de T orto sa, 1852Barcelo na, 1929), y Santiago R am ó n y Cajal (Petilla de A rag ón , N avarra,
185 2-M ad rid, 1934).
José A n to n io B a rra q u e r pertenecía a una fam ilia de m édicos (su he rm a no
era el neurólogo L uis B a rra qu e r i Roviralta). Fue uno de los m ás d e stacado s
oftalm ó lo go s de E u ro p a y el fu nd ad or de la d in astía de oculistas y de la clí­
nica oftálm ica de B a rcelo na qu e lleva su nom bre. E fectuó p o r p rim e ra vez la
su tu ra en la extirpació n de la catarata, operó a E u g en ia de M o n tijo y realizó
investigaciones relativas a la arteria cerebral y la oftálm ica. T anto en la d i­
rección de su clínica com o en la fa m a mundial de que gozó, le sucedieron su
hijo Ignacio B a rra q ue r i B arra q u e r (1884-1965) y su nieto J oaq uín B a rra ­
q u e r i M o n e r (1927).
Ja im e Ferrán, a quien ya hem os citado, fue uno de los pioneros de la re­
volución de las vacunas, iniciada po r Louis Pasteur, de quien F errán era a d­
mirador. En 1884 preparó una vacuna c ontra el cólera, qu e p ro bó en sí m is­
mo y con la que luchó, con muy pocos medios, contra la e p id e m ia de V a le n ­
cia en 1885. T am b ién preparó una vacun a antitifica (1887) y otra c o n tra la
tuberculosis, que llamó anti-alfa. A d em ás, se le debe un m éto do intensivo de
aplicación del tratam iento antirrábico de P asteur y la in troducción en E s p añ a
del suero antidiftérico de Behring.
Ferrán tuvo que luchar contra la in com prensión de sus colegas (R am ón y
Cajal, entre ellos) hacia su actividad sanitaria, y c on tra los ataques de la c o ­
misión francesa Brouardel, que investigó sus trabajos con la v ac u n a a n tic o ­
lérica. T a m b ié n se le destituyó injustam ente de la dirección del L ab o ra to rio
M ic ro b io lò g ic o M unicipal de Barcelona. Sin e m bargo, su labor fue re c o n o ­
cida poco a poco, y alcanzó gran reputación. H oy lleva su no m b re el Insti­
tuto de M icro biolog ía. En 1915, Francia le c onc e d ió el p re m io Breant, en
ju s ta c o m p e n sa c ió n por los ataques que había recibido. E ntre sus obras d e s­
tacan M em o ria d el p a ra sitism o b a cteria n o , E tio lo g ía y p ro fila x is d e l cólera
m o rb o a siá tico y V acuna contra la tu b ercu losis.
San tiag o R a m ó n y Cajal estudió en la U n iversidad de Z aragoza, don de
o btuvo el título de M e d ic in a en 1873. G a nó una plaza en Sanidad M ilita r y
fue destinado a C u b a con el grado de capitán. D e regreso a E spaña, se d o c to ­
ró en M adrid en 1877. En 1879 obtuvo el puesto de director de M u se o s
A n a tó m ic o s de la U n iversidad de Z aragoza, y en 1883 el de catedrático de
323
L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O . .
A n a to m ía en la de V alencia, don de se distinguió c o m b a tie n d o la e p id em ia
de cólera de 1885, du rante la cual se enfrentó a J aim e Ferrán. En 1887 o b tu ­
vo la c á te d ra de H isto lo gía en la U niversidad de B arcelona, y en 1892 la de
H istolog ía y A n a to m ía Patológ ica en la de M adrid.
Pa rtie ndo de los e xperim entos de C am illo Golgi y sus p ro c e d im ie n to s de
tinción de células con nitrato de plata, R am ó n y Cajal investigó las c o n e x io ­
nes de las células nerviosas y trató de desarrollar técnicas que se aplicaran
ex clu siv a m e n te a las neuronas y los nervios, inventando un m éto do de tin ­
ción b asad o en co m p u e sto s de oro. E sto le perm itió obtener pre pa racion e s
m icroscópicas del tejido nervioso m ucho más nítidas que las an terio rm ente
existentes, con las qu e d em ostró que la neuro na es el e le m e n to fu ndam ental
de dich o tejido, y realizó im portantes descu brim ientos sobre la e stru c tu ra del
cerebro, el cerebelo, la m édula espinal, el bulbo ra quídeo y los centros se n ­
soriales, e sp e c ialm e n te la retina.
En el C on gre so Internacional de M e d ic in a de Berlín, R a m ó n y Cajal c o n ­
siguió atraer la atención de sus colegas extranjeros, g a n á ndo se ad m ira d o re s
incondicion ales c o m o el profesor Kölliker, que apren dió castellano p ara p o ­
de r seguir sus publicaciones. A partir de entonces, su fa m a creció p o r m o ­
mentos: En 1894 fue llam ado a L on dres para dar un a conferen cia. E n 1895
fue elegido m iem b ro de la Real A c a d e m ia E sp a ñ o la de C iencias. En 1899
fue invitado a los E stados U nido s por la U niv ersidad de Clark, en W o r c e s ­
ter, para desarrollar un curso de conferencias. E n 1900 se le c o n c e d ió el
prem io de M oscú . En 1902, el G ob iern o español creó y puso bajo su d ire c­
ción el Instituto Cajal de Investigaciones Biológicas, d o n d e trab ajó hasta su
muerte. En 1906 com partió con Golgi el prem io N obel de F isio lo gía y M e ­
dicina, que se le co ncedió p o r sus descu brim ientos sobre la estruc tura del
sistem a nervioso y el papel de la neurona. F inalm ente, en 1952 se c o n ce d ió a
sus descendien tes el título de m arqués.
R a m ó n y Cajal fue un hom bre polifacético, qu e descolló, no sólo en su
profesión m édica, sino tam bién en la creación literaria en general, e sc rib ie n ­
do obras c o m o R ecu erd o s de m i vida (1922), C harlas de ca fé (1931) L o s tó ­
n ic o s de la volu n ta d , C uen to s de va ca cio n es y E l m undo visto a los o ch en ta
a ñ o s (1932). E ntre sus publicacion es profesionales d estaca el M a n u a l de
H isto lo g ía y técn ica m ic ro g rà fic a (1889), T extura d el sistem a n erv io so d e l
h o m b re y de los verteb ra d o s (1899-1904), en dos volúm enes, y E stu d io s s o ­
bre d e g e n e ra c ió n y reg en era ció n d e l sistem a n ervio so (1913-14).
A de m á s, y en esto constituye un caso casi aislado en la cie nc ia española,
creó una e scuela duradera, qu e se p rolongó duran te el siglo XX, a la que
pertenecieron varios discípulos suyos que siguieron su estela en la investi­
324
M A N U EL ALFO N SECA
gación del sistem a nervioso, com o A nton io C aetano E gas M o n iz (18741955), neu ro ciru jano portugués que obtuvo el prem io N obel en 1949, qu e en
el prólogo de su Vicia atribuyó sus con ocim ien to s técnicos a R a m ó n y Cajal;
N icolás A ch ú c a rro y L und (1880-1918), que se especializó en n e u ro p a to lo ­
gia y psiquiatría, estud iand o la rabia, los tum ores cerebrales y la en fe rm e d ad
de A lzheim er; o Pío del Río H orteg a (1883-1945), que investigó la n e u ro ­
glia, la epífisis o glándula pineal, y los tum ores nerviosos. T a m b ié n atrajo a
E sp a ñ a a profesores extranjeros, deseosos de co la b o ra r con él, entre los que
destaca H o w a rd Florey, fam oso más tarde por el aislam iento de la p e n ic ili­
na, que le ganó el prem io Nobel de F isiología y M e d ic in a de 1945.
N o p odem os terminar este repaso a la M edicina española del 98 sin citar a
José G oyanes Capdevila (M onforte de Lugo, 1876-Santa Cruz de Tenerife,
1964), que se encontraba entonces en sus años de formación, y destacó, ya en ­
trado el siglo XX, en el cam po de la otorrinolaringología, especialm ente en el
estudio del cáncer de laringe, debiéndosele además diversas prácticas operato­
rias, com o la ofrioplastia y la arterioplastia venosa, así com o el m étodo de
anestesia arterial que lleva su nombre. T am bién habían nacido ya, aunque aún
eran unos niños, H erm enegildo A rruga Liró (1886-1972), que se hizo fam oso
en el cam po de la oftalmología y alcanzó prestigio en los procedimientos de
extracción de cataratas. Gregorio M arañón y Posadillo (1887-1960), que cola­
boró con Ehrlich en el descubrimiento del salvarsán y alcanzó gran fam a en
España, tanto por sus actividades profesionales com o endocrinòlogo clínico,
co m o por las literarias, pues com o R am ón y Cajal fue un buen ejem plo de esa
com binación, el científico escritor, que quizá es más rara de lo que debería, a
co nsecuencia de la dicotom ía artificial que hemos llegado a provocar entre las
dos ram as fundam entales del conocimiento: la científico-técnica (ciencias) y la
hum anística (letras). Finalmente, Carlos Jim énez Díaz (1898-1967), fundador
del Instituto de Investigaciones Clínicas y M édicas y de la Fundación que lleva
su nombre, en la clínica de la Concepción de Madrid.
3.3. La Tecnología española en el 98
El año de 1852 fue ex tre m a d a m en te favorable para la ciencia española.
A de m á s de los tres médicos citados y de Arturo Bofill, en ese m ism o año
nació un quinto científico importante, el ingeniero, m atem ático e inventor
L e o n a rd o T orres Q u e v e d o (Santa C ruz de Iguña, Santander, 1852-M adrid,
1936). En 1876 term inó en M adrid la carrera de ingeniero de C a m in o s y
co m e n z ó una larga serie de inventos que, aun qu e no tan e sp ectaculares c o ­
mo los de E dison, le ganaron fam a mundial. T orres Q ue v e d o diseñó varias
m áquinas de calcu lar m ecánicas y electrom ecánicas, ex tra o rd in a riam e n te so­
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L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O .
fisticadas para su época. U n a de ellas p erm itía resolver e c u a c io n es polinómicas de cu alq u ier grado, utilizando un m ecanism o muy c o m p le jo (el h u si­
llo sin fi n ) p ara o bte n er el logaritm o de una suma. O tra integraba e cuacio nes
diferenciales. L a tercera, quizá la más fam osa, recibió el n om b re de el a je ­
d r e c is ta , por su habilidad para resolver ciertos p ro blem as relacion ad os con
este ju e g o , com o los finales de p artida del tipo torre y rey c on tra rey. Estas
m áquinas co nvirtieron a T orres Q ueved o en uno de los p recu rso res de las
m o d e rn as co m p u ta d o ra s electrónicas.
E n el ca m p o de las com u n ic a c io n es se le debe el telekino, un sistem a de
tele m a n d o po r radio que m ontó prim ero sobre un triciclo, más tarde sobre
barcas y botes, con los que realizó d em o stracion es públicas espectacu lares.
T a m b ié n abordó el prob lem a de la navegación aérea, c on struy en do, poco
d espués qu e V o n Zeppelin, un globo dirigible de a rm a d u ra fu nicu lar
(1905-8), c u yo diseño, adquirido por la e m p re sa fra n c e sa Astra, fue a d o p ta ­
do oficialm ente por F ra n c ia y el R eino U n ido con el nom bre de dirigible
A stra -T o rre s, y participó en los com bates aéreos de la P rim e ra G u e rra M u n ­
dial. P e ro su ob ra más c on oc ida es el tra n sb o rd a d o r sobre el río N iág a ra
(,S p a n ish a e ro c a r ), que aún sigue utilizándose.
E n 1907, T orres Q u e v e d o fue n o m bra do d irector del Instituto de M e c á n i­
c a A plicada. T a m b ié n fue inspector general honorario del c uerp o de Inge­
nieros de C am ino s, presidente de la A c a d e m ia de C ien cias de M adrid,
m iem bro de la A c a d e m ia E sp a ñ o la de la L engua, d o c to r ho n o ris ca u sa por
la S o rb o n a y la U niversid ad de C o im b ra y m iem bro de la A c a d e m ia de
C iencias de París. R ecibió la m edalla E c h e ga ray de la A c a d e m ia de C ien cias
de M adrid, y el prem io Parville de la de París.
T o rre s Q ue v e d o fue digno sucesor de nuestros dos inventores de s u b m a ­
rinos. U n o de ellos, Isaac Peral, perten ecía a su m ism a g eneración, ya que
había nacido un solo año antes que él. En cuanto a la generació n siguiente,
po sterior al 98, tenem os tam bién un inventor fam oso: Ju an de la C ie rv a y
C od orn íu , que nació el m ism o año de la m uerte de Peral (1895), y m urió en
un accid ente en el aeród rom o de C ro yd on, c erca de L ondres, el 19 de d i­
cie m b re de 1936. Su gran aportación fue el autogiro, pre c ursor de los heli­
cópteros, qu e hoy vigilan desde el aire las carreteras y las calles de nuestras
ciudades.
3.4. Otras ciencias
U n o de los astró no m o s esp año les más destacado s de la historia vivió du rante
el 98. Se trata de Jo se p C om as i S olà (Barcelona, 18 6 8-B arcelona, 1937).
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M A N U E L ALFO N SECA
D e sde el O bservatorio F a b ra de Barcelona, que dirigió, realizó im portantes
e studios sobre M arte y, especialm ente, Júpiter, en cu y a superficie detectó,
en 1901, el nacim iento de la zona gris. T a m b ié n investigó sus satélites, los
m eteoritos y los com etas, de los que d e scubrió uno, siguiendo en 1910 el p a ­
so del c o m e ta Halley. Se le debe la p rim era observación de once asteroides,
que bautizó con nom bres co m o H isp ania o Barcelona. C u riosam en te, m a n ­
tuvo siem pre una resuelta p ostu ra en c ontra de la teoría general de la R e la ti­
vidad de Einstein.
C o m a s escribió nu m ero so s tratados y artículos científicos y realizó una
no table labor de divulgación a través de sus libros (A stro n o m ía , E l cielo...) y
sus artículos en periódicos de gran difusión, com o La V anguardia. F u n d ó la
Sociedad A stro n ó m ic a de E sp a ñ a y A mérica.
A caballo entre la generación que floreció en el 98 y la siguiente, d estaca
un físico español de renom bre, que c o m o R am ó n y Cajal creó escuela: Blas
C a b re ra y Felipe (A rrecife de Lanzarote, 1878-M éjico, 1945), que e studió
en las U niversidades de L a L ag u n a y M adrid. En 1905 o btuvo la p laza de
catedrático de E lectricidad y M a gn e tism o en la U niv ersidad de M adrid, de la
que luego fue rector. T a m b ié n dirigió el L abo rato rio de Inv estig acio nes F í­
sicas del Instituto de C iencias Físico-N aturales. En 1910 fue eleg id o m ie m ­
bro de la A c a d e m ia de C iencias, y en 1936, de la Real A c a d e m ia E spañola.
T a m b ié n fue secretario de la O ficina Internacional de Pesas y M ed id as.
En 1939 em igró a M éjico, don de fue profesor de la U niversidad Nacional.
C a b re ra estudió las pro piedades eléctricas y m agnéticas de d iversas su s­
tancias y disoluciones, e s pecialm ente el p a ram agn etism o y el d iam agnetismo. Al revés de los cuerpos ferrom agnéticos (hierro, cobalto, níquel...), que
se im antan intensam ente y son capaces de fo rm ar im anes, los p aram ag néticos (com o el alum inio, estaño, platino, aire...) sufren sólo im antacion es m uy
débiles. En cuanto a los diam ag néticos (agua, nitrógeno, hidrógeno, alcohol,
cobre, mercurio...), sus m oléculas carecen de m o m ento m agnético y su m a g ­
netización es ex tre m a d am en te débil y en sentido contrario al del c a m p o que
actúa sobre ellos.
E ntre las obras de Blas C ab re ra destacan: Sobre la tra y ec to ria de los ra ­
y o s c a tó d ic o s en el cam po m a g n ético (1903), T eorem a de V aschay y su
a p lic a c ió n a la E le c tro stá tic a (1906), S o b re la teoría de los te n so re s (1907),
¿ Q u é es la e le c tr ic id a d ? (1917) y E l á to m o y su s p ro p ie d a d e s e le c tro m a g ­
n é tic a s ( 1927).
C inco años después de C abrera, nació otro físico e ingeniero español:
E steban T e m id a s e Illas (Barcelona, 1883-M adrid, 1950). P ro fe so r de las
U niversid ad es de Zaragoza, B arcelona, M ad rid y B ueno s A ires, trabajó en la
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L A C I E N C I A E S P A Ñ O L A E N E L 98, E N E L M A R C O . .
C o m p a ñ ía C a ta la n a de Ferrocarriles y la C o m p a ñ ía T elefó nica, y dirigió el
O b servatorio A stro n ó m ico del Plata. E ntre sus obras de ingeniería d estacan
el ferrocarril m e tropolitano transversal de B arcelona, la central té rm ic a de
P o n fe rrad a y el aerop uerto de B uenos Aires. H oy lleva su no m b re el Insti­
tuto N acional de T éc n ic a A eroespacial (INTA).
P a ra term in ar este estudio sobre la cien cia esp a ñ o la del 98, m e n c io n a re ­
m os otros seis científicos más, que nacieron antes de esa fecha, a u n q u e re a ­
lizaron todas sus apo rtaciones ya co m e n za d o el siglo X X . D o s de ellos eran
m atem áticos: Julio Rey P asto r (1888-1962) y P edro P u ig A d a m (18901960), cuyos textos son tan didácticos que se siguen utilizando hoy, m u ch os
años d esp ués de su muerte. Tres eran físicos: Julio P alacio s M a rtín e z (18911970), c o la b o ra d o r de Blas C ab re ra y de K am erling h-O nn es, y a utor de una
teoría de la R elatividad distinta de la de Einstein, qu e no ha llegado a im p o ­
nerse; Jo sé B a ltá Elias (1893-1973), investigador del E le c trom a g netism o , la
Física cósm ica, la energ ía nuclear, la E lectrónica y la M eteo ro lo gía, y A rtu ­
ro D u p e rie r V a lle sa (1896-1959), asim ism o c olab ora do r de Blas C a b re ra y
espe c ia liz ado en la radiación cósm ica. P o r último, hubo tam b ién un q u ím i­
co: M iguel A nton io C atalán S añu do (1894-1957), c o la b o ra d o r de S o m m e r ­
feld, de la U niv ersidad de Princeton y del Instituto de T e c n o lo g ía de M a s s a ­
chusetts (M IT ), especialista en e spectro sco pia y d e sc u b rid o r de los multipletes.
Pocos años d esp ués del 98, nacía nuestro se gundo prem io N obel c ientífi­
co: S evero O ch o a de A lb o rn o z (1905-1993), qu e se hizo fam o so en la d é c a ­
da de 1950 por ser el prim ero que consigu ió sintetizar un ácido n uc le ic o fu e ­
ra de las células vivas. A u n q u e nuestra prod ucción científico -técn ica es infe­
rior a la de los grandes países de O ccidente, es, sin em b arg o, apreciable, y se
ha m a nte nido duran te más de un siglo, gracias a un goteo c ontinuo de n o m ­
bres de prestigio.
4.
C
o n c l u s ió n
A u n q u e la actividad científica e sp año la no pu ed e c o m p a ra rse con la de otros
países de O ccidente (A lem ania, Francia, G ran B retañ a y los E stad os U n i­
dos), a partir de m ediados del siglo X I X e x p erim en tó un cre c im ie n to c o n s i­
derable. En este contexto, las décadas centradas alreded or de 1898 tienen
especial im portancia, pues no sólo fueron los años más p rod u c tiv o s de
n u estra m á x im a figura científica, Santiago R a m ó n y Cajal, sino que tam bién
sentaron las bases p ara notables avances posteriores que se han p ro long a do
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M A N U EL ALFO N SECA
hasta bien avanzado el siglo XX y han creado escuela en las ciencias M é d ic a
Física y en el desarrollo tecnológico de nuestro país.
y
Al contrario que los hum anistas, los científicos casi no se sintieron a fe c ­
tados p o r la pérd id a de las colonias, y el m o vim iento re g eneracion ista les es
ajeno, ex cepto en cuanto pud iera tocarles en su vida privada. Sin e m bargo,
no parece arriesgado afirm ar que el auge de las letras españolas, que c o in c i­
dió te m p o ra lm e n te con nuestros prim eros pinitos científicos en los últim os
siglos, no fue un a m era casualidad, y que en los últim os años del siglo pa sa ­
do y los prim eros de éste se vivió una p e qu eñ a E d a d de Plata en todas las
ram as de la cultura, qu e no se redujo sólo al m ov im iento literario al que se
aplica c o m ú n m e n te este nombre.
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